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John Eccles (1980), Premio Nóbel por sus descubrimientos sobre transmisión
neurológica, estima que el cuerpo calloso está compuesto por unos 200 millones
de fibras nerviosas que cruzan por él de un hemisferio a otro, conectando casi
todas las áreas corticales de un hemisferio con las áreas simétricas del otro, y
que, teniendo una frecuencia de unos 20 ciclos cada una, transportan una
cantidad tan fantástica de tráfico de impulsos en ambas direcciones que supera
los 4000 millones por segundo, 4000 Megahertz. Este tráfico inmenso, que
conserva los dos hemisferios trabajando juntos, sugiere por sí mismo que su
integración es una función compleja y de gran trascendencia en el desempeño del
cerebro. La sutileza y la inmensa complejidad de los engramas espaciotemporales
que así se forman, constituyen lo que Sherrington llamaba "la trama encantada" y -
según Eccles (1975)- se hallan muy por encima de los niveles de investigación
logrados por la física y la fisiología de nuestros días. (MORELIA)..
Aunque la actividad del hemisferio derecho es totalmente inconsciente
debido a su alta velocidad, tiene, no obstante, una especie de reverberación en el
izquierdo. De este modo, la mente consciente, que actúa sólo sobre este
hemisferio, puede, sin embargo, tener un acceso indirecto prácticamente a toda la
información que le interesa, en un momento dado, del hemisferio derecho. Por
esta razón, ambos hemisferios tienen una estructura y desarrollan actividades
especializadas, pero que se complementan; en efecto, muchas funciones de
codificación, almacenamiento y recuperación de información dependen de la
integración de estas funciones en ambos hemisferios. Aún más, la
complementariedad se encuentra tan radicada en su naturaleza que en los casos
de atrofia congénita de un hemisferio, el otro trata de realizar el trabajo de los dos,
y -según Sperry- al cortar el cuerpo calloso (impidiendo, con ello, el paso de
información de uno a otro), cada hemisferio opera de manera independiente como
si fuera un cerebro completo, pero, evidentemente, en forma menos eficiente aun
en la realización de sus propias funciones específicas. Como señala el eminente
neurólogo y Premio Nóbel Ramón y Cajal, "es imposible entender el plan
arquitectónico del cerebro si uno no admite, como principio guía de este plan, la
unidad de percepción" (Ornstein, 1973, p. 117-8).
En cierta ocasión, Einstein afirmó que los científicos son como los detectives
que se afanan por seguir la pista de un misterio, pero que los científicos creativos
deben cometer su propio "delito" y también llevar a cabo la investigación. Einstein,
como otros científicos eminentes, sabía esto por experiencia propia. Ellos, ante
todo, habían cometido el "delito" de pensar y creer en algo que iba en contra del
pensamiento "normal" y corriente de los intelectuales y de lo aceptado por la
comunidad científica; algo que desafiaba las normas de un proceder "racional" e,
incluso, de la misma lógica consagrada por el uso de siglos; algo que solamente
se apoyaba en su intuición. La osadía intelectual siempre ha sido un rasgo
distintivo de las personas creadoras; incluso más que el mismo C.I. Es
perfectamente posible -señala Popper- que un gigante intelectual como Einstein,
posea un C.I. comparativamente bajo, y que, entre las personas con un C.I.
excepcionalmente alto, sean raros los talentos creativos (1980, p. 139).
(INGRID)