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Resumen Carlos Skliar
Resumen Carlos Skliar
y la atención a la diversidad
Notas para una aclaración tan confusa como entrañable. (Capítulo Presentación)
Y que luego, enseguida volver mirar bien aquello que nunca hemos visto o que ya hemos
visto pero desapasionadamente.
Volver a mirar bien, más hacia la literatura que hacía los diccionarios, más hacia los rostros
que hacía las pronunciaciones. Y seguir desalineados, desencajados, sorprendidos, para no
seguir en “nuestro tiempo”, “nuestro espacio”, “nuestra cultura”, “nuestra lengua”, “nuestra
mismidad”, quiere decir “todo el tiempo”, “todo el espacio”, “toda cultura”, “toda lengua”,
“toda humanidad”.
Si no hay más que la violencia ordenada de unos decretos; evaluaciones que pretenden
medir el cuánto y el cómo del ser o no ser tolerante; actividades donde solo pueden unirse
los iguales; y el otro como problema y su didactización y curricularización; y las dinámicas
en torno de un otro que bien haría en estar, si quiere aquí mismo, pero en otro lado.
Si, me vuelven a decir, que hay que volver a mirar bien. Tal vez no donde creíamos, quizá
no donde pensábamos. Entonces, las imágenes del otro acaban convirtiéndonos en
rehenes del otro; que los sentidos del otro terminan por quebrantar nuestras rígidas manos
hasta convertirlas en carícias, hasta transformarlas y transformarnos en rostros que a veces
se acercan, es verdad, pero muchas otras veces se ignoran en racimos y rizomas de
diferencias.
El “objeto” ya no es lo que era. Es el objeto el que nos mira, es el objeto el que nos
piensa. Nos mira y nos piensa incesantemente. El otro no mira y nos piensa
incesantemente.
Toda vez que quise hablar de diversidad, una cierta patología me obligaba a desviar la
mirada hacia otras cosas, así, en la misma medida que el término “diversidad” se iba
volviendo cada vez más inaudible y superfluo, aparecían ante mí casi siempre de un modo
inestable otras voces: “diferencias”, “identidades”, “mismidad”, “el otro maléfico”, “la
invención maléfica del otro”, “el otro en su temporalidad y su espacialidad”, “la homo-
homogeneidad”, “el ser del otro”, “la hostilidad hospitalaria”, “la irreductibilidad del otro,de lo
femenino”.
Por ello, cada vez que quise hablar de diversidad o atención a la diversidad, notaba algo
que iban distanciando o demorando la relación y el conflicto final con el otro.
Que los otros deben ser siempre los mismos otros (solo algunos y pocos otros: aquellos
otros que hemos podido nombrar)
Que otros “otros” nunca serán admitidos en el territorio de la “diversidad”.
Y que nosotros no somos ni los otros “diversos” ni mucho menos los otros “otros”, sino una
pura, autoritaria, egocéntrica y voraz mismidad.
El otro ya ha sido suficientemente masacrado, ignorado, silenciado, asimilado,
industrializado, globalizado, cibernetizado, protegido, envuelto, excluido, expulsado,
incluido, integrado. Y vuelto a asesinar, a violentar, a anormalizar, a anormalizar
excesivamente. El otro ya ha sido lo bastante observado y nombrado como para que
podamos ser tan impunes al mencionarlo y observado nuevamente. Por eso el título de este
libro: ¿Y si el otro no estuviera ahí?
Porque sin el otro no seríamos nada, sólo quedaría la oquedad y la opacidad del nosotros.
Porque el otro ya no está ahí, sino aquí y en todas partes;
La cuestión del otro, se ha ido banalizando, moralizando, y más cuando a ella le agregamos
la cuestión educativa o, cuando pensamos en la cuestión educativa del otro
específicamente dentro de la educación.
Este es un texto que no ha querido responder a nada ni a nadie, sino se trata de volver a
mirar bien. Y mirar bien, nuevamente, para que la mismidad se conmueva y atormente
de una vez. Para que cuando el otro vuelva, nos invite a su misterio, nos haga
diferencia, nos difiera.
Y finalmente “Ay ¿Porqué nos reformaremos tanto?. Notas para una pedagogía
(improbable) de la diferencia. La cuestión de las pedagogías del otro. Pedagogías que
capturan, ignoran, enmascaran, masacran o vibran con el otro.
Carlos, Skliar Y finalmente “¡Ay! ¿Porqué nos reformaremos tanto?. Notas para una
pedagogía (improbable) de la diferencia. (último capítulo).
Y esto significa, que los cambios ya no son lo que eran y qué es el cambio el que nos
piensa. Y el cambio educativo nos piensa ahora como una reforma de lo mismo, como una
reforma para nosotros mismos.
Porque el cambio nos mira, y al mirarnos encuentra solo metástasis de leyes, de textos, de
curriculum, de didácticas y de dinámicas.
Pero ni una palabra sobre las representaciones como miradas, sobre la metamorfosis de las
identidades, sobre la vibración del otro.
Y volvemos a creer que este espacio y este tiempo es el único disponible, que el otro es un
otro maléfico y que nuestra invención no está desacertada, a ignorar aquella ética del rostro;
tenemos una responsabilidad con el otro, con su expresión, con su irreductibilidad, con su
misterio. Y volvemos, por último, a refugiarnos en nuestra insulsa hospitalidad (hostil).
Modernidad y escuela, como una temporalidad simétrica donde cada cosa debería tener su
espacio y cada espacio seguir el ritmo de un espacio monocorde, insensible, inevitable.
Donde dos cosas distintas no pueden estar al mismo tiempo y donde una misma cosa no
puede estar en dos sitios al mismo tiempo.
Y también substituir “dos sitios”, uno estable, ordenado, lineal, para la mismidad y
otro, bien diferente, pero de mayor orden, control, gobierno; un sitio sin tiempo y sin
espacio para los otros.
Pero del mismo modo en que el objetivo del orden de la modernidad terminó siendo una
expresión de imposibilidad de un proyecto imposible, también el orden de la escuela se fue
desplazando, se fue fragmentando en varias tonalidades del tiempo presente. Por un lado la
tarea de educar se transformó en un acto de fabricar mismidad y allí se detuvo, satisfecha
de sí misma. Por otro lado el acto de educar tomó otro rumbo, sobre el cual nunca se
detuvo, nunca lo dio por cumplido, nunca por acabado.
Que permita crear una pedagogía del acontecimiento, una pedagogía discontinua que
provoque el pensamiento, que retire del espacio y del tiempo todo saber disponible; que
desordene el orden, la coherencia, toda pretensión de significados.
La pedagogía del otro que debe ser siempre borrado, que es la de siempre; que niega
dos veces y que lo hace de forma contradictoria: niega que el otro haya existido como otro y
niega el tiempo en que aquello pueda haber ocurrido. No hay porque ni son enunciados.
Está cimentada sobre dos principios:
Está mal ser aquello que es y/o se está siendo: la negación del otro en sus propias
experiencias de ser-otro. Corregirlo, normalizarlo, expulsarlo, medicarlo, silenciarlo,
vociferarlo, producirlo. Y obligarlo al otro a que perciba de una vez que está mal ser aquello
que se es o se está siendo.
Está bien ser aquello que no se es, que no se está siendo y nunca se podrá o querrá ser. La
mismidad como modelo, distante y … de toda alteridad. Disfrazarlo de diversidad, teñirlo de
alteridad, hacerlo diverger de lo mismo, alejarlo, medirlo, evacuarlo, excluirlo/incluirlo. Y
obligarlo al otro a que perciba que está bien ser aquello que no se es, que no se está siendo
y nunca se podrá o querrá ser.
Es una pedagogía para que la mismidad pueda ser, siempre, la única temporalidad y
espacialidad posible.
La pedagogía del otro como huésped, cuyo cuerpo se reforma y/o autoreforma, haciendo
metástasis sobre lo mismo y sobre lo otro. Es una pedagogía que afirma dos veces y que
también niega dos veces: afirma el nosotros pero niega el tiempo común; afirma al otro pero
le niega su tiempo. Es la pedagogía de la diversidad, como pluralización del yo mismo y de
lo mismo, una pedagogía que hospeda, pero a la que no le importa quien es el huésped,
sino que se interesa por la estética del hospedar. Que reúne la hospitalidad y la hostilidad
hacia el otro, anuncia su generosidad y oculta su violencia de orden. No se preocupa por la
identidad del otro. Se obsesiona, de un lado, con la entrada y la permanencia a la escuela
regular de aquellos sujetos comúnmente denominados como “deficientes” y por otro lado,
estiliza su mismidad atribuyéndole a otros el carácter de “diversidad” (los inmigrantes, los
sujetos “con problemas sociales”, de ”razas y etnias diferentes”, con problemas de
aprendizajes) en una relación cultural, política, lingüística y comunitaria discriminatoria,
autoritaria, excluyente, en síntesis, de estricta tonalidad colonial (la idea de integrar a otro y
de incluirlo que deriva de la composición del prefijo enclausurar; inclusión puede definirse
como tener como miembro, contener como elemento secundario).
Lo problemático es el sentido en que el/los otros/s aparecen, son enunciados y
producidos dentro de la escena cultural y educativa. ¿Quienes, son los otros de esas
expresiones y sentidos de la educación?
Además de los usos, también existe la mitología del otro, determinada desde el
interior del mismo discurso de la diversidad cultural. El mito de la alteridad como
causa y consecuencia de todos los males, el otro que vive su alteridad de una forma
homogénea, y el mito de la tolerancia como solución de todos los problemas.
La mitología del otro, diferente en sus versiones dentro de cada cultura (loco,
extranjero, deficiente, homosexual, peligroso, no aprende, habla, etc), ese juego
típico de la diversidad, que consiste en ir cambiando el lugar y el nombre del otro, el
lugar de quien es el depositario de esas mitologías, para mantener el lugar de la
alteridad y a salvo la mismedad.
En esta pedagogía: