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Global. Vargas Llosa es uno de los invitados estelares de la próxima Feria del Libro de Buenos Aires. Foto: Lexey
Swall/The New York Times.
Marcela Valdes
Preysler, quien nació en las Filipinas pero ha vivido en España desde que
tenía 16 años, construyó esa casa con su tercer esposo, el exministro de
Economía y Hacienda de España Miguel Boyer, quien murió en 2014. A
menudo los paparazzi merodean por sus puertas; Preysler, de 67 años,
ha sido objeto de la fascinación de los tabloides en español desde que se
casó con su primer marido, la estrella del pop Julio Iglesias, en 1971. (Su
segundo esposo era un marqués español). Fue un pequeño escándalo
que Vargas Llosa tuviese ahora un escritorio con ordenadas pilas de
libros y un busto de Honoré de Balzac en un pequeño rincón de su
biblioteca, en medio de los viejos libros de ciencias y matemáticas de
Boyer.
Usted es un romántico, le dije. “Yo creo que todos los somos. Creo que el
romanticismo ha marcado muchísimo nuestras vidas; es muy difícil no
ser romántico de alguna manera, aunque muchos no nos demos cuenta.
La experiencia del amor... o uno la vive o uno la rechaza, se vacuna
contra ella. Diríamos que yo no la he rechazado. Cuando ha ocurrido, la
he vivido”.
La primera vez que la vivió fue en 1955, cuando se fugó con la hermana
de su tía, Julia Urquidi Illanes. En ese entonces, Vargas Llosa era un
universitario de 19 años y Urquidi era una divorciada de 29. Ernesto
Vargas estaba tan enojado con su matrimonio que amenazó con matar a
Mario, pero la pareja se rehusó a divorciarse. El día en que Ernesto
aceptó el matrimonio, según escribe Vargas Llosa en sus memorias,
marcó la “definitiva emancipación” de su padre. Sin embargo, nueve
años después se divorciaron y, un año después, en 1965, se casó con su
prima hermana Patricia Llosa Urquidi, la sobrina de Julia.
A los 45 años de casados, Vargas Llosa declaró en su discurso de
aceptación del premio Nobel que Patricia “lo hace todo y todo lo hace
bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el
caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi
tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan
generosa que hasta cuando cree que me riñe me hace el mejor de los
elogios: ‘Mario, para lo único que sirves es para escribir’”. Sin embargo,
el año en que ella cumplió 70, él la dejó por Preysler.
“Lo que hay que entender en él es que es una persona que se entrega con
absoluta pasión a lo que cree, incluso cuando se equivoca”, me dijo su
hijo Álvaro. De todos los hijos de Vargas Llosa, Álvaro ha sido el que
mejor ha aceptado la nueva relación de su padre, quizá porque sus
vínculos van más allá de lo familiar. Lo que irrita a muchas personas,
incluyendo a su hijo Gonzalo, es que Preysler es la encarnación de la
cultura del entretenimiento y las celebridades que durante tanto tiempo
Vargas Llosa dijo aborrecer. Una mujer de belleza y elegancia felinas,
que ha aprovechado sagazmente la atención de los tabloides para
hacerse de una especie de carrera proto-Kardashian: ha sido
presentadora de programas de televisión, ha anunciado objetos lujosos
como las joyas Rabat y los revestimientos cerámicos Porcelanosa.
Quizás nada transforme tanto la vida como el amor, pero Vargas Llosa
siempre ha sido difícil de comprender. Es un modernista y un humorista,
un político y un esteta, un intelectual y un libertino. Toda su vida ha sido
una serie de revelaciones inesperadas. Quizá todos somos muchos en
uno, pero Vargas Llosa ha llevado sus contradicciones a la acción, tanto
en su vida como en sus páginas.