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En el Magisterio de la Iglesia
El segundo Sínodo de Macon (Este Sínodo fue realizado en la ciudad francesa de Macon el año 585) , en
el canon 9, ordena a los clérigos y a los fieles a que “ayunen tres días por semana:
el lunes, el miércoles y el viernes, desde S. Martín (11 de noviembre) hasta
Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma”
(Mansi, IX, 796 y 933) ; lo que le habría dado un carácter penitencial y ascético muy
familiarizado con la Cuaresma. Será la liturgia quien se encargue de destacar el
Adviento con sus características propias.
En esta época el Adviento estaba compuesto por seis semanas; a partir del 11 de
noviembre hasta la celebración de la Navidad que fue establecido definitivamente
el 25 de diciembre.
El Concilio de Tours (Concilio regional convocado por Carlomagno en mayo de 813, en la ciudad francesa de
Tours; participaron autoridades religiosas de la ciudad alemana de Maguncia) estableció doce días festivos
a partir de la Navidad hasta la Epifanía. Esta orden se ha universalizado y
perennizado hasta nuestros tiempos conocido como la prolongación de los días
festivos del nacimiento de nuestro salvador y redentor.
2.- Significado:
Nuestra santa madre Iglesia, al insertar el Adviento en la literatura cristiana, le
concedió a la liturgia la labor específica de determinar el sentido y significado que
debía tener para la Iglesia Universal. Es así que, después de un período largo de
reflexión bíblica y consulta magisterial, se dice que “la palabra Adviento, ‘venida’,
nos habla de un principio, la llegada en la carne de nuestro Salvador, y de un final,
la segunda venida del Señor para concluir la historia de la salvación y comenzar
esa época definitiva, más allá de nuestra medida del tiempo, en que Dios será
todo en todos. Entre estas dos venidas se desarrolla el tiempo de la Iglesia como
un constante Adviento de Jesucristo por medio de la acción del Espírito Santo:
llega el Señor a sus fieles a través de su Palabra, se hace presente en su Iglesia
para actuar en sus sacramentos, toca a nuestras puertas como hermano
necesitado que invoca nuestra solidaridad” (Nuevo Misal del Vaticano II, Segunda edición, Propio del
Tiempo, Tiempo de Adviento, p. 3).
San Cirilo de Jerusalén (315-386), padre y doctor de la Iglesia, en una catequesis,
anterior al ordenamiento litúrgico, decía que:
“En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un
pesebre; en la segunda aparecerá vestido de luz. En la primera sufrió
la cruz, pasando por encima de su ignominia; en la segunda vendrá
lleno de poder y de gloria, rodeado de todos los ángeles” (Catequesis 15,1-3:
PG 33,870-874).
a.- La genealogía
El nuevo Testamento nos ofrece un pasaje bíblico que confirma la promesa de
Dios Padre hecha realidad en la persona de su hijo Jesucristo; que no era una
promesa convertida en apuesta sino un hecho verídico, insertado plenamente en
la historia de la humanidad y genealógicamente sustentada.
“Libro de los orígenes de Jesucristo, hijo de David e hijo de Abrahán.
Abrahán fue padre de Isaac, y éste de Jacob. Jacob fue padre de Judá
y de sus hermanos. De la unión de Judá y de Tamar nacieron Farés y
Zera. Farés fue padre de Esrón y Esrón de Aram. Aram fue padre de
Aminadab, éste de Naasón y Naasón de Salmón. Salmón fue padre de
Booz y Rahab su madre. Booz fue padre de Obed y Rut su madre.
Obed fue padre de Jesé. Jesé fue padre del rey David. David fue padre
de Salomón y su madre la que había sido la esposa de Urías. Salomón
fue padre de Roboam, que fue padre de Abías. Luego vienen los reyes
Asá, Josafat, Joram, Ocías, Joatán, Ajaz, Ezequías, Manasés, Amón y
Josías. Josías fue padre de Jeconías y de sus hermanos, en tiempos
de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia,
Jeconías fue padre de Salatiel y éste de Zorobabel. Zorobabel fue
padre de Abiud, Abiud de Eliacim y Eliacim de Azor. Azor fue padre de
Sadoc, Sadoc de Aquim y éste de Eliud. Eliud fue padre de Eleazar,
Eleazar de Matán y éste de Jacob. Jacob fue padre de José, esposo de
María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.
De modo que fueron catorce las generaciones desde Abrahán a David;
otras catorce desde David hasta la deportación a Babilonia, y catorce
más desde esta deportación hasta el nacimiento de Cristo” (Mt 1,1-17).
No se trata, en efecto, de una repetición aburrida de nombres raros sino de la
historia de salvación de nuestra vida y la vida de la Iglesia. En ellos estaba
concentrado la semilla de esperanza, las gotas de gracia, la estrella de la
mañana, la aurora del nuevo día, la venida del salvador y la espera del hombre.
La genealogía de Jesús “es un caso único, admirable y estupendo, encontrar un
pueblo que en su historia oficial no oculta los pecados de sus antepasados” (Nguyen
van Thuan, François-Xavier, Testigos de esperanza, p.19); y más bien las pone de manifiesto por
merecer la ansiada redención. La genealogía, sin duda alguna, está polarizada
por el Adviento porque la promesa de liberación y salvación que Dios Padre hizo a
su pueblo, de enviar un salvador, llegará a su culmen con el nacimiento del niño
Jesús.
b.- La anunciación
El relato de la anunciación es otro de los textos bíblicos que sustenta el Adviento
como el acontecimiento más cercano de la venida del salvador.
Después de un largo período de promesa, “al llegar la plenitud de los tiempos”
(Gál 4,4), irrumpe el acontecimiento que marcará el inicio de una nueva era de la
civilización, denominada cristianismo.
La promesa de redención estaba llegando a su culminación con el anuncio del
Arcángel Gabriel a la virgen María. De esta manera, el Adviento, que en la
antigüedad era una luz que apenas lampeaba en la historia del pueblo de Israel,
ahora resplandece con el anuncio.
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida
en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La
virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al
oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el
ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de
Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el
nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del
Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David;
gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará
jamás.» María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy
virgen?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que
nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está
esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se
encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es
imposible.» Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí
tal como has dicho.» Después la dejó el ángel” (Lc 1,26-38).
Este precioso diálogo de la ternura del Dios altísimo con la ternura de una humilde
mujer hizo aterrizar en la humanidad, por medio de la anunciación del Arcángel
Gabriel, la buena noticia de la salvación.
El Adviento requiere un proceso gradual de preparación como lo demuestra la
Palabra de Dios; partiendo de una promesa, pasando todo un proceso histórico de
vigilancia y aterrizando en la anunciación. De esta manera, la liturgia de la Iglesia,
asume la pedagogía divina para preparar en cada bautizado la venida del
salvador que meditamos en el tiempo alegre y gozoso del Adviento que
actualmente está conformado por cuatro semanas.
d.- La esperanza
San Pablo inserta la teología bíblica en el Adviento de nuestra Iglesia con la
siguiente exhortación:
“Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertar.
Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe”
(Rm 13,11).
San Pablo, con estas palabras, llenaba de esperanza a las comunidades
nacientes que rápidamente empezaban a fructificar en la comunión; y, para
mantener firme el vínculo de unidad, fraternidad y solidaridad en el amor de Dios,
se proyectaba en la reflexión escatológica del Adviento; invitándoles a esperar “la
venida gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Cf. 1Cor 1,7-8; 1Tes 5,16-24; Fil
1,6).
Debemos destacar que la teología paulina de la justificación está bien enriquecida
por el Adviento escatológico; pero, debemos aclarar que el Adviento escatológico
en san Pablo no es una tensión de amenaza y condenación sino de la alegre
esperanza en el Señor (Cf. Fil 4,4-7).
e.- El Apocalipsis
El Apocalipsis es el último libro de la Biblia que describe la realidad de la Iglesia
amenazada por las primeras persecuciones, por medio del género literario
apocalíptico. Recordemos que el género literario apocalíptico, en el primer siglo
de la cristiandad, estuvo muy de moda. Entonces; la realidad de la Iglesia se
expresaba con visiones ficticias e imágenes fantásticas; por supuesto que cada
una de éstas tenían que ser bien interpretadas por evitar el sentido terrorífico,
prediccionista y futurista de la realidad de la Iglesia.
El libro del Apocalipsis es un libro que llena de esperanza a la Iglesia perseguida;
y tiene que seguir siendo el libro de la esperanza cristiana en un mundo donde
abunda la injusticia, violencia, persecución, odio, venganza, rencor, muerte, etc.
Entonces se actualiza el Adviento escatológico para decir con esperanza: “Ven,
Señor Jesús” (Ap 22,20).
4.- Personajes
Personajes bíblicos
a. Isaías
b. El Arcángel Gabriel
c. La virgen María
d. San José
e. Juan Bautista
Isaías, Juan Bautista, José y María, grandes testigos del Adviento, peregrinos de
la esperanza, nos reflejan el rostro de un Dios que les ha mirado a los ojos del
corazón y les ha confiado una misión. Alcanzados por la Palabra salvadora se han
puesto en camino hacia la humanidad, con valentía, verdad y riesgo, para
hablarnos, con la palabra, con el silencio y con la vida de un Dios que se ha
hecho Palabra y Mirada, que seduce, interpela, conmueve, renueva, un Dios con
nosotros. Acercarnos a su experiencia profética significa abrir nuestro corazón
para acoger la gracia salvadora de Dios y dejarnos sorprender por su misericordia
entrañable, que siempre viene a nuestra vida por caminos nuevos para invitarnos
a una permanente búsqueda de su rostro de enamorado, apasionado por nuestra
pequeña existencia.
ISAÍAS: EL BUSCADOR DE DIOS