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Arte Urbano
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Olga Picún
1 En una tipología de las formas de comercio ambulante en la ciudad de México los criterios de clasificación son las
modalidades de transacción, el lugar preciso, la situación del vendedor y el cliente, y los productos y servicios
ofrecidos. El músico callejero integra junto con otras dos figuras, el mendigo y el vendedor ambulante, la intersección
entre la categoría de ambulante de la acera y “otros productos o servicios” (Monnet, Giglia y Capron, 2007).
2 Sobre las relaciones entre cultura y sociedad véase Williams, 1981.
3 Sobre el espacio público virtual véase Ribeiro, 2004.
trascender estos componentes tomándolos como referentes en la definición de un tipo
específico de intercambio social, que tiene lugar en el espacio público, y su contribución a la
legitimidad del músico. De esta manera queda definido el carácter relacional de este estudio.
El sustento empírico de la propuesta de análisis lo constituye el trabajo de campo que
realicé entre 2007 y 2011, con distintos grados de sistematización y profundidad, en varias
ciudades: Montevideo, Buenos Aires, Madrid, Bordeaux, París, Londres, México y Barcelona4.
Los supuestos que guían la lectura de los casos explorados son dos: el carácter recíproco de
dicho intercambio y su incidencia en la legitimidad del músico callejero. La pregunta que subyace
a esta particular mirada de las relaciones de intercambio social recíproco en el espacio público
es la siguiente: ¿en qué medida este tipo de intercambio pone en marcha un mecanismo de
legitimación social para el músico de calle?
Desde el comienzo del trabajo de campo un problema de índole teórico fue tomando
forma a raíz de la observación –con cierta regularidad- de instrumentos que no sonaban o que
lo hacían sin sentido musical alguno. Es decir, la diversidad de perfiles de músico capaz de
albergar la vía pública en los diferentes contextos socioculturales, revelaba una zona donde la
frontera entre la condición de músico y la de mendigo se desdibujaba. La confusión aumentaba
aún más cuando el repertorio del músico parecía estar integrado por una única y rudimentaria
melodía, que reiteraba hasta el cansancio. Estas situaciones imponían la necesidad de explorar
la información social que el sujeto proporciona de sí mismo, identificando algunos de los perfiles
incluidos en esta particular zona de ambigüedad y así definir una frontera analítica. Un camino
posible para interpretar lo que, en mi opinión, resultaba un eufemismo (disfraz) por parte del
supuesto músico fue retomar la noción de desidentificadores de imagen virtual propuesta por
Erving Goffman5. El sentido que Goffman otorga a esta noción es el siguiente:
Un signo que tiende –real o ilusoriamente- a quebrar una imagen, de otro modo
coherente, pero en este caso en una dirección positiva deseada por el actor, y que
no busca tanto formular un nuevo reclamo como suscitar profundas dudas sobre la
validez de la imagen virtual. (Goffman, 2006, 59)
Sin lugar a dudas la exploración de la imagen que el propio músico construye –de
manera consciente o no-, asociada a la manera de interactuar con el público constituye un medio
para interpretar situaciones ambiguas o difíciles de explicar en términos académicos. Estos
aspectos se manifiestan en las composiciones y arreglos musicales, en las habilidades
interpretativas, en la conformación y características de los repertorios y en los modos de
presentarlos. Asimismo, se relacionan dialécticamente con las condiciones socio-económicas y
culturales del músico, con el papel de la música en su historia de vida y con los motivos que lo
inducen a hacer este tipo de trabajo informal. En el caso de los músicos migrantes, por su parte,
4 Este estudio forma parte de la tesis doctoral en Ciencias Antropológicas –con especialidad en Cultura-, realizada para la
Universidad Autónoma Metropolitana de México: “Entre la legitimidad y el conflicto: los músicos callejeros en la ciudad
postindustrial. Estudio del Centro Histórico de la ciudad de México y de Ciutat Vella (Barcelona)” (2011).
5 Erving Goffman distingue entre la identidad social virtual y la identidad social real. La primera de ellas refiere a una
caracterización esencial de un sujeto, que surge de una mirada retrospectiva hacia los de su clase, grupo, estigma, etc. La
segunda, por su parte, refiere a los atributos reales que se observan en un individuo y que le pertenecen. (Goffman, 2006,
12)
los factores que determinan el cambio de residencia y los lugares de origen y destino son
también aspectos relevantes dentro de la mencionada dialéctica, vinculados al mismo tiempo
con la manera en que es o cree ser socialmente percibido, así como con su propia apreciación y
experiencia del nuevo lugar de residencia temporal o permanente. La diversidad existente en
todos estos aspectos se expresa particularmente en la imagen proyectada ante el eventual
público y en las respuestas obtenidas de este último, y se enmarca en las características
socioculturales del espacio donde desarrolla su actividad musical; de manera que todos estos
constituyen factores de incidencia en los procesos de intercambio social.
Por lo tanto, la noción de Goffman, además de evidenciar situaciones en las que se
produce una desidentificación, estableciendo una frontera más precisa entre los casos ubicados
en la categoría de músico y los que quedarían fuera de ella, permite tender un puente analítico
con el intercambio social, en la medida en que una parte importante de la información social
proporcionada por el sujeto está dada por la imagen que construye para el público. Aun así, es
necesario tener en cuenta que este sujeto de estudio admite una amplia gama de situaciones,
incluso, fronterizas. Como consecuencia de lo anterior, la flexibilidad al momento de establecer
los casos que ameritan integrarse al objeto de estudio, admitiendo componentes arbitrarios,
subjetivos o imprecisos, ha sido considerada un requerimiento metodológico de esta
investigación, pues toda práctica social no elude los elementos mencionados.
Dinámica del intercambio social recíproco entre el músico y el receptor en el espacio público
A mediados de los años sesenta el sociólogo austríaco Peter Blau planteaba la incidencia
de un conjunto de aspectos en los procesos de intercambio, en tanto componente obligatorio
de toda relación social: el escenario donde tiene lugar, el carácter de la relación establecida
entre sus participantes, la naturaleza de los beneficios que entran en juego, los costos en que se
incurre al proporcionarlos y el contexto social en el cual se produce. Asimismo, en una crítica al
planteamiento del neoyorquino Alvin Gouldner, puntualizaba que la existencia de un
mecanismo de arranque constituye una condición ineludible del intercambio social6. Veamos a
partir de estas ideas cuáles son las características del intercambio social producido en este
contexto de estudio y los resultados en cuanto a la legitimidad del músico callejero. Veamos
también cómo se articula con el intercambio económico generado en este mismo ámbito de
interrelación.
Sin duda es el músico quien promueve una relación de intercambio con el transeúnte,
mediante el ofrecimiento de un producto simbólico e intangible, al cual no suele poner precio.
Las diferentes formas en que se objetiva este ofrecimiento simbólico se asocian a estrategias
particulares más o menos elaboradas e integradas a la construcción de la imagen del músico,
cuyo primer objetivo es atraer la atención del paseante y lograr que se detenga a escuchar.
Incluso, algunos de los músicos entrevistados han señalado cómo la dificultad que esto
representa plantea la necesidad de concientizar la propia experiencia como un proceso de
aprendizaje en tal sentido, dadas las diferencias con un concierto o recital donde el público es
atraído de antemano, mediante la promoción y difusión.
La música, por su parte, funciona como un mecanismo de arranque en tanto la atracción
que ejerce en el paseante es susceptible de provocar una manifestación de satisfacción o
agradecimiento, con la posibilidad de que se objetive además en una retribución económica. De
6La diferencia con el planteamiento de Gouldner es que éste último consideraba el mecanismo de arranque una
característica de un tipo de intercambio social, el recíproco. (Blau, 1964, 90, 97-98)
esta forma el paseante se convierte en receptor de la música, expresando su disposición a
participar del intercambio. El caso contrario ocurre cuando el sujeto manifiesta su negativa a
participar, a través de la indiferencia o el desagrado. La observación participante (lo ético) y los
relatos de los músicos (lo émico)7, en cuanto a sus experiencias con el público, apuntan
reiteradamente a esta idea de la música como mecanismo de arranque del intercambio, al
mismo tiempo que al carácter volitivo. (Blau, 1964, 91) Es decir, un aspecto sustancial de estas
relaciones diádicas en la vía pública, producidas a partir de la música es que excluyen cualquier
componente de coerción. Canek González del grupo de son cubano Made in Barcelona, que
desarrolla su actividad en el puerto de esta ciudad, se expresa sobre la espontaneidad de la
comunicación y el intercambio social en el espacio público: “de empezar a tocar y que nadie te
voltee a ver, pero de repente te encuentras así rodeado de un montón de gente que está
bailando, que está cantando, y que no precisamente pagó ni fue a verte, pero se encontró
contigo y está disfrutando, y está de fiesta8.”
Arturo Gómez, ingeniero civil y guitarrista, que egresó de la Escuela Nacional de Música
de la Universidad Nacional Autónoma de México, relata lo siguiente: “Me quedó muy grabado
que de pronto llegó una señora, digamos, de condición humilde. Yo estaba tocando… y de
repente se paró y me dijo “no traigo dinero, pero esta música que está usted tocando nunca la
había oído. Yo traía una de esas broncas en mi cabeza y traía problemas, y con esta música se
me quitó””. Y añade el guitarrista: “Entonces cae uno en la cuenta […] de que la música tiene un
poder para cambiar, incluso, el estado de ánimo. Son cosas que uno a veces no las visualiza
completamente en la mente […] La música tiene ese extraño ingrediente… quizás no muy
medible…”9
La génesis de la referida gratificación económica se encuentra, por su parte, en una
directa exhortación verbal, con diferentes grados de elaboración, o en un mensaje que, si bien
en este contexto no admite más de una posibilidad interpretativa, es indirecto y consiste en
colocar delante del músico el estuche del instrumento musical abierto o un recipiente vacío o
con monedas y, en su caso, el fonograma a la venta. Es decir, no existen dudas sobre el fin
económico de la actuación del músico en la vía pública, tal como se observa en la afirmación de
“no traigo dinero”. Y tan es así que en la ciudad de Barcelona la presentación del fonograma es
un momento a través del cual algunos grupos musicales despliegan ingenio, humor o
emotividad.
No obstante el peso del aspecto económico, en este intercambio operan componentes
no materiales –gestuales o verbales-, que dan cuenta de los universos simbólicos en juego en
esta relación diádica: memoria, identidades, gustos, sensibilidad o predisposición hacia cierto
estilo o género de música. Estos universos simbólicos parcialmente compartidos constituyen
factores de incidencia en la aceptación de un intercambio, inclinado hacia la reciprocidad. En
este sentido señala Karl Polanyi que la tendencia a desarrollar intercambios recíprocos dentro
de una comunidad está en relación directa con la cercanía social de sus integrantes. (Adler de
Lomnitz, 1975, 2004) Es decir, en la medida en que los participantes en el proceso de
intercambio coincidan socialmente o, en términos bourdieuianos, compartan un sector del
espacio social10, habrá reciprocidad.
Es importante destacar, sin embargo, que no es un requisito indispensable para el
intercambio recíproco la estricta pertenencia común de los participantes a una clase social o
fracción de la misma; tampoco una simetría social absoluta entre ellos, sino la existencia de un
Respecto de los factores que inciden en la aceptación del intercambio por parte del
público receptor, la articulación de lo ético y lo émico contribuyó a sintetizarlos en dos nociones
no necesariamente excluyentes sino complementarias. El concepto de solidaridad constituye el
fundamento de esta categorización, en tanto guía las respuestas del público a los músicos. La
primera de estas nociones es, entonces, la solidaridad por identidad: la acción de dar dinero,
detenerse a escuchar, aplaudir o de acercarse al músico corresponde a un acto solidario –
consciente o no- propiciado por la existencia de identidades comunes. Estas identidades
presentan componentes culturales y sociales; respectivamente, el conjunto de aspectos
musicales que construyen la identidad individual –repertorio, tipo de práctica, sonoridad
instrumental, estilo o género musical- y la ya referida condición de compartir un sector del
espacio social. Aun el indigente, que aplaude u otorga dinero al músico, es probable que se sume
a la causa de éste, pues ambos comparten –al menos circunstancialmente- el espacio público, si
bien el uso del mismo es diferente en cada caso: para uno significa el hogar y para el otro un
eventual lugar de trabajo.
La segunda noción es la solidaridad por reconocimiento. Aquí, una valoración
espontánea –con tendencia a ser libre y desprejuiciada- de lo percibido sensorialmente es
efectuada por el escucha. Aunque esta rápida valoración, sobre todo en el contacto inicial con
la música, no pasa de ser básica e intuitiva, la personal –en tanto subjetiva- adjudicación de
valores positivos se encuentra permeada fundamentalmente por el volumen y la especificidad
del capital cultural, y en menor medida por los elementos que componen la identidad individual.
No obstante, es posible la tendencia a un equilibrio entre la solidaridad por identidad y por
reconocimiento cuando los propios músicos callejeros se convierten en público, lo cual muchas
veces se objetiva, incluso, en la cooperación económica.
Por otra parte, las situaciones en que el público se acerca a los músicos, a partir de esa
Un aspecto común en las entrevistas realizadas a los músicos fue la recuperación del
componente mágico de los impredecibles e inimaginables encuentros (entiéndase el empleo
polisémico del término) con los escuchas, y narran situaciones que sugieren al espacio público
como un factor determinante en la generación de los mismos. Las circunstancias o motivos
particulares de tales encuentros producidos a partir del estímulo primario de la música,
ocasionalmente, se sitúan en un plano ajeno a la última, si bien la profundidad de las emociones
o de los vínculos, en uno u otro caso, pueda ser equivalente. La alusión a un tipo de receptividad
profunda de la música, capaz de atravesar las barreras culturales e idiomáticas y provocar
respuestas emocionales no del todo esperadas o previstas por el músico, aparece en el relato
de Orlando Vázquez, migrante colombiano en Barcelona:
¿En qué medida el intercambio social constituye un mecanismo de legitimación del músico de
calle?
Existe un ámbito más o menos dilatado o constreñido, según la sociedad de que se trate,
donde es posible una regulación social del espacio, sin que suponga el apego absoluto a un
sistema de leyes, y donde los procesos de legitimación trascienden el orden institucional. En la
medida en que éste es el ámbito de desempeño primario del músico callejero, el intercambio
social recíproco representa un componente tan subjetivo como inherente a la construcción de
una legitimidad social.
La forma en que se producen las situaciones de intercambio, planteadas a partir de las
experiencias de los músicos y de la observación en el trabajo de campo, tienen como único
posible escenario el espacio público. Es en él donde encuentros fortuitos o no siempre previstos,
transformados en relaciones efímeras o duraderas, resultan de la viabilidad del contacto directo,
física y socialmente cercano. La tendencia a la multifuncionalidad del espacio público y al diverso
tránsito peatonal, asociada a una capacidad de control algo disminuida respecto de los espacios
semipúblicos, muestra una relación estrecha con la aptitud para generar dichos encuentros, lo
cual favorece la legitimidad.
Sin embargo, las propias características de espontaneidad y cercanía del intercambio
social recíproco lo convierten en un mecanismo de legitimación restringido, puesto que las
relaciones no atraviesan el ritual legitimador construido en torno al músico de escenario, que lo
distancia convenientemente del auditor.
Este mecanismo de legitimación restringido se articula con la regulación política de las
actividades del músico en el espacio público. Dicha regulación, al centrarse en aspectos
extrínsecos a la música como producto artístico (contaminación sonora, obstrucción del libre
tránsito, venta de productos), representa un obstáculo para que este músico se integre a las
políticas culturales públicas; por lo tanto, también proporciona una legitimidad acotada. Es
decir, este segundo mecanismo actúa únicamente en la habilitación que permite al músico
permanecer en el espacio público, bajo la coerción de quienes ejercen la autoridad.
En contraposición, los sistemas legitimadores de las Bellas Artes y de la industria cultural
se imponen –por diferentes motivos-, a través de una construcción hegemónica tan potente en
sus dimensiones y en el peso sociopolítico, que estos espacios de la música no son afectados al
punto de desaparecer, ni por la frecuencia con que salas de concierto permanecen casi vacías,
ni por los contenidos musicales herméticos, ni por los de cuestionable calidad –según sea el
caso-, ya que los factores que mantienen la integridad de estos espacios son otros, y están
asociados a las dinámicas del sistema educativo terciario y del mercado, en forma independiente
o articuladas mediante políticas culturales públicas.
En este contexto, el intercambio social recíproco del músico de calle, producido a partir
de los numerosos paseantes que se convierten en receptores de la música, constituye el factor
de incidencia con mayor peso en su legitimidad social. Sin embargo, este mecanismo legitimador
se muestra débil y marginal, y no representa un medio que permita a este actor social trascender
la histórica condición de subalternidad.
BIBLIOGRAFÍA
Adler de Lomnitz, Larissa, 1975: Cómo sobreviven los marginados, Siglo XXI, México.
Blau, Peter, 1964: Exchange and power in the social life, John Wiley & Sons, Inc., New York.
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Williams, Raymond, 1981: Cultura. Sociología de la comunicación y del arte, Paidós, Barcelona.