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Diez textos desaparecidos - Edgardo Civallero

01. Los Libros Sibilinos

Los Libros Sibilinos (en latín, Libri Sibyllini) fueron una


colección de profecías oraculares ―las más antiguas
conservadas― recogidas en hexámetros y en griego, cuya
autoría, según la tradición, se atribuye a la Sibila Helespóntica
en tiempos de Ciro el Grande (600-530 a.C.). Esa profetisa de
la antigua región conocida como "Helesponto", oráculo del dios
Apolo, residía en Gergis, ciudad de la Tróade (actual Anatolia,
Turquía asiática) ubicada a los pies del mítico monte Ida (en
donde, entre otras cosas, tuvo lugar el legendario Juicio de
París).

Del templo de Apolo en Gergis, lugar en donde era preservada,


la colección pasó a Eritras, en Jonia (en la misma Anatolia), en
donde estuvieron en manos de la sibila local, y de allí llegaron a las de la Sibila de Cumas, una colonia griega cerca de
la actual Nápoles (Italia). Esta sibila tuvo un rol esencial en la historia de la temprana Roma, según lo narra Virgilio en
la Eneida. Uno de los más famosos episodios de ese libro explica cómo el último rey de Roma, Tarquino el Soberbio,
adquirió los Libros Sibilinos de la adivina.

Según el relato, la mujer ―una anciana extranjera y desconocida, recién llegada a Roma― ofreció al monarca, el año
de los 50º Juegos Olímpicos, los Libros, que eran nueve volúmenes de profecías. Ante la negativa de este, por ser el
precio muy elevado, la sibila quemó tres y ofreció el resto por el mismo precio. Nueva negativa y otros trestomos
desaparecieron. Tarquino adquirió los últimos tres al precio original, y la anciana no volvió a ser vista.

Los ejemplares fueron guardados en una bóveda bajo el Templo de Júpiter en la Colina Capitolina. El Senado romano
mantenía un control estricto sobre los Libros. Al principio estaban al cuidado de dos patricios, pero desde el 367 a.C.
fueron vigilados por 10 custodios, la mitad patricios, la mitad plebeyos. Más tarde el número aumentó a 15 (los
quindecemviri sacris faciundis), generalmente ex-pretores o ex-cónsules. En tiempos de crisis, y a pedido del Senado,
estos funcionarios consultaban los volúmenes. No buscaban predicciones exactas de eventos futuros, sino las
indicaciones religiosas necesarias para evitar calamidades extraordinarias y para expiar culpas que señalaban ciertos
fenómenos (cometas, terremotos, plagas, etc.).

Los libros originales se perdieron en el incendio del Templo de Júpiter del 83 a.C. En el 76 a.C. el Senado romano
envió mensajeros a buscar textos similares a Eritras, Samos, Sicilia y algunos puntos de África, según narra Tácito. La
nueva colección sibilina se depositó en el templo reconstruido, junto a cierto número de oráculos indígenas.

Augusto los transfirió, en el 12 a.C., al Templo de Apolo en la Colina Palatina, donde estuvieron hasta el 405 d.C. De
acuerdo al poema De Reditu de Claudio Rutilio Namaciano, el general Flavio Estilicón habría ordenado quemarlos ese
año, aunque la historia no ha podido ser verificada y se desconocen las razones ¡que podrían haber motivado tal
acción: algunos autores sugieren que los textos habrían sido usados por miembros de la corte del emperador Honorio
para desprestigiar al general, y otras señalan que el militar no habría querido que cayeran en poder de los alanos,
suevos y vándalos que, al mando de Radagaiso, amenazaban con tomar Roma en aquella época.

Algunos versos sibilinos auténticos ―unas 60 o 70 líneas― se conservaron al final de una pequeña obra titulada De la
longevidad, del escritor lidio Flegón de Trales (siglo II d.C.).
DICCIONARIO DE MITOLOGIA GRIEGA Y ROMANA - PIERRE GRIMAL
SIBILA (Σιβύλλη).

Sibila es, esencialmente, el nombre de una sacerdotisa encargada de enunciar los oráculos de Apolo. Existe gran
número de leyendas acerca de «la» o «las» Sibilas. Según ciertas tradiciones, la primera Sibila era una joven de este
nombre, hija del troyano Dárdano y Neso, hija ésta de Teucro. Dotada del don profético, había gozado de una gran
reputación de adivina, y se daba el nombre de Sibila en general a todas las profetisas.
Otra tradición pretendía que la primera de todas las Sibilas, desde el punto de vista cronológico, no era esta troyana,
sino una hija de Zeus y Lamia — hija ésta de Posidón —, a quien los Libios pusieron el nom bre de Sibila y que en su
tiempo formulaba oráculos. La segunda Sibila fue Herófila (v. este nombre). Era oriunda de Mar peso, Tróade, hija de
una ninfa y de un padre mortal. Había venido al mundo antes de la guerra de Troya, y había dicho que Tróade sería
asolada por culpa de una mujer nacida en Esparta (Helena). En Délos existía un himno que ella había compuesto en
honor de Apolo, en el cual se llamaba «esposa legítima» del dios y la vez su «hija». Esta Sibila pasó la mayor parte de
su vida en Samos, pero también estuvo en Claro, Délos y Delfos Llevaba consigo una piedra, sobre la cual se subía
para profetizar. Murió en Tróade pero su piedra se encontraba en Delfos donde era mostrada en tiempos de Pausanias.

La más célebre de las Sibilas helénicas es la de Erítras, en Lidia. Su padre se llamaba Teodoro, y su madre era una
ninfa. De- cíase que había nacido en una gruta del monte Córico. Inmediatamente después de su nacimiento, creció
de pronto y se puso a profetizar en versos. Muy joven aún, sus padres la consagraron, contra su voluntad, al templo
de Apolo, Había vaticinado que sería muerta por una flecha de su dios. Vivió, según dicen, nueve vidas humanas, de
ciento diez años cada una.

Una tradición pretendía que esta Sibila de Eritras era la misma que la de Cumas, en Campania, que desempeñó un
papel importante en las leyendas romanas. Esta Sibila italiana tan pronto era llamada Amaltea, como Demófila o
Herófila. Formulaba sus oráculos en una gruta. Apolo le había concedido el privilegio de vivir tantos años como
granos de arena pudiese contener su mano, a condición de no regresar nunca a Eritras. Por esta razón se había
instalado en Cumas. Pero habiéndole enviado los eritreos, por error, una carta cuyo sello era de tierra de su país,
murió al ver este trozo de su patria. También se contaba que habiendo pedido una larga vida a Apolo, que la amaba y
había prometido concederle la satisfacción del primer deseo que expresara, se había olvidado de pedirle al mismo
tiempo la juventud. El dios se la ofreció a cambio de su virginidad, pero ella rehusó. Así, a medida que envejecía, iba
volviéndose más y más menuda y seca, hasta que terminó pareciendo una cigarra, y la encerraron como un pájaro en
una jaula, colgándola en el templo de Apolo de Cumas. Los niños le preguntaban; «Sibila, ¿qué quieres?». Y ella,
cansada de vivir, respondía; «Quiero morir».

De la Sibila de Cumas se decía que había ido a Roma durante el reinado de Tarquino el Soberbio, llevando hasta
nueve colecciones de oráculos. Ofreció vendérselos al rey, pero éste rehusó por encontrar excesivo el precio. A cada
negativa, la Sibila quemaba tres de ellas. Al fin Tarquino compró las tres últimas y las depositó en el templo de Júpiter
Capitolino. Cumplida su misión, la Sibila desapareció. Durante la República, y hasta la época de Augusto, esos «
libros sibilinos » ejercieron gran in- fluencia en la religión romana. Eran consultados en caso de desgracia, de un
prodigio o de algún acontecimiento extraordinario. Se encontraban entonces en ellos prescripciones religiosas:
introducción de un nuevo culto, sacrificio expiatorio, etc., destinados a salir al paso de la situación imprevista. Unos
magistrados especiales estaban encargados de la conservación y consulta de estos libros. En la Eneida, Virgilio da a
la Sibila de Cumas por guía a .Eneas cuando su descenso a los Infiernos.

Existía otra Sibila de menos renombre, en Samos. Llamábase Fito. Sobre la Sibila hebraica, v. Sabe.

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