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Esta cuerda, que rodea la Logia, partiendo de una columna para rematar en la otra, corresponde

muy exactamente al cordón que limitaba el espacio reservado a las asambleas político-judicial de
los Hermanos.

Se verificaban estas asambleas al aire libre, en un lugar consagrado, lo más a menudo sobre una
eminencia natural o artificial. La plaza requerida quedaba circunscrita de doce lanzas o picas
plantadas en tierra y unidas por una cuerda sólida atada a estos soportes. El recinto así constituido
se consideraba sagrado, y quien quiera que intentaba pasar bajo la cuerda, para entrar o salir, se
hacia reo de sacrilegio, el cual crimen se castigaba con la pena de ser sacrificado a las divinidades
de la horda o del clan.

Para poder tomar debidamente parte en la asamblea, era menester pasar entre las dos picas en
las que remataban las extremidades de la cuerda (véase, pues el error que algunos HH.·. cometen
al rodear las columnas del Templo, invocando la no polarización de las fuerzas antagónicas).

En aquel lugar se colocaba un heraldo cuya misión era la de oponerse al paso de los intrusos, o
personas no clasificadas, (hoy en la puerta de entrada se coloca el H.·. Guarda Templo, quien no
permite la entrada de personas no iniciadas).

Solamente los hombres nacidos libres eran admitidos. Tenían la obligación de presentarse,
revestidos de sus armas, que colgaban de su cintura por delante (de la misma manera que
nosotros acostumbramos ceñirnos el mandil) porque en esos pueblos muy dados a combatir
desnudos, el equipo de guerra era, en rigor, toda su vestimenta.

Se abría la asamblea por una serie de preguntas y respuestas, sobre la hora por qué debía hacerse
constar que el sol había llegado al meridiano, en otras palabras, que era el mediodía, pues sólo en
ese momento el jefe, espada en mano. (En los más antiguos rituales llamados, escoceses, el
Venerable Maestro y los hermanos, no abandonaban las espadas, según la costumbre
caballeresca) invitaba a los asistentes a formar en orden, o sea a ponerse al orden. Es probable
que por esto se entendía tomar una actitud convenida, alineándose regularmente.

En el curso de los debates, la asamblea decidía sobre todos los asuntos de interés general o de
derecho particular que pudieran surgir a la discusión; especialmente decidían sobre la paz o la
guerra, ratificaban antiguos tratados hechos con los poblados vecinos, etc. En estas asambleas
también procedían a la admisión en su seno de jóvenes que alcanzaban su mayor edad y que
reconocían como dignos de gozar los derechos y las prerrogativas de los hombres libres. (Eran
iniciados.)

Esto recipiendarios eran previamente despojados de sus armas, de todos sus metales, de su
tocado y de sus guantes, para que en seguida ser solamente armados y plenamente equipados
(uno de nuestros requisitos antes de proceder a la iniciación).

La escritura era entonces desconocida, por lo cual la minoría debían retener todas las decisiones
con fuerza de ley. Una instrucción jurídica por preguntas y respuestas terminaba, en consecuencia,
los debates de cada asamblea. (Nuestro Catecismo.)

No se separaban hasta media noche, (hora simbólica de clausurar nuestros trabajos simbólicos)
después de cenar con la carne de las víctimas sacrificadas. Un ceremonial reglamentaba estos
ágapes sagrados, acompañados de libaciones, la última de estas siendo a la salud de los hermanos
caídos en desgracia, o en poder del enemigo. Nuestras tenidas de masticación.

Este paralelismo con la masonería hace suponer que las confraternidades constructoras de la Edad
Media perpetuaron inocentemente muy antiguos usos paganos. En efecto, la importancia que
nosotros concedemos al mallete, podría relacionarse al Dios Donar, especie de Júpiter Tocante, del
cual todo jefe de familia era sacerdote en el hogar, y cuyos ritos familiares se verificaban con la
ayuda de un martillo (nuestro mallete).

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