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ADVIENTO

1.- Etimología e historia:


La palabra “Adviento” proviene del latín “Adventus” que significa advenimiento,
venida, llegada y espera. Términos familiarmente unidos para significar el
acontecimiento de la primera (histórica) y la segunda (escatológica) venida de
nuestro salvador Jesucristo en la humanidad.
Esta palabra, lenguaje común del imperio romano, indicaba la venida de sus
divinidades en medio de su pueblo; lo que se celebraba como aniversario festivo.
Analógicamente se aplicaba a la llegada triunfal del emperador en la ciudad. Con
el apogeo del cristianismo fue acuñado por la Iglesia católica para indicar la vuelta
gloriosa y definitiva del Señor. Más adelante, con la consolidación del cristianismo,
significó la preparación de la venida del Señor Jesús, encarnado en un niño,
nacido de una mujer y hecho verdadero hombre. Con el transcurrir de los siglos,
en el afán de sistematizar la liturgia dentro de la Iglesia católica, se estructuró
como un camino de preparación a las celebraciones festivas de la Navidad y
Epifanía.

En el imperio romano (27 a.C. – 476 d.C.)


El adviento, en el apogeo del imperio romano, estaba fijado por dos momentos
imprescindibles. El primer momento era la antesala de la llegada por medio de la
preparación del espacio con adornos festivos, música apropiada al
acontecimiento, danzas rituales, protocolos de bienvenida, homenajes de pleitesía,
discursos alusivos, etc. El segundo momento era, propiamente, la expresión de
todo lo que se había preparado con anticipación; la explosión popular de niños,
jóvenes y adultos al ver pasar al emperador, la fiesta en el senado que
postergaban sus disquisiciones legales, la música y marcha del poderoso ejército,
las palabras del emperador que anunciaban días de fiesta, comida y diversión.

Concilio de Éfeso (431 d.C.)


Este Concilio ecuménico llevado a cabo en la Iglesia Oriental, presidido por el
Patriarca de Alejandría, tuvo como proclamación final la unión hipostática de
Jesucristo “verdadero Dios y verdadero hombre” proclamando definitivamente que
Jesucristo “no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa virgen, y luego
descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que
se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia
carne” (Concilio de Éfeso, De la Encarnación I, De la Carta II de San Cirilo Alejandrino a Nestorio, leída y aprobada en
la sesión I). Con motivo de aclarar este dogma, Jesucristo Dios y hombre verdadero,
nacido de la virgen María, se promovieron los sermones de la Anunciación, como
preparación a la celebración de la Navidad. Desde entonces los sermones de
aclaración de la humanidad de Jesucristo se convirtieron en motivo de preparación
para la celebración del nacimiento de nuestro salvador; denominado por la liturgia
como el Adviento.
En la Iglesia de Occidente, especialmente las que fueron influenciados por la
Iglesia Oriental, corroboraron en la formación del Adviento por medio de homilías y
sermones. Tal es así que san Pedro Crisólogo (+450), Obispo y Doctor de la
Iglesia, en uno de sus sermones, dijo: “El mismo que, sin nacer, había hecho al
hombre del barro intacto tomó, al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo
también intacto; la mano que se dignó coger barro para plasmarnos también se
dignó tomar carne humana para salvarnos. Por tanto, el hecho de que el Creador
esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin
que ello signifique afrenta alguna para el Creador” (El misterio de la encarnación, De los sermones
de san Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia) .

En la consolidación del cristianismo (siglo IV d.C.)


La palabra adviento ya había sido integrada en la literatura cristiana e indicaba
una doble dimensión. Primero, el adviento glorioso y definitivo del Señor, llamado
comúnmente parusía. Segundo, el adviento o venida de Jesús en la carne,
llamada comúnmente encarnación.
Este ensayo se consolidará más adelante ya que, en este siglo, ni siquiera había
un compartimiento litúrgico por semanas.

En la sistematización litúrgica (siglo V d.C.)


Ha sido en el siglo V que la liturgia de la Iglesia comenzó a componerse de
manera sistemática. La primera en ser considerada fue el “Tiempo de Pascua”;
aunque han debido pasar varios siglos de reajustes numéricos para presentarse
tal cual en la actualidad.
Lo mismo sucedió con el “Tiempo de Navidad” que requirió siglos de análisis y
reflexión para componerse previamente del Adviento como tiempo de preparación.
La sistematización litúrgica se estaba elaborando en función a la cantidad
numérica de los días, muchas de ellas basadas en la significación bíblica, pero
fundamentalmente se elaboraron los significados específicos de cada tiempo.
Ya en esta época el Adviento comenzaba a considerar su doble dimensión;
aunque todavía no tenía tiempo determinado sino arbitraria y convenientemente
asumida por el cristiano.
Además, debe tenerse en cuenta que el “Tiempo de Adviento” fue uno de los
últimos elementos insertados en el conjunto del “Año Litúrgico”.

En la expansión de la Iglesia (siglo VI d.C.)


Los estudios litúrgicos demuestran que el Adviento adquirió importancia a finales
del siglo IV y durante el siglo V. El Concilio regional de Zaragoza (El primero Concilio de
Zaragoza se llevó a cabo el año 380 d.C. Estuvieron reunidos diez obispos hispanos y dos galos) , en el canon N° 4
afirma que: “Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de
diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la Iglesia..., sino que debe
acudir a ella cotidianamente” (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín 1893, 13-14).
Fueron, entonces, las iglesias de España y Galia las que promovieron el propósito
de consagrar veintiún días (tres semanas) de preparación previa a las
celebraciones de Navidad y Epifanía; influenciados, por supuesto, por la Iglesia de
Oriente. Recordemos que en la Iglesia de Oriente se celebraba la Navidad en 6 de
enero, fecha en que el “Emmanuel” se reveló al mundo entero en las personas de
los reyes magos; más conocido como la Epifanía.

En el Magisterio de la Iglesia
El segundo Sínodo de Macon (Este Sínodo fue realizado en la ciudad francesa de Macon el año 585) , en
el canon 9, ordena a los clérigos y a los fieles a que “ayunen tres días por semana:
el lunes, el miércoles y el viernes, desde S. Martín (11 de noviembre) hasta
Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma”
(Mansi, IX, 796 y 933) ; lo que le habría dado un carácter penitencial y ascético muy
familiarizado con la Cuaresma. Será la liturgia quien se encargue de destacar el
Adviento con sus características propias.
En esta época el Adviento estaba compuesto por seis semanas; a partir del 11 de
noviembre hasta la celebración de la Navidad que fue establecido definitivamente
el 25 de diciembre.
El Concilio de Tours (Concilio regional convocado por Carlomagno en mayo de 813, en la ciudad francesa de
Tours; participaron autoridades religiosas de la ciudad alemana de Maguncia) estableció doce días festivos
a partir de la Navidad hasta la Epifanía. Esta orden se ha universalizado y
perennizado hasta nuestros tiempos conocido como la prolongación de los días
festivos del nacimiento de nuestro salvador y redentor.

El tiempo litúrgico del Adviento


El Adviento como tiempo litúrgico fue asumido en su integridad por la Iglesia
romana; estableciendo, a semejanza del “Tiempo de Cuaresma”, seis semanas de
preparación (El tiempo litúrgico del Adviento compartido en seis semanas fue establecido por el Sacramentario
gelasiano. Cf. Cod. Vat. Reginense 316: Primer documento completo que atestigua las normas litúrgicas y la aplicación de
la liturgia romana en la Galia precarolingia) .
Fue en el pontificado de san Gregorio Magno, el
teólogo de la Navidad, quien definió las cuatro semanas que actualmente se
practica en la liturgia de la Iglesia; aunque la espiritualidad propiamente adventicia
tuvo que destacarse de la cuaresmal, por contener dimensiones específicas de
alegría y esperanza.

2.- Significado:
Nuestra santa madre Iglesia, al insertar el Adviento en la literatura cristiana, le
concedió a la liturgia la labor específica de determinar el sentido y significado que
debía tener para la Iglesia Universal. Es así que, después de un período largo de
reflexión bíblica y consulta magisterial, se dice que “la palabra Adviento, ‘venida’,
nos habla de un principio, la llegada en la carne de nuestro Salvador, y de un final,
la segunda venida del Señor para concluir la historia de la salvación y comenzar
esa época definitiva, más allá de nuestra medida del tiempo, en que Dios será
todo en todos. Entre estas dos venidas se desarrolla el tiempo de la Iglesia como
un constante Adviento de Jesucristo por medio de la acción del Espírito Santo:
llega el Señor a sus fieles a través de su Palabra, se hace presente en su Iglesia
para actuar en sus sacramentos, toca a nuestras puertas como hermano
necesitado que invoca nuestra solidaridad” (Nuevo Misal del Vaticano II, Segunda edición, Propio del
Tiempo, Tiempo de Adviento, p. 3).
San Cirilo de Jerusalén (315-386), padre y doctor de la Iglesia, en una catequesis,
anterior al ordenamiento litúrgico, decía que:
“En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un
pesebre; en la segunda aparecerá vestido de luz. En la primera sufrió
la cruz, pasando por encima de su ignominia; en la segunda vendrá
lleno de poder y de gloria, rodeado de todos los ángeles” (Catequesis 15,1-3:
PG 33,870-874).

a.- La venida escatológica del Señor.


Este fue el primer significado que tuvo el Adviento en la Iglesia, a través de la
historia. Consistía en la segunda y última venida de nuestro Señor Jesucristo
denominada ésjatos; termino comúnmente utilizado en la cultura griega para
indicar los acontecimientos que pasarán en el fin de los tiempos. Lo que el Apóstol
san Pablo denominará “al llegar la plenitud de los tiempos” (Gál 4,4) y más
explícitamente hará san Juan en la siguiente aclamación: “Ven, Señor Jesús” (Ap
22,20).
Este plano de reflexión corresponde específicamente a la fe en Jesucristo “único
salvador del mundo” (Cf. Jn 10,7-10) que anuncia su venida:
“…Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y
por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo
hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio
Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las
Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de
nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no
tendrá fin” (Credo Nicenoconstantinopolitano).
Esta profesión de fe expresada en el Credo Apostólico como el juicio de vivos y
muertos anuncia claramente la segunda venida de Jesucristo; que desconocemos
absolutamente la fecha y el lugar (Cf. Mc 13,35; Mt 24,42), solamente nos dispone
a estar dispuestos y preparados en la espera; de aquél que viene a salvarnos en
la esperanza (Cf. Rm 8,24).
Esta venida escatológica está basada en la venida histórica del Señor que le da
sentido a la existencia de la Iglesia terrena y proyecta la vida a la Iglesia celestial.
En efecto, la Iglesia entendida como misterio de comunión y misión es “una
llamada a la confianza y apertura que responde plenamente a la dignidad y
responsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica:
“Al Comienzo del nuevo milenio”, N° 45) que conduce al “encuentro con Jesucristo vivo” (Cf.
Documento de Aparecida, Capítulo I, N° 8-11) . Es aquí donde el Tiempo de Adviento” se
presenta como “Tiempo de esperanza” porque es el lugar adecuado para la
reflexión de la promesa y el cumplimiento, la actualización de la encarnación y la
proyección de la segunda venida, del hoy y del ayer, de la promesa y de la
salvación, de la ternura y la esperanza.
La Liturgia de las Horas, en el segundo himno de vísperas correspondiente al
Tiempo de Adviento, reza de la siguiente manera:
“¡Marana tha!
¡Ven, Señor Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
la Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven, Señor!»
Quien lo oiga, diga: «¡Ven, Señor!»4
Quien tenga sed, que venga; quien lo desee,
que tome el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”

b.- La venida histórica del Señor.


La venida histórica del Señor, celebración vigente actualmente, consiste en la
primera venida del Hijo unigénito del Padre, Jesucristo nuestro Señor.
“Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener su hijo. Y
dio a luz su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una
pesebrera, porque no había lugar para ellos en la sala común ” (Lc 2,6-7).
Este fue el segundo significado que adquirió el Adviento dentro de la formación
litúrgica de la Iglesia; aunque, con el transcurrir de los siglos, seguiría
enriqueciéndose el significado esencial y los elementos externos que influirán en
la preparación de la venida del Jesús histórico.
El Adviento histórico, como un hito importante marcado en la historia de la
humanidad, nos invita, en los albores del nuevo milenio, “a recordar con gratitud el
pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro” (Al
comienzo del nuevo milenio, N° 1) de aquél Dios que ha nacido para salvarnos en la
esperanza. Se trata de actualizar el acontecimiento histórico del nacimiento de
Jesucristo y proyectarnos en la alegre esperanza de la venida del Emmanuel,
“Dios con nosotros”, por medio de una preparación pertinente y eficaz llamada
Adviento. Ciertamente es una evocación histórica pero nada insignificante a la
hora de recordar el gran misterio de nuestra salvación y de la humanidad entera a
través de los siglos.
En la meditación de la venida histórica del Señor se actualiza la presencia humana
de Dios en medio de su pueblo:
“Y el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros: Hemos visto
su Gloria, la que corresponde al Hijo Único cuando su Padre lo
glorificaba. En él estaba la plenitud del amor y la fidelidad” (Jn 1,14).
La Liturgia de las Horas, en el primer himno de laudes correspondiente al Tiempo
de Adviento, reza de la siguiente manera:

“De luz nueva se viste la tierra,


porque el Sol que del cielo ha venido
en el seno feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que es poderoso
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos moraba
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que en su gracia y su amor nos bendijo
y a su reino nos ha destinado. Amén”.

c.- La venida eclesial del Señor.


Entre la venida escatológica del fin de los tiempos y la venida histórica de su
nacimiento se encuentra el tercer adviento:
“Aquél que tiene lugar en la Iglesia y en la vida cristiana, sobre todo por
medio de los sacramentos. Es aquello que en la oración del Señor
expresamos con la invocación: ‘Venga a nosotros tu reino’: realidad
siempre en acto, de la cual nuestra vida exige estar aferrados a cada
instante. ‘Cristo ayer, Cristo hoy y por los siglos’. El es el hoy eterno del
mundo” (La oración de la mañana y de la tarde, Libreria Editrice Vaticana, 1975, Tiempo de Adviento).
Esta venida eclesial del Señor, dada en el tiempo presente de nuestra Iglesia,
está remarcada por la oración del cristiano que invoca en la Iglesia, en la familia y
la sociedad la presencia de Dios en cada hombre: “Tuve hambre y ustedes me
alimentaron; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Pasé como forastero y
ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estaba
enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver” (Mt 25,35-
36).
Esta invocación eclesial se convierte en sacramento de caridad cotidiana porque
“la alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una
certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la
buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede
recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha
ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obra es nuestro gozo”
(Documento de Aparecida, N° 32).
La Liturgia de las Horas, en el himno principal de laudes, correspondiente al
Tiempo de Adviento, reza la necesidad del Adviento cotidiano:

“Ven, Señor, no tardes,


ven, Señor, que te esperamos;
Ven, Señor, no tardes,
ven pronto, Señor.

El mundo muere de frío,


el alma perdió el calor,
los hombres no son hermanos
porque han matado al Amor.
Envuelto en noche sombría,
gime el mundo de pavor;
va en busca de una esperanza,
buscando tu fe, Señor.

Al mundo le falta vida


y le falta corazón;
le falta cielo en la tierra,
si no lo riega tu amor.

Rompa el cielo su silencio,


baje el rocío a la flor,
ven, Señor, no tardes tanto,
ven, Señor. Amén”.

3.- Fundamento bíblico


El Adviento se fundamenta en el acontecimiento de la venida de nuestro Señor
Jesucristo; sustentado, por supuesto, en la Palabra de Dios.
El antiguo Testamento anuncia, por medio de los profetas, la venida histórica de
nuestro salvador Jesucristo, más conocido en la liturgia de la Iglesia como el
Adviento histórico.
El nuevo Testamento será el testimonio veraz del acontecimiento histórico de la
venida de nuestro salvador Jesucristo y, a la vez, impulsará la espera de la
segunda venida, más conocido en la liturgia de la Iglesia como el Adviento
escatológico.

3.1.- Antiguo Testamento


El antiguo testamento es por excelencia el conjunto de libros que anuncian la
venida del redentor de la humanidad en medio de su pueblo para “recapitular
todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10); especialmente en los libros proféticos de
Isaías, Jeremías, Ezequiel y Malaquías:
“Una voz clama: ‘Abran el camino a Yavé en el desierto. En la estepa
tracen una senda para Dios, que todas las quebradas sean rellenadas
y todos los cerros y lomas sean rebajados, que se aplanen las cuestas,
y queden las colinas como un llano’. Porque aparecerá la gloria de
Yavé, y todos la verán, porque Yavé ha hablado” (Is 40,3-5).
Esta promesa estuvo latente en el antiguo Testamento desde el momento que el
pueblo de Israel rompió la alianza con Dios; abandonándose obstinadamente en la
fabricación de ídolos tallados con manos humanas (Cf. Is 2,8), la falta de lealtad
(Cf. Gn 9,1ss; 15,17ss; Ex 19,1ss; 2Sam 7,1ss) y la infidelidad al Dios verdadero
(Cf. Jer 2,19). Este rompimiento constante de la alianza, dado a través de la
historia, se fue sucediendo como el eslabón de una cadena que hizo del hombre
esclavo del pecado. Es a partir de este momento que Dios Padre promete al
hombre la venida de un mesías liberador diciendo: “Porque yo, Yavé, tu Dios, te
tomo de la mano y te digo: no temas, que yo vengo a ayudarte…Yo vengo en tu
ayuda, dice Yavé, El Santo de Israel te va a liberar” (Is 41, 13-14).
Desde entonces el pueblo de Israel esperaba al Mesías salvador; aún cuando
desesperadamente “Sión decía: ‘Yavé me ha abandonado y el Señor se ha
olvidado de mí’” (Is 49,14) Dios le respondía: “¿puede una mujer olvidarse del niño
que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas?” (Is 49,15) y le devuelve la
seguridad y confianza en la espera del salvador hablándole con ternura al
corazón: “Pues bien, aunque alguna lo olvidase, ¡Yo nunca me olvidaré de ti!” (Is
49,15).
Fue así que Dios mantuvo viva su promesa de redención al acercarse, cada vez
más, el cumplimiento de la profecía (Cf. Ez 12,23) para restablecer la alianza
nueva y eterna, tal como lo recuerda: “Que hice contigo en los días de tu juventud”
(Ez 16,60).
Desde entonces se profetizará: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto
una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una
gran luz” (Is 9,1). Esa gran luz que estaba latente en el antiguo Testamento cada
vez más se hacía intensa para iluminar la oscuridad del pecado que le había atado
al hombre en la iniquidad.
“Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces.
Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e
inteligencia espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a
Yavé y para respetarlo, ( ) No juzgará por las apariencias ni se decidirá
por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el
derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el
soplo de sus labios matará al malvado. Tendrá como cinturón la
justicia, y la lealtad será el ceñidor de sus caderas. El lobo habitará con
el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al
lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán
en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también
comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido
de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su
mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro
santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del
conocimiento de Yavé” (Is 11,1-9).
El antiguo Testamento, como el Adviento bíblico, es un enriquecimiento
valiosísimo para la mejor comprensión del Adviento litúrgico de nuestra santa
madre Iglesia, en sus dos dimensiones esenciales.
En la dimensión histórica, el Adviento, anuncia que “el Señor, pues, les dará esta
señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre
de Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros” (Is 7,14).
En la dimensión escatológica, el Adviento, asume la Palabra de Dios que anima al
pueblo expectante bajo la siguiente promesa: “Las naciones sabrán que yo soy
Yavé cuando, por medio de ustedes, aparezca ante sus ojos mi santidad. Los
sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su
tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas
sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y
pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de
piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y
haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las
pongan en práctica” (Ez 36,23-27).

3.2.- Nuevo Testamento


En el nuevo Testamento se patentiza la promesa de Dios hecha a su pueblo, por
medio de los profetas, desde la antigüedad.
El nuevo Testamento enfatiza el Adviento histórico por medio de la genealogía y la
anunciación de Jesús; y, del Adviento escatológico se encargarán los sinópticos,
las cartas paulinas y el Apocalipsis de Juan.
La genealogía del Evangelio de Mateo nos remite al origen de Jesucristo para
encontrar el punto de partida de todo el proceso de salvación, la necesidad de una
promesa hecha por Dios Padre en beneficio de la humanidad, las principales
etapas de la historia y las circunstancias atravesadas, los personajes resaltantes
de la fidelidad e infidelidad y la llegada del Hijo único del Padre.
La anunciación destacará el cumplimiento de la promesa hecha por Dios y; la
encarnación en el seno de la virgen María hecha realidad con la venida histórica
de Jesús.
Meditemos, a continuación, los diversos momentos del Adviento en el nuevo
Testamento.

a.- La genealogía
El nuevo Testamento nos ofrece un pasaje bíblico que confirma la promesa de
Dios Padre hecha realidad en la persona de su hijo Jesucristo; que no era una
promesa convertida en apuesta sino un hecho verídico, insertado plenamente en
la historia de la humanidad y genealógicamente sustentada.
“Libro de los orígenes de Jesucristo, hijo de David e hijo de Abrahán.
Abrahán fue padre de Isaac, y éste de Jacob. Jacob fue padre de Judá
y de sus hermanos. De la unión de Judá y de Tamar nacieron Farés y
Zera. Farés fue padre de Esrón y Esrón de Aram. Aram fue padre de
Aminadab, éste de Naasón y Naasón de Salmón. Salmón fue padre de
Booz y Rahab su madre. Booz fue padre de Obed y Rut su madre.
Obed fue padre de Jesé. Jesé fue padre del rey David. David fue padre
de Salomón y su madre la que había sido la esposa de Urías. Salomón
fue padre de Roboam, que fue padre de Abías. Luego vienen los reyes
Asá, Josafat, Joram, Ocías, Joatán, Ajaz, Ezequías, Manasés, Amón y
Josías. Josías fue padre de Jeconías y de sus hermanos, en tiempos
de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia,
Jeconías fue padre de Salatiel y éste de Zorobabel. Zorobabel fue
padre de Abiud, Abiud de Eliacim y Eliacim de Azor. Azor fue padre de
Sadoc, Sadoc de Aquim y éste de Eliud. Eliud fue padre de Eleazar,
Eleazar de Matán y éste de Jacob. Jacob fue padre de José, esposo de
María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.
De modo que fueron catorce las generaciones desde Abrahán a David;
otras catorce desde David hasta la deportación a Babilonia, y catorce
más desde esta deportación hasta el nacimiento de Cristo” (Mt 1,1-17).
No se trata, en efecto, de una repetición aburrida de nombres raros sino de la
historia de salvación de nuestra vida y la vida de la Iglesia. En ellos estaba
concentrado la semilla de esperanza, las gotas de gracia, la estrella de la
mañana, la aurora del nuevo día, la venida del salvador y la espera del hombre.
La genealogía de Jesús “es un caso único, admirable y estupendo, encontrar un
pueblo que en su historia oficial no oculta los pecados de sus antepasados” (Nguyen
van Thuan, François-Xavier, Testigos de esperanza, p.19); y más bien las pone de manifiesto por
merecer la ansiada redención. La genealogía, sin duda alguna, está polarizada
por el Adviento porque la promesa de liberación y salvación que Dios Padre hizo a
su pueblo, de enviar un salvador, llegará a su culmen con el nacimiento del niño
Jesús.

b.- La anunciación
El relato de la anunciación es otro de los textos bíblicos que sustenta el Adviento
como el acontecimiento más cercano de la venida del salvador.
Después de un largo período de promesa, “al llegar la plenitud de los tiempos”
(Gál 4,4), irrumpe el acontecimiento que marcará el inicio de una nueva era de la
civilización, denominada cristianismo.
La promesa de redención estaba llegando a su culminación con el anuncio del
Arcángel Gabriel a la virgen María. De esta manera, el Adviento, que en la
antigüedad era una luz que apenas lampeaba en la historia del pueblo de Israel,
ahora resplandece con el anuncio.
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida
en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La
virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al
oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el
ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de
Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el
nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del
Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David;
gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará
jamás.» María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy
virgen?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que
nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está
esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se
encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es
imposible.» Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí
tal como has dicho.» Después la dejó el ángel” (Lc 1,26-38).
Este precioso diálogo de la ternura del Dios altísimo con la ternura de una humilde
mujer hizo aterrizar en la humanidad, por medio de la anunciación del Arcángel
Gabriel, la buena noticia de la salvación.
El Adviento requiere un proceso gradual de preparación como lo demuestra la
Palabra de Dios; partiendo de una promesa, pasando todo un proceso histórico de
vigilancia y aterrizando en la anunciación. De esta manera, la liturgia de la Iglesia,
asume la pedagogía divina para preparar en cada bautizado la venida del
salvador que meditamos en el tiempo alegre y gozoso del Adviento que
actualmente está conformado por cuatro semanas.

c.- Los sinópticos


Recordemos que la genealogía de Jesús y la anunciación de su nacimiento
sustentan firmemente el Adviento histórico de la primera venida. Ahora, voy hacer
un salto cualitativo para seguir hablando, esta vez, del Adviento escatológico que
trata de la segunda y última venida de nuestro Señor Jesucristo.
Una de las características de los evangelios sinópticos consiste en transmitir
fidedignamente las palabras pronunciadas por Cristo. Al hablar del Adviento
escatológico afirma que:
“Verán al Hijo del Hombre viniendo en medio de las nubes del cielo,
con el Poder divino y la plenitud de la Gloria” (Mt 24,30; Cf. Mc 13,26 y
Lc 21,27).
Este anuncio se encuentra, en los evangelios sinópticos, antes de la celebración
de la última cena (pre pascual). Lo que significa que sus discípulos ya habían sido
preparados para dicho acontecimiento que “en cuanto se refiere a ese Día y a esa
hora, no lo sabe nadie, ni los ángeles de Dios, ni siquiera el Hijo, sino sólo el
Padre” (Mt 24,36). Es por eso que el Adviento escatológico no tiene fecha
determinada ni debemos estar preocupados en ella.
La segunda venida del Señor, en el “Tiempo de Adviento”, no consiste
específicamente en una amenaza hecha por Dios a la humanidad sino que
“mandará a sus ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos
de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt 24,31). Por
supuesto que ante esta invitación “sucederá lo mismo que en los tiempos de Noé”
(Mt 24,37), es decir, no todos estarán dispuestos de acogerlo hasta darse cuenta
del gran beneficio que se obtiene al escuchar a Dios. Entonces; la incertidumbre
que presenta el Evangelio, será el letargo que le impide al hombre contemplar la
gloria de Dios. Es así que se cumple el proverbio bíblico: “Feliz el siervo a quien
su Señor al venir encuentre tan bien ocupado” (Mt 24,46). Se trata de estar
atentos y vigilantes, movidos por la oración y conmovidos por la acción, en todo
momento. Es por eso que el Adviento escatológico intensifica, durante el ciclo
litúrgico, el regreso del novio a casa como en la “Parábola de las diez jóvenes”
(Cf. Mt 25,1-13; Mc 13,35; Lc 13,25) y el regreso de su señor en la “Parábola de
los talentos” (Cf. Mt 25,14-30; Mc 4,25;13,34; Lc 19,12).
Después de la gloriosa Resurrección (post pascual), momentos antes de subir al
cielo y sentarse a la derecha del Padre, conocido en la liturgia de la Iglesia como
la Ascensión, Jesús condujo a sus Apóstoles hasta Betania para entregarles una
consigna precisa: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles
a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los
días hasta que se termine este mundo” (Mt 28,19-20).
Este mandato misionero, fruto de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, es
tan específico que nos invita anunciar un Cristo vivo y Resucitado en el mundo
entero mientras esperamos la segunda venida.
Por eso, el Tiempo de Adviento, en este caso de la dimensión escatológica, no
pretende en el cristiano fomentar una psicosocial pesimista ni debe ser visto de
esa manera. El Tiempo de Adviento es fundamentalmente una propuesta llena de
esperanza para la vida del cristiano que debe esperar alegre y gozoso la segunda
venida del salvador.
En la venida escatológica, pre pascual (antes de la Última cena) y post pascual
(después de la Resurrección), como lo habíamos meditado, es una invitación a
mantener el cuerpo y el alma en una constante expectación para la segunda
venida.
Si Dios en la primera venida nos sorprendió encarnándose en el vientre de una
humilde mujer, asumiendo nuestra humanidad desde su concepción, haciéndose
un ciudadano de la humanidad; en la segunda venida, que es la última y definitiva,
será más sorprendente donde “el sol se oscurecerá, la luna perderá su brillo,
caerán las estrellas del cielo y el universo entero se conmoverá” (Mt 24,29).

d.- La esperanza
San Pablo inserta la teología bíblica en el Adviento de nuestra Iglesia con la
siguiente exhortación:
“Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertar.
Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe”
(Rm 13,11).
San Pablo, con estas palabras, llenaba de esperanza a las comunidades
nacientes que rápidamente empezaban a fructificar en la comunión; y, para
mantener firme el vínculo de unidad, fraternidad y solidaridad en el amor de Dios,
se proyectaba en la reflexión escatológica del Adviento; invitándoles a esperar “la
venida gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Cf. 1Cor 1,7-8; 1Tes 5,16-24; Fil
1,6).
Debemos destacar que la teología paulina de la justificación está bien enriquecida
por el Adviento escatológico; pero, debemos aclarar que el Adviento escatológico
en san Pablo no es una tensión de amenaza y condenación sino de la alegre
esperanza en el Señor (Cf. Fil 4,4-7).

e.- El Apocalipsis
El Apocalipsis es el último libro de la Biblia que describe la realidad de la Iglesia
amenazada por las primeras persecuciones, por medio del género literario
apocalíptico. Recordemos que el género literario apocalíptico, en el primer siglo
de la cristiandad, estuvo muy de moda. Entonces; la realidad de la Iglesia se
expresaba con visiones ficticias e imágenes fantásticas; por supuesto que cada
una de éstas tenían que ser bien interpretadas por evitar el sentido terrorífico,
prediccionista y futurista de la realidad de la Iglesia.
El libro del Apocalipsis es un libro que llena de esperanza a la Iglesia perseguida;
y tiene que seguir siendo el libro de la esperanza cristiana en un mundo donde
abunda la injusticia, violencia, persecución, odio, venganza, rencor, muerte, etc.
Entonces se actualiza el Adviento escatológico para decir con esperanza: “Ven,
Señor Jesús” (Ap 22,20).

4.- Personajes
Personajes bíblicos

a. Isaías
b. El Arcángel Gabriel
c. La virgen María
d. San José
e. Juan Bautista

FIGURAS DEL ADVIENTO

Isaías, Juan Bautista, José y María, grandes testigos del Adviento, peregrinos de
la esperanza, nos reflejan el rostro de un Dios que les ha mirado a los ojos del
corazón y les ha confiado una misión. Alcanzados por la Palabra salvadora se han
puesto en camino hacia la humanidad, con valentía, verdad y riesgo, para
hablarnos, con la palabra, con el silencio y con la vida de un Dios que se ha
hecho Palabra y Mirada, que seduce, interpela, conmueve, renueva, un Dios con
nosotros. Acercarnos a su experiencia profética significa abrir nuestro corazón
para acoger la gracia salvadora de Dios y dejarnos sorprender por su misericordia
entrañable, que siempre viene a nuestra vida por caminos nuevos para invitarnos
a una permanente búsqueda de su rostro de enamorado, apasionado por nuestra
pequeña existencia.
ISAÍAS: EL BUSCADOR DE DIOS

Situación del mundo


En un mundo atravesado por la violencia, la injusticia y la marginación de los
pequeños, la voz de los profetas sigue gritando en los caminos que el reino de
Dios está en medio de nosotros y necesita que unamos nuestras manos para
construir una sociedad más humana y fraterna. - Frente a los deseos de poder, de
tener y de aparentar de muchos, el mensaje de las bienaventuranzas sigue
resonando, como promesa y alternativa, en los oídos creyentes. - El sueño de una
humanidad reconciliada, unida y justa, hace compañeros de camino a hombres y
mujeres de toda raza, ideología, credo y pueblo.
ISAÍAS, profeta del adviento
Nos muestra el Rostro de un Dios Salvador, que recorre nuestros caminos y se
preocupa de los pobres, los desvalidos, los que están en la orilla. El Dios de
Isaías es un Dios fiel a su proyecto de amor a la humanidad. Invita
constantemente al pueblo a ponerse en camino, a la luz de una promesa, para
recorrer senderos de paz (Cf. Is 2,5); no juzga por apariencias, viene al encuentro
del ser humano y reparte a manos llenas, justicia y lealtad entre los pobres (Cf. Is
11, 4-5). Es un Dios, Padre-Madre que sana las heridas, consuela las penas y
regala abundante alegría a todos los peregrinos (Cf. Is 35, 3-6.10). Es un Dios
que pone señales de vida en nuestros caminos para atraernos hacia su amor
entrañable (Cf. Is 7,14).
Para tu camino personal
• En este Adviento ponte en camino de búsqueda y deseo de Dios. Él te espera
siempre en tu vida de cada día.
• Habla con Dios familiarmente, con confianza. Preséntale tus necesidades, tus
heridas, tus alegrías. Deja que su amor recorra toda tu existencia.
• Une tus manos a las de los hombres y mujeres que abren caminos de
entendimiento, de paz, de justicia y de fraternidad en el mundo.

JUAN BAUTISTA: EL PRECURSOR

Situación del mundo


Nuestra sociedad busca lo espectacular, las soluciones fáciles, lo inmediato, lo
rápido que satisfaga los deseos; pero el Dios de los profetas se muestra
sencillamente en la realidad de cada día, tan rutinaria, tan intensa. - Nuestro
corazón es estrecho y miedoso, nos resulta difícil creer, confiar, arriesgar la vida
por valores profundos; pero el Dios de los profetas siempre cuenta con nuestra
pobreza y nos sorprende despertando nuestra creatividad. - Nuestro camino se
llena de esperanza cuando miramos con ojos nuevos la realidad y descubrimos
las semillas del reino que ya está dando fruto entre nosotros.
JUAN BAUTISTA, el profeta del Espíritu
Nos habla de la novedad de Dios, que lo ha tejido delicadamente en el seno
estéril de Isabel. Su nacimiento es fruto de la esperanza de sus padres. El Dios de
Juan Bautista es un Dios que le lleva a una opción radical de vida pobre y
austera, y le abre los ojos y los oídos para ver y oír el misterio de Dios oculto en
Jesús de Nazaret. Es un Dios que le quema por dentro, y le hace ver el desánimo,
el alejamiento, la búsqueda que tiene el pueblo, el vacío y la marginación de
muchas gentes pobres. Es un Dios que le pone en camino de misión, de anuncio
de una buena Noticia, con verdad, valentía y riesgo.
Para tu camino personal
• ¿Qué imagen de Dios habita tu interior? ¿Qué historia de amor está viviendo
Dios contigo? ¿Qué está despertando en ti?
• Cultiva la mirada de fe en lo que te sucede y acontece. Dios trae la salvación a
la humanidad, pero lo hace de forma escondida.
• Recuerda que tienes en ti la capacidad de provocar la llegada del Reino de Dios
en el poder de tu pobreza. “Pienso en Dios amándolo” (Foucauld).

JOSÉ: HOMBRE FIEL AL PROYECTO DE DIOS

Situación del mundo


En un mundo donde se expresan de formas múltiples las ansias de libertad,
escondidas en lo más profundo del corazón humano, nos sorprende la gente que
se compromete en proyectos de ayuda solidaria, en ONG, en comunidades de
acogida. - En la vida ordinaria de cada día, en la familia, en los lugares de estudio
y trabajo, en el ocio y la diversión, muchas personas se ponen al servicio de la
vida: la protegen, la acompañan, la defienden, apoyando iniciativas del Espíritu. -
Hombres y mujeres siguen cuidando el tejido frágil de la confianza, de las
relaciones fraternas, de la escucha y del diálogo entre los pueblos para hacer
posible el sueño de Dios de que todos somos hijos y hermanos.
JOSÉ, el hombre justo que apoyó con total disponibilidad el Proyecto de Dios
Aparece en el corazón del adviento silenciosamente. Sin palabras, es su vida la
que nos habla delicadamente del Dios que le quema por dentro. Dios hace a
José, un hombre de ojos limpios y corazón sencillo, para aprender día a día el
arte de aceptar y acoger incondicionalmente a María, grávida de la semilla del
amor de Dios en su seno; y a esperar, sin prisas, en la noche, a que la Palabra de
Dios le indique el camino a seguir. El Dios de José es un Dios que le pone en
camino de fe confiada y actitud silenciosa para acoger el proyecto del
Enmmanuel, del “Dios-con-nosotros”. Su fe siempre está en vela, a la espera del
querer de Dios que se le muestra en sueños. El Dios de José le alumbra tanto que
le deja a oscuras, en plena noche, en actitud de abandono total; y le pone en
camino, al paso de Dios, al amanecer. El Dios de José le hace peregrino de la fe,
desprotegido, viviendo a la intemperie, va aprendiendo, unas veces poco a poco,
y otras golpe a golpe, a recorrer los caminos nuevos de Dios.
Para tu camino personal
• Pon tu mirada en la Palabra. Que en todo tiempo el alimento de tu camino sea la
Palabra. Experimentar la fuerza única de la Palabra es experimentar el Adviento.
• Busca en ella lo que Dios espera de ti en cada momento de tu vida. Busca el
coraje de los profetas, la confianza de los humildes, la fe silenciosa de José.
• Que la Palabra dé fruto en ti. Participa en algún proyecto de vida, de ayuda
solidaria.

MARÍA: LA MUJER ACOGEDORA DE DIOS

Situación del mundo


En la era de las comunicaciones globales y de Internet, el ser humano necesita
aprender el arte del silencio para oír, para encontrarse consigo mismo, para
escuchar los acontecimientos con hondura, para percibir mejor las cosas, la vida,
las personas. La vida de los creyentes tiene lugar en el ruido y el ajetreo de una
escuela, taller u oficina. Necesitamos aprender a vivir el silencio en el ruido, el
retiro interior en medio de la calle. Necesitamos aprender a construir nuestro
espacio interior silencioso ahí dentro de nosotros mismos, entre los muros de
nuestro cuerpo. Adviento es tiempo propicio para aprender el arte del silencio,
que es siempre encuentro, nacimiento, palabra. En el silencio oiremos con más
nitidez las promesas divinas, la palabra de Dios, que viene a hacerlo todo nuevo.
MARÍA, llena de gracia
Es la mujer silenciosa del Adviento. Su silencio está tejido de escucha, de
espera, de gozo, de fe confiada, de amor sin límites. En su silencio sencillo y
sobrecogedor hizo Dios germinar la Palabra de vida. En silencio guarda y amasa
la Palabra y en callado silencio y con ternura ntrañable nos entrega al Salvador. El
Dios de María entra en su vida, se hace carne en sus entrañas de mujer pobre y
la llena de dicha. María acoge con sencillez y disponibilidad total este actuar de
Dios, que la desborda y la inunda de vida. En sus labios, en sus entrañas,
resuena la música de la confianza y una palabra teje todo su ser: “fiat”, “hágase”.
El Dios de María la pone en camino hacia el pueblo para cantar el canto nuevo de
la misericordia entrañable de Dios que se hace pequeño y débil para hacernos
hijos y hermanos y la envía a repartir el pan nuevo que nos hace libres y el vino
del Espíritu que llena de alegría nuestro corazón.
Para tu camino personal
• Fíjate en María. Todo ocurre en su seno, dentro. María representa a la Iglesia, a
cada uno de los creyentes, que, a través de los siglos, han sentido en sus
entrañas la vida del Hijo de Dios.
• Haz un alto en tu camino y date tiempo para estar con Dios. Haz silencio en tu
interior y dile a Jesús que se cumpla en ti su Palabra.
• Busca ser habitado por la Palabra, como María. Grábala como sello en tu
corazón hasta que se transforme en fuego ardiente, en agua viva, en pan
partido y repartido para todos.

La liturgia del Adviento en nuestros tiempos el Concilio Vaticano II


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