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SARAO_

Historias tapatías
LGBTQ+

COLECCIÓN LETRAS DIVERSAS


Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+
© Rob Hernández, coord. 2019

Participantes:
Adriana Neri
Emmanuel Medina Guerra
Gerardo Salgado Rojas
Abdel Anahí Vidrio
Juan Manuel Buenrostro Terán
José Armando Güemez
Josué Martín Zacarías
Francisco Javier Alférez

Diseño de portada: Diego Josué Gontorr


Título: Sarao, 2019

Edita: Robsmx / @RobsMx


Primera edición: 2019
Guadalajara, Jalisco. México.
www.robs.mx / robsmx52@gmail.com

Corrector de estilo: Kike Esparza


Correctora de estilo auxiliar: Nancy Oviedo

Jurado: David Izazaga, @Dizazaga


Luis Guzmán, Codise Ac.
Kike Esparza, RosaDistrito.com
Rob Hernández, www.Robs.mx

En alianza con:
Festival Prohibido
Codise AC.
RosaDistrito.com

“Derechos Reservados 2019. Puede citarse cualquier parte de este


trabajo, siempre y cuando se respete el derecho de cada autor y dando
debido crédito a la fuente. Esta publicación es realizada para fines mera-
mente culturales y de divulgación, sin fines de lucro”.
Contenido

Sobre Sarao_ 5
Que sigan contándose las historias 6
La fiesta de las letras diversas 8

Las historias tapatías LGBTQ+

De serpientes a estrellas
José A. Güemez Cruz 11
Charros, charros
Emmanuel Medina Guerra 17
En un baño del Centro Magno
Abdel Anahí Vidrio R. 20
Todos necesitamos un amigo
Gerardo Salgado Rojas 26
Hermanos de leche
Emmanuel Medina Guerra 31
Visitando el infierno
Josué Vitales 35
La historia de un alma perversa
Adriana Neri 39
Domingo en Grindr
Emmanuel Medina Guerra 41
Descubrimiento
Juan Manuel Buenrostro Terán 45
Primeras veces
Paco Alférez Lomeli 51
Para todas las personas que han dedicado
una parte de su vida a la lucha por los
derechos de las personas LGBTQ+ de
Guadalajara. Para aquellas y aquellos
héroes que el tiempo se ha llevado
físicamente o el recuerdo de su
labor social.
Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Sobre Sarao_
Sarao_ Libro digital LGBTQ+ surge como iniciativa del blog RobsMx
para convocar a personas de Guadalajara para que escribieran y nos com-
partieran sus historias LGBTQ+.

La propuesta del libro digital es involucrar a las y los protagonistas


con situaciones que suceden diario, en todas partes y a todas horas. Per-
sonas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, queer o heterosexuales que
quisieran contar alguna anécdota o historia que hayan vivido, o les haya
tocado vivir con alguien cercano.

A través de una convocatoria pública, se invitó a que las y los par-


ticipantes inscribieran hasta 3 historias que tuvieran como eje central
que sucedieran en Guadalajara y temática LGBTQ+; mismas que serían
evaluadas por integrantes de los organismos convocantes y una persona
experta, con el objetivo de seleccionar las 10 historias que conformarían
esta primera edición.

Para la selección de las 10 historias que se publicarían se contó con


la participación del escritor y cronista David Izazaga, así como un repre-
sentante de cada una de las organizaciones convocantes, Codise AC., la
revista digital Rosa Distrito y Prohibido, Festival Cultural LGBT.

En esta primera edición tuvimos la participación de 39 personas y


recibimos 44 historias que nos mostraban diversas perspectivas de la vida
LGBTQ+ en Guadalajara. Sarao_ es un trabajo colaborativo quienes te-
nemos interés en generar acciones y actividades en favor de la no discrimi-
nación para todas y todos. En el camino encontramos aliadas y aliados que
decidieron sumarse al proyecto. Diego Gontorr se sumó con su propuesta
creativa para la creación de la portada, de esta manera incluimos otras
expresiones artísticas que apuestan por acciones culturales para la sensi-
bilización de la problemática que vivimos las personas LGBTQ+.

Buscamos que esta convocatoria pública se vuelva una actividad re-


currente, para recopilar las historias para contar diferentes realidades y
de esta manera generar, en un futuro, libros digitales temáticos de lo que
pasa en una ciudad tan grande, multicultural y dinámica como Guadalajara.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Que sigan contándose las


historias
El escritor polaco Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura, ha
escrito que “lo que se nombra adquiere fuerza, lo que no se nombra deja
de existir”.

Para muchos de quienes crecimos en el siglo pasado, no nos es


extraño que nuestros padres evadieran dar nombre, por ejemplo, a los
órganos sexuales. O, en el mejor de los casos, los denominaban eufemís-
ticamente: “no te agarres tu cosita”; “déjate la pipí”; “¿te lavaste bien tu
conchita?”, eran algunas de las palabras con las que se pretendía evadir el
nombrar al pene o a la vagina.

Si eso ocurría con los órganos reproductores —la pretendida invisi-


bilidad que se creía lograda si no se nombraba— ya mejor ni hablar de lo
que significaban entonces las relaciones sexuales y todo lo relativo a ello.

Si tuviéramos que denominar al siglo pasado mediante un verbo, po-


siblemente este sería esconder. Lo oculto dominó, como en ninguna otra
etapa de la humanidad, y le dio poder a lo oscuro.

En cambio, este nuevo siglo en el que afortunadamente nos ha to-


cado desarrollarnos, vivir plenamente y expresarnos sin miedo, es domi-
nado por lo contrario: la transparencia, el descubrimiento, la enseñanza.

De ahí la fuerza y la importancia de este ejercicio propuesto: invitar


a que la comunidad LGBTTTIQ de Guadalajara se abriera de capa, se ex-
presara, contara sus historias, sus experiencias. De nuevo: al nombrar, al
contar y reconocer, se visibiliza y se conjura.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Como parte del jurado, para mí, ha sido una gran experiencia, más
allá del juzgamiento objetivo de las piezas y su valor testimonial formal.
Debo confesar que hubo historias que me sorprendieron, que me impac-
taron y que, finalmente, lograron concientizarme de lo mucho por lo que
pasan quienes en algún momento de sus vidas han tenido que visibilizar
ante sus familiares o personas cercanas, su verdadera condición, o bien las
experiencias que en el día a día experimentan y que no encajan con lo que
se denomina “normal”.

Nombrar, contar, darles la justa dimensión a los hechos. Narrar ex-


periencias y así buscar que la nuestra sirva para al menos allanar el camino,
para visibilizar, para darse cuenta de que no se está solo, que nombrar
libera y empodera.

Sirva este primer ejercicio SARAO_, para que la fiesta nunca ter-
mine, que sea el inicio de un diálogo eterno, continuo, feliz.

¡Enhorabuena!

David Izazaga

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

La fiesta de las letras diversas


Hay historias que sabemos que existen, pero no se cuentan. Hay
mitos urbanos en los que todos conocen a alguien que ha estado, le ha
pasado o ha ido, pero no hay registros de nada. Hay sucesos históricos que
han pasado en calles por las que diario transitamos, pero no hay bibliografía
o notas periodísticas que sean testigos de que hayan sido ciertas. Hay acti-
vidades clandestinas que suceden, que muchas o muchos frecuentan, pero
poco se platican. Hay personas que han entregado una parte de su vida
por salvar la vida de otras y otros, pero hoy nadie les recuerda. Hay acon-
tecimientos sociales fuera de las capitales que han aportado o iniciado
movimientos, pero si pasa en provincia, poco se sabe. Así me atrevería a
definir la historia del movimiento LGBTQ+, o los usos y costumbres de las
personas no heterosexuales que viven en Guadalajara.

Hace no mucho tiempo, comencé a interesarme en la bibliografía


LGBTQ+ existente en México. Al comenzar a buscar y leer, me di cuenta
que la mayoría de los libros y publicaciones históricas, novelas, crónicas y
otros géneros literarios tienen su origen o suceden siempre en la Ciudad
de México, capital del país. Muchas de esas publicaciones son fáciles de
encontrar en librerías comerciales, para encontrar otras es necesario
acudir a librerías más especializadas. Pero los que hablan o retratan la vida
LGBTQ+ de ciudades como Guadalajara, son prácticamente inexistentes,
salvo por algunos títulos recientes.

Comencé un proyecto de entrevistas a personas de Guadalajara que


a través de su arte, su trabajo o su activismo, han contribuido para tener,
hoy en día, una ciudad más abierta e incluyente. Activistas de los años
ochenta que les tocó enfrentarse al sida cuando recién comenzaba, dise-
ñadores que han logrado posicionarse a nivel internacional, periodistas, lo-
cutores, travestis, drags, entre otras personas, me contaron sus vivencias y
las vicisitudes que les tocó sortear en una Guadalajara más conservadora

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

y cerrada a la diversidad sexual.

De este proyecto personal, surge la intención de crear Sarao_ libro


digital LGBTQ+, una apuesta para involucrar a las personas gays, lesbianas,
trans, bisexuales y queer de la ciudad, a través de sus historias, donde
ellas y ellos nos contaran lo que les ha tocado vivir o han atestiguado con
personas cercanas.

Sarao es una palabra que su significado es fiesta nocturna con baile y


música; una metáfora que busca recrear las grandes noches de baile, pero
con letras, con historias que nos cuenten qué pasa, cómo viven y cómo es
vivir en Guadalajara si eres una persona LGBTQ+.

Este libro digital, es producto de una sinergia entre personas que


buscan promover una cultura de la igualdad y la no discriminación a través
de acciones culturales, que usan la expresión artística como medio para
transmitir un mensaje social. Agradezco a todas y todos los que partici-
paron en esta primera convocatoria pública para la selección de las histo-
rias que nos muestran 10 perspectivas diferentes de Guadalajara.

Con Sarao_ convocamos a hacer una fiesta de las letras diversas,


donde todas y todos podemos contar nuestra perspectiva o experiencia
siendo parte de la vida gay o siendo alguien cercano. Una fiesta incluyente.
Quisimos alborotar y abrir pista para todas y todos aquellos que tuvieran
una historia que contar. La mezcla de ritmos esta puesta, los beats suenan
por todo el cuerpo. Es tiempo de mover el cuerpo. Bienvenido a la pista de
baile y que disfrutes del Sarao_, la fiesta de las letras diversas.

Rob Hernández

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Sarao_
Historias tapatías LGBTQ+

Coordinador: Rob Hernández

Coleccion Letras Diversas


Junio 2019
Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

De serpientes a estrellas
José A. Güemez Cruz

Quiero hablar sobre algo personal, algo que no se habla lo suficiente


y que sucede en nuestra comunidad, se trata de asaltos. Estaba haciendo
un intercambio de estudios por seis meses en Guadalajara y como cual-
quier foráneo, quería comerme la ciudad en un día. Tenía grandes expec-
tativas y como venía con amigos, no había mucho de un rule-book a seguir,
o alguien que nos detuviera a hacer cosas. Algunos consejos que dan los
familiares son mantenerse bajo perfil, no hablar con extraños, tener cui-
dado, no salir demasiado tarde, etc. Pero honestamente nos gusta jugar
riesgoso y creemos que somos indestructibles.Y no lo somos, en absoluto.
Puedo decir que tal vez fui el más ingenuo de todos mis amigos; esto es
lo que pasó.

Siempre he creído que mis sueños me han prevenido de las grandes


desgracias de mi vida y como siempre, yo no les hacía caso. Ese día no iba
a ser la excepción. En aquel sueño había una serpiente verde y grotesca,
pues por qué no, es un sueño y me puede llevar la chingada si así lo quiere
mi mente. Para no hacerla más larga que la serpiente, terminé por tomarla
del cuello y someterla, en ese momento… desperté.

Me paré a preparar el almuerzo y escuché ese sonido particular, ese


sonido que la mayoría de los gays conoce, ese sonido que nos inspira emo-
ción, incertidumbre y para algunos, misterio.v Así es, ese sonido en parti-
cular era el de una notificación de Grindr, porque aunque es algo básico,
no es fácil despegarse de la adrenalina que uno siente al conocer a alguien
nuevo. Obviamente contesté el mensaje, porque soy todo un casanova.
Después de una larga plática, mandar nuestros CV, seguro social, puntos
infonavit, acta de nacimiento y claro, un par de nudes, quedamos en vernos
en mi casa aproximadamente a las 17:00 horas.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Llegó la hora del encuentro y el susodicho, al cual llamaremos “Hijo


de p*ta”, porque no recuerdo su nombre -así de especial fue chicos- llegó
en un taxi. Alto, moreno, rudo y atractivo, era un antojito mexicano, ya
saben, de los que nos atrevemos a llamar chacales. Abrí la puerta de la casa
y lo dejé pasar a mi habitación, sacó un cigarro de su mochila y lo encendió.
Entre una de sus ideas mencionó ir a un hotel, yo le dije que no necesi-
tábamos ir a otro lado pues ya estábamos en una habitación y nadie iba
a molestarnos. Pero él siguió insistiendo; dijo que él pagaría y que no me
preocupara por mucho, hasta que finalmente accedí. Tomé mis cosas y salí.

Llegamos al Hotel, nos registramos y entramos al cuarto. Nos re-


costamos un momento a platicar y vimos un rato la TV. Topamos con una
película y la dejamos, era “Al filo del mañana”; más bien estaba de fondo.
Empezamos a platicar sobre qué era lo que quería hacer, de qué tenía
ganas, cómo empezar y le dije que podría empezar quitándose la camisa, y
lo hizo, se la quitó. Buen cuerpo, tatuajes… chacal, ugh qué rico. Se volvió a
acostar y dijo que quería verme tomar una ducha. Le dije que era algo de
pensarse. La neta ya me había duchado y qué flojera hacerlo de nuevo. Se-
guimos platicando. Preguntó nuevamente si lo haría, volteé a verlo y sonreí.

Me levanté sin decir nada. Abrí la llave para ver si tenía agua caliente,
dejé correr el agua mientras me quitaba la ropa y caminé hacia la puerta.
Me apoyé sobre el marco y le hablé. En el momento en que volteó, se paró
de un brinco, tomó una silla, la puso en la entrada del baño y se sentó ahí.
Platicamos hasta que comencé a enjuagarme lentamente, ya saben, tra-
tando de dar el mejor show.

Él solo estaba ahí sentado viéndome, platicando.Y yo solo me bañaba.


De un momento a otro cambió la plática, me dijo que si recordaba lo que
había dicho antes, sobre que asaltaban en una calle cerca de donde vivía.
En mi mente pensaba sobre ese instante y asentí con la cabeza. En eso, él
sigue hablando y dice…
v
“Entonces, fíjate que esto es un asalto”.

Después de escuchar eso, volteé lentamente a verlo, quitando el agua


de mi rostro y observé que tenía un arma en su mano derecha. Lo único
que pude exclamar en ese momento fue un sutil

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

“¿Qué?”

Dijo que cerrara la llave del agua y me sentara en la esquina del baño.
Lo observé por unos segundos, luego empecé a sonreír y pregunté si acaso
esto era una broma mientras me acercaba a él. Levantó la voz y cargó el
arma, dijo que no era un chiste, que obedeciera y todo sería rápido.

Cerré la llave del agua y seguía repitiendo una y otra vez,

“dime que es una broma de mal gusto, por favor”.

Repitió la orden. Pero por alguna razón me rehusé a hacerlo, sin


embargo, tuvo una manera bastante agresiva y efectiva de hacerme entrar
en razón. Tomó el arma. Se acercó, me apuntó y dijo:

“Solo haz lo que te digo”.


Pegando el arma contra mí.

En ese momento hice lo que me pidió. Aún sentado en el suelo le


seguía preguntando si esto era una broma. Estaba en un estado de shock,
no sabía si lo que me pasaba era real, si era una casualidad o si estaba pla-
neado; no sabía qué pensar, qué hacer o si tenía alguna oportunidad. Solo
quería salir de ese lugar y volver por mi camino. Él se puso de pie y me
dijo que no me moviera, que iba a cambiarse. Estaba sentado en el baño, en
el suelo, en una esquina, húmedo, con frío. Sabía que estaba desnudo, pero
sentía como su mirada y su presencia podía hacer que ni con toda la ropa
del mundo me sintiera cubierto. Era vulnerable, era débil, era estúpido.

Cada vez que asomaba a verme, lo miraba y le decía que se podía


llevar lo que traía, que no importaba. Lo único que quería era que me de-
jara ir, le prometí que no diría nada, solo quería que me devolviera la vida,
porque hasta ese punto, parecía que él sostenía mi futuro en sus manos.

Se volvió a sentar en la silla con mi celular en su mano, una vez que


accedió a mi contenido, solo veía que revisaba.Yo le preguntaba qué hacía,
que no había nada que pudiera servirle. Mi verdadero miedo recaía en mis
redes sociales, por la posibilidad que tendría de contactar a alguien de mi
familia, a mis amigos, a un conocido y que la situación en la que estaba en

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

ese momento, pasara a ser de otra persona cercana, no quería envolver a


nadie en mi error.

Por suerte no lo hizo. Se fijó en mis aplicaciones bancarias y me pidió


que le diera las contraseñas para poder acceder. Sin pensarlo tanto, se las
di. Al darse cuenta de que en verdad no tenía dinero, procedió a ponerse
de pie y solo dijo que esperara sentado.

Lo único que venía a mi mente era que a pesar de que no me quitó


nada, no creía que pudiese retirarse tan fácil, sin tomar algo a cambio,
sin quitarme algo, y empecé a sentir miedo de nuevo. El futuro parecía
incierto en su presencia, pero traté de mantener la calma. De fondo solo
podía escuchar a mi mente gritar que quería escapar y el leve sonido de
la película que comenzamos viendo, ese sonido que me hizo pensar que
en tan poco tiempo, había sucedido demasiado. Yo tomaba mis piernas,
mis brazos, me apretaba, me tiraba al agua observando de fondo la puerta,
tenía tantas ganas de correr, pero no quería jugar al valiente. Pasó media
hora y tomé el primer paso que creí que me costaría la vida, me puse de
pie. Cada vez que escuchaba la mínima señal de ruido regresaba a la posi-
ción en que estaba, luego volvía a pararme. Me armé de valor y empecé a
dar pasos a la puerta, hasta que después de unos momentos me atreví a
asomarme y observé que no había nadie en el cuarto, la puerta no estaba
completamente cerrada. Entonces, ¿Qué es lo que sigue? ¿Dónde estaba él?
¿Qué podía hacer al respecto?

Mi corazón empezó a latir más rápido que el de un colibrí, corrí hacia


la ventana y con el corazón en la mano me asomé. Di vueltas por toda la
habitación, noté que se había llevado mis pertenencias. Al revisar la habi-
tación, encontré mis zapatos bajo la cama y el poncho que llevé conmigo,
estaba escondido en las almohadas. Vi el teléfono y pensé en llamar a mis
amigos, pero no recordaba sus números. Lo segundo que vino a mi mente
fue llamar a la recepción y pedir ayuda, en realidad llamar a cualquiera
que pudiera auxiliarme. Pero no encontraba el número de la recepción en
ningún lado. Había un mapa del hotel, un cenicero, varias tarjetas y ninguna
traía el número que necesitaba…

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QUÉ
P*TA
SUERTE
TRAIGO

Por un segundo, cruzó en mi mente llamar a mi hermana. Levanté


el teléfono y dejé que sonara. Sentía que el tiempo se me acababa, que
en cualquier momento él volvería y todo acabaría. Realicé las mismas ac-
ciones cientos de veces. Pasaron 10 minutos y él no volvía. Fue cuando
decidí hacer lo último que me quedaba, pedir ayuda a alguien más. Era la
solución más obvia, pero tal vez nadie me ayudaría.

Finalmente me asomé a la ventana para ver si podía hablar con


alguien, si algún rostro amigable volteaba a ver aquel rostro pálido con
los ojos rojos, pero nadie lo hizo. Nadie notó mi presencia, y no culpo a
nadie más, quién pensaría que algo así podría estar pasando, cuántas veces
hemos volteado a otros lados solo para ver si alguien está sufriendo: nin-
guna, podría decir.

Sin más qué hacer y sin nadie quien volteara, abrí la puerta despacio.
Miré a tanta gente pasar cerca de mí y yo era incapaz de exclamar tan
siquiera una sílaba. A lo lejos vi una sombra, vi a alguien, a una persona, vi
una luz. Era la joven que nos había atendido antes. Sin exclamar un sonido,
clave mi mirada lo más fuerte que pude en ella con la esperanza de que
volteara y lo hizo. Logré llamar su atención y pedí que se acercara a mí, ella
caminó lentamente hacía donde estaba y cuando llegó, abrí poco a poco
la puerta y preguntó:

“¿Qué necesitas?”

inmediatamente la primera oración que salió de mi boca fue,

“necesito ayuda”

Me tiré frente a ella y comencé a llorar. Entre cada jadeo y cada lá-
grima intenté explicarle lo que había pasado. Solo podía ver su rostro serio
con una pizca de preocupación. Pregunté si el “Hijo de p*ta” con el que me
vio llegar ya se había ido, dijo que sí. Lo siguiente que preguntó fue que qué

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necesitaba, qué quería y respondí,

“ropa”

Cuando volvió, tenía una camisa y un pantalón con ella; me dijo que
podía ponerme lo que necesitara y que no me preocupara por ello. Ella
se quedó en la habitación conmigo en todo momento. Me preguntó que
si quería llamar a mi familia o a la policía. Yo le dije que todo estaba bien
así, no quería hacer el problema más grande y no quería más problemas.

Eran las 20:00 horas y yo seguía perdido. Le pedí si podía acompa-


ñarme a la entrada del hotel. Caminamos juntos hasta la entrada y miré la
calle, las luces de los autos parecían estrellas en persecución, la ilusión del
tiempo se hacía más lenta. Antes de cruzar la calle, la joven volteó a verme
y seriamente me dijo:

“A pesar de lo que te haya ocurrido, no olvides que eres una


persona valiosa y bella. Nadie puede quitarte eso”.

La miré fijamente, solté una lágrima y entonces corrí. Solo podía


pensar en ir a casa. No me interesé en los autos, ni en las avenidas, solo
quería llegar a casa sano y salvo.

Caminé hacia la esquina y crucé la calle corriendo, sin detenerme,


sin mirar atrás. Me detuve y vino a mi mente un solo pensamiento, ¿y si
está fuera de mi casa? Porque él sabía dónde vivía y tenía mis llaves. Así que
caminé lentamente hacia la puerta y cuando me di cuenta de que no había
nadie alrededor, entonces respiré.

Con lo poco que me quedaba de fuerza, grité el nombre de mi com-


pañero y golpeé la puerta lo más fuerte que pude. Su cuarto estaba a lado
de la puerta así que contaba con que él me abriera. Cuando finalmente lo
hizo, lo miré a los ojos, lo abracé y pensé: estoy en casa.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Charros, charros
Emmanuel Medina Guerra

Aurelio es mariachi. Toca la trompeta. Y según las reglas del albur, de


manera literal, también toca la trompeta. Porque a este músico le van los
hombres, los machos barbudos y algo barrigones que ve mientras toca su
instrumento, la trompeta, pues. Toca en fiestas de fines de semana donde
lo contratan con su grupo de cuates, para interpretar canciones como “El
Niño Perdido”, su número estrella, donde se va al extremo de un salón y
toca con enjundia, la famosa canción.

Pero a demás de las habilidades con la trompeta -albur aparte- tiene


muchas otras. No agarra galán porque a los 50 años, parece que la vida
homosexual se acaba. Parece que le tocaron “Las Golondrinas” desde hace
mucho. Y según él, no está de malos bigotes: es moreno, más bien prieto,
pero aún conserva su pelo sin canas, es algo gordo, alto y bien peinado,
como dicen las señoras que lo ven por su calle.

De más joven, y con menos panza, acorde a las reglas de la moral,


llegó a estar casado con una mesera de un restaurante de comida mexi-
cana “La Gorda”. Y a pesar de que su matrimonio era una pinche broma,
como decía ella, tenía un sexo bien rico y largo como la Cuaresma. Él se
ufanaba de durar bien harto en chorrearse. Pero era solo porque su mente
viajaba lejos. La satisfecha esposa sabía que el mariachi, mientras la poseía,
pensaba en hombres del estilo de Vicente Fernández o Antonio Aguilar.
Sus ídolos. Así que, como a ella le venía guango en quién pensara su ma-
rido, mientras la hiciera mojarse mucho y gritar como posesa, la relación
alcanzó a durar casi una década.

A los cuarenta años, Aurelio decidió que quería mojar su brocha


en las deliciosas nalgas de algún aventado que le permitiera “dejársela ir”,
según el argot joto que escuchaba del peluquero que le cortaba su pelo y

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

le recortaba la barba, mismo que resultó ser su único referente gay.

Así que, después de llegar bien peinado a la esquina de su casa, de-


cidió que se iría del nido marital, con una pequeña maleta y su estuche de
trompeta. Desde entonces vive solo, en un cuarto en la colonia El Refugio.
Todas las tardes, sin vacaciones ni puentes laborales, se dirige a Tlaque-
paque a buscar chamba con su grupo de amigos que se autonombran “Los
Hijos del Tenampa”.

Hasta hace unos meses, un cuate del grupo le dijo que tenía un hijo
“puñal” y que lo había descubierto porque lo vio, una madrugada, besán-
dose en Las Nueve Esquinas, con otro cabrón. “Es que ahí hay un bar
de putos que les gustan los vaqueros y los charros, ¿tú crees compadre?
Paso a creer”. Aurelio dejó de escuchar a su compañero músico: se pro-
metió que iría a conocer tal antro, lo antes posible. Estaba cansado de
chaquetas, todas las mañanas en su catre, encuerado y abiertas las piernas,
imaginando hombres bien bragados que se lo comían vivo, mientras él les
dejaba llena la boca de su leche tibia hasta que por su mano se resbalaba
su semen, con fuerte olor a cloro.

Un sábado le habló del teléfono de la esquina a su compadre y le


avisó que se sentía enfermo. Que tenía “chorro”. “Caray, compadre, está
de cuidarse: usté nunca se enferma”. Aurelio le dijo que mañana, domingo,
estaría mejor y los vería en la plaza de Tlaquepaque. Al colgar, se dirigió a
un Soriana y se compró unos calzones y calcetines nuevos. Por si le tocaba
estrenarlos.Y es que él era de los que se dejaban los calcetines a la hora de
coger. Tenía una uña con un hongo y, aparte, era muy friolento de los pies.

A las nueve de la noche empezó a deambular por el famoso barrio


de Las Nueve Esquinas.

No veía ningún sitio como para hombres como él, puros lugares de
birria y de músicos colombianos. Se sentó en una banca y suspiró fuerte.
“Se me hace que me cabuleó mi compadre”, pensó mientras veía pasar a
un par de jóvenes que vestían mezclilla apretada y fajos piteados. Uno de
ellos le sonrió abiertamente. Aurelio sintió la llamada del deseo en forma
de un bulto en su propio pantalón. Sin pensarlo, se paró y los siguió dos
cuadras. Ellos entraron en un sitio que tenía el letrero pintado a mano. “El
Condado”. Aurelio entró y vio que era una cantinota. Llena de sombreros,

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

botas, camisas de cuadros y muchos barbones. No se veía ninguna mujer, ni


de meseras. Aurelio sintió que estaba en el pinche paraíso. Le dieron ganas
de echarse un grito como Pedro Infante.

Se acercó a la barra y pidió una cuba. Junto a él, el joven de la calle


que le sonrió pedía una cerveza. Se vieron a los ojos y el muchacho le
soltó: “Eres nuevo aquí, ¿verdad, papi? Aurelio, bien chiveado, dijo que sí.
“Soy Rey, mucho gusto”. “Aurelio, pa´servirte”, le dijo el mariachi.

A la hora, ya estaban bailando en la pista, llena de hombres, una


canción de Julión Álvarez. Rey le agarraba las nalgas y le dijo al oído que
estaba bien bueno. Aurelio se replegó más y sus dos penes se sintieron
duros. 30 minutos más tarde, Rey le dijo que conocía un motel de pasada.
“Dicen que tiene jacuzzi para darnos un baño, ¿me invitas, papi?”. Aurelio
no sabía bien qué era un jacuzzi, pero dijo que sí. “Yo invito, pues, morro”,
le dijo con su voz de barítono.

Entraron a un motel de avenida La Paz, caminando y rozándose las


manos. Aurelio dio gracias de traer ropa que oliera a nueva. Entraron al
cuarto más caro, mismo que le costó lo de una semana de trabajo, porque
que tenía una albercota. Ni tardo ni perezoso, Rey se quitó la ropa y abrió
la llave. Aurelio se empezó a desnudar y trató de que el muchacho no le
viera el dedo del pie. Se metió a la tinota que hacía que el agua burbujeara, y
que estaba tan caliente como él. Rey lo besó con fuerza, mientras su mano
le agarraba la trompeta, no el instrumento. Aurelio lo manoseaba y gemía
despacito. “Ay muchacho, qué bueno estás”.

Pronto, Rey se trepó encima de él y Aurelio lo penetró con fuerza.


Rey soltó un grito que prendió más al mariachi. La primera vez que tenía
sexo con un hombre y en una alberca junto a una cama. Ni en sueños se
imaginó esa mamada. Esa noche le aguantó al muchacho tres “palos”, todos
en la cama que tenía resortes como púas, pero que lo hicieron hacer ma-
labares. Rey se le metía por todos lados, y se asombraba de que Aurelio
aguantaba mucho cogiendo, sin venirse. Le tenía que suplicar que le llenara
de su leche por todos lados. “Eres un semental prieto”.

Casi al amanecer se quedaron adormecidos. Aurelio sentía sus


piernas rozando las de su muchacho. Si hubiera traído un anillo, le hubiera
pedido que se casara con él. “¿A qué te dedicas papá?”, le preguntó el

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

muchacho mientras le acariciaba los vellos del pecho. “Soy mariachi, mi


muchacho”. Rey soltó una carcajada. “Ay, papi. Sí que me ando buscando
siempre problemas”. Aurelio alzó una ceja. “Es que mi papá también es
mariachi”.

“Chin”, pensó el músico. “Ya me hice suegro de mi compadre”. Y


besó a Rey largamente.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

En un baño del Centro Magno


Abdel Anahí Vidrio R.

And though that time passes by


and that our lives have changed
but our love was special
our love was strange.
And though my heart broke
in time it did mend
except when I think about the time
that we used to be friends.

Beautiful Friend — Cranes

Se irá de viaje por una semana. Es el último día que pasan juntas.
Salen del cine antes que termine la película, que es realmente aburrida.
Sofía sugiere hacer una escala rápida a los sanitarios que maravillosamente
se encuentran en soledad total. Cinthia se lava las manos mientras que su
amiga se encamina a un baño.

— ¿Solo vas a orinar? — gritó desde los lavamanos Cinthia


— ¡Sí, yo no puedo hacer de “lo otro”, más que en mi casa!
— Lo sé, recuerdo solo dos ocasiones en las que hiciste en la mía y
fue porque tu estómago parecía de cinco meses de embarazo.
— ¡Ya seeé! Es horrible.

Cinthia se seca las manos con una toalla de papel, mientras camina
hacia la puerta del cubículo de Sofía y golpea la puerta un par de veces.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

— ¡Hay más, entra a cualquier otro! —exclama Sofía desde el interior.


— ¡No! Quiero entrar al tuyo.
— Déjame terminar, por lo menos.
— ¿Me dejas verte orinar? ¡Ándale!

Silencio total. Transcurren un par de minutos mientras Cinthia es-


pera una respuesta del otro lado de la puerta; exhalando un fuerte suspiro
apoya su frente sobre la lámina de metal. De pronto, súbitamente, su pe-
tición es atendida.

La primera imagen es una visión espectacular: una falda de mezclilla


en el suelo cubriendo un par de tenis converse rojos de bota, los cal-
zoncitos a media pierna; el pubis atisba unos cuantos vellos, la piel blanca
marmolada, sus brazos sosteniéndose entre las dos mamparas, su mirada
suspicaz y temerosa al mismo tiempo. Cinthia cierra la puerta con una
sonrisa de oreja a oreja, coge a su amiga por el cabello y junta sus labios
con los de ella, para después introducir medrosamente su lengua.

Sofía se encoge un poco hacia atrás. Cinthia la sostiene fuertemente


por la cintura con una mano, con la otra acaricia suavemente su espalda
y su ondulado cabello; sus dedos bajan por un costado llegando hasta las
nalgas, tomándolas suavemente. Se separa un poco de su amiga y la mira.

— ¿Ya te desconcentré de hacer pipí? — le dice sonriendo


coquetamente.
— Sí.
— ¿Quieres que te ayude?
— ¿A qué?
— Siéntate hasta atrás, si quieres acomoda un poco de papel y en-
cima tus piernas sobre las mías.
— No vamos a caber.
— Sí cabemos, no reniegues.

Sofía recoge su falda del suelo y la recarga entre las orejas de su


bolso colgado del gancho de la puerta. Cinthia se levanta su falda hasta el
ombligo, coloca un poco de papel en el rodete y se sienta cerciorándose
de que su vagina no roce la taza del baño público. Da la señal a su amiga
para que monte sus piernas por arriba de las suyas mientras se sujeta con

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

fuerza de la tubería del agua que está justo atrás del inodoro. Aprove-
chando la postura, y una vez bien colocada sobre el retrete, Cinthia levanta
la playera de Sofía, desabrocha su corpiño, palpa lentamente cada uno de
sus senos en pleno crecimiento, olorosos a perfume juvenil y de suave
tono rosado.Titubeante pasa su lengua por encima de ellos contemplando
la cara de angustia y excitación de su compañera; sonríe un poco y vuelve
a lamer, la toma por el cuello y la jala hacia ella. Sus besos sutiles se inten-
sifican al correr los minutos acrecentando el nivel del éxtasis hasta que la
lujuria se apodera de ellas.

Alguien entra en el cubículo siguiente y escucha una serie de roces


y gemidos. Se ensordece el ruido ante un cúmulo de voces de más mu-
jeres que arriban; las dos se detienen por completo y sueltan ligeras risas
nerviosas.

— ¡Cinthia, nos van a descubrir!


— No, abrázame con tus piernas para que solo se vea un par.
— ¿Así?
— Sí, así… ¡ven, bésame!
— ¿Quieres que te bese ahorita?
— Sí.
— ¿Y si nos oyen?
— ¡Que no!

Repentinamente perciben un chorro de orina en el sanitario con-


tiguo, las dos practican gestos libidinosos y se besan. Cinthia se contonea
lentamente, Sofía se sujeta del tubo de agua con una mano y con la otra
comienza a masturbar a su amiga mientras la mira fijamente. Es la primera
vez que ve a su amiga hacer ese tipo de expresiones. Se siente extraña al
recordar el rostro de su madre teniendo sexo con su padre, cuando en
una ocasión los sorprendió en la sala. Por su parte, Cinthia levanta lenta-
mente su blusa frotándose el pecho con ímpetu. Las piernas le tiemblan,
no reconoce si está entumiéndose o si es la emoción; es un calambre
subiendo poco a poco desde su pelvis, creando una sensación inmensa de
calor, unas ganas exacerbadas de apretar fuertemente con sus manos el
cuerpo de su amiga y, al final, siente aturdimiento: a sus catorce años está
experimentado su primer orgasmo.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

De forma paralela, se escuchan a lo lejos barullos de varias mujeres


entrando y saliendo; algunas mirándose en el espejo y maquillándose. Unos
minutos después retorna todo al tenso silencio. Cinthia abre los ojos y
se ríe, no lo puede creer: ¡Qué cosa tan maravillosa son los orgasmos!
—piensa. Sofía la mira asombrada, es la primera vez que provoca una sen-
sación tan intensa en otra persona.

— ¿Te gustó?
— ¡Sí!
— Me di cuenta por tu cara. ¡Qué bueno que te gustó!
— Ahora me toca hacértelo. Pero cambiémonos al último baño, ya
estamos solas otra vez.

Salen deprisa con todas sus pertenencias colgando de los hombros;


riendo y agarradas de la mano ingresan al último. Cinthia avienta las cosas
sobre la tapa del retrete y voltea hacia Sofía empujándola contra la pared,
comienza a besarla al mismo tiempo que acaricia suavemente su vulva;
acomoda una de las faldas en el suelo para hincarse en ella y bajar suave-
mente. Contempla el sexo de Sofía, le parece hermoso, completamente
lampiño, pequeño y rosado; separa con cautela sus piernas y la lame. Su
amiga la observa pasmada:

- ¿Qué haces? —pregunta asustada.

Cinthia sigue embelesada entre esa dualidad de suavidad y humedad


que está descubriendo. Sofía cubre su cara con las dos manos intentando
controlar sus emociones en vano, un fuerte impulso la hace descansarlas
sobre la cabeza de su amiga, quien sigue pegada a su sexo. Entreteje los
cabellos con sus dedos y se deja llevar hasta ver una luz blanca soltando
un fuerte gemido.

Cinthia mira desde abajo a Sofía con frenética alegría, jamás se


imaginó que su “primera vez” sería en los baños públicos del cine de un
centro comercial. Al tratar de levantarse observa unos pies que caminan
apresurados.

— ¡Sofía! –dijo murmurando.


— Espera, ahorita no puedo hablar estoy en shock.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

— Sofía, alguien nos estaba escuchando.


— ¿Qué?
— Acabo de ver los pies de alguien.
— ¡Ya ves!, te lo dije ¿Qué explicación le diré a mi mamá? ¡Mi papá!
¡Dios! Cuando se enteren me correrán de la casa, no sin antes ponerme
una paliza.
— Espera, no seas tan dramática. Hay que quedarnos aquí hasta que
alguien nos saque.

Aguardan una eternidad, aunque en realidad solo pasan cinco mi-


nutos; no sucede absolutamente nada, nadie toca a la puerta ni se escucha
alguna voz. Cinthia se asoma sigilosa y recorre todo el pasillo mirando por
debajo de todas las puertas esperando ver algunos pies.

Están completamente solas. Sofía se asoma esperando que su amiga


le haga la señal de salida, se acerca sigilosamente a los lavabos para mojar
sus manos, se arregla el cabello, se pone brillo en los labios, saca un per-
fume del bolso y se rocía con él como si fuera una ventisca. Una vez
arregladas salen al mundo exterior muy contentas tomadas de la mano,
caminan rumbo a las escaleras eléctricas y justo al dar vuelta para bajar, la
señora encargada del stand de rosetas acarameladas y dulces las observa
fijamente, con una mirada despectiva e inquisidora.

Cuando regresó de su viaje, después de varios meses, regresaron


al cine, entraron de nuevo al sanitario donde había muchas mujeres ha-
ciendo fila, esperando su turno. Aguardaban impacientes recargadas sobre
el muro. Sofía depositó su atención en un letrero colocado en una pared.
Fue entonces cuando le soltó un tremendo codazo a Cinthia.

— ¡Ouch! –renegó Cinthia sobándose fuertemente.


— ¿Ya viste?
— ¿Qué cosa?
— ¡El letrero! Léelo.

A toda persona que sea sorprendida teniendo actividades de dudosa


moral, será reportada a las autoridades. Atentamente. La Administración.

— ¡Qué tal! ¿Ves?, te dije que no me había imaginado los pies.

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Todos necesitamos un amigo


Gerardo Salgado Rojas

Debo confesar que soy un chico muy penoso. Mi primera semana en


la universidad fue una especie de iniciación a la que no sentía pertenecer.
Mientras iba camino a mis clases, escuchaba la conocidísima canción Perfect
de Ed Sheeran, y es extraño porque no suelo escuchar su música, pero ese
día en especial me preguntaba si lo que me esperaba en esta nueva etapa
sería “perfecto” o si sería un total caos una vez más. ¿No te pasa que te
propones a ser mejor de lo que eras, cuando estás a punto de iniciar una
nueva misión, en un nuevo lugar, con nuevas personas? Yo me propuse ser
más relajado y sociable, pero al final del día terminé siendo de los que
se sientan hasta atrás, en donde es más complicado que el profesor haga
contacto visual contigo y te pregunte algo que claramente sabes, pero que
te da pena contestar.

No solo me apartaba de todos por no tener buenos temas de con-


versación, sino que terminando la clase, salía a toda prisa con el pretexto
de que si me iba más tarde no alcanzaría a llegar a tiempo al trabajo o a
casa para hacer tarea. En parte era cierto, suelo hacer dos horas y media
(o incluso tres) de mi casa a la universidad, y el mismo tiempo de regreso.
Pero también es verdad que tenía miedo a socializar con personas que
consideraba mejores a mí y lo que menos quería era que alguien me ha-
blara por lástima. ¿Qué podría tener de interesante un chico con un claro
desorden emocional, fanático de Stranger Things y los libros, loco por The
Lumineers y Lady Gaga? Así es, a ese grado de autodesprecio llegué. Yo
solo quería amigos de verdad, pero era tiempo de partir y esperar a que
algún día pudiera sentirme en total confianza para hablar con alguien.

Absolutamente todos mis mejores amigos estudian su propia ca-


rrera, y me llena de alegría ser testigo de cómo se preparan en lo que
son buenos; mis dos chicos favoritos se fueron por la ingeniería industrial,

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

mi más legendaria amiga optó por la medicina y la sanación, otra lleva la


nutrición con ella y la última (pero no por ello menos importante) la hace
en grande en la ingeniería química. Estoy rodeado de pocas personas, para
ser honesto, pero esas pocas personas son gente de éxito. Hablando de
mí, me fui por relaciones internacionales, pero la soledad de mis días me
hacía desertar poco a poco.

En mi experiencia personal, llega un momento en el que pierdes el


interés de ir a un sitio muy lejano a tu domicilio, al que además le da igual
tu existencia. De verdad, podía ir o no a clases y pasaba desapercibido.
Llegué a pensar que no era lo suficientemente bueno para la carrera, es
decir, me esforcé mucho para entrar, mi familia sacrificó e invirtió mucho
para que tuviera la oportunidad que ninguno de ellos tuvo, pero a la vez
no era capaz de comunicarme con alguien, ¿qué me estaba pasando? ¿no
se suponía que me voy a dedicar a relacionarme con personas? Una clara
crisis de apatía social.

No me malinterpretes, si hablaba con mis compañeros, pero al mismo


tiempo me costaba mucho salir con ellos; apenas despedirme suponía un
reto, incluso mayor a llegar y saludar. Mis amigos de toda la vida estaban
recorriendo su propio camino de ladrillos amarillos y la pasaban mucho
mejor que yo. Todos me contaban de sus nuevos amigos. Supe entonces
que era momento para dejar ir esos buenos días en los que llegaba a la
preparatoria con ellos, trabajaba con ellos, desayunábamos juntos y vol-
víamos a casa para repetir lo mismo al día siguiente. Todos esos recuerdos
representaban lo mejor de mi vida, pero ya no existían más porque la
realidad era otra. Sin embargo, yo había elegido a mis amigos. Fui yo mismo
quién eligió entregar 7 años seguidos a las personas que me hicieron un
ser humano respetuoso y soñador. Así que tenía la capacidad y todo el
derecho del mundo a elegir a nuevas personas que merecieran la pena y
me enseñaran cosas nuevas.

Hubo una chica pelirroja muy amable con la que ya había platicado
antes, y me actualizaba de lo que ocurría en las clases a las que llegué a
faltar. Me sentí el hombre más torpe por haberme dado cuenta tan tarde
que ella también quería un amigo, así que empecé por conocerla más y
dejar que el destino hablara por nosotros. Hubo más personas, muy con-
tadas en realidad, pero puedo decir con todo el corazón que que todas
ellas  hacían mis días más disfrutables y divertidos, que gracias a ellos ahora

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

tenía una motivación más para llegar al aula y quedar en ridículo en las
exposiciones, o que las personas del pasillo se nos quedaran viendo por
lo fuerte que nos reíamos. Tuvo que existir ese periodo de soledad para
conocer la alegría y lo que es ser un joven pleno.

No te conozco exactamente, lector, pero estoy seguro que sabes a


lo que me refiero cuando digo lo valiosos que son los amigos en el día a
día. No podía ser yo el único con necesidad de un amigo de verdad, mucho
menos con problemas de inseguridad propia, porque mientras yo me de-
cepcionaba de volver a casa sin una buena anécdota que contar a mamá,
sobre las personas geniales que conocí los primeros dos meses, hubo otro
chico en particular que vivía lo mismo que yo y que sin conocerme me
entendía con precisión.

Cristian es en realidad el motivo por el que estoy escribiendo esto,


porque es el único que sabe lo que es estar en mis zapatos y que incluso
la ha pasado peor que yo. Y escribo sobre él porque, primero, mi propia
historia no tiene nada de relevante todavía (ni nada de LGBTTTIQ+
porque… buga asexual) y segundo porque desde que lo conozco algo en
mi sanó y finalmente es mi mejor amigo. A pesar de tener poco tiempo
de conocerlo, es ese tipo de personas que sabes que van a quedarse para
siempre.

Él no solo se alejaba de todos, sino que por su seriedad, jamás imaginé


entablar una conexión tan cercana. En ese primer semestre de licenciatura
solo éramos cinco chicos en el salón, las otras treinta y tres alumnas eran
chicas. Me llevaba bien con los otros tres, pero algo me decía que yo no
le agradaba al que ni siquiera cruzaba una mirada con el resto de la clase.
Un día me senté delante de él porque solo quedaban dos asientos vacíos,
y a media clase me di cuenta que se estaba quedando dormido. En mis
adentros no lo culpaba, también me sentía cansado, pero había una pizca
de tristeza en su imagen. En mi intento de hacerlo sentir más en confianza,
solo se me ocurrió dibujar un enorme “#” en mi cuaderno, con un círculo
en la esquina superior izquierda y pasárselo para jugar gato. Me había
funcionado antes como distracción en los ratos que me sentía con sueño,
y creí que era una forma infantil de hacerle ver que me interesaba que
pusiera atención a la clase. Al tomar el cuaderno me dirigió una mirada de
incredulidad, pero marcó su equis en el centro y tras varias partidas, una
ligera sonrisa se quedó en su rostro.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Por las mañanas llegaba temprano y compraba café para los dos,
porque estaba seguro que no alcanzaba a desayunar, justo como me pasaba
a mí. En menos tiempo de lo que me pude dar cuenta, Cristian ya había
encontrado en mí a esa amistad masculina que todo hombre necesita. Me
contaba lo poco que quería decirme, porque es alguien de pocas palabras,
y yo era quien pasaba horas contándole sobre los libros que había leído,
tratando de convencerlo de que leyera más frecuentemente para tener
alguien con quien compartir esa magia de las novelas de fantasía de Tolkien,
pero eventualmente dejé de ser tan insistente.

Terminando las clases, él debía ir a trabajar diario. ¿Has ido a Boca


21 Deli? Bueno, pues detrás de esas deliciosas hamburguesas y crujientes
baguettes, hay mucho estrés y largas jornadas de trabajo. Tanto así, que
llegaba a casa después de las 00:00 de la noche, sin tiempo para terminar
las tareas y sin otra necesidad más que dormir un poco, antes de ma-
drugar para iniciar otro día. La condena de Cristian, era atender a clientes
gruñones e impacientes por comer y la mía era atender a americanos
prepotentes por teléfono para explicarles por qué sus facturas tenían un
incremento.

Una tarde que estábamos libres de tareas comenzamos a hablar


sobre nuestros crush, y cuando le tocó su turno le dio mucha pena de-
cirme. Había algo que quería contarme, pero no sabía cómo lo iba a tomar
yo. Esa conversación había abierto paso a revelar su propia identidad, lo
que él mismo definió diciendo “no soy tan heterosexual”. En su momento
no podía creerlo, porque la imagen que yo tenía de él no iba en esa direc-
ción, pero no me pareció algo del otro mundo.

Vengo de una familia machista con mente cerrada y pensamientos


homofóbicos e intolerantes. Mis mejores amigos eran heterosexuales y
ese parecía ser el estándar en las personas con las que me relacionaría
en el futuro; pero nada de eso que me fue impuesto, iba a ser motivo
suficiente para dejar de lado a quien se estaba convirtiendo en una de las
personas en las que más confiaba y apreciaba. Era una prueba de fuego el
enfrentar a todo aquello que se dice anormal, no quería que mis prejui-
cios fueran más fuertes que yo. Por fortuna no fue así. Me volví una de las
personas que se quedan incondicionalmente. Es difícil hacer amigos, y más
difícil todavía mostrarte tal cual eres ante el mundo, porque siempre existe

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

la posibilidad de que te rechacen. Lo sé porque lo he vivido por diferentes


motivos, pero con la misma sensación de tristeza.

Las cosas para Cristian no iban nada bien; su padre falleció un mes
después de que lo conocí. Exactamente en el mes de mi cumpleaños. Tuvo
que ser estudiante, trabajador y cabeza de la casa. El ritmo tan saturado
que comenzó junto con su luto, le impidió salir adelante con varias rela-
ciones estables. Cuando la casa depende de tu trabajo y estudiar, salir o
formar un noviazgo pasan a ser un lujo que no se puede tomar. Como si
todo eso no supusiera una entrega enorme, él de verdad quería salir del
clóset con su madre y su hermana, pues eran quienes quedaban y para
quienes tanto se esforzaba.

Hoy escribo para él, porque en este tiempo ha sido un amigo que me
inspira, que me ayudó a encontrar mi valor propio, que me hizo ver que las
personas son más que una etiqueta. Su ejemplo de vida y su valentía son
algo digno de aplaudir. Confesarle a su madre que es bisexual no repre-
sentó la pesadilla que nos imaginábamos. Ahora tiene los huevos de salir a
la calle agarrando de la mano a su chico, de besarlo y mantener la cara en
alto. Tener un mejor amigo con una preferencia única y diferente, es más
benéfico de lo que el patriarcado condena. Si pasas toda la vida siendo
alguien más, ¿quién vas a ser tú? Existe entre nosotros una confianza total
y completa, una especie de bromance que se siente igual de fuerte que lo
que siento por el resto de mis amigos. Esperar tanto tiempo a cruzar mi
camino profesional y personal con alguien tan asombroso lo valió todo.

Hoy no solo se ha sanado de una vida dura; sin proponérselo me


sanó a mí también.

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Hermanos de leche
Emmanuel Medina Guerra

Cada que se va a meter a bañar grita para que nadie abra el agua
del grifo de la cocina, al escucharlo, no logra reprimir una leve erección
de imaginarlo desnudo, escurriéndole el chorro de agua por su pálida piel,
resbalando jabón por sus redondas nalgas y cayéndole en sus pies, anchos
y blancos. “Como de pinche Hobbit”, se auto bromea Ismael, por todos los
vellos rubios que cubren su empeine, como abrigo.

Su piel es de una blancura única. Misma blancura de Alma, su esposa.


Y es que Daniel nunca imaginó que al conocer a Alma, sería Ismael, su
cuñado quien acabaría robándole el sueño y apropiándose de sus fantasías.

Lleva casado 10 años con Alma. El regordete chiquillo de 12 años,


con quien se sentaba a ver el fútbol en la sala, mientras ella terminaba de
arreglarse para salir a dar la vuelta al centro, ahora es un joven guapo, alto
y con un carisma irresistible. Su personalidad borra a cualquiera que se le
ponga alrededor, con sus eternos chistes pelados y esa belleza que, día a
día, se graba más en el deseo de su cuñado. Daniel es chofer de Uber, flaco
y desgarbado. Esto es en lo que que acabó su prometedora carrera como
administrador.

Desde que se mudaron a la casa de su suegro, debido a su crisis


económica, Daniel y Alma se comenzaron a distanciar. Quizá en esos 10
años juntos, nunca estuvieron ni remotamente cerca: se hacían compañía
en sus sueños míseros, anhelaban salir adelante juntos y vivir en una casita
en Chapalita. “Con un niño y una niña”, decía la joven de preparatoria y
él solo asentía. Se casaron a los tres años de novios y no tuvieron viaje
de bodas. Se escaparon a un motel donde él la hizo suya, como tantas
veces. Siempre con la imagen de hombres en su cabeza, para lograr venirse
en interminables espasmos, haciendo esfuerzos supremos para que de su

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

boca no se escaparan nombres de otros hombres que siempre le gustaron:


vecinos, amigos de la universidad, actores y hasta algún desconocido con el
que tropezaba en las calles.

Desde hace cuatro años, el nombre que quiere salir, en un agudo


grito de placer, es el de Ismael, su cuñado.

Los años no les han dado hijos. Se acercan a los treinta y viven en
un cuarto minúsculo, en una planta alta asfixiante, que la comparten con
el asmático padre de Alma. El guapo hermano de su mujer duerme en el
sofá de la sala. “Sin pedos cuñado, aquí todos somos familia”, le dice de vez
en vez, cuando los ojos verdes de Ismael se topan con los de él. Cuando
regresa al amanecer del turno de chofer, lo encuentra en calzones en la
pequeña sala, viendo su celular entretenidamente.

Cuando entra Daniel en la sala, con la luz de las siete de la mañana,


Ismael siempre lo apaga con sonrisa pícara y le hace una plática con un
chiste picante. Daniel come el sándwich que su esposa le dejó en la cocina
y se sienta. Cuñados que comparten su vida cada amanecer: Ismael se
queja que no le gusta estudiar, que le urge ya dedicarse a ser barman de
tiempo completo. “Mi sueño, cuñado”. Pero su papá se lo prohíbe y le pide
que acabe una ficticia carrera de arquitecto, que dice estudiar. Daniel le
cuenta algo vago sobre la gente que subió al coche que maneja.

No pasan de 15 minutos y se despiden. Daniel sube los escalones,


despacio, mientras deja a su hermano político en la sala, casi desnudo,
mientras suspira al ver algo en su celular. Imagina que ve pornografía. Lo
excita ese pensamiento. Así que, sin hacer ruido, regresa sus pasos y lo ve
desde la escalera meterse la mano entre la trusa y tocarse, apresurado,
como si supiera que lo fuera a cachar el esposo de su hermana.

Daniel sube aprisa, en silencio y se mete a su cama. La erección le


duele, pero no puede hacer nada: no queda tiempo antes de que Alma
despierte y se meta a bañar.

Desde la semana pasada, lo de menos es si Daniel es bisexual o gay


de closet. Lo que de verdad consume su mediocre vida es no poder pasar
sus fines de semana en el sofá de la sala, sentado, abrazando a Ismael,
viendo partidos de fútbol.Y en las noches, desnudos, explorándose mutua-
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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

mente, jadeantes hasta el cansancio. Sin que existiera Alma, ni su suegro.


Solo ellos dos.

No es imposible su anhelo. No olvida que Ismael le acaba de contar


de sus “cuates”. En realidad, tipos que acaba “parchándoselos” donde
puede, para sacarles algo.

Se lo contó un amanecer que Daniel lo vio llegar al mismo tiempo.


Trastabillando le dijo “No lo sabe nadie cuñado. Confío en tí”. Ismael le
dice que siempre es sexo acelerado, casi mecánico, de pie, “para sacarles
lana a esos putos”.

Usualmente es en los baños del bar donde es mesero. A veces cae


en un motel. “Donde llevabas a la Alma”, le confiesa. Ismael es famoso por
lo guapo y el tamaño de su pene. Lo llaman El Torero, dentro de ese mundo
nocturno que cree controlar. El negocio de Ismael es regalarles dos cubas
en el bar California´s y caen rendidos ante su guapura. Acaba penetrán-
dolos con apenas saliva y ellos, hipnotizados por tal intercambio, acaban
dándole regalos: comidas en restaurantes argentinos, un par de Converse
a la última moda o algún fin de semana en Manzanillo, como le pasó con un
estudiante “closetero” del ITESO.

“Pero no me gustan los hombres, creo que ni las mujeres”, le dice


bajito mientras se confiesa.

Daniel, desde ese día, siente que un volcán lo consume. Se masturba


en el baño, solo, en las mañanas que nadie está en la casa, en la cama donde
Alma y él ya no se tocan. No dura mucho. El nudo en la garganta le apaga
las ganas y con trabajos logra hacer resbalar por sus dedos el semen.
Piensa en Ismael. Piensa en lo chichifo que es. Piensa que él no podría pa-
garle ningún regalo caro. Piensa que su mundo está retorcido y que no to-
lera pensar que el pene de su cuñado sea trofeo de muchos. Menos para él.

Una tarde, días después, Daniel hizo su maleta y se fue. Sin dejar ni un
recado sobre la cama. Alma se cansó de llamarlo y dejarle mensajes. Tam-
bién Ismael. “Cuñado, markame, plis. Si tienes pedos, los solucionamos”.
Ismael veía los mensajes con los ojos llorosos. Imaginaba que Daniel lo
extrañaba. Con el paso de las semanas, lo olvidaron.
...
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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

En un bar en Colima, Daniel encontró trabajo de mesero. Y las no-


ches de suerte, tiene sexo en el baño. Ninguno es Ismael. Ninguno es de
sonrisa encantadora y pies blancos. Pero se deja penetrar, sumiso, apenas
con saliva, para que resbalen los miembros duros de desconocidos. Solo
pide que le llamen “Cuñado”.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Visitando el infierno
Josué Vitales

Y ahí estaba yo, en el cuarto que pagaba mes tras mes, con el único
fin de ser un lugar para reposar en esta gran ciudad que refugiaba mi so-
ledad. Días antes me asesinaron sin arma alguna, mis ojos fueron ríos por
el engaño del antes dueño de mi corazón. Mi cabeza rodó por el suelo
mientras sus jodidas excusas bailaban en mis oídos. Claro, ahora yo era
el culero pendejo que nunca tuvo tiempo. Nunca creí que Richie, el de
los ojos bonitos, sería la causa de su infidelidad. Los vacíos emocionales
existen y Alex dejó uno muy grande en mi alma. Nada es para siempre.

A pesar de ello, comprendí que no todo era tan malo en Guadala-


jara, gracias a mi estancia estudiantil había conocido gente extraordinaria
que nunca soltó mi mano. Pero ese día el lamento se pausó, pues era de
aquellos en los que la lujuria te invade y penetra. Eran las 23:00 horas de
un domingo lleno de cruda y de ansias por llenar el lugar que me da placer,
mi ano. La lujuria poseyó mi cuerpo, mientras mi conciencia me invitó a
una búsqueda por la satisfacción. El remedio perfecto era lo “casual”, así
que entré a las apps donde hay amores pasajeros. Estaba tan necesitado
de sexo que mi cuerpo por sí solo se estimulaba, pero ni siquiera una cha-
queta era lo suficientemente buena para calmarme.

Tomé mi celular y la típica conversación se hizo presente, desde un


“Hola, ¿cómo estás?” hasta un “Cojamos, yo vergon ”, acompañado de sus
partes íntimas capturadas en fotos.

De pronto un mensaje llegó con título de perfil: “discreto”. Al verlo


quedé fascinado por su fotografía, era aperlado, barbón, buen cuerpo,
además de guapo. “Conozcámonos”, le escribí. Me respondió con una ubi-
cación. Sinceramente sentí algo de miedo porque, aparte de enviarme una
ubicación cualquiera y una foto de él, no tenía más información. No sabía

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

si acudir, no quería ser el “mujercito asesinado” o peor aún el “muere ma-


ricón en madrugada por prostitución” del periódico local. He visto notas
en donde la homofobia es causa de asesinatos. Pero después me dije: “no
creo que te pase nada Vitales. Wey, es Guadalajara, disfruta”. Así que pedí
Uber y me aventuré a lo desconocido. Era riesgoso y eso aumentaba mi
morbo.

Al llegar observé que tenía dos coches, anoté sus placas y se las envié
a un amigo por aquello de la seguridad. Le avisé al perfil “discreto” que
estaba ahí, abrió la puerta y mis nervios se intensificaron. El desconocido
estaba realmente guapo, grandote, portaba una camiseta de tirantes casi
transparente, que hacía notar lo moreno de sus pezones parados por el
frío de la noche, sus vellos en pecho eran una clara invitación a pecar; en
cambio, en su pants resaltaba su bulto frontal y sus nalgas redondas.

-“Pasa”, me dijo mientras paseaba sus ojos por mi cuerpo hasta llegar
a mi culo.
Al entrar noté que fumaba en una pipa de cristal que soltaba un
espeso humo blanco. Le pregunté qué era. Si no mal recuerdo, me dijo
que “mate”, ¿o era meta?”. No sé. Recordé entonces que un amigo de la
universidad siempre llevaba su té de mate.

-“¿Qué efecto tiene?”, le pregunté.


-Es como la mota, - respondió mientras acercaba la pipa a mi boca.

“No ha de ser tan malo consumirlo”, pensé, “nada es peor que una
traición”. Me atreví a fumarlo, al instante una energía caliente recorrió mi
cuerpo, una electricidad nubló mi cerebro. Mis ganas de follar eran infinitas
y al ver su bulto endurecerse, decidí quitarme el pantalón para dar paso
al desfogue.

-“¡Todavía no!”, me gritó con voz dura interrumpiendo mi desnudo.


-“Fúmale más”, insistió.

Al hacerlo no pude aguantar más la calentura y empecé a tocarme


por encima de la ropa. Se acercó con intención brusca, me cargó, me
llevó a su habitación y me lanzó a la cama. Mientras él fumaba me ordenó
que lo desnudara, lo hice. Después de darme dos toques más con su fa-

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

mosa droga, aproximó su entrepierna hacia mi cara, sacó su miembro semi


erecto y con él exploró mi boca.

-“¡Chúpala toda cabrón!”, dijo mientras sostenía su polla con su


mano izquierda.

Esa verga era enorme, era tan larga y tan gruesa que mis labios dis-
frutaban apretarla. Cada vez crecía y se endurecía más. Con su otra mano
tomó mi cabeza y controló cada movimiento hasta que mi saliva cubrió
desde la punta de su gran salchicha hasta sus pesados huevos.

-“¿Te gusta putita?”, él exclamaba mientras su glande rozaba mi


garganta. Entre gemidos y jalones de cabello me volteó poniéndome en
cuatro, tomó mis nalgas y la dilatación comenzó. Primero un dedo, luego
dos, después su húmeda lengua se deslizó desde mi nuca hasta mis nalgas
y terminó hundiéndola en mi ano, una y otra vez me lo lamía como si el
tiempo para comerlo fuese limitado.

-“¡Para el culo cabrón!”, me ordenó mientras me separaba las nalgas


acercando su miembro hacia mis paredes anales. Lentamente sentí como
mi culo abrazaba el grosor y la firmeza de su verga, llenándome de placer
constante.
-“¡Más rápido!”, grité. Los gemidos crecieron y retumbaron en las
paredes.
-“Vas a ser mi puta a partir de hoy, solo vas a coger conmigo, ¿enten-
dido?”, solo afirmé soltando gemidos al techo.

Se recostó sobre la cama y contraje el culo al ritmo que él inclinaba


mi cadera hacia su pelvis. Los límites en nuestros cuerpos desaparecieron
hasta fusionarse, todo mi deseo de esa noche estaba siendo complacido
por ese hombre con firmes músculos, grandes pectorales y lleno de sexo
disfrazado de pasión. Me sentí en el cielo.
-“¡Gime perra, gime putita!”, me ordenaba al golpear mi espalda con
sus puños, al ritmo que sus huevos chocaban contra mis nalgas.

El miedo, al igual que la excitación, comenzó a ser una constante,


pero no por eso dejó de ser tan disfrutable. Me escupía, me mordía la nuca,
me lamía y me ordenaba que hiciera todo lo que él me pedía.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

- “Soy casado putita, pero tú eres la dueña de mi verga”. Eso me ca-


lentó más. Cambiamos de posiciones varias veces y su sudor junto con el
mío despidieron un olor a corrupción.

Las horas se fueron volando. Cuando lo noté ya eran las 04:00 de la


mañana, pero su verga no dejaba de ser un motivo para quedarme.

-“¡Ah! ¡Ahh! Me voy a venir en tu culo, te voy a preñar mi putita.


¡Ahh! ¡Ahh!”.  Cerró sus ojos haciendo un gesto de satisfacción y sentí
cómo un chorro de leche inundó mis entrañas.
-“¡Ahhhh! ¡Qué rico papi!”, dijo mientras deslizaba su ahora flácido
miembro lentamente por mi agujero hasta sacarlo. Los mecos salieron
poco después escurriéndose por mi ano, fue por papel y me lo dio para
limpiarme.
-“Ya vete. Está por llegar mi esposa y mi hijo”. Al escuchar esto me
sorprendí. Coger con cabrones cuando tienes un compromiso familiar era
totalmente lo opuesto por la sociedad, recordé que yo también había pa-
sado por una deslealtad, pero el sentirlo tan dentro de mí y tan cerca me
hizo olvidar a aquel cabrón que rompió mi confianza.

Probablemente a él le sucedió algo similar y también me utilizó como


consuelo, o tal vez solo le gusta coger putitos. ¿Por qué no ser yo uno más
en su lista? Cada quien hace con su culo lo que quiere y fue uno de los
mejores encuentros que he tenido.Tomé mis cosas, me vestí y salí del lugar,
no sin antes agradecerle por su existencia a él y a Dios por el buen palo.

Son de esas veces en las que buscas un compañero para saciar esa
sed de sexo, misma que conlleva, también, el olvidar que nos han hecho
daño alguna vez. Es un amor por el cuerpo del otro, una búsqueda infinita
de sentir caricias, afecto; es el saber que hay alguien que puede disfrutar de
ti, de apreciar tu carne y de amar aunque sea por un instante tus suspiros
llenos de placer.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

La historia de un alma
perversa
Adriana Neri

Fue en el 2012. Era un día de verano, un día caluroso. Estuve en casa


todo el día. Bebí dos cervezas y encendí un porro mientras escuchaba
alguna playlist de mis bandas favoritas. Fue entonces que comencé a sentir
ganas de salir. Dispuesta a obtener un date esa noche, me alisté y me puse
mi mejor outfit.Ya pasaban las diez y decidí salir en busca de diversión.

Fui a un par de fiestas donde mi objetivo principal (que era obtener


un date), se vio interrumpido por mi deseo de platicar con amigos y co-
nocidos que me topaba; no voy a negar que de repente se me iba el ojo
coqueto cuando veía una chica que a mi parecer era atractiva.

Todo fue muy divertido hasta que la fiesta terminó y decidimos


buscar la mejor opción para el after. Ahí mismo conocí a una “bolita de
amigos” y salimos en busca de un antro gay; cabe mencionar que para la
hora que era, en la madrugada, no íbamos a encontrar otro sitio abierto
más que “Caudillos Disco Bar”.

Al llegar al lugar, los pocos o muchos que lo conocen, sabrán que


para esa hora hay un poco de espera; tal era la fila que alcanzamos a fumar
un par de cigarrillos mientras bromeamos un poco acerca del lugar y las
personas que íbamos a entrar. Me sorprendía mucho que no hubiera ruido
de música afuera; sin embargo no le presté tanta atención hasta que en-
tramos y pude intuir que tenían un truco de pared falsa o algo parecido,
puesto que el volumen era alto, pero muy bien sincronizado para que no
se escuchara afuera.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Estuvimos en el tercer piso bailando circuit hasta que decidimos


bajar para ver el show de dragas. Ahí me di cuenta que las personas con
las que iba conocían muy bien a las artistas en escena. Fue entre risas,
críticas, bufeos y gritos de “PERVERSA” que logramos casi morir de risa.
Mientras reíamos, me intrigué con la palabra “Perversa” y decidí pregun-
tarle a Valentina -¿Por qué te llaman perversa? A lo que ella respondió -
¡Soy una perra, mana!-.

Terminó su show y algunas de las personas con las que llegué habían
desaparecido del lugar.

Valentina nos invitó a mí y a otro conocido a su camerino. No dudé


ni un poco en conocer una que otra historia chistosa y por qué no, hasta
morbosa que ella nos narró.

A lo largo de la charla, me di cuenta que Valentina lo único que quería


era poder platicar de una manera seria con alguien que no fuera su público
común. Sin peluca, con maquillaje y las medias a mitad del abdomen se
sentó suspirando de una manera que pareciera que no iba a terminar. Nos
contó que de “PERVERSA” no tiene mucho en la vida, pues no puede ser
quien en realidad quiere ser, que el show y la actuación lo mantienen de
pie, puesto que ahí se siente querido; sin embargo le hacía falta una parte
importante para él, su familia. Habló de lo mucho que los quería mientras
se cambiaba de ropa. En ese momento y entre algunas copas, lo único que
yo podía pensar es que a veces juzgamos o creemos que la mayoría de las
personas se encuentran bien, pero al final no sabemos qué pueden estar
pasando en su día a día. Valentina terminó concluyendo con un “Basta de
dramas, que de aquí no salgo sin marido”, y salió del camerino.

Me causó intriga la situación, puesto que yo era una persona que


criticaba sin antes detenerme a pensar si esa persona está pasando por un
mal rato. Ahora entiendo a las almas perversas.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Domingo en Grindr
Emmanuel Medina Guerra

Los domingos por la tarde, Toño se conecta en su smartphone a


Grindr. La red social para ligues homosexuales es un escaparate que bulle
de hormonas, de fotos de torsos desnudos, algunas caras cubiertas con
lentes de imitación Ray-Ban, algunos prostitutos que cobran 1,200 la hora,
“Depositas en el OXXO la mitad”, dicen en el chat. “La otra mitad al
acabar el trabajo: todo en una hora, máximo”.

Pero Toño busca algo más auténtico, “quizá de aquí saque un novio”
pensó. Un conocido le dijo que un amigo de su primo así le hizo. Todos
ahí son gay y había encontrado buenos ligues. Sabía que mentían en sus
descripciones, pero se conformaba con conocer a alguien, ver pornografía
desnudos; y claro, un buen faje, incluida una mamadita, por supuesto.

Pero han pasado semanas y nada para Toño. Saluda en diversos per-
files, algunos le regresan el “hola”, platican un poco; pero luego nada. Unos
le preguntan si tiene lugar: él les dice que sí. Vive con un roomate, pero
nunca está. Otros ni siquiera contestan. Él piensa que quizá no es dema-
siado guapo: tiene 32 años, trabaja en Oracle y sí, está pasado de peso.

En la chamba le dicen El Panda. Mide 1.90 y pesa casi 130 kilos, pero
al amor no le importa el peso, Toño tiene mucho corazón para dar.

Es tarde, casi a las siete. Un chichifo le manda mensaje “¿Quieres


pasarte un buen rato? No salgo caro”. Toño piensa que tiene un dinero
guardado. “¿Qué ofreces?”, le pregunta, “lo que aguantes, papasíto”.Toño le
dice que es activo. “A ver, manda foto”. Toño busca en su archivo del telé-
fono la imagen donde se vea menos ancho. No encuentra. Se quita la ropa,
se queda en calzones y se toma una desde arriba. La manda. “Ay, rey, estás

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

muy gordo: te sale en 800 pesos una hora. Me trepo en ti y me la metes”.

La oferta del chichifo le parece tentadora.

“¿Cómo te llamas?”, pregunta Toño. “Sin nombres, papá”. Toño duda,


pero las ganas son las ganas. “Tengo lugar: vivo en Pedro Moreno”, final-
mente le escribe. “Manda la ubicación exacta y te caigo en media hora”.
Toño empieza a sentirse excitado: apenas le daría tiempo de bañarse.
Manda su ubicación.“Ok, ahí te caigo.Ten listo el condón y lubricante”.“No
tengo”, dice Toño. “Te salen 100 pesos extra sin condón y sin lubricante”.
Toño acepta. Se mete a bañar y se empieza a tocar en la regadera: acepta
que su pene es chico, para la media nacional. Trata de excitarlo y jalonearlo
para que se vea más grande. Decide rasurarse, así se ve más. Todo el pro-
ceso tarda 25 minutos. Estrena ropa interior... Suena el timbre. Contesta el
interfón: “Soy yo, abre”. El tono imperativo le chirría un poco, pero abre la
puerta. Escucha subir las escaleras y tocar a su puerta.

Es blanco. Mide 1.75 metros, es delgado y trae una mochila. “Hola,


papá, ¿estás listo?”. Apenas cierra la puerta el chico se baja los pantalones:
no trae ropa interior y le muestra un miembro adormecido, pero enorme.
Toño no le despega la vista hasta que escucha: “el dinero papá, y empe-
zamos”. Toño va y busca al cuarto. El joven lo sigue y Toño se siente inva-
dido, amenazado. Abre un cajón, sintiendo la mirada del joven saca varios
billetes. El chichifo se los arrebata,Toño se asusta. Hay como dos mil pesos
ahí. El joven cuenta 8 billetes de cien y le regresa lo demás: “Seré muy puto,
pero soy honrado. Por cierto, soy Mario”. Toño está desconcertado ante
ese gesto. Por un segundo pensó que lo asaltaría. Pasa mucho en Grindr.

Deja de pensar en todo al ver a Mario quitarse la playera y mostrar


un cuerpo trabajado. Músculos bien formados y un pecho rasurado, pla-
gado de pecas. Toño sigue en ropa interior cuando Mario lo abraza y lo
empieza a besar en las orejas, mientras su mano se cuela en sus bóxers.
Su pene despierta ante los delgados dedos de Mario que tiene una pe-
ricia asombrosa, pues mientras lo está masturbando le baja los calzones.
“Quítate la playera”, le dice Mario y al hacerlo, Toño siente en su tetilla
izquierda una mordida. “Eres un pastelote, papá”, le dice Mario.Toño piensa
que es una frase hecha para cobrar su labor, pero siente que Mario está
excitado de verdad. Su pene se alza como una lanza enorme y empieza a
enrojecer mientras se besan, los dos parados, junto a la cama.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Mario lo lanza al colchón y ya desnudos fajan sin parar. Las manos


y las bocas encuentran diferentes densidades. Mario suda mucho y Toño
siente un olor animal que lo hace lanzar un suspiro. “Todo bien, ¿verdad
papá?”. “Llámame Panda”, le dice Toño. “Mi Panda”, dice Mario y se avoca al
sexo oral. Toño siente que está en el cielo, mientras agarra el pelo crespo
de Mario para hacerlo subir y bajar. Con lo que ha pasado, siente que ya
desquitó los 800 pesos. La boca de Mario es la cueva de Alí Baba y el Panda
siente que todo su miembro es un monumento de sensaciones.

“No te vayas a venir Panda: quiero que me la metas”, le dice Mario


mientras se acomoda encima de Toño que siente las apretadas nalgas de
Mario. La apertura caliente por donde tiene que entrar lo excita tanto
que siente que se viene. Mario le pone saliva y se deja embestir. Lanza un
gemido. Toño empuja y siente el cielo que se escurre entre saliva, sobre
sus piernas. Es su líquido lubricante. Mario lo monta con los ojos cerrados
y le toma la mano. “Jálamela papá”. Panda necesita las dos manos porque
la lanza de Toño es ancha y está bañada en líquido preseminal. Todo es
como en las películas que ve a solas, en sus masturbaciones solitarias. Una
lágrima discreta de emoción le resbala y empuja con más fuerza.

De manera asombrosa, el semen de los dos hombres sale a chorros


interminables, casi al mismo tiempo entre los gemidos ahogados de Toño
y los agudos de Mario. Han pasado 25 minutos.

Mario se echa a un lado en la cama y Toño siente que sus piernas


tiemblan sin parar. No se ha cumplido la hora, pero con eso tiene sufi-
ciente. No pide más. No podría. Se atreve a frotar sus anchos pies con
los largos de Mario. “Wey, prende la tele y la vemos un rato, mientras nos
recuperamos”. “Te vas a tardar más y yo no tengo…”. “Cálmate, Panda,
apenas son las ocho de la noche. Los dos nos la vamos a pasar muy bien.
Y ya no te voy a cobra más”. Quizá Mario decida quedarse y regrese otro
día sin que le tenga que pagar, piensa Panda.

Son milagros raros, poco comunes, pero posibles en la red social de


putos.

Panda enciende la tele y está empezando “Juego de Tronos”. “No


mames, me prende esa serie: la veo pirata”, dice Mario. Panda siente que ya

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tiene con qué tentarlo para el siguiente domingo.

Habrá botana y lubricante.

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Descubrimiento
Juan Manuel Buenrostro Terán

De pequeño solía sentirme extraño, diferente, o con algún defecto.


No me gustaban las mismas cosas que a mis compañeros: el fútbol, los
programas de televisión, los juguetes y demás cosas que eran “normales”
en los niños.

Conforme crecía me daba cuenta de otros aspectos en lo que mis


amigos parecían tener gran certeza, “la atracción por las mujeres”. Creía
que quizá no había encontrado la chica indicada, aunque la verdad, en-
contraba más atractivos a mis amigos o compañeros. Me ponía nervioso
cuando hablaba con alguno, no sabía cómo describir el sentimiento, pero
al mismo tiempo, me sentía culpable, sentía que estaba mal, que no era
correcto que me gustaran.

En el bachillerato me concentré en mis estudios. Aunque había al-


gunos chicos que me atraían, no les decía nada, solo los observaba a lo
lejos, me resultaba lejano el tener una relación de noviazgo. Tenía miedo
que alguien se enterara, que me excluyeran por ser “diferente”. Tenía
miedo a la sociedad por provenir de un pueblo con costumbres e ideolo-
gías muy arraigadas; no imaginaba cómo lo tomarían, sobre todo, porque
formaba parte activa en grupos parroquiales: el grupo de teatro, el grupo
juvenil y el grupo de catequistas. Sabía la postura que la religión tenía sobre
la homosexualidad. Me sentía sucio el simple hecho de pensar en hombres,
me sentía mal, como si tuviera una enfermedad o algo, por no ser como
los demás.

En casa, la situación no parecía complicada, no solían tocarse temas


al respecto, ni para bien ni para mal. Aunque en alguna ocasión mi mamá
llegó a comentar sobre algunos amigos con “preferencias distintas” de
cuando era joven; decía que sufrían mucho porque sus familias no los

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

aceptaban. A uno de ellos dejó de hablarle su padre, porque no aceptaría


un “joto” en la familia.Yo tenía miedo que ella se enterara que yo también
era “un joto” en la familia.

Nadie sabía sobre mis preferencias, no me sentía cómodo para con-


társelo a alguien. Además, ¿cómo se explica? Los heterosexuales no se
preocupan por esas cosas; la sensación de nervios cuando el corazón late
muy fuerte y quieres gritarlo a los cuatro vientos, para dejar de sentir
la gran presión como si se tratase de una tonelada encima, del miedo
intenso que te cuesta pasar saliva y decirles a tu familia o amigos, “¡Soy
homosexual!”.

En la universidad, gracias a las redes sociales, conocí a un chico. Re-


cién había cumplido los 19 años y él tenía 16. Él era de un municipio
colindante. Decía que le atraían los chicos, que vio mi foto y le gusté. Eso
me resultaba extraño, nunca antes me habían dicho un cumplido, menos
un chico. Comenzamos a mensajearnos y comencé a crear un vínculo afec-
tivo hacia él, quería conocerlo, platicar, ir a un parque o a comer, y quizá…
pudiera darse la oportunidad de dar “mi primer beso”.

Nos conocimos en persona, pero yo como él, también estaba en


el clóset. Salimos como dos amigos que platican en el parque. Luego de
conocernos, nos distanciamos. Pero antes de ello entablé amistad con su
amiga; ella malinterpretó las cosas, pensó que coqueteaba con ella, me
declaró que le gustaba. No sabía qué hacer o decir, fui lo más sincero
que pude y le conté sobre mi situación. Le mencioné que me agradaba su
amistad pero que no podía corresponderle. Le pedí que guardara el se-
creto, que aún no lo sabía nadie más. Fue la primera persona que sabía que
yo era homosexual. Sentía un mar de emociones que me ahogaban dentro,
sentía miedo que fuera a contarle a alguien más, pena por no ser lo que
esperaba, incertidumbre de lo que fuera a pasar, pero también comenzaba
a sentirme libre.

Pasaron unos años y en una de las redes sociales, seguía una página
con contenido LGBT+ que rápidamente fue creciendo, llegando a tener
más de 100 mil seguidores. Publicaron una convocatoria para buscar a su
próximo administrador. Revisé la información y vi que tenía que escribir
una historia que publicarían con una imagen que elegiría el administrador.
Las subirían y el público votaría por la mejor. La más votada sería la gana-

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

dora del concurso y el nuevo administrador.

Estaba en un dilema, participar en la convocatoria y que alguien se


enterara que seguía una página con contenido LGBT+, o no participar;
aunque me encantaba escribir y quería pertenecer al grupo de administra-
dores. Luego de meditarlo por mucho tiempo, decidí escribir sobre lo que
sentía.Tenía una ventaja, el escrito podía ser publicado con un pseudónimo,
eso me ayudaría a ocultar mi identidad.También decidí que no compartiría
el enlace, para que no sospechara nadie. Además, si ganaba la convocatoria,
que fuera porque les había agradado a los lectores.

La historia que escribí fue un gran desahogo para mí, fue la forma de
contarle a todos lo que me ocurría; el remolino de emociones que sentía
en mi interior desde hace años y que no podía contarlo abiertamente por
miedo a ser señalado o excluído.

Había terminado la historia, redacté el mensaje, busqué el archivo en


mi computador para enviarla al administrador. Di un largo suspiro. Cerré
ojos y presioné el botón de enviar. Estaba muy nervioso por lo que había
hecho y esperé unas horas a que publicaran la historia. ¡Por fin!, sentía
cómo la tonelada que me asfixiaba se hacía más ligera; por fin podía res-
pirar luego de estar bajo los escombros mucho tiempo. Eso sucedió el 04
de febrero del 2013, día que quedó marcado en mi memoria, a mis 22 años,
fue cuando decidí romper esa puerta de metal que había colocado en mi
clóset mental.

Pasaron algunos días. Una noche, minutos antes del 14 de febrero.


Mi mamá comentó en una publicación “¿Y para cuándo la novia?”, no sabía
qué decir o qué hacer. Me armé de valor, copié el enlace de la historia y se
la envié por mensaje privado, “Creo que antes de presentarte a alguien…
deberías saber algo…”, le escribí.

Se encontraba en su habitación y yo en la mía, no sabía cómo lo to-


maría, estaba muy ansioso. Los minutos se hacían eternos, no sabía si ya la
había leído o no, mi corazón se aceleraba mientras mi cuerpo se hiperven-
tilaba a cada minuto, mi mente creaba varios posibles escenarios sobre lo
que sucedería. No había vuelta atrás. Sentía como si se detuviera el tiempo,
mientras mis ojos no quitaban la vista de la ventana de chat a la espera.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Luego de varios minutos, escuché abrir la puerta de su habitación,


salió y se dirigió hacia la mía. Me habló, la miré y pude ver lágrimas en sus
ojos, me acerqué temeroso, me abrazó fuertemente diciendo: “No sabía
por todo lo que pasabas, me siento muy orgullosa de ser tu madre, eres
un gran hijo, seas como seas siempre te voy a querer. Siempre serás mi
hijo, no importa quién te guste, y si alguien quiere hacerte daño, estaré ahí
como una leona para defenderte. Te quiero mucho”. El simple hecho de
abrazarme, significó mucho para mí; no era una persona que expresara su
cariño de esa forma y sus palabras hicieron correr las lágrimas de mis ojos.
Fue uno de los mejores momentos en mi vida.

Nos secamos las lágrimas, se dirigió a la cocina, tomó un poco de


agua y al regresar a su habitación se acercó conmigo y me dijo: “Oye, pero
no eres de los que se visten como mujer, ¿verdad? No porque me moleste,
sino porque tuve varios amigos así y suelen sufrir mucho. La sociedad
no comprende del todo lo que sucede y no quisiera que sufrieras como
ellos.” Luego le dije: “No, no me siento como una mujer en el cuerpo de
un hombre. Sé que es muy complicado para ellos, como dices, la sociedad
aún no comprende del todo muchas cosas, siente miedo hacia lo diferente,
porque no las conoce, porque no lo comprende”.

Me sentí libre. No esperaba esa reacción. Pensé en los peores esce-


narios y no en que sucediera así. Luego de eso, comencé a decirles a mis
seres queridos sobre mi historia. Recibía mucho apoyo. Algunos comen-
taban que no comprendían del todo, pero querían saber más. Comenzaron
a preguntar cómo me di cuenta de ello, si había tenido alguna pareja o si
había tenido relaciones sexuales. Entendí que igual que para mí fue un
proceso aceptarme y poder decirlo a los demás, también para ellos sería
un proceso. Debía darles el tiempo para asimilarlo.

Un día en la universidad, durante el receso me encontraba con cuatro


de mis compañeros. Les conté sobre mis preferencias y platicamos largo
rato. Al final les comenté que el día siguiente se celebraba el día contra la
homofobia y la transfobia. El color para apoyar la causa era el morado, y si
querían, podían apoyar vistiendo una prenda del tono.

Al día siguiente, la primera clase era en el laboratorio de cómputo.


Vi a mi amiga sentada con una blusa morada y accesorios ad hoc. Me emo-
cioné mucho al verla, sentí su apoyo, no solo conmigo, sino con la causa.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Luego de un momento llegaron dos compañeros que estaban siempre


juntos y se sentaron en la mesa opuesta, uno de ellos era muy machista.

Luego llegó otra compañera con su blusa morada y al final un buen


amigo, que no creí que fuera a llevar playera morada para apoyar la causa.
Me alegré mucho por su apoyo. Le dije: “Gracias de verdad, significa mucho
para mi”. A lo que respondió: “No fue por ti, solo que no tenía otra camisa
qué ponerme”. Luego de decir eso, hizo una sonrisa de complicidad, sabía
que no era porque no tuviera otra playera, nunca había llevado alguna de
ese color.

Entró el profesor al salón y el compañero machista volteó a vernos:


“¡Ay ternuritas! Se pusieron de acuerdo para venir vestidos del mismo
color, ¿en qué grupo van a tocar?”, a lo que le respondí: “No vamos a tocar
en ningún grupo, es en apoyo al día contra la homofobia y la transfobia”.
“Yo no apoyaría esa causa, ni que fuera gay, ¿o ustedes lo son?”, dijo él; “¡Sí,
lo soy! Y si no lo fuera, ¿qué tiene de malo en apoyar la causa?”, respondí
con toda seguridad. Mis compañeros me apoyaron. Después de eso, el
profesor irrumpió la discusión para señalar que no por tener preferencias
distintas debemos ser señalados, marcados, o agredidos, que todas las per-
sonas formamos parte de una comunidad, y sobre todo, debe existir res-
peto entre todos. El compañero se quedó callado sin argumentos. Luego
de algunos años más de universidad, se disculpó por sus comentarios.

Al terminar la universidad, decidí dejarme crecer el cabello. Me gus-


taba, sobre todo, lo rápido que crecía. Al año, ya lo sujetaba con una liga.
Hubo personas que no tomaron a bien mi decisión. Comenzaron a cues-
tionarme del por qué, hacían conjeturas sobre si lo decidí para transfor-
marme en mujer, si de noche me travestía, si lo quería para trenzarlo, ri-
zarlo o hacerle cualquier cosa. Era tanto el morbo, que me lo preguntaban
constantemente, a lo que siempre respondía: “No tengo porqué darte
explicaciones”.

Donde más me sentía atacado era en los grupos religiosos, recibía


diferentes comentarios, algunos con argumentos bíblicos, de por qué debía
cortarme el cabello. Aún así, seguía dejándolo crecer, yo sabía mis razones.

Hace un año, comencé a usar rebozos, trenzarme el cabello y usar


tocados de colores vivos. Me encanta hacerlo, representa nuestra cultura,

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

nuestras tradiciones. El outfit que más me gusta es una diadema de trenza,


tocado de flores, rebozo colorido y una barba definida. A pesar de vivir en
un pueblo tradicionalista, que si bien, sí hay personas que no comparten
esas ideas o hasta las reprochan, gran parte de la comunidad a aceptado
la diversidad de género y preferencias sexuales, ha sido un gran avance en
los últimos años.

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

Primeras veces
Paco Alférez Lomeli

Dicen que todos tenemos al menos un talento. Aunque me gusta


pensar que soy una persona de muchos, creo que el más importante es
que siempre recuerdo mis primeras veces.Y no dejes que tu mente se vaya
tan lejos, porque hablo de muchas otras cosas, más de las que te imaginas;
cómo recordar la playera que tenía puesta mi crush cuando lo conocí, las
primeras palabras que me dijo mi mejor amiga, o el primer desayuno que
tuve como universitario. Este es un relato de las primeras veces que he
vivido al ser un hombre que se enamora de otros hombres.

Nunca voy a olvidar la primera vez que hablé con mi mamá sobre mi
sexualidad.Yo tenía 16 años y la acompañé a comprar unas cosas al Centro.
Ella vestía una de sus blusas de flores y yo todo de negro, como si por la
mañana hubiera presagiado la muerte de mi clóset. El sol ya nos estaba
quemando la cara y mientras caminábamos para llegar a la estación del
tren ligero me asaltó con la pregunta:“¿ayer saliste otra vez con tu amigo?”.

La cabeza se quedó vacía al momento y entre las dos únicas opciones


–que básicamente eran responder honestamente o lanzarme de una buena
vez al tráfico de avenida Juárez–, opté por alzar mi bandera de la hones-
tidad (demasiado honesta): “¡Sí!” «le respondí», para después agregar lo
completa y absolutamente innecesario: «ya somos novios». En mi mente
volaron pelos, sangre y sudor; pero en la vida real y con una mamá que se
las olía desde que tenía 5 años, solo obtuve un: “pues cuídate mucho, no
vayas a creer que es todo risas”.

Muy buen consejo, uno que me hubiera servido mucho cuando a los
18 años me bañé, me peiné y me perfumé para estrenar mi IFE (INE, para
los niños de hoy), en nada más y nada menos que Babel (un antro recono-
cido de Guadalajara). Según yo, me vestí con lo más joto que tenía en el

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

clóset porque quería que todo mundo supiera que yo había llegado ¡arra-
saaaaaaando! Así que agarré mi pantalón más pegadito y mi camisa azul de
guapo, para que nadie en el lugar pudiera decir que no lo había dado todo.

Entonces llegué a la fila y recibí el primer golpe, uno que me dice que
nunca voy a ser el más perfumado, ni el más vestido, ni el más peinado y
muchísimo menos el más joto del antro. Agarré mi dignidad y entré por
la puerta de uno de los lugares más maravillosos que conoció mi yo de
18 años. No hay forma de describir correctamente lo que sentí en ese
momento, cuando vi la oscuridad que se teñía de colores, la música tan
alta, que sentía las ondas rebotar por todo mi ser, el humo que rodeaba los
cuerpos y las incontenibles ganas de bailar.

Lo que sentí esa noche solo se ha repetido en contadas ocasiones.


Esa sensación brutal de libertad en la que no importa nada, cuando sabes
que no importa lo que hagas, el cómo bailes, ni el cómo cantes, porque por
fin estás donde perteneces. De esa manera me entregué por primera vez
a la música y al alcohol, rodeado de personas desconocidas pero al mismo
tiempo muy cercanas, a las que no temo y de las que no huyo. Porque
somos simplemente nosotros, los “ellos” de todos los que están afuera.

Así que bailé, y tomé, y bailé, y tomé hasta que no pude más. De
pronto estaba perreando y me caí completo, llevándome conmigo una
de esas mesitas cilíndricas que tenían en ese entonces. Como pude me
levanté y entré por primera vez al baño, ese mágico lugar de borrachos
donde por fin podía ver bajo la luz blanca las caritas preciosas de los hom-
bres que me habían estado cautivando toda la noche. Entré tambaleando
a uno de los cubículos y perdiendo toda gracia, me puse a vomitar. Ya no
pasaron muchos minutos entre eso y que me subí a un taxi para regresar
a mi casa, muy destrozado, pero muy feliz.

Ojalá así de feliz hubiera llegado a La Estación (lugar de encuentro),


la primera vez que por fin tuve el valor suficiente para entrar a ese paraíso
de calenturientos, a esa acogedora casita amarilla que se difumina discreta
sobre la misma avenida que se adorna con muchos otros negocios donde
también se come muy rico. Ahí hace falta mucho valor y mucho calor in-
terno, para tocar el timbre y cruzar la puerta negra por primera vez.

Recuerdo que yo leí todo sobre el mágico lugar en un sitio de in-

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Sarao_ Historias tapatías LGBTQ+

ternet sobre cruising. Apenas había leído la mitad, cuando ya sentía que
las orejas se me estaban quemando. Aun así, tuvieron que pasar como 4
meses hasta que un día, con unas rayitas de alcohol encima, me animé a
acudir, por fin. Llegué, apreté el timbre y algunas otras partes de mi cuerpo.
Abrieron y percibí de inmediato ese inconfundible olor a sexo. Pagué mis
30 pesitos y comencé la exploración del lugar.

No voy a mentir y decir que me encantó, pero ciertamente hubo


algo en el lugar que me hizo sentir que había valido la pena. Sentir a tantos
cuerpos tan cerca, escuchar la respiración agitada a través de las delgadas
puertas de las cabinas y saber que a unos pasos están pasando miles de
cosas; todo te llena de una sensación de satisfacción muy grande. Pero
cuando te vas, no te llevas solo el placer, sino también la preocupación de
estar cargado otro regalito desafortunado.

Y desafortunado hubiera sido no aprovechar todas las experiencias


que me ofrecían las calles (y rincones) de esta bonita ciudad, de esta Gua-
dalajara que a veces nos quiere mucho pero a veces no nos quiere nada.
Desafortunado sería no vivir la libertad de una vida por la que han luchado
y por la que seguimos luchando, para tener el gran privilegio de ser noso-
tros, de caminar las calles bajo la luz del día, pero también de bailar des-
enfrenados, cobijados por la oscuridad de la noche. Afortunado, dichosos,
de seguir viviendo una historia de colores que no para, que está viva en
nuestras experiencias: en la primera, en la segunda y en todas las veces.

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Sarao_
Historias tapatías LGBTQ+
Coordinador: Rob Hernández

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trabajo, siempre y cuando se respete el derecho de cada autor y dando
debido crédito a la fuente. Esta publicación es realizada para fines mera-
mente culturales y de divulgación, sin fines de lucro”.

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