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Gorditas A La Carta (Serie Gorditas #1) - Nat Mendez PDF
Gorditas A La Carta (Serie Gorditas #1) - Nat Mendez PDF
Gorditas a la carta
Derechos ebook
De Nat Méndez
Reservados para Editora Digital
Prohibida su reproducción
@2011-01-09
Portada: Luis Da Silva Costa
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DEDICATORIA:
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RESUMEN
GORDITAS A LA CARTA
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CAPÍTULO 1
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CAPÍTULO 2
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A la una menos cuarto, Elena salió del banco con todo resuelto.
Satisfecha, comenzó a subir la calle paseo de Gracia en dirección a
un super enorme que hacía esquina. Hacía días que tenía pendiente
hacer la compra. Había ido aguantando mientras desayunaba, comía
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Era alto, debía rondar el metro ochenta, quizá más. Más alto que
ella seguro, aunque más que ella era casi cualquiera.
No llevaba anillo de casado. Sus manos las veía bien, pues las
tenía alzadas mientras sostenía el chocolate. Su perfil se expuso
cuando él se giró para acceder a unas marcas más cercanas a Elena.
Ésta vio los nombres de las bolsitas que llevaba en la mano y resopló.
¡Menuda mierda! pensó para si. No tiene ni idea de calidades.
Aunque… ¿qué se le puede pedir a un cabeza de chorlito de gimnasio?
Todo músculos y poco cerebro. Seguramente no estaba
acostumbrado a tanto esfuerzo.
Eres mala. Se castigó Elena a sí misma por los pensamientos
maliciosos que estaba presuponiendo de él. Estereotipos, refunfuñó
para si con una sonrisa de lado.
Que sea un hombre guapo y asiduo de gimnasio no significa que
tenga el cerebro de un mosquito,se recordó a si misma.
La cara de enfado del musculitos le hizo gracia. Parecía un niño al
que le han quitado un caramelo. Le pareció oír una palabrota de boca
del cuerpazo.
Se sintió molesta consigo misma por pensar tan mal del macho
ibérico, y en un arranque de pena decidió ayudarlo para resarcirlo.
—Si compra esa marca le dará vomitera —dijo sin moverse del
sitio, apenas a dos metros de él.
—¿De verdad? —dijo él tras unos segundos de vacilación —no sé
cual escoger.
Elena lo miró de frente cuando él se acercó un paso y señaló la
variedad que tenía en primera fila.
—Si me ayudara me haría un favor. Estoy algo despistado.
—¿Nunca ha hecho chocolate deshecho? —enarcó ella una ceja
ante la cara inocente de grandullón.
—No. Siempre lo he comprado de pote. Hace años que no tomo un
chocolate con churros. Mi sobrino da una fiesta esta tarde y mi
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Al día siguiente
—Susana. ¿Qué piensas del trabajo, ahora que sabes cual sería tu
labor? —le preguntó Elena a la pelirroja de cabello largo y liso como
plancha.
—Pues me gusta. Siempre he trabajado de cara al público y me
gusta ayudar a la gente.
—Veo que tienes treinta y un años. ¿Estás casada?
—Soy soltera y además gorda —dijo sin pelos en la lengua— así
que entiendo a los que tienen dificultades en encontrar pareja.
—¿Contratarías nuestros servicios? Quiero decir, si escucharas de
nuestra existencia, ¿vendrías como clienta?
—¿La verdad? —suspiró Susana— No. —su rostro totalmente
pecoso estaba tan rosado de rubor que todavía destacaba más su
cabello rojo— No creo que me atreviera. Soy algo insegura debido a
mi sobrepeso. He sido gorda toda mi vida. No recuerdo ninguna etapa
de mi vida en la que no lo fuera. Toda mi familia es delgada y
bastante seguidores de las modas. He vivido bastante apartada de
cualquier cosa que pudiera recordarme… —se detuvo dudando si
continuar con su historia personal— Bueno, en realidad lo que quiero
decir es que me gustaría trabajar en un lugar donde ayudan a gente
como yo.
—Estás contratada —dijo sin vacilación Elena.
—Tengo referencias si lo desea. Y puedo trabajar a prueba para
que vea…
—No hace falta Susana. Eres lo que necesitamos. Bienvenida.
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Flora subió al piso superior. Donde una enorme mesa con dos
ordenadores y dos pantallas de video que reflejaban la planta inferior,
eran su dominio y su orgullo. Ella presidía la entrada del salón. A
cada lado, cuatro despachos de similares características, dos de ellos
ya con propietarios, Carol y Elena, los otros vacíos.
Esa tarde iban a traer una mesa oval que iría ubicada en una de
las salas grandes de la segunda planta. También tenían que llegar
más sillas y un equipo de proyección.
Para el diecinueve de diciembre salían los primeros anuncios en la
prensa, la Radio al día siguiente. La oficina ya estaba decorada para
la Navidad, incluido un árbol natural exquisitamente adornado.
El veintitrés de diciembre era la inauguración. Solo faltaban tres
días. Y Carol y Carlos, no daban señales de volver.
Elena se reunió con Flora y Susana esa tarde a última hora.
—Chicas, hoy no llamó Carol y es raro. El viernes abrimos el local
y tenemos un montón de invitaciones repartidas. Varias
personalidades vendrán esperando encontrarse a Carlos y tengo una
sensación en la boca del estómago que me dice que algo no marcha
como esperaba…
—Calma —dijo Flora que por primera vez daba visos de estar
también preocupada— Parece que te va a entrar un ataque de pánico.
—Es que se me está escapando de las manos el asunto. Carol
prometió que iría conmigo a comprarnos un vestido para la obertura.
Estaba muy entusiasmada. Me llama tres y cuatro veces cada día.
Incluso los domingos. Y desde el medio día de ayer no se nada de
ella. Llamo y no contesta. Le he dejado tantos mensajes que pensará
que estoy chalada. Son —miró el reloj— las siete y treinta y dos de la
tarde. Y esto no me gusta.
—A lo mejor ha perdido el móvil —intervino Susana con aire
esperanzador.
—También tengo el de Carlos y está tan desaparecido como ella.
He llamado a su abogado, y no sabe nada tampoco.
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CAPÍTULO 3
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CAPÍTULO 3
El mundo es un pañuelo…
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—Oye. Mis kilitos de más no son tantos como los que tú acumulas,
pero tampoco soy un peso pluma. Y desde luego, no me di por
vencida. Tuve trece novios antes de casarme con mi Manolo.
—¡Caray! —pestañeó— y parecías tan modosita.
—Soy una mujer moderna. ¿Cuántos novios tuviste tú?
—Pues…, tres contando a mi ex.
—¿Y no has vuelto a intentarlo desde que te separaste?
—Me quedé sin ganas. He tenido citas. Pero han sido un desastre.
—Pues estás en el sitio ideal para encontrar pareja —se rió Flora.
—Yo trabajo aquí. No pienso usar los servicios.
—¡Tonta!
—Oye. Sin insultar.
—Tonta, tonta. Si fuera tú, utilizaría el privilegio que te da el ver la
primera el material.
—¡Oh! —se rió Elena— Eres increíble Flora, de verdad. Me das
miedo.
—Jajja, eso me dice mi marido.
—Vaya, entonces tienes club de fans —se burló.
—Muy graciosa. Creo que tú y Manolo haréis buenas migas.
—Estoy segura. Haremos frente común.
—Cría cuervos…
—Me voy a mi despacho.
—Huye, huye —le persiguió la risa de Flora.
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haya escogido un vestido a lo Mata Hari. O peor. Uno tipo Gilda. ¿Me
equivoco?
—Mujer de poca fe. Carol te conoce a ti y sabe que te gusta la
discreción.
—Carol no entiende el significado de esa palabra.
—Abre la caja y saldrás de dudas. Además, estamos a martes,
todavía puedes cambiarlo sino te gusta.
Elena abrió el paquete. Lo primero que vio fue un vestido rojo. Un
rojo de aquellos que se ven a kilómetros.
—¡Buen Dios! —exclamó tirando la tapa— Discreto. Si. Seguro.
—Se supone que eres la anfitriona.
—Si, pero no hace falta que lleve la antorcha para que me vean.
—Míralo bien. Anda.
Elena desplegó el vestido. A primera vista era de talle discreto.
Estilo napoleónico, en cierta manera su estilo, así que Carol había
respetado sus gustos. Largo hasta los pies. Mangas hasta medio
brazo.
—¿No pareceré cenicienta vestida de matadora?
—¿Te gusta o no?
—Si. Si gustar si me gusta. Pero no se si me atreveré a
ponérmelo.
—Bueno, lo primero son los complementos. Mañana por la mañana
tienes una cita con tu zapatería favorita y dentro de esa caja hay una
bolsita con una lencería — puso los ojos en blanco— que sepas que la
escogí yo.
—¿Y eso debería tranquilizarme? —buscó entre los papeles de la
caja hasta encontrar una bolsita transparente de plástico. Dentro un
sujetador negro y rojo le hacía un guiño malicioso.
—Recuérdame que me camele a tu Manolo para que me cuente
algún secreto de familia vergonzoso con el cual hacerte chantaje.
Necesito urgentemente un arma para controlarte y que no te me
desmadres.
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A las siete el teléfono interior que indicaba que Flora quería hablar
con ella sonó. Eso solo podía significar que tenía a alguien delante
pues en cualquier otra circunstancia ella estaría frente a Elena para
decirle lo que fuera.
—Si.
—Está aquí el sr. Roldán. David Roldán.
—¿El del gimnasio?
—El mismo —contestó sin dejar de mirar por encima de su mesa al
atractivo hombre que la contemplaba sonriente y muy atento a lo que
decía— Quiere hablar contigo.
—Ya, dame un par de minutos y hazle pasar.
—claro —colgó— Elena le atenderá enseguida. ¿Quiere un café?
—No gracias.
—Me ha dicho Elena que Carlos se ha encargado de que podamos
ir a su gimnasio.
—Si. Así es.
—¿Cuándo podemos empezar?
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—Hola.
—¿Cómo tú por aquí?
—Te dije que vendría a ver el local.
—¿Quieres que te haga un recorrido? —sonrió levantándose.
—Me gustaría. Pero antes, —se sacó una tarjeta del bolsillo— te
traje una de las tarjetas que usamos para clientes de empresas. Es
para que tengas un ejemplo de la invitación que deben presentar los
clientes que mandéis de aquí.
—Gracias. Se lo daré a Flora —lo cogió de su mano y lo ojeó—
Pondremos nuestro logo y en un par de días tendremos cientos para
dárselo a los clientes.
—Eres optimista.
Elena sonrió y le hizo un gesto para que la siguiera. Paró frente a
Flora para darle la tarjeta y explicarle. David, a su lado, paciente,
observaba el perfil de Elena mientras le hacía un guiño a Flora.
Sobre Flora, un mural de importantes dimensiones, tenía
dibujados dos corazones de color rojo con unos mofletes de medias
lunas rosados dibujados bajo unos ojos con grandes pestañas. Los
dos corazones juntos, ambos con dos sonrisas, cogidos de las manos.
Era el logo de “Gorditas a la carta”. Junto con la frase clave:
“estamos gorditas, y somos preciosas; tenemos razones de “peso”
para atraer a los hombres” estaba por todos sitios. En tarjetas,
trípticos que ofrecían una lista de los servicios. Un mural grande en
cada planta y, por supuesto, en neón iluminando la entrada. Todavía
apagado hasta el 23 de diciembre.
Elena se dio la vuelta para invitarlo a seguirla.
—Empezaremos por esta planta. Hay poco que ver. Son todo
despachos. La mayoría vacíos.
Durante un cuarto de hora. Elena hizo de perfecta guía. Mientras
él miraba atentamente a su alrededor. Ella lo miraba a él. Esa tarde
se había vestido con tejanos y llevaba una chaqueta canguro de color
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—No lo dudes.
—Vino Elena. ¿Sabes que ya nos conocíamos? Coincidimos en el
macro super de unas calles más abajo.
—El mundo es un pañuelo. ¿Me has llamado para contarme eso?
—No. Te he llamado para que me des información sobre ella.
—¿Información de que tipo y con que intención? Porque da la
casualidad de que es amiga de mi esposa y la queremos mucho.
—La información que le darías a alguien que va muy en serio.
—¿Y cuándo has dicho que la conociste? —tanteó burlón.
—Si no te conociera diría que esto ya estaba en tus planes.
—Los dos sois solteros. Os aprecio. Hay consecuencias evidentes
de las casualidades de la vida.
—La casualidad no existe Carlos. Y menos cuando tú tienes que
ver con ella.
—A veces los amigos necesitan empujones. ¿qué quieres saber?
—Lo típico. Cualquier cosa que me sirva para saber que le gusta y
que no.
—Bien. Es sociable, amable, cumplidora. Encantadora. Muy
trabajadora. Como amiga no tiene precio. Mi mujer la adora y confía
plenamente en ella, como consecuencia, yo también.
—No hace falta que me la vendas. Me gusta. La encuentro guapa,
atractiva, y ha despertado mi cazador dormido. Ya sabes… ¿Puedes
decirme algo más personal? —insistió.
—Estuvo casada con un bruto insensible. Fue una relación que la
dejó muy tocada. No se fía de los hombres. Como Carol, tiene una
lucha con los kilos. ¿Qué más te puedo contar?
—¿Crees que tengo alguna posibilidad?
—Con paciencia y una caña…
—¿Me lanzarás un cable?
—Los que hagan falta. Pero no empieces algo de lo que no estás
seguro de continuar.
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—Eres una mujer muy valiente Carol —dijo Elena con un nudo en
la garganta— Te envidio. En el buen sentido de la palabra.
—Pues hazte un favor a ti misma y deja de envidiarme y comienza
a vivir tu propio romance. De verdad que David es un tipo genial.
—Pero, ¿qué puede querer David de mi?
—Mira. Eso se lo tendrás que preguntar a él. En mi caso si que
estoy segura de que Carlos no está conmigo por mi dinero. Cuando
nos conocimos tenía un trabajo de recepcionista en un hotel de
Cancún y vivía al día.
—¿Y tu herencia?
—Ya te dije. Un pariente que ni siquiera sabía que existía. Y es que
dinero llama a dinero. Ahora que tengo millones, encima me caen
más. ¿No es fantástico?
—Si. En mi caso también puedo asegurar que no es por dinero.
Ahora recién empiezo a ejercer un trabajo bien remunerado.
—A él le van bien las cosas. No se puede comparar con Carlos y
sus negocios, pero no se puede quejar.
—¿Dime que no estamos midiendo imperios como dos ambiciosas
matronas? —se sofocó Elena.
–Te tengo que dejar, viene el médico.
—Bien. Salvadas por la campana. Dale un beso a Carlos de mi
parte.
—Cuídate y cuéntame mañana.
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—Chica, eres única para dar al traste con cualquier ilusión que una
pueda hacerse.
—Mejor que lo sepas ahora, y no después de que te enamores de
sus halagos e insistencia.
—Mirado así….
—Son las nueve y diez, Elena, déjalo ya. Necesitas comer algo y
descansar. Este ritmo no hay cuerpo que lo aguante —le apremió
Flora— Abajo está ya tu novio y Susana preparando las bandejas.
—No es mi novio.
—Si, como tu digas —se tocó el estómago— tengo un hambre de
lobo. Mi Manolo está al llegar, después de cenar iremos al gimnasio a
estrenar unos cuantos aparatos. Nos hace ilusión ir los dos —rió
infantilmente— podemos hacer pocas cosas juntos. A él le caen
muchas guardias los fines de semana y yo llego a unas horas que…
bueno, para que te lo voy a contar a ti.
—Lo siento Flora —se lamentó Elena— sé que estos días han sido
estresantes y con exceso de trabajo. Estamos yendo contra reloj, os
compensaré. No se que habría hecho sin vosotras.
—Salir adelante. Seguro. —le quitó el portafolios de las manos—
Se acabó. Vamos a cenar y luego te meteré en la sauna y en el jacuzi
para que se reblandezca esa sesera tan dura que tienes. Vamos
abajo.
Bajaron para reunirse con Susana y David, que había venido
acompañado de Samu, el mastodonte que viera en el gimnasio.
Samu tenía su melena recogida en una coleta en lo alto de la
cabeza, aumentando la ilusión de su enorme estatura. Sus ojos
oblicuos y oscuros plagados de unas pestañas cortas, pero muy
tupidas, eran amables y sonrientes. Su volumen parecía que debería
hacerlo actuar lento, pero sin embargo, era ágil y se movía con
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—Por mí que no quede. Voy a hacer unos largos para que sigas
con lo tuyo —dijo alejándose y comenzando a nadar kroll.
Mientras él se dedicaba ha hacer largos, Elena se sentía torpe y
estúpida. Los ojos le picaban de rabia consigo misma. Había sido
borde con él. Le apetecía ser amable pero tenía miedo a lo que él
podía despertar.
Respiró hondo y decidió aprovechar que David iba por la mitad de
la piscina para salir y envolverse en la toalla. Se sacó el gorro y se
secó la cara dejándola escondida en la tela suave unos instantes.
—¿Ya te vas? —escuchó la voz del hombre que se apoyaba en el
borde de la piscina a sus pies.
Ese tono amable casi la desarma. En ese momento si hubiera sido
más atrevida se hubiera arrodillado para ponerse a su altura y darle
un beso. Pero no era atrevida y en ese momento se sentía como una
morcilla envuelta en celofán.
—Si —sonrió amable intentando paliar su anterior frialdad— es
tarde y mañana me espera un largo día.
—¿Vendrás mañana?
—Si, eso espero, me ha venido muy bien este ratito en la piscina,
me ha relajado mucho.
—Hasta que yo llegué —puntualizó sin variar el tono.
Ella se sintió culpable. Se agachó, apoyándose en las rodillas y
mirándolo.
—Siento haber sido tan grosera. Primero me asusté. No sabía
quien eras y luego… no sé, me pusiste nerviosa. Estos días estoy
saltando por cualquier cosa. Tengo los nervios a flor de piel. Todo me
altera.
—Estás arriesgando mucho profesionalmente —dijo suavemente—
es normal que estés nerviosa. Pero me gustaría que confiaras en mí.
Ella tragó saliva mientras él respiraba pausadamente y la miraba a
los ojos.
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CAPÍTULO 5
Jueves, 22 de diciembre.
El caos reinando y con el mazo
dando. Once y trece de la
mañana.
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Elena por un lado estaba algo mosca ante tanta familiaridad. Pero
la actuación de David era tan natural. Como si nada fuera
premeditado. En cambio, ella, era tan consciente de su presencia y
sus leves roces que en un par de ocasiones se sonrojó.
David se inclinó para coger pan de gambas y casi le puso la cara
en el escote. Elena se quedó quieta sintiendo su aliento en la piel.
Sentir algo tan íntimo delante de otras personas era algo inusual para
ella.
Ese día iba vestida de lo más recatado. Un vestido negro entero
con un chaleco de lana entretejido de negro y blanco. El único toque
atrevido era el escote bañera de ambas piezas que insinuaba el valle
de los senos, pero sin exageración. Un broche sujetaba la tela de la
chaquetilla para que no mostrara atrevimiento.
La segunda vez que él fue a alcanzar el pan de gambas, ella se
apartó ligeramente. Él la miró fijamente a los ojos y sonrió. Elena
supo en ese instante que nada era tan casual. Así que decidió darle
de su propia medicina.
Cuando Flora le puso más sangría, la aceptó para envalentonarse.
Y cuando Samu propuso un brindis se levantó con el resto para
secundar los buenos deseos para la inauguración. Tomado el sorbo
del festejo siguieron con el postre.
David se volvió prudente y dejó de provocarla con sus roces y
miradas. Elena hizo un gesto de incomprensión.
En el momento que se decidía a seguirle la corriente, él detenía
sus avances. En su nube sin vergüenza, esa que da cierto grado de
alcohol en la sangre, empezaba a mosquearse. En un diálogo interior
no se decidía en qué pensar. Así que optó por la salida más fácil.
Poner la excusa de irse por el trabajo pendiente.
—Chicos. Estoy muy a gusto, pero hoy es un día clave. Me
gustaría acabar temprano y darme un chapuzón en la piscina de
nuestro vecino, así que si me disculpáis…
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—Qué cómodas son estas toallas —se fijó Flora mirando la tela que
se adaptaba perfectamente a la cadera de David.
—Van con velcro. Tenemos siempre a disposición de los clientes. Y
si queréis para casa os puedo dar la dirección de quien nos la
proporciona. Hay distintas medidas. —miró a Elena que se acercaba
un poco mas a ellos— Aunque me gusta más como os sienta el pareo.
—se oyó el “plop” del tapón al salir. Enseguida sirvió la primera copa
que le ofreció a Flora. La segunda fue para Elena que enseguida dejó
sitio a Susana y Manolo— Propongo un brindis. Por GORDITAS A LA
CARTA y el éxito que os espera.
Todos alzaron la copa y bebieron. Comenzaron a picar los canapés.
David siguió a Elena hasta la bandeja mas alejada.
—¿Has tenido mejor día? —Elena se giró al oír su voz tan cerca de
su oreja y su hombro le rozó el pecho. Un torso velludo con
moderación. Le gustó que no se depilara. Sabía que Beto lo hacía,
incluido el pecho, trasero, ingles y piernas. Por no nombrar otras
zonas.
—Atareado, pero prácticamente he acabado con los pendientes.
Mañana lo dejo para imprevistos.
—Mujer precavida.
—Planifico —corrigió— no me gusta dejar las cosas para mañana.
—Me gusta tu traje de baño —cambió el tema repentinamente— el
color te sienta bien.
—No puedo decir lo mismo —contestó antes de pensar en lo que
decía.
—Eso tiene fácil solución —dejó la copa en la mesa y se comenzó a
quitar la toalla.
—Estaba bromeando —dijo roja como la grana.
—Yo también —sonrió volviendo a tomar la copa y dejando la
toalla en su sitio, más por la incomodidad de ella que por modestia.
David observaba las reacciones de Elena con disimulo. Estaba
preciosa. La coleta recogida por una pinza amarilla de plástico. El
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CAPÍTULO 6
23 diciembre
Nueve de la mañana. Todo en
desorden. Beto en plena mudanza y
la ley de Murphy parece ser lo único
seguro.
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por tercera vez desde que llegara esa mañana. En unos minutos tenía
que irse ya a la peluquería con Flora, ya iban con retraso.
-—Venga, remolona —entró Flora dándole caña— llegamos tarde.
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—¡David!
Éste giró la cabeza buscando la voz. Sonrió cuando la vio. Cruzó la
calle en unos cuantos pasos de footing. Vestía su acostumbrado
chándal, sin abrigo. El chándal de colores blancos y grises estaba,
como siempre, limpio. Elena se preguntó cuantos chándal tendría
para lucir siempre tan impoluto.
Le salía vaho por la boca. Se sentó a su lado le pasó un brazo por
los hombros. La apretó.
—¿Te has escapado?
—Si. Pero no se lo digas a nadie —susurró entre el cuello del
abrigo.
—He estado un momento ahí dentro y es una locura.
—Ahora mismo no sé lo que daría por estar lejos —suspiró
sintiendo su apretón de ánimo.
—Con lo mucho que has trabajado para este momento. No me lo
creo.
—¿Te pasó lo mismo cuando abriste tu negocio?
David rió y la acercó más hacia él. Ella descansó la cabeza en el
hueco que formaba su brazo y se apoyó en él.
—Uf. Lo mío fue peor. Llegado el día, no me habían entregado la
mitad de los aparatos que llegaron tres jornadas después. Los “spa”
tenían una avería y no se podían usar. Las saunas no estaban
operativas y no me habían llegado las toallas. Solo estábamos Samu
y yo al frente. Y una profesora de aerobic sin clientes.
Elena rió ante su tono desesperado.
—No te rías. ¡Fue horrible! —la riñó.
—¿Dónde conociste a Samu?
—Fue hace años. Me fui a hacer una excursión y me accidenté. El
me encontró, me llevó a cuestas hasta su casa y me retuvo unas
horas hasta que su tío me llevó de vuelta en el coche.
—¿Eso fue en alguna isla exótica?
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—Todavía no son las siete, pero será mejor que espabiles —le
decía Flora mientras Elena extendía la ropa nueva sobre la mesa
redonda de su despacho.
—Se me ha olvidado el maquillaje. Solo tengo el pintalabios rojo —
dijo casi para si misma.
—Tu primero vístete y luego ya solucionaremos los detalles. El tipo
de la radio se ha colocado en un rincón del salón y está atacando los
canapés y bocaditos de Rosa. Él y sus dos técnicos, o lo que sean,
tienen su propia fiesta.
—En algo se tienen que entretener. Además cuanto más contentos
estén mejor. Oye, ¿esto no iba hacia delante? —miró el vestido.
—Supuestamente si. Póntelo ya.
Alguien llamó a la puerta. Las dos rieron y se cubrieron.
—¿Quién es?
—Susana.
—Pasa.
—¿Necesitáis ayuda para la operación vestido de noche? —rió
entrando.
—¡Guau! —dijeron las dos contemplando el traje pantalón de color
esmeralda y muy vaporoso que llevaba la pelirroja.
—Estás fantástica —halagó Elena— Al menos una ya está vestida.
—Las chicas del teléfono también están vestidas. Se irán turnando
para que siempre haya una al teléfono. He puesto la urna forrada en
su lugar. El cartel está colocado.
Habían puesto en la sala una urna cubierta para quien quisiera
dejar su tarjeta o una nota con los datos para que los llamaran. Otra
forma de hacer clientes.
—Ayúdame con esto —pidió Flora con su vestido azul marino—
Necesito que me subas la cremallera de la espalda.
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de las duchas dejando que las flechas del agua le dieran de lleno en
la espalda.
El pelo se le humedeció. Pero no le importó. Entró en la piscina
que le pareció fría tras la ducha calentita. Se apoyó en el borde de la
alberca y escondió la cabeza entre sus brazos. Movió las piernas y los
pies, sintiendo la libertad de ir sin zapatos, después de la tortura de
los tacones, fue reconfortante.
—Me dijeron que estabas aquí.
Elena se volteó y miró a David incrédula.
—¿Qué haces aquí a estas horas?
—Lo mismo iba a preguntarte yo a ti —sonrió David.
—De tan cansada que estoy, no podía dormir.
David iba sin chaqueta y tenia la blusa desabrochada. El pantalón
negro estaba con el botón desabrochado, como si se hubiera vestido
aprisa.
—El vigilante me avisó que había venido una mujer a bañarse en
la piscina. Le pareció raro por la hora.
—Le enseñé el pase del gimnasio que nos diste, lo llevo en la bolsa
de deporte.
—Él temía que fueras una suicida o algo así. A estas horas todos
están en la sala de máquinas con las pesas. Esta zona es la menos
concurrida por la noche.
—Ah —solo dijo Elena.
—¿Te importa que te acompañe?
–La piscina es tuya —sonrió cansina— Además hay sitio de sobra.
David se quitó la camisa y le siguió el pantalón. Llevaba un slip
negro ajustado y abultado.
Bajó las escaleras cerca de ella y se le acercó.
—Apenas hemos podido hablar en la fiesta.
—Si piensas que ahora estoy de ánimo para darte conversación,
vas apañado —dijo somnolienta Elena.
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CAPÍTULO 7
24 de diciembre. Sábado.
El local hecho un desastre y Elena
fresca como una lechuga. ¿Se puede
sentir una mujer mejor?
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Ella se sorprendió de haber pensado alguna vez que sus ojos eran
negros.
—¿Bajas conmigo? —lo invitó la mujer.
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—Bueno, es una perra inteligente. Si sabía que eras tú, para qué
levantarse. Además —rió acariciando a la perra que ya estaba al lado
de ellos— con ese lazo tan divino que le has puesto…
—Cosas de mi sobrina. Cada vez que viene la peina, y a veces
hasta la disfraza. Afrodita se deja hacer de todo.
—Buena perra —le hizo más carantoñas y Afrodita babeó de gusto.
—Me alegro de que te gusten los animales. Mi hermana es
veterinaria y ha ido acogiendo en su casa una jauría y colocando
animales en casa de toda la familia. Afrodita fue abandonada de
cachorrita en la consulta de Elisenda. Hace más de un año. Es muy
cariñosa. Tiene un ladrido potente y ahuyenta a los desconocidos.
Pero no le pidas que persiga a los cacos —rió— Disculpa que no me
entretenga en enseñarte la casa. Siéntete como si estuvieras en la
tuya. Dame diez minutos. Y tú —señaló a la perra— No abuses de su
buena fe.
—Anda, vete ya y déjanos a las dos que nos entendemos a la
perfección.
David no tardó ni diez minutos. Fue una ducha supersónica.
Mientras, Elena anduvo por todo el primer piso de la casa, omitiendo
el superior, donde se encontraba el hombre y supuestamente las
habitaciones. En la planta baja había un comedor, un salón, una
biblioteca y una cocina enorme. Desde todos se podía salir al jardín,
de unos dos mil metros cuadrados y con una piscina cubierta
encuadrada en cristaleras cerradas.
Un balancín en el porche del comedor daba una imagen de hogar
que le hizo dar un vuelco en el corazón. Tenía una sensación extraña
de comodidad en esa casa. Como si ya hubiera estado en ella.
Cuando David apareció, ella estaba tratando de cepillarse los pelos
que Afrodita le había enganchado en el vestido con sus caricias.
La escena casera de ella quitándose el pelo de Afrodita mientras se
reía intentando que la perra no se le refregara más, le enganchó
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como miel dulce. Quería tener esa escena cada día en su casa.
Respiró hondo con una emoción en su vientre que casi lo tumbó.
Ella se dio cuenta de su llegada y le dijo entre risas.
—Tu hermana te engañó. Afrodita no es una perra, es un
rinoceronte.
David bajó el último escalón y la abrazó sin poderlo evitar. Con
todo su corazón, apretándola contra si. Mientras la perra seguía
refregándose entre los dos.
Fueron unos segundos, pero intensos.
La soltó y con autoridad le dijo a Afrodita que se fuera a su rincón.
Afrodita, muy digna, se fue al sofá y se subió.
—No era ahí donde dije que te fueras —refunfuñó su amo— Hace
conmigo lo que quiere.
—Ya veo, ya —rió ella tiernamente.
—Bien. Tengo las bolsas en la biblioteca.
—Tienes una casa muy bonita.
—Mañana vendremos todos a pasar la Navidad aquí.
Generalmente comemos los inventos de mi madre. Nunca sabemos lo
que va a cocinar. Es una tradición familiar. Así que mañana
tendremos ocasión de enseñarte toda la casa.
—¿Me estás invitando a la comida de Navidad? —coqueteó
mientras lo seguía a la biblioteca despacho.
—Ya estás invitada —contestó cogiendo tres bolsas ligeras y
pasándoselas.
—Bien, he recibido otras ofertas, pero ninguna tan prometedora.
Ambiente familiar incluido.
—Y hasta cantamos villancicos —dijo él fingiendo seriedad.
—No digas más. Es la mejor oferta que he tenido en años.
Riendo salieron de casa. Guardaron los paquetes en el coche y
ella se puso al volante.
—Bien. ¿Dónde vive tu hermana?
David carraspeó y señaló hacia el frente.
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morena. Con unos ojos verdes enormes. El hijo de ambos era Alex, el
mayor de los sobrinos.
Los padres de David, Arón y Estela, eran más bien bajitos.
Sobretodo comparados con sus hijos. Estela era rubia platino,
seguramente ayudada por los tintes y muy elegante. Iba muy
maquillada y con una sonrisa perpetua en el rostro. Arón, tenía una
enorme mata de pelo blanco y unos inteligentes e inquisitivos ojos
azules. Era de aquellos hombres que con solo mirarlos ya te caen
bien.
El marido de Elisenda, Ferran, era un rubiales bastante simpaticón.
Con risa estentórea. Y con tan poco pelo como David. Era un hombre
grande, aunque no parecía muy deportista a juzgar por su físico
comodón. Llevaba gafas y estaba muy pendiente de sus hijos, la
preciosa Lily y Raul, muy alto para su edad.
El abuelo era un personaje de lo más variopinto. Iba vestido todo
de blanco con una túnica y pantalones de lino. Completamente calvo.
Ojos pequeños y separados que eran la mínima expresión en su
rostro. Sonreía más que su hija Estela. Y eso era mucho decir.
Todos hablaban a la vez y más que frecuentemente, los niños
seguidos de los perros entraban y salían con una rapidez que la tenía
mareada. Elena por un lado estaba encantada y por el otro no sabía
si estaba en un circo. Lily y Raul se disfrazaban, vestían a los
animales y constantemente desfilaban.
David estaba sentado en el brazo del sofá en el que Elena estaba
aposentada. Su brazo por encima de su cabeza. A veces ella notaba
que acariciaba su cabello o lo retiraba de sus hombros. La hacía
participar con sus comentarios. Al igual que el resto de la familia que
la miraban con interés y entusiasmo.
—¡Niños! si no estáis quietos Papa Noel no podrá venir. Si no os ve
sentados y esperándolo, se irá sin daros los regalos.
Palabras mágicas. En menos de lo que canta un gallo, los niños
estaban acomodados en la alfombra y los animales, cansados, se
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—Si. Rompió con su pareja hace unos seis meses, pero el tipo de
vez en cuando vuelve y quiere reiniciar las relaciones. Hace un par de
meses repitió el teatro. Viene, le jura amor eterno y que cambiará y a
los pocos días le hace alguna trastada. Finalmente Samu lo echó de
casa, harto de sus juegos. Es un hombre paciente, pero cuando dice
basta, lo dice de verdad. Pienso que, a lo mejor, Beto y él pueden ser
amigos y aconsejarse mutuamente.
—Bueno. Se lo diré —levantó la cara para recibir un beso, David la
abrazó por la cintura y la alzó para acercarla más a él, ella rió dentro
de su boca. Sabía a vino y chocolate. Saboreándose estaban cuando
salió Samu de la casa ya para irse y les silbó.
—Os pueden detener por escándalo público —dijo abriendo su
coche— son las tres y media de la mañana.
David y Elena disolvieron el abrazo sin soltarse y lo miraron.
—Estáis más dormidos que despiertos —apuntó Samu— mañana
hay que estar frescos. Nos espera más de lo mismo.
—Buenas noches Samu —se despidieron David y Elena.
—Me voy a casa —dijo definitiva dándole un rápido beso y
abriendo del todo la puerta para meterse en el coche.
David metió la cabeza por la ventanilla para darle un último beso.
Elena arrancó y cerró herméticamente para poner la calefacción a
tope.
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CAPÍTULO 8
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—Déjame hablar Beto —se sentó frente a él— Samu y tu tenéis las
mismas preferencias. No dijo que os liéis, pero podéis congeniar y
haceros amigos. Está fuera de tu círculo familiar, es un hombre culto
con el cual tienes mucho en común. Pienso que…
—Espera —la detuvo con la boca casi abierta— ¿Me estás diciendo
que Samu es gay?
—Pues si.
—Yo siempre me doy cuenta de esas cosas —desconfió— y no me
lo pareció.
—Estáis empatados. Él tampoco se dio cuenta de que tú también
eres homosexual. Me dijo David que él es discreto. No se oculta, pero
no lo airea por ahí.
—Pues estoy extrañado —sonrió con la taza rozándole los labios—
Ese hombre me gusta. Más bien diría que me fascina. No puedo decir
que sea mi tipo. Se aparta bastante del tipo de hombre que me atrae,
y parece formal, cosa que hasta ahora evité. Pero puede ser un
cambio agradable. Conocernos puede ser estupendo.
—Genial. Entonces en un par de horas tenemos que estar allí. Lo
llamaré por teléfono para confirmarle tu asistencia. Te he de decir
que estará toda su familia.
—En esta época siempre es así —suspiró mientras estaba dentro
de sus propios pensamientos— Vete a duchar.
—¿Y qué hay de mis regalos?
—Un juego de sábanas rosa chillón con sus cojines de parte de mis
padres y el mío una estilográfica adecuada a tu puesto de gerente.
Los dejé en la entrada.
Elena fue a buscar los paquetes. Ignoró el grande de las sábanas y
abrió el de la pluma. Iba en estuche portátil y era un regalo muy
propio de Beto. Sonrió cuando vio la marca. Abrió la funda y se
encontró que no era la clásica. Era negra con cuadriculos plateados.
Una preciosidad.
—Beto ¡Esto es una Montblanc! —rió poniendo los ojos en blanco.
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Pero en realidad ella solo se había quedado con las palabras que
todavía resonaban en sus oídos.
—¿Estamos enamorados? —repitió.
Él la miró serio.
—Eso creo —dijo lentamente— Sí no, no me explico como puede
ser que en algo más de una semana sienta que se me dispara el
corazón cada vez que te veo y que cuando pienso en ti escuche
campanas y me piten los oídos.
–¿Y no estamos yendo muy deprisa? —dijo ella tan bajito que él
tuvo que esforzarse en oírla.
Él rió. La beso sensualmente, mientras recorría su cuerpo desde el
hombro hasta la cadera en una caricia lánguida.
—La verdad es que a mi me gustaría ir más rápido todavía.
Ella pestañeó y detuvo su mano en la cadera.
—Eh —balbuceó— Esto …yo soy algo clásica y … quiero decir…
—Tranquila —besó su nariz con una sonrisa enorme en el rostro–
Es evidente que te deseo —con un movimiento de cadera le demostró
cuanto— y por muy deprisa que me gustaría ir, tengo claro que
contigo quiero las cosas bien hechas. Quizá es muy pronto para
decirte que te quiero, pero es la verdad. Yo iré a mi ritmo, pero tú
marcarás el paso ¿de acuerdo?
Elena asintió. No muy segura de lo que él quería decir. Había
vuelto a quedarse solo con una frase. “te quiero”. Le hubiera gustado
tener una grabadora y escuchar de nuevo toda la conversación para
enterarse de verdad. Su cerebro estaba hecho chamusquina y medio
lelo, así que necesitaría rebobinar para percatarse realmente de lo
que había sucedido en ese cuarto.
Él se levantó. Le tendió la mano para ayudarla a levantar.
—¿Te gusta mi casa? —le preguntó para cambiar el ambiente.
—Me encanta. Es acogedora y muy bonita —ella estiró su blusa y
caminó hacia la ventana— desde aquí se ve la piscina. Una buena
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idea hacerla cubierta. Así la puedes usar todo el año —se sentía
acalorada y algo tonta.
—Te diría que vinieras para que nadáramos en ella y así verías
como se disfruta una piscina caliente en invierno, pero no quiero que
me mal interpretes —sonrió viendo sus colores.
—Pensarás que soy una tonta. No estoy muy acostumbrada a
estas situaciones. Verás, desde que me divorcié no he tenido… no he
salido con nadie. Ya me entiendes —dijo mirándolo y viendo como
cogía una camisa del armario y se la ponía mientras se acercaba a
ella. Todavía se marcaba su erección bajo la tela de sus pantalones.
—Si. Yo he tenido relaciones cómodas estos últimos años. Pero te
aseguro que ahora solo me interesas tú. Quiero que eso quede claro.
—Eres tan sincero. Es apabullante —rió juntando las manos.
—Me parece que querrás arreglarte el pelo —llegó hasta ella
abrochándose la camisa– En el baño encontrarás un peine. Es nuevo
—rió— no tengo nada que peinar —se tocó el cuero cabelludo
burlón— Suelo llevarlo al uno o al dos. Me es muy cómodo. Me
acostumbré a esto durante mis viajes.
—Hay tantas cosas de ti que no sé —comentó mientras iba hacia el
cuarto de baño en suitte de David.
—Estamos empatados. Tenemos toda una vida para acumular esos
detalles.
La siguió al baño y ella le miro extrañada. Mientras ella se peinaba
y rehacía su coleta, él abrió el grifo del lavamanos y puso las dos
muñecas de sus manos bajo el agua fría. La miró y le guiñó un ojo.
–Espero que se me pase un poco el subidón —rió— no queda muy
elegante pasearte ante tu familia como si llevaras relleno en los
pantalones.
Ella se acercó solidaria y puso sus muñecas junto a las de él.
—Cada vez me gustas más —dijo mirándolo a los ojos y
ganándose un beso generoso.
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—¿Es de propiedad?
—Si. Bueno, mía y del banco.
Rieron.
—Yo acabé de pagar la mía hace dos años —dijo él satisfecho.
—Suertudo. A ver cuando puedo yo decir lo mismo.
-—Las copas están en esa vitrina —señaló a su espalda.
Ella se giró para dirigirse al mueble, de carácter antiguo y algo
rústico. El teléfono sonó en ese momento. Justo al lado suyo, en una
mesita larga que solo contenía el aparato telefónico. Ella miró a David
que ya estaba a su lado y cogía el auricular mientras la rodeaba con
su brazo libre y apretaba su espalda contra su pecho.
—¿Si? Hola hermanito. Si. Estamos esperándote. No todavía no
han llegado —iba contestando mientras metía la nariz en su nuca y la
hacía reír al hacerle cosquillas.
Ella se deshizo de su abrazo y lo empujó amablemente señalando
la mesa a medio poner. Él quiso darle un golpecito en el trasero, pero
ella se le escapó.
Él se quedó conversando un par de minutos más. Nada más colgar
la miró. Ella estaba en la otra punta de la mesa colocando servilletas
con puntillas.
—¿Has hablado con Carol y Carlos hoy? —preguntó sin moverse de
al lado del teléfono.
—No. Pensaba llamarla esta noche.
—¿Te apetece que llamemos ahora? Ven —apremió llamándola con
la mano.
—Estaría bien —caminó hacia él ilusionada— desearles feliz
Navidad desde aquí.
David marcó un número en la memoria y en seguida se puso
Carlos. Tras los saludos iniciales, el teléfono se colocó en altavoz y
Elena intervino en la conversación.
David le pasó un brazo por los hombros.
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—Pasad chicos, que hace frío —rió David— límpiate los zapatos
Raúl.
—Mambo está suelto —dijo Elisenda entrando en la sala— corre
detrás de Afrodita como un poseso. Buenos días Elena. Papá y mamá
llegarán enseguida. Han querido comprar el postre en la pastelería de
Sigfrido y había cola —se encogió de hombros— Se empeñó — miró
la mesa— Que bien. La mesa está puesta. Si te parece voy a poner la
mesita de al lado de la tele para los niños. Mejor que coman antes y
se vayan a tu cuarto Zen. Les encanta.
—Cada año igual —meció la cabeza David— te advierto que si
vomitan mi alfombra este año, lo recoges tú.
—Eres su tío ¿para qué están los tíos si no? —miró
confidencialmente a Elena— Le encantan los niños. Pero también le
gusta hacerse el ogro. Los consiente más que nadie.
—No me manipules, hermanita.
—Deja de quejarte. Nos necesitan en la cocina. Vamos —les
apremió Elisenda.
La cocina se convirtió en un campo de batalla. Finalmente Samu
echó a la mitad del personal, niños incluidos. Solo Beto, Elisenda y él
mismo se quedaron. El resto fueron desterrados al salón comedor.
Los padres de David y el abuelo llegaron con más bandejas
preparadas que el catering de la inauguración de Gorditas a la Carta.
El abuelo Daniel iba con chándal. Y se paseaba con una zanahoria en
la mano. Estela tomó por asalto la cocina, expulsando a los
ayudantes al salón con los demás.
Beto y Samu, siempre cerca, se sentaron en la mesa a charlar con
Gus.
Elena fue al lavabo y al salir se sobresaltó al ver a Afrodita
tumbada e impasible, mientras Mambo, sobre su lomo, se balanceaba
intentando montarla. La perra ni se inmutaba. Como si tuviera una
pulga, alzó una pata y se rascó. El pobre Mambo salió volando, pero
con una fuerza de voluntad ancestral de macho, volvió a la carga y se
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—Bien, creo que el estrés es genial cuando se tiene algo con que
desestresarse —convino David seriamente.
—¿Y cuál es tu plan para tal menester?
—Me voy a llevar a tu jefa Elena bien lejos.
—No será ahora muchacho.
—Me refería a este fin de semana. El sábado es fin de año. Me
comentó Beto que el viernes no trabajáis. Así que, pretendo
convencer a Elena de salir bien temprano hacia el refugio en el Norte
del País. A casa de Samu. Con su tío. Para tomar allí las uvas. Entre
nieve y chimeneas. Beto se apunta. Hablé con él hace un rato.
—De verdad que es un buen sistema para quitarse el estrés.
Manolo y yo nos iremos a casa de sus padres. Cada año se
atragantan y se ponen verdes hasta bordear el infarto. Pero no hay
manera de convencerles de que no tomen las uvas. Este año no
llevaremos ni una, pero se armará la marimorena.
—Si os apetece cambiar de ambiente, podríais veniros.
Flora parpadeó y lo miró de soslayo.
—¿Es una broma?
—En absoluto. Estarán los tíos de Samu. Beto, mi hermana
Elisenda, su marido Gus y por supuesto, Elena y yo. Estaría muy bien
que vinierais. Se parecería más a una fiesta.
—Pues me tienta —tragó lentamente con el pensamiento lejos de
allí— Deja que lo consulte con Manolo.
—Te he de advertir que allí no hay nada que hacer más que
descansar o pasear. Y mi cabaña, que está a doscientos metros de la
de Samu, es de lo más rústica. Lo único atractivo es una bañera
enorme con hidromasaje, de los que te gustan a ti.
—Ya está. A mi ya me tienes convencida —puso los ojos en blanco
riendo— Y Manolo es un facilón. En cuanto le diga que no hay nada
para hacer salvo dormir y hacer el remolón te dará su alma con tal
que lo lleves.
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—Otra vez será. Y dime ¿tú también estás contenta de ir? —indagó
con una sonrisa de oreja a oreja luciendo su chandal blanco.
—Si. Mucho. Pero ahora me apetece meterme en la piscina porque
tengo la espalda que me está matando —hizo una mueca.
—Pues entonces será mejor que te des un masaje primero.
Estrella, nuestra masajista todavía no se ha ido. Le diré que…
—No te molestes. Es tarde y…
—Es su trabajo. Y déjame que te regale ese gusto. Te lo mereces.
Haces cara de cansada y Estrella tiene unas manos que te cambian
hasta el ADN —rió complacido de poder convencerla.
—Venía pensando en un baño. Unos largos.
—Pues si todavía te apetece los haces después. La piscina no se
irá. Pero Estrella si.
—Vale —acató con sonrisa cansina.
Dicho y hecho. Elena se puso en las manos de Estrella y una hora
después estaba casi dormida en la camilla. Como único atuendo una
toalla sobre sus nalgas y casi babeando de gusto. Necesitó cinco
minutos para volver a la realidad. Se puso el albornoz y se fue a los
vestuarios.
Lo único que quería era acostarse y dormir. Preguntó por David en
la recepción antes de irse, pero no estaba. Dejó el recado y cogió un
taxi. Ni siquiera estaba para conducir.
Esa noche durmió magnífico. Se prometió que una o dos veces por
semana se iba a regalar otro de los masajes de Estrella.
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—No, por favor. Ya has tenido sesión familiar de hospital más que
de sobra. Vete a casa y descansa. Ya has oído que está bien. Si
hubiera alguna novedad te llamo. Mi abuelo es algo difícil. Detesta la
medicina convencional y dudo que sea un espectáculo agradable verlo
y más aguantarlo.
—Pero…
—Prométeme que mañana cenarás conmigo —sostuvo su rostro
mientras la besaba despacio— Tú y yo solos. Sin gimnasio, sin
interrupciones.
—Si.
—¿No te escaparás?
—¿Y quién querría escaparse? —acarició sus hombros y lo
empujó— Anda vete ya con tu abuelo. Dale un beso de mi parte.
—Gracias cariño. Te veo mañana.
Le dio la espalda, subió el escalón para salir, y tomó su toalla,
enrollándola alrededor de su cintura. La miró antes de irse y sonrió
dulcemente antes de decir:
—El siguiente botón tienes que probarlo —aconsejó guiñándole un
ojo.
Cuando él se fue. Ella suspiró frustrada. Pulsó el siguiente
interruptor y chorros potentes salieron de los lados de la balsa en
dirección a su estómago y glúteos.
Se estremeció y sonrió ante el atrevimiento del comentario de
David. Desde luego no era el lugar para aliviar el deseo que él había
despertado. Y menos con testigos. Bufó y haciendo un esfuerzo salió
del agua, estremeciéndose por el cambio de temperatura.
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CAPÍTULO 10
Miércoles. 28 de diciembre.
Y comienza la cuenta atrás…
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—Bueno, soy optimista. Como tú. Y ten por seguro que no voy a
dejar que se me escape, así tenga que hacer… lo que sea —concluyó
decidido.
—Bien. Una buena técnica es embarazarla —dijo serio el abuelo—
Se vuelven tiernas y no saben decir que no —movió la cabeza
melancólico— Así fue como cacé a tu abuela.
—Abuelo —rió David— pensaba que esa era la técnica que usaban
las mujeres para cazar a los maridos.
—Es un sistema recíproco. Si lo usan ellas, ¿por qué no lo vamos a
usar nosotros?
—Pero si la abuela te adoraba —dijo cariñoso el nieto.
—Si. Pero me costó lo mío —resopló recordando— Era muy terca y
demasiado franca para una mujer en esa época. Pero me hizo tan
feliz, que aún después de que pasara a mejor vida, su recuerdo me
sigue alimentando el espíritu.
—Abuelo, no te me pongas sentimental. Que no estoy para echar
la lagrimita si quiero impresionar a mi chica.
—A las mujeres les gustan los hombres sensibles, hijo. No ocultes
tus sentimientos.
—No los oculto abuelo, pero echarme a llorar no queda muy bien
con el poco tiempo de conocernos. Cada vez que está con mi familia
tiene que ver con hospitales o sustos varios. Si la quiero convencer
de que forme parte de este circo, por lo menos que nos vea reirnos y
no llorar a moco tendido.
—Yo le gusto —rió levantando el regalo de la música— Es
detallista. Se dio cuenta de lo que me gustaba. Te ficha a la primera.
Le gustan los niños y los animales y no se espantó cuando los vio a
todos juntos —levantó los ojos recordando la jauría con los niños en
plena ebullición el día de Noche buena— Se lleva bien con toda la
familia y encima es guapa, y además tiene unas buenas…
—¡Abuelo! —advirtió David con cara de reproche.
—Qué quieres hijo. Soy viejo, pero no estoy ciego.
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—¿Y no sería mejor que pasara por casa para cambiarme? —le dijo
Elena a David nada mas subir a su coche.
—Si quieres ropa limpia te puedo dejar otro albornoz —dijo David,
aunque en realidad pensaba que no valía la pena cambiarse de ropa
para lo que le iba durar.
—¡Oye! —lo riñó.
—Deja de preocuparte por nada. Yo, personalmente, fui hace un
rato para dejarlo todo preparado. La chimenea está encendida. La
mesa puesta. Solo faltamos tú y yo. Da igual como estemos vestidos.
Solo deseo que te sientas cómoda. Así que —se encogió de
hombros— por mi, como si te apetece cenar en bata.
Elena rió. Y aceptó poner su mano en la palma masculina que la
esperaba suspendida en el aire. David besó sus nudillos y arrancó.
Durante el trayecto hablaron de su abuelo.
—Pues está bien. No obstante, mis padres han decidido variar sus
planes de fin de año. Así que se unen a nosotros con el abuelo. Ya
llamé al tío de Samu y le dije que seríamos más. Ya veremos como
nos repartimos. Las reuniones las haremos en la casa de Waldo. En
ella podremos festejar las campanadas en un espacio adecuado.
Cocinará el tío de Samu. Le encanta. Y estaremos vigilando al abuelo
sin dejar de disfrutar. Espero que no te moleste el cambio de planes.
—Claro que no. Tus padres me gustan y tu abuelo es un tipo muy
especial. Me encantará pasar las uvas con ellos.
—¿Sabes? —sonrió complacido David— eres una de las mujeres
mas adaptables que he conocido en mi vida. Nada parece alterarte. Si
fueras otra, después de la visita al hospital con Raúl, ya estarías con
la mosca detrás de la oreja. Y si sumamos el ataque que tuvo mi
abuelo, pues no sería de extrañar que pensaras que somos una
familia problemática propensa a los accidentes y que arrastra niños,
perros y gatos para espantar al personal.
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huesos. Parece que cada vez que te veo acabo desnuda —rió
quitándose el jersey.
Buscó alrededor y encontró un arcón. Lo abrió y dentro había
toallas. Sacó un par. Una la enrolló en su pelo y la otra la dobló y la
puso al borde de la bañera. Se quitó el resto de la ropa y la dejó
junto al arcón. Se metió en el agua caliente que pareció reavivar todo
su cuerpo. El frió desapareció pronto.
—¿Sabes Afrodita? —habló con la perra— en los últimos días he
estado mas tiempo en el agua de piscinas y spa que en toda mi vida.
Reconozco que esto es un vicio ¿dónde están los botones mágicos en
esta bañera? —rió mirando hacia los bordes.
—Están en la otra esquina —contestó la voz de David
sobresaltándola.
Abrió mucho los ojos y se dio la vuelta para mirarlo en la
penumbra.
—No te oí llegar —se sonrojó diciendo casi sin voz— No podía
dormir y seguí a Afrodita hasta aquí.
—A Afrodita le encanta esto. El vapor del agua hace que en
invierno sea su estancia favorita. Cuando no la encuentro, seguro que
está aquí.
—Le abrí y después no volvió —explicó ella mirándolo apoyado en
la puerta. Sin moverse. Inclinado contra los cristales.
—Me desperté y no estabas. Por un momento pensé que te habías
ido —dijo él que la miraba fijamente todavía sin cambiar de postura.
La luz de la farola del jardín lo hacía parecer más grande y oscuro. A
contraluz tapaba la escasa iluminación —busqué en el lavabo y en la
habitación. Luego noté que mi perra tampoco aparecía y sumé dos y
dos.
—Al salir a buscarla me empapé. Cuando descubrí su lugar favorito
—rió queda— me pareció buena idea aprovecharla. Estaba helada y
esto era invitador.
—¿Y hay sitio para dos? —sugirió él.
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—¿Por qué?
—No he salido con nadie desde mi divorcio. Se quedaron muy
chasqueados cuando me separé. Esperaban que les diera muchos
nietos.
—Bien. Nos podemos poner a ello cuanto antes y darles una
sorpresa para las próximas navidades —contestó serio mientras
acariciaba su mejilla.
—No bromees —rió triste Elena.
David le levantó el mentón y la besó. Fue el beso más tierno que
Elena hubiera recibido en toda su vida. En él iba encerrado todo un
mundo de deseo, amor y anhelo. Era un beso que hablaba de
promesas, de planes, de compartir.
Un lagrimón se escapó del ojo derecho de la mujer. Calló desde su
esquina con una lentitud pasmosa. Una gota gruesa, de color oscuro
por la poca luz.
—Mírame Elena.
Ella le miró. Él le quitó la toalla de la cabeza y la alzó un poco. Los
pecho femeninos quedaron flotando en el agua, pero él no los miró.
Tenía sus ojos puestos en los de ella. Grandes. Expresiones miles
pasaban por sus pupilas.
—Tengo planes —dijo él finalmente, aunque con voz algo
quebrada.
—¿A sí? —preguntó ella cuando él dejó la frase ahí y siguió
mirándola en silencio.
—Si —dijo por toda repuesta.
—¿Y cuales son? —sonrió ella cuando él la acercó hacia su pecho
lentamente.
—Por lo pronto tengo uno prioritario —ella lo miró interrogante.
—¿Y me lo vas a decir, o tengo que adivinarlo? —indago ella
sintiendo sus labios bajo el lóbulo de su oreja.
—Hacerte feliz.
—Me gusta ese plan.
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CAPÍTULO 11
Jueves, 29 de diciembre.
¿Tu ducha o la mía? ¿Cómo hacer que un
día dure más de 24 horas?
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hay casi media hora en coche hasta el trabajo y será más tiempo por
que es hora punta.
—No me apetece levantarme —respondió contra su cabello.
Ella rió roncamente y por un momento quiso olvidarse de oficinas
y demás obligaciones.
—Hoy es jueves. Si quiero salir mañana camino a esas idílicas
cabañas en la nieve tengo un arduo día de trabajo.
—Oh! —se quejó David refregando su mejilla en su cabeza— En
cuanto te metes en esa fortaleza de oficina que tienes eres como un
soldado acorazado.
—No me digas eso —dijo con voz infantil mientras se daba la
vuelta y reposaba la espalda en el colchón— Quiero irme tranquila
este fin de semana. Y para eso debo dejar zanjados algunos asuntos
y encaminar otros. Es un inicio de negocio y…
La boca de él cubrió la suya con besos delicados mientras la hacía
callar.
—Lo sé —convino él sin dejar de picotear sus labios— Pero me late
que hoy nos veremos poco.
—Podemos quedar para comer —ella le acarició la nuca y subió
hasta su cabeza rapada.
—¿Y esta noche? —indagó él dando un repaso a su mejilla en
dirección a su oreja.
—Tengo que ir a casa a hacer la maleta. Todavía no sé ni lo que
llevaré.
—Bien. Te llevaré a casa y luego vendremos aquí. Será más fácil
salir por la mañana directamente desde casa.
Elena tuvo dos amagos de sensaciones distintas. Uno de enfado
por la forma de hacer planes de su pareja recién adquirida y la otra
de comprensión. A ella también le apetecía explorar su relación tanto
como fuera posible. Y estaba claro que los dos tenían prisa, por no
llamarla ansia, por pasar más tiempo juntos. Suspiró y ganó su amor
sobre su orgullo.
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Beto entró tras dar un toque discreto. Elena estaba hablando por
teléfono.
—Buenooooooooooooo, —dijo sentándose frente a ella cuando
colgó— Creo que alguien ha mojado esta noche.
—¿Pero qué os pasa a todos hoy?
—Nunca te he visto usar la misma ropa dos días seguidos. Si no
quieres que los demás no estén al tanto de tu vida privada, guarda
ropa en tu oficina y llega antes que nadie —sonrió con su dentadura
perfecta— Te lo dice un experto.
—Tu consejo llega tarde. Pero por favor, no me hagas el tercer
grado tú también —hizo una mueca ante sus ojos burlones.
—Flora ¿verdad? —se imaginó Beto.
—¿Y quién sino? Susana es demasiado discreta. Apenas me sonrió,
dijo un “buenos días” sonrojándose como una colegiala y bajó la
vista. Lo que me recuerda que es lo que deberíais hacer vosotros.
—Menos lobos caperucita —rió— estás falta de entrenamiento. Los
subterfugios no son lo tuyo. Además, te mereces un hombre como
David. Parece estar todo muy bien encaminado. Te ha llevado a su
casa, presentado a su familia. Vas a pasar el fin de año con él y su
familia. Me parece que ya es oficial.
—Oficioso.
—Lo que no has hecho en los últimos tres años, lo has bordado en,
¿Cuánto? ¿Dos semanas?
—Si, más o menos.
—Y después dicen de Fitipaldi. Me parece que lo tuyo tiene música
de marcha nupcial.
—Pues me gustaría —se sinceró ella sorprendiéndose hasta a si
misma— Nunca pensé en volverme a casar. Sobretodo después del
desastre con Alberto.
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CAPÍTULO 12
Viernes, 30 de diciembre.
Se respira amor. Y tostadas caseras…
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Fue una de las tardes más agradables que pasara Elena en los
últimos años que incluyera a más de tres personas. El ambiente era
distendido, jovial. Todos estaban contentos. Se hacían comentarios
de mesa a mesa, de juego a juego.
Ferrán se intercambió por David, que antes de levantarse a
medirse con Manolo, le apretó la mano y la beso ligeramente con un
gesto de apoyo y una mirada que le decía: estoy aquí al lado.
La cena llegó como un huracán. Rápida, y con una organización de
ejército.
Frutas, pan y embutidos estuvieron en un santiamén sobre la
mesa. No hubo orden durante el ágape. A las diez de la noche
estaban todos rendidos. Elena ayudó a Flora a quitar la mesa y David
y Waldo fregaron los platos.
Beto se quedó un rato, buscando estar a solas con Elena. El resto
se fueron a dormir.
—¿Cómo estás? —la retó pasándole una bandeja con pan.
—Yo estupendamente. ¿Y tú? ¿Cómo llevas tu asunto?
—Jodido. Con toda esa gente en la casa es difícil flirtear. Elisenda
no me quita ojo de encima.
Elena soltó la bandeja y fingió colocar los panes para que no se
cayeran en el traslado.
–Samu te mira con buenos ojos. Si no, no te habría colocado en su
cabaña. Tengo entendido que la distribución la hicieron Samu y su tio
Waldo.
—Puf! Esa es otra. Me parece que es un complot. Samu me
recuerda a un noviete que tuve en el instituto. Me dijo que quería
conocerme mejor antes de tener algo conmigo.
–Mírale la parte buena. Estarás seguro si de verdad te gusta. No
irás a ciegas como te ocurre siempre.
—Samu es un hombre muy hermético. A veces no sé bien lo que
piensa. Me mira como si me taladrara —se quejó infantilmente—
échame una mano. Dile lo excelente persona que soy, etc…
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—Oh, Beto, cariño, todo el mundo sabe que eres una maravillosa
persona. Solo tienes que tomarte las cosas más en serio. Y ahora sino
te importa, tengo que llevar esta bandeja. Flora ha hecho tres viajes
a la cocina y ya tiene intención de intervenir.
—Por Dios que como se meta ella la hemos liado.
—Anda y vete a dormir.
—Me tiene nerviosito perdido. Estoy en la habitación de al lado de
Samu. Y cada vez que se mueve pego un salto. No sé si podré
dormir.
—Samu es un buen chico. Y tu un casanova. Hasta que no vea que
puede confiar en ti y que deseas algo serio, no te dejará acercarte.
—No. Si acercarme ya me acerqué —dijo Beto poniendo los ojos
en blanco— pero no se como tratarlo. Cuando hago un chiste se
queda serio y me mira con esos ojos…
—Beto, cariño. Tengo ya bastante con mis cosas como para
aguantar tu histeria.
—Es que me gusta —pataleó.
—¿Qué te pasa bombón? —dijo Flora regresando con un trapo
amarillo para limpiar la mesa que ya estaba vacía.
Elena se alejó con la bandeja y escuchó la replica de Beto.
—No me llames así. Me haces sentir un objeto.
—Un objeto muy bonito. Cambia esa cara. Estás poniendo nerviosa
a mi amiga. Que ya está bastante tensa con todo este jaleo.
—Flora. Eres una metiche.
—Cierto —dijo limpiando la mesa— Por eso te diré que te
acostumbres a tener tu pajarito en la jaula y te comportes como un
adulto. A Samu le gustan los hombres de fiar. Tú eres un gran chico,
pero un inconsciente. Si quieres que te tomen en serio, sé tu mismo.
Cuando estás relajado eres un amor. Deja de actuar —se paró para
mirarlo— Vales mucho Beto, pero te entretienes tanto disimulándolo
que ya no te encuentras.
—Eres muy dura Flora —dijo cruzándose de brazos.
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—¿Me equivoco o les has dado carta blanca para que hagan
cochinadas en el jacuzzi? —rió Elena todavía en sus brazos.
—Algo así —contestó besando su cabello húmedo— Uhmmm, estás
congelada. Tienes los pies como cubitos.
—En cuanto salí del agua me quedé tiesa.
—En seguida te haré entrar en calor.
—Esperaba que dijeras eso —dijo ella levantando su rostro hacia él
para que la besara.
En ese momento la dejó sobre la cama, sentada.
—Vamos a quitarnos los bañadores mojados.
—Me encanta la chimenea y el calorcito que hay en el ambiente —
dijo ella dirigiéndose al baño.
David se quitó la bata y el slip y entró tras ella al lavabo.
Ella se sobresaltó al verlo coger una toalla y secarse.
—Brrrrrr! —se estremeció David— sino fuera porque ya estoy
hecho una pasa de tanta agua me volvería a meter en la ducha.
—Esto… ¿me dejas un momento a solas en el baño? —dijo ella sin
quitarse la bata y buscando el cepillo de dientes.
David se detuvo, sonrió con paciencia y se largó con la toalla.
Ella no tardó mucho, salió con una toalla enrollada y se sonrojó
ante la mirada socarrona del hombre que yacía sentado en la cama y
tapado con el edredón hasta la cintura.
—Deja de mirarme así —acuso Elena.
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CAPÍTULO 13
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—El amor está siempre en los ojos que miran Elena. Y tú eres bella
mires por donde mires. Mi familia está feliz de verme feliz. Y saben
que tú eres el motivo de mi alegría.
—Ha ocurrido todo tan rápido —se meció ella entre sus brazos.
—Pero no por ello es menos real. Yo ya sé todo lo que necesito
saber de ti. Y espero tener más de cien años para conocer el resto.
—Me siento fantásticamente a tu lado. Me siento querida y
apreciada por tu familia y amigos.
—Quien tiene que dar el visto bueno ahora son tus padres.
—Eso ya está hecho. Te adorarán en cuanto te conozcan —dijo ella
levantando la cabeza hacia él.
—¿Qué te parece si los traemos aquí?
—Jajajja, mas adelante —lo tranquilizó Elena— Pero a mi puedes
traerme otra vez cuando quieras.
—Bueno. Tan a menudos como nos plazca. Pero la próxima vez,
solitos.
—Secundo la moción —contestó besando las palmas de sus
manos— Ahora vístete que llegaremos los últimos.
—Flora y Tia se ocupaban de poner la mesa. Tranquila. Todo está
preparado.
—Pues poco he hecho yo.
—Eres la invitada.
—¿Yo sola? Somos un batallón y mejor que colaboremos todos.
—En cinco minutos estoy ¿te falta algo a ti?
—Solo pintarme los labios.
—Espera entonces —la cogió apasionadamente y abordó su boca
con pasión. Durante unos minutos se entretuvieron en sus besos,
nada tiernos y muy hambrientos.
David estaba duro como una estaca y se separó con desgana.
—Será mejor que me calme un poco. No es muy familiar que lleve
a mi amigo por delante. Me voy a dar una ducha rápida. Píntate los
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FIN
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PRÓXIMANTE
GORDITAS DE LUJO
Después de un año de éxito rotundo, la agencia “GORDITAS A LA
CARTA”, decide hacer un concurso para promocionar definitivamente
su agencia ya famosa y muy concurrida. La agencia crea el
superbombazo: “la gordita mas sexy” escogida por todos los hombres
del país. Susana, la redondita recepcionista de la Agencia, es
ascendida al cargo de “promotora de eventos” y se encargará de
organizarlo todo. En el camino, el amor llamará a su puerta,
apareciendo en su vida en un momento clave y complicándole la
existencia. Alejandro la perseguirá con todas las herramientas a su
alcance, dispuesto a convencerla de su amor y a ganarse su
confianza. Porque los hombres también se enamoran de las mujeres
gorditas.
GORDITAS S.A:
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