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EMPRESAS INTELIGENTES

Por Carlos Llano Cifuentes / Miguel Alejandro García Jaramillo

egún la caracterización de David Garvin, empresa inteligente es una organización


que posee las habilidades para crear, adquirir y transferir conocimientos, así como
la capacidad de modificar su conducta como efecto de sus nuevos conocimientos. Por
su parte, Alejandro Llano, del Instituto Empresa y Humanismo (España), y Carlos
Ruiz, del Ipade (México), han profundizado sobre estas características, indicando
que son las únicas que permitirán sobrevivir a las empresas.

La primera clave de la inteligencia en las empresas es: trabajar es aprender;


dirigir es enseñar. La tarea de capacitación y desarrollo ha dejado de ser propia
de un departamento marginal y aun optativo, y se ha erigido en su núcleo principal
lo cual constituye una revolución del conocimiento. El actual manejo de las
organizaciones ha alcanzado una complejidad que convierte en inútiles los
conocimientos acumulados en una sola cabeza. Hoy dirección es propagación,
extensión, difusión de conocimientos, de manera que se diseminen y fecunden en
todos los miembros de la empresa. Así la empresa se parecerá menos a un taller de
producción que compra materiales y vende productos y más a una comunidad de
investigación y aprendizaje: las materias que se reciben, los productos que se
crean y el contenido de las ventas son conocimientos. Es verdad que éstos se dan
materializados en algo concreto y palpable (desde una cuerda de plástico hasta un
cable óptico); pero lo que en este producto se introduce de materia es un
excipiente, una irrelevancia; lo que se encuentra estampado allí es conocimiento
original e inventivo: el conocimiento de un proceso introducido en la materia y
necesario asimismo para seleccionar esa materia y ponerla en condiciones de que
asimile una forma inmaterial, impalpable y, sin embargo sustancial. Otra calve
configuradora de la empresa inteligente es su ineludible dimensión ética. Los
servicios y productos materiales requieren muchas características para ser lo que
son, los conocimientos demandan sólo una: ser verdaderos. La empresa inteligente se
ve precisada, contrapelo de la modalidad corriente en nuestras empresas, a erigir
la verdad como su constitutivo más profundo, en el sentido de que el conocimiento
refleje fielmente las realidades a las que concierne. En la empresa inteligente se
procura que no tenga lugar el error, y la enseñanza que en ella se imparte persigue
eliminar en lo posible el peligro de equivocarse, pues un conocimiento erróneo no
es auténtico conocimiento. Pero también el conocimiento requiere ser verdadero en
el sentido de que refleje lo que se piensa. La regla ética más característica de la

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empresa inteligente es la que prohíbe mentir. El calificativo de inteligente no se
refiere sólo al conocimiento que puede adquirirse en el Internet, sino también a
una condición moral de primera clase: para procurar la veracidad de mis hechos y
mis palabras, debo incorporar la ética clásica entera en mi comportamiento. La
verdad es incompatible –diciendolo coloquialmente- con lo chueco, esto es, con lo
inmoral. La empresa inteligente no es aquella en la que unos enseñan y otros
aprenden, pues los que enseñan son los que más deben aprender, en primera
instancia, de aquellos a quienes enseñan, porque el aprendizaje en ella es
sistemático, circular y cibernético. Han de aprender además de otras empresas, esto
es lo que constituye el llamado benchmarking, investigación de las prácticas más
eficaces (Robert Camp), que no consiste en una primera investigación informativa,
sino que requiere una actitud ética difícil de encontrar en nuestras empresas y
empresarios: la modestia, es decir, reconocer los propios límites. Para buscar las
mejores prácticas en los diversos aspectos de los negocios se precisa, antes que
nada, aceptar que los mejores no somos nosotros, que aún tenemos que superarnos
aprendiendo de quienes son superiores.

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