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INTRODUCCIÓN

En Lawrence Venuti, Rethinking Translation: Discours, Subjectivity, Ideology. Londres,


Routledge, 1992. Traducción: Leonel Livchits

El traductor es un escritor cuya originalidad singular reside en el hecho de que parece no reivindicar
ninguna.
(Maurice Blanchot, “Translating”, trad. Richard Sieburth)

La traducción sigue siendo una práctica invisible, está en todas partes, de manera
ineludible, pero muy rara vez obtiene reconocimiento, y casi nunca ocupa un lugar
importante en el abordaje de las traducciones que inevitablemente todos leemos. Este
ocultamiento de la labor del traductor, del acto mismo de traducción y de su papel
decisivo como mediador de la escritura extranjera es el emplazamiento de una serie de
determinaciones y efectos múltiples: de tipo lingüístico, cultural, institucional y político.
Pero primero debe señalarse que los mismos traductores se encuentran entre los
responsables de su existencia sombría. En la actualidad, ser un traductor “destacado”
implica realizar traducciones acabadas, ser reconocido a través de reseñas favorables y
premios, pero también significa tener un gran volumen de trabajo y numerosos
proyectos, de modo que la traducción resulte una fuente continua de ingresos, por
insuficiente que resulte, y obtener una ventaja económica en la competencia con otros
traductores por el acceso a textos extranjeros y en la negociación de honorarios. El
objetivo de muchos traductores es trabajar de contrato en contrato y pasar de un texto
extranjero a otro, concentrándose en las entregas y por lo tanto dedicando muy poco
tiempo a la reflexión sostenida sobre la metodología utilizada. Consecuentemente, a
menudo se representa a los traductores que hablan o escriben sobre la traducción como
si quitaran tiempo a su “oficio” o “arte” singular, como “voces desde el campo” que dan
a los lectores “la oportunidad de echar un vistazo a su mesa de trabajo”. 1 Los
traductores están siempre ocupados, pero producen traducciones, no comentarios, crítica
o teoría de la traducción; se presentan como artesanos talentosos o aficionados con
sensibilidad estética, pero no como escritores autorreflexivos y críticos que desarrollan
una conciencia aguda de las condiciones sociales y culturales de su trabajo. El traductor
contemporáneo es un híbrido paradójico, diletante y artesano a la vez.
Es una lástima que ésta sea una representación corriente, y peor aún que muchos
traductores elijan asumir ese rol, ya que no ayudará a hacer su actividad más visible
para los lectores. No sólo perpetúa la idea cuestionable de que la traducción es ante todo
una actividad práctica, diferente de la especulación teórica, de la reflexión sobre las
repercusiones culturales y sociales de la metodología utilizada, sino que además
comparte el elitismo cultural fomentado por la división de clases dentro de las
sociedades capitalistas avanzadas, que estigmatiza la traducción asociándola con la
labor manual en contraposición a la labor intelectual. Como sería de esperar, la ley de
propiedad intelectual y los contratos de los traductores con editoriales sostienen esta
representación, en especial en los Estados Unidos. Tanto la legislación estadounidense
como la británica definen a la traducción como un producto de segundo orden, una
“adaptación” u “obra derivada” basada en una “obra original” cuya propiedad
intelectual, incluido el derecho exclusivo de “preparar obras derivadas o adaptaciones”
corresponde al “autor”.2 La legislación británica está dispuesta a considerar al traductor
como un “autor” porque “es la fuente del lenguaje utilizado”, un factor que otorga al
traductor el derecho a la propiedad intelectual. Pero por más que, en efecto, esta ley
anule la distinción entre “original” y “adaptación”, privilegia los derechos del autor

1
“original” por sobre los del autor-traductor. El código de los Estados Unidos incluye una
disposición adicional que es abiertamente abusiva: una traducción puede definirse en
términos contractuales como un servicio (work for hire), en cuyo caso “se considera
autor al empleador o la persona para la que se preparó la obra” y ésta “posee todos los
derechos que corresponden a la propiedad intelectual”.3 Al incorporar estas definiciones
legales al servicio de la gestión financiera, muchos contratos de traducción estándar de
editoriales universitarias o comerciales asignan al traductor honorarios “por cada mil
palabras” por debajo del nivel mínimo de ingresos necesarios para la subsistencia. La
mayor parte de los ingresos derivados de la venta de libros y derechos subsidiarios
quedan reservados para los editores de la traducción y del texto extranjero (la editorial
extranjera actúa como representante del autor extranjero). La tarifa actual, mientras
escribo, es de aproximadamente 60 dólares o 40 libras por cada mil palabras en inglés;
es posible que los traductores más experimentados obtengan honorarios mayores como
adelanto de regalías de entre el 1,5 y 2,5 por ciento del precio de lista. James Marcus
estima que para una editorial estadounidense “el costo de traducción de una novela de
tamaño considerable (digamos, de 300 páginas) tiene un costo aproximado de entre
3.000 y 6.000 dólares”.4
La mayoría de las veces, lo que los traductores contemporáneos escriben sobre su
trabajo tiende a estar en connivencia con la imagen del artesano/diletante: su discurso
sigue siendo superficial, esteticista; se limita a prefacios esporádicos, entrevistas,
invitaciones a conferencias. Por ejemplo, la American Literary Translators Association,
una organización para la defensa de los intereses de la profesión de base universitaria,
desalienta la presentación de “ponencias formales” en su congreso anual, y prefiere
mantener una “tradición” en la que “la participación debería consistir en una
presentación informal de entre 10 y 15 minutos con el objetivo de que la audiencia
participe de una animada y discusión [sic] del tema”.5 El ámbito académico, donde las
“ponencias formales” constituyen un género, depende por completo de las traducciones
de distintas lenguas, no sólo para utilizarlas como libros de texto de los estudiantes,
como apoyo para los programas de estudio y la bibliografía, sino también como
condición necesaria para elaborar proyectos de investigación desarrollados por docentes
y permitir las publicaciones de las editoriales universitarias. Sin embargo, el ámbito
académico también inhibió el desarrollo de la teoría y la crítica de la traducción al
desalentar la práctica de la traducción, ubicándola en el final de la escala de valores del
campo académico y restándole valor en las evaluaciones para renovar contratos y
otorgar cargos titulares o ascensos. Donald Frame, profesor de la Universidad de
Columbia, cuya traducción al inglés de las obras completas de Montaigne sigue siendo
una versión autorizada, describe en pocas palabras el estatus marginal que posee la
traducción en los departamentos de lengua y literatura a la vez que revela su
complicidad en esta situación: “Es evidente que se trata de una práctica muy inferior a
la buena creación literaria e inferior al buen análisis literario, pero creo que exige mucha
de la misma sensibilidad que ambos, una sensibilidad compartida por numerosos
amantes de la literatura cuyo talento para el buen análisis o creación literaria tal vez sea
modesto o inexistente”.6 Según la jerarquía de las prácticas culturales expuesta por
Frame, se deduce que un “buen análisis literario” sólo puede tomar por objeto una
“buena creación literaria”, pero de seguro no una traducción, que es el trabajo de un
aficionado.
Este razonamiento demuestra que la traducción hoy ocupa un lugar marginal a
causa de una concepción esencialmente romántica de la autoría. El traductor del español
y del portugués Gregory Rabassa lo da por sentado cuando señala la “necesidad de

2
traducir nuevamente libros antiguos de vez en cuando mientras que el texto original
permanece en toda su gloria”:

La cuestión es que existe una especie de deriva de los continentes que opera
lentamente sobre la lengua a medida que las palabras se alejan de su lugar original
dentro del léxico y se les agregan nuevos matices, que (...) son el resultado de las
distorsiones provocadas por el paso del tiempo y los acontecimientos que lo
pueblan. Entonces, la decisión que tomó un traductor anterior pierde vigencia y
debemos elegir nuevamente. Por una especie de instinto inherente al genio, las
palabras y el lenguaje elegidos originalmente por el autor parecen perdurar.7

El “original” es eterno, la traducción envejece. El “original” es un monumento


inmutable de la imaginación humana (el “genio”) que trasciende los cambios
lingüísticos, culturales y sociales de los que la traducción es un efecto definido. “Las
decisiones que se toman en una traducción nunca son tan firmes como las que toma el
autor”, escribe Rabassa, porque “no estamos escribiendo nuestra propia obra” (p. 7). El
“original” es una forma de autoexpresión propia del autor, un texto fiel a su
personalidad o propósito, una imagen dotada de semejanza, mientras que la traducción
no puede ser más que una copia de un texto, derivada, falsa, un simulacro, una imagen
sin semejanza. La jerarquía de las prácticas culturales que ubica a la traducción en el
último lugar se basa en una teoría romántica de la expresión y proyecta una metafísica
platónica del texto, que distingue entre la versión autorizada y el simulacro que se
desvía del autor.8 Cuando la traducción se interpreta desde un punto de vista romántico,
la desviación, todo lo que en el texto traducido no se parezca al autor, a veces recibe una
interpretación igualmente individualista: se parece al traductor. “La experiencia del
individuo afectará al traductor”, señala Rabassa. “Las personas tienen una especie de
afición a ciertas palabras, ya sea por su experiencia, origen o preferencias cultivadas en
el tiempo” (p. 7). Pero incluso si la “experiencia” del traductor puede expresarse en una
traducción, nunca hace de la traducción un original del mismo orden que el texto
autorizado. Actualmente, el traductor sigue subordinado al autor de la obra original, ya
sea en los actos mediante los que el traductor se presenta a sí mismo, como en las
instituciones académicas, las editoriales y las distintas legislaciones. La originalidad de
la traducción reside más bien en su propio ocultamiento, un acto de desaparición, y los
traductores prefieren ser elogiados justamente por este motivo. Cuando se reseña una
traducción, dice el traductor del italiano Warren Weaver, y “un crítico omite por
completo mencionar al traductor, éste debería entender la omisión como un cumplido:
significa que el crítico simplemente no se dio cuenta de que el libro había sido escrito
originalmente en otra lengua. Para un traductor, este tipo de anonimato puede ser todo
un logro”.9
En la medida en que este acto de desaparición debe realizarse a través del
lenguaje, coincide con el predominio de una estrategia discursiva específica en la
traducción contemporánea. Un texto traducido se considera exitoso –según la mayoría
de los correctores, editores, críticos y lectores, y para los mismos traductores– cuando se
lee fluidamente, cuando no parece una traducción sino el original, que refleja de forma
transparente la personalidad o el propósito del autor extranjero o el significado esencial
del texto extranjero.10 Las estrategias de fluidez en la traducción se llevan a la práctica
con distintos grados de éxito, requieren un esfuerzo laborioso de revisión y mucho
refinamiento estilístico, y de vez en cuando hasta se las aplica a textos extranjeros que
ponen en funcionamiento discursos más discontinuos. Pero sin importar su grado de
eficacia, lo cierto es que estas estrategias tienen una forma característica: responden a
una sintaxis lineal, un sentido unívoco o una ambigüedad controlada, normas de uso

3
actual, coherencia lingüística, ritmo coloquial: evitan las construcciones no idiomáticas,
la polisemia, los arcaísmos, la jerga, los cambios bruscos de tono o dicción, la
regularidad rítmica marcada o las repeticiones de sonidos; en suma, cualquier efecto
textual, cualquier juego del significante que llame la atención sobre la materialidad de la
lengua, sobre las palabras en cuanto palabras, su opacidad, su resistencia a la respuesta
empática y al dominio interpretativo. La fluidez intenta detener el alejamiento del
lenguaje del significado conceptual, de la comunicación y la autoexpresión. Cuando se
utiliza esta estrategia con éxito, produce el efecto de transparencia por el cual se
identifica la traducción con el texto extranjero y evoca la ilusión individualista de la
presencia autoral.
Llegado a este punto, es evidente que el valor otorgado a la transparencia oculta
las múltiples condiciones en las que se produce y consume una traducción, empezando
por la presencia del traductor y el hecho mismo de la traducción. Las estrategias de
fluidez tienen como objetivo eliminar la intervención decisiva del traductor en el texto
extranjero: el traductor o la traductora participa activamente en la reescritura del texto
en otra lengua para que circule en una cultura distinta, pero este proceso mismo tiene
como resultado la autoaniquilación, y en última instancia contribuye a la marginalidad
cultural y la explotación económica que los traductores padecen hoy en día. Al mismo
tiempo, las estrategias de fluidez eliminan la diferencia cultural y lingüística del texto
extranjero: se lo reescribe en el discurso transparente que domina la cultura de la lengua
meta e inevitablemente se lo codifica con otros valores, creencias y representaciones
sociales que pertenecen a la lengua meta, asociando la traducción a ideologías que
involucran diferencias sociales y que bien pueden ordenarlas jerárquicamente (según
clase, género, orientación sexual, raza y nación). En esta reescritura, una estrategia de
fluidez realiza una labor de aculturación que domestica el texto extranjero, y lo vuelve
inteligible e incluso familiar para el lector o la lectora de la lengua meta y le ofrece la
experiencia narcisista de reconocer su propia cultura en un otro cultural, ejerciendo un
imperialismo que extiende el dominio de la transparencia sobre otros discursos
ideológicos de una cultura distinta. Es más, dado que la fluidez produce traducciones
sumamente fáciles de leer y por lo tanto de fácil consumo en el mercado editorial,
contribuye a su mercantilización y a la hegemonía cultural y económica de los editores
de la lengua meta.
Cuando la lengua meta es el inglés contemporáneo, el discurso transparente
preserva el intercambio cultural profundamente desigual que existe entre las naciones
angloparlantes hegemónicas, particularmente los Estados Unidos, y las otras naciones
de Europa, Africa, Asia y el continente americano. En las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, muchas editoriales extranjeras tradujeron sistemáticamente
los más variados libros escritos en inglés en grandes cantidades, sacando provecho de la
tendencia mundial hacia la hegemonía política y económica de los Estados Unidos, y
colaboraron activamente con la expansión internacional de la cultura estadounidense al
hacer que ésta circule en sus respectivas culturas nacionales. Para dar un ejemplo,
aproximadamente el 26 por ciento de los libros publicados anualmente en Italia son
traducciones, en su mayoría del inglés: cuando se tiene en cuenta la publicación de
literatura, el número de traducciones se dispara hasta el 50, 70 y 90 por ciento de la
producción individual de una editorial.11 Las editoriales británicas y estadounidenses
tomaron el camino contrario. En el período inmediato de posguerra, publicaron un
cuerpo grande pero selecto de traducciones, en su mayoría de lenguas europeas, sacando
provecho no sólo de la curiosidad de los lectores por culturas extranjeras que antes
habían sido excluidas, sino también del optimismo de aquellos que creían que el
intercambio cultural renovado facilitaría la comprensión intercultural y conduciría a

4
relaciones geopolíticas más pacíficas. Los treinta años siguientes fueron testigo de un
declive general en la publicación de traducciones debido a que las editoriales
angloamericanas invirtieron cada vez más en best-sellers y a que el desarrollo de
conglomerados editoriales multinacionales impuso un mayor control financiero a las
políticas editoriales.12 Cerca del final de los años ochenta, la cantidad de traducciones al
inglés aumentó ligeramente cuando las editoriales comerciales se vieron obligadas a
competir con las nuevas iniciativas en el campo de la traducción de las editoriales
universitarias y las pequeñas editoriales. Pero este aumento fue mínimo: en el período
de seis años que va de 1984 a 1990, las traducciones representaron aproximadamente un
3,5 por ciento de los libros publicados anualmente en los Estados Unidos y un 2,5 por
ciento de los publicados en el Reino Unido.13
Las consecuencias de estos patrones de traducción, variadas e insidiosas, se
resisten a una formulación ordenada. Sin embargo, en general, puede decirse que el
campo editorial angloamericano tuvo un papel decisivo en la producción de lectores con
una cultura provinciana que ostentan su monolingüismo, al mismo tiempo que cosechó
los beneficios económicos de la imposición exitosa de los valores culturales
angloamericanos en un público lector extranjero de proporciones considerables. El
historiador Sergio Romano describió incisivamente la situación de los Estados Unidos
con respecto a otros países en 1982, mientras se desempeñaba como Director General de
Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores Italiano: “si uno es
comprensible para la ideología estadounidense, existe una posibilidad de que se lo
traduzca”.14 Es más, la mayoría de las traducciones al inglés publicadas desde la
Segunda Guerra Mundial aplican estrategias de fluidez que provocan la ilusión de la
presencia autoral, sostienen el predominio cultural del individualismo angloamericano y
representan las culturas extranjeras con discursos ideológicos propios de las culturas
angloparlantes, pero ocultan bajo el velo de la transparencia todos estos efectos y
determinaciones.
La situación descripta amenaza todo intento actual de abordar la traducción, y
muy pocas veces se la analiza con la urgencia que requiere. Esta antología se propone
intervenir para desafiar esta situación: para hacer visible la traducción mediante el
desarrollo de un discurso teórico que analice las condiciones del trabajo del traductor,
las estrategias discursivas y las estructuras institucionales que determinan la producción,
la circulación y la recepción de los textos traducidos. Los ensayos parten del
presupuesto de que hay que someter la traducción al mismo cuestionamiento riguroso
aplicado recientemente a otras prácticas y formas culturales tras la aparición del
posestructuralismo y el impacto que éste tuvo sobre discursos teóricos y políticos como
el psicoanálisis, el marxismo y el feminismo. Sin embargo, los ensayos también
ejemplifican cómo estos discursos a su vez cuestionan y modifican la teoría
posestructuralista, en especial cuando éstos toman por objeto una práctica con
implicaciones sociales y culturales de tan largo alcance como la traducción. El objetivo
de esta antología es provocar un replanteo de la traducción en términos filosóficos, pero
también políticos; un replanteo vinculado con aspectos del lenguaje, el discurso y la
subjetividad, que a su vez articule la relación de éstos con la diferencia cultural, la
contradicción ideológica y el conflicto social.
De hecho, el posestructuralismo produjo un replanteo radical dentro de los tópicos
tradicionales de la teoría de la traducción. En gran parte a través de los comentarios
sobre el ensayo “La tarea del traductor” de Walter Benjamin, pensadores
posestructuralistas como Jacques Derrida y Paul de Man hacen estallar la oposición
binaria entre “original” y “traducción” que hoy garantiza la invisibilidad del traductor.15
Estos autores no otorgan a la traducción el carácter de otro original ni convierten al

5
traductor en autor, sino que ponen en duda los conceptos de originalidad y autoría que
subordinan la traducción al texto extranjero. Sostienen que lo que convierte en original a
un texto extranjero no es tanto que se lo considere la expresión coherente de un
significado autoral, sino que se lo juzgue digno de ser traducido, de estar destinado a lo
que Benjamin denomina una “sobrevida” (Überleben) en una forma derivada como la
traducción: “Las traducciones que son algo más que comunicaciones”, dice Benjamin,
“surgen cuando una obra sobrevive y alcanza la época de su fama... La vida del original
alcanza en ellas su expansión póstuma más vasta y siempre renovada”. Una traducción
canoniza el texto extranjero y confirma su fama al permitirle sobrevivir. Pero la
supervivencia que la traducción hace posible anula simultáneamente la originalidad del
texto extranjero, ya que revela que depende de una forma derivada: la traducción no
confirma la fama literaria sino que más bien la crea. “Que el original no era puramente
canónico”, observa de Man, “resulta claro desde el momento en que exige traducción:
no puede ser definitivo ya que puede ser traducido... La traducción canoniza, congela,
un original y muestra en él una movilidad, una inestabilidad que al principio no se
notaba”. La formulación de Derrida se aferra al uso de metáforas orgánicas presentes en
el ensayo de Benjamin:

La traducción realmente será un momento en el crecimiento del original, que se


completará a sí mismo al desarrollarse... Y si el original requiere de un complemento, es
porque en el origen no carecía de una falta, no estaba completo, entero, total e idéntico a
sí mismo.
(“Des Tours de Babel”, p. 188)

La “movilidad” o “falta” en el original es lo que Derrida describió como


différance, el movimiento de significación de la lengua por el cual el significado resulta
de las relaciones y diferencias que se producen sobre una cadena de significantes
potencialmente infinita, y por lo tanto es siempre diferencial y diferido, nunca está
presente como una unidad.16 Esto quiere decir que el original es en sí una traducción, un
proceso incompleto de transformación de una cadena de significantes en un significado
unívoco, y este proceso a la vez queda expuesto y se complica más cuando se lo expresa
con otra cadena de significantes de una lengua distinta.
El concepto posestructuralista de textualidad, por lo tanto, compromete la
originalidad del texto extranjero. Ni el texto extranjero ni la traducción conforman una
unidad semántica original: ambos son derivados y heterogéneos, están compuestos por
diversos materiales lingüísticos y culturales que desestabilizan el trabajo de
significación, lo que hace del significado una noción plural y diferencial, que excede y
posiblemente entre en conflicto con las intenciones del escritor extranjero y del
traductor. La textualidad posestructuralista redefine la noción de equivalencia en la
traducción al suponer desde el principio que la pluralidad diferencial en todo texto
excluye una correspondencia simple del significado, que durante el proceso de
traducción inevitablemente existe una relación de pérdida y ganancia que sitúa la
traducción en una relación equívoca y asintótica con el texto extranjero. A pesar de que
la mayoría de los traductores consideran que esta relación es mimética y se esfuerzan
por crear una reproducción basada en el sentido que a su juicio tiene el texto extranjero,
el trabajo textual heterogéneo garantiza que la traducción sea a la vez transformadora y
cuestionadora: pone en marcha una deconstrucción del texto extranjero. “Dentro de los
límites de la traducibilidad, busco reconocer la frontera entre dos tipos de traducciones”,
escribe Derrida, “una determinada por el modelo clásico de la univocidad transportable
o de la polisemia formalizable, y la otra, que accede a la diseminación; esta frontera
también divide lo crítico y lo deconstructivo” (“Border Lines”, p. 93). Una traducción

6
nunca es del todo “fiel”, siempre es un tanto “libre”, nunca establece una identidad,
siempre una falta y un suplemento, y nunca puede ser una representación transparente,
sólo una transformación interpretativa que pone al descubierto significados múltiples y
fragmentados en el texto extranjero y lo reemplaza por otro conjunto de significados,
igualmente múltiples y fragmentados.
Este hecho libera a la traducción de su posición subordinada con respecto al texto
extranjero y permite el desarrollo de una hermeneútica que interprete la traducción
como un texto por derecho propio, como un tejido de connotaciones, alusiones y
discursos específicos de la cultura de la lengua meta. Sin embargo, Derrida y de Man
limitan este desarrollo al someter la traducción a la represión recurrente de las
determinaciones sociales e históricas que caracterizan a la teoría textual
posestructuralista, en especial en su recepción angloamericana. 17 Esto se debe en parte
al hecho de que plantean sus consideraciones sobre la traducción en comentarios al
ensayo de Benjamin, reservando sus jugadas teóricas más diestras para su noción de
“lenguaje puro”. Benjamin postula un

parentesco suprahistórico de dos idiomas [que] se funda más bien en el hecho de que
ninguno de ellos por separado, sin la totalidad de ambos, puede satisfacer recíprocamente
sus intenciones, es decir, el propósito de llegar al lenguaje puro.

Para Benjamin, “la misión del traductor es rescatar ese lenguaje puro confinado en
el idioma extranjero, para el idioma propio, y liberar el lenguaje preso en la obra al
nacer la adaptación”. Cualquiera sea el significado que se asigne a la noción de
“lenguaje puro” de Benjamin, tanto Derrida como de Man lo interpretan según el
concepto posestructuralista de lengua como pluralidad diferencial: “es el ser-lenguaje
del lenguaje”, escribe Derrida, “lengua o lenguaje en sí, esa unidad sin autoidentidad, la
que contribuye al hecho de que existan los lenguajes y que sean lenguajes” (“Des tours
de Babel”, p. 201), mientras que de Man plantea que “un lenguaje puro... sólo existe
como disyunción permanente que habita todos los lenguajes como tales”, y agrega que
“es a este errar del lenguaje, a esta ilusión de una vida que es sólo vida después de la
vida, a lo que Benjamin llama historia”.18 Como consecuencia, se asigna el concepto de
lenguaje posestructuralista a una categoría suprahistórica y se alegoriza cada texto
traducido como un “errar del lenguaje” trascendental aislado de sus circunstancias
históricas y sociales particulares.
Si la “historia”, en palabras de de Man, “pertenece estrictamente al orden del
lenguaje” y “la estructura que la anima no es una estructura temporal”, aún es posible
reconocer que el lenguaje es errante de maneras específicas en términos históricos y
sociales. Un texto es un artefacto heterogéneo, compuesto por formas semióticas
disruptivas como la polisemia y la intertextualidad; no obstante, se encuentra limitado
por las instituciones sociales donde se lo produce y consume, y sus materiales
constitutivos, incluidos otros textos que asimila y transforma, lo vinculan a un momento
histórico particular.19 Son estas filiaciones históricas y sociales las que están inscriptas
en la elección del texto extranjero que se va a traducir y en la materialidad del texto
traducido, en su estrategia discursiva y en el campo de alusividad que posee para el
lector de la lengua meta. Y son estas filiaciones las que permiten que la traducción
funcione como una práctica político-cultural, construyendo o analizando críticamente
las identidades acuñadas ideológicamente para las culturas extranjeras, lo que
contribuye a la formación o a la subversión de cánones literarios, ratificando o
transgrediendo los límites institucionales.
En otro texto, Derrida muestra que es consciente de estos factores políticos,
específicamente en su relación con el dominio del discurso transparente en la traducción

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contemporánea. En el diario de notas dirigido al traductor de su ensayo “Living On”,
señala que la traducción es

un problema político-institucional de la Universidad: ésta, como toda la enseñanza de tipo


tradicional, y tal vez como todo tipo de enseñanza, tiene por ideal, junto a la traducibilidad
exhaustiva, el borramiento de la lengua. La deconstrucción de una institución pedagógica y
todo lo que ésta implica. Lo que esta institución no tolera es que alguien se inmiscuya con
el lenguaje, es decir tanto con la lengua nacional como, paradójicamente, con un ideal de
traducibilidad que neutraliza esta lengua nacional. Nacionalismo y universalismo. Lo que
esta institución no tolera es una transformación que no deje intactos ninguno de estos dos
polos complementarios. Puede tolerar con más facilidad toda suerte de “contenidos”
ideológicos aparentemente de lo más revolucionarios, siempre y cuando estos contenidos
no rocen los bordes del lenguaje y todos los acuerdos jurídico-politicos que éste garantiza.
Es este elemento “intolerable” lo que me interesa aquí. Está relacionado de una forma
esencial con aquello que (...) revela los límites del concepto de traducción sobre el que se
asienta la universidad, en particular cuando hace de la enseñanza de la lengua, incluso de
las literaturas, e incluso de las “literaturas comparadas”, su tema principal.

(“Border Lines”, pp. 93-6)20

Este importante análisis, aunque fragmentario, muestra que cualquier intento


actual de tornar visible la traducción es necesariamente un gesto político: revela y a su
vez impugna la ideología nacionalista implícita en el estatus marginal que tiene la
traducción dentro de las universidades, lo que obliga a reevaluar las prácticas
pedagógicas y las divisiones entre disciplinas que dependen de los textos traducidos. Sin
embargo, un análisis de este tipo es aún muy restringido, puesto que contempla
exclusivamente las instituciones académicas y el presente. Puede alcanzar una fuerza
política e interpretativa considerable si se lo extiende a otras prácticas culturales
institucionalizadas, como la publicación y la reseña de textos traducidos, a otras
dimensiones de la traducción, como las exposiciones teóricas y las estrategias
discursivas, y a otras determinaciones ideológicas, como la clase, el género y la raza. Y
los objetos de análisis no sólo deberían abarcar un espectro más amplio de formas y
prácticas culturales, sino que deberían tomarse de distintos períodos históricos y
someterse a una historización minuciosa. Esto significa insertar las prácticas y formas
culturales en relatos históricos llenos de detalles de archivo pero convocados por el
presente; relatos escritos, de hecho, en oposición a la invisibilidad contemporánea de la
traducción, que tracen la genealogía de este momento histórico mientras buscan en el
pasado salidas, teorías y prácticas de la traducción alternativas. 21 Los relatos de cambio
histórico que otorgan un lugar importante a la traducción pueden cumplir dos funciones
políticas específicas: una función crítica, que consiste en aclarar su rol potencial en la
aceleración del cambio social, y la otra utópica, que radica en revelar las posibilidades
de la vida social que todavía no son conscientes o no se llevaron a la práctica hasta el
presente.22
Hechas estas salvedades, podemos admitir que la teoría posestructuralista de la
traducción sienta las bases de un método incisivo para la lectura de traducciones. La
traducción se presenta como reconstitución activa del texto extranjero mediada por las
diferencias lingüísticas, discursivas e ideológicas irreductibles de la cultura de la lengua
meta. Estas diferencias pueden articularse a través de dos modos de análisis minucioso:
comparaciones del texto fuente y el texto meta que exploren la relación de pérdida y
ganancia entre ambos y revelen la estrategia discursiva del traductor así como todo
efecto imprevisto; y exámenes de las discontinuidades en la traducción misma, el
trabajo textual heterogéneo de asimilación de los materiales culturales de la lengua meta
utilizados con la intención de reproducir el texto de la lengua fuente, pero que

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inevitablemente lo suplementan. Dado que las prácticas culturales ya son siempre
sociales en su significado y funcionamiento, son compartidas por grupos sociales
específicos, llevan inscriptas ideologías al servicio de los intereses en pugna de estos
grupos y están alojadas en instituciones que constituyen centros de poder en toda
formación social, el análisis de la traducción también puede incluir sus determinaciones
ideológicas e institucionales, que tengan por resultado estudios detallados que sitúen el
texto traducido en el marco de sus circunstancias históricas y sociales, y tengan en
cuenta su rol político-cultural. Esto supondría analizar el lugar que ocupa la traducción
y su práctica en culturas específicas, tratar cuestiones tales como qué textos extranjeros
se decide traducir y qué estrategias discursivas se utilizan para traducirlos, qué textos,
estrategias y traducciones se canonizan o marginan y a qué grupos sociales sirven.
Esta hermeneútica de la traducción supone una noción de agencia que toma en
cuenta la complejidad del trabajo del traductor en su totalidad. Siguiendo a otros
pensadores posestructuralistas como Michel Foucault, esta hermeneútica considera al
sujeto traductor en cuanto construido discursivamente en autopresentaciones,
exposiciones teóricas, legislaciones, contratos, el proceso mismo de desarrollo de una
estrategia de traducción, de selección y ordenamiento de los significantes. 23 Sin
embargo, busca evitar toda visión determinista del trabajo del traductor que pudiera
excluir la posibilidad de la reflexión crítica y la acción política al suponer que el
proceso de traducción admite distintos niveles de especulación supeditados a
determinaciones materiales. El traductor es el agente de una práctica cultural que se
lleva a cabo bajo un automonitoreo continuo y a menudo consultando activamente
reglas y recursos culturales, que van desde diccionarios y gramáticas hasta otros textos,
estrategias discursivas y traducciones, tanto canónicas como marginales. Pero en la
medida en que estas reglas y recursos son específicos de la cultura de la lengua meta y
se encuentran en vigor en el marco de instituciones sociales, la traducción se ubica en
una configuración intertextual e ideológica que puede pasar inadvertida en cierta
medida para la conciencia del traductor y producir consecuencias inesperadas, como el
cambio o la reproducción social.24 El inconsciente del traductor es textual dado que,
como señala Derrida, “un texto puede ubicarse en una relación de transferencia
(principalmente, en el sentido psicoanalítico) con respecto a otro texto” (“Border
Lines”, p. 147), trazando los mapas de trayectoria del deseo a través de tropos y
relaciones intertextuales. Sin embargo, también es necesariamente un inconsciente
político, sedimentado con contradicciones ideológicas, cuya forma está dada por las
restricciones institucionales, que involucra a la traducción en conflictos de un alcance
mayor y de carácter social. Lo que es más importante, estos efectos y determinaciones
materiales no necesitan permanecer por entero en el ámbito inconsciente: un traductor
consciente desde el punto de vista social y comprometido políticamente puede tenerlos
en cuenta en la elección del texto extranjero y en el desarrollo de una estrategia
discursiva, llevando la lengua meta a través de lo que Gilles Deleuze y Félix Guattari
denominarían una “línea de fuga” que parte de las jerarquías sociales y culturales que
esta lengua sustenta y utilizando la traducción para “desterritorializarla”.25
Las prácticas alternativas de la traducción que pueden lograr tal
desterritorialización surgieron con la aparición de la teoría textual posestructuralista. En
parte, son el resultado de los problemas creados por la intimidante tarea de traducir al
inglés la escritura autorreflexiva e inventiva de Derrida. Al comentar una versión en
inglés del ensayo “La mythologie blanche” de Derrida, Philip Lewis propone una
estrategia de traducción más sofisticada que reconozca las complicaciones que el
posestructuralismo incorporó a la traducción, en particular el concepto de sentido como
pluralidad diferencial, y que por lo tanto desplace el foco de atención del traductor del

9
significado a la “cadena de significantes, los procesos sintácticos, las estructuras
discursivas, la incidencia de los mecanismos del lenguaje sobre la formación del
pensamiento y la realidad, etcétera”.26 Lo que está en juego aquí es una “nueva
axiomática de la fidelidad” que Lewis denomina “opositora”: el traductor busca
reproducir cualquier rasgo del texto extranjero que se oponga o se resista a los valores
culturales dominantes en la lengua fuente, pero este esfuerzo reproductivo requiere de la
invención de medios análogos de significación que se opongan por partida doble, que se
resistan a los valores culturales dominantes en la lengua meta pero que suplementen al
texto extranjero al reescribirlo en esa lengua. Lewis señala que:

la posibilidad real de la traducción –la traducibilidad que surge en el movimiento de la


diferencia como propiedad fundamental de las lenguas– indica un riesgo que debe
asumirse: el de la traducción fuerte y contundente que valora la experimentación, violenta
el uso, busca igualar las polivalencias o plurivocidades o énfasis expresivos del original
mediante la producción de los propios.
(p. 41)
La fidelidad opositora conlleva claramente un rechazo de la fluidez que domina la
traducción contemporánea y favorece una estrategia contraria que bien puede
denominarse de resistencia. De ahí que hasta ahora haya resultado muy útil para la
traducción de textos que ponen en un primer plano el juego de los significantes
mediante el cultivo de la polisemia, el neologismo, la sintaxis fragmentada, la
heterogeneidad discursiva; a saber, exposiciones teóricas posestructuralistas, relatos
posmodernos y experimentos feministas con la prosa y la poesía en los que resuena el
concepto de écriture féminine de Hélène Cixous.27 Por ejemplo, tanto la escritora
quebequense Nicole Brossard como su traductora Barbara Godard aspiran a combatir la
construcción jerárquica de las identidades de género en la ideología patriarcal mediante
el desarrollo de un tipo de escritura que “trabaja (en) lo intermedio” y busca “un camino
múltiple e inagotable con millones de encuentros y transformaciones de lo mismo en lo
otro y en lo intermedio, de donde la mujer toma sus formas (y el hombre, cuando le
toca: pero esa es su otra historia)” (“The Laugh of the Medusa”, p. 287). El resultado es
una textualidad extremadamente discontinua en la que el traductor suma su inventiva a
la producción de sentido, socavando las representaciones convencionales que no sólo
colocan al traductor en un lugar subordinado con respecto al autor, sino que también
metaforizan la autoría como masculina y la traducción como femenina. Dado que las
estrategias de traducción de resistencia eliminan el efecto ilusionista de transparencia en
el texto traducido, su implementación conlleva otras consecuencias, igualmente
políticas. Por un lado, estas estrategias pueden ayudar a tornar visible el trabajo del
traductor, invitan a un reconocimiento crítico de su función político-cultural y a una
reevaluación del estatus inferior que actualmente se le asigna en la legislación, la
educación y el campo editorial. Por otro lado, las estrategias de resistencia pueden
ayudar a preservar la diferencia lingüística y cultural del texto extranjero mediante la
producción de traducciones que sean extrañas y provoquen una sensación de
extrañamiento, que señalen los límites de los valores dominantes en la cultura de la
lengua meta y obstaculicen la domesticación imperialista de un otro cultural que estos
valores estipulan.
“La traducción”, escribe Blanchot, “es el juego mismo de la diferencia:
constantemente hace alusión a la diferencia, disimula la diferencia, pero al revelarla a
veces y acentuarla muchas otras, la traducción se convierte en la vida misma de esta
diferencia”.28 Sin embargo, esta visión no ha alcanzado un nivel suficiente de adhesión
en la cultura angloamericana, no sólo porque durante mucho tiempo la traducción
permaneció oculta en términos discursivos y marginada culturalmente, respaldando un

10
proceso de asimilación más que viviendo la diferencia, sino porque el inglés y los
valores de la lengua inglesa alcanzaron un dominio mundial en el período de posguerra
y establecieron en los Estados Unidos y en Gran Bretaña entornos culturales
nacionalistas receptivos a textos extranjeros principalmente cuando son compatibles
desde un punto de vista ideológico o se los puede leer de este modo. No obstante, la
traducción es una práctica cultural que hoy ocupa una posición táctica, privilegiada por
los desarrollos internacionales recientes. La erosión de la hegemonía política y
económica de los Estados Unidos, el desmantelamiento del socialismo de Estado y la
transición hacia economías de mercado en Europa del Este y la Unión Soviética, la
renuencia del gobierno comunista chino a abandonar por completo sus experimentos
liberalizadores, a pesar de su dependencia constante de la represión política, todo
garantiza que el intercambio intercultural se incrementará y se desarrollará tomando
direcciones nuevas e inesperadas. Por consiguiente, resulta esencial reconocer que la
traducción en sus muchos aspectos –desde la selección de textos extranjeros hasta la
puesta en práctica de estrategias discursivas, la enseñanza y la elaboración de reseñas
críticas de las traducciones– ejerce un poder enorme en la construcción de las
identidades nacionales y, por lo tanto, puede tener un importante rol geopolítico. La
mejor forma de sacar provecho de este reconocimiento es elaborar los medios teóricos,
críticos y textuales que permitan estudiar y practicar la traducción como el locus de la
diferencia. Los siguientes ensayos constituyen un aporte a ese proyecto.

11
1
NOTAS

Véase, por ejemplo, Radice, William y Barbara Reynolds (eds.), The Translator´s Art: Essays in Honour of Betty Radice
(Hammondsworth: Penguin, 1987); Warren, Rosanna (ed.), The Art of Translation: Voices from the Field (Boston:
Northeastern University Press, 1989) y Biguenet, John y Rainer Schulte (eds.), The Craft of Translation (Chicago:
University of Chicago Press, 1989). The Craft of Translation se publicó dentro de una colección de libros instructivos,
Chicago Guides to Writing, Editing and Publishing. A diferencia de las otras, la antología de Rosanna Warren, a pesar de su
título, incluye numerosos ensayos que se caracterizan por su sofisticación teórica y crítica.
2
Copyright Act 1956 (4 y 5 Eliz 2 c. 74), artículo 2 (6)(a)(iii); US Code, título 17, artículos 101, 102, 106, 201(a) (1976).
3
Skone James, E.P., Mummery, John F. y J.E. Rayner James. Copinger and Skone James on Copyright, (12º ed.) (Londres:
Sweet and Maxwell, 1980), pp. 322ss.; US Code, título 17, artículos 101, 201 (b) (1976). Jacques Derrida señala que la
representación del traductor como artesano avala la lógica endeble de la originalidad dentro de la ley de propiedad
intelectual francesa actual. Véase “Des Tours de Babel” en Graham, Joseph (ed.), Difference in Translation (Ithaca: Cornell
University Press, 1985), pp. 196-9, 240-2.
4
Marcus, James, “Foreign Exchange”, Village Voice Literary Supplement, 82 (Febrero 1990): 13-17, especialmente 13-14.
Edmund Keeley presentó los resultados de un estudio reciente acerca de las prácticas de la traducción para editoriales en
“The Commerce of Translation”, PEN American Center Newsletter, 73 (otoño 1990): 10-12. Michael Glenny describió la
situación de los traductores británicos en “Professional Prospects”, Times Literary Supplement, 14 de octubre de 1983, p.
1118. Véase también Gardam, John, “The Institute of Translation and Interpreting Survey of Rates and Salaries”,
Professional Translator and Interpreter, 1 (1990), pp. 5-14. El modelo de contrato de traducción estándar del Reino Unido
se incluye en Clark, Charles (ed.), Publishing Agreements: A Book of Precedents (Londres: Allen and Urwin, 1980), pp. 53-
61. El Comité de Traducción del PEN American Center incluye “A Translator´s Model Contract” [Un modelo de contrato de
traducción], descripto como “un ideal que el Comité considera que debería ser el objetivo de todo traductor”, en A
Handbook for Literary Translators, 2º ed. (Nueva York: PEN American Center, 1991).
5
American Literary Translators Association Newsletter, 41 (Mayo de 1990): 1.
6
Frame, Donald. “Pleasures and Problems of Translation” en The Craft of Translation, pp. 70-92 (70). Susan Bassnett-
McGuire examina algunas de “las posiciones en conflicto en torno a la traducción en el mundo angloparlante” en
Translation Studies (Londres y Nueva York: Methuen, 1980), pp. 1-5.
7
Rabassa, Gregory. “No Two Snowflakes are Alike: Translation as Metaphor” en The Craft of Translation, pp. 1-12 (8).
8
Esta idea está tomada de Gilles Deleuze, “Plato and the Simulacrum” en The Logic of Sense, trad. Mark Lester y Charles
Stivale, ed. Constantin V. Boundas (Nueva York: Columbia University Press, 1990), pp. 253-66. Antoine Berman ofrece un
examen incisivo de este aspecto de la traducción en “L´essence platonicienne de la traduction”, Revue d´Esthetique, 12
(1986): 63-73. Acerca de la teoría romántica de la expresión, véase Abrams, M. H.. The Mirror and the Lamp: Romantic
Theory and the Critical Tradition (Oxford: Oxford University Press, 1953).
9
Venuti, Lawrence, “The Art of Literary Translation: An Interview with William Weaver”, Denver Quarterly, 17:2 (1982):
16-26 (26). La sofisticación de las traducciones de Weaver no se condice con la invisibilidad recomendada en esta
presentación que hace de sí mismo, en especial cuando traduce textos con la heterogeneidad discursiva de las novelas de
Umberto Eco y por lo tanto se ve impulsado a desarrollar estrategias notoriamente innovadoras. Véase su sorprendente
“Pendulum Diary” en Southwest Review, 75: 2 (1990): 150-78.
10
Examino este aspecto de la traducción contemporánea al inglés en mayor detalle en “The Translator´s Invisibility”,
Criticism, 28 (1986): 179-212. Antoine Berman sostiene que la fluidez, o lo que denomina “hipertextualidad”, dominó la
traducción de Occidente desde la helenización de la República Romana: véase “La Traduction de la lettre, ou l´auberge du
lontain” en Les Tours de Babel: Essais sur la traduction (Mauvezin: Trans-Europ-Repress, 1985), pp. 31-150,
especialmente pp. 50-1.
11
El estado del intercambio cultural entre Italia y los Estados Unidos se analiza en Munafo, Ornella (ed.), The Italian Book
in America/Il libro italiano in America, trad. Kristin Jarratt (Nueva York: The Translation Center, 1986). Se trata de un
número especial de la revista Translation que contiene las actas del congreso “The Italian Book and American Publishing:
Translation and Market”, realizado en 1982 en la American Academy de Roma. Mi descripción de los patrones editoriales de
traducción a la lengua inglesa desde la Segunda Guerra Mundial le debe mucho a la “Introduction” de Frank MacShane, pp.
5-10. Véase también mi ensayo sobre el congreso, “Innocents Abroad?”, Attenzione, enero de 1983, pp. 16-20. Más
recientemente, Carlin Romano señaló que “desde 1988, los italianos tradujeron del inglés alrededor de 3.500 libros, la
mayoría de autores estadounidenses. De 1983 a 1989, sólo 294 libros italianos llegaron traducidos a las librerías de los
Estados Unidos”: véase “The Crowd of Turin: Book Fair Italian Style”, Village Voice, 3 de julio de 1990, p. 70. Pueden
encontrarse estadísticas más actualizadas en Lottman, Herbert R., “Milan: a world of change”, Publishers Weekly, 21 de
junio de 1991, pp. 5-11.
12
Estos desarrollos están documentados en Whiteside, Thomas, The Blockbuster Complex: Conglomerates, Show Business,
and Book Publishing. (Middletown, Conn.: Wesleyan University Press, 1981). Véase también Feldman, Gayle, “Going
Global”, Publishers Weekly, 19 de diciembre de 1986, pp. 20-4. Las corporaciones editoriales internacionales que
empezaron a aparecer durante los años ochenta incluyen en su mayoría editoriales estadounidenses, británicas y alemanas.
Roger Cohen describe la fusión de Harper & Row y William Collins & Sons en “Birth of a Global Book Giant”, New York
Times, 11 de junio de 1990, pp. D1, D10.
13
Véanse las estadísticas anuales presentadas por Chandler B. Grannis en Publishers Weekly, 29 de septiembre de 1989, pp.
24-5, 9 de marzo de 1990, pp. 32-5 y marzo de 1991, pp. 36-9. Los valores de las estadísticas británicas se extrajeron de los
Whitaker´s Almanack de los años 1986 a 1991.
14
Romano, Sergio. “Discussion”, en The Italian Book in America/Il libro italiano in America, pp. 93-5 (94). El eterno apuro
por publicar o reeditar traducciones al inglés de obras de los premios Nobel, en los últimos años, escritores como Jaroslav
Seifert, Claude Simon, Naguib Mahfouz y Camilo José Cela, que hace tiempo alcanzaron un estatus canónico en sus propias
culturas, señala algunos de los géneros y lenguas que no tienen la representación que les corresponde cuando se trata de la
publicación de textos extranjeros en el campo editorial angloamericano (a saber, literatura árabe, de Europa del Este y
experimental). Sobre la marginalidad cultural de las lenguas europeas no occidentales en el campo de la traducción al inglés
contemporáneo, véase Marcus, “Foreign Exchange”, pp. 15-16. Edward W. Said trata la situación particularmente grave de
la literatura árabe en la cultura angloamericana en “Embargoed Literature”, The Nation, 17 de septiembre de 1990, pp. 278-
80. Armand Mattelart examina la política de las relaciones culturales globales, especialmente en los medios electrónicos, en
Multinational Corporations and the Control of Culture: The Ideological Apparatuses of Imperialism, trad. Michael Chanan
(Brighton: Harvester, 1979).
15
Benjamin, Walter. “The Task of the Translator” (1923), en Illuminations, ed. Hannah Arendt, trad. Harry Zohn (Nueva
York: Schocken, 1969), pp. 69-82 [Traducción al español: “La tarea del traductor”, en Ensayos escogidos, trad. Héctor
Murena, Buenos Aires, Ed. Sur, 1967]. El ensayo de Benjamin es la introducción a su traducción de los Tableaux parisiens
de Baudelaire. Los comentarios de Derrida sobre la traducción incluyen “Border Lines”, el texto impreso al pie de las
páginas de su ensayo “Living On”, trad. James Hulbert, en Deconstruction and Criticism (Nueva York: Continuum, 1979),
pp. 75-176, y “Roundtable on Translation” (1979), en The Ear of the Other: Otobiography, Transference, Translation, ed.
Christie V. McDonald, trad. Peggy Kamuf (Nueva York: Schocken, 1985), pp. 91-161. Un desarrollo más completo de
muchas de las ideas presentadas en “Roundtable on Translation” se encuentra en “Des Tours de Babel” (1980) de Derrida en
Difference in Translation. La incursión de Paul de Man en la teoría de la traducción se encuentra en la conferencia
“‘Conclusions’: Walter Benjamin´s The Task of the Translator” (1983), en The Resistance to Theory (Mineápolis: University
of Minnesota Press, 1986), pp. 73-105 [Traducción al español: “Conclusiones: La tarea del traductor de Walter Benjamin”
en La resistencia a la teoría, trad. Elena Elorriaga y Oriol Francés, Madrid, Visor, 1990]. Andrew Benjamin presenta una
reflexión posestructuralista sistemática sobre la traducción que recurre a textos clave en la historia de la filosofía y la teoría
de la traducción en Translation and the Nature of Philosophy: A New Theory of Words (Londres y Nueva York: Routledge,
1989).
16
Derrida, Jacques. “Différance” (1968), en Margins of Philosophy, trad. Alan Bass (Chicago: University of Chicago Press,
1982), pp. 1-27. Véase también Derrida, Jacques, “Semiology and Grammatology: Interview with Julia Kristeva”, en
Positions (1972), trad. Alan Bass (Chicago: Chicago University Press, 1981), p. 24:

Dentro de los límites de lo posible, o al menos de lo que parece posible, la traducción pone en práctica la
diferencia entre significado y significante. Pero si esta diferencia nunca es pura, tampoco lo es la
traducción, y deberíamos sustituir la noción de traducción por la de transformación: una transformación
regulada de una lengua por otra, de un texto por otro. Nunca tendremos relación, y de hecho nunca la
tuvimos, con una suerte de “transporte” de significados puros de una lengua a otra, o dentro de una misma
lengua, que el instrumento significante deje vírgenes e intactos.
17
Véase por ejemplo Lentricchia, Frank. After the New Criticism (Chicago: University of Chicago Press, 1980), capítulos 5
y 8, Eagleton, Terry, Literary Theory: An Introduction (Mineápolis: University of Minnesota Press, 1983), capítulo 4.
Christopher Norris aboga por una visión más matizada de las implicaciones políticas de la obra de de Man en Paul de Man:
Deconstruction and the Critique of Aesthetic Ideology (Nueva York y Londres: Routledge, 1988).
18
En relación con el concepto de “lenguaje puro”, Andrew Benjamin plantea de una forma similar que éste “indica la
identidad de las lenguas mientras que toma en cuenta sus diferencias” y “la palabra como el lugar de una pluralidad
diferencial”, pero a diferencia de Derrida y de Man, también reconoce que “esto puede significar interpretar a Benjamin
contra sí mismo” y subraya la importancia de la especificación “ontológico-temporal” de las diferencias lingüísticas. Véase
Translation and the Nature of Philosophy, capítulos 4 y 6, en especial pp. 103, 108 y 180.
19
John Frow desarrolla estos puntos en detalle en Marxism and Literary History (Oxford: Blackwell, 1986).
20
Cf. el hecho de que de Man no esté dispuesto a tomar en cuenta las dimensiones políticas de su obra en una entrevista
dada inmediatamente después de su conferencia sobre el ensayo de Benjamin: “Derrida se siente obligado a decir más
acerca de la institución universitaria, pero eso es más comprensible en el contexto europeo, donde la universidad tiene una
función cultural tan preponderante, mientras que en los Estados Unidos no tiene función cultural alguna, aquí es ajena a las
tensiones culturales genuinas de la nación”. Rosso, Stefano, “An Interview with Paul de Man” en The Resistance to Theory,
pp. 115-21 (117).
21
Si se desea consultar un ejemplo provocador de este tipo de análisis, véase Conley, Tom, “Institutionalizing Translation:
On Fiorio´s Montaigne” en Demarcating the Disciplines: Philosophy, Literature, Art., ed. Samuel Weber, Glyph Textual
Studies 1 (Mineápolis: University of Minnesota Press, 1986), pp. 45-60. La búsqueda por parte de Antoine Berman de
alternativas a las traducciones etnocéntricas y fluidas que dominan la cultura francesa contemporánea lo llevaron a
reconstruir la tradición alemana de la traducción, valorando en particular las teorías de Goethe y Schleiermacher y las
prácticas de Hölderlin, en L´Épreuve de l´étranger: Culture et traduction dans l´Allemagne romantique (París: Gallimard,
1984).
22
Estas ideas fueron desarrolladas a partir de la obra de Ernst Bloch. Véase por ejemplo “The Conscious and Known
Activity within the Not-Yet-Conscious, The Utopian Function” (1959) en The Utopian Function of Art and Literature:
Selected Essays, ed. y trad. Jack Zipes y Frank Mecklenburg (Cambridge: MIT Press, 1988), pp. 103-41.
23
Véase Foucault, Michel, “What is an Author?” (1969), en Language, Counter-Memory, Practice, ed. y trad. Donald F.
Bouchard y Sherry Simon (Ítaca: Cornell University Press, 1977), pp. 113-38.
24
Estas observaciones toman de Anthony Giddens el concepto de agencia desarrollado en Central Problems in Social
Theory: Action, Structure and Contradiction in Social Analysis (Berkeley y Los Ángeles: University of California Press,
1986), especialmente el capítulo 2.
25
Véase Deleuze, Gilles y Félix Guattari, Kafka: Toward a Minor Literature, trad. Dana Polan (Mineápolis: University of
Minessota Press, 1986), especialmente el capítulo 3.
26
Lewis, Philip E., “The Measure of Translation Effects”, en Difference in Translation, pp. 31-62 (42).
27
Si se desean consultar comentarios acerca de los problemas de traducción que plantean este tipo de textos, véase, por
ejemplo: Johnson, Barbara, “Translator's Introduction” en Derrida, Jacques. Dissemination, trad. Barbara Johnson (Chicago:
University of Chicago Press, 1981), en especial pp. xviii-xix y “Taking Fidelity Philosophically” en Difference in
Translation, pp. 142-48; Polan, Dana, “Translator's Introduction” en Kafka: Toward a Minor Literature, en especial pp.
xxvii-xxviii; Jill Levine, Suzanne, “From ‘Little Painted Lips’ to Heartbreak Tango” en The Art of Translation: Voices from
the Field, pp. 30-46; y Godard, Barbara, “Translating and Sexual Difference”, en Resources for Feminist Research, 13:3
(Noviembre 1984): 13-16, y “Preface” en Brossard, Nicole, Lovhers, trad. Barbara Godard (Montreal: Guernica: 1986), pp.
7-12. En torno al concepto de écriture féminine, véase Cixous, Hélène, “The Laugh of the Medusa” (1976), trad. Keith
Cohen y Paula Cohen, en The Signs Reader: Women, Gender, and Scholarship, ed. Elizabeth Abel y Emily Abel (Chicago:
University of Chicago Perss, 1983), pp. 279-97.
28
Blanchot, Maurice, “Translating” (1967), trad. Richard Sieburth, Sulfur, 26 (1990), 82-6 (83).

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