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En el taller se aprende un saludo que todos los hermanos ejecutan en el grado de Aprendiz antes

de cualquier actuación. En la tradición encontramos las trazas de ese saludo, que arranca de los
tiempos en que los sacerdotes sacrificaban bestias (generalmente corderos) en los templos para
congraciarse con la divinidad.

Esas bestias eran sacrificadas degollándolas con la mano derecha, mientras que con la mano
izquierda se les mantenía la cabeza levantada. Con la llegada del cristianismo, el sacrificio dejó de
ser exterior para interiorizarse. Ahora, en lugar de sacrificar bestias para reconciliarnos con la
divinidad, son nuestras tendencias internas desmesuradas las que deben suprimirse para estar en
condiciones de realizar la obra. Y ese sacrificio necesario ha quedado inscrito en el ritual con el
saludo de Aprendiz.

Así, el signo del degüello representa la intención de separar el aspecto lógico del emotivo y
pasional. Ejecutándolo, el masón está informando (a los demás y a sí mismo) de que cuando es su
personalidad sagrada la que trabaja, se produce una clara diferenciación entre lo que piensa y lo
que siente. Ésta es la razón por la cual en las logias nunca se admiten controversias ni discusiones,
ya que éstas vienen generadas por el dominio de las emociones sobre la razón.

Cuando se trabaja en el templo, cada miembro nutre a sus hermanos con su opinión para
enriquecerlo y nadie pretende convencer al prójimo con sus argumentos, ya que nadie piensa que
es mejor que los demás. El saludo también representa un signo de purificación, de toma de
conciencia de los trabajos que se van a realizar. Por eso al entrar en el templo saludamos tres
veces (a las tres luces, al Venerable Maestro, al 1.° y al 2.° Vigilante), para purificar los
pensamientos, los deseos y los actos.

En nuestra vida diaria deberíamos intentar, por lo menos en los momentos relevantes, realizar el
signo del degüello y ser capaces de actuar sin permitir que la pasión se adueñe de nuestros actos.

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