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¡Venga tu Reino!

Resumen y citas de “La aceptación de sí mismo”, de Romano Guardini


Ediciones Guadarrama, Madrid 1962 (original Die AnnameSeinerSelbst, 1960)

1. Hay cosas sencillas, obvias, que parecen banales, pero que tienen gran profundidad e
importancia y hay que descubrirla. Una verdad de este tipo es que yo soy éste que soy,
precisamente éste.
a. De aquí se sigue que todo lo relaciono desde este “yo”, mi “yo” es el presupuesto
de todo (todo, todo) lo demás.
b. Incluso si trato de pensar desde fuera, ver las cosas desde fuera, persiste esa
ligadura a mi realidad.
c. Soy el vivo polo opuesto al mundo… El mundo (todo) lo veo, percibo, interpreto,
desde mi yo. Es inevitable, casi necesario (este “casi” es importante…, por lo que
se dice en el n. 2).

2. Para mí no solamente soy obvio, sino también sorprendente, enigmático, incluso


desconocido… Me miro al espejo y digo: ¿quién es ése, quién soy yo? ¿Quién o qué
quiero llegar a ser? ¿Me conozco, o trato de conocerme?

3. En los dos puntos anteriores se expresa esta idea: lo que llamo “yo” es lo que me es dado.
Pero no es absoluto, sino relativo y problemático. ¿De qué modo soy yo mismo?
Explicaremos esto:
a. Mi ser “yo” es lo obvio, el fundamento de todo lo demás.
i. Pero también significa que no soy absoluto, por esencia, sino que me soy
“dado”, me he recibido. En el principio de mi existencia no hay una
decisión mía de ser, sino que alguien ha tomado la iniciativa y me ha dado
a mí.
ii. Y me ha dado como este hombre determinado y concreto, en este tiempo,
país, familia, etc., etc., hasta las últimas determinaciones.
b. Pero con esto queda propuesto también un deber que está a la base de todos los
demás: he de querer ser el que soy, ser yo realmente, asumiendo la tarea que se
me propone.

Lo anterior se puede expresar negativamente: no puedo eludir lo que soy, ni lo bueno ni


malo que hay en mí. Debo aceptarlo, no con rebeldía, sino en verdad, porque solo ella me
puede llevar más allá del mal: soy así, pero quiero llegar a ser de otro modo.
La suprema forma de evasión es el suicidio. La auténtica valentía significa saber que se
está puesto en un lugar por el Señor de la vida, Dios, y por eso no cabe apartarse hasta que El
mismo le llame a uno a retirarse.

4. Este deber (ser uno mismo) puede llegar a ser muy difícil, puede nacer la rebelión: ¿por
qué tengo que serlo? ¿He pedido yo serlo? ¿Qué gano con serlo? Está uno contra sí
mismo, no se aguanta; quisiera ser, tener más de lo que es o tiene, pero no puede; siempre
tropieza con las mismas fronteras, errores… De todo esto puede surgir una monotonía y
hastío enorme…

5. Entonces el acto de ser yo mismo se convierte en un ascetismo (ejercicio, esfuerzo


espiritual). Debo renunciar al deseo de ser otra cosa que no soy. Debo estar de acuerdo
con ser el que soy, de tener las propiedades y los límites que tengo. Esto se hace
especialmente difícil cuando percibo los defectos de mi ser: salud física, deficiencias
psíquicas o caracteriológicas, cargas genéticas, formación, historia…

6. A la pregunta: “¿por qué soy como soy? ¿Por qué soy en vez de no ser?” no hay ninguna
respuesta por parte de mí, ni siquiera por parte del mundo. Todos los intentos de
explicarme por presuposiciones de la sociedad, la historia, la naturaleza, son
malentendidos (pues estos intentos responden a causas materiales, biológicas,
históricas…). Pero la pregunta de la que aquí se trata es muy diversa, se dirige a algo que
existe sólo una vez, a mí…

7. No puedo explicar cómo soy yo mismo, no puedo comprender por qué debo ser de tal o
cual modo. No es una necesidad, sino un hecho. Pero a la vez, es el hecho decisivopara
mí. Es como es, y podría no ser; y sin embargo, determina mi existencia entera desde lo
más íntimo.

8. Todo esto significa: no me puedo explicar a mí mismo, ni demostrarme, sino que tengo
que aceptarme. Y la claridad y valentía de esta aceptación constituye el fundamento de
toda mi existencia.

9. Esta exigencia no la puedo cumplir por caminos meramente éticos. Sólo puedo hacerlo
desde algo más alto, y con esto estamos en la fe. Fe significa aquí comprender mi finitud
desde la instancia suprema, desde la voluntad de Dios.
a. Dios es real y necesario. No necesita ninguna explicación, la explicación es El
mismo. Es así porque es así (“Yo soy el que soy”, Ex 3, 13-14). Existe en
absoluto, porque es Dios. Ese Dios es Señor de todo, también de sí mismo.
b. Ese Dios es el que me ha creado, el que me ha dado a mí mismo. Con esto llega a
su fin la cuestión: soy el que soy porque El lo ha querido. Las preguntas: “¿por
qué soy el que soy, por qué se me rehúsa lo que se me rehúsa, por qué me ocurre
lo que me ocurre?” sólo reciben respuestas en referencia a Dios. Pero esto sólo en
la medida en que esa relación con Dios no sea algo abstracto, sino algo vivo.
c. En el inicio de la filosofía occidental aparece repetidamente la cuestión del arjé,
el principio de todas las cosas. Hay una sola respuesta que responda realmente:
darse cuenta religiosamente que mi principio está en Dios.
d. Este es el principio y fin de toda sabiduría. La renuncia a la soberbia. La fidelidad
a lo real. La limpieza y decisión de ser uno mismo. La valentía que se sitúa ante
uno mismo y así se alegra de esa existencia.

10. Sólo desde la aceptación de sí mismo el camino lleva al auténtico futuro de cada persona.
Hay que ejercitar la crítica contra uno mismo, pero con lealtad a lo que somos. El
arrepentimiento no es negar lo malo que uno es o ha hecho, sino reconocerlo, dolerse por
ello y buscar mejorar.
a. Ser yo significa tener un camino que lleva desde la situación inicial hasta la de
plenitud. Para el cristiano, Jesús nos ha dicho: “He venido para que tengan vida, y
la tengan en abundancia”; esto es la felicidad plena.
b. Ahora bien, el mensaje cristiano dice que todo lo que lleva a esa felicidad plena
(salvación), es gracia. ¿No contradice esto todo lo dicho anteriormente? No, pues
la gracia va dirigida a una persona con su mismo “yo”, y no destruye esa
mismidad, esa realidad del yo, sino que la supone y eleva.

11. Pero, ¿cómo se han de entender estas cosas? Para entenderse, conocerse a uno mismo, no
sirve el modo de conocer de las ciencias exactas, o de la filosofía. Comprender el propio
yo parece que tendría que ser de lo más fácil, pues siempre estamos con ese yo, siempre
está ahí, no tenemos ni que mirarlo pues soy yo mismo. Pero precisamente ahí está la
dificultad, lo más obvio a veces es lo más desconocido.
a. Quién soy yo lo comprendo sólo en Aquel que está por encima de mí, que me ha
dado1. El hombre no puede comprenderse partiendo de sí mismo.
b. El Espíritu de Dios, que es amor, puede ayudarme a comprender esa verdad que
nadie me puede enseñar, es decir, mi propia verdad, quién soy yo.
c. ¿Cómo? No por ciencias exactas, ni por la filosofía, sino penetrando en mí mismo.
El Espíritu de Dios puede hacer que yo cruce esa lejanía, estrecha como un
cabello y tan hondamente separadora, que hay entre mí y yo mismo. Puede hacer
que llegue a tener paz conmigo mismo.
d. Los primeros hombres (Adán y Eva) no se aceptaron a sí mismos en la hora de la
prueba, quisieron ser lo que no podían ser (dios). Y el resultado fue que perdieron
su unidad, la paz, el conocimiento de sí mismos.
e. Cristo nos trajo la redención, la unidad, la paz. Esa unidad es amor. Hay que saber
dónde hay amor. Y el amor empieza en Dios, empieza en que me ama y yo soy

1
Referencia al posterior documento del CV II, Gaudium et Spes 22.
capaz de amarle; y le agradezco esa primera donación que me ha hecho y que es
yo mismo.

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