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REVICIONES Arantxa Oteo

Ésa no es mi peli
que me la han cambiao...

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REVICIONES Ésa no es mi peli que me la han
cambiao... de Arantxa Oteo
2012, Ebookprofeno
ebookprofeno.blogspot.com
ebookprofeno@gmail.com
Colección: Sendero
Ideólogo Editorial: Felipe Zapico Alonso.
Diseño y maquetación: Sol Cabañas Arias
Depósito Ilegal: 3-2012
Imprime: Cada uno el suyo
Libre 100% de cloro e I.S.B.N.

Verano, 2012

Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada (by-nc-nd): No se


permite un uso comercial de la obra original ni la generación de obras
derivadas.

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Índice
Prólogo...................................................................................5
Franky y yo ........................................................................7
Zamponstein ........................................................................15
No vi a Dyc ......................................................................23
El hombre tranquilo; y la mujer nerviosa ................33
El último trago en París .............................................. 45
El escorcista ......................................................................53
Mujeres al borde de un ataque de pernios .............61
Black Christmas, o para ser politicamente
correctos, Afro-American Christmas .......................... 75
Historia de una ninja ......................................................87
El aparcamiento ............................................................... 97
Historias de Pili y Delia ........................................... 107
Tu pie izquierdo .............................................................117
Murieron con las batas puestas ................................123
¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?..............133
¿Qué le pasa a éste, doctor? .....................................143

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PROLOGO Claudia M. Capel

La palabra del escritor nace en la mirada, porque un


pájaro le recuerda un amor, cuando un gesto se parece a
alguien o si un paisaje le llega al alma, así las palabras
entran por los ojos, recorren las emociones, la sangre, el
tiempo personal y bajan hasta las manos del autor para
regalarnos un texto o un poema.

Si la mirada es de Arantxa Oteo, en lo escrito habrá


un corazón de mujer, ingenio, trastiendas y sobre todo,
libertad.

ReviCIoNEs es otra visión del cine a través de películas


que ella ha elegido para NO contarnos películas NI
hablar de cine, las ha elegido para anotar sensaciones y
convertirlas en experiencia personal. Todos conocemos ese
sentimiento de meternos en las películas, transportarlas a
nuestra vida, quedarnos con una escena para algún sueño,
identificar personajes con gente que nos rodea, ser el héroe
o la heroína por unos minutos, mientras nadie nos ve.

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Lo primero que se reviciona es el título de las películas, ese
nombre que las traducciones y doblajes casi nunca respetan
y Arantxa transforma con humor y retruécanos en un juego
con el lector. Luego aparecen las anécdotas, lo cotidiano, los
detalles, instantes hilados con recuerdos de cine.

Este libro de aventuras fue escrito por una poeta por eso
entre relatos y confesiones, se le escapa “El último trago en
París” que es pura poesía, y aparece mamá, el eterno amor.
Cuando Arantxa se monta una película, quizás al alba,
con la armadura diaria, el yelmo que salva sus ideas
del espanto, lanza en mano cargada de tinta y sueños,
se vuelve una quijota. Tiene esa ternura cervantina, la
ingenuidad y el valor de decir lo que piensa, la música
del lenguaje amigo, la palabra cercana, y tiene, sobre todo,
la alegría de la libertad.

Un ebookprofeno no se lee, se toma y este libro te alivia


el alma, te acompaña, te divierte, te trae recuerdos y te
invita a dar un paseo por algunas pelis mientras pasa la
vida y todo cambia, menos el corazón.

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F RANKY Y YO
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F RANKY Y YO
Esta revición se inspira en dos grandes películas de
terror de los años 30 de la Universal, Frankenstein
y La Novia de Frankenstein, esta última considerada
por muchos la obra maestra de la productora en esa
década y seleccionada por muchos críticos entre las
100 mejores de la historia por su calidad narrativa,
su cuidada estética (incluidos los efectos especiales,
muy innovadores para la época) y las interpretaciones,
más propias del estilo europeo que del americano.
Colin Clive, como el Dr. Frankenstein, y Boris Karloff,
haciendo el papel de la criatura, protagonizaron las
dos películas, mientras que en la segunda se sumó la
gran Elsa Lanchester como “la novia”. Otra magnífica
película, De Dioses y Monstruos (dirigida por Bill
Condon e interpretada por Ian McKellen y Brendan
Fraser) recrea los momentos finales del director de
ambas, James Whale.

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Nuestra primera cita prometía mucho; yo estaba junto al río,
deshojando unas florecillas silvestres, arrojándolas al agua
como una Ofelia un poco tristona y melancólica y, de repente,
vi su reflejo formándose entre las ondas que hacían los pétalos
en el agua... No podía imaginarme que ese espejo juguetón iba
a desvelarme el rostro del que enseguida sentí que sería el
hombre de mi vida.

Mis cabellos se erizaron cuando, lentamente, me giré y me en-


contré con su imponente figura, cuando noté su delicado tacto
en mis manos, esos ojos suyos que me traspasaban, su rostro
sereno, su cuerpo fuerte y acogedor y esa mirada suya que
evidenciaba su fina inteligencia, toda su sensibilidad y esa
belleza interior que lo inundaba todo y que transformaba ese
día que había empezado gris en un derroche de arco iris.

Pero fue sobre todo su voz lo que me enamoró; la voz de Franky


me acarició y me estremeció cuando abrió sus labios para decir-
me eso tan bonito y delicado de “hasta este momento no sabía
qué hacer con mi vida y acabo de descubrir que todo ha tenido
sentido porque al final del camino estabas tú”. Caí rendida en-
tre sus brazos y mientras me hacía suya me susurraba al oído
“strangers in the night / to lonely people we were strangers
in the night...” mientras yo gritaba de placer eso de “fly me to
the Moon / let me swing among the stars / let me feel what
spring’s like on Jupiter or Mars” al descubrir ese dulce secreto
de la vida que Franky me regaló. Quisimos sellar nuestra eterna
unión con un beso tierno, cálido, lleno de luz: yo siempre sería
suya, él siempre sería mío, forever and ever...

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Desgraciadamente, esa promesa no ha podido hacerse rea-
lidad como a los dos nos habría gustado: él es para el
mundo y yo no puedo ser tan egoísta como para privar a
la humanidad de tanto genio, de tanta grandeza, de tanto
amor... Casi inmediatamente comprendió que yo tenía razón,
me dijo que mi sacrificio iba a ser enorme y que por eso
mismo nunca me olvidaría, pero la causa lo merecía, la hu-
manidad tiene que poder disfrutar de su talento y tiene que
disfrutar sintiendo esa misma pasión que nubló mi entendi-
miento y que arrancó de lo más hondo de mi alma lágrimas
de auténtica felicidad.

Le dije que se fuera a NY, y él improvisó con su tierno


y envolvente timbre de barítono “if I can make it there, /
I’ll make it anywhere / It’s up to you / New York, New
York”. Y le vi girar sobre sus talones y hacerme un cálido
gesto de despedida con su mano que, sin embargo, me decía
todo lo contrario: “Recuerda, baby, soy tu Franky y tú eres
mía, los dos solo uno, para siempre, bestialmente enamora-
dos, monstruosamente amantes... volveré a ti, volveré”.

Hoy, mientras buscaba desesperadamente una peluquería


que me arreglara estos pelos, vi fugazmente al pasar por
un kiosco de prensa las portadas de Life, Paris Match,
Newsweek y el dominical de La Razón. Mi Franky ocupaba
las primeras planas de todas ellas y se entrecomillaban sus
primeras declaraciones a la prensa internacional: “I did it
my way”. En sus ojos brillaba una luz especial: me acerqué
y no puede evitar la emoción de ver cómo ocultaban sus

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pupilas unas lentillas de diseño en las que Franky había
hecho grabar mi retrato y mi cabellera, tan desparramada al
viento como la de Julieta Serrano en Mujeres al borde de
un ataque de nervios...

Solo me pregunto si habrá laca suficiente para mantener-


la así, como a él le gusta, hasta el día feliz en que nos
reunamos, hasta el momento bendecido en que de nuevo me
estreche entre sus brazos, en que devuelva el color a esta
película en blanco y negro en la que vivo desde que se fue,
cuando volvamos a amarnos salvajemente, cuando, de nuevo,
los dos seamos uno, bestialmente, monstruosamente uno.

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ZAMPOSTEIN
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ZAMPONSTEIN
Esta revición se basa, muuuuuy libremente, en ese
“bodrio” que es Zampo y yo, que ya en su época
fue un absoluto fracaso pero que, inexplicablemente,
la televisión se ha empeñado en emitirla una y
otra vez como si hubiera sido un hito del cine
español. Está claro que Zampo… me parece más
horroroso y patético que Frankenstein, de ahí el
juego de palabras que originó las dos “reviciones”
simultáneamente. Paradójicamente, Ana Belén,
después de haber perpetrado esta felonía, ¡se
hizo actriz y cantante!. El gran Fernando Rey ya
estaba acostumbrado a hacer en España películas
nutricias en una época de sequía intelectual y de
censura, tendencia muy diferente a sus rodajes en
el extranjero con Buñuel, por ejemplo.

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Sí, ya lo sabía, me lo habían dicho cienes y cienes de veces:
que las niñas huerfanitas debían ser buenas, que si sus papás
no les hacían mucho caso era porque estaban ganando mucho
dinerito para darles todo lo que necesitaban y convertirlas en
unas señoritas de provecho, que tenían que seleccionar sus
amistades porque había por ahí mucho aprovechado y mucho
“vivalavirgen” que solo las querían para medrar en una clase
social que no les correspondía...

Pero, a ver, precisamente por ser huerfanita, porque mi pa-


dre no me hacía ni caso y porque, en el fondo, me importaba
un bledo eso de ser una señorita de provecho, me junté con
Manolo, un niño medio lelo que me caía como una patada en
el estómago, y me hice amiga de un payaso, y ahora no me
refiero a Manolo, que también tenía el pobre lo suyo, sino a
Zamponstein, un auténtico payaso de circo, el ser más alejado
de lo que mi padre podía considerar un posible buen partido.

Porque, a ver si me entienden, yo ya no era tan cría, aunque


me hicieran peinarme con trencitas y ponerme falditas dema-
siado cortas que despertaban los instintos más depravados de
todos los pedófilos del barrio bien en el que vivía (¡y mira que
había pedófilos en el barrio bien en el que vivía!). Yo era una
jovencita rebelde porque el mundo me había hecho así, estaba
hasta el gorro de mi padre y sólo quería llevarle la contraria,
así que acostumbraba a hacer lo que me parecía que podía
resultarle más desagradable y lo sacaría de quicio. Cuando
veía que estaba a punto de estallar era cuando más disfrutaba
porque sabía que sus buenos modales y su esmerada educación

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en ese internado de Suiza que les costó a los nazis de mis
abuelos una pasta gansa le impedirían hacerlo; como mucho me
diría eso de “menos mal que tu santa madre no te puede ver
ahora” y saldría de mi habitación a punto de dar un portazo
que, al final, siempre reprimía para que la cotilla de la dama
de llaves no se lo contara a todo el servicio.

Y aquí me tienen, en el circo, haciendo muecas, coreografías


tontas y ayudando al panoli de Zamponstein a maquillarse
todos los días, viendo repetir una y otra noche su boba actua-
ción, pegándose costaladas ensayadas y fingiendo unas paté-
ticas lágrimas que hacen desternillarse a la chiquillería... Yo,
destinada a ser una señorita de pro, malgastando mi primera
juventud con un payaso viejo y que maldita la gracia que tiene,
por tocarle las narices a mi padre y hacer todo lo posible por
escandalizar a sus amigotes burgueses. ¡Mierda de vida!

Pero ya me estoy hartando del viejo Zamponstein, ¡es peor que


mi padre! Que si tengo que ser una buena chica y quererlo
mucho, que si en esta vida no hacemos felices a los demás
nada tiene sentido, que si todos lucháramos por ello éste sería
un mundo mejor... ¡Qué plasta! ¡No hay quien lo aguante! Y lo
peor de todo es que siempre está sermoneando con eso de que
el dinero no lo es todo... ¡Ya, ya, no lo será todo, pero vive en
una asquerosa caravana mientras que la casa de mi padre es
un palacio! ¿y el muy pobretón (o el muy guarro, que no sé yo
qué pensar…) se pasa toda la película con los mismos harapos,
mientras que en mi vestidor tengo mas modelos exclusivos que
la Audrey Hepburn…

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¿Sabéis que os digo? Que para aguantar viejos me vuelvo con
el mío, que al menos está forrao y me da todos los caprichos.
Que sí, hombre, que sí, que está muy bien eso de la rebeldía y
la transgresión pero los amigotes burgueses de mi padre tienen
unos hijos guapísimos, con unos cochazos de miedo y con unas
casitas de campo preciosas en las que montan unos guateques
de campeonato todos los fines de semana... Todos van a la
universidad, la mayoría hace derecho o ingeniería y ya tienen
un puestazo asegurado en los bufetes o en las empresas de sus
papás... Y que, pues eso, que ya no soy tan cría, y que si me
pongo falditas aún más cortas y me suelto las trencitas (¡o no,
que sé de buena tinta que a alguno le pone mi pose de niña
contestataria! ;-) puedo ligarme a cualquiera, y ya va siendo
hora de que me deje de tonterías y, por fin, me convierta en
una mujercita de provecho, que piense en mi futuro y que me
deje de farándulas y de milongas...

Además, para qué nos vamos a engañar, a mí los payasos


siempre me han dado un poco de miedo, o de asco, o no sé
muy bien de qué, pero seguro que de nada bueno. A ver si hay
suerte y la funambulista se cae, o al trapecista le suelta el
portor, o el león se come la cabeza del domador, o se derrumba
la apestosa carpa sobre el público y se acaba ya la función.
Está decidido, me largo, esto del circo es de lo más vulgar,
está lleno de gente de mal vivir y si me quedo mucho más
por aquí seguro que cualquier vivalavirgen de estos intenta
aprovecharse de mi virtud, que no hay más que verlos a todos,
qué pintas, si parecen sacados de una peli de la mafia, todos
unos rufianes, unos gañanes, unos sinvergüenzas.

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¡¡Y que no acaba esto, oyessss!! ¡¡Y venga redoble de tambor, y
doble-triple salto mortal con tirabuzón y en plancha, y hombres
dominando a las bestias salvajes!! ¡¡Qué coñazo, que acabe ya!!
Pero, ¡vaya, mira quién está entre el público!! ¡Borja Mari! ¡Qué
majo es ese chico! Ha venido a traer a su sobrinito, que se
ríe a mandíbula batiente mientras Borja Mari se aburre como
una ostra; normal, es un chico inteligente, opositor a notarías
(como si le hiciera falta opositar, con el enchufazo que tiene),
de buena planta y mejor porvenir... ¡¡Fuera esta nariz estúpida
y estos pantalones enormes!! Me voy a mi caravana a ponerme
mi falda-cinturón y a soltarme las trencitas... ¿o no?

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N O VI A DYC
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N O VI A DYC
Moby Dick, basada en la novela homónima de
Herman Melville, cuenta con un magnífico guión
de Ray Bradbury y del no menos extraordinario y
extravagante John Houston, que también la dirigió
en 1956. Gregory Peck encarna al fiero Capitán
Ahab y magníficos secundarios como Leo Genn o
Richard Basehard componen una creíble tripulación
de un Pequod condenado a sucumbir ante el
“leviatán”. No hay que olvidar el inolvidable papel
de Orson Welles, un predicador muy particular y
terriblemente convincente.

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“Llamadme Ismael”. Por las barbas de Poseidón que no me
dio buena espina ese grumete que se presentaba de manera tan
enigmática y pretenciosa. Enseguida pensé que se trataba de un
marinero de agua dulce y él mismo me lo confirmó tan pronto como
me dijo que venía de tierras castellanas, en el interior de su país,
España, y que sólo había navegado por océanos de trigo y cebada.

Eso no me extrañó demasiado, la tripulación del Pequod era de


lo más variopinto: indios, negros, amarillos y blancos de todas
nacionalidades, y de los que nunca se conocía muy bien su
buena o mala ralea, se enrolaban en el ballenero buscando un
buen dinero que compensara el riesgo. Pero fuera cual fuera su
origen todos parecían estar en sus cabales, al menos lo mínimo
como para asumir las consecuencias de la aventura en la que se
embarcaban. No obstante, este mozalbete nos dijo que se hacía
a la mar porque llevaba una temporada recreándose “demasiado
tiempo delante de los escaparates de las funerarias” ¿Funera-
rias? Como si no hubiera cosas más bellas que ver en la bahía
de Nantucket y, sobre todo, cosas más interesantes que hacer en
los burdeles y en los tugurios de los bajos fondos...

No señor, no me dio buena espina, pero dejó omnubilados a


todos con unos cantos de su tierra (no sé qué del cacharro de
su abuela, que era de latón de latonera1, o algo así) y, sobre

1 Ismael, cantautor tan segoviano como el güisqui DYC, rescató y popularizó


con su Banda del Mirlitón temas del folclore castellano. En los recovecos
infantiles de mi cerebro el machacón latón del cacharro de la abuela sigue,
indeleblemente, grabado.

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todo, les invitó a una ronda de un brebaje diabólico al que
llamaba DYC, lo que terminó de convencer a mi segundo
de que seguro que nos traía buena suerte a bordo un tipo
tan curioso que, además, podía tumbar a la mismísima Moby
Dyck con su DYC. Todos rieron el chiste y les cayó en
gracia el imberbe chaval que, además, se ofreció a hacer
las tareas más duras a cambio de la experiencia. Parecía
como si yo fuera Odiseo, encadenado al mástil para resistir
el canto de las pérfidas sirenas mientras que toda mi tri-
pulación enloquecía porque hubiera olvidado ponerse cera en
los oídos y esos cantos ñoños de tierra adentro los hubieran
embrujado. Pero no iba a renunciar a un grupo de hombres
duros, curtidos y, sobre todo, ciegos por el mismo deseo que
yo, acabar con el monstruo, con el leviatán que año tras
años nos empujaba a embarcar... a lo mejor no estaba de
más que los hombres tuvieran alguien a costa del cual echar
unas risas, alguien que les animara en los duros momentos
de soledad con sus canciones y, sobre todo, que les levan-
tara el espíritu con sus pócimas: Ismael sería uno más en
el Pequod, y esta vez Moby Dyck no escaparía.

De esto ya hace tres años y de Moby Dyck no ha habido


rastro. La caza de ballenas se nos ha dado bien, hemos
desembarcado en varios puertos con nuestros trofeos y los
marineros están contentos con sus ganancias, aunque algu-
nos apenas hayan tenido tiempo de bebérselas cada vez que
hemos anclado en tierra. Ismael sigue siendo tan popular
como el primer día, el cacharro de latón de su abuela se
ha convertido en una especie de himno para la tripulación

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y cuando los ánimos decaen su DYC es como los lotos que
devoraron los hombres de Odiseo, ayudan a que se olviden
del tedio, del frío y del miedo, aunque sus efectos secun-
darios duren más tiempo del deseado.

Hoy es uno de esos días en que tendremos que recurrir al


DYC de Ismael porque nuestro Dyck no asoma el morro.
Hay días en que pienso que debe de estar tan viejo como
yo; eso si no se ha muerto ya. Él se llevó mi pierna, sí,
pero en nuestros encuentros tampoco ha salido bien parado,
lleva varios de mis arpones clavados en su lomo y la última
vez que nos vimos las caras le atravesé uno de sus ojos...
quizás por eso Poseidón, que también condenó a Odiseo por
haber cegado a su hijo cíclope a surcar los siete mares
sin encontrar el camino de regreso a Ítaca, esté también
castigando mi osadía. Está claro que tantas batallas no
pueden haberle sentado nada bien a un cachalote del que
he oído hablar desde mi niñez. ¡Por las barbas del mismí-
simo Poseidón que este viaje, que quizás sea el último que
mis cansados huesos y mi carcomida pata de palo puedan
aguantar, también será el último de Moby Dyck!

Pero hoy no es el día, eso está claro, esta calma chicha no


es un buen augurio y el deseado encuentro se retrasa dema-
siado. Nunca he probado la apestosa poción de Ismael pero,
¡qué diablos!, ya estoy harto, vive Dios que hoy me cojo una
buena cogorza con mi tripulación, el doblón de oro que clavé
en el palo mayor para quien avistara a Dyck sigue intacto
y la confianza de los hombres empieza a flaquear. Comienzo

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a descubrir miradas de recelo a mi alrededor; seguro que
muchos opinan que mi obsesión por cazarlo nos llevará al
fondo de este frío océano y no puedo permitirme el lujo de
que ahora, después de tanto tiempo, sintiendo en mis viejas
venas y en mis sienes plateadas que no queda mucho para
el encuentro final en el que Dyck, o yo, o los dos perez-
camos, la tripulación se amotine. Mi corazón sabe que este
será mi último viaje, pero todavía no ha llegado la hora...

Ismael, saca tu DYC, hoy celebraremos la derrota del ene-


migo, que siento cercana. También predigo que ambos nos
iremos juntos al infierno, así que bebed conmigo, amigos,
hermanos, brindad por la mar, que ha de ser la tumba
eterna de dos enemigos acérrimos, brindad por Ahab y por
Moby Dyck y recordad los que estáis aquí que tendréis el
privilegio de asistir al fin de dos titanes, y que cuando
lleguéis a puerto podréis decir orgullosos “yo estuve allí,
fui testigo de tan glorioso encuentro, presencié el digno
final de una batalla justa y gloriosa que ya había durado
demasiados años”.

Mientras Ismael reparte generosamente DYC compruebo la


fecha en la bitácora y veo que es día de San Crispín: buen
augurio, voto a bríos, me siento como Enrique V arengan-
do a sus hombres para la batalla de Agincourt y cuando,
emborrachado no ya del brebaje infernal, sino de mi propia
soberbia, le pido a Ismael que entone el “non nobis” me
encuentro, con horror, con que todos cantan al unísono esa
horrible cantinela del maldito cacharro de latonera, de la

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abuela, o de la madre que lo parió... ¿Qué es esto? ¡Mis
hombres han enloquecido por completo! ¡No hay nadie en
la cofa de vigía! ¿quién va a gritar “por allí resopla” si
aparece en el horizonte el sucio chorro de Moby Dyck? Mis
hombres bailan como poseídos (¿o es posesos? pos eso) por
un espíritu diabólico; hacen un corro alrededor de mí, se me
echan encima, mi pata de palo tropieza con algo y caigo, y
pierdo el sentido...

Lo recobro cuando ya es demasiado tarde; el golpe ha sido


infernal, sólo Moby Dyck ha podido chocar con una fuerza
tal contra el casco del Pequod. Hay vías de agua por todas
partes pero la tripulación no reacciona, todos duermen a
pierna suelta, agarrados a su botella de DYC... La mesana
se parte, cae sobre mí justo cuando las aguas se tragan
el puente de mando en el que estoy. Caigo de cabeza al
agua, agarrado al palo como los caballeros a su lanza en
los torneos medievales: “No vi a Dyck, no vi a Dyck” es lo
único que aciertan a musitar mis labios mientras noto cómo
la mesana astillada hace blanco en algo fibroso y las aguas
se tiñen de rojo a mi alrededor. Una risa histérica sale del
fondo de mi alma: “di a Dyck, di a Dyck”, es lo que grito
sin parar mientras que el agua inunda mis pulmones y la
descomunal fuerza del condenado cachalote herido de muerte
me arrastra a nuestra eterna morada...

Sic transit gloria mundi: maldito Dyck, bendito DYC.

Se ahabó.

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E L HOMBRE TRANQUILO ;
Y LA MUJER NERVIOSA

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E L HOMBRE TRANQUILO ;
Y LA MUJER NERVIOSA
El Hombre Tranquilo sí que es una de mis películas favoritas,
pero es que además transcurre en Irlanda, la cuna de mi corazón
:-) El estupendo José Luis Guerín la homenajeó en Innisfree,
bellísimo documental que combina la poesía (Yeats está presente
continuamente), el cine, la nostalgia y el folclore y el tipismo
irlandeses. Confieso que con esta revición un tanto “destroyer”
(el Duque no me lo tome en cuenta) lo he pasado muy bien,
recordando a sus personajes y sus diálogos, su fotografía, su
fantástico y simpático guión, su lírico montaje y, por supuesto, su
pareja protagonista, John Wayne y una especialmente guapa Maureen
O’Hara, que rezumaban química y complicidad. Todos los integrantes
del reparto y del equipo técnico eran una gran familia, la familia de
John Ford, y el buen ambiente que hubo en el rodaje se refleja en
la película. Y, por favor, si tenéis la ocasión, viajad a Irlanda, que
disfrutaréis aún más de este Quiet Man.

A la muerte de Ariadna, su esposo Dionisios puso su corona en el


cielo, entre las estrellas de Hércules y de Boyero; en el cielo boreal
siguen brillando sus gemas.

Esta revición es para la más brillante de todas ellas:

Dijo Napoleón que las batallas contra las mujeres son las únicas
que se ganan huyendo. No sobrevivas, Laztana, VIVE.

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¡Qué mala suerte la mía! ¡Vaya vida más perra la que me ha
tocado llevar y qué cruz, la de haber pasado a la posteridad
con el sambenito de ser una histérica! No, se ve que no tenía
bastante con ser una solterona, así que tuvo que llegar a mi
probablemente anodina, pero sin duda ordenada vida en Innisfree,
ese dichoso hombre tranquilo que no hizo sino revolucionar a
toda la comunidad y trastocar nuestras costumbres...

Sean Thornton apareció en el pueblo una mañana normal. El


tren del que se bajó acumulaba el retraso habitual porque en
cada parada había novedades que comunicar y polémicas que
dirimir, pero la parada en Innisfree no se alargaría tanto como
acostumbraba por culpa de ese americano grandullón con pintas
de millonario extravagante que no tenía nada mejor que hacer
que regresar a la tierra de sus ancestros. Ahí ya se le notaba
que era un tipo raro porque ¿quién quería volver a la Irlanda
de la época habiendo vivido en Estados Unidos? Pues eso, un
hombre tranquilo dispuesto a desoír los sabios consejos de los
paisanos sobre dónde pescar los mejores salmones, que era para
lo único que se acercaban los forasteros a este culo del mundo
en el que vivimos...

Al que le cayó bien desde el primer momento fue a Michaleen


Flynn, ese alcahuete borrachín que “le había limpiado los mo-
cos” cuando era un crío ¡JA! Con esa tontería de la nostalgia
de la niñez, la añoranza de la casita en la que nació y toda
esa palabrería típica de película yanqui Sean fue camelándose a
medio pueblo: la viuda Tillane, que le vendió Blanca Mañana (lo
cual me pareció muy bien, tengo que reconocerlo, porque cualquier

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cosa que fastidiara a mi hermano Will era buena para mí), el
reverendo Playfair (pero bueno, eso era lógico, al fin y al cabo
era protestante, y tan malo que le salió un hijo católico, el Padre
Paul) y así a medio pueblo. Lo que nunca me podía imaginar
es que el Padre Lonergan también fuera a caer en sus garras...

El Padre Lonergan, Dios mío, mi confesor, el cura que me había


bautizado, que me había dado la primera comunión, dispuesto a
tenderme una trampa, que es lo que hicieron todos a mis es-
paldas... Sí, sí, digo bien, me engañaron y me traicionaron todos,
favorecieron que cayera en la telaraña de ese sinvergüenza que
¡se atrevió a darme el agua bendita en su mano en nuestro pri-
mer encuentro! Y si así de descastados fueron los comienzos, ni
os cuento cómo fue lo que le siguió. ¡Adiós mi tranquilidad, mi
parcela de poder, mi matriarcado! ¡Todo patasarriba por culpa de
este tipo que “tocaba la bocina y las chicas corrían a subirse
en su coche”! Eso las americanas, que seguro que eran tan
pelanduscas como se las veía en el cine, y tan desconsideradas
como él lo era en lo tocante a mi buen nombre y a mi reputación.

Pero ¿cómo pudiste ser tan tonta, Mary Kate Danaher? ¿Cómo no
te diste cuenta de lo que se cocía a tu alrededor? Porque hasta
el tonto de mi hermano Will participó en la trama, de forma
involuntaria, eso sí, porque lo engañaron tanto como a mí... con
“las iglesias” y sus conspiraciones habíamos topado los Dana-
her; con las iglesias y con el parné yanqui, el que le abría a
Sean las puertas de la taberna donde solía invitar a rondas de
Guinness sin ton ni son, el que lo enfrentó a mi hermano Will
(que incluso lo escribió en su lista negra) al arrebatarle Blanca

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Mañana... el que lo había convertido en un ser tan soberbio y
tan ignorante que no supo apreciar ni la importancia ni el va-
lor que tenía para mí, como para cualquier hija de Irlanda, su
merecida dote.

Desgraciadamente de todo esto nos enteramos cuando ya era


demasiado tarde, cuando el Padre Lonergan nos había unido
en santo matrimonio ¡como que si llego yo a saber todo este
tinglado me caso! ¡JA! Hoy los tiempos han cambiado y nadie le
ve la importancia a casarse, fundar una familia, educar a los
hijos en las tradiciones y en el respeto a sus mayores, pero en
mis tiempos no quedaba otra... Y así empezó mi fama de “mujer
nerviosa”, a medida que aumentaba el buen nombre de Thornton
y la admiración de mis paisanos, que ya se había encargado el
desgraciado de Michaleen de calificar de “homérico” lo que NO
había pasado durante una noche de bodas que no había sido tal.
Si ya antes de mi relación con Sean la gente del pueblo cuchi-
cheaba a mis espaldas por eso de que soy pelirroja, “y ya se
sabe que las pelirrojas no son de fiar”, ahora nadie se comedía
lo más mínimo, notaba sus miradas burlonas y sus risas, al
principio ahogadas pero después manifiestamente escandalosas...
¡cuánto disfrutaron convirtiéndome en “la mujer nerviosa”, y
cuánto sufrí yo tragándome mi rabia y ocultando mi frustración!

Pero el colmo llegó el día en que humillada, incapaz de aguan-


tar más y, sobre todo, arrepentida de querer, a pesar de todo,
a un hombre que en tan poco me tenía, me fui a coger el pri-
mer tren hacia Dublín, algo que sí que era “homérico” porque,
a pesar del madrugón que me di y de que salí de casa sin

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hacer ruido para que Sean no se despertara, le dio tiempo a
llegar antes que al habitualmente remolón tren. Ese día hizo la
parada más larga que nunca antes el Rápido a Dublín hubiera
hecho, otro motivo por el cual aquella jornada aciaga para mí
se convirtió en inolvidable para todo el condado. Todavía se
oye decir eso de “¿recuerdas el día en que el Rápido a Dublin
estuvo parado seis horas y cuarto en Innisfree? ¡Sí, hombre, ese
día en que Sean Thornton arrastró a la pelirroja Mary Kate
Danaher hasta de los pelos para llevarla de vuelta al pueblo!
¡Y cómo se zurraron los cuñados, nunca lo había pasado tan
bien en un pelea! Yo perdí la apuesta, la verdad, pero después
bebimos tanto y cantamos tanto y lo pasamos tan bien que
jamás olvidaré (ni yo, ni mis hijos, ni mis nietos, ni aquéllos
a los que se lo podamos contar) la fecha más gloriosa de la
historia de Innisfree...”

Desde aquel entonces no me he repuesto: empecé a darle a


la Guinness pero aparte de que me subiera el hierro (lo cual,
todo sea dicho, fue muy positivo para mi salud) no notaba más
efectos que me hicieran olvidar mi mala fortuna, así que me
pasé al Lexatín, al Valium y a todos los fármacos narcotizan-
tes que pillaba por ahí, pero ni por esas podía olvidar que ya
sería para siempre “la mujer nerviosa”. También me aficioné
a la maría, a la absenta, al whiskey (Jameson, eso sí, que una
es todavía una buena irlandesa) pero solo podía oír cómo a
mi alrededor la fama y el buen nombre de Sean seguía cre-
ciendo, se estaba convirtiendo en un mito, el hombre tranquilo
que había conseguido domar a la pelirroja nerviosa.... ¡Si ellos
supieran todo lo que me he tenido que beber, que tomar y que

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fumar para sobrevivir hasta ahora, soportando la vergüenza y
el deshonor de haber pasado toda una vida con este hombre!

Pero hoy ha llegado mi gran día, el día de mi venganza, el día


de mi liberación... Ya llegan, por fin están aquí, pasen, pasen,
procuren instalar la parabólica pronto, ¡y límpiense los pies,
cochinos, que me van a poner toda la salita perdida! A ver,
repasemos, sí, sí, lo tengo todo, varios barriles de Guinness para
Michaleen y sus amigotes, té y pastas para la cursi de la viuda
Tillane y todas la damas de buena reputación del pueblo, el
coñac para el inmutable coronel... Madre mía, no sabía que esta
pantalla gigante iba a ser tan gigante, luego intentaré vendérsela
a los del bar de tapas españolas que nos han abierto en el
pueblo; dicen que España está invadida de pubs irlandeses, pero
mira que lo dudo, cuando son ellos los que nos han “coloniza-
do” con eso del jamón de pata negra, la tortilla de patatas y
la paella... Hola, hola, bienvenidos, pasen, por favor, sean bien-
venidos al humilde hogar de los Danaher Thornton. Pónganse
cómodos, sírvanse ustedes mismos, que están en su casa... ¿Sean?
No, Sean no está, pero tiene un saludo muy especial para todos
ustedes. Sí, ya saben cómo son los americanos, tan tranquilos
ellos, todo lo hacen a lo grande, claro... Vean, vean:

(Nota de la revicionista: llegado este punto me veo obliga-


da a interrumpir la narración para ponerles en antecedentes
de lo que la maquiavélica cabeza de Mary Kate había
ideado. Imaginen a todas las fuerzas vivas del pueblo en
torno a la pantalla gigante en la que, patéticamente, John
Wayne canturrea una cancioncilla junto a Dean Martin, al

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que se le ve en su salsa poniendo en ridículo al gigantón,
más habituado a montar a caballo que a vestir de esmo-
quin. Probablemente se estaba vengando del mal trago que
Wayne le hiciera pasar en ese peliculón que era Río Bravo,
y digo “mal trago” porque lograba mantenerlo sobrio y que
no se echara uno al coleto, misión harto difícil tratándose
de un borrachín como Martin. En el vídeo se les ve lan-
zándose miraditas de complicidad, tonteando y haciéndose
cucamonas, sobándose y riéndose bobaliconamente como
dos adolescentes enamoradizos… una mariconada, vaya :p
Y si no me creen, pongan en You Tube “Dean Martin y
John Wayne singing Everybody loves somebody sometime”
y compruébenlo ustedes mismos, ea)

Sí, es uno de sus amigos americanos, sí, sí, ya ven cómo se


quieren, con qué ojitos de carnero degollado lo mira mi Sean...
¿Qué dice, viuda Tillane? ¿Que ahora entiende porqué he sido
toda mi vida una mujer nerviosa? No, no por Dios, no se lo
tomen ustedes así, mi amado esposo es un hombre tranquilo,
cabal, encantador... es cosa de americanos, ¿saben?, que son
así, un poco raros... Pero Michaleen, ¿cómo puedes decir que
te arrepientes de haber dicho por todos lados que es todo un
hombre y que sus actos son homéricos? ¿Cómo dices? ¿Que te
parece vergonzoso? Pero hombre, no, no te pongas así, es que
los americanos son así, tranquilos ellos... ¿Que a ti te está
poniendo de los nervios? Pero Coronel, si hasta usted está
perdiendo el color; que esto le ha sacado de sus casillas, dice
usted, Padre Lonergan, ¿pero cómo puede decir que si se le
ocurre volver por el pueblo lo excomulga? Y a usted, Reveren-

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do Playfair, ¿qué le pasa? Nunca lo había visto así de indig-
nado; usted, que siempre ha mantenido la sangre fría, incluso
cuando vino su obispo a trasladarlo a otro pueblo porque, la
verdad, feligreses, lo que se dice feligreses, no es que haya
tenido muchos en este pueblo, no...

Ahhhhhh, ahora entienden porqué siempre se me ha visto tan


nerviosa, verdad... Sí, sí, pobre Mary Kate Danaher, sí... ¡A
buenas horas, panda de cotillas, sinvergüenzas, mezquinos e
ignorantes, que eso es lo que son, y muchas más cosas que
no me atrevo a decir porque el cóctel que me he preparado
antes de que vinieran me lo impide! ¡Fuera de mi casa! ¡Dejen
tranquila a la mujer nerviosa! ¡Déjenme en paz! ¡Fuera he dicho!
¡Inmediatamente, fuera!

Ya han pasado varios meses de esto. De Sean no he vuelto


a saber nada y la gente ya no habla de mí, al menos que
yo sepa. Todos agachan la cabeza, avergonzados, las pocas
veces que me ven por las calles del pueblo. Vivo tranquila en
mi casa, nadie me da la lata, les regalé la tele a los chicos
españoles a cambio de un plato de paella todos los jueves,
unas racioncitas de jamoncito de cuando en cuando, de papas
arrugás y de cecinita leonesa de cuando en vez y, sobre todo,
Rioja a discreción. Esto sí que ha traído la paz a mi vida...
estoy aprendiendo canciones típicas españolas, son muy bonitas,
aunque no sepa qué dicen: algo del vino que vende Asunción
y que mi patria querida es Asturias... Por fin soy feliz, por
fin vivo tranquila: la mujer nerviosa ha muerto ¡viva la nueva
Mary Kate Danaher!

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E L ULTIMO
TRAGO EN P ARIS
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E L ULTIMO TRAGO EN P ARIS
El último tango en París no es una de mis pelis favoritas
pero hay que reconocer que Brando estaba, como casi siempre,
genial, que el argumento no dejaba indiferente, lo cual ya es un
gran logro, y que marcó toda una época, así que ya ha pasado
a la historia. A estas alturas ya sabéis que mis reviciones
no tienen mucho que ver con la película: a mí me ha sugerido
algo parecido a la poesía (quisiera denominarla “erótica” si
supiera que Catulo y Ovidio, por citar sólo algunos ejemplos
clásicos, perdonarían mi atrevimiento), aunque no sé si tanto
como la fotografía del gran Storaro. Si de alguna manera he
“removido” vuestro espíritu, como suele hacer Bertolucci, ya
habré conseguido mucho.

Esta revición es tuya, siempre lo ha sido;


lo era, incluso, antes de que te conociera,
igual que ese poema
de tu primera juventud,
era para mí,
que apenas empezaba a abandonar la infancia.

They that Love beyond the World Cannot Be Separated by it.


William Penn.

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Echo de menos ese beso que prologaba otros que nunca vinie-
ron, las palabras que no me dijiste, los sueños no compartidos
que se desvanecieron antes de ver amanecer, y tu cara, y tu
voz, y tu silencio, y tu piel, y tu piel...

Extraño que te derritieras en mi boca, que saborearas todos


mis labios, y esa miel, que me habría envenenado, y tu agua,
que me habría dado vida mientras me la quitaba...

Me falta esa almohada a la que rompiste las costillas imagi-


nándola yo, a la que regalaste tu perfume, a la que cubriste
de tus caricias y de tu sal. Y tus brazos, y tus ojos, y tu
luz, me faltas tú, me falta tu olor...

Odio el tiempo que no hemos pasado juntos, las historias


que no inventamos entre los dos, las películas que no vere-
mos, el jazz que no hemos escuchado y a cuyo ritmo no nos
hemos besado, la brisa que no nos ha refrescado mientras
nos adormecía después del amor, y mis dedos, que no te
han recorrido...

Se me hacen cuesta arriba los días en que no me has dicho


que me quieres, en los que has faltado a tu promesa de
acariciarme y de comerme entera, sin dejar de estremecer
ni un solo centímetro de mi cuerpo que descubrí, tan bello,
con tus ojos...

Amo tus historias y las que has rescatado de mi interior, ¿o


acaso las pusiste tú ahí, donde no quisiste entrar? Y toda la

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confianza y la seguridad que no existía antes, y la verdad,
que antes de ti me era esquiva, y la bondad, que ignoraba
que morase en mí; haciéndome sensible, vulnerable y frágil
has sacado toda la fuerza que había en mí.

No quiero olvidar nada de esto: lo que me falta, lo que me


cuesta, lo que odio, lo que amo. Por eso mi último trago es
por ti, la penumbra otoñal de esta ¿ciudad de la luz? se
pierde en el fondo de mi vaso y quiero beberme hasta la
última gota de mi amargura para estar siempre serena, feliz
y dispuesta para ti. Por lo que fue, por lo que ahora no es,
por lo que será. Por las aristas1 con las que peleamos porque
amamos; ¡a nuestra salud!

1 Gracias, Gabriel Ramírez Lozano, autor.

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E L ESCORCISTA
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E L ESCORCISTA
Uff, no me atrevo a decir mucho de El exorcista, creo que
es la única peli que me ha dado yuyu, pero yuyu-yuyu…
Les aseguro, queridos lectores, que esta revición no lo da.

Esta revición se la dedico al Marqués de Jadomín, que


lucha a diario contra las cohortes del mal: no desfallezcas,
querido, sigue firme como el Arcángel Miguel. Habrá
justicia, y conseguirás tus sueños, esos por los que tanto
has luchado, esos por los que a diario trabajas y que he
tenido la fortuna de compartir contigo muchos años. Sigo
compartiéndolos pero, sobre todo, deseo cada día más que
se hagan realidad, porque lo mereces, porque, como en el
cine, los buenos tienen que triunfar.

Animae dimidium meae


Horacio

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Sí señor, el escorcista, no crean que se trata de un error tipo-
gráfico de esta estrafalaria cuentista, que también podría ser,
pero es que uno es así de raro. De todos los dones del Espíritu
Santo me tuvo que tocar el más extraño: ni el de las lenguas,
ni el de la sanación, ni el de la bilocación... El del escorcismo,
ese me cayó en suerte, que no es sino una variante muy pe-
culiar del don del exorcismo y que consiste en no temer a los
casos más severos de posesión, los de aquellos que por culpa
del diablo presentan un extremo caso de escorzo, i.e., reducen su
longitud según las reglas de las perspectivas, sobre todo si nos
los encontramos en posición oblicua o perpendicular a nuestro
nivel visual. Y si no se lo creen consulten en la Wikipedia, que
no les engaño, aunque sea casi tan raro como la elementa esta
que les cuenta mi historia…

Mi nombre es Padre Karras: me quité el Mac que lo precedía


porque un compañero mío de seminario que sí tenía el don de
las lenguas me dijo que en español mi apellido tenía mucha
guasa. Nunca fui un gran predicador, mis feligreses se aburrían
bastante en las homilías, así que me destinaron a una parroquia
de segunda donde tampoco tenía mucho que hacer: a ver, en un
típico barrio WASP (jo, si es que encima esta tipa habla inglés…
bueno, pues eso, blanco, anglosajón y protestante, traducido al
cristiano) ya me dirán ustedes qué pinta un cura católico... Tan
WASP era este barrio que el único caso interesante que me en-
contré allí lo protagonizó una niña que se llamaba Regan, Regan,
ni más ni menos. Les aclaro que esto es un juego de palabras:
Reagan, Regan... No sé si lo pillan, pero es que el Espíritu Santo
tampoco me concedió el don del sentido del humor, por eso salgo

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en la peli con esa cara de amargao que no puedo con mi alma,
pero al fin y al cabo cada uno tiene que cargar con su cruz.

El caso es que cuando me topé con el drama de Regan, esa


pobre niña deformada, retorcida, vomitando papillas verdes que
daban asco, levitando, bajando las escaleras bocabajo y al re-
vés y haciendo otra serie de contorsiones de lo más repulsivo,
para qué nos vamos a engañar, no me creí, ni de casualidad,
capaz de hacer algo por esa desgraciada alma en pena... Con
lo soso que yo era, con lo poco agraciado por el Espíritu Santo
que había sido, con todas mis miserias, ¿cómo iba a poder en-
frentarme yo a un caso tan terrible? Sólo el mejor podía acabar
con tanto mal, y sin duda el mejor era el Padre Merrin, que
para eso se había enfrentado a la mismísima Muerte en una
partida de ajedrez en una peli que había hecho en su juven-
tud. El séptimo sello, creo que se llamaba, de ese director tan
admirado por los culturetas, Ingmar Bergman, o algo similar,
que ya les he dicho que las lenguas tampoco son lo mío y es
pobre era hombre era danés, o sueco, o de alguna nacionalidad
escandinava y luterana igual de rancia y de triste.

El caso es que esa presencia, esa elegancia, esa sangre fría


del Padre Merrin ante la propia Muerte, ni más ni menos, no
impondría mucho más respeto al maligno que el que pudiera im-
poner yo, un MacKarras cualquiera: el primer día que llegamos
el Padre Merrin y yo a casa de Regan (por cierto, era domingo:
ya fastidiamos el tercer mandamiento porque vaya modo más
asqueroso tenía la dichosa niña de santificar las fiestas) nos
la encontramos blasfemando a diestro y siniestro (el segundo

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mandamiento, y de refilón el primero, también a hacer gárgaras),
mandándole a su madre a tomar por donde amargan los pepinos
(y el cuarto mandamiento, ya ven ustedes el cariz que iban to-
mando los acontecimientos), mintiendo como una cosaca (el octavo
tampoco parecía importarle demasiado) y amenazándonos con
matarnos a todos (incluso el quinto, Dios mío, el quinto también
le importaba un bledo).

El Padre Merrin vio enseguida que lo de este demonio iba a ser


un hueso duro de roer… No, no era un cualquiera, él ya se había
encontrado con el mal absoluto en unas excavaciones en Irak (y
no, no se trataba de Sadam Husseim), así que tuvo claro que
yo podía ser el ayudante ideal. Obviamente él era el mejor, pero
teniendo en cuenta que el diablo que había poseído a Regan era
de los buenos (quiero decir, y ustedes me entienden, de los malos
malísimos) si llegaba a necesitar un escorcista, allí estaría yo.

Ni los rezos, ni las cruces, ni el agua bendita parecían surtir


efecto. Regan (bueno, el diablo, claro) cometía todo tipo de actos
impuros (a tomar por saco el sexto y el noveno) y le estaba
robando la vida a su pobre madre (y el séptimo, ídem). Cuando
comprobamos que ya no le quedaba ni un solo mandamiento que
incumplir (porque seguro que codiciaba esa alma pura que era
Regan, así que también se pasaba el décimo por el arco del
triunfo), que su cabeza había dado varias vueltas alrededor de
su cuello, que no quedaba en la casa ni una sola sábana que
no chorreara vómitos de todos los colores, que sus ataques eran
cada vez más salvajes y que el pobre cuerpo que lo contenía era
cada vez más frágil, más deforme, más feo (mal me está decirlo,

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el Señor me perdone, pero ni el Fary comiéndose un limón era
tan horroroso como esta monstruosa criatura) el Padre Merrin
decidió que ya era hora de que yo entrara en acción. Sí, yo, el
escorcista, porque en su última levitación había mostrado, inequí-
vocos y contundentes, signos manifiestos de escorzo.

“Padre Karras”, me dijo solemnemente el Padre Merrin, “yo ya


no puedo hacer nada más. Regan está sólo en sus manos, y en
las del Señor, claro, pero mi don espiritual no da más de sí”. Y
si el Padre Merrin, el mejor exorcista de su tiempo, el que había
mantenido la cabeza fría incluso en el momento de enfrentarse
en una partida de final incierto con la mismísima Muerte, deja
todo en tus manos (bueno, y en las del Señor, claro), pues ya
me dirán ustedes qué podía hacer yo: pues armarme de valor y
disponerme a asumir las consecuencias de mi don.

Regan me miraba desde el techo, en un forzadísimo escorzo


que desafiaba todas las leyes de la perspectiva y yo le dije
al mismísimo maligno lo único que sabía que podía hacerle
salir de la pobre niña: “Entra en mí, entra en mí”. Aunque
nunca me lo habían explicado claramente en el seminario yo
siempre supuse que este don que me había tocado en suerte
era de lo más cutre porque si alguna vez tenía que ponerlo
en práctica no me iba a quedar otra que palmarla. Tampoco
es que me importara mucho, claro, con esa cara de alelao que
tenía si quería que alguien se acordara de rezar por la sal-
vación de mi anodina alma lo lógico era que me muriera de la
forma espectacular en que lo hice, ya saben, tirándome por la
ventana y acabando así con el diablo que había abandonado el

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cuerpo de Regan para hacerse con un trofeo que consideraba
mayor. Sería un diablo poderoso, nadie lo pone en duda, pero
muy listo no, o al menos no tenía ni idea de que existiera el
don del escorcismo, escaso, aburrido pero, al menos la única
que vez que lo puse en práctica, muy eficaz. Mi cuerpo sí que
quedó en un escorzo horroroso espanzurrado contra la acera,
pero supongo que el demonio ese quedó más chungo que yo…

Por aquí la vida es tranquila, yo no me aburro demasiado porque


como estaba acostumbrado a llevar una existencia de lo más
monótona no echo en falta la acción ni nada de eso. Sé que
el Padre Merrin sigue por ahí, exorcizando a unos y a otros.
Ahora parece que está muy interesado en dos casos, el de un
tal Damian, que es hijo del embajador (o del cónsul, o algo así)
americano en Roma y que parece ser que nació un 6 de junio
(mes 6) a las 6 de la mañana (sí, sí, los que conocéis a la
revicionista esta de tres al cuarto ya sabéis que ella también
nació en esa fecha, pero a las 22, así que aunque la sigáis
leyendo no corréis, de momento, peligro... aunque dadle tiempo) y
el de una chica muy mona que está llevando un embarazo de lo
más complicado y que vive en un edificio de Nueva York que,
según el Padre Merrin, está habitado por adoradores de Satán1.

1 Referencias a La Profecía, dirigida por Richard Donner en 1976 (la dos


secuelas son penosas) y La Semilla del Diablo, de Roman Polanski, protagonizada
por Mia Farrow y por los satánicos vecinos del famoso edificio Dakota de
Nueva York: John Cassavetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer y Ralph Bellamy.

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Yo, pues qué quiere que les diga, creo que el Padre Merrin
ya está mayor para estas cosas y desde esta posición privile-
giada que tengo sé que lo peor que le va a pasar al niño ese
es que dentro de unos años se van a empeñar en hacer dos
pelis más con su historia, y esta primera es bastante buena, y
además sale Gregory Peck, que siempre es una garantía, pero
la segunda y la tercera parte no va a haber quien las aguante.
Y respecto a la chica preñada de la otra película pues nada,
parirá al crío (que sí, que no es trigo limpio, en eso tiene
razón el Padre Merrin) pero luego se liará a adoptar niños
chinos, camboyanos, vietnamitas… y una de sus hijas adoptivas
se casará con un director de cine medio neurótico con el que
ahora comparte su vida. Claro que esta chica nunca eligió muy
bien porque también se casó con un gran cantante (aunque no
tan buen actor) que andaba metido en historias mafiosas y que
le sacaba unos 40 años, más o menos, así que el matrimonio
terminó como el rosario de la aurora…

Sé que todo esto puede parecerles extraño, pero si quieren un


consejo les diría que se cuidaran, que no se estresaran por
nada y, sobre todo, que no se acostumbren a adoptar malas
posturas porque yo, la verdad, caí en un escorzo tan exage-
rado que ando todo trocho por la eternidad, y qué quieren
que les diga, toda una eternidad es demasiado tiempo para
aguantar tan mala postura, pero bueno, es lo que me ha to-
cado y, como creo que ya les dije antes, cada uno tiene que
cargar con su cruz… No obstante, y si pueden evitarlo, no se
hagan escorcistas, que es muy incómodo: se lo recomienda el
Padre McKarras.

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MUJERES AL BORDE DE UN
ATAQUE DE PERNIOS

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MUJERES AL BORDE DE UN
ATAQUE DE PERNIOS
Una de las pelis que más me gustan de Almodóvar, el
“delirante”, el de los 80. Toda la “troupe” almodovariana,
al menos la de esa época, aparecía en la película: Carmen
Maura, su primera musa, Antonio Banderas, Julieta Serrano,
María Barranco, Rossy de Palma, Guillermo Montesinos…
resultan más que convincentes en el ritmo frenético y por
momentos histérico de esta película de acertado guión
y proverbial montaje, por no mencionar su particular e
inolvidable estética. Esta revición es casi tan alocada
como era Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios
y, aunque pueda parecer mentira, y como dicen en los
telefilmes americanos, está basado en hechos reales, así
que prepárate, querido lector…

Pernio : (Del it. pernio, y este del lat. perna, pierna). 1. m.


Gozne que se pone en las puertas y ventanas para que giren
las hojas.
(DRAE)

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¡Ay, Virgencita de Guadalupe! ¡qué mañanita, qué mañanita...!
¡y me la quería yo perder! ¡Santa María del Perpetuo Socorro,
el teléfono suena que te suena a las 6 de la mañana y yo con
los rulos puestos! ¿Que se ha caído? ¡Ay, Señor! ¿Que está
bien? ¡Menos mal! ¿Cómo que han ido los bomberos? ¿Pero no
me dice que todo está bien? ¿Que no podían abrir la puerta?
¡Pero si ustedes tienen sus llaves! Oiga, ¿y han tirado la
puerta abajo? ¿Cómo que ya me lo dirán cuando llegue allí?

Salgo disparada, claro... ¡mira que si se han cargado la puer-


ta! Que sí, que sí, que lo primero es lo primero, pero a ver
qué hago yo ahora, con mi madre “bien”, según dicen estos,
pero sin puerta... Y encima es sábado, claro, para que sea
más fácil solucionar lo de la puerta y todo lo demás...

Sí, sí, yo me bajo aquí, claro, que tú tendrás que buscar


aparcamiento.... Pero, ¿cómo que no ha sido nada, si veo que
están los del SAMUR, la policía municipal y un coche de
bomberos? ¡Ay, Santo Ángel de la Guarda, que esto ha debido
de ser muy gordo, pero mucho, mucho!

Dios mío, qué buenorro que está ese bombero, con su casco
y sus arneses, con su hacha reluciente... con qué brío se
sujeta el mango, ¡ay, madre, lo que te sujetaba yo, hermosura!
Atúsate el pelo, Arantxitamary, qué va a pensar este moce-
tón... Uy, por Dios, si me he dejado un rulo puesto... ¿Qué
tal, comandante? Porque usted será al menos comandante, con
tanto entorchado y tanto galón... ¿Que ya han podido abrir la
puerta? ¡Cuánto me alegro! Pero, claro, ¿qué entienden uste-

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des por “abrir”? Porque yo lo veo con ese hacha y no sé
muy bien qué pensar... Que han “penetrado sin fuerza”, dice
usted... qué sensibles son ustedes, cómo mantienen la sangre
fría, incluso en estas ocasiones. ¿Y no pueden acompañarme
ustedes al 5º? Es que con tanta emoción estoy un poco ma-
reada.... ah, que tienen otro ser-vicio... ¡vicio el mío, morenazo,
que me están entrando unos calores! ¡Esto es un cuerpo, y no
el de profesores de secundaria! Sí, sí, claro que les llamaré si
los necesito, ¿me da usted su teléfono? ¡Ah, qué lástima, que
esto está centralizado en el 112! Ya, hombre, pero es que con
lo (m)amable que ha sido usted, y la confianza que ya tene-
mos... Vale, vale, que todos ustedes quedan a mi disposición:
¿los cinco? ¡Ay, Dios, ni en mis mejores sueños!

Bueno, ya estoy aquí... ufff, pues el municipal este tampoco


está mal. Bendito sea Dios, si esto parece una kermés (¡qué
ganas tenía de poner esta palabra, coño, ya era hora!), con
tanto uniforme, con tanta gente por el pasillo.... ¡Hola, madre,
guapa! ¡Pero si estás temblando, cielo mío! ¡MUACK, MUACK,
MMMMMMMMMMMMUUUUUUUUUUACK! ¡Ay mi niña, qué
carita de susto, y cuánta magulladura! ¡Ay, hola doctor! Este
no está tan bueno, pero ha salido en la tele muchas veces,
que los del SAMUR es lo que tienen... ¿no vendrán ahora
los de Madrid directo, verdad? ¡Y yo con estos pelos! ¡Y mi
Charito en camisón, pero eso sí, yo la arreglo en un momenti-
to y preparadas para el estrellato y lo que haga falta! ¿Sabe
que yo protagonicé un minicorto? Sí, sí, un minicorto, y lo
hacía todo: interpretaba, improvisaba (quiero decir, elaboré un
cuidadísimo guión, deconstructivista, claro, que soy la musa

66 66 66
de la postmodernidad), montaba (no me malinterprete, joven),
dirigía... en fin, que no sabe Hollywood lo que se ha perdido,
que el cine me corr(o)e por las venas... ¿Qué cómo se lla-
maba? La Experiencia, suena muy intelectual, ¿verdad?, como
de Bergman, o así...1 ¡Ah!, que usted quiere decir que cómo
me llamo yo, claro: Arantxa, Arantxitamary para los amigos,
y tutéeme, por favor, que yo también te voy a tutear, que
después de todo lo que hemos pasado juntos...

Pero, ¿qué me dice, joven? ¿Cómo que nos hemos vuelto a


quedar encerrados? Pero eso no puede ser, no señor.... ¡Ay
Virgencita de la Antigua, y los bomberos, que ya se han ido!
Ahora mismito aviso de nuevo al comandante, que seguro que
viene a rescatarme, quiero decir, en nuestro auxilio, en el
mío, claro, pero también en el de ustedes, que ya que esta-
mos aquí todos juntitos, en amor y compañía... Pero bueno, a
quién se le ocurre, si se han cargado ustedes la cerradura,
salir a comprobar si abre o no, echar la llave y dejarnos a
tantos aquí dentro... Y este iluminao, ¿tiene contrato fijo?
Porque fijo que si lo tiene es por enchufe, o algo, lo digo por
lo de sus (escasas) luces... Bueno, pues en vista del éxito,
¿quieren ustedes un cafelito? Es que no es la época, pero
si estuviéramos en verano les preparaba un gazpachito, que

1 Este mini-corto no es una invención literaria, no; desafortunadamente para


mí existe, aunque no creo que este hecho empeore mi reputación, je. Si habéis
llegado hasta aquí a lo mejor hasta os hace gracia verlo, así que os lo enlazo;
eso sí, no me responsabilizo de las atroces consecuencias que su visionado os
pueda acarrear. http://www.youtube.com/watch?v=RKEJMk8sqC4

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es mi especialidad. A mí es que el gazpacho me sale bueno
y rebueno... Sí, sí, claro, doctor, esa chica tan guapa de la
foto soy yo, quién si no... Bueno, pues mientras ustedes se
acomodan por el pasillo yo voy a atender a mi santa, como
en su casa, oigan, siéntanse (y siéntense) como en su casa...

¡Venga, guapa, al baño, que como esto se complica igual


llaman también a los de la tele, que son los únicos que
nos faltan! No, no, los de la prensa gratuita que no ven-
gan, qué cutrerío, por Dios, a nosotras que nos hagan la
exclusiva el Qué me dices, qué menos, no seas modesta,
madre, que el tinglado que hemos montado en el barrio va
a hacer época...

Ya estás, más bonita que un sanluís, pobrecita mía, ¿te duele


mucho, reina? Tú sentadita, que ya me ocupo yo de todo,
cariñomío... ¿quieres una tila, una manzanilla, un gintonic, no
sé... cualquier cosa, algo en particular? ¿Que por qué sigue
toda esta gente aquí? Pues nada, ya ves, que nos han dejado
encerrados, pero he llamado a mi comandante, que ya he co-
gido mucha confianza con él, y estarán aquí en un pispás, a
rescatarme, quiero decir, a rescatarnos.... Debería haber hecho
la dieta esa de la alcachofa, para estar más ligera y que
me baje en sus brazos por la escalera, pero bueno, con esos
bíceps, con esos tríceps (¡ay madre, que me entran de nuevo
los calores!) ni aunque pesara 20 arrobas me abandonaba
mi guapo bombero... ¡ays! (esto leedlo así, suspirando: a ver,
coged aire, retenedlo un poco y liberad los pulmones, así... ¿a
que da gustirrinín?)

68 68 68
Pero mamá, ¿qué dices de Toñi? Si esa señora hace ya 10
años que no vive en esta casa y no tiene llaves tuyas. Y,
además, aunque tenga llaves, qué más da, si es que nos han
dejado encerrados desde fuera, los que están fuera, uno de
los municipales (el más feo, afortunadamente, que el guape-
ras está aquí, manteniendo el orden) y el iluminao también
tienen llaves, pero ya ves de qué sirven... ¡Ay, qué perra
te ha entrado con Toñi! ¡Que no, madre, que esa señora ya
no vive aquí!

¡Uy, si ya han llegado, voy corriendo! ¡Hola amor, ¿has traído


la escala, o vas a entrar a rescatarme? Hombre, prefiero que
penetres suavecito, como antes, pero hijo, si es necesario re-
currir a la fuerza, estoy preparada para lo que sea... Sí, sí,
tengo aceite (ay, ¡cómo es este chico!, piensa en todo...) Ah,
para la cerradura, dices; pues no sé, voy a mirar... no, no,
de 3 en 1 nada, a mí las cosas buenas de una en una, para
disfrutarlas bien... pues no, de eso no tenemos, a ver qué te
has creído tú, que esto no es el carrefour, que seremos de
barrio pero la Arganzuela es un sitio con glamur...

¿Cómo que avise a un cerrajero? Pero, ¿me vas a dejar aquí


tirada? ¡No me esperaba esto de ti! Yo había puesto mis
ilusiones en ti, corderito, siempre había soñado con una situa-
ción como la que me prometías, y ahora me dices que llame
a un cerrajero, a un cualquiera que seguro que no tiene ni tu
preparación ni tu tableta de chocolate, guapetón... ¡AYS! (este
también es suspirando, pero con “quejío” profundo, como en
el cante jondo)

69 69
Y tú, mamá, hermosa, para ya con Toñi, qué pesadita estás,
corazón... ¿cómo que “él” puede abrir la puerta? ¡Toñi era
una señora, madre! ay por Dios, doctor del SAMUR, que dice
usted que a mi madre no le ha pasado nada pero yo creo
que se ha golpeado la cabeza o algo porque ya no sabe lo
que dice, la pobre...

Espera, espera, que oigo ruidos en la cerradura... ¡mi bom-


bero, que se ha arrepentido! Ya sabía yo que volvería a por
mí! ¡Prepárate para una noche de desenfreno, bomboncito,
que de esta no te libras! ¡Uyuyuyuyuy, que ya abre! ¡Y sin
fuerza! ¡Mi héroe!

¡Ah, Toni, eres tú! Que te ha ido a buscar el policía este


feo para que abrieras la puerta... que los bomberos no po-
dían hacer nada y el municipal se ha acordado de que a la
vuelta de la esquina había un cerrajero... ¡Cómo que este
es Toñi, mamá? Toñi no, Toni, TO-NI. Y has abierto así,
sin problemas, con la llave y con la cerradura supuesta-
mente rota... ay, no sigas contando, Toni, que se me cae el
mito, que yo esperaba encontrarme con un bomberazo y, no
es por nada, pero que se abra la puerta y aparezcas tú no
es lo mismo, no, vamos, que no hay color, no hay color...
Ay, hombre, no te ofendas, que yo soy testiga y ya sabes
que las testigas no mentimos y, además, sólo queremos la
salvación y el bien de la humanidad, pero pensando en mi
salvación y en mi bien, qué quieres que te diga, dónde
esté mi bombero...

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Y ustedes, ¿ya se van? Y no han querido tomar un cafelito ni
nada... Pero si todavía no han venido los de Madrid directo
ni nada, ¿no pueden esperarse un poco más? Ah, ya, que lo
han pasado muy entretenido pero que hay otras ancianitas
que pueden necesitarles. Oiga, lo de ancianita no lo dirán
por mi santa, ¿verdad?, que está pachucha pero ya ven us-
tedes qué cutis tiene, como una muñequita de porcelana, más
reguapa está ella que otra cosa, ya quisieran ustedes llegar
a su edad así, sin una arruga... Bueno, pues nada, no “les
entretengo” más (jaja, era un juego de palabras, ¿lo han en-
tendido? Sí, claro, ustedes han dicho que lo han pasado muy
entretenido y yo les he dicho que no los entretengo más...
¡es que soy de un ingenioso! la monda, oigan, ¡la monda!) Ea,
con Dios, con Dios...

Bueno, madre, pues aquí estamos, tú y yo solitas, al borde de


un ataque de pernios pero, ya ves, solas y, como dice el tan-
go, “fanés, descangalladas”... ¿Qué, hace ese gintonic ahora?

En la madrugada del 13 al 14 de noviembre de 2010 mi


madre se cayó en casa y la pobre no pulsó el botón de la
teleasistencia hasta casi 2 horas después porque no podía
moverse. Vinieron los empleados del ayuntamiento del ser-
vicio de teleasistencia, avisaron al 112 para que acudiera el
SAMUR y la policía por si había que trasladarla al hospital

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y como estropearon la cerradura también se presentaron los
bomberos. Lo que he contado así, en tono humorístico, de
primeras no me hizo mucha gracia, como es fácil de entender.
En esos momentos te das cuenta de lo importante que es
que funcionen bien los servicios públicos, y en qué cosas NO
HAY QUE RECORTAR. Gracias a los de la teleasistencia,
a los del SAMUR, a la policía municipal... y a los bomberos,
claro :-) Desgraciadamente, mi madre ya no está aquí para
reírse conmigo. En los últimos meses de su vida, cuando se
perdió en una nebulosa surrealista de la que apenas lograba
discernir algo, se reía conmigo cuando me veía reír porque
por muy extraño que pueda parecer aprendí a disfrutar de su
enfermedad y a quererla como a “mi niñita”, porque en su
madre me convirtió :-)

Mi admirada Ntozake Shange hizo unas declaraciones bellí-


simas sobre lo que una madre supone, sobre todo para las
mujeres. Me siento tan identificada con estas palabras que
las reproduzco a continuación porque creo que es el mejor
homenaje que se le puede hacer a una madre:

...heroism is the willingness to know your


mother and not be ashamed. None of our
mothers are who we want them to be, but I
really adore mine. To know and accept one´s
mother is, for women, our biggest challenge
and gift. It’s a gift to us to know what they
did and how they did it, all mistakes they
made, but it’s still Mommy.

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El heroísmo es la voluntad de conocer a
tu madre y no avergonzarte. Ninguna de
nuestras madres es lo que queremos que
sea, pero yo verdaderamente adoro a la mía.
Conocer y aceptar a la madre es, para las
mujeres, nuestro mayor reto y nuestro mayor
regalo. Es un don para nosotras saber qué
hicieron y cómo lo hicieron, incluso con to-
dos los errores que cometieron, pero al fin
y al cabo es Mami.

Sit tibi terra levis, querida madre, mi mujer technicolor; siem-


pre te quedaste en plano general para que yo acaparara los
planes detalle: esta revición va por ti.

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B LACK CHRISTMAS,
O PARA SER POLITICAMENTE CORRECTOS ,
A FRO -A MERICAN CHRISTMAS
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BLACK CHRISTMAS,
O PARA SER
POLITICAMENTE CORRECTOS,
AFRO-AMERICAN CHRISTMAS
Nada tan opuesto a la candidez y al derroche de falsa
felicidad que había en esa anodina “americanada”
llamada Navidades Blancas que esta revición en la que
pretendo hacer un humilde homenaje a la comunidad
negra estadounidense, tan cercana, admirada y querida
para mí. Con todo mi respeto y cariño esta a mis
hermanos de alma negra, Animae (nigrae) dimidium meae.
Y a mi querido Lovecraft, agradecida por los buenos
ratos me ha hecho pasar.

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78 78 78
Pues sí, soy negro, y a mucha honra, ¿eh? Y negro, negro,
que lo que no puedo aguantar es eso de “de color” ¿Qué
es eso de “de color”? El eufemismo que usan los deste-
ñidos de los blanquitos para referirse a nosotros, a los
pieles rojas, a los asiáticos, a los aborígenes de Oceanía...
a todos los que podemos ver la vida de colores, vaya, sin
el rígido corsé de la “limpieza de sangre y de piel”.

Pero ser negro, a pesar de Obama, sigue teniendo sus


inconvenientes en América... ¡que se lo digan a Amadou
Diallo1, por mucho homenaje que le haya hecho Springsteen
después! A mí, humildemente, no me ha pasado algo tan ho-
rroroso, pero voy a contarles mis “navidades negras”, por
si sirven de ejemplo... A estas cosas estamos, desgracia-
damente, acostumbrados, aunque a veces fuera de Estados
Unidos puedan sonar “extrañas”.

El caso es que estaba yo tan feliz en mi casa preparando


la comida de Navidad. Vivo en Pittsburgh, en The Hill, que
es como se llama el gueto negro aquí, y me siento orgulloso

1 Joven acribillado por la policía de NY cuando intentaba identificarse


porque le habían dado el alto al confundirlo con un delincuente. Al sacar la
cartera de un bolsillo de su chaqueta los cuatro policías “la confundieron”
con un arma y le dispararon ni más ni menos que 41 tiros que dieron nombre
a la canción con que el “Boss” denunció no solo la brutalidad policial, sino
también su racismo.

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de haber tenido vecinos tan ilustres como August Wilson 2
o Art Blakey, que también tuvieron sus “Black Christmas”
aunque no fuera en las fechas adecuadas... Pues, como
decía, estaba yo preparando mi comida de Navidad cuando
oí unos golpes tremendos fuera. Me eché a reír porque me
acordé de la canción del gran Satchmo, la de ‘Zat you, Santa
Claus, porque, claro, si los negros oímos a alguien apo-
rreando nuestra puerta no sé porqué tendemos a pensar que
no va a ser precisamente Santa Claus el que está llamando,
por muy navidad que sea, no señor...

Pues eso, que si el queridísimo Louis Armstrong se ponía


de rodillas y pedía a Dios que fuera Santa el que llamara a
su puerta, yo no pude hacer menos, claro... “¿Eres tú, Santa
Claus?”, pregunté con una mezcla de ironía y de prevención. Al
abrir la puerta, el terror que sentí me heló la sangre y la son-
risa de la boca se convirtió en una mueca mezcla de confusión
y temor. Jamás pude pensar que eso pudiera pasarme a mí:
siempre he sido un ciudadano honrado, he tratado de hacer las
cosas lo mejor que he sabido y que he podido, incluso cuando
las cosas no eran fáciles (nunca lo son) en mi barrio negro,
pero eso... No, no, eso era impensable, jamás se me habría
ocurrido que alguien, ni siquiera un hermano como yo, pudiera

2 Dramaturgo afroamericano, conocido como “el O’Neill negro” por la calidad y la


trascendencia de su obra. Su ciclo del siglo XX es un estupendo retrato de la vida
de los negros en EE.UU. y está compuesto por diez obras, una para cada década
del siglo. Todas ellas, salvo la correspondiente a los años 20, transcurren en The
Hill, barrio en el que se crió Wilson, al igual que el músico de jazz Art Blakey.

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sufrir tamaña humillación. Contarlo me produce todavía ver-
güenza, haber sido objeto de befa y mofa no es nada agradable
y no es en absoluto fácil asumir que esto le haya pasado a
uno, y precisamente a mí, que intento ser una persona discreta,
pasar desapercibido, no molestar a nadie... Pero bueno, creo
que mi historia ilustrará, sin duda, hasta qué extremos estamos
llegando, así que me armo de valor y procedo.

Al abrir la puerta, unos focos me deslumbraron, así que no


pude ver la espuma del micrófono que me pegó un magnífico
gancho de izquierdas en la nariz. “YO POR MI HIJA, MATO,
MAAAAATO” Dios, no entendía nada, ¿qué diablos era eso?
¿quién profería esos berridos que me ensordecían y me atur-
dían aún más de lo que ya estaba?

“Amable concursante, tiene usted el privilegio de haber sido


seleccionado al azahar (sí, sí, el hortera del presentador, o lo
que fuera, dijo “al azahar”; esto era mucho peor de lo que me
temía) para participar en nuestro concurso “AQUÍ TE PILLO,
AQUÍ TE MATO”, y esta es, precisamente, la 1ª pregunta
que tiene que contestar para poder ganar nuestro superpremio,
ser el protagonista de nuestro programa durante todo un mes,
dejar que nuestras cámaras muestren al mundo entero su vida,
su casa, sus armarios... por cierto, ¿está usted dentro o “ya ha
salido”?, jaja, es broma, a eso no nos tiene usted que contes-
tar... todavía” Pero, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué me habían
elegido para tamaña tortura? Me negaba a protagonizar ese
extraño experimento... ¿Por qué yo, Dios? ¿Porque soy negro?
Pero no había tregua, el tío seguía hablando sin darme op-

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ción a meter baza ni a manifestar mi protesta “Pues esa es
precisamente la 1ª pregunta que tiene que contestar, si es que
quiere tener el enorme honor de protagonizar nuestro show...
Ah, caballero, qué suerte que haya sido elegido, cuánto le
estarán envidiando nuestros tele-expectadores” (porque dijo
“expectadores”, sí... ¿pero acaso podía alguien estar expectante
ante algo tan cutre?) “¿Quién es nuestra musa, la diosa de la
belleza, la elegancia y el refinamiento que ya es mundialmente
conocida por esta frase que pasará a la “posterioridad”? (y
por cierto, ¿qué coño era eso de la “posterioridad”?)

A lo mejor esto no era ningún concurso, sino una cámara ocul-


ta, una broma de mal gusto, pero me temía algo aún peor; sí,
una vez más se atentaba contra el pueblo negro, se intentaba
humillarlo, no cabía la menor duda, así que cuando por fin se
calló el dichoso presentador y se produjo el silencio, respiré
profundamente para coger aire y me dispuse a no dejarme lle-
var por la indignación y dejar a mi raza y a los míos en el
lugar por el que llevamos siglos luchando. “Ni sé quién es la
supuesta musa ni me importa, y considero este acto vandálico
un atentado contra la comunidad afroamericana, una manifes-
tación más de las malas artes de los racistas que ni respetan
ni entienden nuestro modo de vida, que se creen mejores que
nosotros y por eso con derecho a violar nuestra intimidad y a
ridiculizarnos sin ningún pudor...”

“Vaya, vaya, vaya, hemos dado con un “intilectual”, uno de


esos que critican nuestros programas y no entienden que la tele
es para el pueblo, precisamente para los que son parte de esos

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a los que usted cree defender”, y, en esta ocasión mediante
un derechazo, volvió a encasquetarme la alcachofa para ver
qué podía responder ante una razón tan poderosa como la que
acababa de esgrimir.

“Pero, ¿qué dice, insensato? Ustedes tratan al pueblo como si


fuéramos catetos, inútiles sin capacidad para pensar. Intentan
idiotizarnos con sus ridículas historias, probablemente para que
nos olvidemos de nuestros problemas y de luchar contra las
desigualdades, contra las injusticias, contra los atropellos de...”
“Y encima es un “planfetario”, ahora querrá hacer “prolesi-
tismo” a nuestra costa, aprovechando la gran audiencia que
nos sigue, adoctrinando a nuestro querido y amable público...”
Fui yo quien, en esos momentos, traté de arrebatarle el micro
al bobo ese y aprovechar mi medio minuto de gloria para de-
cir: “Buenas gentes, lean ustedes más y apaguen la TV, lean
lo que quieran, periódicos, libros, blogs... lo que sea, pero no
se dejen manipular por la caja tonta. En mi blog, yolecan-
tolas40allucerodelalbapuntoafro, podrán ver que...” “¿CÓMO?
- ahora fue él el que se hizo de nuevo con las riendas del
micro - ¡¡¡ENCIMA ES “BLOGERO”!!! ¡VÁMONOS! ¡Y SÉPA-
LO USTED BIEN, ESTÚPIDO, MANIPULADOR, PIRATA,
QUE ES USTED UN PIRATA! ¡¡¡LE VAMOS A DENUNCIAR
A LA SGAE!!!

¡La SGAE! ¡No, por Dios, la SGAE no! ¡No me lo podía creer!
Esto era mucho peor de lo que nunca hubiera podido imaginar...
La SGAE, ¡estaba perdido! Cerré la puerta como pude y salí
disparado al salón, cogí una bolsa de basura y empecé a meter

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en ella, apresuradamente, las cintas de casete en las que mi
hermano me había grabado, hacía ya muchos años (tantos que
Michael Jackson todavía vivía y era negro) las canciones de
los Jackson Five, de Aretha Franklin y de Stevie Wonder; las
viejas cintas de vídeo en las que había grabado los partidos de
la NBA y los conciertos de Ray Charles; los disketes en los
que había guardado mis trabajos de la carrera, los CDs con mi
tesis doctoral sobre teatro (afroamericano, claro), los DVDs con
las actuaciones de mis sobrinos, los mejores raperos de The
Hill... ¡Toda una vida a la mierda! Tenía que borrar mis favo-
ritos, revisar mi disco duro... no, qué va, no había tiempo para
eso. ¡Qué horror!, pero no había más remedio, ni tiempo que
perder... Sí, “format C:”, era mi única opción. Tan pronto como
pulsé enter me di cuenta de mi terrible error: ¡¡¡¡HABÍA DICHO
EL NOMBRE DE MI BLOG EN LA TELE!!!! ¡Ahora sí que
nada ni nadie podría librarme de las garras de la SGAE!

Me derrumbé en el sofá: quería despertarme de esa horrible


pesadilla, pero no estaba dormido, no me quedaba otra que
escapar, recurrir a mi última esperanza, esa que nunca quieres
utilizar pero a la que en situaciones tan dramáticas como la
mía no queda más remedio que echar mano. Cuando se es blo-
guero, y además negro, se es con todas las consecuencias, pero
mi vida de protesta pública había llegado a su fin, tendría que
pasar a la clandestinidad, no me quedaba otra... Ni Obama po-
día solucionar mi tragedia: una vez más, la injusticia golpeaba
con dureza en el corazón de la comunidad afroamericana, y en
esta ocasión la víctima era yo.

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Saqué el pavo del horno: se iba a quemar, aunque ya na-
die se lo fuera a comer. Cogí mi antología de poemas de
Langston Hughes, que siempre me han acompañado, mi I-Pod
cargado de jazz y de blues (afortunadamente en mi arrebato
por intentar limpiar las huellas de mi “carrera delictiva” no
había reparado en ese chisme prodigioso) y salí de casa sin
mirar atrás. Encaminé mis pasos hacia el único lugar en que
sabía que, al menos por un tiempo, podría sentirme seguro.
Anduve y anduve por los barrios más sórdidos, protegido
de la noche por la tonta alegría navideña que reunía a las
familias en el calor de las casas y que había vaciado las
calles: no se veía ni un alma, justo lo que necesitaba para
llegar a mi guarida sano y salvo.

Di 4 golpes en la puerta, esperé a que me contestaran con


otros 2 y canté susurrando la contraseña: Stop, in the name
of love, before your break my heart. La puerta se abrió
lentamente, la oscuridad del interior era aún más tenebrosa
que la de fuera, una mano tiró de mí con fuerza hacia den-
tro y sentí un dolor punzante en la nuca. Noté el microchip;
sí, ya era uno de ellos. Cuando encendieron las luces, me
vi dentro de un círculo rodeado por los que, a partir de ese
momento, serían mi única familia. Las más extrañas criatu-
ras imaginables me dieron la bienvenida, todos los parias de
la tierra, todos los desheredados por nuestra sociedad pare-
cían haberse reunido allí, como los monstruos en la parada
de Tod Browning “Bienvenido a Providence”, me dijeron a
coro, “ya eres uno más de los primigenios”.

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Por primera vez en mi vida, rodeado de seres inusuales,
viscosos, deformes y de todos los tamaños y tonalidades no
me sentí “raro”, ni en la obligación de tener que hacer algo
especialmente extraordinario para reivindicarme o justificar
mi existencia. Sentí paz, armonía, verdadera libertad; y como
primigenio, trabajaré para que las navidades, y el resto del
año, dejen de ser en blanco y en negro y sean de colores,
como lo somos todos nosotros en Providence; pero, sobre todo,
para que las nuevas generaciones no caigan en la tentación
de ser grises.

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HISTORIA
DE UNA NINJA
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HISTORIA DE UNA NINJA
Historia de una Monja fue dirigida por Fred Zinnemann en
1959 e interpretada por Audrey Hepburn y Peter Finch. El
guión está basado en la vida de la ex-monja y enfermera
belga Marie Louise Habets, contada por la novelista
estadounidense Kathryn Hulme. Marie Louise, como la
Hermana Lucas de la película, había estudiado medicina
y pasó por distintos destinos que desaprovechaban su
preparación hasta que fue al Congo como enfermera. De
vuelta a Bélgica abandonó definitivamente los hábitos
cuando su conciencia no pudo “permanecer neutral” ante
la invasión nazi del país, tal y como imponía su orden.

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Desde pequeñita siempre quise ser ninja. Sí, ya sé que puede
sonar extraño, al fin y al cabo era la niña de una familia
bien, fui a los mejores colegios y tuve una educación esmerada.
Todos confiaban mucho en mí: como poco, estaba destinada a
ser como mi madre, mujer modelo, esposa fiel y madre entre-
gada, pero eso era lo mínimo que cabía esperar de mí porque
mi padre soñaba con que fuera a la universidad, con que fuera
médico como él, con que me convirtiera en una de las prime-
ras mujeres en seguir su carrera y siempre, siempre, tuvo la
esperanza de que yo hiciera su sueño realidad.

Pero no, yo quería ser ninja, caramba, y como mi padre me


educó para que pensara por mí misma pues eso hice, pensar,
aunque tampoco demasiado porque cuando tomo una decisión
tengo que reconocer que no hay quien me apee del burro...
Y aunque sé que fue doloroso para mi familia, sobre todo
para mi padre, claro, a los 17 años dejé mi hogar para
convertirme en ninja, para seguir mi vocación, para ser fiel,
sobre todo, a mí misma.

Como podrán imaginar, ser ninja no es nada fácil; una va lle-


na de ilusiones porque toda su vida ha estado deseando que
llegue el momento de entrar en esa especie de noviciado que
es la LOFLINPEN (Legítimamente Orgullosa Fundación para
la Legalización Inmediata de Ninjas en Peligro de ExpansióN)
aunque se sepa que va a ser una experiencia dura, la más dura
que se haya vivido hasta ese momento crucial en la vida. Pero
LOFLINPEN y ser ninja eran mi vida, y de buen grado la
habría dado si hubiera sido preciso por conseguir ser admitida

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allí. Estudié mucho, me preparé, sacrifiqué horas de ocio, de
juegos, de confidencias propias de la edad… todo mereció la
pena cuando, después de haber hecho la solicitud de ingreso y
todas las pruebas en secreto, a espaldas de mis padres y de
mi acomodada familia, llegó la respuesta anhelada: había sido
admitida. ¡Lo flipen!

El caserón que albergaba la sede de LOFLINPEN era impo-


nente; las instalaciones, las salas de entrenamiento, las aulas…
todo estaba diseñado para que el neófito se adentrara en la
filosofía ninja desde el primer momento en que pusiera sus
pies en la sobrecogedora mansión Bruce Van Lee, donada a
los ninjas belgas por el padre fundador de nuestra orden. Pero
lo que realmente me impresionó fue mi celda: no había cama
ni nada que se le pareciera, sólo una manta en el suelo y un
libro en un rincón que se convertiría en mi biblia: el Hagakure.

Entrené con auténtica devoción y pasión; quería ser la mejor


y cada vez que mi maestro nos decía eso de “¿Buscáis
¿Buscáis ser
ninjas? Pero ser ninja cuesta: aquí es donde vais a empezar
a pagar…con sudor”
sudor un escalofrío recorría mi espalda. Sí, el
sueño de toda mi vida se estaba haciendo realidad y haría
todos los sacrificios necesarios para alcanzarlo, para estar a
la altura de las expectativas y de la confianza que mi maestro
depositaba en mí. No podía defraudarlo, mientras estuviera en
LOFLINPEN él me guiaría y me instruiría en las sabias ense-
ñanzas del Hagakure, pero cuando saliera al mundo estaría sola
y sabía que, entonces, empezarían las verdaderas dificultades,
sería el momento clave para demostrar a todos que era una

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verdadera ninja, digna de la instrucción que había recibido, fiel
seguidora de la filosofía de Van Lee… Sería agua, mi friend,
querido amigo que lees mi historia.

Y por fin llegó el momento: mi maestro confiaba en mí plena-


mente y sabía que estaba preparada más que de sobra, aunque
otros maestros ninjas decían que yo era un poco rebelde, que
no siempre ponía buen gesto cuando tenía que cumplir órdenes
que no me agradaban y que la obediencia no era lo mío, pero
no podía evitar pensar por mí misma, era parte de mi vida, así
me habían educado y precisamente gracias a ello había llegado
a ser ninja, así que mi maestro abogó por mí y me consiguió
una misión dura que muchos pensaban que no sería capaz de
asumir. Ahí podría demostrarles a todos de qué era capaz y
ligera de equipaje pero cargada de ilusiones salí de LOFLIN-
PEN dispuesta a comerme el mundo.

Marbella, ese fue mi destino, una ciudad llena de esas cosas


que a la gente normal les gusta pero que a los ninjas auténti-
cos nos repelen: lujos, vicios, juergas, vanidad y vida superflua
por doquier. Y mi protegido era el peor de todos, un niñato
insoportable al que le gustaba lo que él llamaba la buena vida,
pero que para mí era un auténtico infierno... lo que para él
era música para mí era ruido ensordecedor que perturbaba mi
paz interior y lo que él denominaba seguratas estúpidos que
no tienen ni idea de quién soy yo eran para mí auténticos
gorilas con los que tenía que mantener peleas día sí y día
también (mejor sería decir noche sí y noche también, porque mi
protegido hablaba de empezar el día a partir de las 9 de la

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noche). Mis costumbres sobrias y mis hábitos monacales poco
tenían que ver con esa vida disoluta en la que él se sentía
como pez en el agua, nuestros caracteres eran tan distintos
que ni la cortesía natural en la que me habían educado podía
salirme de forma espontánea con él... Aggghhh, que Van Lee
me ampare, aunque me esté mal decirlo, ese ambiente corrupto
estaba haciendo mella hasta en mi alma, pero lo peor estaba
aún por llegar: ¡me estaba enamorando de ese imbécil!

Las cosas no podían seguir así: cada vez que veía a ese ne-
cio sí que tenía escalofríos por todos lados, muchos más que
durante mis durísimos entrenamientos. Trataba de esquivar
su mirada porque me ruborizaba y eso me hacía parecer más
idiota aún, lo que le encantaba porque le daba pie a reírse de
mí (por mucho que él dijera que era conmigo) y a repetirme
lo encantadora que era y la suerte que había tenido con que
LOFLINPEN hubiera tenido el acierto de mandarme a él... No,
no podía ser, tenía que abandonar esa misión, sabía que eso
defraudaría a muchos, sobre todo a mi maestro, que tendría
que aguantar las chanzas de sus colegas diciéndole eso de
“ya te lo decíamos nosotros, la obediencia no es el fuerte de
esta...” ¡Cuánto lamentaba fallar a todos, qué mal me hacía
sentir pensar que mi maestro tuviera que soportar las críticas,
pero confiaba en que él me conocía de verdad y esperaba que
supiera que si abandonaba mi misión no era por no obedecer,
sino más bien por todo lo contrario, porque si seguía en ella
desobedecería, faltaría a todos mis votos, desatendería mis
obligaciones... Sí, porque el memo cuyo nombre no me atrevo
ni a pronunciar había removido de tal manera mi interior que

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me hacía poner en duda todas mis creencias, mis ideas más
profundas, mi fe. Para todos habría fracasado pero esperaba
que mi maestro me entendiera y supiera, como yo, que sólo mi
fidelidad a él y a las enseñanzas del Hagakure me llevaban a
tomar esa terrible decisión.

He vuelto al que se supone mi hogar. La mirada de desprecio


de mi padre es mi mayor castigo y, al mismo tiempo, mi mayor
recompensa; sé que no entiende nada de lo que he hecho pero
confirma que el gesto benévolo y comprensivo de mi maestro
cuando me recibió en LOFLINPEN para asistir a mi ceremonia
de desarraigo no fue imaginación mía. Mi maestro sabe que el
Hagakure vive en mí. Aquí estoy recuperando mi autocontrol,
sé que ya no podré ser miembro de la comunidad ninja y que
tendré que ser una “ghost dog”, pero seguiré siendo fiel a mí
misma. Siempre seré una ninja: siempre, mientras que Marbella
y él (¡¡¡¡¡AAAAYYYYYYYNNNS!!!!!) no vuelvan a cruzarse en
mi camino...1

Y siempre he pensado que la hermana Lucas, la adorable


Audrey Hepburn de Historia de una Monja, era la mujer más
obediente del mundo...

1 El Hagakure es el libro que lee el protagonista de Ghost Dog, su guía


espiritual. Esta película, dirigida por Jim Jarmusch y protagonizada por el gran
Forest Whitaker, cuenta la historia de un asesino a sueldo cuya vida diaria se
caracteriza por su actitud tranquila y por su adhesión al código del honor de los
antiguos samuráis, el Hagakure.

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E L APARCAMIENTO
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E L APARCAMIENTO
1. Me llamo Baxter y tengo un aparcamiento. Sí, ya sé que
para los que me leen desde el futuro esto no tiene mayor
importancia, pero para los que me leen desde el pasado,
desde 2012 por ejemplo, esta frase que les puede resultar
anodina encierra ciertos misterios que su falta de conoci-
miento les impide entender... Esto me obliga a darles alguna
explicación a los lectores del pasado, así que a los que so-
brevivieron al gran cataclismo o poblaron, no me importa por
cuáles medios, este planeta a partir de esa fecha les invito
a saltarse los apartados 2. y 3. y a continuar la lectura
(si es que sabiendo que tengo un aparcamiento aún quieren
seguir haciéndolo) a partir del apartado 4. A mis lectores
del pasado, sin embargo, les pido que no se los salten, si
es que quieren encontrarle algún sentido a mi historia.

2. Mi aparcamiento no era el típico que ustedes, queridos


lectores del pasado, pudieron conocer. Sí, había coches, pero
eran una auténtica antigualla que ya nadie usaba en un
mundo en el que los “autos” (por utilizar un término que
les ayude a imaginárselos) volantes y los teletransportes
eran lo más habitual. Mi aparcamiento, de hecho, era una
reliquia arcaica, uno de los pocos edificios que, milagrosa
y paradójicamente (y uso este adverbio porque ya era una
cochambre en esos momentos) sobrevivieron al cataclismo de

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20... Mejor no les revelo la fecha, no sea que si lo hago
cunda el pánico y ustedes se empeñen en tratar de evitarlo
y la caguen aún más, así que me callo y voy al grano, que
encima de que en esta época sólo leen 4 gatos (bueno, y
en la de ustedes me temo que también) no voy a disuadir
a los pocos que se animan a dedicarme unos pocos minutos
de su tiempo.

3. Mi aparcamiento alquilaba coches por horas, pero esos


coches no salían de allí, entre otras cosa porque estoy
convenido de que casi ninguno hubiera llegado siquiera a
la vuelta de la esquina. En esos coches tenían lugar citas
clandestinas, encuentros amorosos ilícitos y, a veces, incluso
sórdidos... Eso sí, la discreción estaba garantizada, yo era
una tumba y llevaba tantos años dedicándome a eso que ya
no sentía curiosidad alguna, si es que alguna vez había te-
nido la tentación de espiar a los usuarios de mi negocio. La
crisis económica de finales de la primera década del XXI y
de la segunda había llevado al cierre de mucho hoteles, así
que los adúlteros tuvieron que buscar alternativas que no
les arruinaran pero que les permitieran continuar dándose
las alegrías que su monótona vida familiar les privaba...
Y así, poco a poco, mi establecimiento fue ganando fama
de sitio tranquilo y lo suficientemente mal iluminado como
para que si el azar hubiera llevado a que dos conocidos se
tropezaran no pudieran reconocer en el oscuro rostro con el
que se cruzaban las facciones de algún compañero, pariente,
vecino, amigo o, por qué no, cónyuge.

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4. Ahora que los lectores del pasado ya saben, aunque sea muy
por encima, las implicaciones de ser el propietario de un apar-
camiento, quizás sean los lectores del futuro los que se sorpren-
dan de que fuera precisamente yo, uno de los individuos menos
apropiados para una misión así, un tipo vulgar hasta decir basta,
el elegido para acabar con una partida defectuosa de replicantes
PLEXUS 5300.

¡Mierda, otra vez! ¡Tengo que volver a dar explicaciones a los


pobres ignorantes del pasado! Por favor, amables y pacientes
lectores del futuro que ahora se sentirán encantados de que ya
quedemos tan pocos humanos porque no hacemos otra que pro-
clamar nuestra incompetencia a cada paso: les invito, de nuevo,
a saltarse el párrafo 5. y les pido perdón por las molestias. Mi
torpeza narrativa no hace sino darles la razón, las capacidades
de los humanos son tan limitadas... Afortunadamente para ustedes
ya quedamos muy pocos, y casi todos somos viejos o estamos
enfermos, taras estas que ustedes nunca conocerán.

5. Pues ya estoy de nuevo con mis lectores del pretérito plus-


cuamperfecto. Ya antes del gran cataclismo los genetistas habían
creado los PLEXUS, unos replicantes (ustedes creo que les llama-
ban algo así como “clones”) que podían hacer todo lo que hacían
los humanos pero con muchas grandes ventajas. La principal de
ellas apuntaba al modo de vida que hoy en día es habitual porque
los PLEXUS ni enfermaban ni envejecían, lo cual ponía punto
final al lastre de la degeneración celular que ustedes y yo estamos
condenados a sufrir. El resto de las ventajas estaban íntimamente

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relacionadas con esta: un PLEXUS podía hacer el mismo trabajo
que un humano mucho mejor y más eficazmente; era, por tanto,
altamente rentable. Pero la característica que más enorgullecía a
sus creadores era que habían conseguido anular el deseo en los
PLEXUS: el “Mundo Feliz” que imaginó ese tal Huxley del siglo
XX estaba cada vez más cerca.

6. Y ahora que todos ustedes están al tanto de la situación,


comprenderán mi sorpresa cuando el Gran Consejo contactó con-
migo para “reciclar” a los PLEXUS 5300 defectuosos. Esta
partida había desarrollado su cerebro de forma anómala porque
empezaba a “involucionar”, tanto que ya no eran autopoiéticos,
no; desgraciadamente, empezaban a acercarse a los humanos, se
extasiaban ante la contemplación de la belleza, se preocupaban
por sus semejantes, se enamoraban, sufrían, disfrutaban de los
pequeños placeres de la vida, tenían ambiciones... En resumen, que
eran un auténtico desastre, exactamente como usted, amable lector
del pasado, y como yo.

7. El Gran Consejo pensó que yo podía ser adecuado para esa


delicada misión por tres motivos. En primer lugar, era totalmente
prescindible, el mundo no perdería nada, más bien al contrario,
si yo perecía en la misión. Segundo, pensaban que todas mis
debilidades eran las mismas que las de los PLEXUS 5300, así
que me sería fácil dar con ellos e identificarlos. Y por último, mi
discreción y mi mortalidad garantizaban que nadie tendría conoci-
miento de mi misión... “¿Nadie?”, se preguntarán ustedes, “¡pero
si lo está contando a todo el mundo!”. Ya, pero lo estoy contando
a través de un medio tan obsoleto como el blog; será difícil que

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alguien del futuro lea esta historia, y si lo hace toda esta trama
habrá ocurrido tanto tiempo atrás que ya no tendrá importancia. Y
respecto a los lectores del pasado, ¿qué importan los lectores del
pasado si son tan humanos como yo y, por tanto, tan perecederos
y dispensables?

8. Para no aburrirles demasiado les diré que todo me resultó más


sencillo de lo que pensaba. Supongo que llevaba tanto tiempo ence-
rrado en mi aparcamiento y sin relaciones verdaderamente impor-
tantes con mis semejantes que había conseguido anular muchos de
mis deseos, lo que me ponía en una situación privilegiada respecto
a los vulnerables PLEXUS 5300. Además, al estar en continuo
contacto con humanos viciosos que hablaban abiertamente de sus
miserias y de sus pasiones más bajas en mi aparcamiento estaba
al tanto de los garitos donde podría encontrar con facilidad a los
replicantes defectuosos. Localizarlos fue fácil y eliminarlos no me
supuso ningún conflicto moral, aparte de que por cada uno de ellos
me ganaba muchos créditos que me permitirían cambiar de vida y
abandonar mi aparcamiento cutre... si es que eso era lo que quería.

9. Pero estoy abriéndoles ¿mi alma?, así que no puedo engañarles:


mi encuentro con el PLEXUS 5300 LGG fue una auténtica pesa-
dilla. Era fuerte, seguro de sí mismo, amable, divertido, generoso,
inteligente, gentil... Era un viajero impenitente, un hombre renacen-
tista, no admirarle era difícil pero no quererlo era imposible. Me
sentía tan incapaz de enfrentarme a este reto que, incluso, llegué
a encomendarme al dios que fuera, algo tan ridículo que hasta
a mí me desconcertó... Lo peor es que ese dios me escuchó; o
quizás PLEXUS 5300 LGG era tan perfecto que leyó mi mente,

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interpretó mis miedos y se compadeció de alguien tan triste y tan
mediocre como yo, tanto que decidió facilitarme la misión. Bajo una
intensa lluvia que en un momento dado no supe distinguir de mis
lágrimas y de lo que pensé que también pudieran ser las suyas,
pronunció unas palabras que llevo indelebles en mi corazón y que
dejaron bien patentes que su categoría humana, por muy paradójico
que pueda parecer el término para un replicante, era muy superior
a la de la mayoría de los que supuestamente sí lo éramos:

“He visto cosas que vosotros no creeríais, naves de ataque en


llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad
cerca de la Puerta de Tannhaüser. Todos esos momentos se per-
derán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”

10. Después de esto no tengo mucho más que decir... El Gran


Consejo se sintió muy satisfecho con mi trabajo hasta el extremo
de que me atrevería a decir que el día que me recibieron para
darme mi recompensa en créditos estaban un poco eufóricos y se
sentían incómodos porque esa sensación no les resultaba familiar
ni agradable. Fui yo quien se aprovechó de ese momento de debi-
lidad para pedirles que, en vez de créditos, me dejaran seguir con
mi vida y me otorgaran el privilegio de tener una PLEXUS 1100
para mí, una chica sencilla y bastante primitiva porque se trataba
de un prototipo que había sobrevivido a las mejoras posteriores
que los genetistas habían alcanzado en sus hermanos.

La conocía de vista porque solía venir a mi aparcamiento pero, a


diferencia de cualquiera de los clientes habituales, ella sí que no
me resultaba invisible. Su presencia iluminaba mi rutina y siempre

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saludaba, tímidamente, al entrar y al salir y me dirigía una mirada
cálida y azorada. Había sido testigo mudo de sus sonrisas y de
sus lágrimas, de sus esperanzas y de sus decepciones, de sus
sueños y de sus caídas... Una PLEXUS 1100 no suponía ningún
riesgo para la sociedad, tenía fecha de caducidad, no era más que
un experimento que había durado más de lo previsto y que había
permitido que los científicos mejoraran las versiones posteriores.

Me la concedieron, y con ella compartí mi vida; jugábamos a car-


tas, veíamos pelis antiguas de esas que guardaba como un tesoro
porque después del cataclismo el cine desapareció, leíamos libros
prohibidos porque no eran los folletos y los panfletos recomenda-
dos por el Gran Consejo, saboreábamos comidas vetadas porque
ella misma se encargaba de prepararlas y no eran los insípidos
productos permitidos por el Gran Consejo y destinados a cubrir
las necesidades básicas de la población sin que se perdiera mucho
tiempo y sin que se crearan falsas expectativas gastronómicas
y, sobre todo, disfrutábamos del jardín, tan clandestino como mi
aparcamiento pero en absoluto tan deprimente porque fue ella
quien se encargó de darle vida y de hacer que en él cada día
saliera el sol... Hasta mi aparcamiento parecía menos feo cuando
a ella se le ocurría dejarse caer por ahí.

De eso hace ya algunos años; sé que nuestro tiempo se acaba y


por eso he querido contarlo todo, probablemente con la estúpida
idea de que esta historia puede animar a los lectores del pasado
que estarán enfrentándose a momentos difíciles (todo era difícil en
el pasado) y que tendrán miedos a todo y a todos, y con la idea
más ridícula aún de que los del futuro, que creen conocer todo lo

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que aconteció, vean que hay muchas cosas, seguramente banales
para ellos, que sin embargo llenaban la vida de esos extraños
habitantes que poblamos su mismo mundo en tiempos ya remotos.

Nuestro tiempo se acaba, pero no nos importa. Hemos pasado


nuestra vida sin sobresaltos, hemos llevado una existencia tran-
quila y nos hemos querido sin grandes pasiones, pero también
sin grandes sufrimientos. Somos moderadamente felices, creo que
no se puede pedir más. Y además, desde el día en que conocí a
PLEXUS 5300 LGG tengo la sensación de que él, que propició
nuestra convivencia, vela también por nosotros. Sé que esto sí
que es totalmente incomprensible para los lectores del futuro pero,
quién sabe, a lo mejor alguno del pasado, que se ha olvidado
de vivir y de que nuestra propia existencia es la pervivencia de
los que nos precedieron, decida engancharse a la vida de nuevo...
porque la vida tiene muchas formas, y nos ofrece muchos cami-
nos y si nos sentamos a verla pasar pasará, pero sobre nuestros
cadáveres....

A Luis GG, un PLEXUS 5300


que ya ha cruzado las puertas de Tanhauser:
Sit Tibi Terra Levis.

No hace falta decir que la inspiración de esta revición la podéis


encontrar en dos auténticos peliculones, El Apartamento, de Billy Wilder,
y Blade Runner, de Ridley Scott. Si no las habéis visto, id a la videoteca
inmediatamente y purgad vuestro pecado disfrutando de las dos: será
una de las penitencias más agradables que cumpláis en vuestra vida.

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HISTORIAS DE
P ILI Y D ELIA
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HISTORIAS DE P ILI Y D ELIA
Historias de Filadelfia es una de las mejores comedias
del cine. Dirigida en 1940 por George Cukor está
protagonizada por una Katherine Hepburn y un Cary
Grant en estado de gracia, junto a unos “secundarios”
de lujo, entre los que cabe destacar un magnífico James
Stewart en un registro en el que no se prodigó. Ruth
Hussey, interpretando a la fotógrafa, completa el cuarteto.
El guión es, sencillamente, magistral. El gran Orson
Welles decía que una buena película era tres cosas:
guión, guión y guión. Según esta definición, Historias de
Filadelfia es una auténtica obra maestra.

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Hola, soy Pili Lord y me abuuuuuuurro mortalmente. Soy una
chica bien, vivo en una mansión impresionante, nado en la
abundancia, me casé con un hombre guapo pero inaguantable
del que me divorcié, he viajado y viajo cuanto quiero, gasto a
manos llenas... pero me aburro.

A veces me gustaría ser pobre; ¡debe de ser tan divertido! Cada


día una emoción nueva, una incógnita, un problema magnífico
al que estoy convencida que tiene que ser muy ameno enfren-
tarse... ¿comeré hoy o no?, ¿podré comprarle a mi niño unos
zapatos para que no lleve esas alpargatas viejas y rotas ahora
que no para de nevar?, ¿me embargarán la casa por no poder
pagar la hipoteca?... todos los días un reto, un aliciente para
seguir vivo, un motivo por el que luchar. Pero yo lo tengo todo
y me aburro, soy una víctima, digna de compasión... seguro que
ustedes se hacen cargo.

Por eso entenderán que por ver si me entretengo algo, me haya


dado por casarme otra vez. La verdad, mi prometido es soso
sosísimo, pero como C.K. Dexter era tan insoportable, tenía
tanta personalidad, era tan arrollador y tan interesante pues
no había manera de meterle en cintura, así que he pensado que
quizás mangonear a un pavisoso como George me divierta una
temporada... al menos voy a intentarlo porque tengo que hacer
algo para salir de esta monotonía.

Hasta ahora los preparativos de la boda me han tenido bas-


tante atareada y eso ha puesto una nota de color en mi gris
existencia. Sin embargo, casi todo está listo ya, perfectamente

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planificado y organizado, así que empiezo a aburrirme de
nuevo y no sé cómo podré soportar estos días que faltan para
la ceremonia. Afortunadamente, acabo de recibir noticias de
mi ex, que pretende venir a verme y no sé qué me ha conta-
do de unos periodistas. La verdad, C.K. tiene una habilidad
especial para sacarme de quicio, pero al menos su presencia
y la posibilidad de tener unas cuantas buenas trifulcas le da
cierta emoción a esta rutina tan anodina.

Están a punto de llegar... oigo un coche acercarse, deben de


ser ellos. ¡Vaya!, el perodista no está nada mal y la fotógrafa
es muy mona, demasiado, tal vez. Se la ve tan preparada,
tan independiente, tan segura de sí misma... ¡aggghhh, la odio!
¿Cómo se ha atrevido C.K. a traer esta arpía a mi casa?
¿Lo ven? ¡No sé cómo se las apaña para hacerme perder los
nervios, en cuanto cruce el umbral de mi casa se va a enterar!

“C.K. ¿quién te crees que eres para irrumpir en mi casa y


arruinar la tranquilidad que me caracteriza? ¿No comprendes
que necesito paz y calma para prepararme para mi enlace?
¿Cómo que qué cursi e hipócrita que soy? Y tú, ¿qué? ¡Fan-
toche, que eres un fantoche! Encantada, Sr. Connor, lamento
que nos conozcamos en circunstancias tan aciagas... y usted,
Señorita Imbrie... ¿Cómo, que la llame Delia? ¿Pero quién
se ha creído que es, qué confianzas son esas? ¡¡Lagartona,
que es usted una lagartona!! ¿Cómo que le encanta mi perfil
izquierdo? ¿Lo dice en serio? Sí, sí, ya sé que soy fotogé-
nica, Pili Lord siempre ha sido una de las más glamurosas
y bellas caras del papel couché y, la verdad, parece que los

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años no pasen por mí... Venga conmigo… Delia, me dijo que
se llamaba, ¿verdad?”

Pues sí que es simpática esta chica, y qué agradable... El


Macauly este parece un poco bobo, buena persona, seguro, pero
me temo que un títere en las manos de C.K., pero Delia Imbrie
es otra cosa, eso está claro. Con qué seguridad se desenvuelve,
se ve que es toda una profesional de la fotografía, enseguida
ha apreciado mi belleza y mi buen porte. Y no es por nada,
pero parece que se haya criado en un entorno como este, queda
tan bien en esta casa, no desentona ni con los muebles, ni con
la tapicería, ni con la decoración... ¡Y qué guapa es! Además,
no le hace ni caso a C.K., el Sr. Connor le sigue como un
perrito faldero, seguro que irán a entrevistar a mi padre, y
a mi madre, y al mayordomo, a ver qué cuentos chinos sobre
mí les sacan: que si estoy histérica con todo esto de la boda,
que si George Kittredge es un pobre tonto al que maltrataré y
volveré loco con mis caprichos y mi antojadizo carácter, que si
qué lástima que lo mío con C.K. se fuera al traste, con todo
lo que lo querían en esta casa... No quiere más que regalarse
los oídos y disfrutar con mi enojo, así que no le voy a dar el
gusto, no señor. Que se quede con su Sr. Connor, que yo me
llevo a Delia... por cierto, ¿puedo tutearte, verdad, reina? Sí,
claro, llámame Pili, como hacen mis amigas del alma, que tú y
yo ya lo somos. Eres preciosa, Delia, y vaya tipazo tienes; ¡¡¡lo
que yo llamo una mujer cañón, pero cañón cañón!!!

Pues yo, qué quieres que te diga, bombón, que en el fondo de


mi alma soy una pobre infeliz... sí, supongo que todavía no he

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encontrado lo que quiero, claro, porque C.K. no me lo dio y
pongo en duda que el Sr. Kittredge esté a mi altura, y desde
luego, yo no estoy dispuesta a ponerme a la suya1 .

¡Qué sonrisa tan encantadora tienes, Delia! ¿Que sonríes porque


te sientes bien a mi lado? ¡Hacía tiempo que no me decían un
cumplido tan bonito! Cómo me gustaría llevarte a todos esos si-
tios maravillosos que conozco porque seguro que contigo serán
bellos, e interesantes... ¿Me dices en serio que te encantaría?
Ufff, eso me hace la mujer más feliz del mundo. Ay, Delia,
qué me has dado, que mi corazón late alocado y me tiemblan
las piernas... Ay, madre, nunca me habían besado así, no sé si
esto es correcto, pero qué diablos, me encanta... ¿Que lo único
correcto es ser feliz? Sí, supongo que tienes razón, pero llevo
toda la vida haciendo lo que se supone que tengo que hacer
y aburriéndome como una ostra, como es mi obligación; seguro
que contigo no me aburriría nada nada, ¿puedo probar? ¿Cómo
que “debo” probar? ¿Lo quieres, de verdad, tanto como yo?
Ay bendito, esto sí que no se lo esperan, pero, la verdad, no
se me ocurre un momento mejor para dar la campanada. Al fin
y al cabo, todos están pendientes de mí, así que todos lo sa-
brán de golpe... Espero que mis pobres padres no se lo tomen
demasiado mal, seguro que no, al fin y al cabo están acos-

1 Es famosa la anécdota de que cuando Katherine Hepburn conoció a Spencer


Tracy le dijo eso de “qué bajito es usted, Sr. Tracy”, a lo que el genial actor,
haciendo gala de su mejor ironía irlandesa, contestó “No se preocupe, Srta.
Hepburn, ya me encargaré yo de ponerla a mi altura”. Son una de mis parejas
favoritas de todos los tiempos.

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tumbrados a mis extravagancias. Pero esto no es un capricho
más, cuando una encuentra el amor verdadero lo sabe, y lo sé
porque nunca antes había sentido algo así, nunca antes había
tenido tanta certeza sobre algo, nunca antes me había sentido
tan segura de mí misma. Y además, ¡qué transformación! ¡Ya
no siento ni el más mínimo aburrimiento! Solo el amor auténtico
puede cambiar a alguien así, de repente y radicalmente. Bésame
otra vez, amor, tus besos me hacen sentir viva.

Pero ven, dame la mano, corre, que veo al Sr. Connor con
mis padres, con C.K. y con George. ¡Y el mayordomo les lleva
unos refrescos! ¡Qué bien, todos juntos, no puede haber mejor
ocasión! ¡Ay, Delia, qué feliz me haces, contigo me siento capaz
de cualquier cosa! ¡Qué felices vamos a ser!

“Hola, hola, por favor, no se levanten... Sr. Connor, seguro


que ya habrá recavado información suficiente para su reportaje
pero, ¿quiere una auténtica exclusiva?”

Para Paloma;
ya sé que no es un póster de la Hepburn con pantalón,
pero seguiré buscando.

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T U P IE
IZQUIERDO
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T U PIE IZQUIERDO
Mi pie izquierdo es una de esas películas de superación
personal que tanto gustan en Hollywood, aunque
transcurre en Irlanda, los actores y el director lo son y,
al menos, se ven en ella las miserias de cualquier ser
humano, incluido las del “héroe” de la película. Está
basada en la vida del pintor y escritor Christy Brown,
que superó su parálisis cerebral gracias a su tenacidad
y al apoyo incondicional de su madre. En esta película
funciona, como en otras, perfecta y eficazmente el tándem
Jim Sheridan y Daniel Day-Lewis, actor que consiguió el
óscar por su interpretación.

Esta revición también narra una terrible historia de


superación… aunque no tan ejemplar, me temo.

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“Caminé 7 kilómetros por ti”...

¡Valiente gilipollas! Si creías que con eso me ibas a ligar lo


llevabas claro... A mí, la reina de la displicencia, la que usaba
a los hombres, los tiraba como si de un kleenex se trataran y
los humillaba; la que presumía ante sus amigas de pasar de
los tíos, del romanticismo, del amor eterno...

¡¡Jo-der!!, ¿por qué me enseñaste los pies? Sí, soy fetichista,


lo reconozco, donde haya un buen pulgar que chupar me pongo
a mil... pero esa ampolla... ¿¿¿Era cierto!!! ¡Habías caminado 7
kms. por mí! Por llegar hasta mí con esa piel rasgada, con
los talones en carne viva, con los dedos sangrantes porque tus
uñas (demasiado largas, guarrete... ¿no has oído hablar de la
pedicura?) se te habían clavado en la carne y habían profanado
tu sagrada piel de aroma... un tanto a Torta del Casar, para
qué nos vamos a engañar, y por eso mismo, para mojar pan.

Pero cuando me enseñaste la ampolla de TU PIE IZQUIER-


DO... ¡ay madre, qué am-polla! Me sentí más-turbada, aturdida
y mareada que nunca... El tamaño sí importa, ¡vaya que si
importa!, y nunca, y cuando digo nunca es nunca, a pesar de
mi experiencia de odalisca, a pesar de que el mismo Ovidio
podría haberse inspirado en mí para escribir su Ars Amandi,
a pesar de que si hubiera sido Scherezade habría convertido
las 1001 noches en 41.356 (4-1-3-5-6... reintegro el 7)... A
pesar de toda esa vida disoluta, nunca me había topado con
una am-polla como la tuya.

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Caminaste 7 kms. por mí, y yo perdí mi equilibrio, mi repu-
tación de femme fatale, mi buen nombre como amante pluri-
lingüe.... Caminaste 7 kms. por mí, y desde entonces vago por
los caminos, duermo en las cunetas, me vendo al peor postor...
pero no he vuelto a ver un pie tan herido, tan vituperado, tan
amante, y no he vuelto a sentir el escalofrío que convulsionó
mi espina dorsal ante esa am-polla tuya, llena de pus que me
veneraba, cargada de tu sangre derramada por mí...

Caminaste 7 kms. por mí, y 70 veces 7 caminaré los 7 días


de la semana, los 12 meses del año, todos los años que me
queden por vivir, porque esa enooooooooorme am-polla tuya me
une a ti irremediablemente, me hace eternamente tuya, ilumina
mi vida y, angustiosamente, también me la quita...

NOTA: Este “relato exprés” incorpora la frase “caminé 7 kms.


por ti” con la que Carlos Salem nos invitó a participar en la
convocatoria de micro-relatos El tamaño sí importa que se celebra
todos los miércoles en Los Diablos Azules: lo que me sorprende
es que ganara. Se lo dedico con todo mi cariño a Luis Ricardo
Suárez, el poeta pijo, el más laureado de los micro-relatistas: el
premio me lo bebí en tu honor :-)

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MURIERON
CON LAS
BATAS PUESTAS
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MURIERON
CON LAS BATAS PUESTAS
Murieron con las botas puestas es una de esas películas
épicas y patrioteras tan típicas del Hollywood clásico. Propias
de una época en la que EE.UU. necesitaba afirmarse tras
la Gran Depresión, reivindica las características asociadas
al supuesto “espíritu americano”; el honor, el sacrificio,
la constancia, la superación de uno mismo… asociados
al bien de la comunidad que se librará del terrible mal
que le acecha gracias a esa entrega. Solo que en esta
ocasión ese “terrible mal” eran “los indios”, los nativos
americanos, y “los héroes” el Séptimo de Caballería bajo
las órdenes del General Custer, el militar ejemplar, el
prototipo de soldado que tras la Guerra de Secesión en
vez de recibir los honores de otros compañeros de armas
fue destinado a seguir batallando en la Guerra contra los
Indios y encontró su muerte a manos de Caballo Loco y
sus hombres en la batalla de Little Big Horn.

Las heroínas de esta revición también están dispuestas a


entregar sus vidas, si fuere necesario, aunque teniendo en
cuenta los tiempos que corren me parece que su batalla es
mucho más noble y justa que la que protagonizó Custer.

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“¡Qué tiempos, Concha, qué tiempos!”, decía Choni mientras
ponía alfileres aquí y allá en la falda de su vecina y, sin
embargo, amiga. “Hija, no sé si voy a poder hacer gran cosa;
por mucho que la tunee la tela ya está un poco pasadita y con
tanto volante vas a parecer la Pantoja…”.

“Ya, Choni, ya lo sé, pero ¿qué quieres que haga? A Mariano


no le pagan desde hace tres meses y los ahorros nos los hemos
comido. Hay que fastidiarse, que tengan que estar mis suegros y
mi madre echándonos una mano para terminar el mes… Bastantes
miserias pasaron los pobres en la posguerra, que en sus casas
apenas había qué llevarse a la boca; y ahora, si no fuera por
ellos, que no han dejado de apretarse el cinturón toda la vida, los
que no tendríamos qué llevarnos a la boca seríamos nosotros…”

La conversación se repetía día sí y día también; hoy la excu-


sa era la falda que Choni iba a arreglarle a Concha para que
fuera un poco “más apañá” a la entrevista con la empresa de
limpiezas que la había llamado. Si la contrataban al menos no
tendría que seguir pagando la seguridad social de su bolsillo y
el sueldo sería un poco mejor que lo que iba sacando de asis-
tenta en varias casas. Ayer había sido Choni la que compartió
sus tristuras con Concha: Paco tenía la espalda cada día peor,
pero como el ERE de su empresa había consistido en reducir
el horario y el sueldo de los empleados para evitar despidos,
estaba haciendo el turno de noche en el taxi de su hermano, que
había tenido que echar al conductor rumano que lo hacía porque
ya no podía pagarle. Paco apenas dormía cinco horas, pero qué
otra cosa podía hacer, con dos chicos en casa y sin trabajo…

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Las dos amigas se ayudaban cuanto podían. Concha teñía y
peinaba a Choni y le cortaba el pelo a “todos sus hombres”,
mientras que Choni hacía milagros con la ropa de la familia ve-
cina; Mari Ángeles, la chica de Concha, había ayudado a los de
Choni a aprobar la secundaria. Era muy lista; si a pesar de los
recortes, y gracias a su expediente académico, mantenía la beca
se convertiría en la primera licenciada de la familia; a cambio,
Miguel, el mayor de Choni, que era un manitas, se encargaba de
las chapuzas de ambas casas, y se sacaba algún dinerillo con la
buena fama que Concha le pregonaba por todo el barrio.

Aunque Choni y Concha despotricaran, no hacían mucho más,


como casi todos los mortales. Con luchar por el día a día tenían
bastante, y además, qué iban a hacer dos marujas como ellas…
Los políticos y los banqueros serían unos sinvergüenzas, sí, y
el que no había hecho una trampa antes la haría después, pero
eran gente preparada, con másters y cosas de esas, y si ellos no
lo sabían solucionar a ver qué iban a hacer ellas; pues quejarse,
claro, pero capear el temporal como buenamente podían.

Sus chicos eran otra cosa. Eran jóvenes, habían ido a las
manifestaciones del 15M, a las asambleas de barrio y a todos
los tinglados habidos y por haber. Javi, el pequeño de Choni,
incluso había acampado en la Puerta del Sol. A Choni no es
que le hiciera mucha gracia; “perroflauta”, lo llamaban los ve-
cinos, y aunque Concha trataba de convencerla de que lo hacían
con cariño Choni decía que su hijo no era un “desarrapao”,
que habría estado 10 días allí, sí, pero iba a casa a ducharse
y la ropa la llevaba limpia, no era un melenas de esos que

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hasta huelen mal… Nadie dice que fueran malos chicos, pero a
muchos no les venía nada mal “un buen lavao”…

Así pasaban los días; las cosas estaban mal, sí, pero siempre
había habido épocas difíciles, y siempre se había salido del
atolladero. Nadie dice que fuera a ser fácil, pero ellos eran
currantes natos, no se iban a dejar achantar por “la crisis”.

No, no se iban a dejar achantar… pero había llegado el mo-


mento de pasar a la acción.

Conocían a Pepita de toda la vida. Era la vecina del bajo, una


mujer callada y trabajadora que había enviudado muy joven
y había luchado con uñas y dientes para sacar a su chiqui-
tín adelante. El crío tuvo una época difícil, la madre pasaba
muchas horas fuera de casa y el chaval se juntó con malas
compañías, pero la madre dejó el trabajo de las tardes y se
encargó de meter en cintura al chico. Quien más quien menos,
y respetando la discreción de la madre, echó una mano a Pe-
pita en la tarea; Choni les decía a Miguel y a Javi que se
llevaran a Pablo a jugar al fútbol; Mª Ángeles, pacientemente,
le ayudaba a hacer los deberes para que recuperara el tiempo
perdido en el instituto y todos contribuían con “regalitos” a
compensar la disminución de ingresos de la pequeña familia.
Superada la mala racha, Pablo se había puesto a trabajar de
repartidor en un par de tiendas del barrio, lo que fue una
bendición para Pepita porque una enfermedad degenerativa la
había ido incapacitando para trabajar hasta que, definitivamen-
te, tuvo que jubilarse con una mínima pensión.

129 129
Y la hora de actuar había llegado porque Pablo se iba a que-
dar en la calle; la frutería de Pedro iba de mal en peor, y otro
tanto pasaba con el ultramarinos de Pili. El centro comercial
que habían abierto en el barrio les estaba dejando sin clientela
y no podían permitirse un repartidor, por mucho que los vecinos
mayores de un barrio con tantas casas sin ascensor ya no les
fueran a encargar la compra porque nadie se la llevara a casa.

Pablo era un poco el hijo de todos, y en ese barrio de gente


humilde y buena nadie iba a permitir que la mala suerte se
siguiera cebando con la misma familia; no es que los demás
estuvieran para lanzar cohetes, pero Pepita no se lo merecía.
Y así nacieron las “marujaflautas”.

Javi volvía de una asamblea de barrio; de los tres vecinos


que se habían criado como hermanos siempre había sido el
más idealista, o el que más pájaros tenía en la cabeza, como
decía su madre. Estaba entusiasmado con lo bien que estaba
funcionando entre los miembros de la asamblea “el trueque” y
“el banco de tiempo”; intercambiaban cosas y servicios, pero,
sobre todo, se fomentaba la solidaridad. Así que cuando Choni
le dijo a su hijo, “vaya novedad, eso lo llevamos haciendo
Concha y yo toda la vida” a Concha se le iluminaron los ojos
y casi gritó, “sí, pero ahora tenemos que conseguir que todo
el barrio lo haga”.

El objetivo estaba claro; Pili y Pedro tienen que recuperar


clientela para que Pablo conserve su trabajo, así que hay
que “boicotear” al centro comercial, y qué mejor manera

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de hacerlo que concienciando a la gente de que no solo
no es necesario, sino que además estos sitios solo preten-
den hacernos consumir sin sentido. Si logramos instaurar
“el trueque” en el barrio y que los vecinos “intercambien
tiempo” muchas de las compras inútiles que hacemos en
el centro comercial se pueden evitar; así ahorramos gastos,
tanto materiales como en servicios, y el dinero lo invertimos
en mejorar el bienestar de todos. Si las tiendas pequeñas no
se cierran Pablo y otros empleados no perderán su trabajo;
si un fontanero, o un electricista, o el mismo Miguel, que
es muy manitas, hace unos arreglos gratis a los tenderos
y estos se evitan unos gastos, seguro que ellos pueden
“estirarse” en el peso o en el precio; a cambio de eso, Mª
Ángeles y los universitarios del barrio pueden dar clases a
los muchachos de esos fontaneros, electricistas o tenderos y
que los padres no anden agobiados para pagarles a los hijos
una clases de apoyo, y yo puedo peinar a los chicos y tú
arreglar la ropa que intercambien para que parezca nueva, y
tu Javi, que está ya muy acostumbrao a estas cosas, puede
organizarnos a todos y ver qué podemos ofrecer cada uno y
quién puede necesitarlo…

Las palabras se atropellaban en la boca de Concha, pero


es que Choni la interrumpía con ideas mientras Javi tomaba
nota de todo, tan emocionado como las “marujaflautas”, y
diseñaba cuadrantes para encajar todas las piezas. “Me
dejaréis que me encargue de la propaganda, ¿verdad?”,
“Claro, Javi, tú sabes cómo organizar esto, los perroflautas
sois unos expertos”

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Al día siguiente, las familias de Concha, Choni, Pepita,
Pedro y Pili salieron a las calles del barrio, cacerola en
mano y con la ropa de andar por casa puesta, para lla-
mar la atención del vecindario y promocionar la idea. Javi,
Pablo y Mª Ángeles portaban la pancarta que proclamaba
“Autogestión: Marujaflautas, unidas, jamás serán vencidas”.
Y si alguien osaba intentar acabar con ese movimiento de
solidaridad, con esa corriente de generosidad, con ese en-
tusiasmo y toda esa bondad, se encontrarían con un barrio
dispuesto a morir con las batas puestas.

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QUE OCURRIO
ENTRE TU PADRE Y
MI MADRE ?
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QUE OCURRIO ENTRE TU
PADRE Y MI MADRE ?
Si habéis llegado hasta aquí, amables lectores, habréis visto que
este libro que está en vuestras manos se basa, muy libremente, eso
sí, en clásicos del cine. De hecho su título, reviCIoNEs, juega con no
solo con las mayúsculas y las minúsculas para resaltar la palabra
CINE, sino con el parecido fonético con “revisiones”, algo que a fin
y al cabo todos estamos muy tentados de hacer cuando nos piden
nuestra opinión sobre una película o un libro.

Lo que os he demostrado hasta el momento es que soy más o


menos capaz de inventarme un relato jugando con ese parecido,
reconozco que a veces un poco traído por los pelos, entre palabras.
Dicho equívoco, por otro lado, es a veces una simple excusa para
desbarrar totalmente y alejarme por completo de la película original
(como pasa en Black Christmas, o Afro-American Christmas para
ser políticamente correctos) mientras que en otras ocasiones, sin
embargo, el argumento me proporciona el eje narrativo principal para
mi historia, aunque obviamente personajes, situaciones, ambientes
y, por supuesto desenlaces, no coincidan en absoluto. Además, y
salvo quizás en Murieron con las batas puestas que mantiene el
tono serio (me atrevería a decir que, incluso, épico) de la película
de Raoul Walsh, todas mis reviCIoNEs se caracterizan por un toque

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humorístico, incluso irónico y un tanto ácido, que pretende, con mayor
o menor éxito, denunciar alguna situación, actitud o comportamiento
que me resulta reprobable.

Todo esto que estoy contando parece una explicación, por no decir
una justificación, para que no penséis que si he escrito… “esto”, es
porque no sé de cine; en absoluto.

Tampoco es que quiera dármelas de experta, pero no me gustaría


que os quedarais con la sensación de que “ésta ha escrito esta cosa
rara porque no puede hacer un estudio y un análisis serio sobre el
cine clásico”. Con la breve introducción que incluyo antes de cada
revición el lector avezado puede comprobar que, al menos alguno,
tengo conocimientos de cine. Las notas a pie de página también lo
demuestran, así como el hecho de que a veces incluyo anécdotas,
explicaciones musicales, literarias o históricas que manifiestan
claramente que podré haber desbarrado, sí, que a veces estoy más
inspirada y a veces menos, pero que una ha estudiado, ha leído y
ha visto mucho cine, que conste en acta...

Una vez que mi alma se ha aliviado y que no me siento tan


culpable por haberos estafado (entre otras cosas porque el libro
caro, lo que se dice caro, no lo es) haciéndoos creer que ibais a
encontraros algo formal y sesudo, quiero congraciarme con aquellos
que todavía esperan algo de ese cariz y, aunque obviamente esta
introducción ya se está alargando demasiado, voy a reparar la
ligereza en el tratamiento de la cuestión cinematográfica que hasta
ahora ha caracterizado este libro. Por ello, voy a contaros algunas
cosas curiosas que concurren en la película que sirve de base a
esta revición.

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¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? se estrenó en 1972. Su
título original es Avanti y esto podría dar lugar a la primera
reflexión; en España no solo se doblan las películas, algo que en
otros países no se hace en absoluto, sino que hay cierta tendencia
a cambiar los títulos de las películas. En este caso es bastante
incomprensible que se cambiara, no solo porque la historia transcurra
en Italia (concretamente en Ischia, una de las islas de la bahía
de Nápoles) sino por una de las escenas más memorables de la
película, un momento romántico en que las únicas palabras que
intercambian los protagonistas son “permesso” y “avanti” y el
resto lo dicen sus miradas, sus gestos, sus actitudes. Además, el
personal del hotel en el que transcurre buena parte de la película
utiliza continuamente “permesso” para entrar en las habitaciones, a
lo que los huéspedes responden “avanti”, claro está… Paradojas de
la distribución cinematográfica en España.

Billy Wilder la dirigió y junto a su querido amigo J.A.L. Diamond


escribió el guión, en una más de sus muchas colaboraciones juntos.
Jack Lemmon la interpretó; es una de las siete películas de Wilder
en las que participó. Si Diamond y Wilder eran “los guionistas”
por antonomasia, Lemmon y Wilder fueron una de esas magníficas
alianzas actor-director que hicieron grande a Hollywood. Si Lemmon
siempre fue un gran actor, recordado sobre todo como un genio
de la comedia, Wilder siempre supo sacar lo mejor del amplísimo
registro interpretativo de Lemmon, haciéndole pasar de un ridículo
histriónico a un dramatismo contenido, pasando por toda la gama
de matices cómicos que imaginarse pueda. Fueron grandes amigos
dentro y fuera de la pantalla y la confianza y la complicidad entre
ellos es patente en todas las películas que realizaron juntos. Quizás
sea exagerado llamarlas a todas “obras maestras”, pero alguna de

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ellas sin duda lo es y el resto no deja de ser “alta comedia”, en el
mejor y más amplio sentido de la palabra: obras inteligentes, agudas,
elegantes, cuidadas y que muestran lo mejor (y en ocasiones lo peor
también, aunque de ese papel suela encargarse Walter Matthau, otro
de los actores fetiche de Wilder) del ciudadano medio. Con faldas
y a lo loco, Irma la dulce, El apartamento, En bandeja de plata,
Primera plana y La extraña pareja completan el genial septeto.

A continuación os hablaré un poco de Avanti porque así como


algunas de las recién mencionadas son muy conocidas y todos
las conservamos frescas en nuestras cabezas y, en muchos casos,
en nuestros corazones, ¿Qué pasó entre mi padre y tu madre?
no lo es tanto. Otro de los problemas es, precisamente, el título;
los adjetivos posesivos provocan confusión, así que tampoco es
tan meritorio por mi parte haber cambiado el “mi” por “tu”
y viceversa; decir a la primera el título correcto de la versión
española es verdaderamente un reto.

Durante diez años, el señor Wendell Armbruster, un importante


hombre de negocios de Baltimore con contactos en el gobierno
estadounidense, ha pasado el mes de agosto en el Gran Hotel
Excelsior de la isla italiana de Ischia, al parecer para disfrutar de
las aguas termales y los baños de barro terapéuticos. De familia
muy tradicional, conducta intachable y con mano de hierro con sus
empleados, Wendell fallece en un desafortunado accidente de coche,
motive por el cual su hijo, Wendell Jr. (Jack Lemmon), viaja a
Ischia para hacer los trámites pertinentes y reclamar el cuerpo
de su padre, ya que la ceremonia de entierro está prevista para
pocos días después. Debido a la posición del finado, al gran número
de asistentes previsto (incluyendo y politicos de alto rango) y al
parón laboral previsto en sus empresas para que los trabajadores

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vean el entierro de su padre por circuito cerrado de televisión, el
nerviosismo de Wendell Jr. es notable ante el poco tiempo de que
dispone para arreglar todo. Una vez que llega a Ischia, Wendell Jr.
se instala en el mismo hotel en el que se alojaba su padre para
hacer todo el procedimiento legal; allí se encuentra con una mujer
británica, Pamela Piggott (Juliet Mills), que también ha venido a
reclamar el cuerpo de su madre. Para su sorpresa, Wendell Jr.
descubre que su padre no murió solo en su accidente de tráfico,
sino que iba acompañado por la madre de Pamela. Durante su
estancia también va descubriendo qué pasó en el accidente y qué
hacía su padre durante sus vacaciones en la isla. Al mismo tiempo,
comprueba cómo la fecha del funeral se acerca y cómo la burocracia
y las diferencias de los caracteres italiano y americano puede dar
al traste con su planificada agenda.

Clive Revill es el diligente Carlo Carlucci, el director del hotel,


y desempeña un papel clave como intermediario entre el eficaz
y expeditivo Wendell y la “relajación en las costumbres” de los
empleados italianos con los que Wendell Armbruster Jr. se va
topando. Gianfranco Barra como Bruno, personal del hotel, y Pippo
Franco como Mattarazzo, bordan sus papeles prototípicos de italianos.

Entre los muchos logros de esta película está que a principios de los
70 un director del prestigio de Wilder filmara a los protagonistas
desnudos; la escena en que Lemmon trata de tapar los pechos de
Mills con sus calcetines es hilarante. Y aparte del guión y de
las interpretaciones, la fotografía, la ambientación y la música (la
melodía principal es la canción Senza Fine, del genial Gino Paoli)
completan un conjunto inolvidable.

Y ahora, sí, comienza esta revición.

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140 140 140
NADA

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QUE LE PASA A
ESTE , DOCTOR ?

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QUE LE PASA A ESTE ,
DOCTOR ?
Y esto ya se acaba, y lo hacemos con una revición inspirada
en la comedia de Peter Bogdanovich ¿Qué me pasa, doctor?
En esta película, Ryan O’Neal interpreta a un serio
musicólogo, un profesional tímido y despistado que ve cómo
su vida ordenada y dedicada al estudio se ve alterada al
conocer a una joven vitalista y un tanto alocada, encarnada
por Barbra Streisand. Junto a ella pasará por una serie
de situaciones disparatadas que además de provocar la
carcajada del espectador le llevan a cuestionarse su vida.

Eso pretende esta revición; que nos cuestionemos nuestras


vidas. Y si para eso hay que tomar decisiones drásticas
pues se toman, que los tiempos no están para medianas.

Se la dedico a Felipe Zapico, padre del Ebookprofeno, y a


Sol Kabañas, encantadora mamá de la criatura. ¡Larga vida
a Ebookprofeno! Los que la tenemos garantizada somos
los que disfrutamos de su eficacia terapéutica y de sus
beneficiosos efectos secundarios.

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Sí, si ya sé que nos lo garantizó, doctor, pero qué quiere
que le diga; después de haber ido a una docena de médi-
cos, de haber probado todo tipo de potingues, de haberse
sometido a tratamientos durísimos… en fin, que después de
tres años de auténtica tortura ya sabe que vinimos a su
consulta totalmente escépticos, desahuciados, sin esperanza
de ningún tipo…

Su actitud, su seguridad, su seriedad… todo usted nos trans-


mitió confianza; nos habían hablado muy bien de usted, nos
lo habían recomendado porque usted es especialista, preci-
samente, en casos desesperados, como era el de mi marido.
Nos dijo que teníamos que tener confianza, que debíamos ser
constantes pero que, sobre todo, que lo imprescindible era
vivir de otra forma, cambiar de actitud, tomarse las cosas de
una manera totalmente distinta… Teníamos que “renacer”, y
el medicamento que nos recetó, tan novedoso pero, aparen-
temente, tan fácil de digerir y tan cómodo en cuanto a su
administración, parecía confirmar que todas las bondades que
nos habían dicho sobre usted se quedaban cortas.

Pero no queríamos hacernos ilusiones; habían sido tantas


las decepciones que no podíamos permitirnos una más. No
obstante, a mí me costaba renunciar al cosquilleo que sen-
tía por las buenas vibraciones que me había producido esa
primera visita; pero lo más emocionante fue ver la mirada
de mi marido, ese brillo en sus ojos, que habían perdido
su alegría hacía ya mucho tiempo, eran para mí una señal
premonitoria de que quizás, esta vez, habría suerte.

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Y, efectivamente, el ebookprofeno surtió efecto. Porque el
ebookprofeno no es un libro cualquiera: está contraindicado
en personajes necios, papanatas, hipócritas, abusones, narci-
sistas y egoístas. Absténganse de tomarlo también aquellos
que no están acostumbrados a pensar ni a cuestionar lo
que los rodea y a sí mismos: los efectos secundarios del
ebookprofeno en estos casos son más que adversos, ya que
aparte del consabido malestar general es más que frecuente
el desequilibrio total, la alteración brusca del estado de
consciencia y también de la conciencia, la desaparición re-
pentina de la ceguera, con el consiguiente desconcierto y, en
casos extremos, paranoia e, incluso, la aparición de una do-
ble personalidad totalmente contraria a la anodina existencia
anterior, la percepción de voces que te incitan a vivir de
otra manera, a cambiar la realidad, a lanzarte a las calles
clamando justicia y hasta a solicitar la erección (entiéndase
bien este punto, por favor) de patíbulos y guillotinas en las
plazas públicas. ¡¡¡Vuelve Robespierre!!! se convierte en el
lema de tu vida y la transformación en un ser totalmente
nuevo y radicalmente radical es tan fuerte que los flojos de
espíritu no lo resisten.

El ebookprofeno, sin embargo, está recomendado para per-


sonas (cuidado, he dicho PERSONAS, sí, pero no “personas
humanas”: estas últimas absténgase de su lectura) inteli-
gentes, sensibles, audaces, valientes, solidarias, generosas,
buenas… Potencia las cualidades positivas, el pensamiento
alternativo y a contracorriente, el amor a la verdad y a la
libertad y, aunque solo se ha contastado este efecto secun-

148 148 148


dario en un 50% de los casos, la vida sexual. ¡¡¡Y ya ve
qué suerte hemos tenido, doctor, nosotros hemos estado en
esa mitad afortunada!!!

Los últimos estudios, además, confirman que su uso conti-


nuado aumenta todos estos efectos positivos. Por todo esto,
agradecemos a sus creadores su contante desvelo por el
bienestar de la comunidad, su dedicación y su entrega en
pro de un mañana mejor y de un mundo más habitable, más
justo, más sano, en todos los sentidos.

No, no, doctor, no es que nos paguen para hacer propagan-


da, qué va… es que cuando uno se convierte a la causa
del ebookprofeno le cambia la vida, y tal y como usted nos
advirtió, nada vuelve a ser igual. Mi marido es un hombre
nuevo, claro, pero yo también soy una mujer nueva porque
lo bueno del ebookprofeno es que sus efectos se contagian,
muy rápidamente, además.

Ojalá podamos extenderlos y convertirlos en una pandemia.

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colección

Sendero

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