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shane”
Mariela Villegas R.
"DESCUBRIENDO A SHANE"
ISBN: 978-1523721474
Agradecimientos
Índice:
Prefacio
“Silvana”
“Leda”
“Inconforme”
“Fiesta”
“Descubriendo a Shane”
Ustedes son, en sí, una grandiosa inspiración y admiro el respeto y el amor con
que se dan a conocer, la valentía con que muestran sus sentimientos y sus
maravillosas personas al mundo, y la ardentía con que surgen de las dolorosas
adversidades para ser lo que somos, juntos, seres HUMANOS, sin importar la
raza, las preferencias sexuales o el género. Esta va para ustedes.
Con mucho cariño y en especial para mis valientes mujeres de la comunidad
lésbica. Las amo, chicas. Dios las bendiga siempre con amor, abundancia, luz
y vida.
Dedicada
mi
valiente
amiga
Estefanía,
mi Stefi. Muñeca linda, no importa lo que digas, para mí siempre serás una
tremenda guerrera, porque se requiere un profundo valor para reconocernos a
nosotros mismos como somos y amarnos como tales. Te admiro y te adoro, mi
preciosa.
Mariela Villegas R
Índice: Capítulo 1. “Silvana”
Capítulo 2: “Leda”
Capítulo 3: “Inconforme”
Capítulo 4: “Fiesta”
Dos jovencitas que aprendieron a cuestionar las reglas de la sociedad que las
tachaba de “erróneas”. Dos amigas, dos amantes, dos corazones que fueron
hechos para latir al unísono.
“Silvana”
Por supuesto que estaba feliz. Él había estado de acuerdo. Aquella noche,
Andrea se había acercado a la chica más de lo necesario mientras bailaban.
Sin vacilar mucho, le había pedido el beso y Silvana, al no saber qué hacer, lo
consultó con Federico, su pareja. Él respondió que sería una experiencia
interesante si es que la deseaba llevar a cabo. “No tengo problema alguno con
verlas dándose cariño por un rato” —bromeó—. Silvana estaba un tanto fuera
de sus cabales. Había bebido demasiado tequila y luego de mucha o poca
meditación, como desee verse, accedió y la bomba estalló.
Desde muy pequeña amó los deportes rudos. Jugaba futbol americano en la
liga femenil de la universidad y era la mejor quarterback gracias a su agilidad
y fuerza bien contenidas en un cuerpo relativamente menudo. Era muy femenina
en sus gestos y en su tono de voz, pero cuando estaba en el campo, se
transformaba en una leona. Ahí se sentía liberada de la esclavitud que suponía
tener que aparentar ser una “niña buena” para su madre, quien era su único y
más grande soporte. Su padre había muerto cuando Silvana tenía tres años, así
que apenas le conoció, pero nunca pareció hacerle falta. Se veía acosada por
las etiquetas, aunque no existía persona, se atrevía a asegurar, que no estuviera
en la misma situación. Los seres humanos precisaban un nombre para todo.
Siendo parte del equipo del juego más enérgico del campus, la cuestión de su
sexualidad siempre le revoloteaba por la cabeza, pese a que se las arreglaba
para darle vuelta al asunto. La mayoría de sus compañeras de equipo eran
lesbianas o bisexuales. A ella le importaba un carajo si se acostaban con
monos voladores, vampiros o elfos. Las quería y cuidaba como buena amiga
que era, pero sobre todo, respetaba sus vidas y ellas le correspondían. Cierto
que algunas veces los jugueteos en los vestidores se podían poner un tanto
resbaladizos. Había tocado el cuerpo de una que otra compañera, con el
debido consentimiento. La anatomía de la mujer le parecía muy suave al
contacto, tan tersa como un pañuelo de seda que cruza por las yemas de los
dedos, acariciándolas. No era como la anatomía de un hombre, áspera y más
musculosa.
Negó con la cabeza cuando dos chicas pasaron junto a ella y comenzaron a
mofarse de manera sonora de su affaire interdit (su amorío prohibido).
¡Hey! —exclamó—. No he hecho algo para que me trates de forma tan ruda.
Tú fuiste la que me pidió el beso en primera instancia —reclamó. Estaba harta
de parecer ella la causante de todo.
—Tienes razón. Yo provoqué esto. —Le echó una mirada de muerte y se alejó,
dejando a Silvana con más preguntas que respuestas. Comprendía que debía
molestarle mucho el chismerío que se desataba en el campus, pero no había
necesidad de tanto dramatismo.
Mientras más le prestara atención a las estupideces de los demás, más les
daría la razón y el poder de amedrentarla. Respiró profundo y decidió jamás
volver a dirigirle la palabra a su antigua amiga. Alguien que te trata como
basura no merece la pena.
Un poco más tarde se encontró con Federico en el aula.
—Hola, hermosa —saludó Fede con ternura. La trataba como una muñeca de
porcelana. A Silvana no le era particularmente agradable que la
sobreprotegiera.
Deseaba sentirse libre, pero con Federico resultaba imposible. Era el típico
macho cuidador y proveedor. Muy caballeroso, aunque manipulador. Y sin
embargo, su forma de manipular era tan encantadora que Silvana caía en sus
redes como pluma entre las manos de un ángel.
—No es que creyera que fueras gay. Pensé que te gustaría conocer la
experiencia. —Fede frunció los labios en son de arrepentimiento. Sus ojos
brillaron como los de un borrego a medio morir. Silvana se carcajeó y le dio
un manotazo en la cabeza para que dejara de actuar como tonto.
Sin duda alguna disfrutaste del show. —Le sacó la lengua y se preparó para
tomar la clase. Escritura Creativa, su materia predilecta.
—¡Dios! ¿Por qué no me lo habías dicho, niño bobo? — Silvana le pegó con
el puño en el hombro.
—¡Auch! —Se quejó el chico, sonriendo—. Eres flaquita pero muy potente.
—Entonces, hay dos cosas que celebrar esta noche: nuestro segundo
aniversario y mi nombramiento como capitán. Quisiera llevarte a cenar —
requirió. Ella había olvidado por completo su aniversario. ¿Qué clase de
novia era? ¡Cielos! ¿Qué le regalaría? Tal vez una camisa sería suficiente.
¡Vamos, tienes que pensar en algo mejor que eso!, se regañó a sí misma. ¡Un
reloj! ¡Eso es! El reloj Armani que le gustó en aquella tienda departamental,
sonrió y se dio una palmadita imaginaria en la espalda por pensar tan rápido y
de forma tan conveniente. Se había salvado de una velada de reproches. Muy
por dentro, festejaba más el hecho de que Federico se convirtiera en capitán
de la liga que su aniversario. Adoraba verle con el jersey de número 53
puesto, las hombreras grandes y pesadas, y los pantalones ajustados al trasero.
Compartían la misma pasión por el futbol americano y esa era una de las
razones más poderosas que los unían.
—¿Qué pasa?
—No, amor. Claro que no. Iremos a donde gustes. —Le acarició la mejilla y le
dio un beso casto en la frente. La maestra entró y todos guardaron silencio. El
mejor amigo de Silvana, Johnny —que en realidad era Juan, pero quien le
llamara por su nombre real sufriría de toda la fuerza de su enojo, que era
brutal—, entró rápido al aula y corrió hasta su asiento junto a la pareja,
estrellando la silla de metal contra la pared.
—¡Upsi! —susurró.
—Señor Pietro, le ruego que intente asistir puntualmente a mis clases. De otro
modo, me veré forzada a sacarle con todo y silla —gruñó la mujer. La
profesora Dione Master era sumamente estricta y se decía que tenía una ética
incorruptible. No era demasiado mayor de edad. Tendría unos cuarenta y
tantos años —que no aparentaba—, y era muy hermosa, aunque todo el tiempo
estaba seria. Una sonrisa de vez en cuando haría la diferencia entre el odio
que todos sus estudiantes sentían por ella y el verdadero aprecio por sus
lecciones, que eran de lo mejor. Silvana obviaba la conducta prepotente de la
profesora Master y se limitaba a hacer sus deberes con suma dedicación.
Jamás le había ocurrido algo así al mirar a otro ser humano. Ni siquiera a los
modelos de revistas o actores de películas afamadas. Esta “cosa” era distinta
y no podría evitar dejarse arrastrar por ella.
“Leda”
La profesora Master tomó las hojas y se las devolvió, pero la chica las volvió
a estampar en el escritorio sin pena alguna de estar siendo devorada por sus
azorados espectadores.
—¡No es viable, licenciada Master! —repitió. ¡Oh, no! Silvana echó un
vistazo al derredor y vio que sus compañeros tenían la boca abierta, con
excepción de Johnny, quien disfrutaba con demasiado regocijo del
espectáculo, carcajeándose en silencio.
—He dicho que lo discutiré con usted esta tarde — reafirmó la profesora con
un gesto inescrutable, ignorando el exabrupto de la jovencita.
Nadie supo qué hacer después. Silvana se preguntó, ¿qué demonios había sido
todo eso? Los estudiantes esperaban que la maestra se pusiera de pie y
corriera detrás de la joven para lanzarle dos o tres bofetadas por su tremenda
insolencia, pero no hizo absolutamente nada.
Leda estaba que echaba humo por la boca cual dragón enardecido. Pasó junto
a varios estudiantes, golpeándoles en el camino o empujándoles. Para ella
eran estorbos que chocaban contra su ira desenfrenada, nada más.
Cualquiera que se le atravesara, sufriría las consecuencias.
Siempre fue de mente abierta y no temía experimentar, esa era la razón por la
cual la propuesta de Dione Master no la tomó por sorpresa. Más bien se la
esperaba, como también siempre esperaba que cualquier persona que
conociera le propusiera ir a la cama. Las excepciones eran demasiado
contadas. Ella tenía un efecto en la gente que le parecía incomprensible. Las
atraía sin remedio, como una droga. Creían que su vivacidad y espontaneidad
les salvaría del eterno aburrimiento en el que estaban sumergidos, aunque ella
solo era una chica como cualquier otra, buscando un poco de paz y estabilidad
mental y emocional.
Lo que tocaban aquellas personas era su cuerpo, nunca su alma o su mente, que
estaban intactas, según ella. Había tenido varios novios a lo largo de su vida y
todos la trataron como basura. Tampoco le importaba. Era fuerte como para
soportar cualquier embate y, además, ninguno de ellos significó algo en
realidad. Ella no trataba lo serio como tal. El compromiso era un grillete que
no estaba dispuesta a ponerse. Ahora vivía en casa de uno de sus mejores
amigos —el único hombre que jamás le pidió algo a cambio de estar con él—
Louis Dante. El problema era que casi todas las noches había fiestas alocadas
con sustancias ilegales y muchísimo alcohol, a pesar de que Louis rara vez se
intoxicara. Le era difícil descansar, estudiar o pensar ahí, pero podría ser
peor, por lo que aguantaba estoicamente los aullidos de los chicos y chicas,
insulsos e insulsas, que parrandeaban hasta perderse. Si no puedes con el
enemigo, únete a él, así que terminaba por unirse, sobre todo cuando deseaba
fumar un buen porro de “ganja” para escribir con más efectividad e
imaginación. No obstante, muy en lo personal, lo suyo era el confort de las
cuatro paredes de su diminuta habitación decorada con pinturas que ella
misma hacía, discos de vinil y posters de bandas que adoraba. En la pared que
daba al frente de su catre, había escrito con pintura negra y letras cursivas uno
de sus poemas:
“Si de amor se trata, amar al ser no es capturar. Por amor se piensa, se vive
y se siente sin pretender atrapar.
Todo aquello denotaba una sola cosa: ella no sería prisionera de nadie, y
aquél o aquella que intentara capturar su alma, seguro terminaría perdiendo la
suya. No podía evitarlo. Estar encerrada en una relación no era su meta.
Escapaba irremediablemente, aunque sintiera algún tipo de afecto por quien
abandonaba.
—Nada de llantos estúpidos, Leda —dijo—. No fue para tanto y eres más
fuerte que eso.
—Lo sabes muy bien. Mirarme como imbécil cada que me quito la blusa
delante de ti —sonrió y le lanzó la prenda. Louis la sintió todavía caliente
entre sus palmas y contuvo un suspiro que le causó gracia.
Esa sería una auténtica grosería. —Ambos rieron y Leda terminó de vestirse.
Se ciñó unos jeans bastante desgastados por encima de las braguitas de encaje
morado, y una blusa blanca —que era en realidad una camiseta de hombre
recortada y estilizada con alfileres—, dejando al descubierto sus hombros.
Ahí donde se transparentaban sus pezones rosáceos, había una figura de unos
labios rojos, unas letras negras que decían Bite Me (muérdeme), y una mano
mostrando una seña no grata.
—Chúpate el dedo, levántalo al aire y siente hacia dónde vuela el viento. Ahí
es donde iremos. —Tomó su bolsa tejida con los colores de la bandera
africana y guardó su humilde monedero que contenía lo suficiente para
divertirse. Pasó junto a su amigo, regalándole un beso en los labios—. Pero
primero debes ponerte algo distinto. — Le miró de arriba abajo, deteniendo
las pupilas en sus calzoncillos multicolores—. No entiendo cómo puedes
lograr que una chica se acueste contigo después de ver “esos”.
—Se olvidan de ellos cuando les muestro lo que hay guardado debajo. —
Guiñó un ojo.
“Inconforme”
Quiso verse como la mujer ideal para su hombre, por lo que se colocó un
vestido negro ajustado que él le había regalado. Le quedaba por encima de las
rodillas y estaba descubierto de la espalda hasta antes de rozar la línea de sus
glúteos, algo tan sexy como solo ella sabía portar. Por un momento se sintió
demasiado desnuda. Para cubrir un poco sus piernas, se calzó unas botas
negras de tacón de aguja que envolvían sus torneadas pantorrillas, y se enrolló
una bufanda roja con toques grises, azules y negros. Se soltó la brillante
melena, recién alaciada para la ocasión, se puso un poco de mascara en las
pestañas y un labial rosa tenue. Se echó un vistazo en el espejo y meneó la
cabeza en son de aprobación, sabiendo que Fede moriría en cuanto la viera. Y
así fue. Cuando bajó las escaleras de su hogar, mamá la esperaba con la
cámara lista.
—¡Oh, Jesús! Mi niña —sollozó—. Jamás te había visto tan hermosa como
esta noche. —Su madre se llevó la mano a la boca y contuvo las lágrimas, por
su propio bien.
Sabía que su hija detestaba verla llorar bajo cualquier circunstancia. Silvana
quería salir de ahí antes de que su madre le dijera lo mucho que la amaba y
todas las expectativas que tenía para ella en un futuro. Solía ser una
experiencia algo abrumadora. Por supuesto, cargar el mundo en tus hombros
siempre lo es.
—Sabes que eres mi vida entera, mi preciosa Silvanita . —Su madre tomó del
brazo a Fede y se colgó de él como un náufrago se aferra a un bote salvavidas.
A veces parecía más su novio que el de su hija—. Yo sé que has encontrado el
amor verdadero en este jovencito hermoso y que tu vida será todo lo que la
mía no fue, porque eres mucho más lista que yo.
Demasiado tarde, pensó Silvana. Ya has armado hasta mi funeral por mí.
—Créeme que lo sé, mamá. —Le arrebató a Fede con un gesto sardónico.
Diana únicamente deseaba su felicidad, pero aborrecía la forma tan
condescendiente que tenía de expresarlo, como si pudiera enmendar cualquier
error cometido en su vida a través de ella. Eso no sería posible, puesto que
Silvana era testaruda y nunca se entregaría totalmente a algo que no quisiera.
Por el momento no tenía idea de qué era lo que deseaba y le bastaba.
Soy muy joven para saber qué quiero, se dijo. Tengo derecho a ignorarlo
todavía.
Encaminó a Federico hasta la puerta sin despedirse y salió. Una vez que
estuvo afuera y pudo respirar el aire húmedo, sintió que se había liberado de
un grandísimo peso. Miró hacia el cielo y recitó.
“De la luna me robaré el aliento, y del viento llenaré mi ser hasta perder la
consciencia de esta respiración que me ha debilitado en vez de avivarme”.
Necesitaba esa noche de escape. Quería volver a la vida a lado de Fede y sus
tiernas caricias. Le había regalado una rosa que colocó cuidadosamente
encima de su oreja para adornar los dulces mechones que caían a los costados
de su rostro. Él estaba emocionado. Esta era una noche de lo más especial,
porque planeaba pedirle algo que había querido desde que la conoció. Para
Fede, Silvana era su vida hecha, su certeza más grande y su única sensación de
bienestar fuera del juego de seducciones al que daba pie muy seguido. No
podía culparse a sí mismo por atraer a las chicas. Pero eso poco o nada tenía
que ver con su relación y con su hermoso diamante en bruto, su mujer, su Silvy,
como le decía cariñosamente. Cuando la vio por primera vez en el campus,
dos años atrás, supo que sería la chica de su existencia. Llevaba una blusa de
los Raiders muy pegada a su preciosa figura, dejando ver a penas un
centímetro de piel entre la pretina de sus jeans y su ombligo, una boina negra
que le caía grácilmente de lado, alargando más su blanco y delicado rostro, y
unos tenis Converse que decían al mundo: “Me importa un carajo lo que
opines de mi combinación”. Su cabello semi dorado le acariciaba las mejillas
sonrosadas, escondiendo una timidez que nadie más que él notaba. Se vio a sí
mismo haciéndole el amor, entremetiéndose en esas compactas caderas,
provocándole gemidos que solo él podría robar.
—Creo que esa mujer es una zorra lunática —desdeñó engullendo un bocado
de lo que parecían unos mejillones al gratín.
—Jamás había sido testigo de un acto tan valeroso como el que hizo esa chica,
mucho más tratándose de Master.
Nadie se mete con ella. Era hora de que alguien la bajara de su nicho y le
colocara los pies en la tierra. ¡Solo Dios sabe lo que le habrá hecho a esa
joven!
—Claro que hablo en serio. —Silvana soltó sus cubiertos y tomó una
bocanada de aire impregnado de la rosa que llevaba en la oreja.
—No tienes por qué enojarte. No estoy atacando a nadie. La mujer me pareció
una demente.
—¡Federico!
—regañó
Silvana
muy
ofendida,
percibiendo la sangre subir desde sus pies hasta su cráneo. Sentía como si
estuvieran hablando de ella misma.
Lo que Leda había hecho era lo que ella siempre había deseado hacer, aunque
jamás había tenido las agallas para llevarlo a cabo. Se identificaba con la
situación, y ni qué decir con la chica—. Actuar con tal valía es digno de
aplaudirse, no de reprimirse. Dejó en evidencia a esa fascista.
—¿Me estás diciendo que te parece correcto que alguien insulte así a su
profesora y que, además, debemos alabarlo? ¡Já! —mofó—. Creo que el vino
ya se te subió a la cabeza.
Cierto que la clase de Master era su favorita, pero no por quien la impartía,
sino por lo que hacía en ella. De ser por la maestra, ya hubiera abandonado
los estudios desde hacía mucho tiempo.
Una vez acabada la cena y a punto de “disfrutar” — porque ninguno de los dos
disfrutaba de algo en esos momentos— el postre, Federico estaba tan molesto
que se negó a llevar a cabo la petición de matrimonio a la chica.
Por primera vez, le guardó resentimiento. Silvana era una chica muy reservada
y coherente. Ahora la desconocía.
Tal vez, pensó, está celosa de mi éxito, porque ella es una jugadora amateur
y yo puedo llegar a ser profesional.
El camino de regreso a casa de Silvana fue tan silencioso que solo lo llenaba
el ruido de las llantas del Mazda plateado del chico y la respiración agitada
de la chica. Ella no se explicaba el motivo por el cual su irritación no dimitía.
A lo mejor había tomado muy a pecho una situación ajena al sentirse
identificada. No sabía, pero comprendía que en esos momentos no quería estar
cerca de Federico. Esa debió ser una velada romántica y se había convertido
en una pesadilla gracias al fantasma de una desconocida. Por un instante,
Silvana entró en sus cabales y se propuso componer la situación. Cuando el
auto se detuvo, inhaló aire y se lanzó sobre Fede para besarle. Él respondió
alejándose de ella, lo que alimentó su fuego de ira. El corazón de Silvana se
quebró en pequeñas piezas enardecidas. Percibió en su persona un sentimiento
muy similar al odio. Sus ojos se endurecieron al mirar a su pareja y su mano
voló automáticamente hacia la manija de la portezuela para abrirla de golpe y
salir.
—¡Me ofrezco a ti y me sales con esta mierda! — reclamó. Fede volteó hacia
la casa con los ojos bien abiertos, buscando alguna señal de Diana. Si ella se
enteraba que su hija estaba peleando con él, se enojaría mucho, y no quería
perder la gracia de su suegra. Siempre fue su consentido y no pretendía que
esa mala, muy mala noche, lo transformara todo en un caos. Su vida era y
debía seguir siendo perfecta.
—¡¿Qué?!
—¡Adiós, SILVY!
Silvana no pudo más y azotó la puerta para darse la vuelta y retirarse, no sin
antes agradecer a su novio la “tan hermosa velada”.
—Esto no se quedará así —se dijo Silvana entornando los ojos—. Mi noche
no terminará así. Con él o sin él, celebraré mi aniversario.
—¡Hey, amor! —gritó el chico—. No puedo oír una puta palabra que dices.
—Casi no te oigo. ¡Mierda! —aulló su amigo, que era tan gay como el día
duraba, cuando alguien le topó hasta casi botarlo—. Si quieres verme estoy en
el club “Whorese’s” — ¡Vaya nombre! , apuntó mentalmente Silvana.
—Estoy yendo para allá. Te hablo cuando llegue. —Iba a colgar pero los
aullidos de su amigo evitaron que cortara la llamada.
—¡Amor! ¡Amor! —volvió a gritar Johnny—. Tal vez no escuche el teléfono
porque estoy con un grupo de amigos y hay un latino maravilloso que me está
provocando. Sabes que jamás huyo de las provocaciones. Búscame en la mesa
que está debajo del DJ. Te espero, my love. Seguramente te peleaste con el
mastodonte que tienes como novio, pero deberías reconsiderar. Tener un
“miembro” así en tu club, es una prioridad —rio.
—Nada que no esperaba que pasara —sonrió Leda y bebió de un sorbo toda la
cerveza que le quedaba.
“Fiesta”
Todos gays, metrosexuales u otra rara combinación poco atractiva para ella.
Estaría a salvo. En caso de encontrarse con alguna de sus compañeras del
americano, sonreiría e iría con la corriente. Johnny era un homosexual
consumado, declarado y muy poco especial a la hora de escoger con quién irse
a la cama, pero su lealtad hacia Silva superaba todo eso. La defendería de
cualquier cosa que pudiera ocurrir y ella lo agradecía con total igualdad.
—¿Silvana? ¿Qué haces aquí? —preguntó sin dar crédito a sus ojos—. No
fuiste al entrenamiento y Bertha estaba furiosa.
—Digamos que estuvo tan mal que estoy aquí, sola, buscando a Johnny. Dijo
que estaría en una mesa debajo de donde se coloca el DJ, pero desde aquí no
alcanzo a ver nada. —La voz de Silvana debía levantarse a varios decibeles
para que Adriana pudiese escucharla bien.
—¿El DJ? Néstor está ahí, a la izquierda. —Señaló con el brazo—. Pero antes
de que te vayas, debes tomar una cerveza con nosotras. Es tu pago por
dejarnos abandonadas en el entrenamiento y perder contra las idiotas rojas. —
Era el mote de sus compañeras más temibles y cero amistosas.
—De acuerdo —dijo Silvana. ¿Qué más daba ahora una o dos bebidas? O tal
vez más. Lo que quería era perderse y olvidar el dolor que sentía en el pecho
por haber herido a Federico, y porque él la lastimó a ella. Jamás se había
portado tan grosero. Aunque ella no había sido mejor—.
Pero solo una. Ya sabes que Johnny se pone muy loco cuando no me encuentra
después de un rato.
Ante su padre y su hermanito tenía que seguir fingiendo ser el macho perfecto.
¿Cómo lo conseguía con esas maneras? Nadie tenía la menor idea, pero se las
había arreglado para engañarles. Era una situación que le entristecía más de lo
que alguien pudiera imaginar. Solo había llorado por eso con Silva, y en una
única ocasión.
—¡Bebé hermosa! —gritó abrazándola—. Pensé que al darte cuenta del lugar
que pisabas, te irías corriendo en un dos por tres —sonrió.
—¡Oh, por Dios! ¡Estás ebria! —chilló. Silvana hizo un gesto con el dedo
para que se callara, aunque nadie podía escucharlos con esa música. Le regaló
un beso en la mejilla y dijo—: Amo a la Silvana ebria, ¡es tan divertida y
poco retraída! La Silva sobria es un armatoste frígido — carcajeó.
—¿Podrías ser más idiota? —rezongó la chica, dibujando una gran sonrisa en
el rostro—. El lugar no está tan mal, viéndolo desde el punto de vista de
catorce o más grados de alcohol.
—Eso tampoco quita que sea un macho insufrible. Si te quiere tener bajo las
pelotas todo el tiempo, será mejor que se busque una sirvienta y que le pague
bien. Nadie debe hablarle así a una mujer, y menos a ti, mi amor. —La abrazó.
Silva se sintió reconfortada por la actitud de su amigo. Minutos después,
llegaron las bebidas. Todos tomaron un trago de tequila y comenzaron a bailar.
Daniel, un joven igual de atractivo que Johnny, aunque igual de femenino que
él, sacó a bailar a Silvana y le pasó las manos por la cintura. Mientras se
movían en círculos, ella observaba —lo que su pobre vista alcanzaba a
visualizar con claridad ahora—, a quienes estaban a su alrededor. En una de
tantas vueltas, vislumbró a una mujer de cabello castaño y brillante hasta la
cintura.
Llevaba una camiseta estilizada de hombre y unos jeans sumamente entallados.
Era la visión de la perfección. Se detuvo unos minutos para observarla bien y
para que sus pupilas no la engañaran. ¡Mierda! Era aquella chica del salón.
Era Leda. Se detuvo por completo y se soltó de Daniel para ir hacia Johnny,
quien bailaba con su pareja.
—¿Qué chica?
—¡La de la clase de Master! Leda, la que le gritó que la llamaba su Leda unas
noches antes. —La voz de Silvana resonaba agitada en su pecho. El corazón
volvió a retumbarle en el tórax y las manos le sudaban. Johnny la observó.
Ella sabía que nunca la juzgaría. Sin embargo, intentaba desviarle la mirada a
toda costa. Al caer en la cuenta de esto, su amigo la instó a presentársele. La
sola idea hizo tropezar a Silvana, y Johnny supo que estaba en lo correcto.
Debía hacer que se conocieran.
—Silvana, mi amor, una mujer así no se encuentra todos los días. Aún como
amiga, debes tenerla. ¡Vamos! —La arrastró entre el tumulto de gente,
halándola hacia sí, para que no pudiera escaparse. Miles de sentimientos
encontrados se atiborraron en el alma de Silvana. Miedo, ansiedad, nervios, y
otras cosas que no podía nombrar, todo al mismo tiempo.
—¡Johnny, no! Ella no nos conoce, e ir a presentarnos así será una insolencia
—gritó intentando escapar. El chico la tomó nuevamente del brazo y la volvió
a arrastrar.
—Te aseguro que será un honor conocernos. Además, ¿ya viste al tipo que está
con ella y sus otros amigos en la mesa? Es pre-cio-so —dijo puntualizando
cada palabra—.
—¡John!
—protestó
Silvana,
deteniéndose
—Hola, Johnny —saludó Leda con una sonrisa tremenda dibujada en el rostro
al contemplar a Silvana.
—¡Vaya que tu amigo es entusiasta! —dijo directo a Silvana. Ella, con timidez
y las mejillas coloreadas de rojo sangre, le dio la mano para saludarla. Intentó
comportarse a la altura, pero un tipo la empujó para dejarla caer en los brazos
de Louis.
—Claro, estoy perfecta. ¡Estas tontas botas! —justificó Silvana sin despegar
los ojos de Leda.
Louis percibió la delicadeza en la piel de la chica, aunque algo le decía que
no era una chiquilla a la que había que tratar con pinzas. Leda se acercó y la
saludó con un beso en la mejilla, aunque le atinó a la orilla de los labios.
Respiró su aliento, sabor a tequila y frambuesa, combinado con el aroma a
coco de su cabellera lacia y perfecta. Inhaló, sin que ella se percatara, y se
separó.
Una que nunca regresaría, a menos que Leda decidiera devolvérsela. No hubo
rincón de su cuerpo que no se estremeciera al recibir el contacto con la chica.
Incluso su vientre se sobresaltó en convulsiones que nunca antes había notado.
Estaba excitada ante la sola presencia de la chica de melena caoba y con
esencia a perfume de hombre. Olía a Aqua de Gio, combinada con un aroma
que desconocía. Según le dijo el subconsciente, así debía oler hacer el amor
con ella.
—Mucho gusto —dijo Johnny extendiendo la palma hacia Louis, que accedió a
tomarla con gusto. También estaba acostumbrado al flirteo de los hombres con
él.
Louis era delgado pero alto. Tenía una de esas figuras varoniles que llamaban
la atención sin ser voluptuosas, no como la de Federico. Su cabello claro
estaba despeinado de forma divina y su voz recordaba a aquella de los poetas
que narraban historias en los audiolibros. Era acompasada, clara y elocuente.
No obstante, Silvana no tenía ojos que no fueran para Leda.
—Es justo lo que celebramos hoy —dijo Louis con una sonrisa muy cálida
hacia Silvana—. Pueden unirse a nosotros con gusto.
—Por las victorias contra las maestras malévolas —siseó Johnny y todos
estrellaron sus botellas en son de “salud”.
—¿Shane? —inquirió Silvana con reticencia—. Creí que tu nombre era Leda.
Leda se acercó mucho a ella hasta poder percibir su aliento que la embriagaba
más que el alcohol que bebía.
¿Alguna vez has visto “The L Word”? ¿La Palabra L? — preguntó—. Es una
serie de TV.
—No —contestó Silva con pena—. No veo mucho la televisión, aunque sería
interesante saber por qué te llaman así.
—Te aseguro que algún día lo sabrás bien, y es probable que no te guste el
resultado. —Leda le guiñó un ojo y tomó un sorbo de tequila para darle el
resto a Silvana. Ella todavía no se acababa la cerveza, pero pensó: ¡Qué
demonios! Si Leda me lo da, lo beberé sin dudar.
Lo tomó, y otros tres después de ese. Johnny estaba loco por Louis, aunque él
no le prestaba atención alguna. El DJ
—Tenemos que seguir en tu casa, Lou —dijo un chico que estaba claramente
atraído a Johnny, aunque él, como cosa rara, no cedió tan rápido.
¿Verdad que sí? —Le pegó un codazo a su amiga. Eso la trajo a la realidad.
—Ah... ah... yo creo que mejor me voy a casa — respondió Silvana contra los
dictámenes de su corazón.
—Nada de eso. —Leda le pasó el brazo por el cuello, rozando los vellos de
su nuca, erizándolos. Silvana se estremeció al sentir el contacto de la chica,
tan sutil y apremiante.
John miró hacia la mesa en la que se encontraban y se dio cuenta de que estaba
vacía.
Todavía eran las tres y media de la madrugada. Silva se recordó que tenía
clase y entrenamiento al día siguiente, pero evitó pensar en el tema por el resto
de la velada. Se entretuvo con el pequeño tumulto de personas mientras la
bella Leda regresaba a su lado. Tal vez era su idea o la borrachera que se
cargaba, pero creía que a ella también le gustaba. De no ser así, se sentiría
mal. Sin embargo, el simple hecho de tenerla cerca era lo que le importaba. Se
olvidó de Federico y de su pleito. ¿Federico qué? Se olvidó de todo. Quería
ser una universitaria normal. Era la primera vez en su vida que iba a casa de
unos desconocidos y se embriagaba de tal forma. Se lo merecía.
Leda bajó con un vestido de tirantes holgado y largo en tonos primarios. Sus
hombros se notaban un poco bronceados. Se había quitado las botas que
llevaba y colocado unas sandalias de cuero cafés en su lugar, bellísimas. El
cabello le caía por la cara de una forma tan femenil y gloriosa que Silvana no
pudo evitar incrustarle la mirada y salivar. Sentía el pulso alterado, como si
estuviera dopada, llena de adrenalina. Se echó un vistazo y cayó en la cuenta
de que su vestido súper entallado ya le estaba descubriendo los muslos y se
excusó para ir al baño. Una vez dentro, se acomodó la melena bronce y
decidió lavarse la cara porque el poco maquillaje ya se le había corrido.
Escuchó que comenzaron a sonar las canciones de un grupo que le gustaba
mucho llamado The Outfield. Eran famosos por dos canciones, más que nada:
“Your Love” y “All The Love In The World”. Pero había muchas otras
canciones que casi nadie conocía y que Leda había puesto, como “Say It Isn’t
So”. Su madre solía escucharlas y a ella le traían recuerdos hermosos. Se
sintió verdaderamente llevada por el ambiente, envuelta en una especie de
manto glorioso de pecaminosidad y aliento. Le encantó que a Leda le
agradaran las mismas canciones que a ella. Por un instante, se miró al espejo y
se tocó los labios, pensando si a ella le gustaría besarlos algún día.
—¡Y otro para mí! —siguió Johnny. Él asintió gustoso y se fue a la cocina a
preparar las bebidas. Los demás seguían bebiendo cerveza o tequila. Leda
degustaba su Laguer y, entre risas, se aproximaba más a Silvana.
—Yo... eh...
Por lo que noto, nunca has tenido la oportunidad de serlo en verdad. —Silvana
abrió los ojos desmesuradamente como si Leda le hubiese leído el
pensamiento y el alma. En serio sabía todo lo que sentía con mirarla. Lo
apreció como nunca había apreciado nada más. El contacto de su mano la
relajó y se dejó llevar.
—Oh, ¿por qué le digo Shane? Algún día lo sabrás si sucumbes a sus temibles
encantos. —Silvana sintió que el suelo tembló. Prácticamente era lo mismo
que ella le había dicho. ¿Es que acaso todos los presentes podían notar que
Leda le encantaba? Aparentemente sí.
—Ok, prefiero no discutir eso por ahora. —Se volteó hacia Johnny que
sonreía y enarcaba una ceja en son de complicidad.
—Cierto. Lo olvidaba. —Se cubrió la boca con falsa dignidad y Silvana rio.
Continuaron bebiendo hasta que el sol les acechó con sus hilos de oro a través
de la ventana. Leda se negaba a apartarse de Silvana, y ella se deleitaba con
su compañía.
—Las reglas son simples: alguien comienza y le pregunta a una persona, la que
desee, si quiere una verdad o hacer un reto. Las verdades son preguntas, los
retos, pues son retos —explicó Johnny a Klaus—. Pueden escoger hasta tres
verdades seguidas y después les tocará reto, quieran o no. ¿Todos de acuerdo?
—Deberás besar con pasión a la persona de este lugar que más te atraiga.
Alguien había cambiado la tonada del CD. Para sorpresa de Silvana, había
sido Louis. Ella se apenó de manera visible y su respiración se agitó. El rubor
rosado le subió por las mejillas como una nube crepuscular. Por una parte, no
quería hacer lo que estaba a punto de hacer. De alguna forma, cambiaría su
vida para siempre. Al darse cuenta de que se había quedado petrificada,
Johnny le hizo una señal a Shane con la mano para que se acercara y terminara
con eso de una buena vez. Estaban todos sentados en el suelo, formando un
círculo casi perfecto.
Todos sus músculos se habían tensado. Cerró los puños cuando percibió el
sensual y adorable beso de Shane, acomodándose perfectamente a sus labios
carnosos, ávidos de su sabor. La chica no paró ahí, se entremetió en su boca,
obligándola a abrirla y soltar su aliento en ella.
—No estuvo mal —gruñó entre tragos. Los demás sisearon como serpientes y
Louis tuvo que frenarla para que no se acabara la botella completa porque
notó el daño que Shane le había causado, tan bella y frágil.
Tan frágil, pensó el chico. Tan dulce. Es como un poema. Uno que se recita
con el alma entera... uno que merece ser plasmado en un libro para nunca
olvidarse.
Silvana sintió un leve cosquilleo cuando respondió aquél beso, pero nada de
lo que había experimentado con Leda. La voz de su subconsciente le habló,
diciéndole: ¡Oh, sí, querida! ¡Estás en un lío! El pensamiento le causó tanto
miedo, que arremetió en los labios de Louis sin pudor. Exploró los rincones de
su boca, le recorrió, abrazándole. Lo percibió muy varonil y fuerte debajo de
sus pequeñas manos. El chico comenzó a exaltarse tanto como para que se
notara presionado en el vientre de Silvana. No le hubiera venido mal que
estuvieran solos. No obstante, era bastante caballeroso y tal exhibición de
potencias no le parecía bien, por lo que decidió apartarse poco a poco de
Silvana y su arrolladora brasa. Echó un rápido vistazo a Leda que pareció no
inmutarse, aunque la conocía y sabía que en sus ojos brillaba una llama de
furia.
—No es solo mi nueva conquista. En serio me gusta — soltó Shane sin mucha
convicción.
Arruinarás su vida.
—¿Es que nada en el puto mundo te importa, carajo? No le hagas a ella lo que
le has hecho a las demás. Ella es diferente —suplicó.
—¡No me digas lo que tengo o no que hacer! Porque lo único que conseguirás
es que te lleve la contraria —replicó con altiveza.
—¡No se trata de eso! Te conozco. Ella merece algo más que lo que le puedes
ofrecer. —Louis sonaba realmente consternado y alimentó la ira de Shane.
—¡Es mía, mierda! Por si no te diste cuenta, a mí me besó con pasión y locura.
La quiero para mí. Debo tenerla.
Lo demás es lo de menos. Yo la cuidaré, lo prometo.
—No le pertenece a ninguno de los dos. Tiene novio y una existencia tranquila
—rebatió.
Leda le quitó dulce las botas a Silvana y admiró los mechones que le caían por
el rostro. Era su visión de magnífica plenitud. Ella adormecida en su cama,
tranquila. Le acarició la mejilla y olió su cabello. La abrazó.
Después de eso, nadie, ni siquiera ella, sabía lo que ocurriría. Silvana sería
suya porque así lo quería y punto.
“Un
Día Después”
Silvana corría a sus clases matinales. Johnny se la topó en el pasillo.
—¿A dónde crees que vas? —La tomó del brazo y la llevó a la cafetería a
regañadientes—. Tienes que contarme todo lo que pasó cuando...
—Tienes suerte de que te adore tanto como para no romperte el hocico —dijo
entre dientes y se sentó de mala gana—. Faltaré de nuevo a clase de la
profesora Caney.
—Sabes todo lo que tienes que saber sobre gramática, tonta. ¿Qué no
comprendes mi urgencia por sacarte la verdad? ¿Ya has salido del closet? —
preguntó, tomándola de las manos.
—¡Por favor! No me vengas con eso. Soy yo, y ser yo es como ser tú misma.
Vi lo mucho que te gustó Leda.
—¡¿Todos?!
—¿No te parece obvia esta cara? —Hizo un gesto con la boca torcida a la
derecha, la lengua afuera y los ojos mirándola fijo.
—Es cierto que me gustó, pero nada ocurrió. —Sus pupilas denotaban una
tristeza escondida que Johnny conocía muy bien.
—Pues así es. Louis, en cambio, se comportó muy cortés y lindo conmigo.
Cuando abrí los ojos, Leda ya se había marchado Dios sabe a dónde. Me dejó
esta nota. —Sacó un papel arrugado de su bolsillo y se lo dio a John para leer:
P.D. 555-929-01-83
—Y responderla con una falacia como esa, es peor. ¿Por qué te engañas a ti
misma de esa forma, Silvana, mi amor?
Es obvio que muere por ti, pero debe temer tanto como tú.
—Tranquila, reina del “Drama”. Se nota que jamás has posado la vista en la
banca de refuerzos en los partidos.
—Para ser honesta, pensé que era un vago bueno para nada —dijo Silvana
hablando para ella misma.
—No se lleva con Federico y sus mastodontes, así que por esa parte no hay de
qué preocuparse. Ya he charlado con él y, a mi parecer, está idiotizado
contigo. Es un tipo rebelde que asiste poco a los entrenamientos y al que no le
importan en lo más mínimo. Pero es tan “caliente” que me lo comería vivo.
—¡Tus gustos culinarios no son el problema aquí! — chilló Silvana. Los que
iban caminando por la cafetería se le quedaron viendo como a un bicho raro.
—Si no quieres que pierda los pocos cabales que me quedan, te sentarás y me
escucharás. ¡Fuck! Es lo malo de llevarme con mujeres. Luego me preguntas
por qué me gustan los hombres —ironizó Johnny volteando los ojos.
—Louis me pidió tu número para marcarte porque deseaba saber cómo estabas
después de lo de Leda. Él cree, como yo, que ustedes... ya sabes, follaron. Le
dije que era poco probable porque te conocía bien, aunque tenía mis dudas
porque vi lo mucho que esa mujer se te había clavado en la mente y en el
corazón. Eso no se esfuma con una siesta y una resaca mayor. Odia a Federico.
Le considera engreído, ignorante, y supe, por su intensa mirada de ojos azules
—Johnny comenzaba a divagar en sus propias quimeras, de nuevo—, que le
gustabas más de lo que admitiría. Le pedí que guardara nuestro secreto y juró
que no saldría de sus divinos, jugosos y rosados labios.
—Lo mismo que se supone que significa la nota de Shane. Que si deseas estar
con ella, lo estarás sin más ni más. Sin importar la presencia de Federico y de
Louis. Sin importar nada. Serán solo tú y ella. ¡Dame eso! —Tomó el cigarro y
continuó—. Mira, a mí me tiene sin cuidado lo que pase con Shane si tú
decides ignorarla. Lo único que quiero es tu felicidad. Me queda claro que no
eres feliz con Fede. Sin embargo, lo que vi en ti en esa casa, jamás lo había
visto con alguien más en la vida. Conócela mejor y llámala, no pierdes nada
con ello. Pero ten cuidado.
Ahora comprendo por qué no quiso relatarme los detalles de su vida, aunque
yo tampoco lo hice. Charlamos sobre escritores que nos apasionan y esas
cosas superficiales.
—No tendrías que engañarlo. Leda puede ser tu amiga hasta donde las dos lo
deseen. Estás armando un tornado en un puto vaso con agua.
—Es sencillo para ti decirlo. Tú ya eres libre de las ataduras. Eres la clase de
hombre que quieres ser.
—Si no lo haces tú, lo haré yo. Aprovecha que ahora Federico sigue furioso
contigo por lo del otro día.
Silva miró al cielo y se dijo, ¿por qué no? ¿Sería capaz de mantener lo suyo
con Shane en una simple amistad?
¿Podría contener sus impulsos al mirarla, tenerla cerca, tocarla? ¡Que mierda,
solo hazlo!
Soltó una sonrisa de lado y se prendió del móvil para discar el número. La voz
femenina y suave le respondió del otro lado.
—¿Nos vemos esta tarde en el cine? —interrogó sensual sin poder evitarlo,
dejándose llevar por su avidez. Su carácter sería, a su parecer, no
modificable. Silvana le gustaba demasiado. Dejaría que ella se condenara o se
salvara a sí misma. Como el mediocre Poncio Pilato, se lavó las manos y echó
los dados al aire para que cayeran en las palmas de la chica, eligiendo su
futuro.
—Tendré que faltar a la clase de Master, que tanto me fascina, pero sí. A las
cinco es perfecto.
“Descubriendo a Shane”
La ida al cinema había resultado todo un éxito. Entraron a ver una función del
Tour de Cine Francés, lo que complació tremendamente a Silvana que amaba
las películas de arte. Ambas coincidían en que de eso se trataba el verdadero
cine, en darle vida al arte, y las dos eligieron el mismo filme de entre los que
se exhibían: “La Vida de Adele”, una historia basada en la novela gráfica
francesa “Le Bleu est une Colour Chaude” de Julie Maroh, ganadora de varios
premios. Silvana ya había escuchado buenos comentarios de ella, y a pesar de
que era algo controversial debido a sus largas escenas de sexo explícito entre
las protagonistas —puesto que era un filme lésbico erótico—, la crítica la
aclamaba. No le daría importancia a eso ahora. Disfrutaría mucho del
momento. Leda se veía preciosa, pensaba. Llevaba puestas esas botas que
tanto le habían gustado, un par de jeans ajustados al perfecto trasero y una
blusa sin mangas color rojo que resaltaba sus senos de una forma escandalosa,
pero vivificante. Su cabello estaba recogido en una coleta y parecía una
estrella de Hollywood a la que cualquier fanático seguiría y copiaría. Ella
vestía algo similar, aunque en vez de botas llevaba tacones altos y una blusa
bastante recatada. Leda le pidió una disculpa por haberla dejado plantada en
su casa cuando amaneció, a lo que Silvana respondió con un: —No tiene
importancia alguna. —Sí la tenía en su corazón, pero decidió enterrar el
incidente y disfrutar la presencia de la chica mientras podía.
Entre tanto, Silvana se derretía entre sus brazos. Al igual que su compañera, se
había asido a su estructura y a su cabellera sedosa. La saturación de sabores
que emanaban de su boca, eran adictivos. Como algo obvio, los hombres que
las observaban soltaron varias exclamaciones y las apuntaron, cruzando con
disimulo las piernas. Seguramente estaban tan plenos de excitación como ellas
y trataban de ocultar su creciente “afán”.
Silvana se presionó aún más contra Leda cuando unas señoras que se cruzaron
con ellas, ofendiéndose de manera escandalosa, llamándolas fenómenos. Eso
fue suficiente para provocar el desenlace del encanto de sus labios.
Comenzaron a carcajearse al unísono. Ambas se limpiaron cuidadosamente las
bocas, y continuaron con su plática como si nada, aunque el corazón de
Silvana ahora le había llegado a los pies y no dejaría de latir acelerado hasta
que se separara esa noche de Shane.
—No se suponía que esto sería así. —Se disculpó Leda luego de un rato. A la
chica no le agradaba esa disculpa porque le sabía a error, y el que se hubieran
besado de esa manera, era lo más tremendo que le había ocurrido, más que el
primer beso, porque ahora estaba en sus cabales, si es que a lo que sentía se le
podía llamar cordura. Deslizó su palma entre los dedos de Leda y negó con la
cabeza.
—No tienes que explicar más, por favor. Sé que estabas... jugando. —Silvana
agachó el rostro y Shane se lo levantó para que la viera, tomándola de la
barbilla. De nuevo, pudo verse transparente en sus pupilas de miel y el miedo
tembló dentro de ella. ¿Por qué experimentaba esa mirada en toda su potencia?
¿Porque era un reflejo de sí misma y porque le gustaba con demasiada pasión?
Quiso excusarse, diciéndose que se trataba de una atracción muy grande y que,
una vez que la tuviese completa, todo pasaría. Quería forzarse a creer que esa
sería una verdad ineludible. Que teniéndola, dejaría de interesarse. Podría ser,
podría.
—Sí estaba jugado, pero con ellos —susurró mordiéndose el labio inferior.
Silvana esbozó una sonrisa que tranquilizó a Shane, devolviéndole los pies a
la tierra y maniatando su ansiedad momentánea.
La charla se daba tan fácil entre ellas como la corriente de los arroyos entre
las montañas. La espontaneidad de Shane hacía reír a Silvana como jamás en
la vida lo había hecho, solo con Johnny. Sus gustos eran muy similares, y
comenzaba a admirar más y más a la chica con cada sonido y cada palabra que
emanaba de sus sensuales cuerdas vocales. Parecía que en sus enunciados se
hallaban todas las verdades que alguna vez se negó a creer. Se observaba a sí
misma muy afortunada porque alguien arriba, entre sus charadas, las había
juntado. Le costaba mucho creer en el momento que vivía porque le parecía
algo fantástico, digno de la mejor historia, de la más romántica novela. Shane
la escuchaba atenta y le regalaba sus opiniones, que eran bastante acertadas.
Ese magnetismo que proyectaba la tenía atrapada en una prisión de dicha de la
que no deseaba escapar. La chica le declaró abiertamente que era lesbiana,
pero que entre sus fallos, probó a los hombres, a lo que Silvana respondió con
una risilla traviesa. Cuando estaba con Shane, todo el planeta parecía fulgurar
en colores vivos. Los sonidos se intensificaban, su alma vibraba con la vida
misma, y era una con el universo. John, como siempre, había tenido razón.
Jamás, en sus veintitantos años de vida, había sentido algo similar por nadie.
Por nadie... Se le amarró la garganta cuando pensó en Federico y en sus dos
años juntos. Se dio cuenta de que ese tiempo había sido un total engaño. Una
farsa mal encaminada por ella misma.
Prohibido por una sociedad en la que las dos no tenían cabida. Prohibido por
un Dios que condenaba a las personas que se atrevían a hacer lo que ellas
hacían, y eso que no había ocurrido algo a ciencia cierta. Censurado. Un beso
se podía perdonar, como Fede había disculpado —y hasta disfrutado— aquél
beso con su amiga Andrea. No obstante, esto era algo tan distinto. Era
profundo...
—¿Sabes que tengo novio, verdad? —indagó ella de la nada, sin querer
detener sus palabras. Shane la miró incrédula y rio fuerte.
—Sé todo lo que necesito saber de ti. Tienes novio, pero estás aquí, ¿no es
así? Me llamaste. Iniciaste esto. Tienes el poder de terminarlo si gustas. No
me romperás el corazón —sonrió con desdén. Ese pequeño gesto lastimó a
Silvana más de lo que podía imaginar. Sus músculos se tensaron y los ojos le
vibraron, cubriéndose con una cortina de agua casi invisible. Shane se percató
de lo que había dicho y le tomó la mano a Silva para tranquilizarla— . No
quise decir... lo lamento, Silvana. —La estrechó entre sus brazos y absorbió el
aroma de su pelo. Claro que le había querido decir lo que externó. Por
supuesto que quiso demostrarle lo poco que le importaba que estuviera ahí,
aunque no fuera así en realidad.
¿Por qué debería importarte? —Silvana inhaló un poco de aire para recobrar
la compostura. Leda pensaría que estaba loca o que era una melodramática.
—No importa dónde sea, ahí nos dirigiremos. No tengo horario de entrada —
añadió Silva con voz llena de esperanza, pretendiendo quedarse con Shane por
mucho más tiempo. Después de esa noche, quién sabía cuándo podrían verse
de nuevo.
Arribaron a la playa y estacionaron el auto muy cerca del mar. Los ecos de las
olas llenaban sus oídos, susurrándoles palabras de aliento y bienvenida. Se
sentaron y observaron la luna en todo su esplendor. Las estrellas tintineaban en
el firmamento, tan relajadas como ellas dos. Shane pasó el brazo por encima
del hombro de Silvana y no la soltó por el tiempo que duró su estadía.
Realmente estaba disfrutando del momento. Nunca hizo esto con alguien
porque no había conocido a nadie que lo mereciera.
—Aquí vengo cuando la vida se pone muy loca como para lidiar con ella —
explicó Leda. Silvana posó su cabeza en el hombro de la joven y respondió.
—Lo es, contigo aquí. De otra manera, estaría incompleto —afirmó Leda
llevándose el pulgar a la boca para morderle la punta. El alma de Silvana la
entendió y creyó en ella sin titubear.
La chica era distinta a los ojos de Shane, y con esto se refería a comparación
de todo cuanto había vivido. Podía apreciar su buen corazón y sus ganas de
adorarla, y ese era el mejor afrodisiaco que podía pedir. Silvana comenzó a
relatarle la historia de la constelación de la Osa Mayor, la constelación del
amor, y Shane la acalló con otro beso.
Esa noche era la mujer que quería ser, temblando en el abrazo de la mujer que
la quería tener. La respuesta estaba en sus narices y no la dejaría escapar.
Se aferró al cabello de Leda y haló la liga que le sujetaba para que cayera en
su rostro. Era una mata distinguida de pelo color obsidiana que soltó un olor a
chocolate irresistible. Ella le acarició la mejilla cubierta de una nube rosa,
descendiendo hasta su cuello, pasando por la clavícula lentamente, llegando
hasta su seno derecho. Lo que tocaba era sublime. Se montó a horcajadas
sobre las caderas pequeñas de Silvana y las apretó entre sus frondosos
muslos, yuxtaponiendo el placer de ambas. Su sexo mojado se concentró en la
calidez de los jeans que se friccionaban contra el centro de Silva. Siguió
besándola y, sin desatarse de aquella quimera, la levantó un poco para que la
fricción fuera mayor.
Supuso que ella haría todo el trabajo porque Silvana era inexperta en el arte
de amar a una chica, y su mano se coló hasta la entrepierna de la joven que
soltaba un vaho ardiente debajo de sus vaqueros insípidos. Le agradaba mucho
ser la primera en tocarla, porque lo era. Plasmaba su huella en el ser de una
“virgen”. El temblor en sus movimientos la delataba. Ninguna otra fémina
había explorado ese terreno que marcaba con sus palmas. Sería lo más gentil
que pudiera y le proporcionaría el mismo éxtasis que ella experimentaba. Los
corazones de las dos se estrellaban estrepitosamente contra sus pechos,
desarraigando la sangre en ellos para extenderla a lugares más preciados y
preciosos. En verdad era un arte hacerle el amor a una mujer. No terminaba
con solo penetrarla con los dedos. Había trabajo de por medio. Trabajo
mental, emocional y físico, y Shane conseguiría empujar a Silvana hasta el
último de sus placeres. Después de ella, no consideraría estar con alguien
más. No quería que estuviera con alguien más. Lo impediría a toda costa. Su
sentido de propiedad era extremo porque había tenido todo y nada a la vez. Se
había acostado con una infinidad de chiquillas insulsas y solo con una mujer
experimentada que la había vuelto loca: Master. Por eso se había puesto
furiosa al darse cuenta de que, para la profesora, aquél o aquellos eventos,
habían tenido importancia nula. Pero ahora su atención completa se centraba
en Silvana y en tomar su pureza para ella. Se vio como la ladrona más
afortunada, porque el cuerpo de la joven era el cielo y sus caricias dimitían su
infierno. Entremetió la palma con suma destreza en los jeans de la chica y al
percibir su exagerada humectación, soltó un jadeo.
—Eso es, mi amor. Dame todo lo que tengas. Lo quiero en mis labios —
susurró a su oído, lamiéndole el lóbulo.
Sus manos se deslizaban por su sexo con gracilidad sinigual, reconociendo los
sitios que debía presionar para hacerla explotar. Era un éxtasis terrible y
completo a la vez. Terrible porque no sabía cómo devolverle el favor, y
completo porque Leda sí dominaba ese talento.
Solo lo podía comparar con lamer el helado del parque, si es que este ardiera
al deslizarse por su lengua. El terciopelo de su textura la azoró. ¿Podría ser
mejor que esto?
Su memoria voló a una pieza del poema que alguna vez leyó del autor Pepe
Arias: “Son tus senos manantial que siempre brota. Claros de luna posados
en mi almohada con la tenue tersura de su piel suave en la tibieza de una
noche que me embriaga”.
Shane jadeó más fuerte ante la súbita succión acompasada de la chica que le
apeteció muy certera.
—Créeme, no lo sientes más que yo, y me refiero a la parte buena. —Le guiñó
el ojo. Ya la mañana asomaba sus destellos dorados entre las nubes y era hora
de irse.
—Oh, claro que lo harás, pequeña... pero ahora. —Leda le mordió el cuello,
sintiendo su clítoris palpitar, gozando hasta el último momento. Se desabrochó
los jeans, tomando la mano de Silvana para dirigirla a su sexo.
¡Eso es, preciosa! Sí. Bésame el pezón derecho, lamiéndolo como si se tratara
de un caramelo de miel.
Saboréalo”.
Silvana se preciaba de ser una excelente estudiante, por lo que siguió los
pasos al pie de la letra. Shane se quejó, clavando las uñas en la espalda de su
amante fervorosa.
“¡Aghh! Sigue. Sigue con ese ritmo. Introduce pausadamente tus dedos en mi
centro, entrando y saliendo con recato. Oprime un poco más mi clítoris,
provoca que suelte más líquido para ti”.
Silvana lo hizo y la besó. Estaba disfrutando tanto como Leda. Observaba sus
gestos arrobados y el sentía la presura con que deseaba arañarla, lamerla, sin
ser capaz de dejar de mover las caderas hacia adelante y atrás. Se habían
hincado en la arena y estaban de frente. La fría brisa se colaba entre ellas, así
que se unieron todavía más, calentándose. Podrían jurar que sus cuerpos
convertían la humedad en vapor.
Sintió que se desvanecía, pero Silvana la tomó entre sus brazos, besándola,
poniendo fin a esa velada.
Luego del corto viaje de regreso en el que Leda le contó a Silva de sus
aventuras sin soltarle la mano mientras manejaba, arribaron a su casa. Era de
día y llevaba sus anteojos de aviador que tanto le gustaban.
—Este ha sido el más grandioso desvelo de todos, y eso que no hubo alcohol
de por medio —bromeó Leda, acariciando el brazo de Silvana.
—Debo decir que siento lo mismo. —Un brillo escarlata subió por las
mejillas de Silvana. Shane se acercó y la besó en los labios para despedirse.
¿Cómo sería posible separarse de ella ahora? Pensó y el estómago le gruñó
con renuencia.
—Bien, me voy. —Le besó la punta de la nariz y salió del automóvil. Antes de
entrar a su hogar, Leda volteó —a pesar de no querer hacerlo— y se preguntó
¿cómo demonios una chiquilla tímida como ella podía contener tanto fuego?
Guiñó un ojo y desapareció tras el umbral de la puerta. Silvana se retiró
entusiasmada y ansiosa, esperando el próximo encuentro que ella ya le había
prometido. Pero Shane, en cambio, permaneció parada en medio de la sala de
estar, con incertidumbre en el corazón y un terror que crecía mientras más
cerca estaba su alma de la de Silvana... Temía lo peor y no por parte de la
chica. Se estaba enamorando, y eso solo significaba una cosa: no podría
volver a verla, jamás.
¿Qué cómo podría saberlo, yo, que narro esta historia con tanta vehemencia?
Lo sé porque yo soy ella, y también lo eres tú. Porque somos seres humanos y
merecemos vivir sin etiquetas. Porque los sueños se cumplen, aunque no
siempre el inicio de algo encontrará el fin esperado.
Para eso existen las historias, para ser contadas, y esa es la más hermosa,
excitante y delirante realidad. Yo, Silvana, descubrí a Shane, a alguien que me
abrió un camino, pero de mí depende el cierre. Este es mi final feliz. ¿Cuál es
el tuyo?
Sobre la Autora
Mi nombre es Mariela Villegas Rivero. Soy escritora mexicana. Nací el 29 de
enero de 1983. Estudié Licenciatura en Lenguas Modernas y ahora trabajo
como maestra de una escuela secundaria en mi ciudad natal, Mérida, Yucatán.
A diferencia de muchas autoras que he conocido, yo no empecé el trayecto a la
palabra escrita devorando libros. Buscaba un lugar en el mundo, un propósito,
y este apareció de súbito a mis veintisiete años con mi primera historia, Luna
Llena. En estos años, me he dado a conocer alrededor de mundo a través de
las redes sociales y diversos medios de comunicación. Soy coeditora y
cocreadora de la Revista Literaria "Luz de Dos Lunas", junto con Andrea V.
Luna, escritora argentina. He sido entrevistada en los programas de radio por
internet, Café entre Libros y Conociendo a Autores, de la Universal Radio, La
Hora Romántica de Divinas Lectoras con Cecilia Pérez y Revista Radio de las
Artes, de Diana Ríos. Mi obra de poemas Mujer de Fuego fue homenajeada
por la radio argentina Alma en Radio en febrero de 2015. Llevo hasta ahora
27 libros en mi haber de distintos subgéneros románticos, publicados de forma
independiente en Amazon y de manera editorial en Nueva Editora Digital en
Argentina y en Ediciones Coral, Group Edition World, en España para el
mundo, y un premio literario por mi novela Noche de Brujas (Premio III
Plumas de Pasión por la Novela Romántica, Paranormal y Romance Juvenil
2014, España). Soy autodidacta y siempre he pensado que la inmortalidad se
puede alcanzar mediante la trascendencia de nuestras ideas.
Tiene tintes eróticos, debo admitir, pero creo yo que no se centra en ello tanto
como el en sentir de sus personajes hacia sus culturas y su amor.
Una historia que relata la vida de una mujer a través de los hombres que han
tocado su corazón, desde su padre, hasta aquél último amor.
—Alma Inmortal (romance paranormal juvenil). Una novela corta cuya trama
es una combinación de civilizaciones y creencias, la mayoría de origen
extranjero, aunque se desarrolla en su totalidad en Mahahual, Quintana Roo.
critora
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la
Serie
Lunas
Vampíricas
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