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Abernethy comenzó citando a los padres del desierto como San Isaac el
Sirio o Juan Clímaco para recordar su visión del ayuno como algo ligado a Dios.
La sociedad actual, dijo, puede llevar a perder de vista a Dios como trasfondo de las
acciones cotidianas de los cristianos. En este caso, "ya no solo se come por salud o
nutrición, sino también para satisfacer necesidades emocionales, comer de forma
impulsiva, para llenar un vacío o porque estamos deprimidos". Por ello, continuó,
"puede ser de ayuda empezar a ver el ayuno no como una disciplina abstraída de
Dios", sino como algo que adoptamos en base a la noción de que "somos creados a
Su imagen". Los padres del desierto son un buen ejemplo, pues para ellos, "la
restricción no era solo para castigarse o probar su resistencia, sino para
aumentar el deseo de Dios".
Según esto y de que a través de Cristo se transforman todas las cosas, Abernethy
invita a que, al experimentar el hambre del ayuno, esta "se vincule a la relación
con Cristo" y pensar "que solo puede ser satisfecha por Él". En este sentido,
comenta que el ayuno eucarístico, "reducido en los últimos tiempos a una hora, rara
vez nos da hambre". Por eso invita a "alargar este periodo previo a la recepción
de la Eucaristía", pues permite preparar "la forma de pensar" en la comunión, pero
también físicamente, pues "llegamos al altar con hambre y sed de Dios".
El sacerdote David Abernethy dirige "Ministerios Philokalia", dedicado a
"reformar corazones y mentes según el molde de los Padres del Desierto a través de
la vida ascética".
El sacerdote fue preguntado por si el ayuno era aplicable a otros aspectos más allá
de la comida, como se dice en ocasiones "de redes sociales o televisión". Abernethy
explicó que no ha hallado mención de los ascetas al respecto, si bien hablan por
ejemplo del sueño. En el caso de San Juan Clímaco, son numerosas las citas de su
obra La Santa Escala relativas a este último:
"Ayunar es violentar a la naturaleza, cercenar los deleites del gusto, mortificar la
carne, librarse de los sueños", "El ojo que vela purifica el alma, la abundancia de
sueño la embota" o "El monje que vela es enemigo de la lujuria, mas el dormilón
es su compañero". Clímaco, explica el sacerdote, "describe el ayuno desde el sueño
como un apetito corporal que es necesario. [Según él], lo podemos limitar para no
pasar la mitad de nuestra vida inconscientes, para poder añadir tiempo a la
oración". Más allá del sueño, Abernethy recoge que el mismo padre del desierto
contemplaba que "es en el desorden de la alimentación donde comienza el desorden
de las pasiones" y que el ayuno de comida es la principal forma de abordarlo.
Por eso, el ayuno también "fortalece nuestras relaciones con los demás. Al
controlar nuestros apetitos, podemos reconocer mejor a los demás como creados a
imagen y semejanza de Dios.
"Si no estamos atentos a cómo la forma en que comemos afecta nuestra relación con
los demás, perderemos de vista quiénes son, creados a imagen y semejanza de
Dios".