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Merced de tierra

La Merced de tierra fue una institución jurídica de la Corona de Castilla, en


los siglos XV y XVI, aplicada en las colonias de América, consistente en una
adjudicación de predios realizada en beneficio de los vecinos de un lugar, que
se realizaba como método de incentivar la colonización de las tierras
conquistadas. Su origen se sitúa en la institución de la Merced medieval.
Cada poblador recibía un solar urbano y una parcela de tierra en las afueras de
la villa o poblado, usualmente en zona regable o de huerta. Estos lotes se
denominaban chacras (conucos en las Antillas). En ocasiones se concedían
tierras de mucha mayor extensión, para explotaciones ganaderas
(estancias o hatos) o para cultivo de cereal (peonías). Finalmente, también
el concejo o municipalidad recibía tierras como bienes de propios, que se
denominaban ejidos.

Las haciendas
«El reparto de tierras entre los conquistadores para su explotación
agropecuaria fue el punto de partida de esta propiedad que, con el paso del
tiempo, dio lugar a una acumulación de tierras como símbolo de prestigio y
poder dentro de la sociedad colonial, acrecentando el dominio de los
mayorazgos. A finales del siglo XVI la Corona comenzó una política de revisión
de las propiedades acumuladas de forma ilegal, que se habían producido a
través de la ocupación de tierras que aparentemente no tenían propietarios,
tierras de nadie, e inició su venta por medio del sistema de 'composiciones'.
Esta fórmula supuso en muchos casos la devolución de las tierras, mediante
un pago que regularizaba la situación, a los propietarios ilegales, que habían
sido obligados a entregarlas. Otra forma de devolución de estas tierras por
parte de conquistadores y encomenderos fue la 'restitución', generalmente
realizada a la Iglesia, que, con estas aportaciones, y las donaciones de
particulares se convirtió en propietaria de múltiples y extensas haciendas, que
sólo en algunas ocasiones fueron consideradas como tierras de uso común.
La mano de obra procedió de la población indígena, sustituida o
complementada en algunas áreas por los esclavos negros. El trabajo forzoso
establecido por turnos, como la mita, dependió del corregidor de indios,
autoridad indígena que actuaba en los pueblos de indios, como intermediario
entre la población y las autoridades coloniales.
Las primeras haciendas se formaron en torno a los núcleos urbanos y se dedicaron a su
abastecimiento, pero rápidamente se fueron ampliando con la introducción de cultivos
importados como la caña de azúcar, la vid, el olivo y los cereales, y el aprovechamiento
de los locales como el algodón, el tabaco o la coca, con criterios mercantilistas. La
eclosión de los centros mineros dio paso también a una producción de las haciendas
basada en el abastecimiento de estas sedes.» [Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993-
2008]

«Hacienda: Unidad de producción agrícola constituida por una propiedad rural


bajo el dominio de un propietario, explotada con trabajo dependiente o
esclavo, con un empleo escaso o intensivo de capital y que produce para el
mercado.
De gran raigambre en el continente americano, el término "hacienda" toma
distintos nombres de acuerdo con la región donde está ubicada y tiene
pequeños matices que las diferencian. Unas veces
será fundo, chacra, estancia o granjería, otras hacienda propiamente dicha y
en el caso de la agricultura exportadora tropical se conoce como plantación.
En el área andina, está relacionada históricamente con la permanencia de
grupos indígenas que usufructuaban parcelas comprendidas dentro de sus
terrenos.
Algunos autores identificaron el origen de la hacienda con la concesión
de encomiendas a los conquistadores en el siglo XVI, pero investigaciones
históricas demuestran que la Corona española no otorgó inicialmente derechos
sobre la tierra, sino que les asignó un número determinado de nativos para
explotarlas y recoger los tributos, concediéndoles una parte de la producción
a cambio de su cuidado e instrucción. Más tarde se otorgaron encomiendas a
descendientes de conquistadores y a órdenes religiosas; lo que se sabe con
certeza es que la primera hacienda en América siempre comprendió terrenos
y una asignación de mano de obra o peonaje.
Desde el siglo XVII, las encomiendas entraron en crisis como consecuencia de
la despoblación indígena, y en algunos casos la Corona resolvió prescindir de
los encomenderos y negoció directamente con caciques indígenas. Los cabildos
y los virreyes otorgaron granjerías y estancias para la agricultura y la
ganadería como consecuencia de la actividad minera, el aumento de la
población española y la formación de centros poblados. Su objetivo fue
abastecer de todos los productos a los núcleos de población. La hacienda “por
amparo” tuvo su origen en la ocupación de tierras baldías, o de las que no
estaban bajo dominio de ninguna persona o de ningún pueblo, legalizada con
posterioridad mediante un pago a la Real Hacienda: el ocupante solicitaba el
amparo o título protector a cambio de contribuir con dinero o especies al rey.
Otra forma de adquisición de haciendas fue la venta por la Corona de las tierras
que abandonaban los indígenas al morir o emigrar a otras provincias. Ello
favoreció la formación de grandes extensiones donde se establecieron
haciendas ganaderas, mientras los naturales eran reducidos a centros
poblados, y se limitaba la extensión de las chacras o milpas que tenían hasta
entonces para su propia explotación. Otra fórmula para la consecución de
grandes extensiones de tierra fueron las uniones -legales o no- con hijas de
los indígenas, en especial de los caciques, lo que permitió a los poderosos
incorporar tierras a la propiedad privada española y de los criollos americanos.
Estos adquirieron tierras en América por merced, adjudicación o venta y
remate de los terrenos baldíos o realengos, pero hubo un tercer tipo de
propiedad sobre la tierra, el comunal, en forma de ejido, tierras propias de la
ciudad o resguardo indígena. En este caso, se trataba de la concesión por la
Corona a los indígenas de tierras que les habían pertenecido y les devolvía,
pero no con título de propiedad, sino mediante una cesión limitada que exigía
una regalía y que impedía cualquier tipo de enajenación.
La estratificación social del imperio incaico facilitó el establecimiento del
sistema de hacienda. Los naturales no mostraron demasiada resistencia
porque el pago de tributos y la prestación de servicios gratuitos no eran nuevos
para ellos, las obligaciones ya no estaban destinadas al inca sino al rey de
España. En todo caso, con el paso del tiempo, las haciendas tendieron a poseer
los elementos necesarios para autoabastecerse. [...]
La existencia de diferentes variedades regionales resulta muy ilustrativa. En
las tierras que constituyeron el Nuevo Reino de Granada se establecieron las
encomiendas y luego el repartimiento de tierras con las obligación de vivir en
ellas y explotarlas. La tierra era abundante y las adjudicaciones comprendieron
grandes extensiones. Por lo general se repartían varias “peonías” o
“caballerías”. Una caballería constaba de cinco peonías, lo que equivalía a unas
700 hectáreas, para la siembra y tierra de pastos dedicados al sostenimiento
del ganado. Como existía un gran desconocimiento del terreno los linderos
quedaban inciertos, factor que originó que los propietarios en poco tiempo
multiplicaran su extensión. Las haciendas que en un principio tenían esas 700
hectáreas más tarde contaban fácilmente con 20.000 hectáreas; el resultado
fue el establecimiento de grandes latifundios. El crecimiento incontrolado de
las haciendas y la disminución notable de la población indígena obligó a los
propietarios a conseguir mano de obra, introduciendo los trabajadores
africanos. [...]
Las tierras costeras del Pacífico donde existieron grandes latifundios que se
transmitieron de generación en generación desde el siglo XVI o mediante
compra-venta, dieron origen en el siglo XVII a la hacienda como unidad
productiva. En este proceso es preciso distinguir dos tipos: lo que se conoce
generalmente como hacienda era una propiedad rural, con un solo propietario
que explota la tierra con el trabajo de esclavos y una limitada inversión de
capital y cuya producción esta destinada al mercado local; por otro lado, la
gran hacienda o plantación, dedicada al cultivo y proceso de la caña de azúcar,
requería una fuerte inversión, y daba cabida a cientos de trabajadores para
lograr un mayor rendimiento ya que sus productos estaban destinados a cubrir
las necesidades de mercados internacionales. De la misma forma que se
crearon estas haciendas en la parte noroccidental de Suramérica,
aprovechando las buenas condiciones del terreno y el clima para el cultivo de
la caña de azúcar, ocurrió en todo el Arco Antillano y en las islas del Caribe. El
establecimiento de los grandes cultivos y los ingenios en Cuba y La Española
generaron una gran prosperidad. Como consecuencia se incrementó el
comercio exterior y el contrabando. Aparecieron simultáneamente las
haciendas productoras de tabaco que aprovecharon la feracidad de las tierras
y el esfuerzo de los trabajadores para obtener lo mejor de las plantas. No fue
menor el éxito de las haciendas dedicadas al cultivo del café y el cacao, que se
lograron introducir como productos de consumo básicos, tanto en las grandes
casas de los hacendados, como en la mesa del esclavo negro.
No existió una gran diferencia en las condiciones de trabajo, el trato o el salario
de los peones o los esclavos en las haciendas de las diferentes zonas de
América. En las haciendas costeras del Caribe, que generalmente pertenecían
a gente destacada social y políticamente, los trabajadores fueron los
defensores de los poblados ante los ataques de los piratas y corsarios.
Recordemos que eran agricultores, criadores de ganado y pescadores y
defendían sus propios intereses. Investigaciones realizadas dan cuenta que en
México una de las haciendas más importantes por su extensión, la variedad de
sus productos, su ganadería y mejor organización interna fue la que perteneció
a Hernán Cortés. Pero por supuesto existieron grandes haciendas en los
distintos estados mexicanos actuales, especialmente en el valle de Oaxaca. Al
otro extremo de América, en Chile, las tierras se heredaron o adquirieron por
uniones matrimoniales. Durante siglos se conservó la hacienda criolla,
diversificando su producción de acuerdo con las características de la tierra,
cereales, horticultura, vid, alfalfa o pastos para el ganado. En ella trabajaban
peones e inquilinos que no percibían ningún salario y sus contratos eran
verbales, con los problemas legales consiguientes que casi siempre el
hacendado resolvía fuera de los tribunales.
Otro tipo de hacienda fue la que originó el repartimiento de tierras a los
religiosos que atendían a los indígenas, terrenos en distintos lugares de
América que debían explotar, autoabastecerse y enseñar el cultivo de las
plantas a los naturales. La comunidad que logró tener el mayor número de
hectáreas de tierra en todas las audiencias con haciendas prósperas
perfectamente organizadas fue la de los jesuitas. Para lograr el trabajo de los
indígenas los jesuitas les enseñaron, de acuerdo con su compromiso, a cultivar
la tierra con métodos que consiguieron el máximo rendimiento. Parte de la
producción se destinaba a suplir las necesidades de la comunidad. Más
adelante dividieron la tierra en dos, el campo de Dios, que trabajaban en
común y el campo del hombre, que estaba dividido en parcelas, con trabajo
individual no negociable. Todas la herramientas e instrumentos de trabajo eran
de propiedad colectiva, y estudiaron las particularidades de cada zona y
aplicaron los métodos más adecuados. En el Brasil, en la región de Pará,
consiguieron organizar un centro exportador de productos como el cacao,
vainilla, canela, clavo y resinas aromáticas. Mantuvieron a los indígenas dentro
de sus propias estructuras comunales para que buscaran ellos mismos la
cooperación voluntaria. Organizaron además, la explotación extensiva ligando
las pequeñas comunidades que se encontraban diseminadas en esa extensa
zona. No se aplicó ningún método coercitivo. Se conseguía despertar el interés
del nativo, se creaba la necesidad de un nuevo producto y se establecía un
vínculo de dependencia que no permitía que el indígena se desligara. Las
haciendas de los jesuitas constituyeron un gran emporio y las utilidades se
destinaron en gran parte a sostener los colegios y misiones de la orden.
Además de la magnitud de las actividades tenían un hábil sistema de
interrelación entre las distintas unidades económicas con miras al mercado.
Con el fin de vender sus productos en los principales centros de consumo,
relacionaron entre sí las haciendas de manera que los ganados o los productos
pudieran ser llevados desde sitios muy lejanos en un itinerario por jornadas
sucesivas con paradas en haciendas de su propiedad.
Para la organización cada hacienda tenía un administrador y un mayordomo.
El primero era el encargado de llevar los nueve libros que debían contener el
registro de entradas, gastos, cosechas, inventarios, deudas, trabajadores y
documentos legales de la hacienda etc. El rector del colegio examinaba una
vez al año todas la cuentas y las comparaba con las que presentaba el
encargado de negocios. En la explotación se emplearon trabajadores
asalariados que tenían un nivel de especialización y conocimiento técnico,
como obrajeros, carpinteros, zapateros etc. Además de los administradores y
mayordomos estaba la mano de obra esclava que constituía la fuerza laboral
en las haciendas de caña de azúcar, cacao, tabaco y café en los primeros
tiempos, pues según se aprecia en los estudios llevados a cabo, poco a poco
fue disminuyendo el empleo del esclavo negro en las haciendas de los jesuitas.
La razón no se conoce, pero es posible que se considerara superior el
rendimiento del trabajador asalariado. El sueldo lo pagaban en efectivo y en
especies y variaba de acuerdo con el nivel y el puesto que ocuparan, lo mismo
que la hacienda de que se tratara y el tipo de producción a que se dedicara.
Cuando las haciendas estaban en plena producción y el auge económico era
evidente, el rey Carlos III dio la orden de expropiación y expulsión de la
Compañía de Jesús de todas las colonias españolas, con las funestas
consecuencias que se conocen.
Aunque el gran tiempo de la hacienda americana se sitúa en los siglos XVIII y
XIX, todavía en el XX tiene una gran importancia, relegada poco a poco debido
a los procesos de urbanización y industrialización. Con contadas excepciones,
como es el caso de Cuba, en donde después de la revolución castrista el
gobierno expropió todas las tierras y las maneja a su conveniencia, en los
demás países que forman el continente americano persiste el fenómeno de la
acumulación de tierras en manos de unos pocos. Desde México hasta la
Patagonia y por supuesto en todas las islas del Caribe se observa el mismo
problema, de tan dramáticas consecuencias para la población rural.
Finalmente, es preciso hacer un análisis de la influencia cultural ejercida a
través del tiempo por la hacienda. En muchos casos las gentes que escribieron
e imaginaron en ellas novelas u obras de teatro eran dueños de tierras pero
no tenían contacto con ellas: al fin, su pensamiento y sus ideas no tenían nada
que ver con la hacienda "real". El cultivo del idioma se hizo desde una
perspectiva externa; la poesía, la gramática y la narrativa se cultivaron desde
modelos urbanos. En la novela María la acción se desarrolla en una hacienda
del valle del Cauca, pero no tiene ninguna ligazón con esa sociedad; es la
expresión del romanticismo europeo. Como contraste, los autores que están
verdaderamente ligados a las haciendas por el trabajo y la tierra dedican su
poesía o su narrativa a los frutos de la tierra, al maíz, a las hojas de la selva o
al mundo campesino involucrado en el paisaje.» [Enciclopedia Universal DVD
©Micronet S.A. 1995-2007]

El latifundio
Propiedad territorial de gran extensión, parcialmente dedicada a la agricultura
o la ganadería, típica de las sociedades tradicionales donde una clase de
terratenientes posee una gran parte de las tierras útiles y disfruta de elevado
prestigio social y decisivo poder político. El latifundio en Latinoamérica ha
adoptado la forma de haciendas, hatos, estancias, etc. El latifundio puede
coexistir con el minifundio, conformado por parcelas de muy reducidas
dimensiones en poder de campesinos independientes.
El latifundio conlleva la existencia de grandes extensiones de tierra ociosa, no cultivada.
Esto ha originado grandes tensiones y conflictos sociales cuando el crecimiento de la
población exige más producción de alimentos y reparto de tierras. Estos problemas han
llevado a revueltas campesinas en Hispanoamérica, revueltas que han forzado o
impulsado la necesidad de reformas agrarias para repartir la tierra y hacerla más
productiva.

Los peones, inquilinos y trabajadores de minas


Hemos hablado ya de la fracción aristocrática (aristocracia de capitales y tierras) que
gobierna el Estado. Ocupémonos ahora del pueblo.
Dejando a un lado el pueblo de las ciudades y de los puertos comerciales, que con
poca diferencia es casi siempre el mismo en todas partes, el pueblo del campo que
constituye exclusivamente la gran población rural de Chile, se divide en tres categorías:
peones, inquilinos y trabajadores de minas que todas juntas, en unión también al pueblo
de las ciudades y puertos, van comprendidas en la denominación general de rotos.
Los peones son la verdadera personificación del proletarismo según la moderna
acepción de esta palabra: más o menos libres de todo vínculo de familia, sin domicilio fijo
ni ocupación determinada, viven al día, donde pueden y como pueden, abrazando
precariamente toda clase de oficios, y deseosos de correr continuamente en busca de uno
mejor, que por regla general no encuentran nunca, o casi nunca, de su agrado. Un par de
zapatos a suela gruesa, un par de calzones, y una camisa en un estado no siempre
meritorio, con encima de todo esto un poncho (1) ordinario, que con la sola diferencia de
la calidad de la tela es la prenda nacional por excelencia, tanto del rico como del pobre,
los peones se encuentran por todas partes sobre la superficie de Chile. De su educación
moral poco hay que decir; porque no pasa más allá de alguna superstición católica (2),
que con la promesa de un perdón muy fácil de conseguir, mediante algunas horas pasadas
en el templo de cuando en cuando, les deja la mas completa libertad de acción. La
educación intelectual, que es nula en la mayor parte, se reduce en los demás a la simple
lectura de alguna página de impreso, que no siempre entienden; y esto gracias a las
escuelas elementales diseminadas por el Gobierno en toda la República, sobre todo en los
últimos diez años.
Inquilinos, son los labriegos encargados de los trabajos del campo; y toman su
nombre de inquilinos del domicilio estable que gozan en las grandes posesiones a las
cuales prestan sus servicios. Cada inquilino recibe del propietario un pequeño terreno que
puede trabajar por su cuenta, y en medio del cual debe construir la modesta vivienda que
lo cobija, a él y a su familia: frecuentemente, no siempre, pues esto depende de los usos
de la localidad y de la cualidad y cantidad del terreno (que nunca excede del necesario
para proveer una pequeña familia de un poco de legumbres y hortaliza), tiene cambien
derecho a que se le suministren los bueyes necesarios para arar su tierra. En cambio de
esto, el inquilino se halla obligado a prestar al propietario una cantidad determinada de
trabajo no remunerado, o remunerado únicamente con la comida (que consiste
ordinariamente en dos platos de judías y un pedazo de pan ázimo, según las costumbres
locales) y además a presentarse a trabajar siempre que se le llame: en este caso recibe
un jornal; pero sumamente módico, o por mejor decir, a precio rebajado. Esta
servidumbre de trabajo, llamada inquilinaje, es extensiva a todos los individuos varones
que componen la familia, pequeños y grandes.
Simple reproducción, se puede decir, de los antiguos pecheros, los inquilinos
vegetan y mueren ordinariamente sobre la propiedad en que vieron la luz. Confinado bajo
el humilde techo toscamente construido, de paja o de madera, de la miserable casucha
que lo vio nacer, o de otra parecida levantada al lado de ésta; sin mas sociedad que la de
su familia y de sus semejantes (exceptuando el domingo que, si tiene dinero, lo celebra
alegremente en la cantina más cercana) el inquilino tiene escasas probabilidades de
progresar, y trasmite en consecuencia a su hijo, con poca o ninguna diferencia, la misma
semi-barbarie que heredara de su padre; siendo quizás inferior al mismo peón que al
menos viaja y ve tierras, como suele decirse.
Finalmente los trabajadores de minas, como el mismo nombre lo dice, son los
dedicados especialmente a los trabajos sumamente difíciles y fatigosos de la explotación
de éstas, que frecuentemente penetran varios centenares de metros en las entrañas de
la tierra, siguiendo en todos sus sentidos las caprichosas vueltas y revueltas de la vena
metálica. Trabajador infatigable mientras se encuentra con la enorme piqueta de diez a
quince libras en las manos, o con la pesada espuerta de mineral en los hombros, - no sale
de allí sino para gastar en pocas horas de infernal orgía, todas sus pequeñas economías
de quince días de todo un mes (según el periodo establecido en cada localidad para el
arreglo de cuentas); y es el verdadero representante del hombre-bestia.

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