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CONTENIDO
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE UNO
En este mensaje presentaremos las palabras introductoras del libro de Efesios. Aunque
se trata de palabras introductoras, en ellas abarcaremos algunos asuntos cruciales y de
peso espiritual.
I. TEMA: LA IGLESIA
A. El Cuerpo
El tema del libro de Efesios es la iglesia. Efesios presenta siete aspectos de la iglesia, el
primero de los cuales es la iglesia como Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo
lo llena en todo. Para que una persona esté completa, debe tener un cuerpo que sea su
expresión. El Cuerpo de Cristo es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
El término “plenitud” ha sido mal usado, mal entendido y mal aplicado por los cristianos
de hoy. La mayoría de los maestros cristianos confunden la plenitud con las riquezas.
Así, cuando los cristianos hablan de la plenitud de Cristo, piensan que se refiere a las
riquezas de Cristo. (No obstante, son muy pocos los cristianos que hablan de la plenitud
de Cristo, aunque sí hablan de la plenitud del Espíritu Santo o de la plenitud de Dios.)
Según el libro del Efesios, el término “plenitud” no significa riquezas, sino expresión.
Las palabras “las riquezas de Cristo” se encuentran en 3:8, y la palabra “plenitud”, en
1:21 y 4:13. El capítulo uno menciona la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo,
mientras que el capítulo cuatro, la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Según
4:13 la plenitud tiene una estatura, y la estatura tiene una medida. Nosotros tenemos
estatura porque tenemos un cuerpo; si fuéramos una cabeza sin cuerpo, no tendríamos
estatura. La plenitud de Cristo es el Cuerpo, pues 4:13 dice que esta plenitud tiene una
estatura y una medida. De ahí la expresión, la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo.
A las riquezas de Cristo se las pueden comparar con los comestibles producidos en los
Estados Unidos, los cuales no se producen para ser exhibidos, sino para ser ingeridos.
Cuando consumimos las riquezas alimenticias de Estados Unidos, ellas aparentemente
desaparecen en nosotros. Cuando las digerimos y asimilamos, ellas llegan a formar parte
de nuestro ser, y como resultado, dejan de ser riquezas y se convierten en la plenitud.
Por consiguiente, podemos decir que los jóvenes fornidos estadounidenses que asimilan
una gran cantidad de estas riquezas, son la plenitud de los Estados Unidos. Con este
ejemplo podemos diferenciar entre las riquezas y la plenitud. Las riquezas son el
alimento que aún no hemos ingerido. Una vez que el alimento es consumido, digerido y
asimilado, llega a ser la plenitud. Las riquezas de Cristo son todos los aspectos de lo que
Cristo es. Cuando digerimos y asimilamos las riquezas de Cristo, estas riquezas llegan a
formar parte de nosotros, y nosotros nos convertimos en la plenitud de Cristo. Así que,
la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de esta persona universalmente grandiosa
que todo lo llena en todo. Este es el primer aspecto de lo que es la iglesia.
B. El nuevo hombre
En segundo lugar, la iglesia es el nuevo hombre (2:15). En el universo hay un solo nuevo
hombre; por eso, la iglesia es el nuevo hombre. Hay una notable diferencia entre el
Cuerpo y el nuevo hombre. El Cuerpo sólo necesita vida, mientras que el nuevo hombre
necesita la vida y la persona. Mi cuerpo tiene vida, pero mi ser como hombre tiene una
persona. La iglesia no es solamente el Cuerpo de Cristo, el cual tiene la vida de Cristo,
sino también el nuevo hombre, cuya persona es Cristo. Sin duda, este nuevo hombre es
corporativo, ya que en 2:15 se dice que Cristo creó de ambos pueblos, judíos y gentiles,
un solo y nuevo hombre. Esto significa que los dos pueblos colectivos fueron creados en
un solo y nuevo hombre. Si vemos que la iglesia hoy no es sólo el Cuerpo, sino también
un hombre, una persona, lo que experimentamos de la vida de iglesia llegará a un nivel
más elevado.
C. El reino
En 2:19 vemos que la iglesia es el reino de Dios. Este versículo dice: “Así que ya no sois
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos”. La palabra
“conciudadanos” denota un reino, porque ser conciudadano se refiere a poseer ciertos
derechos civiles, y los derechos civiles siempre están relacionados con una nación o un
reino. Por tanto, este versículo revela que la iglesia es el reino de Dios y que nosotros
somos los ciudadanos de este reino y que, como tales, poseemos ciertos derechos civiles.
Al gozar de estos derechos, también debemos asumir las responsabilidades. Por
consiguiente, la iglesia es el reino de Dios, que incluye derechos y responsabilidades. Si
queremos los derechos, también debemos asumir las responsabilidades. Sin embargo, a
veces queremos gozar de los derechos sin asumir ninguna responsabilidad. Pero
debemos participar tanto de los derechos como de las responsabilidades. Esta es la
iglesia como reino de Dios.
D. La familia de Dios
En cuarto lugar, la iglesia es la familia de Dios (2:19). La familia no tiene nada que ver
con los derechos civiles, sino con la vida y el disfrute. En la casa no se habla mucho de
derechos; allí más bien se tiene la vida del padre y se disfruta de ella. Por consiguiente,
la iglesia como casa o familia de Dios tiene que ver con la vida y el disfrute.
A muchos santos les agrada la vida de iglesia como familia, pero no les gusta tanto la
iglesia como reino, es decir, sólo quieren pasar un buen tiempo juntos, y tener un
disfrute maravilloso. Sin embargo, nosotros no nos quedamos en casa todo el tiempo, ya
que tenemos que salir a trabajar para ganarnos el sustento. No solamente debemos
disfrutar de la vida familiar, sino también asumir las responsabilidades del reino. La
iglesia no debe de ser una familia siempre; también debe ser el reino de Dios. De todos
modos, me complace que en la iglesia como familia de Dios se nos brinda vida y disfrute.
E. La morada de Dios
En 2:21-22 vemos que la iglesia es también la morada de Dios. El versículo 21 dice que
todo el edificio va creciendo para ser un templo santo en el Señor; esto se refiere al
edificio universal. El versículo 22 dice que los santos de Efeso eran edificados
juntamente para ser una morada de Dios en el espíritu; esto se refiere a la edificación
local. En el sentido universal, la iglesia es el templo del Señor, y en el sentido local, ella
es la morada de Dios en nuestro espíritu.
F. La novia, la esposa, de Cristo
En el capítulo cinco vemos la iglesia como novia, como esposa, de Cristo. La novia es la
satisfacción del novio, del esposo. La Biblia, refiriéndose a Adán cuando éste estaba solo,
dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2:18). Esto indica que cuando Adán no
tenía compañera, no era feliz ni estaba satisfecho. Adán necesitaba una esposa. Cuando
a Adán se le dio una esposa, halló descanso y satisfacción. Por tanto, según la Biblia el
propósito de la novia, la esposa, es proporcionar descanso y satisfacción a su marido.
¿Cómo podríamos estar satisfechos si no tenemos descanso? Estar satisfecho implica
gozar de un descanso pleno. El día que uno se casa es un día de satisfacción y reposo.
Del mismo modo, ya que Cristo ama a la iglesia, ella es Su descanso y satisfacción.
El amor que Cristo le tiene a la iglesia es distinto del que siente por los pecadores. A
menudo los cristianos proclaman que Cristo ama a los pecadores, pero pocos hablan de
que El ama a Su esposa. Nosotros éramos pecadores, pero ahora somos la esposa de
Cristo. Independientemente de que seamos hombres o mujeres, somos Su esposa. La
iglesia es la esposa que satisface a Cristo.
G. El guerrero
Lo que la iglesia hace no es tan importante como lo que ella es. La iglesia es el Cuerpo, el
nuevo hombre, el reino, la familia, la morada, la novia y el guerrero. Lo que hacemos no
tiene mucha importancia, pero lo que hacemos es trascendental. En una iglesia como la
que se describe en Efesios, Cristo es expresado. Por medio de ella, Cristo, Su persona,
vive. En ella existen el reino de Dios con derechos y responsabilidades y la familia de
Dios con vida y disfrute. La iglesia es también la morada de Dios, la satisfacción de
Cristo y el guerrero que pelea la batalla por causa del propósito eterno de Dios. ¡Qué
maravillosa es la iglesia!
Sin embargo, hay aún más aspectos de la iglesia en el último libro de la Biblia. En
Apocalipsis vemos cuatro aspectos adicionales de la iglesia: la iglesia como el candelero,
el hijo varón, las primicias y la ciudad santa. De estos aspectos sólo uno, el de la novia,
se abarca también en Efesios.
II. CONTENIDO
Ahora llegamos al contenido del libro de Efesios. En cuanto a esto, lo primero que se
menciona es las bendiciones que la iglesia recibió en Cristo (1:3-14). Pocos conocen el
verdadero significado de la palabra “bendición”. Una bendición no es tales cosas como
un automóvil último modelo o una casa nueva. El apóstol Pablo pedía en oración que la
iglesia tuviera una revelación que le permitiera ver las bendiciones que ella había
recibido. Para ver las bendiciones materiales, como por ejemplo automóviles o casas,
uno no necesita revelación, pero ésta es imprescindible para conocer las bendiciones
recibidas por la iglesia. Muchos cristianos simplemente no han visto las bendiciones con
las cuales la iglesia fue bendecida.
Después de revelar las bendiciones dadas a la iglesia, el apóstol Pablo pidió en oración
que los santos recibieran un espíritu de sabiduría y de revelación para que conocieran el
resultado de todas estas bendiciones y el poder que lo lleva a cabo, con el fin de que la
iglesia llegue a ser el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo
(1:15-23).
C. La producción, naturaleza, posición,
edificación y función de la iglesia
Después de mencionarse la iglesia al final del capítulo uno, el capítulo dos nos muestra
la producción, naturaleza, posición, edificación y función de la iglesia.
F. El andar y la responsabilidad
que lleva la iglesia en el Espíritu
Los capítulos del cuatro al seis presentan el andar y la responsabilidad que la iglesia
tiene en el Espíritu.
Si tenemos una visión clara del contenido del libro de Efesios, entenderemos todo el
libro. Conoceremos las bendiciones, que incluyen la elección de Dios, Su predestinación,
Su filiación, Su santidad, Su redención, Su sello, Sus arras y mucho más. Más adelante
veremos la oración del apóstol en la que pide que recibamos un espíritu de sabiduría y
de revelación que nos capacite para conocer la esperanza a que Dios nos ha llamado,
para ver la gloria de la herencia de Dios en Sus santos y para comprender la grandeza
del poder que operó en Cristo para producir el Cuerpo. Luego, en el capítulo dos,
veremos la producción de la iglesia, la naturaleza de la iglesia, la visión de la iglesia, la
edificación de la iglesia y la función de la iglesia. En el capítulo tres, veremos la
revelación del misterio y el ministerio de la mayordomía con relación a la iglesia.
Además, veremos la oración que hace Pablo por el fortalecimiento de nuestro hombre
interior para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón y para que seamos llenos
hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Esto nos permite experimentar a Cristo de
manera práctica. Después, como se revela en los últimos tres capítulos, sabremos cómo
debemos andar, asumir responsabilidades y pelear la batalla, de modo que se cumpla el
propósito de Dios. Este es el contenido del libro de Efesios.
III. CARACTERISTICA
Hace muchos años leí el libro de Efesios, pero lo hice como si fuera una rana metida en
un pozo estrecho. Desde ese pozo traté de entender este libro, pero no pude, pues para
entenderlo es necesario ser librados de nuestra condición e introducidos en el propósito
eterno de Dios y en los lugares celestiales. Si leemos Efesios desde dicha posición,
nuestra comprensión será diferente. La característica particular y específica de este libro
es que se escribió desde la perspectiva eterna, desde los lugares celestiales, desde el
corazón de Dios y desde Su propósito eterno.
IV. POSICION
Efesios ocupa una posición particular en la secuencia de los libros del Nuevo
Testamento. No es el primer libro, lo cual sería muy extraño. ¡Alabado sea el Señor que
Efesios está ubicado en la posición correcta! Se ubica inmediatamente después de la
revelación que muestra el contraste entre Cristo y la religión (Gálatas); antes de verse
cómo experimentar a Cristo (Filipenses); y nos conduce a Cristo, la Cabeza (Colosenses).
A. Después de la revelación
de que Cristo es contrario a la religión
Hacer hincapié en experimentar a Cristo a nivel personal y pasar por alto a la iglesia, es
erróneo. Pero dar énfasis a la iglesia y descuidar la experiencia práctica que tenemos de
Cristo también es erróneo. A los que le dan importancia a la experiencia personal pero
no a la iglesia, les diría: “Deben avanzar de Gálatas a Efesios”; y a los que prestan más
atención a la iglesia que a experimentar a Cristo, les diría: “Recuerden que después de
Efesios se tiene el libro de Filipenses”. Debemos experimentar a Cristo en la práctica a
tal grado que podamos declarar que en vida o muerte Cristo será magnificado por medio
de nosotros (Fil. 1:20), que para nosotros el vivir es Cristo (Fil. 1:21), y que contamos
todas las cosas como estiércol por la excelencia de Cristo (Fil. 3:8). Todos necesitamos
experimentar a Cristo. Antes de que las personas entren en la iglesia, deben
experimentar a Cristo y una vez que entran en ella, deben experimentarlo aún más.
C. Conducidos a la Cabeza
Experimentar a Cristo nos conduce a la Cabeza. Por tanto, después de Filipenses sigue
Colosenses. Valoro mucho Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses, y he dedicado más
tiempo al estudio de estos libros que al de cualquier otro libro de la Biblia. Todos
debemos invertir más tiempo estudiando estos cuatro libros. Gálatas revela que Cristo
es incompatible a la religión; Efesios presenta la iglesia en siete aspectos; Filipenses
habla de cómo experimentar a Cristo de manera práctica; y Colosenses nos lleva a la
Cabeza. Si estudiamos adecuadamente estos cuatro libros, en ellos veremos a Cristo,
veremos que Cristo nos conduce a la iglesia, que la vida de iglesia nos lleva a
experimentar a Cristo diariamente, y que todo esto nos conduce a la Cabeza. Esta es la
posición que ocupa el libro de Efesios en el Nuevo Testamento.
V. EL ESCRITOR
Ahora hablemos de quién escribió este libro. Como todos sabemos, fue el apóstol Pablo
quien lo escribió. Efesios 1:1 dice: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de
Dios”. Pablo fue hecho apóstol de Cristo, no por el hombre, sino por la voluntad de Dios
y conforme a la economía de Dios. Puesto que Pablo no se nombró a sí mismo apóstol,
sino que era apóstol por la voluntad de Dios, él tenía la autoridad que proviene por
medio de la voluntad de Dios. Esta posición le dio la autoridad para presentar en esta
epístola la revelación del propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia. La iglesia se
edifica sobre esta revelación (2:20). El hecho de que Pablo fuera apóstol de Cristo alude
a su posición, mientras que el hecho de que fuera apóstol por la voluntad de Dios habla
de su autoridad. Como tal apóstol, Pablo fue el escritor de este libro.
En la última parte de 1:1 y en el versículo 2 dice: “A los santos que están en Efeso y que
son fieles en Cristo Jesús: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo”. Los destinatarios de este libro eran los santos de Efeso. La palabra “santos”
se refiere a su posición, o sea, que los santos son aquellos que son hechos santos, que
son santificados, que están separados para Dios de todo lo común.
Los destinatarios son también los fieles en Cristo Jesús. Los fieles son los que son fieles
en la fe, como se menciona en 4:13, 2 Timoteo 4:7 y Judas 3. Los destinatarios, los fieles
en Cristo, no sólo tienen una posición santificada, sino también un vivir fiel. Ellos viven
fielmente en su fe. Debemos reunir estos requisitos y tener esa posición para recibir este
libro. Debemos ser los santos y debemos ser los fieles en Cristo Jesús. Es necesario tener
una posición santificada y un vivir fiel.
C. Gracia y paz
Entre el autor y los destinatarios había una comunicación de gracia y de paz (1:2). La
gracia y la paz fluían del escritor a los destinatarios. Entre ellos no había chismes,
críticas, acusaciones ni condenación, sino gracia y paz.
La gracia es Dios como nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10). Cuando Dios llega a ser
nuestra porción para que le disfrutemos, lo que recibimos es la gracia. No debemos
pensar que la gracia es algo inferior a Dios. La gracia es Dios mismo disfrutado por
nosotros de manera práctica como nuestra porción.
Esta gracia y esta paz provienen de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Nosotros
somos criaturas de Dios e hijos de Dios. Para nosotros como criaturas de Dios, Dios es
nuestro Dios; y para nosotros como hijos de Dios, El es nuestro Padre. Por un lado
somos criaturas de Dios, y por otro, somos hijos del Padre.
4. El Señor Jesucristo es el Redentor
para nosotros, los redimidos de Dios
Además, la gracia y la paz también vienen a nosotros procedentes del Señor Jesucristo.
El es nuestro Redentor, y nosotros somos Sus redimidos; como los redimidos del Señor,
le tenemos a El como nuestro Señor.
La gracia y la paz proceden de Dios nuestro Creador, de nuestro Padre y del Señor
nuestro Redentor. Por el hecho de haber sido creados, regenerados y redimidos,
tenemos la posición adecuada para recibir de El la gracia y la paz. Nosotros tenemos una
triple condición: fuimos creados, regenerados y redimidos. Tenemos a Dios como
nuestro Creador; tenemos al Padre como nuestro Padre, y tenemos a Jesucristo como
nuestro Redentor. Por consiguiente, somos plenamente aptos para recibir la gracia y la
paz de parte del Dios Triuno. Estas son las palabras introductorias de este libro.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE DOS
En este mensaje examinaremos tres aspectos del hablar bien de Dios. Es posible que un
tema como éste nos parece extraño. Efesios 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo”. Las palabras “bendito” y “bendición” provienen de la misma raíz
griega. La palabra griega traducida “bendito” significa loado, alabado con adoración;
mientras que la palabra griega que se traduce “bendición” alude a palabras o
expresiones buenas, agradables y amables, y denota abundancia y beneficio. En cuanto a
Dios, estas bendiciones son elogios, una alabanza genuina, incluso una alabanza en el
más alto nivel. La palabra griega, cuyo significado básico es “hablar bien de alguien”, es
la que empleó el apóstol Pablo en 1:3 para alabar a Dios. Pablo usa esta palabra para
hablar bien de Dios, para ofrecerle alabanzas finas y hermosas. El la usa para alabar,
elogiar y exaltar a Dios. Por tanto, alabar a Dios es hablar bien de El.
En esta elevada alabanza de Dios, Pablo no dice: “Bendito sea el Dios cuya misericordia
perdura para siempre”. A muchos jóvenes les gusta cantar salmos, especialmente el que
declara: “Para siempre es Su misericordia”. Pero esta alabanza de Dios no es tan elevada
como la que proclamó Pablo en 1:3. Aunque es difícil entender el versículo 1:3, resulta
sencillo entender lo que significa “para siempre es Su misericordia”, porque ello
concuerda con nuestro concepto natural.
En 1:3 Pablo dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Si
Jesucristo es Dios, ¿por qué Pablo habla del Dios de Jesucristo? ¿Cómo puede Dios ser
Su Dios? Además, Pablo habla del Padre de Jesucristo. ¿Cómo es posible que Dios tenga
Padre? Dios es el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo del Hombre, y Dios es el
Padre del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Según la humanidad del Señor Jesucristo,
Dios es Su Dios, y según Su divinidad, Dios es Su Padre.
Puesto que no es fácil entender las palabras agradables que Pablo expresa en 1:3, él
pidió en oración en otro pasaje, en Efesios 1, que nos fuera dado un espíritu de sabiduría
y de revelación. Sin duda, necesitamos este espíritu hoy. Requerimos revelación para
poder ver, y sabiduría para poder entender, comprender y asimilar. Sin embargo, en
lugar de revelación y sabiduría, muchos sólo tenemos nuestros conceptos naturales, y
por ende, únicamente alabamos a Dios porque Su misericordia perdura para siempre.
En vez de alabarlo de esa manera elemental, deberíamos alabarlo conforme a la manera
en que se habló bien de El en 1:3. Debemos bendecir al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, alabarlo por la creación, por la encarnación y por la impartición de vida.
Todo lo que Dios es para Cristo, nos es trasmitido a nosotros. Así, Dios es de El, y El es
nuestro. Dios es Su Dios y Padre, y El es nuestro Señor. En 1:22 Dios dio a Cristo por
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La pequeña palabra “a” denota una trasmisión,
lo cual indica que todo lo que Cristo alcanzó y obtuvo es trasmitido a la iglesia.
El título “nuestro Señor Jesucristo” tiene un amplio significado. El título “Señor” denota
el señorío de Cristo; el nombre “Jesús” alude a Su humanidad, en la cual vino a ser
nuestro Redentor y Salvador; y el título “Cristo” denota que El es el Ungido de Dios.
Esto corrobora que 1:3 constituye la máxima alabanza, la bendición más elevada que se
puede ofrecer a Dios. Todos debemos hablar bien de Dios de esta manera, o sea, con
respecto a la creación, la encarnación, la impartición de vida y la trasmisión, incluyendo
también a la redención, al Redentor, al Salvador y al Ungido que cumple el propósito
eterno de Dios.
Cuando el Padre celestial escuchó la elevada alabanza que le ofreció Pablo, El debe de
haberse sentido muy feliz. Es posible que dijera: “Pablo, antes de que pronunciaras estas
palabras, nunca había escuchado a nadie hablar bien de Mí de esta manera. Había
escuchado a los judíos alabarme y decir que Mi misericordia es para siempre. También
los he oído alabarme por Mi grandeza; pero ya me empieza a fastidiar esa clase de
alabanzas. En cambio, tu alabanza, Pablo, conmovió Mi corazón”. Dios el Padre
ciertamente entendía el significado de las palabras con las que Pablo habló bien de El.
Todos deberíamos alabar a Dios conforme a la elevada alabanza de 1:3.
Si únicamente sabemos alabar a Dios por Su misericordia, aún nos encontramos en una
condición muy pobre. Esta clase de alabanza no indica que algo de El se haya infundido
en nosotros. Por eso, tenemos que comprender que el Creador mismo, el Dios de
Jesucristo, se encarnó como hombre, y que El también es el Padre que se nos imparte
como vida a fin de que seamos Sus hijos. Según Juan 20:17, el Señor Jesús, después de
Su resurrección, le dijo a María la magdalena: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”. Cristo nos pertenece; por esta
razón, todo lo que Dios es para El, ha sido trasmitido a nosotros. Esto es mucho más
grande que la misericordia. Dios no sólo es misericordioso con nosotros, El es nuestro
Dios y nuestro Padre, y nosotros somos Sus hijos, no solamente Sus criaturas. No sólo
somos personas que Dios creó, que cayeron y que fueron redimidas; también somos Sus
hijos y poseemos Su vida y Su naturaleza. Así que, somos uno con El. ¡Que el Señor abra
nuestros ojos para que veamos esto! Debemos hablar bien de Dios conforme a la
economía neotestamentaria. Cuando hablamos bien de Dios, debemos incluir el
concepto de la encarnación, la impartición de vida y la trasmisión celestial y espiritual.
También es necesario que incluyamos la idea de que Cristo es el Señor y la Cabeza, y de
que Jesús es Jehová nuestro Salvador, quien lleva a cabo nuestra redención y salvación.
Además, es necesario tener presente que Cristo es el Ungido de Dios, quien cumple
plenamente el propósito de Dios. Las palabras elevadas con las que hablamos bien de
Dios, o sea, nuestras alabanzas elevadas que ofrecemos con respecto a Dios, no deben
provenir de nuestro concepto natural, sino que deben estar llenas de revelación en
cuanto a todos los maravillosos aspectos de la economía neotestamentaria de Dios.
II. QUE NOS BENDIJO
El Dios que bendecimos, nos bendijo a nosotros, y las palabras buenas que dice acerca
de nosotros abarcan todo el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento Dios habla
bien de nosotros. Los veintisiete libros del Nuevo Testamento están llenos de palabras
agradables que Dios expresó acerca de nosotros. Apocalipsis 22:14 es un ejemplo de
esto: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la
vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. La frase: “Gracia y paz a vosotros” (1:2)
también forma parte de las buenas palabras que Dios nos dirige. Si usted quiere oír tales
palabras, tiene que leer el Nuevo Testamento y decir amén a todo lo que contiene. Dios
nos escogió antes de la fundación del mundo. Amén. El nos escogió para que fuésemos
santos y sin mancha. Amén.
Nosotros bendecimos a Dios porque El nos bendijo primero. El habló bien de nosotros,
y ahora nosotros hablamos bien de El. Por ejemplo, cuando leemos acerca de la
redención de nuestro cuerpo, debemos decir: “Oh Dios, cuánto te agradezco por entrar
en mí y saturarme de Ti, y porque un día esta saturación se expresará a través de mi
cuerpo. Eso será el día de la redención de mi cuerpo. Dios, ¡cuánto te agradezco por
esto!” Hablar de este modo es responder a Sus buenas palabras. Así que, El nos bendice
a nosotros, y nosotros lo bendecimos a El. Aprendamos a hablar bien de Dios conforme
a Su economía neotestamentaria. Después de escuchar las buenas palabras que Dios nos
dirige a nosotros, somos aptos para hablar bien de El.
Somos aptos para bendecir a Dios porque somos Sus criaturas, Sus redimidos y los que
El regeneró. Toda bendición, todo beneficio y toda la riqueza que hay en el universo
pertenece a una de tres categorías. La primera categoría es la creación; la segunda es la
redención; y la tercera es la regeneración. En la creación de Dios disfrutamos de muchas
cosas buenas: el aire, el sol, los minerales, la vida animal y la vida vegetal. Todas estas
son cosas buenas de la creación de Dios, y nosotros somos aptos para gozar de ellas
porque somos criaturas de Dios. Además, por ser los redimidos, disfrutamos el perdón
de los pecados, la justificación por fe, la reconciliación en la gracia de Dios y la
santificación. Ya que fuimos redimidos, todos los beneficios que pertenecen a la obra
redentora de Dios son nuestros. Más aún, por ser regenerados, disfrutamos la vida de
Dios, Su naturaleza y Su persona. Estas tres condiciones: ser creados, redimidos y
regenerados, nos hacen plenamente aptos para disfrutar de todas las bendiciones del
universo, las bendiciones que corresponden a la creación, a la redención y a la
regeneración. Aunque los ángeles sean impecables, no son aptos para disfrutar de estas
bendiciones. En cambio nosotros, por medio de la sangre de Cristo, disfrutamos el
perdón de pecados, el lavamiento por la sangre, la justificación por fe y la paz con Dios.
Disfrutamos de todas las bendiciones de la obra redentora de Cristo. Además, también
gozamos de los beneficios y dones que nos trae la regeneración; poseemos la vida divina,
la naturaleza divina y la Persona divina. ¿Qué puede ser más elevado que esto? Hoy
disfrutamos al Creador, al Redentor y al Padre. Este es el segundo aspecto de las
bendiciones [que se presentan en Efesios].
El tercer aspecto de hablar bien consiste en que Dios “nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. Dios nos bendijo dirigiéndonos palabras
buenas, amables y agradables. Cada palabra de éstas es una bendición para nosotros.
Los versículos del 4 al 14 contienen tales palabras, tales bendiciones. Todas estas
bendiciones son espirituales, se hallan en los lugares celestiales y se reciben en Cristo.
A. Toda
La palabra “toda” indica que las bendiciones de Dios lo incluyen todo, sin excepción
alguna.
B. Espiritual
Todas estas bendiciones son espirituales. Esto indica la clase de relación que tienen las
bendiciones de Dios con el Espíritu Santo. Por ser espirituales, todas las bendiciones con
las que Dios nos bendijo tiene que ver con el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios no sólo
es el canal, sino también la realidad de las bendiciones de Dios. En este versículo, Dios
el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu están relacionados con las bendiciones
concedidas a nosotros. Esto es realmente la impartición de Dios en nosotros. Las
bendiciones de Dios son principalmente la impartición del Dios Triuno en nosotros.
Por último, todas estas bendiciones espirituales se hallan en Cristo. Cristo es la virtud, el
instrumento y la esfera en que Dios nos bendijo. Aparte de Cristo, sin Cristo, Dios no
tiene nada que ver con nosotros. Pero en Cristo, El nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TRES
En este mensaje llegamos al tema de la elección (1:4), el hecho de que Dios nos escogió
para que fuésemos santos.
Efesios 1:4 dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”. Después del versículo 3, los
versículos del 4 al 14 enumeran todas las bendiciones espirituales con las que Dios nos
bendijo. La elección es la primera bendición que Dios nos otorgó; es el primer ítem de
las buenas palabras que Dios expresa acerca de la iglesia. El hecho de que Dios nos
escogió equivale a que El nos seleccionó. De entre la incontable multitud de personas,
Dios nos seleccionó a nosotros.
II. EN EL
Dios nos escogió “en El”, es decir, en Cristo. Cristo fue la esfera en la que Dios nos
seleccionó. Fuera de Cristo, no somos la elección de Dios.
El versículo 4 dice que Dios nos escogió antes de la fundación del mundo. Esto fue en la
eternidad pasada. Dios, antes de crearnos, nos escogió conforme a Su infinita
presciencia. El libro de Romanos comienza hablando del hombre caído, quien se halla
en la tierra, mientras que Efesios inicia hablando de las personas que Dios escogió, las
cuales están en los lugares celestiales.
Dios no efectuó Su elección en el tiempo, sino en la eternidad. Dios nos escogió desde
antes de la fundación del mundo. De entre millones de personas, El nos vio a nosotros
de antemano, aun antes de que naciéramos, y nos escogió desde antes de fundar el
mundo. La expresión “antes de la fundación del mundo” alude a todo el universo, no
sólo a la tierra. Esto indica que el universo fue fundado para que el hombre existiera en
él y cumpliera el propósito eterno de Dios. Sin tal universo sería imposible que el
hombre existiera. El hombre existe con el fin de llevar a cabo el propósito eterno de
Dios. Por ende, el hombre figura en el centro del propósito eterno de Dios. El universo
fue fundado para que el hombre existiera y cumpliera el propósito eterno de Dios.
Dios nos escogió para que fuésemos santos. Las enseñanzas cristianas modernas han
tergiversado el significado de las palabras “santo” y “santidad”. Quizás el entendimiento
que usted tiene de la santidad esté afectado por dichas enseñanzas; pero la palabra
“santo”, tal como se usa en la Biblia, no concuerda con nuestro concepto natural.
Muchos piensan que la santidad consiste en no tener pecado. Según este concepto, una
persona es santa si no peca; sin embargo, esta idea es totalmente errónea. La santidad
no equivale a la ausencia del pecado ni a la perfección. Ser santo no solamente significa
ser santificado o separado para Dios, sino también ser diferente, distinto, a todo lo
común. Sólo Dios es diferente y distinto a todo; por tanto, sólo El es santo, Su misma
naturaleza es la santidad.
Dios nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser a fin de que
todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa. Para que nosotros,
los escogidos de Dios, seamos santos, necesitamos participar de la naturaleza divina (2
P. 1:4) y permitir que todo nuestro ser sea empapado de Dios mismo. Esto es diferente a
ser perfectos, puros y sin pecado, pues hace que todo nuestro ser sea santo en la
naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo.
A. Dios es santo
Ser santo significa ser separado de todo lo que no es Dios. También significa ser
diferente y distinto a todo lo que no es Dios. Así que, no debemos ser comunes, sino
diferentes. En el universo sólo Dios es santo; El es diferente a todo lo demás y es
distinto. Por consiguiente, ser santo es ser uno con Dios. Ser inmaculado o perfecto no
es lo mismo que ser santo. Para ser santos necesitamos ser uno con Dios, porque sólo
Dios es santo (Lv. 11:44; 1 S. 2:2).
Cualquier lugar, cosa, asunto o persona que esté relacionado con Dios, es santo; esto se
debe a que todo lo que es de Dios y se dedica a El es santo (Lv. 20:26; Nm. 16:5; Neh.
8:9; Ex. 30:37).
D. El Espíritu de Dios
que llega a las personas, es santo
Además, cuando el Espíritu de Dios llega a nosotros, se le llama santo (Lc. 1:35; Mt.
1:20; 28:19; véase Ro. 1:4). Es por esto que el título “Espíritu Santo” no se usa en el
Antiguo Testamento (en Salmos 51:11 e Isaías 63:10 y 11 este término debería traducirse
“el espíritu de santidad”). Este título se usó por primera vez cuando el Señor Jesús iba a
ser concebido en María (Lc. 1:35), lo cual indica que la santidad trae a Dios al hombre y
lleva el hombre a Dios; además, significa introducir a Dios en el hombre y al hombre en
Dios. Cuando Dios entra en nosotros, llegamos a ser santos; y cuando nosotros
entramos en El, somos hechos más santos; pero cuando nos mezclamos con Dios,
llegamos a ser santísimos. Por tanto, tener a Dios nos hace santos, entrar en Dios nos
hace más santos, y ser mezclados, empapados y saturados con Dios nos hace santísimos.
El libro de Efesios llama “santos” a los creyentes (1:1). Todo el que ha creído en el Señor
Jesús, es un santo. Sin embargo, unos son santos, otros son más santos y otros son
santísimos. Indudablemente todos somos santos, pero está por verse si somos más
santos o santísimos. Por ejemplo, durante el tiempo que usted pasa con el Señor por las
mañana es posible que usted esté en el proceso de ser impregnado y saturado de El. Pero
luego, quizás su esposa le diga algo que lo molesta, y usted se enoja. De modo que
después del desayuno regresa a su habitación y ora así: “Oh Señor, perdóname, estaba
siendo saturado de Ti, pero una palabra de mi mujer bastó para apartarme de Ti. Señor,
tráeme de nuevo a ser saturado. Señor, ¡cuánto te alabo por Tu sangre que me limpia!”
El propósito de este ejemplo es mostrar que cuando estamos en contacto con Dios
somos santos, porque durante esos momentos El nos satura. Pero cuando nos
apartamos de Dios, dejamos de ser santos. Quisiera repetir que ser santo no consiste en
ser perfecto o inmaculado, sino en ser uno con Dios. Cuando estemos totalmente
saturados e impregnados de Dios, seremos santísimos.
Ya hemos visto que la santidad es Dios mismo. La palabra “santo” se usó por primera
vez cuando Dios comenzó a tener en la tierra un pueblo entre el cual El podía morar, un
pueblo que podía entrar a Su presencia en el Lugar Santísimo. A partir de ese momento,
esta palabra se usa reiteradas veces en Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En
estos libros se les denomina santas a muchas cosas, porque en ellos vemos que Dios vino
a estar entre los hombres y que los hombres se acercaron a El. Así que, todo lo
relacionado con el tabernáculo y el sacerdocio era santo. Todo lo relacionado con lo que
Dios había dispuesto en el Antiguo Testamento era santo porque tenía que ver con la
unión de Dios y el hombre.
Ya hemos dicho que el título “Espíritu Santo” se usó por primera vez cuando el Señor
Jesús fue concebido en la virgen María. Esto iba mucho más allá del hecho de que Dios
morara en el tabernáculo entre los hombres. El tabernáculo era la morada de Dios, pero
la encarnación de Cristo significaba que Dios mismo era el tabernáculo entre los
hombres. Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto
comenzó cuando Cristo fue concebido en el vientre de María. Su concepción no sólo
estaba relacionada con la santidad de Dios, sino también con el Espíritu Santo. Aunque
muchas cosas del Antiguo Testamento eran santas, ninguna provenía del Espíritu Santo.
Sólo en la era del Nuevo Testamento, cuando Dios entró en el hombre y se hizo hombre,
se ve algo que proviene del Espíritu Santo (Mt. 1:20).
En el texto griego del Nuevo Testamento se usa muchas veces la expresión “el Espíritu,
el santo” (1 Ts. 4:8; He. 3:7). Todavía no he podido encontrar un comentario que
explique adecuadamente esta expresión griega. Algunos afirman que simplemente se
trata de un modismo griego, pero dudo que esa explicación sea satisfactoria. Según mi
espíritu, creo que esto se debe a que el Nuevo Testamento no solamente da énfasis al
Espíritu, sino también a la santidad. El Espíritu es santidad. Por tanto, al Espíritu Santo
se le llama algunas veces el Espíritu, el santo. Donde está el Espíritu, ahí también está la
santidad.
Hoy el Espíritu no sólo está en nosotros, sino que también se hace uno con nosotros y
nos hace uno con El. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo
espíritu con El”. Así que, la santidad significa que uno es saturado de Dios, es hacer que
una persona común sea totalmente saturada del Espíritu. Cuando Dios vino a morar
entre los hombres, se usó por primera vez la palabra “santo”. Cuando Dios vino como
hombre, se mencionó por primera vez el título “Espíritu Santo”. Para que un mueble del
tabernáculo fuera santo, no se necesitaba al Espíritu, pues una vez que se ponía en el
tabernáculo, de inmediato era santo. Pero nosotros no somos muebles para el uso de
Dios; somos personas vivas en quienes mora el Espíritu de Dios, cuyo objetivo es
hacernos uno con El. Esto no es ser santos únicamente, sino ser saturados del Espíritu
Santo. Ser santo significa primeramente ser apartado para Dios; en segundo lugar, ser
dominado por Dios; en tercer lugar, ser poseído por Dios; y en cuarto lugar, ser saturado
de Dios y ser uno con El. Por último, en la Biblia, el resultado de esto es la Nueva
Jerusalén, llamada también la santa ciudad, una ciudad que no sólo pertenece a Dios y
es para Su uso, sino que está poseída y saturada de Dios, y es una sola entidad con El. La
Nueva Jerusalén es una entidad santa que pertenece a Dios, que está poseída por Dios,
saturada de Dios y que es uno con Dios. Esto es la santidad.
Para ser santos, primero es necesario ser apartados para Dios en cuanto a posición.
Necesitamos ser apartados para Dios con respecto a la familia, a los vecinos, a los
colegas y a los amigos. Sin embargo, muchos cristianos son salvos sin ser apartados.
Normalmente, cuando una persona es salva, también debería ser apartada. A esto se
debe que al creyente se le llama santo. Observen a la mayoría de los cristianos de hoy.
Ellos son casi iguales a las personas del mundo; no hay ninguna separación entre ellos.
Muchos de sus parientes y amigos ni siquiera saben que son cristianos. Así que, ser
santo es ser apartado para Dios. Esto, por supuesto, es cuestión de posición.
Fuimos apartados para Dios por medio de la sangre redentora de Cristo (He. 9:14). Pero
en muchos cristianos de hoy no se ve el poder de la sangre de Cristo. Ellos profesan ser
redimidos, pero en algunos de ellos no hay ninguna señal de la sangre redentora. La
señal de la sangre es una señal de separación. Si usted fue redimido por la sangre,
debería llevar la señal de la separación. Otros tal vez se sientan libres de decir o hacer
muchas cosas, pero usted no. Y aunque pudiera hacerlas, no las haría, porque fue
redimido por la sangre de Cristo. En usted hay una señal que muestra que es una
persona diferente, separada. Los demás podrán expresar ciertas palabras, ir a ciertos
lugares o comprar ciertas cosas, pero nosotros no podemos hacerlo porque hemos sido
apartados para Dios y llevamos la señal de la sangre redentora, pues la sangre nos ha
santificado y apartado.
También fuimos apartados para Dios por el Espíritu Santo (1 Co. 6:11; 1 P. 1:2; Ro.
15:16). Debido a que el poder del Espíritu nos cubre con Su sombra, hay palabras que no
podemos decir, hay lugares a los que no podemos ir, y hay actividades en las que no
podemos participar. Pero esto no significa que estemos bajo reglas; no, simplemente
significa que estamos bajo la sangre redentora de Cristo y en el Espíritu Santo.
Nosotros tenemos una posición santificada, no sólo por la sangre y por el Espíritu, sino
también en el nombre del Señor Jesús (1 Co. 6:11). Ya que llevamos el nombre del Señor
Jesús, no debemos deshonrar Su nombre siendo inmundos. Los demás podrán asistir a
eventos deportivos o ir al cine, pero nosotros no vamos porque no queremos vituperar el
nombre del Señor. Su nombre debe mantenernos separados de todo eso. No nos
preguntemos si cierta cosa es pecaminosa o no; nuestra separación no se basa en que
algo sea pecaminoso; más bien, depende de si somos personas comunes o separadas.
Debemos llevar cierta señal de que estamos bajo la sangre, en el Espíritu y en el nombre
del Señor Jesús.
Admitimos que esta separación no es tan profunda; tiene que ver solamente con nuestra
posición. Pero no debemos pensar que la posición no es importante; de hecho, tiene
mucho significado. Como personas santas, personas separadas, tenemos cierta posición
y debemos mantenerla.
4. Antes de la justificación
1. Después de la justificación
En la santificación subjetiva, todo nuestro ser es saturado de Dios, lo cual afecta nuestra
forma de ser. La separación puede llevarse a cabo fácilmente y en poco tiempo, pero ser
saturados de Dios requiere de mucho tiempo. Si somos fieles al Señor, permitiremos que
nuestro ser sea saturado de la naturaleza de Dios día tras día. Dios desea saturarnos
consigo mismo, y nosotros debemos absorber a Dios en nuestro ser; esto requiere
mucho tiempo. Este es el proceso por el cual somos hechos santos.
Dios nos escogió con el propósito de saturarnos consigo mismo; Su deseo es forjarse a Sí
mismo en nuestro ser. Así seremos santos, tal como El. Actualmente todos nos
encontramos en el proceso de saturación. Yo llevo en este proceso más de cincuenta
años, y sigo absorbiendo a Dios día tras día. A veces mi esposa, los hermanos y las
hermanas me ayudan a absorber más de Dios, me ayudan a estar dispuesto a recibirlo,
aun cuando yo mismo no lo esté. De manera que esté o no esté dispuesto, el Señor me
lleva a ser saturado de El y a que yo me empape de El. Muchos de los que estuvimos en
el cristianismo por años podemos testificar que en todo ese tiempo no experimentamos
mucho de esta saturación. En cambio, desde que llegamos a la vida de iglesia, hemos
sido impregnados de Dios una y otra vez. La vida de iglesia es una vida en la que
absorbemos a Dios. Estemos dispuestos o no, estamos siendo empapados con el
elemento divino.
Todos nosotros fuimos escogidos para ser santos de esta manera. Primero, somos
apartados para Dios; segundo, somos saturados de Dios; y por último, llegamos a ser
uno con El. Un día, seremos semejantes a El, lo cual será la consumación de nuestra
santificación, del proceso que comienza con la separación, continúa con la saturación y
culmina con la plena redención de nuestro cuerpo. En aquel entonces, por dentro y por
fuera, seremos iguales a El; seremos santos. Con este propósito nos escogió Dios desde
antes de la fundación del mundo.
Mediante la santificación de nuestra forma de ser, todos los santos llegaremos a ser la
santa ciudad, la cual estará absolutamente impregnada del Dios santo (Ap. 21:2, 10).
V. SIN MANCHA
El versículo 4 dice que fuimos escogidos en El para ser sin mancha. Una mancha es
como una partícula impura en una piedra preciosa. Los escogidos de Dios deben ser
saturados únicamente de Dios mismo, y no deben tener ninguna partícula ajena, tal
como el elemento humano natural y caído, la carne, el yo o las cosas mundanas. Esto es
no tener mancha, no tener ninguna mezcla, no tener ningún otro elemento que no sea la
naturaleza santa de Dios. La iglesia, después de ser plenamente purificada por el
lavamiento del agua en la palabra, será complemente santificada de esta manera (5:26-
27).
Seremos santos y sin mancha delante de El. La expresión “delante de El” significa ser
santo y sin mancha a los ojos de Dios, conforme a Su norma divina. Esto nos hace aptos
para permanecer en Su presencia y disfrutarla. Seremos santos y sin mancha, no según
nuestra norma ni ante nosotros mismos, sino según la norma de Dios y ante El.
VII. EN AMOR
Por último, seremos santos y sin mancha delante de El en amor. Este amor se refiere al
amor con el que Dios ama a Sus escogidos y con el que Sus escogidos lo aman a El. Es en
este amor, en tal amor, que los escogidos de Dios llegan a ser santos y sin mancha
delante de El. Primero, Dios nos amó; luego, este amor divino nos inspira a
corresponderle con amor. En esta condición y atmósfera de amor, somos saturados de
Dios para ser santos y sin mancha tal como El es. En este amor, un amor mutuo, Dios
nos ama a nosotros, y nosotros lo amamos a El. Es en esta condición que estamos siendo
transformados. En tal condición somos saturados de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUATRO
En este mensaje llegamos al tema de que fuimos predestinados para filiación. Efesios 1:5
dice: “Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el
beneplácito de Su voluntad”. En la construcción gramatical de los versículos 4 y 5, el
sujeto y el predicado principal no se encuentran en el versículo 5, sino en el 4. El
versículo 4 dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”. El sujeto es “El” y el predicado
principal es “escogió”. Estos versículos podrían escribirse de la siguiente manera:
“Según, habiéndonos predestinado, nos escogió”. No podemos separar la elección de la
predestinación, pues son dos aspectos de una misma cosa. La elección que Dios efectuó
está ligada con la predestinación, y la predestinación está de acuerdo con la elección. Es
muy difícil determinar cuál de las dos ocurre primero.
El segundo ítem de la bendición de Dios es que El nos predestinó para filiación. Como
mencionamos en el mensaje anterior, el primer ítem de Su bendición consiste en que El
nos escogió para que fuésemos santos.
En la eternidad pasada, Dios nos predestinó para filiación, o sea, que le marcó a Sus
escogidos un destino desde antes de la fundación del mundo. La meta de la
predestinación es la filiación. Aun antes de crearnos, Dios nos predestinó para que
fuéramos Sus hijos. Por consiguiente, como criaturas de Dios, necesitamos que El nos
regenere, a fin de participar de Su vida y ser Sus hijos. La filiación implica no sólo tener
la vida, sino también la posición de hijos. Aquellos que Dios marcó de antemano poseen
Su vida para ser Sus hijos, y la posición por la cual lo heredan a El.
Dios nos escogió y nos predestinó según Su presciencia (1 P. 1:2). Esto indica que
nuestra relación con Dios fue iniciada por El conforme a Su presciencia.
Dios nos predestinó para filiación por medio de Jesucristo. La expresión “por medio de
Jesucristo” significa por medio del Redentor, quien es el Hijo de Dios. Por medio de El
fuimos redimidos para ser hijos de Dios, quienes tienen la vida y la posición de hijos de
Dios.
En el versículo 4 vemos que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Sin embargo,
esto es sólo el procedimiento, no la meta. La meta es la filiación. Fuimos predestinados
para filiación. En otras palabras, Dios nos escogió para que fuésemos santos con miras a
que fuésemos Sus hijos. Por tanto, ser santos es el proceso, el procedimiento, mientras
que ser hijos de Dios es la meta. Dios no desea simplemente conseguir un grupo de
personas santas; El desea obtener muchos hijos. Quizá nos parezca suficiente que Dios
nos escogiera para que fuésemos santos, y tal vez eso nos satisfaga. No obstante, Dios
nos escogió para que fuésemos santos con un propósito, y este propósito es que seamos
Sus hijos.
Tomemos como ejemplo la manera en que se hornea un pastel. Cuando una hermana
hace un pastel, ella primeramente prepara la masa, mezclando varios ingredientes con la
harina. A medida que los ingredientes se mezclan con la harina, podríamos decir que la
harina es un cuadro de la santificación. Primero se separa la masa; luego es santificada
al añadírsele varios ingredientes. Después de que la hermana mezcla bien la masa, le da
cierta forma poniéndola en un molde. Del mismo modo, Dios primero nos separa, luego
se agrega El mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu, a nosotros. Después sigue el proceso
de mezcla. Decir que Dios nos mezcla significa que El nos inquieta. Tal vez nos agrada
llevar una vida de iglesia tranquila, pero a menudo Dios interviene y cambia las cosas de
manera radical. Con todo, así es la vida normal de la iglesia cristiana.
Ser santos significa mezclarnos con Dios. Dios nos santifica agregándose El mismo a
nosotros y mezclándonos con Su naturaleza. Este es un asunto de naturaleza, es decir,
trata de que nuestra naturaleza sea transformada por la Suya. Nosotros nacimos
humanos, naturales, pero Dios quiere que seamos divinos. Esto sólo se logra si la
naturaleza divina se añade a nuestro ser y se mezcla con él. Es así como Dios nos hace
personas santas. Por consiguiente, la santificación es un procedimiento que transforma
nuestra naturaleza. Sin embargo, ésta no es la meta. La meta es que seamos formados o
moldeados. Es por eso que además de que Dios nos escoja para que seamos santos, es
necesario que El nos predestine para que seamos Sus hijos. Ser santos tiene que ver con
nuestra naturaleza, mientras que ser hijos, con ser formados. Los hijos de Dios son
personas configuradas a una forma o figura específica.
Todo los cristianos sabemos que los creyentes genuinos de Cristo conforman la iglesia.
Pero la iglesia no es solamente un grupo de personas salvas. La iglesia es una
colectividad de individuos que han sido hechos santos en su naturaleza y así han llegado
a ser hijos de Dios. Este grupo tiene que ser santificado, saturado y mezclado con la
naturaleza de Dios. Entonces serán los hijos de Dios. La iglesia se compone de tales
personas.
La situación del cristianismo actual está muy lejos de esto. En el cristianismo vemos
grupos de personas salvas, pero que siguen siendo comunes y mundanas, y que no
manifiestan la santidad. Además, no viven como hijos de Dios; más bien, muchos de
ellos viven como hijos de pecadores. Aunque muchos de ellos creen en el Señor Jesús y
han sido lavados con la sangre y regenerados por el Espíritu, siguen siendo mundanos y
comunes, y no manifiestan ninguna señal de santidad en su vivir. Son idénticos a sus
vecinos, amigos y parientes; con todo, hablan de ser la iglesia. ¡Qué vergüenza para
Dios, y qué vergüenza para la iglesia! La iglesia se compone de una colectividad de
personas que han sido apartadas para Dios, saturadas con Su naturaleza divina y
totalmente santificadas para vivir como hijos de Dios. Ciertamente, la iglesia no debe ser
un grupo de cristianos mundanos que viven como hijos de pecadores. Es vergonzoso
decir que personas así sean la iglesia.
Ahora necesitamos enfocarnos en tres temas relacionados con la filiación, con el hecho
de ser hijos de Dios. El primero es que Dios nos predestinó para filiación al infundir en
nosotros el Espíritu de Su Hijo. Cuando creímos en el Señor Jesús y fuimos regenerados,
el Espíritu de Dios en calidad del Espíritu del Hijo de Dios entró en nosotros. Por esto,
después de ser regenerados podemos clamar fácil y dulcemente: “Abba, Padre”. Antes de
ser regenerados, cuando mucho podíamos decir: “Oh Dios mío, ayúdame”; pero después
de ser salvos, espontáneamente empezamos a clamar, con un sentimiento tierno e
íntimo: “Oh Abba Padre”.
Romanos 8:15 y Gálatas 4:6 hablan de esto. Gálatas 4:6 dice que el Espíritu del Hijo
clama: “Abba, Padre”, mientras que Romanos 8:15 afirma que somos nosotros los que
clamamos así. Esto indica que nuestro clamor es el clamor de El y que Su clamor es el
nuestro. Nosotros y El clamamos a una voz: “Abba, Padre”. Sin el Espíritu no podríamos
clamar: “Abba, Padre”, de una manera tan íntima y tierna. Pero ¡qué sentimiento tan
placentero, dulce y confortable experimentamos cuando decimos esto! Esto comprueba
que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Tenemos el Espíritu de filiación.
Muchas veces los jóvenes han venido a mí con preguntas sobre actividades deportivas.
Algunos han tratado de argumentar que no tiene nada de malo practicar algún deporte.
Mi respuesta ha sido la siguiente: “Yo no digo que jugar un deporte sea malo, pero
díganme si pueden decir: ‘Abba, Padre’ cuando van a participar en algún juego”. A esto,
ellos han respondido: “Hermano Lee, usted es muy listo. Sabe bien que si clamamos:
‘Abba Padre’, no podremos jugar, pues sabemos que el Padre no lo aprueba”. No estoy
en contra de los deportes; estoy en contra del diablo. No necesitan preguntarme nada en
cuanto a los deportes; simplemente clamen: “Abba, Padre”, y al hacerlo, quizá El les
pida que oren o lean la Biblia en vez de jugar deportes. Puedo testificar que el Padre me
ha tratado de esta manera. Esta es la vida de los hijos de Dios. ¿Viven ustedes como
hijos de Dios o como hijos de pecadores, como hijos de desobediencia?
Vivir como hijo de Dios, sin embargo, no tiene nada que ver con reglamentos; más bien,
está totalmente ligada al Espíritu del Hijo de Dios, el cual está en nosotros. Si
clamamos: “Abba, Padre”, sabremos lo que debemos hacer. En varias ocasiones mis
hijos han venido a preguntarme: “Papá, ¿podemos ir a tal lugar?”, a lo cual les he
contestado: “No es necesario que me pregunten. Siempre y cuando me llamen papá, ya
saben lo que voy a decir”. Del mismo modo, cuando acudimos a nuestro Padre y
clamamos: “Abba, Padre”, sabremos qué clase de vida debemos llevar, porque tenemos
en nosotros al Espíritu del Hijo de Dios.
Fuimos predestinados para filiación no sólo mediante el Espíritu del Hijo de Dios, sino
también en la vida del Hijo de Dios. Esto es muy subjetivo. Es una maravilla que
poseemos la propia vida del Hijo de Dios. Como se dice en 1 Juan 5:12: “El que tiene al
Hijo, tiene la vida”. Por tanto, nosotros no somos hijos políticos de Dios, sino hijos
engendrados por Su vida. Tal vez en ocasiones rechazamos al Espíritu del Hijo de Dios,
pero nunca podremos rechazar Su vida, porque ésta se ha convertido en nuestro propio
ser. Poseemos dos seres: el primero es nuestro ser natural, que nació de nuestros
padres, y el segundo es nuestro ser espiritual, que nació de Dios. En el segundo ser
tenemos la vida del Hijo de Dios. En conformidad con nuestro segundo ser, no
solamente tenemos al Espíritu, que se mueve y obra dentro de nosotros, sino también la
vida, la cual ha llegado a ser nuestro propio ser, no el ser natural, sino el ser espiritual.
En ocasiones no sólo nos rebelamos contra el Espíritu, sino también contra nosotros
mismos, contra nuestro ser.
No estoy de acuerdo en que deba haber reglamentos en las iglesias, pues cada hijo de
Dios tiene al Espíritu del Hijo de Dios así como la vida del Hijo de Dios, y no se
necesitan reglas. Por ejemplo, no hay necesidad de estipular una regla en el hogar que
diga que los niños no deben comer cosas amargas, sino sólo cosas dulces. Si un niño
ingiere algo amargo, espontáneamente lo escupirá, aunque desconozca el significado de
la palabra “amargo”. Ya que la vida que hay en todo niño rechaza lo amargo, no es
necesario establecer reglamentos con relación a lo amargo. Además de tener al Espíritu
del Hijo de Dios, tenemos la vida del Hijo de Dios. Si gustamos algo que sea “amargo”
para la vida del Hijo, no podremos fingir que estamos contentos. Si lo hiciéramos, en lo
profundo de nuestro ser no estaremos contentos, porque sabemos que estamos
actuando en contra de la vida del Hijo de Dios. Si clamamos: “Abba, Padre”, y vivimos
conforme a la vida del Hijo de Dios, tendremos gozo en lo más recóndito de nuestro ser.
De hecho, todo nuestro ser estará lleno de regocijo.
Además de poseer al Espíritu del Hijo de Dios y la vida del Hijo de Dios, también
estamos en la posición del Hijo de Dios (Jn. 20:17). De hecho, la filiación se relaciona
más específicamente con la posición que con la vida. Quizás usted haya nacido de su
padre, pero es posible que por ciertas cuestiones legales, no tenga la posición de hijo. Si
no tiene la posición de hijo, no tiene la filiación. Por tanto, la filiación es una cuestión
legal. Por ejemplo, es posible que cierta persona no haya sido engendrado por un padre
rico; sin embargo, si en términos jurídicos tiene la posición de hijo, ciertamente tendrá
el derecho a recibir la herencia de ese hombre. Dicha herencia le pertenece, no conforme
a la vida, sino en base a la posición. Por otro lado, hay hijos legítimos que aunque tienen
la vida del padre, han perdido la posición filial. Esto demuestra que la vida de un hijo de
Dios está relacionada únicamente con la vida misma, mientras que la posición de hijo de
Dios es un asunto legal. Aleluya que poseemos al Espíritu del Hijo de Dios, la vida del
Hijo de Dios y la posición del Hijo de Dios.
Todo esto nos hace aptos para recibir nuestra herencia. Ya que somos hijos de Dios y
tenemos la filiación, heredaremos todo lo que Dios es y todo lo que tiene. Tenemos la
posición legal para heredar todas las riquezas del Padre. En la vida de iglesia
disfrutamos al Padre día tras día. Hoy esto tal vez sea simplemente un asunto de vida,
pero en el futuro será también un asunto de posición. Apocalipsis 21:7 dice: “El que
venza heredará estas cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo”. En este versículo, ser
hijo y heredar todas las cosas no es simplemente un asunto de vida, sino también de
posición. Aunque hoy somos hijos de Dios en cuanto a la vida, el universo todavía no
puede ver que somos hijos de Dios en cuanto a posición. Pero cuando se manifieste la
Nueva Jerusalén, el universo sabrá que somos hijos de Dios tanto en posición como en
vida. Si yo entrara a un restaurante y proclamara a la gente que soy un hijo de Dios, ellos
pensarían que tengo un problema mental; pero cuando se manifieste la Nueva
Jerusalén, no será necesario decir nada. Todos verán que somos hijos de Dios en cuanto
a posición. Los ángeles dirán: “Miren, ésos son los hijos de Dios. Están disfrutando a
Dios y han heredado todo lo que El es en la Nueva Jerusalén”.
La iglesia hoy es una miniatura de la Nueva Jerusalén. En la iglesia somos hijos de Dios
tanto en vida como en posición, y no hay necesidad de declarar que lo somos, porque
todos nos reconocemos mutuamente como hijos de Dios. Por tener al Espíritu, la vida y
la posición, nos entendemos unos a otros y nos reconocemos. Todos confesamos que
somos hijos de Dios. No obstante, a pesar de tener al Espíritu, la vida y la posición para
ser los hijos de Dios, no somos absolutamente santos en nuestra manera de ser. Por
consiguiente, en la vida de iglesia Dios nos mezcla constantemente con Su naturaleza, a
fin de que seamos santificados.
Muchos maestros cristianos han dicho que el libro de Efesios abarca el tema de la
iglesia, pero ellos mismos, en la práctica, no están en la vida de iglesia. Nosotros no
estamos satisfechos con sólo hablar de la iglesia; deseamos experimentar la vida de
iglesia de una manera práctica. La vida práctica de la iglesia se funda en el hecho de que
Dios nos escogió para que seamos santos y nos predestinó para filiación, lo cual incluye
el tener al Espíritu, la vida y la posición. Debido a que tenemos estos tres factores, el
Padre a menudo nos pone en una “licuadora”, a fin de que seamos santificados en
nuestra forma de ser. En ocasiones el Padre parece decir: “Hijo mío, ya tienes al
Espíritu, la vida y la posición, pero aún necesitas mezclarte con Mi naturaleza santa. Te
escogí para que fueras santo; ahora voy a trabajar en ti para hacerte Mi hijo santo”. En
esto consiste la vida de iglesia.
Todos tenemos la expectativa de que la vida de iglesia sea sosegada, tranquila y pacífica.
Pero ninguna cocina puede estar así cuando un cocinero prepara una comida en ella.
Antes bien, todo es un desorden. Si la cocina no estuviera en ese estado durante la
preparación de los alimentos, no se podría disfrutar de un banquete. Hoy la vida de
iglesia es como una cocina en la cual las cosas están dispersas por todas partes. Por un
lado, la vida de iglesia es maravillosa y gloriosa; por otro, está en desorden con el fin de
que nos mezclemos con Dios y seamos hechos santos. Cuanto más nos mezclemos con
El, más santos seremos. Cuando se manifieste la Nueva Jerusalén, ella será una filiación
santa y corporativa, que incluirá al Espíritu, la vida y la posición filiales. En aquel
entonces, el proceso de mezcla habrá terminado, pues todos habremos sido saturados,
santificados y transformados. Esto será la plena filiación.
La filiación nos conduce a Dios, es decir, nos introduce en Dios mismo a fin de que
seamos uno con El en vida y en naturaleza.
Mientras el Padre nos conduce a la plena filiación, somos hechos conformes a la imagen
de Su Hijo (Ro. 8:29). Esto quiere decir que el deseo de Dios es que todo nuestro ser
participe de la filiación. El proceso de hacernos hijos Suyos se lleva a cabo hoy en la vida
de iglesia. Tal vez a usted lo haya ofendido alguien en la iglesia, o quizá usted ha
ofendido a alguien. Ambos casos pueden ser útiles en el proceso de la filiación. No
animo a nadie a que se ofenda ni que ofenda a otros, pero la verdad es que es imposible
evitar las ofensas. O usted ofenderá a alguien, o alguien lo ofenderá a usted. Pero estas
ofensas nos ayudan en el proceso de ser hechos hijos de Dios. Cuanto más nos ofendan,
más participamos de la filiación. Si a usted nunca lo han ofendido en la vida de iglesia,
tal vez no ha participado mucho de la filiación. Bienaventurado es usted si lo han
ofendido los hermanos, las hermanas y los ancianos, porque ha pasado más por el
proceso de filiación. Pero algunos no pueden soportar las ofensas, y tan pronto se
sienten ofendidos, quieren irse de la vida de iglesia. Pero en lugar de abandonar la vida
de iglesia, en esos momentos debemos incluso valorarla más e incluso “besar” la ofensa,
pues ella contribuye a nuestra filiación. Cada vez que quiera huir de la vida de iglesia, la
vida del Hijo de Dios que está en usted le dirá: “No huyas; permanece y sufre la ofensa, e
incluso abrázala”. En cuanto usted acoge la ofensa, ésta se convierte en gozo. Esto es el
proceso de la filiación que experimentamos en la vida de iglesia.
Todos estamos en el proceso de ser hechos hijos de Dios. Tenemos al Espíritu del Hijo
de Dios, la vida del Hijo de Dios y la posición del Hijo de Dios, pero aún necesitamos ser
hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios. Por consiguiente, necesitamos más
filiación. El Señor desea conformarnos a Su imagen, a la imagen misma del Hijo de
Dios, y el único lugar donde se puede experimentar esto es en la vida de iglesia. Fuera de
la iglesia no podemos ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios. Así que, quiero
animarlos a que estén contentos en la desordenada vida de iglesia. No den coces contra
el aguijón, sino acepten con gusto el proceso de filiación.
Por último, la filiación significa que heredamos todo lo que Dios es por la eternidad (Ap.
21:7).
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCO
Este mensaje tratará de la alabanza de la gloria de la gracia de Dios (1:6). Tal vez el tema
nos parezca sencillo, pero de hecho es bastante complejo. Quizás nos parezcan
conocidas las palabras “alabanza”, “gloria” y “gracia”, pero si somos francos,
admitiremos que no conocemos adecuadamente su significado.
Efesios 1:6 dice: “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos agració en el
Amado”. Este versículo no está desligado de los demás; más bien, es producto del
versículo precedente, que dice que fuimos predestinados para filiación. Esto significa
que la alabanza de la gloria de la gracia de Dios es el resultado, el producto, de la
filiación. Por consiguiente, para entender la alabanza del versículo 6, es necesario
conocer la filiación del versículo 5. Si no conocemos el contenido de la filiación, tal vez
entenderemos el versículo 6 de una manera natural.
I. LA GRACIA DE DIOS ES LO QUE DIOS ES,
DADO A NOSOTROS COMO NUESTRO DISFRUTE
¿Qué es la gracia de Dios? Es muy difícil definirla. Por muchos años me ha dejado
perplejo este tema, y hasta el día de hoy lo sigo estudiando. Según el Nuevo Testamento,
la gracia alude a lo que Dios es, dado a nosotros como nuestro disfrute (Jn. 1:16-17; 2
Co. 12:9; 1 Co. 15:10). Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés, pero que
la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. En 1 Corintios 15:10 Pablo
afirma que él laboró más que los demás apóstoles, pero que no fue él, sino la gracia de
Dios con él. Gálatas 2:20, un versículo análogo a 1 Corintios 15:10, dice: “Ya no yo, mas
... Cristo”. En 1 Corintios 15:10 se dice: “No yo, sino la gracia de Dios”. Esto indica que la
gracia es Cristo mismo. El Nuevo Testamento contiene otros pasajes que hacen resaltar
la gracia. Por ejemplo, 2 Corintios 13:14 declara: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor
de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Además, Pablo
inicia todas sus epístolas haciendo referencia a la gracia; y asimismo las concluye.
Gálatas 6:18 declara: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu,
hermanos”. En 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con
vosotros”. En este versículo, Cristo y la gracia se mencionan de manera paralela. El
hecho de que el Señor Jesucristo esté con nuestro espíritu equivale a que la gracia esté
con nuestro espíritu. Esto indica que la gracia es prácticamente igual a Cristo mismo.
Cuando tenemos a Cristo, tenemos la gracia. Cuando Cristo vino, vino la gracia. Por esta
razón Juan 1:17 declara que la gracia vino por medio de Jesucristo, indicando que la
gracia es en cierto modo una persona; está personificada. Dios mismo es la
personificación de la gracia.
Ahora veamos qué es la gloria de la gracia de Dios. Tal vez usted haya leído el libro de
Efesios muchas veces sin haber notado la frase “la gloria de Su gracia”. Hebreos 1:3
declara que Cristo, el Hijo de Dios, es el resplandor de la gloria de Dios. Dios tiene una
gloria, y el Hijo es el resplandor, el brillo de esta gloria. Si uno estudia con detenimiento
el tema de la gloria en la Biblia, se dará cuenta de que la gloria es Dios expresado.
Siempre que Dios se manifiesta, eso es gloria. Podemos usar la electricidad como
ejemplo. La electricidad está oculta a nuestra vista, pero cuando se expresa en forma de
luz, esa luz es la gloria de la electricidad. Del mismo modo, cuando Dios está escondido,
no podemos ver Su gloria, pero cuando El se expresa, Su gloria se hace visible. Por
consiguiente, la gloria es Dios expresado. Tan pronto se erigió el tabernáculo, éste se
llenó de la gloria de Dios (Ex. 40:34). Dicha gloria era la expresión de Dios. Según este
principio, el Hijo de Dios vino como resplandor de la gloria de Dios, lo cual significa que
El es la expresión de Dios. A Dios nadie lo ha visto jamás, pero hemos visto la gloria del
Hijo unigénito.
La gloria de la gracia de Dios significa que la gracia de Dios, la cual es El mismo como
nuestro disfrute, lo expresa a El. Dios es expresado en Su gracia, y El nos predestinó
para alabanza de tal expresión. Cuando recibimos la gracia y disfrutamos a Dios,
experimentamos una sensación de gloria, aunque muchas veces no encontramos las
palabras para expresar lo que sentimos. En algunas ocasiones, después de una excelente
reunión, estamos llenos de gracia y decimos: “¡Eso fue glorioso!” Esto es Dios expresado
en Su gracia.
Cuando comprendamos que fuimos escogidos para ser santos, que fuimos predestinados
para filiación, que poseemos el Espíritu del Hijo, la vida del Hijo y Su posición, que
seremos hechos conformes a Su imagen, que participaremos de la plena filiación, la
redención de nuestro cuerpo, y que heredaremos la plenitud de dicha filiación,
exclamaremos: “¡Qué glorioso!” Debemos meditar sobre los siguientes seis temas con
mucha oración: el Espíritu, la vida y la posición del Hijo, la imagen del Hijo, la
culminación de la filiación y la herencia de ésta. Si lo hacemos, estaremos en la gloria y
alabaremos a Dios por la filiación.
Ya vimos que la gracia es Dios mismo dado a nosotros como nuestro disfrute, que la
gloria es Dios manifestado, y que la gloria de la gracia de Dios es Dios expresado en el
disfrute que tenemos de El. Ahora debemos enfocarnos en el aspecto más difícil de este
mensaje, a saber, el significado de la palabra “alabanza”, según se usa en el versículo 6.
¿Qué es la alabanza de la gloria de la gracia de Dios? ¿Ha alabado usted alguna vez a
Dios por la filiación? Nosotros, los hijos de Dios, no alabamos mucho a Dios; por lo
general sólo le damos gracias. Cuando decimos: “Alabado sea el Señor”, a menudo
queremos decir: “Gracias al Señor”. Dar gracias a Dios significa que hemos recibido
cierto beneficio y que le damos gracias por ello. Pero cuando alabamos a Dios, lo
alabamos principalmente por lo que El es o por lo que hace, independientemente de que
hayamos recibido algún beneficio de parte Suya. Cuando alabemos a Dios, debemos
olvidarnos de nosotros mismos y no centrarnos en nuestra persona. Cuando
verdaderamente alabamos a Dios, tenemos la sensación de que no existimos; lo vemos
sólo a El; nos centramos en lo que El es y lo que hace; y por ende, lo alabamos y
hablamos bien de El. Exagerando un poco, ¿alabaría usted a Dios si le enviara al
infierno? Si de verdad conociéramos a Dios, podríamos decir: “Dios mío, aunque me
enviaras al infierno, te seguiría alabando, porque Tú eres Dios”. ¡Cuán necesario es que
aprendamos a alabarlo!
Dios nos predestinó para filiación con el fin de que seamos la alabanza de Su expresión
en Su gracia. Es probable que los ángeles sean los primeros en alabar a Dios por esto.
Cuando ellos alaben a Dios por nuestra filiación, los demonios tal vez quedarán
pasmados y dirán: “Esos pecadores que usurpamos han llegado a ser los hijos de Dios”.
Los ángeles no serán los únicos que alabarán a Dios por nuestra filiación; lo alabarán
también todas las cosas positivas del universo. Esto ocurrirá en la manifestación de los
hijos de Dios (Ro. 8:19). Actualmente la creación gime bajo la esclavitud, aguardando la
manifestación de los hijos de Dios. Cuando eso suceda, todo el universo alabará a Dios.
Así, Efesios 1:6 se cumplirá cuando se cumpla Romanos 8:19. Para ese tiempo, todas las
cosas positivas del universo alabarán a Dios porque la gloria de Su gracia será vista en la
revelación de Sus hijos. Nosotros los hijos de Dios quizás nos sorprenderemos por las
alabanzas que los ángeles ofrecerán a Dios, pues ellos lo alabarán por causa de nuestra
filiación. Esta es la alabanza de la gloria de la gracia de Dios.
Efesios 1:6 dice que Dios “nos agració”. La palabra “agraciar” es una expresión poco
común. Ser agraciados por Dios significa que El nos ubica en una posición de gracia, con
la intención de que seamos el objeto de Su gracia, de Su favor, es decir, para que
disfrutemos de todo lo que Dios es para con nosotros. A fin de gozar de cualquier cosa,
uno debe estar en la posición correcta. Así que, Dios nos puso en Su gracia. Al habernos
colocado en Su gracia, El nos hace el objeto de ella. Nosotros ahora, en la posición de
gracia y como objetos de la misma, somos plenamente aceptados por Dios. Puesto que
estamos en una posición de gracia y somos el objeto de ésta, Dios se agrada de nosotros,
somos Su deleite, y nosotros estamos felices con El. Finalmente, experimentamos un
disfrute mutuo: nosotros lo disfrutamos a El, y El nos disfruta a nosotros. El, en la
gracia, es nuestro gozo y satisfacción, y nosotros somos el gozo y satisfacción de El. Todo
esto está implícito en la expresión “nos agració”.
Hoy no estamos simplemente bajo la misericordia de Dios, sino que también somos el
objeto de Su gracia en la posición de gracia. Mientras lo disfrutamos a El, nos
convertimos en Su deleite. Por lo tanto, tenemos un deleite mutuo, un disfrute mutuo,
una satisfacción mutua. Ya no debemos considerarnos pecadores, porque ya no estamos
ligados a la tierra ni al tiempo; antes bien, estamos en los lugares celestiales y en la
eternidad. Ya no estamos en nuestra condición, sino en el deseo del corazón de Dios.
Esto es lo que significa cuando decimos que Dios nos haya agraciado. Por consiguiente,
no debemos ver nuestra condición, sino levantar nuestra mirada a los lugares celestiales
y a la eternidad. En vez de hablar tanto de nosotros mismos y pensar sólo en nosotros,
debemos hablar de la gracia de Dios y meditar en que El nos agració.
VI. AGRACIADOS EN EL AMADO
Por último, 1:6 dice que Dios nos agració en el Amado. En este versículo, Pablo no dice:
“en Cristo”, ni “en El”, sino “en el Amado”. El Amado es el Hijo amado de Dios, en quien
El se complace (Mt. 3:17; 17:5). Ya hemos visto que el hecho de que Dios nos agracie
significa que nos hace el objeto de Su deleite. Esto es todo un placer para Dios. En Cristo
Dios nos bendijo con toda bendición, y en el Amado nos agració y fuimos hechos el
objeto de Su favor y de Su complacencia. Por ser tal objeto, disfrutamos a Dios, y Dios
nos disfruta a nosotros en Su gracia y en Su Amado, en quien se deleita. En el Amado de
Dios, nosotros también llegamos a ser Su deleite.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SEIS
REDENCION EN EL HIJO
En Efesios 1:3-14 hay tres secciones: los versículos del 3 al 6 hablan de que el Padre nos
escogió y nos predestinó, lo cual proclama el propósito eterno de Dios; los versículos del
7 al 12 declaran que el Hijo nos redimió, lo cual proclama el cumplimiento del propósito
divino; y los versículos del 13 al 14 hablan de que el Espíritu nos selló y se nos dio en
arras, lo cual proclama la aplicación del propósito cumplido de Dios. Primero, se nos
muestra el propósito eterno del Padre; luego vemos que el Hijo lo cumple; y por último,
el Espíritu aplica lo que el Hijo realizó conforme al propósito del Padre. Así vemos que el
Dios Triuno se expresa en Sus bendiciones. Por medio del propósito del Padre, los
logros del Hijo y la aplicación del Espíritu, nosotros llegamos a ser la iglesia. En los
mensajes anteriores tratamos el tema de la elección y la predestinación efectuadas por el
Padre. En este mensaje estudiaremos la redención realizada por el Hijo, es decir, la
redención en el Hijo (1:7).
Hemos visto que el libro de Efesios no habla desde la perspectiva de nuestra condición,
ni desde la tierra, ni desde el tiempo, sino desde el punto de vista del propósito eterno
de Dios, desde los lugares celestiales y desde la eternidad. Puesto que éste es el caso, tal
vez nos preguntemos por qué se menciona aquí la redención. Esto se debe a que
nosotros, los escogidos de Dios, caímos. Conforme al propósito eterno de Dios, fuimos
escogidos, pero después de que El nos creó, caímos. Por ende, era necesaria la
redención. Al redimirnos, el Hijo cumplió el propósito del Padre.
Efesios 1:7 dice: “En quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de los delitos,
según las riquezas de Su gracia”. El versículo 7 es la continuación del versículo 6. Como
vimos en el mensaje anterior, el versículo 6 revela que llegamos a ser el objeto del favor
de Dios, pues fuimos agraciados en el Amado. La expresión “en quien” del versículo 7, se
refiere a “el Amado” del versículo 6. Esto significa que fuimos redimidos en el Amado,
en quien Dios se complace. Así que, a los ojos de Dios, la redención no es algo
lamentable, sino un motivo de regocijo. Aunque es correcto afirmar que fuimos
redimidos en Cristo, no es tan agradable como decir que lo fuimos en el Amado. Las
palabras “en el Amado” quieren decir, en el deleite de Dios. En el deleite de Dios, en el
Amado, tenemos redención. Este es otro indicio de que en el capítulo uno está ausente lo
relacionado con nuestra miserable condición; antes bien, este capítulo está lleno de
deleite. Fuimos redimidos mediante la sangre que el Amado de Dios derramó en la cruz
por nosotros.
Según el versículo 7, esta redención es el perdón de los delitos, no de los pecados. Existe
una diferencia entre delitos y pecados. El capítulo uno, por ser tan dulce, no habla de
pecados, sino de delitos, de ofensas. A los ojos del Padre, Sus escogidos cometieron
ofensas, que necesitaban ser perdonadas. El capítulo dos, por el contrario, habla de ira y
de pecados. En el capítulo uno, Dios el Padre se encarga de nuestras ofensas; con todo,
aun éstas requerían la redención, y la sangre del amado Hijo de Dios fue derramada en
la cruz para nuestro perdón. Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados
(He. 9:22). Por tanto, se necesitaba sangre. Dicho perdón se efectuó conforme a las
riquezas de la gracia de Dios, la cual El hizo sobreabundar para con nosotros en toda
sabiduría y prudencia (v. 8).
Los versículos del 4 al 5 revelan que Dios nos escogió y nos predestinó. Después de ser
creados, caímos; por eso requerimos la redención, la cual Dios efectuó por nosotros en
Cristo, por medio de Su sangre. Este es otro ítem de las bendiciones que Dios nos
otorgó. La primera bendición consiste en que El nos escogió para que fuésemos santos;
la segunda, en que nos predestinó para filiación; y la tercera, en que nos redimió en el
Hijo.
Aunque Dios se deleita en nosotros y nos ha hecho objeto de Su gracia, aún necesitamos
la redención, porque El es un Dios justo. Nuestro Padre se complace en nosotros, pero
El es justo y no puede tolerar las injusticias, las ofensas, ni los delitos. Tales iniquidades
ofenden Su justicia. Por lo tanto, Su justicia requiere que se realice la redención. La
redención satisface los justos requisitos de Dios y agrada a Dios. Dios no solamente es
un Dios de amor, sino que también es justo, y todo lo que es injusto, le desagrada. Todo
lo que se relacione con El debe satisfacer los requisitos de Su justicia. A esto se debe el
que, a fin de agradar a Dios, el Hijo amado tuvo que ir a la cruz para efectuar la plena
redención a favor de los escogidos de Dios.
La redención del Hijo por medio de Su sangre es el perdón de nuestros delitos (Mt.
26:28; He. 9:22). La redención es lo que Cristo efectuó por nuestros delitos; el perdón es
la aplicación a nuestros delitos de lo que Cristo realizó. La redención fue efectuada en la
cruz, mientras que el perdón se nos aplica en el momento que creemos en Cristo. La
redención y el perdón son en realidad dos aspectos de una misma cosa. Ya vimos que el
perdón de delitos es la redención efectuada por medio de la sangre de Cristo; sin
embargo, aquí se usan dos expresiones diferentes porque este asunto tiene dos aspectos:
el aspecto que corresponde a lo que se llevó a cabo en la cruz, y el que corresponde a lo
que se aplica a nosotros en el momento que creemos. Aunque la redención se efectuó en
la cruz cuando Cristo derramó Su sangre, ella no nos fue aplicada a nosotros en ese
momento. La aplicación no se efectuó sino hasta que creímos en Cristo y confesamos
nuestros pecados al Dios justo. En ese momento, el Espíritu de Dios nos aplicó la
redención que Cristo efectuó en la cruz. Por consiguiente, la redención es el
cumplimiento, mientras que el perdón es la aplicación.
El versículo 7 declara que la redención se efectuó según las riquezas de la gracia de Dios.
De acuerdo con nuestro concepto, era fácil que Dios nos perdonara, pues El es soberano
y todopoderoso; pero realmente no fue tan sencillo. La redención fue un evento de
mucha importancia y seriedad; fue tan solemne, que requirió las riquezas de la gracia de
Dios.
Ahora debemos meditar en el por qué la redención requirió las riquezas de la gracia de
Dios. La Biblia dice que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por
consiguiente, para que fuésemos perdonados, se requería el derramamiento de sangre.
Pero en este asunto la sangre de los animales era inútil (He. 10:4). Esa sangre era
solamente una sombra. Para realizar la redención se requería la sangre de una vida
superior, una sangre en la que no hubiera pecado. ¿Dónde podría Dios encontrar esta
sangre entre el linaje humano? Esto era imposible, porque todos los hombres son
pecadores. Entre la humanidad caída no existe sangre sin pecado. Además, Dios tiene
millones de escogidos. Si por cada uno de ellos se ofreciera una ofrenda por el pecado, se
necesitarían millones de ofrendas. Por consiguiente, además de una sangre perfecta y
sin pecado, se necesitaba una ofrenda por el pecado que pudiera incluir a millones de
personas. Esto indica que la sangre por medio de la cual se efectuaría la redención no
sólo tenía que estar libre de pecado, sino que además debía incluirnos a todos, o sea, que
debía ser capaz de redimir a todos los escogidos de Dios. Unicamente Jesucristo podía
ser tal ofrenda, pues sólo El poseía una sangre sin pecado, la cual derramó a favor de
millones de escogidos. Al derramar El Su sangre en la cruz una vez y para siempre,
efectuó la redención eterna de todos los escogidos de Dios de una vez por todas (He.
9:28; 10:10, 12).
Ahora necesitamos ver cómo fue posible que Dios obtuviera una sangre tan pura que
pudiera ser eficaz para todos nosotros. Obtener esa sangre le fue mucho más difícil que
crear el universo. Para crear el universo, Dios simplemente tuvo que hablar. Por
ejemplo, El sencillamente dijo: “Sea la luz” y fue la luz (Gn. 1:3). En cambio, la
redención no se llevó a cabo así. Dios no podía simplemente decir: “Efectúese la
redención”. Dios no tuvo que emplear la gracia para crear el universo, pero para efectuar
la redención, se necesitaron todas las riquezas de Su gracia.
Veamos ahora cómo fue concebido el Redentor, el Señor Jesús. Para la concepción del
Señor Jesús, fue necesario que el Espíritu Santo interviniera en la virgen María. No
podemos explicar cómo el Espíritu Santo efectuó la concepción del Redentor en el
vientre de la virgen. Esto requirió las riquezas de la gracia de Dios. Conforme a Lucas
1:35, al niño concebido en María por obra del Espíritu Santo se le llamó “lo santo”, lo
cual indica que la concepción del Señor Jesús fue absolutamente un acto santo. (La
santidad se refiere a algo que se concibe por obra del Espíritu Santo). Durante nueve
meses, “lo santo” permaneció en el vientre de María. ¿Quién podría explicar cuánta
gracia se necesitó para esto? ¡Cuánta gracia se requirió para que Jesús, Jehová el
Salvador, permaneciera en el vientre de María por nueve meses!
El Señor Jesús trabajó como carpintero hasta la edad de treinta años. El hecho de que la
persona llamada Emanuel, Dios con nosotros, hiciera esto por tantos años también
requirió mucha gracia. Con el tiempo, El inició Su ministerio, el cual duró tres años y
medio. Aunque El se preocupaba por los pecadores, éstos se le opusieron, lo
persiguieron, y conspiraron para matarlo. Después de ser traicionado por uno de Sus
apóstoles, El fue arrestado. Aunque de hecho no lo arrestaron, sino que El mismo se
entregó a los que vinieron a prenderle. El Señor Jesús pudo haberle pedido al Padre que
le enviara doce legiones de ángeles para que lo rescataran, pero no lo hizo (Mt. 26:53).
Después de Su arresto, fue probado ante el sumo sacerdote, ante Pilato y ante Herodes.
Luego, fue clavado en la cruz y permaneció allí durante seis horas, de las nueve de la
mañana a las tres de la tarde. ¡Cuánta gracia se requirió para que se llevara a cabo todo
esto! En la cruz, el Señor Jesús murió por nuestros pecados. Luego, fue sepultado,
resucitó y ascendió a los cielos para recibir el arrepentimiento y el perdón (Hch. 5:31).
Debido a las riquezas de la gracia de Dios, nosotros podemos arrepentirnos y recibir el
perdón de pecados. No piense que su arrepentimiento se originó en usted mismo; no fue
así, sino que Dios el Padre le dio el arrepentimiento al Hijo, el Redentor, y El se lo
concedió a usted mediante el Espíritu. Junto con el arrepentimiento, recibimos el
perdón. Todo esto sucedió según las riquezas de la gracia de Dios. ¡Cuán ilimitada e
inmensurable es Su gracia!
La abundante gracia de Dios efectuó la redención por nosotros y nos aplicó el perdón. La
encarnación, crucifixión y resurrección de Cristo hizo posible que se efectuara la
redención. Habiendo ascendido a los cielos y recibido el arrepentimiento y el perdón,
Cristo ahora nos aplica dicho perdón a nosotros. Esto corresponde con las riquezas de la
gracia de Dios.
Tanto la redención como el perdón concuerdan con la justicia de Dios, pero son
efectuados y aplicados mediante Su abundante gracia. Esto significa que la justicia de
Dios, la cual alude a la manera en que El actúa, y Su gracia, la cual es el propio Dios
quien se imparte a Sus escogidos, se ejercieron a lo sumo.
Efesios 1:8 dice que la gracia de Dios fue hecha sobreabundar para con nosotros. La
gracia de Dios no sólo es rica, sino también sobreabundante. Muchos cristianos saben
acerca de la gracia sublime de Dios, mas no de Su gracia sobreabundante. Se requiere
revelación para conocer la gracia sobreabundante de Dios. Su gracia sobreabundante
nos ha hecho herencia para Dios (v. 11) y nos ha capacitado para heredar todo lo que
Dios es (v. 14). En otras palabras, esta gracia sobreabundante, por un lado, nos hace la
herencia de Dios, y por otro, hace de Dios nuestra herencia. Esto es mucho más grande
que el hecho de que los pecadores sean salvos y vayan al cielo. Este concepto, es decir, el
de ser salvos para ir al cielo, es un concepto natural. Debemos ver la gracia
sobreabundante, la cual nos constituye herencia de Dios y nos hace aptos para heredar
todo lo que El es.
El versículo 8 declara que Dios hizo sobreabundar las riquezas de Su gracia para con
nosotros, en toda sabiduría y prudencia. La sabiduría está en Dios y con ella El planea y
se propone una voluntad con respecto a nosotros; la prudencia es la aplicación de la
sabiduría de Dios. Primero, Dios, en Su sabiduría, planeó y propuso, y luego aplicó con
prudencia lo que había planeado y propuesto para nosotros. La sabiduría estaba
relacionada principalmente con el plan que Dios hizo en la eternidad, mientras que la
prudencia, tiene que ver mayormente con la ejecución de este plan en el tiempo. Lo que
Dios planeó en la eternidad con Su sabiduría, ahora lo pone en vigencia en el tiempo con
Su prudencia. En Su prudencia, El nos condujo a Sí mismo y nos trajo a Su recobro.
Ahora, mediante el ejercicio de Su prudencia, nos aplica todo lo que planeó para
nosotros en la eternidad.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SIETE
Los versículos del 3 al 14 de Efesios 1 conforman una sola oración gramatical, por tanto,
no se debe aislar ningún versículo, cláusula ni frase de la misma. El versículo 5 declara
que Dios nos predestinó para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo según el
beneplácito de Su voluntad. La alabanza de la gloria de Su gracia, mencionada en el
versículo 6, es el resultado de la filiación del versículo 5. La filiación está totalmente
ligada a la gracia. La gracia de Dios nos hace Sus hijos. El Espíritu del Hijo, la vida del
Hijo, la posición del Hijo, la imagen del Hijo, la culminación de la filiación, la herencia
de todo lo que Dios es en la filiación, todos tienen que ver con la gracia. Ya hicimos
notar que la gracia es Dios mismo. Dios vino a realizar todo lo que se necesitaba para
hacernos Sus hijos, los que participan de la plena filiación. Con esta gracia Dios nos
agració en el Amado (v. 6).
El versículo 7 revela que la gracia de Dios efectuó la redención por nosotros y nos aplicó
el perdón. El cumplimiento de la redención comenzó con la encarnación de Cristo y
continuó a través de Su ascensión. Cuando El ascendió a los cielos, la redención se
cumplió plenamente. En Su ascensión, Dios le otorgó el arrepentimiento y el perdón
para que fueran derramados mediante la venida del Espíritu (Hch. 5:31). La venida del
Espíritu alude al descenso de Cristo. A partir del descenso de Cristo, el arrepentimiento
y el perdón fueron traídos a la tierra y derramados sobre los elegidos de Dios. Como
resultado, recibimos el arrepentimiento; el arrepentimiento fue derramado en nuestro
corazón. Después del arrepentimiento vino el perdón. El cumplimiento de la redención y
la aplicación del perdón hicieron posible que fuéramos regenerados y hechos hijos de
Dios. Todo esto se realizó según las riquezas de la gracia de Dios.
Otros aspectos de la gracia de Dios se revelan en el versículo 8, donde dice que Dios hizo
sobreabundar Su gracia para con nosotros en toda sabiduría y prudencia. Luego, el
versículo 9 dice: “Dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según Su beneplácito,
el cual se había propuesto en Sí mismo”. El versículo 10 trata de que en Cristo todas las
cosas sean reunidas bajo una cabeza; y el versículo 11, de que fuimos hechos herencia
“habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según
el consejo de Su voluntad”. La sobreabundante gracia de Dios nos hizo la herencia de
Dios, Su posesión. El versículo 14 indica que nosotros también tendremos una herencia.
Por la gracia de Dios fuimos hechos Su herencia, y por la misma gracia, El es hecho
nuestra herencia. ¡Cuán abundante es Su gracia! Los versículos del 3 al 14 están llenos
de buenas palabras que Dios ha expresado con respecto a nosotros. Estos versículos
también deben ser el contenido con el cual hablamos bien de El.
Algunos dirán que la voluntad de Dios es obtener la iglesia, y que la iglesia es el deseo de
Su corazón. Esto es correcto, pero debemos preguntarnos qué es la iglesia. Muchos
cristianos, incluyendo a maestros, no tienen un entendimiento claro acerca de la iglesia.
La iglesia no es simplemente un grupo de personas. Por nuestra propia cuenta, no
somos la iglesia; somos unos desdichados pecadores. La única manera de llegar a ser la
iglesia es que Dios en Su Hijo se forje en nuestro ser. La mayoría de los creyentes no ven
el asunto crucial y vital de que Dios en Su Hijo se forja en los que El eligió y redimió. Tal
vez saben algo acerca de la elección y la redención, que ellos son personas escogidas y
redimidas, pero no ven que el mismo Dios que los escogió y redimió desea, en la persona
del Hijo, forjarse en ellos. Ni la elección ni la redención es la meta; son simplemente
pasos que llevan a ella. La meta de Dios es forjarse a Sí mismo en nuestro ser.
Estoy consciente de que esto puede parecerle extraño a muchos. Por años estuve en
diversos ramas del cristianismo, tales como el cristianismo fundamental, Asambleas de
los Hermanos, los que siguen la línea de la vida interior, y el movimiento pentecostal.
Pero nunca se me dijo que en la persona del Hijo, Dios se forja en Sus redimidos. Este es
el misterio del universo.
El Nuevo Testamento afirma que Dios se forja en nuestro ser. El Padre, el Hijo y el
Espíritu están en nosotros (Ef. 4:6; 2 Co. 13:5; Jn. 14:17). Según 1 Juan, nosotros
estamos en Dios, y Dios está en nosotros (4:15). Además, nosotros permanecemos en El,
y El permanece en nosotros (Jn. 15:4). En Filipenses 1:21 el apóstol Pablo logró declarar:
“Para mí el vivir es Cristo”. En Gálatas 2:20 afirma que ya no vive él, sino que Cristo vive
en él. Todos estos versículos muestran que Dios, en el Hijo, se está forjando en nosotros.
El debido entendimiento de la iglesia revela también esta misma verdad. La Biblia dice
que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, algunos cristianos no toman esta
declaración como un hecho, como una realidad, sino simplemente como una
representación. ¡Esto es terrible! La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y su Cabeza es el
propio Cristo (Col. 1:18). Además, 1 Corintios 12:12 revela que el Cuerpo es Cristo. Así
que, Cristo no sólo es la Cabeza, sino también el Cuerpo, lo cual indica que Dios se forja
en nosotros, los miembros del Cuerpo. Esto también se ve en el ejemplo de la vid en
Juan 15. En Juan 15:5 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. ¿No
está la vid en los pámpanos? ¡Por supuesto que sí! Por eso dijo el Señor: “Permaneced
en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). Todo lo que la vid es, está en los pámpanos.
Nosotros, como pámpanos de la vid y miembros del Cuerpo de Cristo, contenemos todo
lo que Cristo es. Esto significa que hemos sido hechos partes de El. ¿Acaso los pámpanos
de la vid no son parte de la vid? Claro que lo son. Por tanto, debemos atrevernos a
declarar: “Yo soy parte de Cristo”. Ya que los creyentes son partes de Cristo, Pablo pudo
afirmar que para él el vivir era Cristo.
¡Qué liberación les traería a los cristianos si pudieran ver esto! Muchos sólo saben que
son salvos, regenerados, que son hijos de Dios y que un día irán al cielo. Pero el
concepto de ser salvos con el simple fin de ir al cielo es muy inferior al misterio de la
voluntad de Dios. El misterio de la voluntad de Dios consiste en tener una iglesia
compuesta de aquellos que han sido saturados y mezclados con Dios.
Al escuchar algunos de ustedes esta definición de la iglesia, tal vez dirán: “He estado en
la iglesia por muchos años, pero jamás he visto una iglesia que concuerde con esta
descripción”. Esto se debe a que aún estamos siendo “cocinados” en la “cocina” de la
desordenada vida de iglesia. Durante este proceso de “cocimiento”, debemos ser
pacientes. De hecho, el “cocimiento” mismo es la gracia sobreabundante.
El misterio del universo consiste en que Dios se forje en nosotros. Todas las cosas
cooperan para este propósito (Ro. 8:28); todo contribuye a esta meta, a que Dios se forje
en nuestro ser. Esto es muy diferente a tener simplemente una vida feliz. Tal vez usted
se sienta muy feliz hoy, pero mañana no. Tal vez se sienta feliz en una reunión, pero
cuando vuelve a casa, su cónyuge le hace pasar un mal rato. El misterio de la voluntad
de Dios no consiste en hacer de nosotros personas plenamente felices. Hoy no es el
tiempo de ser plenamente feliz, porque todavía no ha llegado el debido momento.
Puesto que muchos carecen de una visión o revelación adecuada, no saben lo que en
realidad está ocurriendo en la vida de iglesia. Piensan que estamos aquí simplemente
para pasar un buen rato, pero esto no es el misterio de la voluntad de Dios. Dicho
misterio es que Dios se imparte continuamente en nosotros a fin de producir la iglesia
para Sí mismo. Este es el misterio que había estado escondido desde los siglos.
Efesios 1:9 dice que Dios nos dio a conocer el misterio de Su voluntad. Darnos a conocer
el misterio de Su voluntad es un aspecto de la sabiduría y prudencia de Dios. En la
eternidad, Dios planeó una voluntad, y esa voluntad había estado escondida en El; así
que, era un misterio. En Su sabiduría y prudencia nos dio a conocer este misterio
escondido por medio de Su revelación en Cristo, es decir, por medio de la encarnación,
crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo. Fue un beneplácito para Dios revelarnos
el misterio de Su voluntad.
A. En Sí mismo
Actualmente el universo está en caos; en vez de estar reunido bajo una cabeza, se ha
convertido en una montaña de escombros. Dicho caos se produjo por medio de dos
rebeliones, la de Satanás y la de Adán. Antes de crear al linaje humano, Dios hizo a un
arcángel, quien más tarde llegó a ser Satanás, la cabeza de todas las criaturas. Pero ese
arcángel se rebeló contra Dios. Dios entonces creó el linaje humano y puso a Adán por
cabeza de todo lo creado. Según Génesis 1, Dios le dio a Adán autoridad sobre toda la
creación, lo cual indica que Adán era la cabeza. Sin embargo, Adán fue seducido a
revelarse contra Dios. Así que, mediante la rebelión angelical y la humana, el universo
cayó en un caos y quedó reducido a un monte de escombros. A esto se debe que la
sociedad humana y la creación misma se hallen en tal desorden. Vemos la rebelión por
todas partes; aun los mosquitos se rebelan contra el hombre. Esto muestra que el
universo está lleno de luchas provocadas por la rebelión. No obstante, Dios se ha
propuesto establecer Su administración para someter todas las cosas a Cristo.
(1)
En este mensaje abordaremos el tema de que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza
todas las cosas. Para muchos de nosotros esto tal vez sea un pensamiento totalmente
nuevo. Efesios 1:10 dice: “Para la economía de la plenitud de los tiempos, de hacer que
en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra”. Algunas versiones traducen parte de este versículo de la
siguiente manera: “De reunir todas las cosas en Cristo”. Esta traducción es deficiente.
En griego, la palabra que se traduce: “hacer que ... sean reunidas bajo una cabeza” es la
forma verbal del sustantivo “cabeza”. La traducción correcta de esta frase es: “Hacer que
en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas”.
No debemos aislar los versículos 9 y 10 de los versículos precedentes, pues los versículos
del 3 al 14 son en realidad una larga frase. Puesto que los versículos 9 y 10 no contienen
oraciones desligadas, debemos referirnos a los versículos 7 y 8, que hablan de las
riquezas de la gracia de Dios y de la gracia que El hizo sobreabundar para con nosotros
en toda sabiduría y prudencia. Si leemos estos cuatro versículos juntos, veremos que
todo lo que contienen está relacionado a la gracia sobreabundante. La gracia
sobreabundante hace tanto por nosotros. Por ejemplo, ella nos constituye la herencia de
Dios y hace que El sea nuestra herencia. En una familia, los hijos son la herencia del
padre. Un hombre puede ser muy rico, pero si no tiene hijos, en realidad es pobre, y
posiblemente tenga la sensación de no tener nada. Esto indica que los hijos son la
herencia del padre. Según la Biblia, cuantos más hijos tenemos, más ricos somos. Nada
se puede comparar con ellos. Como hijos de Dios, somos Su herencia. La gracia
sobreabundante nos hace hijos de Dios y herencia Suya. También hace que Dios sea
nuestra herencia. En una familia, no sólo los hijos son herencia del padre, sino que
también el padre es la herencia de los hijos. Muchos hijos pueden testificar que
preferirían perder cualquier cosa antes que perder a su padre. El padre viviente es la
mejor herencia. Estamos en el proceso de llegar a ser la herencia de Dios, y El está en el
proceso de llegar a ser nuestra herencia. Esto lo hace posible la sobreabundante gracia
de Dios.
La cuestión de la herencia mutua, sin embargo, no es el fin, pues como lo indican los
versículos 9 y 10, la gracia sobreabundante logrará que en Cristo sean reunidas bajo una
cabeza todas las cosas. Por medio de la gracia sobreabundante, se llevan a cabo ciertas
cosas en el universo con miras a que Cristo sea la Cabeza sobre todas las cosas. Es
necesario que veamos cómo la gracia sobreabundante lleva a cabo esto.
Antes de examinar esto, debemos decir algo acerca de los que estamos en la iglesia en el
recobro del Señor. Aunque somos pocos, somos las personas más importantes de la
tierra, más importantes que los líderes del gobierno, los líderes del ejército y los líderes
de la industria. Sin embargo, los cristianos en su mayoría no han tenido la visión de que
la gracia que efectuó la redención, que aplicó el perdón, que nos regeneró y que ahora
opera en nosotros para hacernos herencia de Dios y a El herencia nuestra, también
opera para reunir bajo una cabeza todas las cosas en Cristo. Los predicadores y los
maestros cristianos no hablan de esto, y los libros cristianos no lo mencionan. No tratan
el punto crucial de que la gracia sobreabundante opera en los miembros de la iglesia
para hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas.
Hemos visto, en el versículo 10, el hecho de que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza
todas las cosas. Pero este versículo no está desligado de los demás; es la continuación de
los versículos del 3 al 9. Esto indica que el hecho de que Cristo sea la Cabeza sobre todas
las cosas es el resultado de todo lo abarcado en los versículos del 3 al 9, a saber: la
elección, la predestinación, la alabanza de la gloria de la gracia de Dios, el ser agraciados
en el Amado, el tener la redención y el perdón, y el hecho de que la gracia de Dios
sobreabunde para con nosotros en toda sabiduría y prudencia. El versículo 9 habla del
misterio de la voluntad de Dios según el beneplácito que El se había propuesto en Sí
mismo. Luego tenemos el versículo 10, que habla de que todo ha de ser reunido bajo una
cabeza en Cristo. La frase “hacer que sean reunidas bajo una cabeza” del versículo 10
está relacionada con todo lo mencionado en los versículos precedentes. Esto significa
que Dios nos escogió, nos predestinó para filiación, efectuó la redención por nosotros
por medio de la sangre de Cristo, nos agració e hizo sobreabundar Su gracia para con
nosotros en toda sabiduría y prudencia, con el fin de hacer que en Cristo sean reunidas
bajo una cabeza todas las cosas. El hecho de que Cristo sea la Cabeza sobre todas las
cosas es el resultado de todo lo anterior.
LA META CONSUMADA
Muchos cristianos nunca se han dado cuenta de que Dios nos escogió, nos predestinó,
nos redimió, nos perdonó y nos agració con el propósito de que en Cristo todo sea
reunido bajo una cabeza. ¿Se había dado cuenta que usted fue escogido y predestinado
para que Dios pueda hacer que Cristo sea la Cabeza sobre todas las cosas? ¿Había
considerado que Dios lo redimió y perdonó sus pecados con el fin de que todo sea
reunido bajo una cabeza? Los cristianos tal vez sepan mucho acerca de la elección y la
predestinación, pero probablemente no saben que la meta de esto es que en Cristo todo
sea reunido bajo una cabeza. Quizá ni nosotros mismos veamos esto claramente.
Estamos acostumbrados a decir que la meta de Dios no es ni la santidad ni la
espiritualidad, sino la iglesia. Sin embargo, la meta consumada no es la iglesia, sino
reunir todas las cosas en Cristo, la Cabeza. Sí, la iglesia es la meta de Dios, pero no la
meta consumada, la meta en su última etapa. La iglesia es la meta en la etapa inicial. La
meta consumada es que Cristo sea Cabeza sobre todas las cosas. Este concepto se halla
únicamente en Efesios 1:10; no se halla en ningún otro versículo de la Biblia.
Dios hizo a Cristo Cabeza sobre todas las cosas (v. 22). Por todas las diferentes
dispensaciones de Dios en todas las edades, todas las cosas serán sometidas a Su
autoridad como Cabeza en el cielo nuevo y la tierra nueva. Eso será la administración y
economía eterna de Dios.
Para hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, Dios
primeramente reúne en Cristo a Sus escogidos. Por tanto, la vida de iglesia es una vida
en la cual tomamos a Cristo por Cabeza. Efesios 1:22-23 dice: “Y sometió todas las cosas
bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo,
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El versículo 22 dice que Dios dio a Cristo
por Cabeza sobre todas las cosas. Esto indica que El no es únicamente la Cabeza de la
iglesia, sino también de todo lo demás. Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las
cosas a la iglesia. La preposición “a” denota una trasmisión. Esto indica que la autoridad
de Cristo la Cabeza es trasmitida a la iglesia, o sea, que en cierto sentido podemos
participar de la autoridad que Cristo ejerce sobre todas las cosas. Aunque no somos la
cabeza, podemos participar de Su autoridad. Dicho de otro modo, aunque no somos el
rey, podemos participar del reinado.
La razón por la cual usted no se atreve a declarar su posición quizás se deba a que usted
mismo no se ha sometido a la autoridad de Cristo. Tal vez sea salvo y esté en la iglesia,
pero todavía no toma a Cristo por cabeza. Es posible que aún se halle en la montaña de
escombros del universo, es decir, en el desplome universal provocado por la rebelión.
Debido a las dos rebeliones, la de los ángeles y la de los hombres, todo el universo está
en estado de desplome. A los ojos de Dios no existe orden en la tierra; lo que hay es una
montaña de escombros provocada por un desplome universal. Supongamos que un
edificio grande se derrumba repentinamente y se convierte en una montaña de
escombros. En este montón unas cosas están sobre otras. Del mismo modo, en el
desplome provocado por la rebelión, ciertas personas, tales como el presidente o los
jefes de estado, están por encima de otras. En el desplome, el presidente de los Estados
Unidos, por supuesto, ocupa una posición más alta que nosotros. Con todo, todos los
líderes mundiales permanecen en este estado de derrumbamiento.
Puedo testificar que por la gracia del Señor yo ya no estoy entre los escombros; ya fui
rescatado. Ser rescatado de los escombros equivale a ser sometido a la autoridad de
Cristo la Cabeza. ¡Aleluya, estoy bajo Su autoridad! Por haberme sometido a la Cabeza,
he sido sacado de la montaña de escombros provocada por el desplome universal. Por
tanto, ahora ocupo una posición superior a los que todavía están ahí. ¿Se ha sometido
usted a la autoridad de Cristo la Cabeza? ¿Ha sido rescatado de los escombros de la
rebelión? Todos necesitamos ser liberados de la montaña de escombros y tomar a Cristo
por Cabeza.
Todo el universo es una montaña de escombros provocada por la rebelión. Dios creó el
universo en perfecto orden, pero un arcángel, el cual era la cabeza durante la edad antes
de la de Adán, se rebeló y vino a ser Satanás (véase Isaías 14). La rebelión de Satanás
provocó el primer desplome en el universal. En Génesis 1, Dios intervino para restaurar
la creación que había sido arruinada a raíz de dicha rebelión. En realidad, el capítulo
uno de Génesis no es principalmente una crónica de la creación, sino de la restauración.
En el universo restaurado, Dios creó al hombre y lo puso por cabeza de la creación. Pero
este hombre, Adán, cayó. Esta fue la segunda rebelión, la cual provocó un segundo
desplome. Como resultado de estas dos rebeliones, todo el universo se convirtió en una
montaña de escombros. Como dije anteriormente, en este montón, aunque algunas
personas están por encima de otras, todas están en un estado de desplome.
La intención eterna de Dios es hacer que en Cristo, quien fue designada la Cabeza
universal, sean reunidas todas las cosas. El primer paso que Dios da para llevar a cabo
esto es hacer que Sus elegidos sean reunidos en Cristo bajo una cabeza . Uno por uno,
Dios rescata a Su pueblo de entre la montaña de escombros provocada por el desplome
universal. No obstante, la mayoría de los cristianos no se dan cuenta de que esto es lo
que Dios está haciendo, y por ende, no oran por ello. Por el contrario, ellos tienen el
concepto natural de que el hombre cayó y necesita ser rescatado del infierno. Pero según
la Biblia, la salvación de Dios no consiste principalmente en salvarnos del infierno, sino
en rescatarnos de la montaña de escombros. Dios nos sacó del desplome universal y nos
puso bajo una sola Cabeza, Cristo. Debido a la rebelión de los ángeles y del hombre,
ningún ser creado está sometido a la autoridad. Simplemente no hay orden en el
universo. No obstante, Efesios 1:10 afirma que en Cristo todas las cosas serán reunidas
bajo una cabeza. A la mayoría de los mandatarios no le importa Cristo, ni están sujetos a
Su autoridad. Ante esta situación, ¿cómo puede ser Cristo la Cabeza sobre todas las
cosas? Dios sigue operando para lograr este propósito. El labora para hacer que todas
las cosas que se hallan en el desplome universal, sean sometidas de nuevo a la autoridad
de la Cabeza, Cristo.
LA IGLESIA ES LA PRIMERA
EN TOMAR A CRISTO POR CABEZA
Ya vimos que el primer paso consiste en que Dios saque a Sus escogidos, a Sus hijos, del
desplome universal y que los ponga bajo la autoridad de Cristo. Bajo la autoridad de la
Cabeza, estamos fuera de la montaña de escombros provocada por el desplome
universal y estamos por encima de todo. Por tanto, la vida de iglesia tiene que ser una
vida en la cual tomamos a Cristo por Cabeza. En la vida de iglesia son los elegidos de
Dios, y no los líderes mundiales, los incrédulos ni los animales, que toman a Cristo por
Cabeza . Dios reúne bajo una cabeza a Sus elegidos para que sean el Cuerpo de Cristo,
cuya Cabeza es Cristo mismo. Un día, este Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, llegará a ser la
Cabeza universal de todas las cosas. Hoy, los que estamos en la iglesia somos los
primeros en tomar a Cristo por Cabeza. Si en la vida de iglesia no estamos dispuestos a
someternos a El, postergaremos el sometimiento de las demás cosas. De hecho, Dios no
podrá hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, si nosotros, los
escogidos, no estamos dispuestos a someternos a Su autoridad. Pero si estamos
dispuestos a hacer esto, Dios dirá con gozo: “Estos son los pioneros, los primeros en
tomar a Cristo por Cabeza. Ellos preparan el camino para que Yo pueda hacer que en
Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas”. Cuando la iglesia toma la
iniciativa y se sujeta a la autoridad de Cristo, Dios puede hacer que todas las demás
cosas sean reunidas bajo una cabeza.
Hemos visto que a causa de las dos rebeliones, toda la creación se convirtió en una
montaña de escombros. Todo carece del orden apropiado. Por ejemplo, en el reino
animal no hay orden; los animales se pelean entre sí. En el reino vegetal no hay
armonía. Y lo mismo es cierto de la vida humana: nación pelea contra nación, pueblo
contra pueblo y raza contra raza. Con todo, la Biblia revela claramente que cuando
venga el milenio, las naciones dejarán de pelear. En la actualidad se llevan a cabo
muchas negociaciones en cuanto al control de armamento, pero en el milenio no habrá
armas. Isaías 2:4, refiriéndose al milenio, dice: “Y forjarán sus espadas en rejas de
arado, y sus lanzas en podaderas; no alzará espada nación contra nación, ni se
adiestrarán más para la guerra”. En cuanto a la situación que prevalecerá en el reino
animal durante el milenio, Isaías 11:6 declara: “Morará el lobo con el cordero, y el
leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán
juntos”. Esto indica que todos los animales estarán bajo autoridad y vivirán juntos en
paz. Además, Isaías 55:12 dice: “Todos los árboles del campo darán palmadas de
aplauso”. Ellos cantarán alabanzas a Dios juntos y en armonía. Salmos 96:12-13 declara:
“Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque
cantarán con gozo delante de Jehová”. Esto es una descripción de la situación que
existirá cuando en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas. Cuando esto
ocurra, habrá paz y harmonía en el reino humano, el reino animal y el reino vegetal,
pues todas las cosas habrán sido plenamente rescatadas de la montaña de escombros
provocada por el desplome universal. A este rescate se le llama “la restauración de todas
las cosas” (Hch. 3:21). Esta restauración comienza cuando nosotros tomamos a Cristo
por Cabeza en la vida de iglesia.
LA LLAMADA IGLESIA
ES UNA MONTAÑA DE ESCOMBROS
Sin embargo, ni aun en la llamada iglesia hay orden. No sólo el universo y la sociedad
humana están en un estado de desplome, sino que también la llamada iglesia se halla en
la misma condición. Por la gracia de Dios, todos debemos decir: “Señor, queremos ser
los primeros en tomar a Cristo por Cabeza. Señor, condúcenos a tomar a Cristo por
Cabeza. No queremos permanecer en el desplome. Queremos someternos a Ti y así ser
rescatados del desplome”. Después de que hayamos salido del desplome, estaremos por
encima de todo. Hasta que esto suceda, no tendremos la confianza de afirmar que
estamos por encima del presidente. Si no nos sometemos a Cristo, aunque seamos
salvos, permaneceremos en la montaña de escombros. ¡Que el Señor abra nuestros ojos
para que veamos la revelación contenida en el libro de Efesios!
Es importante que veamos que la experiencia de ser reunidos bajo una cabeza en Cristo,
lo cual se tiene en la iglesia, depende de que crezcamos en la vida divina. Si intentamos
tomar a Cristo por Cabeza sin haber crecido en vida, nos convertiremos en una
organización. Establecer el orden en la iglesia sin crecer en vida simplemente equivale a
formar una organización. La experiencia de estar bajo Cristo, la Cabeza, depende del
crecimiento en vida. Cuanto más crezcamos en vida, más vida tendremos, más nos
someteremos a la autoridad de la Cabeza y más librados estaremos de la montaña de
escombros provocada por el desplome universal. Ni la mano humana ni la organización
humana puede lograr esto. Ningún esfuerzo humano puede contribuir al
establecimiento del orden en la vida de iglesia. Yo no puedo ayudarle a usted, ni usted
me puede ayudar a mí. Lo único que puede lograrlo es el crecimiento en vida. ¡Cuánto
necesitamos crecer y ayudar a otros a crecer! Debemos ministrarnos mutuamente la
vida para ayudarnos unos a otros a crecer. El establecimiento del orden en la vida de
iglesia depende exclusivamente del crecimiento en vida.
En la vida de iglesia, el orden se establece también por medio de la luz (Ap. 21:23-25).
Esta luz, por supuesto, no es la luz del conocimiento, sino de la vida. Juan 1:4 dice: “En
El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Esta luz resplandece de la vida en
la cual crecemos. Cuando crecemos en vida, experimentamos la luz de la vida, y bajo
esta luz, todo se mantiene en orden. Pero si en lugar de vida y luz tenemos muerte y
tinieblas, todavía estamos en el desplome universal. Dondequiera que haya muerte y
tinieblas, allí habrá ruina. En la sociedad humana, incluyendo el cristianismo actual, no
hay nada sino muerte y tinieblas, y por tanto, una montaña de escombros. Pero debido a
que nosotros estamos llenos de vida y bajo la luz, no somos parte de eso. Puesto que
estamos en la vida divina y hacemos todas las cosas en la luz, no nos hallamos en la
montaña de escombros. Aunque el cristianismo actual es una montaña de escombros,
hundida en la muerte y las tinieblas, los que estamos en la vida de iglesia estamos en la
vida y bajo la luz. La vida y la luz hacen posible que tomemos a Cristo por Cabeza.
Ya vimos que la iglesia es la primera en tomar a Cristo por Cabeza. Al final, llegará el
milenio, y después, el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén. En el cielo
nuevo y la tierra nueva, todas las cosas estarán reunidas bajo una cabeza en Cristo. En la
Nueva Jerusalén no habrá ni muerte ni noche; antes bien, todo estará lleno de vida y
bajo la luz. En la Nueva Jerusalén como centro, todas las cosas que existirán en el cielo
nuevo y la tierra estarán reunidas bajo una cabeza en Cristo. Entonces se cumplirá
plenamente Efesios 1:10. Allí nos daremos cuenta de que Cristo es la Cabeza sobre todas
las cosas dada a la iglesia, Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
Hoy, los que estamos en la vida de iglesia somos los primeros en tomar a Cristo por
Cabeza. Para esto, necesitamos crecer en vida y tener la luz de la vida.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NUEVE
(2)
En este mensaje seguiremos estudiando la manera en que todas las cosas son reunidas
en Cristo bajo una cabeza. Efesios 1:9 y 10 dice: “Dándonos a conocer el misterio de Su
voluntad, según Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo, para la
economía de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una
cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos como las que están en la tierra”. La
palabra griega traducida “para” al principio del versículo 10 también puede traducirse “a
fin de tener”. Así que, esa parte puede traducirse así: “Según Su beneplácito, el cual se
había propuesto en Sí mismo a fin de tener la economía de la plenitud de los tiempos”.
Dios, en Su sabiduría, permitió que un arcángel se rebelara contra El. Ninguna rebelión
podría suscitarse sin que Dios la permitiera. Ni siquiera la rebelión de los ángeles podría
efectuarse sin el permiso de Dios. Dios permitió que uno de Sus ángeles se levantara
contra El. Esto ocurrió conforme a la sabiduría de Dios. La rebelión de Satanás sirve
como un trasfondo oscuro de una pintura, el cual hace resaltar el objeto principal.
El libro de Génesis revela que Satanás vino y se inyectó en el hombre, quien era el centro
del universo. Cuando se inyectó en el hombre, Satanás llegó a ser muerte y tinieblas para
el hombre. Siempre que Satanás viene a nosotros o entra en nuestro hogar, él porta
consigo muerte y tinieblas, y como resultado, todo se viene abajo. Una persona llena de
vida puede mantenerse de pie; pero tan pronto se le inyecta el poder de la muerte, se
desploma. En lugar de permanecer levantado, se desploma. Como dijimos en el mensaje
anterior, todo el universo, incluyendo al hombre, es un montón de escombros, producto
de que Satanás, como elemento mortal, se inyectara en la creación de Dios. Satanás
introdujo la muerte en todo lo que Dios creó; toda la creación quedó infectada con el
elemento mortífero de Satanás. Por esta razón, Romanos 8:20 y 21 declara que la
creación fue sujetada a vanidad y está bajo la esclavitud de la corrupción.
Dios vino al hombre para forjarse en él, pero no en el hombre que El creó originalmente,
sino en el hombre en quien Satanás se había inyectado. Debido a que tanto Satanás
como Dios están en el hombre, éste se ha convertido en un campo de batalla entre Dios y
Satanás. Originalmente la lucha entre Dios y Satanás se libraba en el universo, pero
ahora está dentro del hombre. ¿Sabía que usted es un campo de batalla en el que
combaten Dios y Satanás? Como cristianos, se libra en nosotros una constante batalla.
El factor de la muerte pelea contra el factor de la vida, pero el factor de la vida derrota,
somete y absorbe el factor de la muerte.
LEVANTARNOS Y ADHERIRNOS
Nos desplomamos a causa del factor de muerte, y nos levantamos por medio del factor
de vida. Cuando el factor de muerte provoca un colapso, todas las partes de nuestro ser
se desmembran. Podemos ver un ejemplo de esto en Ezequiel 37. Cuando los huesos se
volvieron muertos y secos, se separaron unos de otros. Pero cuando el aliento de vida
entró en ellos, se avivaron, se levantaron y se juntaron (Ez. 37:4-10). Este levantamiento
y esta unión restablece el orden. Antes, los huesos estaban amontonados, cada uno de
ellos estaba separado del cuerpo, pero cuando el aliento de vida entró en ellos, primero
se levantaron, luego se unieron, después vinieron a formar un cuerpo e incluso un
ejército. Este es el significado de tomar a Cristo por Cabeza.
No debemos tomar esto como una doctrina, sino verlo a la luz de nuestra experiencia.
Muchos de nosotros podemos testificar que antes estábamos separados y formábamos
parte del montón de escombros, producto del desplome del universo. Pero un día, el
factor de vida entró en nosotros, y nosotros nos levantamos y nos unimos. Después de
venir a la vida de iglesia, tuvimos la profunda sensación de que cada vez estábamos más
erguidos y más unidos. Esto es obra de Cristo la Cabeza. Sin embargo, en varias
ocasiones, el poder de la muerte ha entrado aun en la iglesia y ha inyectado en sus
miembros el factor de muerte. Cuando esto sucede, ciertos miembros son envenenados y
diseminan el veneno mortal a los demás. Una vez más estos queridos miembros se
desploman y abandonan la esfera de la autoridad de Cristo. Pero, ¡alabado sea el Señor!,
con el tiempo, el factor de vida regresa a ellos. Al infundírseles el aliento de vida y al
entrar en ellos el factor de vida, ellos se levantan, se unen y vuelven a someterse a Cristo
la Cabeza.
Además, la mayordomía tiene que ver con una dispensación, pero no en el sentido de
una edad, sino de una distribución. Por ejemplo, durante el desayuno, una madre sirve
alimentos nutritivos a sus hijos. Ella se sienta a la mesa y les distribuye los ricos
alimentos. En este tipo de dispensación se ejerce cierto control. Si un niño se porta mal,
la madre puede decirle: “Si no te portas bien, no tendrás desayuno”. Así que, la
distribución de alimentos es el mejor control. He observado esto en mis propios nietos.
Ellos obedecen más a su abuela que a mí porque ella está en control de las golosinas.
Puesto que ella es la distribuidora, puede controlarlos fácil y agradablemente. Ella los
controla mediante una dulce distribución de alimentos, una especie de administración o
servicio doméstico íntimo y tierno. El sometimiento de todas las cosas a la autoridad de
Cristo, la Cabeza, no se lleva a cabo por medio de una administración gubernamental,
sino mediante una dulce mayordomía, un plan doméstico, una distribución placentera.
Se efectúa al impartírsenos el abundante suministro de vida del Dios Triuno. El apóstol
Pablo llama esto la dispensación de la gracia de Dios, la mayordomía de la gracia de
Dios (3:2).
Después de la caída del hombre, Dios dio inicio a Su impartición, comenzando a una
pequeña escala. En el caso de Abel no se ve mucho que Dios se imparta como suministro
de vida en Sus elegidos. En el caso de Enoc, sin embargo, se ve una ligera implicación de
tal impartición, pero no se ve con claridad. Cuando llegamos a Noé, podemos ver la
impartición de Dios como provisión de vida en una escala muy pequeña. Luego, en las
vidas de Abraham, Isaac y Jacob se ve un poco más. Además, en el caso de Moisés y el
tabernáculo había una administración, un plan doméstico, una mayordomía íntima.
Esto se ve claramente en Moisés, en Aarón y en los sacerdotes que desempeñaban el
servicio levítico. Al llegar al Nuevo Testamento, vemos la impartición de la vida en el
Señor Jesús. ¡Cuán dulce e íntima era Su mayordomía! A través de Su ministerio, El
impartió a Dios como suministro de vida en Sus elegidos. Esta íntima mayordomía la
continuaron los apóstoles, en especial el apóstol Pablo, quien tenía la mayordomía de la
gracia de Dios. En su ministerio Pablo impartía constantemente a Cristo como vida en
los creyentes. Su ministerio era una mayordomía dulce e íntima, un plan doméstico
agradable. El incluso le enseñó a Timoteo cómo conducirse en la casa de Dios (1 Ti.
3:15). La manera de conducirnos en la casa de Dios consiste en tener el plan doméstico,
la mayordomía íntima, e impartir a Cristo a todos los miembros de la familia de Dios.
No se lleva a cabo por medio del control ni por medio de una administración
gubernamental; se lleva a cabo mediante una dulce dispensación, una íntima
mayordomía, un agradable plan doméstico.
(3)
Este mensaje es una continuación adicional del tema de cómo todas las cosas son
reunidas en Cristo bajo una cabeza(1:10). Primero debemos ver en qué consiste la
plenitud de los tiempos. Efesios 1:10 declara: “Para la economía de la plenitud de los
tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, así las
que están en los cielos como las que están en la tierra”. La palabra “para” significa “que
da por resultado” o “a fin de tener”. La economía [o en otras traducciones, la
dispensación] que se menciona en este versículo alude a la plenitud de los tiempos. Sin
duda, “los tiempos” se refieren a las diferentes eras. Por tanto, “la plenitud de los
tiempos” se refiere a la plenitud de las edades.
En la Biblia figuran cuatro eras diferentes. Juan 1:17 dice: “Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. En esto
vemos que la ley está relacionada con Moisés, y la gracia, con Jesucristo, lo cual alude a
dos edades: la de la ley y la de la gracia. Con el levantamiento de Moisés, comenzó la era
de la ley, y el nacimiento de Cristo marcó el comienzo de la era de la gracia. Romanos 5
menciona a Adán y a Moisés (v. 14). El pecado está relacionado con Adán, y como hemos
visto, la ley está relacionada con Moisés. Así que tenemos tres personas: Adán, Moisés y
Cristo; y tres elementos: el pecado, la ley y la gracia. Adán está relacionado con el
pecado; Moisés, con la ley; y Cristo, con la gracia. Esto indica que existen tres eras entre
Adán y la segunda venida de Cristo: la era del pecado, la era de la ley y la era de la
gracia.
Estas cuatro eras son los tiempos. Antes de que comenzara la primera era, no existía el
tiempo, sólo estaba la eternidad pasada, y después de que transcurran estas cuatro eras,
el tiempo dejará de existir, y sólo quedará la eternidad futura. Entre los dos extremos de
la eternidad, la pasada y la futura, existen cuatro eras, cuatro tiempos. El tiempo de
Adán fue el tiempo del pecado, el tiempo de Moisés fue el tiempo de la ley, el tiempo de
Cristo es el tiempo de la gracia, y el tiempo del milenio será el tiempo del reino. Cuando
estos cuatro tiempos se hayan cumplido, vendrá la plenitud de los tiempos, la
culminación de las edades. La era de Adán y la de Moisés ya se cumplieron; la era de la
gracia se está cumpliendo; y la era del milenio todavía no comienza. Después de la
cuarta era, comenzará una dispensación a la que Pablo llama la plenitud de los tiempos.
Cuando Pablo estaba en la tierra, había una dispensación que él llamó la mayordomía de
la gracia (3:2). No sólo en la época de Pablo había una dispensación, sino que la ha
habido en cada era, en la era de Adán, en la era de la ley, en la era de la gracia, e
indudablemente la habrá en la era venidera del reino. En la plenitud de las edades, se
tendrá la dispensación consumada y máxima.
EL SIGNIFICADO DE LA DISPENSACION
Ahora debemos ver qué es una dispensación. Según una enseñanza, una dispensación se
refiere a una era. Sin embargo, este entendimiento no es adecuado. Otra enseñanza
afirma que una dispensación alude a la manera en que Dios se relaciona con el hombre
durante cierto período. Por ejemplo, en la dispensación de la inocencia, Dios se
relacionaba con el hombre de cierta forma, y en la de la conciencia lo hacía de otra.
Asimismo, Dios se relaciona con el hombre de diferentes maneras en las eras del
gobierno humano, de la promesa, de la ley, de la gracia y del reino. Este entendimiento
de lo que es una dispensación no es incorrecto, pero es deficiente. Una dispensación es
la acción de dispensar o distribuir algo. Se refiere al hecho de que Dios se imparte a Sí
mismo en Sus escogidos. Aunque he estudiado el tema de las dispensaciones por
muchos años, incluyendo diversos diagramas, nunca se me dijo que la dispensación de
Dios se refiere a que Dios se imparte en Su pueblo. Debemos olvidarnos de todos los
diagramas y recordar un punto básico: Dios se está impartiendo en nosotros.
LA IMPARTICION DE VIDA
Lo mismo sucedió con nosotros cuando oímos el evangelio y nos arrepentimos. Mientras
nos arrepentíamos y confesábamos nuestros pecados a Dios, El se impartía en nosotros,
pese a que no nos dábamos cuenta de ello en el momento. Sin embargo, al recordar
nuestra experiencia, comprendemos que así fue. El día que me arrepentí y le confesé a
Dios mis pecados, algo se impartió en mi ser. Aunque lloraba, dentro de mí sentí el
fuego santo. Esto fue la inspiración de Dios y también Su impartición. Cuando Dios
viene a inspirarnos, El se imparte en nosotros. Nada puede cambiarnos como lo hace la
impartición de Dios. Esta impartición puede transformar un ladrón en un santo, porque
infunde en él la naturaleza santa de Dios. Les animo a todos ustedes a que acudan al
Señor por treinta minutos para que reciban Su impartición. Durante ese tiempo
olvídense de sus problemas y circunstancias. Simplemente ábranse a El y confiésenle
sus defectos y faltas. Cuanto más lo hagan, más se abrirá el camino para que El se
imparta en ustedes.
LA MAXIMA DISPENSACION
Ya vimos que Dios se impartió a Sí mismo en Abel, Enós, Enoc, Noé y en Abraham. Esta
impartición fue aun mayor en Moisés, y por supuesto, en el Señor Jesús. La impartición
continua en las epístolas del Nuevo Testamento. Tal vez les sorprenda saber que la
impartición de Dios es más intensa en nuestros días que en los tiempos del apóstol
Pablo. Dudo que en la época de Pablo hubiera una congregación que haya tenido el
privilegio de oír las cosas que ustedes están escuchando hoy. Hoy la dispensación de la
gracia de Dios es más profunda, elevada y amplia que antes. Esta dispensación
continuará aun después del milenio, hasta que llegue la plenitud de los tiempos. La
dispensación de la plenitud de los tiempos será la más elevada y la más amplia. Esta
dispensación perdurará por la eternidad, tal como se revela en Apocalipsis 21 y 22.
En estos capítulos tenemos una nueva esfera, el cielo nuevo y la tierra nueva, donde está
la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21:1 dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque
el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía”. En la Biblia, el mar
denota la muerte. Por tanto, la ausencia del mar significa que ya no existirá la muerte.
Para aquel entonces la muerte habrá sido absorbida. Al final del milenio, la muerte, el
último enemigo, será abolida y echada al lago de fuego. En lugar de la muerte, habrá un
nuevo entorno, una nueva esfera, un nueva circunferencia, en cuyo centro estará la
Nueva Jerusalén.
Si leemos detenidamente el libro de Apocalipsis. veremos que la Nueva Jerusalén es en
realidad un gran monte de doce mil estadios de altura, o sea, más de mil trescientas
millas. En la cima del monte está el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1). Del trono
sale el río de agua de vida, el cual baja por el monte y llega a las doce puertas de la
ciudad. El agua de vida se da para beber, para recibir el suministro de vida, no para
bañarse ni para bautizarse. En el agua de vida crece el árbol de la vida (Ap. 22:2), lo cual
indica que cuando bebemos del agua de vida, comemos también del árbol de la vida. Por
lo tanto, cuando bebemos del agua, recibimos el suministro vital. En esto podemos ver
la dispensación consumada y máxima: Dios Triuno impartido en toda la Nueva
Jerusalén. Esto permitirá que el agua de vida llene, sature, impregne y empape la
ciudad. Esta es la dispensación más abundante que Dios se propuso para la plenitud de
los tiempos.
El Dios que está en el trono es el Padre; el Cordero alude al Hijo, y el río de agua de vida,
al Espíritu. Juan 7 revela claramente que el río de agua de vida representa al Espíritu.
Así que, en Apocalipsis 22 tenemos a Dios el Padre, a Dios el Hijo como Redentor y a
Dios el Espíritu, quien fluye con Dios el Hijo como árbol de la vida para ser nuestro
suministro vital. Esta es la dispensación del Dios Triuno, la dispensación más elevada, la
dispensación de la plenitud de los tiempos.
Esta dispensación comenzó con Abel y ha ido en aumento a lo largo de las edades, hasta
que finalmente llegue la dispensación de la plenitud de los tiempos. Estamos cada vez
más cerca a esa dispensación. Si estamos conscientes de esto, rebosaremos de gozo. Ni
siquiera el apóstol Pablo estuvo tan cerca de la máxima dispensación como lo estamos
nosotros. ¡Aleluya que todos participaremos de la dispensación consumada! En el
recobro del Señor, tenemos, en la vida de iglesia, una miniatura de la dispensación
venidera. ¡Qué maravilloso! Es por eso que nos gusta cantar las líneas de este himno:
¡Oh, en la vida de iglesia bebemos del agua de vida y comemos del árbol de la vida! Al
comer y beber somos saturados de la vida de Dios, pues El se imparte en nosotros.
Cuanta más vida se nos imparte, más alto nos levantamos. Esto es ser reunidos bajo una
cabeza en Cristo.
Donde hay vida, también hay luz. Juan 1:4 dice: “En El estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres”. Esta luz es la luz de la vida (Jn. 8:12). En Apocalipsis 21 tenemos la
vida y la luz. Ya que la Nueva Jerusalén está saturada de luz, ella no necesita la luz del
sol. Apocalipsis 21:23 dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en
ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es Su lámpara”. En la Nueva
Jerusalén, la gloria del Dios Triuno será nuestra luz. En el cielo nuevo y en la tierra
nueva, en los cuales estará la Nueva Jerusalén, no habrá noche, muerte, ni oscuridad;
antes bien, habrá vida y luz. Esto propiciará que todo se levante y esté en buen orden.
Donde hay luz, todo está en orden. Supongamos que no hubiera luz en la ciudad de Los
Angeles. ¡Qué tinieblas y confusión habría! La vida regula, y la luz controla. En la vida
de iglesia no tenemos reglamentos, pero sí tenemos la vida que regula y la luz que
controla. Cuando la iglesia está llena de vida, también está llena de luz; entonces todos
los que conforman la iglesia son regulados por la vida interior y no por los preceptos
externos; además todos son controlados y guardados en orden por la luz de la vida. Así,
en la vida y en la luz, estamos en orden bajo Cristo, la Cabeza. En Apocalipsis 21 vemos
la Cabeza, el Cuerpo que está alrededor de la Cabeza y todas las naciones andando a la
luz de la ciudad (Ap. 21:24). Esto hará que el cielo nuevo y la tierra nueva sean una
esfera resplandeciente. Por tanto, en el cielo nuevo y en la tierra nueva, cuyo centro es la
Nueva Jerusalén, todas las cosas serán puestas en orden bajo Cristo, la Cabeza. Esto será
el cumplimiento de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, lo
cual se menciona en Efesios 1:10.
Para que eso suceda necesitamos la dispensación de la vida. La vida que se imparte en
nosotros finalmente llega a ser la luz de los hombres. En la dispensación de la plenitud
de los tiempos, todas las naciones caminarán a la luz de la ciudad. Esto significa que no
habrá muerte, ni tinieblas, ni corrupción, ni confusión. En su lugar, todo estará en buen
orden, reunido en Cristo, la única Cabeza, lo cual expresará al Dios Triuno por la
eternidad. La reunión de todas las cosas bajo una cabeza en Cristo será la expresión
eterna del Dios Triuno. La vida de iglesia actual es un anticipo de esto; es una miniatura
del cielo nuevo, de la tierra nueva y de la Nueva Jerusalén. Como personas que estamos
en la miniatura, disfrutamos de la impartición de la vida y de la luz, y estamos en el
proceso de ser reunidos bajo una cabeza en Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE ONCE
Ahora llegamos al tema de que los creyentes neotestamentarios sean para la alabanza de
la gloria de Dios (1:11-12). Efesios 1:12 dice: “A fin de que seamos para alabanza de Su
gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo”. Este versículo no
significa que nosotros alabaremos a Dios, sino que la abundante gracia de Dios habrá
operado por nosotros y en nosotros de tal manera que todos los ángeles y todas las cosas
positivas del universo alabarán a Dios por ello. Lo alabarán porque nosotros, los hijos de
Dios, seremos el centro, el enfoque, de la operación de Dios en el universo. Seremos
como el eje de una rueda. Si se quita el eje, la rueda se desploma porque los radios no
tienen en que sostenerse. Los ángeles y las cosas positivas del universo son como los
radios, y nosotros los hijos de Dios somos como el eje. Sin tal eje, el universo no puede
sostenerse. Nosotros, sobre quienes, por quienes y en quienes la gracia sobreabundante
se va cumpliendo tanto, seremos la causa de que todas las cosas positivas del universo
alaben a Dios. Este es el significado correcto del versículo 12.
Sin embargo, muchas personas, incluyéndonos a nosotros, leen Efesios una y otra vez
sin ver esto, porque no tienen el entendimiento adecuado. Entendemos la Biblia
principalmente conforme a nuestros conceptos. Si un alumno de tercer grado leyera
Efesios, podría pronunciar todas las palabras, pero por no tener el concepto adecuado,
no comprendería su verdadero significado. Nuestra comprensión de la revelación divina
depende principalmente de los conceptos que tengamos. No debemos confiar en
nuestros conceptos naturales; antes bien, deberíamos desprendernos de ellos. Si
estamos dispuestos a deshacernos de nuestros conceptos, el espíritu de sabiduría los
reemplazará con algo espiritual, celestial y eterno. Nuestro conocimiento doctrinal es un
velo que nos impide entender el libro de Efesios. Nuestros conceptos se convierten en
velos que cubren nuestro espíritu. Pero si abandonamos nuestro concepto, nuestro
espíritu estará abierto, y también seremos pobres en espíritu. En Mateo 5:3 el Señor
Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Los que son pobres en espíritu no
parecen saber nada, pues se han desprendido de todo concepto, doctrina y enseñanza. Si
acudimos a la Palabra pura siendo pobres en espíritu, veremos algo nuevo.
Al final, llegaremos a ser la gloria de Dios. Algunos tal vez se pregunten cómo es que
podemos llegar a ser la gloria de Dios. En 1 Tesalonicenses Pablo dice: “Vosotros sois
nuestra gloria y gozo” (2:20). Pablo hablaba aquí como representante de Dios. Por
consiguiente, si los creyentes eran la gloria de Pablo, ciertamente eran también la gloria
de Dios, pues Pablo era el enviado de Dios. Si los creyentes son la gloria del enviado,
indudablemente lo son también del Enviador. En el milenio, y especialmente en el cielo
nuevo y la tierra nueva, Dios podrá decir: “Angeles, naciones y todas las cosas creadas,
vean Mi gloria. Mis hijos son Mi gloria”. En términos humanos, esto también es el caso
en familias numerosas. Supongamos que un padre tiene muchos hijos buenos, los cuales
aman al Señor. Si todos estos hijos se sentaran un día alrededor de su padre, él podría
decir: “Esta es mi gloria; mis hijos son mi gloria”. Un día nuestro Padre nos reunirá a
todos. En ese entonces, todos habremos sido saturados de El, transformados y
transfigurados. Entonces El podrá decir con gozo a los ángeles y a todas las cosas
positivas del universo que nosotros somos Su gloria.
La gloria es Dios expresado. En la plenitud de los tiempos, todos los hijos de Dios
estarán plenamente llenos de Dios y expresarán a Dios. Dios se expresará por medio de
nosotros. Este Dios expresado es la gloria. Todos los ángeles y todas las cosas positivas
del universo alabarán al Dios expresado. Esto es lo que significa que seremos para
alabanza de Su gloria.
La primera parte del versículo 11 declara: “En El asimismo fuimos designados como
herencia”. La expresión “en El” se refiere al Cristo que, como Cabeza, reúne todas las
cosas bajo El. El versículo 10, que habla de que todas las cosas hayan de ser reunidas
bajo una cabeza en Cristo, concluye con las palabras “en El”, y el versículo 11 comienza
con las palabras “en El”. La redacción de Pablo aquí es bastante difícil de seguir y
redundante. Sin embargo, Pablo escribió de esta manera a propósito para recalcar el
hecho de que todas las cosas en el cielo y en la tierra serán reunidas bajo una cabeza en
Cristo. Al subrayar este hecho, a Pablo no le interesó una redacción excelente. Las
palabras “en El” revelan que se nos puso en el Cristo que como Cabeza reúne todas las
cosas bajo El.
Nosotros fuimos designados como herencia en el Cristo que como Cabeza reúne todas
las cosas bajo El. La palabra “asimismo” del versículo 11 alude a dicha reunión. Todas las
cosas han de ser reunidas bajo una cabeza en Cristo, y en El nosotros fuimos hechos
herencia. En Cristo fuimos designados como herencia. Presten mucha atención al
tiempo de estos verbos. En el futuro, todas las cosas serán reunidas bajo una cabeza en
Cristo; sin embargo, nosotros ya fuimos designados como herencia en El. Las palabras
griegas traducidas “fuimos designados como herencia” también se podría traducir,
“hemos obtenido una herencia”. El verbo griego significa elegir o asignar por suertes. Así
que, esta cláusula literalmente significa que fuimos designados como herencia. Fuimos
designados como herencia para recibir la herencia de Dios. Por un lado, fuimos hechos
herencia de Dios (v. 18) para Su deleite; por otro, heredamos a Dios como nuestra
herencia (v. 14) para nuestro deleite.
¿Qué piensan ustedes que es más importante, ser designados como herencia o que Dios
haga que sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas en Cristo? Yo diría que ser hecho
herencia es más grande. El hecho de que seamos designados como herencia de Dios abre
el paso para que El haga que sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas del universo.
A medida que permitimos que Dios se forje en nosotros, llegamos a ser una herencia.
Dios se sigue forjando en nosotros hasta el día de hoy. La mayoría de nosotros somos
hechos parte de barro y parte de oro. La parte de oro es la herencia de Dios. Doy gracias
a Dios que mientras avanza el proceso de ser designados como herencia Suya, el oro
aumenta en nosotros y el barro disminuye.
El proceso por el cual somos hechos herencia de Dios va a la par con que todas las cosas
sean reunidas bajo una cabeza en Cristo. Cuanto más dispuestos estemos a someternos a
Cristo la Cabeza, más aumentará el oro, el elemento divino, en nosotros. Esto es la
transformación; y también es la santificación subjetiva. En la santificación subjetiva,
nuestro ser es saturado de la sustancia de Dios, la esencia de Dios. A medida que se forja
en nosotros el elemento de Dios, llegamos a ser Su herencia. Sí, ya fuimos puestos en el
Cristo que es Cabeza sobre todas las cosas, pero aún seguimos en el proceso de ser
designados herencia de Dios en plenitud.
Dios el Padre, para hacernos Su herencia, primero nos predestinó para que fuésemos
Sus hijos. El proceso por el cual nos hace Su herencia se basa en Su predestinación
eterna y concuerda con ella. Dios trabaja ahora en nosotros para alcanzar la meta de Su
predestinación.
Dios hace todas las cosas según el consejo de Su voluntad a fin de que nosotros seamos
para alabanza de Su gloria. Esto indica que Dios lleva a cabo una obra de lo más fino con
nosotros. Ninguna obra mal acabada inspiraría alabanza o aprecio alguno. La obra más
fina es la que inspira más aprecio y de ella brota la más sublime alabanza. Debido a que
Dios trabaja en nosotros de manera muy fina, nosotros seremos la causa de un supremo
aprecio.
La expresión “para” del versículo 12 tiene un significado muy importante en griego. Ella
también podría traducirse: “dando por resultado”, lo cual denota que se producirá cierta
clase de apreciación y alabanza a causa de nosotros. Nosotros seremos la causa de la
alabanza angelical. Cuando los ángeles nos vean, nos tendrán en alta estima. Sin
embargo, todavía no hemos llegado a ese punto plenamente. Debemos proseguir hasta
que nosotros, los creyentes neotestamentarios, lleguemos a ser la causa de la alabanza
universal que los ángeles proclamarán con respecto a la gloria de Dios.
Nosotros hemos esperado en Cristo antes de que El regrese para establecer Su reino
mesiánico. Los judíos, en cambio, pondrán su esperanza en El después de que regrese.
Nosotros, por haber puesto toda nuestra esperanza en Cristo, podemos ser hechos la
causa de la alabanza angelical y universal de la gloria de Dios.
Por último, seremos para la alabanza de la gloria de Dios. Como hemos visto, Dios es
glorificado, expresado, en los creyentes neotestamentarios. Esta expresión no es visible
hoy, pero un día lo será. En aquel entonces, la expresión de Dios por medio de los
creyentes neotestamentarios evocará la alabanza universal. Nuestro Dios será
plenamente expresado y glorificado por medio de nosotros y entre nosotros. Entonces
todo el universo alabará Su gloria.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE DOCE
Hemos mencionado anteriormente que 1:3-14 puede dividirse en tres secciones: las
buenas palabras del Padre (vs. 3-6), las buenas palabras del Hijo (vs. 7-12) y las buenas
palabras del Espíritu (vs. 13-14). Dios el Padre se propuso algo, Dios el Hijo llevó a cabo
lo que el Padre se propuso, y Dios el Espíritu aplica lo que el Hijo logró conforme al
propósito del Padre. Por tanto, el Padre se propone algo, el Hijo lo cumple y el Espíritu
le da aplicación. En estos versículos vemos un propósito, un cumplimiento y una
aplicación. En este mensaje hablaremos de la aplicación.
Según los versículos 13 y 14, la aplicación del Espíritu consta de dos aspectos: el sello y
las arras, o como me agrada decirlo, el sellar y el darse en arras. La aplicación del
Espíritu consiste en que El nos sella y se nos da a nosotros en arras. De hecho, el
Espíritu mismo es el sello y también las arras, y tanto el sellar como el darse en arras
supone un movimiento dentro de nosotros. Así que, el sello es realmente el sellar, y las
arras, el darse en arras. El Espíritu no sólo es un sello sobre nosotros, sino que El nos
sella continuamente. El no sólo es las arras que garantizan nuestra herencia, sino que El
se nos da en arras continuamente. En este mensaje hablaremos del sellar del Espíritu, y
en el mensaje siguiente, del darse en arras.
Cuando yo era joven oí a los maestros de las Asambleas de los Hermanos disertar acerca
del sello del Espíritu Santo. Además, también leí libros que hablaban del tema. Pero
jamás oí nada acerca del sellar del Espíritu. El sello es una cosa y el sellar es otra. Ser
sellados con el Espíritu Santo significa ser marcados con el Espíritu Santo como sello
vivo. Nosotros fuimos designados como herencia de Dios (v. 11). Cuando fuimos salvos,
Dios puso en nosotros Su Espíritu Santo como un sello para marcarnos, para indicar que
le pertenecíamos a El. El Espíritu Santo, quien es el propio Dios que entra en nosotros,
hace posible que llevemos la imagen de Dios, representada por el sello, y así nos hace
semejantes a Dios. Supongamos que un hermano imprime su sello en su Biblia. Cuando
lo hace, la Biblia lleva la imagen del sello. Este sello indica que la Biblia le pertenece a él.
Por tanto, el sello denota propiedad. Cuando creímos en el Señor Jesús, el Espíritu de
Dios nos selló, lo cual quiere decir que Dios es nuestro dueño y que nosotros le
pertenecemos a El.
Todo sello tiene una imagen. Si el sello es cuadrado, la imagen también es cuadrada. El
Espíritu, que como sello de Dios está en nosotros, lleva la imagen de Dios. Esto da a
entender que el sello del Espíritu Santo es la expresión de Dios. Cuando tenemos al
Espíritu Santo como sello de Dios sobre nosotros, llevamos la imagen de Dios y la
expresión de Dios.
Cuando leí acerca de esto la primera vez en un libro escrito por el hermano Nee, me
sentí muy feliz. Me di cuenta de que no sólo tenía el sello, lo cual indicaba que Dios era
mi dueño, sino que junto con el sello tenía la imagen de Dios. Pero mi alegría no duró
mucho tiempo, pues poco después descubrí que en realidad yo no tenía la imagen de
Dios. Sí, el sello del Espíritu estaba sobre mí, pero yo no tenía la imagen. El sello era una
cosa, y yo era otra. Yo tenía el sello sobre mí, pero no llevaba una vida de sello.
Cuando conocemos una verdad o doctrina que aún no hemos experimentado, con el
tiempo esto nos perturbará. Puede ser que la doctrina sea buena, pero es posible que
tengamos muy poca experiencia de ella. Esto nos deja perplejos, porque la Biblia dice
una cosa y nuestra experiencia dice otra. Lo que somos simplemente no corresponde
con lo que la Biblia dice. La Biblia dice que fuimos sellados con el Espíritu Santo. Esto
significa que llevamos la imagen, la expresión, de Dios. Sin embargo, conforme a
nuestra experiencia, parece que no tenemos ni el sello ni la imagen. No quiero
engañarme. Me turba siempre el hecho de que la Biblia dice una cosa y mi vida diaria
dice otra. Más tarde, encontré la clave en el sello mencionado en 1:13 y 14.
SELLADOS HASTA EL DIA DE LA REDENCION
Estos versículos dicen: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la
posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. La palabra “hasta” del versículo 14
reviste mucha importancia. Fuimos sellados con el Espíritu Santo hasta la redención de
la posesión adquirida. Nosotros somos la posesión adquirida de Dios, y la redención de
esta posesión es la redención, la transfiguración, de nuestro cuerpo. Con esto vemos que
el sello del Espíritu Santo redunda en la redención de nuestro cuerpo. Fuimos sellados
con el Espíritu Santo con miras a esta redención. Una traducción declara: “Fuisteis
sellados con el Espíritu Santo dado para la redención”. Esta expresión es aún más clara.
El sello del Espíritu no se recibe de una vez por todas; más bien, el sellar aún continúa.
El sello fue puesto en nosotros cuando creímos, pero el sellar continúa desde entonces
hasta el día de hoy. El Espíritu Santo es el sello y también el sellar; El nos sigue sellando.
Fuimos sellados y seguimos siendo sellados.
Muchos podemos testificar por experiencia que cuando creímos en el Señor Jesús,
comprendimos que habíamos sido sellados en nuestro espíritu. Sin embargo, en nuestra
mente, parte emotiva y voluntad no existía este sello. En el momento que creímos en el
Señor Jesús, el Espíritu entró en nuestro espíritu y nos selló. A esto se refiere la Biblia
cuando afirma que fuimos sellados. Sin embargo, no todas las partes fueron selladas;
sólo una, nuestro espíritu. Durante mucho tiempo después de haber sido salvos,
seguimos sin experimentar el sellar en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Pero
Efesios 1 declara que fuimos sellados hasta la redención. Hemos mencionado que la
palabra griega traducida “para” [o en este caso “hasta”] significa “dando por resultado” o
“con miras a”. Por consiguiente, fuimos sellados en nuestro espíritu con miras a que
nuestro cuerpo fuera redimido. Esto implica que el sellar se está extendiendo en
nosotros. Comienza en nuestro espíritu y se extiende a nuestra mente, a nuestra parte
emotiva y a nuestra voluntad. El sellar se extiende a nuestra mente, y a esto se refiere el
Nuevo Testamento cuando habla de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). La
renovación de la mente se lleva a cabo al extenderse el sellar del Espíritu a nuestra
mente. Es imprescindible que el sellar del Espíritu sature nuestra mente.
UN PROCESO CONTINUO
No muchos cristianos han visto que el sellar se sigue llevando a cabo, que no se efectúa
de una vez por todas. No hay duda de que el Espíritu entra en nosotros de una vez y para
siempre, pero el sellar del Espíritu supone un proceso continuo. En cuanto a esto, no
nos debe interesar solamente la doctrina, sino también la experiencia. Comprobemos si
nuestra experiencia corresponde con la doctrina.
Cuando fuimos regenerados, el sello del Espíritu se imprimió en nuestro espíritu, lo cual
dio inicio al sellar dentro de nosotros, con miras a la redención de nuestro cuerpo. Esto
indica que un día aun nuestro cuerpo será sellado con el Espíritu; el Espíritu lo
impregnará por completo.
Hemos visto que el sello del Espíritu tiene la imagen de Dios. Cuando nos arrepentimos,
confesamos y oramos en nuestro espíritu, expresamos dicha imagen. En momentos
como éstos todos pueden ver en nosotros la imagen de Dios. Pero si discutimos con
otros en cuanto a enseñanzas, será evidente que nuestra mente no lleva la imagen de
Dios. Cuando oramos en el espíritu, expresamos la imagen, pero cada vez que
discutimos, valiéndonos de nuestra mente, no la expresamos. En esos momentos,
nuestra mente no expresa la imagen de Dios en lo más mínimo. Además, si al discutir
con un hermano respecto a alguna doctrina, nos enojamos, en ese momento la parte
emotiva no expresa la imagen de Dios en absoluto, lo cual indica que el sellar del
Espíritu aún no ha llegado a nuestra parte emotiva. Es posible que nos enojemos con el
hermano de tal manera, que decidimos no tener comunión más con él; nos separamos
de él porque, según nuestra opinión, la doctrina que él enseña es errónea. Y así,
ejercemos nuestra obstinada voluntad y cortamos la comunión con el hermano. Esto
pone de manifiesto que nuestra voluntad no ha participado del sellar del Espíritu. Así
que, nuestra alma completa —mente, parte emotiva y voluntad— no manifiesta ningún
rasgo de la imagen de Dios. Aunque el Espíritu Santo continuamente nos sella en
nuestro espíritu, todavía no se ha extendido a nuestra alma.
Es difícil que el sellar del Espíritu Santo se extienda a nuestra complicada mente, y lo es
todavía más que se extienda a nuestra obstinada voluntad. En el caso de algunos
creyentes, la lucha que el Espíritu sostiene para que el sellar llegue a la mente, la parte
emotiva y la voluntad, dura mucho tiempo. Si examinamos nuestra experiencia, nos
daremos cuenta de que por muchos años ha habido una batalla con respecto a este tema;
el Espíritu Santo sigue luchando para que el sellar llegue a nuestra mente, a nuestra
parte emotiva y a nuestra voluntad. Debemos reconocer que probablemente hasta el día
de hoy, nuestra alma aún no ha sido totalmente saturada; y si nuestra alma ya hubiera
sido saturada, nuestro cuerpo aún necesita ser sellado, porque en él no se ve la
apariencia de Dios ni la expresión de Su imagen. Con todo, el sellar del Espíritu Santo
aún continúa y seguirá hasta la redención de nuestro cuerpo.
SATURAR, SANTIFICAR Y TRANSFORMAR
El sellar del Espíritu Santo nos satura, y esta saturación, nos santifica. Todo lo que el
sello satura, también lo santifica. Además, la santificación constituye la transformación.
Así que, cualquier parte que el Espíritu Santo sella, la santifica y la transforma. Por
ejemplo, cuando nuestra mente es sellada con el Espíritu, ella es santificada y
transformada. Los diferentes términos: sellar, santificar y transformar, se refieren a lo
mismo. Cuando el Espíritu Santo selle por completo nuestra alma, ésta será santificada
y transformada. Un día, aun nuestro cuerpo será sellado con el Espíritu; en aquel
entonces también será santificado. Esto aún no ha sucedido; nuestro cuerpo todavía no
ha sido transfigurado. Pero en el día de la redención, nuestro cuerpo habrá sido
plenamente sellado por el Espíritu Santo; entonces será santificado y transfigurado.
Muchos cristianos piensan que mientras seamos salvos, seremos arrebatados cuando
vuelva el Señor Jesús. Entender la Biblia de esta manera es demasiado superficial. El
significado del arrebatamiento es que hay madurez. Ningún agricultor levanta la
cosecha antes de que ésta esté madura. Si una cosecha todavía está verde, el agricultor
no la cosechará. Nosotros somos la labranza de Dios; por ende, el tiempo de cosechar
depende de la madurez. En Efesios 1:13-14 vimos que fuimos sellados con el Espíritu
Santo hasta la redención de la posesión adquirida. El Espíritu Santo nos selló en nuestro
espíritu con miras a redimir nuestro cuerpo. La redención de nuestro cuerpo depende de
que el sello del Espíritu Santo se extienda a todo nuestro ser. Cuando esto suceda, se
tomará la decisión en cuanto al tiempo propicio en que nuestro cuerpo será redimido.
No debemos pensar que el sellar del Espíritu se efectúa de una vez por todas; esta acción
continúa en nosotros hasta esparcirse a todo nuestro ser. El Espíritu Santo se mueve
dentro de nosotros, y este mover nos sella, nos santifica y nos transforma. ¿Cuándo será
transfigurado nuestro cuerpo? Esto depende de cuánto el Espíritu Santo haya sellado
nuestro ser. El sellar del Espíritu Santo está bastante ligado a la redención del cuerpo, lo
cual denota que el sellar del Espíritu todavía se está efectuando y que a diario satura
nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Después de que un niño termina la escuela
primaria, él no está listo para ingresar a la universidad; primero debe ir a la secundaria
y a la preparatoria. Del mismo modo, después de ser sellados con el Espíritu Santo en
nuestro espíritu, aún no estamos listos para que nuestro cuerpo sea redimido;
necesitamos ser sellados en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra
voluntad. El Espíritu Santo tiene que sellarnos en muchas áreas de nuestra vida.
Hemos mencionado anteriormente que el sellar del Espíritu es el mover del Espíritu
dentro de nosotros. Tenemos un sello vivo en nosotros; y éste está en continuo
movimiento. Una vez que el Espíritu sella una parte de nosotros, El desea sellar otra y
otra más. El anhela sellar cada parte de nuestro ser. Mientras esto no esté completo, el
sellar se seguirá extendiendo.
Estoy casi seguro de que ustedes jamás habían oído que el Espíritu aún nos sigue
sellando. Sin embargo, este hecho está implícito en la palabra “hasta” del versículo 14.
Fuimos sellados con el Espíritu Santo hasta la redención de la posesión adquirida. Este
sellar continuará hasta el día de la redención. No tomemos esto como una simple
doctrina, sino que debemos aplicarlo a nuestra condición. ¿Hemos permitido que el
Espíritu nos selle hoy? ¿Está activo el sellar dentro de nosotros? Debemos tener la
certeza de que el sellar del Espíritu se sigue extendiendo a nuestro ser. Una vez que haya
sido sellado todo nuestro ser, estaremos preparados para que nuestro cuerpo sea
redimido.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TRECE
En Efesios 1:13 y 14 se mencionan juntos el sello del Espíritu Santo y las arras del
Espíritu Santo. Es difícil saber cuál de ellos se experimenta primero. Según 2 Corintios
1:21 y 22 el sellar parece ocurrir primero. En 2 Corintios 1:22 dice que Dios “nos ha
sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. Pero en realidad,
tanto el ser sellados como el recibir las arras ocurren al mismo tiempo.
Las arras de nuestra herencia constituyen otro aspecto del cuarto ítem de la bendición
que recibimos de parte de Dios. El primer aspecto es el sellar del Espíritu.
La obra que Dios efectúa en nosotros supone dos tipos de herencias; por eso,
necesitamos ser sellados así como recibir las arras. Efesios 1:11 indica que fuimos
designados como herencia de Dios, y el versículo 14, que Dios es nuestra herencia.
Nuestra herencia es Dios mismo. En la economía de Dios nosotros somos la herencia de
Dios, y El, la nuestra; ésta es una herencia mutua. Para poder ser la herencia de Dios,
necesitamos ser sellados. Nosotros somos posesión de Dios, y puesto que El es nuestro
dueño, El ha puesto Su sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia,
también necesitamos las arras del Espíritu Santo como garantía. Nosotros heredaremos
todo lo que Dios es, o sea Su persona, y todo lo que El tiene, o sea, Su obra. El Espíritu
Santo es las arras, la garantía, de que recibiremos tal herencia.
El Espíritu Santo es las arras de nuestra herencia. La palabra griega traducida “arras” en
el versículo 14, también quiere decir anticipo, garantía, muestra que garantiza el pago
completo, un pago parcial dado por adelantado. Puesto que nosotros somos la herencia
de Dios, el Espíritu Santo es un sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra
herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia y es dado a nosotros. Dios nos da
Su Espíritu Santo, no sólo como garantía de nuestra herencia, asegurando nuestra
heredad, sino también como anticipo de lo que heredaremos de El.
En los tiempos antiguos, la palabra griega que se traduce arras se usaba en la compra de
tierras. El vendedor daba al comprador una porción del suelo como muestra. Por lo
tanto, según el griego antiguo, las arras también son una muestra. El Espíritu Santo es la
muestra de lo que vamos a heredar de Dios en plenitud.
La palabra griega que se traduce “arras” equivale a lo que hoy llamamos pago inicial, el
cual denota buena fe y es garantía de los pagos subsiguientes. Las palabras “arras”,
“prenda” y “garantía” tienen similar significado, y se refieren a un pago que garantiza la
cancelación del saldo. Sin embargo, en griego, esta palabra también significa muestra o
anticipo. Algunos traductores prefieren la palabra “anticipo”. Al disfrutar de la muestra
tenemos un anticipo de lo que sigue. Supongamos que alguien me diera diez duraznos
de su cosecha. Esos duraznos serían una muestra y un anticipo de toda la cosecha.
Nosotros los que heredaremos a Dios tenemos al Espíritu Santo como arras, garantía,
prenda y pago inicial de nuestra herencia. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo es
también una muestra y un anticipo. El anticipo nos permite saborear un poco de Dios,
mas el disfrute completo aún está por venir.
Alabo al Señor porque en estos tiempos se está llevando a cabo una mayor impartición
de Dios en nosotros comparado con el primer siglo. Si uno estudia los escritos de los
primeros padres de la iglesia, se dará cuenta de que aquellos escritos no pueden
compararse con lo que el Señor nos ha mostrado a nosotros en Su Palabra. ¿Cuál de los
padres de la iglesia dijo alguna vez que Dios se imparte a nuestro ser? Incluso algunas
cosas que expresan los jóvenes hoy superan lo que escribieron los padres de la iglesia.
Día tras día somos ungidos, y esto añade a nosotros la esencia divina.
En el pasado se me enseñó que las arras del Espíritu Santo se recibían una sola vez y que
esto era una experiencia objetiva. Sin embargo, más adelante aprendí que uno recibe las
arras del Espíritu continuamente. Aprendí esto no tanto por mis estudios, sino por
experiencia. Llegué a comprender que las arras del Espíritu Santo se nos infunden de
manera continua.
Las arras del Espíritu se nos dan para que las disfrutemos. Cuando me siento
desilusionado o deprimido, el Espíritu se infunde en mí y me reanima. Yo experimento
las arras cada día y a cada momento. Las arras también denotan que algo nos es dado
como garantía. Al dársenos el Espíritu como arras, somos reanimados y estimulados.
Cuando las cosas no tienen esperanza, las arras nos llenan de esperanza.
Dios comenzó a dársenos en arras desde el día que fuimos salvos, y esto continua hasta
el día de hoy. Por ello el creyente que está en el espíritu no tiene ninguna duda de que
Dios está en él. Creemos esto espontáneamente y sin dificultad porque todos los días
recibimos las arras del Espíritu. Dios se da a nosotros en arras continuamente. Cuando
estoy débil, El se infunde en mí como arras y se convierte en mi aliento. Cuando mis
esperanzas decaen, El se entrega a mí como arras y me infunde ánimo. Cuando parece
que mi fe se desvanece, El se da a mí como arras y de inmediato mi fe revive. Cuando
parece que ya no siento amor por los hermanos y hermanas, el Espíritu se me imparte
como arras y siento dentro de mí más amor por los santos. Creo que todos hemos tenido
experiencias similares, aunque tal vez no las hayamos reconocido o entendido.
Durante los entrenamientos especiales de diez días, doy tres mensajes diarios. Algunos
quizás se pregunten de dónde saco la energía para hablar tanto a mi edad. Muchas veces
me he agotado; sin embargo, cada vez que esto sucede, Dios viene y se infunde en mí
como arras. Gracias a que el Espíritu se infunde en mí como arras, estoy listo para
hablar en la siguiente reunión. Cuando me pongo de pie y comienzo a hablar, estoy lleno
de vigor porque el Espíritu se imparte en mí como arras. De hecho, cuanto más hablo,
más disfruto. Cuando vuelvo a casa después de haber dado un mensaje, me siento muy
contento, mucho más de lo que estaba antes de la reunión. Esto se debe a que durante el
mensaje, el Espíritu se infunde en mí como arras de manera intensificada.
Las arras nos dan más de Dios. Cuanto más de Dios recibimos, más seguridad tenemos y
más apetito sentimos por El. Cuando algunos escuchan acerca de recibir más de Dios,
quizás se pregunten qué queremos decir con ello e incluso piensen que lo que decimos
suena a herejía. Conforme a la doctrina, Dios es Dios y no puede haber más de Dios.
Pero en cuanto a la experiencia, podemos recibir más de Dios. Al dársenos en arras el
Espíritu Santo, recibimos más de Dios. Sabemos que Dios nos pertenece por cuanto las
arras están dentro de nosotros. Una pequeña muestra, como la que se daba en la compra
de terrenos en los tiempos antiguos, está dentro de nosotros como arras; esta porción
aumenta en nosotros continuamente.
Muchos hermanos y hermanas de edad avanzada pueden testificar que al paso de los
años, su apetito por Dios ha ido en aumento. Cuando comencé el ministerio en este país
en 1962, yo tenía hambre de Dios. Pero ahora, dieciséis años después, mi hambre por El
se ha intensificado. Tengo tanta hambre de El que quisiera absorberlo. Yo podría
decirle: “Señor Jesús, quisiera absorberte”. Es posible que algunos digan que hablar de
esta manera no sólo es herético sino también burdo. Con todo, mi deseo es comer al
Señor totalmente. Cuanto más recibimos de El, más hay que recibir de El y más grande
parece volverse. Este aumento de apetito proviene de las arras que se nos infunden.
Cuanto más gustamos de El, más aumenta nuestro apetito, y cuanto más apetito
tenemos, más gustamos de El. Esto representa un ciclo glorioso. No piensen que los
hermanos de más edad estamos cansados de comer a Dios. No; nuestro apetito es
mayor, y comemos más de El. ¡Aleluya por las arras del Espíritu! Dios se infunde en
nosotros como arras continuamente, y cuanto más lo hace, mayor es nuestro disfrute.
Este disfrute agranda nuestro apetito. Cuando llegamos a la vida de iglesia, nuestro
apetito por Cristo es poco, pero después de cierto tiempo, aumenta. Cuanto más
disfrutamos al Señor, mayor es nuestro apetito por El.
Hoy el Espíritu no sólo nos unge y nos sella, sino que también se nos da en arras, lo cual
indica que Dios se nos añade poco a poco. Esto no se lleva a cabo de una vez y para
siempre, sino día tras día e incluso hora tras hora. El Espíritu se nos da en arras sin
cesar, es decir, veinticuatro horas al día. Nosotros comemos, y el Espíritu se nos infunde
en arras. Cuanto más comemos, más apetito tenemos, y cuanto más aumenta nuestro
apetito, más comemos. A través de este ciclo, participamos de Dios diariamente. Este
ciclo continuará hasta que entremos en la eternidad. En aquel entonces, Dios será
nuestro disfrute pleno, y nos deleitaremos en El en plenitud.
Muchos cristianos ni siquiera saben que la unción está en ellos, y los que saben un poco
de esto, no conocen nada acerca del sellar del Espíritu. Aunque algunos conocen lo que
es el sellar, casi nadie conoce lo que son las arras del Espíritu. Es probable que usted, en
toda su vida cristiana, nunca haya oído ningún mensaje acerca de las arras del Espíritu.
Conforme a mi experiencia, sé que el Espíritu Santo se infunde continuamente como
arras dentro de mí, y me da más de Dios y más de Cristo. Cuanto más recibo de Cristo,
más aumenta mi apetito por El. Algunos reconocen que no sienten mucho apetito por
Cristo, lo cual se debe a que ellos no le dan mucha importancia a las arras del Espíritu.
Debemos prestar atención no sólo a la unción y al sellar, sino también a las arras.
Debemos decir: “Oh Señor Jesús, eres tan dulce. Amén, Señor”. Si hacemos esto,
sentiremos que las arras del Espíritu aumentan dentro de nosotros. ¡Qué experiencia
tan real!
Efesios 1:14 declara que el Espíritu Santo es las arras de nuestra herencia “hasta la
redención de la posesión adquirida”. En este versículo, la redención se refiere a la
redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), es decir, a la transfiguración de nuestro cuerpo
de humillación en uno de gloria (Fil. 3:21). Hoy el Espíritu Santo es una garantía, un
anticipo y una muestra de nuestra herencia divina que disfrutamos hasta que nuestro
cuerpo sea transfigurado en gloria, o sea, hasta el momento en que heredaremos a Dios
en plenitud. La extensión de las bendiciones que Dios nos concedió abarca todos los
puntos cruciales desde la elección realizada por Dios en la eternidad pasada (v. 4) hasta
la redención de nuestro cuerpo en la eternidad futura.
Nosotros los redimidos de Dios, la iglesia, somos posesión de Dios, que El adquirió
comprándonos con la preciosa sangre de Cristo (Hch. 20:28). En la economía de Dios,
El llega a ser nuestra herencia, y nosotros, Su posesión. ¡Qué maravilloso! ¡No damos
nada, y lo obtenemos todo! Dios nos adquirió a un precio, pero nosotros lo heredamos a
El sin pagar nada. Esto redunda en la alabanza de Su gloria.
La expresión “para alabanza de Su gloria” se repite tres veces porque la Trinidad está
relacionada con la bendición de Dios. Las buenas palabras que se dicen acerca de
nosotros tienen una perspectiva triple, y la alabanza que se ofrece al Dios Triuno
también es una alabanza triple. El Dios Triuno, la Trinidad Divina, merece una alabanza
triple. El no sólo merece nuestra alabanza, sino también la alabanza de los ángeles y de
toda la creación. Un día, todo el universo alabará a Dios por lo que se propuso, por lo
que realizó y por lo que aplicó. ¡Qué maravilloso es recibir las buenas palabras con las
que Dios nos bendice!
Como hemos dicho, los versículos del 3 al 14 relatan las buenas palabras que Dios
expresó acerca de nosotros. Como resultado de ellas, todas las cosas positivas del
universo alabarán a Dios por las bendiciones que El nos concedió, porque nosotros, los
hijos de Dios, seremos Su herencia. Aunque caímos tan bajo, fuimos hechos hijos de
Dios, e incluso fuimos designados Su herencia y deleite. Dios ha llegado a ser nuestra
herencia, y nosotros lo heredamos a El como nuestro disfrute. El está en nosotros, y
nosotros estamos en El. Nosotros estamos en El para ser Su herencia y deleite, y El está
en nosotros para ser nuestra herencia y deleite. ¡Aleluya por las buenas palabras que el
Dios Triuno expresó acerca de nosotros! Ahora por tener la unción, el sellar y las arras
estamos plenamente satisfechos. Lo único que deseamos ahora es recibir más de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CATORCE
Con respecto a estos dos temas, ahora llegamos a la primera oración que el apóstol
Pablo ofrece en Efesios: “Por esta causa también yo, habiendo oído de la fe en el Señor
Jesús la cual está entre vosotros, y de vuestro amor para con todos los santos” (v. 15).
Pablo oró por los santos porque ellos tenían fe en el Señor Jesús y amor para con todos
los santos. La fe y el amor son cruciales en nuestra vida cristiana. Para con el Señor,
debemos tener fe; y para con los santos, debemos tener amor.
El versículo 16 añade: “No ceso de dar gracias por vosotros, acordándome de vosotros en
mis oraciones”. El apóstol siempre recuerda las buenas cosas de los santos y le agradece
al Señor por ellas.
En 1:17 Pablo emplea la expresión: “el Padre de gloria”. La gloria es Dios expresado; por
lo tanto, el Padre de gloria es Dios expresado por Sus muchos hijos. El título “Padre”
implica regeneración, y la palabra “gloria” implica expresión. Por lo tanto, la expresión:
“el Padre de gloria” da a entender la regeneración y la expresión. Nosotros fuimos
regenerados por Dios y somos Su expresión.
En el título: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria” están implícitos
cinco asuntos importantes: la creación, la encarnación, la redención, la regeneración y la
expresión. Nosotros ya fuimos regenerados, pero en el futuro seremos glorificados y
expresaremos la gloria de Dios (Ro. 8:30). La regeneración de los muchos hijos y la
expresión de Dios representan la consumación de la economía divina. Antes de la
creación, no existía nada además de Dios; Dios no había generado nada ni tenía
expresión. Luego, El creó el universo y todo lo que hay en él; por esto El es el Creador.
Después de producir la creación, El dio el paso de la encarnación, por el cual entró en Su
criatura, el hombre. Por medio de la encarnación el Creador y la criatura se hicieron
uno. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, El era la unión de Dios con el hombre.
Mediante Su crucifixión, El efectuó la redención, y como resultado, nosotros, Sus
criaturas caídas, fuimos redimidos. Luego fuimos regenerados para ser hijos de Dios el
Padre con el fin de expresarlo a El. El día que seamos glorificados, Dios será plenamente
expresado desde nuestro interior, y así seremos Su expresión. Todos estos importantes
pasos: la creación, la encarnación, la redención, la regeneración y la expresión, están
implícitos en el título: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria”.
Pablo oró a esta persona divina. Sin embargo, los judíos, por no tener ninguna noción
acerca de la encarnación, la regeneración y la expresión, dirigen su oración sólo a Dios el
Creador. Pero nosotros los cristianos tenemos al Dios que crea, que se encarna, que
redime, que regenera y que se expresa. ¡No hay duda de que tenemos mucho más que
los judíos!
D. Pide revelación
En la oración que Pablo ofrece al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, él
pide revelación. La palabra griega traducida “revelación” en el versículo 17 significa
correr el velo. Así que, la revelación es, en efecto, el acto de quitar un velo.
La sabiduría es distinta y más profunda que la astucia. Una persona puede ser astuta, y
no ser sabia. La astucia se halla en la mente, mientras que la sabiduría se encuentra
principalmente en nuestro espíritu. Lo que más necesitamos es ser sabios en nuestro
espíritu, y no astutos en nuestra mente. El problema de algunos santos es que son muy
astutos en su mente, pero carecen de sabiduría en su espíritu. En 1933 conocí a un
hermano así en Shanghai. El era un buen comerciante, muy astuto para hacer negocio.
El vendía sombreros de mujer, especialmente a damas británicas. En una ocasión una
dama adinerada no mostraba interés en cierto sombrero porque consideraba que el
precio era muy bajo. Este hermano fue a la trastienda, le cambió el listón al sombrero y
le dobló el precio. A ese precio, la dama estuvo encantada de comprarlo. Esta anécdota
muestra que este hermano era un astuto comerciante. Pero aunque él era muy listo para
los negocios, carecía de sabiduría y no entendía cuando hablábamos de las Escrituras.
Su mente era muy activa, pero su espíritu no era agudo. No obstante, este hermano tenía
su corazón entregado al Señor, asistía a las reuniones de la iglesia y confiaba en nosotros
para todo lo relacionado con el Señor. El era un excelente ejemplo de la diferencia que
existe entre la astucia y la sabiduría.
Ahora veamos un ejemplo de una persona que tenía sabiduría, pero no mucha astucia.
En 1938 visité la zona rural del norte de China, donde la mayoría de la gente tenía un
bajo nivel educativo. Ahí había una hermana de edad avanzada, que aunque no tenía
mucha educación escolar, era muy sabia con respecto a las cosas del Señor. Cuando uno
hablaba con ella acerca del Señor, su sabiduría espiritual se manifestaba. Ella no
entendía nada acerca del comercio, pero en cuanto al Señor, esta hermana tenía
sabiduría en su espíritu y por ende sabía mucho más que la mayoría de los santos.
III. EL HECHO:
EL MISTERIO DE LA VOLUNTAD DE DIOS
Aunque el hecho pueda existir, se necesita la revelación, es decir, que se corra el velo. La
existencia de la fábrica es un hecho, pero es necesario que se abran las puertas; o sea,
que se corra el velo.
Aunque podamos tener el hecho y que se corra el velo, aún necesitamos ojos para ver.
Tal vez tengamos el misterio de la voluntad de Dios y la revelación, pero aún
necesitamos los ojos, la facultad espiritual para ver (Hch. 26:18; Ap. 3:18). Los ojos a los
que nos referimos son, por supuesto, los ojos espirituales, los ojos del corazón. En
Apocalipsis 3:18 el Señor Jesús dijo: “Yo te aconsejo que de Mí compres ... colirio con
que ungir tus ojos, para que veas”. Necesitamos colirio para que nos sea restaurada la
vista. Hoy el problema no radica en los hechos, pues éstos abundan en la Biblia.
Además, la revelación, o sea, correr el velo, tampoco representa ningún problema, pues
el Dios que está lleno de gracia nos abre Su palabra continuamente. El problema
principal radica en nuestros ojos.
Si queremos tener ojos que vean, necesitamos un espíritu abierto y una conciencia
purificada (Mt. 5:3; He. 9:14; 10:22). No cerremos nuestro espíritu; mantengámoslo
abierto. Además, nuestra conciencia debe ser purificada, no sólo por la aspersión de la
sangre redentora de Cristo, sino también por la confesión y resolución de nuestros
pecados, ofensas, fallas y errores. Nuestra conciencia, la cual es la parte principal de
nuestro espíritu, debe estar limpia. Si nuestra conciencia está opaca, nuestro espíritu no
podrá ver.
B. Un corazón puro
Si deseamos tener un corazón puro, necesitamos una mente sobria (2 Ti. 1:7). Algunos
santos se confunden y no son capaces de diferenciar entre una cosa y otra. Para ellos las
letras “b” y “d” son casi lo mismo. Cuando leen la Biblia, les parece que Gálatas y
Colosenses tratan de lo mismo. Ellos carecen de una mente sobria.
Nuestra mente debe ser fría, cuanto más fría mejor, pero nuestra parte emotiva debe ser
ferviente. Si queremos tener ojos que vean, necesitamos una parte emotiva que ame (Jn.
14:21). Una mente ferviente, no puede ser sobria. Nuestro problema radica en que, o
somos fervorosos o somos fríos tanto en la mente como en la parte emotiva. Las
hermanas tienden a ser fervientes, y los hermanos, fríos. Sin embargo, todos debemos
ser fríos en nuestra mente y fervientes en nuestra parte emotiva.
Por último, a fin de tener un corazón puro es indispensable una voluntad sumisa (Jn.
7:17). Si nuestra voluntad ha de ser sumisa, ésta debe ser dócil.
Por experiencia he aprendido que si tenemos un corazón puro, con una mente sobria,
una parte emotiva amorosa, una voluntad sumisa y un espíritu abierto con una
conciencia pura, nuestros ojos podrán ver. Nuestro espíritu debe estar abierto, y nuestra
conciencia debe estar libre de ofensas. Además, nuestro corazón debe tener una mente
fría y sobria, una parte emotiva ardiente y amorosa, y una voluntad dócil y sumisa.
Cuando tengamos un espíritu y un corazón así, los ojos de nuestro corazón podrán ver.
Cada vez que aplicamos colirio a nuestros ojos, éste abre nuestro espíritu, purifica
nuestra conciencia, enfría nuestra mente fervorosa, aviva nuestra parte emotiva y
somete nuestra obstinada voluntad. Cuando todo esto ocurre, nuestros ojos son
sanados. Ser sanos equivale a que sean tocadas estas cinco partes de nuestro ser. Sin un
espíritu abierto, una conciencia pura, una mente sobria, una parte emotiva amorosa y
una voluntad sumisa, no veremos nada, aunque asistamos a muchas conferencias y
entrenamientos. Tal vez aprendamos doctrinas, pero no tendremos ninguna visión.
Es posible tener el hecho, la revelación y la vista, y aun así no ver nada porque nos falta
la luz. Por consiguiente, necesitamos que Dios nos ilumine (1 Jn. 1:5, 7). La visión no se
recibe sino hasta que, además del hecho, la revelación y la vista, se tiene la luz.
Efesios 1:18 dice: “Para que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la
esperanza a que El os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia en los
santos”. Según este versículo, necesitamos conocer dos cosas: la esperanza a que Dios
nos ha llamado y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos. En la primera
oración que el apóstol Pablo hizo en el libro de Efesios, él pidió que se nos concediera un
espíritu de sabiduría y de revelación para que conociéramos ciertas cosas, de las cuales
la primera es la esperanza a que Dios nos llamó.
I. YA NO SOMOS ADVENEDIZOS
NI ESTAMOS SIN ESPERANZA
Antes de ser salvos, no teníamos esperanza. Como dice en 2:12, estábamos “separados
de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo”. Pero después de ser salvos, nuestra situación cambió
y ahora estamos llenos de esperanza. No obstante, debido a que muchos creyentes no
saben en qué consiste dicha esperanza, Pablo oró para que recibiéramos un espíritu de
sabiduría y de revelación y supiéramos cuál es la esperanza a que Dios nos ha llamado.
A. Cristo mismo
Por ser nosotros el pueblo que Dios llamó, estamos llenos de esperanza. En primer
lugar, nuestra esperanza es Cristo mismo. Colosenses 1:27 declara que Cristo en
nosotros es la esperanza de gloria. Además, en 1 Timoteo 1:1 se afirma también que
Jesucristo es nuestra esperanza. Cristo no solamente es nuestra vida y santidad, sino
también nuestra esperanza. Cristo es nuestra única esperanza. Todo lo relacionado con
nuestra esperanza tiene que ver con El.
B. El arrebatamiento, la transfiguración
de nuestro cuerpo y la glorificación
El segundo aspecto de nuestra esperanza consiste en ser trasladados, por medio del
arrebatamiento, de la esfera terrenal y física a la esfera espiritual y celestial, y ser
glorificados (Ro. 8:23-25, 30; Fil. 3:21). Los maestros de la Biblia [del habla inglés], al
referirse al arrebatamiento, usan una palabra cuyo significado principal es éxtasis, es
decir, una condición en la cual uno está fuera de sí mismo por el gozo que tiene, lo cual
da a entender que el ser llevados a lo alto producirá este afecto en nosotros. Sin
embargo, dudo que muchos cristianos verdaderamente crean que ser arrebatado sea un
éxtasis. ¿Se alegraría usted si el Señor viniera hoy? ¿Le provocaría éxtasis o llanto? La
mayoría de los cristianos posiblemente lloraría, o se aterraría. Aunque el arrebatamiento
es un aspecto de la esperanza a la cual Dios nos llamó, esta esperanza depende de si
vivimos por el Señor o no. Si vivimos por El y andamos con El, el arrebatamiento será
un éxtasis para nosotros; pero si no vivimos por El ni andamos con El, dudo que lo sea.
Un gran número de cristianos toman este asunto del arrebatamiento a la ligera. Algunos
sostienen el concepto de que no importa lo que estén haciendo ni dónde estén cuando el
Señor regrese, de todos modos serán arrebatados. Pero, ¿que pasaría si usted estuviera
en un teatro, o discutiendo con su cónyuge? ¿Sería el arrebatamiento un éxtasis para
usted en tales circunstancias? ¡Ciertamente que no! Yo no quisiera ser hallado riñendo
cuando el Señor Jesús regrese. En 2 Timoteo 4:1 Pablo le dijo a Timoteo: “Delante de
Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente
por Su manifestación y por Su reino”. Esto indica que Timoteo debía vivir a la luz de la
manifestación del Señor y en el reino. Todo lo que el reino rechazará en el futuro debe
ser rechazado hoy en nuestro vivir. No creo que muchos, aun de los que están entre
nosotros, vivan conforme a la manifestación del Señor. Si lo hiciéramos, ciertamente
evitaríamos las disputas, pues no nos gustaría que el Señor nos encontrase discutiendo
cuando El se manifieste. Muy pocos cristianos consideran la venida del Señor como una
advertencia. Si leemos el Nuevo Testamento, especialmente las epístolas, veremos que
los apóstoles vivían teniendo en mente la manifestación del Señor; la aparición del
Señor era una constante advertencia para ellos y regulaba su vida. Ellos no se atrevían a
hacer ciertas cosas porque creían que el Señor podía aparecer en cualquier momento. Si
tomamos en serio la manifestación del Señor y el reino, esto afectará mucho nuestro
diario vivir.
Muchos cristianos, sin embargo, discuten mucho el tema del arrebatamiento y la venida
del Señor, pero después de hacerlo, se entregan libremente a las diversiones mundanas.
¡Cuán lamentable es esto! Hemos sabido de algunos cristianos que la mesa que usan
para apostar, la usan también para estudiar la Biblia. Otros, después de discurrir sobre
la venida del Señor, van a eventos deportivos, al cine o a bailar. ¿Habíamos visto que la
manifestación de Cristo debe ser un factor fundamental en nuestra vida diaria?
Debemos vivir hoy a la luz de la manifestación del Señor. Si lo hacemos, el
arrebatamiento será un éxtasis para nosotros.
La esperanza que tendremos en los días venideros depende de que seamos edificados
hoy. Si no somos edificados en el Señor, tendremos muy poca esperanza. Cristo está en
nosotros como la esperanza de gloria; sin embargo, aun esta esperanza depende de
cuánto somos edificados. Cuando Cristo regrese, ¿será El nuestro juez o nuestro Novio?
Quizás para otros sea un Novio, pero para nosotros sea un juez. Si ése es el caso, El no
será nuestra esperanza de gloria. La vida que llevamos como cristianos hoy día,
determinará si El será dicha esperanza para nosotros. Este asunto es serio y debe
llevarnos a reconsiderar nuestros caminos. Si nuestro vivir es normal, Cristo es nuestra
esperanza, y el arrebatamiento será un éxtasis para nosotros.
La esperanza a que Dios nos ha llamado incluye también la futura salvación de nuestra
alma (1 P. 1:5, 9). Si perdemos nuestra alma por causa del Señor hoy, sufriendo en
nuestra alma por Su testimonio, tenemos la esperanza de recibir la salvación de nuestra
alma cuando El regrese. Hoy nuestra alma sufre, pero cuando el Señor venga, ella
entrará en el gozo del Señor. Esta es la salvación del alma mencionada en 1 Pedro. Sin
embargo, si en vez de cuidar del testimonio del Señor, salvamos nuestra alma hoy
entregándola a los placeres terrenales, el regreso del Señor será una pérdida y un juicio
para ella. Pero si siempre estamos dispuestos a perder nuestra alma por causa del
testimonio del Señor, cuando El regrese, traerá salvación a nuestra alma, y la salvación
introducirá nuestra alma al disfrute del Señor. Esta esperanza la determina la manera
en que vivimos hoy.
Otro aspecto de nuestra esperanza es el disfrute que tendremos como reyes con Cristo
en el milenio (Ap. 5:10; 2 Ti. 4:18; Mt. 25:21, 23). Esto también tiene que ver con la
manera en que vivimos hoy. En el Evangelio de Mateo vemos que los esclavos
negligentes son echados a las tinieblas de más afuera, y que los fieles entran en el
disfrute del Señor. Como podemos ver, habrá castigo para algunos y recompensa para
otros. Todos somos cristianos, mas no todos recibiremos el mismo trato cuando el Señor
regrese. Todo dependerá de la manera en que vivamos hoy. Si somos fieles, seremos
recompensados con el disfrute del Señor por mil años; pero si somos negligentes,
seremos castigados. Si el milenio será o no una esperanza para nosotros, depende de
cuál sea nuestra actitud hoy. Debemos ser cristianos normales, fieles al Señor. Si lo
somos, el milenio será nuestra esperanza.
Por último, la esperanza a la cual Dios nos ha llamado incluye el disfrute consumado
que tendremos de Cristo en la Nueva Jerusalén, donde gozaremos de bendiciones
universales y eternas en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-7; 22:1-5). ¡Aleluya por
esta esperanza! Todos estaremos en la Nueva Jerusalén. Sin embargo, para llegar allí
necesitamos crecer y madurar. Si no maduramos en esta era, tendremos que madurar en
la venidera. Todo aquel que disfrute de la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra
nueva, habrá madurado. No me pregunten de qué manera el Señor nos hará madurar. El
sabe cómo hacerlo y lo logrará, ya sea en esta era o en la venidera. Estoy consciente de
que la teología popular no reconoce este hecho. La mayoría de los cristianos afirma que
mientras hayamos sido redimidos por la sangre de Cristo, todo estará bien en la era
venidera. Sin embargo, el día llegará cuando se darán cuenta de que no todo está bien.
Es verdad que somos salvos eternamente, pero necesitamos pasar por ciertas
experiencias y madurar. Por eso, digo que debemos reconsiderar nuestros caminos. En
cuanto a la Nueva Jerusalén, ella será la esperanza de todos nosotros. En 2 Pedro 3:13
dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los
cuales mora la justicia”.
Si no conocemos la esperanza a que Dios nos llamó, no estaremos dispuestos a dejar las
cosas que nos distraen. Pero si vemos que Cristo viene, que seremos arrebatados,
transfigurados y glorificados, y que podemos entrar en el gozo del Señor en el milenio,
espontáneamente dejaremos todo lo demás. Si no vemos lo que está por venir, seremos
engañados por las cosas del presente. Necesitamos ver cada aspecto de nuestra
esperanza a fin de ser rescatados. Por esta razón, el apóstol Pablo pidió en oración que
conociéramos la esperanza a que Dios nos ha llamado. El llamamiento de Dios no sólo
incluye la elección, la predestinación, la redención, el sellar y el darse en arras, sino
también un espléndido futuro. Su llamamiento no sólo tiene que ver con el pasado, sino
también con el futuro. ¡Qué maravilloso futuro nos espera!
¿Ha considerado usted que con nuestro llamamiento recibimos todas las bendiciones
del Dios Triuno? Pocos cristianos saben esto. No obstante, estas bendiciones son el
contenido del llamamiento de Dios. Así vemos que el llamamiento de Dios es grandioso,
pues comprende la elección, la predestinación, la redención, el sellado y las arras. Esto
significa que Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu participan en el llamamiento
de Dios. En este llamamiento recibimos al Dios Triuno como nuestra porción.
Las riquezas de la gloria de Dios son los diversos atributos de Dios, tales como luz, vida,
poder, amor, justicia y santidad, expresados en diferentes grados. Puesto que la gloria es
la expresión de Dios, las riquezas de Su gloria son las riquezas de Su expresión. Algunos
de los atributos divinos son el amor, la humildad, la paciencia y la santidad. Uso
específicamente la palabra “divino” porque fuimos hechos de tal manera que tenemos la
forma de lo divino. Por ejemplo, nosotros tenemos humildad humana, pero la humildad
humana no es verdadera; simplemente es la forma de la humildad genuina, la cual es la
humildad divina. Pasa lo mismo con el amor humano, el cual es una forma del amor
divino y genuino. Por lo tanto, el amor divino es la realidad del amor humano. Todo ser
humano posee amor, pero es un amor que no perdura. Por ejemplo, usted ama a sus
padres, pero quizás su amor por ellos sólo dure unos cuantos días. Asimismo, es posible
que un hermano ame a su esposa, pero quizás la ame solamente por unas cuantas
semanas. Todos amamos a los demás, pero nuestro amor es como una estrella fugaz. Tal
vez un hermano ame muchísimo a su esposa hoy, y al siguiente día la mande al infierno.
Un amor así no es parte de las riquezas de la gloria de Dios.
Como dije anteriormente, las riquezas de la gloria de Dios son la expresión de los
atributos divinos y las virtudes divinas. Sólo hay dos clases de amor, el humano y el
divino; y también dos clases de justicia y de paciencia, la justicia y la paciencia humanas
y la justicia y la paciencia divinas. Muchos cristianos confunden las virtudes humanas
con las virtudes divinas. Al hacer esto cometen un grave error. No es necesario
desarrollar nuestras virtudes humanas; lo que nos falta es las virtudes divinas. Cuando
Dios en Cristo se forja en nosotros, nuestro amor, nuestra humildad, nuestra paciencia y
nuestra justicia llegan a ser divinos. Estas virtudes divinas son las riquezas de la gloria
de Dios; tales virtudes son la herencia de Dios entre los santos. Es muy importante que
entendamos esto.
Si logramos ver esto, nuestra vida cristiana cambiará. Casi todos los que buscan al Señor
siguen viviendo regidos por la vida natural y condenan únicamente su maldad, mas no
su bondad natural. Lo malo es condenado y lo bueno, apreciado. No se discierne entre lo
natural y lo divino. Mientras que algo sea bueno, lo justifican y lo aceptan. Esta práctica
es errónea. Debemos discernir entre lo natural y lo divino. Solamente los atributos
divinos, y no las virtudes humanas, constituyen las riquezas de la gloria de Dios. Si
vemos esto, tendremos la adecuada vida de iglesia. La apropiada vida de iglesia no está
llena de virtudes humanas naturales, sino de virtudes divinas, las cuales son las riquezas
de la expresión de Dios en Su herencia entre los santos.
Ahora debemos ver qué es la herencia de Dios en los santos y entre ellos. En el versículo
18, la palabra griega que se traduce en también puede traducirse entre. La herencia de
Dios está en los santos y entre ellos. Nosotros, los santos, somos la herencia de Dios. No
obstante, lo que somos por naturaleza no puede ser la herencia de Dios. El no desea
heredar nuestra naturaleza, nuestra carne o nuestro ser natural; El desea heredar todo
lo que ha forjado de Sí mismo en nosotros. Por consiguiente, todo lo que Dios imparte
de Sí mismo en nosotros llega a ser Su herencia.
En primer lugar, Dios nos constituyó Su herencia (v. 11), Su posesión adquirida (v. 14), y
nos permitió participar de todo lo que El es, de todo lo que El tiene y de todo lo que
logró, lo cual es nuestra herencia. Finalmente, todo esto llegará a ser la herencia de Dios
en los santos por la eternidad. Esto será Su expresión eterna, Su gloria con todas Sus
riquezas, las cuales lo expresarán plena, universal y eternamente (Ap. 21:11).
LA SUPEREMINENTE GRANDEZA
DEL PODER DE DIOS
En Efesios 1:18 y 19 Pablo oró pidiendo que comprendiéramos cuál es la esperanza a que
Dios nos ha llamado, cuáles son las riquezas de la herencia de Dios en los santos, y cuál
es la supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros los que creemos. Con
relación a estos tres asuntos, hay tres palabras claves que debemos saber: esperanza,
gloria y poder. La esperanza es la esperanza a que Dios nos ha llamado, la gloria es la
gloria de la herencia de Dios entre los santos y el poder es el poder que actúa para con
nosotros según la operación del poder de la fuerza de Dios, que El hizo operar en Cristo.
Hemos visto que esta gloria tiene sus riquezas, que comprenden los diversos atributos y
virtudes de Dios. Dios es rico en atributos y virtudes, tales como amor, vida, luz,
humildad, justicia, santidad y longanimidad. Cuando éstos sean completamente
expresados en nosotros, esa expresión será las riquezas de la gloria de Dios. Así vemos
que la esperanza y la gloria son el resultado de las cinco bendiciones, de los cinco
elementos de las buenas palabras con las que Dios habla bien de nosotros.
Hace veinticinco años conduje en Taipéi un estudio completo del libro de Efesios. Pero
en aquel entonces no había visto que la esperanza y la gloria son el resultado de las
bendiciones, y que éstas dependen del poder divino. Ahora veo que después de
mencionar las bendiciones del Dios Triuno con relación a nosotros, Pablo oró pidiendo
que conociésemos la esperanza y la gloria de dichas bendiciones. La gloria es la
expresión de las bendiciones de Dios. El anhelo de Dios al bendecirnos es que seamos Su
herencia. Por ello, debemos heredarlo y disfrutarlo a El. Primero nosotros lo heredamos
a El y luego llegamos a ser Su herencia. Esto resulta de que Dios se forje en nosotros y
nos haga uno con El. Al operar Dios en nosotros, llegamos a ser Su satisfacción y El, la
nuestra. Esta satisfacción mutua es también una herencia mutua, una herencia que
tendrá la gloria que expresa todos los atributos y virtudes de Dios. Esto será la expresión
del Dios Triuno por la eternidad. Esta gloria es nuestra esperanza.
Ahora llegamos al tema de cómo el poder divino lleva a cabo esta esperanza y esta gloria.
Hoy vivimos en una era nuclear y estamos muy conscientes de que para hacer cualquier
cosa se necesita poder. Por ejemplo, el hombre necesitó mucho poder para ir a la luna.
Sin poder, no somos nada. El poder por el cual obtenemos nuestra esperanza es el poder
del que se habla en 3:20, donde Pablo dice que Dios es poderoso para hacer todas las
cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que
actúa en nosotros. La palabra griega que se traduce “actuar” en 3:20 significa operar,
energizar. El poder que está en nosotros no solamente actúa y opera, sino que también
nos energiza. El lenguaje humano es insuficiente para describir la supereminente
grandeza de este poder.
Este poder actúa para con los creyentes. Es semejante a la energía eléctrica que se
trasmite continuamente de la planta generadora a nuestra casa para suplir las
necesidades diarias. Asimismo, el poder divino se trasmite continuamente a nosotros
para constituirnos la herencia que cumple el propósito eterno de Dios.
El versículo 19 también declara que la grandeza del poder de Dios actúa “según la
operación del poder de Su fuerza”. Al escribir Efesios, Pablo agotó prácticamente el
idioma griego. En este versículo, él habla del poder, de la operación y de la fuerza. El usa
distintas palabras para describir la grandeza del poder de Dios que actúa en nosotros.
El gran poder que operó en Cristo primeramente lo resucitó de los muertos. Este poder
venció la muerte, la tumba y el Hades, lugar donde están retenidos los muertos. Debido
al poder de Dios, que es el poder de resurrección, la muerte y el Hades no pudieron
retener a Cristo (Hch. 2:24).
B. Al sentarlo a Su diestra
en los lugares celestiales
La supereminente grandeza del poder de Dios también hizo sentar a Cristo a la diestra
de Dios en los lugares celestiales, “por encima de todo principado y autoridad y poder y
señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el
venidero” (vs. 20-21). La diestra de Dios, donde Cristo fue sentado por la supereminente
grandeza del poder de Dios, es un lugar honorable, un lugar de autoridad suprema. “Los
lugares celestiales” no sólo se refieren al tercer cielo, la cumbre del universo donde Dios
mora, sino también al estado y atmósfera de los cielos, donde Cristo fue sentado por el
poder de Dios.
En el versículo 21 Pablo declara que Cristo se sentó por encima de todo principado y
autoridad y poder y señorío y sobre todo nombre que se nombra. La palabra
“principado” se refiere al cargo más elevado; “autoridad”, a toda clase de poder oficial
(Mt. 8:9); “poder”, a la fuerza de la autoridad; y “señorío”, a la preeminencia que el
poder establece. La autoridad que se menciona en este versículo no solamente incluye
las autoridades angélicas y celestiales, sean buenas o malas, sino también las humanas y
terrenales. El Cristo ascendido fue sentado muy por encima de todo principado,
autoridad, poder y señorío del universo. La expresión “todo nombre que se nombra” no
sólo se refiere a los títulos de honor, sino también a todo lo que tenga nombre. Cristo fue
sentado por encima de todo; todo lo relacionado con este siglo y con el venidero.
En el versículo 22 se dice: “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies”. En tercer lugar, el
gran poder que Dios hizo operar en Cristo sometió todas las cosas bajo Sus pies. El
hecho de que Cristo esté por encima de todo es diferente de que todas las cosas estén
sometidas bajo Sus pies. Lo primero habla de la trascendencia de Cristo; y lo último, de
la sujeción de todas las cosas a El. En esto vemos el poder que somete todas las cosas.
La última parte del versículo 22 declara: “Y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la
iglesia”. En cuarto lugar, el gran poder que Dios hizo operar en Cristo, dio a Cristo por
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La autoridad que Cristo tiene sobre todas las
cosas es un don que Dios le dio. Fue por medio del supereminente poder de Dios, que
Cristo recibió la autoridad sobre todo el universo. Como hombre, en Su humanidad y
con Su divinidad, Cristo fue resucitado de entre los muertos, fue sentado en los lugares
celestiales, todas las cosas fueron sometidas bajo Sus pies, y fue dado por Cabeza sobre
todas las cosas.
En estos versículos vemos cuatro aspectos del poder que operó en Cristo: el poder de
resurrección, el poder de ascensión, el poder que somete, y el poder que reúne todas las
cosas bajo una cabeza. Este cuádruple poder es dado a la iglesia. La frase “a la iglesia”
del versículo 22 denota una trasmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, logró y obtuvo es
trasmitido ahora a la iglesia, Su Cuerpo. En esta trasmisión, la iglesia participa con
Cristo de todos Sus logros: Su resurrección, Su trascendencia sobre todo, la sujeción de
todas las cosas bajo Sus pies y la autoridad que El tiene sobre todas las cosas.
La iglesia procede de este poder. La preposición “a” hace alusión al origen de la iglesia.
Este poder, el cual es trasmitido a la iglesia, nos llevará a la gloria y hará que nuestra
esperanza se haga una realidad. Tanto de la esperanza como de la gloria participaremos
en el futuro, pero el poder está disponible hoy.
Si conociéramos la supereminente grandeza del poder divino que operó en Cristo, jamás
usaríamos nuestra debilidad como excusa. Comparado con este poder, nuestra debilidad
no es nada. El poder divino puede levantarnos de entre los muertos, aunque estemos
muertos, sepultados y hedamos como Lázaro. Las hermanas, con la intención de que me
compadezca de ellas, a menudo me dicen que son vasos frágiles. Y efectivamente, 1
Pedro 3:7 afirma esto. Sin embargo, no me conmueven con su debilidad porque ellas
disponen del poder nuclear celestial. Con este poder, no existe la debilidad.
En Efesios 1:22 se da a entender que todas las cosas fueron sometidas bajo nuestros
pies, y debemos creerlo. Si no lo creemos, nos rebelamos contra las palabras de nuestro
Padre. Nuestro Padre no miente; todo lo que El dice es verdad. Por tanto, debemos
aceptar Su Palabra y creerla. Hagamos a un lado nuestros sentimientos y nuestra
condición. No digamos que hay ciertas situaciones que no pueden estar bajo nuestros
pies. La verdad es que estamos muy por encima de todo y que el poder divino ha
sometido todas las cosas bajo nuestros pies, incluyendo las situaciones difíciles. No
debemos permitir que las circunstancias nos distraigan; tampoco debemos creer en
ellas. Olvidémonos de todo y simplemente tomemos la palabra, creámosla y
declarémosla. ¡Aleluya por el poder que lo somete todo!
Damos gracias al Señor por el poder que reúne todas las cosas bajo una cabeza y que dio
a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. No debemos interpretar
erróneamente lo que Pablo dijo en 1:22 y pensar que nosotros somos la cabeza; eso sería
un grave error. Siempre debemos estar conscientes de que estamos sometidos a la
Cabeza. Sin embargo, al estar sometidos a la Cabeza, participamos del poder que somete
todas las cosas. Aunque no somos la Cabeza, participamos en el sometimiento de todas
las cosas.
Ya que dentro de nosotros está el poder trascendente que nos pone por encima de todo,
debemos levantarnos, salir de nuestra debilidad y creer en la palabra que afirma que
estamos en dicha posición. Todos debemos ver esto, creerlo y declararlo. Además,
debemos saber que todas las cosas están sometidas bajo nuestros pies. No creamos en
nuestra condición; antes bien, tomemos la Palabra y proclamemos todo lo que ésta
declara. Además, nosotros mismos debemos someternos a la autoridad de Cristo. Si lo
hacemos, participaremos en el sometimiento de todas las cosas. El resultado de todo
esto es la vida de iglesia. Todos los problemas que surgen en la vida de iglesia se deben a
que no conocemos plenamente el poder divino. Si conocemos plenamente este poder y
vivimos por él, llevaremos una vida de iglesia maravillosa, una vida de iglesia libre de
problemas.
Hemos mencionado que el llamamiento de Dios es la suma total de las buenas palabras
con las que El nos bendice. Sus bendiciones nos hacen santos y nos constituyen hijos de
Dios y herencia de Dios. Así que, seremos un tesoro digno de ser la herencia de Dios.
Dios es sublime, grandioso y sumamente precioso; con todo, El nos recibirá a nosotros
como herencia. Pero si vemos nuestra condición, nos daremos cuenta de que no somos
dignos de que El nos herede. Sin embargo, Dios operará en nosotros y nos hará dignos,
preciosos y valiosos; hará de nosotros un tesoro único en el universo y nos recibirá como
herencia. Dios nos considera a nosotros, Sus escogidos, Su posesión especial. No
obstante, lo único que hará posible que seamos el tesoro de Dios, Su posesión peculiar,
es que El opere en nuestro ser. Dios es el tesoro, y como tal, se forja a Sí mismo en
nosotros para que seamos Su tesoro.
LA NUEVA JERUSALEN
Ya vimos que el ser hechos santos, ser constituidos hijos de Dios y llegar a ser Su
herencia, son tres aspectos importantes de las bendiciones de Dios. Estos aspectos se
ven en la Nueva Jerusalén. De acuerdo con Apocalipsis 21, la Nueva Jerusalén será una
ciudad santa, una ciudad en la cual se verá la santidad de Dios. Además, la Nueva
Jerusalén la conformarán los hijos de Dios. Apocalipsis 21:7 declara que el que venza
heredará todas las cosas y será hijo de Dios. Esto indica que la Nueva Jerusalén es la
totalidad de la filiación divina. Además, ella será un tesoro, una herencia, tanto para
Dios como para nosotros. En la Nueva Jerusalén, Dios nos disfrutará como Su tesoro, y
nosotros lo disfrutaremos a El como nuestro tesoro. Por tanto, la Nueva Jerusalén será
una herencia mutua y una satisfacción mutua para Dios y para nosotros. La Nueva
Jerusalén será la corporificación de la santidad, una entidad compuesta de los hijos de
Dios y una herencia mutua para Dios y para el hombre. Además, la Nueva Jerusalén
tendrá la gloria de Dios, la cual es la gloria de la herencia de Dios, las riquezas de la
gloria de Su herencia entre los santos. Esta gloria es nuestra esperanza hoy.
Esta esperanza se cumple por medio de la supereminente grandeza del poder de Dios. El
poder que se manifiesta en el cristianismo fundamental es muy limitado, y el que
experimentan en el cristianismo pentecostal es inadecuado. Efesios 1 habla de un poder
que actúa para con nosotros los creyentes. Como personas que creemos en el Señor
Jesús y en la Biblia, podemos proclamar: “¡Aleluya, yo creo! Creo en el Señor Jesús y
creo en la Palabra de Dios”. Para recibir el poder divino, no es necesario ayunar ni orar,
ya que este poder actúa para con nosotros los que creemos. Al creer, tenemos la posición
y somos aptos para recibir el poder de Dios. ¡Aleluya! ¡Este poder opera en nosotros los
que creemos!
Con respecto a la fe, primero debe existir el hecho; Dios viene y nos habla de ello, y
nosotros creemos lo que El dice. Así funciona la fe cristiana. Aunque no podemos ver el
hecho de que Cristo resucitó de entre los muertos y que está sentado en los lugares
celestiales por encima de todo, con todo y eso, permanece un hecho innegable. Además,
es un hecho que todas las cosas fueron sometidas bajo Sus pies y que El fue dado por
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Estos son hechos que ocurrieron en el universo,
y Dios, mediante Su santa Palabra, nos los hace saber. Luego nosotros creemos lo que El
nos declara y expresamos lo que El expresa. Así funciona la fe. No solamente debemos
leer y estudiar la Biblia, sino también proclamar lo que dice. Aunque algunas personas
nos condenen por repetir los versículos de la Biblia, en lugar de cesar, los repetiremos
más.
Actualmente se lleva a cabo en el universo una trasmisión, la cual proviene del Señor,
quien está en los cielos, y llega a la iglesia. Efesios 1:19 dice que esta trasmisión actúa
“para con nosotros los que creemos”. Además, 1:22 dice: “Y sometió todas las cosas bajo
Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. La preposición “a” denota
una trasmisión. El poder que actúa para con nosotros es el Dios Triuno mismo. Este
poder no solamente es el poder creador, sino también el poder que pasó por la
encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Después de estos pasos, el Dios
Triuno viene a nosotros como tal poder. Por tanto, este poder incluye el poder de la
creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Es un poder todo-
inclusivo. El poder que actúa para con nosotros los que creemos es el propio Dios
Triuno, el Creador del universo, quien se encarnó, pasó por la crucifixión, entró en la
resurrección, ascendió y descendió a nosotros. Este poder fue instalado en nosotros, así
como la electricidad se instala en un edificio.
Debemos creer que este poder está ahora en nosotros. Muchos de nosotros somos muy
naturales, muy lógicos, y decimos: “¿Cómo es posible que este poder esté en mí? Sé que
me arrepentí, que confesé mis pecados a Dios, y creo y confío en El. Entiendo que Dios
me salvó, me perdonó y me purificó con la preciosa sangre de Cristo; con todo, en el
momento que creí no sentí que el poder divino fuera instalado en mí. ¿Quiere usted
decir que un poder todo-inclusivo, el Padre, el Hijo y el Espíritu, el poder que operó en
la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, se haya forjado
en mí? Simplemente no siento que tenga ese poder, y sería ilógico afirmar que lo tenga”.
La lógica siempre se opone a la fe y viceversa. Con respecto al poder divino que se
trasmite continuamente a nosotros, no tratemos de ser lógicos; simplemente ejerzamos
la fe.
Debido a que es crucial que los creyentes conozcan debidamente este poder, el apóstol
Pablo oró pidiendo que recibiésemos un espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno
conocimiento de Dios y que conociésemos la supereminente grandeza del poder que es
para con nosotros los que creemos. Si bien es cierto que dentro de nosotros está este
poder grande y supereminente, nuestra necesidad hoy es conocerlo. Estemos
conscientes o no, actualmente se lleva a cabo una trasmisión desde el tercer cielo, donde
está Dios, hasta nosotros. Es esta trasmisión la que nos distingue de los incrédulos.
Gracias al poder que actúa en nosotros, nos es imposible abandonar nuestra fe. Quiero
reiterar que dentro de nosotros está instalado el poder divino, y que este poder es el
Dios Triuno, quien pasó por la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y
la ascensión, y que se instaló en nosotros como el poder todo-inclusivo. Así que, existe
una conexión divina entre nosotros y el tercer cielo. Lo que necesitamos ahora es
conocer la supereminente grandeza de este poder.
LA RELACION ENTRE
LA PROCLAMACION Y LA EXPERIENCIA
Debemos leer repetidas veces estos versículos de Efesios hasta que dejen una profunda
impresión en nosotros y los podamos proclamar. Debemos declararlos todos los días a
nosotros mismos, a nuestros familiares, a los hermanos y hermanas, a los ángeles, a los
demonios y a todo lo creado. Cuanto más hablemos de este poder, más
experimentaremos su trasmisión a nosotros.
Finalmente, si ejercemos fe en esta trasmisión y proclamamos lo que creemos, la iglesia
surgirá de una manera práctica. Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la
iglesia. Debemos creer esto y declararlo continuamente. Si deseamos llevar una vida de
iglesia mejor, les sugiero que todos proclamemos Efesios 1:19-23 diez veces al día, y
veamos lo que sucede. Es mucho mejor hablar de esto, que hablar vanamente de los
hermanos y hermanas, o de los problemas de la iglesia. Criticar a los santos no nos
levanta ni nos fortalece; al contrario, nos debilita. Si todos los santos hablan de esta
manera, la vida de iglesia desaparecerá. Por tanto, declaremos 1:19-23 y olvidémonos de
la condición de las iglesias, los ancianos y los hermanos y hermanas. Insto a que por un
período de diez días, toda la iglesia proclame estos versículos diez veces al día. Estoy
seguro de que si lo hacemos, la vida de iglesia se elevará, pues al proclamar esto,
activaremos la trasmisión. De esta manera se nos infundirá el poder divino, procedente
de la trasmisión celestial. Puedo testificar por experiencia que esto sucederá.
Efesios 1:22 y 23 dice: “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre
todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo”. En este pasaje, las palabras “a” (v. 22) y “para con” (v. 19) aluden a una
trasmisión que se lleva a cabo de Cristo a la iglesia. Ni siquiera nosotros, los que
estamos en la vida de iglesia, sabemos plenamente lo que transcurre entre Cristo y la
iglesia. Dicha trasmisión se inició en el día de Pentecostés y continúa hasta el día de hoy.
Esta trasmisión no se efectúa de una vez por todas. Según nuestra mentalidad, hay
ciertas cosas que ocurren de una sola vez y para siempre. Tomemos por ejemplo el
hecho de ser crucificados con Cristo. Los que hacen hincapié en el aspecto objetivo de
las enseñanzas de la Biblia afirman que nuestra crucifixión con Cristo ocurrió de una vez
por todas. En cierto sentido estoy de acuerdo con esto, porque Cristo murió y no
necesita morir otra vez. Además, El fue resucitado de una vez por todas y no necesita
volver a resucitar. Todo lo que El logró por nosotros, lo hizo de una vez por todas. Sin
embargo, no sucede lo mismo con la aplicación, la cual aún continúa. Según Gálatas
2:20, pareciere que Pablo fue crucificado juntamente con Cristo de una vez por todas;
sin embargo, conforme a 2 Corintios 4, la muerte de Cristo operaba en él
continuamente. Así que, por un lado, la muerte de Cristo ocurrió una sola vez y para
siempre, pero por otro, la experimentamos durante toda nuestra vida cristiana. De la
misma manera, el poder que operó en Cristo al resucitarlo de los muertos, al sentarlo a
la diestra de Dios en los lugares celestiales, al someter todas las cosas bajo Sus pies y al
darlo por Cabeza sobre todas las cosas, operó una sola vez y para siempre. No obstante,
Cristo, quien es la Cabeza de todas las cosas, fue dado a la iglesia, y la supereminente
grandeza del poder que operó en El actúa para con nosotros los que creemos. El poder
divino no se trasmite a la iglesia de una vez por todas; al contrario, es trasmitido de
manera continua.
Esta trasmisión comenzó el día de Pentecostés y sigue continuando hasta el día de hoy;
sigue activa ahora en torno a la iglesia. Aunque la electricidad fue instalada en nuestro
edificio una sola vez, ésta se trasmite continuamente. Del mismo modo, todo lo que
logró Cristo en calidad de Cabeza, se trasmite continuamente a Su Cuerpo. El poder
divino se seguirá trasmitiendo a la iglesia por la eternidad y nunca cesará.
SOMOS EL CUERPO
EN LA NUEVA CREACION
Desde que llegué a este país, he oído a los cristianos hablar del Cuerpo y del ministerio
del Cuerpo. Esto me ha inquietado mucho, porque me doy cuenta de que no saben lo
que dicen. Cuando hablan del ministerio del Cuerpo, ellos se refieren a tener varios
predicadores en lugar de uno solo. El Cuerpo no es una organización, sino un organismo
constituido por todos los creyentes regenerados, y tiene como fin que la Cabeza se
exprese y lleve a cabo Sus actividades.
Se requirió un poder extraordinario para enviar una nave espacial de la tierra a la luna.
Pero el poder que se necesitó para que Cristo ascendiera de la tierra al tercer cielo fue
todavía mayor. Fue la supereminente grandeza del poder de Dios la que resucitó a Cristo
de los muertos, lo sentó a la diestra de Dios en los lugares celestiales, sometió todas las
cosas bajo Sus pies y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Ahora este
poder se trasmite a la iglesia.
DOS CREACIONES
Con respecto a nosotros los que creemos, existen dos creaciones: la vieja creación y la
nueva. Debemos reconocer que la vieja creación todavía está con nosotros. ¡Detesto que
todavía permanezca con nosotros y quisiera despojarme de ella! A algunos cristianos,
sin embargo, no les molesta; más bien, la aprecian. ¿Aborrece usted realmente la vieja
creación, la carne y el hombre natural? Lo dudo. Si yo lo reprendiera a usted por ser
natural y carnal, se ofendería. Pero si lo alabara y le dijera cuán simpático y bueno es, se
sentiría halagado. Esta es una prueba contundente de que todavía le gusta el viejo
hombre. Si aborreciera su carne y su hombre natural, no le molestaría ser reprendido;
por el contrario, se sentiría agradecido.
Hemos visto que el Cuerpo de Cristo no existía antes de la crucifixión de Cristo, sino que
se produjo después de la ascensión, cuando algo del Cristo ascendido se infundió en los
creyentes. Esto indica que la trasmisión del Cristo ascendido produce el Cuerpo. Todo lo
que hablemos en la vida de iglesia, en el ministerio, o en la comunión, debe ser fruto de
esta trasmisión. Si lo que expresemos proviene de dicha trasmisión, proviene del
Cuerpo; de lo contrario, proviene de otra fuente. En el Cuerpo no hay nada natural, nada
de la carne, nada de la vieja creación. Todos debemos tener esta visión. Debemos leer
estos versículos una y otra vez hasta que la luz resplandezca sobre nosotros. Cuando
recibamos esta visión, diremos: “Indudablemente el Cuerpo no proviene del hombre
natural, sino de la trasmisión del Cristo ascendido”. ¡Alabado sea el Señor porque en la
vida de iglesia se lleva a cabo la trasmisión celestial en todos nosotros!
LA EXPERIENCIA DE LA TRASMISION
El día que fuimos salvos, se instaló en nuestro espíritu el poder celestial. Lo que
necesitamos ahora no es que se nos vuelva a instalar, sino que la trasmisión del poder se
nos infunda continuamente. Si abrimos nuestro corazón, purificamos nuestro corazón y
nuestra conciencia, y permitimos que nuestra mente sea sobria, que nuestra parte
emotiva sea ferviente y que nuestra voluntad sea sumisa, experimentaremos la
trasmisión y obtendremos el poder y las riquezas. Entonces, en vez de estar en el
hombre natural, estaremos en resurrección y en ascensión. Cuando disfrutamos esta
trasmisión, a veces hasta perdemos noción de donde estamos, pues estamos
completamente uno con Cristo. En tal estado es difícil determinar si estamos en la tierra
o en los cielos.
Cuando Cristo se trasmite a nosotros, esta trasmisión nos adhiere a El y nos hace uno
con El, igual que en el ejemplo de las luces de este salón, las cuales están conectadas a la
corriente que viene de la planta eléctrica. Además, la trasmisión divina es inagotable.
Cuanto más hablamos, más tenemos para decir. Cuanto más ministramos, mayor
suministro tenemos. Es en esta trasmisión que tenemos la vida de iglesia y que se
ejercen las funciones del Cuerpo.
Vuelvo a reiterar que la trasmisión celestial está destinada a la iglesia. Por medio de la
trasmisión, el Cuerpo es real, genuino, viviente y dinámico.
LA PLENITUD DE CRISTO
El versículo 23 dice que el Cuerpo es “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El
Cuerpo de Cristo es Su plenitud. La plenitud de Cristo resulta del disfrute que tenemos
de las riquezas de Cristo (3:8). Al deleitarnos de Sus riquezas, llegamos a ser Su
plenitud, Su expresión.
Esta es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Cristo, quien es el Dios infinito e
ilimitado, es tan grande que lo llena todo en todo. Un Cristo tan grandioso necesita que
la iglesia sea Su plenitud para que lo exprese completamente.
No debemos tomar esto como una simple enseñanza; al contrario, debemos llevarlo a la
práctica. Si lo ponemos en práctica, disfrutaremos de las riquezas de Cristo cada vez que
leamos la palabra de Dios. Por medio de la trasmisión, la Biblia se convierte en otro
libro. ¡Oh, cuán inescrutables son las riquezas de Cristo! En la trasmisión, las
inescrutables riquezas de Cristo llegan a ser nuestro disfrute; ellas llegan a ser también
los elementos constitutivos de nuestro ser espiritual. Esto produce el Cuerpo como la
plenitud del Cristo que todo lo llena en todo.
La trasmisión nos conecta al Cristo ascendido. En esta trasmisión disfrutamos a Cristo
según lo que consta en la Biblia. Todo lo que leemos en la Biblia llega a ser real para
nosotros mediante esta trasmisión. Es de esta manera que las riquezas de Cristo llegan a
ser nuestro disfrute.
Me gustan particularmente dos frases de Efesios 1: “para con nosotros los que creemos”,
y “a la iglesia”. El poder divino fue instalado en nosotros de una vez por todas, pero se
nos trasmite continuamente. En esta trasmisión disfrutamos a Cristo y llevamos una
vida de iglesia apropiada.
Efesios 1 comienza con lo bueno que Dios ha hablado con respecto a nosotros y concluye
con el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Esto indica que el Cuerpo,
la plenitud de Cristo, es producto de las bendiciones de Dios. Las palabras “a la iglesia”
del versículo 22 son muy importantes, pues indican que todo lo que el Dios Triuno
experimentó, tal como la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, es
trasmitido a la iglesia. La iglesia no tiene absolutamente nada que ver con la vieja
creación, la cual fue eliminada en la cruz y sepultada con Cristo. Todo lo que se trasmite
a la iglesia pertenece completamente a la nueva creación. La iglesia es el resultado de
dicha transmisión.
Este mensaje presentará la conclusión del capítulo uno. En este capítulo hay siete
asuntos cruciales que requieren el mismo factor básico para su cumplimento, y son: el
hecho de que Dios nos escogió para que fuésemos santos y sin mancha delante de El (v.
4), el que nos predestinó para que llegásemos a ser Sus hijos (v. 5), el que el Espíritu nos
selló con miras a que llegásemos a ser redimidos por completo (vs. 13-14), la esperanza a
que Dios nos llamó, la gloria de Su herencia en los santos (v. 18), el poder que nos hace
partícipes de los logros de Cristo (vs. 19-22) y el Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo
lo llena en todo (v. 23). Todos estos asuntos se cumplen al impartirse el Dios Triuno en
nosotros y al forjarse en nuestro ser. La plenitud de Aquel que todo lo llena en todo y la
alabanza de Su gloria expresada, es lo que resulta cuando lo divino es impartido en
nuestra humanidad. De hecho, el capítulo uno constituye una revelación de la excelente
y maravillosa economía de Dios, la cual comienza con el hecho de que Dios nos escogió
en la eternidad pasada y se extiende a la producción del Cuerpo de Cristo, cuyo fin es
expresar a Cristo por la eternidad.
Cuando usted oye decir que el Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser, quizás
piense que en Efesios 1 no existe tal palabra ni tal concepto. Sin embargo, el Dios Triuno
ciertamente se revela en dicho capítulo. Aunque en él no encontramos la palabra
“impartido”, sí se encuentra la palabra “dispensación” (v. 10, gr.), la cual alude a una
impartición. Recordemos que la dispensación de la plenitud de los tiempos abarca todas
las edades. El hecho de que seamos hijos de Dios demuestra que Dios se ha impartido en
nosotros. Si Dios el Padre no se hubiera impartido en nosotros, ¿cómo podríamos ser
Sus hijos? Dios el Padre nos predestinó para que fuéramos Sus hijos; sin embargo,
caímos y fuimos constituidos pecadores. ¿Cómo podían los pecadores llegar a ser hijos
de Dios? La única manera es que Dios naciera en ellos, es decir, que los regenerara.
Tener a Dios en nuestro ser implica que El se imparte en nosotros. Al regenerarnos, Dios
se imparte en nosotros. Además, ya mencionamos que Dios está haciendo de nosotros
un tesoro, una herencia preciosa, al forjarse a Sí mismo en nosotros. Por tanto, el
concepto básico de este capítulo es que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se forja
en nuestro ser.
I. AL ESCOGERNOS DIOS
Dios nos escogió antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin
mancha” (v. 4). ¿Cómo podemos ser santos? ¿Podríamos serlo siguiendo las llamadas
enseñanzas de santidad en cuanto a la vestimenta, maquillaje y cortes de pelo? ¡Claro
que no! La santidad es la naturaleza de Dios, y ser santos consiste en que la naturaleza
divina se forje en nosotros. Si no tenemos la naturaleza de Dios, es imposible ser santos.
Para ser santos, necesitamos ser saturados con la naturaleza santa de Dios.
Ser santo supone algo más que una separación. Algunos maestros cristianos dicen que
ser santo equivale a estar separado; se oponen al concepto de que la santidad es una
perfección impecable. Se valen de las palabras del Señor Jesús, que dijo que el oro es
santificado por el templo (Mt. 23:17), para sostener que la santificación es simplemente
una separación, y no una vida sin pecado. Esto es correcto. Sin embargo, sólo abarca un
aspecto de la santificación, el que tiene que ver con nuestra posición, mas no el aspecto
de ser santificado en nuestra manera de ser, según se revela en Romanos 6. Cuando Dios
se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser, y nosotros somos saturados de El,
nuestra manera de ser es santificada. De este modo llegamos a ser santos. Al final, la
Nueva Jerusalén será una ciudad santa, no sólo separada de todo lo común, sino
también completamente saturada de Dios. Esto es lo que significa ser santo. El hecho de
que Dios el Padre nos haya escogido para ser santos indica que El desea entrar en
nuestro ser y saturarlo con Su naturaleza santa. Si Su naturaleza no se forja en nosotros,
no podemos ser santos.
II. AL PREDESTINARNOS DIOS
El versículo 5 dice que Dios el Padre nos predestinó para filiación. Si la vida del Padre
no hubiera entrado en nosotros, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? ¡Sería imposible! La
filiación requiere que el Padre nos sature con Su vida. Nosotros no somos hijos políticos
ni hijos adoptivos de Dios; somos hijos que tienen la vida y la naturaleza de Dios. Puesto
que nacimos de Dios, y Dios nació en nosotros, El mora en nosotros. Esto implica que
Dios el Padre se forja en nuestro ser. La única manera de ser hijos de Dios es que El se
imparta en nosotros y se forje en nuestro ser. ¡Aleluya, somos hijos de Dios, nacidos de
El!
Como creyentes, fuimos sellados con el Espíritu Santo (v. 13). El Espíritu es el Dios
Triuno que llega a nosotros. El Dios que está en los cielos es el Padre, pero cuando viene
a nosotros, El es el Espíritu. El Espíritu es el sello de Dios. Ser sellados con el Espíritu
Santo equivale a que Dios se imparte a nuestro ser. Ya mencionamos que el sello es un
sello vivo y que se mueve dentro de nosotros; el Espíritu nos sella constantemente con la
esencia de Dios. Ser sellados de esta manera equivale a ser saturados con todo lo que
Dios es. Por consiguiente, el sellar del Espíritu Santo también denota que Dios se forja
en nosotros.
Los cristianos generalmente pasan por alto esta comprensión subjetiva en cuanto a ser
sellados por el Espíritu. La mayor parte de ellos tienen enseñanzas objetivas al respecto,
mas no experiencias subjetivas. No comprenden que cuando el Espíritu nos sella, Dios
forja Su esencia en nuestro ser.
V. EN LA GLORIA DE LA HERENCIA
DE DIOS EN LOS SANTOS
Efesios 1:18 menciona también las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en los
santos. Si Dios no se forja en los santos, ¿cómo pueden ellos ser hechos Su herencia, Su
posesión particular? Los santos llegan a ser tan preciosos para El al ser saturados de la
esencia divina. Es así como los pecadores llegan a ser el tesoro especial de Dios. En el
universo solamente Dios es valioso. Ahora, el Dios precioso, de valor incomparable, se
forja en nuestro ser para constituirnos Su gloriosa herencia. Cuando la Nueva Jerusalén
se manifieste, ella será la herencia valiosa que resplandecerá con la gloria de Dios. Por
tanto, el hecho de que los santos lleguen a ser la herencia gloriosa de Dios, Su tesoro
precioso, indica que El se forja en ellos.
El Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser al trasmitírsenos el poder divino, que
nos capacita para participar de los logros de Cristo y ser Su Cuerpo (vs. 19-23). Cristo
obtuvo los logros más sublimes del universo; El creó el mundo, se encarnó, fue
crucificado, resucitó y ascendió a la diestra de Dios en los lugares celestiales. Todos
estos logros están destinados a la iglesia. Como ya mencionamos, las palabras “a la
iglesia” del versículo 22 implican una trasmisión, la cual es un acto de impartición. Todo
lo que Cristo experimentó, logró y obtuvo, se trasmite ahora a la iglesia.
Los creyentes en su mayoría no tienen este concepto; más bien, ellos están llenos de
enseñanzas éticas con las cuales se entretienen. Por esta razón debemos recalcar el
hecho de que el Dios Triuno desea saturarnos consigo mismo.
Supongamos que se inyecta tinta roja en el centro de un pedazo de algodón; poco a poco,
el algodón absorberá la tinta. De esta manera, la tinta satura gradualmente el algodón.
Nosotros somos como ese algodón. Un día, la tinta roja celestial fue depositada en el
centro de nuestro ser; desde ese momento, la tinta, que es Dios mismo, nos ha ido
saturando. Ahora nuestra responsabilidad no es imitar la tinta ni copiarla, sino
absorberla, es decir, permitir que nos sature. Al ser totalmente saturados con la tinta
celestial, llegamos a ser la tinta misma, pues llegamos a asimilarla. Este concepto básico
del Nuevo Testamento no figura en las enseñanzas del cristianismo de hoy. Si captamos
este pensamiento básico, nuestra vida cristiana y nuestros conceptos cambiarán
radicalmente.
Repasemos los siete ítemes enumerados en el capítulo uno, los cuales comprueban que
Dios se imparte y se forja en nosotros. El primero tiene que ver con la santidad. La única
manera de ser santos es que Dios se imparta en nosotros. Cuando Dios nos escogió, Su
intención no era que usáramos cierto estilo de ropa o que nos peináramos de cierta
manera. Tenemos que desechar ese concepto de lo que es santidad. La santidad es el
propio Dios forjado en nuestro ser. Debemos darle la debida importancia a la
impartición de Dios en nosotros. Cómo nos vistamos depende de El. Dios es viviente,
real y sensible. Ser santos es ser saturados de El.
La esperanza de gloria también está relacionada con el hecho de que el Dios Triuno se
imparte en nosotros y se forja en nuestro ser. De acuerdo con la enseñanza cristiana
comúnmente aceptada, un día repentinamente nos daremos cuenta de que hemos sido
transportados a una esfera de gloria. Sin embargo, la única manera de ser glorificados es
que Dios nos sature consigo mismo día tras día. La carga de mi ministerio es que
ustedes sean saturados del Dios Triuno. Anhelo que el Dios Triuno se imparta en
ustedes y que ustedes sean saturados de El. Esta saturación perdurará para siempre; no
puede ser erradicada. La gloria es el resultado de dicha saturación. Por lo tanto, la vida
cristiana consiste en ser saturados con el Dios Triuno. Un día, por medio de esta
saturación, seremos glorificados.
El poder divino que nos es trasmitido nos satura con el Dios Triuno. Hemos visto que
este poder está dirigido a la iglesia, que actúa para con nosotros los que creemos. La
palabra griega traducida “para con” en el versículo 19 también puede traducirse “en”.
Así que, el poder divino actúa en nosotros los que creemos. Esto comunica la idea de
una saturación. Cada parte y área de nuestro ser debe ser saturado del poder divino.
Esto es lo que el Señor lleva a cabo en Su recobro hoy.
El día en que nos arrepentimos, el poder divino fue instalado en nosotros. Ahora este
poder no sólo está en las alturas, sino también en nosotros. Cuando abrimos nuestro ser,
este poder es activado y nos satura con la esencia divina, la cual nos es trasmitida desde
los cielos. Hoy esta trasmisión opera en nosotros como la sangre que circula en nuestro
cuerpo. Debido a que no siempre estamos abiertos a ella, o a que tenemos problemas
relacionados con nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra parte emotiva o nuestra
voluntad, la trasmisión se ve restringida temporalmente. Si deseamos experimentar una
trasmisión continua, debemos arrepentirnos, confesar nuestras faltas y desprendernos
de todo lo que nos estorbe. Entonces la trasmisión se restaurará y seguirá saturando
todo nuestro ser.
Nosotros somos la iglesia gracias a que el Dios Triuno se imparte a nosotros y se forja en
nuestro ser. Ahora entendemos por qué la iglesia se menciona al final del capítulo uno.
La iglesia no se produce organizando a los santos; ella es producto de la trasmisión que
proviene del Cristo ascendido. La iglesia que se produce de esta manera es el Cuerpo.
Hay quienes se llaman “iglesias”, pero no son el Cuerpo, porque no son un organismo,
sino algo así como un cuerpo artificial, una organización. La iglesia es el organismo
producido por la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. La iglesia, el Cuerpo de Cristo, es
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
¡Qué grandioso es ver que el capítulo uno de Efesios concluye con el Cuerpo! La iglesia
como Cuerpo de Cristo es fruto de todo lo bueno que Dios ha hablado con respecto a
nosotros, y el factor básico de estas bendiciones es que la vida divina se imparte en
nosotros y se forja en nuestro ser. La iglesia es el resultado de las bendiciones de Dios, el
factor básico de las cuales el Dios Triuno se imparte y se forja en nosotros. La
impartición divina comenzó en la eternidad pasada y pasó por la creación, encarnación,
crucifixión, resurrección y ascensión; y ahora llega a Sus elegidos para hacer de ellos el
pueblo santo de Dios, los hijos de Dios, personas selladas, y el Cuerpo como plenitud de
Cristo.
El Cuerpo es producto de la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. Esta trasmisión es la
suma de todo lo bueno que Dios ha pronunciado con respecto a nosotros. Para disfrutar
de la trasmisión, se necesita una mente sobria, una parte emotiva ferviente, una
voluntad sumisa y una conciencia pura. Al experimentar esta trasmisión, llegamos a ser
el Cuerpo. Lo que necesitamos hoy es recibir más de esta trasmisión todo-inclusiva.
¡Aleluya porque el Dios Triuno se trasmite a nosotros! Así que, no tenemos vanas
enseñanzas; antes bien, experimentamos una impartición, una trasmisión y una
saturación. Este es el concepto básico de Efesios 1.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTE
En este mensaje llegamos al capítulo dos de Efesios. Hemos visto que en el capítulo uno
no se menciona la misericordia de Dios debido a que ahí todo es excelente. Sin embargo,
el capítulo dos describe una situación miserable, una situación que requiere la rica
misericordia de Dios. En este mensaje examinaremos los tres primeros versículos del
capítulo dos.
Efesios 2:1 dice: “Y vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Según la
gramática, la conjunción “y” indica que la última oración del capítulo uno no está
completa. El último versículo del capítulo uno revela que la iglesia, el Cuerpo de Cristo,
fue producida por Cristo mediante lo que El logró. Ahora el capítulo dos revela el
trasfondo, la esfera de muerte, de donde fue producida la iglesia.
En el capítulo uno el apóstol Pablo expresa muchas cosas excelentes. Declara que la
iglesia llega a existir mediante la maravillosa trasmisión del Cristo ascendido. En el
capítulo uno Pablo habla de Cristo y del poder que operó en El resucitándolo de los
muertos, sentándolo en los lugares celestiales por encima de todo, sometiendo todas las
cosas bajo Sus pies y dándolo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su
Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Pero como ya mencionamos, la
iglesia tiene otro lado; se puede apreciar por el lado de Cristo y también por el lado
nuestro. Por ello, en 2:1 Pablo dice: “Y vosotros”. La iglesia no solamente tiene el aspecto
de la divinidad, sino también el aspecto de la humanidad. En el capítulo uno, vemos que
la iglesia se produce al trasmitírsele la divinidad, mientras que en el capítulo dos vemos
que la iglesia procede de la humanidad. La conjunción “y” al comienzo de Efesios 2:1
tiene mucha importancia, pues une estos dos aspectos de la iglesia.
A. Muertos espiritualmente
En 1947, mientras predicaba el evangelio en Shanghai el primer día del año, le dije a los
que me escuchaban: “Amigos, los predicadores cristianos debemos ser sinceros y
decirles a ustedes cuál es su verdadera condición. Ustedes no solamente son pecadores,
sino que todos están muertos. Todos están en un ataúd y en una tumba. Tal vez se
consideren damas y caballeros cultos, pero en realidad son personas muertas y
sepultadas. Les digo esto porque ahora Cristo quiere darles vida y sacarlos del ataúd”.
Esta es una buena manera de predicar el evangelio.
Debido a que el libro de Romanos trata el tema del pecador, no recalca el hecho de que
las personas caídas están muertas; hace hincapié, más bien, en los pecados y en el
pecado. Sin embargo, el libro de Efesios pone énfasis en la muerte, en la necesidad de
personas que están muertas. La salvación revelada en Romanos se basa en la justicia.
Según Romanos 1:16-17, el evangelio de Dios es poderoso para salvar porque en él se
revela la justicia de Dios. En Romanos, Dios nos salva mediante Su justicia y con ella.
Pero en Efesios, Dios salva a los muertos con la vida. La justicia no le beneficia a
personas muertas. Lo que ellas necesitan es vida. Muchos cristianos no entienden
claramente la diferencia entre ser salvos por medio de la justicia y ser salvos mediante la
vida. Por ello, citan Efesios para hablar de la salvación que se basa en la justicia. Puesto
que somos pecadores y estamos muertos, necesitamos tanto la justicia como la vida;
tanto la salvación descrita en Romanos, como la salvación que se revela en Efesios.
Al estar muertos en delitos y pecados, perdimos la función que nos capacitaba para
relacionarnos con Dios. La muerte espiritual anuló la función de nuestro espíritu. No
importa cuán activos hayamos estado en nuestro cuerpo y en nuestra alma, estábamos
muertos en nuestro espíritu y no podíamos contactar a Dios.
C. En delitos y pecados
El versículo 1 dice que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Los delitos son
actos que sobrepasan el límite de derecho, y los pecados son actos malignos. Antes de
ser salvos, estábamos muertos en delitos y pecados. Fue de esta condición de muerte
que fuimos salvos para ser la iglesia, el Cuerpo. Los muertos han sido vivificados para
ser un organismo vivo que expresa a Cristo.
Creo necesario añadir algo con respecto a los delitos. Al correr en una carrera, el
corredor debe permanecer dentro de ciertos límites. Salirse de dichos límites equivale a
cometer una ofensa. Uno tiene derecho a correr dentro de esos límites, pero si se sale de
ellos, traspasa sus derechos.
Hace algunos años recibí ayuda de un hermano que había estado aprendiendo las
lecciones de la vida. Un día testificó que, habiendo sido alumbrado por Dios, se daba
cuenta de que si tocaba a la puerta de la habitación de alguien y nadie contestaba, no
tenía derecho a entrar en dicha habitación, pues si lo hacía, sobrepasaba sus derechos.
Este testimonio me ayudó inmensamente. Desde entonces, cada vez que visitaba la casa
de alguien, me limitaba a permanecer en la habitación que se me pedía que me sentara.
No me tomaba la libertad de entrar en otras habitaciones de la casa, pues si lo hubiera
hecho, habría estado sobrepasando mis derechos y cometiendo una ofensa. Hay
personas que no les molesta visitar una casa ajena y entrar en todos los cuartos y
examinar lo que en ellos hay. Aunque ellas traten de justificar su conducta, a los ojos de
Dios han sobrepasado sus derechos.
A los ojos de Dios, hemos sobrepasado nuestros derechos muchas veces. Así que,
éramos personas muertas en nuestros delitos. Además, estábamos muertos en pecados,
en hechos malignos tales como mentir y robar.
El versículo 2, refiriéndose a nuestros delitos y pecados, dice: “En los cuales anduvisteis
en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo”. La frase “este mundo” se refiere
al sistema satánico, que se compone de muchos siglos. La palabra “corriente” se refiere a
cierta parte, sección o aspecto, a la apariencia actual y moderna del sistema de Satanás,
que él usa para usurpar y ocupar a la gente y alejarla de Dios y Su propósito. Cuando
estábamos muertos en delitos y pecados, seguíamos la corriente, la apariencia moderna,
la era actual del mundo, es decir, el sistema satánico.
Durante el tiempo que estuvimos muertos en delitos y pecados, anduvimos muy activos
en el mundo, en la esfera del reino satánico. La palabra griega cósmos, que se traduce
“mundo” significa “sistema”. Este no es un sistema divino ni humano, sino satánico.
Este sistema, el mundo, se compone de muchas épocas, de muchas corrientes, cada una
de las cuales constituye una sección del sistema satánico. Cada época es también una
corriente, y tiene su propio estilo y apariencia. En la época de Abraham, el mundo fue
diferente al de David y al de Pablo. Hoy el mundo también tiene una apariencia
moderna. Además, la época del mundo tiene su corriente. Una vez anduvimos conforme
a la corriente de esta época. Una persona que sigue la tendencia de la época demuestra
de manera inequívoca que está muerta, es decir, que es un cadáver arrastrado por la
corriente de la era.
Por encima de nosotros está la esfera gobernada por Satanás, el príncipe de la potestad
del aire. Son pocos los cristianos que tienen un entendimiento adecuado acerca del
poder maligno. Toda la tierra está bajo el dominio del espíritu que está en el aire. Este
espíritu maligno, esta atmósfera maligna, es la causante de tantos crímenes, asesinatos e
incluso suicidios. Este espíritu influye en las personas y las lleva a hacer cosas malignas
que los seres humanos normalmente no harían. La fuente de esta maldad se halla en el
espíritu, en la atmósfera, que los domina. Este espíritu opera ahora en los hijos de
desobediencia, en aquellos que desobedecen a Dios.
V. NOS CONDUCIAMOS
EN LOS DESEOS DE NUESTRA CARNE
Hemos hablado de dos esferas en las cuales nos desenvolvíamos activamente cuando
estábamos muertos en nuestros delitos y pecados: la esfera del mundo y la esfera de la
potestad del aire. Ahora debemos ver la tercera esfera, la de los deseos de nuestra carne.
El versículo 3 dice: “Entre los cuales también todos nosotros nos conducíamos en otro
tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los
pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. La
expresión “los cuales” se refiere a los hijos de desobediencia, y la palabra “nosotros”, a
todos los creyentes, tanto judíos como gentiles. Cuando estábamos muertos en nuestros
delitos y pecados, nosotros también nos conducíamos conforme a los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad no sólo de la carne, sino también de los pensamientos. Tres
cosas malignas dominaban nuestras vidas: la corriente de este mundo, la cual está fuera
de nosotros; el príncipe de la potestad del aire, quien está sobre nosotros y en nosotros;
y los deseos de nuestra carne, que están en nuestra naturaleza caída. De estas cosas
malignas fuimos salvos para ser el Cuerpo de Cristo.
Antes de ser salvos, nos conducíamos según los deseos carnales, satisfaciendo los deseos
de la carne y de los pensamientos. La palabra “deseos” del versículo 3 se refiere a
nuestros gustos. En el pasado hacíamos ciertas cosas simplemente porque nos gustaba
hacerlas. Si queríamos ir a bailar, lo hacíamos; si queríamos asistir a eventos deportivos,
asistíamos; si nos gustaba ir de compras, íbamos. La generación actual, probablemente
más que cualquier otra generación en la historia, hace todo lo que le place. Si se les
preguntara a los jóvenes por qué hacen ciertas cosas, muchos de ellos contestarían que
simplemente les gusta hacerlas. Esto es una clara señal de alguien que está muerto. Los
jóvenes que les gusta hacer lo que desean son semejantes a un automóvil sin frenos.
¡Cuán peligroso es esto!
Los deseos de la carne mencionados en el versículo 3 aluden a cosas malignas, mientras
que los deseos de los pensamientos, a cosas que no son tan malas. No obstante, ambas
son indicios de que una persona está muerta en el espíritu, especialmente en la
conciencia. Una persona que está muerta en su espíritu, satisface todos los deseos de su
carne y de sus pensamientos.
En el versículo 3 Pablo declara que éramos “por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los
demás”. Además, de ser hijos de desobediencia, también éramos hijos de ira. En la
esfera de muerte, estábamos bajo la ira de Dios a causa de nuestra desobediencia. Pero
fuimos salvos tanto de nuestra desobediencia como de la ira de Dios.
Hemos visto tres esferas en las cuales nos desenvolvíamos activamente en el pasado: la
corriente del mundo, la atmósfera maligna que rodea la tierra habitada y los apetitos
carnales, que incluyen los deseos de la carne y de los pensamientos. El mundo está fuera
de nosotros, los deseos están en nosotros y la atmósfera espiritual maligna está por
encima de nosotros y dentro de nosotros. Es imposible que una persona muerta escape
de estas tres esferas. Por naturaleza, todos los hombres son hijos de desobediencia, hijos
de ira y están bajo el juicio de Dios. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados,
nosotros también nos encontrábamos en esa condición. ¡Alabado sea el Señor que de esa
esfera de muerte nació la iglesia! Fuimos salvos para ser el Cuerpo de Cristo. Ahora ya
no estamos en esas esferas; ahora estamos en Cristo, en el Espíritu y en los lugares
celestiales.
Efesios 2:1-3 da una clara descripción de nuestra condición con respecto a nuestra
naturaleza caída. Cuando nos encontrábamos en esa condición, estábamos muertos en
nuestros delitos y pecados, y con todo, nos movíamos activamente en la corriente de este
mundo y estábamos bajo el dominio de la potestad del aire y de los deseos de la carne y
de los pensamientos. Este es el oscuro trasfondo contra el cual vemos la iglesia. La
iglesia fue producida a partir de tan lamentable origen. ¡Aleluya! Aunque estábamos
muertos y en una condición tan deplorable, ¡fuimos salvos para ser el Cuerpo de Cristo!
¡Qué salvación tan maravillosa!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTIUNO
SALVOS POR GRACIA
PARA SER LA OBRA MAESTRA DE DIOS
En este mensaje llegamos a Efesios 2:4-10, un pasaje que revela que fuimos salvos por
gracia para ser la obra maestra de Dios.
El versículo 4, que declara que Dios es rico en misericordia, comienza con las palabras:
“Pero Dios”. Este fue el factor que cambió nuestra posición. Nos encontrábamos en una
condición miserable, pero Dios vino con Su rica misericordia y nos hizo dignos de Su
amor.
Dios es rico en misericordia “por Su gran amor con que nos amó” (v. 4). El objeto del
amor debe estar en una condición que merezca amor, pero el objeto de la misericordia
siempre está en una condición lastimosa. Así que, la misericordia de Dios va más allá
que Su amor. Dios nos ama porque somos el objeto de Su elección. Pero debido a que
caímos, llegamos a ser despreciables, incluso muertos en nuestros delitos y pecados; por
lo tanto, necesitábamos la misericordia de Dios. Debido a Su gran amor, Dios es rico en
misericordia para salvarnos de nuestra posición miserable y traernos a una condición
que sea propicia para Su amor.
La misericordia de Dios llegó a nosotros aun cuando estábamos muertos en delitos (v.
5). No merecíamos nada de parte de Dios, pero El tuvo misericordia de nosotros aun
cuando nos encontrábamos en nuestra lamentable condición.
El versículo 5 dice que Dios nos dio vida juntamente con Cristo. El libro de Efesios, en
contraste con Romanos, no nos considera pecadores; nos considera muertos. Como
pecadores, necesitamos el perdón y la justificación de Dios, según lo revela el libro de
Romanos; pero como muertos, necesitamos ser vivificados. El perdón y la justificación
nos hacen volver a la presencia de Dios para disfrutar Su gracia y participar de Su vida;
mientras que el ser vivificados hace que nosotros, miembros vivos del Cuerpo de Cristo,
lo expresemos. Por medio de Su Espíritu de vida (Ro. 8:2), Dios nos vivificó impartiendo
Su vida eterna, la cual es Cristo mismo (Col. 3:4), en nuestro espíritu muerto. Nos
vivificó juntamente con Cristo. Dios nos dio vida cuando vivificó al Jesús crucificado.
Por lo tanto, nos dio vida juntamente con Cristo.
En el versículo 5 Pablo declara entre paréntesis: “Por gracia habéis sido salvos”. La
gracia es gratuita. En este versículo la gracia denota que no sólo Dios se imparte
gratuitamente en nosotros para que lo disfrutemos, sino que también nos da Su
salvación gratuitamente. Por tal gracia hemos sido salvos de nuestra miserable posición
de muerte para entrar en la maravillosa esfera de vida.
El versículo 6 dice: “Y juntamente con El nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los
lugares celestiales en Cristo Jesús”. Vivificarnos es el paso inicial de la salvación en vida.
Después de esto, Dios nos resucitó de la posición de muerte. Ser vivificados y ser
resucitados son dos cosas distintas. Consideremos la crónica de la resurrección de
Lázaro como ejemplo (Jn. 11). El Señor primero lo vivificó y luego lo levantó de la
tumba. Según el mismo principio, la misericordia de Dios primero nos vivifica y luego
nos resucita de los muertos.
El versículo 6 dice que juntamente con Cristo fuimos resucitados y hechos sentar. Desde
nuestro punto de vista, hemos sido resucitados uno por uno de nuestra posición de
muerte. Pero a los ojos de Dios fuimos resucitados todos juntos, tal como todos los
israelitas fueron resucitados de las aguas de muerte del mar Rojo (Ex. 14). Según el libro
de Exodo, toda la congregación de los hijos de Israel fue salva al mismo tiempo, pues
cruzaron juntos el mar Rojo, lo cual tipifica claramente el hecho de que nosotros fuimos
salvos todos juntos; todos fuimos vivificados y resucitados al mismo tiempo.
Quisiera señalar una vez más que la salvación que se menciona en Efesios es diferente
de la que se presenta en Romanos. En Romanos la salvación se efectúa por medio de la
justicia de Dios, mientras que en Efesios, mediante la vida divina. La salvación revelada
en Efesios no es la que satisface los requisitos justos de Dios, sino la que nos imparte la
vida y nos constituye miembros del Cuerpo de Cristo, lo cual cumple el propósito eterno
de Dios de que Cristo tenga un Cuerpo vivo que lo exprese. Este propósito no se cumple
por medio de la justicia, sino por medio de la vida. Por esto, Efesios 2 recalca que fuimos
vivificados juntamente con Cristo.
A. En los lugares celestiales
El versículo 6 dice que fuimos sentados juntamente en los lugares celestiales. El tercer
paso de la salvación que Dios efectúa en vida consiste en sentarnos juntamente en los
lugares celestiales. Dios no sólo nos resucitó de la posición de muerte, sino que también
nos hizo sentar en el lugar más alto del universo.
Los lugares celestiales aluden a la posición más elevada en la que fuimos puestos al ser
salvos en Cristo. En el libro de Romanos, Cristo como nuestra justicia nos lleva a un
estado en el que somos aceptables a Dios, mientras que en el libro de Efesios, Cristo
como nuestra vida nos salva y nos lleva a una posición en la cual estamos por encima de
todos los enemigos de Dios. Hoy los que conforman la iglesia están en los lugares
celestiales.
B. En Cristo Jesús
Fue en Cristo Jesús que Dios nos hizo sentar a todos, de una vez y para siempre, en los
lugares celestiales. Esto se efectuó cuando Cristo ascendió a los cielos, y nos fue aplicado
por el Espíritu de Cristo cuando creímos en El. Hoy en día obtenemos y
experimentamos esta realidad en nuestro espíritu por fe en el hecho cumplido.
Tanto Romanos como Efesios indican que estamos en Cristo. En Romanos, no obstante,
el ser trasladados de Adán a Cristo implica principalmente que tenemos una posición
justificada; mientras que en Efesios, estar en Cristo no solamente tiene que ver con una
posición celestial, sino, e incluso más importante, con la vida. Por estar en Cristo,
poseemos la vitalidad de la vida. En Romanos, Cristo es la justicia de Dios, mientras que
en Efesios, El es la vida. Por consiguiente, según Romanos, estar en Cristo significa ser
puestos en una posición justificada, mientras que según Efesios, estar en Cristo significa
que tenemos la vitalidad de la vida.
VI. LAS SUPERABUNDANTES
RIQUEZAS DE LA GRACIA DE DIOS
El versículo 7 dice: “Para mostrar en los siglos venideros las superabundantes riquezas
de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. La iglesia se produce en
el siglo actual; los siglos venideros aluden al milenio y a la eternidad futura. Mostrar las
riquezas de la gracia de Dios equivale a exhibirlas públicamente a todo el universo. Las
riquezas de la gracia de Dios exceden todo límite; ellas son las riquezas del propio Dios
dadas a nosotros para que las disfrutemos. Ellas serán exhibidas públicamente por la
eternidad.
El versículo 8 dice: “Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe”. La palabra
“porque” al principio de este versículo presenta la razón por la cual Dios muestra Su
gracia (v. 7). Puesto que hemos sido salvos por la gracia de Dios, El la puede mostrar.
En Efesios, la gracia es Dios infundido en nosotros. Por lo tanto, ser salvos por gracia
significa ser salvos al impartirse Dios en nosotros. Los cristianos en su mayoría
consideran que la gracia es una cosa, no una persona. Para ellos, la gracia es
simplemente un don que se les da gratuitamente. Según este concepto acerca de la
gracia, nosotros éramos pecadores que no merecíamos ser salvos, pero Dios nos salvó
gratuitamente concediéndonos Su favor inmerecido. Este, sin embargo, es un
entendimiento superficial de lo significa ser salvos por gracia.
Juan 1:17 dice que la gracia vino por medio de Jesucristo. Esto indica que la gracia, en
cierto sentido, es como una persona. Efesios revela que la gracia salvadora es el propio
Dios, quien, en Cristo, se ha forjado en nuestro ser. Ya hemos recalcado que el concepto
básico que rige en Efesios 1 es que el Dios Triuno se imparte a nuestro ser. Por
consiguiente, ser salvos por gracia significa ser salvos por la impartición del Dios Triuno
en nosotros.
Para muchos creyentes, ser salvos por gracia es simplemente ser rescatados de nuestra
lamentable condición. Según este concepto, ser salvo por gracia equivale a que el
Salvador, quien es rico en misericordia, desciende a nuestro nivel, el cual es bajo, y nos
rescata. Sin embargo, ésta no es la salvación revelada en Efesios. Según Efesios, la
salvación consiste en que el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido se
trasmite a nosotros. Cuando esta persona entra en nosotros como gracia, somos salvos.
Al recibir esta trasmisión divina, somos vivificados, resucitados y nos sentamos con
Cristo en los lugares celestiales. Por tanto, en Efesios, la gracia es la persona salvadora
de Cristo mismo. ¡Aleluya por tal salvación! Esto constituye un entendimiento más
profundo de lo que es ser salvos por gracia.
El hecho de que Dios se trasmitiera a nosotros no fue algo sencillo. El tuvo que pasar por
el proceso de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Al ser procesado de
esta manera, El ahora puede trasmitirse a nosotros. Cuando el Dios procesado se
trasmite a nosotros, El llega a ser la gracia salvadora. Esta gracia no solamente es la
gracia sublime, sino también la gracia abundante. La gracia es el Dios procesado
trasmitido a nuestro ser.
No piensen que esto es una simple interpretación humana. Si leemos Efesios 1 y 2 con
mucha oración, veremos que el Dios que se procesó y que se trasmite a nosotros es la
gracia salvadora y la gracia abundante. La trasmisión del Dios procesado es lo que nos
ha salvado.
Como hemos indicado, esta gracia posee superabundantes riquezas. Tiene muchos
aspectos, virtudes y atributos, tales como vida, luz y poder. Sin la vida, la luz y el poder,
Dios no podría salvarnos. Por ejemplo, ¿cómo se podría rescatar a una persona que ha
caído en un pozo si no se tiene la fuerza para hacerlo? Además, sin sentir amor por tal
persona, nadie se molestaría en salvarla. Para poder salvarnos, Dios necesitó amor y
sabiduría. Estas son algunas de las superabundantes riquezas de Su gracia salvadora. En
Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, Dios nos salvó por Su gracia. En los siglos
venideros —en el milenio y en la eternidad futura— Dios exhibirá esta gracia
públicamente a todo el universo.
En el versículo 8 Pablo dice que por gracia hemos sido salvos por medio de la fe. La fe es
lo que da sustantividad a lo invisible. Por fe damos sustantividad a todo lo que Cristo ha
cumplido por nosotros. Es por esta capacidad de dar sustantividad a lo invisible que
hemos sido salvos por gracia. La acción gratuita de la gracia de Dios nos salvó por medio
de tal fe.
Puesto que la fe es Cristo mismo, los que creemos en El tenemos una fe común. Usted
no tiene una fe y yo otra. Cuando Cristo llegó a usted, usted creyó, y cuando El vino a mí,
yo creí. Cada vez que Cristo llega a una persona, ésta cree en El. Este es otro indicio de
que la fe no procede de nosotros, sino de Cristo.
Ya que la fe es un don de Dios, y no tiene nada que ver con nuestras obras, ninguno de
nosotros tiene derecho a gloriarse. Por el contrario, todos debemos declarar
humildemente: “Señor, si Tú no hubieras venido a mí, yo no tendría ni una pizca de fe.
¡Pero alabado seas porque viniste a mí, y yo recibí la fe! Señor, Tú eres mi fe”.
Fuimos salvos por gracia por medio de la fe para ser la obra maestra de Dios. El
versículo 10 dice: “Porque somos Su obra maestra”. La palabra griega, póiema, significa
aquello que ha sido hecho, una obra de artesanía, o algo que ha sido escrito o compuesto
como poema. No sólo un escrito poético puede considerarse un poema, sino también
cualquier obra de arte que exprese la sabiduría y propósito del autor. Nosotros, la
iglesia, la obra maestra de todo lo que ha hecho Dios, somos un poema que expresa la
sabiduría infinita de Dios y Su propósito divino.
Dios ha hecho muchas cosas, pero ninguna de ellas es tan querida, tan preciosa, tan
deseable y tan valiosa como la iglesia. La iglesia es la obra maestra de Dios. Los
escritores, compositores y artistas a menudo intentan producir obras maestras, obras
sobresalientes. Dios creó los cielos y la tierra, pero ni los cielos ni la tierra son Su obra
maestra. Además, El creó al hombre, pero ni siquiera el hombre es Su obra maestra.
Dios tiene una sola obra maestra en el universo, y ésta es la iglesia. En calidad de obra
maestra, la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
¿Qué obra puede haber más grande que ésta? Además, la iglesia como obra maestra de
Dios es el nuevo hombre corporativo y universal (2:15). Nosotros vemos la vida de
iglesia desde la perspectiva de que ella es como una “cocina desordenada”, y tal vez a
esto se deba que no nos demos cuenta de que la iglesia es la obra maestra de Dios. Pero
un día veremos que somos el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre, la obra maestra de
Dios.
X. CREADOS
A. En Cristo Jesús
El versículo 10 dice que somos la obra maestra de Dios, “creados en Cristo Jesús”. Como
obra maestra de Dios, nosotros, la iglesia, somos una entidad completamente nueva en
el universo, algo nuevo que Dios originó. Dios nos creó en Cristo por medio de la
regeneración para que fuésemos Su nueva creación (2 Co. 5:17).
Como ya mencionamos, esta obra es un poema, una obra artística que expresa la
sabiduría, el plan y la belleza del hacedor. La iglesia es el poema de Dios que manifiesta
Su sabiduría. Según 3:10, la multiforme sabiduría de Dios será dada a conocer por
medio de la iglesia. Los himnos expresan la sabiduría de sus autores. En los siglos
venideros, es decir, en el milenio y en la eternidad, habrá un solo himno: la iglesia, la
cual expresará la sabiduría y el plan de Dios. Cuando veamos la Nueva Jerusalén,
alabaremos a Dios por la belleza, la sabiduría y el propósito manifestados en esta
maravillosa obra. La Nueva Jerusalén será el poema de Dios, Su obra maestra. Cuando
miremos esta obra en el cielo nuevo y la tierra nueva, tal vez diremos: “¡Este es el himno
más precioso que se haya escrito en todo el universo!” Tal era el concepto de Pablo al
escribir Efesios 2.
Finalmente, somos la obra maestra de Dios, creados en Cristo Jesús “para buenas obras,
las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 10). Las
buenas obras para las cuales Dios nos creó no son las que se consideran buenas según el
concepto común, sino las buenas acciones específicas que Dios planeó y ordenó de
antemano para que anduviéramos en ellas. Estas buenas cosas deben de referirse a
hacer Su voluntad, para vivir la vida de iglesia y ser el testimonio de Jesús, como se
revela en los capítulos siguientes de este libro. Por tanto, debemos hacer la voluntad de
Dios, vivir la vida de iglesia y ser el testimonio de Jesús. Estas son las buenas obras que
Dios preparó de antemano para que nosotros, Su obra maestra, anduviésemos en ellas.
Así que, 2:4-10 revela que fuimos salvos por gracia para ser la obra maestra de Dios y
andar en las buenas obras que El preparó de antemano.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTIDOS
Efesios 2:1-3 presenta un cuadro de lo que éramos por naturaleza. En este mensaje
examinaremos los versículos 11 y 12, que describen nuestra posición como gentiles.
Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nos encontrábamos en una condición de
muerte; y según nuestra posición como gentiles, estábamos alejados de Dios, de Cristo,
del reino de Dios, de Sus bendiciones, de Su promesa y de todo lo relacionado con El.
En cuanto a nuestra posición, vemos primeramente que éramos los gentiles en cuanto a
la carne (v. 11). La palabra griega traducida “gentiles” también significa “naciones”.
Conforme a nuestra posición, éramos gentiles en cuanto a la carne.
El hombre que Dios creó para cumplir Su propósito era puro, sin pecado y sin
contaminación. No obstante, por medio de la caída, el pecado, la naturaleza maligna de
Satanás, entró en él. Cuando la maligna naturaleza de Satanás entró en el hombre, esto
hizo primeramente que el cuerpo humano se convirtiera en la carne, llena de
concupiscencias, y finalmente, que el hombre en su totalidad llegara a ser carne.
Hablando con propiedad, Dios creó el cuerpo del hombre, y no la carne, pero cuando el
pecado entró en el cuerpo humano, éste sufrió un cambio de naturaleza y se convirtió en
la carne. El cuerpo era un vaso puro creado por Dios; la carne es el cuerpo corrupto.
Dios no creó la concupiscencia que hay en el cuerpo del hombre; ésta surgió a raíz del
pecado. Según la Biblia, el hombre caído en su totalidad se hizo carne. La gente caída
vive conforme a la carne, no según el espíritu, la conciencia o la razón. Debido a que a
los ojos de Dios el hombre se ha hecho carne, la Biblia dice: “Por las obras de la ley
ninguna carne será justificada delante de El” (Ro. 3:20). La palabra “carne” empleada en
este versículo alude a una persona caída que vive según la carne y que se ha convertido
en carne.
Puesto que todo el ser del hombre se hizo carne, él quedó dañado e imposibilitado para
cumplir el propósito de Dios. Puesto que el hombre como un todo no pudo cumplir
dicho propósito, Dios intervino y llamó a otro linaje de entre la humanidad caída, a
Abraham y sus descendientes, para que cumpliesen Su propósito. Dios le mandó a
Abraham y a sus descendientes que se circuncidasen, es decir, que renunciasen a su
carne. Vemos así que la circuncisión es una señal de que el pueblo escogido de Dios debe
hacer a un lado la carne. El hecho de que el linaje llamado se circuncidara significaba
que se separaba del resto de la humanidad y se libraba de la condición caída. La
circuncisión marcaba una fuerte distinción entre ellos y el resto de los hombres. El
pueblo circuncidado era llamado la “circuncisión”, los que estaban separados de la
caída. Al resto de la humanidad se le llamaba la “incircuncisión”, lo que permanecía en
el estado caído. Ya que Abraham y sus descendientes, el linaje llamado, fueron
circuncidados, aquellos que permanecieron en el estado caído llegaron a ser las naciones
conforme a la carne, los gentiles. Nosotros estábamos en esta categoría antes de ser
puestos en Cristo.
II. LA INCIRCUNCISION
El versículo 11 declara que los gentiles según la carne eran “llamados incircuncisión por
la llamada circuncisión, hecha por mano en la carne”. Las palabras “incircuncisión” y
“circuncisión” de este versículo se refieren a personas, no a acciones. La circuncisión se
refiere a los que están circuncidados, y la incircuncisión, a quienes no lo están.
III. SEPARADOS DE CRISTO
Conforme al versículo 12, también estábamos “ajenos a los pactos de la promesa”. Los
pactos de Dios son Sus promesas, y Sus promesas son Sus palabras, con las cuales se
compromete a hacer ciertas cosas gratuitamente por Su pueblo escogido. Tales
promesas no son demandas, requisitos ni reprimendas. El pensamiento básico
relacionado con las promesas de Dios es que ellas son Su palabra. Sin la palabra de Dios,
no hay promesas.
Más tarde, la promesa de Dios se convierte en un pacto, ya que fue legalizada por medio
de los procedimientos necesarios. Todas las palabras que Dios habló a Su pueblo
escogido, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, fueron Sus promesas, las
cuales se convirtieron en un pacto por medio de un proceso legal. Tal vez se pregunte
qué procedimiento fue necesario para legalizar la promesa de Dios y convertirla en
pacto. El mejor ejemplo de esto es la muerte que sufrió el Señor Jesús por el perdón de
nuestros pecados. El Señor prometió que derramaría Su sangre en la cruz para que
recibiéramos el perdón de pecados, y legalizó esta promesa al derramar Su sangre. Por
medio de este procedimiento, Su promesa llegó a ser un pacto.
Ninguna promesa compromete tanto a una persona como un pacto. Uno puede hacer
muchas promesas y no sentirse comprometido por ellas. Pero una vez que pagamos el
precio requerido para que la promesa se convierta en pacto, quedamos comprometidos
por el pacto que hemos hecho. El pago del precio es el procedimiento que convierte una
promesa en un pacto.
Todas las palabras que Dios habló a Su pueblo escogido, desde Abraham hasta
Malaquías, son Sus promesas, las cuales al ser legalizadas, se convirtieron en pactos.
Estas palabras abarcan todo el Antiguo Testamento, desde Génesis 12 hasta el final del
libro de Malaquías. Debido a que estas palabras han sido legalizadas y se han convertido
en el pacto de Dios, se les llama el Antiguo Testamento, que también significa pacto.
Toda la Biblia es un pacto, y el Antiguo Testamento es el antiguo pacto.
Conforme a nuestra posición antes de ser salvos, no teníamos esperanza. Todas las
bendiciones de Dios están en Cristo; todos los derechos civiles están relacionados con la
nación de Israel; y todas las cosas buenas fueron prometidas en los pactos de Dios.
Puesto que estábamos separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a
los pactos de la promesa de Dios, no teníamos esperanza alguna.
Por ser gentiles según la carne, también estábamos sin Dios (v. 12). Dios está en Cristo,
reina y actúa en Israel, y concede Sus bendiciones conforme a Sus pactos. Cuando
estábamos alejados de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa,
estábamos sin Dios. Dios no había llegado a ser nuestro disfrute.
VIII. EN EL MUNDO
Hace muchos años, algunos de mis amigos incrédulos me preguntaban por qué no me
interesaban los juegos de azar. Yo les contestaba que estaba muy ocupado disfrutando la
Biblia y que no tenía tiempo ni interés para dichos juegos. Cuando me preguntaban por
qué no iba al cine, les contestaba que tenía un cine celestial, a saber, la vida de iglesia,
donde recibía la visión celestial. Disfrutar de Dios colma tanto mi ser que no hay lugar
en mí para entretenimientos mundanos. Nosotros ya no estamos en el mundo; estamos
en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales.
Ahora tenemos un cuadro claro de cuál era nuestra posición antes de ser salvos; éramos
gentiles según la carne, la incircuncisión, estábamos apartados de Cristo, alejados de la
ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, no teníamos esperanza y
estábamos sin Dios en el mundo. Según nuestra naturaleza, estábamos muertos; según
nuestra posición, estábamos alejados de Dios, de Cristo, de la promesa de Dios, de Su
reino y de todo lo relacionado con El. Debido a que tal era nuestra posición, no teníamos
esperanza ni podíamos disfrutar a Dios. Buscábamos entretenimientos pecaminosos en
el mundo con la intención de hallar satisfacción. No obstante, la iglesia fue producida a
partir de esa condición y posición tan deplorables. Dios nos salvó de esa condición y nos
hizo miembros del Cuerpo de Cristo. Ahora somos la obra maestra de Dios y tenemos
una nueva condición, una nueva posición, una nueva naturaleza y un nuevo estado.
Efesios 2:13 dice: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais
lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. El versículo 4 comienza con
las palabras: “Pero Dios”, mientras que las primeras palabras de este versículo son:
“Pero ahora”.
Nuestra naturaleza caída nos puso en una posición muy baja. Conforme a nuestra
naturaleza, estábamos caídos; según nuestra posición, estábamos alejados de Dios, de
Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa. Efesios 2 revela que no
solamente necesitamos ser salvos de nuestra condición, por medio de la gracia de Dios,
sino que también necesitábamos un cambio de posición, por medio de la redención de
Cristo. Cuando experimentamos este cambio de posición, nosotros, que en otro tiempo
estábamos lejos de Dios, somos hechos cercanos a El.
Dios nos salvó al forjarse a Sí mismo en nosotros como nuestra salvación. Esta es la
gracia salvadora que nos rescata de la condición en que caímos por causa de nuestra
naturaleza caída. Cuando la vida entró en nosotros, fuimos salvos de nuestra condición
de muerte. Además, Dios también nos trasladó de nuestra posición anterior a una
posición nueva, donde tenemos un nuevo estado.
Para valorar lo que dice el versículo 13, es necesario revisar los puntos principales de los
versículos 11 y 12. Antes de ser salvos, éramos los gentiles según la carne, los que se nos
denominaba la incircuncisión. El hombre que Dios creó para cumplir Su propósito era
puro, sin pecado y sin ninguna mezcla negativa. Sin embargo, el pecado, la naturaleza
maligna de Satanás, entró en el hombre a través de la caída, lo cual provocó que
primeramente el cuerpo del hombre se convirtiera en la carne, la cual está lleno de
concupiscencias, y finalmente, que el hombre en su totalidad se hiciera carne. Así el
hombre fue dañado y quedó imposibilitado para cumplir el propósito divino. Luego Dios
vino y llamó a otro linaje, a Abraham y sus descendientes, a salir de la humanidad caída.
Para cumplir Su propósito, Dios les mandó que se circuncidaran, es decir, que
rechazaran su carne. Esto separó al pueblo de Dios de la humanidad que había caído y lo
liberó de su condición caída. La circuncisión marcó una distinción importante entre
ellos y el resto de la humanidad, a quienes a partir de ese entonces se les consideró la
incircuncisión, personas que aún permanecían en el estado caído. Nosotros estábamos
en esa categoría antes de ser puestos en Cristo.
Las preciosas palabras al principio del versículo 13: “Pero ahora” indican que ahora
tenemos esperanza y también a Dios. Ya no estamos más en el mundo, sino en Cristo
Jesús, y en El hemos sido hechos cercanos.
Pero ¿a qué o a quién nos hemos acercado? Nos acercamos no sólo a Dios, sino también
a Cristo, a Israel y a la promesa de Dios. Esto equivale a estar cercanos a Dios y a todas
Sus bendiciones. Por lo tanto, en la sangre redentora de Cristo, nos hemos acercado a
Dios y a Israel.
El versículo 13 dice específicamente que nos hemos acercado por la sangre de Cristo.
Esto significa que no solamente estamos en el Mesías, sino también en la redención
lograda por El. Los judíos aún están esperando la venida del Mesías; sin embargo, no se
dan cuenta de cuánto necesitan que el Mesías los redima. Fue la redención la que logró
nuestro traslado de nuestra condición anterior a nuestra nueva condición en Cristo.
Antes teníamos una posición inferior debido a que habíamos caído. Pero cuando Cristo
derramó Su sangre en la cruz por nuestra redención, Su sangre nos sacó de nuestra baja
condición. Ahora que hemos sido trasladados a Cristo, gracias a Su sangre, estamos en
El y en los lugares celestiales. Por lo tanto, en esta posición celestial estamos cerca de
Dios, de Israel, de las promesas y de las bendiciones de Dios. Por haber sido trasladados
de nuestra posición anterior a una posición nueva, podemos participar de todo lo que es
de Dios. Esta es nuestra porción en Cristo.
Fuimos salvos de nuestra condición caída por medio de la vida, y fuimos trasladados de
nuestra posición anterior por medio de la obra redentora de Cristo. Ahora disfrutamos
de la salvación y participamos de todo lo que es de Dios. ¡Aleluya, fuimos salvos y
trasladados! El capítulo dos presenta un cuadro claro de cómo fuimos salvos de nuestra
lamentable condición para ser la obra maestra de Dios, y de cómo fuimos trasladados de
nuestra posición anterior para llegar a ser el nuevo hombre, el reino de Dios, Su familia
y Su morada. Esto es lo que revela Efesios 2.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTITRES
ES DERRIBADA LA PARED
INTERMEDIA DE SEPARACION
Efesios 2:14, refiriéndose a Cristo, dice: “El mismo es nuestra paz”. La palabra “nuestra”
se refiere a los creyentes judíos y gentiles. Por medio de la sangre de Cristo fuimos
hechos cercanos a Dios y a Su pueblo. Cristo mismo, quien efectuó una redención
completa para los creyentes judíos y gentiles, es nuestra paz, nuestra armonía, haciendo
que ambos pueblos sean uno. Debido a la caída de la humanidad y al llamamiento del
linaje escogido, hubo una separación entre Israel y los gentiles. Por medio de la obra
redentora de Cristo esta separación ha sido eliminada. Ahora, en el Cristo redentor,
quien es el vínculo de la unidad, los dos son uno.
El versículo 14 habla de la pared intermedia de separación. Esta pared es “la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas” (v. 15), la cual fue instituida debido a la carne
del hombre. La primera de estas ordenanzas fue la circuncisión, cuyo fin era eliminar la
carne del hombre. La circuncisión se convirtió en la pared intermedia de separación
porque marcó la principal distinción entre los judíos, quienes son la circuncisión, y los
gentiles, quienes son la incircuncisión. Así que, la pared intermedia de separación, dicha
distinción, llegó a ser la enemistad entre los judíos y los gentiles.
La ley de Moisés contenía dos clases de mandamientos: los mandamientos morales,
tales como el de no robar y el de honrar a los padres, y los mandamientos rituales, tales
como el de guardar el sábado. Los mandamientos acerca de la circuncisión y los
reglamentos alimenticios formaban parte de los mandamientos rituales, no de los
morales. En Levítico 11 se dan diversos mandamientos alimenticios. Estos
mandamientos indudablemente no tienen nada que ver con la moralidad. La moralidad
de alguien no es afectada por el hecho de que la persona coma o deje de comer algo que
se considera inmundo.
Las tres ordenanzas principales del judaísmo eran la circuncisión, la observancia del
sábado y los reglamentos alimenticios. Todo varón israelita tenía que circuncidarse al
octavo día. Además, los judíos debían guardar el sábado y guardar muchos reglamentos
relacionados con su dieta. Estas ordenanzas eran las tres columnas principales del
judaísmo. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, El derribó la columna referente a
guardar el sábado. Durante los años de Su ministerio, El quebrantó a propósito la
observancia del sábado al sanar a personas en día de sábado. Esto ofendió mucho a los
judíos. Luego, Pedro, aunque débilmente, fue el primero en romper las reglas
alimenticias. La visión que recibió en Hechos 10 lo llevó a abandonar dichos
reglamentos. Sin embargo, en Gálatas 2 Pedro dejó de comer con los gentiles cuando
ciertos hombres bajaron de Jerusalén. Con todo, al romper las reglas alimenticias, se
derribó otra columna del judaísmo. El apóstol Pablo, por su parte, derribó la columna de
la circuncisión. En Filipenses 3 aun le llamó a los de la circuncisión “mutiladores del
cuerpo” y “perros”. A los filipenses les dijo que se guardaran de los perros. ¡Con razón lo
querían matar los judíos! En cierto sentido, a los ojos de ellos él era peor que Jesús, pues
la circuncisión era la ordenanza principal del judaísmo; tenía más importancia que
guardar el sábado y observar las reglas alimenticias. Por tanto, mediante la obra de
Pablo, fue derribada la estructura restante del judaísmo.
Debemos tener presente la diferencia entre las leyes morales y las leyes rituales. Los
mandamientos morales nunca serán abolidos, ni en esta era ni en el milenio ni en la
eternidad; en cambio, los mandamientos rituales no son permanentes. Lo que
determina si a una persona se le permite comer cerdo, guardar el sábado o si se le obliga
a circuncidarse, es la época en que ella vive. Todo varón judío nacido después de
Abraham y antes de Juan el Bautista debía circuncidarse. Asimismo, los mandamientos
respecto al sábado y a la dieta estuvieron vigentes sólo durante un tiempo específico.
Los mandamientos rituales fueron dados inicialmente debido a la carne del hombre. La
circuncisión, por ejemplo, fue necesaria porque el hombre se volvió carnal. Por lo tanto,
Dios mandó que el hombre se despojara de la carne. Los mandamientos rituales con
respecto a la dieta se dieron con el fin de que el pueblo escogido de Dios se mantuviera
limpio. Los animales que no tenían la pezuña hendida y que no rumiaban, eran
inmundos. La pezuña hendida significa discernimiento al andar e indica que no
debemos andar en lugares que nos contaminen. El pueblo de Dios debe tener un
discernimiento agudo en su caminar cotidiano. Además, debe aprender a “rumiar”, es
decir, a ingerir la palabra de Dios y meditar en ella continuamente. El hombre caído, en
general, no tiene el discernimiento necesario ni le interesa la palabra de Dios. Por ello,
era importante que los escogidos recibieran estos mandamientos. Sin embargo, estas
ordenanzas se convirtieron en una pared intermedia de separación entre los judíos y los
gentiles. Además, esta distinción y separación llegaron a ser la causa de la enemistad
entre la circuncisión, o sea, los judíos, y la incircuncisión, los gentiles.
En 1963 fui con unos hermanos a Los Angeles a visitar a cierto grupo de creyentes. En la
reunión, yo simplemente hacía todo lo que ellos hacían. Un hermano me preguntó por
qué hacía yo eso, y le contesté lo siguiente: “¿Qué tiene de malo? ¿Acaso están haciendo
algo pecaminoso? ¿Por qué no hizo usted lo mismo? ¿Por qué insiste en ser diferente de
otros santos?” Personalmente no me gustaba lo que se practicó en aquella reunión; no
obstante, participé de ello para derribar la pared intermedia de separación.
En 1933 tuve una experiencia semejante en Manchuria. Durante mi visita allí, me quedé
un día en casa de unos creyentes japoneses. Al igual que muchos jóvenes chinos, se me
había enseñado a rechazar a los japoneses debido a la relación poco amistosa entre
China y Japón. Sin embargo, cuando entré a ese hogar, me quité los zapatos y me senté
en el tatami, como todos los demás. Obviamente no tiene nada de malo sentarse en un
tatami en vez de sentarse en una silla. No podemos decir que lo uno está bien y que lo
otro está mal. Pasa lo mismo con respecto a guardar silencio o gritar en las reuniones.
En la Biblia hay versículos que dan lugar para ambos.
Aunque tal vez prefiramos ciertas prácticas, no debemos insistir en ellas, pues si lo
hacemos, convertimos las prácticas en ordenanzas, las cuales dividen y crean enemistad.
Los cristianos se han dividido por causa de las ordenanzas, como por ejemplo, las que
tienen que ver con el bautismo. Algunos creyentes insisten en bautizar a las personas de
frente, mientras que otros, de espalda. Otros se dividen por causa de los instrumentos
musicales. Unos permiten que se use el piano, mas no el órgano; y otros practican lo
opuesto. Una vez que se producen las ordenanzas, surge inmediatamente la división.
Aunque en las reuniones prefiero que se eleve la voz y que se alabe en voz alta, no estoy
en pro de esas cosas. Insistir en las prácticas es causar división. Así que, no debemos
tener ninguna ordenanza. Cristo las abolió todas en la cruz.
Cristo derribó la pared intermedia de separación que existía entre los judíos y los
gentiles al abolir la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Cuando El fue
clavado en la cruz, todas las ordenanzas fueron clavadas allí. La ley que se menciona en
2:15 no es la ley de los mandamientos morales, sino la de los mandamientos rituales,
tales como la circuncisión, la observancia del sábado y las reglas alimenticias.
Las ordenanzas aluden a las diversas formas de vivir y de adorar. Cada persona tiene su
propia manera de vivir. Debemos tener cuidado de no hacer de nuestra manera de vivir
y adorar, una ordenanza. Tampoco debemos preocuparnos por las ordenanzas de los
demás. Si todos hacemos esto, se eliminarán los problemas.
El recobro del Señor se está esparciendo por todo el mundo. En varios países donde el
recobro está creciendo, tales como Japón, Corea e Indonesia, se vive de una manera
distinta a la nuestra. Es obvio que el recobro del Señor no espera que los japoneses,
coreanos e indonesios vivan de la misma manera. Nuestra forma de vivir afecta mucho
la manera en que nos reunimos. Por ejemplo, en Corea es fácil tener avivamiento
matutino muy temprano, incluso a las 5:30 de la mañana. Sin embargo, imponerle esta
práctica a los estadounidenses causaría serias dificultades.
Las diversas formas de vivir también se manifiestan en los utensilios que se usan para
comer. Los estadounidenses y los europeos usan cuchillo y tenedor; los chinos emplean
palillos; y los indonesios usan sus dedos. ¿Quién puede decir que una costumbre es
mejor que la otra? Esta es una cuestión muy delicada, y debemos tener cuidado de no
ofender los sentimientos de los demás. Si usted visita Indonesia o Taiwán, debe seguir
las costumbres de las personas de allí. De la misma manera, los de Indonesia y de
Taiwán deben hacer lo mismo cuando visiten la región occidental. Si queremos eliminar
las ordenanzas, debemos poner esto en práctica.
Como personas redimidas y recobradas que han sido trasladadas a Cristo y a la vida de
iglesia, debemos repudiar las diferencias que nos dividen. La gente del mundo considera
que las diferencias culturales son una marca de prestigio. Pero en Cristo, nosotros
hemos perdido este prestigio. Ahora nuestro único prestigio es Cristo y la unidad
genuina. No debemos tener ningún prestigio que sea característico de nuestra localidad
o de nuestra salón de reuniones. Todos debemos ejercitarnos por seguir a los demás.
Mientras que lo que practiquemos no implique idolatría o inmoralidad, no tiene nada de
malo. No nos aferremos a nuestro prestigio. Si estamos dispuestos a despojarnos del
orgullo cultural, el Señor podrá establecer una vida de iglesia apropiada.
2. En la carne
Efesios 2:15 dice que Cristo abolió “en Su carne” la ley de los mandamientos expresados
en ordenanzas. Debido a que la humanidad se convirtió en carne (Gn. 6:3) y quedó
alejada de Dios y Su propósito, Dios ordenó que Su pueblo escogido se circuncidara, que
se despojara de la carne. La ordenanza de la circuncisión fue instituida a causa de la
carne del hombre; y fue en la carne que Cristo fue crucificado. Cuando El murió en la
cruz, Su carne, la cual era tipificada por el velo que separaba el Lugar Santo del Lugar
Santísimo en el templo, fue rasgada (He. 10:20). Al derribar la pared intermedia de
separación en la cruz, Cristo hizo la paz.
Hemos visto que, conforme a la Biblia, las ordenanzas básicas giran en torno a la
circuncisión, el sábado y la dieta. No obstante, aun estas ordenanzas, las cuales Dios
mismo instituyó, fueron abolidas. Si esto sucedió con las ordenanzas básicas, cuanto
más deben ser abolidas las de menor importancia. No debemos conservar ninguna
ordenanza, ni crear nuevas. Por la gracia de Dios, debemos ser flexibles y abandonar
todas nuestras diferencias por el bien de la vida de iglesia. Adonde sea que vayamos,
debemos aprender a ser igual que los demás. Si lo hacemos, disfrutaremos de la vida de
iglesia como el nuevo hombre, el reino de Dios, Su familia y Su morada.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTICUATRO
En este mensaje trataremos la creación del nuevo hombre (2:14-15). Aunque este tema
es sumamente crucial en el Nuevo Testamento, la mayoría de los cristianos lo pasan por
alto.
Cuando Cristo murió en la cruz, El no solamente eliminó los pecados, el viejo hombre, a
Satanás y al mundo, sino que también abolió las ordenanzas. En la cruz, Cristo abolió en
Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Por tanto, con Su
muerte, acabó con estas cinco categorías de cosas: los pecados, el viejo hombre, Satanás,
el mundo y las ordenanzas. Hoy muy pocos cristianos hablan de que Cristo eliminó las
ordenanzas, y dudo que haya libros que trate este tema. La mayoría de los cristianos
piensan que los pecados, el viejo hombre, Satanás y el mundo constituyen nuestros
principales problemas, y que si estos cuatro elementos son eliminados, todo estará bien.
Pero sólo cuando las ordenanzas sean eliminadas, quedarán resueltos todos los
problemas y todo estará bien. Era necesario que las ordenanzas, que son las distintas
maneras de vivir y adorar, fueran abolidas por Cristo en la cruz para que El pudiera
crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre.
Hemos oído repetidas veces que en la cruz Cristo efectuó la redención, destruyó al
diablo, juzgó al mundo y crucificó al yo; pero tal vez nunca había oído usted que la
muerte de Cristo en la cruz también tenía como fin crear un solo y nuevo hombre. Para
crear el nuevo hombre, era necesario que Cristo aboliera las ordenanzas. Al abolir en Su
carne las ordenanzas y crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre,
Cristo hizo la paz entre todos los creyentes. Las ordenanzas separaban tajantemente a
los judíos de los gentiles, pero Cristo, con la esencia divina, hizo de ambos una sola y
nueva entidad, un hombre corporativo: la iglesia. Debido a que los cristianos no hablan
de la abolición de las ordenanzas y de la creación del nuevo hombre, sentimos una gran
necesidad de exponer estos temas.
EL ASPECTO MAS ELEVADO DE LA IGLESIA
La relación que experimentan los cristianos cuando se reúnen como asamblea, como
congregación, no es tan estrecha. Es mucho más cercana e íntima la que se disfruta en
familia. No obstante, tenemos que ver que además de ser miembros de la familia de
Dios, también somos miembros del Cuerpo de Cristo, donde la relación entre los
miembros es aún más estrecha. En el caso de la asamblea y de la familia, es posible que
los miembros estén separados los unos de los otros; pero los miembros del Cuerpo no
pueden estar separados del Cuerpo, a no ser que sean amputados. A donde va el Cuerpo,
los miembros van con él; no tienen otra alternativa. Sin embargo, la comunión que se
experimenta en el nuevo hombre es todavía más íntima que la del Cuerpo. El nuevo
hombre es corporativo y universal. Aunque los creyentes son muchos, en el universo hay
un solo y nuevo hombre. Todos los creyentes son componentes de este nuevo hombre
corporativo y universal. ¡Quiera el Señor concedernos más luz con respecto al nuevo
hombre! Tenemos que reconocer que todavía no hemos visto mucho en cuanto a este
aspecto de la iglesia. El aspecto de la iglesia como nuevo hombre es algo que se ha
descubierto apenas en años recientes, y estoy seguro de que el Señor continuará
dándonos más revelación acerca del nuevo hombre en los días que han de venir.
El Señor no podrá cumplir Su propósito sino hasta que obtenga el nuevo hombre en la
tierra. La situación que existe entre el cristianismo actual está lejos de la meta de Dios.
Aunque se habla mucho acerca del Cuerpo, no son muchos los que entienden
debidamente lo que es el Cuerpo. Además, los cristianos rara vez hablan del nuevo
hombre. ¡Cuán crucial es que se recobre plenamente este aspecto de la iglesia!
Si queremos ver el nuevo hombre, debemos conocer bien que es el viejo hombre. Antes
de exhortarnos a que nos vistamos del nuevo hombre, Pablo nos dice que nos
despojemos del viejo hombre (4:22). Después de crear los cielos y la tierra, Dios creó al
hombre, pero no creó un hombre individual, sino una entidad colectiva. Génesis 1:26
habla del hombre en singular y en plural: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoreen...” (heb.) [El hecho de que el
verbo señoreen está en el plural, mientras que “al hombre” está en singular] revela que
Dios siempre ha deseado tener un hombre colectivo. Desafortunadamente, el hombre
corporativo que Dios creó fue dañado a causa de la caída; por lo cual fue necesario que
se produjera un nuevo hombre. Para que se produjera este nuevo hombre, Cristo no
solamente tuvo que eliminar el pecado, la naturaleza caída del viejo hombre, a Satanás y
al mundo, sino que también tuvo que abolir las ordenanzas. Lo que más impide que
Dios obtenga el nuevo hombre, es las ordenanzas. Cuando Cristo fue crucificado, no sólo
fueron crucificados nuestros pecados, el viejo hombre, Satanás y el mundo; también
todas las ordenanzas fueron crucificadas. Las ordenanzas no fueron crucificadas para
que obtuviéramos perdón, santidad, victoria sobre Satanás y para que recibiéramos la
vida divina, sino para que se creara el nuevo hombre.
Muchos conocemos muy bien Juan 1:1 y 3:16, pero desconocemos Efesios 2:15. Este
versículo dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en
ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la
paz”. Cuando la carne de Cristo fue clavada en la cruz, El abolió la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas para crear en Sí mismo de los dos, judíos y
gentiles, un solo y nuevo hombre. Cuando leemos el versículo 15 junto con el 16 vemos
claramente que Cristo abolió las ordenanzas por medio de la cruz y eliminó en ella la
enemistad, no con el propósito de redimirnos ni de impartirnos Su vida, sino para crear
de los judíos y gentiles un solo y nuevo hombre.
Puesto que la vieja creación estaba relacionada con la carne de Cristo, al ser crucificado
Cristo, fue crucificada toda la creación. Hebreos 10 enseña que la carne de Cristo era
tipificada por el velo del templo, sobre el cual estaban tejidos querubines, que
representan los seres vivientes. Por lo tanto, cuando Cristo fue clavado en la cruz, toda la
creación fue clavada juntamente con El. Además, cuando se rasgó el velo del templo, los
querubines fueron rasgados también. Esto significa que al ser crucificada la carne de
Cristo, también lo fueron todas los seres creados. Este es el concepto bíblico en cuanto a
la crucifixión.
La expresión “en Sí mismo” tiene mucho significado. Indica que Cristo no sólo fue el
Creador del nuevo hombre, la iglesia, sino también la esfera en la cual y el elemento por
el cual fue creado el nuevo hombre. El es el elemento mismo del nuevo hombre. Después
de que se nos dio fin, en El recibimos la nueva esencia. Cristo mismo llegó a ser el nuevo
elemento. En nuestro viejo hombre no había nada que sirviera para la creación del
nuevo hombre, pues nuestra esencia era pecaminosa. Pero en Cristo obtenemos una
esencia maravillosa, en la cual fue creado el nuevo hombre.
Los demonios y los ángeles malignos saben que el nuevo hombre fue creado con la
esencia divina. Este hecho los aterra. Por esta razón, los poderes diabólicos intentan
impedir que los cristianos vean que ya fue creado el nuevo hombre. Así que, es necesario
librar una batalla por esta verdad. Debemos orar y pedir una mente clara y sobria que
perciba, no solamente que se nos dio fin en la cruz, sino que por medio de ello fuimos
traslados a Cristo. En Cristo, y con Su esencia divina, fuimos creados como el nuevo
hombre.
Es esencial que creamos que antes de nacer fuimos creados como el nuevo hombre y que
en nosotros se forjó una nueva esencia. Así como creemos que Cristo murió en la cruz
para quitar nuestros pecados, debemos creer también que a través de Su muerte, fuimos
puestos en El y que en El fuimos creados con la esencia divina como un solo y nuevo
hombre. ¿Había oído alguna vez que Cristo, al ser crucificado en la carne, le puso fin a
usted, y que en Su resurrección lo colocó en Sí mismo para crearlo con la esencia divina
como el nuevo hombre? Este concepto trasciende nuestro entendimiento natural. No
obstante, la Palabra muestra que es un hecho. Si leemos Efesios 2:15 detenidamente y
con oración, recibiremos luz y veremos que nosotros, junto con todas las criaturas,
representadas por los querubines que estaban bordados sobre el velo, fuimos
crucificados en la carne de Cristo. Y puesto que la muerte nos introduce en la
resurrección, Cristo, en Su resurrección, nos puso en Sí mismo. Luego, con Su esencia
divina, creó en Sí mismo de nosotros un solo y nuevo hombre.
Efesios 2:15 no dice: “Para crear de los dos un solo y nuevo hombre”. No pase por alto la
expresión: “en Sí mismo”. Fuera de El, no podríamos haber sido creados como el nuevo
hombre, pues nosotros no poseemos la esencia divina, la cual es el elemento constitutivo
del nuevo hombre. Solamente en la esencia divina y con ella, pudimos ser hechos el
nuevo hombre. Y sólo en Cristo se puede obtener dicha esencia. De hecho, Cristo mismo
es esta esencia, este elemento. Así que, Cristo creó en Sí mismo de los dos un solo y
nuevo hombre. Debe dejar en todos nosotros una profunda impresión el que nosotros
los creyentes fuimos hechos un solo y nuevo hombre en Cristo.
Siendo quienes hemos sido salvos y regenerados, debemos despojarnos del viejo hombre
y vestirnos del nuevo. El nuevo hombre ya fue creado, pero aún debemos revestirnos de
él. Casi ningún cristiano sabe cómo despojarse del viejo hombre, mucho menos cómo
vestirse del nuevo. Los cristianos en su mayoría piensan que despojarse del viejo
hombre es desechar la vieja naturaleza o el viejo yo, y que vestirse del nuevo hombre
equivale a vestirse de la nueva naturaleza. Los que sostienen este concepto yerran
rotundamente. Puesto que el nuevo hombre que se menciona en 2:15 es un hombre
corporativo, el de 4:24 también debe ser corporativo. Según 4:24, debemos vestirnos del
nuevo hombre que ya fue creado en Cristo.
NUESTRO ESPIRITU
Por mucho tiempo los conceptos naturales, las ideas religiosas y las enseñanzas
tradicionales han ocupado nuestros pensamientos. Para conocer lo referente a nuestro
espíritu, es crucial que hagamos todo eso a un lado y que veamos que nuestro espíritu es
tan vasto como el universo. Todos sabemos que Dios mora en el tercer cielo; sin
embargo, El también mora en nuestro espíritu, lo cual hace de él la Jerusalén de hoy.
¡Aleluya que en el universo existe una entidad maravillosa llamada nuestro espíritu! El
Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu (Ro. 8:16). Las palabras
“nuestro espíritu” incluyen el espíritu de Pablo, el de Martín Lutero, el de Juan Wesley,
el del hermano Nee, el espíritu de usted y el mío. ¡Cuán vasto es nuestro espíritu! La
Biblia revela que Dios es el Dios de nuestro espíritu (Nm. 16:22; Heb. 12:9). ¿Dónde está
Dios ahora? ¡En nuestro espíritu! ¿Dónde se encuentra la morada de Dios? ¡En nuestro
espíritu! ¿Dónde está el nuevo hombre? ¡También en nuestro espíritu!
La manera de vestirnos del nuevo hombre consiste en que nuestro espíritu (el cual está
mezclado con el Espíritu), en el cual se hallan Dios, la morada de Dios y del nuevo
hombre, llegue a ser el espíritu de nuestra mente. Nuestra mente domina y dirige todo
nuestro ser. El hecho de que el espíritu llegue a ser el espíritu de nuestra mente significa
que él la dirige, la controla, la domina y la posee. En lugar de que nuestra mente sea la
mente de nuestro espíritu, nuestro espíritu debe ser el espíritu de nuestra mente. Si la
mente es la mente de nuestro espíritu, eso significa que nuestra mente domina, controla
y dirige a nuestro espíritu; mas si nuestro espíritu es el espíritu de nuestra mente, eso
indica que nuestro espíritu domina, controla y dirige nuestra mente. Cuando el espíritu
dirige nuestra mente, gobierna todo nuestro ser. Cuando eso sucede, nuestro ser se
somete al control de nuestro espíritu, donde está Dios, la morada de Dios y el nuevo
hombre. En el espíritu de nuestra mente somos renovados. Por medio de este espíritu
nos vestimos del nuevo hombre.
La medida en que el espíritu dirige nuestro ser determina cuánto nos hemos vestido del
nuevo hombre. Cuando nuestro espíritu nos domina y nos dirige, no hay lugar para
opiniones u ordenanzas; tampoco hay lugar para nuestros métodos personales, pues
todo nuestro ser es dominado, controlado, gobernado y dirigido por nuestro espíritu.
UN PROCESO PAULATINO
Uno no se viste del nuevo hombre de una vez por todas. Al contrario, esto supone un
proceso gradual que abarca toda nuestra vida cristiana. Hemos mencionado en varias
ocasiones que el nuevo hombre fue creado en Cristo y con El. En Efesios 2:15 la palabra
griega traducida “en” tiene un significado instrumental; también significa “con”. Por
tanto, “en Sí mismo” de hecho significa “consigo mismo”. Cristo creó con Su esencia
divina al nuevo hombre. Cuando fuimos regenerados, el nuevo hombre fue puesto en
nuestro espíritu. Ahora debemos vestirnos de él día tras día al permitir que el espíritu
controle nuestro ser y renueve nuestra mente. Cada vez que una parte de nuestro ser es
renovada, nos vestimos un poco más del nuevo hombre. Por tanto, cuanto más nos
renovamos, al controlar el espíritu nuestra mente, más nos vestimos del nuevo hombre.
Un día, el proceso de vestirnos del nuevo hombre llegará a Su consumación.
CRISTO LO ES TODO
En el nuevo hombre no existe ninguna diferencia étnica ni cultural entre los pueblos; no
hay judío ni gentil, esclavo ni libre, culto ni inculto (Col. 3:10-11). Asimismo ya no hay
estadounidenses, británicos, japoneses, chinos, alemanes ni franceses. En el nuevo
hombre Cristo lo es todo, pues El es la esencia misma con la cual fue creado el nuevo
hombre. Por tanto, el nuevo hombre es Cristo mismo.
El nuevo hombre, por haber sido creado en Cristo, con Cristo y según Dios, lleva la
imagen de Dios. En contraste con Génesis 1:26, que dice que el hombre fue hecho a la
imagen de Dios, Efesios 4:24 declara que el nuevo hombre es creado según Dios
directamente. Un día, el nuevo hombre expresará la imagen de Dios en la santidad y la
justicia de la realidad. Al ser renovados en el espíritu de nuestra mente, el cual nos rige,
nos vestimos del nuevo hombre, que fue creado en Cristo Jesús.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTICINCO
En este mensaje diremos algo más en cuanto a la manera de vestirnos del nuevo
hombre.
CREADO Y RENOVADO
La manera en que el Nuevo Testamento presenta el nuevo hombre puede sonar raro a
nuestra mentalidad natural. Según 4:24 el nuevo hombre es creado en la justicia y
santidad de la verdad, mientras que Colosenses 3:10 dice que el nuevo hombre se va
renovando. ¿Cómo puede el nuevo hombre ser creado, lo cual implica que no tiene nada
que ver con lo viejo, y al mismo tiempo ser renovado, lo cual lo vincula a lo viejo? Esto se
debe a que una cosa es la creación del nuevo hombre y otra muy distinta, nuestra
experiencia de él. Desde la perspectiva de Cristo, el nuevo hombre ya fue creado; pero
desde la nuestra, conforme a nuestra experiencia, el nuevo hombre se va renovando.
Conforme a la nueva creación, el nuevo hombre fue creado por la obra de Cristo,
mientras que por el lado de nuestra experiencia, el nuevo hombre está en el proceso de
ser renovado de día en día. En este mensaje, mi carga consiste en señalar de qué manera
se renueva el nuevo hombre. De hecho, esta renovación equivale a vestirnos del nuevo
hombre. Como mencionamos en el mensaje anterior, el nuevo hombre ya fue creado,
pero ahora necesitamos vestirnos de él en nuestra experiencia.
La palabra griega traducida vistáis se usa con relación a la ropa. Supongamos que un
hermano tiene un traje, el cual se hizo a su medida. Podemos decir que el traje ya está
terminado, pero ahora el hermano debe ponérselo y debe hacerlo correctamente. El no
puede ponérselo todo a la vez; más bien, debe vestirse prenda por prenda.
Sin embargo, el ponerse el traje no es un ejemplo tan exacto de lo que es vestirse del
nuevo hombre. Lo del traje es una acción objetiva, mientras que vestirse del nuevo
hombre supone una renovación interna. Nosotros no nos vestimos del nuevo hombre de
una manera externa y objetiva; más bien, este proceso empieza en nuestro interior; está
relacionado con una renovación interna y subjetiva.
Cuando fuimos regenerados, el nuevo hombre fue puesto en nuestro espíritu, o sea,
nació en él. Ahora el nuevo hombre debe extenderse a todas las partes de nuestro ser. El
hecho de que el nuevo hombre se extienda en nosotros equivale a que nos vistamos de
El. Esto también es la renovación. Vemos así que vestirse del nuevo hombre no es un
asunto externo, un asunto objetivo, sino una experiencia interna.
Hemos mencionado que en la cruz, Cristo abolió las ordenanzas con el fin de producir el
nuevo hombre en resurrección. Por ende, el nuevo hombre fue creado en la resurrección
de Cristo. Cuando creímos en el Señor Jesús, el Espíritu vivificante entró en nuestro
espíritu y trajo consigo al nuevo hombre como producto terminado. Fue así que el nuevo
hombre nació en nuestro espíritu. Así que, desde el momento de nuestra regeneración,
el nuevo hombre ha estado en nuestro espíritu. Lo que se necesita ahora es que se
extienda y sature cada parte de nuestro ser. Por medio de esta extensión, nos vestimos
del nuevo hombre y somos renovados. Como lo indica Colosenses 3:10, debemos
revestirnos del nuevo hombre, el cual se está renovando. La medida en que nos vestimos
del nuevo hombre está en proporción a la medida en que somos renovados.
Efesios 4 y Colosenses 3 muestran que para revestirnos del nuevo hombre, primero
debemos despojarnos del viejo hombre. Efesios 4:22 dice que: “En cuanto a la pasada
manera de vivir, os despojéis del viejo hombre”. La frase “manera de vivir” tiene mucho
significado. Antes de ser salvos, teníamos cierta manera de vivir. Quizás trabajábamos
cinco días a la semana y dedicábamos las noches y los fines de semana para divertirnos
en lugares mundanos. Para algunos, la manera de vivir tal vez consistía en apostar,
mientras que para otros, en frecuentar ciertos lugares o disfrutar de ciertas comidas.
Todo esto forma parte de la manera de vivir. Cada nación y cada pueblo tiene su propia
manera de vivir.
En el recobro del Señor muchos santos todavía se aferran a su vieja manera de vivir. No
me tilden de legalista, conservador o pasado de moda porque les pido que se despojen
de su vida pasada. Tener tal actitud con respecto a lo que digo es una señal de alguien
que ha sido atrapado en la corriente maligna del sistema satánico actual. No debemos
ser arrastrados por la corriente de este siglo; antes bien, debemos sepultar nuestra
pasada manera de vivir e incluso celebrarle un funeral. Hablar simplemente de
despojarnos del viejo hombre es demasiado doctrinal. La única manera de despojarnos
del viejo hombre es despojarnos de nuestra pasada manera de vivir, en la cual están
incluidas las ordenanzas.
NINGUNA DISTINCION
Colosenses 3:11, refiriéndose al nuevo hombre, dice: “Donde no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo,
y en todos”. Vincent, en un estudio que realizó sobre palabras neotestamentarias,
declara que en el griego, las palabras traducidas “no hay” tienen una connotación muy
enfática y significan que no existe ninguna posibilidad. En el nuevo hombre no hay lugar
para griegos, judíos, bárbaros, escitas, esclavos ni libres, porque la pasada manera de
vivir de ellos fue desechada. Sin duda, en la iglesia de Colosas había personas de todos
estos trasfondos; sin embargo, Pablo declara en Efesios 4:22 que todos debían
despojarse de su pasada manera de vivir. Al hacer eso, serían renovados.
En la época en que Pablo escribió la epístola a los Colosenses, había judíos en casi todas
las ciudades de alrededor del mar Mediterráneo. Cuando en determinada ciudad se
salvaban judíos y griegos, ellos se reunían juntos como la iglesia en esa localidad. En
muchas localidades la iglesia no sólo se componía de judíos y griegos, sino también de
bárbaros (procedentes de Europa del norte) y escitas, que según los maestros bíblicos
eran gente inculta y bárbara. Por tanto, en algunas ciudades la iglesia se componía de
griegos cultos, judíos religiosos y bárbaros y escitas incultos. Había también esclavos
comprados a precio, y los amos de éstos. ¿Qué pasaba cuando todas estas personas se
reunían para participar de la mesa del Señor? Por causa de la vida de iglesia, ellos
debían despojarse del viejo hombre, corporificado en su pasada manera de vivir. Los
griegos debían despojarse de su filosofía; los judíos, de sus observancias religiosas y
reglas alimenticias; los escitas, de su manera salvaje de vivir; los amos, de su actitud
hacia los esclavos; y los esclavos, de su propia forma de vida. En la vida de iglesia no hay
lugar para estas diferencias; no puede haber judíos, ni gentiles, bárbaros ni escitas,
esclavos ni libres; sólo hay lugar para Cristo.
A través de los medios modernos de transporte y comunicación, los diversos pueblos del
mundo han logrado unirse más que en cualquier otra época de la historia. A los Estados
Unidos se le ha dado el sobrenombre de crisol, por ser un lugar donde se mezclan
personas de diversas procedencias. Ahí se juntan personas de distintos temperamentos,
unos extrovertidos, y otros silenciosos y misteriosos. Pasa lo mismo en las iglesias en el
recobro del Señor, donde vemos personas de distintas naciones: puertorriqueños,
mexicanos, brasileños, suizos, franceses, alemanes, suecos, daneses, indonesios,
malasios, coreanos, chinos, japoneses y estadounidenses. La diferencia entre los
diversos pueblos se puede ver aun en la forma en que cantan los himnos. Algunos
cantan de una manera que ellos consideran digna, en la que casi no mueven sus labios,
mientras que otros están tan llenos de entusiasmo que incluso ejercitan su cuerpo.
Como podemos ver, aun en la manera de cantar y de alabar al Señor es posible que nos
aferremos a nuestra manera de vivir.
Las diferencias entre los pueblos tienen su origen en Babel. No obstante, en la cruz
Cristo eliminó todas estas diferencias para producir un solo y nuevo hombre. Por medio
de la regeneración, el nuevo hombre fue puesto en nosotros, quienes anteriormente
estábamos bajo la influencia de las diferencias originadas en Babel. A excepción de las
ordenanzas judías, todas las distintas maneras de vivir las heredamos de Babel. ¿Qué
debemos hacer con esta herencia? Debemos sepultarla, es decir, debemos despojarnos
de nuestra pasada manera de vivir. No justifique su manera de vivir ni se jacte de ella.
Lo importante no es determinar cuál manera de vivir es correcta y cuál no. Cada forma
de vida tiene sus ordenanzas y tiene que ser eliminada. Algunas iglesias se forman
basadas en la nacionalidad de las personas. ¡Cuán lamentable es esto! Por ejemplo, en
San Francisco existe una iglesia presbiteriana china. Parece que cada nacionalidad tiene
su propia iglesia. Si deseamos poner en práctica la vida de iglesia de manera auténtica,
todos debemos despojarnos de nuestra herencia nacional y olvidarnos de ella.
Todos debemos tener una clara visión del nuevo hombre. Debemos comprender que
nuestra pasada manera de vivir, la cual heredamos de Babel, e incluso las ordenanzas
judías, fueron abolidas en la carne de Cristo cuando El murió en la cruz. En lugar de
valorar nuestra herencia, debemos repudiarla. Por el lado positivo, debemos ver que el
nuevo hombre ya fue creado y que, por medio de la regeneración, fue colocado en
nuestro espíritu. Ahora necesitamos que nuestro espíritu se convierta en la parte
dominante de nuestro ser, es decir, que nuestro espíritu, mezclado con el Espíritu de
Dios, llegue a ser el espíritu de nuestra mente (4:23). Si nuestro espíritu es el espíritu de
nuestra mente, viviremos por el espíritu en todos los detalles de nuestra vida. Todo lo
que hagamos concordará con el espíritu. El espíritu de nuestra mente se convertirá en el
espíritu que nos renueva. Al ser renovados por dicho espíritu, nos vestiremos del nuevo
hombre.
Efesios 4:24 indica que el nuevo hombre fue creado según Dios directamente, mientras
que Colosenses 3:10 revela que el nuevo hombre se va renovando hasta el conocimiento
pleno, lo cual es conforme a la imagen de Dios. Por haber sido creado según Dios, en
cierto sentido el nuevo hombre es igual a Dios; no obstante, en nuestra experiencia, el
nuevo hombre tiene que ser renovado hasta el conocimiento pleno que es conforme a la
imagen, la expresión, del Dios que lo creó. La creación del nuevo hombre conforme a
Dios ya fue consumada, pero en nuestra experiencia, el nuevo hombre se va renovando
poco a poco hasta el conocimiento pleno. Es así como el nuevo hombre, experimentado
por nosotros, llega a ser la expresión de Dios.
Efesios 4:24 dice que el nuevo hombre fue creado según Dios en la justicia y santidad de
la verdad. La justicia habla de las obras de Dios, mientras que la santidad, de Su ser.
Todo lo que Dios hace es justo, y todo lo que Dios es, es santo. El nuevo hombre es
creado según Dios con relación a estos dos atributos. Además, la justicia y la santidad
proceden de la verdad. Dean Alford dice que en este versículo, la verdad denota la
esencia misma de Dios, porque Dios es verdad. Esto está en contraste con las pasiones
del engaño mencionadas en 4:22. El engaño es la esencia de Satanás, el mentiroso,
mientras que la verdad es la esencia de Dios, quien es veraz. Por tanto, las pasiones
proceden de Satanás, quien es el engaño mismo, mientras que la justicia y la santidad
pertenecen a Dios, quien es la verdad misma. Vincent señala que en estos versículos, el
engaño y la verdad son personificaciones. Dios creó al nuevo hombre en justicia y
santidad, los cuales son dos aspectos de la esencia de Dios.
En este mensaje no les he presentado una enseñanza filosófica; más bien, les he
compartido la visión que el Señor me ha mostrado en cuanto a cómo vestirnos del nuevo
hombre. No es mi intención enseñarles cultura, costumbres ni ética, sino que recibamos
la visión celestial de lo que Dios anhela hoy. Dios desea tener un solo y nuevo hombre.
El nuevo hombre debe ser la vida de iglesia actual. La manera de experimentar el nuevo
hombre es despojarnos de nuestra pasada manera de vivir y permitir que el espíritu
dirija y rija todo nuestro ser y nuestra vida cotidiana. Entonces seremos renovados y
experimentaremos el nuevo hombre como nuestra vida de iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE VEINTISEIS
En este mensaje llegamos a 2:16-19, donde vemos que los judíos y los gentiles fueron
reconciliados con Dios en un solo Cuerpo, y que ahora nosotros los creyentes somos
conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
I. AMBOS NECESITABAN
SER RECONCILIADOS CON DIOS
Efesios 2:16 dice: “Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo,
habiendo dado muerte en ella a la enemistad”. La palabra “ambos” se refiere a los judíos
y a los gentiles. Tanto los gentiles, que no eran circuncidados, como los judíos, que eran
circuncidados, necesitaban ser reconciliados con Dios mediante la redención, la cual
Cristo realizó en Su cruz.
El versículo 16 dice que los judíos y los gentiles fueron reconciliados en un solo Cuerpo.
Este único Cuerpo, la iglesia (1:22-23), es el nuevo hombre que se menciona en el
versículo anterior. En un solo Cuerpo los judíos y los gentiles fueron reconciliados con
Dios mediante la cruz. Nosotros los creyentes, ya seamos judíos o gentiles, fuimos
reconciliados no sólo para el Cuerpo de Cristo, sino también en el Cuerpo de Cristo.
¡Qué gran revelación tenemos aquí! Fuimos reconciliados con Dios y fuimos salvos en el
Cuerpo de Cristo.
Originalmente estábamos sin Dios, alejados de El. Pero mediante la cruz y con la sangre
de Cristo, fuimos traídos de nuevo a Dios en el único Cuerpo. Siempre y cuando estemos
en el Cuerpo, somos uno con Dios; de lo contrario, si estamos fuera del Cuerpo, estamos
separados de El.
Nuestra reconciliación con Dios en un solo Cuerpo fue efectuada mediante la cruz. Por
un lado, la cruz de Cristo dio muerte a la enemistad provocada por las ordenanzas, las
cuales fueron instituidas a causa de la carne; por otro, nos redimió a nosotros con la
sangre de Cristo que se derramó sobre ella. Fue mediante la cruz que los judíos y los
gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo.
El versículo 17 dice: “Y vino y anunció la paz como evangelio a vosotros que estabais
lejos y también paz a los que estaban cerca”. Esto se refiere a que Cristo vino como
Espíritu para predicar la paz como evangelio, la cual El hizo mediante Su cruz. Los que
estaban lejos eran los gentiles, quienes eran incircuncisos y estaban separados debido a
su carne; los que estaban cerca eran los judíos, quienes eran circuncisos y fueron hechos
cercanos gracias a la elección de Dios.
El mismo Cristo que murió en la cruz para abolir las ordenanzas a fin de crear el nuevo
hombre, y que derramó Su sangre para reconciliarnos con Dios, vino a nosotros como
Espíritu para predicar el evangelio de la paz. Esto significa que Cristo vino en calidad de
Espíritu vivificante, incluso como el Espíritu que predica. Tanto los que estaban lejos
como los que estaban cerca necesitaban oír estas buenas nuevas de paz.
VI. ACCESO EN UN MISMO ESPIRITU
La predicación del evangelio es sólo el hecho objetivo, pero no la experiencia misma. Así
que, después de recibir la predicación, necesitamos la experiencia, la cual es el acceso al
Padre en un mismo Espíritu. Este acceso se obtiene por la cruz de Cristo y por Su sangre
(He. 10:19).
Tanto los creyentes judíos como los gentiles tienen acceso al Padre por medio de Cristo,
el propio Cristo que abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas,
derribó la pared intermedia de separación, eliminó la enemistad a fin de reconciliar a los
gentiles con los judíos, y derramó Su sangre para redimir a ambos para Dios.
C. En un mismo Espíritu
D. Al Padre
En el único Cuerpo fuimos reconciliados con Dios mediante la cruz; esto es un hecho.
Ahora tenemos acceso al Padre y podemos relacionarnos con El directamente; esto
alude a la experiencia. Con respecto a nuestra posición, fuimos reconciliados con Dios
para salvación, y con respecto a la experiencia, tenemos acceso al Padre para disfrutarlo.
Es muy significativo que estos dos versículos no dicen que fuimos reconciliados con el
Padre y que tenemos acceso a Dios; al contrario, habiendo sido reconciliados con Dios
de una vez por todas, ahora tenemos acceso al Padre para deleitarnos de El
continuamente.
En el versículo 18 queda implícita la trinidad de la Deidad. Por medio de Dios el Hijo,
quien es el Consumador, el medio por el cual todo se lleva a cabo, y en Dios el Espíritu,
quien es el Ejecutor, la aplicación, tenemos acceso a Dios el Padre, quien es el
Originador, la fuente de nuestro disfrute.
En los versículos 15 y 16, el apóstol Pablo primero menciona el nuevo hombre y después
el Cuerpo. ¿A qué se debe esto? Para contestar esta pregunta, debemos examinar de
nuevo la sección que abarca 2:14-16. Cuando leemos estos versículos no debemos
apoyarnos en nuestros conceptos naturales, en nuestro entendimiento religioso, ni en
nuestras ideas doctrinales, todo lo cual entorpece nuestra capacidad para entender la
Palabra. Ya que el aspecto de la iglesia como Cuerpo de Cristo no es tan elevado como el
del nuevo hombre, quizá pensemos que el Cuerpo debería mencionarse primero. Pero,
¿cómo puede existir el Cuerpo si primero no existe el hombre? Primero se habla de un
hombre y luego de su cuerpo. La creación del nuevo hombre tenía que efectuarse
primero; luego la producción del Cuerpo. Por ello, Pablo dijo primero que la muerte de
Cristo en la cruz abolió en Su carne las ordenanzas para crear en Sí mismo un solo y
nuevo hombre; al hacer esto, produjo también el Cuerpo. Tan pronto fue creado el
hombre, surgió el Cuerpo. En este aspecto, la palabra “y” al principio del versículo 16 es
de suma importancia, pues conecta la idea de la reconciliación efectuada en el único
Cuerpo con la idea de la creación del nuevo hombre. Cuando Cristo creó de los judíos y
de los gentiles un solo y nuevo hombre, El los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo. Por
esta razón, Pablo menciona el nuevo hombre antes de mencionar el Cuerpo.
Recordemos que Cristo no reconcilió en un solo Cuerpo a individuos, sino a dos pueblos,
a los judíos y los gentiles. Si simplemente hubiera reconciliado a pecadores como
individuos, no habría sido necesario reconciliarlos en el Cuerpo. Pero para reconciliar a
dos pueblos, a dos entidades colectivas, El tuvo que hacerlo en el Cuerpo.
Anteriormente, los judíos y los gentiles estaban separados, pero en la cruz, Cristo
derribó la pared intermedia de separación y de ambos pueblos creó una sola entidad, un
solo y nuevo hombre. Pero, ¿qué había de hacerse respecto a su relación con Dios? Para
que fueran reconciliados con Dios, se necesitaba un cuerpo que sirviera de instrumento.
Cuando Cristo creó de los dos pueblos el nuevo hombre, simultáneamente los reconcilió
con Dios en un solo Cuerpo. Al ser creados como nuevo hombre, se hizo posible que
ellos fueran reconciliados con Dios en un solo Cuerpo. Por consiguiente, el Cuerpo fue el
medio por el cual se reconciliaron con Dios. A esto se debe que en los versículos 15 y 16
el nuevo hombre se mencione antes que el Cuerpo.
Después de ser reconciliados con Dios, los judíos y los gentiles necesitaban tener acceso
al Padre para que disfrutaran de Su presencia. Este acceso no sólo se obtiene en el
Cuerpo, sino también en el Espíritu. Estar en el Cuerpo es un hecho, mientras que estar
en el Espíritu es una experiencia. Aunque estamos en el Cuerpo, puede ser que no
estemos en el Espíritu, y que en lugar de ello vaguemos en nuestros pensamientos. Por
ejemplo, mientras estamos en una reunión, es posible que viajemos en nuestra mente
por todo el mundo. Esto muestra el hecho de que necesitamos estar en el Espíritu de
una manera práctica.
Ahora llegamos al versículo 19: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino
conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Este versículo abarca
dos aspectos de la iglesia: el reino, denotado por la palabra “conciudadanos”, y la familia
de Dios.
El versículo 19 revela que también somos “miembros de la familia de Dios”. Esta frase se
refiere a la casa de Dios. Tanto los creyentes judíos como los creyentes gentiles son
miembros de la casa de Dios. La casa de Dios tiene que ver con la vida y el disfrute;
todos los creyentes nacieron de Dios en Su casa para disfrutar Sus riquezas. El reino de
Dios tiene que ver con derechos y responsabilidades; todos los creyentes nacidos en la
casa de Dios tienen los derechos y las responsabilidades del reino de Dios. En un
versículo tan breve se abarcan dos temas profundos: el reino de Dios, que incluye
derechos y responsabilidades, y la casa de Dios, donde se disfruta de la vida y de las
riquezas del Padre.
¿Por qué en el versículo 19 el apóstol Pablo se refiere primero al reino de Dios y después
a la familia de Dios? Pablo tenía en mente nuestro estado anterior como extranjeros y
advenedizos; éstos tienen que ver con un reino, no con una familia. Las personas que
son extranjeras en este país, no lo son con relación a una familia, sino con relación a la
nación. Puesto que los extranjeros y los advenedizos son forasteros para con un reino,
no para con la familia, Pablo menciona primero el reino. En este versículo el concepto
principal de Pablo se centra en los ciudadanos del reino de Dios. Con todo, el reino está
compuesto de familias. Por esta razón, Pablo menciona también la familia, la casa de
Dios.
En este mensaje llegamos a la última parte del capítulo dos, los versículos del 20 al 22,
donde se revelan dos aspectos de la edificación: el aspecto universal y el local. En el
sentido universal, la iglesia es una sola, y la iglesia que existe en una localidad
determinada también es una sola localmente. En el versículo 21 vemos el aspecto
universal de la iglesia: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser
un templo santo en el Señor”; y en el versículo 22 tenemos el aspecto local: “En quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. El
“templo santo” se refiere al aspecto universal, mientras que la “morada de Dios”, al
aspecto local.
La iglesia, como Cuerpo de Cristo, fue regenerada; como casa de Dios está siendo
edificada. Aparentemente, el crecimiento y la edificación son dos cosas distintas; pero
de hecho, la edificación de la casa equivale al crecimiento del Cuerpo. Si el Cuerpo no
crece, la casa no se edifica.
¿Sobre qué edificamos la iglesia en el recobro del Señor? Decir que sobre Cristo es
bastante general e indefinido. Tenemos que edificar la iglesia sobre la revelación que
recibieron los apóstoles y profetas. Las llamadas iglesias, establecidas según las
nacionalidades, no son edificadas sobre el fundamento de los apóstoles y profetas.
Algunas de ellas excluyen a personas de cierto origen étnico o racial. Ciertamente esas
congregaciones no están edificadas sobre el fundamento que se describe en 2:20. La
Iglesia Católica Romana y las denominaciones afirman que su fundamento es Cristo. Sin
embargo, ninguno de estos grupos declara que su fundamento sea el fundamento de los
apóstoles y profetas. Por ejemplo, la denominación presbiteriana está edificada sobre el
concepto del presbiterio. Sin embargo, la revelación que recibieron los apóstoles y
profetas no fue que el presbiterio debía ser el fundamento de la iglesia. La iglesia
metodista está edificada sobre los principios de Juan Wesley, y la iglesia católica, sobre
el concepto jerárquico. Si la revelación confiada a los apóstoles y profetas fuese aplicada
a la iglesia católica, ésta se derrumbaría. Las iglesias carismáticas están edificadas sobre
el fundamento de ciertos dones y experiencias carismáticas. En contraste con todas estas
llamadas iglesias, nosotros en el recobro del Señor afirmamos rotundamente que las
iglesias en el recobro están edificadas sobre el fundamento de los apóstoles y profetas.
Esto significa que las iglesias en el recobro del Señor están edificadas conforme a la
revelación que recibieron los apóstoles y profetas. Según esta revelación, la iglesia recibe
a creyentes de todas las razas y nacionalidades; incluye a los que hablan en lenguas y a
los que no lo hacen. Si tenemos la visión referente al fundamento correcto sobre el cual
se edifica la iglesia, nos daremos cuenta de que solamente las iglesias en el recobro del
Señor, y no la iglesia católica, las denominaciones ni los grupos independientes, son
edificadas sobre el fundamento correcto.
El versículo 20 revela que Cristo es la piedra del ángulo en el edificio de Dios. Aquí se
menciona a Cristo no como el fundamento (Is. 28:16) sino como la piedra del ángulo,
porque el enfoque principal de este pasaje no es el fundamento sino la piedra que une
los dos muros principales, es decir, el muro compuesto de los creyentes judíos y el de los
creyentes gentiles.
Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, lo rechazaron como la piedra del
ángulo (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), como el que uniría a los gentiles con ellos para la edificación
de la casa de Dios.
En Mateo 21 el Señor Jesús dio a entender de manera figurativa que los fariseos le
rechazarían. El versículo 42 declara: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que
rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo’. El Señor ha hecho esto, y
es cosa maravillosa a nuestros ojos?” Con estas palabras, el Señor reveló que después de
Su resurrección El llegaría a ser la cabeza del ángulo que uniría a los judíos y a los
gentiles. Pedro, refiriéndose a Cristo, dijo a los religiosos fanáticos en Hechos 4:11 y 12:
“Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a
ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo
el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Las palabras de Pedro
demuestran que la edificación está implícita en la salvación. Dios no nos salva para
llevarnos al cielo, sino para unirnos a los judíos y obtener así Su edificio. El menosprecio
que muchos de los judíos incrédulos sienten por el Señor Jesús se debe a que no quieren
unirse a los gentiles. Un judío incrédulo puede estar separado de los gentiles; pero tan
pronto cree en Cristo, queda unido por medio de El, la piedra del ángulo, a los creyentes
gentiles. Seamos judíos o gentiles, fuimos salvos para unirnos en Cristo a fin de que Dios
obtenga Su edificio.
A. En Cristo
El versículo 21 dice: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un
templo santo en el Señor”. En Cristo, quien es la piedra del ángulo, todo el edificio, el
cual incluye a los creyentes judíos y gentiles, está bien coordinado y crece para ser un
templo santo.
B. Crece
El edificio crece porque está vivo (1 P. 2:5), y crece para ser un templo santo. La
verdadera edificación de la iglesia como casa de Dios se lleva a cabo al crecer en vida los
creyentes. Actualmente la iglesia pasa por el proceso de crecimiento; pero este
crecimiento no es en la vida natural, sino en la vida divina, la vida espiritual.
El versículo 21 también declara que el edificio está bien acoplado. La frase “bien
acoplado” significa hecho idóneo para la condición y situación del edificio.
C. Para ser un templo santo
Como dice el versículo 21, todo el edificio va creciendo para ser un templo santo. La
palabra griega traducida “templo” quiere decir “santuario”, la parte interior del templo.
Es en el Señor que el edificio crece para ser un templo santo. Esto significa que la
edificación de la casa de Dios como santuario de Dios, se lleva a cabo en Cristo el Señor.
Ahora quisiera hacerles una pregunta: ¿Está el templo de Dios totalmente edificado? El
hecho de que el templo aún está creciendo indica que por lo menos desde nuestro punto
de vista todavía no está completo. El versículo 21 no dice que todo el edificio creció para
ser un templo santo, sino que crece para ser un templo santo.
El versículo 22 dice: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para
morada de Dios en el espíritu”. La palabra “vosotros”, que se refiere a los santos locales,
denota que el edificio mencionado en el versículo 21 es universal, y que el del versículo
22 es local. En este versículo Pablo dice que los santos locales, los santos de Efeso, eran
juntamente edificados en Cristo para morada de Dios. De esta manera, en estos
versículos Pablo abarca tanto el aspecto universal como el aspecto local de la iglesia.
Cuando dice que todo el edificio va creciendo, se refiere al aspecto universal; y cuando
expresa que los creyentes que viven en determinada localidad son juntamente
edificados, se refiere al aspecto local.
¿Por qué usa Pablo el término “templo santo” para hablar del aspecto universal de la
iglesia, y la expresión “morada de Dios” para referirse al aspecto local? ¿Cuál es la
diferencia, si la hay, entre el templo santo y la morada de Dios? Aparte del templo
universal, no existe ningún templo que se llame templo local. El templo y la morada se
refieren a dos aspectos de una misma cosa. No piense que el templo es una morada. El
templo es el lugar donde el pueblo de Dios contacta a Dios, le adora y escucha Su
oráculo; mientras que la morada es un lugar de descanso; Dios reposa en Su morada.
Sin embargo, el templo y la morada no son dos lugares distintos; más bien, son dos
aspectos, dos funciones o usos, del mismo edificio. La iglesia es el lugar donde el pueblo
de Dios contacta a Dios, le adora y recibe Su palabra, y es también el lugar donde Dios
reposa.
Las iglesias locales son parte de la iglesia universal, no algo agregado a ella o distinto de
ella. La iglesia universal es la totalidad de las iglesias locales, lo cual indica que la iglesia
universal no puede existir sin las iglesias locales. Por consiguiente, edificar la iglesia
local equivale a edificar la iglesia universal. Todas las iglesias locales son parte de la
misma edificación. La edificación de la iglesia en Anaheim no es diferente de la que se
lleva a cabo en la iglesia en Chicago, ni en la iglesia en Nueva York. Sin embargo, según
nuestro concepto natural, en cada localidad existe una edificación diferente. Pero la
realidad es que en este universo existe una sola edificación, la cual tiene un aspecto
universal y un aspecto local. No importa cuántas iglesias puedan existir en la tierra, hay
una sola edificación, la cual tiene estos dos aspectos.
El versículo 21 dice que el templo santo está en el Señor, y el versículo 22, que la morada
de Dios está en el espíritu. Esto indica que el Señor es uno con nuestro espíritu y que
nuestro espíritu es uno con el Señor. De hecho, estar en nuestro espíritu equivale a estar
en el Señor, y estar en el Señor equivale a estar en el espíritu. El que se une al Señor es
un solo espíritu con El (1 Co. 6:17). Es sencillamente imposible separar nuestro espíritu
del Señor. Así que, nuestro espíritu es el lugar donde se lleva a cabo la edificación de la
iglesia. La edificación no se efectúa en nuestra mente, en nuestra parte emotiva, en
nuestra alma o en nuestro corazón; la iglesia se edifica exclusivamente en nuestro
espíritu.
LA MAYORDOMIA DE LA GRACIA
Los versículos del 2 al 21 del capítulo tres son un paréntesis, y 4:1 es la continuación de
3:1. En este paréntesis, que contiene una súplica, el apóstol Pablo describe a los
creyentes gentiles el ministerio que le fue dado para ellos, un ministerio que recibió al
revelársele el misterio de Cristo y que consistía en llevar a cabo la mayordomía de la
gracia. En este paréntesis, Pablo también ora pidiendo que la iglesia experimente a
Cristo al máximo.
En este mensaje estudiaremos la mayordomía de la gracia de Dios. Pablo dice en 3:2: “Si
es que habéis oído de la mayordomía de la gracia de Dios que me fue dada para con
vosotros”. En griego, la palabra traducida “mayordomía” en este versículo se traduce
como “economía” en 1:10 y 3:9. La mayordomía de la gracia consiste en impartir la
gracia de Dios a Su pueblo escogido para producir y edificar la iglesia. De esta
mayordomía surge el ministerio del apóstol, quien es un mayordomo en la casa de Dios,
uno que ministra a Cristo como la gracia de Dios a la familia de Dios.
Para llevar a cabo la mayordomía, se requieren mayordomos. Cada uno de los apóstoles
es un mayordomo de Dios. Como apóstol, Pablo era un mayordomo que impartía las
riquezas de Dios a los hijos de Dios.
A. De Cristo Jesús
Todos los que valoran la Biblia tienen en alta estima la epístola a los Efesios. Sería una
gran pérdida si este libro no formara parte del Nuevo Testamento, pues Efesios contiene
la revelación más elevada en toda la Biblia. Esta revelación le fue dada a un hombre que
estaba encarcelado en Cristo, un hombre que disfrutaba a Cristo como su prisión. Esto
indica que si queremos ver algo muy celestial y divino, debemos ser prisioneros en el
Señor. Cuanta más libertad tengamos, más ciegos estaremos. Pero si Cristo es nuestra
prisión, nuestros ojos serán abiertos y veremos la visión celestial, recibiremos la
revelación más elevada.
B. Por los santos
Pablo recibió esta visión a favor de los santos, pues como él mismo dice en 3:1, él era un
prisionero por los gentiles. Si disfrutamos a Cristo como nuestra prisión, nosotros
también recibiremos una visión, pero no sólo por el beneficio de nosotros mismos, sino
también por el de la iglesia.
Muchos cristianos leen Efesios una y otra vez sin recibir la revelación contenida en esta
epístola, lo cual se debe a que no están presos en Cristo. Ellos son demasiado libres, y su
libertad los ciega. Si estamos dispuestos a perder nuestra libertad, recibiremos la visión.
¿Qué preferimos, tener la libertad o la visión? Todos debemos orar así: “Señor, por amor
a la visión celestial, estoy dispuesto a perder mi libertad. Señor, quiero estar preso en Ti.
Tal vez los demás piensen que estoy sufriendo, pero cuando estoy preso en Ti, te disfruto
al máximo”. El disfrute que experimentamos cuando estamos presos en Cristo, nos
capacita para recibir la revelación celestial.
Sin duda, en todos los libros de la Biblia hay verdades preciosas. Sin embargo, Efesios
contiene las verdades más dulces y profundas. Estas verdades se nos comunican en
expresiones celestiales, tales como: “ser fortalecidos con poder en el hombre interior”,
“os renovéis en el espíritu de vuestra mente” y “seáis llenos hasta la medida de toda la
plenitud de Dios”. Estas frases las expresó alguien que, por estar preso en Cristo, tuvo
una visión. En Cristo como su prisión, Pablo vio lo que significaba ser fortalecido en el
hombre interior, ser renovado en el espíritu de la mente y lleno hasta la medida de toda
la plenitud de Dios. En principio, pasa lo mismo con nosotros hoy. Cuando disfrutamos
de la libertad fuera de Cristo, perdemos la vista espiritual. Pero si estamos dispuestos a
permanecer en El como nuestra prisión, la visión volverá a nosotros y nuestra vista será
restaurada. Los cielos nos serán abiertos y todo se volverá cristalino como el agua.
En Efesios 3 vemos que el apóstol Pablo tenía una visión muy elevada. Fue en este
capítulo donde usó la frase: “las inescrutables riquezas de Cristo” (v. 8). Lo que vio
Pablo trasciende nuestro entendimiento. Podríamos decir que ni siquiera él mismo
encontró las palabras adecuadas para expresarlo. Al final, simplemente habló de la
anchura, la longitud, la profundidad y la altura (v. 18). Estas dimensiones, que son las
dimensiones de Cristo, son en realidad las dimensiones del universo. Mientras estaba
confinado y restringido en una prisión, Pablo tuvo una visión de las dimensiones
universales de Cristo. En esto vemos que no importa cuán pequeño se considere un
hermano o hermana, si está dispuesto a permanecer preso en Cristo, también puede
recibir una visión para el beneficio de la iglesia.
II. LA MAYORDOMIA DE LA GRACIA
A. La mayordomía
Esta mayordomía concuerda con la economía de Dios. Con relación a Dios, es una
economía, y por nuestro lado, es una mayordomía. Todos los santos, por muy
insignificantes que parezcan, tienen una mayordomía conforme a la economía de Dios.
Esto significa que cada santo puede infundir a Cristo en los demás. Incluso una
estudiante de escuela secundaria puede impartir a Cristo en sus compañeras de clases.
Impartir a Cristo en otros constituye la mayordomía según la economía de Dios.
En el pasado mencionamos que los cielos fueron creados para la tierra; la tierra, para el
hombre; y el hombre, para Dios. Dios desea impartirse en el hombre; por ello creó los
cielos y la tierra. Este es el tema central de toda la Biblia. Dios no deseaba permanecer
separado del hombre; Su anhelo era entrar en él. Por ello, en la eternidad pasada, se
propuso impartirse en nosotros. Y con este fin, creó los cielos para la tierra; la tierra
para el hombre; y al hombre para Sí mismo. La economía de Dios consiste en impartirse
a Sí mismo en el hombre, y nosotros tenemos parte en dicha economía mediante nuestra
mayordomía, o sea, al llevar a cabo el ministerio de impartir las riquezas de Cristo en
otros. Así vemos que la mayordomía de la gracia es conforme a la economía de Dios.
El apóstol Pablo no era el único que poseía una mayordomía. En 3:8 él se refiere a sí
mismo como “menos que el más pequeño de todos los santos”. Esto indica que Pablo era
aun menos que nosotros. Nuestro concepto tiene que cambiar radicalmente. Si Pablo
pudo ser un mayordomo, nosotros también podemos serlo; podemos ser mayordomos
que imparten las riquezas de Cristo a los demás.
B. La gracia
En 3:7 Pablo declara que él fue hecho ministro. En el Nuevo Testamento existe un solo
ministerio, el cual es la mayordomía que imparte a Dios en las personas. La palabra
“ministro” equivale a la palabra “mayordomo”, porque un mayordomo es uno que sirve
a los demás supliéndoles las necesidades de la vida. No sólo los hermanos que ministran
la Palabra de Dios y los ancianos que se ocupan de la edificación de la iglesia local, son
ministros, sino que cada santo, cada miembro de la iglesia, tiene parte en el ministerio.
No se deje engañar por el concepto tradicional de que usted no es un ministro. Un
ministro es simplemente uno que sirve. Un ministro del evangelio le sirve el evangelio a
la gente. Una joven que ministra algo de Cristo a su mamá, lleva a cabo el ministerio
neotestamentario. Todos los santos deben tener la confianza de declarar que son
ministros. Pero no sólo debemos decirlo, también debemos ponerlo en práctica. Insto a
los jóvenes a que impartan a Cristo en sus padres. Les animo a que cumplan este
ministerio. Aunque hay miles de santos en el recobro del Señor, hay un solo ministerio,
el cual imparte las riquezas de Cristo en los demás. ¡Aleluya por tan glorioso ministerio!
Nuestro ministerio concuerda con el don de la gracia de Dios. Decir que la gracia es el
Dios que disfrutamos significa que la gracia es el Dios que se nos da como vida y
suministro de vida (1 Co. 15:10; 2 Co. 12:9). Este suministro opera en nosotros. Por
medio de la vida que opera en nosotros, obtenemos cierta capacidad, la cual es el don.
Por consiguiente, en 3:7 Pablo expresa que él es un ministro “por el don de la gracia de
Dios que le fue dado”.
Todos los santos tienen este don, esta habilidad. Por ejemplo, mi mano tiene la
habilidad de asir objetos. Esta habilidad proviene de la sangre que corre por mi cuerpo.
Si la sangre no circulara por mi mano, ésta no tendría suficiente vida; y por ende, no
podría funcionar. Pero cuando la sangre circula normalmente, ella actúa dentro de la
mano y le proporciona la capacidad de funcionar. Como miembros de Cristo, todos
tenemos la vida de Dios, la cual opera en nosotros y produce cierta habilidad. Esta
habilidad es el don que nos constituye ministros que imparten a Cristo en los demás.
B. Predicar el evangelio de
las inescrutables riquezas de Cristo
C. Producir la iglesia
En Efesios 3, un capítulo parentético, Pablo comienza a rogar a los santos a que anden
como es digno del llamamiento de Dios. Lo que Pablo revela de sí mismo en este
capítulo es un ejemplo para todos los que deseen andar como es digno del llamamiento
de Dios. Este andar requiere que seamos prisioneros, mayordomos y ministros del
Señor. Pablo, siendo un prisionero en Cristo, recibió una visión celestial. Cuanto más
aumentaba su visión, más experimentaba a Cristo y más ganaba de El. Además, él era un
mayordomo que impartía las riquezas de Cristo a los miembros de la familia de Dios. El
también era un fiel ministro que ministraba a Cristo a los miembros del Cuerpo a fin de
que Cristo sea expresado en el Cuerpo.
Andar como es digno del llamamiento de Dios no consiste simplemente en ser amables,
humildes y amorosos, sino en estar presos, confinados, en Cristo, donde recibimos la
visión. Esta visión nos guía a conocer a Cristo y hace posible que El se forje en nuestro
ser y nos constituya mayordomos que imparten las riquezas de Cristo en otros. Además,
nos hace ministros que imparten estas riquezas en los miembros del Cuerpo para que
éste se edifique. Todos debemos estar presos en Cristo para que le experimentemos más
e impartamos más de El a los demás.
I. LA REVELACION
FUE DADA A LOS APOSTOLES Y PROFETAS
Este misterio fue revelado a los apóstoles y profetas (3:5). ¿Considera usted que ellos
eran personas extraordinarias? El hecho de que a ellos les fuera revelado el misterio,
hace que muchos los consideren así. Sin embargo, en 3:8 Pablo, quien era un apóstol,
dijo ser “menos que el más pequeño de todos los santos”. Según las palabras de Pablo,
los apóstoles y profetas no eran personas extraordinarias, pues declaró que él era menos
que nosotros. Por un lado, podemos tenerlos como hombres excepcionales, y por otro,
debemos considerarlos iguales a nosotros.
Solamente en el libro de Efesios Pablo afirma que él era menos que el más pequeño de
todos los santos. Notemos que él no dijo que era menos que los apóstoles; aunque sí
afirmó en 1 Corintios 15:9 que era “el más pequeño de los apóstoles”. Sin duda, el hecho
de que Pablo dijera esto en esta sección de Efesios, reviste mucha importancia. Sin este
versículo, todos nos inclinaríamos a pensar que los apóstoles eran unos grandes
hombres. ¿Por qué Pablo mencionó esto? Lo mencionó porque en este contexto él
exhortaba a los creyentes a andar como es digno del llamamiento de Dios. Al presentar
su exhortación, él se puso a sí mismo como ejemplo, diciendo que era menos que el más
pequeño de todos los santos. Si Pablo no hubiera expresado esto, estaríamos propensos
a justificarnos diciendo que él pudo andar así porque era un gran apóstol, pero nosotros
no tenemos esa capacidad. Al insertar estas palabras, Pablo no dejó lugar para excusas.
En 3:8 él parece decir: “Santos, no pensáis que yo soy más grande que vosotros. No; yo
soy más pequeño que vosotros. Y si una persona inferior a vosotros lo logró, sin duda,
vosotros también lo lograréis”. No debemos inventar pretextos, pues si Pablo pudo
recibir esta gracia, todos podemos recibirla; si él pudo andar como es digno del
llamamiento de Dios, nosotros también.
Muchos cristianos piensan que sólo ciertos creyentes, tales como Pedro, son “santos”, y
hablan de san fulano, san mengano, etc. Sin embargo, según los escritos del apóstol
Pablo, todos los creyentes somos santos, y como tales, no somos inferiores a Pablo.
Todos podemos vivir como él vivió.
Asimismo, en cierto sentido todos los creyentes de Cristo son profetas. Contrario al
concepto de muchos cristianos, un profeta no es uno que principalmente predice el
futuro; él es más bien un portavoz de Dios. Según Hebreos 3, Moisés, quien fue llamado
por Dios y enviado a los hijos de Israel, fue un apóstol; él tipificaba a Cristo, el Apóstol
de Dios. Cuando el Señor lo llamó para enviarlo como apóstol, Moisés era tímido y se
consideraba a sí mismo uno que no sabía hablar bien. Entonces el Señor le respondió
que le daría a su hermano Aarón por profeta. Dios no hizo esto para que Aarón predijera
el futuro en nombre de Moisés, sino para que fuese su portavoz. Con esto vemos que el
ministerio de un profeta va a la par del ministerio apostólico. Moisés era el apóstol, y
Aarón, el profeta.
Por una parte, somos apóstoles, y por otra, profetas. Los jóvenes son enviados a las
escuelas como apóstoles, y cuando hablan por el Señor, son profetas. Del mismo modo,
si usted va a su madre con la carga de ministrarle a Cristo, usted es un apóstol; y cuando
habla de parte de El, usted es un profeta. Es vergonzoso ser cristiano por muchos años y
no ir a visitar a alguien con la carga de impartirle a Cristo. Es también vergonzoso ser un
cristiano y nunca hablarle a nadie en nombre de Cristo. Un creyente normal es un
apóstol y un profeta, o sea un enviado y un portavoz.
Supongamos que por la soberanía del Señor, algunos de ustedes se mudan a otra ciudad.
Allí infunden a Cristo en las personas y después de algún tiempo algunas llegan a ser
creyentes. Luego empiezan a reunirse como la iglesia en esa localidad. ¿Por medio de
quién se levantó esa iglesia? Fue levantada por los apóstoles que el Señor envió a esa
localidad. Además, estos enviados, debido a que también hablan de parte de Dios, son
también profetas.
Hago hincapié en esto debido a que los conceptos del cristianismo nos han afectado
bastante. En el catolicismo se ha elevado a Pedro a la categoría de papa, y a otros se les
ha dado posiciones elevadas en el llamado santo oficio. Sin embargo, todos los creyentes
estamos en el “santo oficio”, y a todos se nos podría llamar “papas”, pues esta palabra
simplemente significa “padre”. Si usted conduce una persona al Señor y la engendra con
Cristo, usted se convierte en el padre espiritual de ella. En ese sentido, por ser un
enviado y un profeta, usted es un “papa”, un padre. Asevero que todos los creyentes son
tales padres basándome en el hecho de que cada creyente es un enviado y un profeta. Si
usted no es un enviado ni un profeta, no es fiel al Señor ni le está siendo obediente.
Supongamos que el Señor lo envía a una región remota para que ministre Cristo a los
incrédulos de ese lugar. Esto significa que usted es el apóstol enviado a ese lugar. Y
puesto que es enviado a hablar por Dios, también es profeta. Cómo apóstol y profeta,
usted es el “papa”. Hasta el menor de los santos en el recobro del Señor puede ser
enviado y ser un “papa”, un padre genuino.
Con respecto a lo que es un apóstol y un profeta, todos hemos sido embotados por los
conceptos religiosos. Espero que este mensaje sea un fuerte antídoto para esta droga.
Cuando digo que todos somos apóstoles y profetas, lo digo en serio. Supongamos que
cierta hermana es enfermera en un hospital. ¿Creen ustedes que Dios desea que ella esté
ahí sólo para ser enfermera? ¡Claro que no! Dios la envía a ese hospital para que sea
apóstol y profeta. La autoridad de Dios siempre es dada a personas así. Si usted pone en
práctica su apostolado y su función de profeta, Dios estará con usted como su autoridad.
Muchas veces no tenemos autoridad porque no ejercemos nuestro apostolado. Ya sea
que estemos en la casa, en la escuela o en el trabajo, debemos ser personas enviadas por
el Señor a ministrar a Cristo en las personas al hablar por El.
No obstante, los apóstoles y los profetas deben llevar una señal particular que muestre
que lo son; esta señal es la revelación del misterio. Si se presenta delante de alguien sin
tener esta revelación, usted no es ni apóstol ni profeta. Cuando nos acercamos a las
personas con el propósito de llevarlas a Cristo, debemos decirles de manera apropiada
que hemos visto algo que ellas no han visto. Esta revelación nos da la confianza para
afirmar que somos enviados de Dios y Sus portavoces. Si un joven tiene tal revelación,
aunque su padre incrédulo tuviese un doctorado en física, él tendría la valentía de
decirle: “Papá, tú sabes mucho de física, pero no sabes nada de Cristo. Yo conozco a
Cristo porque he recibido la revelación acerca de El. Cristo es mi vida, El vive en mí; El
es uno conmigo y El es todo para mí”. Si tenemos dicha revelación, somos apóstoles y
profetas. ¿Acaso no hemos recibido la revelación acerca de Cristo y la iglesia? ¡Por
supuesto que sí! Entonces, visitemos a nuestros parientes y amigos y contémosles lo que
hemos visto.
A. En el espíritu
El versículo 5 declara que el misterio les fue revelado a los apóstoles y profetas en el
espíritu. La palabra “espíritu” en este contexto se refiere al espíritu humano de los
apóstoles y profetas, un espíritu regenerado en el cual habita el Espíritu Santo de Dios.
Puede considerarse un espíritu mezclado, el espíritu humano mezclado con el Espíritu
de Dios. Tal espíritu es el medio por el cual se da a los apóstoles y profetas la revelación
neotestamentaria acerca de Cristo y la iglesia. Necesitamos este espíritu para tener tal
revelación.
Cuando les hablemos a las personas acerca de Cristo y la iglesia, no debemos hablarles a
partir de nuestra mente, parte emotiva o voluntad; antes bien, desde nuestro espíritu
debemos contarles lo que hemos experimentado de Cristo y la iglesia. El principio que
rige en esto es que las emociones tocan las emociones, la mente toca la mente y la
voluntad toca la voluntad. Del mismo modo, sólo el espíritu puede tener contacto con el
espíritu. Si hablamos a partir de nuestra parte emotiva, no podremos tocar el espíritu de
los demás. Pero si hablamos empleando nuestro espíritu, tocaremos el espíritu de las
personas.
En 3:4 Pablo habla del misterio de Cristo. El misterio de Dios en Colosenses 2:2 es
Cristo; mientras que el misterio de Cristo en Efesios 3:4 es la iglesia. Dios es un
misterio, y Cristo, quien es Su corporificación que lo expresa, es el misterio de Dios.
Además, Cristo también es un misterio, y la iglesia, la cual es el Cuerpo que lo expresa,
es el misterio de Cristo.
Este misterio estaba escondido en otras generaciones, pero ha sido revelado en la era
neotestamentaria. El misterio de Cristo, la iglesia, la cual es Su Cuerpo, estaba
escondido en la era del Antiguo Testamento. Ninguno de los santos de esa época sabía
nada acerca de este misterio. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, este misterio se
revela a todos los creyentes por medio de los apóstoles y profetas. Hoy nuestro
ministerio consiste simplemente en llevar a cabo esta revelación.
La iglesia como Cuerpo de Cristo se produce en conformidad con el propósito eterno que
Dios hizo en Cristo en la eternidad pasada (3:11). La iglesia se forma no por casualidad,
sino conforme al plan eterno.
Dios obtiene la iglesia con el propósito de impartirse a Sus escogidos (3:9). Por tanto, la
iglesia como Cuerpo de Cristo es producto de la impartición divina.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA
El capítulo tres de Efesios revela que el apóstol Pablo andaba como es digno del
llamamiento de Dios. Como uno que tenía tal andar, él era un prisionero, un
mayordomo y un ministro. En este capítulo Pablo nos dice que a los apóstoles y profetas
les fue dada la revelación del misterio de Cristo y la iglesia (v. 5). La revelación que
Pablo tuvo de Cristo fue principalmente una revelación de las inescrutables riquezas de
Cristo. Debido a que esta revelación gobernaba su andar, él no pudo cesar de hablar
sobre dichas riquezas. La predicación del apóstol se centraba en las riquezas de Cristo, y
no en las doctrinas. La riquezas de Cristo son lo que Cristo es para nosotros, tal como
luz, vida, justicia y santidad. Estas riquezas son inescrutables; no tenemos la capacidad
para sondearlas. Puesto que todos podemos ser apóstoles y profetas, es menester que
también nosotros recibamos una revelación de las inescrutables riquezas de Cristo.
Muchos cristianos tienen el concepto erróneo de que los apóstoles en la iglesia universal
y los ancianos en las iglesias locales son altos funcionarios que están por encima de los
llamados laicos, o creyentes comunes. Como mencionamos en el mensaje anterior, el
apóstol Pablo, consciente de este errado concepto, indica a propósito que los apóstoles y
los profetas no eran personas extraordinarias. Al contrario, ellos deben ser considerados
simplemente personas que toman la delantera entre los santos de las iglesias. Ellos son
los primeros en recibir la revelación de Cristo y la iglesia, en vivir a Cristo, en
experimentarlo y disfrutarlo y en impartir las riquezas de Cristo a otros. Si el disfrute de
las riquezas de Cristo sólo estuviera disponible a personas excepcionales de alto rango,
los demás no podríamos participar de ellas. En Efesios 3:8 Pablo dijo que él era menos
que el más pequeño de todos los santos, y a pesar de esto, él pudo predicar las
inescrutables riquezas de Cristo como evangelio. El hecho de que Pablo pudo hacer esto
indica que nosotros también podemos. Puesto que él era menos que nosotros, lo que
estuvo disponible para él, también lo está para nosotros.
Los apóstoles y los profetas no conforman una clase especial de creyentes; ellos son
creyentes ordinarios como nosotros. La única diferencia consiste en que ellos toman la
delantera. Lo mismo sucede con los ancianos de las iglesias locales. Los ancianos nos
son personas excepcionales de alto rango, superiores a los demás creyentes. No; ellos
sencillamente toman la delantera en la vida de iglesia. Es necesario que este concepto
penetre en nuestro ser.
En el recobro del Señor debemos abandonar todo concepto de rango. Entre nosotros no
hay ningún rango. Cuando mucho, hay creyentes que llevan la delantera en cuanto a
vivir a Cristo por causa de la vida de iglesia. En la iglesia no existe la clase alta o
especial; no tenemos líder. El Señor nos dice en Mateo 23:8-10, que El es nuestro único
líder y que todos nosotros somos hermanos. Tenemos que abandonar el concepto de que
los apóstoles y los profetas son personas especiales. Todos somos ovejas; los apóstoles,
los profetas y los ancianos simplemente llevan la delantera en poner el ejemplo de cómo
conocer a Cristo, disfrutarlo, obtener más de El por causa de la vida de iglesia, e
impartirlo a otros. Es cuestión de ser un ejemplo, no de tener rangos o posiciones.
A. En tipos
Las riquezas de Cristo se pueden ver en tipos. No es fácil encontrar todos los tipos de
Cristo en el Antiguo Testamento. Algunos de ellos están ocultos. Por ejemplo, la tierra
que emerge de las aguas en Génesis 1:9 y 10 es un tipo de Cristo. Además de éste,
Génesis 1 contiene muchos otros tipos: la luz, el sol, las estrellas y los árboles. En otras
partes de la Biblia vemos que la vid, el manzano, el cedro y el ciprés son tipos de Cristo.
Las hierbas también tipifican a Cristo. Durante la Pascua, los hijos de Israel no sólo
comieron el cordero, sino también el pan sin levadura y las hierbas amargas. El trigo y la
cebada también son tipos de Cristo, lo mismo que la flor de alheña de Cantar de los
cantares. Además, algunas personas tipifican a Cristo, tales como Adán, Abel, Isaac,
Jacob, José, Moisés y Aarón. Los sacerdotes, los reyes y los profetas también lo tipifican.
Cuanto más estudio la Biblia, más me doy cuenta de lo poco que la conozco. Se podrían
dar cien mensajes acerca de Génesis 1, principalmente con respecto a los tipos de Cristo
que se hallan en este capítulo. La Biblia es muy profunda, y sólo cuando entramos en sus
profundidades podemos ver las riquezas que contiene. Debajo de la superficie de la
Biblia se hallan las riquezas de Cristo. Ellas son tan numerosas que resulta difícil
determinar cuántos tipos de Cristo hay en el Antiguo Testamento. Tan sólo este asunto
de la tipología revela muchas de las riquezas de Cristo.
B. En sombras
Además de los tipos, también hay sombras y figuras de Cristo. Aunque los tipos y las
sombras son similares en ciertos aspectos, ambos son como los rostros humanos, en el
sentido de que además de ser semejantes, también son distintos entre sí. Los tipos
consisten principalmente en personas y cosas que representan a Cristo, mientras que las
sombras aluden a representaciones de El en forma de rituales y prácticas contenidas en
el Antiguo Testamento. Según Colosenses 2:16-17, las reglas alimenticias, los ritos y los
días santos eran sombras. Esto muestra que las leyes, las ordenanzas y las ceremonias
que se realizaban en el Antiguo Testamento eran sombras que nos rinden un cuadro de
Cristo. Adán, Aarón y Moisés no eran sombras; ellos eran tipos. El día de sábado y la
luna nueva, por su parte, eran sombras. Aunque el sábado era un reposo, no era el
verdadero, pues el verdadero reposo es Cristo. Del mismo modo, la ley como testimonio
de Dios describía a Dios. Como descripción y explicación de Dios, la ley era un
testimonio de Dios. En esto, ella era una sombra de Cristo, quien es la verdadera
explicación, definición y testimonio de Dios.
C. En figuras
Una figura se refiere principalmente a una situación que presenta cierto cuadro. Por
ejemplo, una figura o cuadro de nuestra vida cristiana hoy día se puede ver en el hecho
de que los hijos de Israel vagaban por el desierto, pues nosotros a menudo vagamos sin
rumbo. La Pascua es otra figura. Aunque el cordero pascual es un tipo de Cristo, la
Pascua misma es una figura que muestra cómo Cristo, nuestra Pascua, nos salva del
juicio de Dios y nos alimenta con lo que El es. Por tanto, el cuadro de la Pascua es una
figura de Cristo.
Cristo es tan rico que para describirlo se necesitan no sólo los tipos, sino también las
sombras y las figuras. En el Antiguo Testamento, los tipos, las sombras y las figuras de
Cristo son descripciones, explicaciones y definiciones de lo que El es. Debemos estudiar
todos estos asuntos en las Escrituras si deseamos conocer las riquezas de Cristo.
D. En profecías
Las riquezas de Cristo también se pueden ver en las profecías. En la Biblia, la primera
profecía acerca de Cristo se halla en Génesis 3:15, un versículo que predice que Cristo
como simiente de la mujer heriría en la cabeza a la serpiente, Satanás. Esto implica que
Cristo nacería de una virgen, pues debía ser simiente de una mujer. Cristo no desciende
de un hombre; El es simiente de una mujer. Este versículo de por sí revela mucho de las
riquezas de Cristo.
En Isaías 9:6 encontramos otra profecía acerca de Cristo. Este versículo presenta siete
títulos acerca de El: Niño, Hijo, Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno y
Príncipe de paz. El Antiguo Testamento contiene muchas otras profecías importantes
acerca de Cristo. Aun el pequeño libro de Zacarías contiene muchas y detalladas
profecías acerca de El.
E. En el cumplimiento
F. Como plantas
Las plantas también representan las riquezas de Cristo. Sus riquezas se pueden ver en la
hierba, las flores, los granos y los árboles.
G. Como animales
Cristo no sólo es tipificado por los árboles y las plantas, sino también por los animales.
El cordero, la vaca, el águila, el león y la paloma son tipos de Cristo.
H. Como minerales
En la Biblia, muchos minerales muestran las riquezas de Cristo. Por ejemplo, el oro, la
plata, el bronce y las piedras preciosas, le tipifican.
I. Como personajes
Todas las cosas positivas del universo representan algo de Cristo. Por ejemplo, Cristo es
la verdadera fuerza de gravedad. Sin El, seríamos lanzados al espacio. Si Cristo no nos
sostuviera, no podríamos permanecer. El tiene el verdadero poder sostenedor. Según
Hebreos 1:3, El es quien sostiene todo el universo.
Debido a que todas las cosas positivas representan a Cristo, cuando El vino a la tierra, se
valió de muchas de ellas como representaciones de Sí mismo. Usó la puerta como una
figura de Sí mismo al decir: “Yo soy la puerta”. Cristo es la realidad de todo lo positivo
que se halla en el universo. El no sólo es la fuerza de gravedad, sino también el aire, la
luz y todas las cosas positivas.
Las riquezas de Cristo también comprenden las virtudes humanas así como los atributos
divinos. Cristo es el amor, la paciencia y el perdón verdaderos. Sin El no podemos amar,
ser pacientes, ni perdonar, ni siquiera a nuestro cónyuge. Pero cuando tenemos a Cristo,
poseemos todas las virtudes humanas y los atributos divinos.
Las riquezas de Cristo se nos han dado para que se produzca la iglesia. Esto sucede por
medio de una impartición divina, o sea, al impartirse Cristo en los creyentes. La iglesia
no se produce por medio de enseñanzas ni de organización, sino al distribuirse Cristo en
nosotros. Cuanto más de El se infunde en nosotros, más vida tenemos, más esta vida se
fortalece y se enriquece en nosotros, y más elevada es la vida de iglesia. Valoro mucho el
ministerio que imparte las riquezas de Cristo en los creyentes. Por medio de dicho
ministerio se produce una vida de iglesia adecuada, fuerte y elevada.
B. Al experimentar y disfrutar
los creyentes a Cristo
I. LA SABIDURIA DE DIOS
El versículo 10 añade: “A fin de que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a
conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales”.
Este versículo habla de la sabiduría de Dios. El capítulo uno habla del poder de Dios (vs.
19-20); el capítulo dos, de la gracia de Dios (vs. 5-8); y el capítulo tres, de la sabiduría de
Dios. Dios es muy sabio, y el universo revela Su sabiduría.
El versículo 10 dice que la multiforme sabiduría de Dios es dada a conocer por medio de
la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales. Estos son los
principados y potestades angélicos, tanto buenos como malos. Este pasaje se refiere
particularmente a los seres malignos, es decir, a Satanás y sus ángeles. El Nuevo
Testamento revela que Satanás tiene su propio reino, sus ángeles y un dominio. El
dominio de Satanás se halla tanto en el aire como en la tierra. El libro de Daniel indica
que todas las naciones de la tierra están bajo el gobierno de Satanás en el aire. Por lo
tanto, por medio de la iglesia, Dios da a conocer Su sabiduría no tanto a los seres
humanos sino a los ángeles rebeldes que siguen al enemigo de Dios.
Al escuchar esto, algunos tal vez dirán: “Entonces, démosle más problemas a Dios;
hagamos males para que vengan bienes”. Jamás debemos hablar así. Por otra parte, si
intentamos crear problemas o hacer males, tal vez nos daremos cuenta de que no
podemos. Por ejemplo, aunque es fácil ponerse de pie, es difícil dejarse caer a propósito.
Tenemos que comprender que no somos nada. Por nosotros mismos, no podemos ni ser
derrotados ni ser victoriosos. Si tratamos de no ser derrotados, tal vez seremos
derrotados; pero si queremos ser vencidos, tal vez nos demos cuenta que no podemos
ser vencidos.
La iglesia es la mayor jactancia de Dios. Puede ser que usted no le dé tanta importancia
a la iglesia, pero a Dios le interesa mucho. A veces Dios tal vez diga: “Mira, Satanás, he
tomado a los que tú arruinaste y los he hecho la iglesia. ¿Tienes tú la sabiduría necesaria
para hacer algo así? Tú no tienes esta sabiduría, pero Yo sí la tengo”.
Mediante la obra del Espíritu de vida, se lleva a cabo un cambio en nuestra misma
naturaleza. Es un cambio metabólico, un cambio que nos santifica y nos transforma. Por
tanto, Cristo no sólo es nuestra justicia, sino también nuestra santificación. Además,
diariamente somos redimidos, y un día seremos glorificados. Cristo es nuestra justicia,
santificación y redención, no sólo de manera objetiva, sino también subjetivamente, de
manera que El se mezcla con nosotros y nos cambia metabólicamente. Todo esto es un
testimonio de la multiforme sabiduría de Dios. Muchos aspectos de la sabiduría de Dios
se manifiestan en el hecho de que El hizo a Cristo nuestra justicia, santificación y
redención. La experiencia que tenemos de Cristo en estos asuntos es conforme a la
multiforme sabiduría de Dios.
El versículo 11 dice: “Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro
Señor”. El propósito eterno de Dios es el propósito de las edades, el propósito de la
eternidad, el plan que Dios hizo en la eternidad pasada. Este plan fue hecho en Cristo
con una intención triple: glorificar a Dios, bendecir a los escogidos de Dios y avergonzar
al enemigo de Dios. La intención principal del propósito divino es glorificar a Dios, es
decir, expresarle por medio de Sus escogidos. Esta es la mayor bendición que se nos ha
concedido. Esto avergüenza al enemigo de Dios por completo.
El versículo 12 añade: “En quien tenemos confianza y seguro acceso por medio de la fe
en El”. En Cristo tenemos acceso, entrada, no sólo para acercarnos a Dios, sino también
para participar de Su economía neotestamentaria. Por medio de la fe de Cristo, tenemos
tal acceso, con confianza y seguridad para disfrutar a Dios y Su plan eterno. Tenemos
confianza en Cristo, acceso a Dios, seguridad en el propósito de Dios, e inclusive
tenemos la gloria que proviene de las tribulaciones del apóstol (v. 13).
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y DOS
En este mensaje llegamos a Efesios 3:14-17, la primera parte de la segunda oración que
Pablo ofrece por la iglesia, una oración relacionada con la experiencia. En 1:15-23 el
apóstol ora pidiendo que los santos reciban revelación en cuanto a la iglesia, mientras
que en 3:14-21, pide que ellos experimenten a Cristo por causa de la iglesia.
El apóstol Pablo empieza su oración en el versículo 14 con las palabras “por esta causa”.
La causa por la cual Pablo ora está escondida en las profundidades del capítulo tres.
Hemos visto que en este capítulo, él se presenta a sí mismo como modelo de uno que ha
visto la economía de Dios. Pablo recibió la revelación de que la economía de Dios
consiste en que Dios se imparte en Sus escogidos para hacer de ellos la expansión, el
agrandamiento, de Cristo, quien es la corporificación de Dios, a fin de que Dios sea
expresado en plenitud. Pablo, habiendo recibido dicha revelación, llegó a ser un apóstol,
un enviado. El también fue un profeta, uno que hablaba de parte de Dios. Pablo no sólo
hablaba de parte de Dios, sino que también lo proclamaba. Como portavoz de Dios,
Pablo ministraba a los demás las inescrutables riquezas de Cristo, para que ellos
recibieran la misma revelación y llegaran también a ser apóstoles y profetas. Esto
significa que Pablo deseaba producir más apóstoles y profetas. Por causa de este
propósito, él sufrió encarcelamiento. Pero cuanto más era confinado en prisión, más
revelación recibía y más de Cristo podía ministrar a los creyentes para hacer de ellos
apóstoles y profetas. Todo esto constituía la causa por la cual Pablo oró en Efesios 3.
Cuando algunos oyen que todos los santos pueden ser apóstoles y profetas, tal vez se
pregunten acerca de lo dicho en 1 Corintios 12:29, un versículo que declara: ¿Son todos
apóstoles o todos profetas?” No todos son los apóstoles o los profetas; pero como dice 1
Corintios 14:31, todos podemos profetizar. Los apóstoles y los profetas son aquellos que
tomaron la delantera en el Nuevo Testamento. La diferencia entre nosotros y ellos es
que ellos fueron los líderes y nosotros los seguidores. Pero esto no significa que no
podamos hacer lo que los primeros apóstoles y profetas hicieron. Según el mismo
principio, la diferencia entre los ancianos y los demás miembros de una iglesia local
radica en que los ancianos toman la delantera, y los demás miembros siguen. Sin
embargo, esto no significa que los demás miembros no puedan hacer lo que hacen los
ancianos; por el contrario, todos los miembros deben hacer lo que hacen los ancianos, e
incluso más. ¡Cuán distinto es esto del concepto del cristianismo donde los laicos no
pueden hacer lo que hacen los ministros! Los ancianos no están en un nivel superior;
más bien, todos los miembros estamos al mismo nivel. La única diferencia es que los
ancianos llevan la delantera, como ovejas que van al frente del rebaño. Del mismo
modo, los apóstoles y profetas que presiden no están a un nivel más alto que los demás
santos. Ellos toman la delantera y todos nosotros los seguimos para hacer lo que ellos
hacen.
Cuando vine a este país, vine con una revelación acerca de Cristo y la iglesia. Habiendo
recibido tal revelación, fui enviado a acá para hablar de parte de Dios e incluso para
proclamar a Dios. Yo sencillamente soy un seguidor de los apóstoles y profetas del
Nuevo Testamento. Mi carga es que todos los santos lleguen a ser tales seguidores.
Espero que algún día miles serán enviados a hablar de parte de Dios. Aunque tal vez no
seamos de los primeros apóstoles, podemos ser sus seguidores. Del mismo modo, no
podemos ser los profetas, pero todos podemos profetizar. Todos podemos ser enviados y
todos podemos hablar de parte de Cristo. Qué privilegio, qué misericordia y qué gracia
es ser los seguidores de los primeros apóstoles y profetas.
B. Ante el Padre
En los versículos 14 y 15 Pablo dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre, de
quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”. Notemos que Pablo no se
refiere a Dios, sino al Padre. El “Padre” aquí se usa en un sentido amplio, y denota no
sólo al Padre de la familia de la fe (Gá. 6:10), sino también al Padre de toda familia en
los cielos y en la tierra (v. 15). El Padre es el origen, no sólo de los creyentes, los cuales
fueron regenerados, sino también de todos Sus seres creados: la humanidad, (Lc. 3:38),
Israel, (Is. 63:16; 64:8), y los ángeles (Job. 1:6). Según el concepto de los judíos, Dios era
solamente Padre de ellos. Así que, el apóstol oró al Padre de toda familia en los cielos y
en la tierra, conforme a su revelación, y no como los judíos, que sólo oraban al Padre de
Israel, conforme al concepto judío.
Puesto que Dios es el origen de la familia angélica de los cielos y de todas las familias
humanas de la tierra, de El toma nombre toda familia, tal como los fabricantes dan
nombre a sus productos, y los padres, a sus hijos.
II. EL SER FORTALECIDOS
A. Por el Padre,
conforme a las riquezas de Su gloria
Todas las familias de los cielos y de la tierra expresan a Dios en cierta medida. En lo que
expresan de Dios, se ven las riquezas de la gloria de Dios. El apóstol oró para que los
creyentes gentiles experimentaran a Dios en plenitud conforme a las riquezas de la
gloria de Dios, a fin de que expresaran a Dios al experimentarle de manera cabal.
Entonces, ¿qué son las riquezas de la gloria de Dios? Las riquezas de la gloria del
versículo 16 están relacionadas con la frase “toda familia” mencionada en el versículo 15.
Toda familia expresa a Dios en cierta medida. Ya que el Padre es el origen o fuente de
toda familia en los cielos y en la tierra, cada familia es Su expresión. La familia que más
expresa al Padre es la familia de los creyentes. Por ello, Pablo oró al Padre pidiendo que
fuésemos fortalecidos con el propósito de que expresemos al Padre al máximo grado.
B. Con poder
C. Por Su Espíritu
Es mediante el Espíritu que el Padre nos fortalece. El nos fortalece con el Espíritu, el
cual mora en nosotros. Esto no significa que el Espíritu no esté con nosotros o que el
Espíritu tenga que descender desde los cielos para fortalecernos. El Espíritu que nos
fortalece ha estado con nosotros y en nosotros desde el momento en que nos regeneró, y
sigue con nosotros ahora mismo. Por medio del Espíritu que mora en nosotros, el Padre
nos fortalece por dentro.
D. En el hombre interior
Puesto que los seres humanos somos almas, y no espíritus, nuestra personalidad o
nuestra persona está en nuestra alma. Por esta razón, la Biblia se refiere a los hombres
como almas (Ex. 1:5; Hch. 2:41). Tanto el cuerpo como el espíritu son vasos usados por
el alma. Por tanto, como almas, tenemos un vaso exterior, el cuerpo, y un vaso interior,
el espíritu. Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, El entró en nosotros y
nos regeneró consigo mismo como nuestra vida. Antes de ser regenerados, no teníamos
vida en nuestro espíritu; simplemente teníamos la vida humana en nuestra alma. Pero
mediante la regeneración, ahora tenemos la vida divina en nuestro espíritu. Así que,
nuestro espíritu ya no es simplemente un vaso, sino que ha llegado a ser nuestra
persona, quien posee la vida de Dios. Pero, ¿qué de nuestra vida humana y de nuestra
vieja persona que están en nuestra alma? La vieja persona, es decir, el alma que posee la
vida humana, fue crucificada, y ahora nuestra nueva persona es el espíritu, el cual
contiene la vida divina. Nuestro espíritu, que fue regenerado con la vida divina, es ahora
nuestro hombre interior.
La revelación del capítulo tres de Efesios se puede ver únicamente cuando estamos en el
espíritu. Como dice el versículo 5, el misterio es dado a conocer a los apóstoles y profetas
en el espíritu. Ser fortalecido en el hombre interior es la clave para ver la revelación del
misterio. Necesitamos este fortalecimiento a fin de que todo nuestro ser sea traído de
regreso a nuestro espíritu.
En nuestro espíritu también somos llenos de las riquezas de Cristo hasta la medida de
toda la plenitud de Dios (v. 19). La palabra griega traducida “hasta” en el versículo 19
significa “dando por resultado”. El ser llenos de todas las riquezas de Cristo da por
resultado la plena expresión de Dios. Esta es la plenitud de Dios.
La primera parte del versículo 17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros
corazones por medio de la fe”. Nuestro corazón está compuesto de todas las partes de
nuestra alma —la mente, la parte emotiva y la voluntad— más nuestra conciencia, la
parte principal de nuestro espíritu. Estas son las partes internas de nuestro ser. Por
medio de la regeneración, Cristo entró en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22).
Subsecuentemente, debemos permitir que El se extienda a cada parte de nuestro
corazón. Nuestro corazón es la totalidad de todas nuestras partes internas y el centro de
nuestro ser; por tanto, cuando Cristo hace Su hogar en nuestro corazón, El controla todo
nuestro ser interior y suple y fortalece cada parte consigo mismo.
En el versículo 17 Pablo dice que es por medio de la fe que Cristo hace Su hogar en
nuestros corazones. La fe es lo que da sustantividad a lo que no se ve (He. 11:1). El hecho
de que Cristo mora en nosotros es misterioso y abstracto. Lo comprendemos no por
nuestros sentidos físicos, sino por el sentido de la fe.
Los tres primeros capítulos de Efesios tratan de la iglesia, y los últimos tres, del andar
digno del llamamiento de Dios por causa de la iglesia. Sin embargo, de hecho sólo los
primeros dos capítulos hablan de la iglesia, ya que el capítulo tres marca el principio de
la exhortación que Pablo da en cuanto a andar de una manera digna del llamamiento de
Dios. En Efesios 3 Pablo se presenta a sí mismo como modelo de uno que lleva a cabo el
propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia. Si tuviéramos solamente los capítulos
uno y dos sin el capítulo tres, tendríamos la enseñanza e incluso la visión en cuanto a la
iglesia, mas no la manera de cumplir la visión. En el capítulo tres vemos cómo está
constituida la iglesia y cómo se experimenta de manera práctica. Este capítulo no
presenta la revelación de la iglesia ni simplemente el andar digno del llamamiento de
Dios por causa de la iglesia; más bien, habla de cómo la iglesia se constituye
prácticamente en la experiencia.
La vida de iglesia está constituida de personas que siguen el ejemplo del apóstol Pablo.
Todos debemos seguir a Pablo en cuanto a recibir la revelación en nuestro espíritu y a
ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Cuando Pablo dobló sus rodillas ante el
Padre, él estaba tan fortalecido en su ser interior que nada podía conmoverlo ni
perturbarlo. Debido a que todo su ser se hallaba en su espíritu, nada externo podía
distraerlo. Nosotros también necesitamos ser fortalecidos al grado de que nada nos
pueda apartar de nuestro ser interior. Además, necesitamos que Cristo haga Su hogar en
nuestros corazones a fin de que El nos ocupe y posea por completo.
Cuando fuimos salvos, Cristo entró en nuestro espíritu. Ahora debemos brindarle la
oportunidad de extenderse a todas las partes de nuestro ser. A medida que somos
fortalecidos en nuestro hombre interior, la puerta se abre para que Cristo se extienda en
nosotros, para que se extienda desde nuestro espíritu hasta nuestra mente, parte
emotiva y voluntad. Cuanto más se extiende Cristo en nosotros, más se establece en
nosotros y hace Su hogar en nosotros. Esto significa que El ocupa cada parte de nuestro
ser interior, que El posee todas estas partes y las satura consigo mismo. Como resultado
de esto, no sólo recibimos la revelación de Cristo, sino que también somos llenos de El.
Entonces, adonde quiera que vayamos, seremos los apóstoles, los que son enviados, y
los profetas, los que hablan de parte de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y TRES
En los versículos del 16 al 19 se emplean las frases “para que” y “a fin de que” de la
siguiente manera: “para que os dé ... el ser fortalecidos ... en el hombre interior”, “para
que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”, “a fin de que ... seáis plenamente
capaces de comprender” y “para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de
Dios”.
En el segundo caso, la frase “para que”, contenida en el versículo 17, alude a que Cristo
hace Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe. Este es el resultado de ser
fortalecidos en nuestro hombre interior.
Algunas personas dicen que en el tercer caso, las palabras “a fin de que” son paralelas a
las palabras del segundo caso, pero yo estoy de acuerdo con los que afirman que se trata
de un resultado adicional; lo cual significa que las palabras “para que” del segundo caso
son el resultado del primero, que el tercero es el resultado del segundo, y que el cuarto
es el resultado del tercero.
En el capítulo tres Pablo oró que seamos fortalecidos. Si hemos sido fortalecidos en el
hombre interior, Cristo entonces puede hacer Su hogar en nuestros corazones, lo cual da
por resultado que somos capaces de comprender con todos los santos cuál sea la
anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo, y de conocer el amor de Dios,
que excede a todo conocimiento. El resultado de todo esto es que somos llenos hasta la
medida de toda la plenitud de Dios. Aquí vemos varios pasos: de la oración de Pablo
pasamos a ser fortalecidos; de ser fortalecidos, experimentamos a Cristo haciendo Su
hogar en nuestros corazones; y de esto procedemos a comprender, a conocer, y
finalmente, a ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Es por medio de
estos pasos que podemos comprender las dimensiones de Cristo y conocer Su amor, que
excede a todo conocimiento.
LA PLENITUD DE DIOS
Los capítulos uno y dos abarcan la revelación de la iglesia, mientras que el capítulo tres
abarca la constitución de la iglesia. En este capítulo vemos que Pablo, quien llevaba la
delantera y era un modelo para los creyentes, recibió la revelación de las riquezas de
Cristo y participó de éstas. Las riquezas se forjaron en su ser de forma metabólica y lo
constituyeron parte del Cuerpo. Todos los que desean seguir a Pablo y ser los apóstoles y
profetas de hoy, tienen que ser iguales a Pablo en estos asuntos. Al forjarse las riquezas
de Cristo en la iglesia, la iglesia llega a ser la plenitud de Cristo y la plenitud de Dios.
Para que esto se llevara a cabo, Pablo oró que fuésemos fortalecidos en nuestro hombre
interior, con el fin de que Cristo hiciera Su hogar en nuestro corazón y ocupara,
poseyera, impregnara y saturara todo nuestro ser consigo mismo. De esta manera somos
llenos de Cristo y somos fortalecidos para comprender Sus dimensiones y conocer Su
amor, que excede a todo conocimiento. Un día, seremos tan llenos de Cristo que
llegaremos a ser la plenitud de Dios.
A medida que pasamos por todos estos pasos, debemos comprender las dimensiones de
Cristo. La palabra griega traducida “comprender” no significa solamente conocer, sino
también asir, es decir, echar mano de algo firmemente. Para poder asir las dimensiones
de Cristo, necesitamos a todos los santos; para esto debemos asir a Cristo de forma
corporativa.
Cristo es nuestro verdadero universo. En otra parte hemos expresado que Cristo es
nuestra tierra, nuestra buena tierra, así como también nuestro sol y nuestra estrella de
la mañana. Ahora, conforme al versículo 18, tenemos la confianza de afirmar que Cristo
es nuestro universo, porque Sus dimensiones son las dimensiones del universo. Efesios
1:23 habla de la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, y 4:9 y 10 declara que Aquel
que descendió a lo más profundo de la tierra también ascendió por encima de todos los
cielos para llenarlo todo en todo. Cuando entremos en el cielo nuevo y la tierra nueva
para morar en la Nueva Jerusalén, todos comprenderemos que Cristo el Señor es
nuestro universo.
Si sólo tenemos la longitud de Cristo, sin la anchura, nuestra experiencia será como una
línea recta, es decir, una experiencia larga y estrecha en extremo. Sin embargo, nuestra
experiencia no debe tener una sola dimensión, como una línea, sino que debe tener dos
dimensiones, como un cuadrado, y luego tres dimensiones, como un cubo. Es de gran
importancia que todos tengamos una experiencia de Cristo que sea de doble dimensión
o “cuadrada”. Si sólo tenemos una experiencia “lineal”, con el tiempo esta “línea”
avanzará en una sola dirección y llegará a un extremo. Los extremistas son aquellos que
permanecen en una sola “línea”, es decir, los que experimentan a Cristo en una “línea”
recta. Si experimentamos a Cristo apropiada y normalmente como la anchura y la
longitud, seremos guardados de caer en los extremos. No debemos avanzar demasiado
en la “línea” angosta y larga de la experiencia que tenemos de Cristo. Más bien, debemos
experimentarlo como un “cuadrado”, como la anchura y como la longitud. Al
experimentar a Cristo continuamente como la anchura y la longitud, nuestra experiencia
será como una “alfombra” sólidamente entretejida, y no una sola y larga “hebra”.
Algunos ejemplos ayudarán a aclarar este asunto. Por muchos años escuché a un gran
maestro de la Biblia. El conocía muy bien las Escrituras. Aunque dedicaba poco tiempo a
la oración, leía constantemente la Palabra y escribía notas en su Biblia. Después de
hablar de la Biblia por algunos minutos, se excusaba y se salía a fumar; luego regresaba
y reanudaba su estudio. En su caso había una línea de una sola dimensión, un énfasis
extremo en estudiar la Biblia, mas no una experiencia normal en la cual Cristo se
extendiera en dos dimensiones como un “cuadrado”.
Una hermana que vivía en mi pueblo natal también tenía una experiencia “lineal”. Ella
no leía la Biblia, pero dedicaba mucho tiempo a la oración. Entregada totalmente a la
oración, decidió ayunar y orar por muchos días. Al séptimo día, algunos hermanos y
hermanas acudieron a mí muy preocupados por la condición de ella. Cuando fuimos a
visitarla, ella estaba en cama, debilitada por los siete días de ayuno. Le pedimos que
cuidara su salud, pero nuestra sugerencia le ofendió. Al día siguiente, ella murió. Esto es
un ejemplo de cómo una experiencia “lineal” puede llevar a las personas a un extremo,
incluso a descarriarse. Tarde o temprano, toda experiencia “lineal” descarría. Por lo
tanto, necesitamos ser balanceados. Estos dos ejemplos muestran que debemos dedicar
tiempo tanto a la oración como al estudio de la Palabra.
Otra experiencia extrema tiene que ver con las reuniones de la iglesia. No hace mucho
tiempo, algunos de entre nosotros decidieron que ya no necesitaban las reuniones de la
iglesia y que preferían simplemente disfrutar al Señor en la casa. No tiene nada de malo
disfrutar al Señor en nuestros hogares, pero no debemos llevar esa experiencia a un
extremo. A otros, por el contrario, sólo les interesan las reuniones. En su vida cristiana
no dedican tiempo a la oración, ni al estudio de la Biblia, ni a disfrutar al Señor en el
hogar. Lo único que les interesa es las reuniones. Esto también es un extremo.
¡Qué fácil es tener experiencias “lineales”, de una sola dimensión! Da la impresión de
que muy pocos santos desean las experiencias de doble dimensión, a manera de
alfombra. Para tener una experiencia de Cristo que sea como una alfombra sólidamente
entretejida, debemos ser equilibrados en todo. Ser equilibrados equivale a ser
enriquecidos. Necesitamos tanto la anchura como la longitud; necesitamos
experimentar a Cristo en una dimensión doble, como un cuadrado.
Cuando experimentamos a Cristo de esta manera, nos damos cuenta de que Su anchura
y Su longitud son inmensurables. Cristo es inmensurable en Su extensión. A medida que
experimentamos a Cristo en Su extensión, nos damos cuenta de que las dimensiones del
universo son las mismas dimensiones de Cristo.
Cuanto más crecemos, más somos arraigados. Aunque esto se opone a nuestro concepto
natural, corresponde con nuestra experiencia. Si analizamos nuestra experiencia, nos
daremos cuenta de que hemos tenido la sensación de primero crecer y luego ser
arraigados. Mientras crecemos hacia arriba, somos más profundamente arraigados.
CONOCER EL AMOR DE CRISTO EN LA EXPERIENCIA
En la primera parte del versículo 19 Pablo dice: “Y de conocer el amor de Cristo, que
excede a todo conocimiento”. Aunque el amor de Cristo excede a todo conocimiento,
podemos conocerlo por medio de la experiencia. Según nuestra mentalidad, el amor de
Cristo excede a todo conocimiento, pero nuestra mente no puede conocerlo. No
obstante, en nuestro espíritu podemos conocer el amor de Cristo por medio de nuestra
experiencia.
El amor de Cristo es Cristo mismo. Así como Cristo es inmensurable, así también lo es
Su amor. No pensemos que el amor de Cristo es algo que pertenece a Cristo. Este amor
es Cristo. Ya que Cristo es inmensurable, Su amor excede a todo conocimiento; con
todo, lo podemos conocer en nuestro espíritu, no por el conocimiento, sino por la
experiencia. Comparar lo que hemos experimentado del inmensurable amor de Cristo
hasta ahora con todo lo que nos falta por experimentar, es como comparar una gota de
agua con el océano. Cristo en Sus dimensiones universales y en Su inmensurable amor
es como el inmenso e ilimitado océano y lo podemos experimentar.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
En Efesios 3:19 el apóstol Pablo dice: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la
plenitud de Dios”. Cuando Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, y cuando
seamos plenamente capaces de comprender con todos los santos las dimensiones de
Cristo y de conocer por experiencia Su amor, que excede a todo conocimiento, seremos
llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Dicha plenitud mora en Cristo (Col.
1:19; 2:9). Al morar Cristo en nosotros, El imparte continuamente el elemento de Dios
en nuestro ser. De esta manera, podemos ser llenos de Dios hasta dicha medida y llegar
a tal nivel, incluso a toda la plenitud de Dios. De este modo, cumplimos la intención de
Dios de que la iglesia sea la expresión de Dios.
Cuando las riquezas de Dios están en Dios mismo, son Sus riquezas, pero cuando estas
riquezas son expresadas, llegan a ser Su plenitud (Jn. 1:16). Cuando hablamos de la
plenitud de Dios, nos referimos a que las riquezas de todo lo que Dios es, han llegado a
ser Su expresión.
La definición más elevada de la iglesia es que ella es la plenitud de Dios. Tal vez a
algunas personas les inquiete esta aseveración y se pregunten cómo la podemos
substanciar. En el versículo 21 Pablo afirma: “A El sea gloria en la iglesia y en Cristo
Jesús”. Según el contexto, la iglesia en este versículo es la plenitud de Dios del versículo
19. Cuando en nuestra experiencia somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de
Dios, la iglesia llega a existir de manera práctica. Es entonces que Pablo declara: “A El
sea gloria en la iglesia”. Esta gloria es la expresión de Dios. Por lo tanto, en la plenitud
de Dios se encuentra la expresión de Dios. Por ende, la plenitud de Dios es la iglesia
como expresión de Dios.
En la noche, antes de acostarme, a menudo me deleito con un vaso de una bebida rica en
proteínas, preferiblemente si está lleno hasta el borde. Al beber del vaso, participo de la
plenitud de la bebida nutritiva que está en él. Cuando Cristo vino, El no vino
parcialmente lleno de las riquezas de Dios; al contrario, estaba lleno hasta rebosar. Así
que, la plenitud, la totalidad de lo que Dios es, estaba presente en El. Esta plenitud, esta
totalidad, es la expresión de Dios. El Señor Jesús era como un vaso, y las riquezas de
Dios con las cuales estaba lleno hasta la medida de la plenitud de Dios, eran como la
bebida de proteínas. Los discípulos no sólo recibieron de las riquezas de Dios, sino
también de Su plenitud.
ASIMILAR METABOLICAMENTE
LAS RIQUEZAS DE CRISTO
Todos debemos tener la visión de cómo se constituye la iglesia. ¡Cuánto necesitamos ser
fortalecidos en nuestro hombre interior! Cada fibra de nuestro ser necesita ser
fortalecida en el hombre interior; ninguna parte debe permanecer en una condición
débil. Necesitamos ser fortalecidos para que el Cristo que mora en nosotros se extienda
a todo nuestro ser y haga Su hogar en nuestras partes internas. A medida que Cristo se
extiende dentro de nosotros, El satura metabólicamente cada parte de nuestro ser con
todo lo que El es. Entonces somos arraigados y cimentados en amor, asimos las
dimensiones de Cristo y conocemos Su amor, que excede a todo conocimiento.
Finalmente, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la cual es la
iglesia. ¡Cuán elevada es la revelación acerca de la iglesia!
A la luz de tal visión, vemos que es totalmente erróneo considerar la iglesia como un
edificio material donde se celebran “cultos”. Tampoco es adecuado considerar que la
iglesia es simplemente la ekklesía, o asamblea de los que Dios llamó. Aunque hoy
muchos cristianos usan el término “el Cuerpo de Cristo”, pocos tienen una comprensión
clara del significado de este término. El Cuerpo de Cristo es la expresión de Cristo. Es
también la plenitud de Cristo, que es la plenitud de Dios. La plenitud de Dios llega a
existir de manera práctica al ser nosotros fortalecidos en nuestro hombre interior, al
hacer Cristo Su hogar en nuestros corazones, al ser nosotros arraigados y cimentados en
amor, al experimentar nosotros las dimensiones del Cristo inmensurable y al conocerlo
como el amor que excede a todo conocimiento. Una vez que somos llenos de todas las
riquezas de Cristo y saturados metabólicamente de todo lo que El es, llegamos a ser la
plenitud de Dios. Ciertamente esta definición de la iglesia es la más elevada.
Sólo recibiendo dicha visión sabemos verdaderamente lo que es la iglesia. Aunque los
capítulos uno y dos de Efesios nos dan una definición de la iglesia, esta definición no es
suficiente. Necesitamos que el capítulo tres nos muestre que la iglesia está constituida
metabólica y orgánicamente por las riquezas del Cristo vivo. No es sino hasta el capítulo
tres que la iglesia llega a existir de manera práctica y real. Como hemos visto, en este
capítulo la iglesia llega a existir como expresión de Dios, es decir, como plenitud de
Dios. Es entonces que Pablo proclama una sublime alabanza, incluso una doxología: “A
El sea gloria en la iglesia”. Ahora que la iglesia ha llegado a existir de una manera
práctica, Cristo puede ser glorificado en la iglesia. Dicha iglesia no es simplemente la
reunión de los llamados de Dios; es la plenitud misma de Dios.
EL EFECTO DE LA VISION
Todos necesitamos tal visión, tal revelación. Si recibimos esta visión, nuestro ser
cambiará. Si estamos llenos de esta visión y salimos a hablar de parte de Dios,
ciertamente seremos los enviados de Dios y Sus portavoces. Seremos los apóstoles y los
profetas de hoy.
Esta visión revela la manera única en que el Señor edifica Su iglesia. Es solamente
cuando tenemos esta visión que el Señor puede llevar a cabo dicha edificación en la
tierra. Han transcurrido diecinueve siglos de historia cristiana, y ¿qué ha conseguido el
Señor? Si analizamos la situación actual, veremos que muy pocos han recibido la visión
del capítulo tres de Efesios. Que el Señor nos dé la carga de orar: “Señor, ten
misericordia de mí. Necesito ver esta visión. Necesito ver la plenitud de Dios y la manera
en que ella se produce. Señor, muéstrame la constitución de Tu Cuerpo; muéstrame
cómo es constituida la iglesia, de una manera práctica”. Una vez que recibimos esta
visión, seremos personas diferentes. Seremos apóstoles y profetas. Adondequiera que
vayamos, iremos como enviados, y cuando hablemos de esta visión, seremos los
portavoces de Dios que imparten a Cristo en las personas por causa de la economía
divina.
Puedo testificar que yo vine a este país con esta visión y con una carga específica. Los
que han estado conmigo a través de los años pueden testificar que no he cambiado mis
conceptos ni mi mensaje. En diversos aspectos y desde distintos ángulos he proclamado
una sola cosa: que la economía de Dios consiste en que Dios se imparte en Su pueblo
escogido para constituirlo la expresión de Cristo. Como hemos visto en este mensaje,
esta expresión es la plenitud de Dios.
En estos versículos del capítulo tres de Efesios, que tratan de la economía de Dios y
cómo ésta produce la plenitud de Dios, se puede ver al Dios Triuno. El Padre (v. 14)
contesta y cumple la oración del apóstol por medio del Espíritu (v. 16), para que Cristo,
el Hijo (v. 17), haga Su hogar en nuestros corazones. De esta manera somos llenos hasta
la medida de la plenitud del Dios Triuno. Esta es la impartición del Dios Triuno en todo
nuestro ser por la cual nosotros llegamos a ser Su expresión.
Según Efesios 3, el Dios Triuno no debe ser objeto de debates doctrinales; El se revela
como el Dios que se imparte en los creyentes a fin de que sean llenos hasta la medida de
la plenitud, no sólo del Padre, ni sólo del Hijo, ni sólo del Espíritu, sino de Dios. Pablo
pide que el Padre nos fortalezca por Su Espíritu, para que Cristo haga Su hogar en
nuestros corazones y ocupe plenamente nuestro ser interior, a fin de que seamos llenos
hasta la medida de la expresión del Dios Triuno. ¡Cuán glorioso y maravilloso es esto!
Esta es la economía de Dios, Su impartición. Esto es también la revelación
neotestamentaria de Dios, nuestro ministerio y el recobro del Señor.
Hemos visto que la plenitud de Dios es Su expresión. Según Juan 1:16, la plenitud de
Dios vino con Cristo, quien es la corporificación de la plenitud de Dios (Col. 2:9; 1:19).
Con relación a Cristo, la expresión se manifestaba a nivel individual. Por lo tanto, esta
expresión necesitaba agrandarse, extenderse, del aspecto individual al aspecto
corporativo. Hoy la iglesia debe ser la plenitud de Dios de una manera corporativa. Dios
no se expresa en la iglesia por medio de individuos, sino colectivamente por medio del
Cuerpo, por medio de los creyentes que juntos han sido llenos de las riquezas de Cristo.
Por consiguiente, la plenitud de Dios está corporificada en la iglesia. La iglesia como
corporificación de la plenitud de Dios es la expresión del Dios Triuno. Esta es la iglesia
en el recobro actual del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y CINCO
En este mensaje examinaremos Efesios 3:20-21, donde dice: “Ahora bien, a Aquel que es
poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
pensamos, según el poder que actúa en nosotros, a El sea gloria en la iglesia y en Cristo
Jesús, en todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén”. Estos versículos son
una doxología, la alabanza más sublime que se haya descrito en las epístolas
neotestamentarias. Dicha alabanza sólo pudo ofrecerse después de que la iglesia llegó a
existir de manera práctica.
EL CUMPLIMIENTO DE LO QUE
DIOS DIJO EN CUANTO A LA IGLESIA
A pesar de que la iglesia ha estado en la tierra por más de diecinueve siglos, todavía no
ha llegado al punto de ser la plenitud de Dios. La definición más elevada de la iglesia es
que ella es la plenitud de Dios. Debemos reconocer que nosotros todavía no hemos
experimentado la iglesia como plenitud de Dios, como la expresión plena de Dios. No
obstante, creemos que un día la iglesia llegará a ese nivel. El hecho de que el Señor nos
ha revelado esto en cuanto a la iglesia, indica que El lo cumplirá. La palabra del Señor
no volverá a El vacía (Is. 55:11). Todo lo que El dice, lo cumple. Por ejemplo, cuando
Dios habló algo en Génesis 1, lo que dijo se cumplió. Por tanto, creemos que lo dicho por
el Señor en cuanto a la iglesia como plenitud de Dios se cumplirá. Y no sólo creemos en
esto, sino que también lo reclamamos y oramos conforme a ello. Debemos orar: “Señor,
Tú dijiste que la iglesia es Tu plenitud; ahora debes cumplir lo que has dicho”. Cuando la
iglesia llegue a ser la plenitud de Dios en la tierra , podremos proclamar juntamente con
Pablo: “A El sea gloria en la iglesia y en Cristo Jesús”.
LA MANERA EN QUE DIOS
ES GLORIFICADO EN LA IGLESIA
Las palabras “a Aquel” del versículo 20 comunican la idea de que algo procedió
inicialmente de Dios y que ahora vuelve a El. Pablo pide en su oración al Padre que
fortalezca a los santos conforme a las riquezas de Su gloria. Esto implica que la gloria de
Dios se forja en los santos. En la doxología, Pablo dijo: “a El sea gloria” (v. 21), lo cual
implica que la gloria de Dios vuelve a El después de forjarse en los santos. Primero, la
gloria de Dios se forja en nosotros; luego, regresa a Dios para glorificarlo. Vemos un
ejemplo de esto en el caso de Isaac y Rebeca. Las riquezas de Isaac fueron dadas primero
a Rebeca para embellecerla; luego, estas riquezas volvieron a Isaac con Rebeca para la
glorificación de él (Gn. 24:47, 53, 61-67). El apóstol oró pidiendo que Dios fortaleciera a
los santos conforme a Su gloria. Luego, la gloria de Dios, después de ser forjada en ellos,
vuelve a El juntamente con los santos fortalecidos. Esta es la manera en que Dios es
glorificado en la iglesia.
En el versículo 16 vimos que Pablo pide que el Padre, conforme a las riquezas de Su
gloria, nos fortalezca con poder en el hombre interior. Ser fortalecidos conforme a la
gloria implica que la gloria de Dios se forja en nuestro ser. Esta es la única manera de
ser fortalecidos conforme a la gloria de Dios. Supongamos que una persona físicamente
débil es fortalecida conforme a otra que está fuerte. Esto significaría que la fuerza de la
persona fuerte se forja en las fibras mismas de la débil. En el mismo principio, ser
fortalecidos en el hombre interior conforme a la gloria del Padre, significa que Su gloria
se forja en nuestro ser. Primero, la gloria llega a nosotros, y luego, regresa a Dios.
Cuando la gloria entra en nuestro ser, somos llenos y fortalecidos; y cuando regresa a
Dios, El es glorificado en la iglesia.
La expresión griega traducida “ahora bien” en el versículo 20, significa “en vista del
hecho de que” o “basándose en lo anterior”. En los versículos 20 y 21 Pablo parecía
decir: “Ahora que la iglesia ha llegado a existir como plenitud de Dios, Dios puede ser
glorificado en ella. Antes, era imposible que la gloria volviera a Dios; pero ahora es
posible, porque la iglesia ha llegado a ser la plenitud de Dios de manera práctica”.
Esta palabra griega puede traducirse “pero” o “ahora bien”. En cualquiera de los casos la
palabra reviste mucha importancia. “Pero” sugiere que la gloria que llegó a nosotros y
que se forjó en nuestro ser, vuelve a Dios junto con nosotros, mientras que las palabras
“ahora bien” sugieren que, en vista de que la iglesia ha llegado a existir como plenitud de
Dios, Dios puede ser glorificado en la iglesia en cualquier momento. Ambas expresiones
son correctas.
La iglesia es la gloria de Dios, la cual llega a nosotros juntamente con El y vuelve a El
juntamente con nosotros. En tal iglesia se da un tráfico de doble sentido por medio del
cual la gloria de Dios se forja en nuestro ser y Dios es glorificado en nosotros. A este
tráfico hace alusión la frase “ahora bien”.
En el versículo 20 Pablo habla de “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas
mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos”. En el sentido estricto, las
palabras “pedimos o pensamos” se refieren a las cosas espirituales relacionadas con la
iglesia, y no a las cosas materiales. En cuanto a las cosas espirituales, no solamente
debemos pedir, sino también pensar. Tal vez pensamos más de lo que pedimos. Dios no
sólo cumple lo que pedimos por la iglesia, sino también lo que pensamos con respecto a
ella, y El es poderoso para hacer mucho más abundantemente de lo que pedimos o
pensamos, según el poder que actúa en nosotros.
El poder con el que Dios puede hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo
que pedimos o pensamos, como se revela en el versículo 20, difiere de Su poder creador.
El versículo 20 no se refiere a la creación, sino a la iglesia. A menudo escucho a los
santos citar el versículo 20 cuando testifican de que Dios los ha bendecido con cosas
materiales. Citar este versículo con dicho propósito equivale a aplicarlo de una manera
incorrecta. Pablo no se refiere a lo que Dios hace por nosotros externamente, sino a lo
que El opera en nosotros internamente. El menciona en específico “el poder que actúa
en nosotros”, refiriéndose al poder interior, el poder de resurrección que se menciona en
Efesios 1:19 y 20.
El poder creador de Dios produce las cosas materiales que están a nuestro alrededor
(Ro. 8:28), mientras que Su poder de resurrección realiza en nuestro ser interior las
cosas espirituales para la iglesia. Que Dios nos conceda un buen empleo no requiere que
el poder de resurrección opere en nosotros. El hecho de que Dios sea poderoso para
hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos no
está relacionado con lo que El hace en nuestro entorno, sino con la obra orgánica y
metabólica que lleva a cabo dentro de nosotros. A veces, según nuestro entorno, Dios
parece no hacer nada por nosotros. Quizás oramos para que nos den un ascenso en el
trabajo, y en lugar de ello, nos despiden. Pero mientras estamos desempleados Dios
opera en nosotros para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Cuando todo lo
que nos rodea es favorable, Cristo tiene muy pocas oportunidades de extenderse a
nuestros corazones. Pero cuando somos puestos en situaciones difíciles, el Señor tiene
más oportunidades de extenderse en nuestro ser. Desde nuestra perspectiva, creemos
que es benéfico que nuestras circunstancias nos favorezcan; pero desde la perspectiva
del Señor, tal vez sea mejor que nos encontremos en dificultades, pues es entonces
cuando El tiene mayores oportunidades para obrar en nosotros.
La iglesia es solamente una de las muchas familias que hay en el universo. Las demás
familias comprenden la familia angélica, la familia humana y la familia de Israel. Según
el versículo 15, Dios es el origen de la familia angélica en los cielos y de todas las familias
humanas en la tierra; por supuesto, también lo es de la iglesia, que es la familia de los
creyentes. Decir que Dios es glorificado en la iglesia significa que El es glorificado
solamente en una de las muchas familias. Sin embargo, afirmar que Dios es glorificado
en Cristo, implica que El es glorificado en Cristo como Cabeza de todas las cosas. Cristo
es Cabeza de los ángeles, de la humanidad, de Israel y también de la iglesia. Si Dios
fuese glorificado únicamente en la iglesia, Su glorificación no sería completa; por ello se
requiere que El sea glorificado también en Cristo.
Dios no sólo será glorificado en esta era, la era de la iglesia, sino también en la era
venidera, la del reino, y por los siglos de los siglos, o sea, por la eternidad. No obstante, a
fin de que Dios sea glorificado en todas las edades, desde la edad presente hasta la
eternidad, Dios debe ser glorificado en la iglesia y también en Cristo.
Efesios 4:1 dice: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de
la vocación con que fuisteis llamados”. Este versículo repite en parte lo que dice 3:1,
donde empieza la exhortación que el apóstol hace en los capítulos del cuatro al seis. Esto
indica que 3:2-21 es una sección parentética.
Al andar como es digno del llamamiento de Dios, la iglesia debe vivir de cierta manera y
asumir ciertas responsabilidades. Por lo tanto, en los capítulos del cuatro al seis vemos,
por un lado, la vida que la iglesia debe llevar, y por otro, la responsabilidad que debe
asumir.
Cuando Pablo exhortó a los santos a andar como es digno del llamamiento de Dios, lo
hizo basándose en su condición de prisionero en el Señor. El hecho de que era apóstol de
Cristo por la voluntad de Dios le autorizó para presentar la revelación acerca de la
iglesia, es decir, para hablar del misterio de Cristo. Por otro lado, el hecho de que era
prisionero en el Señor le hizo apto para exhortarnos a andar como es digno del
llamamiento de Dios. El vivir de Pablo era digno del llamamiento de Dios; además, él
asumió la responsabilidad exigida por dicho llamamiento.
En 3:1 Pablo se llama a sí mismo “prisionero de Cristo Jesús”, mientras que en 4:1 dice
que él es “prisionero en el Señor”. Ser prisionero en el Señor es más profundo que ser
prisionero del Señor. En calidad de prisionero, Pablo es un modelo para aquellos que
desean andar como es digno del llamamiento de Dios.
Para andar como es digno del llamamiento de Dios, para tener la vida apropiada del
Cuerpo, lo primero que debemos hacer es ocuparnos de la unidad. Debemos guardar la
unidad del Espíritu. Esto es crucial y vital para el Cuerpo de Cristo.
Hablando con propiedad, la unidad es diferente de una simple unión. Una unión se
forma cuando muchas personas se juntan, mientras que la unidad, es una sola entidad,
el Espíritu que está en los creyentes y hace que ellos sean uno. Algunos cristianos
experimentan cierta clase de unión, pero los que estamos en el recobro del Señor
valoramos la unidad mucho más que la unión. En el recobro no estamos unidos, es
decir, no hemos formado cierta clase de unión, sino que somos uno. Nuestra unidad es
una persona, el Señor Jesús mismo, quien como Espíritu vivificante es hecho real en
nosotros. Hoy el Señor es el Espíritu vivificante que está en nosotros, y este Espíritu es
nuestra unidad. Por consiguiente, nuestra unidad es una persona, pero esta persona no
está fuera de nosotros, en los cielos, como algo objetivo, sino subjetivo, o sea, mora en
nosotros como nuestra propia vida.
Esta unidad es similar a la electricidad que corre por muchas lámparas y las hace brillar
como si fueran una sola. Aunque tal vez en una habitación haya docenas de lámparas, la
electricidad que corre en ellas las hace una sola. Por sí mismas las lámparas no son una
sola, ni están unidas para formar una sola unidad. La electricidad que circula en las
lámparas constituye la unidad de ellas. Esta electricidad no une a las lámparas, sino que
ella misma es su unidad. En sí, las lámparas son individuales y están separadas, pero en
la electricidad ellas encuentran su unidad. El mismo principio aplica a los creyentes de
Cristo. El Espíritu que mora en nosotros es nuestra unidad.
En 4:3 a esta unidad se le llama “la unidad del Espíritu”. La unidad del Espíritu es de
hecho el Espíritu mismo. En el ejemplo de la electricidad y las lámparas, la unidad de la
electricidad es la electricidad misma. No existe otro elemento, aparte de la electricidad,
que sea la unidad de la electricidad. La unidad de la electricidad es simplemente la
electricidad misma. Según el mismo principio, la unidad del Espíritu no es algo aparte
del Espíritu; es el Espíritu mismo. La unidad que está en nosotros y entre nosotros es el
Espíritu vivificante. Por consiguiente, guardar la unidad equivale a guardar el Espíritu
vivificante.
Muchos cristianos hablan de la unidad, pero pasan por alto al Espíritu. Esto indica que
para ellos la unidad es algo separado del Espíritu. Por ello, cuanto más hablan de la
unidad, más se dividen. Algunos creyentes inclusive discuten de manera carnal sobre el
tema de la unidad. No es necesario hablar tanto de la unidad. La unidad es como una
paloma; si no hablamos de ella, se queda con nosotros, de lo contrario, sale volando.
Cuando hablamos mucho acerca de la unidad, corremos el peligro de perderla. La
unidad no se guarda hablando de ella, sino permaneciendo en el Espíritu vivificante.
Mientras amemos al Señor y lo recibamos continuamente, guardaremos la unidad, pues
como lo hemos recalcado, la unidad es la persona misma de Cristo como Espíritu
vivificante.
Si queremos guardar la unidad del Espíritu, nuestra humanidad debe ser apropiada,
debe ser una humanidad llena de humildad, mansedumbre y longanimidad, una
humanidad que sobrelleve a otros en amor. Si no tenemos dicha humanidad como
nuestro “capital”, no podremos operar el “negocio” de guardar la unidad del Espíritu. El
hecho de que en el versículo 2 las virtudes se mencionan antes de la unidad del Espíritu,
a la que se refiere el versículo 3, indica que debemos tener estas virtudes si queremos
guardar la unidad del Espíritu.
Por muchos años traté de ser manso y humilde, pero fracasé rotundamente. Con el
tiempo aprendí que la humildad, la mansedumbre y la longanimidad mencionadas en
4:2 no forman parte de nuestra humanidad natural, sino que son características de la
humanidad transformada, la humanidad de Jesucristo. Esta humanidad con todas sus
virtudes es tipificada por la madera de acacia contenida en las barras unificadoras. Esto
indica que en el Espíritu unificador se halla la humanidad transformada, es decir,
nuestra humanidad transformada por la vida de resurrección de Cristo.
LA TRANSFORMACION Y LA UNIDAD
Los cristianos infantiles o inmaduros no pueden guardar la unidad del Espíritu; sólo una
persona transformada puede hacerlo. Los que son naturales y carnales no tienen la
capacidad de ser mansos, humildes ni longánimos; no hay nada en ellos que los capacite
para guardar la unidad. Por tanto, deseo recalcar una vez más que Efesios 4:2 deja
implícita la necesidad de ser transformados. Todos los problemas que tenemos con
relación a la unidad se deben a que somos muy naturales, carnales, y a que nos
centramos en nosotros mismos. Pero si hemos sido transformados, guardaremos la
unidad espontáneamente, porque en nuestra humanidad transformada poseemos la
humildad, la mansedumbre y la longanimidad necesarias para hacerlo.
EL VINCULO DE LA PAZ
El versículo 3 habla de guardar la unidad del Espíritu “en el vínculo de la paz”. Cristo
abolió en la cruz las diferencias ocasionadas por las ordenanzas. Al hacerlo, El hizo la
paz por causa del Cuerpo. Esta paz debe unir a todos los creyentes y, por tanto, debe
llegar a ser el vínculo de nuestra unidad.
Antes de que Cristo fuera crucificado, no había paz entre los judíos y los gentiles. Según
Efesios 2:15, Cristo hizo la paz entre todos los creyentes al abolir en Su carne las
ordenanzas que los dividían y al crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo
hombre. Además, en la cruz Cristo acabó con todas las cosas negativas que existían entre
nosotros y Dios, lo cual significa que también hizo la paz entre el hombre y Dios. Ahora
ya no hay separación entre los creyentes judíos y los creyentes gentiles, ni entre nosotros
y Dios. No obstante, en la época en que se escribió Efesios, algunos creyentes judíos
todavía sostenían el concepto de que debían permanecer separados de los creyentes
gentiles. Por esta razón Pablo declaró que la pared intermedia de separación había sido
derribada, y que los creyentes judíos y los creyentes gentiles tenían que ser uno. De otro
modo, no podía haber unidad, y sin la unidad, el Cuerpo no puede existir. Por tanto, en
4:3 Pablo afirma categóricamente que tenemos que guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz. Para ello es menester darnos cuenta de que en la cruz fueron abolidas
las diferencias entre nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y SIETE
I. EL PRIMER GRUPO,
RELACIONADO CON EL ESPIRITU
A. Un Cuerpo
El versículo 4 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación”. El Cuerpo se menciona antes que el Espíritu
debido a que nuestra unidad se relaciona con el Cuerpo, y éste es su meta. Debemos
guardar la unidad porque todos conformamos un solo Cuerpo.
B. Un Espíritu
La esperanza del versículo 4 es la esperanza de gloria (Col. 1:27). Como personas salvas,
tenemos la esperanza de que un día el Señor Jesús vendrá como nuestra esperanza de
gloria y que por medio de El, el cuerpo de la humillación nuestra será transfigurado (Fil.
3:21). Por un lado, valoramos mucho nuestro cuerpo, pues nos es útil y sin él no
podríamos existir; pero por otro, nuestro cuerpo nos causa problemas porque a veces se
debilita y es propenso a enfermarse. Por consiguiente, nosotros los creyentes tenemos la
esperanza de que un día nuestro problemático cuerpo será metabólicamente
transfigurado por Cristo y será un cuerpo glorificado.
Si les es difícil creer que nuestro cuerpo vil será transfigurado y llegará a ser glorioso, les
pido que consideren el proceso por el cual una semilla de clavel produce una flor. La
semilla no tiene ninguna belleza en sí misma, pero cuando se siembra y crece
normalmente, se transfigura y llega a ser una planta que produce bellas flores. Pablo, al
hablar de la transfiguración de nuestros cuerpos en 1 Corintios 15, los asemeja a semillas
(vs. 35-44). Tenemos la firme esperanza de que un día la “semilla” florecerá.
Como creyentes, somos miembros del Cuerpo de Cristo. Pero, aunque somos miembros
del Cuerpo, ¿estamos satisfechos con nuestra condición actual? Si somos sinceros,
reconoceremos que tanto nuestro estado actual como el de la iglesia no es satisfactorio.
Necesitamos ser transfigurados. En cada uno de nosotros como miembros del Cuerpo, y
en el Cuerpo como un todo, está el Espíritu, quien es la esencia, la vida y el suministro
vital del Cuerpo. Este Espíritu no está inactivo ni ocioso; por el contrario, está operando
energética y continuamente en nosotros con el propósito de que experimentemos el
cumplimiento de la esperanza a que fuimos llamados. Por esta razón decimos que la
transfiguración de nuestro cuerpo no ocurrirá por casualidad. Actualmente el Espíritu
que mora en nosotros está realizando dos cosas: la transfiguración de nuestros cuerpos y
la manifestación de los hijos de Dios. Debido a este proceso de transfiguración y
manifestación, el arrebatamiento, lejos de ser una sorpresa, debe de ser una experiencia
normal.
El versículo 4 implica que el Espíritu que ahora mora en nosotros está conduciendo al
Cuerpo de Cristo a la gloria, lo cual es el cumplimiento de nuestra esperanza. Por tanto,
en este versículo se menciona un Cuerpo, un Espíritu y una esperanza. Puesto que todos
estamos en el Cuerpo y tenemos un solo Espíritu y una sola esperanza, somos uno. No
hay motivo para no ser uno y no hay razón para ser diferentes. Somos un solo Cuerpo y
tenemos un solo Espíritu, el cual obra en nosotros para conducirnos a la meta de
nuestra esperanza.
A. Un Señor
El versículo 5 dice: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Este versículo no dice “un Hijo”,
sino “un Señor”. En el Evangelio de Juan es el Hijo en quien creemos (3:16), mientras
que en Hechos creemos en el Señor (Hch. 16:31). En los escritos de Juan, el Hijo imparte
vida (1 Jn. 5:12), mientras que en Hechos, el Señor, después de Su ascensión, ejerce la
autoridad (Hch. 2:36), algo que tiene que ver con Su función como Cabeza. Aquí, como
Cabeza del Cuerpo (Ef. 1:22), El es el Señor. El hecho de que creemos en Cristo está
relacionado tanto con la vida como con la autoridad. No hay muchos cristianos, sin
embargo, que se dan cuenta de que la fe que ejercen en el Señor tiene que ver con la
autoridad así como con la vida. Nosotros, como pecadores perdidos, no sólo estábamos
espiritualmente muertos, sino que también estábamos sin el Señor, es decir, no
teníamos cabeza. Pero habiendo creído en el Señor, ahora tenemos vida y también una
cabeza.
En Efesios, la unidad del Cuerpo no sólo está ligada a la vida, sino también a la
autoridad. Los cristianos están divididos porque no honran la Cabeza. En el versículo 4
Pablo habla de la vida, la cual está íntimamente relacionada con el Espíritu; mientras
que en el versículo 5 él habla de la autoridad. Hoy son pocos los cristianos que le dan
importancia a la vida, y menos todavía los que tienen en cuenta la autoridad. Por la
misericordia y la gracia del Señor, los que estamos en el recobro del Señor le damos
importancia tanto a la vida como a la autoridad de la Cabeza. No sólo tenemos un
Cuerpo con un Espíritu y una esperanza, sino también un Señor con una fe y un
bautismo.
B. Una fe
Como cristianos, tal vez difiramos con respecto a varias doctrinas; no obstante, tenemos
una sola fe. Todos creemos en la persona del Señor Jesús y en Su obra redentora.
Creemos que Cristo es el Hijo de Dios, que se encarnó para ser un hombre, que murió en
la cruz por nuestra redención, que resucitó al tercer día y que ascendió a los cielos. Esta
es la fe a la cual se aferra todo creyente genuino.
Por medio de esta fe nos unimos a Cristo. Tan pronto como creemos en la persona y
obra de Jesucristo, el Hijo de Dios, quedamos unidos a El. Anteriormente estábamos
fuera de Cristo, pero ahora estamos en El. Cristo es nuestro Señor y nuestra Cabeza, y
estamos bajo Su autoridad. Somos miembros de Su Cuerpo, y El es nuestra Cabeza.
C. Un bautismo
La realidad del bautismo consiste en comprender y confesar que nuestro ser natural fue
crucificado y sepultado. Por ende, cuando nos bautizamos, estamos conscientes de tres
cosas: la muerte, la sepultura y la resurrección. Por medio de la fe nos unimos a Cristo, y
somos crucificados, sepultados y resucitados en Cristo. Inmediatamente después de
creer en Cristo, debemos bautizarnos como testimonio de que entendemos esto. El
bautismo siempre sigue a la fe. Mediante el bautismo, experimentamos un traslado
completo de Adán a Cristo. Ahora nos encontramos en Cristo, quien es nuestra vida y
nuestro Señor. Ya no estamos en Adán y él ya no es nuestra cabeza. Ahora estamos en
Cristo, y ahora El es nuestra Cabeza. Puesto que el Señor, la fe y el bautismo están
relacionados de esta manera, Pablo los menciona juntos en el versículo 5.
El versículo 6 dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en
todos”. Dios es el Autor de todas las cosas, y el Padre es el origen de la vida del Cuerpo.
En el versículo 4 tenemos la vida; en el versículo 5, la autoridad de la Cabeza; y en el
versículo 6, el origen o fuente. Ya que todo tiene un origen, se puede trazar.
Lamentablemente los cristianos, en su mayoría, por ser tan superficiales no prestan
atención al origen o fuente de las cosas. En contraste, los que estamos en la vida de
iglesia debemos ejercer un discernimiento sobrio. Esto significa que debemos tomar en
consideración la vida, la autoridad de la Cabeza y la fuente u origen. Si trazamos el
origen de las cosas, no seremos engañados ni desviados.
El apóstol Pablo era una persona con un gran discernimiento, pues había recibido de
parte del Señor la capacidad de discernir las cosas. El comenzó con el Cuerpo y trazó la
fuente hasta llegar al Dios y Padre. Esto significa que él regresó al origen mismo, a la
fuente de todo.
En el versículo 6, Pablo habla de un Dios y Padre, “el cual es sobre todos, y por todos, y
en todos”. En estas palabras está implícita la Trinidad. “Sobre todos” se refiere
principalmente al Padre; “por todos”, al Hijo; y “en todos”, al Espíritu. El Dios Triuno
entra en nosotros como el Espíritu. Nuestra unidad se compone de la Trinidad de la
Deidad: el Espíritu, quien es el Espíritu vivificante; el Hijo, quien es el Señor y la
Cabeza; y el Padre, quien es el origen de todo. Si vemos esto, nada nos podrá distraer o
desviar; tendremos el debido discernimiento con respecto a la unidad y sabremos cómo
guardarla.
El asunto de guardar la unidad está vinculado con el Dios Triuno. Esto significa que el
Dios Triuno es la base de nuestra unidad, su fundamento, su cimiento. El Padre es el
que dio origen a nuestra unidad, el Señor la realizó y el Espíritu la ejecuta. Sin embargo,
en nuestra experiencia, el Espíritu es primero porque El está directamente relacionado
con la unidad del Cuerpo de Cristo, El es quien aplica la unidad en el Cuerpo. Después
de esto, tenemos al Señor, quien realizó la unidad, y al Padre, quien es el origen de la
unidad. Por consiguiente, nuestra unidad es el propio Dios Triuno hecho real y
experimentado por nosotros en nuestra vida cristiana.
Aunque muchos hemos sido cristianos por años, nunca habíamos oído que la unidad es
el propio Dios Triuno hecho real para nosotros en nuestra experiencia. Nuestra unidad
es el Dios Triuno —el Espíritu, el Señor y el Padre— forjado en el Cuerpo. Además del
Dios Triuno, tenemos la fe, el bautismo y la esperanza. Un día recibimos la fe y fuimos
puestos en Cristo. ¡Qué visitación más gloriosa fue la llegada de la fe! Después de creer
en Cristo, fuimos bautizados y llegamos a ser miembros del Cuerpo y recibimos la
esperanza de que un día seríamos glorificados. Esta es nuestra unidad. La unidad es el
Dios Triuno forjado en el Cuerpo, el cual nace por medio de la fe y el bautismo y tiene la
esperanza de un día ser glorificado. Que todos tengamos un corazón que anhele esta
unidad y se dedique a guardarla.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y OCHO
Efesios 4:7 dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida
del don de Cristo”. Con respecto al Cuerpo, todos los elementos básicos son uno. Esto
consta en los versículos del 4 al 6, donde vemos que hay un solo Cuerpo, un Espíritu,
una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre. Sin embargo, aunque
los elementos del Cuerpo son uno, los dones, o funciones, son muchos y variados. La
palabra “pero” al principio del versículo 7 presenta el contraste entre la unidad del
Cuerpo y la variedad de dones.
El versículo 7 declara que a cada uno de nosotros nos fue dada la gracia conforme a la
medida del don de Cristo. En este pasaje, la gracia es dada conforme al don, mientras
que en Romanos 12:6, los dones difieren conforme a la gracia. En realidad, la gracia es la
vida divina que produce y provee los dones. En Romanos 12 la gracia produce el don;
por lo tanto, el don se da conforme a la gracia. En Efesios 4 la gracia suministra al don;
por ende, la gracia se da conforme al don, conforme a la medida de éste. Esto es similar
a la provisión que nuestra sangre da a los miembros de nuestro cuerpo de acuerdo a su
tamaño. La medida del don de Cristo corresponde al tamaño de los miembros de Su
Cuerpo.
El versículo 8 añade: “Por lo cual la Escritura dice: ‘Subiendo a lo alto, llevó cautivos a
los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a los hombres’”. La expresión “lo alto” en la
cita de Salmos 68:18 se refiere al monte de Sión (Sal. 68:15-16), el cual simboliza el
tercer cielo, donde Dios mora (1 R. 8:30). El salmo 68 implica que fue en el arca donde
Dios ascendió al monte de Sión después de que ésta había ganado la victoria.
El versículo 1 del salmo 68 es una cita de Números 10:35, lo cual indica que el trasfondo
del salmo 68 es el mover de Dios en el tabernáculo con el arca como centro. El arco
tipificó claramente a Cristo. Dondequiera que iba el arca, se ganaba la victoria. Con el
tiempo, el arca ascendió triunfante a la cima del monte de Sión. Esto muestra cómo
Cristo ganó la victoria y ascendió triunfante a los cielos.
En el versículo 8, la expresión “los que estaban” se refiere a los santos redimidos quienes
fueron tomados cautivos por Satanás antes de ser salvos por la muerte y resurrección de
Cristo. En Su ascensión, Cristo los llevó cautivos, es decir, los rescató del cautiverio
satánico y los tomó para Sí mismo. Esto indica que El conquistó y venció a Satanás,
quien los había capturado por medio del pecado y la muerte.
Otra manera de traducir las palabras “llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio”,
es: “llevó un séquito de enemigos vencidos”. La frase “enemigos vencidos” tal vez se
refiera a Satanás, a sus ángeles, y a nosotros los pecadores, lo cual alude de nuevo a la
victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte. En la ascensión de Cristo se hizo
una procesión con estos enemigos vencidos, como se hace con los cautivos de una
guerra, para celebrar la victoria de Cristo.
La palabra “dones” no se refiere a las habilidades o aptitudes para llevar a cabo diversos
servicios, sino a las personas dotadas que se mencionan en el versículo 11, que son los
apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros. Después de que
Cristo, por medio de Su muerte y resurrección, venció a Satanás y rescató de ambos a los
pecadores, El en Su ascensión hizo que los pecadores rescatados fueran dones por medio
de Su vida de resurrección, y los dio a Su Cuerpo para la edificación del mismo.
Los versículos del 9 al 10 explican cómo Cristo dio los dones al Cuerpo: “Y eso de que
subió, ¿qué es, sino que también había descendido a las partes más bajas de la tierra? El
que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para
llenarlo todo”. La expresión “las partes más bajas de la tierra” se refiere al Hades, el cual
está bajo la tierra, donde Cristo fue después de Su muerte (Hch. 2:27). Primeramente,
en Su encarnación, Cristo descendió de los cielos a la tierra. Luego, en Su muerte,
descendió aún más, de la tierra al Hades. Finalmente, en Su resurrección, ascendió del
Hades a la tierra, y en Su ascensión, de la tierra a los cielos. Al descender mediante Su
muerte y al ascender mediante Su resurrección, El dio dones a los hombres.
CRISTO LO LLENA TODO
Al descender y ascender, Cristo abrió el camino para poder llenarlo todo. Este
pensamiento es muy profundo. Primero Cristo estaba en los cielos. En Su encarnación,
bajó a la tierra, y como hombre, vivió ahí por treinta y tres años y medio. Después murió
en la cruz y descendió al Hades. En resurrección ascendió del Hades a la tierra, y más
tarde subió al tercer cielo. Por medio de este recorrido de descender y ascender, El lo
llena todo. Ahora, Cristo está en todas partes; en la tierra y también en los cielos.
En el versículo 12 vemos la razón por la cual Cristo dio los dones: “A fin de perfeccionar
a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. La
palabra griega traducida “a fin de” tiene mucho peso y significado. Indica que Cristo dio
apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros con el propósito de perfeccionar
a los santos. Los santos son perfeccionados “para la obra del ministerio”. La palabra
griega traducida “para” significa “dando por resultado”. Por consiguiente, el
perfeccionamiento de los santos da por resultado la obra del ministerio. Las muchas
personas dotadas que se mencionan en el versículo 11 tienen un solo ministerio, el de
ministrar a Cristo en las personas para que se edifique el Cuerpo de Cristo, la iglesia.
Este es el único ministerio en la economía neotestamentaria (2 Co. 4:1; 1 Ti. 1:12). Según
la construcción gramatical, “la edificación del Cuerpo de Cristo” es “la obra del
ministerio”. Todo lo que las personas dotadas del versículo 11 hagan como parte de la
obra del ministerio, debe tener como fin la edificación del Cuerpo de Cristo.
Ahora examinemos detalladamente cómo Cristo dio los dones al Cuerpo. Hemos visto
que, con respecto al Cuerpo, todos los elementos básicos son uno. Sin embargo, los
dones y las funciones son diferentes. Cristo viajó de los cielos a la tierra, de la tierra al
Hades, del Hades de regreso a la tierra, y de la tierra al tercer cielo. Por medio de este
recorrido universal, Cristo dio los dones al Cuerpo.
Sin el salmo 68, dudo que nos daríamos cuenta, al leer Efesios 4, que cuando Cristo
ascendió a los cielos, llevó consigo un séquito de cautivos. Cristo entró a los cielos como
un vencedor llevando consigo dicho séquito, y lo presentó a Su Padre, quien a Su vez se
los regresó a El como dones. Entonces Cristo dio todos estos cautivos como dones a los
hombres. Uno de ellos era Saulo de Tarso. Es de esta manera que Cristo dio dones a los
hombres.
Por medio de este recorrido universal, Cristo no solamente logró reunir a muchos
pecadores, sino que también derrotó a quien los había capturado, a Satanás. En otro
tiempo, todos éramos cautivos, es decir, habíamos sido capturados por Satanás, el
pecado y la muerte. Cristo, por un lado, al viajar del cielo a la tierra, de la tierra al
Hades, del Hades de regreso a la tierra y de allí otra vez al cielo, nos obtuvo a todos
nosotros y, por otro, venció a Satanás, quien nos había usurpado y nos retenía bajo su
poder mortal. Ya libertados del dominio de Satanás, del pecado y de la muerte, somos
cautivos de Cristo. Todos los ángeles saben que cuando Cristo ascendió al tercer cielo, El
llevó allá un séquito de cautivos y que éstos fueron presentados al Padre. ¡Esta procesión
debe de haber sido una gran celebración de la victoria de Cristo! Aunque este glorioso
evento estuvo oculto a los ojos de los hombres, los ángeles sí lo presenciaron. Ellos
sabían que un evento sumamente importante se llevaba a cabo en la historia del
universo. Esto no es producto de nuestra imaginación; es un hecho maravilloso.
Hace más de diecinueve siglos, Cristo nos capturó y nos puso en Su séquito de cautivos.
Como personas que han sido capturados por el, no podemos escaparnos. Aunque nunca
hemos visto al Señor Jesús, no podemos más que creer en El, pues nos ha capturado.
Ahora que estamos en Su séquito, no podemos escapar de El. Además, Cristo no sólo
nos capturó, sino que también nos presentó al Padre, quien, después de contemplarnos
con gran aprecio, nos regresó al Hijo como dones. Fue así que Cristo, por medio de Su
recorrido universal, nos hizo dones para el Cuerpo.
En ese recorrido Cristo murió por nuestros pecados y realizó todo lo necesario para que
se cumpliera el propósito de Dios. El derrotó al enemigo, Satanás, y nos liberó de la
mano usurpadora de éste. Antes éramos cautivos de Satanás, pero ahora somos cautivos
de Cristo; fuimos llevados en Su séquito a lo más alto del universo, luego fuimos
presentados al Padre, y el Padre nos dio de regreso al Hijo como dones para los
hombres.
Ahora podemos ver los pasos por los cuales los pecadores fueron hechos dones para el
Cuerpo de Cristo. Estos pasos incluyen la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su
muerte en la cruz, Su sepultura, Su descenso al Hades, Su resurrección de entre los
muertos y Su ascensión a los cielos, de regreso al Padre. Por medio de estos pasos,
nosotros, los pecadores, fuimos hechos apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros. Ahora somos dones dados a los hombres. A dondequiera que el Señor nos
envíe en los días venideros, seremos enviados allí como dones para la gente.
Los primeros apóstoles y profetas no son los únicos dones; cada miembro del Cuerpo es
un don. Por ejemplo, mi meñique es un don para mi cuerpo. Este dedo puede hacer por
mi cuerpo lo que ningún otro miembro puede lograr. Ninguno de nosotros debe
considerarse demasiado pequeño como para ser un don. A veces los miembros más
pequeños resultan más útiles y le proporcionan mayor consuelo al Cuerpo. Así que,
todos nosotros somos dones que Cristo dio a Su Cuerpo. Como resultado del recorrido
universal de Cristo, ya no somos pecadores, sino hijos de Dios, “trofeos” para el Padre, y
dones para el Cuerpo.
En Efesios 4 vemos cómo los dones son dados, mientras que en Salmos 68 vemos cómo
son recibidos. Conforme al salmo, el Hijo recibió “trofeos” de parte del Padre como
dones. Luego, según Efesios 4, el Hijo los entrega como dones a la iglesia. Nosotros, los
salvos, no solamente fuimos dados como dones a la iglesia, sino también a todo el
mundo. Así que, a dondequiera que vayamos, seremos una gran bendición para los
demás.
En algunos de los mensajes anteriores, expresé que todos los santos pueden ser los
apóstoles y profetas de hoy. En este mensaje quisiera señalar que también podemos ser
evangelistas, aquellos que predican las buenas nuevas, que proclaman noticias de gozo.
Al relacionarnos con las personas en nuestro vivir cotidiano, es necesario que les
comuniquemos las buenas nuevas. Si somos fieles y lo hacemos, somos evangelistas.
Nosotros también somos pastores y maestros, es decir, los que cuidan a los demás y los
instruyen en el camino del Señor y en todo lo relacionado con la economía de Dios.
NI CLERO NI LAICADO
Efesios 4 declara que la gracia es dada conforme a la medida, al tamaño, del don. La
gracia produce a las personas dotadas y luego les provee lo que necesitan conforme a la
medida del don. La función de todas las personas dotadas es perfeccionar a los santos
para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos
lleguemos a las tres cosas mencionadas en el versículo 13. En un mensaje futuro
estudiaremos estas cosas en detalle.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
LA NORMA DEL CREYENTE
En 1 Timoteo 1:16 Pablo dice: “Pero por esto me fue concedida misericordia, para que
Jesucristo mostrase en mí el primero toda Su longanimidad, y quedara yo como modelo
para los que habrían de creer en El para vida eterna”. Según este versículo, Pablo fue
hecho modelo de uno que experimenta la salvación que Dios otorga. Sin embargo, Pablo
no fue un modelo solamente de uno que ha experimentado la salvación, sino también de
uno que ha sido llamado por el Señor.
Muy pocos cristianos saben cuál es la meta del llamamiento de Dios. Muchos piensan
que la meta es simplemente recibir la gracia y ser salvos. Sin embargo, la gracia y la
salvación no son la meta final del llamamiento de Dios. Según Efesios la meta del
llamamiento de Dios es la edificación del Cuerpo de Cristo. En Mateo 16 el Señor Jesús
dijo que edificaría Su iglesia. Pero el libro de Hechos y las epístolas revelan que el Señor
no edifica la iglesia directamente, sino que lo hace por medio de los miembros de Su
Cuerpo. Cristo edifica el Cuerpo por medio del Cuerpo. Dios nos llamó para cumplir esta
meta.
En 4:16 Pablo dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las
coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el
crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. El versículo 12 habla
de los santos, y el versículo 16, de “cada miembro”. Según el versículo 16, el Cuerpo
produce su propio crecimiento y se edifica a sí mismo en amor. Esto requiere que en la
práctica todos los santos sean perfeccionados por los apóstoles y demás hermanos que
llevan la delantera.
IGUALES A PABLO
Pablo no sólo era apóstol, sino también profeta, evangelista, y pastor y maestro. Sin
embargo, muchos quizás clasifiquemos a los hermanos dotados del versículo 11 en
cuatro categorías distintas: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y
maestros. Pero Pablo, el modelo de los llamados, era todo eso. Ciertamente él era un
profeta, pues en sus epístolas declaró grandes profecías, como las de 1 Corintios 15 y las
de 1 y 2 Tesalonicenses. El también era un evangelista. ¿Creen que haya un evangelista
mayor que él? El predicaba el evangelio dondequiera que iba. Además, también era un
pastor y un maestro. El cuidaba a las iglesias y a todos los santos día y noche. Por
último, ¿quién puede negar que Pablo era un maestro? Si él no fue un maestro, entonces
¿quién lo fue en el Nuevo Testamento? Así que, Pablo era apóstol, profeta, evangelista, y
pastor y maestro. Su carga y deseo al escribir los capítulos tres y cuatro era señalar que
cada santo debe ser igual a él en estos aspectos.
Los capítulos tres y cuatro forman parte de la exhortación que hace Pablo en cuanto a
andar como es digno del llamamiento de Dios. Si deseamos llevar una vida que sea
digna del llamamiento de Dios, tenemos que ser como el apóstol Pablo. Para vivir
dignamente, no sólo debemos darle importancia a tales cosas como la humildad, la
amabilidad y el amor, sino también a los asuntos importantes de ser apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros. De no ser así, nuestro andar no será digno del
llamamiento de Dios. En estos capítulos, Pablo es un ejemplo, pero no de un cristiano
victorioso ni de un creyente lleno de vida, sino de un apóstol, profeta, evangelista, y
pastor y maestro.
TODOS LOS DISCIPULOS SON APOSTOLES, PROFETAS,
EVANGELISTAS, Y PASTORES Y MAESTROS
Cuando hablamos de parte de Dios, también predicamos el evangelio, o sea, que somos
evangelistas. Ser evangelista es simplemente predicar el evangelio.
Siguiendo el mismo principio, también somos pastores y maestros. Al cuidar a los que
han sido salvos por nuestra predicación, los pastoreamos y los instruimos. Por
consiguiente, somos apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Llevar una vida digna del llamamiento de Dios consiste en ser un enviado de Dios, uno
que habla de parte de El, que predica el evangelio y que pastorea a otros y los instruye.
Si no somos personas así, no alcanzamos la norma de Dios. Debido a la influencia de
nuestro trasfondo y entorno religiosos, estamos acostumbrados a pensar que los
apóstoles y los profetas son personas extraordinarias. Sin embargo, un apóstol es un
cristiano común y corriente, un cristiano que satisface la norma de Dios.
No deberíamos mostrar una falsa humildad declarando que somos demasiado pequeños
e insignificantes como para ser apóstoles y profetas. Es un hecho que podemos ser
enviados por el Señor, por lo menos a nuestros parientes y amigos, y que podemos
hablar de parte de El. Es un hecho que todos podemos y debemos ser los enviados de
Dios. Pertenecemos a la misma categoría que Pablo, aunque, por supuesto, no tenemos
una medida tan grande como la suya.
LA MAYORDOMIA DE LA GRACIA
Efesios 3:2 dice: “Si es que habéis oído de la mayordomía de la gracia de Dios que me
fue dada para con vosotros”. ¿Se dan cuenta de que no solamente Pablo era un
mayordomo, sino que también ustedes lo son? Tal como Pablo, ustedes recibieron la
mayordomía de la gracia de Dios. Un mayordomo es simplemente un servidor. No es un
oficial de alto rango, sino alguien que sirve a otros. Al servicio que desempeña un
mayordomo se le llama mayordomía. Conforme a 3:2, la mayordomía que hemos
recibido es la mayordomía de la gracia de Dios.
Todos hemos recibido cierta cantidad de gracia. En 4:7 Pablo dice: “Pero a cada uno de
nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”. Al recibir la gracia,
espontáneamente tenemos la mayordomía de la cantidad de gracia que hemos recibido.
Por gracia fuimos hechos mayordomos.
Efesios 3:2 dice que Pablo recibió gracia, mientras que 4:7 afirma que cada uno de
nosotros la recibió. A la luz de estos versículos, no debemos considerar que Pablo era
algo que nosotros no somos. De hecho, 3:8 revela que él se consideraba a sí mismo
“menos que el más pequeño de todos los santos”. Esto indica que todos los santos
pueden recibir la misma clase de gracia que le fue dada al apóstol Pablo. En cuanto a su
persona, él era el más pequeño de los apóstoles (1 Co. 15:9); pero en lo que respecta a su
ministerio, él no era menos que los super apóstoles (2 Co. 11:5; 12:11). Sin embargo,
como una persona que recibió gracia, él era menos que el más pequeño de todos los
santos. Esto implica que todos podemos recibir la gracia que él recibió. Podemos
comparar esto a los miembros de nuestro cuerpo físico, los cuales reciben el mismo
suministro de sangre, sin importar lo grande o pequeño que sean. Sin embargo, la
capacidad o el don que surge del suministro de sangre es diferente en cada miembro.
Todos los miembros del Cuerpo de Cristo pueden recibir la misma gracia de vida que
tuvo el apóstol Pablo, pero no tienen el mismo don que él. Si a Pablo, quien afirmaba ser
el más pequeño de todos los santos, se le concedió gracia, ciertamente también a
nosotros se nos puede otorgar.
Para Pablo, no era asunto de quién había recibido más gracia; tenemos que olvidarnos
de hacer esas comparaciones. Lo importante es ver que todos podemos ser iguales al
apóstol Pablo. Puesto que alguien que era menos que el más pequeño de todos los santos
pudo ser la persona que describen los capítulos tres y cuatro, ninguno de nosotros tiene
excusa.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, los cristianos han estado bajo la influencia de
conceptos naturales, a raíz de los cuales se entronizó como papa a uno de los primeros
apóstoles. Pero en realidad todos podemos ser “papas”, porque esto simplemente
significa ser padre. Esto indica que todos podemos ser padres espirituales de aquellos a
quienes conducimos al Señor.
Nuestra mente debe ser limpiada de todo concepto natural que tienda a elevar a los
apóstoles por encima de los demás creyentes. Los apóstoles son simplemente personas
que Dios envía para que lleven a cabo Su propósito, que consiste en edificar la iglesia.
Ciertamente todos podemos ser enviados y todos podemos hablar de parte de Dios como
profetas, como Sus portavoces. No permitan que las enseñanzas tradicionales les
impidan avanzar. Más bien, crean en el hecho de que la mayordomía de la gracia de Dios
fue dada a todos los creyentes.
En 3:3 Pablo dice que por revelación le fue dado a conocer el misterio. ¿Creen ustedes
que sólo al apóstol Pablo se le dio a conocer el misterio y no a todos los creyentes
neotestamentarios? Todos hemos recibido la revelación del misterio, la misma que le fue
dada a él. Pablo escribió el libro de Efesios con el propósito de que todos los santos
conocieran el misterio de Cristo. Durante los años en que el recobro ha estado en este
país, los santos hemos visto el misterio de Cristo gradualmente. Esta revelación nos
constituye apóstoles y profetas, y así recibimos la capacidad para hablar de Cristo y la
iglesia.
Ya que somos profetas, debemos hablar a los que nos rodean, aunque pensemos que no
nos entienden. Nuestra responsabilidad es hablar dondequiera que estemos, ya sea en la
casa o en el trabajo. Los padres deben hablar a sus hijos acerca de la economía de Dios.
También deberíamos ponernos en contacto con nuestros padres y parientes, y contarles
lo que hemos visto con respecto al propósito eterno de Dios. No se preocupen por lo que
los demás piensen de ustedes. Hablen para que los incrédulos sean llevados al Señor. Si
no hablamos, ¿cómo se salvarán las personas? Si hablamos, por lo menos algunos de los
que nos escuchan vendrán al Señor. ¡Imagínense el impacto que se produciría si todos
los santos del recobro del Señor le hablaran a la gente de Cristo y la iglesia! A muchos
nos engañó el enemigo haciéndonos pensar que no estamos capacitados para hablar de
parte del Señor. No debemos esperar que los hermanos que poseen dones sobresalientes
sean los únicos que hablen. Este concepto es erróneo. Por haber recibido la gracia y la
revelación del misterio de Cristo, somos los apóstoles y profetas de hoy y podemos
hablar de parte del Señor.
En 3:7 Pablo dice: “Del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me
ha sido dado según la operación de Su poder”. La palabra griega traducida “ministro” en
este versículo es la misma que se traduce “diácono” en otros pasajes del Nuevo
Testamento. De hecho, “diácono” es la forma española de la palabra griega. Un ministro
o diácono no es un oficial de alto rango, sino un servidor. En este versículo, Pablo dice
que él llegó a ser un siervo. Según el concepto natural, la posición de los ministros es
superior a la de los ancianos, y la de los ancianos, más elevada que la de los diáconos.
Sin embargo, si entendemos correctamente este versículo, veremos que los ministros en
realidad son diáconos, es decir, servidores. La palabra ministro es correcta, pero el uso
tradicional que se le ha dado, ha degradado su significado. Según el Nuevo Testamento,
decir que uno es un ministro equivale a afirmar simplemente que uno es un servidor.
Todos los que creemos en Cristo somos servidores.
En 3:7 Pablo habla de la operación del poder de Dios. Este es el poder de la vida de
resurrección (Fil. 3:10), el cual operó en el apóstol y también opera en todos los
creyentes (Ef. 1:19; 3:20). Por medio de este poder de vida que opera interiormente, el
don de la gracia le fue dado al apóstol, es decir, este don se manifestó en él.
En 3:9 Pablo habla de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía [en otras
versiones, “la dispensación” del misterio. Esta palabra “economía” se refiere al proceso
de impartir a Cristo como vida, como suministro de vida y como el todo, en los
creyentes. Todos tenemos parte en esta maravillosa impartición. Como creyentes,
debemos ser llevados a la norma de Dios, la norma establecida por el apóstol Pablo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA
En el mensaje anterior vimos la norma del creyente; en este mensaje veremos cómo
alcanzarla.
Efesios 3:1 dice: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los
gentiles”. Este versículo no contiene una oración completa, pues tiene sujeto, mas no
predicado. Los versículos del 2 al 21 del capítulo tres forman un paréntesis, incluso una
de las mejores traducciones de la Biblia los coloca en paréntesis. Esto significa que el
pensamiento que Pablo expresa en 3:1 continúa en 4:1. Mientras Pablo redactaba esta
epístola, al llegar a 3:2, surgió la carga dentro de él de añadir algo a manera de
paréntesis. Luego, en 4:1, regresó a su tema, diciendo: “Yo pues, prisionero en el Señor,
os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”,
completando así el pensamiento que comenzó a expresar en 3:1. Por tanto, al juntar 3:1
y 4:1, tenemos la idea completa.
El extenso paréntesis entre 3:1 y 4:1 constituye una sección de gran importancia en
Efesios. En esta sección Pablo indica que su anhelo era que todos los creyentes fueran
como él. Puesto que nosotros también queremos andar como es digno del llamamiento
de Dios, debemos tomar a Pablo como nuestra norma. Con este fin, él se presentó a sí
mismo como modelo. En el capítulo tres, Pablo no se basó en su condición de apóstol
llamado por Dios, sino en su condición de prisionero del Señor. Como tal, él era el
modelo de uno que andaba como es digno del llamamiento de Dios. En el capítulo tres
de Efesios Pablo no sólo presenta la norma del creyente, sino también la manera de
alcanzarla. Examinemos con algunos detalles los varios aspectos de cómo alcanzar dicha
norma.
LA MAYORDOMIA UNIVERSAL
En primer lugar, todos debemos ser mayordomos como Pablo (3:2). La mayordomía no
está limitada a los primeros apóstoles; más bien, es de carácter universal, es decir,
pertenece a todos los discípulos del Señor. Por ejemplo, la parábola del mayordomo
descrita en Lucas 16 fue presentada a los discípulos, lo cual indica que todo creyente,
incluyéndonos a nosotros, debe ser un mayordomo. Creo que cuando Pablo habló de la
mayordomía en 3:2, él estaba consciente de que ésta es dada a todos los creyentes.
En Efesios 3, Pablo desarrolla un concepto que el Señor Jesús presentó en los cuatro
evangelios. Los evangelios revelan que todos los creyentes son mayordomos y también
siervos (Mt. 25:14-30). Según los evangelios, un esclavo no difiere en nada de un siervo,
de un mayordomo. Efesios 3 presenta el concepto de que los apóstoles no son los únicos
mayordomos y esclavos, sino que también lo son todos los creyentes.
RECIBIR GRACIA
Quizás nos preguntemos cómo podemos recibir gracia de manera práctica. Para esto,
tenemos que acudir a la Palabra y orar con ella. Sumergirnos en la Palabra equivale a
recibir la gracia, y orar con la Palabra es tocar la realidad. Además, después de entrar en
la Palabra y de orar con ella, debemos andar en el espíritu conforme a la Palabra. Si
diariamente ponemos en práctica estas tres cosas, recibiremos un continuo suministro
de gracia. Con esta gracia, seremos iluminados y experimentaremos la realidad de Dios
como gracia. La gracia espontáneamente nos une a la iglesia y nos vincula vitalmente
con la “cocina”. De esta manera nos convertimos en verdaderos mayordomos.
RECIBIR REVELACION
Para llegar a esta norma, también necesitamos recibir revelación (3:3, 5). Un profeta es
una persona llena de luz, alguien que ve lo que otros no ven. Los que están en tinieblas
no tienen nada que decir; en cambio, los que están en la luz tienen mucho que expresar.
Cuando vemos algo por revelación, automáticamente tenemos algo que hablar. Si
queremos ser los enviados y profetas de hoy, debemos recibir gracia y también
revelación.
Las preguntas que hacemos muestran dónde estamos y qué somos. Por ejemplo, muchas
de las preguntas que me hacen mis nietos pequeños carecen de sentido. Por supuesto, yo
no espero que ellos me hagan preguntas sobre temas profundos, pues para ello es
necesario tener mucho conocimiento y experiencia. Al leer el capítulo tres de Efesios
debemos hacernos muchas preguntas, como por ejemplo: ¿Qué es la mayordomía de la
gracia? ¿qué es el misterio de Cristo? ¿qué es un coheredero? ¿qué son las inescrutables
riquezas de Cristo? ¿qué es la economía del misterio? ¿cuál es la diferencia entre las eras
y las generaciones? ¿qué significa ser fortalecido en el hombre interior? ¿cómo puede
Cristo hacer Su hogar en nuestros corazones? Si buscamos las respuestas a estas
preguntas, recibiremos revelación.
En 3:7 Pablo declara que él fue “hecho ministro por el don de la gracia de Dios”. Como
mencionamos en un mensaje anterior, un ministro es uno que sirve. Así que, no
debemos ser sólo mayordomos, sino también ministros, servidores.
En el versículo 7 las palabras “del cual” aluden al evangelio del versículo 6. Esto quiere
decir que Pablo llegó a ser un ministro del evangelio, es decir, uno que servía el
evangelio a otros. Nosotros también somos ministros del evangelio. Este evangelio no se
centra en el cielo, sino en el hecho de que en Cristo Jesús los gentiles son “coherederos y
miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa” (v. 6). El evangelio del
versículo 6 trata de los coherederos, los miembros del mismo Cuerpo y los copartícipes
de la promesa. Todos los santos podemos ser ministros de este evangelio tan rico y
elevado.
Si queremos alcanzar la norma establecida por el apóstol Pablo, es necesario que todo
nuestro ser sea fortalecido en el hombre interior. Al experimentar este fortalecimiento,
seremos arraigados y cimentados en amor y recibiremos la fortaleza necesaria para
comprender las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:16-19). Pablo
era uno que había sido fortalecido en su hombre interior; por tanto, estaba arraigado y
cimentado en amor, y conocía las dimensiones de Cristo y Su amor, que excede a todo
conocimiento. ¿Podríamos decir lo mismo de nosotros? Pablo pidió en oración que se
nos fortaleciera en nuestro hombre interior a fin de que fuéramos llenos hasta la medida
de toda la plenitud de Dios.
No pensemos que Pablo podía alcanzar tal norma, pero que nosotros no. El pensamiento
crucial del capítulo tres es que Pablo esperaba que todos los santos fueran como él.
Todos podemos y debemos ser fortalecidos en el hombre interior. De igual manera,
todos debemos ser arraigados y cimentados en amor, y todos debemos tener la fortaleza
para conocer las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
En el capítulo tres de Efesios vemos que el deseo de Pablo era que todos los santos
fueran como él. En los versículos del 2 al 9, él expresa esto desde una perspectiva, y en
los versículos del 16 al 19, lo relata desde otra. Desde una perspectiva, somos
mayordomos, hemos recibido gracia, hemos visto la revelación del misterio y somos los
ministros del evangelio elevado. Nosotros ministramos las riquezas de Cristo para que la
iglesia se produzca de una manera práctica. Por otra, debemos ser fortalecidos en el
hombre interior a fin de ser arraigados y cimentados en amor, y tener la fortaleza para
conocer las dimensiones de Cristo, conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Desde ambas
perspectivas, debemos ser semejantes a Pablo. Si somos lo que él era, andaremos como
es digno del llamamiento de Dios, pues habremos alcanzado el nivel de un creyente
normal.
Cuando Pablo estaba a punto de implorar a los santos que anduvieran como es digno del
llamamiento de Dios, sintió la carga de añadir un paréntesis, que consta en 3:2-21. En
esta sección, Pablo se presenta a sí mismo como el modelo de lo que debe ser un
creyente normal. El había recibido gracia, era un mayordomo, había visto la revelación y
había sido hecho ministro del evangelio elevado. El predicaba las riquezas de Cristo
como evangelio para producir la iglesia. Como tal, Pablo fue fortalecido en el hombre
interior, estaba arraigado y cimentado en amor, conocía las dimensiones de Cristo y Su
amor, y estaba lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la cual es la iglesia, la
expresión del Dios Triuno. Hoy todos podemos ser tales personas. ¡Alabado sea el Señor
porque en Efesios 3 no sólo tenemos la norma, sino también la manera de alcanzarla!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y UNO
En 4:12 Pablo habla de “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del Cuerpo de Cristo”. En este mensaje veremos la manera de ser
perfeccionados.
Efesios 4:7 dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida
del don de Cristo”. Observe que en este versículo Pablo no dice “a cada uno de vosotros”,
sino “a cada uno de nosotros”, lo cual indica que él se incluía en esto. El no se puso en
una categoría especial, en una categoría diferente a la de los demás creyentes.
La gracia nos fue dada a cada uno de nosotros conforme a la medida del don de Cristo.
Cada miembro de nuestro cuerpo físico tiene cierta medida. La oreja, por ejemplo, tiene
una medida, y el hombro tiene otra. Las palabras “la medida del don de Cristo” se
refieren al tamaño de cada miembro del Cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene cierto
tamaño, cierta medida. Así como la sangre circula por los miembros de nuestro cuerpo
conforme a su tamaño, a cada miembro del Cuerpo de Cristo se le da la gracia conforme
a su propia medida. Aunque en el hombro circula más sangre que en la oreja, la calidad
de la sangre es la misma en ambas partes. Y así como la sangre es el suministro vital de
nuestro cuerpo físico, así lo es la gracia a los miembros del Cuerpo de Cristo. ¡Alabado
sea el Señor porque todos los santos son dones de Cristo a quienes se les ha dado la
gracia!
EL CONCEPTO JERARQUICO
LA ERA APOSTOLICA
Algunos afirman que la era apostólica terminó y que hoy ya no hay apóstoles. El
hermano Nee, al principio de su ministerio, todavía no estaba totalmente liberado de la
influencia de este concepto, y en su libro: The Assembly Life [La vida de asamblea],
publicado en 1934, dijo que no había ancianos oficiales, sino solamente ancianos “no
oficiales”. Además, dijo que ya no hay apóstoles, sino un grupo de personas que hacen la
obra de los apóstoles, tal como predicar el evangelio y establecer iglesias. El hermano
Nee admitió que los que ahora realizan la obra de los apóstoles no tienen la santidad, el
poder, ni la victoria de los apóstoles. Sin embargo, como observó el hermano Nee, Dios
usa a personas que laboran para El en cada localidad de una manera similar a la de los
apóstoles del primer siglo. En el pasado los apóstoles establecían las iglesias, pero hoy
las establecen aquellos que hacen la obra de los apóstoles. El hermano Nee señaló que
estos hombres no son dignos de ser comparados con los apóstoles, ni siquiera de ser
llamados apóstoles, sino que ellos llevaban a cabo parte de la obra de los mismos. Ellos
son las personas que Dios usa en medio de la actual degradación de la iglesia. En ese
libro, publicado en 1934, el hermano Nee se daba cuenta de que había algunas personas
que hacían la obra de los apóstoles, pero no se atrevió a llamarlas apóstoles. Con todo,
las llamó apóstoles “no oficiales”, quienes nombraban a ancianos “no oficiales” en las
asambleas locales.
Tres años más tarde, en 1937, el hermano Nee vio en el Nuevo Testamento que es
erróneo decir que la era apostólica ya terminó y que ya no puede haber apóstoles. Por lo
tanto, publicó un libro titulado La vida cristiana normal de la iglesia, donde recalca
firmemente que hoy en día todavía hay apóstoles. Cuando se publicó este libro hace
unos cuarenta años, sólo teníamos una luz parcial acerca de este asunto. Pero ahora, a la
luz de la revelación encontrada en los capítulos tres y cuatro, vemos que todos los santos
pueden hacer la misma obra que los primeros apóstoles, profetas, evangelistas, y
pastores y maestros.
Hemos expresado que la función de las personas dotadas de Efesios 4:11 es perfeccionar
a los santos. Ahora bien, los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros
perfeccionan a los santos pero, ¿para que hagan qué?. La única respuesta razonable y
lógica es que los perfeccionan para que hagan lo mismo que ellos. Por ejemplo, un
profesor de matemáticas adiestra a sus estudiantes en las matemáticas; su meta es
enseñarles a que hagan lo que él hace. Con el tiempo, a través de años de
adiestramiento, sus estudiantes llegarán a ser maestros de matemáticas. Pero
supongamos que cierto maestro ha enseñado matemáticas por muchos años sin
perfeccionar ni siquiera a un estudiante. ¡Qué maestro tan deficiente! Esto es
exactamente lo que pasa hoy entre los cristianos. Muchos han asistido a los llamados
servicios de la iglesia por años sin haber sido perfeccionados en lo más mínimo.
Hace cerca de veinticinco años, algunos hermanos de la iglesia en Manila fueron a un
hospital a visitar a un hermano enfermo. Al reunirse alrededor de la cama del hermano,
cada uno de ellos ofreció una oración al Señor . Otros creyentes que se hallaban cerca de
ahí se quedaron sorprendidos al oír que oraran, y uno de ellos le dijo a nuestros
hermanos: “En nuestra iglesia, el pastor es el único que ora en público. Nosotros no
sabemos orar, pero vemos que cada uno de ustedes sabe orar. ¿A qué iglesia asisten?”
Este solo ejemplo muestra la carencia de perfeccionamiento que existe entre los
cristianos.
Siento mucha carga con respecto a nuestra propia condición en el recobro del Señor.
Tengo que preguntarme sinceramente cuántos hermanos y hermanas han sido
perfeccionados bajo este ministerio. Así como uno puede obtener un título universitario
después de cuatro años de asiduo estudio, después de varios años de estar en el recobro
del Señor, también deberíamos mostrar ciertas señales de perfeccionamiento. Sin
embargo, muchos que han estado con nosotros por años, todavía no manifiestan mucho
perfeccionamiento. Debido a esto, se han infiltrado entre nosotros ciertos aspectos del
sistema clero-laico. No podemos tolerar esto. No estamos aquí simplemente para
celebrar los llamados servicios cristianos. La meta de todo lo que hagamos en nuestras
reuniones debe ser perfeccionar a los santos. Si somos fieles en perfeccionar a los
hermanos y a las hermanas, después de tres o cuatro años todos habrán sido
perfeccionados para efectuar la misma obra que realizaron los primeros apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Me preocupa mucho que se haya hecho tan poco entre nosotros para perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio. ¡Cuánto hemos estado bajo la influencia del
cristianismo degradado! Hoy a muchos cristianos les interesa principalmente predicar el
evangelio y en cierta medida enseñar la Biblia. Sin embargo, todos debemos ver
claramente que hoy el Señor lleva a cabo una sola obra, la de perfeccionar a todos los
santos “hasta que todos lleguemos”. Hemos visto que en Efesios 4 Pablo no se puso en
una categoría separada, sino que se incluyó con todos los santos. Todos, incluyendo a
Pablo, debemos asirnos de la verdad, crecer en Cristo y llegar a ser un hombre de plena
madurez.
En estos días siento una pesada carga con respecto al perfeccionamiento de los santos y
no descansaré hasta ver que todos ellos hagan la misma obra que los primeros apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Mi deseo no es ser un predicador o
instructor bíblico; mi anhelo es ser perfeccionado y perfeccionar a otros para la
edificación del Cuerpo de Cristo.
VIDA Y FUNCION
Una vez que los santos sean perfeccionados, a dondequiera que vayan, irán en calidad de
apóstoles, es decir, de enviados. Además, ellos también serán profetas, evangelistas, y
pastores y maestros. Perfeccionar a los santos para que sean dones para el Cuerpo
constituye la manera en que el Señor opera, y si no lo seguimos, el Señor no podrá
obtener lo que desea. ¡Cuánto agradecemos al Señor que por Su misericordia El nos ha
mostrado Su camino!
Hemos visto que Pablo no se excluyó a sí mimo en lo que expresó en 4:13-15; más bien,
declaró: “Hasta que todos lleguemos ... para que ya no seamos niños ... sino que asidos a
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza”. Ninguno de nosotros
debe pensar que ya está perfeccionado; por el contrario, todos necesitamos más
suministro de vida y más entrenamiento. Si estamos dispuestos a crecer y ser
adiestrados, no repetiremos la historia del cristianismo. Si practicamos fielmente lo que
el Señor nos ha mostrado, El podrá lograr lo que desea entre nosotros. La manera en
que el Señor opera nunca ha cambiado. Esta manera consiste en perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. De esta
manera El obtiene lo que desea en preparación para Su venida.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y DOS
A través de los siglos, los cristianos han sostenido el concepto natural de que la iglesia es
simplemente una organización social. Pero de hecho la iglesia no es una organización.
Como dice Pablo en sus epístolas, la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Nuestro cuerpo físico,
una figura del Cuerpo místico de Cristo, no es una organización, sino un organismo, y
como tal, depende totalmente de la vida. Cuando la vida se acaba, el cuerpo se convierte
en un cadáver, el cual se puede comparar con una organización.
El concepto de que la iglesia es una organización social ha causado mucho daño. En las
organizaciones sociales sí es necesario que ciertos miembros ocupen rangos más
elevados que otros. Y en la religión esto puede presentarse en forma de una jerarquía.
Pero en nuestro cuerpo físico no existe la jerarquía. Sin bien es cierto que la posición de
ciertos miembros es más elevada que la de otros, esto obedece a un orden funcional, no
a un rango. Por ejemplo, debido a su función, la nariz está por arriba de la boca. Sería
absurdo decir que la nariz tiene un rango superior al de la boca. Del mismo modo,
nuestros dedos están por debajo de los brazos y de los hombros, pero esto no significa
que tengan un rango inferior. Todo esto obedece a un orden funcional. ¿Cómo podrían
funcionar los dedos si estuvieran conectados a los hombros? Por consiguiente, en el
cuerpo físico, el cual es un cuadro del organismo vivo del Cuerpo de Cristo, no existen ni
rangos ni jerarquías, sino un orden funcional.
En el pasado conocí a algunas mujeres que no estaban de acuerdo con lo que Pablo dice
en Efesios 5 en cuanto a que las esposas deben someterse a sus maridos. De igual modo,
ellas tampoco aceptaban las palabras que Pablo escribió en 1 Corintios 11, donde afirma
que el hombre es cabeza de la mujer. Debido a la influencia del concepto moderno
acerca de la emancipación femenina, preguntaron por qué la mujer debía sujetarse al
hombre. Yo les contesté haciendo referencia al orden en que están estructurados los
miembros de nuestro cuerpo físico. Traté de mostrarles que dicho orden no depende de
rangos, sino de función. Por ejemplo, la nariz está en el lugar apropiado para cumplir la
función que le corresponde. Pasa lo mismo con los demás miembros del cuerpo. Sin
embargo, el hecho de que la nariz esté ubicada arriba de la boca según su orden
funcional no significa que tenga un rango superior al de la boca. Si pensamos que debe
haber rangos en el Cuerpo de Cristo, esto significa que estamos bajo la influencia de la
mentalidad del ser humano caído. Estos conceptos han sido la causa de muchos
problemas y dificultades.
Algunos ancianos se sienten orgullosos de su posición y esperan ser honrados por los
santos. Otros hermanos ambicionan ser ancianos. Pero en la vida de iglesia no hay lugar
para la ambición. Si conocemos la Biblia, comprenderemos que un anciano es un
esclavo. El concepto de rangos debe ser arrancado de nosotros. Los apóstoles y los
ancianos no son altos funcionarios; por el contrario, son personas que sirven a Cristo a
las iglesias y a los santos.
PERFECCIONAR A LOS SANTOS
PARA LA OBRA DEL MINISTERIO
Mi carga en este mensaje es que todos los santos deben ser miembros que edifican.
Efesios 4:11 dice: “Y El mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros
como evangelistas, a otros como pastores y maestros”. Las personas dotadas no son
oficiales de rango especial; más bien, son personas dadas para perfeccionar a los santos
(v. 12). Los santos necesitan ser perfeccionados, equipados, suplidos para la obra del
ministerio, la cual consiste en edificar el Cuerpo de Cristo. Puesto que muchos santos
todavía no se involucran en dicha obra, ellos necesitan a las personas dotadas
mencionadas en el versículo 11, para que los perfeccionen, los equipen, los capaciten a
fin de que sean aptos para llevar a cabo la obra del ministerio, para la edificación del
Cuerpo de Cristo. El perfeccionamiento o equipamiento está relacionado con el
crecimiento en vida y con el adiestramiento en el desarrollo de ciertas habilidades.
La luz que vemos en estos versículos nunca ha sido tan brillante y clara como lo es
ahora. Hemos visto que la obra del ministerio es simplemente edificar el Cuerpo de
Cristo. Esta obra no es exclusiva de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros, sino que en ella participan todos los miembros. Así que, todos los santos son
miembros que edifican. No sólo somos miembros que han sido edificados, sino que
también somos miembros que edifican el Cuerpo. Primero, los apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros perfeccionan a los santos, es decir, los edifican; y a
su vez, los santos perfeccionados llegan a ser los miembros que edifican. En estos días
los santos están siendo perfeccionados; pero espero que después de algún tiempo, los
santos que ahora están siendo perfeccionados también lleguen a ser edificadores.
CRECIMIENTO Y ENTRENAMIENTO
El versículo 14 añade: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y
zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia,
con miras a un sistema de error”. Un bebé espiritual no puede edificar; él primero tiene
que ser edificado, y para ello necesita crecer. Si queremos ser miembros edificados, y
especialmente si deseamos ser miembros que edifican, debemos crecer. Además,
debemos desarrollar ciertas habilidades. En el mensaje anterior dijimos que la manera
de perfeccionar a los santos es alimentarlos para que crezcan, y entrenarlos para que
aprendan ciertas habilidades. Aprender a desempeñar cierta función está relacionado
con nuestro crecimiento en vida. Cuanto más maduros seamos, más podremos ser
adiestrados. Por ejemplo, un niño de cierta edad puede aprender matemáticas con
mayor facilidad que uno de menor edad. Es el crecimiento en vida lo que nos capacita
para aprender ciertas habilidades.
Hoy en día no hay muchos cristianos que le den importancia al crecimiento en vida, y
menos aun, los que se interesan por ser adiestrados. Por esta razón, entre la mayoría de
los cristianos de hoy no hay crecimiento ni entrenamiento. Es por eso que, a pesar de
que asisten a los llamados servicios de la iglesia por muchos años, siguen siendo bebés.
Una persona así jamás podría hacer lo que hacen los apóstoles y profetas, porque que no
ha sido alimentada ni entrenada.
La condición del recobro del Señor debe ser completamente diferente. Debemos
levantarnos y declarar que queremos crecer en vida y que queremos desarrollar las
habilidades necesarias para llegar a ser miembros edificadores. Espero que después de
algunos años todos los santos serán miembros edificadores que habrán crecido en vida y
que podrán desempeñar ciertas habilidades. Esto es lo que significa ser perfeccionado,
completado, equipado y suministrado.
NUESTRO POTENCIAL SE MANIFIESTA
POR MEDIO DEL CRECIMIENTO
El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel
que es la Cabeza, Cristo”. Este versículo habla claramente del crecimiento. ¡Cuánto
necesitamos crecer! Es bueno que la Palabra nos de la confianza de que todos podemos
hacer lo mismo que los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Todos
tenemos el potencial para ello. Sin embargo, este potencial se puede desarrollar
únicamente por medio del crecimiento. Sin crecimiento, el potencial no significa nada.
Si deseamos crecer, tenemos que entrar en la Palabra, alimentarnos de ella y ejercitar
nuestro espíritu orando y recibiendo al Señor cada día. Al alimentarnos de la Palabra y
recibir al Señor, recibiremos la nutrición necesaria para crecer en vida.
El siguiente versículo, el versículo 16, revela que el Cuerpo procede de la Cabeza: “De
quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico
suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del
Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Este versículo indica que el Cuerpo
causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor. La expresión
“todas las coyunturas del rico suministro” se refiere a las personas especialmente
dotadas, tales como las que se mencionan en el versículo 11; mientras que “cada
miembro” denota a los miembros del Cuerpo. Cada miembro tiene una función que
corresponde a su medida. Esto quiere decir que cada miembro es un miembro
edificador. Los miembros edificadores mencionados en este versículo son aquellos que
han crecido en vida y que han desarrollado sus habilidades funcionales.
Siento una gran carga de que todos crezcamos en vida y recibamos entrenamiento para
que desempeñemos nuestra función. Estamos aquí porque queremos entregarnos al
Señor sin reserva. El propósito de las reuniones de la iglesia no es relajarnos o
entretenernos. El Señor necesita personas dispuestas a crecer, ser entrenadas y recibir
disciplina. Así que, cada iglesia debería dedicar una tarde por la semana al
entrenamiento. Si somos fieles al Señor en esto, después de algunos años todos los
santos serán útiles en las manos del Señor. Que todos estemos dispuestos a decir:
“Señor, queremos ser adiestrados; queremos saber cómo crecer en vida de una manera
práctica, y cómo desarrollar las necesarias habilidades”.
Necesitamos que se nos adiestre para saber hablar, predicar el evangelio y enseñar y
pastorear a otros. Todo cristiano que ha alcanzado la norma que el Señor exige debe ser
un enviado, uno que habla de parte de Dios, que predica el evangelio y que cuida a otros.
No debemos ser personas salvas que simplemente esperan ir al cielo. Creyentes así en
realidad no son muy diferentes de la gente del mundo. Nosotros debemos ser personas
que son enviadas continuamente a hablar de parte del Señor. Debemos predicar el
evangelio y pastorear a los que se salvan por medio de nuestra predicación. Si somos
personas así, seremos diferentes de la gente del mundo y de la mayoría de los cristianos.
Seremos un pueblo celestial que lleva a cabo una comisión celestial.
No debemos esperar que otros sean levantados como siervos del Señor o para llevar a
cabo la obra del ministerio. Todos tenemos que funcionar como apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros. Todos debemos ser miembros edificadores y todos
tenemos esta capacidad. No nos interesa tener títulos ostentosos ni posiciones vanas; lo
que queremos es ser los apóstoles y profetas de hoy de manera práctica. Necesitamos ser
genuinos predicadores del rico y elevado evangelio, y pastores que saben cómo pastorear
a los nuevos creyentes. Que todos acudamos al Señor de manera desesperada y le
pidamos que nos adiestre para que seamos esta clase de miembros de Su Cuerpo. No
descansaré hasta ver que todos los santos del recobro del Señor sean entrenados de esta
manera. Nuestra carga es perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del Cuerpo de Cristo.
Creo firmemente que el Señor nos ha aclarado a todos esta visión. Ahora lo crucial es
saber cómo responderán los santos. Yo diría que todos los que están entre nosotros son
sinceros y fieles al Señor. Lo único que resta es que tomemos una decisión definitiva
delante de El, e incluso hacer un voto de que no nos quedaremos atrás, que queremos
responder a Su llamado, satisfacer Su deseo y complacerle. Si no nos entregamos a esto,
nuestra vida en la tierra no tendrá sentido.
Tal vez es poco lo que podemos hacer por los cristianos que están en la religión, pero por
la misericordia y gracia del Señor nosotros mismos podemos recibir ayuda para llegar a
ser en la práctica y en realidad miembros que edifican. Creemos que hasta los más
débiles entre nosotros pueden llegar a ser miembros edificadores. Por un lado, los
hermanos que llevan la delantera deben empeñarse en perfeccionar a los santos. Por
otro, los santos deben tomar una firme decisión con el Señor en cuanto a su disposición
de ser adiestrados para ser miembros edificadores. Si todos somos fieles en estos
aspectos, Dios hará todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
pensamos por causa de Su economía con respecto a Cristo y la iglesia.
CRISTO ES EL UNICO PRECEPTOR
No debe haber rangos entre los miembros edificadores del Cuerpo de Cristo. En Mateo
23:10 el Señor Jesús dijo: “Ni seáis llamados preceptores; porque uno es vuestro
Preceptor, el Cristo”. Todos los que estamos en el Señor, somos hermanos, y no debe de
haber preceptores entre nosotros. Las palabras claras del Señor declaran que ninguno
de nosotros debe ser llamado preceptor, porque El es el único líder.
AYUDAS Y ADMINISTRACIONES
Es muy significativo que en 1 Corintios 12:28, Pablo menciona las “ayudas” antes de las
“administraciones”. La palabra “ayudas” se refiere al servicio de los diáconos, mientras
que “administraciones” denota la función de los ancianos. En este versículo, Pablo a
propósito menciona primero el servicio de los diáconos y después la función de los
ancianos. Tal vez hizo esto para que los corintios se dieran cuenta de que en la iglesia no
deben existir rangos de ninguna clase. No debemos pensar que la administración que
desempeñan los ancianos es más elevada que el servicio de los diáconos.
Hemos visto que en Efesios 3 Pablo dice que a él le fue dada la mayordomía de la gracia
de Dios. El menciona esto con la intención de ayudar a los santos a comprender que
todos ellos deben ser también mayordomos de la gracia de Dios. Este mismo
pensamiento también se encuentra en 1 Pedro 4:10: “Cada uno según el don que ha
recibido, minístrelo a los otros, como buenos mayordomos de la multiforme gracia de
Dios”. Por tanto, todos los santos, no sólo los apóstoles, debemos ser mayordomos. Los
ancianos no deben ubicarse en una categoría especial, sino que deben considerarse
como mayordomos, así como lo son todos los demás santos.
NO ENSEÑOREARSE DE LA IGLESIA,
SINO ESTABLECER UN EJEMPLO
Otros me han preguntado si los ancianos tienen autoridad. Esta pregunta surge del
concepto natural respecto a los rangos. Si no estuviéramos bajo la influencia del
concepto natural, no haríamos esta pregunta. Digo una vez más que en la iglesia no
existen tal cosa como el rango; más bien, todos somos mayordomos de la gracia de Dios,
y nos sometemos unos a otros. Si el Señor lo ha puesto a usted como anciano, no debe
enorgullecerse. Tampoco debe considerarse superior a los demás ni ejercer señorío
sobre la iglesia como si fuera suya. Al contrario, como alguien que preside, usted debe
ser un ejemplo para los santos. Cuando ellos vean el ejemplo que los ancianos les dan,
posiblemente dirán: “Señor, gracias por estos buenos ejemplos. Deseamos leer la
Palabra, predicar el evangelio, enseñar a otros y pastorearlos como ellos lo hacen”. Al
establecer unos el ejemplo y al seguirlo otros, todos serviremos juntos como
mayordomos de la multiforme gracia de Dios. Esta es la vida de iglesia apropiada, donde
no hay organización, rangos, jerarquía, clero ni laicado.
Efesios 4:13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”. Este versículo es la continuación de los versículos 11 y
12, los cuales declaran que los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros
fueron dados para que perfeccionaran a los santos para la obra del ministerio. Ya
mencionamos que las personas dotadas de las que se habla en el versículo 11,
perfeccionan a los santos para que éstos hagan lo que ellos hacen. Todos podemos ser
enviados y todos podemos hablar por el Señor en calidad de profetas, predicar el
evangelio como evangelistas y pastorear a otros e instruirlos en calidad de pastores y
maestros. Si amamos al Señor, hablaremos de parte de El como Sus testigos. Además,
debemos predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo. Esta no es tarea exclusiva de
los primeros evangelistas, sino de todos los santos. Además, es necesario que
diariamente pastoreemos e instruyamos a otros. Los que presiden deben ser ejemplos en
estas funciones, y los demás debemos seguir su ejemplo. Por consiguiente, todos los
santos pueden llevar a cabo la obra de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros.
Los santos necesitan ser perfeccionados para la obra del ministerio. En el Nuevo
Testamento se ve un solo ministerio, el cual consiste en impartir a Cristo en las personas
con miras a la edificación del Cuerpo. Si lo santos han de llevar a cabo la obra del
ministerio, ellos necesitan ser perfeccionados.
I. LLEGAR A LA UNIDAD
A. De la fe
Llegar al pleno conocimiento del Hijo de Dios alude a comprender la revelación acerca
de El en nuestra experiencia. La frase “El Hijo de Dios” se refiere a la persona del Señor
como vida para nosotros, mientras que el título “Cristo” se refiere a Su comisión de
ministrarnos vida, para que nosotros, los miembros de Su Cuerpo, tengamos dones con
los cuales funcionar. Cuanto más crezcamos en vida, más nos apegaremos a la fe y al
conocimiento de Cristo, y más abandonaremos los conceptos doctrinales secundarios e
insignificantes, los cuales causan divisiones. Entonces llegaremos a la unidad práctica, o
sea, llegaremos a la medida de un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo.
Entre la unidad de la realidad y la unidad en forma práctica existe una distancia. Por
ello, debemos llegar a la unidad en el aspecto práctico. La unidad del Espíritu es el
comienzo, mientras que la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios es
la meta. Esto indica que debemos “viajar” de la unidad del Espíritu a la unidad de la fe y
del pleno conocimiento del Hijo de Dios. En otras palabras, tenemos que avanzar de la
unidad de la realidad a la unidad del sentido práctico.
Digamos que varios jóvenes se salvan al mismo tiempo mediante la predicación de algún
evangelista. El día que son salvos, todos abrazan la fe, pero después de algún tiempo
comienzan a aceptar diferentes conceptos doctrinales. Estos conceptos los llevan a
dividirse. Si estos creyentes desean llegar a la unidad de la fe, deben ser perfeccionados
mediante la obra que realizan los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros. Esta obra de perfeccionamiento hará que ellos cuiden de la unidad del
Espíritu y hagan a un lado las doctrinas que los dividen. A medida que llegan a la unidad
de la fe, dejarán de prestar atención a las diferentes doctrinas, las cuales fomentan
divisiones, y sólo les importará la fe única con respecto a Cristo y Su obra redentora. Por
medio de esta obra de perfeccionamiento, ellos llegan en la experiencia al pleno
conocimiento del Hijo de Dios. En lugar de darles importancia a las doctrinas y las
prácticas, la cuales dividen, sólo les interesa Cristo, el Hijo de Dios. Se interesan por
llegar, en su experiencia, al pleno conocimiento del Hijo de Dios. Desean experimentar
cada vez más a Cristo en su vida diaria. Al llegar a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, estos creyentes no solamente tienen la unidad de la
realidad, sino también la unidad del sentido práctico. Ahora pueden reunirse sin
división y disfrutar de la unidad de manera práctica.
La unidad que experimentamos en el recobro del Señor es la unidad práctica. Nuestra
unidad surge de la fe única y del pleno conocimiento que, en nuestra experiencia diaria,
tenemos del Hijo de Dios, quien es nuestra vida. Creemos que la mayoría de los que
estamos en el recobro del Señor hemos llegado a la unidad en forma práctica. Así que,
somos uno tanto en la realidad como en la práctica.
Si todavía estamos divididos por diferencias doctrinales, esto es una señal de que somos
niños. Estas doctrinas que dividen son “juguetes”. Durante las primeras etapas de
nuestra vida cristiana, nos gusta divertirnos con esos “juguetes”. Cuanto más infantiles
somos, más “juguetes” poseemos. Pero a medida que los niños crecen, dejan a un lado
los juguetes, y cuando maduran, los abandonan por completo. En los primeros años de
mi vida cristiana me encantaban mis “juguetes” doctrinales. Debido a que estos
“juguetes” significaban tanto para mí, me tomó bastante tiempo despojarme de ellos.
Pero hoy ya no tengo “juguetes”; sólo tengo a Cristo y la iglesia.
En 1 Corintios 13:11 Pablo dice: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como
niño, razonaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”. Pablo
indica que es posible que ciertas cosas pueden llegar a ser “juguetes”. A medida que
crezcan los creyentes, dejarán todos estos “juguetes”. Finalmente, al ser perfeccionados,
llegarán a un hombre de plena madurez.
III. LLEGAR A LA MEDIDA DE LA ESTATURA
DE LA PLENITUD DE CRISTO
Una vez más quiero recalcar la necesidad de que todas la iglesias reciban cierto
entrenamiento práctico. Debemos ser entrenados en cuanto a la enseñanza, el pastoreo
y la predicación del evangelio. Por medio de dicho entrenamiento, los santos
aprenderán a funcionar como apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Mientras funcionamos así, tenemos una sola meta: edificar el Cuerpo de Cristo. A
medida que participamos en la obra del ministerio para dicha edificación, llegamos a la
unidad práctica, al crecimiento pleno y a la culminación de la edificación del Cuerpo de
Cristo.
Si nuestra única meta es la edificación del Cuerpo, seremos regulados espontáneamente.
Al llevar a cabo una obra en particular, lo haremos teniendo presente que el propósito
de dicha obra es edificar el Cuerpo. Es posible que anteriormente hayamos predicado el
evangelio sin comprender que la meta de dicha predicación era edificar el Cuerpo. Ahora
vemos que lo que hagamos como apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros
tiene la sola meta de edificar el Cuerpo de Cristo. Si hemos visto la meta, tendremos
carga de ayudar a otros a que lleguen juntamente con nosotros a la unidad práctica, al
pleno crecimiento y a la edificación del Cuerpo. Si tenemos una clara visión de esto, el
Señor podrá regresar, pues esto le propiciará la manera de obtener la novia que El
anhela.
La forma en que el Señor lleva a cabo esto se halla en tres versículos cruciales, en Efesios
4:11-13. Estos versículos revelan que todos los que el Señor capturó, fueron presentados
al Cuerpo como dones para que perfeccionasen a los santos, a fin de que lleven a cabo la
obra del ministerio y edifiquen el Cuerpo de Cristo. Es así que llegamos juntos a nuestra
destinación, a la unidad de la fe y el pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre
de plena madurez y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Esta es nuestra
meta, y tenemos que avanzar diligentemente hacia ella hasta que todos la alcancemos
juntos.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
Efesios 4:13 declara que necesitamos llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento
del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez y a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo. Es difícil definir adecuadamente estos puntos, pues todos ellos tienen
que ver con la vida, la cual es muy misteriosa. La verdadera unidad, la unidad en la
práctica, tiene que ver con la vida. Asimismo, ser un hombre de plena madurez y llegar a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo son asuntos que dependen de la vida.
Sólo hasta que experimentamos la vida hasta cierto grado, podemos entender versículos
como 4:13.
El versículo 13 también habla del pleno conocimiento del Hijo de Dios. Aparentemente
hay poca relación entre la fe y el pleno conocimiento del Hijo de Dios. Sin embargo,
conforme a nuestra experiencia, ambos aspectos aluden a lo mismo, a Cristo. El pleno
conocimiento del Hijo de Dios tiene que ver con conocer a Cristo como vida y como
nuestro todo. En el Nuevo Testamento, al Señor se le llama Hijo de Dios con relación a
la vida, y el Cristo, en cuanto a Su comisión. Cuando Pedro recibió la revelación con
respecto al Cristo, dijo que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mt.
16:16). Además, en el evangelio de Juan se nos dice que debemos creer que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios (Jn. 20:31). Esto indica que nosotros, al creer en el Señor Jesús,
recibimos Su vida y Su comisión. Conocer la comisión del Señor es fácil, pero conocerlo
a El como nuestra vida es bastante difícil. Esto sólo se obtiene por la experiencia, no por
un simple conocimiento objetivo. Cuando experimentamos a Cristo como nuestra vida,
llegamos a conocerlo como el Hijo de Dios. Entonces podemos experimentar la unidad
práctica y experimental, es decir, la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de
Dios.
Dios desea que Cristo sea el todo para nosotros. Cristo es el objeto de nuestra fe y
también nuestra vida. Si vemos esto, comenzaremos a deshacernos de todo lo que nos
distrae de El, abandonaremos todo lo que no sea Cristo mismo. Cuánto abandonamos
depende de cuánto lo experimentamos. Cuanto más experimentemos a Cristo como
vida, más cosas dejaremos a un lado. De esta manera llegamos a la unidad de la fe y del
pleno conocimiento del Hijo de Dios.
I. NIÑOS EN CRISTO
El versículo 14 dice: “Para que ya no seamos niños sacudidos por la olas y zarandeados
por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un
sistema de error”. Este versículo es la continuación del versículo 13. Las palabras “Para
que” indican que como resultado de llegar a las tres cosas que se mencionan en el
versículo 13, ya no seremos niños sacudidos por las olas ni zarandeados por todo viento
de enseñanza. Así que, llegar a los tres aspectos del versículo 13 tiene un propósito: que
dejemos de ser niños.
Los niños son los creyentes que recién han recibido a Cristo y que carecen de madurez
en vida (1 Co. 3:1; 3:11; He. 5:13). En la primera etapa de nuestra vida espiritual, todos
los cristianos somos niños.
El versículo 14 indica que los niños son sacudidos por las olas. La vida cristiana se
parece a una travesía por el mar, donde hay muchas tormentas. Como cristianos, no
debemos esperar que nuestro viaje transcurra con calma, sin olas ni vientos. Las olas y
las tormentas no solamente azotan a los creyentes individualmente, sino también a la
iglesia. Hay momentos en los que la iglesia es sacudida por las olas y se ve en medio de
tormentas. El concepto de Pablo no es que podemos evadir las olas y los vientos, sino
que podemos ser guardados de ser sacudidos por las olas y zarandeados por los vientos.
Las dificultades y las penurias son diferentes a las olas y las tormentas. Las penurias son
semejantes a las rocas, y las dificultades, a cargas pesadas que debemos llevar. Las olas,
por el contrario, a menudo llegan de manera placentera, atractiva y hasta con una
apariencia agradable y dulce. Los que son sacudidos por las olas, por lo general no son
sacudidos en contra de su voluntad, sino que voluntariamente se dejan llevar por las
olas, las cuales tienen una apariencia placentera y agradable para ellos. Mientras son
llevados por las olas, no están conscientes de ningún peligro; más bien, tal vez hasta
sientan cierta emoción y deleite. Debido a su placentera apariencia, las olas son muy
distintas de las penurias y dificultades. De hecho, pocos cristianos se dejan sacudir por
las dificultades, pero son muchos los que son sacudidos por las olas y zarandeados por
los vientos.
Tal vez usted se pregunte qué son las olas y los vientos. Ellos son las diferentes
enseñanzas, doctrinas, conceptos y opiniones. A medida que la iglesia avanza en su
travesía por el mar, Satanás aprovecha cada oportunidad para enviarle atractivas
enseñanzas, conceptos y opiniones, con la intención de engañar a los creyentes. Su
intención al hacer esto es apartarlos de Cristo y la iglesia.
A los niños se les engaña y extravía con mucha facilidad. Por ejemplo, alguien puede
llevárselos de su casa simplemente ofreciéndoles algunos caramelos. A ellos les gustan
tanto los dulces que se olvidan de todo lo demás. Debido a que muchos cristianos aún
siguen siendo niños, niños que desean enseñanzas “azucaradas”, se les engaña con
mucha facilidad.
La única manera de escapar de las olas y de los vientos es crecer en vida. Mientras
crecemos, debemos protegernos bajo el amparo de nuestros padres en el Señor. No nos
dejemos distraer por los caramelos espirituales; antes bien, sigamos el camino de
nuestros padres en Cristo. De esta manera, seremos preservados y salvaguardados.
En la vida de iglesia, los más jóvenes deben ampararse bajo los mayores; este refugio es
el mejor escondite. Nunca adopte por su cuenta ningún concepto, por muy agradable
que parezca. Cuando sea tentado a hacerlo, debe decir: “No me importan estas cosas; lo
único que me interesa es Cristo, la iglesia y el amparo de mis mayores”. Si ingiere el
“caramelo”, descubrirá que debajo de la capa azucarada hay veneno.
Al leer el contexto del versículo 14 podemos ver que Cristo y la iglesia son la prueba más
confiable para detectar si alguna enseñanza es engañosa. El enemigo Satanás es astuto y
usa olas y vientos para distraer a los santos y apartarlos de Cristo y la iglesia. En
ocasiones usará incluso la Biblia para conseguir esto. Esto indica que él usará aun las
enseñanzas bíblicas para apartarnos del propósito de Dios. El empleó las Escrituras para
tentar al Señor Jesús en el desierto. Satanás se vale de cualquier cosa para distraernos
de Cristo y la iglesia, y la mejor salvaguarda que podemos tener en contra de sus
astucias es Cristo y la iglesia. No debemos aceptar ninguna enseñanza que no pase la
prueba de Cristo y la iglesia.
A veces Satanás llega a nosotros con cierta enseñanza con el pretexto de que ésta nos
ayudará a disfrutar más la vida de iglesia. Sin embargo, cuando la recibimos, nos damos
cuenta de que ésta anula en nosotros el apetito por la vida de iglesia. Antes de aceptar
esa enseñanza, estábamos absolutamente en pro de la iglesia y del testimonio de ésta;
deseábamos asistir a las reuniones de la iglesia y valorizábamos mucho su base de
unidad. Pero la engañosa enseñanza satánica mata en nosotros el deseo de reunirnos,
diluye nuestra consagración por la vida de iglesia y nos lleva a menospreciar la base de
unidad de la iglesia. A medida que esta enseñanza ejerce su efecto destructivo en
nuestro interior, perdemos interés por el testimonio genuino de la iglesia. Con todo,
estamos convencidos de que gracias al concepto que hemos absorbido, estamos en
camino hacia una mejor vida de iglesia. ¡Esta es la más engañosa de todas las doctrinas!
Este engañoso viento nos aparta de la vida de iglesia.
Esta clase de enseñanza también nos hace perder el apetito por Cristo; su influencia nos
quita el hambre y la sed que sentíamos por El. Uno llega a sentir que amar al Señor de
manera absoluta es religioso o legalista. Todo esto muestra claramente que la esencia
venenosa de esa enseñanza satánica ha entrado a nuestro ser y lo ha corrompido,
aturdiendo los sentidos espirituales. Esta es la manera más sutil en que un creyente
puede ser apartado de Cristo y de la genuina vida de iglesia.
Quisiera repetir que la única manera de escapar de las olas y de los vientos es crecer. Sin
embargo, es imposible crecer de la noche a la mañana, como los hongos. El crecimiento
es gradual, poco a poco, día tras día. Mientras crecemos gradualmente en el Señor,
necesitamos permanecer bajo la cubierta protectora de la iglesia. Confiemos en la
iglesia, no en nuestros propios sentimientos. Acudamos al Señor y pidámosle que nos
ayude a poner nuestra confianza en El y en la iglesia. Esto es especialmente necesario
cuando sentimos que la iglesia no está bien. En el mismo momento que sintamos que la
condición de la iglesia no es positiva, debemos poner nuestra confianza en la iglesia aún
más.
En el versículo 14, Pablo no habla de los vientos de herejías, sino de los vientos de
enseñanza. Cualquier enseñanza, aunque sea bíblica, que distraiga a los creyentes de
Cristo y la iglesia, es un viento que los desvía del propósito de Dios. En 1 Timoteo 1:3-4
se revela que en los tiempos de Pablo, algunos impartían diferentes enseñanzas. Esto no
significa que enseñaban herejías, sino que enseñaban algo diferente de la economía
neotestamentaria de Dios. No enseñaban según la enseñanza del ministerio
neotestamentario. En el Nuevo Testamento existe un solo ministerio, el cual consiste en
impartir al Dios Triuno en los creyentes para que se edifique la iglesia. Debemos
desconfiar de cualquier enseñanza o supuesto ministerio que enseñe cosas diferentes de
la economía de Dios, es decir, que enseñe algo que no imparta a Dios en los creyentes y
que no edifique las iglesias.
Los cristianos han sido llevados por diversos vientos de enseñanza. Cada denominación
o grupo independiente está bajo la influencia de algún viento doctrinal. En la actualidad,
¿qué cristiano no ha sido sacudido por las olas o zarandeado por los vientos? Aun
nosotros debemos preguntarnos si todavía estamos bajo la influencia de tales olas y
vientos. Puedo declarar firmemente que yo no soy sacudido por ninguna ola ni
zarandeado por ningún viento, porque lo único que me interesa es Cristo y la iglesia.
Algunos me han preguntado sobre la práctica de orar-leer, y les he contestado que no
estoy en pro del orar-leer, sino de Cristo y la iglesia. Yo no me diferencio de los demás
cristianos; sin embargo, muchos de ellos se han hecho diferentes a mí.
Por ejemplo, algunos se oponen firmemente al bautismo por inmersión y prefieren
bautizar por aspersión. A una persona así, le diría: “Hermano, a mí no me interesa el
bautismo por aspersión, lo que me interesa eres tú. Simplemente te recibo como mi
hermano en el Señor”. Al recibirle de esta manera, me hago igual a él. Pero si él insiste
en el bautismo por aspersión, es él quien se hace diferente de mí, y por ende, él, no yo,
es responsable por cualquier diferencia que exista entre nosotros.
Antes de venir al recobro del Señor, probablemente estábamos ocupados con cosas que
no eran ni Cristo ni la iglesia. Tal vez nos interesaba cierta doctrina, práctica u obra.
Pero en la vida de iglesia en el recobro del Señor, sólo nos interesa Cristo y la iglesia. Es
crucial que veamos claramente que la meta de la economía neotestamentaria es impartir
al Dios Triuno en las personas para edificar el Cuerpo de Cristo. Esta es nuestra meta y
nuestro testimonio; éste es también el recobro de Dios. Si siempre tenemos esta meta
delante de nosotros, no recibiremos ninguna enseñanza, concepto u opinión que nos
distraiga de la línea central de la economía de Dios.
En el versículo 14 Pablo habla de “las artimañas de los hombres”. La palabra griega que
significa “artimañas” se refiere a las trampas que hacen los jugadores de dados. Las
enseñanzas que llegan a ser vientos y que alejan a los creyentes de la línea central de
Cristo y la iglesia, son engaños instigados por Satanás, quien astutamente utiliza las
artimañas de los hombres para estorbar el propósito eterno de Dios, que consiste en
edificar el Cuerpo de Cristo. Por muy buena que parezca una enseñanza, si nos distrae
de Cristo y la iglesia, pertenece a las artimañas de los hombres. Las artimañas de los
hombres son peores que el engaño, porque no solamente son falsas, sino que también
suponen un complot maligno. Por muy bíblica que sea una doctrina, podría ser usada en
este perverso complot.
C. En astucia
En este versículo Pablo menciona la astucia. Esta palabra alude al uso de cierta
habilidad maligna. Por tanto, las artimañas de los hombres tienen que ver con un
complot y con la habilidad para engañar.
Por último, Pablo dice: “Con miras a un sistema de error”. Las enseñanzas que dividen
son organizadas y sistematizadas por Satanás con el fin de producir serios errores y
dañar la unidad práctica de la vida del Cuerpo. Las artimañas vienen del hombre,
mientras que el sistema de error viene de Satanás. Ya vimos que la economía de Dios
consiste en impartir al Dios Triuno en nosotros para que se edifique el Cuerpo de Cristo.
Satanás aborrece esto y usa astutamente enseñanzas, conceptos, doctrinas y opiniones
como parte de un plan diabólico que consiste en desviar a las personas y conducirlas a
un sistema de error. ¡Esta obra es diabólica! Que el Señor ponga de manifiesto todas las
sutilezas del enemigo para que podamos detectar el sistema de error relacionado con las
enseñanzas engañosas, diseñadas para distraer a los santos y desviarlos de Cristo y la
iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
En este mensaje llegamos a 4:15 y 16. El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad
en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo”. El hecho de que Pablo
comience este versículo con la palabra “sino” indica que la verdad del versículo 15 está
en contraste con las artimañas de los hombres, la astucia y el sistema de error del
versículo 14. Ser llevados por los vientos de enseñanza en las artimañas de los hombres
con miras a un sistema de error es no asirse a la verdad.
A. La verdad
En lugar de dejarnos zarandear por todo viento de enseñanza, debemos tocar la verdad y
abrazarla. Supongamos que alguien viene a promover una doctrina en particular, como
por ejemplo la doctrina del lavamiento de los pies. Por muy cierta que sea esta doctrina,
nos puede distraer de Cristo y de la vida de iglesia. Así que, algo tan bíblico como el
lavamiento de los pies puede convertirse en una falsedad, en vanidad. Conozco a un
hermano que fue distraído por eso y finalmente se volvió disidente. Esto indica que es
posible hablar de doctrinas bíblicas sin tocar la verdad.
Asirse a la verdad en amor significa tocar y abrazar a Cristo y la iglesia y sólo hablar de
ello. Es posible que otros enseñen de manera diferente, dando énfasis a doctrinas y
opiniones que distraen de Cristo y la iglesia, pero nosotros no debemos hablar así. Más
bien, debemos hablar de aquellas cosas que nos pongan en contacto con Cristo y que nos
edifiquen como Cuerpo de Cristo. Hablar así es tocar la verdad.
Según el versículo 14, los niños son sacudidos por las olas y zarandeados por los vientos
de enseñanza. Indudablemente estas olas y estos vientos se refieren a las diferentes
enseñanzas y prácticas. Aunque estas enseñanzas puedan ser bíblicas o fundamentales,
no ministran Cristo a las personas, y su efecto es que nos distraen de Cristo y la iglesia.
Tal vez otros sean sacudidos o zarandeados por tales enseñanzas, pero nosotros
debemos asirnos a la verdad en amor, es decir, debemos asirnos a Cristo y la iglesia.
Esto es lo que hablamos y ésta es nuestra comunión. De hecho, también debería ser el
punto central de nuestra oración.
B. El amor
En el versículo 15 Pablo dice que debemos asirnos a la verdad en amor. Este es el amor
de Cristo, el cual está en nosotros y por el cual amamos a Cristo y a los demás miembros
de Su Cuerpo. Este amor no es el nuestro, sino el amor de Dios con el cual El nos amó
primero. Ahora, con el mismo amor con que Dios nos amó, amamos al Señor y nos
amamos unos a otros. Es en este amor que nos asimos a la verdad, o sea, a Cristo y Su
Cuerpo.
II. EL CRECIMIENTO
A. En la Cabeza, Cristo
Al asirnos a la verdad en amor, crecemos en Cristo, o sea hasta Su medida, en todo. Para
dejar de ser niños (v. 14), necesitamos crecer en Cristo. Esto significa que Cristo
aumenta en nosotros en todas las cosas hasta que seamos un hombre de plena madurez
(v. 13). La palabra “Cabeza” del versículo 15 indica que nuestro crecimiento en vida por
medio del aumento de Cristo en nosotros, debe ser el crecimiento de los miembros que
están en el Cuerpo bajo la Cabeza.
Crecer hasta la medida de la Cabeza significa que sólo nos interesa Cristo y la iglesia.
Crecemos al centrarnos exclusivamente en Cristo y la iglesia, es decir, al tocar la verdad
en amor. Nosotros no crecemos ejerciendo una especia de sinceridad relacionada con el
comportamiento ético.
Este versículo dice que crecemos específicamente en Cristo, la Cabeza, en todo. Los
versículos 13 y 14 muestran la necesidad de crecer. Si queremos ser un hombre de plena
madurez necesitamos crecer. Del mismo modo, si queremos dejar de ser niños que son
sacudidos y zarandeados por doquier, necesitamos crecer. Pero debemos crecer en
Cristo, no en nosotros mismos o en algo que no sea Cristo.
Pablo dice claramente que debemos crecer hasta la medida de Aquel que es la Cabeza.
Esto indica que el crecimiento se experimenta en el Cuerpo. Para crecer en la Cabeza,
ciertamente debemos estar en el Cuerpo. Muchos cristianos parecen crecer
espiritualmente; sin embargo, ese supuesto crecimiento no se produce en el Cuerpo. He
conocido cristianos que a medida que han pasado por esa clase de crecimiento se han
vuelto disidentes. Da la impresión que cuanto más crecen, más tienden a criticar.
Cuando tienen relativamente poco crecimiento, no representan ningún problema en la
vida de iglesia, pero una vez que crecen, se vuelven problemáticos. Esto indica que su
crecimiento no se produce en la Cabeza. Sólo si se crece en la Cabeza, se crece en el
Cuerpo.
Es muy significativo que Pablo no nos dice que crezcamos en el Salvador, en el Amo o en
el Señor. El dice específicamente que tenemos que crecer en la Cabeza. Esto sólo se
puede llevar a cabo en el Cuerpo. Si no permanecemos en el Cuerpo, aunque
experimentemos algún crecimiento, ese crecimiento no se producirá en la Cabeza.
B. En todo
En el versículo 15 Pablo nos dice que debemos crecer en todo en Aquel que es la Cabeza.
Posiblemente hemos crecido en algunos aspectos, pero no en otros. Según mi
experiencia, el área en la que es más difícil crecer en Cristo, la Cabeza, es en lo que
hablamos. En Salmos 141:3 dice: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de
mis labios”. Puesto que es tan difícil controlar lo que hablamos, debemos adoptar esta
oración. Sea usted joven o mayor, hermano o hermana, ésta es un área en la que
urgentemente necesita crecer en Cristo, la Cabeza.
Si le presentamos al Señor este asunto de crecer en El en todo, veremos que hay muchas
cosas pequeñas en las que todavía no hemos crecido hasta la medida de la Cabeza.
¡Cuánto necesitamos crecer en Cristo! Que la necesidad de crecer pueda tocar nuestro
corazón y haga que nos volvamos de nuevo al Señor.
III. DE LA CABEZA
El versículo 16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las
coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el
crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Crecer en vida es
crecer hasta la medida de la Cabeza, Cristo, y funcionar en el Cuerpo proviene de El.
Primero crecemos hasta la medida de la Cabeza; luego, obtenemos algo que proviene de
El.
En este versículo Pablo habla de “todas las coyunturas del rico suministro”. Esto alude a
las personas especialmente dotadas, tales como las que se mencionan en el versículo 11.
El artículo que antecede a la palabra griega traducida “suministro” es enfático, lo cual
indica que el rico suministro debe ser un suministro particular, el suministro de Cristo.
Como miembros que presiden, los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros tienen un suministro particular. Sí, todos podemos ser los enviados de hoy; sin
embargo, entre los santos hay algunos que tienen un suministro especial. Este
suministro no es común a todos los creyentes.
Una vez más vemos el principio de que toda verdad bíblica tiene dos aspectos. Es
correcto decir que todos los santos pueden llevar a cabo la obra de los apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros; sin embargo, no todos tienen el suministro
particular del que se habla en este versículo. En el Cuerpo, los que presiden son
coyunturas que tienen un suministro particular.
En 4:1 Pablo nos ruega que andemos como es digno de la vocación con que fuimos
llamados. El primer aspecto de este andar consiste en guardar la unidad; el segundo, en
crecer en Cristo, la Cabeza; y el tercero, en aprender a Cristo conforme a la verdad que
está en Jesús.
El versículo 17 dice: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los
gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente”. Estas palabras indican que lo
que el apóstol está a punto de decir no es sólo su exhortación, sino también su
testimonio. Lo que él exhorta es lo que él vive. Puesto que él mismo lleva la clase de vida
que va a describir, nos da su testimonio por medio de su enseñanza.
Pablo nos exhorta a que ya no andemos “como los gentiles, que todavía andan en la
vanidad de su mente”. Los gentiles o naciones son los hombres caídos, quienes se
envanecieron en sus razonamientos (Ro. 1:21). Ellos andan sin Dios, en la vanidad de su
mente, y son controlados y dirigidos por sus vanos pensamientos. Todo lo que hacen
conforme a su mente caída, es vanidad; no tiene ni una pizca de realidad. Toda la
humanidad caída vive en la vanidad de la mente; todo el mundo está en esta condición.
A los ojos de Dios y a los ojos del apóstol Pablo, todo lo que el mundo piensa, dice y
hace, es vanidad. Nada de eso es real o sólido; todas esas cosas son vacías. Como
creyentes, ya no debemos andar en la vanidad de la mente; antes bien, debemos andar
en la realidad de nuestro espíritu.
Según el versículo 18, los gentiles, quienes andan en la vanidad de su mente, tienen “el
entendimiento entenebrecido”. Cuando la mente de las personas caídas se llena de
vanidad, su entendimiento se entenebrece con respecto a las cosas de Dios.
Los gentiles también están “ajenos a la vida de Dios” (v. 18). Esta es la vida eterna e
increada de Dios, la cual el hombre no tenía cuando fue creado; él sólo poseía la vida
humana creada. El hombre, después de ser creado, fue puesto delante del árbol de la
vida (Gn. 2:8-9) para que recibiera la vida divina, la vida increada. Pero el hombre cayó
en la vanidad de su mente y su entendimiento se entenebreció. Hoy, en esa condición
caída, el hombre no puede tocar la vida de Dios a menos que vuelva su mente a Dios, o
sea, a menos que se arrepienta y crea en el Señor Jesús para recibir la vida eterna de
Dios (Hch. 11:18; Jn. 3:16).
Al crear al hombre, Dios deseaba que éste participara del fruto del árbol de la vida a fin
de que recibiera la vida eterna de Dios. Pero en la caída, la naturaleza maligna de
Satanás se inyectó en el hombre, y como resultado, se le impidió acceso al árbol de la
vida. Según Génesis 3:24, el Señor “Echó ... al hombre, y puso al oriente del huerto de
Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar
el camino del árbol de la vida”. Fue así que el hombre quedó alejado de la vida de Dios.
Los querubines, la llama de fuego y la espada, que representan la gloria, la santidad y la
justicia de Dios, impedían que el hombre pecaminoso recibiera la vida eterna. Pero
cuando el Señor Jesús murió en la cruz, El satisfizo todos los requisitos de la gloria, la
santidad y la justicia de Dios, y mediante la redención que El efectuó, se abrió el camino
para que nosotros tuviéramos nuevamente acceso al árbol de la vida. Basado en esto,
Hebreos 10:19 declara que tenemos “confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la
sangre de Jesús”. El árbol de la vida está en el Lugar Santísimo. Como creyentes de
Cristo, de nuevo tenemos acceso al árbol de la vida. Ahora podemos deleitarnos
diariamente en la vida divina, que está en el Lugar Santísimo. No obstante, las naciones
todavía están ajenas a la vida de Dios.
Una razón por la que están ajenos a la vida de Dios es “la ignorancia que en ellos hay” (v.
18). Esta ignorancia no sólo denota la falta de conocimiento, sino también el no querer
saber. El hombre caído, a causa de la dureza de su corazón, no aprueba conocer las cosas
de Dios (Ro. 1:28). Debido a esto, su entendimiento está entenebrecido y no conoce a
Dios.
Otra razón por la que los gentiles son ajenos a la vida de Dios es la dureza de su corazón.
Esta dureza es la fuente de donde se origina el entendimiento entenebrecido y la
vanidad de la mente del hombre caído. Antes de ser salvos, nosotros también éramos
duros de corazón. Parecíamos impenetrables y la palabra de Dios no podía entrar en
nosotros. Esto describe el estado actual de los incrédulos.
E. Se entregaron a la lascivia
Además, los gentiles “se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de
impureza” (v. 19). Ellos se entregaron a lujurias insaciables. Si miramos la condición del
mundo de hoy, veremos que los incrédulos han hecho justamente eso.
Los versículo 17-19 pintan un oscuro trasfondo de lo que Pablo dice en el versículo 20:
“Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo”. El Nuevo Testamento indica
claramente que debemos vivir a Cristo. En Filipenses 1:21 Pablo declara: “Para mí el
vivir es Cristo”. Pero en Efesios 4:20 dice: “Habéis aprendido así a Cristo.” Nótese que
en este versículo la acción ocurrió en el pasado. Pablo también usa el tiempo pretérito en
el siguiente versículo: “Si en verdad le habéis oído, y en El habéis sido enseñados,
conforme a la realidad que está en Jesús” (v. 20). Este asunto de aprender a Cristo
conforme a la verdad que está en Jesús es difícil de comprender; así que, debemos
meditar sobre ello detenidamente.
Cristo no sólo es nuestra vida, sino también nuestro ejemplo (Jn. 13:15; 1 P. 2:21).
Nosotros aprendemos de El (Mt. 11:29) según Su ejemplo y no por nuestra vida natural,
sino por El mismo como nuestra vida. Según el Nuevo Testamento, el Señor Jesús no
entró en nuestro ser como vida directamente. Más bien, después de vivir en la tierra
durante treinta años y ministrar por tres años y medio, El estableció un ejemplo, un
patrón, un modelo. Este asunto es muy relevante. Una de las razones por las cuales se
escribieron los cuatro evangelios fue mostrarnos el ejemplo de la vida que Dios desea
que vivamos, el molde de la vida que lo satisface a El y que cumple Su propósito. Por
esta razón, el Nuevo Testamento presenta una biografía única, la biografía del Señor
Jesús, escrita desde cuatro perspectivas distintas. Después de establecer el patrón
revelado en los evangelios, el Señor Jesús fue crucificado y luego entró en la
resurrección. Es en resurrección que El entra en nosotros para ser nuestra vida.
Según el Nuevo Testamento, ser salvos consiste en que Dios nos pone en Cristo. En 1
Corintios 1:30 dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Cuando Dios nos puso
en Cristo, El nos puso en el molde. Así como un hermana moldea la masa de un pan
según la forma del molde, Dios desea conformarnos al molde de Cristo. A esto se refiere
Romanos 8:29 cuando indica que somos hechos conformes a la imagen de Cristo, el
Primogénito entre muchos hermanos. Ser conformados es ser moldeados. El
Primogénito es el patrón, y los muchos hermanos del Primogénito son los que han de ser
hechos iguales al patrón. Aprender a Cristo es simplemente ser moldeados conforme a
Cristo, quien es nuestro ejemplo, es decir, ser conformados a la imagen de Cristo.
Por medio del bautismo Dios nos puso en Cristo, quien es el molde. Ser bautizados es
ser puestos en el molde de Cristo. Tanto Romanos 6:3 como Gálatas 3:27 hablan de ser
bautizados en Cristo. Ser bautizados en Cristo equivale a ser sepultados en El, y la
tumba del bautismo es el patrón, el molde. A los ojos de Dios, fuimos puestos en este
molde cuando nos bautizamos. Al ser puestos en el molde, nos despojamos del viejo
hombre y nos vestimos del nuevo. Al ser sepultados en Cristo, fuimos sacados de Adán y
de la vieja creación. Mediante el bautismo fuimos puestos en Cristo, quien es nuestra
vida y nuestro modelo. Esto explica por qué Pablo usa el tiempo pasado al hablar de
aprender a Cristo. Aprendimos a Cristo cuando fuimos sepultados en El mediante el
bautismo. Esto quiere decir que aprender a Cristo significa ser puestos en Cristo como el
molde, es decir, ser moldeados conforme al patrón que El estableció durante los años
que estuvo en la tierra.
Después de que una persona es salva, desde lo profundo de su ser brota el deseo de vivir
conforme al modelo establecido por el Señor Jesús. Sin embargo, muchos, o pasan por
alto este deseo o lo cultivan de manera equívoca, pensando que pueden imitar al Señor
por sus propios esfuerzos. Es un error pensar que podemos imitar a Cristo valiéndonos
de nuestra vida natural. Indudablemente los creyentes deben imitar a Cristo, pero no
deben hacerlo conforme a su vida natural.
En los treinta y tres años y medio que el Señor Jesús vivió en la tierra, El formó el
molde, el patrón, al cual deben ser conformados todos los que creen en El. Según la
crónica de los cuatro evangelios, la vida del Señor Jesús fue una vida llena de verdad. La
verdad es el resplandor de la luz. La luz es la fuente, y la verdad es su expresión. Como
dice Hebreos 1:3, el Señor Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Esto quiere decir
que El es el resplandor de Dios, quien es la luz. Debido a que cada aspecto del vivir del
Señor irradiaba la luz, Su vida era una vida llena de verdad, de realidad, una vida en la
que Dios resplandecía. Esa vida llena de la verdad era la expresión misma de Dios. Por
esta razón, Pablo declara que nosotros aprendemos a Cristo conforme a la realidad que
está en Jesús; en otras palabras, aprendemos a Cristo conforme al molde de la vida de
Jesús. El molde de Su vida es la verdad, la realidad.
Después de que Cristo estableció este molde, El pasó por la muerte y la resurrección, y
en resurrección se hizo el Espíritu vivificante. Como tal Espíritu, El entra en nosotros
para ser nuestra vida. Cuando creímos en El y fuimos bautizados, Dios nos puso en
Cristo, en este molde, tal como se pone la masa en un molde. Al ser puestos en el molde,
aprendimos el molde, o sea, que al ser puestos en Cristo, aprendemos a Cristo. Por un
lado, Dios nos puso en Cristo; por otro, Cristo entró en nosotros para ser nuestra vida.
Ahora podemos vivir por medio de El conforme al molde en el cual Dios nos puso.
Tal vez muchos de nosotros no hayan notado cuánto los cuatro evangelios influyen en
nosotros. Cuando leemos en ellos acerca del molde que estableció el Señor Jesús, ese
molde espontáneamente afecta nuestro vivir. Al amar al Señor, al tocarle y al orar a El,
le vivimos automáticamente conforme al molde descrito en los evangelios. De esa
manera somos amoldados, conformados, a la imagen de dicho molde. Esto es lo que
significa aprender a Cristo.
Debemos ver que vivir de esta manera es muy distinto de lo que enseñan los
modernistas en cuanto a tomar a Cristo como ejemplo e imitarlo. Ellos enseñan
erradamente que Cristo no es Dios, sino un hombre que estableció una norma elevada,
la cual debemos seguir. Esto requiere que ejercitemos nuestra vida natural para imitar a
Cristo y alcanzar Su norma. Esta enseñanza, además de ser herética, no tiene nada que
ver con la verdad que está en Jesús. Ella niega el hecho de que todo verdadero creyente
está en Cristo y tiene a Cristo en él. En contraste con esta enseñanza herética
modernista, nosotros afirmamos, según establece el Nuevo Testamento, que cuando un
pecador se arrepiente, cree en Cristo y es bautizado en El, Dios le pone en Cristo, en este
molde. Al mismo tiempo, Cristo, como Espíritu vivificante, entra en él para ser su vida.
De ahí en adelante, el creyente debe vivir por Cristo como vida conforme al molde.
Cuanto más viva por El, más será moldeado en la forma del molde. Esta es una vida que
se experimenta en Cristo y en la que Cristo está en nosotros. Nosotros estamos en el
Cristo, quien es nuestro molde, y El está en nosotros como nuestra vida. De este modo
aprendemos a Cristo conforme a la verdad, a la realidad, que está en Jesús.
Efesios 4 abarca tres aspectos en cuanto a una vida digna del llamamiento de Dios:
guardar la unidad (vs. 1-14), crecer en la Cabeza (vs. 15-16) y aprender a Cristo conforme
a la realidad que está en Jesús (vs. 17-32). Con respecto a aprender a Cristo conforme a
la realidad que está en Jesús, Pablo primeramente exhorta y testifica que ya no andemos
como los gentiles, que viven en la vanidad de su mente (v. 17); que en lugar de ello,
debemos andar en la vida que concuerda con la realidad que está en Jesús. Los gentiles
andan en la vanidad de su mente, mas nosotros andamos en la realidad expresada en la
vida de Jesús, según consta en los evangelios. En la vida de Jesús vemos realidad,
verdad, y el resplandor de la luz, la expresión de Dios. Como creyentes, debemos andar
en tal realidad.
El versículo 21 dice que fuimos enseñados en Cristo conforme a la realidad que está en
Jesús, y los versículos 22 y 24 nos muestran lo que hemos aprendido, a saber, que nos
despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Esto se nos enseñó cuando
fuimos puestos en el molde, es decir, cuando fuimos bautizados. En nuestro bautismo se
nos enseñó que nuestro viejo hombre fue crucificado y que tenía que ser sepultado
mediante el bautismo. Además se nos enseñó que al salir del agua fuimos resucitados y
hechos el nuevo hombre. Por consiguiente, por medio del bautismo se nos instruyó que
nos despojamos del viejo hombre y nos revestimos del nuevo.
A estas alturas debemos examinar lo que dice Romanos 6:3-5. El versículo 3 declara:
“¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido
bautizados en Su muerte?” Ser bautizados en Cristo Jesús equivale a ser puestos en El.
Además, mediante el bautismo fuimos sepultados en Su muerte. En los versículos 4 y 5
tenemos el molde. Estos versículos indican que por medio del bautismo se nos enseñó
que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Esta es la experiencia
cristiana normal.
No debemos tratar de entender versículos como Efesios 4:20-24 con nuestra mente
natural; debemos considerarlos más bien a la luz de nuestra experiencia cristiana. Si
hacemos esto, la luz resplandecerá en nosotros poco a poco y veremos la verdad. Esta
verdad consiste en que cuando fuimos bautizados se nos enseñó que nos despojamos del
viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Nuestro viejo hombre fue sepultado en las aguas
del bautismo; fue así que nos despojamos de él. Además, cuando nos levantamos del
agua en resurrección, nos vestimos del nuevo hombre. Por consiguiente, fuimos
enseñados en Cristo conforme a la realidad que está en Jesús que nos hemos despojado
del viejo hombre y vestido del nuevo.
Despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo es un requisito para aprender a Cristo.
Esto difiere totalmente de la enseñanza modernista diabólica que asevera que Cristo
estableció la norma de vida humana más elevada y que nosotros debemos esforzarnos
por copiarlo y vivir a la altura de esa norma. Si queremos aprender a Cristo conforme a
la realidad que está en Jesús, debemos cumplir el requisito de habernos despojado del
viejo hombre y vestido del nuevo. Esta no es una verdad superficial.
II. NOS DESPOJAMOS DEL VIEJO HOMBRE
El versículo 22 declara que nos despojamos del viejo hombre en cuanto a la pasada
manera de vivir. Esta manera de vivir consistía en andar en la vanidad de la mente. A
esa manera de vivir ya se le dio fin y ya se le desechó.
B. El viejo hombre
El versículo 22 también declara que el viejo hombre “se va corrompiendo conforme a las
pasiones del engaño”. El viejo hombre pertenece a Adán, fue creado por Dios y cayó por
medio del pecado. El artículo que precede a la palabra “engaño” es enfático e indica que
dicha palabra alude a una personificación. Por consiguiente, “el engaño” se refiere al
engañador, el diablo, de quien provienen las lujurias del viejo hombre corrupto. El viejo
hombre se sigue corrompiendo conforme a las pasiones del diablo, el engañador. Por
fuera, el viejo hombre anda en la vanidad de la mente; y por dentro, se corrompe
conforme a las pasiones del diablo, las pasiones del engaño.
El viejo hombre fue crucificado con Cristo (Ro. 6:6) y fue sepultado en el bautismo (Ro.
6:4). ¡Aleluya, nos despojamos del viejo hombre en el bautismo!
Pablo, al hablar en cuanto a despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo, inserta
el concepto de ser renovados en el espíritu de nuestra mente (v. 23). Con base en el
hecho de que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo, el versículo 23
nos exhorta a renovarnos en el espíritu de nuestra mente. La renovación nos transforma
a la imagen de Cristo (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). El espíritu en este contexto alude al espíritu
regenerado de los creyentes, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios, que mora en
nosotros. El espíritu mezclado se extiende a nuestra mente y llega a ser el espíritu de
nuestra mente. En tal espíritu somos renovados a fin de ser transformados. De esta
manera nuestra mente natural es vencida, subyugada y sometida al espíritu. Sin lugar a
dudas, esto conlleva un proceso de transformación metabólica. A medida que se lleva a
cabo este proceso, el espíritu mezclado entra a nuestra mente, toma posesión de ella y
llega a ser el espíritu de nuestra mente.
Por medio del espíritu de nuestra mente somos renovados y experimentamos el hecho
de habernos despojado del viejo hombre y revestido del nuevo. Ya nos despojamos del
viejo hombre y nos revestimos del nuevo; ahora debemos experimentar estos hechos
siendo renovados en el espíritu de nuestra mente. A medida que estos hechos se
convierten en nuestra experiencia, llevamos una vida que corresponde a la vida que
vivió Jesús; es decir, llevamos una vida llena de verdad, una vida que irradia luz y que
expresa a Dios. Cuando somos renovados en el espíritu de nuestra mente y así ponemos
en efecto el hecho de habernos despojado del viejo hombre y vestido del nuevo, llevamos
una vida conforme a la realidad que está en Jesús.
A. Corporativo
El libro de Efesios revela que la iglesia es el Cuerpo de Cristo (1:22-23), el reino de Dios,
la familia de Dios (2:19), el templo, y la morada de Dios (2:21-22). También revela que la
iglesia es el nuevo hombre. Este es el aspecto más elevado de la iglesia. La palabra griega
que se traduce iglesia es ekklesía y se refiere a la asamblea de los llamados. Este es el
aspecto inicial de la iglesia, a partir del cual el apóstol menciona otros aspectos, tales
como el de los ciudadanos del reino de Dios y los miembros de la familia de Dios. Estos
aspectos son más avanzados que el inicial, pero no como lo es la iglesia en calidad del
Cuerpo de Cristo. No obstante, el aspecto del nuevo hombre es todavía más elevado que
el del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, la iglesia no es sólo una asamblea de creyentes, un
reino de ciudadanos celestiales, una familia compuesta de los hijos de Dios, y no sólo un
Cuerpo para Cristo; en su aspecto más avanzado, la iglesia es un nuevo hombre. Es
como el nuevo hombre que la iglesia da cumplimiento al propósito eterno de Dios.
Como Cuerpo de Cristo, la iglesia necesita a Cristo como su vida; mientras que como
nuevo hombre, necesita a Cristo como su persona. Esta persona nueva y corporativa
debe llevar una vida como la que vivió Jesús en la tierra, es decir, una vida llena de la
verdad, una vida que exprese a Dios y haga que el hombre le experimente como
realidad. Así que, el nuevo hombre es el centro de la exhortación que el apóstol da en
esta sección (vs. 17-32).
B. Creado según Dios
El versículo 24 dice que el nuevo hombre fue creado según Dios. El viejo hombre fue
creado conforme a la imagen de Dios externamente, mas sin Su vida ni Su naturaleza
(Gn. 1:26-27), mientras que el nuevo hombre fue creado según el ser interior de Dios,
con la vida y la naturaleza divinas (Col. 3:10).
Con el fin de que aprendamos a Cristo, Pablo presenta un fuerte contraste entre el viejo
hombre y el nuevo, entre el diablo y Dios, y entre las pasiones, por un lado, y la justicia y
la santidad por otro lado. Se nos enseñó que ya nos despojamos del viejo hombre y que
nos revestimos del nuevo. Esto significa que nos despojamos de las pasiones y de la
falsedad del diablo, y que nos vestimos de la justicia y la santidad de Dios. Dios mismo
es la verdad, y esta verdad, esta realidad, se puede ver en la vida que llevó Jesús en la
tierra. Jesús vivió conforme a la verdad, o sea, según Dios mismo, lleno de justicia y
santidad. ¡Alabado sea el Señor porque hemos aprendido a Cristo conforme a la realidad
que está en Jesús!
En este mensaje llegamos a 4:25-32. En 4:17-24 Pablo presenta los principios básicos de
la vida que debemos llevar en nuestro andar diario. En los versículos 22 y 24 vemos que
el requisito para aprender a Cristo es despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo.
Una vez satisfecha esta condición, podremos llevar una vida llena de realidad, una vida
que expresa a Dios al irradiar Su luz.
En el Nuevo Testamento, la gracia y la verdad van juntas. Juan 1:14 declara que el Verbo
se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad [verdad], y
el versículo 17 dice que la gracia y la realidad [verdad] vinieron por medio de Jesucristo.
La gracia y la verdad forman un par, lo mismo que el amor y la luz. La gracia y la verdad
aparecen en el Evangelio de Juan, mientras que el amor y la luz se revelan en 1 Juan
(4:16; 1:5). La gracia es la expresión del amor, y el amor es la fuente de la gracia. Según
el mismo principio, la verdad es la expresión de la luz, y la luz es la fuente de la verdad.
En el corazón de Dios hay amor; cuando este amor se expresa, se convierte en gracia.
Asimismo, en Dios hay luz, y cuando esta luz resplandece, se convierte en verdad.
Cuando trazamos el origen de la gracia y de la verdad, el cual es Dios mismo, entramos
en el amor y en la luz.
Ya mencionamos que la exhortación de Pablo en 4:17-32 incluye tanto la verdad como la
gracia. La verdad se menciona claramente [como la realidad], mientras que la gracia
está algo escondida; está implícita en los detalles que Pablo abarca con relación al diario
vivir. Si nos falta la gracia, no podremos satisfacer la norma relacionada con dichos
detalles. Los principios por los cuales aprendemos a Cristo están relacionados con la
verdad, con la realidad, mientras que los detalles tienen que ver con la gracia. Si
deseamos ser conformados a la imagen de Cristo, es decir, si vamos a aprender a Cristo,
necesitamos tanto los principios como los detalles. Si tenemos la verdad, tenemos los
principios, y si tenemos la gracia, alcanzaremos la norma en todos los detalles.
Pablo dice que aprendemos a Cristo conforme a la realidad que está en Jesús (4:21). El
patrón, el molde, establecido por el Señor Jesús, es la verdad, la realidad. La verdad es el
principio básico; el principio básico es el patrón; y el patrón tiene que ver con el hecho
de que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. En los versículos del
17 al 24 tenemos el principio básico del vivir renovado necesario para aprender a Cristo.
Este principio es la verdad y la realidad, que alude a la vida que el Señor Jesús vivió
cuando estuvo en la tierra. Este vivir fue uno en el que el Señor siempre se despojaba de
Su propia vida y se vestía de la vida del Padre. Así era la vida de Jesús, y esta vida es la
verdad que constituye el principio que rige una vida de aprender a Cristo. Según este
principio, nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo.
Cada aspecto de nuestro vivir cotidiano debe ser gobernado por este principio, y no por
una norma ética. Por ejemplo, nuestras conversaciones no deben ser gobernadas por
normas éticas, sino por el principio neotestamentario que consiste en que nos
despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Este principio debe regir aun
nuestra risa y nuestro llanto. Este principio es mucho más elevado que cualquier norma
ética.
Cuando fuimos bautizados nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo,
el cual es la vida de iglesia. Ahora nuestro vivir diario en la vida de iglesia debe
conformarse al principio de la verdad, al molde de la vida de verdad que el Señor Jesús
estableció con Su vivir. Según este principio, fuimos enseñados conforme a la realidad
que está en Jesús.
Los detalles de nuestra vida diaria están relacionados con la gracia. En cada aspecto de
nuestro diario vivir necesitamos la gracia. La gracia es Dios mismo en Cristo como
nuestro disfrute. Debemos permitir que este disfrute quite de nosotros todos los
elementos negativos mencionados en el versículo 31, uno de los cuales es la amargura.
Sin la gracia, no podremos librarnos de la amargura. Pero si tenemos a Dios en Cristo
como nuestro disfrute, la amargura desaparecerá. Cuando tenemos suficiente gracia,
podemos decir: “Estoy lleno del Cristo que es mi disfrute. Puesto que estoy rebosando de
gracia, en mí no tiene cabida ningún tipo de amargura”.
Sólo cuando estamos llenos de gracia podemos eliminar de nosotros las cosas negativas.
Tomemos como ejemplo el chisme. Si nos gusta chismear, se debe a que nos falta más
gracia. Si estuviéramos llenos de gracia, no buscaríamos deleitarnos en el chisme; al
contrario, estaríamos contentos con el gozo que se halla en Cristo. Cuando estamos
llenos de gracia, y Cristo es todo para nosotros, no tenemos necesidad de buscar
satisfacción en otras cosas.
Sólo por medio de la gracia podemos llevar una vida conforme a la norma divina en
todos los detalles que Pablo menciona en estos versículos. Si estamos llenos de gracia,
en lugar de amargura, ira, enojo y gritería, tendremos bondad, paciencia, misericordia,
perdón y amor. Estas cualidades no son el fruto de nuestro propio esfuerzo, sino que
proceden de Cristo, quien es nuestro disfrute. Cuando disfrutamos a Cristo, no tenemos
ganas de pensar en la amargura, la ira, el enojo o la gritería; más bien, deseamos tener
bondad, paciencia, perseverancia, ternura, misericordia, amor, y otras virtudes y
cualidades. ¡Qué diferente es nuestra vida diaria cuando estamos contentos y satisfechos
como resultado de disfrutar a Dios en Cristo como gracia!
Estudiemos ahora los detalles de una vida en la que se aprende a Cristo. En el versículo
25 Pablo dice: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su
prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. La palabra “mentira” se refiere
a todo lo que es falso en naturaleza. Al despojarnos del viejo hombre, nos despojamos
también de todo lo falso. Si disfrutamos a Cristo, entonces de una manera práctica nos
despojaremos de toda falsedad que haya en nuestra vida. Las personas más honestas y
fieles son aquellas que disfrutan plenamente a Cristo. Cuando nos llenamos de Cristo
hasta rebosar, nos despojamos de toda falsedad.
Según los cuatro evangelios, el Señor Jesús se airó en varias ocasiones; pero siempre
tuvo control de Su ira. Así que, El podía airarse sin pecar. Lo mismo debe suceder con
nosotros en nuestra vida diaria. Debemos controlar nuestra ira; de no ser así, causará
mucho daño. Para controlar nuestra ira, necesitamos mucha gracia. Cuanto más
disfrutemos a Cristo, más controlaremos y limitaremos nuestra ira.
En el versículo 26 Pablo nos dice que no debemos permitir que el sol se ponga sobre
nuestra indignación. Debemos ser lentos para la ira y rápidos para hacer a un lado
nuestra indignación. Según este versículo, no debemos conservar nuestra ira después de
la puesta del sol, o sea, que no debemos seguir airados hasta el día siguiente. Según las
Escrituras, tenemos que abandonar nuestra ira antes de que se ponga el sol. Todos
debemos poner esto por obra, y para ello, necesitamos a Dios en Cristo como gracia. Si
tenemos el suministro de la gracia, seremos lentos para la ira y no permaneceremos
airados por mucho tiempo. Si tenemos la gracia, la ira no permanecerá.
El versículo 27 dice: “Ni deis lugar al diablo”. Según el contexto, mantenerse enojado es
dar lugar al diablo. No debemos darle lugar en nada. Al aferrarnos a nuestra ira, le
damos la bienvenida al diablo; pero si renunciamos a ella, le cerramos la puerta y no le
damos lugar.
El versículo 28 añade: “El que hurta, no hurte más, sino fatíguese trabajando con sus
propias manos en algo decente, para que tenga qué compartir con el que padece
necesidad”. Aunque esta epístola presenta una revelación muy elevada, el apóstol habla
de cosas que pertenecen a un nivel práctico, habla de cosas tan triviales como la ira y el
hurto. El hurto se debe principalmente a la pereza y a la avaricia. Por esto, el apóstol
exhorta al que hurta a que trabaje y no sea perezoso, y que comparta con otros lo que
gana, en lugar de ser avaro.
VI. NINGUNA PALABRA CORROMPIDA
SALGA DE NUESTRA BOCA
El versículo 29 dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los oyentes”. La palabra
griega que se traduce “corrompida” denota algo nocivo, ofensivo, sin valor. Nuestra
conversación no debe corromper a otros, sino edificarlos. La iglesia y cada uno de sus
miembros necesita la edificación apropiada, y esta edificación se logra principalmente
por medio de nuestras palabras. Lo que salga de nuestra boca debe ser benéfico para la
edificación de la iglesia y de todos los santos.
Además, las palabras que salen de nuestra boca deben dar gracia a los oyentes. La gracia
es Dios corporificado en Cristo y dado a nosotros como disfrute y suministro. Nuestras
palabras deben comunicar esta gracia a las personas. Las palabras que edifican a otros
siempre suministran la gracia. Dios en Cristo como disfrute debe ser comunicado a
través de nuestras palabras; así Cristo se imparte en otros como provisión de vida.
Contristar al Espíritu Santo significa que El no está contento con nosotros. A menudo,
cuando nos sentimos descontentos, esa sensación proviene del Espíritu Santo. Sin
embargo, cuando El está contento, también nosotros lo estamos. Una vida apropiada
conforme a la verdad y en la gracia, siempre alegrará al Espíritu Santo y nos dará a
nosotros el gozo del Espíritu.
La exhortación del apóstol en los versículos del 17 al 32, además de mencionar la verdad
y la gracia como elementos básicos, también mencionan la vida de Dios (v. 18) y al
Espíritu de Dios como factores básicos en el aspecto positivo, y al diablo (v. 27), un
factor perteneciente al aspecto negativo. Por medio de la vida de Dios y en el Espíritu de
Dios, y no dándole lugar al diablo, podemos llevar una vida llena de gracia y de realidad,
como lo hizo el Señor Jesús.
En el versículo 31, Pablo dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y
maledicencia, y toda malicia”. Todas las malignidades mencionadas en este versículo se
pueden eliminar de nosotros si disfrutamos a Dios en Cristo como nuestra gracia. Por
ejemplo, si vivimos así, en nuestra vida diaria no habrá gritería ni tampoco
maledicencia. Nadie que viva por el principio de la verdad y de la gracia hablará mal de
otros.
Por último, el versículo 32 declara: “Sed bondadosos unos con otros, tiernos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Lo
único que puede hacernos tiernos es disfrutar a Cristo como nuestra provisión vital y
como nuestro gozo. Si somos tiernos, perdonaremos a otros. En nuestra vida diaria,
debemos perdonar a otros y pedirles que ellos nos perdonen a nosotros. Esto es
necesario porque nos ofendemos fácilmente y ofendemos a otros de igual manera. Si
hemos ofendido a alguien, tenemos que pedirle perdón; y si alguien nos ha ofendido a
nosotros, debemos extenderle nuestro perdón, así como Dios en Cristo nos perdonó a
nosotros.
Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés y que la gracia y la realidad
vinieron por medio de Jesucristo. Esto significa que antes de que Cristo viniera, ni la
gracia ni la verdad habían llegado al pueblo de Dios. Por supuesto, el Antiguo
Testamento contiene sombras relacionadas con la gracia y la verdad, pero la realidad de
éstas no existió sino hasta que vino Jesucristo. Cuando Cristo vino, vinieron con El la
gracia y la verdad.
El Evangelio de Juan revela que Dios vino al hombre por medio de la encarnación. El
Verbo que estaba con Dios y que era Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros
(Jn. 1:1, 14). El versículo 14 dice que El, el Verbo hecho carne, estaba lleno de gracia y de
realidad. No dice que estaba lleno de poder y autoridad, de majestad y soberanía, ni de
amor y luz. Muchos cristianos citan Juan 1:14 sin conocer lo que significan la gracia y la
verdad. La gracia y la verdad están estrechamente ligadas a Dios mismo. La gracia es
algo agradable, y la verdad es algo real. La gracia es de hecho la dulce persona del Señor
Jesús, quien es la corporificación de la plenitud de Dios y el resplandor de la gloria
divina (Col. 2:9; He. 1:3). Esto quiere decir que El es la expresión de Dios.
El Evangelio de Juan habla mucho acerca de la vida. Juan 10:10 declara que el Señor
vino para que tuviéramos vida y para que la tuviéramos en abundancia. La dulce y
amorosa persona de Jesús es el resplandor de Dios, Su misma expresión. Como tal, El es
vida para nosotros. La vida alude a la esencia, mientras que la gracia, al disfrute que
resulta de gustar de la vida. Cuando gustamos de la dulzura de la vida, experimentamos
la gracia como un disfrute. Por tanto, la vida es la substancia, y la gracia es el disfrute.
Esto lo confirman los escritos de Pablo. Pablo sufría de un “aguijón en la carne” (2 Co.
12:7), el cual pudo haber sido un malestar o defecto físico. Pablo le pidió en oración al
Señor tres veces que le fuera quitado dicho aguijón (v. 8), y el Señor le contestó:
“Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). El
Señor le dejó el aguijón a Pablo con el fin de que él tuviera la oportunidad de disfrutar
de Su gracia. En la debilidad de Pablo se perfeccionó el poder de Dios y Su gracia, la cual
suple toda necesidad.
La gracia es el disfrute que tenemos del Dios Triuno en todo lo que El es para nosotros.
Cuando El es nuestra vida, eso es gracia. Cuando El es nuestro poder, eso también es
gracia. La gracia es todo lo que Cristo es para nosotros subjetivamente a fin de que lo
disfrutemos. Necesitamos la gracia a diario y continuamente. Necesitamos disfrutar a
Cristo como nuestra vida, como nuestro poder y como nuestro todo. La gracia es el Dios
Triuno como nuestro deleite. El vino a nosotros para que lo poseamos, experimentemos
y disfrutemos. Cuando lo experimentamos como nuestro disfrute, El llega a ser la gracia
para nosotros.
Ahora llegamos al tema de la verdad [la realidad]. Debido a que nuestra mente está llena
de conceptos naturales con respecto a la verdad, se nos dificulta entender su significado
conforme al Nuevo Testamento. Muchos piensan que la verdad es simplemente la
doctrina. Siempre que leen esta palabra en la Biblia, automáticamente la interpretan de
esa manera. Sin embargo, conforme al Nuevo Testamento, la verdad no se refiere a la
doctrina. Si quiere pruebas de esto, substituya la palabra “verdad” por la palabra
“doctrina” en versículos donde se menciona esta palabra. Al hacer esto, Juan 1:14 diría
que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de doctrina; Juan 1:17 declararía que la
gracia y la doctrina vinieron por medio de Jesucristo; y Juan 14:16 diría que el Señor es
el camino, la doctrina y la vida. ¡Qué ridículo! Sería absurdo afirmar que hemos
aprendido a Cristo conforme a la doctrina que está en Jesús. No obstante, en el concepto
de muchos creyentes, la verdad no es más que doctrina. Otros piensan que se refiere a la
sinceridad. Según este concepto, hablar la verdad equivale a hablar con sinceridad.
Estas definiciones de la gracia y de la verdad pueden ser aplicadas a casi todos los casos
mencionados en los cuatro evangelios, especialmente en los que se hallan en el
Evangelio de Juan. Examinemos dos de ellos: Juan 4 y Juan 8. En ambos capítulos se
menciona la palabra verdad [realidad] (4:23-24; 8:32). Un día, cuando el Señor Jesús se
dirigía de Judea a Galilea, “le era necesario pasar por Samaria” (Jn. 4:4) para
encontrarse con una mujer samaritana inmoral, quien acostumbraba venir al pozo a
sacar agua. Cansado del camino, el Señor se sentó junto al pozo y esperó a que llegara la
mujer samaritana. Cuando el Señor Jesús le pidió agua, ella se quedó sorprendida de
que un judío le pidiera agua a una samaritana, a lo cual el Señor contestó: “Si conocieras
el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido, y El te
habría dado agua viva” (v. 10). Después de que ella le hiciera más preguntas, el Señor
respondió diciendo: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; mas el que beba
del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él
un manantial de agua que salte para vida eterna” (vs. 13-14). ¡Cuánta gracia mostró El
para con ella! Después de gustar de la gracia de Dios, la samaritana pudo comprender
un poco quién era el Señor Jesús. Así que ella no sólo disfrutó a Dios, sino que también
gozó de Su revelación. Cuando el Señor Jesús se encontró con la mujer samaritana, El
era la corporificación de la gracia y la verdad [realidad].
En Juan 8 el Señor conversó con otra mujer pecadora, una mujer que había sido
sorprendida en adulterio. Al venir a ella, Dios vino para ser su disfrute y también se
reveló a ella. El Señor la ayudó a que le recibiera como gracia y a que lo conociera como
el Dios revelado.
Según los evangelios todo aquel que se relacionó con el Señor Jesús de una manera
positiva, recibió gracia y vio la verdad. La gracia que ellos recibieron era Dios mismo, y
la verdad que ellos contemplaron también era Dios. Por consiguiente, Juan dice que de
Su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (1:16). Nosotros recibimos de El las
riquezas de lo que Dios es. El es para nosotros el Dios que recibimos, que
experimentamos y que disfrutamos. Esto es gracia. Después de esto, vemos a Dios y lo
percibimos; esto es la verdad.
Cuando yo era joven, me molestaba el hecho de que Juan mencionara la gracia antes de
la verdad. Pensaba que primero Dios se nos revelaba y luego lo disfrutábamos. Un día vi
que el Señor Jesús viene a nosotros primero como gracia y después como verdad. Al
analizar mi experiencia comprendí que yo había disfrutado a Cristo como gracia mucho
antes de conocerlo como verdad. Muchos disfrutamos a Cristo como gracia y después lo
conocimos como verdad. Esto quiere decir que lo disfrutábamos sin darnos cuenta de lo
que El era. Esto indica que primero disfrutamos y después comprendemos; la gracia
precede a la verdad.
A. La verdad
Apliquemos esto ahora al libro de Efesios. Ya vimos que los elementos básicos
necesarios para aprender a Cristo son la verdad y la gracia. En contraste con el
Evangelio de Juan, en Efesios 4 la verdad precede a la gracia. La verdad no es el
suministro; es el resplandor de la luz. Así que, la verdad es el principio, el patrón, la
norma. Como miembros del Cuerpo de Cristo que se someten a la Cabeza, estamos
aprendiendo a Cristo conforme a la verdad [la realidad] que está en Jesús.
B. La gracia
En todas las cosas necesitamos gracia para llevar una vida conforme a la realidad que
está en Jesús y para ser moldeados a la imagen de Cristo. La gracia es nuestro rico
suministro y disfrute. Si tenemos este suministro y este disfrute, podremos vivir según
la norma del principio de la verdad. Por ello, Pablo presenta la verdad y la gracia como
elementos básicos de su exhortación en el capítulo cuatro.
Junto con estos elementos hay también algunos factores básicos. Por el lado positivo,
están la vida de Dios (v. 18) y el Espíritu de Dios (v. 30).
1. La vida de Dios
Nosotros, en contraste con los gentiles, no estamos ajenos a la vida de Dios. En efecto,
en vez de estar ajenos a la vida de Dios, estamos unidos a la fuente de esta vida. La vida
de Dios ha llegado a ser una fuente dentro de nuestro ser. ¡Aleluya por el suministro de
vida que tenemos en nuestro interior!
2. El Espíritu de Dios
El diablo constituye el factor básico por el lado negativo. En el versículo 27 Pablo nos
exhorta a que no demos lugar al diablo. Aunque tenemos la vida de Dios y al Espíritu de
Dios, el enemigo todavía está al acecho, buscando la oportunidad de aprovecharse de
nosotros o perjudicarnos. Así que tenemos que estar alerta y cuidarnos del enemigo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA
En este mensaje llegamos a 5:1-14, un pasaje de Efesios que abarca el cuarto aspecto de
un andar digno del llamamiento de Dios, a saber, andar en amor y en luz.
El versículo 1 dice: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Pablo habla en
un tono imperativo, es decir, da un mandato; nos ordena que seamos imitadores de
Dios. ¡Qué hecho tan glorioso que por ser hijos amados de Dios podamos ser imitadores
de El! Como hijos de Dios, tenemos Su vida y Su naturaleza. Nosotros imitamos a Dios
no por nuestra vida natural, sino por Su vida divina. Es por medio de la vida de nuestro
Padre, que nosotros Sus hijos podemos ser perfectos como El (Mt. 5:48).
Según el Nuevo Testamento, los creyentes somos hijos de Dios, y como tales, tenemos
Su vida. Juan 1:13 dice que nosotros nacimos de Dios. Nacer de Dios equivale a recibir la
vida de Dios. Además, 2 Pedro 1:4 declara que somos participantes de la naturaleza
divina. Puesto que tenemos la vida y la naturaleza divinas, podemos ser imitadores de
Dios. Imitar a Dios de esta manera es muy diferente a adiestrar a un mono para que
imite a un humano. El mono no tiene la vida ni la naturaleza humanas; en cambio
nosotros tenemos la vida y la naturaleza divinas, y por tanto, podemos ser imitadores de
Dios.
Pablo nos manda a que andemos en amor, como también Cristo nos amó y “se entregó a
Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (5:2). En 4:32 el
apóstol presenta a Dios como el modelo de nuestro andar cotidiano, mientras que en
esta sección, presenta a Cristo como ejemplo de nuestro vivir. En 4:32 Dios en Cristo es
nuestro modelo, pues en este versículo se toman la gracia y la verdad de Dios expresadas
en la vida de Jesús, como elementos básicos. Conforme a 4:32, nosotros debemos
perdonar a otros así como Dios en Cristo nos perdonó; lo cual significa que Dios es
nuestro ejemplo. Pero en el capítulo cinco, Cristo mismo es nuestro ejemplo, pues en esa
sección, los elementos básicos son el amor que Cristo nos expresa (vs. 2, 25) y la luz que
hace resplandecer sobre nosotros (v. 14). Cristo, quien nos amó y se dio a Sí mismo por
nosotros, es el ejemplo de lo que es andar en amor.
Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor
fragante”. En la Biblia, una ofrenda y un sacrificio son dos cosas distintas. La ofrenda se
presenta para que el oferente tenga comunión con Dios, mientras que el sacrificio tiene
como fin redimir del pecado. Cristo se dio a Sí mismo por nosotros como ofrenda para
que tuviéramos comunión con Dios, y se ofreció en sacrificio para redimirnos del
pecado.
Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Aunque se entregó por nosotros,
fue un olor fragante para Dios. Al seguir Su ejemplo, no sólo debemos andar en amor
por el bien de otros, sino también para que nuestra vida sea un olor fragante para Dios.
En los versículos 3 y 4, Pablo menciona algunas cosas que no convienen a santos: “Pero
fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como
conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no
convienen, sino antes bien acciones de gracias”. Nada daña más la humanidad que la
fornicación. La avaricia es un deseo desenfrenado. Cosas perversas como éstas, ni
siquiera se deberían nombrar entre nosotros, como conviene a santos, es decir, a
personas separadas para Dios y saturadas de El, que viven conforme a la naturaleza
santa de Dios.
El versículo 5 dice: “Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo,
o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. La palabra griega
traducida “entendéis” es oida, la cual alude al conocimiento subjetivo, mientras que la
palabra griega traducida “saber” es ginosko y se refiere al conocimiento objetivo.
Debemos conocer subjetiva y objetivamente lo que Pablo dice en el versículo 5. Debemos
comprender que ningún fornicario, inmundo, o avaro tendrá herencia en el reino de
Cristo y de Dios. A los ojos de Dios, el avaro es un idólatra, uno que adora ídolos.
En este versículo Pablo habla del reino de Cristo y de Dios. El reino de Cristo es el
milenio (Ap. 20:4, 6; Mt. 16:28), además es el reino de Dios (Mt. 13:41, 43). Los
creyentes entraron al reino de Dios por medio de la regeneración (Jn. 3:5), y hoy viven
en él en la vida de iglesia (Ro. 14:17). Sin embargo, no todos los creyentes, sólo los
vencedores, participarán en el milenio. Los impuros, los derrotados, no tendrán
herencia en el reino de Cristo y de Dios, en el siglo venidero.
Según Juan 3 todos los que han sido regenerados están en el reino de Dios. Romanos
14:17 indica también que en la vida de iglesia actual estamos en el reino de Dios. Sin
embargo, el milenio será el reino en una manera que es más práctica de lo que
experimentamos hoy en la vida de iglesia. Sólo durante el milenio el reino de Cristo llega
a ser también el reino de Dios. Por consiguiente, la frase: “El reino de Cristo y de Dios”
no se refiere al reino actual en la vida de iglesia, sino a la manifestación del reino en el
milenio venidero. Hoy todos los creyentes están en el reino de Dios, pero no todos
tendrán herencia en el reino milenario. Aunque tanto los derrotados como los
vencedores pueden estar en la iglesia como reino de Dios hoy, sólo los vencedores
heredarán el reino durante el milenio. Los fornicarios, los inmundos y los avaros no
tendrán parte en el reinado de Cristo en el milenio.
V. LA IRA DE DIOS VIENE SOBRE
LOS HIJOS DE DESOBEDIENCIA
El versículo 6 añade: “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene
la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia”. La ira de Dios vendrá sobre los hijos de
desobediencia principalmente a causa de las tres cosas malignas mencionadas en el
versículo 3. Los hijos de desobediencia son los incrédulos. Nosotros, los creyentes,
somos los hijos amados de Dios. No obstante, algunos hijos de Dios se comportan como
si fueran hijos de desobediencia. Por lo tanto, la ira de Dios vendrá sobre ellos. Por esta
razón, en el versículo 7 Pablo dice: “No seáis, pues, partícipes con ellos”. Debemos ser
buenos imitadores de Dios y no participar de nada que sea inmundo.
En el versículo 8 Pablo dice: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz
en el Señor; andad como hijos de luz”. Nosotros en otro tiempo no sólo estábamos en
tinieblas, sino que éramos las tinieblas mismas. Ahora no solamente somos hijos de luz,
sino la luz misma (Mt. 5:14). Así como Dios es luz, Satanás es tinieblas. Eramos tinieblas
porque éramos uno con Satanás. Ahora somos luz porque somos uno con Dios en el
Señor.
En este versículo, Pablo nos exhorta a andar “como hijos de luz”. Como Dios es luz, así
también nosotros, Sus hijos, somos los hijos de luz. Por ser ahora luz en el Señor,
debemos andar como hijos de luz.
En el versículo 2 Pablo nos pide que andemos en amor, y en el versículo 8, que andemos
como hijos de luz. Los primeros siete versículos de este capítulo abarcan el tema del
amor. Si andamos en amor, nos guardaremos de la inmundicia. Andar en amor es andar
en intimidad con Dios. Un ejemplo de este andar se ve en la íntima relación que existe
entre una madre y su hija. Algunas jóvenes disfrutan de un amor especial e íntimo con
sus madres. Ellas aman todo lo que sus madres aman. Por el amor que les tienen no
hacen nada que contradiga el sentir de sus madres; antes bien, andan en un íntimo amor
para con ellas. En el mismo principio, nosotros tenemos una relación íntima con el
Padre. Los que hemos recibido gracia, podemos, en el Hijo, contactar al Padre. En la
presencia del Padre no sólo disfrutamos la gracia, la expresión del amor, sino también el
amor mismo. Experimentamos este amor de una manera muy íntima. Puesto que
disfrutamos el amor de Dios de una manera tan íntima, no deseamos hacer nada que
disguste a nuestro Padre. El Padre aborrece la fornicación, la inmundicia y la lujuria. Si
nosotros andamos en amor, nos mantendremos alejados de esas cosas. Por amor al
Padre, no haremos nada que contriste Su corazón. ¡Qué andar tan tierno y delicado!
Esto no es simplemente vivir por la gracia; es andar en amor. Siempre debemos
recordar que somos hijos de Dios y, como tales, disfrutamos de Su amor. Somos santos
separados para El y saturados de El. Por ello, en nuestro andar diario siempre debemos
preocuparnos por los sentimientos del Padre, porque vivimos íntimamente en Su tierno
amor.
La relación entre una madre y su hijo muestra un ejemplo de la diferencia entre el amor
y la gracia. A veces el niño desea que su mamá le dé algo, pero en otras ocasiones,
simplemente quiere que su madre lo abrace tiernamente. Recibir de parte de la madre
algo que exprese su amor es gracia, mientras que descansar en los brazos amorosos de
ella es una muestra de amor. Siguiendo el mismo principio, nosotros hemos recibido
gracia, la cual es la expresión del amor del Padre; pero cuando vamos al Padre en
comunión, entramos en Su amor, el cual es el origen de Su gracia.
No sólo debemos actuar conforme a la verdad y por medio de la gracia, sino también en
amor y bajo la luz. Andar en amor y en luz es más profundo y más tierno que vivir
conforme a la verdad y por medio de la gracia.
Después de que Pablo nos exhortó a andar como hijos de luz, en el versículo 9, él inserta
un paréntesis con respecto al fruto de la luz, diciendo que “el fruto de la luz consiste en
toda bondad, justicia y verdad”. La bondad es la naturaleza del fruto de la luz; la justicia
es la manera o el procedimiento por el cual se produce el fruto de la luz; y la verdad es la
realidad, la expresión real del fruto de la luz. Esta expresión es Dios mismo. El fruto de
la luz debe ser bueno en naturaleza, justo en procedimiento y real en expresión, de
modo que Dios sea expresado como la realidad de nuestro andar diario.
Es muy significativo que al hablar del fruto de la luz, Pablo menciona solamente tres
cosas: bondad, justicia y verdad. El no habla de santidad, benignidad ni de humildad.
Esto se debe a que el fruto de la luz, el cual consiste en bondad, justicia y verdad, está
relacionado con el Dios Triuno. La bondad se refiere a la naturaleza del fruto de la luz.
En una ocasión, el Señor Jesús indicó que Dios es el único bueno (Mt. 19:17). Así que, la
bondad en este contexto se refiere a Dios el Padre. Dios el Padre, quien es la bondad
misma, es la naturaleza del fruto de la luz.
Debemos notar que Pablo no habla de la obra ni del comportamiento de la luz, sino del
fruto de la luz. El fruto hace alusión a la vida y su naturaleza. Dios el Padre es la
naturaleza del fruto de la luz.
La verdad es la expresión del fruto de la luz. Este fruto debe ser real, es decir, debe ser la
expresión de Dios, el resplandor de la luz que está oculta. Sin duda, esta verdad se
refiere al Espíritu de realidad, el tercero del Dios Triuno. Por consiguiente, los tres, el
Padre como bondad, el Hijo como justicia y el Espíritu como verdad, como realidad,
están relacionados con el fruto de la luz.
En el versículo 9 se define en qué consiste el andar como hijos de luz. Si andamos como
hijos de luz, produciremos el fruto al que se refiere el versículo 9. El fruto que llevamos
al andar como hijos de luz debe ser en bondad, en justicia y en verdad. La prueba de que
andamos como hijos de luz se ve en el hecho de que llevemos tal fruto.
Es muy difícil reprender o poner de manifiesto a alguien. Por lo general las personas
rechazan toda reprimenda y se enojan con quienes las reprenden. En la naturaleza
humana caída del hombre hay un elemento que rechaza que se le reprenda, que se le
repruebe, o que se ponga de manifiesto su condición. Así que, en lo que sea posible,
debemos evitar exponer o reprender a otros. Sin embargo, a veces es necesario hacerlo.
En esas ocasiones, el que reprende debe estar seguro de que él mismo está limpio de
toda impureza. Debe ser como un cirujano que antes de intervenir quirúrgicamente a
una persona, se purifica a sí mismo de todo microbio. Si nosotros mismos no estamos
purificados, no seremos aptos para “operar” a nadie reprendiéndole o poniéndole de
manifiesto, pues nuestros microbios pueden contaminar al reprendido. La razón por la
cual la reprensión no es eficaz se debe a la falta de pureza por parte del que reprende.
Por ello, inmediatamente después de la “cirugía” aparece una infección. Antes de
reprender o sacar a luz la condición de alguien, debemos purificarnos e incluso
esterilizarnos. Nuestros pensamientos, motivos, sentimientos e intenciones tienen que
ser limpios. Debemos purificar nuestro espíritu y nuestro corazón. Este es uno de los
aspectos relacionados con la reprensión.
Otro aspecto tiene que ver con el que recibe la exhortación o reprimenda. Si somos
reprendidos por alguien, no debemos tratar de discernir si el que nos reprendió es puro
o no. Simplemente recibamos la reprimenda, aceptémosla. Si lo hacemos, seremos
bendecidos; seremos despertados del sueño, y Cristo nos alumbrará. Cristo nos ilumina
por medio de cada reprensión, sea pura o impura, limpia o inmunda. Cada vez que
seamos reprendidos, debemos decir: “Señor, te adoro por iluminarme. En esta
reprimenda veo Tu iluminación, y la recibo”. Recibir la reprensión es andar en la luz.
Esto significa que si no estamos dispuestos a ser reprendidos, andamos en tinieblas. Si
de verdad andamos en la luz, seremos beneficiados cuando seamos reprendidos.
X. DESPERTAR Y LEVANTARNOS
En este mensaje hablaremos de cómo llevar una vida en la que somos llenos en el
espíritu. Pablo habla de esto en 5:15-21.
I. EL QUINTO ASPECTO DE UN
ANDAR DIGNO DEL LLAMAMIENTO DE DIOS
Ser llenos en el espíritu (v. 18) significa ser llenos en nuestro espíritu regenerado, en el
espíritu humano, en el cual mora el Espíritu de Dios. Nuestro espíritu no debe estar
vacío; debe estar lleno de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de
Dios (3:19). Todo lo que se menciona en 5:18—6:9 está ligado al hecho de estar llenos en
el espíritu. Muchos de los que leen este capítulo enfocan su atención en detalles tales
como el que la esposa debe someterse al esposo y que el esposo debe amar a su esposa,
pero no ven la fuente de todas estas virtudes, a saber, ser llenos en el espíritu. Al estar
llenos de Cristo en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios, las esposas se
someterán a sus maridos, los maridos amarán a sus esposas, los padres cuidarán a sus
hijos, los esclavos obedecerán a sus amos y los amos tratarán debidamente a sus
esclavos. Todo esto es el fruto de estar llenos en el espíritu.
Ya mencionamos que llevar una vida en la que somos llenos en el espíritu constituye el
quinto aspecto de un andar digno del llamamiento de Dios. El primer aspecto es guardar
la unidad por causa de la vida del Cuerpo, la vida de iglesia. El segundo aspecto es crecer
en todas las cosas en Cristo, quien es la Cabeza, por causa de la edificación del Cuerpo.
Después de esto, aprendemos a Cristo al ser puestos en el molde, la norma de una vida
que concuerda con la realidad que está en Jesús. Nosotros los cristianos tenemos una
norma alta y un principio elevado, y éstos gobiernan nuestro diario andar. Aprender a
Cristo es tomarlo a El como nuestra norma y tomar Su vida como el principio básico que
nos gobierna. En cuarto lugar, una vida digna del llamamiento de Dios es una vida de
amor y luz. Debemos vivir no sólo conforme a la verdad y por la gracia, sino también en
luz y en amor. Tenemos que ser los que viven en intimidad con Dios y andan en Su
presencia. Nuestra vida diaria debe concordar con el corazón de Dios y con Su
presencia. Si tenemos estos cuatro aspectos, espontáneamente seremos llenos en
nuestro espíritu.
Estos cinco aspectos llevan una secuencia maravillosa. Primero, guardamos la unidad, y
después crecemos en Cristo. Luego aprendemos a Cristo y vivimos en amor y en luz.
Después, somos llenos espontáneamente en nuestro espíritu con las riquezas de Cristo
hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Como resultado de llenarnos interiormente,
brotarán la sumisión, el amor, la obediencia, el cuidado y todos los demás atributos
necesarios para una vida cristiana, una vida de iglesia, una vida familiar y una vida
comunitaria apropiadas. Por consiguiente, el quinto aspecto de un andar digno del
llamamiento de Dios es producto de los primeros cuatro, es decir, es el resultado de
guardar la unidad, crecer en Cristo, aprender a Cristo y vivir en amor y en luz. ¡Qué vida
tenemos cuando manifestamos los cinco aspectos de un andar digno! Si estamos llenos
interiormente hasta la medida de toda la plenitud de Dios, no habrá problemas en el
hogar, en la iglesia, ni en la comunidad. Este es el punto crucial de este mensaje.
El versículo 15 dice: “Mirad, pues, atentamente cómo andéis, no como necios sino como
sabios”. La palabra “pues” indica que el versículo 15 es la conclusión de los versículos del
1 al 14. Si andamos en amor y en luz, no andaremos como necios, sino como sabios. Los
necios son los gentiles del capítulo cuatro, mientras que los sabios son los amados hijos
de Dios.
Debemos redimir el tiempo porque los días son malos. En este siglo maligno (Gá. 1:4),
cada día es un día malo, lleno de cosas perniciosas que nos roban y arrebatan nuestro
tiempo y nos llevan a usarlo de manera inadecuada. Por esto debemos andar sabiamente
y redimir el tiempo, aprovechando cada oportunidad. Si no lo hacemos,
desperdiciaremos el tiempo. Muchas cosas malignas se presentarán para distraernos y
estorbarnos. Es posible que seamos distraídos por llamadas telefónicas, cartas o
personas que nos visitan. Tal vez estemos disfrutando la presencia del Señor y de
repente recibamos un ataque a través de una llamada telefónica negativa. Ya que los días
son malos, tenemos que estar alerta y aprovechar cada oportunidad disponible.
El versículo 17 añade: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad
del Señor”. La mejor manera de redimir nuestro tiempo es entender cuál es la voluntad
del Señor. No conocer la voluntad del Señor es la principal causa por la cual
desperdiciamos el tiempo.
En el versículo 18 Pablo declara: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución;
antes bien, sed llenos en el espíritu”. Embriagarnos con vino es llenarse en el cuerpo,
mientras que ser llenos en nuestro espíritu regenerado es ser llenos de Cristo (1:23)
hasta la medida de la plenitud de Dios (3:19). Embriagar el cuerpo con vino nos trae
disolución, pero ser llenos de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios nos
hace rebosar de El, y, como resultado, hablamos, cantamos, salmodiamos, damos
gracias a Dios y nos sometemos unos a otros. Día tras día necesitamos ser llenos en
nuestro espíritu de todas las riquezas de Cristo.
A. Hablar, cantar y salmodiar
Los versículos del 19 al 21 están relacionados con las palabras “sed llenos en el espíritu”
del versículo 18. Los salmos, himnos y cánticos espirituales no sólo se pueden cantar y
salmodiar, sino que también se pueden usar para hablarnos los unos a los otros. Hablar,
cantar y salmodiar de esta manera no sólo representa el rebosamiento de alguien que
está lleno en su espíritu, sino que también constituye la manera de ser llenos en el
espíritu. Los salmos son poemas largos, los himnos son más cortos y los cánticos
espirituales son aún más cortos. Todos son necesarios para que nos llenemos del Señor y
rebosemos de El en nuestra vida cristiana.
Según el Nuevo Testamento, los salmos, los himnos y los cánticos espirituales no sólo se
deben cantar, sino también proclamar. Algunas veces somos inspirados al cantar los
himnos, pero en otras ocasiones, las palabras del himno que proclamamos estando
llenos de pneuma pueden ser más inspiradoras. Si estamos vacíos, si nos falta pneuma,
lo que hablemos no inspirará a nadie. Pero si estamos llenos de pneuma, nuestras
palabras causarán impacto e inspirarán a otros. Esto no es elocuencia; es hablar con
impacto.
En 1967 visité la iglesia de Yakarta, Indonesia. En una de las reuniones sugerí que los
santos no sólo cantaran los himnos, sino que también los proclamaran, conforme a
Efesios 5:19. De inmediato lo pusimos en práctica, y aquella proclamación fue
maravillosa, llena del Espíritu Santo.
A veces es necesario practicar esto en las reuniones; por supuesto, sin hacer de ello una
legalidad. Antes de cantar un himno, podemos hablárnoslo unos a otros. Los hermanos
declaran la primera línea y las hermanas responden con la segunda línea. Sin embargo,
debemos tener cuidado de no caer en un formalismo. Tengo que reconocer que algunas
de nuestras reuniones no son tan vivientes como deberían ser. Así que, debemos
experimentar de forma viviente al Espíritu cuando cantamos y hablamos.
B. Dar gracias
El versículo 20 añade: “Dando siempre gracias por todo a nuestro Dios y Padre, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Debemos darle gracias a Dios el Padre, no sólo en
los tiempos buenos, sino en todo tiempo, y no sólo por las cosas buenas, sino por todas
las cosas. Aun en los peores momentos debemos darle gracias a nuestro Dios y Padre.
Este versículo nos dice que demos gracias en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. La
realidad del nombre del Señor es Su persona. Estar en Su nombre es estar en Su
persona, en el Señor mismo. Esto implica que debemos darle gracias a Dios siendo uno
con el Señor.
En el versículo 21, Pablo habla de estar “sujetos unos a otros en el temor de Cristo”.
Someternos unos a otros también es una manera de ser llenos del Señor en el espíritu y
es también lo que rebosa cuando estamos llenos. La sujeción debe ser mutua, los unos a
los otros; no sólo los jóvenes a los mayores, sino también los mayores a los jóvenes (1 P.
5:5).
Una vida de hablar, cantar, salmodiar y dar gracias, es una vida de sujeción. Cuando
hablamos, cantamos, salmodiamos y damos gracias en el nombre del Señor Jesucristo,
estamos dispuestos a someternos los unos a los otros. Todos nos sometemos a Cristo, la
Cabeza, y también al Cuerpo. Pero este sometimiento es fruto de una vida en la que
hablamos, cantamos, salmodiamos y damos gracias, lo cual a su vez es el resultado de
ser llenos en el espíritu. Cuando estamos llenos en nuestro espíritu, cantamos,
salmodiamos, hablamos, damos gracias. Además, nos sometemos espontáneamente. No
obstante, si no estamos llenos, no hablaremos, no cantaremos, no salmodiaremos, no le
daremos gracias a Dios, y consecuentemente, no nos someteremos los unos a los otros.
Los miembros normales de una iglesia son aquellos que se someten unos a otros como
resultado de llevar una vida en la que, desde lo más recóndito de su ser, hablan, cantan,
salmodian y dan gracias a Dios. Su modo de vivir se basas en ser llenos en el espíritu de
todas las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y DOS
En 4:1-24 Pablo presenta el principio básico de una vida digna del llamamiento de Dios.
Este principio consiste en que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del
nuevo. De 4:25 a 6:9 Pablo presenta los detalles de un vivir adecuado. Si deseamos
cumplir todos estos requisitos, necesitamos vivir conforme a la verdad y por la gracia.
Además, debemos andar en amor y en luz, y ser llenos en nuestro espíritu. Como ya
mencionamos, ser llenos en el espíritu es un aspecto de una vida digna del llamamiento
de Dios.
La relación entre una mujer y su marido está relacionada con el ser llenos en el espíritu;
es un aspecto de la vida diaria de personas que están siendo llenas en el espíritu hasta la
medida de toda la plenitud de Dios. Por ello, cuando hablamos de la relación conyugal,
no debemos olvidar este hecho, pues la única manera de llevar una vida matrimonial
adecuada consiste en ser llenos en el espíritu.
El versículo 22 dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”.
Esto constituye un aspecto de la sujeción implícita en el versículo 21. En su exhortación
referente a la vida matrimonial, el apóstol se dirige primero a las esposas, pues ellas,
como le sucedió a Eva en Génesis 3, se desvían del camino correcto con mayor facilidad
que los esposos.
Según el mismo principio, Pablo se dirige a los hijos antes que a los padres, y a los
esclavos antes que a los amos. En cuanto a la relación entre hijos y padres, la mayoría de
los problemas los provocan los hijos, no los padres. Son los hijos los que desobedecen a
los padres; con todo, en la práctica, los padres obedecen a sus hijos. Pasa lo mismo en el
caso de las casadas y sus maridos. Maridos, en su vida matrimonial, ¿quién obedece más
a quién, ustedes a su mujer o su mujer a ustedes? Posiblemente la mayoría contestará
que ellos obedecen más a sus esposas que sus esposas a ellos. Tal vez piense que no es
correcto que los maridos obedezcan a sus esposas o que los padres obedezcan a sus
hijos; pero, aunque esto pueda parecer contradictorio doctrinalmente, en la práctica
sucede así. Si los maridos no saben obedecer a sus esposas, no tendrán una vida
matrimonial pacífica. Un marido que no obedece a su mujer, no sabe cómo
compadecerse de ella ni amarla. Si un marido desea amar a su mujer, tiene que
compadecerse de ella e incluso obedecerla. La obediencia es lo único que engendra
obediencia. La obediencia es el precio que se paga para obtener obediencia de parte de
los demás. Si un marido nunca obedece a su mujer, será muy difícil que ella le obedezca
a él.
En 1 Pedro 3:7 vemos que las mujeres son vasos más frágiles. Por esta razón, Pablo se
dirige primero a ellas en Efesios 5. En su exhortación dirigida a esposas y esposos, a
hijos y padres, y a esclavos y amos, Pablo se dirige primero a la parte más débil y luego a
la parte más fuerte. Los fuertes no deben imponer exigencias a los débiles. Un marido
que comprende que su mujer es un vaso más frágil, no demandará de ella nada.
Lo que hemos expresado hasta ahora no anula el obvio hecho escrito en 5:22, que
establece que la mujer debe someterse a su marido. Todos conocemos muy bien esta
exhortación y no es necesario añadir nada para fortalecerla o intensificarla.
En el versículo 22 Pablo exhorta a las casadas a que estén sujetas a sus propios maridos.
La mayoría de las casadas aprecian y respetan a los maridos de otras; por eso el apóstol
exhorta a las casadas a que se sujeten a sus propios maridos, sin importar qué clase de
maridos sean.
Lo que Pablo expresa acerca de que las mujeres deben someterse a sus propios maridos
pone de manifiesto la tendencia de las casadas a comparar a sus maridos con los
maridos de las demás. Los maridos tienden a hacer lo mismo con sus esposas. Si
carecemos de la gracia y no vivimos bajo la luz de Dios, haremos tales comparaciones.
Esto es obra de la astucia de Satanás, quien quiere perjudicar la vida marital. Es posible
que durante el cortejo usted haya pensado que el hombre con quien se casaba era el
mejor. Pero después de casarse comenzó a compararlo con otros. Por esta razón, Pablo
exhorta a las casadas a que se sometan a sus propios maridos y que no hagan
comparaciones.
Según el mismo principio, cuando Pablo se dirigió a los maridos, los exhortó a que
amaran a sus propias mujeres (vs. 28, 33), lo cual indica que ellos no debían
compararlas con las esposas de otros. Debemos aborrecer tales comparaciones, porque
provienen de Satanás, nuestro enemigo, y pueden conducir a la separación e incluso al
divorcio. Si queremos llevar una vida digna del llamamiento de Dios, una vida conforme
a la verdad, por la gracia y en amor y en luz, no debemos comparar a nuestro cónyuge
con otros. Más bien, las mujeres casadas deben someterse a sus propios maridos, y los
maridos deben amar a sus propias mujeres.
B. Como al Señor
Según lo dicho por Pablo en el versículo 22, las casadas deben someterse a sus propios
maridos “como al Señor”. Las casadas deben darse cuenta de que a los ojos de Dios, el
marido representa al Señor. La esposa debe someterse a su propio marido porque, en la
vida matrimonial, él es como el Señor. Dudo que muchas hermanas casadas consideren
a sus esposos como al Señor. Actualmente la vida matrimonial se halla en un estado
deplorable, lleno de desobediencia y rebelión. No obstante, así como Cristo es Cabeza de
la iglesia y el Salvador del Cuerpo, las casadas deben someterse a sus propios maridos
como al Señor. Sara, la esposa de Abraham, fue un buen ejemplo de esto. Según 1 Pedro
3:6, ella “obedecía a Abraham, llamándole señor”.
Además las casadas deben tomar a sus maridos por cabeza. El versículo 23 dice: “Porque
el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es Cabeza de la iglesia, siendo El mismo
el Salvador del Cuerpo”. Como cabeza de la mujer, el marido tipifica a Cristo, quien es la
Cabeza de la iglesia. Además de ser el Salvador del Cuerpo, Cristo es también la Cabeza
de la iglesia. El hecho de que El sea el Salvador es cuestión de amor; mientras que el que
El sea la Cabeza tiene que ver con la autoridad. Nosotros amamos a Cristo como nuestro
Salvador, pero también debemos estar sujetos a El como nuestra Cabeza. Lo mismo
debe suceder en la relación entre las mujeres y los maridos.
D. En todo
El versículo 24 añade: “Mas, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas
lo estén a sus maridos en todo”. El pensamiento que está implícito en estas palabras es
que aunque los maridos no son el salvador de sus mujeres, como Cristo lo es de la
iglesia, las casadas de todos modos deben estar sujetas a sus maridos así como la iglesia
lo está a Cristo. Según lo que Dios ordenó, la sujeción de la mujer a su marido debe ser
completa, sin condición alguna. Esto no significa que ellas deban obedecer a su marido
en todo. Obedecer es diferente a someterse. En cosas pecaminosas, en cosas que van en
contra de Dios, las mujeres no deben obedecer a sus maridos. Sin embargo, ellas deben
seguir sujetas a ellos.
E. Deben temer al marido
En el versículo 33 Pablo dice que la mujer “tema a su marido”. Puesto que la esposa
debe respetar a su marido por ser la cabeza, aquel que tipifica a Cristo, la Cabeza de la
iglesia, ella debe temer a su marido con el temor de Cristo (v. 21). Como cabeza de la
mujer, el marido representa al Señor. Por esta razón, la mujer debe temer al marido.
Pablo exhorta a los maridos a que amen a sus mujeres. Lo opuesto a estar sujeto es
regir; sin embargo, el apóstol no exhorta a los maridos a que rijan a sus mujeres, sino a
que las amen. En la vida matrimonial, la obligación de la esposa es estar sujeta y la del
marido es amar. La sujeción de la esposa más el amor del esposo constituyen la vida
matrimonial adecuada, y tipifican la vida de iglesia normal, en la cual la iglesia está
sujeta a Cristo y Cristo ama a la iglesia.
El versículo 25 declara: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella”. El amor del marido hacia su esposa debe
parecerse al amor que Cristo siente por la iglesia, o sea que él debe estar dispuesto a
entregarse a sí mismo por su mujer.
El requisito para el marido es mucho mayor que lo que se le pide a la mujer. Someterse a
una persona no es tan difícil como entregarse a sí mismo por ella. Entregarse por
alguien equivale a morir como mártir, a sacrificar su vida por él. Los maridos deben
amar a sus mujeres a ese grado; deben estar dispuestos a pagar un gran precio, aun el de
morir por ellas.
El versículo 28 dice: “Así también los maridos deben amar a sus propias mujeres como a
sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”. En este versículo,
Pablo habla dos veces de que los maridos deben amar a sus propias mujeres. Como ya
dijimos, esto indica que un marido debe amar a su mujer sin compararla con las demás.
Pablo exhorta a los maridos a que amen a sus propias esposas como a sus mismos
cuerpos. Todos aman su cuerpo. Un marido debe considerar a su esposa como parte de
su cuerpo y cuidarla como si ella fuera su propio cuerpo.
1. Sustentar
El versículo 29 añade: “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida con ternura, como también Cristo a la iglesia”. Nosotros
manifestamos amor por nuestro cuerpo sustentándolo y cuidándolo con ternura.
Sustentar es alimentar. En cuanto al alimento físico, la mujer es la que nutre al marido.
Es algo anormal que el esposo cocine para la esposa. Sin embargo, en lo espiritual, los
maridos deben sustentar a sus mujeres. Así como se come en beneficio del cuerpo, es
necesario que el marido cocine algo del Señor para su mujer. Al hacer esto, el marido
considera a su esposa como parte de su cuerpo. El esposo debe sustentar a su esposa,
tomar cuidado de sus necesidades, así como cuida de las necesidades de su cuerpo. Ha
esto alude la palabra “sustenta” en el versículo 29.
Los maridos también deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos cuidándolas
con ternura. Cuidar con ternura es criar y abrigar con cuidado tierno. Así cuida Cristo a
la iglesia, Su Cuerpo. Cuidar algo con ternura es abrigarlo tierna y dulcemente. Es
suavizar algo proporcionando un calor tierno. Por ejemplo, un ave suaviza a sus avecillas
con el calor de su cuerpo, abrigándolas bajo sus alas. Bajo ese arrullo, las avecillas son
calentadas tiernamente. El calor del amoroso abrazo de la madre suaviza y calienta a las
frías avecillas.
Algunas esposas son como aves frías. Ellas nunca discuten con sus maridos ni se enojan
con ellos, pero se vuelven frías para con ellos. Tal vez hasta usen la frialdad como un
arma para subyugarlos. Es entonces que el marido debe calentar y suavizar con ternura
a su mujer, tal como un ave abraza a sus pajaritos y los calienta. Esto es cuidar con
ternura. Un hermano que por la gracia y en amor cuida con ternura a su mujer de esta
manera, indudablemente será un buen marido.
El calor que se trasmite por un cuidado tierno no quema a otros; antes bien, los conforta
con ternura e incluso derrite sus corazones. Esto es exactamente lo que el Señor hace
con nosotros en la iglesia. Aunque amamos al Señor, algunas veces nos volvemos “aves
frías”. Tal vez no nos rebelemos contra El, pero sí nos enfriamos. En esas ocasiones, el
Señor nos abraza extendiendo Sus alas sobre nosotros para calentarnos. Por medio de
Su calor, calienta a las “aves frías” y derrite sus corazones endurecidos. Así muestra el
Señor el tierno amor que siente por Su Cuerpo.
Para llevar una vida matrimonial adecuada, el hombre debe dejar a su padre y a su
madre y unirse a su mujer para ser una sola carne con ella. El hombre y la mujer se
casan para formar su propia vida matrimonial, no por causa de la vida familiar de sus
padres. Ni los padres de la mujer ni los del marido deben interferir en ese matrimonio.
Un matrimonio que vive con los padres del marido o con los de la mujer contradice
rotundamente el principio bíblico y perjudica la vida matrimonial. Conforme a los
principios bíblicos, un hombre debe dejar a su padre y a su madre y ser uno con su
mujer. Este principio, por supuesto, se aplica también a la mujer. Conozco a algunas
jóvenes que se comprometieron con su pareja con la condición de que después de
casarse vivieran con sus padres. Esto es incorrecto. Sólo se puede lograr una vida
conyugal apropiada cuando tanto el marido como la mujer dejan a sus padres. Esto es lo
que enseña la Palabra de Dios.
Finalmente, en el versículo 28 Pablo dice que el marido debe amar a su mujer como a su
propio cuerpo. Y añade: “El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”. El versículo 33
recalca nuevamente este punto, lo cual muestra la profundidad del amor que un marido
debe tenerle a su esposa.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y TRES
Muchos cristianos saben que el marido y la esposa son un tipo de Cristo y la iglesia; sin
embargo, la mayoría de ellos conocen este tipo sólo de manera superficial. Lo que saben
de este misterioso tipo no toca su ser ni afecta su modo de vivir. Debemos sumergirnos
en las profundidades de lo que este tipo representa de manera que él transforme nuestro
ser y nuestra vida.
Génesis 2:24 indica que el hombre y su esposa son una sola carne. No debemos
considerar al hombre y la mujer como dos personas separadas, sino como una sola
persona, como dos mitades de una sola unidad. El marido y su mujer, una unidad
completa, forman un maravilloso cuadro de Cristo y la iglesia, quienes son una sola
entidad.
Debido a que en todo el universo no se halló una pareja para Cristo, Dios hizo morir a
Cristo en la cruz y mientras dormía allí, le fue abierto Su costado, del cual salió sangre y
agua (Jn. 19:34). Puesto que en Génesis 2 no había surgido el problema relacionado con
el pecado, ese capítulo sólo hace mención de que la costilla fue tomada de Adán; no dice
nada acerca de la sangre. Pero en Juan 19, debido a que ya existía el pecado, se
menciona la sangre, la cual resuelve el problema del pecado. El agua que salió del
costado de Cristo representa la vida que fluye de Cristo, la vida eterna, la cual produce a
la iglesia. Esta vida también es tipificada por la costilla de Adán. Según Juan 19, ninguno
de los huesos del Señor fue roto cuando El estuvo en la cruz. Esto sucedió en
cumplimiento de la Escritura que dice: “El guarda todos sus huesos. Ni uno de ellos será
quebrantado” (Sal. 34:20). Los huesos no quebrantados de Cristo tipifican Su vida
eterna inquebrantable. Es con esta vida, con la vida eterna, que la iglesia se edifica como
novia, como complemento, preparado para Cristo. Al ser edificada la novia, Cristo
obtiene la iglesia como complemento Suyo.
Ya mencionamos que Eva poseía la misma vida y naturaleza que Adán, y que esto
significa que la iglesia tiene la misma vida y naturaleza que Cristo. Además, así como
Eva tenía la misma imagen de Adán, la iglesia lleva la misma imagen que Cristo. Aún
más, en estatura, Eva y Adán eran casi iguales. Esto indica que la iglesia tiene la misma
estatura que Cristo.
Adán y Eva forman una unidad completa. Según el mismo principio, Cristo y la iglesia
también constituyen una unidad completa. La iglesia es la otra mitad de Cristo. Adán y
Eva llegaron a ser una sola carne, pero Cristo y la iglesia son un solo espíritu (1 Co. 6:17).
Por eso podemos decirle al Señor: “Señor Jesús, sin la iglesia, Tú sólo eres una mitad; no
estás completo. De igual manera, sin Ti, nosotros tampoco estamos completos”.
¡Alabado sea el Señor porque cuando Cristo y la iglesia se unen, ellos conforman una
unidad completa!
En la iglesia no hay lugar para nuestra vida natural ni para nuestra naturaleza humana
caída. La vida y la naturaleza humanas no son competentes como para corresponder a
Cristo. Para ser el complemento de Cristo, debemos ser uno con El en vida y naturaleza.
Esto significa que Cristo y la iglesia como una sola unidad tienen la misma vida y
naturaleza. Además, Cristo y la iglesia poseen la misma imagen y la misma estatura. Sin
embargo, no debemos conocer esto meramente como una doctrina, sino como una
visión celestial. Tenemos que ver por qué debemos recibir a Cristo como nuestra vida y
participar de Su naturaleza divina, y por qué debemos ser transformados en Su imagen
de gloria en gloria. Además, debemos ver que, como complemento de Cristo,
necesitamos llegar a la medida de la estatura de Su plenitud. Si tenemos esta visión,
podremos entender el tipo de Cristo y la iglesia descrito en Efesios 5.
Ahora debemos ver cómo Cristo sustenta y cuida con ternura a la iglesia. Ser sustentado
consiste en que algo entra en nuestro ser y satisface nuestra necesidad. Así que, el
sustento proviene de un suministro. Sin suministro es imposible que haya alimentación.
Cristo sustenta a la iglesia con todas las riquezas del Padre. Cristo es la corporificación
de la plenitud de la Deidad; por ende, todas las riquezas de Dios están en El, y El
disfruta estas riquezas. Luego El nutre a la iglesia con las mismas riquezas de la Deidad
que El mismo ha disfrutado.
Esto lo comprueba Juan 15. En este capítulo el Señor Jesús dice que El es la vid y que el
Padre es el labrador. El Padre es el labrador, el agricultor, y nosotros los creyentes
somos los pámpanos. La vid sustenta a los pámpanos con lo que absorbe del suelo. Dios
el Padre es el suelo, el agua y el todo para Cristo, quien es la vid. La vid absorbe las
riquezas del suelo y del agua, las digiere y luego las trasmite a los pámpanos. En esto
consiste la alimentación. Cristo sustenta a la iglesia con las riquezas del Padre que El
mismo ha absorbido y asimilado. Al sustentar a la iglesia, El satisface la necesidad
interior de ella.
Es correcto afirmar que Cristo sustenta a la iglesia con Su vida y con Su Palabra; sin
embargo, ni la vida ni la Palabra son la fuente; la fuente es el Padre. Lo que Cristo recibe
del Padre llega a ser la vida y el suministro vital que se hallan en la Palabra. Por ello, la
Palabra es la palabra de vida, incluso el pan de vida, el suministro de vida. Si queremos
ser sustentados por Cristo, debemos permanecer en El y absorber Su vida y el
suministro vital de ésta. Si deseamos experimentar esto de manera práctica, diariamente
debemos tocar la Palabra viva, porque ella es la corporificación de la vida y del
suministro de vida. Cuanto más permanecemos en el Señor y tenemos contacto con la
Palabra, más El nos sustenta. Es de esta manera que Cristo nutre a la iglesia.
A medida que somos sustentados con la vida y el suministro de vida, crecemos y somos
purificados. En el siguiente mensaje veremos que la palabra que sustenta, también lava
y limpia. Es semejante al agua que bebemos, la cual limpia las fibras de nuestro ser. Al
permanecer en el Señor y recibir las riquezas del Padre, y al leer la Palabra y recibir la
vida y el suministro de vida, somos nutridos por Cristo. Así sustenta Cristo a Su amada
iglesia.
Cuidar con ternura y nutrir son la porción de la iglesia y deben llevarse a cabo en cada
reunión. Si en las reuniones no se nutre ni se cuida a nadie, se suscitarán problemas. Sin
embargo, los problemas posiblemente seamos nosotros, no la iglesia. Si nuestra
condición es adecuada, normal y saludable, disfrutaremos del ambiente tierno que
produce la presencia del Señor en la iglesia, y en esta atmósfera recibiremos el
suministro de vida, el cual nos sustentará. ¡Alabado sea el Señor por la manera en que El
cuida a la iglesia! Los miembros de la iglesia tienen el privilegio de disfrutar al Señor de
una manera fina, tierna, íntima y genuina.
EL AUMENTO DE CRISTO
De igual manera que Eva era la mujer de Adán, la iglesia es la novia de Cristo (Jn. 3:29;
Ap. 19:7; 21:2, 9). Además, así como Eva era el aumento de Adán, la iglesia es el
aumento de Cristo (Jn. 3:30). Cuando Juan el Bautista oyó que muchos venían a Cristo,
dijo: “El que tiene la novia es el novio” (Jn. 3:29). Luego, añadió: “Es necesario que El
crezca, pero que yo mengüe” (v. 30). El crecimiento mencionado en el versículo 30 alude
a la novia que se menciona en el versículo 29. El hecho de que el Señor crezca significa
que El debe tener la novia. Todos los que le siguen deben ir a El, y todo aquel que cree
en El debe seguirle y ser Su aumento. Aunque Juan habló claramente respecto a esto, no
estuvo dispuesto a ponerlo en práctica. Debido a esto Dios permitió que Juan fuera
encarcelado y, posteriormente, decapitado. Al final, Juan el Bautista no recibió nada, y
todo el aumento, la novia, fue al Novio, para ser Su incremento. Así como Eva era el
aumento de Adán, la iglesia como novia de Cristo, es el aumento de Cristo.
Si los diversos aspectos del misterioso tipo de Cristo y la iglesia, revelados en este
capítulo de Efesios, quedan grabados en nuestro ser, ellos nos ayudarán no sólo a llevar
una vida de iglesia adecuada, sino también una vida marital equilibrada. Las casadas
sabrán cuál es su responsabilidad, y así mismo los maridos. El deseo de Pablo era
abarcar la vida matrimonial y la vida de iglesia al mismo tiempo. En sus escritos él no
las separó; más bien, las combinó, porque sabía que en realidad la vida matrimonial
forma parte de la vida de iglesia. Sin una vida matrimonial adecuada, es difícil llevar una
vida de iglesia adecuada. Le agradecemos al Señor que por medio de una vida de iglesia
apropiada, nuestra vida matrimonial también puede llegar a ser apropiada. ¡Qué
maravilloso! Esto constituye un misterioso tipo de Cristo y la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
En el mensaje anterior indicamos que la iglesia tiene la misma vida y naturaleza que
Cristo, lo cual se revela en la tipología de Adán y Eva. Si la iglesia no tuviera la vida y
naturaleza de Cristo, la iglesia no podría ser Su complemento, Su pareja. Si dos mitades
de una unidad no poseen la misma vida y naturaleza, no pueden formar un entero.
Cristo y la iglesia, siendo una sola entidad, comparten la misma vida y la misma
naturaleza.
Además, mencionamos que Cristo sustenta y cuida con ternura a la iglesia; la abastece y
la cuida para que crezca. Aunque la iglesia tiene la misma vida y naturaleza de Cristo,
ella necesita de cierto suministro y cuidado a fin de poder crecer. El crecimiento está
implícito en la manera que Eva, quien es un tipo de la iglesia, fue formada. Dios creó a
Adán como un hombre maduro; él no necesitó crecer. Pero Eva fue hecha de una costilla
tomada del costado de Adán, el cual hace alusión al crecimiento. Primero, Eva recibió la
vida y la naturaleza de Adán; luego, creció y llegó a ser una mujer. La referencia a la
alimentación y al cuidado tierno en Efesios 5 hace alusión a la necesidad de crecer. La
alimentación y el cuidado tierno no tienen que ver con la impartición de vida inicial,
sino al suministro y al cuidado que se le debe dar a la vida que ya existe, a fin de que ésta
crezca plenamente.
Usemos la vid como ejemplo. La vid primeramente recibe el alimento del suelo y del
agua. El elemento alimenticio que ella absorbe le provee la vida que satisface su
necesidad interna. Al recibir este alimento, la vid recibe al mismo tiempo un cuidado
tierno por parte del ambiente que la rodea, principalmente del aire fresco y de la luz
solar. El viento y el sol regulan la atmósfera a fin de fomentar el crecimiento de la vid. Si
el clima es muy frío, el sol la calienta, y si la temperatura es muy elevada, el viento la
refresca. A esta regulación ambiental nos referimos cuando hablamos del cuido con
ternura, lo cual es diferente del suministro de vida, de la alimentación. Hoy Cristo
sustenta a la iglesia interiormente y la cuida con ternura exteriormente. El nos
suministra vida y regula la atmósfera a fin de que crezcamos apropiadamente.
En este mensaje veremos un tercer aspecto relacionado con Cristo y la iglesia, el aspecto
de la santificación que se efectúa por medio de la purificación. Cristo santifica a la iglesia
purificándola (5:25-27). Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia con el propósito de
santificarla, no sólo al separarla para Sí mismo de todo lo profano, sino también al
saturarla con Su elemento para que ella sea Su complemento. El logra este objetivo al
purificar a la iglesia por el lavamiento del agua en la palabra.
Los versículos del 25 al 27 forman una sola oración gramatical. En estos versículos Pablo
dice que los maridos deben amar a sus esposas así como Cristo amó a la iglesia y se
entregó a Sí mismo por ella. Cristo hizo esto para santificar a la iglesia purificándola por
el lavamiento del agua en la palabra, a fin de presentarse a Sí mismo una iglesia
gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. El propósito que tenía Cristo en
cuanto a amar a la iglesia y a entregarse a Sí mismo por ella, fue santificarla por medio
del lavamiento del agua en la palabra. La santificación se efectúa por la purificación; la
purificación, por el lavamiento; el lavamiento, por el agua; y el agua está en la palabra.
El primer punto de estos versículos consiste en que Cristo amó a la iglesia y se entregó a
Sí mismo por ella; el segundo es la santificación mencionada en el versículo 26; y el
tercero es la presentación mencionada en el versículo 27. Lo primero conduce a lo
segundo, y lo segundo a lo tercero.
Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella a fin de redimirla e impartirle Su
vida. Según Juan 19:34, del costado herido del Señor salió sangre y agua. La función de
la sangre es redimir, mientras que la del agua es impartir vida a fin de producir la
iglesia. En Efesios 5:25 vemos que la iglesia es el fruto del amor de Cristo y de Su
entrega por ella.
Una vez que la iglesia llega a existir, necesita ser santificada. El proceso de santificación
incluye la saturación, la transformación, el crecimiento y la edificación. Aunque la
santificación incluye la separación, su aspecto principal es la saturación. La iglesia
necesita ser saturada de todo lo que Cristo es. La saturación va acompañada por la
transformación, el crecimiento y la edificación. Mediante este proceso de santificación,
el cual incluye los aspectos ya mencionados, la iglesia llega a ser completa y perfecta,
llega a ser la realidad de lo que tipificaba Eva en Génesis 2.
Después de ser preparada para Adán al ser hecha de la costilla de éste, Eva fue
presentada a Adán, el origen de donde había salido. Asimismo, la iglesia será presentada
a Cristo, quien es su origen. Esta presentación no la hará Dios, sino el propio Cristo. El
versículo 27 declara que Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa. Así que, El
será tanto el que la presente como el que la reciba.
En estos versículos vemos que la iglesia se produce en tres etapas: en primer lugar, nace;
en segundo lugar, es santificada, y de esa manera es perfeccionada y completada; y por
último, la iglesia es presentada a Cristo como una iglesia gloriosa que no tiene mancha,
ni arruga ni cosa semejante. Ella es presentada a El santa y sin mancha. Actualmente
estamos en la segunda etapa de la producción de la iglesia, la etapa de la santificación.
Cuando esta etapa esté completa, seremos presentados a Cristo como una iglesia
gloriosa.
A. Separada y saturada
Ahora debemos ver la manera en que el Señor nos santifica. En el versículo 26 Pablo
dice que Cristo santifica a la iglesia purificándola por el lavamiento del agua en la
palabra. Según el concepto divino, en este contexto el agua se refiere a la vida de Dios,
una vida que fluye, tipificada por el agua que corre (Ex. 17:6; 1 Co. 10:4; Jn. 7:38-39; Ap.
21:6; 22:1, 17). El lavamiento del agua es diferente del lavamiento de la sangre redentora
de Cristo. La sangre redentora nos lava de nuestros pecados (1 Jn. 1:7; Ap. 7:14),
mientras que el agua de vida nos lava de los defectos de la vida natural de nuestro viejo
hombre, tales como “manchas, arrugas y cosas semejantes” (v. 27). El Señor, al
santificar a la iglesia, primero nos lava de nuestros pecados con Su sangre (He. 13:12), y
luego nos lava de las manchas de nuestra naturaleza con Su vida. Ahora estamos bajo
este proceso de lavamiento a fin de que la iglesia sea santa y sin defecto.
Ser purificados es lo mismo que ser santificados. La purificación por el lavamiento del
agua de vida está en la palabra. Esto indica que la Palabra contiene el agua de vida, lo
cual es tipificado por el lavacro situado entre el altar y el tabernáculo (Ex. 38:8; 40:7).
En griego, la palabra traducida lavamiento en el versículo 26 significa lavacro. Esta
palabra griega se usa en la Septuaginta como traducción de la palabra hebrea que
significa lavacro. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes usaban el lavacro para
lavarse de toda contaminación terrenal (Ex. 30:18-21). Ahora el lavamiento del agua nos
lava de la contaminación. Por consiguiente, somos purificados por el lavacro del agua en
la palabra.
Así como en el Antiguo Testamento los sacerdotes iban primero al altar y después al
lavacro, nosotros también vamos primero a la cruz para ser salvos, redimidos y
justificados, y después vamos a la Palabra para ser purificados. Día tras día, por la
mañana y por la tarde, necesitamos acudir a la Biblia para ser purificados por el lavacro
del agua en la Palabra. Al ir a la Palabra de esta manera, somos purificados de la
contaminación que acumulamos al relacionarnos con el mundo. Cada vez que nos
relacionamos con el mundo en el curso de nuestro vivir humano, necesitamos ir a la
Palabra para ser purificados de él.
El lavacro de la Palabra contiene agua, pero no el agua que apaga nuestra sed, sino el
agua que nos lava. En este contexto, Pablo no estaba interesado en nuestra sed, sino en
que fueran eliminadas de nosotros todas las cosas negativas. Y esto se logra por el agua
que está en la Palabra.
Este lavamiento lo lleva a cabo la vida y la alimentación que ésta nos proporciona.
Seamos alentados a permanecer en Cristo, quien es la fuente del sustento, y a tocar la
Palabra para recibir el elemento nutritivo, a fin de ser lavados orgánica y
metabólicamente de todo defecto y de toda vejez. Por medio de este lavamiento, la
iglesia será perfeccionada y llegará a ser gloriosa.
Hemos señalado anteriormente que la iglesia gloriosa, la iglesia que expresa a Dios, será
santa y sin defecto. Ser santo significa ser separado para el Señor de todo lo común y ser
saturado con la naturaleza divina, con todo lo que Dios es. La iglesia que ha sido
santificada de esta manera no tendrá defecto alguno. Un defecto es como una mancha
en una piedra preciosa, una mancha que proviene de una imperfección de la piedra. Si
queremos ser puros, no debemos tener ninguna contaminación; es decir, en nuestro ser
no debe haber ninguna otra cosa que no sea Dios. Un día, la iglesia será así; no sólo será
limpia y pura, sino que no tendrá defecto ni contaminación alguna. La iglesia será la
expresión del Dios que se mezcla con la humanidad resucitada, elevada y transformada.
Esta es la iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. En el futuro, Cristo se
presentará a Sí mismo esta iglesia gloriosa. Hoy, sin embargo, la iglesia está en el
proceso de ser sustentada, cuidada con ternura y santificada por Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
Efesios 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. El versículo 25 declara que Cristo amó a
la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella; en esto vemos la etapa de Cristo en la carne.
El versículo 26 declara que Cristo santifica a la iglesia, purificándola por el lavamiento
del agua en la palabra; en esta etapa Cristo es el Espíritu vivificante. Y por último, el
versículo 27 afirma que Cristo se presentará la iglesia a Sí mismo a Su regreso; en esta
etapa Cristo será el Novio que recibe a Su novia. La primera de estas tres etapas
transcurrió en el pasado; la segunda ocurre en el presente; y la tercera ocurrirá en el
futuro. En la primera etapa Cristo fue el Redentor; en la segunda El es el Espíritu
vivificante; y en la tercera El será el Novio.
EL DIOS–HOMBRE
Cristo es Dios, pero no sólo Dios. Si El sólo fuera Dios, no podría ser nuestro Cristo.
Para ser nuestro Cristo El tuvo que encarnarse. Mediante Su encarnación, Cristo llegó a
ser un hombre de carne, sangre y huesos. ¡Qué maravilloso es que Dios se vistió de
humanidad! Nuestro Dios no es solamente Dios; en Cristo, El llegó a ser un Dios-
hombre.
El Verbo se hizo carne y Dios se manifestó en la carne. Sí, debemos condenar la carne
pecaminosa; pero la carne presenta también un aspecto positivo. Nosotros no somos
espíritus como los ángeles, ¡somos carne! Nuestro Cristo no se hizo un espíritu
angelical; El se hizo carne. El Cristo que se entregó por nosotros era el Dios encarnado.
Hay cristianos que piensan que deben comportarse como si fuesen ángeles; ellos tratan
de vivir como seres celestiales. A los ojos de Dios, una vida así es anormal. Dios no
quiere que Sus hijos imiten a los ángeles; lo que El desea es que ellos sean muy
humanos. Todos los miembros de la iglesia deben poseer una humanidad genuina. Por
esta razón, Efesios, un libro cuyo tema es la iglesia, habla de las distintas relaciones
humanas: la relación entre mujer y marido, entre hijos y padres, y entre esclavos y
amos. Si queremos experimentar una vida de iglesia apropiada, debemos llevar una vida
humana adecuada.
El Cristo que recibimos y ganamos no es un ángel ni ningún ser celestial, sino un Dios-
hombre. Fue como un hombre en la carne, que El se entregó a Sí mismo por nosotros.
Además, como hombre El puede involucrarse en nuestras circunstancias y satisfacer
nuestras necesidades. El asumió nuestra naturaleza humana a fin de ser como nosotros.
Ahora El vive en nosotros como nuestra vida y nuestra persona con el fin de
manifestarse desde nuestro interior. Cuando una hermana toma a Cristo como su
persona y se somete a su marido, su sumisión será gloriosa, estará llena de la realidad
del Cristo que se expresa desde su interior. Del mismo modo, cuando un hermano toma
a Cristo como su persona y ama a su mujer, Cristo será expresado en ese amor.
Manifestar a Cristo de esta manera es posible gracias a que El se entregó por nosotros en
calidad de Dios-hombre.
Según el versículo 26, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia para “santificarla,
purificándola por el lavamiento del agua en la palabra”. Después de entregarse a Sí
mismo por nosotros en la carne, el Señor Jesús resucitó, y en resurrección, fue hecho
Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu vivificante, El es el Espíritu que habla.
Las palabras que El nos comunica nos lavan. El vocablo griego traducido palabra en el
versículo 26 no es lógos, la palabra constante, sino réma, la palabra instantánea, la
palabra que el Señor nos habla para el momento. Como Espíritu vivificante, el Señor no
se mantiene en silencio, sino que nos habla constantemente. Si le tomamos como
nuestra persona, descubriremos cuánto El desea hablar en nuestro interior. Los ídolos
son mudos, pero el Cristo que mora en nosotros siempre nos habla. Nadie que tome a
Cristo como su vida y su persona puede permanecer callado; al contrario, Cristo le
instará a hablar. Cada vez que ministro a los hijos del Señor, siento que Cristo habla
desde mi interior.
En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son
vida”. La palabra griega traducida “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada
para el momento. Difiere de lógos, la palabra constante, la cual se usa en Juan 1:1. El
Señor, quien es el Espíritu que habla, nos comunica la palabra rema. Todo lo que El
habla es espíritu.
Si al pasar los días el Señor no nos habla, esto indica que existe un problema en nuestro
interior. Si no percibimos que el Señor nos habla, si no recibimos el réma, entonces, en
lo que atañe a la experiencia práctica, el Espíritu está ausente, porque lo que El nos
habla es Espíritu. Si tenemos la palabra presente, tenemos al Espíritu, esto es, al
Espíritu vivificante. No podemos separar a Cristo, quien es el Espíritu vivificante, de Su
palabra. Su presencia consiste de Su palabra. ¿Cómo podemos saber que el Cristo que es
nuestra persona está presente con nosotros? Lo sabemos por medio de Sus palabras. Si
Sus palabras no están en nosotros, no tenemos Su presencia. Mas si nos tornamos a El
seriamente y le tomamos como nuestra vida y nuestra persona, El comenzará a
hablarnos de nuevo. Lo que nos habla es la palabra viva; y la palabra viva es el Espíritu;
y el Espíritu es el Cristo maravilloso. El es el Espíritu que habla. ¡Cuán práctico,
subjetivo, íntimo y real es El.
UNA PURIFICACION Y
UNA TRANSFORMACION METABOLICAS
El Espíritu es el agua que nos lava. Cuanto más nos habla, más nos lava y nos purifica.
Cada vez que El nos hable, debemos experimentar esta purificación.
La purificación es una limpieza metabólica que elimina lo viejo y lo reemplaza con algo
nuevo. ¡Cuán diferente es esto de una purificación superficial! La purificación interna y
metabólica nos transforma. Esta purificación, que viene del Cristo que nos habla como
Espíritu vivificante, produce un verdadero cambio en nuestro ser.
Supongamos que dos creyentes que viven juntos en una casa de hermanos tienen
problemas entre sí. Uno acude a uno de los ancianos en busca de ayuda, y el otro acude a
una hermana de edad avanzada. El anciano le dice al primer hermano que en la vida de
iglesia debemos aprender a tener paciencia, mientras que la hermana le dice al segundo
que el Señor le puso en esa situación para que pueda aprender ciertas lecciones. Estos
consejos son hasta cierto punto religiosos. Si estos hermanos tratan de seguirlos, los
problemas entre ellos se agudizarán, y es posible que ellos opten por salir de la casa de
hermanos e incluso abandonen la vida de iglesia.
A medida que crecemos en vida, somos edificados espontáneamente unos con otros. En
esta edificación no hay lugar para la división ni para discusiones sobre opiniones y
doctrinas. Nosotros, en la iglesia en Los Angeles, podemos testificar que no tenemos
ningún interés en opiniones, sugerencias ni propuestas; lo único que nos interesa es
tomar a Cristo como nuestra vida y como la persona que habla en nuestro ser.
Valoramos mucho que El nos hable porque Su presencia como Espíritu vivificante se
halla en lo que El nos habla. Al hablarnos, nos limpia, nos purifica y nos santifica. Al
final, la vida absorberá todas las manchas y las arrugas.
Por las palabras que el Señor, como Espíritu vivificante, nos habla, llegamos a ser una
iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. Ahora esperamos el regreso del Señor,
sabiendo que cuando El venga, se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, santa y sin
mancha. Entonces experimentaremos a Cristo en la tercera etapa, como el Novio que
viene por Su novia. Hasta que eso ocurra, nuestra necesidad es seguir tomando a Cristo
a diario como nuestra persona, y ser lavados, purificados y santificados por lo que El,
como Espíritu vivificante, habla en nuestro interior. De este modo, experimentaremos
un cambio metabólico que nos transformará en vida, lo cual es necesario para la vida de
iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
(1)
RECOBRADOS Y LLEVADOS
DE NUEVO AL CRISTO SUBJETIVO
Muchos cristianos prestan más atención a la Biblia que a Cristo. Esto indica que aun la
Biblia puede ser utilizada para apartar a la gente de Cristo. Ciertamente nosotros
creemos en la Biblia, la honramos y la respetamos al máximo. Pero reconocemos que la
Biblia es la revelación de la persona viva de Cristo. Si no prestamos atención al Cristo
revelado en la Biblia, pasamos por alto la función principal de la Biblia, la cual consiste
en revelarnos al propio Cristo. ¡Cuánto necesitamos ser recobrados de tal modo que
seamos traídos de nuevo a Cristo mismo!
Debemos regresar no sólo al Cristo objetivo que está en los cielos, sino también al Cristo
subjetivo que está en nuestro espíritu. Esta persona desea extenderse a nuestro corazón.
Cristo no sólo es nuestro Salvador de manera objetiva, sino también nuestra vida y
nuestra persona de manera subjetiva. Debemos darle toda nuestra atención al Cristo
subjetivo. En Gálatas 2:20 Pablo pudo decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Aquí Pablo no habló de la vida de Cristo, de Su obra, ni de Su poder; él dijo que el propio
Cristo vivía en él. ¡Aleluya, la persona de Cristo vive en nosotros!
Posiblemente hemos oído mensajes o leído libros que hablan de la santificación. Sin
embargo, para conocer el verdadero significado de la santificación, es necesario tener
contacto con el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Un aspecto de la
santificación tiene que ver con ser separados. Ser santificados es ser separados en
cuanto a posición, experimentar un cambio de posición. Sin embargo, éste no es el único
aspecto de la santificación. En la santificación, algo que antes era natural, gradualmente
llega a ser santo en naturaleza. Por tanto, a medida que somos santificados de forma
subjetiva, llegamos a ser santos en nuestra manera de ser.
Este aspecto de la santificación puede ser ejemplificado por el proceso de hacer té.
Cuando se pone el té en una taza de agua, el agua es “té-ificada”. A medida que el agua
es “te-ificada”, el agua se vuelve agua de té. Podemos decir que nosotros somos como la
taza de agua y Cristo es el té. Tal como el agua es “té-ificada” por el elemento del té,
nosotros somos santificados por el elemento de Cristo. Por lo tanto, ser santificado
consiste en que Cristo se añada a nuestro ser. Cuanto más se añade a nosotros, más
tenemos la apariencia, el gusto, el aroma, de Cristo. Nuestra necesidad es tomar día tras
día más de Cristo, el té celestial, a fin de que más de Su elemento se añada a nuestro ser.
Así llegaremos a ser “Cristificados”.
Supongamos que Cristo fuera simplemente un Cristo objetivo, Aquel que está a la
diestra de Dios en los cielos. ¿Podríamos ser santificados en nuestra forma de ser
simplemente tratando de seguir las enseñanzas de la Biblia? Claro que no, pues el
elemento de Cristo no se agregaría a nuestro ser. Le agradecemos al Señor de que nos
haya mostrado que la santificación subjetiva depende de que Cristo se añada a nosotros,
y esto se cumple sólo cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona.
Ya mencionamos que cuando tomamos a Cristo como nuestra persona, El, como
Espíritu vivificante, nos habla desde nuestro interior. La intención del Señor al
hablarnos no es simplemente decirnos que hagamos esto o que no hagamos aquello; Su
intención es impartirse en nosotros por medio de Sus palabras. Cuanto más nos habla el
Señor interiormente, más se imparte a nosotros. Cada vez que le expresamos nuestro
deseo de que El sea nuestra persona, El comienza a hablarnos por dentro.
Efesios 5:25 y 26 declara que Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia para
santificarla, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra. En el mensaje
anterior dijimos que el agua en la palabra es Cristo en calidad del Espíritu que nos
habla. Cuanto más nos habla Cristo interiormente, más fluye el agua en nuestro ser. El
agua que fluye en nosotros no es el lógos, la palabra constante, sino el réma, la palabra
dada para el momento. A medida que el agua nos lava, elimina nuestra vejez. Este
lavamiento es metabólico y nos suministra un elemento nuevo que substituye el viejo
elemento. Esto conduce a la transformación. Por tanto, la purificación no es cuestión de
enseñanzas, sino de que tomemos a Cristo como nuestra persona viva. Cuando le
tomamos como nuestra persona, El aumenta en nosotros y nos purifica
metabólicamente.
La alimentación produce transformación. Uno llega a ser lo que come. Esto quiere decir
que si comemos a Cristo, El se forjará en nuestro ser, y seremos transformados por el
elemento de Cristo impartido en nosotros. Cuanto más tomamos a Cristo como nuestra
persona, más nos alimenta. Esta alimentación nos transforma. Esto quiere decir que
llegamos a ser una nueva persona, obtenemos un elemento y una sustancia nuevos.
¡Aleluya, Cristo nos sustenta consigo mismo, con las riquezas de todo lo que El es! Lo
que necesitamos hoy no es doctrinas ni religión, sino disfrutar al Cristo todo-inclusivo.
NUESTRA CARGA
En estos mensajes nuestra carga no es transmitir más enseñanzas a los santos; nuestra
carga es ministrar al Cristo vivo. Lo que el pueblo del Señor necesita hoy es tomar a
Cristo como su persona y ser alimentado. Debido a que estamos conscientes de esta
necesidad, no nos interesan las enseñanzas objetivas. Nuestro deseo es ayudar a otros a
que toquen al Cristo vivo, se abran a El y le tomen como su vida y su persona. Espero
que muchos puedan decir: “Señor, he sido cristiano por muchos años, pero no te he
tomado como mi persona. Señor, por Tu misericordia, quiero empezar a tomarte como
mi persona”. Si su cónyuge le da problemas y se ve tentado a discutir, ése es el mejor
momento para tomar a Cristo como su persona. En vez de discutir con otros o
defendernos, debemos permitir que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones.
Muchos podemos testificar que Cristo nos ha “arruinado”. Por una parte, Cristo nos
rescata, pero por otra, nos “arruina” y nos deja inservibles para todo lo que no sea El
mismo y la vida de iglesia. Cuanto más tomamos a Cristo como nuestra persona, más
nos “arruina”. De hecho, podemos decir que este ministerio es un ministerio que
“arruina” a las personas. Por medio de él, millares hemos sido “arruinados” por causa de
Cristo y la iglesia. Ahora, además del Cristo vivo y la vida de iglesia apropiada, nada nos
satisface.
RECONFORTADOS Y SUAVIZADOS
Junto con la alimentación, recibimos el cuidado tierno. Ser cuidados con ternura es ser
suavizados y reconfortados. Cuando nuestro ser se endurece y se enfría, necesitamos
que Cristo nos cuide con ternura, que El reconforte nuestros corazones. Después de que
El nos reconforta, somos suavizados. Muchos pueden testificar que han sido
reconfortados y suavizados mediante el contacto con la iglesia en el recobro del Señor.
Antes de venir a la vida de iglesia, estaban un poco fríos y endurecidos. Pero Cristo,
quien sustenta y cuida con ternura, los ha reconfortado y ablandado. Muchos podemos
dar testimonio de lo que significa que Cristo nos cuide con ternura de una manera tierna
e íntima.
Así como una madre cuida con ternura a su hijo poniéndolo en su regazo, el Señor
también nos cuida con ternura acercándonos a El. Aunque soy una persona mayor, aún
necesito que Cristo me cuide con ternura. Algunas veces le digo: “Señor, Tú sabes cuán
pequeño soy”. El contesta: “Sí, lo sé, por eso estoy aquí no solamente para santificarte,
purificarte y sustentarte, sino también para cuidarte con ternura”. ¡Cuan tierno, dulce y
reconfortante es el Señor Jesús! Al descansar en El, los que antes éramos duros y fríos,
ahora somos blandos y afectuosos. Este es el cambio que se opera como resultado del
cuidado que el Señor nos brinda en nuestro ser. Interiormente, mientras disfrutamos Su
ternura, dulzura y amor, El nos reconforta y nos suaviza. ¡Le alabamos al Señor por ser
Aquel que nos cuida tan tiernamente! Que todos tomemos a Cristo como nuestra
persona y permitamos que El nos santifique, nos purifique, nos sustente y nos cuide
más. De esta manera le disfrutamos y lo experimentamos de una manera viva.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y SIETE
Al exhortarnos a salvaguardar la unidad (4:3), el apóstol Pablo menciona siete cosas que
forman la base, o fundamento, de nuestra unidad: un Cuerpo, un Espíritu, una
esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre. Estos siete elementos
forman tres grupos. Los tres primeros forman el primer grupo, el grupo del Espíritu, con
el Cuerpo como Su expresión. Este Cuerpo, habiendo sido regenerado y estando
saturado con el Espíritu como su esencia, tiene la esperanza de ser transfigurado en la
plena semejanza de Cristo. Los siguientes tres forman el segundo grupo, el del Señor,
incluyendo la fe y el bautismo para que podamos unirnos a El. El último de los siete
forma el tercer grupo, el grupo de un solo Dios y Padre, quien es el Autor y el origen de
todo. El Espíritu como el Ejecutor del Cuerpo, el Hijo como el Creador del Cuerpo, y
Dios el Padre como el que da origen al Cuerpo —los tres del Dios Triuno— están
relacionados con el Cuerpo. El tercero de la Trinidad se menciona primero porque lo
principal en este contexto es el Cuerpo, del cual el Espíritu es la esencia, la vida y el
suministro de vida. El curso, entonces, se remonta al Hijo y al Padre.
I. EL PRIMER GRUPO,
RELACIONADO CON EL ESPIRITU
A. Un Cuerpo
El versículo 4 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación”. El Cuerpo se menciona antes que el Espíritu
debido a que nuestra unidad se relaciona con el Cuerpo, y éste es su meta. Debemos
guardar la unidad porque todos conformamos un solo Cuerpo.
B. Un Espíritu
C. Una esperanza
La esperanza del versículo 4 es la esperanza de gloria (Col. 1:27). Como personas salvas,
tenemos la esperanza de que un día el Señor Jesús vendrá como nuestra esperanza de
gloria y que por medio de El, el cuerpo de la humillación nuestra será transfigurado (Fil.
3:21). Por un lado, valoramos mucho nuestro cuerpo, pues nos es útil y sin él no
podríamos existir; pero por otro, nuestro cuerpo nos causa problemas porque a veces se
debilita y es propenso a enfermarse. Por consiguiente, nosotros los creyentes tenemos la
esperanza de que un día nuestro problemático cuerpo será metabólicamente
transfigurado por Cristo y será un cuerpo glorificado.
Si les es difícil creer que nuestro cuerpo vil será transfigurado y llegará a ser glorioso, les
pido que consideren el proceso por el cual una semilla de clavel produce una flor. La
semilla no tiene ninguna belleza en sí misma, pero cuando se siembra y crece
normalmente, se transfigura y llega a ser una planta que produce bellas flores. Pablo, al
hablar de la transfiguración de nuestros cuerpos en 1 Corintios 15, los asemeja a semillas
(vs. 35-44). Tenemos la firme esperanza de que un día la “semilla” florecerá.
Como creyentes, somos miembros del Cuerpo de Cristo. Pero, aunque somos miembros
del Cuerpo, ¿estamos satisfechos con nuestra condición actual? Si somos sinceros,
reconoceremos que tanto nuestro estado actual como el de la iglesia no es satisfactorio.
Necesitamos ser transfigurados. En cada uno de nosotros como miembros del Cuerpo, y
en el Cuerpo como un todo, está el Espíritu, quien es la esencia, la vida y el suministro
vital del Cuerpo. Este Espíritu no está inactivo ni ocioso; por el contrario, está operando
energética y continuamente en nosotros con el propósito de que experimentemos el
cumplimiento de la esperanza a que fuimos llamados. Por esta razón decimos que la
transfiguración de nuestro cuerpo no ocurrirá por casualidad. Actualmente el Espíritu
que mora en nosotros está realizando dos cosas: la transfiguración de nuestros cuerpos y
la manifestación de los hijos de Dios. Debido a este proceso de transfiguración y
manifestación, el arrebatamiento, lejos de ser una sorpresa, debe de ser una experiencia
normal.
El versículo 4 implica que el Espíritu que ahora mora en nosotros está conduciendo al
Cuerpo de Cristo a la gloria, lo cual es el cumplimiento de nuestra esperanza. Por tanto,
en este versículo se menciona un Cuerpo, un Espíritu y una esperanza. Puesto que todos
estamos en el Cuerpo y tenemos un solo Espíritu y una sola esperanza, somos uno. No
hay motivo para no ser uno y no hay razón para ser diferentes. Somos un solo Cuerpo y
tenemos un solo Espíritu, el cual obra en nosotros para conducirnos a la meta de
nuestra esperanza.
A. Un Señor
El versículo 5 dice: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Este versículo no dice “un Hijo”,
sino “un Señor”. En el Evangelio de Juan es el Hijo en quien creemos (3:16), mientras
que en Hechos creemos en el Señor (Hch. 16:31). En los escritos de Juan, el Hijo imparte
vida (1 Jn. 5:12), mientras que en Hechos, el Señor, después de Su ascensión, ejerce la
autoridad (Hch. 2:36), algo que tiene que ver con Su función como Cabeza. Aquí, como
Cabeza del Cuerpo (Ef. 1:22), El es el Señor. El hecho de que creemos en Cristo está
relacionado tanto con la vida como con la autoridad. No hay muchos cristianos, sin
embargo, que se dan cuenta de que la fe que ejercen en el Señor tiene que ver con la
autoridad así como con la vida. Nosotros, como pecadores perdidos, no sólo estábamos
espiritualmente muertos, sino que también estábamos sin el Señor, es decir, no
teníamos cabeza. Pero habiendo creído en el Señor, ahora tenemos vida y también una
cabeza.
En Efesios, la unidad del Cuerpo no sólo está ligada a la vida, sino también a la
autoridad. Los cristianos están divididos porque no honran la Cabeza. En el versículo 4
Pablo habla de la vida, la cual está íntimamente relacionada con el Espíritu; mientras
que en el versículo 5 él habla de la autoridad. Hoy son pocos los cristianos que le dan
importancia a la vida, y menos todavía los que tienen en cuenta la autoridad. Por la
misericordia y la gracia del Señor, los que estamos en el recobro del Señor le damos
importancia tanto a la vida como a la autoridad de la Cabeza. No sólo tenemos un
Cuerpo con un Espíritu y una esperanza, sino también un Señor con una fe y un
bautismo.
B. Una fe
Como cristianos, tal vez difiramos con respecto a varias doctrinas; no obstante, tenemos
una sola fe. Todos creemos en la persona del Señor Jesús y en Su obra redentora.
Creemos que Cristo es el Hijo de Dios, que se encarnó para ser un hombre, que murió en
la cruz por nuestra redención, que resucitó al tercer día y que ascendió a los cielos. Esta
es la fe a la cual se aferra todo creyente genuino.
Por medio de esta fe nos unimos a Cristo. Tan pronto como creemos en la persona y
obra de Jesucristo, el Hijo de Dios, quedamos unidos a El. Anteriormente estábamos
fuera de Cristo, pero ahora estamos en El. Cristo es nuestro Señor y nuestra Cabeza, y
estamos bajo Su autoridad. Somos miembros de Su Cuerpo, y El es nuestra Cabeza.
La realidad del bautismo consiste en comprender y confesar que nuestro ser natural fue
crucificado y sepultado. Por ende, cuando nos bautizamos, estamos conscientes de tres
cosas: la muerte, la sepultura y la resurrección. Por medio de la fe nos unimos a Cristo, y
somos crucificados, sepultados y resucitados en Cristo. Inmediatamente después de
creer en Cristo, debemos bautizarnos como testimonio de que entendemos esto. El
bautismo siempre sigue a la fe. Mediante el bautismo, experimentamos un traslado
completo de Adán a Cristo. Ahora nos encontramos en Cristo, quien es nuestra vida y
nuestro Señor. Ya no estamos en Adán y él ya no es nuestra cabeza. Ahora estamos en
Cristo, y ahora El es nuestra Cabeza. Puesto que el Señor, la fe y el bautismo están
relacionados de esta manera, Pablo los menciona juntos en el versículo 5.
El versículo 6 dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en
todos”. Dios es el Autor de todas las cosas, y el Padre es el origen de la vida del Cuerpo.
En el versículo 4 tenemos la vida; en el versículo 5, la autoridad de la Cabeza; y en el
versículo 6, el origen o fuente. Ya que todo tiene un origen, se puede trazar.
Lamentablemente los cristianos, en su mayoría, por ser tan superficiales no prestan
atención al origen o fuente de las cosas. En contraste, los que estamos en la vida de
iglesia debemos ejercer un discernimiento sobrio. Esto significa que debemos tomar en
consideración la vida, la autoridad de la Cabeza y la fuente u origen. Si trazamos el
origen de las cosas, no seremos engañados ni desviados.
El apóstol Pablo era una persona con un gran discernimiento, pues había recibido de
parte del Señor la capacidad de discernir las cosas. El comenzó con el Cuerpo y trazó la
fuente hasta llegar al Dios y Padre. Esto significa que él regresó al origen mismo, a la
fuente de todo.
En el versículo 6, Pablo habla de un Dios y Padre, “el cual es sobre todos, y por todos, y
en todos”. En estas palabras está implícita la Trinidad. “Sobre todos” se refiere
principalmente al Padre; “por todos”, al Hijo; y “en todos”, al Espíritu. El Dios Triuno
entra en nosotros como el Espíritu. Nuestra unidad se compone de la Trinidad de la
Deidad: el Espíritu, quien es el Espíritu vivificante; el Hijo, quien es el Señor y la
Cabeza; y el Padre, quien es el origen de todo. Si vemos esto, nada nos podrá distraer o
desviar; tendremos el debido discernimiento con respecto a la unidad y sabremos cómo
guardarla.
El asunto de guardar la unidad está vinculado con el Dios Triuno. Esto significa que el
Dios Triuno es la base de nuestra unidad, su fundamento, su cimiento. El Padre es el
que dio origen a nuestra unidad, el Señor la realizó y el Espíritu la ejecuta. Sin embargo,
en nuestra experiencia, el Espíritu es primero porque El está directamente relacionado
con la unidad del Cuerpo de Cristo, El es quien aplica la unidad en el Cuerpo. Después
de esto, tenemos al Señor, quien realizó la unidad, y al Padre, quien es el origen de la
unidad. Por consiguiente, nuestra unidad es el propio Dios Triuno hecho real y
experimentado por nosotros en nuestra vida cristiana.
Aunque muchos hemos sido cristianos por años, nunca habíamos oído que la unidad es
el propio Dios Triuno hecho real para nosotros en nuestra experiencia. Nuestra unidad
es el Dios Triuno —el Espíritu, el Señor y el Padre— forjado en el Cuerpo. Además del
Dios Triuno, tenemos la fe, el bautismo y la esperanza. Un día recibimos la fe y fuimos
puestos en Cristo. ¡Qué visitación más gloriosa fue la llegada de la fe! Después de creer
en Cristo, fuimos bautizados y llegamos a ser miembros del Cuerpo y recibimos la
esperanza de que un día seríamos glorificados. Esta es nuestra unidad. La unidad es el
Dios Triuno forjado en el Cuerpo, el cual nace por medio de la fe y el bautismo y tiene la
esperanza de un día ser glorificado. Que todos tengamos un corazón que anhele esta
unidad y se dedique a guardarla.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y OCHO
Efesios 4:7 dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida
del don de Cristo”. Con respecto al Cuerpo, todos los elementos básicos son uno. Esto
consta en los versículos del 4 al 6, donde vemos que hay un solo Cuerpo, un Espíritu,
una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre. Sin embargo, aunque
los elementos del Cuerpo son uno, los dones, o funciones, son muchos y variados. La
palabra “pero” al principio del versículo 7 presenta el contraste entre la unidad del
Cuerpo y la variedad de dones.
El versículo 7 declara que a cada uno de nosotros nos fue dada la gracia conforme a la
medida del don de Cristo. En este pasaje, la gracia es dada conforme al don, mientras
que en Romanos 12:6, los dones difieren conforme a la gracia. En realidad, la gracia es la
vida divina que produce y provee los dones. En Romanos 12 la gracia produce el don;
por lo tanto, el don se da conforme a la gracia. En Efesios 4 la gracia suministra al don;
por ende, la gracia se da conforme al don, conforme a la medida de éste. Esto es similar
a la provisión que nuestra sangre da a los miembros de nuestro cuerpo de acuerdo a su
tamaño. La medida del don de Cristo corresponde al tamaño de los miembros de Su
Cuerpo.
El versículo 8 añade: “Por lo cual la Escritura dice: ‘Subiendo a lo alto, llevó cautivos a
los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a los hombres’”. La expresión “lo alto” en la
cita de Salmos 68:18 se refiere al monte de Sión (Sal. 68:15-16), el cual simboliza el
tercer cielo, donde Dios mora (1 R. 8:30). El salmo 68 implica que fue en el arca donde
Dios ascendió al monte de Sión después de que ésta había ganado la victoria.
El versículo 1 del salmo 68 es una cita de Números 10:35, lo cual indica que el trasfondo
del salmo 68 es el mover de Dios en el tabernáculo con el arca como centro. El arco
tipificó claramente a Cristo. Dondequiera que iba el arca, se ganaba la victoria. Con el
tiempo, el arca ascendió triunfante a la cima del monte de Sión. Esto muestra cómo
Cristo ganó la victoria y ascendió triunfante a los cielos.
En el versículo 8, la expresión “los que estaban” se refiere a los santos redimidos quienes
fueron tomados cautivos por Satanás antes de ser salvos por la muerte y resurrección de
Cristo. En Su ascensión, Cristo los llevó cautivos, es decir, los rescató del cautiverio
satánico y los tomó para Sí mismo. Esto indica que El conquistó y venció a Satanás,
quien los había capturado por medio del pecado y la muerte.
Otra manera de traducir las palabras “llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio”,
es: “llevó un séquito de enemigos vencidos”. La frase “enemigos vencidos” tal vez se
refiera a Satanás, a sus ángeles, y a nosotros los pecadores, lo cual alude de nuevo a la
victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte. En la ascensión de Cristo se hizo
una procesión con estos enemigos vencidos, como se hace con los cautivos de una
guerra, para celebrar la victoria de Cristo.
La palabra “dones” no se refiere a las habilidades o aptitudes para llevar a cabo diversos
servicios, sino a las personas dotadas que se mencionan en el versículo 11, que son los
apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros. Después de que
Cristo, por medio de Su muerte y resurrección, venció a Satanás y rescató de ambos a los
pecadores, El en Su ascensión hizo que los pecadores rescatados fueran dones por medio
de Su vida de resurrección, y los dio a Su Cuerpo para la edificación del mismo.
Los versículos del 9 al 10 explican cómo Cristo dio los dones al Cuerpo: “Y eso de que
subió, ¿qué es, sino que también había descendido a las partes más bajas de la tierra? El
que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para
llenarlo todo”. La expresión “las partes más bajas de la tierra” se refiere al Hades, el cual
está bajo la tierra, donde Cristo fue después de Su muerte (Hch. 2:27). Primeramente,
en Su encarnación, Cristo descendió de los cielos a la tierra. Luego, en Su muerte,
descendió aún más, de la tierra al Hades. Finalmente, en Su resurrección, ascendió del
Hades a la tierra, y en Su ascensión, de la tierra a los cielos. Al descender mediante Su
muerte y al ascender mediante Su resurrección, El dio dones a los hombres.
CRISTO LO LLENA TODO
Al descender y ascender, Cristo abrió el camino para poder llenarlo todo. Este
pensamiento es muy profundo. Primero Cristo estaba en los cielos. En Su encarnación,
bajó a la tierra, y como hombre, vivió ahí por treinta y tres años y medio. Después murió
en la cruz y descendió al Hades. En resurrección ascendió del Hades a la tierra, y más
tarde subió al tercer cielo. Por medio de este recorrido de descender y ascender, El lo
llena todo. Ahora, Cristo está en todas partes; en la tierra y también en los cielos.
En el versículo 12 vemos la razón por la cual Cristo dio los dones: “A fin de perfeccionar
a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. La
palabra griega traducida “a fin de” tiene mucho peso y significado. Indica que Cristo dio
apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros con el propósito de perfeccionar
a los santos. Los santos son perfeccionados “para la obra del ministerio”. La palabra
griega traducida “para” significa “dando por resultado”. Por consiguiente, el
perfeccionamiento de los santos da por resultado la obra del ministerio. Las muchas
personas dotadas que se mencionan en el versículo 11 tienen un solo ministerio, el de
ministrar a Cristo en las personas para que se edifique el Cuerpo de Cristo, la iglesia.
Este es el único ministerio en la economía neotestamentaria (2 Co. 4:1; 1 Ti. 1:12). Según
la construcción gramatical, “la edificación del Cuerpo de Cristo” es “la obra del
ministerio”. Todo lo que las personas dotadas del versículo 11 hagan como parte de la
obra del ministerio, debe tener como fin la edificación del Cuerpo de Cristo.
Ahora examinemos detalladamente cómo Cristo dio los dones al Cuerpo. Hemos visto
que, con respecto al Cuerpo, todos los elementos básicos son uno. Sin embargo, los
dones y las funciones son diferentes. Cristo viajó de los cielos a la tierra, de la tierra al
Hades, del Hades de regreso a la tierra, y de la tierra al tercer cielo. Por medio de este
recorrido universal, Cristo dio los dones al Cuerpo.
Sin el salmo 68, dudo que nos daríamos cuenta, al leer Efesios 4, que cuando Cristo
ascendió a los cielos, llevó consigo un séquito de cautivos. Cristo entró a los cielos como
un vencedor llevando consigo dicho séquito, y lo presentó a Su Padre, quien a Su vez se
los regresó a El como dones. Entonces Cristo dio todos estos cautivos como dones a los
hombres. Uno de ellos era Saulo de Tarso. Es de esta manera que Cristo dio dones a los
hombres.
Por medio de este recorrido universal, Cristo no solamente logró reunir a muchos
pecadores, sino que también derrotó a quien los había capturado, a Satanás. En otro
tiempo, todos éramos cautivos, es decir, habíamos sido capturados por Satanás, el
pecado y la muerte. Cristo, por un lado, al viajar del cielo a la tierra, de la tierra al
Hades, del Hades de regreso a la tierra y de allí otra vez al cielo, nos obtuvo a todos
nosotros y, por otro, venció a Satanás, quien nos había usurpado y nos retenía bajo su
poder mortal. Ya libertados del dominio de Satanás, del pecado y de la muerte, somos
cautivos de Cristo. Todos los ángeles saben que cuando Cristo ascendió al tercer cielo, El
llevó allá un séquito de cautivos y que éstos fueron presentados al Padre. ¡Esta procesión
debe de haber sido una gran celebración de la victoria de Cristo! Aunque este glorioso
evento estuvo oculto a los ojos de los hombres, los ángeles sí lo presenciaron. Ellos
sabían que un evento sumamente importante se llevaba a cabo en la historia del
universo. Esto no es producto de nuestra imaginación; es un hecho maravilloso.
Hace más de diecinueve siglos, Cristo nos capturó y nos puso en Su séquito de cautivos.
Como personas que han sido capturados por el, no podemos escaparnos. Aunque nunca
hemos visto al Señor Jesús, no podemos más que creer en El, pues nos ha capturado.
Ahora que estamos en Su séquito, no podemos escapar de El. Además, Cristo no sólo
nos capturó, sino que también nos presentó al Padre, quien, después de contemplarnos
con gran aprecio, nos regresó al Hijo como dones. Fue así que Cristo, por medio de Su
recorrido universal, nos hizo dones para el Cuerpo.
En ese recorrido Cristo murió por nuestros pecados y realizó todo lo necesario para que
se cumpliera el propósito de Dios. El derrotó al enemigo, Satanás, y nos liberó de la
mano usurpadora de éste. Antes éramos cautivos de Satanás, pero ahora somos cautivos
de Cristo; fuimos llevados en Su séquito a lo más alto del universo, luego fuimos
presentados al Padre, y el Padre nos dio de regreso al Hijo como dones para los
hombres.
Ahora podemos ver los pasos por los cuales los pecadores fueron hechos dones para el
Cuerpo de Cristo. Estos pasos incluyen la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su
muerte en la cruz, Su sepultura, Su descenso al Hades, Su resurrección de entre los
muertos y Su ascensión a los cielos, de regreso al Padre. Por medio de estos pasos,
nosotros, los pecadores, fuimos hechos apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros. Ahora somos dones dados a los hombres. A dondequiera que el Señor nos
envíe en los días venideros, seremos enviados allí como dones para la gente.
Los primeros apóstoles y profetas no son los únicos dones; cada miembro del Cuerpo es
un don. Por ejemplo, mi meñique es un don para mi cuerpo. Este dedo puede hacer por
mi cuerpo lo que ningún otro miembro puede lograr. Ninguno de nosotros debe
considerarse demasiado pequeño como para ser un don. A veces los miembros más
pequeños resultan más útiles y le proporcionan mayor consuelo al Cuerpo. Así que,
todos nosotros somos dones que Cristo dio a Su Cuerpo. Como resultado del recorrido
universal de Cristo, ya no somos pecadores, sino hijos de Dios, “trofeos” para el Padre, y
dones para el Cuerpo.
En Efesios 4 vemos cómo los dones son dados, mientras que en Salmos 68 vemos cómo
son recibidos. Conforme al salmo, el Hijo recibió “trofeos” de parte del Padre como
dones. Luego, según Efesios 4, el Hijo los entrega como dones a la iglesia. Nosotros, los
salvos, no solamente fuimos dados como dones a la iglesia, sino también a todo el
mundo. Así que, a dondequiera que vayamos, seremos una gran bendición para los
demás.
En algunos de los mensajes anteriores, expresé que todos los santos pueden ser los
apóstoles y profetas de hoy. En este mensaje quisiera señalar que también podemos ser
evangelistas, aquellos que predican las buenas nuevas, que proclaman noticias de gozo.
Al relacionarnos con las personas en nuestro vivir cotidiano, es necesario que les
comuniquemos las buenas nuevas. Si somos fieles y lo hacemos, somos evangelistas.
Nosotros también somos pastores y maestros, es decir, los que cuidan a los demás y los
instruyen en el camino del Señor y en todo lo relacionado con la economía de Dios.
NI CLERO NI LAICADO
Efesios 4 declara que la gracia es dada conforme a la medida, al tamaño, del don. La
gracia produce a las personas dotadas y luego les provee lo que necesitan conforme a la
medida del don. La función de todas las personas dotadas es perfeccionar a los santos
para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos
lleguemos a las tres cosas mencionadas en el versículo 13. En un mensaje futuro
estudiaremos estas cosas en detalle.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
LA NORMA DEL CREYENTE
En 1 Timoteo 1:16 Pablo dice: “Pero por esto me fue concedida misericordia, para que
Jesucristo mostrase en mí el primero toda Su longanimidad, y quedara yo como modelo
para los que habrían de creer en El para vida eterna”. Según este versículo, Pablo fue
hecho modelo de uno que experimenta la salvación que Dios otorga. Sin embargo, Pablo
no fue un modelo solamente de uno que ha experimentado la salvación, sino también de
uno que ha sido llamado por el Señor.
Muy pocos cristianos saben cuál es la meta del llamamiento de Dios. Muchos piensan
que la meta es simplemente recibir la gracia y ser salvos. Sin embargo, la gracia y la
salvación no son la meta final del llamamiento de Dios. Según Efesios la meta del
llamamiento de Dios es la edificación del Cuerpo de Cristo. En Mateo 16 el Señor Jesús
dijo que edificaría Su iglesia. Pero el libro de Hechos y las epístolas revelan que el Señor
no edifica la iglesia directamente, sino que lo hace por medio de los miembros de Su
Cuerpo. Cristo edifica el Cuerpo por medio del Cuerpo. Dios nos llamó para cumplir esta
meta.
En 4:16 Pablo dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las
coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el
crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. El versículo 12 habla
de los santos, y el versículo 16, de “cada miembro”. Según el versículo 16, el Cuerpo
produce su propio crecimiento y se edifica a sí mismo en amor. Esto requiere que en la
práctica todos los santos sean perfeccionados por los apóstoles y demás hermanos que
llevan la delantera.
IGUALES A PABLO
Pablo no sólo era apóstol, sino también profeta, evangelista, y pastor y maestro. Sin
embargo, muchos quizás clasifiquemos a los hermanos dotados del versículo 11 en
cuatro categorías distintas: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y
maestros. Pero Pablo, el modelo de los llamados, era todo eso. Ciertamente él era un
profeta, pues en sus epístolas declaró grandes profecías, como las de 1 Corintios 15 y las
de 1 y 2 Tesalonicenses. El también era un evangelista. ¿Creen que haya un evangelista
mayor que él? El predicaba el evangelio dondequiera que iba. Además, también era un
pastor y un maestro. El cuidaba a las iglesias y a todos los santos día y noche. Por
último, ¿quién puede negar que Pablo era un maestro? Si él no fue un maestro, entonces
¿quién lo fue en el Nuevo Testamento? Así que, Pablo era apóstol, profeta, evangelista, y
pastor y maestro. Su carga y deseo al escribir los capítulos tres y cuatro era señalar que
cada santo debe ser igual a él en estos aspectos.
Los capítulos tres y cuatro forman parte de la exhortación que hace Pablo en cuanto a
andar como es digno del llamamiento de Dios. Si deseamos llevar una vida que sea
digna del llamamiento de Dios, tenemos que ser como el apóstol Pablo. Para vivir
dignamente, no sólo debemos darle importancia a tales cosas como la humildad, la
amabilidad y el amor, sino también a los asuntos importantes de ser apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros. De no ser así, nuestro andar no será digno del
llamamiento de Dios. En estos capítulos, Pablo es un ejemplo, pero no de un cristiano
victorioso ni de un creyente lleno de vida, sino de un apóstol, profeta, evangelista, y
pastor y maestro.
TODOS LOS DISCIPULOS SON APOSTOLES, PROFETAS,
EVANGELISTAS, Y PASTORES Y MAESTROS
Cuando hablamos de parte de Dios, también predicamos el evangelio, o sea, que somos
evangelistas. Ser evangelista es simplemente predicar el evangelio.
Siguiendo el mismo principio, también somos pastores y maestros. Al cuidar a los que
han sido salvos por nuestra predicación, los pastoreamos y los instruimos. Por
consiguiente, somos apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Llevar una vida digna del llamamiento de Dios consiste en ser un enviado de Dios, uno
que habla de parte de El, que predica el evangelio y que pastorea a otros y los instruye.
Si no somos personas así, no alcanzamos la norma de Dios. Debido a la influencia de
nuestro trasfondo y entorno religiosos, estamos acostumbrados a pensar que los
apóstoles y los profetas son personas extraordinarias. Sin embargo, un apóstol es un
cristiano común y corriente, un cristiano que satisface la norma de Dios.
No deberíamos mostrar una falsa humildad declarando que somos demasiado pequeños
e insignificantes como para ser apóstoles y profetas. Es un hecho que podemos ser
enviados por el Señor, por lo menos a nuestros parientes y amigos, y que podemos
hablar de parte de El. Es un hecho que todos podemos y debemos ser los enviados de
Dios. Pertenecemos a la misma categoría que Pablo, aunque, por supuesto, no tenemos
una medida tan grande como la suya.
LA MAYORDOMIA DE LA GRACIA
Efesios 3:2 dice: “Si es que habéis oído de la mayordomía de la gracia de Dios que me
fue dada para con vosotros”. ¿Se dan cuenta de que no solamente Pablo era un
mayordomo, sino que también ustedes lo son? Tal como Pablo, ustedes recibieron la
mayordomía de la gracia de Dios. Un mayordomo es simplemente un servidor. No es un
oficial de alto rango, sino alguien que sirve a otros. Al servicio que desempeña un
mayordomo se le llama mayordomía. Conforme a 3:2, la mayordomía que hemos
recibido es la mayordomía de la gracia de Dios.
Todos hemos recibido cierta cantidad de gracia. En 4:7 Pablo dice: “Pero a cada uno de
nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”. Al recibir la gracia,
espontáneamente tenemos la mayordomía de la cantidad de gracia que hemos recibido.
Por gracia fuimos hechos mayordomos.
Efesios 3:2 dice que Pablo recibió gracia, mientras que 4:7 afirma que cada uno de
nosotros la recibió. A la luz de estos versículos, no debemos considerar que Pablo era
algo que nosotros no somos. De hecho, 3:8 revela que él se consideraba a sí mismo
“menos que el más pequeño de todos los santos”. Esto indica que todos los santos
pueden recibir la misma clase de gracia que le fue dada al apóstol Pablo. En cuanto a su
persona, él era el más pequeño de los apóstoles (1 Co. 15:9); pero en lo que respecta a su
ministerio, él no era menos que los super apóstoles (2 Co. 11:5; 12:11). Sin embargo,
como una persona que recibió gracia, él era menos que el más pequeño de todos los
santos. Esto implica que todos podemos recibir la gracia que él recibió. Podemos
comparar esto a los miembros de nuestro cuerpo físico, los cuales reciben el mismo
suministro de sangre, sin importar lo grande o pequeño que sean. Sin embargo, la
capacidad o el don que surge del suministro de sangre es diferente en cada miembro.
Todos los miembros del Cuerpo de Cristo pueden recibir la misma gracia de vida que
tuvo el apóstol Pablo, pero no tienen el mismo don que él. Si a Pablo, quien afirmaba ser
el más pequeño de todos los santos, se le concedió gracia, ciertamente también a
nosotros se nos puede otorgar.
Para Pablo, no era asunto de quién había recibido más gracia; tenemos que olvidarnos
de hacer esas comparaciones. Lo importante es ver que todos podemos ser iguales al
apóstol Pablo. Puesto que alguien que era menos que el más pequeño de todos los santos
pudo ser la persona que describen los capítulos tres y cuatro, ninguno de nosotros tiene
excusa.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, los cristianos han estado bajo la influencia de
conceptos naturales, a raíz de los cuales se entronizó como papa a uno de los primeros
apóstoles. Pero en realidad todos podemos ser “papas”, porque esto simplemente
significa ser padre. Esto indica que todos podemos ser padres espirituales de aquellos a
quienes conducimos al Señor.
Nuestra mente debe ser limpiada de todo concepto natural que tienda a elevar a los
apóstoles por encima de los demás creyentes. Los apóstoles son simplemente personas
que Dios envía para que lleven a cabo Su propósito, que consiste en edificar la iglesia.
Ciertamente todos podemos ser enviados y todos podemos hablar de parte de Dios como
profetas, como Sus portavoces. No permitan que las enseñanzas tradicionales les
impidan avanzar. Más bien, crean en el hecho de que la mayordomía de la gracia de Dios
fue dada a todos los creyentes.
En 3:3 Pablo dice que por revelación le fue dado a conocer el misterio. ¿Creen ustedes
que sólo al apóstol Pablo se le dio a conocer el misterio y no a todos los creyentes
neotestamentarios? Todos hemos recibido la revelación del misterio, la misma que le fue
dada a él. Pablo escribió el libro de Efesios con el propósito de que todos los santos
conocieran el misterio de Cristo. Durante los años en que el recobro ha estado en este
país, los santos hemos visto el misterio de Cristo gradualmente. Esta revelación nos
constituye apóstoles y profetas, y así recibimos la capacidad para hablar de Cristo y la
iglesia.
Ya que somos profetas, debemos hablar a los que nos rodean, aunque pensemos que no
nos entienden. Nuestra responsabilidad es hablar dondequiera que estemos, ya sea en la
casa o en el trabajo. Los padres deben hablar a sus hijos acerca de la economía de Dios.
También deberíamos ponernos en contacto con nuestros padres y parientes, y contarles
lo que hemos visto con respecto al propósito eterno de Dios. No se preocupen por lo que
los demás piensen de ustedes. Hablen para que los incrédulos sean llevados al Señor. Si
no hablamos, ¿cómo se salvarán las personas? Si hablamos, por lo menos algunos de los
que nos escuchan vendrán al Señor. ¡Imagínense el impacto que se produciría si todos
los santos del recobro del Señor le hablaran a la gente de Cristo y la iglesia! A muchos
nos engañó el enemigo haciéndonos pensar que no estamos capacitados para hablar de
parte del Señor. No debemos esperar que los hermanos que poseen dones sobresalientes
sean los únicos que hablen. Este concepto es erróneo. Por haber recibido la gracia y la
revelación del misterio de Cristo, somos los apóstoles y profetas de hoy y podemos
hablar de parte del Señor.
En 3:7 Pablo dice: “Del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me
ha sido dado según la operación de Su poder”. La palabra griega traducida “ministro” en
este versículo es la misma que se traduce “diácono” en otros pasajes del Nuevo
Testamento. De hecho, “diácono” es la forma española de la palabra griega. Un ministro
o diácono no es un oficial de alto rango, sino un servidor. En este versículo, Pablo dice
que él llegó a ser un siervo. Según el concepto natural, la posición de los ministros es
superior a la de los ancianos, y la de los ancianos, más elevada que la de los diáconos.
Sin embargo, si entendemos correctamente este versículo, veremos que los ministros en
realidad son diáconos, es decir, servidores. La palabra ministro es correcta, pero el uso
tradicional que se le ha dado, ha degradado su significado. Según el Nuevo Testamento,
decir que uno es un ministro equivale a afirmar simplemente que uno es un servidor.
Todos los que creemos en Cristo somos servidores.
En 3:7 Pablo habla de la operación del poder de Dios. Este es el poder de la vida de
resurrección (Fil. 3:10), el cual operó en el apóstol y también opera en todos los
creyentes (Ef. 1:19; 3:20). Por medio de este poder de vida que opera interiormente, el
don de la gracia le fue dado al apóstol, es decir, este don se manifestó en él.
En 3:9 Pablo habla de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía [en otras
versiones, “la dispensación” del misterio. Esta palabra “economía” se refiere al proceso
de impartir a Cristo como vida, como suministro de vida y como el todo, en los
creyentes. Todos tenemos parte en esta maravillosa impartición. Como creyentes,
debemos ser llevados a la norma de Dios, la norma establecida por el apóstol Pablo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA
En el mensaje anterior vimos la norma del creyente; en este mensaje veremos cómo
alcanzarla.
Efesios 3:1 dice: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los
gentiles”. Este versículo no contiene una oración completa, pues tiene sujeto, mas no
predicado. Los versículos del 2 al 21 del capítulo tres forman un paréntesis, incluso una
de las mejores traducciones de la Biblia los coloca en paréntesis. Esto significa que el
pensamiento que Pablo expresa en 3:1 continúa en 4:1. Mientras Pablo redactaba esta
epístola, al llegar a 3:2, surgió la carga dentro de él de añadir algo a manera de
paréntesis. Luego, en 4:1, regresó a su tema, diciendo: “Yo pues, prisionero en el Señor,
os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”,
completando así el pensamiento que comenzó a expresar en 3:1. Por tanto, al juntar 3:1
y 4:1, tenemos la idea completa.
El extenso paréntesis entre 3:1 y 4:1 constituye una sección de gran importancia en
Efesios. En esta sección Pablo indica que su anhelo era que todos los creyentes fueran
como él. Puesto que nosotros también queremos andar como es digno del llamamiento
de Dios, debemos tomar a Pablo como nuestra norma. Con este fin, él se presentó a sí
mismo como modelo. En el capítulo tres, Pablo no se basó en su condición de apóstol
llamado por Dios, sino en su condición de prisionero del Señor. Como tal, él era el
modelo de uno que andaba como es digno del llamamiento de Dios. En el capítulo tres
de Efesios Pablo no sólo presenta la norma del creyente, sino también la manera de
alcanzarla. Examinemos con algunos detalles los varios aspectos de cómo alcanzar dicha
norma.
LA MAYORDOMIA UNIVERSAL
En primer lugar, todos debemos ser mayordomos como Pablo (3:2). La mayordomía no
está limitada a los primeros apóstoles; más bien, es de carácter universal, es decir,
pertenece a todos los discípulos del Señor. Por ejemplo, la parábola del mayordomo
descrita en Lucas 16 fue presentada a los discípulos, lo cual indica que todo creyente,
incluyéndonos a nosotros, debe ser un mayordomo. Creo que cuando Pablo habló de la
mayordomía en 3:2, él estaba consciente de que ésta es dada a todos los creyentes.
En Efesios 3, Pablo desarrolla un concepto que el Señor Jesús presentó en los cuatro
evangelios. Los evangelios revelan que todos los creyentes son mayordomos y también
siervos (Mt. 25:14-30). Según los evangelios, un esclavo no difiere en nada de un siervo,
de un mayordomo. Efesios 3 presenta el concepto de que los apóstoles no son los únicos
mayordomos y esclavos, sino que también lo son todos los creyentes.
RECIBIR GRACIA
Quizás nos preguntemos cómo podemos recibir gracia de manera práctica. Para esto,
tenemos que acudir a la Palabra y orar con ella. Sumergirnos en la Palabra equivale a
recibir la gracia, y orar con la Palabra es tocar la realidad. Además, después de entrar en
la Palabra y de orar con ella, debemos andar en el espíritu conforme a la Palabra. Si
diariamente ponemos en práctica estas tres cosas, recibiremos un continuo suministro
de gracia. Con esta gracia, seremos iluminados y experimentaremos la realidad de Dios
como gracia. La gracia espontáneamente nos une a la iglesia y nos vincula vitalmente
con la “cocina”. De esta manera nos convertimos en verdaderos mayordomos.
Si afirmamos ser apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros, pero no
entramos en la Palabra, ni oramos ni andamos en el espíritu conforme a la Palabra, lo
único que tendremos será un título vacío. No tendremos la realidad ni podremos
alcanzar la norma establecida por Pablo.
RECIBIR REVELACION
Para llegar a esta norma, también necesitamos recibir revelación (3:3, 5). Un profeta es
una persona llena de luz, alguien que ve lo que otros no ven. Los que están en tinieblas
no tienen nada que decir; en cambio, los que están en la luz tienen mucho que expresar.
Cuando vemos algo por revelación, automáticamente tenemos algo que hablar. Si
queremos ser los enviados y profetas de hoy, debemos recibir gracia y también
revelación.
Las preguntas que hacemos muestran dónde estamos y qué somos. Por ejemplo, muchas
de las preguntas que me hacen mis nietos pequeños carecen de sentido. Por supuesto, yo
no espero que ellos me hagan preguntas sobre temas profundos, pues para ello es
necesario tener mucho conocimiento y experiencia. Al leer el capítulo tres de Efesios
debemos hacernos muchas preguntas, como por ejemplo: ¿Qué es la mayordomía de la
gracia? ¿qué es el misterio de Cristo? ¿qué es un coheredero? ¿qué son las inescrutables
riquezas de Cristo? ¿qué es la economía del misterio? ¿cuál es la diferencia entre las eras
y las generaciones? ¿qué significa ser fortalecido en el hombre interior? ¿cómo puede
Cristo hacer Su hogar en nuestros corazones? Si buscamos las respuestas a estas
preguntas, recibiremos revelación.
En 3:7 Pablo declara que él fue “hecho ministro por el don de la gracia de Dios”. Como
mencionamos en un mensaje anterior, un ministro es uno que sirve. Así que, no
debemos ser sólo mayordomos, sino también ministros, servidores.
En el versículo 7 las palabras “del cual” aluden al evangelio del versículo 6. Esto quiere
decir que Pablo llegó a ser un ministro del evangelio, es decir, uno que servía el
evangelio a otros. Nosotros también somos ministros del evangelio. Este evangelio no se
centra en el cielo, sino en el hecho de que en Cristo Jesús los gentiles son “coherederos y
miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa” (v. 6). El evangelio del
versículo 6 trata de los coherederos, los miembros del mismo Cuerpo y los copartícipes
de la promesa. Todos los santos podemos ser ministros de este evangelio tan rico y
elevado.
Si queremos alcanzar la norma establecida por el apóstol Pablo, es necesario que todo
nuestro ser sea fortalecido en el hombre interior. Al experimentar este fortalecimiento,
seremos arraigados y cimentados en amor y recibiremos la fortaleza necesaria para
comprender las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:16-19). Pablo
era uno que había sido fortalecido en su hombre interior; por tanto, estaba arraigado y
cimentado en amor, y conocía las dimensiones de Cristo y Su amor, que excede a todo
conocimiento. ¿Podríamos decir lo mismo de nosotros? Pablo pidió en oración que se
nos fortaleciera en nuestro hombre interior a fin de que fuéramos llenos hasta la medida
de toda la plenitud de Dios.
No pensemos que Pablo podía alcanzar tal norma, pero que nosotros no. El pensamiento
crucial del capítulo tres es que Pablo esperaba que todos los santos fueran como él.
Todos podemos y debemos ser fortalecidos en el hombre interior. De igual manera,
todos debemos ser arraigados y cimentados en amor, y todos debemos tener la fortaleza
para conocer las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
En el capítulo tres de Efesios vemos que el deseo de Pablo era que todos los santos
fueran como él. En los versículos del 2 al 9, él expresa esto desde una perspectiva, y en
los versículos del 16 al 19, lo relata desde otra. Desde una perspectiva, somos
mayordomos, hemos recibido gracia, hemos visto la revelación del misterio y somos los
ministros del evangelio elevado. Nosotros ministramos las riquezas de Cristo para que la
iglesia se produzca de una manera práctica. Por otra, debemos ser fortalecidos en el
hombre interior a fin de ser arraigados y cimentados en amor, y tener la fortaleza para
conocer las dimensiones de Cristo, conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Desde ambas
perspectivas, debemos ser semejantes a Pablo. Si somos lo que él era, andaremos como
es digno del llamamiento de Dios, pues habremos alcanzado el nivel de un creyente
normal.
Cuando Pablo estaba a punto de implorar a los santos que anduvieran como es digno del
llamamiento de Dios, sintió la carga de añadir un paréntesis, que consta en 3:2-21. En
esta sección, Pablo se presenta a sí mismo como el modelo de lo que debe ser un
creyente normal. El había recibido gracia, era un mayordomo, había visto la revelación y
había sido hecho ministro del evangelio elevado. El predicaba las riquezas de Cristo
como evangelio para producir la iglesia. Como tal, Pablo fue fortalecido en el hombre
interior, estaba arraigado y cimentado en amor, conocía las dimensiones de Cristo y Su
amor, y estaba lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la cual es la iglesia, la
expresión del Dios Triuno. Hoy todos podemos ser tales personas. ¡Alabado sea el Señor
porque en Efesios 3 no sólo tenemos la norma, sino también la manera de alcanzarla!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y UNO
En 4:12 Pablo habla de “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del Cuerpo de Cristo”. En este mensaje veremos la manera de ser
perfeccionados.
Efesios 4:7 dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida
del don de Cristo”. Observe que en este versículo Pablo no dice “a cada uno de vosotros”,
sino “a cada uno de nosotros”, lo cual indica que él se incluía en esto. El no se puso en
una categoría especial, en una categoría diferente a la de los demás creyentes.
La gracia nos fue dada a cada uno de nosotros conforme a la medida del don de Cristo.
Cada miembro de nuestro cuerpo físico tiene cierta medida. La oreja, por ejemplo, tiene
una medida, y el hombro tiene otra. Las palabras “la medida del don de Cristo” se
refieren al tamaño de cada miembro del Cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene cierto
tamaño, cierta medida. Así como la sangre circula por los miembros de nuestro cuerpo
conforme a su tamaño, a cada miembro del Cuerpo de Cristo se le da la gracia conforme
a su propia medida. Aunque en el hombro circula más sangre que en la oreja, la calidad
de la sangre es la misma en ambas partes. Y así como la sangre es el suministro vital de
nuestro cuerpo físico, así lo es la gracia a los miembros del Cuerpo de Cristo. ¡Alabado
sea el Señor porque todos los santos son dones de Cristo a quienes se les ha dado la
gracia!
EL CONCEPTO JERARQUICO
LA ERA APOSTOLICA
Algunos afirman que la era apostólica terminó y que hoy ya no hay apóstoles. El
hermano Nee, al principio de su ministerio, todavía no estaba totalmente liberado de la
influencia de este concepto, y en su libro: The Assembly Life [La vida de asamblea],
publicado en 1934, dijo que no había ancianos oficiales, sino solamente ancianos “no
oficiales”. Además, dijo que ya no hay apóstoles, sino un grupo de personas que hacen la
obra de los apóstoles, tal como predicar el evangelio y establecer iglesias. El hermano
Nee admitió que los que ahora realizan la obra de los apóstoles no tienen la santidad, el
poder, ni la victoria de los apóstoles. Sin embargo, como observó el hermano Nee, Dios
usa a personas que laboran para El en cada localidad de una manera similar a la de los
apóstoles del primer siglo. En el pasado los apóstoles establecían las iglesias, pero hoy
las establecen aquellos que hacen la obra de los apóstoles. El hermano Nee señaló que
estos hombres no son dignos de ser comparados con los apóstoles, ni siquiera de ser
llamados apóstoles, sino que ellos llevaban a cabo parte de la obra de los mismos. Ellos
son las personas que Dios usa en medio de la actual degradación de la iglesia. En ese
libro, publicado en 1934, el hermano Nee se daba cuenta de que había algunas personas
que hacían la obra de los apóstoles, pero no se atrevió a llamarlas apóstoles. Con todo,
las llamó apóstoles “no oficiales”, quienes nombraban a ancianos “no oficiales” en las
asambleas locales.
Tres años más tarde, en 1937, el hermano Nee vio en el Nuevo Testamento que es
erróneo decir que la era apostólica ya terminó y que ya no puede haber apóstoles. Por lo
tanto, publicó un libro titulado La vida cristiana normal de la iglesia, donde recalca
firmemente que hoy en día todavía hay apóstoles. Cuando se publicó este libro hace
unos cuarenta años, sólo teníamos una luz parcial acerca de este asunto. Pero ahora, a la
luz de la revelación encontrada en los capítulos tres y cuatro, vemos que todos los santos
pueden hacer la misma obra que los primeros apóstoles, profetas, evangelistas, y
pastores y maestros.
Hemos expresado que la función de las personas dotadas de Efesios 4:11 es perfeccionar
a los santos. Ahora bien, los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros
perfeccionan a los santos pero, ¿para que hagan qué?. La única respuesta razonable y
lógica es que los perfeccionan para que hagan lo mismo que ellos. Por ejemplo, un
profesor de matemáticas adiestra a sus estudiantes en las matemáticas; su meta es
enseñarles a que hagan lo que él hace. Con el tiempo, a través de años de
adiestramiento, sus estudiantes llegarán a ser maestros de matemáticas. Pero
supongamos que cierto maestro ha enseñado matemáticas por muchos años sin
perfeccionar ni siquiera a un estudiante. ¡Qué maestro tan deficiente! Esto es
exactamente lo que pasa hoy entre los cristianos. Muchos han asistido a los llamados
servicios de la iglesia por años sin haber sido perfeccionados en lo más mínimo.
Hace cerca de veinticinco años, algunos hermanos de la iglesia en Manila fueron a un
hospital a visitar a un hermano enfermo. Al reunirse alrededor de la cama del hermano,
cada uno de ellos ofreció una oración al Señor . Otros creyentes que se hallaban cerca de
ahí se quedaron sorprendidos al oír que oraran, y uno de ellos le dijo a nuestros
hermanos: “En nuestra iglesia, el pastor es el único que ora en público. Nosotros no
sabemos orar, pero vemos que cada uno de ustedes sabe orar. ¿A qué iglesia asisten?”
Este solo ejemplo muestra la carencia de perfeccionamiento que existe entre los
cristianos.
Siento mucha carga con respecto a nuestra propia condición en el recobro del Señor.
Tengo que preguntarme sinceramente cuántos hermanos y hermanas han sido
perfeccionados bajo este ministerio. Así como uno puede obtener un título universitario
después de cuatro años de asiduo estudio, después de varios años de estar en el recobro
del Señor, también deberíamos mostrar ciertas señales de perfeccionamiento. Sin
embargo, muchos que han estado con nosotros por años, todavía no manifiestan mucho
perfeccionamiento. Debido a esto, se han infiltrado entre nosotros ciertos aspectos del
sistema clero-laico. No podemos tolerar esto. No estamos aquí simplemente para
celebrar los llamados servicios cristianos. La meta de todo lo que hagamos en nuestras
reuniones debe ser perfeccionar a los santos. Si somos fieles en perfeccionar a los
hermanos y a las hermanas, después de tres o cuatro años todos habrán sido
perfeccionados para efectuar la misma obra que realizaron los primeros apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Me preocupa mucho que se haya hecho tan poco entre nosotros para perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio. ¡Cuánto hemos estado bajo la influencia del
cristianismo degradado! Hoy a muchos cristianos les interesa principalmente predicar el
evangelio y en cierta medida enseñar la Biblia. Sin embargo, todos debemos ver
claramente que hoy el Señor lleva a cabo una sola obra, la de perfeccionar a todos los
santos “hasta que todos lleguemos”. Hemos visto que en Efesios 4 Pablo no se puso en
una categoría separada, sino que se incluyó con todos los santos. Todos, incluyendo a
Pablo, debemos asirnos de la verdad, crecer en Cristo y llegar a ser un hombre de plena
madurez.
En estos días siento una pesada carga con respecto al perfeccionamiento de los santos y
no descansaré hasta ver que todos ellos hagan la misma obra que los primeros apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Mi deseo no es ser un predicador o
instructor bíblico; mi anhelo es ser perfeccionado y perfeccionar a otros para la
edificación del Cuerpo de Cristo.
VIDA Y FUNCION
Una vez que los santos sean perfeccionados, a dondequiera que vayan, irán en calidad de
apóstoles, es decir, de enviados. Además, ellos también serán profetas, evangelistas, y
pastores y maestros. Perfeccionar a los santos para que sean dones para el Cuerpo
constituye la manera en que el Señor opera, y si no lo seguimos, el Señor no podrá
obtener lo que desea. ¡Cuánto agradecemos al Señor que por Su misericordia El nos ha
mostrado Su camino!
Hemos visto que Pablo no se excluyó a sí mimo en lo que expresó en 4:13-15; más bien,
declaró: “Hasta que todos lleguemos ... para que ya no seamos niños ... sino que asidos a
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza”. Ninguno de nosotros
debe pensar que ya está perfeccionado; por el contrario, todos necesitamos más
suministro de vida y más entrenamiento. Si estamos dispuestos a crecer y ser
adiestrados, no repetiremos la historia del cristianismo. Si practicamos fielmente lo que
el Señor nos ha mostrado, El podrá lograr lo que desea entre nosotros. La manera en
que el Señor opera nunca ha cambiado. Esta manera consiste en perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. De esta
manera El obtiene lo que desea en preparación para Su venida.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y DOS
A través de los siglos, los cristianos han sostenido el concepto natural de que la iglesia es
simplemente una organización social. Pero de hecho la iglesia no es una organización.
Como dice Pablo en sus epístolas, la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Nuestro cuerpo físico,
una figura del Cuerpo místico de Cristo, no es una organización, sino un organismo, y
como tal, depende totalmente de la vida. Cuando la vida se acaba, el cuerpo se convierte
en un cadáver, el cual se puede comparar con una organización.
El concepto de que la iglesia es una organización social ha causado mucho daño. En las
organizaciones sociales sí es necesario que ciertos miembros ocupen rangos más
elevados que otros. Y en la religión esto puede presentarse en forma de una jerarquía.
Pero en nuestro cuerpo físico no existe la jerarquía. Sin bien es cierto que la posición de
ciertos miembros es más elevada que la de otros, esto obedece a un orden funcional, no
a un rango. Por ejemplo, debido a su función, la nariz está por arriba de la boca. Sería
absurdo decir que la nariz tiene un rango superior al de la boca. Del mismo modo,
nuestros dedos están por debajo de los brazos y de los hombros, pero esto no significa
que tengan un rango inferior. Todo esto obedece a un orden funcional. ¿Cómo podrían
funcionar los dedos si estuvieran conectados a los hombros? Por consiguiente, en el
cuerpo físico, el cual es un cuadro del organismo vivo del Cuerpo de Cristo, no existen ni
rangos ni jerarquías, sino un orden funcional.
En el pasado conocí a algunas mujeres que no estaban de acuerdo con lo que Pablo dice
en Efesios 5 en cuanto a que las esposas deben someterse a sus maridos. De igual modo,
ellas tampoco aceptaban las palabras que Pablo escribió en 1 Corintios 11, donde afirma
que el hombre es cabeza de la mujer. Debido a la influencia del concepto moderno
acerca de la emancipación femenina, preguntaron por qué la mujer debía sujetarse al
hombre. Yo les contesté haciendo referencia al orden en que están estructurados los
miembros de nuestro cuerpo físico. Traté de mostrarles que dicho orden no depende de
rangos, sino de función. Por ejemplo, la nariz está en el lugar apropiado para cumplir la
función que le corresponde. Pasa lo mismo con los demás miembros del cuerpo. Sin
embargo, el hecho de que la nariz esté ubicada arriba de la boca según su orden
funcional no significa que tenga un rango superior al de la boca. Si pensamos que debe
haber rangos en el Cuerpo de Cristo, esto significa que estamos bajo la influencia de la
mentalidad del ser humano caído. Estos conceptos han sido la causa de muchos
problemas y dificultades.
Algunos ancianos se sienten orgullosos de su posición y esperan ser honrados por los
santos. Otros hermanos ambicionan ser ancianos. Pero en la vida de iglesia no hay lugar
para la ambición. Si conocemos la Biblia, comprenderemos que un anciano es un
esclavo. El concepto de rangos debe ser arrancado de nosotros. Los apóstoles y los
ancianos no son altos funcionarios; por el contrario, son personas que sirven a Cristo a
las iglesias y a los santos.
PERFECCIONAR A LOS SANTOS
PARA LA OBRA DEL MINISTERIO
Mi carga en este mensaje es que todos los santos deben ser miembros que edifican.
Efesios 4:11 dice: “Y El mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros
como evangelistas, a otros como pastores y maestros”. Las personas dotadas no son
oficiales de rango especial; más bien, son personas dadas para perfeccionar a los santos
(v. 12). Los santos necesitan ser perfeccionados, equipados, suplidos para la obra del
ministerio, la cual consiste en edificar el Cuerpo de Cristo. Puesto que muchos santos
todavía no se involucran en dicha obra, ellos necesitan a las personas dotadas
mencionadas en el versículo 11, para que los perfeccionen, los equipen, los capaciten a
fin de que sean aptos para llevar a cabo la obra del ministerio, para la edificación del
Cuerpo de Cristo. El perfeccionamiento o equipamiento está relacionado con el
crecimiento en vida y con el adiestramiento en el desarrollo de ciertas habilidades.
La luz que vemos en estos versículos nunca ha sido tan brillante y clara como lo es
ahora. Hemos visto que la obra del ministerio es simplemente edificar el Cuerpo de
Cristo. Esta obra no es exclusiva de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros, sino que en ella participan todos los miembros. Así que, todos los santos son
miembros que edifican. No sólo somos miembros que han sido edificados, sino que
también somos miembros que edifican el Cuerpo. Primero, los apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros perfeccionan a los santos, es decir, los edifican; y a
su vez, los santos perfeccionados llegan a ser los miembros que edifican. En estos días
los santos están siendo perfeccionados; pero espero que después de algún tiempo, los
santos que ahora están siendo perfeccionados también lleguen a ser edificadores.
CRECIMIENTO Y ENTRENAMIENTO
El versículo 14 añade: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y
zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia,
con miras a un sistema de error”. Un bebé espiritual no puede edificar; él primero tiene
que ser edificado, y para ello necesita crecer. Si queremos ser miembros edificados, y
especialmente si deseamos ser miembros que edifican, debemos crecer. Además,
debemos desarrollar ciertas habilidades. En el mensaje anterior dijimos que la manera
de perfeccionar a los santos es alimentarlos para que crezcan, y entrenarlos para que
aprendan ciertas habilidades. Aprender a desempeñar cierta función está relacionado
con nuestro crecimiento en vida. Cuanto más maduros seamos, más podremos ser
adiestrados. Por ejemplo, un niño de cierta edad puede aprender matemáticas con
mayor facilidad que uno de menor edad. Es el crecimiento en vida lo que nos capacita
para aprender ciertas habilidades.
Hoy en día no hay muchos cristianos que le den importancia al crecimiento en vida, y
menos aun, los que se interesan por ser adiestrados. Por esta razón, entre la mayoría de
los cristianos de hoy no hay crecimiento ni entrenamiento. Es por eso que, a pesar de
que asisten a los llamados servicios de la iglesia por muchos años, siguen siendo bebés.
Una persona así jamás podría hacer lo que hacen los apóstoles y profetas, porque que no
ha sido alimentada ni entrenada.
La condición del recobro del Señor debe ser completamente diferente. Debemos
levantarnos y declarar que queremos crecer en vida y que queremos desarrollar las
habilidades necesarias para llegar a ser miembros edificadores. Espero que después de
algunos años todos los santos serán miembros edificadores que habrán crecido en vida y
que podrán desempeñar ciertas habilidades. Esto es lo que significa ser perfeccionado,
completado, equipado y suministrado.
NUESTRO POTENCIAL SE MANIFIESTA
POR MEDIO DEL CRECIMIENTO
El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel
que es la Cabeza, Cristo”. Este versículo habla claramente del crecimiento. ¡Cuánto
necesitamos crecer! Es bueno que la Palabra nos de la confianza de que todos podemos
hacer lo mismo que los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Todos
tenemos el potencial para ello. Sin embargo, este potencial se puede desarrollar
únicamente por medio del crecimiento. Sin crecimiento, el potencial no significa nada.
Si deseamos crecer, tenemos que entrar en la Palabra, alimentarnos de ella y ejercitar
nuestro espíritu orando y recibiendo al Señor cada día. Al alimentarnos de la Palabra y
recibir al Señor, recibiremos la nutrición necesaria para crecer en vida.
El siguiente versículo, el versículo 16, revela que el Cuerpo procede de la Cabeza: “De
quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico
suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del
Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Este versículo indica que el Cuerpo
causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor. La expresión
“todas las coyunturas del rico suministro” se refiere a las personas especialmente
dotadas, tales como las que se mencionan en el versículo 11; mientras que “cada
miembro” denota a los miembros del Cuerpo. Cada miembro tiene una función que
corresponde a su medida. Esto quiere decir que cada miembro es un miembro
edificador. Los miembros edificadores mencionados en este versículo son aquellos que
han crecido en vida y que han desarrollado sus habilidades funcionales.
Siento una gran carga de que todos crezcamos en vida y recibamos entrenamiento para
que desempeñemos nuestra función. Estamos aquí porque queremos entregarnos al
Señor sin reserva. El propósito de las reuniones de la iglesia no es relajarnos o
entretenernos. El Señor necesita personas dispuestas a crecer, ser entrenadas y recibir
disciplina. Así que, cada iglesia debería dedicar una tarde por la semana al
entrenamiento. Si somos fieles al Señor en esto, después de algunos años todos los
santos serán útiles en las manos del Señor. Que todos estemos dispuestos a decir:
“Señor, queremos ser adiestrados; queremos saber cómo crecer en vida de una manera
práctica, y cómo desarrollar las necesarias habilidades”.
Necesitamos que se nos adiestre para saber hablar, predicar el evangelio y enseñar y
pastorear a otros. Todo cristiano que ha alcanzado la norma que el Señor exige debe ser
un enviado, uno que habla de parte de Dios, que predica el evangelio y que cuida a otros.
No debemos ser personas salvas que simplemente esperan ir al cielo. Creyentes así en
realidad no son muy diferentes de la gente del mundo. Nosotros debemos ser personas
que son enviadas continuamente a hablar de parte del Señor. Debemos predicar el
evangelio y pastorear a los que se salvan por medio de nuestra predicación. Si somos
personas así, seremos diferentes de la gente del mundo y de la mayoría de los cristianos.
Seremos un pueblo celestial que lleva a cabo una comisión celestial.
No debemos esperar que otros sean levantados como siervos del Señor o para llevar a
cabo la obra del ministerio. Todos tenemos que funcionar como apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros. Todos debemos ser miembros edificadores y todos
tenemos esta capacidad. No nos interesa tener títulos ostentosos ni posiciones vanas; lo
que queremos es ser los apóstoles y profetas de hoy de manera práctica. Necesitamos ser
genuinos predicadores del rico y elevado evangelio, y pastores que saben cómo pastorear
a los nuevos creyentes. Que todos acudamos al Señor de manera desesperada y le
pidamos que nos adiestre para que seamos esta clase de miembros de Su Cuerpo. No
descansaré hasta ver que todos los santos del recobro del Señor sean entrenados de esta
manera. Nuestra carga es perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del Cuerpo de Cristo.
Creo firmemente que el Señor nos ha aclarado a todos esta visión. Ahora lo crucial es
saber cómo responderán los santos. Yo diría que todos los que están entre nosotros son
sinceros y fieles al Señor. Lo único que resta es que tomemos una decisión definitiva
delante de El, e incluso hacer un voto de que no nos quedaremos atrás, que queremos
responder a Su llamado, satisfacer Su deseo y complacerle. Si no nos entregamos a esto,
nuestra vida en la tierra no tendrá sentido.
Tal vez es poco lo que podemos hacer por los cristianos que están en la religión, pero por
la misericordia y gracia del Señor nosotros mismos podemos recibir ayuda para llegar a
ser en la práctica y en realidad miembros que edifican. Creemos que hasta los más
débiles entre nosotros pueden llegar a ser miembros edificadores. Por un lado, los
hermanos que llevan la delantera deben empeñarse en perfeccionar a los santos. Por
otro, los santos deben tomar una firme decisión con el Señor en cuanto a su disposición
de ser adiestrados para ser miembros edificadores. Si todos somos fieles en estos
aspectos, Dios hará todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
pensamos por causa de Su economía con respecto a Cristo y la iglesia.
CRISTO ES EL UNICO PRECEPTOR
No debe haber rangos entre los miembros edificadores del Cuerpo de Cristo. En Mateo
23:10 el Señor Jesús dijo: “Ni seáis llamados preceptores; porque uno es vuestro
Preceptor, el Cristo”. Todos los que estamos en el Señor, somos hermanos, y no debe de
haber preceptores entre nosotros. Las palabras claras del Señor declaran que ninguno
de nosotros debe ser llamado preceptor, porque El es el único líder.
AYUDAS Y ADMINISTRACIONES
Es muy significativo que en 1 Corintios 12:28, Pablo menciona las “ayudas” antes de las
“administraciones”. La palabra “ayudas” se refiere al servicio de los diáconos, mientras
que “administraciones” denota la función de los ancianos. En este versículo, Pablo a
propósito menciona primero el servicio de los diáconos y después la función de los
ancianos. Tal vez hizo esto para que los corintios se dieran cuenta de que en la iglesia no
deben existir rangos de ninguna clase. No debemos pensar que la administración que
desempeñan los ancianos es más elevada que el servicio de los diáconos.
Hemos visto que en Efesios 3 Pablo dice que a él le fue dada la mayordomía de la gracia
de Dios. El menciona esto con la intención de ayudar a los santos a comprender que
todos ellos deben ser también mayordomos de la gracia de Dios. Este mismo
pensamiento también se encuentra en 1 Pedro 4:10: “Cada uno según el don que ha
recibido, minístrelo a los otros, como buenos mayordomos de la multiforme gracia de
Dios”. Por tanto, todos los santos, no sólo los apóstoles, debemos ser mayordomos. Los
ancianos no deben ubicarse en una categoría especial, sino que deben considerarse
como mayordomos, así como lo son todos los demás santos.
NO ENSEÑOREARSE DE LA IGLESIA,
SINO ESTABLECER UN EJEMPLO
Otros me han preguntado si los ancianos tienen autoridad. Esta pregunta surge del
concepto natural respecto a los rangos. Si no estuviéramos bajo la influencia del
concepto natural, no haríamos esta pregunta. Digo una vez más que en la iglesia no
existen tal cosa como el rango; más bien, todos somos mayordomos de la gracia de Dios,
y nos sometemos unos a otros. Si el Señor lo ha puesto a usted como anciano, no debe
enorgullecerse. Tampoco debe considerarse superior a los demás ni ejercer señorío
sobre la iglesia como si fuera suya. Al contrario, como alguien que preside, usted debe
ser un ejemplo para los santos. Cuando ellos vean el ejemplo que los ancianos les dan,
posiblemente dirán: “Señor, gracias por estos buenos ejemplos. Deseamos leer la
Palabra, predicar el evangelio, enseñar a otros y pastorearlos como ellos lo hacen”. Al
establecer unos el ejemplo y al seguirlo otros, todos serviremos juntos como
mayordomos de la multiforme gracia de Dios. Esta es la vida de iglesia apropiada, donde
no hay organización, rangos, jerarquía, clero ni laicado.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y TRES
Efesios 4:13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”. Este versículo es la continuación de los versículos 11 y
12, los cuales declaran que los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros
fueron dados para que perfeccionaran a los santos para la obra del ministerio. Ya
mencionamos que las personas dotadas de las que se habla en el versículo 11,
perfeccionan a los santos para que éstos hagan lo que ellos hacen. Todos podemos ser
enviados y todos podemos hablar por el Señor en calidad de profetas, predicar el
evangelio como evangelistas y pastorear a otros e instruirlos en calidad de pastores y
maestros. Si amamos al Señor, hablaremos de parte de El como Sus testigos. Además,
debemos predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo. Esta no es tarea exclusiva de
los primeros evangelistas, sino de todos los santos. Además, es necesario que
diariamente pastoreemos e instruyamos a otros. Los que presiden deben ser ejemplos en
estas funciones, y los demás debemos seguir su ejemplo. Por consiguiente, todos los
santos pueden llevar a cabo la obra de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros.
Los santos necesitan ser perfeccionados para la obra del ministerio. En el Nuevo
Testamento se ve un solo ministerio, el cual consiste en impartir a Cristo en las personas
con miras a la edificación del Cuerpo. Si lo santos han de llevar a cabo la obra del
ministerio, ellos necesitan ser perfeccionados.
En el versículo 13 Pablo no dice: “Hasta que todos lleguen”, sino “hasta que todos
lleguemos”, lo cual indica que él se incluyó en la misma categoría de todos los santos. No
es correcto que unos cuantos lleguen a la meta y que otros se queden atrás; al contrario,
todos debemos llegar juntos. No debemos llegar a las tres cosas mencionadas en el
versículo 13 como que si esto fuera una carrera; todos debemos llegar a la meta al
mismo tiempo.
I. LLEGAR A LA UNIDAD
A. De la fe
Llegar al pleno conocimiento del Hijo de Dios alude a comprender la revelación acerca
de El en nuestra experiencia. La frase “El Hijo de Dios” se refiere a la persona del Señor
como vida para nosotros, mientras que el título “Cristo” se refiere a Su comisión de
ministrarnos vida, para que nosotros, los miembros de Su Cuerpo, tengamos dones con
los cuales funcionar. Cuanto más crezcamos en vida, más nos apegaremos a la fe y al
conocimiento de Cristo, y más abandonaremos los conceptos doctrinales secundarios e
insignificantes, los cuales causan divisiones. Entonces llegaremos a la unidad práctica, o
sea, llegaremos a la medida de un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo.
Muchos cristianos no conocen la diferencia entre la unidad del Espíritu y la unidad de la
fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. La primera es la unidad de la realidad, y la
segunda es la unidad en forma práctica. Ya que el Espíritu es la realidad de nuestra
unidad, la unidad del Espíritu es la unidad de la realidad. La unidad es el Espíritu
mismo. Si no hubiera el Espíritu, no habría unidad. Sin embargo, aunque ya tenemos la
unidad de la realidad, aún necesitamos la unidad práctica. Esto significa que la unidad
de la realidad debe ser puesta en práctica, o sea, debe llegar a ser una unidad en la
práctica. Por tanto, en el versículo 13 Pablo habla de la unidad en forma práctica.
Entre la unidad de la realidad y la unidad en forma práctica existe una distancia. Por
ello, debemos llegar a la unidad en el aspecto práctico. La unidad del Espíritu es el
comienzo, mientras que la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios es
la meta. Esto indica que debemos “viajar” de la unidad del Espíritu a la unidad de la fe y
del pleno conocimiento del Hijo de Dios. En otras palabras, tenemos que avanzar de la
unidad de la realidad a la unidad del sentido práctico.
Digamos que varios jóvenes se salvan al mismo tiempo mediante la predicación de algún
evangelista. El día que son salvos, todos abrazan la fe, pero después de algún tiempo
comienzan a aceptar diferentes conceptos doctrinales. Estos conceptos los llevan a
dividirse. Si estos creyentes desean llegar a la unidad de la fe, deben ser perfeccionados
mediante la obra que realizan los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros. Esta obra de perfeccionamiento hará que ellos cuiden de la unidad del
Espíritu y hagan a un lado las doctrinas que los dividen. A medida que llegan a la unidad
de la fe, dejarán de prestar atención a las diferentes doctrinas, las cuales fomentan
divisiones, y sólo les importará la fe única con respecto a Cristo y Su obra redentora. Por
medio de esta obra de perfeccionamiento, ellos llegan en la experiencia al pleno
conocimiento del Hijo de Dios. En lugar de darles importancia a las doctrinas y las
prácticas, la cuales dividen, sólo les interesa Cristo, el Hijo de Dios. Se interesan por
llegar, en su experiencia, al pleno conocimiento del Hijo de Dios. Desean experimentar
cada vez más a Cristo en su vida diaria. Al llegar a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, estos creyentes no solamente tienen la unidad de la
realidad, sino también la unidad del sentido práctico. Ahora pueden reunirse sin
división y disfrutar de la unidad de manera práctica.
Si todavía estamos divididos por diferencias doctrinales, esto es una señal de que somos
niños. Estas doctrinas que dividen son “juguetes”. Durante las primeras etapas de
nuestra vida cristiana, nos gusta divertirnos con esos “juguetes”. Cuanto más infantiles
somos, más “juguetes” poseemos. Pero a medida que los niños crecen, dejan a un lado
los juguetes, y cuando maduran, los abandonan por completo. En los primeros años de
mi vida cristiana me encantaban mis “juguetes” doctrinales. Debido a que estos
“juguetes” significaban tanto para mí, me tomó bastante tiempo despojarme de ellos.
Pero hoy ya no tengo “juguetes”; sólo tengo a Cristo y la iglesia.
En 1 Corintios 13:11 Pablo dice: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como
niño, razonaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”. Pablo
indica que es posible que ciertas cosas pueden llegar a ser “juguetes”. A medida que
crezcan los creyentes, dejarán todos estos “juguetes”. Finalmente, al ser perfeccionados,
llegarán a un hombre de plena madurez.
Una vez más quiero recalcar la necesidad de que todas la iglesias reciban cierto
entrenamiento práctico. Debemos ser entrenados en cuanto a la enseñanza, el pastoreo
y la predicación del evangelio. Por medio de dicho entrenamiento, los santos
aprenderán a funcionar como apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros.
Mientras funcionamos así, tenemos una sola meta: edificar el Cuerpo de Cristo. A
medida que participamos en la obra del ministerio para dicha edificación, llegamos a la
unidad práctica, al crecimiento pleno y a la culminación de la edificación del Cuerpo de
Cristo.
La forma en que el Señor lleva a cabo esto se halla en tres versículos cruciales, en Efesios
4:11-13. Estos versículos revelan que todos los que el Señor capturó, fueron presentados
al Cuerpo como dones para que perfeccionasen a los santos, a fin de que lleven a cabo la
obra del ministerio y edifiquen el Cuerpo de Cristo. Es así que llegamos juntos a nuestra
destinación, a la unidad de la fe y el pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre
de plena madurez y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Esta es nuestra
meta, y tenemos que avanzar diligentemente hacia ella hasta que todos la alcancemos
juntos.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
Efesios 4:13 declara que necesitamos llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento
del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez y a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo. Es difícil definir adecuadamente estos puntos, pues todos ellos tienen
que ver con la vida, la cual es muy misteriosa. La verdadera unidad, la unidad en la
práctica, tiene que ver con la vida. Asimismo, ser un hombre de plena madurez y llegar a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo son asuntos que dependen de la vida.
Sólo hasta que experimentamos la vida hasta cierto grado, podemos entender versículos
como 4:13.
En 4:13 Pablo comienza hablando de la unidad de la fe. Desde el punto de vista de mi
limitada experiencia, puedo decir que la fe aquí se refiere a Cristo y Su obra redentora.
El Cristo vivo y Su obra constituyen el objeto de nuestra fe cristiana.
El versículo 13 también habla del pleno conocimiento del Hijo de Dios. Aparentemente
hay poca relación entre la fe y el pleno conocimiento del Hijo de Dios. Sin embargo,
conforme a nuestra experiencia, ambos aspectos aluden a lo mismo, a Cristo. El pleno
conocimiento del Hijo de Dios tiene que ver con conocer a Cristo como vida y como
nuestro todo. En el Nuevo Testamento, al Señor se le llama Hijo de Dios con relación a
la vida, y el Cristo, en cuanto a Su comisión. Cuando Pedro recibió la revelación con
respecto al Cristo, dijo que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mt.
16:16). Además, en el evangelio de Juan se nos dice que debemos creer que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios (Jn. 20:31). Esto indica que nosotros, al creer en el Señor Jesús,
recibimos Su vida y Su comisión. Conocer la comisión del Señor es fácil, pero conocerlo
a El como nuestra vida es bastante difícil. Esto sólo se obtiene por la experiencia, no por
un simple conocimiento objetivo. Cuando experimentamos a Cristo como nuestra vida,
llegamos a conocerlo como el Hijo de Dios. Entonces podemos experimentar la unidad
práctica y experimental, es decir, la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de
Dios.
Dios desea que Cristo sea el todo para nosotros. Cristo es el objeto de nuestra fe y
también nuestra vida. Si vemos esto, comenzaremos a deshacernos de todo lo que nos
distrae de El, abandonaremos todo lo que no sea Cristo mismo. Cuánto abandonamos
depende de cuánto lo experimentamos. Cuanto más experimentemos a Cristo como
vida, más cosas dejaremos a un lado. De esta manera llegamos a la unidad de la fe y del
pleno conocimiento del Hijo de Dios.
I. NIÑOS EN CRISTO
El versículo 14 dice: “Para que ya no seamos niños sacudidos por la olas y zarandeados
por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un
sistema de error”. Este versículo es la continuación del versículo 13. Las palabras “Para
que” indican que como resultado de llegar a las tres cosas que se mencionan en el
versículo 13, ya no seremos niños sacudidos por las olas ni zarandeados por todo viento
de enseñanza. Así que, llegar a los tres aspectos del versículo 13 tiene un propósito: que
dejemos de ser niños.
Los niños son los creyentes que recién han recibido a Cristo y que carecen de madurez
en vida (1 Co. 3:1; 3:11; He. 5:13). En la primera etapa de nuestra vida espiritual, todos
los cristianos somos niños.
El versículo 14 indica que los niños son sacudidos por las olas. La vida cristiana se
parece a una travesía por el mar, donde hay muchas tormentas. Como cristianos, no
debemos esperar que nuestro viaje transcurra con calma, sin olas ni vientos. Las olas y
las tormentas no solamente azotan a los creyentes individualmente, sino también a la
iglesia. Hay momentos en los que la iglesia es sacudida por las olas y se ve en medio de
tormentas. El concepto de Pablo no es que podemos evadir las olas y los vientos, sino
que podemos ser guardados de ser sacudidos por las olas y zarandeados por los vientos.
Las dificultades y las penurias son diferentes a las olas y las tormentas. Las penurias son
semejantes a las rocas, y las dificultades, a cargas pesadas que debemos llevar. Las olas,
por el contrario, a menudo llegan de manera placentera, atractiva y hasta con una
apariencia agradable y dulce. Los que son sacudidos por las olas, por lo general no son
sacudidos en contra de su voluntad, sino que voluntariamente se dejan llevar por las
olas, las cuales tienen una apariencia placentera y agradable para ellos. Mientras son
llevados por las olas, no están conscientes de ningún peligro; más bien, tal vez hasta
sientan cierta emoción y deleite. Debido a su placentera apariencia, las olas son muy
distintas de las penurias y dificultades. De hecho, pocos cristianos se dejan sacudir por
las dificultades, pero son muchos los que son sacudidos por las olas y zarandeados por
los vientos.
Tal vez usted se pregunte qué son las olas y los vientos. Ellos son las diferentes
enseñanzas, doctrinas, conceptos y opiniones. A medida que la iglesia avanza en su
travesía por el mar, Satanás aprovecha cada oportunidad para enviarle atractivas
enseñanzas, conceptos y opiniones, con la intención de engañar a los creyentes. Su
intención al hacer esto es apartarlos de Cristo y la iglesia.
A los niños se les engaña y extravía con mucha facilidad. Por ejemplo, alguien puede
llevárselos de su casa simplemente ofreciéndoles algunos caramelos. A ellos les gustan
tanto los dulces que se olvidan de todo lo demás. Debido a que muchos cristianos aún
siguen siendo niños, niños que desean enseñanzas “azucaradas”, se les engaña con
mucha facilidad.
La única manera de escapar de las olas y de los vientos es crecer en vida. Mientras
crecemos, debemos protegernos bajo el amparo de nuestros padres en el Señor. No nos
dejemos distraer por los caramelos espirituales; antes bien, sigamos el camino de
nuestros padres en Cristo. De esta manera, seremos preservados y salvaguardados.
En la vida de iglesia, los más jóvenes deben ampararse bajo los mayores; este refugio es
el mejor escondite. Nunca adopte por su cuenta ningún concepto, por muy agradable
que parezca. Cuando sea tentado a hacerlo, debe decir: “No me importan estas cosas; lo
único que me interesa es Cristo, la iglesia y el amparo de mis mayores”. Si ingiere el
“caramelo”, descubrirá que debajo de la capa azucarada hay veneno.
Al leer el contexto del versículo 14 podemos ver que Cristo y la iglesia son la prueba más
confiable para detectar si alguna enseñanza es engañosa. El enemigo Satanás es astuto y
usa olas y vientos para distraer a los santos y apartarlos de Cristo y la iglesia. En
ocasiones usará incluso la Biblia para conseguir esto. Esto indica que él usará aun las
enseñanzas bíblicas para apartarnos del propósito de Dios. El empleó las Escrituras para
tentar al Señor Jesús en el desierto. Satanás se vale de cualquier cosa para distraernos
de Cristo y la iglesia, y la mejor salvaguarda que podemos tener en contra de sus
astucias es Cristo y la iglesia. No debemos aceptar ninguna enseñanza que no pase la
prueba de Cristo y la iglesia.
A veces Satanás llega a nosotros con cierta enseñanza con el pretexto de que ésta nos
ayudará a disfrutar más la vida de iglesia. Sin embargo, cuando la recibimos, nos damos
cuenta de que ésta anula en nosotros el apetito por la vida de iglesia. Antes de aceptar
esa enseñanza, estábamos absolutamente en pro de la iglesia y del testimonio de ésta;
deseábamos asistir a las reuniones de la iglesia y valorizábamos mucho su base de
unidad. Pero la engañosa enseñanza satánica mata en nosotros el deseo de reunirnos,
diluye nuestra consagración por la vida de iglesia y nos lleva a menospreciar la base de
unidad de la iglesia. A medida que esta enseñanza ejerce su efecto destructivo en
nuestro interior, perdemos interés por el testimonio genuino de la iglesia. Con todo,
estamos convencidos de que gracias al concepto que hemos absorbido, estamos en
camino hacia una mejor vida de iglesia. ¡Esta es la más engañosa de todas las doctrinas!
Este engañoso viento nos aparta de la vida de iglesia.
Esta clase de enseñanza también nos hace perder el apetito por Cristo; su influencia nos
quita el hambre y la sed que sentíamos por El. Uno llega a sentir que amar al Señor de
manera absoluta es religioso o legalista. Todo esto muestra claramente que la esencia
venenosa de esa enseñanza satánica ha entrado a nuestro ser y lo ha corrompido,
aturdiendo los sentidos espirituales. Esta es la manera más sutil en que un creyente
puede ser apartado de Cristo y de la genuina vida de iglesia.
Quisiera repetir que la única manera de escapar de las olas y de los vientos es crecer. Sin
embargo, es imposible crecer de la noche a la mañana, como los hongos. El crecimiento
es gradual, poco a poco, día tras día. Mientras crecemos gradualmente en el Señor,
necesitamos permanecer bajo la cubierta protectora de la iglesia. Confiemos en la
iglesia, no en nuestros propios sentimientos. Acudamos al Señor y pidámosle que nos
ayude a poner nuestra confianza en El y en la iglesia. Esto es especialmente necesario
cuando sentimos que la iglesia no está bien. En el mismo momento que sintamos que la
condición de la iglesia no es positiva, debemos poner nuestra confianza en la iglesia aún
más.
II. VIENTOS DE ENSEÑANZA
En el versículo 14, Pablo no habla de los vientos de herejías, sino de los vientos de
enseñanza. Cualquier enseñanza, aunque sea bíblica, que distraiga a los creyentes de
Cristo y la iglesia, es un viento que los desvía del propósito de Dios. En 1 Timoteo 1:3-4
se revela que en los tiempos de Pablo, algunos impartían diferentes enseñanzas. Esto no
significa que enseñaban herejías, sino que enseñaban algo diferente de la economía
neotestamentaria de Dios. No enseñaban según la enseñanza del ministerio
neotestamentario. En el Nuevo Testamento existe un solo ministerio, el cual consiste en
impartir al Dios Triuno en los creyentes para que se edifique la iglesia. Debemos
desconfiar de cualquier enseñanza o supuesto ministerio que enseñe cosas diferentes de
la economía de Dios, es decir, que enseñe algo que no imparta a Dios en los creyentes y
que no edifique las iglesias.
Los cristianos han sido llevados por diversos vientos de enseñanza. Cada denominación
o grupo independiente está bajo la influencia de algún viento doctrinal. En la actualidad,
¿qué cristiano no ha sido sacudido por las olas o zarandeado por los vientos? Aun
nosotros debemos preguntarnos si todavía estamos bajo la influencia de tales olas y
vientos. Puedo declarar firmemente que yo no soy sacudido por ninguna ola ni
zarandeado por ningún viento, porque lo único que me interesa es Cristo y la iglesia.
Algunos me han preguntado sobre la práctica de orar-leer, y les he contestado que no
estoy en pro del orar-leer, sino de Cristo y la iglesia. Yo no me diferencio de los demás
cristianos; sin embargo, muchos de ellos se han hecho diferentes a mí.
Antes de venir al recobro del Señor, probablemente estábamos ocupados con cosas que
no eran ni Cristo ni la iglesia. Tal vez nos interesaba cierta doctrina, práctica u obra.
Pero en la vida de iglesia en el recobro del Señor, sólo nos interesa Cristo y la iglesia. Es
crucial que veamos claramente que la meta de la economía neotestamentaria es impartir
al Dios Triuno en las personas para edificar el Cuerpo de Cristo. Esta es nuestra meta y
nuestro testimonio; éste es también el recobro de Dios. Si siempre tenemos esta meta
delante de nosotros, no recibiremos ninguna enseñanza, concepto u opinión que nos
distraiga de la línea central de la economía de Dios.
En el versículo 14 Pablo habla de “las artimañas de los hombres”. La palabra griega que
significa “artimañas” se refiere a las trampas que hacen los jugadores de dados. Las
enseñanzas que llegan a ser vientos y que alejan a los creyentes de la línea central de
Cristo y la iglesia, son engaños instigados por Satanás, quien astutamente utiliza las
artimañas de los hombres para estorbar el propósito eterno de Dios, que consiste en
edificar el Cuerpo de Cristo. Por muy buena que parezca una enseñanza, si nos distrae
de Cristo y la iglesia, pertenece a las artimañas de los hombres. Las artimañas de los
hombres son peores que el engaño, porque no solamente son falsas, sino que también
suponen un complot maligno. Por muy bíblica que sea una doctrina, podría ser usada en
este perverso complot.
C. En astucia
En este versículo Pablo menciona la astucia. Esta palabra alude al uso de cierta
habilidad maligna. Por tanto, las artimañas de los hombres tienen que ver con un
complot y con la habilidad para engañar.
Por último, Pablo dice: “Con miras a un sistema de error”. Las enseñanzas que dividen
son organizadas y sistematizadas por Satanás con el fin de producir serios errores y
dañar la unidad práctica de la vida del Cuerpo. Las artimañas vienen del hombre,
mientras que el sistema de error viene de Satanás. Ya vimos que la economía de Dios
consiste en impartir al Dios Triuno en nosotros para que se edifique el Cuerpo de Cristo.
Satanás aborrece esto y usa astutamente enseñanzas, conceptos, doctrinas y opiniones
como parte de un plan diabólico que consiste en desviar a las personas y conducirlas a
un sistema de error. ¡Esta obra es diabólica! Que el Señor ponga de manifiesto todas las
sutilezas del enemigo para que podamos detectar el sistema de error relacionado con las
enseñanzas engañosas, diseñadas para distraer a los santos y desviarlos de Cristo y la
iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
EL CRECIMIENTO DE LOS MIEMBROS
PARA LA EDIFICACION DEL CUERPO
En este mensaje llegamos a 4:15 y 16. El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad
en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo”. El hecho de que Pablo
comience este versículo con la palabra “sino” indica que la verdad del versículo 15 está
en contraste con las artimañas de los hombres, la astucia y el sistema de error del
versículo 14. Ser llevados por los vientos de enseñanza en las artimañas de los hombres
con miras a un sistema de error es no asirse a la verdad.
A. La verdad
Asirse a la verdad en amor significa tocar y abrazar a Cristo y la iglesia y sólo hablar de
ello. Es posible que otros enseñen de manera diferente, dando énfasis a doctrinas y
opiniones que distraen de Cristo y la iglesia, pero nosotros no debemos hablar así. Más
bien, debemos hablar de aquellas cosas que nos pongan en contacto con Cristo y que nos
edifiquen como Cuerpo de Cristo. Hablar así es tocar la verdad.
Según el versículo 14, los niños son sacudidos por las olas y zarandeados por los vientos
de enseñanza. Indudablemente estas olas y estos vientos se refieren a las diferentes
enseñanzas y prácticas. Aunque estas enseñanzas puedan ser bíblicas o fundamentales,
no ministran Cristo a las personas, y su efecto es que nos distraen de Cristo y la iglesia.
Tal vez otros sean sacudidos o zarandeados por tales enseñanzas, pero nosotros
debemos asirnos a la verdad en amor, es decir, debemos asirnos a Cristo y la iglesia.
Esto es lo que hablamos y ésta es nuestra comunión. De hecho, también debería ser el
punto central de nuestra oración.
B. El amor
En el versículo 15 Pablo dice que debemos asirnos a la verdad en amor. Este es el amor
de Cristo, el cual está en nosotros y por el cual amamos a Cristo y a los demás miembros
de Su Cuerpo. Este amor no es el nuestro, sino el amor de Dios con el cual El nos amó
primero. Ahora, con el mismo amor con que Dios nos amó, amamos al Señor y nos
amamos unos a otros. Es en este amor que nos asimos a la verdad, o sea, a Cristo y Su
Cuerpo.
II. EL CRECIMIENTO
A. En la Cabeza, Cristo
Al asirnos a la verdad en amor, crecemos en Cristo, o sea hasta Su medida, en todo. Para
dejar de ser niños (v. 14), necesitamos crecer en Cristo. Esto significa que Cristo
aumenta en nosotros en todas las cosas hasta que seamos un hombre de plena madurez
(v. 13). La palabra “Cabeza” del versículo 15 indica que nuestro crecimiento en vida por
medio del aumento de Cristo en nosotros, debe ser el crecimiento de los miembros que
están en el Cuerpo bajo la Cabeza.
Crecer hasta la medida de la Cabeza significa que sólo nos interesa Cristo y la iglesia.
Crecemos al centrarnos exclusivamente en Cristo y la iglesia, es decir, al tocar la verdad
en amor. Nosotros no crecemos ejerciendo una especia de sinceridad relacionada con el
comportamiento ético.
Este versículo dice que crecemos específicamente en Cristo, la Cabeza, en todo. Los
versículos 13 y 14 muestran la necesidad de crecer. Si queremos ser un hombre de plena
madurez necesitamos crecer. Del mismo modo, si queremos dejar de ser niños que son
sacudidos y zarandeados por doquier, necesitamos crecer. Pero debemos crecer en
Cristo, no en nosotros mismos o en algo que no sea Cristo.
Pablo dice claramente que debemos crecer hasta la medida de Aquel que es la Cabeza.
Esto indica que el crecimiento se experimenta en el Cuerpo. Para crecer en la Cabeza,
ciertamente debemos estar en el Cuerpo. Muchos cristianos parecen crecer
espiritualmente; sin embargo, ese supuesto crecimiento no se produce en el Cuerpo. He
conocido cristianos que a medida que han pasado por esa clase de crecimiento se han
vuelto disidentes. Da la impresión que cuanto más crecen, más tienden a criticar.
Cuando tienen relativamente poco crecimiento, no representan ningún problema en la
vida de iglesia, pero una vez que crecen, se vuelven problemáticos. Esto indica que su
crecimiento no se produce en la Cabeza. Sólo si se crece en la Cabeza, se crece en el
Cuerpo.
Es muy significativo que Pablo no nos dice que crezcamos en el Salvador, en el Amo o en
el Señor. El dice específicamente que tenemos que crecer en la Cabeza. Esto sólo se
puede llevar a cabo en el Cuerpo. Si no permanecemos en el Cuerpo, aunque
experimentemos algún crecimiento, ese crecimiento no se producirá en la Cabeza.
B. En todo
En el versículo 15 Pablo nos dice que debemos crecer en todo en Aquel que es la Cabeza.
Posiblemente hemos crecido en algunos aspectos, pero no en otros. Según mi
experiencia, el área en la que es más difícil crecer en Cristo, la Cabeza, es en lo que
hablamos. En Salmos 141:3 dice: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de
mis labios”. Puesto que es tan difícil controlar lo que hablamos, debemos adoptar esta
oración. Sea usted joven o mayor, hermano o hermana, ésta es un área en la que
urgentemente necesita crecer en Cristo, la Cabeza.
Si le presentamos al Señor este asunto de crecer en El en todo, veremos que hay muchas
cosas pequeñas en las que todavía no hemos crecido hasta la medida de la Cabeza.
¡Cuánto necesitamos crecer en Cristo! Que la necesidad de crecer pueda tocar nuestro
corazón y haga que nos volvamos de nuevo al Señor.
III. DE LA CABEZA
El versículo 16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las
coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el
crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Crecer en vida es
crecer hasta la medida de la Cabeza, Cristo, y funcionar en el Cuerpo proviene de El.
Primero crecemos hasta la medida de la Cabeza; luego, obtenemos algo que proviene de
El.
En este versículo Pablo habla de “todas las coyunturas del rico suministro”. Esto alude a
las personas especialmente dotadas, tales como las que se mencionan en el versículo 11.
El artículo que antecede a la palabra griega traducida “suministro” es enfático, lo cual
indica que el rico suministro debe ser un suministro particular, el suministro de Cristo.
Como miembros que presiden, los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros tienen un suministro particular. Sí, todos podemos ser los enviados de hoy; sin
embargo, entre los santos hay algunos que tienen un suministro especial. Este
suministro no es común a todos los creyentes.
Una vez más vemos el principio de que toda verdad bíblica tiene dos aspectos. Es
correcto decir que todos los santos pueden llevar a cabo la obra de los apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros; sin embargo, no todos tienen el suministro
particular del que se habla en este versículo. En el Cuerpo, los que presiden son
coyunturas que tienen un suministro particular.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
En 4:1 Pablo nos ruega que andemos como es digno de la vocación con que fuimos
llamados. El primer aspecto de este andar consiste en guardar la unidad; el segundo, en
crecer en Cristo, la Cabeza; y el tercero, en aprender a Cristo conforme a la verdad que
está en Jesús.
El versículo 17 dice: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los
gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente”. Estas palabras indican que lo
que el apóstol está a punto de decir no es sólo su exhortación, sino también su
testimonio. Lo que él exhorta es lo que él vive. Puesto que él mismo lleva la clase de vida
que va a describir, nos da su testimonio por medio de su enseñanza.
Pablo nos exhorta a que ya no andemos “como los gentiles, que todavía andan en la
vanidad de su mente”. Los gentiles o naciones son los hombres caídos, quienes se
envanecieron en sus razonamientos (Ro. 1:21). Ellos andan sin Dios, en la vanidad de su
mente, y son controlados y dirigidos por sus vanos pensamientos. Todo lo que hacen
conforme a su mente caída, es vanidad; no tiene ni una pizca de realidad. Toda la
humanidad caída vive en la vanidad de la mente; todo el mundo está en esta condición.
A los ojos de Dios y a los ojos del apóstol Pablo, todo lo que el mundo piensa, dice y
hace, es vanidad. Nada de eso es real o sólido; todas esas cosas son vacías. Como
creyentes, ya no debemos andar en la vanidad de la mente; antes bien, debemos andar
en la realidad de nuestro espíritu.
Según el versículo 18, los gentiles, quienes andan en la vanidad de su mente, tienen “el
entendimiento entenebrecido”. Cuando la mente de las personas caídas se llena de
vanidad, su entendimiento se entenebrece con respecto a las cosas de Dios.
Los gentiles también están “ajenos a la vida de Dios” (v. 18). Esta es la vida eterna e
increada de Dios, la cual el hombre no tenía cuando fue creado; él sólo poseía la vida
humana creada. El hombre, después de ser creado, fue puesto delante del árbol de la
vida (Gn. 2:8-9) para que recibiera la vida divina, la vida increada. Pero el hombre cayó
en la vanidad de su mente y su entendimiento se entenebreció. Hoy, en esa condición
caída, el hombre no puede tocar la vida de Dios a menos que vuelva su mente a Dios, o
sea, a menos que se arrepienta y crea en el Señor Jesús para recibir la vida eterna de
Dios (Hch. 11:18; Jn. 3:16).
Al crear al hombre, Dios deseaba que éste participara del fruto del árbol de la vida a fin
de que recibiera la vida eterna de Dios. Pero en la caída, la naturaleza maligna de
Satanás se inyectó en el hombre, y como resultado, se le impidió acceso al árbol de la
vida. Según Génesis 3:24, el Señor “Echó ... al hombre, y puso al oriente del huerto de
Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar
el camino del árbol de la vida”. Fue así que el hombre quedó alejado de la vida de Dios.
Los querubines, la llama de fuego y la espada, que representan la gloria, la santidad y la
justicia de Dios, impedían que el hombre pecaminoso recibiera la vida eterna. Pero
cuando el Señor Jesús murió en la cruz, El satisfizo todos los requisitos de la gloria, la
santidad y la justicia de Dios, y mediante la redención que El efectuó, se abrió el camino
para que nosotros tuviéramos nuevamente acceso al árbol de la vida. Basado en esto,
Hebreos 10:19 declara que tenemos “confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la
sangre de Jesús”. El árbol de la vida está en el Lugar Santísimo. Como creyentes de
Cristo, de nuevo tenemos acceso al árbol de la vida. Ahora podemos deleitarnos
diariamente en la vida divina, que está en el Lugar Santísimo. No obstante, las naciones
todavía están ajenas a la vida de Dios.
Una razón por la que están ajenos a la vida de Dios es “la ignorancia que en ellos hay” (v.
18). Esta ignorancia no sólo denota la falta de conocimiento, sino también el no querer
saber. El hombre caído, a causa de la dureza de su corazón, no aprueba conocer las cosas
de Dios (Ro. 1:28). Debido a esto, su entendimiento está entenebrecido y no conoce a
Dios.
Otra razón por la que los gentiles son ajenos a la vida de Dios es la dureza de su corazón.
Esta dureza es la fuente de donde se origina el entendimiento entenebrecido y la
vanidad de la mente del hombre caído. Antes de ser salvos, nosotros también éramos
duros de corazón. Parecíamos impenetrables y la palabra de Dios no podía entrar en
nosotros. Esto describe el estado actual de los incrédulos.
E. Se entregaron a la lascivia
Además, los gentiles “se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de
impureza” (v. 19). Ellos se entregaron a lujurias insaciables. Si miramos la condición del
mundo de hoy, veremos que los incrédulos han hecho justamente eso.
Los versículo 17-19 pintan un oscuro trasfondo de lo que Pablo dice en el versículo 20:
“Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo”. El Nuevo Testamento indica
claramente que debemos vivir a Cristo. En Filipenses 1:21 Pablo declara: “Para mí el
vivir es Cristo”. Pero en Efesios 4:20 dice: “Habéis aprendido así a Cristo.” Nótese que
en este versículo la acción ocurrió en el pasado. Pablo también usa el tiempo pretérito en
el siguiente versículo: “Si en verdad le habéis oído, y en El habéis sido enseñados,
conforme a la realidad que está en Jesús” (v. 20). Este asunto de aprender a Cristo
conforme a la verdad que está en Jesús es difícil de comprender; así que, debemos
meditar sobre ello detenidamente.
Cristo no sólo es nuestra vida, sino también nuestro ejemplo (Jn. 13:15; 1 P. 2:21).
Nosotros aprendemos de El (Mt. 11:29) según Su ejemplo y no por nuestra vida natural,
sino por El mismo como nuestra vida. Según el Nuevo Testamento, el Señor Jesús no
entró en nuestro ser como vida directamente. Más bien, después de vivir en la tierra
durante treinta años y ministrar por tres años y medio, El estableció un ejemplo, un
patrón, un modelo. Este asunto es muy relevante. Una de las razones por las cuales se
escribieron los cuatro evangelios fue mostrarnos el ejemplo de la vida que Dios desea
que vivamos, el molde de la vida que lo satisface a El y que cumple Su propósito. Por
esta razón, el Nuevo Testamento presenta una biografía única, la biografía del Señor
Jesús, escrita desde cuatro perspectivas distintas. Después de establecer el patrón
revelado en los evangelios, el Señor Jesús fue crucificado y luego entró en la
resurrección. Es en resurrección que El entra en nosotros para ser nuestra vida.
Según el Nuevo Testamento, ser salvos consiste en que Dios nos pone en Cristo. En 1
Corintios 1:30 dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Cuando Dios nos puso
en Cristo, El nos puso en el molde. Así como un hermana moldea la masa de un pan
según la forma del molde, Dios desea conformarnos al molde de Cristo. A esto se refiere
Romanos 8:29 cuando indica que somos hechos conformes a la imagen de Cristo, el
Primogénito entre muchos hermanos. Ser conformados es ser moldeados. El
Primogénito es el patrón, y los muchos hermanos del Primogénito son los que han de ser
hechos iguales al patrón. Aprender a Cristo es simplemente ser moldeados conforme a
Cristo, quien es nuestro ejemplo, es decir, ser conformados a la imagen de Cristo.
Por medio del bautismo Dios nos puso en Cristo, quien es el molde. Ser bautizados es
ser puestos en el molde de Cristo. Tanto Romanos 6:3 como Gálatas 3:27 hablan de ser
bautizados en Cristo. Ser bautizados en Cristo equivale a ser sepultados en El, y la
tumba del bautismo es el patrón, el molde. A los ojos de Dios, fuimos puestos en este
molde cuando nos bautizamos. Al ser puestos en el molde, nos despojamos del viejo
hombre y nos vestimos del nuevo. Al ser sepultados en Cristo, fuimos sacados de Adán y
de la vieja creación. Mediante el bautismo fuimos puestos en Cristo, quien es nuestra
vida y nuestro modelo. Esto explica por qué Pablo usa el tiempo pasado al hablar de
aprender a Cristo. Aprendimos a Cristo cuando fuimos sepultados en El mediante el
bautismo. Esto quiere decir que aprender a Cristo significa ser puestos en Cristo como el
molde, es decir, ser moldeados conforme al patrón que El estableció durante los años
que estuvo en la tierra.
Después de que una persona es salva, desde lo profundo de su ser brota el deseo de vivir
conforme al modelo establecido por el Señor Jesús. Sin embargo, muchos, o pasan por
alto este deseo o lo cultivan de manera equívoca, pensando que pueden imitar al Señor
por sus propios esfuerzos. Es un error pensar que podemos imitar a Cristo valiéndonos
de nuestra vida natural. Indudablemente los creyentes deben imitar a Cristo, pero no
deben hacerlo conforme a su vida natural.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
En los treinta y tres años y medio que el Señor Jesús vivió en la tierra, El formó el
molde, el patrón, al cual deben ser conformados todos los que creen en El. Según la
crónica de los cuatro evangelios, la vida del Señor Jesús fue una vida llena de verdad. La
verdad es el resplandor de la luz. La luz es la fuente, y la verdad es su expresión. Como
dice Hebreos 1:3, el Señor Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Esto quiere decir
que El es el resplandor de Dios, quien es la luz. Debido a que cada aspecto del vivir del
Señor irradiaba la luz, Su vida era una vida llena de verdad, de realidad, una vida en la
que Dios resplandecía. Esa vida llena de la verdad era la expresión misma de Dios. Por
esta razón, Pablo declara que nosotros aprendemos a Cristo conforme a la realidad que
está en Jesús; en otras palabras, aprendemos a Cristo conforme al molde de la vida de
Jesús. El molde de Su vida es la verdad, la realidad.
Después de que Cristo estableció este molde, El pasó por la muerte y la resurrección, y
en resurrección se hizo el Espíritu vivificante. Como tal Espíritu, El entra en nosotros
para ser nuestra vida. Cuando creímos en El y fuimos bautizados, Dios nos puso en
Cristo, en este molde, tal como se pone la masa en un molde. Al ser puestos en el molde,
aprendimos el molde, o sea, que al ser puestos en Cristo, aprendemos a Cristo. Por un
lado, Dios nos puso en Cristo; por otro, Cristo entró en nosotros para ser nuestra vida.
Ahora podemos vivir por medio de El conforme al molde en el cual Dios nos puso.
Tal vez muchos de nosotros no hayan notado cuánto los cuatro evangelios influyen en
nosotros. Cuando leemos en ellos acerca del molde que estableció el Señor Jesús, ese
molde espontáneamente afecta nuestro vivir. Al amar al Señor, al tocarle y al orar a El,
le vivimos automáticamente conforme al molde descrito en los evangelios. De esa
manera somos amoldados, conformados, a la imagen de dicho molde. Esto es lo que
significa aprender a Cristo.
Debemos ver que vivir de esta manera es muy distinto de lo que enseñan los
modernistas en cuanto a tomar a Cristo como ejemplo e imitarlo. Ellos enseñan
erradamente que Cristo no es Dios, sino un hombre que estableció una norma elevada,
la cual debemos seguir. Esto requiere que ejercitemos nuestra vida natural para imitar a
Cristo y alcanzar Su norma. Esta enseñanza, además de ser herética, no tiene nada que
ver con la verdad que está en Jesús. Ella niega el hecho de que todo verdadero creyente
está en Cristo y tiene a Cristo en él. En contraste con esta enseñanza herética
modernista, nosotros afirmamos, según establece el Nuevo Testamento, que cuando un
pecador se arrepiente, cree en Cristo y es bautizado en El, Dios le pone en Cristo, en este
molde. Al mismo tiempo, Cristo, como Espíritu vivificante, entra en él para ser su vida.
De ahí en adelante, el creyente debe vivir por Cristo como vida conforme al molde.
Cuanto más viva por El, más será moldeado en la forma del molde. Esta es una vida que
se experimenta en Cristo y en la que Cristo está en nosotros. Nosotros estamos en el
Cristo, quien es nuestro molde, y El está en nosotros como nuestra vida. De este modo
aprendemos a Cristo conforme a la verdad, a la realidad, que está en Jesús.
Efesios 4 abarca tres aspectos en cuanto a una vida digna del llamamiento de Dios:
guardar la unidad (vs. 1-14), crecer en la Cabeza (vs. 15-16) y aprender a Cristo conforme
a la realidad que está en Jesús (vs. 17-32). Con respecto a aprender a Cristo conforme a
la realidad que está en Jesús, Pablo primeramente exhorta y testifica que ya no andemos
como los gentiles, que viven en la vanidad de su mente (v. 17); que en lugar de ello,
debemos andar en la vida que concuerda con la realidad que está en Jesús. Los gentiles
andan en la vanidad de su mente, mas nosotros andamos en la realidad expresada en la
vida de Jesús, según consta en los evangelios. En la vida de Jesús vemos realidad,
verdad, y el resplandor de la luz, la expresión de Dios. Como creyentes, debemos andar
en tal realidad.
El versículo 21 dice que fuimos enseñados en Cristo conforme a la realidad que está en
Jesús, y los versículos 22 y 24 nos muestran lo que hemos aprendido, a saber, que nos
despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Esto se nos enseñó cuando
fuimos puestos en el molde, es decir, cuando fuimos bautizados. En nuestro bautismo se
nos enseñó que nuestro viejo hombre fue crucificado y que tenía que ser sepultado
mediante el bautismo. Además se nos enseñó que al salir del agua fuimos resucitados y
hechos el nuevo hombre. Por consiguiente, por medio del bautismo se nos instruyó que
nos despojamos del viejo hombre y nos revestimos del nuevo.
A estas alturas debemos examinar lo que dice Romanos 6:3-5. El versículo 3 declara:
“¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido
bautizados en Su muerte?” Ser bautizados en Cristo Jesús equivale a ser puestos en El.
Además, mediante el bautismo fuimos sepultados en Su muerte. En los versículos 4 y 5
tenemos el molde. Estos versículos indican que por medio del bautismo se nos enseñó
que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Esta es la experiencia
cristiana normal.
No debemos tratar de entender versículos como Efesios 4:20-24 con nuestra mente
natural; debemos considerarlos más bien a la luz de nuestra experiencia cristiana. Si
hacemos esto, la luz resplandecerá en nosotros poco a poco y veremos la verdad. Esta
verdad consiste en que cuando fuimos bautizados se nos enseñó que nos despojamos del
viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Nuestro viejo hombre fue sepultado en las aguas
del bautismo; fue así que nos despojamos de él. Además, cuando nos levantamos del
agua en resurrección, nos vestimos del nuevo hombre. Por consiguiente, fuimos
enseñados en Cristo conforme a la realidad que está en Jesús que nos hemos despojado
del viejo hombre y vestido del nuevo.
Despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo es un requisito para aprender a Cristo.
Esto difiere totalmente de la enseñanza modernista diabólica que asevera que Cristo
estableció la norma de vida humana más elevada y que nosotros debemos esforzarnos
por copiarlo y vivir a la altura de esa norma. Si queremos aprender a Cristo conforme a
la realidad que está en Jesús, debemos cumplir el requisito de habernos despojado del
viejo hombre y vestido del nuevo. Esta no es una verdad superficial.
El versículo 22 declara que nos despojamos del viejo hombre en cuanto a la pasada
manera de vivir. Esta manera de vivir consistía en andar en la vanidad de la mente. A
esa manera de vivir ya se le dio fin y ya se le desechó.
B. El viejo hombre
El versículo 22 también declara que el viejo hombre “se va corrompiendo conforme a las
pasiones del engaño”. El viejo hombre pertenece a Adán, fue creado por Dios y cayó por
medio del pecado. El artículo que precede a la palabra “engaño” es enfático e indica que
dicha palabra alude a una personificación. Por consiguiente, “el engaño” se refiere al
engañador, el diablo, de quien provienen las lujurias del viejo hombre corrupto. El viejo
hombre se sigue corrompiendo conforme a las pasiones del diablo, el engañador. Por
fuera, el viejo hombre anda en la vanidad de la mente; y por dentro, se corrompe
conforme a las pasiones del diablo, las pasiones del engaño.
El viejo hombre fue crucificado con Cristo (Ro. 6:6) y fue sepultado en el bautismo (Ro.
6:4). ¡Aleluya, nos despojamos del viejo hombre en el bautismo!
Pablo, al hablar en cuanto a despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo, inserta
el concepto de ser renovados en el espíritu de nuestra mente (v. 23). Con base en el
hecho de que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo, el versículo 23
nos exhorta a renovarnos en el espíritu de nuestra mente. La renovación nos transforma
a la imagen de Cristo (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). El espíritu en este contexto alude al espíritu
regenerado de los creyentes, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios, que mora en
nosotros. El espíritu mezclado se extiende a nuestra mente y llega a ser el espíritu de
nuestra mente. En tal espíritu somos renovados a fin de ser transformados. De esta
manera nuestra mente natural es vencida, subyugada y sometida al espíritu. Sin lugar a
dudas, esto conlleva un proceso de transformación metabólica. A medida que se lleva a
cabo este proceso, el espíritu mezclado entra a nuestra mente, toma posesión de ella y
llega a ser el espíritu de nuestra mente.
Por medio del espíritu de nuestra mente somos renovados y experimentamos el hecho
de habernos despojado del viejo hombre y revestido del nuevo. Ya nos despojamos del
viejo hombre y nos revestimos del nuevo; ahora debemos experimentar estos hechos
siendo renovados en el espíritu de nuestra mente. A medida que estos hechos se
convierten en nuestra experiencia, llevamos una vida que corresponde a la vida que
vivió Jesús; es decir, llevamos una vida llena de verdad, una vida que irradia luz y que
expresa a Dios. Cuando somos renovados en el espíritu de nuestra mente y así ponemos
en efecto el hecho de habernos despojado del viejo hombre y vestido del nuevo, llevamos
una vida conforme a la realidad que está en Jesús.
A. Corporativo
El versículo 24 dice que el nuevo hombre fue creado según Dios. El viejo hombre fue
creado conforme a la imagen de Dios externamente, mas sin Su vida ni Su naturaleza
(Gn. 1:26-27), mientras que el nuevo hombre fue creado según el ser interior de Dios,
con la vida y la naturaleza divinas (Col. 3:10).
Con el fin de que aprendamos a Cristo, Pablo presenta un fuerte contraste entre el viejo
hombre y el nuevo, entre el diablo y Dios, y entre las pasiones, por un lado, y la justicia y
la santidad por otro lado. Se nos enseñó que ya nos despojamos del viejo hombre y que
nos revestimos del nuevo. Esto significa que nos despojamos de las pasiones y de la
falsedad del diablo, y que nos vestimos de la justicia y la santidad de Dios. Dios mismo
es la verdad, y esta verdad, esta realidad, se puede ver en la vida que llevó Jesús en la
tierra. Jesús vivió conforme a la verdad, o sea, según Dios mismo, lleno de justicia y
santidad. ¡Alabado sea el Señor porque hemos aprendido a Cristo conforme a la realidad
que está en Jesús!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
En este mensaje llegamos a 4:25-32. En 4:17-24 Pablo presenta los principios básicos de
la vida que debemos llevar en nuestro andar diario. En los versículos 22 y 24 vemos que
el requisito para aprender a Cristo es despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo.
Una vez satisfecha esta condición, podremos llevar una vida llena de realidad, una vida
que expresa a Dios al irradiar Su luz.
En el Nuevo Testamento, la gracia y la verdad van juntas. Juan 1:14 declara que el Verbo
se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad [verdad], y
el versículo 17 dice que la gracia y la realidad [verdad] vinieron por medio de Jesucristo.
La gracia y la verdad forman un par, lo mismo que el amor y la luz. La gracia y la verdad
aparecen en el Evangelio de Juan, mientras que el amor y la luz se revelan en 1 Juan
(4:16; 1:5). La gracia es la expresión del amor, y el amor es la fuente de la gracia. Según
el mismo principio, la verdad es la expresión de la luz, y la luz es la fuente de la verdad.
En el corazón de Dios hay amor; cuando este amor se expresa, se convierte en gracia.
Asimismo, en Dios hay luz, y cuando esta luz resplandece, se convierte en verdad.
Cuando trazamos el origen de la gracia y de la verdad, el cual es Dios mismo, entramos
en el amor y en la luz.
Ya mencionamos que la exhortación de Pablo en 4:17-32 incluye tanto la verdad como la
gracia. La verdad se menciona claramente [como la realidad], mientras que la gracia
está algo escondida; está implícita en los detalles que Pablo abarca con relación al diario
vivir. Si nos falta la gracia, no podremos satisfacer la norma relacionada con dichos
detalles. Los principios por los cuales aprendemos a Cristo están relacionados con la
verdad, con la realidad, mientras que los detalles tienen que ver con la gracia. Si
deseamos ser conformados a la imagen de Cristo, es decir, si vamos a aprender a Cristo,
necesitamos tanto los principios como los detalles. Si tenemos la verdad, tenemos los
principios, y si tenemos la gracia, alcanzaremos la norma en todos los detalles.
Pablo dice que aprendemos a Cristo conforme a la realidad que está en Jesús (4:21). El
patrón, el molde, establecido por el Señor Jesús, es la verdad, la realidad. La verdad es el
principio básico; el principio básico es el patrón; y el patrón tiene que ver con el hecho
de que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. En los versículos del
17 al 24 tenemos el principio básico del vivir renovado necesario para aprender a Cristo.
Este principio es la verdad y la realidad, que alude a la vida que el Señor Jesús vivió
cuando estuvo en la tierra. Este vivir fue uno en el que el Señor siempre se despojaba de
Su propia vida y se vestía de la vida del Padre. Así era la vida de Jesús, y esta vida es la
verdad que constituye el principio que rige una vida de aprender a Cristo. Según este
principio, nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo.
Cada aspecto de nuestro vivir cotidiano debe ser gobernado por este principio, y no por
una norma ética. Por ejemplo, nuestras conversaciones no deben ser gobernadas por
normas éticas, sino por el principio neotestamentario que consiste en que nos
despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Este principio debe regir aun
nuestra risa y nuestro llanto. Este principio es mucho más elevado que cualquier norma
ética.
Cuando fuimos bautizados nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo,
el cual es la vida de iglesia. Ahora nuestro vivir diario en la vida de iglesia debe
conformarse al principio de la verdad, al molde de la vida de verdad que el Señor Jesús
estableció con Su vivir. Según este principio, fuimos enseñados conforme a la realidad
que está en Jesús.
Los detalles de nuestra vida diaria están relacionados con la gracia. En cada aspecto de
nuestro diario vivir necesitamos la gracia. La gracia es Dios mismo en Cristo como
nuestro disfrute. Debemos permitir que este disfrute quite de nosotros todos los
elementos negativos mencionados en el versículo 31, uno de los cuales es la amargura.
Sin la gracia, no podremos librarnos de la amargura. Pero si tenemos a Dios en Cristo
como nuestro disfrute, la amargura desaparecerá. Cuando tenemos suficiente gracia,
podemos decir: “Estoy lleno del Cristo que es mi disfrute. Puesto que estoy rebosando de
gracia, en mí no tiene cabida ningún tipo de amargura”.
Sólo cuando estamos llenos de gracia podemos eliminar de nosotros las cosas negativas.
Tomemos como ejemplo el chisme. Si nos gusta chismear, se debe a que nos falta más
gracia. Si estuviéramos llenos de gracia, no buscaríamos deleitarnos en el chisme; al
contrario, estaríamos contentos con el gozo que se halla en Cristo. Cuando estamos
llenos de gracia, y Cristo es todo para nosotros, no tenemos necesidad de buscar
satisfacción en otras cosas.
Sólo por medio de la gracia podemos llevar una vida conforme a la norma divina en
todos los detalles que Pablo menciona en estos versículos. Si estamos llenos de gracia,
en lugar de amargura, ira, enojo y gritería, tendremos bondad, paciencia, misericordia,
perdón y amor. Estas cualidades no son el fruto de nuestro propio esfuerzo, sino que
proceden de Cristo, quien es nuestro disfrute. Cuando disfrutamos a Cristo, no tenemos
ganas de pensar en la amargura, la ira, el enojo o la gritería; más bien, deseamos tener
bondad, paciencia, perseverancia, ternura, misericordia, amor, y otras virtudes y
cualidades. ¡Qué diferente es nuestra vida diaria cuando estamos contentos y satisfechos
como resultado de disfrutar a Dios en Cristo como gracia!
Estudiemos ahora los detalles de una vida en la que se aprende a Cristo. En el versículo
25 Pablo dice: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su
prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. La palabra “mentira” se refiere
a todo lo que es falso en naturaleza. Al despojarnos del viejo hombre, nos despojamos
también de todo lo falso. Si disfrutamos a Cristo, entonces de una manera práctica nos
despojaremos de toda falsedad que haya en nuestra vida. Las personas más honestas y
fieles son aquellas que disfrutan plenamente a Cristo. Cuando nos llenamos de Cristo
hasta rebosar, nos despojamos de toda falsedad.
Según los cuatro evangelios, el Señor Jesús se airó en varias ocasiones; pero siempre
tuvo control de Su ira. Así que, El podía airarse sin pecar. Lo mismo debe suceder con
nosotros en nuestra vida diaria. Debemos controlar nuestra ira; de no ser así, causará
mucho daño. Para controlar nuestra ira, necesitamos mucha gracia. Cuanto más
disfrutemos a Cristo, más controlaremos y limitaremos nuestra ira.
En el versículo 26 Pablo nos dice que no debemos permitir que el sol se ponga sobre
nuestra indignación. Debemos ser lentos para la ira y rápidos para hacer a un lado
nuestra indignación. Según este versículo, no debemos conservar nuestra ira después de
la puesta del sol, o sea, que no debemos seguir airados hasta el día siguiente. Según las
Escrituras, tenemos que abandonar nuestra ira antes de que se ponga el sol. Todos
debemos poner esto por obra, y para ello, necesitamos a Dios en Cristo como gracia. Si
tenemos el suministro de la gracia, seremos lentos para la ira y no permaneceremos
airados por mucho tiempo. Si tenemos la gracia, la ira no permanecerá.
El versículo 27 dice: “Ni deis lugar al diablo”. Según el contexto, mantenerse enojado es
dar lugar al diablo. No debemos darle lugar en nada. Al aferrarnos a nuestra ira, le
damos la bienvenida al diablo; pero si renunciamos a ella, le cerramos la puerta y no le
damos lugar.
El versículo 28 añade: “El que hurta, no hurte más, sino fatíguese trabajando con sus
propias manos en algo decente, para que tenga qué compartir con el que padece
necesidad”. Aunque esta epístola presenta una revelación muy elevada, el apóstol habla
de cosas que pertenecen a un nivel práctico, habla de cosas tan triviales como la ira y el
hurto. El hurto se debe principalmente a la pereza y a la avaricia. Por esto, el apóstol
exhorta al que hurta a que trabaje y no sea perezoso, y que comparta con otros lo que
gana, en lugar de ser avaro.
VI. NINGUNA PALABRA CORROMPIDA
SALGA DE NUESTRA BOCA
El versículo 29 dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los oyentes”. La palabra
griega que se traduce “corrompida” denota algo nocivo, ofensivo, sin valor. Nuestra
conversación no debe corromper a otros, sino edificarlos. La iglesia y cada uno de sus
miembros necesita la edificación apropiada, y esta edificación se logra principalmente
por medio de nuestras palabras. Lo que salga de nuestra boca debe ser benéfico para la
edificación de la iglesia y de todos los santos.
Además, las palabras que salen de nuestra boca deben dar gracia a los oyentes. La gracia
es Dios corporificado en Cristo y dado a nosotros como disfrute y suministro. Nuestras
palabras deben comunicar esta gracia a las personas. Las palabras que edifican a otros
siempre suministran la gracia. Dios en Cristo como disfrute debe ser comunicado a
través de nuestras palabras; así Cristo se imparte en otros como provisión de vida.
Contristar al Espíritu Santo significa que El no está contento con nosotros. A menudo,
cuando nos sentimos descontentos, esa sensación proviene del Espíritu Santo. Sin
embargo, cuando El está contento, también nosotros lo estamos. Una vida apropiada
conforme a la verdad y en la gracia, siempre alegrará al Espíritu Santo y nos dará a
nosotros el gozo del Espíritu.
La exhortación del apóstol en los versículos del 17 al 32, además de mencionar la verdad
y la gracia como elementos básicos, también mencionan la vida de Dios (v. 18) y al
Espíritu de Dios como factores básicos en el aspecto positivo, y al diablo (v. 27), un
factor perteneciente al aspecto negativo. Por medio de la vida de Dios y en el Espíritu de
Dios, y no dándole lugar al diablo, podemos llevar una vida llena de gracia y de realidad,
como lo hizo el Señor Jesús.
En el versículo 31, Pablo dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y
maledicencia, y toda malicia”. Todas las malignidades mencionadas en este versículo se
pueden eliminar de nosotros si disfrutamos a Dios en Cristo como nuestra gracia. Por
ejemplo, si vivimos así, en nuestra vida diaria no habrá gritería ni tampoco
maledicencia. Nadie que viva por el principio de la verdad y de la gracia hablará mal de
otros.
Por último, el versículo 32 declara: “Sed bondadosos unos con otros, tiernos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Lo
único que puede hacernos tiernos es disfrutar a Cristo como nuestra provisión vital y
como nuestro gozo. Si somos tiernos, perdonaremos a otros. En nuestra vida diaria,
debemos perdonar a otros y pedirles que ellos nos perdonen a nosotros. Esto es
necesario porque nos ofendemos fácilmente y ofendemos a otros de igual manera. Si
hemos ofendido a alguien, tenemos que pedirle perdón; y si alguien nos ha ofendido a
nosotros, debemos extenderle nuestro perdón, así como Dios en Cristo nos perdonó a
nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés y que la gracia y la realidad
vinieron por medio de Jesucristo. Esto significa que antes de que Cristo viniera, ni la
gracia ni la verdad habían llegado al pueblo de Dios. Por supuesto, el Antiguo
Testamento contiene sombras relacionadas con la gracia y la verdad, pero la realidad de
éstas no existió sino hasta que vino Jesucristo. Cuando Cristo vino, vinieron con El la
gracia y la verdad.
El Evangelio de Juan revela que Dios vino al hombre por medio de la encarnación. El
Verbo que estaba con Dios y que era Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros
(Jn. 1:1, 14). El versículo 14 dice que El, el Verbo hecho carne, estaba lleno de gracia y de
realidad. No dice que estaba lleno de poder y autoridad, de majestad y soberanía, ni de
amor y luz. Muchos cristianos citan Juan 1:14 sin conocer lo que significan la gracia y la
verdad. La gracia y la verdad están estrechamente ligadas a Dios mismo. La gracia es
algo agradable, y la verdad es algo real. La gracia es de hecho la dulce persona del Señor
Jesús, quien es la corporificación de la plenitud de Dios y el resplandor de la gloria
divina (Col. 2:9; He. 1:3). Esto quiere decir que El es la expresión de Dios.
El Evangelio de Juan habla mucho acerca de la vida. Juan 10:10 declara que el Señor
vino para que tuviéramos vida y para que la tuviéramos en abundancia. La dulce y
amorosa persona de Jesús es el resplandor de Dios, Su misma expresión. Como tal, El es
vida para nosotros. La vida alude a la esencia, mientras que la gracia, al disfrute que
resulta de gustar de la vida. Cuando gustamos de la dulzura de la vida, experimentamos
la gracia como un disfrute. Por tanto, la vida es la substancia, y la gracia es el disfrute.
Esto lo confirman los escritos de Pablo. Pablo sufría de un “aguijón en la carne” (2 Co.
12:7), el cual pudo haber sido un malestar o defecto físico. Pablo le pidió en oración al
Señor tres veces que le fuera quitado dicho aguijón (v. 8), y el Señor le contestó:
“Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). El
Señor le dejó el aguijón a Pablo con el fin de que él tuviera la oportunidad de disfrutar
de Su gracia. En la debilidad de Pablo se perfeccionó el poder de Dios y Su gracia, la cual
suple toda necesidad.
La gracia es el disfrute que tenemos del Dios Triuno en todo lo que El es para nosotros.
Cuando El es nuestra vida, eso es gracia. Cuando El es nuestro poder, eso también es
gracia. La gracia es todo lo que Cristo es para nosotros subjetivamente a fin de que lo
disfrutemos. Necesitamos la gracia a diario y continuamente. Necesitamos disfrutar a
Cristo como nuestra vida, como nuestro poder y como nuestro todo. La gracia es el Dios
Triuno como nuestro deleite. El vino a nosotros para que lo poseamos, experimentemos
y disfrutemos. Cuando lo experimentamos como nuestro disfrute, El llega a ser la gracia
para nosotros.
Ahora llegamos al tema de la verdad [la realidad]. Debido a que nuestra mente está llena
de conceptos naturales con respecto a la verdad, se nos dificulta entender su significado
conforme al Nuevo Testamento. Muchos piensan que la verdad es simplemente la
doctrina. Siempre que leen esta palabra en la Biblia, automáticamente la interpretan de
esa manera. Sin embargo, conforme al Nuevo Testamento, la verdad no se refiere a la
doctrina. Si quiere pruebas de esto, substituya la palabra “verdad” por la palabra
“doctrina” en versículos donde se menciona esta palabra. Al hacer esto, Juan 1:14 diría
que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de doctrina; Juan 1:17 declararía que la
gracia y la doctrina vinieron por medio de Jesucristo; y Juan 14:16 diría que el Señor es
el camino, la doctrina y la vida. ¡Qué ridículo! Sería absurdo afirmar que hemos
aprendido a Cristo conforme a la doctrina que está en Jesús. No obstante, en el concepto
de muchos creyentes, la verdad no es más que doctrina. Otros piensan que se refiere a la
sinceridad. Según este concepto, hablar la verdad equivale a hablar con sinceridad.
Estas definiciones de la gracia y de la verdad pueden ser aplicadas a casi todos los casos
mencionados en los cuatro evangelios, especialmente en los que se hallan en el
Evangelio de Juan. Examinemos dos de ellos: Juan 4 y Juan 8. En ambos capítulos se
menciona la palabra verdad [realidad] (4:23-24; 8:32). Un día, cuando el Señor Jesús se
dirigía de Judea a Galilea, “le era necesario pasar por Samaria” (Jn. 4:4) para
encontrarse con una mujer samaritana inmoral, quien acostumbraba venir al pozo a
sacar agua. Cansado del camino, el Señor se sentó junto al pozo y esperó a que llegara la
mujer samaritana. Cuando el Señor Jesús le pidió agua, ella se quedó sorprendida de
que un judío le pidiera agua a una samaritana, a lo cual el Señor contestó: “Si conocieras
el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido, y El te
habría dado agua viva” (v. 10). Después de que ella le hiciera más preguntas, el Señor
respondió diciendo: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; mas el que beba
del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él
un manantial de agua que salte para vida eterna” (vs. 13-14). ¡Cuánta gracia mostró El
para con ella! Después de gustar de la gracia de Dios, la samaritana pudo comprender
un poco quién era el Señor Jesús. Así que ella no sólo disfrutó a Dios, sino que también
gozó de Su revelación. Cuando el Señor Jesús se encontró con la mujer samaritana, El
era la corporificación de la gracia y la verdad [realidad].
En Juan 8 el Señor conversó con otra mujer pecadora, una mujer que había sido
sorprendida en adulterio. Al venir a ella, Dios vino para ser su disfrute y también se
reveló a ella. El Señor la ayudó a que le recibiera como gracia y a que lo conociera como
el Dios revelado.
Según los evangelios todo aquel que se relacionó con el Señor Jesús de una manera
positiva, recibió gracia y vio la verdad. La gracia que ellos recibieron era Dios mismo, y
la verdad que ellos contemplaron también era Dios. Por consiguiente, Juan dice que de
Su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (1:16). Nosotros recibimos de El las
riquezas de lo que Dios es. El es para nosotros el Dios que recibimos, que
experimentamos y que disfrutamos. Esto es gracia. Después de esto, vemos a Dios y lo
percibimos; esto es la verdad.
Cuando yo era joven, me molestaba el hecho de que Juan mencionara la gracia antes de
la verdad. Pensaba que primero Dios se nos revelaba y luego lo disfrutábamos. Un día vi
que el Señor Jesús viene a nosotros primero como gracia y después como verdad. Al
analizar mi experiencia comprendí que yo había disfrutado a Cristo como gracia mucho
antes de conocerlo como verdad. Muchos disfrutamos a Cristo como gracia y después lo
conocimos como verdad. Esto quiere decir que lo disfrutábamos sin darnos cuenta de lo
que El era. Esto indica que primero disfrutamos y después comprendemos; la gracia
precede a la verdad.
La vida de iglesia es el resultado de que Dios venga a nosotros como gracia y verdad, y
de que nosotros vayamos a Dios y lo conozcamos como amor y luz. De este tráfico
surgen los siete candeleros de oro mencionados en el libro de Apocalipsis. Finalmente,
el resultado de este tráfico celestial será la Nueva Jerusalén como testimonio eterno de
Dios. Tanto los candeleros como la Nueva Jerusalén son el fruto del tráfico entre Dios y
nosotros y nosotros y Dios. En este tráfico, Dios viene a nosotros para ser nuestra gracia
y verdad, y nosotros vamos a El para experimentarlo como nuestro amor y luz.
A. La verdad
Apliquemos esto ahora al libro de Efesios. Ya vimos que los elementos básicos
necesarios para aprender a Cristo son la verdad y la gracia. En contraste con el
Evangelio de Juan, en Efesios 4 la verdad precede a la gracia. La verdad no es el
suministro; es el resplandor de la luz. Así que, la verdad es el principio, el patrón, la
norma. Como miembros del Cuerpo de Cristo que se someten a la Cabeza, estamos
aprendiendo a Cristo conforme a la verdad [la realidad] que está en Jesús.
B. La gracia
En todas las cosas necesitamos gracia para llevar una vida conforme a la realidad que
está en Jesús y para ser moldeados a la imagen de Cristo. La gracia es nuestro rico
suministro y disfrute. Si tenemos este suministro y este disfrute, podremos vivir según
la norma del principio de la verdad. Por ello, Pablo presenta la verdad y la gracia como
elementos básicos de su exhortación en el capítulo cuatro.
Junto con estos elementos hay también algunos factores básicos. Por el lado positivo,
están la vida de Dios (v. 18) y el Espíritu de Dios (v. 30).
1. La vida de Dios
Nosotros, en contraste con los gentiles, no estamos ajenos a la vida de Dios. En efecto,
en vez de estar ajenos a la vida de Dios, estamos unidos a la fuente de esta vida. La vida
de Dios ha llegado a ser una fuente dentro de nuestro ser. ¡Aleluya por el suministro de
vida que tenemos en nuestro interior!
2. El Espíritu de Dios
El diablo constituye el factor básico por el lado negativo. En el versículo 27 Pablo nos
exhorta a que no demos lugar al diablo. Aunque tenemos la vida de Dios y al Espíritu de
Dios, el enemigo todavía está al acecho, buscando la oportunidad de aprovecharse de
nosotros o perjudicarnos. Así que tenemos que estar alerta y cuidarnos del enemigo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA
En este mensaje llegamos a 5:1-14, un pasaje de Efesios que abarca el cuarto aspecto de
un andar digno del llamamiento de Dios, a saber, andar en amor y en luz.
El versículo 1 dice: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Pablo habla en
un tono imperativo, es decir, da un mandato; nos ordena que seamos imitadores de
Dios. ¡Qué hecho tan glorioso que por ser hijos amados de Dios podamos ser imitadores
de El! Como hijos de Dios, tenemos Su vida y Su naturaleza. Nosotros imitamos a Dios
no por nuestra vida natural, sino por Su vida divina. Es por medio de la vida de nuestro
Padre, que nosotros Sus hijos podemos ser perfectos como El (Mt. 5:48).
Según el Nuevo Testamento, los creyentes somos hijos de Dios, y como tales, tenemos
Su vida. Juan 1:13 dice que nosotros nacimos de Dios. Nacer de Dios equivale a recibir la
vida de Dios. Además, 2 Pedro 1:4 declara que somos participantes de la naturaleza
divina. Puesto que tenemos la vida y la naturaleza divinas, podemos ser imitadores de
Dios. Imitar a Dios de esta manera es muy diferente a adiestrar a un mono para que
imite a un humano. El mono no tiene la vida ni la naturaleza humanas; en cambio
nosotros tenemos la vida y la naturaleza divinas, y por tanto, podemos ser imitadores de
Dios.
Pablo nos manda a que andemos en amor, como también Cristo nos amó y “se entregó a
Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (5:2). En 4:32 el
apóstol presenta a Dios como el modelo de nuestro andar cotidiano, mientras que en
esta sección, presenta a Cristo como ejemplo de nuestro vivir. En 4:32 Dios en Cristo es
nuestro modelo, pues en este versículo se toman la gracia y la verdad de Dios expresadas
en la vida de Jesús, como elementos básicos. Conforme a 4:32, nosotros debemos
perdonar a otros así como Dios en Cristo nos perdonó; lo cual significa que Dios es
nuestro ejemplo. Pero en el capítulo cinco, Cristo mismo es nuestro ejemplo, pues en esa
sección, los elementos básicos son el amor que Cristo nos expresa (vs. 2, 25) y la luz que
hace resplandecer sobre nosotros (v. 14). Cristo, quien nos amó y se dio a Sí mismo por
nosotros, es el ejemplo de lo que es andar en amor.
Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor
fragante”. En la Biblia, una ofrenda y un sacrificio son dos cosas distintas. La ofrenda se
presenta para que el oferente tenga comunión con Dios, mientras que el sacrificio tiene
como fin redimir del pecado. Cristo se dio a Sí mismo por nosotros como ofrenda para
que tuviéramos comunión con Dios, y se ofreció en sacrificio para redimirnos del
pecado.
Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Aunque se entregó por nosotros,
fue un olor fragante para Dios. Al seguir Su ejemplo, no sólo debemos andar en amor
por el bien de otros, sino también para que nuestra vida sea un olor fragante para Dios.
En los versículos 3 y 4, Pablo menciona algunas cosas que no convienen a santos: “Pero
fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como
conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no
convienen, sino antes bien acciones de gracias”. Nada daña más la humanidad que la
fornicación. La avaricia es un deseo desenfrenado. Cosas perversas como éstas, ni
siquiera se deberían nombrar entre nosotros, como conviene a santos, es decir, a
personas separadas para Dios y saturadas de El, que viven conforme a la naturaleza
santa de Dios.
El versículo 5 dice: “Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo,
o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. La palabra griega
traducida “entendéis” es oida, la cual alude al conocimiento subjetivo, mientras que la
palabra griega traducida “saber” es ginosko y se refiere al conocimiento objetivo.
Debemos conocer subjetiva y objetivamente lo que Pablo dice en el versículo 5. Debemos
comprender que ningún fornicario, inmundo, o avaro tendrá herencia en el reino de
Cristo y de Dios. A los ojos de Dios, el avaro es un idólatra, uno que adora ídolos.
En este versículo Pablo habla del reino de Cristo y de Dios. El reino de Cristo es el
milenio (Ap. 20:4, 6; Mt. 16:28), además es el reino de Dios (Mt. 13:41, 43). Los
creyentes entraron al reino de Dios por medio de la regeneración (Jn. 3:5), y hoy viven
en él en la vida de iglesia (Ro. 14:17). Sin embargo, no todos los creyentes, sólo los
vencedores, participarán en el milenio. Los impuros, los derrotados, no tendrán
herencia en el reino de Cristo y de Dios, en el siglo venidero.
Según Juan 3 todos los que han sido regenerados están en el reino de Dios. Romanos
14:17 indica también que en la vida de iglesia actual estamos en el reino de Dios. Sin
embargo, el milenio será el reino en una manera que es más práctica de lo que
experimentamos hoy en la vida de iglesia. Sólo durante el milenio el reino de Cristo llega
a ser también el reino de Dios. Por consiguiente, la frase: “El reino de Cristo y de Dios”
no se refiere al reino actual en la vida de iglesia, sino a la manifestación del reino en el
milenio venidero. Hoy todos los creyentes están en el reino de Dios, pero no todos
tendrán herencia en el reino milenario. Aunque tanto los derrotados como los
vencedores pueden estar en la iglesia como reino de Dios hoy, sólo los vencedores
heredarán el reino durante el milenio. Los fornicarios, los inmundos y los avaros no
tendrán parte en el reinado de Cristo en el milenio.
El versículo 6 añade: “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene
la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia”. La ira de Dios vendrá sobre los hijos de
desobediencia principalmente a causa de las tres cosas malignas mencionadas en el
versículo 3. Los hijos de desobediencia son los incrédulos. Nosotros, los creyentes,
somos los hijos amados de Dios. No obstante, algunos hijos de Dios se comportan como
si fueran hijos de desobediencia. Por lo tanto, la ira de Dios vendrá sobre ellos. Por esta
razón, en el versículo 7 Pablo dice: “No seáis, pues, partícipes con ellos”. Debemos ser
buenos imitadores de Dios y no participar de nada que sea inmundo.
En el versículo 8 Pablo dice: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz
en el Señor; andad como hijos de luz”. Nosotros en otro tiempo no sólo estábamos en
tinieblas, sino que éramos las tinieblas mismas. Ahora no solamente somos hijos de luz,
sino la luz misma (Mt. 5:14). Así como Dios es luz, Satanás es tinieblas. Eramos tinieblas
porque éramos uno con Satanás. Ahora somos luz porque somos uno con Dios en el
Señor.
En este versículo, Pablo nos exhorta a andar “como hijos de luz”. Como Dios es luz, así
también nosotros, Sus hijos, somos los hijos de luz. Por ser ahora luz en el Señor,
debemos andar como hijos de luz.
En el versículo 2 Pablo nos pide que andemos en amor, y en el versículo 8, que andemos
como hijos de luz. Los primeros siete versículos de este capítulo abarcan el tema del
amor. Si andamos en amor, nos guardaremos de la inmundicia. Andar en amor es andar
en intimidad con Dios. Un ejemplo de este andar se ve en la íntima relación que existe
entre una madre y su hija. Algunas jóvenes disfrutan de un amor especial e íntimo con
sus madres. Ellas aman todo lo que sus madres aman. Por el amor que les tienen no
hacen nada que contradiga el sentir de sus madres; antes bien, andan en un íntimo amor
para con ellas. En el mismo principio, nosotros tenemos una relación íntima con el
Padre. Los que hemos recibido gracia, podemos, en el Hijo, contactar al Padre. En la
presencia del Padre no sólo disfrutamos la gracia, la expresión del amor, sino también el
amor mismo. Experimentamos este amor de una manera muy íntima. Puesto que
disfrutamos el amor de Dios de una manera tan íntima, no deseamos hacer nada que
disguste a nuestro Padre. El Padre aborrece la fornicación, la inmundicia y la lujuria. Si
nosotros andamos en amor, nos mantendremos alejados de esas cosas. Por amor al
Padre, no haremos nada que contriste Su corazón. ¡Qué andar tan tierno y delicado!
Esto no es simplemente vivir por la gracia; es andar en amor. Siempre debemos
recordar que somos hijos de Dios y, como tales, disfrutamos de Su amor. Somos santos
separados para El y saturados de El. Por ello, en nuestro andar diario siempre debemos
preocuparnos por los sentimientos del Padre, porque vivimos íntimamente en Su tierno
amor.
La relación entre una madre y su hijo muestra un ejemplo de la diferencia entre el amor
y la gracia. A veces el niño desea que su mamá le dé algo, pero en otras ocasiones,
simplemente quiere que su madre lo abrace tiernamente. Recibir de parte de la madre
algo que exprese su amor es gracia, mientras que descansar en los brazos amorosos de
ella es una muestra de amor. Siguiendo el mismo principio, nosotros hemos recibido
gracia, la cual es la expresión del amor del Padre; pero cuando vamos al Padre en
comunión, entramos en Su amor, el cual es el origen de Su gracia.
No sólo debemos actuar conforme a la verdad y por medio de la gracia, sino también en
amor y bajo la luz. Andar en amor y en luz es más profundo y más tierno que vivir
conforme a la verdad y por medio de la gracia.
Después de que Pablo nos exhortó a andar como hijos de luz, en el versículo 9, él inserta
un paréntesis con respecto al fruto de la luz, diciendo que “el fruto de la luz consiste en
toda bondad, justicia y verdad”. La bondad es la naturaleza del fruto de la luz; la justicia
es la manera o el procedimiento por el cual se produce el fruto de la luz; y la verdad es la
realidad, la expresión real del fruto de la luz. Esta expresión es Dios mismo. El fruto de
la luz debe ser bueno en naturaleza, justo en procedimiento y real en expresión, de
modo que Dios sea expresado como la realidad de nuestro andar diario.
Es muy significativo que al hablar del fruto de la luz, Pablo menciona solamente tres
cosas: bondad, justicia y verdad. El no habla de santidad, benignidad ni de humildad.
Esto se debe a que el fruto de la luz, el cual consiste en bondad, justicia y verdad, está
relacionado con el Dios Triuno. La bondad se refiere a la naturaleza del fruto de la luz.
En una ocasión, el Señor Jesús indicó que Dios es el único bueno (Mt. 19:17). Así que, la
bondad en este contexto se refiere a Dios el Padre. Dios el Padre, quien es la bondad
misma, es la naturaleza del fruto de la luz.
Debemos notar que Pablo no habla de la obra ni del comportamiento de la luz, sino del
fruto de la luz. El fruto hace alusión a la vida y su naturaleza. Dios el Padre es la
naturaleza del fruto de la luz.
La verdad es la expresión del fruto de la luz. Este fruto debe ser real, es decir, debe ser la
expresión de Dios, el resplandor de la luz que está oculta. Sin duda, esta verdad se
refiere al Espíritu de realidad, el tercero del Dios Triuno. Por consiguiente, los tres, el
Padre como bondad, el Hijo como justicia y el Espíritu como verdad, como realidad,
están relacionados con el fruto de la luz.
En el versículo 9 se define en qué consiste el andar como hijos de luz. Si andamos como
hijos de luz, produciremos el fruto al que se refiere el versículo 9. El fruto que llevamos
al andar como hijos de luz debe ser en bondad, en justicia y en verdad. La prueba de que
andamos como hijos de luz se ve en el hecho de que llevemos tal fruto.
Es muy difícil reprender o poner de manifiesto a alguien. Por lo general las personas
rechazan toda reprimenda y se enojan con quienes las reprenden. En la naturaleza
humana caída del hombre hay un elemento que rechaza que se le reprenda, que se le
repruebe, o que se ponga de manifiesto su condición. Así que, en lo que sea posible,
debemos evitar exponer o reprender a otros. Sin embargo, a veces es necesario hacerlo.
En esas ocasiones, el que reprende debe estar seguro de que él mismo está limpio de
toda impureza. Debe ser como un cirujano que antes de intervenir quirúrgicamente a
una persona, se purifica a sí mismo de todo microbio. Si nosotros mismos no estamos
purificados, no seremos aptos para “operar” a nadie reprendiéndole o poniéndole de
manifiesto, pues nuestros microbios pueden contaminar al reprendido. La razón por la
cual la reprensión no es eficaz se debe a la falta de pureza por parte del que reprende.
Por ello, inmediatamente después de la “cirugía” aparece una infección. Antes de
reprender o sacar a luz la condición de alguien, debemos purificarnos e incluso
esterilizarnos. Nuestros pensamientos, motivos, sentimientos e intenciones tienen que
ser limpios. Debemos purificar nuestro espíritu y nuestro corazón. Este es uno de los
aspectos relacionados con la reprensión.
Otro aspecto tiene que ver con el que recibe la exhortación o reprimenda. Si somos
reprendidos por alguien, no debemos tratar de discernir si el que nos reprendió es puro
o no. Simplemente recibamos la reprimenda, aceptémosla. Si lo hacemos, seremos
bendecidos; seremos despertados del sueño, y Cristo nos alumbrará. Cristo nos ilumina
por medio de cada reprensión, sea pura o impura, limpia o inmunda. Cada vez que
seamos reprendidos, debemos decir: “Señor, te adoro por iluminarme. En esta
reprimenda veo Tu iluminación, y la recibo”. Recibir la reprensión es andar en la luz.
Esto significa que si no estamos dispuestos a ser reprendidos, andamos en tinieblas. Si
de verdad andamos en la luz, seremos beneficiados cuando seamos reprendidos.
X. DESPERTAR Y LEVANTARNOS
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
En este mensaje hablaremos de cómo llevar una vida en la que somos llenos en el
espíritu. Pablo habla de esto en 5:15-21.
I. EL QUINTO ASPECTO DE UN
ANDAR DIGNO DEL LLAMAMIENTO DE DIOS
Ser llenos en el espíritu (v. 18) significa ser llenos en nuestro espíritu regenerado, en el
espíritu humano, en el cual mora el Espíritu de Dios. Nuestro espíritu no debe estar
vacío; debe estar lleno de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de
Dios (3:19). Todo lo que se menciona en 5:18—6:9 está ligado al hecho de estar llenos en
el espíritu. Muchos de los que leen este capítulo enfocan su atención en detalles tales
como el que la esposa debe someterse al esposo y que el esposo debe amar a su esposa,
pero no ven la fuente de todas estas virtudes, a saber, ser llenos en el espíritu. Al estar
llenos de Cristo en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios, las esposas se
someterán a sus maridos, los maridos amarán a sus esposas, los padres cuidarán a sus
hijos, los esclavos obedecerán a sus amos y los amos tratarán debidamente a sus
esclavos. Todo esto es el fruto de estar llenos en el espíritu.
Ya mencionamos que llevar una vida en la que somos llenos en el espíritu constituye el
quinto aspecto de un andar digno del llamamiento de Dios. El primer aspecto es guardar
la unidad por causa de la vida del Cuerpo, la vida de iglesia. El segundo aspecto es crecer
en todas las cosas en Cristo, quien es la Cabeza, por causa de la edificación del Cuerpo.
Después de esto, aprendemos a Cristo al ser puestos en el molde, la norma de una vida
que concuerda con la realidad que está en Jesús. Nosotros los cristianos tenemos una
norma alta y un principio elevado, y éstos gobiernan nuestro diario andar. Aprender a
Cristo es tomarlo a El como nuestra norma y tomar Su vida como el principio básico que
nos gobierna. En cuarto lugar, una vida digna del llamamiento de Dios es una vida de
amor y luz. Debemos vivir no sólo conforme a la verdad y por la gracia, sino también en
luz y en amor. Tenemos que ser los que viven en intimidad con Dios y andan en Su
presencia. Nuestra vida diaria debe concordar con el corazón de Dios y con Su
presencia. Si tenemos estos cuatro aspectos, espontáneamente seremos llenos en
nuestro espíritu.
Estos cinco aspectos llevan una secuencia maravillosa. Primero, guardamos la unidad, y
después crecemos en Cristo. Luego aprendemos a Cristo y vivimos en amor y en luz.
Después, somos llenos espontáneamente en nuestro espíritu con las riquezas de Cristo
hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Como resultado de llenarnos interiormente,
brotarán la sumisión, el amor, la obediencia, el cuidado y todos los demás atributos
necesarios para una vida cristiana, una vida de iglesia, una vida familiar y una vida
comunitaria apropiadas. Por consiguiente, el quinto aspecto de un andar digno del
llamamiento de Dios es producto de los primeros cuatro, es decir, es el resultado de
guardar la unidad, crecer en Cristo, aprender a Cristo y vivir en amor y en luz. ¡Qué vida
tenemos cuando manifestamos los cinco aspectos de un andar digno! Si estamos llenos
interiormente hasta la medida de toda la plenitud de Dios, no habrá problemas en el
hogar, en la iglesia, ni en la comunidad. Este es el punto crucial de este mensaje.
El versículo 15 dice: “Mirad, pues, atentamente cómo andéis, no como necios sino como
sabios”. La palabra “pues” indica que el versículo 15 es la conclusión de los versículos del
1 al 14. Si andamos en amor y en luz, no andaremos como necios, sino como sabios. Los
necios son los gentiles del capítulo cuatro, mientras que los sabios son los amados hijos
de Dios.
Debemos redimir el tiempo porque los días son malos. En este siglo maligno (Gá. 1:4),
cada día es un día malo, lleno de cosas perniciosas que nos roban y arrebatan nuestro
tiempo y nos llevan a usarlo de manera inadecuada. Por esto debemos andar sabiamente
y redimir el tiempo, aprovechando cada oportunidad. Si no lo hacemos,
desperdiciaremos el tiempo. Muchas cosas malignas se presentarán para distraernos y
estorbarnos. Es posible que seamos distraídos por llamadas telefónicas, cartas o
personas que nos visitan. Tal vez estemos disfrutando la presencia del Señor y de
repente recibamos un ataque a través de una llamada telefónica negativa. Ya que los días
son malos, tenemos que estar alerta y aprovechar cada oportunidad disponible.
El versículo 17 añade: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad
del Señor”. La mejor manera de redimir nuestro tiempo es entender cuál es la voluntad
del Señor. No conocer la voluntad del Señor es la principal causa por la cual
desperdiciamos el tiempo.
En el versículo 18 Pablo declara: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución;
antes bien, sed llenos en el espíritu”. Embriagarnos con vino es llenarse en el cuerpo,
mientras que ser llenos en nuestro espíritu regenerado es ser llenos de Cristo (1:23)
hasta la medida de la plenitud de Dios (3:19). Embriagar el cuerpo con vino nos trae
disolución, pero ser llenos de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios nos
hace rebosar de El, y, como resultado, hablamos, cantamos, salmodiamos, damos
gracias a Dios y nos sometemos unos a otros. Día tras día necesitamos ser llenos en
nuestro espíritu de todas las riquezas de Cristo.
A. Hablar, cantar y salmodiar
Los versículos del 19 al 21 están relacionados con las palabras “sed llenos en el espíritu”
del versículo 18. Los salmos, himnos y cánticos espirituales no sólo se pueden cantar y
salmodiar, sino que también se pueden usar para hablarnos los unos a los otros. Hablar,
cantar y salmodiar de esta manera no sólo representa el rebosamiento de alguien que
está lleno en su espíritu, sino que también constituye la manera de ser llenos en el
espíritu. Los salmos son poemas largos, los himnos son más cortos y los cánticos
espirituales son aún más cortos. Todos son necesarios para que nos llenemos del Señor y
rebosemos de El en nuestra vida cristiana.
Según el Nuevo Testamento, los salmos, los himnos y los cánticos espirituales no sólo se
deben cantar, sino también proclamar. Algunas veces somos inspirados al cantar los
himnos, pero en otras ocasiones, las palabras del himno que proclamamos estando
llenos de pneuma pueden ser más inspiradoras. Si estamos vacíos, si nos falta pneuma,
lo que hablemos no inspirará a nadie. Pero si estamos llenos de pneuma, nuestras
palabras causarán impacto e inspirarán a otros. Esto no es elocuencia; es hablar con
impacto.
En 1967 visité la iglesia de Yakarta, Indonesia. En una de las reuniones sugerí que los
santos no sólo cantaran los himnos, sino que también los proclamaran, conforme a
Efesios 5:19. De inmediato lo pusimos en práctica, y aquella proclamación fue
maravillosa, llena del Espíritu Santo.
A veces es necesario practicar esto en las reuniones; por supuesto, sin hacer de ello una
legalidad. Antes de cantar un himno, podemos hablárnoslo unos a otros. Los hermanos
declaran la primera línea y las hermanas responden con la segunda línea. Sin embargo,
debemos tener cuidado de no caer en un formalismo. Tengo que reconocer que algunas
de nuestras reuniones no son tan vivientes como deberían ser. Así que, debemos
experimentar de forma viviente al Espíritu cuando cantamos y hablamos.
B. Dar gracias
El versículo 20 añade: “Dando siempre gracias por todo a nuestro Dios y Padre, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Debemos darle gracias a Dios el Padre, no sólo en
los tiempos buenos, sino en todo tiempo, y no sólo por las cosas buenas, sino por todas
las cosas. Aun en los peores momentos debemos darle gracias a nuestro Dios y Padre.
Este versículo nos dice que demos gracias en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. La
realidad del nombre del Señor es Su persona. Estar en Su nombre es estar en Su
persona, en el Señor mismo. Esto implica que debemos darle gracias a Dios siendo uno
con el Señor.
En el versículo 21, Pablo habla de estar “sujetos unos a otros en el temor de Cristo”.
Someternos unos a otros también es una manera de ser llenos del Señor en el espíritu y
es también lo que rebosa cuando estamos llenos. La sujeción debe ser mutua, los unos a
los otros; no sólo los jóvenes a los mayores, sino también los mayores a los jóvenes (1 P.
5:5).
Una vida de hablar, cantar, salmodiar y dar gracias, es una vida de sujeción. Cuando
hablamos, cantamos, salmodiamos y damos gracias en el nombre del Señor Jesucristo,
estamos dispuestos a someternos los unos a los otros. Todos nos sometemos a Cristo, la
Cabeza, y también al Cuerpo. Pero este sometimiento es fruto de una vida en la que
hablamos, cantamos, salmodiamos y damos gracias, lo cual a su vez es el resultado de
ser llenos en el espíritu. Cuando estamos llenos en nuestro espíritu, cantamos,
salmodiamos, hablamos, damos gracias. Además, nos sometemos espontáneamente. No
obstante, si no estamos llenos, no hablaremos, no cantaremos, no salmodiaremos, no le
daremos gracias a Dios, y consecuentemente, no nos someteremos los unos a los otros.
Los miembros normales de una iglesia son aquellos que se someten unos a otros como
resultado de llevar una vida en la que, desde lo más recóndito de su ser, hablan, cantan,
salmodian y dan gracias a Dios. Su modo de vivir se basas en ser llenos en el espíritu de
todas las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y DOS
En este mensaje llegamos a 5:22-33, un pasaje que trata de la relación apropiada que
debe existir entre la mujer y su marido.
En 4:1-24 Pablo presenta el principio básico de una vida digna del llamamiento de Dios.
Este principio consiste en que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del
nuevo. De 4:25 a 6:9 Pablo presenta los detalles de un vivir adecuado. Si deseamos
cumplir todos estos requisitos, necesitamos vivir conforme a la verdad y por la gracia.
Además, debemos andar en amor y en luz, y ser llenos en nuestro espíritu. Como ya
mencionamos, ser llenos en el espíritu es un aspecto de una vida digna del llamamiento
de Dios.
La relación entre una mujer y su marido está relacionada con el ser llenos en el espíritu;
es un aspecto de la vida diaria de personas que están siendo llenas en el espíritu hasta la
medida de toda la plenitud de Dios. Por ello, cuando hablamos de la relación conyugal,
no debemos olvidar este hecho, pues la única manera de llevar una vida matrimonial
adecuada consiste en ser llenos en el espíritu.
El versículo 22 dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”.
Esto constituye un aspecto de la sujeción implícita en el versículo 21. En su exhortación
referente a la vida matrimonial, el apóstol se dirige primero a las esposas, pues ellas,
como le sucedió a Eva en Génesis 3, se desvían del camino correcto con mayor facilidad
que los esposos.
Según el mismo principio, Pablo se dirige a los hijos antes que a los padres, y a los
esclavos antes que a los amos. En cuanto a la relación entre hijos y padres, la mayoría de
los problemas los provocan los hijos, no los padres. Son los hijos los que desobedecen a
los padres; con todo, en la práctica, los padres obedecen a sus hijos. Pasa lo mismo en el
caso de las casadas y sus maridos. Maridos, en su vida matrimonial, ¿quién obedece más
a quién, ustedes a su mujer o su mujer a ustedes? Posiblemente la mayoría contestará
que ellos obedecen más a sus esposas que sus esposas a ellos. Tal vez piense que no es
correcto que los maridos obedezcan a sus esposas o que los padres obedezcan a sus
hijos; pero, aunque esto pueda parecer contradictorio doctrinalmente, en la práctica
sucede así. Si los maridos no saben obedecer a sus esposas, no tendrán una vida
matrimonial pacífica. Un marido que no obedece a su mujer, no sabe cómo
compadecerse de ella ni amarla. Si un marido desea amar a su mujer, tiene que
compadecerse de ella e incluso obedecerla. La obediencia es lo único que engendra
obediencia. La obediencia es el precio que se paga para obtener obediencia de parte de
los demás. Si un marido nunca obedece a su mujer, será muy difícil que ella le obedezca
a él.
En 1 Pedro 3:7 vemos que las mujeres son vasos más frágiles. Por esta razón, Pablo se
dirige primero a ellas en Efesios 5. En su exhortación dirigida a esposas y esposos, a
hijos y padres, y a esclavos y amos, Pablo se dirige primero a la parte más débil y luego a
la parte más fuerte. Los fuertes no deben imponer exigencias a los débiles. Un marido
que comprende que su mujer es un vaso más frágil, no demandará de ella nada.
Lo que hemos expresado hasta ahora no anula el obvio hecho escrito en 5:22, que
establece que la mujer debe someterse a su marido. Todos conocemos muy bien esta
exhortación y no es necesario añadir nada para fortalecerla o intensificarla.
En el versículo 22 Pablo exhorta a las casadas a que estén sujetas a sus propios maridos.
La mayoría de las casadas aprecian y respetan a los maridos de otras; por eso el apóstol
exhorta a las casadas a que se sujeten a sus propios maridos, sin importar qué clase de
maridos sean.
Lo que Pablo expresa acerca de que las mujeres deben someterse a sus propios maridos
pone de manifiesto la tendencia de las casadas a comparar a sus maridos con los
maridos de las demás. Los maridos tienden a hacer lo mismo con sus esposas. Si
carecemos de la gracia y no vivimos bajo la luz de Dios, haremos tales comparaciones.
Esto es obra de la astucia de Satanás, quien quiere perjudicar la vida marital. Es posible
que durante el cortejo usted haya pensado que el hombre con quien se casaba era el
mejor. Pero después de casarse comenzó a compararlo con otros. Por esta razón, Pablo
exhorta a las casadas a que se sometan a sus propios maridos y que no hagan
comparaciones.
Según el mismo principio, cuando Pablo se dirigió a los maridos, los exhortó a que
amaran a sus propias mujeres (vs. 28, 33), lo cual indica que ellos no debían
compararlas con las esposas de otros. Debemos aborrecer tales comparaciones, porque
provienen de Satanás, nuestro enemigo, y pueden conducir a la separación e incluso al
divorcio. Si queremos llevar una vida digna del llamamiento de Dios, una vida conforme
a la verdad, por la gracia y en amor y en luz, no debemos comparar a nuestro cónyuge
con otros. Más bien, las mujeres casadas deben someterse a sus propios maridos, y los
maridos deben amar a sus propias mujeres.
B. Como al Señor
Según lo dicho por Pablo en el versículo 22, las casadas deben someterse a sus propios
maridos “como al Señor”. Las casadas deben darse cuenta de que a los ojos de Dios, el
marido representa al Señor. La esposa debe someterse a su propio marido porque, en la
vida matrimonial, él es como el Señor. Dudo que muchas hermanas casadas consideren
a sus esposos como al Señor. Actualmente la vida matrimonial se halla en un estado
deplorable, lleno de desobediencia y rebelión. No obstante, así como Cristo es Cabeza de
la iglesia y el Salvador del Cuerpo, las casadas deben someterse a sus propios maridos
como al Señor. Sara, la esposa de Abraham, fue un buen ejemplo de esto. Según 1 Pedro
3:6, ella “obedecía a Abraham, llamándole señor”.
Además las casadas deben tomar a sus maridos por cabeza. El versículo 23 dice: “Porque
el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es Cabeza de la iglesia, siendo El mismo
el Salvador del Cuerpo”. Como cabeza de la mujer, el marido tipifica a Cristo, quien es la
Cabeza de la iglesia. Además de ser el Salvador del Cuerpo, Cristo es también la Cabeza
de la iglesia. El hecho de que El sea el Salvador es cuestión de amor; mientras que el que
El sea la Cabeza tiene que ver con la autoridad. Nosotros amamos a Cristo como nuestro
Salvador, pero también debemos estar sujetos a El como nuestra Cabeza. Lo mismo
debe suceder en la relación entre las mujeres y los maridos.
D. En todo
El versículo 24 añade: “Mas, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas
lo estén a sus maridos en todo”. El pensamiento que está implícito en estas palabras es
que aunque los maridos no son el salvador de sus mujeres, como Cristo lo es de la
iglesia, las casadas de todos modos deben estar sujetas a sus maridos así como la iglesia
lo está a Cristo. Según lo que Dios ordenó, la sujeción de la mujer a su marido debe ser
completa, sin condición alguna. Esto no significa que ellas deban obedecer a su marido
en todo. Obedecer es diferente a someterse. En cosas pecaminosas, en cosas que van en
contra de Dios, las mujeres no deben obedecer a sus maridos. Sin embargo, ellas deben
seguir sujetas a ellos.
En el versículo 33 Pablo dice que la mujer “tema a su marido”. Puesto que la esposa
debe respetar a su marido por ser la cabeza, aquel que tipifica a Cristo, la Cabeza de la
iglesia, ella debe temer a su marido con el temor de Cristo (v. 21). Como cabeza de la
mujer, el marido representa al Señor. Por esta razón, la mujer debe temer al marido.
Pablo exhorta a los maridos a que amen a sus mujeres. Lo opuesto a estar sujeto es
regir; sin embargo, el apóstol no exhorta a los maridos a que rijan a sus mujeres, sino a
que las amen. En la vida matrimonial, la obligación de la esposa es estar sujeta y la del
marido es amar. La sujeción de la esposa más el amor del esposo constituyen la vida
matrimonial adecuada, y tipifican la vida de iglesia normal, en la cual la iglesia está
sujeta a Cristo y Cristo ama a la iglesia.
El versículo 25 declara: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella”. El amor del marido hacia su esposa debe
parecerse al amor que Cristo siente por la iglesia, o sea que él debe estar dispuesto a
entregarse a sí mismo por su mujer.
El requisito para el marido es mucho mayor que lo que se le pide a la mujer. Someterse a
una persona no es tan difícil como entregarse a sí mismo por ella. Entregarse por
alguien equivale a morir como mártir, a sacrificar su vida por él. Los maridos deben
amar a sus mujeres a ese grado; deben estar dispuestos a pagar un gran precio, aun el de
morir por ellas.
El versículo 28 dice: “Así también los maridos deben amar a sus propias mujeres como a
sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”. En este versículo,
Pablo habla dos veces de que los maridos deben amar a sus propias mujeres. Como ya
dijimos, esto indica que un marido debe amar a su mujer sin compararla con las demás.
Pablo exhorta a los maridos a que amen a sus propias esposas como a sus mismos
cuerpos. Todos aman su cuerpo. Un marido debe considerar a su esposa como parte de
su cuerpo y cuidarla como si ella fuera su propio cuerpo.
1. Sustentar
El versículo 29 añade: “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida con ternura, como también Cristo a la iglesia”. Nosotros
manifestamos amor por nuestro cuerpo sustentándolo y cuidándolo con ternura.
Sustentar es alimentar. En cuanto al alimento físico, la mujer es la que nutre al marido.
Es algo anormal que el esposo cocine para la esposa. Sin embargo, en lo espiritual, los
maridos deben sustentar a sus mujeres. Así como se come en beneficio del cuerpo, es
necesario que el marido cocine algo del Señor para su mujer. Al hacer esto, el marido
considera a su esposa como parte de su cuerpo. El esposo debe sustentar a su esposa,
tomar cuidado de sus necesidades, así como cuida de las necesidades de su cuerpo. Ha
esto alude la palabra “sustenta” en el versículo 29.
Los maridos también deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos cuidándolas
con ternura. Cuidar con ternura es criar y abrigar con cuidado tierno. Así cuida Cristo a
la iglesia, Su Cuerpo. Cuidar algo con ternura es abrigarlo tierna y dulcemente. Es
suavizar algo proporcionando un calor tierno. Por ejemplo, un ave suaviza a sus avecillas
con el calor de su cuerpo, abrigándolas bajo sus alas. Bajo ese arrullo, las avecillas son
calentadas tiernamente. El calor del amoroso abrazo de la madre suaviza y calienta a las
frías avecillas.
Algunas esposas son como aves frías. Ellas nunca discuten con sus maridos ni se enojan
con ellos, pero se vuelven frías para con ellos. Tal vez hasta usen la frialdad como un
arma para subyugarlos. Es entonces que el marido debe calentar y suavizar con ternura
a su mujer, tal como un ave abraza a sus pajaritos y los calienta. Esto es cuidar con
ternura. Un hermano que por la gracia y en amor cuida con ternura a su mujer de esta
manera, indudablemente será un buen marido.
El calor que se trasmite por un cuidado tierno no quema a otros; antes bien, los conforta
con ternura e incluso derrite sus corazones. Esto es exactamente lo que el Señor hace
con nosotros en la iglesia. Aunque amamos al Señor, algunas veces nos volvemos “aves
frías”. Tal vez no nos rebelemos contra El, pero sí nos enfriamos. En esas ocasiones, el
Señor nos abraza extendiendo Sus alas sobre nosotros para calentarnos. Por medio de
Su calor, calienta a las “aves frías” y derrite sus corazones endurecidos. Así muestra el
Señor el tierno amor que siente por Su Cuerpo.
Para llevar una vida matrimonial adecuada, el hombre debe dejar a su padre y a su
madre y unirse a su mujer para ser una sola carne con ella. El hombre y la mujer se
casan para formar su propia vida matrimonial, no por causa de la vida familiar de sus
padres. Ni los padres de la mujer ni los del marido deben interferir en ese matrimonio.
Un matrimonio que vive con los padres del marido o con los de la mujer contradice
rotundamente el principio bíblico y perjudica la vida matrimonial. Conforme a los
principios bíblicos, un hombre debe dejar a su padre y a su madre y ser uno con su
mujer. Este principio, por supuesto, se aplica también a la mujer. Conozco a algunas
jóvenes que se comprometieron con su pareja con la condición de que después de
casarse vivieran con sus padres. Esto es incorrecto. Sólo se puede lograr una vida
conyugal apropiada cuando tanto el marido como la mujer dejan a sus padres. Esto es lo
que enseña la Palabra de Dios.
Finalmente, en el versículo 28 Pablo dice que el marido debe amar a su mujer como a su
propio cuerpo. Y añade: “El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”. El versículo 33
recalca nuevamente este punto, lo cual muestra la profundidad del amor que un marido
debe tenerle a su esposa.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y TRES
Muchos cristianos saben que el marido y la esposa son un tipo de Cristo y la iglesia; sin
embargo, la mayoría de ellos conocen este tipo sólo de manera superficial. Lo que saben
de este misterioso tipo no toca su ser ni afecta su modo de vivir. Debemos sumergirnos
en las profundidades de lo que este tipo representa de manera que él transforme nuestro
ser y nuestra vida.
Génesis 2:24 indica que el hombre y su esposa son una sola carne. No debemos
considerar al hombre y la mujer como dos personas separadas, sino como una sola
persona, como dos mitades de una sola unidad. El marido y su mujer, una unidad
completa, forman un maravilloso cuadro de Cristo y la iglesia, quienes son una sola
entidad.
Debido a que en todo el universo no se halló una pareja para Cristo, Dios hizo morir a
Cristo en la cruz y mientras dormía allí, le fue abierto Su costado, del cual salió sangre y
agua (Jn. 19:34). Puesto que en Génesis 2 no había surgido el problema relacionado con
el pecado, ese capítulo sólo hace mención de que la costilla fue tomada de Adán; no dice
nada acerca de la sangre. Pero en Juan 19, debido a que ya existía el pecado, se
menciona la sangre, la cual resuelve el problema del pecado. El agua que salió del
costado de Cristo representa la vida que fluye de Cristo, la vida eterna, la cual produce a
la iglesia. Esta vida también es tipificada por la costilla de Adán. Según Juan 19, ninguno
de los huesos del Señor fue roto cuando El estuvo en la cruz. Esto sucedió en
cumplimiento de la Escritura que dice: “El guarda todos sus huesos. Ni uno de ellos será
quebrantado” (Sal. 34:20). Los huesos no quebrantados de Cristo tipifican Su vida
eterna inquebrantable. Es con esta vida, con la vida eterna, que la iglesia se edifica como
novia, como complemento, preparado para Cristo. Al ser edificada la novia, Cristo
obtiene la iglesia como complemento Suyo.
Ya mencionamos que Eva poseía la misma vida y naturaleza que Adán, y que esto
significa que la iglesia tiene la misma vida y naturaleza que Cristo. Además, así como
Eva tenía la misma imagen de Adán, la iglesia lleva la misma imagen que Cristo. Aún
más, en estatura, Eva y Adán eran casi iguales. Esto indica que la iglesia tiene la misma
estatura que Cristo.
Adán y Eva forman una unidad completa. Según el mismo principio, Cristo y la iglesia
también constituyen una unidad completa. La iglesia es la otra mitad de Cristo. Adán y
Eva llegaron a ser una sola carne, pero Cristo y la iglesia son un solo espíritu (1 Co. 6:17).
Por eso podemos decirle al Señor: “Señor Jesús, sin la iglesia, Tú sólo eres una mitad; no
estás completo. De igual manera, sin Ti, nosotros tampoco estamos completos”.
¡Alabado sea el Señor porque cuando Cristo y la iglesia se unen, ellos conforman una
unidad completa!
En la iglesia no hay lugar para nuestra vida natural ni para nuestra naturaleza humana
caída. La vida y la naturaleza humanas no son competentes como para corresponder a
Cristo. Para ser el complemento de Cristo, debemos ser uno con El en vida y naturaleza.
Esto significa que Cristo y la iglesia como una sola unidad tienen la misma vida y
naturaleza. Además, Cristo y la iglesia poseen la misma imagen y la misma estatura. Sin
embargo, no debemos conocer esto meramente como una doctrina, sino como una
visión celestial. Tenemos que ver por qué debemos recibir a Cristo como nuestra vida y
participar de Su naturaleza divina, y por qué debemos ser transformados en Su imagen
de gloria en gloria. Además, debemos ver que, como complemento de Cristo,
necesitamos llegar a la medida de la estatura de Su plenitud. Si tenemos esta visión,
podremos entender el tipo de Cristo y la iglesia descrito en Efesios 5.
Ahora debemos ver cómo Cristo sustenta y cuida con ternura a la iglesia. Ser sustentado
consiste en que algo entra en nuestro ser y satisface nuestra necesidad. Así que, el
sustento proviene de un suministro. Sin suministro es imposible que haya alimentación.
Cristo sustenta a la iglesia con todas las riquezas del Padre. Cristo es la corporificación
de la plenitud de la Deidad; por ende, todas las riquezas de Dios están en El, y El
disfruta estas riquezas. Luego El nutre a la iglesia con las mismas riquezas de la Deidad
que El mismo ha disfrutado.
Esto lo comprueba Juan 15. En este capítulo el Señor Jesús dice que El es la vid y que el
Padre es el labrador. El Padre es el labrador, el agricultor, y nosotros los creyentes
somos los pámpanos. La vid sustenta a los pámpanos con lo que absorbe del suelo. Dios
el Padre es el suelo, el agua y el todo para Cristo, quien es la vid. La vid absorbe las
riquezas del suelo y del agua, las digiere y luego las trasmite a los pámpanos. En esto
consiste la alimentación. Cristo sustenta a la iglesia con las riquezas del Padre que El
mismo ha absorbido y asimilado. Al sustentar a la iglesia, El satisface la necesidad
interior de ella.
Es correcto afirmar que Cristo sustenta a la iglesia con Su vida y con Su Palabra; sin
embargo, ni la vida ni la Palabra son la fuente; la fuente es el Padre. Lo que Cristo recibe
del Padre llega a ser la vida y el suministro vital que se hallan en la Palabra. Por ello, la
Palabra es la palabra de vida, incluso el pan de vida, el suministro de vida. Si queremos
ser sustentados por Cristo, debemos permanecer en El y absorber Su vida y el
suministro vital de ésta. Si deseamos experimentar esto de manera práctica, diariamente
debemos tocar la Palabra viva, porque ella es la corporificación de la vida y del
suministro de vida. Cuanto más permanecemos en el Señor y tenemos contacto con la
Palabra, más El nos sustenta. Es de esta manera que Cristo nutre a la iglesia.
A medida que somos sustentados con la vida y el suministro de vida, crecemos y somos
purificados. En el siguiente mensaje veremos que la palabra que sustenta, también lava
y limpia. Es semejante al agua que bebemos, la cual limpia las fibras de nuestro ser. Al
permanecer en el Señor y recibir las riquezas del Padre, y al leer la Palabra y recibir la
vida y el suministro de vida, somos nutridos por Cristo. Así sustenta Cristo a Su amada
iglesia.
Cuidar con ternura y nutrir son la porción de la iglesia y deben llevarse a cabo en cada
reunión. Si en las reuniones no se nutre ni se cuida a nadie, se suscitarán problemas. Sin
embargo, los problemas posiblemente seamos nosotros, no la iglesia. Si nuestra
condición es adecuada, normal y saludable, disfrutaremos del ambiente tierno que
produce la presencia del Señor en la iglesia, y en esta atmósfera recibiremos el
suministro de vida, el cual nos sustentará. ¡Alabado sea el Señor por la manera en que El
cuida a la iglesia! Los miembros de la iglesia tienen el privilegio de disfrutar al Señor de
una manera fina, tierna, íntima y genuina.
EL AUMENTO DE CRISTO
De igual manera que Eva era la mujer de Adán, la iglesia es la novia de Cristo (Jn. 3:29;
Ap. 19:7; 21:2, 9). Además, así como Eva era el aumento de Adán, la iglesia es el
aumento de Cristo (Jn. 3:30). Cuando Juan el Bautista oyó que muchos venían a Cristo,
dijo: “El que tiene la novia es el novio” (Jn. 3:29). Luego, añadió: “Es necesario que El
crezca, pero que yo mengüe” (v. 30). El crecimiento mencionado en el versículo 30 alude
a la novia que se menciona en el versículo 29. El hecho de que el Señor crezca significa
que El debe tener la novia. Todos los que le siguen deben ir a El, y todo aquel que cree
en El debe seguirle y ser Su aumento. Aunque Juan habló claramente respecto a esto, no
estuvo dispuesto a ponerlo en práctica. Debido a esto Dios permitió que Juan fuera
encarcelado y, posteriormente, decapitado. Al final, Juan el Bautista no recibió nada, y
todo el aumento, la novia, fue al Novio, para ser Su incremento. Así como Eva era el
aumento de Adán, la iglesia como novia de Cristo, es el aumento de Cristo.
Si los diversos aspectos del misterioso tipo de Cristo y la iglesia, revelados en este
capítulo de Efesios, quedan grabados en nuestro ser, ellos nos ayudarán no sólo a llevar
una vida de iglesia adecuada, sino también una vida marital equilibrada. Las casadas
sabrán cuál es su responsabilidad, y así mismo los maridos. El deseo de Pablo era
abarcar la vida matrimonial y la vida de iglesia al mismo tiempo. En sus escritos él no
las separó; más bien, las combinó, porque sabía que en realidad la vida matrimonial
forma parte de la vida de iglesia. Sin una vida matrimonial adecuada, es difícil llevar una
vida de iglesia adecuada. Le agradecemos al Señor que por medio de una vida de iglesia
apropiada, nuestra vida matrimonial también puede llegar a ser apropiada. ¡Qué
maravilloso! Esto constituye un misterioso tipo de Cristo y la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
En el mensaje anterior indicamos que la iglesia tiene la misma vida y naturaleza que
Cristo, lo cual se revela en la tipología de Adán y Eva. Si la iglesia no tuviera la vida y
naturaleza de Cristo, la iglesia no podría ser Su complemento, Su pareja. Si dos mitades
de una unidad no poseen la misma vida y naturaleza, no pueden formar un entero.
Cristo y la iglesia, siendo una sola entidad, comparten la misma vida y la misma
naturaleza.
Además, mencionamos que Cristo sustenta y cuida con ternura a la iglesia; la abastece y
la cuida para que crezca. Aunque la iglesia tiene la misma vida y naturaleza de Cristo,
ella necesita de cierto suministro y cuidado a fin de poder crecer. El crecimiento está
implícito en la manera que Eva, quien es un tipo de la iglesia, fue formada. Dios creó a
Adán como un hombre maduro; él no necesitó crecer. Pero Eva fue hecha de una costilla
tomada del costado de Adán, el cual hace alusión al crecimiento. Primero, Eva recibió la
vida y la naturaleza de Adán; luego, creció y llegó a ser una mujer. La referencia a la
alimentación y al cuidado tierno en Efesios 5 hace alusión a la necesidad de crecer. La
alimentación y el cuidado tierno no tienen que ver con la impartición de vida inicial,
sino al suministro y al cuidado que se le debe dar a la vida que ya existe, a fin de que ésta
crezca plenamente.
Usemos la vid como ejemplo. La vid primeramente recibe el alimento del suelo y del
agua. El elemento alimenticio que ella absorbe le provee la vida que satisface su
necesidad interna. Al recibir este alimento, la vid recibe al mismo tiempo un cuidado
tierno por parte del ambiente que la rodea, principalmente del aire fresco y de la luz
solar. El viento y el sol regulan la atmósfera a fin de fomentar el crecimiento de la vid. Si
el clima es muy frío, el sol la calienta, y si la temperatura es muy elevada, el viento la
refresca. A esta regulación ambiental nos referimos cuando hablamos del cuido con
ternura, lo cual es diferente del suministro de vida, de la alimentación. Hoy Cristo
sustenta a la iglesia interiormente y la cuida con ternura exteriormente. El nos
suministra vida y regula la atmósfera a fin de que crezcamos apropiadamente.
En este mensaje veremos un tercer aspecto relacionado con Cristo y la iglesia, el aspecto
de la santificación que se efectúa por medio de la purificación. Cristo santifica a la iglesia
purificándola (5:25-27). Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia con el propósito de
santificarla, no sólo al separarla para Sí mismo de todo lo profano, sino también al
saturarla con Su elemento para que ella sea Su complemento. El logra este objetivo al
purificar a la iglesia por el lavamiento del agua en la palabra.
Los versículos del 25 al 27 forman una sola oración gramatical. En estos versículos Pablo
dice que los maridos deben amar a sus esposas así como Cristo amó a la iglesia y se
entregó a Sí mismo por ella. Cristo hizo esto para santificar a la iglesia purificándola por
el lavamiento del agua en la palabra, a fin de presentarse a Sí mismo una iglesia
gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. El propósito que tenía Cristo en
cuanto a amar a la iglesia y a entregarse a Sí mismo por ella, fue santificarla por medio
del lavamiento del agua en la palabra. La santificación se efectúa por la purificación; la
purificación, por el lavamiento; el lavamiento, por el agua; y el agua está en la palabra.
El primer punto de estos versículos consiste en que Cristo amó a la iglesia y se entregó a
Sí mismo por ella; el segundo es la santificación mencionada en el versículo 26; y el
tercero es la presentación mencionada en el versículo 27. Lo primero conduce a lo
segundo, y lo segundo a lo tercero.
Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella a fin de redimirla e impartirle Su
vida. Según Juan 19:34, del costado herido del Señor salió sangre y agua. La función de
la sangre es redimir, mientras que la del agua es impartir vida a fin de producir la
iglesia. En Efesios 5:25 vemos que la iglesia es el fruto del amor de Cristo y de Su
entrega por ella.
Una vez que la iglesia llega a existir, necesita ser santificada. El proceso de santificación
incluye la saturación, la transformación, el crecimiento y la edificación. Aunque la
santificación incluye la separación, su aspecto principal es la saturación. La iglesia
necesita ser saturada de todo lo que Cristo es. La saturación va acompañada por la
transformación, el crecimiento y la edificación. Mediante este proceso de santificación,
el cual incluye los aspectos ya mencionados, la iglesia llega a ser completa y perfecta,
llega a ser la realidad de lo que tipificaba Eva en Génesis 2.
Después de ser preparada para Adán al ser hecha de la costilla de éste, Eva fue
presentada a Adán, el origen de donde había salido. Asimismo, la iglesia será presentada
a Cristo, quien es su origen. Esta presentación no la hará Dios, sino el propio Cristo. El
versículo 27 declara que Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa. Así que, El
será tanto el que la presente como el que la reciba.
En estos versículos vemos que la iglesia se produce en tres etapas: en primer lugar, nace;
en segundo lugar, es santificada, y de esa manera es perfeccionada y completada; y por
último, la iglesia es presentada a Cristo como una iglesia gloriosa que no tiene mancha,
ni arruga ni cosa semejante. Ella es presentada a El santa y sin mancha. Actualmente
estamos en la segunda etapa de la producción de la iglesia, la etapa de la santificación.
Cuando esta etapa esté completa, seremos presentados a Cristo como una iglesia
gloriosa.
A. Separada y saturada
Ahora debemos ver la manera en que el Señor nos santifica. En el versículo 26 Pablo
dice que Cristo santifica a la iglesia purificándola por el lavamiento del agua en la
palabra. Según el concepto divino, en este contexto el agua se refiere a la vida de Dios,
una vida que fluye, tipificada por el agua que corre (Ex. 17:6; 1 Co. 10:4; Jn. 7:38-39; Ap.
21:6; 22:1, 17). El lavamiento del agua es diferente del lavamiento de la sangre redentora
de Cristo. La sangre redentora nos lava de nuestros pecados (1 Jn. 1:7; Ap. 7:14),
mientras que el agua de vida nos lava de los defectos de la vida natural de nuestro viejo
hombre, tales como “manchas, arrugas y cosas semejantes” (v. 27). El Señor, al
santificar a la iglesia, primero nos lava de nuestros pecados con Su sangre (He. 13:12), y
luego nos lava de las manchas de nuestra naturaleza con Su vida. Ahora estamos bajo
este proceso de lavamiento a fin de que la iglesia sea santa y sin defecto.
Ser purificados es lo mismo que ser santificados. La purificación por el lavamiento del
agua de vida está en la palabra. Esto indica que la Palabra contiene el agua de vida, lo
cual es tipificado por el lavacro situado entre el altar y el tabernáculo (Ex. 38:8; 40:7).
En griego, la palabra traducida lavamiento en el versículo 26 significa lavacro. Esta
palabra griega se usa en la Septuaginta como traducción de la palabra hebrea que
significa lavacro. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes usaban el lavacro para
lavarse de toda contaminación terrenal (Ex. 30:18-21). Ahora el lavamiento del agua nos
lava de la contaminación. Por consiguiente, somos purificados por el lavacro del agua en
la palabra.
Así como en el Antiguo Testamento los sacerdotes iban primero al altar y después al
lavacro, nosotros también vamos primero a la cruz para ser salvos, redimidos y
justificados, y después vamos a la Palabra para ser purificados. Día tras día, por la
mañana y por la tarde, necesitamos acudir a la Biblia para ser purificados por el lavacro
del agua en la Palabra. Al ir a la Palabra de esta manera, somos purificados de la
contaminación que acumulamos al relacionarnos con el mundo. Cada vez que nos
relacionamos con el mundo en el curso de nuestro vivir humano, necesitamos ir a la
Palabra para ser purificados de él.
El lavacro de la Palabra contiene agua, pero no el agua que apaga nuestra sed, sino el
agua que nos lava. En este contexto, Pablo no estaba interesado en nuestra sed, sino en
que fueran eliminadas de nosotros todas las cosas negativas. Y esto se logra por el agua
que está en la Palabra.
Este lavamiento lo lleva a cabo la vida y la alimentación que ésta nos proporciona.
Seamos alentados a permanecer en Cristo, quien es la fuente del sustento, y a tocar la
Palabra para recibir el elemento nutritivo, a fin de ser lavados orgánica y
metabólicamente de todo defecto y de toda vejez. Por medio de este lavamiento, la
iglesia será perfeccionada y llegará a ser gloriosa.
La iglesia que proviene de Cristo volverá a El, tal como Eva salió de Adán y volvió a él.
Así como Eva llegó a ser una sola carne con Adán, así también la iglesia que vuelve a
Cristo será un solo espíritu con El.
Hemos señalado anteriormente que la iglesia gloriosa, la iglesia que expresa a Dios, será
santa y sin defecto. Ser santo significa ser separado para el Señor de todo lo común y ser
saturado con la naturaleza divina, con todo lo que Dios es. La iglesia que ha sido
santificada de esta manera no tendrá defecto alguno. Un defecto es como una mancha
en una piedra preciosa, una mancha que proviene de una imperfección de la piedra. Si
queremos ser puros, no debemos tener ninguna contaminación; es decir, en nuestro ser
no debe haber ninguna otra cosa que no sea Dios. Un día, la iglesia será así; no sólo será
limpia y pura, sino que no tendrá defecto ni contaminación alguna. La iglesia será la
expresión del Dios que se mezcla con la humanidad resucitada, elevada y transformada.
Esta es la iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. En el futuro, Cristo se
presentará a Sí mismo esta iglesia gloriosa. Hoy, sin embargo, la iglesia está en el
proceso de ser sustentada, cuidada con ternura y santificada por Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
Efesios 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. El versículo 25 declara que Cristo amó a
la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella; en esto vemos la etapa de Cristo en la carne.
El versículo 26 declara que Cristo santifica a la iglesia, purificándola por el lavamiento
del agua en la palabra; en esta etapa Cristo es el Espíritu vivificante. Y por último, el
versículo 27 afirma que Cristo se presentará la iglesia a Sí mismo a Su regreso; en esta
etapa Cristo será el Novio que recibe a Su novia. La primera de estas tres etapas
transcurrió en el pasado; la segunda ocurre en el presente; y la tercera ocurrirá en el
futuro. En la primera etapa Cristo fue el Redentor; en la segunda El es el Espíritu
vivificante; y en la tercera El será el Novio.
EL DIOS–HOMBRE
Cristo es Dios, pero no sólo Dios. Si El sólo fuera Dios, no podría ser nuestro Cristo.
Para ser nuestro Cristo El tuvo que encarnarse. Mediante Su encarnación, Cristo llegó a
ser un hombre de carne, sangre y huesos. ¡Qué maravilloso es que Dios se vistió de
humanidad! Nuestro Dios no es solamente Dios; en Cristo, El llegó a ser un Dios-
hombre.
El Verbo se hizo carne y Dios se manifestó en la carne. Sí, debemos condenar la carne
pecaminosa; pero la carne presenta también un aspecto positivo. Nosotros no somos
espíritus como los ángeles, ¡somos carne! Nuestro Cristo no se hizo un espíritu
angelical; El se hizo carne. El Cristo que se entregó por nosotros era el Dios encarnado.
Hay cristianos que piensan que deben comportarse como si fuesen ángeles; ellos tratan
de vivir como seres celestiales. A los ojos de Dios, una vida así es anormal. Dios no
quiere que Sus hijos imiten a los ángeles; lo que El desea es que ellos sean muy
humanos. Todos los miembros de la iglesia deben poseer una humanidad genuina. Por
esta razón, Efesios, un libro cuyo tema es la iglesia, habla de las distintas relaciones
humanas: la relación entre mujer y marido, entre hijos y padres, y entre esclavos y
amos. Si queremos experimentar una vida de iglesia apropiada, debemos llevar una vida
humana adecuada.
El Cristo que recibimos y ganamos no es un ángel ni ningún ser celestial, sino un Dios-
hombre. Fue como un hombre en la carne, que El se entregó a Sí mismo por nosotros.
Además, como hombre El puede involucrarse en nuestras circunstancias y satisfacer
nuestras necesidades. El asumió nuestra naturaleza humana a fin de ser como nosotros.
Ahora El vive en nosotros como nuestra vida y nuestra persona con el fin de
manifestarse desde nuestro interior. Cuando una hermana toma a Cristo como su
persona y se somete a su marido, su sumisión será gloriosa, estará llena de la realidad
del Cristo que se expresa desde su interior. Del mismo modo, cuando un hermano toma
a Cristo como su persona y ama a su mujer, Cristo será expresado en ese amor.
Manifestar a Cristo de esta manera es posible gracias a que El se entregó por nosotros en
calidad de Dios-hombre.
Según el versículo 26, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia para “santificarla,
purificándola por el lavamiento del agua en la palabra”. Después de entregarse a Sí
mismo por nosotros en la carne, el Señor Jesús resucitó, y en resurrección, fue hecho
Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu vivificante, El es el Espíritu que habla.
Las palabras que El nos comunica nos lavan. El vocablo griego traducido palabra en el
versículo 26 no es lógos, la palabra constante, sino réma, la palabra instantánea, la
palabra que el Señor nos habla para el momento. Como Espíritu vivificante, el Señor no
se mantiene en silencio, sino que nos habla constantemente. Si le tomamos como
nuestra persona, descubriremos cuánto El desea hablar en nuestro interior. Los ídolos
son mudos, pero el Cristo que mora en nosotros siempre nos habla. Nadie que tome a
Cristo como su vida y su persona puede permanecer callado; al contrario, Cristo le
instará a hablar. Cada vez que ministro a los hijos del Señor, siento que Cristo habla
desde mi interior.
En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son
vida”. La palabra griega traducida “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada
para el momento. Difiere de lógos, la palabra constante, la cual se usa en Juan 1:1. El
Señor, quien es el Espíritu que habla, nos comunica la palabra rema. Todo lo que El
habla es espíritu.
Si al pasar los días el Señor no nos habla, esto indica que existe un problema en nuestro
interior. Si no percibimos que el Señor nos habla, si no recibimos el réma, entonces, en
lo que atañe a la experiencia práctica, el Espíritu está ausente, porque lo que El nos
habla es Espíritu. Si tenemos la palabra presente, tenemos al Espíritu, esto es, al
Espíritu vivificante. No podemos separar a Cristo, quien es el Espíritu vivificante, de Su
palabra. Su presencia consiste de Su palabra. ¿Cómo podemos saber que el Cristo que es
nuestra persona está presente con nosotros? Lo sabemos por medio de Sus palabras. Si
Sus palabras no están en nosotros, no tenemos Su presencia. Mas si nos tornamos a El
seriamente y le tomamos como nuestra vida y nuestra persona, El comenzará a
hablarnos de nuevo. Lo que nos habla es la palabra viva; y la palabra viva es el Espíritu;
y el Espíritu es el Cristo maravilloso. El es el Espíritu que habla. ¡Cuán práctico,
subjetivo, íntimo y real es El.
UNA PURIFICACION Y
UNA TRANSFORMACION METABOLICAS
El Espíritu es el agua que nos lava. Cuanto más nos habla, más nos lava y nos purifica.
Cada vez que El nos hable, debemos experimentar esta purificación.
La purificación es una limpieza metabólica que elimina lo viejo y lo reemplaza con algo
nuevo. ¡Cuán diferente es esto de una purificación superficial! La purificación interna y
metabólica nos transforma. Esta purificación, que viene del Cristo que nos habla como
Espíritu vivificante, produce un verdadero cambio en nuestro ser.
Supongamos que dos creyentes que viven juntos en una casa de hermanos tienen
problemas entre sí. Uno acude a uno de los ancianos en busca de ayuda, y el otro acude a
una hermana de edad avanzada. El anciano le dice al primer hermano que en la vida de
iglesia debemos aprender a tener paciencia, mientras que la hermana le dice al segundo
que el Señor le puso en esa situación para que pueda aprender ciertas lecciones. Estos
consejos son hasta cierto punto religiosos. Si estos hermanos tratan de seguirlos, los
problemas entre ellos se agudizarán, y es posible que ellos opten por salir de la casa de
hermanos e incluso abandonen la vida de iglesia.
A medida que crecemos en vida, somos edificados espontáneamente unos con otros. En
esta edificación no hay lugar para la división ni para discusiones sobre opiniones y
doctrinas. Nosotros, en la iglesia en Los Angeles, podemos testificar que no tenemos
ningún interés en opiniones, sugerencias ni propuestas; lo único que nos interesa es
tomar a Cristo como nuestra vida y como la persona que habla en nuestro ser.
Valoramos mucho que El nos hable porque Su presencia como Espíritu vivificante se
halla en lo que El nos habla. Al hablarnos, nos limpia, nos purifica y nos santifica. Al
final, la vida absorberá todas las manchas y las arrugas.
Por las palabras que el Señor, como Espíritu vivificante, nos habla, llegamos a ser una
iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. Ahora esperamos el regreso del Señor,
sabiendo que cuando El venga, se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, santa y sin
mancha. Entonces experimentaremos a Cristo en la tercera etapa, como el Novio que
viene por Su novia. Hasta que eso ocurra, nuestra necesidad es seguir tomando a Cristo
a diario como nuestra persona, y ser lavados, purificados y santificados por lo que El,
como Espíritu vivificante, habla en nuestro interior. De este modo, experimentaremos
un cambio metabólico que nos transformará en vida, lo cual es necesario para la vida de
iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
(1)
RECOBRADOS Y LLEVADOS
DE NUEVO AL CRISTO SUBJETIVO
Muchos cristianos prestan más atención a la Biblia que a Cristo. Esto indica que aun la
Biblia puede ser utilizada para apartar a la gente de Cristo. Ciertamente nosotros
creemos en la Biblia, la honramos y la respetamos al máximo. Pero reconocemos que la
Biblia es la revelación de la persona viva de Cristo. Si no prestamos atención al Cristo
revelado en la Biblia, pasamos por alto la función principal de la Biblia, la cual consiste
en revelarnos al propio Cristo. ¡Cuánto necesitamos ser recobrados de tal modo que
seamos traídos de nuevo a Cristo mismo!
Debemos regresar no sólo al Cristo objetivo que está en los cielos, sino también al Cristo
subjetivo que está en nuestro espíritu. Esta persona desea extenderse a nuestro corazón.
Cristo no sólo es nuestro Salvador de manera objetiva, sino también nuestra vida y
nuestra persona de manera subjetiva. Debemos darle toda nuestra atención al Cristo
subjetivo. En Gálatas 2:20 Pablo pudo decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Aquí Pablo no habló de la vida de Cristo, de Su obra, ni de Su poder; él dijo que el propio
Cristo vivía en él. ¡Aleluya, la persona de Cristo vive en nosotros!
Posiblemente hemos oído mensajes o leído libros que hablan de la santificación. Sin
embargo, para conocer el verdadero significado de la santificación, es necesario tener
contacto con el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Un aspecto de la
santificación tiene que ver con ser separados. Ser santificados es ser separados en
cuanto a posición, experimentar un cambio de posición. Sin embargo, éste no es el único
aspecto de la santificación. En la santificación, algo que antes era natural, gradualmente
llega a ser santo en naturaleza. Por tanto, a medida que somos santificados de forma
subjetiva, llegamos a ser santos en nuestra manera de ser.
Este aspecto de la santificación puede ser ejemplificado por el proceso de hacer té.
Cuando se pone el té en una taza de agua, el agua es “té-ificada”. A medida que el agua
es “te-ificada”, el agua se vuelve agua de té. Podemos decir que nosotros somos como la
taza de agua y Cristo es el té. Tal como el agua es “té-ificada” por el elemento del té,
nosotros somos santificados por el elemento de Cristo. Por lo tanto, ser santificado
consiste en que Cristo se añada a nuestro ser. Cuanto más se añade a nosotros, más
tenemos la apariencia, el gusto, el aroma, de Cristo. Nuestra necesidad es tomar día tras
día más de Cristo, el té celestial, a fin de que más de Su elemento se añada a nuestro ser.
Así llegaremos a ser “Cristificados”.
Supongamos que Cristo fuera simplemente un Cristo objetivo, Aquel que está a la
diestra de Dios en los cielos. ¿Podríamos ser santificados en nuestra forma de ser
simplemente tratando de seguir las enseñanzas de la Biblia? Claro que no, pues el
elemento de Cristo no se agregaría a nuestro ser. Le agradecemos al Señor de que nos
haya mostrado que la santificación subjetiva depende de que Cristo se añada a nosotros,
y esto se cumple sólo cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona.
EL PROPOSITO POR EL CUAL CRISTO NOS HABLA
Ya mencionamos que cuando tomamos a Cristo como nuestra persona, El, como
Espíritu vivificante, nos habla desde nuestro interior. La intención del Señor al
hablarnos no es simplemente decirnos que hagamos esto o que no hagamos aquello; Su
intención es impartirse en nosotros por medio de Sus palabras. Cuanto más nos habla el
Señor interiormente, más se imparte a nosotros. Cada vez que le expresamos nuestro
deseo de que El sea nuestra persona, El comienza a hablarnos por dentro.
Efesios 5:25 y 26 declara que Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia para
santificarla, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra. En el mensaje
anterior dijimos que el agua en la palabra es Cristo en calidad del Espíritu que nos
habla. Cuanto más nos habla Cristo interiormente, más fluye el agua en nuestro ser. El
agua que fluye en nosotros no es el lógos, la palabra constante, sino el réma, la palabra
dada para el momento. A medida que el agua nos lava, elimina nuestra vejez. Este
lavamiento es metabólico y nos suministra un elemento nuevo que substituye el viejo
elemento. Esto conduce a la transformación. Por tanto, la purificación no es cuestión de
enseñanzas, sino de que tomemos a Cristo como nuestra persona viva. Cuando le
tomamos como nuestra persona, El aumenta en nosotros y nos purifica
metabólicamente.
La alimentación produce transformación. Uno llega a ser lo que come. Esto quiere decir
que si comemos a Cristo, El se forjará en nuestro ser, y seremos transformados por el
elemento de Cristo impartido en nosotros. Cuanto más tomamos a Cristo como nuestra
persona, más nos alimenta. Esta alimentación nos transforma. Esto quiere decir que
llegamos a ser una nueva persona, obtenemos un elemento y una sustancia nuevos.
¡Aleluya, Cristo nos sustenta consigo mismo, con las riquezas de todo lo que El es! Lo
que necesitamos hoy no es doctrinas ni religión, sino disfrutar al Cristo todo-inclusivo.
NUESTRA CARGA
En estos mensajes nuestra carga no es transmitir más enseñanzas a los santos; nuestra
carga es ministrar al Cristo vivo. Lo que el pueblo del Señor necesita hoy es tomar a
Cristo como su persona y ser alimentado. Debido a que estamos conscientes de esta
necesidad, no nos interesan las enseñanzas objetivas. Nuestro deseo es ayudar a otros a
que toquen al Cristo vivo, se abran a El y le tomen como su vida y su persona. Espero
que muchos puedan decir: “Señor, he sido cristiano por muchos años, pero no te he
tomado como mi persona. Señor, por Tu misericordia, quiero empezar a tomarte como
mi persona”. Si su cónyuge le da problemas y se ve tentado a discutir, ése es el mejor
momento para tomar a Cristo como su persona. En vez de discutir con otros o
defendernos, debemos permitir que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones.
Muchos podemos testificar que Cristo nos ha “arruinado”. Por una parte, Cristo nos
rescata, pero por otra, nos “arruina” y nos deja inservibles para todo lo que no sea El
mismo y la vida de iglesia. Cuanto más tomamos a Cristo como nuestra persona, más
nos “arruina”. De hecho, podemos decir que este ministerio es un ministerio que
“arruina” a las personas. Por medio de él, millares hemos sido “arruinados” por causa de
Cristo y la iglesia. Ahora, además del Cristo vivo y la vida de iglesia apropiada, nada nos
satisface.
RECONFORTADOS Y SUAVIZADOS
Junto con la alimentación, recibimos el cuidado tierno. Ser cuidados con ternura es ser
suavizados y reconfortados. Cuando nuestro ser se endurece y se enfría, necesitamos
que Cristo nos cuide con ternura, que El reconforte nuestros corazones. Después de que
El nos reconforta, somos suavizados. Muchos pueden testificar que han sido
reconfortados y suavizados mediante el contacto con la iglesia en el recobro del Señor.
Antes de venir a la vida de iglesia, estaban un poco fríos y endurecidos. Pero Cristo,
quien sustenta y cuida con ternura, los ha reconfortado y ablandado. Muchos podemos
dar testimonio de lo que significa que Cristo nos cuide con ternura de una manera tierna
e íntima.
Así como una madre cuida con ternura a su hijo poniéndolo en su regazo, el Señor
también nos cuida con ternura acercándonos a El. Aunque soy una persona mayor, aún
necesito que Cristo me cuide con ternura. Algunas veces le digo: “Señor, Tú sabes cuán
pequeño soy”. El contesta: “Sí, lo sé, por eso estoy aquí no solamente para santificarte,
purificarte y sustentarte, sino también para cuidarte con ternura”. ¡Cuan tierno, dulce y
reconfortante es el Señor Jesús! Al descansar en El, los que antes éramos duros y fríos,
ahora somos blandos y afectuosos. Este es el cambio que se opera como resultado del
cuidado que el Señor nos brinda en nuestro ser. Interiormente, mientras disfrutamos Su
ternura, dulzura y amor, El nos reconforta y nos suaviza. ¡Le alabamos al Señor por ser
Aquel que nos cuida tan tiernamente! Que todos tomemos a Cristo como nuestra
persona y permitamos que El nos santifique, nos purifique, nos sustente y nos cuide
más. De esta manera le disfrutamos y lo experimentamos de una manera viva.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y SIETE
Hemos visto que 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. En la primera etapa, la etapa
de Cristo en la carne, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia; en la segunda etapa, El
como Espíritu vivificante la santifica, la purifica, la sustenta y la cuida con ternura;
finalmente, en la tercera etapa, El se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, la cual
es Su novia.
Debemos ver la manera en que Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa.
Cuando yo era joven, pensaba que Cristo estaba meramente en los cielos y que la iglesia
estaba en la tierra. Tenía el concepto de que cuando El viniera de los cielos a la tierra,
tomaría súbitamente a la iglesia y se la presentaría a Sí mismo. Según este concepto,
Cristo está en los cielos y nosotros en la tierra, preparándonos para ser presentados a El.
Pero más adelante me di cuenta de que esto era un concepto natural, que hace de Cristo
un Cristo demasiado objetivo.
La economía de Dios difiere por completo tanto del concepto natural como de la
religión. Conforme a Su economía, Dios forja a Cristo en nuestro ser. Un día, Cristo se
presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, no meramente viniendo de una manera
objetiva, sino al extenderse dentro de nosotros y brotando desde nuestro interior.
Romanos 8 indica que Dios no sólo nos llamó y nos justificó, sino que también nos
glorificará. Hace muchos años se me enseñó que un día el Señor descendería
súbitamente de los cielos, nos recogería y nos conduciría a la gloria. Sin embargo, este
concepto de la glorificación no concuerda con la economía de Dios. Cristo no nos
glorificará descendiendo sobre nosotros desde los cielos, sino brotando desde nuestro
interior. La esperanza de gloria no es el Cristo que está en los cielos, sino el que está en
nosotros (Col. 1:27). Si no tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, no
podremos disfrutar de la gloria que está en nosotros. Debemos decirle: “Señor Jesús, te
tomo como mi vida y como mi persona; Señor, te ofrezco mi corazón; tómalo, poséelo,
ocúpalo, y haz Tu hogar en él”. Si hacemos esto, espontáneamente conoceremos la gloria
que está dentro de nosotros.
EL RESPLANDOR DE LA GLORIA INTERIOR
A muchos de nosotros se nos enseñó que la luz de Dios resplandece sobre nosotros
desde afuera. Sin embargo, nuestra experiencia no concuerda con esta enseñanza.
Nuestra experiencia nos enseña que la luz no resplandece desde afuera sino desde
nuestro interior. Cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, no
esperemos que los cielos se abran y que una gran luz brille sobre nosotros de manera
externa. Si nuestra experiencia es como la de muchos, el Señor resplandecerá desde
adentro de nosotros. Ese resplandor es la expresión de la gloria interior. Nuestra
esperanza de gloria es Cristo en nosotros. Así que, cuando Dios nos glorifique, no tendrá
que enviar la gloria desde arriba; más bien, El hará que Cristo resplandezca desde
nuestro interior. Esto indica que la glorificación es una experiencia subjetiva que
tenemos del Cristo que mora en nosotros.
La mayoría de los cristianos espera que Cristo venga desde los cielos. Estoy consciente
de que hay versículos que hablan acerca de esto. Por una parte, Cristo vendrá desde los
cielos; pero por otra parte, para sorpresa de muchos, El también vendrá desde nuestro
interior. Objetivamente Cristo está en los cielos, pero según el aspecto subjetivo y
conforme a nuestra experiencia, El está en nosotros, y como tal, vendrá desde nuestro
interior.
Desde el día en que Cristo entró en nosotros, El ha buscado la manera de brotar desde
nuestro ser. A El le fue fácil entrar en nosotros, pero le es difícil salir de nosotros. Por
ejemplo, es fácil sembrar una semilla, pero toma tiempo y requiere de un proceso para
que la semilla brote del suelo. Sin embargo, así como la semilla finalmente crece y brota
de la tierra, así también Cristo finalmente nos saturará, nos absorberá y surgirá de
nosotros.
Los creyentes en su mayoría desconocen la economía de Dios debido a que los conceptos
religiosos cubren su entendimiento. Ellos simplemente no tienen idea de qué es la
economía de Dios. El contraste entre la religión y la economía de Dios se puede ver en la
vida humana del Señor Jesús. Cuando El estaba en la tierra, en Jerusalén aún estaba el
templo y sus ritos, prácticas y ordenanzas. Allí los sacerdotes presentaban ofrendas,
quemaban incienso y encendían las lámparas. Sin embargo, Dios no estaba en el templo;
El estaba en el Señor Jesús. A veces el Señor Jesús se hospedaba en la casa de Lázaro,
Marta y María en Betania. El los visitaba y hablaba con ellos de una manera normal, de
una manera humana. No obstante, mientras El estaba en esa casa en Betania, los
sacerdotes seguían realizando sus rituales en el templo. En el caso de los sacerdotes,
vemos la religión puesta en práctica, mientras que en el caso del Señor, quien estaba en
Betania, vemos la economía de Dios. La economía divina consiste en que Dios se forje a
Sí mismo en el hombre. Su economía no se llevaba a cabo en el templo, sino en la casa
en Betania, pues ahí estaba presente Cristo, la corporificación de la plenitud de Dios.
Los que adoraban en el templo practicaban su religión, pero Lázaro, Marta y María
disfrutaban la presencia del Señor Jesús. Hoy las iglesias locales no deben ser como el
templo de Jerusalén, sino como la casa en Betania. Esto significa que las iglesias no
deben ser lugares religiosos, sino lugares donde se lleva a cabo la economía de Dios.
La religión enseña que Dios nos introducirá a una esfera, a un ámbito de gloria. Según el
concepto religioso, el Señor nos transportará instantáneamente a una gloria objetiva.
Mientras eso sucede, tenemos que portarnos bien y ordenar nuestras vidas conforme a
las Escrituras; debemos ser bíblicos en todo lo que hagamos. Si lo hacemos, según esta
enseñanza, un día seremos aptos para ser llevados a la esfera de la gloria de Dios.
Efesios 5:27 no declara que Cristo se presentará una iglesia agradable, ni siquiera
victoriosa, sino una iglesia gloriosa. Se puede ser victorioso sin ser glorioso. Muchos
libros hablan de cómo ser victoriosos, pero nunca he visto un libro que muestre cómo
ser gloriosos. Del mismo modo, se han dado muchos mensajes respecto a la manera de
obtener la victoria, pero ¿hemos escuchado alguna vez un mensaje que enseñe cómo ser
gloriosos? Cristo quiere una iglesia gloriosa, no sólo una iglesia victoriosa.
Si el Señor sólo estuviera en los cielos, no podría ser nuestra vida ni nuestra persona.
Pero Cristo está tanto en los cielos como en nosotros. Es a este Cristo, al Cristo que mora
en nosotros, que debemos tomar como nuestra vida y persona. Cuando hacemos esto, El
hace Su hogar en nuestro corazón; El se extiende en nosotros, nos satura y poco a poco
nos absorberá. Finalmente, cuando regrese, El será expresado plenamente desde
nuestro interior. Esta es la economía de Dios.
EL PROCESO DE LA GLORIFICACION
Por muy agradables, buenos, justos y victoriosos que seamos, todavía no somos
gloriosos. Cristo no desea obtener una iglesia agradable, justa, o buena, sino una iglesia
que sea totalmente gloriosa. Por tanto, lo que a El le interesa es glorificarnos
saturándonos consigo mismo y absorbiéndonos. Día tras día El nos devora y nos
reemplaza con el elemento de lo que El mismo es. Este proceso se produce en lo más
recóndito de nuestro ser. ¡Cuánto necesitamos experimentar a este Cristo tan íntimo y
personal! Nuestro Cristo no debe ser un Cristo doctrinal, sino el Cristo que hace Su
hogar en nuestro corazón, un Cristo que satura nuestro ser con Su elemento.
¿Sabe usted por qué la iglesia hoy no está tan gloriosa? Esto se debe a que muy pocos
han permitido que Cristo los “devore”. Si queremos que la iglesia sea gloriosa, debemos
permitir que el Cristo que mora en nosotros consuma cada parte de nuestro ser. Según
el versículo 25, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia. Ahora El opera dentro de
nosotros con el fin de saturarnos y brotar desde nuestro interior. Pero El no desea hacer
esto haciéndonos a nosotros a un lado, sino saturándonos y devorándonos. Debemos
orar así: “Señor Jesús, ¡devórame!” Cuando Cristo nos haya consumido interiormente,
El podrá jactarse ante Satanás y decirle: “Satanás, ¡mira Mi gloriosa iglesia!”
La meta de la economía de Dios es obtener una iglesia gloriosa. Dios nos predestinó
para gloria (1 Co. 2:7). Esta gloria no es una gloria objetiva, sino una gloria que es
subjetiva y experimental. Esta gloria es el propio Cristo a quien comemos y quien nos
come. Hoy nuestra urgente necesidad es comer al Señor y permitir que El nos consuma.
Sólo de esta manera se producirá la iglesia gloriosa que Cristo tanto anhela.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
(2)
Como uno que conoce la Biblia y las enseñanzas de Confucio, me he dado cuenta de que
muchos cristianos viven como si fueran discípulos de Confucio. Afectados por los
conceptos religiosos, ellos piensan que la Biblia es un libro de doctrinas y enseñanzas
éticas. Por ejemplo, cuando una hermana trata desesperadamente de someterse al
marido, se comporta como si fuera una seguidora de Confucio, creyendo que se está
comportando como una buena cristiana. Ella justifica su conducta diciendo que, según
la Biblia, su marido es la cabeza y que ella está obligada a someterse a él. Esto suena
muy bien, pero es una conducta religiosa, pues no concuerda con la economía de Dios, la
cual consiste en forjar a Cristo dentro de nosotros. Todos sabemos que en 5:22 Pablo
exhorta a las casadas a que estén sujetas a sus propios maridos. Sin embargo, no
debemos olvidar que esa exhortación fue dada después de que Pablo habló de ser llenos
en el espíritu (v. 18). Esto indica que la esposa debe someterse como fruto de ser llena
del Espíritu, no como resultado de un esfuerzo deliberado.
En las bodas cristianas el pastor a menudo exhorta a los novios con las palabras que
Pablo dirige a los cónyuges en Efesios 5. La mujer promete someterse a su marido, y éste
hace un voto de que amará a su mujer. Sin embargo, ni la novia ni el novio comprenden
que la sumisión y el amor son el fruto de ser llenos del Dios Triuno en nuestro espíritu.
Hay una gran diferencia entre ser santificado y portarse bien. En cuanto a la
santificación, actuamos sin proponérnoslo; lo que hacemos es la expresión espontánea
que resulta de tomar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Cuando Cristo es
nuestra vida y nuestra persona, El vive en nuestro ser. Es El quien ama y se somete.
Someternos como resultado de que Cristo mora en nosotros es muy distinto a hacerlo
porque nos hemos esforzado o enmendado externamente.
Los hermanos que toman la delantera en las iglesias no deben decirles a otros lo que
deben hacer. Más bien, todos debemos ser personas que testifican que vivimos, no
conforme a enseñanzas externas, sino conforme al Cristo que mora en nosotros y que es
nuestra vida y persona. Nuestro objetivo no es comportarnos de cierta manera, sino
simplemente tomar a Cristo como nuestra vida y como nuestra persona. De esta
manera, todo lo que hagamos emanará de la vida interior. Espontáneamente, la mujer
se someterá al marido; el marido amará a su mujer; y los hijos obedecerán a sus padres.
Esta forma de vida no es premeditada, sino que es el resultado de estar llenos del Dios
Triuno en nuestro espíritu.
Cuando los jóvenes reciben ayuda de algún mensaje, a menudo se proponen no volver a
ser los mismos. Pero aun esto puede ser religioso, pues sin darse cuenta, intentarán
enmendarse. Tal vez intenten por sus propios esfuerzos de llevar a cabo lo que oyeron en
el mensaje. Pero la santificación no consiste en cambiarnos por nuestros propios
esfuerzos.
Para ser santificados genuinamente, necesitamos tocar al Señor y tomarlo como nuestra
vida y nuestra persona. Necesitamos orar: “Señor Jesús, Tú eres mi vida y mi persona;
Señor, tómame, ocupa mi ser y poséeme; Oh Señor, entra en cada rincón de mi corazón
y llénalo contigo mismo, haz Tu hogar en él. Señor, no estoy interesado en ser diferente
ni en portarme bien, lo único que me interesa es que me llenes y que te expreses a través
de mí”. Si tocamos al Señor de esta manera, El se añadirá a nosotros gradual y
espontáneamente. Esta adición de Cristo en nosotros es lo que nos santificará.
Ya mencionamos que el Señor quitará de la iglesia todas las arrugas. Las arrugas
provienen de lo que somos por naturaleza; por ende, la única manera de eliminarlas es
quitar el elemento que constituye nuestro ser natural.
Es fácil discernir el ser natural de los jóvenes, pero sería muy difícil discernir la vida
natural del apóstol Pablo, porque él había experimentado una profunda limpieza y
purificación, y el elemento de Cristo había eliminado lo que él era por naturaleza.
Las enseñanzas no cambian lo que somos por nacimiento; lo único que nos cambia es la
impartición del elemento de Cristo a nuestro ser. Al mismo tiempo que Su elemento se
añade a nosotros, algo de nosotros se elimina. Así que, por una parte Cristo se
incrementa en nosotros, y por otra, nuestro ser natural decrece. Cristo aumenta
gradualmente en nuestro ser, y nuestro elemento natural disminuye. El resultado de
este proceso es la transformación, que es un cambio metabólico por medio del cual se
forja en nosotros un nuevo elemento y se elimina el elemento viejo.
Hemos expresado que 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. Cuando Cristo estaba en
la primera etapa, la de la carne, El fue a la cruz y se entregó a Sí mismo por la iglesia.
Luego, en resurrección, El llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Cor. 15:45). En esta
segunda etapa El nos santifica y nos purifica. Si nos abrimos a El y le decimos que
estamos dispuestos a tomarlo como nuestra vida y como nuestra persona, El, como
Espíritu vivificante, obrará en nosotros, se agregará a nuestro ser y eliminará nuestra
vejez y lo que somos por naturaleza. Esta es la obra que el Cristo vivo realiza para
santificarnos y purificarnos.
SUSTENTAR Y SATISFACER
Hablemos ahora del sustento y del cuidado tierno. Cuando yo era joven, dediqué mucho
tiempo al estudio del libro de Efesios. Sin embargo, no entendí lo que significaba que
Cristo nos sustenta y nos cuida con ternura. Pero por medio de la experiencia he
descubierto lo que esto significa. Cada vez que nos abrimos al Señor Jesús y lo tomamos
como nuestra vida y nuestra persona, El nos santifica y nos purifica. Al mismo tiempo,
nos sustenta. Sabemos esto por la maravillosa sensación de satisfacción que
experimentamos dentro de nosotros. La alimentación produce satisfacción.
PURIFICAR Y SUSTENTAR
Conozco a cierto hermano cuyo temperamento era rudo, áspero e incluso cruel. En
ocasiones vino a mí turbado por la clase de persona que era. Reconocía que no estaba
contento con nada. El se consideraba el ser más repugnante de la tierra y buscaba
desesperado la respuesta a su problema. Yo no podía hacer nada para ayudarlo
exteriormente, pero puedo testificar que el Señor poco a poco lo lavó y purificó por
completo. El amaba mucho al Señor y estaba completamente abierto a El. Debido a que
le dio la oportunidad a Dios y le abrió todo su ser, el Señor pudo entrar en él, satisfacerlo
y purificarlo. Al operar en él de esta manera, el Señor eliminó del hermano el elemento
natural. Así vemos que para resistir una cirugía tan extensa, necesitamos que el Señor
nos alimente interiormente. Este hermano puede testificar que el Señor lo sustentó y lo
deleitó al mismo tiempo que lo purificó. Tengamos la certeza de que cada vez que el
Señor nos santifica y nos purifica, también nos sustenta.
Al mismo tiempo que el Señor nos sustenta, también nos cuida con ternura. El es como
una madre que cuida con ternura a su hijo mientras lo alimenta. ¡Cómo disfrutan los
pequeños del calor confortable de su madre! Si examinan su experiencia, se darán
cuenta de que cuando el Señor nos santifica, purifica y nutre, El también nos cuida con
ternura. Su tierno cuidado conforta, alivia y calma. ¡Aleluya por la manera en que el
Señor nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura!
Unicamente el Cristo vivo puede hacer todo esto. Ni las doctrinas ni siquiera la Biblia
pueden lograrlo. Si deseamos ser santificados, purificados, sustentados y cuidados con
ternura, debemos poner toda nuestra confianza en el Cristo vivo. Digámosle: “Señor
Jesús, nada puede reemplazarte a Ti. Señor, te amo. Abro mi corazón a Ti y te doy
libertad de que obres en mí. Señor, poséeme y sé mi vida y mi persona. No me importan
las cosas externas, ni siquiera la vida de iglesia en su manifestación externa. Lo único
que me interesa es que Tú seas mi vida y mi persona”. Si usted toca al Señor de esta
manera, descubrirá cuán vivo, real y disponible es El. El se añadirá a usted y le
santificará. Le purificará eliminando de su ser el viejo elemento. Además, le sustentará
con Sus riquezas y le cuidará con Su tierno amor. Mientras todo esto ocurre en su
interior, disfrutará al Señor de una manera maravillosa. Así prepara el Señor a Su novia,
y así llegamos a ser la iglesia gloriosa que Cristo se presentará a Sí mismo cuando
regrese.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE CINCUENTA Y NUEVE
Ya vimos que la intención de Dios conforme a Su economía es tener una iglesia gloriosa.
Hablando con propiedad, Dios no busca una iglesia espiritual, una iglesia celestial ni
siquiera una iglesia victoriosa; El desea una iglesia de gloria. La gloria es la expresión de
Dios, y difiere totalmente de la moralidad y la conducta humanas. Cuando Dios llenó el
tabernáculo y el templo, El los llenó de Su gloria, la cual es la manifestación misma de
Dios. La iglesia debe caracterizarse por su gloria, y por nada más, ni siquiera por su
espiritualidad. A mí no me agrada mucho que se hable de una “iglesia espiritual”. La
única manera en que Dios obtiene una iglesia gloriosa consiste en que Cristo la
santifique, la purifique y la sustente y la cuide con ternura. A medida que
experimentamos estas cosas de una manera personal y práctica, la iglesia llega a ser
gloriosa.
La Biblia no habla de una iglesia espiritual; en Efesios 5 Pablo habla de una iglesia
gloriosa. Unos de los libros escritos por el hermano Nee se titula La iglesia gloriosa. La
meta de muchos cristianos es tener una “iglesia espiritual”. No obstante, en lugar de
buscar la espiritualidad, debemos procurar ser llenos de la gloria de Dios para que
Cristo tenga una iglesia gloriosa.
LA META DE DIOS
Las enseñanzas religiosas han impedido que muchos conozcan el deseo de Dios de tener
una iglesia gloriosa. Aunque en cierto sentido esas enseñanzas han ayudado a algunos
creyentes, al mismo tiempo les han estorbado. Las enseñanzas religiosas pueden
impedir que los santos reciban la revelación en cuanto a la iglesia gloriosa que Dios
desea, e incluso pueden incitarlos a ir en pos de cosas tales como la espiritualidad, los
dones y la victoria. La intención de Dios no es simplemente obtener una iglesia
espiritual, victoriosa y celestial; El desea una iglesia gloriosa. No aspiremos a ser como
ángeles, pues ellos, aunque fueran espirituales, celestiales y victoriosos, no llevan la
gloria de Dios, y por tanto, no son gloriosos. ¡Pero alabado sea el Señor que los que
creemos en Cristo portamos la gloria de Dios! La religión rebaja a las personas al nivel
de los ángeles. Muchos cristianos, afectados por conceptos religiosos, envidian a los
ángeles. Si vemos la economía de Dios, rechazaremos tal influencia y desearemos ser
llenos de la gloria de Dios a fin de que El cumpla Su meta.
NO VICTORIOSOS, SINO GLORIOSOS
Es posible ser victoriosos sin ser gloriosos. Por ejemplo, puede ser que un hermano se
siente satisfecho por haber vencido su mal genio. Por muchos años intentó vencerlo,
hasta que finalmente obtuvo la victoria. Sin embargo, es posible que en esa victoria no
haya gloria. La economía de Dios no consiste en que venzamos tales cosas como nuestro
mal genio, sino en que tomemos a Cristo como nuestra vida y persona y le permitamos
vivir en nosotros. Como resultado de esto expresaremos a Dios, quien es la gloria
misma. Podemos ser victoriosos por nosotros mismos, pero para ser gloriosos es
necesario que Cristo sea nuestra vida y nuestra persona.
LO ENGAÑOSO DE LA RELIGION
En cierto sentido la religión es un engaño; al mismo tiempo que nos ayuda, nos engaña.
Esto se debe a que ella es parte verdad y parte falsa. Esta mezcla de lo verdadero y lo
falso es una forma sutil de engaño. Por ejemplo, es bastante sencillo predicarle el
evangelio a una persona pagana y conducirla al Señor; pero es muy difícil traer al Señor
a alguien que tiene un trasfondo católico, pues la persona ha sido engañada por las
verdades parciales del sistema religioso. Por un lado, las enseñanzas religiosas que
recibimos en el pasado nos han ayudado, pero, por otro, estas mismas enseñanzas han
velado nuestro entendimiento con respecto a la economía de Dios. Por consiguiente,
tenemos que descartar esas enseñanzas y esos conceptos religiosos y volver a la verdad
completa que se halla en la Palabra pura de Dios.
UN HOMBRE CORPORATIVO
La iglesia gloriosa es un hombre corporativo. Esto significa que cada parte de este
hombre corporativo es gloriosa. ¿Forma usted parte de este hombre glorioso en la
práctica? En otras palabras, ¿está usted siendo lleno de gloria? Es posible que aun
después de leer estos mensajes, todavía nos ocupe la idea de ser victoriosos y nos
esforcemos por vencer nuestro mal genio o alguna otra dificultad. Tal vez aún sintamos
aprecio por aquellas personas que enseñan sobre el camino que conduce a la victoria.
¡Qué el Señor nos atraiga con Su deseo de tener un pueblo glorioso y resplandeciente! La
meta de Su economía es obtener una iglesia que irradie Su gloria.
CENTRARNOS EN EL RESPLANDOR
INTERIOR DEL SEÑOR
Cuando nos encontremos en una situación difícil, no necesitamos esforzarnos por ser
victoriosos. Olvidémonos de tratar de ser victoriosos y démosle toda nuestra atención al
resplandor interior del Cristo que es la gloria en nosotros. Aprendamos a decir:
“¡Aleluya, Cristo está brillando en mí y por medio de mí! ¡El es mi vida y mi persona!
¡Cuán dulce y placentero es Su resplandor!” Al centrarnos en el resplandor interior del
Señor, espontáneamente seremos victoriosos sin ningún esfuerzo deliberado.
En 2 Corintios 4:6, Pablo también habla de la gloria: “Porque el mismo Dios que dijo:
De las tinieblas resplandecerá la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. La palabra “
faz” se refiere al semblante del Señor, a Su presencia. ¡Cuánto necesitamos tener la
presencia del Señor en nuestro interior! Su presencia es la gloria de Dios, ya que ésta se
encuentra en la faz de Cristo. Si nuestro Cristo sólo estuviera en los cielos, no
tendríamos el resplandor de Su faz dentro de nosotros ni experimentaríamos Su gloria,
la cual mora en nuestro ser. Ya dijimos que la gloria es la manifestación de Dios. Ahora,
según este versículo, vemos que la gloria es simplemente la faz de Jesús. Cuando
tenemos Su faz, tenemos la gloria. Cuando estamos en la presencia de Cristo y ante Su
rostro, estamos en Su gloria.
En 2 Corintios 3:18 Pablo dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y
reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Nuestra necesidad hoy es mirar y
reflejar la gloria del Señor. A medida que miramos Su gloria, somos transformados.
Notemos que Pablo no dice que somos corregidos o regulados, ni siquiera cambiados; él
afirma que somos transformados en la misma imagen de Cristo. No somos
transformados de conducta en conducta, de espiritualidad en espiritualidad ni de
victoria en victoria. ¡Aleluya, somos transformados de gloria en gloria! Esta
transformación no se origina en la doctrina, sino en el Señor Espíritu. Cuanto más
miremos la gloria del Señor y seamos transformados de gloria en gloria por el Señor
Espíritu, más obtendrá El la iglesia gloriosa que tanto anhela.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA
Cristo nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura con el fin de presentarse a Sí
mismo una iglesia gloriosa. Contrario al concepto religioso, esta presentación no
ocurrirá repentinamente, sin ninguna preparación, cuando el Señor aparezca en Su
venida, sino que requiere un proceso, el cual comenzó en la época de los apóstoles y ha
continuado a través de los siglos. Actualmente nosotros participamos de dicho proceso,
por el cual Cristo se presenta a Sí mismo una iglesia gloriosa. Esta presentación es la
meta por la cual nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura.
Desde el día que invocamos al Señor Jesús por primera vez y le recibimos, El ha buscado
la oportunidad de forjarse a Sí mismo en nuestro ser. Cuanto más Su elemento se forja
en nosotros, más El nos satura consigo mismo y más nos santifica, purifica, sustenta y
cuida con ternura. La máxima consumación de este proceso será cuando El se presente a
Sí mismo a la iglesia en gloria.
SATURADOS DE CRISTO
El hecho de que Cristo se forje en nosotros no tiene como fin mejorar nuestra conducta,
sino que la gloria shekinah de Dios sature nuestro ser. Supongamos que una vara de
hierro, dura, fría y negra, es puesta en el fuego y retenida ahí. Con el tiempo, el fuego la
saturaría hasta hacerla encandecer. De esta manera el hierro perdería su color natural y
se volvería blanco. En cierto sentido, el fuego absorbería el color del hierro. Ahora el
hierro resplandece y brilla. Sin embargo, sería inútil y hasta ridículo enseñarle al hierro
a brillar. Lo que hace que el hierro brille no son las enseñanzas, sino el fuego. El hierro
tiene que arder hasta que su sustancia sea saturada por el fuego. Esto hará que la vara
de hierro se convierta en una portadora de luz. Sin embargo, si el hierro ha de seguir
encandeciendo, tiene que permanecer en el fuego. Si se le saca por algún tiempo, su
color y oscuridad naturales volverán. Asimismo, lo que necesitamos hoy no son
doctrinas, sino que Cristo, quien es la gloria de Dios que está en nosotros, arda en
nuestro ser y nos sature consigo mismo.
En Juan 5:39 y 40 el Señor Jesús dijo a los fanáticos religiosos: “Escudriñáis las
Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las
que dan testimonio de Mí. Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”. Estos
versículos indican que la religión puede ayudar a la gente aun a honrar y respetar la
Biblia; sin embargo, ese mismo respeto puede alejarlos de la presencia del Cristo vivo.
Cuando leemos la Palabra adecuadamente, ella siempre nos conduce al Señor. Cada vez
que acudamos a la Biblia, debemos acudir también a El para que tengamos vida.
A CARA DESCUBIERTA
Ya vimos que el deseo de Dios es obtener una iglesia gloriosa. Sólo Cristo, quien es la
expresión de la gloria de Dios, puede hacer gloriosa a la iglesia, porque sólo El es el
fuego de gloria que graba Su gloria en nosotros. Moisés tuvo una experiencia con
relación a esto. Después de pasar cuarenta días en la presencia del Señor en el monte, la
piel de su rostro irradiaba la gloria de Dios (Ex. 34:29-35). La gloria de Dios había
quedado grabada en su ser. Aquello no fue el resultado de una enseñanza religiosa, sino
de mirar directamente la gloria de Dios.
En 2 Corintios 3:18 Pablo dice que todos, a cara descubierta, debemos mirar y reflejar
como un espejo la gloria del Señor. Debemos prestar atención a la expresión “a cara
descubierta”. Estas palabras aluden a un rostro que antes tenía un velo que lo cubría, el
cual ha sido quitado. Me preocupa profundamente que muchos de nosotros todavía
estemos velados por las enseñanzas y los conceptos religiosos. ¡Cuánto necesitamos
mirar al Señor a cara descubierta! Por ello, todos debemos orar: “Señor, quítame los
velos”.
Cuán triste es estar velados. Sin embargo, muchos creyentes están cubiertos por capas y
capas de velos y ni siquiera se dan cuenta. Por esta razón, Pablo sentía la carga de que
los santos quedaran libres de todo velo, para que entonces pudiéramos mirar y reflejar a
cara descubierta la gloria del Señor, y así ser genuinamente transformados de un grado
de gloria a otro. Esta transformación la lleva a cabo el Señor Espíritu. Por lo tanto,
nosotros no miramos las doctrinas ni las enseñanzas; miramos la gloria del Señor.
Además, aunque nadie nos corrige ni nos enseña, somos transformados en la imagen de
Cristo de gloria en gloria.
Al llevar a cabo el ministerio del Señor, estamos luchando por quitar los velos de los
santos. ¡Cuán sutil es la influencia de la religión! Vemos esta sutileza en el hecho de que
ella vela al pueblo del Señor. Aunque muchos buscan sinceramente al Señor, han sido
velados completamente por la religión con sus enseñanzas y conceptos. Por lo tanto,
digo una vez más que las doctrinas no tienen importancia para nosotros; lo que nos
interesa es recobrar la experiencia genuina que tenemos de Cristo. Todos debemos
mirar al Señor a cara descubierta.
Hoy en día existen muchas cosas que pueden velarnos, así como velaron a los judíos. A
ellos los cegaron las Escrituras, la ley, las ordenanzas y el judaísmo como sistema
religioso. En el caso de los creyentes, los velos son las enseñanzas y las ordenanzas.
Siento la carga de que todos los velos sean eliminados a fin de que los santos puedan
mirar a cara descubierta la gloria del Señor.
Examinemos con más detalle cómo las ordenanzas velan a la gente. A veces en nuestras
reuniones proclamamos alabanzas al Señor. Es posible que los que nos visitan se turben
por el nivel de nuestras voces y piensen que nuestro entusiasmo se parece al de las
multitudes que asisten a los eventos deportivos. Esta crítica proviene de las ordenanzas
relacionadas con las reuniones. Otros quizás critiquen las reuniones porque no ven que
en ellas se ejerzan dones espirituales tales como el hablar en lenguas. Esto indica que
esas personas tienen ordenanzas con respecto a los dones. Otros tal vez reaccionen
negativamente por la manera en que se visten algunos santos. Esto indica que ellos
tienen ordenanzas en cuanto a la manera apropiada de vestirse para asistir a una
reunión de la iglesia. Todos debemos abandonar las ordenanzas y volver a la persona
viva de Cristo.
En cada mensaje nuestro único deseo es resaltar una cosa: que todos necesitamos al
Cristo vivo. Necesitamos que El nos santifique, purifique, sustente y cuide con ternura.
No obstante, a pesar del énfasis que ponemos en la necesidad de tomar a Cristo como
nuestra vida y nuestra persona, muchos, velados por sus propias ordenanzas, todavía se
preocupan por asuntos secundarios relacionados con nuestras reuniones o con la
manera de practicar la vida de iglesia. Por tanto, deseamos declarar que no somos
partidarios de ninguna práctica; lo que nos interesa es la maravillosa persona del Señor
Jesucristo.
A lo largo de los años, los cristianos se han dividido y se siguen dividiendo por las
diversas ordenanzas. Por ejemplo, insistir en que se practique el orar-leer es erróneo,
pues no somos la iglesia de los que oran-leen. No obstante, rechazar el orar-leer también
está mal. En ambos casos, insistir en ello establecería una ordenanza. Debemos hacer a
un lado todas las ordenanzas y volvernos al Cristo que nos santifica, nos purifica, nos
sustenta y nos cuida con ternura.
Es un error venir a Los Angeles con la intención de aprender cómo practicar la vida de
iglesia. Puesto que constantemente estamos cambiando, ni nosotros mismos sabemos
cómo llevarla a cabo. Antes de 1966 no practicábamos el orar-leer, y antes de 1968 no
teníamos la práctica de invocar el nombre del Señor. Tal vez después de un tiempo, el
Señor nos mostrará alguna otra cosa que debamos poner en práctica. Insistir en que
sabemos cómo llevar la vida de iglesia equivale a causar problemas.
Los cristianos se dividen fácilmente por causa de las prácticas. A algunos les gusta dar
gritos de alabanza al Señor, mientras que otros se oponen a ello. Pasa lo mismo con las
reuniones silenciosas y con hablar en lenguas. Si verdaderamente hemos visto la iglesia,
nos daremos cuenta de que todas las ordenanzas relacionadas con las prácticas deben
ser puestas a un lado, pues generan división. Muchos queridos santos aman al Señor y lo
buscan, pero no se dan cuenta de que sus ordenanzas provocan divisiones.
LA ECONOMIA DE DIOS
Con respecto al Cristo vivo, hemos dicho que a Su regreso El brotará desde nuestro
interior. El se extenderá en nosotros, nos saturará consigo mismo, absorberá cada parte
de nuestro ser y finalmente brotará de nosotros. Al escuchar esto, algunas personas
posiblemente discutirán diciendo que el Nuevo Testamento enseña que Cristo
descenderá de los cielos. Y efectivamente, en varios versículos encontramos que el Señor
está en los cielos y que en Su venida El descenderá de allí. Sin embargo, tenemos que ver
que para muchas personas la enseñanza de la venida del Señor se ha convertido en una
preocupación religiosa. Así que, es importante que también pongamos atención a los
versículos que recalcan el hecho de que Cristo está en nosotros. Por ejemplo, en
Colosenses 3:4 vemos que cuando Cristo se manifieste, nosotros seremos manifestados
con El en gloria; y, en 1:27, vemos que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria.
NO SISTEMATIZAR LA REVELACION
Mi carga es ministrar este Cristo al pueblo del Señor, no enseñar a los santos cómo
interpretar la Biblia. ¿De qué sirve saber cómo interpretar correctamente la Biblia si no
disfrutamos al Cristo vivo de modo directo e íntimo? ¡Cuánto debemos pelear la batalla
para que los hijos de Dios disfruten al Señor! Esto es lo que necesitamos hacer hoy en el
recobro del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y UNO
UN RESUMEN DE LA EXHORTACION
PRESENTADA EN EL CAPITULO CINCO
Lo que Pablo escribe en Efesios es profundo. Mientras escribía esta epístola, él expuso
los conceptos profundos que había en su ser, los cuales llegaron a ser los elementos y los
factores básicos de cada capítulo. Cuando leemos Efesios, debemos esforzarnos por
identificar cuáles son estos elementos y estos factores, ya que ellos son los componentes
mismos del libro. Ya mencionamos que la gracia y la verdad son los elementos básicos
del capítulo cuatro, y que el amor y la luz constituyen los elementos básicos del capítulo
cinco. Además de estos elementos, también existen algunos factores básicos. En los
capítulos cuatro y cinco, la intención de Pablo no era simplemente exhortar con respecto
al hurto, la falsedad, la sumisión y el amor. Sin embargo, muchos se centran en estos
detalles, y pasan por alto los elementos y factores básicos que ahí se revelan.
Ya vimos que en el capítulo cuatro, los factores básicos por el lado positivo son la vida de
Dios y Su Espíritu; y por el lado negativo, el diablo. Ahora debemos ver que el factor
básico más importante de este capítulo es la iglesia como nuevo hombre. Esto significa
que esa exhortación está relacionada con dicho aspecto de la iglesia. El factor principal
del capítulo cinco es la iglesia en su condición de novia. Por consiguiente, así como la
exhortación de Pablo en el capítulo cuatro está ligada al nuevo hombre, la que ofrece en
el capítulo cinco tiene que ver con la novia.
Debemos recordar que el tema del libro de Efesios no es la conducta ni la virtud, sino la
iglesia. Pablo, al darnos la extensa exhortación del capítulo cuatro, nunca pierde de vista
el punto principal, a saber, la iglesia. Al presentar los principios y los detalles
relacionados con nuestro vivir, él estaba plenamente consciente de la iglesia como nuevo
hombre. Por lo tanto, la meta del vivir descrito en el capítulo cuatro debe ser la iglesia
como nuevo hombre; o sea, que la iglesia como nuevo hombre debe vivir conforme a la
verdad y por medio de la gracia. Como nuevo hombre, la iglesia debe llevar una vida
conforme a la norma de Dios, conforme a la realidad que está en Jesús, y la única
manera de lograrlo es valiéndose de la gracia de Dios, la gracia que todo lo suple. Esta
gracia nos provee lo necesario para que vivamos conforme al molde, al modelo, al
patrón de la vida de Jesús. Esa es la clave del capítulo cuatro.
Si aplicamos esta clave al leer dicho capítulo, lo entenderemos sin ningún problema.
Recordemos que Efesios 4 trata de la iglesia como nuevo hombre. Si deseamos ser la
iglesia en este aspecto, debemos llevar una vida conforme a la realidad que está en Jesús
y mediante la gracia de Dios, la cual lo provee todo.
Siguiendo el mismo principio, el punto principal del capítulo cinco es la iglesia como
novia de Cristo. El punto principal no es la exhortación que hace Pablo con respecto a
que las casadas deban someterse a sus propios maridos y a que los maridos deban amar
a sus propias mujeres. La iglesia en su condición de novia necesita algo más fino y más
profundo que la verdad y la gracia; necesita amor y luz. La verdad no es tan fina como la
luz, y la gracia no es tan profunda e íntima como el amor. Con respecto a la iglesia como
novia, en el capítulo cinco Pablo habla del amor y la luz.
El hecho de que la iglesia como novia requiere un vivir fundado en amor y en luz lo
comprueba nuestra experiencia en la vida matrimonial. Si los cónyuges vivieran
únicamente por la gracia y conforme a la verdad, su vida marital sería muy pobre. Si mi
esposa me tratara únicamente conforme a la gracia y no fuera amorosa conmigo, me
sentiría totalmente insatisfecho. Ella también se sentiría igual si yo me relacionara con
ella conforme a la gracia mas sin amor. La vida matrimonial no se basa en la gracia, sino
en el amor; tampoco se funda en la verdad, sino en la luz. Cuán lamentable sería que el
marido y su mujer siempre estuvieran considerando la manera correcta de comportarse
el uno con el otro. Para que haya una relación íntima entre cónyuges, la verdad por sí
sola no es suficiente; debe haber luz. Por tanto, para lograr una vida conyugal
satisfactoria, además de vivir conforme a la verdad y mediante la gracia, la pareja debe
vivir en amor y en luz.
Supongamos que estoy a punto de perder la paciencia con mi esposa. En ese momento
no necesito preguntarme si esa reacción concuerda con la verdad, ni tampoco ponerme a
considerar qué pensarían de ello mis hijos o los ancianos de la iglesia. Hacer dichas
preguntas con respecto al esposo o a la mujer es descender de la esfera de la luz a la
esfera de la verdad, es considerar qué concuerda con la norma del patrón de vida que
llevó Jesús y qué no concuerda. Si permanecemos en la cima del monte, en la esfera de
la luz, no habrá necesidad de pensar en esas cosas. Como personas que están en la luz,
no debemos tratar de discernir si perder la paciencia es correcto o no, cuando esa
situación se presenta.
DOS CASOS
En un mensaje anterior hice referencia a los casos de las mujeres inmorales de Juan 4 y
8. En ambos casos se aparece la misma palabra griega. En Juan 4:24 el Señor Jesús
habla de adorar a Dios en espíritu y en veracidad. En Juan 8:32 El declara que
conoceremos la verdad y que la verdad nos hará libres. Las mujeres a las que se refieren
estos dos capítulos aún no eran salvas. Cuando el Señor habló con ellas, ellas eran
candidatas para la salvación. Como tales, se hallaban en tinieblas y en falsedad. Con
todo, ellas estaban a punto de ser liberadas de las tinieblas y de la falsedad y trasladadas
a la esfera de la verdad y la justicia. Yo creo que estas dos mujeres fueron salvas e
introducidas a la esfera de la verdad. Sin embargo, después de entrar a dicha esfera,
tenían que acudir al Padre y entrar a la presencia de Dios, donde todo es luz. En la esfera
de la luz dejamos de pensar qué está bien y qué está mal, qué es falso y qué es real. En
lugar de pensar en esas cosas, simplemente gozamos del resplandor de la luz.
UN VIVIR ESPONTANEO
En los primeros años de mi vida cristiana viví en la esfera de la verdad. Me esforzaba por
actuar bien en todo lo que hacía. Me abstenía de hacer ciertas cosas por temor a lo que
pensaran los demás. Por tanto, me conducía de una manera digna de elogio. Esto
significa que mi conducta concordaba con la verdad. Más tarde, el Señor, por Su
misericordia, me fue enseñando a entrar a Su presencia. Aprendí a permanecer en Su
presencia y a vivir en intimidad con El, en una relación llena de amor y luz. Como
resultado de ello, fui guardado de hacer ciertas cosas, pero no porque las considerara
malas, sino simplemente porque estaba en la luz. Por estar en la luz, vivía, me conducía
y hablaba sin pensar si mis acciones concordaban con la verdad o si eran correctas. Ya
no me preocupaba lo que otros pudieran decir. Dejó de preocuparme qué conducta
aceptaban y qué conducta criticaban. Sencillamente me encontraba en la luz y ya no
razonaba sobre cuáles acciones se apegaban a la verdad.
Si queremos ser la iglesia como nuevo hombre es necesario y apropiado que vivamos
conforme a la verdad y por la gracia. Sin embargo, esto no es suficiente con respecto a la
iglesia en su condición de novia. Como novia, la iglesia debe tener una relación íntima
con el Señor Jesús, una relación en amor y en luz. Ella debe resplandecer en todo. Por lo
tanto, en el capítulo cinco, el amor y la luz constituyen los elementos básicos.
EL GUERRERO
Cada capítulo de Efesios revela diferentes aspectos de la iglesia, cada uno de los cuales
está ligado con diferentes elementos básicos. Por ejemplo, en el capítulo seis vemos a la
iglesia en calidad de guerrero. Un guerrero no necesita gracia, verdad, amor ni luz, sino
fuerza y una armadura para pelear. Como guerrero, la iglesia debe ser fuerte para
resistir al enemigo y debe tener la armadura para luchar contra él.
EL CUERPO DE CRISTO
Recordemos ahora los factores y los elementos básicos de los capítulos uno, dos y tres.
El principal factor del capítulo uno es la iglesia como Cuerpo de Cristo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo. El poder infinito, ilimitado y eterno que levantó a Cristo
de entre los muertos, que lo elevó hasta el tercer cielo y que lo dio por Cabeza sobre
todas las cosas, es trasmitido a la iglesia, la cual es Su Cuerpo. Para ser el Cuerpo de
Cristo, la iglesia debe recibir las bendiciones del Dios Triuno. Por lo tanto, el factor
principal del capítulo uno es la iglesia como Cuerpo de Cristo, y el elemento básico es la
bendición, la alabanza que ella recibe de parte del Padre, del Hijo y del Espíritu.
LA MORADA DE DIOS
En el capítulo dos vemos varios aspectos de la iglesia: la obra maestra; el nuevo hombre,
creado por Cristo en la cruz; la ciudadanía de Dios, o sea, Su reino, donde los
ciudadanos tienen derechos y responsabilidades; la familia de Dios; y por último, la
morada, la habitación de Dios. Aunque se abarcan todos estos aspectos, el factor
principal del capítulo dos es la iglesia como morada de Dios. Para ser la morada de Dios,
la iglesia necesita la resurrección y el Espíritu. Estos son los elementos básicos en dicho
capítulo. En la primera parte del capítulo, el concepto principal es la vida de
resurrección, y en la segunda parte la idea central es el Espíritu. Ambos son necesarios
para que la iglesia sea la morada de Dios.
LA PLENITUD DE DIOS
Repasemos ahora los factores principales y los elementos básicos de los seis capítulos de
Efesios. En el capítulo uno, el factor principal es la iglesia como Cuerpo de Cristo, y su
elemento básico es la bendición del Dios Triuno. En el capítulo dos, el factor principal es
la iglesia como morada de Dios, y sus elementos básicos son la resurrección y el
Espíritu. En el capítulo tres, el factor principal es la iglesia como plenitud de Dios, y el
elemento básico es las inescrutables riquezas de Cristo. En el capítulo cuatro, el factor
principal es la iglesia como nuevo hombre, y los elementos básicos son la gracia y la
realidad. En el capítulo cinco, el factor principal es la iglesia como novia, y los elementos
básicos son el amor y la luz. Por último, en el capítulo seis, el factor principal es la iglesia
como guerrero, y sus elementos básicos son el poder y la armadura.
Debido a que la vida de iglesia como novia, cuyos elementos son el amor y la luz,
requiere una relación fina e íntima, Pablo usa la vida matrimonial para describirla. En la
vida matrimonial no hay lugar para el poder ni para la armadura. Tampoco son éstas las
características de la iglesia en su condición de novia. Con relación a la iglesia como
novia, no se da énfasis a la gracia, la verdad ni a las riquezas de Cristo. Además, tampoco
se mencionan la resurrección, el Espíritu ni la bendición del Dios Triuno. Lo que se
requiere específicamente es a Dios mismo como amor y luz. Como ya dijimos, el amor es
la esencia interna de Dios, y la luz es el elemento de Dios expresado visiblemente.
Cuando entramos en Dios y tocamos Su sustancia interna, le experimentamos como
amor y luz. La vida de iglesia adecuada se experimenta en esta esfera.
¿Por qué entonces Pablo incluye el capítulo seis? Este capítulo es necesario porque aún
se necesita eliminar al enemigo de Dios. Si no hubiera ningún enemigo, podríamos
detenernos en el capítulo cinco, donde se presenta a la iglesia como novia.
Según Apocalipsis 19, el guerrero que se une a Cristo para pelear la batalla contra el
enemigo es primero la novia de Cristo. Esto significa que primeramente debemos ser la
novia que vive en amor y en luz, y luego llegar a ser el guerrero que se une a Cristo para
librar la batalla contra el enemigo. Por consiguiente, una pareja, Cristo y Su novia,
vencerán al enemigo.
Espero que en todos se haya dejado una profunda impresión de que la vida de iglesia
que satisface el deseo de Dios, se lleva a cabo en amor y en luz, los cuales son los
elementos mismos de Dios. En la sustancia interna de Dios se hallan el amor y la luz.
Aquí se disfruta al máximo la vida de iglesia, la iglesia como novia. La meta del libro de
Efesios es introducirnos en la sustancia intrínseca de Dios para que lo conozcamos como
amor y como luz. Aquí debemos vivir en una íntima comunión con Dios, disfrutando del
resplandor de Su luz y de la dulzura de Su amor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y DOS
La iglesia gloriosa, la iglesia que expresa a Dios, también debe ser santa y sin defecto.
Como iglesia santa, ella primeramente debe estar separada de todo lo común, y luego ser
impregnada y saturada con el elemento de Dios.
Para estar sin defecto, la iglesia no debe tener ninguna contaminación. Una cosa es estar
sucio, y otra, estar contaminado. Tenemos que estar limpios y no tener ninguna
contaminación. No tener ninguna contaminación significa que en nuestro ser no hay
nada que no sea Dios. Por ejemplo, nosotros somos como piedras preciosas que no
tienen ningún elemento ni ninguna sustancia extraño. Un día la iglesia no sólo será
limpia y pura, sino que también estará libre de todo defecto, de toda contaminación. Ella
será la mezcla del Dios Triuno con la humanidad resucitada, elevada y transformada.
Para obtener tal iglesia, actualmente Cristo nos está santificando, purificando,
sustentando y cuidándonos con ternura.
Los primeros cuatro capítulos de Efesios abarcan el cumplimiento del propósito eterno
de Dios. Para que se cumpla Su propósito, Dios necesita el nuevo hombre universal, la
iglesia como un hombre de plena madurez, el cual se revela en el capítulo cuatro. Con
respecto a esto, el nuevo hombre es el aspecto más elevado de la iglesia. En cuanto a los
aspectos de la iglesia, ella es la asamblea, la casa de Dios, el Cuerpo de Cristo, y por
último, un hombre de plena madurez.
Además de la necesidad de que se cumpla el propósito de Dios, también es necesario que
Cristo sea satisfecho. Cristo tiene un profundo deseo, un gran anhelo que debe ser
saciado. Sólo la iglesia como novia puede satisfacer el anhelo que hay en el corazón de
Cristo.
La iglesia, además de ser el nuevo hombre que cumple el propósito de Dios, y la novia de
Cristo que satisface Su deseo, también es el guerrero que derrota al enemigo de Dios.
Mediante la batalla espiritual que la iglesia libra en calidad de guerrero, Dios acaba con
Su enemigo. Si la iglesia ha de ser el guerrero que derrote al enemigo, ella debe
apropiarse del poder y de toda la armadura de Dios. Por consiguiente, la iglesia es el
nuevo hombre que cumple el propósito de Dios, la novia que satisface a Cristo y el
guerrero que derrota al enemigo de Dios.
Entre la sección que presenta a la iglesia como novia (5:22-33) y la que la presenta como
guerrero (6:10-20), tenemos los versículos 6:1-9, que tratan de la relación entre hijos y
padres, y entre esclavos y amos. Si pasamos por alto este pasaje de la Palabra, no
podremos ser una novia apropiada ni un guerrero apropiado.
A. Los hijos
El versículo 1 dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo”.
Al exhortar a los hijos y a los padres, el apóstol primero se dirige a los hijos, porque por
lo general de ellos se originan los problemas.
Los hijos a quienes se dirige Pablo en este versículo no son comunes; ellos son diferentes
a los hijos de padres mundanos. Por eso, a los hijos de familias creyentes se les insta a
obedecer a sus padres en el Señor.
La expresión “en el Señor” indica que los hijos deben obedecer a sus padres siendo uno
con el Señor. También indica que no deben hacerlo por su propio esfuerzo sino por el
Señor, y no conforme al concepto natural, sino conforme a la palabra del Señor. Los
hijos de los creyentes deben estar conscientes de que ellos deben obedecer a sus padres
siendo uno con el Señor. Además, deben obedecer a sus padres no por sus propios
esfuerzos, sino por el Señor mismo. Su obediencia debe concordar con la palabra del
Señor, conforme a las Escrituras.
En este versículo Pablo dice que es justo que los hijos obedezcan en el Señor a sus
padres. La palabra griega también puede traducirse razonable. Obedecer a los padres no
sólo es correcto, sino también razonable.
Honrar es diferente de obedecer. Obedecer es una acción, mientras que honrar es una
actitud. Un hijo puede obedecer a sus padres sin honrarlos. Para honrar a sus padres,
los hijos deben tener cierta actitud, cierto espíritu. Todos los hijos necesitan aprender a
obedecer a sus padres y al mismo tiempo honrarlos.
Si deseamos gozar de larga vida sobre la tierra, necesitamos honrar a nuestros padres.
Aquellos que no honran a sus padres cometen un suicidio gradual, es decir, acortan su
vida en la tierra. Si usted desea prolongar sus días sobre la tierra, aprenda a obedecer y a
honrar a sus padres. Según la Biblia, ésta es la única condición para ser de larga vida.
Cualquiera que desee prolongar su vida, tiene que cumplir este requisito.
B. Los padres
En lugar de provocar a ira a los hijos, los padres deben criarlos en la disciplina y
amonestación del Señor. Criar los hijos significa educarlos, mantenerlos, y esto,
alimentándolos. Educar a los hijos requiere que los padres les den la instrucción
necesaria con respecto a la vida humana, la vida familiar y la vida social. La palabra
“amonestación” incluye instrucción. Probablemente Pablo se refería a un mandato del
Antiguo Testamento, según el cual los padres debían instruir a sus hijos con la Palabra
de Dios (Dt. 6:7). Esto quiere decir que debemos enseñar a nuestros hijos valiéndonos
de la Biblia. Además de instruirlos, a veces es necesario disciplinarlos, castigarlos. Es
crucial que los padres aprendan a criar a los hijos en la disciplina y amonestación del
Señor.
Nosotros los padres debemos cumplir con nuestra obligación con respecto a nuestros
hijos. Esto significa que no sólo debemos instruirlos, sino también establecer un ejemplo
para que ellos lo sigan. Así como el Señor Jesús se santificó a Sí mismo por causa de Sus
discípulos (Jn. 17:19), los padres deben santificarse a sí mismos por causa de sus hijos.
Los que no tienen hijos tal vez pueden tomarse ciertas libertades, tales como levantarse
tarde, pero los que tienen hijos no pueden darse el lujo de hacer cosas como ésas; antes
bien, por amor a ellos, deben ejercer ciertas restricciones. Los hijos siempre imitan a sus
padres. Por esta razón, los padres tienen la responsabilidad de establecer una norma
elevada y un buen ejemplo para sus hijos.
No obstante, por muy bueno que sea el ejemplo establecido por los padres, la manera en
que los hijos se desarrollan depende de la misericordia de Dios. Por una parte, los
padres deben mantener una norma elevada, y por otra, deben confiar en el Señor. Día
tras día debemos decirle: “Señor, estos niños no son míos, son posesión Tuya, puestos
bajo mi custodia por un tiempo. Señor, lo que hago con ellos es simplemente cumplir
con mi responsabilidad, pero el resultado depende por completo de Tu misericordia”.
Algunos padres son egoístas con respecto a la espiritualidad de sus hijos. Si sus hijos son
salvos y llegan a ser espirituales, se sienten muy contentos. Pero si ven que los hijos de
otras familias son más espirituales que los suyos, tal vez no se sienten contentos. La
mayoría de los padres que están en la iglesia espera que sus hijos sean los futuros
apóstoles, ancianos y diáconos. Así vemos que aun en esto somos egoístas.
Una vez leí acerca de una mujer que oraba desesperadamente por la salvación de su hijo.
Aunque oró por varios años, su hijo no se salvó. Un día le preguntó al Señor que por qué
no cumplía Su promesa y le contestaba su oración. El Señor le dijo que El ciertamente
cumpliría Su promesa y contestaría las oraciones de ella, pero que ella era muy egoísta.
Si ella dejara de orar tanto por su hijo y empezara a orar por los hijos de otros, vería la
fidelidad del Señor. A partir de entonces ella comenzó a pedir por la salvación de los
hijos de otros, y al poco tiempo, su propio hijo fue salvo.
Esta historia muestra que se puede ser egoístas aun cuando oramos por la salvación de
nuestros hijos. No orar por nuestros hijos es incorrecto, pero orar por ellos
egoístamente, de manera que no pensemos en nadie más, también es incorrecto. Por
consiguiente, la salvación de nuestros hijos y su bienestar espiritual son una prueba
para nosotros.
A. Los esclavos
En 6:5-9 Pablo habla de la relación entre esclavos y amos. Con respecto a esta relación,
él exhorta primero a los esclavos porque las dificultades provienen principalmente de
ellos. El versículo 5 dice: “Esclavos, obedeced a vuestros amos según la carne con temor
y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo”. En los tiempos del apóstol,
los esclavos eran comprados por sus amos, y éstos tenían derecho sobre la vida de ellos.
Algunos esclavos y algunos amos llegaron a ser hermanos en la iglesia. Como tales, ellos
eran iguales. No obstante, en casa, los esclavos todavía estaban obligados a obedecer a
los hermanos que eran sus amos según la carne.
Pablo exhorta a los esclavos a obedecer con temor y temblor, con sencillez de corazón,
como a Cristo. El temor es el motivo interior, mientras que el temblor es la actitud
exterior. Ser sencillo significa ser puro en motivo y tener un sólo propósito. Los esclavos
deben ser simples, sin tener doble propósito, es decir, no deben servir a sus amos con la
intención de ser recompensados.
Los esclavos deben obedecer a sus amos como a Cristo. Esto significa que ellos deben
considerar a sus amos como si éstos fueran el Señor mismo. La relación entre esclavos y
amos tipifica nuestra relación con Cristo, quien es nuestro Amo. Debemos obedecerle a
El como esclavos, con sencillez de corazón.
En el versículo 6 Pablo dice: “No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los
hombres, sino como esclavos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios”. Si
algún hermano que es esclavo toma su posición y obedece a su amo, a los ojos del Señor,
él es un esclavo de Cristo, uno que hace la voluntad de Dios y que sirve como al Señor y
no a los hombres (v. 7). Este esclavo debe hacer la voluntad de Dios de corazón. Las
palabras “de corazón” aluden a lo mismo que decir “con el alma”, o sea, “con todo su
ser”. Esto significa servir no sólo con el cuerpo físico, sino también con el corazón. Los
esclavos debían servir “como al Señor y no a los hombres”. Esto indica que la intención
de Pablo era dirigir a los esclavos al Señor; su deseo era que ellos aprendieran a servir a
sus amos como al Señor.
En cuanto a los esclavos, Pablo concluye el versículo 8, diciendo: “Sabiendo que el bien
que cada uno haga, ése recibirá del Señor, sea esclavo o sea libre”. La palabra “ése” se
refiere al bien efectuado. Cualquier cosa buena que hagamos, ésa misma recibiremos del
Señor. Si los esclavos hacen alguna cosa buena, el Señor les regresará eso mismo. Esto
significa que la cosa buena que hagan se convierte en una recompensa para ellos.
B. Los amos
En el versículo 9 Pablo dice: “Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las
amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para El no
hay acepción de personas”. Los amos, quienes tenían el derecho sobre las vidas de sus
esclavos, debían dejar las amenazas, porque el Señor, que está en los cielos, es el
verdadero Amo, tanto de ellos como de los esclavos. Conforme a la carne, algunos son
esclavos y otros amos, pero ante el Señor, no hay distinción entre ellos. Según
Colosenses 3:11, en el nuevo hombre no hay ni esclavo ni libre. En la iglesia, todos
somos hermanos. Sin embargo, en la carne todavía existe la diferencia entre esclavos y
amos.
Con relación a todas estas exhortaciones, Pablo hace la siguiente observación: por causa
de la vida de iglesia debemos llevar una vida humana apropiada en esta era. Esta es una
lección de suma importancia que todos debemos aprender.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y TRES
En este mensaje llegamos a 6:10-20, una sección estratégica de este libro, la cual trata
de la batalla espiritual. Como hemos visto, en Efesios Pablo abarca varios aspectos de la
iglesia. La palabra griega traducida iglesia es ekklesía, que denota una reunión, una
asamblea, de personas llamadas. Por ejemplo, cuando en los tiempos antiguos los
dignatarios de determinada ciudad convocaban al pueblo a una reunión, a una
asamblea, a esa asamblea se le conocía como una ekklesía. La iglesia es una asamblea
compuesta del pueblo que Dios llamó. En Efesios 1 Pablo revela que la iglesia es el
Cuerpo de Cristo. Así como el cuerpo de una persona es su estatura y expresión, también
la iglesia como Cuerpo de Cristo es la estatura y expresión de Cristo. Como Cuerpo de
Cristo, la iglesia es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
En 2:10 Pablo indica que la iglesia es el poema de Dios, Su obra maestra, un escrito
poético que expresa el deseo del corazón del escritor. En este capítulo, Pablo declara
además que la iglesia es el nuevo hombre corporativo creado en Cristo Jesús, la
ciudadanía de Dios y la familia de Dios. Más aún, en este capítulo la iglesia también es la
morada de Dios (v. 22).
En 3:4 Pablo habla del misterio de Cristo. El misterio de Dios es Cristo, y el misterio de
Cristo es la iglesia. Como misterio de Dios, Cristo es la definición de Dios; y, según el
mismo principio, como misterio de Cristo, la iglesia es la definición de Cristo.
En 3:19 Pablo usa la frase “la plenitud de Dios”, la cual es similar a la expresión “la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (1:23). La plenitud de Dios se refiere
principalmente al origen, y la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo alude
principalmente al resultado. Por ejemplo, la plenitud de Dios es como una fuente, y la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo es como la corriente que brota de la fuente.
La iglesia es tanto la plenitud de Dios como la plenitud de Cristo, quien todo lo llena en
todo.
En el capítulo cuatro Pablo habla nuevamente del nuevo hombre (v. 24). En el capítulo
dos abarca la creación del nuevo hombre, mas no su andar. El nuevo hombre se
compone de dos pueblos: los creyentes judíos y los creyentes gentiles. En cuanto al vivir
del nuevo hombre, el capítulo cuatro abarca tanto el principio básico como los detalles.
El principio tiene que ver con la verdad que está en Jesús, el molde que El estableció con
la vida que vivió en la tierra; mientras que los detalles se relacionan con la gracia de
Dios. Mediante la gracia, el nuevo hombre lleva a cabo el propósito eterno de Dios.
En los capítulos cinco y seis vemos dos aspectos más de la iglesia: la novia que satisface
el deseo de Cristo y el guerrero que derrota al enemigo de Dios. Como novia, la iglesia
necesita amor y luz; y, como guerrero, necesita el poder y toda la armadura de Dios.
I. LA RESPONSABILIDAD DE LA
IGLESIA POR EL LADO NEGATIVO
De los doce aspectos de la iglesia mencionados en Efesios, los principales son el nuevo
hombre, la novia y el guerrero. El nuevo hombre incluye el aspecto del Cuerpo, y el
Cuerpo incluye la plenitud y la morada. Por tanto, los primeros diez aspectos de la
iglesia están incluidos en el nuevo hombre, quien cumple el propósito eterno de Dios y
lleva a cabo Su economía. El Dios Triuno usa al nuevo hombre para efectuar lo que
planeó en la eternidad pasada con miras a la eternidad futura. Sin embargo, aunque el
propósito de Dios se realiza con el nuevo hombre, todavía es necesario que el deseo de
Cristo sea satisfecho, y que el enemigo de Dios sea derrotado. Por consiguiente, es
necesario que la iglesia sea tanto la novia como el guerrero.
El pasaje que se extiende de 1:1 a 6:9 presenta la revelación completa acerca de la iglesia
y de cómo ella cumple el propósito eterno de Dios por el lado positivo. No obstante, por
el lado negativo, es decir, en cuanto a la necesidad de acabar con el enemigo de Dios,
falta algo más. Por el lado positivo, en los primeros cinco capítulos, la iglesia es descrita
de muchas maneras con relación al cumplimiento del propósito eterno de Dios; y por el
lado negativo, el capítulo seis presenta la iglesia como un guerrero, el cual derrota al
enemigo de Dios, el diablo. Para lograr esto, la iglesia debe vestirse de toda la armadura
de Dios.
En 1928 el hermano Nee celebró su primera conferencia para vencedores, cuyo tema fue
la batalla espiritual. En esa conferencia, Satanás, el maligno, quedó completamente al
descubierto. El hermano Nee dijo que en el universo existen tres voluntades: la voluntad
divina, la voluntad satánica y la voluntad humana. Si queremos saber cómo la iglesia
puede ser el guerrero de Dios que pelea la batalla espiritual, debemos conocer estas tres
voluntades, estas tres intenciones. La voluntad de Dios, por existir por sí misma, es
eterna, increada. Los ángeles, como seres creados, también tienen una voluntad. Uno de
ellos, un arcángel, fue designado por Dios para gobernar el universo que existía antes de
la creación de Adán. Debido a su alto rango y a su belleza, este arcángel se enorgulleció,
y ese orgullo dio lugar a una intención maligna, la cual vino a ser la voluntad satánica.
Por lo tanto, además de la voluntad de Dios, hay una segunda intención, una segunda
voluntad, pues ahora la voluntad satánica se opone a la voluntad divina.
En Génesis 2 vemos que el hombre era libre de ejercer su voluntad y comer, ya sea del
árbol de la vida, o del árbol del conocimiento del bien y del mal. Estos dos árboles
representan la voluntad divina y la voluntad satánica respectivamente. Por consiguiente,
en el huerto había una situación triangular; ahí estaba el árbol de la vida, que
representaba la voluntad divina, el árbol del conocimiento del bien y del mal, que
representaba la voluntad satánica, y Adán, que representaba la voluntad humana. De
hecho, el árbol de la vida representa a Dios mismo, y el árbol del conocimiento
representa a Satanás. Por consiguiente, estaban presentes tres personas: Dios, Satanás y
el hombre; y cada una de ellas poseía una voluntad propia.
Aunque había tres voluntades, la controversia sólo involucraba a dos personas: Dios y
Satanás. Lo crucial era si el hombre escogería la voluntad divina o la voluntad satánica.
Si la voluntad humana elegía la voluntad divina, ésta se llevaría a cabo; pero si elegía la
voluntad satánica, ésta se cumpliría; al menos temporalmente. Como todos sabemos, la
voluntad humana se puso del lado de la voluntad satánica, o sea, que el hombre escogió
seguir a Satanás y aliarse a su voluntad. Por consiguiente, Satanás obtuvo
temporalmente la victoria.
Sin embargo, por medio del arrepentimiento, el hombre puede volverse de la voluntad
satánica a la voluntad divina, del lado de Satanás al lado de Dios. El primer
mandamiento que se da en los evangelios es arrepentirse, y los siguientes dos son creer y
ser bautizado. Cualquier pecador que desee ser salvo tiene que obedecer estos tres
mandamientos. Debe arrepentirse ante Dios, creer en el Señor Jesús y ser bautizado en
agua. Arrepentirse es dar un giro de la voluntad satánica a la voluntad divina. Desde que
nacimos, nuestra voluntad ha estado del lado de la voluntad satánica, lo cual se debe a
que nosotros estábamos en Adán cuando éste escogió la voluntad de Satanás en lugar de
elegir la de Dios.
Desde el día en que fuimos salvos, nuestra vida cristiana ha sido una batalla. Esto
mismo les ocurrió a los israelitas después de su éxodo de Egipto. Habiendo comido la
Pascua, salieron de la tierra de Egipto como un ejército. Esto indica que comer el
cordero pascual fue su preparación para la guerra; fueron salvos en medio de un ámbito
de guerra. Tan pronto salieron de Egipto, comenzó la lucha. Faraón y sus carros
persiguieron a los hijos de Israel, pero Dios intervino y luchó por ellos. Después de
atravesar al mar Rojo y de ver la derrota del ejército de faraón, el pueblo triunfalmente
alabó a Dios por Su victoria sobre el enemigo. Los israelitas tuvieron que pelear para
poder cruzar el desierto, y esta lucha continuó en la buena tierra. Su historia revela que
la vida de una persona salva es una batalla continua.
Ya vimos que como nuevo hombre, la iglesia debe andar conforme a la verdad y
mediante la gracia; y que como novia, debe vivir en amor y en luz. Sin embargo, no es
suficiente que se cumpla el propósito eterno de Dios y que Cristo satisfaga el deseo de Su
corazón; también es necesario que el enemigo sea derrotado. Para esto, la iglesia tiene
que ser un guerrero. Incluso en Cantar de los cantares se ve que al mismo tiempo que la
que busca al Señor disfruta Su presencia, se desarrolla una lucha. Por consiguiente,
andamos conforme a la verdad y por la gracia, vivimos en amor y en luz, y peleamos
para subyugar la voluntad satánica. Nuestro andar cumple el propósito eterno de Dios,
nuestro vivir satisface a Cristo y nuestra lucha derrota al enemigo de Dios. Por lo tanto,
para estos tres objetivos, la iglesia debe ser el nuevo hombre, la novia y el guerrero.
II. FORTALECIDOS
El día de Pentecostés, Pedro exhortó a los oyentes a ser salvos de aquella generación
perversa (Hch. 2:40). Ese mandamiento es pasivo y a la vez activo, pues la palabra “sed”
implica algo activo, y la palabra “salvos”, algo pasivo. Lo mismo ocurre con el
mandamiento que Pablo da en 6:10 en cuanto a ser fortalecidos. En la palabra
“fortaleceos” se combina implícitamente el elemento activo, sed, y el elemento pasivo,
fortalecidos. Debemos ejercitar nuestra voluntad para ser fortalecidos en el Señor.
En el capítulo cuatro vemos que debemos ser renovados (v. 23) y en el capítulo cinco,
que debemos ser sumisos (5:21). Para ser el nuevo hombre, debemos ser renovados;
para ser la novia, necesitamos ser sumisos; y para ser el guerrero, necesitamos ser
fortalecidos. Como guerrero, tenemos que salir a la batalla no como un caballero ni
tampoco como una encantadora novia, sino como un león. Así que, por causa del nuevo
hombre, de la novia y del guerrero, seamos renovados, sumisos y fortalecidos.
El hecho de que necesitamos ser fortalecidos en el Señor indica que no podemos pelear
la batalla espiritual por nosotros mismos; sólo podemos luchar en el Señor y en el poder
de Su fuerza. En 6:10 Pablo habla de la fortaleza, del poder y de la fuerza. Primero
somos fortalecidos por el poder que levantó a Cristo de entre los muertos y que lo dio
por Cabeza sobre todas las cosas; luego conocemos el poder y la fuerza de Dios.
El versículo 11 comienza con las palabras: “Vestíos de toda la armadura de Dios”. Para
pelear la batalla espiritual, no sólo necesitamos el poder del Señor, sino también la
armadura de Dios. Nuestras armas de nada nos aprovechan, pero la armadura de Dios
sí.
Debemos ponernos toda la armadura de Dios para que podamos “estar firmes contra las
estratagemas del diablo” (v. 11). En el capítulo seis, la frase “estar firmes” es crucial. En
el capítulo dos estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales (v. 6), y en los
capítulos cuatro y cinco andamos en Su Cuerpo en la tierra (4:1, 17; 5:2, 8, 15). Luego, en
el capítulo seis, estamos firmes en Su poder en los lugares celestiales. Sentarnos con
Cristo tiene como fin que participemos de todos Sus logros; andar en Su Cuerpo es
necesario para cumplir el propósito eterno de Dios; y el objetivo de estar firmes en Su
poder es pelear contra el enemigo de Dios.
Al vestirnos de toda la armadura de Dios podemos estar firmes contra las estratagemas
del diablo. Estas estratagemas son los malvados planes del diablo. El diablo no sólo
tiene su voluntad maligna, sino también sus sutiles estratagemas, con las cuales lleva a
cabo su voluntad. Aun en este momento Satanás está activo laborando y planificando
cómo realizar sus malignas y sutiles estratagemas.
V. NUESTRA LUCHA
En el versículo 12 Pablo dice además: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne,
sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores del mundo de estas
tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Las palabras
“sangre y carne” se refieren a los hombres. Detrás de los hombres de sangre y carne
están los poderes malignos del diablo, las cuales pelean contra el propósito de Dios. Así
que, nuestra lucha, nuestra batalla, no debe ser contra los hombres, sino contra las
huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.
Los que estamos en el recobro del Señor debemos darnos cuenta de que la batalla
espiritual no se libra contra los hombres. Aun cuando los hombres dañen el recobro, no
debemos pelear contra ellos. Detrás de ellos, y por encima de ellos, se encuentran los
poderes malignos. Por ejemplo, cuando Saulo de Tarso asolaba a la iglesia, él lo hacia
bajo la influencia del poder de las tinieblas. La razón por la que ciertas personas y
organizaciones religiosas se oponen al recobro del Señor es que ellas están siendo
utilizadas por las potestades malignas, las cuales están por encima y detrás de ellas.
Los principados, las potestades y los gobernadores del mundo de estas tinieblas son los
ángeles rebeldes, quienes siguieron a Satanás en su rebelión contra Dios y que ahora
gobiernan en las regiones celestes sobre las naciones del mundo, como por ejemplo, el
príncipe de Persia y el príncipe de Grecia, los cuales se mencionan en Daniel 10:20. Esto
indica que el diablo, Satanás, tiene su reino de tinieblas (Mt. 12:26; Col. 1:13). En este
reino, Satanás ocupa la posición más alta, y los ángeles rebeldes son sus subordinados.
La expresión “estas tinieblas” se refiere al mundo actual, el cual está completamente
bajo el gobierno de tinieblas del diablo, quien rige a través de sus ángeles malignos. Los
gobernadores del mundo de estas tinieblas son los príncipes que Satanás ha establecido
para gobernar las naciones. Según el libro de Daniel, la nación judía era la única nación
que no se hallaba bajo el poder de Satanás. A esta nación la gobernaba Miguel, el
arcángel que luchaba a su favor. A todas las naciones gentiles, sin embargo, las
gobiernan los ángeles rebeldes y diabólicos que están bajo la administración de Satanás.
Por consiguiente, a los ojos de Dios, las tinieblas cubren la tierra y llenan la atmósfera
que la rodea. Unicamente Dios permanece en la luz. La obra de Satanás, quien es la
potestad de las tinieblas, ha provocado que la tierra y su atmósfera se hayan convertido
en “estas tinieblas”.
Debemos recordar una y otra vez que nuestra lucha no es contra seres humanos, sino
contra espíritus malignos, contra las potencias espirituales de las regiones celestes. Los
ángeles rebeldes son los espíritus malignos del reino de Satanás. Por tanto, la lucha que
se libra entre la iglesia y Satanás es una batalla entre los que amamos al Señor y que
estamos en Su iglesia y las potencias malignas de las regiones celestes. Aparentemente
son las personas de carne y sangre las que dañan a la iglesia, pero en realidad son
Satanás y sus ángeles malignos los que trabajan detrás de los que causan el daño. Por
tanto, debemos luchar contra esas huestes espirituales.
El versículo 13 dice: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis
resistir en el día malo”. En el versículo 11 se nos dice que nos vistamos de la armadura
de Dios, mientras que en el versículo 13 se nos insta a tomarla. Ya vimos que Dios nos
prepara y provee la armadura, pero somos nosotros los que debemos tomarla; nosotros
debemos usar y aplicar lo que Dios nos ha provisto. Algunos componentes de la
armadura, tales como la espada y el escudo, los tomamos; y otros, tales como la coraza,
el yelmo y el calzado, nos los ponemos. Ya sea que tomemos la armadura de Dios o nos
la pongamos, debemos ejercitar nuestra voluntad con firmeza.
Pablo menciona específicamente “toda la armadura de Dios”, no sólo parte o partes de
ella. Para pelear la batalla espiritual, necesitamos toda la armadura de Dios. Para esto se
necesita todo el Cuerpo de Cristo, no sólo creyentes en el sentido individual.
Al tomar toda la armadura de Dios, podremos resistir en el día malo. Resistir es estar
firmes en contra de algo. Al librar una lucha, lo más importante es estar firme. En 5:16
Pablo dice que los días son malos. En esta era maligna (Gá. 1:14), todos los días son días
malos porque Satanás no cesa de trabajar.
Pablo concluye el versículo 13 con estas palabras: “Habiendo acabado todo, estar
firmes”. En la lucha debemos estar firmes hasta el fin, y habiendo acabado todo, seguir
firmes. Como veremos en los dos mensajes siguientes, los versículos del 14 al 16
describen la manera de estar firmes.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y CUATRO
(1)
En la antigüedad, los soldados luchaban con un escudo en una mano y con una espada
en la otra. El escudo es un arma de defensa, mientras que la espada es un arma de
ataque. De hecho, de los seis componentes de toda la armadura de Dios, sólo la espada
es un arma de ataque; los demás sirven para defensa. Hablemos primero del cinto, de la
coraza y del calzado.
I. EL CINTO DE LA VERDAD
La primera parte de 6:14 dice: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la
verdad”. Ceñir nuestros lomos equivale a fortalecer todo nuestro ser. Nuestro ser
necesita ser fortalecido con la verdad, y el objetivo de dicho fortalecimiento no es que
permanezcamos sentados, sino que nos pongamos en pie y adoptemos una posición
firme.
La palabra “verdad”, según se emplea en el capítulo cuatro (vs. 15, 21, 24 y 25), se refiere
a Dios en Cristo como la realidad presente en nuestro vivir, es decir, a Dios hecho real y
experimentado por nosotros como nuestro vivir. De hecho, esto es Cristo mismo
expresado en nuestras vidas (Jn. 14:6). Tal verdad, tal realidad, es el cinto que fortalece
todo nuestro ser para la batalla espiritual. Nuestro vivir debe regirse por un principio,
por una norma, el cual es nada menos que el propio Dios, expresado en nuestro vivir de
manera práctica. Cuando dicha verdad ciñe nuestros lomos, somos fortalecidos para
estar firmes.
Sin embargo, supongamos que nuestra vida diaria está muy por debajo de la norma de
la verdad, la realidad, que está en Jesús. Si ése fuese el caso, en vez de tener la capacidad
para estar firmes y resistir en el día malo, huiremos. Por no tener un testimonio que
exprese a Dios, no podremos estar firmes contra las estratagemas del diablo. Si vivimos
de manera descuidada, no tendremos la capacidad de estar firmes contra los poderes de
las tinieblas. Para estar firmes, debemos vivir conforme al principio de la verdad y según
la norma de la verdad. Como ya mencionamos, esta verdad es el propio Dios a quien
expresamos como el principio básico que rige nuestro andar cotidiano, como la norma y
el patrón por los cuales vivimos.
Los que viven de esta manera, ciertamente se han ceñido los lomos con la verdad. Ellos
pueden hacerle frente al ataque y a la oposición. Por estar ceñidos con la verdad, pueden
estar firmes ante los opositores. Pero si no expresamos a Dios en nuestro andar
cotidiano, nuestros lomos no estarán ceñidos ni tendremos las fuerzas necesarias para
permanecer firmes contra el enemigo. Tampoco tendremos el poder necesario para
encarar la oposición o controversia que nos sobrevenga.
La verdad con la que nos ceñimos para la batalla espiritual es en realidad el propio
Cristo a quien experimentamos. En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es
Cristo”. El Cristo a quien Pablo vivía era la verdad que lo ceñía. Este Cristo era Dios
expresado y revelado en el andar diario de Pablo. Ya que el diario vivir de Pablo se
conformaba al modelo de Cristo, Pablo tenía las fuerzas para hacerle frente a toda clase
de oposición y circunstancias adversas. Por haberse ceñido con la verdad, él tenía la
fuerza para estar firme.
II. LA CORAZA DE LA JUSTICIA
Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. Estar
cubiertos por la sangre del Cordero equivale principalmente a tener puesta la coraza de
justicia. La justicia está en la sangre, y la cubierta de la sangre es la coraza. Aunque es
difícil explicar esto doctrinalmente, podemos entenderlo en la experiencia. Cada vez que
nos proponemos luchar contra los poderes de las tinieblas, Satanás, mediante sus
acusaciones, hace que nuestra conciencia se vuelva muy sensible. Sin embargo, estos
sentimientos en realidad no provienen de una consciencia sensible, sino de las
acusaciones de Satanás. Cuando nos suceda esto, de inmediato debemos declarar: “Yo
venzo a Satanás, el acusador, no por mi perfección, ni tampoco por tener una conciencia
libre de ofensa, sino por la sangre del Cordero. La coraza de justicia me defiende de toda
acusación”.
La justicia que cubre nuestra conciencia y que nos protege de las acusaciones de Satanás
es el propio Cristo; El mismo es nuestra justicia. Por tanto, Cristo es la verdad que ciñe
nuestros lomos y también la coraza de justicia que cubre nuestra conciencia. No estamos
cubiertos por nuestra propia justicia, sino por el Cristo que es nuestra justicia. Tal vez
algunos se pregunten cómo la coraza de justicia puede estar relacionada con Cristo y
también con la sangre. En la experiencia, no podemos separar a Cristo de la sangre, pues
sin Su sangre, Cristo no podría cubrirnos. Cuando nosotros somos purificados por Su
sangre, El llega a ser nuestra justicia. Cada vez que estamos a punto de participar en la
batalla espiritual, debemos orar: “Señor, cúbreme contigo mismo como mi justicia;
Señor, me resguardo bajo Tu sangre”. Además, debemos decirle al acusador: “Satanás,
no te venzo por mis méritos, sino por la sangre prevaleciente del Cordero”.
El versículo 15 dice: “Y calzados los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz”.
Nos calzamos los pies para fortalecer nuestra posición en la batalla y para pelear dicha
batalla, y no para andar por un camino o correr una carrera.
La expresión “el firme cimiento del evangelio de la paz” se refiere al establecimiento del
evangelio de la paz. En la cruz, Cristo hizo la paz por nosotros, tanto con Dios como con
los hombres, y esta paz ha llegado a ser nuestro evangelio (2:13-17). Este evangelio de la
paz ha sido establecido como un firme cimiento, como un apresto con el cual pueden
estar calzados nuestros pies. Estando calzados así, tendremos una posición firme para
pelear la batalla espiritual. La paz necesaria para tener un fundamento tan firme
también es Cristo (2:14).
Casi todas las traducciones interpretan la expresión griega traducida “firme cimiento”
como presteza o apresto. La presteza significa que uno está listo para ponerse el calzado.
Muchos que leen Efesios piensan que en el versículo 15 Pablo nos exhorta a estar
siempre listos y preparados para ponernos el calzado del evangelio. Pero éste es un
entendimiento incorrecto que se deriva de una traducción inexacta.
Si deseamos entender el pensamiento que Pablo plasma en este versículo, debemos ver
que en este contexto el evangelio no es el evangelio de la gracia, el evangelio del perdón
de los pecados, ni tampoco el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, sino el
evangelio de la paz. Según 2:15 y 16, en la cruz Cristo hizo la paz que propició que los
gentiles se relacionaran con los creyentes judíos, y que todos juntos pudiéramos tener
acceso a Dios. Esta paz es las buenas nuevas, en otras palabras, el evangelio. Por esta
razón, 2:17 declara que Cristo predicó el evangelio de la paz.
Nosotros también debemos predicar esta paz como evangelio. El evangelio de la paz
mencionado en 6:15 es la paz que Cristo hizo en la cruz para que fuésemos uno con Dios,
y para que exista unidad entre los creyentes gentiles y los creyentes judíos. Esta paz es
nuestro evangelio, y ella va acompañada de la preparación y la presteza. La palabra
griega en realidad significa un cimiento firme; este cimiento es un calzado seguro que
nos permite estar firmes. Por consiguiente, la paz lograda por Cristo en la cruz es una
base sólida, un cimiento firme. Mientras luchamos contra los poderes malignos, la paz
que Cristo logró se convierte en un firme cimiento para nuestros pies. Si vamos a tomar
parte en la batalla espiritual, nuestros pies deben estar calzados con este sólido
cimiento.
En el pasado pensábamos que el calzado del evangelio servía para andar o para correr
mientras uno predica el evangelio, pero el firme cimiento del evangelio de la paz no nos
es útil para correr, sino para estar firmes. Para correr, podemos calzar un par de zapatos
ligeros, pero para estar firmes, necesitamos un par de zapatos resistentes.
Al librar la batalla, lo más crucial es estar firmes. Debemos tener la capacidad de estar
firmes y de resistir los ataques del enemigo. Los derrotados huirán, pero los que salgan
victoriosos permanecerán firmes. Al luchar contra el enemigo, nos daremos cuenta de
que Satanás no huye; aun cuando le hemos vencido, él sigue luchando contra nosotros.
Por tanto, debemos fortalecernos para estar firmes. La batalla espiritual no es un
combate de boxeo, sino un combate de lucha. Y para luchar contra el enemigo,
necesitamos una posición firme. ¡Aleluya que en el recobro del Señor tenemos tal
fundamento! Las personas que tienen sus pies calzados con el firme fundamento del
evangelio de la paz pueden resistir cualquier ataque del enemigo. Puesto que tienen una
posición firme, nada puede derribarlas. Pase lo que pase, pueden resistir y estar firmes
en el día malo.
Los tres aspectos de la armadura de Dios abarcados en este mensaje, a saber, el cinto de
la verdad, la coraza de justicia y el firme cimiento del evangelio de la paz, aluden a Cristo
mismo. El es nuestra verdad, nuestra justicia y nuestra paz. Cristo es Dios expresado y
revelado; Cristo es el elemento justo que nos cubre; y Cristo es la paz que nos capacita
para estar firmes. Por tanto, podemos estar firmes en paz para pelear la batalla
espiritual. Si queremos ser victoriosos en la batalla espiritual, necesitamos que Cristo
sea nuestro cinto de la verdad, nuestra coraza de justicia y nuestra paz. Por medio de El
tenemos la fuerza, la cubierta y una sólida posición. Entonces podemos luchar contra el
enemigo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y CINCO
(2)
I. EL ESCUDO DE LA FE
El versículo 16 dice: “Y sobre todo, habiendo tomado el escudo de la fe, con que podáis
apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Necesitamos la verdad para ceñir
nuestros lomos, la justicia para cubrir nuestra consciencia, la paz para calzar nuestros
pies, y el escudo de la fe para proteger todo nuestro ser. Si vivimos por Dios, quien es la
verdad, tendremos justicia (4:24), y la paz proviene de la justicia (He. 12:11; Is. 32:17).
Habiendo conseguido todo lo mencionado, podemos fácilmente tener fe, la cual es un
escudo que nos protege contra los dardos de fuego del maligno. Cristo es el Autor y
Perfeccionador de esta fe (He. 12:2). Para poder estar firmes en la batalla, necesitamos
estar equipados con estas cuatro piezas de la armadura de Dios.
El escudo de la fe no es algo que nos ponemos, sino algo que tomamos para protegernos
contra los ataques del enemigo. La fe viene después de la verdad, la justicia y la paz. Si
experimentamos la verdad en nuestro vivir, la justicia como nuestra cubierta y la paz
como nuestra posición, espontáneamente tendremos fe. Esta fe nos salvaguarda de los
dardos de fuego, de los ataques, del enemigo.
Ahora debemos examinar en detalle qué es el escudo de la fe. Ciertamente nosotros no
obtenemos la fe por nuestra propia habilidad, fuerza, mérito o virtud. Nuestra fe tiene
que estar puesta en Dios (Mr. 11:22). Dios es un Dios real, viviente, presente y
disponible. Debemos poner nuestra fe en El.
Debemos creer también en el corazón de Dios. Todo cristiano debe conocer a Dios y el
corazón de Dios. El corazón de Dios siempre desea lo mejor para nosotros. No importa
lo que nos acontezca o los sufrimientos que tengamos que pasar, siempre debemos creer
en la bondad del corazón de Dios. Dios no tiene ninguna intención de castigarnos,
lastimarnos ni hacernos sufrir.
Dios no solamente es fiel, sino también poderoso. Por tanto, debemos tener fe en el
poder de Dios. En 3:20 Pablo declara que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas
mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos”.
Otro aspecto de nuestra fe es que creemos en la palabra de Dios. Dios está obligado a
cumplir todo lo que ha dicho. Cuanto más habla, más se compromete a cumplir Su
palabra. Podemos decirle: “Dios, Tú hablaste, y Tu Palabra escrita está en nuestras
manos. Señor, estás obligado a cumplir Tu palabra”. ¡Aleluya por la palabra fiel de Dios!
También debemos tener fe en la voluntad de Dios. Por ser un Dios de propósito, El tiene
una voluntad, y Su voluntad con respecto a nosotros siempre es positiva. Así que,
independientemente de lo que nos acontezca, no nos debe importar nuestra felicidad ni
el ambiente que nos rodee, sino la voluntad de Dios. Nuestras circunstancias pueden
cambiar, pero la voluntad de Dios nunca cambia.
Los dardos de fuego son las tentaciones, propuestas, dudas, preguntas, mentiras y
ataques de Satanás. En la época de los apóstoles, los guerreros usaban dardos de fuego,
y el apóstol usó esta analogía para describir los ataques que Satanás dirige contra
nosotros. Cada tentación es un engaño, una promesa falsa. Los dardos de fuego incluyen
las propuestas que el diablo nos hace. Cuando despertamos por la mañana, a menudo
Satanás nos hace propuestas. Por esta razón, lo primero que debemos hacer al
levantarnos es acudir a la Palabra. Si no estamos en la Palabra, no tendremos ninguna
protección contra las propuestas del diablo. Las dudas y las preguntas también son
dardos de fuego provenientes de Satanás. ¿Habían notado ustedes que el signo de
interrogación se parece mucho a una serpiente? Fue Satanás quien le preguntó a Eva:
“¿Conque Dios os ha dicho?” (Gn. 3:1). Cuando el diablo nos hace preguntas de esta
manera, nuestra respuesta debe ser huir, sin siquiera dirigirle la palabra. Muchas veces
Satanás nos ataca con mentiras; pero el escudo de la fe nos guarda de estos dardos de
fuego.
Los dardos de fuego del diablo llegan en forma de pensamientos, los cuales él inyecta a
nuestra mente. Aparentemente esos pensamientos son nuestros, pero de hecho
pertenecen a Satanás. Yo solía creer que tales pensamientos eran míos, pero más tarde
comencé a darme cuenta de que provenían de Satanás. Descubrí esto al ver que ellos
volvían a mí aun después de que había decidido no retenerlos. Me di cuenta de que esos
pensamientos no eran míos, sino de Satanás. Antes de ese tiempo, mi práctica era
confesar todos esos pensamientos al Señor, pero ahora rehúso a confesarlos.
Posiblemente algunas personas piensen que, aunque estos pensamientos provengan de
Satanás, nos son inyectados porque somos malos. No lo debemos creer; antes bien,
debemos decir: “Señor, soy un ser caído, pero Tú me limpias. Satanás, este pensamiento
es tuyo, y tú debes llevar la responsabilidad por ello; yo no compartiré esa
responsabilidad contigo”. No obstante, debido a que algunas personas tienen una
conciencia demasiado sensible, ellas siguen confesando cosas provocadas por Satanás.
Nunca debemos confesar pensamientos que Satanás, en su sutileza, inyecte en nosotros.
Si queremos tener la fe que nos protege de los dardos de fuego de Satanás, necesitamos
un espíritu apropiado y una conciencia que esté libre de ofensa. Sin embargo, la fe no
radica principalmente en nuestro espíritu ni en nuestra conciencia, sino en nuestra
voluntad, que es la parte más fuerte de nuestro corazón. El Nuevo Testamento declara
que nosotros creemos con el corazón (Ro. 10:10). Según nuestra experiencia, la fe que
ejercemos en nuestro corazón se relaciona principalmente con el ejercicio de nuestra
voluntad. Ninguna persona con voluntad de medusa tendrá una fe fuerte. En Jacobo 1:6
se nos dice que los que dudan son como olas del mar que son llevadas por el viento. Esta
clase de persona tiene una voluntad vacilante. Por consiguiente, si queremos tener fe,
tenemos que ejercitar nuestra voluntad.
En la primera parte del versículo 17, Pablo dice además: “Y recibid el yelmo de la
salvación”. El yelmo de la salvación sirve para proteger nuestra mente, nuestra
mentalidad, contra los pensamientos negativos que el maligno dirige a nosotros. Este
yelmo, esta protección, es la salvación que Dios nos provee. Satanás inyecta en nuestra
mente amenazas, preocupaciones, ansiedades y otros pensamientos debilitantes, pero la
salvación que Dios nos otorga es la protección que tomamos contra todo esto. Tal
salvación es el Cristo salvador a quien experimentamos en nuestra vida diaria (Jn.
16:33).
Los dardos de Satanás llegan a nosotros por medio de la mente. Por ello, así como
nuestra conciencia necesita la coraza de justicia, y nuestra voluntad, el escudo de la fe,
así también nuestra mente necesita el yelmo de la salvación. Necesitamos la verdad, la
justicia, la paz, la fe y la salvación. La justicia produce paz, y la paz nos da la base para
tener fe. Luego, la fe nos trae la salvación. No debemos separar el yelmo de la salvación y
el escudo de la fe. El escudo protege la parte frontal de nuestro ser, y el yelmo protege
nuestra cabeza. El escudo y el yelmo trabajan juntos.
En el versículo 17 Pablo habla también de “la espada del Espíritu, el cual es la palabra de
Dios”. De las seis piezas de la armadura de Dios, ésta es la única que se usa para atacar
al enemigo. Con la espada cortamos al enemigo en pedazos. Sin embargo, no tomamos
primero la espada; más bien, primero nos ponemos el cinto, la coraza y el calzado, y
luego, el escudo de la fe y el yelmo de la salvación. Una vez que estamos totalmente
protegidos y tenemos la salvación como nuestra porción, estamos listos para recibir la
espada del Espíritu.
La carga principal que tengo en este mensaje radica en este asunto. La Palabra es la
Biblia, pero si esta Palabra es sólo letras impresas, no es ni el Espíritu ni la espada. La
palabra griega usada en el versículo 17 es réma, y se refiere a la palabra que el Espíritu
nos habla en cierto momento para una determinada situación. Cuando el lógos, la
palabra constante de la Biblia, llega a ser el réma, la palabra especifica para el momento,
ese réma es el Espíritu. El réma, que viene a ser el Espíritu, es la espada que hace
pedazos al enemigo. Por ejemplo, es posible que leamos algunos versículos una y otra
vez, y, sin embargo, éstos siguen siendo el lógos, la palabra en letras. Esa palabra no
puede matar a nadie. Pero un día, esos versículos se convierten en réma para nosotros,
es decir, llegan a ser las palabras presentes, instantáneas y vivientes. En ese momento,
este réma se convierte en el Espíritu. Por esta razón, en Juan 6:63, el Señor Jesús dijo:
“Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En este pasaje, el texto
griego también usa la palabra réma. La palabra hablada para el momento es el Espíritu,
y en este sentido, la palabra es la espada. Por consiguiente, la espada, el Espíritu y la
palabra son una misma cosa. Además, nosotros, y no el Espíritu, somos quienes usamos
esta espada para aniquilar al enemigo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y SEIS
LA ARMADURA SE APLICA
POR MEDIO DE LA ORACION
El versículo 18 dice: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y
para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos”. La frase “con
toda oración y petición” califica la palabra “recibir” mencionada en el versículo 17. Con
toda oración recibimos tanto el yelmo de la salvación como la palabra de Dios, lo cual
indica que debemos recibir la palabra de Dios por medio de toda oración y petición.
Debemos orar mientras recibimos la palabra de Dios. Ya vimos que la armadura
completa de Dios se compone de seis piezas. La oración puede considerarse la séptima;
es el medio por el cual aplicamos los otros componentes.
La frase calificativa “con toda oración y petición” del versículo 18 está relacionada con
las seis piezas de la armadura presentadas en los versículos del 14 al 17. Con toda
oración y petición nos ceñimos de la verdad, nos ponemos la coraza de justicia y nos
calzamos los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz. Además, con toda
oración tomamos el escudo de la fe y recibimos el yelmo de la salvación y la espada del
Espíritu, el cual es la palabra de Dios. Cada vez que queramos vestirnos de toda la
armadura, o usar cualquier parte de ella, necesitamos orar. No podemos ni debemos
intentar usar ninguno de sus componentes sin la oración. La oración es el único medio
para aplicar la armadura de Dios. Es la oración la que pone la armadura a nuestra
disposición de una manera práctica. Por ejemplo, si bien tenemos el yelmo de la
salvación, es la oración la que lo hace disponible y prevaleciente. Vemos así que la
oración es crucial y vital.
II. ORAR
En el versículo 18 Pablo no habla de una sola clase de oración, sino de toda oración y
petición. La oración es general, mientras que la petición es específica. Debemos orar de
una manera ordinaria y también, cuando sea necesario, de una manera extraordinaria,
si es posible, renunciando al sueño o a la comida para pedirle al Señor con respecto a
cierta situación.
A. En todo tiempo
En el versículo 18 Pablo dice que debemos orar “en todo tiempo”. Algunos piensan que
la frase “en todo tiempo” se refiere simplemente al momento en que oramos, mientras
que para otros significa todo el tiempo. Orar siempre corresponde a lo que dijo Pablo en
1 Tesalonicenses 5:17, donde habla de orar sin cesar.
B. En el espíritu
Al orar, la principal facultad que debemos emplear es nuestro espíritu. Si nuestra mente
está muy activa o si nuestras emociones no están moderadas, nos será difícil orar.
Cuando oramos, nuestra mente debe estar en reposo y nuestras emociones, reguladas,
es decir, no deben ser ni muy fervientes ni muy frías. Conforme a mi experiencia, si mi
mente está ocupada con otras cosas, me distraigo fácilmente cuando oro. Del mismo
modo, si mi parte emotiva no está moderada, me es difícil decir algo desde mi espíritu
cuando oro. Por ello, para poder orar en el espíritu, necesitamos una mente recalibrada
y una parte emotiva equilibrada. Esto requiere muchísimo ejercicio interior.
Además, si deseamos orar en el espíritu en todo tiempo, nuestra voluntad debe ser
fuerte. Una persona que tiene una voluntad de medusa no puede orar. Aparentemente
orar es fácil, pero en realidad no lo es. Es muy fácil hablar o leer, pero no es fácil orar. A
esto se debe que la oración requiera el ejercicio de nuestra voluntad.
Un cristiano debe ser una persona que ora. Es pecado no orar. Si usted no ora por los
demás, sean los santos, o los miembros de su familia, está pecando. Sin embargo, muy
pocos cristianos consideran que no orar sea un pecado. Para poder ser personas de
oración es necesario que ejercitemos nuestra voluntad. Si deseamos tener una vida de
oración, nuestra mente debe ser sobria, nuestras emociones, reguladas, y nuestra
voluntad, fortalecida. Entonces podremos orar en todo tiempo en el espíritu.
III. VELAR
En el versículo 18 Pablo añade: “Y para ello velando con toda perseverancia y petición
por todos los santos”. Esto indica que debemos velar, estar alerta, para mantener esta
vida de oración. Debemos vigilar para no ser despojados del tiempo que debemos
dedicar a la oración. Con el fin de velar de una manera práctica, en las iglesias muchos
santos dedican un tiempo específico para orar.
La expresión ”velar para ello” implica la necesidad de ejercitar nuestra voluntad, sosegar
nuestra mente y regular nuestras emociones para poder orar apropiadamente. Se
requiere bastante ejercicio para lograr que nuestra mente, nuestra parte emotiva y
nuestra voluntad sean sumisas y obedientes. Debido a que muchos creyentes no
practican esto, sus mentes son rebeldes. Cuando le ordenan a su mente que se calme,
ésta se vuelve más activa. Otros tienen problemas con sus emociones. Debemos soler
ejercitarnos en la oración hasta el punto de que podemos orar aun después de haber
sostenido una larga conversación. La necesidad de esta clase de oración está implícita en
lo que dice Pablo tocante a velar para la oración.
Los ejemplos bíblicos muestran que es mejor separar más de un tiempo al día para la
oración. Por ejemplo, Daniel oraba tres veces al día (Dn. 6:10). El salmista hablaba de
orar por la mañana, al mediodía y al atardecer (Sal. 55:17). Si desarrollamos el hábito de
orar en tiempos señalados todos los días, recibiremos una gran bendición. Esta
bendición no sólo afectará nuestra vida personal, sino también a la iglesia, a nuestro
vecindario e incluso a nuestra nación.
Pablo nos insta a velar en oración con toda perseverancia. Para mantener una vida de
oración, necesitamos toda perseverancia, es decir, una dedicación constante y
persistente. Una vez que dediquemos cierta hora de la mañana a la oración, necesitamos
velar con persistencia con respecto a esa hora. No permitamos que nada nos distraiga; si
es posible, desconectemos el teléfono durante ese tiempo. Si no somos persistentes en
velar para ello, el enemigo nos enviará muchas distracciones.
En el versículo 18 Pablo también habla de hacer “petición por todos los santos”. Esto
indica que debemos orar por los santos. Velar por nuestra vida de oración requiere que
oremos de manera específica. Esto quiere decir que debemos pedir particularmente que
podamos velar en cuanto a la oración, es decir, debemos orar por nuestra vida de
oración, por nuestro tiempo de oración. También tenemos que hacer petición por todos
los santos. Pensemos por un momento en todo el tiempo que se necesita para orar por
los santos de nuestra localidad y por los santos de otras ciudades y países.
2. Por el apóstol
En el versículo 19 Pablo añade: “Y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada
palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio”. El término griego
traducido “palabra” también significa mensaje, expresión. Pablo pedía a los creyentes
que ellos hicieran petición a fin de que le fuera dada palabra. El deseaba abrir su boca
con denuedo para dar a conocer el misterio del evangelio. Pablo necesitaba la palabra y
también el denuedo para declararla.
El misterio del evangelio es Cristo y la iglesia, los cuales cumplen el propósito eterno de
Dios. Algunos cristianos predican un evangelio en el que no hay ningún misterio. En
cambio, Pablo proclamaba el misterio del evangelio. Este misterio comprende toda la
economía neotestamentaria. Cristo es el misterio de Dios, y la iglesia es el misterio de
Cristo. Cristo y la iglesia cumplen la economía de Dios, la cual también es un misterio.
Todos estos misterios están relacionados con el evangelio.
Es mi firme creencia que el Señor tiene la intención de que en todas las iglesias locales
se desarrolle un ambiente de predicación del evangelio. Debemos orar para que dicho
ambiente llegue a ser prevaleciente. En nuestras reuniones de predicación del evangelio,
no sólo debemos cantar y decirle a la gente que Cristo puede satisfacer sus necesidades.
Al contrario, debemos dar mensajes completos que revelen las verdades elevadas de la
economía de Dios. Hablémosles a los incrédulos del deseo eterno de Dios. No
subestimemos la capacidad que ellos tienen de entender. Ellos tal vez entienden mucho
más de lo que nos imaginamos. Sin duda alguna, esta clase de predicación atraerá a
muchos incrédulos al Señor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y SIETE
CONCLUSION
En los versículos 19 y 20, Pablo pide a los santos que oren por él. Luego, en el versículo
21 añade: “Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y cómo me va, todo os lo hará
saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor”. Esto indica que, por un lado,
Pablo necesitaba que los santos oraran por él, y por otro, él tenía una verdadera
preocupación por ellos y les envió a Tíquico para que les llevara información acerca de él
y para que consolara sus corazones (v. 22).
Esto muestra que había una relación excelente y una buena comunión entre Pablo y los
santos de Efeso. Además, en ello se ve la necesidad de que haya intermediarios como
Tíquico. El apóstol, los creyentes y Tíquico eran uno. Primero, Pablo estableció un
ejemplo al pedirles a los creyentes que orasen por él. Luego, les envió a Tíquico para que
les llevara información en cuanto a él y para que los consolara. ¡Qué dulce y hermosa es
esta práctica! Aunque en la actualidad raramente hacemos esto, deberíamos esforzarnos
por practicarlo. Necesitamos esta clase de comunión.
Tíquico no fue enviado a llevar a cabo una gran obra. Al contrario, su misión era
informar a los santos respecto a la situación de Pablo y consolar sus corazones. Aunque
en los tiempos de Pablo no existían medios modernos de transporte, tales como los
barcos de vapor o los aviones, él le pidió a Tíquico que emprendiera el largo viaje desde
Roma hasta Asia Menor sólo para que visitara a los santos en su nombre. La meta de esa
larga travesía era fomentar la comunión entre el apóstol y los santos. Esto es tan
importante que se registró en la Palabra de Dios. El apóstol se preocupaba por la iglesia,
y la iglesia se preocupaba por el apóstol. Por lo tanto, Tíquico fue enviado desde Roma
hasta Asia Menor con el fin de fomentar la comunión. Hoy es necesario que en el
recobro del Señor se restaure tal afectuoso interés entre los apóstoles y las iglesias.
Necesitamos esta preocupación, pero no para llevar a cabo una comisión o una obra,
sino sencillamente para mantener la necesaria y debida comunión. Hoy en día también
se necesitan mensajeros que visiten las iglesias con el fin de llevarles información y
alentar a los santos.
En el Cuerpo de Cristo necesitamos mucho más tráfico. El hecho de que el apóstol Pablo
enviara a Tíquico creó una especie de tráfico. El tráfico siempre fortalece a un país.
Pensemos en el impacto que han tenido las autopistas construidas por el gobierno
federal. Estas son las “venas” de la prosperidad de Estados Unidos. El tráfico, aun entre
grandes extensiones de terreno, fomenta el suministro y el desarrollo mutuos. Cuando
yo era joven, se empleaba todo un día a pie para viajar de nuestra pequeña aldea a Chifú.
Teníamos que hacer los preparativos del viaje desde un día antes para partir muy de
mañana y poder llegar a nuestro destino por la tarde. Se requería tantos esfuerzos para
recorrer tan pequeño tramo, que muchas personas vivían toda su vida en la aldea sin ir
jamás a Chifú. Es el tráfico lo que ha hecho próspero a Estados Unidos. Además de las
autopistas, las aerolíneas, con tantos vuelos que van de extremo a extremo del país, han
aumentado la prosperidad de esta nación.
Cuanto más tráfico haya entre las iglesias, mejor. Cada vez que nos reunimos, se genera
un tráfico. Sin este tráfico las iglesias permanecen aisladas. Si nos mantenemos alejados
de las reuniones y sólo nos reunimos con unos cuantos hermanos en nuestros hogares,
el tráfico se interrumpe. Esto es lo que astutamente hace el enemigo para cortar
nuestras “venas”. Una vez que la sangre deja de fluir, el resultado es la muerte. Sin
embargo, con el tráfico apropiado entre los santos y las iglesias, la vida se multiplica.
Por consiguiente, debemos prestar atención a lo que Pablo dijo en cuanto a este asunto
en el último capítulo de Efesios.
II. LA BENDICION
A. Paz y amor
Los versículos 23 y 24 narran la bendición que emite Pablo: “Paz sea a los hermanos, y
amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman
a nuestro Señor Jesucristo en incorrupción”. Al comienzo del libro, en el saludo del
apóstol se menciona primero la gracia, la cual es un disfrute, y luego la paz, la cual
resulta del disfrute (1:2). Pero en la conclusión es lo contrario; primero se menciona el
resultado, que es la paz, y después el disfrute que tenemos de la gracia.
En la introducción, Pablo únicamente menciona la gracia y la paz, mientras que en la
conclusión, no sólo invierte el orden de estas dos frases, sino que también menciona el
“amor con fe”. Es importante notar por qué se invierte el orden entre la gracia y la paz, y
por qué se incluye el amor con la fe. Ya vimos que la gracia es el disfrute que tenemos
del Señor, y que la paz es el resultado de dicho disfrute. Este libro comienza con la
gracia, con el disfrute del Señor mismo como nuestra vida, como nuestro suministro de
vida y como nuestro todo. Pero al final esta epístola nos introduce en la paz. Sin
embargo, una vez que hemos entrado en la paz, todavía necesitamos la gracia. Entramos
a la paz por medio de la gracia. Ahora, a medida que disfrutamos la paz, necesitamos
más gracia. Esta es gracia sobre gracia. Esto también indica que nuestra experiencia va
de gracia en gracia.
Pero, ¿por qué se menciona el amor entre la paz y la gracia? Ninguna otra epístola
escrita por Pablo tiene una inserción parecida. Esto se debe a que la única manera de
mantenernos en una condición de paz es disfrutar continuamente al Señor en amor. La
expresión “en amor” se usa seis veces en Efesios (1:4; 3:17; 4:2, 15, 16; 5:2). Esto vincula
esta epístola con lo que Cristo dice a la iglesia de Efeso en Apocalipsis 2:1-7. En ese
pasaje, el Señor reprende a la iglesia porque ésta ha dejado su primer amor (v. 4). El
problema de la iglesia en Efeso no era la falta de obras o de conocimiento, sino la
pérdida del primer amor. Debido a que Pablo se daba cuenta de que el amor es crucial,
lo mencionó con relación a la paz y la gracia, lo cual indica que el amor es necesario para
mantenernos en una condición de paz.
Este amor proviene de Dios el Padre y del Señor Jesucristo. Esto indica que el amor no
se origina en nosotros, sino en Dios. Sin embargo, al final, el amor de Dios llega a ser
nuestro amor. Por esta razón, en el versículo 24 Pablo se refiere a aquellos que aman a
nuestro Señor Jesucristo. El amor con que Dios nos ama llega a ser el amor con que
nosotros lo amamos a El. Este es el amor que mantiene la paz. Al vivir en la intimidad de
la presencia de Dios, el amor llega a nosotros. Luego, este amor regresa al Señor y se
convierte en el amor con que nosotros lo amamos a El. Mediante este tráfico de amor, la
paz es guardada y somos preservados en el disfrute de la gracia. Esto explica por qué
Pablo habla de la paz, el amor y la gracia.
Notemos que en el versículo 23 Pablo usa la expresión “amor con fe”, no amor y fe, como
en 1 Timoteo 1:14. El amor y la fe son el medio por el cual participamos de Cristo y lo
experimentamos. Con la fe recibimos a Cristo (Jn. 1:12) y con el amor le disfrutamos
(Jn. 14:23). En el Evangelio de Juan se nos dice que primero creemos en el Señor Jesús
para recibir la vida eterna (3:15); creer en El es recibirle. El Evangelio de Juan también
hace hincapié en el amor. En el capítulo veintiuno el Señor le pregunta a Pedro que si le
amaba (vs. 15-17). Además, en Juan 14:23 el Señor declara que el Padre y el Hijo harán
morada con aquel que ame al Señor Jesús. Por consiguiente, con la fe recibimos al Señor
Jesús, y con el amor lo disfrutamos. Por esta razón, en 1 Timoteo 1:14 Pablo une la fe y el
amor.
Efesios, en cambio, no da énfasis a la fe, sino al amor. Según Gálatas, cuanto más
apreciemos y amemos al Señor Jesús, más creeremos en El. Esto se relaciona con
nuestra salvación. Pero en Efesios, Pablo no recalca la salvación, sino la comunión que
experimentamos después de ser salvos, para lo cual se requiere amor con fe. Si
aceptamos dudas e interrogaciones se debilitará nuestra fe y nos resultará difícil amar al
Señor. Cada vez que la fe sufre daño, el amor también se verá afectado. Para seguir en la
comunión con el Señor amándole a El, se requiere una fe firme. Por lo tanto,
necesitamos la fe que opera por medio del amor y el amor que va acompañado de la fe.
Ya mencionamos que el amor proviene de Dios, lo cual significa que el amor se halla por
el lado de Dios. La fe, por el contrario, tiene que ver con nosotros. Por consiguiente, la
frase “amor con fe” implica que hay un tráfico entre Dios y nosotros y entre nosotros y
Dios. El amor viene de Dios a nosotros, y la fe va de nosotros a Dios. Dios nos da Su
amor, y nosotros respondemos a El con fe. Este es un tráfico entre el amor y la fe. Por
medio de este tráfico la paz sigue siendo nuestra porción. El amor de Dios que viene a
nosotros y nuestra fe que va hacia El nos guardan en paz.
B. La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en
incorrupción
Este tráfico también nos guardará en la gracia, es decir, en el disfrute que tenemos del
Señor. En el versículo 24 Pablo dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro
Señor Jesucristo en incorrupción”. Nosotros necesitamos la gracia para llevar una vida
de iglesia que cumpla el propósito eterno de Dios y resuelva el problema que Dios tiene
con Su enemigo. El disfrute del Señor como gracia es dado a todos los que le aman. Para
mantener una vida de iglesia apropiada, es necesario que amemos al Señor en
incorrupción, es decir, de forma incorruptible. Nuestro amor por el Señor debe ser
incorruptible, inmortal e inmarcesible. Un amor así es genuino y sincero.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y OCHO
Si hemos de participar en el recobro de la vida adecuada de iglesia, debemos ver cuál era
el propósito de Dios en el principio. Debemos comprender que existen tres comienzos
distintos. En Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo”. Este principio se refiere a la
eternidad. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. En este
versículo se alude al principio de la creación. Por último, el principio también se refiere
al comienzo de la vida de iglesia. Por consiguiente, remontarse al principio es
remontarse al principio de la eternidad, al principio de la creación o al principio de la
iglesia.
El libro de Efesios revela que la iglesia llegó a existir en conformidad con el propósito
eterno que Dios se propuso en Cristo. En 3:11 dice: “Conforme al propósito eterno que
hizo en Cristo Jesús nuestro Señor”. El propósito eterno es el propósito de la eternidad,
el propósito de los siglos. Este es el propósito que Dios hizo en la eternidad pasada con
miras a la eternidad futura. Dios es un Dios de propósito. Antes de la creación, antes de
la fundación del mundo, El hizo un plan. Este plan es el propósito de los siglos, o el
propósito eterno.
En el principio, Dios planeó obtener la iglesia. La Biblia revela claramente que ésta es la
intención de Dios. Dios creó los cielos, la tierra y billones de cosas porque deseaba
obtener la iglesia. Los dos primeros capítulos de Génesis aparentemente dejan
constancia de la creación, pero en realidad, ellos revelan la intención de Dios. Los
minerales existen para las plantas; las plantas, para los animales; los animales, para el
hombre; y el hombre, para Dios. En otras palabras, todas las cosas fueron hechas para
nosotros, y nosotros fuimos creados para Dios, a fin de que El pueda cumplir Su deseo
de tener la iglesia. Por tanto, Dios creó todas las cosas con el fin de obtener la iglesia.
Además, la iglesia también es el objetivo por el cual Dios nos redimió, nos regeneró y
nos llamó. Dios efectuó la redención con el fin de obtener la iglesia. El vino a usted, lo
llamó y lo regeneró con miras a obtener la iglesia. Además, El ahora mora en usted por
causa de la iglesia.
Ahora llegamos al asunto crucial y difícil de dar una definición de la iglesia. Podríamos
decir que la iglesia es un híbrido, porque es una entidad producida por la mezcla de dos
vidas. Las dos vidas que se mezclan para producir la iglesia son la vida divina y la vida
humana. Así vemos que la iglesia no es una entidad constituida únicamente de la vida
divina ni solamente de la vida humana, sino de una vida divino-humana. Cuando el
Señor Jesús estuvo en la tierra, El vivió una vida divino-humana. La iglesia también
posee una vida divina y humana. Damos gracias al Señor de que, aunque esto estuvo
escondido de los santos a través de los siglos, El nos lo ha revelado a nosotros en Su
recobro.
Es muy importante ver que la iglesia es un híbrido producido por la mezcla de la vida
divina y la vida humana. Dios desea impartirse en el hombre y forjarse en él. Andrew
Murray, en su libro, El Espíritu de Cristo, afirma que la vida divina está entretejida con
la vida humana. Aunque el término entretejido es muy bueno, no es tan exacto. La vida
divina no sólo está entretejida en la vida humana, sino que ambas están mezcladas y
forman una sola entidad. Pablo confirma esto en Gálatas 2:20, donde declara: “Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Pablo
afirma que es él quien vive, pero no él, sino Cristo, lo cual indica que él y Cristo estaban
mezclados. La iglesia es producto de dicha mezcla.
Así como los miembros de nuestro cuerpo no viven para sí mismos, sino para el cuerpo,
de igual manera, nosotros somos cristianos por causa de la iglesia. Sin el cuerpo, los
miembros no tienen razón de ser. Siguiendo el mismo principio, sin la iglesia, nosotros
los cristianos tampoco tenemos razón de ser. Por tanto, como cristianos debemos
entregarnos a la iglesia.
En Gálatas 3:27 y 28 Pablo dice que todos los que hemos sido bautizados en Cristo,
estamos vestidos de Cristo y que todos somos uno en Cristo Jesús. Esta unidad es la
iglesia. La iglesia es la unidad que se tiene entre los que se han mezclado con Dios, una
unidad que se halla únicamente en el Dios Triuno.
Dios creó todas las cosas, incluyendo al hombre, con la intención de que éste fuese
mezclado con Dios para que se produjera así la iglesia. Zacarías 12:1 declara que el Señor
extendió los cielos, fundó la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él. Esto
indica que los cielos existen para la tierra, que la tierra fue hecha para el hombre y que el
hombre, en quien fue formado un espíritu humano, fue creado para Dios. La maravillosa
creación, cuyo centro es el hombre, existe con el propósito de que se produzca la iglesia.
Por consiguiente, Efesios habla de la creación de todas las cosas.
El espíritu humano
Este libro también hace referencia varias veces al espíritu humano. En 1:17 Pablo pide
en oración que el Padre de gloria nos dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno
conocimiento de El. Para la vida de iglesia no se necesita una mente naturalmente
ingeniosa, sino un espíritu de sabiduría y de revelación.
En 2:22 Pablo vuelve a hablar del espíritu humano: “En quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Este versículo indica que la
morada de Dios está en nuestro espíritu. La morada de Dios es Su edificio, el Cuerpo de
Cristo. Por lo tanto, el espíritu es justo donde practicamos la vida de iglesia. Si deseamos
estar en la iglesia, la cual es el edificio de Dios, tenemos que estar en nuestro espíritu.
En 3:5 Pablo hace notar que el misterio de Cristo “es revelado a Sus santos apóstoles y
profetas en el espíritu”. El misterio oculto se revela a los apóstoles y a los profetas, pero
no a la mente de ellos, sino a su espíritu, el cual ha sido regenerado y en el cual mora el
Espíritu Santo de Dios. El hombre interior mencionado en el versículo 16 alude a este
espíritu. Nuestro hombre interior, o sea, nuestro espíritu regenerado por el Espíritu de
Dios y en el cual mora el Espíritu de Dios, necesita ser fortalecido con poder por el
Espíritu para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones.
En 5:18 Pablo da la siguiente exhortación: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay
disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Nos hace falta ser llenos de Cristo en
nuestro espíritu regenerado hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:19).
Por último, en 6:18 Pablo habla de orar “en todo tiempo en el espíritu”. Cada vez que
oremos, debemos hacerlo en nuestro espíritu.
Además, el libro de Efesios revela al Dios Triuno de una manera más completa que
cualquier otro libro de la Biblia. Efesios 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales
en Cristo”. Este versículo habla de Dios el Padre y de Cristo el Hijo. Aunque no se hace
mención explícita del Espíritu, éste queda implícito en las bendiciones espirituales.
Estas son bendiciones que provienen del Espíritu y que se experimentan en el Espíritu.
Por consiguiente, en un solo versículo tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu. En 2:18
vemos que por medio de El, del Hijo, tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre.
Aquí vemos una vez más, en un solo versículo, al Dios Triuno: el Hijo, el Espíritu y el
Padre. Por medio del Hijo y en el Espíritu, tenemos acceso al Padre. Esto habla de la
experiencia que tenemos del Dios Triuno con miras a la vida de iglesia.
En el capítulo tres también vemos al Dios Triuno. Pablo oró al Padre que nos concediera
el ser fortalecidos en el hombre interior por Su Espíritu, a fin de que Cristo hiciera Su
hogar en nuestros corazones. Aquí vemos al Padre, al Espíritu y a Cristo el Hijo. Según
el versículo 19, al final seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Por lo
tanto, el Espíritu nos fortalece, Cristo hace Su hogar en nosotros, y luego somos llenos
hasta toda la plenitud de Dios. Esta revelación del Dios Triuno no se encuentra en
ningún otro pasaje de las Escrituras.
En 4:4-6 también encontramos al Dios Triuno: el Espíritu (v. 4), el Señor (v. 5) y Dios el
Padre (v. 6). Esta secuencia es muy significativa. Primero tenemos al Espíritu, luego al
Hijo y después al Padre. En la vida del Cuerpo, la primera persona de la Deidad con la
que tenemos contacto es el Espíritu. Cuando tocamos al Espíritu, tocamos al Hijo; luego,
al tener al Hijo, tenemos al Padre, quien es el origen y la fuente de todo. El Padre es la
fuente, el Hijo es el caudal y el Espíritu es el fluir de ese caudal. Cuando participamos
del fluir, estamos en el caudal, y cuando estamos en el caudal, somos conducidos a la
fuente. Aquí tenemos la realidad del único Cuerpo, del único Espíritu, del único Señor y
del único Dios y Padre.
Efesios revela al Dios Triuno de esta manera porque este libro trata de la iglesia, la cual
es una entidad que se produce al impartirse el Dios Triuno en la humanidad. La iglesia
se produce sólo a medida que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se mezcla con
nosotros. Efesios nos presenta no sólo la doctrina de la Trinidad, sino también el
aspecto práctico de la misma, por el cual la Trinidad se imparte en el hombre. El Dios
Triuno no se revela como tal para que lo enseñemos como doctrina, sino para impartirse
en nuestro ser.
Además, la iglesia es el nuevo hombre, el cual tiene a Cristo como su vida y su persona.
Un cuerpo necesita vida, pero un hombre necesita una vida y una persona. Los árboles
tienen vida, pero no son personas, o sea, no tienen mente, voluntad ni parte emotiva. La
iglesia, por ser el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre, tiene a Cristo como vida y como
persona. Entender esto con respecto a la iglesia es fundamental.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SESENTA Y NUEVE
A diferencia de antes, Dios ahora es el Dios procesado. El realizó todo lo necesario para
poder entrar en nosotros como Espíritu vivificante. Ahora debemos creer en El e invocar
el nombre del Señor Jesús. Cuando hacemos esto, el Espíritu vivificante entra en
nuestro espíritu y como resultado se genera en nosotros la mezcla de la vida divina y la
humana. Esta mezcla produce la iglesia.
De todos los libros de la Biblia, el libro de Efesios contiene la revelación más completa
del Dios Triuno. Por ejemplo, en el capítulo tres Pablo menciona la plenitud de Dios (v.
19), las riquezas de Cristo (v. 8) y el poder del Espíritu (v. 16). La mención de la plenitud
deja implícito que las riquezas de todo lo que Dios es llegan a ser Su expresión.
Colosenses 2:9 declara que la plenitud de Dios habita en Cristo corporalmente, lo cual
significa que Cristo es la corporificación de la plenitud de Dios, la corporificación de
todo lo que Dios es. Cuando la plenitud de Dios está corporificada en Cristo, se hallan
allí las riquezas de Cristo. Las riquezas de Cristo se experimentan por medio del poder
del Espíritu. Por tanto, Cristo es la corporificación de la plenitud de Dios, y el Espíritu es
la misma realidad de las riquezas de Cristo. Para tener la plenitud de Dios debemos
poseer a Cristo; y para disfrutar de las riquezas de Cristo, debemos poseer al Espíritu.
ACCESO AL PADRE
En 2:18 se menciona a los Tres del Dios Triuno: “Porque por medio de El los unos y los
otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Por medio de Cristo el Hijo,
tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre. ¡Qué maravilloso! Observen que este
versículo no dice que tenemos acceso al Espíritu, sino que tenemos acceso al Padre. Aquí
la dirección de la comunión es del Espíritu a nosotros, y de nosotros al Padre. El
Espíritu es para nosotros, mientras que nosotros somos para el Padre. El Padre vino a
nosotros en el Hijo, y el Hijo entró en nosotros como Espíritu. Ahora, por medio del
Hijo, el Espíritu nos lleva al Padre. Esto tiene como fin que el Dios Triuno se imparta en
nosotros, lo cual produce la iglesia. Una vez más vemos que la iglesia se produce al
mezclarse el Dios Triuno con la humanidad.
RESPONDER AL ESPIRITU
Examinemos el caso de Saulo de Tarso, cuando éste iba camino a Damasco (Hch. 9). El
fue salvo cuando dijo las palabras: “¿Quién eres, Señor?” Al momento de ser salvo, Saulo
no conocía bien ni el evangelio, ni al Señor Jesús. Sin embargo, al pronunciar las
palabras: “¿Quién eres, Señor?”, fue cautivado por el Señor. Esto muestra que ser salvo
no depende principalmente de que entendamos el evangelio, sino de que toquemos al
Espíritu vivificante, quien es el Dios procesado que espera la oportunidad de entrar en
nosotros. Tener contacto con el Espíritu vivificante es como respirar. Lo importante no
es entender el aire, sino inhalarlo. Al inhalarlo, recibimos todos sus beneficios.
Este principio se puede aplicar a toda nuestra vida cristiana. Tomemos como ejemplo la
santidad. Nosotros no llegamos a ser santos por el mero hecho de aprender la doctrina
de la santidad, sino al contactar al Espíritu, quien es la esencia misma de la santidad. La
doctrina de la santidad no es la santidad misma; la santidad es una persona viviente, a
saber, el Dios procesado como Espíritu vivificante. Es posible conocer la doctrina de la
santidad y no tener la realidad de la santidad. La manera de ser santos consiste en tocar
al Espíritu vivificante. Es posible leer un libro acerca de la santidad, y no recibir nada de
santidad como resultado de leer el libro. En cambio, si el mismo tiempo que pasamos
leyendo el libro lo invertimos invocando el nombre del Señor, ciertamente
experimentaremos la santidad de Dios.
El libro de Efesios pone mucho énfasis en el espíritu mezclado, o sea, el espíritu humano
mezclado con el Espíritu divino. Efesios 1:17 dice: “Para que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno
conocimiento de El”. Entre los eruditos hay discrepancia en cuanto a la traducción de la
palabra griega traducida espíritu en este versículo. Algunos insisten en escribir la
palabra espíritu con mayúscula, porque para ellos se refiere al Espíritu Santo; mientras
que otros creen que debe referirse al espíritu humano. De hecho, el espíritu del que se
habla en este versículo es nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu de
Dios; es el espíritu humano mezclado con el Espíritu Santo. Dios nos da este espíritu
para que tengamos sabiduría y revelación a fin de conocerle a El y Su economía. Sin el
Espíritu Santo, nuestro espíritu no puede ser un espíritu de sabiduría y de revelación.
Pero tan pronto se mezcla el Espíritu Santo con nuestro espíritu, nuestro espíritu llega a
ser un espíritu de sabiduría y de revelación.
En 2:22 Pablo menciona de nuevo el espíritu mezclado: “En quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Este versículo también ha
sido motivo de controversia entre los traductores, pues algunos insisten en que el
espíritu mencionado aquí se refiere al Espíritu divino, mientras que otros afirman que
se refiere al espíritu humano. Pero en realidad, se refiere al espíritu mezclado, al espíritu
humano de los creyentes, en el cual mora el Espíritu Santo de Dios. El Espíritu de Dios
es Aquel que mora en los creyentes y no la morada misma; la morada es nuestro espíritu
humano. El Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu. Por consiguiente, el Espíritu
Santo no es la morada, o sea, no es el lugar en el cual uno mora, sino que El es el
Morador, Aquel que mora en los creyentes. La morada de Dios está en nuestro espíritu,
el espíritu humano mezclado con el Espíritu Santo.
En 3:5 Pablo dice que el misterio de Cristo “ahora es revelado a Sus santos apóstoles y
profetas en el espíritu”. Este espíritu es una vez más el espíritu mezclado. Cuando
nuestro espíritu se mezcla con el Espíritu divino, nuestro espíritu llega a ser el órgano en
el que se revela el misterio de Cristo.
EL HOMBRE INTERIOR
En 3:16 Pablo habla del hombre interior. El hombre interior se refiere a nuestro espíritu
regenerado. El espíritu del hombre puede ser regenerado únicamente al entrar en él el
Espíritu de Dios. Por consiguiente, el hombre interior mencionado en este versículo
también denota el espíritu humano que ha sido mezclado con el Espíritu Santo.
LLENOS EN EL ESPIRITU
En 5:18 Pablo nos exhorta a ser llenos en el espíritu. Ciertamente lo que Pablo quiere
decir es que debemos ser llenos del Espíritu Santo en nuestro espíritu.
ORAR EN EL ESPIRITU
En 6:18 Pablo nos insta a orar en todo tiempo en el espíritu. Según el contexto, el
espíritu aquí también se refiere al espíritu humano mezclado con el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo es la Palabra, la cual debemos tomar en el espíritu mediante la oración.
El Dios Triuno pasó por todo un proceso para llegar a ser el Espíritu vivificante. Como
tal Espíritu, El está cerca, presente y disponible. No obstante, El es santo, y nosotros
somos pecadores. ¿Cómo puede este Dios santo estar cerca de nosotros? La respuesta se
halla en el hecho de que el elemento de la redención está incluido en el Espíritu todo-
inclusivo. El enemigo, Satanás, sabe esto. Si él anunciara que Dios no tiene derecho a
estar cerca de personas pecaminosas, la sangre de Jesucristo de inmediato le testificaría
lo contrario. Antes de la encarnación de Cristo, el Espíritu de Dios no podía estar tan
cerca del hombre caído como lo está ahora, porque el Espíritu todavía no poseía el
elemento de la redención. La eficacia de la muerte redentora de Cristo, tipificada por las
ofrendas del Antiguo Testamento, se halla ahora en el Espíritu vivificante. Tal vez no sea
sino hasta que estemos en la Nueva Jerusalén que entenderemos totalmente lo que el
Espíritu es para nosotros. ¡Alabado sea el Señor porque este Espíritu es el Dios
procesado, quien ahora está cerca, presente, disponible y preparado para que lo
disfrutemos! Cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, recibimos al Espíritu.
Esto se debe a que el Espíritu es la realidad de Cristo.
En 1:13 Pablo dice: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el
evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa”. Este sello es el Espíritu vivificante. Al entrar en nosotros, el
Espíritu nos selló. Según 1:14, este sello es las arras, la prenda, la garantía, el anticipo,
de nuestra herencia. El disfrute completo será cuando gustemos totalmente de la
plenitud del Dios Triuno. Hoy el Espíritu vivificante nos da un anticipo del Dios Triuno,
el cual es nuestra porción.
En 4:30 vemos que es crucial que no contristemos el Espíritu. Antes bien, debemos
complacerlo siempre. Si el Espíritu que está en nosotros no está contento, tendremos
dificultades. Lo más importante en nuestra vida cristiana es no contristar al Espíritu. Si
uno es fiel en esto, será un creyente sobresaliente.
LA UNIDAD EN EL DIOS TRIUNO
Según 2:18, en un mismo Espíritu tenemos acceso al Padre por medio de Cristo. Cuando
el Espíritu entra en nosotros, El espontáneamente nos trae de regreso al Padre. En este
Espíritu somos realmente uno, y esta unidad es la vida adecuada de iglesia. Por lo tanto,
la iglesia es la unidad del Dios Triuno experimentada por todos los que se han mezclado
con El.
La profundidad del libro de Efesios radica en los versículos que hablan del espíritu
mezclado. La iglesia consta de la mezcla del Espíritu Santo, quien es el Dios procesado, y
la humanidad. Esto es superior a la espiritualidad, la santidad y la victoria. Si estamos
en esta unidad, innegablemente seremos espirituales, santos y victoriosos. Esta unidad
debe ser nuestra única meta. Si estamos en esta unidad, ¿qué necesidad tenemos de
buscar la espiritualidad, la santidad o la victoria? Al estar en esta maravillosa unidad,
tenemos todo eso y mucho más.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA
Hemos visto que el Espíritu divino se ha mezclado con el espíritu humano para producir
una sola entidad. La unidad producida por dicha mezcla constituye la vida de iglesia.
Puesto que la iglesia es producida por la mezcla de lo divino con lo humano, podemos
afirmar que la iglesia es un híbrido.
Los que han sido cristianos por varios años saben que Cristo, como Cordero de Dios,
murió en la cruz para quitar el pecado del mundo (Jn. 1:29). Además, en la cruz Cristo
crucificó al viejo hombre, destruyó a Satanás y juzgó al mundo. Esto quiere decir que
Cristo, al morir en la cruz, acabó con el pecado, con el viejo hombre —el cual incluye la
vieja naturaleza—, con Satanás y con el mundo. No obstante, pocos cristianos se dan
cuenta de que en la cruz Cristo también eliminó las ordenanzas. El juzgó los pecados y el
pecado para que nosotros fuéramos salvos; acabó con nuestra vieja naturaleza a fin de
liberarnos del viejo hombre; además, destruyó a Satanás para que obtuviéramos la
victoria sobre éste y le venciéramos; y puso fin al mundo con miras a que fuéramos
santos, santificados, separados del mundo. Pero, ¿con qué fin acabó El con las
ordenanzas? Lo hizo con el propósito de crear un solo y nuevo hombre. Los cristianos no
ven este punto porque se centran en la salvación, la santificación o la victoria
personales, y hacen caso omiso de la iglesia. Incluso muchos maestros de la Biblia no
enseñan que el libro de Efesios nos revela que Cristo abolió las ordenanzas a fin de
producir la iglesia. Esta es una de las revelaciones más importantes que el Señor ha
dado a la iglesia recientemente. Cristo no sólo murió para salvarnos, liberarnos,
santificarnos y darnos la victoria; El también murió para abolir las ordenanzas a fin de
crear la iglesia, el nuevo hombre.
Las ordenanzas, los mandamientos y la ley figuran en una misma categoría. Sin la ley,
no tendríamos mandamientos, los cuales dan lugar a las ordenanzas. En la cruz, Cristo
abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas.
Cristo abolió las ordenanzas para crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre; El no las
abolió para que fuéramos santos, espirituales o victoriosos. En cierto sentido, ni siquiera
abolió las ordenanzas para que fuéramos salvos; El las abolió a fin de que la iglesia
llegara a existir.
Sin embargo, si nos aferramos a las ordenanzas, seremos facciosos. Los cristianos se han
dividido principalmente a causa de las ordenanzas; incluso muchas denominaciones han
surgido por causa de ellas. ¿Tenemos la confianza de afirmar que no tenemos ninguna
ordenanza? Pocos podemos afirmarlo. Los jóvenes tienen sus ordenanzas, y los
mayores, las suyas. Las ordenanzas son la principal causa de los problemas que surgen
entre los que toman la delantera en las iglesias.
Por ejemplo, algunos cristianos tienen ordenanzas con respecto a hablar en lenguas.
Después de una reunión, un hermano vino a mí muy contento porque no le había
molestado cuando oyó a una hermana hablar en lenguas. Le dije a este hermano que su
gozo mostraba que todavía tenía conceptos respecto a hablar en lenguas. Por tanto, su
reacción no era totalmente positiva. Si él hubiera podido estar rodeado de personas que
hablaban en lenguas, sin tener ningún sentir al respecto, eso habría probado que no
tiene ninguna ordenanza en cuanto a este asunto.
Si deseamos tener la vida adecuada de iglesia, debemos abandonar todas las ordenanzas
y centrar todo nuestro ser en la mezcla del Espíritu divino con el espíritu humano. Sólo
en esta mezcla podemos disfrutar de una vida de iglesia genuina.
Las ordenanzas tienen una estrecha relación con la religión. Sin ordenanzas sería
imposible practicar una religión, pues ésta se compone de ordenanzas. Pero Cristo no
desea establecer una religión; lo que El desea es obtener el nuevo hombre. Con este fin
abolió en la cruz las ordenanzas. Tal vez algunos creyentes prefieren las reuniones
ruidosas, mientras que otros prefieren que sean silenciosas. Sin embargo, favorecer a
cualquiera de ellas equivale a tener ordenanzas. No debemos estar a favor de una sobre
la otra; nuestra predilección debe ser el Espíritu. Sin embargo, a causa de nuestra
naturaleza y la manera en que fuimos criados, tendemos a establecer ordenanzas de una
clase o de otra. Pero mientras haya ordenanzas, no tendremos la realidad de la vida de
iglesia. La vida de iglesia no consiste de ordenanzas, sino del Espíritu viviente.
EL CONTRASTE ENTRE
LAS ORDENANZAS Y EL ESPIRITU
Efesios 2:22 dice que la morada de Dios está en nuestro espíritu. Para que Dios tenga tal
morada es necesaria la edificación práctica del Cuerpo. Pero no podemos ser edificados
con otros creyentes si persistimos en guardar ciertas ordenanzas. Las ordenanzas
siempre causan división. Si algunas hermanas convierten el cubrirse la cabeza en una
ordenanza, se separarán de las hermanas que no se cubren la cabeza. Es posible que las
hermanas que están a favor de cubrirse la cabeza lo fomenten usando 1 Corintios 11
como base bíblica. Pero si estas hermanas insisten en su ordenanza, se separarán de
otras hermanas. En cambio, si todas las hermanas están en el Espíritu y no le dan
importancia a las ordenanzas, ellas serán edificadas juntamente.
En el cristianismo actual es raro oír mensajes sobre la edificación. A los cristianos por lo
general sólo les interesa la edificación individual, y no la edificación del Cuerpo. Por lo
general, edificar a alguien es educarlo, darle educación espiritual. Aunque muchos
prestan atención a tal educación, a ellos no les preocupa la edificación del Cuerpo de
Cristo. En el recobro del Señor, no nos concentramos en la edificación personal, sino en
la edificación corporativa. En 2:22 Pablo declara: “En quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. ¿Cómo podemos ser
edificados juntos en nuestras localidades si todavía nos aferramos a las ordenanzas? Es
imposible. Así como todos tenemos un rostro diferente, así también todos tenemos
diferentes ordenanzas. Pero, ¡alabado sea el Señor, porque a pesar de que cada uno tiene
un pasado diferente, tenemos una sola vida y un solo Espíritu! Por tanto, hoy en la vida
de iglesia no nos importan las ordenanzas; lo que nos interesa es el espíritu mezclado.
LA DOCTRINA HACE DAÑO A LA VIDA DE IGLESIA
En 4:14 Pablo habla del segundo elemento negativo que perjudica la vida de iglesia:
“Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de
enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”.
Pablo habla de enseñanza, o doctrina. En una religión no sólo hay ordenanzas, sino
también doctrinas. Notemos que en el versículo 14 Pablo no se refiere a las herejías, sino
a la doctrina, a la enseñanza. Aunque la doctrina parezca buena, ella nos puede apartar
de Cristo y la iglesia. Por muy positiva que una doctrina parezca, si nos distrae y nos
desvía de Cristo y la iglesia, debemos ser muy cautelosos con respecto a ella y no
recibirla. No aceptemos ni siquiera la mejor doctrina si ésta nos distrae de Cristo y la
iglesia. El Espíritu, y no la doctrina, es el que produce la iglesia. Con todo, en el
cristianismo actual abundan las doctrinas. Ahí se dan sermón tras sermón acerca de la
doctrina. Sin embargo, las doctrinas sin la vida, la cual está en el Espíritu, hace daño a la
vida de iglesia.
Los cristianos de hoy están divididos o por las ordenanzas o por las doctrinas. Las
denominaciones están establecidas conforme a ordenanzas o a doctrinas. Si se
erradicaran las ordenanzas y las doctrinas, no habría división y todos los creyentes
genuinos serían uno. Le agradecemos al Señor porque en Su recobro somos realmente
uno, a pesar de cuán diversos que sean nuestros trasfondos. Aun los ángeles malignos
reconocen nuestra unidad. Hemos desechado los elementos divisivos de nuestro pasado
y nos hemos reunido para ser uno en el Señor.
A través de los años hemos aprendido a dejar a un lado nuestras opiniones a fin de
guardar la unidad. En varias ocasiones nuestras opiniones han diferido, pero gracias a la
misericordia del Señor, las hemos desechado por causa de la unidad. La edificación del
Cuerpo la realiza el Espíritu, y no las doctrinas. Cuando nos empeñamos en mantener
nuestras opiniones doctrinales, nos apartamos de la realidad de Cristo, la cual es nada
menos que el Espíritu vivificante.
Debido a nuestra insistencia en que debemos hacer a un lado la doctrina por causa de la
edificación de la iglesia, tal vez se pregunten qué debemos hacer con la Biblia.
Sencillamente debemos acudir a ella, no para obtener conocimiento, sino para recibir
alimento espiritual. Según 6:17 y 18, debemos tomar la palabra de Dios por medio de
toda oración. En Mateo 4:4 el Señor Jesús le dijo al diablo cuando éste le tentó: “No sólo
de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Esto indica
que el Señor Jesús tomaba como pan la palabra de Dios, la cual se halla en las
Escrituras, y vivía por ella. La función de la palabra que sale de la boca de Dios es nutrir,
no principalmente dar conocimiento. Por lo tanto, cuando leamos la Palabra, debemos
ejercitar no sólo nuestra mente, sino especialmente nuestro espíritu, para ingerirla
como alimento.
Si nos ocupamos de la doctrina, nos dividiremos. Los que estamos en el recobro del
Señor debemos entender claramente que no estamos aquí por las ordenanzas ni por las
doctrinas, sino por el Espíritu viviente, el cual es la realidad de Cristo. Si nos ocupamos
fielmente de la realidad de Cristo y nos desprendemos de las doctrinas y ordenanzas, no
nos dividiremos jamás.
En el pasado hubo entre nosotros algunos disidentes. Ellos permanecieron con nosotros
por algún tiempo, pero luego empezaron a insistir en cierta doctrina, y al ver que no la
aceptamos, se fueron. Nuestra única postura ha sido y sigue siendo Cristo y la iglesia, y
no ninguna doctrina.
Cuando decimos que lo único que nos interesa es el Espíritu viviente y no la doctrina,
eso no significa que no creamos en la Biblia. Nosotros creemos en la Biblia al menos
igual que los demás creyentes, si no más. Lo único es que para nosotros la Biblia es más
que letra impresa; pues es la Palabra viva. Si algunas hermanas, después de leer 1
Corintios 11, son motivadas por el Señor a cubrirse la cabeza, estamos agradecidos y
valoramos ese deseo, pero de ninguna manera haríamos de esto la doctrina de cubrirse
la cabeza. Según el mismo principio, si algunos hermanos o hermanas sienten que han
envejecido espiritualmente y desean ser sepultados volviéndose a bautizar, estamos
dispuestos a hacerlo. Sin embargo, no haríamos de esto la doctrina de bautizarse más de
una vez. Pasa lo mismo con el hecho de quemar cosas mundanas o inadecuadas. Si
algunos son guiados por el Señor a quemar ciertos artículos, tienen la libertad de
hacerlo; pero no deben hacer de ello una doctrina. De hecho, ni siquiera Cristo y la
iglesia son una doctrina para nosotros; antes bien, Cristo y la iglesia son una maravillosa
realidad.
Me doy cuenta de que el futuro del recobro está con los jóvenes, y sin duda, para la
propagación del mismo en este país y a otros lugares, el Señor se valdrá principalmente
de ellos. Por lo tanto, en presencia del Señor, les exhorto a los jóvenes que se den cuenta
cuán importante es tener claro que en el recobro no estamos en pro de ninguna
ordenanza ni doctrina; nuestro interés está puesto en el Espíritu vivificante, quien es la
realidad de Cristo. Nosotros no tomamos la Biblia como un libro de doctrina; más bien,
tomamos la Palabra como espíritu y vida. En Efesios 2 vemos un contraste entre las
ordenanzas y el Espíritu; mientras que en el capítulo cuatro, vemos un contraste entre la
doctrina y la realidad de Cristo que produce el crecimiento en vida para la edificación
del Cuerpo. Las ordenanzas forman una pared de separación, mientras que la doctrina
es un viento que aparta a las personas de la edificación del Cuerpo. Tanto el capítulo dos
como el capítulo cuatro muestran que Pablo se ocupaba en la edificación de la iglesia.
Cuando nuestro único interés sea el Espíritu, seremos edificados como morada de Dios
en nuestro espíritu. Del mismo modo, si le damos importancia únicamente a la realidad
de Cristo, experimentaremos el crecimiento en vida necesario para la edificación del
Cuerpo en amor. Por tanto, en el recobro del Señor debemos proclamar que no nos
interesan las ordenanzas ni las doctrinas. Nosotros tomamos la Palabra como revelación
y como alimento, y no nos interesa la doctrina. Nos damos cuenta de que en los siglos
pasados, las doctrinas y las ordenanzas han dividido e incluso denominado al pueblo de
Dios. Por ello, nuestro único énfasis debe ser el Espíritu y la realidad de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y UNO
Antes de considerar lo que significa despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo,
el cual es la iglesia (4:22-24), debemos ver que el hecho de que las ordenanzas fueron
abolidas con miras a que se creara el nuevo hombre es parte integral del evangelio. Muy
pocos cristianos se dan cuenta de que esto tiene que ser proclamado como parte del
evangelio. Refiriéndose a Cristo, el versículo 17 del segundo capítulo dice que Cristo
“anunció la paz como evangelio”. Esto indica que lo que Pablo presenta en Efesios 2:12-
22 tiene que ver con el evangelio.
EL EVANGELIO COMPLETO
El versículo 14 dice que Cristo es nuestra paz. Esta paz no es la paz entre nosotros y
Dios, sino la que ahora reina entre nosotros y los demás creyentes, en particular, entre
los creyentes judíos y los creyentes gentiles. Cristo, nuestra paz, ha hecho de los judíos y
los gentiles una sola entidad al derribar la pared intermedia que los separaba. En Su
carne, El abolió la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas,
para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre (vs. 14-15). De esta manera El
hizo la paz entre los gentiles y los judíos.
El versículo 17 dice: “Y vino y anunció la paz como evangelio a vosotros que estabais
lejos y también paz a los que estaban cerca”. El sujeto de este versículo es Cristo. El día
que escuchamos el evangelio, Cristo vino como Espíritu a predicarnos las buenas nuevas
de la paz que El había logrado en la cruz.
En los versículos del 18 al 22 vemos que ahora tenemos acceso al Padre, que somos
conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, que estamos edificados
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, que todo el edificio va creciendo para
ser un templo santo en el Señor, y que estamos siendo edificados juntamente para ser
morada de Dios en el espíritu. Todos estos versículos indican que una parte integral del
evangelio consiste en el hecho de que las ordenanzas fueron abolidas para producir la
iglesia.
Muchos podemos dar testimonio de que sin la vida de iglesia, nuestra vida humana
carecería de sentido. Aunque ya fuimos salvos y regenerados para llegar a ser hijos de
Dios, sin la iglesia nuestra vida no tendría sentido. ¿Estaría usted satisfecho con sólo
comer, dormir, trabajar, dedicar algún tiempo para orar, leer la Biblia y, de vez en
cuando, hablarles de Cristo a otros? Por mi propia experiencia, puedo testificar que sin
la vida de iglesia, no tengo deseos de vivir. Esto indica que si no experimentamos la vida
de iglesia de una manera práctica, aunque seamos salvos, carecemos de algo vital. El
evangelio completo, el evangelio perfecto y máximo, tiene que incluir la vida de iglesia.
La mayoría de los cristianos, sin embargo, no tiene un evangelio completo porque no ve
que el evangelio incluye la abolición de las ordenanzas, cuyo fin es la creación del nuevo
hombre. Hoy los que estamos en el recobro del Señor no debemos predicar un evangelio
parcial, sino el evangelio íntegro, el evangelio completo.
Muchos cristianos sólo predican el primer aspecto del evangelio, es decir, la redención
efectuada por la sangre de Cristo. Algunos también predican el segundo aspecto: el ser
salvos por la vida de Cristo (Ro. 5:10). Otro aspecto del evangelio consiste en disfrutar
las riquezas de Cristo. En Efesios 3:8 Pablo dice que a él le había sido dada la gracia de
“anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. El aspecto
final del evangelio es lo que vemos en Efesios 2, a saber, que Cristo abolió las
ordenanzas para crear un solo y nuevo hombre, la iglesia. El fin de la redención, la vida y
el disfrute que tenemos de las riquezas de Cristo es la iglesia. Por tanto, la meta final del
evangelio es la iglesia, el nuevo hombre. Alabamos al Señor por mostrarnos que,
conforme al libro de Efesios, el evangelio incluye la creación del nuevo hombre.
Ya examinamos dos cosas negativas que perjudican la vida de iglesia, a saber, las
ordenanzas y la doctrina. Ahora llegamos al tercer elemento negativo: el viejo hombre.
Algunos cristianos interpretan que el viejo hombre mencionado en 4:22 representa la
vieja naturaleza. Esto es cierto, pero también conlleva algo más. Efesios 4:22 indica que
el viejo hombre lo incluye todo, pues dice: “Que en cuanto a la pasada manera de vivir,
os despojéis del viejo hombre, que se va corrompiendo conforme a las pasiones del
engaño”. En este versículo Pablo nos exhorta a que, en lo que respecta a nuestra pasada
manera de vivir, nos despojemos del viejo hombre. La pasada manera de vivir incluye
todo lo que tiene que ver con nosotros: lo que somos, lo que tenemos, nuestra vida
familiar y nuestra vida social. Lo que Pablo quiere decir es que tenemos que despojarnos
de todo lo que somos, lo que hacemos y lo que tengamos. Debemos despojarnos de
nuestra propia manera de vivir.
El viejo hombre, con todo lo que procede de él, es dañino para la vida de iglesia. Donde
esté el viejo hombre, ahí no habrá iglesia. Esto significa que lo que somos, lo que
tenemos y lo que hacemos imposibilita la vida de iglesia.
Las ordenanzas, las doctrinas y el viejo hombre son los tres elementos negativos
principales que hacen daño a la vida de iglesia. Si tenemos ordenanzas, la vida de iglesia
desaparecerá. Si nos ocupamos de las doctrinas, no será posible tener una vida adecuada
de iglesia. Además, si seguimos viviendo conforme al viejo hombre, la vida de iglesia
será seriamente dañada, e incluso se le dará fin. Sin embargo, si no tenemos ordenanzas
ni doctrinas y si nos despojamos del viejo hombre con su pasada manera de vivir,
tendremos una vida de iglesia maravillosa, una vida de iglesia que será una miniatura de
la Nueva Jerusalén, la cual se manifestará en el cielo nuevo y la tierra nueva. En una
vida de iglesia así es imposible que haya divisiones.
Quisiera decir una vez más que en el recobro del Señor no estamos en pro de ordenanzas
ni de doctrinas. Lo que tenemos es un profundo respeto por la Palabra de Dios y, por la
misericordia del Señor, nunca quebrantaremos Su Palabra. Sin embargo, no tomamos la
Biblia como mera doctrina. Es muy distinto guardar la Palabra de una manera viva, a
convertir sus revelaciones en doctrinas. Debemos tomar la Palabra como alimento para
crecer en vida; no lo utilicemos como un libro de doctrinas y ordenanzas. Aunque
prefiero arrodillarme cuando oro, no hago de esto una formalidad ni una ordenanza que
otros deben seguir; más bien, cuando me arrodillo para orar, lo hago en el espíritu.
Si de verdad nos hemos despojado del viejo hombre, con dificultad otros intentarán
describirnos. Pero si nos pueden describir con facilidad, eso significa que
probablemente no nos hemos despojado del viejo hombre. No debemos ser ni soberbios
ni humildes; de hecho, no debemos ser nada. Entonces seremos útiles en la vida de
iglesia.
Por causa de la vida de iglesia, no sólo debemos despojarnos del viejo hombre, sino que
también debemos vestirnos del nuevo. El nuevo hombre es la vida de iglesia práctica, la
cual es Cristo como Espíritu vivificante, mezclado con nuestro espíritu de manera
corporativa. Vestirnos de la vida de iglesia como nuevo hombre equivale a vestirnos de
la entidad producida por la mezcla del Espíritu divino y el espíritu humano. En esta
entidad maravillosa, en el nuevo hombre, no hay ordenanzas ni nada que pertenezca al
viejo hombre; sólo existe Cristo como Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien está
mezclado con nuestro espíritu.
NO CONTRISTAR AL ESPIRITU
En 4:30 Pablo nos exhorta a no contristar al Espíritu Santo de Dios. Una de las
principales formas de contristar al Espíritu es no darle importancia a la vida de iglesia.
Por ejemplo, no asistir a las reuniones de la iglesia podría contristar al Espíritu. Muchos
contristan al Espíritu al negarse a funcionar en las reuniones. A menudo sienten en su
espíritu que deben decir algo o invocar el nombre del Señor, pero se resisten a hacerlo.
En situaciones como éstas contristan al Espíritu Santo de Dios. Además, es posible
contristar al Espíritu de muchas maneras en nuestra vida diaria. Nuestro diario vivir
debe ser parte del nuevo hombre, parte de la vida de iglesia. En lugar de tratar de ser
humildes y bien portados, debemos vestirnos de la vida de iglesia de una manera
práctica. ¡Qué maravilloso sería si día tras día todos experimentáramos a Cristo como al
Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien se mezcla con nuestro espíritu de manera
corporativa!
EL REBOSAMIENTO QUE RESULTA
DE SER LLENOS INTERIORMENTE
En 5:18 Pablo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien,
sed llenos en el espíritu”. Debemos dejarnos llenar del Dios Triuno en nuestro espíritu
regenerado, hasta la medida de toda la plenitud de Dios, lo cual hará que rebosemos
cantando, alabando y siendo sumisos. Esto no será el producto de nuestro esfuerzo, sino
el espontáneo rebosamiento que resulta de ser llenos interiormente. Si nos llenamos en
nuestro espíritu de todo lo que Dios es, inevitablemente experimentaremos este
rebosamiento.
Este lavamiento no elimina la impureza; más bien, quita las manchas y las arrugas. Las
arrugas provienen de la vejez, y las manchas, de las heridas. La iglesia necesita ser
lavada para que se quite tanto la vejez como las heridas. La eficacia de este lavamiento
no proviene de la sangre de Cristo, sino del agua que se halla en la Palabra. La sangre
quita el pecado y las impurezas, mientras que el agua en la palabra elimina las arrugas y
las manchas, es decir, la vejez y las ofensas.
La manera de ser lavados por el agua en la palabra se presenta en 6:17 y 18. En estos
versículos Pablo nos exhorta a recibir “la espada del Espíritu, el cual es la palabra de
Dios; con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu”. Esto indica que
debemos orar-leer la Palabra, es decir, debemos ingerir la Palabra viva recibiéndola en
lo más profundo de nuestro ser al orar en el espíritu. Esto equivale a ejercitar nuestro
espíritu para recibir la Palabra por medio de la oración. Si hacemos esto, la Palabra no
sólo será el alimento que nos nutre, sino también el agua que nos lava y nos purifica de
toda vejez y de toda herida.
En la vida de iglesia es necesario relacionarnos unos con otros; sin embargo, cuanto más
estamos juntos, más nos agraviamos unos a otros. Si algún hermano viviera conmigo
por algunos días, no hay duda de que yo lo lastimaría a él y él a mí. La única manera de
quitar las manchas producidas por dichas heridas es experimentar el lavamiento del
agua en la Palabra. Si nuestras heridas no son lavadas por el agua que está en la Palabra,
es probable que nos sintamos ofendidos y desanimados, e incluso deseemos abandonar
la vida de iglesia. Pero si ejercitamos nuestro espíritu y oramos-leemos la Palabra,
absorbiéndola así en lo más recóndito de nuestro ser, experimentaremos el lavamiento
del agua en la Palabra, y todas nuestras manchas desaparecerán. Además, este
lavamiento nos hará crecer, y mediante este crecimiento seremos edificados con otros.
En el recobro del Señor, no hay lugar para las ordenanzas, las doctrinas ni el viejo
hombre. Si todavía nos aferramos a estos elementos negativos, no tendremos parte en la
vida de iglesia. A nosotros sólo nos interesan el Cristo vivo y la Palabra viva. Cuando
leemos la Palabra no sólo ejercitamos nuestra facultad mental para estudiarla y adquirir
conocimiento de ella, sino que también ejercitamos nuestro espíritu para orarla y
tomarla como el Espíritu vivificante, a fin de alimentarnos y lavarnos. De esta manera
creceremos corporativamente y seremos edificados. Es por medio de este proceso que el
Señor Jesús cumplirá lo que profetizó en Mateo 16:18, cuando dijo: “Edificaré Mi
iglesia”. Entonces tendremos la realidad y el disfrute del evangelio completo, el
evangelio de Cristo y la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y DOS
Lectura bíblica: Ef. 1:4-5, 7, 13-14, 17-18; 2:4-6, 8, 10, 13, 16; 3:16-17, 19; 4:4, 7, 12-13,
15-16, 23; 5:26, 29; 6:11-13
En este mensaje estudiaremos más de treinta aspectos relacionados con la obra que Dios
realizó con respecto a la iglesia. En su mayoría, estos aspectos son expresados como
verbos en varios versículos a lo largo del libro de Efesios.
NOS ESCOGIO
En 1:4 Pablo dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”. Dios nos escogió en la eternidad
pasada, cuando concebía Su plan de tener la iglesia. El hecho de que fuéramos escogidos
en la eternidad significa que nuestra salvación comenzó antes de la fundación del
mundo y antes de que existiera el tiempo. La palabra “escogidos” da a entender que
algunos fueron elegidos y otros no. ¡Alabado sea el Señor porque nosotros estamos entre
los elegidos! Si nos volvemos a nuestro espíritu y tenemos contacto con el Señor
respecto a este asunto, nos daremos cuenta de que así como Dios es eterno, el hecho de
que El nos escogió también está relacionado con la eternidad.
NOS PREDESTINO
Efesios 1:5 dice que fuimos predestinados para filiación. La palabra griega traducida
“predestinándonos” quiere decir que fuimos marcados de antemano. Dios, en la
eternidad pasada y mediante Su presciencia, nos marcó a nosotros de entre un
sinnúmero de personas. Debido a que fuimos marcados desde antes de la creación del
universo, no podemos escaparnos de Dios. Quizás nosotros pensemos abandonarlo a El,
pero El nunca nos abandonará. Lo que Dios hace con nosotros no lo iniciamos nosotros
en el tiempo; El lo inició en la eternidad.
NOS AMO
Dios, después de escogernos y predestinarnos, nos creó en Adán. Pero nosotros los
hombres que El creó, caímos. Con todo, Dios nos siguió amando. En 2:4 Pablo habla del
gran amor con el cual Dios nos amó. El nos amó aun cuando estábamos muertos en
delitos y pecados, cuando seguíamos la corriente de este mundo, conforme al príncipe
de la potestad del aire (2:1-2). En 5:25 Pablo declara que Cristo amó a la iglesia y se dio
a Sí mismo por ella. Por consiguiente, no sólo somos los escogidos y predestinados, sino
también los amados.
La Biblia subraya el amor que Dios nos tiene especialmente después de que caímos;
Efesios 2 confirma este hecho. Aun después de que nos convertimos en hijos de
desobediencia, Dios nos siguió amando. Nuestra caída le dio la oportunidad de
mostrarnos Su amor.
NOS LLAMO
En 4:4 Pablo dice que fuimos llamados en una misma esperanza de nuestra vocación.
Muchos de nosotros sabemos el momento y el lugar exacto en que fuimos llamados.
Todavía recuerdo aquella tarde en que Dios me llamó. Dios vino a mí, concediéndome
Su amorosa visita, y me llamó. Desde ese momento fui capturado por el Señor. Los que
hemos sido capturados, no podemos alejarnos de El; aunque lo intentemos,
sencillamente no podemos. Si nos apartamos temporalmente, con el tiempo El nos hará
volver. El hecho de que no podamos alejarnos del Señor prueba que fuimos llamados
por El.
NOS REDIMIO
En 1:7 Pablo habla de la redención, diciendo: “En quien tenemos redención por Su
sangre, el perdón de los delitos según las riquezas de Su gracia”. La redención es parte
de la obra que Dios realiza por la iglesia.
NOS RECONCILIO
Dios también nos reconcilió consigo mismo (2:16). Necesitábamos ser reconciliados
porque éramos enemigos de Dios y nos habíamos rebelado en contra de El. Había
enemistad entre nosotros y Dios, pero mediante la muerte del Señor en la cruz, fuimos
salvos de nuestra condición caída y fuimos reconciliados con Dios. ¡Alabado sea el Señor
porque no hay nada que nos separe de El! Posiblemente todavía seamos débiles, pero
estamos reconciliados. Cuando tenemos comunión con el Señor, nos sentimos
contentos; pero cuando perdemos contacto con El, nos sentimos tristes. No obstante, sin
importar cómo nos sintamos, fuimos reconciliados con El.
NOS SALVO
En 2:8 Pablo nos dice: “Por gracia habéis sido salvos por medio de la fe”. Antes de ser
salvos, disfrutábamos ciertos entretenimientos mundanos, pero después de recibir la
salvación, nuestros gustos cambiaron espontáneamente. Si volviéramos a participar de
las cosas que nos gustaban antes de ser salvos, nos parecerían muy diferentes. ¡Qué
tremenda diferencia hace la salvación de Dios!
NOS AGRACIO
Pablo, usando la forma verbal de la palabra griega que significa gracia, declara en 1:6
que Dios “nos agració en el Amado”. Dios nos puso en una posición de gracia para que
seamos objetos de Su gracia y Su favor, a fin de que disfrutemos de todo lo que Dios es
para nosotros. Algunas versiones dicen que Dios nos favoreció. El nos agració, nos
favoreció, en el Amado.
En 2:5 vemos que Dios nos dio vida juntamente con Cristo. Por ser enemigos de Dios,
necesitábamos ser reconciliados con El; por estar perdidos, necesitábamos ser salvos; y
por estar muertos en delitos y pecados, necesitábamos que El nos diera vida. Cuando
invocamos el nombre del Señor Jesús, recibimos al Espíritu de vida, lo cual nos vivificó.
Cuando Cristo entró en nosotros, El tenía consigo la vida divina. De esta manera, nos
vivificó. Al ser la vida dentro de nuestro ser, nos vivifica. La vida con la cual somos
vivificados incluye la ley de vida, el sentir de vida, la comunión de vida y todos los demás
aspectos relacionados con la experiencia de vida.
NOS RESUCITO
En 2:6 vemos que fuimos resucitados juntamente con Cristo. No solamente estábamos
muertos, sino también sepultados. Por lo tanto, Dios no sólo nos vivificó, sino que
también nos resucitó de entre los muertos. ¡Alabado sea el Señor porque nos levantó de
la sepultura!
NOS SENTO
En 2:6 vemos que Dios también “nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo
Jesús”. Muchos cristianos esperan ir al cielo, pero de hecho ya estamos en el cielo. En
Cristo, Dios nos hizo sentar a todos en los lugares celestiales de una vez y para siempre.
Esto se llevó a cabo cuando Cristo ascendió a los cielos, y es el Espíritu de Cristo quien
nos lo aplica. Hoy experimentamos esta realidad en nuestro espíritu, por la fe en el
hecho cumplido. Si genuinamente ejercitamos nuestro espíritu, sentiremos que estamos
sentados en los lugares celestiales y desde ahí veremos lo que ocurre en la tierra. Pero si
en lugar de ejercitar nuestro espíritu ejercitamos nuestros razonamientos naturales,
sentiremos que estamos en la tierra. Con todo, según la revelación de las Escrituras,
estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales.
NOS COMPRO
Efesios 1:13 dice que fuimos “sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Este
versículo indica que Dios nos selló; El nos puso Su sello. Este sello es el propio Espíritu
Santo. Después de comprarnos con la sangre de Cristo, Dios nos selló. Puesto que
fuimos sellados, llevamos una marca, la imagen de Dios. Aunque tal vez caigamos y nos
contaminemos, nada puede quitar de nosotros este sello, esta marca.
En 1:14 Pablo dice que hemos llegado a ser la posesión de Dios, la posesión adquirida.
Siempre debemos tener presente que le pertenecemos a El.
Por un parte, le pertenecemos a Dios, y por otra, El nos pertenece a nosotros. Puesto que
le pertenecemos, somos sellados y poseídos por El; y ya que El es nuestro, hemos
recibido la garantía de que El es nuestra porción, nuestra herencia. Nuestra herencia no
tiene nada que ver con cosas materiales; es el propio Dios, y tenemos al Espíritu Santo
como la garantía, las arras, el pago inicial, el depósito, el anticipo y la muestra, de
nuestra herencia.
NOS CREO
En Efesios 2:10 dice: “Porque somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para
buenas obras”. Este versículo no habla de la primera creación, sino de la segunda, la
creación del nuevo hombre. Todos nosotros fuimos creados como la obra maestra de
Dios, el poema de Dios. La palabra griega traducida “obra maestra” significa aquello que
ha sido hecho, una obra de artesanía, o algo que ha sido escrito o compuesto como
poema. La iglesia es un poema escrito por Dios. En el universo no hay nada más
significativo que la iglesia. La iglesia, el nuevo hombre corporativo, es la obra maestra
de Dios.
En Efesios se usa tres veces la palabra creada con relación a la iglesia. Además de 2:10,
se usa en 2:15, que dice que Cristo abolió la ley de los mandamientos expresados en
ordenanzas para crear un solo y nuevo hombre. En 4:24 se nos dice que el nuevo
hombre fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Desde el punto de
vista humano, en la iglesia hay muchas deficiencias y fallas, pero desde la perspectiva de
Dios en la eternidad, la iglesia es un producto terminado, algo que Dios ya realizó. Dios
está satisfecho y puede gloriarse ante Su enemigo, diciéndole: “Satanás, por mucho que
te esfuerces, Yo ya terminé Mi obra, ya produje un solo y nuevo hombre”. A los ojos de
Dios, la iglesia ya está edificada.
Efesios 2:13 dice: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais
lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. En otro tiempo estábamos
lejos de Dios y distanciados los unos de otros, pero en Cristo Jesús, Dios nos hizo
cercanos. Antes de ser salvos y de ser hechos cercanos, no podíamos decir que éramos
hermanos o hermanas. Pero ahora tenemos el profundo sentir de que en Cristo estamos
más cerca los unos de los otros que de nuestros hermanos y hermanas en la carne.
NOS ALUMBRA
Si deseamos ser alumbrados, tenemos que volvernos al espíritu. Según 1:17 y 18, la
iluminación está ligada al espíritu de sabiduría y de revelación, el cual nos conduce al
pleno conocimiento de Dios. Si permanecemos en nuestra mente natural, estaremos en
tinieblas; pero si nos tornamos a nuestro espíritu regenerado, seremos alumbrados.
Me preocupan las personas que no abren su ser en las reuniones. Cerrarse de esta
manera es estar en tinieblas. Debemos abrirnos diciendo algo de parte del Señor en las
reuniones. Cuando nos volvemos de nuestros razonamientos a nuestro espíritu, somos
iluminados. Nosotros nos levantamos, y Cristo nos alumbra. Cuando nos ponemos de
pie y expresamos algo, la luz resplandece sobre nosotros y somos iluminados. Cuanto
más seamos iluminados, más experimentaremos la obra que Dios realizó con respecto a
nosotros.
NOS FORTALECE
En el capítulo tres Pablo oró para que nuestro hombre interior, nuestro espíritu
regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo, fuera fortalecido con poder (v. 16).
Cuando somos alumbrados, nos damos cuenta de que nuestro hombre interior necesita
ser fortalecido.
MORA EN NOSOTROS
Nuestro hombre interior necesita ser fortalecido para que Cristo haga Su hogar en
nuestros corazones (3:17). Que Cristo haga Su hogar en nosotros significa que El mora
en nosotros. Cristo, Aquel que es viviente, desea morar en nosotros, desea llenar consigo
mismo cada parte de nuestro ser. Cada parte de nuestro ser interior debe ser un hogar
para Cristo de tal manera que El nos ocupe plenamente.
Cuando Cristo haga Su hogar en nosotros, disfrutaremos a El como el amor que no tiene
límite. En las palabras de 3:17, seremos “arraigados y cimentados en amor”. Somos
arraigados en Cristo con el fin de crecer, y somos cimentados en El con el fin de ser
edificados.
SOMOS LLENOS
Cuando somos fortalecidos en nuestro hombre interior, cuando Cristo hace Su hogar en
nuestros corazones, y cuando somos arraigados y cimentados en amor, somos llenos
hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:19). Es en nuestro espíritu que somos
llenos hasta la medida de toda la plenitud del Dios Triuno y que llegamos a ser Su
expresión.
SOMOS DOTADOS
En 4:7 Pablo dice: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida
del don de Cristo”. Puesto que cada miembro ha recibido gracia, cada miembro es un
don para el Cuerpo de Cristo. Por muy insignificantes que seamos, todos somos dotados.
No debemos pensar que Pedro, Jacobo, Juan y Pablo eran dotados, pero que nosotros
no. Puesto que todos somos dotados, todos debemos funcionar en las reuniones.
Muchas veces, lo que expresa un anciano no ayuda tanto como cuando lo dice otro
santo. Dios ha efectuado una obra completa a nuestro favor. En vista de dicha obra,
todos debemos aprender a cumplir nuestra función. Después de todo lo que hemos
abarcado hasta ahora, no tenemos ninguna excusa para no funcionar. ¿Acaso no es
verdad que todas estas maravillas se han efectuado por nosotros? Dios nos escogió, nos
predestinó, nos amó, nos llamó, nos redimió, nos reconcilió, nos salvó, nos agració, nos
vivificó, nos resucitó, nos sentó, nos compró, nos selló, nos poseyó, nos dio una garantía,
nos creó, nos hizo cercanos, nos alumbró, nos fortalece, mora en nosotros, nos arraigó,
nos cimentó y nos llena. ¿Será posible tener todo esto y no ser dotado? Por supuesto que
no. ¡Alabado sea el Señor porque todos somos dotados!
Ya mencionamos varias veces que el Señor aborrece las obras de los nicolaítas (Ap. 2:6),
o sea, que El detesta el sistema de clérigos y laicos, el cual es una abominación ante El.
No obstante, muchos creyentes, debido a la influencia del cristianismo degradado, aún
no funcionan en las reuniones. Si queremos deshacernos de esta influencia, todos
debemos aprender a ejercer nuestra función.
SOMOS PERFECCIONADOS
En 4:12 Pablo habla del perfeccionamiento de los santos. La palabra griega traducida
“perfeccionar” también puede traducirse equipar. Como personas dotadas, nos
perfeccionamos y nos equipamos mutuamente con nuestros dones. Tal vez algunos
argumenten que sólo los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros pueden
perfeccionar a los santos. Sin embargo, el versículo 16 alude a todas las coyunturas del
rico suministro y a la operación de cada miembro en su medida. Todos formamos parte
del Cuerpo, y si ejercemos nuestra función, ayudaremos a otros a ser perfeccionados.
Además, al funcionar, somos los primeros en ser perfeccionados. Cada vez que ministro
la Palabra, yo soy el primero en recibir el beneficio de mi ministerio. Todos necesitamos
funcionar y así perfeccionar a otros y a nosotros mismos. Si usted siente que ha sido
perfeccionado cuando ha funcionado, esto indica que otros también lo han sido. Ojalá
que todos nos perfeccionemos unos a otros.
CRECEMOS
Según 4:16 el Cuerpo está bien unido. La meta de esto es la edificación. La medida en
que hemos sido unidos a otros depende de nuestro perfeccionamiento y crecimiento. Al
ser alimentados, crecemos, y por medio del crecimiento llegamos a estar bien unidos a
los santos.
ESTAMOS ENTRELAZADOS
Además, en 4:16 vemos que estamos entrelazados. Esto está estrechamente relacionado
con estar unidos. Sin embargo, ser entrelazado alude más a una adherencia. Es
necesario que nos adhiramos unos a otros. Cuando nos unimos y somos entrelazamos,
somos edificados. Una vez que hemos sido edificados en la vida de iglesia, será muy
difícil irnos de la iglesia. Esto es totalmente distinto a afiliarnos a una denominación.
Nosotros no nos afiliamos a la iglesia; más bien, llegamos a ser la iglesia al ser
edificados. A los que han sido edificados en la iglesia, nada los puede expulsar ni apartar
de la iglesia.
SOMOS RENOVADOS
Efesios 4:23 habla de ser renovados en el espíritu de nuestra mente. Todos necesitamos
ser renovados. Es imprescindible que el viejo elemento sea eliminado, y un nuevo
elemento sea forjado en nosotros. El viejo elemento, el de Adán, es eliminado y
reemplazado por el elemento eterno, el elemento de Cristo.
SOMOS SANTIFICADOS
Según 5:26, Cristo santifica a la iglesia. Ser santificado significa que la naturaleza divina
se forja en la naturaleza humana. Usemos de nuevo el ejemplo del té. Cuando el té se
añade al agua, el agua es té-ificada. Según el mismo principio, cuando el elemento
divino se agrega a nosotros, somos santificados. Cristo, el “té” celestial, se forja en
nosotros. Ser santificado no consiste en vestirse o peinarse de cierto modo. Estos son
cambios meramente externos. No estoy a favor del pelo largo ni del pelo corto, sino de
un corte de pelo santificado. Cuando el elemento de Dios se forja en nuestro ser, somos
verdaderamente santificados.
SOMOS PURIFICADOS
En 5:26 vemos que Cristo purifica a la iglesia por el lavamiento del agua en la Palabra.
Este lavamiento nos purifica de toda arruga, causada por la vejez, y de toda mancha,
causada por las heridas. Esta purificación es una purificación metabólica, en la que un
nuevo elemento se añade a nosotros y reemplaza al elemento viejo.
En 5:29 Pablo hace notar que Cristo también sustenta y cuida con ternura a la iglesia.
Sustentar es alimentar; y cuidar con ternura es criar con un amor tierno y abrigar con un
cuidado tierno. Una madre sustenta a su hijo dándole alimento saludable. Además, lo
cuida con ternura al abrazarlo con amor. Cuando Cristo nos cuida con ternura, El nos
abraza, nos tranquiliza y nos consuela, así como una madre, con un tierno abrazo,
tranquiliza a su hijo.
NOS VESTIMOS DE LA ARMADURA
Por último, según 6:11 y 13, debemos armarnos, o sea, vestirnos de toda la armadura de
Dios, a fin de estar firmes contra las estratagemas del diablo. Ponernos una armadura es
prepararnos para la batalla. Cuando nos armamos de toda la armadura de Dios, nos
convertimos en el ejército de Dios, que pelea la batalla por causa de Su propósito y Su
reino.
Si queremos llevar una vida de iglesia adecuada, debemos experimentar cada aspecto de
la obra de Dios mencionado en este mensaje. Debemos orar sobre cada uno de ellos,
orar-leer los versículos que hablan de ellos, hasta que cada aspecto se convierta en
nuestra realidad. Que todos ejercitemos nuestro espíritu para aplicar todos los aspectos
de la obra que Dios realizó con respecto a la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y TRES
Lectura bíblica: Ef. 1:5-7, 13, 17, 22-23; 2:4-5, 15, 18, 22; 3:8, 16-17, 19, 21; 4:4-6, 15;
5:18, 26-27; 6:11, 18
En 1:5 Pablo dice que Dios nos predestinó para filiación, es decir, nos predestinó para
que fuésemos Sus hijos. Por creación, Dios es nuestro Creador, no nuestro Padre.
Ninguno de nosotros nació de El cuando nos creó. El hecho de que Dios nos haya
predestinado o marcado de antemano para que fuésemos Sus hijos significa que fuimos
predestinados para que naciéramos de El. Esto implica que Dios tiene que entrar en
nosotros y que nosotros debemos recibir Su vida y tener una relación de vida con El. Por
tanto, ser predestinados para filiación significa ser predestinados para nacer de Dios a
fin de que El sea nuestro Padre y nosotros seamos Sus hijos.
En 1:6 y 7 vemos que Dios nos agració en el Amado y nos redimió en El. Habiendo
llegado a ser el objeto de la gracia de Dios, hemos sido favorecidos en Cristo, y tenemos
redención por medio de la sangre de Cristo.
Efesios 1:13 dice que fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa. El día que
creímos en el Señor Jesús, Dios nos selló con el Espíritu, el cual es El mismo.
La conclusión del primer capítulo de Efesios tiene que ver con la iglesia, la cual es el
Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (vs. 22-23).
Al unir estos versículos tenemos una nueva perspectiva de Efesios 1. Nosotros fuimos
predestinados, sellados y recibimos un espíritu de sabiduría y de revelación, para que
conociéramos el Cuerpo. La elección, la predestinación, la redención y el sello no son un
fin en sí mismos; todo esto se cumplió con miras al Cuerpo. Fuimos escogidos,
predestinados, favorecidos, agraciados, redimidos y sellados para ser parte del Cuerpo.
Además, con miras al Cuerpo se nos dio un espíritu de sabiduría y de revelación. En
Efesios 1, el Cuerpo es la meta final de Dios.
LA MORADA DE DIOS
En 2:4 y 5 vemos que aun cuando estábamos muertos en delitos, Dios nos dio vida
juntamente con Cristo. No sólo éramos pecaminosos, sino que también estábamos
muertos. Pero Dios vino y nos vivificó. Si El sólo nos hubiera redimido y perdonado, sin
darnos vida, Dios habría obtenido muchas personas redimidas, pero muertas. ¡Alabado
sea el Señor que además de redimirnos, El también nos dio vida!
Dios también creó de nosotros un solo y nuevo hombre (2:15). Además, se nos dio
acceso al Padre en el Espíritu (v. 18). Finalmente, estamos siendo edificados para
morada de Dios en nuestro espíritu (v. 22). Así como el capítulo uno concluye con el
Cuerpo, el capítulo dos concluye hablando de la edificación de la morada de Dios. Esto
significa que no hemos sido vivificados sólo por ser vivificados, sino con el objetivo de
que se edifique la morada de Dios. En otras palabras, Dios nos vivificó por causa de la
iglesia. Lo que Dios dice al final tanto del capítulo uno como del capítulo dos, tiene que
ver con la iglesia. Al final del capítulo uno tenemos la iglesia como Cuerpo de Cristo, la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Al final del capítulo dos tenemos la iglesia
como morada de Dios en nuestro espíritu.
En 3:8 Pablo dice que él anunciaba el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
El no predicaba doctrina, ni siquiera la doctrina de las riquezas de Cristo; lo que él
predicaba era las riquezas de Cristo en sí. Además, en este capítulo Pablo oró para que
fuéramos fortalecidos en nuestro hombre interior por el Espíritu, para que Cristo hiciera
Su hogar en nuestros corazones (vs. 16-17). La meta de este fortalecimiento y de que
Dios more en nosotros es que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios
(v. 19). El resultado de esto es que sea dada gloria a Dios en la iglesia (v. 21). Por lo
tanto, el capítulo tres, al igual que los capítulos anteriores, concluye hablando de la
iglesia. Esto quiere decir que el objetivo de que se anuncien las inescrutables riquezas de
Cristo, de que seamos fortalecidos en nuestro hombre interior, de que Cristo haga Su
hogar en nuestros corazones, y de que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud
de Dios no es nuestra espiritualidad individual, sino la iglesia.
En 4:4-6 vemos al Dios Triuno (el Padre, el Hijo y el Espíritu) y el Cuerpo. Según 4:15,
necesitamos crecer hasta la medida de Cristo en todas las cosas; y la meta de este
crecimiento es el Cuerpo, la iglesia.
En 5:18 Pablo nos exhorta a ser llenos en el espíritu. Esto está relacionado con el hecho
de ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Al llenarnos de esta manera
obtenemos el agua que está en la Palabra; mediante esta agua son quitadas nuestras
manchas y arrugas (vs. 26-27). El resultado de este lavamiento es que somos
santificados de forma corporativa. La santificación no es algo que experimentamos de
forma individual, sino corporativamente; es algo que tiene que ver con el Cuerpo.
Además, en este capítulo vemos que Cristo sustenta y cuida con ternura al Cuerpo (v.
29).
Finalmente, en el capítulo seis Pablo nos manda a vestirnos de toda la armadura de Dios
(v. 11). Debemos recibir la espada del Espíritu, el cual es la Palabra de Dios, con toda
oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu (v. 18). Esto tiene como fin que
la iglesia sea el guerrero de Dios.
Al considerar todos estos versículos, vemos que en la iglesia verdadera no hay religión,
tradición, reglas, formas, ni ritos; lo único que encontramos en ella es al Dios Triuno,
quien como Espíritu todo-inclusivo, opera en nuestro espíritu para producir el Cuerpo,
el nuevo hombre. Espero que todos leamos-oremos estos versículos hasta que recibamos
la visión de la iglesia. Entonces comprenderemos que Dios nos predestinó para esto
mismo; que nos dio vida para hacernos Su morada, y que el objetivo por el que
disfrutamos las riquezas de Cristo es que seamos la iglesia. La iglesia es el producto de la
mezcla del Dios Triuno con la humanidad redimida. La vida de iglesia es la mezcla
corporativa del Espíritu divino y el espíritu humano. Si Cristo es una realidad para
nosotros, las ordenanzas o formas desaparecen; y en lugar de ello, experimentamos al
Cristo vivo en nuestro espíritu.
Además, al hablar en cuanto a los que dejan el árbol de la vida por el árbol del
conocimiento, Law declara:
Al final de Génesis 3, el camino al árbol de la vida quedó cerrado para el hombre caído.
Pero por medio de la redención efectuada por Cristo, la iglesia fue llevada de nuevo al
árbol de la vida. Sin embargo, Satanás intervino y desvió a la iglesia, volviéndola del
árbol de la vida y dirigiéndola al árbol del conocimiento.
El cambio al árbol del conocimiento pronto se hizo manifiesto en las controversias que
se suscitaron con respecto a la cristología, tan comunes en los primeros siglos de la
historia de la iglesia. Estos debates y disputas giraban en torno a la persona de Cristo.
Este debate surgió principalmente a raíz de la amenaza que representaba el gnosticismo,
el cual enseñaba herejía acerca de la persona de Cristo, diciendo que El en realidad no
era Dios encarnado como hombre. Muchos buenos instructores cristianos se levantaron
para refutar esa herejía gnóstica. Sin embargo, el resultado de ello fue que surgieron
diversas opiniones y debates con respecto a Cristo. Algunos decían que Cristo sólo era
Dios y que no era hombre; mientras que otros afirmaban que El era solamente un
hombre y no Dios. Otros enseñaban que Cristo tenía la naturaleza humana, pero que
esta naturaleza no era real o completa. Algunos de los que sostenían esta perspectiva
decían que Cristo tenía alma y cuerpo, mas no espíritu. Unos incluso enseñaban que
Cristo era un hombre que llegó a ser Dios. Otros afirmaban que Cristo no sólo tenía dos
naturalezas, sino también dos personas. Según otra perspectiva, las naturalezas de
Cristo se mezclaban al grado de producir una tercera naturaleza. Todas estas diferentes
opiniones generaron un sinnúmero de discusiones entre los primeros padres de la
iglesia. Fue en gran parte debido a estos debates que se dividió la iglesia. Esto muestra
cómo el enemigo, en su sutileza, hizo que los santos dejaran el espíritu y empezaran a
ejercitar su mente natural, con el fin de analizar la doctrina y sistematizarla.
Debemos aprender de todo esto a simplemente tomar la Palabra pura de Dios y no hacer
ningún intento por sistematizarla. Debemos creer todo lo que la Biblia afirma, y decir
amén a ello. Por ejemplo, Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios”. Este versículo enseña que el Verbo estaba con Dios;
también dice que el Verbo era Dios. Decimos amén a ambas afirmaciones. El Nuevo
Testamento revela también que Cristo es el Hijo de Dios y también el Hijo del hombre.
Creemos en estos dos hechos y decimos amén.
El cristianismo actual está absorto en las doctrinas, pero no disfruta al Cristo todo-
inclusivo. Casi todas las sectas o denominaciones fueron establecidas sobre la base de
cierta doctrina. Por ejemplo, la denominación bautista se estableció sobre la doctrina del
bautismo por inmersión. Ciertos grupos bautistas van hasta el extremo de exigir que la
gente se bautice en su bautisterio, y no le dan validez a ningún otro bautismo. Por
consiguiente, la denominación bautista es una división provocada por la adhesión a la
enseñanza acerca del bautismo. Con esto vemos que hasta el día de hoy a la iglesia la
sigue corrompiendo y dañando el conocimiento. Los que defienden ciertas doctrinas,
por lo general no les interesa el Cuerpo de Cristo.
GUARDAR LA UNIDAD
Para muchas personas que han visitado a la iglesia en Los Angeles nuestra unidad dejó
en ellos una profunda impresión. Este ha sido el aspecto más convincente de la vida de
iglesia. La razón por la cual hay unidad entre nosotros es que condenamos el árbol del
conocimiento y no le damos ninguna importancia. Desde el comienzo, desde que se
estableció la vida de iglesia en esta localidad, no tuvimos nada que ver con el árbol del
conocimiento. A esto se debe que hayamos sido guardados y preservados en unidad.
¡Alabado sea el Señor que hemos escapado de todo eso! Si entendemos claramente
cuáles son los factores que han dañado y corrompido a la iglesia, seremos guardados de
tomar el viejo camino del cristianismo. No daremos lugar a la religión, al árbol del
conocimiento ni a la organización.
EL ESPIRITU SEPTUPLE
En la vida de iglesia dentro del recobro del Señor no nos interesa la organización, la cual
hace un marcado énfasis en posiciones o rangos. No es incorrecto hablar de ancianos y
diáconos; no obstante, en el libro de Apocalipsis no se mencionan estos términos. Este
libro habla más bien de los siete Espíritus, del Espíritu siete veces intensificado, que
trata el problema de la iglesia caída y degradada. Nosotros no somos partidarios de
doctrinas, ritos ni rangos, sino del Espíritu siete veces intensificado. Todo lo que no sea
este Espíritu todo-inclusivo es estiércol (Fil. 3:8).
DESPRENDIDOS Y LIBERADOS
Delante del Señor, sé cuál es mi carga hoy. No tengo ningún interés en impartir
enseñanzas a los santos; mi carga es que todos quedemos inservibles para todo lo que no
sea Cristo y la iglesia, y que nos desprendamos de los elementos viejos del cristianismo.
En el recobro del Señor, debemos volver al principio, donde se comía del árbol de la
vida. En el principio sólo estaba la Palabra con la cual alimentarnos; no había religión,
ni árbol de conocimiento, ni organización. ¡Cuánto necesitamos desprendernos de los
tres factores diabólicos que corrompen y dañan a la iglesia! Por la misericordia del
Señor, muchos ya nos desprendidos de todo eso, y otros van desprendiéndose reunión
tras reunión. Al relacionarme con los santos me di cuenta de que muchos se han
liberado plenamente de la religión, del conocimiento y de la organización. Puesto que
nos hemos desprendido y liberado de esos elementos, podemos ser vivientes y fervientes
por Cristo y la iglesia adondequiera que vayamos. Habiéndonos desprendido de todos
esos obstáculos, ahora somos uno, y el amor fraternal ha dejado de ser una doctrina y se
ha convertido en una realidad.
A veces nos preguntan si hablamos en lenguas y si ejercitamos los dones del Espíritu. Lo
que podemos testificar es que estamos llenos, saturados y poseídos del Espíritu. En esta
experiencia del Espíritu experimentamos la vida de iglesia.
Ojalá que quede en nosotros la profunda impresión de que la vida de iglesia no tiene
nada que ver con la religión, el conocimiento ni la organización. En la iglesia no hay
lugar para reglamentaciones, formas ni rituales. No nos interesa ni siquiera el
conocimiento bíblico según la letra. Para nosotros, cada palabra de la Biblia debe ser
espíritu y vida (Jn. 6:63). Entonces la iglesia será viviente y será preservada en unidad.
Nuestra unidad es el Espíritu vivificante. Todo lo que necesitamos para la vida de iglesia
se halla en el Espíritu todo-inclusivo. Al acudir a la Palabra santa, debemos ejercitar
nuestro espíritu y orar. Entonces, en nuestra experiencia, la Palabra se convertirá en el
Espíritu, y llevaremos una vida de iglesia auténtica y adecuada. Mientras tengamos la
vida de iglesia, lo tenemos todo: la salvación, la redención, la santificación, una vida que
lo vence todo, el arrebatamiento y el reino. En la vida de iglesia, todo lo que existe en el
tiempo y en la eternidad es nuestro.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y CUATRO
Lectura bíblica: Ef. 1:23; 2:15-16, 19, 21-22; 4:4, 12-13, 16, 24; 5:5, 25, 31-32; 6:11, 13
Debido a la sutileza de Satanás, muchos piensan que la edificación sólo se puede llevar a
cabo en el futuro. Según este concepto, lo único que podemos hacer hoy es predicar el
evangelio, conducir a las personas al Señor, y ayudarles a conocer la Biblia, a amar al
Señor y a buscar la espiritualidad. Algunos maestros cristianos afirman que, conforme a
la tipología del Antiguo Testamento, hoy vivimos en la era de David, en un período en el
que se pelea la batalla y se hacen los preparativos para la edificación del templo. Y que
más adelante, en la era de Salomón, se edificará el templo. Sin embargo, esta enseñanza
anula el libro de Efesios. En 2:22 Pablo dice: “En quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Este versículo no dice que
seremos edificados algún día en el futuro; dice claramente que somos juntamente
edificados hoy. Por consiguiente, la edificación de la iglesia es para hoy.
Efesios 4:16 ofrece otra prueba de esto. Ahí vemos el crecimiento que redunda en la
edificación del Cuerpo. La función de cada miembro en su medida causa el crecimiento
del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor. Las palabras de Pablo indican
claramente que el crecimiento, que edifica el Cuerpo, se está llevando a cabo hoy.
Algunos maestros cristianos evaden el tema de que el Cuerpo se edifica hoy porque
saben que las circunstancias en las que se encuentran hacen imposible tener la vida de
iglesia. Ellos están en división. Lo único que pueden hacer es estrecharse las manos por
encima de las “cercas” denominacionales, y decirse unos a otros que son uno en Cristo.
Esto sin embargo es una unidad falsa, una unidad fingida. Por esta razón se justifican
afirmando que es imposible que la iglesia se edifique hoy. Prefieren seguir la enseñanza
que asevera que la iglesia será edificada en el futuro. Esto es obra de la sutileza de
Satanás.
No importa cuántas almas conduzcamos al Señor, cuántos santos sean edificados por
nuestra causa, y cuánto ayudemos a otros a estudiar la Biblia y a ser espirituales, pues el
propósito de Dios queda por cumplirse. Creemos que la razón principal por el retraso de
la venida del Señor es que Su iglesia todavía no ha sido edificada. En Mateo 16:18 el
Señor Jesús prometió y profetizó lo siguiente: “Edificaré Mi iglesia”. Esto debe
cumplirse antes de que el Señor regrese; de otro modo, con respecto a la edificación de
la iglesia, El sería avergonzado, y Satanás podría jactarse de haber vencido al Señor.
Entonces Satanás podría decirle al Señor Jesús: “Por casi dos mil años has estado
tratando de edificar la iglesia, pero no has tenido éxito. Tu obra en la cruz, en la
resurrección, en la ascensión y como Espíritu vivificante no ha sido suficiente para
derrotarme. No has logrado Tu meta”. El Señor Jesús no permitirá que Satanás se jacte
de esta manera. El Señor le avergonzará por medio de la edificación de la iglesia, aun en
medio de esta era oscura. Entonces el Señor podrá jactarse ante Satanás, y le dirá:
“Satanás, aun en medio de esta era maligna y oscura, he edificado Mi iglesia”.
EL CUERPO
Conforme a 1:22 y 23, la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo
llena en todo. Fue en el Cuerpo que tanto los judíos como los gentiles fueron
reconciliados con Dios mediante la cruz (2:16). Nosotros los creyentes fuimos
reconciliados no sólo para el Cuerpo de Cristo, sino también en él; fuimos reconciliados
en un solo Cuerpo. Además, como ya vimos, la función de las personas dotadas es
edificar el Cuerpo, y el Cuerpo crece para la edificación de sí mismo en amor.
EL NUEVO HOMBRE
En 2:15 vemos que Cristo creó en Sí mismo de los judíos y de los gentiles un solo y nuevo
hombre. Este nuevo hombre es corporativo y universal. Los creyentes son muchos, pero
hay un solo y nuevo hombre en el universo. Todos los creyentes somos componentes del
nuevo hombre corporativo y universal. Según 4:13, debemos crecer hasta llegar a la
estatura de un hombre de plena madurez; y en 4:24 vemos que, de una manera práctica,
debemos vestirnos del nuevo hombre.
LA NOVIA
En Efesios 5 vemos que la iglesia es la novia de Cristo. Este aspecto revela que la iglesia
proviene de Cristo, así como Eva provino de Adán (Gn. 2:21-22). La iglesia posee la
misma vida y naturaleza de Cristo y llega a ser uno con El como complemento Suyo, así
como Eva llegó a ser una sola carne con Adán (Gn. 2:24). Finalmente, tal como Eva
volvió a Adán y fue presentada a él, así la iglesia volverá a Cristo y le será presentada a
El como Su novia.
LA FAMILIA
En 2:19 Pablo dice: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos
de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Como miembros de la familia de Dios,
somos Su casa. Tanto los creyentes judíos y gentiles son miembros de la familia de Dios,
en la cual hay vida y disfrute. Todos los creyentes nacimos de Dios y así llegamos a ser
miembros de Su familia para disfrutar de Sus riquezas.
EL REINO
Después de la familia, la casa, de Dios, vemos el reino de Dios, aludido por la expresión
“conciudadanos de los santos”. Todos los creyentes son ciudadanos del reino de Dios.
Este reino es una esfera en la que El ejerce Su autoridad. En 5:5 Pablo declara que
“ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de
Cristo y de Dios”. Esto no se refiere solamente al milenio, sino también a la vida de
iglesia de hoy. Los creyentes entraron al reino de Dios por medio de la regeneración (Jn.
3:5), y ahora están en la vida de iglesia, donde viven en el reino de Dios hoy (Ro. 14:17).
LA MORADA
En 2:22 vemos que la iglesia es la morada de Dios. El Espíritu de Dios mora en nuestro
espíritu; por consiguiente, la morada de Dios está en nuestro espíritu.
EL GUERRERO
Por último, en el capítulo seis vemos que la iglesia, con miras a derrotar al enemigo de
Dios, a Satanás, es un guerrero. Para pelear la batalla espiritual, necesitamos tanto el
poder del Señor como toda la armadura de Dios. La iglesia es un guerrero corporativo, y
los creyentes son partes de este guerrero único. Debemos librar la batalla espiritual en el
Cuerpo, no individualmente.
Hoy Cristo nos está preparando para que seamos Su novia, y un día se consumará la
boda. Esto será el cumplimiento de Apocalipsis 19. Mientras nos preparamos para ese
día, somos la iglesia en los aspectos de la familia, el reino, la morada y el guerrero.
¡Alabado sea el Señor porque somos Su familia! Cuando llegamos a la vida de iglesia,
tuvimos la sensación de que habíamos llegado a casa. La iglesia es también el reino de
Dios, pues en ella nos sometemos a la autoridad divina. Además, como guerrero de Dios,
peleamos en contra de Su enemigo. Estamos por el Cuerpo, el nuevo hombre, la novia, la
familia, el reino y el guerrero.
En calidad de Cuerpo, la iglesia necesita vida. Sin vida, nuestro cuerpo físico sería un
cadáver. Lo mismo es verdad con respecto al Cuerpo de Cristo.
Algunos opositores alegan que el Cuerpo es sólo un símbolo, una figura, y no una
realidad divina. Es totalmente erróneo decir que el Cuerpo de Cristo es simplemente un
símbolo. Nuestro cuerpo es un símbolo y una figura, pero el Cuerpo de Cristo es una
realidad, pues nuestro cuerpo simboliza el Cuerpo de Cristo. Decir que el Cuerpo de
Cristo es simplemente un símbolo manifiesta la falta de un entendimiento apropiado
acerca de la iglesia. Quienes sostienen esta perspectiva no ven que la iglesia es de hecho
el Cuerpo de Cristo. Ciertamente Cristo es real. ¿Cómo entonces se podría expresar una
persona tan real como El por medio de este Cuerpo simbólico? ¡Qué ridículo! Para
poderse expresar, Cristo necesita un Cuerpo real y viviente.
La iglesia en su condición de nuevo hombre no sólo necesita que Cristo sea su vida, sino
también su persona. Un árbol sólo tiene vida; pero un hombre, además de la vida, tiene
una persona. La iglesia posee a Cristo no sólo como vida, sino también como su persona.
Por consiguiente, hoy el Señor Jesús no es sólo la vida de la iglesia, sino también la
persona de la iglesia. Para disfrutar de la vida de iglesia, todos debemos tomar a Cristo
como nuestra persona. Pero si cada uno de nosotros se aferra a su propia persona, no
tendremos nada que ver con la vida de iglesia.
Colosenses 3:10 y 11 revelan que en el nuevo hombre “no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el
todo y en todos”. Esto indica que en el nuevo hombre hay una sola persona: Cristo. No
hay lugar para chinos, japoneses, estadounidenses, británicos, alemanes ni para
ninguna otra nacionalidad. Esto no debe ser una simple doctrina, sino nuestra
experiencia práctica en el espíritu. Por ser parte del nuevo hombre, todos tenemos a
Cristo como nuestra persona. Debemos orar así: “Señor, haz que esto sea una realidad
para nosotros. No estamos satisfechos con el conocimiento y la doctrina de que la iglesia
es el nuevo hombre y que Cristo es su persona. Queremos experimentarlo en la vida
diaria. Oh Señor, ayúdanos a tomarte como nuestra persona”. Si hacemos esto, la iglesia
será verdaderamente una, y el enemigo será subyugado. Todo aquel que asista a las
reuniones de la iglesia verá un grupo de personas que toman a Cristo como su persona.
¡Cuán maravilloso es eso!
UN ASUNTO DE AMOR
Eva tipifica a la iglesia en su aspecto de novia de Cristo. Dios formó a Eva de una costilla
de Adán, y después de formarla, se la presentó a Adán. Lo que había salido de Adán
regresó a él y llegó a ser uno con él. Según el mismo principio, la iglesia proviene de
Cristo y volverá a Cristo para ser uno con El.
El aspecto de la iglesia como novia tiene que ver con el amor. El matrimonio es una
cuestión de amor, y la vida de un matrimonio depende del amor. Si los cónyuges no se
aman, les será muy difícil permanecer juntos. Sin duda alguna, Adán y Eva se amaban, y
debido a ese amor, llegaron a ser uno. Hoy existe un amor mutuo entre Cristo y la
iglesia. Además de que El es nuestra vida y nuestra persona, disfrutamos de un amor
mutuo. Cristo desea darle a conocer Su amor a la iglesia, y la iglesia responde diciéndole
a Cristo cuánto le ama. Todo lo que hacemos por el Señor, lo hacemos con gusto y
voluntariamente, porque lo amamos. Cuando amamos a alguien, nos agrada servirle,
pero no por obligación, sino por amor. Como iglesia, debemos dar testimonio de que
amamos al Señor. Todo aquel que se acerque a nosotros debe recibir la impresión de que
amamos al Señor, y que por este amor, le servimos voluntariamente. Esta es la iglesia en
su aspecto de novia de Cristo.
Como hemos mencionado, también somos el reino de Dios. En la iglesia, todos estamos
bajo el gobierno de Dios, bajo la autoridad y dirección de Dios. No somos personas sin
ley; al contrario, somos gobernados espontáneamente y de manera placentera y
amorosa. Aunque hay ancianos en las iglesias, ellos no ejercen ningún control sobre los
santos; más bien, todos los santos se someten voluntariamente al gobierno de Dios. Tal
es la iglesia como reino de Dios. Si toda la gente de este país viviera de este modo, el
enemigo sería completamente subyugado.
En la iglesia, estamos bajo el gobierno divino. Debido a que algo nos gobierna por
dentro, no podemos engañar ni aprovecharnos de los demás. Este régimen interno es la
realidad del reino. Hoy en la iglesia Jesucristo es el Rey. El es el Rey que está en el trono
dentro de nosotros y entre nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y CINCO
Lectura bíblica: Ef. 1:5, 9-11, 22-23; 3:2-4, 9-11; Jn. 15:1, 5
TERMINOS IMPORTANTES
Economía
Voluntad
Además del término “economía”, Pablo usa otros términos importantes en Efesios. En el
capítulo uno, él menciona la voluntad de Dios en tres ocasiones: el beneplácito de Su
voluntad (v. 5); el misterio de Su voluntad (v. 9); y el consejo de Su voluntad (v. 11). Dios
tiene una economía porque El tiene una voluntad. En la eternidad pasada, Dios planeó
una voluntad, la cual estaba escondida en El; por ende, era un misterio. En Su sabiduría
y prudencia, nos dio a conocer el misterio escondido mediante lo que nos reveló en
Cristo, es decir, mediante la encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo.
Beneplácito
Otro término importante es “beneplácito” (1:5, 9). Dios tiene una voluntad en la cual
está Su beneplácito. Este beneplácito se refiere al deleite del corazón de Dios. El libro de
Efesios habla desde el punto de vista del beneplácito de Dios. Conforme a 1:9 y 10, el
beneplácito de Dios es lo que El se propuso en Sí mismo con miras a una
administración. En términos humanos, el beneplácito de Dios es aquello que le agrada.
Hay algo en el corazón de Dios que lo satisface y lo hace feliz; esto es el beneplácito de
Dios. No piense que el término “beneplácito” es insignificante; al contrario, es un
término muy importante en Efesios.
Propósito
En Efesios, la palabra propósito se usa tres veces, dos veces como sustantivo y una vez
como verbo. En 1:11 Pablo dice que fuimos predestinados conforme al propósito de
Aquel que hace todas las cosas según el consejo de Su voluntad; y en 3:11, él habla del
propósito eterno de Dios. El propósito eterno de Dios es el propósito de los siglos, el
plan que Dios hizo en la eternidad pasada. En 1:9 la palabra “propósito” se emplea como
verbo: “Dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según Su beneplácito, el cual se
había propuesto en Sí mismo”. Dios tiene un propósito. En este sentido, la palabra
propósito equivale a la palabra plan. Dios tiene un plan, que concibió en la eternidad.
Dios tiene un plan porque El tiene una voluntad, un beneplácito y una economía.
Conforme a Su economía, El hizo un plan, un propósito.
Consejo
Pablo usa la palabra “consejo” en 1:11, donde dice que Dios hace todas las cosas según el
consejo de Su voluntad. Cuando Dios creó al hombre, la Deidad celebró una conferencia.
Por ello, Génesis 1:26 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen”.
Dios tomó consejo consigo mismo, y este consejo está relacionado con Su voluntad.
Misterio
En 3:9 Pablo habla de alumbrar a todos para que vean cuál es la “economía del
misterio”. El misterio de Dios es Su propósito escondido, el cual consiste en impartirse
en Sus escogidos. Por ello existe la economía o dispensación del misterio de Dios. Este
misterio estaba escondido en Dios desde los siglos (es decir, desde la eternidad) y a lo
largo de todas las eras pasadas; pero ahora ha sido revelado a los creyentes
neotestamentarios. La intención de Dios es dar a conocer la economía, la dispensación,
de Su misterio.
Efesios 5:32 y 6:19 también usa el término misterio. En 5:32 Pablo dice: “Grande es este
misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia”. El hecho de que Cristo y la
iglesia sean un solo espíritu (1 Co. 6:17), tal como lo tipifica el hecho de que el marido y
la mujer son una sola carne, constituye un gran misterio. En 6:19 Pablo habla de dar a
conocer con denuedo el “misterio del evangelio”. Este misterio es Cristo y la iglesia, los
cuales cumplen el propósito eterno de Dios.
UNA CLAVE
Puesto que la economía de Dios consiste en Cristo y la iglesia, debemos ver cómo El
lleva a cabo dicha economía y cómo la cumple. ¡Que el Señor quite toda nube y nos
conceda un cielo despejado para entender esto! En cuanto al cumplimiento de la
economía de Dios, el cielo que cubre a todos los santos en las iglesias locales debe ser
transparente como el cristal.
La elección
El primer paso que Dios efectuó para llevar a cabo Su economía fue escogernos. Efesios
1:4 dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos y sin mancha delante de El en amor”. En la eternidad pasada, antes de la
fundación del mundo, Dios nos eligió. De entre innumerables personas El nos eligió a
nosotros, y lo hizo en Cristo. Cristo es la esfera en la cual fuimos escogidos por Dios.
Fuera de Cristo no somos la elección de Dios. Esto ocurrió en la eternidad pasada. Dios
nos escogió según Su infinita presciencia aun antes de crearnos.
¿Le ha impresionado usted alguna vez, el hecho de que Dios lo escogiera en Cristo antes
de la fundación del mundo? Cada vez que pienso en que Dios me escogió en la eternidad
pasada, reboso de adoración y alabanzas a El. No necesito que ningún hombre me
escoja, porque ya fui escogido por el Dios Triuno.
La predestinación
El segundo paso que Dios dio para llevar a cabo Su economía fue predestinarnos.
Efesios 1:5 dice: “Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí
mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. La palabra griega traducida
“predestinándonos” también puede traducirse “marcándonos de antemano”. Marcar de
antemano es el proceso, mientras que la predestinación es el propósito por el cual se
determina cierto destino. Primero Dios nos escogió y luego nos marcó de antemano, es
decir, nos marcó un destino desde antes de la fundación del mundo. Este destino es la
filiación. Fuimos predestinados para ser hijos de Dios aun antes de que fuéramos
creados. Por ello, como criaturas de Dios, necesitábamos que El nos regenerara a fin de
participar de Su vida y ser Sus hijos. La filiación incluye no sólo la vida, sino también la
posición de hijo. Los que Dios marcó de antemano tienen Su vida, la cual los hace hijos
Suyos, y la posición de hijos, la cual los hace aptos para heredar al propio Dios.
Todos debemos de estar conscientes de que Dios nos marcó de antemano con miras al
cumplimiento de Su economía. Debido a que Dios nos marcó, no podemos escapar de
El. Dios nos marcó antes de que naciéramos, aun antes de la fundación del mundo, y
puesto que tenemos esa marca, no podemos sino entregarnos al Señor para Su recobro,
y estar “locos” por la vida de iglesia.
Otros seres humanos no pueden ver la marca que Dios puso en nosotros, pero todos los
seres del mundo espiritual sí la ven. Los ángeles, los demonios y hasta el mismo Satanás
saben que hemos sido marcados por Dios.
Esta marca no es solamente externa; es una marca interna. Debido a ella, sentimos que
no tenemos paz si no nos damos a la vida de iglesia. Somos personas escogidas y
marcadas. Dios hizo esto en la eternidad pasada.
La redención
La redención no sólo tiene como fin nuestra salvación individual y personal; su fin es la
iglesia. De hecho, Dios ni siquiera nos redimió individualmente; El nos redimió de
forma corporativa. Esto significa que El redimió a la iglesia que había escogido. Por
consiguiente, la iglesia es el objetivo por el cual fuimos elegidos, predestinados y
redimidos.
La salvación
El cuarto paso, el cual está muy ligado a la redención, es la salvación que Dios nos ha
provisto. Cuando Pablo habla de la salvación en 2:5 y 8, él se refiere a una salvación
corporativa. Nosotros no fuimos salvos como individuos, sino como una entidad
corporativa. Consideremos el caso de los hijos de Israel en el Antiguo Testamento,
quienes tipifican a la iglesia. Ellos no fueron salvos de la tiranía egipcia uno por uno,
sino que toda la nación de Israel fue salva al mismo tiempo. Si bien es cierto que cada
uno de los israelitas experimentó personalmente la salvación, aquella fue una salvación
corporativa, pues todos fueron salvos al mismo tiempo. Esto muestra que más que a
individuos, la salvación es para la iglesia.
La santificación
El crecimiento
La edificación
Junto con el crecimiento está la edificación. En Efesios 2:22 Pablo dice que somos
juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu; en 4:12 él habla de la
edificación del Cuerpo de Cristo; y en 4:16 indica que por la función de cada miembro en
su medida, el Cuerpo crece y se edifica a sí mismo en amor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y SEIS
LA ECONOMIA DE DIOS:
FORJAR A CRISTO EN NOSOTROS
El hecho de que Dios se imparta en nosotros está totalmente ligado a Cristo. Según el
concepto natural, pensamos que después de ser salvos, debemos mejorar nuestro
comportamiento, buscar poder o desempeñar una obra fructífera para el Señor. Algunos
cristianos creen que debemos anhelar dones tales como hablar en lenguas, dar profecías
y sanar. Otros piensan que lo más importante para una persona salva es adquirir el
conocimiento bíblico correcto. No obstante, si vemos la salvación desde la perspectiva
de la economía de Dios, veremos la vida cristiana de manera diferente.
El Nuevo Testamento en efecto habla de la conducta adecuada, del poder, los dones y
del conocimiento; no obstante, lo crucial es cuánto de Cristo se ha forjado en nosotros.
Dios desea forjar a Cristo en nosotros. Todos necesitamos ser iluminados para ver lo que
Dios está haciendo hoy. La intención de Dios no es hacernos mejores. A El no lo interesa
lo que seamos; lo que sí le interesa es que Cristo se forje en nosotros.
En 1:19 y 20 Pablo habla de la “supereminente grandeza” del poder de Dios “para con
nosotros los que creemos”. Dios hizo operar este poder en Cristo levantándolo de los
muertos y sentándolo a Su diestra en los lugares celestiales. Hoy la obra principal de
Dios consiste en forjar a Cristo en nosotros.
NUESTRA NECESIDAD ES QUE CRISTO VIVA
EN NOSOTROS
Supongamos que un día usted se muestre descortés para con un hermano o una
hermana. Sin lugar a dudas, usted se arrepentiría y le pediría perdón al Señor por su
actitud. Puede ser que incluso oraría para que el Señor le ayude a ser mejor. Aunque no
haga esta petición específicamente, en lo profundo de su ser esto es lo que siente cuando
ora acerca de su fracaso. Esta clase de oración es religiosa. Posiblemente usted haya
leído el libro, Cristo es contrario a la religión, pero sigue siendo muy religioso en su
vida cotidiana. Si usted tiene una visión de la economía de Dios, orará de esta manera:
“Señor, el diablo hizo que me comportara de esa manera. Pero Señor, aunque mi
comportamiento hubiese sido bueno, eso no necesariamente significaría que eras Tú
quien se expresaba en mi vivir. Señor, Tú no quieres que yo sea bueno; lo que Tú deseas
es vivir en mí. En un sentido, me arrepiento y te pido perdón, pero al mismo tiempo
reprendo a Satanás y le ordeno que se retire de mí. Señor, no intentaré ser mejor; lo
único que necesito es que vivas en mí”.
Gálatas 2:20 dice que fuimos crucificados con Cristo y que ahora El vive en nosotros.
Posiblemente conozcamos este versículo y declaremos: “Ahora ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. Sin embargo, en la vida cotidiana quizás ya no vive Cristo, mas vivo el yo.
Una cosa es recitar Gálatas 2:20, y otra muy distinta, vivir a Cristo y expresarlo de
manera práctica.
Supongamos que usted es muy amable con los hermanos y las hermanas. Si éste es el
caso, tal vez no sentirá ninguna necesidad de arrepentirse ni de pedirle perdón al Señor
por ello. No obstante, conforme al criterio de Dios, casi lo mismo da que sea cortés o
descortés, mientras sea usted quien vive y no Cristo. Nuestro comportamiento tal vez
sea bueno o quizás sea malo, pero con todo y eso seguimos sin expresar a Cristo en
nuestro vivir. La economía de Dios se centra en Cristo; Su economía no es cuestión de
ética, moralidad, ni de buen carácter. Conforme a Su economía, Dios desea forjar a
Cristo en nosotros. En nuestra relación con los hermanos y hermanas en la iglesia, lo
que necesitamos es vivir y expresar a Cristo.
Se han escrito algunos libros que presentan a Cristo como vida; sin embargo, es difícil
encontrar un grupo de cristianos que genuinamente viva por El. La intención de Dios no
es hacernos mejores personas, sino forjar al Cristo vivo en nosotros, en nuestra mente,
en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. El deseo de Dios es reemplazarnos con
Cristo. El quiere ver que los hermanos y las hermanas de las iglesias expresen a Cristo
en su vivir. Que el Padre de gloria nos dé un espíritu de sabiduría y de revelación para
que seamos iluminados y sepamos lo que Dios anhela lograr hoy. Otra vez digo que Dios
no desea mejorarnos, sino forjar a Cristo en nosotros.
A lo largo de los siglos, los cristianos han disputado sobre doctrinas y prácticas. Por
ejemplo, se ha polemizado mucho en cuanto al bautismo, al cubrirse la cabeza, al
lavamiento de los pies, y con respecto a si las reuniones deben ser ruidosas o silenciosas.
En Gálatas 6:15 Pablo dice: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión,
sino una nueva creación”. Los formalismos y las reglas no valen nada, porque no son
Cristo mismo. Ni la circuncisión ni la incircuncisión es la nueva creación, la cual se halla
en Cristo Jesús. La nueva creación a la que se refiere Pablo es el Cristo que está forjado
en nuestro ser. Cuando Cristo se forja en nosotros, se produce en nosotros la nueva
creación. Además, la nueva creación no se trata de lo individual, sino de lo corporativo,
el cual tiene que ver con una entidad corporativa, a saber, el nuevo hombre, el Cuerpo de
Cristo.
A Dios no le interesa el lavamiento de los pies, cuán largo nos dejamos crecer el pelo, ni
cuántas veces nos bautizamos; lo que a El le interesa es cuánto de Cristo ha sido forjado
en nosotros. A Dios no le interesa si somos humildes o soberbios, groseros o amables; a
El sólo le interesa que Cristo se forje en nuestro ser. Quiero proclamar una y otra vez
que a Dios sólo le importa Cristo. Ni la moralidad, ni la ética, ni los formalismos ni las
reglas pueden producir una iglesia que sea igual a Cristo. El único que puede producir
una iglesia así es el propio Cristo forjado en nosotros.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Sólo lo que procede de Cristo forma parte del Cuerpo
de Cristo. Esto significa que los dones, las enseñanzas y el poder no pueden producir el
Cuerpo; lo único que produce el Cuerpo de Cristo es Cristo mismo forjado en los santos.
Nuestros ojos necesitan ser iluminados para recibir esta visión. En Efesios 1 Pablo oró
de una manera específica, pidiendo que nuestros ojos internos fueran iluminados para
que viéramos que la intención de Dios es forjar a Cristo en nuestro ser. Dios no desea
corregirnos ni mejorarnos; Su deseo es forjar a Cristo en nosotros.
En cierto sentido necesitamos arrepentirnos más por lo bueno que hacemos que por lo
malo. Cuando uno es amable para con su esposa de una manera natural, necesita
arrepentirse y decir: “Señor, perdóname; esto no es Cristo. Tal vez yo sea bueno, pero en
ello no vivo por Cristo. Señor, yo soy bueno, pero de manera natural; no te doy la
oportunidad de que Tú vivas y te expreses a través de mí”. Todos nos lamentamos
cuando hacemos algo malo, pero posiblemente no nos demos cuenta de que debemos
arrepentirnos aun más cuando hacemos lo bueno, pero sin Cristo.
En 2:10 Pablo dice: “Porque somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” No
debemos pensar que podemos trabajar para Dios, o llevar a cabo Su obra. Nosotros
somos hechura de Dios. Esto indica que Dios no espera que laboremos para El; al
contrario, El busca la oportunidad de operar en nosotros. Si consideramos nuestra
condición, nos daremos cuenta de que todavía nos falta mucho. Dios no necesita que
obremos para El; más bien, El operará en nosotros hasta que lleguemos a ser Su obra
maestra. Nosotros, la iglesia, somos la obra maestra de Dios, que expresa Su infinita
sabiduría y Su diseño divino. La razón por la cual somos la obra maestra de Dios es que
Cristo se está forjando en nosotros. Podemos gloriarnos ante toda la creación de que
Cristo está en nosotros. Cuanto más se forja El en nosotros, más llegamos a formar parte
de la hechura de Dios, de Su obra maestra.
En 1934 conocí a cierto hermano en Shanghai. Antes de conocerle, había oído muchas
cosas buenas acerca de él. En aquel tiempo, yo no sabía discernir entre Cristo y la buena
conducta. Con el tiempo, y con la ayuda del hermano Nee, me di cuenta de que aquel
hermano, a pesar de ser bueno, expresaba muy poco de Cristo en su vivir. Todos
debemos aprender a discernir entre la bondad natural y Cristo. Una persona puede ser
buena en ciertos aspectos, pero es posible que eso no tenga nada que ver con Cristo. No
debemos aspirar a ser un buen hermano o una buena hermana; debemos desear llegar a
ser un hermano “Cristo” o una hermana “Cristo”. Si queremos ser la obra maestra de
Dios, Cristo tiene que forjarse en nosotros. Esto no debe ser sólo una revelación, sino
algo que provoque un cambio radical en nuestro ser. Que veamos claramente que Dios
no desea que seamos buenos cristianos, sino cristianos cuya expresión es Cristo,
aquellos que permiten que Cristo se forje y se exprese en el vivir de ellos.
LAS INESCRUTABLES RIQUEZAS DE CRISTO
En 3:8 Pablo dice que él predicaba el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
El no predicaba doctrina, dones, conocimiento ni poder; él predicaba las riquezas de
Cristo. Esto significa que Pablo ministraba estas riquezas a los demás. Las inescrutables
riquezas de Cristo comprenden todos los aspectos de lo que El es para nosotros. Estas
riquezas deben forjarse gradualmente en nuestro ser. Por ejemplo, nosotros no debemos
ser pacientes, amables, buenos ni amorosos por nosotros mismos; más bien, Cristo debe
forjarse en nosotros de tal modo que llegue a ser nuestra paciencia, amabilidad, bondad
y amor. Esto significa que debemos participar de las riquezas de Cristo y permitir que
éstas se forjen en nosotros diariamente y aun momento a momento de manera
específica. En nuestra experiencia cotidiana, deberíamos ser capaces de detallar las
riquezas de Cristo. Cristo debe llegar a ser nuestra paciencia, nuestro amor y el todo
para nosotros.
Cristo debe forjarse en nuestro ser al grado de hacer Su hogar en nuestros corazones
(3:17). Me preocupa que esto sea simplemente una doctrina para muchos de nosotros.
En la experiencia, ¿permitimos que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones? ¿De
quién es hogar nuestro corazón, de nosotros o de Cristo? Si somos sinceros, tenemos
que reconocer que la mayor parte del tiempo nuestro corazón no es el hogar de Cristo,
sino el nuestro; nosotros vivimos ahí, no Cristo. Tal vez después de escuchar un mensaje
que hable de que Cristo hace Su hogar en nosotros, proclamemos que nuestro corazón es
el hogar de Cristo; sin embargo, es posible que no haya ninguna realidad que sustente
nuestras palabras. Si queremos que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones,
debemos tomarlo a El como nuestra persona y como nuestra vida. Entonces podremos
testificar que en nuestros corazones ya no vive el yo, sino Cristo.
Aparte de esto, el que los maridos amen a sus mujeres y que las mujeres se sometan a
sus maridos, no tiene mucha importancia. Según el libro de Efesios, es más estratégico
que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, a que el marido ame a su mujer y que
ésta se someta a él. Sin embargo, tengo la plena seguridad de que si un hermano permite
que Cristo haga Su hogar en su corazón, ciertamente amará a su mujer; y si la mujer
permite que Cristo more en su corazón, ella indudablemente se someterá a su marido.
Lo que más necesitamos es que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. El recobro
del Señor no se centra en la doctrina, en la interpretación bíblica, ni en la conducta.
Tampoco se centra en el conocimiento, los dones, el poder, ni la obra. Contrario a todo
esto, el enfoque principal del recobro es que Cristo se forje en nosotros y haga Su hogar
en nuestros corazones.
LLEGAR A UN HOMBRE DE PLENA MADUREZ
En 4:13 Pablo dice que todos debemos llegar “a un hombre de plena madurez, a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. No sólo debemos llegar a ser un hombre
perfecto, completo e íntegro, sino un hombre de plena madurez, o sea, un hombre que
posee la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. La plenitud de Cristo es el
Cuerpo de Cristo (1:23), el cual tiene una estatura y una medida.
En 4:15 Pablo dice además que necesitamos asirnos a la verdad en amor, para que
crezcamos en Cristo en todas las cosas. Crecer en Cristo en todo significa que Cristo
aumenta en nosotros en todas las cosas hasta que llegamos a ser un hombre de plena
madurez.
En 5:30 Pablo declara que somos miembros del Cuerpo de Cristo. Esto indica que somos
miembros de Cristo, formamos parte de El. Conforme a nuestra constitución natural, no
somos miembros del Cuerpo de Cristo. El propio Cristo es el elemento, el factor, que nos
hace parte de El. Por lo tanto, si queremos ser partes de Cristo, miembros de Su Cuerpo,
tenemos que permitir que Cristo se forje en nuestro mismo ser.
En 5:32 Pablo dice que el gran misterio lo componen Cristo y la iglesia. En el recobro del
Señor, el hecho de que Cristo se forje en nosotros y nos constituya una iglesia que lo
expresa debe ocupar toda nuestra atención. En esto consiste la economía de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y SIETE
La economía de Dios consiste en Cristo y la iglesia. Que el Señor nos conceda un cielo
despejado para que recibamos la visión de Cristo y la iglesia. Aunque Efesios es un libro
breve, ningún otro libro de la Biblia revela a Cristo en todos Sus aspectos, tanto vertical
como horizontalmente, como lo hace Efesios.
CRISTO ESTA POR ENCIMA DE TODO Y LO LLENA TODO
Muchos estudiantes de la Palabra saben que Colosenses revela a Cristo como la Cabeza,
y que Efesios revela a la iglesia como el Cuerpo. Sin embargo, ni siquiera el libro de
Colosenses revela a Cristo de una manera tan vertical y horizontal como lo hace Efesios.
Efesios 1:21 dice que Cristo está “por encima de todo”, lo cual no se encuentra en
Colosenses. Colosenses dice que Cristo debe tener la preeminencia, el primer lugar, en
todas las cosas, pero no dice que Cristo está por encima de todo. Para algunas personas,
el tercer cielo es el lugar más elevado del universo; sin embargo, en 4:10 Pablo declara
que Cristo “subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”.
Efesios 1:23 dice que Cristo “todo lo llena en todo”, y Colosenses 3:11, que Cristo es el
todo, y en todos. Sin embargo, lo que dice Efesios 1:23, que Cristo lo llena todo en todo,
supera lo que dice Colosenses 3:11, que Cristo es el todo y en todos. Colosenses 3:11 se
refiere a la esfera del nuevo hombre, o sea, que Cristo es el todo y en todos en el nuevo
hombre. Pero Efesios 1:23 alude al universo, el cual comprende el tiempo y el espacio.
Cristo no sólo es el todo y en todos con respecto al nuevo hombre, sino que El también
lo llena todo con respecto al universo. En la esfera universal, Cristo está por encima de
todo, y lo llena todo.
En 3:8 Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo. Esta frase no se halla en
Colosenses. Las riquezas de Cristo son todo lo que El es para nosotros, tal como luz,
vida, justicia y santidad. Estas riquezas son inescrutables y trascienden nuestro
entendimiento.
Este Cristo, el Cristo que es todo-inclusivo tanto vertical como horizontalmente, está
haciendo Su hogar en nuestros corazones de una manera muy íntima. ¡Que todos
veamos que hoy, el Cristo todo-inclusivo está haciendo Su hogar en nuestros corazones!
Cristo está por encima de todo porque Dios le resucitó de los muertos (1:20-21). Aparte
de Cristo, nadie ha podido vencer la muerte y levantarse de entre los muertos. El hecho
de que Cristo resucitara de los muertos indica que nada le puede retener. Cuando la
muerte viene a nosotros, no podemos escapar de ella, pues ésta tiene poder para
sujetarnos. Pero ella no pudo retener a Cristo (Hch. 2:24). Después de que Cristo visitó
la esfera de la muerte por tres días, salió de ella en resurrección. Aunque la muerte hizo
todo lo posible por retenerlo, Cristo seguramente le dijo: “Muerte, ¿es todo lo que
puedes hacer? Si así es, es tiempo de que salga de aquí en resurrección”.
Así como nada pudo retener a Cristo, ninguna cosa negativa puede retenernos a
nosotros tampoco, pues El está en nosotros. Los que creemos en Cristo debemos ser
personas resucitadas. Cristo resucitó de los muertos y nada lo puede retener. A esto se
debe que El ahora esté por encima de todo. El resucitó y subió por encima de todo. Este
es nuestro Cristo.
Todos los creyentes saben que Cristo es el Redentor y el Salvador. Algunos saben que
Cristo es quien otorga todos los dones y que El mismo es nuestra vida. Pero Cristo es
mucho más que eso. En Efesios, un libro que trata de la economía de Dios, vemos que
Cristo está por encima de todo. Puedo testificar que el Cristo que yo disfruto es Aquel
que está por encima de todo.
UN CRISTO DIFERENTE
En muchos aspectos, el Cristo que disfrutamos en el recobro del Señor es diferente del
que se conoce en el cristianismo. Es posible que algunos, al oír esto, nos acusen de
herejes. Pero consideren la tipología del libro de Levítico. En este libro se describen
cinco ofrendas principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la
ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Estas ofrendas tipifican a
Cristo en diferentes aspectos. Incluso con relación a una ofrenda, tal como el holocausto,
se ofrecían diversos tipos de sacrificios. Uno podría ofrecer en holocausto un novillo, un
cordero o un ave. Todos éstos son tipos de Cristo. Esto nos da la base para decir que
según la experiencia, el Cristo que disfrutamos nosotros puede ser diferente al que
disfrutan otros. Es posible que el Cristo que yo experimento sea diferente del que usted
experimente, y que el que usted disfruta sea distinto al que disfrutan otros.
El capítulo tres de Efesios revela tres asuntos importantes acerca de Cristo, a saber, que
Sus riquezas son inescrutables, que El hace Su hogar en nuestros corazones, y que Sus
dimensiones son universales. Como mencionamos anteriormente, Cristo es la anchura,
la longitud, la altura y la profundidad. ¿Quién puede decir cuán ancha es la anchura o
cuán alta, la altura? ¡Cuánto necesitamos experimentar las riquezas inescrutables del
Cristo inmensurable! Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del
universo. ¡Aleluya por el Cristo cuyas dimensiones son inmensurables! Debemos
preguntarnos si realmente conocemos a este Cristo.
Por un lado, el Cristo inmensurable que hace Su hogar en nosotros es el Espíritu, y por
otro, El es el Dios de plenitud. Si somos fortalecidos por el Espíritu, y si Cristo hace Su
hogar en nosotros, seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. No
debemos decir que Cristo es únicamente el Hijo, mas no el Espíritu, ni Dios el Padre.
Tenga cuidado de no caer bajo la influencia de la doctrina sistematizada del
cristianismo. Cristo es demasiado maravilloso como para sistematizarlo en una doctrina.
Cuando El hace Su hogar en nosotros, el Espíritu nos fortalece y somos llenos hasta la
medida de la plenitud de Dios.
¿Habían notado que en Efesios 3 Pablo habla del Espíritu, de Cristo y de Dios? El
Espíritu nos fortalece, Cristo hace Su hogar en nosotros, y somos llenos hasta la medida
de la plenitud de Dios. Cristo es una persona todo-inclusiva. El es el Espíritu que nos
fortalece, el Cristo que hace Su hogar en nosotros, y el Dios que nos llena hasta la
medida de Su plenitud. Muchos han leído el libro de Efesios y no han tenido la visión de
tal Cristo. Ojalá que todos veamos que el Cristo que recibimos es el Espíritu que nos
fortalece y el Dios que nos llena hasta la medida de toda Su plenitud. Puedo testificar
que esta persona tan maravillosa es el Cristo al cual yo disfruto.
En 4:9 y 10 Pablo dice: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido
a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por
encima de todos los cielos para llenarlo todo”. Cristo hizo un tremendo recorrido por
todo el universo. Primeramente, en Su encarnación, El descendió de los cielos a la tierra;
luego, en Su muerte, descendió más aún, de la tierra al Hades, a las partes más bajas de
la tierra; y finalmente, en Su resurrección, subió del Hades a la tierra, y en Su ascensión,
de la tierra a los cielos. Mediante este recorrido, el abrió el camino para poder llenarlo
todo. Cuando Cristo ascendió a lo alto, al tercer cielo, su recorrido no concluyó ahí.
Después de Su ascensión, El descendió y entró a nuestro espíritu. Por consiguiente,
Cristo es Aquel que desciende, asciende, viaja y viene a nosotros en visitas de gracia.
Hoy Cristo sigue viajando. El sigue ascendiendo y descendiendo, pero lo hace
principalmente dentro de nosotros. En nuestra vida experimentamos altibajos. Cuando
estamos decaídos, Cristo baja a donde estamos, nos levanta y nos lleva a Dios. Puede ser
que muchas veces, en el transcurso del día, Cristo nos lleve a los cielos. Por experiencia
podemos testificar que Cristo desciende y asciende dentro de nosotros; El sube y baja.
Aunque El siempre está firme, no se queda inmóvil; al contrario, El viaja mucho dentro
de nosotros.
Es difícil saber dónde está Cristo. ¿Está El en los cielos o en la tierra? Si decimos que El
está en la tierra, tal vez tengamos la sensación de que El está en los cielos. Pero si
decimos que El está en los cielos, tal vez pronto nos demos cuenta de que El está en la
tierra. En realidad, Cristo está en todas partes. Conforme a 4:9 y 10, El descendió y
ascendió con el fin de llenarlo todo. ¿No creen ustedes que si Cristo llenará todas las
cosas en el universo, no nos llenará a nosotros también? Por medio del proceso de
descender y ascender, Cristo nos llenará consigo mismo.
Es por medio del proceso de descender y ascender, que Cristo nos constituye dones para
el Cuerpo. Cuanto más desciende y asciende dentro de nosotros, más llegamos a ser
dones. Muchos hermanos y hermanas funcionan muy poco en la iglesia porque todavía
no son hechos dones. Tal vez sean buenos hermanos y hermanas, pero no son dones
para el Cuerpo. No obstante, a medida que Cristo descienda y ascienda dentro de ellos,
El los cautiva, los conquista y los constituye dones para Su Cuerpo. Como resultado de
esto, ellos llegan a ser dones útiles. Sin embargo, me temo que en algunos santos, Cristo
haya cesado de viajar. Es posible que El ya no suba ni baje dentro de ellos.
Quisiera dar un testimonio acerca de un hermano que conocí hace más de veinte años.
En aquel entonces él no había experimentado mucho que Cristo descendiera y
ascendiera dentro de él. Pero la condición de este hermano es muy diferente ahora. El
descender y ascender de Cristo en él, lo ha constituido un don útil para el recobro del
Señor. El les podría contar que, especialmente cuando el Señor lo usa, Cristo asciende y
desciende dentro de él. Cristo baja a donde él está y asciende con él a los cielos.
Ciertamente, nuestro Cristo es Aquel que desciende y asciende.
NUESTRO CRISTO
Si analizamos los versículos que hemos abarcado en este mensaje, veremos que el Cristo
que experimentamos en el recobro del Señor es diferente del Cristo de quien oímos en la
religión. ¡Qué Cristo tenemos! El es la corporificación de Dios y el contenido de la
iglesia. Tenemos a un Cristo todo-inclusivo, a un Cristo universal. El está por encima de
todo. El es inescrutable e inmensurable, y con todo, hace íntimamente Su hogar en
nuestros corazones. Además, nuestro Cristo desciende y asciende continuamente dentro
de nosotros. Puesto que toda la plenitud de Dios mora en El, El es la corporificación
misma de Dios. Por tanto, mientras El hace Su hogar en nuestros corazones, somos
llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. El Cristo que es la corporificación de
Dios, es también el contenido de la iglesia. Aún más, al descender y ascender, El lo llena
todo, universal, vertical y horizontalmente.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y OCHO
El libro de Efesios revela que la iglesia, además de ser el Cuerpo de Cristo, es también el
nuevo hombre. Como nuevo hombre, ella necesita que Cristo sea su vida y su persona.
Este aspecto de la iglesia fue recobrado recientemente. Le damos gracias al Señor por
mostrarnos claramente por medio del libro de Efesios, que la iglesia es el nuevo hombre.
Durante los dos siglos pasados, muchos cristianos han visto que la iglesia es el Cuerpo
de Cristo. En las Asambleas de los Hermanos en particular se habla de este aspecto de la
iglesia. Además, después de la segunda guerra mundial, en este país se comenzó a
hablar acerca del Cuerpo. Hoy en día es común oír expresiones tales como “el ministerio
del Cuerpo”. Sin embargo, aunque la iglesia es el Cuerpo de Cristo, esto no constituye la
revelación más elevada acerca de la iglesia. Debemos avanzar y ver que la iglesia es el
nuevo hombre.
Efesios 2:15 declara que Cristo abolió en Su carne la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas a fin de crear de los judíos y los gentiles un solo y nuevo
hombre. Cristo, mediante Su muerte en la cruz, no sólo acabó con el pecado, el viejo
hombre, la carne, el mundo y al diablo; El también terminó con la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas. Se han dado muy buenos mensajes que
exponen cómo la cruz de Cristo eliminó el pecado, el viejo hombre, la carne, el mundo y
al diablo; pero ¿había escuchado usted alguna vez que en la cruz, Cristo abolió la ley de
los mandamientos expresados en ordenanzas? Cristo hizo esto no para salvarnos,
santificarnos, ni para hacernos victoriosos. El abolió las ordenanzas para crear el nuevo
hombre. Todos reconocemos que se requería la muerte de Cristo en la cruz para ponerle
fin al pecado, el viejo hombre, la carne, el mundo y al diablo, y alabamos al Señor
porque todos estos elementos negativos fueron crucificados. Pero debemos avanzar y
ver cuán importante y crucial era que Cristo aboliera la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear de nosotros un solo y nuevo hombre.
El hecho de que de los judíos y los gentiles se creara un solo y nuevo hombre indica que
el nuevo hombre es una entidad corporativa y universal. Hay muchos creyentes, mas un
solo y nuevo hombre. Todos los creyentes forman parte de este nuevo hombre
corporativo y universal. El nuevo hombre constituye la revelación más elevada que el
libro de Efesios presenta en cuanto a la iglesia.
Ser regenerados no sólo equivale a ser salvos; también significa ser creados de nuevo.
En la cruz, Cristo abolió las ordenanzas a fin de producir una nueva creación. Los judíos
y los gentiles habían sido separados por las ordenanzas, pero de ambos pueblos se creó
en Cristo y con la esencia divina, una nueva entidad, un nuevo hombre corporativo.
Las ordenanzas son las diferentes formas o maneras de vivir y de adorar. Por ejemplo,
los judíos tienen su propia manera de adorar a Dios, y basado en ello, han hecho de esto
ordenanzas que gobiernan su vida diaria. Otros pueblos también tienen sus propias
maneras de vivir y de adorar. Esto sucede también con las denominaciones del
cristianismo actual. Los bautistas, los presbiterianos, los metodistas, los luteranos y los
episcopales tienen sus formas de adorar a Dios. ¡Cuánto se ha extendido este asunto de
las ordenanzas, y cuán prevaleciente es!
Damos gracias al Señor por habernos mostrado claramente la visión del terreno de la
iglesia. Pero no es suficiente con conocer el terreno de la iglesia. Aunque es necesario el
terreno de la iglesia, el deseo de Dios no se centra en ello. El desea tener la iglesia como
nuevo hombre, y las ordenanzas constituyen los principales obstáculos para que cumpla
Su deseo. Si queremos experimentar la iglesia en su aspecto de nuevo hombre, debemos
hacer a un lado nuestra forma de vivir. En la cruz, Cristo abolió todas las ordenanzas;
pero no lo hizo como un fin en sí mismo, sino con el propósito de crear un solo y nuevo
hombre.
Dios, en Su sabiduría, nos escogió de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap. 5:9). Hoy
las iglesias locales se componen de creyentes de muchas razas y nacionalidades.
Ciertamente, las ordenanzas constituyen la prueba más grande de si tomamos o no a
Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Por ejemplo, a los chinos que se mudan del
lejano oriente a este país no les es fácil experimentar la iglesia como nuevo hombre,
pues se les dificulta hacer a un lado su manera china de vivir. Algunos hermanos y
hermanas chinos eran más útiles en la vida de iglesia cuando estaban en el lejano
oriente que ahora, porque ahora se aferran a sus ordenanzas chinas. Siendo imparcial,
debemos decir que en realidad todos nosotros tendemos a conservar nuestras propias
ordenanzas. Sin embargo, en el nuevo hombre no hay judío ni griego, bárbaro ni escita,
circuncisión ni incircuncisión. En otras palabras, en la iglesia como nuevo hombre no
hay lugar para chino, estadounidense, británico, alemán ni ninguna otra nacionalidad;
en ella sólo hay lugar para Cristo. Es crucial que todos veamos que hace más de mil
novecientos años, Cristo abolió en la cruz todas nuestras ordenanzas.
RECIBIR A CRISTO
En muchos aspectos, todavía somos bastante religiosos. Es posible que aun la manera en
que predicamos el evangelio y ayudamos a las personas a ser salvas, la llevemos a cabo
de una manera religiosa. Tal vez le decimos a las personas que ellas son pecadoras y que
Cristo murió por sus pecados en la cruz. Quizás les decimos también que si creen en El,
serán perdonadas, justificadas, salvas y hechas aptas para ir al cielo. En cierto sentido,
esta predicación es correcta, fundamental y se apega a las Escrituras; con todo, puede
ser religiosa. Al predicar el evangelio, lo importante es que ayudemos a las personas a
abrir su ser al Señor Jesús y a recibirlo. Aun si la persona no tiene ningún concepto en
cuanto al perdón de pecados, la justificación o el cielo, si reciben a Cristo, tendrán la
realidad de todo esto. Tener a Cristo es tener el perdón, la redención, la justificación, la
salvación y la santificación.
Lo único que nos hace parte del Cuerpo de Cristo es que Cristo esté en nosotros, pues
sólo El puede hacernos parte de Sí mismo. Para esto, no es suficiente el perdón, la
justificación y la santificación. Que el Señor nos conceda ver que no sólo fuimos
perdonados, justificados, salvos y santificados, sino que también fuimos creados de
nuevo en Cristo y con El.
Sin Efesios 3, Efesios 2 sería una simple doctrina. Es un hecho que Cristo abolió las
ordenanzas con el fin de crear de los judíos y los gentiles un solo y nuevo hombre. Pero
para que esto sea práctico en nuestra experiencia diaria, debemos permitir que Cristo
haga Su hogar en nuestros corazones (3:17). Una manera de saber si todavía tenemos
ordenanzas, es preguntarnos si Cristo está haciendo Su hogar en nuestro corazón.
¿Permitimos que El haga Su hogar en nosotros? Si somos sinceros, tenemos que
reconocer que muy poco le damos la oportunidad de hacerlo. Esto se debe
principalmente a que en lugar de darle a El la preeminencia, seguimos nuestro propio
camino.
Olvidémonos de la religión, las reglas, las ordenanzas, las diversas prácticas y formas de
adorar a Dios, y de nuestra propia manera de vivir, y sencillamente permitamos que
Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Cristo entró en nosotros para ser nuestra
vida y nuestra persona, y no estará satisfecho hasta que lo tomemos como nuestra
persona de manera práctica. Si no lo tomamos como tal, por mucho que amemos a
Cristo y la iglesia, y por mucho que estemos en pro del recobro del Señor, tendremos
una sensación profunda de que algo nos falta. Esta sensación no es sino el reflejo de que
nos falta tomar a Cristo como nuestra persona.
Nuestro corazón no debe ser la morada de nuestro yo, sino la de Cristo. Le pregunto
nuevamente, ¿quién vive en su interior? ¿Cristo o usted? Con respecto a esto no me
interesa la doctrina; lo único que me interesa es la realidad. Cristo no abolió las
ordenanzas para que estableciéramos otras nuevas; Su intención es hacer Su hogar en
nuestros corazones.
Muchas hermanas casadas son reacias a leer Efesios 5 porque este capítulo habla de que
las mujeres deben someterse a sus maridos. Cuando leen este capítulo, se dan cuenta de
que no son sumisas. Algunas culpan al marido o las circunstancias por su falta de
sumisión, y a veces hasta se atreven a culpar al Señor diciéndole que si les hubiera dado
un esposo diferente, sin duda se someterían a él. Hermanas, no intenten someterse a su
esposo; simplemente permitan que Cristo haga Su hogar en ustedes. Si toman a Cristo
como su persona y le permiten hacer Su hogar en sus corazones, ciertamente se
someterán a sus maridos.
Debemos desechar todo lo religioso y tomar únicamente a Cristo como nuestra persona.
Si hacemos eso, experimentaremos el crecimiento mencionado en el capítulo cuatro, y
nos revestiremos del nuevo hombre. Esta es la vida adecuada de iglesia.
Dios no quiere que las esposas intenten someterse a sus maridos, ni que los maridos
amen a sus esposas de una manera religiosa. Su deseo es que tomemos a Cristo como
nuestra persona y que dejemos a un lado todas las ordenanzas. Dios quiere obtener un
pueblo en cuyo corazón Cristo haga Su hogar. Esto es lo que necesitamos hoy en la vida
de iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE SETENTA Y NUEVE
Lectura bíblica: Ef. 5:25-27; 2:15-16; 1:20-23; 4:7-8, 11, 12; 3:17a
Cuando yo era joven, oí hablar de Jesús, pero lo que me dijeron no se puede comparar
con la revelación de Cristo como corporificación de Dios. Muchos de nosotros podemos
testificar que antes de entrar en el recobro del Señor no conocíamos debidamente a
Cristo como corporificación de Dios. Fue después de que venimos a la vida de iglesia que
comenzamos a comprender que nuestro Cristo es la corporificación de todo lo que Dios
es.
EL CONTENIDO DE LA IGLESIA
La iglesia es más que un grupo de personas que han sido salvas del infierno, que esperan
ir al cielo y que le ruegan al Señor que les de paz, gozo y una buena vida. En el recobro
del Señor, la iglesia no ruega a Dios que le conceda nada. Antes bien, nosotros en las
iglesias locales alabamos al Señor por todo lo que El es para nosotros. ¡Alabado sea el
Señor porque la iglesia tiene la corporificación de Dios por contenido! ¡Cuánto
agradecemos al Señor por revelarnos esto!
La iglesia es el nuevo hombre, el cual tiene a Cristo por persona. Cristo, en calidad de la
persona del nuevo hombre, es la corporificación de Dios. ¿Se ha dado cuenta usted de
que Aquel a quien debe tomar como su persona es la corporificación misma de Dios? Si
recibimos esta visión, estaremos fuera de nosotros mismos de gozo. ¡Qué persona más
maravillosa está dentro de nosotros! Es crucial que todos veamos que la iglesia es un
recipiente cuyo contenido es el Cristo vivo.
En este mensaje estudiaremos cinco aspectos de Cristo. Si queremos tener una clara
visión de estos cinco aspectos, necesitamos pedirle al Señor que disipe toda la
nubosidad que durante siglos ha impedido que los creyentes vean plenamente a Cristo.
En mensajes anteriores expresamos que Cristo es ilimitado, inmensurable e
inescrutable. El es todo-inclusivo y lo llena todo en todo (1:23). El es las dimensiones
mismas del universo: la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (3:18). ¡Qué
Cristo tan maravilloso es El!
Efesios 5:25 dice que Cristo “amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella”. Este
versículo indica que Cristo es Aquel que ama a la iglesia. Gálatas 2:20 dice que Cristo me
amó y se entregó a Sí mismo por mí. Los cristianos le dan importancia a este versículo,
pero es posible que pasen por alto Efesios 5:25, donde se nos dice que Cristo amó a la
iglesia y se entregó a Sí mismo por ella.
Santifica a la iglesia
En 5:25-27 vemos que Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia, no sólo para salvarla
del infierno y llevarla al cielo, sino para santificarla y purificarla por el lavamiento del
agua en la Palabra. Mediante esta purificación, El se presentará a Sí mismo una iglesia
gloriosa que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante. La iglesia que Cristo se
presentará a Sí mismo será santa y sin defecto.
Según 5:27, viene el día cuando la iglesia no tendrá manchas ni arrugas. Las manchas
las producen las heridas, mientras que las arrugas son el resultado de la vejez. Por
medio de la obra santificadora de Cristo, un día la iglesia no tendrá más manchas ni
arrugas. Ella será santa y sin defecto. Ser santa es ser saturada de Cristo y transformada
por El, y no tener manchas es no tener defectos ni arrugas. Un día la iglesia será
plenamente transformada. Sólo Cristo puede llevar a la iglesia a dicha condición. El
Cristo que es la corporificación de Dios, es el Cristo que ama a la iglesia y que la purifica
mediante el lavamiento del agua en la Palabra.
Decir que la vida de iglesia sólo existirá en la era venidera es contrario a las Escrituras.
La próxima era no será la era de la iglesia, sino la del reino. El Señor necesita la vida de
iglesia en la era actual, antes de volver, para avergonzar al enemigo. Creo firmemente
que por siglos y siglos, Satanás, el enemigo de Dios, ha desafiado a Cristo con respecto a
la iglesia. Tal vez le ha dicho: “¿Dónde está Tu iglesia? Muéstrame la iglesia que
prometiste edificar. Algunos de Tus siervos incluso enseñan que no se puede practicar la
vida de iglesia en esta era”. A esto, Cristo quizás responde: “Satanás, mira a las iglesias
locales. Considera cuántos de entre Mi pueblo testifican que es factible llevar la vida de
iglesia en esta era. Además, ellos no sólo están en pro de la vida de iglesia, sino que de
hecho experimentan la vida de iglesia de manera práctica”.
De regreso a Jerusalén
Creemos que en los años venideros, el Señor propagará la vida de iglesia a Inglaterra, a
Alemania, a Francia y a Italia. Además, creemos que un día habrá una iglesia en Roma, e
incluso en Jerusalén, donde comenzó la vida de iglesia hace más de diecinueve siglos.
Hechos 1:9-12 nos dice que Cristo ascendió desde el monte de los Olivos, y Zacarías 14:4
revela que Cristo regresará allí mismo. Conforme al mismo principio, el Señor empezó
Su iglesia en Jerusalén, y yo creo que el recobro de Su iglesia regresará a Jerusalén.
Por muchos años me sentí turbado ante todo lo que se perdió en China. Después de más
de veinte años de trabajo, para 1948 existían iglesias en todas sus ciudades principales.
Luego, de repente, todo se perdió. Un día, después de que habían pasado muchos años,
vi algo alentador con respecto a todo esto. Me di cuenta de que en la década de 1920, el
Señor deseaba establecer la vida de iglesia apropiada. Sin embargo, debido a que Europa
y Estados Unidos habían sido afectados por la religión, el Señor se vio obligado a ir a un
país pagano del Lejano Oriente, para recobrar la vida de iglesia. El hermano Nee nos
dijo una vez que el Señor fue a China porque ésta era una tierra virgen donde se podía
cultivar la vida de iglesia. No obstante, el Señor sabía que China, debido principalmente
al idioma, no era el mejor lugar para propagar Su recobro. Mucho de lo que el Señor nos
había revelado quedó sepultado en el idioma chino. Con todo, Dios usó la tierra virgen
de China como un vivero. Allí, en ese suelo, fue sembrado Watchman Nee, y la vida de
iglesia comenzó a crecer. Luego, al perderse lo que había en China, el recobro fue
transplantado a Estados Unidos. Sin embargo, Estados Unidos no era la meta, sino un
peldaño que propiciaba la extensión del recobro a Europa y finalmente a Jerusalén. El
Señor comenzó en Jerusalén y de ahí propagó la iglesia a Grecia e Italia. Yo creo que El
regresará a Jerusalén, pasando por Italia y Grecia. Anhelo que haya una iglesia en
Jerusalén esperando al Señor Jesús cuando El regrese.
En 2:15 y 16 vemos que Cristo también es Aquel que crea al nuevo hombre. Por siglos los
cristianos han hablado de la muerte de Cristo en la cruz, sin comprender que el objetivo
principal por el cual murió fue crear al nuevo hombre. Cristo abolió en Su carne todas
las ordenanzas para crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre. La cruz no sólo nos trae
salvación, liberación y victoria, sino que también crea al nuevo hombre. Para que el
nuevo hombre fuera creado, se requería que todas las ordenanzas fueran abolidas.
¡Alabado sea el Señor porque El es el Cristo que crea al nuevo hombre! Al abolir las
ordenanzas en la cruz, El creó de los judíos y gentiles, un solo y nuevo hombre.
En 1:20-23 vemos que Cristo es también el Cristo en el cual todas las cosas son reunidas
bajo una cabeza. Dios lo hizo sentar a Su diestra en los lugares celestiales y sometió
todas las cosas bajo Sus pies. Además, Cristo fue hecho Cabeza sobre todas las cosas y,
como tal, fue dado a la iglesia. La autoridad sobre todas las cosas le fue dada a Cristo
como un don de parte de Dios.
El capítulo cuatro revela que Cristo es Aquel que produce y reparte los dones (4:7-8, 11-
12). Puesto que Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, El puede
producir dones y presentarlos a la iglesia. Efesios 1:22 declara que Cristo fue dado por
Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La pequeña preposición “a” es crucial; ella
implica una trasmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, logró y obtuvo se trasmite a la
iglesia, Su Cuerpo. En esta trasmisión la iglesia comparte con Cristo todos los logros de
El. Puesto que todo lo que Cristo es y tiene es trasmitido a la iglesia, El puede
constituirnos dones para el Cuerpo.
Ya mencionamos que es al descender y ascender que Cristo nos constituye dones para la
iglesia. Mediante ese recorrido, al descender y ascender El dentro de nosotros, somos
hechos dones útiles para la iglesia.
Cuando se inició la vida de iglesia en Los Angeles, todos nos sentíamos débiles e
inútiles; nos preguntábamos cómo podríamos tomar cuidado de la iglesia. Sin embargo,
al descender y ascender Cristo en nosotros, muchos han sido constituidos dones útiles.
El liderazgo necesario para propagar la vida de iglesia se produce de esta manera. A
medida que los hermanos experimentan al Cristo que desciende y asciende en ellos,
llegan a ser los líderes idóneos para atender las necesidades de las iglesias que el Señor
va levantando. Este liderazgo no es producto de la educación ni del adiestramiento
humanos; se produce del Cristo que desciende y asciende. Debemos alabar al Señor por
este recorrido, por el maravilloso tráfico de doble vía que El recorre de los cielos a la
tierra, y viceversa. Es mediante este tráfico que el Cristo que produce los dones y los
reparte genera dones para Su Cuerpo.
Finalmente, como lo revela Efesios 3:17, Cristo es Aquel que hace Su hogar en nuestros
corazones. El ya no está sin hogar, pues está haciendo Su hogar en nuestros corazones.
Cuanto más Cristo se establece en nuestros corazones, más puede jactarse ante Satanás
de tener un hogar en Sus creyentes.
Que estos cinco aspectos de Cristo queden grabados en nosotros. El es el Cristo que ama
a la iglesia, el Cristo que crea el nuevo hombre, el Cristo en quien todas las cosas son
reunidas bajo una cabeza, el Cristo que produce y reparte los dones, y el Cristo que hace
Su hogar en nuestros corazones. ¡Qué maravilloso Cristo tenemos!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA
Hemos señalado que la iglesia no sólo es el Cuerpo de Cristo, sino también el nuevo
hombre. Como Cuerpo, la iglesia necesita a Cristo como su vida, mientras que como
nuevo hombre, necesita que Cristo sea su persona. Por ejemplo, los árboles tienen vida,
pero no son personas, por ende, no tienen personalidad. Pero nosotros, los seres
humanos, tenemos vida y personalidad, pues somos personas.
Puesto que la iglesia no sólo es el Cuerpo cuya vida es Cristo, sino también el nuevo
hombre que tiene a Cristo por persona, en Efesios 3:17 Pablo recalca la importancia de
que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Aunque nuestro espíritu es un vaso que
contiene a Dios, el espíritu no es el centro de nuestra personalidad. El centro de nuestra
personalidad es nuestro corazón. Las distintas facultades de nuestra personalidad, a
saber, nuestra mente, parte emotiva y voluntad, están directamente relacionadas con
nuestro corazón, y no con nuestro espíritu. Ya que todas las facultades de nuestra
personalidad están concentradas en el corazón, el corazón es el lugar donde Cristo desea
hacer Su hogar. Cristo como Espíritu vivificante está ahora en nuestro espíritu; sin
embargo, El desea extenderse a nuestro corazón y hacer Su hogar ahí.
Por medio de la regeneración, Cristo como Espíritu está ahora en nuestro espíritu; pero
por medio de la transformación, Cristo se extenderá de nuestro espíritu a nuestro
corazón. Toda persona regenerada tiene a Cristo en su espíritu, pero pocos han
permitido que El se extienda a sus corazones. Por ello, Pablo ora que seamos
fortalecidos en nuestro hombre interior a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestros
corazones (3:16). Es como si Pablo quisiera decirles a los efesios: “Puesto que vosotros
habéis sido salvos y regenerados, tenéis a Cristo en vuestro espíritu. Pero me preocupa
que no habéis permitido que Cristo se extienda a vuestros corazones. Por lo tanto, oro
por vosotros para que seáis fortalecidos en vuestro espíritu por el Espíritu para que
Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”.
Debemos tomar a Cristo no sólo como la vida de nuestro espíritu, sino también como la
persona de nuestro corazón. Cuando Cristo está en nuestro espíritu, El es nuestra vida.
Sin embargo, al extenderse a nuestro corazón, El llega a ser también nuestra persona.
Todos tenemos a Cristo en nuestro espíritu, pero me pregunto cuánto le hemos
permitido extenderse a nuestro corazón.
Hermanas, ¿toman a Cristo como su persona cuando van de compras? ¿Le permiten que
haga Su hogar en sus corazones mientras deciden qué comprar? Por lo general son
ustedes las que toman estas decisiones, y no Cristo. Cristo está en su espíritu como vida,
pero el problema es que lo confinan ahí. Temo que en lo profundo de su ser, ustedes
dicen: “Señor Jesús, Tú eres mi vida y estás en mi espíritu, pero mientras voy de
compras, quiero que te quedes ahí; déjame comprar según el deseo de mi propio
corazón, conforme a mis gustos. Señor, mi espíritu es Tu esfera, pero mi corazón está
reservado para mí”. Cuando oran, posiblemente tengan contacto con el Señor en su
espíritu, pero luego lo dejan y van y compran según su propio deseo y predilección. Por
supuesto, las hermanas tal vez no expresen esto audiblemente, pero quizás ésta sea su
actitud. Dudo que muchas hermanas consulten al Señor con respecto a lo que compran.
Esto indica que en algo práctico como ir de compras, ellas no toman a Cristo como la
persona de su corazón.
El hecho de que Cristo sea únicamente nuestra vida, no produce la vida de iglesia. Si
queremos experimentar una vida apropiada de iglesia, debemos tomar a Cristo como
nuestra persona. Recordemos que la iglesia, además de ser el Cuerpo, es también el
nuevo hombre. Como nuevo hombre, la iglesia necesita a Cristo como su persona. El
mayor problema no radica en la vida sino en la persona. Uno no necesita modificar la
vida, pero sí es necesario un cambio en la persona. Nuestra mente, nuestra parte
emotiva y nuestra voluntad necesitan un cambio. En la vida de iglesia, el problema no
radica en que no tomemos a Cristo como nuestra vida, sino en que nos hace falta tomar
a Cristo como nuestra persona. Muy pocos santos toman a Cristo como su persona de
una manera adecuada. El que Cristo sea nuestra persona es más profundo, más elevado
y más completo que el hecho de que El es nuestra vida. En Efesios 3 Pablo no ora para
que los santos tengan a Cristo como vida, sino para que lo tomen como su persona,
permitiéndole hacer Su hogar en sus corazones. Esta es nuestra necesidad hoy.
La única manera de tomar a Cristo como nuestra persona es permitir que El haga Su
hogar en nuestros corazones. La necesidad en todas las iglesias es que los santos, al
permitir que El haga Su hogar en sus corazones, tomen a Cristo como su vida y como su
persona. Las iglesias son el testimonio del Señor en la tierra, pero este testimonio debe
tener una realidad interna. Lamento decir que es posible que la iglesia sea como una
concha vacía, una concha sin contenido. El contenido de la iglesia debe ser el Cristo a
quien tomamos como nuestra vida y persona. Si tomamos a Cristo como nuestra
persona, cuando nos reunamos, El será expresado desde nuestro espíritu y a través de
nuestro corazón. Todos los asistentes percibirán que Cristo está presente ahí como
nuestra vida y como nuestra persona.
Las reuniones de una iglesia local deben expresar a Cristo. Cristo no sólo es la vida
victoriosa y prevaleciente, sino también una persona viva, práctica y viviente. Cuando
testifiquemos en las reuniones, otros sabrán si hemos tomado a Cristo como nuestra
persona o no. Si somos fieles en tomar a Cristo como nuestra persona, disfrutaremos la
presencia del Señor Jesús en las reuniones. De hecho, las reuniones serán Su misma
presencia, porque El será expresado desde nuestro interior.
Debemos orar por nosotros mismos y por otros, para que se nos conceda tomar a Cristo
como nuestra persona en nuestra vida diaria. Todo lo que hagamos no debemos hacerlo
por nosotros mismos, sino por Cristo. Sus gustos y preferencias deben ser nuestros.
Entonces Cristo no sólo será nuestra vida, sino también nuestra persona. El Señor se
extenderá en nuestro corazón, tomará posesión de él y hará Su hogar en él de forma
completa. Finalmente, saturará todo nuestro ser consigo mismo, y nosotros ya no
viviremos más por el yo, sino por Cristo. Cuanto más experimentemos esto, más las
reuniones de la iglesia serán la manifestación de la presencia misma del Señor Jesús. En
estas reuniones no será tan necesario predicar, enseñar ni ejercitar los dones, porque
Cristo se expresará por medio de los santos. Debido a que Cristo será tan rico y práctico
en la experiencia de los santos, y estará tan accesible y presente, ellos podrán compartir
Cristo los unos con los otros. ¡Cuán diferentes son estas reuniones en comparación con
los “servicios” del cristianismo actual!
SOMOS CONSTITUIDOS DONES
En Efesios 4 vemos que cuando el Cristo victorioso ascendió, El llevó consigo un séquito
de enemigos vencidos y los hizo dones para Su Cuerpo. Hemos dicho que nosotros
llegamos a ser dones al experimentar al Cristo que desciende y asciende dentro de
nosotros.
Pablo es el don más útil que Cristo ha dado a Su Cuerpo. Antes de que Pablo fuese hecho
un don para la iglesia, él era enemigo de Cristo y perseguidor de la iglesia. No obstante,
cuando el Señor Jesús se le apareció, Pablo fue vencido, y cayendo al suelo, dijo:
“¿Quién eres, Señor?” Al invocar el nombre del Señor Jesús, fue salvo, y el Señor entró
en él. En aquel momento, Saulo de Tarso se convirtió en un enemigo vencido. En los
años posteriores, él experimentó el descenso y ascenso de Cristo dentro de él.
Finalmente, al experimentar al Cristo que “viajaba” en él de esta manera, Pablo llegó a
ser un extraordinario don para el Cuerpo.
El mismo principio aplica a nosotros. Aunque una vez fuimos enemigos del Señor, un
día El nos encontró, quizás cuando nosotros íbamos camino a Damasco. El nos venció,
nos capturó y nos puso en Su séquito de enemigos vencidos. Ahora, El nos constituye
dones para Su Cuerpo al descender y ascender dentro de nosotros.
Efesios 4:12 habla del perfeccionamiento de los santos. Perfeccionar a los santos no sólo
consiste en enseñarles, sino en ministrarles Cristo. Lo que los santos necesitan no es
más conocimiento doctrinal, sino que Cristo sea ministrado en ellos. Cuando alguien nos
ministra Cristo, espontáneamente nos sentimos alimentados y nutridos, o sea, que
hemos recibido a Cristo como nuestro suministro alimenticio. Por medio de este
suministro somos fortalecidos e iluminados.
Lo que los santos necesitan es que Cristo se imparta a ellos. Esto es necesario para la
vida de iglesia. En todo contacto que tengamos con los santos debe estar presente el
ministerio de Cristo como suministro de vida. Las personas dotadas deben perfeccionar
a los santos ministrándoles Cristo de esta manera. Cuanto más se les imparte a los
santos el Cristo vivo, más son perfeccionados.
A medida que los santos sean perfeccionados al impartírseles Cristo, ellos crecerán hasta
la medida de El. Cristo ya está en nosotros, pero en muchos asuntos todavía nosotros
seguimos viviendo en el yo. Por lo tanto, necesitamos crecer de tal manera que salgamos
de nosotros mismos y entremos en Cristo. Esto no lo logra la enseñanza; más bien, se
cumple sólo al ministrársenos Cristo como el alimento y el elemento nutritivo.
Crecer hasta la medida de Cristo, como se menciona en 4:15, equivale a revestirse del
nuevo hombre, mencionado en el versículo 24. La única manera de vestirnos del nuevo
hombre es crecer hasta la medida de Cristo. Cuanto más crecemos en Cristo, más nos
vestimos del nuevo hombre. Revestirse del nuevo hombre equivale a participar en la
vida apropiada de iglesia. No podemos experimentar la vida de iglesia si no crecemos en
Cristo. Necesitamos llegar a la medida de Cristo en todos los detalles de nuestra vida,
como por ejemplo, en el área de ir de compras y de conversar. Muchas veces lo que
expresamos es natural y carece de Cristo. La única forma de librarnos de hablar según
nuestro hombre natural es crecer hasta la medida de Cristo de modo que dejamos atrás
esa manera de hablar. Si crecemos en Cristo con respecto a nuestra forma de hablar, con
el tiempo todo lo que hablemos será en Cristo. Al crecer hasta la medida de Cristo en
este asunto específico, nos revestimos espontáneamente del nuevo hombre.
En algunas localidades los santos aman mucho al Señor; sin embargo, son bastante
naturales. Casi todo lo relacionado con ellos —su comportamiento, sus virtudes, su
manera de hablar— proviene del hombre natural. En ellos no se ve ninguna señal de
haber llegado a la medida de Cristo. Esto molesta al Espíritu que mora en ellos, el cual
anhela que la iglesia sea el nuevo hombre. Para poder revestirnos de la vida de iglesia
como expresión del nuevo hombre, necesitamos despojarnos de todo lo natural, lo cual
se logra creciendo en Cristo. Si somos perfeccionados y crecemos, según establecen 4:13
y 15, ciertamente nos revestiremos del nuevo hombre.
Al crecer hasta la medida de Cristo, también nos despojaremos del viejo hombre,
particularmente con respecto a la vieja manera de vivir. La manera de vivir del viejo
hombre es la pasada vida comunitaria. Como seres creados, todos necesitamos una vida
comunitaria. Antes de ser salvos, teníamos cierta clase de vida social, pero ahora que
somos salvos, nuestra vida social debe cambiar, o sea, que necesitamos un cambio de
comunidad. La vida de iglesia es la mejor “vida social”. Podemos testificar que en la vida
de iglesia, nuestra vida social anterior fue cambiada por la mejor vida comunitaria.
¡Alabado sea el Señor por la “vida social” que experimentamos en la iglesia!
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y UNO
EL INDIVIDUALISMO Y LA DIVISION
Damos gracias al Señor por los muchos cristianos que han experimentado los dones
carismáticos y que han sido ayudados por ello. No obstante, no estamos de acuerdo con
la afirmación de que todos los cristianos alcanzarán la unidad si tienen algunas
experiencias carismáticas. Conforme a mi experiencia y observación, las personas más
facciosas son aquellas que hacen énfasis en las experiencias pentecostales o
carismáticas. Para algunos creyentes, cuanto más ejercitan sus dones espirituales, más
individualistas y facciosos se vuelven. A esto se debe que hayan habido tantas divisiones
entre aquellos que hacen hincapié en los dones espirituales. En sus reuniones, ellos no
se preocupan por la edificación de los demás, sino principalmente por manifestar sus
dones. Algunos justifican su individualismo diciendo que ellos sólo obedecen a Dios, no
al hombre, y afirmando que todo lo que hacen proviene de la inspiración del Espíritu.
LLENOS EN EL ESPIRITU HASTA
LA MEDIDA DE LA PLENITUD DE DIOS
En 1:22 y 23 Pablo indica que la iglesia es el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo
llena en todo. La iglesia es la plenitud de Cristo. En 3:8 Pablo dice que él predicaba las
inescrutables riquezas de Cristo. (Pablo no dice que él predicaba doctrinas o dones.)
Necesitamos conocer la diferencia entre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo.
Casi todos los cristianos confunden estos términos, pensando que las riquezas de Cristo
son lo mismo que la plenitud Cristo.
En el capítulo tres Pablo dice además que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones, y
que como resultado, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Además,
en 4:13 expresa que debemos llegar a ser “un hombre de plena madurez, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo”. En 5:18 dice que debemos ser llenos en nuestro
espíritu, lo cual ciertamente tiene que ver con ser llenos hasta la medida de toda la
plenitud de Dios. Somos llenos de esta manera en nuestro espíritu, no en nuestra mente.
En 5:18 Pablo no está diciendo que somos llenos del Espíritu Santo; su énfasis es más
bien que debemos ser llenos en nuestro espíritu, llenos incluso hasta la medida de toda
la plenitud de Dios.
En 5:18 Pablo presenta un contraste entre embriagarnos con vino y ser llenos en el
espíritu. Embriagarnos con vino corresponde a llenarnos en el cuerpo, mientras que ser
llenos en nuestro espíritu regenerado equivale a llenarnos de Cristo hasta la medida de
toda la plenitud de Dios. Embriagarnos con vino en nuestro cuerpo nos trae disolución,
pero ser llenos de Cristo, la plenitud de Dios, nos hace rebosar de El, hablando,
cantando, salmodiando, dando gracias a Dios (vs. 19-20) y sujetándonos unos a otros (v.
21). ¡Cuán importante es que seamos llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda
la plenitud de Dios!
Las riquezas de Cristo necesitan ser expresadas. Cuando estas riquezas son expresadas,
esa expresión es la plenitud de Cristo. Cuando Cristo se encarnó, las riquezas de Dios
fueron expresadas. Sin embargo, la encarnación de ninguna manera agotó estas
riquezas; más bien, ésta fue el desbordamiento, la plenitud, de las riquezas de Dios.
Cristo vino procedente del seno del Padre (Jn. 1:18). Pero Su venida de ninguna manera
agotó las riquezas divinas que se hallan en el seno del Padre. Al contrario, cuanto más
riquezas brotaban de El, más había por brotar. Por tanto, en Cristo no sólo vemos las
riquezas, sino también la plenitud. Por esta razón, Juan 1:16 dice: “Porque de Su
plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia.” Cristo es la plenitud de la Deidad.
Cuando El vino a la tierra, El mismo era el desbordamiento de las riquezas de Dios. Por
consiguiente, El llegó a ser la plenitud de Dios. El no sólo poseía las riquezas, sino que
toda la plenitud de la Deidad moraba en El corporalmente (Col. 2:9).
La iglesia no expresa nada que no sea Cristo. Ya vimos que muchos cristianos se centran
en los dones espirituales. Sin embargo, estos dones no son el propio Cristo. De igual
manera, ni la doctrina ni el poder son Cristo mismo. Ni siquiera la Biblia es Cristo.
Cristo, una persona viva y maravillosa, es la corporificación de Dios. No debemos
permitir que nada tome el lugar de Cristo. Los dones espirituales pueden ser un medio
para participar de Cristo; el poder nos puede ayudar a experimentar a Cristo; y las
doctrinas pueden ser instrumentos para impartir a Cristo. Sin embargo, muchos
cristianos permiten que los dones, el poder, las enseñanzas, e incluso la Biblia
sustituyan a Cristo. En lugar de asirse de Cristo y experimentarlo directamente, muchos
se dejan distraer por los dones, el poder y la doctrina. Esto indica que los mismos
medios e instrumentos que Dios ha destinado para ayudarnos a que poseamos a Cristo,
se utilizan para reemplazarlo. La situación debe ser diferente en el recobro del Señor. En
el recobro, el Señor desea que volvamos a El mismo, no a los medios o instrumentos. Le
damos gracias al Señor por los dones, el poder, las enseñanzas, y, en particular, por la
santa Palabra. Pero sobre todo, le agradecemos por Su Hijo, el Señor Jesucristo. Dios
desea traernos de nuevo a Cristo, sacarnos de todo lo que lo sustituye a El, de lo que nos
ha distraído y alejado de El. Por consiguiente, cuando nosotros los cristianos nos
reunimos, no debemos fijarnos en la manifestación de los dones, ni siquiera en la
enseñanza de la Palabra, sino en que el Cristo vivo sea expresado. En las reuniones no
nos debe importar la manera en que nos reunimos, sino en que el Cristo vivo sea
expresado.
En el recobro del Señor, estamos librando una batalla. Primero que todo, debemos
combatir el uso de las cosas buenas que sustituyen a Cristo. Satanás el enemigo de Dios
de manera muy sutil usa muchas cosas para atraer a la gente y hacer que se aparten de
Cristo. Hay quienes se desvían a causa de las enseñanzas, o por el concepto que tienen
acerca de lo que debe ser la doctrina bíblica correcta. Por ello, algunos condenan la
práctica de invocar el nombre del Señor. Ellos aseveran que esto no se apega a las
Escrituras. Otros nos han acusado de inventar nuevas maneras de adorar. Otros nos han
preguntado que por qué no seguimos los métodos de adoración practicados por los
cristianos durante siglos. Pero hay que preguntarles: ¿qué tiene de malo invocar el
nombre del Señor? Mi intención no es inquietar a nadie, pero el Señor me ha
encomendado que le comunique a Su pueblo la necesidad de invocarle a El. Esta no es
una nueva enseñanza. De esta práctica se habla por primera vez en Génesis 4:26. Este
versículo dice: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. Este
versículo y docenas de otros indican que invocar el nombre del Señor es, sin lugar a
dudas, una enseñanza y práctica bíblica. Versículo tras versículo, tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo, nos insta a invocar el nombre del Señor.
ORAR-LEER
A otros les ofende nuestra práctica de orar-leer y nos critican por ella. Según ellos, orar-
leer es una invención nuestra. No es mi deseo discutir con nadie sobre estas cosas, pero
sí quisiera mostrar que Efesios 6:17 y 18 habla de tomar la palabra de Dios con toda
oración. Por lo tanto, si realmente somos bíblicos, recibiremos la Palabra no sólo
leyéndola, estudiándola y escudriñándola, sino también orándola. Teniendo ante
nosotros versículos como Efesios 6:17 y 18, ¿quién puede decir que orar-leer la Palabra
no concuerda con la Biblia? ¡Cuánto necesitamos abandonar nuestros conceptos
tradicionales y volver a Cristo mismo y a la Palabra pura de Dios! En esto consiste el
recobro del Señor.
Como creyentes que viven por Cristo, cuando nos reunimos, debemos seguir al Espíritu
que mora en nosotros para poder expresar a Cristo. No es necesario establecer una
manera fija de reunirse. El Espíritu sabe cómo expresar a Cristo; así que, en cada
reunión debemos sencillamente abrir nuestro ser a El y seguirlo. No siempre es
necesario empezar la reunión con un himno. Alguien tal vez puede levantarse y ofrecer
jubilosas alabanzas a Dios. No debemos acudir a las reuniones siguiendo nuestros
propios conceptos, porque éstos están demasiado afectados por la tradición religiosa.
Más bien, si hemos de expresar a Cristo en las reuniones, debemos experimentarlo a El
en nuestra vida cotidiana. Algunos, por no experimentarlo lo suficiente, tienen poco de
El para ministrarlo a los demás y, como resultado, no funcionan en las reuniones, sino
que son sólo espectadores. En las reuniones de la vida de iglesia recobrada, los santos
que viven por Cristo deben expresar a Cristo de una manera viviente; y sólo el Espíritu
sabe cómo hacer esto.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y DOS
Hemos visto que la iglesia es la expresión de Cristo. En Efesios 1 se nos dice que la
iglesia es el Cuerpo, y que este Cuerpo es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y este Cuerpo es la plenitud de Aquel que todo lo llena
en todo.
En 1:23, las palabras “todo ... en todo” se refieren al universo. Cristo llena todo el
universo. Esto se comprueba en 4:10, donde dice: “El que descendió, es el mismo que
también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”. El que Cristo lo llene
todo significa que El llena el universo. Cristo es tan universalmente inmenso que llena
todas las cosas. Este Cristo ilimitado necesita un Cuerpo que sea Su plenitud.
Hay una gran diferencia entre la iglesia y una organización social. Aparentemente la
iglesia es un grupo social conformado de diferentes clases de personas. Así conciben la
iglesia las personas del mundo, como una organización social más. Es necesario que
veamos la diferencia entre la iglesia y un club social. Los clubes sociales por lo general
les imponen a sus miembros reglamentos muy elevados. Tal vez les exijan elevadas
normas respecto al vestido, al comportamiento y al carácter. Exteriormente, los
miembros de esos clubes quizás luzcan mejor que los santos de las iglesias. Sin embargo,
por muy bueno que sea un club, no deja de ser una mera organización humana, y
contrario a la iglesia, no tiene absolutamente nada de Cristo. La iglesia, en contraste, es
el rebosamiento de Cristo, Su excedente.
Los miembros de un club tal vez sean regulados exteriormente conforme a ciertos
requisitos. Los que cumplen con ellos logran tener una muy buena apariencia a los ojos
de los hombres. En ciertos aspectos, ellos quizás manifiestan una conducta superior a
los miembros de las iglesias. Sin embargo, ante Dios, lo mejor de las normas y del
comportamiento humanos no son más que estiércol. En la iglesia no necesitamos
superarnos o corregirnos exteriormente; lo que necesitamos es que Cristo quite todas
nuestras deficiencias reemplazándolas consigo mismo. Si los miembros de la iglesia
carecen de algo, eso indica que necesitan más de Cristo. Debemos resistir la tentación de
convertir la iglesia en un club social, en donde se imponen normas y reglamentos. Estas
cosas no tienen nada que ver con el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo está
constituido únicamente del Cristo que se ha forjado en los santos.
Estoy plenamente consciente de que en Efesios, un libro que trata de la iglesia, Pablo
habla de que las esposas se sometan a sus maridos, que los maridos amen a sus esposas,
que los hijos obedezcan a sus padres y que los esclavos obedezcan a sus amos. Sin
embargo, estas cosas no son el enfoque de la economía eterna de Dios. La economía de
Dios no consiste en que tengamos una buena vida familiar, sino en que se produzca un
Cuerpo para Cristo. Por supuesto, si estamos en el Cuerpo de Cristo de una manera
apropiada y práctica, sin duda alguna tendremos una vida familiar apropiada. Sin
embargo, es posible disfrutar de una vida familiar extraordinaria, y no tener nada que
ver con el Cuerpo de Cristo. He conocido incrédulos cuya vida familiar supera a la de
muchos cristianos. No obstante, aunque la vida familiar de estos incrédulos era buena,
no tenía nada que ver con Cristo ni con la economía de Dios. Es crucial que veamos que
el enfoque de la economía de Dios no es una determinada norma de carácter o de
conducta, sino Cristo y la iglesia.
Corregir a las personas pidiéndoles que se conformen a ciertas normas es fácil, pero
toma tiempo para que la vida divina crezca en nosotros. Por ejemplo, en poco tiempo se
puede hacer una flor artificial, pero para producir una flor de verdad, una flor que tenga
vida y fragancia, tal vez tome varios meses. Si controlamos a los demás de manera
externa, lo único que lograremos es retrasar el proceso de crecimiento en vida. Por lo
tanto, debemos ser pacientes y permitir que el Señor crezca en los santos. Con el tiempo,
el crecimiento en vida producirá el cambio deseado. Esta es la diferencia entre la iglesia
y un club social.
EXPERIMENTAR A CRISTO
POR CAUSA DE LA VIDA DE IGLESIA
El Cristo que mora en nosotros puede preservarnos seguros en el camino del Señor. Es
crucial que todos conozcamos al Cristo que está en nosotros y le permitamos hacer Su
hogar en nuestros corazones. No debemos desear hacer una gran obra; más bien,
debemos estar satisfechos de permitir que Cristo viva en nosotros y de que El nos use
para impartirlo en otros. Si ésta es nuestra experiencia, no seremos nosotros los que
laboremos por el Señor, sino que será Cristo quien haga la obra desde nuestro interior.
Si experimentamos a Cristo de esta manera, la iglesia será el Cuerpo de Cristo tanto en
la realidad como en la práctica. La iglesia como Cuerpo de Cristo procede del propio
Cristo, pues ella es Su rebosamiento, Su excedente.
Hace unos años pasé diez horas conversando con un hermano que no creía que la obra
del Señor pudiera ser llevado a cabo solamente por el Cristo que mora en nosotros. El
tenía toda su confianza puesta en el recobro de los dones pentecostales. Le dije que el
Señor no quería un gran movimiento, sino que Su mover se llevaría a cabo en una escala
relativamente pequeña, quizás, como siempre ha ocurrido, de una manera
desapercibida. El Señor no hará nada en desproporción a Su Cuerpo.
Además, todo lo que pertenece al Cuerpo de Cristo debe provenir de la vida de Cristo.
Por ejemplo, nada que sea artificial puede formar parte de nuestros cuerpos físicos. Ni
siquiera las mejores dentaduras son parte de nuestros cuerpos, porque no tienen la vida
de nuestros cuerpos. Sólo lo que es producido por la vida de nuestro cuerpo puede
formar parte de él. Si perdemos un brazo, lo podemos reemplazar con un brazo artificial,
pero éste no será un miembro auténtico del cuerpo. En el mismo principio, el Cuerpo de
Cristo tiene que ser producto de la vida de Cristo; no puede haber ningún elemento
extraño en el Cuerpo. No obstante, en el cristianismo actual hay muchos elementos
extraños y artificiales. Ninguno de ellos tienen algo que ver con Cristo como vida. En
cambio, como lo hemos señalado, la iglesia como Cuerpo de Cristo es la plenitud de
Cristo.
LA MEDIDA DE LA ESTATURA
DE LA PLENITUD DE CRISTO
En 4:13 Pablo dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”. Según este versículo debemos llegar a tres cosas: a la
unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena
madurez, y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. La plenitud de Cristo, la
cual es el Cuerpo, tiene una estatura, pues Pablo habla de la estatura de la plenitud de
Cristo. La estatura de la plenitud de Cristo equivale a la estatura del Cuerpo de Cristo. El
capítulo uno revela que el Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, y el capítulo cuatro,
que la plenitud de Cristo tiene una estatura. Por lo tanto, la estatura de la plenitud de
Cristo es la estatura del Cuerpo de Cristo.
Como Cuerpo de Cristo, la iglesia es la plenitud que crece cada día dentro de nosotros.
Es de vital importancia que todos veamos que la iglesia es un organismo que procede de
Cristo. Todo lo que no pertenece a Cristo no es parte de la iglesia. No importa cuán
disciplinados o regulados seamos, ni cuanto hayamos mejorado, si esto no procede de
Cristo, no forma parte de la iglesia. El hecho de que uno se regule, se discipline y se
mejore posiblemente produzca una sociedad excelente, pero no puede producir la
iglesia. En lo que atañe al Cuerpo de Cristo, nada que provenga de nosotros tiene valor
alguno. Con relación al Cuerpo, nuestra bondad natural no sirve de nada. Ya sea que
seamos buenos o malos, seguimos necesitando a Cristo. Indudablemente, los que son
malos necesitan a Cristo; pero los que son buenos también lo necesita de la misma
manera. No importa cuál sea nuestra forma de ser, lo que somos por naturaleza tiene
que ser absorbido y consumido por el Cristo que mora en nosotros. Entonces seremos
genuinamente el Cuerpo de Cristo, Su plenitud.
RECIBIR DE SU PLENITUD
Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia.” Aprender
acerca de Cristo o simplemente imitarlo no es lo importante, sino recibir de Su plenitud.
Cristo es tan rico que tiene un excedente llamado plenitud. De esta plenitud podemos
recibir gracia sobre gracia. Si diariamente recibimos de Su plenitud, un día llegaremos a
estar constituidos de lo que hemos recibido. Esto significa que cuanto más recibamos de
Su plenitud, más estaremos constituidos de Su plenitud y llegaremos a ser así Su
plenitud. Si vemos esto, diremos: “Señor, sálvame de todo lo que no sea Tu plenitud.
Señor, estoy dispuesto a pagar cualquier precio para disfrutarte y participar de Tu
plenitud”. Que el Señor nos conceda Su misericordia para que podamos experimentar y
disfrutar a Cristo diariamente, hasta que lleguemos a ser la iglesia que es Su misma
plenitud, Su rebosamiento.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y TRES
Lectura bíblica: Ef. 3:8b, 17a; 2 Co. 2:10; 10:1; 11:10; 8:9; 12:9; 13:14
Efesios 3:8 habla de las inescrutables riquezas de Cristo, y 3:17, de que Cristo hace Su
hogar en nuestros corazones. Esto indica que el Cristo que hace Su hogar en nosotros es
el Cristo que tiene inescrutables riquezas. Las inescrutables riquezas de Cristo nos son
dada para que las disfrutemos. Día tras día y hora tras hora debemos disfrutar estas
riquezas maravillosas, inmensurables, ilimitadas y todo-inclusivas.
Es difícil enumerar todas las riquezas de Cristo. Si ellas fueran pocas, sería fácil
enumerarlas. Pero las riquezas de Cristo superan nuestra capacidad de describirlas o
enumerarlas. Si deseamos conocer las riquezas de Cristo contenidas en Efesios, nos
beneficiaría examinar cómo Pablo experimentó estas riquezas según se revela en el libro
de 2 Corintios.
El libro de 2 Corintios trata de la gracia, en contraste con 1 Corintios, que trata de los
dones. Pablo concluye 2 Corintios con las palabras: “La gracia del Señor Jesucristo, el
amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (13:14). Debido
a que 2 Corintios es un libro que trata de la gracia, en el último versículo Pablo
menciona primero la gracia. La gracia es más profunda y subjetiva que los dones. Los
dones son externos, mientras que la gracia es interna. Además, los dones están
relacionados con lo que hacemos, mientras que la gracia tiene que ver con un disfrute
interno.
¿Qué prefiere usted, ser dotado o ser transformado? Antes de contestar esta pregunta,
considere el ejemplo del asno de Balaam (Nm. 22:23-33). Repentinamente, este asno le
habló a Balaam. ¡Cuán milagroso fue que un asno hablara un idioma humano! Sin
embargo, el asno no fue transformado en un ser humano. En este caso, se ve el don de
hablar, mas nada de transformación.
En 2 Corintios 4:7 Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros”. El tesoro que está en los vasos de
barro mencionado aquí no alude a los dones; más bien, denota algo precioso que está
escondido. El vaso es algo externo, mientras que el tesoro es algo interno. A través del
proceso de transformación, después de cierto tiempo, el tesoro toma posesión de la
vasija y la envuelve.
Otra diferencia entre 2 y 1 Corintios es que 2 Corintios habla bastante acerca del
sufrimiento; sin embargo, no es necesario sufrir para obtener dones espirituales. El asno
de Balaam no necesitó sufrir para hablar un idioma humano. En cambio, la
transformación requiere cierta cantidad de sufrimiento. Por esta razón, 2 Corintios no
sólo habla de la gracia de Cristo, sino también de Sus sufrimientos. En 2 Corintios 1:5
Pablo dice que “abundan para con nosotros los sufrimientos de Cristo”. La gracia de
Cristo junto con Sus sufrimientos producen la transformación. La transformación no
está ligada a los dones o habilidades; tiene que ver con lo que somos en nuestro ser
interior.
En 2 Corintios 4:5 Pablo declara: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a
Cristo Jesús como Señor”. Aunque Pablo no se predicó a sí mismo, ni escribió una
autobiografía, en ocasiones vio necesario revelar ciertos aspectos de cómo él
experimentaba a Cristo. En 2 Corintios hallamos muchos de estos aspectos, por los
cuales podemos ver cómo Pablo disfrutó aspectos específicos de las riquezas de Cristo.
Más adelante en este mensaje veremos algunos de ellos.
Algunos aspectos de las riquezas de Cristo revisten gran importancia. Entre ellos figuran
el hecho de que Cristo es Dios, el Creador, el Hijo de Dios, el Redentor, el Salvador, el
Padre y el Espíritu vivificante. Otros aspectos importantes tienen que ver con la
encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, el descenso y el que El more en
nosotros. Además está el aspecto de Cristo como vida, amor, poder, santidad y justicia.
Todos éstos son aspectos grandiosos, y podemos decir que hasta cierto grado los
creyentes los conocen. Con todo, es posible tener un conocimiento doctrinal de estas
riquezas de Cristo, sin que ellas formen parte de nuestra experiencia. Que el Señor tenga
misericordia de nosotros para que no sólo conozcamos los distintos aspectos de las
riquezas de Cristo, sino que también los experimentemos y los disfrutemos.
Romanos 10:12 nos da una clave de cómo disfrutar las inescrutables riquezas de Cristo.
En este versículo Pablo dice: “Pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con
todos los que le invocan”. Las riquezas de Cristo no sólo debe estudiarse, sino que
también deben disfrutarse. La manera de disfrutarlas no es por meditar en ellas, pues la
meditación está ligada al ejercicio de la mente. En el Nuevo Testamento no se nos
exhorta a meditar. Si deseamos experimentar las riquezas de Cristo, debemos invocar el
nombre del Señor Jesús. Muchos podemos testificar que invocar al Señor es mucho más
dulce y deleitoso que meditar. Cuanto más invocamos el nombre del Señor Jesús, más
gustamos Su dulzura.
Algunos critican nuestra práctica de invocar el nombre del Señor Jesús. Según ellos, se
trata simplemente de un fenómeno psicológico sin ningún valor espiritual. Si invocar el
nombre del Señor produce simplemente una experiencia psicológica pasajera, entonces
lo mismo se podría experimentar si invocáramos el nombre de alguna otra persona.
Pero sabemos que esto no es así. Cuando invocamos el querido nombre del Señor Jesús,
disfrutamos la realidad de Su Persona, y gustamos Su dulzura. Recordemos que el
nombre del Señor está respaldado por Su persona. Cuando invocamos el nombre,
contactamos la persona del Señor, cuya realidad es el Espíritu. Por ende, cuando
invocamos el nombre del Señor Jesús, recibimos al Espíritu.
En la Biblia, el nombre del Señor Jesús a menudo se menciona con relación al Espíritu.
Por ejemplo, 1 Corintios 6:11 declara: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el
Espíritu de nuestro Dios.” Jesús es el nombre, y el Espíritu es la persona. Cuando
invocamos el nombre de Jesús, experimentamos la persona del Espíritu. Puesto que esta
persona es real y viviente así como está cerca y accesible, la experimentamos y la
disfrutamos cuando la invocamos. El Señor Jesús es rico para con todos los que le
invocan. ¡Qué manera tan maravillosa de disfrutar las inescrutables riquezas de Cristo!
El libro de 2 Corintios revela la clase de vida que llevó el apóstol Pablo. Pablo tomó a
Cristo como su vida y su persona; disfrutó y experimentó a Cristo constantemente. En 2
Corintios 2:10 dice que perdonó a alguien “en la persona de Cristo”. Pablo no perdonaba
en sí mismo, o sea, en su propia persona; cuando perdonaba algo, lo hacía en la persona
de Cristo. Esto revela que él vivía en la persona de Cristo.
Todo lo debemos hacer en la persona de Cristo. Esto significa que cuando un hermano
ama a su esposa, debe amarla en la persona de Cristo. Asimismo, cuando una hermana
sale de compras, ella debe comprar en la persona de Cristo. Mientras lo hagamos todo
en la persona de Cristo, no habrá ningún problema.
Esto se puede experimentar con nuestro cónyuge. Por ejemplo, cuando alguien me
invita a cenar a su casa, al mirar la expresión de los ojos de mi esposa, puedo ver si ella
consiente en aceptar la invitación. En otras ocasiones es mi esposa quien se fija en la
expresión que comunican mis ojos. Esto es lo que el apóstol Pablo hizo en 2 Corintios
2:10, cuando perdonó según lo que el Señor le expresaba desde Su ser interior. A él no le
interesaba su propia persona ni sus sentimientos, sino los pensamientos y sentimientos
del Señor según le comunicaban los ojos del Señor. ¡Qué vida llevaba el apóstol Pablo! El
era una persona que vivía siempre en la presencia del Señor, que miraba siempre a Sus
ojos. Por ello, en todo lo que hacía, era el Señor quien lo hacía, y en todo lo que hablaba,
era el Señor quien hablaba. El era una persona que vivía tomando a Cristo como su
persona. La vieja persona de Pablo había sido anulada, y ya no vivía el; ahora vivía en él
la persona de Cristo. Por esta razón dijo que él perdonaba en la persona de Cristo.
Muchos cristianos hablan de los dones espirituales pero no saben nada acerca de vivir
en la persona de Cristo. ¡Cuán diferentes son los cristianos al apóstol Pablo! En 2
Corintios 2:10 Pablo parecía decir: “Yo no perdono conforme a mi sentir o preferencia
personal, sino conforme a la expresión que se trasmite desde el ser interior de Cristo. Yo
sé que el Señor quiere que yo perdone, porque al mirar a Sus ojos, ellos me indican lo
que está en Su corazón. Así que, yo perdono en la persona de Cristo”.
Esta es la clase de vida que edifica el Cuerpo de Cristo. Es posible realizar una gran obra,
pero quizás eso no logre nada con relación a la edificación del Cuerpo. Sólo los que viven
en la persona de Cristo pueden edificar el Cuerpo. Esta vida no depende del poder ni de
la conducta; es un asunto totalmente relacionado con la vida, con vivir en la persona de
Cristo. Esta es una de las maneras en que Pablo experimentó las riquezas de Cristo.
En 2 Corintios 10:1 Pablo dice: “Mas yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de
Cristo”. Pablo no dijo que él imitó la mansedumbre y ternura de Cristo. Imitar a Cristo
es muy distinto a vivir conforme a la mansedumbre y ternura de Cristo. Pablo disfrutó
estos aspectos de las inescrutables riquezas de Cristo, y nosotros también debemos
disfrutarlos. Al relacionarnos con otros, no debemos imitar a Cristo; antes bien,
debemos relacionarnos con ellos en la mansedumbre y ternura de Cristo.
LA VERACIDAD DE CRISTO
En 2 Corintios 11:10 Pablo menciona que “la veracidad de Cristo ... está en [él]”. En
Pablo había algo verdadero, algo real, que provenía de Cristo. Debido a que disfrutaba
de la veracidad de Cristo, Su realidad, sabía que lo que les comunicaba a los corintios
provenía de dicha veracidad. Este es otro indicio de que Pablo no vivía por sí mismo,
sino que tomaba a Cristo como su persona.
En el capítulo doce Pablo rogó al Señor tres veces que le quitara “el aguijón” de su carne
(vs. 7-8). Sin embargo, el Señor le contestó: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se
perfecciona en la debilidad” (v. 9). Por consiguiente, Pablo pudo decir: “Por tanto, de
buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo
extienda tabernáculo sobre mí” (v. 9). El Señor le dijo a Pablo que no se preocupara por
el aguijón o por sus sufrimientos, sino que disfrutara de Su ilimitada gracia. Pablo se dio
cuenta por experiencia de que el poder de Cristo se perfeccionaba en su debilidad.
Hoy muchos se quejan de su debilidad y falta de capacidad. Sin embargo, deben ver que
es en su debilidad que se perfecciona el poder de Cristo; su debilidad les da la
oportunidad de disfrutar del poder de Cristo.
En 2 Corintios 12:10 Pablo dice además: “Por lo cual, por amor a Cristo, me complazco
en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy poderoso”. Pablo era fuerte porque el poder de Cristo se
perfeccionaba en su debilidad.
LA BENDICION DE PABLO
Ya mencionamos que el libro de 2 Corintios termina con una bendición: “La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros” (13:14). Hoy muchos pastores pronuncian estas palabras como una bendición
formal. Pero la intención de Pablo no era pronunciar dicha bendición; más bien, les
decía a los santos que podían participar de las riquezas de Cristo y disfrutarlas.
La gracia de Cristo procede del amor de Dios, lo cual significa que el amor de Dios es la
fuente de la gracia de Cristo, y que la gracia de Cristo es la expresión del amor de Dios.
Además, esta gracia se halla en la comunión del Espíritu Santo. Mediante la comunión
del Espíritu Santo, llegamos a disfrutar de la gracia de Cristo y del amor de Dios. Este
disfrute es precisamente lo que necesitamos hoy.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y CUATRO
En 5:18 Pablo nos exhorta a “ser llenos en el espíritu”. Como miembros del Cuerpo de
Cristo, debemos ser llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de
Dios. Si somos llenos en el espíritu, aquello con lo que nos llenemos, rebosará desde
nuestro interior.
El versículo 19 hace alusión a ese rebosamiento: “Hablando unos a otros con salmos,
con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros
corazones”. Nosotros no rebosamos meditando o guardando silencio en nuestros
asientos durante las reuniones de la iglesia; al contrario, rebosamos hablando unos a
otros. Si somos llenos en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios,
espontáneamente hablaremos unos a otros acerca de Cristo. Por tanto, para rebosar
tenemos que hablar.
Los cristianos debemos ser personas que hablan. No debemos permanecer mudos o
callados, porque el Dios que adoramos es un Dios que habla. Los ídolos, por el contrario,
no hablan; ellos son mudos. En 1 Corintios 12:2 Pablo habla de “ídolos mudos”. Puesto
que los ídolos no pueden hablar, aquellos que los adoran también son mudos. Un dios
mudo necesita adoradores mudos. Si uno visita un país donde se adora a los ídolos, verá
que los adoradores de ídolos adoran a sus dioses de una manera muda. Pero nuestro
Dios no es mudo; El es el Dios que habla. Por tanto, los que lo adoran también deben
hablar. Sin embargo, muchos de los que asisten a los llamados servicios cristianos no
hablan; en lugar de ello, adoran al Señor en silencio. ¿Y qué podemos decir de las
reuniones de la iglesia? ¿Nos quedamos callados o rebosamos de palabras acerca del
Cristo que experimentamos en nuestra vida diaria? En las reuniones deberíamos alabar
al Señor y hablar de lo que El es para nosotros en nuestra experiencia.
Muchos cristianos se dan cuenta de que sus servicios religiosos no deberían ser
completamente silenciosos, así que preparan solistas, cuartetos y coros que provean la
música. Ellos también contratan oradores elocuentes para que prediquen. No obstante,
la mayoría de las personas se quedan sentadas en las bancas sin emitir una palabra, y
por lo general, son adoradores mudos.
Puesto que nuestro Dios es un Dios que habla, nosotros, Sus adoradores, también
debemos hablar. A veces deberíamos alzar nuestras voces alegremente al Señor, como se
nos exhorta en Salmos 100:1 así como en Salmos 66:1; 81:1; 95:2; y 98:4, 6. Cuando nos
reunamos, deberíamos elevar gritos de jubilo al Señor.
Efesios 5:19 también menciona que debemos cantar y salmodiar al Señor. Cantar y
salmodiar no son solamente el producto de estar llenos en el espíritu, sino que también
constituyen la manera de ser llenos. Cuando somos llenos en nuestro espíritu hasta la
medida de toda la plenitud de Dios, lo primero que hacemos es hablar. Entonces
cantaremos y salmodiaremos en nuestro corazón al Señor.
En 1 Corintios 14:1 dice: “Seguid el amor; y anhelad los dones espirituales, pero sobre
todo que profeticéis”. Casi todas las personas consideran que profetizar consiste
únicamente en predecir eventos futuros. Conforme a este entendimiento, el que
profetiza es alguien que predice el futuro y concluye su mensaje con las palabras: “Así
dice el Señor”. Por ejemplo, en 1963 algunos profetizaron que un gran terremoto
azotaría la ciudad de Los Angeles y que la hundiría en el océano. No obstante, según la
Biblia, y específicamente el Nuevo Testamento, predecir no es el significado primordial
de lo que es profetizar.
Según la Biblia, profetizar tiene tres significados. Primero, profetizar es hablar por
alguien, es decir, hablar en nombre de otra persona. Cuando alguien profetiza de esta
manera, él no habla por su propia cuenta, sino por alguien más. Por consiguiente, una
persona puede ser llamada a profetizar por el Señor, es decir, a hablar en nombre del
Señor. Segundo, profetizar significa proclamar, declarar. En la Biblia, una persona no
sólo puede hablar por Dios, sino también proclamar algo de parte de Dios. Tercero,
profetizar es predecir. Por lo tanto, los tres significados del profetizar son: hablar por
alguien, proclamar y predecir. Con todo, predecir no constituye su significado principal.
Tomemos el libro de Isaías como ejemplo. Isaías 1:3 dice: “El buey conoce a su dueño, y
el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”.
¿Qué clase de profecía es ésta? Ciertamente, no se trata de una predicción, sino de una
declaración, una proclamación de algo que proviene del Señor. Sucede lo mismo con
Isaías 9:6, donde leemos: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el
principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Estas palabras son una declaración, una proclamación;
no es principalmente la predicción de un evento futuro. Por supuesto, el libro de Isaías
contiene varias predicciones. No obstante, este libro en su mayoría habla por el Señor o
proclama algo con respecto a El. Sólo un segmento relativamente pequeño de este libro
contiene predicciones. Así vemos que el contenido del libro de Isaías muestra que el
significado principal del profetizar no es predecir, sino declarar algo, o hablar en
nombre de otro, especialmente en nombre del Señor.
Si nos vamos a apegar a las Escrituras de una manera comprensiva, debemos aceptar el
entendimiento bíblico de lo que es profetizar. Profetizar no consiste en contar chismes
ni hablar por nosotros mismos; tampoco es hablar algo de nosotros mismos. Al
contrario, profetizar es hablar por el Señor y proclamar algo del Señor. Como ya dijimos,
también puede incluir el aspecto de predecir. El que habla por el Señor puede decir algo
así: “El Señor Jesús es fiel y querido; El también está accesible y cercano. Cuando lo
invocamos, El viene inmediatamente y en lo más recóndito de nuestro ser percibimos
cuán dulce es El. Pero si no invocamos el nombre del Señor, nuestra vida será
miserable”. Hablar de esta manera equivale a profetizar.
En 1 Corintios 14:31 Pablo dice: “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que
todos aprendan y todos sean alentados”. Si profetizar fuera únicamente predecir el
futuro, ¿cómo podrían profetizar todos los santos? Pero todos podemos hablar por el
Señor y proclamar algo de El. Aun los nuevos creyentes y los jóvenes pueden profetizar
en este sentido.
La manera de ser espirituales consiste en hablar por el Señor y acerca de El. Cuanto más
hablemos, más seremos llenos en nuestro espíritu. Pero si permanecemos callados, nos
daremos cuenta que no podemos ser llenos. En nuestro diario vivir, debemos siempre
hablar. Podemos hablar aun cuando estamos solos. Si hablamos de esta manera día tras
día, veremos que esto producirá una espiritualidad genuina y que nos ayuda a ser llenos
en nuestro espíritu. Cuando no tengamos a nadie con quién hablar, hablémosle a
nuestras mascotas e incluso a los objetos. Por ejemplo, digámosle a una flor: “Florecita,
tú eres muy bonita, pero tu belleza es vanidad. La verdadera belleza es el Señor
Jesucristo”. ¡Cuán importante es que todos aprendamos a hablar!
Cuanto más hablamos por el Señor, más se llena de El nuestro ser interior. Muchas
veces la razón por la que nos sentimos ofendidos por otros se debe a que nuestra alma
está vacía. No nos llenamos de lo que deberíamos. Pero cuando somos llenos al hablar
del Señor, nuestro ser está debidamente ocupado, y lo negativo, que ya no tiene cabida,
no puede usurparnos.
En cuanto a hablar por el Señor, algunos creen que deben esperar hasta que el Espíritu
venga sobre ellos. Esto se practicaba en el Antiguo Testamento, mas no es lo que se
revela en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios venía
sobre las personas, pero no moraba en ellas. Por otra parte, en la era del Nuevo
Testamento, el Espíritu mora en nosotros los creyentes de Cristo. Por consiguiente, no
es necesario esperar que el Espíritu descienda sobre nosotros. En 1 Corintios 14:32
Pablo dice: “Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”. Puesto que
nuestro espíritu está sujeto a nosotros, no necesitamos esperar la inspiración. ¿Por qué
esperar que el Espíritu venga sobre nosotros cuando El ya está en nuestro espíritu?
Sencillamente debemos tomar la iniciativa y ejercitar nuestro espíritu, dándole la orden
de actuar. Luego, debemos hablar, no conforme a nuestro pensamiento, sino conforme
al sentir profundo que tengamos. Cada creyente de Cristo puede hablar de esta manera.
Por eso dijo Pablo que todos podemos profetizar.
En las reuniones de la iglesia, todos debemos hablar por el Señor y acerca de El. Todos
debemos rebosar del Señor. Si ésta es nuestra experiencia, no será necesario cantar ni
predicar tanto en las reuniones. En muchas reuniones cristianas se usan los cantos y la
predicación para llenar el tiempo, pues sin ellos habría largos vacíos en las reuniones.
En el recobro del Señor, nuestra situación tiene que ser totalmente diferente. Debemos
ser personas que experimentan a Cristo, viven por El y son llenos de El en nuestro
espíritu. Si nuestro espíritu se llena de Cristo, rebosaremos y hablaremos de Cristo y por
Cristo. Cuando vayamos a las reuniones, hablaremos unos a otros de la experiencia y
disfrute que hemos tenido de Cristo. Claro está que cantaremos, pero no porque no
tengamos nada más que hacer. No usaremos los cánticos y los himnos para llenar el
espacio que queda vacío por no haber quien comparta algo de Cristo.
Debemos laborar en Cristo día tras día, tal como los hijos de Israel laboraban en la
buena tierra. Por medio de su labor, obtenían el producto que ofrecían al Señor durante
las fiestas. Cuando se acercaban a la presencia del Señor, tenían en sus manos algo que
presentarle a El. El principio es el mismo en cuanto a experimentar a Cristo. Muchos
cristianos, por no laborar en Cristo, no experimentan a Cristo en su diario vivir, y por
ende, cuando vienen a las reuniones, no tienen nada de Cristo que ofrecer a Dios o
compartir con los santos. No tienen nada que hablar en nombre del Señor.
Que el Señor tenga misericordia de todos los que estamos en la vida de iglesia para que
contactemos a Cristo continuamente y vivamos conforme a lo que se nos trasmite desde
Su ser interior y a través de Sus ojos. Si vivimos por Cristo, seremos llenos en nuestro
espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Entonces, espontáneamente
rebosaremos hablando por el Señor. Cuando hablamos de esta manera, lo que sucede es
que ofrecemos Cristo a Dios y lo compartimos unos con otros. Las reuniones donde se
habla de Cristo en abundancia, son reuniones que expresan al Cristo vivo. En principio,
ésta es la manera adecuada de celebrar las reuniones de la iglesia.
El día llegará, cuando las reuniones de las iglesias locales se celebrarán de esta manera.
Sin embargo, la única manera de lograrlo es experimentar a Cristo en nuestra vida
diaria. Sólo experimentando a Cristo tenemos algo que expresar en nombre de El.
Muchos de los testimonios que dan los cristianos giran en torno a milagros o a
bendiciones materiales. Algunos testifican que obtuvieron un buen trabajo, y otros, que
fueron sanados físicamente. Pero ésta no es la clase de testimonio que se necesita en las
reuniones de la iglesia. Necesitamos testimonios relacionados con la experiencia que
tenemos de Cristo. Por ejemplo, los testimonios deben ser de cómo los santos han
experimentado a Cristo en áreas especificas, tal vez de cómo han experimentado la
dulzura, la ternura y la mansedumbre de Cristo. Además, necesitamos testimonios que
hablen de cómo vivir y actuar conforme a la expresión del ser interior del Señor.
Tenemos que confesar que en cuanto a testimonios de esta índole, existe una gran
carencia entre nosotros. Que el Señor tenga misericordia de todos los que estamos en las
iglesias locales y nos conceda ricas experiencias de Cristo. Día tras día necesitamos
experimentar a Cristo como nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Entonces
seremos llenos de El y hablaremos de El espontáneamente. Animo a todos los santos a
que hablen por Cristo y de El. La manera de ingerir al Señor es hablar de El. Cuanto más
hablemos, más nos llenaremos de El; y cuanto más nos llenemos de El, más hablaremos
de El. Que todos seamos llenos de Cristo y permitamos que Sus riquezas rebosen de
nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y CINCO
El libro de Efesios revela que la economía de Dios consiste en forjar a Cristo en Sus
escogidos y producir así la iglesia. Este libro también da a conocer algunos elementos
negativos que dañan la vida de iglesia. Según nuestro concepto natural, Efesios debería
hacer más énfasis en elementos negativos tales como el pecado y la mundanalidad. Sin
embargo, aunque se tienen en cuenta, ellos no son los principales factores revelados en
Efesios como causas que dañan la vida de iglesia.
¿Cuáles son los factores básicos que dañan la vida de iglesia según se revela en el libro
de Efesios? Ya mencionamos que aunque el pecado y la mundanalidad causan daño,
ellos no constituyen los factores básicos negativos hallados en este libro. En Efesios se
mencionan cuatro categorías de cosas negativas que dañan la vida de iglesia, de las
cuales la primera es las ordenanzas. En 2:14 y 15 Pablo declara que Cristo “derribó la
pared intermedia de separación, la enemistad, aboliendo en Su carne la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas”. La ley de los mandamientos expresados en
ordenanzas es una causa de enemistad. Las ordenanzas contienen regulaciones, y las
regulaciones son la ley de los mandamientos. Esto da lugar a la enemistad. Hoy en día
hay enemistad aun entre los buenos cristianos, los que son espirituales, una enemistad
provocada por las ordenanzas relacionadas con ciertas prácticas. Por ejemplo, es posible
que haya enemistad entre los que practican el bautismo por inmersión y los que
bautizan por aspersión. Estas prácticas tienen sus ordenanzas, las cuales a su vez tienen
su ley de mandamientos. Las ordenanzas constituyen la primera categoría básica de las
cosas negativas que causan daño a la vida de iglesia.
La segunda categoría es la doctrina. En 4:14 Pablo declara: “Para que ya no seamos
niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza”. La palabra
“enseñanza” se refiere a la doctrina. Aunque algunos cristianos consideran la doctrina
como algo positivo, este versículo indica claramente que ella puede usarse para
desviarnos de Cristo. Cualquier doctrina que aleja a las personas de Cristo, aunque sea
bíblica, es un viento de enseñanza que aparta a los creyentes de la economía de Dios.
Vemos así que se puede usar la doctrina para destruir la vida del Cuerpo. Si deseamos
llevar una vida de iglesia adecuada, debemos reconocer que la doctrina ha dañado el
Cuerpo de Cristo.
En el capítulo cuatro, Pablo habla del viejo hombre (v. 22), que constituye la tercera
categoría de cosas negativas que dañan la iglesia. El viejo hombre pertenece a Adán,
quien fue creado por Dios y que cayó a causa del pecado. Debido a que el viejo hombre
causa tanto daño a la vida de iglesia, debemos despojarnos de él si queremos
experimentar debidamente la vida del Cuerpo.
En 5:27 vemos la cuarta categoría negativa: las manchas y las arrugas. Las manchas
están relacionadas con la vida natural, y las arrugas, con la vejez. Tanto las manchas
como las arrugas pueden causar serios daños a la vida de iglesia, pueden perjudicarla de
manera subjetiva. La iglesia gloriosa que Cristo se presentará a Sí mismo no tendrá
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que será santa y sin defecto.
Posiblemente hayamos leído el libro de Efesios varias veces sin darnos cuenta de que
estas cuatro categorías de cosas pueden dañar seriamente la vida de iglesia. Quizás
hayamos leído este libro sin prestar atención a las ordenanzas, las doctrinas, el viejo
hombre y las manchas y arrugas. Yo mismo había leído Efesios por años, antes de
empezar a ver la seriedad que representan estos cuatro elementos con respecto a la vida
de iglesia. En este mensaje hablaremos particularmente de las ordenanzas.
Las ordenanzas han sido la principal fuente de división entre los cristianos a través de
los siglos. Su origen se remonta hasta la época de Babel. Cuando Dios creó al hombre,
Su intención era que la humanidad fuese una sola entidad. Por esta razón El creó
solamente un hombre, y no una multitud de hombres. El deseo de Dios era tener un
hombre corporativo. Sin embargo, como resultado de Babel, la humanidad fue dividida
en naciones, en numerosos pueblos. Entre estas naciones, estos pueblos, existen muchas
diferencias. Estas diferencias no sólo existen entre judíos y gentiles de manera general,
sino también entre las diferentes nacionalidades, como por ejemplo, entre chinos y
japoneses, y entre alemanes y franceses. Estas diferencias han creado divisiones, y las
divisiones están relacionadas con las ordenanzas.
Desde la época de Babel, la humanidad ha sido dividida por las ordenanzas relacionadas
a la manera de vivir y de adorar. La fuente de esta obra facciosa es la sutileza del
enemigo, Satanás. Mediante las ordenanzas, Satanás ha perjudicado la unidad de la
humanidad que Dios creó con miras al cumplimiento de Su propósito. Desde la
perspectiva humana, es imposible restaurar la unidad del hombre. Aunque existe una
organización internacional denominada: Organización de Naciones Unidas, es un hecho
que las naciones están lejos de unirse; por el contrario, ellas están divididas a causa de
las ordenanzas.
Uno de los elementos principales relacionados con las ordenanzas es el idioma. Como
todos sabemos, la división de los pueblos en Babel obedeció a la diferencia de idiomas.
Por tanto, un elemento principal de las ordenanzas es el idioma. Si logramos vencer la
dificultad relacionada con el idioma, gran parte de nuestro problema respecto a las
ordenanzas quedará resuelto.
En el día de Pentecostés, Dios hizo algo muy significativo con respecto al idioma; El
salvó y unió a personas de diferentes idiomas. Aquel día se venció la división causada
por el idioma, y la iglesia como nuevo hombre llegó a existir. El hecho de que la iglesia
sea el nuevo hombre indica que ella es un nuevo género, una nueva humanidad, un
nuevo linaje. La vieja humanidad que Dios había creado para Sí mismo se había dividido
a causa de las ordenanzas, pero en el día de Pentecostés, la iglesia llegó a existir como
nuevo hombre, como una nueva humanidad.
Sin embargo, a lo largo de los siglos se han infiltrado otras ordenanzas que han dividido
a los cristianos. En especial, a partir de la época de la Reforma, los cristianos se
empezaron a dividir a causa de ordenanzas relacionadas con distintas prácticas. Algunos
hicieron del bautismo por inmersión una ordenanza, y basándose en ella, formaron la
denominación bautista. Otros hicieron lo mismo con respecto a su creencia en cuanto al
presbiterio o pluralidad de ancianos. Con base en la ordenanza relacionada con los
ancianos, formaron la denominación presbiteriana. Esto se ha repetido muchas veces.
Lo que divide principalmente a los creyentes es las ordenanzas relacionadas con
diferentes prácticas religiosas.
Los cristianos tienden a crear ordenanzas de aquellas prácticas que personalmente les
benefician. Por esta razón, existen ordenanzas relacionadas con el lavamiento de los pies
y con el hablar en lenguas. Tal vez los que están en pro de hablar en lenguas tiendan a
imponer dicha ordenanza, mientras que los que se oponen a ello, a prohibirla. Los
cristianos se han dividido por ordenanzas como éstas. Por lo tanto, es de vital
importancia que nosotros recibamos a todos los cristianos genuinos y que no nos
dejemos dividir por las ordenanzas.
Hay grupos cristianos que adoptan prácticas algo extrañas. En Taiwán, hay un grupo
que tiene la práctica peculiar de sacudir las sillas. A menudo en sus reuniones, ellos se
arrodillan, y asiéndose de las patas de las sillas, las sacuden. Ellos creen que ésta es la
mejor forma de liberarse de la mente natural y de ser llenos del Espíritu. El hecho de
que no estemos de acuerdo con esta práctica no nos da derecho a criticarlos. Muchos de
los cristianos que forman parte de estos grupos se destacan por predicar de forma
prevaleciente el evangelio entre la gente que vive en las montañas de Taiwán. Además,
ellos han logrado atraer a muchos profesionales, los cuales han recibido ayuda
espiritual. Ciertamente no me opongo a la práctica de menear las sillas, pero sí a
cualquier ordenanza que pueda surgir de ello.
Por una parte, vemos el error de las denominaciones; por otra, vemos la verdad acerca
del terreno de unidad, o sea, que debe haber una iglesia por ciudad. Tal vez nos
reunamos como iglesia en el terreno correcto. No obstante, aunque hayamos visto la
verdad en cuanto al terreno de unidad de la iglesia y estemos en pro de ella de una
manera definida y práctica, puede ser que todavía tengamos nuestras ordenanzas. Si no
abandonamos estas ordenanzas, a la postre tendremos problemas en cuanto a la unidad.
Debemos ejercitarnos para no tener ninguna ordenanza. Sin embargo, tenemos que
reconocer que no es fácil deshacernos de ellas. Algunos creyentes tienen ordenanzas
acerca de los instrumentos musicales. Conozco una asamblea de los Hermanos que se
dividió a causa del uso del piano. Finalmente, se formaron dos grupos, uno que prefería
el piano y otro que no. Estos grupos se formaron a causa de las ordenanzas.
En los primeros días de la vida de iglesia en Los Angeles, a algunos santos no les parecía
bien que se tocara el pandero en las reuniones. Unos tenían una ordenanza a favor de
que se usara el pandero, mientras que otros tenían su ordenanza que se oponía a que se
usara. Yo me encontraba en medio de la situación y tenía que combatir ambas clases de
ordenanzas a fin de preservar la unidad. A un hermano que se oponía rotundamente al
uso de los panderos, le dije: “Dígame, ¿cuál es la diferencia a los ojos de Dios entre tocar
el pandero y tocar el piano?” El reconoció que para Dios no había ninguna diferencia,
pero en seguida dijo que para él sí la había. Cuando le dije que esta diferencia se debía a
su trasfondo, él estuvo de acuerdo, pero siguió oponiéndose al uso de panderos.
Finalmente, las ordenanzas relacionadas con los panderos impidieron que algunos
santos participasen de la vida de iglesia. Este es sólo uno de los muchos ejemplos que
muestran cómo las ordenanzas pueden arruinar la vida de iglesia.
Si aplicamos este principio a nuestra actual situación, vemos que lo crucial no es decidir
qué hacer con respecto a la práctica de sacudir sillas, hablar en lenguas, u orar-leer; lo
esencial es que Cristo se forje en nosotros y haga Su hogar en nuestros corazones. Como
en los tiempos de Pablo, lo único que cuenta es que seamos una nueva creación en Cristo
Jesús.
Debemos reconocer el hecho de que Dios usa diferentes maneras para atraer a las
personas a Sí mismo. Tal vez algunos critiquen la práctica de hablar en lenguas; sin
embargo, muchos creyentes han sido ayudados por ella. Asimismo, a algunos santos en
Taiwán les ayudó la práctica de sacudir las sillas. ¿Quiénes somos nosotros para
condenarlos por estas prácticas, o para insistir en que las dejen? Si algunos desean
hablar en lenguas, no deberíamos impedírselo. Lo mismo es verdad acerca de orar-leer o
de cualquier otra práctica, siempre y cuando no sea pecaminosa. La iglesia debe recibir a
todos los que creen en Cristo. Sólo así podremos preservar la unidad.
Darse cuenta de que debe de haber una sola iglesia por ciudad es muy bueno, pero no es
suficiente. Si no hacemos a un lado nuestras ordenanzas, al final las opiniones y
prácticas terminarán por dividirnos. Cristo debe ser nuestra única fuente. No debemos
permitir que nada que provenga de nuestro trasfondo o cultura sea nuestra fuente; de lo
contrario, introduciremos diversas ordenanzas, conforme a los diversos trasfondos y
culturas. Cristo, y no las ordenanzas, es la fuente de la vida de iglesia.
Siempre y cuando los creyentes en una localidad amen al Señor y honren el terreno de
unidad de la iglesia, debemos ser uno con ellos, y en lugar de imponerles prácticas,
debemos ministrarles las riquezas de Cristo. Lo que necesitamos es ser fortalecidos en
nuestro hombre interior y ser llenos de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la
plenitud de Dios. Entonces, en lugar de intentar corregir o cambiar a los demás, les
ministraremos a Cristo. El Espíritu Santo siempre honrará lo que proviene de Cristo. Si
les suministramos a Cristo a las personas, el Espíritu honrará esto, y ellas recibirán
ayuda. De esta manera, pondremos en práctica la vida de iglesia de manea apropiada y
seremos libres del daño que provocan las ordenanzas.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y SEIS
Es fácil entender aquellos pasajes de la Biblia que concuerdan con nuestros conceptos
naturales. Por ejemplo, entendemos bien los versículos que declaran que somos
pecaminosos, que somos pecadores condenados por Dios, y que necesitamos Su perdón.
No obstante, en 2:11-22 encontramos algunos asuntos que no encajan con nuestros
conceptos naturales. Por ello, a los cristianos en su mayoría, cuando leen Efesios, les es
difícil entenderlos.
Un asunto que difiere de nuestro concepto natural se encuentra en el versículo 13, donde
se nos dice que en Cristo Jesús los que en otro tiempo estábamos lejos, fuimos hechos
cercanos por Su sangre. ¿A quién nos hemos acercado? Nos hemos acercado a Dios y
unos a otros. No obstante, este versículo hace énfasis en que la sangre de Cristo, por
medio de la cual fuimos redimidos, devueltos a Dios, nos hace cercanos unos a otros.
Conforme al versículo 12, cuando estábamos separados de Cristo, estábamos “alejados
de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios
en el mundo”. Si examinamos el versículo 13 a la luz del versículo 12, nos daremos
cuenta de que el versículo 13 hace hincapié en que fuimos hechos cercanos unos a otros.
Nosotros estábamos lejos de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la
promesa de Dios porque habíamos caído, pero la sangre redentora de Cristo nos trajo de
regreso. Así que, por esta sangre fuimos hechos cercanos tanto a Dios como a Su pueblo.
EL EVANGELIO DE LA PAZ
Otra expresión poco común se halla en el versículo 17, donde leemos: “Y vino y anunció
la paz como evangelio a vosotros que estabais lejos y también paz a los que estaban
cerca”. El sujeto de este versículo es Cristo, quien derribó la pared intermedia de
separación, abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, y reconcilió
con Dios a los judíos y a los gentiles en un solo Cuerpo mediante la cruz (vs. 15-16). Este
Cristo vino a predicarnos la paz como evangelio a nosotros los que estábamos lejos. Esta
es la venida de Cristo como Espíritu para predicar las buenas nuevas de la paz que El
efectuó por medio de Su cruz. Cuando Pablo fue a Efeso, Cristo lo acompañó. La ida de
Pablo era la ida de Cristo. Habiendo ido como Espíritu en Pablo, Cristo predicó la paz
como evangelio.
Antes de la fundación del mundo, Dios escogió a personas de diversas naciones para que
conformaran el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre. Por Su mano soberana, Dios ha
reunido a estas personas en la vida de iglesia. Conforme a nuestra constitución natural,
es imposible que los chinos y los japoneses sean uno, o que los franceses y los alemanes
se unan. Lo único que puede propiciar esta unidad es que reciban el evangelio de la paz.
Un día el Señor vino y nos predicó la paz como evangelio, y como resultado, nos dimos
cuenta de que ahora somos uno con los santos de todas las nacionalidades y razas. Hoy
todos los que creemos en Cristo tenemos una sola fuente, y esta fuente es el propio
Cristo. Nuestra fuente ya no debe ser ni nuestra cultura ni nuestra nacionalidad, sino
Cristo, y sólo El. Antes, nuestras procedencias nos dividían, pero ahora somos uno en
Cristo, nuestra única fuente.
Es fácil hablar de esto, pero difícil de practicarlo. En la cruz, Cristo abolió todas las
ordenanzas y luego vino a nosotros y nos predicó la paz como evangelio. Sin embargo,
después de que fuimos salvos y traídos a Cristo, quien es la única fuente, volvieron a
surgir las ordenanzas.
DEVUELTOS A DIOS
En los versículos 11 y 12, Pablo nos dice que recordemos cuál era nuestra condición
antes de ser salvos. Nos recuerda que éramos gentiles en la carne, “llamados
incircuncisión por la llamada circuncisión, hecha por mano en la carne”. También nos
recuerda que estábamos separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos
a los pactos de la promesa. Además estábamos sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Luego, en el versículo 13 empieza con la frase: “Pero ahora en Cristo Jesús”. Estas
palabras denotan un cambio de fuente. Antes estábamos fuera de Cristo, pero ahora
estamos en Cristo y con El. En Cristo Jesús, nosotros, los que en otro tiempo estábamos
lejos, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
¿Por qué menciona Pablo la sangre de Cristo cuando dice que fuimos hechos cercanos
los unos a los otros? Esto nos recuerda que antes de que fuéramos hechos cercanos,
formábamos parte del linaje caído. Necesitábamos ser redimidos, o sea, devueltos a Dios
mediante la preciosa sangre de Cristo. Fue debido a la caída que el género humano fue
dividido y esparcido. Debido a que habíamos caído, necesitábamos ser redimidos,
devueltos a Dios. La redención se efectuó mediante la sangre de Cristo. En este
versículo, la sangre representa la redención. Como redimidos, hemos sido devueltos a
Dios. Cuando estábamos caídos, estábamos divididos y esparcidos. Pero habiendo sido
redimidos por la preciosa sangre de Cristo, espontáneamente fuimos hechos cercanos no
solamente a Dios sino también los unos a los otros.
NUESTRA PAZ
En la parte final del versículo 14 y en el versículo 15, Pablo declara que Cristo derribó la
pared intermedia de separación, la enemistad, “aboliendo en Su carne la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y
nuevo hombre, haciendo la paz”. Cuando Cristo fue crucificado, todas las ordenanzas
fueron clavadas en la cruz. El derribó la pared intermedia de separación aboliendo la ley
de los mandamientos expresados en ordenanzas. Al hacer esto, Su meta era crear “en Sí
mismo de los dos [judíos y gentiles] un solo y nuevo hombre”. Al abolir Cristo las
ordenanzas y crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, se hizo la
paz entre todos los creyentes. Una vez más vemos que la paz a la que se refiere este
pasaje de la Palabra, es la que existe entre los que creen en Cristo.
En el versículo 16, Pablo habla de que los judíos y los gentiles son reconciliados con Dios
en un solo Cuerpo mediante la cruz. Luego, en el versículo 17 él declara que Cristo
predicó la paz como evangelio a los que estaban lejos, es decir, a los gentiles, y a los que
estaban cerca, esto es, a los judíos. Esto dio por resultado que “por medio de El los unos
y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre” (v. 18). Los conceptos
contenidos en estos versículos no se encuentran en nuestra mentalidad natural. Por esta
razón, necesitamos que el Señor nos ilumine si hemos de captarlos.
CONCIUDADANOS Y MIEMBROS
Lo que queremos recalcar en este mensaje es que en la cruz Cristo abolió todas las
ordenanzas. Estas ordenanzas están relacionadas con las diferencias entre los pueblos.
Muchos cristianos saben que en la cruz Cristo acabó con el pecado, la carne, el yo, el
viejo hombre, el mundo y el diablo, pero pocos se dan cuenta de que allí Cristo también
eliminó las ordenanzas. ¡Aleluya, todas las ordenanzas fueron abolidas! ¡Cuánto le
agradecemos al Señor por haber revelado esto a las iglesias en Su recobro! La cruz acabó
con el pecado para que fuésemos salvos; acabó con el mundo, el viejo hombre, la carne y
el yo para que fuésemos santificados; y acabó con el diablo, Satanás, para que fuésemos
victoriosos. Ahora vemos que la cruz también abolió las ordenanzas para constituirnos
un solo y nuevo hombre.
Es importante que todos aprendamos a ministrar vida en todo tipo de reuniones. Nunca
debemos menospreciar las reuniones que difieran de las nuestras. Por el contrario, en
cualquier reunión debemos impartir las riquezas de Cristo a los santos. Si en la
experiencia verdaderamente hemos abolido todas las ordenanzas, podremos hacer esto;
podremos adaptarnos a la manera en que se reúnan los demás por causa de la unidad y
a fin de que la vida sea ministrada.
En el recobro del Señor, nuestra intención no es formar otra denominación; por ello,
necesitamos ser rescatados de todo lo que nos divide y recibir a todos los genuinos
creyentes. Aunque en nuestras reuniones oremos-leamos e invoquemos el nombre del
Señor, no debemos permitir que estas prácticas se conviertan en ordenanzas.
Posiblemente en los años por venir el Señor nos revelará algo nuevo relacionado con la
manera de liberar nuestro espíritu. Con relación a nuestra fe en Cristo y en la Biblia, no
podemos cambiar; pero en cuanto a la manera de reunirnos, siempre debemos estar
abiertos para recibir algo nuevo y mejor de parte del Señor. De esta manera pondremos
en práctica la vida de iglesia sin ordenanzas.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y SIETE
Efesios 2 es un capítulo importante porque revela que Cristo murió en la cruz para crear
en Sí mismo un solo y nuevo hombre. Para que el nuevo hombre llegara a existir, se
tenía que abolir la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Los cristianos
saben que en la cruz Cristo acabó con el pecado, el viejo hombre, la carne, el mundo y el
diablo, Satanás. Pero pocos cristianos han visto que en la cruz Cristo también abolió las
ordenanzas.
Es fácil comprender que la cruz de Cristo acaba con el pecado. También es fácil entender
que la cruz resuelve los problemas que el viejo hombre y la carne constituyen. De la
misma manera, cuando leemos en el Nuevo Testamento que la muerte de Cristo juzgó al
mundo y a Satanás, no tenemos ningún problema en entender estas verdades. Sin
embargo, es posible que no nos demos cuenta de que las ordenanzas también
representaban un problema grave.
Las ordenanzas tienen que ver con las diferentes maneras de vivir y de adorar. No
parecen ser negativas; al contrario, parecen bastante buenas. Por ejemplo, algunas
ordenanzas están relacionadas con los buenos modales para comer. ¿Quién puede decir
que no es bueno regirse por ciertos principios al comer? Sin embargo, debido a que cada
pueblo tiene diferentes modales para comer, existe la posibilidad de que las regulaciones
en cuanto a la forma de comer se conviertan en una fuente de división y enemistad entre
los pueblos.
Hay ordenanzas también con respecto a la adoración. Los judíos adoran a Dios
conforme a sus propias ordenanzas, y los musulmanes, conforme a las suyas. Esto
mismo ocurre en las diferentes denominaciones de hoy. Debido a que las ordenanzas
parecen ser provechosas, es difícil reconocer que ellas también deben ser eliminadas por
la cruz.
LA REDENCION CON RELACION AL PROPOSITO DE DIOS
Las ordenanzas tienen su origen en la caída del hombre. Si el hombre no hubiera caído,
hoy no habría ninguna ordenanza. Después de que Dios creó al hombre, El no le dio una
lista de ordenanzas. Sin embargo, tan pronto como cayó el hombre, éstas comenzaron a
surgir. Luego, en Babel, el hombre que Dios había creado para Su propósito, se dividió y
se esparció en numerosas razas y naciones, las cuales empezaron a pelear entre sí. Esto
imposibilitó que se cumpliera el plan eterno de Dios.
Si vemos la obra redentora de Cristo desde la perspectiva del propósito de Dios, nuestro
concepto de la misma se ampliará. La mayoría de los cristianos ven la redención
solamente desde la perspectiva de su salvación personal. A ellos no les preocupa el
cumplimiento del propósito de Dios; lo único que les interesa es ser salvos del infierno y
tener la certeza de pasar la eternidad en el cielo. Tienen un concepto extremadamente
limitado con respecto a la muerte que Cristo sufrió en la cruz. Es imprescindible que
nosotros entendamos que el propósito eterno de Dios es impartirse a Sí mismo en el
hombre y hacerse uno con él para poder expresarse por medio de él. Pero Satanás ha
intentado impedir que se cumpla este propósito al dañar la humanidad haciendo que
ésta se divida en diferentes pueblos, los cuales combaten entre sí. Cristo vino a redimir
la humanidad caída para que se cumpliese el propósito de Dios, y no simplemente para
que fuésemos salvos del infierno y se nos garantice el cielo. Cristo, con el fin de redimir
la dividida humanidad, murió en la cruz y le puso fin a todo lo negativo, incluyendo las
ordenanzas. En la cruz, Cristo abolió todas las regulaciones relacionadas con la manera
de vivir y de adorar, regulaciones que han dividido a las naciones. A Dios no le interesa
ninguna ordenanza; lo que a El le interesa es que seamos uno y que Cristo se forje en
nosotros. Cristo no abolió las ordenanzas con el fin de llevarnos al cielo ni de hacernos
espirituales o victoriosos; El abolió las ordenanzas para crear en Sí mismo un nuevo
hombre corporativo. Cristo creó el nuevo hombre no sólo en Sí mismo como esfera, sino
también consigo mismo como elemento. Aboliendo las ordenanzas y creando de los
creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, El hizo la paz. Ahora, las personas
de diferentes nacionalidades tienen paz entre sí en Cristo.
EN CRISTO
Como personas salvas, estamos en Cristo. El es nuestra esfera y nuestro origen. Ahora
en Cristo Jesús, nosotros, los que en otro tiempo estábamos lejos de Dios y lejos los
unos de los otros, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Como dice el
versículo 14, el propio Cristo que es nuestra paz, nos hizo uno y derribó la pared
intermedia de separación; El nos reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, y vino y nos
predicó la paz como evangelio (vs. 16-17). Como resultado de todo esto, ya no somos
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios (v. 19).
Aunque Cristo es nuestra esfera, nuestro origen y nuestra paz, y a pesar de que El abolió
las ordenanzas, muchos cristianos se siguen aferrando a ciertas ordenanzas. En sus
prácticas, les interesan más sus ordenanzas que el propio Cristo. Muchos cristianos
pasan por alto a Cristo y se fijan en las mismas ordenanzas que El abolió en la cruz. ¡Qué
situación más lamentable!
Ahora estamos en Cristo. El debe ser el único fundamento sobre el cual somos
edificados. En 2:20 Pablo habla del fundamento de los apóstoles y profetas, el cual alude
al Cristo en quien los apóstoles creyeron y a quien ellos ministraban a las personas. El
fundamento de Moisés era la ley, y el fundamento de los profetas era la profecía; pero el
único fundamento de los apóstoles y profetas es Cristo mismo. En 1 Corintios 3:11 Pablo
declara: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo”. El fundamento mencionado en Efesios 2 no tiene nada que ver con ningún
tipo de ordenanza; este fundamento es Cristo mismo. El fundamento del judaísmo se
componía del día sábado, la circuncisión y las reglas alimenticias. Pero cuando los
apóstoles comenzaron a ministrar, lo único que pusieron como fundamento fue al Cristo
vivo.
Hay solamente unas cuantas cosas a las que debemos oponernos. Entre ellas están la
idolatría, la inmoralidad, la división y la negación de la deidad de Cristo. En la iglesia no
cedemos ningún terreno a los ídolos, pues la idolatría representa un insulto para Dios.
Asimismo, es imprescindible que la iglesia no tolere la inmoralidad, la cual daña la
humanidad que Dios creó para Su propósito. Además, la iglesia debe rechazar a
cualquier persona facciosa o sectaria que después de ser amonestada, rehúse a
arrepentirse. En cuarto lugar, es preciso que la iglesia no reciba a nadie que se niegue a
reconocer la deidad de Cristo, que niegue que Cristo es Dios encarnado. Estos elementos
son levadura y deben ser eliminados de la vida de iglesia. Sin embargo, aparte de estas
cuatro cosas, el Nuevo Testamento no dicta ningún otro motivo por el cual debamos
rechazar a los creyentes. En Romanos 14:1 vemos que mientras que una persona haya
abrazado la fe, tenemos que recibirla, aunque sea débil. En ninguna parte del Nuevo
Testamento se nos manda a rechazar a alguien por no creer en el bautismo por
inmersión. Tampoco se nos pide que no recibamos a aquellas hermanas que no se
cubren la cabeza. Ningún creyente debe ser rechazado por cosas tales como el tamaño de
la copa que se usa en la mesa del Señor o por la práctica del lavamiento de los pies.
Aparte de las cuatro cosas que mencionamos anteriormente, no se debe aplicar ninguna
legalidad en la vida de iglesia. Debemos recibir a todos los santos y no tener nada que
ver con las ordenanzas.
El Cristo que es nuestra paz, nuestra fuente y nuestra esfera debe ser nuestro único
fundamento. No debemos poner ningún otro fundamento además de Cristo. Todos
debemos examinarnos en cuanto a esto y preguntarnos: ¿Tendremos algún otro
fundamento además de Cristo? Si no tenemos ninguna ordenanza, Cristo de verdad será
nuestro único fundamento.
LA PIEDRA DEL ANGULO
Cristo debe ser también nuestra piedra del ángulo. Como piedra del ángulo, El une los
dos muros, el muro compuesto de los creyentes judíos y el de los creyentes gentiles. En
Efesios 2 a Cristo se le llama específicamente la piedra del ángulo (v. 20). Cuando los
edificadores judíos rechazaron a Cristo, lo rechazaron como la piedra angular (Hch.
4:11; 1 P. 2:7), como el que uniría a los gentiles con ellos para la edificación de la casa de
Dios.
En el versículo 21 Pablo añade: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo
para ser un templo santo en el Señor”. En Cristo, quien es la piedra del ángulo, todo el
edificio, el cual incluye a los creyentes judíos y también a los creyentes gentiles, está
bien coordinado y crece para ser un templo santo en el Señor. Este templo es la iglesia
universal. Como veremos, el versículo 22 se refiere a la iglesia local.
Las iglesias locales no deben tener una actitud independiente, ni deben aislarse las unas
de las otras. Si tenemos una actitud independiente, es posible que, en lugar de ser una
iglesia local, seamos una secta local. Cristo sólo tiene un Cuerpo en el universo. Si cada
iglesia local fuera un cuerpo independiente para Cristo, esto significaría que Cristo tiene
muchos cuerpos. Sin importar cuántas iglesias locales haya, Cristo sólo tiene un Cuerpo.
Por ello, las iglesias locales deben estar bien acopladas y crecer para ser el único templo
universal. En Cristo como fundamento y como piedra angular, todo el edificio, la iglesia
universal, está bien acoplado y crece en el Señor.
Supongamos que las iglesias en cierto lugar adoptan la actitud de que, como iglesias
locales independientes, ellas desean avanzar por su cuenta y no quieren tener ninguna
relación con las demás iglesias. Ante Dios, es posible que ellas se conviertan en sectas
locales. Todas las iglesias deben asirse a Cristo, acoplarse y crecer juntas para ser un
templo santo en el Señor. Cuando las iglesias sean acopladas, todas las riquezas que
experimente una iglesia se trasmitirá espontáneamente a todas las demás iglesias. Por
ejemplo, es posible que un médico inyecte una substancia en el brazo de una persona,
pero el elemento que se inyectó se esparce pronto a todo el cuerpo. De esta manera, todo
el cuerpo recibe el beneficio de la inyección. ¡Qué insensatez sería que algunos
miembros del cuerpo pensasen que la inyección es sólo para ellos! Todo lo que una
iglesia recibe es para todo el Cuerpo. Por consiguiente, no debemos confinar las
experiencias que tengamos de Cristo a nuestra localidad. Debemos darnos cuenta de que
todo lo que recibamos de El debe ser infundido al resto del Cuerpo.
En el versículo 22 Pablo declara: “En quien vosotros también sois juntamente edificados
para morada de Dios en el espíritu”. La palabra “también” indica que el edificio del
versículo 21 es universal, y que el edificio en este versículo es local. Según el contexto, el
templo santo del versículo 21 es universal, mientras que la morada de Dios del versículo
22 es local.
Después de todo lo que hemos dicho en cuanto a asirse de Cristo y desechar las
ordenanzas, quizás algunos aún tengan preguntas acerca de temas como el método de
bautismo. Estas preguntas podrían indicar que los que las hacen todavía tienen
ordenanzas. Con todo, algunos quizás persistan con sus preguntas diciendo que
debemos ser prácticos y que necesitamos saber cómo bautizar a los nuevos conversos.
Cuando nos enfrentamos a problemas prácticos como éste, debemos recordar lo que
Pablo expresó en el versículo 18: “Porque por medio de El los unos y los otros tenemos
acceso en un mismo Espíritu al Padre”. En lugar de discutir, debemos tornarnos a
nuestro espíritu, orar y tener comunión. El Señor está cerca, presente y accesible, y si
buscamos seriamente Su dirección, ciertamente El nos guiará, y sabremos cómo
manejar todos los aspectos prácticos. Puedo testificar que al paso de los años, el Señor
Jesús ha sido muy real, precioso, presente y accesible a nosotros. Lo único que debemos
hacer es abrirnos a El en todo lo que nos preocupa. Al hacer esto, debemos estar
dispuestos a despojarnos de todo concepto que nos ocupe. Entonces el Señor nos guiará
de una manera viviente.
Al cuidar de la iglesia, debemos recordar que es Cristo quien la nutre y la cuida. El está
mucho más preocupado por ella que nosotros. Así que, depositemos nuestra confianza
en El. Si no hay nada de idolatría, ni de inmoralidad, ni de división, y si no negamos la
deidad de Cristo, ninguno de los errores que cometamos será grave. No debemos
intentar evitar los errores aferrándonos a las ordenanzas. Nuestra confianza debe ser
puesta en el Cristo todo-inclusivo y solamente en El. Si confiamos en algo que no sea
Cristo, aquello llegará a ser una ordenanza que dañará la vida de iglesia. Pero si
tomamos a Cristo como nuestro todo, todas las iglesias locales en todo el mundo
crecerán y seguirán adelante de una manera saludable.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y OCHO
Por muchos siglos se ha pasado por alto la edificación de la iglesia. Muy pocos siervos
del Señor le han prestado la debida atención. A partir de 1938, el Señor empezó a
mostrarnos la importancia de la edificación, y desde entonces se han dado muchos
mensajes sobre este tema tan crucial. Algunos de ellos están impresos en el libro “The
Vision of God’s Building” [La visión del edificio de Dios]. Los mensajes que componen
este libro hablan del edificio de Dios según se revela en toda la Biblia, de principio a fin.
Una vez más quisiera usar el orar-leer como ejemplo. Damos gracias a Dios por el orar-
leer. Aunque no hemos hecho del orar-leer una ordenanza, algunos han dejado la vida
de iglesia simplemente porque no estaban de acuerdo con esta práctica. ¿Acaso alguien
que deja la iglesia por esta razón ha visto verdaderamente lo que es la iglesia? No lo
creo. Uno que ha tenido la visión de la iglesia jamás se irá.
Algunos cristianos nos han criticado no sólo porque practicamos el orar-leer la Palabra,
sino también por alabar al Señor en voz alta, por invocar el nombre del Señor Jesús, y
por permitir que los creyentes se bauticen más que una vez, o sea, que sean “sepultados”
de nuevo. Hay quienes nos han criticado por hacer hincapié en que Cristo es contrario a
la religión. Si nosotros los que estamos en las iglesias locales hemos participado de
algún modo en la idolatría, la inmoralidad, la división, o en la negación de la deidad de
Cristo, debemos ser criticados; pero es erróneo que se nos critique por tales cosas como
orar-leer la Palabra o invocar el nombre del Señor Jesús. Si los creyentes reciben ayuda
espiritual por medio de estas prácticas, ¿qué derecho tienen los demás de criticarnos?
Los que no siguen estas prácticas deberían ser uno con los que se benefician de ellas y
hacer lo mismo. Supongamos que cierto hermano se da cuenta de que se ha envejecido y
entrado en un estado de muerte, y el Señor lo guía a sepultarse en las aguas del
bautismo. Si después de sepultarse, él es refrescado, renovado y vivificado, de tal
manera que empieza a alabar al Señor de una manera liberada y eufórica, ¿deberíamos
censurarlo por haberse bautizado una segunda vez y por alabar al Señor en voz alta?
¡Por supuesto que no! Sin embargo, algunos creyentes lo critican porque todavía tienen
ordenanzas relacionadas con el bautismo o con alabar al Señor en voz alta.
Hace muchos años, había en China un pastor presbiteriano que era considerado el
máximo teólogo de China. Por ser presbiteriano, se suponía que él se opusiera a la
práctica del bautismo por inmersión y, en lugar de ello, favoreciera la aspersión. Sin
embargo, un día, mientras oraba en un monte, experimentó el derramamiento del
Espíritu Santo. El descendió del monte corriendo, y tan pronto vio agua, se zambulló en
ella. Después de esa experiencia, llegó a ser otra persona, una que era muy viviente en el
Señor. Los que tienen ordenanzas ciertamente criticarían a este hermano por lo que
hizo; pero al Señor no valora las ordenanzas. En Cristo, ni la circuncisión vale nada, ni la
incircuncisión, sino una nueva creación (Gá. 6:15).
Aunque actualmente hay millones de creyentes en la tierra, pocos han sido edificados
con otros. Esta falta de edificación se debe a que muchos cristianos siguen aferrándose a
las ordenanzas. Tal vez usted era miembro de cierta denominación, y por causa de sus
ordenanzas, no era uno con los demás ni podía edificarse con ellos. Antes bien, esperaba
que cambiara la situación y que ésta se adaptara a sus ordenanzas. Cuando vio que nada
cambiaba ni mejoraba, se fue a otro grupo esperando encontrar allí una situación que
concordara con sus preferencias. Esta actitud ha sido la causa por la cual muchos han
vagado de denominación en denominación. Algunos han testificado que no fue sino
hasta que llegaron a la vida de iglesia que se sintieron satisfechos. Aunque es cierto que
en la iglesia estamos satisfechos espiritualmente, debemos tener cuidado de no
aferrarnos a ninguna ordenanza. En nuestra experiencia, Cristo debe ser todo para
nosotros: nuestra paz, nuestro fundamento, nuestra piedra angular. No nos debe
interesar nada que no sea Cristo mismo. Si las reuniones son ruidosas o tranquilas no
importa; no estamos por el ruido ni por el silencio; estamos por Cristo. Al preocuparnos
únicamente por Cristo, fácilmente podremos ser uno con los demás y nos edificaremos
con ellos local y universalmente sobre Cristo como único fundamento.
Recientemente el Señor me ha encargado con que presente algunos mensajes sobre las
ordenanzas. Creo firmemente que el Espíritu del Señor que está en nosotros, sabe que es
importante que entendamos con claridad este asunto. A medida que más santos tomen
el camino del recobro del Señor, aumentarán las posibilidades de que se introduzcan
diversas ordenanzas y que se expresen opiniones disidentes. Por consiguiente, es crucial
que aprendamos a preocuparnos únicamente por Cristo, especialmente cuando
visitamos localidades cuya forma de reunirse difiere de lo que estamos acostumbrados.
No debemos evaluar una reunión por lo que se practica en ella, si los santos oran-leen, si
hablan en lenguas, o si ofrecen oraciones largas o cortas; lo único que debe interesarnos
es Cristo y únicamente Cristo. Si sólo nos interesa Cristo, no tendremos ningún
problema en cuanto a la unidad. Cuanto más nos deleitemos en Cristo y abandonemos
toda forma de ordenanza, más seremos edificados en Cristo local y universalmente.
SIN ORGANIZACION
SIN AISLAMIENTO
Conforme a la verdad acerca del Cuerpo, el Cuerpo es universalmente uno solo; por ello,
las iglesias locales no deben aislarse las unas de las otras. El aislamiento es contrario a la
verdad en cuanto a la unidad del Cuerpo. Debido a que cada iglesia local es parte del
Cuerpo universal, ninguna iglesia local debe aislarse de las demás, especialmente ya que
ahora tenemos tantos medios modernos de comunicación y transporte que facilitan la
rápida expansión de noticias e información alrededor del mundo. En estos días el
ministerio de vida puede ser liberado en Los Angeles, y en cuestión de horas ser
comunicado a docenas de lugares diferentes. ¡Qué error cometería una iglesia si
intentara independizarse! El Cuerpo recibe una continua infusión de vida. Si nos
aislamos de las demás iglesias, no participaremos de la infusión ni de la circulación vital
del Cuerpo. Hacer esto sería una violación a la ley del Cuerpo. Aunque debemos rehuir a
todo tipo de organización, debemos ser edificados universalmente como el único
Cuerpo.
EDIFICADOS EN CRISTO
En 2:22 Pablo habla de la edificación local: “En quien vosotros también sois juntamente
edificados para morada de Dios en el espíritu”. La palabra “vosotros” se refiere a los
creyentes locales, y la palabra “también” indica que la edificación del versículo 22 es
local. Conforme al contexto, en este versículo, la morada de Dios es local, mientras que
en el versículo anterior, el templo santo es universal.
Pablo es cuidadoso y muestra que es en Cristo que los santos locales son edificados para
morada de Dios en el espíritu. Ellos no son edificados en ordenanzas, prácticas ni
opiniones. Unicamente podemos ser edificados en el Cristo todo-inclusivo, quien es
nuestra paz, nuestro fundamento y nuestra piedra del ángulo.
Si han estado en una localidad por algún tiempo y no han sido edificados con otros,
tiene que haber una razón para esta falta de edificación. La razón tal vez sea su habilidad
natural o sus reservas en cuanto a la vida de iglesia. Sí, han dejado de vagar de grupo en
grupo y han venido a la vida de iglesia para quedarse; sin embargo, si desean ser
edificados localmente, su manera de ser debe ser quebrantada. Nada pone a prueba
nuestra madurez espiritual como lo hace la edificación. Además, la edificación local
ayuda grandemente en nuestro crecimiento espiritual. Si estamos dispuestos a ser
edificados en la iglesia de nuestra localidad, creceremos considerablemente en vida. La
edificación debe empezar en el sentido local y luego extenderse en el aspecto universal.
Algunos santos no han crecido mucho porque no han sido edificados en la iglesia local.
La razón por esta falta de edificación es que ellos tienen muchas reservas. Aunque están
en la iglesia local, tienen la tendencia a retirarse o retraerse cuando ocurren ciertas
situaciones en la iglesia. Esto les impide ser edificados. En lugar de retirarnos o
retraernos, debemos estar dispuestos a ser quebrantados e incluso “arruinados” a fin de
ser edificados con otros. ¡Cuánto afecta esto a nuestro crecimiento en vida! Si crecemos
de esta manera, la vida de iglesia se extenderá a través de nosotros y con nosotros, y
seremos útiles en emigraciones futuras. Pero si no somos edificados localmente, no
estaremos listos para emigrar. Sólo los que han sido edificados localmente pueden
ayudar a propagar la vida de iglesia. Una persona que tiene reservas en cuanto a la
iglesia y desea participar en la emigración, causará problemas si emigra.
La propagación del recobro del Señor se basa en el mover del Cristo vivo en nuestro
espíritu de manera corporativa. El mover del Señor se encuentra con todos los santos en
conjunto y no de manera individual. Nosotros los que buscamos al Señor no debemos
tener ninguna reserva; al contrario, debemos siempre rendirnos a El y estar dispuestos a
ser quebrantados de tal forma que podamos ser edificados en la iglesia de nuestra
localidad. Entonces, dondequiera que estemos, el recobro del Señor se propagará por
medio de nosotros. Esto difiere completamente de un movimiento humano o de una
organización. Debemos ser edificados localmente para que avance el mover genuino de
Cristo como Espíritu vivificante por medio de Su Cuerpo.
Le damos gracias al Señor por las numerosas iglesias que se han establecido a través de
la emigración. También le agradecemos por los muchos santos que emigraron, los
cuales, por haber experimentado en cierta medida la edificación local antes de emigrar,
han sido muy útiles. Al mismo tiempo, debemos reconocer que se han generado
problemas en algunos lugares, lo cual se debe al hecho de que algunos todavía no se han
entregado por completo a la vida de iglesia. Esto recalca el hecho de que el éxito de la
emigración depende del grado de edificación. Si somos edificados sin ninguna reserva,
la emigración se llevará a cabo también sin ninguna reserva; pero si transigimos con la
edificación local, también lo haremos con cualquier emigración futura.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE OCHENTA Y NUEVE
Lectura bíblica: Ef. 4:11-16; Ro. 14:1-3, 5-6; 16:17; 1 Co. 5:9-11; Tit. 3:10, 2 Jn. 7; 9-11
LA CAUSA DE LA DIVISION
Hay hermanos muy queridos que aman el recobro del Señor, pero que no tienen el
debido entendimiento en cuanto a las ordenanzas. Ellos deben darse cuenta de que si
insisten en que se practiquen sus ordenanzas, causarán problemas en la iglesia. Aunque
hemos visto la base de unidad de la iglesia, no podemos estar en la vida de iglesia de una
manera segura si no comprendemos claramente lo que son las ordenanzas. No es
suficiente rechazar la división, también debemos reconocer que las ordenanzas son la
fuente de la división.
A medida que se extienda el recobro del Señor por todo el mundo, vendrán personas de
diferentes trasfondos; y puesto que el recobro no es una organización ni está bajo el
control humano, se corre el riesgo de que en algunos lugares los santos insistan en tener
diferentes prácticas. Si esto llegara a ocurrir, la vida de iglesia sería gravemente dañada
por la división. Por consiguiente, los animo a todos a que llevemos este asunto de las
ordenanzas al Señor. Pidámosle que nos dé una visión clara de la gravedad que
representa el tener ordenanzas en la vida de iglesia. Nadie debe insistir en ninguna
práctica. Por causa de la edificación de la iglesia, debemos estar dispuestos a abandonar
todas las ordenanzas.
ORDENANZAS Y DOCTRINAS
Hemos hecho notar que en Efesios, un libro que no trata de la salvación personal sino de
la iglesia de manera corporativa, se habla de por lo menos cuatro categorías de cosas que
dañan la vida de iglesia, a saber: las ordenanzas, la doctrina, el viejo hombre, y las
manchas y arrugas. Después de dar varios mensajes acerca de las ordenanzas, llegamos
ahora al tema de la doctrina. Por lo general, las doctrinas se basan en ordenanzas, y las
ordenanzas son producidas por las doctrinas. Resulta difícil decir qué viene primero, si
las doctrinas o las ordenanzas. Por una parte, las doctrinas producen las ordenanzas, y
por otra, las ordenanzas conforman la base de las doctrinas. Con todo, sabemos
claramente que estos dos asuntos están estrechamente relacionados y no se les puede
separar.
El capítulo uno de Efesios habla del Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo. El capítulo dos habla del nuevo hombre y al final habla del edificio de Dios. En el
capítulo tres vemos que Dios se imparte a Sí mismo en Sus escogidos con miras a que se
produzca el nuevo hombre. Los tres de la Deidad participan en dicha impartición. El
Espíritu nos fortalece en nuestro hombre interior, para que Cristo haga Su hogar en
nuestros corazones, lo cual da por resultado que somos llenos hasta la medida de toda la
plenitud de Dios. En 3:8 Pablo habla de las riquezas de Cristo. Si el nuevo hombre ha de
ser edificado como morada de Dios en el espíritu, ciertamente las riquezas de Cristo
tienen que ser impartidas a cada parte del nuevo hombre. Para que se efectúe dicha
impartición, el hombre interior de todos los que componen el nuevo hombre debe ser
fortalecido por el Espíritu. Entonces Cristo, con todas Sus riquezas, podrá hacer Su
hogar en nuestros corazones. Finalmente, el nuevo hombre será lleno hasta la medida
de toda la plenitud de Dios. Esto indica que el nuevo hombre será un hombre lleno de
Dios, una entidad corporativa que ha sido mezclado con el Dios Triuno.
Al final del capítulo tres de Efesios vemos a un nuevo hombre lleno hasta la medida de
toda la plenitud de Dios. Sin embargo, éste no es el final del libro; aún falta algo
relacionado con la cooperación humana. Aunque Cristo abolió todas las ordenanzas
para crear el nuevo hombre, la iglesia como nuevo hombre todavía necesita ser
edificada. Cristo no edifica la iglesia directamente; más bien, El usa a los apóstoles,
profetas, evangelistas, y pastores y maestros para perfeccionar a los santos con el fin de
que ellos edifiquen la iglesia directamente. Cristo, la Cabeza, da ciertos dones a Su
Cuerpo para que perfeccionen a los santos. Al ser perfeccionados por el ministerio de
dichos dones, los santos edifican la iglesia directamente. Por lo tanto, ni Cristo ni los
apóstoles, ni los profetas, ni los evangelistas, ni los pastores y maestros, edifican la
iglesia directamente; ella es edificada directamente por los santos perfeccionados. Esto
indica que la edificación de la iglesia requiere la cooperación del pueblo de Dios.
Entre los que leen Efesios, algunos podrían pensar que Pablo debió haber concluido este
libro al final del capítulo tres. Ellos consideran que el final de este capítulo representa la
cumbre y la conclusión del libro. Ellos sólo ven que Cristo lo ha realizado todo. Sí, Cristo
se encarnó, pasó por la vida humana y murió en la cruz para efectuar la redención y
eliminar todas las cosas negativas, incluyendo las ordenanzas. Después de Su muerte
todo-inclusiva, El descansó en la tumba. Este descanso fue un verdadero sábado. Luego,
en el primer día de la semana, El resucitó de entre los muertos y se dio inicio a una
nueva era, con una nueva humanidad. Por el lado de Dios, todo está hecho; pero con
relación a Su economía, se necesita que el hombre coopere con El. Su economía está
basada en el principio de la encarnación, es decir, que Dios se mezcla con el hombre y
que ambos trabajan juntos para cumplir la meta de Dios. En Juan 15 el Señor Jesús dijo:
“Separados de Mí nada podéis hacer” (v. 5). Sin embargo, también es cierto que
separado de nosotros, Cristo no puede hacer nada. Podemos decirle al Señor: “Señor
Jesús, te necesito a Ti, y Tú, a mí. No podemos hacer nada sin Ti, ni Tú sin nosotros”. Si
le habláramos al Señor de esta manera, El estaría de acuerdo. El hecho de que Cristo se
encarnó indica que la economía de Dios tiene el aspecto divino y también el humano.
Este principio se aplica al libro de Efesios. Los tres primeros capítulos recalcan el
aspecto divino. Ellos revelan que Cristo lo cumplió todo y que el nuevo hombre está
lleno de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Luego, en los
capítulos del cuatro al seis, vemos el aspecto humano, o sea, al aspecto de nuestra
cooperación con el Señor. ¡Aleluya que necesitamos a Dios y que El nos necesita a
nosotros! Si no cooperamos con El, causaremos un serio problema. Por consiguiente, es
crucial que cumplamos nuestra responsabilidad de cooperar con Dios para que El lleve a
cabo Su economía.
El concepto que Pablo presenta en Efesios 4 es totalmente diferente del concepto del
cristianismo actual. En este capítulo la idea básica es que debemos crecer hasta que
todos lleguemos a la estatura de un hombre de plena madurez. Como todas las madres
saben, lo que hace crecer a los niños es la alimentación, y no principalmente la
enseñanza. Cuando todos lleguemos a la estatura de un hombre maduro, dejaremos de
ser niños espiritualmente. Por el lado humano, la principal necesidad no es la doctrina,
sino el crecimiento. Necesitamos crecer hasta que lleguemos a la estatura de un hombre
maduro.
Debemos llegar a la estatura de un hombre maduro para que “ya no seamos niños
sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de
los hombres en astucia, con miras a un sistema de error” (4:14). Observen que Pablo no
se refiere a todo viento de herejía o de falsa doctrina, sino a todo viento de enseñanza.
Dicha enseñanza puede incluir la doctrina sana, fundamental y bíblica. Sin embargo,
aun esta clase de doctrina puede ser usada por las artimañas de los hombres en astucia
con miras a un sistema de error. Cualquier enseñanza, aunque sea bíblica, que aleja a los
creyentes de Cristo y la iglesia, es un viento doctrinal que aparta al creyente del
propósito central de Dios. Las enseñanzas que nos apartan de la economía de Dios las
fomenta Satanás, en su sutileza, por medio de las artimañas de los hombres, para evitar
que se edifique el Cuerpo de Cristo. Las enseñanzas que Satanás sistematiza causan
serios errores y dañan la unidad práctica de la vida del Cuerpo. Si este asunto no fuera
grave, Pablo no emplearía expresiones tan contundentes para describirlo.
La doctrina se parece al cebo que se pone en el anzuelo para atrapar peces. El pez,
ignorante del anzuelo, pica el cebo y queda atrapado. De la misma manera, muchos
cristianos han sido engañados por el “cebo” de la doctrina, y han quedado atrapados por
el “anzuelo” oculto dentro de ésta. En el pueblo de Dios algunos no reconocen el
“anzuelo” que está dentro de una doctrina atractiva, y han sido sutilmente
sistematizados por el enemigo.
En el versículo 15, Pablo dice además: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos
en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo”. Pablo no dice que creceremos en el
conocimiento de la doctrina bíblica, sino en Aquel que es la Cabeza, Cristo. Esto indica
que por el lado humano, lo que se necesita para que se cumpla la economía de Dios es
que crezcamos. Sólo creciendo dejaremos de ser niños sacudidos por todo viento de
enseñanza.
Todos los días mi esposa me sirve comida nutritiva; por eso soy fuerte, sano y lleno de
vigor. No necesito que ella me enseñe, sino que me nutra. Pasa lo mismo en la vida de
iglesia. Lo que necesitamos no es más enseñanza, sino que nos sean impartidas más de
las riquezas de Cristo. Puedo testificar que a través de los años los santos han crecido
por medio de la alimentación.
Le doy gracias al Señor por toda la nutrición que ha recibido la iglesia en Los Angeles.
Son pocos los casos en los que algunos hermanos han llegado a estar absortos en la
doctrina. Dicha preocupación no sólo ha dañado a los involucrados sino también a otros.
Por lo general, a los santos no les ha interesado adquirir únicamente un conocimiento
doctrinal; más bien, ellos han apreciado el alimento que los nutre y fortalece. En el
recobro del Señor, todas las iglesias necesitan ingerir más de las riquezas de Cristo y
menos enseñanza doctrinal.
Puedo testificar que no tengo ningún interés en discutir sobre asuntos doctrinales; no
me es nada apetitoso. Cuando me preguntan acerca de cosas tales como la gracia
absoluta, la seguridad eterna, el modo de bautizar, el hablar en lenguas o las distintas
maneras de entender el arrebatamiento, sencillamente no tengo ganas de hablar de
estas cosas de manera doctrinal. Mi único deseo es ministrar las riquezas de Cristo a los
santos para que crezcan en El.
UN LIBRO DE VIDA
LA NUTRICION APROPIADA
Y EL CRECIMIENTO GENUINO
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA
Lectura bíblica: Ef. 4:11-14; 1 Ti. 1:19; 3:9; 6:12a; 2 Ti. 4:7; Tit. 1:13b; Jud. 3
Hemos mencionado que la doctrina figura entre las cuatro categorías de cosas negativas
que dañan la vida de iglesia. Las otras tres categorías son: las ordenanzas, el viejo
hombre, y las manchas y arrugas. Puesto que según nuestro concepto natural y religioso,
la doctrina es positiva, y dado que la mayoría de los cristianos la tienen como algo
positivo, es difícil hablar de ella de una manera negativa. Sin embargo, la doctrina puede
ser un estorbo para la edificación del Cuerpo de Cristo. En 4:14 Pablo expone el efecto
negativo de la doctrina: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y
zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia,
con miras a un sistema de error”. No muchos cristianos le han prestado la debida
atención a este versículo, un versículo que indica que la doctrina puede dañar el Cuerpo
de Cristo.
Según los cuatro evangelios, el Señor Jesús tuvo problemas con personas religiosas que
estaban sumergidas en las doctrinas. Los escribas, los fariseos, los ancianos y los
principales sacerdotes debatían constantemente con El sobre doctrinas. No tenían la
menor idea de que estaban discutiendo con el propio Dios que había inspirado el
Antiguo Testamento, en el cual ellos basaban sus doctrinas. En su ceguera, se valían de
las Escrituras para discutir con Aquel que había inspirado las Escrituras y cuya venida
fue predicha en ellas. Los que estaban absortos en la doctrina perdieron la oportunidad
de obtener a Cristo; no se dieron cuenta de que cuando el Señor Jesús estuvo en la
tierra, lo que a Dios le interesaba no era la doctrina, sino Cristo.
Es posible que en lo más recóndito de nuestro ser, aun sin darnos cuenta, todavía
sigamos aferrados a ciertas doctrinas. Estas doctrinas, las cuales están escondidas en
nosotros, podrían llevarnos un día a convertirnos en disidentes. Esto puede suceder
tanto a hermanas como a hermanos. De hecho, las doctrinas muchas veces ejercen más
control sobre las hermanas que los hermanos. Conforme a mi experiencia, una hermana
tiene más dificultad en abandonar una doctrina, que un hermano. Esto se debe a que en
lo relacionado con las doctrinas, las hermanas son subjetivas, mientras que los
hermanos son objetivos. Por ende, a las hermanas les es difícil cambiar su doctrina.
Muchas veces los problemas provocados por la doctrina en la vida de iglesia están
respaldados, apoyados y fortalecidos por las hermanas. Esta tendencia de las hermanas
a aferrarse a las doctrinas puede estorbar, dañar e incluso destruir la vida de iglesia.
Hemos hecho notar que a pesar de que Cristo realizó todo lo necesario para producir la
iglesia, ésta todavía necesita ser edificada de una manera práctica, lo cual requiere
nuestra cooperación. Los últimos tres capítulos de Efesios ponen énfasis en cómo el
hombre coopera en la edificación del Cuerpo.
Efesios 2:22 habla de la edificación de la iglesia, pero sólo presenta los principios; no da
los detalles. Los detalles se encuentran en 4:16, donde dice: “De quien todo el Cuerpo,
bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de
cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí
mismo en amor”. Al crecer en la Cabeza, los miembros del Cuerpo tendrán algo que
compartir unos con otros. Además, cada miembro funcionará en su medida, y como
resultado, el Cuerpo crecerá y se edificará a sí mismo en amor. Si hemos de
experimentar la realidad de este versículo, debemos permitir que los dones que la
Cabeza dio al Cuerpo nos perfeccionen. Los santos no son perfeccionados simplemente
por aprender la doctrina; al contrario, son perfeccionados por medio de la alimentación,
pues la alimentación los ayuda a crecer. Por ejemplo, un niño no necesita que a su
cuerpo se le añada nada para perfeccionarlo; mientras él crece, los miembros de su
cuerpo se desarrollan y comienzan a funcionar normalmente. Una madre no perfecciona
a su bebé enseñándole cómo utilizar los miembros de su cuerpo; ella lo perfecciona
nutriéndolo. Cuanto más crezca el niño al recibir la nutrición adecuada, más los
miembros de su cuerpo cumplirán su función. Según el mismo principio, lo que
perfecciona a los miembros del Cuerpo de Cristo no es la enseñanza, sino la
alimentación, la cual fomenta el crecimiento.
LA UNIDAD DE LA FE Y DEL
PLENO CONOCIMIENTO DEL HIJO DE DIOS
Conforme a 4:13, los santos deben ser perfeccionados hasta llegar a tres cosas: a la
unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios; a la estatura de un hombre de
plena madurez, y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Entonces ya no
seremos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de doctrina (v. 14),
sino que nos asiremos a la verdad en amor y creceremos en todo hasta la medida de
Aquel que es la Cabeza, Cristo (v. 15). Cuanto más crezcamos, más abandonaremos
nuestras doctrinas. Una persona, después de ser salva, necesita que se le ministre Cristo
como alimento y bebida espiritual; esto la ayudará a crecer, y a medida que crezca, irá
dejando a un lado sus conceptos doctrinales. Con el tiempo se dará cuenta de que no hay
nada más importante que el hecho de que Cristo se forje en ella.
A medida que crecemos en vida, llegamos a la unidad de la fe. Sin embargo, si nos
aferramos a nuestros conceptos doctrinales, no lograremos esta unidad. La unidad de
los cristianos ha sido destruida por el marcado énfasis en la doctrina. No obstante, si
nos alimentamos del elemento de Cristo y gradualmente hacemos a un lado nuestros
conceptos doctrinales, llegaremos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo
Dios. Cuanto más crezcamos, más llegaremos a esta unidad.
La unidad en este sentido tiene dos aspectos: la fe y el pleno conocimiento del Hijo de
Dios. La fe, en este caso, no se refiere a la acción de creer, sino a aquello en lo que
creemos, tal como la persona divina de Cristo y la obra redentora que El efectuó para
salvarnos. Esta es la fe de la que se habla en Judas 3; 2 Timoteo 4:7; y 1 Timoteo 6:21. El
pleno conocimiento del Hijo de Dios es la comprensión de la revelación acerca del Hijo
de Dios, lo cual nos lleva a experimentarlo. Cuanto más crezcamos en vida, más nos
asiremos a la fe y al Cristo hecho real en nuestra experiencia, y más abandonaremos los
insignificantes conceptos doctrinales, los cuales causan división.
En Efesios 4:13, la fe alude a las cosas en las que creemos todos los cristianos. Todos
creemos en el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Creemos que Cristo, el Hijo de
Dios, se encarnó, fue crucificado por nuestra redención, resucitó física y
espiritualmente, ascendió a la diestra de Dios y va a regresar; además, creemos que la
Biblia es la Palabra de Dios, que fue inspirada palabra por palabra por el Espíritu Santo.
Esta es nuestra fe, “la común fe” (Tit. 1:4), “la fe que ha sido trasmitida a los santos una
vez para siempre” (Jud. 3).
LA FE Y LA DOCTRINA
Es importante que sepamos diferenciar entre la fe y las doctrinas relacionadas con cosas
tales como la observancia de días, las regulaciones dietéticas, el método de bautismo, el
hablar en lenguas y el lavamiento de los pies. Recordemos que nuestra fe consiste de
aquello que una persona necesita creer para ser salva. Para ser un creyente genuino, se
necesita creer en el Dios Triuno y en Cristo, el Hijo de Dios, nuestro Salvador vivo, quien
murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos corporalmente.
Por otro lado, una persona puede ser salva aunque no crea en el lavamiento de los pies
ni en el hablar en lenguas.
Aunque Pablo hace una clara distinción entre la fe y la doctrina en Efesios 4, muchos
cristianos todavía las confunden. En lugar de contender por la fe, ellos contienden por
su propia doctrina. En ninguna parte de la Biblia se nos exhorta a pelear por la doctrina,
pero sí se nos dice que debemos contender por la fe relacionada con nuestra “común
salvación” (Jud. 3). La común salvación se recibe por medio de la común fe. Aunque
todos los cristianos genuinos tenemos la fe y la salvación en común, tal vez no tenemos
en común todas las doctrinas. Las diversas denominaciones ponen énfasis en distintas
doctrinas y se aferran a ellas. Aunque no debemos pelear por las doctrinas, debemos
estar dispuestos a pelear por la fe. En 1 Timoteo 6:12 Pablo exhorta a Timoteo: “Pelea la
buena batalla de la fe”. Por consiguiente, debemos combatir por nuestra fe, mas no
debemos luchar por nuestras doctrinas.
En Romanos 14 Pablo nos muestra que mientras que una persona abrace la fe, debemos
recibirla, aun cuando ella muestra diferencias en cuanto a la doctrina. No debemos
disputar sobre cuestiones tales como la comida y la observancia de ciertos días. Si
alguien considera que determinado día es especial, él es libre de pensar así; lo mismo
sucede si considera que todos los días son iguales. En cuanto a las doctrinas, debemos
ser liberales hacia los demás porque las doctrinas no tienen nada que ver con nuestra
común salvación.
Si alguien niega que Jesús es el Hijo de Dios, debemos contender arduamente por la fe.
Debemos estar listos para contender por la verdad de que Jesucristo es el Hijo de Dios
hecho carne. Sin embargo, no debemos discutir sobre cuestiones tales como el
lavamiento de los pies. Si alguien promueve esta práctica, debemos decirle que lo único
que nos interesa es Cristo y que no queremos discutir sobre doctrina. ¡Qué lástima es
que tantos cristianos estén bajo el dominio de la doctrina y estén absortos en ella!
HACER A UN LADO LOS JUGUETES DOCTRINALES
Muchos cristianos juegan con las doctrinas así como los niños juegan con sus juguetes.
En mi experiencia con mis nietos he aprendido que la mejor manera de conseguir que
un niño deje sus juguetes es ofrecerle algo bueno para comer. Pasa lo mismo cuando
queremos ayudar a los cristianos a dejar las doctrinas que los tienen tan ocupados.
Cuanto más disfrutemos a Cristo y seamos nutridos por El, más dispuestos estaremos a
abandonar nuestras doctrinas. Hace algunos años, en cierto lugar había unos santos que
estaban muy ocupados con sus juguetes doctrinales. Pero al paso de los años, y a medida
que han disfrutado el ministerio de Cristo, gradualmente han ido dejando sus
“juguetes”. Cuanto más han crecido en Cristo, menos atención han dado a sus juguetes.
La única manera de hacer a un lado las doctrinas es crecer en vida. Necesitamos crecer
hasta llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. Es cierto que
somos salvos, hemos venido a la vida de iglesia pero provenientes de diversos
trasfondos. Debido a esto, tenemos diversas doctrinas y filosofías. Posiblemente
afirmamos que sólo nos interesa Cristo y la iglesia, pero seguimos ocupados con la
doctrina. No tratemos de enseñar a los demás a desechar sus doctrinas. Así como los
niños jugarán con sus juguetes hasta que crezcan, del mismo modo los creyentes se
interesarán por la doctrina hasta que crezcan más en Cristo. Si los santos crecen en el
Señor, con el tiempo desecharán las doctrinas que tanto los distraen.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y UNO
LA FE, NO LA DOCTRINA
En 4:13 Pablo habla de la unidad de la fe, y en 4:14, de los vientos de enseñanza, esto es,
de la doctrina. Esto indica que debemos distinguir entre la fe y la doctrina. En cuanto a
la fe, es decir, en lo que debemos creer para ser salvos, el Nuevo Testamento es firme,
preciso y coherente. En Judas 3 se nos dice que debemos incluso “contender
ardientemente por la fe que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre”. En
cuanto a la fe, debemos estar listos para contender. No simplemente debemos insistir en
la fe y defenderla, sino pelear por ella a cualquier precio, aun a costo de nuestra propia
vida. La fe por la cual debemos contender es la común fe, la fe cristiana, la fe que nos
salva.
Por otro lado, el Nuevo Testamento nunca nos exhorta a contender por la doctrina;
antes bien, toma una postura liberal al respecto. Tomemos el ejemplo de comer de lo
sacrificado a los ídolos. Tal vez nos sorprenda lo que Pablo escribió al respecto en
Romanos y en 1 Corintios. En algunos pasajes él indica que es permitido hacerlo,
mientras que en otros, firmemente nos exhorta en contra de esta práctica. Hace años,
dediqué bastante tiempo tratando de entender esto. Preocupado por lo que parecía ser
una contradicción en los escritos de Pablo, me preguntaba por qué él no nos dijo de una
manera clara y definitiva si se puede o no comer cosas sacrificadas a los ídolos. No fue
sino hasta después que fui liberado de la preocupación doctrinal que logré entender que
Pablo, al escribir sobre este asunto, expresó una opinión diferente en distintas ocasiones
porque él era liberal con respecto a la doctrina. El sabía que bajo ciertas circunstancias
era permitido comer de lo sacrificado a ídolos, mientras que en otras, no. Sólo cuando
dejamos de preocuparnos por la doctrina entendemos que la respuesta a ciertos asuntos
doctrinales depende de las circunstancias. Por esta razón Pablo pudo decir una cosa en
una ocasión, y algo distinto en otra.
Pablo no tomó una postura concreta en cuanto a comer carne o a observar ciertos días;
con relación a esto, él fue más bien liberal. Sin embargo, en Romanos 16:17, dijo
firmemente: “Ahora bien, os exhorto, hermanos, que os fijéis en los que causan
divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que vosotros habéis aprendido, y que os
apartéis de ellos”. En cuanto a las doctrinas, Pablo era liberal, pero con respecto a la
división, se expresó de manera muy precisa. El nos pide que señalemos a los que causan
división y que los evitemos.
En Tito 3:10, Pablo declara: “Al hombre que cause disensiones, después de una y otra
amonestación deséchalo”. El que causa divisiones es un disidente, es sectario, así que, si
después de recibir dos o tres amonestaciones, persiste en causar divisiones, se le debe
desechar; no debe haber concesión ni neutralidad. Por tanto, con relación a la idolatría,
a la fornicación y a la división, Pablo fue muy estricto, y así también debemos ser
nosotros.
Según 2 Juan vemos que debemos rechazar también a los que niegan la encarnación de
Cristo. El versículo 7 dice: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que
no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el
anticristo”. Este versículo indica que aun en el primer siglo hubo quienes se llamaban
cristianos, aunque no confesaban que Cristo era Dios que había venido en carne; en
otras palabras, negaban el hecho de que Cristo era Dios encarnado. En el versículo 9, el
escritor añade: “Cualquiera que se extravía, y no permanece en la enseñanza de Cristo,
no tiene a Dios; el que permanece en esta enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo”. La
palabra “extravía” significa ir más allá. La Biblia revela que Cristo es el Dios encarnado.
Los que negaban esto se extraviaron, abandonaron la enseñanza de que Cristo es el Dios
encarnado. Por ello, el apóstol Juan previene a los creyentes en cuanto a esta clase de
personas, diciendo: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta enseñanza, no lo recibáis
en casa, ni le digáis: ¡Regocíjate! Porque el que le dice: ¡Regocíjate! participa en sus
malas obras” (vs. 10-11). No podemos recibir a los que niegan la encarnación de Cristo.
Conforme al Nuevo Testamento, hay cuatro cosas que no se deben tolerar: la idolatría, la
fornicación, la división y la negación de la deidad de Cristo. En cuanto a la fe, debemos
ser valientes, firmes y claros, listos para contender por la fe que fue trasmitida a los
santos, pero, en cuanto a las doctrinas, debemos ser liberales para con otros. No
obstante, no debemos tolerar la idolatría, la fornicación, la división, ni la negación de la
encarnación de Cristo.
Muchos creyentes no ponen en práctica la vida del Cuerpo; lo que vemos entre ellos es
división tras división. De hecho, ocurren más divisiones entre los cristianos serios que
entre los que son mundanos o indiferentes al Señor y a Su Palabra. Cuanto más son
avivados y renovados al leer la Biblia, más propensos son a dividirse por cuestiones
doctrinales. Hoy en día hay tanta división en el cristianismo, que es casi imposible que
los cristianos experimenten la vida del Cuerpo. Esto sucede especialmente en el
movimiento carismático. A los miembros de este movimiento les encanta hablar del
Cuerpo; sin embargo, entre ellos se producen más divisiones que en cualquier otro
grupo cristiano. Esto se debe a que ellos hablan de Romanos 12, pero descuidan
Romanos 14. Repito, sólo cuando ponemos en práctica Romanos 14, podemos vivir la
realidad del Cuerpo descrita en Romanos 12.
Conforme a Romanos 14, en la vida de iglesia hay lugar para los que sostienen diferentes
doctrinas. Algunos creen que pueden comer de todo, mientras que otros comen
solamente legumbres. Asimismo, algunos guardan ciertos días, mientras que otros
consideran que todos los días son iguales. ¿Vemos que en la vida de iglesia hay y deben
haber diferentes doctrinas? Tomemos por ejemplo el cubrirse la cabeza. En las
reuniones, algunas hermanas llevan un velo sobre su cabeza, pero muchas otras no. Esto
indica que entre las hermanas hay diferentes doctrinas acerca de cubrirse la cabeza. Esto
es una señal muy positiva de que la iglesia recibe a las hermanas que usan velo y a las
que no lo usan. He asistido a reuniones cristianas donde las hermanas que no se cubren
la cabeza no son aceptadas. Y he estado en otras donde las hermanas llevan diferentes
clases de velos y de distintos colores. Pero también he asistido a reuniones donde se
exigía a las hermanas que llevasen un velo del mismo tamaño, estilo y color. ¡Gloria al
Señor que en la vida de iglesia no nos dividimos por cuestiones como éstas! En la iglesia
recibimos a los que sostienen diferentes doctrinas en cuanto a cubrirse la cabeza. ¡Qué
maravilloso es esto!
LA INTENCION DE DIOS
La intención de Dios no es obtener un pueblo que sea moral y piadoso de una manera
religiosa; Su intención es tener un pueblo regenerado, santificado, purificado,
transformado y edificado como el nuevo hombre. El desea que la iglesia sea el nuevo
hombre y que, como tal, tome a Cristo como su persona. Nuestro interés es llegar a ser
ese nuevo hombre, lleno y saturado de Cristo. Lo que a Dios le interesa es que seamos
llenos de Cristo, alimentados por Cristo y edificados en Cristo para ser una iglesia
apropiada.
En el recobro del Señor, todos debemos entender claramente lo que el Señor está
haciendo en la tierra hoy. No pensemos que el recobro es una obra o movimiento
cristiano ordinario. El recobro de la vida de iglesia no es una obra o movimiento
cristiano más; el recobro es único y tiene una tremenda importancia.
El recobro del Señor está relacionado con la venida del Señor. Las profecías bíblicas
revelan que dos de las señales del regreso del Señor son, primero, que la nación de Israel
sería formada de nuevo, y segundo, que Jerusalén sería devuelta a Israel. Como ya
sabemos, estas dos señales ya se cumplieron; la nación de Israel se volvió a formar en
1948, y Jerusalén fue devuelta a Israel en 1967. Lo que el Señor dijo en Lucas 21:24
revela que la devolución de Jerusalén a Israel alude a la plenitud de la era de los
gentiles. Puesto que ya se cumplieron estas dos señales, creemos que el Señor no tardará
en regresar. Además, la situación mundial está enfocada en el Medio Oriente,
particularmente en los problemas relacionados con el petróleo. La situación mundial
converge cada vez más con las profecías bíblicas.
La Biblia nos enseña también que la novia debe estar preparada. Consideremos la
condición del cristianismo actual y preguntémonos dónde se está preparando la novia.
¿Se está preparando la novia en el catolicismo?, ¿en las denominaciones?, ¿en el
movimiento carismático?, ¿en los grupos independientes? Creo sinceramente que la
novia se está preparando en el recobro del Señor. Reconocemos nuestra imperfección y
debilidad; no obstante, es un hecho que no hay creyentes que amen más al Señor como
los que están en las iglesias locales. Recientemente recibimos un informe en el que nos
enteramos de que algunos misioneros que estaban en Taiwán, aunque criticaban a las
iglesias locales, reconocieron que los creyentes de las iglesias eran los más maduros de
toda la isla. Sencillamente no podemos negar el hecho de que muchos santos en el
recobro del Señor aman al Señor Jesús de una manera absoluta.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y DOS
En 2:15 Pablo habla de la creación del nuevo hombre: “Aboliendo en Su carne la ley de
los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo
y nuevo hombre, haciendo la paz”. Más adelante, en 4:13 habla de llegar a un hombre de
plena madurez, y en 4:24, de vestirse del nuevo hombre. El hombre de plena madurez al
que se refiere el versículo 13 es el nuevo hombre del versículo 24. Por consiguiente, en
Efesios se menciona el nuevo hombre tres veces.
Algunas versiones yerran en cuanto a la traducción de Efesios 4:24. Por ejemplo, una
versión lo tradujo así: “Os vistáis de la nueva naturaleza”. ¡Qué traducción más pobre!
La palabra griega que se usa en este versículo es ánthropos, la cual se usa también en
2:15 y significa “hombre”. Otra versión yerra también al traducir este versículo de la
siguiente manera: “Os vistáis del nuevo yo”. Pocos autores cristianos se han dado cuenta
de que en 4:24 el nuevo hombre es la iglesia. En su Diccionario de las palabras del
Nuevo Testamento, W. E. Vine hace notar que el nuevo hombre en 4:24 es la iglesia, la
cual es el Cuerpo de Cristo. El relaciona claramente 4:24 con 2:15. No cabe ninguna
duda de que el nuevo hombre en 4:24 es el nuevo hombre en 2:15, pues se usa el mismo
término en ambos casos.
En 2:15 tenemos la creación del nuevo hombre. Podemos considerar esta creación como
el nacimiento del nuevo hombre. Sin embargo, así como un niño es perfeccionado por
medio del crecimiento, el nuevo hombre creado en Cristo también es perfeccionado por
medio del crecimiento. Esta es la razón por la cual Pablo menciona el nuevo hombre en
el capítulo cuatro al igual que en el capítulo dos.
Hay una diferencia entre ser perfecto o completo orgánicamente y serlo funcionalmente.
Cuando un bebé nace, es perfecto orgánicamente, pues nace con todos sus órganos
vitales; sin embargo, él no nace perfecto con relación a sus funciones. En el aspecto
orgánico, la madre no puede ayudar a su bebé, pues no podría añadirle ningún otro
órgano. Sin embargo, ella puede ayudarle en cuanto a sus funciones al alimentar al bebé
para que crezca de una manera normal. Aunque sólo Dios el Creador puede producir un
organismo perfecto, nosotros los padres tenemos que ayudar a nuestros hijos a ser
perfectos con relación a sus funciones. Esta responsabilidad la cumplimos alimentando
y cuidando con ternura a nuestros hijos. Cada niño debe recibir nutrición y cuidado
tierno para que se desarrolle y funcione normalmente. Este principio se aplica también a
la iglesia, la cual es el nuevo hombre. En 2:15 vemos la creación del nuevo hombre en el
aspecto orgánico, y en 4:13-16, el perfeccionamiento del nuevo hombre con relación a su
función.
En este respecto, 4:16 es un versículo de suma importancia. Pablo dice: “De quien todo
el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la
función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la
edificación de sí mismo en amor”. Crecer en vida es crecer hasta la medida de la Cabeza,
Cristo, y funcionar en el Cuerpo es funcionar con lo que proviene de Cristo. Cada
miembro del Cuerpo de Cristo tiene su propia medida, la cual contribuye al crecimiento
del Cuerpo. El Cuerpo causa el crecimiento de Sí mismo mediante las coyunturas que
suministran ricamente y mediante los miembros que desarrollan su función. El
crecimiento del Cuerpo es el crecimiento de Cristo en la iglesia, el cual da por resultado
que el Cuerpo se edifique a sí mismo.
Nuestra vida física es un buen ejemplo de esto. Sólo Dios puede crear a un ser humano
orgánicamente perfecto. Sin embargo, después de que éste nace, Dios no viene a
alimentarlo y cuidarlo; esto es responsabilidad de los padres, y en particular de la
madre. Cuanto más el recién nacido es alimentado y crece, más funcionará
normalmente.
Conforme al mismo principio, el nuevo hombre creado por Cristo debe ser
perfeccionado para que pueda funcionar. Mediante el crecimiento mencionado en el
capítulo cuatro, el nuevo hombre empieza a funcionar. Por medio de la función de cada
miembro en su medida, el Cuerpo crece para la edificación de sí mismo en amor. La
responsabilidad de crear el nuevo hombre le correspondió exclusivamente al Señor;
nosotros no tuvimos nada que ver con esto. Sin embargo, tenemos que cumplir con
nuestra responsabilidad de perfeccionar el nuevo hombre alimentándolo y cuidándolo
con ternura. A medida que el nuevo hombre sea perfeccionado de esta manera, crecerá y
llegará a ser perfecto en cuanto a su función.
EL CRECIMIENTO SE PRODUCE
MEDIANTE LA ALIMENTACION
Como ya expresamos, el nuevo hombre llega a ser perfecto con relación a sus funciones
mediante la debida alimentación. Esto, sin embargo, no es algo superficial; por el
contrario, es uno de los conceptos más profundos del libro de Efesios. En el cristianismo
actual, los ministros, los pastores y los predicadores generalmente enseñan a los
creyentes, y por ende, en lugar de edificar el Cuerpo, edifican una religión. Entre
nosotros hay muchos hermanos que anteriormente eran ministros o misioneros y ellos
pueden dar testimonio de esto. Debido a que los que están en el cristianismo dependen
de la doctrina, terminan edificando algo que no es el Cuerpo. La enseñanza doctrinal no
perfecciona al Cuerpo con respecto a sus funciones. De hecho, Efesios 4, un capítulo que
habla del perfeccionamiento del nuevo hombre por medio del crecimiento en vida, no
estima mucho la doctrina. Pablo dice que cuando dejemos de ser niños, ya no seremos
zarandeados por todo viento de doctrina. Lo que se necesita para que el Cuerpo se
edifique y para que el nuevo hombre sea perfeccionado en cuanto a sus funciones, es el
crecimiento en vida. Esto se logra por medio de la alimentación.
En 4:8 se nos dice que el Cristo ascendido dio dones a los hombres. En este contexto, los
dones no aluden a habilidades para servir, sino a las personas dotadas que se mencionan
en el versículo 11: apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Cristo,
después de conquistar a los pecadores y de rescatarlos de Satanás y de la muerte
mediante Su muerte y resurrección, hace de los pecadores rescatados dones, en Su
ascensión y con Su vida de resurrección, y los da a Su Cuerpo para la edificación del
mismo. Por consiguiente, las cuatro clases de personas dotadas mencionadas en el
versículo 11 han sido investidas con un don especial. Estas personas dotadas son dadas
“a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
Cuerpo de Cristo” (v. 12). Cuanto más los santos son perfeccionados, más crecen, y
cuanto más crecen, más se manifiesta su función, y funcionan conforme a su medida.
Examinemos con más detenimiento cómo Cristo da los dones a Su Cuerpo. ¿De qué
manera son los creyentes constituidos como dones y presentados al Cuerpo? El caso del
apóstol Pablo es un excelente ejemplo de esto. Pablo no fue perfeccionado en un
seminario teológico. Como todos sabemos, Saulo de Tarso era una persona sumamente
religiosa. Habiendo nacido y crecido en el judaísmo, él se opuso a Cristo y persiguió a la
iglesia. El incluso fue autorizado por el sumo sacerdote para ir a Damasco con el fin de
arrestar y encarcelar a los que invocaban el nombre del Señor Jesús. Pero mientras se
dirigía allí, se le apareció el Señor Jesús. En Gálatas 1:13, Pablo dijo: “Porque habéis
oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a
la iglesia de Dios, y la asolaba”. Más adelante, Pablo añade: “Pero ... agradó a Dios ...
revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles” (Gá.
1:15a, 16a). Dios forjó a Cristo en Pablo para que lo ministrase a otros. De esta manera
Cristo presentó a Pablo como un don para el Cuerpo. Por medio de este proceso, Cristo
nos constituye dones que son dados al Cuerpo. Primero, Cristo se forja en nosotros para
llegar a ser nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Luego, ministramos a otros el
Cristo que se ha forjado en nosotros.
El Cristo ascendido es el único que puede producir dones para el Cuerpo. Observemos
que en 4:8-11 se mencionan los dones en relación con la ascensión de Cristo. El versículo
8 dice: “Subiendo a lo alto, llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a
los hombres”. La expresión “lo alto” se refiere al tercer cielo, donde Cristo ascendió, y las
palabras “los que estaban bajo cautiverio” se refieren a los santos redimidos que fueron
capturados por Satanás antes de ser salvos por la muerte y la resurrección de Cristo. En
Su ascensión, Cristo los llevó cautivos, es decir, los rescató de la cautividad de Satanás y
los tomó para Sí mismo. Después de rescatarnos de Satanás, nos constituye dones para
el Cuerpo.
La ascensión fue la cumbre y el clímax de la obra de Cristo. Los otros pasos básicos de
Su obra son la encarnación, la crucifixión y la resurrección. La ascensión está
relacionada con la venida del Espíritu. Después de cumplir la redención por medio de Su
crucifixión, y después de resucitar y ascender a los cielos, Cristo descendió como
Espíritu vivificante. Por medio de la crucifixión de Cristo, fueron derrotados todos los
enemigos. Por tanto, la cruz es el centro de la victoria de Cristo. Además, con Su muerte
en la cruz, Cristo eliminó todos los problemas del universo. Por ello, después de Su
crucifixión, El descansó en la tumba y disfrutó de un verdadero sábado. Luego, en Su
resurrección, El liberó todas las riquezas divinas. Después de esto, El ascendió al tercer
cielo, donde le fue encomendada toda la plenitud divina, junto con todos los escogidos
de Dios. Saulo de Tarso se encontraba entre los elegidos que le fueron dados al Cristo
ascendido.
Ya vimos que Cristo derrotó con Su muerte a todos los enemigos y resolvió todos los
problemas. También vimos que mediante Su resurrección, El liberó las riquezas divinas,
y que mediante Su ascensión, le fueron dados los escogidos de Dios y la plenitud divina.
Desde el día que ascendió, Cristo ha trabajado para hacer de Sus enemigos derrotados
dones para Su Cuerpo. Primero, El viene a tales enemigos y entra en ellos; luego, los
llena gradualmente hasta saturarlos de Sí mismo; con el tiempo, los que antes eran Sus
enemigos, son transformados y constituidos dones idóneos que son presentados al
Cuerpo. Estos dones no simplemente enseñan a los demás, sino que les infunden a
Cristo. De esta manera, los miembros del Cuerpo reciben la nutrición y el cuidado
tierno. Entonces serán santificados, purificados, transformados y llegarán a ser
miembros que desempeñan su función. Como resultado de todo esto, el Cuerpo estará
bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro, y por la función
de cada miembro en su medida. Esto fomentará el crecimiento del Cuerpo para la
edificación de sí mismo en amor.
Creo firmemente que se acerca el día en que cada creyente que está en las iglesias locales
será un miembro que funcione. Consideremos cómo los niños crecen y funcionan al ser
alimentados. Cuanto más crecen, más funcionan. El principio es el mismo con relación a
nuestro crecimiento espiritual como miembros del Cuerpo. Cuanto más crezcamos al ser
alimentados y al recibir el cuidado tierno, más funcionaremos en la vida de iglesia. Si los
santos se entregan sin reservas al Señor, en un período relativamente corto podrán
desempeñar su función. Tengo la plena confianza en el Señor de que pronto se
experimentará esto en el recobro del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y TRES
Ya vimos que en el capítulo dos se menciona la creación del nuevo hombre, mientras
que el capítulo cuatro trata de su crecimiento. Para que el nuevo hombre crezca,
nosotros necesitamos experimentar al Cristo que fue crucificado, que resucitó, que
ascendió y descendió. El Cristo que lo es todo debe forjarse en nuestro interior y ser el
todo para nosotros. De esta manera, el nuevo hombre, el cual es orgánicamente
perfecto, llegará también a ser perfecto con relación a su función.
CRECEMOS Y FUNCIONAMOS
AL EXPERIMENTAR A CRISTO
El Cristo que fue crucificado y resucitado y que ascendió al tercer cielo, obra ahora en
nosotros para constituirnos miembros del Cuerpo que desempeñan su función. Cristo
lleva a cabo esta obra haciendo Su hogar en nuestros corazones y saturándonos de Sí
mismo. A medida que nos satura, El nos santifica, purifica, alimenta, cuida con ternura
y transforma, y como resultado, somos perfeccionados con relación a nuestra función
como miembros del Cuerpo. Es así como el Cuerpo crece y se edifica a sí mismo. Ni la
Cabeza ni los dones mencionados en 4:11 edifican el Cuerpo directamente; quienes lo
edifican de forma directa son los miembros que han sido perfeccionados por las
personas dotadas.
Con respecto a este asunto tan crucial, pido al Señor que nos conceda un cielo claro.
Puedo testificar que en cuanto al crecimiento del nuevo hombre, el cielo está
transparente como el cristal. Que el Señor ayude a todos los que lo buscan fielmente, a
entender claramente lo que es el nuevo hombre. ¡Cuán bendecidos somos de vivir en la
época en la que el Señor está recobrando todo esto! Nunca hemos entendido Efesios 4
con tanta claridad como lo entendemos en estos días.
Todos los que desean emigrar para propagar la vida de iglesia deben darse cuenta de
que la emigración no es un movimiento, sino el mover del nuevo hombre, es decir, el
mover del Cristo todo-inclusivo en Su Cuerpo; es el mover de Cristo, el Salomón
celestial, en Su palanquín. Para que el Señor se mueva entre nosotros de esta manera, no
debemos funcionar de manera individualista; antes bien, debemos funcionar en el
Cuerpo de manera coordinada. Para esto, debemos experimentar a Cristo y crecer en El.
La medida de nuestro crecimiento será la esfera, el ámbito, de nuestra función. Si no
funcionamos, causaremos un vacío en el Cuerpo. Pero si funcionamos demasiado,
provocaremos un cáncer. Como Cabeza del Cuerpo, Cristo conoce perfectamente la
condición del Cuerpo. Esperemos que por Su misericordia, el Cuerpo sea guardado,
tanto de la falta de funcionamiento como del cáncer que puede provocar el
funcionamiento excesivo.
Dado que el libro de Efesios trata de la iglesia, nosotros debemos analizar todo su
contenido desde la perspectiva de la iglesia; de lo contrario, aplicaremos erróneamente
muchas de las cosas contenidas en él. Al leer 4:17-32, debemos aplicar este pasaje de
manera corporativa y no individual. Estos versículos no se escribieron con relación a la
vida individual, sino a la vida corporativa del nuevo hombre. El nuevo hombre debe
convertirse en nuestro vivir diario. En el versículo 24 Pablo habla de que debemos
vestirnos del nuevo hombre. Vestirnos del nuevo hombre equivale a poner en práctica la
vida de iglesia, la cual es la nueva vida del nuevo género humano que Cristo creó en Sí
mismo. La iglesia es una nueva humanidad. Corporativamente debemos vestirnos de
otra humanidad. Es crucial que tengamos esta perspectiva al examinar esta sección de
Efesios 4.
Visitar el barrio chino forma parte de la vida social de los chinos en Estados Unidos.
Esto es parte del vivir del viejo hombre que nosotros debemos desechar si hemos de
practicar la vida de iglesia en su condición de nuevo hombre. Muchos de los que
frecuentan el barrio chino, después de volver a casa, tal vez encuentren un poco difícil
orar. Esto se debe a que mientras estuvieron en el barrio chino, anduvieron conforme a
la vanidad de la mente en lugar de ser renovados en el espíritu de la mente.
En el caso de las hermanas, despojarse del viejo hombre de manera práctica implica
abandonar la manera vieja de ir de compras. Creo que a la mayoría de las hermanas se
les dificulta orar cuando están en un almacén, porque llevan a cabo sus compras
conforme al vivir del viejo hombre. Es como si el viejo hombre que fue sepultado en el
bautismo, resucitara en la tienda. Debemos mantener al viejo hombre en la tumba de
una manera práctica.
En Efesios 4:24 Pablo declara que el nuevo hombre es creado según Dios, lo cual
significa que el nuevo hombre posee la vida y la naturaleza divinas. Puesto que el nuevo
hombre es creado según Dios, él debe de tener una vida que sea divina. Esa vida no es
individualista, sino corporativa. Creo que dentro de poco, el Señor producirá el vivir del
nuevo hombre en Su recobro. El tendrá en diferentes localidades un pueblo cuyo diario
vivir sea la vida corporativa del nuevo hombre. Esta es la vida de iglesia que cumple el
plan de Dios.
LA VANIDAD DE LA MENTE
En el versículo 17 Pablo nos exhorta a no andar “como los gentiles, que todavía andan en
la vanidad de su mente”. Los que andan de esta manera tienen “el entendimiento
entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza
de su corazón” (v. 18). Es posible ser una persona salva, o sea, uno que posee la vida de
Dios, y con todo, andar en la vanidad de la mente. Por ejemplo, algunos van de compras
conforme a la vanidad de su mente y como resultado ellos llegan a ser ajenos a la vida de
Dios. Otros quizás van al barrio chino y como resultado de ello se alejan de la vida de
Dios. Mientras disfrutan de algún platillo chino en algún restaurante, sienten que, por
estar viviendo conforme a su pasada manera de vivir, están separados de la vida de Dios.
Este aislamiento les impide que sientan el fluir de la electricidad celestial. Cada vez que
regresamos a la pasada manera de vivir, sentimos espontáneamente que hay tinieblas en
nosotros y que estamos ajenos a la vida de Dios. Si persistimos en conducirnos conforme
a la pasada manera de vivir, llegaremos a ser insensibles. Es más, tal vez hasta perdamos
la sensibilidad, por hacer caso omiso de nuestra conciencia.
Observemos cuántas palabras usa Pablo para describir la vida del hombre caído en los
versículos del 17 al 19. El habla de la vanidad, de las tinieblas, del alejamiento, de la
ignorancia y de la dureza. Siempre que vivimos conforme a nuestra pasada vida
comunitaria, no sentimos ninguna luz ni ninguna claridad dentro de nosotros. Tal vez
razonemos que está bien hacer cierta cosa; no obstante, nos damos cuenta de que
aquello nos aleja de la vida de Dios y nos pone en tinieblas.
La vida de iglesia no es cuestión del bien y el mal, sino del Cristo vivo. Quizás
argumentemos que no tiene nada de malo ir de compras a determinada tienda. Tal vez
insistamos que aquello no es pecaminoso. Y de hecho, tal vez no tenga nada de malo,
pero nos introduce en las tinieblas y nos aleja de la vida de Dios. Quizás actuemos
correctamente, sin embargo, somos privados de experimentar a Cristo como nuestra
vida y nuestra persona. A esto se debe que después de ir de compras uno no pueda orar
por algún tiempo. La norma de la vida de iglesia es más elevada que regirse por el bien y
el mal; es una vida que concuerda con Cristo. Si Cristo es quien vive en nosotros, El no
nos permitirá hacer ciertas cosas. Por ejemplo, a El no le agradará que vayamos de
compras conforme a nuestra pasada manera de vivir. Esa manera de vivir no concuerda
con la vida de Cristo.
En 4:20 Pablo habla de aprender a Cristo, y en el versículo 21, de haber “sido enseñados,
conforme a la realidad que está en Jesús”. En una nota sobre 4:21 J. N. Darby hace notar
que en el griego hay un artículo enfático justamente antes de la palabra Jesús, lo cual
indica que “Jesús” como persona se destaca. La verdad, la realidad, que está en Jesús es
la verdadera condición de la vida de Jesús según consta en los cuatro evangelios, una
vida llena de realidad, de verdad. Jesús llevó una vida en la cual lo hacía todo en Dios,
con Dios y para Dios. Dios estaba en Su vivir, y El era uno con Dios. A esto alude la frase
“la realidad que está en Jesús”. Jesús llevó una vida que siempre correspondió con la
justicia y la santidad de Dios.
En el versículo 24, Pablo declara que el nuevo hombre fue creado según Dios en la
justicia y santidad de la realidad. Sin duda, esta realidad es la realidad que está en Jesús.
Nosotros no debemos vivir conforme a la ley ni a las normas de la sociedad, sino
conforme a la realidad que está en Jesús, la realidad que El expresó en su vivir cuando
estuvo en la tierra. Por consiguiente, la vida de Jesús debe ser nuestra vida hoy en la
iglesia. En otras palabras, el vivir del nuevo hombre debe ser exactamente igual al vivir
de Jesús. Como Jesús vivió en la tierra, así debe vivir hoy el nuevo hombre.
Si deseamos vivir de esta manera, no debemos razonar conforme al bien y al mal; antes
bien, debemos examinar cada aspecto de nuestra vida conforme a la realidad que está en
Jesús. Por ejemplo, si estamos a punto de ir de compras, debemos preguntarnos si el
Señor Jesús quiere ir de compras. La vida del nuevo hombre debe concordar con la
realidad de Jesús. Si todos vivimos de una manera celestial, divina, justa, santa y
gloriosa, tendremos una vida comunitaria maravillosa en la iglesia. Esta es la vida
corporativa del nuevo hombre.
Hacia el final del capítulo cuatro, Pablo declara: “Y no contristéis al Espíritu Santo de
Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (v. 30). Me preocupa que
día tras día y aun hora tras hora muchos de nosotros estemos contristando al Espíritu
Santo que mora en nosotros. Lo contristamos porque en lugar de conducirnos conforme
a la nueva manera de vivir, vivimos conforme a la vanidad de la mente. Cuando no
permanecemos en el espíritu de nuestra mente, contristamos al Espíritu Santo. Este es
otro indicio de que el nuevo hombre no sólo necesita ser creado y crecer para desarrollar
sus funciones, sino que también debe llevar una vida diaria y práctica que concuerde con
la nueva manera de vivir. Esta es la vida de iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y CUATRO
EL ESPIRITU Y LA IGLESIA
Lectura bíblica: Ef. 1:17; 2:22; 3:5, 16; 4:23; 5:18; 6:18
En 4:17 Pablo dice: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los
gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente”. Los gentiles son las personas
caídas, las cuales se envanecieron en sus razonamientos (Ro. 1:21). Ellos caminan sin
Dios, en la vanidad de sus mentes, controlados y dirigidos por sus pensamientos vanos.
Todo lo que ellos hacen conforme a sus mentes caídas es vanidad. Por consiguiente, la
vanidad de la mente constituye el elemento fundamental de la vida diaria de la
humanidad caída.
Si estudiamos la Biblia desde Génesis 6 hasta Apocalipsis 20, nos daremos cuenta de
que toda la humanidad caída vive en la vanidad de la mente. La humanidad ha caído del
espíritu a la mente. Cuando Dios creó al hombre le dio un espíritu con la intención
específica de que el hombre viviera y anduviera en el espíritu. Pero como resultado de la
caída, el espíritu del hombre fue afectado por la muerte, y el hombre empezó a vivir
conforme a la vanidad de la mente. El vivir del hombre caído está dirigido por sus
pensamientos. Toda persona caída, sin excepción, es dominada por sus pensamientos.
Antes de ser salvos, nosotros hablábamos y actuábamos conforme a los pensamientos de
nuestra mentalidad caída.
En la iglesia como nuevo hombre, no debemos vivir según la vanidad de la mente, sino
conforme al espíritu de la mente (4:23). Esta es la clave para el vivir diario del nuevo
hombre corporativo. Antes, nuestra mente estaba llena de vanidad, pero ahora debe de
ser impregnada del espíritu. Debemos andar conforme al espíritu que se está
extendiendo a nuestra mente y llenándola. De esta manera, el diario andar del nuevo
hombre se realizará en el espíritu de la mente. Esta es la clave para experimentar la vida
de iglesia.
UN ESPIRITU DE SABIDURIA Y DE REVELACION
El espíritu humano se menciona en cada capítulo de Efesios. Efesios 1:17 dice: “Para que
el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de
revelación en el pleno conocimiento de El”. El espíritu mencionado en este versículo se
refiere al espíritu humano regenerado, donde mora el Espíritu de Dios. Dios nos da este
espíritu a fin de que tengamos sabiduría y revelación para conocerlo a El y Su economía.
En 2:22 Pablo declara: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para
morada de Dios en el espíritu”. Esto se refiere a nuestro espíritu humano, en el cual
mora el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios es el morador, mientras que nuestro espíritu
es la morada. Por consiguiente, nuestro espíritu es la morada de Dios.
LA REVELACION SE DA EN EL ESPIRITU
Pablo, hablando del misterio de Cristo, declara en Efesios 3:5: “Que en otras
generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a
Sus santos apóstoles y profetas en el espíritu”. Vemos una vez más que en este pasaje el
espíritu se refiere al espíritu humano regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo. Por
ende, el espíritu humano mezclado con el Espíritu de Dios se puede considerar un
espíritu mezclado. El espíritu mezclado fue el medio por el cual le fue dado a conocer a
los apóstoles y profetas la revelación neotestamentaria respecto a Cristo y la iglesia.
Ahora necesitamos ese mismo espíritu para recibir dicha revelación.
En este versículo, los “hijos de los hombres” son representados por los “santos apóstoles
y profetas”. Cuando Dios reveló el misterio de Cristo a estos representantes de la
humanidad, se los reveló en el espíritu de ellos. Vemos así que con relación a la
economía de Dios, el órgano crucial no es la mente, sino el espíritu.
EL HOMBRE INTERIOR
En 3:16 Pablo, hablando del hombre interior, dice: “Para que os dé, conforme a las
riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su
Espíritu”. El hombre interior es nuestro espíritu regenerado, que posee la vida de Dios
como su vida. Si queremos experimentar a Cristo como la corporificación de Dios,
debemos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Los hermanos por naturaleza son
fuertes de mente y de voluntad, mientras que en las hermanas predomina la parte
emotiva. ¡Quiera el Señor hacernos fuertes en el espíritu, en nuestro hombre interior!
Todos debemos ser fortalecidos en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su
hogar en nuestros corazones. Nuestro corazón se compone de las partes del alma, a
saber, la mente, la parte emotiva y la voluntad, más la conciencia, la parte principal de
nuestro espíritu. Estas son las partes internas de nuestro ser. Por medio de la
regeneración, Cristo entró a nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Ahora debemos permitir que
El se extienda a cada parte de nuestro corazón. Ya que nuestro corazón es la totalidad de
todas nuestras partes internas, y el centro de nuestro ser, cuando Cristo hace Su hogar
en nuestro corazón, El controla nuestro ser interior, y suministra y fortalece consigo
mismo cada parte interna. El fortalecimiento de nuestro hombre interior constituye la
clave para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón. Puesto que Pablo conocía esta
clave, él oró al Padre pidiéndole que nos concediera, conforme a las riquezas de Su
gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior.
EL ESPIRITU RENOVADOR
Al llegar al capítulo cuatro, vemos que el espíritu fortalecido debe llegar a ser el espíritu
de nuestra mente, un espíritu renovador. En 4:3 Pablo dice: “Y os renovéis en el espíritu
de vuestra mente”. Vemos una vez más que en este contexto el espíritu también se
refiere al espíritu regenerado de los creyentes, que está mezclado con el Espíritu de
Dios, el cual mora en nosotros. Tal espíritu mezclado se extiende a nuestra mente y llega
a ser así el espíritu de nuestra mente. Es en este espíritu que somos renovados, lo cual
produce nuestra transformación (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18).
Nuestro espíritu fortalecido es el medio por el cual nuestro ser se renueva. Cuando
nuestro espíritu se fortalece, se extiende a nuestra mente y la renueva, y una vez que la
renueva, prosigue a renovar nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. El espíritu
renovador propicia que la iglesia como el nuevo hombre viva apropiadamente.
LLENOS EN EL ESPIRITU
En 5:18 Pablo habla de ser llenos en el espíritu. Este versículo dice: “No os embriaguéis
con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Embriagarnos
con vino es ser llenos en el cuerpo, mientras que ser llenos en nuestro espíritu
regenerado equivale a ser llenos de Cristo (1:23) hasta la medida de toda la plenitud de
Dios (3:19). Embriagarnos con vino en nuestro cuerpo físico nos trae disolución, pero
ser llenos de Cristo hace que rebosemos en hablar, cantar, salmodiar y en dar gracias a
Dios (5:19-20). Eso nos lleva también a someternos unos a otros (v. 21). En la vida de
iglesia, nuestra necesidad no es llenar nuestras mentes de conocimiento objetivo, sino
ser llenos en nuestro espíritu de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la
plenitud de Dios.
ORAR EN EL ESPIRITU
Espero que en todos quede una impresión de la importancia que ocupa el espíritu
humano en el libro de Efesios. En el capítulo uno vemos el espíritu de sabiduría y de
revelación; en el capítulo dos, el espíritu como morada de Dios; en el capítulo tres, el
espíritu como medio por el cual se recibe la revelación y como órgano que debe ser
fortalecido; en el capítulo cuatro, el espíritu renovador, que se extiende a nuestra mente
y renueva todas nuestras partes internas; en el capítulo cinco, el espíritu que se llena de
Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios; y en el capítulo seis, el espíritu
mezclado, el órgano en el cual oramos para pelear la batalla por el Señor. Al examinar
todas estas referencias al espíritu en este breve libro, nos damos cuenta que la vida de
iglesia depende totalmente del espíritu. Para practicar la vida de iglesia, debemos
tornarnos a nuestro espíritu y permanecer allí. La vida diaria del nuevo hombre
corporativo se lleva a cabo absolutamente en el espíritu de la mente.
UN CIELO DESPEJADO
En 4:17-19 Pablo dice que los que andan en la vanidad de la mente tienen el
entendimiento entenebrecido y son ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en
ellos hay. El añade que sus corazones son duros, que han perdido toda sensibilidad y
que se han entregado a la lascivia. Por consiguiente, andar en la vanidad de la mente es
estar en tinieblas densas. En contraste con esto, los creyentes que en otro tiempo eran
tinieblas “ahora son luz en el Señor” (5:8). Por tanto, debemos “andar como hijos de
luz”. En 5:14 Pablo declara: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y
te alumbrará Cristo”. Cada vez que estamos en el espíritu, estamos en la luz, bajo el
resplandor del Señor. Eso nos permite tener un cielo despejado. Cuanto más claro sea
nuestro espíritu, más claro será nuestro cielo.
Si ejercitamos la mente en lugar del espíritu, el cielo dentro de nosotros estará nublado;
y sucede lo mismo cuando nuestra parte emotiva y nuestra voluntad son más fuertes que
nuestro espíritu. Pero si nos negamos a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a
nuestra voluntad naturales y tomamos una posición firme por el Señor en nuestro
espíritu, nuestro cielo se esclarecerá inmediata e instantáneamente. Cuando titubeamos
para seguir al Señor, nuestro cielo se nubla; pero cuando nos decidimos y seguimos al
Señor sin reservas, nuestro cielo se esclarece.
La razón por la que titubeamos para seguir al Señor es que les damos demasiada
importancia a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos. Tal vez tenemos miedo
de ofender a alguien. Quizás a un hermano le preocupa la reacción de su esposa si él
llegara a tomar la senda de la iglesia. Este tipo de consideraciones y preocupaciones
nublan nuestro espíritu. Pero una vez las ponemos a un lado y tomamos la firme
resolución de seguir al Señor sin reservas, nuestro cielo se aclarará. No habrá ninguna
nube en nuestro espíritu. En nuestro espíritu no existe la aflicción ni la preocupación,
sino únicamente el Espíritu Santo.
A medida que andamos conforme al espíritu de nuestra mente, somos renovados. Ser
renovados no es ser corregidos o reformados exteriormente. Ser renovados equivale a
que se forje en nosotros un nuevo elemento, el elemento divino. Esto significa que en la
vida de iglesia no debemos preocuparnos por autocorregirnos exteriormente, sino por
ser renovados interiormente.
Si queremos ser renovados, debemos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del
nuevo. Notemos que Pablo no dice que debemos mejorar el viejo hombre. Muchos
santos no tienen la intención de despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo; al
contrario, su intención es mejorar su comportamiento e incluso perfeccionarse. Es
posible que traten de cambiarse a sí mismos a fin de poder adaptarse a la vida de iglesia.
Esto es un error. En la vida de iglesia genuina no debemos reformarnos ni corregirnos;
lo único que debemos hacer es despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. De
hecho, la acción de despojarnos y vestirnos equivale a ser renovados.
En 4:24 Pablo declara que el nuevo hombre fue creado según Dios en la justicia y
santidad de la verdad. La justicia es la condición de estar bien con Dios y con el hombre
conforme al camino justo de Dios, mientras que la santidad consiste en ser separados
para Dios de todo lo común y ser saturados con la naturaleza santa de Dios.
En este versículo, la palabra griega traducida “santidad” es josiótes, la cual denota una
piedad genuina. Basado en esto, algunas versiones la traducen “piedad”. Si examinamos
este versículo en su contexto, veremos que la vida de iglesia es una vida en la que se
expresa la verdadera piedad. Desgraciadamente, esta palabra ha sido dañada por el uso
tradicional y se le ha dado una connotación religiosa. En el Nuevo Testamento, esta
palabra, que en algunos casos se traduce piedad, significa virtud conforme al carácter
divino, expresado a través de lo humano. Por una parte, denota la virtud humana, y por
otra, expresa la naturaleza y carácter divinos. Debemos llevar una vida diaria en la que
nuestra virtud exprese el carácter divino.
Esta manera de vivir es muy diferente a simplemente expresar la virtud humana. Los
seres humanos tenemos virtudes, pero éstas deben convertirse en la expresión del
carácter divino. Por ejemplo, el Nuevo Testamento enseña que las mujeres deben
someterse a sus maridos. Confucio también enseñaba lo mismo. De hecho, Confucio
enseñaba una triple sumisión: al padre, al marido, y, si éste moría, al hijo. ¿Cuál es la
diferencia entre la sumisión que enseñaba Confucio y la que enseña la Biblia? La
sumisión que enseñaba Confucio no pasa de ser una virtud humana; en ella no se
percibe nada de Cristo ni del carácter divino. Sin embargo, si una hermana en el Señor
que está llena en el espíritu se somete a su marido, su sumisión llevará el aroma de
Cristo. Dicho de otro modo, su sumisión expresará el carácter divino.
Tomemos otro ejemplo, el de honrar a nuestros padres. La Biblia enseña claramente que
debemos honrar a nuestros padres; y Confucio también enseñó esto. Sin embargo, la
diferencia entre honrar a los padres conforme a lo que enseñaba Confucio y hacerlo
conforme a la Biblia es que en lo primero no se percibe nada de Cristo, mientras que en
lo último se percibe a Cristo y se ve una expresión del carácter divino. Cuando somos
llenos en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios y honramos a nuestros
padres, como resultado de esto, expresaremos a Dios en nuestra relación con ellos.
Nuestro comportamiento no es simplemente la expresión de la virtud humana, sino que
expresa el carácter divino y despide el aroma de Cristo. Cuando honramos a nuestros
padres, esta honra despide el dulce aroma de Cristo. Esta es la expresión de Dios a
través de la virtud humana. Si un joven que está lleno en su espíritu hasta la medida de
toda la plenitud de Dios, honra a sus padres, esa virtud manifestará el carácter divino.
Esto es la expresión de Dios en la humanidad.
Nuestra honestidad y generosidad deben expresar el carácter divino. Existen dos clases
de honestidad y dos clases de generosidad: la honestidad y la generosidad que aluden a
las virtudes humanas, y la honestidad y generosidad que expresan el carácter de Dios.
En la vida de iglesia, nuestra honestidad y generosidad deben tener sabor a Cristo.
Cuando otros nos contactan, deben sentir que no somos solamente virtuosos; ellos
deben percibir que nuestra virtud tiene sabor a Cristo y ver en nosotros la expresión del
carácter divino.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y CINCO
LA HERMOSURA DE LA NOVIA
Lectura bíblica: Ef. 1:9-11, 13b-14, 17-23; 3:16-17a, 19b; 5:25-27, 29-30, 32
Las manchas y las arrugas, por ser subjetivas, son más difíciles de eliminar que las
ordenanzas, las doctrinas y el viejo hombre. No podemos simplemente abolirlas o
despojarnos de ellas, porque están en nuestro tejido orgánico, en nuestra constitución
natural. Las manchas proceden de la vida natural, mientras que las arrugas provienen
de la vejez. Por ser seres humanos, es imposible que nosotros las eliminemos; no
obstante, Dios puede quitarlas. El agua de vida, que está en la Palabra, puede quitar
metabólicamente estos defectos por medio de la transformación que efectúa la vida.
Cuanto más santifique Cristo a la iglesia y la purifique mediante el lavamiento del agua
en la Palabra, menos manchas y arrugas tendrá. Además, a medida que Cristo nutra y
cuide a la iglesia, las manchas y las arrugas desaparecerán metabólicamente. La vida
transformadora de Cristo eliminará toda falla, defecto e imperfección.
IMPARTIR EL RICO ELEMENTO DE CRISTO
Debemos ministrar a otros el elemento de Cristo, el cual santifica, purifica, nutre y cuida
con ternura, en lugar de intentar cambiarlos o corregirlos. Este elemento produce un
cambio interior que elimina la vejez y los defectos. No debemos depender de ningún
método. Si cierta forma prevalece, no se debe a la forma en sí, sino a la vida que ésta
contiene y trasmite. No debemos impartir a los demás un método ni una forma de hacer
las cosas, sino el rico elemento de Cristo, el cual los santificará, purificará, sustentará y
cuidará con ternura. Si nos relacionamos con creyentes cuya manera de reunirse difiere
de la nuestra, no intentemos corregirlos; más bien aprovechemos la oportunidad para
ministrarles las riquezas de Cristo. No debemos preocuparnos por los métodos ni las
formas, sino únicamente por comunicar y transmitir en los demás las riquezas de Cristo.
Cristo es quien santifica y purifica; Su obra transformadora eliminará todas las manchas
y arrugas y las reemplazará con Su elemento vital.
EXPERIMENTAR
EL ELEMENTO SANTIFICADOR DE CRISTO
Hemos dicho anteriormente que las manchas y las arrugas son más difíciles de eliminar
que las ordenanzas, la doctrina y el viejo hombre, porque estos defectos e
imperfecciones forman parte de nuestro ser natural. Ellos han llegado a ser parte de
nuestro tejido orgánico. Lo único que las puede eliminar es el suministro de vida. Si
queremos que las manchas y las arrugas sean quitadas, debemos recurrir únicamente al
elemento de Cristo, el cual santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura. No es tan
difícil hacer a un lado las ordenanzas, como lo es deshacernos de las doctrinas; tampoco
es tan difícil deshacernos de la doctrina como lo es despojarnos del viejo hombre; ni
siquiera es tan difícil despojarnos del viejo hombre como lo es resolver el problema de
las manchas y las arrugas. Aun cuando no tengamos problemas con las ordenanzas, la
doctrina, ni el viejo hombre, debemos preguntarnos si todavía nos afectan las manchas y
arrugas.
Si la novia ha de prepararse para Cristo, sus manchas y arrugas tienen que ser
eliminadas. La novia que Cristo se presentará a Sí mismo, definitivamente no tendrá
ninguna mancha ni arruga. Apocalipsis 19:7 declara: “Gocémonos y alegrémonos y
démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”.
Indudablemente, cuando llegue ese momento, la novia habrá sido purificada de toda
mancha y arruga.
No debemos poner nuestra confianza en un simple cambio externo. Este tipo de cambio
puede ocurrir rápidamente, mas sin causar ningún efecto en las manchas y arrugas que
hay en nosotros. Dios no quiere que cambiemos simplemente nuestra apariencia; El
desea que el elemento santificador de Cristo elimine las manchas y las arrugas. Este
proceso de santificación es lo único que puede hacer de nosotros la novia gloriosa y
hermosa de Cristo, una novia sin defecto ni imperfección. Tenemos que olvidarnos de
intentar mejorarnos y concentrarnos más bien en experimentar las riquezas de Cristo,
las cuales nos santificarán. Todos necesitamos más experiencias del elemento de Cristo,
el cual nos purifica. Cuanto más experimentemos este elemento, más desaparecerán
metabólicamente nuestros defectos y carencias, y como resultado de este proceso,
nosotros llegaremos a ser una novia hermosa, preparada para ser presentada a Cristo. El
suministro de vida que proviene de Cristo es lo único que puede eliminar nuestros
defectos naturales y nuestras imperfecciones orgánicas.
LA PREPARACION DE LA NOVIA
Estoy persuadido de que estamos viviendo en los días en que el Señor está preparando
Su novia. Además, tengo la plena seguridad de que estamos pasando por este proceso de
preparación. De otro modo, ¿cuándo, dónde y con quién se cumplirá Apocalipsis 19?
Este capítulo está en el proceso de cumplirse entre nosotros en el recobro del Señor.
LA MANERA DE PREPARARNOS
Ya vimos que con respecto a la creación del nuevo hombre, su función y su vivir,
encaramos el problema de las ordenanzas, la doctrina y la pasada manera de vivir;
mientras que en cuanto a la presentación de la iglesia como novia, afrontamos el
problema de las manchas y las arrugas. Lo crucial con respecto a esto es cómo eliminar
estos defectos. Toda novia desea tener una apariencia sana y radiante el día de su boda.
Si le preocupa el tener manchas, ella debe comenzar a prepararse para su boda desde
mucho antes, comiendo alimentos nutritivos que le darán una apariencia saludable.
Siguiendo el mismo principio, hoy debemos prepararnos para ser la novia de Cristo
alimentándonos del elemento de Sus riquezas. Cristo es el alimento de la iglesia; por
consiguiente, mientras la iglesia se prepara para ser presentada a Cristo, ella debe comer
a Cristo. No hay otra forma de prepararnos. La única manera de alistarnos es comer a
Jesús. Al comerle, llegamos a ser una novia hermosa e incluso gloriosa.
EL REFLEJO DE CRISTO
Cristo nos está preparando para que nosotros seamos Su novia. Se acerca el día cuando
El se presentará esta novia a Sí mismo. Cuando se dé esta presentación, la novia no
tendrá ninguna arruga ni mancha. En ella, Cristo sólo verá hermosura, la cual será el
reflejo de lo que El es. ¿Sabe usted de dónde se origina la belleza de la novia? Su belleza
proviene del Cristo que se forja en la iglesia y que se expresa por medio de ella. Nuestra
belleza no es nuestro comportamiento. Nuestra única belleza es el reflejo de Cristo, el
resplandor de Cristo que irradia desde nuestro interior. Lo que Cristo valora en nosotros
es la expresión de El mismo. Nada que sea inferior a esto satisfará Su norma ni ganará
Su aprecio.
Primero, Cristo debe entrar en nosotros y ser asimilado por nosotros. Entonces, El
podrá irradiar desde nuestro interior. Este resplandor es la gloria de la novia, la
manifestación de lo divino por medio de lo humano. La verdadera belleza consiste en
expresar los atributos divinos por medio de la humanidad. Nada en el universo es tan
hermoso como esta expresión. Por consiguiente, la belleza de la novia es el Cristo que
irradia desde ella, es lo divino expresado en lo humano. Por medio de nuestra
humanidad se expresa el color divino, la apariencia divina, el sabor divino, la naturaleza
divina y el carácter divino. ¡Aleluya por esta belleza!
El día de la boda, el novio se preocupa mucho más por la belleza de su novia que por su
capacidad. Del mismo modo, en la vida de iglesia, al Señor le importa mucho más
nuestra belleza que nuestra capacidad. Al principio de la vida de iglesia, tal vez hayamos
prestado más atención a la capacidad y a la función; pero un día pondremos más énfasis
en la belleza. Al Señor Jesús le interesa mucho más nuestra belleza que nuestra función.
No nos preocupemos tanto por ser aptos, ilustres y dotados con respecto a nuestra
función. Posiblemente esto tenga importancia en la vida de iglesia al principio, pero un
día el Señor nos mostrará que lo que le importa a El no es nuestra capacidad, sino Su
propia belleza, la cual se expresa en nuestra humanidad. El no pretende presentarse una
iglesia capaz; la iglesia que El se presentará a Sí mismo será una iglesia gloriosa y
hermosa, una iglesia sin mancha ni arruga, ni cosa semejante. Si hemos de deshacernos
de nuestros defectos e imperfecciones, debemos tomar más y más de Cristo. El no sólo
debe vigorizarnos para que desempeñemos nuestra función, sino también
embellecernos para que seamos Su novia.
EMBELLECIDOS POR EL CRISTO
QUE MORA EN NOSOTROS
Sin duda alguna, todo lo que dice Apocalipsis 19 se cumplirá. Además, creemos que en la
actualidad este cumplimiento se está llevando a cabo. Puesto que Jerusalén ya fue
devuelta a la nación de Israel, la venida de nuestro Señor Jesús no debe estar muy lejos.
Sin embargo, la novia no se prepara rápidamente; esta preparación es una obra gradual
que requiere cierto tiempo. Indudablemente, el Señor debe de estar preparando a Su
novia en la tierra. Pero, ¿dónde y con quién se está llevando a cabo esta obra? Algunos
posiblemente dirán que la obra de preparar a la novia se está llevando a cabo entre los
creyentes espirituales que se hallan en el catolicismo, las denominaciones y los grupos
libres. Según esta perspectiva, Cristo congregará a todos ellos y los hará Su novia cuando
El regrese. Sin embargo, el Señor no obra de esta manera. El no viene para reunir a
aquellos que constituirán la novia; El viene para presentarse a Sí mismo la novia que ya
habrá sido preparada. Es mi convicción que esta preparación involucra una obra de
edificación corporativa. Los que conforman la novia no sólo deben madurar en la vida
divina, sino que también deben ser edificados juntos como dicha novia. Por
consiguiente, creo firmemente que el Señor está preparando a Su novia entre los
creyentes que están en Su recobro.
Mi carga es que nos demos cuenta de que el recobro del Señor no es otro movimiento
cristiano, ni una obra cristiana ordinaria. En el recobro se lleva a cabo la obra genuina
del Señor, la cual prepara a Su novia. Estoy convencido de que en los años venideros,
muchos de los que buscan fielmente al Señor tomarán la senda del recobro. Se darán
cuenta de que en ninguna otra parte reciben la confirmación interna de parte del Señor.
Cuando tomamos la senda del recobro del Señor, tuvimos la sensación, en lo más
recóndito de nuestro ser, que el Señor puso Su sello de aprobación sobre el camino que
tomábamos. En el recobro del Señor, la obra principal que realizamos no es la de
predicar el evangelio por toda la tierra, sino la de preparar a Su novia.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y SEIS
Los capítulos más profundos de Efesios son el uno y el tres. Lo positivo que se revela en
ellos trasciende nuestra comprensión. Por ejemplo, en 1:10 Pablo dice: “Para la
economía de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una
cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. No
creo que muchos cristianos entiendan correctamente este versículo. En él no se habla de
la preeminencia de Cristo, ni de Su autoridad, ni de Su expresión. Este versículo es
único, y no hay ningún otro en la Biblia que se le compare. Cuando leemos acerca de que
los maridos deben amar a sus mujeres o que las mujeres deben someterse a sus maridos,
lo entendemos inmediatamente, porque el amor y la sumisión encajan con nuestros
conceptos naturales. Pero para entender el significado de versículos como 1:10,
necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación.
Debido a que nuestro cuerpo tiene una cabeza, él puede estar de pie. Aunque nuestros
pies nos sostienen, en realidad es la cabeza la que nos permite estar erguidos. Esto
indica que nuestra cabeza hace que todo nuestro cuerpo, bajo ella, esté en posición
vertical. Si a una persona se le decapita, su cuerpo se desploma. Puesto que la cabeza
hace que todo el cuerpo esté en su debida posición, todas las cosas que cubren el cuerpo,
tales como la ropa, los zapatos y las gafas, también están sujetas a este orden.
Todo el universo está sometido a Cristo, la Cabeza. No obstante, algunas cosas están
desplomadas porque el proceso de reunirlas en Cristo, la Cabeza, no ha terminado. En la
economía de la plenitud de los tiempos, todo tendrá a Cristo por Cabeza; nada
permanecerá desplomado ni caerá. Dios hará que en Cristo sean reunidas bajo una
cabeza todas las cosas. Actualmente muchas cosas se siguen cayendo o desplomando en
el universo, pero en la dispensación de la plenitud de los tiempos, nada caerá; ni
siquiera la hoja de un árbol.
Ya hemos dicho que la función de la cabeza es mantener unidos y en orden a todos los
miembros de nuestro cuerpo físico. Según el mismo principio, Dios usa a Cristo para
reunir todas las cosas en el universo bajo El, quien es la Cabeza. Cristo, como Cabeza
universal de todas las cosas, necesita un Cuerpo, y este Cuerpo es la iglesia. Así como la
ropa y otras prendas están puestas sobre el cuerpo de una persona, del mismo modo, un
día todo en el universo será puesto sobre el Cuerpo de Cristo, la iglesia. Hemos visto que
si una persona es decapitada, su cuerpo y todo lo que lleva encima se desploma. Pasa lo
mismo con el Cristo que es dado por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Si todas las
cosas en el universo no son reunidas en Cristo, la Cabeza, mediante Su Cuerpo, ellas
permanecerán en un estado caído.
Los científicos tienen sus propias explicaciones para fenómenos de la naturaleza, tales
como la caída de las hojas de los árboles. Ellos presentan sus razonamientos acerca de
los diferentes cambios físicos que se producen en el universo. Estas explicaciones y
razones científicas tal vez sean correctas temporalmente, pero no lo serán eternamente.
Yo no conozco la física ni la biología, pero sí conozco el proceso por el cual Dios hará que
en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas. Además, creo lo que se declara
en 1:10, acerca de que este proceso llegará a su consumación en la economía de la
plenitud de los tiempos. A partir de ese momento, nada se volverá a derrumbar en el
universo; todo reposará sobre la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Cristo es la Cabeza, y
la iglesia es el Cuerpo. Cristo la Cabeza dirige el Cuerpo, todos los billones de cosas que
hay en el universo reposarán sobre este Cuerpo que está bajo la Cabeza. Aunque ahora
no vemos un cuadro completo de esto, podemos ver una miniatura. Hoy podemos
disfrutar el anticipo de la reunión de todas las cosas bajo Cristo, la Cabeza.
No pensemos que una persona puede permanecer erguida principalmente porque sus
piernas, tobillos y pies son fuertes, sino, como expresamos anteriormente, porque la
cabeza causa que permanezca de pie. Si la cabeza no dirigiera al cuerpo, éste y todo lo
que lleva encima se derrumbaría. Esto es un cuadro de lo que significa que todo sea
reunido en Cristo, la Cabeza. Primero, Cristo es la Cabeza de Su Cuerpo; luego, en la
dispensación de la plenitud de los tiempos, Dios hará que en Cristo sean reunidas bajo
una cabeza todas las cosas mediante el Cuerpo.
En 1:11 Pablo añade: “En El asimismo fuimos designados como herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de Su
voluntad”. Las palabras “designados como herencia”, según el griego, también se
pueden traducir: “hemos obtenido herencia”. Si no entendemos el versículo 10, tampoco
comprenderemos el versículo 11. Las palabras “En El” del versículo 11 se refieren a
Cristo, quien es la Cabeza. En El, la Cabeza universal, fuimos designados como herencia
de Dios. El verbo griego traducido “fuimos designados como herencia” significa escoger
o asignar por suertes. Por consiguiente, esta cláusula significa literalmente que fuimos
designados como herencia. Fuimos designados como herencia para recibir la herencia
de Dios. Por un lado, fuimos hechos herencia de Dios (v. 18) para Su deleite; y por otro,
fuimos designados para recibir a Dios como nuestra herencia (v. 14) para nuestro
deleite.
En el versículo 13, Pablo declara: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de
la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados
con el Espíritu Santo de la promesa”. Como lo explica el versículo 14, el Espíritu Santo
de la promesa es “las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de Su gloria”. Ser sellados con el Espíritu Santo significa ser
marcados con el Espíritu Santo, el cual es un sello vivo.
Fuimos designados como herencia de Dios. Cuando fuimos salvos, Dios puso en
nosotros Su Espíritu Santo como sello para marcarnos e indicar que le pertenecemos.
Este Espíritu es las arras, el anticipo, la garantía, una prenda en dinero, el pago parcial
por adelantado. Puesto que nosotros somos la herencia de Dios, el Espíritu Santo es un
sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las
arras de esta herencia. Dios nos da Su Espíritu Santo no sólo como garantía de nuestra
herencia, asegurando nuestra heredad, sino también como anticipo de lo que
heredaremos de Dios, dejándonos gustar de antemano de la herencia total.
Debemos entender los versículos 13 y 14 a la luz de los versículos 10 y 11. Ya vimos que
Dios está en el proceso de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las
cosas, las que están en los cielos y las que están en la tierra. No obstante, sin la iglesia
como Cuerpo que complemente a Cristo, la Cabeza, Dios no podría hacerlo. Esto lo lleva
a cabo la Cabeza, pero para ello la Cabeza necesita un Cuerpo. Este Cuerpo es la
herencia de Dios, Su posesión. Debido a que estábamos perdidos, necesitábamos que
Dios nos redimiera, nos comprara de nuevo para Sí. Por medio de la redención,
llegamos a ser la posesión adquirida de Dios. Nosotros, los redimidos de Dios, la iglesia,
somos la posesión de Dios, la cual El adquirió cuando nos compró con la sangre preciosa
de Cristo (Hch. 20:28). Conforme a Su economía, Dios llega a ser nuestra herencia, y
nosotros llegamos a ser Su posesión. Nosotros, como herencia y posesión de Dios,
somos el Cuerpo de Cristo, por medio del cual todas las cosas del universo son reunidas
bajo una cabeza en Cristo.
Cuando todas las cosas que hay en el universo tengan a Cristo por Cabeza, todo estará en
orden; nada estará fuera de lugar, y nada se desplomará ni caerá. Durante el otoño, las
hojas de los árboles se caen, lo cual indica que algo no está en orden. Pero en el cielo
nuevo y en la tierra nueva, las hojas dejarán de caer de los árboles porque para ese
entonces todo estará en perfecto orden, todo tendrá a Cristo por Cabeza. Como vimos
anteriormente, el hecho de que en Cristo todas las cosas sean reunidas bajo una cabeza,
depende de que la posesión de Dios, es decir, la iglesia, sea saturada de El mismo.
El hombre es el centro de la creación de Dios. Todas las cosas son reunidas bajo una
cabeza en Cristo al forjarse el Dios Triuno en el hombre, quien es el centro de Su
creación. Según 1:22, Dios sometió todas las cosas bajo los pies del Cristo resucitado y
ascendido y “lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. La pequeña
preposición “a” es muy importante, porque implica una especie de trasmisión. Todo lo
que Cristo, la Cabeza, logró y obtuvo se trasmite ahora a Su Cuerpo, la iglesia. Por medio
de esta trasmisión, la iglesia participa de todos los logros de Cristo. Ella participa de Su
resurrección de entre los muertos, del hecho de que el Cristo trascendente está sentado a
la diestra de Dios, de la sujeción de todas las cosas bajo los pies de Cristo, y de la
autoridad de Cristo como Cabeza sobre todas las cosas. Al trasmitirse el elemento de
Cristo a la iglesia, todo lo que El llevó a cabo, logró y obtuvo es trasmitido a la iglesia.
Esta maravillosa trasmisión nos constituye el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que
todo lo llena en todo. Entonces, como Su Cuerpo, llegamos a ser el medio que Dios usa
para reunir bajo una cabeza todas las cosas en Cristo. En todo esto, el factor crucial es la
trasmisión divina, es decir, la infusión de Cristo a nuestro ser.
Efesios 3 nos muestra que en nuestra experiencia, el Cristo que es la Cabeza de todas las
cosas se trasmite a nosotros. Conforme al versículo 17, Cristo hace Su hogar en nuestros
corazones. El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones significa que El
se nos trasmite completamente. Pudiéramos decir que nuestro corazón es una batería y
que Cristo es la electricidad celestial, la cual se trasmite al corazón de la batería. De esta
manera, la batería se carga con todo lo que Cristo es y con todo lo que El efectuó y
obtuvo. Esta trasmisión o infusión interna propicia que Cristo haga Su hogar en
nuestros corazones. Por consiguiente, es la trasmisión celestial la que introduce a Cristo
en nuestros corazones. Entonces, así como la sangre circula del corazón a todas las
partes de nuestro cuerpo físico, también el Cristo que se ha trasmitido espiritualmente a
nuestro corazón se extenderá a cada parte de nuestro ser interior. Dios se vale de esta
trasmisión y del hecho de que Cristo se extiende dentro de nosotros para hacer que en
Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas por medio de la iglesia.
LA UNIDAD EN LA TRASMISION CELESTIAL
Muchos cristianos se quedan asombrados cuando ven la unidad de los santos en la vida
de iglesia. Les sorprende ver que creyentes de diferentes razas, culturas y trasfondos
nacionales puedan ser verdaderamente uno. En su asombro, algunos piensan que
seguramente hemos establecido alguna organización para mantener esta unidad. Pero
esto no es así, pues ni tenemos una organización, ni creemos que la unidad se pueda
organizar. Lo que nos une no es la organización; somos uno en la trasmisión divina. Si
dejáramos de recibir la trasmisión celestial de Cristo, nuestra unidad se acabaría.
Nuestra unidad es posible simplemente porque al trasmitirse Cristo en nosotros, lo
tomamos a El por Cabeza. Esto es lo que nos permite vivir juntos en unidad en la vida de
iglesia.
Creemos firmemente que en los años venideros, Dios nos reunirá en Cristo aún más.
Esto mejorará la condición de la iglesia. Y un día, en la economía de la plenitud de los
tiempos, todo el universo tendrá a Cristo por Cabeza por medio de la iglesia. A menudo
hemos hablado de la edificación de la iglesia, pero el énfasis en este mensaje es que por
medio de la trasmisión divina, seremos reunidos bajo Cristo, la Cabeza. Cuanto más se
trasmita Cristo a nosotros, más se avanzará el proceso de reunirnos en Cristo, la Cabeza.
Tengo la plena seguridad de que si el Señor demora Su regreso, muchos más cristianos
serán reunidos en Cristo, la Cabeza, por medio de Su Cuerpo. Las personas del mundo
se quedarán sorprendidas al ver este orden, porque cuánto más ellas han intentado
unirse por medio de organizaciones tales como las Naciones Unidas, más se han
dividido. El día se acerca en que la tierra verá no sólo la unidad y la edificación, sino
también que todo tendrá a Cristo por Cabeza. Cristo es la Cabeza sobre todas las cosas y,
como tal, fue dado a la iglesia. Ahora El está en el proceso de reunirlo todo bajo una
cabeza en Sí mismo por medio de la iglesia. Esto es lo que el Señor está haciendo entre
nosotros hoy.
ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS
MENSAJE NOVENTA Y SIETE
En el capítulo cuatro vemos a la iglesia como nuevo hombre. Conforme al capítulo dos,
el nuevo hombre ya está completo orgánicamente, pero no es perfecto con relación a sus
funciones. Para esto, la iglesia como nuevo hombre debe crecer en la vida divina. Cuanto
más crezca el nuevo hombre, más capacitado estará para funcionar. En Efesios 4 vemos
también el diario andar del nuevo hombre. Como ya mencionamos, la humanidad caída
anda conforme a la vanidad de la mente; pero la iglesia en calidad de nuevo hombre
anda en el espíritu de la mente.
En Efesios 5 vemos otro aspecto de la iglesia, a saber: la iglesia como la novia preparada
para Cristo. Por una parte, la iglesia es el nuevo hombre que necesita crecer, funcionar y
tener un vivir diario adecuado; por otra parte, ella es la novia que debe embellecerse
para que Cristo se la presente a Sí mismo a Su regreso. En cuanto a la iglesia como
novia, el problema que ella enfrenta no se relaciona con las ordenanzas, la doctrina ni el
viejo hombre; lo que a ella le afecta son las manchas y las arrugas, las cuales son
defectos orgánicos que arruinan su belleza. Para librarse de estos defectos, la iglesia
debe experimentar la santificación, la purificación, la nutrición y el cuidado tierno, todo
lo cual se realiza al forjarse metabólicamente en ella el elemento de Cristo. Este
elemento hará que desaparezcan las manchas y las arrugas, y embellecerá a la novia
para que sea presentada a Cristo. Finalmente, por medio de este proceso de
transformación metabólica, la iglesia llegará a ser gloriosa.
LA NOVIA Y EL GUERRERO
Según Apocalipsis 19, la iglesia es tanto la novia que es presentada a Cristo, como el
guerrero que combate junto con El contra el enemigo de Dios. Cuando el Señor Jesús
regrese, primero se reunirá con Su novia. Después de recibirla, Cristo y los vencedores
librarán la batalla contra el enemigo. Según Apocalipsis 19:11, el Señor montará un
caballo blanco y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, lo
seguirán en caballos blancos (v. 14). Apocalipsis 17:14, que hace alusión a esto mismo,
declara: “Harán guerra contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque El es Señor
de señores y Rey de reyes; y los que están con El, los llamados y elegidos y fieles,
también vencerán”.
En Apocalipsis 19:7 y 8 vemos que la novia está vestida de lino fino, resplandeciente y
limpio. En el versículo 14 leemos que los ejércitos que siguen al Señor en la batalla están
“vestidos de lino finísimo, blanco y limpio”. Estos versículos muestran que el traje de
bodas de la novia será también el uniforme que ella llevará como ejército de Dios al
combatir contra el enemigo. Por consiguiente, cuando uno tiene el vestido de bodas
también tiene el uniforme.
En Efesios 5 y 6 vemos a la iglesia como novia y como guerrero; estos dos aspectos de la
iglesia también se hallan en Apocalipsis 19. Nosotros, por ser la iglesia, no sólo somos el
Cuerpo de Cristo, la morada de Dios, Su reino, Su familia y el nuevo hombre; también
somos la novia y el guerrero. Como novia, debemos ser hermosos, sin mancha y sin
arrugas, y vestirnos de lino finísimo, y como guerrero, debemos ser equipados para
combatir contra el enemigo de Dios.
Hace algunos años el pueblo del Señor consideraba que la guerra espiritual era un
asunto individual, pero a través de los años hemos visto que quien libra la batalla es la
iglesia, el ejército corporativo de Dios. Si nos apartamos de la iglesia, seremos vencidos.
La estrategia de Satanás consiste en aislarnos de la iglesia, el ejército de Dios. Es crucial
que nos demos cuenta de que la guerra espiritual es un asunto que atañe al Cuerpo. Si
estamos conscientes de ello y permanecemos en la iglesia, seremos victoriosos. A los
creyentes como individuos no les toca librar la batalla; la iglesia como ejército de Dios es
quien la libra.
FORTALECIDOS EN EL SEÑOR
Como guerrero de Dios, la iglesia no pelea valiéndose de sus propias fuerzas. Efesios
6:10 dice: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”. Este
versículo indica claramente que no debemos pelear usando nuestras propias fuerzas;
antes bien, debemos ser fortalecidos en el Señor y en el poder de Su fuerza. La palabra
griega traducida “fortaleceos” tiene la misma raíz que la palabra “poder” en 1:19. Para
hacer frente al enemigo de Dios, para pelear contra las fuerzas malignas de las tinieblas,
necesitamos ser fortalecidos con la grandeza del poder que levantó a Cristo de los
muertos y lo sentó en los lugares celestiales, muy por encima de todos los espíritus
malignos del aire. En la guerra espiritual contra Satanás y su reino maligno, podemos
combatir únicamente en el Señor, y no en nosotros mismos. Cada vez que estamos en
nosotros mismos, somos vencidos.
VESTIRNOS DE CRISTO COMO LA ARMADURA
Según Efesios 6 el Señor con Su poder es la armadura con la que nos vestimos para
protegernos. Esto significa que nosotros, como Cuerpo, debemos vestirnos de Cristo
mismo como nuestra armadura. Para librar la guerra espiritual, debemos ponernos al
Cristo que es la armadura completa de Dios.
Conforme al versículo 18, recibimos el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu con
toda oración y petición. De hecho, todos los aspectos de la armadura de Dios se reciben
por medio de la oración. ¿Sabe cómo ceñirse con la verdad? Lo puede hacer orando en el
espíritu. La oración también es la manera de aplicar la coraza, el calzado, el escudo, el
yelmo y la espada.
ORAR-LEER LA PALABRA
En griego, el antecedente del pronombre relativo “el cual” del versículo 17 es el Espíritu,
y no la espada. Esto indica que el Espíritu es la palabra de Dios. Tanto el Espíritu como
la palabra son Cristo (2 Co. 3:17; Ap. 19:13).
Debemos recibir la palabra de Dios con toda oración y petición. Según los versículos 17 y
18, debemos recibir la palabra con toda oración. Estos versículos indican que podemos
recibir la palabra al orar-leer, es decir, al orar con las palabras de la Escritura y con
respecto a ellas, usando las palabras de la Biblia como la misma oración que ofrecemos a
Dios. Aunque la expresión “orar-leer” no se encuentra en la Biblia, el hecho no obstante
consta en ella. Así como la Biblia revela el hecho de que Dios es triuno, aunque la
palabra “trinidad” no se halle en las Escrituras, del mismo modo, la Biblia contiene el
hecho de orar-leer, aunque no use esta expresión.
Puedo testificar que orar-leer la palabra es mejor, más elevado, más rico y más completo
que simplemente leerla. Día tras día el orar-leer la palabra de Dios me refresca, me
llena, me satisface, me aviva, me fortalece, me nutre, y recibo un cuidado tierno.
Además, al orar-leer soy santificado, purificado y transformado. Aunque no estoy de
acuerdo en imponer el orar-leer a los demás, jamás renunciaría a ello; es demasiado
dulce, demasiado bueno. Por ejemplo, con el simple hecho de orar con las palabras de
Juan 1:1 soy nutrido, lleno y satisfecho en el Señor.
Mientras recibimos la palabra por medio de toda oración y petición, debemos orar “en
todo tiempo en el espíritu”. El “espíritu” mencionado en el versículo 18 es nuestro
espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu de Dios; por ende, es un espíritu
mezclado, nuestro espíritu mezclado con el de Dios. Cada vez que oremos para ingerir la
palabra, debemos estar en el espíritu. El espíritu es el órgano apropiado para la oración,
y como hemos mencionado muchas veces, podemos estar en el espíritu simplemente al
invocar el nombre del Señor Jesús desde nuestro interior. Cuando clamamos: “Oh Señor
Jesús”, nos volvemos de la vanidad de la mente al espíritu de la mente. ¡Cuán dulce y
deleitoso es invocar al Señor Jesús en el espíritu!
EL ENEMIGO Y EL ADVERSARIO
Hemos dicho que de toda la armadura, la espada es la única arma ofensiva, es decir, la
única parte de la armadura de Dios que se usa para atacar al enemigo. Quizás se
pregunten qué relación tiene esto con la experiencia que tenemos del poder aniquilador
de la Palabra. Para entender esto, debemos ver que en la guerra espiritual no sólo
tenemos un enemigo objetivo, sino también un adversario subjetivo. Satanás no sólo es
el enemigo que está fuera de nosotros, sino también el adversario que está dentro de
nosotros. Hoy el adversario interior representa un mayor problema para nosotros que el
enemigo exterior. Los ataques externos que recibimos del enemigo no son tan graves
como los ataques internos que nos lanza nuestro adversario. Para hacerle frente al
adversario que nos ataca por dentro, debemos experimentar el poder aniquilador de la
Palabra. Es cierto que el enemigo se halla fuera de nosotros, pero sus elementos están en
nuestro propio ser. Puesto que los elementos del enemigo están dentro de nosotros,
necesitamos que el poder aniquilador de la Palabra sea aplicado a nuestro ser
subjetivamente. Ya que el enemigo se inyectó en nuestro ser, lo que necesitamos es que
el poder aniquilador de la Palabra sea aplicado a nosotros para que éste haga frente a los
elementos del enemigo dentro de nosotros.
Hoy los cristianos tratan las cosas espirituales de una manera vaga y general. Ellos
hablan de temas tales como la unidad, la santidad, el amor y la venida del Señor, pero
generalmente no son precisos ni específicos en lo que dicen. Es imposible saber con
certeza de qué hablan. En el recobro del Señor las cosas deben ser diferentes. Debemos
ser precisos y específicos en nuestra experiencia con el Señor. Muchos de nosotros
podemos testificar que cuando oramos-leemos la Palabra, el Señor nos muestra nuestra
condición. Por ejemplo, tal vez un hermano que tiene problemas con su esposa lea lo
que Pablo dijo acerca de que el marido debe amar a su mujer. Cuanto más ore-lea este
versículo, más sentirá amor para con su esposa. Este amor sorberá el elemento negativo
que hay en él.
Los que estamos en el recobro del Señor debemos ser prácticos. No nos limitemos a las
teorías; más bien, pongámoslas en práctica. El orar-leer es una manera práctica de
aniquilar los elementos negativos que hay en nosotros. Cuanto más tomemos la Palabra
de Dios con toda oración en el espíritu, más se da muerte a lo negativo que hay en
nosotros. Así que, el orar-leer, además, de ser un banquete, nos provee la manera de
librar la batalla. Cuando oramos-leemos la Palabra, la batalla arrecia, al ser aniquilados
los elementos negativos en nuestro ser. Un día, el yo, el peor de todos los enemigos, será
aniquilado. Cuando oramos-leemos y las cosas negativas en nosotros son aniquiladas, el
Señor obtiene la victoria. Puesto que El es victorioso, nosotros también lo somos.
Al considerar todos estos mensajes acerca del libro de Efesios, debemos agradecer al
Señor por el hecho de que estamos en Su recobro. ¡Qué bendición es estar en el recobro
del Señor! Día tras día disfrutamos una satisfacción interna a medida que avanzamos
bajo Su bendición. El Señor será victorioso, ganará todo nuestro ser, y preparará todo lo
necesario para Su regreso.