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Editorial CCS - El Buen Uso de La Liturgia
Editorial CCS - El Buen Uso de La Liturgia
Durante más de cincuenta años; Célébrer, revista francesa sobre liturgia y sacramenta
publicada por el CNPL (París) y la Editorial Cerf, participan en la formación y en la ayuda
de los agentes de la pastoral.
Con este mismo espíritu, la colección Guides Célébrer ofrece obras destinadas a ayuda:
cada agente en su ministerio, como complemento a los libros oficiales de la Iglesia.
Editorial CCS ha traducido algunas de estas obras en su colección CELEBRAR BIEN.
Colección CELEBRAR BIEN
1. El buen uso de la liturgia. CNPL (Francia).
2. Proclamar la Palabra. CNPL (Francia) / Claude Duchesneau.
3. La celebración del sacramento de la Reconciliación. CNPL (Francia)
Centro Nacional de Pastoral Litúrgica
(Francia)
EL BUEN USO
DE LA LITURGIA
Título de la obra original: Du bon usage de la Liturgie.
Les Éditiones du Cerf.
29, boulevard La Tour-Maubourg. 75340 Paris cedex 07.
Traducción: Amparo Guerrero, rscj.
© 1999. Les Editions du Cerf
© 2010. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus
titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
TEXTOS DE REFERENCIA
1
Presentación General del Misal Romano (1969), abreviado PGMR. Este texto se encuentra
al comienzo del Misal de altar actualmente en uso, correspondiente a la segunda edición
típica.
La función litúrgica
Examinándola de cerca, es sorprendente y altamente revelador, que esta
obra, que creemos es, en primer lugar, obra de Dios y, precisando más, de
Cristo, sobre todo en el sacrificio eucarístico, no se llame «teúrgia» o
«cristurgia», sino «liturgia».
Este nombre sorprendente, viene de una buena traducción. La leiturgia
procede de dos palabras griegas: el adjetivo leitos (público) y el sustantivo
ergon (trabajo). Este origen ha hecho que la palabra «liturgia» se haya
traducido, a menudo, por «acción del pueblo». Pero, observando lo que fue
la liturgia en las ciudades griegas de Antioquía, esta traducción no es
exacta. Se trata de una «función pública». Se vuelve a recoger aquí la
paradoja de que es una obra que no nos pertenece, pero que no existirá si
nosotros no la realizamos. La función pública es evidente que no pertenece
a los funcionarios. La función pública pertenece a toda la comunidad por la
mediación del Estado que la gestiona. El funcionario no trabaja en nombre
propio, sino en nombre del Estado y para el servicio del pueblo. Y esto es,
con la necesaria adaptación, la liturgia cristiana: la función pública, que es
la liturgia, pertenece a la Iglesia que la gestiona para el bien del pueblo. El
cristiano, en la liturgia, no «trabaja» en su nombre sino en nombre de la
Iglesia-cuerpo de Cristo y al servicio de toda la humanidad.
Volvamos a leer la definición que nos da la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia2 n° 7:
«Con razón se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Cristo... y
así, el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejercen el
culto público integral».
¡Ojalá que esta Guía nos ayude a ejercer mejor esa función!
2
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Documentos del Vaticano II, Madrid, Biblioteca de
Autores Cristianos, 1970.
PRIMERA PARTE
PRINCIPIOS GENERALES
La formación litúrgica
Es necesario decir aquí que los miembros del equipo de liturgia tienen que
poseer una indispensable formación litúrgica general para todos (¿qué es la
liturgia?) y especializada para algunos: cómo leer en público, cómo animar
el canto de la asamblea, cómo hacer los ramos de flores, etc.
En materia de liturgia, es cada día más evidente que la abnegación no
basta. No existiría nada en la liturgia sin la asamblea que realiza la
celebración y el equipo de liturgia que la prepara y anima. Pero, esta
liturgia no pertenece a la asamblea ni al equipo de liturgia, ni siquiera al
sacerdote. Es la liturgia de la Iglesia y no se inventa, se aprende. ¿Qué
quiere hacer la Iglesia con su actividad litúrgica y cómo quiere que se haga?
El equipo de liturgia se sitúa entre el deseo de la Iglesia y la realización
concreta que hace la comunidad al realizarlo.
Dos párrafos, el 26 y el 28, de la Constitución conciliar sobre la sagrada
liturgia sirven de base a nuestra reflexión sobre los equipos litúrgicos.
«Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es
decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de
los obispos» (26).
«En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple
fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo aquello que le
corresponda por la naturaleza de la acción y las normas
litúrgicas» (28).
Así, en la celebración, todos celebran, pero todos no tienen la misma
función ni el mismo papel mi la misma tarea. El equipo de liturgia debe
preparar toda la celebración y, también, repartir las diferentes actividades
según que correspondan «todo y sólo» a cada uno de los principales
actores: presidente, animador del canto, organista, lectores...
La regla de tres veces tres
Esta regla no está en ningún documento oficial. Sirve sólo para definir los
objetivos que debe perseguir un equipo de liturgia en su trabajo de
preparación.
Tres palabras: remota, medio e inmediata.
La preparación remota no se realizará en todas las reuniones, pero
debe hacerse regularmente y, al menos, una vez al año. No se
cambiará la megafonía o el folleto de canto todos los domingos, pero
hay que revisar su buena marcha de vez en cuando.
La preparación a medio plazo, concierne especialmente a los grandes
tiempos litúrgicos. No es precisamente la víspera del primer domingo
de Adviento el momento para preparar lo que unifique en este tiempo
el canto, la decoración, la predicación, etc.
La preparación inmediata se dirige a puntualizar con todo detalle el
próximo domingo o tal fiesta.
Conclusión
Precisando: si el equipo de liturgia debe preparar todo no quiere decir que
todo lo haga él. Confiemos en que hay en la comunidad otros fieles capaces
de leer, animar el canto, decorar, hacer los ramos de flores...
En fin, recordemos que aunque haya algún cristiano que no realice
ninguna función especial, no deja de ser por eso un verdadero actor, porque
todos están celebrando. Precisamente, para que todos puedan celebrar
mejor, el equipo de liturgia realiza su servicio.
3
Instrucción Redemptoris Sacramentum, 25 de marzo de 2004.
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_200
40423_redemptionis-sacramentum_sp.html
4
Para más precisiones, consultar «Les offrandes de messes», Documents-Épiscopat, n° 6,
abril de 1997.
La misa no tiene precio
Si se acompaña un estipendio al pedir la celebración de la misa por algunas
intenciones, no es para pagar, porque una misa no tiene precio. Mejor
dicho, el precio es el que ha pagado Jesucristo con su sacrificio: «Fuiste
inmolado y compraste a Dios, con tu sangre, hombres de toda raza, lengua,
pueblo y nación» (Apocalipsis 5,9). Se habla de una ofrenda. Pero de una
ofrenda (estipendio) hecha a un sacerdote para su mantenimiento, no es
una ofrenda por la misa,
Pues en la eucaristía no hay más ofrenda que la del sacrificio de Cristo a
su Padre, al que se une la ofrenda de toda la Iglesia: «Al celebrar ahora el
memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de
vida y el cáliz de salvación» (Plegaria eucarística II).
Sentido de estas ofrendas
Desde el tiempo de las primeras comunidades cristianas, se pide a los fieles
una ofrenda para proveer a las necesidades de la Iglesia, como afirman los
Hechos de los Apóstoles (11,29-30) y la Segunda carta de san Pablo a los
Corintios (8,1-15). Sabemos que, durante varios siglos, el pan y el vino de la
eucaristía lo aportaban los fieles y también otros bienes, como alimentos o
dinero para los pobres. El hecho de que algunos hombres, sobre todo a
partir del siglo iv, dejaran su profesión para consagrarse enteramente al
ministerio sacerdotal, suponía que los fieles ayudasen con ofrendas a su
mantenimiento. La costumbre de celebrar misas por intenciones
particulares, sobre todo por los difuntos, y la de dar al sacerdote una
ofrenda se ha ido desarrollando a lo largo de los años y se mantiene aún.
«Es una tradición muy establecida en la Iglesia que los fieles, guiados
por su espíritu religioso y su sentido de Iglesia, añadan al sacrificio
eucarístico algún sacrificio personal, para participar así más íntimamente.
De esta forma, por su parte, contribuyen a las necesidades de la Iglesia y
más especialmente al mantenimiento de sus ministros» (Pablo VI, Motu
proprio «Firma in traditione»).
Principios de aplicación
Los fieles tienen derecho a saber cómo se gestionan las ofrendas de las
misas que encargan; deben estar seguros de que se hace rigurosamente.
Los estipendios son para el sacerdote y éste tiene la obligación de
celebrar tantas misas como cantidad recibida, en la fecha que se la
haya pedido.
Si no puede celebrar tantas misas como le hayan pedido, remitirá las
ofrendas sobrantes a su obispado para que las transmita a otros
sacerdotes ya jubilados o en misiones.
Para evitar cualquier exceso, el sacerdote que dice en el mismo día
varias misas (los domingos, por ejemplo) no percibirá más que un
estipendio y entregará los sobrantes.
El sacerdote que concelebra sí puede recibir un estipendio.
Se pueden anunciar muchas intenciones en la misa pero sólo se
celebra por una intención. Las misas por las demás intenciones se
celebran otro día, a ser posible en la semana, por ese sacerdote o por
otro. Lo mismo atañe al párroco que celebra la misa domingos y
fiestas pro populo (por el pueblo del que es pastor).
En este caso, se hará la oración por los difuntos en la Plegaria
eucarística: «Recuerda a X... por cuya intención se celebra esta misa.
Recuerda igualmente a X (el nombre de los difuntos) por cuya
intención se celebrará tal día o semana». En la Plegaria eucarística
III, cuando se dice: «A nuestros hermanos difuntos N. y también a N. y
a cuantos murieron en tu amistad...». En la oración universal,
eventualmente, se podrá decir: roguemos especialmente por... y
roguemos también por...
Por supuesto que un sacerdote dirá la misa aunque no reciba
estipendio o lo reciba de un modo simbólico, si se lo pide una persona
de escasos recursos.
Cuando una misa se celebra por una intención particular se orienta
con más precisión la oración de intercesión o de alabanza, pero el
sacrificio de Cristo se ofrece «¡por la multitud!».
Los fieles deben saber que las ofrendas por las misas son
indispensables para mantener a los sacerdotes. ¡Es un modo de
compartir!
SEGUNDA PARTE
1. Invitación a orar
2. El silencio
4. Amén
Son dos sílabas sonoras de una palabra hebrea que se añade a lo que se
reza. Algo así como un Credo: creo en eso; así sea.
Sin prisas
Las oraciones presidenciales, dice el [OGMR, n° 32 (12)], deben
pronunciarse «claramente y en voz alta». Si hubiera que escribir este
artículo veinticinco años después de su promulgación, es evidente que
habría que añadir: ¡y despacio!, sin prisas. La oración, en efecto, tiene una
recitación propia, que no es ni la de las palabras de acogida, ni la de una
monición. ¿Se puede decir que de diez veces, nueve, la oración se recita de
prisa, sin esas pausas que permiten a la asamblea rezar verdaderamente,
uniéndose a las palabras del presidente?
En verdad, el tempo justo de la oración sería el mismo de un canto.
Adoración
Algunos sacerdotes estiman que la adoración eucarística es escasa en la
misa y tienen la costumbre de dejar un tiempo de silencio después de la
genuflexión que sigue a la elevación. Sin hacer una valoración de conciencia
a este respecto, no parece que sea este el momento de hacer ese silencio.
La oración eucarística es un todo que no tiene pausas, ni siquiera piadosas,
y que, además, es la más sublime de las adoraciones pues nos introduce en
la acción misma de Cristo por la que rendimos a Dios gracias por las
recibidas de Él.
No es necesario precisar que no hay acto más verdadero de adoración
que el de la comunión, pues consiste en «llevar en la boca» (ad os =
adorare) el cuerpo del Verbo hecho carne. Por eso, no puede haber ningún
momento más «adorador» que el silencio que sigue a la comunión, pues se
lleva en la boca a Aquel que sólo Él merece nuestra adoración.
TERCERA PARTE
El lugar
Ambón, en términos arquitectónicos, significa saliente de un balcón y
proviene del verbo anabaïnein (subir). Empieza a
instalarse en la arquitectura cristiana después de la paz de
Constantino. Entonces se edifican «casas para las asambleas»
(oikos tés ékklésias) según el modelo de las basílicas
imperiales. Su estructura alargada situaba el
conjunto del presbiterio (ambón, altar, sede) al
fondo del edificio.
Pero también en ese tiempo, las iglesias
parecidas a las sirias habían conservado la
estructura de las sinagogas, instalando en el centro
el lugar de la Palabra, el béma (ver la cátedra de
Moisés, en Mateo 23,4), y reemplazando el arca que
contenía los rollos de la Ley, por el altar.
5
Para lo concerniente al altar: La problématique de l'autel. Pere Frédéric Debuyst, o.s.b.
editado por Chroniques d'art sacre. 4 avenue Vavin — 7500 PARIS.
Y son muchas las comunidades religiosas que han adoptado esta estructura
cuando han arreglado alguna sala como lugar de culto.
Significado del ambón
Cuando los cristianos tuvieron libertad para tener lugares propios para el
culto, quisieron que esos edificios tuvieran un lugar estable y específico
para la liturgia de la Palabra, es decir, un lugar distinto del altar y de la
cátedra de la presidencia.
La razón de este deseo hay que buscarla sólo en la voluntad de significar
visiblemente el valor intrínseco de la liturgia de la Palabra en el conjunto de
la celebración. San Hilario decía, en el siglo IV, en esa misma época: «En la
mesa del Señor es donde recibimos nuestro alimento, el pan de vida... Pero
en la mesa de las lecturas dominicales es donde se nos alimenta con la
doctrina del Señor».
Está aquí afirmada lo que se llamará después la doctrina de las dos mesas
que el Concilio Vaticano II recogerá y subrayará en la Constitución
dogmática sobre la Revelación divina:
«La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha
hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo, en la sagrada
liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de
vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y el Cuerpo de
Cristo» (Dei Verbum, n° 21).
La OGMR n° 309 (272) saca la siguiente consecuencia:
«La dignidad de la palabra de Dios, exige que haya en las iglesias
un lugar adecuado para su proclamación hacia el que, en la
liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de
los fieles. Conviene que, en general, este lugar sea un ambón
estable, no un facistol portátil».
No se trata de una exaltación pomposa del ambón ni de sacralizarlo. Ante
todo y sobre todo en lo que concierne a mobiliario de nuestras iglesias, y
particularmente al lugar de la Palabra, el acontecimiento fundador de
nuestro comportamiento de fe y de sus consecuencias materiales hay que
buscarlo en el episodio de la «zarza ardiente», donde no se trata de un
lugar sagrado, sino de una tierra que es santa: «Dios dijo: "No te acerques.
Quítate las sandalias pues el sitio que pisas es una tierra santa"» (Ex 3,5).
Por eso, en la iglesias, el lugar de la Palabra es santo «porque es Cristo
el que está presente en su Palabra, pues cuando se leen en la iglesia las
Escrituras, Él es quien habla» (SC, n° 7).
Un lugar especial
La primera consecuencia es que las iglesias o capillas deben tener un lugar
digno y estable, preparado especialmente para «favorecer el anuncio de la
Palabra».
Esto significa tres cosas:
Primero, las lecturas no deben hacerse desde cualquier sitio y menos
desde el altar o la cátedra del celebrante.
Segundo, el lugar de las lecturas no debe ser un simple pupitre
insignificante. El ambón no es sólo para poner encima un libro, lo mismo
que el altar no es sólo para depositar el pan y el vino. Como el altar, el
ambón debe mostrar por su consistencia y belleza, la importancia y
grandeza de lo que en ellos se hace y se dice.
Finalmente, el ambón debe reservarse para el anuncio de la palabra de
Dios y de lo que le sigue: el salmo responsorial, la homilía y la oración de
los fieles. La homilía puede decirse también desde la presidencia cuando
es el presidente el que la hace y ha sido el diácono el que ha proclamado
el Evangelio desde el ambón. La oración de los fieles la introduce y
termina el presidente desde el altar; desde el ambón, se leen peticiones o
intenciones por el diácono o por uno o varios fieles.
En general, el ambón no debe utilizarse para dirigir el canto y dar
anuncios, aunque a veces hay razones comprensibles para hacerlo. La
recomendación de la OGMR n° 309 nos lanza a progresar en este aspecto.
De todos modos, será bueno tender a emplearlo sólo para el uso
establecido. Nada será demasiado para rehabilitar en la Iglesia el lugar de
la palabra de Dios, pues se trata de dar a la proclamación de los textos
bíblicos la relevancia de un lugar donde Cristo se hace presente en la
asamblea, «porque está ahí presente en su Palabra y cuando se lee en la
iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC, n° 7).
Un buen sitio
No se puede decir en abstracto cuál es el mejor sitio para el ambón.
Corresponde a las personas competentes, especialmente a los miembros de
la Comisión diocesana de arte sacro, estudiarlo en el lugar. Sólo decir aquí,
que deben tenerse en cuenta tres principios:
1. En función de la asamblea y de la comunicación que debe
establecerse. La OGMR, n° 309 (272), dice: «El ambón, según la
estructura de la iglesia, debe estar de tal modo colocado que permita
al pueblo ver y oír bien a los ministros».
2. En función de las dos mesas. La mesa de la Palabra y la mesa del
Cuerpo de Cristo deben ser bien distintas. Cada mesa debe «ser lugar
adecuado» a lo que ella implica —palabra de Dios y cuerpo y sangre
de Cristo— ocupando su sitio propio en el espacio.
3. En función de la unidad de la liturgia. El principio que se acaba
de mencionar pide sin embargo un equilibrio de acuerdo con la unidad
de la celebración tal como la define la OGMR, n° 28 (8): «La misa
tiene dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, pero
están estrechamente ligadas entre sí de tal modo que forman un sólo
acto de culto».
Dos mesas que se equilibran y se completan, que convergen sin oponerse.
Algunos otros detalles
Las flores tienen su sitio delante o al lado del ambón. No deben taparlo; al
contrario, deben realzarlo discretamente.
La luz debe ser adecuada.
El micro podrá moverse para adaptarlo a la estatura de los lectores
deberá tener un botón «on-off». Habrá que cuidar el sonido para evitar
ruidos desagradables.
Finalmente, los libros de lectura deberán tener una presentación acorde
con la importancia de lo que contienen. El Leccionario de la misa, en el n°
35 dice que: «Los libros donde se hacen las lecturas de la palabra de Dios,
suscitan en el auditorio la memoria de la presencia de Dios que habla a su
pueblo. Por eso, hay que cuidar que esos libros, que en la acción litúrgica
son símbolo y signos de realidades sagradas, tengan un aspecto digno».
Las dimensiones del ambón deberán ser lo suficientemente amplias para
acoger los diversos tipos de leccionarios.