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NAT MÉNDEZ

Gorditas a la carta

Derechos ebook
De Nat Méndez
Reservados para Editora Digital
Prohibida su reproducción
@2011-01-09
Portada: Luis Da Silva Costa

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

DEDICATORIA:

Este Libro está dedicada a todas las


mujeres que tienen kilos de más . A
todas las gordas que tiene sueños y
buscan el amor.

A mi gran amigo Luis Da silva Costa por


hacer la portada de esta amorosa novela

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Gorditas a la carta

RESUMEN

GORDITAS A LA CARTA

Elena es una profesional rellenita que liga poco por culpa de su


baja autoestima.
Un día conoce a una mujer grande y sin complejos, que tiene un
esposo de ensueño. Juntas, idean crear GORDITAS A LA CARTA,
una agencia para encontrar pareja dedicada especialmente a Mujeres
de tallas grandes y que son solicitadas por hombres de todo tipo.
La publicidad hace subir como la espuma la popularidad de la
Agencia y pone de moda de nuevo unos kilitos de mas. LOS
HOMBRES LAS PREFIEREN GORDAS.
Mientras Elena es, literalmente, perseguida por el hombre de sus
sueños, comienza la campaña para conseguir subir la autoestima de
toda mujer que se siente mujer sin necesidad de hacer dietas y con la
única medicina del amor.

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Gorditas a la carta

CAPÍTULO 1

Si las miradas mataran… y el pasado


pudiéramos eliminarlo de un soplido…

Elena caminaba a paso ligero por la avenida. Era hora punta y


todos salían de trabajar. Giró repentinamente para dirigirse a la
panadería. Si. Una barra de pan para hacerse esa noche un bocadillo
para la cena. Y lo que sobrara, como siempre, se lo daría a la vecina,
que una vez a la semana hacía torrijas y le regalaba un platito con
ilusión.
Entró en la tienda y pidió la tanda. Casi le tocaba a ella, cuando
entró una mujer con dos niños. Al verla chilló con alegría.
—Elena!!!!!!!
—Hola Clara —se sobresaltó la susodicha alegrándose de la
visión— Dios mío, hace años que no te veía.
Clara era una compañera de escuela, hacía mas de cuatro o cinco
años que no coincidían.
—¡Qué bien te veo Elena! —la miró de arriba abajo— Estas gordita
pero preciosa.
¡Ya empezamos! pensó Elena mirando a la casi esquelética Clara.
Había sido la Top-fashion de la clase. Y siempre iba a la moda del
momento. Asistía regularmente al gimnasio: en él habían coincidido
ocho años atrás durante un tiempo. Luego perdieron contacto. Elena
cambió de trabajo, su marido se fugó con la delgada mujer de la
limpieza y tras una depresión de órdago, zanjó su vida sentimental y
decidió empezar una nueva vida sin pareja.
—Tú estás tan bien como siempre —dijo cumplidamente Elena,
mientras se volvía para pedir una barra de pan— Una de medio por
favor—. Habló a la dependienta— o mejor una chapata — corrigió.

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—Se diría que has dejado la dieta. —rió Clara benévolamente.


Elena sintió que le empezaban a rechinar los dientes. Cambió de
tema antes de que saliera de su boca una frase ofensiva.
—¿Son tus hijos? —miró hacia los dos niños.
—Si. Rubén de tres años y Saúl, de once.
—¡Qué guapos! —sonrió Elena acariciando la cabecita del pequeño.
—¿Y tú? ¿No tienes hijos?
—No, todavía no.
—Pues se te va a pasar el arroz. Tenemos la misma edad Elena.
Dile a tu marido que le de caña al asunto —rió de su propio chiste.
—No estoy casada —mencionó mientras pagaba el pan y cogía la
barra para irse lo antes posible.
Finalmente Clara le había amargado el día con los dos comentarios
claves: “gordita pero preciosa “, y “se te va a pasar el arroz”. Apenas
se despidió rápidamente, con la vista nublada por agua sentimental.
¿Por qué la gente tenía tan mala leche? Se preguntó mientras se
ponía las gafas de sol y retenía un puchero. ¿Es que no tiene
sensibilidad?
Era septiembre, hacía menos de un mes que había cumplido
treinta y ocho años. Estaba soltera y sola. Tenía muchos amigos y
amigas. Su vida era estable y feliz, pero no tenía hijos ni marido.
Vivía al día y pesaba veinte kilos más de lo que los cánones actuales
establecían.
Y todo iba bien. Pero de vez en cuando se encontraba con
personas como Clara que le hacían acordarse de lo que no tenía y la
melancolía se cernía sobre ella durante días. Entonces lloraba, y
quería cambiar todo su mundo. Preguntándose cuando podría
escuchar esos comentarios sin que le dolieran.

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Elena llenó la basura de bombones, chocolatinas y pastas dulces. Y


por… “taitantas vez” inició una dieta. Con un té y una tostada en el
estómago, se fue al parque a dar a las palomas el pan que guardaba
para las torrijas y luego se fue al cine a ver una película romántica.
De regreso se compró una revista de alimentación natural y vio un
anuncio de talleres alimenticios de fin de semana.
Dos horas después ya había reservado plaza.
Cinco horas más tarde hacía las maletas.
Y con dieciocho horas más, estaba de camino a una casa rural, en
no se sabe donde, para compartir cuarto con no se sabe quien, donde
le impartirían un curso de cocina Light energética un profesor
seguramente extremadamente delgado.

—¿Y qué tal el seminario de alimentación equilibrada? —preguntó


Marisa a Elena el lunes siguiente mientras se tomaban el primer café
de la mañana.
—Largo —susurró Elena después del primer sorbo.
—Este miércoles mi Paco tiene una cena de empresa. —continuó
Marisa con mirada inquieta y voz casual— Lo mejor es que van las
esposas —lanzó una risita tonta.
—Qué bien —dijo Elena mecánicamente.
—Y su compañero Pablo no tiene pareja y me ha dicho Paco que si
te apeteciera acompañarnos sería estupendo. Así seríamos cuatro. —
finalizó rápidamente.
—Es decir, que es una invitación con segundas. —carraspeó
Elena— Una cita a ciegas.
—Más o menos. —se disculpó Marisa— Pero te prometo que no es
como el último. Éste es normal…. Quiero decir —corrigió rápido— que
es un soltero muy agradable. Dentista como mi marido. De nuestra
edad. ¡Y hasta es guapo! —miró ilusionada a su compañera de

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trabajo— Yo lo he visto un par de veces y me ha hecho reír. Es bueno


con los niños y muy trabajador.
—¿Y por qué no consigue pareja que le acompañe a una cena de
empresa? —indagó mientras pensaba si añadir o no azúcar al café
que era terriblemente amargo y malísimo.
—Ya te he dicho. Es muy trabajador. No tiene tiempo para buscar
pareja. Es un buenazo. Estoy segura que te lo pasarás
estupendamente.
—Claro. ¿A que hora es? —puso finalmente dos sobrecitos de
azúcar para poderse tomar el líquido oscuro.
—A las ocho. Te recogemos a las siete y media porque es mejor
estar temprano.
—Bien. —Elena miró de reojo la puerta de entrada.
Marisa siguió su mirada y apuró el café.
—La jefa llega tarde hoy. ¿Nos tomamos otro?
—Prefiero trabajar —dijo definitivamente Elena yendo a su mesa al
lado de la ventana.

Embutirse en un vestido estrecho para parecer mas esbelta fue un


error. Lo único que consiguió fue deshacer las costuras y darse
cuenta de que no podía estar tres o cuatro horas conteniendo la
respiración y aguantando barriga.
Resopló, mientras la faena de quitarse por la cabeza el estrecho y
elegante disfraz, se convertía en una titánica tarea.
Con las medias puestas y en sujetador negro, fue al armario a
revolver el vestuario.
Un vestido negro de gran escote y mayor vuelo, fue el escogido.
La verdad era que ese traje era el más usado de la historia. No sabría
que hacer si hubiera alguna vez una segunda cita.

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Se lo puso con conformidad y con un aire de desastre en su


mente. Como si todo fuera una película que se repetía una y otra
vez: el mismo vestido, una cita a ciegas, una cena aburrida o como
mucho una ilusión que pronto se rompe. Y por consiguiente, ya no
hay una segunda cita. Fin de la historia.
Cuatro años usando esa tela elegantemente simple. A un mínimo
de 5 citas anuales propiciadas por su amiga Marisa, más otras dos
planeadas por Luisa, y una que otra hecha por su amigo Beto.
—Aquí estoy de nuevo —dijo mirándose al espejo. Aun sin
maquillaje tenía unas facciones muy agradables. Su madre siempre le
decía que era guapa. Ojos grandes y de un color miel claro que a
veces resultaban de un amarillo imposible. Nariz pequeña y recta y
boca grande de labios generosos. Dientes blancos y ligeramente
grandes.
Sus grandes pechos formaban un valle prometedor semi-cubiertos
por la tela negra. Bajo los senos, una cinta de terciopelo que se ataba
a la espalda. Desde ahí, la tela caía sin forma, cubriendo su cuerpo
hasta debajo de las rodillas. Sus veinte kilos de excedencia, ocultos
bajo un vestido de otra época. Siglo y medio atrás, se hubiera
encontrado en su época ideal.
Se animó para cambiar su semblante tristón. Se hizo un recogido
sencillo en la nuca y se pintó los labios de un rojo intenso para
contrastar con el vestido.
Se enfundó unos zapatos de tacón rojos y un bolso a juego del
tamaño justo para meter las llaves y un pintalabios y regresó al
espejo.
—Ya no puedo hacer más. El resto corre por tu cuenta Diosito —Se
dijo mientras oía el timbre del interfono.

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Paco no dijo ni “mu”. Pero Marisa frunció el ceño cuando reconoció


el vestido.
—Por Dios, Elena, ¿cuando vas a cambiar tu vestuario? Pon un
poco de tu parte.
—Marisa, sabes que me hice una promesa. No compro otro traje
de noche hasta que tenga la garantía de una segunda cita. —contestó
entre dientes.
El trayecto en coche fue corto y en un pesado silencio solo roto por
Paco que, en aras de la paz, intervino y comenzó a hablar de la cita
de Elena.
—Tiene cuarenta y cuatro años. Es Escorpio. Dentista como yo.
Especialista en niños. Un nuevo socio de la empresa. Soltero. Un tipo
agradable. No conoce a mucha gente en la ciudad. Acaba de llegar.
Después de una descripción tan halagüeña se preguntó que le
habrían dicho al dentista perfecto sobre ella.
No indagó. Si la cita seguía en pie era una buena señal.

—Tienes una dentadura casi perfecta —le dijo el dentista


perfecto— cuando sonríes se pueden observar los colmillos de un
tamaño algo exagerados. Tienes boca de vampiresa. —rió el mismo
su propio chiste— Si fueras actriz te contratarían para hacer ese
papel y lo bordarías. —hizo un gesto vampírico, amenazante mientras
siseaba— Aunque tu madre debería haberte llevado a un dentista y
que corrigieran con aparatos esos dos colmillos para que no se vieran
tan perversos.

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—Vaya, nunca me habían dicho que parecía una vampiresa. —


Elena tomó un poco de vino mientras miraba a lo lejos un lugar
donde esconderse. Menuda mierda de cita. El tipo no sabía hablar de
otra cosa que no fuera su profesión y su única obsesión era
convencerla de que, aún a su edad, unos aparatos dentales podrían
corregir esas pequeñas imperfecciones.
—Tener colmillos aviesos no convierten a una mujer en vampiresa,
—dijo el estúpido innecesariamente— tienes cara de buena.
—Disculpadme, voy al tocador —dijo Elena mientras se levantaba
sosteniendo la respiración.
—Te acompaño. —se apresuró Marisa a seguirla.
Todavía no habían llegado al lavabo de señoras cuando Elena ya
estaba despotricando.
—Es un tipo horrible. Acaba de insultarme y no se ha dado ni
cuenta.
—¡Tranquila Elena. Tranquila! —Atravesaron las puertas y se
sentaron en ambas sillas de terciopelo rojo que se hallaban al frente
del gran espejo que abarcaba todo el tocador.
—No me lo puedo creer —decía Elena mientras abría la boca y se
miraba los colmillos en el espejo— ¿No encontrasteis un gilipollas
más grande?
—Lo siento. La verdad es que el tipo es algo pedante. Pero creo
que es muy tímido y le falta práctica en los diálogos con las mujeres.
—Puedes apostar a que si. —sacó la barra de labios y la abrió—
¿Nadie le ha dicho a este neandertal que no se liga a una mujer
resaltando sus defectos? Lleva toda la noche hablando de las
maravillas de su profesión y la otra media de las excelencias de una
prótesis dental que quiere meter en mi boca. No me he sentido peor
en mucho tiempo.
—Está nervioso. Pero es muy guapo. —intentó meter baza Marisa.

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—Por favorrrrrrrrrrrrr! —canturreó Elena— No es normal. Es joven,


supuestamente heterosexual, y lo único que quiere meterme en la
boca en un aparato dental. Esta cita es un desastre.
—La cena ha estado bien. Las croquetas del aperitivo estaban
deliciosas.
Elena miró con cara de malas pulgas a su compañera de trabajo.
—Esta es la última cita que me preparas. Voy a volver a esa mesa,
me voy a comportar, y dentro de… —miró su reloj— media hora, vas
a encontrar una excusa para que nos larguemos, porque sino, la
encontraré yo. —se pintó los labios agresivamente— Y que conste
que no me voy ahora porque soy educada y no quiero hacerte quedar
mal. Tu marido trabaja con ese asno.

El cabreo le duró días.


Días que usó para renovar proyectos y…. Tirar toda su ropa vieja.
En realidad tiró prácticamente toda su ropa de más de un año. Leyó
alguna vez que eso era un modo de dejar claro al universo que tenía
una evidente intención de cambiar su vida.
Cambió los muebles de sitio, cosa difícil en un pisito de dos
habitaciones, y se deshizo de libros, y adornos varios.
La consecuencia fue un saneamiento de espacio y un ataque de
compras del todo necesario para tener que ponerse sobre sus curvas.
La tarde del martes, cuando salió del trabajo cerca de las cinco, se
convirtió en carrera con el feliz final de la tienda de tallas grandes del
centro. Sería la segunda vez que compraba allí. Por lo general iba a
grandes almacenes, pero en un arranque de aceptación literal de su
estado, decidió ir donde seguro podría encontrar trajes de su medida.
La tienda constaba de dos plantas. La de abajo tenía ropa
deportiva, ropa interior y demás suplementos. La de arriba, trajes y

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piezas variadas. Era un comercio muy completo. Atendido por un mini


ejercito de dependientas minis.
¿Quién diablos aconsejaría a los dueños de la tienda para contratar
a mujeres de talla infantil para un mercado de tallas grandes?
Definitivamente el mundo era un absurdo.
Empezó por la ropa interior. Y luego, con ya una docena de piezas
cómodas, más que sexys, subió a las alturas para agrandar su
guardarropa en algo más que dos tejanos y varios jerseys de
invierno.
La mujer que corrió a atenderla era amable y tenía ganas de
complacerla. Con paciencia le proporcionó su talla en varias piezas:
tops, faldas, y pantalones. Elena pasó a los probadores mientras la
dependienta se ocupaba de otra clienta.
Tras seleccionar unas cuantas piezas. Elena salió de cuarto y se
dirigió al mostrador, satisfecha con lo decidido. Fue inevitable que se
fijara en el único hombre de toda la planta. Parecía un Dios griego.
Moreno. Mejor dicho, morenísimo. Con una piel también morena y
unos ojos azules vivaces bordeados por unas pestañas del largo del
Missisipi y una sonrisa “profident” de infarto. Oyó campanillas y
parpadeó mientras sonrió burlona por lo adecuado del sonido en un
momento de deleite mágico. Las campanillas venían de la caja
registradora que tenía al lado. Otra clienta pagaba sus compras.
Eso pareció despertarla. Volvió a mirar al hombre que se inclinaba
para besar en los labios a una mujer de dimensiones considerables.
Elena abrió la boca algo sorprendida. No era habitual ver a un adonis
de metro ochenta y que parecía recién salido del cuento de hadas de
turno, besarse con una mujer de metro sesenta, si llegaba, y talla 54.
Él se inclinó y la mujer miró hacia arriba para encontrarse a medio
camino. El beso fue sonoro en el silencio del local. Elena desvió la
mirada hacia sus alrededores para percatarse de que no era la única
que contemplaba la misma película.

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—Te espero en el café de enfrente, amor —dijo una voz varonil


que completó el cuadro irreal.
—Tardaré un ratito —ronroneó la gatita del bombón.
—Bien, si cargas mucho mándame una llamada perdida y te ayudo
con las bolsas.
Joder pensó Elena. Esa frase es la que, definitivamente, hace de la
escena algo imposible. Seguro que había una cámara escondida.
Miró de nuevo alrededor mientras el caballero andante se largaba.
Suspiró volviendo al presente para decirle a la dependienta que le
cobrara.
La mujer del bombón se giró, caminando hacia el mostrador donde
ella se encontraba. Lucía una sonrisa de oreja a oreja y otra
dentadura de anuncio dentífrico. De verdad parecía feliz. Sus ojos
brillaban, su rostro resplandecía y rezumaba satisfacción por todos
sus poros.
Un “nosequé” de envidia se coló por sus fosas nasales. Una envidia
sana, se entiende. Elena no pudo menos que corresponder a esa
sonrisa, que sin ser para ella en particular, la hizo sentirse cómplice
absoluta de su escena de gloria.
—Hola —dijo la susodicha llegando hasta Elena y la dependienta,
que sonrió con gesto estudiado de: “estoy aquí para atenderle y mi
sonrisa será mas sincera cuando vea el mondo de lo que se lleva
porque tengo comisión”.
Elena contestó otro “Hola” apenas susurrante, mientras miraba
embelesada el rubio teñido de la recién llegada, que enmarcaba un
rostro de duende y una expresión de “secreto” que hacía que
cualquier mirada que lanzara pareciera que era una conspiración.
—¡Qué bellezas te llevas! —canturreó mirando las piezas de Elena.
Elena podía haberse callado y sonreir simplemente. Pero una
corriente de aire invisible le dio en la nuca y las palabras acudieron a
sus labios como un torrente sin control.

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—Estoy haciéndome un guardarropa nuevo. —explicó a la


desconocida con la misma voz entusiasmada de su compañera.
—Oh! —exclamó la aludida— yo también he venido con esa
intención. ¿Me ayudarías? —imploró con la mirada fija en Elena,
apenas unos centímetros por debajo, pues casi eran de la misma
altura— Por favor. Tienes un gusto maravilloso. Y bien sabe Dios que
yo convino de forma horrenda. Mi madre no me perdonaría que fuera
a visitarla con ropa de mal gusto. Solo un ratito. Unos consejillos.
—Bueno… —comenzó a hablar Elena siendo interrumpida por la
dependienta, muy al loro de la situación.
—Señora, yo estoy aquí para ayudarla y aconsejarla en todas sus
compras —dijo solemne la comercial.
—Verá señorita —la miró atentamente la recién llegada— ¿qué
talla usa usted?
—La ….treinta y ocho ….. y a veces la cuarenta…. De vez en
cuando…. —contestó insegura la mujer.
—Claro. No se ofenda señorita, le agradezco su interés, pero no
me interesa la opinión de alguien que no usa una talla similar a la
mía y además su apreciación puede verse afectada por el hecho de
que está usted aquí haciendo su trabajo. En cambio ella no tiene
ningún interés adicional en que yo compre una pieza u otra y su
opinión puede serme de mucha utilidad pues tenemos mucho en
común — sonrió inocentemente a Elena— Por favor, dime que si.
—Bien. Será divertido. —se oyó Elena decir ignorando el gesto
adusto de la dependienta.
—Ok. Guarde las piezas de la señorita mientras me ayuda a
seleccionar mis ropas. —le dijo a la dependienta mientras arrastraba
a Elena hacia los colgadores de piezas multicolores.
Durante más de una hora, Carol, como se llamaba la clienta
potencial, se probó docenas de prendas. Desfiló cual modelo de
pasarela, con poses afectadas incluidas. Riendo, alborotando,
disfrutando. La dependienta se contagió de su alegría y corría arriba y

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abajo con las prendas, ayudando a Elena a proveer material para el


espectáculo. Cuando Carol sugirió piezas sexys, la dependienta fue
rauda al piso de abajo para traer un montón de conjuntos de
sujetador y bragas que también se probó la modelo en ciernes.
Elena se lo pasó en grande. Incluso se olvidó de su vergüenza
ajena al ver a Carol desfilar en ropa interior. Era tan segura,
caminando con sus grandes curvas y excelsas carnes. Pocas veces
una gordita luciría tan bien, bella y sexy. Pensó Elena.
Finalmente y a cinco minutos de cerrar, con el semblante contento
de la dependienta, añadida la felicidad de Carol con su vestuario
nuevo y a la contagiada Elena, fueron a caja a pagar.
La cantidad de cuatro cifras no hicieron pestañear a Carol, que con
una sonrisa permanente, pidió a la comercial que añadiera las piezas
de Elena a la factura. Tras el escarceo de Elena para impedir que le
pagara su ropa, venció el entusiasmo de Carol, que, además, mandó
un mensaje a su enamorado para que viniera a hacer de cargador de
paquetes.
—Y vienes a cenar con nosotros, —informó Carol mientras le daba
las bolsas a su paladín— faltaría mas. Después de lo que me has
ayudado. Mira amorcito, esta es Elena. Elena este hombretón es
Carlos, mi marido.
Elena fue a darle la mano, pero como el aludido las tenía ocupadas
con tropecientas mil bolsas, Carlos le dio dos sonoros besos en las
mejillas acompañados de su inevitable sonrisa “profident”.
Es más guapo de cerca pensó Elena. Y le pasó por la cabeza que,
el hecho de que estuviera tan pendiente de su “mujercita” podía
deberse a que ésta, era la que pagaba las cuentas. Ohhhhhhhh! Se
riñó Elena mentalmente. Que mala soy. Por qué pensar que un
hombre no estaría con una mujer como ella…. O como Carol, por
amor. Ohhhhhhhhh, si es que recordando a su ex, era fácil asociar el
interés villano. Frunció el ceño al recordar a su exmarido y sus
hirientes comentarios. De hecho, las últimas palabras como marido

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que dijo fueron: “quiero el divorcio. Yo creo que ya he cargado


bastante con la vaca. Ahora quiero una flaca”.
—He reservado una mesa en “La forca del diablo”. —informaba
Carlos metiendo los paquetes en el portamaletas del Mercedes todo
terereno.
Abrió la puerta caballerosamente para que entraran las dos. Su
esposa delante y Elena detrás.
Elena tuvo la sensación de que se había perdido algo. Como si
estuviera en una película de extra.
Mientras Carol explicaba entre risas el pase de modelos de un rato
antes, y Carlos hacía comentarios invasores medio en broma, Elena
se sintió muy cómoda, aunque con pocas ganas de hablar. Asentía
con monosílabos a las explicaciones de Carol y fingía que seguía con
el mismo entusiasmo del inicio. La verdad es que empezaba a decaer.
Como si todo hubiera sido un sueño que tenía fecha de caducidad
pronta.
En un abrir y cerrar de ojos, estaban en el restaurante. Carlos, con
ambas mujeres cogidas de cada uno de sus brazos, entraba en el
salón como si fuera un rey con su capa.
Elena lo miró y pestañeó al percatarse de una verdad como un
templo; ese hombre estaba orgulloso de llevarlas del brazo.
—¡Qué me aspen! —susurró casi atragantándose Elena— O es el
mejor actor del mundo. O…. me pido uno igual por Navidad.
—¿Decías algo Elena? —le preguntó Carlos inclinándose hacia ella,
como si la diferencia de altura hubiera impedido que escuchara las
palabras que había dicho en voz baja una Elena casi en estado de
flipe.
—Oh! Que este restaurante es precioso. —disimuló
correspondiendo a su exquisito gesto educado.
—A Carol y a mi nos encanta. Hacen unos pimientos asados
deliciosos.

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—Siiiiiiiiiiiii —casi saltó Carol— y unos espárragos trigueros


flambeados con salsa de arándanos y queso brie que te catapultan
directamente al cielo.
—Que tal si cenamos para que pueda subir al cielo también ella —
rió Carlos mientras las guiaba hacia la mesa que el metre les indicara.
Elena flotó hacia la mesa. Había empezado siendo un día de lo
más normal. Ahora caminaba hacia un “cielo” culinario. ¿Se podía
pedir mas para un Martes cualquiera?

Cárol y Carlos resultaron ser encantadores en más de un sentido.


Lejos de ser Carlos un cazafortunas o gigoló, era un inversor
multimillonario, tal como lo definió Cárol.
Elena vio rotos todos sus esquemas. Dejó de juzgar y se lanzó a
una amistad tan rápida como apabullante.
Y una cosa llevó a otra. Tras dos semanas de conocerse y tratarse,
convinieron en que eran almas gemelas y que el universo había
confabulado para que coincidieran y pudieran consolidar su amistad.
Mientras tomaban un té en el último piso del Corte Inglés, Elena y
Cárol hablaban de sus cosas en común.
—Pues insisto en que ese trabajo no explota todas tus
posibilidades.
—Bueno, soy una especie de secretaria y relaciones públicas. Mi
creatividad queda un poco mermada por las limitaciones económicas
de la empresa, pues es una compañía pequeña y familiar, pero me
tratan bien y es un trabajo cómodo.
—Ohhhhhhhhhhhh, Elena. La palabra “cómodo” es mortal por
necesidad. Dios me libre de la comodidad.
—Pues la verdad, Carol, desde que mi marido me dejó, he tratado
de construir una vida tranquila y sin sobresaltos. Y lo he conseguido.
Mi vida es algo monótona, pero estable.

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—Y aburrida —dijo Carol haciendo un mohín con la boca— No te


gustaría tener un empleo más... —hizo aspavientos con las manos—
más... no sé... más tú.
—Jajajaj, se admiten sugerencias —bromeó Elena. Luego, ya seria,
chasqueó la lengua— Verás. Tener un empleo fijo hoy en día es un
lujo. Arriesgarse a cambiar de trabajo a mi edad es una temeridad.
—Ni que fueras una vieja.
—Laboralmente hablando, no soy un crack, ni tengo una super
carrera, y mi currículo es de lo más normal.
—Verás, no estoy hablando por hablar. Ahora que te conozco sé
que lo que estoy pensando es una buena idea. Estoy por montar un
negocio. Yo viajo mucho por el trabajo de Carlos y necesito a alguien
de absoluta confianza. Pensaba contratar un abogado o administrador
y buscar un par de personas válidas, pero, he hablado con Carlos y
está de acuerdo conmigo. Deseamos proponerte que te asocies con
nosotros en esta nueva empresa.
—Me dejas sorprendida —dijo Elena con un ataque de ansiedad
que pudo disimular a duras penas— Estoy... pues no sé que decirte.
—Te explico y luego tú lo consultas con la almohada.
Elena escuchó con atención e ilusión.
—Hace menos de tres meses recibí una herencia inesperada de un
tío abuelo soltero. Ni sabía que lo tenía, así que fue del todo una
noticia que trajo un aire de novedad a mi vida. Este patrimonio, de
más de seiscientos mil euros, viene a dar vida a una idea que me
ronda desde hace años. La verdad es que Carlos hace tiempo que me
dice que me ponga a ello, pero por alguna razón siempre encontraba
excusas o no tenía ganas. Cuando llegué a Barcelona, hace
aproximadamente un mes, fui a varias fiestas, y me relacioné con un
montón de gente que tiene problemas para encontrar pareja. Todos
son solteros y solteras de éxito o profesionales tímidos o con falta de
tiempo y ganas de ocuparse de sus vidas sentimentales. —hizo una
pausa— Una agencia matrimonial era mi idea inicial, pero ya las hay.

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—sonrió con picardía— Pero me siento muy identificada con las


gorditas que por baja autoestima se esconden tras un vestuario
ancho, y que tienen miedo de no ser amadas como una mujer
delgada. Así que mi intención es crear una agencia dedicada
mayormente o prioritariamente a encontrar pareja a mujeres de
tallas grandes.
—Me dejas... me parece.... es un poco....
—Si, ya lo sé. Puede parecer una locura. Pero te asombrarías de la
cantidad de hombres que se sienten atraídos por mujeres gorditas.
Todo el mundo está demasiado influenciado por la publicidad que hay
sobre el peso perfecto y las medidas perfectas. Actualmente la falta
de seguridad en sí mismas de las mujeres con sobrepeso las aleja de
la felicidad y de los hombres que, aunque las encuentren atractivas,
se decantan por otras opciones por que son más accesibles o más
fáciles de abordar. Las gordas suelen ser muy recelosas y protegen
su ego con el típico y prudente ofrecimiento de amistad, y los
hombres, cómodos, aceptan ese estado y se lían con las otras que
dejan claro que buscan pareja, y no un amigo.
—Si, eso es verdad. Mis amigas gordas tienen muy buenos amigos
varones, pero todos se acaban liando con sus amigas.
—¿Y crees que es porque ellas no son atractivas? —casi se enfadó
Carol —Noooooooo, amiga, es porque dejan pasar su oportunidad por
miedo a ser rechazadas por ser gordas.
—¿Y como puede cambiar eso una agencia matrimonial para
gordas? —torció el gesto Elena.
—Fácil. Es evidente. —explicó Carol— El problema que tenemos las
mujeres gorditas es que creemos que no somos lo suficientemente
deseables, hermosas, o digamos, suculentas —rió la última palabra—
para los hombres, que pensamos las prefieren de tallas, que se
suelen llamar “normales” —hizo el gesto de comillas con las dos
manos— Si en la agencia tenemos clientas gorditas y los hombres las
escogen y desean citas con ellas, es porque están dejando patentes

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sus preferencias. Están escogiendo la opción libremente y cuando


ellas acuden a la cita, lo hacen seguras, con la autoestima bien alta,
pues esos hombres las prefieren a ellas.
—Bueno. Visto así, suena estupendo.
—Solo requiere una buena campaña de publicidad. Tener una
buena cantidad de clientas y los clientes llegarán solos.
—¿Y si no obtiene el éxito que esperas?
—Eso es imposible —rió— El éxito es seguro. ¿Sabes que cantidad
de gordas y gordos hay en el país?
—No —contestó curiosa Elena.
—Ni yo tampoco. Eso es algo que tengo que estudiar con más
detalle —dijo seria Carol mientras tomaba un sorbo largo de su te.
—¡Eres increíble! —rió escandalosamente Elena mirándola
sorprendida.
—Si. Lo soy —sonrió coqueta— o eso me dice mi marido.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 2

Tres días después…o como meterse


de cabeza en una nueva vida sin
pensarlo.

Elena llegó tarde al salón de té donde se había encontrado con


Carol las últimas tres tardes.
—Siento el retraso —se dieron dos besos y se sentó sin quitarse el
abrigo ligero que se había puesto— tal como acordamos le comuniqué
a mi jefe que me iba. Se ha sorprendido, como es lógico.
—¿Le has entregado la dimisión por escrito?
—Esta tarde.
—Relájate. Pareces nerviosa —sonrió tranquilizadora Carol—
Quítate la chaqueta. Tenemos una hora antes de que nos vayamos
para ver el local.
—¿Vamos al de la calle Gran Vía?
—Si. Es grande, tiene tres plantas. Abajo puede ser para la
entrada, con una recepción colorida y alegre. Con fotos de parejas y
atractivos slogans.
—¿La segunda?
—Para todo el papeleo. Allí estará todo el trabajo de
administración. Salas de reuniones para nuestros clientes y toda la
sección de cara al público.
—¿Y la tercera? —rió Elena.
—Mi despacho, —se regodeo alargando la siguiente frase —Tu
despachoooooooooo y si hay mas directivos, los suyos también. Ah, y
una sala de reuniones interna.
—¿Tan grande es?

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—Planeo celebrar encuentros en la planta baja. Como


convenciones con aperitivos y seminarios educativos. La planta de
abajo se dividirá en recepción y sala de actos.
—Dios mío. Te oigo hablar y me dan escalofríos. Lo tienes tan
claro.
—Se admiten sugerencias.
—Pues ahora que lo dices, creo que sería buena idea tener en
plantilla un psicólogo como apoyo.
—Buenísima idea.
—Y por cierto… —dijo Elena mientras le hacía un gesto a la
camarera señalándole la tetera de Carol para pedir lo mismo— En
España hay un 30% aproximadamente de obesas, y un poco más de
obesos.
—¿Más hombres gordos que mujeres? —se sorprendió Carol.
—Si. He estado investigando en Internet. En nuestro país el mayor
índice de obesos lo tienen Las Islas Canarias. Según los expertos son
los que se alimentan peor.
—Umh. Según los expertos todos los gordos comen en exceso. Y
eso no es verdad en la mayoría de los casos. Las estadísticas están
bien para tener una aproximación o una noción del asunto. Pero no te
las creas a pies juntillas.
—En Norte América los obesos rondan el 66%.
—Bueno —sonrió Carol— La próxima sucursal será en Florida —sus
ojos se hicieron pequeños y su nariz se movió con un gesto de
duende misterioso— Siempre me ha gustado Miami Beach.
—Oh, vamos Carol! ¿Qué es lo que a ti no te gusta? —rió Elena
recibiendo su té de la amable camarera.

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Veintidós días después…

Elena hacía dos días que había finalizado definitivamente en su


anterior trabajo.
Ese mismo día, Carol, Carlos y Elena se iban a reunir en la notaría
por dos motivos. La compra del local que habían visitado de la calle
Gran Via y un poder notarial que Carol le firmaría a Elena para que
pudiera tener acceso a las cuentas y decisiones en su ausencia.
Elena, inicialmente, se había comportado con cautela ante la
confianza absoluta de Carol y Carlos hacia ella. A los pocos días, se
sentía tan a gusto con ellos y su entusiasmo que empezó a ser ella
misma sin miedo. Carol insistía en que la confianza era primordial
para obtener resultados prósperos y un excelente ambiente laboral.
Carlos le explicó a Elena que controlar a los empleados ineptos solo
lleva a fracasos laborales y ruina. Él aseguraba que si se basaba un
negocio en la confianza absoluta, el resultado de este sería más del
100%. El solo hecho de que el empleado o socio se sintiera tranquilo
y sin presión producía una falta de stress que siempre generaba un
mejor resultado y por consiguiente mas dinero.
En eso basaba todos sus negocios y por lo visto tenía varios en
distintas partes del mundo. Y en todos ellos, había delegado en
personas de confianza para que manejaran sus asuntos y él, solo se
dedicaba a cobrar los beneficios. Elena se sorprendió cuando éste le
dijo que si veía que el primer año la cosa iba floja, su actuación era
subir el sueldo. La estrategia le había dado, siempre y sin excepción,
un efecto rebote y el negocio había prosperado. Evidentemente, la
persona se sentía mas valorada, menos culpable porque el negocio no
era rentable aún y se sentía mejor al demostrar que la confianza que
habían depositado en él, era acertada.
Carol se comprometió a quedarse para ayudar el inicio del
negocio y a escoger con Elena al resto de profesionales que
contratarían.

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Al día siguiente irían a adquirir los muebles esenciales para


trabajar ya en el local. Luego contratarían a obreros para hacer
arreglillos según habían planeado con el decorador y arquitecto amigo
de Carlos. Y al mismo tiempo comenzarían la selección de una
recepcionista-telefonista y una secretaria que en un principio
compartirían las dos.
A medida que avanzara el negocio, se iría ampliando la plantilla.
Carlos había dejado a Elena y a su mujer Carol el grueso de los
planes. Carol y Elena habían visitado una gestoría que llevaría sus
papeles y asuntos legales. Un abogado, conocido de Carlos, sería su
consejero legal. De hecho era el que estaba tramitando la sociedad
anónima que habían creado y los permisos pertinentes para abrir el
negocio.
A finales de noviembre toda la documentación estaba arreglada, el
local finalizada sus obras y mejoras, la sociedad registrada y todo en
marcha. Habían contratado los servicios de una compañía experta en
publicidad que estaba preparando una campaña modesta pero
impactante para iniciarse en el mercado.
Carlos parecía tener amigos en todos lados. Cada vez que Elena o
Carol decían que precisaban algún profesional, éste siempre
contestaba que conocía a la persona apropiada. Eso lo hacía todo más
fácil. Carol enseñó a Elena a delegar. Iban juntas a casi todas las
transacciones y operaciones y la primera contratación fue de una
secretaria tan eficiente como entusiasta. Flora, se instaló en el local,
en una mesita arrinconada con un teléfono fax, un pc última
generación y un cajón archivador. Ordenó la documentación y
comenzó a llevar la agenda de las dos mujeres. Cada mañana se
reunían hacia las nueve para planificar el día.
El uno de Diciembre, Carlos, Carol, Flora y Elena, salieron a comer
para celebrar que todo marchaba viento en popa. Al día siguiente
tenían la primera reunión con la agencia publicitaria para comenzar

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campaña, y habían contratado un grupo de limpiadoras para dejar el


local impoluto después de la finalización de las obras.

El quince de diciembre Elena estaba casi al borde de la crisis.


No dormía bien, estaba de los nervios y saltaba a la primera de
turno. Flora, toda eficiencia, era un apoyo sin igual, pero Carol y
Carlos se tuvieron que ir de viaje y el negocio con tantas cosas a
hacer, quedó en manos de las dos féminas.
A un paso del comienzo de la campaña publicitaria en prensa y
radio, quedaban tantos detalles pendientes que el día no bastaba
para zanjarlos todos.
Elena se dejó caer en su silla giratoria naranja chillón. El bolso en
el suelo apoyado en los cajones de la mesa cuadrada de su despacho.
Resopló cuando entró Flora con una taza humeante en las manos.
—Anda, tómate esta tila antes de que te dé un patatús —la
tranquilizó la secretaria.
—No te lo vas a creer! —contó Elena— Son las nueve y media de
la mañana, y ya me han llamado catorce personas para pedir
información.
—¿No se supone que me tienen que llamar a mi? La centralita ha
estado muda todo el día de ayer. Y esta mañana igual. Y estoy aquí
desde las ocho.
—Si. Claro. El teléfono de la centralita todavía no está publicitado.
Los que me llaman son amigos de los que han hecho algún trabajo
para el local. Gente que se entera del negocio que vamos a abrir y
que desea saber detalles.
—Dales el número fijo del local.
—Eso he hecho. Pero casi todos me intentan tirar de la lengua —
rió cansinamente— No se si sobreviviré a la inauguración.

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—¿Qué tal si me dejas ese móvil a mi? —señaló el portátil de


Elena— y tú haces estas tres llamadas pendientes e importantes— Le
pasó un portafolios que Elena abrió al instante— Hoy tienes un día
tranquilo. En cuanto resuelvas el asunto del Banco, eso es a las once
—dio un golpecito en la hoja—, tómate el día libre.
—¡Pareces mi madre!
—Bueno, alguien tiene que recordarte cuando comer, dormir y
descansar. Amen de tu agenda. Por suerte yo solo te hago memoria
de lo que tienes que hacer.
—Lo que me recuerda que soy yo la que debe realizarlo. ¿Están los
documentos que tengo que llevar al banco?
—Listos. A tu derecha. El segundo montón.
—Recuérdame para qué llamo a este tal Sr. Roberto García.
—Es el que se ocupa de los caterings que…
—Ah, si! Ya está. No me digas más.
—Los otros dos…
—Nada —le detuvo Elena sonriente— Esos ya los tengo
controlados. Es que el García no lo ubicaba ahora. Como ya van tres
de caterings.
—Bien. Si me necesitas, estoy abajo —dio tres pasos antes de
darse la vuelta— Por cierto, te recuerdo que mañana tienes una
entrevista con otra posible candidata para la centralita.
—Si. Muchas gracias Flora. No se que haría sin ti.
—¿Ponerte histérica? —rió saliendo mientras Elena hacía el gesto
de tirarle un sacagrapas.

A la una menos cuarto, Elena salió del banco con todo resuelto.
Satisfecha, comenzó a subir la calle paseo de Gracia en dirección a
un super enorme que hacía esquina. Hacía días que tenía pendiente
hacer la compra. Había ido aguantando mientras desayunaba, comía

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y cenaba en la oficina, pero estaría bien hacerse una cena en casa


esa noche, relajada, y luego darse un baño caliente con una copa de
vino y más tarde ver una peli romántica y acostarse con una sonrisa
en los labios por el estupendo resultado de ese día.
Puso la moneda en el carro y entró en la gran superficie. Fue
directa a las verduras, después de todo no podía cargar en exceso si
tenía que ir hasta el coche con las bolsas.
Fruta y vegetales, un par de potes de legumbres, tostadas; ¿qué
mas le faltaba para salir del paso?
Una buena botella de vino y café para la oficina.
Elena nunca tomaba café en casa, pero en la oficina era capaz de
tomarse cuatro o cinco tazas por jornada.
Frente al café estaba el chocolate, los ojos se le agrandaron al ver
las tabletas que eran su perdición. PROHIBIDO. PROHIBIDO.
PROHIBIDO. Se decía repetidamente mientras intentaba poner su
atención en las repisas opuestas.
En su obsesión por desviar la mirada de la tentación morena, cayó
en otra de índole similar. Un hombre estaba de pie ante los estantes
de las bolsas de cacao en polvo. Sostenía una marca distinta en cada
mano y miraba confuso otras filas de ofertas del mismo producto con
diferentes marcas.
Parecía un poco fuera de lugar. Iba vestido con un chándal que se
ajustaba a su cuerpo como un guante. Su cuerpo trabajado desde las
pestañas hasta la punta del pie. Pese a estar en pleno invierno, su
vestimenta era ligera y marcaba su musculatura trabajada
asiduamente, a juzgar por la perfección de su cuerpo escultural. Su
cabeza estaba rapada por lo menos al uno o al dos.
Elena pensó que debía tener problemas de alopecia y por eso se
había rapado casi al cero. Aunque parecía ser moreno, no podía
asegurarlo, pues no veía su cara. Aunque su trasero, juzgó Elena, era
lo suficientemente atractivo como para no fijarse en ninguna otra
cosa.

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Era alto, debía rondar el metro ochenta, quizá más. Más alto que
ella seguro, aunque más que ella era casi cualquiera.
No llevaba anillo de casado. Sus manos las veía bien, pues las
tenía alzadas mientras sostenía el chocolate. Su perfil se expuso
cuando él se giró para acceder a unas marcas más cercanas a Elena.
Ésta vio los nombres de las bolsitas que llevaba en la mano y resopló.
¡Menuda mierda! pensó para si. No tiene ni idea de calidades.
Aunque… ¿qué se le puede pedir a un cabeza de chorlito de gimnasio?
Todo músculos y poco cerebro. Seguramente no estaba
acostumbrado a tanto esfuerzo.
Eres mala. Se castigó Elena a sí misma por los pensamientos
maliciosos que estaba presuponiendo de él. Estereotipos, refunfuñó
para si con una sonrisa de lado.
Que sea un hombre guapo y asiduo de gimnasio no significa que
tenga el cerebro de un mosquito,se recordó a si misma.
La cara de enfado del musculitos le hizo gracia. Parecía un niño al
que le han quitado un caramelo. Le pareció oír una palabrota de boca
del cuerpazo.
Se sintió molesta consigo misma por pensar tan mal del macho
ibérico, y en un arranque de pena decidió ayudarlo para resarcirlo.
—Si compra esa marca le dará vomitera —dijo sin moverse del
sitio, apenas a dos metros de él.
—¿De verdad? —dijo él tras unos segundos de vacilación —no sé
cual escoger.
Elena lo miró de frente cuando él se acercó un paso y señaló la
variedad que tenía en primera fila.
—Si me ayudara me haría un favor. Estoy algo despistado.
—¿Nunca ha hecho chocolate deshecho? —enarcó ella una ceja
ante la cara inocente de grandullón.
—No. Siempre lo he comprado de pote. Hace años que no tomo un
chocolate con churros. Mi sobrino da una fiesta esta tarde y mi

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hermana me ha encargado que le lleve dos bolsas de cacao en polvo


para hacerlo en casa.
—Yo le llevaría ese de ahí. —dijo Elena cogiendo el indicado— y
una tableta entera de chocolate negro. De este de aquí. —se inclinó
para añadirlo— Esos saben a rayos. Los niños se pondrían enfermos
— sacó la lengua en un gesto de asco.
—Los niños se comen cualquier cosa —rió el hombre— sobretodo
mi sobrino y sus amigos.
Ahora viene cuando hace un comentario sobre que, con mi orondo
peso, yo debo saber mucho de chocolate. —Pensó mirando fijo la
estampa del hombre con los dos sacos de cacao y la tableta. Como lo
diga le arreo una patada en salva sea la parte.
—Ya. —dijo simplemente con cara de pocos amigos Elena— bueno,
con eso quedará bien y su hermana no lo echará de casa. —se dio la
vuelta para coger su paquete de café en sobres.
—Muchas gracias por su ayuda.
—De nada —contestó ya caminando hacia la zona de botellas para
coger una de vino.
Resistió la tentación de mirar hacia atrás para volver a ver al
hombre. Y dos minutos después se lo volvió a encontrar en la cola de
la caja del super.
El estaba delante con sus dos bolsitas de cacao y una tableta de
chocolate negro. Enseguida la vio y sonrió agradablemente. Como un
hombre sonríe a una mujer guapa. Elena se ruborizó y se sintió como
una tonta. Fingió colocar la bolsa de las tostadas que se había
resbalado hacia abajo para protegerlas de que se hicieran migajas
antes de llegar a casa. Recordó lo que llevaba puesto. Un traje
chaqueta azul marino con bordes blancos. Al menos llevaba tacones
que la hacían parecer más alta, pero llevaba un pantalón que le
marcaba el trasero enormemente. Un quejido lastimero se le escapo
sin poderlo evitar.

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—¿Se ha olvidado algo? —le preguntó inevitablemente el amable


corpachón.
—Si —tuvo que disimular ante el desliz Elena.
—Vaya a buscarlo. Le guardo la tanda —se ofreció solícito.
Elena enfiló derecha hacia el chocolate y cogió dos tabletas
enormes. El por qué estaba enfadada no lo sabía, pero tenía un
importante cabreo que solo el chocolate podía calmar.
Y encima el hombre era tan amable. Ohhhhhh, era terrible. Porque
tenía que ser tan agradable. Guapo. Alto, familiar, si se tenía en
cuenta que estaba comprando los ingredientes para contentar a su
hermana y su sobrino. Seguramente tendría una familia amorosa.
Una abuelita bonachona y ayudaba a cruzar a los ancianitos.
Cuando llegó a la cola de nuevo, el volvió a sonreír. Elena apartó
la vista rápidamente. Estaba tan desentrenada en el coqueteo que
temía meter la pata. Además, ¿qué podía querer un musculitos
guaperas de una redondita tamaño caniche?
—¿Vives por aquí? —empezó él una conversación casual.
—No.
—¿Trabajas por aquí entonces?
—Si.
Elena se vio obligada a mirarle para no parecer grosera. Se sentía
tímida como una niña en su primer día de cole.
—Yo también trabajo por aquí —dijo con voz suave— Pero paso
tantas horas en el trabajo que es como si viviera aquí. —rió por lo
bajo y ella le imitó.
—Te entiendo —se amigó Elena— A veces pienso que sería más
cómodo poner un camastro al lado de la mesa del despacho. No
perdería tiempo yendo de casa al trabajo.
La cajera interrumpió la feliz charla. El hombretón pagó y se
dispuso a ayudar a Elena con su compra. Mientras ella pagaba, él
llenaba las bolsas y las preparaba para el transporte.

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A Elena le temblaban las manos mientras se guardaba el cambio.


¿Qué estaba pasando? Por qué no se iba aprovechando que tenía la
excusa perfecta. Ya había pagado, y ella iba detrás en la cola.
Hubiera sido el momento ideal para decir adiós y gracias. Y sin
embargo continuaba allí. Con sus paquetes preparados y esperándola
con una sonrisa mientras ella dejaba el carro en su lugar.
Salieron del supermercado. Fuera hacía frío. Ninguno de los dos
llevaba chaqueta. Se había nublado y un aire helado los enfrío de
golpe.
—¿Hacia donde vas? —le preguntó bolsas en mano.
—Tengo el coche a un par de manzanas.
—Esto pesa. Te ayudo a llevarlas.
—No hace falta —balbuceó poniéndose de color escarlata.
—Entonces deja que te invite a un café. Es lo menos que puedo
hacer para agradecerte tu ayuda.
—¿Un café? ¿Ahora? —dijo confundida mirando hacia arriba para
encontrarse con su cara que parecía estar a años luz de ella.
—Tienes razón! —rió— es medio día. ¿Qué tal un aperitivo?
—No puedo —se oyó decir Elena arrepintiéndose casi al instante.
El grandullón asintió con la cabeza con gesto amable.
—Vale. Quizá otro día.
—Si.
—Seguro que nos volveremos a ver por el barrio —aseguró
mientras le daba la bolsas.
—Si. Seguro —contestó ella con ganas de llorar.
—Gracias de nuevo.
—Hasta pronto.
Ella comenzó a andar hacia abajo con sus tres bolsas de la
compra. Cuando ya había dado diez o doce pasos se volvió ansiosa,
solo quería verlo andar de espaldas. Pero él no andaba, estaba
parado mirándola. Alzó la mano en un saludo acompañado de una
genuina sonrisa. Ella correspondió nerviosa a la sonrisa y levantó un

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brazo tanto como pudo por el peso de la bolsa. Se alegró de estar


lejos, porque estaba segura de que estando mas cerca el habría oído
los locos latidos de su corazón.

Al día siguiente

—Susana. ¿Qué piensas del trabajo, ahora que sabes cual sería tu
labor? —le preguntó Elena a la pelirroja de cabello largo y liso como
plancha.
—Pues me gusta. Siempre he trabajado de cara al público y me
gusta ayudar a la gente.
—Veo que tienes treinta y un años. ¿Estás casada?
—Soy soltera y además gorda —dijo sin pelos en la lengua— así
que entiendo a los que tienen dificultades en encontrar pareja.
—¿Contratarías nuestros servicios? Quiero decir, si escucharas de
nuestra existencia, ¿vendrías como clienta?
—¿La verdad? —suspiró Susana— No. —su rostro totalmente
pecoso estaba tan rosado de rubor que todavía destacaba más su
cabello rojo— No creo que me atreviera. Soy algo insegura debido a
mi sobrepeso. He sido gorda toda mi vida. No recuerdo ninguna etapa
de mi vida en la que no lo fuera. Toda mi familia es delgada y
bastante seguidores de las modas. He vivido bastante apartada de
cualquier cosa que pudiera recordarme… —se detuvo dudando si
continuar con su historia personal— Bueno, en realidad lo que quiero
decir es que me gustaría trabajar en un lugar donde ayudan a gente
como yo.
—Estás contratada —dijo sin vacilación Elena.
—Tengo referencias si lo desea. Y puedo trabajar a prueba para
que vea…
—No hace falta Susana. Eres lo que necesitamos. Bienvenida.

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Gorditas a la carta

Extendió la mano para darle la enhorabuena. La joven pelirroja se


la estrechó algo atónita y todavía nerviosa.
—¿Cuándo empiezo?
—¿Qué te parece ahora?
—Perfecto —se encogió de hombros— ¿qué tengo que hacer?
—Hoy nada. Te presentaré a Flora. Ella te pondrá al corriente de lo
que tendrás que hacer y también preparará el contrato para mañana.
—Muchas gracias por esta oportunidad. No la defraudaré.
—Aquí todos nos tuteamos. Somos un equipo. Trabajamos muy a
gusto. Todavía no tenemos la presión del funcionamiento a tope pero
hay muy buen rollo.
Las dos bajaron las escaleras hasta donde estaba Flora.
—Flora, ella es Susana, nuestra nueva recepcionista.
—Gracias a Dios, —elevó los brazos al cielo la joven— podré
dedicarme por entero a mi trabajo —rió alegre— tengo una mesa
enorme esperándome arriba —cogió a Susana por el brazo y echó
cariñosamente a Elena— Déjanos solas y vete a lo tuyo.

Dos días después.

Susana, con sus vivarachos ojos verdes, pequeñitos como rayas


cuando sonreía, era muy tímida. En el trabajo era exacta y metódica
y estaba acostumbrada a hacer las cosas antes de que se las
pidieran. Estaba muy predispuesta y eso se notó en los dos días de
aclimatación.
Ya manejaba la centralita con soltura y después de que pusieran la
gran mesa de recepción esa misma mañana, parecía estar más
cómoda aún. Todo lo insegura que era como mujer, lo suplía con
creces como trabajadora.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Flora subió al piso superior. Donde una enorme mesa con dos
ordenadores y dos pantallas de video que reflejaban la planta inferior,
eran su dominio y su orgullo. Ella presidía la entrada del salón. A
cada lado, cuatro despachos de similares características, dos de ellos
ya con propietarios, Carol y Elena, los otros vacíos.
Esa tarde iban a traer una mesa oval que iría ubicada en una de
las salas grandes de la segunda planta. También tenían que llegar
más sillas y un equipo de proyección.
Para el diecinueve de diciembre salían los primeros anuncios en la
prensa, la Radio al día siguiente. La oficina ya estaba decorada para
la Navidad, incluido un árbol natural exquisitamente adornado.
El veintitrés de diciembre era la inauguración. Solo faltaban tres
días. Y Carol y Carlos, no daban señales de volver.
Elena se reunió con Flora y Susana esa tarde a última hora.
—Chicas, hoy no llamó Carol y es raro. El viernes abrimos el local
y tenemos un montón de invitaciones repartidas. Varias
personalidades vendrán esperando encontrarse a Carlos y tengo una
sensación en la boca del estómago que me dice que algo no marcha
como esperaba…
—Calma —dijo Flora que por primera vez daba visos de estar
también preocupada— Parece que te va a entrar un ataque de pánico.
—Es que se me está escapando de las manos el asunto. Carol
prometió que iría conmigo a comprarnos un vestido para la obertura.
Estaba muy entusiasmada. Me llama tres y cuatro veces cada día.
Incluso los domingos. Y desde el medio día de ayer no se nada de
ella. Llamo y no contesta. Le he dejado tantos mensajes que pensará
que estoy chalada. Son —miró el reloj— las siete y treinta y dos de la
tarde. Y esto no me gusta.
—A lo mejor ha perdido el móvil —intervino Susana con aire
esperanzador.
—También tengo el de Carlos y está tan desaparecido como ella.
He llamado a su abogado, y no sabe nada tampoco.

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Gorditas a la carta

—Bien, no nos pongamos histéricas —dijo Flora— mi marido es


poli. Le puedo preguntar que hacer en estos casos.
El sonido del teléfono fijo las sobresaltó. Era la línea privada de
Elena.
Flora alargó el brazo, pero Elena la detuvo y le hizo un gesto de
calma para darle entender que lo cogía ella. Ese número de teléfono
nada mas lo tenían ellas tres y Carol y Carlos. Era fácil deducir quien
llamaba.
Elena lo descolgó.
—Hola Carol —intentó que la voz no le temblara de los nervios—
¿estás bien?
—Hola socia —rió— estabas preocupada —dijo con la seguridad de
quien ya conoce la respuesta— ¿Cómo va con Susana? ¿Se adaptó
ya?
—Si. Aquí delante la tengo. Estábamos reunidas y mentándote, te
pitarían los oídos —sonrió mas tranquila Elena— ¿cuando venís? En
tres días abrimos.
—¿Estás sentada?
—Me estás asustando —rodó con su silla más cerca del borde de la
mesa.
—Verás, lo cierto es que Carlos y yo no podemos ir. Por ahora.
—¿Qué? —chilló Elena.
—Tranquila, tranquila. Escúchame. Ayer Carlos y yo tuvimos un
accidente de coche.
—¿Estáis bien? —se preocupó de inmediato olvidando la empresa y
la inauguración.
—Si. Carlos tiene un par de costillas rotas y la pierna izquierda
escayolada. Yo solo un par de golpes, pero… resulta que estoy
embarazada.
—¿Embarazada? —repitió como eco Elena haciendo gestos a Flora
que brincaba en la silla mientras le señalaba el botón de altavoz del
teléfono.

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Gorditas a la carta

—Si. Nos hicieron unos análisis de sangre entre otras cosas y


descubrí que estoy embarazada. Pero no me puedo mover. Corro el
riesgo de perder al bebé. Así que no puedo ir ahora mismo cielo.
Espero que no te enfades.
—Claro que no me enfado Carol. Siento haber sido tan egoísta. No
te preocupes por nada. Nosotras nos ocuparemos de todo.
—Tienes carta blanca para hacer lo que creas más conveniente.
Nosotros enviaremos un fax o un mail a las personas que tenían el
compromiso de asistir, disculpándonos. Carlos ya habló con algunos
contactos. Nuestro abogado viene para acá para arreglar algunas
cosillas. Mañana a primera hora Carlos te mandará un fax con tres o
cuatro pendientes que deben hacerse antes de abrir.
—Dios mió Carol, me gustaría estar allí contigo ahora —rió
nerviosa por no llorar— ¿como podemos ayudarte desde aquí?
—Con que no salgáis corriendo ya está bien —rió contenta— Estoy
estupendamente. De veras. Soy feliz. Y deseo este bebé como no te
imaginas.
—Te entiendo cielo. Más razón todavía para que te cuides —Elena
sintió lágrimas en los ojos— Aquí Flora te manda besos y Susana creo
que se ha quedado sin palabras. Jajajaja.
—Elena, si necesitas contratar a más gente. Adelante. Ya sabes
que tienes los poderes para todo lo que necesites y nos seguimos
llamando cada día.
—Bueno, procuraré no llamarte a cada rato. Necesitas descansar.
—Lo haré. Me pasas a Flora. Necesito que me haga un par de
favores.
—Claro.
Elena le pasó el teléfono a su compañera. La sonrisa desapareció
de su cara y se deshinchó sobre la silla como un globo. Respiró hondo
y se aisló para relajarse y no ponerse histérica. No escuchó nada de
lo que Flora habló con Carol. Miraba sin ver y escuchaba sin oír.

37
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Gorditas a la carta

Susana tenía los ojos abiertos como platos y miraba alternativamente


a las dos mujeres.
Cuando colgó, Flora soltó un taco y miró fijo a su jefa inmediata.
—Bien. ¿Y ahora qué? —preguntó.
Elena regresó de su viaje al más allá para responder antes de que
el silencio se hiciera incómodo.
—Ahora nos toca a nosotras arreglar los últimos detalles. Hay que
ponerse en acción. Ya no podemos esperar ayuda de Carol y Carlos.
—se mordió el labio unos instantes y se levantó— Flora, necesito un
listado de las cosas que están pendientes para mañana a primera
hora. Si hay algo que falta por comprar. Algún proveedor retrasado.
Cosas así. Llama al catering, la empresa que hemos escogido…
—Catering Rosa se llama —apuntó Flora que tomaba notas
mientras se levantaba y seguía a Elena hacia el armario archivador.
—Si. Confirma que está en orden el arreglo de las mesas que
traerán para la fiesta de obertura. Llama a la empresa de publicidad y
que te digan a que hora dan las cuñas en la radio, y averigua si
Charo pudo colarnos en la publicidad de prensa del próximo domingo
en la pagina central.
—Bien. ¿Algo más? —dijo eficiente Flora.
—Ni que decir tengo que os quiero a las dos en la inauguración.
Traed amigos para apoyar la causa.
—Lo sabemos. Mi marido estará encantado de que lo traiga a
rastras. —sonrió ladina Flora.
—Yo puedo traer un par de amigas —sonrió Susana sin dejar de
mirar alternativamente a las dos.
—Perfecto Susana. Mañana en cuanto llegue el fax de Carlos me lo
pasas. Y cada cosa que surja, no esperéis, me la comunicáis
inmediatamente —suspiró cansina y miró la hora— Son las ocho y
diez, es tarde, iros a casa.

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Gorditas a la carta

—Ya —chasqueó la lengua Flora— Como vas a hacer tú, ¿verdad?


Me quedo a hacer la lista que me has pedido, que así cobraré horas
extras. Ni sueñes que me la lleve a casa.
—Yo ayudaré —se levantó enérgica Susana— ¿Qué tal si llamo al
restaurante para que nos traigan la cena. Me parece que tenemos
para rato.
—Si, perfecto. El tailandés de la esquina de abajo es estupendo —
apoyó Flora.
—Voto por el tailandés —alcanzó a decir Elena mientras veía salir a
Susana y Flora de estampida— Esto se pone al rojo vivo. —dijo entre
dientes— Voy a tener que pasar por la farmacia para comprarme algo
para dormir. Sino para la fiesta tendré unas ojeras que me llegarán a
los pies. “Gorditas a la Carta”, ya estamos aquí —dijo animándose
mientras cogía la agenda del día y las dos carpetas que faltaban por
revisar.

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Gorditas a la carta

CAPÍTULO 3

Veinte de diciembre, a dos días de la


inauguración, las 8.00 horas de la
mañana. Sin croasan ni café.

—Las figuras de decoración las traen en una hora. El catering


viene entre las doce y la una para colocar las mesas. Lo dejarán todo
preparado para el viernes. —Flora parecía cantar la lista de cosas
para ese día. Con su habitual eficiencia, tenía todo controlado—
Susana me acaba de pasar el fax que mandó Carlos. No lo he leído
pero no parece corto.
—Eso me temía —bostezó Elena tomando la carpeta con una sola
página que le tendía Flora. Ésta siempre le entregaba una carpeta
para cualquier asunto. Es igual que fuera cien páginas, diez o una.
Carpetas de diferente color poblaban su mesa de roble. Esa era de
color amarillo chillón— Estaría bien hacer una llamada al banco.
Espera quince minutos y pásame la llamada. Voy a mirar este fax
primero de todo. Cualquier cosa estoy en el despacho.
—En cinco minutos te llevo un café con una pasta —asintió Flora
sentándose en su mesa y dándole un golpe a una tecla.
—¿Qué haría sin ti? —rió dirigiéndose a su despacho.

—Siento la tardanza —se coló Flora en el despacho de Elena—


pero justo cuando regresó Susana de ir a buscar los bollos, llamó el
de la imprenta y luego te pasé la llamada del banco y vino Rosa con
los montadores. Así que, —rió olisqueando la bandeja de pastas
rellenas de fresa, chocolate y caramelo— aquí tenemos nuestro

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

primer “break” de la mañana. Y el café está recién hecho y muy dulce


como a ti te gusta.
—Mal día para empezar la dieta —rió respirando fuerte para oler el
desayuno.
—¿Eso no fue lo que dijiste ayer? —contestó Flora pasándole la
taza grande.
—Y lo que diré mañana, y pasado, porque la inauguración no
tendrá un catering Light, créeme!
—Si —se carcajeó Flora— El menú no es apto para regimenes en
uso.
—Nada es Light en la cena del viernes. Ni el precio —hizo una
mueca Elena.
—Está rico, ¿eh? —dijo viendo el disfrute de ella mordiendo el
Donut de caramelo.
—Está de vicio —contestó Elena saboreándolo y miró el jersey de
lana de su secretaria— ¿Qué nos hemos puesto de acuerdo las tres
hoy para vestir de rosa?
—Tienes razón. Pero tú te llevas la palma. Esa chaqueta rosa te
favorece.
Elena se había puesto una falda azul marino y estrecha hasta
debajo de las rodillas y una chaquetilla ajustada por debajo de las
caderas con tres botones de gran tamaño. Las medias negras y las
botas altas la hacían sentir sexy.
—Es que hoy tengo que visitar a dos amigos de Carlos.
—¿Los del fax?
—Si. Uno es el de Restaurante “Buen gusto” y el otro el del
Gimnasio de al lado.
—Si. Recuerdo que él tenía la intención de llegar a un acuerdo con
el dueño para regalar bonos a los clientes que tengamos —sonrió
chupándose los dedos manchados del primer bollo y yendo a por el
siguiente— Quería negociar que nos hiciera precio de grupo para
todos nosotros. Es el mejor establecimiento de este tipo que hay en

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

la zona. Tiene piscina olímpica en el sótano y sauna y yacuzi. Además


de todos los aparatos mas modernos para hacer gimnasia. Y clases
de yoga, taichi, aerobic, pilates….
—Oye, que a mi no me lo tienes que vender. Además, no me
arruines el desayuno, este de chocolate me está sentando bien —
contestó ya comiendo la segunda pasta— ¿Qué más hay en el orden
del día?
—Pues que ates cabos con estos dos. Y que supervises el montaje
de todo.
—Esto último te lo dejo a ti.
—Bien. Después de comer tengo que ir a un recado, pero a las
cinco estoy aquí.
—Yo comeré fuera, seguramente y con un poco de suerte me
quede a comer en el restaurante que voy a visitar.
—¡Qué suerte!
—Acábate el de fresa Flora, que si no me lo comeré yo.
—Con gusto —lo cogió y salió rauda de la oficina.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 3

El mundo es un pañuelo…

La capa marrón con borlas en las esquinas no le servía de mucho


abrigo. La temperatura era baja y un aire burlón se había levantado
helando el ambiente.
Elena miró el reloj. A las diez y media, labios pintados y pelo
recogido en una coleta baja, estaba frente al gimnasio, a punto de
entrar. Los ojos casi le lloraban de frío y las mejillas congeladas
estaban más rosas que su chaqueta.
Sin querer, Elena pensó en el musculitos del supermercado. Era
posible que fuera a ese gimnasio, o incluso que trabajara allí. Se puso
nerviosa.
Desde fuera, las enormes cristaleras que abarcaban toda la
esquina, no daban mucha pista, pues el resol hacía brillar el cristal y
difuminaba el interior.
Cambió de ángulo y se acercó. En recepción se podían ver dos
personas de cintura para arriba, el resto quedaba oculto por la mesa.
Una joven con atuendo deportivo de colores chillones entre verdes y
amarillos, con una coleta y una sonrisa charlaba por teléfono. Casi a
su lado, un hombre de origen asiático y de dimensiones de yeti
miraba a su compañera y se reía.
Elena respiró hondo y comenzó a andar hacia la entrada. Debía
liquidar ese asunto cuanto antes para poder ir al restaurante.
En cuanto entró, dos pares de ojos se volvieron hacia ella.
La joven despidió rauda y colgó el teléfono, y el hombre tamaño
tres puertas y peso de elefante, la miró sin cambiar la expresión
sonriente.
—Buenos días.
Se saludaron al unísono.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hola. Soy Elena Valles. Me gustaría hablar con el Sr. David


Roldán.
—Ahora mismo está entrenando, pero voy a avisarle —dijo el
armario tres puertas— ¿Me repite su nombre, por favor?
—Si le dice que vengo de parte de Carlos Gató seguro que sabrá
para qué vengo —contestó Elena devolviendo su perpetua sonrisa.
Mientras el luchador de sumo se iba, la joven gimnasta contestó al
teléfono. Elena escuchaba el ruido de máquinas funcionando y sentía
el calor generalizado del ambiente.
Dejó la cartera y el bolso en uno de los sofás y se quitó el poncho.
Se cruzó de brazos y miró a través de la cristalera a la calle. El cristal
le devolvió su imagen profesional. Satisfecha miró a la calle y sonrió
ante el contraste del frío exterior y el calorcito que le recorría el
cuerpo.
—Hola, buenos días.
Dijo una voz que le hizo retumbar los oídos. Inmediatamente
reconoció la voz del musculitos del super. Se giró para ver a un
hombre que, realmente, había estado entrenando. Una camiseta sin
mangas negra. Unos shorts estrechos y cortos que marcaban sus
apellidos y hasta su dirección. Calcetines blancos y bambas… y eso si,
una sonrisa en su cara de pelo rapado.
—Hola —logró decir ella intentando mirarle a la cara y no a su
cuerpo.
—Te dije que nos volveríamos a encontrar —dijo el musculitos
mientras se limpiaba una gota de sudor que iba directa a su ojo. El
asiático tres puertas le pasó una toalla de tamaño minúsculo, que él
agradeció antes de limpiarse la cara al más puro estilo macho
descuidado— Disculpa la pinta, pero aquí es el uniforme habitual —
ante su silencio, él sorbió por la nariz y miró a los dos personajes que
estaban en la recepción y que no perdían detalle de la escena— ¿Te
parece que te enseñe el gimnasio?

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Ah, yo, … —dudó, pues no quería herir a ese hombretón


negándose a acompañarlo, amén de que si la invitaba esta vez le
diría que si aunque tuviera que pedir valor a San Miguel Arcángel —es
que estoy esperando al dueño. Es un asunto de trabajo.
—Estupendo —siguió sonriendo él— yo soy el dueño.
Si era posible, ella se puso más rosada que su chaqueta y un pote
de colorete juntos. Le dio la sensación de que los ojos se le habían
cruzado de la impresión.
Él aprovechó para coger su cartera, el bolso y el poncho y, sin
tocarla, le indicó la dirección de su oficina.
Diciendo un “hasta luego” a la pareja de recepción, lo siguió. Entró
delante de él, que dejó sus cosas en un sofá largo de la entrada y se
fue a servir un vaso de agua que tomó como si fuera algo delicioso.
—Solo tengo agua —le ofreció.
—No gracias.
—Te debo una invitación. No creas que lo he olvidado —le recordó
él yendo a sentarse en su silla al tiempo que la instaba a sentarse en
la cómoda butaca frente a la mesa.
—Bien, —dijo omitiendo el comentario personal y volviendo al
trabajo. De repente ya no le parecía tan buena idea aceptar la
invitación. Sonrió más relajada y sintiendo que volvía a ser ella
misma teniendo la idea fija de la misión a la que iba— Tienes un
gimnasio magnífico —dijo entrando en terreno seguro.
—Gracias. Estoy muy satisfecho con él. Me permite hacer lo que
me gusta.
—Ahora entiendo lo que dijiste sobre pasar el día en el trabajo.
El no contestó, sin embargo la miró fijamente. Ella sentada tiesa,
metiendo barriga y procurando tener las rodillas juntas para
mantener la postura erguida.
—Carlos me dijo se había asociado con Elena Valles. ¿Eres tú?
—Oh, si, perdona, ni siquiera me presenté. Pero en realidad no soy
su socia. Mas bien su empleada.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Él no piensa así. Y a juzgar por como me dijo que trabajas


entiendo que te considere tan valiosa. Te tiene en muy alta estima.
—Es un hombre muy amable. Hace que todo resulte fácil —sonrió
ella ruborizada de nuevo. Parecía que el color escarlata era ya su
habitual color de piel— Yo soy amiga de Carol, su mujer.
—Umh, Carol, la revoltosa! —rió.
—Si. Veo que la conoces.
—Es una revolución. Y ha sido una bendición para Carlos.
Ella lo miró extrañada. Ladeó la cabeza ante su mirada profunda
clavada en ella.
—Carlos me dijo que te llamó por teléfono.
—Si. Ya me informó de que no venían a la inauguración y que va a
ser papá. Está preocupado por dejarte sola en unos momentos tan
cruciales y me ha pedido que te apoye en todo lo que necesites.
—Oh, pues gracias, pero espero no necesitar más ayuda. Aunque
me vendrá bien que me animes.
—Dalo por hecho. La noche de la fiesta estaré allí un rato antes
por si necesitas que te eche una mano.
—¿Sabes de que es el negocio? —indagó con un carraspeo Elena.
—Si —rió coqueto— Gorditas a la Carta. un nombre sugestivo.
Reuniones de solteros, mayormente para los que tienen tallas
grandes. Me parece una idea excelente.
—Pero… Tú tienes un gimnasio —dijo ella como si su respuesta
sonara incongruente.
—Si. Yo tengo un local para que la gente venga a ponerse en
forma o a practicar deporte. Es igual que estén gordos o delgados. No
todos los que vienen buscan el peso ideal o el cuerpo perfecto. Aquí
hay de todo. Desde un hombre como Samu, el haitiano de la entrada
— explicó ante su gesto de interrogación— a una duende como Marta,
profesora de aerobic, hasta un campeón de culturismo, pasando por
deportistas actuales o ya en desuso, como yo. Y todo esto me lleva a
la razón a la cual viniste. Ya pacté con Carlos casi todo. Todos los

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

integrantes de vuestra empresa tiene el uso total del gimnasio. Hice


un precio anual, incluyendo a toda la plantilla, que paga tu empresa.
Y los clientes que tengáis, y lo deseen, tendrán un mes gratis de las
instalaciones. Luego se pactará la cuota habitual sin fianza de
entrada.
—Vaya. Veo que está todo hecho.
—En realidad Carlos quería que vinieras para que contactáramos
antes de la inauguración, un bis a bis.
Elena parpadeó. “con que un bis a bis” ¿eh? Me parece que Carlos
ha omitido alguna que otra información.
—Ya. Creo que empiezo a hacerme una idea. ¿Qué más te dijo
Carlos? —dijo Elena dulcemente.
Por toda respuesta David sonrió malicioso y se levantó. Eso volvió
a desviar la atención de Elena hacia sus pantalones de licra
ajustados.
¡Señor! Pensó subiendo la mirada a su rostro y volviendo a bajarla
para levantarse, esta ropa tendría que estar penada por la ley.
—¿Qué tal si te enseño las instalaciones? Así podrás hablar a los
clientes sabiendo lo que ofreces. Y seguro que te tienta alguna de las
cosas que se pueden hacer aquí.
—Creo que por ahora no tengo tiempo….
—Palabra prohibida, —le interrumpió David -. Este gimnasio no
cierra por la noche. Está abierto las veinticuatro horas. Está
siempreeeeee —alargó la palabra— en funcionamiento. La palabra
tiempo carece de importancia en este lugar. A cualquier hora, en
cualquier momento, puedes usar la sauna, el jacuzi, la piscina. Hasta
hay un masajista de guardia por la noche para los músculos
doloridos.
—Visto así, parece que no tengo excusa —dijo siguiéndolo por el
pasillo más cercano mientras en su mente maquinaba ponerse
enferma o romperse un brazo.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Desde luego, hasta con la pata quebrada se puede venir —


contestó él burlón como si adivinara sus pensamientos— tenemos
unos cobertores de plástico especiales para prótesis o escayolas.
—¿Y a quien no le gusta el gimnasio? —aventuró casualmente.
—Vente esta noche y nadaremos un rato y luego iremos al jacuzzi,
te aseguro que te quedarás como nueva —su sonrisa sugerente fue
una invitación descarada— Y se te acabarán las excusas.
Elena quiso enfadarse, pero respiró hondo y no quiso tomárselo
como algo personal.
—No está prohibido que el jefe alterne con sus clientes —dijo
irónica.
—Nunca se ha dado el caso. Pero como las normas las pongo yo —
sonrió de oreja a oreja y señaló la piscina que se abría enorme frente
a ellos con cinco o seis personas cruzándola— no me preocuparía
mucho por el tema.
–Soy alérgica al agua —dijo zanjando el tema. Ni borracha se
pondría en traje de baño delante de él. No todavía, hasta que no se
quedara ciego o ella se volviera invisible.
David se rió con ganas. Sus ojos picaros la miraron con una chispa
invitadora.
Elena agradeció mil veces que Flora aprovechara para llamarla al
móvil en ese momento. Disculpándose buscó el teléfono y contestó.
Fingió que era una urgencia y tras una despedida breve, huyó como
si la persiguiera el diablo.
Con el retumbar de sus palpitaciones en el oído, caminó rápido
mientras se insultaba a si misma. ¿He sido tonta o he sido tonta? Se
preguntaba irritada.

Cuando salió, Elena estaba pensando en pedirle al Arcángel San


Miguel el modo en que David la odiara para que no la quisiera ver en
el gimnasio.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Ya había quedado saturada de hombres que deseaban a mujeres


con medidas divinas a su lado. Su marido la había convencido para
dejar de fumar, como consecuencia había engordado doce kilos, a los
que pasaron a sumarse otros trece en los siguientes meses. Con su
nuevo hermoso cuerpo, los problemas matrimoniales subieron de
caudal. La autoestima de Elena comenzó a tomar la altura del suelo y
eso hacía crecer y malhumorar a Alberto. En su segundo año de
casados empezó un maltrato verbal que aniquiló poco a poco la
convivencia. Los cientos de intentos de Elena por bajar de peso y la
poca comprensión de Alberto llegaron a su punto álgido cuando él, se
lió con una mujer de medidas esqueléticas, por no llamarla anoréxica.
Años después Elena llegó a la conclusión de que Alberto tenía alguna
obsesión con las mujeres con problemas de peso, ya fueran gordas o
muy delgadas, porque tenía entendido que le hacía la vida imposible
a su nueva pareja por el motivo contrario al de ella.
La madre de Elena decía simplemente que era un gilipollas
acomplejado que le gustaba estar con mujeres inseguras y agrandar
esa inseguridad para atormentarlas. Elena acabó dándole la razón.
¡Cuánta sabiduría la de su madre!
Elena se dirigió al restaurante de Fernando Mestres. Le dolía la
barriga y deseaba creer que era hambre. O eso, o que por primera
sentía eso que llaman “mariposas en el estómago” y por lo que sabía,
eso era muy grave.

David siguió la huída de Elena con la mirada. Luego se fue al


gimnasio para continuar con el entreno de sus alumnos que habían
quedado bajo la supervisión de otro compañero instructor.
Los espejos del gimnasio le devolvieron una imagen de él bastante
fiel a la realidad. La camisa manchada de sudor y el olor que
despedía no era precisamente el mejor método que conocía para

49
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

ligar. Resopló sintiendo un ligero malestar consigo mismo. No le


extrañaba que Elena hubiera cortado sus patéticos intentos por
provocarla a reunirse con él en el gimnasio. Con la pinta que hacía
era para asustar a la más valiente.
Elena le gustaba enormemente. Desde que la vio en el
supermercado y lo ayudó, no se la había podido quitar de la cabeza.
Le gustaba ese aire ausente y esa chispa en los ojos. Le gustaba su
forma de vestir, su esquiva mirada. A pesar de que no le agradó que
no aceptara su invitación cuando salieron del supermercado, si le
gustó saber que no pretendía un ligue fácil, de hecho estaba seguro
que eso estaba lejos de su intención. La enorme suerte de
encontrársela en la entrada de su propio gimnasio le había dado una
ventaja gigante y a ella la había descolocado. —sonrió recordando su
expresión— no podía estar más sorprendida de verlo. No se podía
disimular una reacción así.
Esa misma noche iría a ver a sus vecinos de “Gorditas a la Carta”.
Tenía la absoluta determinación de conseguir que Elena se fijara en
él. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le interesaba tanto. No se
había molestado en perseguir a ninguna fémina en casi una década.
Con sus dos amistades-amantes tenía cubierto sus salidas de
testosterona sin necesidad de meterse en relaciones problemáticas. A
sus cuarenta y tres años le apetecía formar una familia. Y ahora
parecía tener a la vista una candidata que no estaba mucho por la
labor, pero su instinto cazador había despertado y no había vuelta
atrás. Era hombre de estrategias y planes. Elena no tenía ninguna
posibilidad —rió para sí con brío.

—Nooooooo —rió Flora.


—Siiiiiiiiii —aseguró Elena— Carlos lo ha preparado todo. Nos ha
hecho un bono para todos en su gimnasio.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Este Carlos es sorprendente. Por la cara que traes, apostaría a


que no te ha hecho ninguna gracia.
—Tengo la sensación de que Carlos ha actuado con doble intención
—ante la mirada interrogante de Flora le explicó— Parece que le ha
pedido que me ayude en todo lo que necesito. Parece que está
soltero y digamos que...
—No sigas. Me imagino el resto. A lo mejor te iría bien darte una
oportunidad. No te conozco desde hace mucho tiempo, pero me
consta que eres una mujer estupenda y te mereces un hombre como
mi Manolo. Alguien que te haga feliz. Este parece tener todos los
números. Dale una oportunidad. Ve al gimnasio. Conócelo.
—Ya. Me invitó esta noche a la piscina —elevó los ojos— y al
jacuzi.
—¿Y no aceptaste? —dijo incrédula Flora.
—Tengo la regla —mintió.
—¡Venga ya! Existen unas cosas que se llaman tampones que se
colocan en…
—Como no te calles te diré donde te lo puedes colocar tú. —la
interrumpió Elena con una sonrisa— No se lo voy a poner fácil. Está
muy pagado de si mismo. Además, el tiene un cuerpo diez. ¿Y me has
visto a mí?
—Oh, Elena, si eres preciosa! De verdad. La única que no lo
parece saber eres tú.
—Si. Díselo a mi ex marido —hizo una mueca— Me dejó por gorda.
—No sabía que habías estado casada.
—Bueno, duramos poco. Apenas tres años de casados y dos años
de novios moviditos, que fueron como seis meses reales porque él
era ingeniero y viajaba mucho. Cuando nos casamos lo ascendieron.
—No puedes dejar que un fracaso te impida volver a empezar con
alguien que de verdad vale la pena y te aprecia en lo que vales. Yo
tuve también mis intentonas.
—Tú no estás gorda —la miró con el ceño fruncido.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Oye. Mis kilitos de más no son tantos como los que tú acumulas,
pero tampoco soy un peso pluma. Y desde luego, no me di por
vencida. Tuve trece novios antes de casarme con mi Manolo.
—¡Caray! —pestañeó— y parecías tan modosita.
—Soy una mujer moderna. ¿Cuántos novios tuviste tú?
—Pues…, tres contando a mi ex.
—¿Y no has vuelto a intentarlo desde que te separaste?
—Me quedé sin ganas. He tenido citas. Pero han sido un desastre.
—Pues estás en el sitio ideal para encontrar pareja —se rió Flora.
—Yo trabajo aquí. No pienso usar los servicios.
—¡Tonta!
—Oye. Sin insultar.
—Tonta, tonta. Si fuera tú, utilizaría el privilegio que te da el ver la
primera el material.
—¡Oh! —se rió Elena— Eres increíble Flora, de verdad. Me das
miedo.
—Jajja, eso me dice mi marido.
—Vaya, entonces tienes club de fans —se burló.
—Muy graciosa. Creo que tú y Manolo haréis buenas migas.
—Estoy segura. Haremos frente común.
—Cría cuervos…
—Me voy a mi despacho.
—Huye, huye —le persiguió la risa de Flora.

Cinco de la tarde. Llega un equipo de limpieza


que parece traer hasta redes de arrastre.

Flora entró en el despacho de Elena como una tromba.


—Tenemos un problemilla —rió con una expresión que más bien
desdecía sus palabras.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Tú dirás —la instó volviendo la vista a la documentación que


estaba revisando.
—Hay un hombretón de película que dice que quiere que le abran
ficha. Susana trató de decirle que todavía no hemos inaugurado, pero
él insiste en que desea ser el primer cliente. Y para demostrarlo está
ligándose a todas las mujeres de la limpieza, que no son pocas, y les
ha deleitado con una canción a lo Frank Sinatra, que según Susana,
ha detenido momentáneamente la faena del equipo completo de
limpieza. En resumen. ¿Susana pregunta que hace?
Elena resopló. No sabía si reir o llorar, porque sabía quien era el
personaje que estaba en la planta baja revolucionando a las mujeres.
La sonrisa descarada de Flora la retaba.
—Dile a Beto que suba —claudicó Elena.
—¿Lo conoces? Tenía que habérmelo imaginado. Yo apenas le eché
un vistazo, pero es como Brad Pitt pero de verdad.
—Si —asintió Elena— es una especie de Brad pitt y Betty Boo.
Anda dile que suba antes de que siga con su teatro.
Lo que le faltaba. Se refregó los ojos con las manos y apretó sus
sienes. Respiró hondo y se relajó. Con Beto no se podía hacer otra
cosa.
Flora dio entrada al hombre como si fuera un príncipe. Y se quedó
a contemplar el saludo entre los dos. Elena fue hacia Beto y éste la
abrazó, alzándola en el aire y dando una vuelta completa antes de
bajarla al suelo.
—Cada día estás más guapa —dijo con voz seductora.
Elena vio la expresión de Flora, todavía en la puerta y el gesto de
victoria que hacía antes de desaparecer.
—No te pienso devolver el cumplido —contestó rauda dándole un
casto beso en los labios— ya te lo crees bastante sin que te lo
repitan.

53
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Oh, ya sabes lo que me gusta que me regalen los oídos —miró


alrededor y dio una palmada— Que lugar chica. Esto es progresar.
¿Con quien te has acostado?
—Siempre supe que valorabas mis aptitudes para prosperar —hizo
una mueca volviendo a su sitio— ¿Cómo has sabido donde estaba?
—Luisa, nuestra amiga común. Me lo ha contado todo. Todo —
repitió recalcando. Se sentó frente a ella enseñó esa sonrisa
perfectamente blanqueada y arreglada— Estoy tres meses fuera y
mira lo que montas. Ni me has llamado para explicarme nada, a mí. A
tu Beto.
—No empieces. Estamos solos —dijo casi riendo Elena.
—Tienes razón —Beto ladeó la boca en un gesto femenino y se
dejó caer en el respaldo de la silla perdiendo todo su aire sofisticado
y desmadejándose frente a ella con confianza.
—¿Que tal esas vacaciones en Santo Domingo?
—Horribles. Peter resultó ser una pareja celosa, ansiosa y
aburrida. A las dos semanas cada uno fue por su lado. Conocí a un
alemán y nos fuimos a recorrer islas por ahí.
—¿Y?
—Nada. Fue un ligue de vacaciones. Es una lástima que todo fuera
mal. Eran mis primeras relaciones en casi dos años. Tenía puesta
mucha ilusión en Peter. Ni el consuelo del rubiales me resarció de la
decepción.
—¿Qué esperabas de alguien que conociste en Internet a través de
un Chat?
—¡Oye! —la miró ofendido— que muchos amigos han encontrado
pareja estable a través de Internet. Además, que te piensas que vas
a hacer aquí. Es algo similar. Y harás bien en portarte bien conmigo
para que te aconseje con mi enorme experiencia en estos negocios.
—Bien. Sabio. Cenamos hoy y me cuentas que sugerencias tienes
para Gorditas a la Carta.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Cena. Estupendo. Ejem… lo que me lleva a pedirte un pequeño


favor.
—Miedo me dan tus pequeños favores —lo miró de frente y
esperó.
—Este sábado. Mi familia hace una barbacoa. Mis tres hermanos
llevan a sus novias.
—Ya. Y tú quieres llevar a la tuya.
—Si.
—Beto, esto ya dura demasiado. ¿Cuando saldrás del armario?
—Elena, amor. A mis padres les daría un infarto. Cuando se
mueran no me importará una mierda su opinión, pero ahora piensan
que soy un hombre al que le gustan las mujeres.
—De verdad, me maravillo de cómo has engañado a tu familia
durante mas de treinta años. Si ni siquiera te gustan las mujeres.
Jamás has estado con una.
—Si. Pero ellos no lo saben.
Elena sonrió porque, pese a todo, le divertía todo el teatro que
montaba Beto para complacer a su familia. Durante años ella le había
servido de coartada. Y había fingido ser su novia postiza.
Últimamente la familia de él la presionaba con preguntas de bodas y
la palabra compromiso, pues ya eran muchos años de novios.
—Tendré que aguantar sus insinuaciones sobre casarse y tener
hijos, y esas cosas.
—Lo hago por amor.
—Lo haces por cobardía. A mi no tienes que convencerme.
—Te compensaré.
—Oh, si. Ya lo creo que me compensarás. De eso estate seguro.
—¿A la una te paso a recoger?
—Una y media —corrigió.
—Y di que tenemos una cita de negocios a las cinco, así podremos
pirarnos rápido.
—La barbacoa es el sábado!

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

–Bueno. ¿Y eso que? Tú eres muy trabajadora.


—Anda majadero. Vete y déjame “trabajar”.
—Gracias —le lanzó un beso y se dispuso a irse.
Beto dejó la puerta abierta y Elena escuchó como saludaba a Flora
y se presentaba con su encanto habitual. En cuanto él desapareció
escaleras abajo, a su secretaria le falto tiempo para correr a su
oficina.
—Ohhhhhhhh, que hombre! Tiene una voz de aquellas que hace
que se te caigan las bragas.
—Fingiré que no te he oído —contestó Elena de forma casual.
—Vale —carraspeó Flora— y yo fingiré que todavía las llevo
puestas.
Se fue a su mesa del recibidor, viendo que Elena estaba en actitud
de jefa poco habladora. Ya le sonsacaría mas adelante.

—Han traído un paquete para ti —dijo posándolo sobre la mesita


que había en la parte izquierda de su despacho.
—¿Por qué tengo la sensación de que tú sabes que es? —rezongó
Elena ya cansada a esas horas.
—Porque es así. Es tu vestido de la inauguración.
—¿Y quién lo compró?
—Instrucciones de Carol. Ese fue el recado que fui a hacer esta
tarde a primera hora. Por lo visto estaba encargado en una
sofisticada tienda del centro.
—Dios mío. ¿Debo preocuparme?
—¿A que te refieres? —dijo inocente Flora.
—Tú has visto el vestido. Repito. ¿debo preocuparme? —ante el
silencio de ella se levantó para dirigirse a la caja de dimensiones
considerables— Parece el vestido de un dinosaurio. Es una caja muy
grande. Eso también me preocupa. Conociendo a Carol es posible que

56
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

haya escogido un vestido a lo Mata Hari. O peor. Uno tipo Gilda. ¿Me
equivoco?
—Mujer de poca fe. Carol te conoce a ti y sabe que te gusta la
discreción.
—Carol no entiende el significado de esa palabra.
—Abre la caja y saldrás de dudas. Además, estamos a martes,
todavía puedes cambiarlo sino te gusta.
Elena abrió el paquete. Lo primero que vio fue un vestido rojo. Un
rojo de aquellos que se ven a kilómetros.
—¡Buen Dios! —exclamó tirando la tapa— Discreto. Si. Seguro.
—Se supone que eres la anfitriona.
—Si, pero no hace falta que lleve la antorcha para que me vean.
—Míralo bien. Anda.
Elena desplegó el vestido. A primera vista era de talle discreto.
Estilo napoleónico, en cierta manera su estilo, así que Carol había
respetado sus gustos. Largo hasta los pies. Mangas hasta medio
brazo.
—¿No pareceré cenicienta vestida de matadora?
—¿Te gusta o no?
—Si. Si gustar si me gusta. Pero no se si me atreveré a
ponérmelo.
—Bueno, lo primero son los complementos. Mañana por la mañana
tienes una cita con tu zapatería favorita y dentro de esa caja hay una
bolsita con una lencería — puso los ojos en blanco— que sepas que la
escogí yo.
—¿Y eso debería tranquilizarme? —buscó entre los papeles de la
caja hasta encontrar una bolsita transparente de plástico. Dentro un
sujetador negro y rojo le hacía un guiño malicioso.
—Recuérdame que me camele a tu Manolo para que me cuente
algún secreto de familia vergonzoso con el cual hacerte chantaje.
Necesito urgentemente un arma para controlarte y que no te me
desmadres.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Lo siento. No estoy fichada y soy pura y limpia como el cristal.


—Si, el cristal ahumado.
—Que desagradecida eres. —sopló con su habitual buen humor—
Sepas que el viernes a las nueve de la mañana tenemos hora en la
peluquería de mi cuñada, cuando acabemos irá Susana. Una cortesía
de Carol, quiere que estemos como Diosas el día “D”. Hablando del
diablo, ¿qué te dijo cuando te la pasé hoy?
—Nada nuevo. Todo bien. Ella está cuidada y mimada por todo un
elenco de familia de Carlos. Me recordó lo del psicólogo. Que como
fue idea mía es un asunto que resolveré yo.
—Y que no tienes resuelto —hizo una mueca Flora.
—A medias. Se supone que es alguien que puede pasar consulta
aquí a los clientes para ayudarles con sus relaciones y su autoestima.
Y dime, ¿conoces a alguien mejor que Beto para subir la autoestima
de una mujer?
—¿El adonis que nos visitó esta tarde? Ese pedazo de hombre que
hace que te derritas cuando te mira y que cuando sonrie…
—Si, déjalo ya. Ese mismo. Es, entre otras cosas, psicólogo.
—¿Entre otras cosas?
—Se ha pasado la vida estudiando. Tiene más carreras que mis
medias.
—¿Y como no te lo has ligado? ¿Como no lo tienes amarrado? —
hizo el gesto con la mano mientras ponía cara de luchadora.
—¿Me guardas un secreto? —la miró sin disimulo en espera de su
reacción.
—Soy una tumba.
—Ni bajo tierra —concluyó mirando su expectación— Pero es
mejor que lo sepas cuanto antes. Beto es Gay. Extraoficialmente.
Claro. — afianzó mirando la boca de Flora abrirse y cerrarse de
asombro.
—Pero si… pero si….

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si, lo se. Hay que ir con fregona detrás de él cuando hay


mujeres cerca.
—¿Estás segura?
—Lo conozco desde que tenemos catorce años. He fingido ser su
novia desde que tenemos dieciocho años. Y, si. Da los mejores besos
que me han dado en mi vida. Y si. También. Es una lástima para el
mundo de las mujeres que sus gustos estén dirigidos a los hombres.
Pero es comprensible que le gusten los hombres. A ti y a mi nos
agradan también.
—Bueno —dijo lacónica y reponiéndose— me voy a llorar a mi
rincón. Cuando se me pase volveré.

A las siete el teléfono interior que indicaba que Flora quería hablar
con ella sonó. Eso solo podía significar que tenía a alguien delante
pues en cualquier otra circunstancia ella estaría frente a Elena para
decirle lo que fuera.
—Si.
—Está aquí el sr. Roldán. David Roldán.
—¿El del gimnasio?
—El mismo —contestó sin dejar de mirar por encima de su mesa al
atractivo hombre que la contemplaba sonriente y muy atento a lo que
decía— Quiere hablar contigo.
—Ya, dame un par de minutos y hazle pasar.
—claro —colgó— Elena le atenderá enseguida. ¿Quiere un café?
—No gracias.
—Me ha dicho Elena que Carlos se ha encargado de que podamos
ir a su gimnasio.
—Si. Así es.
—¿Cuándo podemos empezar?

59
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hoy mismo si lo desea. Puede pasarse cuando acabe de trabajar


y le enseñaremos las instalaciones. Abrimos las veinticuatro horas.
Menos las clases que acaban a las doce de la noche, el resto de
actividades se pueden hacer.
—Oh —exclamó— es mejor de lo que me esperaba. Que bien.
—Me gusta su entusiasmo. A ver si convence a Elena de que
venga.
—Ni se preocupe. La llevaré a rastras.
—Bien. Solo necesito que la lleve. El resto es cosa mía.
—¿El resto?
—Entrenarla, enseñarle que ejercicios puede hacer….
—Ey, ey, ey, mal empieza caballero. Si la quiere cambiar no le
verá el pelo por el gimnasio ni para las próximas olimpiadas.
David alzó las cejas.
—¿Quién quiere cambiarla? Me gusta como es.
—Ah, eso es diferente. En ese caso usted y yo nos entenderemos.
—¿Puedo contar con una aliada? —sugirió de nuevo sonriente.
—Por el momento puede pasar —contestó levantándose e
indicándole la puerta donde se leía la palabra “gerente”.
—Gracias.
David entró en la espaciosa sala. Los grandes ventanales en horas
diurnas debían dejar entrar una enorme cantidad de luz. Las cortinas
de escalones estaban semicerradas.
El despacho era muy personal. Había un cuadro con un arcoiris en
un lado y otro de una pareja medieval en la otra. Un sofá de dos
plazas y una mesita baja cuadrada en un lado. Y lo que parecía un
mueble bar en la esquina. Al otro lado una mesa redonda y cuatro
sillas. Un lugar para reunirse. En medio, y presidiendo, una mesa de
roble, gruesa y fuerte en forma de herradura. En medio, una silla
naranja de respaldo cómodo, en ella Elena contemplando la entrada
de David.
—Hola —saludó ella sintiéndose segura en sus dominios.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hola.
—¿Cómo tú por aquí?
—Te dije que vendría a ver el local.
—¿Quieres que te haga un recorrido? —sonrió levantándose.
—Me gustaría. Pero antes, —se sacó una tarjeta del bolsillo— te
traje una de las tarjetas que usamos para clientes de empresas. Es
para que tengas un ejemplo de la invitación que deben presentar los
clientes que mandéis de aquí.
—Gracias. Se lo daré a Flora —lo cogió de su mano y lo ojeó—
Pondremos nuestro logo y en un par de días tendremos cientos para
dárselo a los clientes.
—Eres optimista.
Elena sonrió y le hizo un gesto para que la siguiera. Paró frente a
Flora para darle la tarjeta y explicarle. David, a su lado, paciente,
observaba el perfil de Elena mientras le hacía un guiño a Flora.
Sobre Flora, un mural de importantes dimensiones, tenía
dibujados dos corazones de color rojo con unos mofletes de medias
lunas rosados dibujados bajo unos ojos con grandes pestañas. Los
dos corazones juntos, ambos con dos sonrisas, cogidos de las manos.
Era el logo de “Gorditas a la carta”. Junto con la frase clave:
“estamos gorditas, y somos preciosas; tenemos razones de “peso”
para atraer a los hombres” estaba por todos sitios. En tarjetas,
trípticos que ofrecían una lista de los servicios. Un mural grande en
cada planta y, por supuesto, en neón iluminando la entrada. Todavía
apagado hasta el 23 de diciembre.
Elena se dio la vuelta para invitarlo a seguirla.
—Empezaremos por esta planta. Hay poco que ver. Son todo
despachos. La mayoría vacíos.
Durante un cuarto de hora. Elena hizo de perfecta guía. Mientras
él miraba atentamente a su alrededor. Ella lo miraba a él. Esa tarde
se había vestido con tejanos y llevaba una chaqueta canguro de color

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

marrón oscuro que no tapaba su perfecto trasero. Sus manos


permanecían dentro de los bolsillos como si estuvieran fijas.
Cuando llegaron abajo, Susana se levantó y Elena los presentó. La
timidez de Susana se hizo de manifiesto de nuevo. La amabilidad de
David calentó el corazón de Elena. El hombre invitó a sus
instalaciones a la joven y luego pasaron al salón principal, donde ya
estaban colocadas las mesas.
—Esto está casi a punto. Habéis hecho un gran trabajo.
—¿Te envía Carlos para que supervises? —lo provocó.
—Ni mucho menos. Carlos confía plenamente en ti. Él solo me
pidió que estuviera al pendiente. Y estoy encantado de poder ayudar.
Se lo que es empezar un negocio y el esfuerzo que cuesta.
—¿Cómo comenzaste?
—Yo era un deportista con unas cuantas medallas y suculentos
premios en metálico que veía que se me estaba acabando la carrera.
—¿Qué deporte hacías?
—Nadaba. —sonrió— también practicaba otros deportes, pero las
medallas las ganaba en natación.
—Vaya —carraspeó— Entiendo que tengas una piscina en tu
gimnasio.
David rió y la observó. Pensó en que era tan buen momento como
cualquier otro para empezar a atacar.
—Cada día nado, salvo rara excepción.
—Te mantienes en forma. Eres muy disciplinado.
—La verdad es que la costumbre influye mucho —ella se apoyó en
la mesa, mientras él lo hacía en la pared, sin dejar de mirarla— Hay
cosas que ya forman parte de uno mismo. Como cepillarse los
dientes. Comer, dormir.
—Si, claro. Lo mismo —bromeó Elena.
—¿No te gustan los deportes?
—No me siento cómoda en según que disciplinas.
—El gimnasio tiene muchas opciones.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Lo tendré en cuenta —se enderezó y caminó hacia la salida.


—Me gustaría acabar de enseñarte el gimnasio. ¿Qué tal si vienes
mañana y te lo muestro? Luego podemos irnos a comer para
celebrar…
—Lo siento, pero estos días estoy comiendo en la oficina. Apenas
tengo tiempo libre. Hasta que abramos voy contra reloj.
—Bien, en ese caso puedo traer la comida aquí.
—No hace falta —sonrió amable sin saber como salirse de su
ofrecimiento.
—Lo sé. Pero yo me tomo mis responsabilidades muy en serio. Y
una de ellas es cuidar de que comas a tu hora, y no te mates de
trabajo. —levantó los brazos para parar el comentario que ella tenía
en la boca— Son palabras textuales de Carlos.
—No tienes ninguna obligación.
—No —rió— Pero resulta que me gusta la idea de pasar mucho
rato contigo.
Elena se quedó sin habla. Ante una directa de este tipo no sabía
que contestar.
—No me conoces —contestó en voz baja.
—Todavía —su tono tan bajo como el de ella— Tengo ideas para
solucionar ese pequeño detalle.
Se acercó un paso. Sus manos fuera de sus bolsillos. Elena se
envaró y retrocedió hacia un lado.
—Me parece que vas muy deprisa. Y yo no estoy interesada en
ligar y no soy nada fácil. Así que, yo de ti, no me complicaría la vida.
—Gracias por la advertencia. Entiendo que no buscas una
aventura, y te aclaro que yo tampoco. Si esperabas ahuyentarme con
tu declaración has conseguido lo contrario.
—Esta conversación me parece del todo irreal. No puedo creerme
que estemos hablando de esto —comenzó Elena a andar hacia la
salida de la sala.

63
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Nunca te ha dicho un hombre que le gustas? —la siguió


situándose a su lado.
—No de una forma directa.
—La verdad es que he de reconocer que no he sido muy sutil. Pero
estoy falto de entrenamiento. Y a estas alturas no creo que perder el
tiempo en rodeos cambie m intención.
Elena se paró en seco y lo miró en la penumbra del pasillo.
—¿Eso pretendía justificar tu lanzamiento sin red?
—No del todo. Pero es una buena explicación de mi mal método
para decirte que estoy interesado en ti y me gustaría conocerte
mejor.
—Tiempo muerto —cruzó las palmas de las manos y señaló la
salida. Estaba tan nerviosa que las palabras no le salían de la boca.
Se sentía estúpida por no encontrar las frases adecuadas para
combatir la seguridad del hombre. Ciertamente, estaba en clara
desventaja y el cerebro no le respondía con la suficiente rapidez—
Tengo trabajo.
—Será mejor que te vayas a descansar —sugirió obedeciendo su
pedido silencioso de que se fuera— Mañana vendré al medio día con
comida. ¿qué preferís, pitzas, comida china, japonesa, tailandesa?
—Sorpréndenos —alcanzó a decir antes de detenerse al pie de las
escaleras que subían al tercer piso y su despacho.
—Lo haré —sonrió a su rostro nervioso y contuvo las ganas de
acariciarle la mejilla— Hasta mañana.
Sin esperar respuesta comenzó su atlético andar y con un saludo a
Susana, salió.

—Ehhhhhhh! —llamó Flora a Elena cuando esta se fue derecha a


su despacho—. Ni sueñes que te vas a ir de rositas sin contarme la
visita turística del figurín de gimnasio.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Es que no puedo tener intimidad? —contestó Elena ya dentro


de su oficina y con Flora pegada a sus talones.
—¿Y eso qué es? No existe la palabra privacidad entre un jefe y su
secretaria —bufó Flora— ¿es qué no has aprendido nada en tu vida
profesional? Ese tipo está interesado en ti. Y yo estoy interesada en
tu vida petsonal.
—¿Y tú como sabes eso de que está por mí?
—Porque me lo ha dicho —explicó con cara de evidencia total.
—¿Cuando? —intentó pensar cuando se habrían visto Flora y
David.
—Cuando llegó —sonrió aleteando las pestañas— mientras me
miraba con sus penetrantes ojos azules.
—Si los tiene negros! —casi graznó Elena.
—¿Estás ciega? Son azules. Oscuros, pero azules.
Elena se enfadó consigo misma. Había procurado esquivar tanto su
mirada directa que era incapaz de discutir el color de ojos. No podría
apostar sobre ese tema.
—¿Estás segura? —indagó poco convencida.
—Y tanto. Segurísima. Se los he visto con una luz directa a su
cara. Supongo que son tan oscuros que es fácil confundirlos.
—Me fijaré la próxima vez.
—Umh, ¿y cuándo será?
–Mañana. Al mediodía vendrá con comida. Se ha propuesto ser
nuestro benefactor. Tiene órdenes de cuidarnos.
—No me lo digas. Es un caballero a la antigua y piensa que somos
jóvenes damiselas en apuros.
—Algo así —le señaló la puerta— Es que todavía no te conoce lo
suficiente.
—Jajjaja, si, pero ha acertado de lleno contigo.
—Desaparece de mi vista.
—Ya mismo. Por cierto, en media hora volverá Beto para llevarte a
cenar. Llamó mientras paseabas con tu Caballero andante.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Que no se te escapen esos comentarios en público —amenazó


viéndola irse— No quisiera tener que despedirte.
—Me encanta cuando te pones seria —sonrió Flora cerrando la
puerta tras de si.

Llamó a Carlos de inmediato al entrar al despacho.


Por un lado tenía la adrenalina a tope y tenía ganas de hacer
cuarenta piscinas, por el otro, e indiscutiblemente, había atacado
demasiado deprisa.
Carlos la conocía mejor y podía pedirle un par de consejos. Carlos
y él llevaban poco más de un cinco años de amistad. Se habían
conocido en una excursión de rafting. Luego formaron grupo con
Rodri y JJ, con quienes viajarían cada año sin falta en itinerarios
aventureros, e incluso peligrosos. La costumbre no escrita cambió
cuando Carlos conoció a Carolina y en menos de seis meses se
casaron. De eso hacia casi dos años. Los últimos dos viajes Carlos no
les había acompañado. Aún así se habían visto y mantenido contacto.
Teniendo en cuenta que todos ellos vivían en distintos continentes
y que era raro que se vieran más de una vez al año, tenían una
curiosa amistad, fuerte y respetuosa.
David era quien le había proporcionado el soplo del local, muy
cerca del suyo, en cuanto Carlos le había comunicado su intención de
iniciar un negocio en Barcelona. Raudo le había puesto en contacto
con Maika Fernandez, la agente inmobiliaria, conocida de David, que
también le había vendido su local para el gimnasio once años atrás.
—Hola sinverguenza! —saludó Carlos cuando reconoció su voz.
—¿Cómo tienes la pata quebrada? —rió David.
—Parece un cuadro de picasso. Todos mis sobrinos han hecho su
grafiti en mi escayola. Tendré que enmarcarla cuando me la quiten.
—Eres muy capaz.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No lo dudes.
—Vino Elena. ¿Sabes que ya nos conocíamos? Coincidimos en el
macro super de unas calles más abajo.
—El mundo es un pañuelo. ¿Me has llamado para contarme eso?
—No. Te he llamado para que me des información sobre ella.
—¿Información de que tipo y con que intención? Porque da la
casualidad de que es amiga de mi esposa y la queremos mucho.
—La información que le darías a alguien que va muy en serio.
—¿Y cuándo has dicho que la conociste? —tanteó burlón.
—Si no te conociera diría que esto ya estaba en tus planes.
—Los dos sois solteros. Os aprecio. Hay consecuencias evidentes
de las casualidades de la vida.
—La casualidad no existe Carlos. Y menos cuando tú tienes que
ver con ella.
—A veces los amigos necesitan empujones. ¿qué quieres saber?
—Lo típico. Cualquier cosa que me sirva para saber que le gusta y
que no.
—Bien. Es sociable, amable, cumplidora. Encantadora. Muy
trabajadora. Como amiga no tiene precio. Mi mujer la adora y confía
plenamente en ella, como consecuencia, yo también.
—No hace falta que me la vendas. Me gusta. La encuentro guapa,
atractiva, y ha despertado mi cazador dormido. Ya sabes… ¿Puedes
decirme algo más personal? —insistió.
—Estuvo casada con un bruto insensible. Fue una relación que la
dejó muy tocada. No se fía de los hombres. Como Carol, tiene una
lucha con los kilos. ¿Qué más te puedo contar?
—¿Crees que tengo alguna posibilidad?
—Con paciencia y una caña…
—¿Me lanzarás un cable?
—Los que hagan falta. Pero no empieces algo de lo que no estás
seguro de continuar.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Estoy convencido. Ya se que suena raro, sobretodo porque solo


la he visto tres veces. Pero cuando la miro se me acelera el corazón y
siento que me sube la libido.
—No me des detalles —rió Carlos.
—No estoy siendo vulgar. Estoy hablando de una reacción física y
química. Intento explicarte lo que me pasa cuando la veo. Incluso
cuando pienso en ella. Es como un imán. Como si fuera mi media
naranja. Desde que la ví, no dejé de pensar en ella, de recordarla.
Cuando vino al gimnasio fue como… lo primero que pensé fue en
darle las gracias a Dios por enviármela. Temía no volver a verla.
—No sabía que eras tan romántico
—Ni yo —se mesó el cabello rapado— Estoy desentrenado y no se
por donde empezar. La invité a cenar y me dio largas. La invité a la
piscina y me dijo que era alérgica al agua. Imagínate.
—David. Mira que eres bruto. ¿No aprendiste nada de mi relación
con Carol? Algunas mujeres como Carol y Elena, tienen complejos
con su cuerpo. Les cuesta entender que les pueda gustar a un
hombre con su peso. El que estén rellenas puede arruinar tu relación
sino dejas claro desde el inicio que, para ti, no es un problema. Todas
mis hermanas son gordas. Mi madre es gordita también. He convivido
con dietas y complejos físicos toda mi vida y créeme que sé de que te
hablo. Cuando conocí a Carol, ella me vio con una mujer que se
dedica a la moda. Una talla treinta y seis. Y luego me volvió a ver en
una fiesta benéfica con una de mis empleadas, también alta y
delgada. Ese fue el primer escollo que tuve que sortear: El que ella
me creyera cuando le dije que me gustaba. Siempre me recordaba a
las dos sílfides con las que me vio. La perseguí, y la convencí de
cuanto la deseaba con paciencia y demostrándoselo.
—Mucho me temo que si se lo demuestro ahora mismo a Elena,
me dé un tortazo.
—Jajja, es lo más probable. Éntrale primero como amigo. Sin
prisa.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me tenía por un hombre paciente, pero me doy cuenta de que no


lo soy tanto. Nunca me he trabajado una relación.
—Pues ya puedes aprender rápido. No seas muy directo.
—Llegas tarde.
—¿Qué le has hecho?
—Nada. Todavía. Solo le dije que me gustaba.
—Ah, bueno. Declaración de intenciones —sonrió guasón Carlos—
Eso es bueno.
—¿si?
—Ahora sé galante e insistente sin resultar pesado.
—Jajja, la verdad es que me gustaría ponerla contra la pared y…
—Suave amigo —le interrumpió— No quisiera tener que caparte
cuando llegue allí.
—¿No que me ibas a echar una mano?
—Tengo que guardar las formas. Cuando llame Elena a Carol, me
enteraré de que piensa ella de todo esto.
—Mañana al medio día he dicho que iría con comida. No hay
intimidad, por lo tanto no hay amenaza. Así puedo irme colando poco
a poco. Flora, su secretaria pienso que será de gran ayuda.
—Flora, jajjaja, tiene alma de cupido desde que nació. Puedes
apostar que te la servirá en bandeja.
—Bien. ¿Algún consejo más?
—No hagas insinuaciones sobre necesidad de adelgazar. De tablas
de gimnasia para perder peso ni nada similar.
—¿Estás tonto? No pensaba hacer eso. Lo que me interesa es que
entienda que me gusta tal como está.
—Bien. Eso será lo que resulte más complicado, teniendo en
cuenta que un tanto por ciento muy elevado de gente va a tu
gimnasio para recuperar la línea.
—Tengo más clientes gordos que delgados. Y algunos de ellos van
a entrenar, no a adelgazar.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—A mi no me tienes que convencer. Pero te puedo decir que tardé


más tiempo en desnudar a Carol que en acabar la carrera de
económicas.
—Jajja, eso me anima.
—Con amor todo es posible.
—Eso espero —contestó David pensando en Elena— Eso espero.

Nueve y media. Entre plato y plato.

—Ya! —contestó Beto tras tragar un dátil envuelto en beicon


tostado— Y se supone que me estás ofreciendo un empleo.
—No seas melindroso. Acabas de llegar de vacaciones. No creo
que tengas ningún plan.
—Te equivocas —respingó cogiendo un trozo de queso chedar—
pensaba matricularme para estudiar Antropología.
—¿Bien, y no puedes retrasar un poco esa idea? Digo, —sugirió
tomando un sorbo de rioja— quizá estaría bien para variar, trabajar
en vez de estudiar. Es un empleo muy libre. Buen sueldo. Con un
horario flexible. Divertido. Donde vas a conocer a hombres y mujeres
solteros.
—Lo de hombres me interesa. Pero si vienen a buscar gorditas,
dudo que se fijen en mi.
—Pienso que para eso te necesito a ti. Alguien con amplitud de
miras. Que sea capaz de lidiar con personas de toda índole. Que
anime a hombres y mujeres.
—No sé —se hizo de rogar.
—Vamos a ver. Me debes años de fingir ser tu novia para calmar a
tu familia. El sábado mismo me has pedido que te acompañe. ¿Y
todavía te tomas la venia de pensártelo?

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No te me pongas dura. Tú sabes que soy muy sensible. Me duele


que me recuerdes los favores que me has hecho —sonrió con aire de
víctima.
—Cuando te pones llorón me recuerdas a Alberto.
—Ni me compares con ese cabrón —se ofendió envarándose en la
silla.
—Tenéis mucho en común. Los dos sois voluntariosos y os gusta
saliros con la vuestra. Y por si fuera poco, os llamáis igual.
—No. Nunca me gustó que me llamaran Alberto. Beto es mi
nombre. Además, a mi me quieres y a él lo detestas.
—No lo detesto. La verdad que ya me da igual.
—Si te diera igual ya habrías rehecho tu vida. Y no estarías criando
telarañas entre las piernas.
—Simplemente me he vuelto cautelosa — se defendió— y no
cambies de tema, que estábamos hablando de ti. Y hablando de todo.
El día de la inauguración estás invitado como mi acompañante. Así
que no lo comprometas. Te quiero de punta en blanco y bien
elegante.
—Uyuyuyuiiiiii, cuando te acompaño a una fiesta siempre es para
ahuyentar a algún pesado.
—Esta vez no es la excepción. Un machote de gimnasio.
—¿Y no le piensas dar ninguna oportunidad?
—Beto. Es un deportista. El dueño de un gimnasio. Ya lo veo
haciéndome una tabla de ejercicios y un régimen calórico. Es un
campeón de natación. Hace gimnasia cada día —puso expresión
horrorizada— Seguramente está pensando en salvarme de mi insulsa
vida sin sudor y está convencido de que podrá reformar mi
metabolismo.
—Tal como lo describes tiene todos los números. La verdad es que
es difícil encajar a un hombre acostumbrado a un cuerpo moldeado
con esfuerzo con una mujer que no se pone un chándal desde hace
años. Te ayudaré a sacártelo de encima, pero solo porque me parece

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

un estúpido pretencioso que quiere hacer la buena acción de este


mes.
—Por eso te quiero —rió inclinándose y apoyándose en el hombro
del hombre.
—Por eso y porque te pago las vacaciones.
—Oye! Eso es cuando te acompaño porque no quieres estar solo.
—Detalles, detalles. ¿Pedimos otra tabla de quesos?
—Yo ya estoy servida. Gracias.
—Siempre me dejas comiendo solo.
—No tengo tu metabolismo quemagrasas. Si como de más
acumulo michelines.
—Estás gordita, pero tienes unas formas preciosas. Y hablo con
conocimiento de causa porque te he visto desnuda.
—En bikini —corrigió sonriente Elena.
—Detalles, detalles. Las mujeres pensáis que poniendo un par de
telas estratégicamente ya no estáis desnudas.
—Pues eso es una idea general mundial.
—Erróneo —negó chasqueando la lengua— Eso lo único que hace
es avivar más la imaginación.
—Vale, la próxima vez que vaya a la playa me pondré una túnica,
y a ti te quiero ver con un traje de buzo, y no con ese tanga
indecente.
—No uso tangas. Y cambiemos de tema. La fiesta. Que te pondrás.
Espero que no ese vestido negro con el rótulo de “bis” tatuado.
—No. Uno nuevo, regalo de Carol. La tienes que conocer.
—Y para cuando vendrá.
—Me parece que va para largo. Está embarazada y tiene que hacer
reposo.
—El que deberías hacer tú. Tienes una cara de agotada que
espantas. Voy a pedir la cuenta y nos vamos ya.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 4

Veintiuno de diciembre. Hiperventilando.


Un dos, respira. Un dos, respira…

—Buenos días! —saludó Flora entrando a las ocho y cinco minutos


de la mañana en el edificio— siento llegar tarde. Se me estropeó el
coche y ha tenido que traerme Manolo —explicó a Susana y Elena que
charlaban al lado del mostrador.
—Uy, si, iba a llamar a la policía —se burló Elena sonriéndole—
Llegas justo a tiempo. Tenemos un listado que han preparado los de
publicidad. Son doscientas mujeres y noventa y tres hombres. Hay
que darles cita a partir de la semana que viene. Todos desean ser
clientes. Y este otro listado de treinta personas hay que llamarlas
antes de la fiesta para confirmar su asistencia.
—Tengo que llamar a Rosa, la de Catering para aclarar algunos
detallitos —dijo Flora quitándose la chaqueta.
—Hoy tienen que traer el jabón, los depósitos de agua y los
altavoces de la sala —leyó su agenda Susana— Y vendrá el Sr.
Galván. El de los regalos de empresa con el pedido.
—¿Qué hay de las neveras? —recordó Elena.
—Hoy traen tres —la tranquilizó Susana— Las colocarán en el
almacén de atrás.
—Espero que tengamos potencia para tanto aparato eléctrico —
temió Elena.
—Ni lo pienses —resopló Flora— Tú tenías hoy que ir a comprar
complementos para tu fiesta. ¿recuerdas?
—Si. Lo sé. En cuanto haga un par de llamadas me voy. ¿Vosotras
ya tenéis los trajes y todo eso?
—Tanto yo como Susana compramos todo en la misma tienda. De
hecho Carol abrió una cuenta para las tres.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¡Carol es tremenda! —rió Elena.


—Si, mi marido dice que tener un jefe así es de ciencia ficción —
rió Flora.
Susana y Elena rieron con ganas.
—Tengo unas ganas locas de conocer a tu marido —aseguró Elena.
—Este medio día vendrá. Tiene que ir a recoger las cosas de la
tintorería y pensaba decirle que se viniera a comer aquí. Total, uno
más no importa.
—Estupendo. Veré ese prodigio de hombre.
—No te esperes mucho. Es un mastodonte enorme. Gordo como su
madre y con una barriga cervecera que lo precede.
—Con esa descripción solo puede ser amor —se burló Elena.
–También tiene sus cosas malas —rió subiendo las escaleras—
Ronca y le pone ketcuhp a todo lo que come.
—¿Y cuáles eran las buenas? —preguntó Elena con interés teatral.
—Oh, esas las verás tu misma —contestó desapareciendo en la
curva del segundo piso.

Elena entró en el edificio con dos bolsas de compras.


Susana estaba atendiendo a los transportistas que traían una
tarima y la voz de Flora se elevaba autoritaria desde el salón grande.
—¿Encontraste lo que buscabas? —le preguntó interesada Susana
mientras se alejaba un operario con un par de hierros.
—Digamos que encontré lo adecuado. De camino pasé por la
empresa gráfica. Mañana tendrán las tarjetas para el gimnasio y esta
tarde pasará Magdalena a traernos las placas de mesa con nuestros
nombres y las que usaremos en los trajes.
–Estupendo. Lo tacho de la lista —contestó la pelirroja.
—¿Algún recado? —preguntó Elena antes de seguir camino arriba.
—No. Pero vino David, el del gimnasio. Me preguntó cuantos nos
quedaríamos al medio día. Dice que encargará la comida al

74
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

restaurante “Roma aparte”. —Susana se refregó las manos— Pitzas,


pan de ajo, espaguetis y demás manjares italianos.
—Si. Ya amenazó con invitarnos ayer —dijo medio de lado Elena.
—¿No te cae bien? —la miró sorprendida la recepcionista.
Elena se encogió de hombros.
—Avísame cuando llegue.
Elena subió rauda las escaleras ignorando el ascensor. Ninguna de
ellas lo usaba.
Dejó las cosas y se fue directa al lavabo con el bolso. Era cerca de
la una y le faltaba un retoque para sentirse preparada para la
presencia del musculitos.
Su pelo castaño estaba peinado y sujeto por su coleta baja
habitual. Su jersey color azul claro hacía conjunto con su pantalón
azul oscuro. Un chaleco abierto con los dos tonos de azul
complementaba el traje. Sabía que le sentaba bien. Se había vestido
muy consciente de que hoy vería a David. Quería darle a su persona
un toque frío. Profesional y algo distante.
Se había puesto ropa pegada al cuerpo. Hacía tiempo que se había
cansado de disimular su tamaño con vestimenta ancha. Se sentía
más femenina marcando las curvas, aunque eso incomodara con la
evidencia.
Se pintó los labios de rosa fuerte. Enseñó los colmillos que tanto
criticara el dentista amigo de Paco. Ya ni se acordaba de su nombre.
Pensando en eso anotó mentalmente que debía llamar a Marisa para
recordarle la fiesta del veintitrés.
Su amiga Luisa no podría venir, como siempre, estaba de viaje.
Luisa trabajaba para una empresa que organizaba eventos y en ese
momento estaban ocupados con la feria de vinos y embutidos
españolas que se celebraba en Viena.

75
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Y dices que ahora vendrá con comida preparada?


—Si —dijo Elena concluyendo la explicación a Carol.
—Si, la verdad es que me huele a chamusquina —la risa se
superpuso al comentario.
—¿No has oído nada de lo que te he dicho? —se quejó— no te lo
tomes a broma. El amigo de tu marido se me ha insinuado. Me ha
tirado un par de pullas.
—No quisiera ser alarmista, pero conociendo a David, date por
jodi…
—Carol! —interrumpió su amiga.
—Verás, —seguía Carol entre risas— La primera vez que lo vi fue
unos días antes de mi boda. Entre mi marido y él llevaban casi en el
aire a Rodri que se había roto una pierna mientras escalaban una
montaña. Durante más de dos horas que tardó en venir la
ambulancia. Ellos dos y yo estuvimos entreteniendo al de la pata
mala. Se aprende mucho durante una situación de ese tipo. Carlos
llevaba una botella de ron, y nos la acabamos. Creo que la que más
bebí fui yo, pero no sabes cuanto suelta la lengua unos pocos tragos.
—¿Y eso por qué me lo cuentas? —se quejó Elena.
—Lo que quiero decir es que si pudiera escoger para ti un hombre
confiable, honesto, y con buen corazón, elegiría sin lugar a dudas a
David. He de decir que no se me había ocurrido. Pero si él te ha dicho
claramente que le interesas, lo ha dicho en serio.
—Venga ya! Que yo estoy gorda y él tiene un gimnasio. Es como
emparejar un gato con un ratón. No durarían sin pelearse ni un
minuto. No pegamos ni con cola.
—Los polos opuestos se atraen. Míranos a Carlos y a mí. No
podemos ser más opuestos. A mi también me costó reconocer el
amor de mi marido. Me ha devuelto algo más que la autoestima. Me
siento segura. Mujer. Él me ama por que le gusto así como soy. Hay
gente que piensa que la gordura en una abominación poco estética.
Que los kilos afean y que vulgarizan cualquier relación. Yo no me

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Gorditas a la carta

siento así. Ni horrorosa, ni monstruosa. Y el que me ha enseñado a


gustarme a mi misma es Carlos. No querría menos para ti.
—No me atrevo a soñar con una relación como la que tú vives con
tu marido.
—Los tamaños de las personas son modas. Hace doscientos años
unos cuantos kilos de más eran salud.
—La obesidad se considera como enfermedad en la actualidad
Carol. —señaló con poca potencia en la voz.
—La gordura y la obesidad son dos cosas distintas. Cuando uno
tiene kilos de más, pero se siente bien de salud y no le impide hacer
vida normal, no es un pasaporte a la muerte o a la discriminación. La
obesidad que coarta tu vida y te impide disfrutarla, si puede llegar a
ser una enfermedad. Tú sabes tan bien como yo que hay mucha
gente que come muchísimo más que nosotras y está delgada. Y por
ello sabes que hay metabolismos defectuosos como los nuestros que
no funcionan como nos gustaría. Pero eso no tiene que ser un
handicap para nuestra felicidad. Tienes derecho a amar y ser amada.
A encontrar alguien que vea belleza en ti y que no esté cien por cien
influido por las medidas estándar que nos han hecho tragar los
últimos años.
—Si, ya sé aquello de “las gordas merecemos una oportunidad”,
pero es difícil borrar las costumbres mentales de toda una vida. Los
hábitos y creencias de años.
Hubo unos segundos largos de silencio en la línea, hasta que Carol
habló con una voz dulce, casi como si recitara una poesía.
—Cuando Carlos me mira, veo amor en sus ojos. Cuando me
acaricia siento amor en sus manos. Cuando me dice que me quiere lo
dice con toda su alma. Le encanta hacer el amor a la luz del día. Y
cuando mira a otra mujer de noventa, sesenta, noventa y dice que
está buena, no me duele. Porque después me mira a mi y me dice
que me ama. Y porque se que lo dice de verdad. Que mira la moda
como quien mira una postal. Pero su realidad soy yo.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Eres una mujer muy valiente Carol —dijo Elena con un nudo en
la garganta— Te envidio. En el buen sentido de la palabra.
—Pues hazte un favor a ti misma y deja de envidiarme y comienza
a vivir tu propio romance. De verdad que David es un tipo genial.
—Pero, ¿qué puede querer David de mi?
—Mira. Eso se lo tendrás que preguntar a él. En mi caso si que
estoy segura de que Carlos no está conmigo por mi dinero. Cuando
nos conocimos tenía un trabajo de recepcionista en un hotel de
Cancún y vivía al día.
—¿Y tu herencia?
—Ya te dije. Un pariente que ni siquiera sabía que existía. Y es que
dinero llama a dinero. Ahora que tengo millones, encima me caen
más. ¿No es fantástico?
—Si. En mi caso también puedo asegurar que no es por dinero.
Ahora recién empiezo a ejercer un trabajo bien remunerado.
—A él le van bien las cosas. No se puede comparar con Carlos y
sus negocios, pero no se puede quejar.
—¿Dime que no estamos midiendo imperios como dos ambiciosas
matronas? —se sofocó Elena.
–Te tengo que dejar, viene el médico.
—Bien. Salvadas por la campana. Dale un beso a Carlos de mi
parte.
—Cuídate y cuéntame mañana.

David encargó la comida para las dos de la tarde y dio la dirección


para que la llevaran hasta “Gorditas a la Carta”.
Sabía que se había pasado en exceso. Llevaba comida para un
regimiento. Pero no podía arriesgarse a quedarse corto.
Se había cambiado en el gimnasio e iba vestido formalmente. No
con traje, no era su estilo. Su blusa blanca y los pantalones negros

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

eran discretos y su pulóver color crema cubría su torso. Los zapatos


negros cumplían su status de “no estoy en el gimnasio”. Cuando salía
de su ambiente laboral, le disgustaba parecer un obseso del deporte.
Prefería que no lo ubicaran en esa profesión.
Después de su modo tan poco sutil de acercamiento hacia Elena,
hasta él se sentía que debía retroceder dejando espacio para que ella
lo conociera mejor. Sentía que había empezado la casa por el tejado
y pese a que le gustaba ir al grano, entendía que a las mujeres les
apetecía un poco de preliminar. Se mofó de él mismo. Si ella pensaba
que ese era un atisbo de su modo de hacer el amor era de entender
que pensara que tenía poco que ofrecerle.
Por lo general no era tan precipitado. Los últimos años había
tenido la comodidad de relaciones premeditadamente acordadas y por
norma los viernes sabía dónde ir, qué hacer, cómo complacer y tenía
la absoluta convicción de que si no le apetecía se quedaba en casa sin
mayores consecuencias. A veces también el miércoles se convertía en
la noche de “sexo consentido”, con otra pareja de costumbre.
Eso lo había alejado de las normas sociales de nuevas relaciones.
No era una excusa. Desde luego. Pero si implicaba el reconocimiento
de que estaba oxidado y debía plantearse cambios en su manera de
proceder si deseaba progresar en su campaña de gustarle a una
mujer. Mas si cabe, teniendo en cuenta que esa mujer era Elena, una
mujer rellenita y con el ego frágil.
Por más que pensaba en ella no le acudía a la mente la palabra
gorda. Cuando pensaba en ella, veía sus ojos. Su sonrisa. Su voz
sensual. Era ciertamente guapa. Tenía esa belleza que mejora con el
tiempo, de esas que gestualmente perfeccionan expresiones y poses.
Le encantaba observarle los labios mientras hablaba.
Había conocido a mujeres bellas. Incluso casi perfectas. En un
gimnasio se ve de todo, incluso estupidez unida a cuerpos de toda
índole. Nunca había creído a su madre que decía que el amor era
también cuestión de química. Que muchas veces nos enamorábamos

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

de personas que eran muy distintas de nuestros ideales o


simplemente de personas inesperadas. Ella siempre decía que el
secreto consistía en reconocerlo, viniera como viniera. Si esa especie
de sentimiento especial se cargaba de perjuicios, se estaba
desperdiciando el verdadero amor.
Él ya había plegado alas. Pensaba que el romanticismo de su
madre la hacía hablar de ese sentimiento abstracto que te lleva a ir a
por todas. No podía definir lo que sentía como amor a primera vista.
No podía explicarse esa especie de nudo constante en el estómago, al
tiempo que cientos de imágenes de ella lo bombardeaban a todas
horas. Pero de una cosa estaba seguro. Nunca lo había sentido y
deseaba explorar y averiguar donde le llevaba. Si era amor, sería
bueno. Muy bueno.

David llegó a “Gorditas a la Carta” un rato antes de las dos. Le dijo


a Susana que la comida la traerían directamente del restaurante y
con su sonrisa eterna, subió las escaleras hacia el tercer piso.
—Buenos días Flora. Ayer no pasó por el gimnasio.
—Hola —lo miró cortésmente— Demasiado trabajo. Ya sabe, cosas
de última hora.
—Espero que tenga hambre. He encargado comida para un
regimiento.
—Oh, no se preocupe, viene Manolo.
—¿Manolo? —repitió apoyándose en el mostrador.
—Mi marido.
—Estupendo —respiró aliviado sin pararse a pensar en la asfixia
momentánea que le amenazó durante esos segundos en los cuales no
sabía quien era ese Manolo— Me alegra saber que habrá más
caballeros en la reunión.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Antes de que pudiera contestarle con la ingeniosa frase que tenía


construida. Elena salió del despacho como una trompa.
No se sorprendió pues le había pedido a Susana que le avisara en
cuanto llegara.
—Hola David —saludó amablemente.
—Hola Elena. Tal como dije, he traído comida.
—Muchas gracias. Enseguida nos ponemos a ello. Pero antes, —se
giró hacia Flora que ya estaba levantada— tenemos un problema —
junto las manos y miró alarmada a su secretaria— Un vecino del
edificio de al lado está abajo quejándose muy amablemente de una
avería supuestamente nuestra que está goteando en su cocina.
Necesitamos un fontanero urgentemente.
—Le puedo decir a mi operario que venga —ofreció solícito David—
En el gimnasio, entre la piscina, duchas y demás instalaciones, tengo
muchas averías de ese tipo y el mantenimiento me lo hace Pedro
Atmetller. Pasa cada semana a dar un repaso y cuando tengo una
emergencia es rápido en venir.
—Oh, gracias —dijo preocupada Elena— a estar alturas, este tipo
de problemas me superan. Ya tenemos bastante con la inauguración.
¿tienes el teléfono aquí?
—Si. En el móvil. Ya me ocupo yo. Baja a entretener el cliente y
dile que esta tarde a primera hora vendrán a solucionarlo. Que deje
su teléfono. Yo acompañaré a Pedro a ver la avería.
—Muchas gracias —sonrió Elena yendo hacia las escaleras y
desapareciendo rápidamente.
—Hola Pedro —comenzó a hablar David con la oreja pegada al
teléfono y los ojos clavados en la escalera por donde había
desaparecido Elena —tengo una emergencia. ¿Puedes venir esta
tarde a primera hora? Es un escape de agua. Alguna tubería.
David se dio la vuelta y se encontró de frente a Flora que sonreía
de oreja a oreja.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si, espero —David tapó el auricular y habló a la mujer— Va a


mirar la agenda. Si es posible vendrá a las cuatro.
—A esto le llamo yo ganar puntos —rió queda.
—Voy por buen camino, ¿verdad? —comentó antes de seguir la
conversación con Pedro— Estupendo —le dio la dirección y colgó
respirando satisfecho— ¿Crees que esto la ablande? —señaló la
escalera que tenía atrás.
—Probablemente. Todo lo que le facilite la existencia lo aprecia
mucho. Está acostumbrada a hacerlo todo sola y creo que le va bien
que alguien se ocupe de las cositas de este tipo. Mi marido siempre
dice que hay cosas que mejor dejar a los hombres. Y no es que sea
machista, pero en cuestión de tuberías…. Tiene razón.
—¿Bajamos?
—Ya lo creo que si —salió de sus dominios y juntos fueron a las
escaleras.

—Ummmmmmmmh, que rico! —saboreó Flora— Este pan de ajo


está, está… —se calló para tragar mientras su marido acababa la
frase.
—De muerte! A mi churri le encanta el ajo —cogió una porción de
pitza calzone—. Tienes que darme la dirección de este restaurante
David. Se convertirá en uno de mis preferidos.
—Tu lista es demasiado larga ya —rió Flora— en vez de agente de
policía ya pareces la guía Michelín —rió dándole una palmada cariñosa
en la pierna— La verdad es que conoce todos los restaurantes de su
zona.
—Hay muchos nuevos. No da tiempo a probarlos todos —se quejó.
—Tú siempre encuentras tiempo para eso Manolo. Es un chef
extraordinario. Es su hobby. En casa casi siempre cocina él —hizo una

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

mueca— Pero a mi me toca fregar y ni os imagináis como deja la


cocina de cacharos.
Manolo sonrió amoroso a su esposa, como si le agradeciera la
paciencia que tenía con su afición culinaria. Era un hombre grande en
muchos aspectos. Su cabello era abundante y lucía de punta, como si
tuviera un campo de trigo en la cabeza. Sus ojos color castaño claro
contrastaban con un cutis curtido y oscuro, con un par de cicatrices
pequeñas pero muy visibles, en el pómulo izquierdo. Tenía una cara
simpática y una actitud de alegría y colaboración que iba muy acorde
con su mujer.
La conversación estuvo muy fluida, sin presiones. El vino hizo su
trabajo y relajó las tensiones de la obertura del negocio.
La sala de fiestas, casi preparada para la inauguración, se
convirtió en el improvisado comedor para los presentes. Susana,
Manolo, Flora, David y Elena, compartieron una reunión apacible,
llegando incluso a relajarse, cosa impensable en los últimos días.
Elena se sintió cómoda por primera vez en presencia de David y
comenzó a mirarle con más detalle, dando rienda suelta a su
curiosidad.
—¿Ves algo que te guste? —le preguntó David de perfil muy
consciente de sus ojos puestos en él.
—¿Qué? —preguntó roja como la grana y desviando su rostro
hacia cualquier lado.
—Me estabas mirando fijo —insistió él mirándola a su vez.
—En realidad miraba sin ver —contestó a la defensiva.
—¡Lástima! —dijo triste— me había hecho ilusiones.
Elena decidió tomarse sus insinuaciones en broma. Al fin y al cabo,
no tenía razones para sentirse amenazada y el hecho de que un
hombre la encontrara atractiva debería halagarla en vez de
molestarla. Podía ser un juego interesante y divertido si le seguía la
corriente.
—Me parece que te haces ilusiones a menudo —sonrió sin mirarle.

83
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No te creas. Pero tú me has despertado fantasías dormidas. He


de reconocer que por lo general no suelo tener estos juegos de
palabras tan…
—¿Verdad David? —interrumpió la conversación Flora.
—Disculpa no te oí —le contestó desviando la atención de su
conversación privada.
—Le decía a Manolo que debería ir al gimnasio. Le contaba todos
los servicios que dais y las instalaciones que tenéis.
Mientras David contestaba e invitaba a Manolo a probar ir al
gimnasio. Elena aprovechó para tranquilizarse.
¿Cómo se podía mantener superficialidad en una conversación
cuando él contestaba que le despertaba fantasías?
Sería difícil no tomárselo como algo personal y posicionarse en la
indiferencia.
Era demasiado pronto para pensar que él hablara en serio. Pero si
conseguía encontrar palabras que contestar a sus insinuaciones
podría conocerlo mejor antes de decidir si era un ligón estúpido o un
hombre que valiera la pena conocer.
—¿Y tú Elena, cuando vendrás a probarlo? —la miró de frente y
ella dio un respingo. Se había perdido una parte de la conversación.
Su mente estaba algo nublada por los dos vasos de vino que se había
tomado.
Ante su mirada perdida, David sonrió, los dos pares de pupilas se
encontraron durante unos segundos. Unos instantes de
reconocimiento. Ella pudo ver claramente su color. Eran de un azul
eléctrico, oscuro. Como una tormenta. La luz de los focos le daba de
lleno y se distinguía claramente el tono. En cuanto entrecerró los ojos
ante su escrutinio, se ensombrecieron y volvieron a parecer más
oscuros de lo que eran.
—¡Tienes los ojos azules! —dijo ella como si regresara del mas
allá.
Él sonrió de oreja a oreja.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Disculpad —espabiló Flora— Creo que es tu amigo el fontanero


el que está en la puerta.
David miró a las cristaleras que quedaban algo lejos del salón, que
habían dejado con las puertas abiertas para dominar el exterior.
—Si, es Pedro —miró su reloj, deportivo, como no— Las cuatro.
Puntual como siempre —se levantó y ayudó a retirar la silla de
Elena— Tendrás que acompañarnos para averiguar la avería.
Elena se disculpó con el resto de comensales y se dejó conducir
por David a la salida para ir a visitar al vecino con la avería.
Tras las presentaciones, hicieron las diligencias y en menos de
media hora, el fontanero estableció la gravedad de la avería.
Justamente daba al despacho de Elena, en el tercer piso y era
ineludible abrir la pared para reparar las tuberías.
Pedro vendría al día siguiente para comenzar la reparación.
—Lo que nos faltaba —se quejó preocupada mientras se despedían
a la puerta de su despacho.
—Hubiera sido peor que fuera en la planta baja. Al menos no
tendrán que abrir un boquete en medio del salón —le consoló David.
—Tienes razón —suspiró Elena.
—Para consolarte te invito a cenar.
—Ni siquiera sé a que hora acabaré —se encogió de hombros—
Además, con lo que ha sobrado de este medio día todavía podemos
cenar hoy y mañana.
—Bien, en ese caso vendré a ayudar a consumir los restos para
que no se estropeen.
—Siempre encuentras soluciones.
—Y luego podemos ir a darnos un chapuzón a la piscina.
—Dejemos el agua para otro día —excluyó la posibilidad.
—Bien. Traeré otra de vino por si nos quedamos cortos en la cena
— aseguró mientras se encaminaba a la salida y se despedía de la
secretaria— Hasta luego Flora, nos vemos a las nueve de la noche.
—Ainsssssss, ¿tenemos una cita? —bromeó la secretaria.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Para acabar con la comida tenemos que continuar en la cena —


explicó bajando las escaleras y desapareciendo de su vista.
Flora acudió al despacho de Elena.
—Este tipo es cabezón.
—Si, pero empiezo a encontrarle la gracia —sonrió sentándose en
su silla color naranja— es agradable su insistencia. Me hace sentir
femenina. Mujer.
—Huy, que peligro! Bueno es que te guste el juego, parece que no
va a desistir. Y es agradable. No se puede decir que sea guapo, pero
es muy atractivo y tiene un cuerpazo.
—Yo nunca me he fijado solo en el físico —arguyó Elena— De
hecho el que tenga un cuerpo tan, entre comillas, perfeccionado, no
es precisamente algo que me guste.
—Si un cuerpo diez fuera un requisito para ese hombre, no te
estaría tirando los tejos.
—Mujer, gracias —se mofó Elena levantando una ceja— Nunca me
habían llamado adefesio con tanta elegancia.
—Oh, vamos, tú sabes a lo que me refiero. Tus dimensiones no
son un esteriotipo de gimnasio. Así que solo queda suponer que le
gustas tú.
—Es amigo de Carlos. Le ha encargado que sea protector con
nosotros. Lo que me recuerda que tengo que llamarlos. Ahora mismo
—la miró despidiéndose.
—El tiempo lo dirá. Por lo pronto, esta noche podíamos ir a darnos
ese bañito en la piscina que te ha sugerido.
—¿Tienes un micrófono espía en mi despacho? —se sorprendió.
—Teníais la puerta abierta —justificó— Alguna vez tendrás que
ponerte en traje de baño frente a él.
—No me siento preparada. No me gusta exhibirme.
—¿Y no es mejor que te vea cuanto antes? Así, si insiste, sabrás
que no le espantó lo que vio.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Chica, eres única para dar al traste con cualquier ilusión que una
pueda hacerse.
—Mejor que lo sepas ahora, y no después de que te enamores de
sus halagos e insistencia.
—Mirado así….

—Son las nueve y diez, Elena, déjalo ya. Necesitas comer algo y
descansar. Este ritmo no hay cuerpo que lo aguante —le apremió
Flora— Abajo está ya tu novio y Susana preparando las bandejas.
—No es mi novio.
—Si, como tu digas —se tocó el estómago— tengo un hambre de
lobo. Mi Manolo está al llegar, después de cenar iremos al gimnasio a
estrenar unos cuantos aparatos. Nos hace ilusión ir los dos —rió
infantilmente— podemos hacer pocas cosas juntos. A él le caen
muchas guardias los fines de semana y yo llego a unas horas que…
bueno, para que te lo voy a contar a ti.
—Lo siento Flora —se lamentó Elena— sé que estos días han sido
estresantes y con exceso de trabajo. Estamos yendo contra reloj, os
compensaré. No se que habría hecho sin vosotras.
—Salir adelante. Seguro. —le quitó el portafolios de las manos—
Se acabó. Vamos a cenar y luego te meteré en la sauna y en el jacuzi
para que se reblandezca esa sesera tan dura que tienes. Vamos
abajo.
Bajaron para reunirse con Susana y David, que había venido
acompañado de Samu, el mastodonte que viera en el gimnasio.
Samu tenía su melena recogida en una coleta en lo alto de la
cabeza, aumentando la ilusión de su enorme estatura. Sus ojos
oblicuos y oscuros plagados de unas pestañas cortas, pero muy
tupidas, eran amables y sonrientes. Su volumen parecía que debería
hacerlo actuar lento, pero sin embargo, era ágil y se movía con

87
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

flexibilidad. Vestía unos pantalones de gimnasio, bambas y un blusón


ancho bastante corto que le llegaba por las caderas. Un pendiente de
plata muy grueso, aunque pequeño, adornaba su oreja derecha. Sus
labios eran de un rojo intenso y daban la impresión de estar pintados,
aunque no fuera así. Hablaba un castellano perfecto, con una
musicalidad absolutamente encantadora.
Miraba con amabilidad a Susana mientras ésta le explicaba alguna
cosa con una sonrisa tímida en la boca.
—Buenas noches chicas, —saludó David viéndolas bajar los
últimos peldaños— traje a un amigo, Samu. —miró a Elena— ¿te
acuerdas de él?
—Difícil no acordarse —se giró hacia el hombre pero estaba
ocupado levantando una caja de bebidas para amontonarla con otras
de la misma clase— Parece que ha salido del trabajo para seguir
trabajando aquí.
—A Samu le gusta ayudar —explicó David haciéndoles una seña
para que entrarán al gran salón— Está todo preparado. Susana acaba
de preparar una sangría para alegrar el menú.
—Estupendo! Otra borrachera en ciernes! —dijo Flora yendo
directa a una de las tres jarras preparadas— ¿quien ha adivinado que
es mi bebida favorita? ¿Os lo ha dicho Manolo? Mira que soy peligrosa
cuando me paso con el alcohol, empiezo a hablar por los codos y…
—Yo pensaba que eso te pasaba sin necesidad de beber —rió
Elena aceptando un vaso lleno del líquido rojizo.
—Muy graciosa. Ya te quejarás mañana cuando me tengas que
aguantar con resaca.
—La verdad es que Manolo no me dijo nada, así que no lo riñas —
defendió David— ¿qué tal el trabajo esta tarde?
—Denso —contestó rotunda y tomó sangría.
—¿Has hablado con Carlos y Carol?
—Habla cada día con Carol —contestó Flora aunque la pregunta
iba claramente dirigida a Elena.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me parece que la sangría ya te está soltando la lengua —la


previno Elena con mirada feroz— Relájate y siéntate mientras llega
Manolo. Mira, creo que ahí viene.
Flora apuró la bebida y se fue a abrir a su marido.
—¡Esta mujer es tremenda! —rió David.
—No lo sabes tú bien —asintió Elena— ¿Has hablado con Carlos
estos días?
—Si. Ayer mismo. Está mejor y muy contento por lo del niño —la
instó a sentarse y él la imitó— Está inquieto por no poder venir. Tenía
muchos planes para la inauguración.
—Sé que ha sido un golpe para él no estar presente. Y para Carol
también. Pero lo ocurrido tiene prioridad. Dime, ¿has invitado a Samu
y a los demás profes de tu gimnasio a la fiesta del viernes? Me
gustaría que vinieran. Vamos a ser vecinos y tener mucho trato.
—Tanto más si venís cada día a usar las instalaciones —sonrió
apoyando el brazo en el respaldo de la silla y sentándose de lado con
las rodillas apuntando a ella— A Samu lo puedes invitar tu misma
ahora durante la cena. Al resto se lo comentaré mañana. Seguro que
vendrán si no tienen otros planes. Son muy sociables y buenos
vecinos. Por cierto, escuché la publicidad esta mañana en la radio —
movió la cabeza mientras sonreía— dicen que colapsaron las líneas
telefónicas de la cantidad de llamadas.
—Es un truco publicitario. Se habla de la agencia pero no se dan
los datos y se promete que mañana darán el teléfono y la dirección.
—Así que el fin es causar ansiedad y que estén deseosos por
contactaros.
—Más o menos —rió— Son dos días de publicidad ambigua y
mañana comienza el lanzamiento. Esperamos llamadas a partir de la
primera cuña, a las 10 de la mañana. Se repetirán varias veces
durante todo el día. Para la inauguración esperamos tener ya un buen
listado de citas de personas interesadas que serán atendidas la
semana que viene. Y así comenzaremos con el funcionamiento.

89
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Y cuál es el proceso? —se interesó David.


—Lo normal. Una fianza inicial en la cual entran la preparación de
la ficha y un video o documentación, que es lo que se entrega a los
interesados. Acceso a nuestras reuniones y terapias con una cuota
mensual y unas cuantas cosillas más, pero no quiero aburrirte.
Dejemos de hablar de trabajo.
Muy oportunamente aparecieron los otros cuatro comensales para
dar buena cuenta de la cena.
—¿Queda postre? —preguntó Manolo buscando con la mirada la
mesa todavía surtida con viandas italianas de todo tipo.
—Claro. Están todavía cubiertos con celofán —se levantó Flora
para destaparlos— al ataque cielo —dijo en voz sonora y algo
pastosa, con la sangría ya en etapa de risa tonta.
—Será mejor que se tomen un café doble y cojan un taxi —puso
cara de preocupación David— o mejor les puedo llevar.
—Te estoy oyendo musculitos —se defendió Flora— hoy mi Manolo
y yo iremos al gimnasio un rato, así que cuando me vaya a casa ya
estaré más que despejada.
David rió.
—¿Y tú, vas a ir? —miró a Elena.
—¡No he bebido tanto! —bromeó señalando su único vaso de
sangría del cual todavía quedaba un sorbo— Esta noche necesito
descansar. Me iré derechita a casa.
—Pues yo todavía tengo trabajo que hacer —suspiró David—
Tengo que llevar al otro local de Diagonal material y documentación.
—Si quieres voy yo –se ofreció Samu.
—No amigo, tú quédate en el gimnasio a acompañar a Yoli hasta
que llegue el guardia de seguridad, luego te vas a dormir la mona de
sangría.
—Apenas bebí —explicó enseñando su vaso casi intacto.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¡Chicos sanos! —rió Flora— tenéis razón, estar en forma es


incompatible con las borracheras. Y que conste que no estoy bebida,
solo achispada.
—Es que a mi Flora le encanta la sangría —rió también achispado
Manolo.
—Bueno, en medio de esta alegría —se levantó David— me tengo
que ir. Mañana vendré por la mañana —le dijo a Elena al tiempo que
se inclinaba a darle un beso suave en la sien— Samu, atiende a esta
parejita como se merecen. Buenas noches a todos.
David se evaporó en dos zancadas y salió por la puerta dejando
entrar un aire helado que estremeció a los presentes.
Susana se levantó y comenzó a recoger los platos de plástico.
—Déjalo cielo, mañana por la mañana vienen a limpiar de nuevo
—la empujó Elena fuera de la sala— vete a casa. Debes de estar
agotada.
—Pensaba ir al gimnasio con Flora y Manolo.
—Oh, vale. Estupendo. Pues iros todos ya.
—Nos vemos en el gimnasio chicos —se despidió Samu saliendo.
Flora dejó a su marido que se tambaleaba derechito al lavabo y se
acercó a Elena.
—Vente con nosotros —lloriqueó en su oído.
—Ya sabes que no voy a ir —contestó Elena arrastrando la frase—
No me apetece.
—Venga —puso pucheros— no tendrás otra oportunidad así. Se ha
ido y no volverá hasta mañana. Esta noche puedes hacer lo que
quieras sin riesgo a encontrarte con él.
El corazón de Elena retumbó. Inspiró una bocanada de aire
valiente y rió.
—Tienes razón, pero no me he traído ropa adecuada.
—Sin problema —se irguió Flora— llevo dos chandals y puse en la
bolsa todos los trajes de baño que tengo. Alguno te irá seguro. Al fin
y al cabo no estás tan vaca y con que tape tetas y culo…

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hay que ver lo que suelta la lengua la sangría —sonrió sin


ofenderse Elena— Acabo de descubrir tu punto débil.
—¡Ni te creas! —rió Flora.

22,20 horas de la noche.


En el gimnasio y en paños menores.

—Este vestuario parece tan grande como mi casa —dijo Flora


abriendo una taquilla vacía— suerte de las toallas que nos prestó
Samu, porque eso se me olvidó. Pruébate éste.
—Ese negro me gusta.
—Nada, este verde te estará mejor.
Elena la miró con cara de malas pulgas ya arrepintiéndose de
haber venido.
—¿Por qué diablos te hice caso? Ahora podría estar en mi casa
llenando la bañera con agua muy caliente.
—Aquí ya tienes el jacuzi preparado.
Elena se asomó a la única ventana que daba a la piscina del piso
de abajo y que estaba vacía.
—Me parece que me meteré en la piscina. Pocas veces se tiene la
suerte de tener una piscina de medidas olímpicas para una sola.
—¿Y quien la quiere? —ladeó la boca la secretaria— Susana, ¿Te
falta mucho?
-—No, ya estoy —dijo saliendo de un baño privado la aludida— me
está algo estrecho —señaló el chándal que flora le había dejado— y
además el fucsia no es precisamente mi color —su pelo rojo y la tela
fucsia se daban de patadas virtuales.

92
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Mañana ya traes el tuyo. Vamos a levantar pesas —cogió del


brazo a Susana y caminaron a la salida dejando a Elena a medio
vestir— Yo quiero probar esa máquina que vibra todo el cuerpo…
La voz de Flora se perdió tras las puertas.
Elena se puso el traje de baño turquesa y se rió de si misma. Al
menos le servía. Le apretaba pero no era incómodo. Se alegró de
haberse depilado a principios de semana. Por lo menos el traje de
baño no estaría adornado de campos sin podar.
Se recogió el pelo de la coleta bajo el gorro que le proporcionó
Samu y cogiendo la toalla salió del vestuario.
Se sentía más desnuda de lo que quería admitir. Sin reloj, sin
móvil, sin ropa, sin zapatos. Solo envuelta en la gran toalla amarilla
con el logo del gimnasio.
Pasó por una pared plagada de espejos y se sintió patética con ese
gorro pegado a la cabeza y los ojos abiertos como platos, aferrada a
la tela que cubría su cuerpo. Estuvo a punto de dar la vuelta e irse a
casa, pero en ese instante, el cartel de PISCINA, en letras grandes y
la flecha aclaratoria fue decisivo para que diera dos pasos más.
La piscina estaba escasamente iluminada por fuera. Aunque varios
focos dentro del agua daban un aspecto cinéfilo al ambiente. Un
cartel en la entrada, señalaba un cuadro de luces, pero lo ignoró, le
gustaba ese aire íntimo que se respiraba en la penumbra.
Se acercó a la piscina, limpia, con ese olor característico. El agua
en calma. Soltó la toalla junto a la escalera y buscó las duchas, fue a
las más cercanas y apenas se mojó lo justo, riéndose consigo misma
al recordar cuando era niña e iba a clases de natación. Les obligaban
a todos a ducharse antes de meterse en la piscina, y todos pasaban
por las duchas como alma que lleva el diablo. Recordaba esas duchas
frías que hacían que después se encontrara el agua de la alberca
caliente.
Se metió en la piscina con más placer del que se había imaginado.
Nadó de espaldas un rato, varió a kroll y después a rana. Cuando el

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

cansancio la venció, flotó un rato. Estaba pensando en salir cuando


decidió hacer unos largos más de braza. Se sentía vigorizada.
El reloj que presidía la pared marcaba las once y diez de la noche.
Ya tarde. Hora de volver a casa.
De repente el chasquido de un cuerpo lanzándose al agua alteró su
nado y la inquietó. Miró enredador y un miedo ridículo la asaltó, en
recuerdo del millar de películas en las cuales las víctimas estaban
solas en una piscina.
Con el corazón a cien, localizó un cuerpo que nadaba hacia ella
bajo el agua. En un microsegundo supo que era alguien a quien
conocía, en otro segundo supo que era un hombre y en otro mas,
pese a no creérselo, puso nombre al rostro masculino que apareció a
dos palmos de su cara.
David no llevaba gorro. Aunque como estaba rapado casi al cero
que falta le iba a hacer. Sus pestañas estaban plagadas de miles de
gotas de agua y la miraba fijo. Estaban en la zona profunda, así que
los dos se sostenían agitando sus manos y piernas.
Elena se había quedado sin habla. Deseaba decir algo ocurrente o
superficial, pero no le salían las palabras. Finalmente, él encontró una
frase brillante.
—Veo que me hiciste caso y viniste a darte un chapuzón.
—¿Y tú no estabas trabajando? —le salió voz de pito.
—Vaya. ¿No me digas que lo que te acabó de convencer para que
vinieras era que yo no iba a estar? —chasqueó la lengua— me hiere
el orgullo —dijo teatralmente.
Ella se puso más roja todavía de lo que estaba. Frunció el
entrecejo y resopló. Retrocedió un par de brazadas hacia atrás.
—¿No tienes que levantar unas cuantas toneladas de pesas?
—Hoy ya ejercité mis músculos. ¡Relájate!
—En eso estaba hasta que apareciste —masculló enfadada consigo
misma y calibrando como salir ahora que él estaba allí.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Por mí que no quede. Voy a hacer unos largos para que sigas
con lo tuyo —dijo alejándose y comenzando a nadar kroll.
Mientras él se dedicaba ha hacer largos, Elena se sentía torpe y
estúpida. Los ojos le picaban de rabia consigo misma. Había sido
borde con él. Le apetecía ser amable pero tenía miedo a lo que él
podía despertar.
Respiró hondo y decidió aprovechar que David iba por la mitad de
la piscina para salir y envolverse en la toalla. Se sacó el gorro y se
secó la cara dejándola escondida en la tela suave unos instantes.
—¿Ya te vas? —escuchó la voz del hombre que se apoyaba en el
borde de la piscina a sus pies.
Ese tono amable casi la desarma. En ese momento si hubiera sido
más atrevida se hubiera arrodillado para ponerse a su altura y darle
un beso. Pero no era atrevida y en ese momento se sentía como una
morcilla envuelta en celofán.
—Si —sonrió amable intentando paliar su anterior frialdad— es
tarde y mañana me espera un largo día.
—¿Vendrás mañana?
—Si, eso espero, me ha venido muy bien este ratito en la piscina,
me ha relajado mucho.
—Hasta que yo llegué —puntualizó sin variar el tono.
Ella se sintió culpable. Se agachó, apoyándose en las rodillas y
mirándolo.
—Siento haber sido tan grosera. Primero me asusté. No sabía
quien eras y luego… no sé, me pusiste nerviosa. Estos días estoy
saltando por cualquier cosa. Tengo los nervios a flor de piel. Todo me
altera.
—Estás arriesgando mucho profesionalmente —dijo suavemente—
es normal que estés nerviosa. Pero me gustaría que confiaras en mí.
Ella tragó saliva mientras él respiraba pausadamente y la miraba a
los ojos.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me cuesta confiar —dijo finalmente y antes de que él dijera algo,


se levantó rápidamente sujetando la toalla que se le resbalaba—
buenas noches.
Pareció que iba salir del agua, pero se lo pensó mejor y se quedó
dentro.
—Buenas noches Elena. Hasta mañana.

David hizo trece largos más antes de plegar. Su intuición de


regresar había sido acertada. Él sabía que ella lo esquivaba. Y si sabía
que él no estaría, era más fácil que fuera a su terreno. No se había
equivocado. Cuando llegó y la vio nadando sola en la gran piscina,
estuvo a punto de irse y dejarla. Pero un guiño travieso le provocó.
Se veía tan sensual. Como una sirena. Sus movimientos eran suaves.
Sinuosos. El traje de baño turquesa brillaba con los focos y desde
arriba se distinguía perfectamente su silueta redondeada y femenina.
Le sorprendió notar que tenía los pechos más grandes de lo que
pensaba. Con la ropa se disimulaban algunos factores que el traje de
baño había dejado al descubierto. Le gustaban las mujeres de pechos
grandes.
Sabía que la había asustado y que la había puesto nerviosa. Ya no
eran unos niños. Sabía que ella había estado casada. Aún así, había
algo vulnerable en ella que le recordaba a una tímida gacela. No era
una mujer a la que abordar con sexo rápido, aunque fuera seguro.
Elena era un manjar. Una mujer que valía el esfuerzo conquistar.
Se fue a dar una ducha de agua fría para quitarse el cloro y otros
síntomas más notorios.
Al día siguiente la volvería a ver. Y cada día estaría más cerca de
ella hasta que confiara totalmente en él.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Elena se vistió rápido en los vestuarios. Decidió que el cloro se lo


llevaría a casa. En esos momentos se quería ir cuanto antes. Saliendo
por la puerta del vestuario se cruzó con Susana que regresaba para
cambiarse.
—Yo me rindo —le comunicó la pelirroja— mañana no se si podré
moverme —hizo un gesto sujetándose los riñones.
—¿y Flora y Manolo?
—Manolo está casi dormitando en uno de los aparatos, Flora no ha
soltado una máquina de pectorales desde hace rato. Parece que le
han dado cuerda —rió.
—Bien, nos vemos mañana. Que descanses.
—Buenas noches Elena.
Llegando a casa su cerebro ya echaba humo. Por un lado algo
parecido al entusiasmo y la ilusión se removía en su interior. Por otro,
temía que su inseguridad le jugara malas pasadas y estuviera viendo
más de lo que había en realidad.
Decidió que de todos modos iba a esperar que él tomara la
iniciativa y así estar segura a que atenerse. El resto ya vería.

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Gorditas a la carta

CAPÍTULO 5

Jueves, 22 de diciembre.
El caos reinando y con el mazo
dando. Once y trece de la
mañana.

Tres telefonistas con sus auriculares estaban situadas en la parte


izquierda de la entrada. Ninguna mampara las separaba, las tres
hablaban al unísono y parecían muy concentradas en sus asuntos.
Estaban informando y dando horas a los interesados. Era parte de la
campaña. Las tres estaban aleccionadas y actuaban con precisión.
Una de ellas, de vez en cuando, miraba a Flora, Susana y Elena, y les
guiñaba un ojo.
El caos era evidente en ese salón. Las cristaleras estaban siendo
limpiadas por un mini ejército de limpiadores. Rosa, la del Catering,
estaba otra vez allí, arreglando detalles, como decía ella. Beto se
presentó a las nueve de la mañana con la buena intención de ayudar,
y desde entonces estaba en el despacho de Elena hablando por
teléfono.
Pedro Atmetller, el fontanero de David, había abierto un boquete
importante en una de las paredes del despacho de la Gerente y
utilizaba maquinas infernales para alzarse sobre la música que
amenizaba el ambiente del edificio y que muy eficientemente había
seleccionado Susana para acompañar la actividad del día.
Ya eran casi las doce cuando Elena volvió a su despacho y sacó a
rastras a Beto.
—Necesito hacer unas llamadas. Vete a tu oficina.
—¿Mi oficina? —dijo en eco mirándola de soslayo— No sabía que
tenía una oficina.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Todavía no es oficial. Te recuerdo que estoy esperando que me


des una respuesta en firme a mi oferta laboral.
—Sabes que te voy a decir que sí —masculló apoyándose en su
mesa— Pensaba que me tendrías el contrato preparado.
—Contigo he aprendido a dejar de suponer. Ahora que me has
confirmado que deseas aceptar el trabajo te diré que empiezas el
lunes a las nueve de la mañana para entrar en ambiente, y que el
lunes mismo firmas el contrato que te tendrá preparado Flora.
—¿Flora? Me encanta esa mujer. Me cae estupendo.
—Ella también es admiradora tuya. Así que ve a pedirle que te
diga donde está tu despacho.
Beto pegó un saltito y salió recto hacia la recepción de Flora. Esta
lo acompañó a una de las oficinas del ala derecha y le cantó las
instrucciones de manejo telefónico. El hombre se quedó a solas
mientras ella pasaba al despacho de Elena.
—Bien. Ya es oficial que Beto trabaja aquí. —le dijo entrando y
dejando paso al operario que venía con más herramientas.
—¿Puedes tener el contrato para el lunes?
—Si. Llamaré a la gestoría. Ya mandé por email los datos y las
condiciones que me pasaste. Solo tengo que avisar que me lo envíen.
—Estupendo —miró a Pedro Atmetller— Me mudaré unas horas o
días al despacho de Carol. Hasta que termine esta pesadilla infernal
—señaló el destornillador eléctrico del trabajador que se ponía en
marcha y rompía la paz del lugar.
—¿Para cuanto tiempo tiene? —gritó Flora al trabajador por
encima del ruido.
—Esta tarde me voy al piso del vecino. Hasta mañana no volveré
aquí. Y con un poco de suerte, todo estará arreglado mañana al
medio día. Vendré con un ayudante para tapar el agujero. Se que
tienen prisa y mañana inauguran.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

–Gracias, se lo agradezco de veras —contestó Elena. Se giró hacia


Flora— Voy a hacer un par de llamadas en el despacho de Carol.
Luego bajaré a ver como va todo.
Las dos salieron de la oficina.
—¿No ha venido David? —dijo Elena carpeta en mano antes de
meterse en el despacho— ¿Ni llamado? —insistió con cara de
indiferencia.
—No. Debe estar ocupado. ¿Quedaste en algo?
—Me parece que le dije que volvería al gimnasio esta noche.
—¿Volvería? ¿Lo viste anoche? –interrogó— ¿regresó y no lo vi?
—Si. Yo estaba en la piscina.
—¿Y qué pasó? —se entusiasmó Flora.
—Nada —puso cara alerta Elena— Él siguió haciendo largos y yo
me fui a dormir.
—¿Así es como piensas cazar un hombre?
—Yo no voy de caza Flora. Esa eres tú. —le señaló la puerta de
Beto— Anda vigílalo que es como un niño grande.
—Por lo menos me alegraré la vista. Pasando a otro tema, ¿te
parece que traiga comida china para el medio día?
—Si. Lo que quieras. Tú te encargas.
—Tendremos que comer en uno de los despachos de aquí arriba.
Porque abajo está todo manga por hombro.
—De acuerdo. Supongo que seremos nosotras tres. Pero a lo
mejor Beto se anima.
—Ya le pregunto y tú díselo a Rosa. A ver si le apetece.

Beto se fue a buscar detalles para personalizar su despacho. Eso


significaba que vendría con cuadros, adornos y que en unas horas su
oficina sería un bazar oriental, música incluida. A Beto le gustaba

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

rodearse de un ambiente agradable y su idea de eso era co-crear el


lugar ideal donde pasar horas sin estresarse.
Amenazando con volver por la tarde, salió con un portafolios con
medidas. Elena sintió un escalofrío cuando escuchó: “hasta luego”. La
última vez que escuchó esas palabras con ese tono le decoró su piso
de forma minimalista. Justo después de su divorcio. Juró y perjuró
que era para animarla, pero lo cierto es que la decoración era la
carrera frustrada de Beto. Cualquier excusa era un motivo para usar
sus dotes de buen gusto.
Claro está que eso del buen gusto es tan relativo…

Después de hacer el pedido de la comida por teléfono, Flora llamó


al gimnasio y preguntó por David. Le pasaron de inmediato con él.
—Hola Flora.
—Hola David, llamaba para invitarte al nuevo picnic. Acabo de
pedir comida china, justo es que también la disfrutes, sobretodo
después de habernos ofrecido el banquete de ayer.
—Pues acabo de ducharme y pensaba ir con comida preparada del
restaurante de aquí al lado. ¿La invitación es cosa tuya o de Elena?
—A medias —gesticuló Flora— Ella está muy liada hoy, pero
necesita ánimos.
David rió. Una risa discreta y sensual.
Estaba claro que Flora era de gran ayuda para sus planes.
–En diez minutos estaré allí.
—David, por favor trae para preparar sangría.
Flora escuchó una risa bastante fuerte antes de colgar.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Ese de la puerta no es David? —preguntó Elena desde la


recepción entrecerrando los ojos.
—Si —contestó como si nada Flora que colgaba el teléfono
mientras Nola, una de las telefonistas de apoyo se despedía para irse
a comer con sus compañeras— Hablamos justo cuando encargué la
comida. Fue una suerte pues pretendía venir otra vez con la comida
preparada. Naturalmente le invité a acompañarnos y le pedí que
trajera sangría.
—¡Naturalmente! —alzó la ceja Elena mientras Susana apretaba el
timbre para abrir la puerta.
—Hola chicas —saludó David vestido de chándal azul y blanco—
Hace frío fuera.
—¿Es que nunca te pones chaqueta? —riñó Flora.
—El gimnasio está en la esquina —se encogió de hombros.
—Cualquier día te dará un pasmo. Calefacción a tope, sudando en
el gimnasio y saliendo al frío —masculló.
—¿Qué no ha venido tu Manolo para que lo pongas firme? —rió
David.
—Mi Manolo está muy aleccionado. No necesita que le diga ciertas
cosas.
—No lo dudo —sonrió David. Miró a Elena— ¿descansaste bien
anoche?
—Si. Muy bien. Gracias.
—Nadar siempre ayuda —dejó los dos paquetes que llevaba
encima de la recepción— ¿Repetirás esta noche?
—Seguramente —contestó de forma ambigua.
—Siempre podemos jugar a ahogadillas —intervino Flora—
Necesitamos quitarnos el stress. Estamos como varas. Lo que me
lleva a consultarte un asunto. ¿Nos disculpas un momento David?
—¿Qué pasa? — preguntó preocupada Elena cuando Flora la
apartó a un rincón.
—Nada malo. Tranquila.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—A estas alturas todos los imprevistos pueden resultar desastres.


—Todo funciona correctamente. Pero a juzgar por el volumen de
llamadas y el trabajo que hay, Susana no dará abasto cuando se
vayan las telefonistas de la compañía publicitaria. Tenía pensado
contratar una permanente.
—Y habías pensado en una de las tres. ¿Me equivoco?
—Tu y yo nos entendemos a la perfección. No hace falta ni que
hablemos —chasqueó la lengua Flora— Sería una solución inmediata
perfecta. Así Susana haría su trabajo y yo el mío. Si estamos
atendiendo llamadas nunca iremos al día y cuando esto funcione no
esperes que trabaje catorce horas diarias a no ser que sea una
excepción.
—Bien. Supongo que piensas en la sonrisitas que nos guiña el ojo
todo el rato.
—Supones bien. Las he oído en el servicio haciendo comentarios
de los contratos basura que les hacen.
–No se hable más. Habla con ella en cuanto regrese.
—Vamos a comer pues —se giró— ¿Dónde está esa sangría?
—Preparada —le contestó David— ¿Creéis que podamos invitar a
Samu? Está tristón porque le ha dejado su pareja.
Flora y Elena asintieron a la vez. David cogió el teléfono móvil
para dar un toque a su amigo, pero Susana le detuvo con un gesto y
marcó el número en la centralita para pasarle el auricular.
A los cinco minutos, Samu se unía a los comensales. Su rostro
estaba tan sonriente como siempre y no daba síntomas de estar muy
triste, pero igualmente, las mujeres le trataron con amabilidad y
cierta ternura sabiendo de su corazón roto.
Samu disfrutó de los mimos y las atenciones.
David, sentado al lado de Elena, participaba en la conversación y
la tocaba con la menor excusa. Se inclinaba sobre ella, le cogía
comida del plato para probar, le daba un bocado de la suya. Incluso
una vez bebió de su vaso.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Elena por un lado estaba algo mosca ante tanta familiaridad. Pero
la actuación de David era tan natural. Como si nada fuera
premeditado. En cambio, ella, era tan consciente de su presencia y
sus leves roces que en un par de ocasiones se sonrojó.
David se inclinó para coger pan de gambas y casi le puso la cara
en el escote. Elena se quedó quieta sintiendo su aliento en la piel.
Sentir algo tan íntimo delante de otras personas era algo inusual para
ella.
Ese día iba vestida de lo más recatado. Un vestido negro entero
con un chaleco de lana entretejido de negro y blanco. El único toque
atrevido era el escote bañera de ambas piezas que insinuaba el valle
de los senos, pero sin exageración. Un broche sujetaba la tela de la
chaquetilla para que no mostrara atrevimiento.
La segunda vez que él fue a alcanzar el pan de gambas, ella se
apartó ligeramente. Él la miró fijamente a los ojos y sonrió. Elena
supo en ese instante que nada era tan casual. Así que decidió darle
de su propia medicina.
Cuando Flora le puso más sangría, la aceptó para envalentonarse.
Y cuando Samu propuso un brindis se levantó con el resto para
secundar los buenos deseos para la inauguración. Tomado el sorbo
del festejo siguieron con el postre.
David se volvió prudente y dejó de provocarla con sus roces y
miradas. Elena hizo un gesto de incomprensión.
En el momento que se decidía a seguirle la corriente, él detenía
sus avances. En su nube sin vergüenza, esa que da cierto grado de
alcohol en la sangre, empezaba a mosquearse. En un diálogo interior
no se decidía en qué pensar. Así que optó por la salida más fácil.
Poner la excusa de irse por el trabajo pendiente.
—Chicos. Estoy muy a gusto, pero hoy es un día clave. Me
gustaría acabar temprano y darme un chapuzón en la piscina de
nuestro vecino, así que si me disculpáis…

104
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si, pero antes, —la detuvo David tomándola de la muñeca—


todos vosotros tenéis una cita esta noche a las ocho en la sección vip
del gimnasio. Nos espera una botella de cava helada. Una celebración
privada para que mañana haya suerte. —se levantó con ella y le alzó
el brazo hasta colocar la palma de su mano sobre su pecho duro y
ancho. Luego la miró a los ojos y siguió hablando— Es una costumbre
que tenemos por aquí. Celebramos antes el éxito para asegurarnos
de que llegue.
Elena carraspeó. Estiró levemente su brazo pero cuando notó que
no la soltaría tan fácilmente se decidió a hablar.
—¿Y qué es exactamente la sección Vip?
—Bueno, Samu y yo llamamos la sección vip al area de los jacuzis,
hoy lo cerraremos para que sea privado. Canapés, cava y relax.
—¡Suena lujurioso! —rió Flora— Pecaminoso —rió— A bacanal
romana —insistió la secretaria— ¡Me encanta!.
—Estaba seguro que te gustaría —contestó David a Flora sin dejar
de mirar a Elena.
—Si, suena excitante —asintió Elena ante el entusiasmo de Flora y
el brillo en los ojos de Susana— tú si que sabes impresionar.
—Me parece que he conseguido apasionar a la persona equivocada
—rió quedo soltándole la mano y apartando la silla de en medio para
que ella pudiera caminar.
La siguió tres pasos lejos de la mesa mientras todos se levantaban
para hacer una cosa u otra.
—Te agradezco mucho que te preocupes de nosotros —dijo Elena
después de un profundo suspiro— Sé que Carlos te ha encargado que
nos cuides.
—La verdad es que es un placer para mi poder apoyaros en estos
días tan caóticos. Me gustaría poder ayudar más. Pero no es mi
campo y más bien estorbaría. Pero si puedo ayudaros a relajaros un
poco y haceros olvidar el estrés.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hombre —rió Elena— canapés, champang, agua caliente con


chorros a presión después de un duro día de trabajo, yo diría que es
ayudar mucho.
—Para mi también es un disfrute —señaló antes de girarse para
contestar a Samu que le sugería que se fueran pues empezaba una
clase en el gimnasio que David lideraba— Voy —se inclinó para darle
un beso en la mejilla a Elena, pero en ese instante Flora la llamó y
ella desvió apenas la mejilla para mirarla y los labios de David,
presionaron los suyos. Fue apenas un toque, fuerte y suave a la vez.
Él no se movió cuando se dio cuenta de su suerte. Elena dio un ligero
respingo y abrió los ojos turbada pero no hizo ningún comentario
pues sabía que había sido un accidente.
—Hasta luego —sonrió Elena despidiéndose.
Pareció que él le iba a dar un beso en la otra mejilla, pues sin
soltarla se volvió a inclinar hacia ella. Pero esta vez,
deliberadamente, besó sus labios. Fue incluso más corto que la
primera vez, pero luego la miró a los ojos. Confirmando.
—Hasta luego —dijo entonces David con una sonrisa tierna en los
labios.
En cuanto desaparecieron por la puerta, Flora le dio un pequeño
golpecito en el brazo.
—Despierta bella durmiente.
—¡Oh! Te llaman la oportuna a ti. ¿Verdad?
—El primero fue un accidente. El segundo no. —dijo sabiendo de
que hablaba.
—Te voy a cobrar entrada. ¿Es que no sabes lo que es la
intimidad?
—Oh, no. Soy exhibicionista por naturaleza. Manolo y yo somos
todo un espectáculo. Estoy impaciente. Esta noche va a ser genial.
—Si —se deprimió Elena— He traído un traje de baño color fucsia
con rallas que me hace parecer un cruce entre una vaca y una cebra.

106
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si tiene un buen escote no se fijará ni en la vaca ni en la cebra.


¡Créeme! —la consoló Flora— Además, cuando vea el slip de leopardo
de mi Manolo y mi tanga dorada, cualquier cosa le parecerá discreto y
respetable.
—¡Buen Dios! —se sofocó Elena— ¿tanga dorada? ¿Y tu marido
con un traje de lunares?
—No exageres mujer. Ni que fuera vestido de faralaes. Es solo una
telita con manchas felinas —hizo un gesto sensual y sugerente— Me
encanta cuando se lo pone. ¡Está de sexy!
—Voy a beberme una botella de algo que lleve alcohol. Esta noche
quiero estar beoda perdida.
Elena subió a su despacho. Ya sola, se sentó, sin ruidos. Mirando
el boquete en la pared.
De verdad que necesitaba una copa. Nada más pensar en esa
pareja haciéndose arrumacos en la bañera caliente de la guisa
mencionada sentía vértigos. Aunque más le preocupaba ver a David
en bañador. Se le secaba la boca de pensarlo. Recordó el día que lo
vio con los pantalones de licra, cortos y estrechos, en el gimnasio.
Apretados. Sin disimular sus formas de hombre. Sus músculos
prominentes y su sonrisa casi perfecta.
Y ella con su traje de baño fucsia con rayas.
Suspiró y se arrellanó en el asiento intentando pensar en los
asuntos pendientes para esa tarde.

David acabó la clase de orientación de un grupo de nuevos


alumnos que necesitaban supervisión en las tablas que se les habían
preparado.
Se encerró en el despacho y se tomó un gran vaso de agua
natural. Estaba nervioso.

107
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

No acababa de entender como en tan pocos días una persona


podía enamorarse. Pero era lo que le estaba sucediendo.
Cualquier excusa era buena para tocarla. Mirarla.
El beso accidental le había hecho dar un vuelco en el corazón y un
tirón en la ingle. Esas cosas, esas mariposas en el estómago no le
pasaban desde que era adolescente.
Tenía arrebatos de locura que constreñía para no parecer un salido
atolondrado. El escote de Elena le volvía loco. No entendía por qué,
pues veía “tetas” a diario en el gimnasio. Veía cuerpos esculturales,
mujeres de todo tipo. Y él, solo podía pensar en los pechos de Elena y
en amasarlos y besarlos, y en contemplar sus ojos, mirarla mientras
le acariciaba la cintura y el trasero ancho y apetitoso.
Estaba excitado como un rinoceronte. Bufó incrédulo mirándose el
pantalón de deporte y sintiendo la presión del deseo.
Se sentó cuando alguien llamó a la puerta. Nada más le faltaba
que alguien entrara y le encontrara con una erección en medio de su
despacho.
Le tembló el pulso al pensar en esa noche. Él, con su traje de
baño, frente a ella, sus ojos, su escote. Él, empinado cual semental.
Estaba apañado! No era precisamente una buena estampa para su
intención de buen chico. No creía que Elena se tragara aquello de:
“mis intenciones son serias”. Cuando una flecha apuntaba hacia ella
con un deseo tan obvio mientras ríos de cava, canapés y lujuria
flotaban en el ambiente.
De repente no le pareció tan buena idea lo del jacuzi. Flora tenía
razón. Sonaba a bacanal romana.

Flora entró en el despacho de Elena hacia las siete y cinco de la


tarde.
—¿Cómo lo llevas?

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bien. Me falta llamar a los promotores de Andorra, los amigos de


Carlos. Y los Rodríguez del Hospital.
—Dudo que vengan los de Andorra. Y los Rodríguez ya dijeron que
no sabían si llegarían a tiempo de su seminario de cardiología.
–Por eso los llamo. En eso quedé.
—¿Hablaste con Carol?
–Esta tarde a primera hora. Apenas pudimos hablar. Estaba con
Carlos y los dos querían el teléfono. Casi no entendí lo que me decían
entre bromas y gritos. Lo importante es que están bien. Me dijo que
me llamaría hoy el de la prensa. Pero no lo ha hecho. Supongo que es
capaz de presentarse directamente en la fiesta de mañana.
–Si ya estaba hablado, vendrá. —miró el reloj– Susana ha impreso
los listados de las citas para la próxima semana. Todas las horas
dadas. Hemos obtenido un resultado del doscientos por cien. Los
entrevistadores previstos para cubrir el primer mes estarán
ocupados. En unos quince días veremos si esto es una seguidilla o
solo el bom del principio.
—No nos entusiasmemos por el inicio. Está bien la respuesta del
público. Según el volumen de socios que se apunten, veremos si es
necesario contratar dos o tres empleados para ese menester.
—Estoy de acuerdo. Otro asunto. Susana estaba a punto de
rajarse para lo de esta noche. Le daba vergüenza mostrarse en todo
su esplendor.
—La entiendo. Creo que yo también me escaquearé. Voy a
ponerme repentinamente enferma —sonrió cansina.
—Ni lo soñéis. He ido a la tienda de deportes de la calle de arriba.
He comprado pareos. Así podéis usarlos de turbantes o para cubriros
y sentiros menos expuestas. Ya no tenéis excusas.
—¡Maldita sea! —se sorprendió Elena— ¿por qué no se me ocurrió
a mi?
—Porque tienes la mente ocupada en escenas tórridas dentro del
jacuzi.

109
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No digas pavadas. Me da la sensación de que la cosa avanza


muy deprisa. A veces me lo comería vivo, y otras busco una puerta
para salir corriendo. Creo que me estoy volviendo loca.
—Te gusta. Y tú le gustas a él. ¿Por qué sois tan cabezotas?
—Apenas lo conozco.
—Ni lo conocerás sino haces un esfuerzo. Date la oportunidad
Elena. Puede ser el amor de tu vida. Tienes un hombre genial
delante. Interesado en ti. No la fastidies por miedo. Arriésgate Elena.
Solo tienes que dejarte querer, a juzgar por como lleva el cortejo está
muy decidido.
Elena suspiró y se levantó.
—De acuerdo. ¿Me prometes que me darás un toque si me ves
meter la pata?
–Dalo por hecho.

¿Baños romanos? Burbujas


intencionadas, aguas calientes y
canapés flotantes.

A las ocho y cinco estaban las chicas cambiándose en el vestuario.


Flora había llamado a su marido para contarle el evento especial
que tendría lugar y éste ya estaba en el vestidor masculino
cambiándose.
—¿Y dónde está ese biquini dorado que nombraste esta mañana?
— preguntó Elena mirando el anodino traje de baño de su
compañera.
—¿Esperabas verme de “matahari” dorada colgada del cuello de mi
“tarzán” de la selva asfáltica? —rió— No sufras, no voy a montar
ningún espectáculo. Dejo eso para la intimidad.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Pues me tenías engañada —dijo mientras se ponía el pareo


atándolo a un lado de su cintura— ¿Qué tal estoy?
—Muy sexy —contestó Susana a su lado.
—Gracias.
Se miraron las dos al espejo de cuerpo entero que ocupaba una
pared de tres metros. Susana llevaba un traje de baño negro
deportivo, de los que se usan en las clases de natación. El pareo de
colores azules de distintos tonos realzaba su cabello rojo y su rostro
infantil y amable. Flora vestía de malva. El pareo negro con triángulos
verdes y amarillos complementaba su atuendo.
Elena, con su traje de baño fucsia con estrechas rayas malva en
diagonal, de esos con “wonderbra” incorporado y el pareo malva
atado, se veía sonrojada en el espejo.
Entraron dos mujeres a la sala. Y otras cuatro que estaban en las
duchas aparecieron secándose y hablando por los codos. De repente
el vestuario se convirtió en un hervidero de actividad.
Las tres salieron, pero antes Flora obligó a Elena a dejar reloj y
móvil. Las tres portaban sus toallas enormes en las manos,
chancletas de verano y pinzas en el pelo para apartarlo de los
hombros.
Era jueves y había bastante gente en los pasillos. Unos
empezaban y otros acababan. Llegaron a la sala de jacuzi. Como
todas las salas, tenía cristaleras, pero unas cortinas escalonadas
impedían contemplar el interior.
Flora abrió y soltó una exclamación poco femenina.
Tres bañeras, de dimensiones considerables cada una, se repartían
formando un triángulo. Dos mayores y una más pequeña. Todas lo
suficientemente grandes como para albergar cuatro o seis personas
con comodidad.
El agua despedía un olor a jazmines, o quizá era el lugar que
estaba perfumado.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Una tabla con dos caballetes visibles bajo un improvisado mantel


blanco, sostenían tres bandejas de variados canapés. Al lado, dos
cubiteras con sendas botellas enfriándose. Copas de cristal y
servilletas, completaban el cuadro.
Samu estaba en el interior del recinto, aunque ninguna lo había
notado hasta que él las saludó.
—Buenas noches chicas. Ya tenéis preparadas las burbujas —dijo
levantándose y cerrando un cuadro de mandos en la parte opuesta de
las bañeras.
El tahitiano llevaba puesto unos boxers largos hasta las rodillas,
anchos. Se veía más grande sin ropa que con ella. Iba descalzo y les
hizo un gesto para que pasaran.
—¿No ha venido mi Manolo? —se extrañó Flora.
—Si —la tranquilizó Samu— se fue con David a buscar unas velas.
Elena se fijó en el incienso puesto en tres sitios diferentes y
entendió el olor a jazmín reinante.
—¿No se molestarán los clientes al cerrar esta zona? —preguntó
Susana mirando por entre las cortinas cerradas.
—No. Se cuelga el cartel fuera de servicio y se advierte en los
vestuarios de la inhabilitación de las bañeras en el día de hoy. Como
si estuvieran estropeados —contestó el grandullón— Si me disculpáis,
tengo que hacer un par de cosas antes de relajarme. Enseguida
vuelvo.
—¡Qué maravilla! —puso los ojos en blanco Flora— voy a disfrutar
de este pecado —risitas entusiastas— ¿Sabes quién falta aquí? —no
esperó a que Elena contestara— El guaperas de Beto. Si supiera de
este evento, no se lo habría perdido.
—Ni que lo conocieras de toda la vida —alzó las cejas Elena.
—En cuanto descubra el gimnasio se pasará la vida aquí. Por
cierto, que llamó por teléfono para decir que mañana vendrían dos
casas de muebles para traer algunas cosillas.

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Gorditas a la carta

—Cuando se pone en plan decorador es terrorífico —rió Elena—


¡Ya verás mañana!
—Pienso divertirme con él. Me cae muy bien.
—A mi también me cae muy bien —secundó Susana— Siempre
tiene una palabra amable.
En ese momento se abrió la puerta y Manolo entró. Llevaba unos
boxers por medio muslo y daba una estampa muy diferente a la que
Flora había amenazado tendría. La prenda marrón con motivos de
liberty, seguro era una compra de su esposa. Dos medallas de plata
le colgaban en el pecho peludo. Su estómago cervecero adornaba su
cuerpo contento. Sus pelos de punta, cual uniforme, seguían allí,
tiesos y a la orden.
—hola cari. Ya pensé que te habías perdido —le dijo su mujer
acariciándole el vientre y dándole un beso suave en los labios— ¿Y
David?
—Se fue a vestir —explicó— o debería decir mas bien a desvestir
—rió su propia gracia— Me ha enseñado las instalaciones. ¡Qué
pasada!
Las mujeres se fijaron que llevaba una bolsa en la mano. En ella
había seis velones tipo cirio de iglesia y una caja de cerillas de medio
metro.
Las mujeres colocaron las velas con sus plantillas, en varios sitios
estratégicos cerca de las bañeras.
Encendían la última cuando llegó David. La toalla larga que
rodeaba su cintura impedía reconocer el tipo de traje de baño que
llevaba.
—Hola David. Muchas gracias por este detalle. Está todo precioso
—lo saludó Elena desde su sitio.
—Me alegro que te guste. Que os guste —corrigió— Samu no
tardará en venir, vamos a abrir el cava y a animarnos.
Se acercó a las cubiteras y cogió la primera botella.

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Gorditas a la carta

—Qué cómodas son estas toallas —se fijó Flora mirando la tela que
se adaptaba perfectamente a la cadera de David.
—Van con velcro. Tenemos siempre a disposición de los clientes. Y
si queréis para casa os puedo dar la dirección de quien nos la
proporciona. Hay distintas medidas. —miró a Elena que se acercaba
un poco mas a ellos— Aunque me gusta más como os sienta el pareo.
—se oyó el “plop” del tapón al salir. Enseguida sirvió la primera copa
que le ofreció a Flora. La segunda fue para Elena que enseguida dejó
sitio a Susana y Manolo— Propongo un brindis. Por GORDITAS A LA
CARTA y el éxito que os espera.
Todos alzaron la copa y bebieron. Comenzaron a picar los canapés.
David siguió a Elena hasta la bandeja mas alejada.
—¿Has tenido mejor día? —Elena se giró al oír su voz tan cerca de
su oreja y su hombro le rozó el pecho. Un torso velludo con
moderación. Le gustó que no se depilara. Sabía que Beto lo hacía,
incluido el pecho, trasero, ingles y piernas. Por no nombrar otras
zonas.
—Atareado, pero prácticamente he acabado con los pendientes.
Mañana lo dejo para imprevistos.
—Mujer precavida.
—Planifico —corrigió— no me gusta dejar las cosas para mañana.
—Me gusta tu traje de baño —cambió el tema repentinamente— el
color te sienta bien.
—No puedo decir lo mismo —contestó antes de pensar en lo que
decía.
—Eso tiene fácil solución —dejó la copa en la mesa y se comenzó a
quitar la toalla.
—Estaba bromeando —dijo roja como la grana.
—Yo también —sonrió volviendo a tomar la copa y dejando la
toalla en su sitio, más por la incomodidad de ella que por modestia.
David observaba las reacciones de Elena con disimulo. Estaba
preciosa. La coleta recogida por una pinza amarilla de plástico. El

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Gorditas a la carta

pareo le ceñía las caderas y dejaba a la vista una cintura femenina.


Sus formas de mujer eran, definitivamente, rotundas. Sus pechos
sobresalían de su bañador fucsia formando un valle prometedor.
David estaba excitado. Había hecho bien en cubrirse con la toalla
para disimular una más que posible erección. La probabilidad se había
convertido en hecho y la tela de la toalla ayudaba. Cambió de pose
incómodo y subió la copa esperando que la mirada de la mujer no
paseara más abajo de su cintura.
Pese a calentarse por momentos no podía dejar de mirar los senos
de la mujer que, nerviosa, llevó la copa hacia el escote para cubrirse
con pudor.
–Hablé con Carlos hoy —dijo mirando su rostro y obligándolo, por
cortesía, a devolverle la mirada— Están bien.
—Lo sé. Está muy orgulloso de ti.
—Jajajaj —rió— y seguro que tú contribuyes diciéndole lo mucho
que trabajo.
—Es la verdad –la miró fijo a los ojos— te preocupas por tu
trabajo, por tu gente. Entiendo que Carol y Carlos te quieran tanto.
—Por favor, me vas a sonrojar —rió más tranquila y miró las
bandejas— Te has tomado muchas molestias.
—Lo ideal es colocar las bandejas y la bebida alrededor de las
bañeras.
Samu apareció en ese instante.
—Teléfono para ti David.
—Vuelvo enseguida. ¿Por qué no vais colocando las fuentes en los
bordes de las bañeras?
—Dicho y hecho —contestó Flora poniéndose a la carga.
Mientras David estaba fuera, Elena solo podía pensar en meterse
en el jacuzi antes de que él llegara. Rezaba por lo bajo para que le
diera tiempo.
Fue la primera en meterse. Dejó la toalla en el cabecero, el pareo
hecho un montón de tela, y se sumergió hasta casi los hombros,

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Gorditas a la carta

suspirando de gusto por el calorcito y de alivio porque David todavía


no había vuelto.
Flora y Manolo se metieron en la misma bañera que ella.
Samu invitó a Susana a sentarse en el jacuzi de al lado.
Todos estaban con los ojos cerrados, algunos, copa en mano,
cuando David regresó, unos diez minutos después.
Las velas titilando, el jazmín en el ambiente, el silencio solo roto
por el borboteo del agua. La luz amarillenta de las luces de
emergencia.
Elena se dio cuenta de su presencia cuando el estuvo parado justo
frente a ella. Abrió los ojos con pereza y contempló, como si de una
película se tratara, la caída de la toalla blanca después del ruido del
velcro separándose. Eran boxers. Cortos, pero boxers. Anchos y de
color azul o quizá negro. No sabía por qué, pero se esperaba otro tipo
de ropa, quizá slips, o algo mas ajustado de licra. Se dio cuenta que
le miraba fijamente la zona de las caderas y pestañeando se sentó
más derecha.
—Casi me duermo —carraspeó mirando a Flora, muy pendiente de
su alrededor a pesar de su inusual silencio.
David se introdujo en el jacuzi en otra de las esquinas, la del
mismo lado de Elena quedando frente a ella.
Cogió la copa de cava que estaba en el borde y tomó un sorbo.
—Veo que os habéis relajado de verdad —sonrió.
—Si. Esto es fantástico —susurró Manolo— voy a convertirme en
un fan del jacuzi —aseguró.
—Cielín, ¿qué tal si compramos uno para casa? — se apretujó
contra él Flora.
—Una idea estupenda —dijo en la gloria su marido— ¿Cuánto
valen estos trastos?
—Depende —rió David buscando con la vista las bandejas de
canapés— Uno como éste te puede subir unos siete mil euros. Los
hay más pequeños. Aunque te aconsejo uno, como mínimo, para

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Gorditas a la carta

cuatro, porque siempre se sumarán amigos o familiares. Además el


jacuzi tiene que ser espacioso. Tiene otros usos. Incluso más
placenteros que los obvios.
—¿Hay instrucciones? —rió achispada Elena.
David localizó una de las bandejas tras Elena. Dando un paso al
frente y sacando medio cuerpo del agua se acercó a ella, se volvió a
sumergir hombro con hombro con la mujer y alargó el brazo para
coger un bocado.
Elena se agitó nerviosa ante el roce permanente de la pierna y el
brazo del hombre.
—Yo creo que hay cosas que son más interesantes poner en
práctica y dejar un poco la teoría —dijo finalmente antes de llevarse
el bocadito a la boca.
—¿Están ricos? –dijo Elena cambiando de tema y dándose la
vuelta para coger uno y así dejar de verlo cara a cara.
Fue un error. Al hacerlo, él aprovechó y se alzó para coger otro,
apoyando su pecho en la espalda de ella. Sus cuerpos quedaron
pegados. Su muslo derecho sobre su muslo derecho. Su brazo sobre
su brazo. Su pelvis rozando su trasero.
Elena no se movió. No cogió ningún canapé. Esperó a que él
cogiera un par y volviera a sentarse. Sentía todo su cuerpo color
escarlata. Un temblor le recorrió el cuerpo y toda su piel se erizó.
Tomó un bocado y se deslizó despacio a su asiento. David estaba
masticando tan tranquilo. Le aguantó la mirada mientras probaba la
comida.
—¿Hay más cava? —preguntó Flora apurando su copa— Anda
amorcito, acércanos la botella.
Manolo dejó el agua caliente de mala gana y se arrastró hasta la
cubitera mas cercana, no muy lejos. Se metió dentro antes de servir.
—Hace frío fuera —se quejó Manolo.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿A qué hora es la inauguración mañana? —dijo David de forma


casual, mientras su muslo y su rodilla se apoyaban en el muslo de
Elena.
—Como a las Ocho. A partir de esa hora empezarán a llegar los
invitados.
—Estaré allí a las siete —afirmó David.
Elena se sentía arder. Apoyó la cabeza en el borde y cerró los ojos
esperando que se le pasara el subidón de libido.
David la miró relajada. Sus pestañas eran oscuras y largas. Sus
cejas bien perfiladas. Su escote y hombros era lo único que sobresalía
del agua. El movimiento de los chorros agitaba la carne de sus senos
con lujuria.
Cuando le había rozado el trasero se había acabado de poner como
una vara. Si salía ahora del agua parecería una percha.
Pasó mucho rato. El cava se calentó. La comida quedó casi sin
tocar. Incluso se escuchó algún que otro ronquido.
David se inquietó. No estaba en absoluto relajado. Le apetecía
conversar con Elena, pero estaba claro que en ese silencio no podían
hablar de nada personal y menos coquetear o decir cosas como las
que le apetecía decir.
Se levantó un poco y se sentó a horcajadas sobre las caderas de
Elena para alcanzar otro bocado. Las dos rodillas masculinas tocando
los muslos femeninos hicieron que Elena pareciera regresar de golpe
de su ensueño. Sus ojos se encontraron, los de ella interrogando pero
sin moverse. Su mirada a la altura de sus pectorales, un brazo
sujetando su hombro, el otro agarrando el canapé. Sus piernas
separadas, su erección presionando la tela de su traje de baño,
aunque sumergida en el agua. La mano derecha de ella se movió
hacia la superficie rozando la ingle masculina y haciéndolo doblar,
soltar el panecillo y sujetarse al borde de la piscina.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Elena, sin ser consciente de lo ocurrido y creyendo que se había


hecho daño le agarró el hombro con una mano y le levantó la cara
cogiéndolo por la barbilla.
—¿Te has hecho daño?
David hizo un esfuerzo por moverse, casi sin poder hablar y
todavía sintiendo el ramalazo de placer que el recorría el cuerpo.
—Tranquila. Una vieja lesión en la rodilla —dijo volviendo a su
sitio.
—Debe de doler —le puso la mano en el pecho con amabilidad y
preocupación.
David estaba sudando. Cada gesto de ella hacía que pensara más
en comérsela a besos. Solo la compañía que los rodeaba lo frenaba.
Respiró hondo y puso su mano sobre el dorso de la de ella, en su
corazón.
—No te asustes —la miró fijo— ya se me pasó.
—¿Quieres que te de un masaje? —buscó la rodilla con la otra
mano, pero él la detuvo de inmediato riéndose quedo.
—No. Solo necesito descansar. Relájate —la empujó suavemente a
su sitio.
Ella obedeció. Sin dejar de estar preocupada.
Si ella supiera que lo único que le pasaba era que estaba
trempado como un elefante en celo y que prefirió fingir dolor a
evidenciar su deseo, a lo mejor salía por la puerta rápidamente.
La miró y vio que ella estaba con el ceño fruncido, todavía
preocupada por él.
—Quizá si me das un beso se me pase más rápido —susurró con
una sonrisa de medio lado.
—O quizá se agrave más tu dolencia —dijo la divina Flora.
—¿Nunca te han dicho que eres una bruja? —torció el gesto David.
—Muchas veces —contestó girándose hacia Manolo para
despertarle— Vamos, bello durmiente. Arriba.
—Tiene razón —dijo Elena.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Ah si? —la miró confundido David-.


—Es hora de irnos —ahora o nunca, pensó Elena levantándose y
quedando de cintura para arriba fuera del agua. El frío le puso la piel
de gallina y los pezones duros.
Cogió la toalla blanca y la apretó contra su cara y su pecho.
Armándose de valor, subió un escalón y luego otro para salir del
jacuzi y extendió la toalla para cubrirse de las miradas y el frío.
David la miraba fijamente, sin salir. La contemplaba de arriba
abajo, una y otra vez.
—Te vas a convertir en pasa —le dijo sintiéndose segura ya
envuelta en la toalla— ¿No vienes?
—Me quedo un rato más —le sonrió mirando a Samu que también
se quedaba quieto dentro de la bañera.
—Bien, hasta mañana pues.
—Buenas noches.
Salieron todos y Samu y Carlos se quedaron solos.
David se levantó y salió del agua buscando su toalla.
—No me extraña que no quisieras salir. Menuda tienda de
campaña. —comentó Samu con una sonrisa más que pícara.
—Mira para otro lado que esto no es para ti —refunfuñó su amigo.
—¿Te gusta Elena, eh?
–¿A ti que te parece? —rió David cerrando el velcro.
—Me parece que muuuuuuuuuchoooooooooooooooooooo. —cantó
exageradamente.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 6

23 diciembre
Nueve de la mañana. Todo en
desorden. Beto en plena mudanza y
la ley de Murphy parece ser lo único
seguro.

Elena hablaba con Carol desde hacía diez minutos, primero de


trabajo y finalmente de David.
—Pues a mi me parece que fue todo un detalle eso de reservaros
el jacuzi para vosotros y regarlo con cava —decía entre risitas Carol.
—Si. Nos gustó. Aunque resultó un tanto incómodo estar tan
ligeros de ropa.
—¿Incómodo? Con el cuerpazo que tiene David. Querrás decir
maravilloso, estupendo…
—No me refería a él. Lo decía por mí.
—Oh, ya empezamos. ¿Crees que él se tomaría tantas molestias
sino le gustaras?
—Tienes razón —suspiró— Ayer, en el jacuzi, cuando se me acercó
por detrás me pareció que estaba… esto… —vaciló sonrojándose aún
sola— excitado. Aunque a lo mejor es mi mente calenturienta porque
yo estaba que sacaba humo.
–Pues si no eres capaz de notarlo cuando solo viste un simple traje
de baño o está muy mal dotado o estás ciega.
—¡Qué bruta eres! —rió Elena— No lo podía ver. Fue sólo un roce.
Pudo ser su mano o mi imaginación.
—Ainsssssss, y yo aquí, sin poder meter baza en este romance
cojo.
—Hoy vendrá a la fiesta de esta noche.
—Necesitáis estar a solas.
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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Cuando toda esta locura de la obertura acabe.


—Escápate y ves a verlo al gimnasio y así desconectas.
—No. Creerá que lo quiero ver.
—Claro. Y así es. ¿Qué pasa? ¿No puedes pasar a verlo para
agradecerle lo de anoche?
—No sé si es muy atrevido —dudó.
—David es un buen hombre. Me gusta para ti —concluyó Carol— y
seguro que está esperando que tú des algún indicio de que le sigues
el rollo.
—Bueno. Me he dejado llevar más bien. Me gusta que se me
acerque. —sonrió tontamente— me gusta como me mira. Como me
sonríe…
—Ponte el babero que vas a manchar el suelo —la interrumpió su
amiga sonriendo— Eso es amor. Apostaría mi colección de búhos.
—La verdad es que me gustaría ser más atrevida, pero me corto
delante de él. Con mi ex-marido tenía una historia diferente. Nunca
me hizo sentir bonita, ni sexy. David, me mira como si me quisiera
comer —rió– y eso me gusta y me asusta al mismo tiempo.
—¿Y cómo lo miras tú? —indagó Carol.
—Me estoy poniendo nerviosa cuanto más pienso en ello. Te llamo
esta tarde con más calma. Ahora voy a ocupar la mente en cosas
prácticas.
—Vale. Hasta luego.
Elena se levantó y se sirvió un zumo de frutas tropicales fresco.
Sentía calor de solo pensar en la noche anterior en el jacuzi.
Su rostro estaba sonrojado. Ese día se había vestido sintiéndose
femenina, bella. El azul marino de la falda tubo hasta debajo de las
rodillas, contrastaba con el jersey rosa estrecho, que marcaba
extravagantemente sus pechos y su cintura.
Se sentía diferente. Sensual. Se movía como si pensara que
alguien la observaba todo el rato. Afectadamente. Se pintó los labios

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

por tercera vez desde que llegara esa mañana. En unos minutos tenía
que irse ya a la peluquería con Flora, ya iban con retraso.
-—Venga, remolona —entró Flora dándole caña— llegamos tarde.

—jajajaj, —reía Carlos ante la explicación de David sobre la noche


anterior.
—No te burles —se quejó riéndose el también sin poderlo evitar—
Ayer no fue gracioso. Tenía varios pares de ojos puestos en mí.
Estaba plegado encima de Elena con una erección de lo más evidente
y ella preocupada por mi supuesta lesión —escuchó atronar la risa
cada vez más alta de Carlos— y encima me quería dar un masaje en
la rodilla. Casi me da un síncope cuando me puso la mano en la
pierna.
—Como me gustaría estar allí —dijo con voz ronca por la risa.
—Y no te lo pierdas. Flora no se perdía detalle. Por la cara que
ponía debió pensar que me quería tirar a Elena allí mismo. Porque
comenzó a desplegar el campamento con la velocidad de un general
de ejército.
—¿Y Elena no se dio cuenta?
—Yo hice lo posible para disimular —rió— con tanto público
hubiera sido algo incómodo pasearme con el mástil tieso.
—¿No te fuiste a ver a tu amiguita de turno?
—No me apetece. He anulado dos citas con ella. En cuanto pueda
le diré que no volveré. Pienso que Elena se merece honestidad.
Empezar una relación manteniendo otra no es lo mío. Voy a por todas
amigo.
—Suerte.
—Sé que le gusto. Lo único que falta es que confíe en mí. Y a
medida que me vaya conociendo mas lo hará.

123
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Siempre has sido optimista por naturaleza —apreció su amigo—


te llamo mañana para que me cuentes que tal la inauguración.

Tras una hora en la peluquería, Flora se había añadido extensiones


a su pelo moreno y rizado, un ligero recogido para resaltar sus
grandes facciones y contenta como unas pascuas regresó a la oficina.
Elena se dejó hacer un moño a la altura de la nuca y unas
guedejas de cabello a los lados completaban el peinado.
Elena llegó un poco antes que Flora a Gorditas a la Carta.
Le tocó el turno a Susana que regresó con el cabello liso
convertido en un mar de olas en toda su longitud. Al estilo Verónica
Lake.
A las doce de la mañana el centro estaba en plena ebullición. Unos
corrían para un lado y otros para el contrario.
Beto se presentó con un montón de paquetes. Comenzó a
instalarlos en los despachos que se le antojaba.
El agujero de la oficina de Elena ya estaba cubierto, aunque la
pintura tendría que esperar unos días.
A la una, Rosa, la encantadora encargada del catering, las invitó a
sanwiches y refrescos, uniéndose a sus trabajadores que preparaban
todo el evento en la sala.
A la una y media, y a punto de reventar, Elena salió del edificio
para respirar aire fresco. Bien abrigada, pues la temperatura era
heladora, caminó hasta unos de los bancos públicos de enfrente y se
sentó.
Contempló la actividad frenética que se veía por las cristaleras.
Al rato vio entrar a David al edifico. Ella, sin moverse y parapetada
por su abrigo acolchado, largo y enorme, permaneció en espera de
que saliera. No tardó y cuando lo hizo, lo llamó.

124
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¡David!
Éste giró la cabeza buscando la voz. Sonrió cuando la vio. Cruzó la
calle en unos cuantos pasos de footing. Vestía su acostumbrado
chándal, sin abrigo. El chándal de colores blancos y grises estaba,
como siempre, limpio. Elena se preguntó cuantos chándal tendría
para lucir siempre tan impoluto.
Le salía vaho por la boca. Se sentó a su lado le pasó un brazo por
los hombros. La apretó.
—¿Te has escapado?
—Si. Pero no se lo digas a nadie —susurró entre el cuello del
abrigo.
—He estado un momento ahí dentro y es una locura.
—Ahora mismo no sé lo que daría por estar lejos —suspiró
sintiendo su apretón de ánimo.
—Con lo mucho que has trabajado para este momento. No me lo
creo.
—¿Te pasó lo mismo cuando abriste tu negocio?
David rió y la acercó más hacia él. Ella descansó la cabeza en el
hueco que formaba su brazo y se apoyó en él.
—Uf. Lo mío fue peor. Llegado el día, no me habían entregado la
mitad de los aparatos que llegaron tres jornadas después. Los “spa”
tenían una avería y no se podían usar. Las saunas no estaban
operativas y no me habían llegado las toallas. Solo estábamos Samu
y yo al frente. Y una profesora de aerobic sin clientes.
Elena rió ante su tono desesperado.
—No te rías. ¡Fue horrible! —la riñó.
—¿Dónde conociste a Samu?
—Fue hace años. Me fui a hacer una excursión y me accidenté. El
me encontró, me llevó a cuestas hasta su casa y me retuvo unas
horas hasta que su tío me llevó de vuelta en el coche.
—¿Eso fue en alguna isla exótica?

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

–No, —rió— el padre de Samu es inglés y su madre tahitiana.


Nació en Canadá y se crió hasta los diez años en Texas. Luego se fue
a vivir a México y a los catorce años acabó en Barcelona.
—Menuda mezcla. Por eso habla tan bien el castellano.
—Y el inglés, el francés, varios dialectos maternos, e incluso el
catalán.
—Entonces lo conociste en Barcelona —concluyó Elena levantando
la cara helada hacia él, que a su vez bajó su rostro para encontrarse
con su mirada.
—En realidad yo estaba en una excursión para practicar rafting.
Era un campamento de varios amigos. El segundo día me alejé del
grupo y decidí explorar solo. Era en el norte de España y tuve un bis
a bis con un lince. Yo no quería hacerle daño y salté una distancia
demasiado grande para alejarme. Me di en la rodilla y así me
encontró Samu. Su tío tiene una cabaña cerca de allí y estaba
pasando unos días con su familia. Desde entonces hemos ido muchas
veces.
—Debe ser un sitio precioso.
—Lo es. Iremos después de navidades. Podrías venirte.
—Me gustaría poder decirte que si. Pero no sé como irá el trabajo
en la agencia.
—En alguna ocasión tendremos que vernos fuera de comidas y
cenas. Parece que no exista nada más.
—Si, la verdad es que ha sido una sucesión de comilonas desde
que te conozco —sonrió cerrando los ojos que casi le lloraban de frío.
Un beso tibio le rozó la punta de la nariz. Sonrió más, antes de
abrir los ojos.
—Cuéntame algo de ti. – la animó David -.
Elena le habló un poco de si misma. Le contó que sus padres
vivían lejos. Que no tenía hermanos. Que era divorciada. Y luego ya
pasó a hablar de cómo conoció a Carol y como llegaron a formar
Gorditas a la Carta.

126
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Irás a Galicia por navidades con tus padres?


—No. Era algo que ya tenía decidido. No voy a irme una semana
tal como están las cosas.
—En ese caso, la nochebuena te vienes conmigo.
—Ahora no estoy en condiciones de discutir –se apretó más contra
él buscando calor— Pero sepas que eres muy mandón.
—A sus órdenes —marcó con tono militar.
Permanecieron un rato mas. Hablando de él. De su familia. Y de
las navidades tan próximas y olvidadas entre el ajetreo de la obertura
del local.
A las tres Elena dio un respingo y se levantó espantada de lo tarde
que era.
—Flora me matará —hizo una mueca cómica— Hace más de una
hora que le dije que me iba a tomar el aire.
—Y eso hemos hecho. Anda ve –la despidió viéndola cruzar la calle
a la carrera.
David se quedó mirándola. Desapareció en el vestíbulo para
reaparecer cogida del brazo de un hombre alto y trajeado. Se rieron
juntos. El hombre era bien parecido y parecía tener mucha confianza
con ella.
David frunció el ceño cuando lo vio pasarle el brazo por la cintura
y reír mientras subían las escaleras.
Aguantó las ganas de ir tras ellos y refunfuñando volvió al
gimnasio. Eso eran celos. Reconoció. Tendría que hablar con ella más
seriamente por si no había captado sus intenciones. Él la quería para
si. Sin terceros por parte de los dos. Una pareja es una pareja. Se
dijo antes de entrar a su despacho.

127
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Cinco y diez de la tarde.


Y el frío nubla las ideas.

—¿Te gusta? —preguntó Beto con el entusiasmo de un niño.


—Muy bonito cariño, pero no se puede quedar aquí. Cuando pinten
este trozo de pared, a más tardar el lunes, podrás llevarte este
mueble “modernísimo” a tu casa o a tu despacho. Pero aquí no lo
quiero.
—Que desagradecida eres. Me voy a casa a cambiarme y ponerme
la pajarita. ¿Necesitas que te traiga algo?
—No. Lo tengo todo aquí. Me cambiaré en la oficina. Por cierto.
¿No sientes frío?
—Si. Tendrías que poner la calefacción más alta. Hasta luego cielo.
Beto desapareció y Elena llamó a Susana a recepción.
—Hola. ¿Por un casual has bajado el termostato general?
—No. Pensaba que lo habías hecho tú.
—Dios mío. No me digas que el aire caliente se ha escacharrado
porque me da un soponcio.
—Voy a mirar. Te llamo ahora.
Elena se levantó y salió del despacho para hablar con Flora.
—Me parece que tenemos problemas. ¿Notas que ha bajado la
temperatura?
—Si. Ahora que lo dices, si. He pasado de tener calor a frío.
—Pues recemos para que sea alguna tontería, porque si es una
avería vamos a tener a más de doscientos invitados de estalactitas en
la inauguración.
—No nos preocupemos por gusto —la consoló Flora— Bajo a ver.
—Susana va a llamar cuando compruebe…
El teléfono del despacho de Elena sonó.
—Desvíalo al tuyo y lo cogemos aquí.
—No funciona —casi se ahogó Susana al decirlo mientras Flora y
Elena se miraban y oían por el altavoz esas dos palabras de terror.

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Gorditas a la carta

—Baja a tranquilizar a Susana —le dijo Elena— Pero antes pásame


con David.
—Si. Super David sabrá que hacer.
—Déjate de bromas.
—Hola Samu —saludó Flora— ¿está David por ahí? Es una
emergencia —debió decir algo el interlocutor, porque ella insistió— Si,
código rojo.
Flora colgó.
—Ahora viene.
—Y si no se soluciona ¿que hacemos?
—Pues ahora estoy en blanco —dijo perpleja Flora— Quizá
comprar radiadores y colocarlos por toda la sala.
—¿Y cuantos? ¿Treinta? —bufó Elena.
—La sala es grande. Esto es un desastre. No habrán saltado los
plomos o algo así.
—Tenemos luz, Flora —señaló los focos.
—Pues la fuerza. Esto no es normal. El aparato es nuevo.
—Estas cosas pasan. Ya me imagino lo que dirá la prensa mañana.
“Gorditas a la Carta” una empresa que conserva muy bien a sus
clientes. Todos congelados.”
—Tiene que haber alguna solución. Por qué desde luego no
podemos cancelar la fiesta.
—Uy, no me tientes Flora. Que estoy a un paso de buscar una
excusa para hacer un comunicado diciendo que me he ido a las
Bahamas con el efectivo de la empresa.
Flora rió. Y se calló en seguida.
—Si. Lo sé. Esto es grave —reconoció la secretaria— Podemos
servir mucho alcohol. Eso calienta a cualquiera.
—Flora. Las mujeres que visten trajes de noche suelen ir
escotadas. Van a estar cubitos a la media hora de entrar al local. La
puerta se abre y se cierra todo el rato con la llegada de los invitados.

129
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Gorditas a la carta

Si no tenemos la calefacción constantemente, lo único que recordarán


todos los presentes fue “que se pelaron de frío”.
Susana las llamó diciendo que había llegado David. Cuando
bajaron ellas, éste ya estaba al tanto de la situación.
—No os preocupéis. Llevarme al cuarto donde están las máquinas
principales —dijo levantando los brazos para tranquilizarlas.
Entró al cuartito y miró alrededor.
—Susana por favor, ¿puedes llamar a Samu que venga enseguida
y que deje a Marta en recepción.
—¿Es grave? —preguntaron las dos mujeres al unísono.
David las miró con expresión plácida. Su chándal blanco
impecable, como su sonrisa.
—No creo. Dadme unos minutos con Samu y lo solucionaremos.
Las echó y cerró la puerta. Luego se apoyó en la pared mas
cercana y solo pudo decir un taco.
Samu llegó y en cuanto entró y cerró supo lo que pasaba.

Casi una hora después, Elena, Flora, Susana, Rosa, y cuatro


personas más estaban tomando su octavo café. No les dejaban entrar
al cuarto. Hacia media hora había llegado un tan Felipe, rubio, muy
delgado y de aspecto juvenil. Entró al cuarto y éste volvió a cerrarse
a cal y canto.
Un aire caliente inundó el ambiente y más de uno respiró aliviado.
Parecía que el asunto estaba solucionado, pero nadie salía del
cuartito.
En ese momento llegó Jacinto, el de la prensa con sus bártulos.
Elena fue a atenderlo y hablaron de planos y le entregó unas
cuartillas de información que ya estaban preparadas.

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Gorditas a la carta

Elena tenía puesto un ojo en la puerta cerrada y el otro en Jacinto.


Le dolía la cabeza y lo que más le apetecía era aporrear a alguien.
Vio a Samu salir y dispersar a las chicas. Flora miró hacia ella y le
hizo un gesto de victoria antes de desaparecer rauda escaleras arriba.
Susana se arrellanó en su recepción, sustituyendo a Nola que se
había quedado en su puesto.
Elena se libró por fin de Jacinto que salió a buscar material y a sus
compañeros. Fue derecha a la puerta cerrada mientras veía a Samu
irse del edificio.
La estampa que contempló fue bastante rústica. Felipe atornillaba
algo tumbado boca arriba en el suelo. David, acuclillado, sostenía una
rejilla.
—¿Está resuelto? —se atrevió a preguntar.
David la miró y se levantó. Su siempre blanco chándal estaba
sucio y manchado por todas partes. Su rostro, salpicado de gotas
negras y pardas y tiznado como si fuera un guerrero. Él sonrió,
sosteniendo la rejilla en las manos.
—Si. Lo hemos solucionado —dijo contento.
Elena sintió un golpe en el pecho. En ese instante se dio cuenta de
que se había enamorado de ese hombre. Le pareció tierno, guapo,
eficiente y sobretodo, le encantó que se hubiera puesto sucio y que
hubiera removido todo para solucionar su problema.
—¡Te has puesto perdido! —dijo con voz ronca y acercándose
hasta él.
—Nada que no solucione una ducha —se encogió de hombros.
—¿Qué huele así? —olisqueó ella en él.
—Aceite usado. Al sacar una rosca salió un chorro y me bañó.
Los dos rieron.
—Muchas gracias por ocuparte de esto David —se miraron a los
ojos— No sabes lo aliviada que me siento de ver esto arreglado. Te
daría un beso, pero no te queda ni un trozo de piel sin tiznar.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David se limpió los labios con el dorso de la mano y se agachó


hacia ella.
—Tengo los labios limpios —le hizo notar.
Ella se puso de puntillas para besar su boca. Él no la tocó para no
mancharla y ella apenas se apoyó en su pecho con la palma de sus
manos. Fue un beso corto, con las bocas cerradas a pesar de la
invitación de los labios abiertos de él. Ella se retiró lamiéndose el
labio inferior.
—Me ha sabido a poco –recalcó David— ¿repetimos?
—Si repetís, el segundo para mí —se escuchó a Felipe que se
levantaba.
David se rió y les presentó.
—Elena, este es Felipe. Un asiduo del gimnasio. Lo he sacado de
clase para que nos ayude y desde luego que lo ha hecho.
—Muchísimas gracias —agradeció acercándose a él para darle un
beso en la mejilla, bastante más limpia que la de David— He de decir
que estás invitado esta noche a la inauguración, que es posible
gracias a vosotros. Sin calefacción hubiera sido un desastre.
—La verdad es que cuando me llamaron el grueso ya estaba hecho
—mintió Felipe con ojos burlones mientras miraba de soslayo a
David.
David carraspeó.
—Será mejor que me vaya a duchar y a vestirme y que tu hagas lo
mismo señorita. En una hora tienes que empezar a recibir a los
invitados.
Miró su reloj y dio un salto. Se despidió con un beso al aire y se
fue a paso rápido.
—¡Es guapa! —le dijo Felipe— Y tiene un buen…
—Cuidadín —le interrumpió David— Que estás hablando de mi
futura esposa.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Todavía no son las siete, pero será mejor que espabiles —le
decía Flora mientras Elena extendía la ropa nueva sobre la mesa
redonda de su despacho.
—Se me ha olvidado el maquillaje. Solo tengo el pintalabios rojo —
dijo casi para si misma.
—Tu primero vístete y luego ya solucionaremos los detalles. El tipo
de la radio se ha colocado en un rincón del salón y está atacando los
canapés y bocaditos de Rosa. Él y sus dos técnicos, o lo que sean,
tienen su propia fiesta.
—En algo se tienen que entretener. Además cuanto más contentos
estén mejor. Oye, ¿esto no iba hacia delante? —miró el vestido.
—Supuestamente si. Póntelo ya.
Alguien llamó a la puerta. Las dos rieron y se cubrieron.
—¿Quién es?
—Susana.
—Pasa.
—¿Necesitáis ayuda para la operación vestido de noche? —rió
entrando.
—¡Guau! —dijeron las dos contemplando el traje pantalón de color
esmeralda y muy vaporoso que llevaba la pelirroja.
—Estás fantástica —halagó Elena— Al menos una ya está vestida.
—Las chicas del teléfono también están vestidas. Se irán turnando
para que siempre haya una al teléfono. He puesto la urna forrada en
su lugar. El cartel está colocado.
Habían puesto en la sala una urna cubierta para quien quisiera
dejar su tarjeta o una nota con los datos para que los llamaran. Otra
forma de hacer clientes.
—Ayúdame con esto —pidió Flora con su vestido azul marino—
Necesito que me subas la cremallera de la espalda.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

El vestido era con escote bañera discreto. Con un sobretodo


bordado del mismo color y transparente. El vestido le llegaba hasta
los pies.
El vestido rojo de Elena fue más fácil de poner. La cremallera era
solo en la parte lateral del corpiño. El borde del sujetador rojo,
sobresalía apenas del corpiño del vestido en un efecto realmente
sexy. El resto de la tela, caía suave desde debajo del pecho.
El escote corazón, separaba los senos y dejaba la piel blanca al
descubierto. Unos pendientes de perlas eran el único complemento.
Elena se pintó una raya negra en los ojos y los labios de rojo
brillante. Se espolvoreó base por la cara y el pecho y se dio la vuelta
para mirarse en el espejo.
—Yo ya estoy. Gracias por el lápiz de ojos.
—Ponte sombra en los párpados.
—Mejor no. Los he oscurecido con el lápiz. Con eso basta. No
quiero parecer un payaso.
—Tú siempre tan discreta —se quejó Flora poniéndose colorete—
El maquillaje de noche tiene que ser más atrevido.
—Tú píntate como quieras, experta. Que yo ya voy bien así.
—Tenía que haberle dicho a mi prima que te maquillara para la
ocasión. Ven Susana que te pongo un poco de colorete.
—Con las pecas ya tengo suficiente. Gracias —se alejó la pelirroja.
—Bajemos ya —dijo Elena cogiendo el bolso estrecho y negro en el
que solo estaba su pintalabios.

Cuando Beto llegó y encontró la puerta semiabierta, entró sin


llamar.
—¡Bueno! –exclamó teatralmente— Que trío de bellezas.
—Gracias caballero —contestó Elena— llegas justo a tiempo para
bajar con nosotras.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Oh. ¿Estás buscando entrada triunfal? Porque todavía no hay


nadie.
—No —rió— pero tengo que estar abajo por si me necesitan para
algo y estar pendiente de la gente que llega.
Beto cedió sus brazos a Elena y a Susana, mientras Flora precedió
la comitiva con paso firme. Ya casi llegando, David apareció por la
puerta.
—Primer invitado —dijo con voz invitadora Beto.
—Es David. El dueño del gimnasio de al lado —le explicó Elena.
—¿El tipo del cual quieres desembarazarte? —dijo incrédulo— Pues
si no lo quieres tú, me lo quedo yo.
—Llegas tarde. He cambiado de opinión —se apresuró a aclararle
Elena.
—Chica lista. Es un hombretón muy atractivo —le susurró con voz
seductora al oído.
—Y le gusto yo —rió Elena— Te lo voy a presentar. Nos está
mirando fijo —le pellizcó— Deja de arrimarte tanto que va a pensar
que estamos juntos.
—Lo que me recuerda que mañana tienes que acompañarme a
casa para hacer de novia solícita.
—Si. En la comida. En la cena me voy con él.
—Eso me huele a que pronto tendré que inventarme otra novia —
masculló Beto.
—Hola David —saludaba Flora admirándolo con ese traje negro y
su pajarita.
—Caray Flora, Susana, Elena. ¡Que bellezas! Estáis deslumbrantes.
—Queríamos estar a juego contigo —contestó Flora dejando que le
besara la mano con ceremonia.
—Hola David —dijo Beto alargando la mano— Soy Beto. Amigo de
Elena.
Se estrecharon la mano. Beto con sonrisa encantadora y David con
cierta actitud belicosa.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Los de la radio quieren hablar contigo —se acercó Rosa del


Catering a Elena.
—Voy. Disculpadme un momento. Flora estate atenta a la entrada.
Se alejó en dirección al gran salón.
En ese momento entró Manolo, y Flora se apresuró a ir a su lado.
Susana se ubicó tras recepción, desde donde tenía acceso visual a
toda la entrada.
—Y entonces —dijo David— ¿desde cuando conoces a Elena?
—Puf. Desde que teníamos catorce años. Hemos sido novios y
todo — sonrió de nuevo con su dentadura perfecta.
—¿Antes o después de su matrimonio?
—Antes y después.
David lo miró con el ceño fruncido.
—Parece que os conocéis muy bien —sancionó David de mala
gana.
—Si. Los mejores amigos. Siempre ha estado ahí, conmigo.
Animándome —hizo un gesto con el puño hacia arriba— Es una mujer
estupenda.
—Eso creo —carraspeó— Disculpa, veo que llega un amigo.
—Naturalmente, nos vemos luego —admitió Beto mientras se
alejaba David en pos de un exótico grandullón vestido de blanco y
negro.
Beto pestañeó dos veces al ver al hombre asiático con pantalones
negros de seda y camisa blanca del mismo material. Parecía una
postal de vacaciones. Sus ojos oblicuos eran inteligentes e
inquisitivos. Barrió de una mirada la sala. Dejó de prestarle atención
cuando Flora apareció con Manolo y se lo presentó.
De inmediato comenzaron a llegar invitados, algunos con pareja,
otros en grupos. Beto, como buen relaciones públicas, comenzó a
moverse entre las féminas, aquí y allá.

136
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Media hora después, Elena reaparecía y se unía a los recién


llegados. En cuando hubo una treintena de personas, abrió la sala del
buffet y la gente comenzó a pasar.
Rosa y sus camareros comenzaron a trabajar. Bandejas de vinos,
cavas, martinis y demás, circularon por entre los invitados que hacia
las diez ya eran cerca de doscientos.
Beto escoltaba a las damas más bellas al comedor. Todas
encantadas con él.
—Parece que tu amigo es un Don Juan —dijo David cuando la
encontró a solas por primera vez.
—Beto es tremendo —David la tomó por la cintura y la acercó
hacia si— Es como una compulsión. Ve una mujer y ya no puede
parar. Le encantan. Las adula, y ellas viven en la gloria mientras el
pulula cerca.
—¿Por eso fuisteis novios?
—¿Qué? —rió ella levantando la voz— ¿Eso te ha dicho?
—Si. Dice que salisteis antes y después de tu matrimonio.
—Bueno —tosió entre sonrisas— más o menos. Aunque no es
exacto.
—No pareces el tipo de mujer que tolere un comportamiento como
el de él. Ligando con todas.
—Es puro teatro. Créeme —le acarició la mejilla— Ya no hueles a
aceite usado.
—Jajajjaj, me ha costado lo mío. Usé el jabón más oloroso que
tengo. No he podido ni ponerme colonia después de afeitarme para
no tumbar.
—Hueles bien —se acercó a su cuello.
—Gracias. Me he duchado todo enterito para estar limpito y que
me puedas besar enterito.
—¿Y también estás borrachito? —rió Elena.
—Un poco. Hoy no comí porque estuve sentado en el parque con
una mujer preciosa que…

137
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Oh, ¿por qué no me lo dijiste? ¿No has comido nada en todo el


día?
—Ahora si. Pero empecé antes a beber que a comer y el alcohol
lleva la delantera —la soltó y dio un paso atrás— Debes llevar unos
tacones importantes, porque has crecido mucho en pocas horas.
—Y me están matando.
—Hagamos un trato. Tú me das el beso que me debes y yo te doy
masaje en los pies.
—Eso tendrá que esperar —dijo Flora a su lado causando un
respingo en ambos— Rodríguez quiere hablar contigo Elena .
—El deber me llama —se encogió de hombros y dejó que David le
besara el dorso de la mano antes de irse.
—Esta preciosa ¿Verdad?
—Verdad. Y tú también estás guapo musculitos.
—Oh, no me llames así —se quejó— lo detesto.
—Tengo varios señores muy interesados en tu gimnasio.
Acompáñame para hacer algo de publicidad a tu local. Vamos.
Durante un par de horas no hubo manera de parar. El ambiente
estaba alegre y los invitados contentos. Elena vio a Beto hablar con
Samu durante un buen rato. Susana se unió a ellos entre una cosa y
otra.
A las doce y media la gente se comenzó a ir. A las dos menos diez
quedaba poca gente.
Elena regresó del lavabo y se topó con David.
—Tienes cara de agotada.
—Estoy cansadísima, pero todavía tengo mucho que hacer. Los
anfitriones son los últimos en marcharse. Pero tú, ya tienes el
permiso para irte —le sonrió— Mañana tienes que trabajar.
—¿No necesitas que te ayude?
—No. Hasta el lunes no abrimos al público. Y mañana vendrá el
ejército de limpiadores para dejarlo todo como los chorros del oro.
—Nos vemos mañana.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Por la mañana estaré aquí. Luego me voy con Beto a comer a


casa de su familia.
—Acuérdate que por la noche vienes conmigo.
—Es Noche buena. Tienes que decirme donde vamos. Si es formal
o informal.
—Mañana en la mañana te paso a ver y hablamos.
—¡Elena! —la llamó Rosa— ¿puedes venir un momento?
—Te solicitan —hizo una mueca David. Se acercó a ella y la besó
en la boca rápidamente— No te canses mucho.
—¿Estás de broma? —bufó mirando el desorden de alrededor.
David se alejó y ella se fue tras Rosa.

Elena miró el reloj. Faltaban doce minutos para las tres de la


madrugada. Susana se despedía de las chicas y Rosa y sus
empleados recogían lo que quedaba del banquete.
Flora bostezó.
—¿Dónde tienes a tu marido? —miró Elena por encima de su
hombro buscándolo.
—En tu despacho roncando.
—Quien pudiera.
—Ese no aguanta más de la una. Ahora lo despertaré y nos
vamos.
—Iros todos.
—Mañana vendrás. ¿Verdad?
—Vendré a abrir al equipo de limpieza. Y a supervisar un poco las
cosas.
—Si me necesitas puedo venir…

139
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No. Ni se te ocurra. Gracias Flora. Y gracias a ti también Susana


—alzó la voz hacia la aludida que venía de la puerta— Ha sido un
éxito. Habéis estado estupendas. Iros a casa.
—Cierro con llave —le informó Susana cogiendo el bolso— Hasta el
lunes.
—Que descanses —le desearon las dos.
—Tú, ve a buscar a tu bello durmiente y vete a casa.
Flora bajó con su marido medio dormido. Le hurgó en la chaqueta
en busca de las llaves del coche.
—¿Ya acabó la fiesta? —dijo Manolo con los ojos rojos y la cara
abotargada.
—Si, cariño si. Ahora en el coche sigues durmiendo.
—Estupendo —contestó como zombie.
Salieron y el local se quedó a oscuras. Elena fue a buscar sus
cosas. Se quitó el vestido a oscuras y se vistió la ropa de a diario.
Dejó el vestido en la caja y repensó si quedarse a dormir en el
despacho.
Estaba muy cansada, pero no tenía sueño. Estaba nerviosa,
excitada por la fiesta, algo atolondrada por la bebida, adolorida por
los tacones y con la espalda cargada.
El gimnasio. Pensó. Unos largos le sentarían fantástico.
Tomó la bolsa de deporte y salió al aire frío de la noche dispuesta
a darle gusto a sus músculos doloridos.
El vigilante le abrió. Le preguntó que instalaciones iba a usar y la
dejó pasar. Ella fue derecha a los vestuarios. Echó un vistazo a la
piscina desde allí y por supuesto estaba vacía.
Se puso el traje de baño fucsia y malva y cogió la toalla
enrollándose en ella. Pasando de pareos y con la idea fija de meterse
en el agua. No se puso el gorro. No pensaba mojarse el moño y no
tenía ganas de ponérselo.
Cuando llegó a la piscina, casi a oscuras, como la otra vez, dudó
de su idea. Pero ya estaba allí. Dejó la toalla y abrió el agua caliente

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

de las duchas dejando que las flechas del agua le dieran de lleno en
la espalda.
El pelo se le humedeció. Pero no le importó. Entró en la piscina
que le pareció fría tras la ducha calentita. Se apoyó en el borde de la
alberca y escondió la cabeza entre sus brazos. Movió las piernas y los
pies, sintiendo la libertad de ir sin zapatos, después de la tortura de
los tacones, fue reconfortante.
—Me dijeron que estabas aquí.
Elena se volteó y miró a David incrédula.
—¿Qué haces aquí a estas horas?
—Lo mismo iba a preguntarte yo a ti —sonrió David.
—De tan cansada que estoy, no podía dormir.
David iba sin chaqueta y tenia la blusa desabrochada. El pantalón
negro estaba con el botón desabrochado, como si se hubiera vestido
aprisa.
—El vigilante me avisó que había venido una mujer a bañarse en
la piscina. Le pareció raro por la hora.
—Le enseñé el pase del gimnasio que nos diste, lo llevo en la bolsa
de deporte.
—Él temía que fueras una suicida o algo así. A estas horas todos
están en la sala de máquinas con las pesas. Esta zona es la menos
concurrida por la noche.
—Ah —solo dijo Elena.
—¿Te importa que te acompañe?
–La piscina es tuya —sonrió cansina— Además hay sitio de sobra.
David se quitó la camisa y le siguió el pantalón. Llevaba un slip
negro ajustado y abultado.
Bajó las escaleras cerca de ella y se le acercó.
—Apenas hemos podido hablar en la fiesta.
—Si piensas que ahora estoy de ánimo para darte conversación,
vas apañado —dijo somnolienta Elena.

141
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Yo tampoco tengo el cerebro para muchas frases —se acercó


demasiado a ella y ésta se pegó a la pared— ¿dónde dejaste a Beto,
el Don Juan?
–Se fue a dormir la mona a su casa.
—¿Cuando salía contigo hacía lo mismo?
—Nunca salió conmigo. Beto y yo somos como hermanos.
—Él insinuó otra cosa.
—¿Estás celoso? —rió halagada.
—Si. Más bien me molesta pensar que te trataba con tan poco
respeto.
—Beto es gay.
David se quedó en silencio.
—No —dijo incrédulo.
—Tiene un pequeño problemilla para salir del armario. Llevo años
fingiendo ser su novia en su casa. Sus padres son tradicionales y sus
hermanos están emparejados y con hijos.
—¿Es homosexual? —siguió sin creérselo— No lo parece.
—¿Por qué la gente cree que eso se tiene que notar? No todos
parece que lleven plumas —defendió Elena— Beto es muy hombre, y
le gustan los hombres.
—Bien. Aclarado el tema, que me deja más tranquilo, pasemos a
ese beso que me debes.
—Te lo di cuando nos despedimos —dijo temblándole el verbo.
—Bien, es ese caso, te besaré yo —ella pestañeó y se sumergió en
el agua hasta el cuello— Voy a besarte Elena. A besarte de verdad
—¿Lo dices para que me agarre o para que salga corriendo? —
contestó nerviosa sin moverse.
—No hagas nada. Yo lo haré todo —puso las manos en los bordes
de la piscina, a cada lado de la cabeza de Elena. Él también se
sumergió hasta quedar a su altura y se acercó, muy lentamente.
Tanto que Elena pensó que había cambiado de opinión, pues solo la
miraba fijo.

142
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Estaba pensando en lanzarse ella, cuando, por fin, él se decidió.


Tomó su boca como si fuera el caramelo más dulce. La saboreó, se la
abrió para introducirse dentro. Sus cuerpos no se tocaban, el agua
entre medio de los dos. Las manos de David apretaban el borde de
piedra de la piscina, como si fuera una tabla de salvamento. De
repente las manos de ella buscaban sus hombros. El beso se
profundizó. Una de las manos masculinas fue hasta su espalda y la
empujó hacia él. Sus cuerpos se tocaron. Separaron sus labios y los
de él siguieron por su barbilla, su garganta y su cuello. Su brazo la
apretó. Su sexo estaba duro contra ella. Y ella blanda contra él.
Elena tembló. Él respiró hondo. Y la abrazó, acariciándola con las
dos manos en la espalda.
David pensó en sugerirle ir al jacuzi y cerrar la puerta. La deseaba
muchísimo, pero no quería precipitarse.
—Estamos en una piscina pública —dijo ella queda.
—Si. Por un momento se me olvidó. Discúlpame.
—A mi también se me olvidó —confesó ella apartándose un poco
para mirarlo a la cara.
—Un beso más y te dejo marchar.
—Y me deberás un masaje de pies —sonrió ella mientras él le
acariciaba la garganta y la parte superior del pecho con el dorso de la
mano.
—Eso será mañana. Prometido.
Hambriento, tomó sus labios de nuevo. Otra vez se acercaron sus
cuerpos. Sus pechos apretados. Sus lenguas explorando.
La mano derecha de David apretó su trasero, oprimiendo su carne
y atrayéndola más hacia a su erección.
—Me parece que si no paramos ahora le daremos un espectáculo a
los que estén en el vestuario en este momento —dijo Elena
recobrando la cordura.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David puso su frente contra la de ella y se calló la información de


que había cámaras de seguridad que podía estar mirando el guarda
en ese momento.
—¿A qué hora estarás mañana en la oficina?
—Hacia las diez —contestó la mujer sofocada.
La besó rápido y se apartó para salir. El calzoncillo no podía
ocultar la evidencia de su deseo, que él tampoco trató de ocultar.
Abrió la toalla de ella y la esperó a que saliera para envolverla.
La abrazó y movió las manos sobre la toalla para secarla un poco.
Su cabeza se instaló en el hueco de su cuello. Su cuerpo mojado
apretándose contra su espalda, balanceándose con ella.
Se apartó para ponerle un brazo sobre los hombros y acompañarla
hasta la puerta de salida de la sala de la piscina.
—Entonces, hasta mañana a las diez.
—¿No tienes toalla? —miró Elena alrededor.
—No te preocupes. Voy a hacer un par de largos para calmarme y
luego me daré una ducha fría.
Ella abrió la boca para decir algo, pero él la obligó a darse la
vuelta y la empujó con una palmadita en la cadera.
Elena desapareció despacio. Cuando llegó al vestuario, había dos
mujeres vistiéndose. Se saludaron y ella se miró en el espejo. Acto
seguido emitió un quejido lastimero.
—¡Qué pinta mas horrible! —intentó arreglarse el moño deshecho.
Se fue derecha a la ducha, y la puso bien caliente.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 7

24 de diciembre. Sábado.
El local hecho un desastre y Elena
fresca como una lechuga. ¿Se puede
sentir una mujer mejor?

A las diez y media de la mañana el edificio estaba concurrido y en


plena actividad.Tras abrir a las limpiadoras, se fue a hacer llamadas
telefónicas.
David apareció por la puerta de su despacho abierta mientras ella
hablaba por teléfono.
No lo vio. Estaba ensimismada escribiendo datos de la
conversación.
Ella vestía una blusa blanca y un pantalón vaquero de color
marrón, con adornos de color oro viejo. Botas altas y un foulard de
colores tierra rodeándole el cuello con natural dejadez. Llevaba el
cabello con su cola habitual.
Vio a David cuando éste estaba casi frente a ella. Alzó la cabeza y
sonrió, dándole la bienvenida. El hombre caminó alrededor de la
mesa ante su mirada divertida que observaba interrogante su paseo,
al tiempo que parecía llevar la conversación telefónica a su final.
David vestía tejanos y un jersey de cuello alto de color beige. Sin
chaqueta.
Ella colgó al mismo tiempo que él tiraba de la silla para apartarla
de la mesa y la cogía del brazo para levantarla. La abrazó sin dejar
de mirarla a la cara.
—Buenos días —sonrió— ¿dormiste bien?
—La verdad es que si —contestó ella con cara de tonta contenta—
Como un tronco. Poco, pero bien.

145
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me alegro de que hayas descansado —le acarició la cara— esta


noche nos acostaremos tarde.
—Cierto. Me tienes que decir dónde vamos y que he de llevar.
Espero que no tenga que cocinar —concluyó preocupada— No tendré
tiempo de hacerlo.
—Yo ya llevo tres botellas de vino y turrones. Y te llevo a ti. Así
que llevo más de la cuenta y todo.
—Oh, no me pongas en un compromiso —se lamentó ella— ¿dónde
me llevarás?
—A casa de mi hermana —rió él— gracias a ella nos conocimos.
—La del chocolate —recordó— la fiesta de tu sobrino.
—Esa misma. Ya hablé con ella y está encantada de que te lleve.
Un toque en la puerta abierta les interrumpió.
—Sra. Vallés, disculpe —dijo una mujer de tez morena y cabello
afro— necesitamos que baje. Ana quiere hablar con usted.
—Bajo enseguida —aseguró separándose despacio de David.
La mujer desapareció discretamente con una sonrisa en los labios
al verlos abrazados.
—El deber me llama —cogió unas llaves del escritorio y una
chaqueta del sofá— ¿a qué hora nos vemos esta noche?
—Te recojo a las ocho en tu casa. Dame tu dirección.
—Si quieres podemos quedar aquí. Te irá más cómodo por el
trabajo.
—Ni hablar. Yo acabo mi turno a las seis.
Ella se acercó a la mesa y en una nota le puso su dirección y su
teléfono fijo y móvil.
—Aquí tienes.
—Y me lo entregas sin resistencia —ladeó la cabeza burlón— Estoy
progresando.
Sus ojos azules brillaron a la luz del día. El sol reinante le daba de
lleno en la cara.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Ella se sorprendió de haber pensado alguna vez que sus ojos eran
negros.
—¿Bajas conmigo? —lo invitó la mujer.

Elena vestía un top naranja y una falda marrón oscura, suelta y


cómoda. Llevaba un regalo para la familia de Beto. Esa vez les había
comprado una jarra escanciadora de vinos con su juego de vasos. A
la madre de Beto seguro le encantaría. Era muy agradecida, educada,
perfecta. La mejor ama de casa y madre que pudiera existir.
Beto iba vestido como un niño bueno y, como siempre que
estaban en casa de sus padres con todo el familión, se comportaba
solícito, cariñoso y hasta pegajoso. La pregunta, invariablemente era
siempre la misma durante las visitas a casa de sus padres: ¿Cuando
os casáis?
Durante el trayecto a la comida, Beto ya iba practicando su papel
de novio amable y complaciente.
Como siempre, Elena fue excelentemente recibida. La madre de
Beto pensaba que a Beto le costaba dejar la soltería y que ella era la
mujer paciente que espera que él esté preparado.
Los dos hermanos de Beto; Pascual y Cayetano, estaban casados y
tenían dos hijos cada uno. Y Pascual esperaba un tercero. Cierto que
los dos eran mayores que Beto. Pero eso solo frenaba un poco la
carrera hacia el matrimonio que, supuestamente, debía seguir Beto
en imitación a sus dos ejemplares antecesores.
A menudo Elena se preguntaba como podía ser tan genial actor
Beto. Pocos sabían de sus verdaderos gustos. Cuando había vivido
con otro hombre siempre había sido bajo el título de “amigo”. Nunca
daba espectáculos privados en lugares públicos ni acudía a locales

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

que pudieran delatar su preferencia sexual en su ciudad o


alrededores.
Había perfeccionado tanto su mascarada que no sabía como
romper el molde. Ante los ojos de cualquiera era más un tipo
mujeriego. Coqueto y seductor. No se destapaba con cualquiera y,
desde luego, si lo hacía, pedía discreción.
Elena siempre se lo pasaba bien en casa de la familia de Beto.
Eran encantadores. Pero siempre se iba con un sabor amargo. Con
ese pensamiento de colaboración ante la farsa de su querido amigo.
Pero ella no era quien para juzgar. Y adoraba a Beto porque era una
de las mejores personas que había conocido en su vida. Él había
hecho de hermano, padre y amigo en todo momento. Cuando
estudiaban la defendía de grandotes y abusos, y habían llorado juntos
desilusiones, y vivido alegrías.
Llegó a casa cerca de la siete y cuarto de la tarde. Corriendo
pensando en que ponerse. Entró en la portería de su casa acalorada y
respirando con dificultad por la carrera. Y en el vestíbulo del portal, al
lado de un enorme macetero de ficus y un sillón, estaba David que se
levantó de inmediato al verla.
—¡David! —exclamó sorprendida— No me digas que llego tarde —
se miró el reloj preocupada y descolocada.
—No. Tranquila —carraspeó nervioso— Es que se me estropeó el
coche y tuve que llamar a una grua. Luego tomé un taxi y vine
directo aquí. No me di cuenta de la hora.
—Oh —sonrió colocándose el bolso y acercándose más relajada—
Llevo un día de locura. He perdido la noción del tiempo y estoy algo
achispada del vino de la comida, y del cava y la copita del postre. En
fin… —rió— todavía tengo que ducharme y vestirme.
—No te preocupes, te esperaré aquí mientras te arreglas —
contestó rápidamente mirando su sorpresa y nerviosismo.
—No seas tonto. Sube —lo invitó ella cogiéndolo del brazo y
deshaciendo esa sensación extraña que flotaba en el ambiente.

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Gorditas a la carta

El llamó al ascensor y se puso de frente a ella.


—¿De veras quieres que suba? Puedo esperarte aquí, no quiero
que te sientas incómoda. De hecho le di la dirección al taxi sin
pensar. Ni he pasado por casa para recoger los regalos, ni…
-—No seas bobo. No te esperaba tan temprano. Eso si —dijo
mientras el abría el ascensor que había llegado— no quiero oírte
metiéndome prisas.
—No pensaba hacerlo. Me callaré y miraré la tele mientras tú te
pones más guapa todavía —sonrió dándole un beso breve en los
labios.
—¿Y qué tiene tu coche?
—Hasta el lunes no lo sabré. El taller está cerrado hoy sábado.
—Bien. En ese caso iremos en mi coche.
—Tenemos que pasar por mi casa para recoger unas cosillas.
—Entonces me daré prisa.
Mientras ella se encerraba en su cuarto con mil hormigas
danzando en su barriga por los nervios, él, paseó, se sirvió una
cerveza que encontró en la nevera y puso la televisión con un buen
volumen para que ella supiera que estaba haciendo.
Elena se sentía estúpidamente rara en su propia casa. Con un
cierto malestar. Como si sintiera que no controlaba la situación. Se
puso el vestido color índigo que había planeado. Era discreto, sin
escote. Marcaba sus formas sin rotundidad. Era un vestido simple,
casi profesional. Sin ninguna aspiración romántica, pensaba ella. Lo
suficientemente serio para una reunión familiar.
Sustituyó la coleta habitual por una diadema peineta. Ese era un
toque sofisticado, que junto con un poco de sombra de ojos y los
pendientes largos, le añadían el enfoque festivo de una Noche Buena.
Medias oscuras y zapatos de tacón alto en aras de la estética
completaban el cuadro.
Salió del cuarto cerrando los labios sobre un “cleenex” para
librarse de la pintura excesiva que se había puesto.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Ya estoy ¿te has aburrido mucho?


—No —sonrió levantándose— He estado imaginándote en la ducha
— bromeó él.
—Pues me extraña que no hayas salido corriendo —le siguió la
broma— porque con el gorro de ducha y cantando, estoy que doy
pena.
—Bien, entonces para quedar empatados, ahora vamos a mi casa
y me ducho yo. Así podrás imaginarme desnudo en la ducha, con mi
gorro, enjabonado y cantando algún rock antiguo. Te aseguro que de
esa guisa estoy muy sexy, aunque hay que tener un poco de
imaginación.
—Si algo tengo de sobras es imaginación —le guiñó un ojo—
Espera —le dijo estando él en la puerta de salida— Tengo que coger
una cosa que compré esta mañana. Es un detalle para tu hermana.
Algo para la casa. No la conozco y no sabía que llevar. Así que
compre una “fondue” familiar.
Él la miró conmovido. Sonrió tranquilizador y se le acercó mientras
ella cogía el paquete de grandes dimensiones.
—No era necesario —le dijo él apartando el paquete y dejándolo
de nuevo sobre la mesa del comedor.
—Lo sé. Pero no me gusta presentarme en casa de nadie con las
manos vacías. Es Nochebuena —hablaba mientras él le levantaba la
barbilla hacia arriba para tener mejor acceso a su mirada baja y
turbada— Esta mañana fui a una tienda de regalos a comprar algo
para los padres de Beto y también cogí esto. Espero que les guste.
Como respuesta David la besó dulcemente. Con una ternura
infinita. Besuqueando sus labios empezando por la comisura izquierda
y acabando en la derecha, pasando por el centro de nuevo. Ella se
dejó hacer.
—Creo que acabo de pintarme los labios —dijo quedo David.
—No sufras —rió ella— Es fijo. No mancha.
—Haberlo dicho antes —dijo disponiéndose a besarla más a fondo.

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Gorditas a la carta

—¡Eh! —le detuvo apartando su boca mientras se reía— es


aprueba de besos, no de apisonadoras. Si no paras vamos a acabar
los dos como picasos. Y luego tendremos que usar crema
desmaquillante para quitar la pintura roja de los dos.
—Aguafiestas —contestó recogiendo el envoltorio que pesaba lo
suyo y riéndose de su rostro travieso— Ya verás cuando te pille sin
pintalabios —amenazó dejando el apartamento.
Cogieron el coche y él le fue indicando. El vivía a las afueras. En
un barrio residencial. San Just estaba formado mayormente por
chalets y grandes casas. Fue una sorpresa para ella aparcar delante
de una vivienda bastante grande para un soltero que vivía solo. Le
recibió el ladrido de un perro, que a juzgar por el vozarrón era
grande.
—¿Te espero aquí? —preguntó ante los ladridos que imponían de
autoridad.
—Afrodita no muerde ni los huesos. Los entierra.
—Más razón para no entrar —puso cara de terror.
—Venga, entra conmigo, le vas a caer muy bien.
La puerta metálica se abrió y Elena vio un San Bernardo, hembra a
juzgar por su nombre, que ladraba mientras seguía sentada sin
moverse. Un lazo enorme y rosa le adornaba la parte superior de su
oreja derecha.
Elena no pudo evitar reírse de la estampa.
—Afrodita, ven a saludar a nuestra invitada. No seas vaga. Ven
aquí.
La perra, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se levantó y
moviendo la cola, caminó lenta hacia ellos.
—¿Es viejita? —preguntó apenada Elena.
—¡Que va! Simplemente es la perra más perezosa que existe. Ya
viste que ni se levantó mientras ladraba.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bueno, es una perra inteligente. Si sabía que eras tú, para qué
levantarse. Además —rió acariciando a la perra que ya estaba al lado
de ellos— con ese lazo tan divino que le has puesto…
—Cosas de mi sobrina. Cada vez que viene la peina, y a veces
hasta la disfraza. Afrodita se deja hacer de todo.
—Buena perra —le hizo más carantoñas y Afrodita babeó de gusto.
—Me alegro de que te gusten los animales. Mi hermana es
veterinaria y ha ido acogiendo en su casa una jauría y colocando
animales en casa de toda la familia. Afrodita fue abandonada de
cachorrita en la consulta de Elisenda. Hace más de un año. Es muy
cariñosa. Tiene un ladrido potente y ahuyenta a los desconocidos.
Pero no le pidas que persiga a los cacos —rió— Disculpa que no me
entretenga en enseñarte la casa. Siéntete como si estuvieras en la
tuya. Dame diez minutos. Y tú —señaló a la perra— No abuses de su
buena fe.
—Anda, vete ya y déjanos a las dos que nos entendemos a la
perfección.
David no tardó ni diez minutos. Fue una ducha supersónica.
Mientras, Elena anduvo por todo el primer piso de la casa, omitiendo
el superior, donde se encontraba el hombre y supuestamente las
habitaciones. En la planta baja había un comedor, un salón, una
biblioteca y una cocina enorme. Desde todos se podía salir al jardín,
de unos dos mil metros cuadrados y con una piscina cubierta
encuadrada en cristaleras cerradas.
Un balancín en el porche del comedor daba una imagen de hogar
que le hizo dar un vuelco en el corazón. Tenía una sensación extraña
de comodidad en esa casa. Como si ya hubiera estado en ella.
Cuando David apareció, ella estaba tratando de cepillarse los pelos
que Afrodita le había enganchado en el vestido con sus caricias.
La escena casera de ella quitándose el pelo de Afrodita mientras se
reía intentando que la perra no se le refregara más, le enganchó

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Gorditas a la carta

como miel dulce. Quería tener esa escena cada día en su casa.
Respiró hondo con una emoción en su vientre que casi lo tumbó.
Ella se dio cuenta de su llegada y le dijo entre risas.
—Tu hermana te engañó. Afrodita no es una perra, es un
rinoceronte.
David bajó el último escalón y la abrazó sin poderlo evitar. Con
todo su corazón, apretándola contra si. Mientras la perra seguía
refregándose entre los dos.
Fueron unos segundos, pero intensos.
La soltó y con autoridad le dijo a Afrodita que se fuera a su rincón.
Afrodita, muy digna, se fue al sofá y se subió.
—No era ahí donde dije que te fueras —refunfuñó su amo— Hace
conmigo lo que quiere.
—Ya veo, ya —rió ella tiernamente.
—Bien. Tengo las bolsas en la biblioteca.
—Tienes una casa muy bonita.
—Mañana vendremos todos a pasar la Navidad aquí.
Generalmente comemos los inventos de mi madre. Nunca sabemos lo
que va a cocinar. Es una tradición familiar. Así que mañana
tendremos ocasión de enseñarte toda la casa.
—¿Me estás invitando a la comida de Navidad? —coqueteó
mientras lo seguía a la biblioteca despacho.
—Ya estás invitada —contestó cogiendo tres bolsas ligeras y
pasándoselas.
—Bien, he recibido otras ofertas, pero ninguna tan prometedora.
Ambiente familiar incluido.
—Y hasta cantamos villancicos —dijo él fingiendo seriedad.
—No digas más. Es la mejor oferta que he tenido en años.
Riendo salieron de casa. Guardaron los paquetes en el coche y
ella se puso al volante.
—Bien. ¿Dónde vive tu hermana?
David carraspeó y señaló hacia el frente.

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Gorditas a la carta

—Dos calles mas abajo.


Ella abrió la boca sorprendida.
—¿Y no podíamos ir andando?
—No con los paquetes. Y no está tan cerca. Son calles largas.
—Cualquiera diría que eres deportista —frunció el ceño dándole a
la llave de contacto.
—Para aquí —le dijo dos minutos después— Es esta casa.
Las puertas estaban abiertas. Varios coches estaban aparcados
fuera. Cinco en total, contó Elena.
—¿Cuantos sois de familia? —preguntó con voz temblorosa y más
nerviosa de lo quería reconocer.
—Somos tres hermanos, dos chicos y una chica. Mis padres y un
abuelo que vive con ellos. Y mis sobrinos.
—Hay cinco coches.
—Uno es de Samu. El otro no sé de quien es. Del vecino de al lado
seguramente.
—A que bien. Un rostro conocido —se alegró ella.
Se ayudaron con los paquetes.
Apenas entrando por la puerta, tres niños corrieron hacia ellos
seguidos de cinco perros de distinto tamaño. Elena reconoció un
chiguagua y un carlino. Los demás eran chuchos de madre y padre
desconocidos. Llegaron antes los niños. Una hermosura de pelo
rizado y ojos verdes enormes. Y dos niños larguiruchos y
escandalosos.
—Elena —dijo casi gritando David— Estos son mis sobrinos: Lily, la
peque, que tiene seis años, Raul, de siete, éste es el de cumpleaños.
—El del chocolate —rió ella intentando mantener el equilibrio entre
los empujones de los niños y los perros.
—Y el mayor, Alex. Ya tiene ocho años.
Alex la miró muy rápidamente mientras apartaba a un perro
grandote que parecía una mezcla entre gran danés y mastín. La niña

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Gorditas a la carta

metió la mano en la boca del perro y lo empujó. Éste ni se inmutó y


metió la cabeza en una de las bolsas.
—¿Y la familia canina?
—No te agobies, los irás conociendo. Ten cuidado con el Mambo,
no lo vayas a pisar. Tiene la costumbre de meterse entre los pies.
—Te refieres a la miniatura, supongo —rió mirando el chiguagua
que portaba un lazo rosa similar al de Afrodita y que era más grande
el lazo que él.
Una mujer entró dando un par de palmadas y poniendo orden.
—Chicos. Todos fuera. Venga. Fuera todos.
La rapidez con la que todos, perros y niños desaparecieron,
evidenció que había armonía en ese adorable caos.
—Hola hermanita —dijo David dejándose abrazar por aquella
mujer casi tan alta como él. Una mujer grande que recordaba a las
valquirias nórdicas aunque en morena.
—Hola Elena. Yo soy Elisenda. Disculpa el recibimiento. Son
incontrolables.
—No te preocupes. Acostumbrada a llegar a casa y que nadie te
venga a saludar, es un cambio muy agradable.
Elisenda rió, mientras David se acercaba al oído de Elena y
susurraba haciéndole cosquillas con su aliento:
—Pues empieza a acostumbrarte.
Elena encogió el hombro sintiendo el placentero hormigueo.
Elisenda les ayudó con los paquetes y los guió hasta la sala donde
ya les esperaban.
Todos se levantaron para abrazar a David y conocer a su
acompañante.
—Este es mi hermano Gustavo.
—Llámame Gus —sugirió amablemente.
Se parecían mucho. Las facciones eran indiscutiblemente
familiares. Gus estaba más delgado que David, pero tenía la misma
sonrisa. Su mujer, Lucía, era una italiana muy simpática y muy

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Gorditas a la carta

morena. Con unos ojos verdes enormes. El hijo de ambos era Alex, el
mayor de los sobrinos.
Los padres de David, Arón y Estela, eran más bien bajitos.
Sobretodo comparados con sus hijos. Estela era rubia platino,
seguramente ayudada por los tintes y muy elegante. Iba muy
maquillada y con una sonrisa perpetua en el rostro. Arón, tenía una
enorme mata de pelo blanco y unos inteligentes e inquisitivos ojos
azules. Era de aquellos hombres que con solo mirarlos ya te caen
bien.
El marido de Elisenda, Ferran, era un rubiales bastante simpaticón.
Con risa estentórea. Y con tan poco pelo como David. Era un hombre
grande, aunque no parecía muy deportista a juzgar por su físico
comodón. Llevaba gafas y estaba muy pendiente de sus hijos, la
preciosa Lily y Raul, muy alto para su edad.
El abuelo era un personaje de lo más variopinto. Iba vestido todo
de blanco con una túnica y pantalones de lino. Completamente calvo.
Ojos pequeños y separados que eran la mínima expresión en su
rostro. Sonreía más que su hija Estela. Y eso era mucho decir.
Todos hablaban a la vez y más que frecuentemente, los niños
seguidos de los perros entraban y salían con una rapidez que la tenía
mareada. Elena por un lado estaba encantada y por el otro no sabía
si estaba en un circo. Lily y Raul se disfrazaban, vestían a los
animales y constantemente desfilaban.
David estaba sentado en el brazo del sofá en el que Elena estaba
aposentada. Su brazo por encima de su cabeza. A veces ella notaba
que acariciaba su cabello o lo retiraba de sus hombros. La hacía
participar con sus comentarios. Al igual que el resto de la familia que
la miraban con interés y entusiasmo.
—¡Niños! si no estáis quietos Papa Noel no podrá venir. Si no os ve
sentados y esperándolo, se irá sin daros los regalos.
Palabras mágicas. En menos de lo que canta un gallo, los niños
estaban acomodados en la alfombra y los animales, cansados, se

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

tumbaron frente a la chimenea encendida. El chiguagua se subió en


los muslos de Lily, dio dos vueltas sobre si mismo y se tumbó.
A una señal, el portal de la terraza se abrió y un Papa Noel entró
con su “jojojojo”. Los niños chillaron excitados.
Tras un careo típico de las circunstancias. Abrió su saco y comenzó
a decir los nombres de los presentes comenzando por los niños y
continuando con la invitada que no era de la familia. Es decir, Elena.
Al decir su nombre, está rebotó en el asiento sorprendida. Recordó
que al llegar, David se había ocupado de poner los regalos al pie del
árbol de Navidad que adornaba el salón, incluyendo el que ella traía
para Elisenda y su familia y podía ver que todos los paquetes
continuaban allí. Elena ni siquiera imaginaba que pudieran tener
algún presente para ella dadas las circunstancias y la improvisada
invitación.
—Venga, ves a coger tus regalos —la empujó ayudándola a
levantarse y viendo su confusión con tierna burla.
—Dios mío David, me estás haciendo sentir mal. Yo no traje
nada…
—No seas tonta. Todo lo que traje yo, lo trajiste tú.
Elena se aproximó a Samu, totalmente irreconocible tras el disfraz
de San Nicolas. Éste se burló de ella y le hizo algún chiste que la hizo
sonrojar. Le dio tres regalos. Tres cajas que ella cargó y, roja como la
grana, volvió a su sillón. Mientras Samu seguía repartiendo al resto
de los presentes, David la instó a abrir sus regalos.
—David, me siento violenta. Todo esto ha sido tan repentino que…
ni siquiera sabía cuántos son en tu familia.
David la calló con un ligero beso en los labios.
—Ábrelos —le dijo.
Mientras ella abría el primero, una bufanda con guantes de color
granate, David fue llamado por Samu. Se levantó como si subiera a
un podium tras una victoria, cogió cinco presentes entre burlas y
abucheos y corrió a sentarse en el suelo, a los pies de Elena.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

La miró con la bufanda en la mano y se apoyó en sus piernas con


un brazo.
—Este es de mi hermana, salió esta mañana a buscar algunas
cositas que faltaban.
—¿Y éste? —ella comenzó a desenvolver el siguiente.
Era una toalla con el logotipo del gimnasio, una mariposa
levantando pesas.
–Una toalla con velcro —rió Elena— gracias. Me será muy útil.
Ella sabía que ese era regalo de él.
El tercero era un kit de inciensos.
—Esto es cosa de mi madre y mi abuelo. Seguro —le explicó él
mirando de reojo a su abuelo que los contemplaba fijo.
—Abre los tuyos.
El salón se convirtió en un reguero de papeles y envoltorios
rasgados. Griteríos de fondo y ladridos y abrazos y besos por doquier.
David contempló un par de camisas, un pack de calzoncillos y
calcetines, un libro de arqueología y un estuche con esencias y
cremas naturales.
Samu desapareció como Papá Noel y volvió convertido en un
atractivo hombre, ya sin la barba y con su sonrisa perfecta.
Elena disfrutó de ese ambiente familiar y del entusiasmo que
reinaba. En su familia hacía muchos años que no había niños por
navidad y habían sido aburridas. Pese a la falta de costumbre, el caos
era agradable y la felicidad que reinaba en el ambiente era
contagiosa.
Cuando pasaron a la mesa, Elena fue sentada entre David y Samu.
Al frente con Elisenda y el abuelo.
Había mucha variedad de comida. Parecía que todos tenían un
plato diferente. Muchas cosas sabrosas que probar. Elena no estaba
muy al tanto de las viandas, más bien pendiente de toda la familia.
Los perros, de vez en cuando, caminaban debajo de la mesa y pedían
un bocado. Casi todos, de forma más o menos disimulada, les daban

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

a probar de su plato. La única que obraba en secreto era Lily. Iba


poniendo trocitos en la servilleta y cuando tenía varios la bajaba a su
faldita y con cara de pocker le daba a todos los animales que, muy
silenciosos, esperaban su premio.
Seguramente era del dominio público esa costumbre, pero
parecían hacer la vista gorda.
Elena no supo como, pero casi llegando al postre, el chiguagua
acabó en sus faldas. Con esos ojos grandes y ese temblequeteo que
daba la sensación de que tenía constantemente frío.
David estaba muy pendiente de ella. Ocupándose de que no le
faltara de nada. Y toda la familia le hablaba y la hacía partícipe de
comentarios y conversaciones varias. Elena se sintió muy bien
acogida, como de la familia, aunque al ser la primera vez que los
veía, se sentía algo nerviosa. Ni siquiera el vino y demás licores,
consiguió apaciguar esa constante ansiedad.
Hacia las once y cuarto, ya quedaba poco por probar. Los turrones
y demás postres estaban catados y los niños y perros se oían de
fondo en otro salón con la tele a buen volumen.
Lily llegó corriendo con el miniatura en brazos y un perro más
grande que ella cabalgando detrás.
—Mamí, Raul está hinchado como un globo y no puede hablar —
dijo asustada.
Todos los adultos corrieron a la sala contigua.
–Es una intoxicación —se oyó por entre el griterío y el
movimiento— A urgencias.
Ante la consternación y preocupación de todos, Elena se ofreció a
cuidar de los pequeños que se quedaban en casa, pero el abuelo y su
yerno, fueron los que finalmente se quedaron al mando de la casa.
—Siento este final tan brusco de la noche —se disculpó David—
Vete a casa y mañana te llamaré.
—Si no te importa me gustaría acompañaros. Así estaré más
tranquila.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David asintió y subieron al coche de Samu. Repartidos todos en


tres coches, llegaron al hospital. Ferrán con su hijo Raul en brazos
que parecía un balón de fúbol, corría precedido por Elisenda. El niño,
de tan hinchado que estaba, apenas podía articular palabra.
Fueron atendidos casi de inmediato y se llevaron a Raúl. Elisenda
y su marido pudieron acceder a otra sala más cercana del niño y
tuvieron que rellenar unos formularios, mientras éste fue atendido. El
resto, sentados en la sala de espera, se daban ánimos unos a otro.
Julia y Gus se fueron a buscar a Alex a la casa en cuanto se
confirmó que Raúl estaba fuera de peligro.
Después de administrarle un antihistamínico, la hinchazón cedió y
dejó de parecer un balón para volver a ser el muchacho larguirucho.
Fue un susto. Del cual solo se supo que uno de los alimentos que
él había ingerido le provocaba alergia.
Cerca de las dos de la mañana, Samu regresó a David y Elena a la
casa para que ésta cogiera su coche.
Ni entró a coger los regalos.
—¿Mañana hacia las doce te va bien venir? —dijo David abriéndole
la puerta.
—Si. Si logro quitarme de encima a Beto. Suele venir a darme su
regalo por la mañana.
—Preguntale si quiere venir.
—¿De verdad? —abrió los ojos incrédula.
—Me cae bien. Sobre todo desde que sé que no es competencia.
—No seas tonto —le puso la mano sobre el pecho y lo masajeó,
más para librarse del frío helado y activar la circulación de la sangre
en su mano que para acariciarle— Cuanto más lo conozcas, más te
gustará.
—De eso estoy seguro. Verás, pienso que Samu y él tienen mucho
en común.
—¿Samu? —Alzó las cejas Elena— ¿Samu es gay?

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Gorditas a la carta

—Si. Rompió con su pareja hace unos seis meses, pero el tipo de
vez en cuando vuelve y quiere reiniciar las relaciones. Hace un par de
meses repitió el teatro. Viene, le jura amor eterno y que cambiará y a
los pocos días le hace alguna trastada. Finalmente Samu lo echó de
casa, harto de sus juegos. Es un hombre paciente, pero cuando dice
basta, lo dice de verdad. Pienso que, a lo mejor, Beto y él pueden ser
amigos y aconsejarse mutuamente.
—Bueno. Se lo diré —levantó la cara para recibir un beso, David la
abrazó por la cintura y la alzó para acercarla más a él, ella rió dentro
de su boca. Sabía a vino y chocolate. Saboreándose estaban cuando
salió Samu de la casa ya para irse y les silbó.
—Os pueden detener por escándalo público —dijo abriendo su
coche— son las tres y media de la mañana.
David y Elena disolvieron el abrazo sin soltarse y lo miraron.
—Estáis más dormidos que despiertos —apuntó Samu— mañana
hay que estar frescos. Nos espera más de lo mismo.
—Buenas noches Samu —se despidieron David y Elena.
—Me voy a casa —dijo definitiva dándole un rápido beso y
abriendo del todo la puerta para meterse en el coche.
David metió la cabeza por la ventanilla para darle un último beso.
Elena arrancó y cerró herméticamente para poner la calefacción a
tope.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 8

Domingo, 25 de diciembre, fun, fun,


fun... Las Navidades son
hermosas…socorro!!!!!!!!!!

A las diez de la mañana se sentó Beto en la cama de Elena.


—¿Un cafecito?
—¿No sabes que hay un timbre? —refunfuñó Elena bajo las
sábanas— Te di las llaves para emergencias, no para que entraras
por las buenas.
—No seas desagradecida. Pensé que te habrías acostado tarde y
vine con bollitos y café recién hechos. ¿Eso hace que te pongas de
mejor humor? —canturreó disculpándose.
—¿Y si hubiera estado acompañada? —se sentó en la cama
aceptando el café.
—¿Tú? ¡Venga ya! Que nos conocemos.
Beto llevaba una camisa blanca y una chupa de cuero. Vestido de
sport, parecía más guapo y más joven. Se había engominado el pelo
y lo llevaba retirado de la cara. Estaba fresco y muy despierto.
—Deduzco por tu aspecto que anoche no trasnochaste.
—Y deduzco por el tuyo —sonrió Beto— que tú si.
—Fue un mero accidente. El sobrino de David tuvo una reacción
alérgica a algo que comió. A las doce de la noche se acabó la fiesta y
fuimos al hospital. No llegué a casa hasta las cuatro por lo menos.
—Vaya. Eso llamo yo pasarlo bien —se burló— Pues para
consolarte, te diré que en mi casa te dejaron dos regalos magníficos.
Uno de parte de mis adorables padres y otro mío.
—Lo que me recuerda que tienes el tuyo sobre la cómoda del
comedor.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Es otra camisa? —suspiró con aire cansino.


—No. Es una suscripción a una revista de decoración durante dos
años. Incluidos dos pasajes para ferias de exposiciones, una en París
y otra en Turín. Pero te tengo otro regalo improvisado que creo que
te va a gustar más.
—Me encantan las sorpresas —dijo mientras ella se levantaba
rauda al lavabo— No te puedes ir a hacer pis y dejarme a medias —
gritó levantándose para ir a buscar su regalo.
Ella regresó en bata y con la cara lavada y alegre.
—¿Dónde están mis regalos? —rió ante su expresión viendo la
revista de decoración.
—Me gusta. Gracias peque —le besó la coronilla y se sentó en el
sofá para saborear su café— Y ahora termina con mi regalo sorpresa
y entonces seguiremos con los tuyos.
—Bien. Estás invitado, hoy, a comer a casa de David.
—¡Oh! —se quejó con mala cara— No me digas que ya le dijiste
que tú y yo no somos amantes. Quería hacerle sufrir un poco más.
—Mejor que eso. Durante la fiesta de inauguración ví que Samu te
impactó.
—Es un hombre interesante —dijo alzando una ceja desconfiado.
—Ha roto con su pareja hace unos seis meses. Ahora está pasando
una etapa de cambio en su vida.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? ¿quieres que le haga una
sesión de terapia para subirle la autoestima? Porque más bien estoy
para que me la suban a mi —subrayó masticando un bocado.
—No. Verás. Es que cuando le dije a David que a ti no te gustaban
las mujeres…
—Corrige Elenita. La mujeres me encantan, pero no para practicar
el sexo con ellas.
—Bueno. Dejémonos de tecnicismos.
—Además, te dije que mejor no comentaras mi vida personal con
nadie.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Déjame hablar Beto —se sentó frente a él— Samu y tu tenéis las
mismas preferencias. No dijo que os liéis, pero podéis congeniar y
haceros amigos. Está fuera de tu círculo familiar, es un hombre culto
con el cual tienes mucho en común. Pienso que…
—Espera —la detuvo con la boca casi abierta— ¿Me estás diciendo
que Samu es gay?
—Pues si.
—Yo siempre me doy cuenta de esas cosas —desconfió— y no me
lo pareció.
—Estáis empatados. Él tampoco se dio cuenta de que tú también
eres homosexual. Me dijo David que él es discreto. No se oculta, pero
no lo airea por ahí.
—Pues estoy extrañado —sonrió con la taza rozándole los labios—
Ese hombre me gusta. Más bien diría que me fascina. No puedo decir
que sea mi tipo. Se aparta bastante del tipo de hombre que me atrae,
y parece formal, cosa que hasta ahora evité. Pero puede ser un
cambio agradable. Conocernos puede ser estupendo.
—Genial. Entonces en un par de horas tenemos que estar allí. Lo
llamaré por teléfono para confirmarle tu asistencia. Te he de decir
que estará toda su familia.
—En esta época siempre es así —suspiró mientras estaba dentro
de sus propios pensamientos— Vete a duchar.
—¿Y qué hay de mis regalos?
—Un juego de sábanas rosa chillón con sus cojines de parte de mis
padres y el mío una estilográfica adecuada a tu puesto de gerente.
Los dejé en la entrada.
Elena fue a buscar los paquetes. Ignoró el grande de las sábanas y
abrió el de la pluma. Iba en estuche portátil y era un regalo muy
propio de Beto. Sonrió cuando vio la marca. Abrió la funda y se
encontró que no era la clásica. Era negra con cuadriculos plateados.
Una preciosidad.
—Beto ¡Esto es una Montblanc! —rió poniendo los ojos en blanco.

164
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Lo sé. La compré yo —contestó sin inmutarse— Arréglate ya,


¡apúrate!
Elena cogió el móvil de camino a la ducha para llamar a David.

Elena se vistió informal. Tejanos elásticos y camisa por fuera. Su


coleta habitual y botas de tacón alto. Esto último para no parecer una
liliputiense en comparación con los hermanos de David, que ninguno
medía menos de un metro setenta y cinco centímetros.
Beto tenía una actitud de lo más formal, y carraspeaba con ese tic
que ella le conocía y que sólo aparecía cuando estaba nervioso.
Elena no comentó nada y lo dejó hablar de intrascendencias.
Les salió a recibir una Afrodita bastante pizpireta. El coche de
Samu era el único que se veía en la calle. Por lo que Elena dedujo
que ya estaba allí.
No hizo falta pulsar el timbre. Los ladridos de la perra alertaron a
David que salió corriendo a abrirles.
A Elena le saltó el corazón viéndolo correr hacia ellos.
—Buenos días —saludó con tono alegre y sin sentir el frío pese a
que iba con manga corta y pantalones tejanos viejos y raídos—
Llegáis puntuales.
Abrió la puerta del jardín y envolvió en sus brazos a Elena, que se
acurrucó feliz. Él estaba caliente, incluso más que su perca abrigada.
David alargó la mano para estrechar la de Beto.
—Bienvenidos —agarró a Elena y la izó unos centímetros de tierra
firme para meterla en el jardín. La dejó en el suelo, cerró y dejó que
saludaran a Afrodita..
—¡Qué preciosidad! —alabó Beto a quien le encantaban los
animales.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Samu apareció en la puerta. Iba vestido con su habitual estilo.


Pantalones indios y blusón ancho de estilo asiático. Su coleta
impecable y su sonrisa perpetua.
Elena observó la reacción de Beto ante la visión de ese hombretón.
Ahora los dos sabían algo que ignoraban cuando se conocieron.
Los dos eran solteros libres y sin compromiso y los dos estaban
interesados el uno en el otro. Un incentivo enorme para ambos.
Elena y David entraron en la casa abrazados. Aún con la
naturalidad con la que todo sucedía, ella estaba nerviosa y el corazón
le iba a cien. Había cierta fluidez en cómo actuaban, como si llevaran
más tiempo juntos. La relación, técnicamente, no había comenzado
todavía y parecía que se daban por sentadas muchas cosas. Ella
temía que habían comenzado la casa por el tejado.
—Ven, te enseñaré la casa —le quitó el abrigo y el bolso y los dejó
caer en una silla del rellano, cogió su mano y la arrastró escaleras
arriba— Lo de abajo ya lo viste ayer. En breve llegarán mis padres y
mi abuelo y esto será el caos.
–¿Cómo está Raúl? —aventuró ella mientras subían.
—Como una rosa. Al rato lo verás. Ni se acuerda de ayer noche.
Los niños se recuperan a la velocidad del rayo.
—Me alegro —sonrió siguiéndole— ¡Vaya! —exclamó mirando una
habitación redonda— es un torreón. Desde abajo no se ve.
—Da a la parte del jardín —explicó— Es mi sala de relax. Los
cojines y la alfombra los traje de India.
—Menudo rincón te has montado. Despacho abajo y meditación
arriba.
—La parte de arriba tiene un aire más personal. Esta es la
habitación de los invitados —siguió el recorrido enseñándole un
cuarto con dos camas gemelas separadas por una mesita de noche.
Un “puf” en una esquina, un armario empotrado y un mini escritorio
bajo la ventana— El baño es ese de ahí —señaló yendo hacia él. Una
ducha a un lado sin cortinas, a suelo plano. Una bañera grande y

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Gorditas a la carta

alargada en frente. Una puerta discreta ocultaba una taza de “water”


y un “videt”. La siguiente pieza era una sala pequeña llena de
compactos de música y techo inclinado. Por todo mueble un tatami
lleno de cojines. La última habitación era la de él. No hizo falta que se
lo dijera— mi cuarto.
—Es muy grande. La cama es de madera y con dosel —rió ante lo
ostentoso pero encantada y se acercó al lecho para tocar el
material— no sé por qué pero no me imaginaba que éste era tu
estilo.
—¿Y cuál creías que era mi estilo? —rió acorralándola contra la
cama.
—Algo más moderno —rió nerviosa.
—Soy más bien clásico y me gusta ser distinto —explicó
empujándola para que cayera al colchón— ¿es cómodo? —le preguntó
mientras ella trataba de sentarse intentando no perder la sonrisa y
esquivando su mirada.
—Si. Y muy grande.
Él se dejó caer a su lado cuan largo era. Al rebotar, la desequilibró
mientras ella intentaba sentarse, y cayó de nuevo casi tumbada a la
cama. El aprovechó para pasarle una mano por la cintura y hacerle
sombra con su rostro sobre el de ella. Sus cuerpos apenas se
rozaban.
—He soñado con tenerte así en mi habitación —susurró contra sus
labios— Aunque en mis sueños era de noche y no llevabas tanta ropa.
Ella rió y cerró los ojos mientras alzaba las manos para acariciarle
el cuero cabelludo rapado.
David la besó con ternura, pero apenas tocó sus labios, la pasión
se despertó como una llamarada y abrió la boca para saborear la
suya. Fue un asalto bienvenido. Elena se sorprendió a si misma
respondiendo con igual fogosidad. Inexplicablemente, una vorágine
de deseo poseyó sus derretidos cerebros y se olvidaron de todo.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David succionó su labio inferior y pasó a su barbilla, dejando un


rastro húmedo en su piel.
El cuerpo del hombre, de repente, estaba casi encima del suyo.
Una mano de David agitaba su cabello, despeinándolo, mientras
besaba su rostro y lamía sus orejas y garganta. Su otra mano había
estado entretenida en, a saber qué, pero en ese momento subía por
sus costillas y con deliberada lentitud, llegó a su pecho izquierdo. La
blusa y el sujetador eran barreras incomodas para su intención, pero
pareció no importarle y con cierta brusquedad, cerró y abrió su palma
sobre su seno.
Ella boqueó cuando sintió un estremecimiento que le recorrió todo
el cuerpo. El aliento masculino sobre su sensible sien y la mano que
acariciaba su pecho eran apabullantes. Ella acariciaba la nuca del
hombre y sus hombros. De repente le sofocó su peso. La rodilla de él
se hacía sitio entre sus piernas y en un instante su erección la
presionaba en dirección a su entrepierna. Se sacudió. No supo si fue
ella o él, pero el movimiento recorrió su cuerpo en otra oleada de
deseo.
—¿No es muy temprano para este tipo de actividades? —dijo una
voz ñoña desde la puerta.
David se retiró un poco de encima y se apoyó en sus codos. Miró
en dirección a Beto que estaba acompañado por Samu, aunque este
último sonreía y le guiñaba un ojo.
—Fuera. Samu, llévatelo de aquí. Maldita sea —mientras ellos
desaparecían, él miró a Elena que estaba roja de la vergüenza y se
cubría la cara con las dos manos— Lo siento —al ver que ella no
apartaba las manos se preocupó— venga mujer. Somos adultos. No
te de vergüenza. Se hacen cargo. Estamos enamorados, solos, en mi
cuarto. Es normal que aprovechemos las oportunidades.
Ella bajó las manos y lo miró fijo.Él también estaba rojo. Aunque
trataba de hacerse el macho indiferente, también estaba afectado.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Pero en realidad ella solo se había quedado con las palabras que
todavía resonaban en sus oídos.
—¿Estamos enamorados? —repitió.
Él la miró serio.
—Eso creo —dijo lentamente— Sí no, no me explico como puede
ser que en algo más de una semana sienta que se me dispara el
corazón cada vez que te veo y que cuando pienso en ti escuche
campanas y me piten los oídos.
–¿Y no estamos yendo muy deprisa? —dijo ella tan bajito que él
tuvo que esforzarse en oírla.
Él rió. La beso sensualmente, mientras recorría su cuerpo desde el
hombro hasta la cadera en una caricia lánguida.
—La verdad es que a mi me gustaría ir más rápido todavía.
Ella pestañeó y detuvo su mano en la cadera.
—Eh —balbuceó— Esto …yo soy algo clásica y … quiero decir…
—Tranquila —besó su nariz con una sonrisa enorme en el rostro–
Es evidente que te deseo —con un movimiento de cadera le demostró
cuanto— y por muy deprisa que me gustaría ir, tengo claro que
contigo quiero las cosas bien hechas. Quizá es muy pronto para
decirte que te quiero, pero es la verdad. Yo iré a mi ritmo, pero tú
marcarás el paso ¿de acuerdo?
Elena asintió. No muy segura de lo que él quería decir. Había
vuelto a quedarse solo con una frase. “te quiero”. Le hubiera gustado
tener una grabadora y escuchar de nuevo toda la conversación para
enterarse de verdad. Su cerebro estaba hecho chamusquina y medio
lelo, así que necesitaría rebobinar para percatarse realmente de lo
que había sucedido en ese cuarto.
Él se levantó. Le tendió la mano para ayudarla a levantar.
—¿Te gusta mi casa? —le preguntó para cambiar el ambiente.
—Me encanta. Es acogedora y muy bonita —ella estiró su blusa y
caminó hacia la ventana— desde aquí se ve la piscina. Una buena

169
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

idea hacerla cubierta. Así la puedes usar todo el año —se sentía
acalorada y algo tonta.
—Te diría que vinieras para que nadáramos en ella y así verías
como se disfruta una piscina caliente en invierno, pero no quiero que
me mal interpretes —sonrió viendo sus colores.
—Pensarás que soy una tonta. No estoy muy acostumbrada a
estas situaciones. Verás, desde que me divorcié no he tenido… no he
salido con nadie. Ya me entiendes —dijo mirándolo y viendo como
cogía una camisa del armario y se la ponía mientras se acercaba a
ella. Todavía se marcaba su erección bajo la tela de sus pantalones.
—Si. Yo he tenido relaciones cómodas estos últimos años. Pero te
aseguro que ahora solo me interesas tú. Quiero que eso quede claro.
—Eres tan sincero. Es apabullante —rió juntando las manos.
—Me parece que querrás arreglarte el pelo —llegó hasta ella
abrochándose la camisa– En el baño encontrarás un peine. Es nuevo
—rió— no tengo nada que peinar —se tocó el cuero cabelludo
burlón— Suelo llevarlo al uno o al dos. Me es muy cómodo. Me
acostumbré a esto durante mis viajes.
—Hay tantas cosas de ti que no sé —comentó mientras iba hacia el
cuarto de baño en suitte de David.
—Estamos empatados. Tenemos toda una vida para acumular esos
detalles.
La siguió al baño y ella le miro extrañada. Mientras ella se peinaba
y rehacía su coleta, él abrió el grifo del lavamanos y puso las dos
muñecas de sus manos bajo el agua fría. La miró y le guiñó un ojo.
–Espero que se me pase un poco el subidón —rió— no queda muy
elegante pasearte ante tu familia como si llevaras relleno en los
pantalones.
Ella se acercó solidaria y puso sus muñecas junto a las de él.
—Cada vez me gustas más —dijo mirándolo a los ojos y
ganándose un beso generoso.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Será mejor que dejemos de besarnos o tendremos que meternos


en cubitos —masculló el hombre— Mi madre suele llegar a esta hora
con cazuelas y la comida casi hecha. Y el resto de la familia irá
llegando por tandas.
—Será tan divertido como ayer —dijo sacando las manos del agua
helada mientras sentía frío por todo el cuerpo. Sus pezones
reaccionaron a la baja temperatura, marcando su blusa con presión.
Ella buscó la toalla más cercana.
Él siguió con las manos bajo el agua, más calmado por fuera pero
con la mente en ebullición y sus ojos clavados en los pechos
femeninos.
—Ve bajando —le dijo— yo iré ahora mismo.
Ella dudó. Como si no se atreviera a bajar sola después de lo
ocurrido y enfrentarse a Samu y Beto.
—Vale.
Elena salió y bajó las escaleras mientras agudizaba el oído para
localizar donde estaban los dos hombres.
La cocina fue el lugar. Beto llevaba un delantal puesto mientras
picaba verduras crudas y Samu sacaba bandejas de la nevera.
—Hola Julieta, ¿dónde dejaste a tu Romeo? —preguntó Beto
burlón.
—Si no quieres que te de una patada en tu precioso trasero,
guárdate tus comentarios donde te quepan —espetó Elena a su
amigo.
—La confianza da asco –se lamentó el hombre.
—Deja a la chica en paz —Samu puso una bandeja con gambas
frías a su lado— Cualquiera diría que es envidia.
—Y tendría razón —reconoció tristón— Si yo tuviera un hombre
que me besara de esa manera y me… —hizo el gesto pasional y puso
los ojos casi en blanco.
—¡Para, para! —ella le dio un manotazo mientras veía la risa
torcida de Samu.

171
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David respiró hondo para tratar de relajarse. Pensó en paisajes


agradables y cosas que le hicieran olvidar las ganas de seguir con la
escena de cama con Elena.
Resopló cerrando el grifo y sacudiendo el agua de las manos.
Miró alrededor del cuarto de baño. Sin querer sus pensamientos
derraparon y se fueron hacia los estantes visualizando cremas
femeninas y utensilios propios de mujer. Le resultó sumamente fácil
compartir la estancia con ella. Imaginársela lavándose los dientes
mientras él se afeitaba. O escuchar la ducha con ella dentro mientras
él orinaba. Esa visión no era de lo más romántica. Pensó. Pero si la
sentía muy real. Si eso no era síntoma de que estaba enamorado
hasta los tuétanos, que más podía ser.
Rió sin poderse quitar esa imagen de la cabeza.

David, finalmente se dio una ducha rápida y se cambió de ropa.


Cuando bajó a la cocina fresco y con ropa diferente, Samu lo miró
con suspicacia. Extrañamente ella solo sonrió, y Beto con una sonrisa
torcida lo miró de reojo.
—Son más de las doce y media —comprobó— es raro que no haya
llegado mi madre con su sequito. Llamaré por teléfono —anunció
volviendo al salón y reapareciendo apenas en dos minutos— Deben
estar de camino en coche, porque no contestan. Veo que lo tenéis
todo organizado.
—Aquí está todo controlado —le dijo Samu de forma profesional—
¿qué tal si pones la mesa?
—¿Y quien me ayuda? –lloriqueó mirando de lleno a Elena.
—Anda, ve con él —la instó Beto— Ya me ocupo yo de las salsas.
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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Elena se limpió las manos y se quitó el trapo de cocina que tenía


remetido en los pantalones. Alargó el brazo para tomar la mano que
David le ofrecía y desaparecieron sin prisas hacia el comedor.
Él le indicó donde estaban los platos, copas y demás.
—Yo pensaba poner platos de plástico y así no tener que fregar.
Pero cuando se lo dije a mi madre casi le da un ataque, —rió— dice
que una mesa de Navidad con cubertería de plástico desmerece
mucho. Claro que hoy nos toca a los hombres fregar. Así que dudo
que mi padre, mi abuelo y mi hermano estén de acuerdo.
—No será para tanto —convino ella pasando un trapo por la
superficie de los platos— El resto del año friegan ellas. ¿No?
—Pues no —la pilló él satisfecho— En mi casa mi madre y mi padre
se han encargado de dejar bien clarito lo del reparto de faenas de la
casa. La pereza de fregar es más bien por la comilona. Son días de
comer mucho y charla después. Lo que menos le apetece a uno es
ponerse a fregar y recoger.
—Cierto. Eso tiene su lógica —asintió ella.
—De todos modos. He de decir que todos tenemos excelentes
servicios de ayuda. Mi madre tiene dos criadas, una fija y otra que
viene dos veces por semana. Mi hermana tiene ayuda también.
Sobretodo para la casa y los niños. Mi hermano también tiene
sirvienta.
—¿Y tú? —indagó ella colocando los platos en sus sitios mientras
daba la vuelta a la enorme mesa.
—Si —explicó— Vienen a hacerme las faenas de casa. Limpiar
sobre todo.
—Teniendo en cuenta que te pasas el día en el gimnasio, no es de
extrañar que necesites ayuda.
—¿Y tú? —le devolvió la pregunta.
—Tengo una chica que viene una vez por semana. Para lo grueso.
Con el resto me apaño sola. Mi casa es mucho más pequeña que la
tuya.

173
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Es de propiedad?
—Si. Bueno, mía y del banco.
Rieron.
—Yo acabé de pagar la mía hace dos años —dijo él satisfecho.
—Suertudo. A ver cuando puedo yo decir lo mismo.
-—Las copas están en esa vitrina —señaló a su espalda.
Ella se giró para dirigirse al mueble, de carácter antiguo y algo
rústico. El teléfono sonó en ese momento. Justo al lado suyo, en una
mesita larga que solo contenía el aparato telefónico. Ella miró a David
que ya estaba a su lado y cogía el auricular mientras la rodeaba con
su brazo libre y apretaba su espalda contra su pecho.
—¿Si? Hola hermanito. Si. Estamos esperándote. No todavía no
han llegado —iba contestando mientras metía la nariz en su nuca y la
hacía reír al hacerle cosquillas.
Ella se deshizo de su abrazo y lo empujó amablemente señalando
la mesa a medio poner. Él quiso darle un golpecito en el trasero, pero
ella se le escapó.
Él se quedó conversando un par de minutos más. Nada más colgar
la miró. Ella estaba en la otra punta de la mesa colocando servilletas
con puntillas.
—¿Has hablado con Carol y Carlos hoy? —preguntó sin moverse de
al lado del teléfono.
—No. Pensaba llamarla esta noche.
—¿Te apetece que llamemos ahora? Ven —apremió llamándola con
la mano.
—Estaría bien —caminó hacia él ilusionada— desearles feliz
Navidad desde aquí.
David marcó un número en la memoria y en seguida se puso
Carlos. Tras los saludos iniciales, el teléfono se colocó en altavoz y
Elena intervino en la conversación.
David le pasó un brazo por los hombros.

174
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—… y hoy ha venido a pasar la Navidad en casa —explicaba el


hombre a su amigo.
—No te aburrirás Elena —rió Carlos— Son un montón de familia a
cual más variopinto.
—¡Eh! Carlos, que estás hablando de mi familia.
—Si. En la cual estás tú incluido. Con tu abuelo me lo pasaba pipa.
Y me acuerdo de los experimentos culinarios de tu madre. En tu casa
es donde he probado las cosas más raras de toda mi vida. Algas
incluidas —rió.
—Pues a mi me gustan las algas —defendió David.
—De tanto comerlas será —obvió Carlos.
—Me estás dando mala prensa —se quejó bromista— Si lo sé no te
llamo ¿cómo está tu pierna?
—Mucho mejor. Ya no necesito calmantes. Estoy hecho un chaval.
—¿Y la barrigita de nuestra Carol? —intervino Elena.
—Todavía no se nota. Se siente estupendo. En realidad nos
cuidamos mutuamente. Aunque quien puede moverse menos soy yo
—rió David— Creo que la semana que viene me darán el alta y podré
irme a casa. Aunque tardaré en poder viajar. Por lo menos un mes
más. ¿te las puedes apañar Elena?
—Claro. Tengo un buen equipo. Todo marcha estupendamente.
Tenemos toda la semana ocupada. No os preocupéis por nada.
–Menos mal que estás allí —suspiró Carlos— Carol se siente un
poco culpable por dejarte sola.
—Que va. No estoy sola —tragó en seco sintiendo el brazo de
David apretando su hombro.
—Estoy yo Carlos —dijo David solemnemente, mirándola a los
ojos— Para lo que necesite.
—Gracias amigo —contestó Carlos sinceramente— Siento que no
esté Carol conmigo. No tardará en llegar, pero aquí llevamos un
horario algo cambiado.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No te preocupes. Mañana la llamo desde el trabajo —tranquilizó


Elena— Pasáoslo bien. Y dale un beso de mi parte.
—Y un abrazo —añadió David antes de colgar.
Elena tuvo una sensación de melancolía. David la abrazó como si
supiera que necesitaba consuelo.
—¿Estás bien? —preguntó con los labios pegados en su coronilla.
—Si —suspiró ella— es solo que me ha dado como un ataque de
tristeza —levantó la cara hacia él— Ya sabes. Es Navidad, mis padres
viven fuera. Una de mis mejores amigas también y la otra está en un
crucero en el Nilo para comer las uvas rodeada de cocodrilos. En fin.
De repente he sentido un nudo en el estómago.
—Ahora estoy yo. Ahora y siempre —dijo con los ojos brillantes
posados en los suyos iluminados por unas lágrimas incipientes—
Quiero ver una sonrisa. Déjame ver esa sonrisa maravillosa que hace
que me dé un vuelco el corazón —acarició su mejilla instándola a
sonreir— Me encanta tu sonrisa.
—¿Solo mi sonrisa? —se enfurruñó ella.
—Bueno, no me tires de la lengua que mis padres están a punto
de llegar y hay niños en la sala.
—No hay niños —se giró buscando a su alrededor y vio a los
sobrinos de David corriendo en el jardín— ¡Dios mío! —se separó de
él y miró en todas direcciones buscando a sus padres ¿Desde cuando
están ahí?
—Acaban de llegar. Ni siquiera nos han visto —caminó hacia la
puerta que comunicaba al porche y la abrió— hola chicos. ¿Y vuestros
padres?
—Dejando los platos en la cocina. Samu ha tirado una bandeja de
calamares —explicó serio Alex, el mayor— ¿has acabado de besar a
tu novia? ¿Podemos entrar?
Elena lo miró sonrojándose como diciéndole: “con que no nos
habían visto, ¿No?”

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Pasad chicos, que hace frío —rió David— límpiate los zapatos
Raúl.
—Mambo está suelto —dijo Elisenda entrando en la sala— corre
detrás de Afrodita como un poseso. Buenos días Elena. Papá y mamá
llegarán enseguida. Han querido comprar el postre en la pastelería de
Sigfrido y había cola —se encogió de hombros— Se empeñó — miró
la mesa— Que bien. La mesa está puesta. Si te parece voy a poner la
mesita de al lado de la tele para los niños. Mejor que coman antes y
se vayan a tu cuarto Zen. Les encanta.
—Cada año igual —meció la cabeza David— te advierto que si
vomitan mi alfombra este año, lo recoges tú.
—Eres su tío ¿para qué están los tíos si no? —miró
confidencialmente a Elena— Le encantan los niños. Pero también le
gusta hacerse el ogro. Los consiente más que nadie.
—No me manipules, hermanita.
—Deja de quejarte. Nos necesitan en la cocina. Vamos —les
apremió Elisenda.
La cocina se convirtió en un campo de batalla. Finalmente Samu
echó a la mitad del personal, niños incluidos. Solo Beto, Elisenda y él
mismo se quedaron. El resto fueron desterrados al salón comedor.
Los padres de David y el abuelo llegaron con más bandejas
preparadas que el catering de la inauguración de Gorditas a la Carta.
El abuelo Daniel iba con chándal. Y se paseaba con una zanahoria en
la mano. Estela tomó por asalto la cocina, expulsando a los
ayudantes al salón con los demás.
Beto y Samu, siempre cerca, se sentaron en la mesa a charlar con
Gus.
Elena fue al lavabo y al salir se sobresaltó al ver a Afrodita
tumbada e impasible, mientras Mambo, sobre su lomo, se balanceaba
intentando montarla. La perra ni se inmutaba. Como si tuviera una
pulga, alzó una pata y se rascó. El pobre Mambo salió volando, pero
con una fuerza de voluntad ancestral de macho, volvió a la carga y se

177
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

subió de nuevo a su espalda. La cabalgada fue igual de entusiasta


que la anterior. El pobre Mambo tenía la lengua fuera y jadeaba. Más
salido que un mono repleto de viagra, insistía con denuedo. Su lazo
se meneaba y lo hacía parecer una rana loca. Mientras. Afrodita tenía
los ojos cerrados, como si todo eso no fuera con ella.
Elena se rió sin poderlo evitar, al tiempo que sentía cierta pena
por la miniatura sofocada. Llegó al comedor con unan sonrisa en los
labios.
David la miró con ojos interrogantes. Pero no dijo nada y le sirvió
mas vino.
Fue una comida completa, llena de risas y buen humor. Mucho
mejor que el día anterior. El ambiente estaba caldeado. La bebida los
tenía a todos en un estado eufórico. Los niños estaban en la sala de
música. Y hasta Mambo estaba tirado en un rincón recuperándose de
la sesión de sexo duro.
Ya eran las seis de la tarde cuando Arán puso música y se puso a
bailar con Ëstela. El abuelo Daniel sacó a bailar a Elena. La
improvisada pista de baile se llenó.
Elena bailó un tango con Daniel, un vals con Arán y un chachachá
con Beto.
Hacía calor cuando sonó la canción de Bob Sinclair, “together”.
Todos salieron a pegar botes y a darle rienda suelta al ritmo. Gus se
movía con una agitación parecida a un subidón de adrenalina
descontrolada. Lucía era armoniosa y femenina. Elisenda era discreta
y golpeaba a su marido con la cadera, momento que hacía agitarse
un poco a Ferrán, que entendía por bailar mover la cabeza al ritmo de
la batería de la canción. El abuelo era un Michael Jackson en vivo y
en directo, todo un espectáculo. Arán y Estela seguían su ritmo al
estilo “fiebre del Sábado noche”. Samu era un excelente bailarín,
moviéndose con soltura y flexibilidad y disfrutando de la música. Beto
era el perfecto alumno de academias de baile. Cualquier cosa que

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

sonara, incluido un baile regional, seguro que lo había aprendido


alguna vez.
David fue, sorprendentemente, un danzarín estupendo. Sus
movimientos se acoplaron con los de ella y, con las manos juntas, se
mecieron graciosamente.
Cuando al rato alguien puso música lenta, las parejas se agarraron
como lapas y la luz descendió como por arte de magia.
Samu y Beto se fueron a fregar los platos.
Todos los dúos parecían más bien marineros borrachos recostados
unos a los otros. Agotados por el baile rápido y amodorrados por el
alcohol y la comilona.
A mitad del segundo lento, David salió con Elena al jardín. El aire
frío los despabiló rápidamente. Él tomó una manta que estaba sobre
el balancín y se envolvió los hombros con ella para envolver a su vez
a Elena entre sus brazos.
Ella se estremeció por el aire helado. Apoyó su cabeza en el pecho
de él y respiró hondo. Olía a hierba mojada y a noche fría.
—Me lo he pasado muy bien —dijo ella tras unos minutos en
silencio.
—Hacía años que no disfrutaba tanto unas navidades. Y ha sido
porque estás tú.
–Ha sido porque estábamos juntos —susurró con los ojos
cerrados.
—Lo que es bueno hay que repetirlo. Así que tendremos que hacer
muchas cosas juntos.
—Vale —apenas pudo pronunciar Elena.
Él notó su cansancio. Dudó entre ofrecerle que se quedara a
dormir sin segundas intenciones o decirle abiertamente que se
quedara esa noche. Un sexto sentido le paró el cerebro a tiempo y se
abstuvo. No quería estropear esa delicia de relación por que le picara
la entrepierna.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me parece que te estás durmiendo de pie —pronunció por fin


David.
—Te parece bien. No se que hora es, pero mañana me toca ir a
trabajar y me gustaría dormir un rato. Ahora mismo me siento
agotada.
—Te llevaré a casa —convino besando su mejilla y haciendo que
ella diera un respingo ante su nariz helada.
Ella se dio la vuelta y lo abrazó poniendo su cara contra su pecho.
Sopló sobre su corazón. Él sintió su aliento caliente directamente en
su piel, atravesando su camisa. Su mente se entibió. Un dulce placer
recorrió su columna ante ese simple gesto.
—No tienes coche ¿recuerdas? —sonrió sintiendo su calor— Vine
en mi coche con Beto. Además, tú también estás cansado. Te queda
mucha faena aquí —levantó el mentón y lo apoyó en su férreo torso—
Estás duro —rió subiendo la mano y presionando su dedo sobre su
pecho izquierdo.
—No lo sabes tú bien —coreó su risa— entremos antes de que me
ponga más duro todavía.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 9

26 de Diciembre. ¿Es fiesta? ¿Es Lunes?


¿Es Martes?
¿Es un mito la creencia de que los lunes
son horribles? Hay días que no
distinguimos un lunes de un viernes, y
siempre tenemos en el rostro una sonrisa
feliz, mientras preguntamos confundidos.
¿Pero hoy no era sábado?

La pereza que le entró a Elena a las siete de la mañana podría


calificarse de única en su carrera laboral. Solo su disciplina y su
fuerza de voluntad, pudieron levantarla.
No había dormido del todo bien, aunque se acostó temprano
después de un baño relajante y aparatosamente sexy.
Se sorprendía a si misma con gestos estudiados. Imaginándose
que David la miraba y se deleitaba con sus movimientos. Se puso un
camisón de color púrpura que apenas había usado una vez. Retiró de
su mente los comentarios de su ex marido cuando ella trataba de
gustarle poniéndose ropa sensual. Se miró en el espejo por centésima
vez esa noche.
Un millar de saltamontes estaban haciendo una fiesta en su
estómago y miles de imágenes se aglomeraban en su cerebro.
¿Qué pasaría cuando David y ella se acostaran juntos?
La inseguridad de su cuerpo la tenía, literalmente, aterrada. No
estaba segura si era más miedo que vergüenza lo que la paralizaba.
Se quitó el camisón y se miró los generosos pechos. Eran grandes ya
antes de que se engordara. Llenos. Y David los miraba con apetito.
Tenía una cintura marcada y la barriga curvada por el exceso de
peso. Sus glúteos y muslos tenían un aspecto duro, con las
pinceladas de celulitis de adorno.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

“Era gorda”. Se sinceró consigo misma. Y si eso no lo detenía a él,


ella sacaría valor de donde fuera para vivir esa oportunidad que le
brindaba de nuevo la vida de disfrutar el amor. Solo que… no
soportaría que otro hombre la llamara foca. O le dijera que su cuerpo
no le inspiraba más que desagrado.
Alberto nunca había sido cariñoso. Si apasionado en la intimidad y
distante en cuestión de hablar. Pero a ella no le importaba. Lo
primero que había sufrido un cambio en sus vidas, había sido la falta
de deseo sexual por ambas partes. Ella por falta de autoestima y él
por rechazo hacia sus propensión a engordar y cambio de físico.
Años más tarde, Elena había pensado que los kilos que se había
puesto encima habían sido para alejarlo a él de su cama. Y desde
luego, había conseguido su propósito. Fuera consciente o
inconsciente, Alberto había declarado su problemática con ese tema.
La perfección no encajaba cuando miraba a su esposa Elena embutida
en ropa de talla cincuenta y dos.
Elena retiró los recuerdos de su matrimonio y desestimó sus
miedos durante unos segundos. David no era Alberto. Él había
declarado que ella le gustaba. Había gustos para todos, y ella era del
gusto de David. Daba igual lo que otros pensaran.
Visualizó los rostros de Carol y Carlos. Enamorados. Casados.
Achuchándose y mirándose con deseo y franco amor.
Eso quería ella. Y no se conformaría con menos. Concluyó yéndose
a dormir.
Ese fue su último pensamiento al acostarse y casi el primero al
levantarse.
Elevando su amor propio con ánimos de su propia cosecha, se
vistió con un jersey rojo y unos pantalones azul oscuro. Se hizo su
coleta habitual y salió de su casa con una energía enorme dispuesta a
comerse el mundo.
Llovía a cántaros. Sonrió abriendo el paraguas.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¡Lo sabía! —dijo en voz alta– ¡Un día magnífico!


El vecino que estaba al lado de ella sacando la correspondencia de
su buzón, la miró con extrañeza mientras ella caminaba hacia la lluvia
con su paraguas amarillo y sus botas altas, que eran lo único que se
veía bajo el abrigo.
—Desde luego, quien no se conforma es porque no quiere —rió el
hombre, protegiéndose del aguacero en la portería.

La vuelta al trabajo nunca fue tan dulce… y caótica.


En muchos sitios ese lunes era fiesta. En Gorditas a la Carta, ese
día era el primero tras la inauguración.
Susana llegó a la par de Elena. Flora ya estaba dentro. Dirigiendo
la orquesta desde unos minutos atrás.
Se abrazaron, saludándose con entusiasmo. Tras unos minutos de
charla, ya se pusieron en marcha. Beto llegó palmeando las manos,
heladas de frío.
—Buenos días chicas. ¿Cómo tenemos la jornada de hoy?
–Muy ocupada —señaló la agenda Susana— En diez minutos
tenemos una reunión de un grupo de mujeres del “club de la eterna
sonrisa” — leyó literalmente— desean anotarse para las actividades y
reuniones que hagamos.
—Trabajo para ti, Beto –rió Elena— Puedes atenderlas en tu
despacho o en el salón de la segunda planta. Depende cuantas sean.
—También tenemos trece candidatos a asociarse. Ya están citados
con los entrevistadores. Para mejorar la atención al cliente, —explicó
Flora— He dividido a los entrevistadores entre los dos sexos. Es más
cómodo que las mujeres atiendan mujeres y los hombres, lo propio.
—sonrió apuntando con el dedo índice de su mano derecha los mini
despachos, tres en total, que se ubicaban en el rincón donde habían

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

estado las telefonistas. Nola era la que se ocupaba de coordinar las


entrevistas.
—Bien, parece que esta todo controlado. Esperemos que no haya
ningún imprevisto. Tiene que venir el pintor para acabar el asunto de
mi despacho.
Flora siguió a Elena por las escaleras, mientras le recordaba la
agenda.
—Tienes que hablar con el vecino para que nos pase la factura. El
Sr. Nuñez quiere hablar contigo por lo del toldo. Si quieres puedo
ocuparme yo.
—No. Tranquila, me lo pasas.
–Mariví quiere tener una entrevista contigo. Es la chica que te
mencioné que trabaja en la asociación de “mujeres del puerto”. Si te
parece bien te haré una cita para esta semana. Entre el miércoles y el
jueves.
—¿Y que hay de Román? Ese de las excursiones —dijo entrando ya
en el despacho.
—Lo localizaré y te lo paso. Y Rosa me dijo que sabía quien podía
encargarse de las clases de cocina. Hay por ahora, tres opciones
distintas.
—Mejor hablo con Rosa y que me explique.
—Tengo que llamar a la empresa de limpieza y confirmar el
contrato.
–Adelante. Visto bueno.
—Y hay que aclarar el programa de clases de baile. Hemos de
hacer publicidad y determinar horarios para que los asistentes se
apunten a las clases.
—¿Cuantos profes tenemos? —abrió su carpeta mientras las dos,
sentadas, contrastaban información.
—Confirmados solo dos. Salsa y merengue por un lado y vals y
polcas por el otro.

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Gorditas a la carta

—Y qué tal si empezamos organizando estos y si la demanda crece


buscamos otras opciones.
—Bueno… ya se ha anunciado una lista de distintos bailes. Los
entrevistadores, entre las preguntas del test inicial tienen esta
actividad como atracción.
—Bien. Continuaremos con el plan de estas actividades. ¿Cuántos
clientes reales tenemos y cuantos potenciales para esta semana?
Flora sacó una carpeta estrecha de color rojo chillón.
—Aquí tengo los gráficos. A corto plazo, pues solo hice la
estadística de este mes de diciembre. En la carpeta verde —se la
pasó— está la aproximación para enero.
—¿Los bonos de tiendas de ropa?
—Lo tengo pendiente para llamar esta semana, en cuanto tenga el
listado te lo pasaré. Ya será para la semana que viene.
—Bien —suspiró y se dejó caer en la silla— ¿Qué tal un café? —
invitó Elena— Necesitaremos fuerzas para el resto del día.
—Yo ya llevo dos —resopló Flora.
Elena se levantó y preparó la cafetera.
—¿Irás al gimnasio hoy? —curioseó Elena.
—Si. He quedado con Manolo, es más fácil encontrarnos en el
gimnasio y pasar ese rato juntos, que no llegar a casa cada uno por
su lado. ¿Y tú?
—Bueno, si —le guiñó un ojo— Me parece que pasaré mucho
tiempo en el local de David.
—Me parece que ha habido grandes progresos en este par de días
sin vernos.
—Te parece bien –explicó mientras el café caía con su peculiar
ruidito— Estoy entusiasmada y asustada por igual —puso expresión
terrorífica– Todo es intenso y rápido. Y me encanta.
—¡Vaya! –rió Flora– Ni siquiera mi Manolo y yo fuimos tan rápidos.
—¡Oh, calla! No me digas eso que ya estoy lo bastante histérica
sin necesidad de que me animes.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Querrás decir contenta y no histérica?


—Pues no —se sirvió café y le ofreció una tacita que Flora aceptó—
quería decir lo que he dicho. Tengo el estómago descompuesto de
pensar en desnudarme delante de él.
—¡Vamos! Si ya te vio casi sin ropa.
—Que no es lo mismo que desnuda.
—Esos son los nervios normales de una relación cuando empieza
—rió moviendo la cabeza— Cuando Manolo y yo comenzamos a salir,
mi obsesión era que no me viera el trasero.
—Tú no estás gorda –se quejó Elena.
—Bueno, me sobran dos o tres kilitos.
—No seas ridícula Flora —se sirvió otro café.
—Toda la celulitis de mi cuerpo está concentrada en esa zona.
Parecen los Alpes suizos. La piel de naranja es un regalo añadido en
mis cartucheras. En fin, que nunca le daba la espalda sin cubrirme la
zona prohibida.
—¿Y qué pasó?
—Pues que un día, dos o tres días después de habernos acostado
por primera vez, me hizo un masaje en la espalda y me bajó las
bragas para continuar con algo más íntimo. Yo estuve a punto de
darme la vuelta y darle un mamporro, pero de repente él dijo: “me
encanta tu culo”. Fueron como palabras mágicas. Como si me hubiera
tocado con una barita de hada —rió— Aparte de tener un subidón de
libido que casi lo violo allí mismo.
—¿Y con eso que me quieres decir? —se encogió de hombros
Elena.
—Que lo que para ti puede ser un complejo, para él puede ser algo
que le pirra.
—Ya ¿y qué más? —se burló tomando asiento de nuevo.
—Tiempo después, supe que él tenía también sus temores. Su
barriga temía que fuera antiestética y no le gusta su ombligo. Y

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

además, ya lo viste, es peludo. Y no tiene culo. Es casi plano. Por eso


le gusta el mío —concluyó Flora satisfecha.
—¿Y qué inseguridades crees que tiene David? —alzó la ceja
izquierda interrogante.
—Em…. Pues…. Por ejemplo no tiene pelo.
—Se rapa, que no es lo mismo.
—¡Pues la tendrá torcida! —se exasperó Flora— Yo que sé. Nadie
está seguro al cien por cien de su físico. Y menos alguien que se
trabaja el cuerpo en un gimnasio. Por algo busca la perfección y
mejorar.
—Pues así, a primera vista —ladeó la cabeza Elena— No parece
tener muchos defectos.
—Espera a verlo desnudo —contestó Flora con cara de misterio.
Elena rió y la despachó para empezar a trabajar. Ya estaba
bastante distraída con sus pensamientos para escuchar los de Flora.

David llamó por teléfono a Elena dos veces a lo largo de la


mañana, sin poder comunicar con ella debido a que ésta siempre
estaba “enchufada” al teléfono. Al final, optó por presentarse en el
edificio, camino de recoger el coche del taller, ya reparado.
—¿Todavía está ocupada? —dijo exasperado David a una Flora
igual de atareada.
—Si. Lo siento. Ahora está con el gestor. Cuestión de papeles. No
creo que tarde —se giró para decirle algo a uno de los chicos
entrevistadores que subió a dejarle una carpeta y un listado—
Estupendo Sergio, puedes dar la convocatoria para el día veintitrés —
se volvió hacia David— Esto es demencial. Hasta yo estoy al borde de
un ataque de nervios.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bien, creo que el estrés es genial cuando se tiene algo con que
desestresarse —convino David seriamente.
—¿Y cuál es tu plan para tal menester?
—Me voy a llevar a tu jefa Elena bien lejos.
—No será ahora muchacho.
—Me refería a este fin de semana. El sábado es fin de año. Me
comentó Beto que el viernes no trabajáis. Así que, pretendo
convencer a Elena de salir bien temprano hacia el refugio en el Norte
del País. A casa de Samu. Con su tío. Para tomar allí las uvas. Entre
nieve y chimeneas. Beto se apunta. Hablé con él hace un rato.
—De verdad que es un buen sistema para quitarse el estrés.
Manolo y yo nos iremos a casa de sus padres. Cada año se
atragantan y se ponen verdes hasta bordear el infarto. Pero no hay
manera de convencerles de que no tomen las uvas. Este año no
llevaremos ni una, pero se armará la marimorena.
—Si os apetece cambiar de ambiente, podríais veniros.
Flora parpadeó y lo miró de soslayo.
—¿Es una broma?
—En absoluto. Estarán los tíos de Samu. Beto, mi hermana
Elisenda, su marido Gus y por supuesto, Elena y yo. Estaría muy bien
que vinierais. Se parecería más a una fiesta.
—Pues me tienta —tragó lentamente con el pensamiento lejos de
allí— Deja que lo consulte con Manolo.
—Te he de advertir que allí no hay nada que hacer más que
descansar o pasear. Y mi cabaña, que está a doscientos metros de la
de Samu, es de lo más rústica. Lo único atractivo es una bañera
enorme con hidromasaje, de los que te gustan a ti.
—Ya está. A mi ya me tienes convencida —puso los ojos en blanco
riendo— Y Manolo es un facilón. En cuanto le diga que no hay nada
para hacer salvo dormir y hacer el remolón te dará su alma con tal
que lo lleves.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Mientras él le explicaba las maravillas del paraíso prometido, Beto


salió de su despacho y se unió a la charla. Cuando Elena salió
despidiendo a su visita, los dos hombres estaban enfrascados con
Flora en una conversación agradable.
—Qué bien os lo pasáis —caminó hacia ellos— Yo trabajando y
vosotros de cháchara —fue directa hasta David que se adelantó al
verla para darle un abrazo rápido y un beso algo más lento, aunque
superficial— Me han dicho que has llamado un par de veces. Ahora
pensaba llamarte. Que bien que estás aquí.
—Estábamos hablando de dónde vamos a ir en fin de año —explicó
David cogiéndola por la cintura.
—Cierto —intervino Beto— Samu y David nos invitaron a su casa
de las montañas. En plena nieve —sonrió.
—Que tal si salimos a tomar un tentempié y te explico —la invitó
sin soltarla y acariciando su mejilla rosa.
Ya era cerca de la una y Flora la instó a irse antes de que otra
obligación la distrajese. A las tres tenía una reunión importante y le
quedaba poco tiempo para comer. Salieron a una crepería cercana.
Fuera del ambiente laboral, respiraron tranquilos, ella aún con el
“speed”, pero con la sonrisa puesta en el rostro.
—Saldremos bien temprano. Son unas cuantas horas en coche una
vez salidos de la ciudad. Pararemos en un pueblecito a repostar y
continuaremos hasta Arinsal. Si necesitamos algo podemos ir al
pueblo. O incluso ir hasta Andorra, porque está cerquita. Pero en
general, estaremos aislados. Rodeados de nieve y bosque. Sin tele.
—¿Electricidad?
—Oh, si. En realidad tiene todas las comodidades. En casa del tío
de Samu hay televisión, Internet. Todo lo que quieras. Pero en las
casa de Samu y la mía tenemos lo esencial. Se supone que vamos a
descansar. A olvidarnos del mundanal ruido.
—¿La casa de Samu y la tuya? —indagó Elena tomando un sorbo
de su cerveza sin alcohol.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bueno, técnicamente Samu y yo somos dueños de dos cabañas


en el lugar. Las mandamos hacer. Digamos que el tío de Samu tiene
trece cabañas para alquilar. De las cuales seis son de propietarios
particulares. Aunque las tenemos en servicio de alquiler la mayor
parte del año. Al principio compramos para darle un empujón al
negocio de su tío, pero con el tiempo nos gustó ser propietarios de
una casa en el fin del mundo —río— Vamos cada año.
—Si. Me lo dijiste.
—En mi cabaña se quedarán Elisenda y Gus. Flora y Manolo y Beto
puede quedarse con Samu, para que no se quede solito.
—¿Y tú y yo?
—Jajaja, por supuesto. Tú y yo en mi casa. Hay cuatro
habitaciones —se apresuró a decir— podrás escoger donde quieres
dormir —la miró algo serio con una mueca amigable— si es eso lo
que te preocupa.
—No exactamente. Pero gracias. Será una buena manera de tener
tiempo para nosotros y conocernos sin estar en el entorno del
gimnasio o la agencia.
Les sirvieron sendos crepes de champiñones. Y dejaron de hablar
unos bocados. Luego hicieron planes para fin de año y él le explicó
cosas del lugar.
A las tres menos cuarto, estaban de camino al trabajo, no sin
antes citarse en el gimnasio en esa misma noche.

“Estamos gorditas, y somos preciosas; tenemos


razones de “peso” para atraer a los hombres.”

El letrero, que lucía en letras grandes, negras y poco discretas,


adornaba la entrada de cada piso y también era el lema que se usaba
en las franjas publicitarias de la radio y en el periódico.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

La gente en las entrevistas recordaba esa frase. Estaba en todas


los panfletos repartidos por la agencia en su campaña de marketing.
Figuraba también en la tarjeta de presentación junto con el logo de
los dos corazones mofletudos.
Era sorprendente que a la fecha de ese día, hubiera más clientes
varones que féminas haciendo las entrevistas. Tres hombres por cada
mujer anotada.
Elena habló con Carlos y luego éste le pasó a Carol. Hablaron de
trabajo durante unos minutos y luego le comunicó que ya estaba
sola.
—Dejemos el trabajo y mi barriga y cuéntame de David.
—Que cotilla eres —rió queda— Ya sabes que pasé la navidad con
él. Incluso Beto vino también. Ya te hablé de él.
—Si. Ve al grano.
—Pues, ¿qué quieres que te cuente? Estamos tonteando un poco.
Besitos aquí, ojitos allá. Me estoy enamorando como una tonta, y él
parece que también.
—Oh, pero eso es maravilloso.
—O si! Pero estoy acojonada de miedo. ¿Qué pasará cuando quiera
acostarse conmigo? Flora me anima —rió— pero pienso en su cuerpo
trabajado y disciplinado y en el mío con veinte kilos más de lo que
marcan los cánones de la época actual y me pongo a temblar.
—Te aseguro que David no bromea. Es un hombre serio que sabe
lo que quiere. Estuve hablando del tema con Carlos, y entre ellos ya
sabes que se comentan cosas como tú y yo. Y te aseguro que David
ha sido muy claro cuando le ha dicho que busca contigo algo serio.
—Me ha invitado este fin de año a las montañas. En la nieve. En
una cabaña. Sé que habrá un antes y un después.
—Qué mejor que empezar el año despertándote al lado de David.
A mi me parece genial. Te aseguro por propia experiencia que la
primera vez que desperté en los brazos de Carlos fue una ocasión que
jamás olvidaré. Aunque también he de confesar que me costó lo mío

191
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

lanzarme. Ahora te puedo decir que creó un monstruo porque soy


una fiera —rió.
—No sé si eso me consuela —la coreó Elena.
—Deja de pensar y compra un paquete de preservativos.
—No. Me niego. Esa puede ser mi excusa perfecta, llegado el
momento.
—Oh! Mira que eres … Bufffff —piafó sin palabras.
—Sin comentarios. Te dejo ahora que tengo mucho que hacer y
quiero ir al gimnasio esta noche.
—¿A ver a tu amorcito? —terció Carol con voz zalamera.
—Si. Cuídate. Un beso.
Colgó y rápidamente se puso a trabajar.

A las ocho y cinco, Flora, Beto, y Susana, llegaban al gimnasio.


Beto se fue con Flora a la sala de las máquinas. Susana a la piscina.
Elena llegó más tarde y David estaba en la recepción esperándola.
—Cuando vi que no llegabas con ellos pensé que no venías —dijo
preocupado.
—Tenían que darme el reporte de las llamadas ¿Qué pasa?
—Quería darte la lista del tipo de ropa que hay que llevar para
este fin de semana —aclaró pasándole un papel doblado— pásaselo a
Flora. Hemos de hablar para quedar. Samu llevará su coche. Es una
especie de todo terreno y tanque a la vez. Cabremos todos.
—¿Ocho?
—Y más si se tercia. Es mejor ir todos en el mismo vehículo
juntos. El camino estará nevado. Necesitaremos cadenas en partes
del trayecto y Samu está preparado.
—Gracias. Flora está muy ilusionada. Me dijo Susana que también
la invitaste, pero que ella tiene compromisos familiares.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Otra vez será. Y dime ¿tú también estás contenta de ir? —indagó
con una sonrisa de oreja a oreja luciendo su chandal blanco.
—Si. Mucho. Pero ahora me apetece meterme en la piscina porque
tengo la espalda que me está matando —hizo una mueca.
—Pues entonces será mejor que te des un masaje primero.
Estrella, nuestra masajista todavía no se ha ido. Le diré que…
—No te molestes. Es tarde y…
—Es su trabajo. Y déjame que te regale ese gusto. Te lo mereces.
Haces cara de cansada y Estrella tiene unas manos que te cambian
hasta el ADN —rió complacido de poder convencerla.
—Venía pensando en un baño. Unos largos.
—Pues si todavía te apetece los haces después. La piscina no se
irá. Pero Estrella si.
—Vale —acató con sonrisa cansina.
Dicho y hecho. Elena se puso en las manos de Estrella y una hora
después estaba casi dormida en la camilla. Como único atuendo una
toalla sobre sus nalgas y casi babeando de gusto. Necesitó cinco
minutos para volver a la realidad. Se puso el albornoz y se fue a los
vestuarios.
Lo único que quería era acostarse y dormir. Preguntó por David en
la recepción antes de irse, pero no estaba. Dejó el recado y cogió un
taxi. Ni siquiera estaba para conducir.
Esa noche durmió magnífico. Se prometió que una o dos veces por
semana se iba a regalar otro de los masajes de Estrella.

27 de Diciembre. Cuando la verdad


espanta, busca otra que te vaya
bien. Siempre hay más de una.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Desde luego Luis, hablaré con ellos y le llamaré más tarde —


Elena asintió a Flora con la cabeza mientras sostenía el auricular
contra el hombro y separaba tres grupos de hojas en la mesa. Su
secretaria le pasó dos fajos más y recogió unos folios del suelo
escuchando la voz de Elena contestar— Por supuesto. Eso está hecho.
Hasta luego.
Colgó y resopló.
—La sala de actos para el día 23 del mes que viene está
reservada, pero hay que enviar por fax el resguardo del ingreso por
reserva durante el día de hoy ¿te encargas tú?
—Saldré al banco ahora —confirmó Flora— Me pararé a comprar
guantes —la miró al ver que Elena enarcaba las cejas— No me mires
así. No tengo guantes gruesos para este finde. Ni calcetines. Mi
Manolo es muy friolero.
—¿He dicho yo algo? —puso cara ofendida— cómprame tres pares
para mi. Guantes ya tengo.
—Ha llamado Sonsoles García —le pasó tres recados con sus
respectivos teléfonos— Es una de las propietarias de tiendas de tallas
grandes. Pensaba pasarte el dato la semana que viene, junto con el
resto, pero ha llamado dos veces y pienso que si está tan interesada,
y se molesta tanto estaría bien que se le contestara.
—Tienes razón. Está bien esa predisposición y hay que
aprovecharla. La llamo ahora.
—¿Saldrás a comer fuera?
—Pensaba llamar a David. Son cerca de las doce —miró su reloj—
Te lo digo luego.
Flora salió mientras Elena marcaba el número del gimnasio. Se
puso Samu y tras saludarse llamó a David.
—Hola, ¿qué tal amaneciste? —dijo su voz ronca y risueña.
—Estupendamente. El masaje me sentó divino. Anoche no te vi
cuando me fui. Me dormía de pie y cogí un taxi.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Lo siento. Te hubiera llevado yo. Pero justo salí al gimnasio de


diagonal. Fue ir y venir, pero coincidió que tú acabaste antes de que
llegara.
—Te invito a comer al restaurante vegetariano.
—¿Me invitas? —rió seductoramente— Acepto encantado, te recojo
a la una y media.
—Vale.
Elena colgó y se quedó ensimismada unos instantes. Se relamió y
suspirando volvió al trabajo.

David colgó. Fue al salón de máquinas y habló al oído a unos de


los entrenadores. Luego regresó a su oficina. Necesitaba estar solo.
El día anterior, en la tarde, había localizado por fin a Margarita,
para comunicarle que no la volvería a visitar porque había iniciado
una relación fija. A Lourdes (con la que tenía algo menos de roce), ni
siquiera la llamó, pues no precisaba explicación ninguna. Se alegró
por él, y aunque fue algo seca, agradeció su llamado. Tal como colgó,
se olvidó del tema. Tenía otras cosas en mente.
Estaba hecho un lío. Su mente divagaba en imágenes rotundas.
Veía a Elena en el entorno de su casa. En la cocina, en su salón, en
su piscina, en su cama, en su baño… la veía por todas partes. Cada
cosa que hacía le apetecía hacerla con ella. Cada plan que se le
ocurría deseaba consultárselo para ver si estaba de acuerdo.
La noche anterior había tenido que aguantarse para no correr a su
casa. Se sentía ansioso. Para él estaba claro que su implicación era
total. Pero deseaba saber si ella también pensaba lo mismo.
Si por él fuera le pediría que fuera a vivir con él. Así de
comprometido se sentía. Todos sus pensamientos iban dirigidos hacia
estar el máximo tiempo con ella.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Por un lado su entrepierna pensaba por él. Como un adolescente


salido e incontrolable. Por otro, su mente adulta deseaba su
compañía y la estabilidad que otorga saberse correspondido.
Nunca le había dicho a una mujer lo que deseaba decirle a ella.
Ahora entendía lo que su madre y su hermana le explicaban cuando
le hablaban del amor y de lo que sentían —sonrió irónico— y él
siempre las había considerado exageradamente sensibleras y ahora
estaba padeciendo el mismo mal.
Enamorado hasta los tuétanos.
Y le parecía que la única que necesitaba que la convencieran de
esa verdad, era Elena. Y hoy empezaba esa campaña a saco. Se iba a
enterar, si ó si. Deseaba la felicidad para ahora. Nada le gustaría más
que compartirla con ella.
Salió a recogerla con las baterías recargadas.

—Yo, paella de verduras —le dijo ella al camarero para después


mirar a David que todavía repasaba la carta.
—Patatas rellenas y ensalada —confirmó.
Se fue el camarero y otro vino a dejar una botella de agua de litro.
—A esto lo llamo rapidez —sonrió David— Hoy he tenido
entrenamiento casi toda la mañana —explicó— Los lunes y los martes
son de los días más pesados. Y más teniendo en cuenta que la gente
después de las comilonas de Navidad arremete con el gimnasio como
si fuera el chivo expiatorio a su culpabilidad por los excesos
cometidos.
—Tu gimnasio debe ser un hervidero de obsesos del peso —auguró
entrando en terreno incómodo pero sabiendo que no podía omitir lo
obvio.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Pues hay de todo —convino— Un gran porcentaje de usuarios


son practicantes de culturismo. Otro tanto, ciudadanos preocupados
por su estado físico que buscan una disciplina diaria más que el
ejercicio en si. Otro grupo son los que vienen obsesionados con su
peso y las dietas, generalmente sin asesorarse por médicos.
—¿Hay muchas mujeres?
—Menos que hombres. Las mujeres se inclinan más por la sección
de estética. Ya sabes, masajes anticelulíticos, antiestrés, depilación,
etc… y las clases de yoga, pilates, aerobic…ese tipo de gimnasia.
—A mi no me gustan mucho los gimnasios. Aunque si me agrada
la natación. Y eso de los masajes está muy bien.
—El gimnasio es una forma de ganarme la vida. A veces hasta me
aburre —dijo mirándola fijo— La verdad es que me quedaría con el
agua y las clases de yoga.
—Oh, eso también me gustaría. Cuando me organice un poco más,
iré también a Yoga.
—¿Y la piscina?
—También. Piscina y yoga.
—El ejercicio perfecto. Te hará sentir bien. Y podemos hacerlo
juntos. A solas es algo aburrido. Es muy frecuente ir al gimnasio de a
dos.
—Mientras no pretendas que hagamos carreras —rió— no tengo
ganas de medirme con el profesional.
—Oh, de eso hace ya mucho tiempo. Ahora quizá hasta me
ganarías.
—Ni en sueños —se burló— Ni me digas tu record que yo no lo
alcanzaré.
—Es cuestión de entreno —propuso él— Yo tardé seis años en
mantener mi tiempo. Y otros seis en olvidarlo —rió— La piscina para
mi es como mi segunda piel. Significa agua. Me paso más tiempo
flotando que nadando.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si me lo dices para hacerme sentir mejor, lo has conseguido.


Flotaremos los dos juntos.
—Bien. Empezamos esta noche —adjudicó David levantando su
vaso de agua en un hipotético brindis.
—A las ocho, ocho y cinco mas tardar, estoy en remojo —coreó
Elena alzando su copa.

A esa hora Susana y Elena estaban en la piscina compitiendo


figuradamente con tres nadadores más. Había seis carriles divididos y
cada uno ocupaba uno de ellos. Sobraba un carril, en medio, que
ocupó una señora de avanzada edad pero pinta de deportista asidua.
Algo más tarde, David las encontró a las dos conversando con la
anciana olímpica. Agarradas a una de las hileras de boyas, reían.
Los nadadores habían ido cambiando y en ese instante solo había
dos más.
David, toalla al cuello, se acercó. Estaba mojado. Seguramente se
había duchado sin que ellas repararan en su llegada. Vestía un traje
de baño típico de nadador. Ajustado. De color rojo. Elena se puso del
mismo color. Más por lo que su mente imaginaba que por la imagen
de él.
Se hundió algo más en el agua. Se dijo que su superlativa
imaginación calenturienta le hacía ver un tipo sexy y bien dotado,
cuando en realidad David era un hombre que llegaba a nadar y se
comportaba de lo más normal y amigable. Se sintió culpable y saludó
como el resto de los presentes. Él le guiñó un ojo y dejando la toalla
no muy lejos se acercó al borde y se tiró al agua de cabeza, en una
perfecta figura, sin salpicar, como un cohete. Apareció al lado de
ellas.

198
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Hola señora Gelmetti —sonrió con su dentadura blanca— veo


que está conversando con estas dos hermosas damas en vez de
hacer sus largos diarios.
—Me estoy divirtiendo mucho con estas jóvenes. Me estaban
contando que trabajan aquí al lado —pestañeó coqueta— ¿Crees que
puedan conseguirme novio?
—Jajajaj, —rió David mirando el bello rostro de la mujer, que,
aunque arrugado por la edad, era vital y tenía una expresión de
alegría contagiosa— No tengo ninguna duda —aseguró galantemente.
—Tengo ochenta años, y todavía pienso dar mucha guerra. Chicas,
—las miró una por una embutida dentro de ese gorrito blanco
cubriendo su pequeña cabeza sobre un cuerpo delgado y pecoso— me
he casado tres veces, y estoy convencida que el matrimonio es el
estado perfecto. Ahora me he propuesto ir a por el cuarto. Y estas
señoritas me pueden ayudar —sus ojos azules chispearon y rieron
coquetos— Y tu, David Roldán, teniendo una agencia al lado de tu
negocio, ya no tienes excusa. ¿Cuando te vas a casar con una mujer
que aproveche ese cuerpazo que tienes y le ponga pimienta a tu
vida?
—Estoy en ello. Estoy en ello Sra. Gelmetti —avisó David mirando
directamente a Elena que se sonrojó más todavía al sentir el roce de
la mano masculina en su antebrazo.
—Wohhhhh, —coreó la mujer entendiendo y deduciendo
encantada— Dejo el campo libre a las jóvenes. Voy a hacer un par de
largos más y me voy. Mañana vendré por la mañana, como siempre
—chasqueó agua hacia ellos y se alejó, nadando con vigor .
—¿Ya habéis terminado? —preguntó David acercándose todavía
más a Elena, quedando brazo con brazo y rozando su pierna.
—Yo sí —dijo Susana— de estar parada he cogido frío. Me salgo
ahora mismo —se alejó hasta la escalera más próxima.
—Yo pretendía subir al jacuzzi. Para relajarme un poco —aclaró
Elena intentando parecer natural.

199
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bien, haremos una cosa ¿qué tal si tú te adelantas y yo me


quedo haciendo un poco de ejercicio?
—De acuerdo —contestó ella con apenas voz.
Ella no se movió. Él tampoco. Se quedaron colgados del elástico
flotante. Mirándose. Ella siguió una gota que resbalaba por el cuello
masculino y buscó un surco por entre su pecho. Observó que él tenía
la piel de gallina.
Él subió una rodilla que repasó el muslo femenino. Ese simple roce
hizo subir un escalofrío por su columna vertebral. Cuando la pierna de
David hizo el mismo recorrido hacia abajo por su muslo, ella estuvo a
punto de gemir y eso la decidió a moverse.
—Empieza ya los largos o se hará tarde —apremió ella con actitud
diligente mientras se apartaba.
Él comenzó a nadar tras una sonrisa picarona.
Ella buscó la escalera más próxima y salió para envolverse en su
toalla con velcro. Se puso las chancletas playeras y se quitó el gorrito
asfixiante.
Salió al pasillo que comunicaba a la escalera hacia los spa y subió
con lentitud.
Había una pareja en una de las bañeras y un hombre solo en otra.
Saludó suavemente y se quitó la toalla para meterse en compañía del
solitario.
A los diez minutos vinieron dos chicas y un culturista
exhibicionista. El pase de modelos fue gratuito, y algo cansino. Las
dos jóvenes reían tontamente ante la exposición de músculos y el
muestrario de poses algo limitados por estar medio cuerpo dentro del
agua burbujeante.
El hombre que estaba con ella se fue y la pareja del principio
también. Solo quedaron el culturista con las dos chicas en un spa y
ella en el otro.

200
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

David llegó en silencio. Como era habitual en él. No saludó


verbalmente. Un gesto de su cabeza a los ocupantes de la bañera
contigua y en unos segundos ya estaba al lado de Elena.
Sopló en su húmeda mejilla y ella frunció el ceño y abrió un ojo,
percatándose al instante de su presencia.
—Ey! Estás aquí. Me estaba quedando frita —sonrió algo atontada.
—Es el efecto del agua caliente y las burbujas —explicó él— Ven,
—la instó— Te voy a enseñar como se usa. Hay unos mandos
generales que siempre están enchufados. El cuadro está en la
entrada. Pero estos tres situados en las esquinas de cada una de las
bañeras, potencian los chorros y aumentan el masaje según los
gustos del consumidor.
Ella se despejó con un esfuerzo y siguió a David a la esquina
contraria.
—Aquí —dijo el hombre encaramándose en el banco del jacuzi y
quedando su cuerpo casi fuera del agua— Probaremos los tres pero
mejor no a la vez –rió— Cuando no estás acostumbrado puede
resultar algo agitado.
Se sentó con las piernas abiertas en la parte mas ancha. Su brazo
derecho teniendo acceso a los mandos.
—Ven. Siéntate en medio. Así podrás notar los chorros a medida
que los voy encendiendo.
Ella miró hacia la bañera de al lado. Los tres tortolitos seguían en
su dinámica coqueta y pasaban de ellos.
Con el corazón palpitándole a mil por hora, se arrastró dentro del
agua hasta el triangulo que formaban los muslos del hombre.
Elena se sentía atrevida. Estaba excitada con solo pensar donde
iba a sentarse. Lo miró y vio en sus ojos la misma ansiedad.
Cuando iba asentarse, él la enrolló con su brazo izquierdo para
apretarla contra si. Pese a que David dejó espacio para las nalgas
femeninas, estas se quedaron, literalmente, rozando sus genitales
que obviaban una erección.

201
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me encanta tenerte así —susurró a su oído— ¿Estás cómoda?


Ella apoyó la espalda en su pecho acuciada por su abrazo que la
sostenía. Los muslos masculinos se apretaron en sus caderas.
—De todo menos cómoda —contestó ella sinceramente.
—¿Quieres que busquemos otra postura mejor?
Ella rió sin poderlo evitar.
—Eres un diablo ¿te lo habían dicho alguna vez?
–¿Aprovechar las oportunidades que te da la vida es ser diabólico?
—se defendió mientras apretaba uno de los botones y ponía en
funcionamiento unos chorros de mediana intensidad que surgieron
del suelo.
Los pies de Elena subieron sin control hasta casi la superficie. Ella
se desequilibró y él la sujetó más fuerte. Ella se agarró a sus muslos
desnudos. Al momento soltó uno y posó su mano en el antebrazo que
el apoyaba en su estómago. Se rió de si misma porque no sabía
donde ubicar las manos.
David apretó sus muslos provocando que ella se empujara hacia
atrás. El miembro masculino se clavó en su cadera con fuerza, al
tiempo que la boca del hombre se situaba en la oreja de ella, soplaba
y bajaba hacia un costado de su nuca.
—Me siento como si estuviera borracha —dijo ella alzando los
hombros ante el cosquilleo que le provocaba su boca— como si
flotara —explicó.
—Pues yo te siento muy real —murmuró él subiendo la mano de
su cintura a uno de sus pechos que sostuvo desde abajo con
delicadeza, como si fuera una copa del mas puro cristal.
—No, si yo también te siento muy real —bromeó ella agitando
apenas su trasero y provocando un gemido de él.
Los tres del spa colindante se retiraron con alboroto. Elena y David
alzaron sus manos de forma casual con rostros inocentes para
despedirse.

202
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

En cuanto se quedaron solos, David le dio la vuelta al cuerpo de


Elena sin que ésta tuviera tiempo de darse cuenta de lo que sucedía y
la apoyó contra si. Casi tumbada sobre él.
—Esta hora es concurrida en esta sala. Dudo que tengamos más
de cinco minutos a solas, así que aprovechémoslos.
Su beso fue hambriento. Mojado. Sus lenguas exploraban
ansiosas. El succionaba sus labios como si fueran fresas maduras. El
beso abarcaba más allá de sus bocas. Sus barbillas, sus narices, sus
pómulos eran parte del recorrido, tórrido, sensual. Sus sexos estaban
en contacto con la única barrera de las telas y la fricción había obrado
un excelente trabajo excitando sobremanera a la pareja.
Él hundió su cara en el hueco de su cuello. Respiró hondo.
—Me parece que si esto continua así voy a dar un espectáculo en
mi propio gimnasio —dijo ronco y respirando trabajosamente.
Ella cerró los ojos y apoyó su boca en el hombro de él. Dio un
respingo ante un empujón de la pelvis masculina que dio de lleno en
su entrepierna.
David estaba a punto de proponerle ir a su casa, cuando Samu
entró por la puerta seguido de dos hombres jóvenes.
David sentó a Elena delicadamente en el banco y miró a su
compañero con los ojos vidriosos, dilatados y nublados de deseo.
—Disculpa que te interrumpa pero llamó tu hermana —se acercó
hasta ellos mientras los otros presentes se metían en la primera
bañera— A tu abuelo lo han tenido que hospitalizar.
—Dios mío —se echó agua en la cara y se sacudió como un perro—
¿Te ha dicho que pasa?
—Un infarto. Pero está vivo —tranquilizó.
—Dile que voy para allá.
Samu se fue y él se giró hacia Elena.
—Lo siento. Me tengo que ir.
—Claro. Te acompaño —dijo ella preocupada.

203
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No, por favor. Ya has tenido sesión familiar de hospital más que
de sobra. Vete a casa y descansa. Ya has oído que está bien. Si
hubiera alguna novedad te llamo. Mi abuelo es algo difícil. Detesta la
medicina convencional y dudo que sea un espectáculo agradable verlo
y más aguantarlo.
—Pero…
—Prométeme que mañana cenarás conmigo —sostuvo su rostro
mientras la besaba despacio— Tú y yo solos. Sin gimnasio, sin
interrupciones.
—Si.
—¿No te escaparás?
—¿Y quién querría escaparse? —acarició sus hombros y lo
empujó— Anda vete ya con tu abuelo. Dale un beso de mi parte.
—Gracias cariño. Te veo mañana.
Le dio la espalda, subió el escalón para salir, y tomó su toalla,
enrollándola alrededor de su cintura. La miró antes de irse y sonrió
dulcemente antes de decir:
—El siguiente botón tienes que probarlo —aconsejó guiñándole un
ojo.
Cuando él se fue. Ella suspiró frustrada. Pulsó el siguiente
interruptor y chorros potentes salieron de los lados de la balsa en
dirección a su estómago y glúteos.
Se estremeció y sonrió ante el atrevimiento del comentario de
David. Desde luego no era el lugar para aliviar el deseo que él había
despertado. Y menos con testigos. Bufó y haciendo un esfuerzo salió
del agua, estremeciéndose por el cambio de temperatura.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 10

Miércoles. 28 de diciembre.
Y comienza la cuenta atrás…

Daniel no duró mucho en el hospital, tal como predijo su nieto


David.
Salió por su propio pie y con una aparente salud envidiable.
A primera hora de la mañana, David la llamaba para informarla.
—No te llamé antes para dejarte dormir —explicó el hombre a las
siete de la mañana.
—Te envié un mensaje al móvil para que me dijeras algo. Cuando
vi que no contestabas me fui a dormir.
—Lo siento. Fue una noche ajetreada. En cuanto él firmó una
renuncia de responsabilidad para el hospital, salió. Lo llevamos a casa
de mis padres y me quedé a dormir allí. Ahora voy para mi casa para
darme una ducha y cambiarme. Luego me iré al gimnasio. Al medio
día iré a verlo ¿te apetece venir?
—Claro —contestó rauda.
—Te recogeré a la una.
—Hasta luego pues. Me alegro de que no haya sido nada.
—Un susto. Nada más —convenció David.

Elena, vestida con jersey azul cielo y pantalones negros, entró en


el vestíbulo de “Gorditas a al carta” pasadas las ocho. Luego atendió

205
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

un par de recados y salió a comprar un par de C.D´s de relajación


para Daniel. Muy de su estilo.
Procuraba tener la mente ocupada y no pensar en esa noche. Esa
podía ser “La noche”. O eso creía.
El resto de la mañana estuvo en un ir y venir y atendiendo
personalmente a dos candidatos varones para la agencia, que venían
con ofertas de sus negocios incluidas en el trato.
La verdad es que “Gorditas a la Carta” se estaba convirtiendo, de
forma rápida, en un escaparate para un montón de maneras de llegar
hasta un público femenino de talla grande.
Uno de los futuros novios, tenía una Agencia de viajes y deseaba
organizar cruceros apoyado por “Gorditas a la Carta”. El otro tenía un
picadero y se ofrecía para guiar excursiones para grupos de la
agencia.
Todo posible, tratable, negociable y ampliable.
Cuando llegó David a recogerla a la hora prevista. La que
necesitaba el cd de relajación era Elena. Tenía hipo y estaba
despeinada. Detalle nada frecuente en ella.
David subió a buscarla. Ella luchaba contra el coletero frente a un
espejo de su despacho.
—¿Ya es la una? —farfulló con el coletero en la boca y peinando
con sus manos su cabello.
—Si —sonrió al verla sonrojada mientras se hacía la coleta a las
prisas y caminaba rápido para coger su bolso y su chaqueta.
—Bien, vamos, me pintaré los labios por el camino.
Se acercó a besarla interrumpiendo su recorrido. Ella paró en seco.
Él cogió la chaqueta y el bolso y los tiró de nuevo al sofá. Tomó sus
mejillas con las dos manos y bajó el rostro para apoyar sus labios y
fijarlos a los suyos.
David iba vestido de negro. Blusa, pantalón y chaqueta. No estaba
afeitado, suponía por falta de tiempo. Pese a las prisas de ella, él
estaba amasando su labio inferior con su boca. Era un beso lento,

206
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

sensual, y poco profundo. Se deleitaba en sus labios, sus dientes,


mientras sujetaba su cara y barbilla. Ella sintió una ligera presión en
la nuca. La postura no era precisamente cómoda. Las manos
femeninas se sujetaron a la cintura de David y apretó.
—Tu abuelito… —pudo susurrar Elena entre roce y beso.
—No se moverá —se separó lentamente el hombre con una sonrisa
socarrona ante su rubor— Ahora ya te puedes pintar los labios.
—Oh! – bufó la mujer encontrando las fuerzas para andar a su
lado— Eres tremendo.
—Flora —dijo David— rapto a tu jefa y te la devolveré esta tarde.
—Anulé tu cita de las cuatro —previno Flora con una sonrisa de
oreja a oreja— pero a las seis y media tienes al sr. Vallejo.
—Dile a Beto que hable con Rosa para las clases. Así la ablandará
un poco.
—¿Paso la cita de Rosa con Beto entonces? —dijo confundida
Flora.
—Si él tiene libre la misma hora de mañana, sí. La misma. Lo dejo
en tus manos.
—Eso me temía —se despidió con la mano mientras los veía bajar
las escaleras.

La casa de Arán y Estela no estaba muy lejos de la de David.


Era una casa muy nueva, de construcción moderna y de un solo
piso. Con menos jardín y más espacio asfaltado. Jardineras cubrían
los costados de la entrada y las ventanas tenían cristales estilo inglés.
Si la casa de la hermana de David era la casa de los perros, la de
Arán y Estela les copiaba pero con gatos.
Seis gatos de distinta madre-padre, descansaban en los sofás y
demás rincones de la casa.

207
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Estela, perfecta anfitriona, les invitó a comer. Elena y David


entraron en un salón comedor amplio e iluminado pese al día algo
nublado. En el amplio sillón de tres plazas, estaba Daniel, sentado
con las piernas en el diván y tapadito con una manta de angora. La
chimenea estaba encendida. Hacía calor.
—Hola Abuelo —saludó David agachándose para abrazarlo al más
estilo oso— Mira lo que te traje —se giró hacia Elena que sonreía.
—Ven aquí y dame un beso para alegrarme el día —sugirió el
anciano con su habitual optimismo.
—Hola Daniel —ella se arrodilló para abrazarlo y darle dos besos—
Te ves muy bien.
—Estoy muy bien —aseguró con los ojos brillantes.
Elena sacó el ragalito envuelto en papel verde y con un lazo. Los
dos cd´s.
—Es para ayudar a que te mejores —le ofreció el paquete.
—No tenías que haberlo hecho —se enterneció el abuelo.
—Es solo un detalle —se sonrojó ella— ábrelo. Espero que te
guste.
Daniel desempacó los cd´s y los miró con alegre complacencia.
—Me encantan. Ideales para que Estela y yo meditemos cada día
—la arrastró a otro abrazo con entusiasmo— Gracias.
—Elena —llamó Estela desde la cocina— ¿puedes asomarte un
momento?
—Disculpadme —se alejó, dejando al abuelo y al nieto solos.
—Me gusta tu novia —dijo Daniel mirando seriamente a David.
—Y a mi, abuelo. Y a mí. Así que búscate a otra —bromeó.
—No la dejes escapar, estas joyas pasan una vez en la vida.
—No te preocupes abuelo, he comprado todos los números de la
rifa. Esta es mía, salga el número que salga.
—Pareces muy seguro —se burló el hombre mayor observando su
sonrisa jactanciosa que se desinfló al momento ante su comentario.

208
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bueno, soy optimista. Como tú. Y ten por seguro que no voy a
dejar que se me escape, así tenga que hacer… lo que sea —concluyó
decidido.
—Bien. Una buena técnica es embarazarla —dijo serio el abuelo—
Se vuelven tiernas y no saben decir que no —movió la cabeza
melancólico— Así fue como cacé a tu abuela.
—Abuelo —rió David— pensaba que esa era la técnica que usaban
las mujeres para cazar a los maridos.
—Es un sistema recíproco. Si lo usan ellas, ¿por qué no lo vamos a
usar nosotros?
—Pero si la abuela te adoraba —dijo cariñoso el nieto.
—Si. Pero me costó lo mío —resopló recordando— Era muy terca y
demasiado franca para una mujer en esa época. Pero me hizo tan
feliz, que aún después de que pasara a mejor vida, su recuerdo me
sigue alimentando el espíritu.
—Abuelo, no te me pongas sentimental. Que no estoy para echar
la lagrimita si quiero impresionar a mi chica.
—A las mujeres les gustan los hombres sensibles, hijo. No ocultes
tus sentimientos.
—No los oculto abuelo, pero echarme a llorar no queda muy bien
con el poco tiempo de conocernos. Cada vez que está con mi familia
tiene que ver con hospitales o sustos varios. Si la quiero convencer
de que forme parte de este circo, por lo menos que nos vea reirnos y
no llorar a moco tendido.
—Yo le gusto —rió levantando el regalo de la música— Es
detallista. Se dio cuenta de lo que me gustaba. Te ficha a la primera.
Le gustan los niños y los animales y no se espantó cuando los vio a
todos juntos —levantó los ojos recordando la jauría con los niños en
plena ebullición el día de Noche buena— Se lleva bien con toda la
familia y encima es guapa, y además tiene unas buenas…
—¡Abuelo! —advirtió David con cara de reproche.
—Qué quieres hijo. Soy viejo, pero no estoy ciego.

209
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

–Pues habla con más respeto de mi novia. Y dedícate a relajarte.


Después del susto que nos has dado, deberías portarte como un
santo. Y nada de tomarte una copita por la noche antes de acostarte.
Hablaré con mamá para que te registre el armarito del baño.
—Menos lobos caperucita —lo frenó Daniel— El médico me dijo
que bajara el ritmo de mis ejercicios durante un tiempo hasta que
vuelva a revisarme, pero no dijo nada de mi copita de coñac. Una —
resaltó— Único vicio que tiene tu abuelo y me vais a andar con
milongas. ¡Anda ya!
—¿Qué pasa? —dijo entrando Estela.
—Aquí —levantó la mano exasperado David— tu padre que no se
cuida.
—Me cuido. Y mucho —recalcó Daniel con el ceño fruncido.
—Lo cuidamos David. No te preocupes —lo tranquilizó Estela—
Elena y yo hemos preparado una ensalada y tengo hecho un cuscús
con verduras. Tu padre no vendrá hasta la tarde. Así que vamos a
poner la mesa y comer en paz. Y papá —dijo su hija mirándolo
directamente— Compórtate y esta noche te daré una copita de coñac.
Daniel miró a su nieto con satisfacción y le hizo un gesto pedante.
David miró a su madre levantando las manos con rendición. Ésta le
guiñó un ojo y él sonrió siguiéndola.
Pusieron la mesa en un periquete y comieron los cuatro con un
ambiente relajado y agradable. Daniel no parecía estar enfermo ni
acusar síntoma alguno del ataque del día anterior.
—Estoy como un roble —repetía contento.
Después de comer y tomar el café. Recogieron la mesa y David se
quedó fregando mientras ellos tres conversaban en la sala.
Elena fue al lavabo y al regreso se asomó a la cocina. David ya se
secaba las manos y colocaba una silla en su lugar.
—Que hacendoso —se burló ella— estás muy sexy con delantal —
rió.

210
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

-–Eres una provocadora ¿sabes? —le tiró el trapo— Te importa que


salgamos ya. Pese al delantal me he manchado y me gustaría pasar
por casa para cambiarme y afeitarme. Esta mañana tenía otras
prioridades.
—Claro. Vamos.
Se despidieron y salieron bajo la lluvia torrencial para subirse al
coche.
–Menudo tormentón —se secó la cara con un pañuelo y le pasó
otro a él.
–Ahora cuando lleguemos te puedes secar con una toalla el pelo.
Meteré el coche en el garaje. Así cuando salgamos no nos
mojaremos.
Subieron por las escaleras que daban del garaje a la cocina. Allí
con su lazo rosa y cara aburrida estaba la perra San Bernardo. Agitó
la cola sin levantarse, hasta que tuvo un arranque súbito y saltó para
ponerse en pie con entusiasmo.
—Pobrecita, la he dejado mucho tiempo sola últimamente ¿te ha
dado de comer Maria Jesús? —se volvió hacia Elena— Es la señora
que se ocupa de la limpieza. Si a las dos no he venido, siempre le da
de comer antes de irse.
Afrodita se puso en dos patas, llegando, casi, a los hombros de su
dueño.
—Baja, baja —le instó paciente— ahora no toca jugar.
Miró la cubeta de agua vacía que servía de bebedero.
—Eh. Bonita. Te quedaste sin agua —David caminó hacia una
puerta que era la alacena y sacó una garrafa.
—Anda, deja —se ofreció Elena— Yo le pongo el agua, tú vete a
cambiar.
Él le dio la garrafa y un beso ligero, antes de desaparecer
escaleras arriba.
Elena cogió el balde de agua vacío, lo limpió y abrió la botella de
agua para llenarlo. Cogió el recipiente lleno para ponerlo en su lugar

211
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

y Afrodita, en su agradecido entusiasmo, se aupó sobre ella para


lamerle la cara. Como consecuencia: balde, perro y mujer cayeron al
suelo.
El agua la empapó desde el cuello hasta las rodillas y para
rematar, el charco en el suelo fue su asiento final.
Estaba por chillar o reirse, y finalmente ganó la evidencia de lo
absurdo y se echó a reir.
—Sí qué os divertís allá abajo —gritó David con voz contenta.
Elena llenó la cubeta de agua y recogió el líquido que quedaba y
que no había sido absorbida por su ropa. Luego con una sonrisa subió
las escaleras para ir a buscar a David.
—David –lo llamó— ¿a que no adivinas que me ha pasado?
Tocó la puerta pero el ya estaba abriendo. Solo llevaba los
pantalones negros. Cinturón abierto y botón también. Se quedaron
mirando. Ella empapada. Con el jersey azul cielo pegado al cuerpo. Él
sorprendido, con la mirada clavada en la piel de gallina de ella.
–Ahora me lo explicas. Pero primero tienes que quitarte eso antes
de que pilles un resfriado —fue a su lavabo de dentro del cuarto y
vino con un albornoz de color granate intenso— Póntelo. Pondré la
lavadora, y la secadora nos dará la ropa preparada en una hora.
—¿Una hora? —se quejó la mujer— son las cuatro…
Él no le dejó mirar el reloj y la empujó al baño del que acababa de
coger la bata.
—Disculpa el desorden. Estaba por ducharme. Pero está todo
limpio. Dame la ropa y date una ducha de agua bien caliente. Te
temblequean los dientes.
—El agua estaba fría. Y Afrodita ayudó tirándomela encima.
David la metió en el baño y cerró la puerta. Ella se quedó quieta
mirándose al espejo de cuerpo entero del lavabo.
El toque en la puerta la sobresaltó.
—Venga, la ropa. O prefieres que entre yo a ayudarte.

212
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Dos minutos —dijo deshaciéndose de toda la ropa. Bragas y


sujetador incluidos pues estaban chorreando.
Me voy a quedar desnuda. La alertó su cerebro conectando la
alarma automática.
Nerviosa, se envolvió en el albornoz. Los brazos le colgaban, de
ancho le iba justo y de largo, parecía que llevaba cola. ¡Lo que
faltaba! Parecía el pato Donald con la ropa de tio Gilito.
El día iba de bien en mejor… Se lamentó.
Abrió la puerta para darle la ropa hecha una bola.
Él la miró sonriente. Muy consciente de su timidez y cierta
incomodidad.
—La meto en la lavadora y subo. Date una ducha calentita. Te
sentará bien. Y no te preocupes por el trabajo que llegarás a tiempo a
tu cita de negocios.
Elena obedeció. Fue una ducha supersónica, aunque hubiera
deseado quedarse mas tiempo bajo el agua caliente, y mas al ver la
cantidad de chorros que tenía esa moderna bañera.
Seca y envuelta en el albornoz masculino, salió del lavabo.
Él estaba hablando por el móvil. Seguía de la misma guisa en que
la recibiera en su cuarto. En pantalones y sin camisa. Se apoyaba en
la pared de la ventana. Un brazo cruzado y el otro doblado por el
gesto de sujetar el teléfono. Los pies también cruzados.
Esta tan, tan, hombre pensó Elena mordiéndose el labio y
apretando el cinturón de la bata. Él parecía tan sexy y ella tan…
gorda. Le llegó la conclusión como un jarro de agua fría que ni la
ducha de agua caliente podía borrar. Juntó más las solapas del cuello
de felpa y suspiró.
Dudaba que hacer. No iba a bajar al primer piso. Estaba desnuda
bajo la tela que la cubría. Si Afrodita tenía ganas de jugar con ella lo
más probable es que acabara despatarrada en el piso con la bata
abierta y exhibiendo más de lo que querría en ese momento.

213
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Un sentimiento de ridiculez la invadió. De repente toda su fuerza


se desvaneció y quedó la mujer insegura.
—Elena.
Escuchó la voz de David y levantó la cabeza para mirarlo
acercarse.
—Te hablaba pero parecía que estabas muy lejos de aquí —se paró
a un palmo de ella y masajeó sus brazos— ¿Ya has entrado en calor?
—Más o menos —contestó con voz ronca.
—Tenemos una hora mientras se lava y seca tu ropa ¿qué te
apetece hacer?
—¿Qué? —lo miró como tonta ante su pregunta acompañada de un
beso en su sien. Suave como una pluma pero arrasador. Sus labios
continuaron en contacto con su piel, sin moverse, sin insistir.
—Decía… —continuó él, su aliento caliente quemándole la piel—
que tenemos una hora. No creo que sea buena sugerencia un trivial o
un parchis —rió él su propio chiste. Se calló, de repente. Notando el
silencio que la atrapaba.
Ella estaba en sus propios pensamientos: si esa noche estaba
dispuesta a continuar con lo del día anterior en el jacuzzi, por qué,
súbitamente se le había ido el valor.
—Elena —le subió la cara sujetándole la barbilla— Escucha amor.
Había preparado una cena estupenda para esta noche. Velas, cava,
música. Tenía toda la intención de seducirte. Pero no deseo forzarte a
nada. Quiero que nos apetezca a los dos. Mírame. —ordenó cuando
ella bajó los párpados— Te deseo. Y no estoy hablando de un
revolcón. Me parece que ya me conoces lo bastante para darte cuenta
que no soy un cantamañanas. Sé lo que quiero. Estamos en mi casa.
Te he presentado a mi familia. Y confieso, con total sinceridad que
quiero tenerte en mi vida. Y presumo que tú también sientes lo
mismo. No te pido que asumas ningún riesgo —sonrió— yo soy una
apuesta segura.

214
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

A ella se le escapó un sollozo. De pura tontería se enrabió y


escondió la cara en su pecho. Se sintió como una niña malcriada y
miedosa. Él se limitó a abrazarla y a pasar sus manos por su espalda.
—¿Qué diablos te hizo el energúmeno de tu ex marido? —musitó
mirando el techo.
—Hundir mi autoestima —contestó sorbiendo— y eso cuesta de
recuperar.
—¿Qué tal si me dejas que sea yo quien la restaure? —la animó
apartándola de su cuerpo.
—¿Qué? —volvió a preguntar ella con los ojos rojos y plenos de
lágrimas por reventar.
—Dame la oportunidad de demostrarte lo bella que me pareces. Lo
mucho que te deseo.
—Eso ya lo noté —rió ella a su vez, a lo que él la cogió por las
caderas y la empujó hacia si para que notara la evidencia del
mencionado.
—Permíteme dejar claro, que lo que para ti es un complejo, a mi
me excita. No me molesta en absoluto que no midas uno ochenta y
peses cincuenta kilos. Veo cada día a mujeres de todo tipo en el
gimnasio. De distintas razas, colores, alturas, gruesos y tallas. Y no
las catalogo por su peso. Me llaman más la atención tus ojos. Tu boca
cuando habla. Me encanta tu sonrisa. Y tus cejas arqueadas. Tengo
ganas de hincarle el diente a tu garganta y de saborear tus pechos. Y
nada mas pensar en hundirme en tu interior me coloca en una
situación un tanto incómoda cuando me acude ese pensamiento
durante un entrenamiento u otro lugar público.
—Nunca me habían dicho nada tan bonito —dijo ella con dos
lagrimones bajando por sus mejillas.
—¿El qué? Que me gustaría pegarme un festín con tus pechos o
que te quiera clavar contra la pared para meterme dentro de ti tanto
como sea posible.
Ella rió.

215
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me gustó la versión cursi, pero ésta última me suena igual de


bien.
David besó su nariz, limpió sus lágrimas y cogiéndola
desprevenida la tomó en brazos.
Sorprendida, alzó las manos y se agarró a su cuello.
—Dios mió —solo dijo ella.
La tenía cogida por la cintura y por debajo de los muslos. Ella se
apresuró a cerrarse la bata por delante porque se abría.
Él la besó. Comiéndole la boca. Ella boqueó y retiró la cara hacia
un lado.
—Será mejor que me bajes —alcanzó a decir entre sus intentos de
seguir besándola— te vas a herniar.
—Elena —dijo pacientemente— estás hablando con un hombre que
levanta pesas cada día en el gimnasio. Además, estoy intentando
impresionarte. Dame una oportunidad.
Ella suspiró y miró sus ojos. Su boca encima de la de ella.
—Concedida —acató ella— y ahora llévame a esa cama con dosel
que parece tan cómoda.
Sonriendo, se dio la vuelta y caminó dos pasos hasta el colchón,
depositándola con tanta delicadeza como pudo y cayendo a medias
sobre ella.
Aprovechó para comenzar a besarla de nuevo. Mientras, pasó por
encima de ella y se colocó en el otro lado de la cama. Sin dejar de
comerse sus labios, bajó la bata para dejar expuestos los senos. Sus
besos sabían a locura. Uno detrás de otro. Largos, cortos, lujuriosos,
tiernos, se entremezclaban como colores. Una mano le retiraba el
pelo de la frente y la otra abarcó un pecho. Él mordió su barbilla al
tiempo que los dos gemían, a cual de los dos más discretos.
Los intentos de él por abrir el albornoz cesaron repentinamente
cuando la mano exploradora de Elena se metió por sus pantalones
mientras bajaba desde su espalda. Le apretó el trasero y él

216
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

aprovechó para acercarse más a ella y aterrizar sobre medio cuerpo


femenino.
Bajó unos centímetros por su cuello y ayudado por su mano,
comenzó a lamer y chupar su pecho mas descubierto. El otro,
huérfano el pobre, se quejó pidiendo similar trato. Elena se removió
para que el hombro contrario se despejara y dar acceso al otro globo
carnoso y ansioso de su toque.
Mientras él dedicaba su atención a la pareja de montañas, a ella se
le fue el santo al cielo. Ahora ya no gemía discretamente y estaba
tremendamente acalorada. La bata estaba impúdicamente abierta,
aún con el cinturón atado, aunque solo servía de adorno. Mientras la
boca de David se pegaba el festín prometido, su mano derecha bajó a
su cadera y su cintura. Acariciando y apretando su carne, ávida de
calor.
La mano de él desapareció unos minutos, largos. Más que largos,
mientras la consolaba con más besos en la cara. Su resoplido, indicó
a Elena que trataba de bajarse los pantalones con una mano. No fue
fácil, y ante la dificultad, el rió.
–No te lo vas a creer —le dijo con cara de niño agraviado— tengo
el culo fuera pero no consigo bajarme los pantalones —rió mordiendo
su hombro.
—¿Te ayudo? —dijo ella sintiendo la situación como algo irreal.
Como si no fuera ella la que estaba tumbada con la bata abierta bajo
un hombre que no conseguía quitarse los pantalones.
—jajajaj. Pues estaría bien. Pero acabo de recordar un detalle —la
besó devorando su lengua ya abrazándola con un deje de
desesperación— No tengo preservativos en casa.
Ella se quedó en silencio.
—Iba a ir esta tarde a comprarlos –explicó él— No tenía
programado esto —ante el rostro interrogante de ella rectificó—
Bueno, si, pero para más tarde.
—ummmmm, esto… —casi se atraganta ella— es un contratiempo.

217
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Nada insalvable. Dejaremos las profundidades para más tarde


que estemos preparados y ahora tomaremos un aperitivo —sonrió
pícaro lanzándose a sus pechos de nuevo.
En unos segundos estaban en plena ebullición. Ella acarició la
cabeza rapada de él, mientras sentía su barba apenas rasurada que
marcaba su piel delicada entre los senos. Un brusco cambio en la
postura de él la desconcertó. De repente él saltó al suelo, a los pies
de la cama, y arrastró las piernas de ella hasta que sus rodillas
quedaron colgando del colchón. Sin mas aviso que su ávida mirada,
se lanzó a su entrepierna con la misma pasión que había puesto en
su boca.
Elena pasó de la sorpresa a la vergüenza, y de esta, a la sonrisa.
Su lengua no le dejó pensar en nada más que en la orquesta que
dirigía con ese músculo danzarín que parecía dispuesto a conocer
todos los recovecos de su cueva mojada. Sus manos permanecieron
sujetando sus muslos, a veces alzándolos o abriéndolos para que su
exploración fuera más efectiva y placentera. Parecía no cansarse
nunca. Su lengua, retráctil, se parecía a Indiana Jones, en busca del
orgasmo perdido. Cuando abordó su botón femenino, fue como meter
alcohol al fuego. Elena explotó como nunca lo había hecho. Se envaró
en la cama y calló exhausta en el colchón, intentando recuperar la
respiración.
Laxa. Notó como David se subía a la cama y la alzaba otra vez
para colocarle la cabeza en la almohada.
—¿Estás bien? —le preguntó David abrazándola.
—¿Es una pregunta con truco? —logró decir ella.
Él rió y se pegó más a ella, que notó sus piernas desnudas
rozando las suyas, por lo que dedujo que se había podido quitar los
pantalones.
—No. Era una pregunta que pretendía una respuesta que
alimentara mi ego.

218
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Fantástico ¿está tu ego lo suficientemente hinchado? —sonrió


Elena acariciando su mejilla.
–Mi ego no, pero hay otra cosa que está mas que suficientemente
hinchada —volvió a reir.
—Oh, —se apenó ella— perdona. Me había olvidado que no
estamos empatados. Si me permites que te devuelva el favor —ella
se incorporó un poco en un codo.
—Solo si te apetece. No es una obligación —dijo él acariciándole el
cabello.
Por toda respuesta, ella se alzó y lo empujó boca arriba sobre la
cama. Estaba desnudo. Con el asta mirando su ombligo y con
expresión expectante.
—Estoy falta de práctica, pero la invitación de este soldado —dijo
tomando su miembro en la mano y haciendo que la pelvis de él
pegara un salto— es demasiado tentadora.
Él casi puso los ojos en blanco cuando ella, bata abierta, de
rodillas y en una pose poco elegante, se llevó su erección a la boca.
La lengua de Elena obraba maravillas en la longitud de su órgano.
Su sexo era duro. Grueso sin pasarse de exagerado y parecía tener
vida propia. Las bolsas que lo acompañaban estaban cargadas, como
cañones que esperaban la orden de disparar.
Mordisqueó y chupó, lamió y no llegó a hacer todo lo que
pretendía porque él estalló antes.
Ella quiso seguir lamiendo después, pero él se lo impidió y la
atrajo hacia si. Casi encima de él. Su pecho sobre el tórax masculino.
Ella no habló. Puso su oreja sobre su corazón y así, con el brazo
de él rodeándole los hombros todavía envueltos en el albornoz, se
quedaron abrazados.
Minutos después, él comenzó a acariciarle el cabello y la atrajo
más hacia si.
—Tengo frío —confesó él— abrázame.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Así? —se colocó ella atravesando una pierna sobre su cadera y


tapándolos a los dos con la tela de la bata.
—Si, así —respiró hondo pese a tener parte del peso femenino
sobre él— Me gustaría quedarme tal cual estamos durante horas —le
tiró del pelo y subió su cabeza para besarla en la boca— Pero son las
cinco y diez y tú tienes una cita de negocios.
Ella se sobresaltó, como si un resorte la hiciera levantarse, pero él
la agarró y la mantuvo en la misma posición.
—Déjame saborear este instante —insistió él— Volvería a empezar
otra vez ahora mismo.
—Esta noche podemos repetirlo —sonrió ella buscando una pose
más cómoda para comenzar a levantarse.
—Esta noche haremos muchas cosas —rió ante su expresión
interrogante— entre ellas cenar. Pero ahora hay que vestirse e irse a
trabajar. Así que, hazme un favor y empújame fuera de la cama para
que vaya a buscar tu ropa mientras tú te pegas una ducha.
Ello ronroneó melosa y se acurrucó junto a él, enterrando su cara
en el cuello masculino.
Su intención era tomar impulso y levantarse, pero él tenía otros
planes.
De repente se encontró con el cuerpo masculino sobre el suyo y
ella despatarrada en el centro de la cama. A juzgar por la erección
que presionaba su abdomen, él estaba más que preparado para
comenzar de nuevo.
—¿Quieres guerra? —susurro a su oído mientras la miraba
conteniendo una risa fácil.
—Esta noche te daré guerra. Ahora levanta que llegaré tarde —dijo
amablemente mientras se dejaba besar y correspondía con más
entusiasmo del que debiera.
—De este modo no vamos a levantarnos nunca —dijo convencido
David— Hemos de tener fuerza de voluntad —añadió mientras la

220
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

besaba en la comisura de los labios y le daba un repaso con la mano


por todo el cuerpo -.
—Si llamamos a Afrodita igual nos ayuda.
—Déjalo —rió él— Ya nos ayudó bastante hoy. ¿No crees? —
concluyó con ojos divertidos.
—Pues fíjate que estoy por pensar que la tienes adiestrada para
que te haga truquitos como el que me ha hecho a mi.
—¿Por quién me has tomado? —dijo levantándose por fin con
rapidez mientras se reía — Afrodita es una señorita de alta cuna,
incapaz de prestarse a estos juegos.
—Ya. Ni me molesto en hacerle el tercer grado —se cubrió con la
bata y se dirigió al lavabo— seguro que está aleccionada con las
respuestas que tiene que dar.
—Pues Mambo si que te sorprendería —añadió mientras ella
cerraba la puerta del baño.
—Después de verlo en acción no lo dudo —dijo tras la puerta.
—Voy por la ropa. Te la dejaré sobre el sofá. Yo me ducharé en el
baño del cuarto de invitados.
—Ok.
Él se fue silbando de la habitación. En la escalera se dio cuenta de
que estaba desnudo.

En el coche, la mano del conductor estuvo más tiempo en el muslo


de Elena que en el cambio de marchas. La mano de ella sobre la de
él. Cruzando los dedos, soltándose.
Ambos con sonrisas tontas y perpetuas. Parecía haberse
establecido un código de intimidad. Habían pasado una barrera que
permitía un comportamiento de un idioma más atrevido que
expresaba más a través de los gestos que del verbo.

221
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Había mucho implícito en lo ocurrido aquella tarde. Y lo más


sobresaliente y que los dos tenían en mente, era la noche que estaba
por llegar.
Los dos estaban satisfechos y doblemente deseosos de repetir.

Después de dejarla a ella, aparcó en el parking donde tenía plaza


permanente e hizo una visita a la farmacia más próxima.
En su mente veía el rostro de Elena que cada vez le parecía más
guapa.
Para esa noche había planeado una cena fría de ensalada y
marisco. Postre de fresas y nata. Ríos de cava y hacer el amor suave
y largamente. Aunque con la suerte de los últimos días rezaría porque
no se le ocurriera a ningún familiar caerse o darle un ataque.
Verla con su albornoz puesto le había hecho explotar algo caliente
en su corazón. Elena tenía una mezcla de mujer y niña que
provocaba el despertar de sentimientos dormidos.
Deseaba tenerla para él. Una posesividad que nunca había sentido
le instaba a buscar excusas, modos y herramientas para poder
tenerla cerca. La cama con dosel era el perfecto marco para su
belleza y sensualidad.
Esa mezcla de tímido descaro lo volvía loco. Tenía contradicciones
que habían creado adicción en él.
De repente no recordaba sus relaciones anteriores. Nada más
existían Elena y él.

Elena llegó justo a la reunión, lo que evitó el interrogatorio policial


de Flora que, al acecho, esperaba su turno impaciente.

222
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

El exceso de trabajo impidió que charlaran antes, pero a las ocho


en punto, Flora atracó el despacho de Elena.
—Ya está todo por hoy —resopló sentándose en la silla frente a
ella— Antes de ir al gimnasio, donde no podremos hablar…
—No voy al gimnasio hoy —la interrumpió Elena— En media hora
me recoge David. Nos vamos a cenar.
—Uauuuuuuu! Este medio día, esta noche. Parece que no podéis
estar mucho tiempo separados.
—Por favor Elena, dame un respiro.
—Aparte de la curiosidad chismosa —dijo con sentimiento Flora—
de verdad que me preocupo por ti. Hoy cuando llamó Carol y no
pudiste ponerte, estuvimos charlando.
—De mi y David, supongo.
—Eres la comidilla.
El toque en la puerta las hizo desviar su atención.
—Hola chicas —saludó la pelirroja— Ya cerré. Hoy todo el mundo
parecía tener prisa. Estoy agotada —entró levantándose el pelo de la
nuca— Hoy si que me meto en la bañera de las burbujas —se sentó al
lado de Flora.
—Aquí nuestra Elena no irá al gimnasio porque tiene una cita con
el dueño del susodicho.
—¡Vaya! —rió— Estupendo. Diviértete.
—Eso haré. Y ahora si no os importa, quiero arreglarme antes de
que me pase a recoger.
Se levantó y se dirigió al servicio. Flora y Susana se quedaron
quietas. En cuanto la perdieron de vista. Sonrieron y se guiñaron un
ojo.
—Vámonos al gimnasio. Mi Manolo, hoy llegará tarde y podremos
charlar.

223
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Y no sería mejor que pasara por casa para cambiarme? —le dijo
Elena a David nada mas subir a su coche.
—Si quieres ropa limpia te puedo dejar otro albornoz —dijo David,
aunque en realidad pensaba que no valía la pena cambiarse de ropa
para lo que le iba durar.
—¡Oye! —lo riñó.
—Deja de preocuparte por nada. Yo, personalmente, fui hace un
rato para dejarlo todo preparado. La chimenea está encendida. La
mesa puesta. Solo faltamos tú y yo. Da igual como estemos vestidos.
Solo deseo que te sientas cómoda. Así que —se encogió de
hombros— por mi, como si te apetece cenar en bata.
Elena rió. Y aceptó poner su mano en la palma masculina que la
esperaba suspendida en el aire. David besó sus nudillos y arrancó.
Durante el trayecto hablaron de su abuelo.
—Pues está bien. No obstante, mis padres han decidido variar sus
planes de fin de año. Así que se unen a nosotros con el abuelo. Ya
llamé al tío de Samu y le dije que seríamos más. Ya veremos como
nos repartimos. Las reuniones las haremos en la casa de Waldo. En
ella podremos festejar las campanadas en un espacio adecuado.
Cocinará el tío de Samu. Le encanta. Y estaremos vigilando al abuelo
sin dejar de disfrutar. Espero que no te moleste el cambio de planes.
—Claro que no. Tus padres me gustan y tu abuelo es un tipo muy
especial. Me encantará pasar las uvas con ellos.
—¿Sabes? —sonrió complacido David— eres una de las mujeres
mas adaptables que he conocido en mi vida. Nada parece alterarte. Si
fueras otra, después de la visita al hospital con Raúl, ya estarías con
la mosca detrás de la oreja. Y si sumamos el ataque que tuvo mi
abuelo, pues no sería de extrañar que pensaras que somos una
familia problemática propensa a los accidentes y que arrastra niños,
perros y gatos para espantar al personal.

224
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Ni siquiera pienses así —rió– tu familia es numerosa, bien


avenida, amable y os queréis mucho. Eso se nota. Me gustan los
niños y los animales y no me espantan los imprevistos.
—Es bueno saberlo —dijo David mirando la carretera y con un
cúmulo de pensamientos acelerados en su cabeza.
—¿Oye, y tu hermano también vendrá a Arinsal?
—Se van a Italia. Con la familia de Julieta. Este año les toca
complacer a la familia de ella.
—Comprensible.
—Ya estamos llegando. Llueve a cántaros —mencionó con aire
distraído.
—Y esta noche seguirá lloviendo según el pronóstico del tiempo —
informó ella.
—¿Y a nosotros qué más nos da? ¿Verdad? —volvió a besar su
mano antes de girar el volante para entrar en la urbanización.

La cena se trasladó a la alfombra del salón. Frente a la chimenea.


Dos copas, cubitera con cava. Langosta pelada con tres tipos de
salsa, ensalada y fresas con nata y chocolate.
irados en el suelo. Con cojines por todos lados, y ante el calor del
fuego, cenaron, riendo y charlando. Afrodita tumbada junto a ellos,
poniendo ojos tristes de vez en cuando para que le dieran algún
bocado. La música de fondo en repetición ya iba por la tercera vuelta.
Cierta modorra se posesionó de los dos tras la cena y el alcohol.
Apoyando sus cabezas en sendos cojines, mirándose con ojos poco
despiertos, se acurrucaron en busca del calor mutuo.
Afrodita se retiró al sofá más cercano cuando vio que ya no le
daban mas comida.

225
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Pese al deseo de mantenerse despiertos, el cansancio los venció.


Elena se quedó dormida primero. David estiró el brazo para coger la
manta de decorado escocés del sillón frente a la chimenea y los tapó
a los dos. Aún al calor del fuego, cierta frialdad parecía colarse en el
aire.
David apagó la música con el mando a distancia. Se oía llover
fuertemente. Se tumbó junto a ella y nariz con nariz, cerró los ojos.
Su último pensamiento fue que era mejor quedarse los dos allí, que
despertarla para llevarla a al cama. Estaban cansados y la alfombra
mullida, los cojines y la chimenea en la ecuación, solo podían
desembocar en dos cosas, sexo o sueño.

Eran la una de la madrugada cuando Elena se despertó. Tenía la


mejilla pegada a algo caliente y se acurrucaba junto al cuerpo de
David. No tardó en acordarse de donde estaba y que había pasado.
Con cuidado para no despertar a David, se incorporó despacio y en
silencio se fue al lavabo.
Menuda noche romántica. Pensó mientras se abrochaba el
pantalón y abría el grifo buscando el agua caliente. Tuvo un escalofrío
en cuanto tocó el agua.
El cuarto de la chimenea estaba caliente y al salir de él, el cuerpo
había reaccionado visiblemente. Tenía la piel de gallina y con pereza,
pues le era muy agradable sentir en las manos el agua caliente, cerró
el grifo y se secó.
Se había quedado dormida como una marmota después de la
cena. Se sonrojó al pensar en ello. El pobre David se quedó a
acompañarla en el suelo.
Resopló. ¿Y ahora qué? —pensó mas despierta— ¿Lo despierto y
dormimos en la cama o vuelvo y sigo durmiendo?

226
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Seguía lloviendo a cantaros. Se asomó y vio a David durmiendo a


pierna suelta. Un ronquido corto salió de su boca. Ella lo encontró
gracioso y sonrió. De repente no tenía sueño. Fue a la cocina y
mientras se servía agua, Afrodita llegó, y rascando en el cristal de la
puerta que daba a la terraza, le pidió para salir. Le abrió, suponiendo
que la perra deseaba hacer sus necesidades. Esperó un rato, pero
cuando no volvió, Elena se impacientó.
Dejó el vaso en el fregadero y se asomó a la puerta. No vio al can
por ningún sitio.
—¡Mierda! —exclamó preocupada— Nada más me faltaba esto.
Afrodita maldita dónde estás. Vuelve —susurró tan alto como pudo—
Ven bonita —apenas en un minuto, se empapó. Le pareció ver su
silueta a través del cristal de la piscina cubierta.
Como ya estaba empapada, echó una carrera hasta allí. Se
sorprendió de ver que la perra había abierto la puerta y se había
colado en la mitad cubierta de la piscina. En un rincón, un jacuzzi sin
burbujear, parecía exhalar humo. Afrodita se sentó al lado de la
bañera grande, separada de la piscina tapada, por unas baldosas
coloreadas. De hecho era un pequeño anexo de la alberca grande.
Entró al tiempo que despotricaba contra la perra.
—¿Te parece bonito? A estas horas no es para ponerse a corretear
en el jardín y venir a darse un baño —se agachó y metió la mano en
el agua mientras acariciaba la cabeza de Afrodita— ¡Umh! Que gusto.
Si está calentita. ¿Por eso te has venido aquí? Bribona. No puedo
dejar la puerta abierta porque se escapará el calor.
La perra sacó la lengua y soltó un par de jadeos. Volvió a poner la
cabeza sobre sus patas y la ignoró.
—Estupendo. Está claro que no te voy a llevar en brazos. Así que
vamos a aprovechar la feliz circunstancia de que tu amo está en los
brazos de Morfeo y estamos solas y voy a meterme en esta agua
calentita. Me sentará estupendo, porque estoy calada hasta los

227
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

huesos. Parece que cada vez que te veo acabo desnuda —rió
quitándose el jersey.
Buscó alrededor y encontró un arcón. Lo abrió y dentro había
toallas. Sacó un par. Una la enrolló en su pelo y la otra la dobló y la
puso al borde de la bañera. Se quitó el resto de la ropa y la dejó
junto al arcón. Se metió en el agua caliente que pareció reavivar todo
su cuerpo. El frió desapareció pronto.
—¿Sabes Afrodita? —habló con la perra— en los últimos días he
estado mas tiempo en el agua de piscinas y spa que en toda mi vida.
Reconozco que esto es un vicio ¿dónde están los botones mágicos en
esta bañera? —rió mirando hacia los bordes.
—Están en la otra esquina —contestó la voz de David
sobresaltándola.
Abrió mucho los ojos y se dio la vuelta para mirarlo en la
penumbra.
—No te oí llegar —se sonrojó diciendo casi sin voz— No podía
dormir y seguí a Afrodita hasta aquí.
—A Afrodita le encanta esto. El vapor del agua hace que en
invierno sea su estancia favorita. Cuando no la encuentro, seguro que
está aquí.
—Le abrí y después no volvió —explicó ella mirándolo apoyado en
la puerta. Sin moverse. Inclinado contra los cristales.
—Me desperté y no estabas. Por un momento pensé que te habías
ido —dijo él que la miraba fijamente todavía sin cambiar de postura.
La luz de la farola del jardín lo hacía parecer más grande y oscuro. A
contraluz tapaba la escasa iluminación —busqué en el lavabo y en la
habitación. Luego noté que mi perra tampoco aparecía y sumé dos y
dos.
—Al salir a buscarla me empapé. Cuando descubrí su lugar favorito
—rió queda— me pareció buena idea aprovecharla. Estaba helada y
esto era invitador.
—¿Y hay sitio para dos? —sugirió él.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Tú sabrás —dijo ella carraspeando— Supongo que no siempre lo


has usado tú solo —se dio la vuelta y le dio la espalda.
Notó que él se movía por su voz.
—En mi casa solo entran mis amigos y mi familia —aclaró sin
ambages— mis sobrinos, mis hermanos, samu, y otros amigos que
no conoces —de repente estaba agachado tras ella.
Ella escuchó como se quitaba la ropa. No quería mirar, en realidad
no le apetecía ni hablar.
Cuando escuchó la cremallera del pantalón, se movió de sitio.
—¿Dónde dices que estaban los botones de los chorros? —dijo algo
nerviosa.
Él se metió en el agua. Apenas alcanzó a verlo desnudo un
instante. Estaba semi excitado. Su cabeza rapada relucía, casi
resplandecía.
—Estos surtidores tienen truco. Es una bañera hecha a gusto del
consumidor. Los mandos son más sofisticados. Hay frecuencias,
velocidades, intensidad y temperatura —se acercó a ella. De repente
Elena se acordó que también estaba en cueros bajo el agua— pondré
el más suave. No quiero que salgas volando.
Apretó el botón y se sentó junto a ella. Pasó un brazo por encima
de sus hombros y sopló un mechón de pelo que sobresalía de su
toalla en la cabeza.
—Siento haberme dormido —se disculpó ella mirándolo casi con el
agua al cuello.
—Estás cansada. Lo raro es que aguantaras tanto. Vas agotada
estos días. Pienso que este fin de semana te sentará muy bien.
—Hoy hablé con mis padres —dijo como ida— van a venir para
Reyes. Tengo ganas de verlos.
—Estupendo, organizaré una cena para que los traigas y nos
conozcamos ¿te parece?
La miró desde arriba y ella alzó el mentón para encontrar sus ojos.
—Si. Me parece muy bien. Se sorprenderán un poco —pestañeó.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¿Por qué?
—No he salido con nadie desde mi divorcio. Se quedaron muy
chasqueados cuando me separé. Esperaban que les diera muchos
nietos.
—Bien. Nos podemos poner a ello cuanto antes y darles una
sorpresa para las próximas navidades —contestó serio mientras
acariciaba su mejilla.
—No bromees —rió triste Elena.
David le levantó el mentón y la besó. Fue el beso más tierno que
Elena hubiera recibido en toda su vida. En él iba encerrado todo un
mundo de deseo, amor y anhelo. Era un beso que hablaba de
promesas, de planes, de compartir.
Un lagrimón se escapó del ojo derecho de la mujer. Calló desde su
esquina con una lentitud pasmosa. Una gota gruesa, de color oscuro
por la poca luz.
—Mírame Elena.
Ella le miró. Él le quitó la toalla de la cabeza y la alzó un poco. Los
pecho femeninos quedaron flotando en el agua, pero él no los miró.
Tenía sus ojos puestos en los de ella. Grandes. Expresiones miles
pasaban por sus pupilas.
—Tengo planes —dijo él finalmente, aunque con voz algo
quebrada.
—¿A sí? —preguntó ella cuando él dejó la frase ahí y siguió
mirándola en silencio.
—Si —dijo por toda repuesta.
—¿Y cuales son? —sonrió ella cuando él la acercó hacia su pecho
lentamente.
—Por lo pronto tengo uno prioritario —ella lo miró interrogante.
—¿Y me lo vas a decir, o tengo que adivinarlo? —indago ella
sintiendo sus labios bajo el lóbulo de su oreja.
—Hacerte feliz.
—Me gusta ese plan.

230
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Sabía que estarías de acuerdo —contestó tomando su boca con


hambre.
Sus pechos estaban en contacto, las manos de él aplastaban su
espalda y la alzaban sujetándola por las nalgas. La rodilla de él se
apuntaló entre sus piernas. Ella pensó que se iba a caer. Los brazos
masculinos la sujetaron y buscaron otra postura más cómoda.
David alzó un muslo y con él, el cuerpo femenino se elevó. El sexo
de Elena quedó suspendido sobre la carne de la pierna masculina. La
recostó en el banco de la bañera y continuó besándola.
A Elena le encantaba como besaba David. Ponía su alma en ello.
Era como si no existiera nada más. El resto desparecía cuando él
introducía su lengua y buscaba la suya. Le encantaba chupar, lamer,
morder. Sus besos eran largos, cortos, y abarcaban todo su rostro.
Sus manos comenzaron a navegar por sus pechos. Suave. Ahora
apretaban, ahora se deslizaban como la misma agua. Acariciaba su
piel como si se la fuera a beber.
La rodilla masculina se hundió en la entrepierna de ella. La alzó un
poco más para saborear sus senos y subió sus glúteos acercando su
estómago suave a su dura erección.
—Te deseo tanto mi amor —dijo David meciéndola entre sus
brazos al tiempo que introducía su pezón izquierdo en su boca.
Ella estuvo a punto de contestar algo similar, pero boqueó sin
palabras cuando una de las manos de él se desvió, sin previo aviso,
entre los pliegues de su sexo. La acarició despacio. Ayudado por su
humedad y el agua caliente. Ella se agarró a sus hombros y echó la
cabeza hacia atrás.
Jadeó cuando se dio cuenta de que él pretendía llevarla al
orgasmo.
—Espera –dijo con voz entrecortada— quiero acariciarte.
—Será después vida —sonrió él entre sus pechos.

231
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Ella intento moverse pero fue peor. Sus caricias aumentaron y en


el momento que él volvió a besarla en la boca, explotó mientras él se
tragaba sus gemidos.
David abrazó a Elena mientras le susurraba palabras bonitas.
—¿Estás preparada para mí? —le preguntó al oído.
Ella asintió con la cabeza. Quiso decirle que estaba más que
preparada pero cierto aturdimiento le quitó el habla. Notó como él
hurgaba en el bolsillo de su pantalón, tirado en el suelo a sus
espaldas, se alzaba del agua y dándole la espalda se colocaba el
preservativo.
Se volvió a introducir en el agua y se giró hacia ella. La atrajo
hacia si y volvió a besarla apasionadamente. La colocó sobre sus
piernas y se sentó para mantener el equilibrio.
Elena se puso nerviosa. Estaba sentada a horcajadas sobre sus
muslos. Sus pechos fuera del agua. Sus rostros sonrojados y su
respiración acelerada. David introdujo una mano entre sus piernas y
se encajó mientras su otra mano la sujetaba contra él, apretándola
contra su cuerpo. Su miembro se introdujo lentamente. Ella dio un
respingo.
–Eres estrecha —sudó él.
—Quizá si —balbuceó ella— o eres muy grande.
Él rió quedo.
–Nada anormal mi amor. Relájate.
—Eso intento —resopló ella— que tal si cambiamos de postura.
—Pensé que estarías más cómoda así. Pudiendo manejar el ritmo.
—Se ve que la música no es lo mío —rió triste Elena sintiéndose
mal por momentos— Lo siento. Esto es un desastre.
—Jajajaj, tranquila. No hay prisa —susurró retirando el miembro
de su entrada y deslizándola fuera de sus muslos. De rodillas los dos,
respiraron unos segundos.
—Quizá si fuéramos a la cama…

232
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Xuuuuuuuuuu —le puso un dedo en los labios para callarla—


Déjate llevar.
Volvió a besarla. Elena pensó en la santa paciencia del varón y lo
abrazó sintiendo un gran alivio en su alma al conocer la delicadeza y
el saber hacer de ese hombre.
Durante breves minutos las caricias volvieron a excitarla y
prepararla. Sin que ella se diera cuenta, él la arrinconó en uno de los
bancos. Sus piernas estaban de nuevo abiertas y él estaba en medio
de ellas. Sus sexos coincidían con plena exactitud. Ella se refregaba
ansiosa con su pelvis. Él, más que preparado, se colocó y empujó
fuerte. Elena gritó sintiendo un placer casi desconocido.
David se detuvo ante el grito de su compañera, la miró, y ella
contoneó las caderas al tiempo que buscaba su boca. Pareció ser eso
una señal para él, que salió de nuevo y entró con más ímpetu. En
breve encontró la cadencia adecuada. Se pegó más a ella y le sujetó
una pierna por debajo de la rodilla, alzándosela. Golpeando con
fuerza con sus caderas.
Elena no podía mantener los ojos abiertos. Se le iba la cabeza y
sentía que se iba a desmayar. Una oleada de placer se elevó por
encima de su columna vertebral hasta llegar a sus oídos. Dejándola
ciega, sorda y desde luego, para nada muda. Gemidos de carácter
escandaloso salieron sin resistencia de su boca mientras su cuerpo se
dejaba llevar.
Todavía no había regresado de su viaje al nirvana, cuando David
comenzó el suyo. Él también gritó. Ronco. Salvaje. Apretó su cabello
y estiró su cuello.
De repente su cuerpo se quedó laxo. Soltó su pierna. Unos
segundos, o minutos, en silencio y él comenzó a besarle las mejillas.
De forma suave, tierna. Rozándola con los labios.
—¿Estás bien? —le preguntó suavemente.
—Si —sonrió ella— ¿y tú?

233
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Mejor que bien —contestó separándose de ella y alzándose fuera


de la bañera para coger la toalla. Se quitó el condón y se lo quedó
mirando con incredulidad.
Se envolvió en la toalla y regresó al borde del jacuzzi para abrir la
tela para que ella saliera.
—Será mejor que salgas y te seques. Vamos a casa a dormir un
rato. En la cama esta vez.
—¿Quieres que me quede toda la noche? —dijo ella saliendo y
dejándose envolver en la mullido paño.
—Si por mi fuera, tú ya no te moverías de esta casa, Elena —
contestó nariz con nariz y con los ojos brillantes— Vamos.
La envolvió con sus brazos y salieron a la carrera del cuarto. El
aire estaba helado. Lloviznaba y la llevó hasta su habitación. Le dio
un pijama enorme que ella se lo puso a solas en el baño, mientras él
se iba a otro lavabo.
Cuando regresó al cuarto ella todavía no había salido del baño.
David resopló y se miró en el espejo. Estaba pensando como le diría a
Elena que el preservativo usado estaba agujereado. Chasqueó la
lengua y suspiró al ir a abrir la cama. Para él no suponía ningún
problema. Desde que se diera cuenta de que estaba enamorado, le
parecía de lo más natural tener hijos. Pero suponía que era un
“pequeño detalle” que debían hablar antes y no después. Aunque
quizá ya era demasiado tarde para los planes. Sonrió. Le gustaba la
idea.
Cuando ella salió del baño, lo encontró sonriendo al espejo.

—El pijama te sienta estupendamente —la animó el hombre


notando su rostro desangelado mientras se miraba las mangas

234
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

colgando un palmo desde sus manos— Lo arremangas un poquito y


ya está.
Se acercó para subirle las mangas. Ella había hecho lo propio con
los bajos de los pantalones.
—Parezco Pototo —se quejó ella.
—Siempre te lo puedes quitar —sugirió David recibiendo una
caricia brusca de la otra manga sin arreglar— Era solo una
sugerencia.
—Me encanta tu cama —dijo ella dejándose llevar hacia ella.
—Y tú me encantas a mi —susurró invitándola a acostarse.
—Sabes cómo subirle la autoestima a una mujer —sonrió ella
metiéndose en la cama.
Él la cubrió con el edredón, ligero como pluma pero efectivo, y la
beso dulcemente en los labios.
—Tengo que decirte una cosa —dijo serio.
Ella disolvió la sonrisa tonta de su rostro y lo miró a los ojos. Mil
estupideces pasaron por su mente. Y ninguna se parecía al
comentario que vino después.
—El preservativo que hemos usado era defectuoso.
Él esperó su reacción como quien espera una bomba. Ella solo
pestañeó.
—¿Qué? —logró decir mientras entendía el asunto.
—Que la goma…
—Si —lo interrumpió ella— Lo entendí. Es solo que me parece tan
de película surrealista todo lo que ha pasado en los últimos días que
no me extraña tanto el chiste del destino.
—¿No estás enfadada? —la comisura de su boca se alzó en un
principio de sonrisa cuando vio que ella no se movía y que sus ojos
brillaban, aunque su boca todavía seguía medio abierta, en un
sensual gesto.
—No. Sería mucha casualidad que me quedara embarazada.
—¿Tomas algo?

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No. No tiene sentido si no se tienen planes de amortizarlo —hizo


una mueca.
David se acostó arrastrándola hacia él. Un sentimiento de
posesividad troglodita le golpeó como una ola. Nunca había pensado
que le agradara la idea de que la mujer que estuviera a su lado no
fuera una máquina de sexo. Siempre había estado con mujeres
experimentadas, incluso más que él. De repente la frescura de Elena
le parecía mil veces más atractiva y le llenaba el pecho de amor la
idea de que era suya.
¡Por Dios que deseaba que se quedara embarazada!
Pensó envolviéndola con su brazo y acariciando su cabello revuelto
con su otra mano.
—Bien, que tal si dejamos de hablar de nuestro futuro hijo —echó
una carcajada— y dormimos unas horas antes de que se dispare la
alarma.
—Disculpa si te pego alguna patada mientras duerma —dijo ella.
—No te preocupes, lo más probable es que te la devuelva sin
querer. No estoy acostumbrado a dormir con nadie.
Ella levantó la cabeza buscando su mirada por encima de su
mentón.
—Puedo irme a otra habitación —sugirió ella intentando alzarse.
—Ni se te ocurra —la bajó de nuevo al colchón con facilidad— Me
apetece mucho dormir contigo. Hay muchas cosas a las que los dos
tendremos que acostumbrarnos si queremos estar juntos.
—Si, de acuerdo —suspiró complacida la mujer mientras cerraba
sus párpados y respiraba su olor, dejando que penetrara en sus fosas
nasales y llegara a su cerebro. Un instante para recordar. Convino
antes de dejarse llevar por el sueño— Me gusta estar contigo —
alcanzó a decir antes de comenzar a roncar suavemente.
—Y a mí. Elena. Y a mí —contestó David besando su cabello y
sintiendo una profunda emoción entre las costillas.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

CAPÍTULO 11

Jueves, 29 de diciembre.
¿Tu ducha o la mía? ¿Cómo hacer que un
día dure más de 24 horas?

Despertarse en una cama ajena fue estresante. Elena abrió los


ojos rodeada de oscuridad. Todavía era de noche. Estaba de lado y
nada la hacía suponer que estuviera acompañada. Ni un brazo por
encima, o un roce casual. Pestañeó hasta que la vista se le
acostumbró a la penumbra. Escuchó la respiración acompasada de
David. Sabía donde estaba y como había llegado allí, lo que no sabía
era como levantarse y actuar de forma natural.
El reloj eléctrico marcaba las seis cuarenta de la mañana. Ella
generalmente se levantaba a las siete para estar en camino al trabajo
a las ocho lo mas tardar. A veces remoloneaba y se dejaba mimar por
las sábanas hasta las siete y veinte. Todo un lujo.
La casa de David estaba algo mas lejos de la oficina, así que no
podían tardar mucho en levantarse. Por otro lado cuanto más tardara
en levantarse, mas tendrían que correr luego y menos tiempo habría
para charlas matutinas e incomodidades de situación.
Cerró los ojos, y respiró hondo mientras pensaba si levantarse al
baño o seguir fingiendo. En eso estaba cuando el cuerpo de David se
le arrimó por detrás, quedándose pegado a ella formando una
cuchara doblada. Su brazo se acomodó sobre su pecho y la apretó
hacia su torso un instante largo. La barbilla masculina rozó la
coronilla femenina y el ronroneo de David fue claro indicio de que
estaba más o menos despierto.
—Van a dar las siete —susurró ella cogiendo la mano de él que
estaba sobre su pecho derecho y subiéndola hasta casi su garganta—

237
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

hay casi media hora en coche hasta el trabajo y será más tiempo por
que es hora punta.
—No me apetece levantarme —respondió contra su cabello.
Ella rió roncamente y por un momento quiso olvidarse de oficinas
y demás obligaciones.
—Hoy es jueves. Si quiero salir mañana camino a esas idílicas
cabañas en la nieve tengo un arduo día de trabajo.
—Oh! —se quejó David refregando su mejilla en su cabeza— En
cuanto te metes en esa fortaleza de oficina que tienes eres como un
soldado acorazado.
—No me digas eso —dijo con voz infantil mientras se daba la
vuelta y reposaba la espalda en el colchón— Quiero irme tranquila
este fin de semana. Y para eso debo dejar zanjados algunos asuntos
y encaminar otros. Es un inicio de negocio y…
La boca de él cubrió la suya con besos delicados mientras la hacía
callar.
—Lo sé —convino él sin dejar de picotear sus labios— Pero me late
que hoy nos veremos poco.
—Podemos quedar para comer —ella le acarició la nuca y subió
hasta su cabeza rapada.
—¿Y esta noche? —indagó él dando un repaso a su mejilla en
dirección a su oreja.
—Tengo que ir a casa a hacer la maleta. Todavía no sé ni lo que
llevaré.
—Bien. Te llevaré a casa y luego vendremos aquí. Será más fácil
salir por la mañana directamente desde casa.
Elena tuvo dos amagos de sensaciones distintas. Uno de enfado
por la forma de hacer planes de su pareja recién adquirida y la otra
de comprensión. A ella también le apetecía explorar su relación tanto
como fuera posible. Y estaba claro que los dos tenían prisa, por no
llamarla ansia, por pasar más tiempo juntos. Suspiró y ganó su amor
sobre su orgullo.

238
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—De acuerdo. Pero está noche estaré muy cansada y necesitaré


cuidados especiales —ideó ella altanera mientras le palmeaba la
espalda a la altura de los hombros— Y ahora si no nos levantamos
llegaremos tarde. Venga remolón.
—Cuidados especiales. ¿Eh? —rió apartándose para darle espacio y
que se pudiera levantar— ¿nos duchamos juntos? —aventuró más
como broma que como idea sugerente.
—Son las siete y diez —se levantó rauda ignorando la petición. El
primero que se vista que prepare el desayuno.
—Puf. Me toca a mi fijo —resopló divertido David viéndola
contonearse hasta el lavabo con las mangas colgantes que bailaban.
—Estupendo. Tostadas y café.
—¿Mermelada? —alcanzó a preguntar David antes de que ella
cerrara la puerta del baño con cerrojo.
—No. Tostadas a secas —contestó chillando para hacerse oir.
—Es mermelada casera —insistió David abriendo el armario y
escogiendo un chándal— la hizo mi madre de higos frescos.
Un grifo se cerró. Un silencio sepulcral.
—¿Mermelada de higos? —escuchó retumbar desde el lavabo.
—Si —canturreó feliz David— y también de frambuesa. Las dos
hechas por mamá.
—Vale —dijo Elena justo antes de abrir el grifo y dar por zanjada
la cuestión.
David se fue al baño contiguo. Era la primera vez en años que
desayunaría en su casa con sensación de hogar. La vida mejoraba por
momentos.

Elena se metió bajo la ducha dispuesta a que fuera un “sprit” de


dos minutos, pero cuando estuvo bajo el agua, se quedó clavada. Con
un estremecimiento se llevó la mano al vientre. Existía más que una

239
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

posibilidad de que se hubiera quedado embarazada. No se lo había


dicho a él para no preocuparlo por gusto. De todos modos estaba
más que dispuesta, en ese momento de su vida, a tener un bebé.
Sonrió.
¡Se sentía tan bien! Quería más de lo mismo para cada día. Le
gustaba ese hombre y como la trataba. La hacía sentir bella y
especial para él. Era delicado y apasionado.
Cerró el grifo y se secó tan rápido que se raspó la piel, cosa difícil
con esas toallas tan mullidas y suaves.

David puso la tostadora mientras se ponía la parte de arriba del


chándal. Sacó las mermeladas de la nevera y las abrió, manchándose
uno de los dedos. Lo chupó mientras sacaba servilletas de papel.
Buscó en la alacena algo más que poder poner en la mesa. Se rió de
si mismo por su ansiedad. Parecía un chiquillo que trataba de
encontrar mas cosas para agradar. Pero le encantaba esa sensación,
poder tener alguien a quien complacer y agradar.
Escuchó sus pasos en la escalera y Afrodita agitó la cola
expectante.
—¡No la fastidies esta vez! —le advirtió su dueño con fingido
enfado y acariciando su enorme cabeza— Modosita te quiero ver.
Elena entró con la misma ropa del día anterior. Su cabello estaba
algo húmedo, aunque había escuchado el secador. Se lo había dejado
suelto para que se acabara de secar. Su jersey azul cielo reflejaba la
luz del exterior e iluminaba sus mejillas.
—Buenos días —saludó entrando en la cocina. Respiró hondo y
sonrió de oreja a oreja— ¿cómo pueden oler tan bien unas tostadas?
—Bueno —casi se sonrojó David mientras ella se acercaba y le
daba un beso ligero en los labios que le alegró el corazón— La verdad

240
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

es que el pan tostado tiene un olor que sabe a hogar. Yo siempre lo


he asociado a estar en casa.
—Nunca lo había pensado así —se sentó en la silla que él le
indicara— A partir de ahora, cada vez que tueste pan me acordaré de
este momento.
—Estupendo —dijo él sin sentarse y apoyado en la mesa con los
ojos directos a los suyos— Me gustaría que a partir de ahora siempre
que tostaras pan fuera en esta casa.
Un silencio se hizo en la cocina. Ella no supo que contestar. ¿Le
estaba pidiendo que se fuera a vivir con él?
—¿Me estás diciendo que no vuelva a tostar pan en mi casa? —
intentó bromear ella sin poder retener su mirada por más tiempo.
—Mi tostadora es especial —contestó él yendo a sentarse—
Pruébalas.
Elena dejó que le sirviera café y miró el litro de leche de avena
que estaba al lado. Sin comentario alguno, se sirvió la leche. Él le
pasó azucar pero ella la rechazó, pero alargó la mano hacia la
mermelada.
—Esa es de fresa y frambuesa —aclaró David— la oscura es la de
higo.
—Las probaré las dos —sonrió poniendo la confitura en la tostada
caliente— Tiene una pinta estupenda.
Tras dos bocados y un sorbo de café con leche miró a David.
Estaba quieto y sonreía.
—Me gusta mirarte —dijo él antes de que ella hablara. Se encogió
de hombros y le quitó la tostada de la mano para comérsela él.
—¡Eh! —se quejó ella riendo— ya veo que eres un caprichoso.
—Bueno —sonrió burlón— yo lo preparé.
—Típico masculino —se preparó otra tostada y la apartó de su
alcance— Como vuelvas a intentarlo te corto la mano.
—Me encanta —rió comiéndose le último bocado— una batalla
campal de buena mañana. No nos aburriremos juntos.

241
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Si esto es un desayuno casero, temo la comida.


—Oh, por eso no te preocupes. Siempre que seas tú el postre —
levantó y le chupó la nariz, dejándosela pringosa por la saliva dulce—
¿otro café?
—Si. Y estate quieto —lo instó a sentarse.
David preparó dos tostadas, una de higos para ella que le tendió
en son de paz y otra de fresa para él.
Fue un desayuno repleto de miradas y sonrisas. Un disfrute para el
paladar y la imaginación.

Lo primero que hizo Elena al llegar a la oficina es pedir otro café y


encerrarse en el despacho con Flora que no perdió tiempo en
preliminares.
—Llevas la misma ropa de ayer —observó la secretaria con la ceja
levantada y tono de retintín.
—No se te pasa ni una.
—Ese jersey azul se ve una hora lejos. Desembucha.
—Te lo voy a contar por dos razones —dijo seria después de
carraspear— La primera porque no pararás hasta que lo haga, y la
segunda… —rió infantilmente— porque sino, reviento.
Flora rió y se bebió el café de golpe abriendo los ojos.
—Tienes cara de sexo.
No —decidió Elena— Tengo cara de “buen” sexo.
—Estupendo —elevó el tono Flora— ahora los detalles.
—Ja! ¿No te basta con mi sonrisa?
—Oh, venga. Llevo años acostándome con el mismo hombre. Un
poco de chismorreo me sentaría de maravilla. Incluso mejoraría mis
relaciones con mi Manolo.

242
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—No conseguirás que te cuente los pormenores del asunto. Pero si


te diré algo que avivará tu imaginación y el resto corre de tu cuenta
—hizo una pausa y respiró hondo antes de añadir con la boca
grande— Fue en el jacuzzi.
—Ohhhhhhhh! Ahora si me has matado —Flora puso los ojos en
blanco y se deslizó por su asiento para reponerse justo antes de caer
al suelo. Volvió a su posición sentada y rió— Ahora si que quiero una
bañera de esas en casa. Sueño con echar un polvo dentro.
—Por favor flora. No seas ordinaria.
—Un buen polvo. Corrijo. Muchos, para ser exacta.
—Eres de lo que no hay.
—¿Comerás hoy con él?
—Si. Y hemos quedado que me llevará a casa esta noche para
hacer la maleta y pasaremos la noche en su casa para salir mañana
temprano desde allí. Tienes que quedar en la hora con él.
–Lo haré —sonrió lasciva— pero no sé si podré mirarle a la cara y
no decir la palabra “jacuzzi”.
—Te lo prohíbo. Te vas a comportar. Y no te pases ni un pelo.
—Te lo prometo. Ni notará que se nada —levantó la mano en señal
de juramento.
—Y ahora a trabajar.
—¿Eso es todo? —se quejó Flora.
—Otro día que tengamos más tiempo hablaremos más y podrás
darme consejos de pareja consolidada. Pero hoy tenemos que dejar
todo preparado para nuestros días en la nieve. Quiero irme tranquila.
Olvidarme de la oficina.
—Oh, si. Disfrutar el fin de año. Manolo está como loco —se
levantó— Ya tiene la maleta hecha —rió.
—Por favor, en cuanto puedas dame una lista de las citas de la
semana que viene. Y dile al remolón de mi amigo Beto que pase a mi
despacho cuando llegue.
—A la orden.

243
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Beto entró tras dar un toque discreto. Elena estaba hablando por
teléfono.
—Buenooooooooooooo, —dijo sentándose frente a ella cuando
colgó— Creo que alguien ha mojado esta noche.
—¿Pero qué os pasa a todos hoy?
—Nunca te he visto usar la misma ropa dos días seguidos. Si no
quieres que los demás no estén al tanto de tu vida privada, guarda
ropa en tu oficina y llega antes que nadie —sonrió con su dentadura
perfecta— Te lo dice un experto.
—Tu consejo llega tarde. Pero por favor, no me hagas el tercer
grado tú también —hizo una mueca ante sus ojos burlones.
—Flora ¿verdad? —se imaginó Beto.
—¿Y quién sino? Susana es demasiado discreta. Apenas me sonrió,
dijo un “buenos días” sonrojándose como una colegiala y bajó la
vista. Lo que me recuerda que es lo que deberíais hacer vosotros.
—Menos lobos caperucita —rió— estás falta de entrenamiento. Los
subterfugios no son lo tuyo. Además, te mereces un hombre como
David. Parece estar todo muy bien encaminado. Te ha llevado a su
casa, presentado a su familia. Vas a pasar el fin de año con él y su
familia. Me parece que ya es oficial.
—Oficioso.
—Lo que no has hecho en los últimos tres años, lo has bordado en,
¿Cuánto? ¿Dos semanas?
—Si, más o menos.
—Y después dicen de Fitipaldi. Me parece que lo tuyo tiene música
de marcha nupcial.
—Pues me gustaría —se sinceró ella sorprendiéndose hasta a si
misma— Nunca pensé en volverme a casar. Sobretodo después del
desastre con Alberto.

244
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Ni lo menciones. Me dan nauseas —movió la cabeza— David no


tiene nada que ver con ese troglodita que tenías por marido. David es
considerado. Educado. Y es un hombre próspero. Mentalmente
estable y será un compañero excelente.
—¡Oye! Se diría que te has fijado bastante.
—Si. Y no estoy ciego. Sino fuera porque ya tiene el cartel de
ocupado intentaría ligármelo —bromeó para hacerla saltar.
—Él no es gay.
—Nada insalvable —rió— Pero no hay nada que hacer después de
que compartáis habitación este fin de semana delante de su familia.
Ya será hecha pública vuestra relación —se resignó— Nada que
hacer.
—Oh, déjalo ya, payaso.
—Al menos podrías decirme que tal está desnudo. Solo para
darme algo de envidia. Tiene pinta de tener un buen…
—¡Cállate! —dijo sonrojándose y tirándole un lápiz— Estás
hablando de mi novio.
—¡Ajá! Más razón todavía. Como tu mejor amiga…
—Deberías juntarte con Flora —lo interrumpió.
—Pues ahora que lo dices…
—¡Basta! Dejemos de hablar de mi vida sexual y…
—Ah! No sabía que estábamos hablando de eso —rió complacido
con su embarazo— Pero si quieres hablamos de la mía. O sea, de mi
inexistente vida sexual. Pero te advierto que voy a llorar.
—No será para tanto —elevó los ojos al techo.
—Pues estoy de secano.
—¿Y Samu?
—Digamos que he dado con la horma de mi zapato. Es un clásico.
Le gusta ir despacio.
—Bueno, eso te puede ir bien, para variar.
—Eso pienso de cintura para arriba, pero de cintura para abajo….
Ainsssssssssss, que horror.

245
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—¡Tú siempre tan romántico!


—Espero conquistarlo este fin de año ¿tú qué crees?
—Que vas muy rápido. Samu es un corazón generoso y sensible.
—¿Y eso dónde me deja a mi? —pensó con una mueca
desagradable.
—En el puesto de partida. Y la meta es la estabilidad. Eso que
siempre vas buscando y que siempre pasa de largo. Tus parejas no
dejan de ser aventuras sin principio sólido y con fin rotundo y
emocional.
—Samu es diferente —se apresuró a decir incómodo— Está
acostumbrado a parejas estables y duraderas. Todo lo contrario de
mi.
—Este es tan buen momento como otro cualquiera para cambiar —
lo animó Elena.
—¿Cómo hemos acabado hablando de mí?
—¿No es lo que sucede siempre?
—Oh! Elena. A veces me haces sentir egoísta y mal amigo.
—Eres el mejor amigo que jamás se puede desear tener. Por eso
me gustaría verte feliz.
—Estupendo —se levantó— ¿me echarás una mano con él este
finde?
—Lárgate —lo echó riendo— No te quiero ver hasta mañana
cuando nos vayamos.

La comida fue corta, divertida y, desde luego, no a solas, dado que


Beto se autoinvitó cuando la vio salir a reunirse con él en la calle. Al
café se unió Samu.
David no disimuló sus sentimientos por ella. Todo el rato sonreía y
estaba de buen humor. A cada rato soltaba el cubierto y tomaba su

246
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

mano. Y desde luego, ella tampoco escondió su coqueta sonrisa


perpetua y se dejó mimar. La expresión socarrona de Beto no arruinó
la velada porque los dos comensales estaban demasiado pendientes
de ellos mismos. La llegada de Samu cambió el comportamiento de
Beto.
Fue digno de ver lo suave que se puso Beto. Samu causaba un
efecto increíble en él. Sería divertido verlo en acción en los próximos
días. La serena personalidad de Samu causaría estragos en la vida de
Beto. Y eso, habría de verlo.

La tarde fue una locura. Hubo que cancelar un par de citas y


replantearse nuevas contrataciones para poder atender la demanda
de clientes que se avecinaba para la semana entrante.
En medio de tanta acción tenía “flashes” de la noche anterior.
Sonrisas tontas le llegaban a los labios cuando pensaba en David. Y el
corazón le palpitaba rápido cuando intentaba analizar frases que el
hombre había dejado caer insinuando una invitación a la convivencia.
No sabía si era demasiado temprano para tomarlas en serio o si eran
meras frases para darle confianza. Vivir juntos no era cosa para
tomar a broma. Y David no era hombre que sugiriera algo que no
estuviera dispuesto a hacer.
De todos modos estaba muy entusiasmada con ese fin de semana.
Tenía razón Beto. Era de suponer que ocuparían la misma habitación.
Era una declaración pública de que eran pareja. Frente a los padres, y
hermana. Estaba nerviosa… y alegre.

247
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Ya era oficial la hora de encuentro del viernes en la mañana. A las


ocho en punto debían estar todos en casa de David. Irían en dos
coches. La furgoneta de Samu, en la cual estarían Flora, Manolo,
Beto, David, Elena y el propio Samu. A añadir Afrodita y Pulgoso, el
perro de Samu. Y el todo terreno de Ferrán, que llevaría a Elisenda,
sus hijos Lily y Raúl, los padres de David, Arán y Estela, el abuelo
Daniel, y Mambo, el chiguagua-pulga que era como un apósito de
Lily. El resto de animales quedaban a cargo de cuidadores amigos
que los visitarían cada día para su cuidado.
Eran casi las nueve cuando Elena caminaba hacia el gimnasio para
reunirse con David. Así habían quedado por teléfono. Flora se había
ido minutos antes y Susana se quedó para finalizar las cuatro cosillas
pendientes, detalle que Elena agradeció.
Samu estaba en la recepción.
—Tienes cara de cansada —saludó con mirada tierna.
—Lo estoy. Ha sido un día de locura.
—David vendrá enseguida. Hoy tuvimos una avería y está con
Pedro Atmetller ¿recuerdas? El que te ayudó con…
—Si —rió sin ganas— Gracias a él pudimos solucionar el escape de
agua que daba a mi despacho. Menudo día para tener averías.
—Era un fallo menor. Nada importante. Pero ese tipo de cosas se
tienen que solucionar rápido. No se puede quedar todo el fin de
semana con un mal funcionamiento. Dejamos al frente de todo a
Teresa. Y ya estará lo suficientemente ocupada con lo de a diario
como para dejar complicaciones adicionales.
—Salimos mañana bien temprano.
—Yo conduciré, así que podrás dormir todo el camino —le sonrió
alentador.
—Eso suena bien. ¿Cuántas horas son de viaje?
—Alrededor de cuatro horas, pero si hay tráfico se puede alargar.
Por eso salimos temprano. Si la cosa se alarga pararemos para
comer. No se trata de una carrera. Y vamos dos coches.

248
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Me ha dicho David que hará frío.


—Si, ya lo puedes apostar. Mi tío me ha dicho que están a tres
grados bajo cero. Se esperan nevadas para mañana en la tarde. Para
entonces habremos llegado. Pero no te preocupes que vamos
preparados. Llevaré termo con té caliente. Un bizcocho y galletas.
Además, el abrigo es solo para cuando estemos fuera. En las cabañas
se está de maravilla. Hay un sistema de tubos por toda la casa. Se
calienta que da gusto.
–Suena estupendo.
—Lo es. Y tengo toda la gama de juegos de mesa que te puedas
imaginar.
—Hace años que no juego al parchís.
—Cuando somos tantos jugamos en grupos. Vamos variando.
—Me da la sensación de ir de acampada.
—Jajaja, —rió Samu— Una acampada a lo cómodo. Si.
David apareció poniéndose la chaqueta del chándal sobre una
camiseta minúscula.
—Hola cariño! —dijo parándose a besarla más largamente de lo
normal— Te he echado de menos —susurró tras el beso.
—Y yo. Ha sido una tarde muy larga.
—Samu, me voy con mi chica ya mismo —le guiñó un ojo— Si
pasa algo no te molestes en llamarme. Te espero mañana en casa a
las ocho.
—Que descanséis —se despidió Samu para después bostezar
disimuladamente.

—Estoy molida —dijo apoyada en la pared del ascensor de su casa,


a donde subían para recoger sus cosas.

249
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Te prometo que te prepararé un sandwich de pavo frío y


lechuga, te meteré en el jacuzzi y te traeré una copa de vino tinto ¿o
prefieres coñac?
—Me es igual. Lo que tomes tú —contestó con los ojos cerrados.
—Y un masaje en esos hombros tensos. O en los pies, que todavía
te lo debo —la atrajo hacia si y la abrazó— Una noche de descanso y
mañana estarás como nueva.
—¿Cómo puedes mantenerte en pié y parecer tan despierto? —se
quejó ella.
—Fácil. Mi negocio funciona prácticamente solo. No tengo la
presión que tienes tú. Dentro de unos meses cuando “Gorditas a la
Carta” esté en marcha, te sentirás bien y contenta del trabajo
realizado.
—¿Se supone que eso me ha de animar? —pegó la nariz a su torso
y refregó la mejilla en el algodón de su chaqueta.
—Bueno, si te sirve de algo yo soy un pilar fuerte donde apoyarte.
El ascensor se detuvo y ella levantó el rostro hacia él. Besó su
barbilla y se impulsó en él para dar un paso y salir del elevador.
—Eres un cielo. Se que cuando estoy estresada soy refunfuñona.
—Yo también levanté un negocio y sé la presión que causa —la
siguió por el pasillo hasta la puerta de su apartamento.
—Bien. Lo tengo todo manga por hombro, así que, por favor, no te
fijes en el desorden.
—Me encanta tu desorden —se rió al contemplar la casa recogida y
apenas alguna que otra cosa fuera de su sitio.
—Llevo días sin limpiar y la maleta está sobre la cama de la
habitación de invitados, abierta y vacía.
—La hacemos en un momento. Te ayudo. Venga.
En media hora y entre bromas y risas, la maleta quedo hecha.
Hubo que añadir una bolsa de deporte, pues el volumen de la ropa de
invierno abultaba mucho más de lo esperado.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Te aseguro que no usarás ni la mitad de lo que llevas —sonrió—


Dentro de casa con una camisa y un pantalón te basta y te sobra.
Unas buenas bambas. Y las botas para salir afuera. Ropa interior. Un
par de jerseys. El resto es innecesario.
—Maquillaje.
–No te hace falta.
—Mentiroso.
—Yo nunca miento.
—Ropa de dormir.
—La usarás del baño a la cama —apreció guiñándole un ojo.
—¿Y si alguien entra en el cuarto?
—Cuando hay tanta gente en la casa tengo un bonito cerrojo y una
llave. Además, nosotros tenemos un baño en suite.
—Vaya —lo miró mientras él cerraba la maleta— Lo tienes todo
controlado.
—No todo —levantó el maletín y le pasó una mano por el cabello—
Todo lo superaremos sobre la marcha.
—Me encanta oírte hablar así. Parece que todo tenga solución. Se
le va a una el miedo al futuro.
David soltó la maleta y tomó su rostro para besarla
ardientemente. Con esa ansia tan particular que hacía que Elena se
sintiera una fuente de amor a la que le sacaban jugo.
—Conmigo nunca volverás a pasar miedo al futuro —aseguró en
un instante que se apartó para respirar y volver a besarla.
Diez minutos después se separó con parsimonia.
—Te prometí un tentempié sabroso y un jacuzi con masaje
incluido. Y aquí a juzgar por el tamaño de tu bañera va a ser un poco
difícil.
David cogió los bártulos y cerraron el apartamento. Elena, de
camino al ascensor, tuvo la extraña sensación de que había cerrado
algo más que su casa de los últimos años. Parecía haber sellado una
vida para comenzar otra. Una etapa con David comenzaba.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Afrodita se comió su pienso y se sentó a pedir, descaradamente,


cualquier cosa que viniera extra, mientras Elena y David preparaban
una ensalada y unas tostadas con tortilla a la francesa.
—Mientras la aliñas yo voy a meter en el coche el pienso de
Afrodita y su cama. No quiero que se me olvide.
David frotó su cintura y besó su frente antes de irse a la despensa
y coger el saco de comida de la perra.
Elena se quedó sola en esa cocina enorme. Buscó el aceite y el
vinagre mientras su cerebro iba a cien por hora. La charla en el
coche, mientras venían, la había despejado. David hacía que se
sintiera como en casa. Había subido su maleta a la habitación por si
la necesitaba.
Ella todavía llevaba la misma ropa que el día anterior. Tenía ganas
de darse una ducha y dormir.
Puso el recipiente con la ensalada en la mesa de la cocina donde
iban a comer. El tostador avisó y se apresuró a sacar el pan. Todo
estaba en su lugar cuando reapareció David seguido de Afrodita, que
había vigilado muy diligentemente donde se iba su saco de pienso.
—La verdad es que estoy tan cansada que apenas tengo hambre
— dijo Elena, tirándose, más que sentándose, en la silla— Los
párpados se me caen.
—Cena y luego a la cama. Necesitamos dormir.
Cenaron entre un silencio cómodo salpicado por comentarios
casuales sobre el viaje a Arinsal.
Media hora después, subían las escaleras a la habitación.
—Usa tú el baño —sugirió David solícito— yo dejaría la ducha para
mañana. Pareces realmente cansada.
—Lo estoy, pero el agua caliente me irá bien para los músculos
doloridos.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Para eso el jacuzzi va de maravilla —sonrió torcido— y te


prometo que no va con segundas —levantó las manos enseñando las
palmas en alto en señal de rendición y recordando la última vez que
estuvieron en la bañera de agua caliente— Vete a dar un masaje con
esos chorros milagrosos mientras yo ultimo detalles para el viaje.
Luego cuando te canses de agua, acuéstate y descansa.
—¿Quieres que te ayude a hacer tu maleta? —se ofreció ella.
—No. Quiero que descanses —la empujó hacia la salida.
Elena obedeció encantada.
A los quince minutos de estar en remojo, se sintió sola. Por un
lado esperaba que él se reuniera con ella cuando acabara sus
asuntos. Por otro, estaba tan cansada que esperaba poder irse a la
cama directamente.
Mientras estaba en esa contradicción. Se levantó, envolviéndose
en el albornoz y volvió a la casa. Afrodita, tras ella, se apalancó en el
sofá del salón. Ella cerró la terraza y observó que estaba todo oscuro.
Subió las escaleras en silencio, extrañada de que todo estuviera
apagado y no se escuchara trajín alguno. Llegó a la habitación y solo
había encendida una lámpara de la mesita de noche. David estaba
acostado. Aparentemente dormía.
En vez de estar encantada de lo fácil que se lo ponía el que él
estuviera durmiendo, sintió una leve decepción de que David no
hubiera intentado hacerle el amor.
Debería estar contenta. Pensó mientras se quitaba la bata y se
ponía un camisón ligero de verano que había puesto en la maleta por
llevar algo de pijama. El parecía tan considerado que para no
atosigarla se había quedado roque. Bien… destapó su lado de la cama
para sentarse y comenzó a meterse despacio para no despertarlo.
Refunfuñó mentalmente. ¡Por favor! Si llevamos unos días
acostándonos y ya está cansado de mi… dentro de unos meses…

253
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Se estiró procurando no rozarlo. Suspiró largamente y se acomodó


de lado. Un suspiro después sintió el cuerpo de David que se pegaba
al suyo como una lapa desde atrás.
—¿Te sientes mejor? —preguntó una boca pegada a su oreja.
—Pensaba que estabas dormido —contestó mientras la mano de él
le acariciaba el estómago.
—Te estaba esperando —besó su cuello– no quería dormirme sin
besarte.
–Me alegro de que estuvieras despierto. Me sentía un poco sola
subiendo esas escaleras oscuras —bromeó ella intentando mirarlo. Él
se lo impidió y la sujetó contra él.
Los glúteos femeninos se apoyaron entre la entrepierna de él. El
brazo derecho de David se abrió paso bajo su cuello y abarcó sus
senos acariciándolos con ternura. Su otra mano seguía posada sobre
su vientre, haciendo círculos lentos y suaves.
—Sé que tenemos que madrugar mucho —dijo él rozando con sus
labios su mejilla, sin llegar a besarla— Pero me apetece estar así
contigo. Juntos. Saber que estás aquí me da una tranquilidad que
jamás creí que tendría.
—Me encanta cuando me dices esas cosas —rió entre tímida y
halagada— Me gusta como me abrazas, lo delicado que eres.
David dejó que ella se diera media vuelta y su espalda descansó
en el colchón. Sus ojos se encontraron a la luz de la lamparita de
noche.
—Tus ojos brillan con la luz. Parecen estrellas que quieren salir de
un universo oscuro —ella sonrió ante las palabras cursis de David—
Ohhhhhh! Si añades tu sonrisa estoy perdido. Tu boca me enloquece.
Me gustaría besarla hasta tragármela —esta vez ella rió con ganas.
David pasaba de lo cursi a lo burdo en casi la misma frase.
—¿No dijiste que ibas a besarme? —lo provocó ella ya calmada la
risa— Me gustaría que me tragaras —acarició la barbilla masculina
antes de añadir una última palabra— Enterita.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Dame paso que voy —dijo antes de abalanzarse sobre su boca.


No perdieron mucho tiempo en preliminares. Parecía que los dos
estaban ansiosos e impacientes. Mientras se besaban, David cambió
su recorrido del vientre al sexo femenino. Fue un ataque en toda
regla. Suave e insistente. Su mano izquierda parecía imitar con sus
dedos la misma danza que la lengua en su boca. Elena se hundía en
el colchón y comenzó a jadear ruidosamente, algo sorprendida de si
misma por su respuesta tan desmedida.
David introdujo su dedo índice en su interior. Dejó de besar su
boca y se ocupó de sus pechos, primero uno y luego el otro.
Elena no supo en que momento él se colocó sobre ella. Estaba
demasiado ocupada en sentir placer. De repente sintió que la mano
de él era sustituida por su miembro. Entró despacio, muy despacio,
mientras se sujetaba con los codos a los lados del cuerpo femenino.
Sus labios seguían causando estragos en sus senos, regodeándose
con su plenitud, amasando con su boca su carne caliente.
Se introdujo en su interior y salió rápidamente. A la segunda
acometida, Elena explotó en un orgasmo increíble. Ni siquiera supo
de donde vino, fue tan sorprendente como una campanada. Entonces
comenzó una cabalgada más rápida. Ella abrió más las piernas y las
levantó para apoyarlas en el trasero de David. Intentó alzar las
caderas, pero sus embates eran demasiado rápidos y ella estaba muy
cansada.
David subió de sus pechos a su boca y volvió a besarla mientras
acariciaba con sus manos su mentón y su cabello. Estalló al tiempo
que apretaba su mano formando un puño sobre su pelo.
Elena sentía un placer extraño en su peso recién estrenado. Casi
por completo encima de ella. Su pecho subía y bajaba. Su cara
pegada a la suya. Su respiración en su oreja. Todavía en su interior.
Ese instante era más íntimo que hacer el amor.
Ella bajó las piernas. Acarició suavemente la espalda masculina.
Todo él estaba desnudo.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Desde luego, mientras ella pensaba que él se había dormido


convenientemente, él estaba en la cama esperándola. Desnudo.
Elena sonrió. Su camisón estaba al lado de la almohada, todavía
sujeto a su brazo derecho. Pero era el único vínculo que le quedaba
con la tela.
Le parecía que David no había usado protección. Quizá pensaba
que después del pinchazo del anterior preservativo no hacía falta. De
cualquier manera, le encantaría quedarse embarazada de ese hombre
maravilloso.
Sonrió tontamente notando como él comenzaba a moverse y le
lamía entre el cuello y la oreja.
—¿Cómo puedes oler tan bien? —susurró David respirando sobre
su cabello.
Salió de ella con cierta pereza y con cuidado para no chafarla. Se
pusieron de lado, mirándose el uno al otro. La mano de David
sujetaba la suya. Sus dedos entrelazados.
El cobertor guardaba el calor de los cuerpos. Se quedaron
dormidos cogidos de la mano.
Desnudos y satisfechos.

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Gorditas a la carta

CAPÍTULO 12

Viernes, 30 de diciembre.
Se respira amor. Y tostadas caseras…

Un resoplido le movió las pestañas y Elena despertó.


—Buenos días mi amor.
—Buenas días, mi David —contestó pestañeando y levantando la
mano para recorrer con el dedo el rostro del hombre que se perfilaba
sobre ella en la penumbra mañanera— ¿cómo dormiste?
—Estupendamente —sonrió y besó la punta de su nariz.
—Yo también dormí profundamente. Es extraño —se dijo en voz
alta— generalmente me despierto varias veces en la noche. Pero en
esta cama no me pasa.
—¿Seré yo quien te causa ese efecto soporífero? —rió David contra
su cuello.
—Y también haces las veces de despertador —señaló el momento.
—Desagradable tarea cuando se está tan bien en la cama. Son las
seis y media de la mañana. Si queremos estar a las ocho preparados
será mejor que nos levantemos —besó sus cejas lentamente— te
dejo el baño a ti primero.
Cuando ella no se movió el rebotó en la cama y se relajó de lado,
sujetando su cabeza sobre su codo doblado.
—No me digas que eres una remolona —sonrió sin dejar de mirarla
fijo.
—A veces —dijo ella bajito— En realidad me da vergüenza
levantarme. Estoy desnuda —evidenció.
—Ya te vi desnuda –sonrió comprensivo— Te he tocado en sitios
de los cuales ni siquiera sé el nombre —rió ante su azoro.
—No es lo mismo —renegó ella— En el calor de la pasión se
olvidan los detalles.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Elena —David dejo la pose relajada y volvió a abrazarla


amorosamente— ¿tú crees que a mi me molesta un michelín más o
menos? —ella no contestó y tras el silencio corto el prosiguió— Yo
también tengo complejos y espero que no me los tengas en cuenta. Y
presumo que si estás conmigo es porque no te molestan ¿cierto?
—¿Qué complejos puedes tener tú? —preguntó infantilmente.
—Bueno. No se si te habrás dado cuenta, pero soy calvo.
Elena rió.
—Eso es mentira. Te rapas la cabeza que no es lo mismo.
—Me afeito para disimular la alopecia galopante —confesó él.
—Tú me dijiste que fue una costumbre que adquiriste en tus
viajes.
—Bueno. Uno tiene el ego muy frágil —sonrió él— No me gusta
constatar que tengo poco pelo. Irónicamente me depilé casi todo el
cuerpo durante años, cuando nadaba profesionalmente. Cuando me
empezó a faltar pensé que era un castigo —rió— Ahora me lo tomo
mejor, pero cuando empecé a quedarme calvo fue un trauma.
Créeme —rió burlándose de él mismo.
—No es lo mismo.
—Para ti es grave lo que para mi no tiene importancia y viceversa.
A ti no te importa donde tengo concentrado el pelo de mi cuerpo
¿verdad?
—Me gusta donde lo tienes concentrado —rió ella acariciando su
pecho ligeramente peludo y bajando la mano hacia sus genitales,
poblados con todo el vello que le faltaba en la cabeza.
Él detuvo su mano y la llevó hasta su corazón. La miró a los ojos.
—¿Me quieres? —le preguntó mirándola a los ojos.
—Si —contestó ella sin dudarlo.
—Y yo a ti —sonrió cariñoso— ¿Y que sea calvo cambia en algo tu
amor por mí?
—No.

258
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Bien. Pues yo tengo pelo de menos y tú tienes kilos de más.


Estamos empatados.
La besó mientras ella sostenía la risa. Fue un beso sabio. Lento y
profundo. Demasiado corto.
—Voy a preparar el desayuno mientras tú te duchas —dijo David
levantándose de la cama y poniéndose la bata que había en el sofá
más cercano— Tienes diez minutos holgazana.
Elena tuvo tiempo de repasar el cuerpo atlético de un nadador.
Ciertamente no era un hombre velludo. Su pecho y su zona genital
eran la única población para el tan deseado pelo. Lo encontró tan
guapo que pensó si no le pasaría a él lo mismo cuando la miraba a
ella, así y todo con sus kilos de más.
—Me ha dicho que me quiere —habló a la mañana cuando él hubo
salido.

Las tostadas aún le supieron mejor que en el desayuno del día


anterior. Estaban más distendidos, más naturales. Impacientes y
amorosos. Cualquier excusa era válida para besarse y achucharse. Él
no se sirvió taza de café. Bebió de la de ella. Las tostadas también
eran compartidas, pues ella le daba dos bocados y él la finiquitaba.
Ella se había puesto un traje chaqueta azul, viejo y cómodo para el
viaje. Él, un tejano usado y un jersey gris de cuello alto.
Él olía a jabón y a loción después de afeitar. Ella, olía a él.

Pese a la planificación, el reparto en los dos coches fue apoteósico.


Samu venía con su perro, cuyo nombre: Pulgoso, lo decía todo. Era
otro “regalito” de Elisenda que parecía un saco de pulgas, peludo y
desgarbado. Era un bobtail mezclado con a saber que.
259
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Se llevaba muy bien con Afrodita, pese a la diferencia evidente de


clases. Se acomodaron en la parte trasera de la camioneta y, morro
con morro, se quedaron todo el camino sin molestar.
Elena se sentó detrás con Flora y Manolo. Iban a sus anchas, pues
el espacio era generoso. Delante iban Beto, David y Samu
conduciendo.
Ferrán conducía el todoterreno con el resto de viajeros.
Hubo que parar para poner las cadenas en la última hora de viaje.
Arinsal ofrecía un aspecto invernal de postal. Los abetos cubiertos de
nieve pesada, los tejados de las casas blancos y los copos de nieve
cayendo copiosamente.
Pasaron por el pueblo, donde Samu se bajó para hacer alguna
diligencia. A esas alturas, Elena ya estaba despierta desde la anterior
parada en una gasolinera, donde todos se bajaron para estirar las
piernas e ir al servicio.
Saliendo del pueblo de Arinsal y tomando un desvío, llegaron a un
vallado de madera, que resultó más típico, si cabe, de postal
navideña. David se bajó para abrir la barrera y dejó pasar los coches
para volverla a cerrar. Se subió al coche y anduvieron muy despacio
aproximadamente cinco minutos más antes de divisar las tres
cabañas que estaban en primera línea y eran más evidentes. Entre
ellas, la más grande, era la del tío de Samu.
Lejos de ser un moreno exótico y entrado en años, el tio de Samu
era un rubio de unos sesenta años, de vitalidad evidente y alegría
contagiosa. David sonrió ante la mirada de asombro que captó en
Elena cuando lo vio.
Waldo. Así se llamaba el tío de Samu, los recibió seguido de un
trío curioso. Dos niños negros y una niña de origen chino. La mujer
que salió saludando era la más parecida, físicamente hablando, a
Samu. Dos grandes mastines de color blanco, parecían ir a juego con
su entorno.

260
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Durante cerca de diez minutos, el caos reinó entre saludos,


ladridos y presentaciones.
Elena llegó a sentirse abrumada y agradeció la dispersión de todo
ese jaleo.
El reparto en las cabañas fue algo distinto al que se había
planeado. Waldo cedió otra de las cabañas vacías para que estuvieran
todos más cómodos.
Así pues, los padres de David y el abuelo se fueron a la mas
cercana a la de Waldo. En la de Samu, y junto con él, se hospedarían
Beto y Elisenda y Fernando con sus hijos.
Y finalmente en la de David, Flora y Manolo y David y Elena.
Las comidas y cenas estaban planeadas para hacerlas en la casa
grande de Waldo.
Habían quedado que irían a la casa de Waldo para comer en
cuanto se acomodaran en sus cabañas.
—Este será vuestro cuarto —les invitó a pasar David a Manolo y
Flora— Ahí tenéis el armario. Hay perchas. El lavabo está dentro de la
habitación, así que tendréis intimidad. En la cocina hay poca cosa,
agua, refrescos, latas —rió— como todas las comidas las haremos en
casa de Waldo no necesitareis mucho más. Os veo en diez minutos en
el salón.
Cogió de la mano a Elena mientras sujetaba con la otra una
maleta y otro bulto al hombro. La guió hacia una habitación en el otro
extremo. La cama era amplia y de aspecto cómodo. Con cabezal y
estructura de madera.
—Esta es la nuestra —dijo dejando las maletas sobre la cama.
Ella se estremeció ante sus palabras. No dijo: esta es mi
habitación. Dijo: nuestra.
—Es preciosa —sonrió ella algo tímida— Y veo que también tiene
baño.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Están muy bien pensadas estas cabañas. Muchas veces son


compartidas por dos o tres parejas y la intimidad es importante. El
turismo que viene aquí es de lujo.
—¿Y no te importa que otros usen tu casa? Tus cosas… —señaló
alrededor mientras abría su maleta.
—Mis cosas están en la buhardilla. Se accede desde el techo del
salón. Luego te llevaré allí. Permanece cerrado cuando se alquila el
chalet. Waldo se ocupa de tener las cabañas a punto. Cuando vengo,
coge las sábanas de mi buhardilla. Así que, las toallas, las sábanas,
en fin, todo es mío. No es del almacén general que tiene para los
clientes.
—¡Una buhardilla! Suena a película de terror —rió ella mientras
abría el cajón de una cómoda y colocaba la ropa interior y los jerseys
dentro.
—Pues mi ático no es de terror. Es de lo más agradable. De hecho
es una habitación muy confortable. Allí guardo libros, cds, ropa,
mantas, recuerdos.
—La verdad es que este complejo es un sitio precioso.
Él vino por detrás mientras ella cerraba el cajón. La abrazó y
miraron juntos por la ventana. Pese al ambiente caldeado por estar
las chimeneas puestas desde temprano, cortesía de Waldo, los brazos
de David le proporcionaron algo más que calor.
—¿Estás nerviosa?
—Si. Un poco —sonrió algo tímida y apretó sus antebrazos que la
rodeaban por encima del pecho— Tanta familia. No estoy
acostumbrada a estar acompañada de … bueno… ya me entiendes.
—Si. Quiero que te sientas cómoda. Si algo no te gusta, dímelo.
—Oh! —se dio la vuelta y lo encaró, pegada a su cuerpo— No. No
digo que no me guste. Todo lo contrario. Es solo que me siento algo
abrumada por el jaleo. Y lo más probable es que me confunda con los
nombres. Y quiero que sepas que soy especialista en atragantarme
con las uvas y se me sube el champang a la cabeza mucho antes de

262
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

las campanadas de fin de año —rió ante sus cómicas expresiones


mientras ella iba hablando— Quiero caerles bien a tu familia —puso
su frente en el ancho pecho de David.
—Ya te adoran. Mis sobrinos Raúl y Lily dicen que eres muy
simpática. Elisenda está encantada contigo. Dice que eres lo que
necesito. Mi abuelo me ha amenazado con desheredarme si te dejo
marchar. Y mi madre no hace otra cosa que decirme que quiere
hablar a solas contigo. De mujer a mujer.
—Dios mío ¿ves? A esas cosas me refiero ¿y si hago algo que no
les guste? —lo miró con los ojos abiertos de par en par– ¿Te imaginas
a todos enfadados conmigo?
—¡Me encanta cuando haces teatro! —rió David— Mi familia tiene
muy claro quien eres. Nunca he traído a una novia a casa.
—Eso me coloca en un puesto preferencial —besó su barbilla—
Tendría que sentirme halagada.
—Si —asintió bajando la cabeza para alcanzar sus labios—
Deberías.
La besó con ligeros toques. Saboreando aquí, besando allá.
—Me parece que el portazo que ha dado muy sutilmente Flora es
un aviso para decirnos que nos están esperando.
—Sutil y Flora, son dos palabras que no pegan ni con cola —rió
David.
—Eso ya lo dijiste —rió Elena— te repites.
—Cuando te beso mi cerebro se deshace. No sirvo para ser
creativo con las palabras.
Ella lo miró dulcemente, callada, acarició su rostro.
—Cuando me miras así me dan ganas de ponerte en posición
horizontal y olvidarme del resto del mundo —añadió igual de serio.
Elena rió empujándolo hacia la salida.
–Tienes la virtud de ser romántico en un segundo y echarlo a
perder al siguiente. Anda. Vete a hacer de anfitrión y dame un minuto
a solas en el baño.

263
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

La mesa estaba puesta cuando los cuatro llegaron. Faltaban los


padres de David y el abuelo. El resto estaba ya sentados y dando
buena cuenta del montón de comida que adornaba la mesa.
—Disculpad que no os hayamos esperado —decía Ferrán— Hay
hambre.
La variedad de viandas era enorme. Desde ensaladas, pasta,
purés, salsas, carnes, y platos de verduras elegantemente picadas.
Todo trabajo de Waldo y su mujer Tia.
Los niños de Elisenda y Ferrán, junto con los tres de Waldo y Tía,
estaban en su propio picnic, a un lado del comedor. Mambo sobre el
regazo de Lily, y el resto de perrazos con la lengua fuera esperando
las migajas que los niños les daban, por no decir que compartían la
comida casi a partes iguales con los canes, que por supuesto, estaban
encantados.
Los mayores simulaban ignorar a los peques, que campaban a sus
anchas.
El ruido era un sonido monótono, al cabo de un rato era como un
eco lejano. Todos hablaban al mismo tiempo. Se servían mutuamente
y se reían de mil comentarios.
Flora se integró a la velocidad del rayo. Acabó haciendo migas con
Tia, como si la conociera de toda la vida. Manolo y Ferrán se pusieron
en un rincón a jugar al ajedrez.
Samu y Beto se ofrecieron para lavar los platos y dejar la cocina y
el comedor recogido para la noche.
El abuelo se fue a acostar, después de prometer jugar una
partidita con el ganador del ajedrez. Estela, Tia, Flora y Elisenda se
sentaron a darle al dominó.
Waldo, Arán, Elena y David comenzaron con parchís, pero pronto
pasaron al Trivial.

264
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

Fue una de las tardes más agradables que pasara Elena en los
últimos años que incluyera a más de tres personas. El ambiente era
distendido, jovial. Todos estaban contentos. Se hacían comentarios
de mesa a mesa, de juego a juego.
Ferrán se intercambió por David, que antes de levantarse a
medirse con Manolo, le apretó la mano y la beso ligeramente con un
gesto de apoyo y una mirada que le decía: estoy aquí al lado.
La cena llegó como un huracán. Rápida, y con una organización de
ejército.
Frutas, pan y embutidos estuvieron en un santiamén sobre la
mesa. No hubo orden durante el ágape. A las diez de la noche
estaban todos rendidos. Elena ayudó a Flora a quitar la mesa y David
y Waldo fregaron los platos.
Beto se quedó un rato, buscando estar a solas con Elena. El resto
se fueron a dormir.
—¿Cómo estás? —la retó pasándole una bandeja con pan.
—Yo estupendamente. ¿Y tú? ¿Cómo llevas tu asunto?
—Jodido. Con toda esa gente en la casa es difícil flirtear. Elisenda
no me quita ojo de encima.
Elena soltó la bandeja y fingió colocar los panes para que no se
cayeran en el traslado.
–Samu te mira con buenos ojos. Si no, no te habría colocado en su
cabaña. Tengo entendido que la distribución la hicieron Samu y su tio
Waldo.
—Puf! Esa es otra. Me parece que es un complot. Samu me
recuerda a un noviete que tuve en el instituto. Me dijo que quería
conocerme mejor antes de tener algo conmigo.
–Mírale la parte buena. Estarás seguro si de verdad te gusta. No
irás a ciegas como te ocurre siempre.
—Samu es un hombre muy hermético. A veces no sé bien lo que
piensa. Me mira como si me taladrara —se quejó infantilmente—
échame una mano. Dile lo excelente persona que soy, etc…

265
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Oh, Beto, cariño, todo el mundo sabe que eres una maravillosa
persona. Solo tienes que tomarte las cosas más en serio. Y ahora sino
te importa, tengo que llevar esta bandeja. Flora ha hecho tres viajes
a la cocina y ya tiene intención de intervenir.
—Por Dios que como se meta ella la hemos liado.
—Anda y vete a dormir.
—Me tiene nerviosito perdido. Estoy en la habitación de al lado de
Samu. Y cada vez que se mueve pego un salto. No sé si podré
dormir.
—Samu es un buen chico. Y tu un casanova. Hasta que no vea que
puede confiar en ti y que deseas algo serio, no te dejará acercarte.
—No. Si acercarme ya me acerqué —dijo Beto poniendo los ojos
en blanco— pero no se como tratarlo. Cuando hago un chiste se
queda serio y me mira con esos ojos…
—Beto, cariño. Tengo ya bastante con mis cosas como para
aguantar tu histeria.
—Es que me gusta —pataleó.
—¿Qué te pasa bombón? —dijo Flora regresando con un trapo
amarillo para limpiar la mesa que ya estaba vacía.
Elena se alejó con la bandeja y escuchó la replica de Beto.
—No me llames así. Me haces sentir un objeto.
—Un objeto muy bonito. Cambia esa cara. Estás poniendo nerviosa
a mi amiga. Que ya está bastante tensa con todo este jaleo.
—Flora. Eres una metiche.
—Cierto —dijo limpiando la mesa— Por eso te diré que te
acostumbres a tener tu pajarito en la jaula y te comportes como un
adulto. A Samu le gustan los hombres de fiar. Tú eres un gran chico,
pero un inconsciente. Si quieres que te tomen en serio, sé tu mismo.
Cuando estás relajado eres un amor. Deja de actuar —se paró para
mirarlo— Vales mucho Beto, pero te entretienes tanto disimulándolo
que ya no te encuentras.
—Eres muy dura Flora —dijo cruzándose de brazos.

266
NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—Beto. Elena te quiere, y entiendo porque. Tienes tantas cosas


buenas que no entiendo porque las ocultas. Deja que las vean
también los demás. Enséñale a Samu también esa parte. Te aseguro
que lo tendrás a tus pies. Porque cuando te vuelves tú mismo, eres
irresistible —lo pellizco y se puso de puntillas para darle un beso en
los labios.
—No sé como te las apañas Flora. Después de insultarme me
siento mejor que nunca.
—Es un arte. Beto —rió alejándose con el trapo sucio.

Se reunieron con Flora y Manolo en el salón de la cabaña.


—Os tengo una sorpresa —rió David— En la parte de atrás, hay
una terraza, no muy grande, apenas unos cincuenta metros. Al aire
libre. En plena nieve —le guiñó un ojo a Manuel— con un jacuzzi con
agua caliente, muy caliente, esperándonos.
—¡Estupendo! —refregó sus manos Manolo— En cinco minutos
estoy allí.
—¿Has dicho en la intemperie? —dijo incrédula Flora.
—Pues me parece que ha dicho en la nieve. Si —secundó Elena
dirigiendo su atención al sonriente David.
—Ni os imagináis lo placentero que es estar dentro del agua
caliente con la cabeza fuera y las mejillas heladas.
—Mientras tenga las pelotas en caliente… —dijo Manolo yendo a su
cuarto para cambiarse.
—¡Manolo! —le riñó su mujer siguiéndolo— Disculpadlo —se
excusó corriendo tras él.
—Este Manolo es tremendo —dijo David invitándola a seguirle al
cuarto— vamos a ponernos los bañadores. Verás que bien se está en
esa bañera.

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Gorditas a la carta

Se pusieron los trajes de baño. Unas batas de felpa enormes y


mullidas y unas botas de pelo espeso para salir al exterior.
Manolo y Flora estaban preparados. Salieron a la terraza donde
dos botellas de cava les esperaban encima de la nieve y cuatro copas
boca a bajo junto a ellas.
—Muchas gracias David. Es impresionante —susurró Flora viendo
los focos que dejaban entrever los abetos nevados que los rodeaban
y el paisaje blanco.
—Si. La verdad es que impone meterse en la bañera rodeados de
nieve —sonrió Elena mientras veía a Manolo meter un pie en el agua.
David se puso a preparar el cava, mientras el resto se metió en la
bañera.
Manolo llevaba un calzón a rayas, largo, tipo bermudas. Flora se
puso un bikini amarillo chillón. Elena llevó su bañador malva. David
iba discreto con su traje de baño azul marino, tipo slip.
Les sirvió y luego, dejando el cava al alcance, se sumergió en el
agua junto a Elena.
—Lo tenías todo preparado, ¿eh? —lo atusó Elena acurrucándose
entre sus brazos en cuanto entró.
—Es una buena manera de acabar el día. Pasados por agua
caliente —contestó David.
—Cierto —asintió Flora— Esto es un lujo. Jamás pensé estar
rodeada de nieve y metida en agua calentita. Casi estoy más a gusto
sabiendo que fuera hace un frío que pela.
—Si. Existe cierto placer en el contraste —confirmó Elena
apoyando la cabeza en el torso masculino de David.
—Ya lo puedes decir —siseó Flora— Es pecaminoso —hizo unas
risitas mientras se pegaba más a Manolo— Ya hemos empezado a
ahorrar para comprar uno para casa. Lo pondremos en la terraza.
Tenemos un duplex y la parte de arriba es un escenario excelente.
Hemos hecho una especie de invernadero. Yo tengo un par de

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Gorditas a la carta

palmeras tropicales y Manolo tiene jardineras con tomates, patatas y


demás verduritas. En medio plantaremos el jacuzzi.
—Como os dije, os puedo poner en contacto con mi proveedor. Os
hará el mismo descuento que me hace a mí.
—Sería estupendo. Te lo recordaré cuando volvamos a la
civilización —aseguró Flora con los ojos semicerrados y sosteniendo
precariamente la copa.
Durante un rato las parejas conversaron, para ir decayendo la
charla, hasta un silencio agradable.
Elena tenía las mejillas frías, rojas por el cava. Su cuerpo ardía,
tenía calor y al mismo tiempo se estremecía de frío en cuanto se
movía ligeramente. Era una sensación muy extraña. David la tenía
entre sus brazos. Acunaba su cuerpo y lo acariciaba de forma suave,
discreta.
Casi una hora después David le habló al oído.
—Nos quedaremos como pasas.
—Tienes razón —bostezó Elena— Me he quedado casi dormida. Se
está tan bien.
David la ayudó a salir y la envolvió en el albornoz. Después de
abrigarse él, la cogió en brazos y se giró para desear las buenas
noches a los dos que permanecían en el agua.
—Que descanséis. Buenas noches.
—Hasta mañana —dijo Flora abriendo los ojos y sonriendo
juguetona, le guiñó un ojo a David— Divertíos.
—Lo mismo os digo. El jacuzzi es todo vuestro —apretó el cuerpo
de Elena y le devolvió el guiño a Flora.
Manolo apenas y levantó un brazo para despedirse.
—¡Despierta bacalao! —agitó a Manolo cuando se quedaron solos—
Tenemos la bañera para nosotros solos.
—¿De verdad? —pegó un bote el hombre mirando a su alrededor.

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Gorditas a la carta

—De verdad de la buena —dijo sugerente mientras se subía a


horcajadas sobre su marido— Tienes cinco minutos antes de que me
congele o me convierta en una uva pasa.
—¿Cinco minutos? —dijo socarrón— me sobra tiempo.

—¿Me equivoco o les has dado carta blanca para que hagan
cochinadas en el jacuzzi? —rió Elena todavía en sus brazos.
—Algo así —contestó besando su cabello húmedo— Uhmmm, estás
congelada. Tienes los pies como cubitos.
—En cuanto salí del agua me quedé tiesa.
—En seguida te haré entrar en calor.
—Esperaba que dijeras eso —dijo ella levantando su rostro hacia él
para que la besara.
En ese momento la dejó sobre la cama, sentada.
—Vamos a quitarnos los bañadores mojados.
—Me encanta la chimenea y el calorcito que hay en el ambiente —
dijo ella dirigiéndose al baño.
David se quitó la bata y el slip y entró tras ella al lavabo.
Ella se sobresaltó al verlo coger una toalla y secarse.
—Brrrrrr! —se estremeció David— sino fuera porque ya estoy
hecho una pasa de tanta agua me volvería a meter en la ducha.
—Esto… ¿me dejas un momento a solas en el baño? —dijo ella sin
quitarse la bata y buscando el cepillo de dientes.
David se detuvo, sonrió con paciencia y se largó con la toalla.
Ella no tardó mucho, salió con una toalla enrollada y se sonrojó
ante la mirada socarrona del hombre que yacía sentado en la cama y
tapado con el edredón hasta la cintura.
—Deja de mirarme así —acuso Elena.

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Gorditas a la carta

—Cariño. No te miro de ningún modo. Tendremos que empezar a


compartir el baño. Eso forma parte de lo que es la convivencia.
—Hay cosas que prefiero no hacer al mismo tiempo —explicó ella
de pie ante su lado de la cama.
—Bueno, has estado casada.
—¿Y eso qué? Me gusta tener mi intimidad.
—Y no pretendo invadirla, pero no estaría mal que mientras tu te
cepillas los dientes yo pudiera secarme mientras charlamos, o
lavarme las manos o afeitarme… ya sabes….cosas así.
—No iba a lavarme los dientes. Y pasará mucho tiempo hasta que
me veas sentada en el inodoro —concluyó Elena con cara de pocos
amigos.
David rió.
—¡Ven aquí! —se estiró para cogerla pero ella lo esquivó— Venga
no seas infantil. Te prometo que pondré un cerrojo en la puerta para
que te encierres cuando no quieras compartir el baño.
—Eso estaría bien —contestó mas calmada y abriendo la cama.
—Bien. Te prevengo que me encanta compartir el uso del baño. De
hecho me hace mucha ilusión afeitarme mientras te duchas —sonrió
ladino mientras se tumbaba y el edredón se deslizaba por su cadera—
Me gusta pensar que mi pareja comparte ese tipo de cosas conmigo.
Hay algo de compañerismo en esas cosas ¿no te parece?
—Si, claro, como si estuviéramos de campamento —ella se armó
de valor y se quitó la toalla metiéndose en el lecho rápidamente. Él la
detuvo cuando se tapaba y la abrazó para acercarla a él.
—Podemos jugar a los “boys scouts” —ladeó la sonrisa mientras se
metía bajo el plumón ligero— voy a buscar en los grandes bosques.
Elena rió mientras sentía su boca cerca de su ombligo.
—David —pegó un respingo cuando concluyó la intención del
hombre.
El cobertor se arrugó casi a sus pies. La boca de David pasó
directamente a su pubis. Sopló y le hizo cosquillas.

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Gorditas a la carta

—David —repitió ella— se me olvidó preguntarte —corcoveó por el


mordisco que le dio en la ingle.
—¿Qué se te olvidó? —contestó lamiendo la zona que había
mordido.
—¿Anoche no usaste preservativo?
—Si lo usé.
—No me di cuenta.
—Estabas muy ocupada —sonrió antes de meter la lengua entre
sus pliegues.
—¿Esa es tu estrategia? —rió ella mientras levantaba las caderas
para ir a su alcance— Me mantienes atontada y así… ahhhhhhh —se
interrumpió gimiendo.
David atacó con todos sus sentidos. Se deleitó entre las tersuras
de Elena. Hora despacio, luego rápido. Ahora ávido, luego tierno.
Elena se olvidó de todo y se dejó llevar.
La dedicación de David a su centro fue absoluta y la explosión que
consiguió fue rotunda. Elena se mordió el labio inferior para no gritas
como le apetecía, al pendiente de que estaban compartiendo la casa.
Casi le dieron ganas de llorar del placer tan grande que sintió. Un
lagrimón se le calló y la borró con su mano antes de que David
llegara a su altura.
—Me encanta oirte gemir —le susurró junto a su boca. Su
miembro erecto acariciaba su muslo.
—Y a mi me encanta tu arte —rió ella.
—Me encanta que te encante —la mano de él bajó hasta su
entrepierna para seguir acariciándola.
—¿No te toca ahora a ti? —dijo ella doblando su pierna derecha y
encerrando su mano entre sus muslos.
—En eso estoy —contestó abarcando su boca con un beso
profundo.
Tenía su sabor en su boca. Su lengua se volvió suave, con una
cadencia de baile lento y rítmico que precede a un baile loco y

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Gorditas a la carta

frenético. Le mordió el labio inferior, ya de por sí sensible porque era


el que ella se había maltratado aguantando sus gemidos. Su mano
abandonó su entrepierna y por los movimientos ella dedujo que se
ponía el preservativo, aunque por pereza ni abrió los ojos. Estaba
absolutamente concentrada en su roce, en sus besos y sus caricias.
Elena le acarició el vello del pecho. Su tacto era algo áspero pero
le resultaba tremendamente sensual y al acariciarlo le embargaba
una sensación de posesividad que la drogaba, enloqueciendo sus
sentidos. Esquivó su boca para poder bajar a su garganta y saborear
su piel. Estaba caliente, y salado. Las manos de él acariciaron sus
pechos, pero ella no se podía concentrar en su piel e intentó
apartarlo.
—Quiero tenerte ahora —la apremió él.
Ella no escuchó muy bien o no lo entendió, pero si se dio cuenta
de su empuje. Le levantó las manos y su rodilla se apoyó en su
cadera, mientras que su miembro buscaba acomodarse entre sus
piernas. Movió las caderas en círculos, en un juego enloquecedor.
Elena intentó tomar aire pero no consiguió llenar los pulmones. Sus
sexos estaban saludándose, húmedos, mientras buscaban la posición
correcta, el movimiento clave. Él levantó la cadera y entró de un
empujón. Ella jadeó de placer, él gimió e hizo un sonido gutural
totalmente imposible de definir.
David alzó el cuello mientras comenzó a empujar repetitivamente
con un ritmo loco. Gemía ruidosamente, aun conteniéndose.
El hombre cogió el muslo femenino y lo abrió, situándolo casi a la
altura de su hombro. Empujó más lento durante unas cuantas
acometidas para volver a una cabalgada que los llevó a los dos a
catapultarse a un orgasmo casi compartido. Por apenas unos
segundos, ella voló antes que él acallando sus gemidos en el brazo
masculino. Él hizo lo propio en el hombro femenino, mordiendo
ligeramente en lo que al día siguiente se convertiría en un chupetón
de considerables proporciones.

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Gorditas a la carta

Los dos respiraban agitadamente cuando él, en un esfuerzo, se


levantó, desnudo y fue al lavabo.
—Recuérdame que cuando volvamos a compartir casa con alguien,
nuestro cuarto sea insonorizado —dijo él caminando al baño.
Elena oyó tirar de la cadena y lo vio regresar en nebulosa, con
andar digno y desnudo.
Él se sentó a la altura de su cadera. Acarició su cara. Ella todavía
estaba medio en el limbo, pero al sentir sus caricias aterrizó como
avión y sonrió.
—Me encanta verte así —tocó sus labios algo hinchados.
—¿Medio dormida y con el pelo revuelto? —susurró cogiendo su
mano y besándola.
—Satisfecha y en mi cama —rió él.
La risa se perdió ante la seriedad de sus miradas.
—Me gustaría que este fin de semana no se acabara nunca —dijo
ella con los ojos brillantes— Te amo tanto que me asusta —confesó
perdida en sus pupilas que se adornaban con un azul profundo
regado con la luz de la mesita de noche.
–Yo también te amo —dijo con ese amor en sus ojos— y voy a
dedicarme a borrar eso que te asusta para que solo quede amor —
sonrió— bueno…y también esos grititos que te salen cuando…
La besó tiernamente, acallando las protestas y sus risas.
Volvieron a hacer el amor. Lenta y dulcemente.
Se durmieron abrazados.

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Gorditas a la carta

CAPÍTULO 13

Sábado. 31 de diciembre. ¿Esas campanadas son


de fin de año o de boda? Chupitos, cava, uvas y
matasuegras. Entre copo y copo de nieve,
jacuzzis, Fiesta y el zoo. Y la civilización, cuanto
más lejos, mejor.

Elena y David se despertaron cuando Flora golpeó la puerta bien


de mañana.
—Despertad dormilones. Son casi las nueve de la mañana. Está
nevando y hace un frío que cala los huesos —volvió a golpear
levemente la puerta— y hay café caliente recién hecho y Tia ha traído
bollos y coca calentitos.
David rió en un despertar calmo.
—Admiro a Manolo —dijo el hombre junto al oído de Elena que
ronroneaba de placer por sus mordisquitos en la oreja— Vivir con
Flora debe ser todo un reto.
—Yo creo que Manolo pasa de todo. La sabe llevar muy bien.
—Por eso lo admiro —hizo una risita socarrona— Vamos a
desayunar y podemos ir a dar una vuelta por los alrededores.
—¿Nevando?
—Sin alejarnos mucho. Afrodita disfruta enormemente
chapoteando en la nieve. Y además me apetece enseñarte mi lugar
favorito.
—Me tendré que abrigar mucho —se desperezó la mujer sintiendo
el frío exterior.
—A esta hora la chimenea no está puesta y ayer se me olvidó
accionar el sistema de calefacción general —besó su frente antes de
levantarse y dirigirse al baño— Pondré la estufa del lavabo para
podernos vestir calentitos.

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Gorditas a la carta

Elena hizo un esfuerzo y se levantó poniéndose la bata y buscando


calcetines en el cajón.
David salió del baño mientras ella se ponía unos calcetines gruesos
y altos.
—¿te vas a duchar? —le preguntó con los calzoncillos puestos y
buscando una camiseta de invierno.
—Ya estuve bastante en remojo ayer. Luego en la noche me daré
un baño caliente. Ahora me apetece algo caliente.
—Ponte dos calcetines. Puedes usar de los míos. Son gruesos y
resistentes.
—Me irán grandes —rió ella cogiendo al vuelo un par enrollados
que le tiró.
—No tienen costuras. Te irán más altos.
—¿Del resto también me tengo que poner doble? —bromeó.
—No. La chaqueta de plumón te protegerá lo suficiente. Anda,
coge la ropa y entra a cambiarte al baño. Está calentito —la apremió
dándole un pantalón de chándal de color blanco y un jersey grueso de
cuello alto azul.
—¿Me quieres disfrazar? Con esto y las botas pareceré copito de
nieve -.
—No exageres. Ponte debajo una camiseta ligera. Cuando estemos
en la cabaña de Waldo te asarás y tendrás que quitarte el jersey.
—Me parece que estás disfrutando con todo esto —rió ella yendo al
baño.
—¡No sabes cuánto! —la miró cerrar la puerta mientras se vestía
con su chándal cómodo y de aspecto abrigado.
Cuando salió Elena, él la estaba esperando y fueron a la cocina
juntos. Manolo estaba dando buena cuenta de un café con leche y
mojando bollos con alegría.
Después de desayunar las deliciosas pastas que Tia les había
traído fueron a la cabaña de Waldo. Tras sugerir un paseo, los niños

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Gorditas a la carta

se apuntaron corriendo a la caminata. Estela, Elisenda, Waldo, Samu,


Beto, y Manolo y Flora se unieron a ellos dos en el paseo.
Mambo se quedó con el abuelo. Afrodita y Pulgoso también se
unieron al grupo.
La nieve dificultaba la marcha, pero todos se reían de los
problemas al andar y se ayudan unos a otros. Los niños disfrutaban
de la nieve y corrían con esfuerzo y mientras resoplaban, los perros
les rodeaban y ladraban provocándolos.
Las mujeres formaron un grupo, y los hombres otro que iba en
vanguardia, solo superado, a veces, por los niños que, en tropel, les
adelantaban alborotando para volver a quedarse atrás.
—Este sitio es precioso —dijo Elena agarrándole el brazo a Estela
que casi se cae.
—Yo he venido una docena de veces y siempre me deja con ganas
de más. Elisenda a veces viene con los niños y Ferrán a pasar unos
días. Lily y Raúl se llevan estupendamente con los hijos de Waldo y
Tai.
—Parecen ser una familia muy internacional —rió Flora desde el
otro lado.
—Los adoptaron desde pequeñitos. La niña ya habla tres idiomas.
Y apenas tiene seis años. Los tres están internos durante la semana
en un colegio. El jueves por la tarde vuelven a casa.
—¿Tan chiquitines y ya internos? —se extrañó Flora.
–No se puede ir y venir a la escuela cada día en estos parajes. Es
una cuestión práctica.
—A menudo se quedan aislados —explicó Elisenda— Más de una
vez nos hemos quedado incomunicados durante dos o tres días más
de lo previsto.
—Este paraíso blanco tiene sus inconvenientes —estuvo de
acuerdo Estela— el aislamiento es uno de ellos. Aunque algunos lo
ven como una ventaja.

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Gorditas a la carta

—No lo dudo —respiró el aire mojado Elena— Retirarse del


mundanal ruido es un alivio para el alma. Aquí se respira calma.
—Ehhhh, chicas. Venid a mirar esto —chilló Samu apremiándolas a
llegar hasta ellos.
Se apresuraron hasta ellos. Estaban en un peñasco enorme que
tenía una vista magnífica. Era como un mirador natural. Un valle
profundo se abría bajo sus pies. Las nubes poblaban todo el cielo,
casi tan blancas como el suelo nevado.
Un silencio respetuoso se escuchó durante un largo minuto. David
alargó la mano hacia Elena y la atrajo hacia así. La abrazó mientras
miraban la maravilla del paisaje.
Elena tenía la nariz como un cubito de hielo pero se sentía más
viva que nunca. Los brazos de David la rodeaban, apoyándola en él.
Los dos de cara a la montaña.
—¡Guau! —se oyó por fin la voz de Lily— Es como las postales que
dibuja la abuela.
Todos se rieron y el momento mágico se perdió para entrar el
momento presente.
El regreso fue alegre y finalizó en una lucha de bolas de nieve a la
que se unieron los que no habían venido al paseo.
A la hora de comer estaban todos hambrientos y exhaustos.

Por la tarde, después de comer, Waldo tenía que ir al pueblo a


comprar algunas cosas para la cena de fin de año. David se apuntó a
ir con él y Elena les acompañó para así dar una vuelta por la
urbanización.
Cabañas de madera pareada que eran grandes chalets con su
terraza y torres en piedra y madera eran la tónica del pueblo. Apenas
unos pocos edificios más altos y destacables. Era un lugar bello y

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Gorditas a la carta

tranquilo, que solo se animaba en temporada de esquí. Había tiendas


de ese deporte, de alquiler y venta de material para tal menester.
Restaurantes, algunos pubs y comercios.
David y Elena dieron una vuelta por el pueblo. Waldo los encargó
comprar pan y dulces para la cena de la noche. Pasaron por delante
de una farmacia y de una fuente de agua mineral.
Una cabina telefónica le llamó la atención a Elena.
—¿Llamamos a Carol y Carlos? Me parece que hace siglos que no
hablo con ellos.
—Claro. Será temprano allí. ¿Te sabes el número?
Elena asintió y tras meter la tarjeta que le dio David, marcó los
números.
Tras los saludos iniciales un poco confusos por la mala acústica, se
desearon feliz año. Apenas se podía entender lo que hablaban. Elena
le pasó el teléfono a David con algo de tristeza.
David cruzó unas palabras con Carol y luego con Carlos.
—¿Por qué esa cara cariño?
—Se oía fatal —se quejó dejándose abrazar— Apenas pude hablar
con ella.
—En casa hay teléfono. Waldo nos lo prestará gustoso.
—Allí con tanto jaleo se escuchará peor.
—Iremos a la biblioteca que tiene en el ático. Allí es el paraíso de
Internet y puedes hablar sin ruidos.
Eso la complació y regresaron cogidos de la mano y charlando.
Waldo acababa las compras y las metía en el coche.
Fue un gusto regresar a casa. Ya era de noche. Las nubes se
habían abierto y se distinguía un cielo estrellado. Hacía más frío que
en la mañana. La casa de Waldo estaba caliente y se respiraba hogar.
Los niños jugaban en la alfombra, un par a puzles y el resto a un
juego de monos que volaban y se colgaban en un árbol agujereado.
Los perros estaban tumbados en sus rincones, menos Mambo que
dormitaba en los faldones de Ferrán.

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Gorditas a la carta

Elena se unió a un Remigio y David se fue a la cocina.


A las nueve Elena se fue a arreglar a su cuarto. Pese a la
informalidad, le apetecía maquillarse un poco y ponerse otra ropa que
no fuera un chándal.
Apenas se había cambiado y se estaba pintando los ojos cuando
llegó David.
—Vaya. El cocinero —lo saludó viéndolo con cara de muchacho
pillín.
—Pues te puedo asegurar que esta noche cenarás gloria bendita.
Samu, Waldo, Tia, y yo, hemos preparado tanta variedad de platos
que no sabrás que comer.
—Me doy cuenta que en tu familia no sois muy tradicionales.
—¿Qué dices? —rió quitándose la chaqueta del chándal— Si
podemos ser tan tradicionales como cualquiera. Lo que pasa que esta
noche hay mucha mezcla de sabores típicos. Y ya se sabe. En cada
patria hay distintas costumbres.
—Ya me puedo imaginar los manjares de hoy. Adornados con
palmeras caribeñas, nieve europea y firma asiática.
—Mas o menos —sonrió y buscó ropa en el armario. De repente se
detuvo y se apoyó en la puerta del ropero, poniendo atención en
ella— Estás muy guapa.
—Solo he cambiado los pantalones por algo menos informal y me
he puesto una camiseta blanca. No es mucho, pero no puedo
ponerme elegante y caminar hasta la casa de Waldo sin destrozar un
vestido de noche.
—Tú estás guapa con un saco. O mejor sin saco ni nada —se
acercó por detrás para rodear su cintura con sus brazos y apoyar su
barbilla en la coronilla de ella.
—Ahora si que estoy segura de que me amas —rió Elena mirando
la imagen de los dos en el espejo del baño.

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

—El amor está siempre en los ojos que miran Elena. Y tú eres bella
mires por donde mires. Mi familia está feliz de verme feliz. Y saben
que tú eres el motivo de mi alegría.
—Ha ocurrido todo tan rápido —se meció ella entre sus brazos.
—Pero no por ello es menos real. Yo ya sé todo lo que necesito
saber de ti. Y espero tener más de cien años para conocer el resto.
—Me siento fantásticamente a tu lado. Me siento querida y
apreciada por tu familia y amigos.
—Quien tiene que dar el visto bueno ahora son tus padres.
—Eso ya está hecho. Te adorarán en cuanto te conozcan —dijo ella
levantando la cabeza hacia él.
—¿Qué te parece si los traemos aquí?
—Jajajja, mas adelante —lo tranquilizó Elena— Pero a mi puedes
traerme otra vez cuando quieras.
—Bueno. Tan a menudos como nos plazca. Pero la próxima vez,
solitos.
—Secundo la moción —contestó besando las palmas de sus
manos— Ahora vístete que llegaremos los últimos.
—Flora y Tia se ocupaban de poner la mesa. Tranquila. Todo está
preparado.
—Pues poco he hecho yo.
—Eres la invitada.
—¿Yo sola? Somos un batallón y mejor que colaboremos todos.
—En cinco minutos estoy ¿te falta algo a ti?
—Solo pintarme los labios.
—Espera entonces —la cogió apasionadamente y abordó su boca
con pasión. Durante unos minutos se entretuvieron en sus besos,
nada tiernos y muy hambrientos.
David estaba duro como una estaca y se separó con desgana.
—Será mejor que me calme un poco. No es muy familiar que lleve
a mi amigo por delante. Me voy a dar una ducha rápida. Píntate los

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Gorditas a la carta

labios ahora —dijo mirando su sonrisa de mujer poderosa— Pero ten


en cuenta que antes de que acabe la noche te lo borraré a besos.
—Es fijo, de esos permanentes.
—Ja, ya veremos quien puede más —sostuvo antes de abrir la
ducha para que se calentara el agua.

Ni diez minutos después ya estaban camino a la casa de Waldo.


Ya todo estaba adornado y preparado para la cena. El árbol de
navidad parecía más cargado que antes. Con caramelos y muñecos.
Las luces del arbolito estaban encendidas y parpadeaban.
En cada plato había un papel con un nombre. Y al lado una cajita.
No faltada detalle. Al lado de la chimenea, varios troncos
esperaban ser metidos en la hoguera.
Beto vino a ayudarla a colgar el abrigo mientras David era
asaltado por los niños que chillaban llevándose a su tío.
—¿Cómo va eso? —indagó Elena.
—Después del rapa polvo que me dio Flora, mucho mejor.
—¿Flora? —se extrañó Elena— Si ella nunca hace eso. Solo es
metiche, pero no da broncas.
—Pues ayer hizo una excepción. ¿Y tú? Te ves radiante. El amor es
una maravilla. Anda dame un abrazo a ver si se me contagias un
poco a mí.
—Eres un guasón —contestó abrazándolo de puntillas para
alcanzar su altura y darle un beso sonoro en la mejilla— Estás hecho
un figurín.
—Pues Samu no parece hacer mucho caso a mi traje a medida.
Los dos miraron al susodicho, con su blusón blanco y plata con
decoración indígena y sus pantalones anchos color marengo. Las

282
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Gorditas a la carta

botas peludas le daban un aspecto de yeti. Un gradullón amable. Su


cabello recogido en su habitual coleta y hecha un moño.
—Es tan… tan… particular —acabó diciendo Elena.
—Ah, pero lo estoy empezando a conocer y ya sé cuales son sus
puntos débiles —dijo convencido Beto mientras la acompañaba hacia
el salón.
—¿Ah, si? ¿Y cuáles son? —preguntó curiosa.
—Pues todavía no son cosas fijas. Necesito más tiempo.
—Uyuyuyyyyyy, me suena a que no sabes por donde empezar. Me
voy a divertir.
—Te has vuelto sádica desde que estás enamorada —refunfuñó
Beto colocándose la corbata más recta si era posible.
Samu los interrumpió.
—¡Qué guapa! —dijo entregándole una bolsita— Aquí hay un
gorrito de cucurucho, un matasuegras, serpentinas y demás cositas
que acompañan la celebración. Cuélgalo en la silla del lugar que te
tocó en la mesa. No la pierdas o la confundas, están personalizadas.
—Gracias Samu. Estás en todo.
—Beto, ¿me ayudas a repartirlo al resto? —le dijo enseñándole las
tres bolsas de gran volumen que llevaba.
—Claro Samu. Vamos —le guiñó un ojo a Elena ya siguiendo al
grandullón.
—Hola —dijo Flora reuniéndose con Elena— Te desapareciste.
—Fui a cambiarme de ropa. No me gusta comer las uvas en
chándal.
—Por favor —puso cara de susto— Te estoy leyendo el
pensamiento y lo que realmente quisieras es pasarlo desnuda en el
jacuzzi.
—Pues lees muy mal. Me parece que me quieres endosar tus
deseos.
—Tienes razón —rió bajo— ayer cuando nos dejasteis solos,
Manolo y yo tuvimos un bis a bis memorable. Lo que mi matrimonio

283
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Gorditas a la carta

necesitaba. Un cambio original en la cuestión sexual —puso los ojos


en blanco— Deberías probarlo
—Ya lo hice —contestó con aire interesante.
—Detalles. Quiero detalles.
—Cambia los nombres de Manolo y Flora por David y Elena —
sugirió con sonrisa de medio lado.
—Perversa. Me parece que estás disfrutando con esto.
—No más que tú —rió al tiempo que Elisenda les hacía una seña
para que se acercaran— Nos solicitan —informó a Flora que se giró
para mirar hacia Elisenda y Tia.
Durante un cuarto de hora, en medio de preparaciones y
desorden, todo quedó a punto para sentarse a la mesa.
David la fue a buscar para acompañarla a la mesa. Se sentaban
juntos, al lado de ella Samu, seguido de Beto, al lado de él, Flora y
Manolo. En frente, Elisenda y Ferran.
La cajitas en los platos de las mujeres, contenían unas figuras de
hadas que sujetaban una ramita de muérdago. Para los hombres, una
ramita de muérdago con un lazo, para colocarlo en el ojal o como
hizo Ferrán, colgarlo sobre la cabeza de su pareja para provocar un
beso como era costumbre.
La variedad de la comida fue de sabor y coloridos. El vino regaba
las copas. Afrodita tomó posición bajo los pies de David y Elena y no
rechazaba bocado. Pulgoso, hizo lo propio con Samu, y Beto fue su
mejor aliado, (ya había descubierto una de las debilidades de Samu).
Al final de la comida, Waldo puso la televisión. Una panorámica de
medio metro que se alzaba sobre la pared frente a la mesa. La dejó
sin voz, pues todavía faltaban más de veinte minutos para las
campanadas.
Los niños ya jugaban con los matasuegras y habían gastado kilos
de serpentinas que reposaban sobre los invitados, las mesas y todo el
salón comedor.

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Gorditas a la carta

Los mayores, Manolo el primero, comenzaron a sacar las cosas de


la bolsa.
—Ponte el gorrito —le dijo David ayudándola a abrir la bolsa.
—Me veré ridícula.
—No. No se puede comenzar el año sin el gorrito de mago. Da
buena suerte.
—Eh. A poner algo de oro en las copas de cava —gritó Ferrán
quitándose el anillo de matrimonio y tirándolo en la copa llena.
Todos hicieron lo propio. Elena se quitó los pendientes y puso uno
en su copa y otro en la copa de David. Luego, siguió sacando
paquetes, se rió mientras Elisenda tiraba una de sus serpentinas y
pitaba el matasuegras.
—Me parece que el ambiente ya está de año nuevo. Cuando den
las campanadas ya no quedarán fuerzas para soplar ese maldito
matasuegras.
David la miraba mientras ella sacaba una caja de color rojo. Ella
levantó la mirada hacia él interrogante. El no movió un músculo.
Elena abrió la caja y vio un anillo con un diamante.
La boca se le descolgó. Se puso de color rojo escarlata, avivado
por el vino de la cena.
—Parece un anillo de compromiso —dijo en voz tan baja que solo
David la escuchó.
—No lo parece —respondió— Lo es.
Elena lo miró con una expresión confundida.
—Samu dijo que las bolsas estaban personalizadas ¿se ha
confundido?
—No. No se ha confundido —le tomó el rostro entre sus grandes
manos y la obligó a mirarlo— ¿Te quieres casar conmigo?
—Tú te lo has buscado —contestó a punto de llorar— Si. Un “si”
con mayúsculas.
—Puf! Por momento pensé que te ibas a desmayar —se acercó a
besarla mientras reía de puro nerviosismo.

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Gorditas a la carta

—Yo también —coreó entre beso y beso.


—Ehhhhhhhhhh,
Elena se vio girada hacia Samu, que ante el atónito Beto, la cogió
en brazos y le dio un beso en toda la boca. Rió escandalosamente y
palmeó su mano derecha con la de su amigo David. Luego se giró
para contarle a Beto de que iba la cosa.
David sacó el anillo de su encierro y se lo puso en el dedo a Elena.
—Me va perfecto —se asombró Elena— ¿cómo supiste?
—Me sé de memoria todas tus medidas —sonrió dándole otro beso
bajo un ojo.
—Voy a empezar a creérmelo.
La noticia ya era eco en toda la mesa. Todos hablaban a la vez.
—¿Para cuando la boda? —preguntó Elisenda.
David miró a Elena e hizo un gesto con los hombros.
—¿Te parece para cuando vuelvan Carlos y Carol?
—Tienen pensado venir en Marzo —dijo incrédula al pensar en que
faltaban tres meses escasos.
—Suficiente para organizar la boda. Puedes mudarte a nuestra
casa la semana que viene. Así podremos programar todo juntos ¿qué
te parece?
—Hoy no puedo decirte a nada que no.
—Estupendo. Tengo una lista que te diré luego a solas.
—No abuses —rió con el corazón golpeando su pecho
insistentemente.
Flora apareció por atrás y casi la arrancó de la silla y de los brazos
de David.
—¿Cómo no me dijiste nada?
—Por que no lo sabía —contestó por ella David— Solo se lo conté a
Samu, que fue mi cómplice.
—Ohhhh, Felicidades —abrazó a Elena y luego a David— Yo os
ayudaré a organizar la boda —se ofreció.
—Estoy seguro de eso —rió David.

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Gorditas a la carta

—Tenéis poco tiempo —le recordó Flora mirando a Beto que


estaba parado y mirando a Elena.
Sus ojos brillaban de amor. No dijo nada y se abrazó a su amiga.
—Felicidades hermanita. Te llevas un campeón.
David lo oyó.
—Gracias Beto —se abrazaron también.
—Y tú te llevas a una buena pieza. Me la tratas bien porque sino
sabrás lo que son problemas.
—La cuidaré como oro en paño.
—Te tomo la palabra —se apoyó en él Elena.
Toda la familia fue pasando por la pareja y felicitándoles.
El carrillón les cogió a todos desprevenidos. Nadie pudo tomar las
uvas a ritmo de las campanadas.
David y Elena estaban repletos de serpentinas. Beto había colgado
su muérdago bajo el dosel de una ventana y allí estaban ellos. Elena
lo tomaba por la cintura y él, rodeaba sus hombros con sus brazos.
La abrazaba con esa ansia que se tiene de no querer soltar lo que se
posee en ese instante.
Samu y Beto charlaban con Manolo y Flora sobre el compromiso y
hacían planes para la boda de sus amigos.
Elisenda y Ferrán trataban de consolar al abuelo que lloraba de
emoción y ya estaba contando más nietos.
Los niños se había quedado agotados en la alfombra, medio
somnolientos, en un amasijo de perros y niños que roncaban al calor
de la chimenea.
Waldo y Tia habían desaparecido en la cocina.
Estela y Arán miraban a los novios con una chispa de
reconocimiento. Como si supieran muchas cosas más de lo que veían.
Elena y David, meciéndose al ritmo de la música de un cantante
de la tele que apenas se oía entre rumores, estaban completamente
en su mundo. Se hablaban en susurros, se besaban y reían. Mientras,

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

la luna se veía por la ventana y formaban una estampa de lo más


típica.
La silueta de ellos dos, la ventana de cristal inglés y la luna casi
llena al fondo.
—Es el mejor fin de año que recuerdo —le dijo ella con sus labios
rozando los suyos.
—Es el único fin de año que recordaré —contestó besándola
golosamente ¿crees que quede muy mal que nos retiremos ya?
—Si. Me parece que nos esperaremos un poquito.
—Pero solo un poquito —acordó él arrastrándola más cerca de la
ventana donde la oscuridad los protegía y tenían más intimidad. Si es
que se podía pedir tal cosa con todos contemplando a la feliz pareja.
—Ya verás cuando se lo cuente a Cárol —se acordó Elena.
—Ni pienses que se va a sorprender —rió David apoyándose en el
alfeizar de la ventana y acomodándola entre sus piernas.
—¿Como pudiste planear todo esto? —curioseó Elena.
—Con mucho amor. Nunca dudes de ello —dijo apretándola contra
si. Al estar sentado en el saliente de la ventana, y ella apoyada en él,
quedaban a la misma altura. Sus labios estaban a unos centímetros
de distancia. Respiraban sus alientos mientras hablaban en susurros.
—Me parece que me va a gustar vivir contigo.
—Más te vale —le dio un beso corto.
—¿Me prometes más sorpresas de estas? —preguntó
entusiasmada.
—Dalo por seguro —confirmó con sus ojos azul oscuro fijos en los
miel de ella— dalo por seguro —repitió antes de coger su boca por
asalto y olvidarse del resto del mundo.

FIN

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Gorditas a la carta

PRÓXIMANTE

GORDITAS DE LUJO
Después de un año de éxito rotundo, la agencia “GORDITAS A LA
CARTA”, decide hacer un concurso para promocionar definitivamente
su agencia ya famosa y muy concurrida. La agencia crea el
superbombazo: “la gordita mas sexy” escogida por todos los hombres
del país. Susana, la redondita recepcionista de la Agencia, es
ascendida al cargo de “promotora de eventos” y se encargará de
organizarlo todo. En el camino, el amor llamará a su puerta,
apareciendo en su vida en un momento clave y complicándole la
existencia. Alejandro la perseguirá con todas las herramientas a su
alcance, dispuesto a convencerla de su amor y a ganarse su
confianza. Porque los hombres también se enamoran de las mujeres
gorditas.

GORDITAS S.A:

Después de casi un año de preparación, el concurso de Gorditas de


Lujo ya está casi a punto y en un par de semanas será el gran
evento. Veintitrés mujeres gorditas competirán por el título de
“Gordita de Lujo”. Susana, la organizadora, ya lo tiene todo listo y
Mer, la diseñadora de la ropa que lucirán las hermosas mujeres, está
al borde del colapso. A apenas unos días del acontecimiento, un anti-
gordas entra en escena amargando el panorama a las atribuladas
organizadoras. Mensajes anónimos llegan a algunas participantes y a
Mer Gonzalez, la propietaria de Gorditas S.A. la marca nueva de tallas
grandes que además surte a las concursantes y que aprovecha el
“boom” del concurso para promocionarse.
Sin detener el avance de la elección de Gorditas de Lujo, el
detective Pau Marsans, investigará los peligros que rodean a las

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NAT MÉNDEZ
Gorditas a la carta

mises y a la preciosa y elegante diseñadora de gorditas. En el


proceso, el policía se verá tan interesado en conquistar a la redondita
Mer, como en cazar al “retorcido” y “amenazante” obseso que tiene
como objetivo, comerse a la gordita más sexy.

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