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El Deseo de reconocimiento

Anselmo Kozak. Profesor del Departamento de Psicoanálisis. Maestrando en

Psicoanálisis

La Fenomenología del espíritu es una aglomeración de ideas y figuras de la

filosofía que ocupan un lugar preponderante en la historia de la filosofía. El deseo es

una de estas ideas que aparece en este texto de difícil lectura que Hegel publica a los

treinta y siete años de edad en 1807. Veinticuatro años más tarde muere Hegel cuando

estaba realizando las correcciones para la segunda edición. Esta primera edición tuvo

400 ejemplares que tardaron en agotarse veinticuatro años.

El término que utiliza Hegel en alemán es Begierde, Jean Hyppolite lo traduce al

francés en 1930 como désir, deseo. El término latino “desiderium” etimológicamente

significa “dejar de contemplar los astros con finalidades augurales”. Desear es, en este

sentido, separarse del cosmos, exiliarse de la naturaleza.1 “Desiderare” significaba, en

efecto, en el lenguaje augural, darse cuenta de la ausencia de los sidera, de los astros.

El concepto de deseo aparece como uno de los momentos del devenir, del

movimiento del espíritu, es una de sus figuras, una forma, un grado, un modo de ser. El

espíritu se va formando, se va conformando, se va mostrando. Cuando algo se muestra

se da a conocer, eso es un fenómeno, surge entonces un conflicto entre lo que aparece y

lo que se oculta. Un antecedente relevante es Platón que sostiene en La República la

contraposición de un mundo sensible y un mundo suprasensible, el mundo de lo

inteligible, el primero se ofrece, se muestra a nuestros órganos de los sentidos y el

segundo no lo hace. La diferenciación hegeliana entre lo que se muestra, lo que aparece,

lo fenoménico y lo no fenoménico tiene raigambres platónicas: lo sensible está formado

1
por las imágenes, en el mundo inteligible están las ideas, que son entidades intelectuales

a las cuales se accede a través de la razón, estas ideas o formas hacen que las cosas sean

lo que son, más allá de sus caracteres accidentales y contingentes. Platón busca lo

esencial, esto es el concepto, son aquellas características que definen necesariamente

una cosa.

Fenomenología es el estudio de las apariciones, de los modos en que se presenta

y se muestra el espíritu, su formación y sus grados sucesivos. La conciencia es el primer

modo de aparición del espíritu, en este nivel el deseo no aparece todavía. La conciencia

es un saber de lo inmediato, lo externo, lo que no tiene nombre, es un esto, es un saber

del aquí y ahora.

La dialéctica es un movimiento que atraviesa diferentes momentos, diferentes

grados, el término dialéctica proviene del latín dialectĭca y este del griego διαλεκτική, es

una serie ordenada de verdades o teoremas que se desarrolla en la ciencia o en la

sucesión y encadenamiento de los hechos2. Estas verdades o hechos se contraponen pero

también se complementan, el espíritu en su configuración supera etapas que va

recorriendo, pero son etapas contenidas en las etapas posteriores.

Hegel afirma que solamente se desea otra conciencia, no se desea un objeto por

más valioso que pueda ser.

El deseo es deseo de la intimidad, se desea a otra persona en su ser, en su

relación consigo misma, deseo apropiarme de su deseo, porque deseo que me desee.

La dialéctica es una serie de momentos, pero no en el sentido de las

determinaciones espaciales o temporales cronológicas, son momentos de un devenir, el

devenir es llegar a ser e implica además un dejar de ser, el niño que deviene adulto deja

1
Cf. Matteo Vegetti, La fine della storia. Saggio sul pensiero di Alexandre Kojève, Jaca Book, Milano,
1998, pág. 74, citado en curso inédito Reflexiones sobre la contemporaneidad, 24 de setiembre de 2003,
Castro, E.
2
Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, Versión en CD. 1992

2
de ser niño, la concepción de Hegel no es estática, es puro dinamismo, no son

momentos fijos, pero todo lo que se deja de ser no se pierde, pasa a formar parte del

desarrollo, de la vida como dice Hegel. Siempre se desea lo vivo, en el deseo, el otro es

un objeto para mí y yo soy un objeto para el otro, la conciencia es necesariamente una

relación entre el sujeto y el objeto, la conciencia no es unilateral, es el saber de un sujeto

acerca de un objeto.

El seminario de Kojève, además de poner en contacto el pensamiento francés

con la filosofía hegeliana, representó una interpretación original de la obra de Hegel. El

deseo aparece allí como dinámica de la antropogénesis.

El “otro” en Kojève no es un objeto de la relación de conocimiento, sino el

objeto de deseo. El deseo es un deseo de “reconocimiento”, según René Girard

discípulo de Kojève esta es la naturaleza “mimética” del deseo. La contemplación del

acto cognoscente revela solamente el objeto. Únicamente el Deseo, escrito con

mayúscula en el texto de Kojève, puede dirigir al sujeto que se contempla a sí mismo,

puede impulsarlo a decir “yo”, moi.

Los deseos animales y humanos tiene una característica en común: son deseo de

un valor. El valor supremo del deseo animal es la conservación de la vida; en el caso del

deseo humano, en cambio, el deseo es considerado humano sólo en la medida en que el

hombre, a diferencia del animal, arriesga su vida. Kojève hace más precisa aún esta

afirmación que, en el caso del deseo que desea un deseo, en realidad no es el deseo

mismo, sino el valor deseado por este deseo el verdadero objeto de deseo.

Es necesario arriesgar la vida en una lucha a muerte por puro prestigio, para que

la realidad humana sea reconocida como tal. Ahora bien, si cada uno de los

contendientes que se enfrentan en la lucha por el reconocimiento se comportase del

mismo modo, es decir, arriesgase su vida hasta culminar en la muerte, entonces, no

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habría reconocimiento, o porque uno de ellos muere o los dos al mismo tiempo. No es

suficiente que el deseo antropógeno sea múltiple, también son necesarios

comportamientos esencialmente diferentes. Uno de los adversarios debe tener miedo del

otro, debe ceder ante el otro, abstenerse de su deseo de reconocimiento y satisfacer el

deseo del otro; reconocerá al otro como “amo” y se hará reconocer como “esclavo”. No

hay humanidad, ni sociedad, entonces, sin “dominio” y “esclavitud”. La historia

universal es la historia, en cuanto humana, de la dialéctica del amo y del esclavo, de la

tiranía y la esclavitud. Cuando se enfrentaron los “primeros” dos hombres, la acción

antropógena, comenzó entonces, por el acto de imponerse al otro con el que se

encuentra. El hombre emprende de este modo el camino que lo lleva de la certeza

subjetiva de sí, de creerse hombre a la conciencia de sí, a un saberse tal.

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