Está en la página 1de 7

Fabiana Arias Briceño

Fundamentos de Psicología Social


Ejercicio Reflexivo Final: 11-05-2016
Docente: César Gómez M

En el presente escrito reflexivo haré un breve recorrido histórico de las definiciones


semiológicas, médicas y psiquiátricas de lo que hoy en día es entendido como
transexualidad, y plasmaré distintas aproximaciones a problemáticas como las
estereotipaciones de género y las regulaciones heteronormativas. Lo anterior será
ejecutado con el fin de conseguir explicar –por medio de una reflexión individual guiada
por las consideraciones ya dadas por diferentes autoras y autores- cómo la transexualidad
ha sido (y sigue siendo) un hecho entendido como patológico, debido a la perpetuación de
determinados roles de género y concepciones basadas en la valoración de las personas y
su identidad a partir de su anatomía genital o su genética sexual, inscritas en un universo
simbólico de heteronormatividad.

La transexualidad se refiere a las personas que no sólo no se identifican con el


género que les fue impuesto conforme a su genitalidad en el momento de su nacimiento,
sino que tampoco se identifican sexualmente con sus órganos reproductivos, y se
someterían a cirugías de reasignación de sexo o tratamientos hormonales con el fin de
establecer una mejor congruencia entre su género identitario y su fenotipo.

Sin embargo, esta es una condición que aún es comprendida como patológica
dentro de los manuales de diagnóstico de patología mental (descrito como <<disforia de
género>> en el DSM V, 2013), lo cual indica que la discriminación o patologización de
algunas condiciones sexuales no heterosexuales o genéricamente binarias y
“tradicionales”, no es sólo una problemática socio-cultural y educativa, sino que es
además un fenómeno que evidencia que la Medicina occidental sigue elaborando aportes
teóricos acerca de cómo son o cómo deberían ser las cosas, apoyando la legitimación del
universo simbólico heteronormativo.
El médico sexólogo Magnus Hirschfeld (1923), fue el primero en emplear la palabra
transexualismo; aunque la descripción de ésta incluía (y no discriminaba entre) lo que hoy
en día entendemos como travestismo, intersexualismo, homosexualismo y
transexualismo. Posteriormente, hacia mitad del siglo XX, Cauldwell (sexólogo
estadounidense), explicó el transexualismo como una patología de carácter psicopático,
que no tenía aparente explicación fisiológica, y debía ser una preocupación psicológica y
psiquiátrica. Por esta razón, también lo llamó <<hermafrodismo psíquico>> (por su
naturaleza mental), o <<travestismo genuino>> (diferenciándolo de la simple compulsión
de utilizar vestimentas socialmente comprendidas como pertenecientes al sexo ajeno).
(Saro, C, 2000)

Alrededor de los años sesenta, John Money, un psicólogo, médico y sexólogo


neozelandés, incorporó el término <<género>> a la medicina, y revolucionó la concepción
de la cirugía de cambio de sexo, por la de <<reasignación de género>>, donde aquel que
fuese transexual, podría tener sus órganos biológicos reasignados quirúrgicamente
conforme a su género identitario. Este científico dedicó gran parte de su vida a la
investigación con personas transexuales, y participó en múltiples manifestaciones en pro
de la liberación sexual (años 60 y 70) (Saro, C, 2000).

Aun cuando el cambio propuesto por Money (1965) fue, en mi opinión, valioso y
revolucionario, los manuales diagnósticos evolucionaron poco significativamente respecto
a la erradicación de la concepción patológica del transexualismo. En el DSM III, se
abandonó el término transexualismo, para ser sustituido por el Trastorno de Identidad de
Género (pero seguía describiéndose muy similarmente a como se hacía en la versión
anterior del manual) (American Psychiatry Association, 1984). En la penúltima edición del
DSM (IV), se describe el transexualismo bajo el nombre de Trastorno de la Identidad
Sexual (American Psychiatry Association, 1994), que se caracteriza muy similarmente al
Trastorno de Disforia de Género establecido en el DSM V por una “identificación acusada
y persistente con el otro sexo (no sólo el deseo de obtener las supuestas ventajas
relacionadas con las costumbres culturales), y otros 5 síntomas relacionados (American
Psychiatry Association, 2013).
La diferencia en la cual centraré el presente escrito reflexivo consta de tres partes.
Inicialmente, hablaré acerca de una sobrevaloración del cuerpo, comprendida en la
medida en que, en el universo simbólico regulado por discursos heteronormativos, el
cuerpo humano (o más específicamente sus órganos genitales y sistema reproductor), es
tremendamente sobrevalorado, como algo que puede determinar cuáles son nuestros
roles a ejercer en el mundo, cuál debe ser la forma en que nos vestimos, movemos o
hablemos, cuáles deberían ser nuestras actividades, nuestros gustos y disgustos, etc…
Dentro de esta misma diferencia, es fundamental tener en consideración las diferencias
socio-culturales existentes, que dependen de los órganos genitales o la genética sexual
con los que nacemos (la binariedad varón-mujer, y los roles atribuidos a ésta).

La sobrevaloración del cuerpo se da desde el momento en que nacemos, o incluso


desde que estamos en los vientres de nuestras madres biológicas y es posible conocer el
sexo del feto. A partir de ahí, se asume de éste cuáles serán las actividades que realizará a
medida que crezca, cuál será el color de las paredes de su cuarto, de qué forma la o lo
vestirán. Se asume que sus órganos reproductores definen su género. De la misma forma,
se espera que este feto, cuando sea niño/niña, y a medida que crezca, se comporte
conforme a los estereotipos presupuestos socialmente respecto a su genitalidad.

Ahora, es necesario esclarecer otra diferencia inscrita dentro de la recién


explicada: sexo no equivale a género, y éstos, aunque teóricamente independientes, son
socialmente concebidos como uno solo, lo que establece un punto de quiebre
fundamental en la concepción socio-cultural de la transexualidad como un hecho
patológico. Si socialmente es entendido que nuestra identidad sexual, nuestra
identificación genérica, nuestras actitudes, inclinaciones y habilidades o vulnerabilidades
son determinadas por los cánones estandarizados socialmente respecto a nuestra
genitalidad; es comprendido entonces como anormal que exista alguna incongruencia
dentro de esta relación (genitalidad-género).
El universo simbólico que se legitima mediante la heteronormatividad y la
concepción de una binariedad inamovible (varón-mujer), promueve, entonces, que
nuestra biología determine no sólo nuestra orientación sexual, sino además nuestro
género y los roles que le son atribuidos al mismo.

Por último, abordaré la diferencia creada en torno a la valoración –o


infravaloración- que se le da a una persona partiendo de la existencia o no de una
incongruencia entre su sexo biológico y su género identitario (y los rasgos pobres,
insuficientes y reconsiderables a los que los géneros han sido socialmente reducidos).

Distintos movimientos sociales, como el LGBTIQ o el movimiento feminista han


aspirado a la inclusión igualitaria de las personas independientemente de su identificación
genérica o sexual. Dentro de la hegemonía heteronormativa que se pretende mantener
dentro del universo simbólico anteriormente mencionado, existen aquellos y aquellas que
sostienen un inminente rechazo frente a quienes: 1) sientan atracción sexual hacia
personas de su mismo sexo o género, 2) a pesar de identificarse con el género
convencionalmente atribuido a su sexo biológico, no se identifican con los estereotipos
socialmente atribuidos a este género, 3) no se identifican con el género
convencionalmente atribuido a su genitalidad, 4) no se identifican con ningún género, o 5)
no se identifican ni sexual, ni genéricamente con su sexo biológico y/o género impuesto al
momento de nacer.

Una de las diferencias que estos movimientos sociales pretende erradicar, es por
consiguiente, la brecha entre los derechos que se le conceden a algunos (quienes son
congruentes –estereotípicamente- respecto a su genitalidad, su género y su orientación
heterosexual), y se le vulneran a todos aquellos que no hacen parte de lo definido como
normal o adecuado dentro de la hegemonía heteronormativa.

Autores como Saro (2009), han propuesto aproximaciones que explicarían el


transexualismo como algo distinto a una patología mental (como es entendido dentro del
CIE-10 y el DSM V). La propuesta biológica de Saro consiste en explicar cómo el
transexualismo se da, no por una variante (inconsistencia) mental, sino por una biológica,
donde:

“[…] las personas transexuales […] no se asumen [identitariamente] con el sexo que les fue

asigando al nacer, el cual está en discorancia con su género, que es una connotación

aprendida, una cuestión sociocultural, o sea la forma en la que ‘se debe comportar un

varón o una mujer’ según los canónes socio- culturales.”

El que se desarrollaran más posturas como la de Saro, y empezaran a ser tomadas


en consideración dentro de los supuestos discursivos de las nuevas generaciones,
permitiría, a mi forma de ver, una ruptura con la consideración heteronormativa y
conservadora que deriva el género del sexo biológico, y propondría un cambio o una
alternativa al discurso hegemónico, donde sería posible concebir que (en la
transexualidad), la discordancia se da realmente, desde el órgano genital, y no desde el
proceso de identificación.

Desde mi postura, y basándome en los planteamientos de la Tercera Ola Feminista,


creería que podría causarse aún más impacto en la hegemonía del universo simbólico
heteronormativo, logrando así una influencia significativa en las instituciones legales,
escolares, familiares y hospitalarias, si se insistiera en que el cambio que debe proponerse
debe no sólo comprender que ni el género ni la orientación sexual son definidos a partir
de la genitalidad, sino que además debe existir un rompimiento radical con los
estereotipos de género, donde los niños y niñas de las nuevas generaciones sean criados
bajo una neutralidad genérica, y la sociedad deje de reforzar y perpetuar las diferencias
entre quienes se identifican con alguno de los géneros de la binariedad varón-mujer.

En esta medida, si en alguna de las futuras generaciones alguna niña con biología
sexual masculina, o niño con biología sexual femenina, se sintiera identificado o
identificada con el género opuesto al tradicionalmente concebido como congruente con
su genitalidad, esto no sería visto como algo patológico, sino como una de las posibles
alternativas del desarrollo psicosexual.
Saro, C. I. (2000). Transexualidad : una perspectiva
transdisciplinaria. : Editorial Alfil, S. A. de C. V..
Retrieved from http://www.ebrary.com

title={Third Wave Agenda: Being Feminist, Doing Feminism},


author={Heywood, L. and Drake, J.},
isbn={9780816630059},
lccn={97020301},
series={Women's studies},
url={https://books.google.es/books?id=K-0qcLb7ir8C},
year={1997},
- publisher={University of Minnesota Press}
___________________________________________________________________
_______
-

- Antes de que la categoría de género fuera


apropiada analíticamente por las feministas estadounidenses en los años setenta
del siglo XX, la implosión de los discursos médicos y psiquiátricos de la modernidad
naturalizarían las diferencias entre hombres y mujeres por medio de los
dispositivos de poder/saber sobre los cuerpos (Foucault, 2002 [1976]; De Lauretis,
2004 [1987]).
- (…) el término «identidad genérica» en el
Congreso Psicoanalítico Internacional de Estocolmo en 1963. Formuló el concepto
de identidad genérica dentro del entramado de la distinción entre biología y
cultura, de tal manera que el sexo fue relacionado con la biología (hormonas,
genes, sistema nervioso, morfología) y el género con la cultura (psicología,
sociología). (Haraway, 1995, p. 225)
- El conjunto de debates que se plantean a lo
largo del libro, se sitúa en el proceso de patologización de las personas Trans
cuando en 1973 se excluye la homosexualidad como enfermedad mental del DSM,
haciéndose explícita en la tercera versión del manual (DSM-III de 1980)1, y se
incluye la transexualidad como enfermedad mental bajo la categoría de disforia de
género (en el DSM-IV-R de 2001, tipifi ca con la categoría 302-85). Asimismo, las
discusiones contemplan la producción en 1994 de la categoría de “trastorno de
identidad de género” que cobija no sólo a quienes desean realizar una modifi
cación quirúrgica genital, sino a todas las personas que construyen una identidad
de género sin el presupuesto del sexo anatómico.
- cuando una persona es visiblemente trans, por
mucho que se realice una vaginoplastia sigue siendo visiblemente trans y sigue
viviendo una discriminación importante y ese sufrimiento no se calma con ningún
bisturí. Y lo que es peor, los médicos no están dispuestos a asumir que la medicina
no puede calmarlo (Miquel Missé, 2010, p. 270)
- http://manzanadiscordia.univalle.edu.co/volu
menes/articulos/V8N2/art9.pdf
- ______________________________________
__________________________________

También podría gustarte