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Ana Vujanovic
Traducido por Paulina Abufhele
La conexión entre política y danza es uno de los temas más discutidos en las artes
performáticas hoy en día. Antes de dar una mirada más de cerca a lo que constituye este
vínculo, introduciré algunos marcos epistémicos y sociales dentro de los que podemos
hablar de política cuando nos referimos a performance contemporánea y arte en general.
Luego continuaré con una discusión de las modalidades características de la politicidad que
registro en la escena internacional actual de la danza.
Para empezar, quisiera enfatizar que mi enfoque en este texto no será el de una
política particular de la danza contemporánea. Más bien, quiero concentrarme en las
problemáticas de la politicidad como el aspecto de una obra de arte o de una práctica
artística que orienta las formas en que ésta actúa e interviene en la esfera pública. Al
hacerlo, la politicidad implica discusiones sobre y conflictos en torno a temas como los
sujetos y objetos que performan en una esfera pública, el arreglo de las posiciones y las
relaciones de poder entre ellos, la distribución de lo sensible, y los discursos ideológicos
que modelan un orden simbólico y sensorial común de la sociedad, el cual afecta su
estructura material y sus divisiones. Por lo tanto, mi objetivo aquí no es ni abogar por el
arte político ni tampoco dividir las performances de la danza entre comprometidas socio-
políticamente por un lado y prácticas de l'art pour l'art por el otro. En su lugar, me gustaría
recalcar la necesidad de pensar en una red amplia y compleja de politicidad como un
aspecto que caracteriza a todas y cada una de las performances -ya sean políticas o
apolíticas, resistentes o cómplices, transformadoras o serviles- como un evento social que
se practica en público.
¿Por qué hay tanta preocupación por lo político en el arte hoy en día?
[En] las artes performáticas (diferentes del arte creativo del hacer), el logro reside en
la performance en sí misma y no en un producto final que sobrevive a la actividad
que la trajo a la existencia y se vuelve independiente de ella. [...] Por el contrario, las
artes performáticas tienen, de hecho, una fuerte afinidad con la política. Los artistas
escénicos – bailarines, actores, músicos y similares – necesitan una audiencia para
mostrar su virtuosismo, al igual que los hombres que actúan [acting men de la
política] necesitan la presencia de otros ante los que puedan aparecer; ambos
necesitan un espacio organizado públicamente para su "trabajo", y ambos dependen
de otros para la performance en sí misma.3
Sin embargo, esta elaboración carece una vez más de una consideración más cuidadosa y
más históricamente determinada de las nociones transformadas de la poiesis, la praxis y el
arte, y sus nuevas relaciones bajo el actual estado del capitalismo.4
Para ir más allá de la perspectiva de Arendt, me gustaría introducir las tesis propuestas por
los pensadores italianos post-operaístas Maurizio Lazzarato, Antonio Negri y Paolo Virno,
que explican la desaparición de la política de manera diferente. Como esta teoría se centra
en el concepto de trabajo inmaterial, su punto de partida es el hecho mismo de que las
fronteras de la política y la economía, o de la praxis y la poiesis hoy en día se hacen cada
vez más borrosas. Esta difuminación es, en realidad, el modo en que ellos responden la
cuestión que fue dejada sin responder por Arendt: ¿Cómo practicamos la política y dónde
se encuentra hoy en día, después de haber dejado de ser una actividad social específica?
Según ellos, la producción occidental postindustrial posfordista ya integra elementos de la
práctica política. Por lo tanto, la desaparición de la política significa en realidad que la
actividad política está ahora subsumida en otras actividades sociales que van desde la
economía hasta la cultura y el arte5. Escribe Virno:
Creo que en las formas de vida actuales uno tiene una percepción directa del hecho
del acoplamiento de los términos público-privado, así como del acoplamiento de
los términos colectivo-individual, que ya no pueden sostenerse por sí solos, que
están jadeando por aire, quemándose. Es tal como lo que está sucediendo en el
mundo de la producción contemporánea, siempre y cuando la producción - cargada
como está de ethos, cultura, interacción lingüística - no se entregue al análisis
econométrico, sino más bien que sea entendido como una amplia experiencia del
mundo6.
En su texto Trabajo inmaterial, Lazzarato explica que el núcleo de la producción
capitalista contemporánea, una producción que está basada en el trabajo inmaterial, no es
la producción de la mercancía sino la producción de contenido cultural-informativo de esta
mercancía. Por ello, las cuestiones centrales de la economía o, en un sentido más amplio,
de la producción, son cuestiones relativas a la configuración de la situación social por
medio de la comunicación y la colaboración, cuyo contenido principal es la producción de
subjetividad. Especialmente en el campo artístico-cultural progresista, estas reivindicaciones
son consideradas a menudo promisorias para reivindicar la politicidad del arte, dado que
parecen sugerir una ecuación simple: el arte es político en la medida en que pertenece al
dominio del trabajo inmaterial que abarca la política. Sin embargo, quiero argumentar en
contra de esta ecuación fácil, que, para mí, es profundamente problemática. El trabajo
inmaterial sólo puede ser político a costa de sus implicaciones en el mercado postfordista
de las ideas. Dicha configuración de lo social está casi totalmente capitalizada, simulando
así lo político en lugar de abrir un nuevo espacio para la discusión política.
Junto a Hannah Arendt y los postoperaístas, la tercera perspectiva importante sobre
la relación entre el arte y la política puede encontrarse en las consideraciones de Jacques
Rancière sobre la política y la estética7. Es ampliamente conocido que la comprensión de
Rancière de la política como la distribución de lo sensible (le partage du sensible) aborda
cuestiones relativas a enmarcar o reenmarcar el espacio público como un espacio común en
el que ciertos cuerpos tienen una parte y otros no, y en el cual ciertas imágenes y voces
pueden ser vistas y oídas, y otras no. Por lo tanto, la política como la distribución de lo
sensible se trata de una conformación conflictiva de la esfera de la experiencia sensorial
común o, para decirlo de otra manera, del "sensorio común", es decir, lo que se siente
como común para una comunidad social particular. El concepto de Rancière de la política
de la estética, si bien deriva de este punto de vista, no se refiere a la conocida observación
de Walter Benjamin sobre la estetización de la política y la politización del arte. Para
Rancière, la estética está en el centro mismo de la política como una (re)distribución de lo
sensible. Asimismo, el arte siempre tiene una dimensión política, dado que “las prácticas
artísticas son ‘modos del hacer’ que intervienen en la distribución general de los modos del
hacer tanto como en las relaciones que mantienen con los modos de ser y las formas de la
visibilidad”8.
Sin embargo, esto no significa que el arte sea la política, pero ciertamente significa
que, a partir de este punto, podríamos y deberíamos diferenciar en casos concretos si su
politicidad se lleva a cabo como policía o política, es decir, como una contribución a la
distribución existente de lo sensible (política/policía), o como una intervención crítica en
ella (política).
Así hemos llegado al grado cero de pensar la cuestión del arte-y-la-política y su
atractivo para el pensamiento crítico contemporáneo. Aunque los puntos de vista
brevemente introducidos anteriormente son divergentes, podemos concluir de todos ellos
que pensar la relación del arte con la política como algo fuera del campo del arte hoy en día
se derrumba cada vez más. En cambio, el arte está en sí mismo inmerso dentro de lo
político y se convierte así en uno de los campos de entrenamiento o de batalla para las
prácticas políticas de las sociedades occidentales.
NOTAS:
1 Ver Hannah Arendt, The Human Condition(Chicago: University of Chicago Press, 1998);
y también otras reflexiones en On Revolution (New York: Penguin, 1991).
2 Una respuesta crítica elaborada a este desafío puede encontrarse en el trabajo del grupo
austriaco WochenKlausur; see: http://www.wochenklausur.at/, especially “From the
Object to the Concrete Intervention”, http://www.wochenklausur.at/ kunst.php?lang=en,
Access: 26 March 2011.
3 Hannah Arendt, Between Past and Future; Six Exercises in Political Thought (New York:
The Viking Press, 1961), p. 153 f.
4 Para más detalles sobre esto, véase: Giorgio Agamben, “Poiesis and Praxis”,
“Privation Is Like a Face”, in The Man Without Content (Palo Alto, CA: Stanford
University Press, 1999), pp. 68–94, pp. 59–68. Como las tesis de Agamben serían
una digresión sobre mi tema principal aquí, sólo quiero mencionar que muestran
que un retorno a la praxis hoy en día no re-politiza el arte, ya que la práctica no es
lo que era en la antigua Grecia, sino que es - ya desde el siglo 19 en adelante -
concebido como una expresión de la voluntad humana individual y las fuerzas
creativas; véase también: Ana Vujanović, “What do we actually do when ... make
art”, Maska 127–130 & Amfiteatar 2 (2010)
5 E.g. Maurizio Lazzarato, “Immaterial Labour”, http://www.generation-online.
org/c/fcimmateriallabour3.htm (30 March 2011); “Le renouvellement du concept de
production et ses sémiotiques” (Chapter 1), http://www.howtodothingsbythe-
ory.info/2010/06/22/public-editing-3-reference-text_1-le-renouvellement-du-con-
cept-de-production-et-ses-semiotiques/ (30 March 2011); Michael Hardt, Antonio
Negri, Empire (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2000); Virno, A
Grammar of the Multitude (Los Angeles: Semiotext(e), 2004).
6 Virno, A Grammar of the Multitude, p. 26.
7 Jacques Rancière, The Politics of Aesthetics: The distribution of the sensible (New
York: Continuum, 2004); and Disagreement: Politics and Philosophy (Minneapolis,
London: University of Minnesota Press, 1999).
8 Rancière, The Politics of Aesthetics, p. 13.
9 Ver una confrontación explícita del teatro político de Brecht y Piscator con los
experimentos formales dadaístas en torno a la cuestión de la política de la actuación en
Erwin Piscator, “The Proletarian Theatre: Its Fundamental Principles and its Tasks”
(1920), ed. Ludwig Hoffmann, Erwin Piscator: Political Theatre, 1920–1966, catálogo de la
exposición (Londres: Arts Council, 1971), pp. 41-44. En el campo de la danza de esa época,
el Tanztheater de Kurt Jooss o la poética de la "bailarina roja" de Jean Weidt, por ejemplo,
podrían considerarse paradigmáticos para esta modalidad.
10 Véase un análisis coherente de la práctica sociopolítica de los significantes artísticos en:
Slavoj Žižek, Mladen Dolar, Rastko Mo2nik, Danijel Levski, Jure Mikuž, “Umetnost,
družba/tekst” (“Art, Society/Text”), Problemi-Razprave 3–5 (1975).
11 Ver también en Ramsay Burt, “Dance, History, and Political Relevance”, Maska 82–83
(2003).
12 Ver André Lepecki, Exhausting Dance: Performance and the politics of
movement (London, New York: Routledge, 2006).
13 Ver Lazzarato’s own re-thinking in“Conversation with Maurizio Lazzarato”,TkH 17 &
Le Journal des Laboratoires: “Exhausting Immaterial Labour in Performance” (2010), pp.
12–17.
14 Matteo Pasquinelli,“ImmaterialCivilWar;PrototypesofConflictwithinCognitive
Capitalism”, 2006, http://eipcp.net/policies/cci/pasquinelli/en (30 March 2011).
15 Ver Mårten Spångberg, “Overwhelming, The Doing of Research”, in The
Adven- ture (Vienna: ImpulsTanz, 2006): pp. 33–47; Bojana Cvejić, “Collectivity?
You Mean Collaboration?”, 2005, http://republicart.net/disc/aap/cvejic01_en.htm
(30 March 2011); Bojana Kunst, “Prognosis on Collaboration”, Marko Kostanić,
“Art and Labour”, TkH 17 & Le Journal des Laboratoires: pp. 20–30, pp. 36–40.