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Cibeles, con el Palacio de Linares al fondo (Madrid, España).

Originalmente una diosa frigia, Cibeles (en griego antiguo Κυβέλη Kybélê) era la diosa de
la Madre Tierra que fue adorada en Anatolia desde el neolítico. También se la consideraba
la personificación de la fértil tierra, una diosa de las cavernas y las montañas, murallas y
fortalezas, de la Naturaleza y los animales (especialmente leones y abejas).
En la mitología griega, dado que su figura ya estaba representada por otras divinidades,
esta diosa tuvo que ser readaptada para integrarse en los mitos ya existentes, hasta el
punto de que muchos autores la consideraban el mismo personaje que Rea, la madre de
los dioses. El mito más conocido en el que aparece es el de Atalanta e Hipómenes. De
acuerdo con la mitología griega, fue Cibeles/Rea quien inició a Dioniso en su culto
misterioso.
Su equivalente romana era Magna Mater, la Gran Madre o Idæa mater («Madre del Ida»).
Su título «Señora de los Animales», que también ostentaba la Diosa Madre minoica, revela
sus arcaicas raíces paleolíticas. Es una deidad de vida, muerte y resurrección. Su
consorte, cuyo culto fue introducido más tarde, era Atis. Se trata de una de las principales
diosas de las antiguas culturas del Oriente Próximo. En la mitología griega también es
conocida como Δαμία (Damia).
Se la representa con vestimentas frigias y una corona con forma de muralla. Porta las
llaves que dan acceso a todas las riquezas de la tierra. Monta un carro que simboliza la
superioridad de la madre Naturaleza, a la que incluso se subordinan los poderosos leones
que tiran del mismo. En otras representaciones se sienta en un trono custodiado por las
mismas bestias. La leyenda, relatada por Ovidio en Las Metamorfosis (X, vss. 570-704),
las relaciona con una singular pareja mitológica, Hipómenes (Melanión, en otras versiones)
y Atalanta, que compitieron en una carrera de velocidad. La astucia de Hipómenes –
inspirado por la diosa del amor, ya que el premio era la mano de Atalanta– hizo caer al
suelo unas manzanas de oro que atrajeron la atención de Atalanta y la distrajeron de la
carrera, que perdió. El mito concluye con la unión impía de los amantes dentro de un
recinto sagrado dedicado a la diosa Cibeles, la cual se enfurece y como castigo los
metamorfosea en leones, condenados a tirar de su carro eternamente y sin poder mirarse
el uno al otro.
Bajorrelieve de Cibeles entronizada. Siglo IV a. C. Museo del Ágora de Atenas.

Esta Diosa Madre fue honrada en todo el mundo antiguo. El centro de su culto estaba en
la Monte Dindymon en Pesinunte («Pessinus»), donde cayó el Betilo cúbico y negro
denominado Kubele que da origen de su nombre.1

Tetradracma de plata de Esmirnacon la efigie de Cibeles coronada. 160 a. C.-150 a. C.

En 204 a. C., durante la segunda guerra púnica, los romanos, obedeciendo a una profecía
de los libros sibilinos, y del oráculo de Delfos, enviaron embajadores (entre los que se
contaba Marco Valerio Faltón)2 a Pessinus con la difícil misión de llevar a Roma la piedra
sagrada. La llevaron escoltada por cinco quinquerremes que fueron recibidos por Claudia
Quinta.3 Inicialmente se colocó en el templo de La Victoria en el suroeste del Monte
Palatino dentro del Pomoerium, a la espera de la finalización de su propio templo, que le
fue consagrado el 9 de abril de 191 a. C.4
El culto fue objeto de un fiel seguimiento hasta el final del período republicano. Los
ciudadanos romanos no tenían derecho a participar en el sacerdocio y sus rituales, pero sí
participaban en el festival de la diosa, el Megalesia). La diosa estaba representada por una
escultura en el templo y sus servicios los proporcionaban sacerdotes castrados orientales
y/o eslavos, a los que denominaban galli. La autocastración a la que se sometían estos
sacerdotes extranjeros en el día de la sangre homenajeaba a Atis, amado de Cibeles, que
tras engañarla con la ninfa Sagaritis, fue enloquecido por la diosa celosa, se castró y se
suicidó. En las celebraciones, los sacerdotes sacaban a la diosa en procesión. Se
sacrificaban toros (taurobolio) y bebían su sangre. Las restricciones fueron levantadas por
el emperador Claudio.
Se asocia a Cibeles principalmente con la fertilidad. También encarna la naturaleza
salvaje, simbolizada por los leones que la acompañan. Se le atribuyó la curación de
enfermedades y la protección de su pueblo durante la guerra.

Quien conozca bien a la diosa Cibeles pensará que no es fruto de la


casualidad que la primera competición madrileña de observación de
aves dentro de la MadBird Fair se celebre precisamente junto a su
plaza. A través del canto de las aves las sibilas o sus sacerdotes, los
«gallus», interpretaban las profecías de esta diosa tan famosa hoy
como desconocida para la mayor parte de los madrileños.
Si a un madrileño se le aborda preguntándole «¿Sabe usted quién es la
Cibeles?» responde algo similar a «¡Pues una fuente!», pero cuando se
le interroga por si conoce algo sobre ella, aparte de alusiones al Real
Madrid es probable que solo conteste: «¡Que es muy bonita, la más
bonita del mundo!». Pilar González Serrano hizo la prueba hace más
de 20 años, antes de publicar «La Cibeles, nuestra Señora de Madrid»,
Premio Antonio Maura a la Investigación Científica del Ayuntamiento
de Madrid en 1987. Hoy está convencida de que pasaría lo mismo.
«Es muy triste. En México al menos han puesto una placa para que la
gente se entere», señala la profesora de Arqueología de la Universidad
Complutense ya jubilada aludiendo a la réplica que se hizo de la
estatua en tiempos de Enrique Tierno Galván y que donada por la
comunidad de residentes españoles en México como símbolo de
hermanamiento entre ambos países.
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Cibeles sedujo desde que era niña a González Serrano, hija de un


técnico de Correos, y su curiosidad aumentó cuando se especializó en
Historia de las Religiones. «¿Qué hace una diosa frigia en
Madrid?», se planteó.
La «Magna mater»
Para remontarse a la génesis de Kybéle Frigia hay que desplazarse
hasta la región del Pesinonte, en Anatolia (Asia Menor) mucho antes
del nacimiento de Jesucristo. «Es el personaje más antiguo del
mundo» porque «recibe adoración desde el Neolítico», asegura el
periodista y escritor José de Cora, autor de la novela «La navaja
inglesa» (Tropo editores) que acaba de ver la luz y que está
ambientada en la llegada de la diosa a la capital de España.
«Es la diosa de la tierra, de la fertilidad, del renacer. Desde el
Neolítico se le ha acumulado mucha historia. También se la conoce
como Rea, Gaia… Todas las grandes madres del Mediterráneo
relacionadas con la Tierra tienen su origen en Cibeles», explica Cora.

En su origen fue un meteorito, una piedra negra a la que se


veneraba por su origen celeste y como madre de dioses, de hombres y
señora de todo el reino animal y vegetal. Su culto se extendió por el
Mediterráneo a través de la marinería frigia y en Grecia se la identificó
por simbiosis con Rea, la madre de dioses como Zeus, Hades y
Poseidón.
De su santuario frigio de Pesinunte (en la actual Turquía), la diosa fue
trasladada al Metroon de Pérgamo, la ciudad donde nació el
pergamino y donde la piedra negra fue venerada hasta la Segunda
Guerra Púnica en el siglo III a.C. Roma atravesaba entonces una grave
crisis, acechada por las tropas cartaginesas de Aníbal. La situación era
tan desesperada que los romanos acudieron a los Libros Sibilinos y allí
encontraron la solución a sus problemas: debían ir a buscar la «Piedra
de Cybele». El 10 de abril del año 204 a.C. entraba en la capital del
Imperio Romano la «Magna Mater» favoreciendo según la leyenda a la
calumniada Claudia Quinta y lo cierto es que la suerte cambió para los
romanos que levantaron en su honor un templo en el Palatino. En la
época de Augusto, el culto a la «Magna Mater» gozó de gran prestigio
y«hasta el siglo IV tuvo una gran fuerza», según relata Pilar
González Serrano. Las fiestas de Cibeles se celebraban durante el
equinoccio de primavera y en ellas se conmemoraba la resurrección de
Atis, su paredro, y se bañaba la imagen de Cibeles en el río.
Hipómenes y Atalanta
Ya entonces se representaba a la diosa con la corona torreada que
indica el dominio de Cibeles sobre la ciudad, en el carro tirado
por dos leones que según la leyenda son Hipómenes y Atalanta.
Así la relata José de Cora: «Atalanta era muy atleta, no quería casarse
y prometió hacerlo sólo si un galán le ganaba en carrera. Hipómenes
se enamoró perdidamente de Atalanta y pidió ayuda a Afrodita, que le
dio unas manzanas de oro. Atalanta se agachó a recogerlas y perdió la
carrera, casándose con Hipómenes. Un día de caza en que comenzó a
llover se refugiaron en un templo de Cibeles e hicieron allí el amor,
enfureciendo a esta diosa que promueve el sexo pero no en un lugar
sacro. Cibeles los convirtió en leones machos a los dos y los condenó a
mirar cada uno hacia un lado para que no pudieran volver a verse
jamás». Guido Reni representó esta leyenda en un lienzo que se
exhibe en el Museo del Prado, que también plasmó con
genialidad Ouka Leleen 1985 tras detener el tráfico en la plaza de
Cibeles.
Pilar González Serrano no escatima en elogios cuando describe cada
uno de los detalles de la fuente madrileña. «Quienes la hicieron sabían
mucho de la diosa Cibeles», asegura.

Hermosilla y el Salón del Prado


Sus investigaciones le llevan a creer que José de Hermosilla fue el
responsable de que hoy Cibeles se haya convertido en la «nous», el
símbolo de Madrid. A este capitán de ingenieros español, «un hombre
cultísimo, que había estado en Italia», el Conde de Aranda encargó en
1767 que hiciera realidad los deseos de Carlos III de repetir en Madrid
el Foro Carolino de Nápoles.
El Salón del Prado fue concebido como un circo romano con tres
fuentes: la de Apolo o de las Cuatro Estaciones en el centro, la de
Cibeles en el semicírculo haciendo esquina con la calle Alcalá, y la de
Nepturno en el otro extremo junto a la Carrera de San Jerónimo. Ese
trazado, que evoca la Piazza Navona de Roma, es la que justifica en
opinión de la arqueóloga madrileña la presencia en lugar de honor de
la diosa Cibeles «porque en las espinas de los grandes circos romanos
ocupaba un puesto de honor una efigie de la Magna Mater».
Hermosilla trabajó durante siete años en el proyecto antes de fallecer
al año de comenzar las obras. Sin embargo, a González Serrano le
extraña que se hayan perdido buena parte de sus proyectos y planos
originales cuando son perfectamente conocidos los de su
sucesor Ventura Rodríguez.
A este arquitecto y fontanero mayor de la Villa, que sin embargo
nunca viajó a Italia, se le habían encargado la realización de las
fuentes y a él corresponden el detallado dibujo de la Cibeles que se
conserva en el Museo Municipal de Madrid. En piedras de
Montesclaros esculpieronFrancisco Gutiérrez y Roberto de Michel,
junto al adornista Miguel Ximénez, esta fuente en la que por primera
vez la diosa permitió que sus leones fueran duchados.
La protección de Cibeles
José de Cora especula en «La navaja inglesa» con la idea de que fue el
propio Carlos III quien concibió a Cibeles en Madrid. «En el siglo
XVIII nada se hacía con motivos puramente estéticos. Creo
queCarlos III buscaba para su reinado y para la ciudad de
Madrid la protección de Cibeles», explica el escritor que urde su
intriga en «La navaja inglesa» con los ingredientes del erótico y
violento culto que rodeaba a la diosa. Los sacerdotes «gallus» y
«archigallus» tenían que autocastrarse violentamente ante la diosa
antes de dedicarse a su culto y quienes acudían a sus templos a
purificarse o sanarse eran bañados en la sangre de un toro -o de un
carnero, los menos pudientes-.
El hallazgo de una piscina en la que se realizarían estos sacrificios ha
llevado a pensar que Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) fue un templo
dedicado a Cibeles en su origen. «Fue muy censurada por el
cristianismo porque su culto tenía mucha fuerza y acabó por
cristianizarse a la diosa», señala Cora antes de apuntar que «casi
todas las representaciones más antiguas de Santa Eulalia eran en
origen Cibeles». Cuenta la tradición que la santa que vivió entre los
siglos III-IV era una joven que enseñó y aconsejó a los niños y a los
más necesitados y al morir vieron salir de su boca una blanca paloma.
Se la relaciona por ser la protectora de las aves y hasta por el nombre
de Eulalia («la bien hablada»), que «haría referencia a una de las
características de Cibeles de la que se decía que respondía bien en los
oráculos», explica Cora.
En Santa Eulalia de Bóveda se pueden observar representaciones de
pájaros y en la catedral de Barcelona, donde se encuentra la cripta de
Santa Eulalia, aún viven aves en su claustro. Algunos investigadores
de la diosa frigia se preguntan: «¿Serán descendientes de las del culto
a Cibeles?».

El mascarón de Atis
El surtidor de la Fuente de la Cibeles representa a Atis, el joven dios
de la vegetación, convirtiéndose en pino. Según una leyenda que relata
Pilar González Serrano, era un joven de extraordinaria belleza a la que
la diosa amaba y a quien hizo guardián de su templo obligándole a
prometer que se mantendría siempre virgen. Éste, sin embargo, se
enamoró de la ninfa Sagarítide con la que se unió en los cañaverales
del río y Cibeles, enfurecida, cortó el árbol al que estaba ligada la vida
de la ninfa y enloqueció a Atis que en su delirio se castró. Tras su
mutilación, fue perdonado por la diosa y consagrado para siempre a su
servicio.

Otra versión cuenta que se castró junto a un pino (por esa razón se le
identificaba con él y se le fue consagrado) y murió bajo su copa.
Cibeles enterró sus miembros viriles al pie del árbol y la tierra, al
contacto con la sangre de Atis, se tapizó de violetas.

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