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hechura del mejor chocolate italiano. Por eso, cada vez que Diego
terminaba el año escolar, papá lo llamaba y lo metía en la fábrica a
mirar y aprender. Allí Diego aprendió todo. Y aprendió, entre otras
cosas, a respetar la sabiduría de la receta. A veces aprendía mirando
y a veces aprendía pifiando. Una vez, él, amante del helado de vainilla
cuanto más cremoso, más amor, recibió una orden del papá de volcar
los ingredientes para una nueva producción. Se le ocurrió a Diego
poner más crema de lo que señalaba la receta capricho personal. Pero
después descubrió que, si uno le agrega más crema, el helado
concentra más grasa y no se congela. El papá Aldo puteaba en italiano:
"¡Ma porca miseria: este gelato que no se hace!". Diego, por las dudas,
no dijo nada. "Si le decía recuerda hoy, me pegaba un patadón que
volaba".
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diseñar sus propios productos. Prefería cuidar antes que masificar.
Concibió un bombón de gianduia. Un crocante de almendras. Una
trufa amarga. Sus primeras toccatas sin la familia. Abrió un local en
Bariloche en la calle Mitre; lo llamó Rapanui, el nombre de su casa de
la juventud.
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* 300 toneladas entre chocolates y helados produce cada año
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hacía hasta 50 pruebas por una idea y nada salía. Descubrió ya se lo
decía su papá que los sabores contradictorios nunca se llevan bien.
Aun así llegó a plasmar un chocolate con cerveza y le quedó 10 puntos.
En ciertas ocasiones, sin embargo, las ideas fluían cual arroyito de
chocolate. Una vez camino a su casa, en el auto pues en el auto es
siempre donde se le ocurren las cosas y donde los problemas
mágicamente se resuelven, tuvo una epifanía: pensó primero en
frambuesas. Se le vino a la cabeza la cantidad de frambuesas que
crecen en estampida en Bariloche de hecho, él en su propia casa tenía
una plantación enorme. Y también pensó en el verano pues hacía un
calor de locos y en los bombones, capa sobre capa. Y luego en envolver
ese fruto rojo con baño de chocolate. En tres días, sus chocolateros le
dieron el resultado: un hitazo. Les dio a probar a sus empleados y vio
sus caras. Gente grande que había trabajado toda su vida en el rubro
de los chocolates ponía cara maravillada de niño. Como suele
decirse: una explosión de sabor. Ese bombón, bautizado FraNui, es el
producto estelar de la empresa.
Fenoglio dice que cada sabor es el mejor esfuerzo que puede dar
tras horas de desandar pasillos del mercado central "un lugar al que
me encanta ir no representa ningún trabajo" y días y noches de borrón
y cuenta nueva. Y el hombre no para. Hoy, para no congelar frutas
desde el mercado central rumbo a Bariloche lo cual es una tarea
demencial de traslado, gastos y transporte, tiene pensado, a la
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brevedad, estrenar su propia planta de helados junto al mercado
central. "La gente casi no lo percibe, pero yo, que soy obsesivo, me doy
cuenta de que al congelar la fruta se pierde algo de sabor", dice
Fenoglio hijo.
Por: Cicco