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El Gen Deportivo PDF
El Gen Deportivo PDF
El gen deportivo
Un atleta excelente ¿nace o se hace?
Traducción de Martín R-Courel Ginzo
Editor original: Current, Published by the Penguin Group (USA) Inc., New York
www.indicioseditores.com
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titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta
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como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Para Elizabeth, mi muy especial mutante del gen MC1R
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Introducción
1. Derrotado por una chica taimada
2. Historia de dos saltadores de altura
3. La visión de las Grandes Ligas y la mayor prueba de deportistas
infantiles de la historia
4. Por qué los hombres tienen pezones
5. El talento para mejorar el rendimiento por el entrenamiento
6. Superbebé, los musculosos bully whippet y la capacidad de mejora
muscular por el entrenamiento
7. La Gran Explosión de los tipos corporales
8. El jugador nba de Vitruvio
9. Todos somos (un poco) negros
10. La teoría del esclavo guerrero del velocista jamaicano
11. La malaria y las fibras musculares
12. ¿Pueden ser corredores todos los kalenjin?
13. La mayor criba accidental de talento (de mucha altura) del mundo
14. Los genes de los perros de trineo, los ultramaratonistas y los vagos
teleadictos
15. El gen del sufrimiento
16. La mutación de la medalla de oro
Epílogo
Epílogo a la edición en rústica
Agradecimientos
Introducción
En busca de los genes del deporte
Los científicos llevan cuatro décadas tratando de hacerse una idea de qué se
valen los deportistas de élite para interceptar los objetos veloces.2
La explicación intuitiva es que los Albert Pujols y los Roger Federer del
mundo tienen sencillamente el talento genético de unos reflejos más rápidos
que les proporcionan más tiempo para reaccionar frente a la pelota. El único
problema es que no es verdad.
Cuando se realizan pruebas para analizar el «tiempo de reacción simple»
de las personas —esto es, con qué rapidez pueden pulsar un botón en
respuesta a una luz—, la mayoría, ya seamos profesores o abogados, ya atletas
profesionales, tardamos alrededor de 200 milisegundos, o una quinta parte de
un segundo. La quinta parte de un segundo es el tiempo mínimo aproximado
que se tarda en que la retina, la parte posterior del ojo humano, reciba la
información, y que dicha información sea transmitida a través de las sinapsis
—los espacios que separan las neuronas y que tarda unos cuantos
milisegundos en atravesar cada una— hasta la corteza visual primaria, situada
en la parte posterior del cerebro, y que el cerebro envíe un mensaje a la
médula espinal que pone en funcionamiento los músculos. Todo esto sucede
en un abrir y cerrar de ojos. (150 milisegundos es lo que se tarda en parpadear
cuando una luz te da en la cara.) Pero por deprisa que sean 200 milisegundos,
en la esfera de las bolas a 169 km por hora del béisbol y de las pelotas a más de
200 km por hora de los saques de tenis, es demasiado lento.3
Una pelota rápida normal de las Grandes Ligas recorre aproximadamente
3 metros en 75 milisegundos, que es lo que tardan las células sensoriales de la
retina para básicamente confirmar que hay una pelota a la vista y obtener la
información sobre la trayectoria de vuelo y la velocidad de la bola que tiene
que ser transmitida al cerebro. Toda la trayectoria de la pelota desde que sale
de la mano del pitcher hasta que llega al plato dura 400 milisegundos. Y dado
que se necesita la mitad de ese tiempo sólo para iniciar la acción muscular, un
bateador de las Grandes Ligas tiene que saber hacia dónde va a abanicar poco
después de que la bola haya salido de la mano del pitcher, esto es, mucho
antes de que haya recorrido la mitad del camino hasta el plato. La ocasión
para entrar en contacto con la pelota, cuando ésta está al alcance del bate, es
de 5 milisegundos, y dado que la posición angular de la bola en relación al ojo
del bateador cambia con la misma rapidez con que se acerca al plato, el
consejo de «no apartes la vista de la pelota»,4 es literalmente imposible de
realizar. Los humanos no tenemos un sistema visual lo bastante rápido para
seguir la pelota durante todo su trayecto. Un bateador podría perfectamente
cerrar los ojos en cuanto la pelota haya llegado a mitad de camino del plato.
Dada la velocidad del lanzamiento y las limitaciones de nuestra biología,
parece un milagro que alguien sea capaz de golpear alguna vez la pelota.
Sin embargo, Albert Pujols y todos sus colegas de las Grandes Ligas se
ganan la vida viendo —y triturando— los rectazos que les llegan a más de 150
km por hora. Así pues, ¿por qué se transforman en jugadores de las Pequeñas
Ligas cuando se enfrentan a una pelota de softball que les llega a poco más de
100 km por hora? Pues porque la única manera de golpear una pelota que
viaja a gran velocidad es poder vislumbrarla en el futuro, y cuando un jugador
de béisbol se enfrenta a un lanzador de softball, le despojan de su bola de
cristal.
Hace casi cuarenta años, antes de que Janet Starkes5 se convirtiera en una de
las investigadoras del deporte más prestigiosas del mundo, era una base de
1,57 m de estatura que pasó un verano con la selección nacional de Canadá.
Aunque su duradera influencia en el mundo del deporte provendría de fuera
de la cancha, del trabajo que empezó siendo estudiante de posgrado en la
Universidad de Waterloo. Su investigación intentaba descubrir el motivo de
que los buenos deportistas sean eso, buenos.
Por asombroso que parezca, los análisis del hardware físico innato —esto
es, las cualidades con las que aparentemente ha nacido un deportista, como el
tiempo de reacción simple— no han servido de mucha ayuda para explicar el
rendimiento especializado en los deportes. Los tiempos de reacción de los
deportistas de élite siempre rondan la quinta parte de un segundo, lo mismo
que los tiempos de reacción cuando las estudiadas son personas escogidas al
azar.
Así que Starkes se puso a buscar en otra parte. Le habían llegado noticias
de una investigación sobre los controladores aéreos que utilizaba unas
«pruebas de detección de señales» para medir la rapidez con que un
controlador experimentado puede cribar la información visual, a fin de
determinar la presencia o ausencia de señales cruciales. Y entonces decidió
que realizar investigaciones como ésas, sobre las capacidades cognitivas
perceptivas que se adquieren mediante la práctica, podría revelarse
provechosa. Por consiguiente, en 1975, y como parte de su trabajo de
posgrado en Waterloo, Starkes inventó la moderna prueba de «oclusión»
deportiva.
Tras reunir miles de fotografías de partidos de voleibol femenino, hizo
diapositivas de las fotos donde el balón estaba dentro del fotograma y otras
donde acababa de salir de la imagen. En muchas fotos, la orientación y acción
de los cuerpos de las jugadoras eran casi idénticas con independencia de que
el balón estuviera dentro del fotograma, puesto que la imagen había cambiado
poco desde el momento en que el balón había salido.
Starkes conectó entonces una mira a un proyector de diapositivas y le
pidió a unas jugadoras de voleibol de máxima categoría que mirasen las
diapositivas durante una fracción de segundo y decidieran si el balón estaba o
no dentro del fotograma que acababa de pasar rápidamente por delante de sus
ojos. El breve vistazo era demasiado rápido para que el observador viera
realmente el balón, así que la idea era decidir si las jugadoras estaban viendo
toda la cancha y el lenguaje corporal de las jugadoras de una manera diferente
a la de las personas ordinarias a las que se les permitía decidir si el balón
estaba presente.
Los resultados de las primeras pruebas de oclusión dejaron estupefacta a
Starkes. Al contrario que en los resultados de las pruebas del tiempo de
reacción, la diferencia entre las jugadoras de voleibol de primer orden y los
novatos fue descomunal. Para las jugadoras de élite, un vistazo de milésimas
de segundo era todo cuanto necesitaban para decidir si el balón estaba
presente. Y cuanto mejor era la jugadora, más rápidamente era capaz de
extraer la información relevante de cada diapositiva.
En una ocasión, Starkes sometió a prueba a las integrantes de la selección
nacional de voleibol canadiense, que a la sazón contaba con una de las
mejores colocadoras del mundo. La colocadora fue capaz de decidir si el
balón estaba presente en una imagen que pasó rápidamente por delante de
sus ojos durante 16 milésimas de segundo. «Eso era algo muy difícil», me dijo
Starkes. «Para las personas que no saben de voleibol, en dieciséis
milisegundos lo único que ven es un fogonazo de luz.»
La colocadora de talla mundial no sólo detectaba la presencia o ausencia
de la pelota en dieciséis milisegundos, sino que recogía suficiente información
visual para saber cuándo y dónde había sido hecha la foto. «Después de cada
diapositiva decía “sí” o “no”, si el balón estaba allí», dice Starkes, «y luego, a
veces, añadía: “Ése era el equipo de Sherbrooke después de que recibieran sus
nuevos uniformes, así que la foto debió de haberse tomado en tal y tal
momento”». El destello de luz de una mujer era la historia totalmente
elaborada de otra. Aquel era un sólido indicio de que una diferencia clave
entre los deportistas con experiencia y los novatos radicaba en la manera en
que unos y otros habían aprendido a percibir el partido, más que en la
capacidad natural para reaccionar con rapidez.
Poco después de que se doctorara, Starkes ingresó como profesora en la
McMaster University y continuó con su trabajo de oclusión con la selección
nacional de hockey sobre hierba de Canadá. A la sazón, la ortodoxia del
entrenamiento en el hockey sobre hierba abonaba la idea de que los reflejos
innatos eran de una importancia primordial. Por el contrario, la idea de que
las habilidades perceptivas aprendidas fueran un distintivo del rendimiento
de los expertos era, en palabras de Starkes, «una herejía».
En 1979, cuando Starkes empezó a ayudar a la selección nacional de
hockey sobre hierba de Canadá a prepararse para los Juegos Olímpicos de
1980, le aterró descubrir que los entrenadores de la selección confiaban en
ideas desfasadas para seleccionar y organizar al equipo. «Creían que todo el
mundo veía el campo de la misma manera», dice Starkes. «Estaban utilizando
las pruebas del tiempo de reacción simple para seleccionar, convencidos de
que era un buen factor para decidir quiénes serían los mejores porteros o
delanteros. Me asombraba que no tuvieran ni idea de que el tiempo de
reacción tal vez no sirviera para predecir nada.»
Como es natural, Starkes estaba mejor informada. En sus pruebas de
oclusión con los jugadores de hockey sobre hierba, encontró exactamente lo
mismo que había encontrado con las jugadoras de voleibol, y algo más. Los
jugadores de hockey sobre hierba de élite no sólo eran capaces de decir más
deprisa que en un abrir y cerrar de ojos si una bola estaba en el fotograma,
sino que también podían reconstruir fielmente el terreno de juego con sólo
un vistazo fugaz. Y pasaba lo mismo desde el baloncesto al fútbol. Era como si
milagrosamente todos los deportistas de élite tuvieran una memoria
fotográfica cuando se trataba de deporte. La cuestión, por lo tanto, es hasta
qué punto son importantes estas facultades perceptivas para los deportistas de
alto nivel y si son resultado de unos talentos genéticos.
No existe un lugar mejor para buscar una respuesta que en un tipo de
competición donde la acción es lenta, consciente y está desprovista de las
limitaciones de los músculos y los tendones.
1Jennie Finch me contó en una entrevista que estaba inquieta por que Pujols le devolviera la pelota con
un batazo contundente en línea, y que Bonds se negó a que ciertos lanzamientos fueran filmados.
Muchos de los strikeout de Finch eliminando a los jugadores de las Grandes Ligas, y la cita de Pujols
«No quiero volver a pasar por esto», se pueden encontrar en el DVD titulado MLB Superstars Show You
Their Game (Major League Baseball Productions, 2005)
2Sobre el problema al que un humano se enfrenta al intentar golpear una bola rápida: Adair, Robert K.,
The physics of baseball, Harper Perennial, 3ª ed., 2002. Land, Michael F., y Peter McLeod, «From eye
movements to actions: how batsmen hit the ball», Nature Neuroscience, 3(12), (2000), 1340-45. McLeod,
P., «Visual reaction time and high-speed ball Games», Perception, 16(1), (1987), 49-59.
3Joe Baker (York University) y Jörg Schorer (Universidad de Muenster) me instruyeron acerca de la
velocidad de reacción, y me hicieron una prueba de oclusión en la que tenía que parar un penalti virtual
lanzado por unas jugadoras de balonmano profesionales. Mis resultados pueden deducirse del título
original del primer capítulo en un primer borrador de este libro: Derrotado por una chica digital.
4Para cualquiera a quien le hayan dicho alguna vez: «No apartes la vista de la pelota»: Bahill, Terry A., y
Tom LaRitz, «Why cant’t batters keep their eyes on the ball?», American Scientist, mayo-junio, (1984).
5Una muestra del trabajo de Janet Starkes sobre la experiencia perceptiva y el tiempo de reacción
simple:Starkes, J. L., y J. Deakin, «Pereption in sport: a cognitive approach to skilled performance», en
W. F. Straub y J. M. Williams, eds., Coginitive Sports Psychology, Sport Science Intl., 1984, 115-28.
Starkes, J. L., «Skill in field hockey: the nature of the cognitive advantage», Journal of Sport Psychology,
9, (1987), 146-60.
6Los experimentos de De Groot que sientan los cimientos del estudio de la experiencia en el ajedrez: De
Groot, A. D., Thought and Choice in Chess, Amsterdam University Press, Amsterdam, 2008
7La teoría de la agrupación de Chase y Simon sobre la experiencia en ajedrez: Chase, William G., y
Herbert A. Simon, «Perception in Chess», Coginitive Psychology, 4, (1973), 55-81.
8 Todos utilizamos formas de agrupación a diario. Piensen en el lenguaje: si les doy una oración de
veinte palabras para que la recuerden, les será mucho más fácil repetirla que si les doy veinte palabras
elegidas al azar que no tengan ninguna relación significativa entre sí.
9Algunos de los innovadores trabajos de la oclusión de Bruce Abernethy y sus colegas: Abernethy, B., y
otros, «Expertise and attunement to kinematic constraints», Perception, 37(6), (2008), 931-48. Mann,
David L., y otros, «An event-related visual occlusion method for examining anticipatory skill in natural
interceptive tasks», Behavior Research Methods, 42(2), (2010), 556-62. Muller, S., y otros, «How do
world-class cricket batsmen anticipate a bowler’s intention?», Quarterly Journal of Experimental
Psychology, 59(10), (2006), 2162-86.
10La velocidad de reacción visual de Muhammad Ali, y cómo los resultados de las pruebas de Ali
fueron mal representados inicialmente: Kamin, Leon J., y Sharon Grant-Henry, «Reaction Time, Race y
Racism», Intelligence, 11, (1987), 299-304.
11La experiencia perceptiva en los rebotes del baloncesto: Aglioti, Salvatore M., y otros, «Action
anticipation and motor resonance in elite basketball players», Nature Neuroscience, 11(9), (2008), 1109-
16.
12 Los equipos de cricket profesional han ido abandonando la utilización de las máquinas de
lanzamientos, porque no sirven para entrenar las aptitudes de reconocimiento corporal que los
bateadores necesitan para mejorar la anticipación.
13 Según el análisis realizado por el entrenador de bateadores Perry Husband, de los 500.000
lanzamientos de una temporada completa de la MLB, en los lanzamientos que iban directamente por el
centro del plato los jugadores de las Grandes Ligas promediaron .462 de bateo cuando la cuenta eran
dos bolas y cero strikes, y .362 cuando la cuenta era cero bolas y dos strikes, una diferencia de 100
puntos basada exclusivamente en la información de la cuenta, que ayudaba a los bateadores a prever el
siguiente lanzamiento.
14El psicólogo Richard Abrams me proporcionó varios de los resultados de las pruebas realizadas a
Pujols en 2006 en la Universidad de Washington: http://news.wustl.edu/news/pages/7535.aspx.
15Recopilación detallada sobre los estudios relativos a la experiencia del talento en los deportes: Starkes,
Janet L., y K. Anders Ericsson, eds., Expert performance in sports: advances in research in sport expertise,
Human Kinetics, 2003.
16La práctica de una determinada tarea cambia el cerebro y lleva al automatismo: Duerden, Emma G., y
Danièle Laverdure-Dupont, «Practice makes cortex», The Journal of Neuroscience, 28(35), (2008), 8655-
57. Squire, Larry y Eric Kandel, Memory: from mind to molecules, Macmillan, cap. 9, 2000. Van Raalten,
Tamar R., y otros, «Practice Indices Function-Specific Changes in Brain Activity», PLoS ONE, 3(10),
(2008), e3270.
18El mejor manual básico sobre el moderno estudio de la experiencia, desde el ajedrez y la cirugía hasta
la escritura, con especial énfasis en el software: Ericsson, K. Anders, y otros, The Cambridge handbook of
expertise and expert performance, Cambridge University Press, 2006.
2
Porque a todo el que tiene, le será dado más, y tendrá de sobra; pero al
que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará.
Thorndike vio que los sujetos a los que se les daba bien desde el principio
también mejoraban más deprisa a medida que avanzaba el entrenamiento, en
comparación con los sujetos que empezaron con más lentitud. «De hecho»,
escribió Thorndike, «en este experimento las mayores diferencias individuales
“aumentan” con el mismo entrenamiento, lo que pone de relieve una
correlación positiva entre una capacidad inicial y la capacidad de beneficiarse
del entrenamiento». El pasaje bíblico no refleja con precisión los resultados de
Thorndike porque todos los sujetos mejoraron, aunque el rico acabó siendo
relativamente más rico. Todos aprendieron, pero los grados de aprendizaje
fueron consecuentemente distintos.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Thorndike pasó a formar
parte del Comité de Clasificación de Personal, un grupo de psicólogos a los
que el Ejército de Estados Unidos encargó la evaluación de los reclutas. Fue
allí donde Thorndike contagió a un joven que acababa de terminar una
maestría en psicología llamado David Wechsler. Wechsler, que acabaría
convirtiéndose en un prestigioso psicólogo, fue toda su vida un apasionado de
la investigación de los límites del ser humano, así de los superiores como de
los inferiores.
En 1935, Wechsler recopiló esencialmente todos los datos creíbles
existentes en el mundo que pudo encontrar sobre las mediciones humanas.
Rastreó las mediciones de todo, desde el salto vertical a la duración de los
embarazos, pasando por el peso del hígado humano y la velocidad a la que las
perforadoras de tarjetas de una fábrica podían perforarlas. Lo organizó todo
en la primera edición de un libro con el trascendental y apropiado título de
The Range of Human Capacities.
Wechsler encontró que la proporción entre lo más pequeño y lo más
grande, o lo mejor y lo peor, en casi cualquier cuantificación humana, desde
el salto de altura al arrollado en calcetería, estaba entre dos a uno y tres a uno.
Le parecía tan coherente la proporción, que la propuso como una especie de
regla general del universo.
Phillip Ackerman, un psicólogo especialista en el uso de la tecnología y
experto en la adquisición de aptitudes, es una especie de Wechsler de los
tiempos modernos que ha escudriñado todos los estudios del mundo sobre
adquisición de aptitudes en un intento de determinar si la práctica iguala, y su
conclusión es que todo depende de la tarea. En tareas sencillas, la práctica
acerca a las personas, pero en las complejas, a menudo las separa. Ackerman
ha diseñado unas simulaciones por ordenador destinadas a evaluar a los
controladores aéreos, y dice que con la práctica las personas convergen en un
nivel de aptitudes similares en las tareas fáciles —como apretar botones para
que los aviones despeguen por orden—, pero que en cuanto a las
simulaciones más complejas que se utilizan para probar a los controladores
en situaciones de la vida real, «las diferencias individuales aumentan», no
disminuyen, afirma, con la práctica. En otras palabras. En la adquisición de
las habilidades se da un efecto Mateo.
Incluso entre las sencillas aptitudes motrices, donde la práctica hace
disminuir las diferencias individuales, jamás las sofoca por completo. «Es
cierto que practicar más ayuda», admite Ackerman, «pero no hay un solo
estudio donde la variabilidad entre sujetos desaparezca totalmente».
«Si vas al supermercado», continúa, «puedes observar al cajero, que utiliza
mayoritariamente habilidades motrices perceptivas. Por término medio, las
personas que lleven haciendo eso diez años atienden a diez clientes en el
tiempo que los nuevos atienden a uno. Pero la persona más rápida con diez
años de experiencia seguirá siendo unas tres veces más rápida que la persona
más lenta con diez años de experiencia».
Los científicos que estudian el rendimiento intentan explicar la «varianza»
entre las personas. La varianza es una medida estadística para cuantificar en
qué medida los individuos se desvían de la media. En una muestra con dos
corredores, si uno de los atletas completa la milla en cuatro minutos y el otro
la corre en cinco, entonces la media es de cuatro minutos y medio, y la
varianza de medio minuto. La pregunta que se hacen los científicos es: ¿Qué
es lo que explica esa varianza: la práctica, los genes o algo más?
Ésta es una pregunta crucial. A los científicos no les basta con decir que la
práctica «importa»; la cuestión es absolutamente incontrovertible. Como dice
Joe Baker, psicólogo del deporte de la York University de Toronto: «No hay
un solo genetista ni fisiólogo que diga que el esfuerzo no es importante. Nadie
piensa que los deportistas olímpicos se entrenen en el sofá».
Los científicos deben ir más allá de decir que la práctica importa y
acometer la difícil tarea de determinar con exactitud «cuánto» importa la
práctica. Con la mentalidad más estricta de las 10.000 horas, la práctica
acumulada debería explicar la mayor parte o toda la varianza en la destreza.
Pero eso no sucede jamás. Desde los nadadores a los atletas de triatlón,
pasando por los pianistas, los estudios presentan que la cantidad de varianza
explicada por la práctica es siempre de baja a moderada.
Por ejemplo, en un estudio que el propio K. Anders Ericsson co-rredactó
con unos jugadores de dardos, sólo el 28 por ciento de la varianza en el
rendimiento entre jugadores quedaba explicada por quince años de práctica.
En la proporción de convergencia de aptitudes documentada por ese estudio,
había más probabilidades de que hubiera una regla de los 10.000 años que una
de las 10.000 horas, esto es, siempre que los jugadores hubieran alcanzado
alguna vez el mismo nivel.33
Los datos apoyan con bastante claridad un concepto de la destreza —
desde el ajedrez a la música, y del béisbol al tenis— que no se basa en un
paradigma de «hardware, “no” software», sino en otro tanto de un hardware
innato como de un software aprendido.
20En la preparación del libro se utilizaron numerosos estudios de ajedrez realizados por Campitelli y/o
Gobet, pero éstos fueron los fundamentales: Campitelli, Guillermo y Fernand Gobet, «The role of
practice in chess: a longitudinal study», Learning and Individual Differences, 18(4), (2008), 446-58.
Gobet, F., y G. Campitelli, «The role of domain-specific practice, handedness, and starting age in chess»,
Developmental Psychology, 43(1), (2008), 159-72. Gobet, Fernand y Herbert A. Simon, «Five seconds o
sixty? Presentation time in Expert memory», Cognitive Science, 24(4), (2000), 651-82.
21 Otro resultado llamativo fue que los ajedrecistas profesionales tenían el doble de probabilidades que
los no profesionales de ser zurdos.
22El artículo en el que K. Anders Ericsson escribe que Gladwell «malinterpretó» sus conclusiones:
Ericsson, K. Anders, «Training history, deliberate practise and elite sports performance: an analysis in
response to Tucker and Collins review—What makes champions?», British Journal of Sports Medicine,
30 octubre 2012, (publicación electrónica [ePub] previa a la impresión.)
23La website personal de Holm (scholm.com) es el testamento de una obsesión crónica por el salto de
altura (y el Lego).
24Las fotos de la primera competición de Thomas (con unos holgados pantalones cortos) se conservan
aquí: http://www.plevaultpower.com/forum/viewtopic.php?
f=32&t=7161&sid=e68562cf62585697482f1ec91c086165.
25La mayoría de los detalles proceden del propio Thomas y de los documentos de la competición,
aunque la cita hecha por el primo de Thomas de que éste «no sabía que una pista discurría en círculo», y
la de Clayton de que «no sabía ni calentar» aparecieron ambas originalmente en una nota de prensa de
2007 difundida por la Asociación de entrenadores de Campo a Través y Atletismo de Estados Unidos
titulada: «Un improbable salto al centro de atención pública».
26YouTube tiene un vídeo del triunfo de Thomas en el campeonato del mundo:
http://www.youtube.com/watch?v=yzmPtZyuo4s.
27La cita del «bufón» de Johnny Holm apareció en la publicación sueca Sport Expressen el 30 de agoto
de 2007. Se puede encontrar aquí: http://www.expressen.se/sport/friidrott/han-ar-en-javla-pajas/.
28El documental de la NHK sobre Holm y Thomas (el título se traduce más o menos por «Dentro del
cuerpo de un atleta de máximo nivel») es brillante.
29Un buen ejemplo de la tremenda variedad de horas de entrenamiento acumuladas por los
competidores de capacidad similar: Baker, Joseph, Jean Côté y Janice Deakin, «Expertise in
ultraendurance triathletes: early sport improvement, training structure, and the theory of deliberate
practice», Journal of Applied Sport Psychology, 17, (2005), 64-78.
30Entre los artículos que relatan el número de horas de entrenamiento que acumulan los deportistas de
élite: Baker, Joseph, Jean Côté y Bruce Abernethy, «Sport-specific practice and the development of
expert decision-making in team ball sports», Journal of Applied Sport Psychology, 15, (2003), 12-25.
Helsen, W. F., J. L. Starkes y N. J. Hodges, «Team sports and the theory of deliberate practice», Journal
of Sport & Exercise Psychology, 20, (1998), 12-34. Hodges, N. J., y J. L. Starkes, «Wrestling with the
nature of expertise: a sport specific test of Ericsson, Krampe y Tesch-Römer’s (1993) theory of
“deliberate practice”», International Journal of Sport Psychology, 27, (1996), 400-24. Williams, Mark A.,
y Nicola J. Hodges, eds., Skill acquisition in sport: research, theory and practice, Routledge, cap. 11, 2004.
31Sobre el 28 por ciento de deportistas australianos que alcanzaron el nivel internacional después de
sólo cuatro años: Bullock, Nicola y otros, «Talent identification and deliberate programming in
skeleton: ice novice to Winter Olympian in 14 months», Journal of Sports Sciences, 27(4), (2009), 397-
404. Oldenziel, K., F. Gagne y J. P. Gulbin, «Factor affecting the rate of athlete development from novice
to senior elite: how applicable is the 10-year rule?», Congreso Preolímpico, Atenas. (Sumario aquí:
http://cev.org.br/biblioteca/factors-affecting-the-rate-of-athlete-development-from-novice-to-senior-
elite-how-applicable-is-the-10-year-rule/.)
32Thorndike, Edward L., «The effect of practice in the case of a purely intellectual function», American
Journal of Psychology, 19, (1908), 374-384.
33Incluso en los dardos, la práctica acumulada explica una pequeña parte de la varianza en el
rendimiento después de quince años: Duffy, Linda J., Bahman Baluch y K. Anders Ericsson, «Dart
performance as a function of facets of practice amongst professional and amateur men and women
players», International Journal of Sport Psychology, 35, (2004), 232-45.
3
34Rosembaum cuenta parte de su trabajo con los Dodgers en su libro Beware of GUS: government-
university symbiosis, Lulu.com, 2010.
35 Alguien con una medida de 20/15 puede situarse a una distancia de seis metros y ver la diferencia
entre una o y una c que una persona normal, con una visión de 20/20, sólo podría distinguir si se
acercara a cuatro metros y medio.
36El principal artículo con datos de los Dodgers (Daniel M. Laby me proporcionó amablemente la
información añadida): Laby, Daniel M., y otros, «The visual function of professional baseball players»,
American Journal of Ophthalmology, 122, (1996), 476-85.
37El límite teórico de la agudeza visual humana: Applegate, Raymond A., «Limits to vision: can we do
better than nature?», Journal of refractive surgery, 16, (2000), S547-51.
38Sobre la diversidad de la densidad de los conos en los humanos: Curcio, Christine A., y otros,
«Human photoreceptor topography», Journal of Comparative Neurology, 292, (1990), 497-523.
39Piazza se lo tomó como un favor a su padre: Whiteside, Kelly, «A Piazza with everything», Sports
Illustrated, 5 julio 1993.
40Los estudios de la visión de China y la India: Nangia, Vinay y otros, «Visual acuity and associated
factors: the central India eye and medical study», PLoS ONE, 6(7),(2011), e22756. Xu, L., y otros,
«Visual acuity in northern China in an urban an rural population: the Beijing eye sudy», British Journal
of Ophthalmology, 89, 2005), 1089-93.
41Los estudios de la agudeza visual en jóvenes, incluidos los adolescentes suecos: Frisén, L., y M. Frisén,
«How good is normal visual acuity? A study of letter acuity thresholds as a function of age», Albrecht
von Graefes Archiv für klinische und experimentelle Ophthalmologie, 215(3), (1981), 149-57. Ohlsson,
Josefin y Gerardo Villarreal, «Normal visual acuity in 17-18 year olds», Acta Ophthalmologica
Scandinavia, 83, (2005), 487-91.
42Como grupo, los bateadores empiezan a declinar a los veintinueve: Fair, Ray C., «Estimated Age
effects in baseball», Journal of Quantitative Analysis in Sports, 4(1), (2008), 1.
43 Aunque, de acuerdo con Williams, la leyenda de que podía leer la etiqueta de un disco girando sería
un mito.
44Ted Williams sobre su propia vista: Williams, Ted y John W. Underwood, My turn at bat: the story of
my life, Simon and Schuster, 1988, pp. 93-94.
45 Un estudio de los jugadores de tenis del Abierto de Estados Unidos también encontró en éstos una
agudeza visual mucho mejor que la de los no profesionales del tenis de la misma edad, aunque unos
cuantos jugadores tenían una agudeza visual normal, lo que sugiere que la agudeza visual excelente es
beneficiosa, aunque la visión media no es un obstáculo insalvable para todos los profesionales del tenis.
(La mayoría de los tenistas profesionales tienen una agudeza visual excepcional, pero unos cuantos
tienen una vista normal: Fremion, Amy S., y otros, «Binocular and monocular visual function in world
class tennis players», Binocular Vision, 1(3), (1986), 147-54.)
46La cita de Keith Hernandez está sacada de sus comentarios en la SNY durante la sexta entrada del
partido de los Mets contra los Nationals el 10 abril 2012.
47Estudios de bateo recreado en realidad virtual: Gray, Rob, «Behavior of college baseball players in a
virtual batting task», Journal of Experimental Psychology: Human Perception and Performance, 28(5),
(2002), 1131-48. Hyllegard, R., «The role of baseball seam pattern in pitch recognition», Journal of Sport
& Exercise Psychology, 13, (1991), 81-84.
48 Son muy pocos los atletas que sí tienen sencillamente unas velocidades de reacción superiores. En
una prueba realizada en 1969, Muhammad Ali reaccionó a una luz en 150 milisegundos, cerca del
teórico límite del tiempo de reacción visual de los humanos.
49La velocidad de reacción de Muhammad Ali: Kamin, Leon J., y Sharon Grant-Henry, «Reaction time,
race, and racism», Intelligence, 11, (1987), 299-304.
50La agudeza visual de los olímpicos: Laby, Daniel M., David G. Kirschen y Paige Pantall, «The visual
function of olimpic-level athletes—an initial report», Eye & Contact Lens, 3 marzo 2011, (ePub previo a
la impresión).
51 Hay algunas pruebas de que jugar a los videojuegos puede mejorar en cierta manera la sensibilidad
de contraste. Pero tienen que ser juegos de acción. Un estudio pertinente encontró que Call of Duty 2
contribuía a la mejora, pero The Sims 2, no.
52La percepción de la profundidad y la capacidad de captura: Mazyn, Liesbeth I. N., y otros, «The
contribution of stereo vision to one-handed catching», Experimental Brain Research, 157, (2004), 383-
90. Mazyn, Liesbeth I. N., y otros, «Stereo vision enhances the learning of a catching skill», Experimental
Brain Research, 179, (2007), 723-26.
53El estudio Emory de los jóvenes jugadores de béisbol y softball: Boden, Lauren M., y otros, «A
comparision of static near stereo acuity in youth baseball/softball players and non-ball players»,
Optometry, 80 (2009), 121-25.
54El estudio sobre el tenis de Schneider sólo está publicado en alemán: Schneider, W. K. Bös, y H.
Rieder, «Leistungsprognose bei jugendlichen spitzensportlern [Predicción del rendimiento en jugadores
de tenis de primer nivel adolescentes]», en J. Beckmann, H. Strang, y E. Hahn, eds, Aufmerksamkeit und
Energetisierung, Hogrefe, Göttingen, 1993.
55El entrenamiento de Graf con el equipo olímpico de atletismo alemán se menciona en las memorias
de su marido: Agassi, Andre, Open, Vintage, 2010 (e-book para Kindle)
56Una introducción al estudio de talentos de Groningen: Elferink-Gemser, Marije T., y otros, «The
marvels of elite sports: how to get there?», British Journal of Sports Medicine, 45, (2004), 683-84.
Elferink-Gemser, Marije T., y Chris Visscher, «Chapter 8: Who are the superstars of tomorrow? Talent
development in dutch soccer», en Joseph Baker, Steve Cobley y Jörg Schorer, eds., Talent identification
and development in sport: international perspectives, Routledge, 2011.
57 Los únicos jugadores que alguna vez redujeron parte de la diferencia en la velocidad de aceleración
fueron los que todavía no habían dado el estirón —«velocidad máxima de crecimiento» en la jerga
científica— cuando les hicieron la prueba por primera vez. El grupo de Groningen hace un seguimiento
del crecimiento en estatura de los jugadores, de manera que puedan informar a un entrenador si está
infravalorando a un jugador que simplemente no ha alcanzado la pubertad. Aun así, los jugadores
especialmente lentos jamás se ponen al día, con o sin estirón.
58La diferencia en las horas de práctica entre los jugadores de hockey sobre hierba belgas y holandeses:
Van Rossum, Jacques H. A., «Chapter 37: Giftedness and talent in sport», en L. V. Shavinina, ed.,
International handbook on giftedness, Springer, 2009.
59Una experiencia deportiva diversificada más que especializada puede conducir a adquirir la
experiencia en determinados deportes: Baker, Joseph, «Early specialization in youth sport: a
requirement for adult expertise?», High Ability Studies, 14(1), (2003), 85-94. Baker, Joseph, Jean Côté, y
Bruce Abernethy, «Sport-specific practice and the development of expert decision-making in team ball
sports», Journal of Applied Sport Psychology, 15, (2003), 12-25.
60 Jordan había promediado un .202 de bateo en 127 partidos de las Ligas Menores AA. A todas luces,
no iba camino de las Grandes Ligas de forma inminente. Sin embargo, ¿cuántos adultos que llevaran
quince años sin jugar al béisbol podrían ponerse en el camino de una pelota AA, jugar contra antiguas
estrellas universitarias y futuros profesionales de las Grandes Ligas y conseguir .202? Para mí que
mucha gente conseguiría .000.
61El debate sobre la «meseta de velocidad»: Schiffer, Jürgen, «Training to overcome the speed plateau»,
New studies in athletics, 261(1/2), (2011), 7-16.
62 Un estudio con estudiantes de música del Conservatorio de Chetham en Inglaterra halló una pauta
similar. En las primeras etapas del desarrollo, los alumnos con una «capacidad excepcional» en realidad
practicaban invariablemente «menos» que los de una «capacidad media» y sólo más tarde redoblaban su
entrenamiento.
63Tiger Woods, sobre su deseo de jugar: Verdi, Bob, «The Grillroom: Tiger Woods», Golf Digest, 51(1)
(1/1/ 2000), 132.
64Tiger se mantenía en equilibrio en la palma de la mano de su padre a los seis meses: Smith, Gary,
«The chosen one», Sports Illustrated, 23 diciembre 1996.
4
Sin duda alguna, María José Martínez-Patiño65 jamás tuvo ningún motivo
para dudar de su feminidad. Tenía una cara delgada y majestuosa, y una piel
blanca como la nieve que se estiraba delicadamente en sus pronunciados
pómulos. Creció en el norte de España como una niña muy normal, salvo por
ser mejor que sus iguales corriendo y saltando.
En 1985, Martínez-Patiño, una vallista y velocista de veinticuatro años,
reconocida internacionalmente, llegó a los Juegos Mundiales Universitarios
de Kobe, Japón, y una vez allí descubrió que se había olvidado el certificado
médico que declaraba que era mujer y que podía competir contra las mujeres.
Así que, una vez en Kobe, tuvo que someterse al habitual raspado bucal
previo a la competición para establecer su sexo biológico.
Las pruebas de verificación de sexo llevaban en vigor desde la década de
1960, cuando la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo había
visto suficientes mujeres musculosas del entonces Bloque Oriental —muchas
de las cuales seguían elaborados programas de dopaje— como para que
estableciera una normativa conducente a garantizar que los atletas varones no
se hicieran pasar por mujeres. (Ningún caso semejante se ha confirmado
jamás.) En los primeros tiempos, la prueba era algo muy tosco. Se obligaba a
las mujeres a bajarse las bragas delante de un médico. En los Juegos
Olímpicos de México de 1968, tan degradante procedimiento fue sustituido
por una tecnología limpia y objetiva: el raspado de tejido de la boca que sería
analizado para determinar los cromosomas. Las mujeres tienen cromosomas
sexuales XX, y los hombres XY.
Esto es, excepto cuando no los tienen.
A última hora de aquel día de agosto de 1985, el médico del equipo
español fue a ver a Martínez-Patiño para darle la noticia: había un problema
con su prueba, y por eso no era apta para competir. Martínez-Patiño se vio
asaltada por las dudas de si tendría el SIDA, o quizá la leucemia que había
causado la muerte a su hermano. Pero el médico no le dijo nada más.
Durante dos meses vivió una angustia demoledora. Consultó con varios
médicos, aunque siempre sola para ahorrarle sufrimientos a sus padres, que
seguían de luto por su hermano. Entonces recibió la carta. No era SIDA, ni
leucemia, sino el diagnóstico que le cambiaría la vida. La carta le decía que
todas las células obtenidas en su boca contenían cromosomas XY. ¡Sorpresa!
Eres un hombre. Los responsables del equipo la instaron a que fingiera una
lesión y que se retirara en silencio.
Pero ella no sólo se negó a retirarse, sino que tres meses después ganó el
titulo nacional de los 60 metros vallas. La gloria de su victoria le garantizó el
ridículo público: las pruebas de verificación sexual de Martínez-Patiño se
filtraron a la prensa. La caída en espiral fue rápida y meticulosamente cruel.
Se echó mano de todo a lo que se podía echar mano. Las autoridades
españolas despojaron a Martínez-Patiño de su título nacional, la expulsaron
de la residencia de deportistas, le quitaron la beca y anularon todas las marcas
obtenidas a lo largo de su carrera, como si nunca hubiera existido. Sus amigos
se dividieron entre los que se mantuvieron fieles y los que salieron corriendo.
Su prometido estuvo entre estos últimos.
Martínez-Patiño se sintió avergonzada. Y aunque perdió su energía,
mantuvo su entereza. Afirmó ante la prensa que estaba segura de su
feminidad, y juró que plantaría batalla. La ayuda le llegó de muy lejos.
Un genetista finés llamado Albert de la Chapelle leyó un artículo sobre la
batalla de Martínez-Patiño y se pronunció. De la Chapelle sabía muy bien que
los cromosomas no determinan necesariamente el sexo, pionero como era del
estudio de individuos con cromosomas XX que se manifestaban como
hombres. «El síndrome de De la Chapelle» se produce cuando los
cromosomas X e Y de los padres no se alinean perfectamente en el
intercambio de información, y los genes de la punta del cromosoma Y se
desprenden y acaban en un cromosoma X.
Martínez-Patiño invirtió miles de dólares de su propio bolsillo para
hacerse examinar por los médicos. Éstos le dijeron que tenía testículos,
ocultos a la vista en el interior de sus labios, y que carecía de útero y ovarios.
Pero los médicos también descubrieron que, aunque sus testículos producían
niveles de testosterona propios de un hombre, Martínez-Patiño padecía el
síndrome de insensibilidad a los andrógenos. Esto es, que su cuerpo era sordo
a la llamada de la testosterona, y que por consiguiente se había desarrollado
como una mujer. La mayoría de las mujeres pueden aprovecharse de los
beneficios deportivos de la pequeña cantidad de testosterona que producen
sus cuerpos, pero Martínez-Patiño no podía aprovechar nada en absoluto.
Casi tres años después de que su prueba de verificación sexual se hiciera
pública, la Comisión Médica del COI se reunió en los Juegos Olímpicos de
Seúl de 1988, Corea del Sur, y decretó que Martínez-Patiño debía ser
rehabilitada. Aunque, para entonces, su carrera había sido desbaratada, y no
pudo clasificarse para los Juegos Olímpicos de 1992 por una décima de
segundo.
En 1990, espoleada por la dura experiencia de Martínez-Patiño, la IAAF
convocó a un grupo internacional de científicos para que decidieran, de una
vez por todas, cómo distinguir a un hombre de una mujer a efectos
competitivos. La respuesta de los expertos fue: «¡Y a nosotros qué nos
cuentan!» Antes bien, el grupo recomendó que se desistiera de las pruebas de
verificación sexual por completo. En 1999, el Comité Olímpico Internacional
restringió la prueba de las mujeres a sólo aquellos casos que despertaran
sospechas, pero ni siquiera entonces disponían de una norma clara para
decidir lo que constituía una mujer apta.
El problema estriba en que la biología humana no se descompone sin más
en hombres y mujeres con la amabilidad que los órganos rectores deportivos
desearían. Y ningún avance tecnológico de las dos últimas décadas ha
conseguido cambiar en lo más mínimo la situación, ni lo hará en el futuro.
«No veo cómo se podría proponer algo diferente a lo que propusimos hace
veinte años», dice Myron Genel, profesora emérita de pediatría en Yale y
miembro del grupo que asesoró a la IAAF para que renunciara a la prueba de
verificación sexual.
En última instancia, los médicos decidieron que Martínez-Patiño había
sido víctima de una injusticia. La atleta era, resolvieron, una mujer a todos los
efectos de la competición. Una mujer tanto con vagina como con testículos
internos, pechos pero no ovarios ni útero, y una dosis masculina de
testosterona que circulaba de manera inerte por su organismo.
Ni las partes del cuerpo ni los cromosomas que contienen diferencian de
manera inequívoca a los atletas masculinos de los femeninos. Así pues, ¿existe
siquiera una razón genética para separar a los hombres de las mujeres?
«¿Superarán pronto las mujeres a los hombres?» El título del artículo de un
par de fisiólogos de la UCLA se me antojó ridículo cuando lo vi por primera
vez en 2002, mi último año de carrera. Llevaba entrenando cinco temporadas
como corredor de los 800 metros y ya había superado el récord mundial
femenino. Y ni siquiera era el tío más rápido de mi equipo de relevos.
Pero el artículo estaba en la revista Nature, una de las publicaciones
científicas más prestigiosas del planeta, así que algo debía de haber. El público
así lo pensaba. De los mil norteamericanos encuestados por U. S. News &
World Report antes de Atlanta 1996, dos terceras partes opinaban que «se
acerca el día en que las mujeres deportistas de máximo nivel superen a sus
iguales varones».66
Los autores del artículo de Nature mostraban una gráfica histórica de las
plusmarcas mundiales masculinas y femeninas de todas las pruebas, desde los
200 metros al maratón, donde se observaba que la mejoría en los récords
femeninos era bastante más acentuada que en el caso de los hombres.
Extrapolando las curvas al futuro, los autores establecían que las mujeres
superarían a los hombres en todas las pruebas de carreras durante la primera
mitad del siglo XXI. «Lo que resulta asombrosamente diferente son los
“índices” de mejoría», escribían los autores. «La brecha se cierra cada vez
más.»
En 2004, con los Juegos Olímpicos de Atenas como reclamo informativo,
Nature publicaba otro artículo similar, éste titulado «¿Sprint decisivo en los
Juegos Olímpicos de 2156?» en referencia a la fecha prevista en que las
mujeres superarían a los hombres en los 100 metros.
Un artículo de tres científicos deportivos publicado en 2005 en el British
Journal of Sports Medicine, eliminaba el signo de interrogación y pasaba sin
más a proclamar en su título: «A la larga, las mujeres lo conseguirán».67
¿Sería posible que la supremacía masculina en las plusmarcas mundiales
fuera desde el principio un arma de discriminación para mantener a las
mujeres fuera de la competición?
En la primera mitad del siglo XX, las normas culturales y la pseudociencia
limitaron drásticamente las oportunidades de las mujeres de participar en los
deportes. En los Juegos Olímpicos de 1928, celebrados en Ámsterdam, el
relato (falseado) de los medios de comunicación sobre unas desfallecidas
atletas tiradas en el suelo después de la carrera de 800 metros, causó tal
desagrado entre los médicos y críticos deportivos que el acontecimiento fue
considerado peligroso para la salud femenina. «Esta distancia requiere
demasiado esfuerzo a las mujeres», rezaba un artículo del New York Times.68
Después de aquellos Juegos, todas las pruebas femeninas de más de 200
metros fueron excluidas sumariamente del olimpismo durante los siguientes
treinta y dos años. No fue hasta los Juegos Olímpicos de 2008, cuando por fin
las mujeres consiguieron tener las mismas pruebas de atletismo que los
hombres. Pero a medida que las mujeres competían en mayor número,
indicaban los artículos de Nature, daba la sensación como de que al final
pudieran ser atléticamente iguales o incluso superiores a los hombres.
Cuando visité a Joe Baker, psicólogo deportivo de la Universidad de York,
hablamos de las diferencias hombre-mujer en el rendimiento deportivo, en
especial de las diferencias en el lanzamiento. De todas las diferencias entre
sexos que han sido documentadas en los experimentos científicos, la del
lanzamiento es sistemáticamente una de las mayores. La diferencia en la
velocidad media de lanzamiento entre hombres y mujeres es, estadísticamente
hablando, de tres desviaciones estándar,69 esto es, más o menos el doble de la
disparidad en estatura entre hombres y mujeres. Esto significa que si escoges
a mil hombres de la calle, 998 serían capaces de lanzar un balón con más
fuerza que la media de las mujeres.
Aunque Baker observó que la situación podría ser un reflejo de la falta de
entrenamiento en las mujeres. Su esposa se crió jugando al béisbol y es una
lanzadora muy superior a él. «Es un rayo láser», me dijo, bromeando.
Las diferencias del ADN entre hombres y mujeres son sumamente
pequeñas y se limitan al solitario cromosoma que es X en las mujeres o Y en
los hombres. Una hermana y un hermano obtienen sus genes de las mismas
fuentes exactas, aunque la mezcla de los ADN de la madre y del padre,
conocida como recombinación, garantiza que los hermanos jamás estén cerca
de ser unos clones.
Gran parte de la diferenciación sexual depende de un único gen del
cromosoma Y: el gen SRY, o gen de la «región determinante del sexo en Y».
En la medida en que haya un «gen del deporte», éste será el gen SRY. La
biología humana está configurada de tal manera que los mismos dos
progenitores pueden producir tanta progenie masculina como femenina,
aunque estén transmitiendo los mismos genes. El gen SRY es una llave
maestra que activa selectivamente los genes que hacen al hombre.
Todos empezamos la vida como mujeres. Todos los embriones humanos
son femeninos durante las primeras seis semanas de existencia. Dado que los
fetos de los mamíferos están expuestos a una dosis considerable de hormonas
femeninas de la madre, es más económico hacer que el sexo por defecto sea el
femenino. En el caso de los varones, al cabo de las seis semanas el gen SRY
induce a la formación de los testículos y de las células de Leydig, que están
contenidas en aquellos y sintetizan la testosterona. Al cabo de un mes, la
testosterona sale a borbotones y desencadena la activación de unos genes
concretos y la desactivación de otros, y no pasa mucho tiempo antes de que
surja la duradera disparidad en el lanzamiento.70
Mientras todavía están en el útero, los niños empiezan a desarrollar un
antebrazo más largo que propiciará una sacudida más enérgica en el
lanzamiento. Y aunque las acusadas diferencias en las proezas arrojadizas
sean menores entre los niños y las niñas que entre los hombres y las mujeres,
ya son visibles en los niños de dos años.71
En un intento por determinar cuánto hay de cultural en las diferencias en
el lanzamiento entre los niños y las niñas, un equipo de científicos de la
Universidad del Norte de Texas y de la Universidad de Australia Occidental
llevaron a cabo un trabajo conjunto para estudiar la destreza en el
lanzamiento, tanto de niños y niñas norteamericanos, como de niños y niñas
australianos aborígenes.72 Los aborígenes australianos no habían desarrollado
la agricultura, habiendo permanecido como cazadores-recolectores. Las niñas
aborígenes, al igual que los niños, eran adiestradas en el lanzamiento de
proyectiles tanto con fines guerreros como cinegéticos. En efecto, el estudio
encontró que las diferencias en el lanzamientos eran mucho menos acusadas
entre las niñas y niños aborígenes que entre los niños y niñas
norteamericanos. Aun así, los niños seguían lanzando con más fuerza que las
niñas, a pesar del hecho de que éstas eran más altas y pesaban más debido a su
madurez más temprana.
Los niños no sólo son superiores en el lanzamiento desde un punto de
vista general, sino que también tienden a ser mucho más diestros en el
seguimiento visual e interceptación de objetos voladores; en las pruebas de
puntería, el 87 por ciento de los niños superan por término medio a las
niñas.73 Y la diferencia parece ser, en parte al menos, consecuencia de la
exposición a la testosterona en el útero. Las niñas que están expuestas a unos
niveles altos de testosterona en el útero a causa de una enfermedad genética
denominada hiperplasia suprarrenal congénita,74 en virtud de la cual las
glándulas suprarrenales del feto producen un exceso de hormonas
masculinas, se comportan como niños, y no como niñas, en estas tareas.
Las mujeres con un esmerado entrenamiento superan sin dificultad en el
lanzamiento a los hombres sin preparación,75 pero los hombres sumamente
adiestrados alcanzan distancias considerablemente mayores que las de
aquellas. Los lanzadores olímpicos lanzan la jabalina alrededor de un 30 por
ciento más lejos que las olímpicas, aun siendo más ligera la jabalina de las
mujeres. Y el Récord Guinness del Mundo para el lanzamiento de béisbol más
rápido realizado por una mujer es de 104 km por hora, una velocidad
habitualmente superada por cualquier estudiante de instituto decente.
Algunos hombres profesionales pueden lanzar por encima de los 161 km/h.76
En las carreras,77 desde los 100 metros a los 10.000 metros, la norma
general sitúa la diferencia en el rendimiento de la élite en el 11 por ciento. Los
diez primeros hombres en cualquier distancia —desde una carrera corta de
velocidad a un ultramaratón— son un 11 por ciento más rápidos que las diez
primeras mujeres.78 A nivel profesional, se abre un abismo. La plusmarca
mundial femenina de los 100 metros habría sido, por un cuarto de segundo,
demasiado lenta para clasificarse en el ámbito de los hombres para los Juegos
Olímpicos de 2012. En los 10.000 metros, la plusmarca mundial femenina
habría sido superada por un hombre que hiciera la marca mínima de
clasificación olímpica.79
Las diferencias mayores se producen en el lanzamiento y en las pruebas de
explosividad pura; las menores se dan en las carreras de natación más largas.
En los 800 metros de estilo libre, las mejores mujeres están entre el 6 por
ciento de los mejores hombres.
Los artículos que predecían que las mujeres superarán a los hombres
sugerían que la progresión en los rendimientos de las mujeres desde la década
de 1950 a la de 1980 formaba parte de una trayectoria estable que continuaría,
cuando en realidad fue una explosión momentánea seguida de una meseta;
meseta que las mujeres, pero no los hombres, habían alcanzado. Mientras que
las mujeres empezaron a estabilizarse en la década de 1980 desde el punto de
vista de la velocidad en pruebas que iban desde los 100 metros a la milla, los
hombres continuaron avanzando con lentitud, bien que de forma casi
imperceptible.
Las cifras no engañan. Las mujeres de la élite no están alcanzando a la élite
de los hombres ni manteniendo su puesto. Los hombres se están separando
con la misma lentitud de siempre. La diferencia biológica se está ampliando.
Pero, para empezar, ¿por qué existe tal diferencia?
65La mejor lectura sobre los esfuerzos de María José Martínez-Patiño fue escrita por la propia
Martínez-Patiño: Martínez-Patiño, María José, «Personal account: a woman tried and tested», Lancet,
336, (2005), S38.
66U.S. News & World Report encuestó a los norteamericanos sobre si las deportistas superarían pronto
a sus homólogos masculinos: Holden, Constance, «An everlasting gender gap?», Science, 305, (2004),
639-40.
67Los artículos que sugieren que las mujeres aventajarán a los hombres: Beneke, R., R. M. Leithäuser y
M. Doppelmayr, «Women will do it in the long run», British Journal of Sports Medicine, 39, (2005), 410.
Tatem, Andrew J., y otros (2004), «Momentous sprint at the 2156 olympics? Women sprinters are
closing the gap on men and may one day overtake them», Nature, 431, (2004), 525. Whipp, Brian J., y
Susan A. Ward, «Will women soon outrun men?», Nature, 355, (1992), 25.
68 Los periódicos hablaban con desmayo de las mujeres de los 800 desplomándose sobre la pista. Como
informaba un artículo de Running Times en 2012, sólo había habido una mujer que se desplomara en la
meta, mientras que tres de las demás batieron la plusmarca mundial. Un periodista del New York
Evening Post, que supuestamente había asistido a la carrera, escribió acerca de «11 desdichadas
mujeres», de las que cinco no habían terminado la carrera y otras cinco se derrumbaron al cruzar la
línea de meta. Running Times informaba de que sólo había habido nueve mujeres compitiendo y que
todas habían terminado la carrera.
69Los hombres superan a las mujeres en lanzamiento en tres desviaciones estándar, y la diferencia
empieza antes de la participación deportiva: Thomas, Jerry R., y Karen E. French, «Gender differences
across age in motor performance: a meta-analysis», Psychological Bulletin, 98(2), 260-82.
71El libro de David C. Geary, Male, female: the evolution of human sex differences, American
Psychological Association, 2ª ed., 2010, es una lectura fascinante y la principal fuente de los datos sobre
las diferencias sexuales de este capítulo (por ejemplo: los niños desarrollan unos antebrazos más largos
que las niñas mientras siguen en el útero; el 30 por ciento de los hombres cazadores-recolectores
murieron a manos de otros hombres; las diferencias sexuales en la fuerza del torso). También se utilizó
esta compilación de cien años de estudios de las diferencias sexuales: Ellis, Lee y otros, Sex differences:
summarizing more than a century of scientific research, Psychology Press, 2008.
72La diferencia en el lanzamiento entre hombres y mujeres y la destreza en el lanzamiento de los niños
aborígenes australianos: Thomas, Jerry R., y otros, «Developmental gender differences for overhand
throwing in australian aboriginal children», Research Quarterly for Exercise and Sport, 81(4), (2010), 1-
10.
73La selección sexual y la competición física en los humanos y otros animales, y la determinación de las
diferencias en la capacidad: Puts, David A., «Beauty and the beast: mechanisms of sexual selection in
humans», Evolution and Human Behavior, 31, (2010), 157-75.
74La determinación de las capacidades de las mujeres que están expuestas a niveles más altos de los
normales de testosterona antes de nacer: Hines, M., y otros, «Spatial abilities following prenatal
androgen abnormality: targeting and mental rotations performance in individuals with congenital
adrenal hyperplasia», Psychoneuroendrocrinology, 28(8), (2003), 1010-26.
75A pesar de las diferencias en el lanzamiento, las mujeres muy entrenadas superarán a los hombres
desentrenados: Schorer, Jörg y otros, «Identification of interindividual and intraindividual movement
patterns in handball players of varying expertise levels», Journal of Motor Behavior, 39(5), (2007), 409-
21.
78 La idea de que las corredoras sobrepasan a los hombres a medida que la distancia de la carrera es
mayor ha estado muy extendida en el pasado. Éste es el tema del fascinante libro Born to Run de
Christopher McDougall. Pero no es del todo cierto. La diferencia del 11 por ciento entre los mejores
corredores de ambos sexos es tan consistente en las distancias más largas como en las más cortas. Dicho
esto, unos fisiólogos sudafricanos hallaron que cuando un hombre y una mujer están igualados en el
tiempo en que corren el maratón, normalmente el hombre derrotará a la mujer en las distancias más
cortas que las del maratón, pero la mujer ganará si la distancia de la carrera se amplía hasta los 64 km.
Los investigadores informaron de que esto se debe a que los hombres suelen ser más altos y pesan más,
grandes desventajas a medida que la carrera se hace más larga. Sin embargo, entre los mejores
ultramaratonistas del mundo las diferencias de tamaño entre hombres y mujeres son menores que entre
la población general, y la diferencia del 11 por ciento en el rendimiento también persiste entre los
mejores de los mejores de las mujeres y los hombres.
79La amplia brecha en las carreras entre hombres y mujeres: Denny, Mark W., «Limits to running
speed in dogs, horses and humans», The Journal of Experimental Biology, 211, (2008), 3836-49. Holden,
Constance, «An everlasting gender gap?», Science, 305, (2004), 639-40.
80 Los zurdos son escasos, así que los adversarios no se enfrentan habitualmente a ellos y
consecuentemente tienen una base de datos mental superficial sobre sus movimientos corporales,
dando a los zocatos lo que los científicos denominan una «ventaja dependiente de frecuencia negativa».
En la prueba de esgrima con florete de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980, por ejemplo, el grupo
entero de los seis finalistas masculinos estaba integrado por zurdos. Los científicos franceses Charlotte
Faurie y Michel Raymond han analizado la mayor proporción de zurdos en las sociedades primitivas
con más combates cuerpo a cuerpo. La hipótesis de estos y otros científicos es que la selección natural
protege a cierta cantidad de zurdos, sobre todo entre los varones, como una ventaja para combatir.
82Una tabla que relaciona las diferencias físicas esenciales entre los sexos relevantes para las
condiciones físicas óptimas está en la p. 176 de: Abernethy, Bruce y otros, The biophysical foundations of
human movement, Human Kinetics, 2ª ed., 2004.
83La competición física depende de la zona habitada por el organismo: Puts, David A., «Beauty and the
beast: mechanisms of sexual selection in humans», Evolution and Human Behavior, 31, (2010), 157-75.
84Los estudios que documentan el mayor número de antepasados femeninos que masculinos de los
humanos modernos son numerosos, pero se puede encontrar un sumario en las pp. 234-35 del libro de
Geary, Male, female: the evolution of sex differences.
85El artículo sobre Gengis Khan: Zerjal, T., y otros, «The genetic legacy of the mongols», American
Journal of Human Genetics, 72, (2003), 717-21.
86El metaanálisis de las diferencias antes y después de la pubertad en las aptitudes deportivas entre
hombres y mujeres de los dos a los veinte años: Thomas, Jerry R., y Karen E. French, «Gender
differences across age in motor performance: a meta-análisis», Psychological Bulletin, 98(2), 260-82.
87Antes de la pubertad, los niños y las niñas no se diferencian ni en altura ni en masa muscular y ósea:
Gooren, Louis J., «Olympic sports and transsexuals», Asian Journal of Andrology, 10(3), (2008), 427-32.
88 La idea de que las mujeres son más tolerantes al dolor que los hombres porque pasan por el parto es
un mito contradicho por todos los estudios realizados sobre el tema. Las mujeres son más sensibles al
dolor y tienen muchas más probabilidades de convertirse en pacientes con dolor crónico. Sin embargo,
las mujeres sí que se vuelven menos sensibles al dolor cuando se acercan al parto.
89Los cambios relacionados con la edad en los niños y las niñas en cuanto a una serie de capacidades
físicas —lanzamiento, velocidad— están en el capítulo 11 de: Malina, Robert, Claude Bouchard, y Oded
Bar-Or, Growth, maturation & physical activity, Human Kinetics, 2ª ed., 2003.
90 Récords de los 400 metros lisos: niños de nueve años: 1:00:87 niños de catorce años: 46:96 niñas de
nueve años: 1:00:56 niñas de catorce años: 52:68
91El debate sobre las características físicas, incluida la grasa corporal, de las maratonistas: Christensen,
Carol L., y R. O. Ruhling, «Physical characteristics of novice and experienced women marathon
runners», British Journal of Sports Medicine, 17(3), (1983), 166-71.
92El debate sobre el tamaño corporal y el rendimiento en las gimnastas en desarrollo: Claessens,
Albrecht L., «Maturity-associated variation in the body size and proportions of elite female gymnasts
14-17 years of age», European Journal of Pediatrics, 165, (2006), 186-92. Malina, R. M., «Physical growth
and biological maturation of young athletes», Exercise and Sport Sciences Reviews, 22, (1994), 389-433.
93Un análisis fascinante del programa de dopaje de Alemania del Este: Ungerleider, Steven, Faust’s
gold: inside the East German doping machine, Thomas Dunne Books, 2001.
94Dos excelentes críticas a las condiciones intersexuales de los olímpicos: Ritchie, Robert, John Reynard
y Tom Lewis, «Intersex and the Olympic Games», Journal of the Royal Society of Medicine, 101, (2008),
395-99. Tucker, Ross y Malcolm Collins, «The science and management of sex verification in sport»,
South African Journal of Sports Medicine, 21(4), (2009), 147-50.
95Los límites de la testosterona en los hombres y las mujeres proceden de las entrevistas con los
endocrinos y de los intervalos de referencia de los laboratorios. Los intervalos de referencia de la
testosterona varían ligeramente de un laboratorio a otro. Las pruebas de diagnóstico proporcionan un
intervalo de 241-827 nanogramos de testosterona por decilitro de sangre para los hombres. La clínica
Mayo proporciona un intervalo similar: http://www.mayomedicallaboratories.com/test-
catalog/Clinical+and+ Interpretive/8508.
96Las siete deportistas femeninas de los Juegos de Atlanta a las que se les detectó que tenían un gen
SRY: Wonkam, Ambroise, Karen Fieggen y Raj Ramesar, «Beyond the caster Semenya controversy»,
Journal of Genetic Counseling, 19(6), (2010), 545-548.
97La prevalencia de un cromosoma Y en las competidoras en cinco Juegos Olímpicos: Foddy, Bennett y
Julian Savulescu, «Time to re-evaluate gender segregation in athletics?», British Journal of Sports
Medicine, 45(15), (2011), 1184-88
98Índices del síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos: Galani, Angeliki y otros (2008),
«Androgen insensivity syndrome: clinical features and molecular defects», Hormones, 7(3), (2008), 217-
29.
99Entre los estudios que documentan los porcentajes de estatura elevada y esqueleto masculino en las
mujeres con SIA: Han T. S., y otros, «Comparison of bone mineral density and body proportions
between women with complete androgen insensitivity syndrome and women with gonadal dysgenesis»,
European Journal of Endrocrinology, 159, (2008), 179-85. Zachmann, M., y otros, «Pubertal growth in
patients with androgen insensitivity: indirect evidence for the importance of estrogens in pubertal
growth of girls», Journal of Pediatrics, 108, (1986), 694-97.
100La insensibilidad a los andrógenos es sólo «la punta del iceberg» de las afecciones intersexuales en el
deporte: Foddy, Bennett y Julian Savulescu, «Time to re-evaluate gender segregation in athletics?»,
British Journal of Sports Medicine, 45(15), (2011), 1184-88.
101 Brown también ha visto casos de déficit parcial de la 21-hidroxilasa en hombres, aunque los efectos
en ellos son menos espectaculares. En general, dice que los sistemas endocrinos de los deportistas de
élite difieren notablemente de los de los demás adultos. «Los deportistas presentan todo tipo de
peculiaridades», afirma. «Desde el punto de vista hormonal, los deportistas no están hechos como yo.»
102Los niveles de testosterona de las deportistas de élite: Cook, C. J., y otros, «Comparision of baseline
free testosterone and cortisol concentrations between elite and non-elite athletes», American Journal of
Human Biology, 24(6), (2012), 856-58.
103 Christian J. Cook, fisiólogo británico dedicado al estudio de los deportistas y la testosterona, dice:
«Una pauta que aparece con frecuencia es que las atletas de fuerza de primer nivel a menudo están más
cerca de los hombres en cuanto a sus niveles de testosterona […] y lo que esas mujeres muestran es una
tendencia a tener una gran capacidad para aumentar la fuerza por el entrenamiento». En un pequeño
estudio realizado en 2013, Cook halló que las deportistas con mayores niveles de testosterona
seleccionaban para sí ejercicios de fuerza más agotadores que sus iguales con niveles más bajos de
testosterona. (Las jugadores de netball con mayores niveles de testosterona escogen por propia
iniciativa mayor carga de trabajo: Cook, C. J., y C. M. Beaven, «Salivary testosterone is related to self-
selected training load in elite female athletes», Physiology & Behavior, 116-117C, (2013), 8-12, (ePub
previa a la impresión)).
104 La primera conversación que mantuve con Harper fue con motivo del artículo publicado en 2012
por Sports Illustrated «The Transgender Athlete», que escribí en colaboración con Pablo S. Torre. Pablo
y yo también conocimos a Kye Allums, una antigua jugadora de baloncesto de la Universidad George
Washington y el primer atleta públicamente transexual de la NCAA de la historia. Allums acababa de
empezar a inyectarse testosterona para transformarse físicamente en hombre, y según nos contó, le
habían crecido las manos, los pies y la cabeza, su voz se había vuelto más grave y le había empezado a
salir un ligero vello facial, y también podía correr más deprisa. Los estudios clínicos han hallado en los
pacientes una relación entre la cantidad de testosterona administrada y el incremento de la masa
muscular y la energía.
105Los corazones de los hombres crecen más deprisa: Kolata, Gina, «Men, women and speed. 2 words:
got testosterone?», New York Times, 22 agosto 2008.
5
Algunas personas mejoran su resistencia con más rapidez que otras. Tales
personas están dotadas de una capacidad alta para mejorar su rendimiento
mediante el entrenamiento. Otras, por el contrario, cuentan con una
capacidad aeróbica alta de partida. Pero ¿cómo de alto puede ser ese punto de
partida? O, lo que es una pregunta esencial en cuanto al deporte: ¿hay alguien
que tenga una resistencia aeróbica a nivel de los deportistas de élite antes de
entrenar? Ésta es una pregunta que Norman Gledhill, profesor de
quinesiología de la York University de Toronto —que ha dirigido las pruebas
combinadas del draft de la Liga Nacional de Hockey— empezó a considerar
en la década de 1970. La curiosidad de Gledhill nació a raíz de algunos casos
en los que parecía existir un mínimo de resistencia con anterioridad al
entrenamiento. El caso de Nancy Tinari, una alumna del cercano instituto
George S. Henry, fue uno de los que se grabó en la memoria de Gledhill.
En 1975, Tinari apareció en clase de gimnasia con unos vaqueros cortados
y unas maltrechas zapatillas de deporte y, sin ningún entrenamiento previo,
pasó a realizar una prueba de las dos millas en doce minutos. «No me
consideraba una deportista», dice Tinari. «No iba equipada ni había seguido
ningún entrenamiento. Aquello no me interesaba nada.» Por suerte para ella,
el hombre que controlaba el cronómetro aquel día de otoño, George S.
Gluppe, se sintió sumamente interesado en el hecho y «fui lo bastante listo
para darme cuenta de que tenía entre manos a alguien especial», declaró.
Gluppe atosigó a Tinari con su insistencia para que empezara a entrenar.
«¿Sabes, Nancy?, podrías llegar a ser corredora olímpica», le decía. Ella se
echaba a reír. Aunque, al final, Tinari cedió e hizo buenas aquellas palabras.
Y tan pronto como empezó a entrenar, empezó a ganar. Después del
instituto, Tinari corrió en York y más tarde se hizo profesional. En 1988, a
pesar de presentar un exiguo bagaje de treinta o treinta y cinco millas de
entrenamiento a la semana por culpa de las lesiones, compitió en los 10 km en
los Juegos de Seúl. Hasta este día, Tinari ostenta la plusmarca nacional de
Canadá de los 15 km.
Norm Gledhill jamás se olvidó de la historia de la chica descubierta en una
clase de gimnasia y que se convirtió en la mejor corredora de la York
University. A lo largo de las décadas de 1980 y 1990 la recordó a menudo
mientras él y su colega Veronica Jamnik realizaban pruebas de resistencia a
miles de individuos, desde ancianas a ciclistas y remeros de élite. De vez en
cuando, encontraban a alguien con un VO2max que no se compadecía con su
existencia sedentaria.
A finales de la década de 1990, Gledhill y Jamnik, junto con el
investigador de la York Marco Martino, decidieron ver si conseguían localizar
y estudiar a gente que estuviera en tan buen estado físico de forma natural.
Parte de su trabajo consistía en realizar pruebas de selección entre jóvenes
que aspiraran a convertirse en bomberos de Toronto. A lo largo de dos años,
el equipo realizó la prueba de la VO2max a 1.900 jóvenes.
Entre ellos hubo seis sin el menor antecedente de entrenamiento de
ningún tipo que no obstante tenían unas capacidades aeróbicas equivalentes a
las de los corredores universitarios. Los «seis naturalmente entrenados»,112
como los llamaron los fisiólogos australianos Damian Farrow y Justin Kemp
en su libro sobre la ciencia deportiva Why Dick Fosbury Flopped, obtuvieron
una puntuación en la VO2max que superaba en más de un 50 por ciento la de
la media de los varones jóvenes desentrenados, y eso pese a mostrar una clara
tendencia al sillónball. Cuando los investigadores de la York analizaron sus
«talentos ocultos», como los denominaron, comprobaron que los seis
hombres con una buena forma física natural poseían un don decisivo sin que
hubiera mediado el menor esfuerzo o disciplina por su parte: unas dosis
descomunales de sangre. Tales sujetos estaban dotados con unos volúmenes
sanguíneos que podrían haber sido confundidos con los de los atletas
entrenados para las disciplinas de resistencia. «Es el llenado diastólico
intensificado», explica Gledhill, haciendo alusión a la parte del latido del
corazón en la que el músculo cardíaco se relaja para permitir la entrada de
sangre. «Cuando rellenas el lado derecho del corazón con más sangre,
entonces éste bombea más al interior del lado izquierdo, que a su vez la
expulsa inyectándola en el cuerpo. La intensificación [del retorno de la sangre
al corazón] está causada por el volumen extra de sangre.
Un aumento en el volumen sanguíneo es una de las señales reveladoras de
un deportista bien entrenado. Y, ocasionalmente, se ha pillado a algún atleta
dopándose con un intensificador del volumen sanguíneo con la intención de
aumentar la resistencia. Pero ése no era el caso de los seis entrenados
naturalmente; simplemente habían salido así de fábrica, dopados de forma
natural.
Algunos de los atletas con mayor resistencia del mundo casi parecen
haber salido también de fábrica en mejor forma que sus iguales. Deportistas
como Chrissie Wellington.
106Además de las entrevistas a Ryun, su libro, In quest of gold: the Jim Ryun story, escrito con Mike
Phillips, ofrece un detallado relato de su aparición en el atletismo y es la fuente de las citas de los padres
de Ryun y de sus escritos
107El estudio familiar HERITAGE ha generado más de cien artículos en revistas. Los artículos sobre
HERITAGE más relevantes para este capítulo: Bouchard, Claude y otros, «Familial aggregation of
VO2max response to exercise training: results from the HERITAGE family study», Journal of Applied
physiology, 87, (1999), 1003-8. Bouchard, Claude y otros, «Genomic predictors of the maximal O2
uptake response to standardized exercise training programs», Journal of Applied Physiology, 10(5),
(2011), 1160-70. Rankinen, T., y otros, «CREB1 is a strong genetic predictor of the variation in exercise
heart rate response to regular exercise: the HERITAGE family study», Circulation: Cardiovascular
Genetics, 3(3), (2010), 294-99. Timmons, James A., y otros, «Using molecular classification to predict
gains in maximal aerobic capacity following endurance exercise training in humans», Journal of Applied
Physiology, 108, (2010), 1487-96.
108Una introducción profana al estudio familiar HERITAGE se puede encontrar aquí: Roth, Stephen
M., Genetics primer for exercise science and health, Human Kinetics, 2007.
109 A fuer de ser justos, hay que decir que la Vo2max no es el único indicador de la resistencia, pero sí
es importante. Aunque conocer la VO2max de los corredores de un maratón no nos indicará ni de lejos
el orden de llegada, sí que puede darnos una pista sobre qué corredores son profesionales, cuáles
universitarios, cuáles competidores de fin de semana y cuáles seguirán corriendo cuando lleguen los
servicios de limpieza. En otros deportes, la capacidad aeróbica podría ser un indicador aun más fiable.
Según el fisiólogo sueco Björn Ekblom, los datos de la década de 1970 mostraban que la VO2max era un
indicador decente de las medallas olímpicas en esquí de fondo.
110El comentario científico independiente sobre la firma de expresión genética de veintinueve genes:
Bamman, Marcas M., «Does your (genetic) alphabet soup spell “runner”?», Journal of Applied
Physiology, 108, (2010), 1452-53.
111Los datos del estudio GEAR de Miami fueron amablemente compartidos por los miembros del
equipo de investigación, especialmente por: Pascal J. Goldschmidt (decano de la Miller School of
Medicine, Universidad de Miami); Margaret A. Pericak-Vance (directora del Instituto de Genómica
Humana de Miami); Jeffrey Farmer (director del proyecto GEAR); Evadnie Rampersaud (director de la
División de Epidemiología Genética del Centro para la Epidemiología Genética y Genetica Estadística
del Instituto Hussman para la Genómica Humana.)
112El estudio de los «seis naturalmente entrenados»: Martino, Marco, Norman Gledhill y Veronica
Jamnik, «High VO2max with no history of training is primarily due to high blood volume», Medicine &
Science in Sports & Exercise, 34(6), (2002), 996-71.
113La «tarea casi imposible» de Wellington: «Wellington wins World Ironman Championships»,
Britishtriathlon.org, 14 octubre 2007.
114La entrada de Andrew Wheating en el atletismo se describe aquí: Layden, Tim, «Off to a blazing
start», Sports Illustrated, 20 septiembre 2010.
115Alberto Juantorena relata su paso del baloncesto al atletismo aquí: Sandrock, Michael, Running with
the legends, Human Kinetics, 1196, p. 204.
116El estudio de cinco años de Jack Daniels sobre Jim Ryun: Daniels, Jack, «Running with Jim Ryun: a
five-year study», The Physician and Sportsmedicine, 2, (1974), 63-67.
117El estudio de los deportistas japoneses júnior: Murase, Yutaka y otros, «Longitudinal study of
aerobic power in superior junior athletes», Medicine & Science in Sports & Exercise, 13(3), (1981), 180-
84.
6
Tan pronto como Lee publicó los primeros resultados sobre sus enormes
ratones en 1997, se vio inundado de mensajes de padres de niños con distrofia
muscular (natural), y también de atletas (¡sorpresa!) más que dispuestos a
ofrecerse como objeto de experimentos genéticos. Algunos de los atletas
apenas sabían de lo que estaban hablando y le preguntaban a Lee que dónde
podían comprar la miostatina, ignorantes de que es la carencia de ésta la que
conduce al crecimiento muscular.
El propio Lee es un tremendo aficionado al deporte. Es capaz de recitar de
memoria los últimos cuarenta y cinco campeones de baloncesto universitarios
de la NCAA, de educir inversamente un dato de los veinte años de su
matrimonio, pensando en primer lugar en quién fue el pitcher de los St. Louis
Cardinals aquel día. Pero ha sido más bien reacio a hablar de su trabajo con
los periodistas deportivos, porque le preocupa la aparente disposición de los
deportistas a abusar de una tecnología que ni siquiera lo es todavía y que está
pensada para pacientes que no tienen otras opciones. Así que confía en que
cualquier futuro tratamiento basado en la miostatina no sea estigmatizado, de
la misma forma que lo han sido los esteroides debido al papel que han
desempeñado en los escándalos deportivos.
La ocasional mirada a través de la cerradura de los avances genéticos se ha
revelado comprensiblemente seductora para los atletas. Después de la
miostatina, Lee pasó a interesarse por los ratones que tenían tanto la
miostatina bloqueada como alterada otra proteína relacionada con el
crecimiento muscular, la follistatina. El resultado: la musculatura cuádruple.
En colaboración con los investigadores de la empresa farmacéutica Wyeth,
Lee desarrolló entonces una molécula que se demostró se unía a la miostatina
y la inhibía, y que con sólo dos inyecciones aumentaba la masa muscular del
ratón en un 60 por ciento en dos semanas.125 Un ensayo posterior, llevado a
cabo por la farmacéutica Acceleron, informó en 2012 de que una sola dosis de
esa misma molécula incrementaba la masa muscular de las mujeres
posmenopáusicas. En estos momentos, varias compañías tienen diversos
fármacos inhibidores de la miostatina en fase de ensayo clínico.
Para la industria farmacológica,126 ésta no es simplemente una
investigación encaminada a encontrar un tratamiento para las enfermedades
que provocan la pérdida de la musculatura, sino la gallina de los huevos de
oro farmacéutica más grande de todos los tiempos: la de una cura para el
deterioro muscular normal debido a la edad. Y la miostatina no es el único
gen que ha aparecido en la búsqueda del crecimiento muscular explosivo.
Al año siguiente de que los enormes ratones de Lee ocuparan los titulares
de la prensa, H. Lee Sweeney, fisiólogo y profesor de la Universidad de
Pensilvania, presentó al mundo sus propios roedores musculosos, logrados a
base de inyectarles un transgen —un gen creado en laboratorio— que
producía el factor de crecimiento insulinoide de la masa muscular o IGF-1.127
Al igual que Lee, Sweeney se vio asediado por las llamadas. Sendos
entrenadores de instituto, uno de lucha libre y otro de fútbol americano, le
ofrecieron sus equipos como conejillos de indias genéticos. (Ofertas, claro
está, que fueron rechazadas.)
Es posible incluso que la era del dopaje génico ya esté aquí. En 2006,
durante el juicio celebrado contra el entrenador alemán de atletismo Thomas
Springstein, acusado de proporcionar a menores fármacos destinados a
mejorar el rendimiento, se presentaron pruebas de que el entrenador había
estado buscando Repoxygen, un medicamento contra la anemia que contiene
un transgen que estimula la producción de glóbulos rojos.
Antes de que me trasladara a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, un ex
campeón mundial de halterofilia me proporcionó el nombre de una empresa
que, según él, los culturistas utilizaban para conseguir técnicas de terapia
génica. Una vez en China, me puse en contacto con la empresa, y un
representante sí que accedió a hablar de las potenciales tecnologías genéticas.
Pero sospecho que era sólo una estrategia para tentar a los pacientes, y que la
empresa no realizaba en realidad ninguna terapia genética.
No obstante, Sweeney afirma que un método para proporcionar
transgenes, vertiéndolos simplemente en el torrente sanguíneo, no es
necesariamente seguro aunque sí lo bastante sencillo como para que pudiera
ser realizado por un estudiante avispado de biología molecular. Sweeney ha
ayudado a los funcionarios de la Agencia Mundial Antidopaje a prepararse
para combatir el dopaje genético, pero si la terapia génica se demuestra
completamente segura, dice, su empeño en mantenerla fuera de los deportes
desaparecerá.128
Pero quizá la cuestión más interesante es si las habituales variaciones de la
secuencia de ADN en genes como el IGF-1 y la miostatina, al contrario que
las mutaciones raras, ayudan a determinar si un habitual de los gimnasios
acumulará musculatura más deprisa que su colega de ejercicios. Las
comparaciones de las variantes comunes del gen humano de la miostatina,
tanto en culturistas como en sujetos sedentarios, han arrojado resultados
poco asombrosos. Algunos estudios han encontrado ligeras diferencias, y
otros ninguna en absoluto. Aunque ahora están surgiendo otros genes
implicados en el proceso de desarrollo muscular que son trascendentales para
comprender por qué algunas personas consiguen esculpir sus cuerpos
levantando hierros, mientras que otras se esfuerzan en vano en muscularse.
La red de genes que regula el crecimiento muscular sólo está empezando a ser
delimitada, pero ya es bien conocida una causa biológica de las diferencias en
el fortalecimiento. Algunos deportistas tienen un potencial mayor de
crecimiento muscular que otros debido a que empiezan con una asignación
diferente de fibras musculares.
Dicho de manera burda, las fibras musculares llegan en dos tipos
principales:133 de contracción lenta (tipo I) y de contracción rápida (tipo II).
Las fibras de contracción rápida se contraen al menos dos veces más
rápidamente que las fibras de contracción lenta en los movimientos
explosivos —se ha demostrado que en los humanos la velocidad de
contracción de los músculos es un factor restrictivo de la velocidad en carrera
corta—,134 pero se cansan muy deprisa.135 Las fibras de contracción rápida
también crecen el doble que las de contracción lenta cuando son sometidas a
un entrenamiento con pesas. Así que cuantas más fibras de contracción
rápida haya en un músculo, mayor es su potencial de crecimiento.
La mayoría de las personas tienen músculos que están compuestos en algo
más de su mitad por fibras de contracción lenta.136 Pero las mezclas de los
tipos de fibras de los atletas se adecuan a su deporte.137 Los músculos de la
pantorrilla de los velocistas son en un 75 por ciento o más de contracción
rápida; los atletas que corren la media milla, como hacía yo, tienden a tener
una mezcla casi al 50 por ciento de fibras de contracción lenta y de
contracción rápida, con una proporción mayor de estas últimas en los niveles
más altos de la competición. Los corredores de larga distancia se inclinan
hacia las fibras musculares de contracción lenta que no pueden producir
fuerza explosiva con tanta rapidez, pero que tardan mucho en cansarse. Se
constató que Frank Shorter,138 el último norteamericano en ganar el maratón
olímpico, tenía el 80 por ciento de fibras musculares de contracción lenta en
la musculatura de una pierna que se tomó como muestra. Esto plantea la
cuestión de si los atletas obtienen su exclusiva combinación de fibras
musculares a través del entrenamiento o si se inclinan a un deporte y triunfan
en él debido a cómo se han desarrollado ya.
Una inmensa cantidad de pruebas sugieren que hay más de esto último.
Ningún estudio de entrenamiento ha logrado jamás ocasionar un cambio
sustancial de fibras de contracción lenta en fibras de contracción rápida, ni
tampoco ocho horas diarias de estimulación eléctrica del músculo.139 (Esto
originó un cambio de tipo de fibras en los ratones, pero no lo logró en
personas.) Un artículo sobre unos estudios de tipos de fibras musculares
publicado en 2010140 en el Scandinavian Journal of Medicine & Science in
Sports aportaba esta respuesta a la pregunta de si es posible que se den
cambios significativos en los tipos de fibras por medio del entrenamiento: «La
concisa (y decepcionante) respuesta es: “En realidad, no”. La respuesta larga
tiene algunos matices estimulantes».141 Lo que significa que el entrenamiento
aeróbico puede volver las fibras de contracción rápida más resistentes, y el
entrenamiento de tonificación muscular, más fuertes las fibras de contracción
lenta, pero no se invierten por completo. (Salvo en circunstancias extremas,
como cuando le cortan a uno la médula espinal, en cuyo caso todas las fibras
se vuelven de contracción rápida.)
Los datos tanto de los tipos de fibra como de los genes sugieren que las
cualidades innatas de cada individuo garantizan que no haya nadie que se
adapte a todos los deportes o métodos de entrenamiento. Algunos científicos
del deporte ya han puesto en práctica esta idea.
118El artículo original del Superbebé: Schuelke, Marcus, y otros, «Myostatin mutation associated with
gross muscle hypertrophy in a child», New England Journal of Medicine, 350, (2004), 2682-88.
119La primera descripción de la miostatina en la literatura científica: McPherron, Alexandra C., Ann
M. Lawler y Se-Jin Lee, «Regulation of skeletal muscle mass in mice by a new TGF-ß superfamily
member», Nature, 387(6628), (1997), 89-90.
120La mutación de la miostatina encontrada en el ganado bovino: McPherron, Alexandra C., y Se-Jin
Lee, «Double muscling in cattle due to mutations in the myostatin gene», Proceedings of the National
Academy of Sciences, 94, (1997), 12457-61.
121 Un descenso en la miostatina es en realidad una adaptación normal entre las personas que levantan
peso habitualmente, según parece, como una manera de parte del organismo de despejar el camino para
el desarrollo muscular.
122Los whippet y la mutación de la miostatina: Mosher, Dana S., y otros, «A mutation in the myostatin
gene increases muscle mass and enhances racing performance in heterozygote dogs», PLoS ONE, 3(5),
(2007), e79.
123El gen de la miostatina predice el don de la velocidad y las ganancias en los caballos: Hill, Emmeline
W., y otros, «A sequence polymorphism in MSTN predicts sprinting ability and racing stamina in
thoroughbred horses», PloS ONE, 5(1), (2010), e8645.
124El impacto de las variaciones en el gen de la miostatina en el rendimiento deportivo de los animales:
Lee, Se-Jin, «Sprinting without myostatin: a genetic determinant of athletic prowess», Trends in
Genetics, 23(10), (2007), 475-77. Lee, Se-Jin, «Speed and endurance: you can have it all?», Journal of
Applied Physiology, 109, (2010), 921-22.
125La molécula inhibidora de la miostatina aumentó la musculatura de los ratones en un 60 por ciento
en dos semanas: Lee, Se-Jin, «Regulation of muscle growth by multiple ligands signaling through activin
type II receptors», Proceedings of the National Academy of Sciences, 102(50), (2005), 18117-22.
126Las compañías farmacéuticas están probando medicamentos que inhiben la miostatina en los
humanos: Attie, Kenneth M., y otros, «A single ascending-dose study of muscle regular ACE-031 in
health volunteers», Muscle & Nerve, 1 agosto 2012, (ePub previo a la publicación).
127H. Lee Sweeney sobre su trabajo del IGF-1 y las perspectivas futuras del dopaje génico: Sweeney, H.
Lee, «Gene doping», Scientific American, julio 2004, 63-69.
128 En un famoso ensayo de terapia génica realizado en Francia, doce niños fueron tratados con éxito
de la inmunodeficiencia combinada severa ligada al cromosoma X —conocida coloquialmente como
síndrome del «niño burbuja»—, aunque después varios de ellos enfermaron de leucemia.
130 Es importante recordar que cuanto más duro es el entrenamiento, menos probabilidades hay de
estar entre «los que no responden». Cuando más duro es el trabajo, más probable será tener al menos
alguna respuesta, aunque sea menor que la de los iguales.
131Los datos del estudio GEAR fueron compartidos generosamente por los miembros del equipo de
investigación de la Universidad de Miami.
132Después de doce semanas, el aumento de la fuerza varía desde el cero por ciento al 250 por ciento:
Hubal, M. J., y otros, «Variability in muscle size and strength gain after unilateral resistance training»,
Medicine & Science in Sports & Exercise, 37(6), (2005), 964-72.
133Una introducción accesible a los tipos de fibras musculares, con un gráfico que muestra las
proporciones típicas: Andersen, Jesper L., y otros, «Muscle, genes and athletic performance», en
editores de Scientific American, ed., Building the Elite Athlete, Scientific American, 2007.
134La velocidad de contracción muscular limita la rapidez humana: Weyand, Peter G., y otros, «The
biological limits to running speed are imposed from the ground up», Journal of Applied Physiology,
108(4), (2010), 950-61.
135 Las fibras musculares de contracción lenta necesitan abundante oxígeno, y por lo tanto están
rodeadas de vasos sanguíneos, lo que les confiere un aspecto oscuro. En la cena de Acción de Gracias te
puedes dar cuenta de que los pavos son predominantemente pedestres y no voladores por la carne
oscura de las patas y la carne blanca de contracción rápida de la pechuga. Las fibras de contracción lenta
son ricas en hierro, así que si están buscando añadir hierro a su dieta, tírense a por las patas del pavo.
136Dos de los estudios más famosos sobre las proporciones de las fibras musculares en los deportistas:
Costill, D. L., y otros, «Skeletal muscle enzymes and fiber composition in male and female track
athletes», Journal of Applied Physiology, 40(2), (1976), 149-54. Fink, W. J., D. L. Costill y M. L. Pollock,
«Submaximal and maximal working capacity of elite distance runners. Part II: Muscle fiber composition
and enzyme activities», Annals of the New Yor Academy of Sciences, 301, (1997), 323-27.
137Un excelente manual básico gratuito sobre los tipos de fibras musculares: Zierath, Juleen R., y John
A. Hawley, «Skeletal muscle fiber type: influence on contractile and metabolic properties», PLoS
Biology, 2(10), e348.
138La biopsia del músculo de la pantorrilla de Frank Shorter se puede ver gratuitamente en la Red en la
fig. 2 de este artículo: Zierath, Juleen R., y John A. Hawley, «Skeletal muscle fiber type: influence on
contractile and metabolic properties», PLoS Biology, 2(10), e348.
139Ocho horas diarias de estimulación eléctrica no cambiaron los porcentajes de fibras de contracción
lenta: Simoneau, Jean-Aimé y Claude Bouchard, «Genetic determinism of fiber type proportion in
human skeletal muscle», The FASEB Journal, 9, (1995), 1091-95.
140El artículo, del que es coautor Jesper Anderson, trataba el impacto del entrenamiento en las fibras
musculares: Andersen, J. L., y P. Aagaard, «Effects of strength training on muscle fiber types and size:
consequences for athletes training for high-intensity sport», Scandinavian Journal of Medicine & Science
in Sports, 20(Suple.2), (2010), 32-38.
141 En 2009, un estudio realizado en Rusia con 1.243 deportistas de resistencia y 1.132 no deportistas
encontró una correlación, relativamente sólida y sumamente significativa desde el punto de vista
estadístico, entre la proporción de fibras de contracción lenta de un sujeto y las versiones de diez genes
diferentes del mismo sujeto que estudios independientes habían asociado (bien que frecuentemente de
manera endeble) con la resistencia. Aunque se sabe poco sobre los genes específicos que influyen en las
proporciones de los tipos de fibra. (El estudio ruso que correlaciona los genes de la resistencia y los
porcentajes de fibras musculares: Ahmetov, Ildus I., «The combined impact of metabolic gene
polymorphisms on elite endurance athlete status and related phenotypes», Human Genetics, 126(6),
(2009), 751-61).
7
Hace decenios, sobre todo en Europa, los equipos deportivos de los clubes
locales mantenían a un gran número de deportistas que competían a nivel
regional o que incluso eran semiprofesionales y que a menudo constituían
toda la élite deportiva de la humanidad. Hasta que la tecnología desniveló el
panorama.
En la actualidad, miles de millones de clientes tienen literalmente una
entrada para los Juegos Olímpicos, la Copa del Mundo o la Super Bowl con
un simple toque del mando a distancia. De resultas de esto, la mayoría de los
entusiastas del deporte son ahora espectadores de la élite, en vez de
participantes en lo relativamente cotidiano, una descomunal población de
quarterbacks aficionados al sillón reclinable que pagan por ver a un reducido
número de quarterbacks de verdad. Tal escenario origina lo que el
economista Robert H. Frank denominó un «mercado de ganador único».142
Cuando la cartera de clientes para ver espectáculos deportivos extraordinarios
se amplía, la fama y las recompensas económicas se inclinan hacia el estrecho
escalón de la pirámide del espectáculo. A medida que esas recompensas han
ido aumentando y se han concentrado en el nivel máximo, los actores que las
ganan se han hecho más rápidos, fuertes y habilidosos.
Un grupo de psicólogos del deporte, principalmente acólitos de la escuela
de las 10.000 horas, han argumentado que la mejora en los récords deportivos
mundiales individuales y en los niveles de destreza en los deportes de equipo
ha aumentando de forma tan descomunal en el último siglo —más deprisa de
lo que la evolución podría haber alterado de manera significativa el acerbo
genético—, que dicha mejora debe atribuirse exclusivamente al aumento
creciente de la práctica. A medida que las recompensas de los mejores atletas
han ido creciendo, más atletas han acometido mayores cantidades de
entrenamiento en un intento de ganarlas también.
Aunque una parte de las mejoras, incluso en empeños deportivos
sencillos, son con toda claridad el resultado de los perfeccionamientos
tecnológicos. El análisis biomecánico de las imágenes de vídeo del legendario
velocista Jesse Owens, por ejemplo, ha demostrado que sus articulaciones se
movían tan deprisa en la década de 1930 como las de Carl Levis en la década
de 1980,143 sólo que Owens corría en pistas de ceniza, que absorben bastante
más energía que las superficies sintéticas donde Lewis estableció sus récords.
Pero la tecnología no es la única fuente de la mejora que se suele omitir.
Sin duda, la cantidad y precisión cada vez mayores de la práctica han ayudado
a superar las fronteras del rendimiento. Pero el efecto del ganador único,
combinado con un mercado global que ha permitido un auditorio mucho
mayor para el minúsculo número de los puestos cada vez más lucrativos de la
lista, ha alterado de hecho el acervo genético. No el acervo genético de toda la
humanidad, pero sin duda sí el acervo genético de los deportes de élite.
Reunir la información para el estudio más famoso jamás realizado sobre los
tipos corporales en el deporte, le llevó todo un año de trabajo a un equipo
internacional de investigación. Dicho estudio incluyó a los 1.265 deportistas
que compitieron en los Juegos Olímpicos de México 1968 en representación
de todos los deportes (a excepción de la equitación) y de 92 países.153 Se tardó
más de seis años en reunir y publicar los resultados en un libro de 236
páginas. La mitad del libro se compone sencillamente de tablas de mediciones
corporales. Incluso sin texto, los datos transmiten un mensaje evidente: en la
mayoría de los deportes olímpicos, los deportistas son en general más
parecidos físicamente entre sí de lo que yo me parezco a mi hermano.
Dentro del atletismo, la mayoría de los atletas podrían ser adscritos a una
prueba partiendo simplemente de sus mediciones corporales. Los hombres y
mujeres que corrían los 400 y los 800 metros lisos o los vallistas eran los
corredores más altos —lo que no supone ninguna sorpresa, dado que el
objetivo en las carreras de obstáculos es superar las vallas con el menor
movimiento posible del centro de gravedad—, mientras que los maratonistas
eran los más bajos, lo cual tampoco es ninguna sorpresa. Pero las similitudes
alcanzaban a los rasgos físicos menos evidentes del esqueleto.
Los deportistas de una disciplina o una prueba concreta tienden a ser
parecidos en la altura y el peso —y a menudo distintos de una población de
control de no deportistas— y también en la anchura del hueso pelviano y la
estructura ósea de los hombros.
Las mujeres no deportistas que se midieron en el estudio como grupo de
control tenían, como es natural, un hueso pelviano más ancho que los
hombres no deportistas. Pero las nadadoras tenían unos huesos pelvianos
más estrechos que la población de control de hombres normales. Y las
saltadoras de trampolín, a su vez, lo tenían más estrecho que las nadadoras. Y
las velocistas más que las saltadoras. (Unas caderas esbeltas contribuyen a una
carrera eficiente.) Y las gimnastas aun tenían unas caderas más esbeltas.
Las velocistas tenían unas piernas mucho más largas que la población
femenina de control, y más o menos igual de largas que las de los hombres de
control. Los velocistas eran aproximadamente unos cinco centímetros más
altos que los hombres del grupo de control, y el ciento por ciento de esa
diferencia estaba en sus piernas, de tal manera que cuando estaban sentados
tenían la misma altura que el grupo de control masculino.
De media, los nadadores eran casi 4 cm más altos que los velocistas,
aunque sus piernas no obstante medían 1,27 cm menos. Un tronco más largo
y unas piernas más cortas facilitan una mayor superficie de contacto con el
agua, el equivalente a un casco más largo en una piragua, que favorece el
desplazamiento por el agua a gran velocidad. Según consta, Michael
Phelps,154 que mide 1,93 m, se compra pantalones con un tiro de 81 cm, más
cortos que los que gasta Hicham El Guerrouj, el corredor marroquí de 1.75 m
y que ostenta el récord mundial de la milla. (Al igual que otros nadadores de
primer nivel, Phelps tiene también unos brazos largos y unos pies y unas
manos grandes. Este tipo de cuerpo alargado puede ser indicativo de una
peligrosa enfermedad conocida como síndrome de Marfan. De acuerdo con la
autobiografía de Phelps, Beneath the Surface, sus extraordinarias
proporciones son la causa de que todos los años se realice pruebas en busca de
indicios de la enfermedad.)155
Cuanto más se han ido desplazando los mercados de los deportes de élite
desde las actividades participativas a los espectáculos para enormes masas de
espectadores, más excepcionales se han vuelto los cuerpos necesarios para
triunfar, y mayor se ha hecho la cantidad de dinero necesaria para atraer esos
cuerpos excepcionales a un deporte determinado. En 1975, por término
medio los deportistas profesionales norteamericanos apenas superaban en
cinco veces el salario medio de un ciudadano norteamericano normal. En la
actualidad, los salarios medios de aquellos deportes son entre cuarenta y cien
veces más altos que el salario medio de un trabajador a jornada completa.
Para igualar el sueldo de un solo año de los deportistas mejor pagados, un
norteamericano con unos ingresos medios anuales para un empleo a jornada
completa tendría que trabajar durante quinientos años.156
142Los mercados de ganador único con el debate del impacto de la tecnología: Frank, Robert H.,
Luxury fever: money and happiness in an era of excess, Free Press, 1999 (e-book para kindle).
143La velocidad de las articulaciones de Jesse Owens era parecida a la de Carl Lewis: Schechter, Bruce,
«How much higher? How much faster?», en Editores de Scientific American, eds., Building the elite
athlete, Scientific American, 2007.
144La cita relativa a la forma perfecta del hombre aparece aquí: Sargent, D. A., «The physical
characteristics of the athlete», Scribner’s Magazine, 2(5), (1887), 558.
145Norton y Olds han escrito ampliamente sobre los cuerpos cambiantes en el grupo de deportistas de
élite. He aquí dos de los mejores artículos de recopilación, de los que fueron extraídos muchos de los
ejemplos de deportes concretos de este capítulo: Norton, Kevin, y Tim Olds, «Morphological evolution
of athletes over the 20th century: causes and consequences», Sports Medicine, 31(11), (2001), 763-83.
Old, Timothy, «Chapter 9: Body composition and sports performance», en Ronald J. Maughan, ed., The
olympic textbook of science in sport, Blackwell Publishing, 2009.
146Las mujeres muy altas tienen 191 probabilidades más de llegar a una final olímpica que las mujeres
muy bajas: Khosla, T., y V. C. McBroom, «Age, height and weight of female olympic finalists», British
Journal of Sports Medicine, 19, (1988), 96-99.
149La eliminación del calor y el tamaño del cuerpo de los corredores: O’Connor, Helen, Tim Olds y
Ronald J. Maughan, «Physique and performance for track and field events», Journal of Sports Sciences,
25(S2), (2007), S49-60.
150El efecto de la temperatura central sobre el esfuerzo (y la repercusión de las anfetaminas): Roelands,
Bart y otros, «Acute norepinephrine reuptake inhibition decreases performance in normal and high
ambient temperature», Journal of Applied Physiology, 105, (2008), 206-12. Tucker, Ross, «The
anticipatory regulation of performance: the physiological basis for pacing strategies and the
development of a perception-based model for exercice performance», British Journal of Sports Medicine,
43, (2009), 392-400.
151 Uno de los motivos de que las anfetaminas sean tan buenas, aunque ilegales, para aumentar la
resistencia, es que al parecer eliminan la inhibición cerebral al sobrecalentamiento, permitiendo que un
atleta continúe por encima de los 40º. Aunque fantástico para el rendimiento, eso también conduce a un
golpe de calor y a la muerte en una competición. En 2009, un entrenador de fútbol americano de un
instituto de Kentucky fue juzgado por asesinato después de que uno de sus jugadores se desplomara y
muriese durante un entrenamiento llevado a cabo bajo un calor enorme. El entrenador fue absuelto, y
se hizo público que el jugador estaba sometido a un tratamiento con anfetaminas por padecer un
TDAH.
152El debate de la eliminación del calor en relación concretamente a Paula Radcliffe: Schwellnus,
Martin P., ed., The olympic textbook of medicine in sport, Wiley, 2008, p. 463.
153El famoso estudio de los tipos corporales de los olímpicos de México 1968: De Garay, Alfonso L.,
Louise Levine y J. E. Lindsay Carter, eds., Genetic and anthropological studies of olympic athletes,
Academic Press, 1974.
154El corto tiro de los pantalones de Michael Phelps: McMullen, Paul, «Measure of a swimmer: from
flipper feet to a long trunk, Phelps represents a one-man body shop of what a swimmer should be»,
Baltimore Sun, 9 marzo 2004.
155 En deportes como la natación, el kayakismo y el lacrosse, los deportistas tienden a mostrar un
«índice braquial» muy alto. Esto es, el antebrazo es relativamente largo comparado con el brazo, lo que
hace al brazo en su conjunto más apto para la propulsión. Los levantadores de pesas y los luchadores,
que necesitan estabilidad y fuerza, tienen unos índices braquiales muy bajos.
156La diferencia salarial entre la media de los trabajadores y los deportistas profesionales (actualizada
utilizando las cifras de la Oficina Censal de Estados Unidos): Olds, Timothy, «Capítulo 9: Body
composition and sports performance», en Ronald J. Maughan, ed., The olympic textbook of science in
sports, Blackwell Publishing, 2009.
157El estudio del consorcio GIANT: Willer, C. J., y otros, «Six new loci associated with body mass index
highlight a neuronal influence on body weight regulation», Nature Genetics, 41(1), (2009), 25-34.
158Los investigadores de Estados Unidos y Finlandia han encontrado que un porcentaje elevado de
fibras musculares de contracción rápida disminuye la quema de la grasa y aumenta la tensión arterial y
el riesgo de enfermedades cardíacas: Hernelahti, Miika y otros, «Muscle fiber-type distribution as a
predictor of blood pressure: a 19-year follow-up study», Hypertension, 45(5), (2008), 1019-23. Kujala,
Urho M., y Heikki O. Tikkanen, «Disease-specific mortality among elite athletes», JAMA, 285(1),
(2001), 44. Tanner, Charles J., y otros, «Muscle fiber type is associated with obesity and weight loss»,
American Journal of Physiology-Endocrinology and Metabolism, 282, (2002), E1191-96.
159Francis Holway compartió cortésmente las hojas de cálculo de sus datos sobre las mediciones
corporales de los deportistas.
160Cowgill sobre las diferencias innatas en los esqueletos: Cowgill, L. W., «The ontogeny of holocene
and late pleistocene human postcranial strength», American Journal of Physical Anthropology 141(1),
(2010), 16-37.
161 El límite que Holway ha documentado para las mujeres se acerca a la proporción 4,2 a 1. Y ambos
límites son sin esteroides. Los deportistas con esteroides han sido capaces de sobrepasar el límite de 5 a
1.
162La cita de Tanner está sacada de: Tanner, J. M., Fetus into man: physical growth from conception to
maturity, Harvard University Press, (edición revisada y aumentada), 1990.
8
Sólo con una inevitabilidad ligeramente menor que la muerte y los impuestos,
los Chicago Bulls ganaron casi todos los campeonatos de la NBA durante la
década de 1990.
Tal dominio dinástico llegó sobre las espaldas de tres futuros miembros
del Salón de la Fama y de tres oportunos estirones. Antes de que la trinidad de
pilares de la dinastía de los Bulls alcanzaran su estatura, sus habilidades por
separado no los habían elevado por encima de la multitud.
Uno era Rodman, por supuesto. También estaba Scottie Pippen, que tenía
una historia parecida. Al terminar el instituto medía 1,85 y comenzó como
director técnico del equipo de la Universidad de Arkansas Central. Pegó un
estirón hasta el 1,90 m hacia el final de su primer año y empezó a jugar en el
equipo. Al terminar el siguiente verano, Pippen estaba en 1,95 m. Al finalizar
la primera temporada había llegado a los 2 m, y los ojeadores de la NBA
empezaron a menudear de incógnito por las gradas para ver a Arkansas
Central. Años más tarde, Pippen sería elegido uno los cincuenta mejores
jugadores de la historia de la NBA, y entraría en el Salón de la Fama un año
antes que Rodman.
Michael Jordan no apuró tanto la cosa. Ya era un buen jugador de
baloncesto en el instituto —con 1,73 m empezó a hacer mates en su primer
año—,164 pero provenía de una familia relativamente diminuta, y en su
segundo año de instituto ya tenía una rara estatura de casi 1,82 m. En su
tercer año, estaba siendo valorado por los ojeadores universitarios, aunque
parecía ser más apto para una universidad pequeña. Según confesión del
propio Jordan, su hermano Larry, que medía 1,70 m, era tan atlético como él
y le superaba cuando jugaban en el patio de casa. Hasta que Michael dio el
estirón. Al final del instituto creció algo más de 15 cm y dejó el béisbol para
centrarse en el baloncesto. Y obtuvo una beca para la poderosa Carolina del
Norte. El resto de la historia casi no necesita de ser contada.
Rodman, Pippen y Jordan formaron el núcleo de un equipo de los Bulls
que la temporada 1995-1996 terminó con 72 victorias y 10 derrotas, una
hazaña no igualada ni antes ni después, y sus biografías son unos testamentos
de la primacía de la estatura.
Esto no pretende insinuar que medir 1,98 m o 2,03 m automáticamente le
hace a uno jugador de baloncesto profesional, y ni mucho menos le envía de
cabeza al Salón de la Fama. Como la celebridad de ESPN Colin Cowherd dijo
en su programa de radio: «El talento no cae del útero… hay un millón de tíos
en Norteamérica que miden 2,03 y que no están en la NBA». Aunque por otro
lado, eso tampoco es cierto.
De acuerdo con los datos de la Oficina Censal de Estados Unidos y del
Centro Nacional para las Estadísticas de la Salud, probablemente haya menos
de veinte mil varones norteamericanos de entre veinte y cuarenta años que
midan por lo menos 2,03 m. Así que entre un millón no hay un Dennis
Rodman o un LeBron James —comparados con los hombres de igual estatura
—, aunque sí hay uno en un remanso del tamaño de Rolla, Missouri.
La altura es un rasgo increíblemente estrecho y limitado entre los
humanos. Todo un 68 por ciento de varones norteamericanos se sitúan en
una horquilla de sólo 15 cm, del 1,70 m al 1,85 m. La curva de campana de la
estatura de los adultos es una pendiente propia del Himalaya que desciende
escarpadamente por ambos lados de la media. Un mero 5 por ciento de
norteamericanos miden 1,90 m o más, mientras que la estatura media de un
jugador de la NBA ronda permanentemente más de los 2,06 m. Baste decir
que hay una coincidencia asombrosamente escasa —bastante menos que la
sugerida por Cowherd— entre la estatura de la humanidad y la de los
jugadores de la NBA.
Mientras que los habitantes del mundo industrializado se hicieron más
altos a lo largo de gran parte del siglo XX a un ritmo de un centímetro por
decenio más o menos —debido, al menos en parte, al aumento en la ingesta
de proteínas y al descenso de las infecciones infantiles que retrasan el
crecimiento, y quizá también a una mezcla de genes más amplia, en la que los
genes de los «altos» dominaron a los genes de los «bajos»—,165 los jugadores
de la NBA han estado creciendo a un ritmo cuatro veces superior, y los más
altos de la NBA a diez veces dicho ritmo.
En Outliers, Malcolm Gladwell establece una comparación entre la altura
en baloncesto y el CI. Existe un umbral, escribe, cuya superación realmente
no tiene ninguna trascendencia. Por encima de un CI de 120 —el cual ya
elimina a la mayoría de la humanidad—, sostiene, uno ya es lo
suficientemente inteligente para analizar los problemas intelectuales más
difíciles, y un CI mayor no se traduce en ningún éxito en la vida real. En el
baloncesto, añade, «quizá sea mejor medir 1,88 m que 1,85 m… Pero más allá
de cierto punto, la altura deja de tener tanta importancia». Pero la «hipótesis
del umbral» del CI no se ve apoyada por el trabajo de los científicos
especializados en ese campo, ni tampoco la hipótesis del umbral de la altura
en la NBA encuentra apoyatura en los datos de los jugadores.166
De acuerdo con los datos procedentes de la NBA y de las pruebas
combinadas previas al draft de la NBA (que utilizan exclusivamente
mediciones reales de los jugadores descalzos), la Oficina del Censo y el Centro
Nacional para las Estadísticas de la Salud de los Centros para el Control de las
Enfermedades,167 se prima de tal manera el exceso de estatura en la NBA, que
la probabilidad de que un norteamericano de entre veinte y cuarenta años sea
actualmente jugador de la NBA se incrementa en todo un orden de magnitud
con cada aumento de cinco centímetros en la estatura a partir del 1,83 m.
Para un hombre que mida entre 1,83 m y 1,88 m, sus probabilidades de estar
actualmente en la NBA es de cinco entre un millón; entre 1,88 m y 1,93 m, las
probabilidades aumentan a veinte entre un millón. En cuanto a un hombre
que esté entre los 2,08 m y los 2,13 la cosa asciende hasta los treinta y dos mil
entre un millón, o lo que es lo mismo, el 3,2 por ciento. Que un
norteamericano mida 2,13 es tan raro, que el CDC ni siquiera incluye un
percentil de altura para esa estatura. Pero las mediciones de la NBA
combinadas con la curva formada por los datos de dicho organismo, sugieren
que de los norteamericanos entre veinte y cuarenta años que miden 2,13, un
asombroso 17 por ciento ya está «ahora mismo» en la NBA.168 Encuentren a
seis hombres honrados de 2,13, y uno estará en la NBA.
Kevin Norton y Timothy Olds, los científicos de la Gran Explosión de los
tipos corporales, registraron en un gráfico el incremento de los jugadores de
2,13 m de la NBA desde 1946 a 1998 y hallaron que la proporción de
jugadores de la NBA de esta estatura aumentó lenta aunque constantemente
durante treinta cinco años, pasando de cero en 1946 a alrededor del 5 por
ciento de todos los jugadores a principios de la década de 1980, justo antes de
que el mercado de ganador único del baloncesto se disparara de forma
desmesurada.
En 1983, la NBA alcanzó un acuerdo con los jugadores para firmar un
revolucionario convenio colectivo que convertía a los deportistas en socios de
la liga con derecho a participar monetariamente de los acuerdos de licencia, la
venta de entradas y los contratos de televisión. Al año siguiente, un novato
Michael Jordan firmaba un contrato igualmente innovador con Nike, por el
que adquiría una participación en los beneficios por las ventas de zapatillas
que llevaran su nombre.
De pronto, los ingresos potenciales de los jugadores de baloncesto
profesionales salieron disparados por el techo de la pista, y prácticamente
cualquiera que «pudiese» jugar en la NBA quería hacerlo. Al mismo tiempo,
los equipos de la NBA empezaron a registrar el mundo en busca de gigantes.
Sólo en los tres años que siguieron a la firma del nuevo convenio, la
proporción de jugadores de 2,13 m que jugaban en la NBA se fue a más del
doble, alcanzando el 11 por ciento, donde básicamente permanece desde
entonces. «Lo que esto significa es que básicamente todas las personas del
mundo que midan 2,13 m y sepan jugar al baloncesto forman parte del
juego», dice Olds. «Es como si hubiéramos alcanzado un límite de población.»
Para alcanzar esto fue necesario aumentar la globalización del deporte. La
estatura media de los jugadores norteamericanos de la NBA ronda el 1,99 m,
mientras que la de los jugadores extranjeros se acerca a los 2,06 m. Muchos de
los jugadores extranjeros de la NBA están ahí, aparentemente, porque los
equipos andan escasos de jugadores de la casa que sean altos. Por lo tanto, tal
vez no sorprenda en absoluto que los países no norteamericanos con una
representación estable en la NBA —Croacia, Serbia, Lituania— se cuenten
entre los más altos del mundo. Dado que la altura es un rasgo humano con
una «distribución normal» (esto es, una curva de campana), una diferencia
insignificante en la estatura media de un país implica una gran diferencia en
el número de personas situadas en los extremos, como los que miden 2,13 m.
Desde el punto de vista de las estaturas raras, la Asociación Nacional de
Baloncesto Femenino de Estados Unidos se sitúa muy por detrás de la liga
masculina. La estatura media de una jugadora de la WNBA está entre el 1,80
m y el 1,83 m, lo que en términos relativos no es una estatura tan
desmesurada en comparación con la mujer media, como lo es la de un
jugador de la NBA en relación a un hombre medio. La jugadora media de la
WNBA sólo es un 10 por ciento más alta que la norteamericana media,
mientras que el jugador medio de la NBA supera casi en un 15 por ciento la
estatura media de los hombres.
Puede que lleve algún tiempo el que las mujeres altas graviten hacia el
juego. O que sea necesario un mercado de ganador único más potente. Las
jugadoras de la WNBA ganan sólo unos cuantos miles de dólares al año,
mientras que los jugadores de la NBA se embolsan más de 5 millones anuales.
Es fácil darse cuenta del motivo de que muchas mujeres con el don atlético de
la altura puedan sentirse inclinadas hacia otros deportes que les deparan la
oportunidad de obtener un mayor lucro, como pueda ser el tenis. A medida
que las raquetas se han ido haciendo más ligeras, y los servicios más
importantes en el juego, las jugadoras se han ido haciendo más altas. Mientras
escribo esto, las tres mejores jugadores de tenis del mundo tienen una
estatura media de 1,82 m, casi idéntica a la estatura media de la WNBA.
Nada de esto significa que los hombres y las mujeres de menos estatura no
puedan triunfar en el baloncesto. Jugadores de la NBA como Muggsy Bogues
(1,60 m),169 Nate Robinson (un pelín menos de 1,73 m) y Spud Webb (1,70 m
con calcetines gruesos) prosperaron todos en la tierra de los gigantes. Aunque
no sin unas habilidades que compensaran su estatura. Robinson y Webb, dos
de los jugadores más bajos de la historia de la NBA, ganaron ambos el Slam
Dunk Contest [Concurso de mates]. Bogues presumía de un asombroso salto
vertical de casi 1,12 metros, aunque sus manos diminutas le dificultaban
palmear la pelota, así que se contentaba con hacer mates con pelotas de
voleibol en los entrenamientos.
Las personas de poca estatura no llegan generalmente a la NBA a menos
que posean unas aptitudes para el salto extraordinariamente anormales. Sin
llegar necesariamente al caso de Bogues, Robinson y Webb, pero piensen en el
total general de todos los tiempos de los hombres elegidos para jugar en la
NBA que eran incapaces de elevarse lo suficiente para agarrar el aro en las
pruebas combinadas previas al draft: cero. Aunque hay otra cosa que ayuda a
que los pequeños triunfadores de la NBA jueguen a lo grande.
El Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci tiene una anchura con los
brazos extendidos igual a su altura. Como yo. Probablemente como ustedes, o
casi, casi. Por otro lado, Nate Robinson, que no llega por poco al 1,73 m tiene
una envergadura de brazos de más de 1,85 m. En efecto, no es tan bajo como
es. En realidad, casi ninguno de los jugadores de la NBA son tan bajos como
parecen, incluidos los ridículamente altos.
La proporción media entre la envergadura de los brazos y la altura de un
jugador de la NBA es de 1,063. (En el contexto médico, un ratio superior a
1,05 constituye uno de los criterios tradicionales para diagnosticar el
síndrome de Marfan, la enfermedad del tejido conjuntivo del cuerpo que
produce un alargamiento de las extremidades.) Un jugador de la NBA de
estatura media, uno que esté alrededor de los 2 m, tiene una envergadura de
2,13 m. Para encajar al jugador NBA de Vitruvio, Leonardo habría necesitado
un rectángulo y una elipsis y no la pulcritud del cuadrado y el círculo que
utilizó.
Los jugadores de la NBA etiquetados en función de su estatura de
«demasiado pequeños» para la posición en la que juegan, por lo general
compensan ésta con una superenvergadura de brazos. Los 2,04 de Elton
Brand, la primera elección en el draft de la NBA de 1999, son poco llamativos
para un ala-pivot. Pero en realidad Brand es un gigante entre los ala-pivot si
se tienen en cuenta sus 2,27 m de envergadura. John Wall, el base que fue
primera elección en el draft de 2010, mide sólo 1,89 descalzo, pero tiene una
envergadura de 2,06 m. Cuando los Miami Heat juntaron a sus tan
cacareados Tres Grandes —Chris Bosh, LeBron James y Dwyane Wade—
antes de la temporada 2010-2011, el equipo estaba contratando 6,02 m de
altura, pero 6,26 m de envergadura. Y no es una coincidencia.
Según las estadísticas de los jugadores que estuvieron en las listas de la
NBA al principio de la temporada de 2010-2011, la envergadura de brazos de
un jugador influye en varias estadísticas clave. Un director técnico de la NBA
que quiera aumentar los tiros taponados haría mejor en contratar a un
jugador con unos centímetros más de brazo que de estatura. Anthony Davis,
de los New Orleans Pelicans, la primera elección como taponador del draft de
2012, mide 2,06 m y posee una envergadura de 2,27 m. Las previsiones para
un jugador de la complexión de Davis, serán las de que consiga diez tapones
más por temporada que un gigante de 2,16 que juegue el mismo número de
minutos pero que tenga unos brazos cuya envergadura sea igual a su altura. Si
el director técnico anduviera detrás de los rebotes ofensivos, haría igualmente
bien en contratar a un jugador con unos centímetros más de envergadura que
unos centímetros extra de estatura. Y aunque la estatura sea un indicador
ligeramente mejor de los rebotes defensivos que la envergadura, ambos son
importantes y se tienen en cuenta por igual en las tablas defensivas de un
jugador de la NBA, sin ni siquiera entrar a considerar características tales
como la capacidad de salto, peso, posición o aptitudes reboteadoras en
general.
Sin duda, los directores técnicos que entienden de estadísticas son
conscientes de esto. Daryl Morey, director técnico de los Houston Rockets
formado en el MIT, conocido por haber introducido en el baloncesto el
método del «Moneyball», un estudio donde prima un análisis estadístico
avanzado de los fichajes, ha elegido a varios de los jugadores aparentemente
más pequeños de la NBA. (Morey nunca comentó que el objetivo estratégico
de los Rockets en el draft fueran los jugadores con un ratio envergadura-
estatura alto.) Hace tres temporadas, los Rockets utilizaron al pivot de salida
más bajo de la historia de la NBA, Chuck Hayes, que sólo mide casi 1,97 m;
por suerte, sus brazos tienen una envergadura de 2,08.
La cuestión principal es que los jugadores de la NBA no son sólo
extremadamente altos, sino que también son ridículamente largos, incluso en
relación a su estatura. Y cuando un jugador de la NBA no tiene la estatura
exigida para encajar en su franja dentro del universo de tipos corporales
deportivos, casi siempre tiene una envergadura de brazos que la compensa.
En la era posterior a la Gran Explosión de los tipos corporales, ya sea por
altura, ya por envergadura, casi ningún jugador llega a la NBA sin un tamaño
que sea característico de su puesto y a menudo al margen de la humanidad.
Sólo dos jugadores de la lista de la NBA de la temporada 2010-2011 de los que
se dispone de medidas oficiales, tienen una envergadura de brazos inferior a
su altura. Uno es J. J. Redick, el escolta de los Milwaukee Bucks que mide 1,93
m y tiene una envergadura de brazos de l,91 m, un total y absoluto
Tyrannosaurus rex de la NBA.170 El otro es el recién retirado pivot de los
Rockets Yao Ming. Con una estatura de más de 2,26 m, Yao, cuyos padres
fueron emparejados con fines reproductivos por la Federación China de
Baloncesto, encaja en su nicho a la perfección.171
Una y otra vez los estudios de familias y gemelos encuentran que las
probabilidades de heredar la estatura es de un 80 por ciento. Eso significa que
el 80 por ciento de la diferencia de estatura entre las personas del grupo que
está siendo estudiado es atribuible a la genética, y alrededor de un 20 por
ciento al entorno. (En las sociedades no industrializadas, las probabilidades
de heredar la estatura es menor, porque, al igual que sucede con las plantas en
un suelo pobre, las deficiencias nutricionales o las infecciones impiden a
muchos ciudadanos alcanzar su potencial de estatura genética.) Así que, si el
5 por ciento de los ciudadanos más altos de una población determinada
miden 30 cm más que el 5 por ciento de los más bajos, la genética estará en el
origen de unos 25 cm de esa disparidad.
Durante gran parte del siglo XX, los habitantes de las sociedades
industrializadas aumentaron de estatura a un ritmo de más o menos un
centímetro por decenio. En el siglo XVII, la estatura media de los varones
franceses era de 1,62 m,172 que en la actualidad es la media de la mujer
norteamericana. Como todo el mundo sabe, la primera generación de
japoneses nacidos en Norteamérica de padres inmigrantes, conocidos como
los Nisei, sobrepasaron en altura a sus progenitores.
En la década de 1960, el experto en crecimiento J. M. Tanner examinó a
un par de gemelos que daban a entender el alcance de la variabilidad de la
estatura provocada por el entorno. Los niños idénticos fueron separados al
nacer, y mientras uno de los hermanos creció en un hogar lleno de afecto, el
otro había sido criado por un pariente sádico que lo encerraba en un cuarto a
oscuras y le obligaba a suplicar que le diera de beber. De adultos, el hermano
del hogar protector medía casi 8 centímetros más que su gemelo idéntico,
aunque muchas de sus otras proporciones corporales eran idénticas. «El
control genético de la forma es más riguroso que el del tamaño», escribió
Tanner en Fetus into Man.173 El hermano más bajo era una versión encogida
por el maltrato del hermano más alto.
Sin embargo, se sabe poco sobre los verdaderos genes que influyen en la
estatura, porque incluso la genética de rasgos aparentemente sencillos tiende
a ser muy compleja. Un estudio de 2010 publicado en Nature Genetics
necesitó 3.925 sujetos y 294.831 polimorfismos de nucleótido único —puntos
de un ADN donde puede variar una letra de una persona a otra— para
explicar sólo el 45 por ciento de la varianza de la estatura entre adultos,174 y
eso es lo mejor que ha hecho ningún estudio. Encontrar todos los genes de la
estatura exigirá estudios mucho más grandes y complejos de lo que los
científicos presumían hace un decenio.175
Aunque los genes sean difíciles de identificar, la naturaleza genéticamente
programada de la estatura resulta evidente a partir de los estudios de gemelos.
Debido a las distintas condiciones intrauterinas, al nacer los gemelos
idénticos suelen parecerse «menos» en el tamaño que los mellizos. Y, sin
embargo, después del nacimiento, el más pequeño de dos gemelos idénticos
no tardará en alcanzar la altura del gemelo más grande, y cuando sean adultos
serán casi de la misma estatura o medirán exactamente lo mismo. De forma
similar, las gimnastas retrasan su etapa de crecimiento con un entrenamiento
feroz, aunque eso no hace que su estatura definitiva de adultas disminuya.176
La programación genética también es evidente en el ritmo al que crecen los
niños. En la Primera y Segunda Guerra Mundial, los niños europeos
estuvieron expuestos a breves períodos de hambruna durante los cuales su
crecimiento casi se estancó. Cuando la comida volvió a ser abundante, sus
cuerpos pisaron a fondo el acelerador del crecimiento de tal manera que su
estatura de adultos no se redujo. «El niño desnutrido desacelera y espera a
que lleguen tiempos mejores», escribió Tanner. «Todos los animales jóvenes
tienen capacidad para hacer esto […]. El hombre no evolucionó en la actual
sociedad del supermercado.»
Las permutaciones de las interacciones entre naturaleza y educación que
determinan el tamaño son insondables. Piensen en esos niños que crecen más
deprisa en primavera y verano que en otoño e invierno, fenómeno que según
parece es debido a las señales de la luz solar que penetran a través de los
globos oculares, puesto que el crecimiento de los niños totalmente ciegos está
sujeto a parecidas fluctuaciones, aunque en su caso no están sincronizadas
con las estaciones.
La altura adquirida por los habitantes de las sociedades urbanas a lo largo
del siglo XX provino principalmente del aumento en la longitud de las piernas.
Las piernas se alargaron más deprisa que los torsos. En los países en vías de
desarrollo que muestran enormes disparidades nutricionales y de prevención
de infecciones entre la clase media y los pobres, las diferencias en estatura
entre los acomodados y los afligidos estriba en su totalidad en las piernas.
Japón mostró una asombrosa tendencia al crecimiento durante el período
de su «milagro económico» que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Desde
1957 a 1977, la estatura media del varón japonés aumentó en más de 4 cm, y
la de la mujer en 2,54 cm. En 1980, la estatura de los japoneses de Japón se
había igualado a la de los japoneses de Norteamérica. Sorprendentemente,
todo el aumento en la estatura venía causado por el aumento en la longitud de
las piernas. Los japoneses modernos siguen siendo bajos comparados con los
europeos, pero no tanto como lo fueron otrora. Y ahora tienen unas
proporciones más parecidas.177
163Dennis Rodman confirmó su rápido crecimiento en estatura en una entrevista, pero su libro es un
relato de lo más pintoresco y fuente de sus citas: Rodman, Dennis, Bad as I wanna be, Dell, 1997.
164Michael Jordan señala que empezó a hacer mates en el instituto cuando era un novato de 1,73 m en
el vídeo Come fly with me (Fox/NBA), y de las frecuentemente comentadas condiciones físicas y escasa
estatura de su hermano; donde se habla de manera más elocuente es en el capítulo 2 del libro de David
Halberstam Playing for keeps: Michael Jordan and the world he made, Three Rivers Press, 2000.
165La mezcla de genes puede que esté contribuyendo a un aumento generalizado de la estatura: Malina,
Robert M., «Secular changes in size an maturity: causes and effects», Monographs of the Society for
Research in child Development, 44(3/4), (1979), 59-102.
166Los artículos científicos que abordan los postulados periodísticos sobre el umbral, incluidos
Malcolm Gladwell y David Brooks: Arneson, Justin J., Paul R. Sackett y Adam S. Beatty, «Ability-
performance relationships in education and employment settings: critical tests of the more-is-better and
the good-enough hypotheses», Psychological Science, 22(10), (2011), 1336-42. Hambrick, David Z., y
Elizabeth J. Meinz, «Limits on the predictive power of domain-specific experience and knowledge in
skilled performance», Current Directions in Psychological Science, 20(5), (2011), 275-79. (El artículo
observa: los niños que obtuvieron a los trece años un percentil 99,9 en la sección de matemáticas de la
puebra SAT, tienen 18 veces más de probabilidades de doctorarse en ciencias exactas u otras ramas de la
ciencia que los niños que «sólo» obtuvieron el percentil 99,1.)
167El análisis de los datos de los tipos corporales en la NBA de este capítulo es original, y fue realizado
por el autor y el psicólogo Drew H. Bailey. Se utilizaron los datos de la prueba combinada de la NBA y
de las fuentes oficiales de Estados Unidos que se reseñan en el texto.
168 Muchos de los hombres que los listados de la NBA afirman miden 2,13 m resultan ser 2,5 cm o
incluso 5 cm más bajos cuando se les mide descalzos en las pruebas previas. Shaquille O’Neal, sin
embargo, mide realmente 2,16 descalzo.
169El Muggsy Bogues de 1,60 m era capaz de hacer mates: Foreman, Tom Jr., «Bogues, Webb make case
for the little guy», Associated Press, 6 febrero de 1985.
170 Los boxeadores consumados también suelen tener brazos largos, aunque la tendencia no es ni con
mucho tan omnipresente como en la NBA, ni siquiera entre los mejores pesos pesados. Rocky Marciano
fue el J. J. Redick de su época, con 1,80 m de estatura y una envergadura de brazos confirmada de 1,70
m. Por su parte, Sonny Liston medía casi 1,83 m, y su envergadura de brazos llegaba a los 2,13 m.
171Un relato fascinante acerca de la «creación» de Yao Ming: Larmer, Brook, Operation Yao Ming: the
chinese sports empire, american big business, and the making of an NBA superstar, Gotham, 2005.
172La estatura media de los franceses del siglo XVII: Blue, Laura, «Why are people taller today than
yesterday?», Time, 8 julio 2008
173Fetus into man, de M. Tanner (Harvard University Press, 1990) sirvió como fuente sobre las
tendencias de crecimiento en el mundo industrializado. Es ahí donde Tanner relata: la historia de los
gemelos idénticos criados en ambientes completamente diferentes (p. 121); los patrones de crecimiento
de los gemelos (p. 123); que el hombre no evolucionó con el supermercado (p. 130); las disparidades en
la longitud de las piernas entre las diferentes clases socioeconómicas (p. 131); el trabajo que indica que
los niños ciegos muestran unos patrones diferentes de crecimiento (p. 146), y el rápido crecimiento de
las piernas durante el «milagro económico» en Japón (p. 159).
174El estudio que explica el 45 por ciento de la varianza en estatura por las variaciones en el ADN
también trata del hallazgo general de que la estatura es hereditaria en una población dada en un 80 por
ciento: Yang, Jian y otros, «Common SNPs explain a large proportion of the heritability for human
height», Nature Genetic, 42(7), (2010), 565-69.
175Sobre la incapacidad para encontrar los genes de la estatura: Maher, Brendan, «The case of the
missing heritability», Nature, 456, (2008), 18-21.
176Las gimnastas retrasan la menarquía, aunque alcazan la estatura normal de los adultos: Norton,
Kevin, y Tim Olds, Anthropometrica, UNSW Press, 2004, p. 313.
177La longitud de las piernas —y en especial el crecimiento de las piernas en Japón—, también se
debate en: Eveleth, Phyllis B., y James M. Tanner, Worlwide variation in human growth, Cambridge
University Press, 2ª ed., 1991.
178 Dado que las personas con antepasados africanos recientes tienden a tener unas extremidades más
largas, el criterio tradicional para diagnosticar el síndrome de Marfan ha sido actualizado de manera
que sea diferente para los afroamericanos y los norteamericanos blancos. Para los afroamericanos, el
ratio tronco-piernas inferior a 0,87 puede ser indicativo de la enfermedad, mientras que el ratio de
diagnóstico para los blancos es de 0,92.
179Los gráficos de la longitud de las piernas por etnias: Eveleth, Phyllis B., y James M. Tanner,
«Capítulo 9: Genetic influence on growth: family and race comparisons», Worldwide variation in
human growth, Cambridge University Press, 2ª ed., 1990.
180El estudio olímpico de México 68 (la cita en relación a las «persistentes» diferencias étnicas aparece
en la p. 73): De Garay, Alfonso L., Louise Levine y J. E. Lindsay Carter, eds., Genetic and anthropological
studies of olympic athletes, Academic Press, 1974.
181 Los datos sobre la raza en los jugadores de la NBA fueron cotejados con los proporcionados
generosamente por el economista de la Brigham Young University Joseph Price, que ha hecho un
fascinante análisis de los prejuicios raciales de los árbitros de la NBA en lo referido al señalamiento de
las faltas personales.
182 Las mediciones de las pruebas combinadas de la NBA utilizadas para este capítulo se refieren
exclusivamente a un muestreo muy especializado de deportistas, aunque, basándonos en esos datos, la
media del salto vertical de pie para un jugador blanco de la NBA fue de 69 centímetros, y para un
jugador negro de 75 centímetros.
183El artículo original de la «ley de Allen»: Allen, Joel Asaph, «The influence of physical conditions in
the genesis of species», Radical Review, 1, (1877), 108-140.
184Un impresionante cuerpo de investigaciones ha extendido las leyes de Allen y Bergmann a los
humanos. Para un debate reciente y una relación de los estudios ratificatorios: Cowgill, Libby W., y
otros, «Development variation in ecogeographic body proportions», American Journal of Physical
Anthropology, 148, (2012), 557-70.
185El análiss de 1998 sobre las proporciones corporales en las poblaciones de todo el mundo:
Katzmarzyk, Peter T., y William R. Leonard, «Climatic influences on human body size and proportions:
ecological adaptations and secular trends», American Journal of Physical Anthropology, 106, (1998),
483-503.
186 Es importante tener presente que éstas son consideraciones medias. Todos podemos coincidir, por
ejemplo, en que de media los hombres son más altos que las mujeres. Y, sin embargo, existen suficientes
variaciones individuales para que sea fácil encontrar a una mujer más alta que muchos hombres.
187El estudio del «ombligo» de 2010: Bejan, A., Edward C. Jones y Jordan D. Charles, «The evoluction
of speed in athletics: why the fastest runners are black and swimmers white», International Journal of
Design & Nature, 5(3), (2010), 199-211. Comunicado de prensa de Duke: «Por lo que respecta a los
deportistas más veloces, todo reside en el centro de gravedad», 12, julio 2010.
9
En 1986 podías subir a un avión con una bolsa de sangre. Así que la entrega
que ayudaría a modificar la opinión de los científicos sobre la raza y los
antepasados humanos tuvo lugar en el aeropuerto internacional John F.
Kennedy, un escarpado rincón de Queens, Nueva York.
Dos colegas del genetista de Yale Kenneth Kidd regresaban de África y
cambiaban de vuelo en el JFK, así que se reunió con ellos allí para recoger las
muestras de sangre obtenidas de los biaka, un pueblo de la República del
África Central, y los mbuti, otro de la República Democrática del Congo.
Criado en Taft, California, e hijo de un encargado de gasolinera, Kidd
había sentido fascinación por la genética desde que tenía doce años y mataba
el tiempo en el jardín, maravillándose por lo que sucedía cuando cruzaba
lirios de diferentes colores. De mayor, al terminar la carrera, siguió
estudiando el ADN humano. Antes incluso de aquella entrega en el JFK, Kidd
tenía ya una idea de lo que encontraría.
En 1971, en un congreso científico en Italia conmemorativo del primer
centenario de Descent of Man de Darwin, Kidd había presentado los datos
que demostraban que algunas poblaciones de África tenían más variación en
sus ADN —diferentes deletreos posibles del mismo gen o área del genoma—
que las poblaciones de Asia Oriental o Europa.188 A la sazón, muchos
científicos sostenían que los africanos, asiáticos orientales y europeos habían
alcanzado todos la etapa del Homo Sapiens de forma independiente; que el
Homo erectus —el precursor del hombre moderno— había evolucionado por
separado en cada continente para convertirse en las distintas variaciones
étnicas que seguimos viendo hoy día.
A lo largo de las dos décadas siguientes, Kidd llenó su laboratorio con el
ADN de poblaciones nativas que abarcaban todo el globo. Masai del norte de
Tanzania, druzes de Israel, khantys de Siberia, cheyennes de Oklahoma,
daneses, fineses, japoneses y coreanos, todos en recipientes de plástico
transparentes codificados con colores por continentes. Kidd había reunido él
mismo algunas de las muestras; otras, como el ADN del pueblo hausa de
Nigeria, le habían sido enviadas por un médico nigeriano que intentaba
aclarar la causa de que las mujeres de ciertas etnias del sudoeste de Nigeria,
tuvieran gemelos con mayor frecuencia que cualquier mujer de otra parte del
planeta.
El objetivo de Kidd, en parte, consistía en clasificar la variación genética
existente en todo el mundo, analizando las cadenas de ADN pertenecientes a
muchas poblaciones diferentes y examinando hasta qué punto diferían. Cada
vez que aumentaba una parte de la doble hélice, se repetía un patrón peculiar:
había más variación en las poblaciones africanas. Por cada trozo de texto en el
libro de cocina del ADN, había casi siempre más deletreos y frases posibles en
las poblaciones africanas que en ninguna otra parte del mundo. En muchas
áreas del genoma había más variación genética entre los africanos de una
única población nativa que entre las personas de los diferentes continentes
fuera de África. En una cadena específica de ADN, Kidd observó más
variación en una población de pigmeos africanos que en todo el resto del
mundo junto.
Con la genetista Sarah Tishkoff, Kidd dibujó un árbol genealógico que
representaba a todos los habitantes de la Tierra.189 Mientras que las
poblaciones de África se abrían en abanico para formar el grueso del árbol,
todas las poblaciones europeas se agrupaban en unas diminutas ramas en los
márgenes. «Desde el punto de vista genético», afirma Kidd, «me gustaría decir
que todos los europeos somos iguales». Esto se debe a que casi la totalidad de
la información genética del hombre estaba contenida en África hasta no hace
tanto tiempo.
El trabajo de Kidd, junto con el de otros genetistas, arqueólogos y
paleontólogos, apoya el modelo del «reciente origen africano», esto es, el de
que básicamente todos los humanos modernos de fuera de África pueden
rastrear su ascendencia hasta una única población que habitó en el África
Oriental subsahariana hasta hace escasamente noventa mil años. De acuerdo
con los cálculos realizados a partir del ADN mitocondrial —y de la velocidad
a la que cambia—, el intrépido grupo de nuestros antepasados que se
aventuró fuera de África para poblar el resto del mundo, podría haber
consistido en sólo unos cuantos cientos de personas.190
Los humanos nos separamos de los antepasados que compartíamos con
los chimpancés alrededor de hace unos cinco millones de años.191 Así que en
relación a ese período de tiempo, las personas llevan fuera de África menos —
mucho menos— que el equivalente a una interrupción de dos minutos en un
partido de fútbol. Dado que, desde el punto de vista evolutivo, aquel grupo de
antepasados nuestros se marchó no hace tanto tiempo, y que sólo estaba
integrado por una diminuta fracción de la población, dejó atrás a la mayoría
de la diversidad genética humana. Durante millones de años, se han ido
acumulando los cambios del ADN —tanto aleatoriamente como por selección
natural— en los genomas de nuestros antepasados dentro de África. Pero con
sólo noventa mil años para que se produjeran cambios exclusivos fuera de
África, sencillamente no ha habido ocasión de que hubiera tanto ajetreo en
muchas de las secuencias del genoma. Los pueblos de fuera de África son
descendientes de unos subconjuntos genéticos de un grupo que a su vez, en
un pasado reciente, no era más que un subgrupo en África.192 Cada vez que
los humanos modernos se expandían a una nueva región del globo, parece
que los emigrantes pioneros eran escasos en número y transportaban sólo una
fracción de la variación genética de su solar al partir para fundar nuevas
poblaciones. Los datos recogidos en todo el mundo muestran que la
diversidad genética de las poblaciones nativas generalmente disminuye
cuanto más alejada esté en la ruta migratoria humana procedente del África
Oriental, de manera que las poblaciones propias del continente americano
son las que tienden a mostrar una menor diversidad genética.193
Esto tiene unas repercusiones cruciales en relación a la clasificación de la
gente según el color de su piel. En algunos casos, el hecho de que un
individuo tenga la piel negra podría indicar un conocimiento específico muy
pequeño sobre su genoma, aparte del hecho de que posea unos genes que
codifican la piel negra que protege de la luz solar del ecuador. El genoma de
un africano contiene potencialmente más diferencias con el de su vecino
negro africano, que el de Jeremy Lin con el de Lionel Messi.
Esto también podría tener repercusiones para los deportes. Kidd sugiere
que por lo que respecta a cualquier aptitud que tenga un componente
genético, teóricamente tanto los individuos más dotados atléticamente como
los menos dotados del mundo podrían ser africanos o descendientes recientes
de africanos, como es el caso de los afroamericanos o los afrocaribeños. Que
tanto la persona más rápida como la más lenta podrían ser africanas. Que
tanto el saltador que más salte como el que menos salte podrían ser africanos.
En la competición deportiva, como es natural, buscamos identificar sólo a los
corredores más rápidos y a los saltadores que más salten. «Sin duda, uno
puede encontrar genes individuales donde haya más variación fuera de
África», dice Kidd, «pero el panorama general es que hay más variación en
África […]. Así que deberías esperar que en los extremos es donde habrá una
mayor proporción de personas».
Dicho esto, es evidente que también existen diferencias «medias» entre las
poblaciones, razón por la cual Kidd no recomienda buscar al siguiente
velocista olímpico o estrella de la NBA entre la desconcertante diversidad
genética de los pigmeos africanos. «Hay rasgos anatómicos de los pigmeos
que se interpondrían», asegura Kidd refiriéndose a la estatura
extremadamente corta de los pigmeos. «Pero quizá podrías encontrar a los
mejores jugadores de baloncesto en algunas de esas poblaciones de África
donde, de media, la altura y la coordinación son muy altas y donde tienen un
montón de otras variaciones genéticas dentro de ese grupo.»
Lo que está sugiriendo Kidd es que ciertos africanos, o personas con
antepasados africanos recientes, «sí» que poseen una ventaja genética para el
rendimiento deportivo en el extremo superior de la actividad física. Pero dado
que no está proclamando una ventaja genética «media», la suposición de Kidd
es intelectualmente apetitosa, y como tal ha sido promocionada a bombo y
platillo tanto por los científicos como por la prensa.
188Antecedenes sobre la hipótesis «del origen africano» e hipótesis previamente irreconciliables: Klein,
Richard G., «Capítulo 7: Anatomically modern humans», The human career: human biological and
cultural origins, University of Chicago Press, 2ª ed., 1999.
189Un ejemplo del diagrama de «árbol genealógico»: Tishkoff, Sarah A., y Kenneth K. Kidd,
«Implications of biogeography of human populations for “race” and “medicine”», Nature Genetics,
36(11), (2004), S21-27.
190La intrépida cuadrilla de antepasados nuestros que abandonó África era un grupo pequeño:
Macaulay, V., y otros, «Single, rapid coastal settlement of Asia revealed by analysis of complete
mitochondrial genomes», Science, 308, (2005), 1034-36. Wade, Nicholas, «To people the world, start
with 500», New York Times, 11 noviembre 1997, p. F1.
191La datación molecular y los métodos fósiles para establecer la separación de los humanos de los
chimpancés y la migración fuera de África: Gibbons, Ann, «Turning back the clock: slowing the pace of
Prehistory», Science, 338, (2012), 189-91.
192 Importante excepción a esto es el reciente descubrimiento científico de que los humanos que se
aventuraron fuera de África debieron de haberse mezclado con los neandertales, porque el ADN de los
moradores modernos del Norte de África y de fuera de África —pero no del África subsahariana—
contiene una pequeña cantidad de ADN de los neandertales. Aunque la imagen de la humanidad fuera
de África como un subgrupo de inmigrantes procedentes de una única población africana es un modelo
general, cuantas más muestras toman los genetistas, más compleja se vuelve la historia de la mezcla
genética que se produjo tanto antes como después de que los humanos salieran de África.
193Un sucinto vistazo sobre cómo la diversidad genética disminuye conforme se aleja de África:
Prugnolle, Franck, Andrea Manica y François Balloux, «Geography predicts neutral genetic diversity of
human populations», Current Biology, 15(5), (2005), R159-60. Véase fig. 2.
194El artículo del CYP2E1, del que fue coautor Kenneth Kidd, es un ejemplo de sus gráficos de arco iris
que describen la diversidad genética: Lee, M. Y., y otros, «Global patterns of variation in allele and
haplotype frequencies and linkage disequilibrium across the CYP2E1 gene», The Pharmacogenomics
Journal, 8(5), (2008), 349-56.
195Una excelente y asequible conferencia de Sarah Tishkoff sobre los cambios genéticos que permiten
la digestión de la lactosa en adultos: http://www.youtube.com/watch?v=sgNEb0itPOs.
196La intolerancia a la lactosa de los adultos ruandeses: Cox, Joseph A., y Francis G. Elliott, «Primary
adult lactose intolerance in the Kivu Lake area: Rwanda and the bushi», American Journal of Digestive
Diseases, 19(8), (1974), 714-724.
197Una variante genética común confiere inmunidad ante una prueba antidopaje en el deporte:
Schulze, Jenny Jakobsson, y otros, «Doping test results dependent on genotype of uridine diphospho-
glucuronosyl transferase 2B17, the major enzyme for testosterone glucuronidation», Journal of Clinical
Endocrinology & Metabolism, 93(7), (2008), 2500-2506.
198Un interesante aunque técnico artículo sobre la similitud en el 99,5 por ciento del ADN de los
humanos: Levy, Samuel y otros, «The diploid genome sequence of an individual human», PLoS Biology,
5(10), (2007), E254.
199El avance científico del año 2007, «la variación genética humana»: Pennisi, Elizabeth, «Breakthrough
of the year: human genetic variation», Science, 318, (2007), 1842-43.
200Los antepasados locales de los ciudadanos de Islandia son identificables por el ADN: Helgason, A., y
otros, «An icelandic example of the impact of population structure on association studies», Nature
Genetics, 37(1), (2005), 90-95.
201El ADN localiza a los antepasados europeos en un radio inferior a unos cuantos cientos de
kilómetros: Novembre, John y otros, «Genes mirror geography within Europe», Nature, 456(7218), 98-
101.
202Un ordenador agrupó a ciegas el ADN en las grandes regiones geográficas: Rosenberg, Noah A., y
otros, «Genetic structure of human populations», Science, 298(5602), (2002), 2381-85.
203El estudio liderado por Stanford sobre la autoidentificacion de la raza y la genética: Tang, Hua y
otros, «Genetic structure, self-identified race/ethnicity, and Confounding in case-control association
studies», American Journal of Human Genetics, 76(2), (2005), 268-75.
204 Debería observarse, no obstante, que los afroamericanos proceden mayoritariamente de una banda
de ADN específica de África.
205La nota de prensa de Stanford («Un estudio de Stanford descubre que los grupos raciales coinciden
con los perfiles genéticos») relacionada con el estudio se puede encontrar aquí:
http://med.stanford.edu/news_releases/2005/january/racial-data.htm.
206Sobre el color de la piel, la radiación ultravioleta y la latitud: Jablonski, Nina G., y George Chaplin,
«The evolution of human skin coloration», Journal of Human Evolution, 39, (2000), 57-106.
207Los principales grupos geográficos y genéticos de personas «se corresponden en efecto con el
concepto vulgar de “razas”»: Tishkoff, Sarah A., y Kenneth K. Kidd, «Implications of biogeography of
human populations por “race” and “medicine”», Nature Genetics, 36(11), (2004), S-21-27.
208Los antecedentes genéticos de los afroamericanos: Tishkoff, Sarah A., y otros, «The genetic structure
and history of africans and africans americans», Science, 324(5390), (2009), 1035-44.
209La cita sobre «la escasa diferenciación genética» de Tishkoff se puede encontrar en la nota de prensa
de la Universidad de Pensilvania: http://www.upen.edu/pennnews/current/node/3643.
210 Un estudio genético distinto de afroamericanos encontró que los de Carolina del Sur tendían a
provenir de la «Costa del Grano» —de Senegal a Sierra Leona—, probablemente porque los dueños de
las plantaciones de arroz de dicho estado querían esclavos duchos en una clase concreta de labores
agrícolas que iban bien a las condiciones de Carolina del Sur.
211La opinión del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano sobre la raza, la genética y
la diversidad genotípica y fenotípica: Race, Ethnicity and Genetics Working Group of the National
Human Genome Research Institute, «The use of racial, ethnic, and ancestral categories in Human
Genetics research», American Journal of Human Genetics, 77, (2005), 519-32.
212El primer artículo sobre el ACTN3: North, Kathryn N., y otros, «A common nonsense mutation
results in alfa-actinin-3 deficiency in the general population», Nature Genetics, 21, (1999), 353-54.
213El primer artículo que documentaba una diferencia en la frecuencia de la variante ACTN3 entre los
velocistas y la población general: Yang, Nan y otros, «ACTN3 genotype is associated with human elite
athletic performance», American Journal of Human Genetics, 73, (2003), 627-31.
214Los estudios de la ACTN3 y el rendimiento deportivo en poblaciones de todo el muno: Eynon, Nir y
otros, «The ACTN3 R577K polymorphism across three groups of elite male european athletes», PLoS
ONE, 7(8), (2012), e43132. Niemi, A. K., y K. Majamaa, «Mitochondrial DNA and ACTN3 genotypes in
finnish elite endurance and sprint athletes», European Journal of Human Genetics, 13, (2005), 965-69.
Papadimitriou, I. D., y otros, «The ACTN3 gene in elite greek track and field athletes», International
Journal of Sports Medicine, 29, (2008), 352-55. Scott, Robert A., y otros, «ACTN3 and ACE genotypes in
elite jamaican and US sprinters», Medicine & Science in Sports & Exercise, 42(1), (2010), 107-12. Yang,
Nan y otros, «The ACTN3 R577K polymorphism in East and West african athletes», Medicine & Science
in Sports & Exercise, 39(11), (2007), 1985-88. Los datos relativos al ACTN3 de los velocistas japoneses
fueron compartidos generosamente por Noriyuki Fuku y Eri Mikami durante una vista al
Departamento de Genómica para la Longevidad y la Salud del Instituto Metropolitano de Gerontología
de Tokio.
215La propagación de la variante ACTN3 en los humanos puede haber sido una adaptación evolutiva:
North, Kathryn, «Why is alfa-actinin-3 deficiency so common in the general population? The evolution
of athletic performance», Twin Research and Human Genetics, 11(4), (2008), 384-94.
217La idea de que la variante de la ACTN3 X pueda haberse extendido como una adaptación a la
agricultura es postulada en la p. 117 de: Cochran, Gregory y Henry Harpending, The 10.000 year
explosion: how civilization accelerated human evolution, Basic Books, 2010.
218 Para ser justos, digamos que varios estudios sobre deportistas de élite cuya actividad se basaba en la
resistencia por un lado, y en la velocidad y la fuerza por otro, y que buscaban una serie de genes
asociados tanto a lo uno como a lo otro, en general encontraron que un panel de genes podía distinguir
a los deportistas de resistencia de los de velocidad. (Pero cualquier entrenador que se gane el sueldo
puede lograr eso con más precisión.) En 2009, un estudio de velocistas y saltadores españoles buscó seis
variantes génicas asociadas con la explosividad. De los cincuenta y tres deportistas analizados, cinco
tenían seis de las versiones de «fuerza» de los genes, mientras que eso sólo sucedería en uno de cada
quinientos varones españoles normales. Aunque interesante desde el punto de vista de la investigación,
sigue sin resultar muy útil para predecir si un niño será velocista, saltador o maratonista.
10
«Nadie puede afirmar que hubiera una selección de los esclavos más en forma
físicamente», dice Pitsiladis, que ha visto por sí mismo los documentos
históricos, entrevistado a expertos de la isla y escrito en colaboración artículos
sobre los estudios estadísticos del comercio de esclavos en Jamaica. «Los tipos
que vendían a los esclavos eran sus vecinos», dice. «Lo que ocurría era lo
siguiente: yo sabía que eras fuerte, y antes de que tú lo supieras, ya te había
puesto una capucha en la cabeza y te había vendido. Así que, al final, los que
llegaban a esos barcos eran los más fuertes y aptos.» Y los más fuertes y aptos
de aquellos, supuestamente acabaron en el cuadrante noroccidental de la isla
como indómitos maroon. «Y ésa es la región de la que proceden los atletas de
Jamaica», dice Pitsiladis. «Así que, en conjunto, la historia es realmente
oportuna.»
Y la historia es:226 que de África fueron sacadas personas fuertes; que las
más fuertes de ellas sobrevivían al cruel viaje hasta Jamaica; que las más
fuertes de estas fuertes nutrieron la sociedad maroon que se enclaustró en la
región más remota de Jamaica, y que los velocistas olímpicos actuales
proceden de aquel aislado reservorio genético de guerreros. (En un
documental de 2012, el velocista y plusmarquista mundial Michael Johnson se
mostraba partidario de esa teoría: «Es imposible pensar que ser descendiente
de esclavos no ha dejado una impronta a lo largo de generaciones […]. Por
difícil que resulte de oír, la esclavitud ha beneficiado a los descendientes como
yo. Estoy convencido de que somos portadores de un gen que nos
proporciona una superioridad en los deportes».)
Desde 2005, Pitsiladis ha reunido el ADN de los maroon además del de
125 de los mejores velocistas jamaicanos de los últimos cincuenta años.
(Tiene buen cuidado de no identificar con precisión a los atletas de los que ha
obtenido el material genético. Cuando visité el laboratorio de Pitsiladis en
Glasgow, no le quitó ojo a un alumno de posgrado que estaba utilizando una
probeta para trasladar el ADN de «los semejantes a Usain Bolt» a una placa
portamuestras de plástico.)
Aunque en fase preliminar, sus datos no han apoyado especialmente la
idea de que la sociedad guerrera maroon generara la sociedad de velocistas
jamaicanos.
Los maroon de Accompong Town me dijeron una y otra vez que eran
capaces de identificar entre una multitud a otros maroon por la oscuridad de
su piel. Pero, cuando insistí, la mayoría admitió que aquello formaba parte de
la tradición folclórica oral, y que en realidad lo más probable es que no fueran
capaces de semejante cosa. Y tampoco Pitsiladis, a partir del ADN de esta
gente, es capaz de distinguir a los maroon de los demás jamaicanos. «Se
parecen [genéticamente] a los africanos occidentales, y también a todos los
demás jamaicanos», afirma. «Eche un vistazo por ahí e intente decirme qué es
un jamaicano.»
A lo que se refiere Pitsiladis es al hecho de que el ADN de los jamaicanos
responde al lema del país: «De muchos, un pueblo». Los esclavos llegaron a
Jamaica procedentes de un montón de países de África y de un puñado de
grupos étnicos que vivían en esos países. Los estudios genéticos de los
antepasados de los jamaicanos han encontrado una diversidad de estirpes
africanas. Un estudio realizado sobre una parte de los cromosomas Y de los
jamaicanos227 —transmitidos sólo de padres a hijos— halló que tendían a
parecerse más a los africanos del Golfo de Biafra, el cual comprende las
regiones litorales de Nigeria, Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón. Por otro
lado, una investigación sobre el ADN mitocondrial de los jamaicanos
descubrió un mayor parecido con los africanos del Golfo de Benin y la Costa
del Oro, en las que se incluyen regiones de Ghana, Togo, Benin y Nigeria.
Como pasa con los afroamericanos, todos los estudios coinciden en señalar
que las líneas genéticas maternas de los jamaicanos proceden casi
exclusivamente de África Occidental, aunque de una diversidad de países.228
Resumiendo, como era de esperar por los antecedentes de importación de
esclavos a la isla, los habitantes descienden de África Occidental, pero de una
diversidad de grupos étnicos que residían allí. (Después de todo, si por algo se
hizo famoso el capitán Cudjoe fue por reunir guerreros de diferentes tribus
como los ashanti, los congoleños y los coromantee.) Y eso por no hablar de
los estudios genéticos que han descubierto que algunos jamaicanos son
portadores de una fracción del ADN de los indios nativos americanos,
probablemente como consecuencia de haberse mezclado con el pueblo taino,
los indígenas de Jamaica que antaño algunos historiadores consideraban
extinguidos por las enfermedades y la persecución a manos de los
colonizadores españoles, antes de la llegada de los esclavos procedentes de
África Occidental.
Los padres de Colin Jackson, que fue plusmarquista mundial de los 110
metros vallas desde 1993 a 2006, son jamaicanos, aunque él nació y se crió en
Gales. Después de realizarse un análisis genético en 2006 para participar en el
programa sobre ascendencias de la BBC Who Do You Think You Are?,
descubrió no sin sorpresa que su ADN revelaba que era taino en un 7 por
ciento. En la actualidad, los historiadores creen que un reducido número de
tainos debieron de haber sobrevivido a la ocupación española huyendo a las
colinas para unirse a los maroon.229 Así que el británico Jackson quizá sea
otro plusmarquista mundial más de la velocidad con herencia maroon. (En
2008, cinco años después de haberse retirado, Jackson participó en otro
programa de la BBC, The Making of Me, en el que un laboratorio de la Ball
State University obtuvo una muestra del tejido muscular de su pierna y
determinó —para regocijo de Jackson— que tenía la mayor proporción de
fibras musculares del tipo IIb o de «contracción superrápida», que el
laboratorio hubiera visto nunca.)
Es indudable que todavía quedan por descubrir laberintos relacionados
con la herencia genética de los jamaicanos, así como con la de los principales
velocistas de la isla. Pero, al menos, el trabajo de Pitsiladis y otros ha
demostrado que ni los maroon ni los jamaicanos en general constituyen una
especie de unidad genética monolítica y aislada. Antes bien, y como debería
esperarse de un grupo mestizo de africanos occidentales, los jamaicanos
presentan una diversidad genética sumamente elevada. (Aunque, como
también es de esperar, los jamaicanos no son sin duda «nada» diversos
cuando se trata del «gen de la velocidad» ACTN3. Casi todos los jamaicanos
tienen una copia de la versión adecuada para la velocidad.)
Si el fenómeno de la factoría de la velocidad es cuestión de los indígenas
del Caribe obsesionados por la velocidad con el mayor índice de africanidad
genética, entonces deberíamos esperar más velocistas de primer nivel de
Barbados, porque los 250.000 habitantes de la diminuta isla suelen tener la
ascendencia menos diluida de africanos occidentales del Caribe. (Dicho esto,
y dada su población, en realidad Barbados está representada en exceso —un
medallista olímpico en los 100 metros en 2000 y un finalista olímpico en los
110 metros vallas en 2012— aunque no hasta el punto de Jamaica. Las
diminutas Bahamas, con 350.000 habitantes, también es siempre unos de los
mejores países en velocidad del mundo. Las Bahamas derrotaron a Estados
Unidos y ganaron el oro en los relevos 4×400 masculinos en los Juegos
Olímpicos de 2012. Trinidad y Tobago, con una población de 1,3 millones de
habitantes, es otra potencia caribeña más de la velocidad a nivel mundial.)
Cuando Pitsiladis comparó dos docenas de variantes genéticas que se
habían asociado al rendimiento en velocidad —aunque en algunos casos de
una forma sumamente endeble— de velocistas jamaicanos y de los sujetos de
un grupo de control, los resultados «apuntaron en la dirección correcta», dice
Pitsiladis, «aunque no fue nada espectacular». Esto es, los velocistas
propendieron en efecto a tener más versiones «correctas» que los no
velocistas, aunque en absoluto fue siempre ése el caso. Uno de los alumnos de
posgrado de Pitsiladis, que fue utilizado como sujeto de control, tenía más
variantes de la velocidad que «los semejantes a Usain Bolt». Esto no significa
que los genes no sean de trascendencia para la velocidad, sino más bien que
los científicos han identificado sólo un número muy reducido de genes
relevantes.
Pitsiladis sigue analizando los genes de los mejores velocistas jamaicanos,
y a medida que la tecnología ha hecho más fácil el estudio de amplias bandas
del genoma, en su trabajo han surgido unas cuantas variantes génicas que
diferencian a los velocistas de los sujetos de control y que por consiguiente se
presentan como potenciales influencias para triunfar como velocistas, aunque
la historia es oscura. Y dado que hay demasiados pocos velocistas del calibre
«medallista olímpico» en todo el mundo para hacer grandes estudios,
probablemente seguirá sumida en la oscuridad. Los científicos del deporte
tienen por delante un camino sinuoso hasta descubrir muchas de las
cualidades físicas que conducen al alto rendimiento en el deporte, ya no
digamos para identificar los genes que las apuntalan.
En sus diez años de viajes a Jamaica, las teorías de Pitsiladis en relación a
la factoría de la velocidad mundial se han visto menos influidas por los datos
que ha reunido con caros secuenciadores de ADN y cromatógrafos, y bastante
más por los datos que ha reunido con otros dos importantes instrumentos
científicos: sus globos oculares.
219Un resumen de las teorías del éxito de la velocidad jamaicana (en la p. 2 se muestran los datos de la
ACTN3 de los jamaicanos y otras poblaciones): Irving, Rachel y Vilma Charlton ed., Jamaican gold:
jamaican sprinters, University of the West Indies Press, 2010.
220Las listas de los velocistas de ascendencia jamaicana que compiten en representación de otros países
y de los velocistas jamaicanos de Trelawny se pueden en encontrar en el anexo de: Robinson, Patrick,
Jamaican athletics: a model for 2012 and the world, Black Amber, 2009. (Se trata sólo de unas listas
parciales. La lista de Trelawny, por ejemplo, no incluye al finalista olímpico de los 100 metros Michael
Green ni a la campeona del mundo de los 4×100 metros Merlene Frazer, nacidos en Trelawny.)
221Una historia minuciosa sobre los maroon o esclavos fugitivos de Jamaica (las citas de los «héroes
natos» y de la «elevación del alma» aparecen en la p. 45): Campbell, Mavis C., The maroons of Jamaica
1655-1796, Africa World Press, 1990.
222Una historia de Jamaica escrita con especial atención a la perspectiva afrojamaicana: Sherlock,
Philip y Hazel Bennett, The story of the jamaican people, Ian Randle Publishers, 1998. (La cita de los
«peligrosos reclusos» y la descripción de William Beckford del incendio de una plantación de caña
aparecen en la p. 134, y la cita «no se atreven» en la p. 139. Las descripciones de las batallas de los
maroon por alcanzar la independencia y de Cudjoe y Nanny se pueden encontrar en el capítulo 13: «Las
guerras de liberación afrojamaicanas, 1650-1800.»)
223Una fascinante historia contemporánea de los maroon está en la reimpresión íntegra de cartas de
principios del siglo XIX: Dallas, Robert C., The history of the maroons: from their origin to the
establishment of their chief tribe at Sierra Leone, Adamant Media Corporation, vols. I y II, 2005.
(Originalmente publicados en 1803 por T. N. Longman y O. Rees.)
224 Nanny es tan venerada en Jamaica, que la leyenda de la isla cuenta que era capaz de agarrar al vuelo
las balas de los británicos.
225 Es posible que también sea oriundo de Trelawny el velocista más tristemente famoso de todos los
tiempos, el canadiense Ben Johnson, que después de ganar la medalla de oro olímpica de los 100 metros
en 1988, días más tarde fue desposeído de ella al dar positivo por esteroides.
226Una descripción de la historia del esclavo-guerrero-velocista, con la cita de Michael Johnson del
documental del Channel 4: Beck, Sally, «Survival of the fastest: why descendants of slaves will take the
medals in the London 2012 sprint finals», Daily Mail, 30 junio 2012.
227Los cromosomas Y de los hombres jamaicanos: Benn Torres, Jada, «Y chromosome lineages in men
of west african descendent», PLoS ONE, 7(1), (2012), e29687.
228Estudios genéticos de la demografía de Jamaica, con Errol Morrison y Yannis Pitsiladis como
coautores: Deason, Michael L., y otros, «Interdisciplinary approach to the demography of Jamaica»,
BMC Evolutionary Biology, 12, (2012), 24. Deason, M., y otros, «Importance of mitochondrial
haplotypes and maternal lineage in sprint performance among individuals of west african ancestry»,
Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports, 22, (2012), 217-23.
229El ADN muestra que los indígenas americanos tainos no se extinguieron en Jamaica. El estudio
también aporta datos sobre el grado de «africanidad» genética de diversas poblaciones caribeñas: Benn
Torres, J., y otros, «Admixture and population stratification in african caribbean populations», Annals
of Human Genetics, 72, (2007), 90-98.
230La visita a los Champs debería estar en la lista de últimos deseos de cualquier aficionado al atletismo.
El siguiente mejor premio: Lawrence, Hubert, Champs 100: a century of Jamaican high school athletics,
1910-2010, Great House, 2010.
231El consejo de Pitsiladis a los potenciales velocistas blancos aparece aquí: «No proof sporting success
is genetic according to academic», Scotman.com, 23 marzo 2011.
11
En comparación con los europeos, los jamaicanos tienen unas piernas más
largas en relación a su estatura y unas caderas más estrechas. Esto, dice
Morrison, es indiscutible.
Que los jamaicanos suelan tener una complexión más lineal que los
europeos no es ninguna sorpresa, ni es un rasgo privativo de los jamaicanos.
Como dicta la ley de las proporciones corporales de Allen, los hombres y las
mujeres con antepasados recientes de latitudes bajas y climas calientes
generalmente tienen unas piernas proporcionalmente largas. Otro principio
ecogeográfico, conocido como ley de Bergmann —llamada así por el biólogo
del siglo XIX Carl Bergmann—, indica que los humanos con antepasados
recientes de latitudes bajas también tenderán a ser más estrechos y a tener un
hueso pelviano más delgado.232 Tanto las piernas largas como las caderas
estrechas son beneficiosas para correr y saltar. En igualdad de todos los demás
factores, la velocidad máxima de carrera se incrementa en función de la raíz
cuadrada de la longitud de la pierna. Pero la teoría del dominio de los
africanos occidentales en la velocidad de la que fue coautor Morrison, es una
tesis que se desvía por completo de tales consideraciones anatómicas.
En 2006, Morrison, en colaboración con Patrick Cooper, propuso en el
West Indian Medical Journal233 que la incontrolada malaria endémica de toda
la costa occidental de África de donde fueron sacados los esclavos, condujo a
unas alteraciones genéticas y metabólicas específicas que serían favorables
para los deportes de fuerza y velocidad. La hipótesis era: que la malaria de
África Occidental obligó a una proliferación de genes que servían de
protección contra ella, y que tales genes, que reducen la capacidad de un
individuo para crear energía aeróbicamente, supusieron un impulso para
desarrollar más fibras musculares de contracción rápida, que dependen
menos del oxígeno para producir energía. Morrison colaboró con los aspectos
biológicos, pero la idea fundamental procedía originalmente de Cooper, un
escritor amigo de la infancia de Morrison.
Cooper fue un erudito que triunfó profesionalmente en actividades tan
dispares como la grabación musical o la elaboración de los discursos de
Norman Manley, uno de los artífices de la independencia de Jamaica, y más
tarde del hijo de éste, el primer ministro Michael Manley. Al principio de su
carrera, Cooper fue periodista de The Gleaner, el periódico más importante
de Jamaica. Como articulista de la sección de deportes de The Gleaner, la
primera conjetura de Cooper fue que los deportistas blancos habían
dominado históricamente los deportes de fuerza y velocidad a causa
exclusivamente de la sistemática exclusión y eliminación fraudulenta de los
deportistas negros, como en el caso del campeón de boxeo Jack Johnson. En
posteriores artículos,234 Cooper documentó meticulosamente la circunstancia
de que los deportistas con antepasados del África Occidental hubieran
acabado con una elevada representación en los deportes de velocidad y fuerza,
casi a continuación de que se les permitiera acceder de forma muy restringida
a los deportes en los que competían sus homólogos blancos. Cooper puso de
relieve las tendencias que persisten hoy día: en todos los Juegos Olímpicos
posteriores al boicot de Estados Unidos en 1980, todos y cada uno de los
finalistas en la prueba olímpica de los 100 metros, a despecho de que sus
nacionalidades abarquen desde la canadiense, holandesa y portuguesa hasta la
nigeriana, tienen una ascendencia reciente del África Occidental
subsahariana. (Lo que también ha sido verdad para las mujeres de las dos
últimas olimpiadas, y todas las ganadoras salvo una desde los Juegos de 1980
boicoteados por Estados Unidos, han sido descendientes recientes del África
Occidental.) Y no ha habido un solo jugador blanco de la NFL que juegue de
cornerback, la posición que exige mayor velocidad en el fútbol americano,
desde hace más de una década.235
En su condición de redactor de los discursos de Michael Manley durante
la agresiva campaña de reelección de 1976, Cooper y su familia vivieron bajo
una amenaza constante. Cooper dejó de sentarse de espaldas a las ventanas, y
cuando su esposa Juin fue retenida a punto de pistola, sacó a la familia de
Jamaica para siempre. Mientras vivía en Houston a finales de la década de
1980, Cooper frecuentaba la biblioteca a la caza de explicaciones biológicas e
históricas para la supremacía de los deportistas negros en los deportes
basados en la velocidad. Cooper devoró todo tipo de publicaciones científicas
sobre biología, medicina, antropología e historia de una manera que pocos
hacían antes del advenimiento de las bases de datos electrónicas que
seleccionan las revistas eruditas con sólo pulsar una tecla.
Cooper se encontró con el famoso estudio de los tipos corporales de los
deportistas olímpicos de 1968,236 y se aferró a un curioso dato registrado por
los científicos. Los investigadores se habían sorprendido al encontrar que «un
número considerable de deportistas olímpicos negroides se caracterizaban
por padecer la anemia depranocítica o falciforme». Esto es, algunos
deportistas olímpicos negros tenían, en una de las dos copias del gen que
codifica la hemoglobina —la molécula presente en los glóbulos rojos que
transporta el oxígeno—, una mutación que ocasiona que los glóbulos rojos
redondos se curven y adopten forma de hoz en ausencia de oxígeno, lo que
disminuye potencialmente el flujo sanguíneo en todo el cuerpo durante la
realización de un ejercicio intenso. La variante genética que provoca el rasgo
de la anemia depranocítica se encuentra las más de las veces en las personas
con una ascendencia reciente del África Occidental y Central subsaharianas, y
en un principio los científicos habían creído que la elevada altitud en la que se
celebrarían las Olimpiadas de México 1968 impediría a los deportistas con
esta anemia rendir adecuadamente. «Se suponía que la anemia depranocítica
tenía que ser un freno», dice Morrison. Pero en las Olimpiadas no cambió
absolutamente nada en las pruebas de corta duración, como la velocidad y los
saltos.
En las décadas transcurridas desde entonces, los estudios epidemiológicos
han descubierto que los deportistas con el rasgo de la anemia falciforme (que
tienen una copia del gen mutante y son conocidos como los «portadores de la
anemia falciforme») cuentan en efecto con una baja representación en
empeños deportivos que exigen una gran resistencia aeróbica. En las carreras
de competición, los portadores del rasgo depranocítico desaparecen casi por
completo de las pruebas con recorridos superiores a los 800 metros237;
genéticamente, se encuentran en desventaja en las pruebas de larga distancia.
En un número reducido de portadores del rasgo falciforme, el flujo sanguíneo
sufre tal inhibición, que se vuelve letal si realizan un esfuerzo excesivo
durante mucho tiempo. Desde 2000, la muerte súbita durante el
entrenamiento de nueve jugadores universitarios de fútbol americano238 —
todos negros y de la División I—, ha sido relacionada con el rasgo
depranocítico, y en la actualidad la NCAA exige la realización de exámenes
sistemáticos para determinar la presencia de la variante génica que lo
provoca. (De acuerdo con un comité de la Big East Conference Sports
Medicine Society de 2012, los deportistas universitarios blancos, bajo la
supervisión de un médico del equipo, a menudo pedirán una dispensa para
ser eximidos de la prueba, dada la improbabilidad de que sean portadores de
la variante genética de la anemia falciforme.)
En 1975, al año siguiente de que se publicaran los datos de las Olimpiadas
de México, apareció otro estudio que Cooper analizaría minuciosamente dos
decenios más tarde y en el que se demostraba que los afroamericanos
presentaban de forma natural unos niveles bajos de hemoglobina.239 Dicho
trabajo había sido publicado en el Journal of the National Medical Association,
revista editada por la Asociación Nacional de Médicos, con sede en Maryland,
que promueve la participación de médicos y pacientes con ascendencia
africana reciente. Utilizando datos de casi 30.000 personas de diez estados
diferentes con edades comprendidas entre un año y los noventa, el artículo
informaba de que los afroamericanos tienen unos niveles de hemoglobina
más bajos en todas las etapas de la vida que los norteamericanos blancos,
incluso cuando la condición socioeconómica y la dieta estén equiparadas. (La
esposa de Errol Morrison, Fay Whitbourne, ex directora del Servicio Nacional
de Laboratorios de la Sanidad Pública de Jamaica, afirma que los niveles de
hemoglobina de los jamaicanos están en consonancia con los de los
afroamericanos.) Numerosos estudios, además de los datos de población del
Centro Nacional para las Estadísticas Sanitarias de Estados Unidos,240 han
reproducido este resultado desde entonces, incluso entre los deportistas. En
un estudio colosal realizado en 2010 sobre 715.000 donantes de sangre de
toda Norteamerica,241 los investigadores concluyeron que los afroamericanos
muestran un «punto de referencia genético más bajo en cuanto a la
hemoglobina», con independencia de factores medioambientales como la
nutrición.242 Al igual que el rasgo falciforme, la hemoglobina baja por causas
genéticas —siendo todo lo demás igual— representa una «desventaja»
genética para los deportes de resistencia. Los corredores con ascendencia
reciente de África Occidental cuentan con una representación notablemente
baja en las categorías superiores de las carreras de media y larga distancia. (El
récord jamaicano en los 10 kilómetros ni siquiera se calificó para las
Olimpiadas de 2012.)
Los autores del artículo del Journal of the National Medical Association
escribieron que los niveles bajos de hemoglobina aumentan la posibilidad de
que los afroamericanos empleen más de un camino alternativo de energía, a
fin de compensar la relativa deficiencia del oxígeno que transporta aquella.
Dos años más tarde, en la misma revista, otro grupo de científicos insistía: «
[…] ha de existir algún mecanismo compensatorio que contrarreste esta
deficiencia relativa de hemoglobina, puesto que siempre se ha demostrado
una diferencia notable en los deportistas sanos».243 Cooper se puso manos a
la obra para encontrar ese mecanismo compensatorio.
Su incansable lectura de revistas médicas se volvió mucho más apremiante
en 1996, cuando se le diagnosticó un cáncer de próstata terminal. Cooper y
Juin se trasladaron a Nueva York en 2000, de manera que Cooper se podía
pasar todos los días en la Biblioteca Pública de la ciudad. «Mi oficina», la
llamaba. Los viajes de fin de semana a Baltimore para visitar a su hija se
duplicaron por las visitas a la biblioteca de la Universidad de Maryland.
Y justo entonces, Cooper encontró el potencial «mecanismo
compensatorio» que estaba buscando en un estudio realizado en la Laval
University de Quebec en 1986. Publicado en el Journal of Applied Physiology,
uno de sus autores era Claude Bouchard,244 con el tiempo la figura más
influyente en el campo de la genética del ejercicio y cabeza visible del Estudio
de Familia HERITAGE, que documentaría las diferencias entre familias en la
capacidad de mejora del rendimiento aeróbico por el entrenamiento.
Bouchard y sus colegas habían tomado muestras de los músculos de los
muslos de dos docenas de estudiantes sedentarios de la Laval, principalmente
oriundos de países de África Occidental, además de los de dos docenas de
estudiantes blancos sedentarios que tenían la misma edad, estatura y peso que
sus condiscípulos africanos. Los investigadores informaban de que los
músculos de los estudiantes africanos estaban compuestos de una proporción
mayor de fibras de contracción rápida y menor de las de contracción lenta en
comparación con los estudiantes blancos. Los alumnos africanos también
tenían una actividad notablemente más alta en las vías metabólicas que
necesitan menos oxígeno para producir energía y que se emplean cuando se
esprinta a fondo. Los científicos concluían que, en relación a los estudiantes
blancos, los estudiantes procedentes de África Occidental «están, desde el
punto de vista de las características musculoesqueléticas, bien dotados para
las pruebas deportivas de corta duración».
El estudio era pequeño, como es costumbre con las biopsias que exigen la
extirpación quirúrgica de una muestra de tejido muscular. Los escasos
estudios de parecido jaez publicados a lo largo de los años, se han mostrado
generalmente de acuerdo con los hallazgos de Laval, aunque todos se han
basado en un número reducido de sujetos.245
En su libro de 2003, Black Superman: A Cultural and Biological History of
the People Who Became the World’s Greatest Athletes, y más tarde en su
artículo de 2006 escrito en colaboración con Morrison, Cooper planteó por
primera vez la teoría de que los africanos occidentales desarrollaron unas
características determinadas, como una prevalencia alta de la mutación
genética de la anemia drepanocítica y otras mutaciones genéticas que
ocasionan unos niveles bajos de hemoglobina, como protección contra la
malaria, y que de eso se derivó un aumento en las fibras musculares de
contracción rápida, que proporciona una mayor producción energética por
una vía que «no» depende fundamentalmente del oxígeno en las personas que
tienen una capacidad reducida para producir energía «con» el oxígeno.246 En
la actualidad, la primera parte de la hipótesis de Cooper —que el rasgo
drepanocítico y la deficiente hemoglobina son adaptaciones evolutivas frente
a la malaria— se antojan innegables.247
En 1954, el mismo año en que sir Roger Bannister bajó de los cuatro
minutos en la milla, el médico y bioquímico británico Anthony C. Allison,
que había crecido en una granja en Kenia, demostró que los africanos
subsaharianos con el rasgo drepanocítico tenían bastantes menos parásitos de
la malaria en su sangre que los habitantes de la misma región que no eran
portadores de dicho rasgo.248 En circunstancias normales, portar la variante
genética de la malaria falciforme no parece algo bueno. Si dos personas que
tengan una copia cada una de esa variante engendraran hijos juntos, uno de
cada cuatro de sus hijos tendría dos copias del gen y por consiguiente la
enfermedad drepanocítica —también conocida como anemia falciforme—,
una enfermedad en la que se encuentran glóbulos rojos falciformes aun sin
realizar ejercicio y que deja al paciente con una esperanza de vida limitada. Y,
sin embargo, esta mutación genética ha estado presente —ha proliferado, de
hecho— en las zonas de peligro de la malaria del África subsahariana.
La razón de esto hay que hallarla en que los portadores de una copia de la
variante genética drepanocítica son generalmente personas sanas aunque sus
glóbulos rojos adopten la forma de hoz cuando se infectan con el parásito de
la malaria, lo que a su vez protege al huésped de los devastadores efectos del
parásito. (Dado que la anemia falciforme acorta las vidas, el gen drepanocítico
jamás se extenderá a toda la población. Entre los afroamericanos que han
vivido durante generaciones en regiones de Estados Unidos libres de malaria,
la variante genética de la anemia falciforme está desapareciendo
progresivamente.)249 En la actualidad, el equilibro entre los glóbulos rojos
falciformes y la resistencia a la malaria es uno de los ejemplos de manual en
biología de lo que es un trueque evolutivo, en este caso la propagación de una
variante genética por lo demás dañina gracias a la protección que lleva
asociada.
La sugerencia de Cooper y Morrison de que los niveles bajos de
hemoglobina en los afroamericanos y afrocaribeños es una segunda
adaptación a la malaria también ha sido demostrada, aunque de una manera
luctuosa.
Pese a la acumulación de pruebas de que los niveles bajos de hemoglobina
en los habitantes de las zonas de África donde la malaria es endémica son, al
menos en parte, de origen genético, unos cooperantes que trabajaban allí
consideraron que la hemoglobina baja era simplemente un indicio de la
excesiva carencia de hierro en la dieta. En 2001, la Asamblea General de las
Naciones Unidas cargó al mundo con la responsabilidad de reducir la
deficiencia de hierro de los niños de los países en vías de desarrollo. Así las
cosas, en un empeño bienintencionado de mejorar la nutrición, las asistencias
sanitarias llegaron a África con suplementos de hierro, que elevaron los
niveles de hemoglobina de los que los consumieron. (La hemoglobina es una
proteína rica en hierro, así que sus niveles descienden si se consume poco
hierro. A menudo, si empiezan a bajar en su rendimiento, lo primero que
comprueban los deportistas de élite que practican deportes de resistencia es si
andan bajos de este mineral.)
El problema fue que los médicos que estudiaban las regiones azotadas por
la malaria, vieron que se producía un aumento de los casos graves siempre
que se dispensaban los suplementos férricos.250 Desde la década de 1980, los
científicos que trabajaban en África y Asia habían documentado menores
índices de mortalidad por malaria en las personas con niveles bajos de
hemoglobina. En 2006, tras realizarse en Zanzíbar un gran estudio aleatorio
controlado con placebo que informó de un fuerte incremento de casos de
malaria y muerte entre los niños a los que se les suministraba suplementos de
hierro, la Organización Mundial de la Salud publicó un comunicado dando
marcha atrás en la postura de la ONU y pidiendo cautela a los profesionales
sanitarios a la hora de suministrar suplementos férricos en las regiones con
un alto riesgo de malaria.251 La hemoglobina baja, igual que el rasgo de la
anemia falciforme, aparentemente actúa como una protección contra la
malaria. Y, de acuerdo con la hipótesis de Cooper y Morrison, muchos de los
africanos que fueron llevados a la fuerza al Caribe y Estados Unidos
procedían de las partes concretas de la costa occidental del África
subsahariana que no sólo padecen los mayores índices de mortalidad por la
malaria del mundo, sino que además presentan la mayor frecuencia del gen
drepanocítico.252
La conclusión de la hipótesis de Cooper y Morrison —que las fibras
musculares de contracción rápida aparecen cuando la hemoglobina
desaparece— es lo que resulta sumamente arriesgado.
Patrick Cooper siguió entregado a su investigación y escritos hasta el final
de su vida. Hasta el día de 2009 en que el cáncer finalmente le venció, Cooper
estuvo dictándole a Juin desde la cama. Yo había tenido la esperanza de
conocer a Cooper en mi viaje a Jamaica antes de enterarme de que había
fallecido y de que de todas formas hacía años que no vivía allí. En su lugar, me
reuní con Morrison, y más tarde enseñé el artículo que él y Cooper habían
escrito en colaboración a cinco científicos que ignoraban su existencia, y les
pedí sus opiniones. Uno insistió en que la teoría era demasiado especulativa
para ser discutida. Los otros cuatro dijeron que era una hipótesis
razonablemente construida, pero también que jamás había sido sometida a
ninguna prueba directa y que no estaba demostrada. (Aunque, en 2011, unos
científicos de la Universidad de Copenhague propusieron que un porcentaje
alto de fibras musculares de contracción rápida podría explicar varios rasgos
físicos documentados de los afroamericanos y afrocaribeños, entre ellos un
metabolismo bajo en reposo y durmiendo, y un metabolismo menor de la
grasa para obtener energía y mayor de los carbohidratos en comparación con
los europeos.)253
Pitsiladis —el cazador de genes que colecciona el ADN de los velocistas de
nivel internacional— sostiene que una teoría semejante no podría resultar
cierta debido a la tremenda diversidad de los antecedentes genéticos de
afroamericanos y jamaicanos, que demuestra que no son ningún bloque
monolítico desde el punto de vista genético. Aunque sí que tienen en común
los rasgos en cuestión —una prevalencia significativa del rasgo drepanocítico
y una hemoglobina media baja—, por lo que la cuestión de la diversidad
genética general es irrelevante. Por término medio, los africanos son mucho
más diversos genéticamente que los europeos. Pero con respecto a ciertos
genes, como la variante del gen de la velocidad ACTN3, pueden ser más
homogéneos. Así, la diversidad genética en sí misma no implica que un grupo
étnico no pueda compartir un rasgo común, como sin duda lo hacen muchos.
Como el genetista de Yale Kenneth Kidd dijo de los grupos de pigmeos
africanos: están entre los pueblos con mayor diversidad genética del mundo, y
sin embargo comparten el rasgo de la estatura minúscula que les impedirá
dominar la NBA.
Dado que no pude seguir a Cooper en persona, decidí hacer un
seguimiento de su trabajo para ver si había surgido alguna prueba que
pudiera afirmar o desmontar su teoría desde que fue publicada. Primer punto:
¿pueden los deportistas con el rasgo drepanocítico tener un rendimiento
diferente en los deportes de explosividad?
El fisiólogo francés Daniel Le Gallais, ex director clínico del Centro
Nacional para la Medicina Deportiva en Abidjan, Costa de Marfil, planteó esa
cuestión mucho antes que Cooper.254 Alrededor del 12 por ciento de los
ciudadanos marfileños son portadores del rasgo drepanocítico, y a principios
de la década de 1980 Le Gallais reparó en que las tres mejores saltadoras de
altura del país (una de las cuales ganó el campeonato africano) acababan
anormalmente agotadas durante los entrenamientos. Tras examinar a las
atletas, Le Gallais encontró que: «Sorprendentemente», escribió en un correo
electrónico, «estas tres atletas eran portadoras del rasgo drepanocítico, a pesar
de provenir de diferentes grupos étnicos del país».
Más adelante, Le Gallais realizaría en colaboración diversos estudios
destinados a encontrar el rasgo de las células falciformes en velocistas y
saltadores de élite. En 1998, informó de que casi el 30 por ciento de los 122
campeones nacionales marfileños en pruebas explosivas de salto y
lanzamiento eran portadores de dicho rasgo, y que en conjunto acumulaban
treinta y siete plusmarcas nacionales. El mejor hombre y la mejor mujer del
grupo eran ambos portadores de células falciformes. En un estudio realizado
en 2005 de velocistas de las Indias Occidentales francesas que integraban el
equipo nacional francés, alrededor de un 19 por ciento de los atletas
analizados eran portadores del rasgo drepanocítico, y entre todos sumaban un
porcentaje desproporcionado de los títulos y marcas conseguidos por el
equipo.
«¿Que cuál es mi punto de vista en estos momento?», me escribió Le
Gallais. «Los estudios han demostrado con toda claridad que los deportistas
portadores [del rasgo drepanocítico] eran mucho menos numerosos que los
no portadores en las carreras de gran resistencia. Por el contrario, los atletas
portadores eran más numerosos en los saltos y los lanzamientos […]. El
deterioro en el sistema de transporte de oxígeno explica el bajo rendimiento
en las carreras de larga distancia. Por el contrario, desconocemos la causa de
su ventaja en los saltos y los lanzamientos.»
En cuanto a si los niveles bajos de hemoglobina por sí mismos podrían
impulsar un cambio hacia un mayor porcentaje de fibras de contracción
rápida, hay pruebas de que pueden hacerlo en los roedores. Un estudio de la
UCLA con ratones sometidos a dietas bajas en hierro, mostró un descenso de
la hemoglobina y puso de manifiesto un cambio de fibras musculares de
contracción rápida tipo IIa a fibras musculares de «contracción superrápida»
tipo IIb en los cuartos traseros.255 Pero nadie ha dirigido un estudio
semejante en humanos, y los ratones tienen mayor capacidad para permutar
los tipos de fibras musculares que los humanos. Además, éste es un efecto del
desarrollo en la vida de un ratón, no un efecto evolutivo provocado a lo largo
de generaciones por alteraciones en los genes.
Y hasta aquí toda la ciencia que hay. Un único estudio en ratones y un
único estudio en ratas que demuestran que los niveles bajos de hemoglobina
pueden inducir en los roedores un cambio a más fibras musculares explosivas.
Ningún científico ha intentado poner a prueba la idea de Cooper y Morrison
en humanos, así que no existe ningún estudio en humanos en absoluto.
Varios científicos con los que hablé de la teoría insistieron en que no tendrían
ningún interés en investigarla a causa de la cuestión inevitablemente espinosa
de las razas que conlleva. Uno de ellos me confesó que en realidad posee datos
sobre las diferencias étnicas en relación a un rasgo fisiológico concreto, pero
que jamás lo publicaría debido a la potencial controversia. Otro me dijo que le
preocuparía seguir la línea de investigación de Cooper y Morrison porque
cualquier insinuación de la existencia de una ventaja física entre un grupo de
personas podría ser equiparada a una falta correlativa de inteligencia, como si
el deporte y la inteligencia estuvieran en una especie de balancín biológico.
Con ese sambenito en la cabeza, puede que lo más importante que Cooper
escribiera en Black Superman fuera su metódica extirpación de cualquier
supuesto vínculo inverso entre la destreza física y la mental. «La idea de que la
superioridad física pudiera ser en cierta manera un síntoma de la inferioridad
intelectual, sólo empezó a desarrollarse cuando la superioridad física se asoció
con los afroamericanos», escribió. «Tal asociación no empezó hasta 1936.» La
idea de que las condiciones físicas fueran de pronto inversamente
proporcionales al intelecto jamás fue un motivo de intolerancia, sino más
bien consecuencia de ésta. Y Cooper suponía que una investigación científica
más seria de las cuestiones difíciles, y no menos, es el camino apropiado.
La hipótesis de Cooper y Morrison, de que la disminución en la capacidad
de transporte de oxígeno provocaba un cambio a unas propiedades
musculares más explosivas, nunca pretendió ser únicamente un fenómeno de
«negros». Aunque la hipótesis sea correcta, sigue habiendo una tremenda
variación fisiológica dentro de cada grupo étnico, y Cooper y Morrison
estaban teorizando sobre un conjunto de deportistas negros con una
ascendencia geográfica muy concreta.
En el lado opuesto de África al de los antepasados de los velocistas, y por
pura chiripa geográfica, una facción distinta de los mejores deportistas del
mundo se vio libre de las adaptaciones genéticas que perjudican
potencialmente la resistencia. Estos deportistas viven en altitudes donde los
mosquitos son escasos, y por tanto también la malaria y el gen
drepanocítico.256
Estos deportistas negros llegaron a dominar un ámbito completamente
distinto.
232Los antecedentes sobre la latitud y la anchura pelviana: Nuger, Rachel Leigh, The influence of climate
on the obstetrical dimensions of the human bony pelvis, UMI Dissertation Publishing, 2011.
233El artículo de Cooper y Morrison en el que plantean su hipótesis: Morrison, E. Y. St. A., y P. D.
Cooper, «Some bio-medical mechanisms in athletic prowess», West Indian Medical Journal, 55(3),
(2006), 205-209.
234La viuda de Patrick Cooper, Juin —y varios obituarios— proporcionó los detalles de su vida. El libro
de Cooper sobre los atletas negros: Cooper, Patrick Desmond, Black superman: a cultural and biological
history of the people that became the world’s greatest athletes, First Sahara, 2003.
235 En la NFL hay blancos que juegan de safety —la otra posición defensiva retrasada—, y algunos
escritores, entre los que destaca William C. Rhoden, del New York Times, han sostenido que se tiene
una idea estereotipada de los aspirantes blancos a cornerback como de jugadores lentos, y que por
consiguiente son recolocados aleatoriamente como safety por los entrenadores estrechos de miras. El
estereotipo tal vez sea un factor concurrente, pero los datos de las pruebas combinadas previas al draft
de la NFL también demuestran que los safety, con independencia de su etnia, tienen peores resultados
en velocidad y en las pruebas de rapidez que los cornerbacks. Como el ganador del Heisman Trophy y
quarterback de los Redskins Robert Griffin III expuso en ESPN: «Los safety juegan de eso por una
razón: porque no son rápidos. Al menos, no son tan veloces comos los cornerbacks», diría. Un estudio
publicado en 2011 en el Journal of Strength and Conditioning Research concluía que «los cornerbacks en
general parecerían ser los más atléticos de los 15 puestos analizados, mientras que los offensive guards
serían los menos».
236El famoso estudio de los olímpicos de México 68, otra vez: De Garay, Alfonso L., Louise Levine y J.
E. Lindsay Carter, eds., Genetic and anthropological studies of olympic athletes, Academic Press, 1974.
237La escasa representación de los portadores de la anemia falciforme en las carreras de los 800 metros
y distancias mayores: Eichner, Randy E., «Sickle cell trait and the athlete», Gatorade Sports Science
Institute: Sports Science Exchange, 19(4), (2006), 103.
238Análisis del riesgo de muerte en los jugadores universitarios de fútbol americano con anemia
falciforme: Harmon, Kimberly G., y otros, «Sickle cell trait associated with a RR of death of 37 times in
National Collegiate Athletic Association football athletes: a database with 2 million athlete-years as
denominador», British Journal of Sports Medicine, 46, (2012), 325-30.
239El primer artículo que Cooper citó que mostraba los bajos niveles de hemoglobina en los
afroamericanos: Gran, Stanley M., Nathan J. Smith y Diance C. Clark, «Lifelong differences in
hemoglobin levels between blacks and whites», Journal of the National Medical Association, 67(2),
(1975), 91-96.
240Las tablas de datos del Centro Nacional para las Estadísticas Sanitarias del CDC están disponibles al
público y son fáciles de localizar con una simple llamada al Centro. Los montones de datos sobre la
hemoglobina también están disponibles en informes publicados: Hollowell J. G., y otros,
«Hematological and iron-related analytes—reference data por personas aged 1 year and over: United
States, 1988-94», National Center for Health Statistics, Vital Health Statistics, 11(247), (2005). Robins,
Edwin B., y Steve Blum, «Hematologic reference values for african american children and adolescents»,
American Journal of Hematology, 82, (2007), 611-14.
241Estudio de 715.000 donantes de sangre: Mast, Alan E., y otros, «Demographic correlates of low
hemoglobin deferral among prospective whole blood donors», Transfusion, 50(8), (2010), 1794-1802.
242 Los autores observaban que, en ocasiones, los donantes de sangre negros son indebidamente
rechazados a causa de la suposición de que sus bajos niveles de hemoglobina son consecuencia de una
enfermedad física.
243La cita en la que los médicos hacen referencia a «cierto mecanismo compensador» aparece aquí:
Kraemer, Michael J., y otros, «Race-related differences in peripheral blood and in bone marrow cell
populations of american black and american white infants», Journal of the National Medical
Association, 69(5), (1977), 327-31.
244El estudio de las fibras musculares del que es coautor Bouchard: Ama, P. F., y otros, «Skeletal muscle
characteristics in sedentary black and caucasian males», Journal of Applied Physiology, 61(5), (1986),
1758-61.
245 Acerca del hallazgo, Bouchard dice que los sujetos con ascendencia reciente de África Occidental
tenían más fibras musculares de contracción rápida: «Tenían un poco más de fibras del tipo II
(contracción rápida). Una diferencia no en la clase, sino una diferencia en la frecuencia de los
fenómenos, lo que significa que habría más personas con la biología básica que, en el caso de ser
seleccionadas y entrenadas, podrían alcanzar el éxito más deprisa que la media de las personas con
ascendencia europea. Pero claro que tenemos personas con ascendencia europea con el mismo perfil.
Ésa fue nuestra conclusión, y no he visto ningún dato que me haga cambiar de opinión». Bouchard
también hizo notar que una pequeña diferencia en la media significa una gran diferencia en las personas
al final de la curva con una biología extrema.
246El rasgo de la anemia falciforme provoca una reducción en la capacidad para producir energía por
las vías que dependen principalmente del oxígeno: Bitanga, E., y J. D. Rouillon, «Influence of the sickle
cell trait heterozygote on energy abilities», Pathologie Biologie, 46(1), (1998), 46-52. Le Gallais, D., y
otros, «Sickle cell trait as a limiting factor for highlevel performance in a semi-marathon», International
Journal of Sports Medicine, 15(7), (1994), 399-402.
247Para una rápida información sobre la protección contra la malaria que proporciona el rasgo
depranocítico: Pierce, E. C., «How sickle cell trait protects against malaria», Medical Journal of
Therapeutics Africa, 1(1), 61-62.
248Anthony C. Allison fue el primero en documentar la conexión entre el rasgo de la anemia falciforme
y la resistencia a la malaria: Allison, A. C., «Protection afforded by sickle-cell trait against subtertian
malarial infection», British Medical Journal, 1(4857), (1954), 290-94. Allison, Anthony C., «The
discovery of resistance to malaria of sickle-cell heterozygotes», Biochemistry and Molecular Biology
Education, 30(5), (2002), 279-87.
249La gradual desaparición del gen drepanocítico en los afroamericanos se discute en la p. 99 de: Nesse,
Randolph M., y George C. Williams, Why we get sick: the new science of darwinian medicine, Vintage,
1996.
250El riesgo de malaria con los complementos férricos ha sido documentado hace mucho por Stephen
J. Oppenheimer y otros: English, M., y R. W. Snow, «Iron and folic acid supplementation and malaria
risk», Lancet, 367(9505), (2006), 90-91. Oppenheimer, S. J., y otros, «Iron supplementation increases
prevalence and effects of malaria: report on clinical studies in Papua New Guinea», Transactions of the
Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene, 80(4), (1986), 603-12. Oppenheimer, Stephen,
«Comments on background papers related to iron, folic acid, malaria and other infections», Food and
Nutrition Bulletin, 28(4), (2007), S550-59.
251En 2006 la OMS revisó las recomendaciones sobre los suplementos de hierro en las zonas donde la
malaria es endémica: http://www.who.int/maternal_child_adolescent/documents/iron_statement/en/.
252El patrón mundial del gen depranocítico y su relación con la malaria (mapas con códigos de colores
disponibles en la red): Piel, Frédéric B., y otros, «Global distribution of the sickle cell gene and
geographical confirmation of the malaria hypothesis», Nature Communications, 1, (2010), 104.
253Los científicos daneses propusieron que las fibras de contracción rápida podrían explicar los rasgos
físicos documentados en los afroamericanos: Nielsen, J., y D. L. Christensen, «Glucose intolerance in
the west african diaspora: a skeletal muscle fibre type distribution hypothesis», Acta Physiologica,
202(4), (2011), 605-16.
254Los estudios sobre el rendimiento deportivo y el rasgo depranocítico de los que es coautor Daniel Le
Gallais: Bilé A., y otros, «Sickle cell trait in Ivory Coast athletic throw and jump champions, 1956-1995»,
International Journal of Sports Medicine, 19(3), (1998), 215-19. Hue, O., y otros, «Alactic anaerobic
performance in subjects with sickle cell trait and hemoglobin AA», International Journal of Sports
Medicine, 23(3), (2002), 174-77. Le Gallais, D., y otros, «Sickle cell trait as a limiting factor for high-level
performance in a semi-marathon», International Journal of Sports Medicine, 15(7), (1994), 399-402.
Marlin, L., y otros, «Sickle cell trait en french west indian elite sprint athletes», International Journal of
Sports of Medicine, 26(8), (2005), 622-25.
255Los dos estudios que muestran un cambio en el porcentaje de tipo de fibras musculares en ratones
con hemoglobina baja: Esteva, Santiago y otros, «Morphofunctional responses to anaemia in rat skeletal
muscle», Journal of Anatomy, 212, (2008), 36-44. Ohira, Yoshinobu y Sandra L. Gill, «Effects of dietary
iron deficiency on muscle fiber characteristics and whole-body distributin of hemoglobin in mice»,
Journal of Nutrition, 113, (1983), 1811-18.
256En poblaciones que viven en alturas de África Oriental la mutación drepanocítica es rara o no existe:
Ayodo, George y otros, «Combining evidence of natural selection with association analysis increases
power to detect malaria-resistance variants», American Journal of Human Genetics, 81, (2007), 234-42.
Foy, Henry y otros, «The variability of sickle-cell rates in the tribes of Kenia and the Southern Sudan»,
British Medical Journal, 1(4857), 294. Williams, Dianne, Race, ethnicity and crime: alternate
perspectives, Algora Publishing, 2012, p. 20.
12
John Manners regresa a Kenia todos los veranos, y todos los julios —después
de la prueba de tiempo de los 1.500 metros— aparecen las lágrimas. La
mayoría resbalan por las mejillas de los niños que acaban de correr. Pero, dice
Manners, «algunas son mías. Es algo bastante emotivo».
Se hace difícil imaginar a Manners triste. Sus ojos brillan bajo una gorra
de vendedor de periódicos. Junto con su apuntada barba de chivo blanca y su
zancada alegre, los ojos confieren un encanto malicioso a sus conversaciones.
La carera de 1.500 metros que hace que Manners llore es el corolario a un
singular procedimiento anual de solicitud de ingreso en la universidad para
más o menos 60 chicos pobres, y Manners y su programa del KenSAP tienen
que dejar fuera a todos salvo a una docena.
Iniciado en 2004, el KenSAP —acrónimo en inglés de Proyecto Deportivo
Universitario de Kenia— es creación de Manners, un escritor que vive en
Nueva Jersey, y del doctor Mike Boit, medallista de bronce por Kenia en los
800 metros de las Olimpiadas de 1972 y en la actualidad profesor de ciencias
del deporte y el ejercicio en la Universidad Kenyatta de Nairobi. La idea del
proyecto es llevar a los mejores estudiantes kenianos de la provincia del Valle
del Rift occidental a las principales universidades de Estados Unidos.257
Cada año, Manners examina en el periódico la lista de las mejores
calificaciones para el Certificado de Educación Secundaria de Kenia (KCSE)
—una reválida al terminar el instituto que determina el ciento por ciento de
las admisiones en la Universidad de Kenia—, en busca de los nombres de los
estudiantes del Valle del Rift Occidental con mejores calificaciones. También
sigue la radio local Kass FM y pide que le entreguen las solicitudes de los
estudiantes que obtuvieron un «sobresaliente general», la nota más alta
posible. Sin embargo, el reclutamiento presenta dificultades. «Debido a la
gratuidad del programa», explica Manners, «algunos de los padres [de los
solicitantes] suponen que es un timo».
Manners invita a los estudiantes seleccionados a que rellenen una
solicitud para el Centro de Entrenamiento en Gran Altitud, situado en la
ciudad de Iten del Valle del Rift. Allí son entrevistados, y luego se les hace
participar en una carrera de 1.500 metros a una altitud que ronda los 2.300 m.
Todos los estudiantes han terminado con éxito el instituto a pesar de
pertenecer a familias rurales necesitadas. La mayoría son niños —la
naturaleza patriarcal de la cultura keniana da menos oportunidades a las
niñas a prepararse para el examen del KCSE—, algunos provienen de
diminutas comunidades agrícolas de subsistencia y asisten a clase en aulas
con el suelo enlodado o lleno de piedras. Todos tienen las aptitudes
académicas y la materia prima suficiente para su ensayo de solicitud, como
para hacer que a los funcionarios de la Costa Oriental encargados de las
admisiones se les caigan los calcetines de cuadros escoceses. Tras la entrevista
y los 1.500 metros, Manners delibera con Boit y con sendos grupos de
monitores norteamericanos y de ancianos locales, y a las pocas horas lee en
voz alta los nombres de los niños que han sido admitidos. Ahí es donde
entran las lágrimas, las de aquellos que no pasaron el corte.
La docena de niños aceptados por el KenSAP emprenden dos meses de
intensa preparación para el SAT [Examen de Aptitudes Académicas] y de
trabajo para la solicitud de ingreso en la universidad. Hasta el momento, el
KenSAP ha tenido unos resultados brillantes. Entre 2004 y 2011, setenta y
uno de los setenta y cinco estudiantes admitidos en el KenSAP consiguieron
acceder a las universidades de Estados Unidos. Todas las universidades de la
Ivy League [las ocho mejores universidades del noroeste de Estados Unidos]
han tenido a algún chaval del KenSAP. Harvard encabeza la liga con diez,
seguida de Yale con siete y Pensilvania con cinco. Otros han ido a escuelas de
Bellas Artes del jaez de Amherst, Wesleyan y Williams. «Amo a la NESCAC»,
dice Manners, refiriéndose a la New England Small College Athletic
Conference. «Somos muy fuertes en la NESCAC.»
La carrera de precisión de los 1.500 metros es, sin duda, un aspecto sin
precedentes en el proceso de solicitud de ingreso en una universidad. Los
muchachos kenianos que sacan un sobresaliente suelen salir de los internados
subvencionados por el Estado, y la mayoría no tienen ninguna experiencia
como corredores. En una carta enviada a los solicitantes al KenSAP meses
antes de las entrevistas, Manners les explica que habrá una carrera de prueba,
y que deben ir vestidos de manera adecuada. Y sin embargo, sin excepción,
siempre hay algunos chicos que aparecen con pantalones largos, y unas pocas
chicas con faldas hasta la pantorrilla y zapatos de tacón alto.
Lo que Manners espera de la carrera de 1.500 metros es descubrir a algún
prodigioso atleta anónimo con las dotes de corredor que persuada a algún
entrenador norteamericano a intervenir en el comité de admisión. «Buscamos
todo aquello con lo que podamos reforzar una solicitud», explica. Si un chico
sin ninguna experiencia como corredor parece prometedor, Manners se
pondrá en contacto con los entrenadores de las universidades para ver si
alguno podría estar interesado.
Si forzar a las estrellas académicas de un pedacito de África Oriental a que
realicen una carrera de precisión de 1.500 metros en pista de tierra a casi
2.300 m de altitud se antoja un poco raro, pues bien, es que lo es. Imaginen a
un miembro del consejo de admisión de una universidad cogiendo a los
chicos norteamericanos con la máxima calificación y poniéndoles en fila para
realizar una prueba de tiempo.
Aunque por otro lado, éste no es un trocito de la geografía de África
escogido al azar.
En 1957, cuando Manners tenía doce años, se fue a vivir a África con su padre
desde Newton, Massachusetts. Robert Manners, profesor de Antropología y
fundador del departamento de Antropología de la Brandeis University, tenía
la intención de estudiar al pueblo chaga de Tanzania. Pero otro antropólogo
se le adelantó, así que Manners se aventuró a irse al oeste, al Valle del Rift en
Kenia para estudiar a los kipsigis, un pueblo tradicionalmente dedicado al
pastoreo, subgrupo de una tribu más amplia, los kalenjin. Los kipsigis
mantenían encarnizadamente su cultura frente a la colonización británica,
que duró hasta 1963.
Robert Manners encontró una casa en Sotik, al oeste de Kenia, una
localidad rodeada de plantaciones de té y granjas de ganado, y situada a más
de 1.800 m de altitud. Allí había una calle enlodada rodeada de barandillas
levantadas sobre unas aceras desniveladas, como en un pueblo del Viejo
Oeste. No pasó mucho tiempo antes de que John Manners se volviera igual
que cualquier otro niño kipsigis, hablando swahili y cubriendo a la carrera
con sus amigos los dos o tres kilómetros hasta el colegio para evitar que los
azotaran por llegar tarde. También asistió a su primera reunión de atletismo,
como espectador.
Como en el caso de Jamaica, el colonialismo británico había importado el
deporte del atletismo. La Asociación de Atletismo Amateur de Kenia fue
fundada en 1951, y cuando la familia Manners llegó, las reuniones de
atletismo regionales —sobre pistas de tierra o hierba— eran algo frecuente.
En una de las primeras reuniones que vio Manners, cuando todavía estaba en
primaria, le encantaron las estelares actuaciones de los corredores kipsigis,
«su gente».
En otoño de 1958, Manners regresó a Massachusetts para seguir sus
estudios de secundaria, pero su fascinación por el atletismo, y por Kenia,
permaneció. En los Juegos Olímpicos de 1964, sólo los terceros juegos en los
que competía Kenia, un corredor kipsigis llamado Wilson Kiprugut ganó el
bronce en los 800 metros. Cuatro años más tarde, en la altitud de la ciudad de
México, Kenia fue la potencia dominante en las carreras de media y larga
distancia, ganando siete medallas en el total de las pruebas. En los mismos
meses en que se celebraron aquellos Juegos, Manners, que acababa de
terminar la carrera en Harvard, estaba en el norte del estado de Nueva York
entrenando para entrar a formar parte del Cuerpo de Paz. «Vi los nombres de
los corredores kenianos que estaban ganando aquellas medallas», dice
Manners, «y me di cuenta de que casi todos eran kalenjin».
Manners estaba entusiasmado por el éxito de los corredores kenianos,
porque era un desafío a los estereotipos mantenidos por los colonos
británicos. «La creencia popular era que los negros podían correr deprisa,
pero que cualquier cosa que exigiera sofisticación táctica, o disciplina, o
entrenamiento», dice, «eso era patrimonio del hombre blanco».
Con el Cuerpo de Paz, Manners regresó durante otros tres años al Valle
del Rift occidental de Kenia, donde los lugareños todavía se acordaban de él y
de su padre. A principios de la década de 1970, unos pocos corredores
kenianos de larga y media distancia empezaron a aparecer en los campos
universitarios norteamericanos, y Manners empezó a escribir sobre el
atletismo keniano. En 1972, fue coautor de un artículo aparecido en el Track
& Field News: «Básicamente, el artículo decía que los entrenadores
norteamericanos se estaban preguntando si había más corredores fantásticos
en Kenia», recuerda Manners. «Y nuestra respuesta fue: ¡A miles!» Sobre
todo, entre los kalenjin.
Los 4,9 millones de kalenjin representan alrededor del 12 por ciento de la
población de Kenia, pero más de las tres cuartas partes de los mejores
corredores del país. En 1975, en una nota al pie de un capítulo con el que
contribuyó a The African Running Revolution, un libro editado por la revista
Runner’s World, Manners planteó una teoría evolutiva sobre el éxito de los
corredores kenianos —y específicamente kalenjin— que en la actualidad sigue
siendo controvertida.
Manners escribió que una parte de la vida tradicional de los guerreros
kalenjin era la práctica del saqueo de ganado. En esencia, esto implicaba
acercarse corriendo sigilosamente y entrar en las tierras de las tribus vecinas,
juntar el ganado y llevárselo de vuelta a la tierra de los kalenjin lo más deprisa
posible. El abigeato no se consideraba un robo siempre que los saqueadores
no estuvieran hurtando el ganado a miembros del mismo subgrupo tribal
kalenjin.258 «Las incursiones se realizaban en su mayor parte de noche»,
escribía Manners, «y en ocasiones llegaban a recorrer ¡hasta 160 km! La
mayoría de los asaltos eran llevados a cabo por grupos, pero se esperaba que
cada muren [guerrero] hiciera al menos su parte».
Un muren que volvía de un saqueo con un gran número de reses era
saludado como un guerrero valiente y atlético y podía utilizar su ganado y su
prestigio para conseguir mujeres. En una nota a pie, Manners escribió que, en
la medida en que los ladrones de ganado más eficaces tenían que ser
corredores resistentes para poner rápidamente a buen recaudo los rebaños
capturados, y que los mejores ladrones de ganado acumulaban por ende más
mujeres e hijos, entonces el abigeato podía haber servido como mecanismo de
superioridad reproductiva que privilegiaba a los hombres con unos genes
para las carreras de fondo superiores. Aunque, en el mismo capítulo y sin
solución de continuidad, Manners parece dudar de la sugerencia tan pronto
como la plantea. «La idea se me acababa de ocurrir, así que me limité a
expresarla», afirma ahora.
Pero en el transcurso de los años, a medida que ha seguido estudiando el
atletismo kalenjin y entrevistado a los corredores y ancianos de esta etnia, ha
llegado a considerar la idea como mucho menos fantasiosa, en parte porque
han aparecido otros «lugares de moda» de talento en el atletismo de fondo, y
porque los atletas comprometidos también pertenecen a culturas
tradicionalmente pastoriles que otrora practicaban el robo de ganado.259 260
En Etiopía,261 la segunda superpotencia mundial del atletismo de fondo, el
pueblo oromo constituye alrededor de una tercera parte de la población del
país, aunque integra la inmensa mayoría de sus corredores de talla
internacional. El pueblo sebei de Uganda —que vive exactamente al otro lado
del monte Elgon de Kenia— proporciona prácticamente todos los mejores
corredores de fondo del país, incluido Stephen Kiprotich, que ganó el
maratón en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Los sebei ugandeses son
en realidad un subgrupo de los kalenjin de Kenia.
dominio de los kalenjin en las carreras de fondo. Entre las teorías que
intentaban investigar estaban: los miembros de la tribu kalenjin podrían tener
un porcentaje especialmente elevado de fibras musculares de contracción
lenta en sus piernas; los kalenjin nacen con una capacidad aeróbica mayor
(VO2max), y que los kalenjin podrían tener una respuesta más rápida al
entrenamiento de la resistencia que los miembros de otros grupos étnicos.
Para desenredar al menos un segmento de la antinomia entre herencia y
educación, los científicos decidieron estudiar no sólo a corredores de élite,
sino también a niños kalenjin que vivían así en ciudades como en el medio
rural, además de a niños daneses que vivían en Copenhague.
En general, los hallazgos no confirmaron ninguna de las teorías
tradicionales aunque sin investigar. Los corredores de élite de la tribu kalenjin
y de Europa no diferían por término medio en sus porcentajes de fibras
musculares de contracción lenta, como tampoco lo hacían los niños daneses
de los niños kalenjin, ya vivieran en un entorno urbano, ya en el medio rural.
Los niños kalenjin de los pueblos sí que tenían una VO2max mayor que sus
compatriotas de las ciudades, que eran mucho menos activos, pero parecida a
la VO2max de los niños daneses activos. Y de media, los niños kalenjin,
considerados en su conjunto, no respondieron a los tres meses de
entrenamiento de la resistencia —estimación hecha basándose en la
capacidad aeróbica— en mayor medida de lo que lo hicieran los niños
daneses.
Aunque, como cabía esperar de las respectivas latitudes de sus
ascendencias, los niños kalenjin y los niños daneses mostraban diferencias en
el tipo corporal. Una parte mayor de la longitud corporal de los niños
kalenjin venía determinada por las piernas; por término medio, los kalenjin
eran cinco centímetros más bajos que los niños daneses, aunque tenían unas
piernas alrededor de 1,9 cm más largas.
Aunque el descubrimiento más singular de los científicos no fue el de la
longitud de las piernas, sino el de su perímetro. El volumen y grosor medio de
las pantorrillas de los niños kalenjin eran inferiores entre un 15 por ciento y
un 17 por ciento a los de los niños daneses. El descubrimiento tiene su
importancia porque la pierna es similar a un péndulo, que cuanto mayor sea
el peso en el extremo de éste, más energía se necesita para balancearlo.268 Los
biólogos han demostrado este fenómeno en humanos bajo condiciones
controladas. Y en un estudio especialmente bien controlado, los
investigadores experimentaron añadiendo pesos en diferentes partes de los
cuerpos de los corredores: cintura, parte superior del muslo, parte superior de
la espinilla, y alrededor del tobillo.
Aunque el peso siguiera siendo el mismo, cuanto más abajo en la pierna se
colocara, mayor era el coste energético para los corredores. En cierta fase,
cada corredor tenía que llevar 3,6 kg alrededor de la cintura, lo que les exigía
alrededor de un 4 por ciento más de energía para correr a una determinada
velocidad, comparado con cuando no llevaban el citado peso. Pero cuando a
continuación se pertrechaba a los corredores con 1,8 kg en cada tobillo,
quemaban la energía un 24 por ciento más deprisa aunque corrieran a la
misma velocidad, bien que su peso total no hubiera cambiado ni un gramo
con respecto a la situación anterior.269
El peso de las partes más alejadas de las extremidades recibe el nombre de
«peso distal»,270 o distante, y cuanto menos tenga de este peso un corredor de
fondo, mejor para él (esto es, si tienen unas pantorrillas y unos tobillos
gruesos, no ganarán el maratón de Nueva York). Un equipo de investigación
distinto calculó que, añadiendo sólo 45 gr a un tobillo, se aumenta el
consumo de oxígeno durante la carrera en alrededor de un 1 por ciento. (Los
ingenieros de Adidas reprodujeron este descubrimiento fabricando zapatillas
más ligeras.)271 Comparados con los corredores daneses, los corredores
kalenjin analizados por los científicos daneses tenían unas pantorrillas que
pesaban casi 450 gr menos. Los científicos calcularon que el ahorro de energía
era de un 8 por ciento por kilómetro.
La «economía de carrera» es la medición de la cantidad de oxígeno que
utiliza un corredor para correr a una velocidad determinada. De forma muy
parecida al ahorro de combustible de un coche, uno obtiene una cantidad
determinada de energía por cada determinada cantidad de combustible, y esto
difiere en función del tamaño y la forma del coche. Los corredores de fondo
de élite poseen por igual una VO2max alta y una buena economía de carrera.
O, para seguir con el símil automovilístico, la rara combinación de un gran
motor y un buen ahorro de combustible. Entre los corredores de élite, todos
los cuales tienen unos motores grandes, la economía de carrera suele
diferenciar a los singularmente magníficos de los simplemente muy buenos.
Y en función de esta medición, los niños kalenjin sin entrenamiento eran
mejores que los niños daneses desentrenados. Las piernas proporcionalmente
largas y las pantorrillas delgadas contribuyen de manera independiente a una
buena economía de carrera,272 y los kalenjin tenían lo uno y lo otro.273
Incluso los niños kalenjin urbanitas, que eran menos activos y tenían una
capacidad aeróbica por debajo de la de los niños daneses, empezaron con una
economía de carrera superior. Para las diferencias tanto dentro de cada grupo
como entre los grupos de corredores kenianos y daneses, el grosor de las
pantorrillas fue un indicador importante de la economía de carrera. Entre los
daneses y kenianos con un kilometraje de entrenamiento semanal parecido —
o sin ningún entrenamiento en absoluto—, los kenianos tenían una economía
de carrera superior.
Esto es, aun cuando estuvieran utilizando en la misma proporción su
capacidad de transportar oxígeno, los kenianos iban a ser más rápidos con el
mismo esfuerzo. Como cabría esperar de la selección artificial en cuanto a los
tipos corporales que se dan en los deportes de alto rendimiento, los
corredores de élite kenianos tenían unas pantorrillas aun más estrechas —y
una economía de carrera mucho mejor— que las de los niños kenianos
desentrenados. Uno de los investigadores, Bengt Saltin, uno de los científicos
del ejercicio más eminentes del mundo, escribió: «[…] la relación parece
confirmar que el grosor de las pantorrillas expresado en términos absolutos es
un factor esencial para la economía de carrera». Más tarde, Henrik Larsen,
otro de los investigadores del grupo de Copenhague, declaró: «Hemos
resuelto la cuestión principal» de la supremacía de los corredores kenianos.274
Unas piernas flexibles contribuyen a la economía de carrera con
independencia de la nacionalidad o etnia de uno. Unas de las mejores
economías de carrera jamás medida en un laboratorio pertenecía a la del
corredor eritreo Zersenay Tadese,275 plusmarquista mundial de la media
maratón en el momento en que escribo esto. Las mediciones, llevadas a cabo
en un laboratorio de España, demuestran que Tadese no tiene unas piernas
especialmente largas —en proporción, son sólo ligeramente más largas que las
de los corredores españoles de élite—, aunque son considerablemente más
estrechas. Curiosamente, Tadese creció soñando con ser ciclista profesional
—una de las primeras federaciones deportivas que se crearon en Eritrea fue la
de ciclismo—, pero descubrió que tendría muchísimo más éxito cuando se
pasó al atletismo poco antes de cumplir los veinte años, y en su primera
temporada, en 2002, logró llegar en trigésimo lugar en el Campeonato
Mundial de Campo a Través, antes de ganar el título mundial en 2007. Sin
duda, la buena capacidad aeróbica que consiguió como ciclista le llevó al
atletismo, pero sus finas pantorrillas son una ventaja que se aprovecha mejor
en la pista que en la bicicleta.
Como demuestra Tadese, no es que las pantorrillas delgadas sean
patrimonio de los kalenjin, aunque, en general, éstos sí que tienen una
complexión especialmente lineal, lo que viene favorecido por unas caderas
estrechas y unas extremidades largas y delgadas. En realidad, algunos
antropólogos se refieren a la complexión esbelta radical como el tipo nilótico
—el término «nilótico» hace referencia a una serie de grupos étnicos
emparentados que viven en el valle del Nilo—, y resulta que los kalenjin son
un pueblo nilótico.276 El tipo corporal nilótico evolucionó en entornos de baja
latitud que son tan calientes como secos, porque los tamaños largos y
delgados son mejores para enfriar. (Por el contrario, la complexión baja y
robusta extrema fue históricamente conocida como el tipo esquimal, aunque
este término ha sido sustituido en algunos países donde se considera
peyorativo.) Y los kalenjin son de una latitud tan baja como es posible.
Cuando visité Kenia en 2012, mientras conducía de un sitio de entrenamiento
a otro, cruzaba el ecuador una y otra vez. Pero en un principio, los kalenjin
emigraron a Kenia desde el sur de Sudán, donde en la actualidad viven otros
nilotes como los dinka, un grupo étnico famoso por sus integrantes altos y
delgados. Unos pocos jugadores profesionales de baloncesto de piernas largas
han sido dinkas, entre los que destaca Manute Bol, que medía 2,31 m y tenía,
según se dice, una envergadura de brazos de 2,59 m.
Dado que la constitución lineal es útil para el atletismo de fondo, y que los
pueblos nilóticos tienden a poseer una complexión así, se me ocurrió que en
el sur del Sudán debía de haber una abundancia de corredores de talento.
Pero los corredores de larga distancia de Sudán casi brillan por su ausencia en
la competición internacional. Pregunté entonces tanto a científicos como a
expertos en atletismo si tenían conocimiento de si los corredores sudaneses
habían sido sometidos a pruebas de economía de carrera o de por qué no
veíamos salir de Sudán a ningún corredor de fondo nilótico. Por desgracia, no
existe ningún dato sobre los corredores sudaneses, y la opinión generalizada
entre los expertos de atletismo fue que, al contrario que en Kenia, que salvo
algún brote de violencia poselectoral se ha mantenido relativamente estable,
el permanente estado de confusión y violencia en el que lleva sumido el
moderno Sudán ha reducido las oportunidades de los atletas.
En diciembre de 2011 asistí a los Juegos Árabes en Qatar y hablé con
atletas y periodistas sudaneses que me contaron que, entre otros problemas,
como las dificultades para viajar, los atletas de las regiones meridionales de
Sudán (ahora República de Sudán del Sur) habían sido históricamente
discriminados, y que los funcionarios deportivos nacionales no presentaron a
los atletas competentes de esa zona a los últimos Juegos Olímpicos. Además,
la guerra civil ha arrasado durante casi medio siglo la misma zona donde
habitan los pueblos nilóticos, habiendo dejado el sur de Sudán desprovisto de
cualquier cultura o infraestructura deportiva. Así que enfoqué la cuestión de
la única manera que se me ocurrió: la de buscar el talento atlético del sur de
Sudán fuera del sur de Sudán.
La primera vez que me pregunté sobre los atletas sudaneses fue cuando
escribí un artículo sobre Macharia Yuot, un corredor de la Widener
University de Pensilvania que atrajo mi atención al ganar en 2006 el
campeonato de campo a través de la División III en Wilmington, Ohio, antes
de que esa noche se subiera a un avión y terminara sexto en el maratón de
Filadelfia —su primera carrera de más de 21 millas— a la mañana siguiente.
Yuot había sido uno de los «Niños Perdidos de Sudán», el mayor contingente
de dinkas nilóticos que huyeron de la violencia que engulló sus hogares.
Cuando tenía nueve años, el pueblo de Yuot se vio invadido por la guerra civil
religiosa que costó la vida a dos millones de sudaneses entre 1983 y 2005.
Antes de ver a sus hijos obligados a caminar sobre campos de minas para
abrir camino a los soldados, los padres les ordenaron que huyeran. Así que los
niños echaron a andar por el desierto solos. En 1991, algunos, como Yuot,
que sobrevivieron a los soldados que les perseguían —y a los leones que
ocasionalmente se llevaron a algún niño mientras dormía—, consiguieron
llegar a un campamento de refugiados en Kenia. En el año 2000, el gobierno
de Estados Unidos transportó en avión alrededor de 3.600 de aquellos niños a
Norteamérica, y los dispersaron en casas de acogida por todo el país.
Los Niños Perdidos apenas habían tenido tiempo de deshacer las maletas,
cuando empezaron a aparecer en los titulares de la prensa local por sus
hazañas en los equipos de atletismo de los institutos. «Sólo unos meses
después de establecerse en Míchigan, dos refugiados sudaneses están
descubriendo que están entre los corredores más veloces de los institutos del
estado», rezaba el encabezamiento de un artículo de AP. En otro, aparecido
en el Lansing State Journal, se reseñaba que Abraham Mach, un Niño Perdido
que no tenía ninguna experiencia en carreras de competición antes de llegar
al instituto de East Lansing, había sido el participante más destacado de la
categoría de trece a catorce años de las Olimpiadas Juveniles Nacionales de la
AAU [Amateur Athetic Union] 2001, en las que ganó dos medallas en tres
pruebas. Mach, que había estado viviendo en un campamento de refugiados
en Kenia sólo un año antes, llegó a ser seleccionado entre los mejores
corredores aficionados de 800 metros de Estados Unidos como atleta de la
Central Michigan.
Una búsqueda superficial de artículos periodísticos reveló que veintidós
Niños Perdidos sudaneses habían sido mencionados por correr bien en los
institutos, universidades o carreras urbanas norteamericanas. El más
destacado corredor de los Niños Perdidos es Lopez Lomong, que en 2008
corría los 1.500 metros y tuvo el honor de ser el abanderado de Estados
Unidos en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pekín. En 2012,
Lomong volvió a formar parte del equipo olímpico norteamericano, esta vez
en los 5 kilómetros. En marzo de 2013, hizo los 5 kilómetros en pista cubierta
más rápidos realizados jamás por un ciudadano norteamericano.
No está nada mal para un grupo del tamaño de un gran instituto. Y en
cuanto Sudán del Sur se convirtió en un país independiente en 2011, tuvo un
clasificado para el maratón olímpico en la figura de Guor Marial, que había
huido de Sudán a Estados Unidos y corrido para la Universidad Pública de
Iowa. Dado que Sudán del Sur no había constituido un comité olímpico
nacional, y puesto que Marial se negó a representar a Sudán, se le concedió un
estatus especial —tras una considerable dosis de presión pública sobre el
Comité Olímpico Internacional—, y se le permitió competir en Londres bajo
la bandera olímpica. Sudán del Sur, por lo tanto, ni siquiera tiene un comité
olímpico, aunque ya ha tenido un maratonista olímpico.
Todo esto no es más científico, por supuesto, que las observaciones de la
prueba de precisión de John Manners. De un modo sólo ligeramente más
científico, unos pocos investigadores y entusiastas del atletismo hemos
utilizado las estadísticas para sugerir que el dominio de los corredores de
África Oriental tiene probablemente una base genética. El antropólogo
Vincent Sarich utilizó los resultados del campeonato del mundo de campo a
través para calcular que los corredores kenianos superan en 1.700 veces a
todos los demás países. Sarich hizo una proyección estadística277 de que
alrededor de 80 de cada millón de hombres kenianos tienen talento para ser
un corredor de nivel internacional, en comparación con 1 aproximadamente
de cada 20 millones de hombres del resto del mundo. (El número sería
bastante más asombroso si se hubiera centrado sólo en los kalenjin.) Un
artículo aparecido en Runner’s World en 1992 observaba, basándose
exclusivamente en porcentajes demográficos, que las probabilidades
estadísticas de los hombres kenianos de haber ganado las medallas que
ganaron en los Juegos Olímpicos de 1988 era de 1 por cada 1.600 millones.278
Éstos resultan unos cálculos fascinantes, pero sin contexto no arrojan
demasiada luz sobre si los dones naturales necesarios para correr a nivel
internacional están más extendidos entre los kenianos. Los equipos alemanes
ganaron la competición de doma por equipos en todos los Juegos Olímpicos
desde 1984 a 2008, lo cual, sobre una base estrictamente demográfica, es muy
improbable. Sin embargo, sí que es probable que todos estemos de acuerdo en
que los jinetes alemanes quizá no tengan un porcentaje de genes de doma
mayor que el que se encuentra entre los jinetes de los países vecinos europeos.
Pero la doma no es un deporte de masas, así que, francamente, cualquier
nación que se esfuerce —la doma alemana estaba financiada parcialmente por
la industria de la cría caballar— hará un buen papel. Canadá genera la
mayoría de los jugadores de la NHL porque fue el país que inventó el hockey
sobre hielo y, la verdad, ¿cuántos países tienen una participación significativa
en el hockey? La respuesta: no muchos. O piensen en las Series Mundiales
[campeonato del mundo], que son cualquier cosa menos «mundiales».
A mayor abundamiento, durante años el resto del mundo estuvo
ayudando a Kenia haciéndose más lento. Antes incluso de que Kenia se
adueñara del escenario de las carreras internacionales, los países que habían
dominado las carreras de fondo —Gran Bretaña, Finlandia, Estados Unidos—
se estaban haciendo cada vez más ricos, cada vez más gordos, se interesaban
cada vez más en otros deportes y cada vez tenían menos probabilidades de
practicar en serio las carreras de fondo. Entre 1983 y 1998, el número de
hombres norteamericanos que bajaban cada año de las 2 h 20 en el maratón
descendió de 267 a 35; en Gran Bretaña, de 137 a 17 en el mismo lapso de
tiempo. El nadir norteamericano se produjo en 2000, cuando Estados Unidos
sólo consiguió calificar a un hombre para el maratón de los Juegos Olímpicos
de Sydney. Finlandia, que fue la principal potencia mundial de las carreras de
fondo de entreguerras, cuando era un país pobre y campesino, no calificó ni a
un solo corredor de fondo para ninguna prueba en los Juegos Olímpicos de
2000. Como me dijo Colm O’Connell, un hermano de la orden de San
Patricio que llegó a Kenia desde Irlanda en 1976 para dar clases en un
instituto y se quedó como entrenador de corredores de élite —incluido al
actual plusmarquista mundial de los 800 metros David Rudisha—: «Los genes
no desaparecieron de Finlandia, la cultura sí».
Unos cuantos países se mantuvieron constantes desde la década de 1980
hasta el fin del milenio, como Japón, que da entre 100 y 130 hombres cada
año que bajan de las 2 h 20. Mientras, Kenia saltaba de un solo hombre por
debajo de las 2 h 20 en 1980 a 541 en 2006. (Los maratonistas kenianos
explotaron realmente a mediados de la década de 1990, cuando desapareció
de Kenia la idea de que el entrenamiento para el maratón provocaba la
infertilidad masculina, y después de que los comisarios deportivos del país,
incluido el propio doctor Mike Boit de KenSAP, permitieran la entrada de
representantes en el país y aliviaran las restricciones para viajar de los atletas.)
He aquí la conclusión de Peter Matthews, el estadístico del atletismo que
reunió estas cifras: «En esta época de juegos informáticos, actividades
sedentarias y de llevar en coche al colegio a nuestros hijos, es el luchador
hambriento o el campesino pobre que tiene la experiencia de la resistencia, y
el incentivo para desarrollarla, el que crea al corredor de fondo superior».
257Un desglose sobre quiénes son los corredores de élite en Kenia y de qué tribus provienen: Onywera,
Vincent O., y otros, «Demographic characteristics of elite kenyan endurance runners», Journal of Sports
Sciences, 24(4), (2006), 415-22.
258El abigeo no se consideraba robo mientras no se realizara en la misma tribu: Bale, John y Joe Sang,
Kenyan running: movement culture, geography and global change, Frank Cass, 1996, p. 53.
259La mejor recopilacion de escritos académicos que examinan el éxito de los corredores de África
Oriental: Pitsiladis, Yannis, y otros, East african running: towards a cross-disciplinary perspective,
Routledge, 2007.
260Los escritos de John Manners sobre el «sistema del robo de ganado», varios de sus relatos de los
fenómenos kalenjin y sus citas escritas sobre Rotich: Manners, John, «Kenya’s running tribe», The
Sports Historian, 17(2), (1997), 14-27. Manners, John, «Chapter 3: Raiders from the Rift Valley: cattle
raiding and distance running in East Africa», en Yannis Pitsiladis y otros, eds., East african running:
towards a cross-disciplinary perspective, Routledge, 2007.219. Los datos de población de Etiopía
proceden de «Summary and statistical report of the 2007 population and housing census», editado por
la Comisión del Censo Público de Etiopía.
261Los datos de población de Etiopía proceden de «Summary and statistical report of the 2007
population and housing census», editado por la Comisión del Censo Público de Etiopía.
262 Diecisiete etíopes y kenianos bajaron de las 2 h 10 en la misma carrera, el maratón de Dubái de
2012.
263De la lista de los mejores tiempos del maratón de 2011 de la IAAF; John Manners ayudó en la
identificación de los atletas kalenjin.
264 Como dice Manners, en realidad está seleccionando «en contra» de las probabilidades de encontrar
las aptitudes de corredor, porque invita a niños «que se han pasado todo el tiempo estudiando en el
instituto».
265La comparación que hace Scott Bickard de Peter Kosgei con un jugador de la NBA apareció en el
Utica Observer-Dispatch, 21 abril 2011.
266Un sucinto resumen del trabajo del equipo de investigación de Copenhague, incluida la cita «parece
confirmar» de Saltin: Saltin, Bengt, «The Kenya Project—Final report», New Studies in Athletics, 18(2),
(2003), 15-24.
267Aquí hay una descripción más técnica: Larsen, Henrik B., «Kenyan dominance in distance running»,
Comparative Biochemistry and Physiology Part A: Molecular & Integrative Physiology, 136(1), (2003),
161-70.
268 Oscar Pistorious, el sudafricano con la doble amputación de sus piernas conocido como el «blade
runner» [corredor de palas] —que mientras se escribe esto se encuentra a la espera de juicio por el
asesinato de su novia—, acelera sobre unas medias lunas de fibra de carbono que son mucho más ligeras
que las piernas humanas. Con diferencia, tiene el tiempo más rápido de oscilación de piernas jamás
registrado en un velocista.
269Otro estudio que halló que los corredores de fondo africanos tienen mejor economía de carrera a
una velocidad dada que los corredores blancos: Weston, A. R., Z. Mbambo y K. H. Myburgh, «Running
economy of african and caucasian distance runners», Medicine & Science in Sports & Exercise, 32(6),
(2000), 1130-34.
270El peso distal y la energética de la carrera (lo que sucede cuando se añade peso al tobillo): Jones, B.
H., y otros, «The energy cost of women walking and running in shoes and boots», Ergonomics, 29,
(1986), 439-43. Myers, M. J., y K. Steudel, «Effect of limb mass and its distribution on the energetics
cost of running», Journal of Experimental Biology, 116, (1985), 363-73.
271Dan Lieberman, de Harvard, también confirmó el creciente coste energético del peso distal, y el
hallazgo de los ingenieros de Adidas me fue enviado por Andrew Barr, director mundial de líneas de
productos del material de atletismo de Adidas.
272Unas piernas más largas y unas pantorrillas más delgadas contribuyen por separado a la economía
de carrera: Steudel-Numbers, Karen L., Timothy D. Weaver y Cara M. Wall-Scheffler, «The evolution of
human running: effects on changes in lower-limb lenght on locomotor economy», Journal of Human
Evolution, 53(2), (2007), 191-96.
273 Un pequeño estudio publicado en 2012 en el European Journal of Applied Physiology encontró que
un grupo de corredores kenianos tenía los tendones de Aquiles 6,8 cm más largos que los sujetos
blancos no corredores del grupo de control de la misma estatura. (Los corredores kenianos y sus
tendones de Aquiles largos: Sano, K., y otros, «Muscle-tendon interaction and EMG profiles of world
class endurance runners during hopping», European Journal of Applied Physiology, 11 diciembre 2012
(ePub previo a la impresión).) Lo cual es de esperar, dadas las pantorrillas proporcionalmente más
largas de los kenianos. Unos tendones de Aquiles más largos pueden almacenar más energía elástica.
(Acuérdense del campeón mundial de salto de altura Donald Thomas.) Así que la siguiente pregunta
para los científicos es: ¿En qué medida esos tendones largos influyen en las aptitudes para correr?
274La afirmación de Larsen de que la cuestión principal de la supremacía de los corredores kenianos ha
sido resuelta aparece aquí: Holden, Constance, «Peering under the hood of Africa’s runners», Science,
305(5684), (2004), 637-39.
275La economía de carrera de Zersenay Tadese: Lucia, Alejandro y otros, «The key to top-level
endurance running performance: a unique example», British Journal of Sports Medicine, 42, (2007), 172-
174.
276 Los kikuyu, el mayor grupo étnico de Kenia, representan alrededor del 17 por ciento de la
población, pero en cierta medida son más robustos —lo que es indicativo de su procedencia de una
región montañosa y húmeda— y producen bastantes menos corredores profesionales que los kalenjin,
que constituyen sólo el 12 por ciento de la población. Los kikuyu son un pueblo bantú.
277El cálculo de Vincent Sarich empieza en la p. 174 de: Sarich, Vicent y Frank Miele, Race: the reality
of human differences, Westview Press, 2004.
278El cálculo de Runner’s World aparece aquí: Burfoot, Amby, «White men can’t run», Runner’s World,
27(8), (1992), 89-95.
13
279 Hasta hace muy poco, las kenianas casadas tenían terminantemente prohibido entrenar. Pero,
desde que las mujeres kenianas han empezado a ganar los principales premios económicos del circuito
internacional, «se ha producido un cambio total en la manera de imaginar la posibilidad de que una
mujer entrene en Kenia», explica Gabriele Nicola, una italiana que entrena a las mejores atletas
kenianas. «Antes, en África se tenía la idea de que las chicas eran más débiles que los hombres.» Pero
esto está cambiando a toda prisa. Nicola cree que se tardará alrededor de diez años antes de que las
kenianas hayan superado la impresión de no poseer las facultades físicas para seguir un entrenamiento
riguroso.
280La mayoría de los corredores kenianos son kalenjin y van al colegio a pie. Onywera, Vincent O., y
otros, «Demographic characteristics of elite kenyan endurance runners», Journal of Sports Science,
24(4), (2006), 415-22.
281La mayoría de los corredores etíopes son oromo y van al colegio a pie: Scott, Robert A., y otros,
«Demographic Characteristics of elite ethiopian endurance runners», Medicine & Science in Sports &
Exercise, 35(10), (2003), 1727-32.
282El ADN mitocondrial de los etíopes oromo y los kenianos kalenjin no guarda un parentesco
especialmente próximo: Scott, Robert A., y otros, «Mitochondrial haplogroups associated with elite
kenyan athletes status», Medicine & Science in Sports & Exercise, 41(1), (2008), 123-28. Scott, Robert A.,
y otros, «Mitochondrial DNA lineages of elite ethiopian athletes», Comparative Biochemistry and
Physiology Part B: Biochemistry and Molecular Biology, 140(3), (2005), 497-503.
283 Rudisha pertenece a la etnia masai. (Aunque su madre es kalenjin, y su padre, medallista olímpico,
es masai en parte.) Los masai también son un pueblo nilótico y tienen un parentesco relativamente
cercano con los kalenjin. Según los datos recogidos en The People of Africa, de Jean Hiernaux, los masai
tienen unas piernas sumamente largas en relación a su estatura.
284Los científicos del siglo XIX ignoraban la diversidad de adaptaciones a la altura que Beall
descubriría: Beall, Cynthia M., «Andean, tibetan and ethiopian patterns of adaptation to high-altitude
hypoxia», Integrative and Comparative Biology, 46(1), (2006), 18-24.
285Beall planteó la posibilidad de que los etíopes que viven a grandes alturas hayan incrementado la
transferencia de oxígeno de los pulmones a la sangre. (Snell planteó su teoría sobre este tema
directamente al autor en una entrevista): Beall, Cynthia M., y otros, «An ethiopian pattern of human
adaptation to high-altitude hypoxia», Proceedings of the National Academy of Sciences, 99(26), (2002),
17215-18.
286Los datos del entrenamiento de Kenenisa Bekele en altura fueron generosamente compartidos por
Barry Fudge, fisiólogo decano del Instituto Inglés del Deporte.
288La respuesta a la altura en cuanto a los niveles de glóbulos rojos y de los tiempos en los 5 km es
notablemente individual: Chapman, Robert F., «Individual variation in response to altitude training»,
Journal of Applied Physiology, 85(4), 1998, 1446-56.
289La información sobre el «punto ideal» proviene de numerosas entrevistas a expertos en altura, entre
los que se contó Randall L. Wilber, fisiólogo del deporte del Centro de Entrenamiento Olímpico de
Estados Unidos de Colorado Spring, Colorado. Una buena fuente de información, que incluye un
listado de las alturas de ciudades de entrenamiento famosas: Wilber, Randall L., Altitude training and
altitude performance, Human Kinetics, 2004.
290Los niños que crecen a grandes alturas tienen una superfice pulmonar mayor, pero los adultos que
se van a vivir allí no: Moore, Lorna G., Susan Niermeyer y Stacy Zamudio, «Human adaptation to high
altitude: regional and life-cycle perspectives», Yearbook of Physical Anthropology, 41, (1998), 25-64.
291Los etíopes que viven en grandes alturas tienen un volumen expiratorio forzado de circulación de
aire mayor que el de los etíopes de las tierras bajas. (También contiene una tabla con algunas
mediciones de la estatura y la altura en posición sedente de los etíopes): Harrison, G. A., y otros, «The
effects of altitudinal variation in ethiopian populations», Philosophical Transactions of the Royal Society
of London. Series B, Biological Sciences, 805(256), (1969), 147-82.
292El artículo sobre la economía de carrera de corredores europos y kenianos del que es coautor
Claudio Berardelli: Tam, E., y otros, «Energetics of running top-level marathon runners from Kenya»,
European Journal of Applied Physiology, 112(11), (2012), 3797-806.
293Los años de pruebas fisiológicas a Paula Radcliffe de Andrew M. Jones: Jones, Andrew M., «The
physiology of the world record holder for the women’s marathon», International Journal of Sports
Science & Coaching, 1(2), (2006), 101-16.
294 Una hipótesis adicional, mencionada por los fisiólogos con los que hablé, es que el tendón de
Aquiles de Radcliffe se habría endurecido con los años de entrenamiento —como el del saltador de
altura Stefan Holm—, lo que mejoraría su economía de carrera.
295La cita de sir Roger Bannister apareció en el número de Sports Illustrated, 20 junio 1955.
14
Cada uno de los husky de Alaska del patio de Mackey está encadenado a un
aro de metal que gira alrededor de un poste, lo que restringe sus movimientos
a un círculo de varios metros de diámetro que incluye la entrada a su caseta
de madera. Es decir, todos los perros salvo Zorro.
En lo más alto de la colina, dentro del patio, está el recinto cercado de
Zorro. Tiene más espacio y ninguna cadena. Aquello es su «piso de la colina»,
bromea Mackey. Desde allí, Zorro mira desde lo alto las lejanas luces
nocturnas de Fairbanks, y también a sus sobrinas, sobrinos, hermanas,
hermanos, hijos e hijas, todos aquí dentro de este patio.
Cuando Mackey se dirige hacia Zorro, se detiene para señalar algo. «Ahí
está mi perra principal», dice, mientras hace un gesto hacia una de las nietas
de Zorro, una perra llamada Maple cuyo pelo castaño dorado es del color de
una tostada de canela. En 2010, Maple guió el equipo de Mackey —lo que
significa que estaba a la cabeza del grupo de perros— y ganó el Premio del
Arnés de Oro para la actuación más destacada en la Iditarod. Al igual que
Maple, todos los perros campeones de Mackey descienden de Zorro. «Hay que
echarle pelotas —dice Mackey—, cimentar toda la perrera alrededor de un
perro.» Se agacha para acariciar con la nariz los aros de pelo rubio que rodean
los ojos de Zorro, los que se asemejan a la máscara que lleva su tocayo.
Después del momento de intimidad con Zorro, Mackey regresa a la casa a
medio construir que comparte con su esposa Tonya. Está llena de cables al
aire libre y sigue parcialmente envuelta en láminas de papel Tyvek, pero es de
su propiedad, junto con el garaje que alberga un Dodge Charger edición
limitada y tres camionetas Dodge, los tres vehículos sendos premios por sus
victorias en la Iditarod. «Los perros compraron todo esto», dice Mackey. Pero
ninguno más que Zorro.
Zorro es el nexo genético de la perrera, y no porque fuera un husky
especialmente veloz (que no lo era). Antes bien, Mackey orientó su cría para
conseguir los genes de la ética del trabajo. No tuvo otra elección. En 1999,
cuando empezó su programa de cría, no se podía permitir a los perros más
elegantes y rápidos.
La idea de que se puede criar perros para que ganen una carrera no es
ninguna revelación. El propio Darwin se maravilló de la habilidad de los
criadores de perros para desarrollar cualquier rasgo que desearan. La
reproducción selectiva en busca de la velocidad de los galgos ingleses de
carreras, los whippet, ha sido tan intensa, que más del 40 por ciento de los
perros de la primera división tienen lo que suele ser una mutación
sumamente rara del gen de la miostatina (la mutación de «Superbebé»).
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX —sobre todo durante la
fiebre del oro de Klondike—, cuando los puertos de mar y los ríos de Alaska
eran puro hielo, los perros de trineos eran el principal medio de transporte
para todo, desde el correo hasta el mineral aurífero. La cría de animales
fuertes, sufridos y resistentes al frío continuó con entusiasmo, hasta que las
motonieves se pusieron de moda. Cuando las carreras de trineos tirados por
perros adquirieron popularidad gracias al incremento de la cuantía de los
premios que siguió a la primera Iditarod en 1973, la cría de animales atléticos
se convirtió en un negocio importante. Pointer, saluki y un puñado de otras
razas más se mezclaron en un estofado genético que tradicionalmente había
incluido a los malamute de Alaska y los husky siberianos. La cosa dio
resultados.
Los ganadores de las dos primeras carreras de Iditarod tardaron más de
veinte días en terminar; veinte años de cría más tarde, los musher estaban
terminando la carrera en la mitad de tiempo. Los husky de Alaska se habían
transformado en unos deportistas únicos en el planeta. Aun antes de ser
entrenado, un husky de Alaska selecto puede movilizar cuatro o cinco veces
más oxígeno que un hombre sano adulto sin entrenar. Con entrenamiento,
los mejores perros de trineo alcanzan una VO2max ocho veces superior a la
de la media de los hombres, y algo más de cuatro veces la de Paula Radcliffe
entrenada, la actual plusmarquista mundial de maratón.
En la cría de los perros de trineo se seleccionaba todo, desde la voracidad
en el apetito —ingieren 10.000 calorías diarias durante la Iditarod— hasta
unas pezuñas palmeadas ideales para desplazarse sobre la nieve, pasando por
un ritmo cardíaco que se calma rápidamente con un descanso momentáneo.
Tal vez, el aspecto biológico más notable incorporado en su cría a los husky
de Alaska sea la capacidad para adaptarse casi instantáneamente al
ejercicio.297 Como ocurre en los humanos, cuando los perros de trineo
empiezan a entrenarse, agotan las reservas de energía de sus músculos,
experimentan un aumento de las hormonas del estrés y dañan las células. Los
deportistas humanos experimentan esto como fatiga y dolor, y deben
descansar para permitir que el cuerpo se adapte al ejercicio, antes de volver a
entrenar o a correr. Pero los mejores perros de trineo se adaptan «mientras
trajinan». Si bien los humanos tienen que alternar el ejercicio y el descanso
para alcanzar la forma, los principales husky siberianos se ponen en forma
mientras apenas se paran para recuperarse. Estos perros representan la
máxima respuesta al entrenamiento.
En 2010, Heather Huson, una genetista que a la sazón cursaba sus estudios
en la Universidad de Alaska, Fairbanks —y corredora de trineos de perros
desde los siete años— analizó a los perros de ocho perreras de carreras
diferentes. Para su sorpresa, los perros de trineo de Alaska habían sido
criados de forma tan concienzuda para conseguir unos rasgos concretos, que
el análisis de los microsatélites —repeticiones de pequeñas secuencias de
ADN— demostró que los husky de Alaska eran por completo una raza
genéticamente distinta, tan única como los caniches o los labradores, y no una
simple variación de los malamutes de Alaska o los husky siberianos.298
Huson y sus colegas descubrieron rastros genéticos de veintiuna razas
caninas, además de la exclusiva firma genética de los husky de Alaska. El
equipo de investigación también demostró que los perros tenían una ética del
trabajo sumamente diversa (medida a través de la tensión de sus líneas de
tiro) y que los perros de trineos con mejor ética del trabajo tenían más ADN
de los pastores de Anatolia, una raza de perros musculosos y frecuentemente
rubios apreciada como pastores de ovejas por su entusiasmo a la hora de
presentar batalla a los lobos. Que los genes de los pastores de Anatolia
contribuyan exclusivamente a la ética del trabajo de los perros de trineo era
un novedoso hallazgo, aunque los mejores musher ya sabían que la ética del
trabajo es un rasgo que se incorpora a los perros mediante la cría selectiva.
«Sí, hace treinta y ocho años en la Iditarod había perros a los que no les
entusiasmaba correrla, y que eran obligados a hacerlo», dice Mackey. «Yo
quiero estar ahí fuera y tener el privilegio de sumarme al paseo porque ellos
quieren ir, porque les encanta lo que hacen, no porque yo quiera cruzar el
estado de Alaska para mi satisfacción, sino porque a ellos les encanta hacerlo.
Y eso es lo que ocurrió a lo largo de cuarenta años de cría. Hemos hecho y
planificado perros adecuados para la fuerza de voluntad.»
Varios musher con los que he hablado me sugirieron que los perros de
trineo tal vez hayan alcanzado el tope de su capacidad fisiológica y que ya no
consigan ser más rápidos ni más duros, de manera que la mejoría en los
tiempos de las carreras actualmente depende por completo del entusiasmo de
los perros por tirar sin descanso. «Los perros son los que mandan», dice el
bioquímico y musher Eric Morris. «Ésa es la razón de que criemos perros que
quieran hacerlo […], es algo que tuve que aprender a fuerza de equivocarme y
de tiempo, de hablar y de trabajar con otros musher, total para averiguar lo
que los grandes saben. Los grandes musher saben cómo criar a un perro que
tenga la energía y el deseo de tirar, y luego ellos fomentan y desarrollan ese
deseo.»299
Los científicos que crían roedores para que tengan el deseo de correr han
demostrado que la ética del trabajo está influida genéticamente. Uno de los
pioneros en este campo ha sido Theodore Garland, fisiólogo de la UC
Riverside, que lleva más de diez años ofreciendo a los ratones una rueda en la
que pueden montarse o evitar a su discreción.
Los ratones normales corren entre cinco y seis kilómetros y medio cada
noche. Garland cogió a un grupo de ratones medios y los dividió en dos
subgrupos: los que decidían correr menos que la media cada noche, y los que
escogían correr más que la media. A partir de ahí, Garland cruzó a los
«corredores importantes» con otros corredores menores. Después de sólo una
generación de cría, la progenie de los corredores importantes corría, por
propia iniciativa, más que sus progenitores. A la decimosexta generación de
crías, los corredores importantes hacían 11 km sin parar en la rueda. «Los
ratones normales salen para dar un paseo sin prisas», dice Garland. «Hacen
un poco el tonto en la rueda, pero los buenos corredores corren de verdad.»
Cuando se crían ratones para que tengan resistencia —que no corren
voluntariamente, sino que cuando se les obliga, corren mientras son capaces
físicamente—, las generaciones sucesivas tienen unos huesos más simétricos,
menos grasa corporal y unos corazones más grandes. En su programa de cría
de corredores voluntarios, Garland observó cambios fisiológicos, «pero al
mismo tiempo», dice, «los cerebros eran claramente diferentes». Al igual que
sus corazones, los cerebros de los corredores importantes eran más grandes
que los de los ratones medios. «Es probable —continúa Garland—, que los
centros del cerebro que tienen que ver con la motivación y la recompensa se
hayan hecho más grandes.»
Entonces, administró a los ratones una dosis de Ritalin,300 un estimulante
que altera los niveles de dopamina. La dopamina es un neurotransmisor, una
sustancia química que envía mensajes entre las células cerebrales. Una vez
drogados, los ratones normales obtenían aparentemente una mayor sensación
de placer por correr, así que empezaron a hacerlo más. Pero al drogar a los
corredores importantes, éstos no corrían más. Sea lo que sea lo que el Ritalin
haga en los cerebros de los ratones normales, eso ya está sucediendo en los
cerebros de los ratones corredores de categoría. En otras palabras, son
literalmente unos yonquis de las carreras.301
«¿Quién dice que la motivación no es genética?», pregunta retóricamente
Garland. «Es absolutamente incuestionable que en estos ratones la
motivación ha evolucionado.»
Investigadores de todo el mundo han empezado a explorar puntos del
genoma que varíen de los ratones maratonistas a sus homólogos normales,
centrándose concretamente en los genes relacionados con el procesamiento
de la dopamina, que podría afectar a la sensación de placer o recompensa que
un ratón podría obtener de un comportamiento determinado.
Como es natural, no van a hacer esto simplemente para comprender la
razón de que los roedores deseen correr. El objetivo último es aprender algo
de las ratas de gimnasio humanas.
Pam Reed volvía a estar de pie en lo más alto del aparcamiento del aeropuerto
de LaGuardia, Queens. Su vuelo desde Nueva York salía con retraso, y jamás
fue de las que se quedan sentadas sin hacer nada. Mientras los malhumorados
viajeros se empujaban buscando los enchufes y los asientos acolchados con
sus maletas rodando tras ellos, Reed, a la sazón de cincuenta y un años, se
puso los auriculares y se dirigió a la planta superior del aparcamiento.
Aspiró el denso aire estival; guardó su equipaje en una esquina y empezó a
correr. Inmediatamente, una plácida calma comenzó a recorrer gota a gota su
cuerpo. Corrió durante una buena hora dando vueltas en pequeños círculos,
no más de 200 metros cada vuelta. A buen seguro que no hacía aquello
porque necesitara ponerse en forma.
Sin ir más lejos, la víspera Reed había completado el triatlón Ironman del
campeonato de Estados Unidos, celebrado en Nueva York, en 11 horas, 20
minutos y 49 segundos, suficiente para clasificarse para el campeonato del
mundo a celebrar en Hawai. Una semana antes de eso, había participado en
una carrera de relevos en la que su parte consistió en ocho horas seguidas
dando vueltas a una pista. Dos semanas antes, se había pasado 31 horas
corriendo en ruta para convertirse en la segunda mujer finalista del
ultramaratón de Badwater 2012, una carrera de 217 km que empieza en Death
Valley, y que Reed había ganado dos veces.
El vuelo de Reed finalmente despegó de LaGuardia, y a la semana
siguiente completó el Ironman de Mont-Tremblant, celebrado en Québec, en
12 horas, 16 minutos y 42 segundos. Al siguiente fin de semana, tuvo «sólo un
maratón», dice, daba igual que fuera en la cordillera Teton, en su hogar de
Jackson Hole, Wyoming.
Esto no se trata de ningún atracón masoquista de carreras, sino de la vida
de una mujer que en una ocasión corrió 482 km sin dormir, y que en 2009 dio
491 vueltas alrededor de un monótono circuito de una milla en un parque de
Queens.
Cuando tenía once años y vivía en Míchigan, Reed se quedó prendada de
su primer amor deportivo mientras veía los Juegos Olímpicos de 1972 en la
tele: la gimnasia. «Estaba obsesionada», escribiría Reed más tarde en su
autobiografía, The Extra Mile. «Practicaba la gimnasia siempre que podía, en
el sótano, en el sofá, allí donde estuviera.» En el instituto, Reed se pasó al tenis
y, como siempre, se zambulló en este deporte de la misma manera con que un
marine se lanza en paracaídas de un avión: con placer. Parte de su
entrenamiento consistía en un mínimo de mil abdominales diarios. Así llegó
a jugar al tenis universitario en la Michigan Tech. Cuando más tarde se mudó
a Arizona —donde mantiene y dirige el maratón de Tucson—, trabajó como
profesora de aerobic, así que tenía acceso a la piscina del gimnasio. Como es
natural (para Reed), se enamoró de su segundo marido mientras entrenaban
juntos para un triatlón Ironman. Reed se ha preguntado a menudo de dónde
saca su incansable energía para estar en movimiento.
Su padre era incansable. Se levantaba a las 3,30 de la madrugada para ir a
trabajar a una mina de hierro, y cuando regresaba a casa por la tarde se iba
directamente a construir un anexo para la casa o a reparar el coche. Según
una leyenda que corre por la familia («es absolutamente cierto», dice Reed),
en cierta ocasión su abuelo Leonard se enzarzó en una discusión durante una
reunión familiar en Merrill, Wisconsin, y se fue de allí hecho un basilisco sin
dejar de refunfuñar. Y siguió caminando. Los casi quinientos kilómetros que
le separaban de su hogar en Chicago.
«Correr tres horas cada día podría llevar a algunas personas al hospital»,
escribe Reed en su libro, al tiempo que observa que es en la actividad extrema
donde encuentra la paz mental. «Estoy segura de que “no” correr tres horas
diarias, haría que enfermara rápidamente […]. Aunque nadie me obliga a
hacerlo, en realidad tampoco se trata de una elección. Hay algo en mi
naturaleza que me hace realmente difícil quedarme quieta, […] y estar
temperamentalmente adaptada al movimiento perpetuo, hace que me sienta
bastante molesta en los largos viajes en coche o en los entornos sociales
sosegados.» (Tim, el hijo de Reed, se compara con su madre: «A mí sólo me
gusta correr unas dos horas, tres como máximo».) Uno de los actuales
objetivos de Reed es establecer el récord mundial de cruzar corriendo Estados
Unidos, que se plantea realizar a un ritmo de dos maratones diarios.
«Cuando no hago esto», dice —y por “esto” se refiere a correr de tres a
cinco veces al día—, «me siento fatal. Me han hecho cesáreas, y a los tres días
estaba corriendo […]. Es así como soy. Y estoy totalmente encantada con ello.
Tengo que reconocer que, a medida que me hago mayor, puedo estarme
quieta un poquito más de tiempo, pero no me siento cómoda».
En su libro, Reed reflexiona astutamente sobre si podría ser la versión
humana de los roedores de cierto experimento llevado a cabo en la
Universidad de Wisconsin, en el que a unos ratones criados para ser
corredores voluntarios se les limitaron las carreras y luego se les midió su
actividad cerebral.302 Unos circuitos cerebrales parecidos a los que se activan
en los humanos cuando anhelan la comida o el sexo, o cuando los drogadictos
ansían una dosis, se activaban en los ratones corredores empedernidos
cuando se les negaba la posibilidad de correr, y se ponían frenéticos. Los
investigadores habían supuesto que cuando a los ratones se les impidiera
correr, su actividad cerebral disminuiría. Antes al contrario, dicha actividad
metía la directa, como si los ratones necesitaran del ejercicio para sentirse
normales. Cuanto mayor era la distancia que un ratón determinado solía
correr, más frenética se hacía su actividad cerebral cuando se le condenaba a
la inmovilidad. Como en el caso de los ratones de Garland, aquellos roedores
eran unos yonquis genéticos del ejercicio.303
Pam Reed es, en cierta medida, un caso atípico. Aunque un impulso
aparentemente compulsivo por el ejercicio apenas es algo excepcional entre
los deportistas destacados. Piensen en el etíope Haile Gebrselassie, que ha
conseguido veintisiete plusmarcas mundiales en las carreras de fondo: «El día
que no corro, no me encuentro bien», confiesa. O en Floyd Mayweather Jr., el
invicto campeón de boxeo, que se ha hecho famoso por despertarse de golpe
en plena noche y obligar a su sobredimensionado séquito a reunirse con él en
el gimnasio para entrenar. O en Steve Mesler, integrante del equipo olímpico
de 2010 de bobsled a cuatro que ganó la primera medalla de oro para Estados
Unidos en sesenta y dos años. A continuación se retiró, pero dice que, incluso
ahora, «se angustia» cuando se toma un descaso en el trabajo. O en la triatleta
de Ironman Chrissie Wellington, o en el saltador de altura Stefan Holm, los
cuales afirman por igual poseer una personalidad adictiva que han canalizado
a través del entrenamiento.
O en Herschel Walker, más conocido como el running back ganador del
Trofeo Heisman en 1982 y por sus doce años de jugador profesional en la
NFL. Ahora, a los cincuenta y un años, Walker es un profesional de las artes
marciales mixtas con dos victorias y ninguna derrota. Walker ha hecho ballet,
taekwondo (es cinturón negro quinto DAN), y en 1992 formó parte del
equipo olímpico de bobsled como empujador. Aunque lo más indicativo del
impulso de Walker para estar activo es el régimen de ejercicios que empezó a
los doce años, antes de meterse en los deportes organizados, y que no ha
dejado de practicar ni un solo día desde entonces. «Empezaba a hacer
abdominales y flexiones de brazos a las siete de la tarde», dice, «y no paraba
hasta las once. Todas las noches, sobre el suelo. Cinco mil abdominales y
flexiones». En la actualidad, confiesa que «sólo» hace 1.500 flexiones y 3.500
abdominales al día, —en tandas de 50 a 75 flexiones y de 300 a 500
abdominales—, pero también realiza su entrenamiento de artes marciales.
Walker dice que las flexiones de brazos y los abdominales seguirán, aun
después de que deje de competir. «Eso no tiene nada que ver con mis
competiciones», dice. «Viene a ser como una droga, o una medicina. Aunque
esté enfermo, sigo haciéndolo. Es como si algo me dijera: “Herschel, tienes
que levantarte. Tienes que hacerlo”.»
296Un sincero y apasionante relato de la vida de Lance Mackey en sus propias palabras: Mackey, Lance,
The Lance Mackey story: how my obsession with dog mushing saved my life, Zorro Books, 2010.
297El fisiólogo y veterinario Michael David (Universidad Pública de Oklahoma) pronunció una
asequible conferencia sobre su investigación en la adaptación al ejercicio de los perros de trineo en la
Texas A&M’s Huffines Discussion en 2012. (Yo también fui invitado como conferenciante, y tuve el
placer de hablar del trabajo del doctor Davis con él.) Su conferencia se puede encontrar aquí:
http://huffinesinstitute.org/resources/videos/entryid/330/huffines-discussion-2012-oklahoma-states-
dr-michale-davis.
298La genética de los husky de Alaska: Huson, Heather J., y otros, «A genetic dissection of breed
composition and performance enhancement in the alaskan sled dog», BMC Genetics, 11, (2010), 71
299 Por mi parte, experimenté el deseo de los husky de Alaska por las malas. En mi primer y único viaje
sobre las aguas heladas de las Boundary Waters de Minnesota en 2010, mi husky de cabeza era un
corredor jubilado que —de eso me enteré más tarde— era uno de los hijos de Zorro. Necesité unos cien
metros de enérgico frenado para conseguir que los perros se detuvieran encima del lago helado. Pero en
cuanto aflojé la presión sobre los frenos y miré hacia un lado, el tiro se desbocó. Fui arrojado del trineo
y tuve que perseguirlo durante 400 metros, hasta que quedó atascado entre los árboles de una diminuta
isla helada. Por suerte para mí, porque estoy bastante seguro de que me habría rendido mucho antes a la
progenie de Zorro.
300El trabajo sobre la dopamina, Ritalin, y los ratones «yonquis de las carreras» del que es coautor
Garland: Rhodes, J. S., S. C. Gammie y T. Garland Jr., «Neurobiology of mice selected for high
voluntary wheel-running activity», Integrative and Comparative Biology, 45(3), (2005), 438-55.
301 Cualquier cosa que se pueda reproducir debe tener un componente genético, o de lo contrario la
reproducción no daría resultado. Los investigadores han conseguido criar con éxito roedores con
algunos rasgos estrafalarios, como el que se roan voluntariamente los dedos. Tal como sucede con los
corredores voluntarios, si los ratones masticadores de dedos se cruzan entre sí, con el tiempo las futuras
generaciones producirán descendientes que se amputarán completamente los dedos a mordiscos.
302Los ratones de la Universidad de Wisconsin con los que se comparó Pam Reed: Rhodes, J. S., T.
Garland Jr., y S. C. Gammie, «Patterns of brain activity associated with variation in voluntary wheel
running behavior», Behavioral Neuroscience, 117(6), (2003), 1243-56.
304 En su apasionante libro Gifted Children: Myths and Realities, la psicóloga Ellen Winner acuñó la
frase «rabia para vencer» para explicar una de las cualidades fundamentales de los niños superdotados,
y que describe como una motivación intrínseca y un «interés obsesivo e intenso». En una frase que
parece destinada a describir a Tiger Woods o a Mozart, escribe: «La afortunada combinación de un
interés obsesivo en un campo y la capacidad para dominar fácilmente dicho campo conduce al alto
rendimiento».
305Todos los estudios sobre humanos han hallado que la actividad física voluntaria es notablemente
hereditaria: Lighfoot, J. Timothy, «Current understanding of the genetic basis for physical activity»,
Journal of Nutrition, 141(3), (2011), 526-30.
306En trece mil parejas de gemelos suecos, los gemelos idénticos tenían bastante más probabilidades de
ser parecidamente activos o inactivos: Carlsson, S., y otros, «Genetic effects on physical activity: results
from the swedish twin registry», Medicine & Science in Sports & Exercise, 38(8), (2006)1396-1401.
307Cuando la actividad se mide directamente con acelerómetros, la diferencia entre mellizos y gemelos
se mantiene: Joosen, A. M., y otros, «Genetic analysis of physical actividad in twins», American Journal
of Clinical Nutrition, 82(6), (2005), 1253-59.
308Stubbe, Janine H., y otros, «Genetic influences on exercise participation in 37.051 twin pairs from
seven countries», PLoS ONE, 1, (2005), e22.
309La crítica de la investigación sobre el sistema dopaminérgico —y primeros trabajos sobre los genes
— y la actividad física voluntaria: Knab, Amy M., y Timothy Lightfoot, «Ttitle: does the difference
between physically active and couch potato lie in the dopamine system?», International Journal of
Biological Science, 6(2), (2010), 133-50.
310El DRD4-7R y el TDAH Li, D., y otros, «Meta-analysis shows significant association between
dopamine system genes y attention Deficit Hyperactivity Disorter (ADHD)», Human Molecular
Genetics, 15(14), (2006), 2276-84. Swanson, J. M., y otros, «Etiologic subtypes of attention-
deficit/Hyperactivity Disorder: brain imaging. Molecular genetic and environmental factors and the
dopamine hypothesis», Neuropsychology Review, 17(1), (2007), 39-59.
311El gen DRD4 en culturas migratorias y establecidas: Chen, Chuansheng, y otros, «Population
migration and the variation in dopamine D4 receptor (DRD4) allele frequencies around the Globe»,
Evolution and Human Behavior, 20, (1999), 309-24. Matthews, L. J., y P. M. Butler, «Novelty-seeking
DRD4 polymorphisms are associated with human migration distance out-of-Africa after controlling for
neutral population gene structure», American Journal of Physical Anthropology, 1145(3), 382-89.
312El gen DRD4 y los ariaal: Eisenberg, Dan T. A., y otros, «Dopamine receptor genetic polymorphisms
and body composition in undernourished pastoralists: an exploration of nutrition indices among
nomadic and recently settled ariaal men of northern Kenya», BMC Evolutionary Biology, 8, (2008), 173.
15
En alguna parte en mitad de los tres mil millones de pares de bases —los
compuestos químicos que forman los peldaños de la sinuosa escalera del
ADN—, Kevin tenía un error ortográfico en su código genético. Esto es como
una única errata en un sarta de letras lo bastante amplia para llenar trece
colecciones completas de la Enciclopedia Británica.314
La mutación genética de Kevin podría haber estado en cualquiera de los
miles de millones de lugares. Un punto determinado le habría provocado una
distrofia muscular, mientras que otro le habría convertido en daltónico. Otros
muchos, pero que muchos lugares no habrían dejado ningún impacto
discernible en absoluto, como es el caso de la mayoría de las mutaciones que
cada uno de nosotros portamos por el mundo adelante a diario. Pero la
mutación de Kevin se produjo en el escalón exacto de la escalera de ADN
para delinear el plano de un corazón averiado.
Kevin tenía una cardiomiopatía hipertrófica o CMH,315 un trastorno
genético que provoca el engrosamiento de las paredes del ventrículo
izquierdo, de manera que no se relajan completamente entre los latidos y
pueden impedir que la sangre afluya al propio corazón. Alrededor de uno de
cada quinientos norteamericanos padece la CMH, aunque muchos jamás
mostrarán síntomas graves. Según Barry Maron, director del Centro de la
Cardiomiopatia Hipertrófica de la Minneapolis Heart Institute Foundation, la
CMH es la causa más frecuente de muerte súbita natural entre los jóvenes. Y,
ciertamente, la causa más frecuente de muerte súbita entre los deportistas
jóvenes.
De acuerdo con las estadísticas reunidas por Maron, al menos un
deportista escolar, universitario o profesional con la CMH caerá muerto en
algún lugar de Estados Unidos cada dos semanas. Algunos de ellos serán
famosos, como el central de los Atlanta Hawks Jason Collier, o el lineman
ofensivo de los San Francisco 49ers Thomas Herrion, o el futbolista
profesional camerunés Marc-Vivien Foé; aunque la mayoría serán como
Kevin Richards, adolescentes a punto de serlo.
En estas personas, las células musculares del ventrículo izquierdo no se
amontonan limpiamente como los ladrillos en una pared, como deberían
estar, sino que todas están torcidas, como si por el contrario los ladrillos
hubieran sido volcados en un montón. Cuando la señal eléctrica que indica al
corazón que se flexione viaja a través de las células, es probable que empiece a
rebotar por todas partes erráticamente. Una actividad deportiva intensa
puede provocar este cortocircuito, que es especialmente peligroso durante
una competición, cuando un deportista que somete su cuerpo a un esfuerzo
no reacciona a las primeras señales de peligro.
Para los problemas de salud más acuciantes del país —diabetes,
hipertensión, arteriopatía coronaria— el ejercicio es una medicina milagrosa.
Pero las personas que padecen la CMH pueden estar en un peligro creciente
de caer muertos precisamente «porque» hacen ejercicio.
Eileen Kogut, por ejemplo, sabía desde hacía mucho tiempo que en su
familia había antecedentes de algo peligroso. Cuando Kogut tenía veintiún
años, en 1978, su hermano de quince, Joe, estaba armando jaleo alegremente
con su hermano Mark durante la cena, cuando cayó muerto. El informe de la
autopsia determinó que la causa de la muerte había sido una «estenosis
subaórtica hipertrófica idiopática», básicamente, un aumento en el tamaño
del corazón por causas desconocidas. «Joe era el pequeño de siete hermanos»,
dice Eileen. «Su muerte resultó increíblemente devastadora para nuestra
familia.» Así que Mark, que no olvidaba el recuerdo de ver a su hermano
pequeño morir delante de él, empezó a hacer ejercicio físico todos los días, no
fuera a ser que tuviera un corazón defectuoso, como Joe. Mark estaba
corriendo sobre una cinta sin fin en la Asociación de Jóvenes Cristianos de
Landsdowne, Pensilvania, en 1998, cuando se desplomó y murió. La causa de
la muerte, una vez más: un agrandamiento del corazón por causas
desconocidas. Mark tenía treinta y siete años, y dejó viuda y tres hijos
pequeños.
La CMH se transmite por lo que se denomina una manera «autosómica
dominante», lo cual significa sencillamente que hay un 50 por ciento de
probabilidades —una moneda al aire— de que un padre portador del gen
responsable lo transmita a un hijo.
Al final, Eileen Kogut se enteró de que la CMH había sido lo que se llevó a
sus hermanos, y en 2008 decidió hacerse examinar su propio ADN.
Kevin nunca supo que llevaba una bomba de relojería en su pecho. Pero, ¿y si
lo hubiera sabido? En su funeral, los amigos insistían en que había muerto
haciendo lo que le gustaba. En efecto, a Kevin le encantaba correr. Pero
también le gustaban otras cosas, como los ordenadores. Correr podría haber
sido su billete para la beca, pero no me cabe duda de que habría dejado de
correr y reconducido con ilusión su energía competitiva hacia otra parte. Por
lo que a mí respecta, poco consuelo encuentro en el detalle poético de que
muriera corriendo.
Aunque la cuestión de si se limita preventivamente la actividad de un
deportista está erizada de asperezas legales y emocionales, los cardiólogos
coinciden en que cuando un deportista corre un evidente peligro de
desplomarse y morir en el terreno de juego, la recomendación debería ser
evitar el terreno de juego. (Aunque algunos deportistas ignoren el consejo y
de todas formas sigan jugando.) Pero ¿qué ocurriría si el deportista corriera
peligro de lesionarse? Los deportes son inherentemente peligrosos. Al igual
que pilotar un caza de combate, nadie participa durante mucho tiempo sin
sufrir alguna lesión. Pero ¿qué sucedería si los científicos pudieran
determinar que algunos deportistas corren más peligro que otros?
Ahora mismo, están empezado a ser capaces de hacer exactamente eso,
porque los investigadores están sondeando los genes asociados a algunos de
los riesgos para la salud más destacados de todos los deportes.
313Las mejores fuentes de información sobre la muerte súbita en los deportistas: Estes III, Mark N. A.,
Deeb N. Salem, y Paul J. Wang, eds., Sudden cardiac death in the athlete, Futura, 1998. Maron, Barry J.,
ed., Diagnosis and management of hypertrophic cardiomyopathy, Futura, 2004.
314En mi artículo de Sports Illustrated «Following the Trail of Broken Hearts» (10 diciembre 2007),
establecía la analogía entre una mutación de la CMH y una errata de la Enciclopedia Británica.
Entonces, comparaba un único cambio de base del ADN con una errata en sesenta colecciones
completas de la Enciclopedia. En este libro he utilizado el símil de trece colecciones completas. En la
revista, consideré cada palabra de la colección de la Enciclopedia Británica como una posible errata
individual; en este libro, considero cada letra individual como una posible errata, un supuesto que me
parece más exacto para compararlo con el ADN.
315Un excelente manual básico sobre la CMH, escrito específicamente para el profano y que contiene
imágenes de las células cardíacas: Maron, Barry J., y Lisa Salberg, Hypertrophic cardiomyopathy: for
patients, their families and interested physicians, Wiley-Blackwell, 2ª ed., 2006.
316El gen MYH7 fue el primero, aunque en la actualidad se han identificado muchas mutaciones que
causan la CMH: Maron, Barry J., Martin S. Maron y Christopher Semsarian, «Genetics of hypertrophic
cardiomyopathy after 20 years», Journal of the American College of Cardiology, 60(8), (2012), 705-15.
317El peso del corazón de Kevin Richards se obtuvo del informe de su autopsia con el permiso por
escrito de sus padres, Gwendolyn y Rupert Richards
318 Una tendencia preocupante en la actividad deportiva de los institutos es el creciente número de
estados que están permitiendo a los profesionales de la salud que tienen poca o ninguna formación
cardiovascular —y por consiguiente ninguna posibilidad de detectar un soplo cardíaco peligroso—
dirigir los chequeos de los deportistas antes de las competiciones. En 1997, once estados permitieron
que los quiroprácticos, los naturópatas y otro personal no médico realizaran los exámenes. En 2005, el
número había aumentado a dieciocho estados, en tres de los cuales —California, Hawai y Vermont— se
permitió que los institutos decidieran quién podía llevar a cabo los reconocimientos. (Un número cada
vez mayor de estados permiten que personal no médico dirijan los exámenes previos a la competición:
Glover, David W., Drew W. Glover, y Barry J. Maron, «Evolution in the process of screening United
States High School student-athletes for cardiovascular disease», American Journal of Cardiology, 100,
(2007), 1709-12.)
319La cita de Alan Milstein apareció originalmente aquí: Litke, Jim, «Curry’s DNA fight with Bulls
“Bigger than sports world”», Associated Press, 29 septiembre 2005.
320Los portadores del ApoE4 tienen Alzheimer con más frecuencia y a edad más temprana: Corder, E.
H., y otros, «Gene dose of apolipoprotein E type 4 allele and the risk of Alzheimer’s disease in late onset
families», Science, 261(5123), (1993), 921-23.
321El ApoE4 influye en la gravedad de las lesiones cerebrales por traumatismos: Jordan, Barry D.,
«Genetic influences on outcome following traumatic brain injury», Neurochemical Research, 32, (2007),
905-15.
322Los boxeadores con ApoE4 tienen peores secuelas: Jordan Barry D., «Apoliprotein E epsilon-4
associated with chronic traumatic brain injury», Journal of the American Medical Association, 278(2),
136-40.
323La edad, los golpes en la cabeza y la ApoE4 influyen negativamente en el funcionamiento del
cerebro: Kutner, K. C., y otros, «Lower cognitive performance of older football players possessing
apolipoprotein E epsilon-4», Neurosurgery, 47(3), (2000), 651-657.
325El dos por ciento de las personas tiene dos copias de la variante del gen ApoE4: Izaks, Gerbrand J., y
otros, «The association of ApoE genotype with cognitive function in persons aged 35 years or older»,
PLoS ONE, 6(11), (2011), e27415.
326Los investigadores de la Universidad de Boston han recopilado casos de ETC en deportistas: McKee,
Ann C., y otros, «Chronic traumatic encephalopathy in athletes: progressive tauopathy following
repetitive head injury», Journal of Neuropathology & Experimental Neurology, 68(7), (2009), 709-35.
327 No obstante, entre mis entrevistados hubo excepciones, como el antiguo quarterback de la NFL
Sean Salisbury: «No quiero saber lo que me va a pasar cuando tenga ochenta y dos años».
328Sam Gandy, director del Centro para la Salud Cognitiva del hospital Monte Sinaí, equiparó el riesgo
de portar una copia ApoE4 a jugar en la NFL: http://www.alzforum.org/new/detail.asp?id=3264.
329Cuando las personas se enteran de qué versión de la ApoE tienen: Green, Robert C., y otros,
«Disclosure of ApoE genotype for risk of Alzheimer’s disease», New England Journal of Medicine, 361,
(2009), 245-54.
330El soporte técnico sobre la investigacion de los genes que pueden influir en la susceptibilidad a las
lesiones: Collins, Malcolm, y Stuart M. Raleigh, «Genetic risk factor for musculoskeletal soft tissue
injuries», en Malcolm Collins, ed., Genetics and Sports, Karger, 54 (2009), 136-49.
331 Las investigaciones sobre el gen COL5A1 también han encontrado que las personas con una
variante determinada son menos flexibles, y que quizás esto suponga una ventaja a la hora de correr. La
relación podría estar en la rigidez del tendón de Aquiles, lo que permitirá a éste almacenar más energía
elástica —de nuevo, acuérdense del campeón de salto de altura Stefan Holm y su tendón de Aquiles
rígido— y que mejore la economía de carrera. En un novedoso estudio, los deportistas con la versión
«inflexible» del gen fueron más rápidos en la parte de la carrera de una prueba del Ironman, aunque no
así en la de natación ni ciclismo. Esto es, sólo en la parte de la carrera, cuando empleaban a fondo su
tendón de Aquiles, es cuando más rendían. Aunque la variante inflexible del gen también se asocia a un
riesgo mayor de lesiones en el tendón de Aquiles. (El COL5A1 también puede influir en la flexibilidad y
el rendimiento en la carrera a través de la rigidez del tendón de Aquiles: Posthumus, Michael, Martin P.
Schwellnus y Malcolm Collins, «The COL5A1 gene: a novel marker of endurance running
performance», Medicine & Science in Sports & Exercise, 43(4), (2011), 584-89.)
332Numerosos jugadores de la NFL se han realizado la prueba del «gen de las lesiones»: Assael, Shaun,
«Cheating is so 1999», ESPN The Magazine, 8 octubre 2009, 88-97.
333Una excelente fuente —aunque muy técnica— para un vistazo general al panorama de la genética
del dolor: Mogil, Jeffrey S., The genetics of pain, IASP Press, 2004.
334La mutación del «pelo rojo» reduce la sensibilidad al dolor: Mogil, J., y otros, «Melanocortin-1
receptor gene variants affect pain and µ-opioid analgesia in mice and humans», Journal of Medical
Genetics, 42(7), 583-87.
335La cita de los investigadores británicos en relación a la incapacidad de la familia paquistaní para
sentir dolor aparece aquí: Cox, James J., y otros, «An SCN9A channelopathy causes congenital inability
to experience pain», Nature, 444(7121), (2006), 894-98.
336La percepción del dolor se ve alterada por una variante frecuente del SCN9A: Reimann, Frank y
otros, «Pain perception is altered by a nucleotide polymorphism in SCN9A», Proceedings of the
National Academy of Sciences, 107(11), (2010), 5148-53.
337Antecedentes sobre el gen COMT: Goldman, David, «Chapter 13: Warriors and Worriers», Our
genes, our choices: how genotype and gene interactions affect behavior, Academic Press, 2012. Stein, Dan
J., y otros, «Warriors versus Worriers: the role of COMT gene variants», Pearls in Clinical Neuroscience,
11(10), (2006), 745-48.
338 El aumento de la dopamina en la corteza frontal podría ser beneficioso para los bateadores de
béisbol, que necesitan estar «en alerta máxima» y ser mentalmente flexibles, dice Goldman. Las
anfetaminas aumentan los niveles de dopamina y durante años fueron un artículo de primera necesidad
en el béisbol, donde se las conocía coloquialmente como las «verdosas». La MLB prohibió el uso de
anfetaminas en 2006, y de pronto la cantidad de jugadores a los que los médicos prescribían fármacos
para tratar el TDAH, unos estimulantes parecidos a las anfetaminas, se disparó en una sola temporada
de 28 a 103. Un médico al que entrevisté y que trabajaba con las Grandes Ligas, reconoció que había
prescrito Adderall a 8 jugadores profesionales que acudieron a él con síntomas de TDAH. «El
diagnóstico es una entrevista», dice el médico, «y es fácil de fingir». Los 8 jugadores, dice, tuvieron
mejores coeficientes de bateo a la siguiente temporada.
339Los deportistas son menos sensibles al dolor el día del partido: Sternberg, W. F., y otros,
«Competition alters the perception of noxious stimuli in male an female athletes», Pain, 76(1-2), (1998),
231-38.
16
Era 1964 y Eero Mäntyranta estaba una vez más en la incómoda posición de
invitado de honor. Rodeado por el tintineo del cristal, miró los tres tenedores
que flanqueaban su plato juntando sus pobladas cejas. Acababa de ganar dos
medallas de oro y una de plata en los Juegos Olímpicos de Invierno de
Innsbruck, Austria, dominando la competición de esquí de fondo hasta tal
punto que los medios de comunicación lo llamaron «Señor Seefeld», en
alusión al lugar de la competición. En la carrera de 15 kilómetros, Mäntyranta
acabó cuarenta segundos por delante del siguiente esquiador —un margen de
victoria jamás igualado en esta puebra olímpica ni antes ni después—,
mientras que los siguientes cinco finalistas llegaron con una diferencia de 20
segundos unos de otros. En la carrera de 30 kilómetros ganó por más de un
minuto. Ahora venía la parte difícil: la cena. Convertirse en uno de los
mejores deportistas de todos los tiempos de tu país, necesariamente va a
acompañado de una saturación de banquetes honoríficos.
Después de su primer oro, una carrera de relevos celebrados en los Juegos
de 1960 en Squaw Valley, California, Mäntyranta asistió a una comida de
celebración en Los Ángeles organizada por el comité olímpico finés. En esa
ocasión, ya estaba a punto de beber de un cuenco que había en la mesa
cuando un grupo de invitados cosmopolitas se acercaron y empezaron a
lavarse las manos en el recipiente. Pero los tres tenedores representaban un
nuevo enigma.
Cuando Mäntyranta era un niño que vivía en la rural Lankojärvi,
Finlandia, en la década de 1940, su familia compartía un único tenedor, el
cual iba circulando alrededor de la pieza de 15 metros cuadrados que
constituía el domicilio familiar y que daba al lago del que la ciudad recibía su
nombre. En lugar de cubiertos, los niños utilizaban palos afilados para
arponear los trozos de patatas y las rebanadas de pan.
La prole de los Mäntyranta habría ascendido a doce si todos los hijos
hubieran sobrevivido; así las cosas, quedaron seis. Sin embargo, con Eero, sus
padres, sus hermanos y hermanas y el marido de su hermana mayor, la
habitación única podía llegar a ser un poquito acogedora de más. Sumen a eso
los vecinos que se pasaban para estar de palique y echarse un cigarrillo y no
era nada raro que hubiera una docena de personas en la pieza. En esa
atmósfera, el pequeño Eero empleó por primera vez su admirable capacidad
para la concentración solitaria que andando el tiempo tan útil le sería durante
las solitarias horas de entrenamiento en la pista de esquí, bajo el negro cielo
de la estación del Kaamos. Fue un estudiante excelente, sólo porque era capaz
de aislarse del revuelo de la habitación, acurrucarse por debajo del humo y
hacer sus deberes del colegio con la parpadeante luz de una lámpara de aceite.
Aquellos días en la Finlandia de la posguerra fueron unas fechas de escasez,
con el país prisionero durante dos décadas de la deuda de guerra con la Unión
Soviética.
Eero tenía sólo seis años cuando en el invierno de 1943 la ofensiva de los
soldados nazis se dirigió hacia el norte, y Lankojärvi fue evacuado. Le
metieron en un camión junto con todas las mujeres y niños del pueblo, y un
soldado finlandés les dijo que guardaran silencio para que los soldados
alemanes no les oyeran. El pequeño se estremeció cuando una anciana se
negó a seguir el consejo y se puso a cantar a voz en cuello canciones
comunistas. El camión consiguió finalmente llegar a un ferry que los
transportó al otro lado de la frontera con Suecia, a una población llamada
Overtornea, donde Eero contemplaría maravillado las vainas de los
proyectiles que se desparramaban por el suelo como rociadas por una nevada
de plomo. Él y su familia se quedarían todo el invierno en Sudsvall, Suecia,
hasta que finalmente se les autorizó a regresar a una Finlandia sin nieve y sin
nazis.
La caminata de vuelta a casa en la primavera fue un viaje de esperanza
decreciente. Tuvieron que cruzar los bosques en una carreta tirada por un
caballo porque las carreteras estaban sembradas de minas. El ejército alemán
había salido de Finlandia dejando un rastro de fuego, y en un país donde los
pueblos no son más que claros en medio de los espesos bosques, el suministro
de madera era abundante. Laponia ardía como una inmensa hoguera,
convirtiendo en brasas ardientes lo que otrora habían sido jambas, escaleras y
frontones hechos de pino.
Pero cuando llegaron a su pueblo, los Mäntyranta descubrieron que su
casa era una de las pocas que seguía en pie. Se fueron a vivir a la orilla más
alejada del agua, donde no llegaba ninguna carretera, para que los soldados
nazis no se molestaran en animarse a cruzar caminando el lago y atravesar los
bosques para arrasar las pocas cabañas carentes de interés del otro lado. Así
que el lago salvó su hogar. El mismo lago que puso en marcha la carrera como
esquiador de Eero.
Aunque los alemanes no intentaron cruzar el lago, a muchos de los niños
de Lankojärvi no les quedaba más remedio: el colegio estaba en la otra orilla.
Apenas había aprendido a caminar, cuando Mäntyranta ya sabía esquiar, y al
año de haber regresado de Suecia acompañaba a los demás niños, ya
patinando (una vez se cayó a través del hielo y estuvo a punto de morir
ahogado), ya esquiando, en la travesía del lago hasta la escuela, lo que hacían
sobre unas simples tablas de madera unidas por clavos. Se tardaba alrededor
de una hora en hacer la excursión, que durante el invierno discurría en la más
completa oscuridad, así que los niños ponían rumbo hacia la otra orilla, y a
esperar que no pasara nada.
En Laponia esquiaba todo el mundo por necesidad, pero Mäntyranta no
tardó mucho en destacar. Ya a los siete años ganaría las carreras de esquí de
fondo del colegio; a los diez, empezó a ganar las carreras que congregaban a
los niños de las aldeas de alrededor; y a los once, se despachó la competición
juvenil de todo el municipio de Pello.
Al contrario que los jóvenes del sur de Finlandia, de niño Mäntyranta
jamás soñó con las glorias deportivas. Los deportes habían formado parte de
la identidad de Finlandia desde que el país declarara su independencia de
Rusia en 1917. Se crearon entonces organizaciones deportivas, que pagaban
con palas… y medallas. Los «Fineses voladores», los corredores de fondo
dominaron el mundo en la década de 1920. Después de la Segunda Guerra
Mundial, cuando Helsinki fue premiada con la organización de los Juegos
Olímpicos de 1952, el deporte volvió a convertirse en un faro para la unidad
de todos los finlandeses. Pero la tradición deportiva de Finlandia no
repercutía en el pequeño Eero. En Lankojärvi, sin radio ni periódicos, no
tenía ni idea de quiénes eran los grandes deportistas fineses; no tenía la
menor oportunidad de sentirse estimulado por las palabras del querido
corredor finés Paavo Nurmi, que le dijo al mundo: «La mente lo es todo. Los
músculos, unos trozos de goma. Todo lo que soy, lo soy gracias a mi mente».
La única experiencia de Mäntyranta de los Juegos de Helsinki de 1952 fue la
foto de un triple saltador brasileño que vio en casa de un vecino. Para Eero
Mäntyranta, el esquí era un medio de transporte y una posibilidad de mejorar
laboralmente.
Durante los veinte años siguientes a la terminación de la guerra, el
crecimiento económico finlandés se vio entorpecido por el dinero y los
recursos extras que tenía que enviar a Rusia para liquidar la deuda de guerra,
así que el único trabajo para un joven de Laponia era la tala y acarreo de
madera de los bosques. A los quince años, Mäntyranta vivía en el bosque
rodeado de hombres adultos, muchos de ellos delincuentes que llegaban al
lejano norte para huir de la justicia. Los hombres dedicaban su tiempo libre a
beber, a jugar a las cartas y a pelearse. Mäntyranta dormía con un tarugo de
madera debajo de la almohada por si tenía que atizarle a un asaltante durante
la noche. Para un joven, era una existencia tan desgarradora como
emocionante. Pero al cabo de dos años, se hartó.
Se enteró de que el Estado solía proporcionar a los jóvenes esquiadores de
fondo prometedores cómodos empleos como guardias de frontera, en los que
básicamente se dedicaban a esquiar patrullando a lo largo de la frontera, tanto
como entrenamiento como por trabajo. Así que empezó a entrenar en su
tiempo libre como leñador, y sus progresos fueron asombrosos. Con
diecinueve años viajó a Suiza para competir en una serie de carreras en las
que si tenía un buen rendimiento, le impulsarían hacia el equipo nacional. Las
ganó todas, y poco después llegó el trabajo como guardia de fronteras.
Su madre le aconsejó que era el momento de ahorrar dinero, y no de
perseguir a las chicas. Mäntyranta siguió el consejo al pie de la letra unas dos
semanas, hasta que se pasó toda una noche bailando en Pello con la rubia de
ojos azules que acabaría siendo su esposa. Tiempo más tarde, cuando la pareja
ya tenía hijos, Mäntyranta solía entrenar durante el verano, para lo que
enviaba a Rakel y a los niños en coche a una pequeña casa de campo situada a
unos treinta kilómetros e iba a visitarlos corriendo o caminando.
A pesar del habitual contrabando entre Suecia y Finlandia, la frontera al
norte del Círculo Polar Ártico estaba generalmente tranquila, especialmente
en invierno, así que Mäntyranta disponía de tiempo de sobra para dedicarse
en cuerpo y alma a entrenar. Con su 1,70 m (en calcetines gruesos), era bajo
para el esquí de fondo. Sus negras cejas, que se arqueaban encima de unos
ojos castaño oscuro y una piel ligeramente oscura, más parecía alguien nacido
en una playa italiana que en un pinar del bajo Ártico. Pero ahí estaba,
clavando sus bastones en el manto nevado que cubría la tierra para hacer
ochenta kilómetros diarios. A menudo, entrenaba a la luz de la luna, o si
estaba cerca de la carretera de Pello, aparecía un instante bajo los haces de los
faros de un automóvil para desvanecerse de nuevo en la oscuridad. En las
noches sin luna, le preocupaba meterse de cabeza entre los árboles, aunque
consiguió mantenerse a salvo de accidentes y siguió progresando a una
velocidad considerable.
Con veintidós años ya era a todas luces lo bastante bueno para esquiar
representando a Finlandia en los Juegos Olímpicos de 1960, pero la mayoría
de los mejores esquiadores tenían más edad, y los responsables del equipo no
estaban dispuestos a permitir que un esquiador inexperto pusiera a prueba su
entereza en el mayor de los escenarios. Mäntyranta convenció a los directores
del equipo para que le permitieran realizar una prueba de tiempo interna.
Llegó segundo, por detrás de la leyenda del esquí de treinta y cinco años
Veikko Hakulinen, que ya tenía dos oros olímpicos. La actuación le aseguró
un sitio en el equipo de relevos de 4×10 km en los Juegos, donde se llevaron el
oro a casa.
Aquel título olímpico fue sólo el preámbulo. Siguieron dos oros y una
plata en Innsbruck en 1964, y luego una plata y dos bronces en Grenoble,
Francia, en 1968, y en el ínterin, un montón de medallas en los campeonatos
del mundo. En total, hizo pódium en quinientas carreras, lo que le permitió
reunir suficientes jarras de cristal y cuencos y platos de plata como para llenar
una cacharrería. Aun ahora, se despierta algunos días y le dice a Rakel que
tiene las piernas cansadas porque ha vuelto a soñar que hacía una carrera de
esquí.
Pero el camino de Mäntyranta hacia el panteón del esquí empezó mucho
antes de los Juegos de 1960. Empezó antes del trabajo en el bosque que le
animó a buscar una vida mejor; y antes de empezar a esquiar sobre el lago
para ir al colegio encima de unas tablas deformadas; incluso antes de que se
pusiera de pie encima de unos esquís cuando tenía tres años. Empezó cuando
su bisabuelo viajó a Finlandia.
Desde que llegué de Brooklyn para conocerle, Eero está impaciente por
hablarme de su visita a Nueva York después de los Juegos Olímpicos de
Invierno de 1960. «De miedo» es como describe su primera impresión del
atolladero de Cadillac, semáforos y asfalto.
También me ha mostrado algunas de sus medallas más preciadas, las siete
de los Juegos y una medalla al honor que el Estado suele reservar a los héroes
militares. Igual que para la noche polar, los fineses tienen una palabra
intraducible, sisu, que más o menos viene a significar la fuerza de la pasión, o
la tranquila determinación frente a los obstáculos. El estado finés decidió que
Eero era la encarnación del sisu.
Iiris, que lleva el pelo rubio cortado a la altura del hombro y unas gafas de
montura negra, me traduce una anécdota de su infancia sobre las
repercusiones de los Juegos de 1964, cuando la compañía eléctrica local
sufragó los gastos para que un helicóptero llevara a Eero de vuelta a casa. La
aeronave aterrizó encima del hielo que cubría el lago, en medio de una
multitud con ganas de jarana que se había congregado para celebrar el
acontecimiento. Iiris era una niña pequeña, y recuerda que echó a correr
entusiasmada hacia el helicóptero. Al principio, Eero había disfrutado de los
agasajos, que entre otras cosas le proporcionaron un empleo en el
ayuntamiento para dar clases de educación física a los niños. Pero la cosa no
tardó en convertirse en una carga.
Hasta mediados de la década de 1960, los periodistas aparecían sin previo
aviso en la puerta de Eero para pedirle que «cuénteme alguna anécdota, pero
no de las que les cuenta a los demás», dice Eero, traducido por Iiris. Antes de
cada competición, los turistas del sur de Finlandia se daban un garbeo por allí
para que les enseñara las medallas y hacerle fotos, peticiones a las que Eero y
Rakel se sentían obligados a acceder. Para Eero esquiar había sido siempre
más una cuestión de ganar para conseguir una mejora laboral, que una pasión
íntima por la actividad, así que tanta atención no buscada fue suficiente para
impulsarle a retirarse de las competiciones de esquí después de los Juegos
Olímpicos de 1968, cuando contaba treinta años.
A requerimiento de una revista del corazón finesa, hizo una fugaz
reaparición antes de los Juegos de Sapporo 1972 en Japón. Llevaba tres años
sin haber dado un paso sobre los esquíes ni haberse entrenado y estaba muy
por encima de su peso de competición. La revista le prometió pagarle los
gastos de entrenamiento, así que Eero se tomó unas vacaciones del trabajo
mientras abría las puertas a la revista para que documentara su regreso. Eero
volvió a las pistas seis meses antes de los Juegos Olímpicos, pero logró
clasificarse y acabó decimonoveno en Japón en la carrera de 30 kilómetros,
antes de volver de nuevo a su retiro, y esta vez para siempre.
Cerca del final de mi visita, todos tomamos posiciones en los sofás y
sillones del salón flanqueados por pinturas de paisajes invernales. Eero me
señala una serie de fotografías color sepia colgadas en las paredes. Son sus
antepasados. Allí está el moreno Isak, en chaleco y con una gorra de
repartidor de periódicos, recostado contra el suelo de un claro del bosque
disfrutando de una comida con Johanna, que se cubre la cabeza con un
pañuelo de colores claros. Y encima está una foto de los padres de Eero, Juho
y Tynne, sentados en unas sillas de madera en un desmonte con varios de sus
hijos.
Aunque Isak y Jugo murieron antes de que empezara a examinar el
genoma familiar, De la Chapelle había analizado a los suficientes miembros
de la familia para poder crear un árbol genealógico genético de la familia y
deducir que tenían la mutación del EPOR. Los dos hermanos de Juho, Leevi y
Eemil, también fueron portadores de la mutación.
Pero la mutación no tardará en extinguirse en el linaje de Eero. Su hijo
Harri, que era portador y un prometedor esquiador de fondo, murió siendo
todavía joven de una enfermedad sin ninguna relación con la mutación del
receptor de la EPO. Iiris no tiene la mutación, y de los otros dos hijos de Eero,
las mellizas Minna y Vesa, sólo la tiene Minna, pero no su único hijo.
Cuando le pregunto a Eero si le supuso un alivio que los médicos de la
Universidad de Helsinki despejaran sus victorias de la sospecha de dopaje
sanguíneo, dice que sí, pero que no está de acuerdo con la sugerencia de que
la mutación le supusiera ventaja alguna. A su modo de ver, la creciente
viscosidad de su sangre pletórica de glóbulos rojos le habría dificultado la
circulación sanguínea, lo que equilibraría cualquier ventaja en su
rendimiento. De la Chapelle no se recata en mostrar su desacuerdo. «Es una
ventaja, eso es incuestionable», me dice, y señala que los niveles de
hemoglobina de Eero son los más altos que haya visto jamás. «Si la sangre no
circulara bien, ésa sería una situación bastante grave y te enterarías.»
En los últimos años, Eero ha sufrido varios episodios de neumonía que sus
médicos creen podrían estar relacionados con la densidad de su sangre, así
que ahora está tomando medicamentos anticoagulantes. Iiris añade que la
rojez de la piel de su marido también es reciente. Durante su época de
competición, Eero no mostró ningún síntoma patológico relacionado con su
mutación del EPOR, y los demás familiares con la mutación han seguido
estando sanos hasta edades avanzadas.
Aunque la extensa documentación científica sobre la mutación de la
familia Mäntyranta es única en el mundo del deporte, sin duda alguna ha
habido otros grandes deportistas con unos niveles de hemoglobina
preternaturalmente altos. Los deportes de resistencia como el esquí de fondo
y el ciclismo han establecido medios mediante los cuales un deportista con
una hemoglobina o unos niveles de glóbulos rojos anormalmente elevados
puedan obtener una dispensa médica para competir, siempre que el
deportista en cuestión puede demostrar que tiene la hemoglobina alta de
forma natural. Son varios los deportistas que han obtenido tales dispensas y
han terminado logrando grandes éxitos.
El ciclista italiano Damiano Cunego fue dispensado por la Unión Ciclista
Internacional, y a los veintitrés años se convirtió en el ciclista en ruta más
joven de la historia en ser considerado el número uno del mundo. Frode Estil,
un esquiador de fondo noruego exonerado por la Federación Internacional de
Esquí, ganó dos medallas de oro y una de plata en los Juegos Olímpicos de
Invierno de Salt Lake City en 2002. Ninguno de esos hombres tenían unos
niveles de hemoglobina tan altos como los de Eero —los normales para los
hombres oscilan entre 14 y 17 gr de hemoglobina por decilitro de sangre, y
Eero lo tenía alto comparado incluso con los miembros de su familia, que
sistemáticamente superaban los 20 gr y llegaban a los 23 gr—, pero Cunego y
Estil tenían unos niveles elevados que no obstante pudieron demostrar eran
naturales y más altos que los de sus compañeros de equipo y adversarios que
entrenaban de manera parecida.
Como aquellos seis entrenados naturalmente del estudio de la York
University, había algo en ellos congénitamente diferente.
Con las tres horas de coche del viaje de vuelta a Luleå in mente, Iiris les dice a
Eero y a Rakel que los volverá a ver pronto, en las Navidades, y me indica que
deberíamos ponernos en camino.
Cuando estamos a punto de irnos, de pronto me reprendo por casi
haberme olvidado de hacer una pregunta evidente. Cuando me dijeron que la
mutación del EPOR no tendrá continuidad en los descendientes directos de
Eero, me decepcionó que no hubiera manera de comprobar si la alteración en
cuestión podría haber impulsado a los más jóvenes de la familia a alcanzar el
éxito deportivo. Pero por el árbol genealógico trazado por De la Chapelle,
sabía que había parientes que eran portadores del gen mutante.
«¿Los hermanos de Eero tienen la mutación?», pregunto. Iiris me dice que
uno de ellos sí. Su hermana Aune y dos de los dos hijos de ésta son
portadores, su hijo Pertti y su hija Elli. «¿Y esquían?», insisto. Esquiaban, me
dice. ¿Y eran buenos?
Elli había sido dos veces campeona del mundo juvenil en los relevos 3×15
kilómetros en 1970 y 1971. Y Pertti, que compitió en el escenario de los
mayores triunfos de su tío, ganó un oro olímpico en los relevos de 4×10
kilómetros en 1976, en los Juegos de Invierno de Innsbruck. En 1980, sumó
un bronce a los que ya tenía en los Juegos de Lake Placid.
En la familia no corre nadie más.
340La primera documentación sobre el patrón hereditario de los niveles altos de glóbulos rojos en la
familia de Mäntyranta: Juvonen, Eeva y otros, «Autosomal dominant erythrocytosis caused by increased
sensitivity to erythropoietin», Blood, 78(11), (1991), 3066-69.
341La primera documentación sobre la mutación del EPOR en la familia Mäntyranta: De la Chapelle,
Albert, y otros, «Familial erythrocytosis genetically linked to erythropoietin receptor gene», Lancet, 341,
(1993), 82-84.
342Un análisis detallado de la mutación del EPOR en la familia Mäntyranta: De la Chapelle, Albert,
Ann-Liz Träskelin y Eeva Juvonen, «Truncated erythropoietin receptor causes dominantly inherited
benign human erythrocytosis», Proceeding of the National Academy of Sciences, 90, (1993), 4495-99.
Epílogo
El deportista perfecto
343 No obstante, hay algunas anécdotas interesantes. Las gemelas idénticas y velocistas norteamericanas
de élite Me’lisa y Mikele Barber entrenan cada una por su lado. Sus mejores marcas personales de los
100 metros están separadas por 7 centésimas de segundo.
344Williams, Alun G., y Jonathan P. Folland, «Similiarity of polygenic profiles limits the potential for
elite human physical performance», The Journal of Physiology, 586(punto 1), 113-21.
345Cunningham, Patrick, «The genetics of thoroughbred horses», Scientific American, (mayo 1991).
346La cita de Tanner sobre el desarrollo óptimo aparece aquí: Tanner, J. M., Fetus into Man: Physical
Growth from Conception to Maturity, Harvard University Press, ed. revisada y ampliada, 1990, p. 120.
Epílogo a la edición en rústica
DAVID EPSTEIN
Diciembre de 2013
347Dennis Kimetto dice que no había corrido «literalmente» jamás antes de 2010: Eder, Larry,
«Chicago marathon diary: Dennis Kimetto wins in CR of 2:03:45», RunBlogRun, 13 octubre 2013.
348La carta del «Peligro de delegar» de Ericsson se puede descargar desde el enlace «2012 Ericsson’s
reply» de la página web de su facultad: http://www.psy.fsu.edu/faculty/ericsson/ericsson.hp.html Y el
artículo crítico en la revista: Ericsson, K. Anders, «Training history, deliberate practise and elite sports
performance: an analysis in response to Tucker and Collins review-What makes champions?», British
Journal of Sports Medicine, 30 octubre 2012, (ePub previo a la impresión).
349Los gráficos que muestran las horas de práctica utilizan los datos de: Moesch, K., y otros, «Late
Specialization: the key to success in centimeters, grams, o seconds (cgs) sports», Scandinavian Journal of
Medicine & Science in Sports, 21(6), (2011), e282-290.
350 Estos datos pertenecen a los deportes «cgs», aquellos que se pueden medir en centímetros, gramos y
segundos, y que comprenden el ciclismo, el atletismo, el remo, la natación, la vela, el triatlón, la
halterofilia y otros. Se ha observado un patrón parecido en otros deportes, entre ellos el tenis y varios
deportes de equipo. Un estudio de 152 jugadores profesionales de béisbol norteamericanos halló que la
experiencia deportiva más frecuente en el instituto era haber jugado también al fútbol americano y al
baloncesto antes de especializarse. Aunque, en determinados deportes, como la gimnasia femenina —
donde la Gran Explosión de la tipología corporal (véase capítulo 7) ha encogido a la élite, llevándola del
1,60 m de media a casi el 1,45 m en los últimos treinta años, dejando una escueta ventana de
oportunidad a la competitividad— la especialización temprana es inevitable. (Los estudios que
muestran la especialización tardía en tenis, béisbol y varios deportes de equipo: Carlson, Rolf, «The
socialization of elite tennis players in Sweden: an analysis of the players backgrounds and
development», Sociology of Sport Journal, 5, (1988), 241-256. Hill, Grant M., «Youth sport participation
of professional baseball players», Sociology of Sport Journal, 10, (1993), 107-114. Moesch, K., y otros,
«Making it to the top in team sports: start later, intensify, and be determined!», Talent Development &
Excellence, 5(2), (2013), 85-100.)
351 Los campeonatos nacionales escolares de Jamaica están divididos en grupos de edad, lo que permite
que los corredores más jóvenes se desarrollen con más lentitud. En Estados Unidos, un rápido velocista
de catorce años podría estar compitiendo con corredores de dieciocho años en los campeonatos
estatales.
352Los jugadores de fútbol americano del estado de Oklahoma aumentan la fuerza, pero no la
velocidad: Jacobson, B. H., y otros, «Longitudinal morphological and performance profiles for
american, NCAA División I football players», Journal of Strenght and Conditioning Research, 27(9),
(2013), 2347-2354.
353 Neeru Jayanthi, director médico de medicina deportiva de atencion primaria en la Loyola
University de Illinois, ha demostrado que los deportistas jóvenes tienen un índice menor de lesiones si
practican múltiples deportes en lugar de especializarse en uno. Su trabajo no sugiere que los niños
dediquen necesariamente menos tiempo al deporte, sino sólo que diversifiquen las actividades. Piensen:
Federer.
354La especialización tardía entre los estudiantes de música con una «capacidad excepcional»: Sloboda,
John A., y Michael J. A. Howe, «Biographical precursors of musical excellence: an interview study»,
Psychology of Music, 19, (1991), 3-21.
356El BDNF y la adquisición de las aptitudes motrices: Kleim, Jeffrey A., y otros, «BDNF val66met
polymorphism is associated with modified experience-dependent plasticity in human motor cortex»,
Nature Neuroscience, 9(6), (2006), 735-737. McHughen, S. A., y otros, «BDNF val66met polymorphism
influences motor system function in the human brain», Cerebral Cortex, 20(5), (2010), 1254-1262.
357Hasta el momento, los clientes parecen reaccionar racionalmente a las revelaciones sobre la salud de
23andMe: Francke, Uta y otros, «Dealing with the unexpected: consumer response to direct-access
BRCA mutation testing», Peerj, 1, (2013), e8.
Agradecimientos
La lista de los que se merecen que les dé las gracias es demasiado extensa para
este espacio. Por suerte, el nombre de muchos de ellos se puede encontrar a lo
largo del libro. Y entre ellos hay deportistas, científicos y otras personas que
me hicieron partícipe de sus opiniones.
Algunos, como Yannis Pitsiladis, sacó tiempo para docenas de entrevistas.
Cuando le seguí a Jamaica, Pitsiladis procuró que yo pudiera estar en la sala
de operaciones mientras realizaba una biopsia a un antiguo olímpico
jamaicano. Soy una persona más rica por el tiempo que he pasado con él.
Los fisiólogos Stephen Roth y Tim Lightfoot inspeccionaron la totalidad
de las descripciones de la fisiología del ejercicio buscando errores o
imprecisiones. Resumir las descripciones científicas manteniendo la exactitud
no es hazaña baladí, pero en la medida que haya podido conseguirlo, tengo
que agradecer a docenas de científicos su paciencia. También le doy las
gracias a mi correctora de datos, Rebecca Sun, una talentosa guionista en
ciernes. Si persistiera algún error, la culpa sería sólo mía.
Cada cierto tiempo me topo con un libro que me baja los humos por la
profundidad de su investigación y la originalidad de pensamiento con que la
plantea. En dos de tales casos, los autores —J. M. Tanner y Patrick D. Cooper
— habían fallecido. Muy a mi pesar, jamás tendré la oportunidad de
entrevistarlos, pero su esfuerzo y libertad de pensamiento permanecerán en
mi memoria como fuentes de motivación y valentía.
Varios de mis colegas de Sports Illustrated merecen un capítulo especial en
cuanto al agradecimiento. Sin Richard Demak dudo que me ganara la vida
escribiendo sobre la ciencia del deporte; sin Chris Hunt y Craig Neff dudo
que hubiera dispuesto del espacio en SI para el artículo que se convirtió en el
germen de este libro; sin Terry McDonell y Chris Stone dudo que hubiera
dispuesto de la libertad para trabajar en este libro; sin el estímulo inagotable
de L. Jon Wertheim y mi agente, Scott Waxman, con toda seguridad habría
dejado este libro antes de empezarlo. Gracias, Scott, por frustrar mi intento de
echarme para atrás. (Y Gracias a Farley Chase por su trabajo con los derechos
en el extranjero.)
De no haber sido por mi amistad con Kevin Richards, es muy probable
que jamás hubiera empezado a escribir sobre la ciencia del deporte. Kevin
nació en Jamaica y murió en Evanston, en una reunión de atletismo sabatina
hace más de trece años. Confío en que la herida permanezca siempre fresca en
todos aquellos que corrimos a su lado. Le doy las gracias a los padres de
Kevin, Gwendolyn y Rupert, y al entrenador David Phillips, por el apoyo
moral que me han prestado. Y a Kevin Coyne, por enseñarme cómo escribir
sobre la muerte y un amigo.
En Kenia, no habría podido acceder a los lugares y personas (e idiomas) a
los que accedí sin la ayuda de Ibrahim Kinuthia, Godfrey Kiprotich, James
Mwangi y Tom y Christopher Ratcliffe. Sin la de Ibrahim y Harun Ngatia,
podría seguir atascado en el arcén de la carretera que une Nyhururu con
Nairobi, buscando un neumático que se salió y después de botar por encima
de una oveja acabó perdiéndose entre la maleza. (Y gracias a los niños
kenianos que fueron tan amables de recoger las tuercas de entre la hierba
seca.)
Deseo expresar mi agradecimiento al personal de la Universidad
Tecnológica de Jamaica, y en particular a Anthony Davis, director de
deportes, y a Colin Gyles, decano de la Facultad de Ciencias y Deporte.
Vaya mi agradecimiento para Noriyuki Fuku y Eri Mikami, del Instituto
Metropolitano de Gerontología de Tokio, Japón.
De Finlandia, quiero darle las gracias a la familia Mäntyranta, pero
especialmente a Iiris. Y gracias también a Elizabeth Newman por ayudarme
con las conversaciones telefónicas en finlandés, justo cuando empezaba a
desesperar en mi intento de seguirle el rastro a Eero Mäntyranta.
Puss och kram a mi «familia» sueca, en especial a Kajsa Heinemann, por
brindarme su amistad en mis viajes a Suecia, y también por traducir los
artículos en sueco para que pudiera prepararme para el rato que pasé con
Stefan Holm.
Respecto a esto último, quiero dar las gracias a Shiho Takei (japonés),
Alex Von Thun (alemán), y Veronika Belenkaya (rusa), por las traducciones
de conversaciones, artículos o vídeos.
Tal vez sea mi nombre el que aparezca en la portada, pero si se abriera el
telón, quedarían a la vista muchos magos. Gracias al personal que intervino
en la actual edición de Penguin, con especial énfasis al director de marketing
Will Weisser, a la directora de publicidad Allison McLean, a la publicista
Jacquelynn Burke y a Katie Coe. Reservo un agradecimiento especial para los
editores Adrian Zackheim y Emily Angell. La mejor manera de medir su fe en
este proyecto y su paciencia conmigo es en palabras: 40.000. Eso fue a todo lo
que llegué en mi primer borrador. Y también mi agradecimiento para
Matthew Phillips y Louise Court, de Yellow Jersey Press.
Cualquier elogio que hiciera de las contribuciones del psicólogo Drew
Bailey se quedaría corto. Entre ellas, cabe destacar soportar todo tipo de
divagaciones a cualquier hora del día, la ayuda con el análisis de los datos
sobre los cuerpos de la NBA y actuar como sistema de alerta personal para
nuevos hallazgos que pudieran influir en mi obra. La ciencia genética es un
blanco móvil, y no podría haberlo rastreado solo. (Gracias, Will Boylan-Pett,
por tu ayuda en la obtencion de datos de las revistas.)
Hasta donde soy capaz de recordar, mi padre, Mark Epstein, tenía escaso
interés por la genética hasta que se despertó en mí. Ahora, está
permanentemente en el puesto de observación a la búsqueda de escritos sobre
genética, y hasta se ha hecho analizar trozos de su genoma. ¿Qué mayor
ejemplo puede dar un padre? Mi hermana, Charna, y mi hermano, Daniel,
probablemente hayan oído: «Creo que no puedo hacer esto», más veces de las
que me gustaría recordar. Nunca me creyeron. Mi madre, Eve Epstein, parece
haber sabido siempre que yo escribiría un libro. Además de su ayuda en la
traducción del sueco, su aliento me ha hecho seguir adelante. Mientras
trabajaba en este libro, cayó en mis manos una carta enviada por un profesor
de música a los padres de mi madre —los cuales huyeron ambos de Alemania
— cuando su hija tenía siete años. Dice así:
http://www.facebook.com/mundourano
http://www.twitter.com/ediciones_urano
http://www.edicionesurano.tv