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CONTENIDO
1. PRÓLOGO
2. INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y A LA EDIFICACIÓN (1)
3. INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y A LA EDIFICACIÓN (2)
4. INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y A LA EDIFICACIÓN (3)
5. INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y LA EDIFICACIÓN (4)
6. EL PRINCIPIO BÁSICO DE LA VIDA
7. EL PROPÓSITO DE LA VIDA
8. LA NECESIDAD DEL HOMBRE MORAL: SER REGENERADO POR LA VIDA (1)
9. LA NECESIDAD DEL HOMBRE MORAL: SER REGENERADO POR LA VIDA
(2)
10. EL AUMENTO DE CRISTO Y EL CRISTO INMENSURABLE
11. LA NECESIDAD DE LA PERSONA INMORAL: SER SATISFECHA POR LA VIDA
(1)
12.LA NECESIDAD DE LA PERSONA INMORAL: SER SATISFECHA POR LA VIDA
(2)
13.LA NECESIDAD DEL MORIBUNDO: SER SANADO POR LA VIDA
14.LA NECESIDAD DEL IMPOSIBILITADO: SER VIVIFICADO POR LA VIDA
15.LA NECESIDAD DEL HAMBRIENTO: SER ALIMENTADO POR LA VIDA (1)
16.LA NECESIDAD DEL HAMBRIENTO: SER ALIMENTADO POR LA VIDA (2)
17. LA NECESIDAD DEL SEDIENTO: SER SACIADO POR LA VIDA (1)
18.LA NECESIDAD DEL SEDIENTO: SER SACIADO POR LA VIDA (2)
19.LA NECESIDAD DE LOS QUE ESTÁN BAJO LA ESCLAVITUD DEL PECADO:
SER LIBERTADOS POR LA VIDA (1)
20. LA NECESIDAD DE LOS QUE ESTÁN BAJO LA ESCLAVITUD DEL
PECADO: SER LIBERTADOS POR LA VIDA (2)
21.LA NECESIDAD DE LOS CIEGOS QUE ESTÁN EN LA RELIGIÓN: RECIBIR LA
VISTA Y SER PASTOREADOS POR LA VIDA (1)
22. LA NECESIDAD DE LOS CIEGOS QUE ESTÁN EN LA RELIGIÓN:
RECIBIR LA VISTA Y SER PASTOREADOS POR LA VIDA (2)
23. LA NECESIDAD DE LOS MUERTOS: SER RESUCITADOS POR LA VIDA
(1)
24. LA NECESIDAD DE LOS MUERTOS: SER RESUCITADOS POR LA VIDA
(2)
25. EL RESULTADO Y LA MULTIPLICACIÓN DE LA VIDA (1)
26. EL RESULTADO Y LA MULTIPLICACIÓN DE LA VIDA (2)
27. LA VIDA LAVA EN AMOR PARA MANTENER LA COMUNIÓN (1)
28. LA VIDA LAVA EN AMOR PARA MANTENER LA COMUNIÓN (2)
29. EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN EL HOMBRE PARA PRODUCIR SU
MORADA (1)
30. EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN EL HOMBRE PARA PRODUCIR SU
MORADA (3)
31.EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN EL HOMBRE PARA PRODUCIR SU
MORADA (3)
32. EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE EN EL HOMBRE PARA PRODUCIR SU
MORADA (4)
33. EL ORGANISMO DEL DIOS TRIUNO EN LA IMPARTICIÓN DIVINA (1)
34. EL ORGANISMO DEL DIOS TRIUNO EN LA IMPARTICIÓN DIVINA (2)
35. EL ORGANISMO DEL DIOS TRIUNO EN LA IMPARTICIÓN DIVINA (3)
36. LA OBRA QUE REALIZA EL ESPÍRITU A FIN DE MEZCLAR LA
DIVINIDAD CON LA HUMANIDAD (1)
37. LA OBRA QUE REALIZA EL ESPÍRITU A FIN DE MEZCLAR LA
DIVINIDAD CON LA HUMANIDAD (2)
38. LA ORACIÓN POR PARTE DE LA VIDA (1)
39. LA ORACIÓN POR PARTE DE LA VIDA (2)
40. LA ORACIÓN POR PARTE DE LA VIDA (3)
41.LA ORACIÓN POR PARTE DE LA VIDA (4)
42. LA VIDA ES PROCESADA PARA MULTIPLICARSE (1)
43. LA VIDA ES PROCESADA PARA MULTIPLICARSE (2)
44. LA VIDA ES PROCESADA PARA MULTIPLICARSE (3)
45. LA VIDA ES PROCESADA PARA MULTIPLICARSE (4)
46. LA VIDA EN RESURRECCIÓN (1)
47. LA VIDA EN RESURRECCIÓN (2)
48. LA VIDA EN RESURRECCIÓN (3)
49. LA VIDA EN RESURRECCIÓN (4)
50. LA MÁXIMA CONCLUSIÓN
51.EL REBOSAR DE LA VIDA INTERIOR LLEVA FRUTO
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE UNO
PRÓLOGO
La Biblia es muy coherente. Si la leemos con discernimiento y con una visión celestial,
descubriremos que comienza con la vida y la edificación. En Génesis 2 vemos estos
temas, ya que inmediatamente después de la creación del hombre, se introduce el tema
de la vida. Después de que Jehová Dios creara al hombre, Él lo puso en el huerto frente
al árbol de la vida (Gn. 2:7-9), y después que se menciona el árbol de la vida, vemos el
río que fluye y los materiales preciosos: oro, bedelio, que es como perla, y el ónice, una
piedra preciosa. Conforme a la revelación presentada más adelante en las Escrituras,
especialmente en Apocalipsis 21, estos materiales preciosos sirven para la obra
edificadora de Dios. En Génesis 2:22 se menciona específicamente la edificación: “Y de
la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, edificó una mujer, y la trajo al hombre”
(heb.). Dios tomó una costilla del costado de Adán y con ella le edificó una esposa. Por lo
tanto, el hombre fue creado, pero la mujer fue edificada. En Génesis 2 vemos la vida, los
materiales que son el producto del fluir de esta vida, y la edificación de una esposa. Por
ende, en Génesis 2 están presentes la vida y la edificación.
El libro de Apocalipsis también habla acerca de la vida. Apocalipsis 2:7 dice: “Al que
venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios”. Con toda
seguridad, esto se refiere al árbol de la vida que se presenta en Génesis 2. Apocalipsis
2:17 dice: “Al que venza, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita
blanca”. En este versículo se menciona una piedrecita, la cual, conforme a la Biblia, tiene
el único propósito de edificar. En los últimos dos capítulos de Apocalipsis, los dos
últimos capítulos de la Biblia, vemos la edificación de la Nueva Jerusalén. En la Nueva
Jerusalén fluye el río de vida y el árbol de la vida crece en las aguas de dicho río (22:1-2).
Por lo tanto, queda claro que la Biblia termina tal como comienza, con la vida y la
edificación.
Entre Génesis y Apocalipsis, los dos extremos de la Biblia, se encuentra un gran trecho,
un espacio amplio. ¿Qué enlaza todo este espacio? El puente que los enlaza es el
Evangelio de Juan, el cual comienza con las palabras: “En el principio”. Sin embargo, al
leerlo con detenimiento, descubriremos que la historia que relata este evangelio no tiene
final. Por tanto, empieza con el principio en la eternidad pasada y continúa de forma
indefinida en el futuro. Por ende, éste sirve de puente entre Génesis y Apocalipsis.
Ya vimos que Génesis 2:22 habla acerca de la edificación de una esposa, una novia para
Adán. Juan también hace mención de la novia. “El que tiene la novia, es el novio” (Jn.
3:29). ¿Quién es la novia? Según Juan 3, todos los que han sido regenerados, todos ellos
conjuntamente, llegan a ser la novia.
Además, Juan 14:2 dice: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera,
Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Este versículo nos
dice que el Señor iba a preparar muchas moradas en la casa del Padre, y que si amamos
al Señor, Él vendrá con el Padre y hará Su morada con nosotros (v. 23). Cuando
estudiemos Juan 14, veremos que esto se refiere a la edificación de la habitación eterna
de Dios, la cual tiene muchas moradas. Por lo tanto, todo el libro de Juan es un
evangelio acerca de vida y edificación. Si usted desea encontrar el significado de la
Biblia, no puede hacerlo sin consultar el Evangelio de Juan. La clave de toda la Biblia se
encuentra en este libro.
Ya vimos que Cristo es vida y la iglesia se relaciona con la edificación. Pero, ¿qué es la
vida? Es apropiado decir que la vida es Cristo y que Cristo es la vida. Sin embargo,
debemos darnos cuenta de que la vida es Cristo quien es impartido como Dios a nuestro
ser. Aunque muchos cristianos hablan acerca de Cristo como vida, pocos tienen esta
experiencia. La verdadera experiencia de Cristo como vida estriba en darse cuenta de
que Cristo es Dios mismo impartido en nosotros. Esto es la vida. Si usted no está
consciente de esto, la palabra vida será algo objetivo para usted. La vida es el Dios
Triuno impartido y forjado en nuestro ser.
Debemos leer la Biblia cuidadosamente. En Génesis 1 Dios estaba solo. Al final del libro
de Apocalipsis, Dios está en el centro de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, la cual es
Su agrandamiento. En el principio Dios no se había ampliado ni agrandado. No
obstante, a lo largo de las edades y generaciones Dios se ha forjado a Sí mismo en Su
pueblo escogido. Finalmente, todos llegaremos a ser Su edificio, el cual es Su propio
agrandamiento. Por lo tanto, este edificio será la expansión de Dios, la cual lo expresará
de forma corporativa. Esto es el edificio de Dios. La edificación no consiste simplemente
en que yo dependa de usted y viceversa, o que los hermanos dependan unos de otros.
Esto es sólo parte de lo que implica la edificación. La verdadera edificación es el
agrandamiento de Dios, la expansión del Dios Triuno, lo cual le permite expresarse de
forma corporativa. Esta es precisamente la revelación que presenta el Evangelio de
Juan. El Evangelio de Juan revela al Dios Triuno que está impartiéndose en Sus
creyentes y que ellos, como resultado de la transfusión e infusión que reciben de Él,
llegan a ser Su agrandamiento. Este agrandamiento del Dios Triuno es la expansión, el
edificio y la expresión de Dios. Esta es la revelación contenida en el Evangelio de Juan.
Por tanto, cuando hablamos de la obra edificadora de Dios, nos referimos a que el Dios
Triuno se forja como vida en nosotros continuamente, y que bajo esta transfusión e
infusión llegamos a ser Su única expresión. Esta expresión es Su agrandamiento y
expansión. Que este concepto quede inscrito en nuestros corazones.
A. Vida
La obra creadora de Dios se centró en la vida. Esto se revela en Génesis 1. Al leer los
mensajes del Estudio-vida de Génesis 1, verán que la obra creadora de Dios se centró en
la vida.
Después de que Dios creara al hombre, lo puso frente al árbol de la vida, lo cual indica
que Su deseo era que él lo recibiera como vida. Esto se revela en Génesis 2:8-9.
Los santos del Antiguo Testamento disfrutaron a Dios como Su vida. Incluso los
salmistas lo disfrutaron como vida. Salmos 36:8-9 dice: “Serán completamente saciados
de la grosura de tu casa, / Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. / Porque
contigo está el manantial de la vida; / En tu luz veremos la luz”.
En el Nuevo Testamento, Dios vino en la Persona del Hijo para ser la vida del hombre.
Esto se revela plenamente en el Evangelio de Juan, especialmente, como hemos visto, en
1:4 y también en 10:10, donde dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia”. Finalmente, Cristo es la vida de los creyentes neotestamentarios
(Col. 3:4). Todos tenemos a Cristo como nuestra vida.
B. Edificación
Ya vimos que el río que fluía del Edén, llevaba oro, perlas y ónice, los cuales son los
materiales para el edificio de Dios (Gn. 2:10-12).
Dios usó una costilla de Adán para edificarle una novia (v. 22); esto fue un tipo de la
edificación de la iglesia y finalmente de la Nueva Jerusalén.
Dios quería que el hombre fuese Su novia. Esta novia es simbolizada por una ciudad, ya
que en la Biblia una ciudad siempre se visualiza como una mujer. Por ende, una ciudad
es el símbolo de una esposa corporativa.
La edificación de la ciudad de Enoc
La ciudad de Enoc produjo una cultura que corrompió a toda la humanidad, lo que
ocasionó el juicio del diluvio. Pero antes de que ocurriese el diluvio, Dios le dijo a Noé
que edificara un arca (Gn. 6:11-21). Según 1 Pedro 3:20-21, el arca tipifica a Cristo. La
edificación del arca era lo contrario a la falsificación de Satanás, la ciudad de Enoc. Toda
la gente mundana de aquella época estaba incluida en esa ciudad, pero Noé se mantuvo
separado, construyendo un arca que traería la salvación por parte de Dios.
Después del diluvio, Noé construyó un altar y levantó una tienda (Gn. 8:20; 9:21). El
altar era el lugar para adorar a Dios, y la tienda era para su vivir. Noé edificó estas dos
cosas, las cuales eran en miniatura la tienda y el altar que después los hijos de Israel
edificarían para adorar a Dios.
La edificación de la torre
y la ciudad de Babel
Los descendientes de Noé edificaron la torre y la ciudad de Babel (Gn. 11:1-9). La torre
estaba en oposición al altar de Noé, y la ciudad en oposición a su tienda. Tanto la torre
como la ciudad constituyeron la segunda falsificación por parte de Satanás, quien se
oponía a la obra edificadora de Dios.
Mientras Abraham vivía en una tienda, su sobrino terminó en Sodoma, la cual era otro
edificio falso de Satanás (Gn. 13:12-13; 18:20; 19:1). Según la historia, Babel era una
ciudad idólatra, y Sodoma era una ciudad pecaminosa.
Teniendo de fondo a Babel y a Sodoma, Dios, conforme a Su elección, visitó a Jacob, “un
suplantador”. Jacob no sabía nada acerca de la elección de Dios; él sólo sabía como ser
astuto. Sin embargo, Dios era soberano, y lo obligó a dejar a sus padres. Mientras
vagaba, una noche se quedó dormido a la intemperie. Esa noche soñó que una escalera
estaba colocada en la tierra y llegaba hasta el cielo (Gn. 28:10-22), y los ángeles de Dios
subían y descendían por ella. Cuando Jacob se despertó dijo: “¡Cuán terrible es este
lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”. Como ya mencionamos, Bet-
el significa “casa de Dios”. Génesis 28:18-19 dice que Jacob “tomó la piedra que había
puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella. Y llamó el
nombre de aquel lugar Bet-el”. De acuerdo con las Escrituras, una piedra simboliza a
una persona transformada. Según la Biblia, el aceite simboliza al Espíritu Santo, la
tercera persona de la Deidad, quien alcanza a los seres humanos. Cada vez que el Dios
Triuno llega a un ser humano por medio del Espíritu Santo, dicha persona llega a ser
parte de Bet-el, la casa de Dios. Todos nosotros somos piedras que han sido ungidas con
aceite. Por lo tanto, somos Bet-el. Aunque no sé de donde Jacob obtuvo el aceite, él
ungió la piedra y la llamó Bet-el.
Después de “la noche” representada por las ciudades de almacenaje para Faraón, vino
“el día” con la edificación del tabernáculo (Ex. 25:1-9). En medio de todas las ciudades
por el lado negativo, tenemos la edificación del tabernáculo de Dios por el lado positivo.
Los descendientes de Jacob fueron rescatados de Egipto y llevados al monte Sinaí.
Después de ser liberados de la atadura de Faraón, se constituyeron en el pueblo libre de
Dios, y por la misericordia y la gracia de Dios fueron hechos un “reino de sacerdotes”
(19:6). Entonces Dios les encomendó que construyeran un tabernáculo que sería Su
morada en la tierra, y les mostró el modelo celestial que debían seguir para edificarlo
conforme a Su plan y diseño. Así lo hicieron y a partir de ese momento llegó a existir en
la tierra un edificio que en la realidad y en la práctica era el edificio de Dios, Su morada
en la tierra. Ese tabernáculo junto con el altar fue el agrandamiento de las tiendas y los
altares de Noé y Abraham. No sólo era la morada de Dios, sino también el lugar donde
los sacerdotes de Dios podían permanecer con Él. No sólo era un tipo completo de
Cristo, sino también una prefigura de la iglesia como el agrandamiento de Cristo. Todos
los utensilios dentro de éste eran tipos de los diferentes aspectos de Cristo, quien es el
contenido de la iglesia. Esto, en tipología, cumplió el plan de Dios, expresó el deseo de
Su corazón y lo satisfizo. Por lo tanto, después de que fue construido y erigido, la gloria
de Dios llenó el tabernáculo (40:17, 34).
Después de que se edificó el tabernáculo, éste se transportó por el desierto y fue llevado
a la tierra prometida, donde permaneció allí como la morada de Dios en la tierra hasta
que se construyó el templo (1 R. 6:1-10). El tabernáculo fue utilizado por alrededor de
quinientos años, desde 1,500 a. de C. hasta 1,000 a. de C. aproximadamente, y su relato
se encuentra desde Éxodo hasta 1 Reyes. El templo era más grande y más sólido que el
tabernáculo, pero su propósito y función eran los mismos. Tipificaba a Cristo y la iglesia
de manera completa. Con la construcción del templo, hasta cierto punto se cumplió el
sueño de Jacob. En la tierra existía una casa de Dios, una construcción más sólida,
hecha de piedra y con un fundamento sólido. Este duró por cuatrocientos años, desde
1,000 a. de C. hasta que fue destruido por los babilonios, aproximadamente en 600 a. de
C., y su relato se encuentra desde 1 Reyes hasta Esdras.
La edificación de Babilonia
La edificación de la iglesia
A fin de edificar la iglesia el Señor edificó las iglesias locales (Hch. 14:23; Tit. 1:5). En
realidad, la edificación de la iglesia es llevada a cabo por las iglesias locales. La
edificación de las iglesias locales es algo práctico. Aunque la iglesia en el ámbito
universal es única, las iglesias locales, como expresión de la iglesia universal, son
muchas. La edificación de la iglesia universal comenzó con la edificación de las iglesias
locales. Esto se ha llevado a cabo de esta manera y así continuará hasta que sea edificada
completamente.
La edificación
de la Babilonia religiosa y política
Por lo tanto, tenemos ante nuestros ojos un breve esquema de la Biblia en su totalidad,
que nos muestra las dos líneas: la vida y la edificación.
El ministerio de Juan es un ministerio que remienda. Pedro estaba pescando cuando fue
llamado por el Señor, pero cuando Juan fue llamado, él estaba remendando la red (Mt.
4:21). Pedro pescó mucho, es decir, atrajo multitudes. Sin embargo, Juan remendó la
red espiritual porque su ministerio era un ministerio que remienda por medio de la vida.
La vida es lo único que puede remendar y cubrir todos los agujeros de la red espiritual.
¡Cuán necesario es esto en la actualidad! Hay tantos agujeros en la red cristiana. ¿Quién
puede remendarlos? Sólo la vida. Es por esto que hemos sido inquietados muchas veces
con este asunto de la vida. Algunas personas se ríen de nosotros y dicen: “¿No saben
otra palabra que no sea vida?”. Sí, en cierto modo, sólo conocemos la vida. No
conocemos nada más, porque no necesitamos nada más. La vida es lo único que
necesitamos. Hermanos y hermanas, ustedes necesitan vida. Otras cosas rompen más la
red, pero la vida la remienda. Necesitamos el ministerio de Juan, que es el último y con
el cual concluye toda la Biblia. Este es un ministerio que remienda por medio de la vida.
Los escritos de Juan son las últimas palabras de la revelación divina presentada en las
Escrituras. La última palabra siempre es la decisiva. Se puede decir mucho, pero la
decisión se dice al final. El Evangelio de Juan es el último de los evangelios, sus epístolas
fueron de las últimas, y su revelación es el último libro, no sólo del Nuevo Testamento,
sino también de toda la Biblia. Por lo tanto, sus escritos constituyen la palabra final de la
revelación divina.
III. EL CONTENIDO DEL EVANGELIO DE JUAN
Hemos visto que la Biblia es un libro de vida y de edificación y que el Evangelio de Juan
también se centra en estos dos temas.
1. Vida
El Evangelio de Juan revela que en Cristo, el Verbo de Dios, está la vida (1:4), que Él
vino para que el hombre tuviera vida (10:10b), y que Él mismo es la vida (11:25; 14:6).
Además, este Evangelio nos muestra que Cristo es el pan de vida (6:35); que Él tiene el
agua de vida (4:14); que Él da vida al hombre (5:21); y que Él incluso vive en el hombre
como vida (14:19).
2. Edificación
El Evangelio de Juan revela la edificación. En 1:14 vemos que Cristo en la carne era el
tabernáculo, el cual servía como la habitación de Dios entre los hombres en la tierra. “Y
el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. También, el cuerpo de Cristo
era el templo antes de Su muerte y después de Su resurrección (2:19-22). Antes de Su
muerte Su cuerpo en la carne era el templo, y después de Su resurrección Su cuerpo
resucitado siguió siendo el templo de Dios. Esto es la edificación. Además, este
Evangelio revela que los creyentes serán edificados como la morada del Dios Triuno
(14:2, 23), lo cual se expone adecuada y plenamente en Juan 14. Conforme a dicho
capítulo, todos los creyentes serán edificados juntamente como la habitación eterna de
Dios, la cual tiene muchas moradas. Así que, como se indica en la última oración del
Señor, hallada en Juan 17, todos Sus creyentes deben ser edificados y hechos uno (vs. 11,
21-23).
B. Dos secciones
La primera sección del Evangelio de Juan, compuesta de los primeros trece capítulos,
trata de la venida del Señor Jesús, en la cual introduce a Dios en el hombre y lo da a
conocer. Esta sección nos dice que el Señor era el Verbo de Dios, Dios mismo, quien
vino por medio de Su encarnación para introducir a Dios en el hombre y para darle a
conocer. Antes de Su encarnación, Él estaba separado del hombre, Dios era Dios, y el
hombre era hombre. Sin embargo, por medio de Su encarnación, Él introdujo a Dios en
el hombre. Dios se hizo uno con un hombre llamado Jesús, un hombre que era tanto
Dios como hombre. Aunque nadie jamás ha visto a Dios, por medio de la encarnación el
unigénito Hijo de Dios le ha dado a conocer en vida, en luz, en gracia y en realidad.
Veremos más al respecto en los mensajes siguientes. Por ahora es suficiente recordar
que en la primera sección del Evangelio de Juan vemos cómo Dios fue introducido en el
hombre y cómo Él se dio a conocer al hombre.
2. La segunda sección:
el Señor parte en la muerte
y regresa en la resurrección
La segunda sección, compuesta de los últimos ocho capítulos, abarca el hecho de que el
Señor parte en la muerte y regresa en la resurrección a fin de introducir al hombre en
Dios y de permanecer en el hombre y con el hombre, con miras a cumplir la obra
edificadora de Dios. En la primera sección Él introdujo a Dios en el hombre; en la
segunda, Él pasó por la muerte y la resurrección para introducir al hombre en Dios. De
esta manera, Él puede entrar en el hombre y permanecer en él y con él a fin de cumplir
la obra edificadora de Dios.
Aunque el vocabulario del Evangelio de Juan es sencillo y breve, este libro es profundo.
El vocabulario es tan elemental que incluso un niño de primer grado podría leerlo en
gran parte. “En el principio era el Verbo”; “Yo soy la luz”; “Yo soy la vida”. Estas
declaraciones son sencillas, pero su significado es profundo. ¿Qué significa la expresión
el Verbo? Trate de definirla usted. ¿Qué significa la frase en Él estaba la vida? ¿Quién
puede definir lo qué es la vida? Es insondable y está muy lejos de nuestro
entendimiento. Por esto, este evangelio, en su estilo breve y sencillo, usa muchas
alegorías y figuras retóricas. En Juan 1 tenemos el Verbo. Sabemos que este Verbo era
Cristo. Sin embargo, no debemos pensar que Cristo era una palabra con cinco letras; el
Verbo en este versículo es una alegoría, una figura retórica, la cual describe lo que Cristo
significa para Dios. En 1:14 tenemos el tabernáculo, que también es Cristo. Además, en
1:29 a Cristo se le llama “el Cordero de Dios”, aunque en realidad no era un cordero con
cuatro patas. Hemos visto que Cristo le cambió el nombre a Pedro, llamándolo piedra
(1:42), pero esta “piedra” tiene un significado espiritual. Por lo tanto, no debemos
intentar entender el Evangelio de Juan solamente conforme a las letras impresas;
necesitamos entender las alegorías de manera adecuada según la revelación de toda la
Biblia.
Casi todos los capítulos del Evangelio de Juan contienen algunas figuras. En el capítulo 1
tenemos el Verbo, la luz, el tabernáculo, el cordero, la piedra y la escalera celestial; en el
capítulo 2, las tinajas de piedra para agua, el vino, el templo y la casa del Padre; en el
capítulo 3, la serpiente en el asta; en el capítulo 4, el pozo de Jacob y el agua viva; en el
capítulo 6, el pan viviente; en el capítulo 7, los ríos de agua viva; en el capítulo 9, la
saliva y el lodo; en el capítulo 10, la puerta, el redil, el rebaño, el pasto y el pastor; en el
capítulo 12, el grano de trigo; en el capítulo 13, el lavamiento de los pies; en el capítulo
15, la vid y los pámpanos; en el capítulo 16, la mujer y el hijo; en el capítulo 19, el hueso,
la sangre y el agua; en el capítulo 20, el aliento; y en el capítulo 21, las ovejas y los
corderos. No podemos entender adecuadamente este Evangelio sin entender todas sus
figuras retóricas.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DOS
(1)
A. En el principio: el Verbo
El vocabulario del Evangelio de Juan es sencillo y breve, pero este libro es en realidad el
más profundo de toda la Biblia. Consideremos, por ejemplo, la primera cláusula del
libro: “En el principio era el Verbo”. Aunque aquí el vocabulario parece muy sencillo, la
profundidad de su significado no puede penetrarse. ¿Qué es el principio? ¿Entiende
usted qué es el principio? ¿Cuándo fue el principio? Es muy difícil contestar. Además,
¿qué es el Verbo? Si uno dijera que el Verbo es Cristo, yo le preguntaría: ¿por qué a
Cristo se le llama el Verbo en este versículo? ¿Por qué no es llamado de otra forma? El
hecho de que aquí se usa la expresión, “el Verbo”, es muy significativo. Aunque esta
cláusula es extremadamente profunda, vamos a intentar entenderla.
1. El principio: la eternidad pasada
La Biblia comienza con las palabras: “En el principio”. Sin embargo, lo que dice Génesis
1:1 difiere a lo dicho en Juan 1:1. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y
la tierra”. Aunque los dos libros, Génesis y Juan, comienzan con la misma frase, el
significado de cada una es completamente diferente. La frase, “en el principio”, hallada
en Génesis, denota el principio del tiempo, pues se refiere a la obra creadora de Dios.
Por lo tanto, Génesis 1:1 se refiere al principio del tiempo, cuando Dios creó todas las
cosas. El significado de la frase hallada en Juan 1:1 es distinto, pues se refiere a la
eternidad pasada, la cual no tiene principio. El principio mencionado en Génesis 1
comienza desde la creación, mientras que el principio de Juan 1 es antes de la creación.
En otras palabras, el principio de Génesis 1 es el principio del tiempo, y el principio
mencionado en Juan es el principio antes de que el tiempo existiera; se refiere a la
eternidad pasada, la cual no tiene principio.
El agujero más grande de la red de la iglesia fue causado por algunos llamados cristianos
que, en sus conceptos filosóficos, no reconocieron que Cristo era Dios encarnado quien
se había hecho hombre. Pretendían ser cristianos, pero no creían que Cristo, el Hijo de
Dios, había venido en carne. Juan llamó a estas personas anticristos (1 Jn. 2:18, 22). Así
que, 1 Juan 4:1-3 dice que podemos probar la autenticidad de un espíritu al preguntarle
si reconoce o no que Cristo ha venido en carne, porque “todo espíritu que no confiesa
que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios”. Además, Juan, en su segunda epístola
advirtió a los creyentes acerca del anticristo, el cual es una persona que pretende ser
cristiano, pero no confiesa que Jesucristo ha venido en carne (v. 7). Los que predicaron
acerca del cristianismo sin creer que Cristo era Dios encarnado como hombre, hicieron
un gran agujero en la red. Por lo cual Dios, en Su soberanía, preparó un ministerio
remendador, el cual cerraría todos los agujeros que habían sido hechos. El ministerio de
Juan cumplió esta tarea, dando testimonio de que Cristo, el mismo Dios encarnado, vino
en carne (Jn. 1:1, 14).
Conforme al mismo principio, hoy en día nos enfrentamos a la misma situación a la que
se enfrentaba Juan en el primer siglo. La red espiritual está rota y llena de grandes
agujeros causados por muchas doctrinas, enseñanzas, conceptos e ideas. Debemos
regresar al principio. ¿Cuál fue el principio? En el principio había una sola cosa: la vida.
“En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios ... en Él estaba la vida”. El Evangelio
de Juan no dice: “En Él existían muchas doctrinas”. La manera de remendar los
agujeros en la red espiritual es la vida. No debemos discutir acerca de la doctrina, sino
disfrutar la vida. Si alguien se me acerca con el propósito de discutir acerca de doctrinas,
yo diría: “¡Oh Señor Jesús! Cristo es tan amoroso, dulce y querido. Vamos a invocarle.
Querido hermano, disfrutemos al Señor. Si tenemos al Señor Jesús como nuestro
disfrute, todo es maravilloso. Olvidémonos de la doctrina y disfrutémoslo a Él”. El
ministerio que remienda se lleva a cabo por la vida, porque la vida nos lleva al principio.
En el principio no había nada mas que la vida.
Juan 1:1 dice que el Verbo estaba con Dios, y el versículo 2 dice: “Él estaba en el
principio con Dios”. El Verbo siempre estaba con Dios y siempre tenía a Dios en Él;
nunca existía aparte de Dios. Cuando muchos de los jóvenes están lejos del hogar,
reciben cartas cariñosas de sus padres, las cuales expresan una palabra de su madre o de
su padre. Suponga que usted recibe una carta de su padre. Dicha carta es la palabra de
su padre que viene a usted. Sin embargo, cuando ésta llega, su padre no llega junto con
la palabra. Aunque la carta contiene la palabra de su padre, no transporta a su padre, ya
que usted y su padre están en realidad muy lejos el uno del otro. Esto significa que la
palabra de su padre está separada de su persona. Pero es diferente con Cristo, el Verbo
de Dios. Nunca debemos pensar que este Verbo estaba separado de Dios. No. Este Verbo
estaba con Dios y siempre estará con Él. Cuando el Verbo viene, Dios viene. Cuando el
Verbo está presente, Dios está presente. El Verbo está con Dios. Así que, hay otra
cláusula en 1:1, la cual nos dice que el Verbo estaba con Dios.
La última parte de 1:1 dice: “el Verbo era Dios”. Nunca debemos tratar de entender la
Biblia solamente según las letras impresas. Este versículo dice que, Cristo, como Verbo,
estaba con Dios y también era Dios. Cristo y Dios, ¿son uno o dos? Si Él y Dios son uno,
¿por qué la Biblia dice que Él estaba con Dios? ¿Cómo pueden reconciliarse estas dos
declaraciones? No se puede. En este versículo encontramos la clave para entender todo
el Evangelio de Juan. En los mensajes siguientes veremos muchos puntos semejantes a
éste. Por ejemplo, el Señor le dijo a Nicodemo: “Nadie subió al cielo, sino el que
descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. ¿Dónde está? ¿En el cielo o
en la tierra? Debemos simplemente decir: “¡Aleluya, Él está aquí y allí!”. Él puede estar
aquí y allí porque es omnipresente. Aunque no lo podemos entender, de todos modos
tenemos una palabra clara al respecto. Debemos simplemente aceptarla. “En el principio
era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”. Aunque no podemos
reconciliar todas las cláusulas de este versículo, debemos simplemente aceptarlo como
palabra de Dios.
Los escritos de Juan eran breves, pero él era muy cuidadoso. Estaba consciente de que
algunos tal vez discutirían con él, diciendo: “Él estaba con Dios y era Dios, pero
probablemente no estaba con Dios desde el principio. En el principio Él era el Verbo,
pero no estaba con Dios. Después el Verbo llegó a estar con Dios y finalmente llegó a ser
Dios”. Si uno lee la historia de la iglesia, descubrirá que aun en el primer siglo existía
una escuela de opinión, la cual afirmaba que Cristo no era Dios y que sólo en cierto
momento se hizo Dios. Por esto, Juan añadió el versículo 2, no como una simple
repetición de esa porción del versículo 1, sino como una confirmación. “Él estaba en el
principio con Dios”. Desde el principio Cristo estaba con Dios y era Dios. En el principio,
es decir, en la eternidad pasada, el Verbo estaba con Dios. No es como algunos suponen,
que en la eternidad pasada Cristo no estaba con Dios ni era Dios, sino que en cierto
momento se hizo Dios y estaba con Dios. La deidad de Cristo es eterna y absoluta. Desde
la eternidad pasada hasta la eternidad futura, Él ha estado con Dios y es Dios. Por esto,
en este Evangelio, no se encuentra una genealogía de Él como la presentan Mateo 1 y
Lucas 3. En este Evangelio Él está “sin padre, sin madre, sin genealogía ... ni tiene
principio de días, ni fin de vida” (He. 7:3). Todos debemos ver claramente que desde el
principio nuestro Cristo estaba con Dios y era Dios. Él era el Verbo con Dios desde el
principio.
La creación llegó a existir por medio del Verbo. Me gusta la manera en que la Versión
Recobro traduce el versículo 3: “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin
Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia”. ¿Qué quiere decir que todas las
cosas por medio de Él llegaron a existir y que sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la
existencia? Simplemente significa que fuera de Él no existe nada. Un día, por medio del
Verbo, miríadas de cosas llegaron a existir. Podemos decir que, en cierto sentido, Dios
no hizo nada, porque no era necesario. Él simplemente dijo: “Sea” y todo obtuvo su ser.
Según nuestro concepto humano, la creación requeriría cierta cantidad de labor. Sin
embargo, en Su obra creadora Dios no laboró, sino sólo habló. Cuando Dios dijo: “Sea la
luz”, la luz llegó a existir. Cuando dijo: “Haya expansión”, la expansión llegó a la
existencia. Cuando dijo: “Descúbrase lo seco”, la tierra seca apareció. A un ateo esto le
parecería insensato. Pero nosotros creemos en Dios. No sólo creemos en Dios, sino
también en el Cristo todo-inclusivo. Por medio de Él como el Verbo, todas las cosas
llegaron a existir.
Esto debe fortalecer y confirmar nuestra fe. Cuando tomamos la Palabra, algo que no
existía antes llegará a la existencia. Esto es maravilloso. No debemos decir que somos
débiles, pues cuanto más lo declaramos, más débiles nos volvemos. Sin embargo, si al
tomar la Palabra, decimos: “Soy fuerte”, somos fortalecidos. No debemos decir: “No
tengo poder”. Cuanto más lo decimos, menos poder tendremos. No obstante, si decimos:
“¡Alabado sea el Señor! Tengo poder por medio de la Palabra”, tendremos el poder, el
cual hace que las cosas que no existen, lleguen a existir por medio del Verbo. Si uno
sufre cierta enfermedad, no debe pensar mucho en ella, sino decir: “Por medio del Verbo
soy una persona saludable”. Al decir esto, la salud, que no existía en esa persona, llegará
a existir. A menudo las hermanas vienen a mí y dicen: “Hermano, como hermanas, no
somos sabias. Venimos a usted porque tiene sabiduría”. Hermanas, cuanto más digan
que no tienen sabiduría, menos sabiduría tendrán. Además, es mentira decir que no
tenemos sabiduría. ¿Acaso no tenemos al Verbo? Siempre y cuando tengamos al Verbo,
debemos declarar: “Tengo sabiduría por medio del Verbo”. Si hacemos esto, tendremos
sabiduría. No tenemos nada por nosotros mismos, pero tenemos todo por medio del
Verbo.
¿Qué es la creación? La creación consiste en llamar las cosas que no son, como
existentes por medio del Verbo. El Verbo es el medio y la esfera. Si tenemos al Verbo,
tenemos el medio y la esfera. Por lo tanto, podemos decir: “Puesto que tengo al Verbo
como el medio y la esfera, las cosas que no son pueden llegar a existir”. Aprendamos a
afirmar: “Lo que no es, existe por medio del Verbo”. Fuera del Verbo yo no existo. Estoy
en el Verbo y con el Verbo. Así, pues, mediante el Verbo las cosas que no son llegan a
existir.
Ahora llegamos al punto más importante: la vida está en el Verbo. “En Él estaba la vida”
(1:4). El pronombre Él del versículo 4 denota el Verbo, quien era Dios y por medio del
cual todas las cosas llegaron a existir. En Él estaba la vida. ¿Por qué Él creó todas las
cosas antes de venir para ser vida? Porque se necesitaba un recipiente, un envase, que lo
recibiera como vida. Supongamos que Él viniera para ser vida sin haber creado algo.
¿Para quien sería la vida? No habría nada que lo recibiera como vida. Por lo tanto, antes
de que Él viniera como vida, creó los cielos, la tierra y al hombre, y le dio a éste un
espíritu para que le recibiera. Zacarías 12:1 dice que el Señor “extiende los cielos y funda
la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él”. Así que, los cielos fueron creados
para la tierra, la tierra para el hombre y el hombre fue hecho con un espíritu para recibir
a Dios. Ahora el Verbo puede venir como vida para ser recibido por el hombre creado
por Él. La creación le proporcionó el envase que recibiría la vida.
Ya vimos que la vida está en el Verbo. La vida sólo puede hallarse en la expresión de
Dios. El Verbo, el cual es la expresión y la explicación de Dios, contiene a Dios como
nuestra vida. Cuando recibimos al Verbo, recibimos la vida que está en Él. Tanto el
Verbo como la vida son Dios. El Verbo es la expresión de Dios, y la vida es el contenido
de Dios. Cuando escuchamos al Verbo, nos damos cuenta de que Dios es expresado y
explicado; cuando recibimos al Verbo, recibimos la vida, el contenido mismo de Dios
como vida, y así nacemos de Dios y llegamos a ser Sus hijos. La vida que está en el Verbo
es el contenido de Dios.
El hombre fue creado como vaso que contendría a Dios, quien es la vida. Sin embargo,
en su creación él era un vaso vacío; no contenía la verdadera vida. La vida creada del
hombre no es genuina; la vida verdadera es la vida divina, la cual está en Cristo. ¿Qué
clase de vida tenía usted antes de recibir a Cristo? Era, a lo más, una vida temporal; no
era permanente, o sea, no duraba para siempre. Pese a que era una vida momentánea,
no era constante. Antes de que recibiésemos a Cristo, no teníamos la certeza de cuánto
tiempo duraría nuestra vida momentánea. Así que, en cierto sentido, antes de que
fuésemos salvos, no teníamos vida. La vida que está en Cristo es eterna, constante y
permanente. Todos los hombres necesitan esta vida, la vida divina e increada que está
en Cristo. Esta vida es para el hombre, y el hombre es el recipiente de esta vida.
Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Es
absolutamente cierto que la vida es la luz de los hombres. Cuando invocamos el nombre
del Señor Jesús, y lo recibimos en nuestro interior, la vida divina entró en nuestro ser.
Inmediatamente, sentimos que algo resplandecía en nuestro interior, pero tal vez, en
aquel momento, no sabíamos cómo expresarlo ni describirlo. Ese era el resplandor de la
vida. Debido a que la vida resplandece, ésta es la luz de los hombres. Este resplandor es
la evidencia más clara de que hemos nacido de Dios.
Cuando escuchamos la Palabra y recibimos la vida, ésta llega a ser la luz que resplandece
en nuestro interior para alumbrarnos. Cuando Dios, como la vida divina, resplandece en
nosotros como la luz de la vida, estamos bajo Su iluminación. Al nacer de Dios por haber
recibido Su Palabra, lo recibimos a Él como vida, y ésta llega a ser la luz que resplandece
en nosotros todo el tiempo. El Señor es la Palabra de Dios, Su expresión, por la cual
nosotros conocemos a Dios. Cuando le recibimos como la expresión de Dios, Él llega a
ser nuestra vida, y ésta llega a ser la luz que resplandece en nosotros.
El versículo 5 dice: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron
contra ella”. Las tinieblas nunca pueden vencer o apagar la luz, porque la luz disipa las
tinieblas. Cuando la luz de la vida resplandece en nosotros, las tinieblas no pueden
vencerla. Además, esta luz es la verdadera luz que ilumina a todo hombre. La palabra
ilumina en el griego es la misma palabra que se usa en Efesios 1:18; 3:9 y Hebreos 6:4;
10:32, y se utiliza de la misma manera. Esto se refiere a la iluminación interior que trae
vida a los que reciben la Palabra. Para la primera creación, era la luz física (Gn. 1:3-5,
14-18). Para la nueva creación, es la luz de la vida.
La vida también se convierte en la autoridad por la cual los creyentes llegan a ser hijos
de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13). El nacimiento
descrito en estos versículos no se refiere a cuando nacimos de nuestros padres, sino al
segundo nacimiento, el cual sucedió cuando creímos en el nombre del Señor Jesús.
Creer en el Señor equivale a recibirle. Cuando hablo de recibir al Señor Jesús, tal vez
usted diga que nunca lo ha hecho. Sin embargo, quiero hacerle esta pregunta: ¿Acaso no
ha creído en el Señor Jesús? Cuando usted oyó Su nombre, ¿no creyó en él? Si una
persona verdaderamente cree en ese precioso nombre, estoy seguro que, de una forma u
otra, dirá: “Señor Jesús”. Si usted clama ese nombre desde lo más recóndito de su ser,
esto equivale a creer en Él. Si cree en Él al invocar Su nombre, esto comprueba que lo ha
recibido. Y puesto que lo ha recibido, tiene la autoridad para llegar a ser un hijo de Dios.
¿Qué es esta autoridad? Es Cristo mismo como su vida. Cristo como vida es
simplemente el Espíritu de filiación, y este Espíritu lo hace un hijo de Dios. Usted puede
saber que es hijo de Dios por dos cosas: porque ha creído en Él y ha invocado Su
nombre, y porque, a veces, espontánea y dulcemente clama: “Abba, Padre”. Si usted
puede llamar a Dios “Abba, Padre” de manera dulce, usted es Su hijo.
¿Por qué Dios ha producido a tantos hijos? No es principalmente porque nos ame o
porque tenga compasión de nosotros. Es verdad que sí nos ama, pero la razón por la que
engendró a tantos hijos fue con el fin de multiplicarse. Dios se deleita en multiplicarse.
Todos los padres tienen cierta multiplicación. Antes de que Dios nos produjera, Él era
simplemente Dios. Podía mirarse y decir: “Aquí estoy solo. Soy todopoderoso,
omnisciente y omnipresente. Lo soy todo, pero estoy solo”. Ahora, después de producir a
tantos hijos, Dios puede decir: “¡He aquí, Mi multiplicación!”. Durante todos los siglos y
todas las generaciones Dios se ha estado multiplicando a Sí mismo.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TRES
(2)
En el mensaje anterior vimos que Cristo, el Verbo, vino como vida y luz con el fin de
producir muchos hijos para Dios, que fuesen Su agrandamiento y Su expresión
corporativa. Esto se revela en Juan 1:1-13. Este asunto debe quedar grabado en nuestros
corazones.
Aunque por medio de Su encarnación Él se hizo tangible, necesitábamos algo más antes
de poder disfrutarlo. Por lo tanto, 1:14 dice que Él estaba “lleno de gracia y de realidad”.
No dice que Él estaba lleno de doctrinas y de dones. Cuando Él se hizo visible y tangible,
estaba lleno de gracia y de realidad. Mientras Cristo estaba físicamente con los
discípulos, ellos no sólo lo vieron, sino que también lo disfrutaron. Si pudiéramos
preguntarle a Pedro o a María por qué amaban al Señor y por qué les gustaba tanto estar
con Él, es posible que dijeran: “No podemos expresarlo con palabras. Cuando estamos
con Él, tenemos un cierto disfrute. Sólo podemos testificar que Su presencia es muy
agradable, es un gozo y una realidad. No sabemos cómo explicarlo, ni definirlo, pero
estamos seguros de que lo disfrutamos”. ¿Qué era lo que ellos disfrutaban? Disfrutaban
al Verbo encarnado, lleno de gracia y de realidad.
A. Se hizo carne
Acabamos de plantear que el Verbo se hizo carne para que lo disfrutáramos. Ahora
debemos ver que Él se encarnó a fin de dar a conocer a Dios (v. 18). Dios “fue
manifestado en la carne” (1 Ti. 3:16). ¿Cómo Él dio a conocer a Dios? Lo dio a conocer
en la carne al presentarse a nosotros para que lo disfrutemos. Él nunca les dijo a los
primeros discípulos: “Hijitos, quiero que sepáis que soy el Hijo de Dios y que he venido
a vosotros en la carne para manifestarles Dios. Vosotros necesitáis conocer a Dios.
Miradme, para que os deis cuenta de quien soy. Si me conocéis a Mí, conoceréis a Dios
el Padre”. Si Él hubiese dado a conocer a Dios de esta manera, los discípulos se hubiesen
apartado de Él. Tal vez Pedro habría dicho: “Voy a volver a pescar en Galilea”. Y Marta
habría dicho: “Señor, yo regreso a mi casa para seguir haciendo mis cosas”. No, Cristo
no vino en la carne con el fin de dar a conocer a Dios por medio de enseñanzas, sino que
vino lleno de gracia y de realidad. Él no dijo: “Hijitos, debéis buscar a Dios en Mí.
Reconoced que vine para dar a conocer a Dios”. Él manifestaba a Dios como un disfrute,
al presentarse a Sí mismo como gracia y realidad. Por lo tanto, es posible que Pedro
dijera: “Jamás volveré a pescar. Estaré junto a este hombre para siempre. Aunque no sé
con seguridad si es el Hijo de Dios, el Padre, el Verbo o el Creador, estoy seguro que Su
presencia es muy agradable”. Esta fue la manera en que Jesús, el Hijo de Dios en la
carne, dio a conocer a Dios. Él no lo hacía por medio de enseñanzas, sino
proporcionando un disfrute. Con sólo mirar a las personas, Él las cautivaba. ¡Cuán
disfrutable y agradable era Su presencia! Muchos de los primeros discípulos fueron
cautivados por Él. Nadie podía rechazar Su agradable presencia. De esta manera Él dio a
conocer a Dios.
El Verbo se encarnó con el fin de dar a conocer a Dios, haciéndose carne para nuestro
disfrute. El Hijo de Dios lo manifiesta ante los hombres por medio del disfrute. Esto es
maravilloso.
Cuando el Verbo se hizo carne, Él estaba “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3).
En la Biblia, la palabra carne no es un término positivo, ya que denota algo caído y
pecaminoso. Romanos 7:18 dice que en la carne no mora el bien. Cuándo la Palabra dice
que Cristo se hizo carne, ¿estará diciendo que Él se hizo algo pecaminoso?
Absolutamente no. Él se hizo carne “en semejanza de carne de pecado”. Este hecho fue
tipificado por la serpiente de bronce en el asta que Moisés levantó en el desierto (Nm.
21:4-9). Aunque la serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente, no tenía la
naturaleza venenosa de la misma. Su naturaleza era pura, limpia y buena. Tenía esta
forma a fin de ser un substituto. Veremos más acerca de esto cuando lleguemos a Juan
3:14. Por ahora es suficiente que veamos que cuando Cristo se hizo carne, Él no tenía la
naturaleza pecaminosa de la carne, sino sólo la semejanza. Debido a que se encarnó de
esta manera, el hombre podía tocarlo, participar de Él y disfrutar de la plenitud de Dios
que estaba en Él. Ya que 2 Corintios 5:21 dice que Dios lo hizo pecado, parecería que en
Su carne Él tenía pecado. Pero en realidad, Él no tenía la naturaleza pecaminosa, sino
sólo la forma, la semejanza de la carne de pecado.
En 2 Corintios 5:21 también dice que Él “no conoció pecado”. No podemos explicar esto
con palabras. ¿Cómo podemos decir que el Señor Jesús no conoció pecado, si Él conoce
todas las cosas? Ya que Él conoce todas las cosas, conoció el pecado perfectamente. No
obstante, 2 Corintios 5:21 dice lo contrario. ¿Qué quiere decir esto? Conforme a mi
entendimiento, quiere decir que Jesús no tuvo pecado y que no estaba en nada
involucrado con el pecado. En Su naturaleza y sustancia no existía el pecado. Aunque Él
fue hecho pecado, en Él no estaba la naturaleza del pecado. Todo lo que podemos decir
es que Él tenía la forma, la semejanza, de la carne de pecado.
C. Con gracia
Juan nos dice que cuando Cristo, el Verbo, se encarnó y fijó tabernáculo entre nosotros,
estaba lleno de gracia. En Cristo había algo que la Biblia llama gracia. ¿Qué es la gracia?
Esto es difícil de definir. Podemos decir que la gracia es Dios en Cristo con toda Su
plenitud para que le disfrutemos. Esto incluye el descanso, el consuelo, el poder, la
fuerza, la luz, la vida, la justicia, la santidad, y todos los otros atributos divinos. Esto es
la gracia para que la disfrutemos. Simplemente disfrutamos a Dios en Cristo como todo.
Cada vez que estamos en la presencia de Dios, disfrutamos la plenitud de todo lo que Él
es. Así, pues, el versículo 16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre
gracia”. La plenitud de la Deidad, es decir, todo lo que Dios es, mora en Cristo
corporalmente para que lo disfrutemos.
Ya vimos que la gracia no es nada menos que Dios en el Hijo para nuestro disfrute.
Cuando comparamos Gálatas 2:20 con 1 Corintios 15:10, vemos claramente a Cristo
como la gracia; por ejemplo: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” y “pero no yo, sino la
gracia de Dios conmigo”. La gracia no consiste en dones materiales, ni siquiera en dones
espirituales, sino en Dios mismo en Cristo como nuestro disfrute. El apóstol Pablo dijo
que todo lo que no es Cristo es basura (Fil. 3:8). Para el apóstol, fuera de Cristo y de
Dios, hasta las mejores cosas no eran nada más que basura. Aquí esta palabra en griego
significa comida para los perros, las sobras, o basura que se tiraba a los perros en la
antigüedad. Si alguien busca algo que no sea Dios en Cristo, en realidad está buscando
basura. Todo lo que no es Dios en Cristo es basura. Sin embargo, Dios en Cristo es
nuestra gracia, la cual vino mediante la encarnación de Dios. La gracia simplemente es
el Dios que disfrutamos en Cristo como nuestro único y pleno disfrute.
Disfrutar a Dios y participar de Él, es la gracia. Repito, la gracia es Dios en el Hijo como
nuestro disfrute. La gracia es Dios, no en doctrina, sino en la experiencia. Cuando
experimentamos a Dios como nuestra fuerza, vida, descanso, poder, justicia y santidad,
esto es la gracia. Cristo nos da a conocer a Dios el Padre en forma de disfrute, es decir,
diariamente Él nos provee una porción del disfrute de Dios.
Cuanto más disfrutamos de Dios, más le conocemos. Por ejemplo, la única forma de
conocer un alimento es comerlo. Aunque usted me diga que algo es delicioso, si no lo
pruebo esto no me consta. Pero, cuando como esa comida, ella se me ha dado a conocer
por medio de mi disfrute de ella. Ahora la conozco, pero no se lo puedo explicar. Si usted
desea conocerlo, también tiene que comerla. Así pues, Dios se nos da a conocer cuando
lo probamos. Debemos probar a Dios. Debemos disfrutarle como nuestra gracia, ya que
esta es la manera en que Cristo da a conocer a Dios. Este asunto va más allá de nuestra
capacidad de expresarlo. El disfrute es real, pero es difícil explicárselo a otras personas.
Supongamos que usted prueba un pastel y me dice: “Está delicioso”. Si le pidiera más
detalles, usted me diría: “No se lo puedo decir. Usted tiene que probarlo”. Debemos
probar a Dios. Cristo vino con la plenitud de la gracia de Dios. Debemos disfrutar de Su
presencia y permanecer en Él. Entonces participaremos de lo que Dios es. De este modo
Dios nos es dado a conocer, y lo experimentamos.
D. Con la realidad
Cada vez que disfrutamos a Dios, no sólo recibimos la gracia, sino también la realidad.
Cuando disfrutamos a Dios, recibimos la gracia, y a raíz de esto, Dios es hecho real para
nosotros. El último punto que se relaciona con la encarnación de Dios es la realidad. La
palabra verdad que se menciona en el Evangelio de Juan significa realidad, y se refiere a
que nos demos cuenta de quién es Dios y la realidad de Dios. Pablo dijo en el Nuevo
Testamento que todo era basura (Fil. 3:8), y Salomón declaró que todo era vanidad (Ec.
1:2), carente de realidad. Nada de lo existente es realidad; todo es vanidad. Para el
apóstol todas las cosas eran basura, y para el rey Salomón todo era vanidad. Sólo Dios es
realidad. Si tenemos a Dios, tenemos la realidad. Cuanto más experimentamos a Dios,
más disfrutamos de la gracia y más aprehendemos la realidad.
La gracia es Dios disfrutado por nosotros en el Hijo; la realidad es Dios hecho real para
nosotros en el Hijo. La gracia es el disfrute, y la realidad es la aprehensión. Usted puede
declarar que Dios es luz, simplemente en doctrina sin tener la realidad. Sin embargo,
cuando usted participa de Dios, y lo experimenta como luz, entonces usted conoce a
Dios como luz. De igual modo, si decimos que Dios es vida, estas pueden ser sólo
palabras. Pero, si disfrutamos a Cristo como nuestra porción, nos daremos cuenta de
que Dios es nuestra vida. Por lo tanto, la gracia es Dios disfrutado por nosotros, y la
realidad es Dios hecho real para nosotros en ese disfrute.
La gracia y la realidad vinieron con Jesús. El versículo 17 dice: “Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley
hace exigencias al hombre conforme a lo que Dios es, pero la gracia le suministra al
hombre lo que Dios es para satisfacer lo que Él exige. A lo más la ley era solamente un
testimonio de lo que Dios es (Éx. 25:21), pero la realidad es la aprehensión de lo que Él
es. Por medio de la ley nadie puede participar de Dios, pero la gracia es el disfrute de
Dios para el hombre, y la realidad es Dios hecho real para el hombre. Por ende, la gracia
es Dios disfrutado por el hombre, y la realidad es Dios hecho real para el hombre. Ya que
la gracia y la realidad vinieron con Jesús, cuando Él está con nosotros, tenemos gracia y
realidad. Aunque carecemos de las palabras para describir esto, lo sabemos, hasta cierto
punto, por medio de nuestra experiencia. Hemos disfrutado a Dios en Cristo como la
gracia muchas veces, y lo hemos recibido como la verdadera vida, luz, descanso,
paciencia, humildad y muchas otras cosas. Esto es Dios hecho real para nosotros.
La gracia y la realidad no tienen límite. Siempre hay plenitud. Cualquier cosa que
disfrutemos fuera de Dios en Cristo tiene un límite; sin embargo, cuando disfrutamos a
Dios en Cristo como la gracia y la realidad, nos damos cuenta de que no existen límites,
sólo hay plenitud. Esta plenitud es ilimitada. Cuanto más disfrutamos de esta plenitud,
más nos damos cuenta de cuán ilimitada es. La gracia nunca se mermará por nuestro
disfrute y la realidad nunca se agotará por nuestra experiencia. Cuanto más la
experimentamos, más hay; ésta aumenta de acuerdo a nuestra capacidad de poder
experimentarla. Nuestra capacidad determina nuestra medida de la plenitud de la
Deidad. ¿Cuán grande es Dios para usted? Si su capacidad es de ocho onzas, la plenitud
de Dios para usted será de ocho onzas. Si su capacidad aumenta a ochocientos galones,
la plenitud de Dios lo llenará hasta rebosar. Si su capacidad es como el Océano Pacífico,
usted conocerá la plenitud de Dios hasta ese grado. Sin embargo, aún la cantidad del
Pacífico no es suficiente, necesitaríamos la capacidad de un océano eterno. Pero, incluso
si nuestra capacidad aumentara hasta ese grado, Dios lo llenaría hasta rebosar. Por lo
tanto, el disfrute de Dios en Cristo es ilimitado. Nuestro disfrute de Su plenitud depende
de nuestra capacidad.
Dios es dado a conocer en el Hijo unigénito de Dios, quien estaba en el seno del Padre
desde la eternidad pasada y que aún está allí después de la encarnación. Por lo tanto, el
versículo 18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, Él le ha dado a conocer”. El Hijo unigénito estaba, está y estará para siempre en
el seno de Dios el Padre. Lo que el versículo 18 dice es muy simple, pero su significado es
profundo. ¿Me podría decir qué es el seno del Padre? Hasta ahora no he escuchado una
respuesta satisfactoria. Este asunto es algo muy íntimo, hondo y profundo. Yo no puedo
decirles lo que significa por que carezco del entendimiento y las palabras para hacerlo.
Sin embargo, sabemos que el amado Unigénito del Padre, está continuamente en el seno
del Padre con el fin de manifestarlo. De esta manera Él da a conocer al Padre y nos
introduce al disfrute del Padre.
Dios se expresa en Cristo, y con Él recibimos la gracia y la realidad. Por lo tanto, cuando
vamos a Cristo, disfrutamos de la gracia y participamos de la realidad. El versículo 18
nos dice que Cristo, como el Hijo unigénito de Dios, está en el seno de Dios el Padre. Por
lo tanto, cuando disfrutamos a Cristo de una manera muy íntima, este íntimo disfrute
nos llevará a Dios el Padre. Es decir, este disfrute de Cristo nos lleva al seno del Padre.
En el Padre tenemos amor y luz. Cristo es la expresión de Dios del mismo modo que la
gracia es la expresión del amor, y la realidad es la expresión de la luz. Cuando
disfrutamos a Cristo como la gracia y la realidad, somos llevados al seno del Padre
donde disfrutamos del amor y la luz. El amor es la fuente secreta de la gracia, y la luz es
la fuente secreta de la realidad. Por esta razón en el Evangelio de Juan tenemos la gracia
y la realidad, pero en la Primera Epístola de Juan vemos el amor y la luz (1 Jn. 1:5; 4:7-
8). El Evangelio de Juan nos trae a Dios, y lo disfrutamos como la gracia y la realidad.
La Primera Epístola de Juan nos lleva a Dios, y lo disfrutamos como el amor y la luz. Si
sólo disfrutamos de la gracia, este disfrute no es lo suficientemente profundo. Cuando la
gracia nos introduce al amor, alcanzamos la fuente de donde fluye la gracia. Si nos
remontamos al origen de la gracia, la gracia llega a ser el amor. De igual modo, la luz es
la fuente de la cual brota la realidad. Si nos remontamos al origen de la realidad,
llegamos a la luz, ya que la luz representa una experiencia más profunda de la realidad.
Ya vimos que el Verbo se encarnó a fin de dar a conocer a Dios, es decir, expresarlo (He.
1:3), explicarlo y definirlo. El Hijo unigénito del Padre dio a conocer a Dios por medio
del Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad. También vimos que estas cinco cosas
están relacionadas con la encarnación de Dios. Todas éstas se encuentran y se cumplen
en Dios mismo. El Verbo es Dios expresado, la vida es Dios impartido, la luz es Dios
brillando, la gracia es Dios disfrutado, y la realidad es Dios hecho real, es decir,
aprehendido. Por medio de estas cinco cosas, el Hijo da a conocer por completo a Dios.
La esencia de todas ellas es Dios. Aunque nadie ha visto a Dios jamás, Su Hijo le ha dado
a conocer como el Verbo, la vida, la luz, la gracia y la realidad. Cuanto más recibamos la
palabra, cuanto más Dios llegue a ser nuestra vida, cuanto más permitamos que la luz de
dicha vida nos ilumine, y cuanto más lo disfrutemos como la gracia y lo aprehendamos
como la realidad, más conoceremos a Dios. Dar a conocer a Dios significa expresarlo,
explicarlo y definirlo. Cristo dio a conocer a Dios, lo expresó, lo explicó y lo definió al
encarnarse como el Verbo, quien trae la vida, la luz, la gracia y la realidad.
Los primeros dieciocho versículos del capítulo uno se pueden resumir en las siguientes
palabras: Verbo, Dios, vida, luz, gracia y realidad. Juan 1:1-18 nos dice cómo por medio
del Verbo todas las cosas llegaron a la existencia, y cómo el Verbo, Dios mismo, se hizo
carne para traer gracia y realidad al hombre. En Él estaba la vida, la cual era la luz de los
hombres, para que ellos la recibieran. Todos los que le recibieron como tal, nacieron de
Él, y lo tuvieron como su vida y luz. Luego participaron de Él como gracia y realidad. De
este modo, Dios en el Hijo se dio a conocer a los hombres. Cristo, al ser el Verbo, la vida,
la luz, la gracia y la realidad, nos expresó, explicó y definió a Dios.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUATRO
(3)
En este mensaje estudiaremos la última parte del primer capítulo del Evangelio de Juan
(vs. 19-51). El tema principal de este pasaje es Jesús como el Cordero de Dios, y el
Espíritu Santo como la paloma, hacen que los creyentes sean hechos las piedras para la
edificación de la casa de Dios con el Hijo del hombre como el elemento. Este tema
consta de cinco puntos principales: el Cordero de Dios, la paloma, las piedras, la
edificación de la casa de Dios y el Hijo del Hombre. El Cordero de Dios se relaciona con
la redención, la paloma tiene como fin impartir la vida, transformar y edificar, la piedra
es el material, la casa es el edificio y el hombre es la sustancia del edificio de Dios. En
primer lugar, el hombre es redimido por el Cordero; luego, la paloma lo regenera y lo
transforma. De esta manera, el hombre se convierte en una piedra, con la cual la paloma
puede edificar. La paloma no sólo regenera, sino que también transforma y une, lo cual
produce con el tiempo la edificación de la casa de Dios. La esencia, el elemento básico,
de la casa de Dios no es la divinidad, sino la humanidad. La divinidad es el habitante y la
humanidad es la morada. Sin embargo, ésta no es una humanidad natural ni la que fue
creada; más bien, esta humanidad ha sido regenerada, transformada y elevada, o sea,
que ha pasado por el proceso de la creación, encarnación, crucifixión, resurrección y
ascensión. Cuando la humanidad pasa por este proceso maravilloso, llega a ser la
sustancia del edificio de Dios, la morada de Dios. Ningún otro libro presenta este punto
tan claramente como los escritos de Juan, tanto en su evangelio como en sus epístolas y
su libro de Apocalipsis. Por lo tanto, debemos dedicar tiempo para estudiarlos.
Juan 1:19-51 es una larga sección compuesta de treinta y tres versículos. ¿Por qué es tan
larga? Por años me inquietó este asunto y me preguntaba: “El lenguaje de los primeros
dieciocho versículos es bastante económico, ni una sola palabra es desperdiciada. ¿Por
qué Juan usa tantas palabras en esta parte del capítulo?”. No podía entender por qué
Juan un escritor tan parco y simple usó tantos versículos. Si yo la hubiera escrito, sólo
habría usado siete u ocho versículos, para contar que los fariseos le preguntaron a Juan
si él era el Mesías, Elías o el profeta, que Juan bautizó a la gente en agua, que presentó a
Jesús como el Cordero de Dios junto con la paloma que descendió y reposó sobre Él, y
que el Señor atrajo cinco discípulos que le siguieron, y que el Señor le cambió el nombre
a uno de ellos. Sin embargo, Juan usó muchos más versículos. ¿Con qué propósito? Muy
pocos cristianos han visto la intención que tenía Juan al escribir los versículos del 19 al
51. Por lo tanto, debemos dedicar tiempo para considerar esto.
A. La gente religiosa
esperaba un gran líder
Si usted lee todo el Evangelio de Juan, descubrirá que la religión es lo que más se opuso
a Cristo. Nada le causó más problemas ni lo obstaculizó tanto como la religión judía. La
religión es el enemigo de Cristo. Impide que Cristo sea vida para el hombre. Al final, la
religión sentenció a Cristo a muerte. El sistema político de los romanos no fue
responsable de ello, ya que bajo la dirección de Pilatos, era muy débil para hacerlo. La
religión judía utilizó el sistema político romano para sentenciar a Cristo. Por lo tanto,
Juan nos muestra en su evangelio que la mayor oposición contra Cristo como vida
proviene de la religión. Por esto en el capítulo uno él usó muchos versículos para
describir la deplorable situación religiosa. La intención de Juan era presentar la
lastimosa condición de la religión.
B. Jesús es presentado
como el Cordero con la paloma
¿Qué dijo Juan cuando vio a Jesús? Él no dijo: “He aquí el doctor Jesucristo”, sino: “He
aquí el Cordero de Dios”. Si yo hubiese sido Juan el Bautista, habría dicho: “He aquí el
León de la tribu de Judá”. Usted, ¿cómo habría presentado a Jesús, como el Cordero o
como un león? Si usted me presentara a Cristo como un león, yo huiría, porque le tengo
miedo a los leones. Sin embargo, Jesús fue presentado como un Cordero. Mientras los
religiosos esperaban a un gran líder, Juan presentó a Jesús como el pequeño Cordero de
Dios. Jesús no vino para ser el gran líder de un movimiento religioso, sino que vino
como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No es un asunto de un
movimiento; sino de redención, de solucionar el problema del pecado de la humanidad.
No necesitamos a un doctor en teología ni a un líder religioso, lo que necesitamos es un
pequeño Cordero que quite nuestros pecados. Necesitamos que Jesús, el Cordero de
Dios, muera por nosotros y derrame Su sangre para nuestra redención. La situación
actual es igual a la de los tiempos de Juan el Bautista. La religión todavía espera a un
gran líder que pueda realizar un gran movimiento. Sin embargo, en la economía de Dios,
Jesús no es esta clase de líder. Él simplemente es el Cordero de Dios. Cuando leemos
este mensaje debemos decir: “Señor Jesús, para mí Tú no eres un gran líder, Tú eres el
Cordero de Dios quien murió en la cruz por mis pecados. Gracias por Tu muerte, Tu
sangre y Tu redención. No me interesa un gran líder. Yo sólo quiero a este pequeño
Cordero que me redimió”. El concepto religioso consiste en que venga un gran líder,
pero la economía divina consiste en que un Cordero que muera para redimir al hombre
del pecado. Ya que el problema del pecado requiere una solución, la redención es
indispensable. Necesitamos que el Cordero de Dios quite nuestros pecados.
Juan no sólo presentó a Cristo como el Cordero de Dios, sino también como el Cordero
con la paloma (1:32-33). El Cordero quita el pecado del hombre, y la paloma trae a Dios
como vida al hombre. El Cordero tiene como fin efectuar la redención, es decir, redimir
al hombre caído y regresarlo a Dios, y el propósito de la paloma es dar vida, a fin de que
el hombre reciba la unción, o sea, ungirlo con lo que Dios es, introducir a Dios en el
hombre y al hombre en Dios, y unir en Dios a los creyentes. El Cordero y la paloma son
necesarios para que el hombre participe de Dios. La paloma es el símbolo del Espíritu
Santo, cuya labor es traer Dios al hombre y unir al hombre con Dios. El Cordero, por el
lado negativo, resuelve el problema del pecado del hombre; la paloma, por el lado
positivo, trae Dios al hombre. El Cordero separa al hombre del pecado, y la paloma une
a Dios con el hombre.
Juan presentó a Jesús como el Cordero con una paloma, no con un águila. Pareciera que
algunos cristianos tienen un águila en lugar de una paloma. Una paloma no es grande ni
salvaje, sino pequeña y delicada. Aquí la paloma representa al Espíritu Santo, quien
imparte vida, regenera, unge, transforma, une y edifica. No da poder sino vida. No tiene
poder, pero está llena de vida y percepción. La Biblia valora los ojos de la paloma, ya que
éstos son su característica más preciosa. En Cantar de cantares, el Señor alaba a la que
lo ama por sus ojos de paloma (1:15). La paloma no es un símbolo de poder, sino de vida.
Es hermosa, pequeña y está llena de vida.
Cuando lleguemos a Juan 12, veremos que el Señor se compara a Sí mismo con algo aún
más pequeño que una paloma, esto es, con un grano de trigo (12:24). Un grano de trigo
no tiene buena apariencia externa ni tampoco tiene poder, sino más bien, está lleno de
vida para reproducir y propagar la vida, o sea, multiplicarla. Por lo tanto, el Evangelio de
Juan trata de la vida y no del poder. El Cordero no se relaciona con el poder, sino con la
redención. Si Jesús hubiera venido como un león, nadie lo habría podido crucificar. Sin
embargo, Él vino como un pequeño Cordero que fue llevado al matadero e inmolado por
nuestra redención (Is. 53:7). ¡Qué diferencia existe entre la vida y la religión! La religión
busca el poder, los movimientos y los grandes líderes. Pero, la vida necesita un Cordero
que efectúe la redención para quitar todas las cosas pecaminosas y una paloma que llene
de vida, que imparta vida, que regenere, unja, transforme, unifique y edifique. Entonces
Dios tendrá una casa, Bet-el. Todos debemos ver esto.
Espero que hayamos visto que debemos abandonar completamente la religión con todos
sus conceptos. No obstante, temo que después de leer este mensaje algunos todavía
piensen que necesitan poder para producir un gran movimiento. La economía de Dios
no consiste en enviar a un líder poderoso para que comience un movimiento, sino en
enviar al Hijo de Dios como el Cordero con Su Espíritu como la paloma a fin de realizar
la redención e impartirle vida al hombre. La economía de Dios consiste en que un grano
caiga en la tierra y muera para producir muchos granos que serán compenetrados a fin
de ser un solo pan, que es el Cuerpo de Cristo, la iglesia que expresa a Cristo. Lo que
necesitamos es la redención con la vida.
C. Producir piedras
para el edificio de Dios
El Cordero con la paloma atrajo a los hombres para que lo siguieran. Cuando Juan el
Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios”, dos de sus discípulos fueron atraídos por
Jesús, y Juan estaba contento de esto. ¿Cuáles fueron estos discípulos? El primero fue
Andrés y el segundo debe haber sido Juan, el escritor de este evangelio, quien por
humildad no mencionó su nombre. Después de que Andrés fue atraído, él encontró a su
hermano, Simón, y lo llevó al Señor (1:41-42). Cuando el Señor vio a Simón, le cambió el
nombre a Cefas, o sea, Pedro, lo cual significa “piedra”. El Señor hizo referencia a esto
en Mateo 16:18 cuando le hablaba a Pedro acerca de la edificación de la iglesia. Es
probable que a raíz de esto Pedro recibiera el concepto de las piedras vivas para la
edificación de la casa espiritual (1 P. 2:5), la cual es la iglesia. El significado de la palabra
piedra denota una obra transformadora que produce los materiales para el edificio de
Dios (1 Co. 3:12).
En un mismo capítulo tenemos las figuras del Cordero, la paloma y la piedra. ¿Cuál es el
significado de estas figuras? El significado es que el Cordero junto con la paloma
producen las piedras. La redención junto con la regeneración y la transformación
produce las piedras. Repito que no debemos tratar de entender el Evangelio de Juan
sólo por las letras impresas, sino que debemos encontrar el verdadero significado de las
alegorías. ¿Qué representa el Cordero? Según Éxodo 12, el cordero pascual se degollaba
por los pecados del pueblo y se lo comía para la satisfacción del pueblo. ¿Qué representa
la paloma? El Antiguo Testamento nos muestra que la paloma es una criatura llena de
belleza y de vida. Por lo tanto, ésta representa a la tercera Persona de la Deidad que
viene a la humanidad y le imparte vida. Esta paloma, que desciende sobre el hombre,
forma un par con la redención y tiene como fin producir piedras. No produce
predicadores, ministros, ni eruditos en teología; sólo produce piedras. Como hemos
visto, estas piedras sirven para la edificación de Bet-el, la casa de Dios.
Aunque Andrés conoció al Señor antes que Pedro, Jesús no le cambió su nombre. ¿Por
qué? Si nosotros hubiésemos estado en el lugar del Señor le hubiésemos cambiado el
nombre de Andrés por piedra y a Juan lo hubiésemos llamado diamante. No obstante, el
Señor Jesús no actuaba con prisa, sino en forma gradual, aun al cambiarle el nombre a
Pedro y no a Andrés. Si yo hubiese sido Andrés, habría dicho: “Señor, ¿por qué no
cambiaste mi nombre? Eso no es justo. Yo vine primero. ¿Por qué le diste a Simón un
nombre nuevo y a mí no? Señor, también tienes que cambiar mi nombre”. Sin embargo,
el Señor no le cambió el nombre a Andrés, lo que indica que todo depende de Él y que
nunca hace nada de prisa.
Felipe fue el siguiente en ser atraído hacia el Señor Jesús. Sin embargo, el Señor no hizo
nada con él. Luego Felipe encontró a Natanael y dijo: “Hemos hallado a Aquel de quien
escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (v.
45). Esta información no era correcta, ya que Jesús no era hijo de José, sino de María
(Mt. 1:16), y no nació en Nazaret, sino en Belén (Lc. 2:4-7). Cuando Natanael dijo: “¿De
Nazaret puede salir algo de bueno?”, Felipe le dijo: “Ven y ve”. Felipe tuvo razón al no
discutir con Natanael. Él se dio cuenta de que él mismo no comprendía bien y por esto
sólo le dijo: “Ven y ve”. Todos debemos aprender esta lección. Hay muchos “Felipes”
entre nosotros, quienes, después de haber visto algo del Señor, han salido a hablar de
forma indebida, dando mala información. Por lo tanto, no debemos discutir con otros,
sino simplemente decirles que vengan y vean. Natanael fue. Aunque el Señor no hizo
nada con Felipe, sí lo hizo con Natanael al hablarle del sueño de Jacob (Jn. 1:51).
¿Por qué el Señor hizo algo con Simón y con Natanael, y no con Andrés ni Felipe? Esto
nos muestra un principio: el Señor no usa al primero, sino siempre al segundo. El
primero pertenece a la vieja creación. Por ejemplo, durante la Pascua en Egipto
murieron todos los primogénitos. No debemos ser los primeros, ya que si deseamos ser
los primeros, estaremos acabados con el Señor. Aunque sea bueno ser el primero en la
escuela, esto no es bueno en la iglesia. Con el Señor Jesús nunca tratemos de ser los
primeros. Aprendamos a ser los segundos; de lo contrario erraremos el blanco. Todo el
mundo desea ser el primero; sin embargo, si estamos dispuestos a ser los segundos, el
Señor hará algo con nosotros. Simón fue el segundo, y el Señor le reveló el asunto de ser
una piedra. Natanael también fue el segundo, y el Señor le reveló la casa de Dios.
“Y le dijo: De cierto de cierto, os digo: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios
subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). Los antiguos judíos sabían que esto
se refería al sueño de Jacob (Gn. 28:10-22). Cuando Jacob estaba huyendo de su
hermano, una noche durmió a la intemperie, y usó una piedra como almohada.
Entonces, soñó que los cielos se abrían y que una escalera fue colocada en la tierra, la
cual llegaba al cielo, y por la cual subían y descendían ángeles. Cuando Jacob se
despertó dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del
cielo” (v. 17). Entonces ungió la piedra con aceite y llamó a aquel lugar Bet-el. Las
palabras del Señor a Natanael fueron el cumplimiento de este sueño. Cristo, como el
Hijo del Hombre en Su humanidad, es la escalera puesta entre la tierra y el cielo para
mantener el cielo abierto a la tierra y unir la tierra al cielo con miras a la casa de Dios.
Jacob derramó aceite (un símbolo del Espíritu Santo, la última Persona del Dios Triuno
que llega al hombre) sobre la piedra (un símbolo del hombre transformado) para que
ésta fuera la casa de Dios. En Juan 1 junto con Cristo en Su humanidad, está el Espíritu
(v. 32) y la piedra (v. 42) para la casa de Dios. Dónde se encuentren éstos, allí hay un
cielo abierto. Por lo tanto Cristo, como hombre, es la escalera que abre el cielo y une la
tierra con el cielo y trae el cielo a la tierra. Dondequiera que esté Cristo en Su
humanidad, allí hay puerta al cielo, Bet-el, es decir, la edificación de la casa de Dios con
todas las piedras, que son las personas transformadas.
Como una introducción al Evangelio de Juan, Juan 1 nos presenta a Cristo como el Hijo
de Dios (vs. 34, 49) y el Hijo del Hombre. Natanael lo reconoció como el Hijo de Dios y
se dirigió a Él como tal (v. 49), pero Cristo le dijo a Natanael que Él era el Hijo del
Hombre. El Hijo de Dios es Dios con Su naturaleza divina, la divinidad. El Hijo del
Hombre es un hombre con Su naturaleza humana, la humanidad. Como Hijo unigénito
de Dios, Él da a conocer a Dios (v. 18), trae Dios al hombre y lleva el hombre a Dios.
Pero, como Hijo del Hombre, edifica la habitación de Dios en la tierra entre los
hombres. El edificio de Dios necesita Su humanidad. En la eternidad pasada Cristo sólo
tenía la divinidad, pero en la eternidad futura Cristo tendrá la divinidad y la humanidad
para siempre.
Juan 1 comienza con el Verbo y termina con Bet-el, la casa de Dios. Existe un largo
trecho entre el versículo 1 y el 51. En éste encontramos varios temas: Dios, la creación, la
vida, la luz, la carne, el tabernáculo, la gracia, la realidad, la manifestación de Dios, el
Cordero, la paloma, la piedra, la escalera, la humanidad de Jesús y finalmente la casa de
Dios. Esto es vida y edificación. En un sólo capítulo podemos ver el principio, el Verbo, a
Dios, la creación, la vida, la luz, los muchos hijos de Dios producidos en vida, la carne, el
tabernáculo, la gracia, la realidad, la plena manifestación de Dios, el Cordero que quita
el pecado del mundo, y la paloma que regenera, unge, transforma, une y edifica.
Además, podemos ver una piedra, una escalera, el cielo abierto y la casa de Dios.
¡Aleluya nosotros somos partes de la casa de Dios!
Después de que Jesús fue presentado como el Cordero con la paloma, la gente comenzó
a seguirlo. Este aspecto de Cristo es crucial para el cumplimiento del propósito de Dios.
Entre Dios y el hombre existía un problema: el pecado. También el hombre carecía de la
vida. Dios quería que el hombre tuviese vida. Sin embargo, lo que tenía era pecado,
carecía de vida. Por lo tanto, el Cordero vino para quitar el pecado. Aunque el Cordero
ha quitado el pecado y ha resuelto el problema que éste representaba, todavía el hombre
necesitaba vida. La paloma vino para impartir la vida. ¡Aleluya, el pecado fue quitado y
la vida fue impartida! El pecado se fue y la vida ha llegado.
Esta es la redención más la unción. La redención quita nuestro pecado, y la unción nos
trae la vida y el suministro de vida. Puesto que tenemos la redención y estamos bajo la
unción del Espíritu, ya no tenemos problemas con el pecado ni carecemos de vida. Como
resultado de que se haya quitado el pecado y se haya impartido la vida, estamos en el
proceso de transformación, que es la obra del Espíritu que unge. Después de
regenerarnos, el Espíritu opera dentro de nosotros transformándonos en piedras. Por
medio de nuestro nacimiento natural somos barro. Cuando nacemos de nuevo,
entramos en un proceso de transformación, pues el Espíritu que regenera es el Espíritu
que transforma.
Cuando los hombres eran atraídos por el Señor y comenzaban a seguirlo, Él tenía esta
meta en mente. En Juan 1, al Señor Jesús no lo seguía una gran multitud, sólo cinco
discípulos. Es posible que Juan el Bautista estuviese decepcionado por esto, ya que él
había proclamado: “He aquí el Cordero de Dios” y como resultado de ello, sólo dos
discípulos siguieron al Señor Jesús. Si usted piensa que el recobro del Señor se ha
movido muy lentamente, le pediría que se fijara en los seguidores que tuvo el Señor. En
Hechos 1 dice que el Señor, al final de los tres años y medio de Su ministerio, sólo había
ganado a ciento veinte personas. El Señor no busca hacer un movimiento. Los
movimientos crecen de la noche a la mañana, como los hongos. Sin embargo, el Señor
no procede de esta manera, sino que los hace por medio de una semilla que se siembra y
toma su tiempo en crecer. Por lo tanto, en Juan 1 no se habla de un gran movimiento,
sino del camino estrecho de la vida. Al principio sólo dos personas le siguieron. Luego se
les unieron Simón, Felipe y Natanael. Aunque eran pocos, había una piedra y también la
casa de Dios. Por lo tanto, esto no es un asunto de cuántas personas siguen a Jesús; sino
de cuantas sean piedras para la edificación. Mientras hayan piedras, la casa de Dios
puede ser edificada. A Dios no le interesa el número de personas, sino las piedras y el
edificio. Ésta es la necesidad actual de Dios. Dios desea obtener personas que sean
transformadas en piedras para la edificación de Su casa.
El Señor habló con Natanael acerca del sueño de Jacob. ¿Dónde está la casa de Dios con
la que Jacob soñó? Cuando Jacob tuvo esta revelación, él no tenía casa y estaba
vagando. Si el hombre no tiene casa, Dios tampoco la tiene. Cuando Jacob necesitaba
una casa, Dios también la necesitaba. Por esto Dios le dio a Jacob esta revelación por
medio de un sueño. La casa de Dios necesita de una piedra sobre la cual se ha
derramado aceite. Ya mencionamos que las piedras representan al pueblo de Dios que
ha sido regenerado y transformado, y que el aceite representa a Dios cuando viene al
hombre como el Espíritu. Cuando por fin Dios se una a Su pueblo transformado, Él
tendrá una casa. Esto fue efectuado cuando Cristo vino como el Cordero con la paloma
para redimirnos de nuestros pecados y unirnos a Dios. A raíz de este hecho todos
podemos ser piedras transformadas para la casa de Dios. Entonces el Hijo del Hombre
como la escalera espiritual puede unir la tierra y el cielo y mezclar a Dios con el hombre.
Es en este punto que nos damos cuenta de que la intención final de Dios es obtener una
casa que sea edificada con personas que han sido regeneradas y transformadas, y que
están unidas a Dios en el Hijo del Hombre por el Espíritu Santo. Este es un cuadro de la
Nueva Jerusalén, la cual es el edificio de piedras vivas con la gloria de Dios. En la
eternidad futura, la consumación máxima de la obra de Dios será la existencia de una
morada para Dios.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CINCO
(4)
En la eternidad pasada, Cristo, como el Verbo, estaba con Dios y era Dios. Él solamente
era Dios y sólo tenía la divinidad. Puesto que el Verbo no se había encarnado todavía, Él
no era un hombre y no tenía humanidad.
En la eternidad futura, Cristo no sólo será Dios, sino también hombre; no sólo será el
Hijo de Dios, sino también el Hijo del Hombre. Puesto que el Verbo se encarnó (v. 14),
también es un hombre, el Hijo del Hombre, quien posee humanidad para siempre.
Después de la encarnación, Él sigue siendo Dios, pero es Dios y hombre. Sigue siendo el
Hijo de Dios, pero es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Es decir, que en la eternidad
futura, además de ser el Hijo de Dios por la eternidad también será el Hijo del Hombre.
En la eternidad pasada Él era Dios, poseyendo única y solamente la divinidad, no tenía
la humanidad. Sin embargo, en la eternidad futura Él será Dios y hombre, el Hijo de
Dios y el Hijo del Hombre, con divinidad y humanidad. Él tendrá dos naturalezas, dos
esencias y dos substancias: la divina y la humana.
Cuando Natanael le dijo al Señor: “Tú eres el Hijo de Dios; Tú eres el Rey de Israel” (v.
49), Jesús le dijo que él vería “a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del
Hombre”. ¿Quién es más importante: el Hijo de Dios o el Hijo del Hombre?
Lógicamente todos dirían que el Hijo de Dios es más importante que el Hijo del
Hombre. Entonces, permítanme preguntarles: ¿ustedes prefieren ser hijos del hombre o
ser hijos de Dios? Con toda seguridad, contestarían que prefieren ser hijos de Dios. Todo
el mundo desea ser hijo de Dios. Por eso fue un hecho maravilloso que Natanael se diera
cuenta de que Jesús, un humilde hombre de Nazaret, era el Hijo de Dios. Sin embargo,
Jesús inmediatamente le dijo que Él era el Hijo del Hombre. Aunque los hombres tratan
de exaltarlo, a Él le gusta permanecer humilde.
¿Qué era más importante, que Jesús fuera el Hijo de Dios o que fuera el Hijo del
Hombre? Si usted contesta a la ligera, tal vez responda con una herejía. ¡Cuán difícil es
responder a esto! El Señor es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Si Él no fuera el Hijo
de Dios, no podría ser nuestra vida y si no fuera el Hijo del Hombre, no podría ser la
esencia del edificio de Dios. El Hijo de Dios se relaciona con la vida, y el Hijo del
Hombre con la edificación. Para poder recibir vida la Biblia no nos pide que creamos
que Jesús es el Hijo del Hombre, sino que todos debemos creer que Jesús es el Hijo de
Dios, que un humilde nazareno, es el Hijo de Dios. Si creemos esto tendremos la vida
eterna. Después de recibir la vida eterna, debemos darnos cuenta de que este Jesús, el
Hijo de Dios, también es el Hijo del Hombre. Su divinidad es nuestra vida, y Su
humanidad es para el edificio de Dios. El edificio de Dios necesita Su humanidad.
Necesitamos a Jesús como el Hijo de Dios, pero Dios lo necesita como el Hijo del
Hombre.
Para nosotros, Jesús es el Hijo de Dios, pero para Dios y para el diablo, Satanás, Él es el
Hijo del Hombre. El diablo no tiene miedo de que Jesús sea el Hijo de Dios, sino de que
sea el Hijo del Hombre. En varias ocasiones cuando Jesús echaba fuera a los demonios y
éstos lo llamaban Hijo de Dios, Jesús los hacía callar (Mt. 8:29; Mr. 3:11-12), ya que
delante de ellos, Él era el Hijo del Hombre. Cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto,
diciendo: “Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt. 4:3),
Jesús resistió la tentación de negar Su posición como Hijo del Hombre diciendo: “No
sólo de pan vivirá el hombre” (Mt. 4:4). Jesús mantuvo Su posición como hombre.
Satanás no le teme al Hijo de Dios; pero sí le teme al hombre. ¿Por qué? Porque Dios, en
Su economía, dispuso que el hombre debe ser el que derrota a Satanás.
En la eternidad pasada, ¿Acaso Dios tenía una morada hecha de humanidad? Por
supuesto que no. En Isaías 66:1 Dios dice: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis
pies ... ¿dónde [está] el lugar de mi reposo?”. Aunque el cielo se considera la habitación
de Dios (Dt. 26:15; 1 R. 8:49; Sal. 33:13-14; Is. 63:15); Él se pregunta ¿dónde está el
lugar de Mi reposo? Cuando Dios gana al hombre, éste llega a ser Su lugar de reposo (Is.
57:15; 66:2). Hoy Dios mora en los cielos, pero éstos no serán Su habitación por la
eternidad. Por la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva la habitación de Dios será
la Nueva Jerusalén, la cual se compone de todos Sus santos redimidos y la cual
descenderá del cielo (Ap. 21:1-3). ¿Cuál será la habitación eterna de Dios? La
humanidad regenerada, transformada, elevada y edificada llegará a ser la morada de
Dios. Dios no morará con una humanidad natural, sino con una humanidad que haya
sido regenerada, transformada, unida y edificada con la vida divina. La vida divina
elevará nuestra humanidad hasta que lleguemos a ser la morada de Dios.
En Juan 1 se revela a Cristo como el Hijo de Dios y como el Hijo del Hombre. Él es el
Hijo de Dios para impartir a Dios en nosotros como vida, y Él es el Hijo del Hombre
para ser la esencia misma de la edificación de la casa de Dios. En la eternidad pasada no
existía la humanidad, ni Dios tenía una morada. Pero en la eternidad futura Dios tendrá
Su morada en la humanidad.
¿Cuánto durará el puente del tiempo? Puede ser alrededor de seis mil años. En este
puente Dios realiza cinco cosas, las cuales estudiaremos una por una. Comenzaremos
con la creación.
1. La creación
El versículo 3 dice: “Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin Él nada de
cuanto existe ha llegado a la existencia”. La creación da existencia a las cosas. El
significado de la creación es llamar las cosas que no son, como existentes (Ro. 4:17). El
propósito de la creación es producir un recipiente que recibiera a Dios como vida. Fíjese
en las cosas creadas: los cielos, la tierra, billones de cosas físicas y el hombre. ¿Qué es lo
más importante de toda la creación? Nada es más importante que el hombre. Según la
Biblia, los cielos fueron creados para la tierra y la tierra para el hombre (Zac. 12:1). Todo
es para el hombre. Los minerales, la vida vegetal y la vida animal fueron creados para el
hombre. El aire, el sol y la lluvia sustentan la vida vegetal, la cual es para la vida animal;
y ambas son para el sustento del hombre. Todas las cosas vivientes son para el hombre.
El hombre, para quien son todas las cosas, es para Dios, recibe a Dios y cumple Su
propósito. El hombre tiene un espíritu, el cual es el recipiente de Dios. Por medio de Su
obra creadora, Dios produjo los cielos para la tierra, la tierra para el hombre, y el
hombre con un espíritu, que le sirve como recipiente, a fin de recibir a Dios como su
vida.
El hombre es el centro del universo. Él tiene una boca para comer e invocar. Comer es la
actividad diaria más importante. No importa cuán ocupada se encuentre una persona,
siempre toma tiempo para comer cada día. La mayoría de las personas comen varias
veces al día. No debemos avergonzarnos de decir que ésta es nuestra actividad diaria
más importante. A mí me gusta comer. Yo como tanto alimento físico así como el
espiritual, que es Cristo. Yo como al Señor al invocarle: “Oh Señor Jesús”. Comer al
Señor es un asunto importante. Los cristianos que no abren sus bocas mueren de
hambre. Yo pertenecí a esta clase de cristianos mudos y callados por años, y por poco
me muero. Pero ahora soy un cristiano que come. Yo como cuando invoco el nombre del
Señor. Cuando Dios nos creó, nos dio un espíritu y una boca para que lo recibiéramos
como nuestra vida.
¿Alguna vez le ha dado usted gracias a Dios por Su creación? Debería decir: “Oh Dios,
mi Creador. Gracias por haber creado los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos.
Gracias por crearme, gracias por mi espíritu y por mi boca”. Muchos cristianos jamás le
han dado gracias al Señor por haberlos creado con un espíritu y una boca.
2. La encarnación
Entre la eternidad pasada y la futura, existe un espacio, que el tiempo las une como un
puente. En este puente, al que llamamos tiempo, Cristo como el Verbo de Dios, por
medio del cual fueron creadas todas las cosas, se encarnó como hombre. La creación fue
el primer acontecimiento en el puente del tiempo, el segundo fue la encarnación. La
creación significa que lo que no es existe por medio del Verbo. Antes de la creación no
existía nada, pero por medio de la obra creadora de Cristo, todas las cosas llegaron a la
existencia. La encarnación consiste en que Dios se introduce en Su creación. Aunque
todo lo que Dios creó era perfecto y bueno, nada estaba unido a Dios. La creación fue
sólo un paso de preparación para la encarnación. Primero, Dios creó todas las cosas para
luego poder llegar a ser uno con ellas. Ésta es la razón por la que Dios creó los cielos, la
tierra y el hombre como el centro del universo. Según Su intención, preparó la creación
para poder unirse a ella. La expresión el Verbo se hizo carne significa que Dios se unió a
Su creación mediante Su encarnación. En la encarnación, la carne que Dios se puso, se
convirtió en Su tabernáculo (1:14). Este tabernáculo fue el edificio de Dios en pequeña
escala; era la Nueva Jerusalén en miniatura, la cual es el tabernáculo de Dios en la
eternidad (Ap. 21:2-3). Mediante la creación, Dios le dio existencia a todas las cosas del
universo; por medio de la encarnación, Él se mezcló con el hombre, quien es el centro de
Su creación. El propósito de Dios al crear y al encarnarse fue cumplir Su deseo de
mezclarse con la humanidad y hacer de ésta Su morada viva. Él no está conforme con
una morada celestial. Él desea edificar una morada viva con Su pueblo viviente. Por lo
tanto, Él creó al hombre como el centro de la creación y se mezcló con el hombre por
medio de la encarnación a fin de hacerlo Su habitación viviente en el universo.
b. Para dar a conocer a Dios
3. La redención
4. La unción
La unción viene después de la redención. La unción viene por medio de la paloma, que
representa al Espíritu, el cual es la continuación del Cordero. El Cordero quitó el pecado
y dio fin a la creación original, y la paloma, quien es el Espíritu, vino a regenerar,
impartir vida, transformar, unir y edificar. La paloma, o sea el Espíritu, regenera al
hombre creado, transforma al hombre natural y une al hombre transformado. Nosotros
podemos estar en cualquiera de estas tres condiciones: la de un hombre creado que
necesita ser regenerado, la de un hombre regenerado que todavía es muy natural y que
necesita transformación, o la de un hombre transformado que permanece separado e
individualista y que necesita unirse a otros. Si somos apropiadamente transformados,
estaremos dispuestos a unirnos a otros. Así, que en primer lugar, debemos ser
regenerados; luego, transformados y después ser unidos para ser edificados. La paloma,
el Espíritu, regenera, transforma y une. Todos estamos bajo la unción de la paloma, del
Espíritu. Aunque no nos demos cuenta o no lo sepamos, el Señor está
transformándonos.
Tengo la completa seguridad de que todo el pueblo del Señor, tarde o temprano, será
transformado. La transformación no depende de nosotros, sino de Él. Él nos escogió y
nos preordinó, y no podemos escaparnos de Él. Si tratamos de escapar, simplemente
perderemos el tiempo, y le daremos problemas. Ni siquiera usted debe decir que puede
retrasarlo, ya que para Él mil años son como un día. Para Él es fácil ser paciente con
usted. Finalmente, cada hermano y hermana será transformado. Cuando entremos en la
Nueva Jerusalén, veremos que todos serán de jaspe, una piedra preciosa (Ap. 21:11).
5. La edificación
El Señor necesita que la nación de Israel esté preparada y la iglesia edificada para poder
regresar. Al fijarnos en Israel, nos damos cuenta de que ya está casi listo. Pero Israel
necesita que la iglesia también esté lista. Aunque Israel está casi listo, la iglesia no está
preparada. Al Señor no le interesa la cantidad de personas, por que incluso si sólo unos
pocos son completamente procesados, saturados, transformados y edificados por Él y
con Él, esto será suficiente. No digo esto a la ligera.
La venida del Señor no será conforme a nuestro concepto natural. Los religiosos no
entendieron Su primera venida y tampoco entenderán Su segunda. No nos dejemos
llevar por los conceptos religiosos en cuanto a la venida del Señor, sino que debemos
tomar el camino de la vida. Si uno sigue este camino, conocerá la forma en que vendrá el
Señor. Esta será una venida muy “furtiva”. La Biblia dice que el Señor vendrá como un
ladrón (Ap. 3:3; 16:15). Él no vendrá como una visita que toca a su puerta, sino a
hurtadillas como un ladrón. Es posible que usted no se dé cuenta de Su venida. Si usted
se mantiene en el camino de la vida, verá que el Señor vendrá de forma escondida, de
forma viviente. Alabado sea el Señor porque estamos en el camino secreto de la vida.
El regreso del Señor requiere que haya un edificio sólido construido con los que lo
buscan. Este edificio será la cabeza de playa, una posición estratégica, para que el Señor
tome la tierra, y será la morada mutua de Dios y el hombre. Será la mezcla de lo divino y
lo humano para siempre. Cristo anteriormente era sólo divino, pero para ser el Hijo del
Hombre, necesitaba la vida y la naturaleza humanas. Nosotros somos humanos, pero
podemos nacer de Dios y por ende llegar a ser Sus hijos (1:12-13). Para llegar a ser los
hijos de Dios, necesitamos la vida y la naturaleza divinas. Finalmente Él, quien es
divino, tendrá la vida y la naturaleza humanas; y nosotros, los seres humanos,
tendremos la vida y la naturaleza divinas. Entonces Él y nosotros seremos exactamente
iguales. Ésta es la mezcla de la divinidad y la humanidad, y la morada mutua del edificio
de Dios. Este edificio no sólo será la máxima realización del sueño de Jacob, sino
también del plan eterno de Dios. Éste será el fin del puente del tiempo y dará entrada a
la bendita eternidad futura. ¡Debemos vivir para este edificio y llegar a ser ese edificio!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE SEIS
El Evangelio de Juan no es tan simple como muchos piensan. Cuando Juan escribió su
evangelio, se encontraba totalmente bajo la unción de la paloma, el Espíritu. Es por eso
que este evangelio está escrito de una manera tan maravillosa. Vimos que el capítulo 1
da una introducción a todo el libro. Aunque algunos expositores del Evangelio de Juan
dicen que la introducción incluye sólo los primeros dieciocho versículos del primer
capítulo, el Señor nos ha mostrado que la introducción abarca todo el capítulo. Esta
introducción comienza con la eternidad pasada y termina con la eternidad futura. Entre
la eternidad pasada y la futura está el puente del tiempo en el cual, como vimos
claramente en el mensaje anterior, suceden cinco eventos principales para el
cumplimiento del propósito eterno de Dios. Además, el capítulo 1 de Juan es una
síntesis de todo el libro, o aún más, sintetiza toda la Biblia.
Después de darnos una introducción todo-inclusiva, Juan presenta varios casos para
ilustrar lo qué es la vida. Aunque Jesús hizo muchas señales en presencia de Sus
discípulos (20:30-31), Juan sólo escogió doce de ellas con el fin de mostrárnos lo que es
la vida. Juan presenta nueve casos, comenzando con el de Nicodemo mencionado en el
capítulo 3 y terminando con la resurrección de Lázaro narrada en el capítulo 11. Si
añadimos el cambio del agua en vino, la purificación del templo, y el lavamiento de los
pies, tenemos un total de doce eventos. Al comparar la narración del Evangelio de Juan
con las de los otros evangelios, vemos que ellos incluyen muchos eventos que Juan
omite, y que Juan incluye muchos que éstos omiten. Por ejemplo, Mateo, Marcos y
Lucas no mencionan que Jesús cambió el agua en vino; tampoco mencionan la
conversación que el Señor tuvo con Nicodemo acerca de la regeneración. No debemos
pensar que estas diferencias existen por casualidad. No. En efecto, cada evangelio fue
cuidadosamente planeado por el Autor Divino. Mateo escribió su evangelio con el
propósito específico de comprobar que Jesús es el Rey y el Cristo. Teniendo esto en
mente, Mateo escogió ciertos eventos y casos de la vida de Cristo que demuestran que Él
es el Rey de Israel y el Cristo de Dios. Lucas por otro lado, ya que tenía el propósito de
escribir su evangelio para mostrar que Jesús es el Salvador de la humanidad, él escogió
los casos que comprueban esto. Por ejemplo, Lucas narra el caso del hijo pródigo, pero
Mateo, Marcos y Juan no lo hacen. ¿Por qué Lucas lo incluye? Porque este caso prueba
que Jesús es el Salvador. Otro caso que únicamente Lucas narra, es el del ladrón que
sobre la cruz pidió al Señor que se acordara de él cuando entrare en Su reino (Lc. 23:39-
43). Lucas también narra la respuesta que el Señor dio a aquel ladrón moribundo: “De
cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). Ni Mateo ni Marcos ni Juan
nos presentan este relato. Según el mismo principio, todos los casos narrados por Juan
comprueban que Cristo es la vida que satisface nuestra necesidad. Basándonos en este
principio, debemos entender que el caso en que Jesús cambió el agua en vino (Jn. 2:1-
11) no es meramente el relato de una historia, sino que tiene un significado espiritual
específico. Ahora debemos encontrar cual es el significado espiritual de este
acontecimiento.
Cuando escuché por primera vez la historia de que Jesús cambió el agua en vino, no
conocía el significado de este evento. Más tarde pude entender que ésta no era
simplemente una historia, sino un hecho realizado por el Señor Jesús con el fin de
establecer el principio básico de la vida. ¿Cuál es este principio? Es el convertir la
muerte en vida. En cada uno de los nueve casos presentados en el Evangelio de Juan, del
capítulo 3 al 11, el principio básico es convertir la muerte en vida. Esto queda
especialmente claro en el caso de Lázaro. Lázaro había muerto y llevaba cuatro días de
haber sido sepultado, de manera que ya hedía. Estaba lleno de muerte, desde la cabeza
hasta los pies, por dentro y por fuera. En cada parte de su ser lo único que se encontraba
era muerte. Según nos dice la narración del capítulo 11, cuando el Señor Jesús se enteró
de que Lázaro estaba enfermo, no fue a verlo. Esperó hasta que estuviera lleno de
muerte, hasta que muriera y fuera sepultado. Fue entonces cuando vino a resucitarlo de
la muerte. Si aplicamos el principio de la vida a este caso, podemos ver que Jesús
convirtió la muerte en vida.
Este principio no sólo se aplica al último caso, al de Lázaro, sino también al primero, al
de Nicodemo. ¿Cree usted que Nicodemo no era una persona llena de muerte? Debido a
que estaba lleno de muerte, el Señor Jesús le dijo que necesitaba nacer de nuevo para
tener la vida eterna, la cual es Dios mismo (3:3, 5-6). En cierto sentido Nicodemo estaba
vivo, pero para Dios era una persona que aunque existía, estaba muerta. Ante los ojos de
Dios, Nicodemo estaba muerto y necesitaba que su muerte fuera convertida en vida.
Nicodemo no comprendía ni siquiera que era un pecador, mucho menos que estaba
muerto. No obstante, para Dios él era pecador, de naturaleza serpentina y estaba
muerto. Como tal persona, necesitaba que su muerte fuese convertida en vida.
El mismo principio se aplica a la mujer samaritana del capítulo 4. La mujer samaritana
tenía sed, y la sed es una señal de muerte. El hecho de que uno tenga sed, significa que
está a punto de morir, o sea, indica que el elemento de la muerte está en él. Sólo el Señor
Jesús puede apagar esa sed. Saciar la sed significa cambiar la muerte en vida. Lo mismo
vemos en cada uno de los casos que Juan presenta. Cada caso nos muestra el principio
establecido en el acontecimiento de cambiar el agua en vino, esto es, el principio de
convertir la muerte en vida.
Ahora debemos ver que Jesús vino a las personas débiles y frágiles. Algunos podrían
preguntar: “¿Cómo pudo Jesús venir en resurrección cuando no había sido aun
crucificado? Decir esto es usar alegorías para interpretar la Palabra”. Sí, toda la historia
de cambiar el agua en vino es una alegoría, por lo tanto, debemos usar alegorías para
explicar cada parte de ella.
Fue “el tercer día” en que esta señal fue realizada (2:1). “El tercer día” representa el día
de resurrección. En Juan 1 las palabras el siguiente día son usadas tres veces, en los
versículos 29, 35 y 43. Entonces, ¿cuál es la razón por la que en el capítulo 1 se utiliza en
tres ocasiones la expresión el siguiente día, y en el capítulo 2:1 habla de “el tercer día?”.
En realidad, “el tercer día” del capítulo 2 no debería ser llamado “el tercer día”, sino el
quinto. Tal vez deberíamos discutir con Juan, diciéndole: “Hermano Juan, cometiste un
error. Ya habías mencionado tres veces ‘el siguiente día’, así que el día mencionado en
2:1 debería ser el quinto día”. Él respondería: “Querido hermano, esa fue la razón por la
cual no hablé del segundo, tercero o cuarto día en el capítulo 1, sino que los llamé ‘el
siguiente día’, no hablé de ‘el tercer día’ hasta el capítulo 2 ”. Ninguno de los
acontecimientos que ocurrieron en los “siguientes días” del capítulo 1, sucedió en
resurrección.
Veamos las menciones del “siguiente día” en el capítulo uno. En el versículo 29 dice: “El
siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: ¡He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo!”. ¿Sucedió esto en resurrección? Ciertamente no fue así.
¿Cómo podría uno decir que esto sucedió en resurrección? En los versículos 35 y 36
leemos: “El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a
Jesús que andaba por allí, dijo: ¡He aquí el Cordero de Dios!”. Aunque esto sucedió en el
segundo “siguiente día”, no ocurrió en “el tercer día”. El tercer “siguiente día” se
encuentra en el versículo 43, donde dice: “El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y
halló a Felipe, y le dijo: Sígueme”. Esto tampoco sucedió en “el tercer día”, porque “el
tercer día” es el día de resurrección. Ninguno de los acontecimientos mencionados en el
capítulo 1 sucedió en “el tercer día”, o sea, en resurrección. Sólo cuando llegamos al caso
de cambiar el agua en vino, hallado en el capítulo dos, encontramos que se menciona “el
tercer día”.
¿Cómo podemos saber que en Juan 2 Jesús fue a las personas débiles y frágiles?
Sabemos esto por el hecho de que fue a Caná, y Caná en hebreo significa “tierra de
cañas”. La caña en la Escritura representa a las personas frágiles. Tanto Isaías como
Mateo dicen que nosotros, las personas débiles, somos las “cañas cascadas” que el Señor
no quebraría (Is. 42:3; Mt. 12:20). En Mateo 11:7 el Señor, al referirse a Juan el Bautista,
preguntó a las multitudes que si lo que habían salido a ver al desierto era una caña
sacudida por el viento. Pero Juan el Bautista no era una persona débil y frágil que podría
ser sacudida por el viento. Por lo tanto, Caná, como tierra de cañas, representa al
mundo; el mundo entero es un Caná lleno de personas débiles y frágiles a quienes el
Señor visitó. La venida del Señor a Caná representa Su venida a un mundo lleno de
personas débiles y frágiles. Aunque la gente de esta tierra, al igual que la caña, es débil y
frágil, el Señor llega a ellos en resurrección.
Aunque una boda es una ocasión de alegría, el gozo es temporal. Ninguna boda dura
mucho tiempo. Recientemente asistí a una boda que duró un poco más de media hora.
Estuvimos contentos ahí sólo durante media hora. Estas son las bodas humanas, el
disfrute humano.
El vino, el cual era el centro del disfrute de la fiesta de bodas, se acabó (2:3). Esto
significa que el disfrute de la vida humana llegará a su fin cuando la vida humana se
extinga. Cuando el vino se agota, el placer de la fiesta de bodas termina. Esto no sólo
significa que el disfrute de la vida se acaba, sino que la vida misma termina. No importa
cuánto placer uno disfrute, cuando su vida humana se acabe, todo su disfrute humano
también terminará. Por muy bueno que sea su esposo, su esposa, sus padres, sus hijos, o
su trabajo, si su vida se acaba, su disfrute también se terminará. Cuando el vino se
agota, termina la fiesta, porque la fiesta depende del vino. Todo nuestro disfrute
depende de nuestra vida. Si nuestra vida llega a su fin, nuestro disfrute también
terminará. No importa la clase de boda que uno celebre, cuando la vida humana se
acaba, la boda y el disfrute terminarán. Esto es lo que sucedió aquel día en Caná de
Galilea.
¿No cree usted que antes de que el Señor Jesús fuera a Caná sabía que el vino se
agotaría? Ciertamente Él lo sabía de antemano, pues ésa fue la razón por la cual fue a
Caná. El vino no se acabó por casualidad. El Señor Jesús sabía de antemano que el vino
se acabaría, y fue a Caná a establecer el principio de la vida, el principio de convertir la
muerte en vida. Su presencia en la fiesta de bodas tenía como fin resolver el problema de
la muerte y sanar la situación. El Señor sanó la situación humana cambiando la muerte
en vida, tal como Eliseo sanó el agua salada convirtiéndola en agua fresca y dulce (2 R.
2:19-22).
Cuando el Señor vino al mundo, vino a un lugar donde el disfrute humano existía pero
no era duradero. Vino a un lugar donde el final de la vida humana, la muerte, pone fin a
todo disfrute humano. El cambio del agua en vino es una señal que debemos entender
de manera figurativa. Por ejemplo, cuando pasamos de los sesenta años de edad, nos
acercamos al tiempo cuando el vino está por agotarse. Cuando nuestro vino está a punto
de acabarse, sabemos que nuestra fiesta de bodas terminará pronto. Pero alabado sea el
Señor porque ese es el momento en que el Señor viene a nuestra situación. ¡Él viene a
nuestra fiesta de bodas! No debemos temer, pues Él puede cambiar el agua en vino.
El Señor, antes de realizar el milagro, ordenó llenar las tinajas de agua (Jn. 2:6-7).
Había seis tinajas hechas de piedra. El número seis representa al hombre creado,
porque el hombre fue creado en el sexto día (Gn. 1:27, 31). Por lo tanto, las seis tinajas
de piedra representan al hombre natural, el cual fue creado el sexto día. Por naturaleza,
somos simplemente “tinajas de agua”, recipientes para contener algo. Nosotros “las
tinajas” nos encontrábamos en Caná, tierra de cañas, donde viven las personas débiles y
frágiles. Nosotros éramos las tinajas débiles y frágiles de Caná.
Las tinajas eran usadas en el rito de la purificación de los judíos (Jn. 2:6), el cual era una
práctica de la religión judía. El rito judío de la purificación con agua, representa el
esfuerzo de la religión por purificar a la gente mediante ciertas prácticas muertas. Los
judíos antiguos se lavaban muchas veces y tenían cuidado de mantenerse limpios y
puros al adorar a Dios. Pero el Señor, por el contrario, cambia la muerte en vida.
Mientras que el rito de la purificación con agua es externo y carece de vida, el cambio de
muerte en vida realizado por el Señor es interior y está lleno de vida.
El Señor dijo a los siervos que llenaran las tinajas de agua, y ellos las llenaron hasta el
borde (v. 7). ¿Qué significa esto? Veremos que esto significa que los seres humanos
están llenos de muerte. Las tinajas, esto es, la humanidad creada en el sexto día, están
llenas con las aguas de la muerte.
El hecho que el Señor ordenara llenar las seis tinajas de agua, significa que el hombre
natural está lleno de muerte. En las Escrituras el agua conlleva dos significados
simbólicos. En algunos casos, el agua representa la vida (Jn. 4:14; 7:38); y en otros,
muerte (Gn. 1:2, 6; Éx. 14:21; Mt. 3:16). Las aguas mencionadas en Génesis 1 y las aguas
del bautismo, representan la muerte. En este caso, el agua también representa la
muerte. El hecho de que todas las tinajas de piedra fueron llenas de agua, significa que
toda la humanidad, por naturaleza, está llena de muerte. Tal como las tinajas fueron
llenas hasta el borde con agua, así nosotros estamos llenos de muerte.
El Señor Jesús cambió maravillosamente esta agua muerta en vino (Jn. 2:8-9). Este
milagro no sólo muestra que el Señor Jesús puede llamar las cosas que no son, como
existentes (Ro. 4:17), sino que también puede cambiar la muerte en vida.
El cambio milagroso de agua en vino realizado por el Señor, significa que Él convierte
nuestra muerte en vida. El agua representa la muerte, y el vino, la vida. Cuando el Señor
cambia nuestra agua en vino, éste viene a ser el vino de nuestra fiesta de bodas y nunca
se acabará. Ya que fuimos regenerados, la vida con su disfrute espiritual durará para
siempre. Tendremos una eterna fiesta de bodas. Esta fiesta no toma lugar en nuestra
vida original, sino en la nueva vida que recibimos mediante la regeneración. Así como el
maestresala descubrió que el vino nuevo era mejor que el anterior (Jn. 2:9-10), así
también nosotros descubriremos que la vida que recibimos por medio de la
regeneración es mucho mejor que nuestra vida natural. Nuestra vida anterior,
representada por el vino de menor calidad, era demasiado inferior. El Señor no nos dio
lo mejor al principio, sino al final. La primera vida, la vida humana, la vida creada, es
una vida inferior; la mejor vida es la segunda, la vida divina y eterna. Ésta es la mejor
vida, porque es la vida de Dios mismo en Cristo. Así que nuestro disfrute será eterno.
Tendremos un disfrute eterno porque Cristo nos ha trasladado de la muerte a la vida. Él
como nuestra vida eterna puede mantener nuestro placer y disfrute por la eternidad.
Cuando somos salvos empieza una nueva fiesta de bodas que nunca tendrá fin. Ahora,
interiormente siempre tenemos gozo y fiesta de bodas, porque tenemos el vino divino, el
cual es la vida divina que es el Señor mismo.
Todos hemos tenido esta experiencia. Antes de ser salvos éramos vasijas llenas con agua
de muerte. Pero un día clamamos: “¡Señor Jesús!”, y Él vino y cambió nuestra muerte en
vida. No importa la situación de muerte en la que nos encontremos, si confiamos
nuestro caso al Señor Jesús, Él convertirá la muerte en vida. Por ejemplo, aun las
esposas y maridos cristianos pueden llegar al punto en que la vida se agote en su
matrimonio. Parece que son incapaces de continuar en su vida matrimonial. Sin
embargo, si se abren al Señor Jesús, Él cambiará la muerte en vida. En muchos
matrimonios el Señor ha cambiado el agua de muerte en vino de vida.
D. El principio de señales
En este libro, todos los milagros que hizo el Señor son llamados señales (2:23; 3:2; 4:54;
6:2, 14, 26, 30; 7:31; 9:16; 10:41; 11:47; 12:18, 37; 20:30). Estos son milagros, pero se
usan como señales que representan a la vida. La palabra griega traducida “milagros”,
como ha sido traducido en algunas versiones, significa “señales”. Una señal es algo que
tiene un significado. De hecho, una luz roja es una señal que nos manda a detenernos.
En el Evangelio de Juan todos los milagros realizados por el Señor Jesús no sólo son
milagros, sino también son señales.
Podemos aplicar este principio a los otros casos. El hambre de la multitud mencionado
en el capítulo 6 revela que su disfrute humano había llegado a su fin, pero el Señor vino
a ellos como pan de vida. La mujer pecaminosa del capítulo 8 fue también alguien a
quien el vino del disfrute se le había agotado. El ciego del capítulo 9 tampoco tenía el
disfrute de la vida humana. Especialmente en el caso de Lázaro, presentado en el
capítulo 11, podemos ver esto. Los aspectos principales del caso de Lázaro, en principio,
son los mismos que en el primer caso, el de la fiesta de bodas en Caná. En el primer caso
tenemos el disfrute de la fiesta de bodas. En el caso de Lázaro, se ve el placer del amor
familiar entre Lázaro y sus dos hermanas. En la fiesta de bodas el vino se acabó; en el
caso de Lázaro, fue la vida humana la que terminó. Lázaro murió, lo cual indica que el
vino de la vida humana se había agotado. En ambos casos el principio de vida es
exactamente el mismo: el Señor vino a ambas situaciones y convirtió la muerte en vida.
Por lo tanto, el principio de la vida establecido en el caso de cambiar el agua en vino,
puede aplicarse a cada uno de los casos hallados en el Evangelio de Juan.
El versículo 11 dice que en este principio de señales que hizo Jesús en Caná de Galilea Él
manifestó Su gloria, y Sus discípulos creyeron en Él. La divinidad del Señor se manifestó
al cambiar la muerte en vida.
E. La madre de Jesús
representa al hombre natural
María, la madre de Jesús, aquí representa al hombre natural, el cual no tiene nada que
ver con la vida y debe ser subyugado por la vida divina (vs. 3-5). Cuando el vino se agotó,
el hombre natural se expresó y aun oró al Señor. María le dijo: “No tienen vino”. Jesús le
dijo: “¿Qué tengo que ver con esto que te afecta a ti, mujer? Aún no ha venido Mi hora”
(vs. 3-4). A menudo actuamos exactamente igual que la madre de Jesús. En realidad
somos la María de hoy, en el sentido de que oramos como hombres naturales conforme
a nuestra vida natural. Frecuentemente el Señor permite que el vino en ciertas ocasiones
se acabe, para tener la oportunidad de cambiar la muerte en vida. Aun en la iglesia local
el Señor puede permitir que la situación sea llena de muerte. En tal caso, el hombre
natural orará: “Oh Señor, haz algo para rescatar la situación”. Si usted ora de esta
manera, el Señor se volverá y le responderá: “¿Qué tengo que ver contigo? Tú no tienes
nada que ver conmigo en este asunto”. Por lo general, todos actuamos de la misma
forma que María. ¿Qué haremos entonces? No debemos hacer nada. Dejemos que la
muerte salga a la superficie y sea expuesta; entonces el Señor Jesús entrará en la
situación.
Todos tenemos que reconocer que muchas de nuestras oraciones no han sido
contestadas. Por ejemplo, muchos de los hermanos casados han orado por sus esposas,
diciendo al Señor: “Oh, Señor, Tú conoces a mi esposa. Señor, debes cambiarla”. ¿Qué
clase de oración es ésta? Es la oración de María, del hombre natural. No ore de esa
manera. Deje que la muerte en su esposa salga a la superficie. Deje que Lázaro muera y
sea sepultado. Entonces el Señor vendrá y lo resucitará de los muertos. Deje que su
esposa, como Lázaro, muera, sea sepultada, y entre en estado de putrefacción. Si usted
lo hace, el Señor Jesús vendrá y cambiará la muerte en vida.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE SIETE
EL PROPÓSITO DE LA VIDA
II. EL PROPÓSITO DE LA VIDA:
EDIFICAR LA CASA DE DIOS
Juan 2:12-22 presenta dos aspectos de cómo el Señor se ocupó del templo: el aspecto de
la purificación y el de la edificación. Satanás, el enemigo de Dios, siempre trata de dañar
o frustrar el templo de Dios. Intenta contaminarlo introduciendo muchas cosas
pecaminosas. Esta es la razón por la que la casa de Dios requiere purificación.
El Señor Jesús purificó el templo cuando “estaba cerca la Pascua de los judíos” (2:13).
En ese tiempo la Pascua era una conmemoración de la salvación de Dios (Éx. 12:2-11;
Dt. 16:1-3); y los judíos la recordaban adorando a Dios en el templo. Pero cuando el
Señor Jesús subió a Jerusalén, encontró el templo lleno de bueyes, ovejas, palomas y
cambistas de monedas. Así que, el templo requería ser purificado, y el Señor Jesús lo
hizo.
La Pascua prefiguraba la memoria que hacemos del Señor (1 Co. 11:24-25). Y nosotros
somos el templo de Dios (1 Co. 3:16). Es muy posible que cuando venimos a la mesa del
Señor para hacer memoria de Él, nos encontremos llenos de asuntos terrenales. Así que,
también nosotros necesitamos ser purificados para poder ser el templo adecuado de
Dios.
2. La purificación del templo
Leamos Juan 2:14-16: “Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas,
y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a
todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las
mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de
Mi Padre casa de mercado”. El Señor purificó la casa de Dios usando un azote de
cuerdas de junco. La versión King James dice que el Señor hizo “un azote de pequeñas
cuerdas”, pero otras versiones dicen que hizo un azote de juncos, los cuales eran baratos
y comunes. El Señor hizo el azote con algo ordinario, con juncos, y lo utilizó para limpiar
el templo. Él echó fuera los bueyes, las ovejas, las palomas y las monedas. Esto
representa el echar fuera todas las ocupaciones terrenales. Nosotros somos el templo de
Dios, pero no estamos llenos de Él. Al contrario, estamos ocupados con muchos otros
asuntos que no son Dios. Y aunque, como casa de Dios, deberíamos estar llenos de Él, la
realidad es que estamos llenos de mercadería, dinero y mesas de cambistas. Por lo tanto,
el Señor debe hacer un azote de cuerdas para echar esas cosas fuera de nosotros.
A menudo, el Señor usa las cosas ordinarias y comunes, como los juncos, para
purificarnos. A veces utiliza a un familiar, por ejemplo nuestro cónyuge o nuestros
padres o nuestros hijos, nuestro jefe o nuestros empleados. Todos hemos experimentado
el azote de cuerdas que el Señor ha hecho de familiares o de cosas ordinarias, con el fin
de purificarnos. Muchas veces el Señor interviene en nuestras vidas, revolviéndolo todo.
Echa fuera las ovejas, los bueyes, las palomas, y vuelca las mesas a fin de confundir toda
la situación. Por ejemplo, tal vez el año pasado usted ganó mucho dinero en sus
negocios, pero este año lo pierde todo; éste es un azote que el Señor usa para purificarlo.
Con cada creyente que busca al Señor siempre hay alguien o algo que lo purifica.
Una esposa, que es hija de Dios y busca más del Señor, por lo general siempre anhela
que su esposo sea espiritual y ame al Señor, pero esto muchas veces es al revés. Un
esposo que ama al Señor y siempre ora pidiendo que su esposa sea espiritual y ame al
Señor, hallará muchas veces que sucede lo contrario a su deseo. También los padres que
sinceramente buscan al Señor y oran diariamente por sus hijos, en ocasiones sufren al
ver que éstos se descarrían del camino del Señor. El azote que usted experimenta es
preparado por el Señor. Si su cónyuge fuera muy espiritual, el Señor no tendría un azote
con que purificarlo. Si sus hijos fueran como Pedro y Juan y su hija fueran como María,
el Señor no tendría juncos disponibles para hacer un azote. Si sus padres fueran como
Abraham y Sara, no habría nada que pudiera purificarlo. Por un lado, usted debe
disfrutar diariamente al Señor como un banquete, pero por otro, muchas veces el Señor
le enviará un azote de cuerdas para purificarlo. A menudo, el Señor usará aun a los
hermanos y hermanas de la iglesia como un azote de cuerdas para echar fuera la
mercancía y a los cambistas que hay dentro de usted.
El versículo 17 dice: “Entonces se acordaron Sus discípulos que está escrito: El celo de
Tu casa me consumirá”. Dentro del Señor Jesús había un celo por la casa de Dios. Este
celo lo devoraba, lo consumía. Él era absoluto para la casa del Padre. La casa del Padre
era el deseo de Su corazón. Cuando Él vio la situación corrupta que existía dentro del
templo, no pudo tolerarlo, de manera que lo limpió usando un azote. El celo que tenía
por la casa de Su Padre le impulsó a que echase fuera de ella toda contaminación. Su
corazón era puro para el Padre. No pudo soportar ver que el templo, la casa de Su padre,
estuviera contaminada por las cosas relacionadas con la avaricia del hombre, así que, Él
la purificó.
Satanás trata a toda costa de contaminar la vida de iglesia con muchas cosas
pecaminosas y mundanas. Dondequiera que haya una iglesia local, sucederá esto. Pero
alabado sea el Señor que la contaminación de Satanás sólo ocasiona la purificación del
Señor. Satanás, el enemigo, siempre está activo; nunca duerme. Dondequiera que una
iglesia local haya sido establecida, Satanás tratará de corromperla. Mientras menos
experiencia tengamos en el Señor, más nos preocuparemos de que la iglesia sea
contaminada por el enemigo. Permítame decir algo que lo confortará. Si su iglesia local
ha sido contaminada, no debe desanimarse. Al contrario, debe decir: “Señor, ahora es
Tu tiempo. Señor, ven a esta situación. La contaminación de Satanás sólo ocasionará Tu
purificación”.
Hace diecisiete años, en 1958, las iglesias de Taiwán eran muy prevalecientes. Entonces,
sucedieron algunas cosas que dieron oportunidad a que el enemigo entrara. Una gran
“tormenta” asoló a las iglesias. Yo me encontraba en aquel tiempo allí y vi la situación
claramente, pero no tuve temor. Ese ataque se inició en 1958. Al año siguiente yo me
encontraba compartiendo un estudio-vida del Evangelio de Juan, y cuando llegué a este
mismo punto del capítulo 2 de Juan, del cual comparto en este mensaje, dije: “Algunos
de ustedes están siendo utilizados por el enemigo para derribar la iglesia. Quiero que
sepan que si la iglesia aquí ha sido edificada por el Señor, mientras más traten de
derribarla, más será edificada”. Más tarde, partí de Taiwán hacia los Estados Unidos. No
tuve temor de que las iglesias allí fueran destruidas, así que salí en paz para los Estados
Unidos. Posteriormente los hermanos responsables de las iglesias de Taiwán me
escribieron una y otra vez diciéndome: “El enemigo ha hecho mucho daño, hermano,
por favor regrese”. Pero, no regresé hasta cuatro años después. Durante ese lapso recibí
muchas cartas de los líderes de las iglesias en las cuales me contaban del daño que el
enemigo había causado, y una y otra vez les contesté: “Hermanos, tengan paz, si las
iglesias de la isla de Taiwán fueron establecidas por el Señor, nadie podrá derribarlas.
Cuanto más traten de destruirlas, más serán edificadas”. Ahora, en el año de 1975, todas
las iglesias de Taiwán están sólidamente establecidas.
El Señor Jesús dijo a Sus opositores que si ellos destruían ese templo, Él lo levantaría en
tres días (2:19). Ellos no entendieron de lo que el Señor les hablaba, pero el Señor les
decía: “Vosotros podéis llevarme a la muerte y crucificar Mi cuerpo en el madero, pero
en tres días Yo lo resucitaré”. Uno no debe tratar de entender solamente las letras
impresas de la Biblia, porque si hace eso, se encontrará con dificultades. Por un lado, el
Señor Jesús le dijo a la gente que después que ellos lo mataran, Él resucitaría (Mt.
10:18). Por otro lado, el Nuevo Testamento nos dice en otro versículo que Dios lo
levantó de los muertos (Hch. 2:24). En el Nuevo Testamento, la resurrección del Señor
se presenta en dos aspectos: que Dios lo levantó y que Él resucitó. ¿Cómo debemos
entender o interpretar esto? ¿Dios lo levantó o Él mismo resucitó? En el Evangelio de
Lucas, el cual nos muestra al Señor Jesús como el Salvador que se ofreció como
sacrificio por nuestros pecados, vemos que el Señor necesitaba que Dios lo levantara de
los muertos (Lc. 9:22, gr.). En el Evangelio de Juan la situación es distinta. En este libro,
el Señor no fue inmolado como sacrificio por los pecados, sino que Él mismo puso Su
vida. Jesús dijo: “Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a
tomar” (10:17-18). En el Evangelio de Juan no era necesario que Dios lo levantara. Como
el sacrificio por los pecados, Él necesitó que Dios lo levantara, pero como Aquel que da
vida, Él podía poner Su vida y volverla a tomar. Podía entrar en la muerte y salir de ella.
Parece que el Señor dijera: “En cierto sentido, sois vosotros quienes me matáis, pero por
el otro, por Mi lado, Yo entro en la muerte, doy un recorrido por ella y salgo otra vez”.
Por ejemplo, cada año muchos turistas vienen a la ciudad de Washington D. C. y visitan
la Casa Blanca. De la misma manera, el Señor Jesús dio un recorrido por la región de la
muerte y visitó la “Casa Negra”. Es como si el Señor dijera: “Casa Negra, he venido a
echar una mirada y a ver lo que puedes hacer. ¿Puedes hacerme algo a Mí? Ya que no
puedes hacerme nada, después de Mí recorrido, me despediré de ti y volveré a la vida”.
Esta es la resurrección según el Evangelio de Juan. Aquí el Señor Jesús puso Su vida Él
mismo, y Él mismo la volvió a tomar.
El cuerpo físico de Jesús fue destruido en la cruz por los judíos. Cuando Cristo se
encarnó, se puso un cuerpo físico. En Juan 1:14 se nos dice claramente que Su cuerpo
físico era un tabernáculo, y según el capítulo 2, Su cuerpo físico era también el templo.
Deseo señalar que en todo el Nuevo Testamento, el templo de Dios no denota un lugar,
sino una Persona. Cuando Jesús estaba en la carne, Su cuerpo era el tabernáculo y el
templo de Dios. Tanto el tabernáculo como el templo son la morada de Dios. Satanás
sabía esto. Ya que él comprendió que el cuerpo físico de Jesús era la morada de Dios
sobre la tierra, hizo todo lo posible por destruir ese cuerpo. Y en verdad lo destruyó en la
cruz por medio de los judíos. En cierto sentido, Satanás destruyó el cuerpo físico del
Señor, pero en otro, el Señor Jesús entregó Su cuerpo a la muerte. Parece que el Señor
dijera a Satanás: “Satanás, haz tu mejor esfuerzo; veamos lo que puedes hacer.
Cualquier cosa que hagas sólo me dará la oportunidad para hacer algo más”.
Después de que el cuerpo físico del Señor fue destruido por Satanás en la cruz, Su
cuerpo fue puesto en una tumba y reposó allí. Luego el Señor Jesús entró en la muerte,
dio un paseo por la “Casa Negra”, y salió en resurrección. Cuando resucitó, Él mismo
resucitó Su cuerpo muerto y sepultado. El cuerpo de Jesús que fue destruido en la cruz
era pequeño y débil, pero el Cuerpo de Cristo en resurrección es vasto y poderoso. ¿Cuál
prefiere usted, el cuerpo de Jesús o el Cuerpo de Cristo? Después de la resurrección del
Señor, Su Cuerpo, esto es, el templo, resucitó en una dimensión mucho mayor. El
cuerpo que el enemigo destruyó por medio de la crucifixión era meramente el cuerpo
físico de Jesús, pero el que el Señor levantó en resurrección no sólo fue Su propio
cuerpo, sino también a todos los que se han unido a Él por la fe (1 P. 1:3; Ef. 2:6).
Después de la resurrección del Señor, Satanás tuvo que haber dicho: “He perdido el
caso. Fui muy tonto. No debería haberlo destruido”. Sin embargo, ya era muy tarde para
que Satanás se arrepintiera.
Una vez que una iglesia local ha sido perjudicada y aun destruida, podemos estar
seguros de que, en resurrección, llegará a ser aun más grande de lo que fue
originalmente. El Señor Jesús siempre prevalece sobre el enemigo. No debemos temer la
obra de Satanás. Muchas veces no necesitamos orar tan desesperadamente, sino
simplemente decir: “Satanás, haz tu mejor esfuerzo. Cualquier cosa que hagas
simplemente dará a nuestro Señor Jesús la oportunidad para que te venza”. Siempre
que se presenta algún problema en la iglesia, muchos hermanos sienten la necesidad de
convocar a una reunión urgente para orar. Sin embargo, no es necesario actuar con
tanta prisa. Tengan paz. Que no los aterrorice la actividad de Satanás. Cuando el Señor
Jesús supo que los judíos intentaban matarlo, Él no oró: “Oh Padre, mata a estos judíos,
Padre, sálvame y protégeme”. En lugar de orar de esta manera, parece que el Señor les
dijera: “Haced vuestro mejor esfuerzo para matarme, pero tened la seguridad de que
después de que me matéis, tendré la oportunidad de incrementarme”. Nadie puede
frustrar el propósito del Señor. Mientras más el enemigo trate de hacerlo, más
oportunidad le dará al Señor para que haga algo más. Todo lo que el Señor hace siempre
está en resurrección. El Señor edifica el templo “en tres días”, lo cual significa que lo
edifica en resurrección.
3. La resurrección de Jesús es la única señal
Los judíos le pidieron a Jesús que les mostrara una señal. El Señor respondió: “Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). La única señal es la resurrección del
Señor. En la edificación de la iglesia es frecuente que ciertas personas, como los judíos,
nos desafíen para ver qué milagros hacemos. Pero no debemos ser tentados a tratar de
hacer ningún milagro. Tenemos que seguir al Señor y dejar que seamos llevados a la
muerte. Entonces Cristo se manifestará en resurrección. Éste es el milagro, la señal, que
se necesita en la edificación de la iglesia. La única señal para la edificación de la iglesia
es la vida en resurrección.
En el capítulo 2 de Juan el escritor escogió dos eventos de entre muchas cosas que el
Señor realizó, a fin de mostrarnos el principio y el propósito de la vida. Debemos aplicar
el principio de la vida con miras al propósito de vida. Entonces veremos que en los
siguientes capítulos de este Evangelio, se encuentran tanto el principio de la vida
presentado en el primer evento como el propósito de la vida, visto en el segundo evento.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE OCHO
LA NECESIDAD DEL HOMBRE MORAL:
SER REGENERADO POR LA VIDA
(1)
Primeramente veamos la condición del hombre en cada caso. El primer caso, presentado
en el capítulo 3, habla acerca de una persona moral de clase alta, que acudió al Señor. Él
era un caballero superior, sumamente culto, muy religioso, que buscaba a Dios y le
temía. El segundo caso, hallado en el capítulo 4, presenta exactamente la condición
contraria. El primer caso es acerca de un hombre moral; el segundo trata de una mujer
inmoral. El primero presenta a una persona apacible, de clase privilegiada, mientras que
el segundo caso presenta a una persona alocada, y de clase baja. Esta mala mujer había
tenido cinco maridos y estaba viviendo con un sexto hombre que no era su marido. El
tercer caso, presentado en el capítulo 4, habla de un joven que estaba enfermo y a punto
de morir. El cuarto caso, en el capítulo 5, trata de un hombre que había estado enfermo
durante treinta y ocho años, que estaba sumamente débil y era incapaz de dar un solo
paso. El quinto caso, el del capítulo 6, habla de la multitud hambrienta que buscaba algo
con que alimentarse. El sexto caso, presentado en el capítulo 7, trata del pueblo sediento
cuya sed no pudo ser apagada ni por la mejor religión ni por ninguna otra cosa de esta
vida. El séptimo caso, hallado en el capítulo 8, presenta a una mujer pecaminosa que
cometió un pecado terrible y permanecía bajo la condenación y esclavitud de su pecado.
El octavo caso, presentado en los capítulos 9 y 10, tiene que ver con un hombre ciego de
nacimiento. Finalmente, el noveno caso en el capítulo 11 trata de Lázaro, quien murió y
estuvo sepultado por cuatro días.
Las diversas condiciones de las personas mencionadas en los nueve casos representan
las condiciones de todos los hombres. Algunos hombres son buenos como Nicodemo,
mientras que otros son perversos como la mujer samaritana. Otros, como el joven de
Capernaum, están a punto de morir; y la mayoría es débil como el hombre que estuvo
enfermo durante treinta y ocho años. Todos desean hacer el bien, pero no tienen la
fuerza para cumplir ese deseo. Conocen la religión, pero por ser débiles, no tienen la
fuerza para vivir conforme a sus normas ni para cumplir sus regulaciones. Otros se
encuentran hambrientos; anhelan algo que pueden disfrutar, mientras que otros tienen
sed por algo más de lo que la vida humana puede ofrecerles. Hay algunos que tienen una
sed tan intensa que nada de esta vida puede satisfacerlos. Otros continuamente cometen
pecados y permanecen bajo la condenación y la esclavitud de tales pecados. Otros, como
el hombre ciego, son ciegos, pero no físicamente, sino psicológica y espiritualmente. Al
final, la última condición de todos los hombres es la muerte, porque están en la muerte y
se encuentran en el camino que lleva a la muerte. No sólo están ya muertos, sino que
también morirán más tarde. Todos los hombres están muertos, y además, van rumbo a
la muerte. Por lo tanto, los nueve casos describen la verdadera condición de todo
hombre. Estas condiciones muestran la necesidad del hombre, la cual únicamente el
Señor como vida puede satisfacer plenamente.
LA CONDICIÓN Y LA NECESIDAD
DE CADA INDIVIDUO
La condición descrita en cada uno de los nueve casos puede también encontrarse en
todos los hombres. Una misma persona puede encontrarse en cada una de estas
condiciones. Por ejemplo, usted puede ser un buen hombre, o al menos puede tener la
intención de serlo. Y también puede ser muy religioso, uno que teme a Dios y lo busca.
No obstante, a la vez puede haber hecho algo vil, algo que no es honorable. Puede ser un
caballero religioso con alta moralidad y aun así hacer algo malo. Por un lado, usted es
una persona de clase alta, pero por otro, es una persona de clase baja.
Usted además es una persona enferma y a punto de morir moral y espiritualmente. Tal
vez usted esté físicamente muy saludable, pero moral y espiritualmente puede estar
moribundo. La verdad es que aun físicamente está muriéndose día tras día.
Aparentemente usted es viviente, pero en realidad se está muriendo.
La otra condición que le aqueja es que es una persona débil. Usted sabe que debe hacer
el bien y sabe lo que es correcto, pero no tiene la capacidad ni el poder para hacerlo. Tal
vez aún no tiene veinticinco años, pero ha estado enfermo por “treinta y ocho años”.
Usted sabe que debe amar a su prójimo, pero es débil y no puede hacerlo. Desea guardar
la ley de Dios y agradarle, pero es incapaz de lograrlo. En otras palabras, tiene el deseo
de hacer el bien, pero no tiene la capacidad para llevar a cabo lo que desea. Lo que
necesita es el poder de la vida.
Por otro lado, usted se encuentra ciego, aunque tal vez tenga una visión perfecta con sus
ojos físicos, no es capaz de percibir el significado de la vida humana, y en especial, no
puede ver las cosas espirituales. Usted está ciego y necesita que el Señor le abra los ojos
y le devuelva la vista.
Cada persona tiene en su condición caída todos los aspectos de los nueve casos. Todo
hombre, al menos en cierto grado, se encuentra en cada una de estas condiciones. Cada
condición es un indicio de la verdadera necesidad de cada individuo.
En estos nueve casos hemos visto la condición y la necesidad del hombre. Ahora
debemos ver cómo el Señor es capaz de entrar en la condición del hombre caído y
satisfacer toda su necesidad. En cada caso el Señor se presenta como Aquel que puede
suplir las deficiencias humanas. Y estos nueve casos comprueban plenamente la
suficiencia del Señor para satisfacer toda necesidad del hombre.
El primer caso muestra que el Señor nos proporciona la regeneración, la cual necesitaba
aun una persona de un nivel tan alto como el de Nicodemo, para poder recibir la vida de
Dios y así entrar en el reino de Dios. El caso de la mujer samaritana, una mujer
pecaminosa y sedienta, revela cuánto el Señor puede satisfacer a dicha persona con Su
agua viva. En el caso del hombre que estaba a punto de morir, el Señor es el poder
sanador de vida. El caso del hombre débil que había estado enfermo por treinta y ocho
años demuestra el poder reavivador de la vida del Señor. En el caso de la multitud
hambrienta que necesitaba algo con que alimentarse, el Señor se presentó como el pan
de vida. En el caso del pueblo sediento, el Señor les asegura que Él puede apagar su sed
mediante el fluir del río de agua de vida. En el caso de la mujer que vivía en pecado,
vemos que el Señor es capaz de librar a tal persona de su condición pecaminosa y
liberarla de la esclavitud del pecado. En el caso del hombre ciego, el Señor abre sus ojos
y le da la vista. Finalmente, en el caso de Lázaro, quien había muerto, había sido
sepultado, y aun su cuerpo se estaba descomponiendo en el sepulcro, se exhibe
plenamente el poder de la vida de resurrección del Señor.
En todos estos casos es plenamente demostrada la eficacia del Señor para satisfacer las
necesidades del hombre. No hay condición humana que Él no pueda solucionar, ni
necesidad que no pueda satisfacer. ¡Él sí puede! Él puede resolver todos nuestros
problemas y suplir todas nuestras necesidades. ¡Alabado sea Su nombre!
LA REGENERACIÓN:
EL REQUISITO PARA LA SALVACIÓN COMPLETA
Todos los aspectos de la obra del Señor según lo revelan y representan los nueve casos,
son los diferentes aspectos de la salvación completa que el Señor efectúa. Estos son: (1)
la regeneración, (2) la satisfacción con el agua viva, (3) el poder sanador de la vida, (4) el
avivamiento con el poder de la vida, (5) la alimentación con el pan de vida, (6) apagar la
sed con los ríos de agua viva, (7) la liberación del pecado, (8) el abrir los ojos de los
ciegos, y (9) la resurrección. Todos estos asuntos están incluidos en la salvación que el
Señor nos otorga, y el primero es la regeneración. La regeneración es el inicio de la vida
espiritual. Todas las experiencias espirituales principian con la regeneración. Si hemos
sido regenerados, estamos calificados para participar de todos los otros aspectos de la
salvación del Señor. La regeneración es un requisito previo para experimentar todos los
otros aspectos de Su salvación. Esta es la razón por la cual el caso de la regeneración
aparece primero. Todas las demás experiencias de la salvación dependen de la
experiencia de la regeneración. Antes de poder ser satisfechos con el agua viva, tenemos
que haber sido regenerados. El agua viva proviene de la experiencia inicial de la
regeneración, sin la cual, el agua viva del Señor nunca podría estar en usted. El principio
es el mismo en todas las otras experiencias. Un moribundo, uno que se está muriendo,
requiere ser regenerado para poder ser sanado y vivir eternamente. Una persona débil
debe primero ser regenerada y luego avivada con el poder de la vida. Una persona
primero debe ser regenerada para poder alimentarse del Señor como el pan de vida.
Disfrutar de la alimentación de vida depende en gran parte de la regeneración. Tener el
fluir del agua de vida también depende de la regeneración. Si usted no es regenerado,
nunca podrá saciar su sed con las aguas vivas del Señor. Para ser liberados del pecado y
recobrar la vista, primero necesitamos ser regenerados. Sin la regeneración, sería
imposible que alguien fuera liberado del pecado o recibiera la visión espiritual. Además,
nadie puede participar de la vida de resurrección sin antes experimentar la
regeneración. La salvación que el Señor nos da, comienza con la regeneración y termina
con la vida de resurrección. Por lo tanto, tenemos que examinar cuidadosamente este
primer caso, el de Nicodemo, el cual revela que el hombre necesita la regeneración.
Las palabras Ahora bien al principio del versículo 1 del capítulo 3 indican que el caso de
Nicodemo difiere de los casos presentados en los versículos anteriores, del 23 al 25.
Todos aquellos casos se refieren a personas que creyeron en el Señor porque vieron los
milagros que hacía. El Señor no podía fiarse de personas así. Pero el caso de Nicodemo,
un caso de la vida en regeneración, revela que el Evangelio de Juan no trata de milagros,
sino únicamente de dar vida. Por esto aun los milagros que el Señor hizo en este libro,
son llamados señales, lo cual significa que el Señor vino para dar vida, y no para hacer
milagros.
II. LA REGENERACIÓN
Como seres humanos tenemos la vida humana. El problema no depende de que nuestra
vida humana sea buena o mala. No importa que clase de vida humana llevemos,
mientras no tengamos la vida divina necesitaremos la regeneración. Ser regenerados
simplemente significa tener la vida divina además de nuestra vida humana. El propósito
eterno de Dios consiste en que el hombre sea un vaso para contener la vida divina.
Nuestro ser con nuestra vida humana es un vaso para contener a Dios como vida. La
vida divina es la meta de Dios, esta vida es Dios mismo. La meta de Dios consiste en que
nosotros como poseedores de la vida humana, recibamos la vida divina como nuestra
verdadera vida. Éste es el verdadero significado de la regeneración. Muchos cristianos
no entienden claramente este hecho; piensan que la regeneración es necesaria
simplemente porque somos seres caídos y pecaminosos. Conforme a este concepto,
necesitamos la regeneración porque nuestra vida es mala y no puede ser mejorada. Este
concepto es erróneo. Vuelvo a decirlo: si Adán jamás hubiera caído en el huerto del
Edén, aun así, habría sido necesario que él fuese regenerado, que naciera de nuevo, para
poder así recibir otra vida, la vida de Dios. Por lo tanto, ser regenerado equivale a recibir
la vida divina, esto es, recibir a Dios mismo.
Cuando Nicodemo escuchó que tenía que nacer de nuevo, creyó que significaba volver a
entrar en el vientre de su madre y nacer otra vez. Su respuesta demuestra que no sabía
cómo ejercitar su espíritu, por lo que entendió mal la palabra del Señor. Entonces el
Señor Jesús le explicó que el que nace de la carne, carne es. Parece que el Señor le dijera
a Nicodemo: “No importa cuántas veces vuelvas a entrar en el vientre de tu madre y
nazcas otra vez, aún serás carne. Lo que es nacido de la carne, carne es. Nicodemo, no es
necesario que digas que es imposible volver a entrar en el vientre de tu madre y nacer
otra vez, porque aun si pudieses hacerlo, seguirías siendo el mismo. Aun si pudieras
volver a nacer en esa manera natural, y ser joven otra vez, después de otros sesenta o
setenta años, serías igual a lo que eres ahora. Tú no necesitas ese tipo de renacimiento”.
Nicodemo no necesitaba otro nacimiento cronológico, sino que necesitaba nacer con
una nueva naturaleza.
“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). Debido a que los cristianos a través de los siglos
han ejercitado su mente en vez de su espíritu, han formulado muchas interpretaciones
diferentes de este versículo. Hace cincuenta años se me enseñó que el agua en este
versículo hacía referencia a la Palabra, y que nacer de agua y del Espíritu quería decir
nacer de la Palabra y del Espíritu. Nos fueron dados como referencia 1 Pedro 1:23 y
Jacobo 1:18. Otra interpretación, que constituye una peor manera de interpretar este
pasaje de la Escritura, consiste en decir que el agua alude a la fuente materna. Según
esta interpretación nacer dos veces es primeramente nacer del agua del vientre de la
mujer, y posteriormente nacer del Espíritu Santo. Esta interpretación es totalmente
ilógica, por lo que no debemos prestarle ninguna atención.
Debemos tomar una posición lógica y sólida al abordar este versículo. Tenemos que
admitir que Nicodemo y el Señor Jesús hablaban con palabras entendibles. Si el Señor
Jesús hubiera hablado a Nicodemo con palabras difíciles de entender, le hubiera dado
una interpretación. Tal vez Nicodemo habría preguntado al Señor el significado de nacer
del agua. Pero el Señor Jesús no interpretó Sus palabras ni Nicodemo le pidió una
interpretación, lo cual comprueba que las palabras eran entendibles para ambos. Así
que la expresión de agua y del Espíritu, deben haber sido entendibles para Nicodemo,
sin ninguna explicación. Puesto que en Mateo 3:11 Juan el Bautista dijo estas mismas
palabras a los fariseos, las mismas deben de haber sido entendibles para ellos también.
Juan les dijo que él bautizaba en agua, pero que vendría otro, que bautizaría en el
Espíritu. Después de oír las palabras de Juan, los fariseos probablemente las discutieron
entre sí, pues eso se había dicho recientemente. Ya que los fariseos lo tomaban todo en
serio, después de escuchar lo dicho por Juan el Bautista, deben haberlo analizado a
fondo. Puesto que Nicodemo era fariseo, debía de haber estado familiarizado con estas
expresiones. Ahora Nicodemo, habla con el Señor, quien en palabras familiares para él,
le dice que nacer de nuevo es nacer de agua y del Espíritu.
El agua es la señal central del ministerio de Juan el Bautista, la cual es sepultar y poner
fin al hombre de la antigua creación. Juan el Bautista en su ministerio bautizaba en
agua. Él le decía a la gente que tenían que arrepentirse y reconocer su condición caída, y
que no servían para nada más que para ser sepultados. Todo el que escuchó la
predicación de Juan y se arrepintió fue bautizado en agua. Esto significa que como
hombres caídos que pertenecían a la antigua creación, ellos eran terminados. De esto
trataba el ministerio de Juan el Bautista. Además, Juan dijo que su ministerio sólo tenía
como fin recomendar el ministerio del Señor Jesús. Así como el agua es la señal central
del ministerio de Juan el Bautista, el Espíritu es el contenido central del ministerio de
Cristo, esto es, hacer germinar al hombre en la nueva creación. Estos dos conceptos
principales, el agua y el Espíritu, constituyen el concepto completo de la regeneración.
La regeneración o nacer de nuevo, pone fin al hombre de la antigua creación y a todas
sus obras, y hace germinar al hombre en la nueva creación con la vida divina. ¿Qué
significa nacer de nuevo? Significa ser terminado por el ministerio de Juan por medio
del agua, y ser germinado por el ministerio de Jesús mediante el Espíritu.
¿Cómo podemos tener hoy en día el ministerio de Juan el Bautista? Lo tenemos por
medio del arrepentimiento. Cuando alguien se arrepiente, reconoce que es una persona
caída que no es buena para nada; esto es aceptar el ministerio de Juan. Por supuesto, no
es necesario que Juan el Bautista se encuentre físicamente presente, porque su
ministerio ya está en el Nuevo Testamento. Cuando predicamos el evangelio,
primeramente predicamos el ministerio de Juan. Por esto ponemos mucho énfasis en el
pecado y en el arrepentimiento. Nosotros somos el Juan Bautista de hoy. Yo era un Juan
el Bautista hace cuarenta años, y mucha gente se arrepintió como resultado de ese
ministerio. Ese no era mi ministerio, sino el de Juan. Todo el que acepta este ministerio,
en cierto sentido, llega a su fin, y en otro, nace del agua. Después de arrepentirse, el
hombre debe creer en el Señor Jesús y aceptar Su ministerio de vida para así germinar.
Para recibir la salvación, necesitamos arrepentirnos así como tener fe. El
arrepentimiento es recibir el ministerio de Juan, y creer es aceptar el ministerio del
Señor Jesús; en esto consiste la regeneración. Todos nosotros hemos pasado por el
proceso de la regeneración. Ahora entendemos lo que significa nacer de agua y del
Espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE NUEVE
(2)
Nicodemo creía que nacer de nuevo era volver al vientre de su madre y nacer otra vez.
No comprendía que aunque pudiera hacer eso seguiría siendo carne. No importa
cuantas veces una persona pueda nacer del vientre de su madre, seguirá siendo carne,
porque la carne únicamente engendra carne. De manera que, el Señor le dijo a
Nicodemo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). La carne aquí denota al
hombre natural con la vida natural. No importa cuantas veces podamos nacer de
nuestros padres, seguiremos siendo personas naturales con la vida natural. Esto no
cambiará nuestra naturaleza. Nacer de nuevo no es volver a nacer de nuestros padres,
sino nacer de Dios el Espíritu, para tener Su vida divina con Su naturaleza divina, una
vida con una naturaleza completamente diferente de nuestra vida con su naturaleza
natural.
Nacer de nuevo equivale a nacer del Espíritu en nuestro espíritu. El Espíritu divino
regenera a nuestro espíritu humano con la vida divina de Dios. La regeneración, esto es,
recibir la vida divina, es una experiencia que ocurre en nuestro espíritu. Dios creó
nuestro espíritu con este propósito. Tenemos este órgano tan especial, nuestro espíritu
humano, en lo profundo de nuestro ser. Dios, nos hizo con un espíritu, con la intención
de que un día pudiéramos ejercitar este espíritu para tener contacto con Él y recibirle en
nuestro ser. La función del espíritu humano es tener contacto con Dios. La regeneración
no es un asunto de nuestra mente, ni de nuestra parte emotiva, ni de nuestra voluntad,
sino completamente un asunto de nuestro espíritu. Los versículos 12 y 13 de Juan 1
dicen: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. ¿En qué parte de nuestro ser nacemos de
Dios? En nuestro espíritu. Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Dios es Espíritu, y
sólo un espíritu puede tocar al Espíritu. Sólo un espíritu puede nacer del Espíritu. Así
que la regeneración es algo que ocurre exclusivamente en nuestro espíritu. No importa
si usted tiene una mente sobria, una emoción apropiada, o una voluntad férrea; estas
partes pertenecen a otra esfera. La regeneración se lleva a cabo en la esfera de nuestro
espíritu. Para ser regenerado usted no tiene que ejercitar su mente, emoción o voluntad.
Simplemente olvidándose de lo que usted es, abra su ser al Señor Jesús y desde lo
profundo de su espíritu invoque el nombre del Señor, creyendo en Él. Si hace esto,
inmediatamente Dios el Espíritu tocará el espíritu de usted. Esto sucederá rápidamente,
tal vez en menos de un segundo. Si usted abre su ser desde lo profundo de su espíritu e
invoca el nombre del Señor, en ese instante Dios el Espíritu entrará en su espíritu y
usted será regenerado. El segundo nacimiento sucede muy rápido. No es necesario que
esté presente una partera, una enfermera o un doctor. Cuando usted dice: “Señor Jesús,
creo en Ti”, usted nace de nuevo en su espíritu.
En el versículo 6 el Señor dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido
del Espíritu, espíritu es”. La regeneración no es un nacimiento de la carne, la cual sólo
produce carne, sino que es un nacimiento del Espíritu, del Espíritu de Dios, que produce
espíritu, nuestro espíritu regenerado. La carne es nuestro hombre natural, nuestro viejo
hombre, o sea nuestro hombre exterior, nacido de nuestros padres, quienes son carne.
Mientras que el espíritu, es decir, nuestro espíritu regenerado, es nuestro hombre
espiritual, el nuevo hombre, o sea, nuestro hombre interior (2 Co. 4:16; Ef. 3:16), el cual
es nacido de Dios, quien es el Espíritu. Cuando nacimos de nuestros padres nacimos
como carne, pero cuando nacimos de nuevo, de Dios el Espíritu, nacimos como espíritu.
La naturaleza del espíritu es diferente de la naturaleza de la carne, en el sentido de que
la naturaleza de la carne nace humana, pero la naturaleza del espíritu nace divina. Antes
de ser regenerados, vivíamos conforme a la carne y nuestro ser estaba centrado en
nuestra carne; nuestro espíritu estaba muerto. Pero por medio de la regeneración
nuestro espíritu muerto no sólo fue vivificado, sino que también recibió la impartición
de la vida divina de Dios mediante el Espíritu. Ahora nuestro espíritu es un espíritu
regenerado y se ha convertido en nuestro nuevo ser. Anteriormente, nuestra carne era
nuestro ser, por la cual vivíamos, pero ahora nuestro espíritu es nuestro ser, por el cual
debemos vivir. El primer Espíritu mencionado en el versículo 6 es el Espíritu divino, el
Espíritu Santo de Dios, y el segundo espíritu es el espíritu humano, esto es, el espíritu
regenerado del hombre. La regeneración se efectúa en el espíritu humano, por medio del
Espíritu Santo de Dios y con Su vida eterna e increada. Ser regenerado significa recibir
la vida eterna de Dios como la nueva fuente y el nuevo elemento de nuestro nuevo ser.
Una vez que nuestro espíritu ha nacido del Espíritu de Dios con la vida de Dios, el
Espíritu de Dios con Su vida divina se mezcla con él y permanece en él. De esta manera
llega a ser un espíritu mezclado —nuestro espíritu humano mezclado con el Espíritu
divino de Dios— tal como dice Romanos 8:16: “El Espíritu ... con nuestro espíritu”. Es
en este espíritu mezclado que somos “un espíritu” con el Señor (1 Co. 6:17). En
numerosos pasajes del Nuevo Testamento donde aparece la palabra “espíritu”, como por
ejemplo en Romanos 8:4-6, 10, en Gálatas 5:16, 25, y en Efesios 4:23 y 6:18, es difícil
determinar si se refiere al Espíritu divino de Dios o a nuestro espíritu humano. Esto se
debe a que ahora estos dos espíritus se han mezclado y son uno dentro de nosotros. Esta
mezcla proviene de la regeneración. La regeneración da a luz en nosotros un espíritu
recién nacido (Ez. 36:26), en el cual mora y se mezcla el Espíritu divino de Dios. Ahora
este espíritu, que contiene la vida divina de Dios, es nuestro nuevo ser por el cual
debemos vivir y andar. Ya no debemos andar más conforme a la carne (Gá. 5:16; Ro.
8:4). Es en este espíritu que somos regenerados.
También es correcto decir que hemos renacido por la Palabra de Dios. Sin embargo,
debemos comprender que la Palabra impresa no puede regenerarnos. Únicamente la
Palabra que es el Espíritu puede hacerlo (Jn. 6:63). Dios, la Palabra y el Espíritu deben
ser el Espíritu que nos regenera. Dios mismo es el Espíritu en la regeneración, y la
Palabra también debe ser el Espíritu. Siempre que prediquemos el evangelio debemos
hacerlo en el Espíritu, porque es el Espíritu el que da vida a los hombres en su espíritu.
Juan 3:8 dice: “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. La palabra griega
pneúma, que se traduce “viento”, es la misma que se traduce “espíritu”. Se traduce
viento o espíritu según el contexto. Este versículo se refiere a algo que sopla, cuyo
sonido se puede oír, lo cual indica que aquí la palabra debe traducirse viento. Una
persona regenerada es como el viento, que se puede reconocer pero no se puede
entender. La regeneración no es algo físico sino espiritual, como el pneúma, como el
viento, el cual es intangible pero aun así se puede reconocer. El Señor le dijo a
Nicodemo que el espíritu regenerado, tal como el viento, no es físico ni tangible, sino
invisible y espiritual.
6. La regeneración,
un evento que sucede en la tierra
En el versículo 3 el Señor dijo: “De cierto, de cierto te digo: Él que no nace de nuevo, no
puede ver el reino de Dios”. Y en el versículo 5 añadió: “De cierto, de cierto te digo: Él
que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Lo dicho por el
Señor aquí revela claramente que la regeneración es la única entrada al reino de Dios.
Para entrar en el reino de Dios, necesitamos nacer de nuevo. No existe otra manera de
entrar al reino de Dios. El reino de Dios es Su reinado. Es una esfera divina a la que
tenemos que entrar, una esfera o dominio que requiere la vida divina. Sólo la vida divina
puede comprender las cosas divinas. Por esto, para ver el reino de Dios, o sea para
entrar en el reino, se requiere la regeneración con la vida divina.
Un reino siempre está relacionado con la vida. El reino vegetal está relacionado con la
vida vegetal, y el reino animal, con la vida animal. Si usted quiere participar en cierta
clase de reino, primero necesita obtener la vida de ese reino. Solamente las aves pueden
participar del reino de las aves, porque sólo ellas tienen la vida de un ave. De igual
manera, únicamente los hombres pueden participar del reino humano, porque sólo ellos
tienen la vida humana. Por consiguiente, sin la vida de Dios, ¿cómo podríamos
participar del reino de Dios?
La vida divina nos introduce en el reino de Dios. Todos nosotros nacimos en el reino
humano. Nadie jamás se ha naturalizado en el reino humano. Por ejemplo, cuando nace
un perro, de inmediato se encuentra en el reino de los perros. Él sabe todo acerca de
cómo ser un perro. No es necesario que nadie le enseñe cómo debe ser un perro,
diciendo: “Escucha perrito, debes saber que tú eres un perro, que perteneces al reino de
los perros, y que de ahora en adelante debes ladrar diariamente”. Un perro pertenece al
reino de los perros y sabe por nacimiento cómo ser un perro. Ésta es la razón por la cual
el Señor Jesús le dijo a Nicodemo que tenía que nacer en el reino de Dios. No podemos
entrar en el reino de Dios por medio de enseñanzas o por que nos naturalizamos.
Aunque uno pueda naturalizarse como ciudadano de cierta nación, nunca podrá
naturalizarse en un reino diferente al suyo. Un perro no puede naturalizarse en el reino
de los gatos. Supongamos que alguien le dice a un perro: “Perrito, me gustas mucho y
deseo cambiar tu identidad. Tú naciste en el reino de los perros, pero yo quiero
naturalizarte en el reino de los gatos”. Si tratara de hacer esto, causaría un grave
problema al reino de los gatos. La forma correcta de introducir a un perro en el reino de
los gatos es regenerar al perro con la vida de los gatos. Si un perro pudiera renacer con
la vida de un gato, sería espontáneamente trasladado del reino de los perros al reino de
los gatos.
Cuando fuimos regenerados, fuimos trasladados al reino de Dios. Colosenses 1:13 dice
que Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de
Su amor”. Fuimos trasladados al ser regenerados y ahora estamos en el reino de Dios.
Cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu divino entró en nosotros,
regenerándonos y llevándonos a nacer en el reino de Dios. Aunque tal vez sepamos muy
poco acerca del reino de Dios, nuestro espíritu, el cual está en nuestro interior, sí conoce
este reino. La vida divina en nuestro espíritu conoce el reino de Dios.
Muchos cristianos dependen demasiado de las enseñanzas. Muchos jóvenes han venido
a preguntarme acerca de cosas como fumar, ir al cine, comer, vestirse y casarse. Los
jóvenes tienen una gran cantidad de preguntas acerca de estos asuntos. Cada vez que un
joven viene a mí con tales preguntas, siempre le devuelvo la pregunta, diciendo: “¿Por
qué me pregunta a mí si debe fumar o no? Usted debe saberlo mejor que yo. No debe
venir a preguntarme porque usted ya sabe la respuesta. La razón por la que hace la
pregunta es porque quiere confirmarlo, pero jamás yo le daré esa clase de
confirmaciones. Dígame la verdad, ¿no sabe ya si debe fumar o no?”. Una vez que él
admite que ya lo sabe, sigo adelante un poco más y le pregunto: “¿Cómo lo supo?
¿Dónde lo supo?”. Ellos me contestan que hay algo dentro de ellos que lo sabe. Nosotros
lo sabemos porque hemos nacido en el reino de Dios.
No es necesario que un predicador o ministro le diga a la gente lo que tiene que hacer.
¿Acaso necesita enseñarle a un perro a ladrar? Si usted estuviera tratando de enseñarle a
un perro a ladrar, y si ese perro pudiera hablar, diría: “No necesito sus enseñanzas, yo
ladro espontáneamente. Nací para ladrar y pertenezco al reino de los que ladran. Ya que
pertenezco a este reino y mi vida es ladrar, no necesito que me enseñen. No puedo
evitarlo, yo ladro”. De la misma manera, todos nosotros hemos nacido en el reino de
Dios. Como resultado, simplemente “sabemos” ciertas cosas. Si me preguntaran cómo lo
sé, respondería: “Simplemente lo sé”. Yo sé que soy un hombre. No necesito que nadie
me enseñe que soy un hombre. Simplemente lo soy. De la misma manera que soy un
hombre en el reino de los hombres, así también, debido a que tengo la vida divina, soy
un hijo de Dios en el reino de Dios. Tengo la vida de Dios, y esta vida me ubica en Su
reino. De hecho, no estoy únicamente en el reino de Dios, sino también en Dios mismo.
Debido a que estamos en el reino de Dios, hay ciertas cosas que no podemos hacer,
aunque tratáramos de hacerlas. Si usted a propósito trata de enojarse, se dará cuenta
que no puede lograrlo. Si se propone golpear a su esposa, descubrirá que tampoco puede
hacerlo. ¿Cuál es la razón de esto? La razón es que se encuentra en el reino de Dios, y
que la vida de Dios lo guarda de hacer tales cosas. Esto es el reino de Dios. ¡Aleluya,
estamos en él!
En Juan 3:14 el Señor Jesús aplicó esto a Sí mismo, diciendo que Él, el Hijo del Hombre,
sería levantado de la misma manera que la serpiente de bronce fue levantada en el
desierto por Moisés. Debemos notar que el Señor Jesús se llama aquí el Hijo del
Hombre, y no el Hijo de Dios. El Señor quería decirle a Nicodemo: “Nicodemo, tú
pareces ser un caballero, pero debes entender que en realidad eres una serpiente. Por
muy amable que seas, tienes la naturaleza serpentina dentro de ti. Has sido envenenado.
Fuiste envenenado en Adán, porque tú estabas allí cuando Adán fue envenenado por la
serpiente. Naciste de aquella naturaleza envenenada de modo que tu naturaleza también
es serpentina”. Nicodemo nunca antes se había dado cuenta de esto. Asimismo, en la
actualidad no son muchas las personas que se dan cuenta que son serpientes. ¿Le
gustaría que alguien le dijera esto? Si usted le dijera a un incrédulo que no sólo es un
pecador, sino que además es una serpiente, se ofendería profundamente. No, Nicodemo
nunca ni siquiera había concebido que tenía una naturaleza serpentina. Sin embargo, el
Señor Jesús, el mejor predicador, declaró mucho con tan sólo una corta frase, al decirle
a Nicodemo que era una serpiente.
En Juan 1:29 Juan el Bautista dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!”. En 3:14 el Señor se
compara a Sí mismo no con el Cordero de Dios, sino con una serpiente de bronce. El
Cordero de Dios resuelve el problema del pecado, pero la serpiente de bronce destruye a
la serpiente antigua. Como personas caídas nuestro problema no es sólo con el pecado,
sino también con la serpiente. Aunque los cristianos han oído muchos mensajes acerca
del Cordero de Dios, no han escuchado mucho acerca de la serpiente de bronce como un
tipo de Cristo.
Cuando el Señor Jesús moría en la cruz, Él estaba en la forma de una serpiente. Ésta
expresión necesita ser explicada pues es una expresión muy fuerte. Romanos 8:3 dice:
“Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado,
condenó al pecado en la carne”. Este versículo nos dice que Cristo fue enviado en la
semejanza de carne de pecado. En 2 Corintios 5:21 dice que Cristo fue hecho pecado por
nosotros. ¡Qué palabra tan fuerte es ésta! ¿Qué es lo que significa? Cuando Satanás
como la serpiente tentó a Adán para que comiera del fruto del árbol del conocimiento y
para que aceptara su concepto, Satanás, como la serpiente antigua, inyectó su naturaleza
en el hombre. Tal naturaleza serpentina fue inyectada en el cuerpo del hombre. Y
aunque este cuerpo fue creado por Dios como algo bueno, cuando la naturaleza
serpentina de Satanás fue inyectada en él, éste fue transmutado a carne. El cuerpo es
algo bueno creado por Dios, pero la carne es mala, pues es el cuerpo transmutado por el
veneno de la serpiente. El término cuerpo es bueno, pero carne es malo. Pero, ¿qué
diríamos acerca de Juan 1:14, que dice: “El Verbo se hizo carne”? ¿Es la carne aquí algo
bueno o algo malo? Cuando Cristo se encarnó, ¿se convirtió en algo bueno o en algo
malo? Cuidado con su respuesta. Juan 3:14 nos muestra y garantiza que cuando Cristo
se hizo carne, en realidad no llegó a ser algo malo. Además, en Romanos 8:3 leemos que
Él estaba “en semejanza de carne de pecado”; esta semejanza equivale a la forma de la
serpiente de bronce. Tenía la forma de serpiente, pero no el veneno de la serpiente.
Cristo fue hecho a la “semejanza de carne de pecado”, pero no participó del pecado de la
carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Él se hizo carne de pecado únicamente en forma, pero sin la
realidad. Consideremos la serpiente de bronce. Si vemos su forma, apariencia y
semejanza, parece ser una verdadera serpiente; sin embargo, no encontramos veneno en
ella. Tiene la apariencia de serpiente, pero no tiene la naturaleza serpentina. De la
misma manera, Cristo se hizo carne de pecado sólo en apariencia y en semejanza.
Aparentemente Él era exactamente igual a un pecador, pero dentro de Él no existía la
naturaleza pecaminosa. Aunque fue hecho pecado, Él no conoció pecado. Sólo tenía la
forma y la semejanza de la carne de pecado.
Cuando Cristo fue levantado en la cruz, Satanás, el diablo, la serpiente antigua, fue
juzgado (Jn. 12:31-33; He. 2:14). Esto significa que por la muerte de Cristo se puso fin a
la naturaleza serpentina del hombre caído. Podemos usar el ejemplo de una ratonera.
Los ratones son fastidiosos y difíciles de atrapar. Sin embargo, es posible atraparlos
utilizando una ratonera con cebo. Cuando el ratón sale de su escondite a buscar comida,
es atraído por el cebo y entra en la ratonera para obtenerlo, entonces es atrapado. De
esta manera el ratón es atrapado y terminado. En el universo hay un pequeño “ratón”,
Satanás. Y la humanidad llegó a ser la trampa en la que Satanás fue atrapado. Adán fue
tanto el cebo como la trampa. Satanás tomó el cebo pensando que había ganado la
victoria al inyectarse en la carne del hombre, pero no se dio cuenta de que al hacer esto
quedó atrapado. Él fue atrapado, fue ubicado en la carne del hombre. Un día, el Señor
Jesús tomó la semejanza de carne de pecado, llevó esa carne a la cruz, y la crucificó. Al
crucificar la carne, destruyó al diablo quien se había inyectado en el hombre. Ahora
podemos entender Hebreos 2:14 que dice: “Él participó también de ... carne, para
destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”.
Cristo destruyó a Satanás en la carne por medio de Su muerte. Si no entendemos todos
estos versículos, nos será difícil comprender adecuadamente el significado de Hebreos
2:14. ¿Cómo destruyó Cristo a Satanás en la cruz? Al tomar la semejanza de carne de
pecado y, de esta manera, llevar la carne a la cruz. Ahí, por medio de la crucifixión,
Satanás fue destruido.
Ante los ojos de Dios todos llegamos a ser serpientes. Al igual que los antiguos israelitas
quienes se convirtieron en serpientes y necesitaron que fuera levantada una serpiente de
bronce como su substituto, así también nosotros necesitábamos que Cristo muriera en la
cruz como nuestro substituto. En la cruz Cristo no fue únicamente el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), sino que también estaba ahí en la forma de
una serpiente, para que pudiese quitar nuestra naturaleza serpentina y destruir a la
serpiente antigua. Cuando Cristo fue levantado en la cruz, la naturaleza serpentina que
estaba dentro del hombre caído fue terminada. Cuando el hombre recibe al Cristo
crucificado y resucitado para ser regenerado con la vida divina de Cristo, su naturaleza
satánica necesita ser anulada. Por eso en Juan 3:14, cuando el Señor Jesús reveló a
Nicodemo el asunto de la regeneración, Él mencionó específicamente este punto.
Es posible que Nicodemo se considerara un hombre moral y bueno, pero lo dicho por el
Señor en el versículo 14 da a entender que por muy bueno que haya sido exteriormente,
él tenía la naturaleza serpentina de Satanás interiormente. Como descendiente de Adán,
él había sido envenenado por la serpiente antigua, de manera que la naturaleza de la
serpiente estaba dentro de él. No sólo necesitaba que el Señor fuera el Cordero de Dios
para que quitara su pecado, sino que también necesitaba que el Señor tomara la forma
de serpiente, para que su naturaleza serpentina pudiera ser anulada en la cruz, y para
tener así la vida eterna. Según el principio establecido en el capítulo 2, esto es convertir
la muerte en vida. La muerte que produce la serpiente es tragada por la vida divina. Al
decirle esto, parece que el Señor Jesús decía: “Nicodemo, tú eres una serpiente, Yo voy a
morir por ti como tu sustituto en la forma de una serpiente; no sólo con el fin de quitar
tu pecado, sino también para anular tu naturaleza serpentina y destruir a Satanás”.
El versículo 15 nos muestra el propósito del versículo 14: “Para que todo aquel que en Él
cree, tenga vida eterna”. La palabra para en el versículo 15 indica que este versículo es
un resultado del versículo 14. Cristo murió en la cruz en la forma de una serpiente como
nuestro sustituto. Al hacer esto, anuló nuestra naturaleza serpentina y destruyó a la
serpiente inyectada en nuestra carne y como resultado, podemos recibir la vida eterna al
creer en Él. Tal como los israelitas, después de ser envenenados por las serpientes,
podían vivir si miraban a la serpiente de bronce levantada en el asta, nosotros podemos
experimentar lo mismo hoy en día si nos arrepentimos, levantamos nuestro corazón y
contemplamos a Jesús clavado en la cruz. Cuando hacemos esto, nuestro pecado es
quitado, nuestra naturaleza serpentina es anulada, Satanás es destruido en nosotros, y
recibimos la vida eterna. Esto es lo que significa ser regenerados. Cuando somos
regenerados, recibimos la vida divina, que es otra vida aparte de nuestra vida humana,
la cual fue corrompida por la serpiente y anulada por Cristo en la cruz.
Después de que el Señor pasó por la muerte, mediante la resurrección y en ella, Él liberó
Su vida, y llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora en resurrección Él es el
Espíritu de vida (2 Co. 3:17) que posee todas las virtudes de Su obra redentora; y como
tal, Él espera que creamos en Él. Una vez que hemos creído en Él, no sólo recibimos el
perdón de los pecados y la liberación del poder maligno de las tinieblas de Satanás, sino
que también recibimos al Espíritu de vida, esto es, al Señor mismo con la vida eterna de
Dios. De esta manera somos salvos y regenerados. Es al creer en el Señor y en Su obra
redentora y todo-inclusiva, que recibimos la vida de Dios y nacemos de Él para ser Sus
hijos.
Creer en el Señor significa recibirle (Jn. 1:12). El Señor puede ser recibido. Él ahora es el
Espíritu vivificante, con Su redención completa, y como tal espera que lo recibamos.
Nuestro espíritu es el órgano receptor. Podemos recibir al Espíritu del Señor en nuestro
espíritu al creer en Él. Una vez que creemos en Él, Él como Espíritu entra en nuestro
espíritu. Así somos regenerados por Él, quien es el Espíritu vivificante, y llegamos a ser
un espíritu con Él (1 Co. 6:17). La frase el que cree en en los versículos 16, 18 y 36,
literalmente debería traducirse “el que cree hacia adentro de Él”. Al creer en Él,
entramos en Él para ser uno con Él, a fin de participar de Él y de todo lo que Él ha
realizado por nosotros. Al creer en Él, somos identificados con Él en todo lo que es y en
todo lo que ha experimentado, realizado, logrado y obtenido. A medida que llegamos a
ser uno con Él creyendo en Él, somos salvos y regenerados por Él como vida. Es por
medio de creer en Él que participamos de Él como vida y somos regenerados en Él.
El Hijo de Dios vino como la luz para que el hombre fuese iluminado a fin de ser salvo
(3:19-21). A fin de salvarnos, Cristo, el Hijo de Dios, vino primeramente como la luz con
el fin de iluminarnos para salvación. Lamentablemente los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malignas. Todo el que practica lo malo,
aborrece la luz y no viene a ella para que sus obras no sean expuestas. Pero todo el que
venga a la luz, será iluminado, y es a través de esa iluminación que será salvo. La luz
viene primero y la salvación después.
En el capítulo 3 de Juan podemos ver que incluso un hombre de alto nivel moral se
encontraba también en la línea de la muerte. Aunque buscaba a Dios, lo buscaba según
la línea del árbol del conocimiento. Nicodemo buscaba enseñanzas y conocimiento, los
cuales pertenecen al árbol del conocimiento. Él no conocía la vida ni tenía el concepto
del árbol de la vida. No obstante, el Señor lo hizo volver, llevándolo del conocimiento a
la vida, del árbol del conocimiento al árbol de la vida, para que fuese regenerado y
recibiera la vida divina, representada por el árbol de la vida en Génesis capítulo 2. En la
conversación que el Señor tuvo con él, queda implícito que el hecho de que Nicodemo
buscara el conocimiento estaba relacionado con su naturaleza serpentina. La naturaleza
serpentina de nuestro ser natural nos induce no sólo a hacer cosas malignas, sino
también a buscar conocimiento, y aun conocimiento acerca de Dios, de una manera que
no es la de la vida. Este tipo de búsqueda por conocimiento se encuentra en la línea de la
muerte y produce muerte. Todos tenemos que volvernos de la línea del conocimiento a
la línea de la vida para poder recibir la vida divina para nuestro disfrute.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DIEZ
EL AUMENTO DE CRISTO
Y EL CRISTO INMENSURABLE
Cuando era joven muchas cosas de la Biblia me molestaban. Una de ellas se encuentra
en el capítulo 3 de Juan. Aunque este capítulo es muy elevado, porque habla del nuevo
nacimiento, me daba la impresión de que repentinamente, a partir del versículo 22,
descendía mucho. El versículo 22 dice: “Después de esto, Jesús y Sus discípulos fueron a
la tierra de Judea, y allí estuvo con ellos, y bautizaba”. Cuando era joven y leía este
versículo pensaba que no era necesario tal relato. Tuve la misma impresión acerca del
versículo 23, donde dice que Juan bautizaba en Enón, junto a Salim, porque allí había
mucha agua. También estaba molesto por el versículo 24, donde dice que Juan no había
sido aún encarcelado. Me pregunté: “¿Qué significa todo esto? Después de mencionar lo
espiritual y celestial, ¿por qué se mencionan tales cosas como el encarcelamiento?”. La
razón de esto la encontramos en el versículo 26, donde dice: “Y vinieron a Juan y le
dijeron: Rabí, mira Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste
testimonio, bautiza, y todos vienen a Él”. ¿Por qué Juan incluyó todos estos versículos?
Simplemente con el propósito de exponer la cola del zorro. ¿Qué es esta cola? Es el
asunto que define quién tendrá la multitud y los seguidores. Hoy en día la actitud de
muchos es: “Éste me sigue a mí, todos éstos son mis seguidores, ¿por qué algunos de
ellos han de seguirte a ti?”. Esta actitud que encontramos hoy también estaba presente
en los tiempos de Juan el Bautista.
Empezando por el versículo 27, Juan da su respuesta: “Respondió Juan y dijo: No puede
el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos
de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él” (vs. 27-28). Si yo
hubiera estado ahí, le habría dicho a Juan: “Hermano, si éste es el caso, tú debes irte a
casa y no bautizar más: Ya que Aquel de quien testificaste está ahora bautizando, tú
debes dejar de bautizar. Si continúas bautizando, indudablemente serás echado en la
cárcel”. Juan era bueno, pero no tenía un entendimiento claro. El problema radicaba en
que Juan permaneció todavía allí después de que Jesús se presentó. Juan debería
haberse retirado y permitido que el Señor Jesús ocupara todo el escenario. Sólo debía
haber una figura principal, y no dos. Cuando era joven tampoco entendía por qué Juan
fue puesto en la cárcel. Pero más tarde comprendí que fue encarcelado porque no se
retiró a tiempo del escenario.
I. EL AUMENTO DE CRISTO
No obstante, Juan dijo: “El que tiene la novia, es el novio; mas el amigo del novio, que
está allí y le oye, se goza grandemente de la voz del novio; así pues, éste mi gozo se ha
colmado. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe” (vs. 29-30). La mayoría de
los cristianos, en especial los maestros cristianos, interpretan mal el versículo 30. ¿Qué
significa que Cristo crezca y que nosotros mengüemos? Significa que nosotros debemos
retirarnos del escenario, no debemos dejar que nos sigan a nosotros, y tenemos que
permitir que Cristo sea la única figura en el escenario y a quien todos deben seguir.
Todos los seguidores deben pertenecer a Cristo, ninguno de ellos debe seguir a Juan el
Bautista ni a nadie más. Debido a que Juan no aclaró este asunto a sus discípulos, ellos
estaban celosos defendiendo a su maestro. Cuando los discípulos de Juan vieron que
toda la gente iba en pos de Jesús, no estaban contentos. Es como si ellos dijeran: “¿Por
qué no siguen a nuestro maestro, sino a Jesús?” ¿Puede usted ver la situación? Si Juan
se hubiera retirado, no habría habido problema alguno. Si él les hubiera dicho a sus
discípulos que siguieran al Señor Jesús y hubiera rechazado a los que intentaban
seguirle a él, no habría existido ninguna dificultad.
A. Cristo vino como el Novio por la novia
Sin embargo, Juan, al responder a sus discípulos, aclaró el hecho de que él no era el
Cristo, o el novio que vino por la novia; él sólo era el amigo del novio. Claramente les
dijo que Cristo era el novio que había venido por la novia. La gente no debía seguirlo a él
sino a Cristo, para que así el Señor pudiera obtener a Su novia.
Juan escribió su evangelio estando bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por sus
palabras podemos ver que todos los que han sido regenerados, los que siguen a Cristo,
llegan a ser Su aumento. El crecimiento mencionado en el versículo 30 es la novia
mencionada en el versículo 29, y esta novia es una composición viviente de todos los que
son regenerados, lo cual significa que la regeneración, el tema de este capítulo, no sólo
introduce la vida divina en los creyentes y anula la naturaleza satánica de su carne, sino
que también hace de ellos la novia corporativa para el aumento de Cristo. Los dos
últimos puntos, la anulación de la naturaleza serpentina en los creyentes, y que los
creyentes sean hechos la novia de Cristo, son completamente desarrollados en el libro de
Apocalipsis, otro escrito de Juan. Apocalipsis revela principalmente cómo Satanás,
quien es la serpiente antigua, será completamente eliminado (Ap. 20:2, 10), y cómo la
novia de Cristo, la Nueva Jerusalén, será completamente producida (21:2, 10-27).
El Evangelio de Juan es un libro acerca del incremento de Cristo. Cristo como el novio
necesita una novia. Él vino con este propósito, vino para crecer. ¿Cómo obtendrá Su
aumento? Al entrar en nosotros y hacernos parte de Sí mismo. Todos nosotros somos
parte de Cristo. Como parte de Cristo hemos sido concertados juntos como Su novia, Su
incremento. Tanto la salvación como la regeneración tienen este propósito: producir la
novia como aumento de Cristo.
La novia de Cristo es Su aumento. Todos los que han nacido de nuevo son el aumento de
Cristo, su incremento, y este incremento es la novia, la cual llega a ser Su complemento.
La novia es la iglesia, la cual se compone de todos los que han sido regenerados. Todos
los que han sido regenerados están concertados juntos como la novia corporativa para
corresponder a Cristo. Sin la regeneración Cristo no puede tener Su novia, Su
incremento.
La novia como el aumento de Cristo es como Eva, quien era el aumento de Adán.
Cuando Adán fue creado estaba sólo, en otras palabras, era soltero. En el estado
individual de Adán no había incremento. Después de que Dios tomó una de las costillas
de Adán y edificó una mujer con ella, esta mujer fue la esposa de Adán (Gn. 2:21-24).
Una vez que ella se unió a Adán, llegó a ser su aumento, su crecimiento. Entonces Adán
aumentó y ya no estuvo sólo.
Cristo también estaba sólo, así que formó una novia para que fuera Su aumento. Pero
¿quiénes son el incremento, la novia, de Cristo? Únicamente aquellos que han sido
regenerados con Él como vida. Por medio de la regeneración obtenemos la vida divina
de Dios, la cual es Cristo mismo, de manera que llegamos a ser miembros de la novia
corporativa de Cristo. Más tarde, en el libro de Apocalipsis el mismo escritor dice que la
novia de Cristo, la novia del Cordero, es la Nueva Jerusalén (21:2, 9-10). ¿Qué es la
Nueva Jerusalén? Repito que la Nueva Jerusalén se compone de todos los que han
nacido de nuevo mediante la regeneración del Espíritu. Si usted ha sido regenerado,
usted es parte del aumento de Cristo, es un miembro de la novia corporativa de Cristo, la
cual es la iglesia hoy y tendrá su consumación como la Nueva Jerusalén en el futuro.
¿Cómo llegamos a ser el aumento de Cristo? Repetimos una vez más que el aumento se
produce mediante la regeneración. Por ejemplo, cuando nacimos de nuestros padres
fuimos el aumento de Adán. Se da cuenta usted de que Adán crece diariamente? ¿Ha
pensado alguna vez cuán grande es Adán hoy? Hace aproximadamente seis mil años,
cuando Adán se encontraba en el huerto del Edén, él estaba solo, era soltero. Sin
embargo, a través de las generaciones Adán ha adquirido muchos descendientes. Todos
sus descendientes constituyen su aumento. Actualmente, contando sólo a los vivos,
Adán se ha incrementado a cerca de tres billones de personas. Adán ha aumentado hasta
adquirir grandes dimensiones. Alabado sea el Señor que Cristo también está
incrementándose. Pero Él no se incrementa por medio de nuestro primer nacimiento.
Nuestro primer nacimiento es para el aumento de Adán, pero nuestro segundo
nacimiento tiene como fin el aumento de Cristo. Cuando engendramos un hijo,
engendramos otra persona que se añade al incremento de Adán. Sin embargo, debemos
darle gracias al Señor porque existe otra posibilidad: esta nueva persona que nació
puede también nacer de nuevo como incremento de Cristo. Potencialmente, todos
nuestros hijos pueden nacer de nuevo y así llegar a ser el aumento de Cristo, así como
son el aumento de Adán.
Así como una esposa es una sola carne con su esposo, así nosotros somos un espíritu con
Cristo (1 Co. 6:17). Como la esposa es el aumento del esposo, nosotros, como Su novia,
somos el aumento de Cristo. Debido al hecho de que por nuestro segundo nacimiento
recibimos a Cristo como vida, somos el aumento de Cristo. Por lo tanto, el resultado
final de la regeneración consiste en que Cristo obtiene una novia como Su incremento.
Cristo es aumentado mediante la regeneración, debido a que por ésta Él se reproduce en
nosotros. Nosotros, que somos los regenerados, somos Su reproducción.
Eva logró ser el incremento de Adán porque ella fue constituida con una de sus costillas
y llegó a ser una sola carne con Adán, una parte de él. Según el mismo principio,
nosotros podemos ser el incremento de Cristo, porque somos espiritualmente
constituidos con Su vida, y hemos llegado a ser un espíritu con Él, una parte de Él. Tal
como Eva salió de Adán y regresó para ser una con él, llegando a ser así su incremento,
así también nosotros hemos salido de Cristo y regresaremos para ser uno con Él,
llegando a ser así Su incremento. Este incremento es simplemente Su reproducción en
nosotros por medio de la regeneración. Todos los que participan en esta reproducción
son dados a Cristo por Dios.
D. El obrero de Cristo debe menguar
Debemos permitir que Cristo crezca. Todos nosotros debemos menguar. Él debe tener a
todos los seguidores. Si todos los predicadores y líderes cristianos de hoy dijeran:
“Señor, deja que mis seguidores te sigan a Ti para que Tú crezcas y yo mengüe”, no
habría ningún problema. Pero parece que algunos dicen: “Él debe crecer y yo debo
menguar, pero debo conservar a mis seguidores”. Mientras uno retenga a sus seguidores
nunca disminuirá, y el Señor no podrá incrementarse. El hecho de que uno crezca o
mengüe depende de los seguidores. ¿A quién le pertenecen los seguidores? El problema
de hoy es que cada predicador tiene sus propios seguidores. Muchos piensan que somos
igual que ellos porque, según su concepto, todos los obreros cristianos deben conservar
a sus seguidores. Cuando les decimos que no retenemos a ningún seguidor, ellos no nos
creen. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Necesitamos Su misericordia para
que no retengamos a ningún seguidor bajo nuestra mano. De lo contrario, tarde o
temprano, seremos echados a la cárcel. Permitan que los seguidores vayan a Él. Él debe
crecer y todos nosotros debemos menguar.
Juan 3:31-36 causa problemas a muchos traductores de la Biblia por que no saben
dónde ubicar estos versículos. Una versión incluso los cambió de lugar. Algunos
traductores han discutido acerca de si estas palabras fueron habladas por Juan el
Bautista, por el Señor Jesús, o por Juan, el que escribió este evangelio. Diversas
suposiciones han sido presentadas. Pero, por la misericordia del Señor, nosotros hemos
logrado ver que estos versículos deben estar donde están, debido a que son una
continuación de lo que ocurrió hasta el versículo 30.
El versículo 30 dice que Cristo debe crecer y nosotros menguar. ¿Cuál es la razón de
esto? Porque Cristo es ilimitado y todo-inclusivo. Estos versículos revelan a un Cristo
ilimitado. Él era el pequeño Jesús que nació en un pesebre y se crió en Nazaret en la
casa de un humilde carpintero. No tenía belleza ni atractivo exterior, y estaba muy
limitado. No obstante, Él es inmensurable y todo-inclusivo. Es más alto que los cielos y
más extenso que el universo. Él lo es todo y todo es para Él. Leamos estos versículos y
veamos cómo revelan al Cristo inmensurable: “El que de arriba viene, es sobre todos; el
que procede de la tierra, de la tierra es, y lo que habla procede de la tierra; el que viene
del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El
que recibe Su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió,
habla las palabras de Dios; pues no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y
todas las cosas ha entregado en Su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el
que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”.
Estos versículos revelan que el Cristo en quien creemos es ilimitado e inmensurable.
A. Él vino de arriba
En ese entonces Cristo era una persona que vivía físicamente en la tierra. Sin embargo,
Él era alguien que vino de arriba. Estaba en la tierra, pero su fuente estaba arriba, Así
que, Él es sobre todos.
Por ser Cristo una persona de arriba, también procede del cielo. El cielo está sobre la
tierra. Él estaba en la tierra, pero su fuente era el cielo.
C. Él es sobre todos
D. Él es del cielo
y a la vez permanece en el cielo
Cristo era del cielo; pero mientras estaba en la tierra, al mismo tiempo permanecía en el
cielo (3:13). Él es universal e inmensurable.
El versículo 34 dice: “Porque el que Dios envió, habla las palabras de Dios; pues no da el
Espíritu por medida”. En este versículo vemos dos cosas: el Señor Jesús ministra
hablando las palabras de Dios a Su pueblo, y además les da a ellos el Espíritu sin
medida. Algunas versiones interpretan este versículo incorrectamente, diciendo que es
Dios el Padre el que da el Espíritu al Hijo sin medida. No obstante, al estudiar los
mejores manuscritos, se descubre que el verdadero significado es que el Hijo da el
Espíritu sin medida al pueblo de Dios. El Señor Jesús ministra la Palabra viviente y el
Espíritu inmensurable.
En las iglesias locales necesitamos sólo dos cosas: la Palabra viviente y el Espíritu
inmensurable. Hoy, como Cabeza de la iglesia, Cristo ministra estas dos cosas. Creo que
Él nos ha dado la carga especial del ministerio de la Palabra viviente. Aunque hablamos
la Palabra, realmente no somos nosotros los que ministramos la Palabra. Nosotros
hablamos, pero es Él quien ministra. Cuando nosotros hablamos, Él ministra Su rica
Palabra. Él es el orador y el impartidor divino. Él ministra la rica Palabra e imparte el
Espíritu viviente sin medida. Él ministra la Palabra viviente para nutrir a todos Sus
miembros. Él imparte el Espíritu en todos Sus miembros a fin de que ellos ejerzan su
función de una manera plena. Nadie más puede hacer esto. Él es el Espíritu todo-
inclusivo y el Cristo todo-inclusivo. Él es ilimitado.
En estos postreros días el Señor va a vindicar Su obra por medio de la rica Palabra y el
Espíritu viviente. ¿Dónde está el Señor? Él está donde se encuentre la rica Palabra y el
Espíritu viviente. Ninguna otra cosa se puede considerar como una señal de la presencia
del Señor. Si nos reunimos sin las riquezas de la Palabra y sin lo viviente del Espíritu,
aun cuando afirmamos que nos reunimos en el nombre del Señor, nuestra afirmación no
tiene ningún sentido; es sólo vanidad. No hay confirmación ni realidad para respaldar lo
que decimos. No es necesario proclamar que somos la iglesia. El hecho de que tengamos
la rica Palabra y el Espíritu viviente, es la vindicación de que somos la iglesia. Donde el
Señor Jesús esté, allí se encontrará la rica Palabra y el Espíritu viviente.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Sabemos que el ungüento del sumo sacerdote era
derramado sobre su cuerpo y descendía hasta el borde de sus vestiduras (Sal. 133:2), lo
cual indica que el rico Espíritu viviente no tiene que ver con dones y milagros, sino con
la unción de vida (v. 3). En la iglesia, Cristo, como Cabeza todo-inclusiva, da el Espíritu
de vida sin medida. Me gusta escuchar a los santos orar libremente. Pero ¿qué pasaría si
la Cabeza retuviera la unción y nosotros siguiéramos tratando de orar? Si Él retuviera la
unción, aunque hiciéramos nuestro mejor esfuerzo para orar, no seríamos capaces de
hacerlo de una manera viviente. Sólo podríamos orar de una manera seca y formal. En
estos días he sido regado al escuchar las oraciones de los santos, porque esas oraciones
han estado llenas de la unción. Esta unción proviene de la Cabeza todo-inclusiva. Si
tenemos la unción, somos el Cuerpo. El ungüento fue derramado sobre las vestiduras de
Aarón, lo cual significa que fue derramado sobre el Cuerpo de Cristo. Si tenemos que
hacer un programa de las personas que han de orar en la reunión, esto constituiría una
organización y no el Cuerpo. Una organización no necesita la unción, el Espíritu
inmensurable. Una reunión que esté llena de oraciones de principio a fin es una prueba
de la presencia de la Cabeza, lo cual demuestra que todo el Cuerpo está bajo la unción
del Espíritu inmensurable del Señor. No sería necesario que nadie nos pida que oremos
por dos horas y media, porque eso sería un mero esfuerzo nuestro y no la obra de la
Cabeza. ¿Dónde está la iglesia? ¿Quiénes son la iglesia? ¿Qué es la iglesia? Donde el
Espíritu está, ahí está la iglesia.
Otra señal que vindica a la iglesia es la Palabra. Si usted lee el libro de Hechos, verá que
en los primeros días de la iglesia estaban el Espíritu y la Palabra. Pero no era la Palabra
en letras impresas. Según el libro de Hechos la iglesia tenía la Palabra viviente, la
Palabra llena de vida, de luz, de unción y era la que los regaba. La iglesia tiene la Palabra
viviente e instantánea, la Palabra que el Señor habla hoy. Donde se encuentre la Palabra
viviente, ahí está la iglesia.
Alabado sea el Señor porque desde el día en que Él nos levantó, Su Palabra santa ha sido
abierta a nosotros de una manera viviente. Creo que a medida que pase el tiempo la
Palabra nos será abierta más y más. No necesitamos las prácticas externas porque la
presencia del Señor está en la iglesia. Su Espíritu viviente y Su Palabra viviente están en
la iglesia. Esto comprueba dónde está la iglesia y también testifica que la Cabeza de la
iglesia es el Cristo ilimitado.
Es una blasfemia mantener a un grupo de seguidores bajo nuestro control. Todos los
seguidores deben seguirlo a Él. Mientras más soltemos a nuestros seguidores, más la
Biblia se nos abrirá a nosotros y más estará la unción en el Cuerpo. Hermanos, ahora es
el tiempo en que el Señor vindicará Su obra sobre la tierra, no sólo en este país, sino
también en toda la tierra. Su divina Palabra se abrirá a Su Cuerpo como nunca antes, y
la unción del Espíritu se intensificará siete veces (Ap. 1:4). El Cristo todo-inclusivo, la
Palabra viviente y el Espíritu intensificado vindicarán el camino de la iglesia. De otra
manera, será difícil que la gente sepa quién es, dónde está, y qué es la iglesia.
¡Aleluya que somos personas regeneradas! Fuimos regenerados para ser Su aumento, el
aumento del Cristo todo-inclusivo. El capítulo 3 de Juan presenta tres puntos
principales: la regeneración, el incremento, que es la novia de Cristo, y el Cristo todo-
inclusivo.
F. Amado por el Padre
El Padre ama al Hijo (3:35). El Hijo es el objeto del amor del Padre. En amor, el Padre
hizo que el Hijo fuese sobre todos y en todos. El hecho de que el Hijo sea todo-inclusivo
se debe al amor del Padre.
El versículo 35 también dice que el Padre entregó todas las cosas en la mano de Su Hijo.
De nuevo la palabra todo aquí no significa principalmente todas las cosas o todos los
asuntos, sino todas las personas. El Padre ha entregado todas las personas al Hijo. El
Padre nunca le dio ninguna persona a Juan el Bautista. Él ha entregado todos Sus
escogidos a Su Hijo. Ninguno de los escogidos de Dios pertenece a Juan el Bautista ni a
ningún obrero cristiano. Juan y todos los obreros cristianos no deben aceptar como su
posesión a ninguno de los escogidos de Dios. Dios el Padre ha dado todos Sus elegidos al
Hijo. Todos deben ir a Él. Él está por encima de todos y sobre todos. Todos le han sido
dados a Él, y todos deben estar bajo Su mano.
El versículo 36 dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. En Juan 3 vemos la
Persona y la obra de Cristo. Todo lo que Él es y todo lo que Él hace tiene como fin que
seamos salvos y regenerados para ser Su novia, Su incremento. ¡Oh, Él es tan
maravilloso y ha realizado una obra tan maravillosa! Por lo tanto, debemos creer en Él.
Creyendo en Él recibimos el perdón de Dios y tenemos la vida divina, que es la vida
eterna. Al creer en esta Persona tan maravillosa recibimos el perdón de Dios, somos
liberados de la condenación de Dios por medio de Su redención, y mediante la
regeneración del Espíritu, recibimos la vida eterna, la vida increada de Dios. De esta
manera nacemos de Dios, somos liberados del poder maligno de Satanás y trasladados
al reino de Dios. De otro modo permaneceremos envenenados por Satanás y
continuaremos bajo la condenación de Dios, la cual finalmente traerá Su ira sobre
nosotros. Anteriormente, éramos serpientes envenenadas por Satanás, el enemigo de
Dios, y estábamos ya condenados bajo el juicio de Dios. Pero ahora, gracias al Señor, por
Su muerte y resurrección, hemos sido salvos y regenerados para formar parte de Su
novia. Por lo tanto, somos Su aumento, Su reproducción la cual es Su novia, Su
complemento.
I. Desobedecer a este Cristo
es estar bajo la ira de Dios
Si alguien desobedece a este Cristo, permanecerá bajo la ira de Dios para perdición. Pero
nosotros no somos los que desobedecen sino los que creen. Nunca pereceremos. Fuimos
salvos de la condenación de Dios y de la naturaleza serpentina de Satanás, y fuimos
regenerados con la vida eterna de Dios para ser la novia del Cristo todo-inclusivo como
Su aumento universal.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE ONCE
(1)
I. UN SALVADOR SEDIENTO
Y UNA PECADORA SEDIENTA
Conforme a los tipos y figuras de la Escritura, ¿qué significa una mujer? Primeramente,
una mujer significa que la humanidad necesita depender de Dios. El hombre nunca
podrá prevalecer por sí sólo, necesita depender de Dios, quien es no sólo Su Hacedor
sino además Su Esposo (Is. 54:5). Hermanos, permítanme preguntarles lo siguiente: Su
posición delante de Dios ¿es la de un hombre o la de una mujer? Si usted me preguntara,
yo le diría que, aunque soy un hombre de más de sesenta años de edad, entiendo que mi
posición delante de Dios es la de una mujer. Mi posición ante Dios no es la de un
hombre, sino la de una mujer, porque soy incapaz de mantenerme solo. Necesito
depender de Dios. Una mujer representa a una persona que no puede mantenerse sola.
Esta es nuestra posición. Conforme a la figura bíblica, somos hombres o mujeres, pero
en realidad todos somos mujeres. Ninguno de nosotros puede mantenerse por sí mismo.
El hombre jamás podrá ser independiente. Actualmente la gente proclama ser
independiente, pero debo decirles que ustedes nunca podrán ser independientes.
Ustedes fueron creados para depender de Dios. Siempre que alguien trata de ser
independiente, estará insatisfecho, porque Dios creó al hombre inherentemente
dependiente.
Una mujer también representa debilidad (1 P. 3:7). Nosotros los seres humanos
debemos reconocer que somos débiles. Somos débiles porque somos humanos. No
piense que su esposa es un vaso débil y que usted es uno fuerte. Aunque esto puede ser
cierto figurativamente, de hecho, ambos, el hombre y la mujer, son débiles. En algunos
casos, en lo que atañe a las cosas espirituales, los hermanos son más débiles que las
hermanas. Cuando el Señor estaba próximo a ser traicionado y llevado a la muerte, las
hermanas mencionadas en el Nuevo Testamento fueron más fuertes que los hermanos.
Las hermanas fueron mucho más fuertes durante la muerte, resurrección y ascensión
del Señor. Incluso con respecto a amar al Señor, María fue la más fuerte. Así que,
hermanos, no piensen orgullosamente que ustedes son los más fuertes. Todos somos
humanos y como humanos fuimos hechos débiles y dependientes para que tengamos
que confiar en el Señor.
El significado de una mujer también incluye un anhelo y una sed interior, las cuales
fueron creadas por Dios. Por supuesto, el hombre tiene necesidad de una mujer como su
ayuda idónea, pero la mujer necesita al hombre mucho más. Una mujer siempre tiene el
anhelo y el deseo de tener satisfacción. En la naturaleza humana, tanto en el hombre
como en la mujer, siempre existe una sed interior por la satisfacción. El Señor creó esta
sed para que lo buscáramos a Él. Si usted a menudo siente sed y una carencia interior,
éstas son señales de que usted es una mujer. Su necesidad de confiar en los demás, su
sentido de dependencia, su debilidad, su anhelo por satisfacción, todo ello es un indicio
de que usted es una mujer.
Debemos prestar mucha atención a Juan 4:4: “Y le era necesario pasar por Samaria”. La
expresión clave de este versículo es “le era necesario”. Sin duda, esta mujer samaritana
era conocida de antemano y predestinada por Dios el Padre en la eternidad pasada (Ro.
8:29). Ciertamente ella había sido dada por el Padre al Señor Jesús (Jn. 6:39). Esta
mujer samaritana tan baja, común e inmoral, le fue dada al Señor por el Padre. Por lo
tanto, el Señor tenía la carga de ir a Samaria para cumplir la voluntad del Padre. Más
tarde, Él le dijo a Sus discípulos: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y
que acabe Su obra” (4:34). El Señor fue a Samaria a hacer la voluntad de Dios, la cual
era encontrar a esa inmoral mujer samaritana. Él la buscaba para convertirla en una
adoradora del Padre. Valía la pena que el Señor fuera a Samaria por esta única alma.
Conforme a la historia, ningún judío pasaría jamás por Samaria. Samaria era la ciudad
principal del reino del norte de Israel, y el lugar donde estaba su capital (1 R. 16:24, 29).
Antes del año 700 a. de C. los asirios tomaron Samaria y llevaron gente de Babilonia y
de otros países paganos a las ciudades de Samaria (2 R. 17:6, 24). Desde ese tiempo los
samaritanos vinieron a ser un pueblo de sangre mezclada, paganos mezclados con
judíos. La historia relata que ellos tenían el Pentateuco (los cinco libros de Moisés) y que
adoraban a Dios conforme a esa parte del Antiguo Testamento, pero nunca fueron
reconocidos por los judíos como parte de su pueblo.
Aunque los judíos jamás pasarían por Samaria, el Señor Jesús tuvo la carga de hacerlo.
Le era necesario pasar por ahí, no porque geográficamente le fuera necesario, sino por
causa de la voluntad del Padre. Por esta causa, le era necesario pasar por aquella región.
El Señor sabía que, a mediodía, una mujer inmoral estaría junto al pozo.
Leamos los versículos 5 y 6: “Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a
la parcela de tierra que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces
Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta”. Dígame,
¿quién fue el primero en llegar al pozo de Jacob, la pecadora o el Salvador? ¡Qué
maravilloso es el hecho de que el Señor llegó allí primero! En mis primeros años de
creyente cuando leía este pasaje, me emocionaba con muchos de sus detalles. Más tarde,
al predicar el evangelio una vez, di un largo mensaje acerca de la mujer samaritana,
incluyendo cada detalle. Vi en ese tiempo que el Señor Jesús tenía que llegar al pozo
antes que aquella inmoral y caída mujer samaritana. Él llegó al pozo, y la esperó.
El Señor era soberano y muy sabio. Antes de que la mujer llegara, Él encontró una
buena excusa para enviar a todos Sus discípulos a la ciudad. Si alguno de los discípulos
hubiera estado allí, no hubiera sido muy bueno. Si Sus discípulos hubieran estado
presentes no le habría sido muy oportuno al Señor hablarle a la mujer inmoral acerca de
Sus maridos. Así que, el Señor en Su soberanía y sabiduría, envió a los discípulos a la
ciudad a comprar comida. Tal vez el Señor pensaba: “Por favor, dejadme solo, estoy
esperando a esa mujer inmoral. Debido a que es inmoral, no quiere ver a nadie ni hablar
con nadie, pero Yo voy a tocar su conciencia con la historia de todos sus esposos.
Vosotros, los discípulos, debéis iros”. Sin la excusa de comprar alimento ¿cómo hubiera
podido enviar a los discípulos a otra parte? Mientras los discípulos fueron a comprar
comida, la mujer vino. Cuando era joven y vi ese cuadro, adoré al Señor. Supongamos
que el Señor estuviera en una casa a medianoche, y esta mujer fuera a esa hora para
hablar con Él, y los discípulos vieran esto. Ellos probablemente habrían dicho: “¿Qué
estáis haciendo aquí? Jesús, Tú eres un hombre de poco más de treinta años, y ella es
semejante mujer. ¿Qué está pasando aquí?”. El Señor, en Su soberanía y Su sabiduría,
esperó a que llegara la mujer en la plena luz del día y en un lugar público. Aunque
estaban al aire libre no había nadie más allí que escuchara la conversación. Cuando el
Señor Jesús y la mujer samaritana terminaron de hablar, los discípulos regresaron y los
vieron, pero no tuvieron nada que decir. Aquella entrevista no sucedió en un cuarto
privado, sino al aire libre. ¡Cuán sabio era el Señor Jesús!
El punto aquí es el siguiente: el Salvador sabe dónde está el pecador y conoce su
verdadera situación. El Señor Jesús fue al pozo, envió lejos a todos Sus discípulos, y se
sentó junto al pozo para esperar a que la mujer se acercara. Si usted mira
retrospectivamente a su experiencia de salvación, se dará cuenta de que, al menos hasta
cierto grado, este mismo principio operaba allí. Usted no fue al cielo, sino que el Señor
vino a usted. Él descendió al mismo lugar donde usted estaba. Yo nací en China, pero el
Señor Jesús fue ahí. Un día Él me esperaba en cierto lugar, y yo fui capturado por Él. ¿Y
qué diría usted acerca de su experiencia? Usted tampoco fue a encontrar al Salvador,
¿no es cierto? El Salvador vino a usted. Algunos han sido salvos como resultado de un
accidente automovilístico. No obstante, ellos deben entender que antes de que el
accidente ocurriera, el Señor ya estaba esperando tener un encuentro con ellos. Todos
fuimos salvos de esta manera. Esto es maravilloso.
Mientras el Señor Jesús esperaba que la pecadora llegara, Él tenía sed. Así que, en este
segundo caso vemos a un Salvador sediento y a una pecadora sedienta. Usted puede
pensar que tiene sed, pero su sed es una señal de que el Salvador está sediento. El
Salvador está sediento de nosotros, porque para Él nosotros somos el agua que apaga Su
sed. ¿Se da cuenta de que usted es el agua que apaga la sed del Salvador? Parece que el
Salvador dijera: “Nada puede satisfacerme, sino tú. Yo tengo millones de ángeles en los
cielos, pero ninguno de ellos puede satisfacerme. Yo he venido a la tierra a buscar el
agua que apaga la sed. Tú eres esa agua”. Tal vez usted sea muy humilde y diga: “No. Él
es mi agua viviente. ¿Cómo puedo yo ser el agua que apaga Su sed?”. No obstante, el
Señor Jesús lo necesita, porque sin usted, nunca podrá estar satisfecho.
Al principio, tanto el Salvador como la pecadora tenían sed, y el Salvador además tenía
hambre. La pecadora estaba sedienta y fue a sacar agua para saciar su sed. El Salvador
tenía hambre y sed. Él envió a los discípulos a comprar comida para alimentarse y pidió
a la pecadora que le diera de beber. Finalmente ni el Salvador ni la pecadora bebieron ni
comieron nada, sin embargo, ambos fueron satisfechos. ¡Esto es maravilloso! La
pecadora bebió del Salvador, y el Salvador bebió de la pecadora, y ambos fueron
satisfechos. Los discípulos estaban sorprendidos. Cuando ellos regresaron con la
comida, le instaron a que comiera, pero Él dijo: “Yo tengo una comida que comer, que
vosotros no sabéis” (4:32). La pecadora fue satisfecha con el agua viva del Salvador, y el
Salvador fue satisfecho con la voluntad de Dios, al satisfacer a la pecadora. Hacer la
voluntad de Dios, la cual es satisfacer al pecador, es el alimento del Salvador. ¡Oh, el
Señor como el Salvador tenía sed de usted y de mí! Un día Él nos obtuvo, y eso lo
satisfizo.
C. La pecadora se acerca a su herencia religiosa
La pecadora vino a su herencia religiosa a fin de sacar agua para su satisfacción. Cuando
ella iba a sacar el agua, el Salvador le pidió que le diera agua para satisfacerle a Él.
Siempre que el Señor nos pide algo, es un indicio de que Él lo necesita de la misma
forma que usted lo necesita. Cuando usted tiene sed, el Señor también la tiene. Cuando
el Señor le pide algo, usted también necesita lo mismo. Esto es muy significativo.
Cuando usted está sin hogar, Él también lo está; y cuando Él está sin hogar, usted
también lo está.
La mujer samaritana también consideraba que el pozo de Jacob era el mejor. Esto
significa que la herencia de la religión es considerada como la mejor.
La mujer samaritana dijo al Señor: “Señor, no tienes vasija ... ¿De dónde, pues, sacas esa
agua viva?” (v. 11). Esto significa que la tradición religiosa es considerada como lo más
prevaleciente. Aunque la religión considera que su ortodoxia es lo más prevaleciente, no
obstante, el “agua” de la religión nunca satisface la sed de los religiosos. Esto se
comprueba con la respuesta del Señor en el versículo 13, donde dice: “Todo el que beba
de esta agua, volverá a tener sed”.
Cristo es más grande que el padre de cualquier religión. El versículo 10 dice: “Respondió
Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú
le habrías pedido y Él te abría dado agua viva”. Si usted predica el evangelio en China, la
gente le hablará acerca de Confucio. Cada raza y tribu afirma tener a alguien grande.
Pero ninguno es superior a Cristo. Cristo es mayor que Jacob, Confucio, Platón y
cualquier otro tipo de líder.
Además, el don de Dios es mayor que la herencia de la religión. ¿Qué prefiere, el pozo de
Jacob o el don de Dios? ¿Qué es el don de Dios? Si usted dice que el don de Dios es
Cristo, ésa no es una respuesta del todo acertada. El don de Dios es la vida divina,
porque en Romanos 6:23 dice que la dádiva de Dios es vida eterna. Esta vida divina será
en nosotros una fuente de agua que salte para vida eterna (Jn. 4:14). Esta vida divina es
mucho mejor que el pozo de Jacob. Si usted visita hoy el pozo de Jacob en Palestina, lo
encontrará bajo el control de un monje armenio. Cuando yo visité este pozo, todo el que
deseaba beber un vaso de agua de tal pozo tenía que pagar dos dólares. Sin embargo,
todo eso es tradición hueca, sin ningún contenido. El agua de esa fuente es igual a
cualquier otra.
“Pedir” es mucho más eficaz que las prácticas tradicionales de la religión. El agua viva de
Dios satisface nuestra sed y llega a ser una fuente de agua que salta para vida eterna. La
sed producida por la muerte se sacia con la vida. En principio, esto también es convertir
la muerte en vida.
El Señor Jesús dijo a la mujer samaritana: “Todo el que beba de esta agua, volverá a
tener sed” (v. 13). Esta declaración es simple pero su significado es muy profundo. El
agua aquí representa el disfrute de las cosas materiales y el placer que se obtiene con el
entretenimiento mundano. Nada de esto puede apagar la intensa sed del hombre. Por
más “agua” material y mundana que tome uno, seguirá con sed. Cuanto más beba de
esta “agua”, más sediento estará. Por ejemplo, con respecto a la educación, al hombre le
gusta obtener títulos cada vez mayores. Después de recibir una licenciatura, procuran
una maestría y después de eso, un doctorado. Otros pueden desear acumular diez mil
dólares en una cuenta de ahorros, pero después de lograrlo desean tener cien mil, y
después de los cien mil, un millón. Mientras más beba usted del agua terrenal, más
sediento estará. Nunca trate de apagar su sed con ninguna clase de agua mundana.
Aunque la mujer samaritana había tenido cinco esposos y vivía con un hombre que no
era su esposo, ella todavía no estaba satisfecha. Nada podía apagar su sed. Algunas
hermanas están obsesionadas con los vestidos. Sin embargo, ninguna mujer queda
satisfecha con ningún tipo de vestido. Después de comprar uno, querrá un segundo y un
tercero. Si usted tiene diez pares de zapatos, querrá quince pares. Algunas mujeres que
tienen más de quince pares de zapatos aún no están satisfechas. Esta clase de agua
jamás satisface a la gente. Sólo existe una “agua” que satisface a la gente por la
eternidad, y es Jesucristo. Cristo satisface hoy, mañana y por la eternidad. Él es siempre
nuevo y siempre fresco. Él siempre satisface. Así que, el Señor pudo decir a la mujer
samaritana que todo el que beba del agua que Él da, no tendrá sed, porque esa agua será
en él una fuente que salte para vida eterna.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DOCE
LA NECESIDAD DE LA PERSONA INMORAL:
SER SATISFECHA POR LA VIDA
(2)
En Juan 4:15-26 vemos la manera de obtener el agua viva. El agua viva es buena, pero si
no tenemos la forma de tomarla, de nada nos aprovecha. ¿De qué nos sirve tener algo
maravilloso y excelente en los cielos si no podemos alcanzarlo? Pero aquí encontramos
el agua viva y la manera de obtenerla.
La mujer samaritana fue atraída y le pidió al Señor el agua viva. Juan 4:15 dice: “La
mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla”.
El Señor era un excelente predicador. Parece que le dijera: “Si supieras quién soy, si
conocieras el don de Dios, y si probaras el agua viva que Yo doy, por seguro que Me lo
pedirías”. Ella pidió el agua inmediatamente. En nuestra insensata conversación con
otros, mientras más hablamos, más los alejamos. Pero el Señor Jesús habló muy
brevemente, y fue suficiente para que la mujer fuera atraída y pidiera el agua viva.
Cuando la mujer le pidió agua al Señor, Él no la reprendió diciendo que tenía que
arrepentirse y hacer una confesión detallada de sus pecados. No, el Señor le habló de
una manera suave y tierna, diciendo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (4:16). Es como
si el Señor le dijera: “Yo deseo a tu esposo. Tú me pides el agua viva, y Yo te pido que me
traigas a tu marido. Hagamos un trato, te cambio tu marido por el agua viva”. El Señor
le dijo esto para tocar su conciencia en cuanto a su historia inmoral a fin de que se
arrepintiera de sus pecados. “Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo:
Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes
no es tu marido; esto has dicho con verdad”. ¿Mintió la mujer o dijo la verdad? Dijo la
verdad, aunque era mentira. Ella dijo una mentira, diciendo la verdad. Fue una mentira
verídica. Ésta es la naturaleza engañosa del hombre caído. Sin embargo, el Señor fue
tierno con ella y no la reprendió. Por el contrario, la elogió, diciendo: “Bien has dicho:
No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu
marido; esto has dicho con verdad” (vs. 17-18). Le dijo la mujer: “Señor, me parece que
Tú eres profeta”. Las palabras del Señor la asustaron. Parece que ella se dijera: “¿No es
este un judío? El nunca ha vivido en este pueblo, ¿cómo entonces conoce mi historia?
¿Quién le informó que he tenido cinco maridos y que el que tengo ahora no es mi
marido?”. Esta es la forma de tener una conversación evangélica. No se debe hablar
cosas vanas a la gente, sino tocar su conciencia, no reprendiéndoles sino
descubriéndoles. Las palabras del Señor, expresadas con gracia y sabiduría, tocaron la
conciencia de la mujer. La manera apropiada de ministrar el evangelio es tocar la
conciencia de la gente.
La sed de la mujer samaritana la había llevado a muchas cosas negativas, tales como
haber tenido cinco maridos, y haber vivido con un hombre que no era su marido. Esa era
la clase de vida que ella llevaba. Ella buscaba las cosas físicas para su satisfacción, pero
sólo encontraba insatisfacción. Los seis maridos representan las cosas físicas y
materiales, las cuales nunca satisfacen al hombre.
Además de las cosas físicas ella también buscaba satisfacción en la religión. Aunque era
una persona común, también era religiosa. Y aunque era muy débil, es extraño que
hablara acerca de la religión. La religión en sí nunca puede ayudar a las personas.
Además, ella tenía tradiciones, pues el pozo de Jacob representa lo que es tradicional.
Ella tenía una herencia tradicional, la cual recibió de sus antepasados. Sin embargo,
pronto descubrió que esta tradición estaba vacía. Por lo tanto, esta mujer samaritana
tenía tres categorías de cosas: las físicas, las religiosas y las tradicionales. Estas tres
categorías representan todo lo que podemos obtener de la vida humana. En la vida
humana no existe nada más que lo físico, lo religioso y lo tradicional. Pero ninguna de
estas cosas jamás puede satisfacer al hombre, porque cuanto más él obtenga estas cosas,
más sediento llega a estar. Su sed nunca se apaga.
Los maridos de esta mujer también son una señal. Cristo debe ser el único esposo. En 2
Corintios 11 el apóstol Pablo nos dice que él nos ha desposado con Cristo. En otras
palabras, él nos ha comprometido en matrimonio con Cristo. Cristo es el verdadero
esposo. Pero esta mujer había tenido cinco maridos, y otro hombre además de ellos.
Esta mujer era malvada e inmoral porque tenía sed. Y debido a que sus maridos no
podían satisfacerla, ella permanecía insatisfecha. Cuando su primer esposo no pudo
satisfacerla, buscó satisfacción en un segundo esposo. Pero tampoco su segundo esposo
pudo satisfacer su sed interior, entonces, se casó por tercera vez. Tampoco encontró
satisfacción con el tercer esposo; ni el cuarto ni el quinto pudo satisfacerla, porque lo
único que ella necesitaba era el agua viva. Por mucho que bebiera del agua terrenal en
sus muchos maridos, todavía seguía con sed. Por lo tanto, el Señor le dijo que cualquiera
que bebiera de esta agua, volvería a tener sed. Cualquiera que beba el agua de las cosas
físicas, religiosas o tradicionales, volverá a tener sed. Únicamente el Señor Jesús tiene el
agua viva que puede apagar nuestra sed.
Entonces, ¿qué significan sus maridos? Ellos significan cualquier cosa que no sea Cristo.
Es posible que cualquier cosa que no sea Cristo sea pecado. Si dependemos de alguien o
de algo que no sea Cristo, esto puede ser algo muy pecaminoso. Los maridos de la mujer
samaritana vinieron a ser la historia de toda su vida pecaminosa. Como hemos visto, el
Señor mencionó su historia pecaminosa de una manera muy sabia. Él no condenó su
maldad como pecadora, ni la presionó de una manera legalista para que se arrepintiera
y confesara sus pecados, como lo harían algunos evangelistas. Ya que el Señor sabe
todas las cosas, Él simplemente tocó su conciencia pidiéndole que trajera a su esposo.
De esta manera el Señor la ayudó a arrepentirse y a confesar sus pecados.
Debido a que la palabra del Señor acerca de sus esposos tocó su conciencia, ella de
inmediato cambió el tema y habló de la adoración a Dios. Ella fue muy lista al hacer
esto. Aunque era una mujer tan inmoral, habló sobre la adoración a Dios. Esto
demuestra la verdadera condición de la religión. Las personas pueden discutir de
religión y permanecer viviendo en inmoralidad. Esta mujer no confesó sus pecados, sino
que cambió el tema de sus maridos a la adoración a Dios, diciendo: “Nuestros padres
adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe
adorar”. Este cambio de tema demuestra la sutileza de la mujer samaritana. El problema
planteado por la mujer con respecto a la adoración, al igual que las preguntas halladas
en 8:3-7 y 9:2-3, requería como respuesta un sí o un no, lo cual pertenece al árbol del
conocimiento; sin embargo, el Señor la llevó a su espíritu (Jn. 4:21-24), el cual pertenece
al árbol de la vida (cfr. Gn. 2:9-17). Cuando la mujer cambió el tema de sus maridos a la
adoración, el Señor Jesús aprovechó la oportunidad para revelarle la manera apropiada
de recibir el agua viva.
Leamos las palabras del Señor acerca del asunto de la adoración: “Jesús le dijo: Mujer,
créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la
salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales
adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con
veracidad es necesario que adoren” (Jn. 4:21-24). El Señor dijo esto a la mujer
samaritana a fin de instruirla con respecto a la necesidad de ejercitar el espíritu para
tocar a Dios el Espíritu. Tocar a Dios el Espíritu con nuestro espíritu es beber el agua
viva, y beber el agua viva es rendir verdadera adoración a Dios.
En tipología, a Dios se le debe adorar: (1) en el lugar que Él escogió para establecer Su
habitación (Dt. 12:5, 11, 13-14, 18), y (2) con las ofrendas (Lv. 1-6). El lugar escogido por
Dios para habitar tipifica el espíritu humano, donde hoy está la morada de Dios (Ef.
2:22). Las ofrendas tipifican a Cristo; Cristo es el cumplimiento y la realidad de todas las
ofrendas con las cuales el pueblo adoraba a Dios. Por lo tanto, cuando el Señor le dijo a
la mujer que adorara a Dios el Espíritu en espíritu y con veracidad, Él le dio a entender
que ella debía tener contacto con Dios el Espíritu en su espíritu, no en un lugar especial,
y que debía hacerlo por medio de Cristo, no por medio de las ofrendas. Ya que Cristo, la
realidad de la veracidad, ha venido (vs. 25-26), todas las sombras y tipos han terminado.
El Señor Jesús le dijo a la mujer samaritana que Dios es Espíritu, que adorar a Dios
significa tener contacto con Él, y que tener contacto con Él no depende de cierto lugar,
sino del espíritu humano.
Cuando Él dijo: “Mas la hora viene y ahora es”, quiso decir que la era había cambiado.
En el pasado, conforme a la ley de Moisés, Dios ordenó que Su pueblo lo adorase en un
lugar específico donde Él establecería Su habitación con Su nombre (Dt. 12:5). Todos los
adoradores de Dios tenían que ir a ese lugar único. Eso era un tipo. Ahora, la era ha
cambiado, y ese tipo se ha cumplido. Hablando con referencia a la tipología, el lugar de
adoración ya no debe ser más un lugar físico, sino el espíritu humano, donde Dios va a
establecer Su habitación con Su nombre. ¿Cuál es el lugar único en donde el pueblo de
Dios debe adorarle hoy? Es nuestro espíritu humano. Según Efesios 2:22, la habitación
de Dios está en nuestro espíritu.
¿Por qué en tiempos antiguos Dios ordenó que Su pueblo le adorara en un solo lugar?
Fue con el fin de guardar la unidad. Dios nunca permitía que Su pueblo lo adorara en
ningún otro lugar aparte del que Él había escogido. Si alguien le hubiera adorado en otro
lugar, la unidad entre Su pueblo habría sido dañada. ¿Dónde podemos mantener la
unidad hoy? En nuestro espíritu humano. Todos diferimos unos de otros en nuestra
mente, entendimiento, enseñanzas y conceptos. No creo que exista una sola pareja
donde el esposo y la esposa piensen exactamente igual. Cada uno tiene conceptos
diferentes. Usted tiene sus conceptos y yo tengo los míos. Usted tiene su manera de
actuar y yo tengo la mía. Usted tiene sus puntos de vista y yo tengo los míos. ¿Cómo
podríamos ser uno con respecto a nuestros diferentes conceptos, prácticas y puntos de
vista? Debemos olvidarnos de todos ellos y volvernos a nuestro espíritu. Cuando todos
nos volvamos al espíritu, podremos ser uno. Así que, aprenda a no argumentar nunca
con las personas acerca de doctrinas, sino siempre dirigirlas a su espíritu. Todos
debemos recordar que tenemos un espíritu en el cual está la habitación de Dios. Nuestro
espíritu es el lugar donde debemos adorar a Dios, esto es, tener contacto con Él. Siempre
que adoramos a Dios en nuestro espíritu, realmente bebemos de Dios como el agua viva.
Cuando usted alaba a Dios con su espíritu, inmediatamente bebe de esta agua. Si clama
desde su espíritu: “¡Alabado sea Dios! Oh Padre, te adoro”, usted estará bebiendo del
agua viva.
El Señor también dijo que ya era la hora para que los verdaderos adoradores adoraran a
Dios, no sólo en espíritu, sino también en realidad. Esto es algo difícil de comprender
para los cristianos de hoy. Sin embargo, si consideramos la tipología, entenderemos de
lo que el Señor estaba hablando. En los tiempos antiguos Dios ordenó que Su pueblo le
adorara en el lugar asignado y con las ofrendas. Al pueblo no se le permitía adorar a
Dios en cualquier lugar que escogiesen, y no podían adorarle sin las ofrendas. Ellos
necesitaban las ofrendas porque eran pecadores. Cuando iban a tener contacto con Dios,
tenían que ofrecer muchos tipos de ofrendas: la ofrenda por la trasgresión, la ofrenda
por el pecado, la ofrenda de paz, la ofrenda de flor de harina, el holocausto, la ofrenda
mecida y la ofrenda elevada. Todas estas ofrendas tipificaban los diferentes aspectos de
Cristo. Cristo es nuestra verdadera ofrenda por la trasgresión, además es nuestra
verdadera ofrenda por el pecado, la de flor de harina, de paz, y nuestro verdadero
holocausto. Ahora, en vez de adorar a Dios en un lugar específico, debemos adorarle en
nuestro espíritu. Más aún, en vez de adorarle con las ofrendas antiguotestamentarias,
debemos adorarle con Cristo como la realidad de todas aquellas ofrendas.
¿Cómo podemos aplicar el segundo punto, esto es, adorar a Dios con Cristo? La forma
tradicional es pedir un himno y luego, después de cantarlo, ofrecer una oración a
nuestro Padre que está en el cielo. Ésta es la manera tradicional y religiosa. Sin
embargo, cuando nosotros nos reunimos para adorar a Dios, debemos ejercitar nuestro
espíritu. Si hacemos esto, el Espíritu Santo quien mora en nuestro espíritu, tendrá
oportunidad de actuar. El puede obrar en un hermano dándole la carga de dar un
testimonio viviente de Cristo. Entonces ese hermano testifica de la experiencia viviente
que ha tenido de Cristo. Al hacer esto, estará ofreciendo a Cristo como una de las
ofrendas. Cuando usted da un testimonio de la experiencia que ha tenido de Cristo, para
Dios esto equivale a presentar a Cristo como una ofrenda a Dios. Con el tiempo, esta
ofrenda llegará a ser alimento para el hermano que dio dicho testimonio y también para
los otros adoradores. Esta no es la manera tradicional de adorar a Dios; más bien, es
adorarle en el espíritu con el Cristo que hemos experimentado, ofreciéndolo a Dios para
Su satisfacción y ofreciéndolo como alimento para los demás adoradores. En esto
consiste la verdadera adoración a Dios.
Ahora llegamos al último aspecto de la manera de obtener el agua viva: creer que Jesús
es el Cristo. Cuando la mujer samaritana escuchó cómo el Señor respondió a su
pregunta acerca de la adoración, ella de nuevo intentó desviar la conversación a otro
tema, diciendo: “Sé que ha de venir el Mesías, que se llama el Cristo; cuando Él venga
nos declarará todas las cosas” (4:25). Ella parecía decir: “Tú me estás diciendo muchas
cosas, pero nosotros esperamos que venga el Mesías; cuando Él venga, nos manifestará
todas las cosas”. ¡Qué pretexto! Entonces el Señor le respondió: “Yo soy, el que habla
contigo” (4:26). Al decirle esto, Jesús la condujo a creer que Él era el Cristo, para que
ella tuviera vida eterna (20:31). En 4:29 vemos que ella creyó. Aunque la mujer
samaritana trató por todos los medios de escaparse del Señor, Él, en Su sabiduría, la
capturó. Nunca trate de escaparse de la mano del Señor. La mujer samaritana fue
convencida, creyó en Él y recibió el agua viva. Hubo un gran cambio en su vida. Ella era
una persona muy inmoral, aún así, estaba bajo la influencia de la tradición religiosa,
preocupándose del sí o no, aquí o allá, de esta o aquella forma. Ella se encontraba
totalmente en una condición de muerte. Sin embargo, las palabras del Señor la tocaron y
la trasladaron de muerte a vida. Sin lugar a dudas, ella se encontraba influenciada por el
árbol del conocimiento, pero el Señor la hizo volverse al árbol de la vida, Él convirtió su
muerte en vida eterna.
El Señor le reveló a la mujer samaritana que la verdadera satisfacción de la vida humana
es el Señor mismo. El Señor le reveló tres aspectos acerca de Sí mismo: Él es el don, el
Dador, y la manera de recibir el don. Él mencionó por lo menos tres cosas acerca de Sí
mismo. En el versículo 10 Él dijo: “Si conocieras el don de Dios”, indicando con esto que
el don de Dios era el Señor mismo como vida eterna. Él también le dijo: “Tú le habrías
pedido y Él te habría dado agua viva”, lo cual indica que el Señor mismo es el Dador.
Finalmente, al leer cuidadosamente, descubriremos que la manera por la cual la mujer
podía obtener el don era tener contacto con el Dador; o sea, beber al Dador mismo.
Cuando la mujer oyó que el Señor Jesús era el Cristo que vendría, creyó en Él. Hubo un
gran cambio en su vida. Ella dejó su cántaro, fue a la ciudad, y dio un testimonio
viviente al pueblo. Este testimonio produjo una cosecha maravillosa (4:28-42).
Conforme a nuestro concepto natural, se requiere mucho tiempo para ayudar a una
persona a ser salva, pero debemos abandonar ese concepto. Las personas pueden
convertirse en un segundo. El Señor puede convertir a las personas de una manera muy
rápida, porque, tal como lo hizo en Su obra creadora, Él llama las cosas que no son,
como existentes. No es necesario el elemento del tiempo. Según nuestro concepto, un
pecador necesita tiempo para considerar, creer, y tornarse al Señor. Este concepto
frustra nuestra predicación del evangelio y lo hace impotente. Debemos tener fe de que,
mientras hablamos con otros, el Señor está obrando en ellos de una manera
prevaleciente. La mujer samaritana se convirtió en un instante. Aunque nos haya
parecido increíble, en el pasado hemos visto a muchas personas convertirse de esta
manera. El Señor convierte al hombre por medio del Espíritu, por medio de la vida, y no
por la educación. La educación toma tiempo; enseñar a la gente requiere tiempo. Sin
embargo, cuando el Señor regenera a las personas, Él las hace una nueva creación, y
llama las cosas que no son, como existentes. Debemos tener esta fe prevaleciente
siempre que hablemos con un pecador. Mientras hablamos con él, debemos ejercitar
nuestro espíritu y creer que el Señor está obrando en su ser. Espontáneamente, algo
sucederá en él, y se volverá de la muerte a la vida. La mujer samaritana se convirtió,
toda su vida cambió en una fracción de segundo, pese a que era tan inmoral, tan baja, y
estaba profundamente metida en el pecado, ella fue al pueblo y dijo: “Venid, ved a un
hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (v. 29). Esto
indica que la mujer creyó que Jesús era el Cristo, y que al creer esto, ella recibió el agua
viva y fue satisfecha. Ella estaba segura de que Jesús era el Cristo, y como resultado el
Espíritu entró en ella.
El cuadro descrito en el capítulo 4 de Juan, también nos muestra que después de que la
mujer tuvo contacto con Cristo, renunció a todo. Ella dejó tanto el pozo como el cántaro.
Dejó todo y fue a la ciudad a hablarle a la gente acerca de Cristo, lo cual significa que
una vez que ella tuvo contacto con Cristo, renunció a todo para tener solo a Cristo como
su satisfacción. Cuando dijo al pueblo: “¿No será éste el Cristo?”, ella reconocía que Él
era el Cristo. Ante los ojos de Dios ella ya tenía a Cristo, y llevaba a Cristo a su pueblo.
¡Qué testimonio maravilloso! Sólo cuando establecemos contacto con Cristo, lo
reconocemos y lo recibimos, podemos ser satisfechos. Entonces espontáneamente
renunciamos a todo lo que no sea de Cristo.
No puedo olvidarme de algo que sucedió en 1937 cuando fui a la capital de China para
tener varias reuniones nocturnas. Después de la última reunión, la joven esposa de un
hombre altamente educado, me dijo: “Señor Lee, su predicación me ha impresionado
mucho y deseo creer en Cristo. Pero tengo un problema: me gusta mucho ir al teatro a
ver las óperas. Si voy a ser cristiana, estoy dispuesta a dejar todos mis malos hábitos,
pero hay algo a lo que no puedo renunciar: los dramas y la ópera. Estos no los podría
dejar. ¿Qué haré?”. Ella hablaba seriamente. Tuve temor de decirle que no era correcto
que un cristiano fuera a las óperas chinas, porque ella hubiera rehusado ser cristiana.
Por supuesto, tampoco podía decirle que estaba bien que fuera cristiana y siguiera
yendo al teatro. Así que oré para que el Señor me diera sabiduría, y finalmente le dije:
“Supongamos que su hijo pequeño está encariñado con un peligroso cuchillo que tiene
en sus manos. ¿Cuál sería la mejor manera de quitárselo de sus manos?”. Ella dijo: “Eso
sería fácil de hacer si usted esparce dulces en el piso alrededor de él”. Yo le pregunté
cómo ayudaría eso, a lo que ella replicó: “El niño soltaría el cuchillo para tomar los
dulces. A menos que sus manos estén llenas de dulces, jamás soltará el cuchillo por más
que usted se lo diga”. La felicité por su respuesta y le dije: “¿Comprende usted que una
vez que reciba a Cristo, esto mismo sucederá con usted?”. Inmediatamente lo entendió,
y fue salva esa misma noche.
¿Sabe usted por qué la gente tiene sed de muchas cosas aparte de Cristo? Simplemente
porque no han sido satisfechos por Cristo. Si ellos estuvieran satisfechos con Cristo, se
olvidarían de todas las demás cosas. El pozo y el cántaro significaban mucho para la
mujer samaritana, pero después de reconocer a Cristo, ella espontáneamente abandonó
aquellas cosas tan apreciadas, fue al pueblo y dio testimonio de que Cristo era ahora la
satisfacción de su vida. ¿Tiene usted satisfacción en su vida humana? ¿Qué es lo que lo
satisface? ¿Cristo o las cosas físicas, religiosas y tradicionales? Sólo Cristo puede
satisfacernos; ninguna otra cosa. Si hemos de ayudar a otros, debemos primero ser
satisfechos con Cristo para poder llevar así a Cristo como satisfacción a los demás.
Solamente cuando estamos satisfechos con Cristo, podemos hacer saber a otros la
manera de recibirlo y tener contacto con Él. La mujer samaritana no fue a su pueblo con
la doctrina de Cristo; ella primero obtuvo a Cristo y luego fue a ellos con Él.
B. El Salvador es satisfecho
con hacer la voluntad de Dios
al satisfacer a la pecadora
En el versículo 35 el Señor dijo: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que
llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están
blancos para la siega”. El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que los campos ya estaban
blancos. Por eso, debían ir y segar la cosecha. Este principio es válido también hoy.
Nunca debemos decir que no es el tiempo de predicar el evangelio. Si miramos los
campos, ciertamente veremos a los que realmente tienen sed de Cristo. Por lo tanto,
debemos llevarles a Cristo a ellos y traerlos a ellos a Cristo. Esta es la manera de
cosecharlos para el Señor.
En el versículo 36 el Señor dijo: “Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida
eterna”. La expresión para vidaeterna, es la misma expresión griega hallada en el
versículo 14 y traducida de la misma manera. El Señor usa esta expresión dos veces en
este capítulo. La primera vez Él dijo que si lo recibíamos, Él sería en nosotros una
fuente, o manantial, que saltaría para vida eterna (v. 14). Cristo será en nosotros un pozo
o manantial que salte para vida eterna. Él utilizó esta expresión por segunda vez al
instar a los discípulos a que salieran a segar la cosecha, a fin de recoger fruto para vida
eterna. En otras palabras, después de que hayamos sido salvos y satisfechos con Cristo,
debemos traer personas a Él para vida eterna. Primeramente uno debe recibir a Cristo
para recibir la vida eterna, y luego, debe guiar a otros a recibir a Cristo para vida eterna.
Hay un Cristo que usted debe recibir, el cual llega a ser una fuente, o un manantial, que
salta para vida eterna, y también hay una cosecha que usted debe segar como fruto para
vida eterna. La mujer samaritana hizo exactamente estas dos acciones. Por una parte,
ella recibió a Cristo como el manantial interior para vida eterna, y por otra, fue al campo
de la cosecha a recoger a su pueblo como fruto para vida eterna.
En los versículos 36 y 37 el Señor menciona la siembra. ¿Quién fue el que sembró? Juan
el Bautista nunca fue a Samaria. Algunas personas piensan que unos discípulos de Juan
o del Señor Jesús, pudieron haber ido a Samaria y predicado el evangelio antes de ese
tiempo, pero yo no lo creo. Podemos creer que la semilla fue sembrada por medio del
Antiguo Testamento. Los samaritanos estaban muy familiarizados con los primeros
cinco libros del Antiguo Testamento. De ese modo, llegaron a conocer a Dios, y también
llegaron a saber algo con respecto al Mesías, el Cristo, aunque no de forma clara ni
cabal. Los samaritanos no eran iguales que los gentiles. Por medio del Antiguo
Testamento ellos obtuvieron cierto conocimiento de Dios y de Cristo. Creo que ésa fue la
semilla. Sí, el Espíritu prevaleciente del Señor fue el que obró en la mujer samaritana.
Sin embargo, si ella hubiera sido igual a un gentil, sin ningún conocimiento de la Biblia,
dudo que esta obra se hubiera realizado en ella de una manera tan rápida y
prevaleciente. El Señor Jesús no tuvo que decir nada acerca de Dios sino hasta que ella
primero dijo algo al respecto. Ella inició la conversación acerca de Dios y de Cristo. El
Señor Jesús no dijo: “Mujer, ¿crees que hay un Dios? ¿Conoces a Cristo?” El solamente
le pidió un poco de agua para beber. Cuando ella lo reprendió por pedir agua de una
mujer samaritana, Él le habló acerca del don de Dios. Podemos ver por las palabras del
Señor que la mujer ya sabía algo de Dios y de Cristo. Esto fue el resultado de la obra de
los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, que los samaritanos conocían. Por lo
tanto, antes de que el Señor Jesús y Sus discípulos vinieran, muchas personas ya habían
sido preparadas.
Lo mismo sucede en los Estados Unidos, la semilla ha sido sembrada por todo el país.
Debemos darnos cuenta de que la cosecha está verdaderamente madura y lista para la
siega. Muchas personas han sido preparadas por otros ministerios y por muchos siervos
del Señor durante los años pasados. Mucha gente ha sido preparada en su corazón y en
su espíritu, para tener contacto con Cristo y recibirle como su satisfacción, pero no
saben cómo hacerlo. En los Estados Unidos hasta los incrédulos y los ateos saben algo
de Dios y de Cristo. Ellos aun han escuchado acerca de la salvación. Lo único que
debemos hacer es segar todo lo que ha sido sembrado. La mujer samaritana no fue a su
pueblo llevando la doctrina acerca de Cristo; ella primero obtuvo a Cristo y luego fue a
ellos con Él.
Como conclusión, podemos ver que los primeros dos casos difieren marcadamente en
dos puntos. El primer caso muestra que Cristo nos trajo la vida divina mediante la
regeneración o el nacer de nuevo; el segundo caso muestra que Cristo nos trajo
satisfacción. Podemos confirmar estos dos aspectos al verificarlos con nuestra
experiencia. Cuando recibimos a Cristo, nacimos de nuevo, o sea, fuimos regenerados
con la vida divina. Luego fuimos satisfechos con el agua viva. Estos dos casos son
señales que describen los dos diferentes aspectos de Cristo como nuestra vida. No
debemos leer el evangelio como si consistiera de simples historias acerca de milagros.
Debemos leer estas narraciones como declaraciones figurativas, y debemos encontrar el
significado espiritual de estas señales. Entonces descubriremos los principios
espirituales y vivientes referentes a Cristo, quien es la vida y la satisfacción para el
hombre.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TRECE
Jesús regresó a Caná de Galilea, el lugar de las personas débiles y frágiles (Jn. 4:43-46).
Caná se encuentra en Galilea, un lugar menospreciado (7:41, 52), que representa al
mundo, el cual está en una condición baja y vil, donde se hallan las personas débiles y
frágiles. Anteriormente cuando hizo la primera señal, la de convertir el agua de la
muerte en el vino de la vida, el Señor estuvo allí. Ahora Él regresa al mismo lugar para
efectuar la segunda señal, la cual, según el principio de vida, corresponde con la primera
señal, la de convertir la muerte en vida.
Este tercero de los nueve casos, nos revela la necesidad de los moribundos, que es la
sanidad. Este caso tiene que ver con el hijo de un oficial del rey que está a punto de
morir. La humanidad primero necesita la regeneración, segundo, la satisfacción y
después, la sanidad. Todos necesitamos cierta medida de sanidad. En cierto sentido
estamos viviendo, pero en otro, estamos muriendo. Cuando un niño está recién nacido,
su madre puede pensar que él está creciendo, pero en realidad está muriendo. Todos los
que moran en la tierra se están muriendo. Si usted es un joven de menos de treinta años,
es posible que no tenga la sensación de estar muriendo; sin embargo, cuando llegue a los
sesenta o setenta años, se dará cuenta de que se está muriendo. Un lapso de vida de
setenta años puede compararse con setenta dólares. Cada año vivido equivale a gastar
un dólar. Cuando usted haya vivido sesenta años, habrá gastado sesenta dólares.
Cuando llegue a los sesenta y nueve años de edad, sólo le queda un dólar. Una vez que el
último dólar ha sido gastado, su vida se agotará. Así que, los seres humanos
aparentemente están viviendo, pero en realidad se están muriendo. Debido a esto, no les
pido a mis hijos o a mis nietos que celebren mi cumpleaños, porque mi cumpleaños me
recuerda que estoy muriendo. Dígame usted, ¿su edad está aumentando o
disminuyendo? Cuanto más tiempo vivimos, menos nos queda por vivir. No me gustaría
llegar a los setenta años de edad; más bien me gustaría retrasar mi edad, pero eso no es
posible. Por lo tanto, todos necesitamos sanidad.
Hemos sido regenerados y diariamente podemos tener contacto con el Señor, el Espíritu
viviente, y hallar satisfacción. Pero además de esto necesitamos la sanidad. Todos somos
enfermos y moribundos. Somos personas caídas, débiles y frágiles y nos estamos
muriendo; por eso, nos hace falta la sanidad del Señor. Si uno tiene la sanidad del Señor
Jesús, su muerte se convertirá en vida.
Permítame compartir con usted mi oración secreta ante el Señor. Yo le he dicho al
Señor: “Señor, el tiempo de Tu venida está cerca. Hazme un favor: guárdame de la
muerte. Señor, deseo verte físicamente, cara a cara. Presérvame vivo hasta que Tú
vengas”. ¡Aleluya, Él viene! Mientras viene, Él nos está sanando. Mientras está en
camino, está sanando nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo. Si usted desea
estar saludable, debe disfrutar la sanidad de Jesús. Él es la verdadera tienda de
alimentos naturales. Acuda a Jesús, tenga contacto con Él, y disfrútelo. Si usted
participa de Él continuamente, tendrá el mejor alimento, el alimento natural más
saludable. ¡Cuánto necesitamos la sanidad de la vida divina!
En Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús
mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Si permitimos que el
Espíritu que mora en nosotros haga Su hogar en nuestro ser, este Espíritu saturará
nuestro cuerpo moribundo y mortal con la vida de resurrección. Nuestro cuerpo mortal
será reavivado, vivificado y sanado por la vida divina. Romanos 8 revela que todo
nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo; puede recibir la vida divina. Cuando creemos en el
Señor Jesús, Él, como Espíritu vivificante, entra en nuestro espíritu. Ya que Él es el
Espíritu vivificante, el Espíritu mencionado en Romanos 8 es llamado el Espíritu de
vida, lo cual significa que el Espíritu divino es vida. Cuando invocamos al Señor Jesús,
este Espíritu divino que es vida, entró en nuestro espíritu y lo vivificó. Por lo tanto,
nuestro espíritu es vida (v. 10). Cuando ponemos la mente de nuestra alma en el
espíritu, nuestra mente también llega a ser vida (v. 6). Si le cedemos terreno al Espíritu
que mora en nosotros, este Espíritu se extenderá desde nuestro espíritu hasta nuestra
alma y nuestro cuerpo, y hará que nuestro cuerpo mortal sea un cuerpo lleno de vida.
Finalmente, esta vida divina llega a ser una vida cuádruple: la vida que está en el
Espíritu divino, la vida que llena nuestro espíritu, la vida que saturará nuestra alma, y la
vida que impregnará nuestro cuerpo. Todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— será
lleno, saturado e impregnado con la vida divina. En esto consiste la sanidad. Cuando la
vida divina entra en una parte de nuestro ser, la sana, y eso significa que la vida divina
convierte la muerte de esa parte, en vida. La muerte es sorbida por la vida; esto es la
sanidad.
Aunque el oficial del rey rogó al Señor que descendiera y sanara a su hijo (Jn. 4:47, 49),
el Señor simplemente dijo la palabra, y el niño fue sanado. “Jesús le dijo: Ve, tu hijo
vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue” (v. 50). El oficial del rey
creyó la palabra que procedió de la boca del Señor. Cuando fue informado por sus
siervos que el niño vivía, él y toda su casa, creyeron (vs. 51-53). ¡Aleluya por la palabra
vivificante! Amamos la palabra vivificante; no la palabra en letras muertas, sino la
palabra que es el Espíritu. El Señor simplemente habló la palabra vivificante, y el niño
moribundo fue sanado. Hoy en día el Señor sigue enviando Su palabra sanadora.
Cuando los moribundos reciben esta palabra por fe, son sanados por la vida. Una vez
que la palabra vivificante ha sido infundida en nosotros, estemos o no conscientes de
ello, nunca seremos los mismos. La palabra vivificante produce un verdadero cambio en
nuestra vida.
Cuando los moribundos reciben la palabra por fe y son sanados por la vida, esto, en
principio, es cambiar la muerte en vida. El poder de la muerte es vencido por la vida.
¡Alabado sea el Señor por Su vida sanadora y por Su palabra vivificante que sana todas
nuestras enfermedades! La muerte procede del árbol del conocimiento, y la vida, del
árbol de la vida. Nosotros nacimos con la enfermedad de la muerte, pero la palabra de
vida del Señor, nos sana de la muerte. Todo lo que necesitamos es recibir y creer Su
palabra vivificante y sanadora.
El caso de la sanidad del hijo del oficial del rey muestra que para recibir la sanidad no es
necesario tener contacto con el Señor físicamente. Es suficiente con tener Su palabra.
Aunque no contemos con la presencia física del Señor, mientras tengamos Su palabra y
Su obra, será suficiente; y no necesitamos nada más. Cuando tenemos la palabra del
Señor, somos salvos y llenos del Señor. Su palabra es suficiente para sanarnos y
salvarnos.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CATORCE
En este mensaje llegamos al cuarto caso, el cual nos muestra la necesidad del
imposibilitado (Jn. 5:1-47). Este caso expone la vanidad de la religión.
Cuando el Señor Jesús vino, lo hizo como Aquél de quien profetizaron en el Antiguo
Testamento. El vino para ser salvación, vida, justicia, santidad, redención, gloria, y todo
para el pueblo de Dios. Pero cuando Él vino, el pueblo de Dios, los judíos, estaban
completamente ocupados en su religión. No había lugar en sus corazones para aquel que
había venido. Al leer los cuatro Evangelios, se puede ver que dondequiera que el Señor
iba, se encontró con la oposición de la religión típica formada conforme a la Palabra
santa de Dios. Aquellos religiosos se opusieron al Cristo viviente basándose en su
religión. Pensaron que oponerse a Cristo era estar a favor de Dios. Incluso sentenciaron
al Cristo viviente a muerte, intentando proteger a Dios. Según el entendimiento de ellos,
cuando Jesús dijo que Él era el Hijo de Dios, blasfemaba, haciéndose igual a Dios (5:18).
Parece como si ellos dijeran: “Nosotros tenemos un solo Dios, y ningún otro. Nuestro
Dios es Jehová, Elohim. No tenemos un Dios de nombre Jesús. Si Tú dices que eres el
Hijo de Dios, te haces igual a Dios y estás blasfemando. Debemos matarte”. Eso era
religión.
En principio, sucede lo mismo hoy. Muchas personas religiosas adoran a Dios y hacen
todo lo posible por agradarle, comportarse bien y tratar de ser perfectas. Pero lo hacen
todo aparte de Cristo. Esta clase de religión siempre se opone a Cristo y a Sus genuinos
seguidores en vida. La oposición, no se revela en los capítulos 3 ni 4 sino que la
encontramos en Juan 5. En el caso del hombre imposibilitado, la oposición religiosa
queda expuesta por completo. Este capítulo revela la inutilidad de la típica religión y su
oposición a Cristo. En este capítulo, el principal asunto negativo que debemos ver es la
inutilidad y la vanidad de esta religión y su oposición hacia Cristo. ¡Alabado sea el
Señor! Pues, por el lado positivo, este capítulo también nos muestra la suficiencia y
eficacia de Cristo, el Hijo de Dios, quien como vida vivifica al hombre. Cristo como vida
es lo que nos vivifica.
Este caso es una alegoría, y cada aspecto de él debe ser entendido como tal. Durante
muchos años leí este capítulo una y otra vez. No lo entendía y estaba muy perturbado. Al
estudiar la Biblia yo acostumbraba encontrar el punto central. Pero aun después de
estudiar este capítulo muchas veces, no podía descubrir cuál era el punto central. Era
fácil encontrar el punto central del capítulo 3, el cual es la regeneración, y del capítulo 4,
el cual es el agua viva. Pero dígame, ¿cuál es el punto central del capítulo 5? Yo utilizaba
el versículo 24 de este capítulo muy a menudo cuando predicaba el evangelio, pero aún
no comprendía totalmente el punto principal de este capítulo.
A. La inutilidad de guardar la ley
en la religión
El punto principal de este caso, por el lado negativo, es mostrar la inutilidad de guardar
la ley en la típica religión. En el judaísmo guardar la ley era lo más importante. Todo
judío respetaba, creía y aprobaba el guardar la ley. Los judíos tenían el concepto de que
aparte de guardar la ley no había forma de agradar a Dios, de conducirse bien ni de
perfeccionarse. Cualquier judío típico le dirá que, después de Dios, no hay nada que sea
tan grande ni tan importante como la ley. Dios tiene el primer lugar y la ley, el segundo.
Así que, guardar la ley lo es todo para esa religión.
La religión judía incluye al menos siete elementos: Jerusalén —la ciudad santa—, el
templo santo, la fiesta santa, el sábado santo, los ángeles, Moisés y las Santas Escrituras.
Todos estos siete elementos juntos equivalen al judaísmo, la religión judía. Estos
elementos son cosas excelentes y maravillosas. Si usted me preguntara qué es el
judaísmo, yo le diría al menos siete cosas: (1) la ciudad santa; (2) el templo santo; (3) las
fiestas para el disfrute; (4) el Sabat o los días de reposo; (5) la visitación de los ángeles;
(6) Moisés, el dador de la ley; y (7) las Santas Escrituras del Antiguo Testamento.
Junto con esos siete elementos del judaísmo, también existía el medio para la sanidad, a
saber: el estanque del agua sanadora. El significado de este cuadro es que el medio para
la sanidad se encuentra siempre con la típica religión. El judaísmo es esta típica religión
que tiene algo que puede sanarle. El estanque de Jerusalén significa que los medios para
la sanidad se encontraban en esa religión.
No obstante, hay un requisito: uno debe tener fuerzas para caminar y actuar. Cada vez
que a uno se le da la oportunidad de recibir los beneficios de esta religión, uno debe
tener las fuerzas para ser el primero en llegar y tener la habilidad de caminar. Este caso
es una señal que nos muestra una religión que contiene muchos elementos buenos y
santos, los cuales pueden sanarlo a uno, pero se requiere su propia fuerza para caminar
y actuar. Aunque uno llegue en segundo lugar, no obtendrá los beneficios de esta buena
religión, porque son únicamente para el primero.
Es imposible para el hombre guardar la ley. Nadie puede hacerlo. Así como la gente no
puede subir a los cielos, así tampoco puede guardar la ley. Romanos 8:3 dice que es
imposible guardar la ley, porque la ley es débil por causa de la carne. La carne es muy
débil para guardar la ley. Esto está claramente descrito en el caso del hombre
imposibilitado.
Este hombre había estado enfermo por treinta y ocho años. Era incapaz de moverse.
Cuando veía que el agua se agitaba, se llenaba de expectación, pero le era imposible
llegar ahí a tiempo. Debido a que estaba imposibilitado, sin la habilidad de moverse, no
pudo recibir la sanidad. De la misma manera nosotros, debido a nuestra incapacidad, no
podemos guardar la ley. La ley es buena, santa y espiritual. No hay problema con la ley,
el problema es con nosotros.
El hombre no sólo está enfermo, sino también muerto. Sabemos por 5:25 que, a los ojos
de Dios, el hombre imposibilitado era una persona muerta. ¿Cómo puede caminar una
persona muerta? Si ha de caminar, primero debe ser vivificado. Mientras no se pueda
hacer vivir a una persona muerta, ésta no podrá hacer nada. Gálatas 3:21 dice que la ley
no puede dar vida. La ley sólo hace exigencias al hombre, nunca lo suple con vida.
Debido a que al hombre le hace falta la vida, éste es absolutamente incapaz de guardar la
ley. Si usted todavía es religioso, si aún está tratando de guardar la ley, permítame
hacerle una pregunta. ¿Está usted muerto o vivo? Usted debe admitir que está muerto.
Debido a que usted es una persona muerta, ¿cómo podría guardar la ley? Una persona
muerta no puede hacer nada.
Por causa de la debilidad de la carne y la falta de vida, es imposible que el hombre pueda
guardar la ley. Aunque allí esté el ángel, el agua y la agitación del agua, no hay forma de
cumplir el requisito de llegar hasta el agua para ser sanado. Este es un cuadro que nos
muestra claramente que a los moribundos y a los imposibilitados les es imposible
cumplir la ley. La ley no le ofrece al hombre ninguna esperanza. Con respecto a la ley,
nuestro caso es irremediable e imposible.
Actualmente tenemos una religión aun mejor; en efecto, es la mejor. Pero, ¿se da cuenta
usted de que hasta la mejor religión requiere que usted haga algo? Para recibir el
beneficio de ella usted debe primero caminar, actuar y ser el primero. Tal vez ya se ha
dado cuenta que usted es demasiado débil como para obtener lo que su religión le
ofrece. Esto indica que usted se encuentra en la misma posición que el hombre
imposibilitado: bajo los cinco pórticos. Nosotros somos los hombres imposibilitados,
quienes se hallan bajo el abrigo de la observancia de la ley.
Una multitud de enfermos yacían en los pórticos. Esto significa que bajo el refugio de la
observancia de la ley, en el redil de la religión, hay muchos ciegos, cojos e
imposibilitados; personas que no pueden ver, no pueden andar y carecen del suministro
de vida. No tienen gozo ni paz, sólo sufrimiento. El hombre imposibilitado no era feliz ni
siquiera en el día más alegre de la fiesta (5:1), y no tenía descanso, ni siquiera en el día
de sábado (v. 9). Los enfermos estaban desvalidos y sin esperanza, muertos a los ojos del
Señor.
Hemos visto que este caso, por el lado negativo, expone la inutilidad y la vanidad de la
religión que guarda la ley. Esa religión tenía muchas cosas buenas: la ciudad santa, el
templo santo, los ángeles, las Santas Escrituras, las fiestas santas, el sábado santo, y el
estanque, pero ninguna de esas cosas puede ayudar a los muertos. La ciudad santa no
pudo ayudar al hombre imposibilitado, ni tampoco el templo santo, las Santas
Escrituras ni los días santos. Aunque era un día de fiesta, él no tenía gozo, y aunque era
el día de sábado, no tenía reposo. Nada podía ayudarlo. Su caso era irremediable e
imposible. Repentinamente, un pequeño hombre se presentó. No era un arcángel, sino
un pequeño hombre llamado Jesús. No tenía belleza ni atractivo, y nadie le prestaba
atención. Él fue directamente al hombre enfermo. De la misma manera que el Padre en
la eternidad pasada predestinó a la mujer samaritana, y el Hijo fue a encontrarla junto al
pozo de Jacob, así el Padre también vio de antemano al hombre imposibilitado, y el Hijo
se le acercó mientras yacía junto al estanque. El Señor le preguntó: “¿Quieres ser sano?”.
El imposibilitado no conocía nada aparte del estanque, el agua, y el ángel que agitaba el
agua. Él también comprendía que no tenía esperanza ni habilidad por sí mismo. Así que,
le explicó la situación al Señor Jesús. Entonces el Señor le dijo: “Levántate, toma tu
lecho, y anda”. El hombre imposibilitado escuchó la palabra vivificante del Señor
viviente que da vida, y fue sanado. Tal vez pensemos que él se levantó y anduvo antes de
ser sanado, pero esto no fue así, sino que fue sanado antes de que se levantara, tomara
su lecho y caminara. Debemos notar la secuencia del versículo 9: “Y al instante aquel
hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”. La frase Y al instante fue sanado
precede a tomó su lecho y anduvo. Él fue sanado antes de levantarse. Fue sanado
cuando escuchó la voz del viviente Hijo de Dios. Oír la palabra viviente del Señor fue lo
que lo vivificó. Anteriormente, el lecho cargaba al hombre imposibilitado, pero ahora, el
hombre vivificado cargaba el lecho.
En Juan 5:10-16 vemos cómo la religión se opone a la vida. “Por eso los judíos dijeron a
aquel que había sido sanado: Es día de sábado; no te es lícito llevar tu lecho” (v. 10). La
vida que vivifica quebrantó el ritual de la religión. La religión se ofendió con la vida, y
comenzó a oponerse a la vida desde ese mismo momento. El día de sábado fue dado
para el hombre (Mr. 2:27) y debe ser su reposo. Guardar la ley en la religión no trajo
reposo al hombre que había estado enfermo por treinta y ocho años, pero la vida lo
vivificó en un segundo. Sin embargo, a los religiosos sólo les importaba el rito de
guardar el sábado; no tenían ningún interés en el reposo de este hombre enfermo. ¡Qué
vida tenemos! No necesitamos nada religioso. Mientras tengamos al Señor Jesús, las
cosas religiosas no significan nada para nosotros. Mientras lo tengamos a Él, tenemos
vida. Dejemos la religión y todas sus cosas. Ellas no pueden darnos vida, sólo el Señor
Jesús lo puede hacer. Él nos vivifica; Él nos da vida. La vida nos trae gozo, descanso, luz,
y todo lo que necesitamos. ¡Alabado sea el Señor!
El verdadero significado de este caso es la diferencia que existe entre la religión y Cristo,
que a la vez es la misma diferencia entre el guardar la ley en la religión y la obra
vivificante de Cristo. Guardar la ley en la religión es bueno, pero nosotros somos débiles;
puede ser eficaz, pero nosotros no podemos cumplir con sus requisitos. Con Cristo no
existe requisito, porque cuando Él viene a nosotros, habla Su palabra viviente de manera
que podamos escuchar Su voz. Si hay algún requisito, es simplemente escuchar Su
palabra viviente. Cuando oímos Su voz, pasamos de muerte a vida. El contraste en este
caso consiste en que la religión exige algo de nosotros, pero la palabra de Cristo nos
vivifica.
La religión que guarda la ley no pudo dar vida al hombre imposibilitado. Cuando Cristo
vivificó a este hombre con la vida, dicha religión lo persiguió, intentando apagar la vida,
porque lo hizo el día de sábado (Jn. 5:16). Esa religión se preocupaba por guardar el
sábado aun a costa del reposo del hombre lisiado. Pero Cristo se preocupó por el reposo
de aquel hombre aun a costa de la práctica de guardar el sábado. Esto ciertamente
ofendió a dicha religión. En principio, la situación de la religión de hoy es la misma. Los
religiosos todavía se preocupan por sus rituales religiosos aun a costa de lo que más
afecta la vida de las personas. Pero el Señor sigue siendo el mismo, a cualquier costo le
da más importancia a la vida de las personas, aun sacrificando todos los rituales
religiosos. Es por eso que nosotros, los que hemos sido vivificados por Cristo,
enfrentamos oposición y persecución de parte de aquellos que se aferran a sus rituales
religiosos.
Los judíos religiosos persiguieron al Señor porque en el día de sábado Él trabajó para
vivificar al hombre lisiado. El Señor Jesús les respondió: “Mi Padre hasta ahora trabaja,
y Yo también trabajo” (5:17). Ellos reposaban, conforme a su concepto religioso, al
guardar el sábado, pero no comprendían que ni el Padre ni el Hijo tenían reposo
mientras los pobres pecadores no fueran salvos. Mientras los judíos religiosos
reposaban al guardar el sábado, el Padre y el Hijo seguían trabajando para que los
pecadores pudieran recibir la vida y tener reposo. Esto no sólo ofendió a los judíos
religiosos, sino que también les hizo pensar que Jesús estaba blasfemando porque,
según su concepto, Él “no sólo quebrantaba el día de sábado, sino que también llamaba
a Dios Su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (v. 18). Ellos consideraban que eso era
blasfemar a Dios. Sin embargo, fue Aquel que “blasfemaba” quien había vivificado al
hombre imposibilitado. El hecho de que vivificara a este hombre testificaba que, en
cuanto a dar la vida al hombre, Él es igual a Dios el Padre.
Aunque la obra creadora de Dios fue concluida (Gn. 2:1-3), el Padre y el Hijo seguían
trabajando para la redención y la edificación (Jn. 5:17, 19-20). Los judíos religiosos
guardaban el sábado de la creación; no sabían que debido a la caída del hombre, el
reposo de ese sábado había sido quebrantado. Tampoco sabían que el Padre y el Hijo
seguían trabajando para la redención del hombre caído, con el fin de cumplir el
propósito original de Dios, el cual es la edificación de Su habitación eterna. Dios ya
realizó la vieja creación. Lo que el Padre y el Hijo están haciendo es la nueva creación,
por medio de la redención, cuyo fin es el edificio de Dios. Esta obra incluye la
vivificación por medio del Hijo, la cual se manifiesta en este caso. En este asunto, el
Padre y el Hijo son uno. Todo lo que el Padre desea hacer en cuanto a dar vida, el Hijo lo
hace en conformidad con ello.
El Hijo da vida a los muertos. El versículo 21 dice: “Porque como el Padre levanta a los
muertos, y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere”. En el versículo 24
vemos que todo aquel que escuche la palabra del Hijo y crea en Aquel que lo envió, tiene
vida eterna y ha pasado de muerte a vida. Y el versículo 25 dice: “De cierto, de cierto os
digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los
que la oigan vivirán”. Las personas muertas mencionadas en este versículo no son las
que están sepultadas en sus tumbas, sino los muertos que viven. No los que están
muertos físicamente, sino los que están muertos en espíritu, según Efesios 2:1, 5 y
Colosenses 2:13. Ante los ojos de Dios, todos los que viven en la tierra están muertos en
su espíritu. La frase viene la hora, y ahora es, se refiere al momento mismo cuando el
Señor dijo estas palabras. En ese momento muchos oyeron Sus palabras vivientes y,
como consecuencia, fueron vivificados. Por lo tanto, el vocablo vivirán en este versículo
significa ser vivificados en el espíritu. No se refiere a la resurrección del cuerpo físico, lo
cual se menciona en los versículos 28 y 29. Durante veinte siglos, desde el momento en
que el Señor dijo estas palabras hasta el presente, miles y miles de personas han
escuchado la voz viviente del Hijo de Dios y han sido vivificados por la vida. Nosotros
también escuchamos la palabra viviente del Señor y fuimos vivificados. También éramos
personas impotentes y estábamos bajo los cinco pórticos, éramos ciegos, cojos y secos.
En breve, estábamos muertos. Luego el Señor vino a visitarnos y escuchamos la palabra
viva del evangelio, la cual nos vivificó infundiéndonos vida. Verdaderamente hemos
pasado de la muerte a la vida.
En lo tocante a la vida, el Hijo es igual al Padre. “Porque como el Padre tiene vida en Sí
mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo” (5:26). Tanto el Padre
como el Hijo tienen vida en Sí mismos. De manera que el Hijo puede vivificar a las
personas, y lo hace, según el deseo del Padre. En cuanto a vivificar al hombre dándole
vida, el Hijo es totalmente uno con el Padre.
El Hijo del Hombre hará juicio sobre todos los incrédulos (5:22-23, 27, 30). Como Hijo
de Dios (v. 25), el Señor puede dar vida (v. 21), y como Hijo del Hombre, puede hacer
juicio (v. 27). Ya que Él es un hombre, está plenamente calificado para juzgar al hombre.
Hechos 17:31 dice que Dios juzgará al mundo “por aquel varón [Jesús] a quien designó”.
Romanos 2:16 dice: “Dios juzgará los secretos de los hombres ... por medio de
Jesucristo”. En 2 Timoteo 4:1 dice: “Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los
muertos”. El Padre “le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre”
(Jn. 5:27). El Padre dio todo el juicio al Hijo “para que todos honren al Hijo como
honran al Padre” (vs. 22-23). El Hijo juzgará de manera justa conforme a la voluntad del
Padre (v. 30). Él es uno con el Padre en relación con vivificar a los hombres. Pero
también es uno con el Padre en cuanto a hacer juicio.
Leamos los versículos 28 y 29. “No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando
todos los que están en los sepulcros oirán Su voz y saldrán: los que hicieron lo bueno, a
resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio”. Todos
aquellos que están muertos físicamente y que están sepultados en sus tumbas, serán
resucitados. Por favor, note la diferencia entre estos dos versículos y el versículo 25. En
el versículo 25 los muertos oirán Su voz, pero en el versículo 28 todos los que están en
las tumbas oirán Su voz. Aquellos que están en las tumbas son diferentes de los que
están muertos. El versículo 25 se refiere a los muertos que viven en la tierra, y el
versículo 28 se refiere a los muertos que han sido sepultados en la tierra. Aquellos que
están en sus tumbas resucitarán en la segunda venida del Señor.
“Escudriñáis las Escrituras” puede estar separado de “venir a Mí”. Los religiosos judíos
escudriñaban las Escrituras, pero no estaban dispuestos a venir al Señor. Estas dos
cosas deben ir juntas. Puesto que las Escrituras dan testimonio del Señor, no deben
estar separadas de Él mismo. Es posible tener contacto con las Escrituras sin tener
contacto con el Señor. Sólo el Señor puede dar vida. Nunca debemos separar las
Escrituras del Señor. Siempre que escudriñemos la Palabra, debemos acercarnos al
Señor mismo. Debemos considerar el escudriñar la Palabra y el tocar al Señor una sola
actividad. Siempre que estudiemos la Biblia, debemos abrirle nuestro espíritu al Señor.
Mientras nuestros ojos leen las palabras, y nuestra mente las entiende, nuestro espíritu
debe ejercitarse para tener contacto con el Señor por medio de las Escrituras. Entonces
no sólo tendremos el entendimiento mental acerca de las letras impresas, sino que
también tendremos la vida en nuestro espíritu.
Todas las señales, manifestaciones y dones, son simplemente testimonios por medio de
los cuales podemos tener contacto con Cristo. El problema hoy en día consiste en que la
gente tiene los testimonios, pero no tiene contacto con el Señor. Es posible tener las
señales, las manifestaciones, los dones, y el conocimiento de las Escrituras, sin
establecer contacto con el Señor personalmente. Sólo el Señor nos dará vida. No son las
señales, los dones, ni aun las Escrituras, sino el Señor mismo quien nos vivificará y nos
impartirá la vida.
Una vez más quiero subrayar el punto de que el apóstol Juan presenta todos estos casos
para indicar la verdadera condición del hombre y para revelar a Cristo como nuestro
suministro de vida. En el primer caso, éramos personas buenas; en el segundo, éramos
personas pecaminosas; en el tercero, personas moribundas; y en el cuarto, personas
impotentes. En el primer caso, el Señor es la vida que nos regenera; en el segundo, la
vida que nos satisface; en el tercero, la vida que nos sana; y en el cuarto, la vida que nos
vivifica. Al entender estos cuatro casos, podemos comprender dónde estamos y quiénes
somos; y podemos saber dónde está el Señor y quién es Él. Entonces sabremos lo que
necesitamos y lo que el Señor nos suministrará.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE QUINCE
(1)
I. EL MUNDO HAMBRIENTO,
Y EL CRISTO QUE ALIMENTA
Los versículos del 1 al 15 del capítulo 6 de Juan revelan el mundo hambriento y al Cristo
que provee el alimento.
El caso del capítulo 6 nos presenta un escenario que nos revela donde estamos en lo que
respecta a nuestra condición. Este caso está en contraste con el del capítulo 5. El
escenario del capítulo 5 es la ciudad santa, pero el escenario del capítulo 6 es el desierto.
En el escenario de aquel caso se encuentra un estanque, y en éste, un mar. Las personas
de aquel caso están relacionadas con el estanque, y las de este caso, con el mar. El
estanque está relacionado con la sanidad ofrecida por la religión, mientras que el mar
está relacionado con el vivir del hombre. La persona involucrada en el cuarto caso
estaba muy débil y necesitaba sanidad y vivificación, pero las personas del quinto caso
tenían hambre y necesitaban alimento y satisfacción. El estanque es sagrado, por ser
parte de la religión judía; el mar es secular y pertenece a la sociedad humana. La
persona que estaba junto al estanque era impotente, necesitaba la vivificación de la vida,
y esperaba sanidad. Pero las personas de este caso tienen hambre, necesitan que la vida
las alimente, y buscan nutrición.
En tipología, la tierra representa el planeta que Dios creó para que el hombre viviera en
él, y el mar representa el mundo, el cual fue corrompido por Satanás y en el cual vive la
humanidad caída. En este mundo el hombre está hambriento y no tiene satisfacción. En
este mundo el hombre está turbado y no tiene paz. El escenario de este capítulo presenta
a toda la humanidad viviendo en el mundo corrompido por Satanás. Ellos no viven en la
tierra que Dios creó. En el mundo corrompido por Satanás no hay verdadera
satisfacción; siempre hay hambre. Tampoco hay paz, puesto que el viento y las olas
siempre se hallan presentes en el mar para turbar al hombre.
En tipología, un monte indica una posición que trasciende la tierra y el mar. Moisés fue
llevado a un monte a fin de recibir la revelación de Dios (Éx. 24:12). El Señor Jesús fue a
la cima de un monte donde se transfiguró (Mt. 17:1-2). El apóstol Juan también fue
llevado a la posición trascendente de un monte cuando vio la visión eterna con respecto
a la Nueva Jerusalén (Ap. 21:10). Así que, en este cuadro, el mar está en un nivel bajo, y
el monte en una posición trascendente. El mar significa el mundo corrompido por
Satanás, y la montaña representa la posición alta y trascendente donde está Cristo y
donde nosotros debemos estar con Él. El Señor no alimentó al pueblo junto al mar, sino
que llevó la multitud a la cima de una montaña. Si usted desea ser alimentado por Cristo
y ser satisfecho con Él, debe ir con Él a un lugar alto. Ser satisfechos con Cristo depende
de que seamos llevados al monte y alimentados allí con Él. La montaña está sobre el
mundo que Satanás corrompió y sobre la tierra que Dios creó. Ni el mar ni la tierra son
lugares adecuados para que nos alimentemos de Cristo. Si queremos alimentarnos de Él,
debemos trascender sobre el mundo corrompido por Satanás y sobre la tierra creada por
Dios. Si queremos disfrutar de Su alimento, debemos estar en el monte con Él.
D. La Pascua representa a Cristo
como el Cordero redentor de Dios
En Génesis 2:9, el árbol de la vida tipifica a Cristo. El árbol de la vida, que pertenece a la
vida vegetal, sirve para producir y generar, pero no tiene sangre para redimir. En el
tiempo de Génesis 2, el hombre todavía no se había involucrado con el pecado, de
manera que no tenía necesidad de redención. No obstante, en Génesis 3 el hombre cayó.
Inmediatamente después de la caída del hombre, Dios se presentó para resolver esa
caída, inmolando corderos en sacrificio para redimir a Adán y a Eva, y para hacerles
túnicas de pieles a fin de cubrir su desnudez (v. 21). Por lo tanto, la vida vegetal en sí ya
no era adecuada para el hombre caído; se necesitaba la vida animal. El hombre necesita
la vida no sólo para alimentarse, sino también para ser redimido. Así que, en el capítulo
6 de Juan tenemos primeramente los panes de cebada, que pertenecen a la vida vegetal,
y que sirven para alimentar. Como veremos, puesto que el hombre está caído y necesita
tanto redención como alimentación, el Señor Jesús cambió el pan por carne (v. 51b). El
pan es hecho de cebada, mientras que la carne contiene sangre. El pan de cebada
procede de la vida vegetal, pero la carne con la sangre pertenece al reino animal.
Posteriormente, en Juan 6 se muestra a Cristo no sólo como el árbol de la vida,
representado por el pan, sino también como el Cordero de Dios, representado por la
carne y la sangre. En el Cordero de Dios encontramos dos elementos: la sangre para la
redención, y la carne para la alimentación. En la Pascua, el pueblo untaba la sangre y
comía la carne. Lo mismo ocurre con nosotros hoy en día. Aceptamos a Cristo en el
aspecto de la redención así como en el de la alimentación. Él es tanto la vida vegetal
como la vida animal; la vida que alimenta y la vida que redime.
La cebada representa al Cristo resucitado. Según las Escrituras, la cebada representa las
primicias de la resurrección. El Señor dijo a Su pueblo en Levítico 23 que ofreciera las
primicias de su cosecha cada año. En Palestina la cebada es el grano que madura más
temprano y es lo que primero se cosecha. Por lo tanto, ésta tipifica al Cristo resucitado
(v. 10). Por eso, los panes de cebada representan al Cristo resucitado quien es nuestro
suministro de vida. Como las primicias, Él puede ser nuestro pan de vida. Así que, los
panes de cebada representan a Cristo en resurrección como nuestro alimento. El Cristo
que alimenta es el Cristo resucitado.
Quizás alguien pregunte cómo pudo haber resucitado Cristo en Juan 6, cuando aún no
había sido crucificado. Aun antes de Su crucifixión, Cristo ya era la resurrección. En
Juan 11:25 Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. No dijo: “Yo seré la resurrección”,
porque ya era la resurrección. Cuando el Señor le dijo a Marta que su hermano se
levantaría de nuevo, ella, según su escasa comprensión de la Escritura, pospuso la
resurrección por dos mil años, hasta la era venidera. Cuando ella hizo esto, parece como
si el Señor hubiera dicho: “Yo soy la resurrección ahora. En Mí no existe el tiempo, pues
Yo Soy el Eterno. El pasado, el presente y el futuro son lo mismo para Mí”. La palabra
eterno significa algo que no tiene el factor de tiempo. Él es el Cristo resucitado, antes y
después de Su crucifixión. Es el Cristo resucitado quien puede ser vida para nosotros y
pan para alimentarnos. Estamos alimentándonos del Cristo resucitado.
El número dos significa testimonio (Ap. 11:3). Los dos peces son un testimonio de que
Cristo eficazmente asume la responsabilidad de alimentarnos.
Hemos visto que la cebada, la cual pertenece a la vida vegetal, representa la vida
generadora y que los peces, que pertenecen a la vida animal, representan la vida
redentora. Ahora debemos preguntarnos: Si la raza humana nunca hubiera caído, ¿aun
así habríamos necesitado a Cristo como la vida regeneradora? Sí. Antes de que Adán
cayera, Dios lo puso delante del árbol de la vida. El árbol de la vida no tiene nada que
ver con el pecado. Por lo tanto, el hombre debe tomar a Dios como su vida al comer del
árbol de la vida. Juan 12:24 declara que el Señor fue el grano de trigo que cayó en la
tierra y murió, después de lo cual fue levantado para reproducirse en muchos granos.
Esto tampoco tuvo nada que ver con el pecado, porque según las Escrituras, el fin de la
vida vegetal es producir o dar mucho fruto. El grano de trigo produce muchos otros
granos. De manera que éste representa la vida generadora.
Como hemos visto, antes de que el hombre cayera, comía sólo de la vida vegetal (Gn.
1:29), pero después que cayó, también comió de la vida animal (9:3). Antes de la caída
no era necesario el derramamiento de sangre. Pero después de que el hombre cayó, le
hacía falta la vida animal, porque la redención requiere el derramamiento de sangre. La
vida vegetal era suficiente para el hombre antes de que éste pecara, pero después de que
éste había pecado, la vida animal llegó a ser necesaria.
Las ofrendas del Antiguo Testamento siempre incluían tanto la vida vegetal como la vida
animal. Por ejemplo, la Pascua tenía el cordero inmolado, el cual representa la vida
animal, y los panes sin levadura, que representan la vida vegetal. Estos dos diferentes
tipos de vida son necesarios para satisfacer nuestra necesidad. También las ofrendas de
carne de Levítico eran acompañadas por la ofrenda de flor de harina. Las ofrendas de
flor de harina eran hechas de harina fina, aceite vegetal y olíbano, los cuales son
productos de la vida vegetal. En Levítico, las ofrendas de flor de harina nunca podían ser
aceptadas sin las ofrendas de carne. Esto fue exactamente lo que hizo Caín. Él ofreció
solamente vegetales a Dios, por lo que fue rechazado; mientras que su hermano Abel
ofreció el sacrificio de un animal cuya sangre había sido derramada, de manera que fue
aceptado (Gn. 4:3-5).
Nosotros necesitamos que el Señor Jesús sea tanto nuestra vida generadora como
nuestra vida redentora. Cuando Él murió en la cruz, dos elementos salieron de Él: la
sangre que nos redime y el agua que nos genera (Jn. 19:34). Su sangre derramada nos
trajo la redención, y el agua que salió de Su costado herido, nos impartió Su vida. Los
cinco panes de cebada estaban acompañados por los dos peces. Es imposible que la
cebada derrame sangre; por lo tanto, nunca podría redimirnos. Los dos peces
representan la vida animal, la cual es para la redención. El Señor está representado
tanto por los panes de cebada como por los peces, porque Él es la vida vegetal que nos
genera, y la vida animal que nos redime.
Es interesante notar que los cinco panes de cebada y los dos pececillos fueron ofrecidos
por un niño pequeño y no por un gran hombre. Esto es muy significativo, ya que el
Señor desea indicarnos que Él es nuestra vida, no como alguien grande, sino como una
persona pequeña. Tanto los panes de cebada como los peces son cosas pequeñas, lo cual
indica que Cristo es pequeño y que puede, por ende, ser nuestro suministro. Los que
buscaban milagros lo consideraban el profeta prometido (Jn. 6:14; Dt. 18:15, 18), y lo
querían hacer rey por fuerza (Jn. 6:15), pero Él no estaba interesado en ser un gigante
en la religión; más bien, Él prefería ser los pequeños panes y peces, para que la gente
pudiera comerle. Todo esto revela lo pequeño que es Cristo. Él es suficientemente
pequeño como para que le comamos. Todo lo que comemos debe ser considerablemente
más pequeño que nosotros. Nosotros somos mucho más grandes que el pan y el pescado
que comemos. No podríamos comer algo que es más grande que nosotros, porque si lo
fuera, podría comernos a nosotros. Todo lo que comemos es aun más pequeño que
nuestra boca. Si es más grande que nuestra boca, primero debemos cortarlo en pedazos.
En este pasaje, un niño pequeño trajo cinco pequeños panes y dos pececillos, lo cual
significa que la pequeñez del Señor Jesús es muy preciosa para nosotros.
La mayoría de los creyentes siempre pensamos que el Señor es alguien grande. Pero en
Juan 6 el Señor Jesús no desea ser grande. Desea permanecer lo suficientemente
pequeño para que le podamos comer. Hay un himno que dice: “¡Cuán grande es Él!”,
pero nosotros tenemos un himno más dulce que alaba al Señor por Su pequeñez. Si el
Señor fuera alguien grande, nunca podríamos tocarlo. ¡Alabado sea el Señor porque Él
se hizo muy pequeño! Quizá usted ha sido creyente por muchos años, pero no ha
comprendido cuán pequeño es el Señor. Creer que el Señor es un gran profeta es
solamente un pensamiento religioso. Si el Señor hubiera venido sólo como un gran
profeta, y hubiera sido entronizado como un rey, nunca podría haber sido un pequeño
pedazo de pan. No podría haber sido nuestro alimento para suplirnos. Para que Él
pudiera ser nuestro alimento, primero tenía que hacerse pequeño. Por esto, Él fue
simbolizado por cinco pequeños panes de cebada y por dos pequeños peces, traídos por
un pequeño niño. Tenemos que dejarnos impresionar de lo pequeño que es el Señor, así
como de lo grande que es. Él incluso nació en un pequeño pesebre, creció en un pueblo
insignificante, y fue criado en una familia humilde. No vino para ser un gran personaje
religioso, sino un pequeño nazareno, que no tuvo nada que ver con la grandeza. ¡Oh,
cuán pequeño es Él!
¿Es usted mayor o menor que un pedazo de pan? Usted debe admitir, por supuesto, que
un pedazo de pan es más pequeño. Ya que el Señor vino a usted como un pedazo de pan
de vida, usted debe decirle: “Señor, te alabo porque eres más pequeño de lo que yo soy.
Ahora puedes ser mi alimento. Si fueras más grande que yo, nunca podrías ser mi
alimento”. Por lo que a la grandeza del Señor se refiere, nadie es más grande que Él,
pero también nos debe impresionar el hecho de que, en cuanto a Su pequeñez, nadie es
tan pequeño como el Señor. Él es el pan, lo suficientemente pequeño para que le
podamos comer.
En Mateo 15 vemos que el Señor no sólo vino a ser los panes, sino también las migajas,
que son pequeños fragmentos de pan. Muchos de nosotros no calificamos para tomarle
como los panes. Sin embargo, ciertamente estamos calificados para tomarle como las
migajas. ¿Recuerda usted lo que la mujer de Canaán dijo al Señor cuando le pidió ayuda,
y Él le contestó: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”? Ella
dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos” (v. 27). La mujer cananita no se ofendió por las duras palabras del Señor ni por el
hecho de que se refiriera a ella como a un perrillo. Es como si ella dijera: “Sí, Señor, yo
soy un perrillo gentil, pero aun los perrillos gentiles tienen su porción. La porción de los
hijos está sobre la mesa, y la de los perrillos está debajo de la mesa. Señor, debes darte
cuenta de que ahora no estás sobre la mesa, sino debajo de ella porque los hijos
traviesos te han desechado. Ahora que te encuentras debajo de la mesa, puedes ser mi
porción”. El Señor admiró su fe. Todos debemos disfrutar al Señor de esta manera tan
humilde. No espere ir al cielo para disfrutarle. Obténgalo debajo de la mesa, donde Él se
encuentra ahora. ¡Alabado sea el Señor porque en la tierra, Él es tan pequeño y
disponible a nosotros! Él está disponible en todo momento conforme a nuestro apetito.
Él puede satisfacer aun el apetito más grande. Y el excedente siempre es más de lo que
podemos comer.
Este capítulo no sólo revela lo pequeño que es el Señor, sino también Su riqueza. Tan
sólo cinco panes son lo suficientemente ricos para alimentar a cinco mil personas. Las
doce cestas de pedazos representan las rebosantes riquezas del suministro de vida de
Cristo, las cuales alimentaron a las personas mil por uno. El hecho de que cinco panes
alimentaran a cinco mil personas significa que las alimentaron mil veces. Según las
Escrituras, el número mil representa una unidad completa. Por ejemplo, mejor es un día
en los atrios del Señor que mil fuera de ellos (Sal. 84:10). Mil es una unidad completa.
Por lo tanto, cinco panes pueden saciar a cinco mil personas. Esto revela cuán rico e
ilimitado es el Señor. La multitud pudo comer cuanto deseó, porque la provisión era
ilimitada. Aun dos pececillos fueron suficientes para todos.
Hubo un excedente de doce cestas llenas de pedazos de pan. ¿Por qué no fueron cinco,
ocho u once cestas de excedente? Porque el número doce significa plenitud y perfección
eterna, lo cual quiere decir que aún los pedazos son eternamente plenos y completos.
Incluso un Cristo pequeño y fragmentado está lleno de una riqueza inagotable. Él es tan
pequeño y, sin embargo, tan ilimitado. ¿Ha comparado usted alguna vez Su pequeñez
con Su inmensidad? Él es el pequeño nazareno; no obstante, ha estado alimentando a
todas las generaciones, y nunca ha disminuido. Antes de la alimentación de los cinco
mil, había cinco panes y dos peces; pero después de la alimentación, quedaron doce
cestas de sobrantes. Por lo tanto, después de la alimentación de los cinco mil, hubo más
en excedente de lo que había al principio. Esto describe la riqueza de Cristo, porque
siempre hay un excedente después de que la multitud ha sido alimentada.
Durante veinte siglos Cristo ha estado alimentando a miles y miles de personas. Hoy, Él
sigue siendo igual de rico, porque siguen sobrando doce cestas llenas. Necesitamos la
revelación de la riqueza que contiene la pequeñez de Cristo. En forma, Él es los cinco
panes y los dos pececillos, no obstante, miles y miles de personas han estado
alimentándose de Él durante siglos; y todavía Él está aquí. Nunca puede disminuir ni
agotarse. ¡Oh, cuánto debemos adorarle por Su forma pequeña y por Su riqueza
ilimitada!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DIECISÉIS
(2)
Cristo viene a este mundo turbado como el Cristo que da paz (Jn. 6:16-21). Juan 6 no
sólo describe al mundo hambriento, sino también al mundo de aflicciones. Él es el
Cristo que alimenta al mundo hambriento y da paz al mundo turbado. El mundo puede
turbar a cualquier persona, pero nunca molestará al Señor.
El mar agitado y el viento fuerte representan los problemas de la vida humana. Bajo el
mar están los demonios, y en el aire se encuentran los espíritus malignos. Es por eso que
tenemos problemas. ¿Cómo podemos esperar tener un día tranquilo? Estamos en el
lugar incorrecto para eso.
B. El hecho de que Jesús caminara sobre el mar significa que Él está por
encima
de todos los problemas humanos
El Señor Jesús caminó sobre el mar (6:19), lo cual significa que el Señor está por encima
de todos los problemas de la vida humana. Él puede andar sobre todas las olas
producidas por los problemas de la vida humana, y toda disturbio está bajo Sus pies.
Cristo caminó sobre las olas. Parecía que mientras más las olas se levantaban, más Él
disfrutaba caminar sobre ellas. Las olas aterrorizaron a Sus discípulos, pero Él las
pisaba. Es como si dijera: “Demonios, por favor, levanten olas más grandes, para que yo
disfrute más. Yo puedo caminar encima de sus olas”. Este es el Cristo que da paz.
Cuando los discípulos lo recibieron en la barca, enseguida ésta llegó a la tierra adonde
iban (v. 21). ¿Desea usted tener una vida de paz? Si es así, entonces debe recibir a Jesús
en su “barca”. Su barca puede ser su matrimonio, su familia, o sus negocios. Cuando Él
entre a su “barca”, usted disfrutará de la paz con Él en la jornada de la vida humana. Si
usted recibe a Cristo en su matrimonio, éste tendrá paz. Si lo acepta en su familia, ésta
tendrá paz. Y si lo acepta en su trabajo, también en su trabajo experimentará la paz. Sin
Cristo, el mundo está hambriento. Sin Él, el mundo está turbado. Pero con Él, tenemos
satisfacción y paz. Él es el Cristo que alimenta y que da paz. ¡Alabado sea el Señor!
En los versículos del 22 al 31 encontramos a los que buscan la comida perecedera. Ellos
estaban en busca de satisfacción. No importa el tipo de alimento que la gente busque,
todos están en busca de satisfacción. Esas personas trataban de hacer algo por Dios y de
servirle. Ellos también estaban en busca de señales y milagros. El concepto del hombre
caído con respecto a Dios siempre ha consistido en que debe hacer algo para Dios y
trabajar para Él. Este es el principio del árbol del conocimiento del bien y del mal que se
encuentra en Génesis 2. Pero el concepto del Señor Jesús con respecto a la relación que
el hombre debe tener con Dios, consiste en que éste debe creer en Dios, esto es, recibirle
como vida y como suministro de vida. Este es el principio del árbol de la vida que se
halla en Génesis 2. La respuesta para los que buscan la comida que perece es que deben
recibir al Señor, al creer en Él (Jn. 6:29).
En los versículos del 32 al 71 encontramos la comida que permanece para vida eterna. Si
leemos esta porción cuidadosamente, veremos que el Señor se encarnó, fue crucificado,
resucitó a fin de morar en nosotros, ascendió, y vemos que llegó a ser el Espíritu
vivificante, que finalmente se corporifica en Su palabra viviente. Consideremos cada uno
de estos aspectos.
Los versículos del 35 al 51 revelan que el Señor vino al hombre por medio de Su
encarnación con el fin de darle vida. Pero, ¿de qué manera podemos tomar al Señor
como alimento, como el pan de vida? Este capítulo nos revela figurativamente la manera
de hacerlo, aunque lamentablemente, por muchas generaciones la gente la ha pasado
por alto. Primeramente el Señor dijo que Él “descendió del cielo” (6:33, 38, 41, 42, 50,
51, 58). ¿De qué manera descendió del cielo? Por medio de la encarnación. Él se hizo
hombre, al participar de carne y de sangre (He. 2:14). Él vino en carne, y vino como
hombre. El diablo y los espíritus malignos odian esta verdad. La única manera de
comprobar si una persona tiene un espíritu maligno, es pedirle al demonio o al espíritu
que confiese que Jesucristo ha venido en carne (1 Jn. 4:2). La encarnación es el primer
paso que el Señor dio a fin de ser nuestra vida.
El versículo 35 dice: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca
tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”. El pan de vida es el
suministro de vida en forma de alimento, o sea, como el árbol de la vida (Gn. 2:9), el
cual también es el suministro de vida que es “bueno para comer”. El que acude al Señor
nunca tendrá hambre, y el que cree en Él nunca tendrá sed. Según el principio
establecido en el capítulo 2, esto también es convertir la muerte en vida. La muerte es la
fuente del árbol del conocimiento y la vida es la fuente del árbol de la vida.
El versículo 46 dice: “No que alguno haya visto al Padre, sino Aquel que vino de Dios;
éste ha visto al Padre”. La preposición griega traducida “de”, significa “al lado de”. El
sentido aquí es “de con”. El Señor no sólo viene de Dios, sino también está con Dios. Por
un lado, Él procede de Dios, y por otro, todavía está con Dios (8:16b, 29; 16:32b).
En el versículo 47 el Señor dice: “De cierto, de cierto os digo: Él que cree, tiene vida
eterna”. Creer en el Señor no es lo mismo que creerle (v. 30). Creerle es creer que Él es
verdadero y real, pero creer en Él significa recibirle y ser unido a Él como una sola
entidad. La vida eterna mencionada en este versículo es la vida divina, la vida increada
de Dios, la cual no es sólo eterna en cuanto al tiempo, sino que también es eterna y
divina en naturaleza.
2. Inmolado para que el hombre pudiera comerle
La muerte del Señor fue el segundo paso que Él dio para hacerse disponible, a fin de que
pudiéramos participar de Él como nuestro alimento. Él murió por nosotros, no de una
manera ordinaria, sino de una forma extraordinaria. Él fue inmolado en la cruz. Esta
muerte separó Su sangre de Su carne. Si usted fuera un judío que vivió durante aquel
tiempo, habría estado muy familiarizado con esto. En una ocasión leí un artículo que
describía la forma en que los judíos sacrificaban al cordero durante la Pascua. El artículo
decía que los judíos ponían al cordero en una cruz. Por supuesto, todos sabemos que el
Imperio Romano utilizó la pena de muerte por medio de la cruz para ejecutar a los
criminales; pero los judíos usaron este método mucho antes que el Imperio Romano
para sacrificar al cordero pascual. Ellos tomaban dos piezas de madera y formaban una
cruz. Ataban las dos patas del cordero al poste de la cruz y fijaban las patas delanteras
extendidas, atándolas al travesaño. Luego mataban al cordero de manera que toda su
sangre fuera derramada. Ellos necesitaban toda la sangre para rociarla en los dinteles de
sus puertas; por lo tanto, la sangre era separada completamente de su carne.
Los judíos no comprendieron esto, y no pusieron atención al hecho de que el Señor era
el Cordero de Dios. Sin embargo, hoy sabemos que el Señor es el Cordero de Dios que
murió por nosotros, derramó Su sangre para la redención de nuestros pecados, y ofreció
Su carne para que la comiéramos como nuestra vida. Por fe tomamos Su sangre, y por fe
comemos Su carne. Luego le obtenemos como nuestra vida.
El Señor tuvo que ser inmolado para que el hombre pudiera comerle. Pero, nada se
puede comer a menos que primero sea muerto. Así que, la cocina es un lugar de
matanza. Por ejemplo, es imposible que comamos una vaca o un pollo vivos. Primero
tenemos que matarlos. Hasta una cebolla debe primero morir para que podamos
comerla. Si no muere por el cuchillo, muere por nuestros dientes. De la misma manera,
el Señor tuvo que ser inmolado por nosotros para que le comamos.
En el versículo 51b el Señor dice: “Y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por
la vida del mundo”. Aquí el pan viene a ser la carne. Vimos que el pan pertenece a la vida
vegetal, y sólo sirve como alimento; la carne pertenece a la vida animal, y no solamente
alimenta, sino que también redime. Antes de la caída del hombre, el Señor era el árbol
de la vida (Gn. 2:9), cuyo único fin era alimentar al hombre. Después de que el hombre
cayó en el pecado, el Señor llegó a ser el Cordero (Jn. 1:29), cuyo fin no es solamente
alimentar al hombre, sino también redimirlo (Éx. 12:4, 7-8). El Señor dio Su cuerpo, es
decir, Su carne, muriendo por nosotros para que tuviéramos vida. La sangre es añadida
en el versículo 53, donde el Señor dice: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la
carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Aquí la
sangre es añadida porque es necesaria para la redención (Jn. 19:34; He. 9:22; Mt. 26:28;
1 P. 1:18-19; Ro. 3:25).
En el versículo 54 el Señor dice: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida
eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero”. Aquí la carne y la sangre son mencionadas
separadamente. La separación de la carne y la sangre indica muerte. Aquí el Señor dio a
entender claramente que moriría, o sea que sería inmolado. Él dio Su cuerpo y derramó
Su sangre por nosotros para que tuviéramos vida eterna. Comer Su carne es recibir por
fe todo lo que Él hizo al dar Su cuerpo por nosotros; y beber Su sangre es recibir por fe
todo lo que Él logró al derramar Su sangre por nosotros. Comer Su carne y beber Su
sangre es recibirle, en Su redención, como vida y como el suministro de vida, creyendo
en lo que Él hizo por nosotros en la cruz. Al comparar este versículo con el versículo 47,
vemos que comer la carne del Señor y beber Su sangre equivale a creer en Él, porque
creer es recibir (1:12).
En el versículo 57 el Señor dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa
del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Comer es
ingerir el alimento para que sea asimilado en nuestro cuerpo en forma orgánica. Por lo
tanto, comer al Señor Jesús es recibirle para que Él sea asimilado en vida por el nuevo
hombre que ha sido regenerado. Luego vivimos por Aquel que hemos recibido. Por
medio de esto el Señor Jesús vive en nosotros como Aquel que resucitó (14:19-20). En
principio, esto también es convertir la muerte en vida.
4. Asciende
El versículo 63 dice: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Aquí
se presenta el Espíritu que da vida. Después de la resurrección y mediante ésta, el Señor
Jesús, quien se había hecho carne (1:14), llegó a ser el Espíritu vivificante, según se
expresa claramente en 1 Corintios 15:45. Es como Espíritu vivificante que Él puede ser
nuestra vida y nuestro suministro de vida. Cuando le recibimos como el Salvador
crucificado y resucitado, el Espíritu que da vida entra en nosotros para impartirnos vida
eterna.
Muchas personas entienden mal el versículo 63, pensando que la carne representa la
humanidad con su naturaleza humana. Pero, según el contexto, la carne aquí se refiere a
la carne del cuerpo físico, igual que en los versículos anteriores donde el Señor dijo que
Su carne es comestible. Los judíos no pudieron entender cómo Él les podría dar Su
carne para que la comieran. Pensaron que Él les daría a comer la carne de Su cuerpo
físico (v. 52). No entendieron correctamente la palabra del Señor. Para ellos fue una
palabra muy dura (v. 60). Aquí el Señor les aclara que el Espíritu es el que da vida, y que
la carne para nada aprovecha. En otras palabras, el Señor les dijo que se haría el
Espíritu. No estaría literalmente en la carne, sino transfigurado de la carne al Espíritu.
Así que en el versículo 63, el Señor explicó que lo que Él les daría a comer no era la
carne de Su cuerpo físico, pues ésta para nada aprovecha. Lo que les daría eternamente
sería el Espíritu que da vida, el cual es el Señor mismo en resurrección.
¿Qué clase de Cristo recibió usted? ¿Recibió al Cristo en la carne, o como el Espíritu? El
apóstol Pablo dijo que anteriormente algunos conocían a Cristo según la carne, pero que
así en la carne ya no lo conocen más (2 Co. 5:16). Ya ellos lo conocen como el Espíritu
(3:17). Antes de Su muerte y resurrección el Señor estaba encarnado; pero después de
Su muerte y resurrección, Él fue transfigurado de la carne al Espíritu (1 Co. 15:45). Por
lo tanto, el Cristo que recibimos no es el Cristo en la carne, sino el Cristo que es el
Espíritu. Cuando lleguemos a Juan 20, veremos que en la tarde de Su resurrección Él
llegó a Sus discípulos y sopló en ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22), el
cual era Cristo mismo después de Su resurrección, debido a que después de ella Él fue
transfigurado en el Espíritu. El ya no estaba más en la carne como lo estaba antes de Su
crucifixión. Ahora, Él es el Espíritu; por lo tanto, ellos debían recibir al Espíritu. Antes
de Su muerte, cuando Él estaba en la carne, lo único que podía hacer era estar con Sus
discípulos y entre ellos, pero no podía estar en ellos. Ahora, como Espíritu, le es fácil
estar dentro de nosotros.
La palabra griega que se traduce “palabras” en este versículo, es réma, la cual denota la
palabra hablada para el momento. Difiere de lógos (traducida “Verbo” en Juan 1:1), que
se refiere a la palabra constante. Aquí, las palabras van después del Espíritu. El Espíritu
es viviente y verdadero; no obstante, es misterioso e intangible, y es difícil que la gente
lo entienda; pero las palabras son tangibles, concretas. Primeramente, el Señor indica
que para poder impartir vida, Él llegaría a ser el Espíritu. Luego, Él dice que las palabras
que Él habla son espíritu y son vida. Esto muestra que las palabras que Él habla, son la
corporificación del Espíritu vivificante. Él es ahora el Espíritu vivificante en
resurrección, y el Espíritu está corporificado en Sus palabras. Cuando recibimos Sus
palabras al ejercitar nuestro espíritu, obtenemos al Espíritu, quien es vida.
En el versículo 68 Simón Pedro dijo algo muy interesante: “Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna”. Este capítulo termina con la palabra de vida, la cual es la
única manera de recibir al Señor. El problema actual se reduce a la Palabra. Si usted
recibe la Palabra, obtendrá el Espíritu en su interior; y si tiene este Espíritu, tiene a
Cristo como el suministro interior de vida.
Ya vimos seis pasos por medio de los cuales Cristo se ha hecho disponible para que lo
recibamos: la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, llegar a ser el
Espíritu vivificante, y ser corporificado en la palabra de vida. El Señor se encarnó, fue
crucificado, resucitó, ascendió, se transfiguró de la carne al Espíritu, y se corporificó en
la Palabra. La Palabra es la corporificación del Espíritu del Señor. Usted no puede decir
que no sabe cómo tener contacto con el Señor, porque el Señor está corporificado en la
Palabra. Él es el Espíritu y la Palabra. Si usted recibe la Palabra, recibirá al Espíritu
como su disfrute de Cristo.
La única obra que Dios deseó y predestinó para que el hombre la llevara a cabo,
consistía en que creyera en Su Hijo. La preposición en del versículo 29, debería
traducirse “hacia adentro de”, conforme al texto griego. El Señor Jesús no nos dijo que
le creyéramos, sino que creyéramos en Él. Juan 6 nos muestra dos formas de creer:
creerle y creer para entrar hacia dentro de Él. Después de que el Señor contestó esta
pregunta, los judíos replicaron en el versículo 30: “¿Qué señal, pues, haces Tú, para que
veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?”. Ellos dijeron “te creamos”, pero eso no fue lo
que el Señor dijo. El Señor les había dicho que creyesen “en Él” (o sea, entrar en Él por
fe). La preposición es exactamente igual a la utilizada en Romanos 6:3 donde dice
“bautizados en Cristo”. Como ya vimos, creerle significa creer que Él es verdadero y que
todo lo relacionado con Él está correcto. Pero creer en Él significa recibirle y ser unido y
mezclado con Él como uno solo. Cuando creemos en Él, se efectúa una unión y una
unidad entre nosotros y Cristo. En otras palabras, entramos en Él y le recibimos en
nuestro interior. Conforme al pensamiento divino, no tenemos nada que hacer salvo
creer en Cristo y recibirle en nuestro interior día tras día.
“El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él”. Para nosotros, la
obra de Dios es solamente comer a Cristo, recibirle, y vivir por Él. Debemos corregir
nuestro concepto humano que consiste en trabajar para Dios. Diariamente debemos
comer a Cristo a fin de vivir por Él. En varias ocasiones en este capítulo el Señor dice
que aquel que le coma vivirá por Él (6:51, 57, 58). Hoy en día, el problema no radica en
la obra, sino en la vida. ¿Qué tipo de vida lleva usted? ¿Está satisfecho con la vida que
lleva? Si usted no come ni bebe de Cristo, simplemente no tiene vida. Y si no tiene vida,
¿cómo puede vivir? El versículo 53 dice: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la
carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros”. El
pensamiento divino no es que trabajemos para Dios, sino que tomemos a Cristo como
nuestra comida y bebida. Al comer y beber de Cristo, seremos llenos de Él. Entonces
podremos vivir apropiadamente para Dios.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DIECISIETE
(1)
Hemos abarcado cinco de los nueve casos presentados en este evangelio. En el primer
caso, el Señor habló con un hombre superior, moral, acerca de la regeneración que
efectúa la vida. Por medio de nuestro nuevo nacimiento, el Señor llega a ser nuestra
segunda vida, la vida divina. En el segundo caso, el Señor habló a una mujer inferior,
inmoral, acerca de la satisfacción que provee la vida. El Señor mismo es el agua viva que
satisface a los corazones insatisfechos. En el tercer caso, el Señor sanó a un niño que
estaba a punto de morir. El Señor sana a los moribundos por Su palabra vivificante y
mediante la fe. En el cuarto caso, el Señor vivificó a un hombre imposibilitado que había
estado enfermo por treinta y ocho años. Esto muestra que el Señor vivifica a los
impotentes por medio de la vida. En el quinto caso, el Señor alimentó a los cinco mil con
el pan de vida. Esto indica que Él es el pan vivo y celestial que satisface el hambre de la
multitud. En resumen: en el primer caso el Señor regenera con Su vida divina; en el
segundo, da el agua viva; en el tercero, sana a los moribundos por medio de la palabra
que da vida; en el cuarto, vivifica al hombre incapacitado; y en el quinto caso, alimenta a
la multitud con el pan de vida.
Ahora en el capítulo 7 llegamos al sexto caso, el cual nos muestra la necesidad de los
sedientos. Este caso contrasta con el quinto, que presenta la necesidad de los
hambrientos. En el caso anterior, el Señor se revela claramente como el pan de vida que
satisface nuestra hambre, pero en este caso, el Señor trae el fluir del agua viva para
apagar nuestra sed. En el quinto caso, la gente tiene hambre, pero en el sexto, tiene sed.
El quinto caso presenta el pan vivo, y el sexto introduce el agua viva. El pan de vida es
para las personas hambrientas, y los ríos de agua viva son para los sedientos. Para ellos,
Cristo es la vida que apaga la sed. Cristo es esta vida que apaga la sed del hombre.
Posteriormente en las Escrituras los hijos de Israel, mientras viajaban por el desierto,
también recibieron alimento y agua. Por un lado, tenían el maná del cielo como su
alimento diario (Éx. 16:14-15). Por otro, tenían el fluir del agua viva que brotaba de la
peña golpeada y que apagaba su sed (17:6).
En el Evangelio de Juan también vemos que el Señor es el pan vivo que satisface el
hambre, y ofrece el agua viva que sacia la sed de la multitud. El Padre, el Hijo y el
Espíritu, las tres Personas del Dios Triuno, están relacionadas con el alimento y el agua.
Dios el Padre es la fuente, Dios el Hijo es la comida, y Dios el Espíritu es la bebida. La
primera Persona del Dios Triuno es la fuente de la segunda Persona como el alimento,
de quien a su vez la tercera Persona fluye como la bebida.
En 1 Corintios 10:3-4 también se mencionan estos dos asuntos. Aquí, Cristo mismo es el
alimento espiritual y es la peña golpeada de la cual fluye la bebida espiritual. El Espíritu
Santo es la bebida espiritual que sale del Cristo crucificado. Por lo tanto, Cristo es
nuestra comida, y el Espíritu Santo que fluye de Cristo es nuestra bebida.
Al final de las Escrituras vemos la Nueva Jerusalén. También ahí el fluir del agua de vida
es el Espíritu Santo, y Cristo es el árbol de la vida que crece en este fluir (Ap. 22:1-2). De
manera que, hay una línea que corre a través de todas las Escrituras y nos muestra que
Cristo es nuestra comida espiritual, que el Espíritu Santo es nuestra bebida espiritual, y
que el hombre necesita comer y beber a fin de satisfacer su hambre y su sed.
El sexto caso es una continuación del quinto, porque el alimento se relaciona con el
agua. En esta relación también existe otro contraste. En el quinto caso se celebraba la
fiesta de la Pascua. En el caso descrito en el capítulo 7 vemos la fiesta de los
Tabernáculos. La fiesta de la Pascua es la primera fiesta anual de los judíos, y la fiesta de
los Tabernáculos es la última (Lv. 23:5, 34). La fiesta de la Pascua, por ser la primera
fiesta del año, implica el comienzo de la vida del hombre (cfr. Éx. 12:2-3, 6), e incluye la
búsqueda que éste hace para obtener satisfacción y da por resultado el hambre en él. La
fiesta de los Tabernáculos, por ser la última del año, implica la culminación y el éxito de
la vida del hombre (cfr. 23:16), la cual acabará y dará por resultado que el hombre tenga
sed. En la escena de la fiesta de la Pascua el Señor se presentó como el pan de vida, que
satisface el hambre del ser humano. En la escena de la fiesta de los Tabernáculos, el
Señor prometió que Él haría fluir el agua viva que apaga la sed del hombre.
Al leer los versículos que tratan de la Pascua en Éxodo 12, vemos que la Pascua indica o
implica el comienzo de la vida. Sabemos que la Pascua es para la salvación. Cuando
fuimos salvos tuvimos un nuevo comienzo. La Pascua siempre se celebraba en el primer
mes del año. Así que, marcaba un nuevo principio. En cierto sentido, todos los jóvenes
se encuentran en la Pascua, porque su vida recién ha comenzado y tienen grandes
expectativas. Aunque quizás usted no se ha graduado de la universidad, espera tener,
después de la graduación, una maestría, doctorado o licenciatura. Esta es la fiesta de la
Pascua. Ya hemos visto que la fiesta de la Pascua siempre termina con hambre. Después
de la graduación usted únicamente tendrá hambre. Cuanto más alta sea la posición que
alcance en su profesión, más hambre sentirá. Cuanto más dinero gane, más insatisfecho
estará. La fiesta de la Pascua en Juan 6, como el paso inicial de la vida, termina en
hambre.
Después de recoger toda la cosecha, los judíos celebraban la fiesta de los Tabernáculos
para que en la adoración a Dios ellos disfrutasen de lo que habían segado (Éx. 23:16; Dt.
16:13-15). Por lo tanto, esta fiesta representa la culminación, los logros y el éxito de la
carrera y el estudio del hombre, y de los demás asuntos de la vida humana, incluyendo la
religión, con su respectivo gozo y disfrute. Así que, la fiesta de los Tabernáculos implica
la culminación de su ocupación, sus logros y su carrera. Aunque usted tenga éxito en su
ocupación o carrera, debe entender que posteriormente todo esto le producirá sed.
Finalmente, después de trabajar durante toda su vida, usted tendrá sed, porque todo
llega a su último día, todo se acaba. El último día es siempre un gran día. Después de
que las personas obtienen cierto éxito, otros les ofrecen una conmemoración. El día de
conmemoración de una persona es siempre su último día. Es la terminación, y el final es
vacío y produce sed. En Juan 6 tenemos el comienzo de la vida, en el cual hay hambre;
en Juan 7 tenemos el éxito y la culminación de la vida, la cual termina en sed. El caso
anterior presenta a las personas que laboran, se esfuerzan y buscan algo que satisfaga su
hambre, pero no lo pueden obtener. Este caso presenta a las personas que ya han
obtenido todo lo que necesitan, y aun así descubren que esto no puede apagar su sed.
Ellos lo han obtenido todo, y lo han disfrutado. Pero a pesar de todo su éxito y de todo lo
que han logrado, aun con todas las cosas relacionadas con sus fiestas, su religión y su
templo, la sed de ellos no se puede apagar. Por lo tanto, estos dos casos comparan a los
que trabajan con los que descansan. Sin embargo, no importa si usted trabaja o
descansa, no puede saciar su hambre ni apagar su sed.
No obstante, el Señor es el alimento para los que trabajan, y Él proporciona el agua viva
a aquellos que reposan. En realidad, hay dos condiciones en las que el hombre puede
encontrarse: una es que debido a su carencia, el hombre tiene que buscar, esforzarse y
laborar; la otra es, que como lo tiene todo, debe regocijarse y disfrutar de sus riquezas.
En otras palabras, al principio usted se da cuenta de que no tiene nada, y por lo tanto,
debe esforzarse y laborar arduamente. Por ejemplo, tal vez usted se encuentre en el
primer año de su carrera universitaria y tiene necesidad de dedicarse a sus estudios.
Esto es como la fiesta de la Pascua. Y después que se ha graduado, recibido su título y
obtenido un excelente empleo, llega a ser rico. Esto es como la fiesta de los
Tabernáculos, porque la obra y la labor han terminado. Ahora usted se encuentra
descansando y en posición de regocijarse y disfrutar de los beneficios de su labor.
Tal vez usted sea joven y esté considerando casarse. Esto revela que usted tiene hambre,
hambre por una esposa, por una compañera, por una familia e hijos. Debo decirle que
aunque usted se case con la mejor esposa, tenga los mejores hijos, y obtenga lo mejor de
todo, con el tiempo tendrá setenta u ochenta años de edad. Esa será su fiesta de los
Tabernáculos en la cual usted se gozará y disfrutará de todos sus logros. En ese tiempo
usted descubrirá que nada ha podido apagar su sed. En la Pascua usted tenía hambre,
pero después de la fiesta de los Tabernáculos, usted aún tendrá sed. Cuando llenó su
solicitud para ingresar a la universidad, se encontraba hambriento; pero después de su
graduación, todavía seguirá sediento. Cuando usted se casó, tenía hambre; pero después
de un tiempo de casado, aún tiene sed.
Alabado sea el Señor porque Cristo es el pan de vida para aquellos que se hallan
laborando en la fiesta de la Pascua. Una carrera universitaria nunca podrá ser el pan de
vida. Únicamente el Señor puede ser nuestra satisfacción. Además, sólo Cristo puede
saciar la sed de aquellos que están descansando y regocijándose en la fiesta de los
Tabernáculos. Aun cuando el hombre lo tiene todo, después que obtiene el trigo y el
vino, se da cuenta de que una sed interior persiste en él. Puede regocijarse y disfrutar del
producto que está en sus manos, pero solamente el Señor tiene el agua viva que apaga su
sed.
Si usted comprende el pensamiento relacionado con estas dos fiestas, entenderá las dos
fases de la condición del hombre, y los dos aspectos de Cristo como nuestra provisión de
vida. Por un lado, Él es el pan de vida mientras estamos laborando; por otro, nos
suministra el agua viva mientras estamos descansando. Una vez que usted capte este
pensamiento, entenderá todo el capítulo 7 de Juan. Aunque este es un capítulo muy
largo, su pensamiento es breve y consiste en que, cuando usted ha tenido éxito y logrado
lo que buscaba, y cuando ha disfrutado de todas sus posesiones, y se ha regocijado en
todas sus mejores circunstancias, entonces se dará cuenta de que su sed no ha sido
saciada. Nada puede apagar su sed. Únicamente el Señor puede hacerlo,
proporcionándole el agua viva.
Dios estableció la fiesta de los Tabernáculos para que los hijos de Israel recordaran que
sus padres habían vivido en tiendas cuando vagaban por el desierto (Lv. 23:39-43)
mientras tenían la expectativa de entrar en el reposo de la buena tierra. Por lo tanto,
esta fiesta también es un recordatorio de que aún hoy el pueblo de Dios sigue en el
desierto y necesita entrar en el reposo de la Nueva Jerusalén, la cual es el Tabernáculo
eterno (Ap. 21:2-3). Abraham, Isaac y Jacob también vivían en tiendas y anhelaban este
tabernáculo eterno (He. 11:9-10), en el cual habrá un río de agua de vida que sale del
trono de Dios y del Cordero para apagar la sed del hombre (Ap. 22:1, 17). Al final de esta
fiesta con todo este trasfondo, Cristo clamó a gran voz y dio la promesa de los ríos de
agua viva, los cuales satisfarían las expectativas del hombre por la eternidad (Jn. 7:37-
39).
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DIECIOCHO
(2)
En el capítulo 5 de Juan vimos el contraste entre la vida y la religión, pero hasta ese
entonces, la persecución de parte de la religión aún no había empezado, pues ésta
comenzó en el capítulo 7.
A. La confabulación de la religión
y una fiesta religiosa
Mientras los religiosos celebraban una fiesta, formaron un complot para matar a Jesús
(7:1-2). Éste es un cuadro que describe con exactitud la religión actual, porque en
principio, la religión de aquel tiempo es igual a la de hoy. Por una parte, los religiosos
adoran a Dios, pero por otra, planean matar a los que genuinamente procuran seguir a
Dios. Si usted es un verdadero seguidor de la vida, debe estar preparado para descubrir
que la religión planea matarlo. Esto es lo que ha sucedido desde el primer siglo hasta el
presente. En cada siglo los que verdaderamente buscaban la vida han sido perseguidos
por los religiosos. La señora Guyón, por ejemplo, fue encarcelada por los religiosos de su
época. Mientras seguimos al Señor conforme a la vida interior y no de acuerdo con las
prácticas externas, seremos perseguidos por los religiosos.
Los judíos perseguidores procuraban matar al Señor Jesús (7:1, 21, 25, 30, 32, 34). Ya
que los judíos religiosos conspiraban contra el Señor Jesús, Él tuvo que proceder con
cautela. Si Él se hubiera descuidado un poco, habría caído en las manos de ellos. No
podía actuar libremente. Aunque el Señor es el Dios Todopoderoso, Él como un hombre
bajo persecución estaba limitado en cuanto a Sus actividades. Por un lado, los religiosos
procuraban matarle; por otro, Sus hermanos incrédulos lo provocaban a buscar la gloria
mundana (vs. 3-4). Es como que Sus hermanos le dijeran: “¿Por qué no vas a Jerusalén?
Debes procurar que Tu nombre sea famoso”. Tanto la persecución por parte de los
judíos como el reto por parte de Sus hermanos procedían de un solo enemigo, Satanás.
Éste instigó a los judíos a procurar matar al Señor y provocó a los hermanos incrédulos
del Señor para que lo incitaran a ir a Jerusalén a fin de obtener un gran nombre y recibir
gloria para Si. La situación es la misma hoy en día. De vez en cuando, algunos hermanos
proponen que hagamos ciertas cosas para darnos a conocer y promocionarnos. Pero es
algo horrible promocionarnos y engrandecer nuestro nombre. Si uno ha de tener fama,
es mejor que sea mala fama.
En Juan 7:6-9 vemos que el Señor estuvo limitado por el tiempo. Él dijo a Sus
hermanos: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto” (v.
6). Aunque el Señor es el Dios eterno, infinito e ilimitado (Ro. 9:5), Él vivió aquí en la
tierra como un hombre, limitado aun con respecto al tiempo. Para poder ministrarnos el
agua viva, el Señor estuvo dispuesto a perder Su libertad, estar confinado con respecto al
tiempo, y hacer la voluntad del Padre. Todo el capítulo 7 revela la manera en que el
Señor vivió como un hombre limitado en todo aspecto.
El Señor es el Dios Todopoderoso (Is. 9:6); sin embargo, como un hombre bajo
persecución, Él estaba limitado en Sus actividades (Jn. 7:10). No actuaba libremente.
Aunque Él es el Dios omnisciente, como un hombre humilde daba la apariencia de ser
indocto: “Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber
estudiado?” (v. 15). A pesar de que el Señor había recibido poca educación, Él era
omnisciente. No sólo conocía las letras, sino también la mente, el corazón y el espíritu
del hombre. El Señor no buscaba Su propia gloria, sino la gloria de Dios (vs. 17-18).
E. La fuente y el origen de la vida: Dios el Padre
El origen y la fuente del Señor son Dios el Padre (7:25-36; 13:3). Aunque Su fuente era
Dios el Padre, Él vino como un hombre de Nazaret de Galilea (7:27, 42, 52; 1:45-46). Por
un buen tiempo, yo no estuve contento con el Señor, por que sentía que había una falta
de franqueza de Su parte en Juan 7. Me parecía que Él había sido en cierta manera
furtivo. Le dijo a la gente que Su fuente era Dios el Padre, pero Él había venido de
Nazaret. Hasta que vi que aquí encontramos un principio vital: en todo lo relacionado
con el Señor, la apariencia externa no es muy buena, pero el contenido interior siempre
es maravilloso. Esto también es verdad con respecto al recobro del Señor hoy en día. Si
usted mira al recobro según la apariencia externa, no luce muy atractivo. Sin embargo,
interiormente la situación es completamente diferente. No sea perturbado por la
apariencia externa. Los que vieron al Señor externamente, sólo vieron a un nazareno. Él
no tenía buena apariencia, ni belleza, ni atractivo. Pero interiormente, Él es el Dios
verdadero. En algunas ocasiones le dije al Señor: “Señor, ¿por qué de todas las personas
que has traído a Tu recobro en este país, muy pocas tienen buen parecer? Algunos de
ellos ni siquiera se visten apropiadamente para las reuniones”. Pero he descubierto que
hay un tesoro en estos vasos de barro. El Señor me ha dicho que no me preocupe por la
apariencia externa. El nazareno no tenía una apariencia atractiva, pero sí poseía un
contenido excelente y celestial.
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y clamó dirigiéndose a los
sedientos (7:37-39). El último día representa el final de todo disfrute obtenido por
cualquier éxito que tengamos en la vida humana. No importa el tipo de éxito que tenga,
de seguro terminará. Por ejemplo, aunque usted tenga un matrimonio maravilloso, éste
no durará para siempre.
Cuando llegué a los cuarenta años, los demás empezaron a decirme: “La vida empieza a
los cuarenta”. Pero hubo otros que me dijeron: “Hermano, debe comprender que
después de los cuarenta, la vida entra en el atardecer. Cuando usted nació, era el
amanecer de su vida. A los cuarenta, la vida ha llegado al mediodía, y después de los
cuarenta, es el atardecer. Probablemente un poco después de los sesenta, la vida llegará
a su fin”. Tarde o temprano el último día de la vida llegará.
Mire este cuadro. El pueblo de Israel trabajó durante todo el año hasta que cosecharon
el maíz y el vino. Ellos recibieron todo el fruto de su labor. Finalmente, su labor había
terminado, y lo único que les faltaba hacer era reunirse y disfrutar de su cosecha durante
siete días. El séptimo día era su gran día, aunque era el último. El último día era el día
en que todos ellos eran despedidos.
despedido en el último día de la fiesta, el Señor se puso en pie y clamó, diciendo: “Si
alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (7:37). Ellos no estaban satisfechos. Las cosas que
habían disfrutado durante los últimos siete días no habían podido apagar su sed. Si ellos
hubieran venido y bebido de Cristo, habrían tenido ríos de agua viva brotando de su
interior. El agua viva es el Espíritu Santo que fluye de la peña herida.
Como veremos, cuando el Señor habló estas palabras, aún no había el Espíritu, porque
el Señor no había sido aún herido ni glorificado (v. 39). ¿Qué significa que el Señor sea
glorificado? Simplemente significa que Él iba a ser resucitado (Lc. 24:26). El Señor fue
transfigurado de Su cuerpo frágil al glorioso Espíritu, por medio de Su muerte y Su
resurrección. Antes de ir a la cruz, Él era la roca, pero aún no había sido herido,
crucificado. Cuando Él fue crucificado y resucitó, el agua viva brotó de Él y entró en
nosotros a fin de saciar nuestra sed. En el último día de nuestra fiesta, al final de nuestro
regocijo y disfrute, cuando todavía tenemos sed, debemos acercarnos al Señor Jesús y
recibir el agua viva que sacia nuestra sed.
Había una jovencita de una familia muy afluente. Ella buscaba el disfrute
continuamente. En una ocasión asistió a un baile de la clase social más alta de
Inglaterra. Ella lo disfrutó mucho y pasó un tiempo maravilloso. Después de que la fiesta
terminó, regresó a su casa. Cuando se estaba quitando el vestido de baile, se sintió muy
sedienta. Ella arrojó su vestido y sus zapatos y exclamó: “¿Cómo pueden ayudarme estas
cosas?”. Después de todo lo que había disfrutado aún se encontraba muy sedienta.
Entonces una voz interior susurró dentro de ella: “Tú debes orar a Dios”. Pero ella dijo
para sí: “No creo que Dios exista, ¿cómo podría orar a Él?”. Pero la voz continuó
susurrando: “Sólo intenta decirle algo a Dios. Por ejemplo, puedes decir: ‘Dios, si en
verdad existes, sólo dame satisfacción’”. Finalmente, ella oró de esta manera. Al
siguiente día toda su vida cambió. Ella fue satisfecha. Su sed fue saciada por el agua viva
que le dio el Señor.
Si usted estudia las biografías de los santos, descubrirá muchas otras historias similares
a la de esta joven. Muchas personas que recibieron una educación elevada, que tuvieron
mucho éxito y fueron muy adinerados, tuvieron mucho en qué regocijarse, pero
finalmente sintieron que habían fracasado porque todo lo que probaron las había dejado
sedientas. Pero entonces escucharon el llamado: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y
beba”. Aunque usted disfrute muchos días buenos, finalmente llegará el último día
cuando todo su disfrute terminará y usted se sentirá sediento. Recuerde que sólo el
Señor Jesús puede ofrecerle el agua viva capaz de saciar su sed.
El Señor Jesús dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán
ríos de agua viva” (Jn. 7:38). En 4:14 el Señor dijo que el que bebe del agua que Él da,
tendrá en él un manantial de agua que salte para vida eterna. En el capítulo 7 el Señor
avanza un poco más, diciendo que el que beba de Él, tendrá el fluir de los ríos de agua
viva. Él no habló sólo de un río, sino de muchos ríos. El único río de agua de vida es el
Espíritu Santo. De este único río, muchos otros fluirán. Estos “ríos de agua viva” son las
muchas corrientes de los diferentes aspectos de la vida de Cristo (cfr. Ro. 15:30; 1 Ts.
1:6; 2 Ts. 2:13; Gá. 5:22-23), que se originan en un solo río, el “río de agua de vida” (Ap.
22:1), el cual es el “Espíritu de vida” de Dios (Ro. 8:2). Uno de los ríos es el río de la paz,
y otros son el gozo, el consuelo, la justicia, la vida, la santidad, el amor, la paciencia y la
humildad. Desconozco cuántos ríos hay. Estos ríos de agua viva proceden de lo profundo
de nuestro ser. Este es Cristo como vida. Según el principio establecido en el capítulo 2,
el fluir de los ríos de agua viva es otro ejemplo de convertir la muerte en vida. La muerte
es la fuente de el árbol del conocimiento, y la vida es la fuente del árbol de la vida.
¿Qué pasaría si llegáramos a una reunión y todos nos sentáramos allí sin el fluir del agua
viva? Sin lugar a dudas, ésta sería una reunión muerta. Si nadie tuviera nada que
compartir, la muerte prevalecería. Sin embargo, si todos tuvieran el fluir de algunos ríos,
finalmente la reunión estaría rebosando de vida. Esto es cambiar la muerte en vida.
D. Aún no había el Espíritu
El versículo 39 dice: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él;
pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Muchos
cristianos no entienden la expresión aún no había en este versículo. Algunas versiones
añaden “dado” en letra cursiva después de su traducción “había sido”, lo cual muestra
que los traductores tuvieron problemas con la traducción de este versículo. Pero el
versículo 39 no quiere decir que el Espíritu no había sido dado, sino que aún no había el
Espíritu. El Espíritu aún no estaba allí. El Espíritu de Dios existía desde el principio (Gn.
1:1-2), pero cuando el Señor Jesús dijo estas palabras, el Espíritu aún no existía como “el
Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9), ni como “el Espíritu de Jesucristo” (Fil. 1:19), porque Él
aún no había sido glorificado. Jesús fue glorificado cuando resucitó (Lc. 24:26). Después
de Su resurrección, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Cristo encarnado,
crucificado y resucitado, quien fue impartido en los discípulos cuando Cristo sopló en
ellos, la noche del día en que resucitó (Jn. 20:22). Ahora el Espíritu es el “otro
Consolador ... el Espíritu de realidad” que Cristo prometió antes de Su muerte (14:16-
17). Cuando el Espíritu era el Espíritu de Dios, sólo tenía el elemento divino. Pero
cuando llegó a ser el Espíritu de Jesucristo por medio de la encarnación, crucifixión y
resurrección de Cristo, llegó a tener, además del elemento divino, el elemento humano
junto con toda la esencia y realidad de Su encarnación, Su crucifixión y Su resurrección.
Por lo tanto, ahora Él es el Espíritu todo-inclusivo de Jesucristo como el agua viva, para
que nosotros le recibamos.
Hemos visto que Jesús fue glorificado cuando resucitó. En resurrección, el Señor llegó a
ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El postrer Adán, quien era el Cristo encarnado,
llegó a ser el Espíritu vivificante en resurrección. Desde aquel entonces, el Espíritu de
Jesucristo ya tiene los elementos divino y humano, incluyendo la realidad de la
encarnación, crucifixión y resurrección de Cristo.
En Génesis 1 tenemos el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es Dios mismo que viene a
fin de alcanzar a Su creación. En Génesis 1 el Espíritu de Dios sólo contenía la divinidad.
Pero un día Dios se encarnó como hombre, el cual fue Jesucristo. Treinta y tres años y
medio después, Cristo fue crucificado. Después de la crucifixión, Él pasó por la
resurrección y la ascensión, y así el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu de Jesucristo,
el encarnado y resucitado. Ahora, el Espíritu de Jesucristo viene a alcanzar a los seres
humanos. Anteriormente, el Espíritu de Dios venía solamente con Su divinidad a fin de
alcanzar a la creación de Dios, pero ahora el Espíritu de Jesucristo, viene para alcanzar a
los seres humanos con divinidad, humanidad, la eficacia de Su muerte todo-inclusiva y
con el elemento de resurrección, viene para salvar a los seres humanos. Antes de que
Cristo resucitara, “aún no había” tal Espíritu.
Podemos usar el ejemplo de un vaso de agua pura al cual se le añaden muchos otros
ingredientes. Al agua pura se le añade leche; ésta es la primera etapa. En las siguientes
etapas se le agregan miel, té y sal. Finalmente, llega a ser una bebida todo-inclusiva.
Antes de que el agua pura pasara por todas estas etapas, “aún no había” una bebida tan
maravillosa, aunque el vaso ya contenía el agua pura. Pero después, llegó a ser una
bebida todo-inclusiva. De la misma manera, el Espíritu que el Señor Jesús prometió en
Juan 7:39 y 14:16-17 no es el Espíritu que solamente contenía la divinidad, sino el
Espíritu que incluía la divinidad, la humanidad, la muerte todo-inclusiva, la
resurrección y la ascensión. Ahora no sólo tenemos al Espíritu de Dios, sino también al
Espíritu de Jesucristo. Este Espíritu todo-inclusivo es el que nos proporciona el fluir de
los ríos de agua de vida.
En Juan 7:40-52 vemos la división causada por la manifestación del Señor. El Señor
Jesús siempre causaba problemas y divisiones. También ahora los que buscan la vida
causarán problemas y divisiones. Cristo, la simiente de David, nació en Belén (v. 42; Lc.
2:4-7), pero se presentó como nazareno de Galilea (Jn. 7:52). Aunque nació en Belén,
creció en Nazaret, un pueblo menospreciado en aquellos tiempos. Él era la simiente de
David, pero vino como un nazareno (Mt. 2:23). Creció “como raíz de tierra seca” sin
tener “aspecto hermoso ni majestad” “ni apariencia para que le deseemos” y era
“despreciado y desechado entre los hombres” (Is. 53:2-3). Así que, no debemos
conocerlo según la carne (2 Co. 5:16), sino según el Espíritu. Debido a que el Señor
creció en Nazaret, la gente no lo consideró como uno que nació en Belén.
Cuando el Señor estuvo en la tierra, no tenía una apariencia atractiva. Hoy sucede lo
mismo en la vida de iglesia, en Su recobro; no se encuentra una apariencia atractiva. Sin
embargo, si usted entra en la vida de iglesia, en el recobro del Señor, descubrirá la
belleza de Cristo allí. Él no es el nazareno, Él es la simiente de David. ¡Este es Cristo!
¡Aleluya!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE DIECINUEVE
(1)
En este Evangelio han sido seleccionados nueve casos que demuestran que el Señor
Jesús es la vida y el suministro de vida para el hombre. Los primeros seis casos, hallados
en los capítulos del 3 al 7, forman un grupo de señales, las cuales indican que, por el
lado positivo, el Señor es nuestra vida y nuestro suministro de vida para regenerarnos,
satisfacernos, sanarnos, darnos vida, alimentarnos y saciar nuestra sed. Los últimos tres
casos, hallados en los capítulos del 8 al 11, forman un grupo de señales, las cuales
indican que, por el lado negativo, el Señor es la vida que nos libera de las tres cosas
negativas principales: el pecado, la ceguera y la muerte.
El caso presentado en el capítulo 8 de Juan, el séptimo de los nueve casos, trata por
completo el asunto del pecado. Ningún otro capítulo en toda la Biblia trata el problema
del pecado tan amplia y completamente como el capítulo 8 de Juan. En este capítulo
encontramos la respuesta para todos los problemas del pecado. Como veremos a
continuación, en los capítulos 9 y 10, la ceguera es tratada cabalmente. Finalmente, el
capítulo 11 se ocupa en detalle del asunto de la muerte. Después del capítulo 11 no
encontramos ningún caso adicional, porque todos los casos positivos han sido
presentados y todos los asuntos negativos han sido concluidos. Ahora veamos cómo el
Señor como vida resuelve el primer asunto negativo: el pecado.
Este caso revela que la religión de la ley (8:5, 17), según la representa el templo (vs. 2,
20), no puede librar al hombre del pecado y de la muerte; pero el Señor Jesús, el Yo Soy,
quien llegó a ser el Hijo del Hombre y quien fue levantado en la cruz por causa de las
personas envenenadas por la serpiente, puede hacer lo que la religión y la ley no pueden.
La religión de guardar la ley es contraria al gran Yo Soy. Este capítulo revela que hay dos
asuntos entre los seres humanos que moran en la tierra: una religión y una Persona
viviente. Esta religión es excelente, elevada y superior. No se trata de una religión
pagana o supersticiosa, sino de la religión típica, la cual ayuda a los hombres a adorar a
Dios, a conocerle en una forma externa de letras, y a guiar a las personas a guardar la ley
de Dios, a fin de agradarle a Él, y de perfeccionarse a sí mismos. Esta religión es la
mejor, y todos los judíos típicos están orgullosos de ella. Al analizar la religión ortodoxa
de los judíos, nos damos cuenta que ésta es la religión más elevada. No es una religión
falsa, sino completamente verdadera y genuina. Todo lo relacionado con esta religión es
lo mejor y tiene muchos asuntos santos; entre los cuales se encuentra la Palabra santa
de Dios. Nadie puede negar esto.
La religión judía es la única religión verdadera. El islamismo es sólo una falsificación del
judaísmo, y el Corán, la Biblia de los musulmanes, es una falsificación del Antiguo
Testamento y de una parte del Nuevo Testamento. Mahoma no compuso nada nuevo. Él
simplemente copió el Antiguo Testamento y parcialmente el Nuevo Testamento. Así
que, el islamismo es una religión falsificada. Además del judaísmo y el islamismo, no
hay más religiones. El budismo no es una religión típica, es una tontería. La religión
ayuda a los hombres a adorar a Dios enseñándoles la manera apropiada de hacerlo. Sin
embargo, en el budismo no hay Dios. En el budismo todos pueden llegar a ser un Buda.
Según la enseñanza del budismo, si uno practica hasta alcanzar cierto grado de
perfección, puede llegar a ser un Buda. Esto no tiene sentido en absoluto y no contiene
ninguna enseñanza correcta. Por esto, el budismo no debe ser considerado como una
religión. ¿Y qué diremos de las enseñanzas de Confucio? Éstas no son una religión, sino
enseñanzas éticas. Las enseñanzas de Confucio le informan a los hombres cómo deben
comportarse, pero no les dicen cómo deben adorar a Dios. Nunca debemos considerar
las enseñanzas de Confucio como una religión. Por lo tanto, en la tierra únicamente hay
una religión típica, genuina y verdadera, y ésta es la religión formada por los judíos en
conformidad con la Palabra santa. El cristianismo, incluyendo al catolicismo, es un
resultado del judaísmo. Así que, existe sólo una religión típica sobre la tierra, el
judaísmo.
Hay una sola Biblia. Ya hemos hecho notar que el Corán es una falsificación satánica de
la Palabra santa. Nadie podría inventar algo como la Biblia. ¿Quién podría escribir otra
Biblia? ¿Acaso podrían hacerlo Platón o Confucio? Nadie puede hacerlo porque hay un
solo Dios, y sólo Él podría escribir un libro tan maravilloso. Ya que Dios nunca escribiría
otra Biblia, nunca habrá otra. Nadie podría hacerlo. Cualquiera que fuera capaz de
escribir un libro como la Biblia estaría capacitado para ser Dios. ¿Quién podría imitar
este libro? ¿Quién podría igualar la profundidad de su sabiduría? Si usted puede
hacerlo, debe ser Dios. ¿Cree que el Evangelio de Juan fue escrito meramente por un
pescador de Galilea? ¿Cree que Juan podría escribir tal libro por sí mismo? “En el
principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el pan
de vida”, “Yo puedo darles el agua viva”. Sólo el Señor Jesús puede decir tales cosas.
Sólo Él podría escribir un libro como el Evangelio de Juan.
Sin embargo, los elegidos de Dios, Su pueblo escogido, tenían un concepto equivocado.
Ellos no prestaron la debida atención al punto principal: Dios mismo en el Hijo y como
el Espíritu desea entrar en el hombre para ser su vida y todo para él. El pueblo de Dios
no le dio al blanco, prefiriendo reunir todos los preceptos, las leyes, y otros puntos
buenos e integrarlos para formar con ellos una religión con la cual matarse el uno al
otro. ¡Qué lamentable! De manera que, en los tiempos de Juan 8 había dos entidades en
la tierra: una religión y una Persona viviente. Todos debemos ver este contraste.
La religión judía era genuina y maravillosa. Era buena en todos los aspectos, excepto en
uno: era contraria al gran Yo Soy. La religión puede ser buena, pero no puede darle vida.
No puede ayudarle porque usted está muerto. Una persona muerta no necesita nada
bueno, lo que necesita es algo de vida. Sólo la vida puede ayudar a un muerto.
Supongamos que le decimos a un muerto: “Pobre hombre, aquí tienes diamantes y oro.
No debes estar muerto. ¡Mira el oro, qué valioso! ¡Mira los diamantes, cuán preciosos!”.
Sería necio hablarle a un muerto de esta manera. Él no podría oír nada. En el capítulo 5
vimos los pórticos del estanque, en donde estaban los ciegos, los cojos y los paralíticos.
Si les predicáramos a tales personas, ellos dirían: “No desperdicie su tiempo, yo no
necesito nada bueno, lo que necesito es vida”.
Este gran Yo Soy, Dios mismo en relación con el hombre, se hizo el Hijo del Hombre.
Esto tiene mucho significado. El hecho que Jehová se hiciera el Hijo del Hombre
significa que Él tuvo que humillarse. Esto era indispensable, debido a todos los
problemas negativos que se hallan en el hombre. El pecado está en el hombre; la
serpiente, que es el diablo, también está en el hombre. El hombre es el punto central de
cada problema. Si Dios iba a resolver todos los problemas básicos del hombre, Él mismo
tenía que hacerse hombre. Satanás conocía la importancia de esto, por lo que no le
preocupaba que el Señor Jesús fuera el Hijo de Dios; lo que temía era que el Señor fuese
hombre. Por lo tanto, Jehová Dios se hizo hombre.
Como hombre, Él estaba dispuesto a ser levantado (3:14) tal como la serpiente de
bronce fue levantada en el desierto (Nm. 21:4-9). Cuando decimos que el Señor Jesús
fue crucificado, principalmente queremos decir que Él murió en la cruz por nuestra
redención y que allí quitó nuestro pecado. Pero, ¿qué quiere decir la Biblia cuando dice
que Cristo fue levantado? Principalmente se refiere a que al ser levantado, Él derrotó a
la serpiente, al diablo. Cuando la mayoría de la gente lee la expresión sea levantado,
interpreta mal estas palabras. El Hijo del Hombre fue levantado como la serpiente de
bronce, no sólo para resolver el problema del pecado, sino también para derrotar a la
serpiente. Juan 12:31-32 indica que cuando el Hijo del Hombre fue levantado, el
príncipe de este mundo, el diablo, fue juzgado y echado fuera. Cristo no sólo fue
crucificado, sino levantado. Cuando Él fue levantado, la serpiente, el diablo, fue
expuesta, juzgada y echada fuera. ¿Quién estaba allí en el asta? La serpiente. En la carne
de Jesús, Dios puso la serpiente en el asta e hizo una exhibición universal de ella, para
que todo el universo pudiera ver que Su enemigo, la serpiente, estaba en el asta. Así que,
Jesús fue levantado para que el diablo fuese juzgado y echado fuera.
II. LOS ASPECTOS RELACIONADOS CON EL PECADO
Los religiosos estaban haciendo todo lo posible para encontrar alguna falta en el Señor
Jesús. Después de los capítulos 5 y 7, ellos intentaron poner a Jesús en una situación
difícil. Ellos sorprendieron a una mujer pecadora y la trajeron al Señor Jesús. Según la
ley tales mujeres debían ser apedreadas hasta que muriesen, pero los religiosos no lo
hicieron. Al contrario, la trajeron ante el Señor con la intención de atraparlo. Ellos
dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la
ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”. Los religiosos
fueron bastante atrevidos. Ellos le hicieron al Señor una pregunta muy astuta. Si Él
hubiera dicho que debían apedrearla hasta que muriera, habría perdido Su posición de
Salvador y Redentor. ¿Podría un Salvador decir que tal pecadora debía ser apedreada
hasta que muriera? Por supuesto, el Señor, como Salvador y Redentor, no podía decir
esto. Pero por otro lado, si Él hubiera dicho que no debían apedrearla hasta morir,
entonces ellos habrían replicado que estaba quebrantando la ley. Esta pregunta era un
sutil truco del enemigo. Los religiosos pensaron que eran muy sabios, pero en realidad
eran unos insensatos. Ellos pensaron que le sería muy difícil al Señor Jesús contestar, y
que tendrían una excelente oportunidad para atraparlo.
Cuando le hicieron esta pregunta, el Señor no contestó ni una sola palabra. La manera
más sabia de contestar una pregunta es no contestar, contestar más tarde, o hacerlo
lentamente. La primera reacción del Señor consistió en que no contestó rápidamente.
Nosotros también debemos aprender esta sabiduría. Cuando otros vengan a nosotros
con una pregunta urgente, debemos aprender del Señor. Él simplemente se inclinó a
escribir en el suelo. El silencio calma a las personas, así como el agua fría enfría el agua
hirviendo. Cuando el Señor se inclinó a escribir, estaba calmando la situación. Al mismo
tiempo, mientras calmaba la tensa situación, la mujer pecadora era confortada. Creo que
al inclinarse a escribir en tierra, el Señor Jesús indicaba a los religiosos que no debían
ser tan orgullosos, que debían humillarse un poco. Ellos tenían que entender que eran
tan pecaminosos como aquella mujer.
Cuando era joven, traté de descubrir lo que el Señor Jesús escribía en la tierra. A través
de muchas generaciones nadie ha podido afirmar lo que Él escribió. Yo supongo que el
Señor Jesús pudo haber escrito: “¿Quién de vosotros no tiene pecado?”. Mientras los
fariseos le preguntaban qué debían hacer con la mujer, el Señor pudo haber escrito en
grandes letras: “¿Quién entre ustedes está sin pecado?”. Todos observaban al Señor
mientras Él se inclinaba a escribir en el suelo. Entonces Él se levantó y dijo: “El que de
vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (8:7). Es como
si el Señor les dijera: “Vosotros tenéis permiso de apedrearla, pero alguien debe tomar la
iniciativa. Nadie está capacitado para tomar la delantera en esto, excepto aquel que no
tenga pecado. Dejad que aquel de entre vosotros que esté sin pecado sea el primero en
arrojar la piedra contra ella”. Esta palabra traspasó sus conciencias. Creo que aun antes
de que el Señor dijera esto, mientras Él todavía escribía en el suelo, sus conciencias
fueron conmovidas. ¿Qué hicieron los religiosos? Comenzando por los más viejos y
continuando hasta el más joven, salieron uno a uno (v. 9). Los más viejos, por ser los
más sabios, se retiraron primero. Ellos reconocían que no estaban calificados para ser
los primeros en apedrear a la mujer hasta matarla. Pero sí estaban calificados para
tomar la delantera en escaparse. Todos los más jóvenes, les siguieron.
¿Quién está sin pecado? Nadie. Nunca condene a otros, porque al hacerlo usted es igual
a ellos. Usted no está calificado para condenar a otros, pues son pájaros del mismo
plumaje. Si condena a otro “pájaro”, simplemente se condena a sí mismo. Sólo el gran
Yo Soy está sin pecado, y solamente Él está calificado para condenar el pecado. ¡Qué
sabiduría la del Señor Jesús! Después de que los religiosos se fueron, noten cuán tierna
y gentilmente el Señor se expresó con la mujer pecadora. Él le preguntó si alguien la
había condenado, y ella dijo: “Ninguno, Señor”. Entonces Jesús le dijo: “Ni Yo te
condeno” (v. 11). Estas palabras fueron melodía para el alma aterrorizada de la mujer.
Este caso manifiesta la sabiduría del Señor. La gente vino a condenar a la mujer
pecadora, pero la respuesta del Señor los convenció de su propia pecaminosidad.
Cuando los demás vengan a usted con preguntas, debe tener cuidado y devolverles las
preguntas. Debe contestarles preguntándoles acerca de ellos mismos. Entonces usted
penetrará sus conciencias y los dejará convictos. Finalmente ellos serán convencidos y
se alejarán.
Todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado (8:34). Un esclavo se encuentra
siempre bajo cierta atadura. Satanás, el diablo, ha subyugado a toda la humanidad al
cautiverio del pecado, impartiéndose en el hombre como la naturaleza pecaminosa que
obliga al hombre a pecar. Es imposible que alguien pueda liberarse de tal esclavitud.
El resultado del pecado es la muerte (8:24, 51-52). En el versículo 24 el Señor dijo: “Si
no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis”. La muerte entró por medio del
pecado. “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).
Mientras alguien haya pecado, está destinado para muerte. Así que, el resultado del
pecado es la muerte.
Las tres categorías principales del pecado son: el adulterio o la fornicación, el homicidio,
y las mentiras (Jn. 8:3, 41, 44). Estos son los aspectos más malignos del pecado.
Pensemos en esto, ¿podremos hallar otro aspecto del pecado que sea tan maligno como
el adulterio, el asesinato o la mentira? Nada es tan pecaminoso como estos tres aspectos,
los cuales representan todo lo relacionado con el pecado. Todas las cosas pecaminosas
están incluidas en estas tres categorías. El adulterio, o la fornicación, significa
confusión. Cualquier cosa que confunde a la humanidad es un tipo de adulterio o
fornicación. El homicidio es matar y mentir es engañar. Todo lo que es pecaminoso o
confunde, o mata o engaña a la gente.
Este capítulo, por el lado positivo, revela algo más porque nos muestra la manera en que
podemos ser libertados del pecado. Primeramente, este capítulo revela al único que no
es pecador. En todo el universo ¿quién es el único que no tiene pecado? Solamente el
Señor Jesús no tiene pecado (8:7, 9).
¿Quién está calificado para condenar al hombre? ¿Quién tiene esta posición? Sólo Aquel
que no tiene pecado. El único que está calificado y que tiene la posición para condenar al
hombre es el Señor Jesús mismo, porque Él no tiene ninguna mancha de pecado. Pero
aunque Él está calificado para condenarle, Él no está dispuesto a hacerlo.
C. Levantado en la cruz
por causa del pecado del hombre
El Señor Jesús fue levantado en la cruz por causa del pecado del hombre (8:28). El
pecado es la corporificación de la serpiente, y el pecado de los pecadores es el veneno de
ésta. Por causa de la redención, el Señor Jesús tuvo que ser el Cordero de Dios; pero
para juzgar la naturaleza serpentina, el Señor Jesús tuvo que ser levantado en forma de
serpiente. Para juzgar la naturaleza pecaminosa y serpentina de la humanidad, Él tuvo
que ser levantado en la cruz en la forma de una serpiente.
El Señor está calificado para perdonar el pecado del hombre y es capaz de libertarlo de
la esclavitud del pecado (8:32-34). El Señor no sólo nos da la vida, sino que también Él
entra en nosotros para ser nuestra vida misma. La sutileza de Satanás no fue sólo para
inducirnos a hacer algo malo, sino que le sirvió para inyectarse en nosotros. Así que, el
pecado ya no es meramente algo objetivo, o una maldad externa, sino que es la
naturaleza subjetiva misma de nuestro ser. Ya no está fuera de nosotros, sino adentro.
Incluso llegó a ser nuestro yo; está en nuestra naturaleza. Por lo tanto, todo lo que esté
fuera de nuestra naturaleza, no puede ayudarnos a vencer el pecado que está en ella.
Necesitamos que otra vida entre en nosotros. En la historia humana existe una sola
Persona que es capaz de entrar en nosotros y ser nuestra vida para hacer frente a la
naturaleza serpentina que mora en nuestro interior. Ni Confucio ni Platón pueden hacer
eso. El único que puede hacerlo es Jehová, el gran Yo Soy. Sólo Él puede entrar en
nosotros como vida para contrarrestar la naturaleza serpentina que mora en nuestro ser.
Nuestra esclavitud no es un asunto externo, sino que es interno y está en nuestra
naturaleza. Necesitamos otra vida, una vida más fuerte, más rica y más elevada, que nos
libere de esta esclavitud. Sólo Él Señor puede ser tal vida, y Él verdaderamente lo es,
porque Él es la vida divina. La vida divina es más alta que la vida humana; y es también
superior a la vida satánica. Cuando esta vida divina entra en nosotros, derrota la vida y
naturaleza serpentinas.
El Señor es capaz de salvar al hombre del resultado del pecado, que es la muerte (8:24,
51-52). Una vez que el pecado ha sido juzgado, espontáneamente el resultado del pecado
también será eliminado. La religión que se basa en la ley es incapaz de hacer esto,
porque pertenece al árbol del conocimiento, el cual da por resultado la muerte (Gn.
2:17). El Señor Jesús es el árbol de la vida que produce vida (v. 9). En principio, salvar al
hombre del resultado del pecado es convertir la muerte en vida.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTE
(2)
¿Cuál es la manera en que el Señor nos libra del pecado? Lo hace al venir a nosotros
como la luz de la vida. Esta luz no se encuentra fuera de nosotros, sino que está dentro
de nosotros. Cuando recibimos al Señor, Él entró en nosotros como nuestra vida. Esta
vida es la que mora en nosotros y ahora brilla dentro de nosotros. Esto es la luz. Poco a
poco y espontáneamente el resplandor de esta luz nos libera. Ser libertados de la
esclavitud del pecado no ocurre de la noche a la mañana; toma tiempo. Aunque usted
puede ser vivificado en un momento, ser libertado del pecado no es tan sencillo.
Yo he sido un cristiano que ha buscado al Señor durante más de cincuenta años. No digo
que yo no pueda caer o tropezar. Tal vez el día de mañana tropiece por causa de mi
querida esposa o de algún hermano. No obstante, a pesar de lo mucho que pueda
tropezar, el elemento divino que ha sido forjado en mi ser durante los pasados cincuenta
años, nunca podrá perderse. Aún si tropezase, tropezaría con una buena cantidad del
elemento divino.
Somos libertados de la esclavitud del pecado por medio del resplandor de la vida
interior y del obrar del elemento divino en nuestro ser. Esto es semejante al tratamiento
médico diseñado para curar algunas enfermedades de la sangre. Es muy difícil eliminar
enfermedades de la sangre. Para ello necesitamos tomar algún medicamento. Si yo tomo
una medicina varias veces al día, esta medicina, por un lado, destruirá los microbios, y
por el otro, impartirá orgánicamente un elemento positivo a mi cuerpo. Dicho elemento
suministrará nutrimentos a los tejidos de mi cuerpo. Gradualmente, la enfermedad será
eliminada. Por medio de este proceso metabólico, el elemento viejo es desechado y
reemplazado por un elemento nuevo. Esta es la forma en que la vida divina nos liberta
de la esclavitud del pecado. No depende de que nos consideremos muertos conforme al
capítulo 6 de Romanos. Muchos intentamos esto en el pasado y comprobamos que no da
resultados. Lo que necesitamos es experimentar al Cristo vivo como la luz que brilla y
como el elemento divino que obra en nuestro interior. Finalmente, el elemento celestial
y divino será añadido a nuestro ser. Esta es nuestra salvación.
¿Cómo puede el Señor guardarnos de pecar más? ¿Cómo puede libertarnos de la atadura
y la esclavitud del pecado? Simplemente porque el gran Yo Soy a llegado a ser nuestra
vida, y ésta vida es la luz. Cuando lo recibimos, Él llega a ser nuestra vida, y tal vida llega
a ser la luz que nos rescata de la oscuridad del pecado. Sólo la luz de la vida puede
libertarnos de la atadura y esclavitud del pecado. El Señor pudo perdonarnos porque Él
es el Hijo del Hombre, quien murió por nosotros al ser levantado en la cruz. Ahora el
Señor puede libertarnos y liberarnos de la esclavitud del pecado porque Él es el gran Yo
Soy que vive en nosotros. Él ahora es la vida que es nuestra luz interior. Esta luz de vida
puede liberarnos de las ataduras y libertarnos de las tinieblas del pecado. Por lo tanto,
debemos entender que sólo cuando Cristo viene a ser nuestra vida y luz podemos ser
libres. Además, esta vida y luz nos introducirá en la verdad, esto es, en la realidad.
Cuando uno disfruta al Señor Jesús como vida y luz, encontrará que éstas lo introducen
en la realidad. Después de esto, será librado de la falsedad. La razón por la que los
hombres pecan con facilidad radica en que nacieron en falsedad. Ya que nacieron del
diablo, el enemigo de Dios, nacieron como mentirosos. El diablo, quien es el padre de
los mentirosos, es el mentiroso máximo. Así que, él introdujo a todos los pecadores en
las tinieblas de la falsedad. La vida diabólica los introdujo en las tinieblas, y éstas los
trajeron a la falsedad. De manera que es muy fácil que el hombre cometa pecado
mientras se encuentre en falsedad. Pero alabado sea el Señor, porque nosotros
recibimos al Señor como nuestra vida y luz. Esta vida y esta luz nos introducen en la
realidad, la cual nos libertará de la atadura y esclavitud del pecado.
En este pasaje vemos una comparación entre dos padres distintos. Uno es el padre de
los mentirosos, el padre de falsedad, homicidio y adulterio. Originalmente nacimos de
este padre. No debemos pensar que hemos nacido meramente de nuestros padres
terrenales. Por un lado, nacimos de ellos, pero por otro, nacimos del padre maligno de
mentira. Él es el mentiroso mayor y nosotros nacimos como mentirosos menores.
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (8:44). Nacimos de este padre de mentira; por
lo tanto, nacimos como hijos de mentiras. No debemos pensar que nacimos
estadounidenses o chinos, pues cada uno de nosotros nació como un mentiroso.
Pero alabado sea el Señor que existe otro padre, el Padre celestial, el Padre de luz y de
verdad. Él es el gran Yo Soy, quien se encarnó como hombre. Como Hijo del Hombre, Él
fue levantado en la cruz por nuestro pecado y murió por nosotros. Ahora, si creemos en
Él y en lo que Él ha realizado por nosotros, Él, como el gran Yo Soy, el Padre de vida,
entrará en nosotros para ser nuestra vida y nuestra luz. Entonces nos librará de la
falsedad y de las tinieblas y nos introducirá en la realidad y en el reino de la luz, donde
estaremos libres de la atadura y esclavitud del pecado.
Todavía hay más en éste capítulo, porque en él se revela la Persona del Señor. Este
capítulo nos muestra quién es Él.
A. Él es el gran Yo Soy
El Señor es Jehová, el gran Yo Soy (8:24, 28, 58). “Yo soy” es lo que significa el nombre
Jehová (Éx. 3:14). Jehová es el nombre de Dios en Su relación con el hombre (Gn. 2:7).
Por lo tanto, Su nombre indica que el Señor es el Dios que siempre existe y que tiene una
relación con el hombre. El Señor como el gran Yo Soy es el eterno, quien existe de
eternidad a eternidad y no tiene principio ni fin. Como el gran Yo Soy Él existe en Sí
mismo y siempre existirá por la eternidad. Él no sólo es Jesús, un hombre de Nazaret,
sino el gran Yo Soy.
Decir que el Señor es el Yo Soy significa que Él es todo lo que necesitamos. Tenemos, lo
que podría considerarse como un cheque en blanco en el que uno puede escribir
cualquier cantidad que necesite. Si necesitamos luz, simplemente escribimos luz, y el
Señor será nuestra luz. Si necesitamos consuelo, el Señor será nuestro consuelo. Este
tipo de cheque nunca rebota, porque nunca hay escasez de fondos en la cuenta celestial.
Sea valiente para escribir una cantidad grande. Lo que usted escriba en ese cheque
depende de usted. El Señor es todo lo que usted necesita. Ahora depende de usted el
girar la cantidad que necesite. Él es el gran Yo Soy.
El Señor es el gran Yo soy, el Dios eterno que existe para siempre. Como tal, Él es antes
que Abraham y es mayor que él (Jn 8:53). Los judíos no entendieron esto y
argumentaron con el Señor. “Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta
años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que
Abraham fuese, Yo Soy” (vs. 57-58). La gramática aquí es complicada, porque el Señor
dijo: “Antes de que Abraham fuese, Yo Soy”. Según la gramática, Él debería haber dicho:
“Yo era”. Pero Él siempre es presente; Él es el Yo Soy. Sea el pasado, el presente o el
futuro, Él siempre está en el presente.
Otro aspecto del Señor consiste en que Él es el Hijo del Hombre. Por un lado, Él es el
gran Yo Soy; por otro, es el Hijo del Hombre (8:28). Los judíos levantaron al Hijo del
Hombre en el madero, pero no pudieron levantar al gran Yo Soy. Esto es muy extraño,
pero conforme al versículo 28, es sólo cuando ellos levanten al Hijo del Hombre, que le
conocerán como Jehová, el gran Yo Soy. Él fue levantado en la forma de serpiente por
causa de los pecadores envenenados por la serpiente, para echar fuera a la serpiente
antigua (3:14; 12:31-34; Ap. 12:9; 20:2). Fue levantado para eliminar la naturaleza
serpentina y a la serpiente misma.
¿Cómo es posible que el Señor no tuviera pecado? Es posible porque Él es Jehová, el
gran Yo Soy. ¿Cómo pudo Él condenar el pecado? También porque Él es el gran Yo Soy.
Pero, ¿cómo puede Él como Jehová perdonar el pecado? Debemos recordar que Jehová
nunca pudo perdonar el pecado. Si Jehová lo hiciera, se haría a Sí mismo injusto. Sólo
había una manera en la que Él podía perdonar el pecado, y ésta era hacerse el Hijo del
Hombre y ser crucificado. En otras palabras, únicamente podía perdonar el pecado por
medio de la redención. Sin tal redención, Dios mismo habría sido incapaz de perdonar
los pecados. Sin esta redención no habría base para el perdón. Pero, debido a que Él fue
levantado en la cruz como Hijo del Hombre, pudo cargar nuestros pecados y redimirnos
de todos ellos. De esta manera Él tuvo la debida posición para perdonar los pecados.
Por lo tanto, por estar siempre en contacto con el Señor mismo nunca veremos muerte
(v. 51). Esto ha sido probado por la historia. Cuando algunos de los santos estaban a
punto de morir, ellos no gustaron la muerte aunque estaban al borde de ella. Por
ejemplo, cuando D. L. Moody estaba en su lecho de muerte, murió valientemente y sin
gustar la muerte, porque permaneció en el Señor y se mantuvo en contacto con la fuente
de la vida. De la misma manera, si nosotros permanecemos en la Palabra del Señor y nos
mantenemos en contacto con ella, también permaneceremos en contacto con la fuente
de la vida en todo momento. De esta manera no probaremos la muerte. Pasaremos por
la muerte sin gustarla.
El Evangelio de Juan es un libro de vida. En este evangelio muchas veces las personas le
hicieron preguntas al Señor con la intención de recibir un sí o un no como respuesta. Sin
embargo, Él nunca les dio un sí o no. Por ejemplo, en el capítulo 4 la mujer samaritana
le dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén
es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). En otras palabras, ella estaba preguntándole
cuál era el lugar correcto para adorar. El Señor Jesús no le dijo cuál era el lugar correcto.
Él le dijo que Dios es Espíritu y que debemos adorarle en espíritu (v. 24). No depende de
aquí o de allá, sino que se trata de estar en el espíritu, donde tenemos contacto con Dios,
quien es el árbol de la vida. El Señor Jesús no le contestó con un sí o un no, sino que la
dirigió a su espíritu humano para que tuviera contacto con Dios, quien es el árbol de la
vida. El mismo principio se encuentra en el capítulo 8, cuando los fariseos le trajeron al
Señor una mujer pecadora y le preguntaron si debía ser apedreada o no. De nuevo el
Señor no les contestó con un sí o un no. Él dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea
el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). La respuesta del Señor los regresó a Él
mismo, esto es, al árbol de la vida. Más tarde, cuando lleguemos al capítulo 9, veremos
que los discípulos le hicieron al Señor una pregunta acerca del hombre que era ciego de
nacimiento, inquiriéndole acerca de quién había pecado, si él o sus padres, para que
hubiera nacido así. El Señor les contestó: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino que
nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). Una vez más el Señor les
contestó guiándolos a Dios, el árbol de la vida. El Evangelio de Juan es un libro de vida,
por lo tanto, nunca ofrece respuestas conforme al árbol del conocimiento del bien y del
mal, sino que siempre dirige a la gente al árbol de la vida. No se puede dar respuestas de
bien o mal, correcto o incorrecto, sí o no. Solamente hay una cosa: la vida. No es
necesario que estemos correctos, así como no es necesario que estemos equivocados. Lo
único que debe interesarnos es la vida. Mientras tengamos la vida, todo estará bien.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTIUNO
(1)
Este caso también comprueba que la religión que se basa en la ley, no pudo de ninguna
manera ayudar al hombre ciego, pero que el Señor Jesús, como luz del mundo, le
impartió la vista en la manera de la vida (10:10, 28). Esta señal fue realizada en el día de
sábado. Parece que el Señor de nuevo hizo a propósito una señal en el día de sábado con
el fin de exponer la vanidad de los ritos religiosos.
La ceguera, al igual que el pecado del capítulo anterior, está relacionada con la muerte.
Una persona muerta ciertamente está ciega. “...el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos”. Así que, ellos necesitan que les resplandezca “la
iluminación del evangelio de la gloria de Cristo” (2 Co. 4:4), para que se abran “sus ojos,
para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hch.
26:18). Según el principio establecido en el capítulo 2, esto también es cambiar la
muerte en vida.
A. Ciego de nacimiento
Leamos Juan 9:1-3: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le
preguntaron Sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que
haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació
así para que las obras de Dios se manifiesten en él”. La pregunta hecha por los
discípulos concordaba con su conocimiento religioso. Ellos pensaban que la ceguera se
debía al pecado del hombre o al pecado de sus padres. Esta pregunta, al igual que las de
4:20-25 y 8:3-5, requería un sí o un no, lo cual pertenece al árbol del conocimiento y da
por resultado la muerte (Gn. 2:17). Pero la respuesta que el Señor da en Juan 9:3 los
dirige a Él mismo, quien es el árbol de la vida y da por resultado la vida (Gn. 2:9).
Hemos visto que el Señor en el Evangelio de Juan nunca responde a tales preguntas con
una respuesta de sí o de no; ni bien o mal. Esto se debe a que el Evangelio de Juan es un
libro de vida y no un libro relacionado con el conocimiento del bien y del mal. Por lo
tanto, el Señor dijo que la ceguera del hombre ocurrió para que “las obras de Dios se
manifiesten en él”.
¿Cuál es la razón por la que el Señor nunca responde con un sí o un no? Porque hacerlo
es responder conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal. Dar una respuesta
de bien o mal es igual que hacerlo con un sí o un no. Mientras que el sí y el no
pertenecen al árbol del conocimiento del bien y del mal, el Señor en este evangelio se
presenta a nosotros como el árbol de la vida. El árbol de la vida es Dios como nuestra
vida. Por eso, en este evangelio el Señor nunca responde a la gente con un sí o un no,
sino que siempre los refiere a Dios. El Señor nunca aludió al sí o al no para responder,
sino a Dios, al árbol de la vida. La respuesta que el Señor dio en 9:3 condujo a Sus
discípulos directamente a Dios, esto es, al árbol de la vida. Para ese entonces los
discípulos eran todavía muy religiosos y estaban aferrados a sus conceptos religiosos, los
cuales pertenecen al árbol del conocimiento del bien y el mal. Pero el Señor intentaba
una y otra vez volverlos del árbol del conocimiento al árbol de la vida. Los discípulos en
este asunto se encontraban bajo el entrenamiento del Señor durante tres años y medio.
Aun después de ese tiempo, uno de Sus discípulos, Pedro, no había sido totalmente
liberado de los conceptos religiosos, pues en Hechos 10:9-16 vemos que seguía siendo
religioso y que aún estaba afectado por el conocimiento del bien y del mal. Tal vez
podemos considerarnos libres del árbol del conocimiento, pero aun ahora podemos
hallarnos bajo su influencia.
Cuando éramos pecadores, perdimos nuestra vista, por lo que no pudimos ver nada
más. Nuestra ceguera se debía a nuestra naturaleza pecaminosa. En el capítulo 9, vemos
que el hombre nació ciego, lo cual da a entender que la ceguera se encuentra en la
naturaleza de una persona desde su nacimiento. Nosotros los pecadores somos ciegos
por naturaleza porque nacimos así. ¿Se ha dado cuenta usted alguna vez de que todo
pecador nació ciego? Por lo tanto, si confesamos que somos pecadores, debemos
también reconocer que somos ciegos.
B. Recibe la vista
Cuando el Señor Jesús vio al ciego, le dijo: “Mientras estoy en el mundo, luz soy del
mundo” (9:5). El Señor es la luz de la vida (8:12). La ceguera se debe a la escasez de la
luz de la vida. Toda persona muerta es ciega. Indudablemente, los muertos no pueden
ver nada. Por lo tanto, la ceguera indica escasez de vida. Si usted tiene vida, tendrá vista,
porque la luz iluminará sus ojos. De manera que, el Señor primero señaló que el hombre
ciego necesitaba la luz de la vida.
El versículo 6 es muy interesante: “Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la
saliva, y ungió con el lodo los ojos del ciego”. Cuando yo era un cristiano joven no
entendía el significado de este versículo, y me causó risa lo que el Señor hizo. Lo que Él
hizo fue muy extraño. A nadie le gusta tocar la saliva de otra persona. Pero el Señor
mezcló Su saliva con la tierra e hizo lodo. Entonces untó el lodo en los ojos de aquel
ciego. El Evangelio de Juan es un libro de cuadros descriptivos, y este caso es uno de
estos cuadros. No debemos entenderlo meramente según las letras impresas. Debemos
orar y acudir al Señor pidiendo que nos muestre su verdadero significado.
No puedo decirles cuánto tiempo he invertido estudiando este punto. En mi intento por
encontrar la debida interpretación consulté varios libros, pero no pude encontrar
ninguna respuesta. Un día, hace menos de veinticinco años, vi la verdad acerca de la
mezcla de la vida divina y la humanidad. Este término mezcla ha sido usado por
nosotros durante los últimos veinticinco años. Si vamos a las librerías cristianas, no
podremos encontrar ni un solo libro que hable acerca de esta mezcla. A lo más, algunos
libros mencionan la unión con Cristo o la identificación con Él. Ningún libro discute la
verdad acerca de la mezcla. En 1958, cuando visité este país por primera vez, compartí
un mensaje acerca de la mezcla de la vida divina y la humanidad. Un predicador
graduado de Oxford de inmediato corrigió mi inglés, diciendo que “mezcla” no era la
palabra correcta y que debería cambiarla por “co-mezcla”. Respondí: “Si esta palabra es
la palabra inglesa correcta o no, no estoy muy seguro porque el inglés no es mi lengua
natal, pero de lo que sí estoy seguro es que hay tal hecho entre la vida divina y la
humanidad”. Después recibí confirmación en el libro de Levítico que este término era el
correcto.
En Levítico 2:5 se usa la palabra mezclar, o sea, amasar: “Si tu ofrenda es una ofrenda
de harina preparada en comal, será de flor de harina mezclada con aceite”. Esto es un
tipo. La flor de harina tipifica la humanidad del Señor Jesús y el aceite tipifica al
Espíritu Santo, la divinidad del Señor Jesús. Por lo tanto, en la Persona del Señor Jesús
se halla la mezcla de la divinidad con la humanidad. Así que, cuando visité este país por
segunda vez, empecé a hablar con denuedo acerca de la mezcla de la vida divina y la
humanidad. Algunos me advirtieron que no mencionara mucho acerca de esto, sino que
me mantuviera bajo los conceptos de identificación y de unión. Yo les dije: “Hermanos,
no estoy preocupado por el concepto humano; lo único que me interesa es la Palabra
pura. ¿Qué dirán ustedes acerca de Levítico 2:5, donde habla de la flor de harina
mezclada, o amasada, con aceite? No discutan conmigo. Deben acudir a Moisés. Él fue el
primero en mencionarlo”. Desde el año 1963 el Señor nos ha dado la carga de publicar la
revista llamada The Stream [El Manantial]. Una y otra vez en esta revista hemos
hablado acerca de la mezcla. Ahora muchos otros están empezando a asimilar este
concepto.
Después de que los ojos del hombre ciego fueron ungidos con el lodo, quedó más ciego
que nunca. Ahora una gruesa capa de lodo cubría sus ojos. El Señor le dijo: “Ve a lavarte
en el estanque de Siloé” (9:7). El hombre fue, se lavó y regresó viendo. Aquí lavarse es
limpiarse del lodo. Esto significa el lavamiento para quitar nuestra vieja humanidad,
como se experimenta en el bautismo (Ro. 6:3-4, 6). El hecho de que el hombre ciego
fuera y se lavara significa que obedeció la palabra vivificante del Señor. De este modo él
recibió la vista. Si después de ser ungido con el lodo no hubiera ido a lavarse, el lodo le
habría cegado aún más. Nuestra obediencia a la unción del Señor nos limpia y nos da la
vista.
La palabra Siloé significa “enviado”. Esto es muy significativo. La unción del Espíritu de
vida significa que uno está siempre en la posición de ser enviado. La unción nos hace
estar listos para ser enviados. Por lo tanto, debemos obedecer. El Señor mismo siempre
permaneció dispuesto a ser enviado por el Padre y siempre fue obediente. Ahora el
Señor nos pone en la misma posición que Sus enviados. Después de recibir al Señor en
Su Palabra y obtener Su unción, Él nos ubica en la posición de ser enviados. Ahora
debemos ser obedientes cuando nos envíe. Después de recibir al Señor en Su Palabra,
¿cuál es el primer paso que debemos dar para ser obedientes? Una vez que hemos creído
en el Señor y le hemos recibido en Su Palabra, Él nos pedirá que vayamos a un
“estanque”. Éste es el primer paso. Él lo enviará a lavarse y a ser bautizado. De ahí en
adelante, usted deberá diariamente y durante todo el día aplicar este lavamiento. Día
tras día usted deberá entender que está siendo lavado. Aun ahora yo he sido lavado
varias veces. El mandato del Señor: “Ve y lávate”, siempre viene después de la unción
del Espíritu de vida dentro de nosotros.
Este capítulo nos muestra al hombre ciego, al Señor que prepara el lodo, los ojos del
ciego que son ungidos con el lodo, y al Señor que lo envía a lavarse en el estanque de
Siloé. Una vez que el ciego lavó sus ojos, el lodo fue quitado. ¿Qué es el lodo? El lodo
representa la vida natural o el yo humano. Cuando usted fue bautizado, el viejo hombre,
el viejo lodo, fue quitado. Después de este lavamiento, éste fue sepultado en el agua y
debajo de ella. Cuando fue bautizado su viejo hombre quedó sepultado en el agua. Sin
embargo, ¿se da cuenta usted de que también debe aplicar el lavamiento del bautismo
día tras día? Cada día de su vida cristiana, usted tiene que aplicar el lavamiento del
bautismo, poniendo el yo y la naturaleza del viejo hombre bajo las aguas de la muerte.
¿Qué habría pasado si el hombre ciego no hubiera obedecido el mandato del Señor de ir
y lavarse? Aunque sus ojos hubieran sido ungidos con el lodo, el hecho de rehusar
obedecer lo habría dejado aún más ciego. Lo que el Señor había hecho hasta ese punto le
habría cubierto más en vez de descubrirlo. De igual modo, si no obedecemos la unción
del Espíritu de vida, la unción llegará a ser un velo que cubre nuestros ojos en lugar de
abrirlos. Sin embargo, si obedecemos la unción del Espíritu de vida y ponemos nuestro
yo a muerte, nuestros ojos serán abiertos. En pocas palabras, tendremos vista y
estaremos en la luz. De otro modo, nuestra desobediencia causará que la unción del
Espíritu de vida llegue a ser un velo que cubre nuestros ojos. Como consecuencia,
llegaremos a ser más ciegos que antes, y seremos introducidos a unas tinieblas aún más
profundas.
Cuando recién recibí esta interpretación, me causó risa, y me dije: “¡Vaya! La mezcla del
lodo con la saliva era ya suficientemente extraña. Ahora, he recibido una interpretación
aún más extraña”. Al principio no la podía creer. No obstante, mientras oraba y la
comparaba con mis experiencias, la llegué a creer. Si usted hace lo mismo se dará cuenta
que ésta es la interpretación correcta. En muchas ocasiones usted ha recibido vista
cuando el Espíritu Divino se mezcla con su humanidad. Por un tiempo, sus ojos
estuvieron cubiertos y temporalmente usted estuvo más ciego que nunca.
Gradualmente, después de obedecer la Palabra vivificante, su vieja naturaleza fue
quitada. Entonces obtuvo un cielo claro. Por favor, confírmelo con su experiencia. Este
debe ser el procedimiento cada vez que recibimos luz.
Meramente leer o estudiar la Biblia no es adecuado. Sin la mezcla de la vida divina con
nuestra humanidad, nunca podremos ver la luz de la Palabra. Podremos leerla, pero no
veremos nada. Tal vez usted ha leído cierta oración en la Biblia muchas veces, pero no
ha visto ninguna luz en ella. Un día, usted empieza a ver, e inmediatamente sus ojos son
cubiertos y temporalmente se vuelve aún más ciego. No obstante, si obedece la Palabra
viviente, y dice: “Amén, Señor Jesús”, inmediatamente tendrá la sensación de que algo
se ha caído de sus ojos, y usted ha recibido la luz. Su vieja humanidad se habrá ido, y
usted podrá ver debido a que su vista estará penetrando los cielos. Ésta es la manera de
recibir luz.
Hay tres pasos que debemos seguir para recibir la vista. Primero, al lodo se le debe
añadir la saliva y ser mezclado con ella. En otras palabras, usted, el viejo hombre, el
lodo, debe recibir la Palabra del Señor como la saliva, y ser mezclado con el Señor en Su
Palabra. Entonces, el segundo paso es que después de haber recibido al Señor en la
Palabra, tendrá la unción. Finalmente, el tercer paso, el que sigue después de la unción,
es el mandato de dar muerte al viejo hombre. El barro viejo debe ser puesto bajo las
aguas de la muerte. Mediante estos tres pasos sus ojos serán abiertos. Entonces recibirá
la vista y permanecerá siempre en la luz. Hermanos, aun ahora si usted ha de recibir la
vista y estar en la luz, primero, debe recibir al Señor en la Palabra. Aunque usted ya haya
sido regenerado, debe recibir al Señor en la Palabra y mezclarse con Él más y más. Usted
sigue siendo barro y necesita la saliva que sale de la boca del Señor, que representa la
esencia misma del Señor. Cada vez que usted reciba al Señor en la Palabra, la unción
vendrá. Entonces, la unción le mandará a usted, que es un hombre de barro, a
introducirse en las aguas de la muerte y a tomar la posición de un enviado. Un enviado
nunca hace su propia voluntad, sino la de otro. Al ser enviados, debemos trabajar y
actuar como tales. Un enviado no hace nada de acuerdo a su propia voluntad, sino que
lo hace todo conforme a aquel que lo envía.
No debemos considerar que la sanidad del ciego es una historia muy simple. Cuando yo
era joven pensaba que esta historia no solo era simple sino hasta graciosa. Si yo hubiera
estado ahí, probablemente no le habría permitido al Señor hacer esto. Le habría dicho:
“Hacer esto no es saludable ni higiénico. ¡Qué terrible y sucio es esto! Tanto el lodo
como la saliva son cosas sucias. Estás poniendo cosas sucias en sus ojos. ¡No, no! ¡Yo no
haría eso!”. Esta historia parece ser muy graciosa, pero con la ayuda del Espíritu del
Señor podemos entender el maravilloso principio que esta historia contiene. Podemos
ver que primeramente debemos recibir al Señor en Su Palabra y ser mezclados con Él.
Luego, recibiremos la unción del Espíritu de vida en nuestro interior, la cual nos pondrá
a todos por completo en la posición de ser enviados. Entonces estaremos dispuestos a
ser puestos a un lado y a que el lodo de nuestro ser sea eliminado. Estaremos dispuestos
a ser sepultados en las aguas de la muerte para que el yo sea terminado. Finalmente,
recobraremos nuestra vista y disfrutaremos de la luz. Debemos vivir por este principio
diariamente. Esto también es cambiar la muerte en vida.
Es bueno recibir la vista. Sin embargo, debemos estar preparados para sufrir
persecución de parte de la ciega religión. El hombre ciego que recibió la vista fue
expulsado (9:34), lo cual quiere decir que fue excomulgado y excluido de la sinagoga
judía. Esto significa que fue echado fuera del redil, como lo dijo el Señor en 10:3-4. Pero
aunque el judaísmo lo excomulgó, el Señor Jesús lo recibió.
El ciego llegó a creer que el Señor Jesús era el Hijo de Dios (9:35-38). Él recibió la vista
mediante una clase de creer que era oscuro. Él creyó sin tener claridad. Era
simplemente un inocente. Creyó sin saber realmente quién era Jesús. Creyó de una
manera inocente. A pesar de que no sabía adecuadamente quién era Jesús, sí creyó que
Jesús era alguien especial, tanto que argumentó acerca de esto con los fariseos.
Finalmente, los fariseos lo expulsaron. Entonces el Señor Jesús lo halló y le dijo: “¿Crees
tú en el Hijo de Dios?” (v. 35). El ciego respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en
Él?” (v. 36). Él creyó aunque no conocía al Señor Jesús. Entonces el Señor le dijo: “Pues
le has visto, y el que habla contigo, Él es” (v. 37). Enseguida el ciego declaró: “Creo,
Señor; y le adoró” (v. 38). Él creyó que el hombre Jesús era el Hijo de Dios. Así que, el
ciego no sólo recibió la vista, sino que él mismo fue recibido por el Señor Jesús.
Esto significa que el Señor, como el Pastor, entró en el redil, vio a una ovejita pequeña y
ciega, le abrió sus ojos, y la guió fuera del redil. En cierto sentido la oveja fue echada
fuera, pero en otro, el Señor mismo la guió a salir. Los fariseos la expulsaron, pero el
Señor la llevó afuera. El Señor no la sacó del infierno, sino del redil. Como veremos en el
siguiente mensaje, el redil era el judaísmo, la religión que se basa en la ley. El ciego,
como los ciegos y paralíticos que estaban en los pórticos en el capítulo 5, era guardado
en los pórticos de los que observan la ley; entonces el Señor Jesús vino, no solamente
como vida, sino también como el Pastor para guiarlo a salir del redil.
En 9:39-41 el Señor Jesús dijo: “Para juicio he venido Yo a este mundo; para que los que
no ven, vean, y los que ven, sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que estaban
con Él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les
respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos,
vuestro pecado permanece”. El Señor les dijo a los fariseos que Él vino a juzgar. Pero a
Nicodemo le dijo que no vino a juzgar sino a salvar (3:17). En Nicodemo Él halló un
alma abierta, por lo tanto, para él Jesús no había venido a condenar al mundo, sino a
salvarlo. Sin embargo, vio el orgullo de los fariseos; por lo tanto, les advirtió que Su
venida era para juzgarlos. Que el Señor venga a salvar o a juzgar depende de nuestra
actitud. Si nuestra actitud es como la de Nicodemo, Él vendrá a salvarnos. Pero si
nuestra actitud es como la de los fariseos, vendrá a juzgarnos. Que el Señor venga a
salvarnos o a juzgarnos depende de nuestra actitud.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTIDÓS
(2)
Ahora llegamos al capítulo 10 de Juan. Este capítulo es muy interesante, pero por lo
general, es malinterpretado. En realidad, este capítulo es una continuación del capítulo
9. El versículo 21 nos ayuda a entender esto, debido a la pregunta que se hace allí:
“¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?”. Lo que nos muestra que ambos
capítulos se centran en el caso del hombre que nació ciego. El pensamiento de este
capítulo es muy profundo. En la superficie parece fácil de entender, pero en realidad no
es muy fácil interpretar esta parábola o alegoría. El Señor presentó esta alegoría acerca
del redil inmediatamente después de haberle dado vista al hombre ciego, quien había
sido expulsado de la sinagoga por los judíos. Por lo tanto, este evento vino a ser el
contexto de la parábola del redil.
Ahora debemos ver el significado del redil en esta parábola. No es tan fácil definir lo qué
es el redil. Tal vez usted conozca algo acerca de la Biblia y especialmente acerca de los
evangelios. Quizá desde que era pequeño escuchó las historias bíblicas en la escuela
dominical. O tal vez incluso se graduó de un seminario. Pero permítame hacerle una
pregunta: “¿Qué entiende usted acerca del redil? ¿Cuál es su entendimiento acerca de
este asunto? La clave para descifrar el secreto de esta parábola depende mucho del
significado del redil.
El redil, en el mejor de los casos, representa la ley del Antiguo Testamento, pero en su
uso común y ordinario, representa al judaísmo, la religión de la ley. Originalmente,
antes de la primera venida de Cristo, Dios entregó Su ley al pueblo de Israel. Entonces,
¿Cuál fue el propósito de Dios al darles la ley? ¿Esperaba que la cumplieran? No, ése no
fue Su propósito. Gálatas 3:23-26 lo revela: “Pero antes que viniese la fe, estábamos bajo
la custodia de la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la
ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la
fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por medio de
la fe en Cristo Jesús”. Antes de que la fe en Cristo viniera, estábamos bajo la custodia de
la ley. En otras palabras, estábamos encerrados como ovejas en un redil. La palabra
griega traducida encerrados, significa confinados. Antes de que la fe viniera, esto es,
antes de que Cristo viniera, el pueblo escogido de Dios estaba confinado en la ley. El
pueblo estaba “encerrado” en la ley. En el griego, encerrar es una palabra especial y
significa estar bajo custodia, o bajo un cuidado especial en un pabellón. Por ejemplo, si
los padres de una familia fallecen, es posible que los hijos se mantengan bajo la custodia
de sus tíos. En otras palabras, son puestos bajo la custodia de algún otro. Esto muestra
la manera en que los escogidos de Dios fueron puestos bajo la custodia de la ley antes de
que la fe en Cristo viniera. La ley guardó al pueblo de Dios bajo su custodia, “para
aquella fe”, lo cual se podría mejorar traduciéndola “para prepararnos para la fe”.
Gálatas 3:24 dice: “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo”. En realidad, la
traducción de este versículo en otras versiones no es adecuada. En el texto original
significa que la ley era nuestro esclavo y que nos llevaba a nuestro maestro, quien es
Cristo. En tiempos antiguos, los hijos de las familias judías ricas, al ir a estudiar con sus
maestros, eran acompañados por un esclavo entrenado. De igual manera, la ley sirvió
como un esclavo para llevarnos a Cristo. Antes de que fuéramos llevados al maestro,
Cristo, nos encontrábamos bajo el cuidado de un esclavo, la ley. Dios el Padre utilizó la
ley como un esclavo para cuidarnos y llevarnos a Cristo. Antes de que Cristo viniera,
estábamos bajo el cuidado de la ley, esto es, bajo su custodia. La ley era responsable del
cuidado y protección de los escogidos de Dios y finalmente los condujo a Cristo. Una vez
que hemos sido llevados a Cristo, somos justificados por fe. Y ya que la fe ha venido, es
decir, ya que Cristo ha venido, no estamos más bajo la custodia de un esclavo.
Ahora entendemos qué es el redil. Antes de que Cristo viniera, Dios puso a Su pueblo
escogido bajo la custodia de la ley. La ley era el redil. Por ejemplo, si usted va al campo,
se dará cuenta de que la mayoría del tiempo las ovejas no están en el corral, o redil. Las
ovejas pasan la mayor parte del año en los pastos, los cuales son el lugar permanente
para ellas. En cambio, el redil es solamente un lugar temporal. Cuando los pastos no
están disponibles, las ovejas tienen que permanecer en el redil. El redil es usado
temporalmente para guardarlas y protegerlas hasta que los pastos estén listos. Esto nos
muestra que Cristo es el pasto, el lugar permanente donde los hijos del Señor han de
permanecer. Sin embargo, antes de que Cristo viniera, Dios preparó la ley para que
fuera el redil donde guardaría y confinaría temporalmente a Su pueblo escogido.
No obstante, cuando el Señor vino, la religión judía había utilizado la ley para formar el
judaísmo. El judaísmo había llegado a ser el redil. Antes de que el hombre ciego fuera
sanado por el Señor, él era una de las ovejas confinadas en el judaísmo. Pero cuando fue
echado de la sinagoga, en realidad fue expulsado del judaísmo, del redil. Anteriormente
él era una de las ovejas del redil; pero ahora, fue expulsado del redil del judaísmo.
¿Qué significa que Cristo sea la puerta? La mayoría de los creyentes piensan que la
puerta es la entrada que tienen al cielo. Puede ser que algunos de los que leen este
mensaje todavía mantengan este concepto. Pero la puerta aquí no sirve para que uno
entre al cielo, porque esta puerta permite que uno entre y salga. Si esta puerta fuera la
puerta del cielo, ¿cómo podría alguno salir por ella? Esta puerta no es la puerta del cielo.
El Señor es la puerta del redil. Inicialmente, el redil era la ley, y el Señor era la puerta
por la cual entrar en la ley. El Señor no sólo era la puerta por la cual entrar en la ley, sino
también la puerta por la cual salir de ella. El versículo 9 dice: “Yo soy la puerta; el que
por Mí entre, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Cristo es la puerta, no sólo
para que los elegidos de Dios entren y así estén bajo la custodia de la ley, tal como
hicieron Moisés, David, Isaías y Jeremías en los tiempos del Antiguo Testamento, antes
de que Cristo viniera, sino también para que los escogidos de Dios, como por ejemplo
Pedro, Jacobo, Juan y Pablo, salieran del redil de la ley ahora que Cristo había venido.
Aquí, pues, el Señor indica que Él es la puerta por la cual no solamente los elegidos de
Dios pueden entrar, sino también por la cual los escogidos de Dios pueden salir. Los que
entraron en la ley fueron personas como Moisés, los salmistas y los profetas. Cristo fue
la puerta para que ellos entraran al redil de la ley. En otras palabras, ellos entraron en el
redil mediante Cristo y por Él. Si nos enfocamos desde este punto de vista al leer los
escritos de Moisés, los salmos, y los profetas, entenderemos que ellos entraron en la ley
de Dios mediante Cristo. Cristo fue su entrada a la ley.
Cuando el Señor Jesús vino, muchos aún se encontraban en el redil. Sin embargo,
después de la venida de Jesús, Dios no tenía la intención de que Su pueblo escogido
permaneciera en el redil de la ley. Dios deseaba que salieran de la ley y que entraran en
Cristo. Por lo tanto, para ese entonces, Cristo ya no era la puerta por la cual el pueblo
elegido de Dios entrara en el redil, sino la puerta por la cual aquellos que estaban en el
redil pudieran salir. El hombre ciego era uno de los que estaban saliendo del redil.
Anteriormente, todos los siervos enviados por Dios entraron en la ley por medio de
Cristo. Pero aunque Cristo ya había venido, el redil aún permanecía lleno de ovejas
confinadas en él. ¿Qué debían hacer ellas? Tenían que salir del redil por medio de
Cristo. Durante la era del Antiguo Testamento Dios introdujo a muchos de Sus siervos
en el redil de la ley mediante Cristo. Ahora, durante la era del Nuevo Testamento, Dios
quiere sacar a Su pueblo de la ley mediante Cristo como la puerta. Creo que ahora
podemos entender que el redil era la ley del Antiguo Testamento, la cual fue utilizada
por los judíos para formar la religión del judaísmo. Entonces el judaísmo llegó a ser el
redil donde fueron confinados los escogidos del Señor. Pero ahora Cristo ha venido y los
pastos están listos. Por lo tanto, no es necesario que las ovejas permanezcan por más
tiempo bajo la custodia de la ley judaica. Ellas deben ser liberadas del redil de la ley para
que puedan disfrutar las riquezas de los pastos.
En resumen, Cristo como la puerta es tanto la entrada como la salida del redil.
Primeramente, los santos del Antiguo Testamento entraron en el redil, que era la ley,
mediante Cristo como la puerta. Ahora, los creyentes neotestamentarios han de salir del
redil mediante Cristo como la misma puerta. Además, el redil de la ley fue usado por
Dios como un esclavo para guardar y cuidar a Sus hijos. Como tal, fue usado para
llevarlos a Cristo mismo, quien era el maestro. Después de haber sido enviados al
maestro, no había más necesidad de que permanecieran bajo la tutela del esclavo. El
redil de la ley, que vino a ser el judaísmo, confinó a todo el pueblo escogido de Dios.
Pero Cristo es la puerta por la cual los creyentes neotestamentarios pueden salir del
judaísmo y entrar en Él, quien es los pastos.
Además, el Señor es también el Pastor. Él no sólo es la puerta del redil, sino también el
Pastor. Él viene a llamar a Su pueblo a salir del redil, y Sus ovejas reconocen Su voz. Él
es el primero que salió del redil, es decir, de la ley. Ahora, Él va delante de Sus ovejas,
quienes finalmente le seguirán. Pedro, Jacobo y Juan salieron del judaísmo. Aun Pablo
salió del judaísmo. Todos los judíos que creyeron en el Señor Jesús lo siguieron y
salieron del redil judaico.
El hombre ciego era uno de los que salieron del judaísmo. Él fue expulsado de la
sinagoga judía. Fue echado del redil por causa del Jesús viviente. Por lo tanto, el Señor
aprovechó la oportunidad para proclamar esta parábola. El Señor declaró a los judíos
que la religión de ellos era simplemente un redil. Él les dio a conocer que los pastos
estaban listos, y que por lo tanto, no era necesario que las ovejas permanecieran en el
redil. Ahora es el tiempo para que las ovejas salgan del redil y disfruten las riquezas del
pasto. Aquel a quien los judíos echaron de su sinagoga llegó a ser uno de los que
disfrutaron al Señor como el pasto.
Fuera del redil se encuentran los pastos verdes. Aquí los pastos representan a Cristo
como el lugar donde se alimentan las ovejas. Cuando los pastos no están disponibles, en
el invierno, o durante la noche, las ovejas deben mantenerse en el redil. Una vez que los
pastos están disponibles, no hay necesidad de que las ovejas permanezcan en el redil.
Ser mantenidos en el redil es algo temporal y transitorio. Disfrutar las riquezas de los
pastos es algo final y permanente. Antes de la venida de Cristo la ley era nuestra
custodia, y estar bajo la ley era transitorio. Ahora que Cristo ha venido, todos los
escogidos de Dios deben salir de la ley y entrar en Él para disfrutarle como su pasto (Gá.
3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser algo final y permanente. Ahora es la primavera, es el
tiempo para que las ovejas salgan a los pastos y se alimenten de hierba fresca. Los
discípulos Pedro, Jacobo y Juan, fueron también unos de los que estuvieron en el redil,
pero salieron de allí para alimentarse de Cristo como los pastos. Cuando estaban en la
antigua religión, en ese redil se estaban muriendo de hambre. Ahí no había puerta, lo
cual significa que no había libertad; ni había pastos, lo cual quiere decir que no había
alimento. Pero un día ellos encontraron a Cristo, Aquel que vive, el Pastor, y Él les dijo:
“Venid, seguidme”. Y ellos le siguieron fuera del redil, hacia los pastos.
Si usted sigue al Señor como su Pastor, esto suscitará una tormenta que lo forzará a salir
del redil. No necesita luchar ni esforzarse para seguir al Señor Jesús fuera del redil,
porque con el simple hecho de seguirle, la antigua religión lo forzará a salir. Ellos lo
echarán fuera. Cuanto más usted siga a este Jesús viviente, más la religión lo obligará a
salir. La religión no puede tolerar al Señor Jesús, y Él nunca permanecería en la religión.
Estos dos son completamente diferentes y no hay ninguna posibilidad de reconciliarlos.
El Señor Jesús es vida, pero la religión es algo que no es vida. El Jesús viviente
simplemente no puede soportar la religión. ¡Alabado sea el Señor porque nosotros
estamos fuera de la religión y nos estamos alimentando de los pastos verdes! El pasto
ciertamente no está en el redil, sino fuera de éste. Si usted ha de disfrutar los pastos,
debe salir del redil. Una vez que usted salga del redil se hallará en los pastos. ¡Aleluya!
Debemos añadir algo acerca de quién es el portero y quiénes son los ladrones y
salteadores. El portero es el Espíritu Santo, y los ladrones y salteadores son aquellos que
afirmaban ser profetas. Aquellos que no entraron al redil por la puerta, sino que
subieron por otro camino; éstos son los profetas que vivieron después de los profetas
antiguotestamentarios y antes de Juan el Bautista. Durante ese tiempo muchos no
entraron a la ley por medio de Cristo, sino por sí mismos. Ellos afirmaban ser profetas
enviados por Dios. Sin embargo, todos los profetas genuinos del Antiguo Testamento
vinieron por medio de Cristo y para Cristo. En otras palabras, ellos entraron a la ley a
través de la puerta. Después de los profetas antiguo testamentarios, muchos entraron en
la ley, pero no por medio de Cristo y para Él, sino por sí mismos y para ellos. Ellos eran
los ladrones y salteadores quienes perjudicaron y corrompieron al pueblo de Dios. Entre
los profetas del Antiguo Testamento y Juan el Bautista hubo un período de
cuatrocientos años. Casi durante todo ese lapso aquellos ladrones y salteadores
perjudicaron al pueblo escogido de Dios. Por eso, el Señor dijo que el ladrón vino sólo
para hurtar, matar y destruir, pero que Él había venido para que las ovejas tuvieran
vida, y vida en abundancia (Jn. 10:10). Esto significa que el Señor vino para impartirse a
Sí mismo como vida a Sus ovejas; pues Él es el pasto. Mientras las ovejas permanezcan
en los pastos, tendrán el suministro de vida en abundancia. Al alimentarse de los pastos
las ovejas disfrutan de dichos pastos como su abundante suministro de vida, porque el
Señor es su vida abundante. Ellas disfrutan al Señor y lo experimentan abundantemente
como su vida.
¿Cómo pudo el Señor llegar a ser el pasto de vida para las ovejas? Para entender esto es
necesario que veamos que el pasto, para poder comerse, debe pasar por el proceso de la
muerte. Todo el pasto viviente que es comido por las ovejas tiene que pasar por el
proceso de la muerte. De manera que, como veremos, el Señor dijo que Él tenía que dar
Su vida por Sus ovejas. Primero Él tuvo que morir para poder impartirse a Sí mismo
como vida a las ovejas.
1. Cristo es el Pastor
Hemos visto que Cristo es el Pastor que llama a Sus ovejas a salir del redil. Él va delante
de ellas, y ellas le siguen. Como el Pastor Él saca del redil a las ovejas a través de Sí
mismo como la puerta para llevarlos a que lo disfruten a Él como el pasto.
En el versículo 10 el Señor dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia”. Y en el versículo 11 dijo: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor
pone Su vida por las ovejas”. En estos dos versículos se usan dos palabras griegas
diferentes para denotar “vida”. En el versículo 10 la palabra griega es zoé, una palabra
que en el Nuevo Testamento denota la vida divina y eterna. Pero en el versículo 11 la
palabra griega es psujé, la misma palabra que se traduce también “alma”, y significa la
vida del alma, es decir, la vida humana. Estos dos versículos indican que el Señor Jesús
tiene dos clases de vida. Como hombre, el Señor tiene la vida psujé, la vida humana; y
como Dios, Él tiene la vida zoé, la vida divina. Él puso Su alma, Su vida psujé, Su vida
humana, para efectuar la redención por Sus ovejas (vs. 15, 17-18), a fin de que
participaran de Su vida zoé, Su vida divina (v. 10), la vida eterna (v. 28), por la cual
pueden ser constituidas como un solo rebaño, bajo un solo Pastor, que es Él mismo. De
esta manera y con este propósito, como el buen Pastor, Él alimenta a Sus ovejas con la
vida divina.
La vida divina del Señor nunca puede morir. Lo que murió en Su crucifixión fue Su vida
humana. Para ser nuestro Salvador, Él, como hombre, puso Su vida humana para
realizar la redención por nosotros, a fin de que pudiéramos recibir Su vida zoé. Él puso
Su vida humana para que nosotros, después de ser redimidos, pudiéramos recibir Su
vida zoé, la vida eterna.
El Pastor, la vida divina y la vida humana son para el rebaño. En el versículo 16 el Señor
dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que las guíe
también, y oirán Mi voz; y habrá un solo rebaño, y un solo Pastor”. ¿Quiénes son las
ovejas que no son del redil judío? Son los gentiles. ¿Y qué es este rebaño? Este único
rebaño representa la iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 2:14-16; 3:6), producido por la vida
eterna y divina del Señor, la cual Él impartió a Sus miembros por medio de Su muerte
(Jn. 10:10-18). Antes, el redil era el judaísmo; ahora, el rebaño es la iglesia. El redil era,
y sigue siendo, el judaísmo, pero el rebaño es la iglesia, la cual incluye a dos pueblos: los
creyentes judíos y gentiles. El Señor reunió a los dos en un solo rebaño bajo un solo
Pastor. Ahora, este único rebaño y único Pastor son el Cuerpo y la Cabeza.
¿Por qué el Pastor, la vida divina y la vida humana son para el rebaño? Porque los que
constituyen el rebaño son personas caídas y necesitan redención. Como hombre, el
Pastor tenía la vida humana. Él sacrificó Su vida humana para realizar la redención de
Su rebaño. De esta forma Su rebaño fue redimido. Luego, Su rebaño recibió Su vida
divina, y por esta vida divina Sus ovejas viven juntas en un solo rebaño, el cual es
constituido como una unidad, una sola entidad. Esto no es realizado por la vida
humana, sino por la vida divina.
C. La vida eterna,
la mano del Hijo y la mano del Padre:
para la seguridad de las ovejas
En Juan 10:28-29 el Señor dice: “Y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni
nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie
las puede arrebatar de la mano de Mi Padre”. La vida eterna es necesaria para el vivir de
los creyentes. Tanto la mano del Hijo, de poder, como la mano del Padre, de amor,
tienen como fin proteger a los creyentes. La vida eterna nunca cesará, y la manos del
Padre y la del Hijo nunca fallarán. Por lo tanto, los creyentes están seguros eternamente
y nunca perecerán.
Cuando empecé a laborar en este país, muchos queridos santos me preguntaron si creía
en la seguridad de la salvación. Mi respuesta siempre fue: “¿Por qué no?”. Después de
algún tiempo todos ellos entendieron que sí creía en la maravillosa seguridad eterna. Si
tenemos la vida eterna, tenemos la seguridad eterna. Nada es más seguro que la vida
eterna. Tengo en mi espíritu la verdadera póliza de seguro. No sólo tengo vida eterna,
sino que además tengo dos manos: la mano de poder del Hijo, y la mano de amor del
Padre. Estas dos manos me abrazan, de modo que Satanás no puede arrebatarme de
ellas. Estoy eternamente seguro por la vida divina y por estas dos manos divinas.
¡Alabado sea el Señor porque estas manos siempre están vigilando y nadie nos puede
arrebatar de ellas. Por lo tanto, no pereceremos jamás. Tenemos un vivir divino y una
protección todopoderosa. Así que, nosotros, las ovejas, tenemos seguridad eterna. No
debemos argumentar doctrinalmente acerca de la seguridad eterna, porque es un hecho
que disfrutamos. ¿Tiene usted la seguridad eterna? No le pregunto si cree en la
seguridad eterna, le pregunto si la tiene. No importa que creamos o no en la seguridad
de la salvación, estamos eternamente seguros.
En el versículo 30 el Señor dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Aquí el Señor confirma Su
deidad, es decir, que Él es Dios (10:33; 5:18; 1:1; 20:28; 1 Jn. 5:20; Fil. 2:6). Los judíos
tomaron piedras para apedrearle, diciendo: “Por buena obra no te apedreamos, sino por
la blasfemia; porque Tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10: 33). Los judíos
persiguieron a Cristo debido a Su “blasfemia”. Hoy en día sucede lo mismo. Los
religiosos nos acusan de predicar herejías. En aquel tiempo, la religión estaba tratando
de proteger sus “creencias”, pero en realidad ellos no tenían creencias. Ellos tenían
incredulidad y estaban protegiendo algo vano. Por lo tanto, persiguieron al Señor Jesús.
En Juan 10:40-42 vemos que la vida abandona la religión y adopta una nueva posición.
Cristo abandonó el judaísmo y se fue al mismo lugar donde Juan el Bautista predicó el
evangelio neotestamentario. Es muy significativo que el Señor abandonó el judaísmo y
tomó una nueva posición, al lado del Nuevo Testamento. Hoy nosotros también estamos
en esta nueva posición. Estamos siguiendo al Pastor, estamos en los pastos, y tenemos
una nueva posición.
Finalmente llegó la hora en que el Señor abandonó el judaísmo. Aunque los religiosos
procuraron prenderle otra vez, Él se escapó de sus manos (v. 39). Se fue más allá del
Jordán, al lugar donde anteriormente Juan el Bautista le había bautizado. Los judíos
religiosos habían usado la ley para formar el judaísmo, el cual había confinado al pueblo
escogido de Dios. Sin embargo, Juan el Bautista permaneció completamente separado
del judaísmo, pues vivió en el desierto, el cual se encontraba fuera de Jerusalén, más allá
del Jordán. Juan el Bautista vivía en el desierto, siempre señalando hacia Cristo mismo.
Él mostraba a Cristo porque la era del redil había terminado, y una nueva era había
empezado. Todos los escogidos de Dios tenían que salir del redil y venir a Cristo. El
testimonio de Juan el Bautista simplemente consistía en exhortar con urgencia a la
gente a salir del redil y a entrar en los pastos.
Después que Juan el Bautista anunció a Cristo, el Señor entró en el redil con el fin de
sacar las ovejas. Por supuesto que no estaba robando las ovejas. Él fue al judaísmo para
que Sus ovejas pudieran escuchar Su voz y salir del redil. Él mismo salió y fue delante de
ellas guiándolas a salir. Después de que el Señor salió del judaísmo, fue al mismo lugar
donde Juan el Bautista había testificado acerca de Él. El hecho de que el Señor fuera al
desierto más allá del Jordán fue una señal de Su salida del judaísmo y de Su regreso a un
lugar que se encontraba fuera del judaísmo.
Este capítulo finalmente declara que muchos fueron a Él y creyeron en Él (vs. 41-42).
¿Conoce usted el significado de esto? Simplemente significa que muchos le siguieron
como las ovejas siguen a su pastor. Él es el Pastor que fue al redil para sacar a las ovejas
de allí. Cuando Él salió del redil, todas las ovejas lo siguieron a un lugar en donde se
testificaba acerca de abandonar el Antiguo Testamento y experimentar el Nuevo
Testamento. El testimonio del Antiguo Testamento era el redil, pero el testimonio del
Nuevo Testamento es Cristo como los pastos. ¿Es usted una oveja? ¿Prefiere
permanecer en el redil a pesar de que los pastos están disponibles? ¿Desea seguir
confinado y permanecer bajo la custodia del redil? ¿O saldrá del redil y entrará a los
pastos para disfrutar las riquezas de Cristo? Hoy, el Señor Jesús ya no está en el
judaísmo. El buen Pastor ya no está en el redil. Él se encuentra donde está establecido el
testimonio del Nuevo Testamento. Él ha abandonado el redil y permanece en el lugar
donde Él es el pasto. Por lo tanto, usted también debe dejar el redil y acudir a Él. Esto
significa que debe abandonar el “judaísmo” y tomar a Cristo como su todo. Él lo es todo
para usted. Observe a las ovejas; el pasto lo es todo para ellas. Ellas disfrutan de los
pastos como su lugar de reposo, de alimento, de agua, de suministro de vida y como su
todo. De igual manera, usted debe salir del redil y entrar a los pastos, es decir, debe salir
del “judaísmo” y venir solamente a Cristo. Debe salir de la “ley” e ir al lugar donde se
disfruta a Cristo. ¿Dónde está Cristo ahora? Él está fuera de todo grupo que sea
religioso, y se encuentra en el lugar donde Juan el Bautista testificó de Él.
Considere este cuadro. Mire las ovejas y los pastos, y vea cuánto estos pastos significan
para ellas. Si usted verdaderamente es una oveja, le dirá a los demás cuánto anhela estar
fuera del redil, por que allí sólo hay limitación y confinamiento. Simplemente no hay
libertad, porque ahí se encuentra bajo la custodia de un guardián. Ahora usted sabe
dónde están los pastos, la libertad, y el suministro de vida.
Cristo es el pasto todo-inclusivo. El redil es la ley y el judaísmo. Cristo, que es la misma
puerta del redil, es el Pastor que lo guía a salir de dicho redil, y que lo lleva hacia Él
mismo, para llegar a ser todo para usted. Él es ahora nuestro pasto.
Permítame repetir una vez más. ¿Dónde está Cristo ahora? No se encuentra en el
judaísmo, sino en el mismo lugar donde se testifica acerca del Nuevo Testamento. Cristo
está en el lugar en el cual Juan el Bautista testificó de Él. Esto tiene mucho significado,
porque el Señor hoy se encuentra fuera del redil, y ha tomado una nueva posición en la
que Él es todo para Su pueblo escogido. Por lo tanto, usted debe salir del viejo redil y
entrar a los pastos frescos en donde Cristo mismo es todo para usted.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTITRÉS
(1)
I. EL MUERTO Y SU NECESIDAD
En Juan 11:1-4 encontramos el caso del hombre muerto y vemos su necesidad. Lázaro no
sólo estaba enfermo, sino también muerto (v. 14). Por lo tanto, no necesitaba sanidad,
sino resurrección. Cuando el Señor salva, Él no solamente sana a los enfermos, sino que
también da vida a los muertos. Fue por esto que esperó dos días hasta que el enfermo
hubiera muerto (v. 6). El Señor no reforma ni controla al hombre; sino que Él lo
regenera y lo levanta de la muerte. Por lo tanto, el primero de los nueve casos trata de la
regeneración, y el último, de la resurrección, lo cual revela que todos los aspectos de
Cristo como vida para nosotros, según se muestra en los demás casos, corresponden al
principio de la regeneración y la resurrección. Este último caso es un verdadero cambio
de muerte a vida.
Antes de abarcar el tema tocante a Cristo que resucita a Lázaro de entre los muertos,
debemos entender que el Evangelio de Juan revela dos puntos. Por el lado positivo,
revela que Cristo vino para ser nuestra vida. El Hijo de Dios es el Verbo de Dios, el cual
es la expresión de Dios. Como expresión de Dios, Él mismo se hizo carne para ser
nuestra vida. Este pensamiento central se encuentra en cada capítulo a lo largo de todo
este evangelio. Por el lado negativo, este libro también muestra que la religión, aun la
religión del judaísmo, está totalmente en contra de Cristo como vida. Al leer este libro
cuidadosamente, podemos ver cómo aun la religión sólida y auténtica se opone a Cristo
como la vida. En los primeros diez capítulos de este evangelio, la única oposición que el
Señor enfrentó vino de la religión judía. La religión se opuso a Él, lo rechazó, lo repudió
y lo persiguió. Al llegar al final del capítulo 10, vemos que Él fue obligado a abandonar la
religión. Abandonó el templo, la ciudad santa y las cosas buenas de la religión judía, y
tomó una nueva posición.
En cada uno de los primeros diez capítulos podemos ver algo de la religión que estaba en
contra de Cristo. En el capítulo 1 vemos que la religión esperaba que vendría un gran
líder. La religión esperaba al llamado Mesías, Elías, o el profeta prometido. Sin
embargo, Cristo no vino como un gran líder, sino como el pequeño Cordero de Dios para
efectuar la redención, y como una pequeña paloma a fin de producir las piedras
transformadas para el edificio de Dios. Así que, aun en el primer capítulo de este
evangelio encontramos un indicio de que la religión sigue el camino equivocado, un
camino diferente al camino de la vida. Existe una gran diferencia entre la religión y la
vida.
En el capítulo 2 vemos que la religión siempre trata de destruir a la vida, pues intenta
destruir a Jesús. Pero Él como la vida divina se levantará a sí misma de esa destrucción.
La vida no sólo puede resistir la destrucción, sino que también puede levantarse a sí
misma y salir de la destrucción de la muerte.
En el capítulo 4 vemos que incluso una mujer samaritana pobre, vil, inmoral y de clase
baja tenía un concepto religioso. En cierto momento de la conversación que tuvo con el
Señor ella empezó a hablar acerca de la adoración a Dios. Aunque la religión de los
samaritanos no era ortodoxa, era una religión. Los samaritanos tenían una tradición y
una herencia religiosa.
En el capítulo 7 vemos otro concepto religioso. Los que estaban celebrando la fiesta
religiosa discutían acerca de Jesús. Pero Él, poniéndose en pie, clamó pidiéndoles que se
volvieran de su religión seca, y que vinieran a Él, la fuente de agua viva.
En los primeros diez capítulos de este evangelio vemos el conflicto o el combate entre la
religión y la vida. Finalmente, el Señor abandonó tal religión y salió de ella. ¿Dónde se
encuentra Él ahora? Él está fuera de la religión, y no tiene nada que ver con ella. Ahora,
en Su nueva posición, no existe ningún elemento religioso. Todos los elementos de la
religión han sido excluidos.
Ahora llegamos al último caso. Este caso no ocurre en el redil judaico, sino fuera del
mismo. Después de que el Señor salió de Jerusalén, se dirigió a Betania, al hogar de un
hermano y dos hermanas que lo amaban mucho. Antes de que llegara algo sucedió en
esa casa. Lázaro, el hermano, se enfermó gravemente, entonces sus hermanas enviaron
un mensaje al Señor, lo cual significa que oraron a Él (11:3). No hay nada malo en la
oración. Si usted se encuentra en problemas, debe enviar un recado al Señor. En
cualquier momento puede enviarle información acerca de su situación. Pero que es lo
que hará, depende sólo de Él.
Marta y María consideraban que el Señor debía haber venido inmediatamente. Esa era
su opinión. Pero el Señor nunca obra basándose en la opinión de nadie; Él siempre
actúa según Su propia voluntad. Ellas pensaban que el Señor debía venir de inmediato,
pero Él, a propósito, esperó dos días más.
Si usted lee cuidadosamente este capítulo, verá que aun la muerte de Lázaro fue provista
por Dios. En Su soberanía, Dios preparó el ambiente que permitió que este seguidor de
Jesús muriera. La soberanía de Dios proveyó tal situación de muerte a fin de manifestar
el poder de la resurrección de Cristo. Sin la muerte no hay manera de que se exprese la
resurrección. La resurrección necesita la muerte. ¿Cómo podría manifestarse la
resurrección sin la muerte? Debemos alabar al Señor por la muerte de Lázaro. Si Marta
y María hubieran entendido que la resurrección nunca podría manifestarse sin la
muerte, ellas habrían alabado al Señor cuando vieron que su hermano estaba
moribundo. Habrían comprendido que esa muerte haría posible que la resurrección del
Señor se manifestara. Si ese hubiera sido el caso, no habría habido opinión humana.
Podemos aplicar esto a las situaciones que encontramos en la iglesia local. Siempre hay
alguien que está moribundo en la iglesia local. Alguien o algo siempre está a punto de
morir. Siempre que los responsables ven una situación de muerte, se preocupan y le
dicen al Señor: “Oh Señor, ¿no es ésta Tu iglesia? ¿Acaso no amas a Tu iglesia? ¿No
sabes que hay algo en la iglesia que se está muriendo? Señor, ven de inmediato”. Esta es
una buena oración, pero es una oración basada en la opinión humana. Cuanto más uno
ore de esta manera, más el Señor permanecerá alejado. Él demorará Su venida para
agotar la opinión humana.
Cuando recién recibí luz acerca de este capítulo, me causó risa. Nunca me había dado
cuenta de la gran cantidad de opiniones que se encuentran en este capítulo. Ciertamente
el Señor sabía que Lázaro estaba enfermo, y sabía exactamente cómo manejar la
situación, aun si estas hermanas no le hubieran enviado la noticia. No obstante, ellas lo
hicieron, pero Él no se conmovió. En ocasiones es muy difícil conmover al Señor. En una
reunión de oración podemos decir: “Señor, movemos Tu mano”. Pero cuanto más
tratemos de mover Su mano, más Su mano rehusará moverse. El Señor nunca actuará
en conformidad con nuestra opinión. Cuando Él escuchó la noticia, Su corazón
permaneció duro e inconmovible. Él se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
En Juan 11:8-16 vemos la opinión de los discípulos. Cuando llegó la noticia acerca de la
enfermedad de Lázaro, el corazón del Señor no se conmovió. Los discípulos se deben
haber quedado sorprendidos y perplejos. ¡Ya se imaginan lo desilusionados que estaban
los discípulos! Después de dos días, repentinamente, el Señor expresó Su deseo de ir a
ver a Lázaro. Él dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (v. 11).
Entonces Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se recuperará” (v. 12). Aquí
podemos ver la opinión humana de los discípulos. Cuando el Señor indicó que no quería
ir, ellos se confundieron; y cuando decidió ir, ellos pensaron que no era necesario que
fuera. Una vez que el Señor expresó Su deseo de ir a visitar a Lázaro, los discípulos
empezaron a dar sus opiniones. Ellos dijeron al Señor que era peligroso ir porque allí los
judíos habían procurado apedrearle (v. 8). Ésta era la opinión humana, la cual siempre
contradice la voluntad del Señor. Sin embargo, una vez que el Señor determinó ir a ver a
Lázaro, nadie pudo hacerle desistir. Finalmente, los discípulos estuvieron de acuerdo en
ir, pero lo hicieron con una actitud de mártires, temiendo la persecución de los judíos,
pues uno de ellos dijo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (v. 16). A
menudo en las iglesias locales la situación es la misma. Hay demasiadas opiniones.
B. La opinión de Marta
Cuando el Señor venía, Marta fue la primera en encontrarse con Él (11:20). Pero antes
de que el Señor pudiera decirle algo, ella expresó su opinión: “Señor, si hubieses estado
aquí, mi hermano no habría muerto” (v. 21). Ella estaba quejándose porque el Señor
había llegado tarde. El Señor le dijo: “Tu hermano resucitará” (v. 23). Esto significa que
el Señor lo levantaría inmediatamente. Pero Marta dijo: “Yo sé que resucitará en la
resurrección, en el día postrero” (v. 24). Marta interpretó esta palabra del Señor
posponiendo así la resurrección actual para el día postrero. ¡Qué interpretación de la
Palabra divina! El conocimiento parcial de la enseñanza fundamental es realmente
destructivo e impide que la gente disfrute hoy la vida de resurrección del Señor.
Entonces, el Señor le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí,
aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente”
(vs. 25-26). Es como si el Señor le hubiera dicho: “Esto no es cuestión del tiempo. Para
Mí el tiempo no es ningún problema. Para Mí, nada es demasiado temprano ni
demasiado tarde. Mientras Yo esté aquí todo estará bien, porque Yo levantaré a tu
hermano”. Luego el Señor le preguntó: “¿Crees esto?”. Marta respondió: “Sí, Señor; yo
he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (v. 27). Su
respuesta no contestó en absoluto la pregunta del Señor. Ella no entendía lo que el
Señor decía. Su preocupante conocimiento viejo le impidió entender la nueva palabra
del Señor.
Después de que Marta dijo que sí creía que el Señor era el Cristo, el Hijo de Dios, ella se
fue y llamó a su hermana María. Le dijo: “El maestro está aquí, y te llama” (v. 28). Sin
embargo, no puedo encontrar ni siquiera una palabra que diga que el Señor llamaba a
María. En realidad, esa fue una sugerencia de Marta, era su opinión pretenciosa. De
nuevo vemos que Marta era una persona llena de opiniones. Su opinión era tan fuerte
que difícilmente podía estar callada. Tal vez usted también ame al Señor mucho, pero
como Marta, no pueda estar en silencio.
C. La opinión de María
María, al oír la palabra de Marta, acudió al Señor. Ella reiteró lo que ya Marta le había
dicho al Señor: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 32).
Esta también era una opinión, una queja contra Cristo.
El Señor nunca argumentó; pero tampoco aceptó sus opiniones. Ellas simplemente no
entendían que mientras el Señor estuviera presente, todo estaría bien. No comprendían
esto, pues estaban muy tristes y aun llorando. Por esta razón el Señor se indignó en Su
espíritu y se turbó (v. 33). No se indignó por la muerte de Lázaro, sino por el hecho de
que ninguno de los que estaban allí lamentándose, percibía que Él era la resurrección
actual; eso fue lo que lo turbó. Entonces el Señor les preguntó dónde habían puesto a
Lázaro. Y ellos dijeron: “Señor, ven y ve” (v. 34). Esta respuesta fue muy buena. Esa fue
la mejor opinión. Cuando la iglesia tenga algún problema, no hable mucho.
Simplemente diga: “Señor, ven y ve”. En ese momento crítico, el Señor lloró
compadeciéndose por la tristeza de ellas debido a la muerte de Lázaro.
En Juan 11:36-38 vemos la opinión de los judíos. Ellos pensaron que el Señor lloró (v.
35) porque amaba mucho a Lázaro. Pero otros se preguntaban por qué no había
impedido que Lázaro muriera. Esas opiniones, más la ignorancia de los judíos acerca de
la capacidad del Señor para levantar a Lázaro de la muerte, causó que el Señor se
indignara de nuevo.
Cuando el Señor llegó a la tumba, les dijo que quitaran la piedra. Una vez más, Marta,
frustrando al Señor con su opinión, dijo: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días” (v.
39). Ella sintió que no era necesario mover la piedra. En este capítulo no encontramos
nada religioso, pero sí hay muchas opiniones que obstaculizan al Señor. Aunque el
Señor es la vida para los que están en la iglesia, Él encuentra una gran cantidad de
opiniones proferidas por los miembros de la iglesia, así como se encontró con las
opiniones de Sus discípulos, de Marta, de María, y de sus amigos judíos.
Todas las opiniones proceden de la mente del hombre. Por eso, todas pertenecen al
árbol del conocimiento, el cual está en contra del árbol de la vida. El árbol de la vida en
realidad es el Señor mismo, quien se nos da para nuestro disfrute. Mientras nos
aferremos a nuestras opiniones, no podremos disfrutar al Señor como la vida de
resurrección. Pero cuando nuestras opiniones son subyugadas, nos es fácil empezar a
disfrutar al Señor mismo de una manera plena.
III. LA VIDA QUE HACE RESUCITAR
B. Requiere la sumisión y
cooperación del hombre
Aquí debemos ver un punto, el cual consiste en que el Señor tenía la capacidad para
levantar a Lázaro de entre los muertos, pero no podía hacer nada por el continuo
estorbo presentado por las opiniones humanas. Dichas opiniones lo estorbaron hasta
que fueron subyugadas. Finalmente, Marta fue subyugada con cierta medida de
sumisión. El Señor tiene la vida de resurrección, el poder de la resurrección, pero
requiere nuestra cooperación y nuestra sumisión. ¿Qué es la sumisión? Simplemente
consiste en renunciar a nuestras opiniones. Debemos abandonar nuestra opinión y
permitir que el Señor hable. Cuando Él nos diga: “Quitad la piedra”, simplemente
debemos hacerlo. Debemos someternos, cooperar y coordinar con Él. Debemos
someternos a Su palabra, cooperar con Él y coordinar con Su poder de resurrección.
¿Por qué el Señor, ya que tiene la capacidad para levantar a los muertos, no removió la
piedra por Sí mismo? Porque Su poder de resurrección requiere nuestra cooperación.
Una vez que ellos hubieron quitado la piedra, el Señor clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven
fuera! (11:41-43). Y Lázaro fue levantado de los muertos. Él escuchó la voz del Señor
viviente, fue vivificado y resucitó de entre los muertos. Después de que Lázaro salió de la
tumba, todavía se necesitaba la cooperación humana. Lázaro tenía las manos y los pies
atados con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Por lo tanto, Jesús les dijo:
“Desatadle, y dejadle ir” (v. 44). Ellos tuvieron que quitar las vendas del Lázaro
resucitado, y cuando lo hicieron, la obra de resurrección fue completada.
Nosotros también debemos cooperar con el Señor para liberar a otros de la atadura de
sus vendas. Cuando en la iglesia el Señor levanta a alguno de la muerte, debemos
cooperar con Él para liberarlo de sus ataduras terrenales. Por medio de este tipo de
cooperación, la iglesia llega a ser el testimonio del Señor como vida. El Señor podía
haber movido la piedra del sepulcro, y podía haber quitado las vendas de Lázaro, pero
no lo hizo. En cambio, Él prefiere pedirnos que cooperemos con Él. Sin embargo, antes
de poder cooperar con Él, debemos dejar nuestras opiniones y conducirnos de acuerdo
con Su voluntad. En la vida de iglesia debemos abandonar nuestras opiniones,
someternos a la palabra del Señor y a Su obra, y cooperar con Su poder de resurrección.
Esta es una lección importante que todos los que están en la iglesia deben aprender. En
especial las Martas y las Marías, es decir, los líderes, los responsables, deben aprender a
dejar sus opiniones, someterse al Señor y someterle también sus opiniones, y cooperar
con Él y con Su poder de resurrección. Si en alguna iglesia local los líderes abandonan
sus opiniones, sometiéndolas a la palabra del Señor, y cooperan con Su poder de
resurrección, esa iglesia experimentará la vida en resurrección. Esta es una porción de la
revelación principal de este capítulo, la cual consiste en la sumisión de las opiniones
humanas y la cooperación que los que aman al Señor rinden a Su poder de resurrección.
Aún hoy el Señor espera una oportunidad para manifestar Su poder de resurrección,
pero le es difícil obtener la sumisión, la cooperación y la coordinación. Como líderes de
las iglesias locales, podemos estar muy ocupados orando y pidiendo al Señor que haga
cosas en conformidad con nuestra opinión. Tenemos que abandonar nuestras opiniones,
someter cada una de ellas a Su consideración, y cooperar con Él. Cuando Él nos pida que
removamos la piedra, debemos hacerlo. Cuando Él nos pida hacer cierta cosa, debemos
obedecer. Entonces veremos manifestada la vida de resurrección así como su poder.
Ésta es una parte de la revelación de Juan 11. La mayoría de la gente sólo ve la historia
de Lázaro desde la perspectiva de que éste fue levantado de entre los muertos. Pero no
han visto la revelación contenida en este capítulo, la cual consiste en que, fuera de la
religión, en las iglesias locales, la frustración a Cristo como vida son nuestras opiniones.
(2)
Al considerar las señales halladas en el Evangelio de Juan, nos damos cuenta que el
Señor primeramente viene a nosotros como vida. La primera categoría de obstáculos
que Él enfrentó fue la religión judaica, y la segunda, las muchas opiniones humanas de
parte de aquellos que lo amaban. Hoy, en Su iglesia, Él enfrenta exactamente el mismo
obstáculo: las opiniones humanas. Las incontables opiniones de aquellos que más aman
al Señor, impiden que Él sea la vida de resurrección en la iglesia. Fuera de la iglesia, la
religión es la que impide que el Señor sea vida, pero dentro de ella, son las interminables
opiniones las que obstaculizan que Él sea nuestra vida.
Estos nueve casos son muy significativos porque muestran que el Señor como vida
empieza con la regeneración y termina con la resurrección. Todos estos casos son
señales que indican que el Señor viene a nosotros como vida en diferentes aspectos. La
experiencia que tenemos del Señor como nuestra vida se inicia con la regeneración y
alcanza su cumbre con la resurrección.
El Señor Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). La resurrección es
superior a la vida. En sí misma, la vida únicamente puede tener existencia; en cambio, la
resurrección puede resistir cualquier tipo de ataque, incluso el de la muerte. El Señor no
es solamente la vida, sino también la resurrección. La muerte no puede asirse de Él,
porque Él vence la muerte. La muerte no puede retenerlo, porque Él es no sólo la vida,
sino también la resurrección. La vida es el poder que permite la existencia, pero la
resurrección es el poder que nos permite conquistar todo aquello que se oponga a la
vida. Por lo tanto, la resurrección es superior a la vida, ya que puede vencer todo ataque
contra ella.
Según las Escrituras, la muerte es un gran poder. Cuando la muerte viene sobre el
hombre, éste no puede escaparse de ella. Ni aun el poder atómico puede vencer la
muerte. Sólo el Señor mismo como resurrección puede derrotarla. Él puede librar de la
muerte a todas las personas, pues Él no sólo es la vida, sino también la resurrección. Ya
que Él es la resurrección, puede quebrantar el poder de la muerte. Aun el Hades es
incapaz de confinar a nuestro Señor en la tumba.
Debemos aprender la manera de aplicar esta vida de resurrección a nuestra vida diaria.
No sólo debemos vivir por la vida del Señor, sino también vencer por Su vida de
resurrección. Muchas veces las circunstancias tienen el mismo efecto sobre nosotros que
la muerte. Pero alabado sea el Señor porque todo lo que contiene el elemento de muerte
constituye una prueba, ya que demuestra si el Señor es la resurrección o no. Nada puede
confinarnos porque tenemos al Señor como nuestra vida de resurrección. No importa la
intensidad o la presión de los problemas que estemos enfrentando, podremos soportarlo
porque tenemos la vida de resurrección. Conforme a 11:25, el Señor no dijo que no
moriríamos, sino que probaríamos a todo el universo que el Señor en quien creemos es
la resurrección. Satanás hará su mayor esfuerzo por ponernos permanentemente en la
muerte, pero un día, aunque quizá todos muramos, seremos resucitados. En todo el
universo esa será la más grande de las victorias; la victoria que testificará que el Señor es
la resurrección. Sin embargo, hoy, en nuestra vida cotidiana, podemos experimentar un
anticipo de aquella victoria final de la resurrección. Por esto el apóstol Pablo dijo: “A fin
de conocerle, y el poder de Su resurrección” (Fil. 3:10).
Las opiniones humanas siempre nos impiden experimentar al Señor como la vida de
resurrección en la iglesia. Por lo tanto, para experimentar la vida de iglesia, primero
debemos abandonar nuestras opiniones. ¡Cuánto necesitamos aprender la lección de
estar en silencio en la vida de iglesia y a no expresar nuestra opinión! Debemos estar
aun más callados que María. No deberíamos decir ni siquiera una palabra, sino
simplemente “enviar un recado al Señor”, eso lo es todo. Entonces Lázaro se salvará. Ya
sea que el Señor responda o no, o que Él venga o no, simplemente debemos esperar en
silencio. Debemos dejarlo todo en Sus manos. De esta manera nunca nos
equivocaremos, ni Él se demorará. Cuando Él llegue, no debemos decir nada, sino dejar
que Él hable y darle la oportunidad de hacer lo que Él quiera. Simplemente debemos
estar dispuestos a cooperar con Él. Esta es la manera apropiada de practicar la vida de
iglesia. Si hacemos esto, experimentaremos a Cristo como la vida de resurrección.
No obstante, el Señor intervino en estas situaciones de muerte a fin de ser la vida, según
el principio de resurrección. En cada situación Él cambió la muerte en vida, haciendo
que la vida surgiera de la muerte.
En el caso de la mujer samaritana, el Señor habló con ella acerca de la satisfacción que
da el agua viva. ¿Cómo podía una pobre pecadora ser satisfecha con el agua viva?
Únicamente por el principio fundamental de la vida en resurrección. Cuando el Señor
entra en nosotros como la vida en resurrección, obtenemos el agua viva que nos
satisface.
En principio, la sanidad del hijo moribundo del oficial del rey también indica que la vida
le fue impartida. Para sanar la herida de la muerte, fue necesario que le fuera impartida
la vida en resurrección.
¿Qué sucedió con el hombre paralítico que había estado enfermo por treinta y ocho
años? Una vez más el principio fue el mismo, ya que el Señor vino a él como la vida que
vivifica en resurrección. Debido a que el Señor vino a ser su vida en resurrección, el
Señor mismo llegó a ser el poder vivificador que lo fortaleció.
En el caso de las personas sedientas del capítulo 7, el Señor fue el agua viva que sació su
sed. ¿Cómo puede el Señor ser nuestra agua viva? Juan 7 nos dice claramente que
después de que el Señor fue glorificado, el Espíritu vivificante llegó a ser el agua viva.
¿Qué significa que el Señor fue glorificado? Simplemente significa que Él fue crucificado
y que resucitó. En resurrección Él ha llegado a ser el agua viva que apaga nuestra sed.
El caso del hombre que nació ciego también revela el principio de la vida en
resurrección. ¿Cómo le fue posible al Señor darle la vista y la luz de la vida? El capítulo
10, que es una continuación del caso del capítulo 9, indica que el Señor como el buen
Pastor tuvo que morir para poder dar Su vida divina a Sus ovejas. El Señor tuvo que
morir y llegar a ser la vida de resurrección en el Espíritu. Ahora Él viene a nosotros
basándose en la vida en resurrección.
¿Por qué el Señor, al escuchar la noticia de la enfermedad de Lázaro, esperó dos días en
vez de ir a verlo inmediatamente? Hablando con propiedad, esperó dos días porque no
sólo quería ser el que sana a las personas, sino el que las vivifica. El Señor nunca sana de
acuerdo con nuestro entendimiento, sino vivificándonos. ¿Puede usted encontrar en el
capítulo 5, el término sanidad con respecto al hombre imposibilitado que había estado
enfermo durante treinta y ocho años? ¿Estaba ese hombre realmente enfermo ante los
ojos del Señor? No; para el Señor él estaba muerto. El Señor no sanó su enfermedad,
sino que vivificó a ese hombre muerto. Por lo tanto, el principio fundamental de la vida
mediante la resurrección consiste en que el Señor siempre vivifica a los muertos.
¿Cree usted que el Señor desea sanarlo? Lo que Él quiere hacer es vivificarlo. De
acuerdo con el concepto antiguo, sanar significa reformar o mejorar. Pero el Señor
nunca viene a mejorar ni a controlar la conducta del hombre; Su intención es vivificarlo.
La única intención que tiene el Señor es impartirse a nosotros como la vida que vivifica.
Por esta razón el Señor rehusó ir inmediatamente a visitar a Lázaro para sanarlo de su
enfermedad. Él esperó hasta que Lázaro estuviera completamente muerto y sepultado.
Esperó hasta que la vida humana de Lázaro llegara por completo a su fin. Lázaro estaba
tan muerto que incluso ya hedía en su tumba. En ese mismo momento el Señor fue a
verlo. Él no fue antes porque rehusó que Su visita estuviera basada en el principio de la
sanidad. Él fue únicamente en el principio de la vida en resurrección.
Supongamos que un hermano es religioso y descubre que tiene mal genio. Podríamos
decir que él se encuentra enfermo del enojo. Consideremos también el caso de un
jovencito que después de ser salvo se da cuenta de que posee muy mala conducta. Él
también es una persona enferma; padece de una conducta descontrolada. Otro creyente
puede descubrir que es demasiado bromista, y que sus chistes son una clase de
enfermedad. Todas estas personas enfermas, después de detectar su enfermedad, le
envían la información al Señor acerca de dicho mal. Tal como Marta que informó acerca
de la enfermedad de Lázaro, ellos también afirman que están enfermos del enojo, del
mal comportamiento o de sus bromas. Quieren que el Señor los sane al mejorar su
temperamento para que no se enojen tanto, al reformar su conducta para que se porten
bien, y al controlar su actitud bromista. El hermano que quiere que su actitud bromista
sea controlada, ora: “¡Oh Señor, frena mi lengua!”. En otras palabras, estas personas
están enfermas y le piden al Señor que las sane. Pero el Señor nunca viene a sanarlos.
Cuanto más oren para que el Señor los sane de su mal carácter, peor carácter tendrán. El
Señor nunca vendrá a sanarlos, sino que esperará ... esperará ... y esperará, hasta que
estén completamente muertos. Él no contestará nuestras peticiones de sanidad, sino que
esperará hasta que la enfermedad se convierta en muerte. Él siempre espera hasta que
nos demos cuenta de que no sólo estamos enfermos, sino que también estamos muertos.
El Señor esperará hasta que le digamos que somos casos perdidos, hasta que
renunciemos a toda esperanza en nosotros mismos.
¿Aún tiene usted esperanzas de mejorar? ¿Está realmente desanimado con usted
mismo? Temo que muchos todavía abriguemos esperanzas en nosotros mismos. Muchas
veces somos como Marta y Lázaro. Por un lado, somos el enfermo Lázaro; por otro,
somos Marta, la que envía información al Señor. Le informamos al Señor acerca de
nuestra enfermedad con la esperanza de que Él venga a mejorar nuestra condición. Pero
todos nosotros podemos testificar que el Señor nunca contesta ese tipo de oraciones.
Cuanto más procuramos mejorar, más alejado permanece Él.
Algún día usted finalmente comprenderá que su caso no tiene esperanza. Y se dará
cuenta de que usted es un vaso que sólo contiene agua de muerte. Reconocerá que se
halla lleno de muerte y que nada en usted vive. Se dará cuenta de que usted sólo es una
de aquellas seis tinajas llenas de agua de muerte. Cuando comprenda que está
absolutamente en muerte, y que en usted no hay nada sino agua de muerte, entonces el
Señor vendrá a vivificarlo. Cuando reconozca el hecho de que usted está muerto,
sepultado, e incluso apestando con malos olores, entonces el Señor vendrá a vivificarlo.
¡Cuán a menudo tratamos de comportarnos bien y mejorarnos! Pero el Señor
simplemente espera hasta que despidamos el olor fétido a otros. Entonces Él vendrá a
usted conforme al principio de la vida en resurrección para vivificarlo.
El cristianismo actúa en sentido opuesto a este principio, pues es una religión que
siempre trata de mejorar a las personas, reformándolas y controlando su conducta. Pero
Cristo es vida y Su fin es vivificar a las personas con esa vida. Él los regenera y los
resucita con Su misma vida. ¿Qué significa mejorar, reformar o controlar la conducta de
alguien? Simplemente significa lograr que el hombre original sea mejor valiéndose del
yo original. Pero Cristo viene a regenerarnos y a crearnos de nuevo consigo mismo. Él
no tiene la intención de sanar al hombre original, sino que espera hasta que éste muera.
Por esto, cuando usted está lleno del agua de muerte hasta el grado de que despida el
hedor de la muerte, el Señor vendrá a crearlo de nuevo, a resucitarlo y a introducirlo en
Él mismo, quien es la vida en resurrección.
Nos hemos dado cuenta que la situación de muerte provista por Dios permitió que
Cristo manifestara Su poder de resurrección, y que este poder da por resultado la
resurrección del hombre muerto. Sin embargo, la resurrección de Lázaro provocó
algunos problemas. La noticia de ella llegó a oídos de los fariseos, y éstos, al enterarse de
ello, consideraron que era una situación muy seria. Por lo tanto, conspiraron para matar
a Jesús (11:45-57). Mientras ellos conspiraban contra el Señor Jesús, Caifás, quien era el
sumo sacerdote ese año, habló proféticamente diciendo: “Vosotros no sabéis nada; ni
tenéis en cuenta que os conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la
nación perezca” (vs. 49-50). Y los siguientes versículos dicen: “Esto no lo dijo por sí
mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de
morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a
los hijos de Dios que estaban dispersos” (vs. 51-52). La expresión congregar en uno a
los hijos de Dios, que se menciona en este versículo, da a entender que no solamente la
muerte del Señor, sino también Su vida de resurrección tiene como fin la edificación de
los hijos de Dios. ¿Qué significa todo esto? Simplemente significa que la vida de
resurrección levantará una situación por medio de la cual el pueblo esparcido de Dios
pueda ser congregado en uno para que sean edificados como la morada de Dios en la
tierra. La conspiración religiosa sirvió para el cumplimiento del propósito de Dios.
Repito una vez más que la muerte de Lázaro fue provista por Dios para dar oportunidad
a que se manifestara la vida de resurrección. Esta vida requiere que exista la muerte
para que la vida y el poder de la resurrección puedan manifestarse. Esta manifestación
del poder de resurrección provocó una reacción entre los opositores, quienes entonces
acordaron matar al Señor Jesús. Como parte de lo que consideraban, se habló una
profecía. Esto indica que la conspiración de la oposición religiosa en realidad sirve para
cumplir el propósito de Dios, sirve para reunir a todo el pueblo esparcido de Dios a fin
de llevar a cabo Su obra edificadora. Por lo tanto, nunca debemos desanimarnos de la
situación que exista en nuestra iglesia local, cualquiera que sea. Si existe una situación
difícil en nuestra localidad, alabemos a Dios por ello. Debe ser la provisión y soberanía
de Dios. Él hará algo, y entonces se provocará la oposición religiosa. Es posible que los
opositores traten de matarnos. Pero no debemos preocuparnos, pues esa misma
conspiración será usada por Dios para reunir a Su pueblo esparcido a fin de realizar Su
obra edificadora.
Deseo impresionarles con el hecho de que mientras estemos en el recobro del Señor y
experimentemos la resurrección de Cristo, a pesar de la situación que exista en nuestra
localidad y de la conspiración que exista en el ámbito contra nosotros, el propósito
eterno de Dios será finalmente cumplido. El pueblo esparcido del Señor se congregará
para llevar a cabo el edificio de Dios. Las cosas negativas —la muerte y la oposición—
serán los siervos del propósito eterno de Dios. Estas promoverán el cumplimiento y la
consumación del propósito de Dios. Nosotros nos encontramos en la cumbre de la
montaña con las aguas bajo nuestros pies. No dejen que nada les preocupe; pues
mientras permanezcan en la iglesia local, mientras tengan a Cristo como su poder de
resurrección, y mientras estén en este fluir y tengan este testimonio, pueden estar en paz
a pesar de la condición de muerte que tengan interiormente o de la oposición que exista
exteriormente. La oposición religiosa, o sea, la conspiración para matarle, servirá para
que el propósito eterno de Dios sea cumplido.
(1)
I. EL RESULTADO DE LA VIDA
1. Fuera de la religión
El hecho de que el Señor sea vida para la gente, y que como tal satisficiera todas sus
necesidades, provocó el rechazo de parte de la religión judía. El judaísmo no podía
tolerar que el Señor fuese la vida para muchas clases de personas. Así que, los religiosos
lo rechazaron. Tal rechazo se inició en el capítulo 5 (vs. 16, 18) y llegó a su punto
culminante en el capítulo 10 (vs. 31, 39). En el capítulo 11 los judíos fanáticos incluso
tuvieron un concilio donde discutieron como matar al Señor debido a que había
resucitado a Lázaro (11:53, 57). Además, los líderes judíos también acordaron dar
muerte a Lázaro por la misma razón (12:10). Esto muestra hasta qué grado la religión
está en contra del Señor como vida; no solamente persiguió al Señor, sino también trató
de destruir a los que participaron en el Señor como vida. La religión siempre renuncia al
Señor como vida y lo rechaza.
Al estudiar el Evangelio de Juan, debemos notar la gran diferencia que existe entre la
religión y Cristo como vida. El Señor Jesús vino a la tierra en Su encarnación, no para
ser un líder religioso, sino para entrar en el hombre y ser su vida. Desde el primer caso,
el de la regeneración presentada en el capítulo 3, hasta el último, el de la resurrección de
Lázaro en el capítulo 11, todo lo que el Señor hizo fue presentarse a Sí mismo como vida
a la gente que estaba fuera de la religión judía. Si vemos la religión, incluyendo el
cristianismo, desde un punto de vista diferente al de la vida, fácilmente seremos
engañados y descarriados, porque la religión enseña a la gente a conocer y a adorar a
Dios; incluso enseña la Biblia y parece que en ella no hay nada malo. Sin embargo, si el
Señor tiene misericordia de nosotros y si Su Espíritu abre nuestros ojos, veremos que lo
que Dios está llevando a cabo en el universo no es solamente lograr que la gente le adore
y le sirva. En esta era el deseo de Dios y la intención que tiene es entrar en el hombre, y
lo hace en el Hijo, por Su Espíritu y mediante Su Palabra para llegar a ser la vida del
hombre a fin de que éste viva por Él. Esto es absolutamente diferente de la religión y
totalmente contrario al concepto religioso.
Cuando el Señor vino para ser la vida del hombre, la religión judía lo rechazó. A través
de todos los siglos Él ha sido continuamente rechazado por la religión. Ya sea el
catolicismo o el protestantismo, mientras sea religión, no tomará ni podrá tomar en
forma pura al Señor como vida. En este asunto de tomar al Señor como vida, tanto la
religión católica como la protestante ha llegado a ser una gran frustración para la gente,
tal como lo fue la religión judaica en los tiempos del Señor y lo continúa siendo en la
actualidad. Por lo tanto, debemos estar alertas y conscientes de cualquier tipo de
religión, de lo contrario, podemos ser descarriados.
El rechazo del Señor por parte del judaísmo fue un resultado negativo de que el Señor
viniera como vida para el hombre. Sin embargo, hubo también un resultado positivo, es
decir, que a pesar de tal rechazo Él obtuvo un lugar donde podía reposar, festejar, morar
y hallar satisfacción. En el capítulo 12 vemos que el Señor sale y se oculta de la religión
que lo rechaza, y entra en la casa de Sus creyentes judíos en Betania. Cuando el Señor se
hizo la vida de resurrección para Sus creyentes Él halló un hogar, el cual puede
considerarse una sombra de la vida de iglesia. Por un lado, Él fue rechazado por el
judaísmo y como consecuencia lo abandonó; pero por otro lado, Él obtuvo un hogar
donde podía permanecer y descansar, allí Él tenía un lugar donde disfrutar de un
banquete y ser satisfecho. Anteriormente, Él no tenía ni aun “dónde recostar Su cabeza”
(Mt. 8:20). Pero ahora, después de resucitar a Lázaro de los muertos, Él obtuvo un lugar
de reposo y de banquete. Después que la religión judía lo rechazó, Él no estuvo
dispuesto a permanecer por más tiempo en Jerusalén, sino que siempre partía de allí
para quedarse en Betania (21:17-18), donde no sólo podía hospedarse y descansar, sino
aun disfrutar un banquete y hallar satisfacción. El significado espiritual de esto es que el
Señor se separó completamente de la religión judía del Antiguo Testamento y se fue a
morar, y continúa morando, en la iglesia, haciéndola Su hogar donde puede descansar,
disfrutar de un banquete y ser satisfecho.
Aunque externamente esa pequeña casa no tenía nada atractivo, interiormente estaba
llena de disfrute, reposo y satisfacción. No sólo el Señor Jesús, sino también todos los
que allí se encontraban, estaban festejando y reposando. En la vida de iglesia debe ser
igual; cuando usted la mira exteriormente, nada le parece atractivo. El edificio, las sillas,
nada parece ser muy bueno. Exteriormente todo podrá parecerle pobre; sin embargo,
interiormente es preciosa, dulce y querida, allí tenemos la dulce sensación de que
estamos con el Señor y Él está con nosotros; que Él está festejando con nosotros y
nosotros con Él. Ambos, Él y nosotros, nos encontramos reposando. Todos estamos
reposando y estamos satisfechos. Esto es la vida de iglesia.
Betania fue el lugar donde el Señor efectuó Su última señal, la resurrección de Lázaro.
Por lo tanto, Betania es el lugar donde el Señor levantó a los muertos. Los creyentes que
estaban allí fueron el resultado de la vida de resurrección del Señor. Aquí precisamente
se encuentra la iglesia: en el lugar de resurrección donde el Señor como la vida de
resurrección resucita a los hombres de la muerte. Originalmente, todos nos
encontrábamos muertos, pues estábamos muertos en nuestros pecados (Col. 2:13). Pero
el Señor nos resucitó de entre los muertos, nos vivificó y nos regeneró. Como resultado,
todos los que compartimos Su vida de resurrección llegamos a ser la iglesia. La iglesia es
el producto de la vida de resurrección del Señor. En la vida natural no hay iglesia,
porque ella llega a existir únicamente por la vida de resurrección del Señor. Tal iglesia
en la vida de resurrección es el lugar donde el Señor puede encontrar reposo y
satisfacción con nosotros, y donde nosotros podemos festejar con Él.
La iglesia está compuesta de pecadores que han sido limpiados, los cuales son
representados por Simón el leproso (Mr. 14:3). Cuando yo era joven pensaba que la casa
de Betania, donde ellos celebraron el banquete con el Señor, era la casa de Lázaro. Con
el tiempo descubrí que no era la casa de Lázaro, sino la casa de un leproso que había
sido sanado por el Señor. Según Marcos 14:3, la cena mencionada en Juan 12:2 fue
preparada para el Señor en la casa de un leproso sanado, de nombre Simón. La casa de
Simón, un leproso limpiado, llegó a ser el lugar de reunión de la iglesia. Esto es muy
significativo. Por un lado, todos estábamos muertos, y por otro, todos éramos leprosos.
Originalmente, los miembros de la iglesia estaban muertos y eran leprosos (pecadores).
En cierto sentido nosotros, como Lázaro, estábamos muertos y fuimos resucitados. En
otro sentido, al igual que Simón éramos leprosos, pero fuimos limpiados. ¡Aleluya, el
Señor nos resucitó de los muertos y nos limpió de la lepra, de nuestros pecados! Ahora,
donde estamos, se convierte en un lugar de reunión de la iglesia.
Es muy extraño que aunque el sitio donde se preparó aquel banquete para el Señor fuera
la casa de Simón el leproso, el capítulo 12 no menciona que éste hiciera nada. La cena
fue preparada en su casa, pero todo fue hecho por dos hermanas y un hermano. En
Betania, en la casa de un leproso, todo fue preparado por Marta, María y Lázaro.
Aunque la iglesia es el lugar donde el Señor vivifica y regenera a los muertos y limpia a
los leprosos, el servicio práctico de la iglesia no es llevado a cabo por los leprosos. En
Juan 12 el significado subyacente es el hecho de que Simón no participara en el servicio.
Betania significa “casa de los pobres”o “casa de aflicción”. Exteriormente es posible que
la iglesia esté pobre y afligida. Puede ser que la iglesia en la tierra no sea rica en bienes
materiales, pero debe ser rica en el disfrute que tiene en la presencia del Señor. Las
personas que sólo miran lo externo siempre menospreciarán la iglesia por considerarla
pobre y llena de aflicciones. No tienen un espíritu para darse cuenta de lo rico que
somos en el disfrute de todo lo que el Señor es para nosotros.
Ningún extraño puede entender esto, los desconocidos no entienden lo que es la vida de
iglesia. Hace más de veinte años, cuando todavía me encontraba en Taipei, una
misionera, una dama danesa, vino para tener una larga conversación conmigo y
preguntarme acerca de la vida de iglesia. Ella se sentía atraída por la iglesia, pero
todavía guardaba algunas reservas debido a los rumores que había oído. Yo le dije:
“Hermana, aun si yo le hablara durante cuatro días, no entendería lo que es la vida de
iglesia. La mejor manera, y la única manera que hay para entenderlo es que usted
permanezca aquí por dos años y medio, y durante ese tiempo no visite ningún otro lugar
ni haga ninguna obra. Simplemente permanezca con las hermanas día y noche y asista a
todas las reuniones. Debe asistir a todas las reuniones, grandes y pequeñas, en los
hogares y en el salón. No falte a ninguna reunión. Además, debe leer todos los libros que
hemos publicado, que son unos doscientos. Si usted hace todo esto, yo le puedo asegurar
que entenderá perfectamente lo que es la iglesia. Querida hermana, ¿está dispuesta a
pagar este precio?”. De inmediato ella me contestó: “Por su palabra lo haré”. Ella cerró
su casa y se fue a vivir con las hermanas. Verdaderamente cumplió todo lo que le dije.
No fue a ninguna otra parte, sólo permaneció con las hermanas, asistió a todas las
reuniones y leyó la mayoría de los libros que habíamos publicado en chino. En un
tiempo mucho más corto del que yo le había dicho, tal vez después de unos cuantos
meses, ella regresó y me dijo: “Hermano Lee, alabado sea el Señor. Ahora entiendo
claramente lo que es la vida de iglesia y lo que nosotros hacemos en ella”. No dijo “lo que
ustedes hacen”, sino “lo que nosotros hacemos”. Además añadió: “De ahora en adelante
nada ni nadie me apartará de la iglesia”. Ella permaneció allí un largo tiempo y luego
regresó a Dinamarca. Allá pasó por muchos sufrimientos, pero nada la ha sacado de la
vida de iglesia.
Cuando la gente mira la iglesia externamente, solamente ven una cosa, y es posible que a
sus ojos esa cosa sea negra. Sin embargo, cuando uno entra en la iglesia interiormente,
es completamente diferente; es amarillo dorado.
De igual manera que en la casa en Betania, es mejor que haya más hermanas que
hermanos en una iglesia (12:2-3). Siempre que la cantidad de hermanas en una iglesia
sea menor que el número de hermanos, es posible que esa iglesia no sea muy viviente.
Una iglesia viviente necesita tener un mayor número de hermanas, cuanto más, mejor.
Si en cierta iglesia el número de hermanas es mayor que el de hermanos, ciertamente
ésta será viviente. Pero cuando el número de hermanas es menor que el número de
hermanos, esta iglesia no será muy viviente.
a. Servir
b. Dar testimonio
El servicio de Marta era bueno, pero no atraía a la gente. El testimonio de Lázaro era el
que los atraía. Esto no significa que el servicio de Marta no fuera bueno ni necesario,
pues ciertas cosas prácticas tenían que realizarse. Aun Lázaro necesitó del servicio de
Marta. Por lo tanto, debemos comprender que aun cuando tengamos un buen
testimonio de vida, todavía hace falta el servicio de Marta. De otra manera, no
tendríamos nada que comer.
Así que, la segunda clase de función que se halla en la vida de iglesia es el testimonio de
la vida, la cual no se lleva a cabo al hacer obras, sino al vivir. No es una clase de obra,
sino una clase de vida. No es producto de una labor, sino del disfrute que uno tiene del
Señor. Y esto hace que la gente sienta el poder de resurrección, la manifestación de la
vida de resurrección, y el disfrute del Señor como vida. El hecho que el Señor puede
hacer de una persona muerta una viviente y que le proporcione la manera de participar
del banquete con Él, es un testimonio poderoso. En la iglesia debe existir esta clase de
testimonio viviente, esta función de vida. No debe existir sólo el servicio de los asuntos
prácticos, sino también el ministerio de vida. El servicio de Marta es necesario, pero el
ministerio de Lázaro es aún más crucial.
c. Amar
María representa la tercera clase de función que se tiene en la iglesia (12:2-3). Ella
representa a los amados creyentes que aman entrañablemente al Señor y que derraman
lo más preciado que poseen sobre Él. Ellos lo aman tanto que simplemente le dan a Él lo
mejor. Esto es lo que hizo María. Ella derramó el costoso ungüento sobre los pies del
Señor y los enjugó con sus cabellos. En su corazón nada era tan querido, tan precioso ni
tan valioso como el Señor. María, junto con muchos otros como ella, amaron al Señor
con lo mejor de lo que tenían. A los ojos de ella, el Señor era más valioso y digno de
amar que ninguna otra cosa. Para ella el Señor era lo más precioso y lo más valioso.
El hecho de que María derramara el ungüento de gran precio sobre el Señor Jesús
constituye una señal de la vida de iglesia apropiada. Aunque usted entienda que María
ungió al Señor Jesús con el mejor ungüento, tal vez no haya visto que esta es una señal
de la vida de iglesia. La característica principal de la vida de iglesia consiste en que
unjamos al Señor con nuestro mejor amor. La expresión, el aspecto, y la característica
principales de la iglesia es que derramamos nuestro ungüento sobre Él. La iglesia en
este pasaje se compara con la casa que está llena de la preciosidad, la dulzura y la
fragancia que desprendía el ungüento derramado sobre el Señor Jesús. Ésta debe ser la
expresión principal de una iglesia local. Cuando usted viene a una iglesia local, lo
primero que percibirá, es el ungüento de amor derramado sobre el Señor Jesús. Lo
crucial de esto no es simplemente que María amara al Señor, sino que ella derramara
sobre Él lo mejor que tenía, y esto constituye una señal de la vida de iglesia apropiada.
En la vida de iglesia apropiada, todos debemos amar al Señor hasta tal grado.
Por lo tanto, tenemos tres clases de funciones: servir, dar testimonio y amar. Estas tres
funciones: el servicio práctico, el testimonio y el amor derramado sobre el Señor, deben
hallarse en la vida de iglesia. Cada vez que alguien venga a nosotros debe darse cuenta
de que servimos al Señor, damos testimonio de Su vida de resurrección y derramamos
nuestro amor sobre Él. Estas tres son indispensables. Debemos tener el servicio, o sea,
servir en todo tiempo. Más aún, debemos tener el testimonio, es decir, debemos dar
testimonio de que el Señor es la vida de resurrección para nosotros. No es necesario que
laboremos en este aspecto del testimonio; simplemente necesitamos la vida de
resurrección. Una vez que hemos sido resucitados con Él, no es necesario que
laboremos. Simplemente nos sentamos junto con Él, estamos de acuerdo con Él, y
disfrutamos del banquete junto con Él. Éste es el testimonio verdadero y viviente que la
iglesia debe tener, y también ésta es la expresión del Señor. Además, también debemos
mostrar un amor absoluto para el Señor. Cuando otros vengan en nuestro medio, deben
decir: “Cueste lo que cueste esta gente sí ama al Señor. Ellos pagan cualquier precio por
amarle. En sus corazones no hay nada que sea tan valioso, precioso y digno de amar
como el Señor mismo”. Ésta es la impresión que debemos dar a la gente.
Todos debemos ser miembros triangulares de la iglesia. Debemos tener tres esquinas.
Anteriormente, algunas hermanas me dijeron: “Hermano, yo no soy una Marta. Por la
misericordia del Señor, sólo soy una pequeña María”. Una vez un hermano que era muy
viviente me dijo: “Hermano, en la iglesia algunas son Martas y solamente unos pocos
son Lázaros. Por la misericordia del Señor, yo soy un Lázaro; no puedo hacer nada.
Simplemente estoy aquí sentado dando testimonio del Señor Jesús”. Dudo mucho que él
fuera un verdadero Lázaro. Todos debemos ser Marta-Lázaro-María. Cuando alguien le
pregunte a usted por su nombre, debe contestarle: “Mi nombre es Marta-Lázaro-María”.
Éste es el nombre apropiado que todos debemos tener.
Vuelvo a decir que en la iglesia debemos hallar por lo menos tres funciones: el servicio
diligente para el Señor, el testimonio viviente de Su vida de resurrección, y el amor
absoluto derramado sobre Él. Si verdaderamente estamos practicando la vida de iglesia,
debemos tener el servicio, el testimonio, y el amor hacia el Señor. Todos debemos ser
como Marta, Lázaro y María. Esta clase de iglesia es el resultado y el producto de que el
Señor es nuestra vida. El capítulo 12 es el resultado del capítulo 11. Esta clase de
servicio, testimonio y amor proviene del Señor como la vida de resurrección para
nosotros. Con estas funciones tenemos la vida genuina de iglesia. En la verdadera vida
de iglesia se rinde servicio al Señor, se ve Su testimonio, y se derrama el amor sobre Él.
Aquí podemos disfrutar al Señor junto con los santos, y Él mismo puede morar,
descansar, festejar, y hallar satisfacción. Ésta es la verdadera expresión de Su Cuerpo, el
cual es el vaso que contiene y expresa al Señor.
A Judas le interesaba el dinero; él amaba más al dinero que al Señor mismo. Por lo
tanto, no apreció lo que María hizo por el Señor. Él pensó que eso era un desperdicio.
Judas pretendía tener interés por los pobres. Pero ésa no era la verdad, a él sólo le
interesaba el dinero. En la vida de iglesia casi siempre encontramos este tipo de
manchas. Las riquezas materiales, Mammon, la corporificación del maligno, es el
verdadero rival del Señor. El fracaso de vencer a Mammon se ve muy a menudo en la
vida de iglesia. El amor de Judas por el dinero propició la oportunidad para que Satanás
entrara en él y tomara posesión de su persona (13:2). En lugar de amar al Señor, ¡Judas
lo traicionó! Es una vergüenza que esto se repita frecuentemente en la vida de iglesia.
8. Perseguida por la religión
La religión desató una persecución contra la iglesia. Los principales sacerdotes judíos
tuvieron consejo dar muerte a Lázaro (12:10), quien daba testimonio del poder de
resurrección del Señor. Él mismo era un testimonio sólido y evidente de este poder. Esto
agitó el odio y la persecución de parte de los religiosos. Sucede lo mismo hoy en día.
Cuanto más demos testimonio de que el Señor es nuestra vida, más se arremeterá contra
nosotros la ira de los religiosos.
9. Una prueba
que expone a las personas
La vida de iglesia es una prueba que expone a las personas (12:6, 10). Expone la
intención del corazón de las personas y su actitud hacia el Señor. Sin la iglesia, nunca
podrían ser expuestas las intenciones y la actitud que las personas esconden con
respecto al Señor. Mientras haya una iglesia todo se pondrá al descubierto. Si en la
ciudad donde usted vive no hay iglesia, las intenciones y la actitud que las personas
tienen hacia el Señor permanecerán escondidas y ocultas. Pero en la vida de iglesia el
corazón de todo hombre es expuesto. La iglesia expone los pensamientos ocultos del
corazón del hombre con respecto al Señor.
No sólo la iglesia representa una prueba que expone a la gente, sino también el Señor
mismo constituye una prueba para todos los que están a Su alrededor. Los principales
sacerdotes y los fariseos hicieron un complot para matarle (11:47, 53, 57). En cambio,
vemos una actitud diferente en Simón el leproso, pues él incluso hospedó al Señor en su
casa (Mt. 26:6). Allí, Marta le servía, Lázaro daba testimonio de Él, María manifestaba
su amor hacia el Señor y Judas estaba a punto de traicionarlo. Además, muchos otros
creyeron en Él. Todas estas diferentes actitudes fueron manifestadas hacia el mismo
Jesús. ¿Dónde está usted? (¿Trata usted de eliminarlo? ¿Está seducido para
traicionarlo? ¿O le sirve, da testimonio de Él y le ama?) Nunca podrá ser neutral; debe
hacer algo. El Señor mismo en Su iglesia es el factor que pone a prueba a todos los que lo
rodean.
EL RESULTADO
Y LA MULTIPLICACIÓN DE LA VIDA
(2)
¿En el preciso momento en que era recibido con honra por judíos y griegos qué dijo el
Señor? Si nosotros hubiéramos estado ahí, o si hubiéramos sido recibido de tal manera,
habríamos dicho: “¡Alabado sea el Señor! Éste es el momento de hacer algo para
glorificar a Dios”. Sin embargo, el Señor Jesús no estaba emocionado. Cuanto más
calurosa era la bienvenida, más calmado se ponía. Cuanto más le buscaban, más frío se
mostraba hacia ellos. Él les dijo a los que le seguían: “De cierto, de cierto os digo, que si
el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho
fruto” (v. 24). Ésa fue la actitud del Señor ante tal recepción humana. Ésa fue Su
reacción hacia la gloria de la honra humana. ¿Cuál es la manera en que un grano de
trigo se multiplica? No se multiplica al ser recibido calurosamente ni al ser honrado,
sino al caer en la tierra y morir. Esto es absolutamente contrario al concepto humano.
No obstante, debemos recordar que ésta es la única manera de producir la iglesia y
lograr su aumento en vida. Cada vez que los hombres le reciban a usted, necesita decir:
“Yo debo morir”. Siempre que reciba honra de los hombres, debe responder: “Yo debo
ser sepultado”. No diga: “¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!” Ése no es el mejor momento para
que usted haga algo, incluso si su intención es glorificar a Dios. La manera apropiada de
glorificar a Dios es morir y ser sepultado.
El Señor Jesús no aprovechó las circunstancias favorables como el medio para lograr Su
aumento. Si lo hubiera hecho, habría cometido un gran error. Las circunstancias
favorables nunca deben usarse para obtener aumento. Si usted analiza la historia de la
iglesia, se dará cuenta de que siempre que la iglesia experimentó un crecimiento, no fue
el resultado de aprovecharse de las circunstancias favorables, sino de la persecución. La
iglesia crece durante la persecución, y no durante los tiempos de popularidad. El tiempo
de aumento de la iglesia ocurre cuando el enemigo pone a la iglesia en la muerte. Cuanto
mayor sea la persecución y la oposición, más la iglesia aumentará. La persecución de
parte del Imperio Romano durante los primeros dos siglos no frustró el aumento de la
iglesia, sino que facilitó su crecimiento. Entonces, ¿qué perjudicó a la iglesia? La
recepción que le extendió el Imperio Romano. Cuando éste convirtió su persecución en
aceptación, la vida de iglesia fue arruinada. No debemos entusiasmarnos por el elogio de
los hombres, porque éste siempre nos hará daño y nos corromperá. Alabado sea el Señor
porque la persecución y la oposición representan una oportunidad para obtener el
aumento de Cristo. Él es un grano de trigo, y la única manera en que este grano de trigo
va a multiplicarse es al caer en la tierra y morir. Ésta es la manera de tener la
multiplicación de la vida.
A menos que un grano de trigo caiga en la tierra y muera, será simplemente un grano de
trigo solo, y no podrá producir nada. Pero gloria al Señor que después de que el grano
muere y germina, este único grano llega a ser los muchos granos, o el mucho fruto, que
es la iglesia. Esta es la manera en que la iglesia es producida. Y es también la manera en
que el Señor lleva a cabo el aumento de la iglesia. Esta tiene que ser nuestra manera de
producir la iglesia y de hacerla crecer. Debemos enfrentar la aclamación humana
tomando el camino de muerte, aplicando la cruz. La manera en que se produce la iglesia
y se experimenta el aumento no es la exaltación humana, sino por la muerte de la cruz.
Aunque muchos buenos misioneros fueron enviados a la China por las misiones
principales, como la que el hermano Hudson Taylor formó, la historia confirma que no
dieron muchos resultados con respecto a producir la vida de iglesia apropiada. Entre
todos aquellos misioneros que llegaron a China, se encontraba una hermana llamada
Margaret E. Barber, quien había sido enviada por una misión británica. Ella fue acusada
falsamente y le ordenaron regresar a Inglaterra, donde finalmente fue vindicada por el
Señor. Posteriormente recibió la carga del Señor para regresar a China. En esa ocasión
no fue enviada por ninguna misión, sino que fue allí por fe y se estableció en un pequeño
pueblo llamado Pagoda, muy cercano al pueblo natal del hermano Watchman Nee. Ella
permaneció allí a propósito, sin visitar otras localidades. En cierto sentido, el Señor la
sembró en ese sitio como si fuera un grano de trigo. Estuvo allí por muchos años y
murió en 1929.
No se inquieten por el éxito temporal que otros puedan lograr debido a sus actividades.
A Su tiempo, el Señor vindicará Su obra en vida. Aunque el hermano Nee ha partido a
estar con el Señor, su ministerio continúa prevaleciendo y su obra sigue adelante. Esta
clase de obra no depende de actividades, sino de vida. La obra de la vida es la que
produce y aumenta la iglesia.
Podemos usar como ejemplo la fabricación de flores artificiales. Se puede emplear cierto
número de personas para que fabriquen flores artificiales, y en poco tiempo se
produciría una gran cantidad de ellas. Sin embargo, si inicia un cultivo de flores
naturales, le tomaría mucho más tiempo. Primero, debe sembrar la semilla, y a su
tiempo la semilla crecerá y se multiplicará. Luego, más semillas caerán a tierra, y
crecerán, multiplicándose más y más. Esta clase de multiplicación perdurará por mucho
tiempo. ¿Qué clase de aumento desea tener? ¿Las flores artificiales fabricadas por la
labor externa, o las flores genuinas producidas por la vida?
El Señor Jesús cayó en la tierra y murió para que Su elemento divino, Su vida divina,
fuera liberada de la cáscara de Su humanidad, para producir muchos creyentes en
resurrección (1 P. 1:3), tal como un grano de trigo que cae en tierra a fin de liberar su
elemento de vida y brota de la tierra para llevar mucho fruto, es decir, para producir
muchos granos. En lugar de una calurosa recepción, el Señor prefería caer en la tierra y
morir como un grano de trigo, para así poder multiplicarse en muchos granos a fin de
constituir la iglesia. El Señor, como grano de trigo que cae en la tierra, perdió la vida de
Su alma al morir para poder liberar Su vida eterna en resurrección a los muchos granos.
En cierto aspecto, la muerte del Señor equivalía a caer en la tierra como se revela en el
versículo 24; en otro aspecto, equivalía a ser levantado en el madero (v. 32; 1 P. 2:24). Él
cayó en tierra como grano de trigo para producir muchos granos, y fue levantado en el
madero como Hijo del Hombre para atraer a todos los hombres a Sí mismo. Los muchos
granos producidos por Él al caer en la tierra son “todos los hombres” que Él atrajo al ser
levantado en el madero.
En el capítulo doce de Juan, la muerte del Señor no se revela como la muerte redentora
(como en 1:29), sino como la muerte que produce y genera. Según este capítulo, el Señor
al morir quebró la cáscara de Su humanidad encarnada para poder llevar a cabo Su
propósito triple: (1) producir los muchos granos y atraer a todos los hombres a Sí mismo
(vs. 24, 32); (2) liberar el elemento divino, que es la vida eterna (vs. 23, 28); y (3) juzgar
el mundo y echar fuera a su príncipe, Satanás (v. 31).
Glorificar el nombre del Padre equivale a hacer que el elemento divino del Padre se
manifieste. El elemento divino del Padre, que es la vida eterna, estaba en el Hijo
encarnado. La cáscara humana del Hijo encarnado, Su carne, tenía que ser quebrantada
por la muerte para que el elemento divino del Padre, la vida eterna, fuese liberada y
manifestada en resurrección, de la misma manera que el elemento de vida de un grano
de trigo es liberado al romperse su cáscara y al ser manifestado al florecer. Esto fue la
glorificación de Dios el Padre en la glorificación del Hijo.
Supongamos que tenemos la semilla de una flor. Aunque en la vida de esa semilla está
encerrada mucha belleza, ¿cómo puede esa belleza ser manifestada? Para que esto sea
posible la semilla tiene que morir. Si esta semilla cae en la tierra, muere y germina, toda
la belleza que contiene será manifestada. Esto es la gloria, es decir, la glorificación de la
vida que está encerrada en la semilla. De la misma manera, Dios estaba encerrado en la
carne del Señor Jesús, quien tuvo que morir para que Dios, quien estaba en Su interior,
pudiera ser liberado, manifestado y glorificado en la esfera de la resurrección.
3. Juzga el mundo
y echa fuera a su príncipe, Satanás
Juan, en su evangelio, utiliza diferentes figuras para mostrar los diferentes aspectos de
la muerte del Señor. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo!” Y en 3:14 el Señor Jesús dijo que Él tenía que ser levantado sobre la cruz,
de la misma manera en que Moisés levantó la serpiente de bronce en la asta. Ahora, en
el capítulo 12, el Señor dice que Él es un grano de trigo. Aquí podemos ver tres figuras:
el Cordero de Dios, la serpiente y el grano de trigo. La muerte del Señor tiene tres
aspectos. En el primero, Él es el Cordero de Dios, que quita nuestros pecados por medio
del derramamiento de Su sangre. En el segundo, Él es la serpiente de bronce que
destruye a la serpiente antigua, así como la naturaleza serpentina que mora en nuestro
interior. Y en el tercero, Él es un grano de trigo que cayó en la tierra y murió para
producir muchos granos. La muerte única del Señor Jesús tiene estos tres aspectos: el
aspecto que redime, el aspecto que destruye a Satanás y el aspecto que libera la vida.
Cuando Él fue clavado en la cruz era el Cordero de Dios que llevó nuestros pecados y
derramó Su sangre para nuestra redención. Este es el primer aspecto, y todo creyente
genuino está familiarizado con él. Sin embargo, no muchos cristianos están
familiarizados con el segundo aspecto de la muerte del Señor, el cual consiste en que el
Señor Jesús fue levantado en la cruz y crucificado en la forma de una serpiente, con el
fin de destruir a la serpiente antigua y la naturaleza serpentina que mora en nuestro ser.
Éste es el aspecto de Su muerte que destruye a Satanás. El tercer aspecto de Su muerte
es el aspecto que libera la vida. La vida divina estaba en aquel pequeño hombre Jesús,
de la misma manera que la vida del trigo está encerrada en un pequeño grano de trigo.
Ya que la vida está escondida en el grano, la cáscara de éste debe ser quebrantada para
que la vida que está en ella pueda liberarse. Así que, cuando Cristo fue a la cruz, Él era el
Cordero, tenía la forma de la serpiente, y también era un grano de trigo. Por una sola
muerte Él realizó el propósito triple de quitar nuestros pecados, destruir a Satanás y
liberar la vida divina que estaba en Su interior para producir muchos granos. ¡Aleluya!
Por Su muerte nuestros pecados fueron quitados, nuestra naturaleza serpentina fue
terminada, y la vida divina fue liberada a nosotros. Ya no practicamos el pecado ni
somos serpientes. La vida divina fue impartida en nosotros, y ahora somos los muchos
granos producidos por este único grano. Estos muchos granos sirven para hacer un solo
pan, el cual es el Cuerpo del Señor (1 Co. 10:17), la iglesia. Anteriormente éramos
pecadores con la naturaleza serpentina, sin ninguna relación con la vida divina. Pero por
la muerte todo-inclusiva del Señor, nuestros pecados fueron quitados, nuestra
naturaleza serpentina fue terminada, y la vida divina fue impartida a nuestro ser. Ahora
somos granos vivientes que, concertados juntos, llegamos a ser un solo pan, la iglesia.
¡Alabémosle!
Basados en este principio, si queremos que la iglesia sea manifestada, tenemos que
morir. Si queremos glorificar a Dios, es decir, hacer que Él se manifieste por medio de
nosotros y se glorifique entre nosotros, es necesario que muramos. Si queremos vencer a
Satanás y su mundo, tenemos que morir. Por medio de la cruz, la iglesia llega a existir,
Dios es glorificado y Satanás y su mundo son derrotados. El Señor dijo claramente que
cuando Él muriera, produciría mucho fruto, el Padre sería glorificado, y Él juzgaría al
mundo y echaría fuera a Satanás, el príncipe de este mundo. Aunque esto parece breve y
simple, es muy significativo. Lo incluye todo: la formación de la iglesia, la glorificación
del Padre y la expulsión de Satanás. No queda nada más. Si queremos establecer una
iglesia local, glorificar a Dios y expulsar a Satanás, no hay otra manera que la muerte en
la cruz. Siempre hablamos acerca del camino de la iglesia; el camino de la iglesia es el
camino de la cruz. Siempre hablamos de la manera de glorificar a Dios; la manera de
glorificar a Dios es tomar el camino de la cruz. Además, la manera de echar fuera a
Satanás, el enemigo de Dios, es el camino de la cruz. Existe un solo camino: la cruz.
Necesitamos experimentar la cruz. No importa cuántas personas nos aclamen ni cuantos
nos den la bienvenida, debemos entender que cuanto más bienvenidas nos den, más
debemos morir.
¿Cómo podemos morir? En el versículo 25 el Señor nos dice que debemos perder
nuestra alma: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este
mundo, para vida eterna la guardará”. La palabra griega traducida “la vida de su alma”
es la misma palabra que se halla en 10:11, 15 y 17. Esto también es probado por los
evangelios de Mateo y Marcos (Mt. 16:24-26; Mr. 8:34-35.). ¿Qué quiere decir morir y
experimentar la cruz? Simplemente significa negar y rechazar el alma, la vida natural.
Debemos perder nuestra alma, es decir, nuestra vida natural, el yo. Entonces la iglesia
llegará a existir, Dios será glorificado, y Satanás será juzgado y echado fuera, él será
expulsado de la iglesia.
El Señor como un grano de trigo que cayó en la tierra perdió la vida de Su alma al morir
para poder liberar Su vida eterna e impartirla a “muchos granos” en resurrección. Como
los muchos granos, nosotros también debemos perder la vida de nuestra alma por
medio de la muerte para poder disfrutar la vida eterna en resurrección. Esto es seguirlo
para servirle como se menciona en el versículo 26. Además, los muchos granos necesitan
ser molidos hasta que sean harina para que sean compenetrados y lleguen a ser un pan.
III. LA INCREDULIDAD
Y LA CEGUERA DE LA RELIGIÓN
Los versículos del 36b al 43 tratan de la incredulidad de la religión y del juicio de Dios
sobre la misma. A pesar de que el Señor como vida había hecho muchas maravillas,
milagros y señales, los religiosos no quisieron seguirle. No importa cuánto el Señor hizo,
ellos rehusaron responder. No lo recibieron, sino que lo rechazaron. Isaías ya lo había
profetizado, diciendo: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio y sobre quién se ha
manifestado el brazo de Jehová?” (Is. 53:1). El brazo de Jehová es el Señor Jesús. Como
tal, Él Señor actúa y da libertad. Sin embargo, nadie del mundo religioso reconoció este
hecho. Nadie respondió ni lo recibió ni lo aceptó. Simplemente lo rechazaron. Aunque
este brazo es la salvación, así como también el Salvador y el Libertador mismo, los
religiosos lo rechazaron.
El rechazo por parte de los religiosos dio como resultado que la ceguera y el
endurecimiento del corazón vinieran sobre ellos (v. 40; Is. 6:10). Éste es el juicio de Dios
ejecutado sobre ellos porque, en su incredulidad, rechazaron al Señor. La ceguera y el
endurecimiento del corazón son un castigo para los incrédulos. La religión no tiene fe;
sólo tiene la ceguera.
El versículo 41 dice que Isaías vio Su gloria y habló acerca de Él. La expresión Su gloria
confirma que el Señor Jesús verdaderamente es Dios, Jehová de los ejércitos, cuya gloria
vio Isaías (Is. 6:1, 3). Esta gloria fue vista y apreciada por Isaías, pero los creyentes
débiles del Señor no la querían (vs. 42-43). Ellos amaban más la gloria de los hombres
que la gloria de Dios, el Jesús viviente, que estaba ante ellos. Si hubieran apreciado y
amado al Señor Jesús como la gloria de Dios, no les habría importado la gloria de los
hombres ni habrían temido ser expulsados de la sinagoga.
IV. LA DECLARACIÓN HECHA POR LA VIDA
A LA RELIGIÓN INCRÉDULA
En los versículos del 44 al 50 vemos la declaración final que el Señor como vida hace a la
religión incrédula. Después de hacer esta declaración, y por el resto de este evangelio, el
Señor no tiene nada que ver con los religiosos.
Primeramente, el Señor declaró que Él era la manifestación del Dios viviente (vs. 44-
45). Él es el Hijo de Dios, lo cual significa que es la manifestación de Dios. Todo el que lo
ve, ve a Dios, y todo el que lo recibe, recibe a Dios mismo, ya que Él es Dios manifestado
a los hombres.
En segundo lugar, el Señor declaró que Él vino al mundo como la luz iluminadora para
que el hombre no permaneciera en tinieblas (vs. 46, 36). Si el hombre recibía esta luz,
tendría a Dios. Él es la manifestación de Dios como luz, y si usted lo recibe como luz,
recibirá a Dios mismo. Cuando alguien cree en Él, no permanecerá en tinieblas. Sin
embargo, si uno rehúsa recibirlo como luz, simplemente estará rechazando a Dios, y le
sobrevendrán tinieblas. Él viene como luz. Si uno lo recibe, tendrá a Dios y será uno de
los muchos hijos de luz.
En tercer lugar, el Señor declaró que Él vino al hombre con las palabras vivientes; quien
reciba Sus palabras tendrá vida eterna ahora y para siempre, y quien rechace Sus
palabras, será juzgado por esas mismas palabras en el día postrero (vs. 47-50).
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTISIETE
(1)
Antes de contestar esta pregunta, debemos entender la posición que ocupa este capítulo
con relación a todo el Evangelio de Juan, ya que tiene una posición decisiva en este
libro. El Evangelio de Juan está dividido en dos secciones principales. La primera
sección, que consiste de los capítulos del 1 al 13, describe cómo el Señor, como el Verbo
eterno, el cual es Dios mismo, y como Hijo de Dios, vino por medio de la encarnación
para introducir a Dios en el hombre, a fin de ser la vida del hombre y así producir la
iglesia. La segunda sección, que está compuesta de los capítulos del 14 al 21, revela cómo
el Señor, como Hijo del Hombre, pasó por la muerte y la resurrección para introducir al
hombre en Dios, a fin de que el hombre y Dios, Dios y el hombre, fueran edificados
como una morada mutua. El capítulo 13 se ubica al final de la primera sección, es una
línea divisoria, y un punto giratorio donde el libro da una vuelta. El relato se torna de
una dirección a otra.
En la primera parte del Evangelio de Juan, el Señor viene para introducir a Dios en
nosotros, pero en la segunda parte, Él va para introducirnos a nosotros en Dios. En los
primeros doce capítulos, el Señor viene por medio de la encarnación para introducir a
Dios en el hombre; y en los últimos ocho capítulos, Él pasa por la muerte y la
resurrección para introducir al hombre en Dios. La primera sección nos muestra cómo
Él viene, y la segunda, cómo Él va. Viene por medio de la encarnación para introducir a
Dios en el hombre, y va por medio de la muerte y la resurrección para introducir al
hombre en Dios.
En medio de estas dos secciones el capítulo 13 juega un papel decisivo. En el versículo 3
leemos: “Jesús, sabiendo que ... había salido de Dios, y a Dios iba”. Él había salido de
Dios e iba a Él. Ésta es la razón por la que digo que el capítulo 13 es el punto donde gira
todo el Evangelio.
El versículo 1 dice que el Señor “habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el fin”. El Señor lavó los pies de Sus discípulos por causa de este amor. Por
lo tanto, el lavamiento de los pies tiene que ver con el amor, la clase de amor que
continúa hasta el fin. Sin el lavamiento de los pies, el amor del Señor no podría haber
satisfecho toda nuestra necesidad. Esto muestra la importancia del lavamiento de los
pies. Ésta es nuestra máxima necesidad. En los nueve casos anteriores, el Señor ha
satisfecho todas nuestras necesidades. Pero después de todo eso, aún necesitamos que
sean lavados nuestros pies. Por lo cual, el Señor llevó a cabo el lavamiento de los pies,
mostrando Su amor ilimitado.
El versículo 3 indica la razón por la cual el Señor lavó los pies de Sus discípulos. Él sabía
que “el Padre le había dado todo en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba”.
En ese tiempo Él se daba cuenta de tres hechos: 1) el Padre le había confiado todo en Sus
manos; 2) Él había salido de Dios; y 3) Él iba a Dios. Debido a estas tres cosas, lavó los
pies de Sus discípulos. El “todo” que el Padre le había dado, se refiere principalmente a
Sus discípulos; Su salida de Dios introdujo a Dios en Sus discípulos; y Su partida, al ir a
Dios, significaba que dejaba a Sus discípulos. El Padre le había dado los discípulos, y el
Señor les había introducido a Dios en ellos, pero ahora iba a dejarlos. Por medio de
haber venido de Dios y haber introducido a Dios en ellos surgió una relación entre los
discípulos y Dios en Él. En ese momento iba a dejarlos. Después de que Él los dejara,
¿cómo podría mantenerse esa relación? Ella sería mantenida por el lavamiento de los
pies. El lavamiento de los pies tiene como fin quitar toda la suciedad que estorba la
comunión de la relación que existe entre Dios y el hombre. Al hacer esto, el Señor les
mostró a Sus discípulos la manera en que debían mantener su relación con Dios en Él.
C. Se quitó Su manto
Cuando el Señor Jesús estaba a punto de lavar los pies de Sus discípulos, Él se quitó Su
manto (v. 4). Aquí el manto representa las virtudes y los atributos del Señor en Su
expresión. Por lo tanto, quitarse Su manto significa despojarse de lo que Él es en Su
expresión. Si el Señor hubiera permanecido en todo lo que Él era en Sus virtudes y
atributos, no habría podido lavar los pies de Sus discípulos.
Cuando el Señor se quitó de Su manto, se ciñó con una toalla (v. 4). Hablando de
manera figurativa el hecho de que el Señor se ciñera significa que Él fue atado y
restringido con humildad (cfr. 1 P. 5:5). En humildad Él renunció a Su libertad, para
poder ministrar a Sus discípulos.
E. Lavó los pies de los discípulos con agua
El Señor lavó los pies de los discípulos con agua (v. 5). Aquí el agua representa al
Espíritu Santo (Tit. 3:5), la Palabra (Ef. 5:26; Jn. 15:3), y la vida (19:34). Como veremos,
el Señor nos lava espiritualmente por la obra del Espíritu Santo, por la iluminación de la
Palabra y por la operación de la ley interior de vida. En las Escrituras estas tres
realidades son representadas por el agua.
El Señor vino por medio de la encarnación para introducir a Dios en nosotros y pasó por
la muerte y la resurrección para introducirnos a nosotros en Dios. Ambos hechos
suceden en nuestro espíritu. En lo que a nuestro espíritu se refiere, Dios fue introducido
en nosotros por medio de la venida del Señor, y nosotros fuimos introducidos en Dios
mediante Su ida. Sin embargo, en cuanto a nuestro cuerpo físico, todavía permanecemos
aquí sobre la tierra. En nuestro espíritu fuimos unidos con algo celestial, espiritual y
eterno, pero en nuestro cuerpo aún permanecemos en la tierra. En nuestro espíritu el
Señor introdujo a Dios en nosotros y nosotros en Él; en nuestro espíritu somos uno con
Dios, y en nuestro espíritu estamos en los lugares celestiales porque estamos en Él. Pero
en nuestro cuerpo todavía permanecemos en la tierra. En cuanto a nuestro espíritu
regenerado, ya no somos la vieja creación, sino la nueva. Sin embargo, en cuanto a
nuestro cuerpo, todavía estamos en la vieja creación y permanecemos sobre la tierra.
Por un lado, somos la nueva creación, estamos en Dios y estamos en los lugares
celestiales. Esto es cierto y es una realidad. Por otro lado, todavía estamos en la vieja
creación y permanecemos sobre la tierra.
Aunque tenemos la vida divina y hemos llegado a ser la iglesia, seguimos viviendo en
esta carne caída sobre la tierra. Muy a menudo el contacto con las cosas terrenales nos
contaminan. Esto es inevitable pues no podemos evitar el contacto con las cosas
terrenales. Nuestros pies son los miembros de nuestro cuerpo que tocan la tierra y
diariamente nuestros pies entran en contacto con ella. Antiguamente en Judea, la gente
caminaba para ir a cualquier parte, lo que los hacía tocar la tierra con los pies. Y al
hacerlo, siempre sus pies se ensuciaban. Debido a esto, ellos necesitaban el lavamiento
de los pies. Lo mismo se aplica a nosotros en la esfera espiritual.
La suciedad difiere a la pecaminosidad. Ser pecador es una cosa y estar sucio es otra.
Podemos estar absolutamente sin pecado y a la vez estar muy sucios. Quizá nada esté
mal, pero aun así podemos estar sucios simplemente por el contacto terrenal. ¿Está
consciente usted de que aún estamos en el cuerpo y que aún caminamos en la tierra?
Constantemente entramos en contacto con la tierra lo cual nos ensucia. Por
consecuencia, la mayor parte del tiempo no estamos limpios. Por lo tanto, necesitamos
el lavamiento de los pies.
¿Sabe usted cuándo los judíos practicaban el lavamiento de los pies? Particularmente lo
practicaban al atender a las fiestas. El centro de una fiesta es la comunión. En la
antigüedad los judíos usaban sandalias, y sus pies se ensuciaban fácilmente porque los
caminos eran polvorientos. Si al llegar a un banquete se hubieran sentado a la mesa y
hubiesen estirado los pies, la tierra y el mal olor incomodarían la comunión. Por lo
tanto, para disfrutar de un banquete agradable, necesitaban lavarse los pies. Al ser
invitados a una fiesta y para tener comunión entre sí, primero tenían que lavarse los
pies. Sin tal lavamiento, la comunión hubiera sido dañada. Antes de reunirse para cenar
y tener comunión en torno a la mesa, debían ser lavados. De otro modo, simplemente no
hubiesen podido tener una comunión agradable. Además, ellos no se sentaban a la mesa
como nosotros lo hacemos, sino que se reclinaban en el piso con sus pies extendidos, sin
sillas ni bancas. Si sus pies estuviesen sucios, el mal olor hubiera sido horrible. A veces
tenían que recorrer largas distancias por caminos lodosos. Debido a esto, sus pies se
ensuciaban mucho y el mal olor que despedían era ofensivo si se hubieran reunido y
hubieran estirado los pies, su comunión no habría sido muy agradable.
En el capítulo 13 el Señor estableció un ejemplo al lavar los pies de los discípulos con el
fin de que ellos pudieran tener una comunión agradable, disfrutando al Señor y
disfrutándose los unos con los otros. Hoy necesitamos esta clase de lavamiento, el cual
no debe ser una simple práctica externa; principalmente debe ser más de forma
espiritual, la cual tiene mucho que ver con nuestra vida espiritual. Hoy el mundo está
completamente sucio, y nosotros los santos podemos contaminarnos fácilmente. Para
poder mantener una comunión agradable con el Señor y unos con otros necesitamos el
lavamiento espiritual de los pies.
Como ya hicimos notar, estar sucios no significa que seamos pecaminosos. Muchas
veces, aunque uno no peque se encuentra sucio. El polvo está en todas partes y es fácil
ensuciarse. Mientras que uno viva sobre la tierra, aun si se sienta en un lugar sin ni
siquiera moverse, algo terrenal lo ensuciará. Esta tierra está completamente sucia. Así
que, al hacer cualquier cosa uno se contamina. Aun al conducir su auto camino a la
reunión, sus ojos pueden por casualidad ver algo que lo contamine. Antes de subir a su
carro, su espíritu puede haber estado viviente y elevado, pero después de manejar por
diez minutos, aunque no tenía la intención de ver nada, con el simple hecho de ver
involuntariamente ciertas cosas por la calle usted es contaminado y su espíritu decae. A
veces, aun en nuestra comunión nos ensuciamos.
Para las cosas pecaminosas, requerimos la limpieza de la sangre, pero para las cosas que
son sucias que no son pecaminosas, necesitamos el lavamiento espiritual. El lavamiento
que necesitamos es el que llevan a cabo el Espíritu Santo, la palabra viviente y la vida
interior.
¿Qué debemos hacer en tal caso? Tal vez usted aplique la sangre del Señor diciendo:
“Señor, estaba incómodo con mi esposa por su amor excesivo. Aplico Tu sangre a esta
situación”. Pero eso no funciona. Usted requiere otro tipo de lavamiento, no el
lavamiento efectuado por la sangre, sino el lavamiento por el Espíritu, la Palabra
viviente y la vida interior. ¿Quién puede proporcionarle esta clase de lavamiento?
Primeramente el Señor Jesús mismo, y después, los santos que poseen mucha vida.
Usted debe pasar tiempo en la presencia del Señor. Si permanece en la presencia del
Señor, Él vendrá a usted y lo lavará, no con Su sangre, sino con el Espíritu, con la
Palabra viviente y con la vida interior. Es difícil precisar cuándo Él completa este
lavamiento. A veces sólo le toma uno minutos limpiarlo del polvo; otras veces puede
tomarle medio día. Siempre que usted tiene necesidad de este lavamiento, sólo abra su
ser al Señor al estar en Su presencia, y permita que la vida interior fluya en su interior.
Espontáneamente algo viviente brotará, le regará y le lavará, y usted volverá a estar
limpio. Su espíritu será levantado y todo su ser estará agradablemente en la presencia
del Señor. Éste es el lavamiento del agua viva que se obtiene en la presencia del Señor.
Es muy fácil que los hermanos y hermanas que viven y sirven juntos, se ofendan unos a
otros inconscientemente. Tal vez no peleen, porque pelear es pecaminoso. Simplemente
se causen ofensas involuntarias. Tal vez usted me ofenda sin darse cuenta. Sin embargo,
yo estoy bien consciente de dicha ofensa. Como resultado, ambos llegamos a estar sucios
en cierta manera. Así que será difícil que mantengamos una comunión agradable entre
nosotros. Aun cuando no intercambiemos palabras y procuremos aprender la lección de
la cruz, aun así encontramos que nuestra comunión llega a estar muerta. Necesitamos
ser lavados.
Tal vez los hermanos que viven juntos en las casas de hermanos, se reúnan para orar.
Algunos de ellos son muy vivientes y otros no lo son en absoluto debido a que se han
ensuciado y su espíritu ha decaído. En algunas ocasiones todos los hermanos pueden
estar entumecidos y decaídos en su espíritu. Esto no quiere decir que hayan llegado a ser
pecaminosos; no pelean ni se critican entre sí. No obstante, todos los hermanos se
ensucian un poco simplemente porque han vivido juntos por un largo tiempo sin haber
tenido el apropiado lavamiento de los pies. Ellos también necesitan el lavamiento de los
pies.
Estar sucio es muy parecido a estar en pecado. Si usted avanza tan solo medio paso más
adelante de estar sucio, caerá en una condición pecaminosa. Tal clase de contaminación
terrenal obstaculiza nuestra comunión. Entonces, cuanto más lo mire a usted, menos mi
espíritu será capaz de levantarse; y cuanto más me observe a mí, más su espíritu
decaerá. Incluso si conversamos, esta conversación no será agradable. No podemos
pretender ser lo que no somos. Si nuestro espíritu es agradable, nuestras palabras
también lo serán. Sin embargo, si no tenemos un espíritu agradable, aunque
pretendamos hablar agradablemente, la situación empeorará. ¿Saben cuál es la razón
por la que muchas veces los hermanos no son capaces de orar cuando se reúnen? Es
porque se encuentran sucios. Todos ellos requieren lavarse los pies los unos a los otros.
El Señor lava nuestros pies por medio del trabajo que efectúa el Espíritu Santo, por la
iluminación de la Palabra y por la operación de la ley interior de la vida. Hoy en día, el
Señor siempre efectúa el lavamiento por medio del Espíritu Santo dentro de nuestro ser,
por la iluminación de la Palabra de Dios en las Santas Escrituras, y por la vida interior
que opera en nuestro interior. Es posible que el Señor nos lave muchas veces cada día.
Puedo testificar que el Señor me lava varias veces durante el día por medio del Espíritu,
la Palabra y la vida interior. Tengo que caminar sobre la tierra porque vivo en ella. No
puedo evitar el contacto terrenal. Tengo que atender a mis familiares y a los queridos
hermanos y hermanas. De vez en cuando, algún amigo viene a visitarme y no puedo
evadir conversar con él. Pero después de su visita, me siento sucio. Esto es el contacto
terrenal. Además, tengo que tocar las tiendas cuando voy de compras. Después de haber
estado en una tienda, tengo la sensación de haber estado en el Hades. Cuando salgo de
esa tienda, necesito ser lavado inmediatamente. Cada vez que voy de compras, mis pies
tocan la tierra y se ensucian. Pero el Espíritu Santo, la Palabra de Dios, y la vida interior
trabajan y operan para lavarme constantemente. De otra manera, no podría mantener la
comunión que tengo con el Señor.
Después de pasar toda una semana en contacto con el mundo, ¿no siente usted la
necesidad de ser lavado al venir a la mesa del Señor el día del Señor? Ciertamente,
sentirá la necesidad de lavarse los pies para poder limpiarse del polvo que ha acumulado
por el contacto terrenal durante esa semana. Requerimos el lavamiento, no sólo el de la
sangre del Señor el cual es para los pecados, sino también el lavamiento efectuado por la
obra del Espíritu, por la iluminación de la Palabra y por la operación de la vida interior.
Este lavamiento nos limpia del polvo producido por el contacto terrenal.
Ahora entendemos el verdadero significado del lavamiento de los pies. Tiene como fin
mantener la comunión en vida. No es simplemente una práctica externa, sino que debe
ser una práctica espiritual. Debemos interpretar esta señal como una alegoría y no
entenderla sólo como algo físico. Conforme al significado espiritual de esta señal,
debemos permitir que el Espíritu, la Palabra viviente y la vida interior nos laven del
polvo que se acumula en nosotros mientras vivimos en la carne y caminamos sobre esta
tierra sucia.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTIOCHO
(2)
Ya hemos visto el lavamiento de los pies que el Señor efectuó. Ahora quisiera mencionar
algo acerca del mutuo lavamiento de pies que deben practicar los creyentes entre sí (vs.
12-17). No sólo necesitamos el lavamiento que efectúa el Señor directamente, sino
también el mutuo lavamiento de pies entre los creyentes. El Señor mandó que nos
laváramos los pies los unos a los otros. Como mencioné anteriormente, a veces debemos
guardar la Palabra del Señor conforme a la letra, pero lo más importante es guardarlo
conforme al espíritu. Debemos lavarnos los pies los unos a los otros ministrando la obra
del Espíritu Santo, la iluminación de la Palabra y la operación de la vida interior. De esta
manera, yo le ayudo a usted, usted me ayuda a mí, y todos nos ayudamos mutuamente
para ser lavados por la obra del Espíritu Santo, por la iluminación de la Palabra, o por la
operación de la vida interior. Siempre que los hermanos nos reunamos para tener
comunión y para orar, debemos ministrar el lavamiento espiritual de los pies los unos a
los otros. Este mutuo lavamiento espiritual es el que nos mantiene limpios de toda
contaminación terrenal. Queridos hermanos, ¿han considerado cuán necesario es este
lavamiento mutuo? Mientras usted viva y trabaje en esta tierra, no sólo necesita ser
lavado directamente por el Señor, lo cual se lleva a cabo en su espíritu, sino que también
debe recibir el lavamiento de los pies ministrado por los hermanos y hermanas.
Cuando el Señor lavó los pies de Sus discípulos, Él se quitó Su túnica. Vimos que en
figura la túnica o manto representa las virtudes y los atributos del Señor en Su
expresión. Por lo tanto, quitarse Su manto significa despojarse de lo que Él es en Su
expresión. Si el Señor se hubiera aferrado a la expresión de Sus virtudes y atributos, no
habría logrado lavar los pies de los discípulos. De la misma manera, cuando nos
dispongamos a lavar los pies de otros, debemos poner a un lado nuestros logros,
nuestras virtudes y nuestros atributos. Ésta es la verdadera humildad, la humillación
genuina de uno mismo. Debemos humillarnos hasta tal punto que podamos lavar los
pies de los demás.
En las Escrituras una vestidura representa lo que hacemos y como nos conducimos.
Todo lo que hacemos y la manera en que nos conducimos llega a ser nuestra vestidura.
Si usted tiene un buen comportamiento, entonces tiene una excelente vestidura, algo
que es admirable y glorioso. Sin embargo, si desea ministrar el lavamiento espiritual de
los pies a otros, debe despojarse de sus logros, sus obras y su conducta. Cada vez que
usted se reúna con los hermanos para ministrarles cierto lavamiento espiritual, debe
dejar a un lado su conducta, lo cual significa que debe humillarse. No piense que su
conducta es lo suficientemente buena. Puede ser que sus obras y su comportamiento
sean excelentes y gloriosos, entonces, usted se vuelve orgulloso. Usted se sentirá
orgulloso de su vestidura y de sus obras. Por otra parte, yo puedo tener el concepto de
que soy muy humilde y que usted es muy orgulloso. Con esta clase de actitud y motivo
nunca podremos ministrar el lavamiento de los pies los unos a los otros. Debo hacer a
un lado todas mis buenas obras y olvidarme de todas mis virtudes. Esto es muy práctico.
Cuando uno es orgulloso, no es capaz de ministrar el lavamiento espiritual de los pies a
nadie. Debemos humillarnos y echar a un lado nuestras vestiduras. Hacer esto implica
humillarnos, despojarnos de algo que nos pertenece.
No es tan fácil despojarnos de nuestro atuendo y humillarnos para poder lavar los pies
de los demás. Supongamos que cierto hermano me ofende sin querer. Aunque él no esté
consciente de haberme ofendido, yo sí estoy muy consciente de la ofensa. ¿Qué debo
hacer? Debo acudir a la gracia del Señor para lavar sus pies en vez de condenarlo. Si
intento ministrarle el lavamiento sin tomar la gracia, el resultado será un gran fracaso.
¿Por qué? Debido a que me ofendió, me será muy fácil reprenderle, aun cuando no tenga
la intención de hacerlo. Necesito dejar a un lado mis vestiduras y descender a su nivel.
Cuando sentimos que alguien nos ha ofendido, siempre nos consideramos superiores a
esa persona, pensando que es inferior, que está en deuda con nosotros, y que tenemos
base para reclamarle. Aquí radica la dificultad. Debemos despojarnos de nuestra
vestidura, descender a su nivel y bajar de nuestro trono. En cierto sentido, despojarnos
de nuestra vestidura significa descender de nuestro trono. No debemos sentarnos en
nuestro trono para juzgar a nuestros hermanos, diciendo: “Usted me ofendió a mí, usted
me ha ofendido”. Mientras tenga esa actitud, la cola del zorro será expuesta. Finalmente,
usted reprenderá al hermano que le ofendió, lo cual dará por resultado un altercado,
porque él negará la ofensa. Inmediatamente, toda la situación se volverá pecaminosa.
Tanto los hermanos como las hermanas requieren el lavamiento de los pies. Siento
decirlo, pero las hermanas se ofenden con mucha facilidad. No obstante, en la vida de
iglesia no podemos evitar el contacto de unos con otros. En la vida práctica la persona
que más trabaja es la que más se ensucia. Lo mismo sucede en la vida de iglesia. Cuanto
más responsabilidad uno lleve, más suciedad acumulará, por causa de la cantidad de
personas con las que uno se relaciona. Cuanto más contacto tenga con otros, más se
ensuciará. La mejor manera de mantenerse limpio es evitar el contacto con otros. Así
como la mejor forma de mantener sus manos limpias es no tocar nada con ellas. Tal vez
algunos de nosotros anhelan llegar a ser líderes en la vida de iglesia. Hablando en
términos humanos, si uno fuera sabio, nunca se envolvería en el liderazgo, porque es
una labor muy difícil y hace que uno se ensucie con facilidad. Siendo líder, un anciano
de la vida de iglesia no puede evitar tener contacto con ciertas situaciones ni hablar con
ciertas personas. Ellas acuden al anciano constantemente. Y puede estar seguro de que
nadie de los que vayan a verle estará limpio, porque los que están limpios nunca irán al
anciano, debido a que no tienen problemas. Todo el que procure verlo seguramente
tendrá algún problema. A veces cierta hermana no lo dejará tranquilo hasta hacerlo que
se enoje con ella. Algunas veces las hermanas que tienen problemas acuden al anciano
una y otra vez, y no desisten hasta verlo muy molesto. Cuando por fin se han ido, uno se
da cuenta que está completamente sucio. Entre el anciano y ella es necesario un gran
lavamiento de los pies. Sin tal lavamiento la comunión agradable entre los dos nunca
podrá restablecerse.
Ésta es la razón por la cual al principio la vida de iglesia puede ser muy feliz, pero
después de cierto tiempo, es posible que algunos de los santos se ensucien, y aunque
siguen asistiendo a las reuniones no vienen contentos ni tienen un espíritu agradable.
Quizás recuerden que ciertos hermanos o hermanas los han ofendido. Es posible que
intenten sonreír y pretendan ser como otros, pero ¿qué clase de comunión pueden tener
así? Ellos requieren el lavamiento de los pies. Necesitan el ministerio de la vida.
Al lavar los pies de otros, no debemos decir: “Hermano, te amo y por eso voy a lavar tus
pies”. El lavamiento de los pies requiere un abundante suministro de vida. Necesitamos
la vida para poder lavar los pies de otros. Es necesario ministrar mucha vida a otro para
lavar sus pies. Esto es muy difícil. Recuerde que el lavamiento de los pies se efectúa con
agua y no con sangre. Necesitamos mucha agua. El agua es el Espíritu, la Palabra
viviente y la vida interior. Necesitamos estar llenos del agua-vida. Si lo estamos, nos
lavaremos los pies unos a otros espontáneamente al estar con ellos aun sin tener la
intención de hacerlo. Cuando tengamos contacto con otros, el agua simplemente fluirá
sin darnos cuenta. Al estar con otro santo, el agua fluirá sobre él una y otra vez, llevando
a cabo el lavamiento de los pies. El polvo y el olor desagradable entre nosotros se
desvanecerán, y seremos introducidos en una agradable comunión. ¡Cuánto necesitamos
esta experiencia!
Quisiera recalcar que cuando nos reunamos debemos dejar a un lado nuestra vestidura.
No trate usted de mantener su nivel o posición. No se considere a sí mismo superior a
los demás. Debe desechar tal concepto. Ejercite el agua viva y ocasione que ésta fluya, y
los pies de los demás serán lavados.
Ya vimos que el Evangelio de Juan es todo un libro de vida, pues su contenido es la vida.
El lavamiento de los pies es un asunto de vida, y no simplemente una práctica física
como lo hacen en algunos grupos cristianos, quienes llevan a cabo esta práctica en cada
servicio de la Santa Comunión. Sin embargo, si el Señor así nos guía, de vez en cuando
es posible que físicamente nos lavemos los pies unos a otros. Una noche en 1952, en la
ciudad de Taipei, los cuatro ancianos lavaron los pies por lo menos a quinientos
hermanos. Esto realmente tocó el corazón y el espíritu de los santos. Sirvió de una gran
ayuda. Sin embargo, no debemos hacer de esta práctica algo legal ni formal.
Todo lo narrado en el Evangelio de Juan tiene que ver con la vida, y debemos practicar
la vida hasta tal grado que entre nosotros tengamos abundancia de agua de vida para
lavar los pies unos de otros. Algunos santos están llenos del agua viva. Si usted pasa
media hora con ellos, sus pies serán lavados. Tal vez no le señalen que sus pies se
encuentran sucios, ni aun mencionen el asunto del lavamiento de los pies, pero si usted
permanece media hora con ellos, sus pies quedarán lavados. Después de esa media hora
usted estará muy cerca del Señor. Su comunión con Él será íntima y agradable, y la
comunión que tiene con otros será dulce. Necesitamos que muchos de entre nosotros
estén llenos del agua de vida y puedan así lavar los pies de los demás.
Al poner en práctica estos principios, nos daremos cuenta de lo reales que son ellos,
usted puede simplemente aplicarlos en su vida diaria, en su hogar y en la vida de iglesia
desde este momento en adelante. Entonces, espontáneamente ministrará cierta clase de
lavamiento, y enjugará los pies de los hermanos y hermanas que lo rodean. Esto es lo
que necesitamos. Éste es el verdadero amor que mantiene la comunión entre nosotros.
Es por medio de esta clase de lavar y secar que la comunión espiritual puede preservar la
vida de iglesia. Sin esto, la vida de iglesia simplemente no podría mantenerse porque la
comunión será dañada por el contacto con el mundo. Necesitamos que el lavamiento
espiritual nos limpie del contacto terrenal y preserve nuestra comunión espiritual en
buenas condiciones. De esta manera, será posible hacer realidad la vida de iglesia. Si la
vida de iglesia ha de ser mantenida nueva, agradable y viviente, continuamente
necesitamos este lavamiento. Toda iglesia local requiere esto. En las iglesias de la costa
occidental el Señor nos ha bendecido con Su abundante gracia. A pesar de que no
utilizamos el término “lavamiento de los pies”, el Señor ha mantenido la vida de iglesia
fresca y nueva por medio del lavamiento efectuado con el agua de vida. No hablamos de
ello, no usamos esta expresión, pero continuamente hemos experimentado la realidad
del lavamiento de agua de vida. Así que, podemos gloriarnos de Su gracia en el sentido
de que las iglesias aquí siempre están nuevas y vivientes. La comunión entre los santos
aquí no tiene ningún problema. Todas las iglesias deben orar pidiendo tener esta
experiencia, para que el recobro sea preservado en novedad y frescura.
El Señor vino para introducir a Dios en nosotros, y fue para introducirnos a nosotros en
Dios. Como resultado de esto, se formó una verdadera mezcla entre el Espíritu divino y
nuestro espíritu humano. La humanidad se mezcló con la divinidad, y la divinidad, con
la humanidad. Esta mezcla es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los creyentes en su espíritu
son celestiales, eternos y espirituales, pero en su cuerpo físico aún permanecen en esta
tierra y pertenecen a la vieja creación. Por lo tanto, existe la necesidad de que sean
preservados limpios de toda contaminación terrenal para que la comunión que se tiene
en el Cuerpo y con el Señor pueda preservarse. Esta comunión es mantenida por el
lavamiento de los pies. Esto es de suma importancia, pues sin ello la comunión con el
Señor y con los creyentes no podría mantenerse. Esta práctica es tan crucial que sin ella
la vida de iglesia no podría llevarse a cabo. De facto, la realidad de la vida de iglesia se
desvanecería. Por lo tanto, es menester que el lavamiento diario de los pies sea
practicado por el Señor y también por todos los creyentes. Entonces, podremos
mantener una excelente comunión que nos permitirá tener una verdadera vida de
iglesia.
Aunque el lavamiento de los pies es para la comunión en vida, no fue así con Judas. Él
fue lavado, pero nunca estuvo en la comunión, pues era un creyente falso (vs. 18-31a).
Antes de que el Señor lavara los pies de los discípulos, el diablo ya había puesto en el
corazón de Judas que le traicionara (v. 2). Luego de que el Señor hubo lavado los pies de
Judas, Satanás entró en él (v. 27). Después de eso, siendo ya de noche, Judas salió (v.
30). Él, ciertamente, entró en la noche obscura de su eternidad. En realidad, Judas
nunca estuvo en la comunión con el Señor, y nunca podría haber estado en ella a pesar
de cuánto fuera lavado (vs. 10-11). Esto nos advierte que el verdadero lavamiento de los
pies es sólo para aquellos que genuinamente están en comunión con el Señor.
Después del lavamiento de los pies, el Señor se hallaba cerca de Su muerte. Así que dijo:
“Ahora es glorificado el Hijo del Hombre” (v. 31). La glorificación del Señor significaba
que Su elemento divino sería liberado del interior de Su humanidad mediante Su muerte
y resurrección. Su muerte quebrantó la cáscara de Su humanidad y liberó Su vida divina.
Éste es el significado de Su glorificación.
Aquí el Señor también dijo: “Dios es glorificado en Él” (v. 31). Esto quiere decir que Dios
el Padre había de ser glorificado en la glorificación del Hijo, es decir, que Su elemento
divino sería liberado en el Hijo. Lo que el Señor liberó en Su muerte y resurrección fue el
divino elemento de vida de Dios el Padre. Dios el Padre iba a ser glorificado en el Hijo de
esta manera, y Él también iba a glorificar al Hijo en Sí mismo, y lo haría enseguida (v.
32).
En ese momento el Señor estaba listo para sufrir la muerte de la cruz, pero Sus
discípulos aún no estaban equipados para seguirle en Sus sufrimientos. Por eso, el Señor
le dijo a Pedro que no podía seguirle en ese momento (vs. 36-37) debido a que Pedro
todavía no le había recibido como la vida de resurrección. Pero que Pedro le seguiría
después que el Señor se impartiera en él como la vida de resurrección (v. 36; 21:18-19)
por medio de Su resurrección.
Pedro tenía una comunión auténtica con el Señor, y el lavamiento del Señor lo guardaba
en ésta. Él estaba dispuesto a permanecer en la comunión con el Señor, pero fracasó al
negar al Señor tres veces cuando Él estaba siendo juzgado. Pedro tenía el deseo de
permanecer en la comunión, pero no tuvo la fuerza suficiente para hacerlo, porque era
antes de la resurrección del Señor y la vida de resurrección no le había sido impartida.
Necesitamos el poder de la vida de resurrección para poder permanecer en la comunión
con el Señor, la cual es mantenida por el lavamiento de los pies. Nunca podremos lograr
esto mediante nuestro hombre natural.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE VEINTINUEVE
(1)
En este mensaje llegamos al meollo, el punto central, del Evangelio de Juan. El capítulo
14 es la primera sección del mensaje que el Señor dio a Sus discípulos antes de Su
muerte. A fin de entender este mensaje, debemos tener presente que este evangelio
revela dos puntos principales: el primero consiste en que el Señor viene a nosotros para
ser nuestra vida; y el segundo, que Él nos edifica juntos en unidad consigo mismo y con
Dios. Como ya mencionamos, las dos palabras más importantes de este evangelio son
vida y edificación. En el capítulo 2 se menciona claramente la edificación, pues ahí se
nos dice que el Señor levantaría el templo, o la casa de Dios, en sólo tres días (v. 19).
Después, en el capítulo 17, el Señor oró pidiendo que aquellos que lo recibieran como
vida fueran uno con el Dios Triuno (vs. 21-23). La unidad en el Dios Triuno es la
edificación espiritual. Cuando tomamos al Señor como vida, Él como Espíritu nos
edifica y hace de nosotros una sola entidad en el Dios Triuno. Es de gran importancia
que tengamos presente la vida y la edificación, puesto que constituyen el pensamiento
central de este evangelio. Ya hicimos notar que este evangelio se divide en dos secciones
principales. La primera sección habla de la venida del Señor, y la segunda, de Su ida. La
venida del Señor introduce a Dios en nosotros por medio de la encarnación, y Su ida nos
introduce a nosotros en Dios por medio de Su muerte y resurrección. Mediante la venida
del Señor, lo recibimos como vida, y mediante Su ida, Él nos edifica en Dios. A menos
que entendamos claramente este asunto, no podremos comprender el verdadero
significado y el pensamiento central de este evangelio.
La primera sección del Evangelio de Juan, la cual se compone de los capítulos del 1 al 13,
nos muestra que Cristo como Verbo eterno vino por medio de la encarnación para
introducir a Dios en el hombre con el fin de ser su vida y su suministro de vida. El
capítulo 14 da inicio a la segunda sección principal de este libro. Debemos entender
claramente que al final del capítulo 13 se completó todo lo relacionado con el hecho de
que el Señor vino para ser nuestra vida y producir la iglesia. Al estudiar este evangelio
cuidadosamente, nos daremos cuenta que en estos primeros trece capítulos se ha
completado la revelación acerca de Cristo que vino para ser la vida del hombre a fin de
producir la iglesia. No debemos pensar que del capítulo 14 al 21 encontraremos alguna
revelación adicional sobre este asunto. Al contrario, esta sección es una repetición o un
desarrollo de lo que ya ha sido revelado en los primeros trece capítulos. En estos vemos
que el Señor, como Verbo de Dios y como Hijo de Dios, vino para ser vida a Sus
discípulos, con el fin de que ellos pudieran tener vida eterna y llegaran a ser partes de la
iglesia. Aunque este asunto es presentado claramente, no se nos muestra la manera en
que el Señor se imparte en nosotros como vida. Durante los tres años y medio en los que
el Señor estuvo con Sus discípulos, les decía que Él vino a la humanidad a fin de ser la
vida para los hombres a fin de que éstos fueran regenerados con la vida divina y llegaran
a ser la casa de Dios. No obstante, al final del capítulo 13 esto era todavía una simple
revelación. Pero ¿cómo podía esto llevarse a cabo? ¿Cómo podía el Señor entrar en Sus
discípulos para ser su vida? Aunque Él hablaba de estar en ellos como vida, en efecto, Él
sólo estaba con ellos y en medio de ellos; aún no le era posible entrar en ellos. Si
nosotros hubiéramos estado allí, probablemente le habríamos preguntado: “Señor, por
favor dinos cómo puedes ser nuestra vida y cómo podemos nosotros tener la vida divina.
Ya que la vida divina está en Dios, ¿cómo puede esta vida entrar en nosotros? Señor, Tú
dices que eres la vida y que viniste para que tuviéramos vida, y la tuviéramos en
abundancia. Pero ¿cómo podemos obtenerla? Señor, Tú dices que nosotros seremos Tu
aumento, pero ¿cómo puede esto llevarse a cabo? Parece que Tú eres Tú y nosotros
somos nosotros. Tú te encuentras entre nosotros; ya no estás solamente en los cielos,
pero Tú sigues siendo Tú, y nosotros seguimos siendo nosotros. ¿Cómo podemos
nosotros ser parte de Ti, y cómo puedes Tú ser uno con nosotros?”. Una persona
inteligente indudablemente se haría la misma pregunta. La respuesta se encuentra en la
segunda sección de este evangelio, porque ésta es simplemente el desarrollo completo
de la revelación que se encuentra en la primera sección. No debemos considerarla como
una revelación distinta.
Los capítulos del 14 al 16 revelan que la vida mora en el hombre con el fin de edificar la
habitación de Dios. No importa cuánto tiempo usted haya pasado leyendo o estudiando
estos capítulos, dudo que haya visto lo revelado en ellos. ¿Ha visto que en estos capítulos
se encuentra la edificación de la morada de Dios? Estos tres capítulos despliegan de una
manera muy detallada que Cristo mora en el hombre como su vida, con el fin de realizar
la edificación de la morada de Dios.
Ahora llegamos al capítulo 14. Este capítulo se enfoca en un asunto muy significativo:
que el Dios Triuno se imparte en el hombre para producir Su morada. Aquí podemos ver
dos puntos: la impartición del Dios Triuno y la producción de Su morada. ¿Podría usted
decir con sinceridad que antes de leer este mensaje sabía que el tema de Juan 14
consistía en que el Dios Triuno se imparta en el hombre para producir Su morada? Los
tres de la Deidad, el Padre, el Hijo, y el Espíritu, son claramente mencionados en este
capítulo. Aunque muchos cristianos pueden hablar del Dios Triuno, son muy pocos los
que conocen que la revelación completa del Dios Triuno se encuentra precisamente aquí
en este capítulo. El capítulo 14 no solamente revela la persona del Dios Triuno, sino que
además revela el hecho de que el Dios Triuno se imparte en los creyentes para realizar la
edificación de Su morada. En este mensaje sólo abarcaremos los primeros versículos de
este capítulo.
I. JESÚS SE VA AL MORIR
Y CRISTO VIENE AL RESUCITAR
PARA INTRODUCIR
A LOS CREYENTES EN EL PADRE
En Juan 14:1-6 vemos que Jesús se va por medio de Su muerte y que Cristo viene en Su
resurrección para introducirnos a nosotros los creyentes en Dios el Padre. Éste es un
asunto crucial. Es de notar que no se trata de que Cristo vaya y de que Jesús venga, sino
de que Jesús se va y de que Cristo viene. No se refiere a la ascensión de Jesús al cielo, ni
a Su regreso en el tiempo de Su segunda venida, sino a que Jesús se fue al morir y Cristo
vino en resurrección para introducir a los creyentes en el Padre. Este punto crucial es
presentado en los primeros seis versículos de este capítulo.
Tanto Juan 13:3 como Juan 14:2-3 mencionan la ida del Señor. En ese momento el
Señor les dijo a Sus discípulos que Él se iría. Según el concepto natural, el hecho de que
el Señor se fuera podría significar que dejaba a Sus discípulos para irse a otro lugar. Los
discípulos no comprendieron lo que el Señor quería decir. De hecho, durante casi dos
mil años los cristianos han malentendido este capítulo. Aun hoy en día no es fácil
entender lo que el Señor quiso decir en este pasaje. Pero ahora, con la ayuda del Espíritu
Santo, hemos descubierto el significado correcto: el Señor se fue por medio de Su
muerte y resurrección. Cuando Él dijo que se iría, quería decir que iba a morir y
resucitar.
¿Adónde iba el Señor Jesús? Los discípulos no lo entendían claramente. Al leer del
capítulo 12 al 16, nos parece que el Señor no les indicó a Sus discípulos de manera clara
y definida a dónde iba. Yo he invertido mucho tiempo en esta porción de la Palabra
tratando de averiguar a dónde iba el Señor Jesús. Todavía recuerdo que hace más de
cuarenta años recibía las enseñanzas de parte de un gran maestro de la Asamblea de los
Hermanos. Una noche él dedicó todo el mensaje refiriéndose al asunto de adónde se iba
el Señor Jesús. Él habló mucho, pero nunca nos dijo adónde iba el Señor.
Aparentemente el Señor no dijo adónde iba, pero en realidad sí lo anunció, y lo dijo muy
claramente. ¿Por qué entonces no lo entendemos? Nosotros no lo entendemos debido a
nuestro concepto natural, pese a que la propia palabra del Señor lo dice en forma muy
clara.
El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que Él iría a Su Padre (vs. 12, 28). Nadie entendió
de qué hablaba. Según el concepto humano, el hecho de que fuera al Padre significaba
que Él iba a regresar al cielo. Pero Él nunca dijo que iría al cielo. En el versículo 4 Él dijo
algo muy misterioso: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino”. Inmediatamente después
de que el Señor dijo esto, Tomás respondió: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo,
pues, podemos saber el camino?” (v. 5). Aparentemente se suscitó una discusión, porque
el Señor decía que los discípulos sabían el camino, y Tomás decía que ellos no lo sabían.
Entonces, el Señor dijo a Tomás: “Yo soy el camino” (v. 6). Si yo hubiera sido Tomás,
habría dicho: “Señor, ¿a qué te refieres? ¿Qué significa que Tú eres el camino?”. El
Señor no sólo dijo que Él era el camino, sino que también dijo: “Yo soy el camino, y la
realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Si yo hubiera sido Tomás, habría
respondido: “Señor, mientras más hablas, más nos introduces en un bosque. No
entendemos lo que es el camino y ahora Tú nos hablas acerca de la realidad y de la vida.
¿Qué es la realidad? ¿Qué es la vida? ¿Qué quieres decir cuando afirmas que Tú eres el
camino, y la realidad, y la vida, y que nadie viene al Padre, sino por Ti? ¿Vas al Padre o a
los cielos?”. El Señor nunca dijo: “Nadie viene al cielo, sino por Mí”. Si Él hubiera dicho
esto, todos lo habrían entendido claramente. Los discípulos habrían dicho: “Ahora
entendemos de qué está hablando. Él va al cielo”. Pero el Señor nunca dijo que Él iba al
cielo, sino que Él iba al Padre. Si yo hubiera estado allí, habría dicho: “Señor Jesús,
¿dónde está el Padre?” En el versículo 10 el Señor dijo: “¿No crees que Yo estoy en el
Padre, y el Padre está en Mí?” El Padre estaba en Él. El Señor dijo que Él iba al Padre,
aunque Él estaba ya en el Padre, y el Padre estaba en Él. ¡Qué desconcertante es todo
esto! Nadie puede entenderlo.
Los teólogos cristianos han dado una buena respuesta a la pregunta: “¿Dónde está el
Padre?” Ellos dicen que el Padre se encuentra en los cielos, y que cuando el Señor dijo
que iba al Padre, quería decir que iba a los cielos. Si el asunto hubiera sido tan sencillo,
nunca habría inquietado a nadie. Pero en realidad no es tan simple. Ésa fue la razón por
la que ninguno de los discípulos en aquel tiempo sabía a dónde iba el Señor, y es
también la razón por la que muchos de nosotros al leer este pasaje somos incapaces de
entenderlo.
¿Cuál era entonces el objetivo o la meta del Señor al irse? Como hemos visto, la mayoría
de los cristianos piensa que el cielo era el objetivo de Su ida. Sin embargo, después de
leer cuidadosamente este capítulo, uno descubre que el objetivo no era el cielo. El Señor
no tenía la intención de llevar a Sus creyentes de un lugar a otro. Este asunto no tiene
nada que ver con un lugar, sino con una Persona viviente: el Padre mismo. El Señor iba
al Padre porque Su intención era introducir a Sus discípulos en la Persona divina del
Padre. El capítulo 13 nos dice que el Señor vino del Padre (v. 3). Aquí, en el capítulo 14,
vemos que iba al Padre. El Señor vino del Padre mediante la encarnación para
introducir a Dios en el hombre. Ahora Él iba al Padre para introducir al hombre en Dios.
El pensamiento de este capítulo no consistía en que el Señor iba al cielo, sino que Él iba
al Padre para introducir en Dios a todo aquel que creyera en Él y que lo recibiera como
vida. La manera de Su ida fue morir y resucitar, y el propósito de Su ida era introducir al
hombre en Dios. En el versículo 3 el Señor dijo: “Vendré otra vez, y os tomaré a Mí
mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. ¿En dónde está Él? Él nos
dio la respuesta claramente en el versículo 20, donde dice: “Yo estoy en Mi Padre”. Por
lo tanto, por medio de Su ida, nosotros también estaremos en el Padre, porque Él nos
introduce en el Padre. De manera que donde Él esté, nosotros también estemos. El
propósito de Su ida al Padre era introducirnos en el Padre, tal como el propósito de Su
venida era introducir a Dios en el hombre.
En el versículo 1 el Señor dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed
también en Mí”. Este versículo revela dos asuntos muy importantes. El primero es que el
Señor es igual a Dios. Si uno cree en Dios, debe también creer en el Señor, porque Él es
igual a Dios. De hecho, el Señor es Dios mismo. Incluso en aquel tiempo los discípulos
no comprendían adecuadamente que el Señor era Dios mismo.
¿Por qué el Señor declaró a Sus discípulos que Él era igual a Dios? Debido a que les
había dicho que Él se iría, y ellos, según su concepto humano, pensaron que Su ida
significaba que los dejaría. Como los discípulos sabían que Dios es omnipresente, el
Señor les dijo que Él era igual a Dios. Tal como Dios es omnipresente, así también es Él.
Tal como Dios no es afectado por el tiempo ni el espacio, tampoco el Señor lo es. Ya sea
que Él se fuera o se quedara, era lo mismo, porque Él, como Dios, es omnipresente. Ya
que Su ida era en realidad Su venida, el corazón de Sus discípulos no debía turbarse por
Su partida. El Señor era igual a Dios en quien ellos creían. Si creían en Dios, también
debían creer en el Señor Jesús, porque Él es igual a Dios quien está siempre presente.
Parece que el Señor les dijera a Sus discípulos: “No os turbéis por Mi partida, ni
permitáis que vuestro corazón este desconcertado. Si creéis en Dios, debéis también
creer en Mí. Dios es omnipresente. Para Él no existe la limitación del tiempo ni el
espacio. Es igual conmigo. Yo me iré, pero a la vez permaneceré con vosotros, y mientras
permanezco con vosotros, a la vez me iré. Yo soy omnipresente. Si vosotros creéis en
Dios, debéis creer también en Mí, porque soy igual a Dios”.
El segundo punto importante del versículo 1 consiste en la diferencia que hay entre
creerle a Dios y creer en Él. Tal vez usted diga que le cree a Dios, pero ¿cree usted en
Dios? En el idioma griego la preposición en significa “hacia adentro”, lo cual quiere decir
“creer en Dios”. En otras palabras, no es un asunto de creer en forma objetiva, sino de
forma subjetiva. El pensamiento básico de este capítulo es que el Señor quiso ayudar, o
instruir a Sus discípulos a estar en Dios. Debemos recordar que creerle a Dios es algo
objetivo, pero creer en Dios es algo subjetivo. Es este tipo de creer en forma subjetiva el
que nos introduce en Dios. En efecto, el Señor decía: “Si creéis en Dios, debéis creer
también en Mí”. La preposición en es muy importante. Es lamentable que muchos
tengan un concepto equivocado; piensan que creerle a Dios es lo mismo que creer en
Dios. No debemos pasar por alto la preposición en. No es cuestión de creer un hecho en
forma objetiva, sino de creer en forma subjetiva. Sólo de esta manera somos
introducidos en Dios. El pensamiento central de este capítulo es que debemos creer en
Dios.
B. “La casa de Mi Padre” es el Cuerpo de Cristo,
que es la iglesia como la casa de Dios
Según el concepto natural, la mayoría de los cristianos piensa que “la casa del Padre”
mencionada en el versículo 2 debe referirse al tercer cielo, donde habita Dios el Padre.
Pero no debemos interpretar la Biblia conforme a nuestros conceptos naturales. Al
contrario, debemos interpretar la Escritura con la Escritura. Debemos interpretarla
conforme a la Biblia y con ella. La expresión la casa de Mi Padre aparece dos veces en el
Evangelio de Juan. La primera mención aparece en 2:16, donde claramente se refiere al
templo, la habitación de Dios en la tierra. El templo es un tipo, una figura del cuerpo
físico de Jesús (2:21), el cual, como hemos visto, fue aumentado por medio de la
resurrección hasta ser el Cuerpo de Cristo. Debemos prestar completa atención a este
asunto. En 2:16, la casa de Mi Padre es el templo en la tierra. No denota un lugar en los
cielos, sino el templo de Dios en la tierra. Ya que el templo tipifica el cuerpo de Jesús, Su
cuerpo es el tabernáculo (1:14), es decir, el templo donde Dios puede morar en la tierra.
Esta interpretación de la expresión la casa de Mi Padre se muestra claramente en el
capítulo 2. Debemos aplicar esta misma definición a Juan 14:2 donde encontramos la
misma expresión. No debemos considerar que la expresión hallada en Juan 14:2 tiene
un significado distinto al de la misma expresión que aparece en Juan 2:16, pues esto
sería ilógico. La segunda vez que esta expresión se utiliza en el mismo evangelio, debe
tener el mismo significado que la primera vez. Por lo tanto, la casa del Padre
mencionada en el capítulo 14 también debe significar el lugar donde está la habitación
de Dios en la tierra. No puede referirse al tercer cielo. En el capítulo 2 la casa del Padre
llega a ser posteriormente el Cuerpo de Cristo, y en el capítulo 14 la misma expresión
debe también ser el Cuerpo de Cristo. Nadie puede negar esto. Ahora tenemos la
interpretación adecuada de la expresión la casa de Mi Padre: es el Cuerpo de Cristo, es
decir, la iglesia. Debemos corregirnos de la enseñanza equivocada que afirma que la casa
del Padre mencionada en este pasaje se refiere al cielo.
¿Cree usted que en este universo Dios tiene dos edificios: una mansión en los cielos y
una iglesia en la tierra? Dios tiene un solo edificio. Sería ilógico afirmar que tiene dos.
Aunque a usted le guste mucho el cielo a Dios no le satisface. Si usted lee el capítulo 66
de Isaías, descubrirá que Dios desea tener una morada en el hombre. Él no ama mucho
al cielo, pero si ama al hombre. Dios desea morar en el hombre. Mientras muchos
cristianos desean ir al cielo, Dios desea descender del cielo y morar con el hombre en la
tierra. Muchos maestros cristianos han afirmado que cuando el Señor dijo que Él iba a
preparar lugar para nosotros, quería decir que iba a preparar una mansión celestial.
Pero todos están de acuerdo en que dicho lugar será una ciudad que tiene fundamentos
preparados por Dios, según se menciona en Hebreos 11:10, la ciudad que será la Nueva
Jerusalén mencionada en Apocalipsis 21. Pero la Nueva Jerusalén no permanecerá en el
cielo, sino que descenderá del cielo (Ap. 21:2). Tal vez usted desee ascender al cielo, pero
Dios desea descender del cielo.
¿Cree usted que en el tiempo presente, en la era de la iglesia, Dios no tiene una morada
entre los hombres en la tierra? ¡Ciertamente la tiene! Esta morada es la iglesia. ¿Dónde
está la iglesia? Está en la tierra. La morada de Dios hoy es una entidad viviente
compuesta de creyentes vivientes que moran en la tierra. En cualquier lugar donde
nosotros, los creyentes vivientes, seamos edificados, Dios tiene una morada. Éste es el
edificio de Dios en la tierra hoy. Al ser redimidos, lavados con Su sangre y regenerados
por la vida divina, llegamos a ser una parte de este edificio viviente, el cual es el lugar
que el Señor iba a preparar para nosotros como lo dijo en Juan 14:2.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA
(2)
En la casa del Padre hay muchas moradas (14:2). En el versículo 2 la palabra griega que
se traduce moradas es la forma plural de la misma palabra que en el versículo 23 se
traduce morada. ¿Qué significa la palabra morada? Las muchas moradas son los
muchos miembros del Cuerpo de Cristo (Ro. 12:5), el cual es el templo de Dios (1 Co.
3:16-17). El Cuerpo del Señor tiene muchos miembros, y cada miembro es una morada.
El versículo 23 comprueba adecuadamente que las muchas moradas son los muchos
miembros del Cuerpo de Cristo, ya que dice que el Señor, juntamente con el Padre, hará
morada con aquel que lo ame. Todo el que ama a Jesús es una morada. Todos nosotros
somos las moradas del edificio de Dios. Este edificio es el Cuerpo de Cristo, y todas las
moradas son los miembros del Cuerpo.
D. El Señor pasa
a través de la muerte y la resurrección
para introducir al hombre en Dios
a fin de edificar la morada de Dios
La palabra voy en versículo 2 significa que el Señor iba a pasar a través de la muerte y la
resurrección para introducir al hombre en Dios, a fin de edificar la habitación de Dios.
Esta edificación es la que se menciona en Mateo 16:18, donde el Señor dijo: “Yo edificaré
Mi iglesia”. Aquí en el versículo 2 el Señor dice: “Voy, pues, a preparar lugar para
vosotros”. ¿Acaso estos dos versículos se refieren a dos asuntos distintos? Esto es
imposible, pues el Señor sólo tiene una obra. Él no va a preparar un lugar para nosotros
en el cielo y al mismo tiempo edificar una iglesia sobre la tierra. Esto no es lógico. Si
ponemos juntas estas dos porciones de la Palabra, veremos que “preparar lugar” se
refiere precisamente a la edificación de la iglesia. Para poder edificar la iglesia, el Señor
primero tuvo que ir a preparar un lugar. El resultado final de la edificación será la Nueva
Jerusalén (Ap. 21:2). En la actualidad el Señor edifica la iglesia y esta edificación de la
iglesia equivale a la edificación de la Nueva Jerusalén. Como ya vimos, Dios tiene una
sola edificación en todo el universo, ésta es la edificación de Su habitación viviente con
Su pueblo redimido.
La frase voy, pues, a preparar lugar para vosotros significa que el Señor preparará un
lugar, realizará la redención, abrirá paso y establecerá una base para que el hombre
entre en Dios. Esto significa que el Señor pavimentará un camino para que nosotros
estemos en Dios. Éste es el pensamiento central de este capítulo. Si vamos a permitir
que Dios more en nosotros, debemos primeramente entrar en Él. Si no entramos en Él,
Él no entrará en nosotros. Una vez que nosotros moremos en Dios, entonces Él
empezará a morar en nosotros.
¿Pero cómo podemos nosotros, personas tan pecaminosas, entrar en Dios? ¿Cómo
podemos entrar en el justo y santo Dios? Esto es imposible, pues estamos separados de
Dios. ¿Sabe usted cuán alejados estamos de Dios? Debe ser una enorme distancia.
¿Alguna vez ha medido la distancia que existe entre usted y Dios? ¿Ha considerado
cuántos obstáculos hay entre usted y Él? El primer obstáculo es el pecado; el segundo,
nuestros numerosos pecados; el tercero, el mundo; el cuarto, el diablo, quien es el
gobernador o el príncipe de este mundo; y el quinto, la muerte. Además, la carne, el yo y
el viejo hombre aumentan la distancia entre nosotros y Dios. Nos encontramos muy,
pero muy lejos de Él. ¿Cómo podemos ser introducidos en Él? ¿Cómo podemos los
pecadores entrar en Dios? Todos los elementos que nos separan, los obstáculos
producidos por el pecado, pecados, mundo, diablo, muerte, carne y yo, deben ser
abolidos. Entonces, seremos llevados a Dios, y no solamente llevados a Él, sino
introducidos en Él.
Para llevar esto a cabo era necesaria una obra de preparación que el Señor tenía que
hacer. Tenía que ir, no al cielo, sino a la cruz, con el fin de quitar todos los obstáculos.
Todos estos fueron quitados por la muerte todo-inclusiva del Señor. En la cruz Él abolió
todas las barreras que había entre nosotros y Dios. Terminó con el pecado, los pecados,
el mundo, el príncipe de este mundo, la carne, el yo, el viejo hombre, e incluso con la
muerte. Por medio de Su muerte y resurrección el Señor abrió el paso y preparó el lugar
para que fuéramos introducidos en Dios. Creo que ésta es la interpretación correcta de
la frase: Voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
El Señor, por Su muerte y resurrección, no sólo abrió paso para que entremos en Dios,
sino que también estableció una base para poder presentarnos ante Dios y permanecer
en Él. Escuchen las buenas nuevas: el Señor preparó un lugar donde podemos
presentarnos ante Dios y permanecer en Él. Mientras creamos en el nombre del Señor
Jesús, tenemos esta posición ante Dios y en Él. Todos debemos clamar: “¡Aleluya! Tengo
un lugar ante Dios, y aun en Él. Incluso Dios mismo no puede rechazarme. Debido a la
obra de preparación que Cristo hizo, el Dios justo nunca podrá rechazarme. Tengo una
posición firme en Dios”. Puedo testificar que estoy plenamente seguro del hecho de que
estoy en Dios. Sin el Cristo crucificado y resucitado, nunca podríamos tener esta
seguridad. Pero debido a que el Señor se fue mediante la cruz y fue levantado de entre
los muertos, podemos estar seguros de que tenemos una base sobre la cual podemos
presentarnos ante Dios y morar en Él.
No debemos pensar que el Señor fue al cielo a preparar una mansión para que algún día
podamos vivir en ella. Este pensamiento es demasiado pobre. Es una creencia semejante
a la del budismo. Esta idea es sustentada por las enseñanzas del catolicismo, y también,
en gran parte, por las enseñanzas del protestantismo. Todos debemos desechar tal
pensamiento, pues es semejante a la enseñanza del budismo. Aun la versión china de la
Biblia adoptó la frase “la mansión celestial al traducir la palabra cielo en Hebreos 9:24 y
en 1 Pedro 3:22. Todos los chinos saben que la expresión mansión celestial es un
término que surgió del budismo. Me entristece mucho que el cristianismo haya
adoptado este pensamiento. El catolicismo adoptó muchas cosas del paganismo. Ésta es
la levadura que se menciona en Mateo 13:33, donde el Señor habla de la mujer que
añadió levadura a la flor de harina. La harina de esta parábola representa al Hijo de Dios
como el pan vivo que se nos da para nuestra nutrición, y la mujer representa a la Iglesia
Católica Romana. La levadura que ella añadió simboliza las cosas sucias y pecaminosas,
tales como lo que se encuentra en el paganismo y los infieles. La Iglesia Católica
introdujo el paganismo a las doctrinas y enseñanzas acerca de Cristo. El concepto de que
viviremos en una mansión celestial es un tipo de levadura que fue añadida a la flor de
harina.
El propósito de la ida del Señor fue introducir al hombre en Dios para la edificación de
Su habitación. El Señor fue a la cruz para efectuar la redención, quitando todos los
obstáculos que había entre el hombre y Dios, para abrir paso y establecer una base sobre
la cual el hombre pudiera entrar en Dios. Esta base, siendo ensanchada, viene a ser la
base sobre la cual nos mantenemos en el Cuerpo de Cristo. Todo aquel que no tenga la
base, un lugar en Dios, no tiene lugar en el Cuerpo de Cristo, el cual es la habitación de
Dios. Por lo tanto, cuando el Señor se fue para efectuar la redención, Él fue a preparar
un lugar en Su Cuerpo para los discípulos.
En el versículo 3 el Señor dijo: “Y si me voy ... vendré”. Me gusta mucho esta frase, pues
comprueba que la ida del Señor (efectuada por medio de Su muerte y Su resurrección)
es Su venida (a Sus discípulos, vs. 18, 28). En este versículo el tiempo verbal del griego
es muy extraño y da a entender que Su ida era Su venida. En efecto, Su ida no fue una
partida, sino otro paso que conducía a Su venida. La muerte y resurrección del Señor
eran un paso adicional de Su venida. Su ida a la muerte fue Su entrada en nosotros. El
Señor tenía la intención de entrar en Sus discípulos. Él vino en la carne (1:14) y estuvo
entre Sus discípulos, pero mientras estaba en la carne no podía entrar en ellos. Para
poder entrar en ellos, tuvo que dar un paso adicional pasando a través de la muerte y la
resurrección para ser transfigurado de la carne al Espíritu, para así morar en ellos,
según lo revelado en los versículos del 17 al 20. Después de Su resurrección, el Señor
vino a impartirse a Sí mismo como Espíritu Santo al soplar en los discípulos (20:19-22).
Por lo tanto, Su ida era simplemente Su venida.
Permítame usar como ejemplo una historia de algo que sucedió en Taiwán hace muchos
años. Un día compré una sandía enorme. Cuando la llevé a casa y la puse sobre la mesa,
todos mis hijos estaban muy emocionados. Luego llevé la sandía a la cocina. Uno de los
niños gritó: “¡No te lleves la sandía!” Le dije que se quedara tranquilo, porque el
propósito de llevarme la sandía era prepararla para que pudieran comérsela, es decir,
para que esa gran sandía pudiera entrar en ellos. Primero, era necesario que la sandía
pasara por el proceso de ser cortada. Después de unos cuantos minutos, la gran sandía
regresó a los niños cortada en rebanadas. Todos estaban muy contentos. En menos de
una hora toda la sandía había desaparecido. ¿A donde se fue? Entró en los niños.
Finalmente, todos habían llegado a ser niños de la sandía. La ida de la sandía no fue
realmente su ida, sino una venida adicional de la sandía a los niños. El Señor Jesús era
como esa sandía. ¿Cómo podían los discípulos comerlo? Era imposible. Él tenía que ser
procesado, es decir, cortado en pedazos. Así que, Él fue a la cruz y allí fue cortado y
procesado, no sólo en rebanadas, sino en un rico jugo de sandía, bueno para beber. El
Señor ya no es solamente la sandía, sino también el jugo. Él entra en cualquiera que lo
beba. Jesús se fue al pasar a través de la muerte para regresar como Cristo en Su
resurrección.
El Señor dijo: “Vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo” (v. 3). Esto no quiere decir que
el Señor nos llevará a cierto lugar, sino que nos tomará a Sí mismo. El hecho de que el
Señor tome a Sus discípulos a Sí mismo significa que los introduce en Sí mismo, como se
indica en el versículo 20, “vosotros en Mí”.
H. “Donde Yo estoy,
vosotros también estéis”
En el versículo 3 el Señor dijo que nos tomaría a Sí mismo para que donde Él estuviera,
nosotros también estuviésemos. ¿Dónde está el Señor? ¿Está en el cielo? No, Él está en
el Padre. El Señor desea que Sus discípulos también estén en el Padre (vs. 17, 21). Puesto
que el Señor está en el Padre, Él nos introduce a nosotros también en el Padre. Al estar
en el Señor, nosotros los discípulos estamos también en el Padre. El Señor estaba en el
Padre. Por medio de Su muerte y resurrección el Señor nos introdujo en Sí mismo. Al
estar en Él, estamos también en el Padre, pues Él está en el Padre. Donde Él está,
nosotros también estamos. Esto fue posible sólo por medio de la muerte y la
resurrección del Señor. Antes de Su muerte y resurrección Él estaba en el Padre, pero los
discípulos no. Después de la muerte y resurrección todos los discípulos fueron
introducidos en el Padre, así como el Señor estaba en el Padre y todavía está en el Padre.
En ese momento el Señor pudo decir: “Donde yo estoy, vosotros también estéis”.
El camino por el cual entramos en Dios es el Señor mismo. Puesto que el camino es una
persona viviente, así también el lugar al cual el Señor nos lleva debe ser una persona
viviente, es decir, Dios el Padre. El Señor es el camino viviente que introduce al hombre
en Dios el Padre, el lugar viviente. Al igual que nosotros, los discípulos pensaron que el
lugar y el camino eran lugares físicos, y no personas. No obstante, el Señor les dijo: “Yo
soy el camino”.
En el versículo 6 el Señor Jesús también dijo que Él era la realidad. El camino requiere
la realidad. A menos que el Señor sea nuestra realidad, nunca podrá ser nuestro camino.
La realidad llega a ser el camino.
La realidad depende de la vida. El Señor mismo es nuestra vida. Esta vida nos trae la
realidad, y la realidad llega a ser el camino por el cual entramos en el Padre.
Primeramente, Cristo es nuestra vida. Después, esta vida nos trae toda la realidad de la
Deidad. Finalmente, la realidad de la Deidad es el camino por el cual entramos en el
Padre. Cuando tenemos al Señor como vida, tenemos la realidad. Cuando el Señor es
nuestra realidad, tenemos el camino por el cual entrar en el Padre.
Durante muchos años no entendí por qué el Señor mencionó primero el camino, luego la
verdad o la realidad, y por último, la vida. Finalmente comprendí el significado de la
secuencia. Si el Señor ha de ser nuestro camino, primero tiene que ser nuestra realidad,
y si Él ha de ser nuestra realidad, debe ser primero nuestra vida. Al ser Él nuestra vida,
llega a ser nuestra realidad y, como tal, llega a ser el camino que nos lleva al Padre. El
Señor mismo es el camino, este camino es la realidad, y la realidad está en la vida.
En el versículo 6 el Señor no dijo: “Nadie viene al cielo, sino por Mí”, sino: “Nadie viene
al Padre, sino por Mí”. La intención del Señor no es introducirnos en el cielo, sino en
Dios, en el Padre. El Señor no es el camino que introduce a los creyentes en el cielo, sino
en el Padre.
L. “Al Padre”
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y UNO
EL DIOS TRIUNO
SE IMPARTE EN EL HOMBRE
PARA PRODUCIR SU MORADA
(3)
En los primeros seis versículos del capítulo 14 del Evangelio de Juan, el Señor reveló que
Él se iría por medio de la muerte y regresaría en resurrección con el fin de introducir a
los discípulos en el Padre, que Él sería el camino y el Padre sería la destinación, para que
donde Él estuviese, los discípulos también estuviesen. En los catorce versículos
siguientes el Señor reveló más detalles relacionados con la manera en que Él entraría en
los discípulos, y con la forma en que los introduciría en el Padre.
Juan 14 revela que el Dios Triuno se imparte en los creyentes. Dios es Triuno a fin de
poder impartirse en los creyentes. Él es un solo Dios y a la vez tres: el Padre, el Hijo y el
Espíritu. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre (vs. 7-14), y el Espíritu es
la realidad del Hijo y el Hijo hecho real en nosotros (vs. 16-20). En el Hijo el Padre es
expresado y visto, y como el Espíritu el Hijo es revelado y hecho real. El Padre en el Hijo
es expresado entre los creyentes, y el Hijo como el Espíritu es hecho real en ellos. Dios el
Padre está oculto; Dios el Hijo se manifiesta entre los hombres; y Dios el Espíritu es
hecho real dentro del hombre al entrar en él para ser su vida, su suministro de vida y su
todo. El Padre en el Hijo y el Hijo como el Espíritu son la porción del hombre a fin de
que él disfrute a Dios.
A. El Padre corporificado en el Hijo
y visto entre los creyentes
1. El Hijo es la corporificación
y la expresión del Padre
Cuando el Señor dijo que Él era el camino y que se iba para introducir a los creyentes en
el Padre, Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (v. 8). El Señor
respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?
El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?
¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” (vs. 9-10). Es como si el
Señor les dijera: “Yo he estado con vosotros por tres años y medio, y durante todo este
tiempo habéis estado viéndome, y ¿todavía no conocéis al Padre? ¿Acaso no sabéis que
si me veis a Mí, veis al Padre? ¿Si me conocéis a Mí, lo conocéis a Él? Pues Yo estoy en el
Padre y el Padre está en Mí”. Lo que el Señor dijo en estos versículos sigue siendo un
misterio hasta este momento. ¿Cuál es su significado? Por un lado, significa que el Padre
y el Hijo son uno; y por otro, que siguen siendo dos. Si usted me preguntara cómo puede
esto ser posible, yo le respondería: “No lo sé. Solamente sé que, por un lado, el Padre y el
Hijo son uno. Si vemos a uno, vemos al otro, pues los dos son uno. El Padre está en el
Hijo, así que si uno ve al Hijo, verá al Padre. Pero por otro lado, ellos siguen siendo dos”.
Éste es el misterio del Dios Triuno.
Aquí debo hacerles una advertencia: jamás debemos pensar que el Padre y el Hijo son
dos dioses distintos. Eso es una herejía. Nosotros no tenemos tres dioses. Tenemos a un
solo Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Al hablar de esto, siempre tengo mucho
cuidado de no utilizar la palabra “persona”. Aunque a veces, para poder hablar al
respecto y entenderlo mejor, utilizamos el término “persona”, pero no debemos usarlo
demasiado pues podríamos caer en el triteísmo. No podemos explicar al Dios Triuno
adecuadamente, pero el hecho es que Dios es triuno. Si uno ve al Hijo, ve al Padre,
porque el Padre está corporificado en el Hijo para ser visto entre los creyentes. El Hijo
es la corporificación y la expresión del Padre.
El Hijo está en el Padre, y el Padre, en el Hijo (vs. 10-11). ¡Qué gran misterio es éste! ¡El
Señor dice que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo! Ya que el Padre
está en el Hijo, cuando el Hijo habla, el Padre, quien mora en el Hijo, realiza Su obra. El
Padre hace Su obra cuando el Hijo habla porque ellos están el uno en el otro.
3. El Hijo y el Padre son uno
En Juan 10:30 el Señor nos dice claramente que Él y el Padre son uno. Vuelvo a decir
que no podemos explicar adecuadamente este asunto debido a que nuestra mente
limitada difícilmente entiende cómo es que el Padre y el Hijo pueden ser uno. Conforme
a nuestro limitado entendimiento, el Hijo es el Hijo, y el Padre es el Padre; y los dos
están distintamente separados el uno del otro. No obstante, el Señor nos dice
claramente que el Hijo y el Padre son uno. Aquí les digo enfáticamente que el Señor
nunca dice que Él y el Padre son dos. Debemos entender el misterio de la Trinidad
conforme a las palabras definitivas y claras del Señor, y no conforme a nuestros
conceptos.
Isaías 9:6 revela que el Hijo incluso es llamado el Padre. Este versículo dice: “Porque un
niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado [...] Se llamará su nombre [...] ‘Dios fuerte’,
‘Padre eterno’[...]” Un Hijo nos ha sido dado, pero Su nombre es el Padre eterno, así
como un niño nos ha nacido, pero es llamado Dios fuerte. ¿Es el Hijo o el Padre?
Debemos responder que Él es ambos, así como Él es el niño y el Dios fuerte. Pero ¿cómo
puede el Hijo ser el Padre? Yo no sé; lo único que sé es que la Biblia así lo dice. ¡Alabado
sea el Señor porque la Biblia nos dice que el Hijo es llamado el Padre, y que el niño es
llamado el Dios fuerte! Por lo tanto, según lo revelado claramente en la Biblia, el Hijo es
el Padre. Ninguno de nosotros debe ser como Felipe. Sin embargo, finalmente hasta
Felipe llegó a entender.
5. Aunque el Hijo podía estar entre los creyentes, no podía estar dentro de
ellos
Cuando el Hijo estaba con los discípulos para expresar al Padre, solamente podía estar
entre ellos, pero no podía estar en ellos. Debido a que el Hijo es la corporificación del
Padre en la carne, Él estaba entre Sus discípulos a fin de expresar al Padre y ser visto por
ellos. Pero mientras estaba en la carne, le era imposible entrar en ellos. Por lo que se
necesita la siguiente sección de este capítulo, la cual se compone de los versículos del 16
al 20.
Ya vimos que el Padre está corporificado y expresado en el Hijo entre los discípulos.
Ahora debemos ver que el Hijo es hecho real como Espíritu para los creyentes a fin de
entrar y permanecer en ellos. Debo aclarar que no decimos en el Espíritu, sino como
Espíritu. Para poder permanecer en nosotros, el Señor tuvo que transfigurarse,
transformarse, de la carne al Espíritu. Él vino en la carne para estar entre nosotros, pero
tuvo que ser transfigurado al Espíritu para poder entrar en nosotros. Después de haber
venido en la carne para estar entre nosotros, Su siguiente objetivo fue entrar en
nosotros. ¿De qué manera fue transfigurado el Señor? Fue transfigurado de la carne al
Espíritu por medio de Su muerte y Su resurrección. Su ida no fue Su partida, sino otro
paso de Su venida. Él vendría en otra forma, en la forma del Espíritu. En el primer paso
de Su venida estaba en la carne, en el segundo, vino como Espíritu. En este capítulo
vemos tanto la ida como la venida del Señor. Su ida consistió en pasar por la muerte y la
resurrección; y Su venida, consistió en regresar como “otro Consolador”. El otro
Consolador es Su otra forma, Su otra apariencia. Al venir como Espíritu, Él entra en
nosotros y nos hace vivir de la misma manera que Él. La vida que Él lleva es la vida de
resurrección. Después de Su resurrección Él viene como Espíritu y entra en nosotros. De
manera que Él vive, y nosotros también vivimos por Él. Él vive por la vida de
resurrección, y nosotros vivimos por medio de Él, participando de Él como la vida de
resurrección.
1. Otro Consolador
2. El Espíritu de realidad
Este Espíritu, este Consolador, es el Espíritu de realidad (v. 17). ¿Por qué decimos que es
el Espíritu de realidad? Porque todo lo que el Padre es en el Hijo, y todo lo que el Hijo
es, se hace real a nosotros en el Espíritu. El Espíritu es la realidad de todo lo que es Dios
el Padre y Dios el Hijo. Dios el Padre es la luz y Dios el Hijo es la vida, y la realidad de
esta vida y esta luz es el Espíritu. Si uno no tiene al Espíritu, no puede tener la luz de
Dios el Padre, ni puede tener a Dios el Hijo como su vida. El Espíritu es la realidad de
todos los atributos divinos, tanto de Dios el Padre como de Dios el Hijo.
3. El Espíritu del glorificado Jesús
5. El Espíritu de Jesucristo,
el Espíritu de Cristo
Este Espíritu de vida, como el Espíritu del Jesús glorificado, es el Espíritu de Jesucristo
y el Espíritu de Cristo (Fil. 1:19; Ro. 8:9). Después de la resurrección de Cristo, el
Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu del Cristo encarnado, crucificado y resucitado. El
Espíritu de Dios ahora es el Espíritu de Jesucristo y el Espíritu de Cristo. El término el
Espíritu de Jesucristo se refiere a Jesús en Sus sufrimientos y a Cristo en Su
resurrección, mientras que “el Espíritu de Cristo” solamente señala a Cristo en Su
resurrección. El Espíritu de Dios sólo tenía divinidad, pero el Espíritu de Jesucristo
tiene tanto divinidad como humanidad, y además, incluye la crucifixión y la
resurrección. Todos estos elementos están incluidos en el Espíritu de Jesucristo. Él es el
Espíritu todo-inclusivo con la abundante suministración que satisface todas nuestras
necesidades.
En la sección que abarca los versículos del 16 al 20 del capítulo 14, el Señor primero se
refiere al Espíritu de realidad, como “Él” en el versículo 17. Inmediatamente después,
hace referencia a Sí mismo en el versículo 18. El mismo “Él”, quien es el Espíritu de
realidad del versículo 17 es el mismo “yo [implícito]”, quien es el Señor mismo del
versículo 18. Esto indica que el Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu
de realidad, lo cual se confirma en 1 Corintios 15:45 donde dice, refiriéndose a la
resurrección, que “el postrer Adán [fue hecho] el Espíritu vivificante”. Por lo tanto, el
Consolador, el Espíritu de realidad, el Espíritu de vida como el aliento, el Espíritu de
Jesucristo, el Espíritu vivificante, todos se refieren al mismo Espíritu. Hoy el Espíritu de
Dios es el Consolador, el Consolador es el Espíritu de realidad, el Espíritu de realidad es
el Espíritu de vida como el aliento, el Espíritu de vida como el aliento es el Espíritu de
Jesucristo, y el Espíritu de Jesucristo es el Espíritu vivificante.
7. El Señor es el Espíritu
Finalmente, el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). En estos días algunos cristianos nos
acusan diciendo que somos herejes porque creemos y enseñamos que el Señor Jesús es
el Espíritu. Pero debemos aclarar que este no es un concepto inventado por nosotros,
sino una clara revelación presentada en 2 Corintios 3:17. A nuestros acusadores sólo les
interesa su concepto tradicional de la Trinidad, pero en realidad, por que no les interesa
mucho, pasan por alto lo que claramente se revela en 2 Corintios 3:17: “Y el Señor es el
Espíritu”. Por la misericordia y la gracia del Señor no nos interesa ningún concepto
tradicional, sino únicamente la palabra pura de la Biblia. Creemos y declaramos
enfáticamente que según la Biblia el Señor Jesús ahora es el Espíritu.
8. El Espíritu permanece
con los creyentes y en ellos
El versículo 17 de Juan 14 también revela que el Espíritu permanece con los creyentes y
en ellos. No sólo está con ellos, sino también en ellos. Como ya vimos, cuando el Señor
estaba en la carne, solamente podía estar entre los discípulos, sólo podía estar junto a
ellos. Pero después que llegó a ser el Espíritu vivificante, el Espíritu de realidad, en Su
resurrección, no sólo puede permanecer con nosotros, sino también en nosotros. Es al
ser el Espíritu que el Señor puede entrar y permanecer en nosotros.
En el versículo 20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi
Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El día mencionado en este versículo es el día
de la resurrección. En ese día los discípulos conocerían que el Señor estaba en el Padre,
los discípulos en Él, y Él en ellos. Debemos notar que el versículo 17 dice que el Espíritu
estaría en nosotros, y que el versículo 20 dice que el Hijo estaría en nosotros. Ya que el
Espíritu y el Hijo están en nosotros, ¿cuántos hay en nosotros, uno o dos? La respuesta
correcta es, uno. No hay dos seres en nosotros. No tenemos el Espíritu más el Hijo, ni el
Hijo más el Espíritu. Tenemos a uno solo, una persona maravillosa que es tanto el Hijo
como el Espíritu. Por lo tanto, como vimos anteriormente, el apóstol Pablo dijo: “El
Señor es el Espíritu”. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo; y si tenemos al Hijo,
tenemos al Espíritu. Ahora podemos comprender que Él ya entró en nosotros. Antes de
estos versículos, en la primera parte de este capítulo, el Señor aún no estaba dentro de
los discípulos. Pero en el versículo 20, Él entró en los discípulos y los discípulos
entraron en Él. De la misma manera que Él está en el Padre, así también los discípulos
están en el Padre. Ahora, donde Él esté, los discípulos también estarán. Él murió para
preparar el camino y establecer la base para que pudiéramos entrar en Dios y Dios
pudiera entrar en nosotros. Ahora, al estar en nosotros, y al introducirnos a nosotros en
el Padre, el Señor puede edificarnos juntos como una sola entidad en el Dios Triuno a fin
de ser Su morada eterna.
Por medio de estas dos secciones de Juan 14 podemos ver que la Trinidad de la Deidad
tiene como fin que el Dios Triuno se imparta en nosotros. El Padre está corporificado en
el Hijo, el Hijo es hecho real como el Espíritu, y el Espíritu viene para entrar en
nosotros, a fin de ser nuestra vida y satisfacer todas nuestras necesidades. Por medio de
este proceso el Dios Triuno se imparte en nosotros como nuestra porción eterna.
En Juan 14:17 hallamos la primera mención del Espíritu que mora en los creyentes, la
cual se cumple y desarrolla en las epístolas (1 Co. 6:19; Ro. 8:9, 11). El concepto
primordial y central de las epístolas consiste en que ahora Cristo como el Espíritu
vivificante mora en nuestro espíritu como nuestra vida y como todo lo que necesitamos
para la edificación de Su Cuerpo.
La promesa que el Señor hizo aquí, es diferente de la que hizo el Padre acerca del
Espíritu de poder en Lucas 24:49. La promesa del Señor tiene que ver con el Espíritu de
vida y se cumplió en el día de Su resurrección, cuando Él sopló el Espíritu de vida en Sus
discípulos, en Juan 20:22. Pero la promesa del Padre tiene que ver con el Espíritu de
poder y se cumplió en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu sopló como un viento
recio sobre los discípulos, en Hechos 2:1-4. El día de Pentecostés el Espíritu era el
Espíritu de poder, pero aquí en el libro de Juan, el Espíritu es el Espíritu de vida. En
Hechos el símbolo del Espíritu de poder fue el viento recio. El viento principalmente
significa poder. Pero el Espíritu de vida del Evangelio de Juan es simbolizado por el
aliento, porque éste da vida. El Evangelio de Juan ya que es un libro que se enfoca en la
vida, trata del Espíritu de vida y no del Espíritu de poder; mientras que el libro de los
Hechos se enfoca en la obra de la predicación, y debido a que ésta requiere poder, en
Hechos tenemos el Espíritu de poder como el viento recio. En Juan 14:16 tenemos la
promesa del Señor: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador”. Y en Lucas 24:49
vemos la promesa del Padre, porque ahí el Señor dijo: “He aquí, Yo envío la promesa de
Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos
de poder desde lo alto”. En el día de la resurrección del Señor, los discípulos recibieron
al Espíritu de vida prometido por el Señor en Juan 14, pero ellos tuvieron que esperar a
que se cumpliera la promesa del Padre, a fin de recibir al Espíritu de poder, lo cual se
cumplió en el día de Pentecostés. La promesa que el Señor hizo en Juan 14 acerca del
Espíritu de vida fue cumplida en Juan 20, en el día de Su resurrección, y no en Hechos
2. Cuarenta días después, en el día de Pentecostés, se cumplió la promesa acerca del
Espíritu de poder que el Padre hizo en Lucas 24.
Espero que ahora todos entendamos claramente la revelación que presenta este
capítulo. Jamás debemos pensar que este capítulo habla acerca de que el Señor iría al
cielo a edificar una mansión celestial ni de que volvería para llevarnos a la misma.
Entenderlo de esta manera concuerda totalmente con el concepto humano natural.
Debemos desechar este concepto. Dios no tiene dos edificios: una mansión en los cielos,
y una iglesia en la tierra. Al contrario, Él tiene un solo edificio, el cual está entre Sus
redimidos y está compuesto de ellos, es decir, Su morada viviente. En el pasado la
habitación de Dios se encontraba con el pueblo de Israel, pero hoy está con la iglesia y
finalmente tendrá su consumación como la Nueva Jerusalén. Éste es el edificio de Dios.
La manera en que Dios realiza este edificio es impartirse a Sí mismo en todos nosotros, y
lo hace como Padre, Hijo, y Espíritu. Dios el Padre es la fuente, el origen, la sustancia y
el elemento. Dios el Hijo es la expresión, la manifestación, y el camino por medio del
cual Dios puede tocar al hombre y el hombre puede tocar a Dios. Finalmente, Dios el
Espíritu es la realidad de todo esto. Todo lo que Dios el Padre y Dios el Hijo son se hace
plenamente real en Dios el Espíritu. El Padre en el Hijo y el Hijo como Espíritu llegan a
nuestro espíritu, primero, al entrar en él como nuestra vida, y después, al ser nuestro
suministro de vida y finalmente nuestro todo. Este Dios Triuno primeramente se
imparte a Sí mismo en nuestro espíritu; luego, continúa expandiéndose desde nuestro
espíritu hasta entrar a todo nuestro ser. Él desea extenderse de nuestro espíritu, a
nuestra alma, y aun hasta nuestro cuerpo (Ro. 8:11), hasta que todo nuestro ser sea
completamente saturado y poseído por Él. Dicha saturación es la verdadera edificación
de Su habitación eterna. Cuanto más permitamos que Él nos sature y nos posea, más
avanzará Su edificación en nosotros, por medio de nosotros y entre nosotros.
Finalmente, en esta era, Él tendrá iglesias locales en varias ciudades, las cuales
expresarán Su edificación. En la consumación, cuando nos encontremos en el cielo
nuevo y la tierra nueva, Dios tendrá la Nueva Jerusalén como Su habitación eterna, la
cual expresará Su gloria por la eternidad.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y DOS
EL DIOS TRIUNO
SE IMPARTE EN EL HOMBRE
PARA PRODUCIR SU MORADA
(4)
Casi todos los cristianos hablan acerca del permanecer del capítulo 15, pero no saben
dónde se encuentra la morada, cuál es su origen, ni cómo se forma. Aunque en Juan 15:4
se dice claramente: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”, ¿dónde encontramos esta
morada y cómo se forma? La morada se encuentra en el capítulo anterior, el capítulo 14,
y se forma al impartirse el Dios Triuno en los creyentes. De esta manera Él y los
creyentes, la divinidad con la humanidad, son edificados como una sola entidad.
Como ya vimos, 14:1-6 nos dice que el Señor Jesús iba a preparar un lugar para
nosotros. Ahora entendemos claramente que Él no fue a preparar una mansión en los
cielos. Al contrario, Él se fue a abrir el camino y a establecer la base para que
pudiéramos entrar en Dios. En el versículo 6 el Señor Jesús dijo que Él era el camino y
que el Padre era la destinación, o sea, Él era el camino por el cual llegamos al Padre. Así
que, el camino es una Persona viva, y la destinación también debe ser una Persona viva.
El Hijo es el camino que nos lleva al Padre, quien es nuestra destinación.
A partir de Juan 14:7 el Señor Jesús añade algo más acerca de cómo podemos entrar en
el Padre, a saber, primero necesitamos entrar en el Hijo porque Él está en el Padre. Al
entrar en el Hijo, espontáneamente estaremos en el Padre. El Señor dijo que Él iba a
preparar un lugar para nosotros, a fin de que donde Él estuviese, nosotros también
estuviésemos. ¿Dónde está Él? Él está en el Padre. Pero cuando Él habló estas palabras,
nosotros no estábamos en el Padre. Por lo tanto, Él iba a llevar a cabo todo lo necesario
para introducirnos al mismo lugar donde Él estaba. Dicho lugar no es un lugar físico,
sino una Persona, el Padre. Él estaba en el Padre; por lo tanto, Él iba a introducirnos en
Sí mismo. Ya que el Hijo está en el Padre, cuando entremos en el Hijo, estaremos
también en el Padre. Por lo que, finalmente donde Él esté, nosotros también estaremos.
Ahora podemos entender 14:20, que dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo
estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Ésta es la mezcla de divinidad
con humanidad, la cual es la morada mutua. Dios mora en el hombre y el hombre mora
en Dios. Dios permanece en el hombre y el hombre permanece en Dios. Ésta es la
morada mutua, el permanecer mutuo. Éste es el pensamiento central de Juan 14.
Esto es semejante a la transformación por la que pasa una gran sandía para llegar a ser
jugo cuando es cortada en trozos y licuada. Gracias a este proceso, el jugo de la sandía
puede entrar fácilmente en cualquier persona que lo beba. Antes de que el Señor fuera
procesado, “aún no había” el Espíritu (7:39), pero después de Su proceso tenemos al
Espíritu de vida. Del mismo modo, antes de procesar la sandía, “aún no había” el jugo.
Lo que teníamos era una enorme sandía, pero después del proceso, tenemos el jugo de la
sandía para beberlo.
¿Qué es el Espíritu? Es la realidad, lo que hace real todo lo que Dios el Padre y Dios el
Hijo son. Todo lo que el Padre y el Hijo son nos es hecho real en el Espíritu. Este
Espíritu llega a nosotros, entra en nosotros y permanece en nosotros. De esta manera el
Dios Triuno se imparte en nuestro ser. Por medio de esta impartición todos llegamos a
entender que el Hijo está en el Padre, que nosotros estamos en el Hijo y que el Hijo está
en nosotros. Él y nosotros, nosotros y Él, llegamos a mezclarnos como una sola entidad.
Esta entidad mezclada constituye la morada mutua de divinidad con humanidad. En
esta morada moramos, permanecemos el uno en el otro. Nosotros permanecemos en Él,
y Él permanece en nosotros. Ésta es la impartición de Dios.
Ahora debemos considerar el hecho de que el Dios Triuno hace Su morada con los
creyentes. De esto tratan los versículos del 21 al 24. Sin embargo, antes de estudiarlos,
necesitamos ver primero otros puntos.
El Hijo vino y vivió por el Padre (5:43; 6:57), e hizo muchas obras en el nombre del
Padre (10:25). El Padre hizo Sus obras en el Hijo (14:10) para que el Padre se glorifique
en el Hijo (14:13). Cuando el Hijo hablaba, el Padre trabajaba. Menciono esto para
mostrar que el Padre es la fuente y el Hijo es la expresión. El Hijo vino en el nombre del
Padre y el Padre obró por medio del Hijo. El Hijo es la expresión del Padre, la fuente.
B. Los creyentes viven por el Hijo
y en Su nombre hacen mayores obras que Él
Ahora los creyentes deben vivir por el Hijo (6:57). En Juan 6:57 el Señor dijo: “El que
me come, él también vivirá por causa de Mí”. Necesitamos comer al Señor Jesús. La
palabra griega que se traduce aquí comer, quiere decir masticar. No debemos comer al
Señor Jesús de modo común y corriente, sino de manera específica, masticándole bien.
No debemos comerle de una manera tosca, sino masticarlo lentamente.
En 14:12 el Señor dijo que aquellos que creyeran en Él, harían mayores obras que Él. En
los versículos 13 y 14 Él dijo que si pedíamos algo en Su nombre, Él lo haría. Estar en el
nombre del Señor significa ser uno con el Señor, vivir por Él y permitir que Él viva en
nosotros. El Señor vino y obró en el nombre del Padre, lo cual significa que Él era uno
con el Padre (10:30), que Él vivía por causa del Padre, y que el Padre obraba en Él. En
los evangelios el Señor como expresión del Padre, obraba en el nombre del Padre. En
Hechos los discípulos como expresión del Señor hicieron obras aún mayores en el
nombre del Señor. Ellos necesitaron que el Hijo viviera en ellos (14:19) para que el Hijo
como Espíritu pudiera ser expresado.
C. El Hijo vive
y habla en el creyente
El Hijo vive y habla en el creyente. Éste es un asunto crucial. El Cristo vivo que está en
nosotros habla constantemente. Nunca dejará de hablar. Debido a que la situación
terrenal en que vivimos está saturada de cosas negativas, la mayoría del tiempo este
Cristo vivo sólo nos dice una palabra: no. Por lo general lo único que el Señor nos dice
desde la mañana hasta la noche, y de la noche a la mañana, es una sola palabra: no. Una
hermana puede decir: “Voy a la tienda a comprar un par de zapatos”, y el Señor le dirá:
“No”. Tal vez un hermano desee hablar con cierta persona, pero el Cristo que mora
dentro de él, le dice: “No”. ¿No es ésta nuestra experiencia? Yo sé que la mayor parte del
tiempo ésta es la única palabra que nos dice el Cristo que mora en nuestro interior.
Si amamos al Señor, guardaremos Sus mandamientos (14:15, 21, 23). En Juan 14:21 el
Señor dice: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que
me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él”. Si guardamos
los mandamientos del Señor, seremos amados por el Padre y por el Hijo, y el Hijo se
manifestará a nosotros. Cuándo el Señor le dice a usted que no haga algo, y le obedece,
¿cuál es el resultado? Usted se encuentra inmediatamente en la presencia del Señor.
Pero si no prestamos atención a esa pequeña palabra no, perderemos Su presencia.
Siempre que escuchemos Sus palabras y guardemos Sus mandamientos, Su presencia se
intensificará de inmediato, y Su presencia se volverá muy dulce y preciosa, de manera
que nos refresca, nos fortalece, nos ilumina y nos nutre. Ésta es la manifestación del
Cristo que mora en nosotros.
¿Cree que es ilógico decir que el Cristo que mora en su interior será manifestado? Usted
puede preguntarse: “Ya que Él mora en mí, entonces ya está aquí. Luego, ¿por qué dicen
que Él se va a manifestar?” Esto se debe a que el Cristo que mora en nosotros
frecuentemente desaparece. Aunque Él mora en nosotros, Él aparece o desaparece de
nuestra percepción interior, dependiendo de si nosotros escuchamos o desatendemos
Sus palabras. Todos los hermanos y hermanas, ya sean jóvenes o adultos, tienen algunas
experiencias al respecto. En una ocasión en que yo me sentía algo solo, me dije a mí
mismo: “Me gustaría ir a ver al hermano Juan y hablar con él”. Pero el Cristo interior me
dijo; “No”. Entonces dije: “¿Qué tal si voy a ver al hermano Francisco?” A lo que el
Cristo interior me volvió a decir: “No”. Yo le pregunté: “¿Qué debo hacer?” El Señor me
dijo: “Quédate conmigo”. ¿Quién es éste que nos habla así? Es el Cristo que mora en
nosotros. Si en ese momento yo le contestara: “Amén, Señor”. Entonces, la presencia del
Cristo interior brillaría y sería una experiencia muy dulce y vigorizante. Él produciría
mucha luz en mí. Pero si cuando le oí decirme que no, yo no le hubiera obedecido, sino
que hubiera ido a ver a los hermanos, Su presencia habría desaparecido, y las tinieblas
habrían dominado mi interior, yo habría perdido Su dirección y no habría tenido paz.
Todos debemos aprender una sola cosa: nuestra obediencia al mandamiento del Señor
depende de nuestro amor hacia Él. Si amamos al Señor, cuando Él nos diga: “No”,
diremos: “Amén”. Si seriamente queremos siempre responder con un “amén”,
tendremos la manifestación del Señor. El Señor se manifestará a todo aquel que lo ame
y guarde Sus mandamientos. Esto no quiere decir que antes de que el Señor se
manifieste a nosotros, Él esté en el tercer cielo. No. Ciertamente Él está en nosotros,
pero por causa de nuestra desobediencia Su presencia desaparece, la luz se vuelve
tinieblas, la fuerza llega a ser debilidad, y la vida se convierte en muerte.
El Padre y el Hijo como Espíritu vienen al creyente. Tal vez usted se pregunte: “¿No
están ellos ya aquí?”. Sí, ellos están aquí, pero no se aparecen. Su venida es Su
manifestación. Cuando el Señor dice que el Padre y el Hijo vendrán al creyente, no
quiere decir que ellos están lejos del que ama a Jesús. Al contrario, están con el que le
ame, pero no se han manifestado a él, Su venida es Su manifestación.
El Dios Triuno hace una morada mutua con el creyente. En el versículo 23 el Señor
Jesús no dice: “El Padre y Yo permaneceremos —o moraremos— con él”, sino que dice:
“Vendremos a él, y haremos morada con él”. Existe una diferencia entre las expresiones
permaneceremos con y haremos morada con. No es una simple diferencia idiomática o
de lenguaje. Decir: “El Padre y Yo vendremos y permaneceremos con él”, es correcto
lingüísticamente, pero decir: “El Padre y Yo vendremos a él, y haremos morada con él”,
es mucho más significativo. ¿En qué forma? En el sentido de que el Padre y el Hijo
harán Su morada en el creyente que ama a Jesús y en que el creyente será una morada
para Ellos. Parece que el Señor decía: “Haremos morada con él para que él y Nosotros
tengamos una morada. Él será nuestra morada y Nosotros seremos la morada suya”.
Les pido que honesta y sinceramente examine sus experiencias pasadas. ¿No ha tenido
esta experiencia anteriormente? En lo más profundo de su ser, tenía un aprecio muy
dulce por el Señor Jesús, que le llevó a decir: “Señor, te amo”. Y después el Señor dijo:
“Ya que me amas, Mi mandamiento es que no hagas esto o aquello”. Usted le contestó:
“Amén, Señor Jesús”. Quizás dijo el “Amén” con lágrimas en sus ojos. Inmediatamente
tuvo el sentir de la manifestación del Señor dentro de usted. Su presencia era tan real
que usted sentía que Él lo estaba llenando de Sí mismo, y que usted estaba siendo
atraído e introducido en Él. Usted permanecía en Él y Él permanecía en usted. Usted era
Su morada y Él era la morada suya. Creo que todos hemos tenido este tipo de
experiencia, algunos de manera profunda y otros de manera superficial, algunos por
largo tiempo y otros por solo unos minutos, pero todos necesitamos que esta experiencia
nos ocurra durante todo el día.
Esta morada mutua es sólo una de las muchas moradas, pues la morada mencionada en
el versículo 23 es una de las “muchas moradas”, mencionadas en el versículo 2. No se
olvide que usted es una de esas muchas moradas.
El Dios Triuno hace Su morada con los creyentes con el fin de edificar Su morada. Cada
vez que tuvimos la dulce sensación de estar en la presencia del Señor y de que el Señor
estaba morando en usted plenamente, percibió que amaba entrañablemente a todos los
creyentes. En ese momento se daba cuenta de que no tenía problema con ningún
creyente y que estaba dispuesto a perdonar cualquier falta de cualquier hermano o
hermana. ¿Qué es eso? Eso es el deseo de ser uno con los creyentes para el edificio de
Dios. Siempre que usted se encuentre en tal situación con el Señor, tendrá el deseo de
mezclarse con los santos; no querrá estar sólo. La edificación de la morada de Dios entre
los hombres en la tierra hoy depende por completo de esta experiencia. Es posible que
dos hermanos tengan problemas entre sí. ¿Cómo pueden solucionarlo? No es nada fácil.
Un día ellos empiezan a amar al Señor y a sentir un profundo y dulce aprecio por Él. El
Señor les da un mandamiento y ellos lo reciben; inmediatamente se encuentran en la
presencia del Señor, y el problema desaparece. Ésta es la manera en que el Señor realiza
Su obra divina de edificación entre nosotros. No depende de organización, reglas ni
enseñanzas externas, sino del amor que tenemos por el Señor, de que experimentemos
Su manifestación y de que Él permanezca con nosotros.
El Consolador, el Espíritu Santo, es enviado por el Padre en el nombre del Hijo. Esto es,
que el Espíritu Santo viene en el nombre del Hijo para ser la realidad de Su nombre.
¿Cuál es el significado de la expresión en Mi nombre? El nombre es el Hijo mismo, y el
Espíritu es la Persona, el Ser del Hijo. Por lo tanto, cuando invocamos el nombre del
Señor, recibimos al Espíritu (1 Co. 12:3). El Hijo vino en el nombre del Padre (5:43),
porque el Hijo y el Padre uno son (10:30). Ahora vemos que el Espíritu vendrá en el
nombre del Hijo, porque el Espíritu y el Hijo también son uno (2 Co. 3:17). Éste es el
Dios Triuno—el Padre, el Hijo y el Espíritu—que finalmente llega a nosotros como el
Espíritu.
El Espíritu viene en el nombre del Hijo, de manera que cuando invocamos el nombre del
Señor Jesús, el Espíritu viene. El nombre del Hijo es Jesús, y Su Persona es el Espíritu.
Dios el Padre envía al Espíritu, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. Finalmente, el
Dios Triuno es el que viene. Cuando el Espíritu viene a nosotros, el Padre también viene;
y el Hijo viene también, porque el Espíritu viene con el Padre en el nombre del Hijo. El
Padre envía al Espíritu de con Él mismo, y el Espíritu viene en el nombre del Hijo. El
Espíritu viene como el Hijo. Él es el Hijo que viene, y este Hijo procede del Padre y viene
con Él. Por lo tanto, cuando viene uno, los tres están presentes.
Quisiera repetir esto. El Padre envía al Espíritu consigo mismo. Ya que el Espíritu viene
con el Padre, el Padre viene junto con el Espíritu. El Espíritu viene en el nombre del Hijo
y en calidad de Hijo. Cuando el Espíritu viene, el Hijo es el que viene. Así que, cuando el
Espíritu viene, los tres están presentes.
El Espíritu vino después de la resurrección del Señor para recordarles a los discípulos
todo lo que el Señor les había dicho antes de Su crucifixión. Esto es el recordatorio que
hace el Espíritu, quien fue enviado de con el Padre, y quien vino como el Hijo en el
nombre del Hijo. El nombre es el Hijo mismo, y el Espíritu es el ser, la persona misma,
del Hijo. Cuando los discípulos invocaban el nombre del Hijo, recibían al Espíritu quien
les recordaba lo que el Hijo les había dicho antes de Su muerte.
B. La vida da paz
En el versículo 27 el Señor dijo: “La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el
mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Aquí podemos ver la paz que
la vida da; ésta es diferente a la que el mundo da.
todas las tribulaciones y temores. Todas las tribulaciones y temores en esta porción de la
Palabra son causadas por la persecución religiosa. En aquel tiempo ser un seguidor del
Señor Jesús no era fácil. Los discípulos le siguieron, aun poniendo en riesgo sus propias
vidas o en el mejor de los casos, perdiendo la manera de ganarse el sustento diario.
Debido a que los discípulos se encontraban bajo el temor de la oposición y la
persecución religiosa, el Señor les dijo que en Él encontrarían paz. Él les dejó Su paz.
Esta paz es el Señor mismo. A pesar de la oposición, persecución, rumores y calumnias
de la religión, el Señor Jesús dentro de nosotros es nuestra vida y nuestra paz. Ahora
podemos disfrutar al Señor como nuestra vida, nuestra morada y nuestra paz.
Alabémosle porque Él es todo para nosotros. Él es nuestra vida, nuestra morada y
nuestra paz.
El príncipe de este mundo no tiene nada en el Dador de esta paz (14:30). En este
versículo el Señor dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí”. El
príncipe de este mundo es Satanás. Se acercaba la hora en que atacaría al Señor. Pero el
Señor dijo que Satanás no tenía nada en Él. En el versículo siguiente el Señor añadió:
“Mas esto es para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó,
así hago”. Aquí, el mandamiento del Padre era que el Señor Jesús muriera con el
propósito de introducirnos en Dios. El Señor cumplió este mandamiento para mostrar al
mundo que Él amaba al Padre. El Señor no fue a la cruz para demostrar que Satanás no
podía vencerle o que Satanás no tenía nada en Él. Al contrario, Él entró en la muerte
para demostrarle al mundo que Él amaba mucho al Padre.
Creo que ahora podemos entender claramente el significado de este capítulo. El Señor
iba a morir y resucitar e iba a ser transfigurado en el Espíritu, Su otra forma, el otro
Consolador, para así poder entrar en nosotros e introducirnos en Dios. Por medio de la
vida de resurrección somos unidos y hechos uno con Dios. Únicamente por medio de la
muerte y la resurrección del Señor podemos ser unidos con Dios e introducidos en Él. El
Señor mediante Su muerte quitó el pecado, los pecados, el yo, el viejo hombre, la carne,
el mundo, el príncipe del mundo y la muerte. Mediante Su muerte quitó todas estas
cosas que nos distanciaban de Dios. Y mediante Su resurrección Él es ahora el Espíritu,
y como el Espíritu entra en nosotros y nos une a Dios. Ahora, Él está en el Padre,
nosotros estamos en Él, y Él está en nosotros. Por consiguiente, nosotros estamos
también en el Padre. Si lo amamos y cooperamos con Él, Él se manifestará a nosotros
más y más. Cuanto más amemos al Señor, más el Dios Triuno entrará y permanecerá en
nosotros y hará morada mutua con nosotros. Esta morada mutua es la mezcla de Dios
con el hombre. La unidad de esta mezcla es la morada espiritual, la morada divina y la
morada mutua. Nosotros somos una morada para Dios y Él es una morada para
nosotros; ésta es la verdadera edificación. Éste es el significado apropiado y correcto de
la palabra del Señor que se encuentra en este capítulo.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y TRES
EL ORGANISMO DEL DIOS TRIUNO
EN LA IMPARTICIÓN DIVINA
(1)
En este mensaje llegamos a Juan 15. No debemos considerar este capítulo como algo
aparte de los capítulos 14 y 16, pues los tres capítulos forman parte de un sólo mensaje
dado por el Señor Jesús antes de que fuera traicionado y arrestado. No hay duda de que
el capítulo 15 es la continuación del capítulo 14, donde vemos la morada mutua, la
mezcla de divinidad con humanidad. Una vez que entendemos el capítulo 14 de Juan
estamos preparados para examinar el capítulo 15.
La mayoría de los cristianos están familiarizados con Juan 15, un capítulo maravilloso
que trata del Señor, que es la vid, y nosotros que somos los pámpanos. Aparentemente
es fácil entender este capítulo porque sabemos lo que es una vid, lo que son los
pámpanos, y conocemos la relación que existe entre la vid y sus pámpanos. Sin
embargo, Juan 15 es tal vez el capítulo más profundo de todo el Nuevo Testamento. Si
hemos de entender apropiadamente el profundo significado de este capítulo debemos
entender el pensamiento central de Dios y la intención del Espíritu Santo cuando se
escribió el Evangelio de Juan. Este evangelio revela que el Señor Jesús es la expresión de
Dios, Dios mismo expresado en forma de hombre. Él se expresó de esta manera para
que pudiéramos recibirle como nuestra vida y nuestro todo. Él quiere forjarse en
nosotros hasta llegar a ser nuestra vida y nuestro todo. Los capítulos del 3 al 11 revelan
que Él es capaz de satisfacer todas nuestras necesidades al ser nuestra vida. El capítulo
12 nos muestra el resultado y la multiplicación del hecho que Él sea vida para nosotros.
El capítulo 13 indica la manera de mantener nuestra comunión en vida. Luego, el
capítulo 14 nos revela que Él se forja en nosotros por medio de Su muerte y
resurrección, y mediante Su transfiguración de la carne al Espíritu. Al llegar al capítulo
14, Él se ha forjado dentro de nosotros por medio del Espíritu de realidad. Ahora, Él es
nuestra vida y nuestra esencia. Él vive en nosotros esperando que cooperemos con Él, a
fin de revelarse y manifestarse más y más a nosotros. El Padre también entra junto con
Él para visitarnos, permanecer con nosotros y hacer Su hogar en nosotros (14:23). En
otras palabras, el Padre en Él y por medio del Espíritu se mezclará completamente con
nosotros. El Padre en el Hijo por el Espíritu será nuestra morada, y nosotros seremos la
morada del Dios Triuno. De esta manera, el Dios Triuno y nosotros seremos juntamente
edificados; es decir, Dios y el hombre serán edificados en unidad. Esta maravillosa
unidad es el pensamiento central de Dios. En todo el universo la intención final de Dios
consiste en que el Padre en el Hijo como el Espíritu sea forjado en nosotros y se mezcle
con nosotros hasta que el Dios Triuno y la humanidad lleguen a ser una morada mutua.
Vimos esto al estudiar el capítulo 14. Éste es el trasfondo del capítulo 15.
La revelación de Dios en el capítulo 15 es muy significativa, profunda y todo-inclusiva.
El pensamiento y significado de esta revelación son muy profundos. Lo primero que
debemos subrayar en este capítulo es que aquí claramente se revela al Dios Triuno. Dios
el Padre se revela como el labrador quien está relacionado con una labranza, una
plantación o una cosecha. El labrador es la fuente, el origen, el fundador y el que planta
dicha labranza. Él se dedica a esta empresa. Todo el universo es la empresa del Padre.
Dicho de otra forma, el Padre tiene un plan divino, un propósito eterno, y Él desea
cumplir lo que ha planeado. Éste es el significado de que el Padre sea el labrador. Él es el
labrador de la viña y se propone llevar a cabo cierto propósito. Él es la fuente, el
fundador, y el primero en realizar algunas cosas para llevar a cabo lo que piensa y con el
fin de realizar Su propósito. Además, como lo revelan los detalles que se encuentran en
otras porciones de las Escrituras, el Padre se deleita y desea que todo lo que Él es, todas
las riquezas de Su naturaleza divina, y toda la plenitud de la Deidad sean las riquezas de
la vid. Todo lo que el Padre es, todo lo que el Padre tiene, todas las riquezas de la vida
divina del Padre, y toda la plenitud de la Deidad, están en la vid. Todos estos ítems son
para la vid, y la vid es la corporificación de ellos. La vid llega a ser la corporificación de
la plenitud de las riquezas de la divinidad y de la Deidad. Todo lo que Dios el Padre es y
tiene está corporificado en la vid.
Este capítulo no sólo revela al Padre, sino también al Hijo como la vid. El Hijo como la
vid es el centro. Todo el universo es descrito como una viña, y en el centro de esta viña
está la vid, que representa al Hijo. Dios el Hijo es el centro, pues todo está centralizado
en Él. Hemos visto que Dios el Padre es la fuente y el fundador, y ahora vemos que Dios
el Hijo es el centro. Todo lo que Dios el Padre es y tiene es para este centro, está
corporificado en el centro, y es expresado a través del centro. Dios el Padre es
expresado, manifestado y glorificado por medio de esta vid. De manera que Dios el
Padre es la fuente y Dios el Hijo es el centro.
Finalmente, en los últimos dos versículos de este capítulo, el Espíritu es revelado. Aquí,
Dios el Espíritu es llamado el Espíritu de realidad, lo cual significa que el Espíritu es la
realidad. Todo lo que Dios el Padre es en el Hijo, y todo lo que Él centralizó en el Hijo, es
hecho real por el Espíritu. Todo lo que Dios el Padre es en el Hijo es una realidad en
Dios el Espíritu. Además, lo que fue centralizado en el Hijo es revelado, testificado y
hecho real por el Espíritu de realidad. Por lo tanto, Dios el Padre es la fuente, el
fundador; Dios el Hijo es el centro, la corporificación y la manifestación; y Dios el
Espíritu es la realidad. Esto es sumamente profundo e insondable.
Además, en esta revelación no sólo se encuentra al Dios Triuno, sino también al Cuerpo
de Cristo. El Cuerpo de Cristo es la iglesia. En esta revelación se compara a la iglesia con
los pámpanos de la vid. Los pámpanos de una vid son el cuerpo de la vid. Si se le quita
los pámpanos a una vid, ésta no tendría cuerpo. Sin ellos, a la vid no le quedaría nada
excepto la raíz y el tronco. Así que, los pámpanos constituyen el cuerpo de la vid.
Si buscamos al Señor con respecto a este asunto, veremos cuán maravilloso y misterioso
es. Todo lo que Dios el Padre es y tiene está centralizado y corporificado en Dios el Hijo,
y todo esto es hecho real en Dios el Espíritu. Ahora todo ha sido forjado en nosotros y
será expresado y testificado por medio de nosotros. Juan 15 presenta cuatro asuntos
sumamente importantes: Dios el Padre como fuente y fundador; Dios el Hijo como
centro y manifestación; Dios el Espíritu como la realidad y realización; y los pámpanos
como el Cuerpo, la expresión corporativa. Los pámpanos son sumamente vitales, porque
expresan lo que Dios es en Cristo como Espíritu. Sin los pámpanos, no existiría la plena
expresión. La expresión plena depende de los pámpanos, el Cuerpo, ya que Dios en el
Hijo como Espíritu se expresará por medio de los pámpanos, el Cuerpo. Todo lo que
Dios el Padre es y tiene está en el Hijo, todo lo que el Hijo es y tiene es hecho real para
nosotros como Espíritu, y todo lo que el Espíritu tiene está en el Cuerpo, en la iglesia, es
decir, en nosotros. En otras palabras, Dios el Padre como fuente está corporificado en
Dios el Hijo, el centro, quien es ahora hecho real como Dios el Espíritu, la realidad. Todo
lo que el Espíritu tiene es expresado en nosotros, es decir, en los pámpanos, la iglesia. El
Dios Triuno es expresado, manifestado y glorificado en la iglesia.
En Juan 15:1-11 vemos que la vid y los pámpanos son un organismo cuya función es
glorificar al Padre al expresar las riquezas de la vida divina. Puede ser que a algunos
lectores les moleste la palabra organismo; tal vez les parezca muy extraña la expresión
el organismo del Dios Triuno en la impartición divina. Pero nosotros estamos
acostumbrados a decir que la iglesia, el Cuerpo de Cristo, no es una organización, sino
un organismo. ¿Cuál es la diferencia entre una organización y un organismo? Por
ejemplo, una mesa es una organización, porque muchas piezas de madera están
ensambladas para formar una entidad. ¿Por qué decimos que una mesa es una
organización y no un organismo? Porque en la mesa no se encuentra un órgano. Una
mesa no tiene órganos, porque no tiene vida. Aparentemente, nuestro cuerpo también
es una organización. Sin embargo, nuestro cuerpo es mucho más que una simple
organización, porque nosotros tenemos tanto órganos como vida, y por eso, es un
organismo, y no una simple organización. De la misma manera, la iglesia, el Cuerpo de
Cristo, es un organismo.
¿Qué es el Cuerpo de Cristo? El Cuerpo de Cristo es exactamente lo que dijimos en el
mensaje treinta y dos; a saber, es una morada mutua, la mezcla de divinidad con
humanidad. Como ya vimos, esta mezcla, la morada mutua de Dios y el hombre, se halla
en el capítulo 14. Esta morada mutua, esta mezcla de divinidad y humanidad, llena de
órganos y vida, es un organismo.
En Juan 15 este organismo es comparado con la vid. Aquí la vid se usa como una figura
para representar este organismo maravilloso. En la vid tenemos el árbol mismo y todos
sus pámpanos. El Señor Jesús declaró que Él mismo era la vid (v. 1). Él es la vid y
nosotros los pámpanos de este árbol. Por medio de este cuadro tan sencillo podemos
darnos cuenta de que somos la extensión de la vid. Si uno cortara las ramas de un árbol,
sólo quedaría un tronco desnudo desprovisto de ramas, y no habría ninguna extensión.
Pero en la actualidad esta vid universal tiene muchos pámpanos, y estos pámpanos son
simplemente su extensión. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él era sólo un
pequeño hombre que vivía en cierto lugar. Pero miren a Su extensión ahora. Tiene
partes en Washington, D. C., Nueva York, Los Ángeles, Londres, Frankfurt, Tokio,
Manila, Taipei, Hong Kong, y por todo el mundo. ¡Alabado sea el Señor porque por todo
el mundo podemos ver la extensión de esta vid! Ésta no es una organización, sino un
organismo que tiene vida y muchos elementos, órganos, y sistemas orgánicos que crecen
en él.
La vid y los pámpanos son un organismo cuya función es glorificar al Padre. ¿Qué
significa aquí la palabra glorificar? Significa que la intención, el contenido, la vida
interior y las riquezas internas son liberadas desde su interior y son expresadas. La vid y
los pámpanos son un organismo cuyo propósito es glorificar al Padre, es decir, liberar
desde el interior, y así manifestar, la intención, el contenido, la vida interior y las
riquezas internas. Al ser un organismo cuya función es glorificar al Padre, la vid con sus
pámpanos expresa las riquezas de la vida divina. Cuando la vid produce racimos de
uvas, las riquezas de la vida divina son expresadas. Esta expresión es la glorificación del
Padre porque el Padre es la vida divina. El Padre es la fuente y la sustancia misma de la
vid. Sin el fruto, la esencia, la sustancia y la vida de la vid, permanecerían ocultas,
encerradas y confinadas; pues las riquezas de la vida interior de la vid son expresadas
mediante los racimos de fruta. Quisiera recalcar que expresar la vida interior de esta
forma equivale a liberar la sustancia divina desde el interior de la vid. Ésta es la
glorificación del Padre.
A. La distribución divina
1. La economía de Dios
La impartición divina es producir la vid y los pámpanos como el organismo que glorifica
al Padre. Aquí la palabra impartición tiene el mismo significado que la palabra
economía, del griego oikonomía, el cual significa dispensar o administrar. ¿Qué es esta
economía? Es una administración gubernamental, una impartición divina dentro de la
humanidad. Esta impartición divina es la economía de Dios. Según el griego, esta
palabra se utiliza de manera clara en 1 Timoteo 1:4. No obstante, algunas versiones la
traducen “edificación de Dios”. Pero la traducción más correcta es “la economía de
Dios”, o “la dispensación de Dios”.
En Efesios 3:10-11 leemos acerca del propósito eterno de Dios. La expresión el propósito
eterno es bíblica. Al hablar de manera más moderna, diríamos “el plan eterno”. En la
eternidad pasada Dios hizo un plan para la eternidad futura. De manera que este plan es
un plan eterno, el cual consiste en que una gran cantidad de seres humanos sean
regenerados con la vida divina, lleguen a ser el Cuerpo de Cristo y expresen toda la
plenitud de la Deidad corporificada en Cristo. Este es el plan eterno que Dios hizo en la
eternidad pasada para la eternidad futura. Es necesario que conozcamos muy bien y que
estemos muy familiarizados con los versículos de 1 Timoteo 1:4 y Efesios 3:10-11.
La iglesia es una entidad corporativa, la cual fue sembrada como una semilla en Génesis
1:26, y será recogida como una cosecha en Apocalipsis 21 donde vemos la Nueva
Jerusalén como la máxima consumación del organismo que expresa la imagen divina.
En Génesis 1:26 vemos a un hombre corporativo hecho a la imagen de Dios; en
Apocalipsis 21 vemos la Nueva Jerusalén, la expresión corporativa de la imagen de Dios.
La semilla fue sembrada en Génesis, la cosecha es segada en Apocalipsis 21 y el cultivo
está hoy aquí en la tierra.
2. La corporificación
y la manifestación de la Deidad
Esta vid es un organismo lleno de vida, como el árbol de la vida (Gn. 2:9). No es una
organización carente de vida como la torre de Babel (Gn. 11:4, 9). El árbol de la vida es
un organismo, y la torre de Babel es una organización. ¿Qué prefiere usted? ¿El árbol de
la vida, o la torre de Babel? La torre de Babel era grande y alta, pero el árbol de la vida
probablemente era de nuestro tamaño. Si el árbol de la vida hubiera sido muy alto,
habría sido difícil alcanzarlo. Según Juan 6 las multitudes intentaron forzar a Cristo a
ser rey. Esto significa que ellos querían que fuera una torre. Sin embargo, Él prefirió ser
el pan de vida, lo cual significa que Él quería ser el árbol de la vida.
La vid propaga y multiplica la vida. Propagar la vida significa esparcirla por doquier, y
multiplicar la vida significa reproducirla. En cada tipo de vida vegetal podemos ver la
propagación y la multiplicación. Si sembramos un grano de trigo, éste producirá otros
treinta, sesenta o cien granos más. Esto es tanto la propagación como la multiplicación
de la vida. Si profundizamos en el hecho de que el Señor se asemejaba a Sí mismo a una
vid, veremos que de entre todas las plantas, flores, hierbas y árboles, la vid es el mejor
ejemplo de una planta que multiplica y propaga la vida. Una vid no se destaca por sus
flores ni por los materiales que produce, sino por la manifestación misma de las
riquezas de la vida. Una vez que la vid está cargada de fruto maduro, salta a la vista la
abundancia de las riquezas de esa vida. De manera que la vid produce vida. El Señor no
es la clase de vida que la gente aprecia por sus flores, o por algún tipo de material útil. Al
contrario el Señor es vida para generar y producir vida.
Como mencionamos anteriormente, la vid no se destaca por sus flores ni por su madera.
Una vid no produce flores dignas de admiración. He oído de las personas que van a
Washington D. C. para contemplar la belleza de las flores de cereza en su época de
florecimiento. Pero nunca he oído que alguien vaya a admirar las flores de una vid, pues
lo notable de la vid no son sus flores. En mi niñez crecí cerca de una viña. Todos los años
veía las vides, pero no recuerdo haber visto sus flores. Las flores de la vid son muy
pequeñas y su color no es muy bello.
La vid tampoco es notable por su madera (Ez. 15:2-3). La madera de la vid no es útil
para fabricar muebles, tablones, postes, ni ningún artículo de madera. Nunca veremos
un edificio construido con la madera de la vid. Ésta sólo sirve para llevar fruto, no para
que sus flores sean admiradas ni para producir madera.
Lo mismo ocurre con la iglesia. Si usted viene a la iglesia con la intención de ver los
cerezos en flor, no verá nada. De la misma manera, si lo hace buscando madera selecta,
útil para fabricar muebles u organizaciones mundanas, sólo encontrará algo que no es
bueno para nada más que para llevar fruto. Nosotros renacimos para llevar fruto.
Todos estamos arruinados. No servimos para echar flores ni para producir madera. No
servimos para nada en esta tierra. Si usted todavía es bueno para algo terrenal, esto
significa que aún es mundano. No servimos para la educación, los negocios ni la política.
No servimos ni siquiera para la religión ni para ser pastores. Hace 45 años yo fui
completamente arruinado. Ahora soy una persona inútil que no sirvo para nada. En
cuanto a la sociedad y a las organizaciones religiosas se refiere, soy completamente
inútil. ¿Y qué podemos decir con respecto a usted? Alabado sea el Señor porque que
todos somos inútiles; inútiles por causa de Jesús y para Jesús. Todos fuimos arruinados
por Él. ¿Es usted capaz de ser un buen catedrático? Lo único que usted debería ser es un
catedrático que no sirve para nada. ¿Podría usted tener éxito como hombre de negocios
o como granjero? Debería ser arruinado como negociante o como granjero. Fuimos
arruinados y no servimos para nada más que para llevar fruto, y así expresar al Padre en
el Hijo. En la iglesia usted no encontrará flores ni material. Solamente hallará hombres
pequeños que no sirven para nada, excepto para llevar fruto.
En el Antiguo Testamento, ante los ojos de Dios, los hijos de Israel eran una vid (Sal.
80:8; cfr. Is. 5:2; Jer. 2:21; Ez. 19:10; 15:2). Pero ellos le fallaron a Dios como la vid,
porque no le dieron la oportunidad de expresarse por medio de ellos. Aunque Dios trató
de hacerlo, ellos le fallaron. Finalmente, en el Nuevo Testamento el Israel verdadero
vino. El Señor Jesús como el verdadero Israel es la vid verdadera que puede expresar
plenamente a Dios. Esta vid verdadera es la corporificación misma y la plena
manifestación de Dios. Todo lo que Dios es y tiene ha sido corporificado en esta vid
verdadera y ha sido manifestado plenamente por medio de ella.
Ninguna otra planta puede mostrar adecuadamente la relación viviente que existe entre
nosotros y el Señor como la vid. Nosotros somos los pámpanos de la vid. ¿Qué tipo de
relación les evoca esto? Los pámpanos no sirven para nada sino para expresar a la vid.
Todo lo que la vid es y tiene es expresado por medio de los pámpanos. Como individuos,
los pámpanos representan a los que han sido regenerados, pero corporativamente ellos
constituyen la iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23). Los pámpanos, los creyentes del
Hijo, existen para expresar al Hijo con el Padre por medio de llevar fruto.
E. Llevar fruto
¿Qué es llevar fruto? Es el rebosar de las riquezas de la vida interior. No debemos tratar
de llevar a otros a Cristo por esfuerzo propio, ni debemos valernos de planes hábiles
para ganar almas. Llevar fruto depende del rebosar de la vida interior. Necesitamos
constantemente disfrutar a Cristo como nuestro todo. Sólo entonces tendremos
abundancia de vida interior. De esta abundancia brotará un fluir que alcanzará a otros y
penetrará en sus vidas. Este fluir llevará mucho fruto. No se trata simplemente de
predicar o ganar almas, sino de llevar fruto mediante el rebosar de las riquezas de la
vida interior.
Llevar fruto de esta manera es manifestar la vida interior. La vida interior de la vid
consiste de las riquezas de todo lo que el Padre es y todo lo que el Padre tiene. Esto se
manifiesta por el fruto de la vid. Por lo tanto, al llevar fruto la vid expresa al Padre en el
Hijo.
Llevar fruto también satisface la sed del hombre. La vid lleva fruto, es decir, las uvas. De
éstas se produce el vino o el zumo de uvas que apaga la sed del hombre. Hoy debemos
estar rebosando de las riquezas de la vida de Cristo de tal manera que seamos capaces de
llevar racimos de uvas que produzcan zumo o vino, que apagará la sed del hombre.
Todos necesitamos orar: “Señor, que Tu vida fluya de mí para apagar la sed de otros”.
4. Al permanecer en la vid
y permitir que la vid permanezca en nosotros
El fruto se produce cuando los pámpanos permanecen en la vid y permiten que la vid
permanezca en ellos. En Juan 15 lo crucial es permanecer. Todo en este capítulo
depende de si uno permanece o no en la vid. La verdadera experiencia de permanecer
depende de la claridad de nuestra visión y el entendimiento de que somos pámpanos.
Una vez que reciba la visión de que usted es un pámpano le será difícil apartarse de la
vid; deseará permanecer en ella. No intente permanecer allí por su propio esfuerzo,
porque cuanto más lo intente, más fallará. Necesitamos orar: “Señor, muéstrame
claramente que yo soy uno de los pámpanos”. Estoy seguro de que un día el Señor se lo
revelará. Usted recibirá la visión de que es uno de los pámpanos y exclamará: “¡Alabado
sea el Señor! ¡Yo soy un pámpano!”. Entonces, empezará a permanecer en Él.
Todos los pámpanos que llevan fruto están relacionados unos con otros. Al permanecer
en la vid, ninguno de los pámpanos lleva fruto de manera separada de la vid. Todos ellos
llevan fruto por medio de la misma vida que circula en ellos. Aparentemente, cada uno
de ellos lleva fruto de una manera separada, pero en realidad, todos llevan fruto de
forma corporativa, pues todos están en una sola vid y tienen una misma vida. Hoy
debemos llevar fruto de igual manera: en un solo Cuerpo y con una misma vida.
F. La poda
Ahora llegamos a la poda. En el versículo 2 el Señor dijo con respecto al Padre que:
“Todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto”. La poda es necesaria. El
significado de la poda es cortar lo inútil, lo cual viene mayormente de algo que ya se ha
envejecido. Cuando los pámpanos envejecen, dejan de producir fruto. La manera de
hacer que el pámpano lleve fruto de nuevo es cortar o podar la parte vieja de los
pámpanos para permitir que eche nuevos brotes. No son los pámpanos viejos los que
producen fruto, sino los brotes nuevos. Ésta es la razón por la que, en ocasiones,
tenemos que sufrir. Los sufrimientos son los cortes que podan la parte vieja para que
seamos renovados a fin de llevar fruto. La poda ocurre al cortar y quebrantar, lo cual
tiene como fin que se lleve mucho fruto.
G. Echados fuera
Aquí debemos añadir una palabra acerca de ser echados fuera. En el versículo 6 el Señor
dijo: “El que en Mí no permanece, es echado fuera como pámpano, y se seca; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden”. En Juan 15 no se trata de la salvación ni de la
perdición; debemos olvidarnos de este concepto al leer este capítulo. El pensamiento de
este capítulo es si disfrutamos de las riquezas de la vid para llevar fruto o si perdemos
las riquezas de ella. Ser echados fuera aquí no significa que perdamos la salvación, sino
que dejaremos de disfrutar de las riquezas de la vida de la vid. Cuando un pámpano es
cortado, es privado de participar de las riquezas de la vida de la vid. Muchos cristianos
han perdido el disfrute de las riquezas de Cristo como vida. Esto significa que ellos han
sido cortados.
Ser echado fuera también significa ser cortado de la comunión de los pámpanos. Un
pámpano que es cortado pierde la comunión en vida con los demás pámpanos. Muchos
cristianos se encuentran en esta situación. No tienen comunión en vida con otros
cristianos.
3. Cortar el pámpano y privarlo
de la expresión del Hijo con el Padre
Además, ser echado fuera significa ser cortado y excluido de la expresión del Hijo con el
Padre. Cuando un pámpano es echado fuera, no participa más de la expresión de la vid.
Hoy en día muchos cristianos no pueden tener la expresión del Hijo con el Padre porque
como pámpanos han sido cortados de la vid.
Finalmente, ser echados fuera es ser excluidos del propósito divino. El propósito divino
de Dios el Padre, el de cultivar al Hijo como la vid, es expresar la plenitud de la Deidad.
Ser echado fuera como pámpano es ser cortado de este propósito divino; muchos
cristianos hoy en día, han sido excluidos y no pueden participar de este propósito
divino. Cuando un pámpano es echado fuera, pierde el disfrute de las riquezas de Cristo;
es privado de la rica comunión de los demás pámpanos, sus copartícipes; es separado de
la expresión de Dios y es excluido del propósito de Dios. Si uno no lleva fruto, esto
significa que ha sido cortado del disfrute de las riquezas de Cristo. No obstante, esto no
significa que tal persona perderá su salvación. Tal vez usted se pregunte qué significa ser
echado en el fuego. Significa secarse. Muchos cristianos tienen la sensación de que se
han secado. El asunto de la salvación y perdición eterna es presentado en el capítulo 10.
El capítulo 15 no tiene nada que ver con la salvación, sino con el disfrute de las riquezas
de Cristo, con la participación en la maravillosa comunión entre todos los pámpanos,
con la expresión de la imagen divina y con el cumplimiento del propósito de Dios. Este
es el concepto principal presentado en Juan 15.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
(2)
H. Permanecer
2. Permanecer en el Hijo
Cuando vemos el hecho de que somos pámpanos de la vid, debemos mantener nuestra
comunión con ésta. Cualquier cosa puede privarnos del rico suministro de la vid. Una
pequeña desobediencia, un pecado, o incluso un pensamiento impuro puede ser un
aislador que nos separe de las riquezas de la vid. Si no condenamos esos asuntos
negativos, sino que los practicamos, estos nos excluirán del rico suministro de la vid.
Primero, debemos ver que somos pámpanos, y después, tenemos que mantener la
comunión que existe entre nosotros y el Señor. Nada debe interponerse entre Él y
nosotros. Hay un himno en nuestro himnario que empieza con las palabras “Nada entre
Tú y yo mi Señor”. Por experiencia sabemos que hasta una pequeña falla puede
privarnos de participar de la rica suministración de la vid. Debemos orar al Señor y
decirle: “Señor, no permitas que haya nada entre Tú y yo, que nada me separe de Tu rico
suplir”.
Debemos permitir que el Hijo permanezca en nosotros (vs. 4-5). Esto tiene mucho
significado. Nosotros permanecemos en Él, y Él permanece en nosotros. Pero en muchas
ocasiones no le damos el espacio para permanecer en nosotros. El Señor Jesús desea
extender Su morada en nuestro interior. Pero nosotros quisiéramos reducir Su espacio,
es decir, lo limitamos. En nuestro interior hay una suave y constante lucha entre Él y
nosotros. Aunque el Cristo que mora en nuestro ser constantemente se está
extendiendo, hay algo en nosotros que lo restringe. Este Cristo desea ganar terreno
gradualmente en nuestro ser, centímetro a centímetro. Pero muchas veces nos
resistimos y regateamos cada centímetro con Él. Cada centímetro que Él quiere ganar
encuentra resistencia de nuestra parte. Como resultado, regateamos con el Señor. Si
usted no regatea con el Señor, debe ser un creyente que habita en el tercer cielo. Incluso
el día de hoy es posible que algunos de nosotros hayamos hecho algún trato con el
Señor. Aun después de haber dicho en voz alta: “¡Hemos sido arruinados por Él! ¡No
servimos para nada en esta tierra!”, todavía decimos interiormente: “Señor Jesús,
solamente voy a cederte este pedazo de terreno, no puedo darte más espacio por ahora.
Señor, ten misericordia de mí. Sé paciente conmigo hasta que esté listo para cederte otro
medio centímetro. Hasta ese entonces Señor, quédate donde estás”. Aunque no digamos
esto audiblemente, muchas veces tenemos este pensamiento muy dentro de nosotros. Si
más tarde el Señor dice: “Deseo avanzar otros cinco centímetros”, de nuevo nos
resistimos y empezamos a regatear con Él. Cuando hacemos esto, el Señor guarda
silencio y desvía Su rostro de nosotros. Él rehúsa hablarnos, y perdemos Su presencia.
Tal vez ganemos el debate y retengamos los cinco centímetros que el Señor quería, pero
perdemos Su presencia. ¡Oh, cuánto necesitamos preservar nuestra comunión con el
Señor y estar dispuestos a cederle más terreno y a permitirle que se extienda más en
nosotros! Que permitamos que el Señor se extienda dentro de nosotros todo lo que
quiera. Si hacemos esto, experimentaremos el verdadero crecimiento de vida y veremos
este crecimiento de vida en nosotros.
¿Cuál es la razón por la que muchos creyentes apenas crecen en vida? Simplemente
porque no permiten que el Señor se extienda dentro de ellos. Tal vez no haya nada que
los separe de Él, pero lo limitan demasiado. El permanecer es algo sumamente delicado
y sensible. Por favor, recordemos que en nuestra relación con el Señor debemos prestar
atención a dos puntos: no permitir que nada nos separe de Él, y no limitarlo. Es más
fácil eliminar lo que nos separa del Señor que dejar de limitarlo. Temo que aun mientras
usted lee este mensaje no esté listo para eliminar toda limitación. Alabado sea el Señor
porque Él es paciente y bondadoso. Él nunca nos dejará. Él nos está esperando. Lo
máximo que hará es desviar Su rostro de nosotros. Esto es todo lo que hará, pero aún
permanecerá con nosotros. Procuremos recibir Su misericordia y Su gracia de tal
manera que podamos siempre cederle el terreno dentro de nosotros para que Él se
extienda a cada rincón y área de nuestro ser interior. Ésta es la manera de experimentar
el crecimiento en vida.
Separados de Él nada podemos hacer (v. 5). Los pámpanos de la vid no pueden vivir por
sí mismos, porque separados de la vid se secarán y se marchitarán. La relación entre los
pámpanos y la vid representa la relación que existe entre nosotros y el Señor. No somos
nada, no tenemos nada, y separados de Él no podemos hacer nada. Lo que somos, lo que
tenemos y lo que hacemos debe ser sólo en el Señor y por el Señor en nosotros. Es
sumamente importante que permanezcamos en el Señor y que Él permanezca en
nosotros. De otro modo, fracasaremos y seremos desechados. Separados de Él nada
somos, nada tenemos y nada podemos hacer. Ya que somos los pámpanos del Señor y el
Señor es nuestra vid, debemos permanecer en Él y permitir que Él permanezca en
nosotros.
5. Permitir que las palabras que el Hijo nos habla para el momento,
permanezcan en nosotros
Es necesario que las palabras del Señor permanezcan en nosotros para que el Señor
permanezca en nosotros. La única manera posible por la que el Señor puede ser práctico
para nosotros, es por medio de Sus palabras. ¿Cuál fue el medio utilizado para que el
evangelio llegase a nosotros y cómo recibimos al Señor como nuestro Salvador? Fue por
medio de Sus palabras. Cuando recibimos Su palabra, en realidad recibimos al Señor
mismo, porque el Señor está en Su palabra y Él mismo es la Palabra. Según el mismo
principio, si queremos permitir que el Señor permanezca en nosotros, debemos dejar
que Sus palabras permanezcan en nosotros. Puesto que tenemos las Escrituras en
nuestras manos, las cuales están llenas de las palabras del Señor, no debemos decir que
el Señor está lejos de nosotros, ni que Él sigue siendo misterioso, o que es más espiritual
que sustancial. Alabado sea el Señor porque tenemos algo muy sustancial, disponible y
práctico en nuestras manos: la Palabra. Podemos leerla y recibirla con nuestro corazón y
nuestro espíritu. Podemos tener contacto con la Palabra del Señor en nuestro espíritu
día tras día y momento a momento. Siempre y cuando tengamos contacto con la Palabra
del Señor, tendremos contacto con el Señor mismo. Como ya indicamos, en el versículo
7 la palabra griega que se traduce “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada
para el momento; a diferencia de lógos, la cual es la palabra escrita. Así que, réma es la
palabra presente, la que el Señor nos habla en cierto momento y con un propósito
específico. Según nuestra experiencia, si nos mantenemos en comunión con el Señor,
tendremos Su réma en nuestro interior constantemente. Lógos es la palabra externa, la
que se halla en un mensaje que escuchamos o leemos, pero réma es la palabra interior
que se habla para el momento. Tenemos el lógos en nuestras manos, pero tenemos el
réma en nuestro espíritu. Lógos es la palabra escrita como la expresión del Cristo
viviente; réma es la palabra hablada en nuestro interior por el Espíritu de Cristo en el
momento mismo que lo necesitamos. Por ejemplo, tal vez mientras usted se encuentra
teniendo comunión con otro hermano, algo en su interior le dice que deje de hablar.
Esto es el réma. Puede ser que usted esté pensando en algo que planea hacer hoy, pero
de nuevo oye algo interiormente que le dice que no lo haga. Esto también es el réma.
No debemos hablar en términos imprecisos cuando hablamos de permanecer en Cristo y
de que Cristo permanezca en nosotros. Debemos ser más precisos y entender que
tenemos que prestar atención a dos tipos de palabras, la palabra externa y la palabra
interna, es decir, la palabra contenida en las Escrituras que está fuera de nosotros, y la
palabra en nuestro espíritu, la cual escuchamos en nuestro interior. Si decimos que
vamos a permanecer en Cristo y que vamos a permitir que Él permanezca en nosotros,
ciertamente debemos considerar ambas clases de palabras. Si no entendemos estas dos
clases de palabras, nos será imposible mantenernos en contacto con el Señor y
permanecer en Él y Él en nosotros. Por lo tanto, debemos prestar atención a la palabra
escrita, la que está fuera de nosotros, y a la palabra viviente, la que se encuentra en
nuestro interior; porque mediante la palabra escrita tenemos la explicación, definición y
expresión del Señor misterioso; y mediante la palabra viviente e interior, tenemos la
experiencia del Cristo que permanece en nosotros, o sea, la presencia del Señor en
forma práctica.
El Señor es muy misterioso. Ésa es la razón por la que nunca podemos entenderle
basados en nuestra imaginación. Por el contrario, debemos leer los sesenta y seis libros
de la Biblia, y al hacerlo debemos considerar cada palabra, porque todas y cada una de
estas palabras expresan, explican y definen a nuestro misterioso Señor. Si queremos
conocerle a Él, debemos conocer la Palabra y saber cómo entenderla. Pero por otro lado,
el Espíritu está en nuestro interior, hablándonos algunas palabras vivas en el momento
indicado y con el fin de satisfacer nuestras necesidades. En la hora exacta en que más lo
necesitamos, el Espíritu interiormente nos da una palabra oportuna para nuestro caso
particular. El réma interior siempre corresponde con el lógos exterior. El Espíritu que
habla el réma en nuestro interior jamás dice algo distinto a lo que dice la palabra escrita
o el lógos. El lógos exterior y el réma interior siempre se corresponden el uno con el
otro, y muchas veces el réma interior es la interpretación del lógos exterior. Tal vez esta
mañana usted leyó el lógos, pero no pudo entenderlo ni aplicarlo a su vida de una
manera viviente. Mientras usted trabajaba durante el día, el Espíritu le ungía
interiormente con la palabra, revelándole el verdadero significado e incluso el énfasis
correcto. Usted percibió el réma viviente con Su énfasis viviente dado por el Espíritu.
Como resultado de esto, no sólo lo entendió con su mente, sino que lo percibió con su
espíritu. Luego, la palabra escrita y externa llega a ser la palabra viviente dentro de su
espíritu. Ahora puede experimentarla y aplicarla a su vida. De esta manera, el lógos llega
a ser el réma; la palabra exterior se convierte en la palabra interior. Tenemos que
prestar atención al réma interior y viviente y permitir que obre libremente dentro de
nosotros. Para llegar a este fin, tenemos que cooperar con ella. En otras palabras,
debemos ser sumisos y obedientes al réma viviente que habla ahora dentro de nosotros.
Estar atentos al hablar del réma interior hará que el Señor viviente sea más real a
nosotros en nuestro espíritu. Hará que Cristo esté más disponible y aplicable, y que
sintamos el mover y obrar del Señor, quien nos vigoriza interiormente.
El versículo 8 dice: “En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis
así Mis discípulos”. La oración del versículo 7 se relaciona con llevar fruto y con la
glorificación del Padre mencionada en el versículo 8. Necesitamos orar pidiendo que nos
conceda llevar mucho fruto a fin de que el Padre sea glorificado, es decir, que Él sea
expresado en el Hijo. Al llevar fruto la vida divina del Padre es expresada, y de esta
manera Él es glorificado. El Padre es glorificado sólo cuando es expresado. La
electricidad es un buen ejemplo de lo que significa ser glorificado. La electricidad que no
se expresa no es glorificada. Únicamente cuando es expresada ella es glorificada. La
corriente eléctrica que está en una lámpara es glorificada cuando se expresa por medio
de ella. De igual manera, cuando el organismo de la vid con sus pámpanos lleva fruto, la
vida divina del Padre es expresada, y entonces, Él es glorificado.
Nuestro vivir y andar deben proceder de las oraciones auténticas. Nuestro vivir, andar y
todas nuestras actividades siempre deben ser el resultado de la oración. Debemos
actuar, vivir y laborar en conformidad con la manera en que oramos. Esto es algo muy
profundo. A medida que el Señor permanece en nosotros, Él se expresa a Sí mismo;
expresa Sus pensamientos, deseos, y aun Su propósito para con nosotros. Cuando
expresamos esto en oración, y actuamos, vivimos y andamos conforme a lo que oramos,
Dios es expresado y glorificado.
Por amor a que permanezcamos en el Señor, tenemos que prestar atención a la Palabra
del Señor en dos aspectos: la palabra interna y la palabra externa. Debemos tener
contacto con el Señor por medio de la palabra externa, de manera que ésta llegue a ser la
palabra interna para nosotros. La palabra externa con la que tenemos contacto en su
forma escrita, se convertirá en la palabra interior y viviente en nuestro espíritu.
Entonces, el Señor se expresará a Sí mismo por medio de esta palabra viva, y nosotros
llegaremos a conocer Su voluntad, Su propósito, Su deseo y Su pensamiento. Además,
seremos uno con el Señor de tal manera que expresaremos Su pensamiento mediante
nuestra oración. Las oraciones que hagamos también llegarán a ser la vida que vivimos,
y con la cual andamos y obramos. Tales oraciones serán la expresión, la plena
manifestación, de Dios el Padre. Dios el Padre será expresado y glorificado por medio de
nosotros.
Antes de seguir adelante, debo decir algo con respecto a la lectura de la Biblia. A
menudo aconsejamos a los nuevos creyentes que lean la Biblia tanto como les sea
posible. Sin embargo, para algunas personas no es bueno leer la Biblia demasiado,
porque es semejante a hartarse de comida. Algunos creyentes han almacenado mucho
de la Palabra, pero solamente han digerido muy poco de ella. Ahora cada día deben
digerir un poco de la Palabra. Necesitamos orar con la Palabra y orar la Palabra: frase
por frase, cláusula por cláusula y aun palabra por palabra, digiriendo lo que leemos. Si
oramos acerca de las palabras que leemos, seremos nutridos y fortalecidos en nuestro
espíritu.
Necesitamos guardar los mandamientos del Hijo al obedecer las palabras que nos habla
para el momento para así poder permanecer en Su amor (vs. 10-11). Primero, nosotros
permanecemos en Él, y Él permanece en nosotros. Luego, Su palabra permanece en
nosotros, y nosotros permanecemos en Su amor. Primero, permanecemos en Él, y luego
permanecemos en Su amor. Por un lado, debemos permanecer en el Señor mismo; por
otro lado, debemos permanecer en Su amor. Así como debemos permitir que la palabra
del Señor permanezca en nosotros para que Él pueda seguir permaneciendo en
nosotros, así también, en el mismo principio, debemos permanecer en Su amor a fin de
morar continuamente en Él. Si usted no percibe la frescura, dulzura y ternura del amor
del Señor, temo que aun si tratara de permanecer en Él, fracasaría. Permanecer
continuamente en el Señor depende del amor. Debemos percibir y sentir la frescura,
dulzura y novedad de Su amor. Tenemos que permanecer en Su amor para poder seguir
permaneciendo en Su persona. Por ejemplo, si dos hermanos no sienten amor el uno por
el otro, ¿cómo podrían ser íntimos? De igual manera, nosotros debemos permanecer en
el amor del Señor sintiendo Su amor, a fin de mantener nuestra comunión con Él. Tal
vez mientras lee esto esté diciendo: “Hermano, yo no siento Su amor”. Si éste es su caso
debe orar de la siguiente manera: “Señor, ten misericordia de mí. ¿Por qué razón no he
sentido Tu amor todo este tiempo? ¡Oh Señor, dime por qué!” Si usted ora de esta
manera, estoy seguro de que experimentará la frescura del amor del Señor. Su amor será
muy refrescante para usted, y eso lo llevará a permanecer en Su amor, y así se
mantendrá permanentemente en el Señor.
Hemos visto el permanecer en Juan 15. Romanos 8 es una continuación de Juan 15. Sin
Romanos 8 nos sería difícil permanecer constantemente en el Señor. La manera de
permanecer en el Señor es poner la mente en el espíritu (Ro. 8:6). En Romanos 8 poner
la mente en el espíritu es una continuación o desarrollo del permanecer en el Señor de
Juan 15. Si sólo tuviéramos Juan 15 sin Romanos 8, no seríamos capaces de permanecer
constantemente en el Señor. En Romanos 8 tenemos a Cristo como Espíritu de vida
(8:2), y como el Espíritu que mora en nuestro espíritu infundiéndonos vida. La manera
de permanecer en el Señor es poner nuestra mente, que es la parte principal de nuestra
alma, en nuestro espíritu. De esta manera podremos experimentar al Señor, quien es el
Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y CINCO
(3)
Ya abarcamos la primera parte de Juan 15:1-11, donde vimos la relación que existe entre
nosotros y el Señor. La segunda parte del capítulo, del versículo 12 al 17, habla de la
relación que tenemos los unos con los otros. En esta sección vemos que los pámpanos
deben amarse unos a otros para expresar la vida divina al llevar fruto. Estos versículos
revelan que llevar fruto depende en gran parte del amor que nos tenemos los unos por
otros. Debemos mantener una relación adecuada en amor por medio de la vida.
Debemos mantener nuestra relación en amor y amarnos unos a otros por medio de la
vida que está en nosotros. Esta vida es el Señor mismo. El amarnos unos a otros, es la
vida de iglesia, la vida del Cuerpo, la cual es una vida de amor y una vida en amor. No
debemos amarnos unos a otros con nuestro amor humano, sino en la vida divina y con el
amor divino.
No somos pámpanos de diferentes vides, sino de una sola vid. Por eso, debemos
mantener una buena comunión con todos los demás pámpanos, como también con la
vid. Ésta es la razón por la que en este capítulo el Señor nos dice que debemos amarnos
unos a otros (vs. 12, 17). Si no nos amamos, difícilmente llevaremos fruto, pues nuestra
comunión con la vid será cortada. En este caso no habrá manera de que podamos llevar
fruto. Para llevar fruto debemos amarnos unos a otros.
Todos nosotros tenemos una misma vida dentro de nuestro ser. La vida que está en
usted es exactamente la misma vida que está en mí. Esto se asemeja a la circulación de
la sangre en nuestro cuerpo físico, la cual circula por cada miembro de éste. De igual
manera, la vida interior de todos los pámpanos es la misma. Esta vida debe circular
continuamente por todos los pámpanos. Así, todos ellos estarán muy vivientes y llenos
de las riquezas de la vida a fin de llevar fruto.
Aunque los pámpanos son muchos, a la vez, son uno. Ellos son uno con la vid y son uno
los unos con los otros. Todos los pámpanos juntamente con la vid forman una sola
entidad, un solo organismo.
Los pámpanos tienen una relación íntima con la vid (vs. 13-15). Ellos no son esclavos del
Señor, sino Sus amigos. Debido a esto, pueden conocer el deseo del Padre, el cual
consiste en que Él sea expresado en un Cuerpo colectivo.
Los pámpanos son elegidos y puestos para llevar fruto que permanezca. En el versículo
16 el Señor dijo: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que
pidáis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé”. Otras versiones usan la palabra ordenado en
vez de puesto. Me gusta el término ordenado. Todos fuimos ordenados. Ser ordenado
significa ser designado, o recibir un puesto. Ordenado es una palabra antigua para decir
la palabra moderna puesto. Todas las hermanas, incluyendo a las más jóvenes, deben
entender que fueron ordenadas. ¿Sabía usted que todos los creyentes fueron ordenados?
Fuimos ordenados, puestos, para llevar fruto. No diga que usted es muy joven para esto.
Por muy joven que sea, usted fue elegido y ordenado para llevar fruto que permanezca.
En este capítulo encontramos cuatro formas de referirse al fruto: llevar fruto (v. 2),
mucho fruto (v. 8), más fruto (v. 2), y fruto que permanezca (v. 16). Cuanto más vida le
impartimos al fruto, más tiempo éste permanece. El factor que determina cuánto tiempo
permanecerá un nuevo creyente es la cantidad de vida que le impartamos.
Frecuentemente, al guiar a otros al Señor, les impartimos sólo una pequeña cantidad de
vida. Por lo tanto, ellos apenas permanecen. Es difícil asegurar que se van a quedar por
largo tiempo.
Los pámpanos son escogidos para llevar fruto que permanezca al orar en el nombre del
Hijo. Cuando oremos para llevar fruto, debemos hacerlo en el nombre del Hijo. Pedir en
el nombre del Señor requiere que permanezcamos en Él y que permitamos que Él y Sus
palabras permanezcan en nosotros, para que en realidad seamos uno con Él. Así que
cuando pedimos, Él pide juntamente con nosotros. Esta clase de oración está
relacionada con llevar fruto e indudablemente será contestada por el Padre. Al orar de
esta manera, debemos basarnos en el hecho de que somos uno con el Hijo. No debemos
rogar, sino afirmar que somos uno con Él. Todo lo que el Hijo es y tiene es nuestro, y
nosotros estamos en Su nombre. Oremos de esta manera.
No sólo debemos orar en el nombre del Hijo, sino también ser uno con Él, vivir por Él, y
permitirle vivir en nosotros. Este asunto es muy crucial. Nuestra oración depende de
nuestro vivir. Debemos ser uno con el Señor en nuestro vivir, entonces podremos ser
uno con Él en nuestras oraciones y orar en Su nombre. Es por esta clase de vida y
oración que podemos llevar fruto que permanece.
Nosotros los pámpanos debemos amarnos unos a otros en la vida del Hijo, en el amor
del Hijo y en la comisión del Hijo, que es, llevar fruto para la glorificación del Padre. La
vida es la fuente, el amor es la condición, y llevar fruto es la meta. Si todos vivimos por
la vida del Señor como fuente, en el amor del Señor como condición, y teniendo como
meta llevar fruto, indudablemente nos amaremos unos a otros. Tener distintas fuentes
de vida y diferentes condiciones o diferentes metas, nos separará e impedirá que nos
amemos unos a otros.
Los creyentes son aficionados a hablar acerca de amarse unos a otros. Si amamos a los
demás en nuestra vida natural, eso producirá muerte. Si amamos a los demás de una
manera sentimental, o con intereses personales, eso también producirá muerte.
Debemos amarnos unos a otros en la vida de Cristo, en Su amor y en Su comisión. No
debemos amarnos en nuestra vida natural, ni con nuestras emociones ni para nuestro
propósito personal. Debemos amarnos en la vida divina, con el amor divino y con el
propósito de llevar mucho fruto a fin de que el Padre sea glorificado (v. 8).
Juan 15 tiene tres secciones. La primera consta de los versículos del 1 al 11 y trata de la
relación que existe entre la vid y los pámpanos. La segunda consta de los versículos del
12 al 17 y habla de la relación de los pámpanos entre sí. La tercera consta de los
versículos 18 al 27 y habla de la separación que debe existir entre los pámpanos y el
mundo. Como pámpanos, fuimos separados del mundo. No tenemos nada que ver con el
mundo, porque fuimos plenamente unidos a la vid.
A. El mundo aquí
se refiere principalmente
al mundo religioso
La religión, como parte del sistema mundano de Satanás, aborrece a los pámpanos del
organismo divino, los cuales existen para la expresión del Dios Triuno (15:18). Muchos
religiosos no consideran la religión como una parte del sistema mundano de Satanás.
Sin embargo, a los ojos de Dios, la religión es una sección del mundo satánico. Cuando
lleguemos al capítulo 16 veremos que el Señor les dijo a Sus discípulos que los religiosos
pensarían que al matar a los seguidores de Jesús rendirían cierta clase de servicio a
Dios. Aunque los religiosos servían a Dios de nombre, en realidad servían a Satanás. Por
eso, la llamada religión, en realidad es sólo una sección del sistema satánico, del mundo.
Debemos separarnos del mundo, porque éste se opone a la iglesia. El mundo, como
sistema satánico, está en contra del Cuerpo de Cristo. El mundo aborrece al Cuerpo, a
los pámpanos y a la iglesia. La iglesia es el Cuerpo, un organismo del Dios Triuno,
mientras que el mundo es un sistema satánico. El sistema de Satanás siempre se opone y
persigue al organismo del Dios Triuno. Debemos entender profundamente que la iglesia,
los pámpanos, el Cuerpo, es el organismo del Dios Triuno. El Dios Triuno vive en este
organismo y se expresa a través de él. Nuestro cuerpo es un organismo en el cual vive
nuestro ser mismo y por medio del cual nuestro ser es expresado. Del mismo modo, el
Dios Triuno también requiere un organismo tal como la iglesia, el Cuerpo de Cristo. El
Dios Triuno desea vivir en este organismo y ser expresado por medio de él. Pero
Satanás, el enemigo de Dios, organizó un sistema conocido como el cosmos. Este mundo
cósmico es una organización sistematizada por el enemigo de Dios. El propósito del
sistema cósmico del enemigo es oponerse a la iglesia, al organismo del Dios Triuno, el
Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, no debemos tener ninguna relación con este mundo.
Estamos fuera del mundo, hemos sido separados para ser parte del organismo del Dios
Triuno.
Como pámpanos que fueron escogidos y sacados del mundo, no tenemos nada que ver
con el sistema satánico de la religión (v. 19). Sin embargo, en casi todos los cristianos se
puede encontrar alguna mixtura. Por la misericordia del Señor deseamos separarnos de
cualquier sistema religioso y mantenernos firmes en la iglesia de una manera pura, sin
mixtura alguna. Todo sistema religioso es originado por Satanás con el propósito de
estorbar y perjudicar la vida de iglesia apropiada. Es necesario que nos separemos de
todo tipo de religión para que la iglesia sea el organismo que exprese al Dios Triuno.
D. El mundo religioso,
habiendo perseguido a la vid,
también persigue a los pámpanos
El Señor Jesús les dijo a Sus discípulos que si ellos deseaban seguirle en vida, debían
estar dispuestos a sufrir persecución (15:20-25). Si deseamos experimentar al Dios
Triuno como nuestra vida, ser mezclados con Él, y constituir una morada mutua con Él,
debemos estar dispuestos a padecer persecución de parte de la religión. Los discípulos
no iban a ser perseguidos por el mundo secular, sino por los religiosos que adoraban a
Dios y aparentaban amarle. El Señor les decía a Sus discípulos que por causa de Él la
religión los perseguiría y aun los mataría. Ya vimos que los discípulos, como pámpanos
de la vid, forman el Cuerpo de Cristo, el organismo que conlleva la vida y la expresión
del Dios Triuno; y que el mundo, el sistema cósmico, es el sistema organizado de
Satanás. A los ojos de Dios el sistema religioso, como parte del sistema satánico, es el
mundo que aborrecería a los discípulos.
El mundo religioso persigue a los que siguen al Señor en vida porque estos, como
pámpanos de la vid verdadera, son uno con el Señor, los que actúan y obran en Su
nombre. Puesto que los religiosos no conocen al Padre, quien es la fuente del Señor,
aborrecen a los seguidores genuinos del Señor. Debido a que aborrecen al Padre en el
Hijo (15:23), también aborrecen a los seguidores del Hijo. El hecho de que los aborrecen
y persiguen constituye su pecado a los ojos de Dios (15:22, 24). Con todo esto podemos
ver cuán maligna es la religión, aun la religión formada conforme a la Santa Palabra de
Dios. Además, aquí podemos ver la sutileza del enemigo al utilizar la religión.
El versículo 26 dice: “Pero cuando venga el Consolador, a quien Yo os enviaré del Padre,
el Espíritu de realidad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí”. La
religión persigue, pero el Espíritu de realidad da testimonio. El Espíritu Santo es la
realidad de todas las cosas, y nosotros hemos de ser testigos del Espíritu de realidad.
En este versículo el Señor les dijo a Sus discípulos que Él les enviaría el Espíritu de
realidad. Pero en Juan 14:26 Él dijo que el Padre sería el que enviaría al Consolador, al
Espíritu Santo, en el nombre del Hijo. Juan presenta el mismo punto de dos maneras
diferentes. Primero, en 14:26, se dice que el Padre enviaría al Espíritu; ahora, en 15:26,
dice que el Señor enviaría al Espíritu. Entonces, ¿quién envió al Espíritu, el Padre o el
Hijo? Debemos contestar que el Espíritu fue enviado por ambos, por el Padre y por el
Hijo. El Padre y el Hijo son uno. Lo que envía el Padre equivale a lo que envía el Hijo, y
lo que envía el Hijo es lo que envía el Padre. Los dos son uno. Sin considerar quién envía
al Espíritu, éste siempre es enviado con el Padre y en el nombre del Hijo. Aquí una vez
más vemos al Dios Triuno. Cuando el Espíritu viene, llega con el Padre y en el nombre
del Hijo. Así que, los tres de la Deidad están presentes.
3. No sólo viene del Padre, sino con el Padre
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y SEIS
(1)
Si entendemos claramente los capítulos 14 y 15 del Evangelio de Juan, nos será fácil
entender el 16. Básicamente no hay nada nuevo en este capítulo, pues el Señor abordó
los principios más importantes en los dos capítulos anteriores. Al leer y comparar estos
tres capítulos, parece como si el Señor estuviera repitiendo lo mismo, y aunque las
expresiones cambian, los principios básicos son los mismos. Así que, al llegar al capítulo
16, debemos tener presentes los principios básicos que el Señor trató en los capítulos
anteriores. Antes de estudiar el capítulo 16, repasemos estos principios.
El primer punto principal consiste en que el Señor tenía que irse, lo cual significa que
tenía que morir y resucitar. Su ida no significaba que iba a dejar a los discípulos, sino
que Su ida era Su venida. Él iba a dar otro paso; Su muerte y resurrección era un paso
más de Su venida. El primer paso que dio el Señor en Su venida fue encarnarse para
poder estar con nosotros y entre nosotros. Pero en ese tiempo, no podía entrar en
nosotros. Su primer paso, el de la encarnación, fue el medio por el cual el Dios eterno se
hizo hombre para tener contacto con nosotros. Pero era necesario dar un segundo paso
antes de que pudiera entrar en nosotros y mezclarse con nosotros. Este paso es Su
muerte y resurrección, por medio del cual Él fue transfigurado de la carne al Espíritu. Su
carne fue la forma por medio de la cual Él vino a estar con nosotros y entre nosotros,
pero el Espíritu es Su otra forma, por medio del cual Él entra en nosotros y se mezcla
con nosotros. Éste es el primer punto principal que el Señor abordó en los capítulos 14 y
15.
El segundo principio básico consiste en que el Señor pasó por la muerte para poder
regresar en resurrección en calidad de Espíritu de realidad. Todo lo que el Señor es, es
hecho real por el Espíritu. Si sólo tenemos las enseñanzas, las doctrinas y la letra escrita
acerca del Señor pero carecemos del Espíritu, no tenemos la realidad. Las enseñanzas
doctrinales acerca del Señor no son la realidad. La realidad del Señor es el Espíritu
Santo, y el Espíritu Santo es la realidad del Señor. Por ejemplo, todos sabemos que el
Señor es vida, pero si no tenemos al Espíritu Santo, nunca tendríamos vida. Ya que el
Espíritu Santo es la realidad de Cristo, podemos tener Su realidad, si tenemos al
Espíritu Santo; entonces tenemos la vida. Además, sabemos que el Señor es la luz. Tener
al Espíritu Santo es tener luz. Si no tenemos al Espíritu Santo, no tenemos luz. El Señor
también es el camino. Si tenemos al Espíritu Santo, tenemos el camino y sabremos cómo
debemos actuar al hacer algo. Sin embargo, si no tenemos al Espíritu Santo, sino más
bien, simples enseñanzas doctrinales, no tenemos la verdadera manera de hacer las
cosas. La realidad de Cristo es el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo es el Espíritu de
realidad. La venida del Espíritu de realidad significa la venida de la realidad de Cristo.
Cuando el Señor me mostró esto por primera vez yo estaba muy emocionado, pues
comprendí que había recibido al Dios Triuno y que Él estaba mezclado conmigo. Esta es
la economía de Dios. No es una religión ni una enseñanza doctrinal, sino el Dios Triuno
mezclado con la humanidad. Estos tres capítulos del Evangelio de Juan simplemente
revelan lo que la economía de Dios es en realidad para nosotros: el Padre en el Hijo
como el Espíritu que entra en nosotros y se mezcla con nuestro ser. Debemos repetir
este principio básico una y otra vez hasta que quedemos profundamente impresionados
con él.
A. El Señor se va en la carne
Cuando el Señor habló estas palabras, Él aún estaba en la carne. Entonces, fue a la
muerte en la carne para poder ser transfigurado como Espíritu en la resurrección.
El Hijo entró a la muerte en la carne, pero regresó en resurrección como Espíritu (1 Co.
15:45). Él vino como Espíritu para ser otro Consolador. Pasó por la muerte como
Redentor para realizar nuestra redención, pero regresó en resurrección como Espíritu
para impartirse a Sí mismo en nosotros como vida.
El hecho que el Hijo enviara al Consolador fue en realidad Su propia venida como
Consolador. Él enviarlo fue Su venida. En otras palabras, Él se envió a Sí mismo en otra
forma para poder venir como el otro Consolador. Esto es excelente, maravilloso e
incluso misterioso. Algunos queridos amigos cristianos se oponen a esto preguntando
cómo puedo decir que el Señor se envió a Sí mismo. Al responderles, yo le pediría que
lean Zacarías 2:8-11. Si leen esta porción de la Palabra y hace todo lo posible por
descifrar quién es el que envía y quién es el enviado, finalmente se darán por vencido y
dirán: “Señor, Tú eres ambos, Tú eres el que envías y también eres el Enviado”. En
resumen, hay solamente un Señor de los ejércitos. Él es tanto el que envía como el que
es enviado.
II. LA OBRA DEL ESPÍRITU
El punto crucial de Juan 16 es la obra del Espíritu. Según este capítulo, la obra del
Espíritu se divide en tres categorías: convencer al mundo, glorificar al Hijo al revelarlo a
los creyentes como la plenitud del Padre, y revelar lo que está por venir. Los escritos de
Juan también se dividen en tres categorías: el evangelio, las epístolas, y Apocalipsis. El
propósito principal de su evangelio es predicar el evangelio y convencer al mundo; sus
epístolas tienen como fin revelar al Hijo con la plenitud del Padre; y lo que escribió en el
libro de Apocalipsis revela todas las cosas que sucederán en el futuro.
A. Convencer al mundo
El pecado está relacionado con Adán, porque a través de éste el pecado entró al género
humano (Ro. 5:12). En Adán nacimos en pecado. Si usted nació en Adán, nació pecador.
La justicia está relacionada con Cristo, porque viene de Cristo e incluso es el Cristo
mismo que ha resucitado (v. 10; 1 Co. 1:30). Adán es pecado y Cristo es justicia. En Adán
somos pecadores y estamos condenados; en Cristo somos justos y estamos justificados.
En Adán heredamos el pecado; en Cristo la justicia es impartida a nosotros. No es
necesario considerar cómo debemos actuar o comportarnos, porque mientras estemos
en Adán seremos pecadores, y mientras estemos en Cristo, seremos justos. Este asunto
no depende de nuestra conducta; por el contrario, tiene que ver con dónde estamos. En
Cristo somos justos, y en Adán somos pecadores. En Adán estamos condenados, pero en
Cristo estamos justificados. La única manera de ser liberados del pecado es creer en
Cristo, el Hijo de Dios (v. 9). Si creemos en Él, Él es nuestra justicia, y en Él somos
justificados (Ro. 3:24; 4:25).
El juicio se relaciona con Satanás, pues el juicio es para él. Al creer en Cristo, somos
trasladados de Adán a Cristo. No obstante, si no creemos en Cristo, sino que
permanecemos en Adán, participaremos del juicio de Satanás. Hablando con propiedad,
el juicio de Dios es para Satanás. Dios no tiene la intención de que usted o yo, o
cualquier ser humano sufra juicio. Pero si uno permanece en Adán, será juzgado
juntamente con Satanás, participando del mismo juicio que él. Esto significa que uno
prefiere amar a Satanás, desea permanecer con él y ayudarle a soportar este terrible
juicio. No debemos compadecernos de Satanás ni apiadarnos de él. No debemos
permanecer en Adán ayudando a Satanás a aguantar su juicio. Si no nos arrepentimos
del pecado en Adán y no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, permaneceremos en pecado
y participaremos del juicio de Satanás por la eternidad (Mt. 25:41).
Éstos son los temas principales de este evangelio. El Espíritu los usa para convencer al
mundo. Al predicar el evangelio, no podemos evitar hacer mención de Adán, Cristo y
Satanás. Siempre que prediquemos el evangelio, nuestras palabras girarán en torno a
estas tres personas. Toda la humanidad nació en Adán, pero todos pueden ser
trasladados de Adán a Cristo. Sin embargo, si uno permanece en Adán, participará del
juicio de Satanás.
Ahora veamos detalladamente cada uno de estos tres asuntos, comenzando con
convencer al mundo de pecado.
La fuente del pecado es el diablo. Podemos ver esto en Juan 8:44 donde el Señor dijo a
los fariseos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre
queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad,
porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla; porque es
mentiroso y padre de mentira”. Ya que el diablo es el padre de los mentirosos, él es la
fuente del pecado. El elemento maligno del diablo, obrando como pecado mediante
tinieblas y muerte en el hombre, lo esclaviza al pecado. Su naturaleza es una mentira e
introduce tinieblas y muerte.
Todos nacimos del diablo, la serpiente antigua (8:44; Ap. 12:9). El diablo es el padre de
todos los pecadores; por eso, sus hijos son “los hijos del diablo” (1 Jn. 3:10). El diablo es
la serpiente antigua (Ap. 12:9; 20:2), y los pecadores son también serpientes, una cría de
víboras (Mt. 23:33; 3:7).
Todos los pecadores nacieron como hijos del diablo con el veneno de la serpiente (3:14).
El diablo es la serpiente portadora del veneno serpentino; por lo tanto, todo el que nazca
de él nacerá con su veneno. En nuestra naturaleza caída se encuentra el veneno de la
serpiente antigua, el diablo.
d. En Adán todos nacimos pecadores
Debido a que todos nacimos en pecado en Adán, todos nacimos condenados (3:18).
Antes de nacer ya estábamos condenados en Adán. Cuando Adán fue condenado, hace
seis mil años, nosotros fuimos condenados en Él. Ya que fuimos condenados antes de
nacer, nacimos en condenación.
Todos nacimos para morir en pecado (8:21). Los seres humanos no nacieron para vivir,
sino para morir. Cuanto más tiempo viva el hombre, más cerca está de la muerte.
En Juan 8:34 vemos que todos estamos bajo la esclavitud del pecado. Esto no es un
resultado de nuestra elección, sino de la caída de Adán, la cual nos puso bajo la
esclavitud del pecado. Debido a que todos nacimos de Adán, todos nos encontramos
bajo la esclavitud del pecado.
Ya que estamos bajo la esclavitud del pecado, ¿qué haremos? Separados de Cristo, no
hay forma de escaparnos del pecado. Cristo es nuestro camino, Él es nuestro único
escape. La única manera de ser librados del pecado es creer en el Hijo (8:24, 36; 3:15-
17). Esta fe nos traslada de Adán a Cristo, lo cual es maravilloso. En un instante un
pecador puede ser completamente trasladado de su condición pecaminosa en Adán, a
Cristo.
i. No creer en el Hijo es el único pecado
que condena al hombre a perecer
El Hijo vino y murió para cumplir con los justos requisitos de Dios (3:14). Él vino en la
carne y aun murió en la cruz en forma de una serpiente con el fin de cumplir los justos
requisitos de Dios.
En el versículo 10 el Señor dijo que el Espíritu convencería al mundo “de justicia, por
cuanto voy al Padre”. Esto significa que el Padre había quedado completamente
satisfecho con la muerte redentora del Señor en la cruz y, por tanto, lo aceptaba y lo
recibía en Su resurrección. La prueba de que el Padre estaba satisfecho con la redención
de Cristo radica en que el Padre mismo lo levantó de los muertos y lo exaltó a Su diestra.
La resurrección y ascensión de Cristo son las evidencias que comprueban que Su
redención satisfizo a Dios y cumplió todas las exigencias y requisitos divinos. Por esto,
Cristo fue librado de la muerte y exaltado hasta los cielos a la diestra de Dios. Ahora la
justicia de Dios se manifiesta en justificar a aquellos que creen en Cristo (Ro. 3:26). Si
los pecadores creen en Cristo, Dios los justifica, porque Cristo mismo será su justicia.
Éste es el segundo asunto acerca del Espíritu que convencerá al mundo.
Aquí deseo hacerles una pregunta, ¿somos justificados por la muerte de Cristo o por Su
resurrección? La respuesta correcta es: por Su resurrección. Esto se comprueba con
Romanos 4:25 y 10:9. Romanos 4:25: “El cual fue entregado por nuestros delitos, y
resucitado para nuestra justificación”. Y en Romanos 10:9 dice: “Que si confiesas con tu
boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás
salvo”. ¿Cree que el Señor murió por usted, o cree que Dios lo levantó de los muertos?
Por supuesto que cree en ambos, pero le sorprenderá saber que no existe ninguna
palabra en las Escrituras que diga que debemos creer que el Señor murió por nosotros.
En cambio, sí debemos creer que Dios le levantó de los muertos, porque es posible creer
que el Señor murió, y no creer que Él resucitó de entre los muertos. Si usted cree que el
Señor resucitó, esto ciertamente implica que cree en Su muerte. Cualquiera puede creer
que el Señor ha muerto, pero se requiere revelación para creer que el Señor ha
resucitado. En Él, el Resucitado, somos aceptados ante Dios. Además, Él está en
nosotros en resurrección para vivir por nosotros la vida que puede ser justificada y
aceptada por Dios. Por lo tanto, en Romanos 4:25 dice que Él fue resucitado para
nuestra justificación. Ésta incluye el hecho de que Dios resucitó y aceptó a Cristo, y que
quedó satisfecho con Su muerte redentora.
Ahora el Hijo como justicia es dado a los creyentes. El Hijo, quien satisfizo al Padre y fue
aceptado por Él, ahora es dado a los creyentes como justicia. El Hijo mismo es ahora
nuestra justicia. El hecho de que Él iba a ser nuestra justicia (1 Co. 1:30) fue profetizado
en Jeremías 23:6, donde dice que Él sería llamado: “Jehová, justicia nuestra”.
Los creyentes son justificados en el Hijo y con el Hijo como su justicia. Ya que el Hijo
mismo fue dado a los creyentes como su justicia, éstos son justificados en Él delante de
Dios. Sólo en el Hijo, quien es nuestra justicia, somos justificados por Dios.
Los creyentes son librados de la fuente del pecado, que es el diablo. El diablo es la fuente
del pecado, pero el Hijo en la carne destruyó al diablo en la cruz (He. 2:14). Al creer en el
Hijo somos librados de la fuente del pecado.
3. Convence al mundo de juicio
En el versículo 11 el Señor dijo que el Espíritu convencería al mundo “de juicio, por
cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. Ya vimos que el juicio se relaciona
con el diablo. Satanás, el diablo, es el autor del pecado, la fuente de la muerte, el padre
de todos los pecadores, y el príncipe del mundo. Como tal, el juicio ha sido preparado
para él. Debemos entender que el juicio no es para el hombre, sino para Satanás. No es
la intención de Dios juzgar al hombre, pues Su juicio es para Satanás. El lago de fuego
fue preparado como el juicio de Dios para Satanás, y de ninguna manera para el
hombre. ¿Qué versículo comprueba esto? El libro de Apocalipsis no nos dice esto
claramente, pero el libro de Mateo sí. En Mateo 25:41 el Señor dijo que el Rey dirá a
ciertas personas: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles”. ¿Fue el fuego eterno preparado para los seres humanos? No; al contrario,
fue preparado para Satanás, el diablo, y para sus ángeles, sus seguidores. Pero si uno
rehúsa ser trasladado de Adán a Cristo, participará del juicio preparado para Satanás, ya
que prefiere seguir siendo uno de sus seguidores.
Satanás, el príncipe de este mundo, fue juzgado en la carne de Cristo en la cruz (12:31-
33; 3:14). En la cruz el Señor como Hijo del Hombre fue levantado en la forma de una
serpiente (3:14), esto es, “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). Satanás, el
príncipe de este mundo, como “la serpiente antigua” (Ap. 12:9; 20:2) se inyectó a sí
mismo en la carne del hombre. Pero el Señor, por medio de Su muerte en la cruz “en
semejanza de carne de pecado”, destruyó a Satanás, quien está en la carne del hombre
(He. 2:14). Al juzgar a Satanás (16:11) de esta manera, el mundo que dependía de él
también fue juzgado por el Señor. Por lo tanto, el hecho de que el Señor fuera levantado,
juzgó al mundo y a su príncipe, Satanás, para echarlo fuera.
Vimos anteriormente que el lago de fuego no fue preparado para los seres humanos,
sino para Satanás. Todo pecador que no crea en el Hijo, permanecerá con el diablo y
sufrirá su juicio. Si uno coopera con Satanás y sigue siendo uno de sus compañeros,
estará juntamente con él en el lago de fuego. Dios ama al mundo y no tiene la intención
de que ningún ser humano sea echado al lago de fuego. Ese juicio fue preparado para el
diablo. No obstante, si alguien sigue como compañero de Satanás, Dios no tiene otra
alternativa sino permitir que sufra el mismo juicio que Satanás.
Estos tres temas: el pecado, la justicia y el juicio, constituyen un bosquejo del evangelio.
El evangelio consiste en el hecho de que en Adán somos pecadores, pero que podemos
ser justos y justificados en Cristo. Si no estamos dispuestos a ser trasladados de Adán a
Cristo, debemos ser advertidos de que participaremos del juicio preparado para Satanás.
En otras palabras, nacimos en Adán, pero la intención de Dios es trasladarnos de Adán a
Cristo. Si no estamos de acuerdo con la intención de Dios, permaneceremos en Adán y
participaremos del juicio reservado para Satanás. El pecado es de Adán, la justicia es de
Cristo y el juicio es para Satanás. Si usted está dispuesto a ser trasladado de Adán a
Cristo, será salvo, y no tendrá nada que ver con el juicio. La obra del Espíritu Santo
abarca estos tres temas, y cada vez que predicamos el evangelio debemos hablar de ellos.
Éste es el evangelio por medio del cual el Espíritu Santo convence a los pecadores a
arrepentirse y a creer en el Señor Jesús con el fin de ser salvos.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y SIETE
(2)
1. El Espíritu de realidad
es todo lo que el Hijo es, hecho realidad
El Espíritu de realidad es todo lo que el Hijo es, hecho realidad. Después de que el
Espíritu nos ha traído a la salvación, Él viene a nosotros como la realidad del Hijo. Todo
lo que el Hijo es, todo lo que tiene y todo lo que ha realizado, obtenido y logrado, será
completamente forjado en nosotros mediante el Espíritu, quien con el tiempo llega a ser
la realidad misma del Hijo, de todo lo que Él es y todo lo que tiene.
2. El Espíritu guía a los creyentes
a toda la realidad del Hijo
En el versículo 15 el Señor dijo: “Todo lo que tiene el Padre es Mío”. Todo lo que el Padre
es y tiene, es del Hijo. El Hijo es la corporificación del Padre. Todo lo que el Padre es y
tiene está corporificado en Él (Col. 2:9). Todo lo que el Padre es, toda la plenitud de la
Deidad, habita en Cristo. Por lo tanto, la plenitud del Padre es la plenitud del Hijo, y la
vida y la naturaleza del Padre son también la vida y la naturaleza del Hijo.
Ahora veamos algunos ejemplos de cómo el Espíritu hace que Dios en Cristo sea real a
nosotros. La Biblia dice que Dios es luz (1 Jn. 1:5). La Biblia también dice que Cristo es
la luz (Jn. 8:12). Esto quiere decir que la luz misma que es Dios, es también el Hijo. Pero
¿cómo puede hacerse real esta luz a nosotros? ¿Cómo podemos experimentarla? La
experimentamos por medio del Espíritu. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, la luz
brilla. La luz es tanto el Padre como el Hijo. El Padre es la fuente y la esencia de la luz, y
el Hijo es la corporificación y expresión de la luz, y nosotros la experimentamos de
manera práctica por medio del Espíritu. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, Él es
la realidad de la luz.
Lo mismo se aplica a la vida. Dios es vida, y el Hijo también es vida. Dios el Padre es la
fuente y la esencia de la vida, y el Hijo es la corporificación y la expresión de la vida.
¿Cómo esta vida puede ser nuestra? Es nuestra por medio del Espíritu. Romanos 8:2
dice que el Espíritu es el Espíritu de vida. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, Él
no sólo es la luz que brilla y nos ilumina, sino también la misma vida que nos vivifica,
nutre y fortalece.
El Espíritu es la realidad de todo lo que el Padre y el Hijo son. Sin el Espíritu, aunque
tenemos la esencia de lo que son el Padre y el Hijo, no experimentamos la realidad de
ello. Tomemos el ejemplo de la electricidad. Aunque podemos tener la corriente
eléctrica, todavía necesitamos que sea aplicada a un propósito específico. Cuando la
electricidad se aplica, se hace real a nosotros. Del mismo modo, el Espíritu es la
aplicación de todo lo que el Padre y el Hijo son. Sin el Espíritu como realidad y
aplicación, aunque todo puede ser real, no está disponible ni es aplicable. Si hemos de
aplicar todo lo que Dios y Cristo son, necesitamos al Espíritu. Debemos alabar al Señor
porque hoy en día Él no es solamente el Padre y el Hijo, sino también el Espíritu. Él no
es sólo la fuente y el curso, sino también la aplicación. El Espíritu llega a nosotros, y al
entrar en nosotros aplica todo lo que necesitamos del Padre y del Hijo. Esto es
maravilloso.
La vida de iglesia depende completamente del Espíritu. Las simples doctrinas acerca del
Padre y el Hijo son inadecuadas. Necesitamos una aplicación viviente del Padre en el
Hijo por medio del Espíritu. El Espíritu glorifica al Hijo al revelarle como Aquel en
quien habita toda la plenitud del Padre. Tomemos el ejemplo de la humildad. Nadie
nace humilde. Dicen equivocadamente que los niños son humildes, pero la verdad es
que todo niño pequeño es orgulloso. Somos orgullosos por nacimiento y por naturaleza.
Más aún, somos orgullosos de nuestra manera de vivir. ¿Qué es la humildad? La
humildad es Cristo. Él es la realidad de todas las virtudes humanas y de todos los
atributos divinos. Todas estas virtudes y atributos simplemente son Cristo mismo. En
un sentido positivo, Cristo lo es todo. Él es la humildad, el amor, la paciencia y la
sumisión. Aparte de Él, nada ni nadie es bueno, ni siquiera nosotros. Toda virtud y todo
atributo es Cristo. ¿Cómo glorifica el Espíritu a Cristo? Él le glorifica revelando todos
Sus aspectos uno a uno. Por ejemplo, en todo lo que Cristo es hay una cualidad llamada
humildad. Un día el Espíritu le revela a usted Cristo como su humildad. Esto no es una
doctrina sobre la humildad, sino la persona viviente de Cristo que le ha sido revelada a
usted como la humildad. Espontáneamente, una humildad viviente aflorará de usted.
Ésta es la glorificación de Cristo. Ésta es la manera en que el Espíritu glorifica a Cristo,
el Hijo de Dios. No lo hace dándole enseñanzas acerca de la humildad de Cristo, sino
revelándole directamente a Cristo como su humildad. Entonces, esta humildad brota
espontáneamente de su ser, y esto es la glorificación del Hijo.
Con el tiempo cada característica de Cristo será expresada en la vida de iglesia. Ya no
habrá una expresión judía, griega, americana, inglesa, japonesa, china, filipina ni
ninguna otra característica particular. Solamente se verá la expresión de Cristo. Esto es
lo que quiere decir que el Espíritu glorifica al Hijo revelándolo a los creyentes como
Aquel que posee toda la plenitud del Padre. Todos tenemos una gran necesidad de
experimentar esto. Esta experiencia enriquecerá, fortalecerá y elevará la vida de iglesia y
ciertamente la hará florecer.
Ya vimos que la obra del Espíritu, como se presenta en Juan 16, tiene tres aspectos:
convencer al mundo, glorificar al Hijo revelándolo a los creyentes como Aquel en quien
habita toda la plenitud del Padre, y hacer saber las cosas que habrán de venir. Los tres
aspectos de la obra del Espíritu corresponden a las tres secciones de los escritos de
Juan: su evangelio, sus epístolas y Apocalipsis. Su evangelio tiene como fin
principalmente convencer al mundo, sus epístolas mayormente revelan al Hijo en quien
habita toda la plenitud del Padre, y Apocalipsis es el libro que revela las cosas que
ocurrirán en el futuro. En el versículo 13 el Señor dijo que el Espíritu “os hará saber las
cosas que habrán de venir”. Estas cosas se revelan principalmente en Apocalipsis (Ap.
1:1, 19). En Apocalipsis se revelan cuatro asuntos principales: el progreso de la iglesia
(caps. 1-3); el destino del mundo (caps. 4-16); la consumación final de Satanás,
Babilonia la Grande (caps. 17-20); y la máxima consumación de Dios, la Nueva
Jerusalén (caps. 21-22). El libro de Apocalipsis nos revela todos estos asuntos.
III. EL HIJO IBA A NACER EN RESURRECCIÓN
COMO UN RECIÉN NACIDO
En los versículos del 16 al 24 vemos un punto bastante difícil de entender: el Hijo iba a
nacer en resurrección como un niño recién nacido. El Señor había dicho a Sus discípulos
que Él sería inmolado y que el mundo se alegraría, pero que ellos llorarían y lamentarían
(v. 20). Entonces, el Señor les dijo que una mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque
ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la
angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo (v. 21). ¿Quién es esta
mujer? Ella es todo el grupo de discípulos. ¿Quién es el niño, el hijo? El niño es Cristo.
¿Qué es el nacimiento? Es la resurrección.
En el momento en que el Señor declaró esto a los discípulos, Él era uno con ellos, tal
como un niño que es concebido en el vientre de su madre es uno con ella mientras
espera el alumbramiento para ser un recién nacido. En este sentido, los discípulos eran
la mujer con dolores de parto. En aquellos tres días, los discípulos sufrieron los dolores
de parto mientras Cristo nacía en resurrección como el Hijo de Dios. Después de la
resurrección del Señor, esta “mujer” tuvo un niño y se regocijó (Jn. 20:20).
El hombre que nació en el mundo es el Hijo. El Hijo iba a nacer en resurrección (Hch.
13:33) como Hijo de Dios (He. 1:5; Ro. 1:4). Por medio de la resurrección el Señor nació
como Hijo de Dios. En el pesebre el Señor nació como Hijo del Hombre, pero en Su
resurrección Él nació como Hijo de Dios. Hechos 13:33 comprueba esto: “La cual [la
promesa] Dios ha cumplido ... resucitando a Jesús; como está escrito también en el
salmo segundo: Mi hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy”. ¿En cuál día fue Cristo
engendrado como Hijo de Dios? Fue en el día de la resurrección. Su resurrección fue Su
nacimiento.
¿Acaso el Señor no era el Hijo de Dios antes de Su resurrección? Sí. Entonces, ¿por qué
tuvo que nacer como Hijo de Dios en resurrección? ¿Qué quiere decir Romanos 1:4
cuando dice que Él: “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos”? Salmos 2:7, el cual es citado en
Hechos 13:13 así como en Hebreos 1:5, profetizó que Cristo sería engendrado como Hijo
de Dios en resurrección. ¿Cómo podemos explicar esto? Cristo era el Hijo de Dios
encarnado como hombre. Hablando con propiedad, Su elemento humano no era el Hijo
de Dios, pero dentro de Su humanidad moraba el Hijo de Dios. Antes de Su muerte y
resurrección, Él era el Hijo de Dios en la humanidad, pero Su parte humana no era el
Hijo de Dios. Por lo tanto, Él tuvo que pasar por la muerte y resurrección, a fin de
introducir Su elemento humano en la filiación. Su parte divina, la cual era el Hijo de
Dios, no necesitaba nacer como Hijo de Dios; pero Su parte humana sí tenía que nacer
como Hijo de Dios para ser designado como tal. Antes de la muerte y resurrección del
Señor, Él era el Hijo de Dios; pero al mismo tiempo, siempre que los hombres lo veían,
podrían preguntar: “¿Quién es este hombre; es el Hijo de Dios?” Si Él era el Hijo de
Dios, ¿por qué todavía hacían preguntas acerca de Él? Lo hacían por causa de Su parte
humana. Su humanidad no parecía ser Hijo de Dios. Pero por medio de Su muerte y
resurrección, Su parte humana fue procesada y así introducida a la filiación. Ahora,
después de Su resurrección, nadie dudaría que Él es el Hijo de Dios. Ciertamente todos
dirán: “¡Éste es el Hijo de Dios!”. Ésta es la razón por la que Él tuvo que nacer en
resurrección para ser designado el Hijo de Dios. En este sentido, Él fue un niño nacido
en resurrección. Antes de Su resurrección, jamás se había visto a alguien como el Señor
en todo el universo. Pero después de Su resurrección, Él era el maravilloso niño que
poseía las naturalezas divina y humana, la divina glorificada y la humana “hijificada”. La
madre debe haber estado muy feliz con el nacimiento de este niño tan precioso.
En los versículos 23 y 24 el Señor dijo: “En aquel día no me preguntaréis nada; de cierto,
de cierto os digo, que todo cuanto pidáis al Padre en Mi nombre, os lo dará. Hasta ahora
nada habéis pedido en Mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido”. Aquí vemos que los creyentes son uno con el Hijo y oran en Su nombre. Por
medio de la resurrección, Él nació como Hijo de Dios y llegó a ser el Espíritu vivificante
(1 Co. 15:45). Ahora nosotros, los creyentes, en el espíritu, por el Espíritu y con el
Espíritu podemos ser uno con Él. Pedir “en el nombre” significa “pedir en Él”. Estar en
Su nombre significa ser uno con Él. Cuando somos uno con el Señor, no oramos en
nosotros mismos, sino en Él. La oración que expresemos en unidad con el Señor, sin
lugar a dudas será contestada. Cuando oramos, Él ora juntamente con nosotros. Por
ejemplo, si no soy uno con usted, y aun así hago cosas en su nombre, esto no está bien.
Pero si verdaderamente soy uno con usted, puedo hacer y afirmar todo en su nombre.
Del mismo modo, todos los creyentes pueden hacer y afirmar cosas en Su nombre,
porque son uno con Él.
Esto puede confirmarse con Juan 20:22-23, donde dice: “Y habiendo dicho esto, sopló
en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les son
perdonados, y a quienes se los retenéis, les son retenidos”. Esto significa que ya que
hemos recibido el Espíritu Santo, y que somos uno con el Señor y Él uno con nosotros; a
todo el que libremos de sus pecados, el Señor también lo librará; y a todo el que le
retengamos sus pecados, el Señor también los retendrá. Lo que desatemos, será
desatado por el Señor; y lo que atemos, será atado por el Señor, porque en el Espíritu
somos uno con Él. Pero debe estar seguro de que al atar algo, usted se encuentre en el
Espíritu, porque si no, esto no dará resultado. Debemos estar en el Espíritu antes de
poder ser uno con el Señor. Entonces, lo que atemos, el Señor también lo atará; lo que
desatemos, Él también lo desatará; y lo que le pidamos, el Padre nos lo dará en el
nombre del Señor.
En ese tiempo el Señor indicó claramente a Sus discípulos que Él había salido del Padre,
y ellos creyeron esto (vs. 27, 28, 30). Dios el Padre era Su fuente; Él salió de la fuente y
vino al mundo a declarar y revelar a Dios al hombre para que éste pudiera conocer al
Padre y tener acceso a esa fuente.
B. El Hijo vuelve al Padre
C. El Hijo declara
el Padre a los creyentes
En aquel entonces Él Señor les prometió a Sus discípulos declararles al Padre (v. 25).
Esto fue cumplido en Su visita a los discípulos después de Su resurrección, cuando les
declaró el nombre del Padre a Sus hermanos (He. 2:12), dándoles a conocer la vida y
naturaleza del Padre. En resurrección, como el Primogénito de Dios, el Señor hace que
nosotros los muchos hijos de Dios, Sus hermanos, conozcamos al Padre en vida, es
decir, al participar de Su naturaleza divina (2 P. 1:3-4).
El Señor, por medio de Su resurrección hizo que los discípulos fuesen uno con Él. Desde
ese momento, ellos ya pueden orar en Su nombre (v. 26). Debido a que están
identificados con el Señor, Él ya no ora por ellos, sino que ora juntamente con ellos en
sus oraciones. Ellos ya no oran indirectamente al Padre por medio del Hijo, sino
directamente al Padre en el Hijo, porque son uno con Él.
Durante los sufrimientos del Hijo, Sus discípulos fueron esparcidos, dejándole solo (v.
32). Pero Él no estaba solo, porque el Padre estaba con Él. Aun en el momento de Sus
sufrimientos, el Padre estaba con Él. Sus discípulos lo dejaron, pero el Padre no lo dejó.
En el Señor tenemos paz (v. 33). Aunque Él murió y resucitó, nosotros permanecemos
en el mundo donde no hay paz. En este mundo sólo encontraremos aflicciones. Pero el
Señor mismo será nuestra paz, y hallaremos paz en Él. Por mucho que este mundo nos
aflija y nos persiga, el Señor ya venció al mundo y, por eso, no debemos preocuparnos ni
debemos temer al mundo. Dejemos que el mundo nos perturbe y nos persiga, Él Señor
es nuestra paz. Él ya venció al mundo.
Es necesario repasar lo revelado en Juan 14 al 16: el capítulo 14 habla de la morada
mutua; el capítulo 15, del organismo; y el 16 es un capítulo suplementario de los
capítulos 14 y 15. En éste capítulo tenemos la obra del Espíritu Santo, la cual produce la
mezcla de la divinidad y la humanidad. Vimos anteriormente, en el capítulo 14, que
dicha mezcla finalmente llegó a ser la morada mutua. Esta morada es un organismo, el
Cuerpo de Cristo, donde Cristo crece en la vida divina para expresar al Padre. Éste es el
organismo revelado en el capítulo 15. El capítulo dieciséis nos revela la manera en que se
efectúa la mezcla de la divinidad y la humanidad, la cual se realiza mediante la obra del
Espíritu Santo. Primero, la obra del Espíritu consiste en convencer a los pecadores a que
crean en Cristo y sean trasladados de Adán a Cristo. En segundo lugar, la obra del
Espíritu es revelar a Cristo, en quien habita toda la plenitud del Padre, a todos los
creyentes que han sido trasladados a fin de que puedan ser edificados con toda la
plenitud de la Deidad para expresar al Dios Triuno y glorificar al Hijo con el Padre. Por
favor, tenga presente estos puntos: el capítulo 14 habla de la morada mutua; el capítulo
15, del organismo viviente; y el 16, de la obra del Espíritu Santo, la cual consiste en
convencer al mundo y edificar a los santos con la plenitud de la Deidad, a fin de que la
iglesia pueda glorificar al Hijo con el Padre.
Debo decir una breve palabra adicional acerca del organismo. Ninguna sociedad
humana es un organismo. Todas ellas son organizaciones. Únicamente la iglesia
apropiada y genuina es un organismo. No hay vida en ninguna de las organizaciones
sociales, porque no hay nada orgánico en ellas. No obstante, la iglesia sí es orgánica,
pues contiene la vida divina. En el capítulo 15 vemos que la vid es el organismo del Dios
Triuno, quien se ha forjado en este organismo y ahora mismo crece dentro de él. La vida,
naturaleza, sustancia, esencia, y toda la plenitud del Dios Triuno se han forjado en la
vid. Por lo tanto, la vid no es una organización carente de vida; por el contrario, es un
organismo lleno de vida, que crece, funciona, expresa al Padre, cumple Su propósito y
realiza Su economía. ¡Alabado sea el Señor porque en el universo hay tal organismo
viviente! El Padre es la fuente, sustancia, esencia, naturaleza y vida de este organismo; el
Hijo es la corporificación y la expresión de este organismo; y el Espíritu es la realidad y
lo que hace real a este organismo. Hoy, la iglesia es el Cuerpo de este organismo. El Hijo
es la Cabeza del Cuerpo y la raíz de la vid que crece con la vida divina, y que expresa las
riquezas divinas para cumplir el propósito eterno de Dios. Éste es el organismo que lleva
a cabo la economía divina. ¡Aleluya por este misterio divino!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y OCHO
¿Cuál es el tema, o sea, el pensamiento central, de esta oración? Aunque el tema de esta
oración tiene mucho que ver con el pensamiento central del mensaje anterior, sigue
siendo difícil descubrir cuál es este tema. Yo pasé mucho tiempo en Juan 17 sin tener la
menor idea del significado de esta oración. Cuando era joven, escuché que en este
capítulo el Señor oró por la unidad. Sin embargo, la unidad o que los creyentes sean uno
entre sí, no es el tema de esta oración. La unidad sólo yace en la superficie, pero hay algo
más hondo y profundo que se encuentra debajo de esto, y para nosotros no es muy fácil
escudriñarlo. Juan 17 es un capítulo muy profundo y difícil de sondear. ¡Cuánto
agradecemos al Señor que poco a poco Él nos ha mostrado el verdadero significado, el
pensamiento central, de Su oración en este capítulo.
Tal como la oración que se hace al concluir un mensaje transmite el punto principal de
dicho mensaje, la oración del Señor abarca el punto central del mensaje que Él dio en los
tres capítulos precedentes. Tengan esto presente para que les ayude a entender esta
oración. El punto principal del mensaje del Señor en los capítulos 14, 15 y 16 de Juan,
consistió en que el Hijo debía ser glorificado para que el Padre pudiera ser glorificado en
el Hijo. ¿En qué forma el Padre es glorificado en el Hijo? Por medio del organismo de la
vid. Ya vimos que éste tiene como fin la propagación y extensión de la vida, es decir, la
multiplicación y reproducción de la vida, y también la expresión del Dios Triuno.
Cuando el Dios Triuno es propagado, multiplicado y expresado a través de este
organismo, el Hijo es glorificado, y en esta glorificación, el Padre es glorificado también.
De manera que el Señor oró para que el Hijo fuera glorificado a fin de que el Padre
también pudiera ser glorificado.
En la creación, Dios creó al hombre a Su propia imagen (Gn. 1:26). La imagen denota
cierta clase de expresión. Sin una imagen, Dios no podría ser expresado. Por lo tanto, la
imagen es la expresión misma de Dios. Dios al crear al hombre a Su propia imagen,
quería ser expresado. El Señor Jesús es Dios, quien se encarnó como hombre con el fin
de dar a conocer al Dios invisible. Juan 1:18 dice que a Dios nadie le vio jamás, pero que
el Hijo lo ha dado a conocer. A Dios nadie lo ha visto pues es invisible. Nadie jamás ha
visto a Dios, excepto Su Hijo. Ahora, por medio de Su encarnación, el Hijo lo ha dado a
conocer. Dar a conocer a Dios significa expresarle. El Señor Jesús es la imagen misma
del Dios invisible (Col. 1:15); esto significa que Él es la expresión del Dios invisible.
Cuando Jesucristo vino en la carne, Él era como esa pequeña semilla de clavel. En Él, es
decir, en Su forma humana, Su cáscara humana, estaba toda la belleza y forma de la vida
divina. Todos los aspectos bellos de la vida divina se encontraban escondidos en ese
pequeño nazareno. Un día, Él fue sembrado en tierra. Después de morir, germinó y
floreció en Su resurrección. En Su resurrección, la belleza, la forma, el estilo, el color y
las riquezas de Su vida fueron liberadas y expresadas. Esto fue la glorificación del Hijo.
Puesto que todo lo que el Padre es, está corporificado en el Hijo, cuando el Hijo es
glorificado, el Padre también es glorificado en la glorificación del Hijo.
Después de que el Señor se encarnó, expresó a Dios hasta cierto grado; sin embargo, la
gloria de Dios, la gloria de todos Sus atributos, permanecía escondida en Su carne. La
gloria de toda la plenitud de Dios estaba cubierta y revestida por Su carne. De manera
que el Señor dijo a Sus discípulos que Él tenía que morir y ser resucitado. La palabra
morir no es una palabra agradable para nosotros. Sin embargo, para una semilla no es
malo caer en la tierra y morir. Es bueno porque la gloria y la belleza de la flor que se
encuentran dentro de la semilla, se liberan cuando ésta muere. La belleza colorida y la
riqueza de la gloria son liberadas mediante la muerte y la resurrección. Ésta es la
glorificación. Después de que el Señor les comunicó a Sus discípulos Su muerte
inminente y Su resurrección, Él ofreció una oración al Padre, pidiendo que el Padre
glorificara al Hijo, a fin de que toda la gloria escondida en Él pudiera ser manifestada
por medio de Su muerte y resurrección. Glorificar al Hijo significa manifestar toda la
gloria escondida en Su carne, y mediante la muerte y resurrección liberar toda la gloria
divina oculta en la carne del Hijo.
El Señor oró por la glorificación del Dios Triuno. El cumplimiento de esta oración, es
decir, la respuesta a ella, se efectúa en tres etapas. La primera etapa fue la resurrección
del Señor. En Su resurrección toda la belleza de la vida, la esencia de la vida, el color de
la vida, la forma de la vida y todos los aspectos de la vida divina del Dios Triuno fueron
liberados. En Su resurrección, Su vida divina fue liberada del interior de Su humanidad
e impartida en Sus muchos creyentes (12:23-24), y todo Su ser, incluyendo Su
humanidad, fue introducido en la gloria (Lc. 24:26), y en ella el elemento divino del
Padre fue expresado. Dios primeramente contestó y cumplió esta oración en la
resurrección del Señor (Hch. 3:13-15).
En la iglesia podemos ver la belleza y las riquezas de la vida divina. Pero a veces también
podemos hallar en la iglesia la fea expresión humana. Por un lado, la iglesia contiene la
vida divina; por otro, aún permanece la vida humana natural. En la iglesia la vida divina
es expresada, pero a veces, la vida humana y natural se expresa también. Cuando se
expresa la vida divina, vemos la belleza y la gloria. Pero es una vergüenza y una
desgracia cuando la vida humana natural es expresada.
No vea usted el lado oscuro de la iglesia. No busque el bote de basura; venga a la sala y
vea toda la belleza que hay aquí. En todas las casas hay por lo menos un lugar donde se
pone la basura. De igual manera en cada iglesia local hay un lugar para la basura. Tal
lugar es desagradable y mal oliente. No trate de encontrarlo. Por el contrario, prefiera la
sala de cada iglesia local. Siempre que visite una iglesia local debe olvidarse del rincón
donde se pone la basura. No vaya allí a buscar la basura, sino a visitar a la iglesia. Por lo
tanto, debe estar en la sala, disfrutando la belleza de la vida divina expresada en esa
iglesia en particular. No importa cuán débil sea una iglesia local, habrá en ella al menos
un poco de la belleza de la vida divina. Debemos ver la belleza de la vida de iglesia,
porque la vida de iglesia es la segunda etapa de la glorificación del Dios Triuno.
Algunos hermanos y hermanas no hacen otra cosa que buscar el bote de basura de la
iglesia local. A algunos no sólo les gusta buscar la basura, sino que también les agrada
exponerla. Ellos nunca quieren ver la belleza de la vida divina en su localidad. Siempre
notan la basura. Éstos descubren donde está la basura para exponerla y exhibirla. A ellos
les gusta crear un espectáculo para exhibir toda la basura en su iglesia local. Cada vez
que hacen esto se hallan en tinieblas. A veces, los colaboradores jóvenes vienen a mí
buscando consejo antes de ir a visitar otra iglesia local, y siempre les digo: “Cuando
vayan a esa iglesia, hagan lo posible por descubrir sus aspectos positivos. Olvídense de
los puntos malos que puedan ver. Ni siquiera los miren; permanezcan alejados de ellos.
No dejen que les impresione la basura que encuentren en la iglesia que visitan”. Aun en
su iglesia local no debe usted tratar de descubrir la basura. Si hace esto, usted será el
primero en sufrir. Al primero que dañará la basura es a usted. Me gusta ir al comedor de
las iglesias locales. En cada hogar, lo mejor que se puede hallar allí siempre se pone en
la mesa del comedor. Sólo vaya, siéntese a la mesa, disfrute lo que hay allí y diga:
“¡Alabado sea el Señor, aleluya!”. Después de quedar satisfecho, despídase y váyase. No
me gusta enterarme de nada malo o negativo. Sólo tengo ojos para ver lo glorioso.
Debemos creer que cada iglesia local, siempre y cuando sea una iglesia adecuada, tiene
cierta cantidad de la belleza de la vida divina.
¿Cuál es la tercera etapa del cumplimiento de la oración del Señor en Juan 17? Es la
Nueva Jerusalén. Esta oración se cumplirá finalmente en la Nueva Jerusalén. El Hijo
será plenamente expresado en gloria, y Dios será glorificado en Él por medio de la
ciudad santa por toda la eternidad (Ap. 21:11, 23-24). Miremos el cuadro de la Nueva
Jerusalén: es un vaso que expresa a Cristo a fin de que Dios sea expresado a través de
Cristo. La Nueva Jerusalén es la glorificación del Hijo, y por eso el Padre puede ser
glorificado por medio del Hijo.
Tal vez usted no entienda por completo el cuadro que describe la Nueva Jerusalén.
Apocalipsis 21 y 22 revelan claramente que Dios es la luz, y que Cristo, el Cordero, es la
lámpara. La luz está en la lámpara, y ésta es el centro de la ciudad, alrededor de la cual
hay un muro transparente. Dios es descrito como la luz que resplandece a través de la
lámpara, que es el Hijo de Dios. El Hijo de Dios será glorificado a través del muro
transparente de la ciudad. La ciudad está compuesta de todos los redimidos, tiene los
nombres de las doce tribus de Israel y los nombres de los doce apóstoles. Las doce tribus
representan a todos los santos del Antiguo Testamento, y los doce apóstoles, a todos los
santos del Nuevo Testamento. La Nueva Jerusalén se compone de todos los redimidos
quienes son completamente transparentes y quienes son juntamente edificados. Ellos
tienen a Cristo, el centro, como la lámpara en la que brilla Dios, la luz. Cuando la
lámpara es manifestada y glorificada a través del muro de la ciudad, la luz de la lámpara
es también glorificada.
Ya vimos que esta oración tiene un triple cumplimiento. La primera etapa del
cumplimiento fue la resurrección del Señor Jesús. El Señor Jesús, por medio de Su
resurrección, fue manifestado y glorificado y, por esta glorificación, el Padre también fue
glorificado. El segundo paso de su cumplimiento es en la iglesia. Desde el día de
Pentecostés hasta la segunda venida del Señor, el Espíritu Santo ha estado
manifestando, y seguirá manifestando, a Cristo por medio de los creyentes. En otras
palabras, el Espíritu Santo glorifica a Cristo por medio de la iglesia. Cuando Cristo es
glorificado, el Padre también es glorificado en el Hijo. La última etapa del cumplimiento
de esta oración ocurrirá cuando llegue la plenitud de los tiempos. En ese momento,
cuando todos los redimidos del Antiguo y del Nuevo Testamento serán juntamente
hechos una composición que será la expresión completa del Dios Triuno. En esta plena
expresión, Cristo será la lámpara y Dios será la luz. Cristo será manifestado y glorificado
mediante la Nueva Jerusalén, y Dios el Padre será manifestado y glorificado en el Hijo, y
también por medio de la Nueva Jerusalén. Esto será el total cumplimiento de la palabra
del Señor: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”.
El Hijo ha de ser glorificado junto con el Padre (vs. 1, 5). En el versículo 5 el Señor dijo:
“Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese”. La palabra con es usada tres veces en este versículo. En las
palabras junto contigo, contigo y con, se encuentra la misma palabra griega. El sentido
de esta palabra es “junto con”. Esto significa que el Hijo y el Padre son exactamente
iguales en cuanto a la glorificación. El Hijo es glorificado junto con el Padre y tiene la
misma gloria que el Padre. Esta palabra confirma lo que el versículo 1 afirma con
respecto a la Deidad de la Persona del Señor, o sea, que Él tenía la gloria divina junto
con el Padre antes que el mundo fuese, es decir, en la eternidad pasada, de modo que
ahora Él debe ser glorificado junto con el Padre con aquella gloria. El Señor participa en
la gloria divina, no separadamente, sino junto con el Padre, porque Él y el Padre son uno
(10:30). El Señor, al orar de esta manera, reveló Su Persona, Su Deidad, y demuestra
que Él es igual al Padre en la gloria divina.
El Padre es glorificado en la glorificación del Hijo. El Padre nunca podría ser glorificado
aparte del Hijo, porque el Padre ha confiado todo lo que Él es y tiene al Hijo. El Padre
está corporificado en el Hijo, así que no puede ser glorificado de forma independiente,
sino únicamente en la glorificación del Hijo. Hemos visto que el Señor fue glorificado en
Su resurrección. En tanto que el Señor sea expresado y glorificado, el Padre también
será expresado y glorificado. Ya que el Señor es uno con el Padre, y el Padre está en el
Señor, la expresión de la gloria y la belleza del Señor manifiesta la gloria y la belleza de
Dios el Padre. Debido a que ambos son uno, el Padre es glorificado en la glorificación del
Hijo. Ya que el Padre está en el Hijo, el Señor declaró: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu
Hijo te glorifique a Ti”.
El Padre es glorificado también por medio de los creyentes del Hijo. El Padre es la
fuente, la esencia, el origen y todo para la vid, pero ésta no puede ser expresada ni
glorificada sin los pámpanos. El Padre es glorificado en la glorificación del Hijo, y la
glorificación del Hijo se lleva a cabo por medio de Sus pámpanos.
C. El Hijo, Su Persona
En los versículos 1 y 5 vemos que la divinidad y la deidad del Hijo son iguales a las del
Padre. El Hijo es divino, al igual que el Padre. La Deidad del Padre es la Deidad del Hijo.
La Deidad del Hijo es igual a la Deidad del Padre. Las palabras: “Glorifícame Tú junto
contigo” quieren decir que la gloria del Hijo es la gloria del Padre. Por ejemplo, decir
que nos sirvan comida a mi amigo y a mí es lo mismo que decir que le sirvan comida a
mi amigo, y que me sirvan comida a mí. Mi amigo tiene el mismo rango que yo. Del
mismo modo, el Hijo tiene el mismo rango que el Padre. El Hijo es glorificado
juntamente con el Padre, con la gloria que el Padre le dio antes de la fundación del
mundo. Así que, el Hijo tiene exactamente el mismo rango que el Padre. En otras
palabras, la Persona del Señor puede ser ubicada en el mismo rango que la del Padre. La
glorificación del Hijo tendrá exactamente el mismo rango que la glorificación del Padre.
Por lo tanto, Su Persona es igual a la del Padre.
D. La obra del Hijo
El versículo 2 dice: “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida
eterna a todos los que le diste”. Esto se refiere a la obra del Señor. El Hijo tiene la
autoridad del Padre sobre toda la humanidad para dar vida eterna, no a toda la
humanidad, sino a aquellos que el Padre le ha dado, a los escogidos del Padre. El Padre
le ha dado autoridad al Hijo sobre toda carne, sobre toda la humanidad. Toda la
humanidad se encuentra bajo la autoridad del Hijo, porque el Padre le ha confiado tal
autoridad. El Señor tiene autoridad para regir toda la humanidad. ¿Para qué tiene Él tal
autoridad? Para dar vida eterna a todo aquel que el Padre le haya dado. Si leemos
cuidadosamente este versículo, veremos que el Señor tiene autoridad para regir sobre
toda la humanidad a fin de dar vida eterna a aquella parte de la humanidad que el Padre
ha escogido y que le ha dado. El Señor creó al hombre, ejerció Su autoridad sobre él y
redimió a algunos de ellos con el propósito de darles vida eterna. En otras palabras, el
Señor primero debe crear, luego regir sobre aquellos escogidos que creó, redimirlos y,
finalmente, darles vida. Por lo tanto, la obra del Señor consiste en crear, gobernar,
redimir e impartir vida. El Señor tiene el mismo rango que el Padre; Él es el que crea,
gobierna, redime y da vida eterna. No piense que usted ha recibido vida eterna por
casualidad. No; no ha sido algo fortuito, pues de entre los billones de seres humanos,
Dios el Padre le amó a usted, lo eligió y lo marcó. Hay una marca divina en nosotros.
El Padre no solamente nos marcó, sino que nos puso en las manos de Su Hijo. No se
considere a sí mismo como un pobre y lastimoso pecador. Aunque en cierto sentido sí lo
es, en otro sentido, usted es un elegido en las manos del Hijo. Debe decir: “Alabado sea
el Dios Triuno porque soy un valioso don que el Padre ha dado al Hijo. Para el Señor soy
querido, valioso, bueno, elevado y precioso. Somos un don, no un bote de basura. El
Padre no le daría basura a Su Hijo. Como uno que ha sido dado al amado Hijo de Dios,
para Él yo soy querido valioso, dulce y precioso”. Si usted comprende esto, cambiará
completamente su visión, actitud y concepto, no sólo en cuanto a sí mismo, sino
también a los demás santos. ¿Cree usted que todos los queridos hermanos y hermanas
son dones dados al Hijo? ¿No cree que son dones aun aquellos que no le agradan a
usted? Si ve esto, ciertamente amará a todos los santos, porque cada uno de ellos es un
don elegido por el Padre y dado al Hijo. El Padre nos seleccionó de entre billones de
seres humanos. Todos somos los elegidos, lo mejor que hay en la tienda universal de
regalos. Todos nosotros fuimos seleccionados y entregados al amado Hijo de Dios.
El Padre dio al Hijo la autoridad, no sólo para reinar sobre la humanidad, sino también
para preservarla. Dios el Hijo ejerció esta autoridad cuidando de la humanidad a fin de
que nosotros llegásemos a existir. Individuos como Hitler han masacrado muchísimas
vidas, pero Dios el Hijo parece decir: “Hitler, usted se va al infierno. Yo tengo que
preservar a la humanidad. Todos aquellos dones queridos que el Padre me ha dado,
tienen que nacer. Estoy buscando estos regalos”. Alabado sea el Señor porque todos
nosotros somos esos queridos regalos que el Padre dio al Hijo.
E. La vida eterna
En el versículo 3 el Señor dijo: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único
Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. ¿Qué es la vida eterna? Cuando yo
era joven, me enseñaron que la vida eterna sólo era una bendición para el futuro. Pero
ahora sé que la vida eterna es la vida divina con la función especial de conocer a Dios y a
Cristo (cfr. Mt. 11:27). Cada tipo de vida tiene su función: la de la vida de un perro es
ladrar, la de la vida de un ave es volar, la de la vida de un gato es cazar ratones y la de la
vida de una gallina es poner huevos. Pero la función de la vida divina es conocer a Dios.
Dios y Cristo son divinos. Para conocer a la Persona divina necesitamos la vida divina.
Puesto que los creyentes nacen en la vida divina, ellos pueden conocer a Dios y a Cristo
(He. 8:11; Fil. 3:10). Hebreos 8:11 dice que no es necesario enseñar a los santos
neotestamentarios a conocer a Dios. ¿Por qué no es necesario enseñarles esto? Porque
todo creyente neotestamentario conoce a Dios. Los creyentes de la era del Nuevo
Testamento tienen la vida divina, y ésta es la vida que conoce a Dios. No necesitamos
enseñarle a un perro a ladrar, porque la vida del perro tiene la función de ladrar. De la
misma manera, ya que tenemos la vida divina, no necesitamos que nos enseñen a
conocer a Dios, porque la función de la vida divina es conocer a Dios y a Cristo. ¡Oh, que
podamos conocer a Cristo! Todos podemos conocerlo porque tenemos la vida divina
cuya función es conocer a Dios y a Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
(2)
Para que exista la unidad se requiere que haya edificación. Sin edificación no hay
unidad. No piensen que materiales apilados es una unidad. No, esa no es la unidad.
Consideren una casa; en ella sí existe una verdadera unidad entre los materiales, y esa
unidad constituye la edificación. Cada uno de los materiales ha sido debidamente
integrado, y eso precisamente es la unidad. La unidad a la que muchos cristianos se
refieren hoy en día es similar a un amontonamiento de materiales. Aún más, en algunas
ocasiones el concepto que tienen de la unidad ni siquiera es el conjunto de materiales,
sino de un hermano que está lejos de otro y le dice: “Somos uno”. El hermano Nee dice
que esta clase de unidad es como darse las manos por encima de una cerca. Y la unidad
de hoy en día frecuentemente no es ni siquiera darse las manos por encima de la cerca,
sino una súplica de lejos que hace el uno al otro. Un hermano de la costa oriental puede
pedirle a uno de la costa occidental que sea uno con él, diciéndole: “Querido hermano,
yo soy uno contigo”. El otro le responde: “Yo también soy uno contigo”. Sin embargo, en
su corazón se dicen: “Si no mantenemos una distancia segura entre nosotros,
inevitablemente nos ofenderemos mutuamente”.
Si tal fuera la verdadera unidad, ¿dónde estaría el Cuerpo? En realidad lo que sucede
entre ellos es que el hombro le tiene miedo al cuello y procura mantener una buena
distancia entre ellos. El ojo también se cuida de la nariz, diciendo: “Hermana nariz, tú
eres muy fuerte; no me atrevo a estar muy cerca de ti. Voy a ser cortés y amable contigo,
pero me mantendré a una distancia prudente de ti”. Los obreros cristianos en su
mayoría no están dispuestos a ser uno con los demás. Tal situación no es unidad. La
unidad genuina es la edificación. Miren la unidad que tenemos en nuestro cuerpo físico.
Esta unidad es un ejemplo de edificación. Es preciso ver que hoy el Señor necesita esta
edificación. Hace dos mil años el Señor dijo: “Vengo pronto” (Ap. 22:20). Ya pasaron
dos mil años, y Él aún no regresa. ¿Por qué? Porque sería una deshonra para Él venir sin
que haya una edificación verdadera. Es necesario que un pequeño remanente responda
al deseo del corazón del Señor y esté dispuesto a perder su identidad a fin de ser
edificados como una sola entidad. Esto avergonzará al enemigo, Satanás, quien aborrece
esta edificación. Así que, en Juan 17, el Señor oró por esto.
En los versículos del 6 al 24 el Señor oró pidiendo que los creyentes fueran edificados y
sean uno. Esta unidad se produce en tres etapas: en el nombre del Padre por medio de la
vida eterna (vs. 6-13), en el Dios Triuno mediante la santificación realizada por la
palabra santa (vs. 14-21) y en la gloria divina con miras a la expresión del Dios Triuno
(vs. 22-24).
A. En el nombre del Padre por la vida eterna
1. El Padre
a. La fuente de la vida
El Padre es la fuente de la vida, lo cual está implícito en lo dicho por el Señor en Juan
5:26: “El Padre tiene vida en Sí mismo”. En todas las Escrituras, especialmente en el
Evangelio de Juan, cuando se habla del Padre se habla de la fuente de la vida. Incluso en
una familia humana, la vida de la familia procede del padre. Así como el padre es la
fuente y el origen mismo de la familia, de la misma manera el nombre del Padre revela
que Él es la fuente de la vida.
El nombre del Padre está muy relacionado con la vida divina. Sin tener la vida divina,
Dios no habría podido ser el Padre. ¿Cómo puede un hombre llegar a ser padre?
Solamente por su vida. Si uno no tiene vida, no puede llegar a ser padre. El padre es uno
que produce, pero no lo hace fabricando en serie, sino que lo hace engendrando; un
padre es aquel que engendra vida. Sin esta vida, el hombre no tiene la realidad de la
paternidad. Si tenemos presente que el Padre tiene la vida divina para engendrar,
propagar, multiplicarse y producir muchos hijos, podremos entender mucho mejor el
Evangelio de Juan. Si un hombre es incapaz de procrear, nunca será padre. Lo que lo
capacita para ser padre es la facultad de engendrar hijos. Cuantos más hijos tenga,
mayor será su paternidad. Supongamos que un hombre pudiera procrear cien hijos. Sin
duda, sería el mayor padre de la tierra, porque poseería una vida muy rica en lo que
concierne a engendrar. Miremos cuántos hijos tiene nuestro Padre celestial. No son
cientos ni miles, sino millones de hijos. ¡Qué gran Padre tenemos! ¡Cuánta propagación
de vida tiene Él!
Siempre que lo llamemos: “Padre”, debemos entender que dicho título se hace realidad
en virtud de Su vida divina, sin la cual el nombre del Padre no sería nada más que una
palabra hueca y carente de realidad. Ya que la realidad del título Padre es la vida divina,
al decir que somos uno en el nombre del Padre, afirmamos que somos uno en la vida
divina.
Los nombres Dios y Jehová son plenamente revelados en el Antiguo Testamento, lo cual
no sucede con el nombre del Padre, que sólo se menciona brevemente en Isaías 9:6,
63:16 y 64:8. ¿Qué muestra la revelación del nombre Padre? El nombre denota la
relación de vida. Cuando digo: “Mi Padre”, me refiero a que tengo Su vida y a que nací
de Él. El Antiguo Testamento no revela que Dios es un Padre que engendra y regenera a
innumerables personas. Es en el Nuevo Testamento donde el Señor revela a Dios como
el Padre que regenera a muchos hijos. Él es la fuente de la vida; por lo tanto, Él es el
Padre. Su intención es producir muchos hijos, regenerándolos con Su vida. Dios es el
Padre y engendra a muchas personas con Su vida, haciéndolas Sus hijos. En el Evangelio
de Mateo el Señor les enseñó a Sus discípulos a llamar a Dios: “Padre” cuando dijo:
“Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt. 6:9). Cuando llamamos a Dios: “Padre
nuestro”, debemos comprender que Él es en verdad nuestro Padre. No es nuestro
suegro, y nosotros no somos Sus hijos adoptivos. Él es nuestro Padre en vida, nuestro
Padre legítimo. Lo llamamos Padre porque nacimos de Él y tenemos Su vida.
¡Cuán dulce es llamar a Dios, Padre nuestro! Tanto Romanos 8:15 como Gálatas 4:6
hablan de clamar: “Abba, Padre”. En todo el mundo los niños pequeños repiten una
misma sílaba dos veces para llamar a sus padres: “papá o mamá”. Decir sólo pá o má no
se oye tan íntimo. En cualquier raza los niños llaman a sus padres, papa, baba o algo
similar. Si yo no hubiera nacido de mi padre, y de todos modos tuviera que llamarlo
papá, sería bastante incómodo. Me sentiría cohibido si tuviera que llamar papá a mi
suegro. Eso no sería muy agradable.
En cierta ocasión un recién convertido se acercó al hermano Nee y le preguntó por qué
Romanos 8:15 y 16 dice que clamar “Abba, Padre” da testimonio de que somos hijos de
Dios. El hermano Nee le preguntó si él era casado, a lo cual respondió que sí. Entonces
el hermano Nee le dijo: “Cuando usted visitó a sus suegros después de casarse, ¿cómo
llamó a su suegro?”. Él contestó: “Tuve que hacer un esfuerzo para llamarlo papá”. El
hermano Nee añadió: “Cuando usted llama papá a su padre, ¿le cuesta trabajo hacerlo?”.
El hermano contestó: “Claro que no; cuando me dirijo así a mi padre, es muy
agradable”. El hermano Nee le preguntó por qué se le hacía difícil llamar papá a su
suegro, y él respondió: “Porque él no es mi padre”. El hermano Nee dijo: “Correcto. Él
no es su verdadero padre; por eso, le cuesta tanto llamarlo papá. Dios es su Padre, su
Padre en vida; Dios no es su suegro”. Debido a que Dios es nuestro Padre en vida, es tan
agradable clamar “Abba, Padre”. Cuando usted siente ese gusto, sabe que es Su hijo y
que verdaderamente Él es Su Padre en vida.
c. El Hijo vino y obró en el nombre del Padre
Cristo vino como Hijo de Dios y en el nombre del Padre (5:43). También trabajó en el
nombre del Padre (10:25). “En el nombre del Padre” significa en la realidad del Padre.
Puesto que el Hijo es uno con el Padre (10:30), Él vino y obró en el nombre, es decir, en
la realidad, del Padre.
Ya que el Hijo es uno con el Padre, cuando estaba con los creyentes les manifestó lo que
el Padre era. Cuando ellos veían al Señor, veían al Padre (14:9). El Padre era expresado
en Él.
En Juan 17:26 el Señor dijo: “Y les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer
aún”. ¿De qué manera dio el Hijo a conocer el nombre del Padre a los creyentes? No fue
por medio de enseñanzas, sino impartiendo Su vida en ellos. El mejor medio por el que
un niño conoce a su padre, es la vida misma de su padre que le fue impartida. Es mucho
más difícil para un hijo adoptivo conocer a su padre, que para uno que es engendrado
con la vida de su padre. Nosotros tenemos la vida del Padre. Debido a que somos iguales
al Padre en vida y en naturaleza, nos es fácil conocerle. Ya que el Señor Jesús es el Hijo
del Padre, vino a impartirnos Su vida, y puesto que la hemos recibido, espontáneamente
esa misma vida, no las enseñanzas, nos da a conocer al Padre. Conocemos al Padre por
medio de la vida.
La palabra eterna, lógos, y la palabra específica, réma, imparten la vida eterna en los
creyentes que las reciben. Las palabras del Padre no tienen como fin primordial dar
enseñanza o instrucción, sino impartir vida en los creyentes. Cuando las palabras amó
Dios al mundo cobran vida y lo inspiran a uno a decir: “Te alabo Dios, porque me
amaste”, la vida es infundida en uno, y recibe la vida del Padre, la cual es la realidad de
Él. Cuando tenemos la vida del Padre, lo tenemos a Él y lo podemos disfrutar. ¿Dónde
está el Padre? Está en Su vida, porque Su vida divina es la realidad del nombre Padre.
Cuando recibimos la palabra de Dios, ésta nos regeneró (1 P. 1:23) y nos hizo hijos de
Dios. De esta manera, Dios llegó a ser nuestro Padre, y nosotros llegamos a ser Sus hijos.
El Señor vino para revelarles a Sus discípulos que Dios el Padre, la fuente de la vida,
desea engendrar innumerables hijos. Así que, el Señor trajo la palabra de Dios a Sus
discípulos, quienes al recibirla, nacieron de nuevo como hijos de Dios. Llegaron a ser los
hijos de Dios, y Dios llegó a ser su Padre. Ahora, pueden llamar Padre a Dios porque
tienen Su vida, la que los hace hijos de Dios.
b. En el mundo
Los creyentes del Hijo viven en el mundo. Por lo tanto, necesitan ser guardados, o sea,
separados del mundo, para ser santificados. En el versículo 11 el Hijo pide al Padre,
quien es santo, que lleve a cabo esto.
c. Por el Padre santo
En el versículo 11 el Señor llama al Padre: “Padre santo”. La vida del Padre es santa y
separada del mundo. Aunque tenemos esta vida, si nos alejamos del Padre santo,
tendremos problemas. Todos necesitamos ser guardados en el nombre del Padre por la
vida del Padre santo.
Los tres del Dios Triuno son uno. Ésta es la verdadera unidad y el modelo de nuestra
unidad. Los tres del Dios Triuno son uno en la vida, la naturaleza y la gloria divinas. Los
muchos hijos de Dios también debemos ser uno en la vida divina, la naturaleza divina y
la gloria divina. Debemos ser uno en la misma forma que los tres del Dios Triuno son
uno.
Los creyentes son uno en el nombre del Padre por medio de la vida eterna. Ser uno en el
nombre del Padre no consiste en mantener la unidad por medio de un título. Tomemos,
por ejemplo, a cinco hermanos de sangre; puesto que son hijos del mismo padre, tienen
la misma vida. La vida que ellos recibieron de su padre es la realidad de su padre. Su
padre es real a ellos debido a que tienen su vida. Es posible que esos hermanos se
disgusten entre sí y se menosprecien mutuamente. ¿Qué deben hacer? ¿Acaso deben
separarse y permanecer divididos? No; pues aunque estén molestos entre ellos y se
menosprecien, dentro de ellos hay algo que los mantiene unidos y los hace decir:
“Tenemos el mismo padre y no debemos estar divididos. Debemos ser uno”. Es así como
ellos se mantienen en unidad en el nombre de su padre. En realidad, ellos son
guardados por la vida de su padre. Aunque se disgusten y quieran separarse, la vida de
su padre, la cual llevan por dentro, los mantiene unidos. En lo más recóndito de su ser
ellos se aman. Si uno de ellos es atacado, los demás lo defienden y pelean contra el
atacante. Del mismo modo, el nombre del Padre, la realidad del cual es la vida del Padre,
guarda a Sus hijos en unidad.
No obstante, si los hijos del Padre permiten que su mentalidad venza y domine su vida
interior, permanecerán divididos. La vida del Padre los une y los hace uno, pero su
modo de pensar los divide. Los cristianos de hoy están divididos porque le dan mucha
importancia a su mentalidad, la cual se ha desarrollado exageradamente, mientras que
su estatura en vida es muy baja. Cuanto más desarrolle uno su mentalidad, más enano
será en lo que respecta al crecimiento en vida. El desarrollo exagerado de la mentalidad
es la causa de la división. Pero si permitimos que la vida interior se desarrolle, todos
estaremos unidos en la vida del Padre. Y si permanecemos en la vida del Padre, seremos
uno.
Cualquier persona de una iglesia local que se considere mentalmente superior a los
demás, causará divisiones. Nunca se considere a usted mismo muy inteligente. Tenga
temor de su mente sagaz como se teme a una serpiente venenosa. ¡Oh, cuánto
necesitamos ser guardados en la vida del Padre! Muchos hermanos de sangre se aman
entre sí, no por tener la misma condición externa, sino por llevar la misma sangre. Yo
tuve cuatro hermanos, y aunque en ocasiones reñíamos, siempre que alguien trataba de
hacernos daño, inmediatamente nos uníamos porque llevábamos la misma sangre. De
igual manera, la vida del Padre, que es la realidad de la unidad verdadera, nos mantiene
unidos. No se preocupe por sus preferencias. Sus sentimientos pueden hacer que se
enfade conmigo, y mi temperamento puede ocasionar que yo me enfade con usted;
debemos olvidarnos de tales cosas y obedecer a la vida interior. La vida del Padre se
halla dentro de usted y también dentro de mí. Todos nosotros tenemos la vida del Padre,
y por esa vida eterna de nuestro Padre, somos uno.
Somos uno en el nombre del Padre al disfrutar al Padre mismo. Todos los hijos de Dios
tenemos el mismo Padre. Pero cuando no somos unidos los unos con los otros,
perdemos la sensación de disfrutar al Padre. Cuanto más somos uno por la vida del
Padre, más tenemos el sentir de que lo podemos disfrutar. Cuando estamos juntos y
clamamos: “Oh, Padre”, experimentamos algo muy dulce. Supongamos, por otro lado,
que peleamos y nos dividimos en muchos grupos. En tal caso, cuando tratamos de
clamar: “Oh, Padre”, no saboreamos la dulzura de Su nombre, pues ésta depende de la
unidad de Sus hijos. Cuando somos uno, disfrutamos al Padre.
e. Llenos de gozo
En el versículo 13 el Señor dijo al Padre: “Pero ahora voy a Ti; y hablo esto en el mundo,
para que tengan Mi gozo cumplido en sí mismos”. La plenitud de gozo se halla en la
verdadera unidad. Cuando somos uno en el nombre del Padre y por la vida del Padre,
disfrutamos al Padre juntos, y el gozo del Señor es cumplido en nosotros. Es por eso que
cuando verdaderamente somos uno, rebosamos de alabanzas al Padre. Estas alabanzas
son simplemente el rebozar del gozo interior. Rebozando de alegría, nos regocijamos en
la unidad.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA
(3)
B. En el Dios Triuno
y mediante la santificación de la santa palabra
En este mensaje llegamos al segundo factor de la unidad genuina. El primer factor tiene
que ver con estar en el nombre del Padre por la vida eterna, y el segundo, con estar en el
Dios Triuno mediante la santificación de la santa palabra (vs. 14-21). La santa palabra es
la que santifica. La segunda etapa, o el segundo terreno de la unidad es la separación del
mundo mediante la palabra. Aunque todos nacimos del mismo Padre y en la misma
familia, es lamentable que muchos hermanos y hermanas no se encuentran en casa, sino
que han sido atraídos por las cosas mundanas, tales como surfing, el cine, los deportes o
incluso los juegos de azar. Si hemos sido atraídos por tales cosas, aunque seamos hijos
del mismo Padre y tengamos la misma vida, nos será difícil mantener una unidad
genuina, porque aún estamos en el mundo y no hemos sido santificados. Después de
haber nacido de nuevo como hijos de Dios, debemos ser separados del mundo por la
santa palabra del Señor, la cual tiene el poder santificador que nos separa del mundo.
Una vez que hayamos sido separados del mundo por la santa palabra, podremos
centrarnos para tener la verdadera unidad.
En el versículo 14 el Señor dijo: “Yo les he dado Tu palabra”. El Señor ha dado a los
creyentes dos clases de palabras: el lógos, la palabra constante (vs. 14, 17), y el réma, la
palabra para el momento (v. 8). Ambas clases de palabras son santas y tienen el poder
santificador para separar a los creyentes del mundo. Cuanto más recibimos la palabra
constante del Señor o la palabra que nos habla para el momento, más somos
santificados. Cuanto más somos nutridos, saturados e impregnados con estas palabras,
más santos llegamos a ser. Y cuanto más participamos de la santidad, más estamos en la
unidad genuina.
2. El mundo
En 1 Juan 5:19 dice que todo el mundo está en el maligno. El maligno es el diablo, y el
mundo es un sistema maligno arreglado sistemáticamente y gobernado por el diablo,
Satanás (12:31). Satanás ha sistematizado todas las cosas de la tierra, especialmente
todo lo relacionado con la humanidad, y las cosas del aire, formando un reino de
tinieblas para usurpar a los hombres, distraerlos del disfrute de Dios e impedir que
cumplan el propósito de Dios. Cada aspecto del mundo, sin importar de qué se trate,
pertenece a este sistema satánico. Ya que todo el mundo está en el maligno, los
creyentes deben ser guardados del maligno (v. 15), y ellos necesitan pedir que sean
librados del maligno (Mt. 6:13).
Los creyentes no son del mundo (vs. 14, 16), sino que están separados del él (v. 19). No
han sido quitados del mundo (v. 15), sino enviados a éste (v. 18) para cumplir la
comisión del Señor (v. 18). El versículo 18 dice: “Como Tú me enviaste al mundo, así Yo
los he enviado al mundo”. El Padre envió al Hijo al mundo, con el Padre mismo como
vida y todo para el Hijo. De la misma manera, el Hijo envía a Sus creyentes al mundo
consigo mismo como la vida y todo para ellos, o sea, que Él envía a los discípulos de la
misma manera que el Padre lo envió a Él. Cuando vine a este país, tuve el profundo
sentir dentro de mi ser de que el Señor me había enviado, y pude decirle: “Señor, Tú me
enviaste a este país. Ya que Tú me has enviado, debes venir conmigo. Señor, si Tú no
vas, yo tampoco iré”. Ésta es la manera en que el Señor nos envía al mundo para Su
testimonio.
El versículo 19 dice: “Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo, para que también ellos
sean santificados en la verdad”. Aunque el Hijo es completamente santo en Sí mismo,
para establecer un ejemplo de santificación para Sus discípulos, Él se santificó a Sí
mismo en cuanto a Su manera de vivir mientras estuvo en la tierra. Veamos la manera
como el Señor se puso en contacto con la mujer samaritana (4:5-7). Él no se encontró a
solas con ella de noche en una casa privada, sino a pleno día y al aire libre. En lo que al
Señor se refiere, Él podía haberse reunido con la mujer samaritana, quien era una
persona inmoral, en cualquier lugar y a cualquier hora. Pero como un hombre de apenas
un poco más de treinta años de edad, no habría sido un buen ejemplo para Sus
discípulos hablar con ella de forma privada en su casa y de noche. Si Él hubiera hecho
eso, los discípulos se habrían confundido. A fin de establecer un buen ejemplo para
ellos, Él actuó de una manera santificada. Este ejemplo fue una gran ayuda para Sus
discípulos. No está bien que ningún predicador joven tenga contacto con una mujer en
privado de noche, debido a que en ello hay mucha tentación. Hacer tal cosa no es santo,
sino mundano. Miren el ejemplo del Señor Jesús: Él habló con Nicodemo, un caballero
de edad avanzada, de noche y en una casa privada (3:1-2), pero con la samaritana, una
mujer inmoral, habló a la luz del día y en un lugar público. Al hacer esto, el Señor se
santificó a Sí mismo y estableció un principio para que Sus discípulos lo siguieran.
El versículo 21 dice: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti,
que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste”. La
palabra Nosotros en este versículo se refiere al Dios Triuno. Todos los creyentes son uno
en el Dios Triuno. Para llegar a ser uno en el Dios Triuno, debemos ser santificados por
la santa palabra. Sólo después de haber sido santificados, es decir, separados del mundo
por la santa palabra, disfrutaremos al Dios Triuno y seremos uno en Él. Si queremos
estar en el Dios Triuno, primero debemos separarnos de las playas, de las salas de cine,
de los estadios de fútbol, de los casinos, de los lugares de juegos de azar y de todo lugar
mundano, y apartarnos para el Dios Triuno. Muchos cristianos aún no han sido
apartados para Dios. Dado que ellos todavía asisten a lugares mundanos, ¿cómo pueden
ser uno? En cuanto a la vida, ustedes son hermanos; pero ¿dónde se encuentran?
Nosotros tenemos que separarnos de todos los entretenimientos mundanos
santificándonos para Dios. En el Dios Triuno, esto es, en el Padre y por el Hijo como el
Espíritu, seremos uno.
C. En la gloria divina
para la expresión del Dios Triuno
1. La gloria
El versículo 22 dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así
como Nosotros somos uno”. ¿Cuál es la gloria que el Padre dio al Hijo? Es la filiación
con la vida y la naturaleza divinas del Padre (5:26), la cual tiene como fin expresar al
Padre en Su plenitud (1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3). El Señor Jesús tiene la vida y la
naturaleza de Dios, las cuales lo hacen que sea el Hijo de Dios y la manifestación de
Dios. Por lo tanto, la gloria que Dios dio al Hijo es la vida y la naturaleza divinas, las
cuales hacen que el Hijo sea la expresión y manifestación de Dios. La vida y la
naturaleza del Padre fueron dadas al Hijo para que expresara al Padre en Su plenitud.
Supongamos que el presidente de los Estados Unidos encarga a su propio hijo que nos
visite en representación suya. Cuando el hijo del presidente llega, traerá consigo cierta
gloria, la gloria de la representación de su padre, el presidente de los Estados Unidos.
El Hijo les ha dado a Sus creyentes la misma gloria que el Padre le ha dado a Él, para
que ellos también puedan tener la filiación con la vida y la naturaleza divinas del Padre
(Jn. 17:2; 2 P. 1:4), a fin de expresar al Padre en el Hijo en Su plenitud (Jn. 1:16). La
gloria que primero fue dada al Hijo, ha sido ahora otorgada a la filiación corporativa.
Ahora nosotros, como Sus muchos hijos, tenemos la filiación divina con la vida y la
naturaleza divinas, para expresar al Padre en el Hijo con toda Su plenitud. ¡Qué gloria es
ésta!
A fin de participar en esta unidad el Hijo les dio tres cosas a los creyentes: la vida eterna
para el primer aspecto de la unidad (v. 2), la santa palabra para el segundo aspecto de la
unidad (vs. 8, 14), y la gloria divina para el tercer aspecto de la unidad (v. 22). Es posible
que tengamos la vida divina y seamos separados del mundo por medio de la palabra
santa, y aun así no estemos resplandeciendo con la gloria de Dios. Cuando
comprendamos que con la filiación obtenemos la vida y la naturaleza divinas con las
cuales podemos expresar al Padre en Su plenitud, brillaremos con la gloria. En ese
momento nuestra unidad no sólo será en la vida eterna y por la santa palabra, sino que
también tendrá la gloria divina para expresar a Dios. Ahora vemos que nuestra unidad
tiene una meta: expresar a Dios el Padre en Su plenitud, y lo podemos hacer aun
durante esta era tan oscura y en esta tierra tan corrupta. En algunas ocasiones en las
iglesias locales hemos experimentado esta glorificación. Hemos estado en Su gloria
santa, Su gloria divina, expresando al Padre en toda Su plenitud. Al leer lo que el Señor
oró en Juan 17, necesitamos ver que la unidad genuina se realiza por Su vida, por Su
palabra y en la gloria divina con miras a la expresión de Dios.
3. Perfeccionados en unidad
En el versículo 23 el Señor dice: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados
en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos
como también a Mí me has amado”. ¿Cómo podemos ser perfeccionados en unidad?
Únicamente en la gloria de la vida divina. Debemos vivir por esta gloriosa vida divina de
tal modo que podamos ser completamente perfeccionados en la gloria de la vida divina.
Al negarnos a nosotros mismos, podemos experimentar la vida divina a tal grado que
seamos perfeccionados en unidad. Si los hermanos en la vida de iglesia argumentan y
discuten unos con otros un día, y al siguiente día admiten su error y se disculpan entre
sí, esto demuestra que no han sido perfeccionados en unidad. El día que ellos entiendan
plenamente lo que pasó en la crucifixión, que el “yo” ha sido crucificado y que ellos viven
por la vida de la gloria divina, ése será el día en que todos ellos serán perfeccionados en
unidad. Cuando ese día llegue, ninguno discutirá ni disputará más, porque el yo y las
opiniones habrán terminado. Entonces seremos perfeccionados en unidad.
Si no hemos llegado al punto de estar en la gloria divina, no hemos sido aún plenamente
perfeccionados en unidad. Pero cuando lleguemos a este punto, estaremos en el nivel
más alto de la unidad y habremos sido perfeccionados en la unidad por la gloria divina
que es dada a los creyentes para que expresen al Dios Triuno de una forma corporativa.
Cuando lleguemos a este punto, estaremos dispuestos a renunciar a todo. No sólo
abandonaremos todas las atracciones mundanas, sino también a todas las doctrinas y
conceptos. Abandonaremos todo y nos dedicaremos a una sola cosa: la gloriosa
expresión del Dios Triuno. Esta expresión es una miniatura de la Nueva Jerusalén. En la
Nueva Jerusalén no habrá diversiones mundanas, doctrinas, enseñanzas, conceptos ni
opiniones. Únicamente habrá la gloriosa expresión del Ser Divino. Todos estaremos en
esa gloria para expresarle adecuadamente para siempre. En el pasado, llegamos a
experimentar esta etapa en algunas de las iglesias locales. Por la gracia del Señor, hoy
también podemos llegar a esa etapa. Tal unidad es el verdadero disfrute de la gloria
divina en la expresión corporativa del Dios Triuno. Cuando entramos en esta unidad tan
gloriosa, estamos dispuestos a perderlo todo, incluso nuestras vidas. Cuando estamos en
esta unidad, nada es más importante. Este tercer aspecto de la unidad genuina es la
unidad con una comisión, con una meta: expresar al Dios Triuno de una manera
corporativa.
El Padre dio seis cosas al Hijo para que Él llevara a cabo la unidad; éstas son: la potestad
(v. 2), los creyentes (vs. 2, 6, 9, 24), la obra (v. 4), las palabras (v. 8), el nombre del
Padre (vs. 11, 12) y la gloria del Padre (v. 24). El Padre dio todo esto al Hijo para que Él
pudiera perfeccionar la unidad.
La última parte del versículo 23 dice: “Para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y
que los has amado a ellos como también a Mí me has amado”. Aquí vemos el amor que
el Padre mostró hacia el Hijo y hacia Sus creyentes. El Padre amó al Hijo en el sentido
de que le dio Su vida, Su naturaleza, Su plenitud y Su gloria para que el Hijo lo
expresara. ¡Qué amor es éste! De la misma manera, el Padre amó a los creyentes del
Hijo, dándoles Su vida, Su naturaleza, Su plenitud y Su gloria a fin de que ellos lo
expresaran a Él en el Hijo. Ésta es una historia de amor y también de gloria. Muy pocos
de nosotros valoramos este amor, el amor del Padre al darnos Su vida, Su naturaleza, Su
plenitud y Su gloria para que le expresemos. Éste es el verdadero amor. Es mucho mejor
y mucho más elevado que cualquier otra cosa.
6. Los creyentes estarán donde el Hijo esté
El versículo 24 dice: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo
estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque
me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El Hijo está en la gloria divina
para la expresión del Padre. Por lo tanto, si los creyentes del Hijo estarán con Él donde
Él esté, ellos deben estar con Él en la gloria divina para expresar al Padre. El
cumplimiento de este hecho comenzó con la resurrección del Hijo, cuando Él llevó a Sus
creyentes a participar de Su vida de resurrección, y tendrá su consumación en la Nueva
Jerusalén, cuando Sus creyentes sean completamente introducidos en la gloria divina
para la máxima expresión corporativa del Dios Triuno por la eternidad.
Nosotros estamos donde está el Hijo. El Hijo está en el Padre, y nosotros también
estamos en el Padre. Además, el Hijo está en la gloria del Padre, y nosotros también
estamos en la gloria del Padre. El Hijo pasó por la muerte y la resurrección para que
nosotros pudiéramos participar de la vida, naturaleza, plenitud y gloria del Padre, y para
que expresemos al Padre juntamente con Él, en el mismo lugar donde Él está. ¡Esto es
maravilloso! El Hijo está en la gloria para la expresión del Padre, y los creyentes
también estarán en la gloria para la expresión corporativa del Dios Triuno por la
eternidad. Para mí, esto es inmensamente mejor que ir al cielo. Finalmente, la Nueva
Jerusalén descenderá del cielo (Ap. 21:2). No me gustaría estar en un cielo vacío;
prefiero estar en la Nueva Jerusalén, en la gloriosa expresión corporativa del Dios
Triuno.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y UNO
(4)
Aunque se ha dicho mucho acerca de Juan 17, todavía es necesario decir más. Nunca
debemos olvidarnos de este capítulo, porque aquí el Señor oró pidiendo que Dios lo
glorificara a fin de que Él fuese glorificado en el Hijo y por medio del Hijo. Las palabras:
“Padre, la hora ha llegado, glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (17:1),
son el tema de esta oración. ¿Cómo fue glorificado el Hijo de Dios de tal modo que Dios
el Padre pudiera ser glorificado en el Hijo y por medio de Él? Él fue glorificado por la
resurrección que ocurrió después de la muerte. Después de morir, el Señor resucitó, lo
cual significa que Él fue manifestado y glorificado. El Señor fue liberado y manifestado
por la resurrección; así que, fue glorificado. Cuando el Señor fue glorificado de esta
manera, el Padre fue glorificado en el Hijo y por medio de Él.
Como hemos visto, la oración que el Señor hace en Juan 17 muestra tres etapas de la
unidad. En este mensaje prestemos mucha atención a los versículos específicamente
relacionados con la unidad. El versículo 11 dice: “Padre santo, guárdalos en Tu nombre,
el cual me has dado, para que sean uno, así como Nosotros”. Aquí podemos ver que la
unidad tiene que ver con ser guardados en el nombre del Padre. Ya mencionamos que la
realidad del nombre del Padre es la vida divina del Padre. Por lo tanto, el primer factor
de la unidad genuina es el nombre del Padre junto con Su vida divina. Ésta es la vida
mencionada en Juan 17:2, donde el Señor dijo que el Padre le había dado al Hijo
potestad “sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. Debemos
prestar atención a estos versículos para poder ver claramente el primer factor principal
de la unidad genuina.
Juan 17:21 es un versículo maravilloso, profundo e insondable. “Para que todos sean
uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para
que el mundo crea que Tú me enviaste”. La unidad mencionada en este versículo es la
del Dios Triuno. Cuando todos estamos en el Dios Triuno, tenemos unidad. ¿Cómo
podemos estar en el Dios Triuno? Solamente por la muerte y la resurrección de Cristo.
Ésta es la razón por la que el Señor dijo en el capítulo 14 que Él tenía que irse por medio
de la muerte y venir en resurrección. Por medio de la muerte y la resurrección Sus
discípulos fueron introducidos en el Dios Triuno, en quien tenemos la unidad verdadera
y genuina. Debemos tomar los versículos 17 y 18 juntamente con el 21: “Santifícalos en la
verdad; Tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los he enviado al
mundo”. En el versículo 17 tenemos la palabra que santifica. Aunque estamos en el Dios
Triuno, podemos resbalarnos, salir de Él y caer en el mundo. Por esto, necesitamos la
palabra que santifica, pues nos separa del mundo y nos vuelve al Dios Triuno. Por lo
tanto, el segundo factor de la unidad genuina está en el Dios Triuno mediante la
santificación por la santa palabra.
El tercer factor de la unidad se encuentra en el versículo 22: “La gloria que me diste, Yo
les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. El tercer factor de la
unidad genuina es la gloria; somos uno en la gloria divina para la expresión del Dios
Triuno. Ya que la gloria que el Padre le dio al Hijo, nos fue dada a nosotros por el Hijo,
la unidad genuina se encuentra en esta gloria. ¿Qué es la gloria? La gloria es la filiación
que el Padre dio al Hijo, junto con Su vida y Su naturaleza divinas, para expresar al
Padre en Su plenitud. Debemos notar que hay cuatro aspectos de la gloria: la filiación, la
vida del Padre, la naturaleza divina del Padre y la expresión del Padre en Su plenitud.
Estas cuatro cosas equivalen a la gloria. Ésta es la gloria que tenemos en el Hijo, y es
nuestro derecho y privilegio divino. El Padre le dio esta gloria al Hijo, y el Hijo tiene el
privilegio de expresar al Padre de esta manera. Ésta es la gloria misma que el Hijo nos
dio a nosotros. Hoy todos nosotros tenemos la filiación junto con la vida y la naturaleza
del Padre para que expresamos al Padre en toda Su plenitud en el Hijo. Tenemos que
familiarizarnos con estos puntos, porque en esta gloria divina somos verdaderamente
uno.
En el versículo 24 el Señor dijo: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que
donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado;
porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El Señor estaba en la
gloria divina y oró para que todos los que el Padre le había dado también estuvieran con
Él en la gloria. Debemos prestar mucha atención a los tiempos verbales en este
versículo. No dice que “ellos estarán conmigo”, ni dice “ellos verán Mi gloria”. Según el
concepto natural y religioso, la gloria será en el futuro “en el dulce más allá”. Según este
concepto, “en el dulce más allá” la gloria brillará, y todos nosotros entraremos en ese
resplandor y estaremos en la gloria. Pero el Señor Jesús no usó el tiempo futuro, sino el
tiempo presente, diciendo: “En cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo
estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria”. Él dijo: “también ellos
estén” y “para que vean Mi gloria”. Estar con el Señor en la gloria y contemplarla no es
una experiencia que uno obtendrá en el tiempo venidero, sino ahora mismo. Parece que
el Señor le decía al Padre: “Padre, Tú me has dado Tu gloria, la filiación con la vida y la
naturaleza divinas para expresarte a Ti y a Tu plenitud. Ésta es la gloria que me has
dado, y Yo ahora estoy en ella. Pero aquellos que me has dado aún no están en esta
gloria. Te ruego que ellos también puedan estar en esta gloria”. ¿Cuándo fue contestada
esta oración? En primer lugar, fue contestada en el día de resurrección, y en segundo
lugar, fue contestada el día en que la iglesia surgió. En ese día todos los discípulos
fueron introducidos en esa gloria, en la filiación, con la vida y la naturaleza divinas, para
expresar a Dios el Padre en toda Su plenitud en el Hijo. ¡Aleluya, todos nosotros
estamos en la gloria con el Hijo! El Hijo tiene la filiación junto con la vida divina y la
naturaleza divina para expresar al Padre, y nosotros también tenemos lo mismo. Así
que, ahora estamos en el mismo lugar que el Hijo, es decir, en la gloria. Con esto
podemos ver que la verdadera unidad se halla en el Dios Triuno a través del proceso de
la muerte y la resurrección del Hijo.
Al aplicar estas tres etapas, nos daremos cuenta en cuál nos encontramos nosotros. ¿En
cuál etapa está usted, en la primera, la segunda o la tercera? ¿Se encuentra usted
simplemente en la vida divina o está en una unidad superior, la de la santificación, o aun
en la más elevada, la de la glorificación del Dios Triuno? No todos estamos en la misma
etapa. Algunos están en la primera, otros en la segunda y unos pocos, por la
misericordia del Señor, en la tercera. Si usted es salvo y nacido de nuevo, entonces tiene
la vida del Padre y el nombre del Padre. Así que, usted es hijo del Padre y es uno con
todos los demás creyentes quienes también son hijos del Padre. Por lo tanto, usted es
uno con ellos en vida. No obstante, también necesita ser santificado por la palabra para
ser separado de las cosas mundanas y vivir en Dios. Entonces será uno con los santos en
la segunda etapa. Finalmente, necesita conocer por experiencia la crucifixión de la cruz
a fin de vivir en la glorificación del Dios Triuno. Esto significa que debe negar su yo,
vivir en la manifestación del Dios Triuno y ser perfeccionado en la unidad de la
glorificación del Dios Triuno. Como hemos visto, éste es el paso final de la unidad.
La tercera etapa de la unidad es la que cumple la oración del Señor. Sólo en esta etapa el
Hijo de Dios será glorificado con el fin de que el Padre sea glorificado en Él y por medio
de Él. Solamente en esta etapa glorificaremos y manifestaremos al Señor en unidad;
seremos completamente perfeccionados en unidad para manifestar y glorificar al Señor.
Entonces la filiación será completamente real para nosotros, porque todo lo que Dios es
y tiene será corporificado en nosotros. Esto significa que tendremos la vida de Dios, la
naturaleza de Dios y aun a Dios mismo, con el propósito de llegar a ser la manifestación
y expresión mismas de Dios. Finalmente, tendremos toda la gloria que Dios dio al Señor,
el Hijo de Dios.
LA UNIDAD ES LA EDIFICACIÓN
La verdadera unidad también es la edificación. No crea que este concepto es mío o que
no está respaldado por la revelación bíblica. En la tipología del tabernáculo en el
Antiguo Testamento podemos ver que la unidad es la edificación. El tabernáculo era un
tipo, un cuadro descriptivo de la morada mutua revelada en Juan 14. Si uno no tiene un
entendimiento claro acerca de la morada mutua presentada en Juan 14, necesita
regresar a Éxodo 26 donde podrá ver la composición y la edificación del tabernáculo.
Todos los que leen la Biblia cuidadosamente saben que el tabernáculo no fue solamente
la morada de Dios, sino también la morada de los que servían a Dios. Ellos moraban en
el tabernáculo. Muchas veces en los salmos el salmista oraba deseando habitar en el
templo, en la casa de Dios. Por ejemplo, en Salmos 27:4 dice: “Una cosa he demandado
a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para
contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo”. Aquí podemos ver
que el templo, o tabernáculo, no fue solamente la morada de Dios, sino que también
tipificaba la morada de los que amaban a Dios. De manera que el tabernáculo tipificaba
la morada mutua, una morada para ambos.
En el tabernáculo esta unidad, esta edificación, dependía totalmente del oro. Si el oro
hubiera sido quitado de las tablas, la unidad se habría perdido y todas las tablas se
habrían caído. En sí mismas, las tablas de madera no poseían el factor ni el elemento de
la unidad. Ese elemento que las unía era el oro. Éste recubría las tablas, y sobre ellas
estaban los anillos de oro, a través de los cuales pasaban las barras de oro que unían a
todas las tablas. Por lo tanto, era en el oro que todas las tablas eran uno. En la vida
divina, en la naturaleza divina y en la gloria divina, no en la humanidad, todas las
“tablas” son uno. Aunque somos las “tablas” en resurrección, esta humanidad resucitada
no es el factor de la unidad. El factor de la unidad es la divinidad, el oro. La vida, la
naturaleza y la gloria divinas son el factor de la unidad. De igual manera, nuestra unidad
no se encuentra en nosotros mismos, sino en el Dios Triuno, quien es nuestra vida,
naturaleza, gloria y expresión. Finalmente nosotros, como las cuarenta y ocho tablas del
tabernáculo, no nos expresaremos a nosotros mismos, sino que manifestaremos la gloria
del Dios Triuno, que está tipificado por el oro. Ahora podemos ver que las cuarenta y
ocho tablas son una en la gloria divina; ellas expresan la gloria del oro. Ésta es la unidad
verdadera. Queda muy claro que esta unidad no es un simple compañerismo, sino la
edificación. La unidad del compañerismo no es algo adecuado para lograr la unidad
genuina. Esta unidad debe ser una edificación.
Algunos creyentes dicen que cada iglesia local debe ser distinta, diferente a todas las
otras iglesias locales. Yo estuve engañado con este concepto durante varios años. Pero
un día el Señor me mostró que las siete iglesias de Apocalipsis eran distintas únicamente
en el aspecto negativo, y no en el aspecto positivo. En el aspecto negativo, algunas de
estas iglesias eran diferentes de las otras, pero en el aspecto positivo todas eran
exactamente iguales. Miren los cuatro lados de la Nueva Jerusalén. Según la opinión de
aquellos que dicen que cada iglesia local debe ser distinta, entonces también los cuatro
lados de la Nueva Jerusalén tendrían que ser distintos. Un lado debería ser de jaspe, y
los otros de rubí, esmeralda o diamante; cada uno sería distinto de los demás. Según
ellos, cada lado del muro debería expresar algo único, diferente a los demás. Pero esto
no sería unidad. Los cuatro lados de la Nueva Jerusalén tienen la misma expresión: la
del jaspe, la gloriosa apariencia de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y DOS
(1)
Los capítulos dieciocho y diecinueve del Evangelio de Juan nos relatan cómo el Señor
fue traicionado, juzgado, crucificado y sepultado. Al leer el relato de la crucifixión del
Señor Jesús en los cuatro Evangelios, descubrimos que los primeros tres, es decir, los de
Mateo, Marcos y Lucas, comparten la misma línea. Sin embargo, lo narrado en el
Evangelio de Juan es completamente diferente. Por ejemplo, en los primeros tres
Evangelios, la narración de la crucifixión y muerte del Señor está acompañada de
muchas señales, una de las cuales fue el cielo que se oscureció, y otra consistía en que el
velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mt. 27:45, 51). Además, otra señal que se
encuentra en los tres evangelios y no en el Evangelio de Juan, es el clamor del Señor
desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. No obstante, en el
de Juan se incluyen detalles que no aparecen en los primeros tres, como por ejemplo el
relato de los soldados que se burlaban del Señor (19:2-3), y la sangre y el agua que
fluyeron del costado del Señor (19:34). Por lo tanto, estos relatos siguen dos líneas
distintas. Debemos descubrir el propósito de ambas líneas.
Según los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, el propósito principal de la muerte del
Señor fue redimirnos. Él murió por nosotros y por nuestros pecados para realizar la
obra de redención. El Señor clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?”, porque en ese momento Dios puso todos nuestros pecados sobre Él, y el
Señor se hizo el portador del pecado, llegando a ser un pecador por nosotros para cargar
sobre Sí mismo nuestros pecados. Por lo tanto, Dios lo desamparó. El Evangelio de
Lucas específicamente subraya que el Señor era el Redentor, quien nos redimió de
nuestros pecados, porque nos dice que el Señor murió junto con dos pecadores, dos
ladrones; uno de ellos se salvó y el otro pereció (Lc. 23:32, 39-43). Este relato no se
encuentra en el Evangelio de Juan. Entonces, ¿cuál es el propósito del relato de Juan?
Ya que el libro de Juan es el Evangelio de vida, su relato acerca de la muerte de Cristo
sigue la línea de la vida. El propósito de Juan fue mostrar que el Señor Jesús es la
expresión de Dios como nuestra vida y que Él murió en la cruz con el propósito de
liberarse a Sí mismo para ser nuestra vida. Él murió en la cruz para impartir Su vida
divina en nosotros.
Aprecio el título de este mensaje: “La vida es procesada para multiplicarse”. En especial
aprecio las palabras procesada y multiplicarse. Del capítulo 18 al 21 de Juan se revela
que la vida ha pasado por un proceso para multiplicarse. Un solo grano se ha
multiplicado en muchos granos (12:24). El Hijo unigénito ha sido multiplicado en
muchos hijos. Cuando lleguemos al capítulo 20, veremos que el Hijo unigénito ha
producido muchos hermanos en Su resurrección y que estos muchos hermanos son Su
multiplicación. ¿Cómo pudo el Señor obtener esta multiplicación? Únicamente pasando
por el proceso de la muerte y la resurrección.
I. EL SEÑOR SE ENTREGA
VOLUNTARIAMENTE Y CON
VALENTÍA PARA SER PROCESADO
El Señor se entregó voluntariamente y con valentía para ser procesado (18:1-11). Esto
significa que Él fue a la muerte voluntariamente. En Juan 10 Él dijo que a propósito
entregaría Su vida por nosotros. Él es el Señor de la vida y Él es la vida. Tiene autoridad
para morir y tiene autoridad para resucitar. Por Su propia voluntad Él entró en la
muerte y salió de allí. Él no tiene el problema que representa la muerte; por lo tanto, no
era necesario que Él muriese. Era privilegio Suyo escoger morir o no. Él podía decidir
morir o no morir. Sin embargo, para nosotros la muerte no es un asunto de elección.
Cuando la muerte nos visita, no podemos decirle: “Muerte, no estoy listo. Por favor,
regresa otro día”. No tenemos el poder ni la autoridad para rechazarla; cuando la muerte
viene, todos son subyugados por ella. Pero esto no era así para el Señor, porque Él es el
Señor de la vida y la vida misma. Si Él no hubiera querido morir, podía haber rechazado
la muerte, pues tenía la potestad para hacerlo. Él tenía la autoridad para expulsar a la
muerte. Aunque no fue obligado ni forzado a morir, estuvo dispuesto a hacerlo porque
había venido para impartirse a Sí mismo en nosotros como vida. Él sabía que solamente
por medio de la muerte podría liberarse a Sí mismo y entrar en nosotros como vida. De
hecho, Él ya había dicho que era el grano de trigo que debía caer en la tierra y morir
(12:24). Si el grano de trigo no está dispuesto a morir, ¿cómo puede su vida ser liberada
para producir muchos granos? En Juan 18 y 19 vemos claramente que el Señor Jesús
estuvo muy dispuesto a morir.
A. Va al huerto
El hecho de que el Señor fuese al huerto (18:1) es el primer indicio de que estaba
dispuesto a morir. En otras palabras, fue al lugar donde sería capturado. En Su largo
mensaje descrito en los capítulos 14, 15 y 16 del Evangelio de Juan, Él habló claramente
del proceso por el cual pasaría. Luego, en el capítulo 17 oró por este proceso. Después de
orar, se fue al huerto de Getsemaní. Según Mateo, Marcos y Lucas, el Señor fue al huerto
a orar. Estos tres Evangelios revelan al Señor como el portador de los pecados; Él
sobrellevaba y estaba bajo el peso de nuestros pecados, así que Él tuvo necesidad de ir al
Padre y orar. Pero Juan en su evangelio no incluyó este detalle. El relato de Juan
muestra que Él fue al huerto, pero no para orar, sino para entregarse a ser procesado.
Fue allí para ser capturado, arrestado, o sea, para entregarse a la muerte, lo cual
significa que Él se entregó voluntariamente; no se escondió, sino que por Su propia
voluntad se ofreció para ser procesado, entregándose a la gente que le daría muerte.
El Señor sabía que Judas le traicionaría (13:11, 21-27), pero no hizo nada para evitarlo.
Esto también comprueba que Él voluntariamente se entregó a Sí mismo para ser
procesado. Satanás utilizó a un falso discípulo del Señor para llevarlo a la muerte, sin
imaginarse que al hacer esto le estaba proporcionando la oportunidad para ser
procesado. El Señor reconoció esto como una oportunidad para ser glorificado (13:31-
32), es decir, para multiplicarse por medio de la muerte y resurrección.
Otro indicio de que el Señor estuviera dispuesto a morir, fue que la gente no lo encontró
a Él, sino que Él mismo se presentó ante ellos. Judas, el falso discípulo, vino con dos
clases de personas: los políticos y los religiosos. Los soldados eran los que venían de los
políticos, y los alguaciles eran los que venían de los principales sacerdotes y de los
fariseos, o sea, los religiosos. El círculo religioso se unió con el político para quitarle la
vida al Señor. Sin embargo, ellos no lo hallaron; al contrario, Él se presentó ante ellos.
Los soldados no capturaron al Señor mientras Él estaba orando. No, Jesús se adelantó y
les dijo: “¿A quién buscáis?” (18:4). Ellos contestaron: “A Jesús nazareno”. Luego el
Señor les dijo: “Yo soy” (18:5). Cuando ellos escucharon Su palabra, retrocedieron y
cayeron a tierra (18:6). Ellos se atemorizaron cuando Él dijo: “Yo soy”, que es el
significado del nombre de Jehová. Esto indica que ellos fueron a arrestar a Jehová Dios.
El Señor no aprovechó esta oportunidad para huir, sino que les preguntó por segunda
vez: “¿A quién buscáis?”. De manera que ellos no lo arrestaron a Él, sino que el Señor se
entregó en sus manos.
El nombre de Jehová significa: “Yo Soy el que Soy”. El Señor Jesús es el gran Yo Soy. En
Juan 8:24 el Señor dijo a los judíos: “Si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados
moriréis”. En otras palabras, si ellos no creían que Jesús era Jehová, Dios mismo,
morirían en sus pecados. Los judíos habían escuchado esto y, cuando lo oyeron de
nuevo, cayeron a tierra atemorizados. El hecho de que el Señor se acercara a ellos por
segunda vez y de nuevo les preguntara: “¿A quién buscáis?”, prueba que Él no fue
capturado, sino que Él mismo se entregó a ellos, pues estaba dispuesto a morir. Si Él no
hubiera estado dispuesto a morir, nadie hubiera podido capturarlo, porque Él habría
podido atemorizarlos a todos y hacerlos caer a tierra. Todo lo que Él tendría que haber
hecho era pronunciar una palabra, y sus captores habrían muerto. ¿Cómo podían ellos
atraparlo si Él no hubiese estado dispuesto a ser capturado? Esto prueba que el
propósito del Evangelio de Juan es mostrar que el Señor es el Señor de la vida y que Él
estaba dispuesto a morir para liberarse a Sí mismo como vida.
Mientras el Señor se entregaba a Sus captores, cuidó de Sus discípulos de una manera
muy tranquila. En 18:8 Jesús dijo: “Os he dicho que Yo soy; pues si me buscáis a Mí,
dejad ir a éstos”. Éste fue el cumplimiento de lo que dijo en 17:12: “Ninguno de ellos se
perdió”. Aquí podemos ver que mientras el Señor sufría la traición a manos de Su falso
discípulo y el arresto de los soldados, seguía cuidando de Sus discípulos. Esto revela que
Él estaba tranquilo mientras pasaba por el proceso de la muerte. La amenaza del
ambiente de muerte no lo atemorizó.
En estos dos capítulos podemos encontrar muchas pruebas de que el Señor venció y
subyugó a la muerte. Primero, no se atemorizó por la muerte. Cuando el Señor supo que
los religiosos junto con los políticos venían para prenderle y darle muerte, no se
atemorizó en absoluto. Él fue con valentía hacia ellos y se entregó a ellos
voluntariamente. En segundo lugar, el Señor estaba tranquilo cuando la muerte llegó a
Él; aun frente a la muerte Él cuidó de Sus discípulos al decirle a sus captores que
dejaran ir a Sus discípulos. Supongamos que un grupo de policías le viene a arrestar a
usted, ¿estaría usted tranquilo? Pero en cada escena presentada en estos dos capítulos,
el Señor estaba completamente tranquilo; nunca fue turbado ni afectado por el temor a
la muerte. De la misma manera, Él mantuvo Su porte frente al sumo sacerdote y delante
de Pilato; estuvo tranquilo; no estaba turbado incluso en el momento mismo de ser
crucificado. Mientras Él estaba en la cruz, hasta cuidó de Su madre. Pese a que se le
amontonaban los problemas durante ese tiempo de sufrimiento, sin embargo, el relato
nos revela que Él siempre estuvo tranquilo.
La vida del Señor fue una vida que puede derrotar y conquistar la muerte. Él entró a la
muerte por medio de la crucifixión y salió de ella por medio de la resurrección. ¿Qué
mejor prueba puede haber de que Él es la vida, que la muerte no puede afectarlo,
subyugarlo ni conquistarlo? Él venció a la muerte porque Él es la vida de resurrección
(11:25). Juan 18 y 19 muestran cuán fuerte y poderoso fue el Señor mientras entró a la
muerte. Cuando la muerte amenazó, Él se mostró fuerte y poderoso, y ésta no logró
subyugarlo. Él entró en la muerte y salió de ella sin ser dañado ni retenido por ella. ¡Qué
prueba tan contundente de que Él es la vida!
II. EXAMINADO EN SU
DIGNIDAD POR LA HUMANIDAD
A. De la misma manera
que el cordero de la Pascua era examinado
El Señor fue examinado por los judíos conforme a la ley de Dios en su religión (18:12-
27), lo cual fue algo muy desagradable. El Señor incluso sufrió este examen frente a uno
de Sus discípulos más cercanos que al mismo tiempo le negaba (18:17-18, 25-27).
Mientras Él era examinado, Pedro lo negó tres veces. ¿Podría usted soportar esto? Si
esto nos hubiera sucedido a nosotros, seguramente habríamos reprendido a Pedro, pero
el Señor no dijo ni siquiera una palabra.
El Señor fue examinado por los gentiles conforme a la ley del Imperio Romano (18:28-
38a). La ley del Imperio Romano era famosa. Aún hoy muchos países basan sus leyes en
ella. Antes de que el Señor fuera examinado por los gentiles conforme a la ley política,
fue examinado conforme a la ley judía para ser ejecutado. Más tarde fue examinado por
la política romana, que es la ley del poder terrenal. La ley judía en cuanto a la sentencia
de muerte era apedrear al criminal (18:31; Lv. 24:16). Si ese método de ejecución
hubiese estado vigente en ese tiempo, el Señor Jesús hubiera sido apedreado; pero no
habría cumplido la profecía hablada por el Señor cuando dijo que Él sería levantado de
la misma manera que la serpiente de bronce, erigida por Moisés en el desierto (3:14).
Hace muchos años leí un artículo que describía la forma en que los judíos inmolaban al
cordero durante la Pascua. El artículo decía que los judíos tomaban dos barras de
madera y formaban una cruz. Ponían al cordero sobre la cruz, ataban en la base del
poste las dos patas del animal y fijaban las dos patas delanteras extendidas sobre el
travesaño. Luego inmolaban al cordero hasta que toda su sangre era derramada. Por
eso, el sacrificio del cordero pascual es un cuadro de la crucifixión de Cristo. Los judíos
ejecutaban a los criminales según su ley apedreándolos, pero la nación judía no estaba
en el poder en la época en que el Señor fue crucificado. Esto significa que la nación judía
había perdido el derecho legal de ejecutar criminales conforme a su ley. Un poco antes
de la crucifixión de Cristo, el gobierno romano adoptó la crucifixión como el método
para ejecutar a los criminales. Esto fue decidido bajo la soberanía de Dios, de manera
que las profecías con respecto a la crucifixión de Cristo pudiesen cumplirse (vs. 31-32;
12:32-33).
Mientras Pilato juzgaba al Señor Jesús, el Señor lo juzgó a Él en Su dignidad (vs. 33-
38a). Pilato, el gobernador del Imperio Romano, era muy temeroso. Fue un excelente
ejemplo de un político. Aunque sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal, él, como
todos los políticos, tenía temor del pueblo. Esto mismo sucede con los políticos hoy en
día. Pilato no encontró falta alguna en el Señor Jesús; él sabía que el Señor no había
hecho nada malo. Pero los gritos de la multitud lo subyugaron, y él no fue honesto,
genuino ni fiel.
Cuando el Señor fue presentado delante de Pilato, de nuevo parecía que Pilato lo
juzgaba, pero finalmente fue el Señor quien juzgó a Pilato. Ya vimos que una de las
características de Pilato era su temor; él temía al pueblo judío. Sabía que el Señor Jesús
no tenía pecado y de hecho afirmó que no encontraba ninguna falta en Él. Pero debido a
que tenía miedo de los judíos, condenó al Señor y lo sentenció a morir. Esto fue algo
completamente injusto. Cuando el Señor le dijo a Pilato que Él había venido al mundo
para “dar testimonio a la verdad” y que “todo aquel que es de la verdad, oye [Su] voz”
(18:37), Pilato le contestó: “¿Qué es la verdad?” (18:38). Esto indica que el Señor juzgó a
Pilato. En efecto, el Señor parecía decir: “Tú eres un alto administrador, pero aun así no
sabes lo que es la verdad. Entonces eres una persona falsa. No eres verdadero”. Después
de esto Pilato fue expuesto y avergonzado, y dejó de juzgar al Señor. En esto podemos
ver las tinieblas que hay en la política.
Después de que el Señor Jesús fue examinado, Él, quien es perfecto, fue sentenciado por
la injusticia de los hombres (18:38b-19:6). Esta sentencia injusta expone la ceguera de la
religión y las tinieblas de la política (18:38b-39; 19:1, 4-5, 8-14, 16). Los judíos religiosos
rechazaron al Justísimo y escogieron a un ladrón (18:39-40; 19:6-7, 12, 15). ¡Qué ciegos
estaban! Su religión y su odio los cegaban. El político de los gentiles, Pilato, reconoció y
declaró que el Señor Jesús no tenía ningún delito, pero aun así, lo sentenció a muerte
para agradar a los judíos (18:38a-39; 19:1, 4-5, 8-14, 16). ¡Cuán político era! La religión y
la política se unieron para pronunciar la injusta sentencia sobre Cristo. La política no
tomó la iniciativa, sino que fue la religión la que tomó la iniciativa y utilizó el poder de la
política de tinieblas.
A. Crucificado en Gólgota
En el Gólgota “le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio”
(19:18). Esto fue el cumplimiento de la profecía dada en Isaías 53:12, donde dice que el
Mesías sería “contado con los pecadores”. Él no sólo fue sacrificado en un lugar de
insulto y vergüenza, sino que también fue contado con los pecadores y fue tratado como
uno de ellos.
C. Muerto por la humanidad, representada por
la religión hebrea, la política romana
y la cultura griega
La religión estaba ciega, la política era oscura, el gobernador actuaba con falsedad y los
soldados eran codiciosos. Cuando ellos hubieron crucificado a Jesús, tomaron Sus
vestiduras e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Pero como Su túnica era sin
costura, de una sola pieza, echaron suertes sobre ella para ver de quién de ellos sería
(19:23-24). Esto no fue idea de los soldados, sino que se efectuó bajo la soberanía de
Dios para que se cumpliese la profecía de Salmos 22:18. En efecto, los soldados hicieron
exactamente lo profetizado en este salmo. En esto podemos ver que la muerte del Señor
fue soberanamente planeada. Si Dios no lo hubiera planeado, nadie habría podido matar
al Señor de la vida. Todas las profecías cumplidas prueban que la muerte del Señor no
fue algo del hombre, sino de la soberanía de Dios.
Mientras Jesús estaba crucificado, vio a Su madre y al discípulo amado, de pie cerca de
la cruz y dijo a Su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí tu
madre”. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (19:26-27). Vimos que lo
primero que el Señor dijo fue: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Luego, en Lucas 23:43 el Señor dijo a uno de los dos ladrones crucificados junto a Él:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esto tenía que ver con la salvación, ya que el relato
de Lucas demuestra que el Señor es el Salvador de los pecadores. Las palabras: “Padre,
perdónalos”, son una oración por los pecadores. De igual forma, las palabras: “Hoy
estarás conmigo en el paraíso” constituyen una promesa del evangelio para los
pecadores salvos. Pero aquí en Juan 19:26-27, el Señor le dijo a Su madre: “He ahí tu
hijo” y al discípulo: “He ahí tu madre”. Estas palabras indican una unión de vida, puesto
que el Evangelio de Juan da testimonio de que el Señor es la vida impartida en Sus
creyentes. Por medio de esta vida Su discípulo amado podía ser uno con Él y llegar a ser
el hijo de María, Su madre, y ella podía llegar a ser la madre de Su discípulo amado.
Según el relato de Juan, Jesús fue crucificado para transferir la vida, para impartir Su
vida a Sus discípulos. Por medio de esta transferencia de vida, uno de Sus discípulos
pudo llegar a ser hijo de la madre del Señor, y ella pudo ser madre de este discípulo.
Esto no indica salvación, sino transferencia de vida. Por lo tanto, el Evangelio de Juan
no es un evangelio de salvación, sino de vida, la cual es transferida a todos los creyentes.
Debemos notar que en Mateo, Marcos y Lucas, mientras el Señor estaba en la cruz, Él le
habló a un pecador, específicamente al ladrón que fue redimido de la maldición, para
estar con Él en el paraíso. Sin lugar a dudas, esto se refiere a la redención. En el
Evangelio de Juan, el Señor habló a Su madre y a uno de Sus discípulos. ¿Cómo podía la
madre del Señor llegar a ser madre de ese discípulo, y cómo podía ese discípulo llegar a
ser su hijo? ¿Por la redención? Claro que no. Esto sólo se logra por la vida, por una
unión de vida, por la identificación de la vida, por la vida que regenera. Por medio de Su
muerte el Señor se impartió en Juan Su discípulo, quien fue unido e identificado con Él
mediante la vida divina. De esta manera, la madre del Señor llegó a ser madre de Juan.
¿Cuál es la razón por la que en Lucas el Señor habla al ladrón, y en Juan, a Su madre y a
Su discípulo? Porque en Lucas el Señor murió para redimir a los pecadores de la
maldición del pecado. Aunque podemos ser pecadores como el ladrón, también
podemos ser redimidos de la maldición del pecado, y podemos ir inmediatamente a
estar con el Señor en el paraíso. Así que, en Lucas tenemos un evangelio que habla de la
muerte redentora del Señor, la cual podemos predicar a los pecadores. Pero en Juan el
Señor Jesús murió para liberar e impartirse a Sí mismo como vida en los discípulos,
logrando que todos Sus discípulos fueran identificados con Él. Por consecuencia, todos
los discípulos son hijos para Su madre. Debido a Su vida y a Su muerte, el Señor se
impartió a Sí mismo en nosotros, haciéndonos uno con Él. De esta manera, llegamos a
ser hijos para Su madre. Esto prueba que, según el Evangelio de Juan, Su muerte en la
cruz es una muerte para impartirse a Sí mismo en nosotros como vida.
Los versículos 28 y 29 dicen: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba
consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija
llena de vinagre; entonces ellos pusieron en un hisopo una esponja empapada en el
vinagre, y se la acercaron a la boca”. La sed es un anticipo de la muerte (Lc. 16:24; Ap.
21:8). El Señor Jesús sufrió sed por nosotros en la cruz (He. 2:9). El hisopo aquí debe
ser la “caña” mencionada en Mateo 27:29 así como en Marcos 15:19, la cual era de
hisopo. Al principio de la crucifixión, al Señor le ofrecieron vino mezclado con hiel y
mirra (Mt. 27:34; Mr. 15:23) como una bebida estupefaciente, pero Él no quiso beberla.
Al final de Su crucifixión, se burlaron de Él ofreciéndole vinagre (Lc. 23:36). En Su
crucifixión, le robaron al Señor, junto con Su vida, el derecho de estar vestido y de
beber.
G. La obra de Su muerte
todo-inclusiva es consumada
El versículo 30 dice: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. E
inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. El Señor continuó trabajando hasta que lo
pusieron en la cruz (5:17). Y aun en Su crucifixión, Él seguía trabajando. ¿Cómo
sabemos que Él seguía trabajando en la cruz? Porque antes de morir Él clamó:
“Consumado es”. Mientras era crucificado Él continuaba trabajando para lograr la
redención de los pecadores, la destrucción de la serpiente, la liberación de la vida divina
y la realización del propósito eterno de Dios. Fue en el último momento, después de que
todo hubo terminado, que proclamó a todo el universo: “¡Consumado es!”. Entonces
murió y entró en reposo. Alabado sea el Señor Jesús, sólo Él pudo hacer esto. Por medio
de Su crucifixión Él terminó la obra de Su muerte todo-inclusiva, mediante la cual
efectuó la redención, puso fin a la vieja creación y liberó Su vida de resurrección para
producir la nueva creación, cumpliendo así el propósito de Dios. En el proceso de la
muerte, Él les demostró a Sus opositores y a Sus creyentes, por la manera en que se
comportó, que Él era la vida. Las horribles circunstancias de la muerte no le
atemorizaron en lo más mínimo; más bien, le sirvieron de contraste para demostrar
contundentemente que Él, quien es la vida, era contrario a la muerte, una vida que de
ninguna manera puede ser afectada por la muerte.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y TRES
(2)
Hemos visto que el Evangelio de Juan revela al Señor como la expresión misma de Dios
que viene a nosotros como vida. Él llega a ser todo para nosotros y satisface todas
nuestras necesidades, al impartirse a Sí mismo a nosotros como vida, con el fin de
introducir a Dios en nosotros e introducirnos a nosotros en Dios, mezclando así a Dios
con nosotros, hasta lograr que Dios y nosotros, nosotros y Dios, seamos uno. En otras
palabras, el Señor es la expresión misma de Dios y, como tal, se imparte a Sí mismo en
nosotros como vida, satisfaciendo todas nuestras necesidades y mezclando a Dios con
nosotros para hacernos una sola entidad. Éste es el pensamiento central de los capítulos
del 1 al 17 de Juan. Aquellos a quienes Dios ha regenerado, son uno en la vida divina. De
hecho, además de ser uno con Dios en la vida divina, también son uno en esta vida
divina los unos con los otros. Después de mostrar tal revelación en estos diecisiete
capítulos, el Espíritu Santo revela en los capítulos 18 y 19 que el Señor estuvo dispuesto
a ir a la muerte y entregarse a la muerte para ser sembrado en la tierra como grano de
trigo y morir a fin de que, al resucitar, pudiese liberarse e impartirse a Sí mismo en
nosotros, produciendo de esta forma mucho fruto mediante Su muerte y resurrección.
Hemos visto que el Señor se entregó voluntariamente y con valentía para ser procesado
(18:1-11), que fue examinado en Su dignidad por la humanidad (18:12-19:16), que fue
sentenciado por la injusticia del hombre (18:38b-19:16) y que fue probado por la muerte
bajo la soberanía de Dios (19:17-37). Ahora llegamos al punto crucial: el resultado de la
muerte del Señor (19:31-37).
Juan 19:34 dice: “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante salió sangre y agua”. Dos substancias salieron del costado abierto del Señor:
sangre y agua. La función de la sangre es efectuar la redención y así quitar los pecados
(Jn. 1:29; He. 9:22), para que se pudiera comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua
imparte vida, la cual acaba con la muerte (Jn. 12:24; 3:14-15), a fin de producir la iglesia
(Ef. 5:29-31). Por un lado, la muerte del Señor quita nuestros pecados; por otro, nos
imparte vida. Aquí vemos dos aspectos: el aspecto redentor y el aspecto de impartir vida.
La redención tiene como fin impartir vida. Lo narrado en los otros tres evangelios
muestra solamente el aspecto redentor de la muerte del Señor; en cambio, lo narrado en
Juan muestra no sólo el aspecto redentor, sino también el de impartir vida. En Mateo
27:45 y 51, Marcos 15:33 y Lucas 23:44-45 vemos que aparecieron las “tinieblas”, un
símbolo del pecado, y que “el velo del templo”, que separaba al hombre de Dios, “se
rasgó”. Estas señales están relacionadas con el aspecto redentor de la muerte del Señor.
Las palabras pronunciadas por el Señor en la cruz en Lucas 23:43: “Padre, perdónalos”,
y en Mateo 27:46: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?” (puesto que Él
llevaba nuestros pecados en ese momento), también muestran el aspecto redentor de Su
muerte. Pero el agua que fluyó y los huesos que no fueron quebrados, como se menciona
en Juan 19: 34 y 36, son señales que se relacionan con la muerte del Señor en el aspecto
de impartir vida. La muerte que imparte vida liberó la vida divina del Señor desde Su
interior, para que se produjera la iglesia, la cual se compone de todos los creyentes, en
quienes ha sido impartida la vida divina. La muerte del Señor, la cual imparte vida, es
tipificada por el hecho de que Adán durmió para que fuera producida Eva (Gn. 2:21-23),
y es representada por la muerte del grano de trigo que cayó en la tierra para llevar
mucho fruto (12:24) para hacer un solo pan: el Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:17). Por lo
tanto, Su muerte es también una muerte que propaga y multiplica la vida, que genera y
que se reproduce.
Como veremos, el costado abierto del Señor fue tipificado por el costado abierto de
Adán, en virtud del cual Eva fue producida (Gn. 2:21-23); Su sangre fue tipificada por la
sangre del cordero pascual (Éx. 12:7, 22; Ap. 12:11), y el agua fue tipificada por el agua
que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6; 1 Co. 10:4). La sangre formó “una fuente” para la
purificación del pecado (Zac. 13:1), y el agua llegó a ser “la fuente de la vida” (Sal. 36:9;
Ap. 21:6).
Cada aspecto de la muerte del Señor estaba bajo la soberanía de Dios; por eso, no fue
quebrado ningún hueso del Señor (19:31-33, 36). Como los judíos no querían que los
cuerpos permanecieran en la cruz en el día del sábado, le pidieron a Pilato que se les
quebrasen las piernas. Los soldados, entonces, quebraron las piernas de los dos ladrones
que habían sido crucificados con Jesús, mas cuando llegaron a Él, vieron que ya había
muerto y que no era necesario quebrarle las piernas. En cierto sentido, esto indica que el
Señor no fue inmolado por la mano humana, sino que Él mismo ofreció Su vida. Aunque
Él fue crucificado, murió voluntariamente para cumplir lo que había dicho en Juan 10:17
y 18: “Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí
mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar”.
Aparentemente Jesús murió por la mano del hombre; pero en realidad Él puso Su vida
psujé, Su vida del alma, y murió. Los dos criminales fueron ejecutados, pero el Señor
Jesús no lo fue. Por el contrario, Él puso voluntariamente Su vida psujé por nuestra
redención. Debido a que Él ya había muerto, los soldados no le quebraron Sus piernas.
Por la soberanía de Dios se cumplió la profecía que dice: “No será quebrado hueso Suyo”
(19:36).
Uno de los soldados, preocupado por la idea de que el Señor realmente no hubiera
muerto, le abrió el costado con una lanza. Esto fue el cumplimiento de la profecía de
Zacarías 12:10, donde dice: “Y mirarán hacia mí, a quien traspasaron”. Fue
indudablemente por la soberanía de Dios que estas cosas sucedieron de una manera tan
significativa y maravillosa. Esto demuestra una vez más que la muerte del Señor no fue
casual, sino que había sido planeada por Dios “antes de la fundación del mundo” (1 P.
1:19-20).
El hecho de que al Señor no le hubiesen quebrado ningún hueso, fue tipificado por los
huesos del cordero pascual. Cuando la Pascua fue establecida, Dios dispuso que ningún
hueso del cordero debía ser quebrado (Éx. 12:46; Nm. 9:11-12). Ésta fue una maravillosa
tipología. Más tarde, en Salmos 34:20, esto mismo también fue profetizado. Tanto el
tipo como la profecía fueron cumplidos cuando el Señor murió en la cruz.
En las Escrituras, la primera vez que se menciona un hueso es en Génesis 2:21-23. Allí se
menciona que se tomó una costilla de Adán para producir y edificar a Eva como
complemento de Adán. Eva era un tipo de la iglesia, la cual es producida y edificada con
la vida de resurrección del Señor, la vida que salió de Él. En otras palabras, la iglesia
surgió de la vida de resurrección, de la vida inquebrantable e incorruptible de Cristo. Su
vida es una vida que jamás puede ser lastimada, dañada ni quebrantada. Si al Señor le
hubieran quebrado uno de Sus huesos, eso significaría que la vida de resurrección del
Señor también habría podido ser dañada y quebrantada por la muerte.
Después del incidente tocante a los huesos del Señor, uno de los soldados le abrió el
costado con una lanza, y “al instante salió sangre y agua” (19:34, 37). Aunque la vida de
resurrección del Señor no fue quebrantada, Él sí fue quebrantado para que Su vida
divina pudiera ser liberada. Aquí, el agua representa la vida. Esto fue tipificado en el
Antiguo Testamento por la roca hendida, de la cual salieron aguas vivas para apagar la
sed de los hijos de Israel (Éx. 17:6). El Señor es la roca que fue herida en la cruz. Él fue
herido para que Su vida divina pudiera fluir de Él como agua viva. No sólo salió el agua,
sino también la sangre, la cual es un símbolo de la redención. Para poder tomar el agua
viva del Señor, primero debemos ser limpiados. Por esto, la sangre se menciona como el
primer elemento, y el agua como el segundo. Sólo después de ser lavados por la sangre,
podemos recibir al Señor como vida. Estos asuntos no se abarcan en los otros tres
evangelios; únicamente se encuentran en el Evangelio de Juan, porque este libro revela
que el Señor como vida sólo podría ser liberado por medio de la muerte. Mientras que el
relato de los otros tres evangelios se centra principalmente en la redención, el relato del
Evangelio de Juan se centra primordialmente en la liberación de la vida.
El costado herido del Señor fue tipificado por el costado abierto de Adán (Gn. 2:21), del
cual fue tomada una costilla. Aquí el costado de Jesús fue abierto, y de allí salió sangre y
agua.
La sangre que fluyó del costado herido del Señor tenía como fin la redención (He. 9:22; 1
P. 1:18-19; Ro. 3:25). Hebreos 9:22 dice: “Sin derramamiento de sangre no hay perdón”.
La sangre aquí representa el aspecto redentor de la muerte de Cristo (Jn. 1:29). La
sangre que fluyó para nuestra redención fue tipificada por la sangre del cordero de la
Pascua (Éx. 12:7). Como lo indica Zacarías 13:1, esta sangre redentora formó una fuente
para lavar los pecados. ¡Aleluya por esta fuente! Esta fuente no es para beber, sino para
lavarse en ella. La sangre que fluyó también tenía como fin comprar la iglesia (Hch.
20:28). La sangre que llegó a ser una fuente para el lavamiento de los pecados también
fue el precio que se pagó para comprar la iglesia.
El agua que fluyó del costado del Señor representa el aspecto de la muerte de Cristo que
imparte vida (12:24). El agua tiene como fin impartir vida (4:14; Ap. 22:1). Ya hicimos
notar que esto fue tipificado por el agua que fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6; 1 Co.
10:4). Esta agua vino a ser “el manantial de la vida” (Sal. 36:9). Mientras que la sangre
formó una fuente para el lavamiento, el agua formó un manantial del cual se puede
beber. La sangre fue derramada para comprar la iglesia, mientras que el agua, que
representa la vida eterna, tenía como fin producir la iglesia. Como hemos dicho, esto fue
tipificado por el hecho de que Eva fue producida de la costilla que fue extraída de Adán.
Este segundo aspecto de la muerte del Señor es la muerte que libera, propaga y
multiplica la vida, la muerte que genera y reproduce. Cuando el Señor Jesús dijo que Él
era el grano de trigo que caía a tierra para morir a fin de que muchos granos fueran
producidos (12:24), se refería al aspecto de Su muerte que imparte vida. Este grano de
trigo no murió para efectuar la redención, sino específicamente con el fin de impartir a
los muchos granos la vida que originalmente estaba en él. Por el lado negativo, la muerte
de Cristo quitó nuestros pecados, pero por el lado positivo, impartió la vida divina a
nuestro ser. Cuando creemos en Él, nuestros pecados son quitados por Su muerte
redentora, y la vida eterna nos es impartida por el aspecto de Su muerte que imparte
vida. Esta muerte que imparte vida es también la muerte que libera, propaga y
multiplica la vida. Es la muerte que genera y reproduce.
Consideremos el grano de trigo. La vida del grano se encuentra encerrada dentro del
grano, pero cuando éste muere, su vida es liberada. De la misma manera, al morir Cristo
en la cruz, Su vida divina fue liberada. Por lo que, Su muerte libera la vida. Y puesto que
Su vida divina no solamente fue liberada de Él, sino que también fue impartida en
nosotros, esta muerte también imparte vida. Para el Señor, Su muerte liberó Su vida, y
para nosotros, Su muerte nos imparte vida. Su muerte es una muerte que propaga la
vida, porque por ella la vida se extiende en muchas direcciones. Además, esta muerte
también multiplica la vida, o sea, hace que la vida se multiplique. También hace que la
vida se reproduzca, porque el único grano de trigo se ha reproducido en los muchos
granos. Estos maravillosos aspectos de la muerte todo-inclusiva del Señor deben dejar
en nosotros una profunda impresión.
El aspecto de la muerte del Señor que imparte vida es aún más maravilloso que el
aspecto redentor. La redención es excelente y maravillosa, y parece que nada puede
superarla, pero el hecho de impartir vida excede a la redención. Supongamos que un
pecador viene al Señor y cree que Él es el Cordero de Dios que murió en la cruz y
derramó Su sangre por sus pecados. Cree también que la sangre incluso forma un
manantial en el que él puede ser limpiado. ¡Cuán maravilloso es esto! Pero supongamos
que él solamente es lavado y, sin más experiencia que esa, es introducido a la mansión
celestial. Aunque ha sido lavado, él todavía está muerto, como un cadáver que se halla
en la funeraria. Él es un muerto limpio, porque es una persona muerta que ha sido
lavada por la sangre. En esto podemos ver que no es suficiente ser lavados por la sangre,
sino que debemos también ser vivificados. No hay necesidad de que vayamos a la
mansión celestial, porque una vez que obtenemos la vida divina y estamos vivientes,
tenemos una morada mutua entre nosotros y Dios. Si somos redimidos pero no nacemos
de nuevo, permaneceremos en una condición pobre. El propósito de Dios consiste en
que la vida sea impartida después que se efectúe la redención. Tal es la finalidad de la
redención, es decir, la redención cumple todo lo necesario para que nosotros podamos
recibir la vida divina. El agua debe venir después de la sangre. Ya vimos que la sangre
representa el aspecto redentor de la muerte de Cristo y que el agua representa el aspecto
que imparte vida. La sangre redime y forma una fuente en la que podemos ser lavados, y
el agua regenera y forma un manantial de agua viva de la que podemos beber en
cualquier momento. Exteriormente estamos lavados e interiormente estamos llenos de
esta vida divina. Ahora todos estamos limpios y, además, tenemos vida; por lo cual
todos podemos clamar: “¡Aleluya, he sido redimido y he nacido de nuevo!”.
El Señor descansó, sólo después que hubo completado la obra de Su muerte (19:38-42).
En Juan 18 y 19 vemos todas las adversidades y sufrimientos que vinieron sobre el
Señor. Algunos lo trataron cruelmente, otros se mofaron de Él e incluso su discípulo
más íntimo lo negó. Todo en Su entorno se obscureció. Pero a pesar del entorno maligno
y de todo el sufrimiento, Él lo soportó todo y salió victorioso, demostrando así que Él es
la vida victoriosa que vence. Su vida no es una vida derrotada, sino que es una vida que
vence. Así que, inmediatamente después de Su muerte, el ambiente cambió de negro a
blanco. Después de morir para efectuar la redención e impartir vida, el Señor
inmediatamente vio que Su situación pasó del sufrimiento a la honra. Antes de morir
todo era maligno y adverso, pero después que Él murió todo se volvió placentero y
agradable. José de Arimatea, un hombre rico (Mt. 27:57), y Nicodemo, un “principal
entre los judíos” (Jn. 3:1), vinieron trayendo lienzos de lino, costosas especias
aromáticas y un compuesto de mirra y áloes (19:39-40), a fin de preparar el cuerpo del
Señor para darle sepultura. No fueron los pobres, sino los ricos quienes prepararon Su
cuerpo sepultándole en un sepulcro nuevo “con los ricos” (v. 41; Is. 53:9). En esto
podemos ver que toda la situación cambió y se tornó una condición rica, un estado
noble, una nueva esfera. El Señor era ahora querido por los demás, y era tenido en muy
alta estima. Por lo tanto, reposó en la honra humana. Aunque murió en la vergüenza, fue
sepultado en honra. El problema había sido con la muerte, pero después de Su muerte
este problema fue resuelto. Cuando Él murió, este problema y las cosas malignas se
acabaron. Ahora, según la soberanía de Dios, con honores humanos de alto nivel el
Señor descansó en el día sábado (v. 42; Lc. 23:55-56), esperando el momento para
resucitar de entre los muertos. En Juan 5:17 vemos que mientras los judíos guardaban el
sábado, el Señor les dijo que Él y el Padre todavía estaban trabajando. Pero ahora Él
había concluido Su trabajo, así que descansaba y disfrutaba del día sábado
apropiadamente. Después de este sábado, en el primer día de la semana, Él se levantaría
de Su lugar de reposo. En el próximo mensaje abarcaremos la resurrección del Señor.
Al leer Juan 18 y 19 y considerar todos los puntos que se mencionan en ellos, podremos
entender el significado de la muerte del Señor. Estos capítulos revelan la manera en que
el Señor se entregó a la muerte de forma voluntaria y con valentía, y vence el medio
ambiente de la muerte y su influencia, comprobando que Él es la conquistadora vida de
resurrección que murió para liberarse a Sí mismo e impartirse en nosotros como vida.
Después de cumplir esto, Él fue tenido en alta estima y entró en reposo. El propósito de
estos dos capítulos es mostrar que el Señor estaba dispuesto a entregarse
voluntariamente a la muerte, y mediante esto comprobar que Él es la vida de
resurrección, la vida que vence, la cual jamás puede ser herida, dañada ni subyugada por
la muerte. Él demostró que la muerte no pudo vencerlo, sino que únicamente le sirvió
para poder ser liberado como vida. Por un lado, el Señor no pudo ser subyugado, pero
por otro, Él fue quebrantado. Por ser la vida de resurrección, Él no podía ser derrotado,
pero a fin de liberarse a Sí mismo como vida, Él tuvo que ser quebrantado. El hecho de
que ninguno de Sus huesos fuera quebrado muestra que la vida de resurrección no podía
ser derrotada. Sin embargo, Él estuvo dispuesto a sufrir y a ser traspasado, para que Su
vida pudiera ser liberada e impartida en nosotros. Una vez que cumplió este cometido,
Él descansó y esperó el momento de Su resurrección.
Algo que puede ayudarnos a entender adecuadamente la muerte del Señor, es comparar
la narración del Evangelio de Juan con la narración de los otros tres evangelios: Mateo,
Marcos y Lucas. Estos tres evangelios muestran que el Señor murió para efectuar la
redención, pero el Evangelio de Juan revela que Él no sólo murió por esto, sino que
principalmente murió para liberar Su vida. De manera que, por Su muerte, fuimos
redimidos y Su vida fue liberada e impartida en nuestro ser.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
(3)
Hemos estado considerando cómo la vida pasó por un proceso con el fin de
multiplicarse. El Señor, después de ser examinado, sentenciado, y probado por la
muerte, descansó en la honra humana. Luego, después de pasar por la muerte, Cristo
resucitó en la gloria divina (20:1-13, 17). Ahora, en resurrección Él está en la gloria
divina.
El Señor resucitó “el primer día de la semana” (20:1). La resurrección del Señor significa
un nuevo comienzo, y abre el camino a una nueva generación y a una nueva era. Ésta es
la razón por la que el Señor resucitó “el primer día de la semana”. Este día es el más
grandioso de toda la Biblia. Es llamado el primer día de la semana, lo cual significa que
es un nuevo comienzo. Una semana es un período de siete días, y el primer día denota
un nuevo comienzo. ¿Por qué no resucitó el Señor el sexto o el séptimo día, o en
cualquier otro día de la semana? Debido a que Su resurrección introdujo una nueva
época, una nueva era, una nueva generación. En la antigua creación había siete días;
Dios la creó durante seis días y descansó el séptimo. En esos siete días fue generada la
primera creación. Pero por la resurrección del Señor Jesús, algo nuevo fue generado. La
antigua creación pertenece a los siete días. Ahora, después de los siete días, tenemos un
nuevo comienzo con otro primer día. En otras palabras, por la resurrección del Señor la
vieja creación pasó y comenzó una nueva creación. Lo que fue creado primero se acabó y
algo nuevo se ha producido. De manera que, el primer día de otra semana representa el
comienzo de una nueva creación, una nueva generación y una nueva era.
¿Se ha fijado alguna vez en la tipología del Antiguo Testamento, qué es lo que indica que
el Señor resucitaría en el primer día de la semana? En Levítico 23:10-11 y 15 vemos que
una gavilla de las primicias de la cosecha era presentada al Señor como ofrenda mecida,
“el día siguiente al sábado”. Esa gavilla tipificaba a Cristo como las primicias de la
resurrección (1 Co. 15:20, 23); Él resucitó precisamente el día siguiente al sábado. En los
versículos 10, 11 y 15 de Levítico 23, no se usa el término “el primer día de la semana”,
sino “el día siguiente al sábado”. El sábado es el séptimo día, y el día que sigue al sábado
es el primer día de la semana. Las primicias de la cosecha eran ofrecidas al Señor “el día
siguiente al sábado”, esto es, el primer día de la siguiente semana. Las primicias de la
cosecha tipifican la resurrección de Cristo; Él es las primicias de la resurrección. Ya que
el Señor resucitó como las primicias de la cosecha, ¿cuándo eran ofrecidas a Dios? En el
día siguiente al sábado, esto es, en el primer día de la semana. Esto no solamente figura
como tipo, sino también como profecía cuyo cumplimiento se ve en Juan 20.
Las primicias de la cosecha ofrecidas al Señor era la ofrenda mecida, que representa la
resurrección. La ofrenda mecida está en contraste con la ofrenda elevada y era ofrecida
con un movimiento de vaivén, lo cual representa a Cristo en resurrección, mientras que
la ofrenda elevada era ofrecida con un movimiento de arriba hacia abajo, lo cual
representa a Cristo en ascensión. Mecer las ofrendas indica movimiento continuo y, por
ende, indica que Cristo se mueve en vida porque ha resucitado. Él es la ofrenda mecida
que era ofrecida en el primer día de la semana.
Otro asunto que aquí se debe considerar es la circuncisión de los hijos de Israel. ¿En qué
día Dios los instruyó que debían ser circuncidados? Ese era el octavo día (Gn. 17:12).
Después de un período de siete días, viene el primer día de otro período de siete días, es
decir, el octavo día. El significado de que el Señor instruyera a los hijos de Israel a
circuncidarse en el octavo día, es que ellos tenían que eliminar su vieja naturaleza y vivir
la vida en resurrección. Puesto que ellos habían nacido de la vida natural, debían cortar
su vieja naturaleza y recibir una nueva naturaleza regida por la vida en resurrección. Por
esto, los israelitas recibieron el mandato de ser circuncidados el octavo día. Colosenses
2:11 y 12 declaran que en Cristo todos fuimos circuncidados por Su cruz. Dios quiere que
Su pueblo se despoje de la vieja naturaleza y sea revestido de una nueva naturaleza para
que así pueda vivir en la vida de resurrección, lo cual se relaciona con el octavo día, el
primer día de la semana. Esto simplemente denota la resurrección, porque la
resurrección es un nuevo comienzo para una nueva generación en una nueva creación.
Cristo, por medio de Su muerte todo-inclusiva, puso fin a la vieja creación, la cual había
sido completada en seis días más uno, el día sábado. En Su resurrección, Él hizo
germinar la nueva creación, la cual contiene la vida divina. Por lo tanto, se comenzó una
nueva semana, una nueva era. El día de Su resurrección, Cristo fue designado por Dios.
En Salmos 118:24 dice: “Éste es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en
él”. Si leemos este versículo teniendo en cuenta su contexto, veremos que se refiere al
día de la resurrección del Señor. El día de Su resurrección fue un día especial, designado
por Dios. Este día fue profetizado como “hoy” en Salmos 2:7, y fue citado además en
Hechos 13:33 y Hebreos 1:5. Cuando el Señor Jesús todavía andaba sobre la tierra, Él
predijo que sería crucificado y que al tercer día se levantaría de entre los muertos (Mt.
16:21; Jn. 2:19, 22). Este “tercer día” era el primer día de la semana. Más tarde este día
fue llamado por los primeros cristianos: “El día del Señor” (Ap. 1:10). ¡Qué maravilloso
día fue ese!
Además, debemos subrayar el hecho de que el Señor no solamente resucitó el primer día
de la semana, sino que también lo hizo en las primeras horas del día. Él resucitó en la
mañana y no en la tarde. Quiero repetir una vez más que esto significa un nuevo
comienzo, una nueva época, una nueva generación, una nueva era, una nueva creación y
un nuevo día. La resurrección del Señor es el principio de un nuevo día, porque Él
resucitó muy temprano en la mañana del primer día.
Cuando el Señor Jesús resucitó, dejó la vieja creación en el sepulcro (20:1-10). Pedro
entró en el sepulcro y “vio los lienzos puestos allí, y el sudario que había estado sobre la
cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte” (vs. 6-7).
Antes de que el cuerpo de Jesús fuera sepultado, fue envuelto en lienzos (19:40). Esto
significa que Él entró en el sepulcro con algo de la vieja creación, o sea, la vieja creación
fue introducida en el sepulcro cuando Él fue sepultado. Todas las cosas que fueron
quitadas del cuerpo resucitado del Señor y que quedaron en el sepulcro, representan la
vieja creación, la cual Él llevó sobre Sí al sepulcro. Él fue crucificado con la vieja
creación y sepultado con ella. Pero resucitó desde el interior de la vieja creación,
dejándola en el sepulcro y llegando a ser las primicias de la nueva creación.
Todas las cosas que quedaron en el sepulcro eran un testimonio de la resurrección del
Señor. Si estas cosas no hubieran sido dejadas en orden, Pedro y Juan habrían podido
creer (20:8) que el cuerpo del Señor había sido llevado por alguien y no que había
resucitado por Sí mismo. Estas cosas habían sido ofrecidas al Señor por Sus dos
discípulos, José y Nicodemo, quienes lo habían envuelto con ellas (19:38-42). Lo que
ellos hicieron al Señor en Su amor por Él, llegó a ser muy útil al testimonio del Señor. El
Señor resucitó de los muertos, dejando en el sepulcro toda la vieja creación, la cual Él
había llevado sobre Sí, como testimonio de que Él había salido de la muerte.
A los ojos de Dios, toda la antigua creación fue puesta en ese sepulcro. Éste es un hecho
maravilloso, lo creamos o no. La vieja creación, incluyendo nuestro viejo hombre y
nuestro viejo yo, fue puesto en aquel sepulcro con Jesús y dejado allí. Cuando el Cristo
todo-inclusivo entró al sepulcro, todos nosotros entramos allí juntamente con Él.
Cuando Él resucitó, nos dejó allí. En este universo hay un sepulcro tan maravilloso y
todo-inclusivo, donde nuestro viejo hombre fue sepultado y permanece aún. Ahora
mismo nuestro viejo hombre está en ese sepulcro, y nuestro nuevo hombre resucitado
está en la iglesia.
Los lienzos y el sudario fueron dejados en el sepulcro, en muy buen orden (v. 7). ¿Quién
quitó los lienzos y el sudario del cuerpo del Señor Jesús, y quién dobló el sudario y lo
dejó en perfecto orden? Esto no fue hecho por los ángeles, sino por el Señor mismo. La
prueba de esto se ve en la resurrección de Lázaro, presentado en el capítulo 11. Después
de que el Señor había resucitado a Lázaro y lo había llamado del sepulcro, Lázaro aún
tenía “atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario”
(11:44). Por lo tanto, Jesús dijo a los demás: “Desatadle, y dejadle ir” (11:44). Lázaro
necesitó ayuda para ser liberado de las vendas, porque él era uno que había sido
resucitado y no Aquel que resucita. Pero el Señor Jesús es Aquel que resucita y no el
resucitado. Él resucitó por Sí mismo y no necesitó que los ángeles le ayudaran. Los
ángeles fueron simplemente espectadores. Si los ángeles hubieran quitado los lienzos
que le envolvían, habría significado que el Señor era incapaz de resucitar por Sí mismo.
Creo que en cierto momento el Señor le haya dicho a la muerte: “Muerte, llegó tu fin.
Ahora Yo me levantaré y saldré de tu dominio; me quitaré los lienzos que envuelven Mi
cuerpo, dejaré todo en buen orden y los dejaré en el sepulcro como testimonio de que
resucité de entre los muertos”. Entonces, el Señor le pudo haber dicho “adiós” a la
muerte y salió. Al menos en principio debe haber sucedido así. El Señor no tenía prisa,
Él no salió corriendo del sepulcro como una víctima secuestrada que huye
apresuradamente después de haber sido liberada. No; el Señor estaba en paz y muy
tranquilo. Puede ser que Él simplemente hubiera dado un recorrido por la muerte y
comprobara que ésta no tenía ningún poder sobre Él. Aunque la muerte hizo todo lo
posible por retenerlo, le era imposible hacerlo. Con gran tranquilidad el Señor quitó Sus
vendas, dobló el sudario y lo dejó todo en perfecto orden. La muerte sólo observaba la
facilidad con la que Él hacía todo esto. El Señor no estaba atemorizado y nada constituía
una amenaza para Él. Es posible que hubiera dicho: “Muerte, he concluido Mi misión.
Tú no puedes hacer nada contra Mí, y no tengo ningún temor de ti. Ha llegado la hora en
que debo salir de tu dominio. No tengo ninguna prisa; bien podría quedarme aquí otro
día si así lo quisiera, pero ya es hora de partir”. Ésta fue la verdadera situación cuando el
Señor resucitó de entre los muertos.
En cuanto al testimonio de la resurrección del Señor habían dos perspectivas, la del
hombre y la de los ángeles. Ya vimos que todos los lienzos fueron ofrecidos al Señor por
dos discípulos honorables. Finalmente, lo que ellos le proveyeron al Señor, movidos por
su amor hacia Él, llegó a ser un testimonio palpable y sustancial de Su resurrección. Éste
fue el testimonio desde la perspectiva del hombre. Veremos posteriormente que Dios
envió dos ángeles como un testimonio de los cielos. Por lo tanto, hubo dos aspectos del
testimonio de la resurrección del Señor, uno del lado humano, en la tierra, y el otro, de
parte de los ángeles, en el cielo. ¡Alabado sea el Señor porque los hombres y los ángeles,
la tierra y los cielos, constituyen un testimonio de la resurrección del Señor Jesús!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
(4)
La resurrección del Señor ya había sido efectuada; sin embargo, para descubrirla se
requería de la búsqueda de los discípulos. El descubrimiento de la resurrección fue
hecho por aquellos que buscaban amorosamente al Señor Jesús. Juan 20 muestra la
clase de personas que pueden ver la resurrección del Señor, la clase de personas a
quienes la visión de Su resurrección se les puede revelar. ¿Cómo podemos nosotros
obtener la visión de Su resurrección? La maravillosa y misteriosa resurrección del Señor
es un hecho cumplido en el universo; pero ¿cómo podemos conocerlo? ¿Cómo puede
esta resurrección ser revelada a nosotros? ¿Cómo podemos recibir esta visión? Sólo al
amar al Señor y buscarlo. El hecho concerniente a la resurrección del Señor ya ha
ocurrido, pero todavía debemos descubrirlo y verlo. Antes de que María Magdalena
llegara al sepulcro, la resurrección en vida ya se había llevado a cabo, pero para
descubrir tal hecho, ella tenía que amar y buscar al Señor. Esto establece un principio:
pese a que la resurrección de Cristo hoy en día es un hecho ya cumplido, muchos no lo
han visto porque nunca han llegado al punto de hacer tal descubrimiento. ¿Han
descubierto ustedes el hecho de la resurrección del Señor? ¿Han recibido la revelación o
la visión de que el Señor ya resucitó? Yo sé que poseen el conocimiento, la doctrina y la
historia acerca de Su resurrección, pero ¿han descubierto el hecho de ello en el espíritu?
Si hemos de hacer tal descubrimiento, es necesario que primero amemos al Señor y lo
busquemos.
Cuando asisten a las reuniones, ¿cuál es la razón por la que no tienen nada que
ministrar, ni tienen algo para dar como testimonio? Es simplemente porque no han
hecho este descubrimiento y carecen de revelación. Miren a María. ¿Qué hizo ella
después de descubrir que el Señor había resucitado? Ella corrió a los discípulos para
decirles una novedad. Estoy seguro de que cuando usted se encuentra con el Señor en la
mañana y descubre algo nuevo acerca de Él, ciertamente asistirá a la reunión de la tarde
y estará listo para explotar con lo que tiene que decirnos. El descubrimiento espiritual,
la revelación espiritual y la visión espiritual dependen en gran parte de que busquemos
al Señor. Si no lo buscamos, nos resultará muy difícil compartir algo del Señor.
Hermanas, tal vez ustedes amen mucho al Señor y sean las primeras en ver el hecho de
Su resurrección, pero al igual que María, necesitan que los hermanos les ayuden. María
inmediatamente corrió a buscar a los dos hermanos que tomaban la delantera, Pedro y
Juan, y les contó lo que descubrió. Es interesante notar que cuando María fue a los
discípulos, solamente dos de ellos reaccionaron y fueron al sepulcro. ¿Por qué los demás
no fueron? Posiblemente porque ellos no buscaban al Señor y, por otro lado, porque
eran perezosos. Ellos probablemente amaban su cama. Sólo Pedro y Juan corrieron al
sepulcro a ver lo que María había descubierto. Juan, quien debe haber sido más joven
que Pedro, corrió más aprisa que éste y llegó primero al sepulcro; pero por alguna razón
no entró. Pedro, quien tenía más experiencia, fue el primero en entrar al sepulcro.
Cuando los dos hermanos vieron los lienzos y el sudario doblados y puestos en orden,
ellos entendieron que el Señor había resucitado de los muertos. Ellos entendieron con
más claridad que aquella necia hermana, quien les había dicho: “Se han llevado del
sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20:2). Pedro quizá haya dicho:
“Yo simpatizo con mi necia hermana y no la culpo; ahora me doy cuenta de que al Señor
no se lo llevaron. Miren los lienzos que lo envolvían. Él ciertamente ha salido del
sepulcro”.
Este cuadro nos muestra la manera en que debemos buscar al Señor. María fue la
primera persona que vio el sepulcro, pero Pedro fue la primera persona que entró allí.
Aquí los hermanos cumplen realmente su papel, porque tienen una mente más clara y
les es más fácil que a las hermanas creer en los hechos. Los dos hermanos vieron el
sepulcro vacío, los lienzos y el sudario, y entendieron que el Señor tuvo que haber
resucitado. Pero aunque ellos vieron el hecho, lo comprendieron y creyeron en él
objetivamente, no tuvieron la experiencia subjetiva. Satisfechos con ver el hecho
objetivo, dejaron el sepulcro. Sin embargo, María, la hermana, permaneció más tiempo
cerca del sepulcro, esperando, mirando, anhelando. Debido a que prolongó su
búsqueda, ella obtuvo la experiencia de la resurrección del Señor. El Señor se reveló a
ella y, por eso, ella no sólo recibió el hecho de la resurrección del Señor, sino que
también obtuvo la experiencia. Ella fue la primera en experimentar al Señor resucitado.
Aquí vemos un cuadro que nos muestra dos aspectos relacionados con el Señor: el hecho
y la experiencia. Es posible creer en el hecho sin tener la experiencia. Pedro y Juan
entendieron y creyeron el hecho de la resurrección del Señor, pero les faltaba la
experiencia. Sin embargo, María tenía tanto el hecho como la experiencia. Por ejemplo,
usted puede conocer el hecho de la crucifixión del Señor y, al mismo tiempo, no tener la
experiencia de la cruz. Conforme al mismo principio, es posible conocer el hecho de la
resurrección del Señor sin experimentar al Señor resucitado. Necesitamos tanto el hecho
como la experiencia. María primero recibió la revelación del hecho, mas no estuvo
satisfecha simplemente con el hecho. Ella perseveró y experimentó al Señor resucitado.
Por lo general, los hermanos son muy objetivos, y las hermanas muy subjetivas.
Conforme al principio bíblico, el hombre siempre representa la verdad objetiva,
mientras que la mujer siempre representa la experiencia subjetiva. Por ejemplo,
Abraham representa la doctrina o verdad de la fe, pero Sara representa la experiencia en
cuanto a la obediencia. La fe se relaciona con la verdad y es objetiva; en cambio, la
obediencia se relaciona con la experiencia y es subjetiva. De igual forma, Pedro y Juan
creyeron objetivamente en el hecho de la resurrección del Señor, pero María la
experimentó subjetivamente. En la actualidad, muchos cristianos nunca han visto el
hecho de la resurrección del Señor; y sólo unos cuantos tienen una revelación en forma
definida de la misma, pero les falta la experiencia.
En la vida de iglesia los hermanos siempre tienen una mejor comprensión que las
hermanas. Ellos entienden claramente la verdad, los hechos, pero no se interesan
mucho por la experiencia. Tal vez Pedro dijo a Juan: “Sin lugar a dudas el Señor resucitó
de los muertos. No perdamos más tiempo aquí; regresemos”. Aunque los dos hermanos
responsables regresaron, María, la hermana necia, permaneció allí llorando. María
quizá haya dicho: “¿Quién se llevó al Señor? Quisiera saber dónde está Él ahora”, pero
los dos hermanos no podían ayudarla. Muchas veces en la vida de iglesia los hermanos
no podemos ayudar a las hermanas. Considerándolas unas necias, las dejamos donde
están y nos vamos a casa a descansar. Habiendo visto y creído los hechos en Romanos 6,
entendemos todo claramente; entonces, ¿por qué la mayoría de las hermanas oran con
grandes lágrimas desperdiciando el tiempo? Ésta es la verdadera situación en todas las
iglesias locales. Los hermanos responsables lo entienden todo claramente, y las
hermanas lloran. Sin embargo, finalmente son las hermanas necias y lloronas las que
tienen la experiencia. A ellas no les interesa tanto la verdad, los hechos, ni siquiera la fe.
A ellas sólo les interesa el verdadero contacto con el Señor viviente y declaran: “No me
interesan los lienzos que lo envolvieron; sólo me interesa Su Persona, quiero estar con
Él y tener contacto con Él. Díganme dónde le han puesto”. Las hermanas siempre oran
de esta manera en la reunión de oración. Durante los pasados cuarenta años, he sido
ofendido muchas veces por esas oraciones que se hacen con necedad y llanto. Pero los
hermanos debemos aprender a no condenar ni reprender a las hermanas. Debemos
valorar el hecho de que tenemos tantas hermanas necias, lloronas y buscadoras, porque
ellas son las primeras en tener la verdadera experiencia de la resurrección del Señor.
Si queremos ver algo más del Señor, debemos tener más comunión con Él. Ver al Señor,
para María fue la mejor vigilia matutina. En ésta ella se reunió con el Señor, y Él con
ella; ella oró al Señor, y Él le habló; ella tuvo comunión con el Señor, y Él le dio Su
palabra y Su revelación. Como veremos más tarde, el Señor le reveló que a partir de ese
momento los discípulos serían Sus hermanos. Además, le dijo que Él iba al Padre, quien
no era sólo Su Padre y Su Dios, sino también, desde ese momento, era el Padre y el Dios
de todos ellos. Ésta fue la revelación que María trajo a los hermanos.
Esa mañana María vio el sepulcro, los dos ángeles y al Señor. Al principio ella no le
reconoció, pero finalmente, después de que el Señor la llamó por su nombre, ella lo
reconoció. ¿En qué momento vino el Señor a María? Ya que el sepulcro estaba vacío, el
Señor no estaba allí. Y como aún no había ascendido al cielo, tampoco estaba allá.
Entonces, ¿en dónde estaba Él después de que dejó el sepulcro y antes de que fuera al
cielo? Yo pienso que el Señor estaba cerca del sepulcro, pero no adentro. Aunque Él
estaba cerca, Pedro, Juan y María no lo vieron de momento. Finalmente el Señor se
reveló a María, pero aun antes de eso, Él ya estaba allí. El Señor estuvo presente todo el
tiempo, pero María no lo supo. Ella pensó que alguien se lo había llevado. Incluso
cuando Pedro y Juan estuvieron allí, creo que el Señor también estaba presente. Ellos
simplemente no lo reconocieron, y el Señor no se reveló a ellos. ¿Se da cuenta usted de
que aun en este preciso momento el Señor está presente, pero como no se revela a
nosotros, no nos percatamos de ello?
La resurrección de Cristo no fue descubierta solamente por los que buscaban al Señor,
sino que además los ángeles enviados por Dios dieron testimonio de ella (20:11-13).
Cuando María miró dentro del sepulcro, vio “a dos ángeles con vestiduras blancas, que
estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había
sido puesto” (20:12). Los dos ángeles eran como los querubines que estaban sobre la
cubierta del propiciatorio, observando y contemplando cómo el glorioso Señor, quien es
la resurrección, llevaba a cabo la maravillosa obra de salir y alejarse de la amenaza de la
muerte. Los ángeles que observaban llegaron a ser el testimonio más fehaciente de que
el Señor Jesús había resucitado. Así como los lienzos y el sudario fueron un testimonio
por parte del hombre, los ángeles lo fueron por parte de Dios. Todo esto fue visto
solamente por una hermana que buscaba al Señor.
F. La resurrección produce muchos “hermanos”
En Juan 20:17 el Señor Jesús dijo a María: “No me toques, porque aún no he subido a
Mi Padre; mas ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios
y a vuestro Dios”. En este versículo el Señor hace referencia a Su ascensión al Padre. El
día de la resurrección del Señor, Él ascendió al Padre. Esa fue una ascensión secreta, el
cumplimiento final de Su ida predicha en 16:7, y ocurrió cuarenta días antes de Su
ascensión pública, la cual se llevó a cabo ante los ojos de Sus discípulos (Hch. 1:9-11). En
la madrugada del día de Su resurrección, Él ascendió para satisfacer al Padre y, más
tarde, al anochecer regresó para estar con Sus discípulos (20:19). El Padre debía ser el
primero en disfrutar la frescura de la resurrección, así como en tipología las primicias de
la siega eran traídas primeramente a Dios.
María casi experimentó lo mismo que experimentó el Padre, sólo que un poco después.
El Señor Jesús se reveló a María aun antes de presentarse al Padre en Su ascensión al
cielo. María vio al Señor resucitado antes que Dios el Padre. Cuando ella lo vio, intentó
tocarlo, mas Él se lo prohibió. Era suficiente con que ella lo viera. Ya vimos que el Señor
le advirtió que no lo tocara, porque Él aún no había ascendido al Padre. Él tenía que
presentarse primero al Padre y tener contacto con Él. Cuando fue a los discípulos la
noche de ese mismo día, Él les dijo que lo tocaran (Lc. 24:39). Por medio de estos
sucesos podemos ver que María fue la primera en ver al Señor resucitado.
El Señor Jesús también dijo a María: “Ve a Mis hermanos”. Aquí llegamos a uno de los
puntos más grandiosos del Evangelio de Juan, algo que muchos cristianos no han visto
claramente. El Señor, antes de Su resurrección, nunca había llamado a Sus discípulos:
“hermanos”. El término más íntimo que el Señor había usado anteriormente al referirse
a ellos era amigos. En Juan 15:14-15 Él dijo: “Vosotros sois Mis amigos, si hacéis lo que
Yo os mando. Ya no os llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su señor;
pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre, os las he dado a
conocer”. Pero ahora, después de Su resurrección, Sus “amigos” llegaron a ser Sus
“hermanos”, porque mediante la resurrección Sus discípulos fueron regenerados (1 P.
1:3) con la vida divina que había sido liberada por Su muerte que imparte vida, según lo
indicado en Juan 12:24. Todos Sus discípulos fueron regenerados en la resurrección del
Señor. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que fuimos regenerados mediante la resurrección de
Cristo. Por medio de Su resurrección el Señor se impartió a Sí mismo como Espíritu en
todos Sus discípulos. Todos ellos, al recibir Su vida, nacieron de nuevo, fueron
regenerados y se convirtieron en Sus hermanos. Recuerden que en la cruz el Señor le
dijo a Su madre que recibiera a Su discípulo Juan como su hijo y le dijo al discípulo que
la recibiera a ella como Su madre (19:26-27). Lo que el Señor dijo en la cruz fue
cumplido el día de Su resurrección. En ese momento, Juan llegó a ser un hermano del
Señor; por lo tanto, la madre del Señor llegó a ser también su madre.
Mediante la resurrección de Cristo, los discípulos llegaron a ser los hermanos del Señor
porque ellos recibieron la misma vida que Él. El Señor los regeneró por medio de Su
resurrección, y así ellos ya no fueron solamente Sus discípulos o Sus amigos, sino
también Sus hermanos. El Señor era el grano de trigo que cayó en tierra, murió y brotó
en resurrección para producir muchos granos a fin de formar un solo pan, que es Su
Cuerpo (1 Co. 10:17). Antes de Su muerte, Él era un solo y único grano, pero después de
Su resurrección, ese único grano llegó a ser muchos granos. Ésta es la multiplicación de
la vida por medio de la muerte y la resurrección de Cristo.
El Hijo unigénito de Dios, en Su resurrección llegó a ser “el Primogénito entre muchos
hermanos” (Ro. 8:29). Los “muchos hermanos” son aquellos que fueron regenerados
mediante la resurrección del Señor y con la vida divina que fue liberada por Su muerte
que imparte la vida. Por medio de Su resurrección, la vida divina del Padre nos fue
impartida. Así que, todos hemos llegado a ser hijos de Dios y, de esta manera, el único
Hijo de Dios ha llegado a ser “el Primogénito entre muchos hermanos”. Por lo tanto, el
Señor no le dijo a María: “Ve a Mis amigos”, sino: “Ve a Mis hermanos”.
Antes de Su resurrección Cristo era el Hijo unigénito del Padre; era la expresión
individual del Padre. Pero ahora, por medio de Su muerte y resurrección, la expresión
individual del Padre ha llegado a ser la expresión corporativa de Dios el Padre en el Hijo.
Los muchos hermanos de Cristo como los “muchos hijos” del Padre son “la iglesia” (He.
2:10-12), para ser la expresión corporativa de Dios el Padre en el Hijo. Ésta es la
intención máxima y final de Dios. Por lo tanto, los muchos hermanos son la propagación
de la vida del Padre y la multiplicación del Hijo en la vida divina. Por lo que, en la
resurrección del Señor se cumple el propósito eterno de Dios.
El versículo 11 dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de
uno son; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”. En este versículo, “el que
santifica” es el Hijo santificador, y “los que son santificados” son los hijos, quienes
reciben la santificación. La frase de uno son se refiere al Padre. Así pues, el Hijo, quien
es el Santificador, y nosotros, quienes somos los santificados, somos todos de un solo
Padre. Por lo tanto, Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. ¿Cuándo nos llamó
“hermanos” por primera vez? En Juan 20:17 cuando Él dijo a María: “Ve a Mis
hermanos”. ¿Por qué no se avergüenza de llamarnos hermanos? Porque todos recibimos
la vida de Su Padre. Después de la resurrección del Señor, todos Sus discípulos
recibieron la vida del Padre. Ahora, debido a que tanto Él como nosotros somos de la
misma fuente y tenemos la misma vida con la misma naturaleza, Él no se avergüenza de
llamarnos hermanos.
En Juan 20:17 el Señor Jesús también dijo a María: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre,
a Mi Dios y a vuestro Dios”. Por medio de Su muerte y resurrección que imparten vida,
el Señor hizo que Sus discípulos fueran uno con Él. Por lo tanto, Su Padre es el Padre de
ellos, y Su Dios es el Dios de ellos. Por medio de Su resurrección ellos obtuvieron la vida
del Padre y la naturaleza divina de Dios. Al hacerlos Sus hermanos, Él les impartió la
vida del Padre y la naturaleza divina de Dios. Al hacer que Su Padre y Su Dios, sea de
ellos, el Señor Jesús los trajo a la misma posición que Él tenía, la posición de Hijo,
delante del Padre y Dios, a fin de que pudiesen participar de Su Padre y Su Dios en
resurrección. Así que, interiormente, en vida y naturaleza, y exteriormente, en posición,
Sus hermanos son iguales a Él. Interiormente tienen la realidad y exteriormente la
posición. El Padre no sólo es el Padre del Señor, sino también el Padre de los discípulos.
En lo sucesivo todos los discípulos son hijos de Dios. Nosotros somos iguales al
Primogénito, y Él es igual a nosotros. Ésta es la iglesia en resurrección, ¡Alabado sea el
Señor!
¿Cuál es la razón por la que el Señor dijo a María que Él ascendería al Padre y a Dios?
Por un lado, el Señor es el Hijo de Dios; por lo tanto, Él como hijo vería al Padre en la
Persona del Hijo. Por otro lado, Él aún es el Hijo del Hombre; así que, como tal Él vería
a Dios en la persona de un hombre. Por un lado, nosotros también somos hombres, y al
mismo tiempo somos hijos de Dios. Ya que somos hombres, Dios es nuestro Dios; y ya
que somos los hijos de Dios, Dios es también nuestro Padre. En este mismo momento,
ya que somos tanto hombres como hijos de Dios, nosotros tenemos tanto a Dios como al
Padre. Todos los discípulos, como seres humanos, fueron hechos hermanos del Señor e
hijos del Padre, debido a que recibieron la misma vida que tiene el Señor. Ésta fue la
revelación que María trajo a los hermanos del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
LA VIDA EN RESURRECCIÓN
(1)
Hemos visto que el Evangelio de Juan consta de dos secciones principales. La primera
sección, compuesta de los capítulos del 1 al 13, revela al Verbo eterno encarnado que
viene para introducir a Dios en el hombre. La segunda, del capítulo 14 al 21, nos revela
la preparación del camino que introduce al hombre en Dios por parte del Jesús
crucificado y el Cristo resucitado, quien viene como el Espíritu para permanecer y vivir
en los creyentes a fin de edificar la habitación de Dios. En la segunda sección
encontramos cuatro subdivisiones: la vida que mora en nosotros a fin de que la
habitación de Dios sea edificada (14:16–16:33); la oración por parte de la vida (17:1-26);
la vida que es procesada para multiplicarse (18:1—20:13, 17); y la vida en resurrección
(20:14—21:25). En Juan 14, 15 y 16 el Señor expuso que Él entraría en nosotros para ser
nuestra vida, y para mezclarse y edificarse con nosotros, a fin de obtener una morada
mutua para Dios y el hombre. Esta mezcla de la divinidad y la humanidad es el
organismo en el cual el Dios Triuno crece y se expresa a Sí mismo. Después de hacer una
exposición de este asunto, el Señor oró por ello en Juan 17. Luego pasó por el proceso de
ser examinado, morir y resucitar. Después que pasó por todo este proceso y habiendo
salido de la muerte, llegó a ser la vida en resurrección. Cuando está en resurrección, Él
es vida como el Espíritu, porque Él es ahora el Espíritu en resurrección. En este
mensaje, debemos ver cómo esta vida es ahora el Espíritu en resurrección.
En Juan 20:17 el Señor dijo a María: “No me toques, porque aún no he subido a Mi
Padre”. Después que Él apareció en resurrección a María, quien le buscaba, Él ascendió
en secreto al Padre el mismo día de Su resurrección. Muchos creyentes nunca han visto
este asunto de la ascensión secreta del Señor. Él ascendió al Padre secretamente en la
madrugada del día de Su resurrección para la satisfacción y disfrute del Padre, antes de
que ascendiera públicamente ante los ojos de Sus discípulos cuarenta días después
(Hch. 1:9-11).
El Señor se ofreció a Sí mismo al Padre como “una gavilla como primicia de los primeros
frutos de vuestra siega” para la “ofrenda mecida” (Lv. 23:10-11, 15). Conforme al Antiguo
Testamento, la cosecha era llevada al granero, pero las primicias de los primeros frutos
siempre eran llevadas al templo y ofrecidas como ofrenda mecida (Éx. 23:19; Lv. 23:10-
11). Como hemos visto, la ofrenda mecida, la cual era ofrecida con un movimiento de
vaivén, tipifica la resurrección; y la ofrenda elevada, la cual se ofrecía con un
movimiento de arriba hacia abajo, tipifica la ascensión. Las primicias de los primeros
frutos, las cuales eran llevadas al templo y ofrecidas en la presencia de Dios como
ofrenda mecida, tipifican a Cristo, quien en la madrugada del día de Su resurrección
llegó a la presencia de Dios para brindarle satisfacción.
¿Han notado alguna vez que Levítico 23:11 habla de “la gavilla”? Una gavilla no es
solamente un tallo del grano cosechado, sino un manojo de tallos atados juntos. ¿Qué
significa esto? Mateo 27:52-53 nos dice que después de que el Señor murió, “se abrieron
los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y
saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad,
y aparecieron a muchos”. Así que, las primicias de la resurrección no estaban
compuestas sólo del Señor, sino también de otros, quienes también habían resucitado de
los muertos. Todos ellos juntos eran una gavilla.
La ascensión secreta del Señor fue el cumplimiento de la ida que predijo en Juan 16:7,
donde Él dijo: “Os conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no
vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré”. Juan 16:7 no se cumplió en Hechos 2,
como cree la mayoría de los creyentes, sino en Juan 20.
III. VIENE COMO EL ESPÍRITU PARA QUE LOS CREYENTES LE RECIBAN
COMO ALIENTO
Cristo ascendió a los cielos con un cuerpo resucitado y, según Juan 20, volvió a Sus
discípulos también en Su cuerpo resucitado (Lc. 24:37-40; 1 Co. 15:44). Según este
capítulo, el Señor en Su cuerpo resucitado entró al lugar donde estaban reunidos Sus
discípulos, estando “las puertas cerradas” (20:19). Si las puertas estaban cerradas, ¿de
qué manera pudo haber entrado, puesto que Él tenía carne y huesos? Nuestra mente
limitada no puede entenderlo, pero es un hecho que debemos aceptar en conformidad
con la revelación divina. Según Lucas 24:37-40, el Señor mostró a Sus discípulos Su
cuerpo físico, el cual, según 1 Corintios 15:44, era un cuerpo resucitado. Consideremos el
ejemplo de la semilla de clavel. Esta semilla tiene un cuerpo redondo y muy pequeño.
Pero cuando es plantada y crece en la tierra, produce el tallo y la flor. ¿No es esto
también un cuerpo? Antes de que la semilla de clavel sea sembrada en la tierra, tiene un
cuerpo muy pequeño. Pero después que se siembra y crece, toma un cuerpo diferente.
Esto es exactamente lo que Pablo menciona en 1 Corintios 15:44: “Se siembra cuerpo
anímico, resucitará cuerpo espiritual”. El cuerpo se siembra siendo de una forma y
emerge de la tierra en otra forma. Lo que se siembra es el cuerpo natural y original, y lo
que crece es el cuerpo resucitado. Cristo, después de resucitar, obtuvo un cuerpo
resucitado, el cual era físico y palpable. Él pudo entrar en aquella habitación con ese
cuerpo aun cuando las puertas estaban cerradas.
A pesar de que el Señor tenía un cuerpo resucitado, todavía tenía en Sus manos y pies
las huellas de los clavos (Jn. 20:20, 27; Lc. 24:40). ¿Por qué la resurrección no borró
Sus heridas y por qué Su costado permanecía abierto? No lo entendemos, pero sabemos
que así es. No pretenda entenderlo todo con su mente. No confíe en su limitado
conocimiento, porque hay muchos misterios en el universo que no podrá comprender.
Aun nosotros mismos somos misteriosos. Dígame, ¿en dónde se encuentra la conciencia
y en dónde se halla el alma? ¿Sabe usted el lugar preciso donde se localiza su espíritu?
Muchos científicos rehúsan creer en lo que no pueden ver ni entender. Esto no tiene
sentido. Yo les pregunto a esos científicos si alguna vez han visto su conciencia o su vida
física. Aunque tenemos una vida física, jamás la hemos visto. Si no somos capaces de
entendernos a nosotros mismos, entonces ¿cómo podremos entender al Dios Triuno, al
Ser Divino?
B. Cumple la promesa de volver a reunirse con los discípulos para el gozo
de ellos
Después de que el Señor les mostró Sus manos y Su costado, “los discípulos se
regocijaron viendo al Señor” (Jn. 20:20). Esto fue el cumplimiento de la promesa del
Señor en Juan 16:19 y 22, donde dijo: “Vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a
ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”. Al verle, los discípulos
se regocijaron debido a que vieron “al niño” recién nacido (16:21), que era el Señor
resucitado que había nacido en Su resurrección como Hijo de Dios (Hch. 13:33). Como
veremos, inmediatamente después el Señor cumplió Su promesa y regresó a Sus
discípulos trayéndoles cinco bendiciones: Su presencia, Su paz, Su comisión, el Espíritu
Santo y la autoridad para representarlo (Jn. 20: 23).
En Juan 20:19 y 21 el Señor dijo a Sus discípulos: “Paz a vosotros”. Esto sucedió en la
primera reunión que el Señor tuvo con los discípulos después de Su resurrección. Las
reuniones frecuentemente nos traen paz. Muchas veces necesitamos asistir a una
reunión para hallar paz. El Señor trajo Su paz a la iglesia. Por lo tanto, debemos asistir a
las reuniones, porque en ellas disfrutamos la paz.
Después de decir a Sus discípulos: “Paz a vosotros”, el Señor añadió: “Como me envió el
Padre, así también Yo os envío”. El Señor dijo que Él nos enviaba de la misma manera
que el Padre lo había enviado a Él. El Señor nos envía, tal como el Padre lo hace; el
Padre lo envió a Él; y Él nos enviará a nosotros. Pero ¿de qué manera el Padre envió al
Señor? Lo envió estando el Padre mismo en el Hijo, es decir, el Padre envía al Hijo
consigo mismo. Con el Hijo estaba la vida del Padre, Su naturaleza y Su presencia, es
decir, el Padre mismo. Asimismo, el Señor envió a Sus discípulos consigo mismo como
vida y como el todo para ellos. De la misma manera, el Hijo ahora nos envía a nosotros.
Él nos envía con Su vida, Su naturaleza y Su presencia. Como el Padre envió al Hijo
siendo uno con el Hijo y estando en Él, de igual manera ahora el Hijo nos envía a
nosotros siendo uno con nosotros y estando en nosotros.
El Señor nos envía al soplar en nosotros el Espíritu Santo (20:22). Ésta es la razón por la
cual, inmediatamente después de decir: “También Yo os envío”, sopló en ellos
infundiéndoles el Espíritu Santo. Al infundirles Su aliento, Él entró como Espíritu en los
discípulos a fin de permanecer en ellos para siempre (14:16). Por lo tanto, adondequiera
que los discípulos eran enviados, Él siempre estaba con ellos y era uno con ellos. Como
veremos, el Señor se infunde en nosotros al soplar el Espíritu Santo en nosotros. El
Señor nos envía siendo uno con nosotros. La única manera en que el Señor puede ser
uno con nosotros y estar en nosotros, es infundirse a Sí mismo como aliento en nuestro
interior. Por lo tanto, debemos recibir al Espíritu, quien es la realidad de Cristo. Si
hemos recibido al Espíritu de Cristo, hemos recibido Su realidad. En otras palabras, esto
significa simplemente que hemos recibido a Cristo mismo. Con esto podemos ver que el
Señor nos envía infundiéndose a Sí mismo en nosotros como aliento.
El versículo 22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo”. El Señor es el Verbo, y el Verbo es el Dios eterno (1:1). En el Evangelio de Juan,
el Verbo pasa por un largo proceso para finalmente llegar a ser el aliento, el pnéuma, a
fin de poder entrar en los creyentes. Él dio dos pasos para llevar a cabo el propósito
eterno de Dios. En primer lugar, Él dio el paso de la encarnación para llegar a ser un
hombre en la carne (1:14), para ser “el Cordero de Dios” que efectúa la redención a favor
del hombre (1:29), para dar a conocer a Dios al hombre (1:18) y para manifestarles el
Padre a los creyentes (14:9-11). En segundo lugar, Él dio el paso de ir a la muerte y
resucitar para ser transfigurado en el Espíritu, a fin de poder impartirse en Sus
creyentes como vida y el todo para ellos, y producir los muchos hijos de Dios, Sus
muchos hermanos, con miras a la edificación de Su Cuerpo, que es la iglesia, la morada
de Dios, la cual expresará al Dios Triuno por la eternidad. Por lo tanto, originalmente Él
era el Verbo eterno; luego, por medio de la encarnación, Él se hizo carne para realizar la
obra redentora de Dios y, por medio de Su muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu
para ser el todo y hacerlo todo a fin de completar el edificio de Dios.
Nunca debemos pasar por alto que el Verbo eterno dio dos pasos: hacerse carne (1:14) y
hacerse el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Debemos tener presente estos dos pasos: El
Verbo eterno primero llegó a ser carne y después, como el postrer Adán, llegó a ser el
Espíritu vivificante. El primer paso fue la encarnación, y el segundo, la resurrección. La
finalidad del primer paso fue la redención, y la del segundo fue impartir la vida. Después
de hacerse carne y llegar a ser el Cordero de Dios para derramar Su sangre por nuestra
redención, Él llegó a ser en resurrección el Espíritu vivificante con el fin de impartirse a
Sí mismo en nosotros como vida. Muy pocos creyentes han visto esto claramente. La
mayoría sólo sabe que Cristo dio el paso de la encarnación para llevar a cabo la
redención. Pero ellos no ven el segundo paso; es decir, que el postrer Adán en la carne,
al resucitar, fue hecho el Espíritu vivificante para que, como tal, pudiera impartirse en
nosotros y ser nuestra vida. El Evangelio de Juan revela claramente estos dos pasos. En
el capítulo 1 el Verbo eterno llegó a ser carne a fin de ser el Cordero de Dios, y en el
capítulo 20 esta Persona maravillosa dio otro paso: entró en la resurrección para llegar a
ser el Espíritu vivificante. Así que, en la noche del mismo día de Su resurrección, Él vino
y se impartió a Sí mismo como el Espíritu al soplar en los discípulos.
1. El cumplimiento de Su promesa
El día de la resurrección del Señor se cumplió la promesa acerca del Espíritu Santo
como vida, verdad y realidad. Pero el Día de Pentecostés se cumplió la promesa acerca
del Espíritu Santo como poder. Estos son dos aspectos del Espíritu Santo. En el día de la
resurrección, los discípulos recibieron al Espíritu de vida como la realidad de Cristo, y
cincuenta días más tarde, en el Día de Pentecostés, recibieron al Espíritu de poder.
Pentecostés simplemente significa cincuenta días. En el primer octavo día (que significa
resurrección), recibieron al Espíritu como la vida y la realidad de Cristo, y en el octavo
de los días octavos (que significa resurrección en resurrección), es decir, el primer día de
la octava semana, recibieron al Espíritu Santo como el poder y la capacidad requeridos
para llevar a cabo la obra.
Tanto el Evangelio de Lucas como Hechos fueron escritos por Lucas. La línea que traza
Lucas es la del poder requerido para la obra, y la línea que presenta Juan es la línea de la
vida requerida para poder vivir. Si leemos la Biblia detenidamente, veremos que el
Espíritu primeramente es el Espíritu de vida, y luego el Espíritu de poder. En la línea
que traza Lucas, el Espíritu de poder es comparado con una vestidura que es puesta
sobre nosotros, pero en la línea que traza Juan, el Espíritu es comparado con el agua, la
cual ingerimos bebiéndola. La vestidura es algo externo que nos cubre, y la bebida es
algo que nos llena interiormente. Conforme a la línea que presenta Lucas, el Espíritu
viene sobre nosotros (Hch. 1:8). En cambio, según la línea de Juan, el Espíritu entra en
nosotros, porque el Espíritu de realidad habita en nuestro ser (Jn. 14:17). Así que, la
línea de Juan tiene como fin que nosotros tengamos vida, y la línea de Lucas tiene como
fin que seamos revestidos de poder. Además, si leemos Hechos 4 cuidadosamente,
veremos por qué el poder es comparado con una vestidura o un uniforme. Por ejemplo,
el uniforme es lo que da autoridad al policía. De la misma manera, el Espíritu Santo vino
sobre Pedro y los demás discípulos como poder, para ser su uniforme. Pero el día de la
resurrección del Señor, el Espíritu fue soplado en ellos. Esto no se efectuó para
investirlos exteriormente, sino para llenarlos interiormente. En la línea de Lucas, el
Espíritu de poder es también comparado con “un viento recio” (Hch. 2:2). El viento es
una forma de poder. En la línea de Juan, el Espíritu de vida es comparado con el aliento.
El aliento no provee poder, sino vida. En Juan 20:22 el Espíritu como aliento fue
infundido como vida en los discípulos para su vivir. El Señor, al soplar el Espíritu en los
discípulos, se impartió a Sí mismo como vida y como el todo para ellos. Por lo tanto,
todo lo que el Señor había hablado en los capítulos del 14 al 16 fue cumplido.
De la misma manera que caer en la tierra para morir y brotar de la tierra para crecer,
transforma al grano de trigo dándole otra forma, una forma nueva y viva, asimismo la
muerte y la resurrección del Señor le transfiguraron de la carne al Espíritu. El Señor
como “el postrer Adán” en la carne llegó a ser “el Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45) por
medio del proceso de la muerte y la resurrección. Así como Él es la corporificación del
Padre, el Espíritu es la realidad de Él. Fue como Espíritu que el Señor se infundió en Sus
discípulos al soplar en ellos, y es también como Espíritu que Él es recibido en los
creyentes y fluye de ellos como ríos de agua viva (Jn. 7:38-39). Fue como Espíritu que,
mediante Su muerte y resurrección, regresó a los discípulos, entró en ellos como Su
Consolador y comenzó a morar en ellos (14:16-17). Además, como Espíritu Él puede
vivir en los discípulos y hacerlos aptos para vivir por Él y con Él (14:19). Como Espíritu
Él puede permanecer en los discípulos y hacer que ellos permanezcan en Él (14:20; 15:4-
5). Como Espíritu Él puede venir con el Padre a los que le aman y hacer morada con
ellos (14:23). Como Espíritu Él puede hacer que todo lo que Él es y tiene sea hecho
completamente real para los discípulos (16:13-16). Como Espíritu Él vino para reunirse
con “Sus hermanos”, “la iglesia”, a fin de anunciarles el nombre del Padre y alabar al
Padre en medio de ellos (He. 2:11-12). Como Espíritu Él puede enviar a Sus discípulos a
cumplir Su comisión consigo mismo como vida y como el todo para ellos, de la misma
manera que el Padre lo envió a Él (20:21). Ahora los discípulos están calificados para
representarlo con Su autoridad en la comunión de Su Cuerpo (20:23).
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
LA VIDA EN RESURRECCIÓN
(2)
El Espíritu impartido como aliento en los creyentes era el Consolador (14:16, 26; 15:26;
16:7). Este Consolador es el “Paracleto”, el que está a nuestro lado y se encarga de
nuestro caso y de nuestros asuntos. La palabra griega que se traduce “Consolador” es la
misma palabra traducida “Abogado” en 1 Juan 2:1. Si unimos 1 Juan 2:1 y Juan 14:16,
veremos que hoy en día el Señor Jesús es nuestro Abogado que está a la diestra de Dios
en los cielos y, al mismo tiempo, es el Consolador que está en nuestro espíritu. En los
cielos, Él es el Abogado que está con el Padre; en nuestro espíritu, Él es el Consolador.
Ésta es la razón por la que Él es la escalera sobre la cual los ángeles de Dios ascienden y
descienden (1:51). Como el Señor ascendido, Él es nuestro Paracleto que está con el
Padre, el que se encarga de nuestro caso en los cielos. Como el Espíritu que mora en
nosotros, Él es el “Paracleto que está con nosotros” (14:16-17), Aquel que está a nuestro
lado y nos cuida. ¡Cuánto le aprecio como el Consolador! Él está tanto aquí en nosotros
como en los cielos.
4. El Espíritu de realidad
El Espíritu infundido como aliento en los discípulos era también el Espíritu del Jesús
glorificado (7:39). Antes de la resurrección de Cristo, el Espíritu era solamente el
Espíritu de Dios que tenía sólo el elemento divino, pero después de la resurrección, llegó
a ser el Espíritu del hombre glorificado Jesús con el elemento divino y el elemento
humano. Así que, el Espíritu de Dios llegó a ser este maravilloso Espíritu todo-inclusivo.
Como ya vimos, 1 Corintios 15:45 dice que el “postrer Adán” fue hecho “Espíritu
vivificante”. La carne fue Su primera forma (1:14), y el Espíritu, la segunda. Por lo tanto,
ahora el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). El Señor dio dos pasos con el fin de que le
pudiéramos experimentar. En el primero, en la encarnación, Él tomó la forma de carne y
sangre para realizar nuestra redención. En el segundo, en la resurrección, Él fue
transfigurado en el Espíritu para impartirse en nosotros como nuestra vida. Por medio
de estos pasos fuimos redimidos y regenerados para participar de Él como nuestra vida
y nuestro todo.
8. El Espíritu de vida
Romanos 8:2 nos dice que el Espíritu es el Espíritu de vida, el cual es el aliento de vida
que se impartió en los discípulos y que permanece en ellos (14:16-17). Esto está
relacionado con la línea del Evangelio de Juan, la cual es la vida. Con respecto a la línea
de Lucas, la cual es el poder, el Espíritu es comparado con un viento recio (Hch. 2:2-4)
que sopla sobre los discípulos. Conforme a la línea de Juan, el Espíritu es comparado
con el aliento de vida infundido en los discípulos (Jn. 20:22) que permanece en ellos
como su vida. Este Espíritu de vida no es nada menos que el Cristo resucitado quien
ahora es el Espíritu vivificante.
Después de soplar en los discípulos, el Señor les dijo: “A quienes perdonáis los pecados,
les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos” (20:23). Aquí vemos
que el Señor les dio autoridad a Sus discípulos de representarlo al perdonar a la gente, y
les concedió autoridad para atar y desatar. Ésta es la autoridad para perdonar a los
pecadores o para mantenerlos bajo condenación. Aunque los discípulos tenían esta
autoridad, no debían ejercerla en sí mismos, sino en el Espíritu Santo. Cuando estamos
en el Espíritu Santo y somos llenos de Él, tenemos la autoridad para decidir si alguien
ha sido perdonado por Dios o no. Si decimos que ha sido perdonado, así debe ser. Sin
embargo, esta autoridad sólo puede ser ejercida cuando estamos en el Espíritu Santo y
somos llenos de Él. Además, tal autoridad debe llevarse a cabo en la comunión del
Cuerpo y por el bien del Cuerpo. En la comunión del Cuerpo tenemos la autoridad para
representar al Señor y así perdonar a otros. Esto también es por el bien del Cuerpo en el
sentido de que nosotros, como representantes del Señor, podemos recibir a los que Dios
ha perdonado en la vida de iglesia, que es Su Cuerpo.
G. La primera reunión de la iglesia
antes de Pentecostés
La reunión de los discípulos en Juan 20:19, la noche misma del día de la resurrección
del Señor, puede considerarse como la primera reunión de la iglesia antes de
Pentecostés. Esta reunión fue para que se cumpliese lo dicho en Salmos 22:22 en
conformidad con Hebreos 2:10-12, donde dice que el Hijo anunciará el nombre del
Padre a Sus hermanos y cantará alabanzas al Padre en medio de la iglesia. Anunciar el
nombre del Padre es dar a conocer el Padre como fuente de vida a los discípulos, a fin de
que ellos participen de Su naturaleza divina. Alabar al Padre en la iglesia es alabarlo en
las alabanzas de Sus creyentes en las reuniones de la iglesia. Según Salmos 22:22 y
Hebreos 2:10-12, el Señor resucitado hizo ambas cosas en la primera reunión de la
iglesia el día de Su resurrección.
El Señor, después de Su resurrección, vino para reunirse con Sus discípulos la noche
misma de ese primer día. De manera que, en la resurrección del Señor, es crucial
reunirse con los santos. María la magdalena se encontró con el Señor personalmente en
la mañana y obtuvo la bendición (20:16-18), pero aun así necesitaba estar en la reunión
con los santos en la noche para reunirse con el Señor de manera corporativa, a fin de
obtener más abundantes y mayores bendiciones (20:19-23). En esta primera reunión
que celebraron el Señor y Sus discípulos después de Su resurrección, tenemos la
presencia del Señor, la paz, el hecho que el Señor los envía, el soplo del aliento y la
autoridad para atar y desatar. Éstas son las bendiciones que el Señor trajo a Sus
discípulos en esa reunión de iglesia. Por muy buena que fuese la comunión que María
tuvo con el Señor durante la vigilia matutina, ella necesitaba asistir a la reunión de esa
noche para obtener todas estas bendiciones, pues son mayores y más importantes.
Podemos recibir algo del Señor durante nuestra vigilia matutina, pero esto satisface
solamente nuestra necesidad personal e individual. Por lo tanto, debemos también
asistir a las reuniones corporativas para recibir algo más importante. La vigilia matutina
y las reuniones de la iglesia son dos aspectos diferentes. Necesitamos la bendición
personal que corresponde al primer aspecto, pero también la bendición corporativa que
corresponde al segundo aspecto.
Tomás faltó a la primera reunión que el Señor tuvo con Sus discípulos después de
resucitar. Sin embargo, él fue compensado de lo que se había perdido en esa reunión al
asistir a la segunda (20:25-28). ¡Oh, no debemos perdernos ninguna de las reuniones de
la iglesia! No debemos pensar que no tienen importancia ni debemos quedarnos a
descansar en casa, pues si el Señor viene a la reunión, es posible que nosotros, como
Tomás, perdamos Su presencia. Tomás pasó por alto la manifestación del Señor. Debido
a que no asistió a esa reunión de la iglesia, en realidad sufrió una gran pérdida. Este
capítulo está lleno de revelación, pero Tomás la perdió por completo. No recibió la
revelación ni el descubrimiento o la experiencia de la resurrección del Señor, debido a
que se perdió la vigilia matutina y no asistió a la reunión de la iglesia. No recibió la
revelación de que los discípulos son los hermanos del Señor y los hijos de Dios. También
se perdió de recibir la paz, la impartición del Espíritu Santo, la comisión divina y la
autoridad. Ciertamente era salvo y era un hermano, pero debido a que no asistió a esa
reunión él perdió mucho.
Cada mañana debemos tener una vigilia matutina de forma personal e individual, pero
por las tardes debemos asistir a las reuniones de la iglesia. ¡Cuánto necesitamos
reunirnos con los hermanos y hermanas! Entonces el Señor vendrá con algo más, con
algo diferente y más grande. No se enorgullezca de las maravillosas experiencias que
tenga durante su vigilia matutina, ni diga que ésta en sí misma es suficiente. Usted
también necesita asistir a las reuniones de la iglesia para reunirse con los santos.
Algunos de nosotros dejamos de tener la vigilia matutina, y otros no asisten a las
reuniones de la iglesia por las noches. Sin embargo, debemos guardar una vigilia
matutina personal y además asistir a las reuniones corporativas de la iglesia por las
noches. La vigilia matutina no puede reemplazar las reuniones corporativas, ni éstas
pueden sustituir a la vigilia matutina. Necesitamos las dos. Con respecto a Dios, todo
tiene dos aspectos. Aun nuestro contacto con el Señor tiene dos aspectos, el personal y el
corporativo. Ésta es la razón por la cual tenemos la vigilia matutina por la mañana y la
reunión corporativa por las tardes. Así que, no debemos descuidar ni la vigilia matutina
ni las reuniones de la iglesia. María recibió algo nuevo, fresco, y directo en la mañana, y
nada podía reemplazarlo. Sin embargo, necesitó algo más: la paz, el ser enviado, el soplo
del aliento divino y la comisión. Se puede recibir todo esto solamente en la vida de
iglesia. El Señor da Su comisión a la iglesia y no a individuos. Así que, para ser enviados,
debemos estar en la iglesia. Puesto que la comisión está relacionada con el Cuerpo,
debemos ser enviados por el Señor en la iglesia y por medio de la iglesia.
Es extraño que este capítulo ni siquiera menciona que el Señor haya partido. Nunca nos
dice que Él dejó a Sus discípulos. Y es muy extraño que el Señor, con un cuerpo físico
que podía ser tocado, entrara al lugar atravesando una puerta cerrada. Esto significa que
después de Su resurrección el Señor era el Espíritu. Ya que el Señor resucitado es ahora
el Espíritu, Él puede estar con los discípulos todo el tiempo y en todo lugar. Desde Su
resurrección Él no ha tenido problema con el tiempo ni el espacio. El Señor puede estar
con nosotros en cualquier circunstancia. Aunque cerremos la puerta, Él permanece con
nosotros. Según este capítulo, no sabemos de dónde viene, ni cuándo viene o cuando se
va. He leído este capítulo muchas veces y aún no puedo encontrar ningún indicio que
nos diga adónde el Señor se fue. Esto significa que después de la resurrección Él es el
Espíritu y que en todo momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia está
con nosotros como el Espíritu. El Señor está siempre con nosotros; la única diferencia
radica en que a veces sentimos Su presencia y a veces no. Aun cuando no estemos
conscientes de Su presencia, Él está con nosotros. Según nuestra experiencia, hoy Su
presencia no depende de Su venida o de Su ida, ni de que se manifieste o se desaparezca.
Cuando Él viene, significa que aparece; cuando Él se va, significa que desaparece; pero
en realidad siempre está con nosotros. Ya sea que sintamos Su presencia o no, el Señor
está aquí. Ahora el Señor no se va ni viene; sólo se aparece o se desaparece. Ya que Él lo
ha realizado todo, Él se ha hecho uno con los discípulos, y ahora ellos son uno con Él.
Juan 20:26 dice: “Ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con ellos
Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a
vosotros”. Ésta puede considerarse la segunda reunión de la iglesia, la cual se llevó a
cabo con la presencia del Señor antes de Pentecostés. Las palabras “ocho días después”
indican que esta reunión tuvo lugar en el segundo primer día de la semana, el segundo
día del Señor después de Su resurrección. Alabado sea Dios porque no hubo solamente
un día del Señor, sino también un segundo día del Señor, y Tomás estaba allí. Como
veremos después, el Señor vino adrede esta vez por causa de Tomás, y fue directamente
a él para verlo y corregirlo.
B. Su venida es Su manifestación
En el libro de Juan, después de que el Señor se apareció por primera vez, según registra
el versículo 19, y luego ocho días después, según registra el versículo 28, no
encontramos ningún indicio de que el Señor hubiera dejado a los discípulos. De hecho,
de allí en adelante Él permaneció siempre con ellos, aunque éstos no estuvieran
conscientes de Su presencia. Después de que el Señor se impartió en Sus discípulos al
soplar, permaneció en ellos y estuvo con ellos. Debido a que los discípulos no siempre
estaban conscientes de Su presencia, era necesario que se les apareciera. Su venida en
este versículo no fue en realidad Su verdadera venida, sino una manifestación de Su
presencia. Antes de morir Él estaba en la carne y Su presencia era visible. Pero después
de Su resurrección llegó a ser el Espíritu y Su presencia era invisible. Las
manifestaciones o apariciones que hizo después de Su resurrección tenían como fin
adiestrar a Sus discípulos para que se percataran de Su presencia invisible, la
disfrutaran y vivieran en ella. Esta presencia es más accesible, prevaleciente, preciosa,
rica y real que Su presencia visible. En resurrección Su adorable presencia es
simplemente el Espíritu, el cual Él había impartido al soplarles para que estuviera
siempre con ellos.
En Juan 20:27 el Señor dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu
mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Debido a que Tomás
se había perdido la primera reunión que hubo con el Señor resucitado, se había atrasado
mucho. Por eso, el Señor se apareció para resolver la incredulidad de este discípulo
mostrando las marcas de Su muerte, las cuales quedaron en Su cuerpo resucitado. Como
mencioné antes, no sé cómo las marcas de Su muerte podían aún permanecer en Su
cuerpo resucitado. Aunque Tomás era el más atrasado de todos los discípulos, después
de la segunda reunión de la iglesia sobrepasó a todos ellos, ya que fue el primero que
dijo: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). Tomás fue el primero en reconocer que el Hijo
del Hombre es el Señor (Hch. 2:36; 10:36; Ro. 14:9; 10:12-13; 1 Co. 12:3; 2 Co. 4:5; Fil.
2:11) y Dios (Jn. 1:1-2; 5:17-18; 10:30-33; Ro. 9:5; Fil. 2:6; 1 Jn. 5:20). Tomás no sólo fue
el primero en reconocer que el Hijo del Hombre es el Señor y Dios, sino también en
proclamar que Jesús es el Señor y el mismo Dios.
En Juan 20:29 el Señor dijo a Tomás: “Porque me has visto, creíste; bienaventurados los
que no vieron, y creyeron”. El Señor no sólo se apareció para encargarse de la
incredulidad de Tomás, sino también para entrenar a los discípulos a que creyeran sin
necesidad de ver. El Señor estaba entrenándolos a acostumbrarse a Su presencia
invisible. Debido a que hoy la presencia del Señor en resurrección no es visible, debemos
creer en Él aun sin verlo. Si esperamos ver para creer, estamos equivocados. Debemos
ejercitarnos en creer sin necesidad de ver, porque la presencia del Señor hoy en día es
diferente de lo que fue cuando estaba en la carne. Aquella era Su presencia visible, pero
ahora que Su presencia es invisible debemos ejercitar nuestra fe para hacerla real.
Aunque no podamos verlo, tenemos la plena certeza de que Él está con nosotros. Según
Hechos 1:3-4, el Señor permaneció con los discípulos durante cuarenta días para
entrenarlos a percatarse de Su presencia invisible y acostumbrarse a Su presencia
invisible.
Los versículos 30 y 31 dicen: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de
Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para
que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su
nombre”. Estos versículos indican que el propósito del Evangelio de Juan es dar
testimonio de que Jesús es el Cristo (1:41; 4:25, 29; 7:41-42; Mt. 16:16; Lc. 2:11) y es el
Hijo de Dios (1:34, 49; 9:35; 10:36; Mt. 16:16; Lc. 1:35). Juntamente con Juan 21:25,
estos versículos afirman que este evangelio es el relato de una selección de asuntos que
sirven para dar testimonio de la vida y la edificación.
El Cristo es el título del Señor según Su oficio, Su misión. El Hijo de Dios es el título que
hace referencia a Su Persona. Ésta tiene que ver con la vida de Dios, y Su misión se
relaciona con la obra de Dios. Él es el Hijo de Dios para ser el Cristo de Dios. Él obra
para Dios por medio de la vida de Dios, para que los hombres, al creer en Él, tengan la
vida de Dios a fin de llegar a ser Sus muchos hijos y obren mediante la vida de Dios a fin
de edificar al Cristo corporativo (1 Co. 12:12), cumpliendo así el propósito de Dios acerca
de Su edificio eterno.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
LA VIDA EN RESURRECCIÓN
(3)
El Espíritu Santo, al escribir el Evangelio de Juan, tenía como intención demostrar que
fuimos hechos hijos de Dios por medio de la resurrección de Cristo, lo cual es un hecho
maravilloso y glorioso. Nosotros los seres humanos éramos personas despreciables,
indignas, pecaminosas, viles, miserables e impuras, pero por la muerte y resurrección
del Señor fuimos hechos hijos de Dios. Tenemos la vida de Dios, la naturaleza de Dios y
la plenitud de Dios. Así que, somos los hijos de Dios, así como el Hijo unigénito de Dios.
¡Cuán maravilloso es esto! El Señor nos dio la gloria que el Padre le dio a Él en la
eternidad pasada. ¿Qué es esta gloria? Es la vida y la naturaleza de Dios que hemos
recibido y que nos ha constituido hijos de Dios para ser la expresión de Dios.
Ser hijos de Dios simplemente significa ser la expresión y manifestación de Dios. En
otras palabras, Cristo es el Hijo de Dios y, como tal, tiene la vida y la naturaleza de Dios
y es la manifestación misma de Dios. Ésta es la gloria que Dios el Padre le dio al Hijo y
es la misma gloria que el Hijo nos dio a nosotros mediante Su muerte y resurrección. El
Señor mediante Su muerte y resurrección se liberó a Sí mismo y se impartió en nosotros
con el fin de hacernos exactamente igual a Él. Él es el Hijo de Dios, e hizo que nosotros
fuéramos hechos los muchos hijos de Dios. Él tiene la vida y la naturaleza de Dios, e hizo
que nosotros tuviéramos la vida y naturaleza de Dios. Él es la expresión y manifestación
de Dios, e hizo que nosotros fuéramos hechos la expresión y manifestación de Dios. Por
lo tanto, tenemos la misma vida, naturaleza y posición que Él tiene. Ésta es la gloria que
el Señor nos dio. ¡Esto es verdaderamente maravilloso!
Como vimos anteriormente, el Señor nos envió tal como el Padre lo envió a Él (20:21).
El Padre lo envió estando en Él y siendo uno con Él. De igual manera, Cristo nos envía
estando en nosotros y siendo uno con nosotros. Ahora somos la expresión y la
manifestación de Dios porque el Hijo de Dios ha sido impartido en nosotros y está ahora
en nuestro ser. Ya que ahora Él es el Espíritu, Él está en nosotros y es uno con nosotros;
por lo tanto, tenemos lo que Él tiene, estamos donde Él está y somos exactamente igual
que Él. Como resultado, Él puede enviarnos y darnos la comisión divina y celestial. Éste
es el propósito de Dios que fue planeado desde la eternidad pasada, el cual consiste
simplemente en que Dios se forje a Sí mismo en nosotros, mezclándose con nosotros
para que lleguemos a ser Su expresión y Su manifestación.
El Señor realizó todo esto por medio de Su muerte y resurrección. Él era el grano de
trigo que fue multiplicado en muchos granos por medio de la muerte y la resurrección
(Jn. 12:24). Él era el Hijo unigénito de Dios, quien se reprodujo y multiplicó en muchos
hijos (He. 2:10). Él se multiplicó por medio de Su resurrección y después de la
resurrección le reveló a María que los discípulos eran ahora Sus hermanos (20:17). Él
era el Hijo unigénito de Dios, pero ahora era el Primogénito entre muchos hijos. Antes
de Su muerte Él era el único Hijo de Dios, o sea, no tenía hermanos. Pero después de Su
resurrección, el Hijo unigénito llegó a ser “el Primogénito entre muchos hermanos” (Ro.
8:29). Consideremos el ejemplo del grano de trigo. Después de caer en tierra y morir,
resucita y se multiplica en muchos granos. Pero ahora, ¿dónde está el grano original de
trigo? Éste se encuentra en los muchos granos; de hecho, Él es los muchos granos. En el
capítulo 12 Cristo era el único grano, y en el capítulo 20 Él llegó a ser los muchos granos.
Esto fue posible solamente por la muerte y la resurrección. Antes del capítulo 18, vemos
que Él era el Hijo unigénito de Dios, la única manifestación de Dios. Por todo el
universo y en todo el género humano, había una sola Persona que era la precisa imagen
y manifestación de Dios. Sin embargo, después de los capítulos 18 y 19 tenemos los
muchos hijos de Dios, las muchas manifestaciones de Dios. Mediante la muerte y la
resurrección del Hijo unigénito de Dios, los muchos hijos fueron producidos. Ahora
Aquel grano único se ha multiplicado en muchos granos; por lo cual, todos los discípulos
del Señor han llegado a ser Sus hermanos. Éstos pueden ahora ser la manifestación de
Dios y pueden representar al Dios Triuno. Son ellos los que han recibido la comisión
divina y celestial para realizar algo en esta tierra por medio de lo cual pueden expresar y
manifestar a Dios. Éste es el significado del Evangelio de Juan.
Al final del capítulo 20 todo es maravilloso y completo. Parece que hemos tocado algo
divino, espiritual, celestial y eterno que va más allá de nuestro entendimiento, y que no
se necesita el capítulo 21. Entonces, ¿cuál es el significado y propósito de este capítulo
adicional? Al final del capítulo 20 el Señor regresó como Espíritu para estar con los
discípulos y para ser todo para ellos. Por lo tanto, este evangelio concluye ahí (20:30-
31). Hasta este punto, el Evangelio de Juan presenta algo divino, pero nosotros somos
humanos; revela algo celestial, pero nosotros aún nos encontramos en la tierra; revela
algo eterno, pero nosotros todavía estamos en el tiempo. En otras palabras, aunque ya
nacimos de nuevo como hijos de Dios, aún permanecemos en este cuerpo físico. Somos
los hijos de Dios y, sin embargo, todavía seguimos siendo hijos de hombre. Hemos
recibido la comisión celestial, pero aún tenemos que proveer alimento para nuestra
nutrición y diario vivir. ¿Cómo pueden los discípulos ganarse la vida? ¿Qué deben hacer
ellos para llevar a cabo la comisión del Señor? ¿Cómo deben ellos seguirle después de Su
resurrección? ¿Cuál será su futuro? Para tratar estos problemas fue necesario tener un
capítulo adicional. El capítulo 21 toca algunos asuntos muy prácticos. No podemos
simplemente quedarnos sentados aquí, alabando al Señor y gritando: “¡Aleluya! ¡Todo
es maravilloso, celestial, divino y eterno! ¡Ahora somos hijos de Dios! ¡Tenemos la vida y
naturaleza de Dios, tenemos Su gloria, y somos la representación y manifestación de
Dios!”. Pero ¿qué diremos de mañana? ¿Qué comeremos? ¿De dónde obtenemos dinero
para comprar alimento? No podemos ayunar todo el tiempo. Debido a estos problemas
adicionales, tenemos el capítulo 21; éste nos ayuda a cuidar de nuestra subsistencia,
nuestra familia y de las muchas otras necesidades propias de esta tierra.
Si comparamos los niveles de los capítulos 20 y 21, veremos que el nivel del capítulo 20
es muy alto, pero el del capítulo 21 parece muy bajo. Esto se debe a que en este capítulo
se tratan asuntos muy prácticos, como vivir y comer. El asunto de cómo ganarse la vida
es muy práctico. Debemos entender por qué después del capítulo 20 existe el capítulo
21, y por qué tenemos un capítulo adicional después de la conclusión. Este capítulo
simplemente muestra que después de ser regenerados como hijos de Dios, de una
manera tan maravillosa y divina, todavía permanecemos en este mundo, en esta tierra,
regidos por el tiempo, y con algunas necesidades y problemas prácticos que debemos
resolver. Debido a esto, el Espíritu Santo escribió otro capítulo.
V. ACTÚA Y VIVE CON LOS CREYENTES
En Juan 21:1-14 vemos que el Señor actúa y vive con los creyentes. En resurrección, el
Señor no sólo se reunió con los hermanos, sino que también actuó y vivió con ellos. Él
no sólo está con nosotros cuando nos reunimos, sino también en nuestro andar diario.
Adonde nosotros vayamos, Él va. En cualquier cosa que hagamos, Él está ahí con
nosotros. Ya sea que estemos bien o mal, el Señor está con nosotros.
En Juan 21:1-11 el Señor fue con los discípulos y se manifestó otra vez a ellos junto al
mar de Tiberias. Pedro, el hermano que tomaba la delantera, fue el primero en regresar
al mundo cuando dijo: “Voy a pescar” (21:3). Seis de los otros discípulos dijeron:
“Vamos nosotros también contigo”. No sólo los seis discípulos siguieron a Pedro, sino
también el Señor Jesús lo siguió. El Señor no le dijo: “Pedro, ¿qué estás haciendo?
¡Estás abandonando Mi llamamiento! ¿Vas a regresar al mar? Yo nunca iré contigo si
vas ahí; irás tú solo”. Algunos tal vez pregunten: “Si voy al cine, ¿irá el Señor Jesús
conmigo?”. Sí; Él irá con usted. No sólo está con usted en el lugar de reunión, sino
incluso en una sala de cine. Sin embargo, no irá con usted al cine a darle paz, sino a
incomodarlo, a perturbarle y a decirle que salga de ese lugar. Debido a que Él estará con
usted en ese teatro, usted no podrá pasar un tiempo agradable y gozoso mientras se
encuentre allí. Finalmente usted dirá: “Debo olvidarme de esta película, porque Jesús no
me deja tranquilo”. Ésta es la vida en resurrección; en resurrección el Señor Jesús fue
con los discípulos al mar.
El versículo 1 dice: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos junto al
mar de Tiberias”. Esto demuestra que Su venida a los discípulos en Juan 20:26 era en
realidad una manifestación, ya que en el versículo dice que Él “se manifestó otra vez a
los discípulos”. De nuevo, Él estaba entrenándolos a vivir en Su presencia invisible. No
era un asunto de Su venida, sino de Su manifestación. Ya fuera que ellos estuvieran
conscientes de Su presencia o no, Él estaba con ellos continuamente. Por la debilidad de
ellos, algunas veces manifestó Su presencia a fin de fortalecer la fe que tenían en Él.
El Señor se manifestó a los discípulos en el capítulo 21, y en especial a Pedro, con el fin
de entrenarlos para vivir por la fe en Él. Juan 21:2-14 revela dos asuntos principales: la
debilidad de los que fueron regenerados, quienes habían recibido la comisión divina de
Dios, y la provisión todo-suficiente del Señor, quien puede ayudarnos a vivir en esta
tierra para llevar a cabo Su comisión, Su propósito y Su testimonio. Consideremos
primeramente la debilidad de aquellos que habían sido regenerados y comisionados por
Dios.
En el versículo 3 se nos dice que los discípulos “fueron, y entraron en una barca; y
aquella noche no pescaron nada”. Pedro y los hijos de Zebedeo (Juan y Jacobo) eran
pescadores profesionales, y aunque todo estaba a su favor —el mar de Tiberias era
grande y estaba lleno de peces y la noche era el tiempo ideal para pescar— ellos no
pescaron nada en toda la noche. ¡Esto fue un milagro! Ellos echaron la red una y otra
vez durante toda la noche, pero no pescaron ni un solo pez. Ciertamente el Señor les
mandó a todos los peces que se apartaran de la red. Tal vez el Señor Jesús mandó a los
peces diciendo: “Peces, manténganse alejados de esta red”.
El milagro de no atrapar ningún pez les enseñó algo a Pedro y a los otros discípulos, y
también nos enseña algo a nosotros el día de hoy. No debemos pensar que podemos
simplemente alejarnos del Señor, buscar un trabajo y ganarnos la vida. Si el Señor
dispone que todos los trabajos se alejen de nosotros, jamás podremos hallar uno. No
debemos pensar que podemos irnos al mar tan fácilmente y obtener una gran cantidad
de pescados. Si pescamos bajo la dirección del Señor y conforme a Su voluntad,
ciertamente pescaremos algo. Pero si no lo hacemos en conformidad con la voluntad del
Señor y salimos por nosotros mismos, es posible que todos los peces sean alejados de
nosotros y por la soberanía de Dios se aparten de nosotros. Como creyentes regenerados
y comisionados por el Señor, debemos ir y hacer las cosas en conformidad con Su
voluntad, incluso en lo tocante a ganarnos la vida. Puesto que fuimos regenerados y el
Señor nos dio una comisión divina y celestial, debemos andar conforme a Su voluntad.
No debemos tener un concepto natural acerca de cómo ganarnos la vida. Otros podrán
hacerlo, pero nosotros no. Tal vez había muchos incrédulos pescando en el mar de
Tiberias al mismo tiempo que los discípulos, y puede ser que ellos tuvieran una pesca
exitosa. Sin embargo, estos discípulos creyentes laboraron toda la noche y fueron los
únicos a quienes los peces les fueron ahuyentados. Esto fue un milagro. Por lo tanto, no
debemos pensar que podemos simplemente irnos al mar y pescaremos muchos peces. Si
lo hacemos por nosotros mismos, probablemente no obtendremos nada.
Podemos comparar Juan 21:5 con Lucas 24:41-43. Cuando los discípulos estaban en la
posición correcta, como en Lucas 24:41-43, ellos tenían incluso en la casa más peces de
los que necesitaban, por lo que le ofrecieron una porción al Señor. Sin embargo, aquí se
habían apartado del camino. De manera que, después de pescar toda la noche, no
habían pescado nada —y eso que estaban en el mar— ¡no tenían ni un solo pescado! No
sólo no tenían nada que ofrecer al Señor, sino que no tenían ni para alimentarse ellos
mismos. El Señor les preguntó si tenían pescado para alimentarse, y ellos dijeron: “No”.
Su respuesta debe haberles provocado mucha vergüenza. Si yo hubiera sido Pedro, me
habría avergonzado al responder a la pregunta del Señor.
El versículo 6 dice: “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis.
Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces”. La mañana
(v. 4) no era el tiempo apropiado para la pesca; no obstante, cuando ellos obedecieron la
palabra del Señor y echaron la red, cogieron peces en abundancia. ¡Esto
indudablemente fue un milagro! Seguramente el Señor ordenó a los peces que entraran
a la red. Este milagro les abrió los ojos, y “aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a
Pedro: ¡Es el Señor!” (21:7). Juan fue el primero en reconocer que era el Señor. Cuando
Pedro supo que era el Señor, se echó al mar y se le acercó. Los otros discípulos vinieron
con la barca, arrastrando la red llena de peces.
En Lucas 5:3-11, el Señor llamó a Pedro al hacer un milagro de pesca. Aquí lo recobró a
Su llamamiento con otro milagro de pesca. El Señor es consistente en Su propósito.
Cuando los discípulos descendieron a tierra, “vieron brasas puestas, y un pez encima de
ellas, y pan” (v. 9). Pedro y los discípulos vieron claramente el pescado sobre las brazas y
el pan. No había necesidad de pescar ningún pez del mar, porque ya el pescado estaba
listo en la tierra. El Señor realizó este milagro para enseñarle a los discípulos que si
estaban bajo Su voluntad encontrarían peces en cualquier lugar, incluso en la tierra.
Pero si no estaban bajo Su voluntad, no encontrarían peces ni aun en el mar. Atrapar
peces no depende de nuestra habilidad natural, sino de Su voluntad, pues Él es soberano
y todo se encuentra bajo Su control. Aun en un lugar donde la gente piensa que
normalmente no hay peces, el Señor preparará pescados para nosotros, no directamente
del mar, sino ya cocinado y preparado para nosotros.
En este capítulo vemos tres milagros, los cuales indican tres señales: el milagro de no
pescar nada (v. 3), el milagro de la pesca abundante (v. 6) y el milagro del pescado sobre
el fuego y el pan (v. 9). Aquí el Señor entrenaba a Pedro para que tuviera fe en Él en
cuanto al sustento. Pedro y los que estaban con él intentaron pescar toda la noche, pero
no obtuvieron nada. Luego, al obedecer la palabra del Señor cogieron una gran cantidad
de peces. No obstante, sin estos peces e incluso estando en tierra firme donde no hay
peces, el Señor preparó pescado y hasta pan para los discípulos. Esto fue un milagro.
Con esto el Señor los entrenó para que reconocieran que si Él no los guiaba, no
pescarían nada aunque fueran al mismo mar, donde siempre hay peces, y lo hicieran en
la noche, el mejor tiempo para pescar; debían comprender que si seguían la dirección
del Señor, Él podría proveer peces para ellos, aunque fuera en tierra firma, donde no
hay peces, y aunque fuera en la mañana, que es el peor momento para pescar. Aunque
ellos recogieron muchos peces conforme a la palabra del Señor, Él no usó esos peces
para alimentarlos. Esto fue una verdadera lección para Pedro. En cuanto a procurar su
sustento, él necesitaba creer en el Señor, quien “llama las cosas que no son, como
existentes” (Ro. 4:17).
El Señor no sólo se movía con los discípulos, sino que vivía con ellos. En los versículos
del 12 al 14 Él preparó el desayuno y lo sirvió a Sus discípulos. Las palabras del Señor:
“Venid, comed” indican el cuidado y la gracia de Su parte para suplir las necesidades de
Sus llamados. El Señor no dijo: “Pedro, el desayuno está listo, ven y sírvete”. No; el
versículo 13 dice: “Vino Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado”. En la
provisión del Señor, el pan representa las riquezas de la tierra, y los peces, las riquezas
del mar. ¡Cuán bueno es el Señor! Él sirvió el alimento a los discípulos. Este cuadro dice
más que mil palabras. Aunque el Señor no reprendió a Pedro, yo creo que Pedro jamás
olvidó esta lección.
¿Cómo se habría sentido si usted fuera Pedro? Si yo fuera Pedro, me habría cubierto el
rostro de vergüenza. No habría sabido ni qué decir al Señor. ¿Podría acaso Pedro haber
dicho: “Señor, ¿cómo estás?”. O haber dicho: “Señor, discúlpame por haber abandonado
la posición correcta y haber venido aquí a pescar”. Aunque Pedro no tenía cara para
comer, probablemente tenía tanta hambre que tuvo que hacerlo. Probablemente Pedro
no comió mucho y, si comió, quizás lo hizo avergonzado. Pedro estaba en una situación
difícil. Por un lado, el pescado que tenía en la mano había sido cocinado por el Señor;
por otro, él miraba la cantidad de peces que había en la red. Esto fue una gloria para el
Señor, pero fue una lección para Pedro.
Ésta es una lección muy interesante. No necesitamos palabras descriptivas; basta con
mirar este cuadro. El Señor les mostró que algunos pescados habían sido ya preparados.
Así que, no había más necesidad de que ellos fueran al mar. En realidad, el Señor les
decía: “Si Yo deseo que vayáis al mar a pescar, os diré que lo hagáis. Mirad estos ciento
cincuenta y tres pescados. No eran necesarios todos estos pescados, porque Yo ya tenía
cocinado suficiente pescado para vosotros”. De nuevo, si yo hubiera sido Pedro, me
habría sentido muy avergonzado. Por un lado, le habría agradecido al Señor, pero por
otro, me habría dicho a mí mismo: “¡Qué insensato soy! No es necesario venir aquí a
pescar poniendo a un lado la voluntad del Señor”.
Lo relacionado con nuestro sustento diario es muy práctico. Por esto el Evangelio de
Juan tiene este capítulo adicional. Ya que somos los hijos regenerados de Dios, quienes
recibimos la comisión divina, el Señor ciertamente cuidará de nuestro sustento diario.
Debemos aprender la lección de no abandonar la comisión del Señor por ganarnos la
vida. No debemos dejar la carga del Señor para ocuparnos de nuestra subsistencia. No
somos gente del mundo; somos hijos de Dios. Debemos buscar primeramente el reino
de Dios y Su justicia, y entonces el Señor añadirá la provisión necesaria para nosotros
(Mt. 6:33). Él se ocupará de nuestras necesidades. Si verdaderamente fuimos
comisionados por el Señor para llevar Su carga, Su obra y Su testimonio, podemos estar
en paz y tener la seguridad de que el Señor nos dará todo lo que necesitamos. Ésta es la
lección que recibimos en esta porción de Juan 21.
Miremos este cuadro una vez más. Los discípulos se esforzaron toda la noche y no
pescaron nada. Entonces el Señor se presentó a ellos y les dijo que echaran la red a la
derecha de la barca, y ellos obtuvieron una gran cantidad de peces. Aquellos pescados
fueron innecesarios, pues el Señor ya tenía preparado pescado y pan para ellos. Esta
lección fue inculcada por medio de milagros y no de palabras solamente. El Señor no
instruyó a Pedro y a los demás discípulos dándoles un discurso, un sermón o un
mensaje. Él les dio una lección por medio de tres milagros. El primer milagro consistió
en que siete hombres no pescaron ni un solo pez en toda la noche; el segundo, en que
ellos finalmente pescaron ciento cincuenta y tres peces en una sola red al obedecer la
palabra del Señor; y el tercero, en que sin utilizar ninguno de los peces que sacaron del
mar, algo de pescado y pan ya había sido preparado en tierra. El Señor les enseñó una
lección a Sus discípulos por medio de estos tres milagros.
Los discípulos aprendieron que sobre todo debían encargarse de la comisión del Señor y
confiar en Él para su sustento diario. Así pues, debemos ocuparnos de la obra y del
testimonio del Señor en lugar de preocuparnos por nuestro sustento. Si descuidamos la
comisión del Señor por ocuparnos de ganarnos la vida, fracasaremos. En Juan 21:2-14 el
Señor dio a Sus discípulos una gran lección acerca de su sustento, mostrándoles que no
depende de su habilidad natural, sino de la voluntad del Señor. Si estamos en la
voluntad del Señor y sometida a ella, Él proveerá el medio de vida para nosotros aun en
las situaciones más difíciles. No obstante, si seguimos la manera natural y nos vamos al
mar, es decir, al mundo, a buscar un empleo para ganarnos la vida, fracasaremos. Si el
Señor nos llamó, no debemos preocuparnos por nuestro sustento. El Señor Jesús tiene
la manera de preparar pescado sin ir a pescar. Él se ocupará de suplirnos alimento,
porque Él llama las cosas que no son como existentes. El Señor, quien nos llamó, nos
cuidará y nos sustentará.
LA VIDA EN RESURRECCIÓN
(4)
En Juan 21:1-14 vimos que, en resurrección, el Señor actuaba y vivía con los creyentes.
Ahora, en los versículos del 15 al 25, vemos que Él sigue obrando y andando con ellos.
El Señor está trabajando como el Pastor para edificar la iglesia al pastorear Su rebaño
(21:15-17; 10:16). Hay tres aspectos relacionados con el Señor como Pastor: el buen
Pastor (10:11), el gran Pastor (He. 13:20) y el Príncipe de los pastores (1 P. 5:4). El
pastoreo no es dado a individuos sino al rebaño. El rebaño es la iglesia, y la iglesia es el
edificio. Al leer Juan 21 y 1 Pedro podemos ver que el pastoreo tiene como fin la
edificación de la iglesia.
1. Despierta el amor de
los discípulos para con Él
En Juan 21:15 el Señor Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que éstos?”. Aquí el Señor estaba restaurando el amor que Pedro sentía por Él. Pedro
tenía un corazón que amaba al Señor, pero tenía mucha confianza en su propia fuerza
natural. Su amor por el Señor era precioso, pero su fuerza natural debía ser negada y
quebrantada. El Señor permitió que Pedro fracasara completamente cuando éste le negó
en Su presencia tres veces (18:17, 25, 27), a fin de tocar la fuerza natural de Pedro y su
confianza en sí mismo. Además, Pedro acababa de tomar la iniciativa en abandonar el
llamamiento del Señor. Este fracaso, sin duda, trastornó la confianza natural que Pedro
tenía con respecto a su amor por el Señor. Puesto que esto debió desanimarlo un poco,
el Señor vino a restaurar el amor que Pedro le tenía, al encargarle el pastoreo de Su
iglesia y a prepararlo para el martirio, a fin de que le siguiera sin tener confianza alguna
en su fuerza natural.
Cuando el Señor habló con Pedro en Juan 21:15-17, no le llamó “Pedro”, que era el
nombre que tenía como persona regenerada, sino “Simón”, el cual era su nombre
antiguo y describía a su persona natural. Debido a que Pedro todavía era una persona
natural, el Señor le preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”. El
Señor le preguntó esto primero, debido a que Pedro había declarado audazmente al
Señor, en la víspera de la traición, que él nunca lo abandonaría aun si los demás lo
hicieran (Mt. 26:33). Pedro había dicho que seguiría al Señor aun hasta la muerte (Jn.
13:37; Mt. 26:35). Al decir esto, se estaba diferenciando de los demás discípulos. Y sí, él
era diferente de ellos, pero no en su fuerza, sino en su debilidad. Cuando el Señor le
preguntó: “¿Me amas más que éstos?”, le recordaba a Pedro lo que él era: un hombre
sumamente confiado en sí mismo y demasiado orgulloso.
Aunque el amor que Pedro tenía por el Señor era precioso, su fuerza natural debía ser
quebrantada. Ésta fue quebrantada por el Señor en dos maneras: cuando Pedro negó al
Señor y cuando tomó la iniciativa en apartarse del llamamiento del Señor. Pedro fracasó
la primera vez cuando negó al Señor tres veces, y la segunda vez, cuando fue a pescar.
Los discípulos fueron a pescar porque no tenían nada que comer. Cuando Abraham
estaba en Canaán, él también fue puesto a prueba al confrontar el mismo problema.
Descendió a Egipto debido al hambre que había en la tierra. Igualmente, Pedro y los
otros discípulos descendieron al mar a pescar; ellos fueron puestos a prueba debido a la
escasez de alimento. Pedro pensó que era muy fuerte y capaz de resistir cualquier
prueba, incluso la muerte. Por eso le había dicho al Señor que le seguiría hasta la
muerte. Así que, el Señor sometió a Pedro a dos pruebas, y Pedro fracasó en ambas.
¿De qué manera terminó el Señor con la fuerza natural de Pedro? Lo hizo al retirar
temporalmente Su mano de él. En Juan 10:28 el Señor había dicho que nadie podía
arrebatar a los creyentes de Su mano. El hecho de que Pedro traicionara al Señor,
negándolo tres veces en Su presencia, significa que el Señor había apartado Su mano de
él por un tiempo. Pareciera que el Señor dijera: “Pedro, tú tienes demasiada confianza
en ti mismo. No sabes que tu firmeza depende de que Yo te sostenga con Mi mano. Si Yo
no te estuviera sosteniendo, no podrías mantenerte firme. Tan sólo aparto Mi mano de ti
por un momento, y veamos si puedes permanecer en pie”. Entonces el Señor se apartó
por un tiempo, y Pedro cayó. No piensen que podemos estar firmes por nuestras propias
fuerzas. No; una mano invisible nos sostiene todo el tiempo. Aprecio el hecho de que a
través de los años, y aun ahora mismo, muchos santos han orado por mí. En la
comunión que tengo con el Señor en el espíritu, tengo un sentir profundo y un aprecio
por el hecho de que muchos santos amados están orando por mí. Por mi propia cuenta
no puedo permanecer firme; no puedo ministrar. Sé cuál es la fuente de poder del
ministerio y estoy consciente de que ésta no se encuentra en mí, sino en Él. Es
importante que todos comprendamos esto. Debido a que Pedro era tan fuerte y tenía
tanta confianza en sí mismo, el Señor se vio obligado a retirar Su mano de él
temporalmente. Como resultado de esto, Pedro cayó y negó al Señor tres veces. Además,
no pudiendo soportar la prueba respecto a su sustento diario, tomó la iniciativa en
regresar al mar. Tal vez Pedro pensó que era razonable hacer eso, porque en ese
momento no veía la provisión del Señor. Sin embargo, al volver a su antiguo oficio Pedro
quedó al descubierto. El Señor apartó Su mano por un tiempo, y Pedro fue
completamente expuesto. Es así como el Señor lo disciplinó.
En los versículos 16 y 17 vemos que el Señor le preguntó a Pedro dos veces más: “Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas?”. Cuando el Señor le hizo esta pregunta por tercera vez, Pedro
se contristó profundamente, y por dos razones. Él se contristó en primer lugar porque el
Señor le hizo la misma pregunta tres veces. Si yo le hiciera a usted lo mismo, se sentiría
bastante incómodo. En segundo lugar, se contristó porque al hacerle la misma pregunta
tres veces, el Señor le recordaba que él le había negado también tres veces. Cuando
Pedro negó al Señor estaba calentándose junto a un fuego (18:25). En Juan 21 también
había otra fogata. Lo que el Señor hizo fue muy significativo, porque parece que con el
fuego le hacía recordar a Pedro su negación. Es como si Él le dijera: “Pedro, ¿te acuerdas
de aquel fuego? ¿Recuerdas que junto al fuego me negaste? Cerca de aquel fuego tú me
negaste, pero ahora, cerca de este fuego Yo te suministro”. De esta manera el Señor
provocó que Pedro recordara lo que había hecho junto a aquel fuego y que comprendiera
lo que era y donde estaba. Pedro aprendió bien esta lección. En todo el Nuevo
Testamento, el cuadro que mejor describe a Pedro es el de Juan 21. Me gusta el hermano
Pedro en este capítulo. Aquí podemos verlo como una persona tierna, mansa y
quebrantada, un hombre que verdaderamente había aprendido la lección de ser probado
y quebrantado por el Señor.
En Juan 21:18-23 vemos al Señor Jesús caminando con los discípulos, aquellos que lo
siguen. El Señor, después de restaurar el amor de Pedro hacia Él, y de encargarle que
apaciente a los corderos y pastoree a las ovejas, predijo el martirio de Pedro, con lo cual
instruía a los discípulos a que le siguieran hasta la muerte. En el versículo 18 el Señor le
dijo a Pedro: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, y andabas
por donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y
te llevará adonde no quieras”. Al decir esto a Pedro, estaba “dando a entender con qué
muerte había de glorificar a Dios”. Más tarde, en 2 Pedro 1:14, Pedro hizo mención de
esto. En este capítulo el Señor preparaba a Pedro para que le siguiera hasta la muerte,
pero no por sus propios méritos ni por su propia voluntad. Es como si el Señor le dijera:
“Pedro, aunque tú no cumpliste tu palabra, Yo sí cumpliré la Mía. Declaraste que aun
morirías por Mí, pero no lo cumpliste. No obstante, un día tú morirás por Mí, pues
morirás para glorificar a Dios. Mientras seas joven, serás libre, pero llegará el día en que
serás viejo. Entonces serás atrapado, atado y llevado a un lugar adonde no querrás ir”.
Después de oír esto Pedro comprendió que moriría como mártir por causa del Señor. En
ese tiempo Pedro no dijo ni sí ni no.
Este capítulo nos muestra que después de haber sido regenerados y comisionados por el
Señor, debemos amarle a cualquier precio y seguirle hasta el fin haciendo cualquier
sacrificio. Al seguir al Señor de esta forma, cumpliremos el propósito del Señor de
apacentar a Sus corderos y de alimentar y pastorear a Sus ovejas.
El versículo 23 hace referencia a lo que el Señor dijo a Pedro acerca de Juan: “Este dicho
se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no
le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que Yo venga, ¿qué a Ti?”. Por
esta palabra el Señor indica que algunos de Sus seguidores vivirán hasta que Él venga.
La presencia del Señor tiene dos aspectos: la visible y la invisible. Debido a Su presencia
invisible, podemos seguirle. El Señor está aquí invisiblemente; por lo tanto, podemos
seguirle. Pero no se encuentra aquí visiblemente, y por eso, debemos esperar hasta que
Él venga. La clave de todo esto es Su maravillosa presencia. En esta era, Su presencia
invisible es mejor que Su presencia visible, pues es más valiosa, prevaleciente, rica y
real. Espero que todos podamos entender estos dos aspectos de la presencia del Señor.
En cuanto a la visible, esperamos Su venida; pero con respecto a la invisible, Él está
siempre con nosotros y nosotros le seguimos. Después de Su resurrección, el Señor
permaneció con los discípulos durante cuarenta días (Hch. 1:3-4) con el fin de
entrenarlos para que conocieran Su presencia invisible, la pusieran en práctica y
vivieran por ella. En el versículo 23 el Señor indicó que algunos de Sus creyentes lo
seguirían hasta la muerte y que algunos permanecerían, es decir, vivirían hasta que Él
regresara.
Juan 21 es un capítulo muy práctico. Hemos visto que fuimos regenerados como hijos de
Dios y que tenemos Su vida y Su naturaleza. Así que, somos la manifestación de Dios.
Dios nos ha dado una comisión divina y celestial, y debemos laborar para cumplir Su
propósito, es decir, debemos alimentar a Sus ovejas y pastorear a Su rebaño, hasta que
todas las ovejas sean reunidas como un solo Cuerpo para formar una casa espiritual.
Aunque debemos hacer estas cosas, todavía existe el asunto práctico de nuestro
sustento. En este capítulo vemos que el Señor suplirá nuestras necesidades y se ocupará
de nuestro sustento. Nosotros simplemente debemos confiar el asunto de nuestro
sustento diario a Él y dejarlo en Sus manos. Si estamos sometidos a Su voluntad, Él
ciertamente nos sustentará. Además, debemos comprender que el testimonio del Señor
requiere de nuestro sufrimiento y sacrificio, y de seguirle incluso hasta la muerte.
El Evangelio de Juan no tiene conclusión. Este libro no ha sido terminado, sino que
sigue escribiéndose bajo la composición del Espíritu. Tal vez el Evangelio de Juan ya
tenga dos mil o tres mil capítulos. Este libro sigue escribiéndose, y nosotros estamos
incluidos en esta composición. ¡Alabado sea el Señor!
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CINCUENTA
LA MÁXIMA CONCLUSIÓN
Vimos que el Evangelio de Juan se divide en dos secciones: la primera abarca los
capítulos del 1 al 13, y la segunda, del 14 al 21. Como ya hicimos notar, en la primera
sección el Señor como Hijo de Dios vino para traer a Dios al hombre y en la segunda
sección se fue para introducir al hombre en Dios. En otras palabras, la primera sección
revela que el Señor es la manifestación de Dios quien vino al hombre, trajo Dios al
hombre y mezcló a Dios con el hombre. Aquel pequeño hombre Jesús era la mezcla de
Dios con el hombre; Él era la unión de Dios y el hombre. En Él y por medio de Él, Dios
llegó a ser uno con el hombre. En ese pequeño hombre Jesús vemos a Dios (Dios está
con Él) y al hombre (el hombre está con Dios). En Mateo 1:23 Jesús es llamado
Emanuel, que significa “Dios con nosotros” o “Dios con el hombre”. Mediante Su
encarnación Dios se mezcló a Sí mismo con el hombre. Todo esto se refiere a la venida
del Señor.
La segunda sección de este evangelio se refiere a la ida del Señor. Primero Él vino de
Dios al hombre. Después, salió del hombre y fue a Dios, introduciendo al hombre en
Dios. Al pasar por la muerte y la resurrección, Él preparó el camino para introducir al
hombre en Dios. El hombre caído estaba separado de Dios y permanecía muy lejos de
Él. Pero el Señor, por medio de Su muerte, eliminó la distancia y quitó todos los
obstáculos que separaban al hombre de la presencia de Dios. Ahora, mediante la muerte
de Cristo y por Su sangre, el hombre puede ser introducido en la presencia de Dios, y no
sólo en Su presencia, sino en Dios mismo. Por Su muerte y resurrección el Señor no sólo
salió de entre los hombres y regresó a Dios, sino que también fue a Dios llevando
consigo al hombre e introduciéndolo en Dios. Por lo tanto, mediante la venida del Señor,
Dios fue mezclado con el hombre, y mediante Su ida, el hombre fue introducido en Dios.
Mediante la venida y la ida del Señor, Dios y el hombre fueron mezclados para ser una
sola entidad.
DIOS EN EL HOMBRE
Hay otra manera de considerar este evangelio: podemos dividirlo en tres secciones. La
primera sección, compuesta de los primeros diecisiete capítulos, revela a Dios
manifestándose en el hombre. Estos primeros capítulos nos muestran que el Dios
todopoderoso, infinito, ilimitado y eterno se manifestó en un hombre. Estos capítulos
presentan la historia de un hombre auténtico de carne y sangre, un hombre de nombre
Jesús, quien vivía en la tierra y manifestaba a Dios. Cuando el Señor Jesús vivió en la
tierra como hombre, no vivió conforme a la vida del hombre, sino que vivió por otra
vida, la vida de Dios. En los primeros diecisiete capítulos de Juan no vemos a este
hombre viviendo una vida humana, sino una vida divina. De manera que, el Dios
ilimitado e infinito fue manifestado a través de este pequeño hombre. Ésta es la razón
por la que el Señor dijo varias veces que Él no hablaba por Su propia cuenta, sino por Su
Padre (12:49). Todo lo que Él hablaba provenía del Padre, porque era el Padre mismo
hablando en Él. Además, todo lo que Él hacía no lo hacía por Sí mismo (5:30). Él hizo
todo en el Padre y por Él, pues el Padre obraba en Él. Debido a que Él vivía por la vida
de Dios y no por la vida del hombre, Dios se manifestó en Él y por medio de Él.
Si dividiéramos este evangelio en tres partes, la segunda parte constaría de los capítulos
18 y 19. En estos dos capítulos vemos un cuadro de cómo el Señor fue arrestado,
juzgado, sentenciado a muerte y crucificado sobre el madero. Pero debemos entender
que este cuadro constituye una revelación de la vida manifestada en la muerte. En la
primera parte de este evangelio, Dios es manifestado en un hombre; en la segunda, la
vida es manifestada en la muerte. Todas las cosas que le sucedieron al Señor Jesús en
los capítulos 18 y 19 fueron aspectos de la muerte. La traición por parte de Judas, el
hecho de que Judas llevara a los soldados a arrestarlo, el juicio que el Señor sufrió ante
el sumo sacerdote y Pilato, el trato cruel que padeció, la sentencia injusta que recibió y el
hecho de ser clavado en la cruz, todos fueron aspectos de la muerte. Sin embargo, todo
lo que le sucedió al Señor en estos capítulos no lo llevó a la muerte. Si decimos que se le
dio muerte al Señor, estamos equivocados. El Señor fue a la muerte voluntariamente.
Así como Él es el Dios que entró en el hombre, Él es la vida que entra en la muerte. Tal
como Él era Dios manifestado en el hombre, de igual manera, aquí Él es la vida
manifestada en la muerte.
En todo el universo no existe nada aparte de Dios que sea más poderoso que la muerte
(Cnt. 8:6). Ella es tan poderosa que nadie puede resistirla. Únicamente el Dios de
resurrección puede vencerla. Cuando la muerte viene a una persona, es despiadada,
poderosa y cruel. No le importa si se trata de nuestra esposa, nuestros hijos o nuestra
familia entera. Por lo tanto, todos temen a la muerte y nadie va a ella voluntariamente.
¿Quién se ofrecería voluntariamente a ser visitado por la muerte? En estos dos capítulos
vemos que el Señor Jesús fue a la muerte voluntariamente. Él decidió ir al huerto a
entregarse a ellos. Sabiendo que Sus apresadores irían al huerto para atraparlo, fue allí a
propósito para ser capturado. Al hacer esto demostró que Él es la vida. La única manera
en que la vida puede ser manifestada es entrar a la muerte. La verdadera vida es
manifestada en la muerte y por medio de la muerte. En Juan 12:24 el Señor dijo que Él
era como un grano de trigo. ¿Cómo podemos saber si existe vida en un grano de trigo?
La única manera que podremos saberlo es introducir ese grano a la muerte. Al poner en
la tierra el grano de trigo, esto es, al introducirlo en la muerte, podremos ver que la vida
brota de él. Así que, la vida del grano de trigo se manifiesta cuando muere. Si usted pone
un grano de arena en la tierra, nada saldrá de él, porque no tiene vida. Por lo tanto, es
mediante la muerte que la vida se manifiesta.
Como ya hicimos notar, todo por lo que el Señor Jesús pasó en estos dos capítulos
fueron aspectos de la muerte. Pero como el Señor era la vida, no tenía temor a la muerte.
Él nunca estuvo atemorizado ni preocupado por la muerte; antes bien, se enfrentó
victoriosamente a cada una de sus amenazas y ataques. Aun cuando Sus discípulos
intentaron rescatarlo, Él les pidió que no se resistieran, diciéndole a Pedro: “Mete tu
espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (18:11).
Cuando el Señor Jesús pidió a los que venían a arrestarle que le dijeran a quién
buscaban, ellos le respondieron: “A Jesús nazareno”, y Él dijo: “Yo soy” (18:5-6).
Cuando Él dijo: “Yo soy”, Sus captores, aterrorizados por lo que dijo, “retrocedieron, y
cayeron a tierra” (18:6). Esto comprueba que si el Señor no hubiera querido entregarse a
ellos, ellos nunca habrían podido arrestarle. Además, mientras los soldados arrestaban
al Señor, Él tranquilamente cuidaba de Sus discípulos, diciendo: “Pues si me buscáis a
Mí, dejad ir a éstos” (18:8). Todo esto revela que el Señor era la vida manifestada en la
muerte y que la muerte no le podía hacer nada a Él.
LA RESURRECCIÓN EN EL ESPÍRITU
Los capítulos del 1 al 17 muestran que el Señor es Dios manifestado en el hombre; los
capítulos 18 y 19 revelan que Él es la vida manifestada en la muerte y, finalmente, los
capítulos 20 y 21 revelan al Señor en resurrección como Espíritu. El Señor es Dios, el
Señor es vida y el Señor es resurrección. Él es Dios manifestado en el hombre, es la vida
manifestada en la muerte y es la resurrección manifestada como el Espíritu. Así pues,
Dios es manifestado por medio del hombre, la vida es manifestada por medio de la
muerte y la resurrección es manifestada por medio del Espíritu Santo. En las tres
secciones del Evangelio de Juan, tenemos al Señor como Dios en la primera sección, al
Señor como vida en la segunda y al Señor como resurrección en la última. Así que, Él es
Dios, vida y resurrección. En los primeros diecisiete capítulos el Señor estaba en el
hombre como Dios; en los capítulos 18 y 19, Él estaba en la muerte como vida, y en los
últimos dos capítulos, el Señor es el Espíritu como resurrección. Este es el Señor en tres
etapas.
El Señor, después de resucitar, fue a Sus discípulos y sopló en ellos diciendo: “Recibid el
Espíritu Santo” (20:22). ¿Quién es el Espíritu Santo? El Espíritu es Dios que viene al
hombre. Dios el Padre es la fuente, Dios el Hijo es la expresión y Dios el Espíritu es Dios
que entra en el hombre. Dios entra en nosotros como Espíritu para que podamos
disfrutarlo. Si Dios fuera solamente el Padre, y no fuera el Hijo ni el Espíritu, nunca
podríamos experimentarle. Pero Dios está en el Hijo como vida, y como resurrección Él
es el Espíritu. Por medio de la resurrección, Dios se liberó a Sí mismo y se impartió en
nosotros. Por lo tanto, el Señor le dijo a los discípulos que recibieran al Espíritu Santo.
Recibir al Espíritu Santo es recibir a Dios mismo. Es sólo en resurrección y por la
resurrección que Dios puede estar en nosotros y ser uno con nosotros.
¿Comprende que Dios no solamente es la vida, sino también la resurrección? ¿Es esto
un hecho y una realidad para usted, o es simplemente una enseñanza y una doctrina?
Por la muerte y la resurrección de Cristo, Dios como resurrección vive en nosotros. Esto
no debe ser una doctrina para nosotros. Aquel que es más fuerte y más poderoso que
todo, vive ahora en nosotros. Éste es el mismo Dios, quien se hizo vida para nosotros, y
esta vida es ahora la resurrección en nosotros. El Espíritu que mora en nosotros es la
realidad de esta resurrección. Por consiguiente, Él y nosotros ya somos uno, porque la
resurrección es la maravillosa mezcla de Dios y el hombre en el Espíritu. En
resurrección, Dios y el hombre están mezclados. El hombre llega a ser la morada de
Dios, y Dios, la morada del hombre. De este modo, el hombre y Dios, Dios y el hombre,
pueden morar mutuamente el uno en el otro.
En Apocalipsis 3:12 se nos dice que si tenemos la realidad de la presencia del Señor,
seremos vencedores y columnas en el templo de Dios. Las columnas sostienen el templo,
el cual denota la presencia de Dios. Por lo tanto, la presencia de Dios depende de
nuestra experiencia como columnas. En otras palabras, para tener la presencia de Dios,
debemos ser columnas; porque allí donde está el pilar, está el templo de Dios. Esto
quiere decir que donde estemos, allí estará la presencia del Señor. Si somos columnas
del templo, seremos aquellos de quienes depende la presencia de Dios.
En Apocalipsis, el último libro escrito por Juan, encontramos las iglesias, el templo y la
ciudad. El templo se apoya en las columnas, lo cual significa que la presencia de Dios se
apoya en los vencedores. Allí donde ellos estén, la presencia de Dios estará, y allí
también estará la Nueva Jerusalén, es decir, el edificio de Dios. La Nueva Jerusalén es la
máxima expresión de la mezcla de Dios y el hombre.
LA EXPERIENCIA PRÁCTICA
Ahora veamos cómo podemos tener esta experiencia. Los últimos dos capítulos del
Evangelio de Juan nos muestran la manera de lograr esto. Si hemos de experimentar a
Dios en resurrección, si hemos de experimentar a Dios como Espíritu, si hemos de
experimentar a Dios de manera que Dios y nosotros seamos mezclados juntos, si
queremos tener la experiencia de ser columnas que sostengan la presencia del Señor, y
si queremos tener la experiencia de que sean escritos sobre nosotros el nuevo nombre de
Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nombre del Señor, entonces debemos buscar
fervientemente al Señor, al igual que lo hizo María la magdalena. Ella lo buscó en la
madrugada. Además de buscarle, debemos creer que Él resucitó y que ahora está con
nosotros. Hacemos esto al creer sin verlo. No debemos ser como el hermano Tomás,
quien dijo: “Si no veo en Sus manos la marca de los clavos y no meto mi dedo en la
marca de los clavos, y mi mano en Su costado, no creeré jamás” (Jn. 20:25). Debemos
creer en el Señor aun sin verlo, sentirlo ni tocarlo. Además, debemos asistir a las
reuniones de la iglesia. No menospreciemos las reuniones. Debemos buscar al Señor
personalmente durante nuestra vigilia matutina, pero por la noche debemos asistir a las
reuniones de la iglesia. Al buscar y seguir al Señor, no debemos afanarnos por los
asuntos prácticos de nuestro diario vivir. Además de buscar al Señor, creer en Él y asistir
a las reuniones, debemos confiar en Él con respecto a nuestro sustento diario.
Recordemos la promesa del Señor: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y
todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Si buscamos el reino de Dios y Su
justicia, Dios ciertamente cuidará de nuestras necesidades básicas. No salga a pescar por
cuenta propia. Si tratamos de ganarnos la vida por nuestra propia cuenta, fracasaremos
y finalmente no obtendremos nada. Recuerden que Juan 21 revela que el Señor puede
preparar pescado aun en tierra firme, donde por naturaleza no hay peces. El Señor nos
proveerá el pescado que ya ha preparado de antemano.
Finalmente, debemos aprender la lección correspondiente a la vida de Pedro y tener la
experiencia de ser quebrantados. No piense que usted es muy fuerte. Puede ser que sea
fuerte en su vida natural, pero esa fuerza debe ser quebrantada. El Señor quiere su
corazón, y no su fuerza. Nuestro yo debe ser quebrantado hasta que amemos al Señor
con todo nuestro corazón. Debemos amar al Señor renunciando a nuestras fuerzas.
Como hemos visto, Pedro tuvo dos fracasos grandes: negó al Señor tres veces en Su
presencia y abandonó la comisión que había recibido por irse a pescar. Pedro primero
negó al Señor y, más tarde, tomó la iniciativa en ir al mundo para ganarse la vida. Pero
el Señor lo encontró y le preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”
(Jn. 21:15). Ya en el capítulo 21 Pedro había aprendido la lección y había llegado a ser un
hombre quebrantado. Luego el Señor parece decirle: “Pedro, tienes que seguirme,
laborar para Mí, alimentar y pastorear Mis ovejas, y edificar la iglesia”.
Que todos nosotros siempre recordemos las cinco cosas que debemos experimentar:
buscar al Señor, creer en Él, asistir a las reuniones, depender del Señor para nuestro
sustento y ser quebrantados en nuestro hombre natural. Por muy fuertes, hábiles e
inteligentes que seamos por naturaleza, debemos ser quebrantados. Debemos rechazar
nuestra fuerza, habilidad y astucia natural. El Señor desea nuestro corazón, pero no
nuestra fuerza. Cuanto más fuertes nos consideremos, más fracasaremos. ¿Por qué
debemos aprender la lección de renunciar a nuestra fuerza, habilidad e inteligencia
natural? Porque el Señor mismo debe ser nuestra vida, nuestra fuerza, nuestra sabiduría
y nuestro todo. El Señor necesita que nuestro corazón le ame, coopere con Él, y le dé la
oportunidad de ser nuestra vida. Aunque Él no necesita nuestra fuerza, habilidad o
inteligencia, sí requiere nuestra cooperación. Si le amamos, cooperaremos con Él y le
daremos toda la libertad de vivir en nosotros. Entonces seremos iguales a como era Él
cuando vivía en la tierra. Así como Él vivió por la vida de Dios, nosotros viviremos por la
vida de Cristo, y de esta manera experimentaremos la resurrección. Experimentaremos
que Él no sólo es Dios en el hombre, sino que también es la vida en medio de la muerte y
la resurrección en el Espíritu. Si le buscamos, creemos en Él, nos reunimos con los
santos, nos olvidamos de nuestras necesidades materiales y aprendemos la lección de
negar nuestro hombre natural, experimentaremos a Cristo como resurrección en el
Espíritu. Si hacemos todo esto, el Señor será nuestra realidad. Esto es lo que significa
ser una columna para la manifestación de Dios, una parte de la Nueva Jerusalén y la
nueva expresión de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE JUAN
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
Cristo es la vid, y nosotros los pámpanos (15:5). El hecho de que Cristo sea la vid y
nosotros los pámpanos indica claramente que somos parte de Cristo. ¡Esto es grandioso!
Juan 15 no es una simple parábola; es un cuadro descriptivo de cómo nosotros somos
parte de Cristo. No somos simplemente aquellos que fueron redimidos, perdonados,
justificados, reconciliados y salvos. ¡En realidad somos parte de Cristo! Si vemos el
cuadro presentado aquí desde este punto de vista, entenderemos cuán profundo es!
Cristo es la corporificación de Dios, y nosotros somos pecadores dignos de lástima,
corruptos, caídos y hasta diabólicos. ¿Cómo pudimos tales pecadores ser hechos parte
de Cristo? No obstante, aunque parezca tan profundo, también es cierto que somos
parte de Cristo.
La vid con los pámpanos constituye el organismo del Dios Triuno en la impartición
divina. Un día, el Señor me mostró claramente que esta vid es el único organismo en
todo el universo. La vid presentada en el capítulo 15 no es insignificante, individual ni
local, sino que es el grandioso organismo corporativo y universal del Dios Triuno.
En toda la Biblia, ningún otro libro revela la Trinidad de una forma tan completa como
lo hace el Evangelio de Juan. Este libro en su totalidad tiene que ver con la Trinidad. En
ningún otro libro encontramos al Padre, al Hijo y al Espíritu revelados de una manera
tan práctica como en éste. Todo el Evangelio de Juan es un libro sobre el Hijo con el
Padre y con el Espíritu. Por lo tanto, el organismo presentado en el capítulo 15 no es
simplemente un organismo de Cristo, sino un organismo del Dios Triuno.
En la introducción a este capítulo, el Señor Jesús, el Hijo, dice: “Yo soy la vid verdadera,
y Mi Padre es el labrador”. Tal vez usted se pregunte dónde se encuentra el Espíritu en
este capítulo. El Espíritu es la sabia o jugo vital de la vid. Por lo tanto, vemos que la
Trinidad es el elemento constituyente de este organismo, en el cual estamos incluidos.
Además, el organismo de la vid está constituido no sólo de la divinidad, sino también de
la humanidad. ¡Alabado sea el Señor porque este organismo universal está compuesto
tanto del Dios Triuno como de nosotros! De hecho, nosotros somos la parte crucial de
este organismo. Éste es un asunto sumamente significativo.
El enfoque de la Biblia consiste en que Dios como vida crezca en un cuerpo orgánico.
Esto significa que Dios es la vida que crece, y que ésta necesita un organismo, un cuerpo
orgánico, en el que Dios pueda crecer y por medio del cual pueda expresarse. Se nos ha
dicho que Dios es nuestro Creador, el objeto de nuestra adoración, y que nosotros, Sus
criaturas, debemos adorarle. Aunque esto no es incorrecto, es un entendimiento muy
superficial de la revelación contenida en la Biblia. De ninguna manera constituye el
enfoque de la revelación divina.
El contenido interno del enfoque divino consiste en que Dios no sólo es nuestro Creador
y el objeto de nuestra adoración, sino también la vida. La vida no requiere adoración.
¡Cuán insensato sería poner una semilla de clavel sobre una mesa y adorarla! Si
hiciéramos esto, y la semilla pudiera hablar, diría: “¡Hombres insensatos! ¿Qué están
haciendo? Cuanto más me adoran, más sufro. En lugar de adorarme, por favor
siémbrenme. Si hacen eso, estaré feliz”. Finalmente, Dios no es el objeto de nuestra
adoración, sino que Él es vida y, como tal, desea crecer en un cuerpo orgánico para
poder expresarse.
Dios dio varios pasos a fin de producir este cuerpo orgánico. Por medio de la creación,
Él formó un espíritu en el hombre (Zac. 12:1). Debido a que tenemos un espíritu,
podemos recibir a Dios en nuestro ser. Dios también realizó la obra de redención y,
finalmente, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora Él no sólo es el Creador
y el Redentor, sino el mismo pnéuma, el Espíritu vivificante, y por eso nosotros
podemos tener contacto con Él. En el momento en que tenemos contacto con Él, Su
Espíritu entra directamente a nuestro espíritu. Cuando este Espíritu entra en nuestro
espíritu, nos hace parte de este cuerpo orgánico. Ahora Dios crece en nosotros para
poder expresarse. Éste es el deseo actual del Señor.
Si comprendemos que somos parte de este organismo divino en el que Dios crece y por
medio del cual se expresa, muchas cosas desaparecerán. Todos nuestros conceptos
religiosos relacionados con la adoración desaparecerán. A Dios no le interesan nuestros
conceptos; Él quiere ser la vida que crece en nuestro interior para poder expresarse por
medio de nosotros. Éste es el organismo revelado en Juan 15.
Hemos visto que en Juan 15 la predicación del evangelio ocurre cuando la vida rebosa, lo
cual produce fruto. Sin embargo, esto no es algo sencillo, sino muy elevado y profundo.
Es mucho más elevado de lo que comúnmente es considerada la vida cristiana. Si
queremos ganar un entendimiento de lo que significa llevar fruto mediante el rebosar de
la vida, necesitamos ver el cuadro todo-inclusivo que presenta el Evangelio de Juan.
Este evangelio empieza con las palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios”. Un día, el Verbo se hizo carne (1:14), y esta carne era el
Cordero de Dios (1:29). Cuando el Señor fue crucificado, Él no sólo fue el Cordero, cuyo
propósito era realizar la redención, sino que también tomó la forma de serpiente (3:14).
Él fue levantado en la cruz para terminar con Satanás, la serpiente antigua. No
solamente murió en la forma del Cordero y de la serpiente, sino también murió en la
forma de un grano de trigo (12:24). Como tal, Él murió para producir los muchos
granos, los cuales nos incluyen a todos nosotros. Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida, y la
vida era la luz de los hombres”. Esta vida era la luz de la vida (8:12). Cuando el Verbo se
hizo carne, estaba lleno de gracia y realidad, verdad.
Hasta aquí, tenemos diez palabras cruciales: Verbo, Dios, carne, Cordero, serpiente,
grano de trigo, vida, luz, gracia y verdad. Cristo era el Verbo, quien era Dios y llegó a ser
carne. Esta carne era el Cordero que fue crucificado para nuestra redención. En Su
crucifixión Cristo tomó la forma de la serpiente con el fin de destruir al diablo. Y en Su
muerte también cayó en la tierra como un grano de trigo para producir los muchos
granos. Estos granos ahora tienen Su vida, la cual ha llegado a ser luz para ellos. Para
ellos esta vida es gracia, y esta luz los introduce en la realidad.
CRISTO, AL MORAR EN NOSOTROS, NOS HACE UNA PARTE DEL
ORGANISMO DEL DIOS TRIUNO
LA ENTRADA AL ORGANISMO
Tal vez usted se pregunte cómo puede experimentar este organismo divino. Este
organismo viviente es semejante a un edificio con una entrada. En este evangelio
tenemos tanto la puerta de entrada a este organismo como la manera para experimentar
dicho organismo. La puerta se encuentra en Juan 3:3 y 5. El Señor Jesús dijo a un
pecador llamado Nicodemo: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” y:
“El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Este
organismo es el reino, y viceversa. El Señor le daba a entender a Nicodemo que tenía
que nacer del Espíritu. Entramos en este reino, en este organismo, sólo al nacer del
Espíritu divino en nuestro espíritu. De manera que, el nuevo nacimiento es la entrada al
organismo del Dios Triuno.
La manera comienza en Juan 4:24 donde el Señor dijo: “Dios es Espíritu; y los que le
adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Adorar a Dios es tener
contacto con Él, disfrutarle y participar de todo lo que Él es. Adorar a Dios es recibirle
en nuestro interior; no es simplemente algo objetivo, sino una experiencia subjetiva.
Esto se comprueba por el hecho de que en este capítulo el Señor habla de la adoración y,
a la vez, habla de beber el agua viva (v. 14). Si juntamos los versículos 14 y 24, veremos
que beber del agua viva es adorar a Dios. Además, cuando adoramos a Dios con nuestro
espíritu y en nuestro espíritu es cuando verdaderamente estamos bebiendo del agua
viva, la cual es Dios mismo. Dios es el Espíritu, y este Espíritu es el agua viva. Bebemos
de esta agua viva adorando a Dios. Por lo tanto, beber de Dios y adorarle son sinónimos.
Todos debemos beber al Dios quien es el agua viva, es decir, el Espíritu.
EL REBOSAR
Ahora podemos entender lo que significa llevar fruto por medio del rebosamiento de la
vida. Necesitamos tener esta visión. Si la tenemos, podremos decir: “Soy parte del
organismo del Dios Triuno. Diariamente tengo contacto con mi Dios, bebo y como de Él,
y vivo por Él. Ahora espontáneamente Dios mismo está fluyendo de mí”. Este
rebosamiento de vida produce fruto. Cuando llevamos fruto, sabemos que la vida de
Dios se ha expresado en nuestro vivir. Al tener contacto con nuestros familiares,
vecinos, compañeros de trabajo y amigos, debemos tener esta clase de vivir y ser esta
clase de persona. Recientemente una hermana nos dijo que había compartido acerca del
rico suministro de Cristo a una señora que se había encontrado en un aeropuerto.
Seguramente esa mujer debe haber sido impresionada por el testimonio de nuestra
hermana. De la boca de nuestra hermana no sólo salió una predicación, sino el Dios
Triuno que se expresaba en el vivir de ella. Si tenemos tal testimonio con nuestros
parientes y amigos, la vida que fluye de nosotros causará en ellos una impresión
profunda y ciertamente entrará en algunos de ellos. Ellos serán infundidos con este fluir
y llegarán a ser un fruto que es producido por este organismo. Así es como se lleva fruto
cuando rebosamos con la vida interior .
Somos los pámpanos de esta vid divina; somos parte del organismo del Dios Triuno.
Somos iguales a Él en vida, en naturaleza y en posición. ¡Aleluya! Diariamente tenemos
contacto con nuestro Dios. Él no es simplemente el objeto de nuestra adoración, sino el
Espíritu que reside en nosotros como el agua viva. Al beber y comer de Él,
experimentamos la vida que rebosa de nosotros, lo cual hará que llevemos fruto en
nuestra vida diaria. Si aquellos con quienes nos relacionamos aceptan este fluir o no,
depende únicamente de la elección de Dios. Pero nosotros podemos estar seguros de que
los escogidos sí lo recibirán y llegarán a ser un fruto engendrado por tal organismo
divino. Ésta es la manera en que el organismo divino aumenta y el reino de los cielos se
propaga. Éste es el significado de llevar fruto por medio de tener una vida interior que
rebosa.