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Mark Annetts
El hombre cogió el informe que se le tendía, pero no se molestó en leerlo. En cambio, lo tiró al
suelo junto a su maletín.
—Si lo lee, lo sabrá —fue la escueta respuesta. Las dos personas sentadas a cada lado de la mesa
en la pequeña y ordenada oficina se miraron fijamente. El único ruido procedía del ventilador de
mesa que oscilaba suavemente y que a pesar de su nombre estaba colocado encima de un
archivador.
—Soy un hombre muy ocupado, tengo gente que se encarga de leer estas cosas por mí. No tengo
tiempo.
—Escuche, le he pagado mucho dinero por esto, lo mínimo que espero es un poco de esfuerzo por
su parte.
—Vale, pues al grano. Sí, su mujer se ve con alguien. Con varias personas, en realidad. Ahora, si eso
es todo, tengo que ocuparme de otros casos, gracias y buenos días. —La mujer se volvió hacia la
pantalla de su ordenador y empezó a mover el ratón.
—Usted ya tiene lo que quería, yo ya tengo lo que quería. ¿Qué quiere, mi número de teléfono
particular?
—¿Me lo daría?
—No.
—Eso me parecía. —Hizo una pausa—. Bueno, ¿me va a decir lo que quiero saber?
—Bueno, pues le diré a mi secretaria que cambie mis citas. No pasa nada.
La mujer dejó de examinar su ordenador y se volvió hacia el hombre. Suspiró y asintió.
—Está bien, ésta es la versión completa. Seguí a su mujer desde su trabajo hasta un hotel de
Mayfair. Allí se reunió con alguien y fueron a su habitación. Eso ocurrió varias veces, de hecho. El
viernes pasado hubo un cambio. Dos horas después del encuentro en el hotel, se marchó con otra
persona distinta. La seguí a ella y a esta tercera persona hasta un club nocturno. Allí, conseguí
grabar en vídeo sus intimidades dentro de un cubículo del servicio de señoras. La cinta está en la
carpeta, disfrute de ella cuando le convenga. Ahora, si de verdad no hay nada más... —Alargó la
mano señalando la puerta de la oficina.
—Oh...
—La persona que acompañaba a su mujer me pilló durante la grabación y pidió a los gorilas del
club que recuperaran la cinta.
—No.
—¿Sin más?
—Sin más.
El hombre sonrió ligeramente y sin humor. Se levantó, metió la carpeta en el maletín y lo cerró con
un chasquido.
—Tal vez a la próxima, señorita Farmer. —Le ofreció la mano para que se la estrechara, pero ella no
se dio por enterada y se volvió de nuevo hacia la pantalla.
Sonrió al pensar en la cara que se le iba a poner cuando llegara a casa y viera la cinta y descubriera
que su mujer lo engañaba con otras mujeres. Le está bien empleado, se rió mentalmente.
Al cabo de un momento la risa se le pasó y la mujer suspiró. Al ver su propio reflejo en la pantalla
del monitor, lo contempló en silencio. El breve destello de desesperación y anhelo que vio en los
penetrantes ojos que la miraban se transformó en una mirada de enfado seguida rápidamente de
un gruñido de asco hacia sí misma. Enfadada, apagó la pantalla y se levantó. Maldita sea, hora de
volver a casa, decidió. No era que tuviera un deseo especial de hacer lo que la esperaba en casa,
pero al menos estaría lejos de las cuatro pequeñas paredes que de repente le resultaban
agobiantes.
Cerró meticulosamente con llave todos los cajones, apagó las luces y conectó la alarma de intrusos.
La placa metálica que había en la puerta necesitaba una buena limpieza, pero eso podía esperar a
otro día: "Terry Farmer, Investigaciones Privadas". El nombre de su padre todavía lucía allí con
orgullo. Tocó la placa con la mano, notando el familiar hormigueo y la tranquilizadora sensación de
consuelo. Él todavía estaba allí, observando atentamente: lo sentía.
Me estoy ablandando con los años, pensó. Se puso la mano delante de la cara, extendiendo los
dedos con tensión isométrica, mirándola fijamente, buscando cualquier señal de pérdida de
control. La mano seguía firme como una roca, a pesar de los músculos que se movían bajo la piel.
Bien.
Cumplir los treinta no había disminuido su fuerza ni su control físicos. Se frotó la cara con la mano
y frunció el ceño. Vamos, Farmer, céntrate, ¿y si el señor Vadgamma saliera de su pequeña oficina
y te viera contemplándote la mano? Sonrió un momento al pensar en cómo intentaría explicarle a
su vecino lo que estaba haciendo. Claro que él no tendría la descortesía de interrogarla sobre
cualquier cosa que decidiera hacer. Sobre todo, porque era más de treinta centímetros más alta
que él. Pero él era un encanto y siempre le daba los buenos días con una sonrisa cuando se
encontraban en la escalera, interesándose siempre por la marcha del negocio de la investigación
privada. Ella siempre le devolvía la sonrisa amablemente y le decía que iba todo lo bien que cabía
esperar. Él asentía sabiamente, se quitaba el sombrero y se inclinaba ligeramente al dirigirse cada
uno en su dirección correspondiente. Se dio la vuelta y abandonó el edificio.
Sus padres estaban muertos y era hija única. Nunca se había casado, ni había estado a punto de
hacerlo, ni durante el tiempo que pasó en la universidad, ni durante su corto servicio en el ejército,
ni más tarde durante su aún más corto servicio en el cuerpo de policía. Como el dinero, el
matrimonio y la familia no eran cosas que le hubieran interesado jamás. La prioridad de su vida era
que la dejaran en paz. El trabajo, mantenerse en forma y ganar dinero eran simplemente un medio
para ese fin. La familia y los hijos ocupaban un puesto tan bajo en su lista de intereses que se
habían caído de ella, en algún momento antes de llegar a la adolescencia. Jamás había aparecido
nada ni nadie que la obligara a replantearse la situación.
El piso era grande para tratarse de Londres, pero había costado más de dos millones de libras, así
que ya podía serlo. Un extremo estaba cubierto de grandes ventanas de cristal blindado, que
daban a un estrecho balcón sobre el río. El interior era minimalista, algunos dirían que espartano.
Un suelo de madera, unas cuantas butacas de cuero y un sofá, una gran televisión con pantalla de
plasma, unas pocas mesas pequeñas, una de ellas con un ordenador portátil, y una costosa cadena
de música que rara vez se encendía eran las únicas cosas visibles. Una sola fotografía de sus padres
colgaba de una pared.
Una cocina costosamente equipada, dos dormitorios muy grandes y un cuarto de baño
completaban el precio de dos millones de libras. No era mucho, teniendo en cuenta que por esa
cantidad se podía comprar una mansión en algunas partes del Reino Unido. Pero Londres era
donde la clientela de pago esperaba que viviera, de modo que ahí vivía. Como se le ofrecía mucho
más trabajo del que podía aceptar, estaba en la envidiable situación de poder elegir lo que quería
hacer. Pero ni siquiera ella era tan estúpida como para rechazar al director de una compañía
internacional dispuesto a pagar una cantidad absurda de dinero por estar al tanto de las correrías
de su mujer.
Terri colgó su casco en el perchero junto a la puerta de entrada y se quitó la cazadora, colgándola al
lado del casco. Era una de las dos o tres noches por semana que reservaba para entrenar en serio.
Llevaba tanto tiempo haciéndolo que ni le apetecía especialmente ni intentaba buscarse excusas
para no hacerlo. Era simplemente algo que hacía todos los domingos, miércoles y viernes y eso era
todo.
Se detuvo de camino al dormitorio para coger una botella pequeña de agua mineral de la nevera
de la cocina, dejando las llaves de la moto en un platito que estaba en la encimera. En el
dormitorio se quitó la ropa de trabajo, se quedó en sujetador deportivo y bragas y se recogió el
pelo en una coleta. Se puso unos ajustados pantalones cortos de ciclista, abrió su gran armario
empotrado prácticamente vacío y sacó una pértiga de metal y una barra metálica moldeada.
Tras encajar la pértiga redondeada en unas agarraderas incrustadas en la puerta de su habitación,
se agachó y encajó la barra moldeada en unas agarraderas del suelo. Ahora lo único que faltaba era
encender la televisión, sin sonido, y contar las repeticiones al ritmo de los programas que se veían
silenciosamente al fondo.
Empezó con cincuenta flexiones rápidas de brazo con una sola mano. Dejándose caer al suelo,
deslizó los pies en los dos asideros que le proporcionaba la barra metálica moldeada y realizó
cincuenta flexiones rápidas de abdominales. Entre tanto, su mente permanecía en blanco mientras
veía las imágenes que pasaban flotando por la gran pantalla y su cuerpo se iba entonando en
piloto automático. Cincuenta flexiones de brazo espantosamente lentas, seguidas de cincuenta
flexiones lentas de abdominales. Así siguió la cosa, mientras Terri forzaba cada vez más su cuerpo,
cambiando de movimiento según le iba apeteciendo. A veces con una sola mano, a veces
añadiendo giros y vueltas.
Estaba en una forma tan magnífica que lo fue alargando cada vez más para alcanzar alguna barrera
de dolor, pero no le importaba. No iba a ir a ninguna parte y no tenía nada más que le apeteciera
hacer.
Algo sobresaltada, Terri cogió el mando a distancia de la televisión y apretó un botón. La CNN
quedó sustituida de inmediato por una gran imagen convexa de una joven que esperaba ante su
puerta. Más inexplicable era el hecho de que no era nadie que Terri reconociera, aunque, ahora
que la miraba más atentamente, la mujer sí que le resultaba conocida de algo. Su dirección
particular era un secreto bien guardado, así que aquí no debía presentarse nadie que ella no
conociera personalmente y lo cierto era que no conocía a tanta gente.
Con el ceño fruncido, desenganchó los pies de los asideros del suelo y se encaminó a la puerta.
Apretó el botón del interfono.
—¿Sí?
Vio que la mujer daba un respingo al oír la voz inesperada. La mujer miró a su alrededor
sobresaltada y por fin se fijó en el altavoz que había en el marco de la puerta. Vacilando, la mujer
se echó hacia delante y habló en el altavoz.
—¿Qué quiere?
—Me gustaría hablar con la señorita Farmer... por favor, señora. —Las claras características de un
acento americano entraron por el interfono.
La rubia se quedó allí plantada mirando a la aparición que tenía delante, con la boca abierta de
asombro. Era como si una diosa griega se hubiera materializado de repente ante ella. Terri se echó
hacia delante y chasqueó los dedos ante la cara de la mujer.
La mujer miró el brazo que le presentaba y tragó con fuerza. Evidentemente, ver la sangre que
palpitaba y bombeaba en las venas y arterias de Terri de una forma tan alarmante no era algo que
le apeteciera mirar, pero, como cuando hay un accidente de coche, al parecer era algo de lo que no
podía desviar la mirada.
—Tía, qué asco. —Arrugó la nariz con un gesto de repugnancia—. ¿Qué demonios se está haciendo
a sí... misma? —dijo, levantando la vista para encontrarse con unos penetrantes ojos azules que
simplemente la volvieron a dejar sin voz.
—Oh, por amor de Dios, estoy haciendo ejercicio, ¿qué parece que estoy haciendo?
—Puaaj... ¿y duele?
Terri se miró el brazo, algo desconcertada, como si notara el exceso de flujo sanguíneo por primera
vez.
—Caray —fue lo único que dijo la rubia durante un rato—. Llevo toda la vida yendo al gimnasio y
nunca había visto eso hasta ahora, en nadie.
—Ya, bueno... a lo mejor no se esfuerzan tanto como yo. —Terri casi sonrió, pero consiguió
evitarlo. Notaba que el bombeo iba cediendo, volviendo a la normalidad, y que las venas volvían a
situarse bajo la superficie. Tardaría mucho rato en conseguir que volvieran a sobresalir. Suspiró—.
¿Qué es lo que quiere, señorita...?
—Nikkoletta Takis, pero todo el mundo me llama Nikki —dijo la rubia, alargando la mano. Terri se
secó la mano en los pantalones cortos y aceptó de mala gana la mano que se le ofrecía. Nikki se la
estrechó con un vigor sorprendente.
—Oh, cierto. Estooo, pues pedí a la gente de papá que hiciera unas comprobaciones sobre usted.
Lo que está claro es que no resulta fácil dar con usted. —Su sonrisa resplandeciente, unida a su
alegre personalidad, era contagiosa y Terri se descubrió cediendo a la sonrisa después de todo.
Terri notó la ropa cara de la joven, mientras sus engranajes mentales se movían con la precisión de
costumbre. El apellido Takis y el dinero se plasmaron en una rápida conexión.
—Déjeme que adivine, ¿papá no será Alexander Takis, el magnate naviero griego, por casualidad?
—Bonita vista —dijo Nikki, mirando por la ventana el río iluminado por los focos.
—Sí, supongo —respondió Terri, abatida, bebiendo un trago de su botella y acercándose a su lado.
—¿Qué? —dijo Terri frunciendo el ceño. Nikki miró la bebida de Terri con intención—. Oh, eeeh,
cierto... ¿quiere algo de beber... o algo?
—No socializa mucho, ¿verdad? —dijo Nikki, sonriendo una vez más ante la incomodidad de Terri.
—Lo siento, no bebo alcohol. Agua, leche o a lo mejor tengo algo de té, eso es todo lo que puedo
ofrecerle.
—No me gusta.
—No.
—Cómo no. —Terri le echó una mirada resentida y fue a la cocina. Nikki examinó el piso,
advirtiendo el caro pero escaso mobiliario. Se sentó en el gran sofá de cuero para esperar su
bebida. Terri regresó por fin con una taza que tenía a un lado una foto de Buffy Cazavampiros y se
la ofreció a Nikki.
—Bonita... taza.
—Gracias —dijo Terri, sentándose en una de las mesas bajas, frente al sofá donde estaba sentada
Nikki—. Ahora, ¿qué es lo que quiere? —le preguntó a su visitante.
—Creo que alguien quiere hacerme daño. —El súbito paso de su invitada de la despreocupación al
dolor apenas disimulado pilló por sorpresa a Terri, dejándola sin saber muy bien qué decir.
—¿Qué le hace... o sea, quién... por qué piensa eso? —Tragó rápidamente un sorbo de agua de su
botella.
—Tal vez —replicó Terri, secándose la boca con el dorso de la mano. Nikki tenía algo que no hacía
más que pillarla desprevenida y en precario. No era una sensación que le gustara. Aquí estaba, no
sólo habiendo dejado entrar a una total desconocida en su casa, sino incluso planteándose muy en
serio hacer esperar a todos sus demás clientes para acudir en ayuda de la desconocida. Y por
mucho que lo intentaba, no acertaba a saber por qué—. Bueno, ¿por qué yo, por qué no uno de
los empleados de su padre?
—No... no confío en ninguno de ellos. Podrían estar implicados. Y la otra noche, cuando vi lo que
usted era capaz de hacer, pues no tardé mucho en darme cuenta de que había encontrado lo que
estaba buscando.
—¿Me vio?
—Sí, enfrentándose a esas tres machorras grandullonas del club, como si no fuera nada, nada de
nada. ¡Guau, fue genial!
—Claro. Cuando vengo a Londres casi siempre acabo allí, para ver a viejas amigas, tomar una copa,
relajarme un poco.
—¿Por qué, es que llevo un cartel de "hetero" estampado en la frente o qué? —El humor de Nikki
había cambiado como si alguien hubiera apretado un interruptor. El carácter alegre y dicharachero
había desaparecido, para ser sustituido por un áspero antagonismo y unos ojos entrecerrados.
—Eh, cálmese un poco, ¿quiere? —dijo Terri, levantando los brazos con un gesto de rendición—.
Oiga, lo siento, ¿vale? Si la he ofendido, le pido disculpas. No era mi intención y, para contestar a su
pregunta, no, no me molesta, ni es nada de mi incumbencia.
La mueca de desagrado de Nikki duró unos momentos y luego se relajó y recuperó el buen humor
de antes.
—Yo también lo siento, supongo que me he pasado un poco. Es que a veces me siento tan harta de
todo eso. Del prejuicio, me refiero, especialmente por parte de otras mujeres.
—No pasa nada, lo comprendo. En serio, yo misma también tengo que aguantar muchas
chorradas. Que si no es un trabajo apropiado para una mujer y tal y cual —dijo Terri, esbozando
una ligera y, para tratarse de ella, simpática sonrisa.
—No me parece que usted le aguante chorradas a nadie —dijo Nikki con una sonrisa.
—Se sorprendería.
Se quedaron mirándose un momento, cada una analizando lo que había dicho la otra. Terri
parpadeó y apartó la mirada, rompiendo la conexión.
Carraspeando, dijo:
—Sí que lo he hecho —replicó Nikki, con los ojos risueños—. Soy lesbiana.
—No... yo eeeh... me refiero a por qué cree que alguien quiere hacerle daño —dijo Terri, dándose
cuenta demasiado tarde de que Nikki le estaba tomando el pelo. Se sonrojó ligeramente, mirando
rápidamente por la ventana para intentar disimularlo.
—Eh, tranquila, sólo estaba bromeando con usted —dijo Nikki, alargando la mano para tocarle el
brazo a Terri.
Terri se apartó de golpe como si le hubiera picado un bicho, echando chispas por los ojos. Se volvió
hacia Nikki en una postura de defensa instintiva. Nikki no pudo evitar soltar un grito sofocado al
tiempo que ella también se apartaba por la sorpresa, por lo deprisa que se había movido Terri y
por lo bruscamente que todo su lenguaje corporal se había transformado en un mensaje de
agresividad bastante terrorífica.
—Quieta ahí, Tigre, que no he querido decir nada —farfulló—. Eh, que la lesbianita no la va a tocar
más —dijo, levantando las manos como para demostrar lo que estaba diciendo.
Terri parpadeó, con el cuerpo totalmente rígido de tensión controlada. Se relajó poco a poco y bajó
las manos alzadas y luego se agachó para recoger la botella de plástico, afortunadamente casi
vacía, que había dejado caer cuando se dispararon sus defensas naturales.
—Tal vez sería mejor que buscara a otra persona que la ayude con sus problemas, señorita Takis. —
Su voz carecía de entonación alguna.
—Si cree que es lo mejor —replicó Nikki. Terri se limitó a asentir, sin que su cara dejara entrever
nada.
Nikki miró un momento a los ojos inexpresivos de Terri y luego frunció el ceño.
—¡Muy bien! —Y con eso se marchó bruscamente, dando un portazo al salir del piso.
—Bueno, qué bien ha ido todo, me parece —dijo Terri abatida, hablando con la habitación vacía,
inexplicablemente enfadada consigo misma. El piso parecía de repente privado de vida ahora que
la temperamental señorita Takis se había ido. Suspiró con fuerza, se frotó los ojos y se dejó caer en
el sofá de cuero, reclinando la cabeza y manteniendo los ojos firmemente cerrados. Por primera
vez desde hacía mucho tiempo, se dio cuenta de lo inerte que era en realidad su supuesto hogar.
Tras quedarse más de diez minutos sentada inmóvil, Terri por fin se animó a hacer el esfuerzo de
levantarse del sofá y guardar las barras de ejercicio para otro día. Cuando estaba cerrando el
armario, se oyó un golpe suave en la puerta de entrada. No era posible, decidió, y no hizo caso.
Pero volvió a sonar, esta vez aún más suave, si es que eso era posible.
—¿Qué es esto, Piccadilly Circus? —gruñó. Llegó a la puerta con paso decidido y la abrió de golpe,
preparada para explicar con gran precisión por qué era tan mala idea llamar a su puerta, pero sus
palabras quedaron bruscamente en suspenso. Allí estaba Nikki, con los ojos casi cerrados,
tambaleándose suavemente como si estuviera a punto de desplomarse. Tenía la piel de color
ceniciento, al haber perdido el color de su bronceado californiano normal.
—¿Sería tan amable de llamar a una ambulancia por mí? Parece que... he tenido... un ligero
accidente. —Se le pusieron los ojos en blanco y cayó sin hacer ruido al suelo. Suelo en el que se
habría estampado si Terri no la hubiera agarrado. Sólo entonces vio Terri el rastro de sangre que
recorría el pasillo y sintió que se le mojaban las manos. Mirando por encima del hombro caído de
Nikki, vio que su inmaculado traje a la medida estaba rajado desde el omóplato hasta la nalga,
revelando una espalda igualmente rajada. La sangre de Nikki escapaba a una velocidad alarmante,
acumulándose a sus pies. Mirando rápidamente a ambos lados del pasillo, Terri levantó en brazos
sin esfuerzo a la rubia caída y la llevó dentro. Cerró la puerta de una patada, llevó a Nikki a su
habitación y la colocó con cuidado boca abajo en la cama.
Abriendo la ropa de Nikki, Terri examinó la herida. Era profunda, pero no tan profunda como para
matarla directamente. Probablemente causada por una navaja Stanley o un escalpelo, decidió su
mente analítica sin pensar en ello realmente. Aunque el corte probablemente no la iba a matar, la
gran pérdida de sangre podría conseguirlo. Agarrando el teléfono que había junto a su cama,
marcó el 999 y explicó el problema de forma sucinta y eficaz. Al cabo de un momento, una
ambulancia ya iba de camino, junto con un coche de policía.
Terri corrió al cuarto de baño y volvió, habiendo hecho acopio de toallas. Las apretó contra la
herida, intentando presionar todo el corte, pero no era fácil. Lo único que podía hacer ahora era
esperar a que llegara la caballería. Bueno, pensó, parece que he vuelto al caso. Desde luego, es
mucho mejor que espiar a esposas o buscar herederos fugados.
Tardaron un poco en entrar todos en la ambulancia, debido sobre todo al hecho de que Nikki
estaba aferrada a la mano de Terri y, a pesar de todos los ruegos posibles, se negaba a soltarla.
Había recuperado el conocimiento justo cuando el personal de la ambulancia intentaba trasladarla
a una camilla. La policía había llegado al mismo tiempo e intentaba interrogar a Terri.
Al ver que Nikki abría los ojos, Terri se arrodilló a su lado, diciéndole que pronto estaría en el
hospital y que todo iba a ir bien. Cuando iba a apartarle a la rubia el pelo de los ojos, la mano de
Nikki salió disparada y agarró a Terri de la muñeca. El habitual instinto defensivo de Terri quedó
anulado por un súbito deseo de permitir que la mujer la agarrara. Terri podría haberse soltado la
mano, pero inexplicablemente decidió que no quería hacerlo.
—Parece que vuelvo a estar contratada, ¿no? —dijo suavemente. Nikki no dijo nada, simplemente
asintió con la cabeza para confirmarlo—. Tranquila, Nikki, ahora está en buenas manos. Estos
hombres la van a llevar al hospital y la van a dejar como nueva. —Sonrió a la herida
tranquilizadoramente. O al menos esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora. No tenía gran
experiencia en estos temas, como ella misma era la primera en reconocer.
Nikki sacudió la cabeza violentamente, negándose terminantemente a hacer tal cosa. Terri miró a
los dos encargados de la ambulancia y se encogió de hombros.
—No hemos terminado las preguntas —dijo una de las agentes, una joven policía que a Terri le
parecía que no tenía más de doce años. Dios, me estoy haciendo vieja, pensó deprimida.
La policía miró a su compañero de más edad. Éste asintió, guardando su cuaderno de notas, y
habló en la radio que llevaba instalada en el hombro, informando a la comisaría de la situación y
pidiendo que se pusieran en contacto con el hospital. Es pasmoso cómo se abren todas las puertas
si eres la hija de un multimillonario, pensó Terri con cierto desagrado.
La sirena aullaba tristemente cuando se pusieron en marcha. Terri iba hablando en voz baja con
Nikki, con la esperanza de que sus palabras la reconfortaran un poco, mientras el sanitario aplicaba
tiritas de mariposa a lo largo de la herida de Nikki. La ambulancia se balanceaba y sacudía mientras
corría rumbo al hospital, dificultando al sanitario la tarea de insertar una aguja para un goteo
salino.
—Ya no falta mucho —dijo Terri, pero Nikki había vuelto a quedarse inconsciente, lo cual por fin
permitió que Terri se soltara la mano—. A ver, deme eso —dijo Terri, arrebatándole hábilmente la
aguja al torpe sanitario. Sin la menor vacilación, insertó limpiamente la aguja en una vena, la
sujetó con esparadrapo, fijó el tubo y abrió la válvula. Se echó hacia atrás como si aquello fuera
algo normal y cotidiano.
—No.
—Entonces có...
—Entrenamiento militar.
—¿El qué?
—No.
Él se relajó.
—No exactamente.
—No.
La puerta de la ambulancia se abrió y subió un equipo, que agarró la camilla de Nikki y la metió
rápidamente en el hospital. Terri miró el reloj. Desde el momento en que Nikki volvió a aparecer en
su puerta hasta su llegada al hospital, habían pasado poco más de veintisiete minutos. No está
mal, supongo, pensó. Aunque me pregunto cuántos de nosotros tendríamos escolta policial.
Las colas y los médicos agobiados y con demasiados pacientes no eran para Nikki. La llevaron a
través de la confusión general de la sala de urgencias hasta un ascensor privado que los llevó a un
piso superior. Allí la recibieron varias enfermeras y dos médicos, que se pusieron a trabajar de
inmediato. La medicina privada tenía sus claras ventajas.
Nadie pareció cuestionar el hecho de que Terri acompañara a Nikki al quirófano, aunque procuró
no estorbar a nadie. Una vez se supo que era la guardaespaldas privada de Nikki, nadie la molestó.
Observó mientras uno de los médicos cosía la espalda de Nikki con puntos pequeños y finos. Es
evidente que las cicatrices no son para los ricos y famosos, sonrió por dentro. Dudo mucho de que
haya nadie que me vaya a tratar a mí así de bien.
Por fin terminaron todas las tareas y trasladaron a Nikki a una habitación privada, donde una
enfermera la vistió cuidadosamente con un camisón de hospital.
—Pues sí.
—Té, sin azúcar, por favor. Ah, ¿y podría ofrecerle algo a esa policía?
—Claro.
La agente de policía se había quedado a montar guardia hasta que un agente del cuerpo de
protección de personas importantes llegara al hospital. Era evidente que no le hacía mucha gracia y
estaba sentada rígidamente en una silla fuera de la habitación de Nikki, mirando malhumorada a
todo el que se acercaba.
Terri había contestado a todas sus preguntas, lo cual no había llevado mucho tiempo, puesto que
tenía poca cosa que contarles, al no saber nada sobre las circunstancias del ataque, salvo que
había ocurrido cerca de su piso. Era evidente que no la creían, convencidos al parecer de que se
estaba guardando información a pesar de su empeño en convencerlos de que realmente no sabía
nada al respecto, pues acababa de empezar a trabajar en el caso cuando ellos llegaron.
Terri se quedó sentada bebiendo el té, observando a su nueva jefa sumida en un sueño producto
de los medicamentos. La policía había sido relevada poco después de medianoche. Su sustituta no
llevaba uniforme, pero Terri reconoció el aspecto inconfundible de una agente de policía. Hablaron
fuera, sin que Terri pudiera oírlas, mientras las miraba por la media partición de cristal. La agente
señaló con la cabeza a Terri, con el ceño fruncido. La mujer de paisano se limitó a asentir, con los
labios apretados. Era evidente que la presencia de Terri no era bien recibida. Iba a ser una noche
muy larga.
—¿Todavía está aquí, cielo? —preguntó la enfermera en voz baja, al regresar para el turno de la
mañana.
—Eso parece —dijo Terri, medio dormida. Sólo había conseguido echar sueñecitos ligeros aquí y
allá, sentada en la butaca junto a la cama.
—¿Todavía no se ha despertado?
—Tal vez debería esperar y preguntárselo directamente. Es griega americana o americana griega,
no estoy muy segura.
Cuando el asistente se marchaba llegaron dos hombres, que se acercaron a la agente de policía
que guardaba la puerta. Ella les pidió que se identificaran, pareció satisfecha y les permitió entrar
en la habitación. Uno de los hombres era bajito y moreno, el otro medía más de metro ochenta y
era muy musculoso. Terri se movió para interceptarlos.
El hombre más bajo la miró como si acabara de salir de debajo de una piedra.
—No es asunto suyo. Carl, sácala de aquí y luego quédate fuera mientras yo hablo con mi
hermanita.
Carl no hizo el menor intento de resistirse, con los tendones del brazo doblado clamando por
liberarse. Sólo haría falta un ligerísimo empujón para romperle el hueso. No sabía quién demonios
era esta mujer, pero no bromeaba en absoluto.
—¿Carl? —dijo.
—No, ya hemos dejado claro que éste es Carl. ¿Usted cómo se llama? —dijo Terri, empujando
ligeramente hacia arriba el brazo de Carl, lo cual hizo que éste gimiera de dolor.
—Tranquila, señorita Farmer, puede soltar a Carl. Éste es Christos, mi hermano. Carl es su
guardaespaldas —dijo una voz apagada desde la cama. Nikki se incorporó despacio, haciendo una
mueca de dolor al mismo tiempo—. Dios, estoy hecha una mierda —gimió. Inmediatamente, Terri
dejó caer a Carl al suelo y se colocó al lado de Nikki.
—¿Está segura de que podemos confiar en estos dos? —preguntó, cogiendo automáticamente la
mano de Nikki mientras hablaba.
—Es un gilipollas, pero al menos es de la familia. En cuanto a Carl, sólo hace lo que se le dice,
¿verdad, Carl?
—Sí, señorita Nikki —dijo él, levantándose, flexionando el brazo liberado con una mueca de dolor.
—Tenemos que hablar, Nikkoletta, a solas. ¿Podemos hacer una tregua y sujetar a nuestros perros,
por favor? —le preguntó Christos a su hermana.
—Por favor... vaya cambio de actitud. Es curioso lo mucho que pueden mejorar tus modales con un
poco de fuerza bruta —se burló Nikki.
—¿Quiere que los eche? —preguntó Terri, sin quitarles la vista de encima a los dos hombres.
—No será necesario, señorita Farmer. ¿Le importa esperar fuera con Carl un momento? No
tardaremos, se lo prometo —dijo Nikki, sonriendo a Terri encantadoramente.
—Jefa, eso me gusta —sonrió Nikki y luego volvió a hacer un gesto de dolor, cerrando los ojos.
Apretando a su vez brevemente la mano de Nikki, se volvió para irse y se topó con Carl, que ahora
se cernía sobre ella, furibundo.
—Esta vez le ha salido bien porque no me lo esperaba —dijo, clavándole a Terri un dedo indignado
en el pecho—, pero se lo advierto, no va a volver a oc...
Por segunda vez Carl se encontró girando de golpe y con el brazo doblado a la espalda, pero esta
vez una mano lo agarró de la nariz y se la retorció dolorosamente, echándole la cabeza hacia atrás
hasta que quedó apoyada en el hombro de Terri.
—Venga, Caaaarl —dijo, alargando el nombre—, vamos a buscar algo de desayunar y a dejar que
los hermanos inicien su conmovedora reunión familiar.
—Bare, bare, be está robbieddo la dariz —lloriqueó él patéticamente, mientras Terri lo empujaba
hacia la puerta.
—Recibido —sonrió Nikki. Christos se limitó a menear la cabeza con desagrado mientras los dos
guardaespaldas salían de la habitación.
—Gracias —contestó Terri, con el amago apenas de una sonrisa en su rostro impasible.
—Vale, reconozco que te sabes mover, pero has tenido suerte, habría podido contigo.
Terri se volvió para mirar a Carl. Casi hacía pucheros de indignación al tiempo que se ocupaba de
su café y de su ego herido.
—Carl, seguro que eres un buen guardaespaldas y sabes hacer tu trabajo. Eso lo respeto. Pero no
te interpongas en mi camino y nos llevaremos bien. Se supone que estamos del mismo lado,
¿sabes?
Terri subió bruscamente la mano para hacerlo callar, lo cual hizo que Carl se encogiera y se callara
al instante. Terri frunció el ceño, llevándose la otra mano al oído.
—¡Qué hijo de puta! —gruñó, levantándose de un salto—. Tú, quédate aquí —dijo, señalando con
el dedo directamente a la cara de Carl. Éste volvió a encogerse y asintió. Ella volvió corriendo por el
pasillo hasta la habitación de Nikki, esquivando con facilidad a la policía sobresaltada. Abrió la
puerta de golpe y sorprendió a Christos, que se cernía amenazador sobre Nikki, sujetándola del
brazo brutalmente. Nikki gemía por haberse torcido la espalda y trataba de quitárselo de encima
por todos los medios.
Más deprisa de lo que Christos creía humanamente posible, Terri cruzó la habitación y lo sujetó por
el cuello contra la pared del fondo, dejándolo con los pies en el aire.
—Dios, ¿pero qué le pasa? La acaban de coser, ¿y usted se pone en plan matón con ella?
Christos intentó hablar pero le resultó imposible con la garganta cerrada por la ferocidad con que
Terri se la apretaba.
—Está bien, señorita Farmer, ya puede bajarlo. —La agente de policía había sacado el revólver,
pero lo sujetaba apuntando al suelo—. Estoy entrenada para usar esto si creo que es necesario
aplicar la fuerza letal. Y ahora mismo yo diría que está poniendo su vida en peligro.
—Usted —dijo ella, dejando que Christos cayera al suelo de rodillas—, salga de aquí.
—Carl —graznó.
—Aquí estoy, señor Takis —dijo Carl desde la puerta. Terri se giró en redondo y lo fulminó con la
mirada. Él abrió los brazos con gesto de súplica—. Mira, es mi jefe...
—¡No! Yo jamás haría daño a la señorita Nikki. No podría —dijo, lo último casi en un susurro.
—Te creo, Carl. Ahora llévate a tu jefe a casa y no volváis a hacer otra visita. ¿Me comprendes?
Carl asintió.
—Ya puede guardar eso —dijo Terri, volviéndose a la policía. La mujer repasó sus opciones por un
momento. Respiró hondo y volvió a guardarse el revólver en la funda.
—No he visto nada —dijo, cerrando la puerta en silencio al salir y volviendo a sentarse en el
pasillo.
Nikki asintió.
—Perdone, Nikki, eso ha sido una estupidez por mi parte. Un mal chiste.
Nikki se relajó ligeramente, entre otras cosas porque la mano firme pero suave de Terri le resultaba
muy agradable.
—No ha contestado mi pregunta, señorita Farmer —dijo Nikki, casi con timidez.
—Si me va a pagar cantidades obscenas de dinero por hacer esto, puede llamarme como guste,
pero yo prefiero Farmer a secas. Especialmente tratándose de mis amigos —añadió, casi
trabucándose a su vez, preguntándose de dónde demonios había salido eso último.
—¿Ha pinchado mi habitación? —Las cejas de Nikki se enarcaron hasta tocar el nacimiento del
pelo.
—Claro, nunca se es lo bastante cuidadoso en trabajos como éste. —Terri se encogió de hombros y
se volvió a colocar el receptor en el oído—. El micro está ahí, en la esquina de la cama.
—Supongo. Pero preferiría saber de antemano si va a volver a hacer algo así en el futuro.
—Enhorabuena, señorita Takis, ¡va a ser madre de una niña tan preciosa como su mamá! —
exclamó.
—Oh, fíjese, qué tonto soy, me refería a otra persona, me he equivocado. —Se rió de su propio
chiste.
—Dios, tengo que salir de aquí —dijo Nikki, meneando la cabeza y frotándose las sienes—. Este
sitio no es bueno para mi salud.
—Ah, bueno, por eso vengo a verla. Todos los análisis de sangre han dado negativo, aunque
algunos otros tardarán unos días en estar listos, así que le convendría llamar y pedir los resultados.
La herida parece todo lo sana que es de esperar y usted parece encontrarse en buenas manos —
dijo, mirando a Terri con intención.
—Genial, ahora también soy enfermera. Su factura no hace más que crecer, señorita Takis —dijo
Terri, sonriendo de oreja a oreja.
—Bueno. —El médico carraspeó—. Vamos a ver si podemos darle el alta. Estoy seguro de que a la
policía de ahí fuera también le gustaría irse a casa.
—Sí, claro, una chica joven y en forma como la señorita Takis, esto lo superará en nada de tiempo.
Pero tómeselo con calma, que ha perdido mucha sangre. Vuelva dentro de una semana o vaya a su
médico de cabecera para que le quite los puntos. Prácticamente no debería quedar cicatriz. Es un
genio de los puntos, el joven Fowler. Yo le he enseñado todo lo que sabe, se lo advierto —dijo el
médico, sonriendo alegremente.
—Mujer.
—¿Cómo dice?
—Es una mujer, no una chica. —Terri le clavó una mirada firme.
—Sí, sí, por supuesto, un error. Le pido disculpas, señorita Takis —dijo él, inclinándose ligeramente
ante Nikki. Salió a toda prisa de la habitación, mascullando algo sobre otros pacientes.
—Caray, te tomas muy en serio esto de defenderme, ¿verdad? —dijo Nikki, sonriendo a Terri.
—Sí.
Terri había arreglado las cosas para que trajeran algo de ropa a Nikki, para sustituir a la que se
había estropeado en el ataque. Nikki consiguió llegar andando hasta el taxi que esperaba, después
de que el hospital insistiera en que viajara de la cama al mundo exterior en una silla de ruedas. Al
caminar rígidamente hasta el taxi, decidió que la silla de ruedas no había sido tan mala idea
después de todo.
—Muy bien, aparte de que me duele todo y me siento como si se me hubieran saltado todos los
puntos —refunfuñó Nikki desde el asiento trasero del taxi.
—Qué va, cuesta mucho que se salten los puntos, lo sé por experiencia personal.
—Sí, seguro que sí —dijo Nikki de mal humor. Terri sonrió. El trayecto hasta el piso de Terri duró
mucho más que el viaje en ambulancia. Para cuando llegaron, Nikki estaba muy dolorida. Se había
puesto pálida y estaba cenicienta y sudorosa.
—Claro —dijo Terri, pasándose el brazo de Nikki por el hombro y ayudándola a subir los numerosos
tramos de escaleras hasta su piso.
—¿Estás segura de que quieres convalecer aquí? ¿No hay algún otro sitio que te resulte más
cómodo?
—Ya lo hemos hablado, Farmer, por ahora aquí es donde me siento más segura. Cuando me
encuentre bien del todo otra vez, me replantearé mis opciones.
Terri abrió la puerta de entrada y pasaron. Llevó a Nikki medio a cuestas hasta el sofá y la sentó
delicadamente. Nikki hizo una gran mueca de dolor al apoyar la dolorida espalda en el cuero frío.
—¿Quieres beber algo? ¿Qué tal una aspirina o algo así?
—Los gastos de pensión son aparte, ¿sabes? Va mucho más allá de lo que hago normalmente.
—No hay problema, Farmer, tengo los bolsillos hondos y los brazos largos.
—No todo ha sido un lecho de rosas. Con eso de que mamá y papá se divorciaron y nosotras
volvimos a Estados Unidos.
—¿Nosotras?
—Sí, mamá y yo. A ella le entró la nostalgia y decidió que ya no le gustaba ser una solitaria ama de
casa griega. Y me llevó con ella. Por supuesto, yo era demasiado pequeña para darme cuenta de
cómo se le rompió el corazón a mi padre, pero él se quedó con Christos, así que no pudo quejarse
mucho.
—Bah, la verdad es que nunca nos hemos llevado bien. Yo ni me lo planteé. Ni me lo planteo
ahora, como has podido ver.
—Bueno, ¿es ahora un buen momento para hablar de lo que ha pasado? Sé que has hecho una
declaración a la policía, pero me gustaría oírlo por mí misma, sólo entre tú y yo. ¿O prefieres hablar
de por qué Christos amenazó con hacerte callar para siempre o de por qué tu distante padre está
decidido a que ocupes su puesto en lugar de dejar que su niño querido coja las riendas de una de
las compañías navieras más grandes del mundo?
—Oíste todo eso, ¿eh? Sí, claro que lo oíste, si pusiste un micro en mi habitación. Qué tontería
acabo de decir.
—Sí, claro.
—Vale, pues no voy a matar a nadie, a menos que se lo merezca. No voy a robar nada, a menos
que lo necesite, y no me voy a quedar a un lado viendo sufrir a gente inocente, especialmente
niños. Eso es todo, la verdad, aparte de que nunca incumplo mis reglas, a menos que tenga que
hacerlo. Ah, y no trabajo gratis.
—Me alegro de saber que tienes un código ético tan estricto, Farmer.
—Seguro.
—Y ahora, ¿por dónde íbamos antes de tan grosera interrupción? —preguntó Terri.
—¿Así que me estás diciendo que cuando dijiste que alguien quería hacerte daño, no lo decías en
sentido literal?
—Sí, supongo.
—Como le dije a la policía, la verdad es que no tengo mucho que decir. Iba hacia mi coche
alquilado, lo había aparcado en la calle a unos cincuenta metros de aquí. No esperaba que me
fuera a pasar nada malo. Bueno, a decir verdad, estaba bastante cabreada.
—¿Conmigo?
Terri suspiró.
—Te lo dije entonces y te lo repito ahora, no era nada personal. Es sólo que me pillaste por
sorpresa.
—Sí, bueno, da igual. Por eso no estaba prestando mucha atención a nada de lo que ocurría a mi
alrededor. Vamos, que esto es Londres, por Dios, no Los Ángeles. Te entra bastante
despreocupación con la idea de pasearte por aquí de noche. Nunca hasta entonces me había
sentido amenazada.
Terri resopló.
—Recuérdame que te enseñe algunas de las zonas menos atractivas de nuestra bella ciudad.
Entonces a lo mejor tienes un poco más de cuidado.
—Sí, mamá.
Terri no hizo caso del comentario, con la cara tan impasible como siempre.
—Pues había gente, un grupo, chavales en su mayoría, la verdad es que no miré. Pasaron a mi lado
en la otra dirección. Había avanzado unos diez metros cuando noté que me daban un golpe en la
espalda. Me empujaron encima del capó de un coche aparcado. Estaba tan sorprendida que me
quedé allí preguntándome qué demonios había pasado. Cuando por fin miré, no había nadie. Supe
que algo iba mal en cuanto intenté ponerme en pie.
—Sí, un dolor espantoso en toda la espalda. Me di la vuelta como pude y me apoyé en el coche.
Fue entonces cuando vi la sangre que corría por el capó y goteaba sobre el guardabarros. Hacía un
ruido curioso como de chapoteo. Me quedé mirando fascinada, hasta que me di cuenta de que era
mi sangre.
—¿Qué hiciste entonces? —preguntó Terri suavemente, al ver a Nikki reviviendo su reciente
pesadilla.
—No fue eso lo que pasó exactamente, Nikki —dijo Terri en voz baja.
—¿Y no viste al que lo hizo? —preguntó, volviendo al tema que las ocupaba.
—Qué va, ni siquiera sé si fue uno de esos chicos. Podría haber sido cualquiera.
—No, sólo aquí te pillo, aquí te mato, vamos a ver el aspecto de tus costillas. Y luego jopo, aire,
fuera. Bastante raro, ahora que lo pienso.
—Sí, es muy raro. Hablaré con unos amigos de la policía a ver qué me cuentan.
—Caray, ¿vamos a descubrir quién lo hizo y, lo que es más importante, por qué?
—Claro —dijo Nikki, sonriendo alegremente. Terri no pudo evitar devolver la contagiosa sonrisa.
—Supongo que te darás cuenta de que esto va a ir aparte del caso para el que me has contratado
originalmente.
—Dímelo tú, todavía no me has dicho qué es lo que querías para empezar.
Nikki se puso ceñuda y frunció los labios. Se quedó callada un momento, al parecer intentando
decidir si debía decir algo o no.
—Ya sabes que te dije que mi padre era un magnate naviero y todo eso, pues es cierto, lo es. Pero
no vivo con él y no he vivido con él desde que era niña.
—Bueno, sé que papá nos pasa a mamá y a mí más dinero cada año del que podemos gastar con
sentido común en una vida entera, pero bueno, yo quería ser normal como mis amigos del
instituto, así que decidí conseguir un trabajo. Eso suponía ir a la universidad, graduarme, todo el
rollo. Ya sabes, ¿no?
—Pues no, pero continúa, por favor. Estoy segura de que a nadie le gustaría llevar una vida de ocio
y lujo, la verdad.
—¿Te estás burlando de mí? —dijo Nikki, pero sonriendo lo suficiente como para quitar hierro al
asunto.
—Tal vez.
—¿Alguna vez te han dicho que tienes un sentido del humor muy retorcido?
—No, nunca.
—Mmm, bueno, a lo que iba, me gradué en empresariales, summa cum laude y todo eso. Y tras
una serie de cosas... pues acabé siendo diseñadora de barcos.
—Claro que lo es. Yo no podría distinguir un cepillo para mástiles de otro, y no hablemos de
utilizarlo.
—Ah, es una especie de cachivache que los carpinteros usan con la madera o algo así —dijo Nikki,
frunciendo el ceño de nuevo—. Mira, lo importante es que trabajo para una pequeña constructora
de barcos familiar, en su departamento de diseño. Últimamente sobre todo CAD.
—Por muy fascinante que sea todo esto, ¿podrías al menos indicar por qué has acudido a mí?
—Ya —dijo Nikki sonriendo—. Bueno, volviendo a lo que te estaba contando. Como no trabajo por
dinero, de por sí, y la familia dueña de la empresa son amigos de toda la vida de mi madre, mi
trabajo es muy cómodo, no sé si sabes a qué me refiero.
—Una de mis tareas es viajar a todas las exposiciones de barcos del mundo entero y ver las
novedades. Sacar fotografías y, bueno, ver si hay algún diseño que podríamos, estooo, pues...
adaptar nosotros mismos.
—Claro, todo el mundo lo hace. Ocurre desde que alguien vació por primera vez un árbol y lo
metió en el agua.
—Y yo que creía que los constructores de barcos estaban por encima de esas cosas.
—Ja, seguro que jamás en la vida has pensado en ningún constructor de barcos, hasta este mismo
momento.
Terri sonrió.
—Bueno, pues ahora es cuando las cosas se ponen algo embarazosas. —Se detuvo.
—De esta habitación no va a salir nada —dijo Terri, adoptando fácilmente su personalidad
profesional.
—Sigue.
—Oh, no gran cosa. Yo morreando y eso. Bastante inofensivo todo, la verdad. Se podrían
interpretar como una noche de juerga de una chica y no volver a mirarlas.
—Sí, sólo hablaba de lo violento que me resultaría si mis jefes vieran estas fotos.
—¿Tendría importancia?
—Son bastante anticuados. La nota dejaba muy claro lo que estaba sucediendo de verdad.
—No, me refiero a si tendría importancia para ti personalmente. Quiero decir, ¿necesitas el
trabajo?
—¡Qué diablos, claro! Me he esforzado muchísimo para llegar a donde estoy, me gusta mi trabajo
¡y te aseguro que no quiero renunciar a él por una chorrada como ésta! —dijo toda rabiosa.
Vaya, fuego tras esa fachada tan mona, me gusta esta chica... eeeh, mujer, pensó Terri, sonriendo
por dentro.
—Qué va, no tendría nada que ganar. ¿Qué más da que pierda mi trabajo? Eso no influye en
absoluto en su gran plan para hacerse con el imperio de papá. Probablemente daría más la
impresión de que soy yo la quiere su trabajo.
—Mi hermano es un cretino paranoico. No me puedo imaginar que mi padre no permita a Christos
tomar las riendas cuando llegue el momento. ¿Por qué me iba a poner a mí al mando en lugar de a
Christos?
—A lo mejor le gustas más que él. No sería muy difícil, por lo que he visto de tu hermano. Parece
que le resulta muy fácil caer mal. Y además, tú tienes un estupendo título en empresariales y sabes
de barcos.
—Apenas, lo que construimos son juguetes para ricos. Yates de lujo para alta mar que pasan la
mayor parte del tiempo en los Cayos o en Cannes, no petroleros o buques contenedores.
—Órganos externos, para empezar. Eso cuenta mucho en el país de mi padre —dijo riendo.
—Sí, eso es un detalle, supongo. ¿Estás segura de que eso es lo que siente tu padre?
—¿Eso te da pena?
—Claro, es mi padre.
—Antes lo hacía, pero como siempre estaba en una reunión o en viaje de negocios, pues dejé de
intentarlo.
—¿No dijiste que utilizaste a la gente de tu padre para dar con mi dirección?
—Ah, sí. Tiene oficinas por todo el mundo. Me extienden la alfombra roja siempre que aparezco.
Es sólo que rara vez consigo ver a mi padre en persona.
—Jamás renuncies a tu padre, Nikki. Puede que un día ya no esté ahí para renunciar a él.
—¿Por qué querría alguien hacerme daño de esa forma? Si yo nunca he hecho mal a nadie, jamás
—dijo Nikki, cambiando de tema rápidamente.
—No tengo datos suficientes para comentar. ¿Has guardado las fotos y la nota?
—No, las hice pedazos y las tiré al retrete en la habitación del hotel.
—Lástima.
—¿Por qué, habría servido de algo? No era más que una nota impresa y unas fotos hechas con
impresora de chorro de tinta. Lo podría haber hecho cualquiera, en cualquier parte.
—¿Por qué?
—¿Qué?
—No importa.
—Sí, supongo.
—Siento decepcionarte, Nikki, pero estaba haciendo lo mismo que nuestro amigo, sea quien sea.
—¿Estabas espiándome?
—Ya.
—¿Te molesta?
—No, la verdad es que no. Por supuesto. Debería habérmelo imaginado —dijo de mal humor.
—Escucha, Nikki, me caes bien, eres una chica inteligente y guapa. Y estoy más que dispuesta a
llegar al fondo de tus problemas. Pero he descubierto que rara vez es bueno para un caso dejar
que los sentimientos personales nublen el tema. Así que si no has venido para eso, a lo mejor
deberías buscar ayuda en otra parte.
—No he dicho eso. He dicho que estaría encantada de trabajar para ti, de descubrir quién intenta
hacerte chantaje, quién te atacó en la calle y por qué, incluso de hacerte de guardaespaldas
mientras estés en Londres, pero hasta ahí llega mi capacidad para ayudarte.
—Está bien, señorita Farmer, lo comprendo. ¿Todavía te parece bien que me quede aquí esta
noche? Estoy cansada, me duele mucho la espalda y ahora mismo no me apetece volver a mi
habitación de hotel.
—Claro, es tu dinero. Eres libre de gastarlo conmigo como te apetezca —dijo Terri sonriendo.
Nikki se despertó, con los ojos hinchados y el pelo revuelto, sin saber dónde estaba. Lo recordó
todo dolorosamente cuando torció ligeramente la espalda, al incorporarse.
—¡Ay, ay, ay, ay, aaaayyyyy! —se quejó, tocándose con cuidado el esparadrapo que le tapaba los
puntos. Apartando la mano, sintió alivio al no ver sangre. También recordó el dolor y la rabia que
había sentido cuando Terri, firme pero cortésmente, cerró cualquier puerta que esperaba que
pudiera haberse abierto entre ellas.
—Ja, que le den por saco a ese puñetero robot. ¡Ella se lo pierde! —rezongó.
Entró tambaleándose en el cuarto de baño adyacente y fue recibida por un espejo de suelo a
techo. Gimió y dio la espalda a la horrenda visión que le devolvía la mirada.
—De un tarrito.
—Sí, es una chulada, sólo tienes que quitar la tapa y ahí está.
—Los robots tenemos que servir para algo —dijo Terri, sin apartar la vista de la pantalla.
Nikki tragó.
—Mmm.
—No.
—¿Entonces cómo?
—Una de mis muchas habilidades, me temo. No sólo tengo un trasero estupendo, sino que
además también tengo muy buen oído —dijo Terri, no sin cierta soberbia.
—Mmmm, a ver... todavía no hablo español bien del todo, pero estoy en ello.
—¿Y supongo que te las arreglas con todos los demás idiomas?
—Sí.
—Ya es un poco tarde para pedirme credenciales, ¿no? —preguntó Terri, apartándose por fin de la
pantalla y mirando a Nikki directamente.
Dios, qué ojos... olvídate, Takis, ya ha dejado muy claro cómo están las cosas. Para ella no eres
nada más que un cheque. Pero Jesús... qué ojos...
—Oh, eeeh, no... nada. Bueno, ¿estás ocupada con mi caso o estás haciendo otra cosa?
—Hemos hecho progresos con el ataque al menos. Mientras dormías, he ido a ver a unos amigos
del trullo local. Luego he ido a ver a una persona que conozco en las tripas del Standard.
—Oh, disculpa, me olvidaba de que tú hablas el inglés del presidente, no el de la reina. El trullo es
la policía del distrito, o la comisaría, para ti.
—Probablemente no, ahora que lo dices. Supongo que tiene a alguien que se ocupa de esas cosas
por ella.
—Bueno, eso creo que es muy probable, aunque con la realeza nunca se sabe. Con tanta
endogamia y eso.
—¿Podemos volver a empezar? Esto se está poniendo demasiado surrealista para ser tan
temprano por la mañana.
—¿Te refieres a que las once es tan temprano por la mañana? —dijo Terri, mirando el reloj.
—¿Por qué? Daba la impresión de que lo necesitabas. Y además, para entonces no habría
comprado el café.
—Claro que sí. Ya verás que entre mis numerosas habilidades está el hecho de que aunque puede
que no siempre tenga razón, jamás de los jamases me equivoco.
—Me cogiste por sorpresa, me entraste por el ángulo ciego. Me pillaste en bragas.
—¿Y ahora?
—Sí —dijo Terri, cuya expresión indicaba claramente que la pregunta le parecía una tontería: ¿es
que no lo hace todo el mundo?
—Ah, sí. Bueno, pues parece que ha habido varios ataques contra mujeres en la zona en los
últimos ocho meses más o menos. Nada mortífero hasta ahora, pero ha estado a punto de serlo en
un par de ocasiones, y además muy retorcido. He comparado los informes policiales con el
periódico de la tarde, el Standard, por cierto. Parece que nos enfrentamos a un chiflado. El método
es algo distinto cada vez, pero tú y yo conocemos un punto en común que la policía no conoce —
terminó con una insufrible sonrisa presuntuosa.
—¿Sí?
—Claro. ¿Reconoces a alguna de éstas? —dijo Terri, pasándole unos retratos fotocopiados de
varias mujeres.
—Sí, sí, reconozco por lo menos a tres de ellas, todas van al... club. Jesús. —Suspiró con fuerza, al
darse cuenta de lo que quería decir eso.
—Jesús, efectivamente, aunque no creo que se trate de un varón blanco y barbudo de metro
ochenta con un halo alrededor de la cabeza y pies ligeros, acuáticamente hablando.
Nikki apartó la vista de las fotos y miró a Terri. Empezó a decir algo pero se detuvo. Se le hundieron
los hombros y volvió a mirar las fotos, con los ojos inesperadamente llenos de lágrimas.
—Jesús me quiere, lo sé —canturreó Nikki para sí misma. Terri enarcó una ceja, mirando a Nikki
fijamente.
—Oh, lo siento, es el último verso de una canción de Aaron Neville. En realidad es una canción de
Bob Dylan, pero me gusta más la versión de Aaron, sabes... —Se quedó en silencio, frotándose la
mejilla mojada con el dorso de la mano.
Terri se levantó y se acercó a Nikki, le cogió la mano y se acuclilló para ponerse a la altura de sus
ojos.
—¿Estás bien?
—Sí... —Se detuvo—. ¡No, no estoy bien, maldita sea! He venido aquí para pasar unas puñeteras
vacaciones y ver la exposición de barcos, sacar unas fotos y divertirme un poco. Dios, esto es
Londres, aquí no tiene que haber chiflados homófobos sueltos que se dedican a hacer daño a la
gente. En Nueva York, incluso en Los Ángeles, vale, pero no en Londres. No tiene que ser así. ¡No es
justo!
—Nikki, cariño, aquí tenemos tantos chiflados como los tenéis vosotros allí, créeme. Recuerda que
los inventamos nosotros, Jack el Destripador y todo eso. Y tienes razón, no es justo. La raza
humana tiene sus defectos, lo mismo que cualquier otra cosa de la naturaleza. Pero detendremos a
éste o ésta, te lo prometo —dijo, y subrayó el último comentario apretándole la mano a Nikki.
—No podemos descartar nada, Nikki. Al menos hasta que sepamos algo más.
Nikki se alegraba en secreto de que Terri hablara todo el rato en plural, y además parecía que le
gustaba cogerla de la mano. El calor y la fuerza increíble que notaba bajo la superficie no se
parecían a nada que hubiera conocido en otra mujer.
—¿No se cabrearán contigo? ¿No puedes perder tu licencia por guardarte pruebas o algo así?
—Bueno, para empezar no son pruebas, sólo especulaciones. No he conseguido dar con todas las
mujeres y confirmarlo. Por no hablar de que puede que muchas de ellas no estén dispuestas a
reconocer esa conexión en concreto. Y en segundo lugar, los detectives privados no necesitan
licencia en el Reino Unido para trabajar, basta con un anuncio en las Páginas Amarillas.
—¿Quieres decir que aquí cualquiera puede hacer de detective privado y nadie puede decir nada?
—preguntó Nikki, sorprendida por la información.
—Sí.
—¿Incluso yo?
—Ya te lo he dicho, no construyo barcos, ayudo a diseñarlos, sobre todo los interiores y los
accesorios, cosas de ésas.
—Y yo que creía que eras una importante arquitecta naval o algo así —dijo Terri, pero echándole
una sonrisa despampanante para demostrarle a Nikki que lo decía en broma. Lo de sonreír se le
daba cada vez mejor, pensó Nikki.
—Gracias, Farmer.
—¿Por qué?
—No hay de qué, todo parte del servicio —dijo, sin dejar de sonreír y sin dejar de sujetarle la
mano, como Nikki se alegró muchísimo de notar.
—Seguro. —Hizo una pausa—. ¿Así que crees que soy bonita? —preguntó Nikki, casi con timidez.
—Creo que esta noche nos vamos al club para ver qué descubrimos.
—¿Quieres que yo vaya también? —preguntó Nikki, con los ojos iluminados.
—Calma, juerguista, que no voy a entrar. No creo que por ahora sea muy bien recibida. Y claro que
vienes conmigo. No puedo protegerte si yo estoy allí y tú estás aquí, ¿no?
4
Terri aparcó el pequeño y aerodinámico Mercedes deportivo en las sombras al otro lado de la calle
frente a la entrada del club. Nikki estaba sentada de mal humor en el asiento del pasajero, con
expresión dolorida.
—Gracias por conducir, Farmer. Sabía que te tenía que haber dejado desde el principio, pero pensé
que podría arreglármelas.
—Es muy posible —replicó, llevándose a los ojos unos compactos prismáticos y examinando la
entrada del club.
—Pues te lo voy a decir —continuó Nikki sin hacer caso—. Cuesta mucho. Eso es lo que cuesta. Y
con la de problemas que he tenido para conseguirlo en rojo.
—Qué agradable.
—Estoy pagando todo esto, ¿sabes? Creo que eso me da derecho a un poco de conmiseración.
—Como decía mi padre, la conmiseración está en el diccionario entre cagar y cornudo —replicó
Terri distraída, sin dejar de observar el club con los prismáticos.
—¿Qué... qué he hecho? —preguntó Terri, bajando los prismáticos y fingiendo desconcierto.
—Esto se llama explorar el terreno, no hacer de mirona —dijo Terri, reanudando la vigilancia.
—¿Cómo, me estás diciendo que no los usas para atisbar dentro de los dormitorios de la gente,
siempre que tienes ocasión?
—Podríamos tirarnos aquí días, semanas, incluso meses. Dime que vamos a descansar algunas
horas, de vez en cuando.
—Tú pagas las facturas. En el momento en que quieras dejarlo, sólo tienes que decirlo.
—No, no, no he querido decir eso. Lo que quería decir es si no deberíamos pedir ayuda o algo así.
—¿Te apetece tomar café? Hay una pequeña cafetería justo ahí —preguntó, sin hacer caso del
comentario de Nikki.
—Prométeme que dejarás las puertas cerradas con pestillo, las ventanas cerradas y la capota
echada. Y ni se te ocurra ir a ningún sitio. Estaré vigilando todo el tiempo, estarás a salvo.
—Sí, mamá.
Terri salió y cerró las puertas, se deslizó en las sombras silenciosamente y desapareció. Nikki cogió
los prismáticos y examinó la zona. Al no ver nada de interés, por fin se centró en la entrada del
club, observando a las pocas mujeres que entraban y salían. Se rió por lo bajo al ver el collarín, el
ojo morado y el labio hinchado de una de las porteras.
—Ja, creías que ibas a poder con Farminator, ¿eh? —Sonrió para sí misma—. Volverá —salmodió
con su mejor acento austríaco.
Se le ocurrió pensar lo reconfortante que era tener a Farmer a su lado. Desde que la había
conocido, todo el miedo que lógicamente debería haber tenido ni siquiera había salido a la
superficie. Sí, Farmer era un plomo con esa actitud suya de "fuera de límites" y esa costumbre suya
tan molestísima de ser puñeteramente perfecta y todo eso. Pero, y Nikki era la primera en
reconocerlo, era muchísimo mejor que no tenerla cerca.
—¡Jesús, es que siempre tienes que acercarte a la gente a hurtadillas, casi me meo encima!
—No importa, no es mi coche —dijo Terri, que se deslizó grácilmente en el asiento bajo de cuero y
le pasó a Nikki una taza de poliestireno llena de café y una bolsa de patatas Walkers con sal y
vinagre—. Éstas son las patatas fritas de aquí. Te las metes en la boca y las masticas.
—Ya sé lo que se hace con ellas —dijo Nikki, cogiendo las patatas con cara hosca—. Nosotros las
llamamos papas fritas, que es un uso mucho mejor que esas tiras lacias y blanduchas de patata
frita que coméis vosotros.
—Pero seguro que te las comes igual —replicó Terri, cogiendo los prismáticos.
—A veces... tal vez —reconoció Nikki—. Pero prefiero las patatas del Burger King.
—Bueno, disfrútalas ahora que todavía eres joven. Tú espera a tener mi edad y verás cómo las
cabronas te alcanzan los muslos con precisión guiada por láser.
—Pero si tienes un cuerpo que es un cruce entre una modelo de pasarela y una atleta olímpica,
con algo de Arnie añadido. Yo no te veo muslos gordos por ningún lado.
—No me has visto pasar las horas de horas necesarias para mantenerme así.
Nikki estaba a punto de contestar cuando Terri se puso rígida. Contuvo el aliento, esperando a que
Terri dijera algo. Mirando por las ventanas cubiertas de vaho, Nikki intentó distinguir lo que ocurría
al otro lado de la calle.
—Ya sabes que me preguntaste qué estábamos buscando y que yo te dije que no lo sabía pero que
te lo diría cuando lo viera. Pues creo que acabo de verlo.
—¿Qué es?
—Alguien que conozco ha entrado en el club. Alguien que no me esperaba ver entrando ahí.
—¿Quién?
—Una vieja colega. Bueno, no tan vieja, y la verdad es que sólo trabajamos juntas durante un año
más o menos.
—Por el amor de Dios, ¿me quieres decir quién es? —exigió Nikki.
—Se llama Rachel Downs, es policía. Me caía bien, era... es... una buena policía. El problema es que
siempre me dio la sensación de que no le gustaban mucho los gays.
—No a todo el mundo le gustan, ¿o es que no te habías dado cuenta...? —Hizo una pausa—. Oh, ya
veo a qué te refieres.
—Me gustaría pensar que no, pero eso explicaría ciertas cosas.
—¿Como qué?
—Como por qué la policía no ha dado con la conexión evidente del club en más de ocho meses.
Por qué el atacante parece saber exactamente lo que hace y nunca lo ve nadie. Y por qué ninguno
de ellos parece tener mucho interés en resolver nada de esto.
—Así que, suponiendo que sea ella la que lo está haciendo, ¿vas a entrar ahí a arrestarla?
—Para nada.
—Por el pequeño detalle de que tengo que demostrarlo. O por el hecho de que podría estar en
una misión encubierta. Por no hablar de que probablemente no me dejarían pasar de la puerta.
Por alguna razón, mi encanto y mi carisma no tienen muchas posibilidades de funcionar con ellas
en este momento.
—Qué sutil.
—A la mierda con las sutilezas, ve a por ella, Farmer, ¡es una orden!
—Bueno, yo soy la jefa... ¿no? —preguntó, no muy segura de si debía sonreír o no.
—Maldita sea, Farmer, suéltame —espetó, tirando de la mano inamovible que la sujetaba. Terri la
soltó de repente, haciendo que Nikki saliera despedida y se golpeara la cabeza con la ventana.
—Ay... ¿por qué demonios has hecho eso? —dijo Nikki con una mueca, frotándose el lado de la
cabeza.
—Me lo has pedido tan cortésmente que ¿cómo podía negarme? —dijo Terri, sonriendo.
—No, no la tiene. Por eso no vas a entrar ahí al ataque, sola, soltando acusaciones a lo loco contra
una policía fuera de servicio. Puede que seas rica y malcriada, pero los magistrados se toman muy
mal ese tipo de cosas. Tendrías suerte de acabar en el primer avión rumbo a casa.
—Maldita sea, tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos aquí sentadas mirándola hasta
que nos muramos.
—Bien, porque lo otro que realmente cabrea a los jueces es que la gente se tome la justicia por su
mano. Y también tenemos que tener en cuenta esta pequeña manía de que se es inocente hasta
que se demuestre lo contrario.
—Ja, y me lo dice doña Jacqui Chan. Díselo a esas tres de ahí a las que les zurraste una buena la
otra noche.
—Esas tres no tendrían el valor de ir a la policía y perder reputación. Ellas lo saben y yo lo sé.
Escucha, haremos todo lo necesario para poner fin a esto. Si eso requiere ir más allá de la ley, lo
haremos cuando yo lo diga y como lo yo diga y no antes. ¿Está claro?
—Me duele.
Nikki se volvió hacia Terri, captando el brillo pícaro de sus ojos. No pudo evitar sonreírle.
—Muchas gracias, no tienes que estar de acuerdo conmigo tan deprisa cuando me muestro
contrita.
La cara de Nikki se iluminó con una gran sonrisa. Se acomodó en su asiento toda radiante.
Era ya pasada la medianoche: el flujo de mujeres que entraban en el club había ido disminuyendo
a unas pocas rezagadas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Nikki soñolienta, despertándose de una de sus siestas. Terri
continuaba observando la entrada con sus prismáticos. Postura que no había cambiado gran cosa
desde hacía más de cuatro horas.
—Pero necesario.
—¿Lo vas a hacer todas las noches? Porque tengo que decirte que he tenido citas con chicos
mejores que ésta.
Nikki estaba a punto de contestar cuando de repente Terri se irguió. Frotó la ventana y miró al otro
lado de la calle. Una ambulancia había parado delante del club.
—Parece que nuestro amigo sigue un paso por delante de nosotras y ha vuelto a cambiar su
método. Le han metido a alguien un limpiador industrial en la bebida. Es grave: no saben si va a
salir de ésta. Quemaduras graves en la boca y la garganta —contestó Terri furiosa.
—No, es un maldito limpiador de cañerías que se comercializa por su falta de olor. No creo que
hayan probado nunca cómo sabe —dijo Terri con amargura.
—Oye, que no es culpa tuya, no podías saber que iban a atacar a alguien dentro del propio club.
—No, supongo que no. Al menos eso quiere decir que nuestro amigo se está impacientando y
quiere que lo cojan, o que empieza a descuidarse y lo cogeremos de todas formas.
—No, la de la camilla era Rachel. Vamos, aquí ya no podemos hacer mucho más esta noche —dijo
Terri, poniendo en marcha el motor.
—¿No deberías ponerte guantes o algo? —preguntó Nikki cuando estaban sentadas la una al lado
de la otra en el sofá de Terri. Ésta estaba examinando un paquete que habían recogido de
recepción en el hotel de Nikki al volver a casa desde el club.
—¿Algo? ¿En qué estabas pensando exactamente? —preguntó Terri, sonriendo por dentro
mientras daba vueltas al paquete entre las manos, estudiando atentamente el voluminoso sobre.
—No me tientes, Farmer. Me refería a esos guantecitos de goma que usa la gente en televisión,
para no estropear las pruebas.
—A lo mejor deberíamos dejarlo para mañana, son más de la una y media y seguro que necesitas
tu sueño de belleza.
—¿Cómo, crees que puedo dormir ahora? —preguntó Nikki sin dar crédito.
—Era una idea. Vale, vamos allá.
Deslizó el dedo por debajo de la pestaña y la abrió. Al mirar dentro del sobre, vio unas hojas
dobladas de papel tamaño A4, que envolvían una cinta de vídeo. Vació el contenido con cuidado
sobre la mesa de cristal, comprobando que el sobre quedaba vacío.
Sujetando las hojas por la esquina, las abrió, echando la cinta a un lado con el nudillo del dedo
meñique.
—En ningún momento he dicho lo contrario. Nunca se sabe, podríamos tener suerte y ellos
podrían ser estúpidos, pero yo que tú no me haría muchas ilusiones.
La primera hoja llevaba un escrito que sólo decía: "Es guapa. Alta, pero guapa. Tienes buen gusto,
¿pero lo aceptarán los Stevenson?"
Terri asintió.
Apartó la primera hoja, revelando la siguiente con sus fotos. Eran de Terri, entrando y saliendo por
la puerta principal de su piso, todas sacadas desde la calle.
Terri no hizo caso del comentario de Nikki, cogió con cuidado la cinta de vídeo y la llevó al
reproductor. Eran unas imágenes de Nikki y Terri rodeándose mutuamente con los brazos. Se
vieron a sí mismas saliendo del taxi y subiendo las escaleras hasta el piso de Terri.
—Pero si me estabas ayudando a subir las escaleras después de salir del hospital —dijo Nikki con
indignación.
—¿Qué?
—¡Me están haciendo chantaje por algo que ni siquiera he disfrutado! —rabió Nikki.
—Me alegro de que todo esto te haga tanta gracia, Farmer —dijo Nikki con tono abatido.
—¡Caray, te has tragado mi cara de cachorrito triste! —dijo Nikki, volviendo a sonreír con aire
suficiente.
—Ah, conque ésas tenemos, ¿eh? Vale, pues yo también sé jugar, señorita Takis —dijo, haciendo
crujir los nudillos amenazadoramente.
—Típico, lo único que entiende la gente como tú es la violencia —se burló Nikki, sin dejar de
sonreír.
—Ya te llegará la hora, rubita, y cuando llegue, ¡bum! —dijo, subrayando sus palabras al golpear un
puño contra la otra mano.
—Ooh, una guerrera grande y valiente pegando a una cosita delicada como yo —dijo Nikki,
tocando con el dedo a Terri en un punto sensible debajo de las costillas de la espalda.
Terri se encogió.
—¿Sí, qué vas a hacer al respecto? —dijo Nikki, tocándola en el mismo punto.
Intentó volver a tocar a Terri pero se encontró tumbada boca arriba en el sofá, con las dos manos
sujetas con firmeza por encima de la cabeza.
—Te lo he advertido, niña —dijo Terri con tono amenazador, pasándose despacio y
cuidadosamente las muñecas de Nikki a la mano izquierda para liberar la derecha. Nikki tragó
nerviosa, con la garganta repentinamente seca—. Ahora atente a las consecuencias. —Bajó la cara
a pocos centímetros de la de Nikki.
Nikki cerró los ojos, con la respiración acelerada. Empezó a subir la cabeza para encontrarse con
Terri a medio camino cuando la mano de Terri bajó como un relámpago y se puso a hacerle
cosquillas. Nikki abrió los ojos de golpe por la sorpresa y luego volvió a cerrarlos con fuerza.
—No, por favor... no puedo... no soporto que me hagan cosquillas. Por favor... Farmer...
¡Noooooooo! —Se retorció, pero se podía mover muy poco con Terri sujetándola con tal firmeza.
Sólo le quedaba una carta que jugar—. Aaayyyyy, por favor, Farmer... ¡mi espalda! —jadeó.
—Mierda, lo siento, Nikki, se me había olvidado. Espera, deja que te lo vea, para asegurarnos de
que no ha pasado nada.
Nikki se dio la vuelta de mala gana, levantándose la camisa, con una sonrisa de triunfo en la cara
que Terri no vio.
—Parece que está todo bien —dijo Terri, pasando las manos con suavidad por el vendaje de Nikki.
Ésta cerró los ojos, suspirando suavemente por las caricias de Terri. Frunció el ceño cuando Terri le
volvió a bajar la camisa y le dio una palmadita ligera en el hombro.
—No ha pasado nada. De verdad que lo siento, Nikki, no sé qué me ha dado. No volverá a ocurrir,
te lo prometo.
—No pasa nada, a decir verdad me he divertido —dijo, dándose la vuelta y levantándose,
metiéndose la camisa.
—Mmm, supongo, a juzgar por esa sonrisa de suficiencia que tienes en la cara.
—Sí, ya.
—¿Ah, sí?
—Sí. ¿Quién sabía que ibas a estar aquí y quién más sabía desde dónde sacar fotos?
—Creo que tenemos que hablar con la gente que empleaste en la oficina de tu padre para dar
conmigo.
Por los dioses, Farmer, ¿cómo has hecho eso? Apenas conoces a esta chica... mujer, ¿y ya te dedicas
a hacerle cosquillas? Jesús, qué falta de profesionalidad, ¿en qué estabas pensando?, se reprochó a
sí misma.
Sacudiendo la cabeza sin dar crédito, volvió a su propia habitación y cerró la puerta.
—Bueno, ¿así que volvemos al club o vamos a la oficina de papá? —preguntó Nikki, devorando un
cuenco de cereales. Terri estaba haciendo abdominales, usando los asideros metálicos para los
pies.
—Bueno, pues házmelo saber cuando lo decidas —dijo Nikki, cogiendo el mando, con el que
cambió los canales de la CNN al programa del desayuno del Canal 4 y subió el volumen.
Terri detuvo sus ejercicios para decir algo sobre que podía preguntar primero, pero sacudió la
cabeza y continuó con sus flexiones. Nikki se echó a reír y murmuró algo sobre lo que se veía en la
pantalla.
—Claro, ¿no lo hace todo el mundo? —preguntó Nikki, metiéndose otra enorme cucharada de
Cornflakes en la boca.
—No todo el mundo —masculló Terri hoscamente, intentando recuperar el ritmo—. Oh, es inútil.
—Se levantó y, malhumorada, soltó los asideros, tras lo cual se lanzó hacia el baño para ducharse.
—¿Qué pasa, Farmer, notas los efectos de otra noche fría y solitaria?
—El alquiler acaba de subir, rubita —le gritó por la puerta abierta del cuarto de baño. Nikki sonrió
por su capacidad para irritar a Terri tan fácilmente. Se reclinó en la cómoda butaca de cuero,
mirando hacia el baño. Se dio cuenta de que la puerta estaba abierta lo suficiente como para ver la
pared de espejo del fondo. Se le cortó la respiración al ver a Terri entrando en la ducha.
—Chica mala, basta... ¡basta ya! —se regañó a sí misma en voz baja. Sí, ya, pensó, incapaz de
apartar la mirada.
—¿Basta qué? —dijo Terri desde el baño, levantándose la larga melena oscura, al parecer ajena al
escrutinio de Nikki.
—Ah, nada, Farmer, una cosa de la tele —respondió, soltando un suspiro de alivio al reaccionar tan
rápido. Terri salió de la ducha y empezó a secarse. Nikki cerró los ojos y suspiró. ¿Por qué a mí?
¡Esto no es justo!
—¿Algún problema?
Nikki dio un respingo. Terri estaba de pie a su lado, secándose el pelo con una toalla.
—No, estoy bien. Hasta tengo mejor la espalda, mira —dijo, echándose hacia delante y torciéndose
para demostrar su reciente flexibilidad.
—Eso está bien. A lo mejor podemos avanzar un poco más ahora que te estás recuperando —dijo
Terri, alejándose hacia su cuarto.
Nikki cerró los ojos y gimió de frustración, moviendo la cabeza despacio de lado a lado.
Terri pagó al hombre del quiosco y cogió el periódico que éste le dio a cambio. Pasó rápidamente
las páginas buscando cualquier noticia sobre el incidente del club.
—¿No podrías preguntar a tus amigos de la comisaría? —preguntó Nikki, que caminaba a su lado
mientras avanzaban por las calles congestionadas de la City, el centro comercial de Londres. Se
dirigían a las oficinas principales de Sparcon, la compañía naviera propiedad del padre de Nikki.
—Podría, pero puede que esto me diga lo que necesito saber —replicó Terri, sin dejar de mirar las
páginas y abriéndose paso hábilmente por el tráfico peatonal sin apartar la vista del periódico.
—¿Tienes radar incorporado? —preguntó Nikki, después de chocarse por enésima vez con la
personas que venían en sentido contrario.
—Viene bien medir un metro ochenta, la gente suele verte venir —contestó Terri, sin dejar de leer
el periódico.
—Pues no.
—No es cierto.
—Ah —dijo Nikki, sonrojándose ligeramente—. Claro... ya lo sabía. ¿Qué quiere decir?
—Ya, bueno, lee esto —dijo Terri, pasándole el periódico bien doblado y señalando un pequeño
artículo sobre los hechos ocurridos en el club la noche antes.
—La policía considera sospechoso un incidente ocurrido en un club privado de Soho en el que una
mujer bebió un líquido limpiador corrosivo. La mujer, cuyo nombre se desconoce, se encuentra en
estado grave pero estable, dijo anoche un portavoz del hospital.
—Interesante, ¿no te parece? —dijo Terri.
—Bueno, para empezar, no se mencionan el nombre del club ni el nombre de la víctima, y mucho
menos se dice que Rachel sea policía.
—¿Qué quiere decir eso, que los periodistas son unos vagos o qué?
—Quiere decir que alguien está intentando deliberadamente que el asunto pase desapercibido y
no salga en los periódicos.
—¿Cuesta?
—¿Eso hago?
—Me rindo.
Las dos levantaron la mirada y contemplaron el inmenso rascacielos que se cernía sobre ellas. Nikki
se tambaleó un poco, pero Terri la sujetó, sin dejar de mirar hacia arriba.
—Lo siento, Farmer, cuando miro edificios altos desde tan cerca, siempre pierdo el equilibrio.
—Así que Sparcon sólo ocupa un par de plantas, creía que tendría más —dijo Terri.
—No, ésta es sólo su oficina de Londres, el cuartel general está en Atenas —replicó Nikki.
—Probablemente, aunque podría estar en cualquier parte. Sparcon tiene oficinas en Nueva York y
Hong Kong, además de otros sitios.
—Bueno, alguien lo tiene que hacer, así que bien puedo ser yo —dijo Nikki, sonriendo con aire
satisfecho.
—Es un cretino.
—Bueno, pues yo no quiero el maldito trabajo y cuanto antes lo entiendan estos gorilas, antes me
dejarán en paz.
—Creo que quieren que pierda mi trabajo y entre a trabajar para ellos.
—¿Quiénes, tu padre?
—No, no creo que él esté implicado. Creo que hay personas en la compañía que no quieren que
Christos esté al mando y creen que yo sería una buena sustituta.
—¿Quién?
—¿John?
—Sí, es el tipo al que le pedí que averiguara dónde vivías. Su equipo hace toda clase de estudios e
investigaciones sobre cualquier cosa que necesite la compañía.
—No me parece que haya nada que te pueda hacer daño, Farmer.
—Eres tan... equilibrada, estás tan a gusto contigo misma, tan segura y llena de confianza,
dinámica... a eso me refiero.
Sí, bueno, añade sola y aburrida a la lista, pensó Terri con tristeza.
—Al piso dieciocho. Ahí es donde está operaciones. Donde están John y su equipo.
—Creo que en los años setenta tenían más de la mitad de este edificio, pero ahora se ha reducido
a dos plantas.
Terri estaba a punto de contestar cuando llegó el ascensor. Una mesa grande e imponente, con una
mujer impecablemente arreglada incluida, bloqueaba el paso al resto de la planta. Detrás de ella
había dos guardias de seguridad impasibles, dispuestos al parecer a repeler a todo visitante no
autorizado.
—Señorita Takis, es un placer verla de nuevo y tan pronto después de su última visita —dijo la
mujer de detrás de la mesa.
—Hola, Gloria. Ésta es Terri Farmer, invitada mía. Voy a enseñarle las oficinas.
—¿Necesita ayuda?
Nikki se echó hacia delante, levantando una mano e interrumpiendo a Gloria a media frase.
—Un día seré yo la que dirija esta compañía, así que sea amable y haga lo que le digo, ¿eh? —Su
voz se había puesto grave y amenazadora. Gloria tragó, limitándose a asentir.
Pasaron con autoridad ante la recepción y bajaron por un largo pasillo hasta un pequeño
despacho. Al otro lado había una gran puerta con el nombre del padre de Nikki, detrás de un
costoso escritorio.
—Qué va, pero ella no lo sabe. De vez en cuando hay que ponerlos en su sitio o pierden los
papeles. Podemos pedirle a John que suba a vernos al despacho de papá y aclarar todo esto.
—¿Entonces no crees que John esté implicado en tu chantaje o en una conspiración para
deshacerse de Christos?
—Es un tema que nunca ha salido en nuestras conversaciones, pero como su trabajo consiste en
estudiar e investigar, no puedo creer que no lo sepa.
—Pero lo tienes tan oculto que te preocupa lo que puedan pensar tus actuales jefes.
—Es una tontería. Estoy bastante segura de que les daría igual, pero son lo bastante anticuados
como para pensar que sí que importa que parezca que les afecta, de modo que se sentirían
obligados a hacer algo. Lo estúpido es que no creo que haya nadie a quien le importe gran cosa
hoy en día, es sólo que tienen miedo de lo que puedan pensar los demás y se comportan de
acuerdo con esta idea. Si consiguiéramos que la gente se diera cuenta de que a nadie le importa,
todo esto acabaría desapareciendo.
—Siempre puedes echar un discurso en Speaker's Corner en Hyde Park, seguro que encontramos
una caja extra grande para que te subas a ella.
—Valdría la pena.
Se quedaron mirándose a los ojos un momento hasta que Terri apartó la mirada y se sentó en el
escritorio de la secretaria.
—Después de ti —dijo Terri, señalando con la mano la puerta del despacho interior.
Nikki abrió la puerta y entró con Terri a un paso detrás de ella. Si Terri no hubiera tenido los reflejos
que tenía, se habría estrellado con la espalda de Nikki, que se había parado en seco a media
zancada.
—Hola, Nikkoletta —dijo un hombre desde detrás de una mesa enorme que ocupaba una pared.
—¿Papá?
—Nadie sabe que estoy aquí, salvo tu amiga y tú. —Se levantó y rodeó el escritorio, alargando las
manos. Nikki corrió a sus brazos y los dos se abrazaron.
—Oh, papá, cuánto tiempo ha pasado —susurró Nikki, con lágrimas en los ojos.
—Un ascensor oculto para ejecutivos —dijo Terri. Nikki soltó a su padre y se volvió para mirar a
Terri. Él se echó a reír, pero no negó lo que acababa de decir Terri.
—Sé muchas cosas, señorita Farmer. Le agradezco la ayuda que ha prestado a mi hija durante estos
días.
—¿Que mi propia hija había ingresado en el hospital con una herida grave? Difícil que no me
enterara, con todos los comunicados que ha habido al respecto.
—No, tiene razón, eludo mis deberes como padre, siempre lo he hecho. Que tú hayas salido tan
bien como lo has hecho se debe por completo a ti misma y a tu madre. ¿Cómo está, por cierto?
—Está bien.
—Es usted muy perspicaz, señorita Farmer. La información que tengo sobre usted no le hace
justicia en absoluto.
—¿Sí?
—Veamos —dijo, alcanzando una carpeta delgada que tenía en la mesa. La abrió y leyó la primera
hoja—. Teresa Jane Farmer, nacida el ocho de diciembre de mil novecientos setenta. Educación
universitaria, licenciada en ciencias e ingeniería. Dominio de varios idiomas y varios cinturones
negros en por lo menos dos artes marciales. Ingresa en el ejército británico después de la
licenciatura, con una carrera brillante en Sandhurst, donde fue la primera de su promoción.
Destinada a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas como capitana del regimiento de
transmisiones. Dimitió de su puesto inesperadamente. ¿Por qué fue eso exactamente, señorita
Farmer?
—Por supuesto —dijo él, sonriendo levemente—. Regresó al Reino Unido y entró en la policía,
pero lo dejó al cabo de sólo un año. ¿La comida de nuevo, deduzco?
—Ah, muy bien. Actualmente trabaja de manera autónoma como detective privada. ¿La comida y
los gorros son ahora más de su gusto?
—Por ahora.
—Vive en un piso caro de Chelsea, pero todavía debe más de un millón de libras por él.
—¿Le gustaría ser dueña de la otra mitad, mientras todavía es joven, señorita Farmer?
—Como desee. Bueno, en primer lugar, quiero que proteja a mi hija. Haga lo que ha venido
haciendo. En segundo lugar, puede que tenga un asunto que investigar para usted. ¿Le interesaría?
—Creo que algunos de mis barcos están siendo utilizados por una banda organizada de
contrabandistas. Deseo acabar con ello.
—Ya tiene a John y su equipo, según me ha dicho Nikki. Que se encarguen ellos.
—Lo han estado intentando, pero con escaso éxito. Uno podría estar tentado de llegar a la
conclusión de que no se están esforzando mucho. Pero por ahora les daré el beneficio de la duda.
No, ésta sería una investigación independiente de alguien de fuera, alguien que no tenga posibles
intereses en la compañía.
—Ah, ¿se refiere a mi hijo? —Terri enarcó las cejas asintiendo—. No me importa lo que destape,
quiero la verdad. ¿Esto quiere decir que está interesada?
—Lo pensaré.
—Es que todo esto es un poco repentino, papá. Me cuesta asimilarlo todo.
—Es comprensible.
—Creo que alguien no interpretó bien una de sus órdenes, ¿verdad? —dijo Terri.
—Una vez más, admiro su astucia, señorita Farmer. Sí, alguien se pasó cuando les sugerí sin darle
importancia que sería interesante someter a mis hijos a un poco de presión para ver de qué
madera estaban hechos.
—No formaba parte de mi plan que sufrierais daños ninguno de los dos, te lo aseguro.
—Pues espero que hayas despedido a ese hijo de puta —rabió Nikki.
—Ya nos hemos ocupado de él, te lo prometo. Bueno, señorita Farmer, ¿cuál es su decisión?
—Me lo tengo que pensar. Tengo otras cosas de las que ocuparme en estos momentos. No puedo
dejarlas.
—No todo da vueltas en torno al dinero, señor Takis. ¿O puedo llamarlo Alex, ahora que ya no
estamos tan formales?
—Me cae bien, Farmer. No sabe lo refrescante que me resulta no tener que soportar más
servilismo adulador.
—Sí, creo que lo hace. —Miró su reloj—. Pero el tiempo es dinero y tengo que tomar un vuelo para
Moscú dentro de una hora. Si no le importa, tengo que ocuparme de unas cosas antes de irme.
—¿Cómo me pongo en contacto con usted? —preguntó Terri. Él metió la mano en su chaqueta y
sacó una tarjeta de negocios.
—Ése es mi móvil privado y la línea privada de mi secretaria. Uno de los dos contestará siempre las
veinticuatro horas del día. Póngase en contacto conmigo cuando tenga algo que decirme.
—Pero... pero...
—Vamos —dijo Terri, cogiendo suavemente del brazo a Nikki y llevándola a la puerta.
—¿Sí?
—Veo que nunca ha estado casada y que actualmente no tiene compañía sentimental.
—¿Y?
—Sí.
—¿Ah?
—Espero que le resulte interesante el hecho de que eso es algo que no es asunto suyo.
—No, es interesante que haya algo que no sea asunto mío. Buenos días, señorita Farmer. Espero
tener noticias suyas pronto.
—Una persona interesante —dijo Terri entre lametones largos y lentos. Estaban sentadas las dos
en un banco del parque, comiendo un helado.
—No lo sé.
Se quedaron en silencio, Terri concentrada en su helado, Nikki con la mirada fija en los cuidados
parterres de hierbas del parque, sin verlos en realidad.
—¿Vas a querer eso? —preguntó Terri, dando un codazo a Nikki y señalando su helado, que se
estaba derritiendo.
—Yo siempre he pensado que nunca hay un mal momento para tomar un helado —dijo,
quitándole muy contenta el helado a Nikki.
—¿Qué especie?
—Los empresarios superricos. Todo trabajo y nada de diversión. No me sorprende que tu madre se
largara.
—A lo mejor a tu madre le gustaba la idea de tener una fuente inagotable de dinero. ¿Y descubrió
demasiado tarde que la cosa no era ni mucho menos tan buena como la pintaban?
—Supongo.
—Eres joven, Nikki. Algún día encontrarás a tu princesa. Entonces podrás pasarte el resto de tu
vida demostrándole a tu padre cómo se deben hacer las cosas.
—No es algo en lo que haya pensado mucho —dijo, frunciendo el ceño ligeramente,
evidentemente incómoda con el tema.
—¿Tú crees que hay alguien ahí fuera sólo para ti, la otra mitad de tu alma? —preguntó Nikki.
—No lo sé.
—¡Ja, sólo soy jefa cuando te conviene! —replicó Nikki, con tono despectivo.
—A casa, pues —dijo Terri, levántandose ágilmente del banco y alargando la mano. Nikki la agarró
sin decir nada y dejó que la pusiera de pie sin esfuerzo.
—Ah, pues si caminamos a buen paso, podríamos llegar dentro un par de horas.
—Como desees. —Terri miró de un lado a otro de la calle. Estaba llena de tráfico, pero no se veía ni
un taxi en la aglomeración—. Vamos a bajar hacia el río. Allí habrá muchos taxis.
—¿Sigues pensando en tu padre? —preguntó Terri, mientras caminaban despacio hacia el sur.
—Sí, supongo.
Se quedaron en silencio.
—¿Farmer?
—Mmmm.
—Con ella también, aunque ella y yo, bueno... tendíamos a discutir un poco.
—¿Sobre qué?
—Dímelo.
—No le hacía mucha gracia lo chicazo que era yo. Siempre creaba tensión entre las dos.
—Tú un chicazo, ¿quién lo habría pensado? —dijo Nikki, sonriendo por primera vez desde que se
habían marchado de la oficina de su padre.
—Pues no lo sé —dijo con tono apagado—. Me costó muchas cosas que quería de verdad, a lo
largo de los años.
—Y no es que te molestes con los detalles. Ni maquillaje, ni ropa femenina, pero no puedes ocultar
lo que eres. Seguro que tenías a todos los chicos encima en la universidad.
—Algunos lo intentaron.
—¿Y?
—Mi padre me dejó tomar lecciones de kárate cuando tenía cuatro años —dijo Terri, con los ojos
desenfocados al pensar en el pasado—. Mi madre quería que tomara lecciones de baile y piano.
Llegamos a un compromiso con las artes marciales. Se debió de convencer a sí misma de que era
otro tipo de baile. —Terri se echó a reír por la idea.
—Sí, ellos tenían todo el poder. Yo tenía que esforzarme mucho para ser igual de fuerte. Me sentía
estafada. Luego llegué a la conclusión de que Dios quería que trabajara más que todos los demás.
Nikki alargó la mano y apretó el brazo de Terri. El bíceps se tensó por el contacto, hinchándose
ligeramente. A Nikki le pareció como un roble cubierto de terciopelo.
—Diablos, mujer, son como... como una piedra. Increíble —exclamó Nikki con entusiasmo.
—Sí, bueno, llevo tanto tiempo haciéndolo que ya ni pienso en ello. —Terri se encogió de hombros,
algo cohibida por el atento escrutinio.
—Pues ahora puedes dar gracias a Dios por haberte dado esa fuerza de voluntad. Si hubieras sido
un chico, ni te lo habrías planteado, como ellos.
—Sólo estoy conversando, Farmer. Conociéndote mejor. Creo que nos hace falta, si vamos a pasar
tanto tiempo juntas.
Nikki frunció el ceño al pensar que Terri no fuera a estar mucho más tiempo con ella.
Nikki se dio la vuelta y se puso a caminar de espaldas a unos pasos por delante de Terri.
—Porque me has dejado tocarte y ni siquiera te has encogido ni me has tumbado —dijo sonriendo.
Terri se detuvo, tocándose por reflejo el brazo donde Nikki se lo había apretado—. Te van a entrar
moscas —exclamó Nikki, sin dejar de sonreír.
Llegaron al Támesis, sin que ninguna de las dos tuviera al parecer mucha prisa en localizar un taxi
para volver a casa. Nikki se apoyó en la barandilla que daba al gran río. Frente a ellas, en la orilla
opuesta, vieron el Ojo de Londres, el lugar destacado más reciente de la capital, una inmensa noria
construida para conmemorar el nuevo milenio.
—Algunas.
—¿Cómo qué?
—¿Y bien?
Terri estuvo a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó mejor; en cambio, cerró los ojos un
momento, meneando la cabeza.
—Me gusta ver el amanecer en las llanuras africanas. Me gusta la forma en que se refleja la luz en
las alas de una mariposa. Me gusta quedarme sentada en una butaca cómoda leyendo a
Shakespeare en las tardes lluviosas de domingo. Me gusta la gente que considera que la vida es
sagrada. Me gusta el olor de la hierba recién cortada. Sobre todo, me gusta la gente que me deja
en paz.
—Caray, Farmer. Y yo que creía que me ibas a decir lo impresionante que es un Smith'n'Wesson o
lo bien que suena un Chevy V8.
—Sí, bueno, eso te demuestra que en realidad nunca se conoce a las personas, por mucho que uno
crea que las conoce —dijo Terri, encaminándose hacia la Torre.
—No.
—No.
—Más o menos.
Terri sonrió.
—Oye, ¿podemos pararnos y sentarnos un poco? —dijo Nikki, señalando uno de los numerosos
bancos que bordeaban la orilla del río.
—No me has dicho por qué ya no crees en Dios —dijo Nikki, contemplando distraída una pequeña
barcaza que pasaba flotando debajo de ellas.
—Generalmente no.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Ése es el primer requisito de cualquier investigador bueno, hacer todas las preguntas
posibles.
—Sí, efectivamente.
—Bueno, ¿por qué no crees? —volvió a preguntar Nikki, tras una breve pausa.
Terri suspiró.
—Menos mal que le voy a cobrar un montón de dinero a tu padre por esto.
Nikki sonrió.
—Y si de verdad quieres saber por qué ya no creo en Dios es porque si él, ella o ello existe y
permite que ocurran y sigan ocurriendo las cosas que he visto, pues no es digno de mi fe, ni de la
de nadie más.
—¿Qué cosas? —preguntó Nikki suavemente, algo alarmada por el rencor con que había hablado
Terri y el repentino fuego que le iluminaba los ojos.
—No es algo que te convenga saber —dijo Terri terminantemente. Nikki se dio cuenta de que no
tenía la menor intención de continuar la conversación.
Nikki quería cambiar de tema y dijo lo primero que se le cruzó por la cabeza.
—Algunos.
—¿De qué tipo? —preguntó Nikki, sorprendida de que Terri hubiera respondido siquiera a la
pregunta.
—Pues estooo... tenía un par de Action Men. Creo que se llaman G.I. Joes a tu lado del charco.
—Claro que sí, doña He Nacido con una Cucharilla de Plata en la Boca. Yo tenía que conformarme
con un emplazamiento para ametralladora pesada y un traje de hombre rana, pero estaban muy
bien. Les puse nombres a mis Action Men, eran Clint y Burt.
—Qué rica.
—Burt nunca volvió a ser el mismo después de que Prince lo masticara y lo enterrara al fondo del
jardín. Menudo síndrome de fatiga de combate. —Terri sonrió al recordarlo.
—Sí, un alsaciano grande y viejo. Siempre tenía una oreja caída, nunca conseguía levantarla como
la otra. Era más tonto que un cubo, pero nos quería incondicionalmente, a pesar de todo.
—Yo te supero: mi madre me pilló haciendo que dos de mis Barbies se dieran el lote en su cama
con dosel de cuento de hadas.
—Oh, sí, ya por aquel entonces sabía que no habría ningún Ken en mi vida.
—¿Y a los ocho años ya sabías todo lo de los pájaros y las abejas?
—No, la verdad es que no. Sólo sabía que no me gustaban los chicos. No porque fueran estúpidos y
hablaran a gritos. Qué diablos, hay muchas chicas que padecen de lo mismo. Es sólo que lo sabía y
ya está.
—Dijo que no debía hacer eso en público, pero que en casa no pasaba nada.
—No, no le importó.
—Se lo dije, cuando tenía quince años. No reaccionó en absoluto, sólo dijo: "Ah", y así se quedó la
cosa.
—Cierto, las historias de terror que cuentan algunas amigas mías son de no poder dar crédito.
—Sí que lo es —replicó Nikki, con tristeza. Contemplaron en silencio otra barcaza que pasaba.
—¿Ya tienes la espalda bien descansada o todavía no has terminado de interrogarme lo suficiente?
—Creo que ya es hora de que nos vayamos a casa —contestó Nikki, sonriendo.
—Esto me va a costar una hora más en las barras, ¿sabes? —dijo Terri, engullendo muy contenta
una gran pizza que habían recogido de camino al piso.
—Una chica en edad de crecimiento necesita sustento —replicó Nikki entre bocado y bocado.
—Sí, pues cuando te empiece a salir una barriguita fofa, a mí no me eches la culpa.
—Abdominales de acero —dijo Nikki, clavándose el dedo con orgullo en el estómago y dando otro
gran bocado.
—Yo te hacía más tipo gimnasio de moda, con un montón de máquinas caras para los ejercicios y
entrenadores personales de quita y pon.
—No sé qué pasa con las líneas aéreas hoy en día, ¿eh?
Las dos se sonrieron mutuamente, mirándose a los ojos. Terri carraspeó, dándose la vuelta.
—Eeeh, no creo que sirva de mucho vigilar el club esta noche. No creo que vaya a ocurrir nada.
Seguro que todavía está plagado de policía.
—Será mejor que llame a tu padre y le dé la buena noticia —dijo Terri, cogiendo el teléfono y
sacándose del bolsillo la tarjeta de negocios. Se levantó y marcó su número mientras se dirigía a la
cocina. Nikki encendió la televisión y cambió los canales. No encontró nada que le apeteciera ver a
pesar de repasarlos todos dos veces.
—He duplicado mis honorarios normales sólo para tener un punto de partida para el regateo, y lo
ha aceptado sin rechistar. Tendría que haberlo triplicado.
—No ha dicho nada. A lo mejor me lo vuelve a ofrecer, cuando todo esto acabe.
—¿Y lo aceptarás?
—No.
—Ahora esperamos a un mensajero. Me va a enviar unos detalles para ponerme en situación sobre
el caso del que quiere que me ocupe.
—Hay libros, vídeos, DVD y televisión por satélite. Hasta puede que encuentre una baraja.
—Ooh, la noche de las chicas.
—Vamos a dejarlo bien claro. Aquí no hay camas con dosel de cuento de hadas.
—Ésa soy yo —sonrió Terri a su vez, pero por dentro se sentía confusa. Estaba ocurriendo todo con
demasiada facilidad. Nikki estaba encajando en su vida enclaustrada como si siempre hubiera
formado parte de ella. ¿Sería posible que hubiera encontrado una amiga de verdad después de
tanto tiempo?
—Un penique por tus pensamientos. ¿O ya se ha hecho notar la inflación y ahora es una libra?
—¿Cuál?
—Te voy a dar un tarro. Cada vez que quieras hacerme una pregunta personal, tienes que poner
una libra en el tarro. Así no tardaré en hacerme multimillonaria y podría retirarme a las Bahamas.
—Tú no puedes, ya sabes lo que dijo tu madre, eso sólo está bien en casa.
—¿Tienes palomitas?
—No lo sé, no he comprobado lo que ponen en Sky, tienen como una docena de canales de cine,
seguro que ponen algo.
—No me digas.
—Sí te digo.
—Y tú lo sabes bien.
—Mmmm, así que mientras nosotras vemos una película, ¿un majara está ahí fuera atacando a
mujeres inocentes?
—¿La Cazavampiros?
—Sí, ésa.
—Nunca lo he visto.
—Fue un regalo de un niño que ayudé a encontrar. Había tenido una discusión con sus padres y se
escapó. Me la envió a mi oficina.
—Ah, es que creía que con eso de los vampiros y esas cosas... pues tendrás que introducirme en
ello.
Tras apretar unos cuantos botones y varios murmullos exasperados más tarde:
—¿Cuándo?
—Que sí.
—Que no.
—Que sí.
—Y dicen que el arte de la conversación ha muerto —dijo Terri, frotándose los ojos.
—¿Estás segura de que no tienes por ahí una cama con dosel de cuento de hadas? —preguntó
Nikki con una sonrisa malévola.
Terri suspiró.
Sonó el timbre de la puerta. Terri encendió la televisión y se vio a un mensajero ante la puerta con
un gran sobre marrón muy voluminoso.
—¿Me viste a mí en esa cosa? —preguntó Nikki.
—Claro.
—Me gusta llevar ventaja —dijo Terri, abriendo la puerta y firmando la entrega del paquete.
—Podría encontrarme con una rubia bajita con un puñado de kriptonita y ¿cómo quedaría
entonces?
Terri abrió el sobre y sacó unos documentos y fotografías. Leyó rápidamente las primeras páginas.
—Genial.
—¿Quieres... venir conmigo? Quiero decir, dentro —preguntó Nikki, vacilante. Terri se dio cuenta
de que Nikki se estaba poniendo cada vez más nerviosa.
—Creo que estarás a salvo con el médico. Han hecho un juramento, ¿sabes?
Terri sonrió.
—Si quieres que esté ahí contigo, estaré ahí contigo, ¿vale?
—Gracias, Farmer. Sé que soy una cobarde, pero es que me van a quitar cientos de esas cosas del
demonio.
—Lo sé —dijo Terri, abrazando a Nikki por instinto y estrechándola suavemente. Nikki suspiró,
cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Terri.
—Mmm, qué agradable —farfulló en la camisa de Terri.
—No te aficiones demasiado, sólo es un abrazo —le advirtió Terri, pero sin dejar de sonreír. Si Nikki
fuera un gato, estaría ronroneando, pensó.
—Seguro que sí, pero se acabó el tiempo, Nikki, me temo. Debemos pasar para que te vea el
médico.
—Creo que les haré falta para sujetarte entera, especialmente cuando empiecen con las agujas al
rojo.
—No tiene gracia, Farmer —dijo Nikki con un puchero—. Por lo general no me gustan los médicos
y no digamos los que sé que me van a hacer daño.
—No creo que lo vaya a hacer el médico en persona. Seguro que el trabajo sucio se lo encarga a
una de sus enfermeras. Él echará un vistazo rápido y luego te enviará una factura enorme por el
privilegio. —El padre de Nikki se había ocupado de pedirle hora en una de las prestigiosas pero
carísimas clínicas privadas de Harley Street.
—Por el dinero que sin duda le van a cobrar a tu padre, creo que es muy probable.
—Sí, jefa.
Contra todo lo que esperaban, fue una médico joven quien las atendió. No le importó que Terri las
acompañara a la consulta, una vez le explicaron que era la guardaespaldas personal de Nikki. Era
evidente que los médicos de Harley Street estaban acostumbrados a este tipo de cosas.
—Creía que le iba a encargar a una enfermera que hiciera esto... ¡ay! —dijo Nikki. Estaba tumbada
boca abajo en una mesa de reconocimiento bien acolchada. La habitación era más como se
imaginaba que estaría decorado el club de un caballero que la consulta de un médico.
—Uno fuera, sólo quedan cuarenta y siete —dijo la médico alegremente, dejando el punto en una
bandeja de acero inoxidable.
—¡Cuarenta y siete! —exclamó Nikki—. Jesús, no sobreviviré —gimió, apretando aún más la mano
de Terri.
—Lo siento, señorita Takis, pero se ha curado más rápido de lo previsto. Algunos de los puntos han
quedado un poco cubiertos y tengo que escarbar para quitarlos. Por eso no le he dicho a mi
enfermero que lo haga él. Se marea un poco al ver sangre —dijo, riéndose de su propio chiste.
Siguió tan contenta cortando, escarbando y tirando por la espalda de Nikki.
—Recuérdame que no me vuelva a dejar cortar por un chiflado, ¿quieres, Farmer? ¡Ay! —chilló por
decimoquinta vez, apretando tanto los ojos que se le saltaron unas lágrimas que le resbalaron por
las mejillas.
—Puedo aplicarle un espray rápido con un anestésico tópico, ¿bastará con eso? —preguntó la
médico.
—Por favor —dijo Nikki agradecida. La médico salió un momento para buscar el aerosol.
—Malditos médicos, no piensan en las molestias de los demás. Son iguales en todas partes —dijo
Terri, acariciando la mejilla de Nikki con el pulgar y secándole otra lágrima errante.
—Lo siento, Farmer, debes de pensar que soy una gallina total —dijo Nikki, mordiéndose el labio
inferior por el dolor.
—Shshhh, Nikki, tranquila. Pronto habremos acabado y nos podremos ir de aquí. ¿Qué tal si vamos
a comprar unos DVD nuevos? Puede que haya algún café por ahí cerca y nos podemos pedir unos
buenos helados, ¿eh?
—Me parece bien —farfulló contra la mesa. La médico regresó y aplicó el espray en la espalda de
Nikki. Diez minutos después, todos los puntos estaban quitados y la herida tapada de nuevo.
—No se va a volver a abrir cuando menos me lo espere, ¿verdad, doctora? —preguntó Nikki,
intentando abotonarse la camisa con manos temblorosas. Terri le apartó las manos con delicadeza
y le abrochó los botones por ella.
—Tómeselo con calma durante una semana más o menos —dijo la médico—. No le recomiendo
que nade durante por lo menos un mes y trate de no tocarse la costra demasiado. Deje que la
naturaleza siga su curso y quedará como nueva, con tan sólo una leve cicatriz como recuerdo de su
pequeña aventura.
—Gracias, doctora, aunque me habría gustado que hubiera usado el espray antes —dijo Nikki,
sorbiendo.
—Es caro, sólo lo usamos cuando no queda más remedio —dijo la médico alegremente,
quitándose los guantes de látex y tirándolos a una papelera.
—Nikki, ve saliendo y espérame fuera. Me gustaría hablar un momento con la doctora —dijo Terri,
empujando suavemente a Nikki hacia la puerta. Nikki se quedó en la puerta abierta, sin saber qué
hacer, mirando a Terri.
—No, ningún problema, Nikki. Ve, sólo tardaré un minuto —dijo Terri, sonriendo cálidamente.
—Vale, ahora nos vemos. —Cerró la puerta al salir. La sonrisa de Terri desapareció y sus ojos se
estrecharon. Se dio la vuelta despacio.
—Creía que habías dicho que íbamos al sur de Francia, no a este... este tal Southampton —dijo
Nikki indignada. Estaban en un tren que se alejaba de Londres, rumbo a la costa sur de Inglaterra.
Hacía dos días que le habían quitado los puntos a Nikki y, al menos en opinión de Terri, Nikki
parecía totalmente recuperada y normal. Habían vigilado de nuevo el club la noche antes, pero no
había ocurrido nada significativo. La noche en que Nikki volvió de los médicos la habían pasado
comiendo helado y palomitas —de las que habían hecho buen acopio— y viendo unos DVD en la
televisión de pantalla grande de Terri. Ésta se quedó algo sorprendida al descubrir que lo había
pasado en grande, charlando de cine y atracándose de palomitas, cosa que tuvo que reconocer
que había hecho aún más agradable la experiencia.
—La paciencia es una virtud —replicó Terri, mirando el paisaje que iba pasando ante la ventana.
—No entiendo cómo se puede confundir el sur de Inglaterra con el sur de Francia.
—No se puede. Bueno, no se debería, dicho así. Una vez leí que un turista creyó que se dirigía a
Newcastle, que está muy al norte, desde el puerto de Dover, que está al sur. Cuando la policía por
fin consiguió alcanzarlo, había dado unas diez vueltas completas a la autopista de circunvalación de
Londres. Así que supongo que nunca se puede subestimar la capacidad de la gente para
confundirse.
Nikki se echó a reír al oír la historia. Terri se sintió inexplicablemente contenta de haberla hecho
feliz.
—Pues es muy simple, la verdad. Vamos a subir a bordo de un buque en la terminal petrolífera de
Southampton que zarpa hacia Port-de-Bouc por la mañana.
—No, estaba todo escrito en lo que nos envió tu padre, que, si no me equivoco, te dije que leyeras
y digirieras antes de partir, ¿o no?
—¿Ocupada?
—¿Como qué?
—Supongo que sí, dado que hace siglos que exterminamos a los osos —dijo Terri, sonriendo, y
cerró los ojos y se arrellanó en el cómodo asiento del vagón de primera clase. Cuando el padre de
Nikki organizaba las cosas, las organizaba de verdad.
—Es difícil, pero creo que nos las apañaremos. Tú vas a hacer de la hija del dueño embarcada en
una misión informativa para ver cómo se dirige un barco petrolero y yo voy a hacer de tu
guardaespaldas personal. ¿Crees que podremos engañarlos a todos? —En los labios de Terri flotó
apenas una sonrisa mientras se bajaba las gafas de sol de la cabeza.
—Farmer, ¿puedo hacerte una pregunta? —preguntó Nikki tras una breve pausa.
—Claro.
—Invita la casa.
—Ya me imaginaba que era algo así. No le, eeeh, hiciste daño ni nada, ¿verdad?
—Hizo... —Terri se detuvo cuando se le reveló un verdad interna—. Le hizo daño a una buena
amiga mía, cosa que podría haber evitado, todo por unas cochinas libras.
—¿Qué le dijiste?
—Le señalé que el amor al dinero es la raíz de todos los males... entre otras cosas.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo.
—Promételo.
—Oh, sí, no creo que vuelva a intentar hacer una cosa así, al menos mientras esté yo cerca.
Nikki no pudo evitar sonreír a su caballero oscuro que la había defendido a sus espaldas.
—Farmer, ¿hace un momento has dicho "una buena amiga"? —preguntó, repasando lo que había
dicho Terri.
—¿Lo somos?
—¿Te gustaría que lo fuéramos? —dijo Terri, con cierta incertidumbre en la voz.
—Me gustaría mucho, Farmer.
—Pues ya es oficial, somos buenas amigas —dijo Terri. Nikki sonrió de oreja a oreja, se lanzó sobre
Terri y abrazó a su sorprendida guardaespaldas—. Eh, cuidadito, amiga, que no estamos saliendo
juntas ni nada.
—Ya lo sé, pero yo abrazo a todos mis amigos cuando los conozco —le susurró Nikki al oído, e hizo
hincapié en el comentario con otro achuchón antes de soltar a Terri.
—Pero si nos conocimos hace una semana, acuérdate, las dos estábamos ahí.
—Ya.
El taxi las dejó ante la plancha que subía hasta el petrolero, el SS Vellocino de Oro. Con un
desplazamiento superior a las ciento treinta y cinco mil toneladas, era algo digno de verse. El
costado del barco se alzaba por encima de ellas con majestuosa arrogancia.
—Supongo que cogemos nuestras cosas y subimos por la plancha, a menos que creas que tienen
esclavos para ese tipo de cosas —replicó Terri, echándose la bolsa al hombro y emprendiendo la
subida por los peldaños de la empinada escalera de aluminio.
—¡Farmer!
—¿Qué?
Terri se detuvo. ¡Tenías que decírselo, verdad, pedazo de bocazas!, se recriminó a sí misma. Suspiró
y miró hacia lo alto de la escalera, donde vio a unos hombres asomados por la borda sonriéndole,
esperando a ver qué hacía. Al parecer los gritos de Nikki desde el muelle les habían llamado la
atención y habían acudido a ver qué ocurría.
—Sí, gracias, Farmer, ¿sería usted tan amable de subirme las maletas por la plancha, por favor?
Terri frunció los labios y miró a los marineros que las miraban a las dos. Se volvió hacia Nikki, que le
sonreía encantada de la vida.
—Por supuesto, Alteza —gruñó, colocándose su propia bolsa en diagonal sobre los hombros. Cogió
sin esfuerzo las dos maletas, se metió una debajo del brazo derecho y dejó el izquierdo libre. Sin
avisar, levantó a Nikki y se la puso al hombro y luego regresó a la escalera metálica.
—¡Farmer, bájame!
—Cuando lleguemos arriba. No quisiera que te cansaras —gruñó Terri mientras ascendía por las
escaleras.
—Entonces te caerás al agua y la verdad es que no me apetece tener que tirarme para recogerte,
así que cállate y disfruta del viaje... amiga —dijo, consiguiendo que de algún modo la última
palabra sonara como un insulto.
—Oooooh, qué muerta estás, Farmer —bufó Nikki, con la cara roja como un tomate por una
mezcla de profunda vergüenza y el hecho de ir colgada cabeza abajo.
Llegaron a lo alto de la escalera bamboleante, ante el asombro de los marineros que observaban.
—Mi camarote es el número cuatro de la cubierta inferior —dijo el marinero más cercano, con un
fuerte acento griego.
—No creo que quiera compartir su camarote con la hija cabreadísima del dueño del barco, ¿no? —
dijo Terri, sonriendo al hombre.
—¿Qué te parece, jefa, quieres acampar con aquí el amigo? —dijo Terri, hablando con el trasero de
Nikki.
Nikki se sujetó a la parte inferior de la espalda de Terri y se izó para ver al hombre cara a cara.
—Hola, ¿me dice dónde está el camarote del capitán? Tengo que organizarlo todo para que pasen
a alguien por la quilla.
—Por esa puerta de ahí, subiendo el primer tramo de escaleras y luego en ascensor hasta arriba
del todo. El camarote del capitán está a la derecha según se sale.
—Gracias —dijo ella y dio un azote a Terri en el trasero—. Adelante, esclava, llévame ante nuestro
nuevo líder.
—Si me van a pasar por la quilla, tanto me da que sea por una cosa que por otra —dijo Terri,
cruzando la cubierta hasta el borde del barco. Hizo como si fuera a tirar a Nikki por la borda. Nikki
chilló a pleno pulmón y terminó con un ataque de risa.
Un hombre se asomó en lo alto por el ala del puente, gritando algo en griego.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Nikki sin aliento, calmándose tras las risas.
—Creo que está un poco molesto porque unas mujeres tontas le han echado a perder su turno de
guardia.
—¿Es importante?
—Eso creo —dijo Terri, bajando a Nikki a la cubierta—. ¿Y si vamos y nos presentamos? —añadió.
—¿El qué?
Terri enarcó una ceja y se quedó mirando a Nikki. La rubia se sonrojó ligeramente.
—A mí me ha sonado bien —dijo Terri, pasando por encima del umbral alzado de la puerta y
desapareciendo en el interior. Nikki miró por la cubierta a los marineros que la miraban a ella.
Sonrió y carraspeó.
Terri llamó a la puerta del camarote del capitán. Habían dejado su equipaje en el pasillo, al no
saber dónde ponerlo.
—Pase —dijo un voz a través de la puerta. Entraron en la habitación. Era enorme comparada con
las que habían pasado de camino al ascensor. Evidentemente, el rango tenía sus privilegios.
—Alguien que le puede hacer perder su trabajo. —Terri se adelantó, colocándose amenazadora
ante el hombre.
—Calma, Tigre —advirtió Nikki. Terri echó una mirada fulminante al hombre, pero se apartó un
poco.
—La señorita Takis, he de suponer —dijo él, estrechando por fin la mano de Nikki—. Y usted debe
de ser la señorita Farmer, la acompañante —dijo, volviéndose hacia Terri.
—No sé por qué quieren estar a bordo de mi barco, pero debo hacer lo que se me ordena. —Era
evidente que no estaba contento con la situación.
—No he venido aquí a espiar a nadie, sólo estoy haciéndome una idea general de la compañía.
Haremos todo lo posible por no estorbar a nadie —sonrió Nikki.
—Tengan en cuenta que éste es un barco donde se trabaja y que hay muchos lugares peligrosos,
especialmente para civiles sin experiencia como ustedes.
—Naturalmente, ocuparán el camarote del propietario. Está siguiendo por el pasillo, pasado el
puente, al lado del camarote del jefe de máquinas. Le he pedido a la tercera oficial, Martina
Gerhard, que sea su guía durante su estancia. Es una buena oficial y estoy seguro de que podrá
responder a todas sus preguntas. Que disfruten de su travesía, señoras —dijo, volviendo a sus
papeles.
—Supongo que en estos momentos está en el puente —dijo él sin levantar la mirada. Se
marcharon del camarote y Terri cerró la puerta al salir.
—Qué hombre tan simpático —le dijo a Nikki en voz baja.
—A lo mejor.
—¿Llevamos nuestras cosas al camarote y luego vamos a buscar a esta tal Martina?
El camarote del propietario era tan grande como el del capitán. Consistía en una sala de estar, una
ducha y un cuarto de baño, además de un dormitorio aparte. Casi todos los camarotes del barco
eran de una sola estancia. Terri dejó las maletas de Nikki en la cama antes de descolgarse su propia
bolsa.
—Estooo, Farmer, sólo hay una cama —dijo Nikki, mirando a Terri directamente.
—Vas a tener que ponerte al día, Farmer. Ahora es babor y estribor, a proa y a popa, no izquierda y
derecha, delante y detrás. Las paredes se llaman mamparos y los suelos y los techos son cubiertas.
—Ya, pues el capitán sí que es un mamparo, a ver si la tercera oficial es un poco más humana.
—¿El qué?
—No, quédate tú con ella, he tenido que soportar cosas mucho peores en mis buenos tiempos.
—Si insistes.
—Ya lo has dicho, así que me la quedo, la cama es mía —dijo Nikki con aire de triunfo.
—Y a mí me parece recordar que querías arreglar las cosas para que pasaran a alguien por la quilla
—dijo Terri, avanzando hacia Nikki.
—Oye, Farmer, déjalo o me veré obligada a llamar a esos marineros para que te detengan —dijo,
riendo, pero retrocediendo con prudencia por si acaso.
Antes de que Terri pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Nikki rodeó a toda prisa a Terri y
corrió a la sala para abrir.
—Buenas tardes, señora, soy el camarero de esta cubierta. ¿Hay algo que deseen las señoras?
—¿Disculpe?
—¡Jesús, no hagas eso, Farmer! ¿Cuántas veces te he dicho que te pongas un cascabel o algo? No
está bien asustar así a la gente.
—Seguro que te gustaría. Los fanáticos del control sois todos iguales —dijo Nikki, sonriendo.
—Qué chico tan fino, no sé si me entiendes —dijo Terri, sin hacer caso del comentario de Nikki.
—¿Quién, el camarero?
—No, el tipo con el taparrabos de piel de leopardo que acaba de pasar columpiándose por delante
de la ventana.
—Portilla.
—¿Qué?
—Probablemente, pero te iré instruyendo poco a poco, para que no te agobies. Y si te refieres a
que el camarero tenía un poquito de pluma, pues sí, casi todos los camareros la tienen. Parece
formar parte del trabajo.
—¿Así que estamos a salvo en nuestras camas o, en algunos casos, sofás?
—Ah, no sé, Farmer, me da a mí que si le enseñas esos músculos que tienes podría cambiar de
bando.
—¿Te da a ti?
—Absolutamente.
—¿Y con esta tercera oficial, te da a ti que tengo algo que hacer con ella?
—¿Estás intentando molestarme a propósito, Farmer? —dijo Nikki, esforzándose por disimular su
enfado pero fracasando miserablemente.
—¿Funciona?
—¡Sí!
—Bien, así tendrás algo en que pensar cuando estés toda arropadita en esa estupenda cama doble
mientras yo me las arreglo con el sofá. —Hizo una pausa—. Y pensar que he renunciado a cazar
chiflados para estar aquí. ¿Nos vamos ya a cenar?
—Farmer —gruñó.
El barco se estremeció cuando los remolcadores se pusieron a tirar con todas sus fuerzas. Las grúas
de carga se habían desconectado varias horas antes, al terminar de cargar. Nikki observaba
embelesada desde el ala del puente mientras la proa del inmenso petrolero viraba hacia el
estuario.
—Increíble —murmuró Nikki en voz baja. Terri se volvió para mirar a la mujer a quien debía
proteger. El sol estaba saliendo e iluminaba el pelo rubio de la joven, bañándolo en un resplandor
trémulo.
—Creía que no te gustaba madrugar —replicó Terri, secándose la cara con una toalla que llevaba
alrededor del cuello. Llevaba haciendo ejercicio en la toldilla desde antes del amanecer y ahora
tenía la camiseta de deporte manchada con una gran uve de sudor que le llegaba hasta los ceñidos
pantalones cortos de deporte y sus piernas largas y musculosas relucían al sol.
—Ah, no me gusta, pero no quería perderme esto, mi primera partida.
—Sólo estamos saliendo del puerto, Nikki, no estamos zarpando rumbo a América al son de una
banda y con serpentinas y cosas de ésas, ¿sabes? —dijo Terri, sonriendo por el entusiasmo de la
joven.
—Sí, pero es que es tan... grande. Nunca había estado en nada tan inmenso. Son todos juguetes
comparados con esto.
Terri miró pensativa al capitán. Se debe de haber dado cuenta de que hacerle la pelota a la hija del
jefe es una buena maniobra para su carrera, pensó Terri sonriendo por dentro.
—¿La idea de que la señorita Takis se ponga al timón le hace gracia, señorita Farmer?
—La idea de que la señorita Takis haga cosas en general me hace gracia —replicó Terri. Nikki
protestó dándole un rápido empujón, con los labios fruncidos. Terri pasó a su lado, de regreso a la
toldilla situada detrás de la pasarela. Al hacerlo, empujó a Nikki con el hombro, haciendo que se
tambaleara un poco.
—No le haga caso, capitán, está celosa porque no le ha ofrecido a ella llevar el timón —bufó Nikki,
lo bastante fuerte para que Terri la oyera mientras la guardaespaldas se deslizaba grácilmente por
los pasamanos metálicos de la escalera que llevaba a la cubierta inferior.
—He visto cómo se entrena, volteretas, giros, patadas y puñetazos. Es muy impresionante.
—Sí, así es Farmer. Impresionante es una buena descripción —dijo Nikki, con tono distraído. El
capitán se volvió para mirar a Nikki.
—¿Qué? —dijo ella, saliendo de su trance. Dirigió la mirada hacia donde miraba el capitán. Varios
tripulantes y un par de suboficiales de máquinas se habían instalado en puntos estratégicos para
observar a Terri mientras ésta realizaba sus ejercicios.
—¿No deberían estar trabajando? —preguntó Nikki, con el ceño fruncido.
—Es su hora del desayuno. No puedo obligarlos a que se vayan a otro sitio o a que miren a otro
lado cuando una mujer guapa y semidesnuda decide ponerse a hacer gimnasia delante de ellos,
¿verdad? —dijo él, riéndose entre dientes.
Nikki siguió mirando ceñuda. Nadie estaba desayunando. Claro que no habría sido fácil hacerlo con
tanta boca abierta.
—¡Ya basta! —dijo Nikki, lanzándose hacia la escalera que llevaba a la cubierta inferior.
—¿Sigues enfadada conmigo por haberte empujado delante del capitán? —preguntó Terri, recién
duchada y bebiendo té. Estaba repantingada en el sofá de su camarote, del que los camareros
habían retirado ya la ropa de cama.
—No estaba enfadada por eso y lo sabes muy bien —rezongó Nikki.
—No me digas que no sabes lo que estás haciendo cuando te dedicas a dar patadas por el aire con
esos pantaloncitos de nada que llevas.
—¿Así que se trata de eso? —Se había sentido más que desconcertada por la repentina aparición
de Nikki en la cubierta de popa exigiéndole que la acompañara a su camarote. Al negarse a explicar
lo que estaba pensando, Terri se limitó a encogerse de hombros y se fue a dar una ducha.
—Pues a mí me parece que sí —dijo Terri, bebiendo otro trago de té—. ¡Puaaj, no me gusta la
leche en polvo! —Hizo una mueca. Nikki no contestó—. Además, ¿a ti qué más te da si quiero
exhibirme ante el mundo entero?
—Eres mi guardaespaldas y debes comportarte con cierto decoro. —Hasta Nikki se dio cuenta de
que aquello sonaba poco convincente.
—¿Qué es lo que te molesta de verdad, Nikki? —preguntó Terri con tono tranquilo.
—No, Nikki, no es una estupidez, lo comprendo, en serio. —Abrazó a Nikki y colocó delicadamente
su cabeza sobre su ancho hombro—. Por favor, créeme cuando te digo que me siento halagadísima
de que sientas eso por mí. Si quisiera tener una amiga, en ese sentido, no habría nadie mejor que
tú. Es que... bueno, yo... —Titubeó—. Tienes razón, no soy así. Por favor, no te enfades,
especialmente conmigo. Odiaría decepcionarte.
Nikki cerró los ojos, incapaz de contener las lágrimas. Se sentía tonta y avergonzada, sobre todo
porque Terri no le mostraba más que amabilidad y comprensión.
—Creo... creo que me he enamorado de ti, Farmer, y eso me está nublando el juicio.
—Por favor, Nikki, podemos seguir siendo amigas, ¿verdad? —preguntó Terri.
Nikki se giró en redondo, cerrando los ojos con fuerza. ¡Lo sabía!, gritó su voz en su interior. Se
volvió despacio hacia Terri, sorprendida al ver la expresión de dolor de sus ojos.
—Sí... sí, claro que somos amigas y siempre lo seremos. —Sonrió débilmente a Terri.
—Ven aquí —dijo Terri, abriendo los brazos. Nikki avanzó un paso, pero en lugar de abrazar a Terri,
se limitó a apretarle el hombro y luego se echó hacia atrás.
—Creo que necesito que me dé el aire. Te veo más tarde. —Se quedó en la puerta, mirando a Terri
—. Lo siento, Farmer. —Antes de que Terri pudiera responder, se marchó.
—¡Mierda! —dijo a la habitación vacía y cerró los ojos. Se frotó la cara con las manos, intentando
quitarse la angustia que sentía—. ¡Mierda, mierda, mierda y más mierda! —Una repentina oleada
de furia escapó a su control. Entrecerró los ojos e hizo una mueca con la boca. Dios, cuánto
deseaba pegar a alguien, a cualquiera, no importaba a quién.
Se obligó a abrir los puños, sabiendo que era consigo misma con quien estaba furiosa, no con
nadie más.
—Eres una asquerosa cobarde, Farmer —gruñó, conformándose con un puñetazo desalentado
contra la tapicería del sofá.
—¿Señorita Takis? —dijo la oficial. Nikki estaba mirando por la borda del barco, observando la
costa que se iba perdiendo en el horizonte.
—Hola, soy Martina Gerhard —dijo la mujer, ofreciéndole la mano—. El capitán me ha dicho que
me ocupe de enseñarle todo el barco. —Hablaba con un fuerte acento alemán.
—Tendría que haberle dado más tiempo. Siempre hago lo mismo, soy demasiado impaciente —
farfulló.
—Oh, no me haga caso, señorita Gerhard, estoy regodeándome en la autocompasión. ¿Qué era lo
que deseaba?
—El capitán...
—Se dice brusco, sí. —Por fin se volvió hacia la tercera oficial—. Se supone que tengo que
aprender cómo se dirige un barco. ¿Cree que puede enseñármelo?
—Puedo intentarlo, señorita Takis, ¿pero no debería aprender cómo se dirige una compañía más
bien? —preguntó, sonriendo levemente. Nikki le devolvió la sonrisa, sintiéndose algo mejor que un
momento antes.
—Probablemente tiene razón, pero entonces, ¿cómo averiguaría todos sus oscuros secretillos? —
La expresión de Martina se puso seria de inmediato—. Tranquila, Martina, sólo era una broma —
dijo Nikki.
—Estamos en un petrolero, ¿qué tal un paseo por la cubierta principal para ver los tanques?
Terri daba vueltas por la cubierta de popa, como un tigre enjaulado. De vez en cuando se detenía
para mirar la estela por encima de la borda. Pero al cabo de un momento el agua arremolinada
sólo le provocaba más ansiedad. El agua revuelta tenía algo que la inquietaba profundamente y no
estaba de humor para analizar el por qué.
Maldita sea, Farmer, ¿por qué te ocultas? ¿Es que no llevas ya suficiente tiempo sola?, se recriminó
mientras paseaba. Por una vez el destino te trata maravillosamente y vas tú y echas a correr y te
escondes, como siempre, como lo has hecho toda tu vida, cobarde.
Sus pensamientos se detuvieron en seco por el sonido de una bocina y unos gritos. Había hombres
corriendo por la pasarela hacia la cubierta principal. Al no saber qué otra cosa podía hacer, echó a
correr tras ellos y alcanzó a los rezagados sin esfuerzo.
—Que alguien ha entrado en una cámara que no estaba purgada. El gas de la carga es venenoso, te
mata en cuestión de minutos —jadeó el hombre mientras corrían.
—¿Por qué iba a hacer alguien eso? Están todos entrenados, ¿no?
La cara de Terri se puso blanca. Sin decir palabra, echó a correr a toda velocidad y adelantó
fácilmente a todos los hombres que corrían por la larga cubierta principal.
En la proa del barco se alzaba una pequeña cubierta, sostenida por un mamparo que ocupaba todo
el ancho del barco con una puerta en medio. Terri saltó por la puerta abierta y aterrizó en un suelo
de malla. Se detuvo un momento para mirar a su alrededor, analizando la situación. Era una sala
estrecha en la que sólo había entresuelos de malla gruesa, conectados por una serie de escaleras
metálicas que bajaban a la oscuridad del fondo. El olor acre del crudo le atacó la nariz.
—¿Qué ocurre? —le gritó a un hombre que estaba junto a la barandilla del entresuelo mirando
hacia abajo.
—He mandado a Peterson a buscar una bombona de oxígeno. Ésta no se ha rellenado desde el
último simulacro —dijo con disgusto, dando una patada a un aparato tirado en la cubierta a su
lado.
—¿Dónde están?
—Donde las bombas, cinco cubiertas más abajo —dijo él. Terri corrió a las escaleras—. Espere, no
puede bajar sin oxígeno. El gas la matará a usted también.
Él se encogió de hombros.
—Podrían estar ya muertas. Ese gas te ataca sin que te des cuenta, te quedas dormido y no te
vuelves a despertar. Si le sirve de consuelo, no duele nada.
—Lo siento.
—¿No podemos hacer nada? —gritó Terri, que empezaba a ser presa del pánico.
—Pues...
Terri saltó hacia delante y agarró al hombre por la pechera de su mono de trabajo.
—Hay un par de reanimadores en un armario de la cubierta inferior. Son automáticos, sólo hay que
ponérselos y girar la válvula grande y obligan a respirar al que lo lleva, aunque esté inconsciente. —
Cuando terminó sus explicaciones ya estaba solo, porque Terri había saltado por la barandilla y
había desaparecido de su vista—. ¡Jesús! —dijo, corriendo a la barandilla. Observó, atónito,
cuando ella se agarró a un montante, se balanceó y luego se soltó en el punto extremo del arco,
dejándose caer como un gato a la cubierta de debajo. En cuanto aterrizó, realizó la misma
maniobra y cayó a la siguiente cubierta—. Jesús —repitió.
Terri llegó a la cubierta inferior en menos de diez segundos, magullada y sin aliento. Algunas de las
caídas habían sido mayores de lo que le habría gustado, pero por suerte las cubiertas eran de malla
gruesa, en lugar de planchas sólidas, y funcionaban como un muelle. Martina y Nikki estaban
tiradas en el suelo, Martina con un buen corte en la frente. Al parecer había caído por el último
tramo de escaleras. Sin dejar de aguantar la respiración, Terri dio la vuelta a Nikki, tocándole la
garganta. Tenía los ojos cerrados y no daba señales de respirar. Peor aún, no le encontraba el pulso.
Sin pararse a ver cómo estaba la tercera oficial, Terri saltó por encima de Nikki hacia una caja roja
brillante atornillada a la pared.
Por alguna razón, las manos no le respondían tan deprisa como el cerebro. Rabiosa porque la caja
no se abría todo lo rápido que debería, se echó hacia atrás y de una patada arrancó la puerta de
fibra de vidrio de sus bisagras. Metió la mano en la caja destrozada, sacó los dos reanimadores y
volvió corriendo a las dos mujeres tiradas en la cubierta. El reanimador consistía en dos pequeñas
bombonas de oxígeno sujetas por una red. Una máscara de goma se conectaba a una de las
bombonas mediante una gran válvula que Terri giró. Una pequeña aguja de medir situada a un
lado de la válvula empezó a subir y bajar.
—Vamos, Nikki, respira por mí —dijo, colocando la máscara sobre la nariz y los labios hinchados y
azules de Nikki. Convencida de que la máquina estaba respirando por Nikki, se arrastró hasta
Martina e hizo lo mismo por ella, colocándola primero boca arriba para que encajara bien.
Parpadeó para ahuyentar la oscuridad que empezaba a rodearla y se tambaleó ligeramente cuando
se arrodilló sobre el cuerpo tendido de Nikki.
—Vamos, nena, respira por mí. Eso es, lo estás... haciendo muy bien.
Dios, qué sueño tengo, qué... cansancio... tengo que sentarme. Ah, si ya estoy sentada. Por su
mente cada vez más nublada cruzaban pensamientos inconexos.
El brazo le pesaba como el plomo al quitar la máscara de la cara de Nikki, con los ojos medio
cerrados involuntariamente. Por fin, tras lo que le pareció una vida, la máscara se soltó y respiró
profundamente por ella. El tiempo volvió a acelerarse y las luces volvieron a brillar a su alrededor
mientras volvía a respirar. Maldita sea, ese gas es traidor, ni siquiera lo he olido. Jadeó y se
apresuró a colocar de nuevo la máscara sobre la cara de Nikki.
—Nikki, despierta, me estás asustando, cariño —dijo, dándole unas palmaditas a Nikki en la
mejilla. Se agachó, colocó la cabeza sobre el pecho de Nikki y escuchó para ver si volvía a oír un
latido. No oyó nada salvo el rugido de la sangre en sus propios oídos—. ¡Vamos, maldita seas! —
gritó, tratando de despertar a Nikki a base de sacudirla. Seguía sin haber respuesta. Oyó gritos y
movimientos por encima de ella cuando unas personas empezaron a bajar por las escaleras. Ya
deben de tener las bombonas de oxígeno, pensó aturdida.
Se puso en pie.
—Vamos, ¿por qué tardan tanto? ¡Mi amiga se está muriendo, hijos de puta, muevan el culo de
una vez! —les gritó, pero todavía estaban muy arriba y se movían despacio a causa del voluminoso
equipo respiratorio—. Mierda, esto no va bien, Nikki —dijo, acuclillándose y tomando otra honda
bocanada de oxígeno del reanimador—. Maldita seas, zorra estúpida, no te me mueras, que tu
padre ya no me va a pagar —le gritó a la figura inerte de Nikki. Los ojos se le llenaron de lágrimas
que empezaron a caer sin trabas por sus mejillas. Se las secó con rabia—. Que te den por culo,
Takis —gritó, apretando el pecho de Nikki con una serie continua de presiones—. ¡Vamos, arranca,
cabrón! —rugió sobre el pecho de Nikki, tratando de que su corazón volviera a cobrar vida—. Por
favor, Nikki, por favor. Si te despiertas, esta vez te diré la verdad, te lo prometo, no más mentiras.
Nunca más, no más mentiras. —Volvió a presionar frenética el pecho de Nikki.
Los ojos de Nikki se abrieron despacio y al instante se puso a luchar contra la máscara. Terri soltó
un grito de alegría.
—No, debes dejártela... puesta, cielo, te está... ayudando a respirar —jadeó. A su alrededor el
mundo empezaba a hundirse de nuevo en la oscuridad.
—¿Farmer?
—Sí, soy yo, Nikki, ponte... tienes... máscara... otra vez, tesoro. Te mantiene... con vida —susurró,
tambaleándose cuando la sala empezó a dar vueltas.
—Si me mantiene a mí con vida, Farmer, ¿qué te mantiene a ti con vida? —graznó Nikki alarmada.
—Y yo qué sé. —Terri consiguió sonreír antes de desmayarse, y se desplomó encima de Nikki.
Terri regresó lenta y difusamente a la consciencia. Abrió los ojos y los cerró de inmediato a causa
de la luz cegadora y el martilleo de la cabeza. Mierda, qué dolor, se quejó.
—¿Farmer?
¿Me he imaginado eso?, se preguntó. Supongo que sólo hay una forma de averiguarlo. Probó a
abrir apenas un ojo.
—Venga, Farmer, sé que estás ahí dentro. Ya va siendo hora de que te despiertes y saludes al
mundo.
—¿Nikki?
—Mujer.
—Ah, sí —dijo Nikki sonriendo—. Tengo entendido que te debo la vida.
—Tal vez —graznó Terri—. No tendrás un vaso de agua y una aspirina, ¿verdad?
—Por una heroína, hasta ahí llego, creo yo. —Nikki se levantó de la cama y desapareció en la sala
de estar. Regresó con un vaso y unas pastillas en la mano—. El camarero jefe dijo que seguramente
tendrías un inmenso dolor de cabeza al despertarte. Es un efecto secundario del gas. Yo lo tuve.
Terri se incorporó y aceptó agradecida el vaso y las pastillas. Se tragó el agua y el medicamento
antes de darse cuenta de que estaba desnuda y sentada a plena vista de Nikki. Se apresuró a tirar
de la sábana para taparse.
—Lo siento.
—No lo sientas, me estaba gustando el panorama —sonrió Nikki. Terri se sonrojó y apartó la
mirada—. ¿Cómo se siente ahora mi campeona? —preguntó, sentándose en la cama y cogiendo la
mano de Terri en la suya.
—Como si hubiera pasado por un puente bajo y se me hubiera olvidado agacharme. —Cerró los
ojos, encogiéndose por el dolor—. ¿Cómo está Martina? ¿Está...?
—No, está bien. Parece que el golpe que se dio en la cabeza le vino bien. Le ralentizó todo el
organismo lo suficiente como para sobrevivir hasta que llegaste. Unos minutos más y habría
muerto. —Se quedó en silencio un momento, mirándose las manos—. Las dos habríamos muerto
—dijo en voz baja.
—Pues qué suerte que pasara por allí —dijo Terri sonriendo y luego hizo una mueca cuando los
músculos necesarios para sonreír hicieron que la cabeza le doliera más.
Terri resopló, lo cual fue otro error. Se puso el vaso frío en la frente, moviéndolo de un lado a otro.
—Recuérdame que te mantenga encerrada bajo llave durante el resto de la travesía. Eres
demasiado peligrosa para andar por ahí suelta —dijo Terri, sin abrir los ojos.
—¿Qué?
—Jo, supongo que esto de ser una superheroína fantástica acaba con las fuerzas de una.
—¿Por qué no dejo de hacer eso? —gimió, frotándose la frente—. No soy una superheroína. Sólo
una guardaespaldas lenta que por fin hace su trabajo, eso es lo que soy.
—¿Entonces la gente normal baja columpiándose y saltando más de teinta metros en menos de lo
que una persona normal tarda en bajar por una escalera?
—En ese momento me pareció que era lo mejor. Una insensatez, la verdad, me podría haber roto
el cuello y habríamos acabado jodidas todas. Menuda superheroína.
—Pero no te rompiste el cuello y nos salvaste a las dos. El camarero jefe dijo que si no lo hubieras
hecho, las dos estaríamos muertas.
—Yo quería ver lo que había allí abajo, sentía curiosidad. Martina pensó que no había peligro. El
jefe de máquinas ha investigado y ha descubierto una junta defectuosa en una de las bombas. Un
poco del crudo se coló en los pantoques debajo de la cubierta inferior. Normalmente no debería
haber habido ningún problema. Sólo ha sido un accidente.
—El jefe de máquinas, el camarero jefe, te has estado codeando con el poder, ¿eh? —Terri sonrió a
Nikki.
—No pasa nada, Farmer, no tienes que decir nada. Lo comprendo, no pasa nada, en serio.
Llamaron a la puerta. Terri puso mala cara. ¡Ahora no, por favor, ahora no!
—Ya voy yo —dijo Nikki, soltando la mano de Terri, y fue a contestar a la puerta. Era Martina, con
uniforme de gala.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto —replicó Nikki, echándose a un lado para dejar pasar a Martina.
—Acabo de terminar mi turno y se me ha ocurrido venir a ver cómo está la señorita Farmer para
ver si se ha recuperado ya.
¡Una porra que no!, pensó Terri, al captar cada palabra con su agudo oído. Martina se quedó
vacilando en la puerta del dormitorio.
—Señorita Farmer. Me alegro de ver que está usted despierta. Nos tenía a todos preocupados. —
Entró en la habitación y se quedó de pie al lado de la cama—. Le he traído una cosa. Un detalle
para darle las gracias por salvarme la vida. La verdad es que no es gran cosa —dijo, entregándole a
Terri una cajita—, pero ahora no puedo ir de compras. —Sonrió tímidamente, sin saber si Terri
apreciaría el gesto.
—No, si sólo hubiera hecho su trabajo, habría cogido a Nikki y la habría sacado de allí. No lo hizo,
se quedó y nos salvó a las dos. Estaré siempre en deuda con usted.
Terri no sabía qué decir, al verse abandonada por su habitual humor cáustico. Abrió la cajita.
Dentro había una vieja y manoseada brújula marina. Al dorso llevaba grabado un San Cristóbal con
las palabras Disfruta del viaje, pero llega a casa sano y salvo escritas en alemán.
Terri se quedó mirando en silencio mientras Martina salía del camarote. Volvió a mirar la brújula,
todavía demasiado atónita para decir nada.
—No tenía por qué hacer esto —dijo Terri, recuperando la voz.
—No, pero quería hacerlo. Acostúmbrate, Farmer, para algunos de nosotros eres una heroína de
verdad.
Terri frunció el ceño, pero se alegró bastante al descubrir que ya no le dolía tanto, lo cual la hizo
sonreír. Colocó de nuevo con cuidado la brújula en su caja y la dejó en la mesilla junto a la cama.
—Ha sido un bonito detalle, pero se la devolveré antes de que nos vayamos.
—¿Y no se va a ofender?
—No si la meto de rondón entre sus cosas con una nota de agradecimiento antes de que nos
marchemos. —Terri sonrió de nuevo, contenta con el plan.
Nikki volvió a sentarse en la cama y una vez más cogió la mano de Terri.
Terri miró a todas partes menos a Nikki y por fin se conformó con mirar por la portilla.
—Si te cuesta demasiado, Farmer, podemos hacerlo en otro momento —dijo Nikki amablemente.
Terri volvió a quedarse callada. Nikki no sabía qué hacer ni qué decir. Era evidente que Terri estaba
intentando encontrar las palabras. Por fin, la atribulada mujer se volvió hacia Nikki.
—Cuando te dije que yo no era así... pues, ¿cómo se suele decir? Estaba, eeeh, faltando un poco a
la verdad.
¡Lo sabía!, se regocijó Nikki mentalmente. Sonrió, inclinándose esperanzada hacia Terri.
—Farmer, sea lo que sea lo que me quieras decir, sabes que queda entre tú y yo. Lo sabes,
¿verdad? Confías en mí, ¿no?
—Por supuesto, Nikki, pero... Dios, qué difícil es esto. —Terri tragó, con un aire tan abatido como lo
que sentía por dentro—. Bueno, la verdad es... que es cierto... no soy así.
—Que no soy gay, que no soy hetero, sólo soy... yo. —Terri suspiró con cansancio.
—No comprendo.
Terri levantó las rodillas, puso un brazo encima y apoyó la frente en él.
—Nunca he estado con... nadie. Nunca he deseado a nadie... hasta ahora. Tienes ante ti a una
auténtica virgen de treinta años —susurró.
Nikki no supo qué decir. Intentó pensar en algo y estuvo a punto de hablar dos veces, pero luego
no dijo nada y volvió a cerrar la boca. La confesión de Terri la había pillado totalmente por
sorpresa.
—Pero sin duda... bueno, ya sabes, tendrás sentimientos, deseos, necesidades, ¿no? —preguntó
por fin.
Terri siguió ocultando firmemente la cara detrás del brazo. Se limitó a negar con la cabeza.
—Ser virgen no significa que seas asexuada, Farmer, sólo... que no has probado.
—Mira, Nikki, lo único que te puedo decir es que no sé lo que soy, ¿vale? Vamos a dejarlo así.
—Oye, Farmer, no pasa nada, en serio —dijo tranquilizándola, y se deslizó hacia delante y rodeó el
hombro de Terri con el brazo. Terri se volvió al instante, hundió la cabeza en el cuello de Nikki,
agarró a la sorprendida rubia y se aferró a ella con tenacidad—. Tranquila, Farmer, estoy aquí.
Ahora estás a salvo. —Notó que Terri temblaba cuando la mujer de más edad se vio abrumada por
la emoción. La camisa de Nikki quedó empapada de lágrimas calientes. Acarició dulcemente el
largo pelo negro de Terri, esperando a que dejara de llorar.
—Lo siento, Nikki —jadeó Terri entre sollozos—. He pasado toda mi vida por mi cuenta, sin desear
la compañía de nadie, pero últimamente, bueno, me he empezado a sentir muy sola y entonces
entraste en mi vida. Me... me sentía tan desorientada, tan descontrolada —sollozó—. Tan
indefensa, y cuando te vi en el suelo de la sala de bombas y pensé... pensé que estabas muerta,
creí que me iba a morir y me entró tal pánico...
—Shssh, Farmer, tranquila. Eres la persona más equilibrada que he conocido jamás. Un poco
tremenda a veces quizás, pero tan equilibrada que es de no dar crédito.
—Absolutamente.
El llanto de Terri se redujo a algún que otro sollozo apagado y unos pocos temblores.
—¿Tan mal estoy? —preguntó Nikki, sabiendo que Terri no se refería a eso, pero con la esperanza
de que una broma la animara un poco.
Nikki sonrió.
—Lo sé, Farmer, lo sé. Bienvenida al mundo real de los meros mortales.
—Cómoda, ¿eh?
—Sí —dijo Terri como en un sueño, frotando la cabeza en el hombro de Nikki como un gato
enorme. Una pantera negra, grande y reluciente, pensó Nikki, sonriendo ante la idea.
—Farmer, créeme, quiero pasarme días enteros al mimo contigo, pero a lo mejor podrías aflojar un
poco, que me está costando respirar.
Terri dejó de estrujar a Nikki e intentó apartarse, consciente de repente de que estaba apoyada con
todo su peso encima de la mujer más menuda.
—Tranquila, Farmer, ya te lo he dicho. Ahora ven aquí al mimo un poco más. Pero... cuidado con
los abrazos de oso, ¿vale? —dijo, sonriendo y colocando de nuevo a Terri, que apenas se resistió,
sobre su hombro—. Así, esto está mucho mejor.
Terri cerró los ojos y se relajó sobre el cálido cuerpo que tenía debajo.
—Ahora descansa un poco más, Farmer, yo estoy aquí para cuidarte, como tú has cuidado de mí.
—Volvió a acariciarle el pelo a Terri, mientras con la otra mano frotaba suavemente la espalda de la
atribulada mujer—. Seguiremos hablando cuando estés más en tu ser.
La respiración de Terri no tardó en hacerse regular y profunda al quedarse dormida. Nikki cerró los
ojos y se relajó, uniéndose a su compleja amiga en el sueño, con una sonrisa de contento en los
labios.
Terri se despertó una hora después; su siesta había sido más una reacción emocional que una
necesidad auténtica de dormir. Nikki roncaba suavemente justo encima de su cabeza. Sonrió al
oírla antes de cerrar los ojos y gemir. ¿De verdad se había venido abajo y se había echado a llorar
en el hombro de Nikki? No podía créerselo. Treinta años y berreando como un bebé. No recordaba
la última vez que había llorado, del tiempo que había pasado. Oh, Nikki, ¿qué me has hecho?, se
preguntó.
El ronquido de Nikki se transformó en un resoplido seguido de una brusca inspiración de aire. Terri
notó que Nikki movía la cabeza de un lado a otro. Se imaginó la encantadora expresión despeinada
y confusa de la cara de la joven. Volvió a gemir por dentro. Dios, me está matando, se recriminó a
sí misma. Esto tiene que parar si quiero hacer mi trabajo como es debido.
—Hola —dijo Nikki, al darse cuenta de que Terri también estaba despierta.
—Hola tú.
—Un poco.
—¿Sólo un poco?
—Nikki, lo siento, pero esto no puede continuar —dijo Terri en voz baja, sin atreverse a mirar a
Nikki a los ojos.
—¿Por qué? —preguntó Nikki en voz baja, intentando que no se le notara el dolor en la voz.
—Farmer, creo que te conozco lo suficiente como para decirte que eres la persona más fuerte que
he conocido en mi vida. Si tú no puedes con ello, entonces nadie puede y muchas personas menos
capaces pueden. Así que debo decirte que te equivocas.
—Pero no puedo con todo esto de las emociones, Nikki, es que... no puedo —farfulló Terri, con la
cabeza todavía bien hundida en el cuello de Nikki.
Nikki colocó un par de dedos bajo la barbilla de Terri y la obligó delicadamente a mirarla a la cara.
—Farmer, sí que puedes. Estaré contigo, podemos hacerlo juntas, las dos.
Terri miró a Nikki a los ojos en busca de alguna señal de engaño, pero no vio ninguna.
—Yo... quiero confiar en ti, Nikki, pero me cuesta mucho, no sé si soy capaz.
—Entonces te enseñaré.
—¿Cómo?
—Abrazándote siempre que necesites que te abracen. Estando ahí siempre que me necesites cerca
de ti. Enseñándote a revelarme tus sentimientos siempre que sean demasiado difíciles para ti sola.
Sujetándote la chaqueta siempre que tengas la necesidad de defender mi honor. Cosas así —dijo,
sonriendo dulcemente.
—Y más.
—Porque te quiero.
—No importa, mi alma ha encontrado a su pareja, el resto puede ponerse al día más tarde, hay
mucho tiempo para eso.
—Sí.
—¿Y si descubro que no me gusta tu acera, y si descubro que prefiero la compañía de los hombres?
Antes de que Terri pudiera responder, Nikki se inclinó y la besó suavemente en los labios.
—A lo mejor deberíamos traer aquí a uno de esos marineros y así nos puedes probar a los dos y
ver cuál prefieres.
—Qué va, dejemos eso para otro día. Ahora mismo creo que deberíamos seguir experimentando
tú y yo solas para ver qué tal. Como investigación, por supuesto.
Se inclinó para darle otro beso, pero Terri levantó la mano entre las dos, deteniéndola a pocos
centímetros de su cara.
—¿Cómo te sientes ahora de verdad? —preguntó Nikki, comiendo un sándwich cogido de la gran
bandeja que había traído un camarero a su camarote.
—Muy delicada... pero mejor —replicó Terri, que todavía se sentía demasiado frágil para compartir
la comida con su amiga.
—No si no quieres.
Terri suspiró.
Terri miró a Nikki, esperando ver señales de desprecio o burla, pero no había nada.
—Cuando era jovencita, adolescente, me enganché a la idea de esperar al hombre adecuado, esas
cosas románticas. Soñaba con héroes y heroínas, con matar dragones, luchar contra maleantes,
rescatar princesas, todas esas tonterías que te hacen creer de niña.
—Sí, supongo que sí, pero en esos sueños me quedaba mirando, sonriendo mientras se la
entregaba al príncipe que me había enviado a la misión.
—Sí, ya entonces quería ser soldado. Luchar por el bien contra el mal.
—¿Estás segura de que no quieres uno de estos? Están muy buenos —preguntó Nikki, ofreciéndole
a Terri la bandeja de sándwiches.
—Todo eso sigue sin explicar lo de que seas virgen —dijo, dando un bocado a otro sándwich.
—Me entró la idea de que yo era la guerrera que llevaba a cabo los rescates, nunca la que era
rescatada o la que devolvían a alguien. Durante el colegio y luego la universidad, nunca conecté
con nadie que encajara con mi ideal de compañero. Y estaba segurísima de que no me iba a
entregar a cualquiera. Cuando me alisté en el ejército, me dediqué de lleno a mi carrera. Todo el
que se me acercaba salía rebotado tan lejos y tan deprisa que no lo volvía a intentar.
—Entonces no lo pensaba, lo único que deseaba con todas mis fuerzas era recibir una invitación.
—¿Una invitación?
—Para ir Hereford. Ésa era mi meta principal, no había nada más que me importara.
—No lo entiendo, ¿qué tiene que ver Hereford con todo esto? Es un lugar de Inglaterra, ¿no?
—Algo así. Es la élite de la élite, la flor y nata del ejército británico o de cualquier otro.
Terri resopló.
—Lo dirás en broma, he visto la película de Demi, son unos tíos durísimos.
Terri sonrió.
—Si tú lo dices.
—Es sólo por invitación. Te tiene que recomendar el comandante de tu escuadrón para que se lo
planteen siquiera.
—¿Y tu comandante no quiso hacerlo?
—Claro que sí. Me recomendaron seis veces a lo largo de los años, hasta que se dieron cuenta de
que no iba a ser posible, así que dejaron de molestarse. La mayoría de la gente sólo necesita una
segunda recomendación para conseguir una invitación, aunque casi todos fracasarían en la
iniciación. Una recomendación la consigue menos de la mitad del uno por ciento. Yo conseguí seis.
Sé que habría superado cualquier prueba que me hubieran querido poner.
—Sí, ya lo creo. Y todavía me duele —dijo en voz baja, mirándose las manos.
—Claro que quiero saberlo. Cuanto más sepa de ti, más deprisa alcanzará a mi alma el resto de mi
ser.
—Pues... no lo sé, Nikki, para serte sincera. Todo esto ha sido de lo más inesperado y repentino.
—Eso espero. Confío en tu juicio: a fin de cuentas, me has elegido a mí, así que sé que tienes buen
gusto. —Sonrió insegura a Nikki y Nikki le sonrió a su vez, contenta de ver que Terri iba
recuperando despacio el sentido del humor.
—Pues no hay mucho que contar. Maté a una persona. Es curioso, se podría pensar que al ejército
le habría gustado una cosa así, pero no. En cambio, me pidieron que dimitiera.
—Jesús, Farmer, ¿qué hiciste? —preguntó Nikki, echándose hacia delante y cogiéndole la mano a
Terri.
—Estaba en Sierra Leona con las fuerzas de pacificación de la ONU. Había un jefe militar nativo que
se dedicaba a aterrorizar a las aldeas que nosotros debíamos proteger. Solicité permiso para
neutralizarlo de una vez por todas, pero no había manera de que me lo dieran. Decían que nuestra
misión no era involucrarnos en aquello.
—¿Eras comandante de primera línea? No sabía que permitieran ese tipo de cosas.
—Sí, éramos tan pocos que todo el mundo participaba, incluso nosotros, las tropas de apoyo.
—¿Qué ocurrió?
—Un día aquel jefe militar decidió que en realidad nunca íbamos a hacer nada para detenerlo y se
le ocurrió hacer algo especial para nosotros. Para demostrarnos quién tenía el poder de verdad.
Pasó un camión junto al campamento con dos hombres en la parte de atrás. Se pusieron a burlarse
y a gritarnos y luego a tirarnos cosas. Creímos que nos estaban atacando y nos refugiamos detrás
de los sacos terreros. Algo rebotó encima y cayó a mis pies. —Se quedó callada mientras una
lágrima le resbalaba por la mejilla—. Maldita sea, me has echado a perder, Nikki. No lloré
entonces, pero ahora no puedo evitarlo. —Se secó la mejilla con el dorso de la mano que tenía
libre.
—Estoy aquí, Farmer. Creo que lo mejor es que lo sueltes todo ya. No es bueno guardarse las cosas
dentro tanto tiempo.
—Lo sé, Farmer, pero te prometo que de verdad que te sentirás mejor si lo compartes.
—Si tú lo dices —dijo Terri, sonriendo con tristeza—. Era la cabeza de una niña.
—Dios mío, Farmer —dijo Nikki, tapándose la boca con la mano, presa repentinamente de una
oleada de calor y náuseas. El tono tan normal con que lo había dicho Terri no disminuía en
absoluto el impacto de sus palabras.
—Había ordenado a sus hombres que recogieran a una docena de niños de las aldeas vecinas. Los
cortaron en pedazos y luego pasaron con el camión tirándonos esos pedazos. —Se detuvo para
secarse unas cuantas lágrimas más.
—¿Y tú lo mataste?
Nikki tragó.
—La gente prefiere no saber. ¿Todavía crees que soy tu alma gemela?
—Por supuesto. No me importa lo que hayas hecho. Fuera lo que fuese, tenías un motivo de peso.
—¿Tú lo estarías?
—¿Lo... torturaste?
—¡No! —Terri miró a Nikki, escandalizada de que pensara tal cosa—. Jesús, Nikki, sé que soy una
bestia, pero no hasta ese extremo.
—Perdona, Farmer. Es que parecías tan avergonzada de lo que habías hecho que no sabía qué
pensar.
—Cuando siguieron negándome el permiso para ocuparme de aquel tipo, incluso después del
incidente de los niños, pedí voluntarios que me ayudaran a arrestarlo. Nadie quiso ayudarme, eran
todos demasiado gallinas o demasiado rígidos. Por fin encontré a un par de comandos franceses
que dijeron que me ayudarían. Menudo par de malas bestias que eran. Una noche nos colamos en
la casa del jefe y lo raptamos. Encontré a uno de los hombres que iban en la parte de atrás del
camión. Le corté el cuello mientras dormía.
Nikki se tragó la bilis y apartó la mirada, pero siguió agarrando con fuerza la mano de Terri.
—Dios, Farmer, lo dices como si hubieras abierto una lata de judías o algo así.
—Conseguimos esquivar a la mayoría de sus hombres, pero se nos acabó la suerte cuando nos
topamos con una patrulla. Hubo un breve tiroteo y acabamos con todos ellos, pero hirieron a uno
de los franceses. El otro se fue con su compañero para llevarlo de vuelta a su campamento. Nos
quedamos solos el jefe y yo. Estaba atado con cables y no era difícil de manejar. Mi intención era
llevarlo al campamento de la ONU para someterlo a juicio, pero luego me di cuenta de que lo más
seguro era que soltaran a ese cabrón.
—Lo llevé ante los ancianos del pueblo. Pensé que ellos sabrían qué hacer con él.
—Pues sí.
—Nikki, cariño, no pierdas nunca tu humanidad. Te puedo decir por experiencia propia que no es
nada agradable. —Terri se secó otra lágrima errante que le caía por la mejilla.
—Tendría que haber sabido que no iba a ser bonito. Lo ataron a una vieja silla de cocina con
alambre de espino. Pensé que le cortarían la cabeza o algo así o que a lo mejor lo colgaban, pero
antes de que me diera cuenta, alguien le puso el collar.
—¿El collar?
—Le pusieron un neumático lleno de gasolina alrededor del cuello y le prendieron fuego.
—Oh, Dios, Farmer, esto cada vez es peor. Creo que necesito un descanso. —Nikki se levantó toda
temblorosa y fue al cuarto de baño. Terri oyó el agua correr, pero ningún otro ruido, de modo que
al menos Nikki estaba consiguiendo conservar el almuerzo. Nikki salió del baño secándose la cara
con una toalla. Cogió un vaso de Coca-Cola y bebió unos cuantos tragos.
—Hice lo único que podía hacer, saqué la pistola y le pegué dos tiros en la cabeza.
—Sí. Los aldeanos se pusieron furiosos. Por un momento pensé que la siguiente en ocupar la silla
iba a ser yo, pero los ancianos los tranquilizaron y me dijeron que me fuera. Así que me fui, con el
rabo entre las piernas, sin haber conseguido nada salvo que murieran unas cuantas personas más,
incluido el comando francés que sólo estaba allí porque yo se lo había pedido. —Terri se levantó y
se estiró, observando en silencio a una gaviota que flotaba en el aire al lado del barco. Cuando se
alejó volando, se volvió de nuevo hacia Nikki—. ¿Quieres saber lo peor?
—No puedo creer que haya nada peor que lo que ya me has contado.
—Ah, es peor, Nikki, mucho peor. Habían tenido razón desde el principio. Al cabo de una semana
ya había otro jefe militar que era aún peor que el que yo eliminé. Nada cambió, nada mejoró. Sólo
conseguí agitar un poco los ánimos y de paso probablemente dejar desolada a una familia
francesa. Qué demonios, para lo que sé seguro que aquel cabrón era una tapadera del MI6 o de la
CIA. La había cagado de tal manera que no podía hacer otra cosa más que marcharme. Tuve suerte
de que no me sometieran a un consejo de guerra y me enviaran a una cárcel militar.
—Creo que lo que hiciste fue horroroso, Farmer, pero lo hiciste por un motivo muy válido y fue un
gesto muy noble en medio de una situación jodidísima —dijo Nikki, colocándose detrás de Terri, y
rodeó la cintura de la otra mujer con los brazos y apoyó la cabeza en la ancha espalda de Terri.
—¿Sigues pensando que has encontrado a tu alma gemela? —preguntó Terri con abatimiento.
—Es un poco más oscura de lo que me imaginaba, pero sí, sí que lo pienso. Eres una mujer
valiente, buena y cariñosa, dispuesta a someter tu lado oscuro a mi escrutinio sin pedir siquiera
algún tipo de perdón. Una persona dispuesta a asumir la culpa con honor y dignidad. ¿Cómo
podría no quererte?
—Mierda, Nikki, me vas a hacer llorar otra vez —dijo, dándose la vuelta y estrechando a Nikki en
un abrazo muy necesitado.
—Les he pedido que vengan a mi camarote para hablar en privado de lo que ha ocurrido en la sala
de bombas —dijo el capitán. Nikki y Terri estaban sentadas en el sofá frente al capitán, que estaba
sentado en una gran butaca. Todos tenían tazas de té, que acababa de servir un atento camarero.
—Le pido que tenga en cuenta las repercusiones para una buena oficial, en caso de que desee
poner este incidente en conocimiento de las autoridades o de su padre, señorita Takis.
—¿Es que hay otras? —preguntó Terri, dejando su taza, que no había tocado.
—Bien, bien, me alegro de oírlo. A lo que me refiero es a que la tercera oficial puede perder su
empleo por un error de juicio momentáneo. Me parece una lástima para una oficial tan buena. —
Bebió un trago de té, observándolas atentamente a las dos por encima del borde de la taza.
—¿Está diciendo que si no mencionamos el hecho de que casi me muero y que estoy aquí sólo
gracias a la rápida acción y la habilidad de mi guardaespaldas, Martina no será despedida?
—Más o menos.
—¿No tendrá nada que ver con el hecho de que la responsabilidad recae sobre el capitán en tales
circunstancias? —preguntó Terri.
—Eso también es cierto, señorita Farmer. Pero lo estoy pidiendo por Martina, no por mí, como
comprenderán.
—Oh, sí, lo comprendo —dijo Nikki, levantándose—. No se preocupe, capitán, ninguna de las dos
dirá nada, ¿verdad, Farmer?
Nikki se echó atrás mientras Terri salía antes que ella por la puerta del camarote del capitán.
—Una mujer extraordinaria —dijo el capitán, cuando Nikki se volvió para seguir a Terri.
Nikki levantó la vista con cansancio de un manual que estaba intentando leer y que el jefe de
máquinas había tenido el detalle de dejarle, cuando Terri entró por la puerta de su camarote.
—Algunos días, Nikki, este trabajo es un asco, otros días es peor —dijo, apoyando la cabeza en la
jamba de la puerta.
10
—¿El qué?
—Todo este tiempo he creído que esto no era más que un truco de tu padre para alejarte de
Londres y enviarte a hacer un crucero. Nunca pensé que era un caso de verdad, como tal.
—Me refiero a que he sido una estúpida al intentar ser más lista que tu padre.
—¿Estás hablando en una especie de dialecto extraño del inglés? Porque no entiendo ni una
palabra de lo que dices.
—Sí —replicó Nikki despacio, sin saber dónde quería ir a parar Terri con esto.
—Pensé que sería un buen momento para devolverle la brújula a Martina, con una amable nota de
"gracias, pero no, gracias". Pero no, eso habría sido demasiado fácil.
—Bueno, ¿y qué has descubierto? —dijo Nikki, echándose hacia delante y bajando la voz hasta
hablar casi en un susurro.
Terri sonrió. Miró a su alrededor con aire teatral y luego encorvó los hombros y se agachó hasta
quedar a la altura del hombro de Nikki.
—Creo que estamos a salvo de ojos indiscretos. —De forma impulsiva, sacó la lengua y le lamió la
oreja a Nikki.
—¡Aaaaj, Farmer! —Nikki se echó hacia atrás, secándose frenética la oreja con la mano. Terri no
pudo evitar echarse a reír por la expresión de asco de Nikki—. ¿Por qué has hecho eso?
—Eh, ven aquí —dijo, abriendo los brazos. Terri rodeó vacilante a la mujer más menuda con los
brazos, sintiéndose de repente torpe y rígida.
—Venga ya, Farmer, tranqui, ¿quieres? Es que me has pillado por sorpresa.
Los hombros de Terri se relajaron un poco.
—Qué va, me alegro de que estés tan cómoda conmigo. Dios sabe que me ha costado lo mío
conseguir que llegues hasta aquí.
—¿Tan difícil soy? —preguntó Terri con tono inseguro. Desde la experimentación con los besos,
Terri sentía una extraña dualidad hacia Nikki. Por un lado se sentía más cerca de la rubia que de
cualquier otra persona desde su padre, pero por otro, Nikki todavía le daba un miedo horrible. Era
una sensación muy enervante para una mujer que se enorgullecía de su control y su firmeza. Se
preguntaba cómo era posible que quisiera al mismo tiempo huir y correr hacia una persona.
—Bueno, ¿qué pasa con la habitación de Martina? —preguntó Nikki, sin soltar a Terri.
—Fui a devolverle la brújula. Pensé que sería mejor esconderla para que no la encontrara hasta
que nos hubiéramos ido. Busqué un lugar apropiado y entonces encontré un pequeño neceser
cerrado con llave. Como soy muy curiosa, no pude evitarlo y tuve que ver qué era lo que tenía tan
bien guardado cuando todo lo demás estaba abierto.
—No, claro que no, abrí el cierre con una ganzúa y volví a cerrarlo después de mirar.
—Al principio pensé que era una cosa privada y cuando estaba a punto de cerrarlo advertí el
cordoncillo que colgaba del extremo.
—Me parece que no te sigo, Farmer. ¿Por qué hablas en plan adivinanza?
—Vale, retrocedamos. Creí que era un... ya sabes, una cosa que las mujeres... estooo... usan para
darse placer.
—Farmer, te estás poniendo colorada —dijo, sonriendo y echándose hacia atrás para mirar. Terri
miró al suelo, incapaz de hacer frente a los ojos de Nikki.
—Ya te dije una vez lo guapa que te pones cuando te sonrojas y lo decía en serio —dijo Nikki,
tirando suavemente de la cara de Terri para mirarla. Se echó hacia delante y le dio un beso a Terri
en la mejilla. Terri cerró los ojos y se relajó por completo entre los brazos de Nikki. Se quedaron así
varios minutos, mientras cada una de ellas absorbía los sentimientos no expresados que flotaban
entre las dos.
—Así que Martina tiene un juguete. Eso no es un crimen, Farmer.
—Hasta yo sé que eso no es raro, pero entonces vi el cordón. Lo cogí y lo agité. Había algo que
sonaba por dentro.
—Me hago la idea, Nikki, créeme, en serio —interrumpió Terri, sonrojándose aún más.
—Si tú lo dices.
—Yo lo digo —dijo Nikki, besando la otra mejilla de Terri y trasladándose luego suavemente a los
ojos, la nariz y por fin los labios. Terri gimió ligeramente por las caricias.
Se echó hacia atrás y abrió los ojos, parpadeando un poco llena de confusión.
—Esto... esto no me ayuda nada, Nikki. ¿Cómo vamos a resolver el caso si haces que me tiemblen
las piernas y que me fibrile el corazón?
Nikki sonrió.
—Sólo tú dirías que te está fibrilando el corazón, Farmer. La mayoría de la gente normal diría que
late o que palpita o que se estremece o que...
—No, no lo has dicho, y se me ocurre la palabra dicotomía. Ahora que lo he probado, no querría
otra cosa —dijo Nikki, sonriendo.
—¿Diamantes?
—No del todo. Eran diamantes en bruto. Pero grandes. Yo diría que, mmm, por un valor de un
millón de libras, así a ojo, una cosa así, tal vez incluso más.
—¿Cómo lo sabes?
—Son todos azules o rojos, los tipos más raros que se pueden encontrar.
Se encogió de hombros.
—Leo mucho.
—¿Tú trabajarías como oficial de cubierta de un petrolero si tuvieras algo así bailando en tu
juguete?
—Supongo que no. ¿Y por qué los guarda... ahí? ¿Por qué no los saca cuando ya los ha pasado y los
pone en un sitio seguro?
—Ése es un buen sitio para esconderlos si tu barco sufre una inspección de aduana.
—Al menos ahora sé que el color de pelo de Martina es natural —dijo Terri, sonriendo.
—No lo entiendo.
—Podría haber sido peor. ¿Y si Martina hubiera sido un hombre? ¿Te has leído el libro Papillon?
—Oh, por favor, tenías que recordármelo, ¿verdad? —gimió Nikki. Terri sonrió con regocijo.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Nikki, mientras contemplaban la cubierta. El barco había atracado a
primera hora de la mañana y ahora estaba descargando mediante unas grúas gigantes conectadas
al muelle.
—Nos vamos a hacer una excursión por Marsella, pero en realidad damos la vuelta y seguimos a
Martina, para ver dónde va y con quién se reúne.
—Farmer, nunca dejas de sorprenderme —dijo Nikki, meneando la cabeza. Terri se limitó a sonreír
burlona.
—Será mejor que busquemos un taxi y esperemos. El transmisor sólo tiene un radio de un
kilómetro y medio más o menos, aunque la batería es de litio y debe durar un par de meses.
El taxista guardaba silencio mientras la mujer extraña movía despacio el dispositivo electrónico de
un lado a otro delante de ella. Estaba sentada a su lado en el asiento del pasajero. Un buen fajo de
francos había comprado una buena cantidad de tolerancia.
—Está girando a la derecha —masculló Terri en inglés—. Gire aquí —dijo en francés, indicando con
la mano el sitio por donde debía ir el taxista. Nikki iba sentada detrás, observando por encima del
hombro de Terri. Tenía el estómago encogido de preocupación y excitación. Caray, esto es mucho
mejor que ganarse la vida diseñando barcos, pensó. Estoy haciendo esto de verdad, persiguiendo a
una banda de contrabandistas por las calles de Marsella, ¡me parece mentira!
—Sí, mamá.
—Tuerza por la próxima a la izquierda y luego échese a un lado y pare —dijo Terri en francés. El
taxista hizo lo que se le decía—. Parece que ha dejado de moverse.
—¿Quiere que me quede a esperar? —preguntó el taxista con una sonrisa. Se estaba divirtiendo
bastante más de lo que debería, pensó Terri.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Nikki, echándose hacia delante y susurrando al oído derecho de
Terri.
—No es cierto —dijo Nikki, dándole una palmada a Terri en el hombro—. ¿O sí? —preguntó tras
una pausa, con los ojos algo desorbitados mientras echaba una mirada de reojo al hombre.
—¿Habla inglés?
—¿Pero no lo suficiente como para hablarlo si se encuentra con un turista? —preguntó Terri con
ironía. Él sonrió aún más.
—No es necesario, usted habla mi idioma muy bien —dijo, volviendo al francés—. ¿Me daría el
número de teléfono de la joven si se lo pidiera?
—Por supuesto —asintió él, sonriendo al comprender—. Bueno, ¿espero? —preguntó de nuevo.
—No estaría mal. Le aguardan otros mil si está aquí cuando volvamos.
—Esté listo para arrancar, es posible que tengamos que irnos corriendo —dijo Terri al salir del
coche. Nikki se reunió con ella.
—¿Ahora dónde? —preguntó Nikki, mirando alrededor. Estaban en una parte pobretona de la
ciudad, rodeadas de almacenes viejos o en ruinas. Las calzadas y aceras estaban llenas de basura y
había coches abandonados con las ventanillas rotas. No había nadie por los alrededores, el lugar
estaba vacío—. No es exactamente lo que me había imaginado al venir al sur de Francia —rezongó
Nikki.
—¿Es que quieres que hagan sus trapicheos en la playa de St. Tropez?
—Sí, cómo está el contrabando hoy en día, ¿eh? —Terri movió el pequeño receptor delante de ella
—. Por aquí —dijo, echando a andar por una de las callejuelas. Tras cinco minutos de rápida
caminata se detuvo ante uno de los astrosos edificios—. Es aquí —dijo, señalando el edificio.
—Pues no, pero no me sorprendería que tú tuvieras una metida en alguna parte.
Terri dejó de examinar el edificio y se volvió para mirar a Nikki, enarcando una ceja.
—Ya, claro, qué pregunta tan tonta. Entonces vamos por la parte de atrás, ¿eh?
Tuvieron que saltar un muro que les llegaba por la cintura y luego Terri trepó por una tubería de
desagüe hasta una ventana del segundo piso, que estaba rota y oportunamente cerca de la
tubería. A los pocos segundos había desaparecido en el interior.
—Bueno, está bien, pero si me rompo el cuello, Farmer, volveré para atormentarte, lo sabes,
¿verdad?
—Me parece perfecto. Tú podrías ser Hopkirk y yo sería Randall.
—¿De qué demonios hablas ahora? —jadeó Nikki mientras subía cautelosamente por la tubería.
—No me parece —gruñó, llegando a la altura de la ventana. Terri la agarró y la arrastró al interior.
—Maldita sea, ¿el trabajo de detective es siempre así de divertido? —preguntó Nikki, con
expresión de asco, limpiándose las manos mugrientas en su cazadora vaquera.
—No, normalmente consiste en quedarte sentada en un coche durante horas, bebiendo té frío y
preguntándote qué demonios estás haciendo. Eso es lo divertido.
Avanzaron por un pasillo cuyas paredes eran de cristal hasta la mitad y pasaron ante varios
despachos vacíos y una escalera sin iluminar que bajaba. No hicieron ni caso y llegaron al final del
pasillo. Terri se detuvo, se volvió para mirar a Nikki y se llevó un dedo a los labios. Apretó la oreja
contra la puerta cerrada que tenían delante. Nikki asintió y se mantuvo en total silencio, sin
atreverse siquiera a respirar. Terri giró despacio el picaporte y abrió ligeramente la puerta. Esperó
para ver si ocurría algo, pero no pasó nada. Mirando de nuevo a Nikki, asintió una vez y luego abrió
despacio la puerta lo suficiente para poder pasar.
Nikki soltó el aliento cuando una mano apareció por la puerta y le hizo una seña para que
avanzara.
—Por aquí —dijo Terri, moviendo los labios pero sin voz, cuando Nikki asomó la cabeza por la
puerta. Estaban en un entresuelo que daba a la zona principal abierta del almacén. Estaban
rodeadas de cajas viejas y cajones vacíos amontonados en pilas. Terri hizo un gesto a Nikki para
que la siguiera y atisbó con cuidado por el borde de una de las cajas. En el piso inferior había dos
coches aparcados en ángulo recto el uno con respecto al otro. Delante de los dos vehículos había
un grupo de personas. Terri se sacó unos pequeños prismáticos del bolsillo y observó las caras.
—¿Reconoces a alguien? —susurró Nikki. Terri asintió y le pasó los prismáticos a Nikki sin decir
palabra, con la cara muy seria.
—Christos y Carl, y el tipo que nos gritó el primer día cuando subimos a bordo.
—Está Martina y no conozco a los demás. Ojalá pudiéramos oír lo que están diciendo —dijo,
observando al grupo atentamente a través de los prismáticos.
—Pide y se te dará —sonrió Terri con aire ufano, mostrando el pequeño receptor que había usado
para seguir el rastro de los diamantes. Pulsó un interruptor—. Dos canales, uno de largo alcance
para captar señales de rastreo y el otro de corto alcance para la voz. Sólo cubre unos pocos cientos
de metros, hay que estar muy cerca para oír algo.
—Ya lo creo.
—Lo típico de llegan tarde, bla bla bla... ¿tienen la mercancía?... está todo aquí... ¿algún problema
en Rotterdam?... no, todo bien... qué buen tiempo hace —le transmitió a Nikki.
—No han dicho "qué buen tiempo hace" —dijo, exasperada porque Terri estuviera bromeando en
un momento como éste.
—Vale, no han hablado del tiempo. Pero lo que estaba diciendo no era menos aburrido.
—¿Qué?
—El segundo oficial le acaba de decir a Christos que hemos venido de pasajeras.
Nikki vio la repentina preocupación que se apoderó del grupo y Carl y Christos sacaron pistolas
inmediatamente y se pusieron a mirar a su alrededor llenos de pánico.
—Creo que les diste un buen susto la última vez que os visteis —sonrió Nikki. Vio que Christos
daba órdenes frenéticas a sus hombres para que se desplegaran.
—Quiere que registren el edificio. Me parece que ya es hora de que nos vayamos —dijo Terri,
retrocediendo hacia la puerta.
—¿Por qué no llamamos a la policía? —susurró Nikki mientras volvían sigilosamente hacia la
puerta. Casi se chocó con Terri, que se había detenido—. ¿Qué? —susurró apenas, presa de un
miedo repentino. Terri se inclinó hacia Nikki, sin apartar la vista de la puerta, y acercó la cabeza de
Nikki a su boca, susurrándole al oído.
Nikki intentó tragar pero descubrió que no podía. Lo que hasta hacía un momento había sido una
emocionante aventura, de repente se había convertido en una experiencia aterradora.
Terri avanzó en silencio hasta estar lo bastante cerca de la puerta como para mirar. Un hombre con
una escopeta colocada con descuido al hombro se alejaba por el pasillo, mirando en los despachos
vacíos y silbando al mismo tiempo, totalmente ajeno a su presencia. Terri levantó la mano,
indicándole a Nikki que se quedara allí. Se agachó en silencio, con los puños apretados, y empezó a
seguir al hombre.
Nikki observó con morbosa fascinación mientras Terri se acercaba cada vez más, esperando que
aplicara un devastador movimiento de artes marciales contra el hombre. Terri se colocó a menos
de dos metros de distancia del hombre, cuyos silbidos desafinados tapaban sus pisadas furtivas.
Nikki se fue encogiendo cada vez más, presa de una tensión insoportable. En cualquier momento,
se esperaba que el hombre se diera la vuelta y disparara a Terri.
Por el amor de Dios, Farmer, por piedad, ¡dale una patada a ese hijo de puta!, gritó por dentro, con
el corazón en un puño. En cambio, Farmer se agachó y cogió una vieja palanca que estaba apoyada
en la ventana de un despacho. Con un ágil movimiento, arrancó la escopeta del hombro del
sorprendido hombre y al mismo tiempo le pegó con fuerza en la cabeza con la barra de hierro. El
hombre cayó al suelo boca abajo, inconsciente, sin saber qué le había pasado.
—Me refiero a que si eso ha sido otra arte marcial, una antigua arte británica por la que pegas a la
gente en la cabeza con una barra de hierro.
—¿Qué preferirías, tal vez unos cuantos saltos mortales y un grito de batalla?
—A mí me ha parecido bastante limpio, teniendo en cuenta que él tenía esto —dijo Terri,
pasándole la escopeta a Nikki.
Terri se había arrodillado al lado del hombre y lo estaba registrando. Sacó una pistola de una funda
que llevaba al hombro y se la metió por detrás de los vaqueros. Luego se metió la cartera del
hombre en el bolsillo de la chaqueta. A continuación le desató los zapatos y se los quitó, seguidos
de los calcetines.
—¡Farmer! —bufó Nikki, mientras Terri desabrochaba los pantalones del hombre y se los bajaba,
junto con los calzoncillos. Tiró de ellos sin ceremonias por encima de sus pies desnudos y los dejó
con el resto de su ropa.
—Conseguir cierta seguridad —replicó Terri, mientras le quitaba al hombre el resto de la ropa.
Cuando le hubo quitado toda la ropa, la amontonó y la tiró por la ventana, conservando sólo su
cinturón.
—Farmer, esto es vil, incluso para ti —dijo Nikki, sin poder apartar los ojos del hombre desnudo
tirado a sus pies.
—Hay poquísimas probabilidades de que se le ocurra hacer algo desagradable mientras saluda con
su amiguito. Créeme, a los hombres no les gusta hacer eso.
Terri sonrió mientras le ataba al hombre las manos a la espalda con el cinturón.
—Algo así. —Levantó al hombre desnudo sin esfuerzo y se lo echó al hombro—. Ábreme ahí,
¿quieres?
Nikki abrió la puerta y dejó que Farmer llevara al hombre a la habitación. Lo colocó boca abajo
sobre un escritorio en medio de la estancia. Sonrió a Nikki malévolamente mientras colocaba al
desdichado en una postura vergonzosa, con el trasero apuntando hacia la ventana del pasillo y su
miembro colgando fláccido entre las piernas, que Terri le colocó separadas a ambos lados de los
cajones del escritorio.
—Eres una mujer malvada, Farmer —dijo Nikki, sonriendo ella misma con malicia.
—Trae, dame eso —dijo Terri, alargando la mano para que Nikki le entregara la escopeta que
sujetaba.
Sopesó el arma entre las manos, examinándola. Apuntando la escopeta lejos de Nikki, tiró
rápidamente de una pequeña palanca que había a un lado. Salió un cartucho que atrapó
hábilmente. Lo sujetó a la luz y leyó las palabras que llevaba a un lado. Soltó un suave silbido.
—Caray, estos tíos no se andan con chiquitas. Esto es una bala magnum de carga única.
—¿Eso es bueno?
—Te echaría a perder el día si te interpusieras en su camino al disparar. Puede acabar con un
elefante.
—Me has preguntado. —Se puso de rodillas y expulsó rápidamente el resto de la munición
dejándola caer al suelo.
—Sí, pero me gusta saber cuántas balas tengo al entrar en combate, en lugar de descubrirlo
cuando estoy a medias. —Volvió a meterlas una por una en el arma—. Vale, ¿sabes usar una de
éstas? —dijo, sacándose la pistola del pantalón.
—Bueno, pues olvídate de todo eso, casi siempre es una tontería. —Echó ligeramente hacia atrás
la cubierta y miró dentro del hueco que se abrió encima—. Ésta es una Beretta 92F de 9
milímetros. Es un arma militar, así que no es un juguete. Ya tiene una en el cañón. —Apretó un
botón situado en la parte de delante de la culata y el cargador de munición salió por debajo de la
culata. Sujetando el cargador a la luz, contó el número de balas—. Esto es un cargador completo de
quince balas. Eso quiere decir que sólo tienes dieciséis tiros, así que no los malgastes. —Volvió a
colocar el cargador en la pistola—. Esto es el seguro —dijo, señalando una palanca que había a un
lado—. Si está arriba, quiere decir que está seguro, no puedes apretar el gatillo, está bloqueado; si
está abajo, quiere decir que puedes disparar. Sólo tienes que apretar el gatillo con suavidad y
disparará una vez cada vez que lo hagas. Intenta que al tirar del gatillo no se te desvíe la pistola de
donde estás apuntando. Cuando no tengas intención de disparar, conviene que dejes el dedo en la
protección del gatillo. Así no lo apretarás por accidente. No apuntes a nadie a menos que estés
totalmente preparada para disparar. Y por último, ni te molestes en esas estupideces de disparar a
la gente en el hombro o quitarles la pistola de la mano de un tiro. La única razón que hay para
disparar a una persona es para incapacitarla lo más deprisa posible. Eso quiere decir que hay que
darle en el centro, en la mitad del cuerpo. Si sigue avanzando, dispara de nuevo. Si aún sigue
avanzando, es que está hasta arriba de drogas, lleva un chaleco antibalas o es una persona
cabreadísima y muy motivada.
—Bien, ¿vamos a arrestar a unos contrabandistas, señorita Takis? —preguntó Terri, echando hacia
atrás y soltando la palanca de la escopeta semiautomática.
—Después de usted, sheriff.
11
Terri se detuvo cerca del pie de las escaleras y se volvió para mirar a Nikki, que la seguía detrás.
—Es que... es que no sé si estoy dejando que mi deseo de hacerme la heroína tape lo que es mi
trabajo de verdad —contestó en un susurro.
—¿Que sería?
—Ah —dijo Nikki, bajando la pistola que sujetaba con las dos manos, sobre todo, tenía que
reconocer, porque así era como lo hacían en televisión—. ¿Crees que tendremos que dispararle a
alguien de verdad?
—Estos no son juguetes, Nikki, y esto no es un juego. Las dos podríamos acabar muertas. Es lo que
tienen las balas cuando te pones en medio.
Nikki tragó.
—¿De qué? —dijo Nikki exasperada, cuando se hizo evidente que Terri no iba a decir nada más a
menos que la obligara.
—Ahora que te he encontrado, no... no quiero perderte —dijo Terri, casi ahogada, con los ojos
relucientes de lágrimas inesperadas.
—Oh, cielo, tranquila —dijo Nikki, sonriendo y echándose hacia delante para besar ligeramente a
Terri en los labios—. Sé que no dejarás que me pase nada malo, jamás. Confío en que siempre
serás mi campeona.
Terri le sonrió muy contenta y luego se puso tensa. Alzó la mano para hacer callar a Nikki.
—Ray Bradbury.
—Shakespeare, más bien, Macbeth, acto cuarto, escena primera.
—Ah.
—Shssh.
Nikki aguantó la respiración y se pegó a la pared todo lo que pudo, observando a Terri, que se
había agachado. Ahí sale la pantera, pensó Nikki, mientras Terri se concentraba en lo que venía por
el pasillo y al otro lado de la esquina hacia ellas. Oh, Dios, no voy a servir para nada, gimió Nikki.
Sintió que el pánico le invadía las entrañas como si acabara de saltar del trampolín más alto jamás
inventado. No pudo evitarlo, cerró los ojos. Se oyó un ruido y un gruñido.
—Está bien, ya puedes salir —le susurró una voz suave al oído. Nikki soltó un inmenso suspiro de
alivio. Tirado en el suelo a los pies de Terri había un hombre inconsciente. Terri se encogió de
hombros, guiñándole el ojo rápidamente a Nikki al tiempo que se metía un gran revólver en la
parte de atrás de los vaqueros.
—Ya te digo, colega —dijo Terri con acento americano, apoyando la escopeta en la pared.
Momentos después el hombre estaba sujeto a la barandilla de la escalera, con las manos por
encima de la cabeza, atadas con el cinturón, desnudo como cuando vino al mundo.
—Toma, deshazte de esto en algún sitio. —Le pasó a Nikki la ropa del hombre.
—Sí, es un teléfono móvil. El primer tipo también tenía uno. Me ha parecido buena idea que se los
queden. Dicen que pueden producir tumores cerebrales, así que encima me estoy portando bien
con ellos.
—No te lo discuto.
Nikki subió corriendo por las escaleras hasta la ventana que Terri había usado para deshacerse de
la última ropa y la tiró fuera. Al volver miró dentro del despacho. El hombre seguía durmiendo, si
no apaciblemente, por lo menos bien seguro, según se alegro de ver. Cuando regresó al pie de las
escaleras, advirtió que el hombre inconsciente tenía ahora una pierna levantada y metida entre los
brazos atados. Meneó la cabeza, chasqueando la lengua, y siguió adelante. Se encontró a Terri
atisbando por una puerta ligeramente abierta al final del pasillo del piso inferior.
—Bart Simpson.
—Muy graciosa, Farmer. ¿No habías dicho que habías dejado de sonreír con suficiencia? —susurró
Nikki, mirando iracunda a Terri.
—Cuesta perder las viejas costumbres —le susurró a su vez—. Vale, se acabó el recreo, ahora
escucha. Yo diría que hay tres gorilas más, además de tu hermano y Carl. Creo que por ahora
vamos bien.
—Entonces te enviaré por el desagüe para que cojas uno de los móviles y llames a la caballería.
—¿Me quieres decir que no tienes un teléfono móvil, con todos esos aparatitos mágicos que sacas
de la nada? —preguntó Nikki, sorprendida.
—Claro que lo tengo, es que me gustaría verte retorciéndote y gimiendo un poco más. —En cuanto
lo dijo, Terri tragó saliva—. Estooo, no era eso lo que quería decir.
—¿En serio? Creo que tienes la mente muy sucia, Farmer. De hecho, sé que la tienes —dijo,
señalando hacia el cuerpo desnudo que colgaba inerte al final de la escalera.
—Una tiene que tener una afición —replicó Terri alegremente, sin apartar los ojos de la puerta. De
no haber estado en una situación posiblemente mortífera, Nikki se habría echado a reír en voz alta.
—Debo decir que de todas las formas que te he imaginado, Farmer, jamás pensé que te fuera el
bondage.
—¿A quién, a mí? Recuerda que aquí la virgen soy yo. Pero para eso hacen falta dos, Takis, así que
mucho ojo, no vaya a enseñarte mis famosísimos nudos con vuelta y medio tirabuzón, terminados
con un puño de mono.
—No tengo ni idea de qué estás hablando, pero sé que no me gusta cómo suena.
—Los cuatro siguen ahí en medio, los tres gorilas están rondando por el otro lado del almacén,
hurgando en las sombras.
—Sí, espera un momento. —Terri se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y luego se tocó la
oreja—. Christos está diciendo espero que haya lavado esto, Martina se está riendo, el segundo
oficial les está diciendo que se den prisa, Carl no dice nada. Bla, bla, bla. Nada de interés, en
realidad.
—¿Y qué hacemos? No podemos quedarnos sentadas aquí todo el día, en algún momento tengo
que ir a la playa.
—Lo mío es natural, irradiar una piel clara como la tuya hasta que se queme no lo es.
—Sí, mamá.
—A veces tu madre tiene que haber lamentado muchísimo habérselo hecho con tu padre.
—Olvídalo, los tres secuaces acaban de volver al medio. Tenemos que poner en marcha el tema.
Hay una pared baja donde las naves de carga. Cuando te diga que corras, sal corriendo a toda
pastilla y escóndete detrás. Quédate bien lejos de la línea de fuego, hasta que yo te diga que
puedes salir.
Nikki asintió.
—Oye, Farmer, una cosa más.
—No te atrevas a resultar herida ahora, te lo advierto. Como te hagan algo, aunque sólo sea un
arañazo, salgo de ahí disparando y me da igual quién se ponga en medio. —Se echó hacia delante y
le dio a Terri un beso feroz.
—Está bien, haré todo lo que pueda, Nikki, pero tú no me apuntes cuando aprietes el gatillo, ¿vale?
—Vale.
Martina contó el dinero amontonado en el pequeño maletín metálico que Carl sostenía para que lo
examinara.
—¿Es que no confía en mí después de tanto tiempo? —preguntó Christos, que estaba a su
izquierda.
—No creo mucho en esa vieja expresión del "honor entre ladrones", señor Takis.
—Algo así. —Sonrió, abrió una bolsita de terciopelo y echó en ella los diamantes—. Esto es suyo,
creo —dijo, ofreciendo el juguete para contrabando de Martina. Ésta asintió, cogió el artilugio y se
lo metió en el bolsillo del abrigo.
—Está todo —dijo, volviéndose al segundo oficial. Éste asintió y le pasó una bolsa de plástico. Carl
echó el contenido del maletín en ella mientras Martina la sujetaba.
—Es agradable hacer negocios con ustedes. Hasta la próxima. —Sonrió a Christos, quien le
devolvió la sonrisa, inclinándose ligeramente. Un fuerte estallido reverberó por el edificio al
tiempo que el cristal de las ventanillas de los dos coches salía disparado hacia fuera, cubriéndolos
de fragmentos irregulares.
Terri se deslizó por una fila de cajas vacías, sin apartar los ojos del grupo del medio. Quitó el seguro
con el pulgar mientras se colocaba en posición para el disparo que quería. Poniéndose en pie,
apuntó y disparó. La bala única entró por la ventanilla del costado trasero del coche más cercano,
salió por la ventanilla delantera del pasajero y atravesó el parabrisas del otro coche. La fuerza
fulminante de la bala destrozó todas las ventanillas, haciéndolas explotar hacia fuera. La bala siguió
avanzando y se estrelló contra una pila de cajas abandonadas, haciéndolas pedazos al entrar en
contacto y cubriendo de astillas de madera a las personas que intentaban agacharse y taparse.
Durante unos segundos nadie se movió, pues todos estaban demasiado aturdidos para hacer nada.
Uno de los gorilas, un hombre alto de pelo rubio rapado, fue el primero en recuperarse. Se levantó
sacando la pistola y miró a su alrededor frenético tratando de descubrir de dónde había salido el
disparo. Los ecos del almacén vacío habían disfrazado con eficacia el punto de origen del ruido.
—Me impresionas —gritó Terri, apuntando con la escopeta al hombre levantado—. Ahora baja la
pistola. He matado un par de coches y no tengo problemas en añadir un idiota a la lista. Lo mismo
va por cualquiera de los que estáis tirados ahí en el suelo.
El hombre vaciló, tratando de decidir si sería capaz de volverse con la pistola lo bastante rápido
antes de que la mujer de la gran escopeta le hiciera un agujero en el costado del tamaño de un
balón de fútbol.
—No merece la pena, rubito, deja la pistola en el suelo y dale una patada para mandarla hasta aquí
—le dijo Terri. Él siguió sin moverse, al parecer petrificado en el sitio, pero sin soltar la pistola.
—No habla inglés, señorita Farmer —gritó Christos muy preocupado, con los brazos por encima de
la cabeza y agachado en el suelo con todos los demás.
Terri volvió a intentarlo, primero en francés, luego en griego y por último en italiano. Él siguió sin
moverse.
—Bien. Vale, grandullón, pon despacio la pistola en el suelo y dale una patada hasta aquí. Si eres
bueno, me pensaré si sólo te pongo una multa, ¿qué te parece? —dijo en alemán. El hombre
frunció el ceño y se agachó despacio para colocar la pistola en el suelo. Se levantó y le dio una
patada hasta dejarla a media distancia entre los dos.
Terri se acercó al grupo, atenta a cualquier movimiento repentino. Rodeó la pistola que estaba en
el suelo con el pie y la mandó bien lejos de una patada. Como esperaba, al dar la patada, el alemán
se lanzó contra ella. Se echó a un lado para esquivar su torpe maniobra y lo golpeó en la cabeza
con la culata de la escopeta cuando pasaba a su lado. Él cayó al suelo como un fardo y no se movió.
—¿Algún héroe más? Porque, francamente, me gustaría acabar lo antes posible con lo de pegar a
la gente en la cabeza.
Christos la miró con furia mal contenida.
—¿Es que no vais a hacer nada? —exigió a los otros dos gorilas, agachándose a su lado. Los dos
dijeron que no con la cabeza. La inmensa potencia de fuego de la escopeta los había convencido.
—Bueno, cualquiera que tenga un arma escondida para cuando llegue ahí servirá de escarmiento a
los demás. ¿Está claro? —preguntó Terri con un gruñido grave que asustó incluso a Nikki y eso que
estaba bien apartada y detrás.
Carl, Christos y los otros dos hombres que llevaban armas las sacaron inmediatamente con cuidado
y las tiraron lejos como si estuvieran ardiendo.
—¿Y nuestros amigos náuticos? ¿Alguno de ustedes lleva algo que pudiera molestarme?
Los dos sacudieron la cabeza con temor. El segundo oficial se había puesto muy pálido y Martina se
esforzaba por no echarse a llorar. Terri casi sintió lástima por los dos.
—¿La señorita Nikki está aquí? —preguntó. Terri asintió. Él hundió los hombros—. No quería que lo
supiese —casi susurró.
—Por Dios —soltó Christos—. ¿Pero a ti qué te importa esa putita cursi?
—Ya puedes salir, Nikki —llamó Terri, sin dejar de apuntar a sus prisioneros con la escopeta y sin
apartar los ojos de ninguno de ellos—. Cielo, ¿qué estás haciendo ahí detrás? —preguntó Terri sin
darse la vuelta.
—Lo de siempre —gruñó Nikki mientras le bajaba los pantalones hasta los tobillos al alemán
inconsciente.
—¿Qué demonios te crees que haces? —preguntó Christos. Terri soltó una carcajada.
—Deja eso ahora mismo, Nikki, ¿es que estás loca? —gritó Christos, levantándose e intentando
acercarse a su hermana.
—Ya me habéis oído —gritó Nikki. Volvió la pistola hacia el coche más cercano y disparó dos veces
contra el costado. Los fuertes estallidos hicieron dar un respingo a todos, salvo a Terri, que también
se había quedado algo sorprendida, pero como tenía unos reflejos tan excelentes ya estaba
compensando antes de que los demás se dieran cuenta siquiera de que se habían encogido.
—Si no veo carne desnuda dentro de un minuto, me pongo a disparar a los pies, ¡está claro! —
exigió Nikki, cuya cara era un poema de ira. Volvió a disparar la pistola contra el otro coche e hizo
volar una rueda con una explosión de aire silbante. Aterrorizados, todos empezaron a quitarse la
ropa, incluido Christos.
—Usted no, Martina, échese a un lado —dijo Terri con tono tranquilo. Martina se secó las lágrimas
de la cara y asintió, se colocó bien la ropa y se arrimó al coche más cercano.
—Las manos en la cabeza y todos de rodillas —les dijo Nikki—. Al primero que se mueva, le vuelo
la polla. Y créanme, señores, puedo hacerlo.
—Te estás pasando mucho —susurró Terri al oído de Nikki—. Bonito disparo en la rueda, por
cierto.
Una ventana saltó en pedazos y un pequeño bote gris voló trazando un arco perfecto hacia ellos.
Sin pensarlo, Terri se puso la escopeta al hombro y disparó al bote. Explotó en cientos de
fragmentos diminutos. Al mismo tiempo, las puertas de los dos extremos del almacén se abrieron
de golpe y una docena de hombres vestidos con equipo de combate negro y máscaras de gas entró
corriendo en el edificio, blandiendo ametralladoras.
Terri se sacó inmediatamente la pistola de la parte de atrás de los vaqueros y la colocó en el suelo
junto con la escopeta y luego levantó las manos por encima de la cabeza. Se volvió a Nikki y le dijo
que hiciera lo mismo. El primer hombre que llegó a ellas les gritó a Terri y a Nikki en francés que se
arrodillaran y no se movieran.
—Dice que nos pongamos de rodillas, Nikki —dijo Terri, obedeciendo las órdenes del hombre.
Nikki hizo lo mismo. Otros dos hombres enmascarados se acercaron a ellas y las esposaron con
brusquedad. Las pusieron de pie y las llevaron a empujones hacia la entrada del almacén. Un
hombre grande e imponente, vestido como los demás, se plantó ante ellas. Se quitó despacio la
máscara de gas y olfateó el aire.
—Buen disparo —dijo en inglés con acento.
—Al menos no tenemos que esperar a que se disipe el gas lacrimógeno. Se lo agradezco, hace que
los ojos me escuezan mucho.
—Ah, sí, por supuesto —sonrió él—. Usted debe de ser la señorita Takis —dijo, volviéndose a Nikki.
—Por supuesto que lo soy, ¡y me gustaría saber por qué me han esposado y me están dando
empujones! —respondió ella muy airada.
—Yo diría que hemos hecho saltar una trampa un poco antes de lo previsto.
—Está en lo cierto, señorita Farmer —dijo el hombre por encima del hombro.
—Por supuesto, inspector Jacques Cigrande de RAID, algunos nos llaman los Panteras Negras.
—Ah, sí, l'Unité de Recherche, Assistance, Intervention et Dissuasion. Encantada de conocerlo, Jack
—replicó Terri.
—¿Cómo es que sabe quiénes somos... Jack? —preguntó Terri, sonriendo a Nikki al decir su
nombre.
Un coche entró por las grandes puertas del fondo del almacén y giró despacio hasta detenerse
junto a los dos coches del medio. Un hombre salió del asiento del pasajero y abrió la puerta de
detrás. Salió el padre de Nikki.
—No del todo, Nikkoletta, pero la señorita Farmer y tú nos habéis ayudado a encajar las piezas
finales en su sitio.
—Sí, pero parece haber desaparecido. No lo habrán visto, ¿verdad? —preguntó, mirando a las dos
mujeres.
—¿Con una cicatriz encima del ojo izquierdo, la nariz grande, se pasa el rato silbando?
—Pero encontré esto al pie de las escaleras —dijo Terri, entregándole la cartera que tenía en el
bolsillo—. Espero que no le haya pasado nada malo —añadió.
El inspector se las quedó mirando un momento. Por fin meneó la cabeza y sonrió.
—Pero primero me gustaría que descansaran un poco. Me aseguraré de que estén en comisaría a
primera hora de la mañana, inspector.
—Una cosa, ¿por qué los ha obligado a quitarse la ropa, señorita Farmer?
—A mí no me pregunte, ha sido idea de ella —dijo, señalando a Nikki y encogiéndose de hombros.
—¿Por qué ha puesto en tal peligro a su propia hija? —preguntó Terri. Alexander Takis y ella
estaban caminando por el paseo marítimo. Nikki estaba en el hotel durmiendo, fuertemente
protegida por cuatro de los propios guardaespaldas del señor Takis.
—Pensé que sería un ejercicio interesante —dijo él sin emoción, mientras contemplaban la puesta
del sol.
Dejaron de caminar. Los dos guardaespaldas que los seguían discretamente se detuvieron también,
esperando la explosión que sin duda se iba a producir. Se quedaron sorprendidos cuando no fue
así.
—Me cae usted muy bien de verdad, Terri. Dice lo que piensa, tiene un alarmante escepticismo
con respecto al dinero y el poder y no hay nada que le dé miedo.
—Ah.
—Sí, tiene esa capacidad. Cosa que el inútil de su hermano jamás ha entendido y no podría ni
igualar.
—Tengo entendido que las autoridades francesas no están contentas con él. Parece ser que los
diamantes sólo eran un eslabón dentro de una complicada cadena de tráfico de drogas, crimen
organizado y posiblemente incluso terrorismo. El inspector Cigrande cree que puede pasarse
muchos años en la cárcel.
—Al contrario, Farmer, yo he tenido poco que ver en el asunto hasta casi el final. Lo sospechaba,
por supuesto. Christos siempre gastaba mucho más dinero del que yo le daba. Sabía que era
demasiado estúpido para haberlo conseguido honradamente.
—Por eso había apostado usted por la potrilla en esta carrera de dos caballos para conseguir la
llave del cuarto de baño privado del dueño.
—La verdad es que nunca ha habido la menor duda. Desde que eran niños supe quién estaría al
mando algún día. Christos siempre fue el más débil de los dos. En lugar de agradecer la mano que
ella siempre le tendía para ayudarlo, la apartaba con resentimiento.
—Él se lo ha perdido.
—Efectivamente.
—¿No le molestó que su madre la apartara de usted y lo dejara con lo peor de la camada?
—No, me alegré. Así podría tener una infancia normal —dijo él, con un esbozo de sonrisa triste en
los labios.
Echaron a andar de nuevo a paso lento, mientras los últimos rayos del sol se ocultaban tras el
horizonte. Las farolas se encendieron, iluminando la playa con charcos de luz suave.
—¿Por qué tengo la sensación de que va a decir algo que no me va a gustar? —dijo Terri en voz
baja.
—Si me lo hubiera preguntado hace dos semanas, le habría dicho que no sin pensármelo siquiera,
pero ahora...
—¿Y?
—No, nunca he hablado de ello, pero tengo intención de hacerlo pronto. Ahí es donde entra su
problema, Farmer.
—¿Lo haría?
—Me han dicho que tengo un sentido del humor muy retorcido. A lo mejor me limitaba a tirarlo.
—No conseguirían acercarse ni a un metro antes de que los tumbara a los dos.
Terri suspiró con fuerza y se apoyó en la barandilla. Miró las estrellas que empezaban a salir.
—No, no me interpondré en su camino. Si ella quiere seguir sus pasos, en lugar de quedarse
conmigo, no intentaré detenerla.
—Ya se le pasará.
Sí, pero a mí no creo que se me pase jamás, pensó ella, contemplando el agua que acariciaba
suavemente la playa.
—¿Así que dice usted que el capitán no está implicado en todo esto? —preguntó Nikki.
—Directamente no, señorita Takis. Es culpable de uno de los crímenes más viejos, pero no de
contrabando.
—Está teniendo un lío amoroso, es lo que creo que intenta decir el inspector —dijo Terri, sentada
al lado de Nikki. Las dos estaban sentadas frente al escritorio del inspector Cigrande.
—Pero si es dos veces más viejo que ella y encima está casado —dijo Nikki, frunciendo el ceño.
—Pues no. Me lo imaginé cuando habló con nosotras después del accidente.
—¿Accidente?
—Sí, Nikki y Martina metieron la nariz donde no debían y se la mordieron. Ahora ya no tiene
importancia.
—¿Qué hay que decir? El padre de Nikki nos pidió que viéramos qué podíamos averiguar. Lo
hicimos y ya está.
—Sí, son libres de marcharse. Pero la próxima vez que visiten nuestra hermosa ciudad, por favor,
absténganse de disparar armas de fuego, si son tan amables.
—Palabra de Guía —dijo Terri, llevándose dos dedos a la sien como saludo.
—¿Señorita Takis?
—Oh, por supuesto, palabra de Exploradora —dijo, imitando el saludo de Terri. El inspector se
limitó a sacudir la cabeza y cogió unos papeles.
—¿Su micro?
—Sí, mi micro.
Él volvió a sacudir la cabeza, pero llamó por teléfono. El aparato no tardó en estar en la mesa del
inspector. Éste lo estudió un momento, dándole vueltas despacio entre las manos.
—¿Y usted es francés? —dijo Terri con una sonrisa burlona—. A ver, démelo y se lo enseñaré. —
Cogió el aparato y desenroscó la parte principal. Retorciendo y tirando, consiguió desmantelar la
parte interna y se la puso en la mano—. No lo entiendo, no está aquí.
—No lo sé. Ah, bueno, no importa. Siempre puedo conseguir más —dijo ella, entregándole el
aparato al inspector. Éste frunció el ceño, pero aceptó los diversos trozos y piezas y los metió en la
bolsa de pruebas.
Firmaron varios papeles que el inspector les puso delante, se estrecharon la mano y se fueron.
Fuera, el padre de Nikki esperaba en la parte de atrás de una gran limusina.
—Tengo que estar en el aeropuerto dentro de menos de una hora. ¿Os llevo?
—Me he tomado la libertad de hacer que las recojan y las traigan aquí. Espero que no os importe.
—No, supongo que no. Además no creo nos fueran a recibir con los brazos abiertos. ¿Te parece
bien, Nikki?
—Discúlpenos un momento, me gustaría hablar con su hija. —Agarró a Nikki del brazo y la apartó
del coche—. ¿Qué te pasa, Nikki?
—No lo sé, sé que mi padre tiene buena intención, pero siempre toma el mando de todo. He
intentado hacer todo lo posible para que me vea como a una persona que puede tomar sus
propias decisiones, pero él no deja de tomar decisiones por mí.
—Sólo hace lo que cree que es mejor para ti. Tómatelo como una señal de que, a su modo, le
importas mucho.
—No, no es cierto, le importa mucho ganar aún más dinero. No parece importarle otra cosa.
—Sí.
—Ha dicho que eres una mocosa molesta a la que habría que dar unos cuantos palmetazos.
—No, no lo ha dicho —sonrió Terri—. Dijo que siempre ha sabido que tú eras la joya de la familia y
que algún día dominarías el mundo.
—¿Palabra de Exploradora?
—Por supuesto.
—¿Y bien?
—Caray, no me lo puedo creer. Después de todo este tiempo, todavía no me lo puede decir a mí,
¡se lo tiene que decir a mi puñetera chica!
—¿Lo soy?
—¿El qué?
—¿Tu chica?
—Por supuesto.
—Y la última vez que te miré mientras te metías en la ducha, te aseguro que no eras un tío.
—Nunca se me ha ocurrido.
—No me digas que no echas el ojo a las bellezas que se te acercan por la calle.
—Compórtate.
—Claro que sí. Podemos coger nuestras cosas e irnos donde nos dé la gana.
—Tú sólo tienes una bolsa pequeña, yo tengo dos maletas grandes.
—Ya, ya, ya. Siempre podría hacer que me las llevaras tú. A fin de cuentas, eres del servicio.
—¿Qué decides?
—Oye, una cosa más, ¿qué era todo eso del micro? —preguntó Nikki.
—Ah, te refieres a éste —dijo Terri, moviendo la muñeca con ademán de mago y mostrando el
transmisor desaparecido.
Nikki dejó caer las maletas al suelo, con un suspiro de alivio. Se sentó en el sofá del salón de Terri y
se quitó los zapatos a patadas.
—Mi casa, su casa —replicó Terri, dejando su pequeña mochila en la mesa al lado del ordenador.
—Estoy cansada, tengo calor y me duelen los pies. Quiero una ducha, una bebida fresca, un masaje
y unos mimos antes de dormir. Y tú, Farmer, eres la chica que me va a dar todas esas cosas, ¿me
oyes?
—Entendido, jefa.
—Así me gusta —farfulló Nikki, echándose en el sofá. Para cuando Terri regresó con un vaso de
agua con hielo, Nikki estaba profundamente dormida.
—Supongo que el masaje y los mimos pueden esperar a mañana —dijo Terri en voz baja, dejando
el vaso y cogiendo en brazos a la durmiente con cuidado, para no despertarla. Colocó a Nikki
encima de su propia cama. Con todo el cuidado posible, le quitó la ropa a Nikki y luego la tapó con
las mantas—. Puede que a ti no te haga falta una ducha, pero a mí sí. —Sonrió con cariño a la rubia
dormida. Quince minutos después se metió en la cama al lado de Nikki. Al momento, Nikki
murmuró algo en sueños y se arrimó, agarrando a Terri y usando su ancho hombro como
almohada. Terri la besó suavemente en la cabeza. Aprovecha todo lo que puedas, Farmer, que no
va a estar aquí mucho tiempo, pensó con tristeza.
Mientras contemplaba el techo oscuro, la invadió una profunda sensación de melancolía. Dios, te
voy a echar tantísimo de menos. Se le puso un nudo en la garganta y parpadeó para librarse de las
lágrimas repentinas que le llenaban los ojos borrosos.
—Farmer, me prometiste un masaje, así que cumple, mujer. —Nikki le mostró un ungüento que le
había dado el médico—. Mi cicatriz de combate me pica cosa mala y dormir con esto puesto toda
la noche no ha mejorado nada las cosas —dijo, mirándose el sujetador.
Se habían despertado como habían dormido, la una en brazos de la otra, y ninguna parecía
extrañada por su cambio de costumbres a la hora de dormir. Terri se había levantado primero y
había traído algo de beber y cuencos de cereales. Ahora que habían terminado de desayunar, Nikki
quería explorar su reciente intimidad.
—Sin duda.
—Bien, me alegro de oírlo —dijo Nikki entusiasmada, quitándose el sujetador con naturalidad y
colocándose boca abajo en la cama, con los brazos extendidos a los lados. La cicatriz de su herida
formaba un oscuro contraste con la piel de su espalda. Ahora que llevaba más de un mes alejada
de California, su habitual bronceado había quedado reducido a una tonalidad casi nórdica.
—Ah, hoy me siento decadente, así que creo que el tratamiento completo, ¿qué te parece?
—Mmmm, sí, lo soy, y tú puedes seguir haciendo lo que estás haciendo —ronroneó. Los fuertes
dedos de Terri aplicaban su magia subiendo y bajando por su espalda con un ritmo hipnótico, pero
profundamente placentero—. Recuérdame que te suba el sueldo, Farmer.
—Eso me parecía a mí. Ooh, qué gusto, justo ahí... no, un poco más abajo... ah, sí, justo ahí.
—No, fui una trovadora —replicó Nikki perezosamente, con los ojos cerrados y en la gloria pura.
—¿Una trovadora?
—Sí.
—¿En serio?
—Sí, en serio.
—Era una tipa y no, no me vendió un puente ni ningún otro tipo de estructura. Lo sé, lo sé, parece
una chorrada total, pero una amiga me pidió que fuera con ella y... ooh, sí, un poquito más arriba,
doctora. ¡Oye, no pares! —dijo indignada, cuando Terri apartó las manos.
—Ya está todo, jefa. Te lo he hecho por toda la espalda y el cuello, ya no queda nada más.
—¿Ah, sí? —dijo Nikki, dándose la vuelta y sonriendo a Terri, que tragó con fuerza.
Terri se frotó las manos nerviosa, intentando decidir por dónde empezar. En el último momento, se
apartó y volvió a coger el bote de ungüento, se echó un poco en las manos y se las frotó de nuevo.
—Vas a tener las manos más suaves del reino si sigues así —sonrió Nikki.
—Ya, sí, tienes razón. —Dejó de frotarse las manos, mirando como hipnotizada el cuerpo de Nikki,
desnudo de cintura para arriba y tendido debajo de ella—. Dios, pero qué preciosa eres —susurró.
—Y ahora también vas a tener la cara más suave del reino —dijo Nikki con una risita.
—¿Por qué iba a hacer una cosa así, Farmer? ¿Es que es tan terrible estar conmigo?
Terri movió la cabeza de un lado a otro y abrió poco a poco los dedos de una mano para atisbar a
través de ellos.
Nikki le sonrió.
—¿Me vas a dar ese masaje o vamos a pasarnos todo el día jugando al escondite?
Terri dejó caer las manos flojas sobre sus muslos y agachó la cabeza.
—Sí, ya, seguro que pasaste por el instituto y la universidad con todo tu encanto sin vacilar ni un
segundo y sin la menor falta de confianza.
—Te sorprenderías.
—No, tienes razón, siempre he sido una chulita, ahora que lo pienso.
—Oye, Farmer, ven aquí y dame un beso. A ver cómo sigue la cosa desde ahí, ¿vale?
—Antes de empezar nada quiero que sepas una cosa, Nikki, una cosa importante. —Miró a Nikki
para confirmar. Nikki asintió y la animó a continuar—. ¿Sabes que te dije que había decidido
esperar a que la persona adecuada entrara en mi vida y que quería estar con esa persona el resto
de mi vida?
—¿Qué cosa?
—Que tú eres la persona adecuada —susurró Terri—. Y no... no me importa si estamos juntas sólo
esta vez. Sé que es... lo correcto. —Una lágrima solitaria le resbaló por la mejilla.
—Lo sé —dijo Terri, frotándose la mejilla con rabia con el dorso de la mano —. Lo siento, ahora lo
he echado todo a perder, ¿verdad?
Nikki se puso de rodillas para colocarse como Terri. Cogió suavemente las manos de la mujer más
grande entre las suyas.
—Teresa Jane Farmer, jamás podrías echar a perder nada entre nosotras, especialmente esto. —
Rodeó los hombros de Terri con el brazo y tiró de ella para besarla profunda y apasionadamente. Al
cabo de lo que pareció una eternidad, se separaron para respirar—. La pregunta es, Farmer, ¿te
tengo que enseñar a hacer el amor o conoces al menos la teoría, aunque no la práctica? —
preguntó sonriendo con dulzura y acariciando la mejilla de Terri con el dorso de los dedos.
Terri cerró los ojos y se olvidó de lo que podía deparar el futuro. Este momento era de ellas y nadie
podría arrebatárselo jamás.
—Oh, Dios, estoy muerta y enterrada —gimió Terri. Levantó atontada una mano para frotarse la
cara, pero se encontró con una resistencia blanda pero impenetrable. Intentó levantar la cabeza,
pero estaba sujeta con firmeza bajo un peso constante. Por fin la maquinaria de un cerebro
profundamente confuso consiguió ponerse en marcha. Tenía la cabeza tapada por una almohada
de plumas, encima de la cual yacía un alma gemela dormida.
Volvió a gemir. Le dolía todo el cuerpo como si hubiera recorrido una temible pista de
entrenamiento... dos veces. No, no era así, eso lo había hecho muchas veces y nunca le había
dolido de esta forma. Las brumas se aclararon un poco más. Ah, sí... anoche, pensó. En su cara se
dibujo una sonrisa salvaje. ¡Ooh, anoche! ¡Caray! ¿Quién iba a saberlo?
Empleando su considerable aunque algo gastada fuerza, Terri se incorporó, haciendo rodar a Nikki,
que dormía, boca arriba en medio de la cama, donde siguió profundamente dormida, roncando
suavemente.
—Parece que yo también te he dejado agotada, ¿eh? —Sonrió. Venga, Farmer, no te pongas tan
chula. Cualquiera diría que acabas de hacer el gran descubrimiento de las mujeres y has plantado
una bandera o algo. Salió rodando de la cama y cayó al suelo a cuatro patas. Maldita sea, ¿qué me
has hecho, brujilla insaciable?, maldijo. Ponerse de pie no parecía posible en estos momentos, de
modo que recorrió a gatas el suelo del dormitorio hasta el cuarto de baño. Apoyándose en la
bañera, consiguió izarse hasta sentarse en el retrete. El cubículo de la ducha nunca le había
parecido tan lejano. Apoyó la cara en el borde fresco del lavabo—. Dios, si siempre es así, ¿cómo
consigue hacer algo la gente?
—No siempre es tan... explosivo, ni tan prolongado, si vamos a eso. Me parece que seis horas
seguidas para ser tu primera vez está más que bien —dijo una voz ronca desde la puerta. Una
cabeza rubia y despeinada estaba apoyada en el marco de la puerta y unos ojos verdes ligeramente
inyectados en sangre la miraban con los párpados caídos—. Supongo que treinta años de acción
volcánica reprimida tenían que estallar en algún momento, ¿eh? —dijo Nikki.
—Estoy débil como un gatito —gimoteó Terri, que seguía apoyada en el lavabo.
Nikki sonrió como un gato que hubiera encontrado las llaves del armario de la crema.
—No lo iremos a hacer todo otra vez tan pronto, ¿verdad? —preguntó Terri, con un ligero tono de
pánico en su voz normalmente estoica.
—Tranquila, Farmer, después de lo de anoche, creo que yo misma puedo tomarme libres los
próximos treinta años.
—¿Tengo que esperar otros treinta años? —dijo Terri, haciendo casi un puchero.
—Por el amor de Dios, ten piedad, Takis, cierra el pico y abre la ducha.
Terri abrió un ojo, girándolo despacio para mirar a Nikki. En su cara se formó una terrorífica sonrisa
depredadora.
—Espera, espera, Farmer —dijo Nikki, saliendo despacio del cuarto de baño caminando hacia
atrás. Terri empezó a gruñir desde el fondo de la garganta. Nikki chilló y se dio la vuelta para echar
a correr, pero ya era tarde, una pantera súbitamente rejuvenecida se lanzó sobre ella por detrás,
transformando el chillido en un alarido, seguido rápidamente de las risitas de dos personas.
El club tenía la marcha típica de un viernes por la noche, con mujeres que entraban y salían por la
puerta principal y las sempiternas porteras montando guardia.
—Parece que ya han superado lo de la última vez que estuvimos aquí —murmuró Terri,
observando a través de unos prismáticos.
—La vida sigue —comentó Nikki, que estaba jugueteando con los sujetavasos del Mercedes. Terri
bostezó y se estiró, girando los hombros. Estar sentadas en un coche varias horas, dos noches
seguidas, no era de lo más cómodo, especialmente después de su reciente gimnasia sexual.
—Como si acabara de correr la maratón de Londres... cargando con todos los demás participantes.
¿Y tú?
—Estoy bien, recuerda que estoy acostumbrada. —En cuanto lo dijo, se arrepintió. Echó una
mirada de reojo a Terri y advirtió la expresión dolida que se esforzaba por disimular—. Oye, que
era broma, Farmer, perdona.
Se quedaron en silencio.
—Es una estupidez mía, lo sé, pero quiero engañarme pensando que ésta también ha sido tu
primera vez. Qué tonta, ¿eh?
—No, de tonta nada. —Puso la mano en el muslo de Terri—. Créeme, Farmer, si pudiera hacer que
fuera cierto, lo haría. Pero por favor, créeme cuando te digo que para mí nunca jamás ha sido así
con nadie.
¡Dios, Farmer, qué cosa más patética!, se recriminó a sí misma. A ver si te controlas, te va a dejar y
no tiene sentido que finjas otra cosa.
—¿Farmer?
—Respondiendo a tu pregunta, no, no lo digo por decir. Contigo ha sido de no créerselo. No tenía
ni idea de que podía ser así de bueno, te lo prometo. Eres especial, cariño, de verdad. No te voy a
soltar jamás, te lo aseguro.
Terri se apresuró a llevarse los prismáticos de nuevo a los ojos y tragó con fuerza. Y no es que
pudiera ver gran cosa con las lágrimas que le llenaban los ojos.
Terri volvió a bajar los prismáticos y hundió los hombros, apoyando la cabeza en el volante de
cuero.
—Oye, oye, Farmer, que no me voy a ningún lado, me tienes aquí para largo, en serio.
—Tu padre, me dijo que tú eres la elegida. La que no tardará en estar al mando. Te irás y te
convertirás en la mujer más rica del mundo y te olvidarás de mí.
—No seas ridícula —soltó. No pudo evitarlo, se estaba empezando a enfadar—. ¡Maldita sea,
Farmer, eso no son más que chorradas!
—Pero él me lo dijo.
—Me importa un comino lo que dijera o lo que ofreciera, no te voy a dejar, ¡te enteras!
—No pasa nada, Nikki, lo comprendo. Tienes que irte, probablemente siempre he sabido que
acabarías haciéndolo. Supongo que no soy... adecuada para una relación.
—Estupendo, ahora no me apetece estar segura —le gritó Nikki desde el otro lado de la calle. Terri
salió de un salto, pero se le enganchó el pie en el cinturón de seguridad. Después de dar saltos a la
pata coja, por fin consiguió soltarse y rodeó el coche a toda prisa, corriendo hacia el club en el
momento en que Nikki subía los escalones de la entrada.
—¡Nikki, vuelve, lo siento, no hagas esto! —le gritó, pero Nikki siguió adelante. Cuando Terri subió
los escalones, dos porteras se colocaron entre ella y Nikki.
—La señora quiere una copa y tú no eres bien recibida aquí, así que largo —dijo una de ellas,
alargando la mano para impedir que Terri siguiera avanzando.
—¡Nikki! —gritó Terri frenética por encima del hombro de la portera, pero ya era tarde, Nikki había
desaparecido en el interior.
—Se buena y vete a casa —dijo la otra portera—. Seguro que encuentra a otra persona que se
ocupe de ella.
—Bájala, Farmer, no queremos problemas —dijo una de las recién llegadas. Terri la reconoció de su
última visita.
—Te quedaba mejor el collarín, al menos parecía que tenías cuello —gruñó Terri, sin soltar a la otra
mujer.
—¿Que me lo adviertes? —dijo Terri, con un tono mortalmente gélido—. Ah, que se vaya al diablo,
y al diablo con todas vosotras. —Tiró a la mujer en medio de las demás porteras, haciéndolas caer
al suelo en penoso montón.
Le lanzó las llaves del coche a una de las porteras que seguían en pie.
—Dáselas. —Bajó los escalones, pero se detuvo y se volvió al llegar abajo—. Si a Nikki le pasa la
más mínima cosa, aunque sólo sea una uña rota, por Dios que volveré y me las pagaréis.
Se alejó furiosa calle abajo. Por Dios santo, ¿de verdad he dicho "Volveré"?, gimió por dentro,
meneando la cabeza mientras caminaba.
Nikki estaba sentada muy triste a una mesa, jugando con una copa que apenas había probado. Una
mujer grandota se acercó a la mesa y dejó caer unas llaves de coche delante de ella.
—Tu novia ha dicho que te dé esto. —Se las arregló para que la palabra novia sonara como un
insulto.
—Gracias —dijo Nikki, recogiendo las llaves pero sin verlas realmente. Bebió un trago de su copa,
haciendo una mueca al sentir el ardor en la garganta.
—Eh, ¿y esa cara tan larga? ¿Se te ha muerto el gato o algo así?
Nikki miró a la mujer que acababa de sentarse a su mesa sin ser invitada.
—Sí, la primera.
—Es que ha sido una estupidez. Piensa que la voy a dejar, está paranoica con eso. Tiene muchos
problemas de confianza. No sé qué hacer para que crea en mí.
—Sí, se podría decir —dijo Nikki, sonriendo por primera vez desde que había entrado en el club.
—Sí, supongo que sí —sonrió Nikki a su vez—. Nikki Takis —dijo, ofreciéndole la mano.
—Siempre funciona.
—Eres muy amable por llevarme, Judy. Creo que he tomado tres copas de más —farfulló Nikki, con
la cabeza apoyada en el reposacabezas de cuero del Mercedes y los ojos cerrados.
—No es nada, Nikki —dijo Judy, frenando, y giró por una calle lateral y se detuvo junto a la acera.
—¿Por qué nos hemos parado? —preguntó Nikki, abriendo los ojos y mirando desconcertada a su
alrededor.
—Vamos a recoger a una amiga a la que le dije que la iba a llevar, no te preocupes. —Salió y echó
el asiento hacia delante. Otra mujer entró en el coche y se colocó en el asiento trasero detrás de
Nikki. Judy volvió a entrar y arrancó el motor. El coche se apartó suavemente de la acera.
—Hola —masculló Nikki. Frunció el ceño—. Oye, ¿yo no te conozco? —preguntó, volviéndose en el
asiento para mirar por encima del hombro.
—¿Doctora?
—¿Qué?
La mujer roció la cara de Nikki con un espray. Nikki se echó hacia atrás, cerrando los ojos con
fuerza y llevándose automáticamente las manos a la cara.
—Es una cosita que te desorienta, nada muy grave. Se te pasará dentro de unos minutos.
El coche se acercó a la acera y se detuvo de nuevo. Nikki notó que dos pares de manos fuertes le
agarraban los brazos, tiraban de ellos hasta colocarlos detrás del asiento y se los ataban.
—¿Qué está pasando, Judy? —jadeó Nikki, con los ojos aún cerrados por el escozor.
Recorrió a Nikki por delante con las manos, palpando debajo del cuello de su chaqueta.
—Ajá, ya sabía yo que Farmer no te iba a perder de vista sin contar con algún tipo de refuerzo —
dijo con tono de triunfo, mostrando un pequeño dispositivo negro.
—Un rastreador. A Farmer le encantan sus juguetitos. —Tiró el dispositivo por la ventana. Judy
volvió a poner el coche en marcha y arrancó de nuevo.
—Por favor, soltadme, os podéis quedar con el coche, no llevo mucho dinero encima, pero también
os lo podéis quedar.
—¿Te crees que esto es un simple robo de coche?
Nikki parpadeó, tratando de que le dejaran de llorar los ojos. Tiró de sus ataduras, pero no
cedieron. Cuanto más tiraba, más parecían apretarse.
—¿Dónde me lleváis?
—He pensado que el río estaría bien. Un sitio agradable y tranquilo para despedirte del mundo.
—Ah, pero lo vas a hacer, monada —dijo la médico desde el asiento trasero, acariciándole el pelo a
Nikki.
—¿Qué me vais a hacer? —preguntó Nikki, intentando parecer más tranquila de lo que estaba.
—Hemos pensado que lo adecuado sería un final clásico. Ya estoy viendo los titulares, hija rebelde
de un multimillonario hallada muerta en su coche, en la escena se encontró una nota de suicidio
echándole la culpa a su novia por haberla abandonado. Se van a poner las botas.
—Por eso hemos usado pañuelos de seda, no dejan marcas. Pasamos una goma desde el tubo de
escape por la ventana y cuando la cosa esté hecha, te desatamos y nadie se enterará. Sólo Farmer
sabrá que ha sido un asesinato, pero estará tan reconcomida por la pena que, quién sabe, puede
que de repente ella también se suicide.
—Farmer os perseguirá y os matará a las dos. No parará hasta que estéis muertas.
—Ha habido un montón de gente que nos ha visto bebiendo juntas esta noche. Podrán
identificarte.
—¿En serio? No lo creo —replicó Judy, que se quitó las gafas y se arrancó la peluca de rizos negros,
revelando así una melena corta de pelo castaño rojizo que le llegaba a los hombros—. Y no me
llamo Judy, me llamo Rachel.
—No estaba quemado. Viene bien tener una médico como compañera. Puede decir cualquier cosa
y la gente la cree automáticamente.
—Y tener una policía como compañera también viene bien en el otro sentido —dijo la médico
desde el asiento trasero. Se sonrieron la una a la otra y se agarraron de la mano.
—Estáis enfermas.
—No, sólo amargadas.
—Quiere decir que como eres rica y guapa, no tienes ni idea de lo que es que te den
continuamente de lado, o peor, que se rían de ti, mientras luchas con la adolescencia, intentando
aceptar tu sexualidad.
—Y una mierda, sólo sois un par de hijas de puta chifladas que os habéis encontrado. Lo que
habéis hecho no tiene excusa.
—Ojalá no tuviéramos que hacer que parezca un suicidio, cómo me encantaría quemarle la cara a
esta zorrita —dijo la médico, agitando un frasco de líquido transparente delante de Nikki, que por
fin conseguía ver bien.
—¿Sí? Pues deberías haber oído chillar a la zorra cuando le quité los puntos. Bonito corte, por
cierto.
—Qué curioso, creía que eras tú la que iba a morir esta noche —dijo la médico.
Condujeron en silencio durante los siguientes diez minutos: no parecía tener mucho sentido seguir
intercambiando insultos. El coche se detuvo en las sombras de uno de los numerosos puentes de
Londres. El sitio estaba desierto a estas horas de la madrugada.
Rachel se puso a hurgar detrás del coche, fuera de la línea visual de Nikki.
—Dime, ¿cómo has conseguido superar el muro de hielo de doña Robótica, cuando nadie lo ha
logrado jamás? —preguntó Rachel, mientras metía por la ventanilla un tubo de plástico, cuyo otro
extremo ya estaba dentro del tubo de escape del coche.
—Qué bonito. ¿Quieres hacer tú los honores o lo hago yo? —preguntó Rachel, ofreciéndole las
llaves del coche a la médico.
—Oh, hazlo tú, yo voy a mirar por la ventanilla. Quiero ver cuánto consigue aguantar la respiración.
—Sabrán que la letra de la nota no es mía —dijo Nikki, tratando de ganar tiempo
desesperadamente.
—Te olvidas de que yo solicitaré ocuparme del caso. Te garantizo que nadie hará esa pregunta. Y
aunque Farmer monte follón, nadie pondrá en duda mi palabra, porque me acaban de dar el alta
después de haber estado tan enferma.
—Me arriesgaré —dijo Rachel, metiendo la mano y girando el contacto. El coche empezó a llenarse
de humos que hicieron toser a Nikki.
El pecho le pesaba como el plomo y el mundo empezó a alejarse de ella girando en remolinos de
luz resplandeciente.
El rugido de un motor resonó por todas partes cuando una motocicleta giró atronadoramente por
el otro lado del puente y aceleró hacia el coche salpicándolo todo de grava. Las dos mujeres,
atrapadas en el rayo del faro, se volvieron hacia el ruido. Rachel se apartó tirándose al suelo, pero
la médico no se movió cuando la rueda trasera de la moto trazó una curva cerrada, la golpeó y la
lanzó por los aires, haciéndola aterrizar con un crujido sordo sobre el maletero del Mercedes.
Terri se apartó de la moto que caía y rodó con una voltereta hacia delante hasta quedar a la altura
de la ventanilla del coche. Sin molestarse en intentar abrir la puerta, rompió el cristal de un
puñetazo y agarró a la inconsciente Nikki, tirando con frenesí para sacarla del asiento. Nikki no se
movía, al estar bien sujeta por las ataduras. Terri alargó la mano hacia el salpicadero y apretó un
botón. La capota automática se abrió y plegó, arrastrando consigo la mayor parte de los gases
mortíferos, al tiempo que el tubo caía inocuamente al suelo.
—Alabado sea el Señor por la ingeniería alemana —dijo Terri, quitándose el casco. Se sacó una
navaja automática de la bota y cortó las ligaduras de Nikki. La levantó y la dejó en el suelo al lado
del coche—. Vamos, dormilona —dijo, dando unas palmaditas suaves a Nikki en la mejilla. La mujer
inconsciente se movió y abrió los ojos.
—¿Farmer?
—¡Farmer, cuidado! —gritó Nikki cuando Rachel atacó a Terri con un gran trozo de madera.
Terri agarró a Nikki por instinto y rodó con ella para apartarse, pero el madero la alcanzó de refilón.
Aspiró con fuerza al sentir una punzada de dolor que le atravesó los riñones.
Dejando a Nikki de nuevo con delicadeza en el suelo, se levantó y se enfrentó a Rachel, que había
retrocedido, sin dejar de blandir su nueva arma.
La médico recuperó el conocimiento y se puso a chillar. Rachel soltó el madero y corrió al coche. La
médico se debatía, chillando a pleno pulmón. Rachel intentó agarrarla, pero la soltó de inmediato
al notar que algo le quemaba la mano.
—Lo confesaré todo, pero ayúdala. Por favor, Farmer, tú puedes hacer cualquier cosa, sé que
puedes —dijo Rachel desesperada.
Arrastraron a la fuerza a la mujer que no paraba de retorcerse hasta que llegaron al borde del
agua. Terri se hartó de la lucha de la mujer, de modo que le pegó un buen puñetazo en un lado del
cuello, dejándola inconsciente, lo cual les permitió quitarle la ropa. El costado izquierdo, desde el
pecho hasta la cadera, y gran parte del estómago, hervían de ácido.
—Quería echarme eso a la cara —dijo Nikki con cansancio, situándose al lado de Terri mientras
Rachel hundía a la médico en el agua, aclarándole el ácido.
—Lo sé, ya lo oí —contestó Terri. Rachel miró a las dos mujeres que estaban de pie por encima de
ella.
—¿Entonces todo esto ha sido una trampa? ¿Sabíais que os estábamos vigilando desde el principio
y fingisteis la pelea?
—Pues sí.
—Sí, y la próxima vez serás tú el cebo, Farmer —dijo Nikki—. Y no empieces otra vez con lo de que
puedo correr peligro, ya me has dado bastante la lata esta mañana. Ésta era la única manera de
que funcionara, lo sabes.
—No, era bien auténtico, lo mismo que los otros cinco que lleva Nikki. Me gusta jugar con ventaja.
—Volveré, te lo prometo con todo mi ser —dijo Nikki en voz baja al tiempo que abrazaba a Terri. El
sistema de megafonía anunciaba la salida inmediata del vuelo para Atenas. El padre de Nikki había
solicitado su presencia para hablar de su futuro.
—Vamos, Nikki, que vas a perder el avión —dijo Terri, abrazándola a su vez todo lo fuerte que se
atrevió.
Sin importarle quién pudiera estar mirando, Nikki besó a Terri con fuerza en los labios.
—Estaré de vuelta antes de que te des cuenta. En cuanto haya solucionado unas cosas con papá,
estaré en el primer avión de regreso a Londres.
—Lo sé —sonrió Terri, esforzándose por no ceder a la inmensa tristeza que le invadía el alma.
Un pequeño saludo con la mano y una sonrisa y Nikki desapareció por las puertas de la sala de
embarque. Terri se quedó mirando el avión que se dirigía a la pista, con la frente y las manos
apretadas contra el cristal del enorme ventanal. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
Terri abrió la puerta en piloto automático. No recordaba en absoluto la vuelta desde el aeropuerto.
Se sentó en el sofá, contemplando ciegamente la pared. Sabía que debía comer, pero no conseguía
reunir la voluntad para hacer nada. Pensó un momento en sus barras de ejercicio. Eso la ayudaría,
pensó, un poco de ejercicio sin pensar, para perderse en las repeticiones y desconectar la mente
del dolor lacerante que sentía. El piso estaba tan muerto y vacío ahora que ¿qué más daba ya
nada?
Estaba tan hundida en la miseria que casi no oyó los suaves golpes en la puerta. Suspirando, se
levantó y fue a la puerta, sin molestarse siquiera en ver quién era. No le importaba quién pudiera
ser, lo despacharía bien rápido, aunque fuera la reina de Inglaterra en persona.
—Sí, ahora voy a recibir una carta impertinente de British Airways y una multa inmensa por exigir
que detuvieran el avión y me dejaran bajar. Y no veas la de gente que he conseguido cabrear al
hacerlo —dijo con orgullo.
—¿Un accidente? —dijo Terri, cuya mente se puso por fin en marcha.
—Sí, me he dejado aquí el corazón y he pensado que no podía irme sin él.
—No puedo evitarlo, lo siento —dijo, pasándose la mano por las mejillas—. Parece que siempre
que estoy contigo no consigo dejar de berrear.
Terri se echó hacia atrás, dejando pasar a Nikki. Antes de que ésta hubiera dado tres pasos dentro
del piso, Terri la levantó en brazos y la estrechó con fuerza.
—¿No me digas?
—Sin problema. A partir de ahora, donde yo vaya, irás tú, y donde tú vayas, iré yo.
—Tal vez, pero es la verdad. Oye, ¿quieres venir a dirigir un imperio naviero conmigo y hacerte
demencialmente rica?
—Ah, a tomar por culo, yo tampoco. Vamos a quedarnos aquí y a perseguir a los malos.
—Tan encantadora como siempre.
FIN