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Según Lev Vygotsky, los procesos mentales superiores son sistemas psicológicos
humanos que se desarrollan a partir de otros más básicos, compartidos con los
animales. Están mediados por símbolos y emergen a partir de la interacción social,
además de como consecuencia natural del desarrollo cerebral.
1. Gnosias
Por otra parte, también existen las gnosias complejas, que combinan la
información de los sentidos con otras funciones cerebrales, dando lugar a la
percepción del propio cuerpo o a la orientación viso espacial.
2. Praxias
Cuando ejecutamos una conducta motora bajo control voluntario con el objetivo de
alcanzar una meta estamos llevando a cabo una praxis, generalmente programas
motores aprendidos. Los trastornos en estas funciones son denominados
“apraxias”.
4. Lenguaje
5. Toma de decisiones
6. Razonamiento
7. Planificación
8. Inhibición
IS.B.: Tópicos como la autosuficiencia, “¡Yo tengo todo bajo control!”, “¡Puedo
arreglarlo por mí mismo!”, nos puede hacer desechar la opción de solicitar ayuda
profesional ante circunstancias adversas que alteran nuestro bienestar. Esto entronca
directamente con otro de los mitos, “¿en qué me puede ayudar un desconocido?”. En
multitud de ocasiones es ese desconocido el que favorece un clima donde la
expresión de lo que nos preocupa encuentra un lugar de manifestación exento de
juicios y evaluaciones moralizantes.
“No sé cómo lo solucionaré, mejor me voy a dar un poco de tiempo”, es otro de los
ejemplos. Este crea la falsa ilusión de la solución del conflicto cuando, en realidad,
solo lo agrava. De igual manera existen quejas sobre la pérdida de la identidad
personal.
“En ningún momento la terapia tiene como objetivo cambiar la esencia de las
personas, solo persigue modificar aquellas ideas, sentimientos o conductas
disfuncionales que generan malestar”
M.C.A.: Estas reticencias que hemos citado nosotros los psicólogos tratamos de
deshacerlas en cuanto informamos de nuestra intención profesional y transmitimos
confianza y ante todo, normalidad.
También son muy frecuentes los casos de personas que precisan asesoramiento por
temas concretos sin presentar ninguna patología psicológica.
I.S.B.: La ciencia psicológica tiene una doble perspectiva. Por un lado se constituye
como tratamiento singular, en los casos que sólo requieran de ella como intervención
única. Por otro como intervención concomitante con las más variadas disciplinas.
Tradicionalmente se ha asociado con la psiquiatría debido a que su objeto de estudio
es común, la mente humana. Actualmente se ha puesto de manifiesto que los
procesos psicológicos influyen en otras muchas patologías médicas,
observándose como la evolución adecuada de éstos, incide de forma favorable
en la evolución de alteraciones fisiológicas. A modo de ejemplo, podemos citar
como la disminución de los niveles de estrés ejerce un beneficio en los pacientes
diagnosticados de hipertensión arterial o de diabetes o como la psicoeducación
dirigida a pacientes aquejados de obesidad contribuye a una mejora de la
alimentación y, por ende, del peso saludable.
Aspectos psicológicos en la enfermedad
Laín Entralgo, en su Antropología Médica hace una hermosa referencia acerca de las
vivencias de la salud y de la enfermedad, cuyo resumen aportamos a continuación:
La salud implica una tácita conciencia de la propia validez. Estar sano es poder decir
“yo puedo”: yo puedo digerir, andar, charlar con un amigo,… La enfermedad en
cambio supone una invalidez, es un “yo no puedo”: no puedo mover el brazo,
recordar, digerir,…
La persona sana tiene un sentimiento de básica semejanza vital con respecto al resto
de los seres humanos, semejanza en el sentido de no ser dolorosamente anómalo
respecto a ellos. El enfermo se siente anómalo tanto respecto de la fácil regularidad
de su vida antes de enfermar, como con respecto de la no anomalía de los no
enfermos.
El enfermar humano tiene por tanto una serie de características especiales. Para el
animal la enfermedad no es más que un estímulo aversivo y una sensación de
malestar originada por dicho estímulo. Para el hombre es una realidad que afronta
conscientemente y ante la que tiene que situarse a tres niveles: intelectual, afectivo y
operativo. Por el hecho de ser inteligente, el estado de enfermedad aparece como un
estado real de su existencia, con una entidad propia que supone un más o menos
grave episodio de su autobiografía, y siempre una experiencia vital, frente a la cual va
a situarse con una mayor o menor aceptación o rechazo, madurez o infantilismo,
desarrollando conductas más o menos integradas o más o menos desaceptadas, con
más o menos tolerancia y resistencia al dolor.
El paciente “bueno”. Resulta fácil a los ojos del personal sanitario, porque es sumiso,
no crea problemas ni reclama atención. Ni piden ni aportan información, no influyen en
el medio ni introducen cambios. Pero no es una buena postura, ya que la
comunicación con el personal sanitario es fundamental para la curación y para la
eficacia del sistema. Su conflicto básico es entre la necesidad de portarse bien y no
molestar y entre la necesidad de ser atendidos. Esto les crea una ansiedad, pero son
incapaces de tomar una decisión. Al fondo de esto subyacen dos problemas. La
ansiedad, que se manifiesta con reacciones fisiológica poco beneficiosas para el
paciente, y la depresión, que se manifiesta con esa actitud de pasividad y abandono.
Una explicación clásica a la depresión es la Teoría de la Indefensión Aprendida, de
Seligman, que en resumen dice lo siguiente: Una persona que ha tenido un historial
de fracaso den el tratamiento de situaciones conflictivas, llega a una incapacidad
percibida para controlar el ambiente, de ahí que en posteriores situaciones no intenten
estrategias adecuadas: dejan de responder al medio. Seligman expuso a perros a
shocks inescapables y observó como desarrollaban déficits motivacionales
(pasividad), cognitivos (no hacían aprendizajes con éxito), emocionales (trastornos
psicofisiológicos) y conductuales (disminución de la agresividad y dominancia social y
escapes de situaciones aversivas). Observó también que estos aprendizajes se
generalizaban, comportándose con los mismos déficits en otras situaciones.
El paciente participativo. Se trata del paciente que colabora con el personal sanitario
en sus cuidados. Para fomentar esta postura es importante ayudar al paciente a
participar en el control de la situación, informándole sobre los síntomas y forma de
tratarlos, sobre tratamientos dolorosos, e implicándolo en los aspectos de su cuidado
que comparte con el personal que le atiende.
Ante una dolencia grave, con un riesgo inminente de morir, la mente humana necesita
un tiempo, una elaboración mental para poder asumirlo. Este proceso de elaboración
requiere una serie de fases, que lógicamente son aproximativas u orientativas,
dependiendo de la gravedad de la situación, las circunstancias personales, los
factores de personalidad, los apoyos sociales, etc. Aunque no se pueda generalizar,
las fases serían las siguientes:
Autoaceptación:
El reconocer que tenemos una serie de cualidades y limitaciones, permite asumir y
aceptar constructivamente las características que difícilmente pueden ser
modificadas. En este sentido, es importante tomar conciencia de
las limitaciones físicas que tiene el cuerpo humano, y entender que las
conductas nocivas también tienen efectos perjudiciales sobre uno mismo.
Autocontrol:
Es la capacidad que tiene una persona para controlar sus decisiones. Ésto tiene
un papel fundamental sobre las decisiones sobre el autocuidado, ya que el control
interno está relacionado con las creencias que tiene la persona y la capacidad
para influir en el curso de la propia salud.
Resiliencia:
Aquella capacidad humana para hacer frente a las adversidades de la vida,
superarlas y salir de ellas fortalecido o incluso transformado. Permite focalizar los
aspectos que protegen a las personas ante las adversidades y trabajar sobre sus
recursos y fortalezas, promoviendo el desarrollo humano como posibilidad de
aproximarse a sus condiciones de calidad de vida. El enfoque de la resiliencia
muestra que es posible abordar las oportunidades de desarrollo humano, a pesar
de la adversidad.
La resiliencia es importante en el autocuidado porque facilita a las personas actuar
de forma más saludable frente a los obstáculos que se encuentran en el camino
hacia la calidad de vida.