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El signo según Peirce

El signo es fruto de una relación triádica (de 3 elementos): OBJETO, REPRESENTAMEN e


INTERPRETANTE.
Ya en la definición que propone Peirce aparece el primero de esos elementos. El autor
define al signo como algo que representa o se refiere (es decir, sustituye) a algún aspecto o
porción de la realidad, por lo tanto es un REPRESENTAMEN. Esto sucede porque según Peirce
la realidad es inabarcable y solo podemos conocerla a través de los signos, nunca vemos los
objetos de manera completa.
Ese primer signo o representamen es algo que está en lugar de otra cosa, de un OBJETO o
referente de la realidad. Sin embargo, no lo sustituye en todos los aspectos, sino en alguna
idea, porque como se dijo nunca llegamos a percibir completamente la realidad.
Por último, aquel primer signo se dirige a alguien y así crea un signo equivalente o incluso
más desarrollado que Peirce denomina INTERPRETANTE. Este es básicamente la
representación mental que los sujetos nos hacemos de los objetos de la realidad, es lo que
media entre REPRESENTAMEN y OBJETO. El interpretante es muy importante en la teoría de
Peirce, ya que de él depende la comprensión que hagamos de ese primer signo que nos da
acceso a la realidad. Esto quiere decir que el interpretante está condicionado por las
convenciones y los hábitos sociales que nos rodean y en los que vivimos, no se trata de
asociaciones libres.
El proceso a través del cual accedemos a la realidad es la SEMIOSIS, es decir, la
producción social de sentido. En otras palabras, Peirce define así al proceso por el que un
sujeto interpreta un objeto gracias a que conoce un signo previo que representa una parte de
ese referente de la realidad.

Para entenderlo a través de un ejemplo:


Pensemos que estamos en casa y escuchamos el sonido de gotas cayendo en el techo. En la
triada de Peirce, eso sería el signo o REPRESENTAMEN, ya que sin necesidad de ver la lluvia,
que es el OBJETO, pudimos asociar un aspecto (representación) a ese referente para poder
comprenderlo. Para completar la relación triádica, corremos al patio para descolgar la ropa
que se estaba secando, con la intención de que no vuelva a mojarse. Es ahí que aparece el
INTERPRETANTE, la representación mental que hicimos de aquel primer signo que fueron las
gotas en el techo.

Veamos otro ejemplo:


El beso de bienvenida que da uno de los monjes a William en la película El nombre de la
rosa. Ese beso en la boca es el signo o REPRESENTAMEN de un saludo o un beso mismo, que
serían el OBJETO al que sustituyen. En tanto, la relación con el INTERPRETANTE aquí no es tan
simple: la representación mental puede variar según los condicionamientos sociales que
afecten al sujeto que interprete el REPRESENTAMEN. Si se tiene conocimiento de la historia, se
construirá un nuevo signo que implica un saludo y una muestra de respeto y jerarquía que
formaba parte de las costumbres religiosas en la Edad Media. Lo mismo sucedía si la acción se
daba en aquella época. En cambio, si el beso se produjera en la actualidad, o si no se
conocieran los hábitos religiosos de franciscanos y benedictinos, el saludo podría ser
interpretado como signo de homosexualidad.
Estas son tan solo dos posibilidades de las tantas que puede generar un solo signo y las
múltiples lecturas de la realidad que dispara una representación.

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