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LOS PRIMEROS PASOS DE LA CORRUPCION

De:

Desde los colegios y las universidades se permite la trampa. En muchos casos, plagian los
trabajos, copian los ejercicios de los libros, y muy pocos hacen algo para impedirlo. De alguna
manera, la trampa es aceptada en los colegios.

“Cuando estudiaba en el colegio iba a la biblioteca más cercana para hacer tareas. En la casa de
mis padres no había muchos libros y menos aún enciclopedias: estaban muy lejos del presupuesto
familiar”. Así es cómo un profesor describe sus primeros pasos por la lectura. Otros maestros
cuentan historias sobre cómo hacían los deberes extraescolares junto a los libros. No obstante,
sostuvieron que en los últimos años han sido testigos de un acontecimiento que lo ha cambiado
todo, el Internet.

Es común que los jóvenes ya no usen libros para sus trabajos, sino que copien información de la
Web. Para los profesores es fácil, cuando leen las tareas, identificar los cambios en la sintaxis, y el
uso de vocabulario especializado, que no es acorde con la edad de los jóvenes. Sin embargo, a
pesar de que existe una legislación que sanciona el plagio, hay un grado muy alto de permisividad.
En muchos casos, las directivas les impiden a los profesores implementar medidas por temor a la
reacción de los padres.

Los maestros tienen las manos atadas: aunque en los discursos públicos los directores hablan de
la ética en la que forman a sus estudiantes, los límites están definidos por una actitud empresarial,
que no siempre coincide con los valores publicitarios. Los estudiantes son al final, clientes, o una
cifra que demuestra la deserción escolar. Tomar medidas sancionatorias fuertes, no le conviene al
negocio, ni a los índices de permanencia escolar. Entonces, el problema del plagio es solucionado
con una reflexión, que se repite una y otra vez, durante la vida escolar. Así lo afirma el profesor de
un colegio privado.

Sin consecuencias, los estudiantes copian las tareas de Wikipedia, Preguntas Yahoo, el Rincón del
Vago, y Tareas.com, según cuenta un estudiante de noveno grado. Esta situación tiene por lo
menos dos implicaciones: las tareas pierden su función de consolidar los conocimientos adquiridos
durante el aula y de preparar para las sesiones siguientes. Y por otra parte, el trabajo extraescolar
en vez de propiciar los hábitos de estudio desde el colegio, crea una cultura que permite la trampa
y el atajo.

Además, las páginas de Internet y las enciclopedias virtuales, que podrían facilitar las búsquedas y
completar la información, han empezado a desvincular a los jóvenes de la experiencia de los libros.
Desde luego, las bases de datos podrían permitir acceder a los artículos más recientes de las
mejores universidades del mundo, pero por un lado no se suele enseñar a los niños a buscar, y por
el otro, son muy pocos los colegios que pagan la suscripción para consultarlos.

Entonces, los estudiantes llegan con muy malos hábitos a las universidades. Hacen pasar el
trabajo de otros como propio; evaden las responsabilidades y actúan deshonestamente sin las
menores consecuencias. Tampoco han aprendido a buscar páginas confiables y pertinentes. No
solo hacen trampa, sino que la hacen con mala documentación.

Y la situación continúa en la educación superior. Un estudiante de ingeniería contó que en las


clases se suele seguir el mismo libro de texto durante varios años. Entonces, gran parte de los
ejercicios que asignan de tarea, ya están en línea, completos y bien desarrollados, por lo que
muchos estudiantes simplemente los copian. Si bien, no necesariamente el porcentaje de tareas es
relevante en el promedio definitivo, se mantiene la cultura de la trampa.

Algunas universidades, han comprado costosos softwares que contrastan automáticamente los
trabajos con la información que existe en Internet. No obstante, aunque la universidad cuenta con
duras políticas en el reglamento contra el plagio, muchos profesores, según el mismo estudiante,
“se dan cuenta y lo dejan pasar para no afectar al estudiante” y para no entrar en molestos
procesos burocráticos que los pueden afectar. Así, una vez más, se permite que el tramposo
avance, campante, hacia su futuro profesional.

Es grave que en el colegio y en la universidad se permita la deshonestidad. Muchos jóvenes que


hacen trampa lo cuentan con naturalidad, e incluso con orgullo, como si se tratara de una hazaña.
El problema es que si mantenemos hábitos tramposos, en los que es un logro ser un vivo, capaz
de engañar sin consecuencias, seguiremos construyendo una cultura de corrupción que afecta a
toda la sociedad.

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