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Los 8 procesos psicológicos superiores

Uno de los rasgos humanos más característicos es que podemos pensar en


términos abstractos.

Los procesos psicológicos superiores, como el lenguaje o el razonamiento, están


implicados en las capacidades que distinguen a las personas del resto de
animales. Éstas y otras funciones voluntarias y controladas nos han permitido
dominar el planeta y explican buena parte de la complejidad que caracteriza a
nuestras sociedades.

Pero, ¿en qué consisten exactamente las funciones cognitivas superiores? En


este artículo podrás encontrar la descripción de los principales procesos
psicológicos superiores y la definición de este concepto.

¿Qué son los procesos psicológicos superiores?

Según Lev Vygotsky, los procesos mentales superiores son sistemas psicológicos
humanos que se desarrollan a partir de otros más básicos, compartidos con los
animales. Están mediados por símbolos y emergen a partir de la interacción social,
además de como consecuencia natural del desarrollo cerebral.

De modo opuesto, los procesos psicológicos básicos o elementales son


compartidos por muchas especies de animales y están presentes en las personas
desde el nacimiento. Este tipo de procesos engloban fundamentalmente la
atención, la percepción y la memoria.

El concepto de proceso psicológico superior es muy utilizado en la actualidad, en


especial en la psicología cognitiva y en las neurociencias, aunque la definición no
es siempre equivalente a la de Vygotsky.

En el campo de la neuropsicología se habla de procesos psicológicos superiores


para hacer referencia a las funciones cerebrales que dependen de las áreas de
integración del córtex. Como su nombre indica, estas regiones integran la
información del resto del cerebro, permitiendo procesos de gran complejidad como
el lenguaje o el razonamiento.

Las funciones cognitivas superiores principales

No existe un consenso claro en torno al número de procesos psicológicos


superiores que existen, si bien se suelen incluir dentro de este concepto al
menos las gnosias, las praxias, el lenguaje y las funciones ejecutivas, como el
razonamiento y la inhibición; trataremos estas últimas por separado.

1. Gnosias

La gnosis se define como la habilidad para reconocer y dar significado a aquello


que percibimos. Depende de la memoria y de los sentidos, por lo que podemos
hablar de gnosias visuales, auditivas, olfativas, gustativas o táctiles; éstas son las
gnosias simples, mediante las cuales otorgamos sentido de forma directa a la
estimulación externa.

Por otra parte, también existen las gnosias complejas, que combinan la
información de los sentidos con otras funciones cerebrales, dando lugar a la
percepción del propio cuerpo o a la orientación viso espacial.

2. Praxias

Cuando ejecutamos una conducta motora bajo control voluntario con el objetivo de
alcanzar una meta estamos llevando a cabo una praxis, generalmente programas
motores aprendidos. Los trastornos en estas funciones son denominados
“apraxias”.

Las praxias se dividen en tres tipos: visoconstructivas (utilizar distintos elementos


para crear un conjunto, como un dibujo), ideomotoras o ideomotrices (reconocer y
llevar a cabo gestos simples, por ejemplo saludar con la mano) e ideacionales o
ideatorias (utilizar una secuencia de movimientos con un significado concreto).
3. Atención

La atención puede ser considerada un proceso mental básico o uno superior en


función de la complejidad de la tarea y de si se da un control voluntario. Se define
como la capacidad para focalizar los recursos cognitivos en estímulos
determinados, y está mediada por los procesos de alerta y por la percepción.

Entre los tipos de atención que podríamos considerar procesos psicológicos


superiores cabe destacar la atención selectiva, la sostenida y la dividida. La
atención selectiva es la aptitud para focalizarse en un único estímulo, la sostenida
consiste en prestar atención durante un periodo de tiempo prolongado y la dividida
permite alternar el foco de atención entre varios estímulos.

4. Lenguaje

El lenguaje es un proceso psicológico fundamental porque facilita otras funciones


cognitivas y media en muchos tipos de aprendizaje. Para el desarrollo del lenguaje
se requiere la función simbólica, es decir, la capacidad de representar ideas
mediante símbolos y de comprenderlos, en caso de que hayan sido creados por
otras personas.

Dentro de este proceso mental superior encontramos capacidades diversas, como


la expresión o la discriminación de fonemas y letras. Tanto el lenguaje oral como
el escrito, que se apoya en la lengua hablada, permiten dar información o hacer
peticiones a otras personas; el desarrollo de esta capacidad fue clave para el
progreso de las sociedades humanas.

5. Toma de decisiones

La toma de decisiones es la capacidad para escoger el plan de acción más


adecuado entre los que tenemos disponibles. Esta habilidad incluye el análisis
detallado de las opciones y de sus posibles consecuencias, así como la
comparación de las alternativas.

Se engloba a la toma de decisiones dentro de las funciones ejecutivas, como el


razonamiento, la planificación o la inhibición, que describiremos en los siguientes
apartados. Las funciones ejecutivas son procesos cerebrales complejos que nos
permiten alcanzar metas y maximizar nuestra adaptación al entorno mediante la
supervisión de la conducta voluntaria.

6. Razonamiento

Podemos definir el razonamiento como el proceso mediante el cual extraemos


conclusiones, hacemos inferencias y establecemos relaciones abstractas entre
conceptos. Puede ser inductivo (cuando usamos casos individuales para llegar a
una regla general), deductivo (extraer conclusiones de la regla general) o
abductivo (hacer la inferencia más sencilla posible).

7. Planificación

Mediante la planificación no sólo creamos planes para lograr nuestros objetivos,


sino que también permite el propio establecimiento de metas. Además la
planificación está fuertemente implicada en la toma de decisiones y en la
resolución de problemas.

8. Inhibición

Cuando hablamos de procesos psicológicos superiores, el término “inhibición”


hace referencia a la capacidad de ignorar estímulos irrelevantes, o bien de
refrenar impulsos inadecuados en un contexto determinado. La inhibición cerebral
parece estar alterada en distintos trastornos psicológicos, entre ellos la
esquizofrenia y el TDAH.
Los procesos psicológicos constituyen elementos fundamentales en el estudio de
la psicología. Son los procesos que permiten a la persona tomar conciencia de sí
misma y de su entorno, se encuentran en el origen de cualquier manifestación
conductual y hacen posible el ajuste del comportamiento a las condiciones y
demandas ambientales. En esta obra se ofrece una introducción a su estudio,
describiendo los procesos cognitivos (la atención, la percepción, el aprendizaje, la
memoria, el pensamiento y el lenguaje) y los procesos activadores (la motivación y
la emoción). Por último, se analiza su funcionamiento integrado en relación con
otros procesos de carácter más general (la inteligencia, la personalidad y la
conducta normal como contraposición a la desviada o anormal).En definitiva, los
contenidos tratados en este texto hacen de él una guía útil para cualquier persona
que desee familiarizarse con los principios de la psicología. Asimismo, proporciona
un esquema esencial para emprender el estudio de otras áreas teóricas y
aplicadas de esta ciencia.

“Los procesos psicológicos influyen en las


enfermedades”
La disminución del estrés, por ejemplo, influye favorablemente en los
pacientes con hipertensión arterial o diabetes
Afortunadamente el psicólogo se está alejando de los tópicos y está empezando a
formar parte del elenco de los profesionales de la salud. Cada vez más personas
acuden al psicólogo para afrontar alguna patología o simplemente para buscar
orientación sobre algún tema en concreto.

Trastornos como fobias, ansiedad, retraso madurativo o trastornos de personalidad,


entre otros, son algunos de los motivos que suscitan la mayor parte de las visitas al
psicólogo.

Mª Carmen Arroyo e Ismael Saquete, ambos Especialistas en Psicología,


atienden a nuestras preguntas en la siguiente entrevista en la que esclarecen la
importancia del psicólogo en el tratamiento de muchas patologías.

¿Existen aún tópicos y prejuicios a la hora de acudir al psicólogo?


M.C.A.: Afortunadamente los tópicos se van diluyendo en la medida que la figura del
psicólogo se va haciendo más familiar, como alguien que forma parte del elenco de
profesionales de la salud, que ayuda a quienes sufren y que, por ello, está presente
cada vez en más ámbitos.

IS.B.: Tópicos como la autosuficiencia, “¡Yo tengo todo bajo control!”, “¡Puedo
arreglarlo por mí mismo!”, nos puede hacer desechar la opción de solicitar ayuda
profesional ante circunstancias adversas que alteran nuestro bienestar. Esto entronca
directamente con otro de los mitos, “¿en qué me puede ayudar un desconocido?”. En
multitud de ocasiones es ese desconocido el que favorece un clima donde la
expresión de lo que nos preocupa encuentra un lugar de manifestación exento de
juicios y evaluaciones moralizantes.

“No sé cómo lo solucionaré, mejor me voy a dar un poco de tiempo”, es otro de los
ejemplos. Este crea la falsa ilusión de la solución del conflicto cuando, en realidad,
solo lo agrava. De igual manera existen quejas sobre la pérdida de la identidad
personal.

“En ningún momento la terapia tiene como objetivo cambiar la esencia de las
personas, solo persigue modificar aquellas ideas, sentimientos o conductas
disfuncionales que generan malestar”

M.C.A.: Estas reticencias que hemos citado nosotros los psicólogos tratamos de
deshacerlas en cuanto informamos de nuestra intención profesional y transmitimos
confianza y ante todo, normalidad.

¿Cuál es el perfil habitual del paciente que acude a consulta?


M.C.A./I.S.B.: El amplio bagaje de nuestro recorrido profesional nos ha permitido
hacer frente a los más variados pacientes. Dentro de la psicología infantil nos hemos
encontrado con trastornos como las fobias, victimas de Bullyng, retraso
madurativo y trastornos de ansiedad. De igual forma, también los problemas de
rendimiento escolar, las conductas inapropiadas en las diferentes áreas de la
convivencia diaria, el déficit de atención o la dislexia, son algunos ejemplos de
nuestro quehacer diario.

En el área infantil y juvenil los problemas de rendimiento académico, consumo de


sustancias, los problemas de relación social y trastornos de la personalidad,
conforman el espectro de las demandas más frecuentes.

Ya en adultos, son más frecuentes trastornos psicóticos (esquizofrenia), los


trastornos de la personalidad, trastornos alimentarios, y los problemas de
pareja o de familia.

También son muy frecuentes los casos de personas que precisan asesoramiento por
temas concretos sin presentar ninguna patología psicológica.

¿De qué depende el éxito de la terapia y los buenos resultados?


M.C.A.: Tanto de la confianza y sinceridad que les trasmites a los pacientes como de
la actitud inicial con la que éstos vengan. Si alguien viene inducido o incluso obligado,
presentará unas resistencias iniciales que requieren un tiempo extra hasta conseguir
bajar su recelo.

La motivación hay que trabajarla durante toda la terapia, nutriéndose de los


resultados positivos y avances que vaya adquiriendo al paciente. Al paciente hay
que informarle desde el inicio que la terapia es una díada interactiva y dinámica que
ha de fluir bidireccionalmente entre él y el terapeuta. Esto se logra aderezándolo todo
con mucha sinceridad y empatía. Sólo así se consigue la adherencia terapéutica.

I.S.B.: El grado de implicación del paciente, es decir, su motivación al cambio, así


como su capacidad para desarrollar expectativas realistas de cara a su propia
evolución son partes fundamentales dentro del proceso terapéutico. La relación
paciente-terapeuta es otro de los factores implicados. Diferentes estudios indican
que la calidad de la relación psicólogo-paciente es responsable hasta del 30%
del éxito de la terapia. Parafraseando a Rogers diríamos que una relación que
promueva el crecimiento se ve facilitada cuando el consejero es congruente, empático
y aprecia incondicionalmente a las personas con las que trabaja.

Un componente fundamental en el éxito de una terapia es el terapeuta. Es obvio decir


que la experiencia y formación del mismo son indispensables. No obstante son
cualidades como el interés genuino por las personas, su actitud favorecedora del
cambio y el respeto hacia el paciente las que facilitan, entre otras, el proceso
terapéutico.
¿Con qué disposición se debe acudir a terapia?
M.C.A.: Sabiendo que el terapeuta te va a ayudar y te va a hacer más libre y
autónomo. No vamos a “comer el coco”, vamos a potenciar el conocerse a sí mismo,
a buscar, analizar y combatir los factores subyacentes al sufrimiento que padece. Le
vamos a proveer de recursos terapéuticos que podrá utilizar durante toda su vida. El
paciente ha de ser informado que todo ello lo hacemos siguiendo un código
deontológico y desde un prisma realista y profesional caracterizado por la empatía y el
distanciamiento objetivo.

I.S.B.: Es necesario que el paciente confíe en que el profesional actuará


siempre en su beneficio. Mantener una actitud crítica de cara al tratamiento,
rebatiendo y argumentando las decisiones que no se compartan. Honestidad: si esta
no está presente la marcha de la terapia se ve afectada negativamente y los
resultados, casi con toda seguridad, no serán los
esperados. Paciencia, constancia y participación activa. Los “milagros” en psicología
aún no están lo suficientemente documentados como para darles viso de
realidad. Compromiso con el cambio, lo realmente importante es adoptar nuevas
pautas, con el objetivo de que sustituyan a las que se han venido demostrando como
ineficaces hasta ahora.

¿Con qué especialistas médicos puede trabajar de forma conjunta el


terapeuta?
M.C.A.: Con toda aquella especialidad en la que aparezca un paciente que sufra
mínimamente por conflictos internos y/o externos. Lo psíquico y lo físico son dos caras
de una misma moneda. Lo psicosomático y lo somatopsíquico hacen que ninguna
disciplina médica esté exenta de tratar un paciente que, en un momento en concreto,
precise asistencia psicológica.

I.S.B.: La ciencia psicológica tiene una doble perspectiva. Por un lado se constituye
como tratamiento singular, en los casos que sólo requieran de ella como intervención
única. Por otro como intervención concomitante con las más variadas disciplinas.
Tradicionalmente se ha asociado con la psiquiatría debido a que su objeto de estudio
es común, la mente humana. Actualmente se ha puesto de manifiesto que los
procesos psicológicos influyen en otras muchas patologías médicas,
observándose como la evolución adecuada de éstos, incide de forma favorable
en la evolución de alteraciones fisiológicas. A modo de ejemplo, podemos citar
como la disminución de los niveles de estrés ejerce un beneficio en los pacientes
diagnosticados de hipertensión arterial o de diabetes o como la psicoeducación
dirigida a pacientes aquejados de obesidad contribuye a una mejora de la
alimentación y, por ende, del peso saludable.
Aspectos psicológicos en la enfermedad

No vamos a entrar ahora en las intrincadas y sutiles relaciones cuerpo-mente ni


tampoco en las enfermedades psicosomáticas, en las que los aspectos psicológicos
juegan un papel esencial. Nos queremos referir por el momento a las repercusiones
psicológicas que tiene el hecho de enfermar.

Laín Entralgo, en su Antropología Médica hace una hermosa referencia acerca de las
vivencias de la salud y de la enfermedad, cuyo resumen aportamos a continuación:

La salud implica una tácita conciencia de la propia validez. Estar sano es poder decir
“yo puedo”: yo puedo digerir, andar, charlar con un amigo,… La enfermedad en
cambio supone una invalidez, es un “yo no puedo”: no puedo mover el brazo,
recordar, digerir,…

La salud es un sentimiento de bienestar psicoorgánico: silencio del cuerpo y de los


órganos, mientras que la enfermedad lleva consigo molestias y malestar físico, lo que
suele acompañarse de dolor psíquico: ansiedad, depresión, rebeldía,
desesperanza,…

La salud es la sorda y básica seguridad de poder seguir viviendo, es un tácito


sentimiento de “no amenaza vital”, aunque este sentimiento siempre vaya unido al
sentimiento de fragilidad, íntimamente arraigado a la existencia humana. El enfermar
por el contrario supone una amenaza vital. Sentirse enfermo es vivir con más o menos
intensidad el riesgo de morir. El enfermo ve amenazado dentro de sí la posibilidad de
realizar ciertos proyectos de vida. Y si la dolencia se agrava, ve amenazada la
posibilidad de seguir vivo, de seguir existiendo.

El sano es libre de su propio cuerpo, libre de poder desentenderse de él. Puede


contar con su cuerpo y a la vez no emplearlo. Estas dos posibilidades simultáneas
sólo pueden darse en la salud. El cuerpo enfermo en cambio se hace notar. Habla sin
palabras, aflictivamente. Hay que vivir pendiente de él, sorbido por él, vertido
psíquicamente en él. La “succión” por el cuerpo es una vivencia fundamental y
profunda de enfermedad.

La persona sana tiene un sentimiento de básica semejanza vital con respecto al resto
de los seres humanos, semejanza en el sentido de no ser dolorosamente anómalo
respecto a ellos. El enfermo se siente anómalo tanto respecto de la fácil regularidad
de su vida antes de enfermar, como con respecto de la no anomalía de los no
enfermos.

El sano es libre de poder gobernar sueltamente el juego vital del la soledad y la


compañía, puede elegir, mientras que el enfermo se ve forzado a lo primero. La
soledad del enfermo es un modo de soledad especial. Es de subrayar la total
incomunicabilidad de los sentimientos vitales relativos a nuestro cuerpo. Los penosos
sentimientos del dolor físico, de la enfermedad, son de quien los experimenta y nada
más. La enfermedad aísla, y no sólo porque impide al enfermo un trato normal con los
demás, sino porque clava su atención sobre sentimientos penosos que él y solo él
puede padecer y padece.

El enfermar humano tiene por tanto una serie de características especiales. Para el
animal la enfermedad no es más que un estímulo aversivo y una sensación de
malestar originada por dicho estímulo. Para el hombre es una realidad que afronta
conscientemente y ante la que tiene que situarse a tres niveles: intelectual, afectivo y
operativo. Por el hecho de ser inteligente, el estado de enfermedad aparece como un
estado real de su existencia, con una entidad propia que supone un más o menos
grave episodio de su autobiografía, y siempre una experiencia vital, frente a la cual va
a situarse con una mayor o menor aceptación o rechazo, madurez o infantilismo,
desarrollando conductas más o menos integradas o más o menos desaceptadas, con
más o menos tolerancia y resistencia al dolor.

Terminadas estas reflexiones de Laín Entralgo, vamos a referirnos a algunos de los


típicos “roles” que puede adoptar el enfermo: el rol de “bueno”, de “malo” y el
participativo.

El paciente “bueno”. Resulta fácil a los ojos del personal sanitario, porque es sumiso,
no crea problemas ni reclama atención. Ni piden ni aportan información, no influyen en
el medio ni introducen cambios. Pero no es una buena postura, ya que la
comunicación con el personal sanitario es fundamental para la curación y para la
eficacia del sistema. Su conflicto básico es entre la necesidad de portarse bien y no
molestar y entre la necesidad de ser atendidos. Esto les crea una ansiedad, pero son
incapaces de tomar una decisión. Al fondo de esto subyacen dos problemas. La
ansiedad, que se manifiesta con reacciones fisiológica poco beneficiosas para el
paciente, y la depresión, que se manifiesta con esa actitud de pasividad y abandono.
Una explicación clásica a la depresión es la Teoría de la Indefensión Aprendida, de
Seligman, que en resumen dice lo siguiente: Una persona que ha tenido un historial
de fracaso den el tratamiento de situaciones conflictivas, llega a una incapacidad
percibida para controlar el ambiente, de ahí que en posteriores situaciones no intenten
estrategias adecuadas: dejan de responder al medio. Seligman expuso a perros a
shocks inescapables y observó como desarrollaban déficits motivacionales
(pasividad), cognitivos (no hacían aprendizajes con éxito), emocionales (trastornos
psicofisiológicos) y conductuales (disminución de la agresividad y dominancia social y
escapes de situaciones aversivas). Observó también que estos aprendizajes se
generalizaban, comportándose con los mismos déficits en otras situaciones.

El paciente “malo”. Son pacientes que constantemente buscan atención e información.


Tienen reacciones muy negativas a las restricciones impuestas. Presentan estados
frecuentes de irritación o ira, lo que supone una serie de reacciones fisiológicas
nocivas para la salud (hipertensión). Su rebeldía contra el sistema les lleva a
conductas autodestructivas. Se quejan de verse ignorados, incluso perseguidos, por el
personal sanitario y critican constantemente de la poca atención y cuidados recibidos.
En definitiva, introducen una gran tensión en el sistema. Tylor refiere que estos
pacientes reciben más atención y medicación que los sumisos, aunque, en realidad,
más que tratar síntomas se trataran quejas.

El paciente participativo. Se trata del paciente que colabora con el personal sanitario
en sus cuidados. Para fomentar esta postura es importante ayudar al paciente a
participar en el control de la situación, informándole sobre los síntomas y forma de
tratarlos, sobre tratamientos dolorosos, e implicándolo en los aspectos de su cuidado
que comparte con el personal que le atiende.

Por último, vamos a exponer los aspectos psicológicos en enfermedades graves,


analizando las fases por las que pasa el enfermo o sus familiares ante el conocimiento
de dicha enfermedad.

Ante una dolencia grave, con un riesgo inminente de morir, la mente humana necesita
un tiempo, una elaboración mental para poder asumirlo. Este proceso de elaboración
requiere una serie de fases, que lógicamente son aproximativas u orientativas,
dependiendo de la gravedad de la situación, las circunstancias personales, los
factores de personalidad, los apoyos sociales, etc. Aunque no se pueda generalizar,
las fases serían las siguientes:

Fase de embotamiento de la sensibilidad. Se caracteriza por las sensaciones de


aturdimiento, de que el problema no va con uno, por el “no podérselo creer”. Se puede
dar también en esta fase algún arrebato de ira o agresividad, generalmente contra el
médico o terceras personas, y mecanismos de desplazamiento (echar las culpas a
otros).

Fase de incredulidad. Aquí aparecen mecanismos de rechazos o negación, a veces


inconscientes y otras conscientes y deliberados. Se pone en duda el diagnóstico, se
cuestiona su validez y la competencia del personal sanitario. Como mecanismo de
defensa es válido, porque controla los afectos penosos y la angustia y deja un margen
de esperanza, pero cuando es muy intenso o prolongado es negativo porque impide al
interesado aceptar y colaborar en la terapia, negándose a cumplir las prescripciones.

Fase depresiva o de desorganización. La fase de incredulidad va dejando paso a la


evidencia, por el propio curso de los síntomas. La reacción normal en este momento
es la depresión, pero pueden darse reacciones más desorganizadas, con intensa
agresividad, trastornos de conducta, síntomas psicosomáticos y, más raramente,
descompensaciones mentales severas.

Fase de reorganización. Si el proceso ha sido normal, no patológico, llega un


momento en que el paciente asume su enfermedad, con lo que ello puede implicar de
trabas, aceptándolo y colaborando con el personal sanitario en su curación o control.

De lo psicológico a lo fisiológico en la relación entre emociones y salud

Si bien en varias de las revisiones que se encuentran en la literatura moderna se


hace referencia a cómo la salud física interviene en estados emocionales
positivos, poco se habla de esta relación en sentido inverso. La salud del hombre
es un complejo proceso sustentado en la base de un equilibrio bio-psico-social.
La salud y la enfermedad son estados que se hallan en equilibrio dinámico, y
están co-determinados por variables de tipo biológico, psicológico y social, todas
ellas en constante mutación.
Por su parte, las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza
a nuestro equilibrio físico o psicológico, actúan para reestablecerlo, ejerciendo así
un papel adaptativo. Sin embargo, en algunos casos, las emociones influyen en la
contracción de enfermedades. La función adaptativa de las emociones depende
de la evaluación que haga cada persona del estímulo que pone en peligro su
equilibrio, y de la respuesta que genere para afrontar el mismo.
Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen
factores biológicos, psicológicos y sociales. La salud, ese estado de bienestar
físico, psicológico y social no es patrimonio ni responsabilidad exclusiva de un solo
grupo o especialidad profesional. El concepto salud viene definido por el
diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (en su primera acepción),
como el “estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus
funciones”. La salud no es sólo la ausencia de enfermedad, sino que ha de ser
entendida de una forma más positiva, como un proceso continuo que tiene mucho
que ver con los comportamientos y el estilo de vida de una persona o comunidad
(Ballester, 1998), por el cual el hombre desarrolla al máximo sus capacidades,
teniendo a la plenitud de su autorrealización como entidad personal y como
entidad social (San Martín, 1985).
En una persona sana deben reunirse potenciales salutogénicos, tanto a nivel
mental como a nivel del soma en completa relación. Es por eso que no se debe
pasar por alto cómo influyen los procesos psicológicos de tipo emocional en la
salud. Tanto las emociones positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las
negativas (ira, ansiedad) y el estrés, influyen en la salud.
Las emociones perturbadoras tienen, al parecer, un efecto negativo en la salud,
favoreciendo de esta manera la aparición de ciertas enfermedades, ya que hacen
más vulnerable el sistema inmunológico, lo que imposibilita su correcto
funcionamiento. Contrariamente, las emociones positivas representan un beneficio
para nuestra salud, ya que ayudan a soportar las dificultades de una enfermedad y
facilitan su recuperación.
Todos estos descubrimientos acerca de la intrínseca relación entre emociones y
salud tienen su aplicación en el tratamiento de las enfermedades desde una
propuesta holística y no reduccionista a enfoque biologicista, pues en la actualidad
se proponen tratamientos integrales, que consideren la recuperación tanto de los
factores físicos como de los factores psicológicos del paciente, en estrecha
relación de interdependencia.

Procesos psicológicos internos que influyen en las conductas de


salud y enfermedad:

Ya vimos con anterioridad como algunas variables externas como el aislamiento


social o los acontecimientos de la vida, tienen efectos sobre las conductas de
salud de las personas. En esta entrada, nos vamos a centrar en los procesos
internos que favorecen estilos de vida saludables o, por el contrario, conductas
perjudiciales para la salud.
Autoconcepto:

Se denomina autoconcepto a la percepción que cada persona tiene de sí misma,


de sus cualidades físicas, psicológicas, intelectuales, afectivas y sociales. Se ve
influido por la relación que establecemos con el entorno, por la valoración que
hacemos de nosotros mismos, de nuestro comportamiento y de nuestros
resultados, pero sobretodo, por la interpretación e interiorización de la opinión que
tienen los demás sobre nosotros.

Existen dos aspectos relacionados con el autoconcepto: la autoimagen y la


autoeficacia. La autoimagen es el esquema mental que tenemos de nuestra
propia imagen corporal, mientras que la autoeficacia es la creencia en nuestras
capacidades para obtener lo que nos proponemos. Ambas características se
configuran a través de la confrontación con los mensajes verbales y no verbales
de las otras personas, y de los modelos de conducta aprendidos durante la
infancia.
Una autovaloración personal especialmente negativa puede aumentar nuestra
vulnerabilidad a determinados trastornos y enfermedades, y tener repercusiones
importantes en nuestra salud física y psicológica.
Autoestima:
El autoconcepto está especialmente vinculado a la autoestima, que es el
sentimiento de aceptación y aprecio que se tiene hacia uno mismo, de
competencia y de valía personal. La autoestima nos impulsa a actuar y nos aporta
motivación para conseguir nuestros objetivos. Influye en cómo nos tratamos a
nosotros mismos, en cómo tratamos a los demás, en cómo nos tratan los demás y
en los resultados que obtenemos. Marca en gran medida la calidad de
nuestra relación con la familia, la pareja, los amigos o los compañeros.
Una relación basada en la desvalorización tiene como consecuencia respuestas
tanto sumisas, de timidez y retraimiento, como agresivas. La autoestima, por
su parte, nos lleva a una interacción con los demás basadas en la autoafirmación,
a la vez que en el respeto hacia el otro (asertividad).
Encontramos una serie de problemas de salud que pueden tener su origen en
una baja autoestima:
Insomnio: Si no podemos dormir bien, nos podemos irritar con facilidad,
sufriremos dificultades para concentrarnos e, incluso, podemos sentirnos
deprimidos.
 Desórdenes alimenticios: Una de las principales causas de los desórdenes
alimenticios es la baja autoestima y la baja autoimagen que se tiene de uno
mismo.
 Hipertensión: Algunas de las causas más comunes de la hipertensión son la
obesidad, la falta de ejercicio físico y el estrés emocional. Las personas con baja
autoestima tienen una actitud negativa y, por tanto, ven los desafíos de la vida
como problemas que no pueden resolver.
 Depresión: Las personas con baja autoestima tienen tendencia a deprimirse.

Autoaceptación:
El reconocer que tenemos una serie de cualidades y limitaciones, permite asumir y
aceptar constructivamente las características que difícilmente pueden ser
modificadas. En este sentido, es importante tomar conciencia de
las limitaciones físicas que tiene el cuerpo humano, y entender que las
conductas nocivas también tienen efectos perjudiciales sobre uno mismo.

Autocontrol:
Es la capacidad que tiene una persona para controlar sus decisiones. Ésto tiene
un papel fundamental sobre las decisiones sobre el autocuidado, ya que el control
interno está relacionado con las creencias que tiene la persona y la capacidad
para influir en el curso de la propia salud.
Resiliencia:
Aquella capacidad humana para hacer frente a las adversidades de la vida,
superarlas y salir de ellas fortalecido o incluso transformado. Permite focalizar los
aspectos que protegen a las personas ante las adversidades y trabajar sobre sus
recursos y fortalezas, promoviendo el desarrollo humano como posibilidad de
aproximarse a sus condiciones de calidad de vida. El enfoque de la resiliencia
muestra que es posible abordar las oportunidades de desarrollo humano, a pesar
de la adversidad.
La resiliencia es importante en el autocuidado porque facilita a las personas actuar
de forma más saludable frente a los obstáculos que se encuentran en el camino
hacia la calidad de vida.

Las creencias de salud:


Se trata de las creencias que tiene un individuo y la manera en que se estructuran
y organizan, orientando su comportamiento hacia un mayor o menor riesgo de
enfermar. Según este concepto, el comportamiento dependería de dos variables:
el deseo de evitar la enfermedad (o de ponerse bien si se está enfermo), y
la creencia de que una acción de salud específica podría prevenir o mejorar la
enfermedad.

Las dimensiones establecidas son:


 Susceptibilidad percibida: se refiere a la percepción subjetiva del individuo del
riesgo de contraer una enfermedad. Existe gran variabilidad entre las personas en
lo referente a la vulnerabilidad subjetiva.
 Severidad percibida: se incluyen evaluaciones de las consecuencias clínico-
médicas (dolor, incapacidad, muerte,...) y de las posibles consecuencias (efectos
de la enfermedad sobre el trabajo, la vida familiar y las relaciones sociales).
 Beneficios percibidos: la mera aceptación no define la puesta en marcha de la
acción que probablemente será emprendida, sino que se condiciona a las
creencias que la persona tiene sobre las distintas acciones disponibles para
reducir la amenaza de la enfermedad.
 . Así, de un individuo “suficientemente amenazado” podría no esperarse la
aceptación del tratamiento de salud recomendado, a menos que fuera percibido
como factible y eficaz.
 Barreras percibidas: los aspectos potencialmente negativos de una acción de
salud particular pueden actuar como barreras para llevar a cabo dicha acción. Se
cree que se da una especie de análisis de coste-beneficio, en el que el individuo
sopesa la efectividad de la acción contra percepciones tales como que la acción
puede ser cara en términos de dinero, peligrosa, displacentera, inconveniente,
costosa en tiempo,...

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