Está en la página 1de 114

El cuento popular

Selección de textos y notas:


Jorge B. Rivera

Centro Editor de América Latina


Diagramación: Alberto Oneto, Silvia Battistessa,

Diego Oviedo.
Asesoramiento artístico: Osear Díaz.
Coordinación y producción: Natalio Lukawecki,
Elisa Rando, Fermín E. Márquez.
Diseño de tapa: Alberto Oneto.
©1977
© 1985 Centro Editor de América Latina S.A.,

Junín 981, Buenos Aires.


Hecho el depósito de ley.
Libro de edición argentina.
Impreso en marzo de 1985 en Gráfica Yanina,
R. Argentina 2686, V. Alsina; encuadernado en
Encuadernación Sur, Garay 1600, Buenos Aires.
ISBN: 50 25 0353 8
Nota preliminar ................................................................................................................................... 4
Gilgamesh busca el secreto de la inmortalidad .................................................................................. 9
El niño bueno y el niño malo ............................................................................................................. 14
El ladrón que robó los tesoros del rey Rampsinito............................................................................ 20
Ulises narra su aventura con el Ciclope ........................................................................................... 22
El anillo de Giges .............................................................................................................................. 28
La historia de José............................................................................................................................ 29
La matrona de Efeso ........................................................................................................................ 30
El león............................................................................................................................................... 32
El brahmán y la fuente de harina ...................................................................................................... 34
Moisés y las tres acciones reprobables ............................................................................................ 35
La colcha celestina ........................................................................................................................... 37
De cómo maese Renard robó los pescados .................................................................................... 38
Los ratones que comían hierro ........................................................................................................ 41
El tonel .............................................................................................................................................. 42
El robo del tesoro soñado ................................................................................................................ 45
El mancebo casado con mujer brava ............................................................................................... 46
Historia de la pierna de carnero ........................................................................................................ 49
Till Eulenspiegel hornea lechuzas y macacos ................................................................................. 55
El labrador y el diablo ....................................................................................................................... 56
El degollado de Flandes ................................................................................................................... 58
El malentendido ................................................................................................................................ 59
La bruja Baba-Yaga .......................................................................................................................... 60
El leñador Bunyan ............................................................................................................................ 65
Pedro el de Malas ............................................................................................................................. 67
La ahijada de San Pedro .................................................................................................................. 74
Las tres preguntas ............................................................................................................................ 77
Historia del hombre con dos mujeres ............................................................................................... 84
El venado y la tortuga ....................................................................................................................... 85
Los cuentos de Pedro de Urdimalas ................................................................................................. 88
El cuento de los higos....................................................................................................................... 91
El padre mezquino ............................................................................................................................ 93
María Guimar y María Francisca ...................................................................................................... 97
La serpiente de las siete cabezas................................................................................................... 101
Lisandro y Morniones ..................................................................................................................... 105
Un tonto con dos hermanos entendidos ......................................................................................... 108
El sastre, el zapatero y los ladrones ............................................................................................... 112
Nota preliminar

Los cuentos: "Viajeros del tiempo y de las culturas"


Ubicuos, anónimos, "viajeros del tiempo y de las culturas", como dice Melville
Herskovitz, cambiantes (pero fieles, en el fondo, a su sustancia íntima), los cuentos
acompañan al hombre desde las épocas fundacionales del arco, la cerámica y el
hacha de piedra. Puede decirse que lo flanquean con una solidaridad de viejo perro
que ha resuelto compartir sus faenas, sus horas de descanso, sus batallas y sus
largas migraciones a través de ríos, cordilleras y desiertos.
Resulta ciertamente difícil afirmar en qué época, o en qué lugar concreto,
germinaron las primeras historias, que todavía se cuentan; y si algunos especialistas
defendieron eruditamente, a lo largo de años, las hipótesis de un origen común y de
un proceso ulterior de difusión y préstamo, son igualmente abundantes quienes
postularon, con argumentos no menos convincentes, la teoría del origen múltiple, del
nacimiento independiente en diversas instancias de tiempo y espacio, basándose en
pruebas de carácter etnográfico y en el principio de la esencial unidad del
pensamiento humano.
Parejamente ardua es la dilucidación de los propósitos originarios del cuento
anónimo, la pregunta sobre por qué nacen, para qué sirven y qué necesidades
profundas han satisfecho a lo largo de tantos milenios.
Frente a la primera dificultad podríamos conceder algún crédito, por ejemplo, a
quienes afirman que los cuentos más corrientes y perdurables de la tradición oriental
y occidental tienen su cuna en un vasto fragmento del mundo antiguo, que abarca el
Mediterráneo oriental (mundo creto - micénico), el Asia Menor (orbe sumerio -
babilónico, hitita y arameo), el Egipto pre-dinástico, el norte del Cáucaso, la Europa
megalítica occidental y la civilización de la cuenca del Indo, con sus grandes centros
urbanos de Harappa y Mohenjo-Daro.
Los umbrales de este fenómeno de gestación pueden ser localizados,
temporalmente, en una porción más o menos difusa y elástica que abarcaría desde
los años 4000 A.C. hasta 1000 A.C., con raíces seguramente más añejas; y aunque
los cuentos no suelen evocar, en líneas generales, ningún tiempo particular, ni aludir
de manera precisa a culturas o civilizaciones determinadas, de igual modo podemos
admitir la viabilidad de las teorías que sugieren vinculaciones genéticas entre el
cuento y una forma de civilización arcaica y a la vez relativamente compleja y
refinada, o entre el relato y etapas de crisis en las que, como diría Jean de Vries, se
descubre a la existencia "como problema y tragedia".
Pensemos, por ejemplo, para ubicarnos de manera más precisa en un campo
genético particular, en el contexto de las grandes producciones culturales del orbe
creto - micénico de la Edad del Bronce, integrado por la economía palatina, los
códigos heroicos y la escritura lineal, y pensemos, complementariamente, en la
fractura que producen en ese orden –hacia los siglos XI y X A.C.–, las invasiones
dóricas, en tanto suponen brusca ruptura del tipo de organización económica, el
regreso a los patrones de la vida agraria, la quiebra de los elementos míticos
arraigados, el reemplazo de las prácticas funerarias, el replanteo de los roles
heroicos y de las distancias que se tienden entre hombres y dioses, etc. Con
referencia a los propósitos genéticos del cuento, al por qué y al para qué, también
podríamos admitir que todo relato satisface de manera simultánea, sucesiva o
alternante –de acuerdo con la época o con el contexto cultural en que se difunde– un
propósito didáctico, dramático, moralizador o puramente hedonístico.
Los usos y significados del cuento, en efecto, parecen variar y sufrir apreciables
alteraciones según el desarrollo de las coordenadas de espacio, tiempo y cultura.
Así, por ejemplo, algunos autores pueden afirmar que cuentos con grandes
similitudes internas (en cuanto a acumulación de motivos y rasgos homologables),
como los que integran los clásicos ciclos animalísticos del zorro, cumplen en Esopo
y en el Pantchatantra indio una función eminentemente pedagógica, en el Roman de
Renart medieval una función recreativa, en los ciclos tribales africanos una función
etiológica y mítica, en la serie norteamericana del Tío Remus una función de
fortalecimiento de la identidad cultural y en las fabulitas de La Fontaine una función
educativa y moralizante.
Un cuento como "El malentendido" (cfr. en esta antología) se prestará, según el
contexto, a diversas lecturas. Una de ellas –muy primaria, por cierto– hará aflorar el
propósito didáctico en su nivel más explícito: prevenir y alertar sobre los riesgos del
camino y las incertidumbres que acechan al viajero. Otra, más elaborada e indirecta,
explorará las connotaciones dramáticas y los resultados de "efecto" de esa reversión
insólita, en la que una broma trivial se convierte en tragedia sorpresiva y
conmocionante. Otra –pertinente en el conocido "enmarcamiento" que nos propone
Albert Camus en El extranjero, II, 2– revelará conexiones entre el valor ilustrativo de
la historia y la idea del carácter fundamentalmente aleatorio y gratuito de la
existencia humana. Otra, en fin, autotélica, y especifista, predicará que los relatos
tradicionales (y en el fondo todo relato y toda forma artística o imaginante) no son
otra cosa que estructuras autosuficientes cuyo sentido último no depende de
apoyaturas extratextuales; y así en forma sucesiva podríamos agregar teorías
miticistas que tienden a percibir a los cuentos como proyecciones de mitos
primitivos, teorías simbolistas que los examinan como formalizaciones simbólicas de
cierto tipo de saber esotérico, teorías psicoanalíticas que los proponen como
expresión de impulsos subconscientes y de deseos reprimidos, teorías arquetípicas
que los vinculan con la memoria de una virtual Edad de Oro, teorías ritualistas que
los estudian como relictos de prácticas desplazadas, teorías psicosociales que los
admiten como fantasías socializadas y por lo tanto controlables ( y reguladoras), etc.
Cuando hablamos del cuento popular o tradicional, anónimo, ubicuo, trashumante,
no nos referimos, por supuesto, a un tipo particular y exclusivo de relato. Aludimos,
de manera más generosa y totalizadora (y también más heterodoxa), a un complejo
de tipos y temas que incluye cuentos de animales, cuentos maravillosos, religiosos,
novelescos, de bandidos y ladrones, del diablo burlado, chistosos, sobre sacerdotes,
de embusteros, de chascos, de fórmula, etc.
La presente antología trata de aglutinar una muestra representativa y diversificada
del conjunto de tipos, temas y clases de cuentos populares o tradicionales, y por esa
razón aporta desde relatos maravillosos en los que intervienen ogros y brujas, hasta
historias de picaros talentosos que luchan para sobrevivir en un mundo asediado por
la estupidez y la brutalidad; sin omitir, por supuesto, las clásicas historias misóginas
de mujeres burladoras y los relatos sobre acontecimientos improbables y
sorprendentes.
Todos ellos, desde distintas vertientes, con orígenes y trayectorias culturales
diversas, nacidos en épocas y en civilizaciones alejadas entre sí por siglos y siglos
de distancia (los que median, por ejemplo, entre la clava proto-histórica de
Gilgamesh y el hacha tecnológica de Paul Pun-yan), confluyen sin embargo en el
caudaloso estuario del cuento popular.
Una descripción de los rasgos más sobresalientes de estos cuentos –por lo menos
de un conjunto necesariamente esquemático y generalizador, del que se encontrarán
ejemplos y ausencias en esta antología– puede comprender los siguientes aspectos
básicos:
1) Los personajes son poco numerosos (Héroe Desvalido, Madrastra, Hermanos
Celosos, Bruja, Ogro, Rey, Princesa, Ayudantes, Diablo, Burlador, Burlado, Marido,
Mujer, Amante) y encaman de manera esquemática un principio ético o un modo de
comportamiento práctico, que los lleva a pasar "a través" de ciertos paradigmas de
acción.
2) Un rasgo típico del cuento popular –en especial del cuento maravilloso– es la
ambigüedad y versatilidad de la sustancia espacial, el desplazamiento natural y sin
restricciones (o con restricciones codificadas) a través de distintos pianos: Infierno -
Tierra - Cielo, Más Acá - Más Allá, Mundo - Trasmundo, Cocina - Palacio, etc.
3) Los acontecimientos, por su parte, aparecen en el cuento como el resultado del
encadenamiento o acumulación de un grupo de "motivos", entendiendo por éstos a
las unidades menores independientes en que puede dividirse un tipo o que pueden
concurrir a su formación. V. gr.:.el zapato perdido en el cuento de Cenicienta.
4) Conviene tener presente que la fábula del cuento-tipo precede al narrador oral con
sus elementos de "mundo" ya integrados idealmente, pero supuesto que el narrador
es requisito indispensable de toda baratura, y que siempre juzgamos un relato a
partir de un "modo de narrar", la forma ideal del cuento-tipo pasará a un segundo
plano, desplazada por la disposición de los "motivos" o estructura de la versión en el
momento en que es narrada.
5) Ausencia de descripciones. La indiferencia por este modo tiene su correlato en la
falta de imágenes, aparentemente innecesarias para el narrador a los fines de la
representación fantástica.
La acción adquiere el valor de un estrato natural, para cuyos propósitos resulta
suficiente la nominación de los objetos.
6) El epíteto es utilizado en su más lata función modificadora. Tanto los contrastes
materiales como los morales están considerablemente acentuados.
7) Predomina la acción, y en particular una acción subordinante, regulada por la
causalidad de los motivos. Esa progresión necesaria, sumada a la formalidad del
"mundo" creado, contribuye a remarcar el sabor abstracto del estilo.
8) Se conservan los planos real del autor (aunque no se pueda precisar su filiación) y
ficticio de las figuras. Un caso interesante, en este sentido, lo plantea el reemplazo
del héroe por el narrador (egomorfismo), tal como se comprueba en los cuentos de
mentirosos (ciclo "Münchhausen" o de exageraciones y embustes) en que el
ocasional relator se atribuye una aventura del tipo 1889 de la clasificación universal
de tipos de «cuentos elaborada por Aarne - Thompson.
Los cuentos han llegado hasta nuestros días a través de dos vías fundamentales.
Transmitidos oralmente de generación en generación y de pueblo en pueblo, o bien
a través de menciones, testimonios y versiones redactadas en distintos tramos de
ese largo recorrido secular.
La existencia de este doble canal de difusión nos ha sugerido el criterio básico de la
presente antología, dividida en dos grandes sectores: el de los cuentos que nos han
llegado gracias a versiones escritas, y el de los relatos recogidos por folkloristas,
etnólogos y estudiosos luego de un dilatado proceso de transmisión oral.
Conviene reparar, por cierto, en que la recolección literaria no es en modo alguno un
vehículo indispensable para la conservación del patrimonio narrativo tradicional. Un
especialista como el italiano Rúa señala que "un cuento bien construido, que entre a
formar parte del patrimonio literario del pueblo, puede conservarse por mucho tiempo
mediante la tradición oral sin experimentar graves alteraciones", y María Rosa Lida
sostiene algo semejante cuando afirma que "buena parte de los cuentos que han
recibido redacción artística pertenecían ya al pueblo y continuaron viviendo en él
independientemente de su formulación literaria".
Los autores que han registrado estas huellas del cuento popular, como puede
comprobarse, tienen características muy variadas: un escriba que trabaja para la
biblioteca del rey Asurbanipal, recogiendo testimonios de los tiempos antiguos, un
historiador como Heródoto, un filósofo como Platón, un monje budista, un Grande de
España como don Juan Manuel, un literato como Boccaccio, un humanista como
Rabelais, un escritor múltiple como Sarmiento, un obscuro editor de "literatura de
cordel", etc.
Algunas de estas versiones son escuetas, apenas notificadoras del tema y de los
motivos esenciales. Otras, por el contrario, preservan con notable fidelidad la
entonación peculiar del relato oral, la forma característica en que el cuento era
conocido y difundido en ese momento en los medios populares. Otros, en cambio,
están más trabajados desde el punto de vista literario, y dejan traslucir el tipo de
cultura especializada y erudita del recolector o comentarista ocasional.
Cabe apuntar, desde ya, que la mayoría de los relatos que figuran en este sector
siguieron su propia vida en la memoria y dicción del pueblo, ignorante muchas veces
de que esas viejas y familiares historias habían suscitado alguna vez el interés de
los eruditos y llevaban una vida en cierta medida "separada" entre las tapas de un
libro.
¿Por qué recurrir, entonces, a fuentes literarias para documentar relatos
esencialmente orales? Fundamentalmente porque muchos siglos antes de que se
pensara, siquiera, en el nacimiento de una disciplina como el Folklore, ciertos
literatos les dedicaron una atención sostenida y significativa. No debernos olvidar, en
efecto, que si Folklore como disciplina es un aporte relativamente tardío y que las
primeras tentativas más o menos orgánicas de recolección (las de Grimm y
Afanasiev, p. e.) sólo se verifican en el primer tramo del siglo XIX, fuertemente
impregnadas todavía por resabios y criterios eminentemente literarios, como el
retoque, la supresión, la reelaboración, etc. Con anterioridad a las tentativas
pioneras de los folkloristas, quienes se interesan por el cuento oral son,
fundamentalmente, hombres de letras como Pedro Alfonso, Boccaccio, Juan Manuel,
Chaucer, Sacchetti, Straparola, Basíle, Perrault, etc.
El segundo sector antológico comienza cronológicamente hacia mediados del siglo
XiX, fecha aproximada de constitución de la metodología folklórica, y presenta
versiones recogidas por etnólogos, folkloristas y estudiosos de la cultura. Se trata, en
líneas generales, de versiones recogidas durante el trabajo de campo, escuchadas
directamente de labios de viejos narradores y confrontadas con numerosas variantes
del mismo tipo.
No puede afirmarse, desde luego, que la mayoría de estas versiones refleje de
manera totalmente fidedigna el estilo con frecuencia reiterativo, y en algunos casos
desprolijo, de los relatos orales "tal como se cuentan". Puede afirmarse que mucha
agua ha corrido desde los venerables tiempos fundacionales de la ciencia folklórica,
y que si los primitivos recolectores del siglo XIX (Grimm, Lónnrot, Afanasiev, etc.)
tendían a retocar y depurar las versiones orales, para presentarlas con un atuendo
formalmente más pulcro, sólo los modernos investigadores –munidos
paradojalmente de sofisticada tecnología– suelen presentarnos el producto "al
natural", con toda la rudeza pero también con toda la sutileza formal que pueden
aportar los narradores mejor dotados.
Cada versión va acompañada por una breve nota que informa sobre las fuentes e
indica sumariamente algunas de las presencias letradas u orales de cada tipo de
cuento. Estas notas complementarias permiten visualizar a los cuentos no como
restos fósiles o meras curiosidades arqueológicas, sino como lo que realmente son:
partes sustanciales de la experiencia humana, componentes vivos que realimentan
constantemente –en un matizado y fascinante despliegue de contactos, de
préstamos y reelaboraciones– a los circuitos culturales más variados y dispares.
Las puntualizaciones y datos contenidos en las notas no son exhaustivos ni
pretenden agotar esta zona erudita (tratada entre nosotros con mayor abundancia
por estudiosos como Marta Rosa Lida y Susana Chertudi). Su propósito –ambicioso,
sin duda– es alertar sobre el carácter perennemente vivo y actuante del cuento
popular.
Jorge B. Rivera
Gilgamesh busca el secreto de la inmortalidad 1

En una isla situada en los confines de la tierra vivía –según se comentaba– el único
mortal del mundo que había podido escapar a la muerte: un hombre muy, muy viejo,
cuyo nombre era Utna-pishtim. Gilgamesh decidió buscarlo y aprender de él el
secreto de la vida eterna.
En cuanto amaneció se puso en viaje, y finalmente, luego de haber caminado mucho
tiempo, recorriendo una gran distancia, llegó hasta los confines de la tierra, y vio
ante sí una inmensa montaña, cuyos picos gemelos tocaban el firmamento, y cuyas
raíces llegaban hasta los más profundos infiernos. Delante de la montaña había un
enorme portón, guardado por terribles y peligrosas criaturas, mitad hombre y mitad
escorpión.
Gilgamesh vaciló un momento, y se llevó las manos a los ojos para protegerlos de
tan horrible visión. Pero luego se recobró y avanzó resueltamente hacia los
monstruos. Cuando éstos vieron que no se asustaba, y cuando contemplaron la
belleza de su cuerpo, advirtieron de inmediato que no tenían ante sí a un mortal
común. Pese a ello, le cortaron el paso y le preguntaron cuál era el objeto de su
viaje.
Gilgamesh les dijo que se había puesto en camino para encontrar a Utnapishtim, a
fin de conocer el secreto de la vida eterna.
–Eso –le respondió el capitán de los monstruos– es algo que nadie alcanzó a saber,
ni hubo jamás mortal alguno que haya podido llegarse hasta ese sabio inmune al
tiempo. Pues el camino que nosotros guardamos es el camino del sol, sombrío túnel
de doce leguas; un camino que no puede ser hollado por la planta humana.
–Por largo y obscuro que sea –contestó el héroe–, por grandes que sean las fatigas
y los peligros, por más tórrido que sea el calor y por más glacial que sea el frío, yo
estoy firmemente resuelto a darle cabo.
Al oír estas palabras, los centinelas tuvieron por cierto que se las habían con algo
más que un mortal, y enseguida le abrieron el portón y le franquearon el paso.

1
Fuente: Theodore Gaster, Los más antiguos cuentos de la humanidad, Bs. As., Hachette, 1956.
Trad, de Hernán Rodríguez. Otras fuentes en español: cfr. O. A. Hyland, Los orígenes de la filosofía
en el mito y los presocráticos.

Una de las versiones más completas de la saga sumeria de Gilgamesh fue redactada, hacía el siglo
Vil A.C., por un escriba de la biblioteca del rey asi rió Asurbanipal, pero algunos autores señalan
rastros y fragmentos de la historia entre los siglos XX y XII A.C., y no dudan en ubicarla junto a las
más antiguas que conserva el hombre.

Gaster ha contabilizado en este relato –tal como hoy se lo conoce– una buena porción de elementos
folklóricos presentes en el Motit-index de Thompson, entre ellos los pertenecientes a la catalogación
F.S21.1, F.567, D.733-I, F.531.6.2, F.531.3.8, B.14.1, D.661, F.526, etc.
Audaz e intrépidamente penetró Gilgamesh en el túnel, pero a cada paso que daba
el camino se volvía más obscuro, de modo que muy pronto se vio privado de la
visión, tanto hacia adelante como hacia atrás. Sin embargo, continuó avanzando y
cuando ya le parecía que su ruta era interminable, un soplo de viento acarició su
rostro, y un tenue rayo de luz atravesó las tinieblas.
Cuando salió a la luz, un maravilloso espectáculo se ofreció a su vista, pues se
encontró en medio de un jardín encantado, cuyos árboles estaban cuajados de
pedrería. Y cuando todavía estaba absorto en la contemplación de tanta belleza, la
voz del Dios - Sol bajó hasta él desde el cielo.
–Gilgamesh –le dijo– no avances más. Este es el jardín de las delicias. Quédate en
él un tiempo y disfrútalo. Nunca antes habían los dioses concedido tal gracia a un
mortal, y no debes esperar nada más grande. La vida eterna que buscas, nunca la
podrás encontrar.
Pero ni siquiera estas palabras pudieron desviar al héroe de su rumbo, y dejando
detrás de sí el paraíso terrenal, siguió adelante en su camino.
Al fin, fatigado y con los pies doloridos, llegó a un gran edificio con apariencia de
posada. Arrastrándose hasta él lentamente, pidió que se le permitiera la entrada.
Pero la posadera, cuyo nombre era Siduri, lo había visto venir desde lejos, y
juzgando por su desastrada apariencia que no era sino un vagabundo, ordenó que la
puerta fuera atrancada ante sus propias narices.
En un primer momento, Gilgamesh se enfureció, y amenazó con quebrantar la
puerta, pero cuando la señora le habló desde la ventana y le explicó la causa de su
alarma, su cólera se enfrió, y tranquilizándola, le dijo quién era, la naturaleza de su
viaje, y por qué razón estaba tan desgreñado. Entonces, ella abrió los cerrojos y le
dio la bienvenida.
Al caer la noche se hallaban en franca conversación, y la posadera trató de
disuadirlo de su empresa:
–Gilgamesh –le dijo–, nunca encontrarás lo que buscas. Pues cuando los dioses
crearon al hombre, le dieron la muerte por destino y ellos se quedaron con la vida.
Deléitate, pues, con lo que se te concede. ¡Come, bebe, y diviértete, que para eso
has nacido!
Pero ni aun así se inmutó el héroe, sino que, por el contrario, se puso a preguntar a
la posadera por el camino a Utnapishtim.
Ella le respondió:
–Vive en una isla lejana, y para llegar deberás cruzar un océano. Pero ese océano
es el océano de la muerte y ningún hombre viviente ha navegado por él. Sin
embargo, se encuentra ahora en esta posada un hombre llamado Urshanabi. Es el
botero del anciano sabio, y ha venido aquí por un mandado. Tal vez puedas
persuadirlo para que te cruce.
De modo que la posadera presentó a Gilgamesh al batelero, y éste accedió a
conducirlo hasta la isla.
–Pero con una condición –le dijo–. No deberás permitir que tus manos toquen las
aguas de la muerte, y una vez que la pértiga que utilices se haya sumergido en ellas,
deberás soltarla de inmediato y usar otra, para que ninguna gota moje tus dedos. De
manera que toma tu hacha y corta ciento veinte pértigas, pues es un largo viaje, y
las necesitarás todas.
Gilgamesh hizo lo que se le aconsejaba, y poco después ambos se hacían a la mar
en el bote.
Pero al cabo de algunos días de navegación las pértigas se acabaron, y pronto
hubieran quedado a la deriva y hubieran fondeado, si Gilgamesh no se hubiera
arrancado su camisa para mantenerla en alto como si fuera una vela.
Entretanto, Utnapishtim estaba sentado en la ribera de la isla, contemplando las
olas, cuando de pronto sus ojos percibieron a la familiar embarcación balanceándose
precariamente sobre las aguas.
–Algo anda mal –murmuró–. Me parece que se ha roto el aparejo.
Pero cuando el bote se aproximó, vio la extraña figura de Gilgamesh manteniendo
alzada su camisa contra el viento.
–Este no es mi botero –murmuró–. Con seguridad que algo anda mal.
Cuando tocaron tierra, Urshanabi llevó de inmediato a su pasajero ante Utnapishtim,
y Gilgamesh le dijo por qué había venido, y lo que buscaba
–¡Ay, joven –le dijo el sabio–, nunca encontrarás lo que buscas! Pues nada hay
eterno en la tierra. Cuando los hombres firman un contrato, le fijan término. Lo que
hoy adquieren, tendrán que dejárselo mañana a otros. Las viejas rencillas terminan
por extinguirse. Los ríos crecen y se desbordan, pero al fin vuelven a bajar sus
aguas. Cuando la mariposa sale de su capullo no vive sino un día. Todo tiene su
tiempo y su época.
–Cierto –le contestó al héroe–. Pero tú mismo no eres sino un mortal, en nada
diferente de mí; y sin embargo, vives perennemente. Dime cómo has encontrado el
secreto de la vida, para llegar a ser semejante a los dioses.
Los ojos del anciano adquirieron un matiz de lejanía. Pareció como si todos los días
de todos los años estuvieran pasando en procesión ante él. Finalmente, al cabo de
una larga pausa, levantó su cabeza y sonrió.
–Gilgamesh –dijo lentamente–, te diré el secreto, un secreto noble y sagrado, que
nadie conoce fuera de los dioses y de mí mismo. –Y le relató la historia del gran
diluvio que los dioses habían enviado sobre la tierra en época remota, y cómo Ea, el
benévolo dios de la sabiduría, le había advertido de antemano por medio del silbido
del viento que gemía entre los juncos de su cabaña. Obedeciendo las órdenes de Ea
había construido un arca, la había calafateado con alquitrán y asfalto, había
embarcado en ella a su familia y su ganado, y había navegado durante siete días y
siete noches mientras las aguas crecían, las tormentas rugían desencadenadas, y
los relámpagos centelleaban. Y al séptimo día el arca había encallado en una
montaña en los confines del mundo, y él había abierto una ventana en el arca,
soltando una paloma, para ver si las aguas habían descendido. Pero la paloma
había regresado, por falta de lugar donde posarse. Luego había soltado una
golondrina, y ella también había retornado. Por último, había soltado un cuervo, y
éste no regresó. Entonces había desembarcado a su familia y a su ganado, y había
hecho ofrendas a los dioses. Pero repentinamente el dios de los vientos descendió
del cielo, lo volvió a conducir al arca, junto con su esposa, y lo hizo navegar sobre
las aguas nuevamente, hasta llegar a la isla del lejano horizonte, donde los dioses lo
habían colocado para morar en ella eternamente.
Cuando Gilgamesh oyó este relato, se dio cuenta enseguida de que su búsqueda
había sido vana, pues ahora era evidente que el anciano no tenía fórmula alguna
que darle. Se había vuelto inmortal, como acababa de revelarlo, por gracia especial
de los dioses, y no, como Gilgamesh había imaginado, por la posesión de algún
conocimiento oculto. El Dios-Sol tenía razón, y también la tenían los hombres-
escorpiones, al igual que la posadera; lo que buscaba, nunca lo encontraría; al
menos, de este lado de la tumba.
Cuando el viejo hubo terminado su historia, miró fijamente el rostro ajado y los ojos
fatigados del héroe.
–Gilgamesh –le dijo bondadosamente– debes descansar un poco. Acuéstate, y
duerme durante seis días y siete noches. –Y no bien hubo pronunciado estas
palabras, he aquí que Gilgamesh se durmió profundamente.
Entonces Utnapishtim se volvió hacia su mujer:
–Ya ves –le dijo–, este hombre que quiere vivir eternamente, ni siquiera puede
estarse sin dormir. Cuando despierte, por supuesto que lo negará –los hombres
siempre han sido mentirosos– de modo que quiero que le des una prueba de su
sueño. Por cada día que duerma, cuece una hogaza de pan y colócala junto a él. Día
tras día esas hogazas se pondrán duras y se enmohecerán, y al séptimo día, cuando
las vea en hilera ante sí, comprobará, por su estado, cuánto tiempo ha pasado
durmiendo.
Así fue cómo todas las mañanas la esposa de Utnapishtim coció una hogaza, e hizo
una marca en la pared para llevar cuenta de que otro día había pasado; y,
naturalmente, al cabo de seis días, la primera hogaza se había secado, la segunda
estaba como cuero, la tercera estaba empapada, la cuarta tenía manchas, la quinta
estaba llena de moho, y sólo la sexta parecía fresca.
Cuando Gilgamesh se despertó, pretendió por supuesto que nunca había dormido:
–¿Qué es esto? –le dijo a Utnapishtim–. En el momento en que voy a echarme una
siestita me empujas el codo ¡y me despiertas! –Pero Utnapishtim le mostró los
panes, y entonces Gilgamesh comprendió que había dormido durante seis días y
siete noches.
Entonces Utnapishtim le ordenó lavarse y limpiarse, y prepararse para el viaje de
regreso. Pero cuando el héroe subía ya a su bote, listo para partir, la esposa de
Utnapishtim se acercó.
–Utnapishtim –dijo–, no puedes enviarlo de vuelta con las manos vacías. Ha
cumplido un largo viaje, con gran esfuerzo y fatiga, y debes hacerle un regalo al
partir.
El anciano alzó la mirada, y contempló detenidamente al héroe:
–Gilgamesh –le dijo–, te diré un secreto. En las profundidades del mar hay una
planta que parece una estrellamar y tiene espinas como una rosa. ¡El hombre que de
ella se apodere y la saboree recuperará su juventud!
Cuando Gilgamesh oyó estas palabras ató pesadas piedras a sus pies v se sumergió
en las profundidades del mar, y allí, en el lecho del océano, encontró a la espinosa
planta. Sin cuidarse de sus pinchazos la asió con sus dedos, cortó los lazos que
sujetaban las piedras a sus pies, y esperó que la marea lo llevara hasta al costa.
Entonces mostró la planta a Urshanabi el botero:
–Mira –le dijo–, ¡ésta es la famosa planta llamada "Rejuvenece-barba-gris!" ¡Aquel
que la prueba renueva su plazo de vida! La llevaré conmigo a Erech y haré que el
pueblo la coma. ¡Al menos así tendré alguna recompensa por mis fatigas!
Luego de haber cruzado las peligrosas aguas y de tocar la tierra, Gilgamesh y su
compañero iniciaron el largo viaje a pie hasta la ciudad de Erech. Cuando hubieron
recorrido cincuenta leguas el sol comenzó a ponerse, y buscaron entonces un lugar
donde pasar la noche. De súbito dieron con un fresco arroyuelo.
–Descansaremos aquí –dijo el héroe–. Yo voy a bañarme.
Se quitó enseguida sus ropas, depositó la planta en el suelo, y se sumergió en las
frescas aguas del arroyo. Pero en cuanto volvió sus espaldas, una serpiente salió del
agua, y al olfatear la fragancia de la planta se la llevó consigo. Y apenas la probó, se
desprendió de su vieja piel y recuperó su juventud.
Cuando Gilgamesh vio que la preciosa planta había escapado de sus manos para
siempre, se sentó y lloró con amargura. Pero pronto volvió a levantarse, y resignado
finalmente a compartir la suerte de toda la humanidad, volvió a la ciudad de Erech,
retornando a la tierra de donde había venido.
El niño bueno y el niño malo 2

Sucedió hace mucho tiempo, en la ciudad de Shudul, allá lejos, en la tierra de


Lulluwa. Vivía en aquella ciudad un hombre llamado Appu. Era rico y próspero: sus
rebaños y sus majadas cubrían las praderas circundantes, y en sus depósitos
guardaba montones de oro y gemas tan altos como parvas. Pero con todas sus
riquezas y bienes terrenos se sentía muy infeliz, pues no tenía ningún hijo. Cada vez
que los grandes de la ciudad se reunían en banquete, cada uno llevaba a su hija y lo
sentaba a su lado, mientras que el pobre Appu tenía que sentarse solo.
Durante mucho tiempo rumió su dolor en secreto, sepultándolo en el fondo de su
corazón, para que nadie supiera de él. Pero a la larga se sintió incapaz de seguir
soportándolo, de modo que una mañana, en cuanto amaneció, se levantó, se dirigió
al templo de los dioses, y les contó francamente su pena, rogándoles lo favorecieran
con su gracia.
–Vuélvete a tu casa –contestaron los dioses– y duerme con tu mujer. No hay duda
que así llegarás a tener un hijo.
Pero Appu era un simplote, de manera que en cuanto oyó estas palabras corrió a su
casa a todo lo que daban sus piernas, y sin sacarse siquiera los zapatos se arrojó
sobre su lecho y llamó a su esposa.
Cuando la mujer de Appu vio el extraño proceder de su marido, se sorprendió
grandemente. Pero enseguida supo qué hacer. Llamó a las sirvientas de la casa y
las fue interrogando una por una.
–Dime –preguntaba–, ¿se ha puesto así alguna vez contigo?

–¡Por cierto que no! –contestaban sucesivamente las interrogadas, reprimiendo


apenas la risa.
En vista de ello, y sin hacer el menor alboroto, la mujer de Appu se fue a la cama y
se acostó junto a él, completamente vestida.
–¿Qué te pasa? –le preguntó–, ¿Qué significa todo esto?
Pero Appu no estaba dispuesto a admitir interrogatorios.

2
Fuente: Theodore Gaster, Los más antiguos cuentos de la humanidad, Bs. As., Hachette, 1956.
Trad, de Hernán Rodríguez.

Se destaca en este relato de origen hitita (siglo XVII A.C.) los siguientes elementos: el tipo del héroe
"simple", los mellizos enemigos, el héroe nacido de un animal, el niño expósito, el expósito criado por
campesinos.

Interesa confrontar esta historia con el cuento egipcio de "los dos hermanos" y con los relatos míticos
de Edipo, Ciro, Rómulo y Remo, Paris, Fernán González, Moisés, etc.
–¡Silencio! –replicó bruscamente–. ¡Haz lo que te digo! ¡Las mujeres nada saben de
estas cosas! –Y con estas palabras se dio vuelta y se quedó profundamente
dormido.
En cuanto amaneció, el simplote de Appu se despertó lleno de ansias, miró a su
alrededor, luego se frotó los ojos y volvió a mirar. ¡Pero el niño no aparecía por
ninguna parte!
–Algo anda mal –se dijo–. Esto no es lo que los dioses prometieron.
De modo que se levantó, tomó un cordero blanco como la nieve, y se dirigió al
templo del Dios-Sol para exponerle su queja y pedir su consejo. Pero cuando todavía
se hallaba en camino el Dios-Sol miró desde el cielo y vio a Appu caminando
fatigosamente, con aspecto cariacontecido. Entonces el dios se convirtió en un
apuesto mancebo, y se apareció ante Appu en medio de la carretera.
–Buen día –le dijo amablemente, al verlo acercarse–. ¿Qué te trae al templo tan
temprano? Dime qué preocupación te aqueja, y tal vez yo pueda subsanarla.
Appu sonrió muy alicaído.
–Amigo –le contestó–, mis pesares son de tal naturaleza que ningún mortal puede
curarlos, pues son los dioses quienes me han engañado. Ayer, sin ir más lejos, me
dijeron claramente que durmiendo con mi mujer llegaría a tener un hijo. Pues bien, lo
hice; pero cuando me desperté esta madrugada el niño no había aparecido.
Al oír estas palabras el Dios-Sol contuvo la risa a duras penas, y en sus ojos se vio
un destello de picardía.
–Señor –le dijo–, eso puede solucionarse muy pronto. Vuélvete a tu casa, y esta
noche acuéstate con tu esposa, abrázala y disfruta de ella. Entonces sí que llegarás
a tener un hijo.
De manera que Appu volvió sobre sus pasos, mientras el Dios-Sol retornaba al cielo
con el fin de pedir la gracia de Dios para el tonto y desdichado mortal.
Pero en cuanto Dios lo vio aproximarse se alarmó al extremo, y mandó llamar
enseguida a su visir.
–Mira –exclamó–, el Dios-Sol viene corriendo hacia nosotros. ¿Qué lo trae con tanta
prisa? Tal vez algo ande mal sobre la tierra, algún desastre ha sobrevenido a las
ciudades de los hombres, o quizás ha estallado una guerra.
Sobreponiéndose empero a sus temores, ordenó que se agasajara al visitante con
manjares y bebidas, y que se lo introdujera a su presencia. Entonces el Dios-Sol se
inclinó ante Dios, y explicó que había venido a interceder por Appu.
–Muy bien –dijo Dios cuando oyó la súplica–. Por cierto que Appu tendrá un hijo.
Entretanto, Appu había llegado a su casa. Durante todo el camino había estado
cavilando sobre lo que el extranjero le había dicho. "Tal vez –pensó– sepa más que
los dioses acerca de estas cosas."
En vista de ello, cuando cayó la noche se acostó con su esposa, la abrazó, y disfrutó
de ella.
Pues bien, antes de que retornara nuevamente la misma estación del año, Appu era
padre de un robusto chiquillo. La comadrona vino enseguida y colocó al niño en su
regazo.
–Señor –le dijo–, ahora tiene que darle un nombre.
Appu meció al niño, y lo besó y acarició, mientras se rompía la cabeza pensando
qué nombre le pondría. Finalmente, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.
–¡Ya lo tengo! –exclamó–. ¡El nombre perfecto! Lo llamaré Malo.
–¿Por qué Malo? –preguntó la partera.
–Sencillamente –replicó con toda tranquilidad el bobo–, porque antes de tenerlo los
dioses me jugaron una mala pasada.
Mas he aquí que las bendiciones no llegan solas, y así fue cómo en cosa de
minutos, el niño tuvo un hermano gemelo. Volvió, pues, la partera, y poniendo a la
nueva criatura en brazos de su padre, dijo a éste:
–Señor, tienes que darle un nombre.
Nuevamente Appu meció al recién nacido, y lo besó y acarició, mientras se rompía la
cabeza pensando un nombre. Finalmente su cara se iluminó con una sonrisa.
–¡Ya lo tengo! –exclamó–. ¡El nombre perfecto! ¡Lo llamaré Bueno!
–¿Por qué Bueno? –preguntó la partera.
–Sencillamente –replicó el bobo con toda tranquilidad–, ¡porque ahora los dioses me
han jugado una buena pasada!

Pasó el tiempo, los chicos crecieron, y cuando llegaron a la pubertad ya su padre y


su madre habían pasado a mejor vida, dejándoles sus propiedades. Un buen día el
Niño Malo hizo una proposición a su hermano.
–Hermano –le dijo–, ¿para qué mantenernos siempre juntos? ¡Separémonos, y que
cada uno se valga por sí mismo!
El Niño Bueno se sorprendió sobremanera.
–¿Por qué me dices semejante cosa? –contestó, sin poder creer lo que oía.
–Porque así lo exige la vida –respondió tranquilamente su hermano–. Recuerda la
vieja canción:
"Aunque cadenas forman las montañas, los valles entre ellas, las separan. Aunque
todos los ríos van al mar, por cauces separados hasta él van. ¡Aunque los dioses
están todos emparentados, se atrincheran en castillos separados!"
En cuanto oyó la letra de la canción familiar, el Niño Bueno se convenció fácilmente,
y a renglón seguido ambos hermanos se pusieron a repartirse sus bienes. Así fue
como llegaron al ganado, y éste era el momento que esperaba el Niño Malo.
–Esta para mí –dijo osadamente, tomando para sí la más rolliza de las vacas–. Y
ésta para ti –indicando la más flaca. Y luego, agitando la mano alegremente, se
dispuso a marcharse por su lado.
–¡Más despacio! –gritó su hermano, estremeciéndose de furor–. ¡Parte y reparte por
igual! ¿No somos acaso mellizos?
–Al que madruga, Dios lo ayuda –respondió el Niño Malo–. ¿No soy acaso el mayor?
¿Y qué dice la ley? "La mayor parte corresponde al primogénito; la menor, a los
demás hijos."
Al oír esto, el Niño Bueno estalló en un acceso de cólera.
–¡Tramposo, embustero! –gritó–. ¡Me las pagarás! ¡Vamos al palacio de justicia, y
pidámosle al Dios-Sol que decida!
–Como tú quieras –replicó muy orondo su hermano–. Pero nada ganarás con eso.
La ley es la ley.
Esto dicho, se fueron al palacio de justicia y presentaron su pleito al Dios-Sol.
Este los escuchó gravemente. Luego se acarició la barba.
–En mi opinión –dictaminó al fin– el Hermano Bueno ha sido defraudado, y debe
pagársele una indemnización.
–¿Defraudado? –aulló el Niño Malo–. ¿Y qué hay de la ley? La ley dice claramente
que el primogénito ha de recibir la mayor parte, y yo me niego a entregar la vaca. ¡Si
el Hermano Bueno no está de acuerdo, sometamos el asunto a una corte superior, y
apelemos a la reina de los cielos! –Y con estas palabras se mandó mudar del
palacio.
El Dios-Sol nada dijo, pero las comisuras de su boca se contrajeron en una sonrisa
astuta y maliciosa.
Pues bien, como habíamos dicho, la vaca que había quedado en poder del Niño
Bueno era un animal flaco y hambriento. Cierto día el Dios-Sol miró desde el cielo, ¡y
cuál no sería su sorpresa cuando vio que había devorado toda la hierba de la
pradera!
–Señora Vaca –le dijo–. ¿Por qué no dejas de mascar un momento? ¡A este paso,
no va a quedar alimento para nadie!
–Señor mío –replicó la vaca con voz de duelo–, puedes ver por ti mismo cuan
demacrada estoy. Trato de ponerme más rolliza, para poder servir de algo a mi
dueño.
Al oír estas palabras, el Dios-Sol sintió compasión.
–Nada temas –le dijo cariñosamente– pues va a suceder algo maravilloso, y tú serás
exaltada por encima de todas las de tu especie. –Entonces se mostró en todo su
esplendor: la vaca quedó bañada en una luz gloriosa, y de súbito sintió el peso de la
preñez.
Nueve meses más tarde le llegó el momento, y una vez que alumbró, resultó que en
vez de un ternero había traído al mundo un niño humano.

Cuando posó su vista en el recién nacido, se sintió llena de alarma, y pronto colmó el
aire con sus gritos de angustia.
–¡Ay de mí! –sollozaba, frenética de pena y asombro–. ¡Qué monstruo he dado a luz!
¡Tiene dos patas en vez de cuatro! –Finalmente bajó la cabeza como una ola en la
rompiente, y cargó como un león para devorar al niño.
Pero en ese momento el Dios-Sol descendió del cielo y con su resplandor la cegó de
tal modo que no pudo soportarlo, así que huyó presa de pánico. Entonces el Dios-
Sol hizo brotar verdes retoños para que el niño comiera, y encomendó a los
manantiales y a los arroyos que lo lavaran.
Pasaron unos días, y cuando el Dios-Sol volvió a mirar desde el cielo y vio al niño
yaciendo indefenso en la pradera, llamó enseguida a su sirviente, y le ordenó que
descendiera a la tierra y lo colocara al borde de una roca.
–Que ningún daño le sobrevenga –exclamó–. ¡Si algún águila o algún buitre quieren
arrebatarlo, que el viento de las tormentas les quiebre las alas! ¡Y que ninguna
serpiente se atreva a atacarlo!
De manera que el sirviente del Dios-Sol descendió a la tierra, tomó al niño, y lo
colocó al borde de una roca.
Pues bien, sucedió que junto a la roca pasaba un río, y en éste se hallaba un
hombre pescando. Había llegado allí por la madrugada, y había dejado su canasta
sobre el borde de la peña mientras vadeaba la corriente. Finalmente, cuando las
sombras comenzaban a alargarse y cuando estaba ya preparándose para volver a
su casa, levantó casualmente sus ojos hasta la roca, y allí, al resplandor del sol
poniente, vio un objeto extraño, inusitado, que parecía moverse. Con paso pronto el
pescador corrió hacia ese lugar, y he aquí que en lugar de la canasta que esperaba
encontrar dio con un infante que se retorcía y lloraba sobre la dura piedra.
El bondadoso pescador tomó enseguida al niño en sus brazos y lo meció, mientras
pensaba:
"¡Cuántas veces he rogado en el fondo de mi corazón que sucediera un milagro
como éste, y que el Dios-Sol convirtiera mi canasta en un hijo y heredero! ¡Por fin el
dios ha escuchado mi plegaria!" –Y apretando al niño contra su pecho, ya no se
preocupó de recobrar la canasta.– "¡Qué importa de los víveres! –suspiró–. ¡El Señor
sabe qué alimento conviene más a sus criaturas!"
Suavemente y con medidos pasos se llevó el niño consigo a su casa en la ciudad de
Urma. Cuando llegó estaba cansado al extremo, de manera que se dejó caer en una
silla muerto de fatiga, y llamando a su esposa le mostró la criatura.
–Escucha bien –le dijo–. Toma este niño, vete con él al dormitorio, acuéstalo contigo
en nuestra cama, y comienza a gritar como si sufrieras. Toda la ciudad te oirá, y
todos dirán al unísono: "La mujer del pescador está teniendo familia", y vendrán
corriendo con alimentos y otros regalos. Haz exactamente lo que te digo, por raro
que parezca. ¡Las mujeres pueden tener ingenio agudo, pero a veces necesitan que
las guíen, y aunque los dioses las hayan dotado de buenas cabezas, siempre les
viene bien un consejo de sus maridos!
La mujer hizo lo que su marido le decía: tomó el niño, se fue con él al dormitorio, lo
acostó a su lado, y comenzó a proferir alaridos da dolor. Por supuesto que toda la
ciudad la oyó, y todos se dijeron:
–La mujer del pescador está teniendo familia –y corrieron hacia la casa, llevando
provisiones y otros regalos.
El resto del cuento no ha llegado hasta nosotros. Pero ¿quién puede dudar que el
niño que vino al mundo de modo tan extraño haya de haberse convertido al llegar a
la edad adulta en el jefe y héroe de su pueblo, y que haya de llegar, luego de
muchos aventuras, a vengar al Niño Bueno de su malvado y codicioso hermano?
El ladrón que robó los tesoros del rey Rampsinito 3

Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le
sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele.
Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento en piedra, una
de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención,
discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla
fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en
él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días,
llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al
construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y
después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus
medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey.
Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner manos a la obra. Fueron al
palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron
gran cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba
dinero en las tinajas y no tenía a quién culpar, pues estaban enteros los sellos y
cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre
veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban de saquearle, hizo lo
siguiente: mandó hacer unos lazos y armarlos alrededor de las tinajas donde estaba
el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una
tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba,
llamó enseguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al
instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese
perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo;
y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su
hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver
que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el edificio intacto, sin
entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el
cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquel a
quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el
cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba le mandó que se ingeniase
de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se
preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar
que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo
convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó
odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los

3
Esta versión procede de Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia, II, 121, en traducción de María
Rosa Lida de Malkiel. Clásicos Jackson, vol. XXII, 1952. Se trata del antiguo cuento egipcio de los
dos ladrones recogido por Heródoto hacia mediados del siglo V A.C.

Sus elementos básicos se encuentran, entre otras fuentes clásicas, en Pausanla, Descripción de
Grecia, IX, 37, 5-6 ("Historia de Trofonio y Agamedes"), Katasaritsagara indio y en La Biblia, Libro de
Daniel, 14, 8-22 ("Historia de Bel").
Hay versiones en el folklore chileno (R. Laval, Cuentos populares de Chile, N21), español (Espinosa,
Cuentas populares de España, No 1969) y argentino. María Rosa Lida se refiere al tema en su
ensayo "Los dos ladrones y el ladrón fino" (El cuento popular.)
que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres,
deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar
grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto
vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia
recoger él vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios;
pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo,
y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno
de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus
odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban, no pensando más que en
beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos.
El se quedó sin hacerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy
cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas
quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño : y se durmieron en el
mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo
de su hermano, y por mofa, rapó a todos los guardas la mejilla derecha, colocó el
cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su
madre.
Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a
mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba,
hizo lo que sigue: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese
igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la
acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le
refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija
puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello
se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el
hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo su manto; cuando
visitó a la hija del rey y ésta le hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que
su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su propio hermano, cogido en el
lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y
descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el
ladrón le tendió en la obscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener
cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto, salió
huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la
sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades
para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía
ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsiníto quedó tan
maravillado que le dio su misma hija por esposa, como al hombre más entendido del
mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los
egipcios.
Ulises narra su aventura con el Ciclope4

"No bien se mostró Eos, de rosados dedos, hija de la mañana, recorrimos el islote,
absortos de admiración. En esto las ninfas, prole de Zeus que lleva la égida,
levantaron montaraces cabras para que comieran mis compañeros. Al instante,
pues, requerimos de las naves los corvos arcos y los venablos de larga punta, nos
distribuimos en tres grupos y comenzó el ojeo otorgándonos un dios cobrar
abundante caza. Seguíanme doce bajeles y a cada uno le cupo en suerte nueve
cabras y diez al mío. Así, todo el día, hasta que se ocultó el sol, permanecimos
sentados, comiendo de la abundosa carne y bebiendo rojo vino, pues aún nos
quedaba de las innúmeras ánforas cogidas en la sacra ciudad de los Cícones. Y en
tanto, veíamos el humo de la próxima tierra de los Ciclópeos y nos llegaban su voz y
el balar de las ovejas y cabras. Al ponerse el sol y sobrevenir la noche, nos acosta-
mos en la playa. No bien se mostró Eos, de rosados dedos, hija de la mañana,
convoqué el ágora y dije a todos mis amigos: –'Permaneced aquí, caros
compañeros. Con mi nave y mi gente iré a enterarme de quiénes son esos hombres,
si soberbios, salvajes e injustos u hospitalarios y temerosos de los dioses'.
"Dije, y subí a mi nave, ordenándoles a los míos que hicieran lo propio y soltasen las
amarras. Obedecieron al punto, y apercibidos y por orden en los bancos azotaron
con los remos el espumoso mar. Y llegado que hubimos a la cercana tierra, se nos
mostró en una extremidad, frontera a las aguas, alta gruta a la sombra de algunos
laureles. Numerosos hatos de ovejas y cabras sesteaban en sus inmediaciones.
Ceñíanla, alto muro de piedras labradas y grandes pinos y encinas de elevada copa.
Allí tenía su asiento un varón de gigantesca talla. Solo y apartado de todos, llevaba a
pastar su grey, sin cuidarse de los demás. Pero su desvío era para urdir cosas
inicuas. Era un monstruo horrible, en nada parecido al hombre que come pan, pero
sí a una umbrosa cumbre de ingente montaña, que descuella sola, entre las cimas
que la rodean.
"Entonces ordené a mis fieles compañeros que se quedasen a guardar la nave;
escogí a los doce mejores y echamos a andar juntos, llevándome un odre de piel de
cabra rebosante de dulce negro vino, presente de Marón, vástago de Evanteo, y
sacerdote de Apolo, dios tutela de Ismaro. A él, juntamente con su esposa e hijos,
que moraban en el sacro bosque de Febo Apolo, perdonamos por respeto. Hízome
grandes presentes, pues me dio siete talentos de oro bien labrado, una cratera de
plata maciza y doce ánforas de un vino dulce y puro, bebida de dioses, no conocido
en su palacio ni de sus siervos ni de sus esclavas, antes sólo de él, de su esposa y
de la despensera. Cuando a gustarse iba este dulce rojo licor, dulce como la miel,

4
Fuente: La Odisea (siglo VIH A.C.?), Canto IX. Traducción de Luis Segalá y Estalella, Buenos Aires,
Losada, Biblioteca Clásica y Contemporánea, 1968, p. 131.

Se trata de una de las clásicas historias en que el héroe cae en poder de un ogro y éste es finalmente
burlado por un golpe de astucia y valor. Un relato similar se encuentra en el tercer viaje de Simbad el
Marino (Las 1001 Noches). La treta de cambiar de nombre para desorientar al oponente figura en un
cuento español, "Yo mismo", recogido por Llano.
mezclábanse a cada copa otras veinte de agua, y aún su perfume trascendía en la
crátera, de tal suerte, que fuera difícil sustraerse al deseo de probarlo. De este vino
llevaba un gran odre, y a más bastimentos en un zurrón, porque mi valeroso ánimo
impelíame a acercarme a aquel hombre gigantesco, dotado de extraordinaria fuerza,
salvaje y desconocedor de la justicia y las leyes.
"Pronto llegamos a la gruta; mas no dimos con él, porque estaba apacentando las
pingües ovejas. Irrumpimos en su mansión y miramos absortos lo que allí había: los
zarzos gemían bajo la pesadumbre de los quesos; los establos rebosaban de
corderos y cabritos –en grupos y separadamente–: a una parte los que ya
garbeaban, a otra los recentales, y más allá los recién nacidos. En las ahítas
colodras flotaba la crema de sobre el suero. Instóme mi gente, deseosa de tomar
algunos quesos y llevarse del aprisco corderos y cabritos, para que regresáramos a
la nave y huir al punto a través del salobre mar. Mas yo no me dejé persuadir –y en
verdad ello hubiera sido lo más prudente– en mis ansias de ver a aquel hombre y de
que me hiciera los dones hospitalarios. Empero, bien pronto su presencia no debía
serles muy agradable a mis gentes.
"Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio a los dioses, comimos de los quesos y
nos sentamos en espera de su retorno. Al regresar traía un enorme haz de leña para
preparar su comida, y a la entrada de la gruta lo arrojó con gran estruendo. Presas
de horrible temor, huimos al fondo de la gruta. Hizo que entrasen las cabras y ovejas
de pingües ubres, que debía ordeñar y dejó fuera, en el espacioso recinto, los
cabrones y los moruecos. Y alzando grandísimo pedrusco, tan grande que veintidós
carros de cuatro ruedas no lo habrían movido, lo acomodó a guisa de puerta. ¡Tan
inmenso era el peñasco que colocó en la entrada! Se sentó enseguida, ordeñó las
ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, poniéndole debajo a cada
madre su hijuelo. La mitad de la blanca leche cuajó a punto, depositándola en
trenzados cestillos, y vertió la otra parte en las colodras, con el propósito de
trasegarla a su estómago en la cena. Y dando fin con toda premura a tales faenas,
encendió fuego y al vernos nos hizo estas preguntas: –¡Forasteros! ¿Quiénes sois?
¿De dónde venís por el ponto? ¿Os lleva algún negocio o vagáis a la ventura, como
los piratas que, exponiendo su vida, recorren los mares y acarrean desgracias a los
demás hombres? "Así dijo. Nos quebraba el corazón el temor que nos produjo su
voz grave y su aspecto monstruoso. Con todo, le respondí de esta manera: -'Somos
aqueos a quienes extraviaron, al salir de Troya, vientos de todas clases que nos
llevan por el gran abismo del mar: deseosos de volver a nuestra patria, llegamos
aquí por otros caminos, porque de tal suerte debió ordenarlo Zeus. Nos preciamos
de pertenecer a las huestes del Atrida Agamenón, cuya gloria es inmensa debajo del
cielo, pues ha abatido a una gran ciudad y sojuzgado a innúmeros hombres.
Suplicantes nos postramos a tus rodillas, para que nos acojas con bondad y hagas
los dones que se usan entre huéspedes. Respeta, pues, a los dioses, varen
excelente; que nosotros somos ahora tus suplicantes. Y a suplicantes y forasteros
nos venga Zeus hospitalario, el cual acompaña a los venerados huéspedes'.
"Así le hablé, y respondiéndome enseguida con ánimo cruel: –'Insensato eres, oh
forastero, o de muy remoto vienes para instarme a que tema a los dioses y los acate!
Nada se nos importa a los Cíclopes de Zeus que lleva la égida, ni de los dioses
felices, porque somos más fuertes que ellos; y yo no te perdonaría ni a ti ni a tus
compañeros por temor a la enemistad de Zeus, si mi ánimo no me lo ordenase. Pero
dime en qué sitio, al venir, dejaste la bien construida embarcación: si fue, por
ventura, en lo más apartado de la playa o en un paraje cercano, a fin de que yo lo
sepa'.
"Así me dijo para tentarme. Pero su intención no me pasó inadvertida, a mí, con mi
experiencia, y de nuevo le hablé con engañosas palabras: –'Poseidón, que sacude la
tierra, rompió mi nave llevándola a un promontorio y estrellándola contra las rocas,
en los confines de vuestra tierra; el viento que soplaba del ponto se la llevó y pude
librarme junto con éstos, de una muerte terrible'.
"Así le dije. El Ciclope, con cruel talante, no me dio respuesta; pero, revolviéndose
de súbito, extendió las manos sobre mis camaradas, agarró a dos y, cual si fuesen
cachorrillos, arrojólos en tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó al suelo y
mojó el piso. Seguidamente despedazó los miembros, se aparejó una cena y se
puso a cernir cual montaraz león, sin perdonar las entrañas, ni la carne, ni los
medulosos huesos. Ante tal horror alzamos las manos gemebundos en oración a
Zeus, invadida el alma por cruel desesperanza. El Cíclope, tan luego como hubo
llenado su enorme vientre, devorando carne humana y bebiendo encima la leche que
le plugo, se acostó en la gruta tendiéndose en medio de las ovejas. Entonces formé
en mi magnánimo corazón el propósito de acercarme a él y, sacando la aguda
espada que colgaba de mi muslo, hundírsela en el pecho donde las entrañas rodean
el hígado, palpándolo previamente; mas otra consideración me contuvo: todos
hubiéramos perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar de
nuestras manos el pesadísimo pedrusco que colocara el monstruo en la alta entrada.
Así, pues, aguardamos gimiendo que apareciera la divina Eos.
"Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos, de rosáceos dedos, encendió
lumbre el Cíclope, y ya sentado, comenzó a ordeñar mañosamente su insigne hato,
poniéndole debajo a cada madre su hijuelo. Acabadas con prontitud tales faenas,
echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se aparejó el almuerzo. En acabando
de comer, sacó de la cueva los pingües ganados, removiendo con facilidad la
enorme peña de la puerta; pero al instante tornó a colocarla del mismo modo que si
encajase la tapadera a un carcaj, y se fue, guiando sus animales con gran estrépito.
Allí quedé, empleada la mente en trazar horribles propósitos, por si de algún modo
pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria. Al fin parecióme que la mejor
resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo veíase una gran clava
de olivo verde, que el Cíclope había cortado para llevarla cuando se secase.
Nosotros, al contemplarla, la comparábamos con el mástil de un negro y ancho bajel
que tiene veinte remos y atraviesa el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa
se nos presentó a la vista. Corté de ella un trozo, no mayor de una braza, que di a
los compañeros mandándoles que lo puliesen. Una vez alisado, agucé uno de sus
cabos, lo endurecí, pasándolo por el ardiente fuego, y lo oculté cuidadosamente
debajo del abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se
eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo, deberían atreverse a levantar la
estaca y clavarla en el ojo del Ciclope cuando de él se enseñorease el dulce sueño.
Cayóle la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión, y me
junté con ellos formando el quinto. Por la tarde volvió el Ciclope con el rebaño de
hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las
pingües reses, sin dejar a ninguna fuera del recinto; ya porque sospechase algo, ya
porque algún dios así lo ordenara. Cerró la puerta acomodando la enorme piedra,
que llevó a pulso; se sentó, y comenzó a ordeñar mañosamente las ovejas y
baladoras cabras, todo como debe hacerse, poniéndole debajo a cada madre su
hijuelo. Acabadas con prontitud tales cosas, agarre otros dos de mis compañeros y
aparejó la cena. Entonces me acerqué al Cíclope, y, teniendo en la mano una copa
de negro vino, le hablé de esta manera: –¡Cíclope! Ya que comiste carne humana,
toma y bebe este vino, y sabrás qué licor encerraba nuestro bajel. Para ti lo traía,
deseoso de ofrecértelo, si apiadándote de mí dispondrías mi regreso a la patria. Mas
a nadie te igualas en la cólera. ¡Insensato! ¿Cómo se acercará a ti ningún nacido, en
adelante, si careces de compasión?'
"Así le hablé. Tomó el vino y bebióselo. Y le gustó tanto el dulce licor, que me pidió
más: –'Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre
para que te ofrezca un don hospitalario con el cual te huelgues. Pues también a los
Cíclopes la fértil tierra les proporciona vino en gruesos racimos, que crecen con la
lluvia enviada por Zeus; pero éste está hecho con ambrosia y néctar'.
"De tal suerte habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres
bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Ciclope,
le dije con lisonjeras palabras: –'¡Cíclope! Pregunta cuál es mi nombre ilustre, y voy
a decírtelo; pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre
es Outis (nadie), y Outis me llaman mi padre, mi madre y mis compañeros todos'.
Así le hablé; y enseguida me respondió, con cruel talante: –'A Outis me lo comeré el
último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el
don hospitalario que te ofrezca'.
"Dijo, se echó hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado dobló la gruesa cerviz y
rindióle el sueño, domador de todo. Harto de bebida, eructaba de modo horrible, a
par que de su garganta fluía el vino, revuelto con carne humana. Entonces metí la
estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a
todos los compañeros, temeroso de que me abandonasen aterrorizados. Mas
cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba
intensamente, fui y la saqué del fuego; rodeáronme mis compañeros, y una deidad
nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la
aguzada punta en el ojo del Cíclope; y yo, alzándome, la hacía girar por arriba. De la
suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío, otros lo
mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremidades, y aquél da
vueltas continuamente: así nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos
girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del caliente palo. Quemóle
el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces
crepitaban por la acción del fuego. Así como el broncista, para dar el temple que es
la fuerza del hierro, sumerge en agua fría una gran segur o un hacha que rechina
grandemente: de igual manera rechinaba el ojo del Cíclope en torno de la estaca de
olivo. Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros,
amedrentados, huimos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de
sangre, la arrojó furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes
que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En
oyendo sus voces acudieron muchos, quién por un lado y quién por otro, V
parándose junto a la cueva, le preguntaron qué le angustiaba: –'¿Por qué tan
enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos
a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O por ventura,
te matan con engaño o con fuerza?'
"Respondióles desde la cueva el robusto Polifemo: '¡Oh amigos! Outis (nadie) me
mata con engaño, no con fuerza'.
"Y ellos le contestaron con estas aladas palabras: –'Pues si nadie te hace fuerza, ya
que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que te envía el gran Zeus; pero
ruega a tu padre, el soberano Poseidón'.
"Apenas acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo mi
nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Cíclope, gimiendo por los
grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se
sentó en la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que
saliera con las ovejas: ¡tan mentecato, esperaba que yo fuese! Mas yo meditaba
cómo pudiera aquel lance acabar mejor, y si hallaría algún recurso para librar de la
muerte a mis compañeros y a mí mismo. Resolví toda clase de engaños y de
artificios, como que se trataba de la vida y un gran mal era inminente, y al fin
parecióme la mejor resolución la que voy a decir. Había unos carneros bien
alimentados, hermosos, grandes, de espesa y obscura lana; y, sin desplegar los
labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres de aquellos sobre los cuales
dormía el monstruoso e injusto Cíclope: y así al del centro llevaba a un hombre y los
dos iban a entrambos lados para que salvaran a mis compañeros. Tres carneros
llevaban, por tanto, a cada varón; mas yo, viendo que había otro carnero que
sobresalía entre todas las reses, lo rasgo por la espalda, me deslizo al vedijudo
vientre y me quedo agarrado con ambos manos a la abundantísima lana,
manteniéndome en esta postura con ánimo paciente. Así profiriendo suspiros,
aguardamos la aparición de la divinal Eos.
"Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos, de rosáceos dedos, los machos
salieron presurosos a pacer y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban
en el corral con las ubres retesadas. Su amo, afligido por los dolores, palpaba el
lomo a todas las reses, que estaban de pie, y el simple no advirtió que mis
compañeros iban atados a los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar
el camino de la puerta fue mi carnero, cargado de su lana y de mí mismo que pensa-
ba en muchas cosas. Y el robusto Polifemo lo palpó y así dijo: –¡Carnero querido!
¿Por qué sales de la gruta el postrero del rebaño? Nunca te quedaste detrás de las
ovejas, sino que, andando a buen paso, pacías el primero las tiernas flores de la
yerba, llegabas el primero a las corrientes de los ríos y eras quien primero deseaba
tornar al establo al caer la tarde; mas ahora vienes, por el contrario, el último de
todos. Sin duda echarás de menos el ojo de tu señor, a quien cegó un hombre
malvado con perniciosos compañeros, perturbándole las mientes con el vino, Nadie,
pero me figuro que aún no se ha librado de una terrible muerte ¡Si tuvieras mis
sentimientos, y pudieses habla-, para indicarme dónde evita mi furor! Pronto su
cerebro, molido a golpes, se esparciría acá y allá por el suelo de la gruta, y mi
corazón se aliviaría de los daños que me ha causado ese despreciable Nadie'.

"Diciendo así, dejó el carnero y lo echó afuera. Cuando estuvimos algo apartados de
la cueva y del corral soltéme del carnero y desaté a los amigos. Al punto recogimos
aquellas gordas ovejas de gráciles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin
a la nave. Nuestros compañeros se alegraron de vernos a nosotros, que nos
habíamos librado de la muerte, y empezaron a gemir y a sollozar por los demás.
Pero yo, haciéndoles una señal con las cejas, les prohibí el llanto y les mandé que
cargaran presto en la nave muchas de aquellas reses de hermoso vellón y
volviéramos a surcar el agua salobre. Embarcáronse enseguida y, sentándose por
orden en los bancos, tornaron a herir con los remos el espumoso mar. Y, al estar tan
lejos cuanto se deja oír un hombre que grita hablé al Cíclope con estas mordaces
palabras: –'¡Cíclope! No debías emplear tu gran fuerza para comerte en la honda
gruta a los amigos de un varón indefenso. Las consecuencias de tus malas acciones
habían de alcanzarte, oh cruel, ya que no temiste devorar a tus huéspedes en tu
misma morada: por esto Zeus y los demás dioses te han castigado'. "Así le dije; y él,
airándose más en su corazón, arrancó la cumbre de una gran montaña, la arrojó
delante de nuestra embarcación de acijada proa, y poco faltó para que no diese en la
extremidad del gobernalle. Agitase el mar por la caída del peñasco, y las olas, al
refluir desde el ponto, empujaron la nave hacia el continente y la llevaron a tierra
firme. Pero yo, asiendo con ambas manos un larguísimo botador, lo eché al mar y
ordené a mis compañeros, haciéndoles con la cabeza silenciosa señal, que
apretaran con los remos a fin de librarnos de aquel peligro. Encorváronse todos y
empezaron a remar.
El anillo de Giges 5

Giges era un pastor al servicio del rey de Lidia. Un día, después de una violenta
tempestad y de un temblor de tierra, se agrietó el suelo y se abrió un abismo en el
sitio donde Giges hacía pacer sus rebaños. Asombrado, cuentan, Giges descendió al
abismo y allí vio, entre otras maravillas, un caballo de cobre, hueco, con multitud de
aberturas pequeñas, por una de las cuales introdujo Giges la cabeza y alcanzó a ver
en su interior un cadáver de talla superior a la humana, que no llevaba sobre sí más
que un anillo de oro en un dedo. Giges tomó el anillo y se fue.
Los pastores solían reunirse todos los meses para enviar un informe al rey sobre el
estado de los rebaños. Giges concurrió también a esta asamblea, llevando consigo
el anillo, y tomó asiento entre los pastores. Por casualidad, volvió hacia adentro el
engarce del anillo, y al punto se hizo invisible para los demás pastores, que
comenzaron a hablar como si él se hubiese retirado, lo cual lo llenó de asombro.
Entonces volvió con suavidad el engarce hacia afuera, y de nuevo se hizo visible. El
hecho despertó su curiosidad, y a fin de saber si obedecía a una virtud propia del
anillo, repitió la experiencia: cuantas veces volvió el anillo hacia adentro se tornó
invisible, y siempre que lo volvía hacia afuera, tornaba a hacerse visible. Seguro ya
de la virtud del anillo, se hizo nombrar miembro de la comisión de pastores que
debía rendir cuentas al rey. En cuanto llegó al palacio, sedujo a la reina, y
entendiéndose con ella, atacó y mató al rey, y se apoderó del trono.

5
Fuente de esta versión: Platón, República, II, 350 d. El filósofo pone la historia de Giges en boca
del sofista Glaucón al reflexionar sobre la naturaleza de la justicia.
La vieja historia de Giges fue contada, asimismo, por Heródoto, Xantus, Filóstrato y Cicerón, quien la
incluye en De Otficis, III, 38. Anillos de la invisibilidad se encuentran también en Las mil y una noches
("Historia We Aladeo"), en Orlando Furioso, III, 74, etc.
La historia de José6

A José, que había sido llevado a Egipto y comprado a los ismaelitas por Putifar,
ministro del faraón y jefe de la guardia egipcia, le protegió Yavé, que hizo prosperar
todas sus cosas. Estaba en casa de su señor, el egipcio, que vio que Yavé estaba
con él, y que vio que todo cuanto hacía, Yavé lo hacía prosperar por su mano. Halló,
pues, José gracia a los ojos de su señor, y le servía a él.
Hízole mayordomo de su casa, y puso en sus manos todo cuanto tenía. Bendijo
Yavé a la casa de Putifar, y derramó Yavé su bendición sobre todo cuanto tenía en
casa y en el campo, y él lo dejó todo en manos de José, y no se cuidaba de nada, a
no ser de lo que comía. Era José de hermosa presencia y bello rostro.
Sucedió después de todo esto que la mujer de su señor puso en él sus ojos, y le dijo:
"Acuéstate conmigo". Rehusó él, diciendo a la mujer de su señor: "Cuando mi señor
no me pide cuentas de nada de la casa y ha puesto en mi mano cuanto tiene y no
hay en esta casa nadie superior a mí, sin haberse reservado él nada fuera de ti, por
ser su mujer, ¿voy a hacer yo una cosa tan mala y a pecar contra Dios?".
Y como hablase ella a José un día y otro día, y no la escuchaba él, negándose a
acostarse con ella y aun a estar con ella, un día que entró José en la casa para
cumplir con su cargo, y no había nadie en ella, le agarró por el manto, diciendo:
"Acuéstate conmigo". Pero él, dejando en su mano el manto, huyó y se salió de la
casa.
Viendo ella que había dejado el manto en sus manos y se había ido huyendo, se
puso a gritar, llamando a las gentes de su casa, y les dijo a grandes voces: "Mirad,
nos ha traído a ese hebreo para que se burle de nosotros; ha entrado a mí para
acostarse conmigo, y cuando vio que yo alzaba la voz para llamar, ha dejado su
manto junto a mí y ha huido fuera de la casa". Dejó ella el manto de José cerca de
sí, hasta que vino su señor a casa, y le habló así: "Ese siervo hebreo que nos has
traído ha entrado a mí para burlarse de mí, y cuando vio que alzaba la voz y
llamaba, dejó junto a mí su manto y huyó fuera".
Al oír su señor lo que le decía su mujer, esto y esto es lo que ha hecho tu siervo,
montó en cólera, y apresando a José le metió en la cárcel donde estaban encerrados
los presos del rey, y allí en la cárcel quedó José.

6
'Fuente: Sagrada Biblia, Génesis, 39, 1-19. Versión de Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga O.P.,
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1968.

El tema de la mujer despechada y del mancebo casto tienen numerosas fuentes y proyecciones. Así,
p. e., el episodio de Gilgamesh con la diosa Ishtar en la saga sumario-babilóraca de Gilgamesh
(siglos XXX a XXV AC), el cuento egipcio de "los dos hermanos" (siglos XVI a XI A.C.), la historia de
Belerofonte en La Iliada, VI, 150-205, etc.
La matrona de Efeso 7

Había en Efeso una matrona con tal reputación de casta y honrada que todas las
mujeres de los alrededores iban a verla curiosas como a una maravilla. Cuando la
muerte le arrebató el marido, no se conformó con las habituales demostraciones de
dolor, con seguir el cortejo fúnebre con los cabellos en desorden y golpeándose el
pecho desnudo ante todos los circunstantes. Quiso acompañar al cadáver hasta la
última mansión, guardarle en la cripta en que, según la costumbre griega, se le
sepultó, y llorar noche y día junto a él.
Una sirvienta fiel la acompañaba en su triste retiro, mezclando sus lágrimas con las
de su dueña, y cuidaba la lámpara que alumbraba el féretro para evitar que se
extinguiese la luz. No se hablaba de otra cosa en la ciudad que de tan sublime
abnegación, y se citaba como un raro ejemplo de castidad y de amor conyugal. Por
aquellos días, el gobernador de la provincia hizo crucificar a varios ladrones muy
cerca de la cripta donde la infeliz matrona lloraba la pérdida reciente de su marido. A
la noche siguiente, el soldado que guardaba las cruces, para evitar que alguien
desclavara el cuerpo de alguno de los ladrones con el fin de darle sepultura, vio una
luz que brillaba entre los sepulcros y oyó los gemidos de una mujer. La curiosidad
innata en todos los hombres le impulsó a bajar al subterráneo para averiguar lo que
allí ocurría. Al ver a aquella hermosísima mujer quedó extático, paralizados por el
terror sus miembros, creyendo tener ante sus ojos una aparición sobrenatural; pero
pronto se dio cuenta de lo que se trataba al descubrir el féretro colocado encima de
una piedra, el rostro de la divina matrona bañado por las lágrimas y su cuerpo y sus
uñas ensangrentados. Comprendió que se trataba realmente de una viuda que no
podía consolarse de la muerte de su esposo. Comenzó por llevar a la tumba su
frugal cena; y luego, exhortando a la mujer a no llorar y desesperarse inútilmente, le
dijo:
–La muerte es el final de cuanto existe, y la tumba el último asilo de todos.
Y agotó todos los lugares comunes que suelen usarse como intento para curar un
espíritu tan profundamente herido. Mas los consuelos que aquel desconocido le
ofrecía, irritaron más y más a la viuda, que con redoblada desesperación se arañaba
el seno, y se arrancaba los cabellos, que depositaba sobre el féretro. Pero el soldado
no se arredró por ello, y reiteró, con nuevas instancias, sus palabras de consuelo,

7
Fuente: Hemos tomado como fuente la versión narrada por Eumolpo en el Satiricón de Petronio
(siglo I D.C.). Se trata de una de las célebres "fábulas milesias", que Petronio conoció en versión de
origen seguramente jónico (cfr. Cha-ssang, Historia de la novela).

La historia ha tenido notable éxito literario y desde los tiempos clásicos se conocen numerosas
traducciones y paráfrasis. Según María Rosa Lida de Malkiel (El cuento popular) "constituye uno de
los relatos misóginos de mayor difusión, presente en casi todas las colecciones narrativas de la Edad
Media y vertido literalmente por Marie de France, Eustace Deschamps, La Fontaine, Saint Evremond
y por Voltaire en el capítulo segundo de Zadig".

Según Alexis Chassang (op. cit.) la historia se encuentra asimismo en la tradición china.
ofreciéndole el compartir la cena con ella. Al fin, la sirvienta, seducida
indudablemente por el olor del vino y los manjares, no pudo resistir, por su parte, a
tan cortés invitación, y extendiendo la mano hacia los alimentos que le presentaban,
cobró algunas fuerzas al probar bocado y beber lo suficiente. Luego, luchó también
contra la terquedad de la desconsolada viuda, reforzando los argumentos del
soldado, diciéndole:
–¿De qué va a servirte que te mueras de hambre, sepultarte aquí en vida, si no
puedes devolver a ella a tu marido? Créeme: vuelve a la existencia; despréndete del
error demasiado extendido en nuestro sexo, y goza mientras puedas la luz del sol.
Este cadáver que yace ante nosotros basta para demostrar cuál es el precio de vivir.
..
Entonces, la desconsolada mujer, extenuada por tan larga abstinencia, dejóse
vencer y bebió y comió con la misma avidez con que lo había hecho antes la
sirvienta, rendida la primera.
Ya sabéis que un apetito satisfecho suele despertar nuevos apetitos. Animado por la
primera victoria, el soldado empleó, para triunfar de la virtud de la matrona, análogos
argumentos a los aducidos para convencerla a seguir viviendo... Para abreviar:
después de haberse rendido a las solicitudes del estómago, rindióse la buena mujer
a las naturales del cuerpo, y el soldado obtuvo una doble victoria.
El soldado, loco de contento por poseer una tan hermosísima mujer, y orgulloso del
misterio que rodeaba a sus amores, de día salía a comprar todo lo mejor que sus
recursos le permitían, y lo llevaba por las noches al refugio. Mientras tanto, los
parientes de uno de los ladrones crucificados se dieron cuenta de que el centinela no
estaba en su lugar, y descolgaron el cuerpo de la cruz y le dieron sepultura. Figuraos
el terror del pobre soldado, que encerrado en la cripta no pensaba más que en su
placer, cuando a la mañana siguiente encontróse con una cruz vacía. Despavorido
por el castigo terrible que le esperaba, bajó de nuevo a ver a su amante, a quien
contó lo sucedido, y sin esperar respuesta, exclamó:
–¡No! ¡No aguardaré oír la sentencia! Aquí está mi espada que se adelanta al
mandato del juez, castigando mi negligencia. Lo único que te pido es que, una vez
muerto, me concedas un asilo en esta tumba; coloca tu amante junto a tu marido. –
¡No permitan los dioses –contestó la mujer, tan compasiva como casta– que tenga
yo que llorar al mismo tiempo la pérdida de dos seres tan queridos! Prefiero colgar
de la cruz al muerto que dejar perecer a un hombre lleno de vida.
Dichas tan hermosas palabras exigió que se sacara del féretro el cadáver de su
llorado esposo y que lo pusieran en la cruz. Apresuróse el soldado a seguir el
prudente consejo de tan discreta mujer. Al día siguiente las gentes, no pudiendo
concebir cómo un cadáver sepultado saliera de su tumba para colgarse a sí mismo a
una cruz, atribuyeron el hecho a intervención de los dioses.
El león8

Vivían en otro tiempo cuatro jóvenes dé la casta de los brahmanes, cuatro hermanos
que se querían entrañablemente y que habían resuelto viajar juntos hacia un imperio
vecino, en el que esperaban encontrar fortuna y renombre.
Tres de ellos habían estudiado seriamente todas las ciencias y conocían a fondo la
magia, la astronomía, la alquimia y las doctrinas ocultas más difíciles, en tanto que el
cuarto no había cultivado ningún saber; él no poseía más que la inteligencia.
Mientras caminaban, uno de los doctos hermanos hizo la siguiente observación:
–¿Por qué nuestro hermano, que no posee ningún conocimiento, debe beneficiarse
con nuestra sabiduría? Jamás podrá obtener el favor de los reyes, e inclusive nos
pondrá en ridículo. Es preferible que retorne a casa.
Pero el hermano mayor le respondió:
–¡De ninguna manera! Permitámosle compartir nuestra buena fortuna, porque es
nuestro hermano bienamado y puede que encontremos para él una posición que
ocupe sin ocasionarnos vergüenza.
Siguieron, pues, su camino y al cabo de cierto tiempo, mientras atravesaban un
bosque, advirtieron la osamenta de un león que yacía dispersa sobre el sendero. Los
huesos estaban blancos como la leche y duros como el silex, pues habían sido
secados y blanqueados por incontables soles.
Entonces, el que había censurado la ignorancia del hermano menor volvió a hablar:
–Mostremos a nuestro hermano las maravillas que la ciencia puede cumplir.
Burlémonos de su falta de saber convirtiendo esta osamenta en un león vivo.
Mediante algunas palabras mágicas yo puedo ordenar a estos huesos que vuelvan a
juntarse en armonía.
Y pronunció las mágicas palabras, de suerte tai que los huesos volaron por el aire y
volvieron a ensamblarse en un perfecto esqueleto.
–Yo –declaró el segundo hermano–, mediante una fórmula encantada puedo cubrir
estos huesos con tendones, cada uno en su lugar correcto, y regenerar los músculos
irrigándoles sangre, y crear asimismo las venas, los humores, la médula, los órganos
y la piel.
Y pronunció la fórmula encantada, y el cuerpo del león, enorme, perfecto y peludo,
apareció ante ellos.

8
Versión de Lafcadio Hearn en Feuilles éparses de litteratures étranges. Parts, Mercure de France,
1910, p. 129.
La historia fue cantada por Vishnusarma en el Panfopa-kyama o PaMchatantra, y reaparece en
numerosas colecciones orientales.
–En cuanto a mí –intervino el tercer hermano–, yo puedo, gracias a una sílaba
hechizada, dar calor a esta sangre y movimiento a este corazón, de modo que el
animal viva, respire y pueda devorar a las demás criaturas... e inclusive lo
escucharéis rugir.
Pero antes de que el otro pudiese pronunciar la sílaba hechizada, el cuarto hermano,
que nada sabía de las ciencias, puso su mano sobre la boca del que había hablado y
gritó:
¡Detente! No digas esa palabra..., pues lo que tenemos delante es un león, y si tú le
das la vida nos devorará.
Al escucharlo los otros rieron y se burlaron de él: –¡Vuelve a casa, loco! ¿Qué sabes
tú de la ciencia?
Mas él les respondió:
–Esperad al menos, antes de resucitar al león, a que vuestro hermano se haya
refugiado en ese árbol. Y ellos consintieron.
No había concluido casi de trepar al árbol cuando la palabra fue pronunciada. El león
se sacudió y abrió sus grandes ojos amarillos. Luego se estiró, levantóse en toda su
talla y comenzó a rugir, y saltando velozmente sobre los tres sabios doctores los
mató y comenzó a devorarlos.
Cuando el león se hubo retirado, el adolescente –que nada sabía de la ciencia y que
no poseía más que la inteligencia– descendió del árbol y retornó a su casa.
El brahmán y la fuente de harina9

En la ciudad de Devikotta había un brahmán, llamado Devazarman, el cual se


encontró en el equinoccio de la primavera una fuente llena de harina; la cogió, y
como estaba fatigado por el calor, se echó a dormir en el portal de un alfarero, quien
lo tenía lleno de jarros. Para que no le quitaran la harina, se durmió con un bastón en
la mano y empezó a decirse: Si vendiendo esta fuente de harina obtengo diez
kapardakas, con este dinero compraré platos, vasos y otras cosas, las cuales
venderé luego, y así iré aumentando el capital poco a poco; compraré luego betel,
paños y otros objetos, que volveré a vender, y así ejerciendo el comercio, cuando
haya adquirido una riqueza que cuente millones, me casaré con cuatro mujeres.
Entre éstas, la más joven y hermosa será objeto especial de mi amor. Y como
enseguida, llenas de envidia las demás mujeres armarán pelea entre sí, yo no podré
contener mi ira, les daré palizas con un bastón. Así que dijo esto, arrojó el bastón,
rompió la fuente de harina y quebró muchos más jarros. Al ruido que rompiéndose
hicieron los jarros acudió el alfarero, y agarrándolo del cuello, lo echó fuera del
portal.

9
Fuente: Hitopadeza o Provechosa Enseñanza (Libro IV, Sandhi), versión directa del sánscrito de
José Alemany y Bolufer.
Síntesis de los cuentos tradicionales recogidos en el Pantchatantra, los relatos de Hitopadeza (siglo
VI DA) alimentaron profusamente a la literatura de Oriente y Occidente. Historias similares, o
conexas, se encuentran por igual en la vertiente escrita y oral, pudiéndose señalar en el primer caso
el típico ejemplo de "La lechera y el cántaro", incluida por Samaniego en sus Fábulas (11,2).
Moisés y las tres acciones reprobables 10

Moisés dijo a sus servidores: "No cesaré de marchar hasta que haya llegado al
punto de confluencia de los dos mares, aunque tenga que marchar ochenta años".
Cuando llegaron al sitio donde los mares fundían sus aguas, notaron que habían
perdido un pescado que llevaban para alimentarse, y que el pescado se había
refugiado en el agua.
Y llegada la hora de la colación Moisés dijo a su servidor: "Sirve nuestra comida que
las fatigas del viaje han sido duras".
"¿No habéis reparado –dijo el sirviente– en lo que nos pasó cerca de las rocas?
Satán hizo olvidar el pescado y lo llevó milagrosamente a las aguas"
Eso es lo que yo deseaba" –dijo Moisés. Y comenzaron a desandar el camino.
Y encontraron a un servidor de Dios, colmado de mercedes e iluminado con la
ciencia.
Y Moisés le dijo: "Permite que te siga a fin de que me instruyas en la verdad que te
ha sido revelada".
"Tú no sabrás ser tan constante –le respondió el hombre– como es necesario ser
para permanecer conmigo".
"¿Cómo podrás abstenerte de preguntarme acerca de los sucesos que no
comprendas?"
"Si le place a Dios –respondió Moisés–, tendré una constancia y una obediencia
absolutas".
"Acompáñame, pero no me interrogues sobre ningún hecho y espera a que yo te
hable".
Partieron y habiendo entrado en una barca, el servidor de Dios la rompió en
pedazos. "¿Es para hacernos perecer? –le interrogó Moisés–: he aquí una acción
extraordinaria".
"¿No te he dicho que no eras bastante paciente para permanecer conmigo?".
"Que el olvido de mi promesa no te irrite –dijo Moisés–. No me impongas una
obligación demasiado difícil".
Se pusieron en camino, y habiendo encontrado a un joven, el servidor de Dios le dio
muerte. Moisés entonces exclamó: "Acabas de matar a un hombre que no era

10
'"Fuente: Corán, XVIII, 58. Versión castellana de A. Hernández Cata, sobre la traducción de M.
Savary. El tema proviene de la tradición rabínica.
culpable, acabas de cometer un crimen". "¿No te he dicho que no eras bastante
paciente para venir conmigo?".
"Perdóname todavía –añadió Moisés–, pero si a partir de ahora yo te hago una sola
pregunta o un solo reproche, no me permitirás acompañarte".
Continuaron su ruta y llegaron a una ciudad donde pidieron hospitalidad a sus
habitantes, hospitalidad que les fue negada. Un muro amenazaba ruina y el servidor
de Dios le restituyó su solidez. Moisés le dijo: "Tú hubieras podido poner un precio a
ese beneficio".
"Aquí nos separaremos –le respondió el servidor de Dios–, pero antes es necesario
que yo te enseñe el significado de esas acciones ante las que no has podido
permanecer silencioso".
"La barca pertenecía a pobres marineros, pero yo la deshice porque estaban
perseguidos por un rey que les robaba todos sus navíos".
"El joven había nacido de parientes fieles, pero yo temí que los infestase con los
errores de su incredulidad".
"He querido que Dios les dé hijos menores, más tiernos y más dignos de sus
mercedes".
"El muro pertenecía a dos huérfanos, y ocultaba un tesoro. Su padre fue justo y Dios
ha querido que ellos lleguen a la edad de la razón antes de que posean las riquezas
que su padre amasó honradamente. No ha sido mi voluntad la que me ha ordenado
hacer estas cosas. He aquí la explicación de los hechos que han excitado tu
curiosidad".
La colcha celestina 11

Uno, al ausentarse para ir al extranjero, encomendó su mujer a su suegra. Su mujer


tomó amores con otro, y lo dijo a su madre. Esta, condolida de su hija, la ayudó en
aquel amor y convidando al amante, se sentaron los tres a comer. Mientras ellos
comían, llega de improviso el marido y llama a la puerta. Se levanta la mujer,
esconde al amante en la alcoba y luego abre la puerta al marido. El cual, en cuanto
entró, mandó preparar la cama, porque venía muy cansado. Turbada la mujer, no
sabía qué hacer, pero la madre acudió diciéndole: "No te apresures, hija, a preparar
la cama, hasta que mostremos a tu marido la colcha que hemos hecho". Y sacando
una colcha, la vieja levantó cuanto pudo una de sus puntas y dió la otra a la hija para
que la alzase. Y así el marido quedó burlado, mientras por detrás de la colcha
extendida escapó el amante oculto. Entonces la madre dijo a la hija: "Tiende ya la
colcha sobre la cama de tu marido, que con tus manos y las mías está tejida". El
marido le dice: "Y tú, señora mía, ¿sabes hacer colcha tan bonita como ésta?" Ella
replicó: "¡Ay hijo!, muchas como ésta tengo yo tejidas".

11
Fuente: Se trata del Ejemplo X de la Disciplina Clericafls (¿año 1110?) de Pedro Alonso, en una
versión modernizada. Según María Rosa Lida esta típica historia sobre la infidelidad y malicia de las
mujeres se encuentra en Aristófanes (Las tesmoforias}, en la Gesta Romanorum medieval (Ejemplo
CXXíll), en el Fabliau du Plicon, de Jean de Conde, en el Libro de los Ejemplos (Ejemplo XV) y en
Cervantes (entremés del Viejo Celoso).
12
De cómo maese Renard robó los pescados

El invierno había llegado y ese año el frío era grande. En su castillo de Malpertuis
maese Renard, el zorro, no tenía qué comer. No se crea que el castillo era
verdaderamente un castillo, edificado en la cima de un cerro inaccesible, con sus to-
rres, matacanes, fosas y puentes levadizos, como los que habitan los poderosos.
No. Malpertuis era un hoyo que había cavado el mismo Renard hasta convertirlo en
una madriguera estrecha y sombría. Pero era, sin embargo, una buena casa, con
incontables puertas para huir en los momentos de apuro.
Hermeline, la mujer de maese Renard, no podía salir, obligada a permanecer en la
morada para cuidar a sus hijos, Percehaie y Malebranche, todavía pequeños para ir
de caza.
Ambos infantes comenzaron a llorar de hambre frente al imperturbable Renard, cuyo
apetito no había llegado a trocarse aún en dolorosa hambre. Sólo cuando llegó a ese
punto el zorro se decidió a salir.
Sentado sobre sus patas traseras junto al camino, temblando bajo el viento frío,
girando la cabeza a derecha e izquierda, alargando las orejas y husmeando el aire,
maese Renard reconoció finalmente, entre los variados perfumes que pasaban, el
característico olor del pescado, y caviló que muy bien podía surtirse con la carga de
una carreta que avanzaba y de la que provenía, sin duda, ese suave y reconfortante
aroma.
Se trataba, desde luego, de una carreta de pescadores que llevaba al mercado
grandes canastas de arenques y otros pescados capturados en el mar, junto con
cestas rebosantes de anguilas compradas a lo largo del camino. Los pescadores
contaban con vender ese rico cargamento en la aldea próxima, a la que pensaban
llegar al día siguiente, que era viernes y como todos saben uno de los días más
apropiados para la venta de pescados. ..
y he aquí lo que hizo el zorro para obtener ladinamente su parte.
Maese Renard se acostó a lo largo del camino fingiéndose muerto, con el cuerpo
flojo, la boca entreabierta, la lengua colgando y los ojos cerrados. Al verlo el

12
Este texto procede de Le Roman de Renard, Payot, 1924, versión moderna elaborada por Leopold
Chauveau sobre los manuscritos de los siglos Slip, XIV y XV ordenados por el erudito M.D.M. Meón
(Cfr. í.e román de Renard, Treuttel y Wüntz, 1828).

El tema del animal que se finge muerto o que se vale de alguna treta para obtener comida se
encuentra presente en el folklore español, africano y americano. En Cuentos Populares de España,
de Aurelio Espinosa, cfr. "El lobo desollado vivo" (N9 202) y los recopilados bajo los números 203, 207
y 223. En Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. y 2da. serie) cfr. "El quirquincho
y el zorro" y "El zorro come lechiguanas".
carretero que encabezaba la marcha se detuvo e hizo señas a su compañero para
que sofrenase los caballos. El otro se acercó con la codicia y la agilidad del lobo.
–¿Es un zorro o un tejón? –preguntó–. Parece dormido. Acerquémonos sin
despertarlo y puede que logremos atraparlo.
Ambos se aproximaron y el zorro permaneció inmóvil mientras los otros lo tanteaban
y empujaban con la punta del pie.
–Es un zorro –dijo uno–, y parece muerto. Por fortuna podemos atraparlo sin correr
el riesgo de ser mordidos. ¡Mira qué dientecitos!, v mientras lo decía retorcía
despiadadamente el hocico de Renard, quien permanecía absolutamente inmóvil
pese al rudo manoseo.
Por fin lo alzaron, le hicieron cosquillas y lo sacudieron para asegurarse de que
estaba realmente muerto. Renard, entretanto, no se movía ni respiraba para no
espantar a sus captores.
–Está bien muerto –dijo el primero–, y es un hermoso zorro. Mira qué pelo espeso y
qué bella gorguera blanca. Su piel vale por lo menos cuatro monedas.
–¿Cuatro monedas? –exclamó el otro–. ¡No la daría ni por cinco!
–¡Cuatro, cinco o seis! Ya lo trataremos mañana con maese peletero. Por ahora
metamos al finado Don Zorro en la carreta, sobre nuestras canastas, y esta tarde, en
llegando al albergue, lo desollaremos para que la piel no se eche a perder. Cuando
Renard se encontró instalado en el sitio que mentaran sus captores rió para sus
adentros, al pensar en lo cercano que se hallaba del codiciado botín. Sin perder el
tiempo abrió uno de los cestos y se dedicó velozmente a devorar cuanto encontraba,
sin detenerse a paladear si se trataba de arenque, lamprea, bacalao, platija,
lenguado u otro pescado cualquiera. Por supuesto que no desdeñaba las migajas, y
afanosamente engullía escamas, espinas, aletas y colas y cabezas, hasta que por fin
–con el hambre ya saciada– pensó en su familia y destapó una cesta, que por el
aroma debía contener anguilas.
–Estas son anguilas –se dijo, y por gula probó una pizca, aunque verdaderamente
no pudo seguir adelante, de modo tal que eligió las dos más robustas, las fijó a un
collar que había fabricado con briznas de mimbre hurtadas de un manojo que llevaba
la carreta y saltó al camino Al escuchar el ruido los sorprendidos conductores
volvieron las cabezas.
–¡Adiós, amigos –les gritó el zorro–, y buen viaje! Os he comido algunos pescados y
me llevo las dos mejores anguilas del lote. Mucho lamento que no podáis cobraros
con mi piel. ¡Cuatro monedas! ¡Cinco, seis! No es demasiado caro y por eso me las
llevo. ¡Adiós y buen viaje!
Los carreteros lo persiguieron arrojándole piedras y palos, mientras le gritaban:
–¡Que un mal rayo te parta, bestia inmunda!
Renard huyó hacia el bosque y los mercaderes, pesarosos y desconcertados,
volvieron a su carreta, pero más abatidos quedaron después de comprobar el
estrago que había hecho el astuto zorro en sus cestas de pescado.
13
Los ratones que comían hierro

Dicen que en un país lejano había cierto mercader que obligado a emprender un
viaje dejó cien quintales de hierro en custodia a un hombre que él conocía. A su
regreso demandó el hierro, y aquel hombre –que lo había vendido en su propio
beneficio– trató de explicar su infidelidad con el siguiente argumento: "Estaba
depositado en un rincón de mi casa y lo comieron los ratones".
Al escuchar estas curiosas palabras dijo el mercader: "Ya oí decir muchas veces que
nada roe tanto el hierro como los ratones".
El otro quedó entonces satisfecho e invitó al mercader a comer y beber con él esa
noche. Prometió éste volver y al salir tomó a un hijo pequeño del propietario y lo
escondió muy bien en su casa.
A la caída de la tarde retornó el mercader y encontró a su amigo, que comenzó a
preguntarle si había visto al niño. "Sí, respondió el mercader. Vi cuando lo
arrebataba un halcón". El otro comenzó a dar voces y a quejarse, al tiempo que
decía: "¿Es posible que un halcón arrebate a un niño?".
"Es posible –afirmó el mercader burlado–. En la tierra donde los ratones comen cien
quintales de hierro no es maravilla que los halcones arrebaten a los infantes". Y dijo
entonces el hombre bueno: "Yo comí tu hierro, que fue como un veneno para mi
vientre".
"Pues yo tomé a tu hijo". Y díjole el hombre: "Dame a mi hijo y yo te devolveré lo que
me dejaste en custodia". Y así se hizo.

13
Procede de Calila y Dimna, colección de relatos en sánscrito debidos a Bilpay y traducidos al
pahlevi por el médico y filósofo persa Barzuyeh (años 531 a 579). Sobre esta última versión preparó
la suya en árabe el erudito Abdullah-ben-Aímocaffa, agregando algunos relatos. A fines del siglo XIII
el texto de Almocaffa fue traducido al romance castellano.

El tema de los ratones que comen hierro aparece en Pantchatantra, I, 21, y en el Fabularío de
Sebastián de Mey (1613). Para la presente versión se ha tomado en cuenta la edición académica de
D. José Alemany Bolufer para la Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles, Madrid, 1915.
El tonel14

Vivía en Nápoles un pobre albañil que tenía por esposa a una muchacha bella y
graciosa, de nombre Peronella, y él con su trabajo y ella hilando apenas ganaban lo
necesario para sustentarse.
Ocurrió entonces que un joven galán, prendado de la muchacha, se enamoró de ella
y terminó por obtener sus favores, y para estar juntos acordaron que el joven
vigilaría los movimientos del marido, que salía temprano de su casa para dirigirse al
trabajo.
Pero sucedió una mañana que habiendo partido el albañil, y entrado en su casa
Giannello Strignario, que así se llamaba el joven seductor, para encontrarse con
Peronella, volvió de improviso el marido y comenzó a golpear la cerrada puerta,
diciéndose:
–Dios bendito, que si me ha hecho pobre me consuela por lo menos con el regalo de
una esposa joven, buena y virtuosa. Vean, si no, cómo ha cerrado la puerta en
cuanto salí para no ser importunada.
La joven, que reconoció a su marido en el modo de golpear, exclamó a su vez:
–¡Oh, Giannello mío, muerta soy, pues he aquí que está de regreso mi marido!
¡Malhaya mi suerte, pues él nunca vuelve a hora tan temprana, y no sé lo que esto
significa! Quizá te vio penetrar en la casa y no tenemos ya remedio. Pero, sea como
fuere, métete en este tonel y yo iré a abrirle para saber la causa de su temprano
regreso.
Metióse Giannello en el susodicho tonel y partió Peronella a abrir a su marido, a
quien dijo con maliciosa sonrisa:
–¿Qué novedades te traen a casa, y a hora tan temprana? ¿Acaso no quieres
trabajar hoy, según te veo retornar con tus herramientas?... Y si así lo haces, ¿de
qué nos sustentaremos? ¿Tendremos pan, en esta forma? ¿Crees tú que soportaré
que empeñes la basquina y la restante ropa? Día y noche no hago más que hilar y
estropear mis manos para obtener, siquiera, el aceite con que arde nuestra lámpara.
No hay vecina que no se burle de mis continuos afanes, y tú, marido, retornas a casa
cuando deberías estar trabajando.
Dicho lo cual se echó a llorar y prosiguió de esta manera:
–¡Ah, desdichada de mí, en qué mala hora vine a este lugar! ¡Yo, que pude tener un
joven de bien y no lo quise para seguir a este otro, que no piensa en el tesoro que
tiene en su casa! Las otras se dan la buena vida con sus amantes, y no bajan de

14
Este relato aparece enmarcado en "El tonel", Giovanni Boccaccio, El Decameron, Vil, 2 (año 1352).
Pertenece al área de las "astucias femeninas" y dentro de la tradición letrada se encuentran variantes
en Apuleyo, El Asno (te Oro (siglo II D.C.); Arcipreste de Talavera, Corbacho (1438) y La Fontaine,
Cuentos, IV, 14 (siglo XVII). Se conocen versiones en la tradición oral de Asturias y en otros puntos
del orbe románico.
tener dos o tres, y le hacen ver al marido lo que quieren, mientras que yo, por ser
buena y honesta, tengo todas las desventuras. ¡No sé por qué no me decido a
imitarlas!...
Comprende, esposo mío, que si quisiera fácilmente encontraría con quién hacer el
mal, pues son muchos los galanes que me cortejan y me han ofrecido dinero, trajes
y joyas, sin que jamás los haya escuchado, mientras que tú vuelves a casa cuando
debieras estar trabajando.
–¡Pero mujer –respondió el marido–, no lo tomes, por Dios, de esa manera! La
verdad del caso es que he ido a trabajar como todos los días sin recordar, como
tampoco lo has recordado tu que hoy es la fiesta de San Galeón y no se trabaja. Es
por esto que he regresado a casa, aunque he prevenido la forma de que tengamos
el pan para más de un mes, pues le he vendido a éste que me acompaña el tonel
que tanto nos estorba y por el que me ha dado cinco monedas. Exclamó entonces
Peronella: –Esto, precisamente, es lo que me apena, pues tú que eres el hombre y
vas por el mundo, y deberías saber mejor las cosas, has vendido el tonel en cinco
florines, mientras que yo, que soy una pobre mujer que no sale de su casa, viendo
los apremios en que nos encontramos, acabo de venderlo en siete florines a un buen
hombre que se metió dentro de él para comprobar si está sólido y sin rajaduras.
Al oír las palabras de la esposa, el marido se puso muy contento y le dijo a su
acompañante:
–-Puedes marcharte, amigo, pues ya has escuchado que mi mujer vendió el tonel en
siete florines cuando tú no me dabas más que cinco.
Consolóse el otro y se marchó, al tiempo que Peronella decía a su marido:
–Sube, ya que has regresado, y arregla este asunto con el hombre.
Giannello, que estaba prevenido, saltó fuera del tonel en cuanto oyó las palabras de
Peronella y comenzó a gritar, como si ignorase el retorno del marido:
–¡Eh, buena mujer! ¿Dónde os habéis metido? El marido, que ascendía ya las
escaleras, le respondió:
–Aquí estoy yo, ¿qué quieres?
–¿Y tú quién eres? –preguntó Giannello–. Yo llamaba a la mujer que me vendió este
tonel.
–Puedes tratar conmigo, pues yo soy su marido.
–El tonel parece sólido, pero por dentro está tan sucio que no me lo llevaré si antes
no lo veo limpio.
Dijo entonces Peronella:
–No por eso se deshará el trato, pues mi marido lo limpiará al punto.
Aprobó el albañil la idea y aligerándose de ropas se hizo encender una luz y provisto
de una raedera se metió en el tonel y se dedicó a rascarlo. Peronella, como si
quisiera ver lo que su marido hacía, metió la cabeza por la boca del tonel y comenzó
a indicarle:
–Rasca por aquí y aquí, rasca por el otro lado...
Y mientras ella le hacía estas y otras observaciones al marido, Giannello, que
aquella mañana había visto frustrados sus deseos, encontró forma de satisfacerlos
como pudo, concluyendo al mismo tiempo su faena el amante y el marido,
apartándose el primero de Peronella y saliendo del tonel el segundo.
Comprobó el amante la limpieza del tonel y pagando los siete florines se lo hizo
llevar a su casa.
15
El robo del tesoro soñado

Antaño, en cierto paraje, vivían dos mercaderes que emprendieron juntos el camino
para traficar sus mercancías.
Un día, al llegar a un punto muy alejado de sus hogares, ambos se sintieron
fatigados y resolvieron descansar.
–No estaría mal un poco de reposo –dijo uno de ellos.
–Yo deseo dormir –agregó el más anciano, y al punto se lo escuchó roncar.
Y ocurrió que mientras el más joven contemplaba a su vecino dormido vio salir de su
nariz un tábano que echó a volar en dirección a la isla de Sado.
Al cabo de una hora el tábano regresó y volvió a introducirse en la nariz del
durmiente, el que despertó cíe inmediato y dijo:
–Es extraño. Soñé que en la isla de Sado vivía un hombre muy rico, y en el jardín de
su casa crecía una camelia cubierta de flores blancas. Un tábano que llegó volando
se posó al pie del árbol y me dijo: "¡Cava en este lugar!". Yo cavé donde me indicaba
y he aquí que descubrí un jarrón lleno de oro. ¡Mira lo que he soñado!
El más joven escuchó este relato con el más vivo interés y una idea cruzó por su
mente. –¿No deseas venderme tu sueño? –¿Vender un sueño? ¿Para qué? El otro
no dijo más e insistió para que el anciano accediese a su pedido. –Bien. ¿Cuánto
estás dispuesto a pagar? –Hmm... ¿Me lo dejarías en trescientos? –¡En ese caso...!
-–dijo el soñador, y ambos se pusieron de acuerdo para trocar el sueño a cambio de
trescientas monedas de oro.
Luego de comprar el sueño de su vecino, el joven se dirigió a la isla de Sado, buscó
(a casa de la camelia, entró al servicio del propietario y esa misma noche desenterró
el tesoro, que ocultó en lugar seguro. Seis meses más tarde solicitó permiso para
ausentarse y retornó a su país. Se convirtió en el hombre más rico de la aldea y vivió
feliz el resto de sus días.

15
Versión recogida en Les songas et leur interpretation, Paris, Aux Editions du Seuil, 1969, p. 311.

Los cuentos de soñadores son característicos de la tradición popular china y japonesa. El cuento-tipo
Yumegai-choja pertenece a la selección Recueil des contes du folklore japonais, de M. Seki, y
amalgama los dos temas básicos del tesoro soñado y de la compra o robo del sueño.
Una colección clásica como Konjaku-monogatari o Relatos de /os tiempos antiguos (siglo XI) posee
numerosos ejemplos de revelaciones transmitidas a los hombres a través del sueño.
16
El mancebo casado con mujer brava

En cierta aldea vivía un hombre bueno que tenía por hijo al mejor mancebo del
mundo, mas no era tan rico como para cumplir tantos y tan grandes hechos como su
corazón le daba a entender; y por eso vivía en gran cuidado, pues tenía la buena
voluntad pero le faltaba el poder.
En la misma aldea vivía otro hombre, más honrado y rico que el primero, que tenía
una única hija que era tan mala y caprichosa como bueno y gentil era el mancebo, y
por ello nadie quería casarse con aquel diablo.
Un día el mancebo habló con su padre y le dijo que bien sabía que él no era tan rico
como para darle con qué vivir honradamente, y que se conformaba con llevar una
vida menguada o debía, por el contrario, irse de aquellas tierras, o bien pensar en
algún casamiento ventajoso; y el padre aprobó esta idea y díjole que buscaría la
forma de concertar un matrimonio de provecho para él. Agregó entonces el mancebo
gentil que, si él quisiese, podía guisarse de manera que aquel hombre bueno que
tenía una hija se la diese en matrimonio. Quedó maravillado el padre al oírlo y le
preguntó que cómo pensaba tal cosa, pues no existía hombre que conociéndola, por
más pobre que fuera, aceptase casar con ella; y el hijo insistió en que se concertase
aquella boda, y tanto arguyo que el padre, grandemente extrañado, accedió a
intervenir en el caso.
Y fuese luego a la casa del hombre bueno, de quien era muy amigo, y díjole cuanto
pasaba con su hijo y rogóle que, puesto que el mancebo se atrevía a casar con su
hija, se la concediera en matrimonio; y cuando el hombre bueno escuchó estas
razones dijo:
–Por Dios, amigo; si yo tal cosa hiciese obraría como un falso amigo, pues tenéis un
buen hijo y sentiría que cometo una villanía si consintiese su mal o su muerte; y
estoy seguro que casado con mi hija sería hombre muerto o más le valdría la muerte
que la vida, y no creáis que os digo esto por no cumplir vuestros deseos, que
realmente mucho me place darla a vuestro hijo o a quienquiera que me la saque de
casa.
El casamiento se hizo, por fin, y llevaron a la desposada a casa del marido. Los
moros tienen por costumbre preparar la cena a los novios y ponerles la mesa, y los
dejan en su casa hasta el día siguiente. Hiciéronlo, pues, de esta manera, pero

16
Versión modernizada del Ejemplo XXXV del Libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor et de
Patronio (1335), del Infante don Juan Manuel, uno de los textos capitales del siglo XIV español y que
parece inspirado en el plan general del Pantchatantra indio (años 300 a ©00 D.C.).

Dentro de la tradición letrada el tema popular de la "fi6recilla domada" fue retomado por Shakespeare
en su comedia The taming of the shrew. En la corriente oral aparece, entre otras versiones, en los
Cuentos Populares de Castilla, recopilados por Aurelio Espinosa (h.) hacia 1936. Cfr. "La mujer
dominante", catalogado entre los cuentos "ejemplares y religiosos" de esa selección.

Aarne-Thompson lo clasifican en su catálogo bajo el número 901.


estaban los padres y parientes del novio y de la novia con gran recelo, esperando
que a! otro día encontrarían al joven muerto y muy maltrecho.
Cuando los novios quedaron solos sentáronse a la mesa, y antes de que ella
pudiese decir palabra miró el mancebo en derredor y viendo un perro le dijo, con
tono iracundo: –¡Perro, danos agua a las manos! Y el perro no lo hizo, y él comenzó
a impacientarse y díjole más imperiosamente que trajese agua. Y el perro no lo hizo,
viendo lo cual se levantó el mozo con gran ira y echando mano a la espada
enderezó contra el perro, que comenzó a huir perseguido por el enfurecido
mancebo. Saltaban ambos sobre los manteles, la mesa y el fuego, y tanto lo
persiguió el mozo que al fin lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas e hízolo
pedazos y ensangrentó toda la casa, la mesa y los manteles.
Y todavía sañudo y todo ensangrentado volvióse a sentar y miró cuanto le rodeaba,
y vio entonces un gato y le hizo el mismo pedido que al perro, y como el gato no
obedeciera dijo:
–¿Cómo, don falso traidor; no viste lo que hice con el perro porque no quiso cumplir
mi orden? Te prometo que si porfías te pasará a ti lo mismo.
Y como permaneciera imperturbable se levantó el novio y tomando al gato por las
patas lo estrelló contra la pared e hizo de él cien pedazos, mostrando todavía más
saña que contra el perro.
Furioso y haciendo gestos espantables volvió el mancebo a la mesa y miró a todas
partes, y cuando la mujer lo vio en este estado pensó que estaba loco o fuera de sus
cabales, y no dijo nada.
Y mirando en torno suyo vio el novio un caballo de su propiedad que en la casa
estaba, y como a los anteriores le pidió muy bravamente que le diese agua.
–¿Cómo, don caballo? ¿Piensas acaso que porque no tengo otra cabalgadura habré
de perdonarte si no obedeces lo que te encargo? Guárdate bien, que si por tu mala
ventura no cumples mi mandato juro por Dios que te daré tan mala muerte como a
los otros, y no existe cosa viva en el mundo que se salve de mi furia si no obedece
mis órdenes.
Y el caballo permaneció quieto, y el joven le cortó la cabeza con la mayor saña que
podía mostrar y lo despedazó completamente.
Cuando la mujer vio que mataba a su único caballo y afirmaba que lo mismo haría
con cuantos le desobedecieran, pensó que no era juego y comenzó a sentir tanto
miedo que no sabía si estaba viva o muerta.
El, furioso y completamente ensangrentado, volvió a la mesa jurando que si mil
caballos y hombres y mujeres hubiese en la casa y no acataran sus órdenes,
igualmente serían muertos. Y sentóse y miró a todos lados, teniendo la espada
ensangrentada en el regazo, y al comprobar que no quedaba cosa viva, salvo su
mujer, la miró con gran furia y empuñando la espada le dijo:
–Levántate y dame agua a las manos.
Y la moza, que no esperaba otra cosa que ser despedazada, levantóse con mucha
prisa y dióle agua a las manos y él le dijo:
–¡Ah, cómo agradezco a Dios que hayas cumplido lo que te ordené, pues de otra
manera hubiera ocurrido contigo lo mismo que con el perro, el gato y el caballo, por
el pesar que estos locos me causaron!
Después ordenó que le diese de comer, y ella lo hizo. Y cada vez que él decía algo
ponía tal furia en la voz que ella sentía que su cabeza estaba a punto de rodar por el
polvo.
Así pasaron las cosas esa primera noche, en la que ella se mostró silenciosa y
obediente. Acostáronse luego a dormir y al cabo de un rato despertó el mozo y dijo:
–Con la ira de esta noche no puedo dormir. Cuida que no me despierte ruido alguno
y prepárame una comida bien adobada.
Cerca del mediodía llegaron los padres y parientes y al no escuchar ruido pensaron
que el novio estaba muerto o herido, y al ver a la novia por entre las puertas
creyéronlo aún más.
Cuando ella advirtió su presencia se acercó con paso leve y temeroso y comenzó a
decirles:
–Locos traidores, ¿qué hacéis? ¿Cómo osáis llegar a la puerta y hablar? ¡Callad!
¡Callad, pues en caso contrario tanto vosotros como yo seremos muertos!
Cuando oyeron estas razones quedaron todos maravillados, y más aún cuando
escucharon la historia de esa noche y admiraron la forma en que el mancebo
cumplía con su palabra y castigaba tan bien su casa; y desde ese día en más su
mujer fue muy bien mandada y vivieron en armonía.
Historia de la pierna de carnero 17

Cuentan –¡pero Alah es más sabio!– que en el Cairo, bajo el reinado de un rey entre
los reyes de aquel país, había una mujer dotada de tanta astucia y de tanta destreza,
que pasar por el ojo de la aguja más pequeña era para ella tan sencillo como
beberse un sorbo de agua. Y he aquí que Alah (que distribuye a su antojo cualidades
y defectos) había infundido a aquella mujer tal ardor de temperamento, que si le
hubiese cabido en suerte ser una de las cuatro esposas de un creyente y no
compartir con justicia las cuatro noches en cuatro lotes, uno para cada una, se
hubiera muerto de deseo reconcentrado. Así es que supo ella arreglarse de manera
que llegó no sólo a ser la esposa única de un hombre, sino a casarse a la vez con
dos hombres, de la raza de los gallos del Alto Egipto. Y había usado de tanta
sutileza, y tan bien supo tomar sus medidas, que ninguno de los dos hombres
sospechaba un reparto tan contrario a la ley y a las costumbres de los verdaderos
creyentes. Y por cierto que favorecía los manejos de ella la profesión que ejercían
sus dos maridos, porque uno era ladrón nocturno y el otro ratero diurno. Con lo cual,
cuando uno regresaba a casa por la noche, una vez terminada su tarea, el otro había
salido ya en busca de algún trabajo apropiado. En cuanto a sus nombres, se
llamaban: el ladrón, Haram, y el ratero, Akil.
Y transcurrieron días y meses, y el ladrón Haram y el ratero Akil se dedicaban con
provecho en casa a su oficio de gallos, y fuera de casa al de zorros.
Un día entre los días, el ladrón Haram, después que el heredero de su padre hubo
consolado a la hija del tío más excelentemente aún que de costumbre, dijo a la
mujer: "Un asunto de gran importancia ¡oh mujer! me obliga a ausentarme por algún
tiempo. ¡Plegué a Alah escribirme el éxito, a fin de que esté yo de vuelta junto a ti lo
más pronto posible!" Y contestó la mujer: "El nombre de Alah sea sobre ti y alrededor
de ti, ¡oh cabeza de los hombres! Pero ¿qué va a ser de esta desventurada mientras
dure la ausencia de su enamorado?" Y se desoló mucho y le dijo mil palabras de
desconsuelo, y sólo le dejó partir después de las más cálidas pruebas de afecto. Y
cargado con un saco de provisiones de boca que la joven había tenido cuidado de
prepararle para el viaje, el ladrón Haram se fue por su camino, satisfecho y
chasqueando la lengua de contento.
Haría apenas una hora de tiempo que había partido él, cuando regresó Akil el ratero.
Y quiso la suerte que, teniendo necesidad de abandonar la ciudad, precisamente
fuese a anunciar su marcha a su esposa. Y la joven no dejó de hacer presente a su
otro marido toda la pena que le producía su alejamiento, y después de las pruebas
diversas y multiplicadas de una pasión extraordinaria le llenó de provisiones de boca

17
Fuente: El Libro de las Mil Noches y Una Noche. Traducción directa y literal del árabe por el Dr. J.
C. Mardrus. Versión española de Vicente Blasco Ibáñez.

Este relato –correspondiente a las noches 787 y 788– pertenece al clásico linaje de los cuentos de
ladrones "finos", al que se suma en este caso particular el tema de la manceba astuta que logra
triunfar en una situación difícil.
su saco para el viaje, v le dijo adiós, invocando sobre su cabeza las bendiciones de
Alah (¡exaltado sea!). Y el ratero Akil salió de su casa alabándose de tener una
esposa tan cálida y tan atenta y chasqueando la lengua de contento.
Y como, por lo general, a cada criatura le espera su destino en cualquier encrucijada
del camino, ambos maridos debían encontrar el suyo donde menos pensaban. En
efecto, al fin de la jornada, el ratero Akil entró en un khan que le pillaba de camino,
proponiéndose pasar allí la noche. Y al entrar en el khan, sólo encontró en él a un
viajero, con el cual entabló conversación enseguida, después de las zalemas y
cumplimientos por una y otra parte. Y he aquí que su interlocutor era precisamente el
ladrón Haram, que tomó el mismo camino que su asociado, a quien no conocía. Y el
primero dijo al segundo: "¡Oh compañero!, ¡parece que estás muy fatigado!" Y el otro
contestó: "¡Por Alah!, ¡hoy me he hecho de una tirada todo el camino del Cairo! Y tú,
compañero, ¿de dónde vienes?" El aludido contestó: "¡Del Cairo también! Y
glorificado sea Alah que pone en mi camino un compañero tan agradable para
continuar el viaje. Pero, entretanto, para sellar nuestra amistad, partamos juntos el
mismo pan y probemos la misma sal. He aquí ¡oh compañero! mi saco de provisio-
nes, en el que tengo, para ofrecértelos, dátiles frescos y asado con ajo". Y el otro
contestó: "Alah aumente tus bienes ¡oh compañero! Acepto la oferta de todo corazón
amistoso. Pero permíteme que también contribuya con lo mío". Y mientras el primero
sacaba del saco sus provisiones, puso él las suyas en la estera donde estaban
sentados.
Cuando acabaron ambos de colocar sobre la estera lo que tenían que ofrecerse,
advirtieron que llevaban provisiones exactamente iguales: panes de sésamo, dátiles
y media pierna de carnero. Y pudieron asombrarse hasta el límite extremo del
asombro en cuanto observaron que las dos medias piernas de carnero se acoplaban
con perfecta exactitud. Y exclamaron: "\Alahu akbarl... ¡Estaba escrito que esta
pierna de carnero vería unirse sus dos mitades, a pesar de la muerte, el horno y el
guiso!" Luego el ratero preguntó al ladrón: 'Por Alah sobre ti ¡oh compañero! ¿puedo
saber de dónde procede ese trozo de. pierna de carnero?" Y el ladrón contestó: "¡Me
lo ha dado la hija de mi tío antes de ponerme en marcha! Pero, por Alah sobre ti, ¡oh
compañero!, ¿puedo, a mi vez, saber de dónde sacaste esa media pierna?" Y el
ratero dijo: "También me la metió en el saco la hija del tío. Pero ¿puedes decirme en
qué barrio se encuentra tu honorable casa?" El aludido dijo: "¡Junto a la Puerta de
las Victorias!" Y de pregunta en pregunta, pronto ambos ladrones adquirieron la
convicción de que desde el día del matrimonio eran, sin saberlo, asociados de la
misma cama y del mismo tizón. Y exclamaron: "¡Alejado sea el Maligno! ¡He aquí
que nos ha burlado la maldita!" Luego, aunque en un principio el descubrimiento les
incitó a realizar alguna violencia, como eran avisados y prudentes, acabaron por
pensar que el mejor partido que podían tomar consistía en volver sobre sus pasos y
esclarecer por sus propios ojos y sus propias orejas lo que tenían que esclarecer con
la taimada. Y de acuerdo sobre el particular, emprendieron de nuevo ambos la ruta
del Cairo, y no tardaron en llegar a su vivienda común.
Cuando, tras de abrirles la puerta, la joven vio juntos a sus dos maridos, no pudo
dudar de que habían descubierto su estratagema, y como era prudente y avisada,
comprendió que sería inútil buscar entonces un pretexto con que ocultar por más
tiempo la verdad. Y pensó: "¡El corazón del hombre más duro no puede resistir a las
lágrimas de una mujer!" Y de pronto, estallando en sollozos y despeinándose los
cabellos, se arrojó a los pies de sus dos maridos, implorando su misericordia.
Y he aquí que la amaban ambos y tenían el corazón prendado por los encantos de
ella. Así es que, a pesar de tan notoria perfidia, sintieron que no se había debilitado
su afecto hacia ella; y la levantaron y le otorgaron su perdón, pero después de
haberle hecho los cargos con ojos furibundos. Luego, como ella permaneciera
silenciosa con un aire muy contrito, le dijeron que aquello no era todo, pues tenía
que cesar sin tardanza aquel estado de cosas tan contrario a las costumbres y usos
de los creyentes. Y añadieron: "¡Es absolutamente necesario que, al punto, te
decidas a escoger entre nosotros dos al que quieras conservar como esposo!".
Al oír estas palabras de sus dos maridos, la joven baje la cabeza, y reflexionó
profundamente. Y por más que la apremiaron ellos para que, sin tardanza, tomase
una determinación, les fue imposible hacerle designar al que prefería, porque a
ambos les encontraba iguales en gallardía, fuerza y resistencia. Pero como,
impacientes por el silencio de ella, le gritasen con voz amenazadora que tenía que
escoger, acabó por levantar la cabeza, y dijo: "No hay recurso y misericordia más
que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso. ¡Oh hombres! ¡ya que me obligáis a
escoger entre vosotros y a tomar un partido que lastima al afecto que os dediqué por
igual, y como, hecha la reflexión y pesadas las consecuencias, no tengo ningún
motivo para preferir el uno al otro, he aquí lo que os propongo! Ambos vivís de
vuestra destreza, y sobre eso tenéis tranquila la conciencia, y Alah que juzga las
acciones de sus criaturas conforme a las aptitudes que les ha puesto en el corazón,
no os rechazará del seno de Su bondad. Tú, Akil, escamoteas durante el día, y tú,
Haram, robas por la noche. Pues bien; ¡declaro ante Alah y ante vosotros que
conservaré como esposo a aquel de vosotros que dé la mejor prueba de destreza y
realice la proeza más ingeniosa!" Y ambos contestaron con el oído y la obediencia
admitiendo enseguida la proposición y preparándose al punto a rivalizar en ingenio.
Y he aquí que el ratero Akil fue quien empezó a actuar, yendo con su asociado
Haram al zoco de los cambistas. Y le mostró con el dedo a un viejo judío que se
paseaba con lentitud de una tienda a otra, y dijo: "¿Ves ¡oh Haram! a ese hijo de
perro? ¡Pues me comprometo a quitarle su saco de cambista antes de que acabe de
dar ese paseo!" Y habiendo hablado así, ligero como una pluma, se acercó al judío
que paseaba y le sustrajo el saco lleno de dinares de oro que llevaba consigo. Y
volvió al lado de su compañero, el cual, poseído de extremo pavor, quiso evitarle en
un principio para no arriesgarse a que le detuvieran como cómplice del otro; pero
maravillado luego del golpe de mano tan feliz, empezó a felicitarle por la maestría de
que acababa de dar prueba, y le dijo: "¡Por Alah! ¡me parece que, por mi parte,
jamás podré llevar a cabo una empresa tan brillante! ¡Yo creía que robar a un judío
era cosa que superaba a las fuerzas de un creyente!" Pero el ratero se echo a reír,.y
le dijo: "¡Oh pobre! ¡eso no es nada más que el principio de la cosa, pues no es así
como pretendo apropiarme el saco! Porque un día u otro podría ponerse sobre mi
pista la justicia y obligarme a decir la verdad. ¡Quiero convertirme en propietario legal
del saco con su contenido conduciéndome de manera que el propio kadi me
adjudique lo que le pertenece a ese judío relleno de oro!" Y así diciendo, se marchó
a un rincón retirado del zoco, abrió el saco, contó las monedas de oro que contenía,
quitó de ellas diez dinares y puso en su lugar un anillo de cobre que le pertenecía.
Tras de lo cual volvió a cerrar el saco cuidadosamente, y acercándose de nuevo al
judío despojado, se lo deslizó diestramente en el bolsillo del kaftán, como si no
hubiese pasado nada. La destreza es un don de Alah, ¡oh creyentes!
Y he aquí que, apenas había dado algunos pasos el judío, cuando el ratero se lanzó
otra vez sobre él. pero entonces muy ostensiblemente, gritándole: "¡Miserable hijo de
Aarón, se acerca tu castigo! ¡Devuélveme mi saco o vamos ambos a casa del kadi"
Y en el límite de la sorpresa, al verse tratado así por un hombre a quien no conocía,
ni de padre, ni de madre, y a quien nunca en su vida había visto, el judío, para eludir
los golpes, empezó por deshacerse en excusas, y juró por Ibrahim, Ishak y Yacub
que su agresor se equivocaba de persona y que, por su parte, jamás se le había
ocurrido, ni por pienso, arrebatarte el saco. Pero Akil, sin querer escuchar sus
protestas, amotinó contra el judío a todo el zoco y acabó por agarrarle del kaftán,
diciéndole: "¡Yo y tú a casa del kadil" Y como el otro se resistiese, le cogió de la
barba, y entre el tumulto le arrastró a la presencia del kadi.
Y el kadi preguntó: "¿De qué se trata?" Y al punto contestó Akil: "¡Oh nuestro amo el
kadil Este judío, de la tribu de los judíos, que traigo entre tus manos, dispensadoras
de justicia, es sin duda el ladrón más audaz que ha entrado en la sala de tus
decretos. ¡He aquí que, después de haberme robado mi saco lleno de oro, se atreve
a pasearse por el zoco con la tranquilidad del musulmán irreprochable!" Y gimió el
judío, con la barba a medio arrancar: "¡Oh nuestro amo el kadil ¡Protesto de eso!
¡Jamás he visto ni conocido a este hombre que me ha maltratado y reducido al
estado lamentable en que me hallo, después de haber amotinado al zoco contra mí y
de haber destruido para siempre mi crédito y arruinado mi reputación de cambista
irreprochable!" Pero Akil exclamó: "¡Oh maldito hijo de Israel! ¿desde cuando la
palabra de un peno de tu raza prevalece sobre la palabra de un creyente? ¡Oh
nuestro amo el kadil, ¡este embaucador niega su robo con tanta audacia como cierto
mercader de las Indias, cuya historia contaré a su señoría si no la conoce!" Y el kadi
contestó: "No conozco la historia del mercader de las Indias. ¿Pero qué le sucedió?
¡Dímelo brevemente!" Y Aquí! dijo: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, oh amo
nuestro! Para hablar brevemente, te diré que había conseguido inspirar tanta
confianza a la gente del zoco, que un día le confiaron en depósito una importante
cantidad de dinero, sin recibo. Y se aprovechó de esta circunstancia para negar el
depósito el día en que fue a reclamárselo el propietario. Y como éste no podía
exhibir contra el demandado testigos ni escrituras, sin duda el mercader se habría
comido con toda tranquilidad la hacienda ajena, si el kadi de la ciudad, con su
talento, no hubiese logrado hacerle declarar la verdad. ¡Y obtenida esta declaración,
le hizo aplicar doscientos palos en la planta de los pies, y le echó de la ciudad!" Y
luego continuó Akil: "Ahora ¡oh nuestro amo! espero de Alah que tu señoría, llena de
sagacidad y de talento, hallará fácilmente el medio de demostrar la doblez de este
judío! ¡Y primeramente permite a tu esclavo que te ruegue des orden de registrar a
mi ladrón para convencerte del robo!".
Cuando el kadi hubo oído este discurso de Akil ordenó a los guardias que registraran
al judío. Y no tardaron mucho tiempo en encontrarle encima el saco consabido. Y el
acusado, gimiendo, insistió en que el saco era de su propiedad legítima. Y por su
parte, Akil aseguraba, con toda clase de juramentos e injurias dirigidas al descreído,
que él reconocía perfectamente el saco que le habían sustraído. Y el kadi, como juez
avisado, ordenó entonces que cada una de las partes declarase lo que había dentro
del saco en litigio. Y el judío declaró: "En el saco ¡oh amo nuestro! hay quinientos
dinares de oro que metí en él asta mañana, ni uno más ni uno menos". Y Akil
exclamó: "¡Mientes, a no ser que, al revés de lo que ocurre con los de tu raza, me
devuelvas más de lo que cogiste! Yo declaro que en el saco sólo hay cuatrocientos
noventa dinares, ni uno más ni uno menos". ¡Y, además, debe estar guardado ahí un
anillo de cobre con mi sello, como no sea que lo hayas tú quitado ya!" Y el kadi abrió
el saco en presencia de los testigos, y su contenido hubo de dar la razón al ratero. Y
al punto el kadi entregó el saco a Akil y ordenó que inmediatamente se administrase
una paliza al judío, ¡que se había quedado mudo de estupefacción!
Cuando el ladrón Haram vio el éxito de la acertada jugarreta de su asociado Akil. le
felicitó y le dijo que a él le resultaría muy difícil superarle. No obstante, se cité con él
para aquella misma noche en las inmediaciones del palacio del sultán, a fin de
intentar, a su vez, alguna hazaña que no fuese indigna de la maravillosa jugarreta de
que acababa de ser testigo.
Así es que, al caer la noche, ya estaban en el punto de cita convenido ambos
asociados. Y Haram dijo a Akjl: "Compañero, te has reído de la barba de un judío y
de la del kadi. Yo quiero obrar sobre el propio sultán. Aquí tienes una escala de
cuerda, de la que voy a valerme para penetrar en el aposento del sultán. ¡Pero
tienes que acompañarme para ser testigo de lo que ocurra!" Y a Akil, que no estaba
acostumbrado al robo, sino sencillamente a las raterías, en un principio le asustó
mucho la temeridad de aquella tentativa; pero se avergonzó de retroceder ante su
asociado, y le ayudó a arrojar por encima de la muralla del palacio la escala de
cuerda. Y treparon ambos por ella, bajaron por el lado opuesto, atravesaron los jardi-
nes y se adentraron en el mismo palacio, a favor de las tinieblas.
Y se deslizaron por las galerías hasta el propio aposento del sultán; y levantando
una cortina, Haram hizo a su compañero ver al sultán dormido, junto al cual había un
mozalbete que le hacía cosquillas en la planta de los pies... E incluso el mozalbete
aquel, que favorecía el dormir del rey con semejante maniobra, parecía abrumado de
sueño, y para no dejarse vencer por el sopor mascaba un trozo de almacigo.
Al ver aquello, Akil, lleno de pavor, estuvo a punto de caerse de espaldas, y Haram
le dijo al oído: "¿Por qué te asustas así, compañero? ¡Tú has hablado con el kadi, y
yo, a mi vez, quiero hablar con el rey!" Y dejándolo escondido detrás de la cortina, se
acercó al mozalbete con una agilidad maravillosa, le amordazó, le ató, y le colgó del
techo como a un fardo. Luego se sentó en el sitio del otro, y se puso a hacer
cosquillas al rey en la planta de los pies con la ciencia de un masajista del hamman.
Y al cabo de un momento, maniobró de manera que se despertase el sultán, quien
empezó a bostezar. Y Haram, imitando la voz de un mozalbete, dijo al sultán: "¡Oh
rey del tiempo! ya que tu Alteza no duerme, ¿quieres que te cuente algo?" Y cuando
contestó el sultán: "¡Está bien!", Haram dijo: "En una ciudad entre las ciudades había
¡oh rey del tiempo! un ladrón llamado Haram y un ratero llamado Akil, que rivalizaban
en audacia y destreza. Y he aquí lo que cada uno de ellos hizo un día". Y contó al
sultán la jugarreta de Akil con todos sus detalles, y llevó su audacia hasta enterarle
de cuanto pasaba en su propio palacio, cambiando solamente el nombre del sultán y
el lugar de la escena. Y cuando hubo terminado su relato, dijo: "Y ahora, ¡oh rey del
tiempo! ¿me dirás a cuál de ambos compañeros encuentras más hábil?". Y contestó
el sultán: "¡Indudablemente, a! ladrón que se introdujo en el palacio del rey!".
Cuando hubo oído esta respuesta, Haram pretextó una urgente necesidad y salió. Y
fue a reunirse con su compañero que, durante todo el tiempo que duró la
conversación, estuvo sintiendo que el alma se le escapaba de terror por la nariz. Y
de nuevo emprendieron el camino que ya habían recorrido, y salieron del palacio tan
felizmente como habían entrado.
Al día siguiente, el sultán, que estaba muy asombrado de no haber vuelto a ver a su
favorito, a quien creía en los retretes, llegó al límite de la sorpresa al hallarle colgado
del techo, exactamente igual que en la historia que oyó contar. Y enseguida adquirió
la certeza de que él mismo acababa de ser víctima de tan audaz ladrón. Pero, lejos
de irritarse contra quien así le había burlado, quiso conocerle; y a tal fin hizo
proclamar, por los pregoneros públicos, que perdonaba al que se introdujo de noche
en su palacio y le prometía una gran recompensa si se presentaba ante él. Y fiado
de la promesa, fue Haram al palacio y se presentó entre las manos del sultán, que
hubo de alabarle mucho por su valor, y para recompensar tanta maestría, le nombró
en el momento jefe de policía del reino. Y la joven, por su parte, al enterarse de la
cosa, no dejó de escoger a Haram por único esposo, y vivió con él entre delicias y
alegrías. ¡Pero Alah es más sabio!
18
Till Eulenspiegel hornea lechuzas y macacos

Un día llegó Eulenspiegel a Brunswick y se dirigió al albergue de los panaderos, en


cuya vecindad vivía uno de ellos. Este lo llamó a su casa y le preguntó qué oficio
tenía. El respondió: "Soy mozo panadero". Entonces repuso el patrón: "Carezco
precisamente de oficial, ¿quieres entrar a mi servicio?" Eulenspiegel aceptó. A los
dos días de estar allí, el panadero le ordenó que hiciera pan él solo por la noche,
pues no podía ayudarlo hasta la mañana siguiente. Entonces Eulenspiegel dijo:
"Bien, pero ¿qué debo hornear?" El patrón, que era hombre chistoso, le respondió
burlona-mente: "¿Eres mozo panadero y preguntas qué debes hornear? ¿Qué se
acostumbra a hornear, sino lechuzas y macacos?" y con esto se fue a dormir.
Eulenspiegel fuese entonces a la tahona y formó con la masa lechuzas y macacos
rabilargos hasta llenar la tahona, y luego los horneó. A la mañana siguiente, el
panadero se levantó para ayudarlo; pero al entrar en la panadería no encontró bollos
ni pancitos sino sólo lechuzas y macacos. Enfurecióse entonces el patrón y le dijo:
"¡Demonios! ¿qué has horneado?" "Lo que me habéis ordenado: lechuzas y
macacos", respondió Eulenspiegel. El panadero replicó: "¿Qué haré ahora con este
disparate? Este pan no sirve para nada, pues no puedo convertirlo en dinero", y
asiendo a Eulenspiegel del cuello le dijo: "¡Págame mi masa!" Eulenspiegel repuso:
"Lo haré; pero, si os pago la masa la mercancía hecha con ella me pertenecerá". El
panadero replicó: "¿Acaso me importa tal mercadería? Con lechuzas y macacos no
puedo hacer negocio". Así, pues, Eulenspiegel le pagó la masa, guardó las lechuzas
y macacos panificados en una cesta y los llevó a la posada denominada "Al hombre
salvaje", mientras pensaba para su coleto: "A menudo has oído decir que en
Brunswick se puede ganar dinero hasta con la cosa más extravagante". Ahora bien:
como ese día era precisamente la víspera de San Nicolás, Eulenspiegel se instaló
delante de la iglesia con su mercadería y vendió todas las lechuzas y macacos, con
lo que sacó mucho más dinero que el que había dado en pago al panadero por la
masa. Esto, que llegó a oídos del panadero, le dio fastidio y lo impulsó hacia la
iglesia de San Nicolás, para exigirle el pago de la leña consumida en el horneo de
las cosas. Pero Eulenspiegel se había ido ya con el dinero, y el panadero se quedó
defraudado.

18
Esta historia forma parte del capítulo III de Ein Kurtz-weilig lesen von Dil Ulcnspiegel (Amena
lectura acerca de Till Eulenspiegel), publicado en Estrasburgo en 1515. Fuente: Libros Populares,
fascículo 22 de la Antología Alemana editada por el Instituto de Literatura de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, 1948. Traducción de Catalina Schirber.
Se trata de un típico cuento de picaros que se hacen los tontos y posee formas equivalentes en el
folklore argentino. Cfr. Chertudi, Cuentos (1a. y 2da. serie): "Derechito, derechito" y "El chancho".
El labrador y el diablo 19

A un hombre que tenía un campo fértil y extenso se le apareció, cierto día, un diablo
menor que no sabía helar ni arrojar granizo, salvo sobre las especies de huerta; ni
todavía leer y escribir, y que había demandado a Lucifer su permiso para recrearse
en esta isla de Papahígos, pues en ella los diablos son carne y uña con hombres y
mujeres, y con frecuencia llegan allí para matar el tiempo.
Al ver al hombre aproximóse el diablo y le preguntó qué hacía, a lo que éste
respondió con humildad que sembraba su campo con trigo candeal, para sustentarse
al año siguiente.
–Bien –repuso el diablo–, pero la tierra no te pertenece. Es mía desde aquel día en
que le hicisteis los cuernos al Papa y se nos adjudicó cuanto quedó proscripto y
abandonado en este país. Pero te advierto que soy demasiado fino para sembrar
trigo y de este modo te dejo el camino con la condición de que partamos los
beneficios.
–De acuerdo –contestó el labrador.
–Bien, bien; pues ahora debo comunicarte que partiremos la próxima cosecha en
dos lotes, y como soy un diablo de antigua y noble raza desde ya me reservo cuanto
quede envuelto en la tierra. A ti te corresponderá cuanto crezca sobre el suelo; y
dime, ¿cuándo será la recolección?
–Al promediar julio –repuso el otro.
-–Pues aquí me tendrás para entonces –contestó a su vez el diablo–, y entretanto
cumple con tu deber, villano, mientras yo me dedico a tentar a las nobles hermanas
de Pettesec y a los devotos santurrones de ese lugar con el soberbio pecado de la
lujuria.
En la fecha indicada retornó el diablillo acompañado por una cohorte de diablos
fraternales, y dirigiéndose al labrador le dijo:
–¿Cómo te ha ido, villano, desde nuestra última plática? Aquí me tienes, dispuesto
para hacer nuestra partición.

19
Relato enmarcado en Dichos y hechos heroicos del buen Pantagruel, IV, 46 (año 1552), de
Frangois Rabelais.

Para el tema del "reparto de la cosecha" cfr. Ejemplo XLIII del Libro de los Enxiemplos del Conde
Lucanor (1335), del Infante don Juan Manuel ("De lo que aconteció al Bien y al Mal y al cuerdo con el
loco").

En la tradición oral existen numerosas variantes: cfr. Afanasiev, Cuentos Populares Rusos ("El
campesino, el oso y la zorra"); Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina, la serie ("Pedro le gana
al diablo"), etc.
Clasificado por Aarne-Thompson bajo el número 1030.
–Está bien y es conforme a lo pactado –respondió el aludido, y comenzó con sus
hombres a segar el trigo, mientras los diablillos se afanaban arrancando de la tierra
las cañas.
El labrador trilló, aventó y ensacó su trigo para llevarlo al mercado, y tras él iban los
diablos con su cargamento de cañas. Con la venta del trigo llenó el labrador una
regular talega con monedas de oro. mientras que los diablos nada vendieron y
fueron el hazmerreír del mercado.
–Esta vez me engañaste –gruñó el diablo–, pero otra no me engañarás.
–Monseñor –arguyo el aldeano–, ¿cómo habría de engañaros, si vos elegisteis la
parte que os correspondía? Tal vez fuisteis vos el engañador, pues pretendíais
confundirme esperando que nada saliera fuera de la tierra, para quedaros con lo que
yo había sembrado dentro de ella y acaso tentar luego a los miserables e hipócritas
avaros. Pero sois todavía demasiado bisoño en los gajes de vuestro oficio. Sabed
que el grano que cae en la tierra muere y se corrompe, y de su corrupción nace el
que me habéis visto vender. Os habéis equivocado, monseñor, pues estáis maldito
del Evangelio.
–¡Bah, bah! –dijo el diablo–. ¿Qué sembrarás este año en nuestro campo?
–Convendría aprovechar bien el barbecho sembrando nabos.
–Bueno. Veo que aunque villano eres persona de bien. Siembra, pues, muchos
nabos, que yo por mi parte los protegeré contra heladas y tempestades. Pero presta
atención a mis palabras: será mío cuanto quede sobre tierra, y tuyo lo de debajo.
Trabaja, villano, que yo debo tentar ahora a una porción de herejes con cuyas almas
a la parrilla pensamos regodearnos dentro de poco.
Cuando advino el tiempo de la cosecha los diablos llegaron y comenzaron a recoger
las hojas, mientras tras ellos el labrador cavaba la tierra y extraía su porción de
robustos nabos.
Como antes, marcharon juntos al mercado, y también como antes el labrador vendió
a buen precio su mercancía, al tiempo que los diablos nada vendieron y, lo que es
peor, quedaron públicamente burlados.
El degollado de Flandes20

Camarada del alma, tome mi consejo, y haga lo que quisiere; pero a Flandes, ni aun
por lumbre, porque no es tierra para vagamundos, pues hacen trabajar los perros
como aquí los caballos; y tan helada y fría, que estando yo un invierno de guarnición
en la villa de Güeidres, tuve una pendencia con un soldado de nación albanés, sobre
cierta metresa; y habiendo salido los dos a la campaña y metido mano a nuestras
lenguas de acero, ayudado yo de mi destreza, le hice una conclusión, y con una
espada ancha de a caballo que yo traía "entonces, le di tal cuchillada en el
pescuezo, que como quien rebana hongos, di con la cabeza en tierra, y apenas lo
vide don Álvaro de Luna, cuando quedé turbado y arrepentido; y viendo que pal-
pitaba el cuerpo y que la cabeza tremolaba, la volví a su acostumbrado asiento,
encajando gaznate con gaznate y venas con venas, y helándose de tal manera la
sangre, que sin quedar ni aun señal de cicatriz, como aún no le había faltado el
aliento, volvió el cuerpo a su primer ser y a estar tan bueno como cuando le saqué a
campaña, y la cabeza aún más firme que antes. Yo, atribuyéndolo más a milagro
que a la zurcidura y brevedad de la pegadura, lo levanté de tierra y haciéndome su
amigo, lo volví a la villa y llevé a una taberna, donde, a la compañía de un par de
fogotes, nos bebimos teta a teta media docena de potes de cerveza, con cuyos
estufados humos y bochornos de los fulminantes y abrasados leños, se fue deshe-
lando poco a poco la herida de mi compañero; y yendo a hacer la razón a un brindis
que yo le había hecho, al tiempo que trastornó la cabeza atrás para dar fin y cabo a
la taza, se le cayó en tierra como si fuera cabeza de muñeco de alfeñique, y se
quedó el cuerpo muy sosegado en la misma silla, sin hacer ningún movimiento; y yo
asombrado de ver caso de tanta admiración, me retiré a la vecina iglesia. Diéronle
sepultura al dos veces degollado, y yo, viendo el peligro que corría si me prendiesen,
me salí de Güeidres en hábito de fraile, por no ser conocido de la guardia de la
puerta; y pasando muchos trabajos llegué a este país, que aunque es frío, no tiene
comparación con el otro, como vuesa merced echará de ver en lo que en buena
amistad le he contado.

20
Esta característica "historia de mentirosos" aparece como relato enmarcado en la Vida de
Estebanillo González, una novela picaresca española de comienzos del siglo XVII.

El ciclo de los "mentirosos" o "exagerados" tiene una de sus expresiones literarias culminantes en las
Aventuras del Barón de Münchhausen, escritas en 1785 por Rudolph Erich Raspe, y los rastros de
estas graciosas historias –catatadas por Aarne-Thompson con los números 1850 a 1999 de su
clasificación– son harto frecuentes en el folklore universal.
El malentendido 21

¿Saben ustedes lo que ha sucedido en Morai ahora poco? Cosa horrible. Hay una
familia compuesta de la madre y dos hijas; la una casada vive en un paraje no
distante, y un hermano que salió niño para América volvía con una buena fortuna en
doblones. Llega a casa de la hermana casada, se hace reconocer y le cuenta la
buena nueva, anunciándole que va a casa de su madre de quien no se hará
reconocer para darle un chasco. Al día siguiente la hermana va a la casa paterna, y
signo ninguno exterior le indica la presencia de su hermano. –¿Y el viajero?–
pregunta. –¿Qué viajero? –le contestan madre e hija despavoridas. –El viajero que
vino a alojarse. –No ha venido nadie –contesta la madre pálida. –Se fue esta
mañana –contesta al mismo tiempo la hija. –Pero, madre, era Antonio que venía de
América, rico. –¡Antonio, mi hijo! ¡Mi hermano! –exclaman mesándose los cabellos–,
y el corazón no me había dicho nada!... ¡Madre y hermana lo habían asesinado en la
noche por apoderarse del saco de onzas!. ..

21
Fuente: Domingo F. Sarmiento, Viajes, II (España e Italia), Bs. As., La Cultura Argentina, 1922, p.
56. Esta historia la escuchó Sarmiento en Manzanares, La Mancha, hacia 1845, y luego de
transcribirla comenta: "Son ciertos cuentos antiguos que corren entre los pueblos. Ya he sorprendido
unas cincuenta anécdotas ocurridas en España, en Chile, en Francia, en Buenos Aires".

En su estudio sobre la "literatura de cordel" francesa (Nouvelle á sensation. Canard du XIX siécle,
Collin, 1959), Jean Pierre Seguin informa sobre una versión impresa en el siglo XVII y dos
correspondientes al siglo XIX: Historia interesante de un ¡oven soldado del Ejército de Italia y de
México (1848) y El mecánico Andrés y su hija asesinados por su padre y su madrastra (1881).

El "sucedido" reaparece como relato enmarcado en El extranjero (II, 2), de Albert Camus, y sirve de
anécdota para su pieza El malentendido, estrenada en Francia en 1944. Camus –según testimonio de
Jean Pierre Seguin– habría leído esa historia en un periódico argelino hacia fines de la década de
1930.
La bruja Baba-Yaga 22

En otros tiempos vivía un comerciante con su mujer, que un día se murió, dejándolo
solo con una hija. El viudo se casó con otra mujer; pero ésta, envidiosa de su
hijastra, buscaba la forma de librarse de ella.
Cierta vez en que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra dijo a la muchacha:
–Vete a casa de mi hermana y pídele que te dé aguja e hilo para que cosas una
camisa.
La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha estaba advertida
decidió pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.
–Mi madrastra me ha dicho que vaya a casa de su hermana para pedirle aguja e
hilo.
–Acuérdate –le dijo entonces la tía– de que un álamo querrá arañarte; átale una
cinta. Una puerta se cerrará para no dejarte pasar; úntale los goznes con aceite. Los
perros tratarán de despedazarte; tírales pan. Un gato estará encargado de sacarte
los ojos; dale un trozo de jamón.
La muchacha se proveyó de pan, aceite, jamón y una cinta, y se puso en marcha en
busca de la bruja.
En su cabaña estaba sentada la bruja Baba-Yaga sobre sus canillas huesosas,
ocupada en tejer. –¿A qué se debe tu visita, sobrina? –Mi madre me manda pedirte
aguja e hilo para coser una camisa.
–Está bien. Siéntate y ponte a tejer mientras busco aguja e hilo.
Mientras la sobrina tejía, la bruja salió del cuarto y dijo a su criada: ¡Calienta el baño
y lava bien a mi sobrina porque me la voy a comer!
Cuando la bruja se marchó, la muchacha –medio muerta de miedo– dijo a la criada:
¡No gastes leña, querida; mejor arroja agua al fuego y lleva la que te dijo mi tía en un
colador!, y luego de hacerle estas recomendaciones le regaló un pañuelo.
Baba-Yaga se asomó a la ventana, donde trabajaba la sobrina y le preguntó: –
¿Estás tejiendo, sobrinita? –Sí, tía, estoy trabajando. La bruja se alejó, y la

22
Versión recogida por Alexandr Afanasiev (1826-1871) en sus Cuentos Populares Rusos. En este
relato coinciden varios de los temas y motivos básicas de los cuentos de tipo "maravilloso": la
madrastra maligna, el héroe que cae en poder de un ogro o bruja, la recepción de ayudas por parte
de animales o amigos providenciales, la imposición de tareas imposibles, la huida mágica (Aarne-
Thompson 313-314).

Múltiples son las versiones de la "huida mágica" existentes en el folklore universal, y entre ellas
podemos citar las españolas recogidas por Espinosa, las americanas de Andrade y las argentinas de
Chertudi (cfr. "Un rey y una reina" en Cuentos Folklóricos, 2da. serie).
muchacha, aprovechando su ausencia, le dio un pedazo de jamón al gato y le
preguntó cómo podría escapar. El gato le dijo: –Sobre la mesa hay una toalla y un
peine. Tómalos y corre lo más rápido que puedas, porque Baba-Yaga correrá tras de
ti para comerte. Cuando hayas avanzado bastante échate al suelo y pega a él tu
oreja; cuando la oigas cerca tira la toalla, que se transformará en un ancho río. Si la
bruja consigue pasarlo a nado, todavía habrás ganado más distancia, y cuando
vuelvas a escucharla arroja el peine, que se transformará en un bosque espeso, a
través del cual no podrá pasar. La muchacha tomó la toalla y el peine que le indicaba
el gato y se puso a correr. Los perros quisieron morderla pero les tiró pan; la puerta
se cerró de golpe, pero ella untó sus goznes con aceite y volvió a abrirse. Un álamo
quiso arañarle la cara, pero ella ató las ramas con una cinta y logró pasar.
El gato se sentó al telar pero no hacia más que confundir los hilos. La bruja,
acercándose a la ventana, preguntó:
–¿Estás tejiendo, sobrinita?
–Sí, tía, estoy tejiendo –respondió el gato con su voz ronca.
Baba-Yaga entró en la cabaña, y viendo que no estaba la muchacha se enfadó con
el gato y comenzó a pegarle.
–¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina, viejo goloso?
–Mucho es el tiempo que llevo a tu servicio, y todavía no me has regalado siquiera
un hueso, y ella me ha dado un trozo de jamón.
Baba-Yaga se enojó sucesivamente con los perros, con la puerta, con el álamo y con
la criada y comenzó a pegar a todos.
Los perros dijeron:
–Te hemos servido largamente, y no nos has dado ni una corteza dura, y ella nos ha
regalado pan fresco.
La puerta dijo:
–Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas engrasado una sola vez, y ella me
ha untado los goznes con aceite.
Dijo el álamo:
–Te he servido mucho, sin que me hayas regalado ni siquiera una brizna de hilo, y
ella me ha dado una cinta.
La criada exclamó:
–Te he servido largo tiempo, sin que me hayas obsequiado siquiera un trapo, y ella
me ha dado un pañuelo.
Baba-Yaga se apresuró a saltar sobre el mortero, y golpeándolo con el mazo y
barriendo sus huellas con la escoba, salió en persecución de la muchacha. Cuando
ésta oyó acercarse a la bruja tiró al suelo la toalla, que al instante se transformó en
un río muy ancho.
Baba-Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo volvió a su cabaña, juntó a sus
bueyes y los llevó al río; los animales bebieron el agua y la bruja continuó la
persecución.
La muchacha arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que la bruja estaba muy cerca.
Tiró entonces el peine, que se convirtió en un espeso bosque.
La bruja, furiosa, se puso a roer los troncos para abrirse paso, pero no lo logró y
debió conformarse con regresar a la cabaña.
Cuando el comerciante volvió a su casa preguntó a la mujer por su hija querida.
–Ha ido a ver a su tía –le respondió la madrastra.
Al poco rato regresó la muchacha, con gran sorpresa de la madrastra.
–¿Dónde has estado? –le preguntó el padre.
–Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedir aguja e hilo, pero sucede
que la tía es la misma bruja Baba-Yaga, que quiso comerme.
La niña contó todo lo sucedido, y cuando el padre se enteró de la mala acción de su
mujer la echó de la casa y se quedó con su hija.
El ermitaño y el carnicero 23

Pues señor, dice que era un santo ermitaño que en una áspera caverna hacía dura
penitencia para ganarse el Cielo. Un día se le presenta Nuestro Señor y él le
pregunta: "¿Señor, habrá alguien en este mundo que os dé más gusto que yo? Os lo
pregunto para que me digáis quién es y yo pueda aprender de él a hacer más de lo
que hago para complaceros". "Sí que lo hay", le respondió el Señor. "Decidme
quiénes", lo apremió el penitente. "El carnicero de tal pueblo", contestó Nuestro
Señor, y desapareció.
De inmediato el buen ermitaño tomó su cayado y emprendió el camino, camina que
caminarás.
Al cabo de algunos días entró en el poblado y se dirigió a la casa del carnicero, a
quien consideraba un gran santo, y quedó escandalizado al oír los vocablos que
soltaba por su boca al despachar a las dientas.
El pobre ermitaño quedó atónito oyendo aquello, y se preguntó: "¿Me habré
equivocado? ¿Cómo puede ser que este lengua de trapo pueda complacer al Señor
más que yo?".
Al atardecer, el carnicero despachó a la última parroquiana y se dedicó a guardar los
utensilios de su oficio, mas reparando en el ermitaño y dulcificando el tono le inquirió
si deseaba alguna cosa. "Haceros una pregunta", le contestó el penitente. "Puedes
hacérmela", le retrucó el carnicero.
–Yo soy un pobre ermitaño que pasa el tiempo en el fondo de una cueva en
permanente oración y penitencia, a fin de ganar la Gloria Eterna. Un día se me
apareció Nuestro Señor y le pregunté si había en el mundo alguien que le agradase
más que yo, y si lo había que me lo dijera para aprender de él a hacer más méritos
ante sus ojos divinos; y el Señor me respondió que sí, y que ese hombre erais vos;
de modo tal que os demando humildemente y de todo corazón me digáis qué habéis
hecho para agradar a Dios en tal medida. Las palabras del ermitaño sorprendieron al
carnicero, quien, abriendo una puerta, le mostró a un viejo de grandes barbas
blancas que reposaba sobre un catre. Luego, dirigiéndose al ermitaño, le dijo:
–Este hombre mató a mi padre, y huyendo de la justicia se refugió en mi casa. Yo lo
amparé, y desde entonces lo mantengo, lo visto, lo lavo y hago por él, en fin, cuanto
haría por mi padre.

23
Versión catalana recogida a comienzos del siglo XX y citada por Ramón Menéndez Pidal en
Estudios Literarios, 1952.

El tema se encuentra hacia los siglos V a IV A.C. en si Mahabarata ¡("Historia del monje Causica") y
posteriormente en la colección india Cukasapati, en la tradición judía ("Relato del sabio Rabí Josua
ben Illén y el carnicero”, versión hebrea en el Hibhur Vafe Mehayeschua de Rabí Nisim, siglo XII), en
las Vitae Patrum ("San Antonio y el curtidor de Alejandría"), en el Infante Juan Manuel (Ejemplo III del
Conde Lucanor, año 1335) y en El condenado por desconfiado (año 1627) de Tirso de Molina.

En la tradición oral cfr. "El ángel y el ermitaño" en Cuentos Populares de Castilla, de Aurelio Espinosa
(h.).
El ermitaño quedó sorprendido por lo que oía y, encarándose con el carnicero, le
dijo:
–¡Así, hermano, es verdad que tú haces más que yo! Ciertamente que a los ojos de
Dios es más meritoria tu obra que la mía.
El leñador Bunyan 24

Paul Bunyan, el poderoso cortador de leña, y sus compañeros acamparon para


pasar el invierno y recogieron troncos de árboles cerca de un manantial de agua
caliente del cuál brotaba vapor aun en pleno invierno. Un día, el hombre que traía las
provisiones llevaba una carga enorme de chícharos. Al lado del camino, cerquita del
manantial, se volcó la carreta y cayeron todos los drenaros en el agua hirviendo del
manantial. Joseph, el cocinero francés, dijo: "Paul, me parece que hemos tenido
buena suerte. Con esa agua caliente podemos hacer sopa de chícharos allí mismo".
Dicho y hecho: el cocinero llevó la cantidad suficiente de pimienta, sal y carne de
cerdo, y echó todo en e¡ manantial, entre los chícharos, que les dio sopa buena
durante todo el invierno. Todos estaban contentos con la caída de los chícharos
menos los mozos del comedor, que se quejaban porque todos los días tenían que
hacer un viaje de cinco kilómetros a pie para traer la sopa. Ahora bien, Joseph, el
cocinero, tenía una estufa tan enorme que cuando ponía la masa en el horno para
hacer pan e iba al otro lado para mirarla, el pan ya estaba quemado antes que él
pudiera llegar. Había en el campamento dos mozos negros, Sam y Tom, a quienes
el cocinero Joseph les amarraba a los pies unos jamones, y entonces los hacía
patinar una o dos horas sobre la estufa cada mañana para engrasarla y así poder
hacer los panqueques. Un día el viejo Martin, el de los ojos enrojecidos, y que no
veía bien, puso en la masa pólvora explosiva en vez de polvo de levadura. Los dos
negros, Sam y Tom, nunca más volvieron. Como un relámpago salieron por el techo
Todo el mundo los buscó por un mes, pero nunca los hallaron. Aquel fue el año de la
nieve negra. Cien millones de pies de madera se cortaron aquel invierno, los cuales
se amontonaron en una pirámide tan alta como el cielo y tan ancha que no la
rodeaban veinte hombres. Al principio de la primavera se descubrieron unas huellas
de venado tan grandes como las de un oso. El viejo Cuarenta Jones, el segundo
patrón, se calló, pero ideó un plan. Puso un tronco clave en un montón y aquella
noche veló hasta que llegaron los venados a beber en el riachuelo. Entonces sacó el
tronco clave y mató a doscientos que dieron bastante carne para todo un año. Paul
Bunyan tenía el buey más grande del mundo: Bebé, el buey azul. Este buey pesaba
cinco mil libras y podía tirar más que nueve caballos. El patrón del corral hizo guarni-
ciones para este buey de los cueros de los doscientos venados que se habían
matado. Martin, el de los ojos enrojecidos, siempre traía con este buey la leña para
la estufa. Un día empezó a llover cuando traía leña. Siguió guiando al buey hasta

24
Se trata de un tall tale o "cuento de exageraciones" resumido por Ralph Steele Boggs en El folklore
de los Estados Unidos de Norteamérica, Bs. As., Raigal, 1954, p. 22.

Estas historias son frecuentes en el folk americano, e inclusive pueden citarse formas equivalentes
enmarcadas en la novelística de William Faulkner, v. gr. en Mosquitos: historia de las posesiones
fantásticas del viejo Hickory.

Paul Bunyan es el prototipo del moderno héroe folklórico americano, como en cierta medida lo son
otros grandes "acopladores" de anécdotas y rasgos míticos como Jesse James, Billy the Kid, Sam el
de Lufkin, Jonathan Chapman,etc.
Boggs se apoya, para confeccionar este texto, en un poema narrativo de Douglas Maíloch, publicado
en el American Lumbreman de Chicago en 1914.
llegar al campamento, pero cuando llegó no se veía la leña por ninguna parte. El
cuero mojado de las guarniciones se había estirado; dejando atrás la carga de leña.
Cuando Martin entró a comer, salió el sol, secó el cuero, el cual se encogió y arrastró
la leña hasta el mismo campamento. Talan, el de la quijada doble, tenía dos
dentaduras que eran capaces de cortar y moler cualquier cosa. Una noche, cuando
en su sueño caminaba, chocó con un pilón y se enojó tanto que antes de despertar,
con sus dentaduras había hecho pedazos el pilón de piedras. James Liverpool
apostó a que él podía cruzar el río a brincos. Todo el mundo se rió porque parecía
cosa imposible, pero él lo hizo Dos veces cuando estaba en el aire se paró, dobló las
rodillas y volvió a brincar. Así fue cómo cruzó el río en tres brincos. Un día, cuando el
segundo cocinero estaba pelando papas, oyó un sonido como un silbido y se dio
cuenta de que las cáscaras de las papas estaban en fermentación. Murphey, el
avinagrado, estaba parado en la puerta y el cocinero comprendió que con su mirada
agria las había fermentado y así pudo sacarse de la cazuela un litro de licor irlandés.
De ahí en adelante hicieron a Murphey el destilador del campamento. En la
primavera, cuando la nieve se derritió y la lluvia inundó los ríos, echaron a flotar los
cien millones de pies de madera que se habían cortado río abajo para llegar a un
aserradero. Nadie sabía cómo se llamaba ese río, pero calcularon que conduciría a
algún lugar poblado, y así algunos salieron a explorar hasta dónde llegaba. Después
de viajar dos semanas, pasaron una pirámide de madera muy parecida a la que
habían dejado y después de otras dos semanas pasaron un campamento muy
parecido al de ellos. Entonces, Paul Bunyan convocó una junta en la ribera del río y
comprendieron que el campamento que habían pasado era efectivamente el propio,
por lo cual sacaron como consecuencia que habían viajado en forma circular y que el
río era redondo.
Pedro el de Malas25

Este era un padre que tenía dos hijos, Pedro y Juan. Y a Pedro, le decían Pedro el
de Malas. Y estaban muy malamente, muy pobres, y en vista de la pobreza que
tenían, el hijo mayor, Juan, le dijo a su padre que quería marcharse a buscar fortuna.
Y el padre consintió y antes de que se marchara, le dio estos consejos:
–No te fíes de canto reboludo, ni de perro faldero, ni de hombre rubio.
Se marchó Juan, y en el camino ande iba llegó a un arroyo que pa pasarlo tenía un
canto reboludo de pasadera. Y sin acordarse de los consejos de su padre, pisó el
canto pa pasar el arroyo y se cayó y se dio un golpe. Y ya más alante. Se encontró
con un perro faldero y se le acercó y le mordió.
Y ya llegó Juan a la casa de un hombre que era rubio. Y sin acordarse de lo que le
había dicho su padre, le preguntó si le hacia falta un criao en la casa. Y aquél le dijo
que sí y se quedó Juan a servir, haciendo un contrato que el que primero quedara
enfado tenía que sacarle tres correas desde el cogote al c. Y la paga tenía que ser
cuando cantara el cuquillo.
Primero le mandó el amo a Juan que trajera un carro de leña, y que no lo metiera ni
por la puerta principal ni por la falsa. Y fue y volvió con el carro de leña. Pero como
no había más que dos puertas, no pudo entrar y comenzó a gritar:
–¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a entrar? ¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a
entrar?
Y ya salió el amo y le dijo:
–Pero hombre, ¿qué se enfada usté?
Y Juan le contesta:
–Claro que me enfado. ¿A ver quién no se enfada si no hay por onde entrar?
Y el amo le dice entonces:
–Güeno, pues entonces, las tres correas.
Y va y le saca tres correas desde el cogote al c. y el pobre de Juan se muere.
Y en vista de que Juan no vuelve, dice Pedro a su padre:
–Padre, mi hermano Juan no vuelve y quiero yo irle a buscar.

25
El texto pertenece a Cuentos Populares de España, de Aurelio Espinosa, y debe correlacionarse
con la versión mexicana de Virginia Rivera de Mendoza (cfr. "Pedro de Urdimales" en esta antología),

Muchos de los temas y motivos de este ciclo están presentes en la tradición oral rioplatense: la
apuesta con el patrón, los animales en el aire, los cerdos en el barro, etc.
Cfr. el episodio de Pedro y el gigante con "La aventura con el Cíclope" (Odisea, IX).
Y el padre le dice que está güeno, le da los mismos consejos que al mayor, y se
marcha Pedro camino alante.
Y llega Pedro al mismo arroyo ande estaba el canto reboludo, y cuando lo ve se
acuerda del consejo de su padre y dice:
–Aquí no hay más remedio que quitarme las albarcas.
Y se quitó las albarcas y pasó sin tocar el canto. Y allá al pasar, le salió un perro
faldero y cogió una porra y lo mató. Y llegó también a la casa el hombre rubio. Y
preguntó si hacía falta un criao y le dijeron que sí. Y entró a servir, haciendo el
mismo contrato que su hermano. Pero cuando vio que el hombre era rubio, dijo:
–Hay que tener cuidao con este hombre, que me dijo mi padre que no me fiara de
hombre rubio.
Y lo mismo que al otro, lo envió el amo primero por un carro de leña y le dijo que no
entrara ni por la puerta principal ni por la falsa. Y va Pedro por e' carro de leña y
vuelve. Y como ve que no hay sino dos puertas, va y coge un pico y llega a la paré y
abre una puerta, y así mete el carro. Y el amo, cuando ve el destrozo, empieza a
gruñir. Y le dice Pedro:
–¿Se enfada usted, señor amo?
Y aquél contesta:
–No me enfado, pero no me da gusto.
Y a! otro día envió el amo a Pedro por un carro de garabatos. Y como tardaba
mucho en sacar una cepa, se echó a dormir. Y a mediodía fue el amo a llevarle la
comida y le encontró dormido. Y le dice el amo:
–Pero Pedro, ¿cómo no trabajas? ¿Qué estás haciendo?
Y Pedro le contesta:
–Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un costal vacío se ponga de pie? ¿Qué se
enfada usté, señor amo?
Y el amo contesta:
--No me enfado, pero no me gusta.
Y ya se fue el amo y dejó a Pedro en el campo pa que trabajara. Y por la tarde,
cuando volvió el amo, halló a Pedro otra vez tumbao en la tierra y le dijo:
–Pero, hombre, ¿cómo no trabajas?
Y Pedro le dijo:
–Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un saco lleno se ponga de pie a trabajar?
Si trabajo me reviento.
Y ya empezó el amo a regañar, y le dijo Pedro: – ¿Que se enfada usté, señor amo?
Y contesta el amo: –No me enfado, pero no me gusta.
Y con eso ya se marcharon a casa. Y llega el amo y discurre con su mujer y le dice:
–Este me va a sacar las tres correas. Ahora lo que vamos a hacer es a tenerlo dos
días sin comer pa ver si se va y nos libramos de él.
Y ya por día y medio no daban nada de comer.
Y vino Pedro entonces y se acostó una noche en el poyo de la cocina pa ver lo que
hacían aquéllos.
Y se hizo el dormido, y ya vio que sacaba la mujer una torta de masa pa comer. Y
cuando ya estaba cocida, se levantó Pedro y cogió las tenazas y empezó a darle a la
torta hasta que la hizo cachos. Y el amo y la mujer le gritaron:
–¿Qué haces ahí, hombre?
Y contesta Pedro:
–Que hace mucho frío, y como ya me estaba helando, me he levantado a atizar la
lumbre.
Y ya el amo ordenó de dar de comer pa todos.
Y luego se acostaron.
Y otro día, dijo el amo a Pedro:
–Hoy vas a vender una piara de yeguas a la feria.
Y se fue Pedro con la piara de yeguas pa la feria, y la yegua llevaba un cencerro. Y
vendió todas las yeguas, ecerto una, que era blanca. Pero los cencerros no los
vendió. Y cogió los cencerros y se vino a casa con ellos en la yegua blanca. Y por el
camino se le formó una nube grande y metió mano a la navaja y mató a la yegua pa
meterse en ella y no mojarse. Y había güitres y bajaban a comer de la yegua. Y
Pedro los fue cogiendo y les puso a ca uno un cencerro. Y cogió uno blanco por fin,
y fue ande su amo y entró corriendo y le dijo:
–¡Señor amo, milagro del cielo! ¡Las yeguas se han vuelto güitres! Mírelas usté ande
van con los cencerros volando. Y mire usted la yegua blanca en que he ido a la feria.
Y el amo vía los güitres volando con los cencerros, y como siempre sospechaba que
Pedro andaba en alguna trampa, empezó a regañar. Y Pedro le dijo:
–¿Se enfada usté, señor amo? Pero el amo, como no quería que le sacaran, las tres
correas, contestó: –No me enfado, pero no me gusta.
Y ya le envió el amo con una ¡piara de cerdos "a un monte ande había un gigante
que no dejaba penetrar a nadie. Y fue y vendió todos los cerdos, ecerto una cerda. Y
les cortó los rabos a todos y se quedó con ellos. Y entonces fue y metió todos los
rabos y la cerda que no vendió en el lodo. Y vuelve a la casa y le dice al amo:
–¡Ay, señor, que los cerdos se han caído todos en la laguna!
Y fueron corriendo ande había metido Pedro los rabos en el lodo. Y le dijo Pedro al
amo:
–Agarre usté pa ver si podemos sacar los cerdos.
Y agarraba aquél los rabos y tiraba, pero sólo sacaba los rabos. Y Pedro le decía:
–Ya ve usted, señor amo, que no pueden salir.
Y ya empezó Pedro a tirar del rabo de la cerda que no había vendido y llamó al amo
y le dijo:
–Venga usted aquí señor amo, que me parece que esta cerda la vamos a sacar.
Y se agarraron los dos y tiraron, hasta que la sacaron. Y como en los demás casos
no sacaban más que rabos, el amo decía:
–¡Ay, Pedro, me has arruinao. He perdido todos los cerdos.
Y Pedro le dijo:
–¿Se enfada usté, señor amo?
Y el amo contestó:
–No me enfado, pero no me gusta.
Y al día siguiente volvió el amo a mandar a Pedro ande vivía el gigante pa que el
gigante le matara. Y esta vez le mandó con una piara de ovejas. Y como esta vez no
halló Pedro a quién vendérselas, siguió caminando con las ovejas hasta que llegó
ande estaba el gigante. Y sale el gigante y grita: –¡A carne humana me güele aquí!
¡Me la vas a dar o te como a ti!
Y ya le dijo Pedro:
–No me comas a mí, que aquí traigo muchas ovejas y puedes comerte las que
quieras.
Y el gigante le dice entonces:
–Vamos a ver si me ganas a tres cosas, y si pierdes mueres. Vamos a ver quién
muere.
–Güeno –le dijo Pedro.
–Primero –dijo el gigante– vamos a ver quién puede comer más. Ve y mata aquel
toro y traes la carne.
Y va Pedro y junta too los toros y llega con ellos. Y le dice el gigante: –¿Qué haces?
Y contesta Pedro:
–Voy a matarlos todos pa comenzar a comer. –Con uno basta –le dice el gigante.
Y Pedro contesta:
–Pues pa matar uno solo, mátalo tú. Yo con uno soto no tengo ni pa empezar.
Entonces va el gigante y mata el toro y lo desuella, y le da la piel a Pedro y le dice:
–Tráela llena de agua.
Y como Pedro ve que no puede ni con la piel vacia, menos llena de agua, se va a la
fuente y se pone a clavar estaquillas. Y llega el gigante y le dice: –¿Qué haces,
hombre?
Y contesta Pedro:
–Nada, que estoy poniendo aquí unas estaquillas para llevarme toda la fuente de
agua, que con la piel llena de agua no hay agua ni pa empezar a beber.
Y le dice el gigante:
–No, hombre, que con esta bota de agua basta.
Y Pedro entonces le dice:
–Pues para un cuero de agua, llévala tú.
Entonces dice el gigante:
–Ahora vas al monte por leña.
Y llega Pedro y pega cuatro hachazos y no cae ni una rama. Y entonces va y coge
un ovillo de estambre y se lía a todo el monte. Y va el gigante y le dice:
–¿Pero, ¿qué haces?
–Voy a sacar todo el monte pa llevarlo.
–Con una encina basta –le dice el gigante.
Y Pedro le dice:
–Para una encina, llévala tú.
Güeno, pues total que ya el gigante había cocido el toro y había traído la comida y
todo, y se pusieron a comer. Y Pedro se puso su zurrón al lao y hacía que comía y
echaba toda la comida en el zurren. Y terminaron y dijo el gigante:
–Vamos a ver quién ha Comido más.
–¡Que yo he comido más!
–¡Que yo!
El gigante perdió y le dijo a Pedro:
–Ya me llevas ganada una. Ahora vamos a ver quién coge un canto y lo tira más
largo.
Conque entonces va Pedro y coge una tórtola y la lleva en la mano. Y el gigante
cogió un canto y lo tiró. Y cuando él tiró el canto, soltó Pedro la tórtola. Y cuando el
canto del gigante cayó, la tórtola todavía iba volando. Y decía Pedro:
–¡Allá va tavía mi canto!
Y el gigante dijo entonces:
–Ya me llevas ganadas dos. Ahora vamos a ver quién deshace una piedra.
Y va el gigante y coge una piedra y la aprieta y la hace pedazos en la mano. Y Pedro
ya había cogido un cacho de cuaja y se la mete en la boca y la come. Y el gigante le
dice:
–Ya me has ganao las tres. Ya ahora eres mí amigo.
Y Pedro dijo para sí:
–Este tío gigante yo lo voy a arreglar.
Y traía Pedro dos cartuchos de pólvora. Y se los dio al gigante y le dijo:
–Mira que con éstos, si te los pones en los ojos, puedes ver todo lo más divino del
mundo.
Y se los puso el gigante y fue Pedro y echó luz y se le saltaron los ojos al gigante. Y
el gigante le dijo a Pedro: –Pues ahora que me has hecho eso, no pasas la puerta de
mi cueva.
Y pa que pasaran las ovejas las tocaba una a una el gigante y decía:
–Pasa, ovejita blanca. Pasa, ovejita blanca.
Y entonces va Pedro y mata una oveja y se vistió con la piel y pasó. Y el gigante,
creyendo que era una oveja, lo tocó, y le dijo: –Pasa, ovejita blanca. Pasa, ovejita
blanca.
Y Pedro le dijo:
–No, que es Pedro el de Malas.
Y viéndose ya fuera de la cueva, coge un puñal y le mata.
Se va entonces Pedro a casa del amo y le dice: –¡Ay, señor amo, que unos bichos
se comieron las ovejas!
Y ya el amo le dice:
–Pero, ¿qué has hecho con las ovejas, hombre? Me vas a arruinar.
–¿Se enfada usté, señor amo? –le dice Pedro. –No me enfado, pero no me gusta –le
dice el amo.
Y ya discurrieron los amos pa ver cómo iban a librarse de Pedro.
–Este nos va a arruinar –le dice el amo a su mujer–. Ahora no hay más remedio que
te pongas tú en la ventana mañana y cantes como el cuquillo pa que se llegue la
hora de la paga y que se vaya.
Güeno, pues se pone la mujer a la ventana otro día muy de mañana y canta: –jCucú.
cucú! ¡Cucú, cucú! Y Pedro se levanta y dice:
–Yo voy a ver si es cuco o cuca. –Y saca su escopeta y va y le pega un tiro a la
mujer y la mata. Y sale el amo muy enfadado y grita:
–Pero, hombre, ¿qué has hecho? ¡Ya me has matado a mi mujer!
Y Pedro le dice:
–¿Se enfada usté, señor amo?
–Claro que me enfado –contesta el amo–. ¿No me he de enfadar cuando has matao
a mi mujer?
Y llega entonces Pedro y le saca las tres correas desde el cogote al c. Y se murió el
pobre. Y Pedro entonces mandó llamar a su padre y quedaron ellos de dueños de la
casa.
La ahijada de San Pedro 26

Eran dos ancianos que no habían tenido familia. Y siempre le rogaban a San Pedro
que les diera una hija. Y al fin, ya de viejos, les dio Dios una hija. Y vino San Pedro a
verlos y lo convidaron de padrino. Y le pusieron Pedro, como el padrino.
Y cuando ya la chica estaba grande, murió el padre y tuvo que salir a servir. Y la
madre no sabía cómo vestirla. No la vestían de mujer porque no pegaba con el
nombre que tenía. De manera que la madre la vistió de hombre, y se marchó a
servir.
Y apenas había salido de su casa, cuando le salió San Pedro al encuentro y la dirigió
a un palacio. Y se dirigió la chica al palacio y llegó y llamó en la puerta. Y salió una
criada y la chica la dijo que si querían un criao. Y ya subió la criada y dijo que había
un chico a la puerta que decía que si hacía falta un criao, y le dijeron que subiera. Y
subió y le gustó a la reina y se quedó de criao en el palacio.
Y ya se llegó el tiempo que el rey tuvo que irse a la guerra. Y en ese medio tiempo la
reina se enamoró de Pedro, creyendo que era hombre. Y una noche fue tres veces a
la cama de Pedro, pero Pedro le dijo que no, que no podía ser, que ella era la reina y
él no era más que su criao. Y entonces la reina le envió a decir al rey que necesitaba
varón, que se viniera pronto. Y vino el rey y le dijo ella:
–Hay que matar a Pedro. Tres veces bajó a mi cama y hay que matarlo.
Y fue el rey y mandó llamar a Pedro y le dijo que lo iba a matar, pero que no lo
mataría si le traía un anillo que se le había caído en la mar. Y se fue Pedro llorando,
sin saber qué hacer, cuando se le apareció San Pedro y le preguntó por qué estaba
tan triste. Y cuando Pedro le contó lo que le pasaba, San Pedro le dio un pito y le
dijo:
–Toma este pito y te vas a la orilla del mar y lo tocas, y saldrá un pececito con él
anillo en la boca.
Y se fue Pedro con el pito, y cuando llegó a la orilla de la mar, empezó a tocarlo y
enseguida salió un pececito con el anillo en la boca. Y fue Pedro y le entregó el anillo
al rey. Pero el rey le dijo:
–Para que no te mate, tienes que traerme una hija muda que se robaron los
ladrones:
Y se fue el chico muy triste a ver si se encontraba con San Pedro. Y le salió San
Pedro al encuentro y le preguntó por qué estaba tan triste. Y le contó Pedro lo que le
pasaba, y San Pedro le dijo:

26
Cuentos Populares de España, recogidos por Aurelio Espinosa. La imagen de la reina
enamoradiza remite a la historia de José y la mujer de Putifar
–No te apures por nada. Tú vas a la casa de los ladrones y te pones a la puerta.
Cuando dan las doce, las puertas se abren y a la repetición se cierran. Entonces
entras y coges a la muda y la sacas antes de que dé la repetición.
Y así lo hizo Pedro. Fue y se puso a la puerta, y al momento que dieron las doce, se
abrieron las puertas. Y entró a escape y cogió a la muda, y salió antes de que diera
la repetición. Y al cerrarse las puertas, la muda pegó un grito, y en el camino pegó
otro grito, y al entrar en el palacio, otro.
Y llegó Pedro con ella y se la entregó a la reina; pero la reina dijo que no, que tenían
que matarle. Pero dijo el rey que no le mataban, si dividía esa noche tres fanegas de
trigo, tres de cebada y tres de centeno para las tres de la mañana.
Y salió Pedro y se puso a llorar. Y llegó San Pedro y le preguntó por qué lloraba. Y
ya le contó Pedro lo que le pasaba. Y San Pedro le dijo:
–Pide que te den una silla pa la habitación donde te encierren, y te tumbas a dormir.
Y así lo hizo Pedro. Pidió una silla y la llevó a la habitación donde le iban a encerrar
con las tres fanegas de trigo, las tres de cebada y las tres de centeno. Y cuando lo
encerraron, se tumbó a dormir.
Y a la una de la mañana se asomó la reina y se puso muy contenta porque vio que
todavía Pedro no dividía nada y que lo iban a matar. Y al darlas dos y media, se
asomó otra vez, y más contenta se puso cuando vio que Pedro estaba tumbao en la
silla durmiendo y nada había hecho y de seguro lo iban a matar. Y al dar las tres, se
asomó otra vez la reina y vio que todo el grano estaba dividido y Pedro estaba
sentao en la silla.
Y ya fueron a ver si Pedro había dividido todo aquel grano, y al ver que todo lo había
dividido, se quedaron asombraos.
Pero la reina todavía no estaba satisfecha y dijo que no, que le iban a matar, y que
tenía que ponerse él solo en la horca pa que le ahorcaran.
Y subió Pedro a la horca. Y al ponerse él solo la horca, se le apareció San Pedro, y
le dice Pedro:
–Yo de ésta no me desenredo.
Y San Pedro le dijo:
–No ternas, que nada te pasará.
Y ya se pusieron a un lao el verdugo y a otro el rey y la reina, y pidió Pedro que le
dejaran hablar tres palabras. Y le dijo que las dijera, y le dijo a la muda:
–Di, Ana, ¿por qué pegaste el grito al salir de Granada?
Y Ana, la muda, dijo:
–Porque mi madre bajó tres veces a tu cama.
Y todos se quedaron asombraos. Y le dijo entonces Pedro:
–Di, Ana, ¿por qué pegaste otro grito en medio del camino?
Y la muda contestó:
–Porque San Pedro es tu padrino.
Y más asombraos quedaron todos. Y ya faltaba todavía la tercera palabra, y dijo
Pedro:
–Di, Ana, ¿por qué pegaste otro grito al entrar en el palacio?
Y contestó la muda:
–Porque eres hembra y no macho.
Y tan asombraos quedaron todos, que por largo rato guardaron silencio. Y después
de volver de su asombro, el rey mandó matar a la reina y se casó con Pedro, que era
una muchacha muy guapa.
Y ellos se quedaron allí, ya mí me enviaron aquí a que te lo contara a ti.
Las tres preguntas 27

En el pueblo de Hérmedes había un cura que decía:


–Misa por la mañana y rosario por la tarde, y el cura de Hérmedes sin cuidao.
Cuando el pueblo vio que el cura no pensaba nada más que en su misa y su rosario,
dio parte de esto al señor obispo.
Este llamó al cura a palacio. Después de saludarle, le preguntó el cura al obispo:
–¿A qué soy yo llamado aquí?
Y el obispo le respondió:
–Pues le acusa a ustez el pueblo, de que ustez no piensa en nada más que en su
misa y rosario. Y ahora le voy a dar yo a ustez en qué pensar. Si en término de tres
días no resuelve ustez el problema que le voy a plantear, le quito la licencia para que
no vuelva ustez a ejercer.
–Ustez dirá –dijo el cura.
Y dijo entonces el obispo:
–Pues me tiene ustez que adivinar: primero, cuánto pesa la tierra del mundo;
segundo, cuánto vale mi persona; y tercero, qué pensamiento tengo yo.
Al oír esto, el cura se retiró para su casa muy angustiado a ver de qué medio podía
responder a las preguntas del obispo.
Ya pasaban dos días de los tres que el obispo le había puesto, y estaba el cura triste
y cabizbajo porque no encontraba las respuestas. Por la noche fue el pastor a
encerrar las ovejas del señor cura, y viendo que estaba tan triste, le preguntó:
–¿Qué le pasa a ustez, señor cura? Parece que le encuentro algo preocupao.
–¿Qué adelanto con decírtelo a ti, si tú no me puedes sacar de apuros? –le contestó
el señor cura.
–Pues dígame ustez lo que le pasa –dijo el pastor–. A ver si le puedo ayudar.
–¡Que tú no entiendes de esto! ¿Qué adelanto con decírtelo?
Y como insistiera el pastor en que se lo dijera, por fin el cura se lo dijo.
–Pues es el caso que el señor obispo me ha dicho que le tengo que adivinar tres
cosas en término de tres días, y ya van dos con hoy.

27
Fuente: Aurelio Espinosa, Cuentos Populares de España. Confróntese esta versión con "Juan Sin
Cuidaos", en Cuentos Populares de Castilla, le Aurelio Espinosa hijo
–Bueno, bueno; pero dígame ustez qué cosas son las que tiene que adivinar –le dijo
el pastor.
Y el señor cura le dijo entonces:
–Pues me ha dicho que tengo que adivinar cuánto pesa la tierra del mundo; cuánto
vale su persona, y qué pensamiento tiene él.
–¡Hombre! –dice el pastor–, ¿y por eso se asusta ustez? Mañana se va ustez a
arrear las ovejas y yo me pongo su ropa y yo iré a ver al obispo.
–Pero, hombre, ¿qué sabes tú de eso? –dijo el cura–. ¿Dónde te vas a meter tú?
–Bueno, ¡pues ustez déjeme a mí! –contestó el pastor–. ¡Déjeme a mí!
Consintió el cura, y a! otro día se vistió el pastor de cura y se marchó a palacio a
estar con el obispo. Entró en el palacio y le dijo al obispo:
–Ya está aquí el cura de Hérmedes para responder a las preguntas que ustez me
hizo.
–Bueno –dijo el obispo–; a ver la primera. ¿Cuánto pesa la tierra del mundo? Y el
pastor contestó:
–Su llustrisima, si me quita ustez los cantos... –Bien, hombre, bien –dijo el obispo–.
Está muy bien. Vamos ahora a la segunda. ¿Cuánto vale mi persona?
–Pues treinta duros dieron por Jesucristo –dijo el pastor–; conque ustez, que es algo
menos, le quedaremos en veintinueve.
–Bien, hombre, está bien – dijo el obispo–. Vamos ahora a la tercera pregunta. ¿Qué
pensamiento es el que yo tengo ahora?
–Pues el pensamiento que tiene ustez es –dijo el pastor–que cree ustez que está
hablando con el cura de Hérmedes y está hablando con su pastor.
–Hombre, está muy bien –dijo el obispo–. Ya se puede ustez retirar.
El embustero 28

Kalondi y Toniandi salieron juntos de viaje. Toniandi dijo: "¿Quién de los dos
hablará?" Kalondi dijo: "Yo hablaré". Toniandi dijo: "No, hablaré yo". Kalondi dijo:
"No, yo hablaré". Toniandi dijo: "Aunque salgas tres días antes que yo, te alcanzaré
en una hora; por eso es mejor que hable yo". Respondió Kalondi: "Habla tú, pues;
probaremos".
Emprendieron el viaje. Al caer la tarde del primer día llegaron a un pueblo cuyo
cacique les preguntó: "¿De dónde venís?" Toniandi dijo: "Venimos del país de
Toniadugu (del país de los que hablan la verdad)". El reyezuelo no dijo nada, pero
los dos viajeros se quedaron sin comer. Al día siguiente llegaron a otro pueblo.
Ocurrió lo mismo y tampoco les dieron de comer. Lo mismo sucedió durante tres
días. Cuando ya tenían demasiada hambre, dijo Kalondi: "Así no podemos seguir".
Toniandi dijo: "No, así no podemos seguir; habla tú". Kalondi dijo: "Está bien".
Llegaron a otro pueblo. Acababa de morir el hijo del cabecilla. Había sido un guapo
mozo que no tenía igual en todo el país. Al entrar en el pueblo, gritaban las mujeres
v lloraba todo el mundo. Kalondi no se preocupó. Dijo bruscamente: "Buenos días;
tengo sed, dadme agua". Toniandi dijo: "Ten cuidado, no irrites a la gente; mira cómo
se lamentan". Kalondi dijo: "¡Bah! ¿Qué pasa?". Las gentes dijeron: "Acaba de morir
el hijo del jefe, que era el muchacho más guapo de todo el país". Kalondi dijo:
"¡Cómo! ¿Y eso es todo? ¿No podéis hacer que resucite?". La gente dijo: "Nosotros
no. ¿Puedes hacerlo tú acaso?". Kalondi dijo: "¡Nada más sencillo! Si lo deseáis, lo
haré mañana temprano. Pero antes dadme agua que beber; tengo sed". La gente
dijo: "El que sabe hacer eso no debe beber agua; hay que traerle leche". Trajeron
una gran taza de leche y todos se esforzaban en agradar a Kalondi y a Toniandi.
Apareció también el cabecilla y dijo: "¿Tú puedes resucitar a mi hijo?". Kalondi dijo:
"Nada más sencillo. Si lo pagas, mañana por la mañana lo resucitaré". El cabecilla
dijo: "Te daré dos esclavos varones, dos hembras, dos caballos y dos vacas".
Kalondi dijo: "Bien, mañana por la mañana". Luego fueron saliendo todos los que
tenían algún difunto querido y sentándose al lado de Kalondi. Uno decía: "Si
resucitas a mi padre, que murió el año pasado, te daré una vaca". Un segundo dijo.
"Si resucitas a mi mujer, que murió hace dos años, te daré un esclavo". Kalondi dijo:
"Bien, mañana por la mañana resucitaré a todos vuestros muertos, y después me
pagaréis". Las gentes le trajeron a Kalondi y a Toniandi muchos y buenos manjares.
A la noche dijo Toniandi: "¿No vamos a escapar esta noche?". Kalondi dijo: "¿Por
qué? Mañana ganaré muy buenos regalos y comeremos hasta hartarnos".

28
Fuente: León Frobenius, El Decamerón Negro, Bs. As., Losada, 1938. Folklore de los Sahel Africa).

Corresponde a los ciclos de picaros y embusteros que logran vencer ingentes dificultades merced a
su ingenio y a la estulticia de sus oponentes.
Algunos de los elementos de este cuento aparecen también en el folklore argentino: cfr. "Juan el
Tonto", en Cuentos Populares de La Rioja, de Juan Zacarías Agüero Vera, y "Un tonto con dos
hermanos entendidos" o "Los tres hermanos" en Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie), de
Chertudi. Un cuento similar fue recogido por Aurelio Espinosa (h) en Segovia (cfr. "Nicolasín y
Nicolasón", en Cuentos Populares de Castilla).
Durante la noche, Kalondi pidió una pequeña calabaza. A la mañana siguiente
preguntó Kalondi: "¿Habéis cavado ya la sepultura?". Las gentes dijeron: "Sí, ya lo
hemos hecho". Kalondi dijo: "Llevad allí al muerto y que se reúna todo el pueblo". Se
fue él luego allá, bajó a la sepultura y con las manos quitó cuidadosamente la tierra
de los lados. Después dijo: "Mete al muerto dentro y tapadlo con un paño". Las
gentes lo hicieron así. Kalondi se metió en el agujero.
Entonces Kalondi sacó la cabeza, y a través del paño gritó, hablando al pueblo
congregado: "¡Despierta!" Luego se bajó y habló con la calabaza que había pedido
por la noche: "¡Despierta, despertad todos!". Estas palabras las repitió tres veces.
Pero luego levantó la cabeza y exclamó: "¡Oh, qué estúpido es esto!".
El cabecilla preguntó: "¿Qué es estúpido?". Kalondi dijo: "No es nada de particular.
Se trata sólo de que está ahí un hermano mayor que ha gobernado antes que tú el
pueblo. Se empeña en despertar el primero, y antes que tu hijo. Como miembro
mayor de tu familia, tendremos que darle gusto. Espera, un momento,
inmediatamente resucitará". EL reyezuelo dijo: "No, no quiero. No quiero de ninguna
manera; no quiero". Decía esto, porque el difunto, su hermano mayor, había sido un
buen jefe, muy querido del pueblo, y él era brutal y poco querido. Si su hermano
mayor resucitase, se habría acabado su poder. Por este motivo decía el cabecilla.
"No, no quiero". Kalondi dijo: "Pues no es posible de otro modo. Todos o ninguno.
No podemos cometer la descortesía de negarle a un hombre como tu hermano
mayor la preferencia ante un mozo tan joven como tu hijo, el que murió ayer". EL
cabecilla dijo: "Entonces no quiero que nadie resucite". Kalondi dijo: "¿Y quién me
paga a mí?". EL cabecilla dijo: "Yo he empezado el negocio y debo pagarte lo
prometido". Kalondi dijo: "Está bien". Y salió de la sepultura. Recibió el pago del
cabecilla y volvió rico a su casa.
Kalondi murió rico, dejando una mujer y un hijo que su mujer le había dado. Cuando
se hizo mayor, el hijo derrochó pronto la herencia de su padre y no les quedó a la
madre y al hijo nada más que una yegua y un anillo que la madre llevaba en la oreja.
Como el hijo de Kalondi lo había derrochado y gastado todo, su madre le insultaba
diciendo: "¡Avergüénzate! Tu padre, por medio de mentiras, ha llenado esta casa y
nos ha hecho ricos. Tú eres un inútil. No has heredado el arte de tu padre". El hijo de
Kalondi dijo: "Bueno; yo también voy a probar".
El hijo de Kalondi le dijo a su madre: "Préstame tu pendiente de oro". La madre se lo
dio. El hijo lo metió dentro de una papilla y se lo metió en la boca al caballo como si
le diera un medicamento. La yegua se tragó la bola. Al día siguiente montó a caballo,
se fue a ver al rey y le dijo: "Aquí traigo un caballo tan excelente, que no es propio
para un hombre ordinario. Es un caballo para un rey. Tiene la virtud de que en sus
excrementos siempre se encuentra oro. ¿Quieres tú comprarlo?". El rey dijo: "Eso
que dices es imposible. Tú has mentido". Pero en aquel momento el caballo alzó el
rabo y dejó caer su excremento. El hijo de Kalondi dijo: "Fíjate". Enseñó sus manos
vacías, abrió una de las bolas, y allí estaba el anillo de oro. El rey dijo
apresuradamente: "¿Qué vale el caballo?". El hijo de Kalondi dijo: "El caballo vale
cinco esclavos y cinco esclavas". El rey le dio los diez esclavos y con ellos llegó a su
casa el hijo de Kalondi. Su madre le dijo: "¿Cómo has ganado tanto en un solo
viaje?". El hijo de Kalondi dijo: "Eso no es nada. Espera lo que va a venir".
El rey mandó enseguida construir para la yegua una cuadra muy alta, rodeada de
una pared muy fuerte. Se encerró en ella la yegua y a siete mozos de cuadra y luego
se tapió la puerta. Por un agujero abierto en la pared echaban pienso para el caballo
y comida para los mozos. El excremento se tiraba en un gran montón. Al cabo de
tres meses, el rey reunió a todos sus esclavos y esclavas. Les mandó que se
desnudasen completamente y que cribasen con una criba el excremento. El rey
mismo estaba presente; pero ¡ay!, no apareció ni una pizca de oro. El rey se enfadó
terriblemente y dijo: "¡El hijo de Kalondi me ha engañado! ¡Traédmelo aquí
enseguida, que le mataré!". Salieron algunos en busca del hijo de Kalondi.
Cuando llegaron los emisarios, el hijo de Kalondi acababa de matar un carnero y lo
tenía partido en pedazos. Al verlos venir llenó de sangre una tripa larga y ató sus
extremos. Se fue a casa, se la ató al cuello a su madre y dijo: "Haz lo que yo te diga.
Tapa la tripa con tu vestido" Cogió un rabo de vaca y se lo metió en el bolsillo. Los
hombres del rey entraron diciendo: "El rey llama al hijo de Kalondi". El muchacho
dijo: "¡Voy con gusto! Acompáñame, madre". Se fueron a donde estaba el rey.
En el palacio del rey se había reunido una gran asamblea. El hijo de Kalondi entró
con su madre. El rey dijo: "Me has engañado con la yegua de un modo nunca visto.
En los excrementos no hay oro, y te voy a matar". La madre del hijo de Kalondi dijo:
"¡No, no lo mates; déjale vivir!". Pero entonces el hijo de Kalondi se arrojó sobre su
madre, la tiró al suelo y cortó la tripa que llevaba arrollada al cuello. La sangre se
derramó por el suelo y luego a los pies del rey. La mujer quedó en el suelo como
muerta.
El hijo de Kalondi le dijo tranquilamente al rey: "Ahora podemos arreglar el asunto de
la yegua". El rey dijo: "No, primero tenemos que resolver esto. Has matado ante mis
ojos a tu madre". El hijo de Kalondi dijo: "Lo de mi madre no tiene la menor
importancia, pues puedo volverla a la vida cuando quiera. En cambio, el asunto de
los diez esclavos que me has dado por la yegua es mucho más grave". El rey dijo:
"¿Como? ¿Puedes volver sin más ni más la vida a tu madre?". El hijo de Kalondi
dijo: "Naturalmente". El rey dijo: "Pues hazlo primero".
El hijo de Kalondi dijo: "Que traigan una calabaza con agua". Trajeron el agua. El hijo
de Kalondi sacó el rabo de vaca, lo metió en el agua y dijo: "Rabo mío de vaca, que
he heredado de mi padre Kalondi, que lo había heredado de su padre: si eres
verdaderamente mi rabo de vaca, vuelve a la vida a esta mujer". Y comenzó a dar
golpes en su madre regándola con agua. Repitió esto tres veces, y a la tercera su
madre se puso en pie. Lo primero que hizo fue estornudar. El rey dijo enseguida:
"Necesito tu rabo de vaca. ¿Cuánto pides por ese rabo de vaca?". El hijo de Kalondi
dijo: "El rabo de vaca no se vende, y además, está todavía sin decidir el asunto de la
yegua y de los diez esclavos que me diste". El rey dijo: "Olvidaremos el asunto de la
yegua. ¡Pero dame el rabo de vaca! Un rabo de vaca así es una cosa muy
conveniente para un rey. Un rey se enfurece muchas veces y mata a alguno. Pero a
veces en su furia mata a gentes que quiere. Y entonces le viene muy bien un rabo
de vaca para resucitarlas. Te daré otros diez esclavos por el rabo de vaca". El hijo
de Kalondi dijo: "Eres rey, y si te empeñas te daré el rabo de vaca por ese precio".
Luego el hijo de Kaiondi cogió a sus diez esclavos y se fue con su madre y con lo
ganado, dejándole al rey el rabo de vaca.
Sucedió que un día el rey estaba borracho. Le rodeaban sus músicos cantando. El
rey se emborrachaba cada vez más. Llamó a su favorita y le dijo: "Tráeme pronto
agua para beber o te mato". La mujer vio lo borracho que estaba el rey y se echó a
reír. Pero esto llenó de coraje al rey; dio un salto y mató a la mujer. Los diali
(comerciantes) se asustaron y quisieron irse; pero el rey les dijo: "¡Quedaos! ¡Siga
nos bebiendo! Esto se arregla enseguida. Puedo despertar cuando quiera a la
mujer". Los diali dijeron: "Hazlo pronto para que se nos quite el susto". El rey dijo
incomodado: "Bien está; traedme una calabaza de agua y el rabo de vaca de
Kalondi". Salieron los esclavos y trajeron el rabo de vaca de Kalondi y la calabaza
con agua. EL rey metió el rabo de vaca en el agua y dijo: "Rabo mío de vaca que he
recibido del hijo de Kaiondi, que lo ha heredado de su padre: si eres realmente mi
rabo de vaca, vuelve a la vida a esa mujer". Y enseguida golpeó a su mujer,
regándola con agua. Esto lo repitió tres veces, pero la mujer no se levantaba. El rey
siguió dándole golpes a la mujer, hasta que el rabo de vaca que era un rabo de vaca
viejo, se hizo pedazos; pero entonces el rey, muy enfadado, gritó furioso: "Traedme
enseguida al hijo de Kalondi. Me ha engañado y voy a matarlo". -

Los emisarios llegaron a la casa de Kalondi. Este estaba comiendo avellanas. Los
emisarios le dijeron al hijo de Kalondi: "Ven inmediatamente a ver al rey". El hijo de
Kalondi se guardó en el bolsillo las avellanas y se fue con los emisarios a ver al rey.
Quiso hablar pero el rey le dijo: "Ese muchacho, que no hable una palabra. ¡Ni una
palabra! En cuanto habla le engaña a uno. ¡Traedme una piel de vaca!" Le trajeron la
piel de vaca y dentro de ella envolvieron al hijo de Kalondi. Cerraron la piel
cuidadosamente y ataron el paquete El hijo de Kalondi se metió un puñado de ave-
llanas en la boca. Cuando estuvo hecho el paquete, dijo el rey: "Está bien. Ahora
vamos a echar al agua al hijo de Kalondi. Os acompañaré yo mismo para
convencerme de que lo hacéis bien".
El rey se puso en marcha con sus hombres; dos de ellos Nevaban en la cabeza el
paquete donde iba metido el hijo de Kalondi. Así llegaron por el bosque hasta la orilla
del río. Al llegar allí vieron a un antílope herido que corría. Un cazador le había
metido una bala. El rey y su gente corrieron enseguida detrás de él. Los que
llevaban el paquete con el hijo de Kalondi lo dejaron en el camino y corrieron
también detrás del antílope.
Quedó el paquete en el camino. Unos diula pasaron por allí. Acababan de cruzar el
no. En el momento en que pasaba el último de los diula, el hijo de Kalondi se puso a
comer las avellanas que llevaba consigo, y al partirlas hacía ruido. El diula lo oyó, se
paró y dijo asombrado: "¡El paquete come!". El hijo de Kalondi dijo: "No, a un
paquete no se le dan tan buenas cosas de comer. Dentro hay un hombre". El diula
dijo: "¿Qué comes?". El hijo de Kalondi dijo: "Tengo mucho que comer; abre un poco
y te daré lo que me sobra". El diula abrió el paquete. El hijo de Kalondi dio un salto.
Como era más fuerte que el diula, metió a éste en la piel de vaca y volvió a atar el
paquete. Luego salió a escape.
El rey volvió con sus hombres de la persecución del antílope. Los dos portadores
volvieron a coger su paquete. El que iba dentro del paquete comenzó a gritar: "Yo
soy un diula, yo soy un diula, yo soy un diula". Los hombres dijeron: "Que tú eres un
comerciante ya lo ha notado el rey, bien que lo has engañado". Llegaron al río. El rey
dijo: "Embarcaos en un bote y remad en aquella dirección. Cuando lleguéis a aquel
remolino, en el sitio más hondo, tiradle al agua". Así lo hicieron. El rey lo vio por sus
propios ojos. Cuando estuvo hecho dijo: "Está bien. Vamonos a casa". Y el rey volvió
con sus hombres a la ciudad.
EL hijo de Kalondi se había ido también a casa. Vendió toda su hacienda y compró
hermosos vestidos y mucho oro. Un día había gran concurrencia en el palacio del
rey. El hijo de Kalondi se fue a la corte. Se había puesto un traje magnífico, como no
se había visto nunca en el país. La mano derecha la tenía llena de oro. Llegó al
salón. Todos murmuraron: "¡Qué vestido más hermoso! ¡Qué riqueza! ¡Qué
magnífico!" En cuanto al rey, por pOCO se le escapa una exclamación de asombro. El
hijo de Kaíondi llegó a donde estaba el rey, y con gran atrevimiento le enseñó la
mano derecha llena de oro y dijo: "Tu difunto padre te saluda por intermedio mío. He
cogido un poco de la tierra que hay allí abajo y te la traigo como regalo. Pues has de
saber que allá abajo toda la tierra es oro". El rey vio el oró y preguntó: "¿No te ha
dicho nada mi padre?" El hijo de Kalondi dijo con reparo: "Sí: ha dicho que lo visites
alguna vez allá abajo y me dejes como representante tuyo". El rey vio el oro. Vio los
magníficos vestidos. Kalondi dijo: "Estoy dispuesto a llevarte y a representarte aquí
hasta la vuelta si me prometes volver muy pronto. Porque estoy establecido allá
abajo y tengo veinte mujeres jóvenes. Por eso quiero volver pronto". El rey dijo: "Te
lo prometo".
Antes que el hijo de Kalondi envolviese al rey en la piel de vaca, dijo: "Fíjate bien en
el camino. Allí donde caigas debajo del agua está la puerta para el otro mundo". El
rey dijo: "Tú procura que me arrojen en el sitio justo". El hijo de Kalondi dijo: "De eso
puedes estar seguro".
El hijo de Kalondi, como representante del rey, se llevó el paquete en que éste
estaba envuelto. Hizo que lo arrojasen al agua en el mismo sitio en que se había
hundido el diula. Cuando el rey se fue al fondo, cogió el hacha que llevaba al
hombro, la tiró al suelo y les dijo a los esclavos del rey: "De hoy en adelante soy
vuestro rey".
Así se hizo rey el hijo de Kalondi Si él y ÓU padre no hubieran sabido mentir, no
hubieran llegado a tanto, de fijo.
Historia del hombre con dos mujeres 29

Un hombre dijo a sus dos mujeres: –Voy a la selva. Dejo atados a mis perros; que
nadie les suelte–. Y añadió:
–La mujer que desate a mis perros en mi ausencia será repudiada a mi regreso, y
volverá a casa de los suyos.
El poseía hermosos perros, grandes y pequeños, atados en casa. Tomó su flauta, su
bolsa, su hacha, y entró en la selva. Caminó, caminó. . . Y halló entonces un dragón,
que avanzó hacia él. EL hombre huyó y se trepó a un árbol grande. Tomó la flauta y
empezó a tocar. Los perros, que estaban en casa, al oír el son de la flauta,
comenzaron a saltar y a ladrar. Una de las mujeres dijo:
–¿Qué habrá ocurrido para que los perros estén saltando y ladrando así? Voy a
soltarlos. La otra mujer respondió:
–No, no los sueltes. ¿No le oíste decir que nadie desate a los perros mientras él esté
en la selva?
La primera contestó: –Voy a desatarlos. La segunda añadió:
–Si los sueltas, se enojará contigo, y volverás a casa de tus padres. –Poco me
importa. Los desataré. –Pues desátalos. Yo no puedo impedírtelo. La mujer,
entonces, desató a todos los perros, que corrieron a la selva y cayeron sobre el dra-
gón, que arrancaba todas las raíces de los árboles, faltando apenas las de aquel en
que el hombre estaba atrapado. Y el perro mayor arrojó al dragón a tierra, mientras
los menores terminaron por matarlo. El dueño de los perros, lleno de alegría, bajó
del árbol y volvió a su casa. Al llegar, preguntó:
–¿Quién desató a mis perros?
La segunda mujer contestó:
–Fue ella quien los desató, a pesar de haberle dicho que no lo hiciera.
El marido añadió:
–¡Vete! ¡Ya no te amo más! Si ella no hubiera desatado a los perros ya estará
muerto. ¡Vete, ya no te amo más!
Y el hombre repudia a la segunda mujer, que no había desatado a los perros, y se
queda en casa con la otra, sólo con ella y sus perros. He aquí el final.

29
Fuente: Newton Freitas, Alas afro-brasileños. Relato africano de origen chamítico (lengua houssa),
recogido por Rene Bessoit. En Hitopadeza o Provechosa Enseñanza (India, siglo VI D.C.) hay un
relato de desobediencia similar, si bien en este caso el comedido es apaleado y muere (cfr. II,
Suhridbheda, historia del tintorero y el asno).
El venado y la tortuga30

Hermano Venado y Hermano Tortuga pretendían a una muchacha, y ella quería más
a Hermano Venado que a Hermano Tortuga, aunque a éste también lo quería. Para
decidirse les dijo que tal día deberían correr una carrera de diez millas, y que ella se
casaría con el ganador.
Hermano Tortuga dijo entonces a Hermano Venado: 'Tus patas son más largas que
las mías, pero lo mismo te voy a correr. Tú correrás en tierra y yo correré en el
agua".
Hermano Tortuga buscó a nueve de su fámula y los apostó a cada milla, por donde
debía cumplirse la carrera con Hermano Venado, mientras él se ubicaba entre los
juncos, frente al lugar que ocupaba la muchacha en la meta.
El día de la carrera, a las nueve, Hermano Venado se juntó con Hermano Tortura en
el primer mojón y dijo: "Bueno, Hermano Tortuga, partamos". Cuando llegó al mojón
siguiente gritó: "¡Hermano Tortuga!", y él le respondió "¡Hola!". "¿Tú aquí?" "Sí,
Hermano Venado, yo también estoy aquí".
En el tercer mojón apareció Hermano Tortuga y dijo: "¡Hola, Hermano Venado!".
Hermano Venado sólo le dijo: "Me vas a empatar la muchacha".
Cuando llegó al noveno mojón pensó que había llegado primero, porque había
cubierto la distancia en dos saltos, y gritó: "¡Hermano Tortuga!", y Hermano Tortuga
respondió: "¿Ya llegaste también?", y Hermano Venado dijo: "Parece que me has
empatado". Gritó entonces Hermano Tortuga: "¡Vamos, vamos, Hermano Venado,
yo llegué primero que tú". Y como era verdad ganó la carrera y se quedó con la
muchacha.

30
Fuente: Arthur Ramos, O folkclore negro do Brasil, Río de Janeiro, Civilizagao Brasileira, 1935.
Recogido en las plantaciones del Sur de los Estados Unidos.

El tema de la carrera entre competidores dispares está presente en la formulación de la segunda


paradoja de Zenón de Elea sobre el movimiento ("La carrera de Aquiles y la .tortuga"), y
posteriormente en Aristóteles, Plutarco, Proclo. Galileo, Carroll, etc.
Susana Chertudi recoge un relato similar en Cuentos Folklóricos Argentinos, 1a. serie ("La carrera del
avestruz y el sapo").
La muñeca de brea 31
Había una sequía y a Buquí le faltaba el agua. Los canales se habían secado,
dejando grietas grandes en el lodo. Buquí estaba preocupado. ¿Cómo iba a
conseguir agua potable? Resolvió visitar a su compadre Lapén, el conejo, que era
muy vivo. Cuando llegó a la casa de Lapén, dijo: "Lapén, he venido a verte para
solucionar nuestro problema de cómo vamos a conseguir agua. De mi parte he
decidido excavar un pozo. ¿Quieres ayudarme?" A Lapén nunca le había gustado el
trabajo, aunque a él también le hacía mucha falta el agua, de modo que le contestó a
Buquí con su malicia habitual: "No, Buquí, haz tu pozo tú solo. En cuanto a mí,
beberé el rocío. Lo único que me hace falta para apagar la sed es un poco de rocío
de la mañana". Contestó Buquí, indicando sus dudas con un meneo de cabeza:
"Muy bien, pero buena falta te hará agua de mi pozo. No me quieres ayudar,
¿verdad? ¡Bien! Pero Dios te ayude si te cojo en la vecindad de mi pozo después de
terminado".
Buquí volvió solo a su casa e hizo un pozo. Cava que cava y al fin lo terminó. Ya no
le faltaba agua para la casa y para beber. Pero Lapén tenía sed y resolvió visitar el
pozo de Buquí. Buquí guardaba sus botas al lado del pozo. Lapén se las ponía, y
jugaba y tomaba agua del pozo a la luz de la luna hasta el amanecer. Cuando oía
que Buquí venía se escapaba de prisa. Tantas veces encontró Buquí el agua de su
pozo sucia y lodosa que una mañana exclamó: "Yo sé quién es el pícaro que juega
aquí y toma agua de mi pozo. Es Lapén. ¡El pillo!" Buquí trató muchas veces de
cogerlo. Por fin ideó un plan. Preparo una muñeca de brea y la colocó cerca del pozo
Aquella noche cuando vino Lapén, vio la muñeca negra de brea y al principio tuvo
miedo: "¿Quién está ahí?", preguntó temblando. La muñeca de brea se quedó en si-
lencio. Lapén volvióse más audaz y grité: "¿Quién eres tú?". "Contéstame o te doy
una patada" Como no contestó, le dio con la pata derecha delantera, que se pegó en
la brea. Gritó: "Suéltame o te doy con la otra". Le dio con la pata izquierda delantera
y gritó: "Te digo que me sueltes, si no, te daré patadas por todas partes". Por fin tuvo
que darle a la muñeca de brea con todas las patas, y ellas se le quedaron pegadas.
Por la mañana vino Buquí y vio a Lapén completamente pegado a la muñeca de
brea. Con gran gozo gritó: "¡Ahá! Ahora te tengo, pillito mío. Esta vez te cogí. De
modo que bebes el rocío, ¿verdad?". Lapén, viéndose en tal apuro, pensaba cómo
escapar sano y salvo. En tono de arrepentido le dijo a Buquí: "Ya comprendo, Buquí,
que he errado. Me tienes donde merezco estar, por culpa mía. Haz conmigo lo que
tú quieras. Sólo una cosa te ruego que no hagas conmigo". "¿Qué es eso?", pregun-
tó Buquí ansiosamente. "Échame en el fuego, dijo Lapén, échame en el río,
quémame vivo, ahógame, pero por favor no me eches en las zarzas. Las zarzas

31
Fuente: Ralph Steele Boggs, Ei folklore de los Estados Unidos de Norteamérica, Bs. As., Raigal,
1954, p. 32. Tema ampliamente estudiado por Aurelio Espinosa (Journal of American Folklore, XLIH
[1930], 129-209), quien sostiene que su origen es oriental y señala la existencia de más de
trescientas versiones en Africa, América, India y otros puntos.

Las versiones hispánicas, según el citado autor, estarían relacionadas con la versión indica de Jataka,
55. En sus Cuentos Populares Españoles cfr. "El hombre de pez".

La versión de Boggs pertenece al folklore franco-americano de Luisiana.


destruirán por completo mi pobre pellejo". "¡Muy bien! Eso es exactamente lo que
haré", contestó Buquí, con una sonrisa feliz. "Te echaré en medio de las matas
espinosas, del zarzal más grande". Lapén puso una mirada de asustado y volvió a
rogarle a Buquí: "Oh, Buquí, yo no te culpo por cualquier cosa que me hagas.
Quémame vivo si quieres, ahógame si quieres, pero por Dios no me eches en el
zarzal. Así sufriré más. Mi pobre carne quedará echa pedazos. Quiero morir de una
vez si tengo que morir". "Tú, pícaro, dijo Buquí, mientras despegaba a Lapén de la
muñeca de brea, ya estoy harto de tus engaños. Esta vez me las pagarás todas. Te
voy a echar en aquel zarzal grande; allá. Espero que te rasques hasta que dejes
pedacitos de la piel en todas partes". Buquí llevó a Lapén al zarzal, lo agarró bien
por la cola y le dio varias vueltas en el aire cantando con placer antes de soltarlo
Lapén cayó en medie del gran zarzal. Enseguida se paró y le gritó a Buquí "Mil
gracias, Buquí. Nací y me crié en un zarzal, y ahí es dónde pertenezco".
Los cuentos de Pedro de Urdimalas 32

La ollita mágica. – Pedro de Urdimalas no sabía cómo obtener dinero sin trabajar;
entonces pensó poner a la orilla de un camino una ollita. Le puso lumbre y agua y
empezó a hervir; luego colocó muchas hojas alrededor, de manera que no se veía el
fuego.
Pasaron unos arrieros y preguntaron cómo era que el agua hervía sin lumbre.
–¡Ah! –dijo Pedro–. Es que mi ollita es de virtud.
Los arrieros dijeron:
–Véndenos tu ollita.
–No, si vale mucho.
Así los tuvo bastante tiempo, hasta que, después de mucho discutir, la vendió. Ellos,
muy contentos', tan pronto como necesitaron poner a cocer su carne, nada más le
echaron agua y esperaron a que hirviera; pero nunca se llegó el milagro.
Entonces se dieron cuenta de que Pedro los había engañado.
El árbol que daba monedas. – Pedro, ideando como siempre la forma de tener
dinero, puso unas moneditas de oro colgadas de las ramas de un árbol. Pasaron
unos arrieros y él empezó a sacudir el árbol, y las monedas, a caer. Los arrieros
vieron esto y quedaron maravillados. –¿Nos vendes tu árbol?
–No; si es mi árbol de la Providencia. Por nada lo vendería yo.
Los arrieros porfiaron mucho, y por fin él se lo vendió. Volvió a pegar las monedas y
les hizo la prueba. Sacaron el árbol del lugar en que estaba plantado y se lo llevaron.
Al llegar a su rancho lo plantaron y empezaron a sacudirlo; pero nada: no calan
monedas. Se enojaron mucho porque comprendieron que Pedro los había
engañado. Juraron vengarse.
Regresaron y que lo meten dentro de un costal para echarlo al río; pero mientras los
arrieros comían, él se desató y guardó toda la harina que llevaban aquéllos y sus
ropas y lo dejó como si él estuviera dentro. Se fue a esconder detrás de un árbol.
Los arrieros, muy contentos, cogieron el costal y que lo echan al río, diciendo:

32
Fuente: Antología ibérica y americana del folklore, Bs. As. , Kraft, 1953. Versiones de Virginia
Rivera de Mendoza sobre el Tlaxcala, México (1951).

El pícaro Pedro de Urdimales (o Urdemales, u Ordirnán, o Urimás, etc.) está ampliamente presente
en el folklore español y americano, con diversas versiones en los trabajos de recopilación de
Chertudi, Ampudia, Espinosa, Laval, Cano, etc. El escritor Julio Aramburu res-laboró varias de sus
historietas en su libro las hazañas de Pedro Urdemales (El Ateneo, 1946). Cfr. esta versión con la
presentada por Aurelio Espinosa: "Pedro el de Malas" (Cuentos Populares de España).
–¡Adiós, Pedro de Urdimalas, ya no volverás a engañar!
El, desde su escondite, gritó:
–¡Adiós, jarcia y cobijas de los arrieros que van en ese costal!
Aquéllos volvieron los ojos y que lo van mirando escondido y que ven que
efectivamente toda su jarcia y ropas se habían ido al río dentro del costal.
La muía pintada. – Fue a servir Pedro de Urdemalas con un cura, el cual tenía una
mula muy bonita y que le era muy útil para su ministerio, pues en ella iba a muchos
lugares. Pedro se robó la muía y fue por los pueblos haciendo oficios de sacerdote,
pues tuvo buen cuidado de llevarse también los ornamentos y vestidos del cura.
Una vez lo llamaron para que confesare a un hombre, pero Pedro le dio una
garrotiza y se fue.
Por fin se cansó de andar de cura y entonces pintó a la mula de negro y regresó al
curato, ofreciéndola en venta. El cura, que necesitaba mucho de aquella bestia, la
compró. El sacristán mandó que bañaran a la muía, pues le pareció un poco sucia, y
al hacerlo vieron que era gris y que era la antigua muía del cura. Comprendieron que
Pedro era el autor de aquello; pero ya iba lejos para recibir el castigo que merecía.
Los cerdos. – En una hacienda llegó Pedro de pisotero (cuidador de cerdos) a
ofrecerse para cuidar animales y también los peones.
Le dieron el trabajo, y un día pasó por allí un rico que le compró todos los cerdos.
Pedro tuvo cuidado de cortarles las colas y ponerlas en un lodazal que allí había.
Cuando vino el dueño de los animales le dijo:
–Patrón: todos han caído al pantano; sólo las colas se le ven.
–Bueno, pues vete a la hacienda y di que vengan muchos hombres y que traigan
tablas y mecates para sacar los cerdos.
Así lo hizo, pero al llegar a casa del amo se encontró con la hija de éste, que era
muy guapa, y le dijo:
–Que dice su papá que vaya usted a verlo; que yo la lleve.
Montaron un caballo, pero se la llevó para un lugar muy lejano.
El patrón, después de mucho esperar, mandó traer peones que le ayudaron a sacar
los cerdos, pero encontraron que sólo eran las colas. Después supo que Pedro, en
lugar de ir a traer tablas y hombres, se había llevado a su hija.
Los borregos. – Pedro andaba pastoreando un rebaño de borregos y encontró a otro
pastor, que le dijo:
–¿Cómo es que tienes tantos borregos?
–Pues verás; una vez me eché al mar en un cajón, y a cada gorgorito que hacía
salía un borrego, hasta que junté todos éstos.
El otro se lo creyó y que se mete en un cajón y que se echa al mar; pero nunca más
salió.
Profesor en e/ infierno. – Se fue una vez de maestro al infierno a enseñar a los
diablitos chicos. Como daban mucha guerra les puso cola a las sillas y los pegó en el
suelo.
–Yo, mientras, voy a dormir –les dijo, y puso sus zapatos parados, de manera que
creyeran que eran sus pies. Se los quitó y se levantó; pero uno de los diablitos fue a
cerciorarse y vio que no estaba ya el maestro...
Un día, Pedro se fue a la gloria y tocó. Salió San Pedro, preguntándole por qué iba.
Pedro le dijo:
–Déjame siquiera ver un poquito de la gloria.
–No, tú no tienes derecho.
–Anda; abre un poquito la puerta para ver.
San Pedro abrió y Pedro de Urdimalas se metió corriendo. San Pedro le dijo
entonces:
–Piedra te vuelvas.
–Pero con ojos –dijo Urdimalas. y desde entonces está allí.
El cuento de los higos33

Una vez, y dos son tres, había un matrimonio que tañía dos hijos y una hija. La hija
era lo más caritativa y buena con todo el mundo. Ella le daba limosnas de ropa y
comida a los pobres.
Cierta vez que la mamá, que era lo más avara y cruel, salió a hacer una visita, dejó a
la hija cuidando una mata de higos que la vieja adoraba, y le dijo:
–Como le des un higo a alguien o lo dejes robar, te voy a enterrar viva.
La muchacha teníale bastante respeto a su mamá y le obedecía mucho. Se fue la
señora y en eso llegó un viejito a pedir limosna. La muchacha, que era tan buena, le
dijo:
–Perdone, que no está mamá en casa.
Y el viejíto vio la mata de higos y le preguntó si podía coger uno. La muchacha dijo
que no, y agregó:
–Espérese, que le voy a buscar un pedazo de pan y un poco de agua.
Al irse la muchacha para arriba, el viejito no pudo resistir la tentación y arrancó un
higo a la mata, y se lo comió. Al llegar, la muchacha le dio el pan y el agua, y el
viejito completó su almuerzo.
Llegó la mamá y se fue a contar los higos, pues ella los contaba para ver si faltaba
alguno cuando salía. Con gran asombro vio que faltaba uno y se puso rabiosa. No le
quiso decir nada a la muchacha, y poco después empezó a hacer un hoyo en el
jardín. Dejó caer una sortija al hoyo y llamó a la niñita para que se tirara a recogerla.
La muchacha se tiró y entonces la vieja empezó a tirarle terrones de tierra y la tapó
en un momento.
Cuando vinieren el padre y los hermanos por la tarde a comer, después del trabajo,
el viejo preguntó por la muchacha y la mamá le dijo que la había mandado a pasarse
unos días al campo con su hermana, que había venido aquel día. El padre quedó
satisfecho, y comieron, y se bañaron, y se acostaron a dormir.
Pasaron unos días, y el padre, al venir una tarde a comer, mandó al hijo mayor a que
le buscara un ají de una mata que había nacido en donde estaba la niña enterrada.
Al ir el hijo mayor a arrancar un ají, oyó que la mata cantaba:

33
Fuente: Antología ibérica y americana del folklore, Bs. As., Kraft, 1953. Versión de Rafael Ramírez
de Arellano (Folklore portorriqueño, 1928).

En la Eneida, III, 22, un niño asesinado habla al ser arrancadas las ramas de un árbol. Elementos
similares se encuentran en "Las tres bolitas de oro", uno de los cuentos recogidos por Espinosa en
sus Cuentos Populares de España.
–Hermano, por ser mi hermano, no me arranques los cabellos; que mi madre me ha
enterrado por un higo que ha faltado.
El muchacho fue corriendo donde el padre y le dijo:
–¡Padre! ¡Si la mata canta!
–¡Qué! ¿Estás creyendo en brujas? ¿Cómo va una mata a cantar?
Y mandó al más pequeño.
A! ir a arrancar un ají, la mata empezó a cantar de nuevo:
–Hermanito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha
enterrado por un higo que ha faltado.
El niño fue, sorprendido, a donde el padre y le dijo:
–Es verdad, papá. La mata canta de un higo que ha faltado, y que mi madre la ha
enterrado...
--¡Cállate! Yo voy a ir.
Al ir el padre, la mata empezó:
–Padrecito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha enterrado
por un higo que ha faltado.
El padre, para ver si había sido su esposa, la llamó; pero ella no quería venir, y la
arrastró hasta el sitio donde estaba la mata de ajíes.
Al arrancar la madre un ají, la mata empezó a cantar:
–Madre, por ser mi madre, no me arranques los cabellos; que tú misma me has
enterrado por un higo que ha faltado.
El padre arrancó la mata y vio con gran asombro a su hija allí enterrada, y con la
misma zumbó a la vieja en el hoyo y la enterró para siempre.

Y se acabó mi cuento con ají y pimiento, y mi compañero, que me está oyendo, que
me cuente otro.
El padre mezquino 34

Había un matrimonio muy rico. Se muere la señora, y queda el marido con tres hijos
varones. Tan mezquino era, que no tenía compasión con sus hijos para darles de
comer.
Tenía una planta de naranja llena de frutas, y todos los días las contaba para ver si
los hijos cortaban alguna. Hizo hacer una casa con un portón con llave, para cubrir el
naranjo, evitando así que las criaturas lo miren; y aún así iba a contar las frutas.
Un día fue a contarlas, y notó que le faltaba una, a pesar de estar emparedado el
árbol. Los busca a los chicos, y les da una paliza a cada uno, culpándoles de que
ellos la habían cortado. Le dice el hijo mayor:
–Mire, mi padre, nosotros no hemos cortado las naranjas; no nos castigue de vicio.
Vea, yo voy a cuidar para saber quién es el dañino.
Le pide al padre un cuchillo grande, lo afila bien afilado, y una tabla llena de alfileres
clavados. Esa noche lo encierra al niño donde estaban las naranjas, y le echa la
llave.
Se hizo la noche, y el niño subió al árbol; se puso la tabla sobre las rodillas para que
al quererse dormir se pinchara las manos y se despertara, evitando así el sueño. El
niño había estado despierto como hasta la media noche, pero como era chico y
sentía mucha debilidad, el sueño le venció, y en ese intervalo le robaron una naran-
ja. Al otro día temprano se levanta el padre para contar las naranjas y saber cuántas
había comido el muchacho. Notó que le faltaba una, y le dio una buena paliza
porque decía que la había comido. El niño dijo que él no la había tocado siquiera,
por lo tanto que no lo castigue; no le valieron las súplicas. Igual le sucedió al
segundo. El shulco dijo entonces:

–A mí no me va a pasar lo mismo que a ustedes; ya voy a ir yo a cuidar las naranjas.


Era muy chiquito; el padre, al llegar la noche, lo encerró en la pieza. Sube al tronco
del árbol, pone la tablita bien puesta y agarra el cuchillo bien afiladito que cortaba el
aire.
Cuando ya iba a amanecer, siente un gran ruido, y ve una semejante mano peluda
que por encima de la tapia agarra una naranja; él con toda velocidad empuña el
cuchillo y la corta. Eso que la cortó, el niño se baja rápido del árbol y le pega otro
hachazo en cruz, y se queda muy ufano esperando al padre para avisarle quién
había robado las naranjas.
Ya viene el padre con el chicote en la mano. El niño le muestra la mano del que
robaba naranjas, y éste se disgustó con el niño porque no lo había agarrado. Pero, al

34
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de
Filología y Folklore, Bs. As., 1960.

Clasificado por la autora entre los cuentos maravillosos. La versión fue recogida en Catamarca.
fin, contento con el proceder del chico, no bien amaneció prepararon charqui y maíz
tostado, y emprendieron el viaje en tres muías bien ensilladas, en busca del que
robaba, siguiendo el chorro de sangre.
Caminaron todo el día, y a la caída de la tarde llegaron a una casita, pero muy lejos,
adonde habían de pasar la noche. Una vez alojados, encienden fuego, y ponen el
charqui a asarse. Cuando estaban por comer, sienten una voz que dice desde el
techo.
–¿Caeré?
El niño le responde:
–Cae, no más –y cae una pierna completa de cristiano.
Toma el niño la pierna y la pone a manera de piedra al fuego para que levante el
asador. En todo esto estaban llenos de pánico el padre y demás hermanos, pero el
shulco no sentía miedo, aunque sí mucho disgusto con el padre, porque era, no
solamente mezquino, sino también cobarde.
Siente otra voz que dice:
–¿Caeré? –y cae otra pierna, y acomoda él mejor el asador.
Vuelve a decir: –¿Caeré?
Y el niño le dice:
–¡Cae de una vez, car...!; deja de estar cayendo por partes.
Y caen todas las demás partes del cuerpo. No tardaron en caer, que se levantan del
suelo, juntándose el cuerpo con las partes que había puerto para sostener el asador,
y formándose un hombre.
El padre y los dos hermanos, de horror, hablan caído descompuestos. Entonces el
niño le dijo al hombre:
–¿Qué se te ofrece a vos? Si querés carra, aquí tenes; vení.comé.
Y juntos se pusieron a comer el charqui. Comía y comía el esqueleto a grandes
pedazos, hasta que concluye todo, no dejándole nada para el niño; luego que hubo
concluido, le dice:
–Vamos para allá los dos, pero vos vas a ir delante y yo detrás.
Y el niño le contesta:
–Pasa vos delante; yo voy a ir por detrás.
Pasó el esqueleto adelante, y el niño le iba prendiendo por detrás una vela, cuando
por ahí se para el esqueleto y le dice al niño:
–Yo te voy a avisar dónde está el hombre que robaba las naranjas a tu padre,
porque, aunque quería matarte de susto, no pude porque vos no habías sabido no
tener miedo. Eso es lo que te va a salvar y hacerte muy feliz. Mira: anda a hacer
lazos de diez cueros, y veni aquí, y te voy a indicar el agujero por donde te vas a
meter, y no temas porque yo te voy a ayudar en todo.
Así lo hizo, y el padre, que ya había sanado de la descompostura, se fue a cortar los
lazos. No mezquinaba tanto el material para hacer los años como sus naranjas.
Cuando estuvieron los lazos preparados, el padre le dice:
–Yo entraré primero a agarrarlo al que roba.
Llega a un lugar muy caliente donde no se podía resistir; mueve el lazo a los hijos
para que lo saquen y sale el padre. Entra uno de los hijos, pasa el lugar caliente y
llega a uno muy frío, y mueve el lazo para que lo saquen, porque no podía soportar
el frío. Lo sacan a éste, y entra el segundo hermano; pasa éste al caliente y el frío, y
llega a un sitio donde sentía un gran hedor; no pudiendo continuar, movió el lazo
para que lo saquen Sale éste y entra el shulco; pasó el calor, el frío, el hedor y llegó
a un gran palacio donde estaba una niña hermosa peinándose. Cuando el niño llegó,
se sentó al lado de ella encantado de ver tanta hermosura.
–¡Ay!, niño –dice ella–, ¿y a qué has venido aquí? Enseguida va a venir el que me
cuida.
–No importa –le contestó el niño–. Traigo un cuchillo bien afiladito.
Cuando de repente siente un gran ruido, y se le presenta un nombre como monstruo,
para comerlo. Pero' el niño le pega un hachazo, le corta una mano, y lo vence al
monstruo. De verse el monstruo vencido, le dice:
–Vamos, que te voy a mostrar adonde está el que robó las naranjas.
Lo iba haciendo pasar por parajes donde el niño veía cosas hermosas, hasta que
llegan a un gran corral. En una parte estaban unos grandes fondos hirviendo con
aceite y azufre, y en otra, una mula atada en un palenque, haciéndose la chiquita,
encogida, bajando la cabeza. Entonces le dice el monstruo al niño:
–A esta mula me la va amansar usted; es media bellaca.
–No le tengo miedo –le responde el niño–. Déme lo que le pido nomás: un freno
pulcro, unas espuelas bastante filosas y una macana de hierro que pese dos kilos.
Y él personalmente fue, ensilló la mula y montó. Más tardó en montar que la muía se
arrastró bellaqueando, queriendo voltearlo en los fondos hirvientes. Pero el niño con
más coraje le clavaba las espuelas y la enderezaba a golpes, y pegadito como
mariposa no se movía, hasta que llegó un momento que cedió la muía,
convirtiéndose en un hombre, que le dijo:
–Yo soy el que robé las naranjas de tu padre; entrégame la mano y te devolveré las
naranjas.
–Yo no te entrego la mano sin que me saques de este lugar y me des las naranjas.
El monstruo no aceptó la propuesta del niño; ni éste tampoco aceptaba entregar la
mano. Por fin, el monstruo aceptó en sacarlo afuera. Y una vez afuera, el niño le
intime al monstruo:
–O me haces rico, sin compromiso alguno, o de lo contrario no te entrego la mano.
–¡Oh!, niño, eso es lo de menos; todo esto que tu ves aquí te puedo dar. haciéndote
un gran palacio, una linda plaza y todas las comodidades necesarias, con los
muebles que necesitas para mayor comodidad; también mucho dinero.
Una vez que el niño tuvo todo esto en sus manos con las llaves de su casa y las
escrituras, le entregó la mano al monstruo, y éste le entregó a su vez las naranjas.
El padre y los dos hermanos ya lo habían dejado al niño, creyéndolo muerto, y se
fueron a la casa. Pero el shulco, cuando se vio rico, volvió a la casa paterna, entregó
las naranjas a su padre y los llevó a disfrutar a su palacio y vivir felices.
María Guimar y María Francisca 35

Había una vez un matrimonio que tenía dos hijas, Mamadas María Guimar y María
Francisca. La madre de estas niñas era bruja, pero María Guimar era un punto más
que ella. Siempre iban hombres a buscar trabajo en la casa de éstas, pero como la
madre les daba trabajos tan difíciles que no podían realizarlos, los comía.
Una vez se presenta un joven muy buen mozo buscando trabajo; lo acepta y desde
ese momento comienza a simpatizar con María Guimar. Al siguiente día lo manda la
vieja con un gajo de higuera para que lo plante y vuelva a las doce en punto
trayéndole higos.
María Guimar llevaba siempre la comida para los trabajadores, le lleva esta vez, y
como lo encontrara sentado muy triste, le pregunta el motivo de su pena. El
muchacho le cuenta que estaba triste porque no encontraba cómo hacer para
cumplir con su madre. Entonces María Guimar le dice:
–No te aflijas, yo te salvaré. Le da una flauta y le explica que toque antes de
acostarse, y que a las doce justo al despertar encontraría el gajo cubierto de higos,
pero le recomienda que si la madre le pregunta quién le lleve la comida, diga que fue
María Francisca.
El joven le lleva los higos a la madre y cuando le pregunta quién le llevó la comida,
responde como le enseñara. Pero la vieja no le cree y se disgusta con María Guimar;
y él agrega:
–Valga el diablo con su porfía, si María Guimar me llevó la comida, yo no la he visto.
Calla la vieja, y al siguiente día le da un vastago de viña para que lo entierre también
y a las doce le traiga uvas. Lo recibe el joven y vuelve a sentarse muy pesaroso de
no poder cumplir, pues sabía que la vieja lo haría matar. En todo esto llega María
Guimar y le dice:
–Come tranquilo que yo te salvaré la vida. Toca la flauta y acostate a dormir, y a las
doce recoge las uvas y llévale.
A las doce se recuerda el joven, recoge las uvas y le lleva, pero la vieja se disgusta
nuevamente y le pregunta quién le llevó la comida; él le contesta como lo hizo
anteriormente:
–Valga el diablo con su porfía, si María Guimar me llevó la comida, yo no la he visto.

35
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie), Instituto Nacional de
Filología y Folklore, Bs. As., 1960.

Este cuento desarrolla el clásico tema de la "huida mágica" que ya hemos visto en esta antología en
la versión rusa de la Bruja Baba-Yaga. Aparecen asimismo los temas del olvido, de las tareas que
requieren ayudas especiales y del despertar del olvido mágico. Es interesante confrontar variantes y
desarrollos de estos temas en J. Z. Agüero Vera, Cuentos Populares de La Rioja (y. "Miris", "Siete
Rayos de Sol" y "Blanca Paloma").
Calla la vieja, y como no hallara un trabajo más difícil para darle, le dice que vaya a
un cerro cercano, y que de una vertiente que había traiga el agua en una acequia
por delante de la casa. Va la niña con la comida y como lo encuentra tan triste le
dice:
–No estés triste, joven; toca la flauta y acostate a dormir. A las doce cuando te
despiertes estará el agua corriendo por el patio de la casa, pero no cuentes que yo
te traje la comida y cuando quieras volver, pega un fuerte golpe con la pala para que
mamá crea que el trabajo es tuyo.
Cuando ve la vieja el trabajo hecho le pregunta quién le llevó la comida y él le dice
que María Francisca, agregando: –Valga el diablo con su porfía. Calla la vieja y
ordena que aten al joven a un palo para matarlo y comerlo. María Guimar tenía las
intenciones de huir con él y cuando llega la noche, lo desata. María Guimar toma
una tijera, un jabón, un peine y un ovillo de hilo, le da un freno al joven diciéndole
que vaya al corral, enfrene un caballo que vendría echando fuego por boca y
narices, porque este caballo abarcaba una legua por tranco; pero que si no se
animaba de enfrenar ese caballo, enfrene un macho que abarcaba sólo media legua
por tranco.
Trae el joven al macho y lo ensilla; luego la niña salivó tres veces al borde de su
cama, y levantando la tijera, el peine, el jabón y el ovillo de hilo, emprende viaje.
Ya iban muy lejos, y cuando estaba amaneciendo despierta la vieja, habla a María
Guimar: –María Guimar, levántate. Y contesta la escupida: –Ya me voy a levantar.
Pero notando la vieja que prometía y no se levantaba, le repite:
–María Guimar, levántate; tengo un cordero gordo para asar.
Y responde la otra escupida:
–Ya me estoy levantando...
A la tercera vez que le manda la vieja levantarse, como la niña iba muy lejos, la
escupida contesta más despacio:
–Ya me voy a levantar... me estoy atando las trenzas.
Entonces dice la vieja:
–Levántate, viejo; ya la chinita se ha fugado con el muchacho. Ensilla un animal, y
corre en persecución de ellos.
Pero cuando el viejo los llevaba cerca, dice el joven a María Guimar:
–Ya tu tata viene cerca, ¿qué iremos a hacer?
Y María Guimar le responde:
–No se aflija por eso.
En el acto convierte al macho en un naranjo, ella se convierte en azahares y el joven
en un picaflor. Cuando llega el viejo, se encuentra con este naranjo y se detiene por
cortar unos azahares para traerle para María Francisca; pero como no puede, se
vuelve y le dice a la vieja de que no los pudo alcanzar.
–Viejo sonso –le contesta la vieja–. Ese naranjo ha sido el macho, los azahares
María Guimar y el picaflor el muchacho. Ahora volvé a alcanzarlos.
Transformados como eran antes, continúan viaje para la casa del joven y como
notan que el viejo intentaba alcanzarlos se convierten nuevamente: María Guimar en
una imagen, el joven en un sacerdote y el macho en una iglesia. Cuando llega el
viejo, se detiene a oír misa y luego se vuelve y le cuenta a la vieja lo que ocurría. De
allí se viene la vieja muy disgustada, y como notan que los iba alcanzando dice la
niña:
–Mamá nos viene persiguiendo.
Entonces se convierte en una barranca y cuando la vieja se acerca, tira las tijeras y
nace un pencanal espinoso adonde la vieja se hincaba desesperada. Cuando la vieja
deja el pencanal y trata de alcanzarlos, tira la niña el jabón y se extienden unas
espesas neblinas que impedían ver bien a la vieja. Cuando ésta deja las neblinas y
se acerca a ellos, la niña tira el ovillo de hilo que se convierte en telarañas, adonde
la vieja se enreda. Luego continúa y cuando se acerca bien, se convierten María
Guimar en un río crecido, el macho en un puente y el joven en un anciano que
estaba preocupado en hacer pasar pasajeros, de un lado a otro. Llega la vieja y le
dice que la hiciese pasar, y el joven le dijo que bueno, pero .cuando atraviesa se da
vuelta el puente que era el macho, y calza la vieja adentro de la panza de éste.
Como va María Guimar y el joven no tenían perseguidores se acercan a la casa de
una viejita v piden albergue; largan al macho para que vuelva a la querencia y ellos
quedan a vivir allí.
Un día le dice el joven que tenía muchos deseos de ir a visitar a sus padres. María
Guimar accede pero le recomienda que en la casa no se deje abrazar con nadie.
Cuando llega, salen padres y demás familiares muy contentos, el joven no se dejaba
abrazar con ninguno, sólo con un perro, que fue lo suficiente para que olvidara a la
niña y se quiera casar con otra muchacha.
Cuando estaban en la boda, va Mana Guimar con la viejita de la casa a la
mosquetería, y en eso llegan dicen los de afuera.

–Hagan pasar a esa viejita con esa niña tan linda.


La hacen pasar, y cuando todos se hallaban reunidos, ruega María Guimar que le
permitan hacer una prueba para recrear a la concurrencia. Pide que coloquen una
mesa delante de ella, y como María Guimar era bruja hace aparecer un gallito y una
gallina encima de ésta, y hace hablar a la gallina con el gallo:
–¿Te acordes, gallito desmemoriado, cuando fuiste a la casa dé María Guimar en
busca de trabajo?
Y el gallo responde: –No me acuerdo.
–¿Te acordes, gallito desmemoriado, cuando la madre de María Guimar te dio un
vástago de viña para que lo plantes y lo hagas dar uvas; mientras vos estabas muy
triste ella te ayudó, dándote la flauta para que toques y a las doce tu vistes las uvas
para presentar? –No me acuerdo –responde el gallo. –¿Te acordás, gallito
desmemoriado, cuando la madre de María Guimar te dijo que trajeras desde la
vertiente del cerro una acequia con agua por el patio de su casa, y que cuando triste
te encontrabas, ella te salvó también, dándote la flauta para que toques y des un
palazo fuerte para engañar a la madre, y conseguiste cumplir? –No me acuerdo –
responde el gallo. –¿Te acordás, gallito desmemoriado, cuando te ataron a un árbol
para comerte y María Guimar te desató?
–No me acuerdo –responde el gallo.
–¿Te acordás, gallito desmemoriado, cuando te fuiste a tu casa a visitar a tus padres
y le rogué que no te dejaras abrazar con nadie y un perro te abrazó, logrando con
esto olvidarme?
–Me estoy acordando –responde el gallo.
–¿Te acordás, gallito desmemoriado, cuando te ibas a casar con otra por haber
desoído mis consejos de no dejarte abrazar con nadie y consentisteis con el perro?
–Sí me acuerdo –dice el gallo.
Entonces muy arrepentido de lo que hizo, había el joven:
–Tú, María Guimar, serás mi esposa, porque me salvaste la vida.
La serpiente de las siete cabezas 36

Había una vez un hombre que tenía muchos hijos; va no sabía qué hacer pa' darles
de comer. La mujer le dijo que llevara dos de las criaturas, un varoncito y una niña,
al bosque v los dejara allá. El chico ovó lo que hablaban v agarró un puñao de
maicitos y se los puso en el bolsillo La hermana lloraba cuando se enteró, pero él le
dijo que no se entristeciera, que la iba a cuidar.
Cuando salieron pa'l bosque, el chico iba soltando los granos de maíz en la tierra
blanda El padre les dijo que se Quedaran ahí. que ya iba a volver a buscarlos. Así
quedaron varios días; se hacía de noche y volvía el día. .. ¡y nada!
Con el tiempo salieron las chacritas y así se dirigieron pa' volver a la casa. Cuando
llegaron, la madre se enojó con el marío porque no los había llevao más lejos, pa'
que no vuelvan.
Al otro día, el padre los llevó más lejos que antes, y los niños comprendieron que no
querían estar más con ellos. Da la casualidá que había un río grande; entonces se
quedaron ahí no más, y el varoncito hizo un ranchito pa' vivir.
Pasó el tiempo. Una mañana temprano el mozo jué a lavarse la cara al río y vio que
al otro lao había un perro. Lo silbó y se vino el perro; le puso de nombre Cadena de
Oro. La niña se puso contenta porque tenían compañía.
Al otro día, cuando volvió a lavarse, halló otro perro y le puso Cadena e Plata. Al
tercer día encontró otro perro y lo llamó Bolas Largas.
Con el correr del tiempo vino un gigante, que se enamoró de la hermana, y le
enseñó a la niña que se ponga a llorar y le diga al hermano que quería de unas
manzanas silvestres que habla por ahí.
Cuando volvió el hermano, ella se puso a llorar y él le preguntó:
–¿Qué te pasa?
Ella le dijo:
–Quiero comer de esas manzanas que están allá a la distancia.
Entonces el muchacho juá, se subió a la planta, y llegó el gigante y le dijo:
–Bájate, gusanillo de la tierra, que te quiero comer.
–Déjame que pegue tres gritos; recién me comerás.
El gigante aceptó.

36
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de
Filología y Folklore, Bs. As., 1960.
Un cuento riojano como "Grano de Oro, Garbanzo amigo", recogido por Agüero Vera y estudiado
también por Susana Chertudi, desarrolla aspectos análogos: el niño abandonado, el héroe y sus
perros amigos, la aparición del otro, la hermana traidora, el monstruo de siete cabezas, el impostor, el
reconocimiento final, etc
–¡Cadena de Oro!, ¡Cadena' e Plata! ¡Bolas Largas! –gritó el mozo.
Se jueron los perros y el gigante se achicó; y el mozo se volvió a la casa. Allí le
entregó las manzanas a su hermana.
Al otro día, cuando se jué al campo, volvió el gigante y le avisó a la niña que se iba a
transformar en una serpiente. Le entregó tres cerdas y le dijo que los atara a los
perros con las cerdas, y que le vuelva a pedir manzanas a su hermano.
Cuando el mozo volvió, ella le pidió que vaya a buscar las manganas y ató los perros
como le indicó el gigante.
El mozo se jué; cuando estaba arriba 'e la planta llegó el gigante y le dijo:
–Bájate, gusanillo de la tierra, que te quiero comer.
–Déjame que pegue tres gritos; recién me comerás-
El gigante acepte. El chico silbó y llamó 3 los perros:
–¡Cadena de Oro!, ¡Cadena 'e Plata!, ¡Bolas Largas!
Los perros tironiaban y no podían solíarse: Bolas Largas pegó un bolaco y cortó las
cerdas, v se jueron corriendo. Me lo agarraron al gigante y el mozo los animaba; lo
dejaron desconoció.
Recién comprendió el muchacho que había sío una traición de su hermana.
Entonces volvió al rancho, le dio las manzanas y se jué con los perros; la dejó sola.
Jué caminando, caminando Todo era cielo y tierra: no había nada. Halló una espada
tirada y la alzó. Ciando iba así caminando vio un rancho junto a una represa grande,
llena de agua Se acercó y adentro en el rancho estaba una niña atada con una
cadena.
La niña le dijo que el padre, que era el rey la había tenío que poner allí pa' que la
coma una serpiente que amenazaba al reino; el que la librara se casaría con ella. El
mozo la soltó y dijo que él la iba a defender.
Ella se sentó en el suelo y él se echó, apoyó la cabeza en su falda y se quedó dumió
Ella sintió que venía la serpiente silbando Lo movió pa' que se dispertara, pero como
estaba dormío tan juerte no se dispertaba. La niña se puso a llorar y como le
cayeron las lágrimas en la cara, el muchacho se dispertó.
Y venía la serpiente, que tenía siete cabezas. Los tres perros estaban echaos en la
puerta 'el rancho. ¡Qué! Cuando se asomó la serpiente, se abalanzaron y la
barajaron. ¡Y a luchar! Al fin, la mataron.
El mozo li abierto las siete bocas y, con la espadita le cortó las siete lenguas que
tenía; las envolvió con un pañuelo blanco y se las ató en el cogote a un perro.
Después tiró la serpiente al agua. Le dijo a la princesa que no dijera nada, y él se jué
a buscar algo pa' comer.
Un negro del palacio vino a la represa a buscar agua y vio a la serpiente muerta
adentro 'el agua.
Volvió al palacio y avisó que él la había muerto. Entonces vinieron a buscarla a la
princesa v la llevaron al palacio; ella no se animó a decir nada. El re» dijo que se
tenía que casar con el negro.
El mozo volvió al rancho y no la halló a la princesa. Salió a buscarla; vio que había
fiesta en el pueblo y preguntó qué pasaba. Le dijeron;
–Se casa la princesa porque el negro 'e la casa la salvó que no se la coma la
serpiente,
EL pidió permiso pa' mirar la fiesta. Le avisaron al rey y lo hizo pasar; ordenó que le
convidaran lo que quedaba de lo que llevaban pa' los salones Pero cuando llevaban
las cosas los perros le barajaban los platos y se los ponían al lao del mozo Le jueron
a avisar al rey lo que hacían los perros El rey vino a pedir explicación.
–Yo no los mando. Ellos solos lo hacen –dijo el mozo, y agregó:
–Nosotros somos los que la hemos matao a la serpiente. ¿Usté no le preguntó al
negro cómo ha hecho?
–No –dijo el rey.
–Desátele el pañuelo al perro y mire lo que hay –dijo el joven.
El rey desató el pañuelo w vio las siete lenguas.
Entonces se jué y lo llamó a solas al negro, y le preguntó cómo había hecho pa'
matar a la serpiente. El negro quedó pasma y no sabía qué decir.
El rey le pidió que le mostrara las siete lenguas. El negro jué a buscar a la serpiente
y le halló las bocas vacías como horno. Cuando volvió sin nada, el rey lo hizo atar a
una muía y que lo lleven adonde ni noticias tenga de él.
Después mandó a pedir disculpa a los convidaos, porque no era el negro el que
había salva a la princesa. Ordenó arreglar al mozo con las mejores ropas pa'
presentarlo. Cuando lo vio, la princesa lo reconoció y se casó con él.
La reina no lo quería al mozo y le puso un alfiler en la almohada. Cuando él se
acostó a dormir
quedó como muerto. La reina ordenó encerrar a los perros tres días. Después lo
llevaron a enterrar al mozo.
Los perros lloraban y cuando los soltaron empezaron a olfatiar y llegaron adonde
estaba enterrao el mozo. Allí cavaron y lo sacaron; comenzaron a lamberlo y le
arrancaron el alfiler que tenia clavao en la cabeza. El mozo se sentó y al rato se
compuso 'el todo.
Volvieron caminando a la par. Entonces los perros le dijeron:
–Nosotros no somos perros, somos tres ángeles que vinimos pa' librarte de los
peligros que ibas a tener en tu camino.
El les suplicó que no lo dejaran, que lo acompañaran siempre.
–No, nosotros ya hemos cumplido nuestra misión le dijeron.
Y se convirtieron en tres palomitas blancas que se elevaron al cielo volando. El mozo
quedó mirando y lloraba. Las palomitas se perdieron de vista.
El joven volvió al palacio y contó todo lo que le había pasao. Entonces el rey la echó
a la reina y el mozo vivió feliz con la princesa.
Lisandro y Morniones37

Había dos amigos, uno se llamaba Lisandro y el otro Morniones; ambos eran muy
enamorados y ricos. Un día dice Lisandro:
–Vamos a rodar tierras.
Y se fueron; durante el viaje enamoraban princesas, y uno y otro conseguían lo que
querían. Después de andar siete años en esto, le dice Morniones:
–Yo ya me voy a ver mis fincas.
–Yo me quedo –dice Lisandro.
Lisandro tuvo noticias de que en un puesto había una buena muchacha y allí se fue;
la encontré sola, sin padre y sin madre, pues se habían ido a la ciudad. Anduvieron
tres días, y él la pechaba a todo trapo; ella le decía que no, solamente que se casen.
Entonces volvieron los padres y tuvo que casarse, para que no quede una sin que
sea de su cuenta. A los dos meses de casado se puso muy triste, y Delfina, que así
se llamaba la señora, le pregunta:
–¿Qué te pasa?
Le dice Lisandro que piensa en sus intereses y la señora le contesta:
–Pero vos sos dueño, te podes ir llevándome. Se fueron los dos, y el mismo día que
llegaron a su casa, se presentó su amino Morniones
–¿Esta qué es para vos? –le dice. –Es mi señora.
–;,Será capaz? –pregunta Morniones. –Porque es capaz, me he casado con ella –
contesta Lisandro.
Este lo convidó a su amigo para su casa, y Mohinotes le dice:
–Te hago una apuesta; a que tengo que ver con tu señora.
–Ya está –contesta Lisandro–; juguemos puestos con hacienda y todo lo que
tenemos en nuestras casas, a entregarse llave en mano al que gane. Tenis tiempo;
yo voy a andar veinticinco días por los puestos.
Después le dice Lisandro a la señora:
–Si querís que te conchabe una sirvienta para que te acompañe, avísame.
–No hay para qué –contesta ella.
Se fue Lisandro al alba, y a las ocho estuvo Morniones de pie firme, y la comenzó a
pechar. Ella le dijo que se había casado para hacer feliz a su marido y que ni diga

37
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de
Filología y Folklore, Bs. AS., 1960.
semejante cosa. La pechó tres días y tres noches, no la dejaba dormir ni comer;
sacó el puñal para matarla v ella le dijo que la mate, que no iba a hacer infeliz a su
marido Al fin, Morniones se desengañó.
Al otro día de mañana se puso muy triste en la galería, frente a la calle. En eso pasó
una vieja y le pregunta qué le pasaba; él le dijo que para qué quería saber. Al
momento recorrió su memoria v pensó que las viejas tienen un punto más que el
diablo; la llamó y le comunicó la parada que había hecho con Lisandro. Entonces le
dijo la vieja que era la cosa más fácil!
La vieja se fue a la casa de Delfina v le dijo;
–Pero, niña linda, que tanta calor y no se baña: le voy a acarrear agua pa'l baño.
La pilachó y la niña tenía un lunar en el muslo, y el marido la había sirnbado y tenía
dos nudillos; le hizo uno más. Después le robó un anillo de la mesa, con el nombre y
apellido de Lisandro, un pañuelo de cuello, y se fue a la casa de Morniones.
Entonces vino Lisandro del puesto y se fue derecho a la casa de Morniones, sin
llegar a su casa, y le dice Morniones:
–Ese día que te fuiste, tuve que ver con tu señora; aquí tenis el anillo y el pañuelo
con tu nombre. Además, para mejor prueba tiene en una simba dos nudillos y yo le
he hecho otro más, y tiene un lunar en la pierna.
Dicho esto, se fue Lisandro enseguida a su casa; la señora lo saludó y él no.
Después se fue al carpintero y mandó hacer un cajón bien seguro, con llave, y
mandó que lo pongan a orillas de la mar. La convidó a la señora para que vaya y en-
tonces la mandó que se meta adentro; cuando estuvo adentro le cerró la tapa, le
echó llave y la dejó que se la lleve el mar "se mismo día, llegaron los padres de
Delfina a la casa y preguntaron
por ella; Lisandro dijo que no sabia dónde estaba, y como no supo dar razón, lo
metieron en la cárcel diciendo que la había muerto.
Había un rey que iba todos los días a la orilla de la mar, y un día vio este cajón que
llevaban las olas, y lo mandó sacar de la mar. Como oye ruidos adentro, preguntó
quién estaba; !e contestaron de adentro y entonces mandó abrir el cajón y dijo a la
persona que salga. Delfina contestó que no podía salir porque estaba en mal estado;
pidió que le dieran primero una navaja, pantalones, saco y zapatos. Se afeitó el lunar
y la cabeza, se vistió de hombre y salió.
Entonces le preguntó al rey cuánto le debía por haberla sacado de allí, y el rey le dijo
que nada; entonces ella dijo que le serviría diez años. Es así que el rey, creyendo
que era varón, le hizo comprar una lanza, boleadoras, espada y la mandaba con los
soldados a las batallas. Al cumplirse los diez años que estuvo al servicio del rey,
5ste le dice que le pida o que desee. Entonces ella le pide que lo deje ser rey por
poco tiempo, que le dé la corona, su bastón, cincuenta soldados de línea con
ministro y todo, para salir a recorrer las provincias. Así le concede el rey y sale a
visitar las provincias; a cada pueblo que llegaba iba a las cárceles y visitaba todos
los presos, v les preguntaba por qué estaban allí; a muchos los largaba.
Al fin llegó a su ciudad y visitó la cárcel; allí estaba Lisandro. Le preguntó por qué
estaba allí y lisandro le contó su apuesta con Morniones.
–¿Y vive Morniones? –preguntó ella.
–Sí, vive.
–Bueno, tráiganmelo.
Cuando llegó Morniones le contó cómo le ganó a Lisandro» con la ayuda de una
vieja.
–Bueno –dice Delfina–, átenlo a un palenque; ahora tráiganmela a la vieja.

Le pregunta a la vieja de qué manera se había ella enterado de todas las cosas;
después ordenó
atarla también a otro palenque. Enseguida mandó traer dos carradas de leña y que
la echen a la vuelta de los palenques, y les hace meter fuego.

Después lo manda traer a Lisandro. Los guardias no lo podían encontrar porque se


escondía-entre las cobijas, hasta que lo encuentran. Después les manda a los
guardias:
–Bueno, ahora lo tusan y lo bañan.

Luego Delfina se viste de mujer y se da a conocer por Lisandro y vuelven


nuevamente a vivir juntos. Y quedaron allá y yo me vine para acá.
Un tonto con dos hermanos entendidos38

Dicen que había un tonto que tenía una ovejita a la que se consagraba en cuidar con
todo empeño, y la tenía en consecuencia muy gorda. Vivía con la madre y dos
hermanos, que no eran tontos como él, sino entendidos.
Un día la madre le indicó a los hermanos entendidos que carnearan una oveja de la
majada que ellos atendían; como la del tonto era gorda resolvieron matarla.
Cuando llegó el tonto a la casa, y vio que estaban asando, corrió a comer y ver lo
que habían carneado y se encontró con el cuerpo de su ovejita; entonces tomó el
cuero y salió llorando desconsoladamente, no pudiendo sus familiares hacerlo volver
a la casa.
Había andado por el campo llorando, dos o tres días, hasta que el cuero se le había
hecho hediondo; cansado, se había acostado y se había tapado la cabeza con el
cuero. Estaba dormido, cuando los caranchos, atraídos por el olor del cuero, revo-
loteaban para tishpirlo, hasta que por fin uno de ellos se había asentado y lo había
comenzado a tlshpir. En eso se despertó el tonto y lo vio al caranchi y con una mano
tenía aferrado el cuero y con la otra trataba de agarrarlo al caranchi, hasta que lo
pudo pillar; una vez pillado, lo había desplumado completamente para que no se le
vuele. Se iba yendo con su cuerito y su caranchi, cuando se encontró con un hombre
que le preguntó qué animal era ese que llevaba en la mano, y le responde el tonto: –
Es un caranchi adivino. Que le dice el hombre que se lo venda si es que era cierto
que era adivino; el tonto le dice que es bueno, pero el hombre que le dice que tenía
que llevarlo a su casa para, que haga una prueba, pues a él lo gorriaban y quería
saber con quién.
Se fue el tonto con su caranchi a la casa del hombre y aún no había llegado el
comprador; mientras, el tonto había observado que la esposa había colocado pan y
queso en distintas partes de la casa. Cuando llegó el marido, le dice al tonto: –
Bueno, vamos a ver, haga una prueba con su -divino para ver si sirve de algo.
Entonces el tonto le pega un tishpón en la cabeza al caranchi y éste grita: –Tras,
tras.
Entonces el comprador le preguntó qué es lo que dice el caranchi, y el tonto le
responde que dice que en tal parte había pan. Vuelve a pegarle otro tishpón y grita el
caranchi: –Tras, tras.

Ahora dice que en tal parte hay queso. Efectivamente, allí estaba el queso.
–Bueno, se lo voy a comprar al adivino –dijo el hombre.

38
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de
Filología y Folklore. Bs. As., 1960.

Cfr. con los cuentos del ciclo de Pedro Urdemales y con la versión africana de "El embustero" (en
esta antología). En J. Z. Agüero Vera cfr. con "Juan el Tonto" (Cuentos Populares de La Rioja).
Le dio seis mil pesos y se fue el tonto. Entonces la señora, al saber esto, le dice al
churo:
–Que estamos mal; ese caranchi nos va a descubrir.
El churo la mandó a que lo alcance al tonto y le consulte cómo hay que hacer para
matarlo, y que el tonto le dice que hay que mearlo en la cabeza.
Al otro día el churo resuelve matarlo y cuando saca la pinchila para orinarlo, el
caranchi lo agarró con el pico y no lo largaba. A los gritos que daba, corre la señora
y se levanta la pollera para orinarlo y el pájaro la agarra con una pata.. Al oír los
gritos, acude la sirvienta y le gritan que lo orine; al levantarse la pollera la agarra
también a ella de la misma parte y así los tenía a los tres. Llega el marido y los
sorprende, y ahí no más los mató a los tres, pues había descubierto al churo y a la
celestina.
Entonces, viendo que el tonto había tenido éxito al presentarle un pájaro
excepcional, salió a seguirle el rastro y darle más plata. Ya lo iba alcanzando y el
tonto cuando lo vio empezó a disparar, pensando que había descubierto la
superchería y así corrieron los dos, hasta que lo alcanzó al tonto y le dio dos mil
pesos más.
Regresó el tonto a la casa, llevando ocho mil pesos y cuando sus hermanos le
preguntaron de dónde había sacado tanto dinero, él les dijo:
–Miren cómo pagan bien el cuero de oveja; por la mía no más, me han pagado ocho
mil pesos.
Entonces los hermanos resolvieron carnear todas las ovejas de ellos y cargaron los
cueros en muías y salieron a ofrecer y nadie les quiso comprar; viéndose engañados
resolvieron matarlo al tonto. Para esto el tonto había oído los comentarios que lo
matarían; como él dormía con la madre y había oído decir que lo matarían de noche
y que lo iban a diferenciar de la madre porque ésta dormía con un pañuelo atado a la
cabeza, el tonto se había puesto el pañuelo de la madre. Y cuando a la noche fueron
los hermanos a matarlo, lo confundieron con la madre y la mataron a ella.
Al día siguiente el tonto se despertó y se encontró con la madre muerta, y que
llorando se iba con la madre en brazos y los hermanos por temor a que los denuncie
se dispararon.
EL tonto se había oído a la orilla da la mar llevando a la madre, cuando de repente
vio venir a un hombre que traía un arreo muy grande de hacienda y habían
acampado también cerca del mar. El tonto la había dejado a la madre, que ya estaba
dura, bien sentada a la orilla del mar y se había ido a donde estaban los hombres
tomando café, y lo habían convidado al tonto. Al rato que estaba dice:
–Oiga, señor, ¿por qué no me da un poco de café para convidaría a mi madre?
–¡Cómo no! –que le dicen–, tome, llévele.
Entonces el tonto responde:
–¡Ay, señor!, hágame el favor, lléveselo usted, yo estoy tan cansado, hace tres días
que la ando llevando a cuestas.
El peón se había ido yendo a llevar el café, cuando el tonto gritó:
–Oiga, joven, hay pechar a mi mama, porque es sorda.
Que va el otro y le dice:
–Oiga, dice su hijo que vaya a tomar café.
Y claro, ¡qué iba a oír, si estaba muerta! Entonces le pega un empujón para que lo
oiga y se cae la muerta dentro del mar. El tonto sale llorando, diciéndole que le había
muerto la madre; entonces el dueño de la hacienda, por temor que lo vaya a
denunciar, le había ofrecido tres mil pesos y que el tonto le dice:
–¡Qué cree, que yo la voy a vender a mi madre por tres mil pesos! Déme doce mil
pesos.
Y que le había dado no más esa cantidad.
El tonto se había vuelto a la casa y que les dice a los hermanos
–Miren, con ser que mi madre era chiquita y flaquita, como está en precio la carne
humana me han dado doce mil pesos.
Los hermanos, al oír esto, lo creyeron y se dispararon a matar a sus respectivas
mujeres y salieron a venderlas. A poco de andar, salió la policía y los metió presos;
estuvieron varios días presos y pudieron escaparse.
De regreso a la casa resolvieron vengarse del tonto porque los había engañado. Así
hicieron; se apoderaron del tonto, y lo pusieron dentro de un saco que cosieron bien
y lo colocaron a orillas da una quebrada muy honda con el objeto de derrumbarlo. Ya
estaban a punto de hacerlo, cuando uno de los hermanos dice:
–¡Cómo vamos a hacer esto con nuestro hermanito! Vamos a tomar unas copas en
el boliche para ponernos corajudos.

Y que se habían ido.


Mientras los hermanos estaban en el boliche, un hombre llevando otro arreo do
hacienda pasaba cerca del saco; al oír el ruido el tonto empezó a dar gritos y se
acercó el hombre y le preguntó al tonto porqué estaba allí encerrado y le dice el
tonto:
–Porque no me quiero casar con la hija del rey. Y usted, ¿que no se quiere casar
con la hija del rey?
–¡Sí, claro! –que le dice el hombre.
–Bueno ábrame el saco y métase usted aquí; cuando vengan unos hombres usted
dígales: "Sí, me voy a casar con la hija del rey".
Entonces el tonto se salió del saco y lo metió al otro. Mientras tanto llegaron los
hermanos y el de adentro les decía:
–Me voy a casar con la hija del rey.
Y los otros lo derrumbaron.
El tonto se quedó con toda la hacienda y se encaminó a la casa. Al verlo llegar los
hermanos ex clamaron:
–¡Velo al tonto y tanta hacienda que trae!
–Han visto –les dice el tonto–, a pesar de haber sido yo solo, miren qué enorme
cantidad de hacienda he sacado de la quebrada. ¡Cómo sacarían de mucha ustedes,
que son dos!
–Bueno –que dicen los hermanos–, vamos a hacer otro saco grande, para que nos
matamos dentro y vos nos pegas un pechón para que vayamos al fondo de la
quebrada y saquemos mucha hacienda.
Y así hicieron, el tonto los derrumbó y les grita:
–¡Si diablos van a sacar hacienda!
Y como tenía plata y hacienda, quedó rico y así rico lo he dejado allá y me he venido
yo para acá.
El sastre, el zapatero y los ladrones 39

Hace ya mucho tiempo había un pobre sastre que debía dinero a todo el mundo. Le
debía al carnicero, al panadero, a la tienda, al almacenero, al verdulero, al boticario,
al médico y al zapatero. Ganaba con su oficio muy poca plata y eso no le alcanzaba
ni siquiera para poder vivir en la forma más modesta. Cada día más amargado por
eso. decidió una vez hacerse el muerto, para que todos los vecinos acreedores le
perdonen sus deudas.
Al recibir la noticia, que corrió enseguida de boca en boca, la gente del lugar se
sintió conmovida y se olvidó de los reales que tañían que cobrarle al pobre sastre. El
único que se negó a perdonar fue el zapatero del pueblo, avaro y testarudo.
–A mí me debe un real y me lo va a pagar por más muerto que esté –dijo–. Me lo va
a pagar como que hay un solo Dios verdadero.
De acuerdo a la costumbre de aquella época, los amigos del sastre llevaron a la
noche su cadáver para ser velado en la iglesia, hasta que llegara la hora de ir a
sepultarlo en el cementerio. El zapatero se fue a la iglesia, se arrimó al cajón donde
estaba el sastre y le gritó:
–¡Dame mi real, dame mi real!
En eso estaba, cuando al sentir la llegada de unas cuantas personas, el zapatero se
apresuró a esconderse en un confesionario. Los que llegaban eran unos ladrones
que venían a repartirse allí el dinero que habían robado en sus andanzas. Lo
hicieron en siete montones, uno de más, porque ellos sólo eran seis.
–¿Para quién es el montón de más? –preguntó uno.

–Para el que le dé al muerto una puñalada en la barriga –le respondió el jefe,


Al oírlo, el ladrón que había hecho ¡a pregunta dijo:

39
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de
Filología y Folklore, Bs. As., 1960.

Aurelio Espinosa ofrece con "Juanito Malastrampas" (Cuentos Populares de España) una interesante
versión homologable, en la que se destacan las características del típico artesano pícaro e ingenioso.

Con referencia a estos personajes –'herrero, molinero, sastre– a los que siempre se concede un
status singularmente "demoníaco" en la naturalidad del orden campesino, pueden confrontarse las
sugestivas ideas de Francois Cadic en sus Contes et léguenles de Bretagne, París, 1929: "La idea
que se forma el paisano bretón del Diablo se parece apenas a la que nos enseña la Iglesia.. . Entre
los hombres que se encuentran habitualmente en su camino y cuya astucia los compromete o pone
en falta, dos son habitualmente citados por el narrador: el molinero y el sastre. Ambos- son un poco
sus primos y sus procedimientos no difieren. Nada extraño, por consiguiente, que consigan superarlo
con ventaja cuando él les falta. Acantonados uno y otro al margen de la sociedad campesina, a la
manera de parásitos sobre el árbol, como éstos saben explotarla. Son los astutos, los intrigantes y los
socarrones que se aprovechan de la ingenuidad y credulidad del paisano y viven a sus expensas".
–Yo se la daré.
Se acercó así al muerto, y ya le iba a clavar su cuchillo, cuando el muerto se levantó
de un gran salto, gritando:
–¡Ayudemén los difuntos!
–¡Allá vamos todos juntos! –contestó el zapatero desde su escondite del
confesionario.
Entonces los bandidos, temblando de miedo, se olvidaron del reparto del dinero y
salieron de la iglesia corriendo como avestruces perseguidos.
Mientras tanto el zapatero le decía al sastre:
–Ahora dame mi real, dame mi real.
El sastre, que se había apoderado de todo el dinero de los ladrones, no quería
dárselo y el zapatero le repetía con rabia:
–¡Dame mi real, dame mi real!
Uno de los bandidos, el más valiente de todos ellos, se detuvo en su carrera y le dijo
a los otros:
–Esperen, esperen aquí. Yo voy a ver qué es lo que pasa allá en la iglesia.
La casualidad quiso que llegara a ella en el mismo instante en que el zapatero le
decía al sastre:
–¡Dame mi real, dame mi rea!!
Entonces el ladrón salió nuevamente a todo escape y llegó y le dijo a sus
compañeros, tartamudeando todavía del tremendo susto que se había llevado:
–¡Sigamos, sigamos corriendo, que allá se están repartiendo el dinero todos los
difuntos a razón de un real por barba!
El cuento popular
:
Viejos amigos del hombre, los cuentos narrados en el anochecer de la aldea, en los
fogones campesinos después de las tareas diarias o en ( celebraciones, constituyen
un fenómeno de difusión universal. En Oriente, en la India, el narrador ya era un
personaje importante de la cultura y el rito.
Luego los pueblos de Europa y los americanos supieron traducir en toda una gama
de situaciones narrativas sus experiencias, su visión del mundo, sus conflictos y sus
aspiraciones.
Surgidos del pueblo, muchas veces los escritores se nutrieron de su material, fijaron
sus versiones, las verificaron o las corrompieron. Modernamente la antropología
propuso su rescate y recuperación La presente antología incluye un conjunto vasto,
fascinante por su ingenuidad, su perfección narrativa, su humor y su síntesis.
Volumen especial (E)

También podría gustarte