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5º No matarás.
7º No robarás.
En el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el Sinaí para ayudar a
su pueblo escogidos a cumplir la ley divina.
Jesucristo, en la ley evangélica, confirmó los Diez Mandamientos y los perfeccionó con su palabra y
con su ejemplo.
En definitiva, todos los Mandamientos se resumen en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y
amar al prójimo como a uno mismo, y más aún, como Cristo nos amó.
No basta creer para salvarse, pues dice Jesucristo: Si quieres salvarte, cumple los mandamientos.
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Los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica— son signos sensibles y eficaces1 de la
gracia de Dios y mediante los cuales se otorga la vida divina; es decir, ofrecen al creyente el ser
hijos de Dios.
La mayoría de los sacramentos solo pueden ser administrados por un sacerdote. El bautismo, en
ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier seglar, o incluso no cristiano, que
tenga la intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, en el sacramento del
matrimonio los ministros son los mismos contrayentes.
El primer término teológico que los Padres usaron para designar en general los ritos cristianos fue
el de «mysterion». El término latino «sacramentum» es una traducción de aquel (según consta
también en la Vulgata, que casi invariablemente traduce la palabra griega por "sacramentum").
Al parecer, la expresión viene del ambiente judío y no del griego (donde indicaba tanto la divinidad
como sus «secretos»)nota 1 y se relaciona con deliberación, consejo, designio hacia la salvación o
el juicio final. En el Evangelio se usa en Mc 4, 11 y sus textos paralelos: «los misterios del Reino de
Dios», es decir, la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven: esta salvación es ofrecida
por Cristo por medio de su sacrificio en la cruz.
En las cartas de san Pablo el término "mysterion" aparece unas 21 veces. Indicaría el plan salvífico
secreto de Dios que se ha realizado definitivamente en Cristo, dando lugar al período considerado
como final de la historia (ya que no se espera una nueva revelación o alianza) y que consiste en la
recapitulación (ανακεφαλαιωσιςnota 2) de todas las cosas en Cristo. Así, incluye a Cristo, pero
también cuánto realizó por salvar a los hombres y por ende su cuerpo místico que es la Iglesia.
Con base en esto, la Iglesia católica reinterpreta estos pasajes bíblicos como que, en la medida en
que los gentiles participan de esta salvación y de la Iglesia, aceleran la plenitud final de la
salvación. Además, se interpreta que el "mysterion" o sacramento son los signos y prodigios que
realizan la voluntad divina de que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia,
actualizando el signo y prodigio fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte y Resurrección.
Sacramento en la patrología
Patrología griega
En los siglos I y II
Se llama mysterion a la relación oculta entre imagen y arquetipo que es revelada al iniciado por
medio de una enseñanza (mystagogia). Así, se aplicó a los ritos cristianos y a los hechos salvíficos
siempre teniendo presente el designio de Dios por la salvación de los hombres y las figuras que la
liturgia ofrece para significarlos. Clemente de Alejandría usa mysterion para indicar los ritos de
culto, sean estos paganos o cristianos. Orígenes usa el término con un sentido platónico, es decir,
como símbolo o tipo de la historia de la salvación en cuanto Cristo está presente en toda ella.
A Orígenes se debe una definición de signo que será utilizada en teología sacramental por san
Agustín: «signo es una realidad sensible que enlaza con una realidad invisible».
En el siglo IV y V
Con Pseudo Dionisio Areopagita, tal identificación de mysteria con los ritos propios de la Iglesia se
vuelve sistemática. En primer lugar, define mysterion como las acciones rituales que por medio de
la invocación de la Iglesia al Espíritu Santo, la gracia salvadora de Dios, actúan sobre las personas o
cosas. Luego distingue tres aspectos de mysteria:
Patrología latina
En el siglo III
En este período, la expresión «sacramentum» era empleada con el mismo sentido de mysterion
relacionado con los actos de culto de la Iglesia. Ambrosio de Milán amplió el alcance de la
expresión con reflexiones que encontraron poco eco en sus contemporáneos: entendía
sacramentum como los hechos de la historia de la salvación y encuentro con Jesucristo.
Agustín de Hipona utiliza el término sacramentum para significar los ritos tanto del pueblo elegido
como de la Iglesia. También lo usa para indicar las figuras o signos del Cristo en el Antiguo
Testamento y finalmente para aludir al «depósito de la fe». También emplea la palabra mysterium
para significar lo escondido, lo oculto de acuerdo con el sentido griego antiguo.
Sin embargo, desarrollará una amplia teología del signo de algo sagrado aunque con gran
influencia de su filosofía platónica: su reflexión se empleará luego en la teología sacramental.
Reconoce que tales signos sagrados han de tener un elemento material y una palabra que los
completa y que permite la aplicación de la idea de memorial del culto hebreo. Así, luego ofrece
una definición en su carta a Januario (carta 55) donde relaciona el sacramento con una
conmemoración.
Quien se hace garante de la eficacia de tales sacramentos, según Agustín, es Cristo mismo a través
de los ministros del culto.
La disputa de Agustín con los donatistas le ofrecerá la oportunidad de establecer una nueva
distinción por la que se separa la validez de un sacramento de su eficacia (el bautismo de los
donatistas sería válido pero no daría la gracia de la fe). En teología, luego se llamará «signum»
(signo) al elemento externo válido y «res» a la gracia concomitante.
Los autores posteriores (León I el Magno, Gregorio Magno) trataron mysterium y sacramentum
como sinónimos, dándoles el alcance general que tenían en la teología griega.
Sacramento en la escolástica
Durante la primera Edad Media y tras las invasiones germánicas, la filosofía neoplatónica que
servía de base a la reflexión de los Padres fue perdiendo influencia. La noción de mysterion se
empezó a aplicar solamente para la verdad revelada que exige un asentimiento de fe. El término
sacramento quedó para indicar un signo concreto por el que Dios actúa. En la medida en que la
noción de signo perdió consistencia ontológica para trasladarse al nivel de pura referencia, se
produjeron problemas para la correcta comprensión del dogma acerca de la presencia real de
Cristo en la Eucaristía. Así, se hizo necesaria una reflexión más profunda acerca de la noción de
sacramento que permitiera establecer adecuadamente su virtualidad. Debemos a Berengario de
Tours una definición que tuvo mucho éxito posterior: «Forma visible de una gracia invisible»,
donde forma indica solo la referencia pero no la presencia real.
Hugo de San Víctor es el primero en escribir un tratado sobre los sacramentos: De sacramentis
christianae fidei. Y ofrece su propia definición tomando en cuenta todavía toda la historia de la
salvación pero reduciendo el ámbito:
De sacramentis..., I 9 2
Pero aplica esta noción de sacramento no solo a los sacramentos actuales de la Iglesia católica sino
también a los que ella llama «sacramentales».
Al tiempo que los sacramentos van tomando forma como ritos, se inicia la reflexión —de la mano
de la influencia progresiva de la filosofía aristotélica— acerca de lo esencial de la ceremonia o
aquello que no puede faltar para que el sacramento sea válido. La noción de causa y la distinción
de materia y forma enriquecieron de manera notable la reflexión sobre los sacramentos. A través
de la noción de causa, Pedro Lombardo reintrodujo la eficacia del sacramento, que será «causa de
la gracia de la que es imagen». Así se pudo fijar el número de siete (aunque algunos dicen que más
bien se debió a una elección de conveniencia). Hugo de San Caro introdujo la distinción materia y
forma en el sacramento a partir de la definición de Agustín de Hipona.
Tomás de Aquino trató extensamente de los sacramentos en su obra. Asume la reflexión anterior
sobre el sacramento como medicina del pecado, pero la enriquece con el sentido de acto de culto
(también presente en los autores anteriores) y en la tercera parte de la Summa Theologica, en el
tratado que les dedica, los propone como comunicación y aplicación de la salvación de Cristo para
santificación de los hombres. Así, toma los elementos de la reflexión anterior y los enriquece con
la filosofía aristotélica. Una definición que ofrece para incluir todos esos aspectos es la siguiente:
Así lo propone, sí como signo pero también causa y, por tanto, recupera su eficacia sobrenatural. Y
coloca la causa eficiente a tres niveles: la de Dios que causa la gracia, la de la humanidad de Cristo
que obtuvo la salvación y la del ministro por el sacramento mismo.
Para Tomás de Aquino, la eficacia del sacramento depende en buena medida de la fe, aunque en
menor grado en aquellos sacramentos que ofrecen una disposición de la persona que lo recibe
para los actos de culto. Tal disposición es lo que Tomás llama «carácter sacramental».
En cuanto al número de sacramentos, ofrece el de siete partiendo de una reflexión antropológica
relacionada con las circunstancias del hombre: nacimiento, crecimiento, nutrición, enfermedad,
vigor primero, propagación, gobierno. Esta consideración con algunas variantes ha sido adoptada
por el Catecismo de la Iglesia católica.3
En el Segundo Concilio de Lyon se leyó una profesión de fe que afirma «septem ecclesiastica
sacramenta».4 El período posterior es el de las disputas entre las escuelas franciscana y dominica
acerca del problema de la causalidad del sacramento.
El tema central de la controversia con los protestantes era el de la justificación. Por eso, allí se
dirigió el pensamiento de los participantes en el Concilio de Trento, aunque no tenían la intención
de elaborar tratados sistemáticos sobre los problemas debatidos.
La Reforma
En general la teología de la Reforma niega la eficacia del sacramento en relación con la gracia,
pues lo considera solo una acción humana que no puede hacer que de ella dependa la acción
divina, esto basado en la lectura literal de la Biblia la cual no presenta signo alguno de existencia
de dichos sacramentos conferidos de esa manera específica. Lutero afirma que los sacramentos
son medios para aumentar la fe, aquella fe que nos hace creer en Quien nos ha obtenido la
salvación. El signo, cualquiera que sea, es incapaz de sustituir la fe del cristiano y, en última
instancia, resulta ineficaz en sí mismo. Esta noción de sacramento le permitió reducir su número a
dos, llamados ordenanzas por los evangélicos: Bautismo y Comunión o Santa Cena.
Juan Calvino, que tiene como base su teoría sobre la predestinación y la pasividad del acto de fe,
da a los sacramentos el valor de testimonio externo o prueba de la acción divina en el alma.
Ordenanzas
Protestantes y Evangélicos ven las ordenanzas como representaciones simbólicas del mensaje del
evangelio que Cristo vivió, murió, fue resucitado de entre los muertos, ascendió al cielo, y volverá
algún día. En lugar de requisitos para la salvación, ordenanzas son ayudas visuales para entender
mejor y apreciar lo que Jesucristo hizo por nosotros en su obra redentora. Las ordenanzas están
determinados por tres factores: fueron instituidos por Cristo, se les enseñó a los apóstoles, y
fueron practicadas por la iglesia primitiva. Puesto que el bautismo y la comunión son los únicos
ritos que califican bajo estos tres factores, no puede haber sino solo dos ordenanzas, ninguno de
los cuales son requisitos para la salvación.5
El Concilio de Trento
El concilio de Trento dedicó su sesión séptima a tratar el tema de los sacramentos. Aunque no
ofreció una definición formal de sacramento, fijó la ya tradicional expresión de Berengario de
Tours: «forma visible de la gracia invisible», usando además la categoría del símbolo que contiene
y confiere la gracia que significa. Además se estableció el número de siete sacramentos. También,
y a pesar de las disputas entre los teólogos y obispos, se aceptó la afirmación por la cual los
sacramentos habrían sido instituidos por Jesucristo (aunque las escuelas presentes definían de
diversos modos la noción de «institución»). Ahora bien, el común origen y la imposibilidad de
modificar su sustancia no implica -siempre según los padres conciliares- que todos los
sacramentos sean iguales en dignidad.
Además se indicó que tres eran los sacramentos que conferían «carácter» (y que, por tanto,
podían ser recibidos una sola vez): el Bautismo, la Confirmación y el Orden.
La Contrarreforma
Los principales temas afrontados por los teólogos de la Contrarreforma son: la definición de
sacramento, el modo de causalidad de la gracia en ellos y la naturaleza de la gracia sacramental
(en relación con la gracia santificante). El Catecismo de Pío V ofreció una definición que incluía los
diversos elementos de Trento:
Rem sensibus subiectam, quae ex Dei institutionis, sanctitatis et iustitiae tum significandae tum
efficiandae
Segunda parte, 11
y el papa Alejandro VII aclaró que cuando el Concilio decía que el ministro debía tener intención de
hacer lo que hace la Iglesia, tal intención es no solo externa (realizar con detalle el rito prescrito)
sino también interna (querer hacer con ello lo que la Iglesia afirma que se realiza).