Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Instrucción Pastoral CEE PDF
Instrucción Pastoral CEE PDF
INSTRUCCIÓN PASTORAL
LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
1 Lámpara es tu palabra para mis pasos (Sal 119,105). Dios, que habita una luz
inaccesible (1 Tim 6,16), dispuso en su sabiduría infinita revelarse a sí mismo y dar a conocer
el misterio de su voluntad, para que el hombre, creado a su imagen y semejanza, llegara a
participar de su misma vida1. Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros
primeros padres, sino que, después de la caída, Dios reiteró su alianza a los hombres y los fue
guiando, por los profetas, con la esperanza de la salvación2. Mediante palabras y obras ha ido
comunicando gradualmente su designio salvífico a través del Pueblo elegido, a fin de que la
Palabra de Dios, como antorcha que brilla en las tinieblas, guiara sus pasos.
Al cumplirse la plenitud de los tiempos (cf. Gál 4,4), envió Dios a su Hijo, «la Palabra
única, perfecta e insuperable del Padre»3. En Cristo, Palabra de Dios hecha carne, el Padre nos
lo ha dicho todo4. Gracias al Misterio de la Encarnación, la luz de la gloria divina ha brillado
ante nuestros ojos con nuevo resplandor, de modo que conociendo a Dios visiblemente,
podemos ser llevados al amor de lo invisible5. La comunicación que el Padre ha hecho de sí
mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: «Dios, que
habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el
Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el
mundo entero, va introduciendo a los creyentes en la verdad plena y hace que habite en ellos
intensamente la palabra de Cristo»6. «Sin embargo, la fe cristiana no es una “religión del
Libro”»7. El cristianismo es la experiencia de la verdad y de la vida que se nos comunica en el
acontecimiento «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo»8.
1
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum (=
DV), 2.
2
Cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.
3
Catecismo de la Iglesia Católica (= CEC), 65.
4
Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, 2, 22; CEC 65.
5
Cf. Misal Romano, Prefacio de Navidad I.
6
DV 8; CEC 79.
7
CEC 108.
8
SAN BERNARDO, Hom. miss. 4, 11; cf. CEC 108.
9
Cf. Compendio. Catecismo de la Iglesia Católica (= CCEC), 12.
7
distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella»10. «La Sagrada Tradición
y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de
la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada
Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del
Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles
la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la
luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su
predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su
certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con
un mismo espíritu de piedad»11. La Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición constituyen el
único depósito de la Palabra de Dios que Cristo entregó a la Iglesia a través de sus Apóstoles.
En él, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus
riquezas12.
4 Ahora bien, la Sagrada Escritura es, ante todo, Palabra de Dios, pues, en la
condescendencia de su bondad, Dios mismo ha hablado por medio de hombres y al modo
humano16. El Espíritu Santo inspiró a los autores humanos de la Sagrada Escritura, los cuales
escribieron lo que el Espíritu ha querido enseñarnos. Por eso afirmamos que Dios mismo es el
10
CEC 78.
11
DV 9.
12
Cf. DV 7; CEC 97.
13
Cf. DV 12.
14
CEC 140.
15
CCEC 23.
16
Cf. DV 12.
8
autor de las Escrituras, que están inspiradas y que enseñan sin error las verdades necesarias
para nuestra salvación17.
Porque son Palabra de Dios, el Pueblo de la Antigua Alianza ya dio a estos libros el
apelativo de «sagrados» y denominó al conjunto «Sagrada Escritura», un nombre que se
impuso desde el principio entre los cristianos, pues había sido utilizado también por Nuestro
Señor Jesucristo y por los Apóstoles. Porque son Palabra de Dios, el antiguo pueblo de Israel
primero y la Iglesia después, han leído, proclamado, venerado y transmitido los libros de la
Biblia de generación en generación. Israel lo hizo con los del Antiguo Testamento. La Iglesia,
con los del Antiguo Testamento y con los del Nuevo. Su conjunto es reflejo vivo de la
Alianza de amor que Dios ha querido mantener con la humanidad y que alcanzó su
cumplimiento, consumación y superación en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne.
5 Cristo «es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelación»18, por eso, quien
ignora a Cristo se cierra a la comprensión de las Escrituras19. El Señor Jesús, Verbo
encarnado, ha llevado a plenitud la obra de la salvación, realizada con gestos y palabras, y ha
manifestado plenamente el rostro y la voluntad de Dios, de modo que hasta que venga de
nuevo en gloria y majestad no hay que esperar ninguna nueva Revelación pública20. En
consecuencia, la Iglesia enseña que «a través de todas las palabras de la Sagrada Escritura,
Dios dice solo una palabra: su Verbo único, en quien él se dice en plenitud»21. Para leer con
provecho las Escrituras es necesario contemplar en ellas el rostro de Cristo22. Si hablamos de
la Biblia como de un solo libro es porque todo él nos habla de Nuestro Señor: «Toda la
Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de
Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo»23. «La Iglesia sabe bien que Cristo vive
en las Sagradas Escrituras»24. Precisamente por eso ha tributado siempre a las divinas
Escrituras una veneración semejante a la que reserva al Cuerpo mismo del Señor25. Como si
de una sola palabra se tratara, los autores sagrados hacen resonar en sus bocas al único Verbo
de Dios. De ahí que sea siempre actual la exhortación de san Agustín de Hipona: «Recordad
que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las Escrituras, que es un mismo
Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo
Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo»26.
17
Cf. DV 11; CEC 105-108; CCEC 18.
18
DV 2.
19
«Cristo permanece oculto para ti. Lees sin entender» (SAN JUSTINO, Dial. 113, 1).
20
Cf. DV 3; BENEDICTO XVI, Ángelus (6-11-2005).
21
CEC 102; cf. Heb 1,1-3.
22
«La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada
Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente
en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo» (JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo
millennio ineunte [6-1-2001], 17).
23
HUGO DE SAN VÍCTOR, Noe 2, 8; cf. CEC 134.
24
BENEDICTO XVI, Discurso al Congreso internacional en el XL aniversario de la Constitución
conciliar «Dei Verbum» (16-9-2005).
25
Cf. DV 21.
26
SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Psal. 103, 4, 1.
9
el modo de composición de los libros, la intención de los autores, y otros muchos elementos
literarios e históricos. Las aportaciones de la exégesis, en este punto, han supuesto una gran
riqueza, pero, al mismo tiempo, no debemos olvidar que, en cuanto Palabra inspirada, la
Sagrada Escritura «se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita; por
tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el
contenido y la unidad de toda la Escritura, habida cuenta de la Tradición viva de toda la
Iglesia, y de la analogía de la fe»27.
El rigor en la aplicación del método histórico para conocer la intención de los autores,
el contexto en el que escribieron y sus peculiaridades lingüísticas no es un obstáculo para
situarse ante el texto sagrado con actitud creyente. La Iglesia ha recordado que «la Sagrada
Escritura debe ser leída e interpretada con la ayuda del Espíritu Santo y bajo la guía del
Magisterio de la Iglesia, según tres criterios: 1) atención al contenido y a la unidad de toda la
Escritura; 2) lectura de la Escritura en la Tradición viva de la Iglesia; 3) respeto de la analogía
de la fe, es decir, de la cohesión entre las verdades de la fe»28.
Resuenan en estos criterios la enseñanza de los Santos Padres, en quienes encontramos
un modelo siempre válido de lectura e interpretación de las Escrituras. San Gregorio Magno,
por ejemplo, afirma reconocer diversos sentidos en el texto bíblico cuando nos acercamos a él
con los ojos de la fe, es decir, cuando confesamos que la realidad no se agota en lo que captan los
sentidos. La Sagrada Escritura no se agota en la materialidad de sus letras, sino que ha sido
escrita por la acción del Espíritu Santo29. En ella, por tanto, se deben reconocer dos estratos: el
interior y el exterior30. Entregarse a la tarea de interpretar la Palabra de Dios es saberse invitado
al Banquete del Señor y estar dispuesto a saciar el alma con la variedad de alimentos que él
mismo nos sirve31.
7 «En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos
y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad,
apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y
perenne de la vida espiritual»32. «La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el
Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino»33. Es, por ello, necesaria
la familiaridad con las Escrituras santas para adquirir la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús (Flp 3, 8), pues «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo»34. De ahí que la Iglesia
27
DV 12. Cf. LXXXVI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CEE, Instrucción Pastoral Teología y
secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II (30-3-2006),
18.
28
CCEC 19.
29
«Se cree por la fe que el autor de este libro es el Espíritu Santo» (GREGORIO MAGNO, Mor Praef 2:
CCL 143, 8; BPa 42, 75).
30
«El libro de la Sagrada Escritura está escrito por dentro alegóricamente y por fuera históricamente;
por dentro, en sentido espiritual, y por fuera, en el sentido corriente y llano de la letra» (GREGORIO
MAGNO, Hom Ez I, 9, 30: CCL 142,139; BAC Normal 170, 339).
31
«Abundar de delicias junto al Omnipotente significa saciarse de su amor en el banquete de la
Sagrada Escritura. En él encontramos tantas alegrías como interpretaciones se ofrecen para nuestro
progreso espiritual. Para alimentarnos, unas veces es suficiente sólo el sentido literal, otras veces nos
recrea interiormente con el sentido moral y alegórico que está escondido en el texto» (GREGORIO
MAGNO, Mor 16, 24: CCL 143A,812-813).
32
DV 21.
33
BENEDICTO XVI, Discurso al Congreso internacional en el XL aniversario de la Constitución
conciliar «Dei Verbum» (16-9-2005).
34
SAN JERÓNIMO, Com. in Is., Prol.: PL 24, 17; BAC Normal 667, 5; cf. DV 25; CEC 133.
10
recomiende de modo especial e insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de las
divinas Escrituras35. «Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la
oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando
oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”»36. Esta recomendación, ampliada
con la necesidad del estudio, se dirige de forma particular «a todos los clérigos, especialmente
a los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la Palabra»37. El
ministerio de la Palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, la instrucción
cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, encuentra en la Sagrada Escritura su principal
alimento, a partir del cual está llamado a dar frutos de santidad38. También los candidatos al
sacerdocio, para poder ser un día buenos pastores de almas, «a ejemplo de Jesucristo,
Sacerdote, Maestro y Pastor», deben «buscar a Cristo en la fiel meditación de la palabra de
Dios»39. La misma recomendación se extiende a cuantos viven su vocación cristiana con una
consagración especial en el ámbito de la vida consagrada: «tengan ante todo diariamente en
las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lección y la meditación de los
sagrados libros, el sublime conocimiento de Jesucristo»40.
8 En el empeño de hacer crecer entre los fieles la valoración de las Sagradas Escrituras
tienen los teólogos una tarea imprescindible. La Teología, en cuanto vive de la fe de la Iglesia
y está al servicio de su misión41, ha de encaminar a los fieles hacia la comprensión más
profunda del mensaje de Cristo. De los teólogos espera la Iglesia oración y rigor científico,
adhesión fiel al Magisterio y diálogo atento con la cultura contemporánea; todo lo cual será
posible si hacen del estudio de la Sagrada Escritura el alma de su labor teológica42.
Como la Teología, también la catequesis está llamada a extraer «siempre su contenido
de la fuente viva de la Palabra da Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura»43. Y
es que, la Sagrada Escritura, leída e interpretada en el seno vivo de la Tradición eclesial, es
fuente de la catequesis en cuanto proporciona sus contenidos doctrinales (catequesis como
historia de la salvación), inspira sus actitudes (catequesis como formación a la vida
evangélica) e introduce en la comunión viva de la Iglesia (catequesis como mistagogia bíblica
y litúrgica).
35
Cf. DV 25; CEC 133.
36
CEC 2653; DV 25.
37
DV 25.
38
Cf. DV 24.
39
CONCILIO VATICANO II, Decreto Optatam totius, 4. 8.
40
CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis, 6.
41
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa (28-6-2003), 52.
42
Cf. DV 24.
43
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Catechesi Tradendae (16-10-1979), 27.
44
Cf. BENEDICTO XVI, Ángelus (6-11-2005).
11
antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico
la Palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia»45. «La Iglesia siempre debe
renovarse y rejuvenecerse, y la Palabra de Dios, que no envejece ni se agota jamás, es el
medio privilegiado para este fin»46.
11 El Concilio Vaticano II dispuso que los «tesoros de la Biblia se abrieran con mayor
amplitud», de modo que la mesa de la Palabra de Dios se preparara con mayor abundancia
para los fieles52. Este mandato del Concilio lo concretó la reforma litúrgica posconciliar
aumentando notablemente las lecturas obligatorias u opcionales que se incluyeron en los
leccionarios de la Misa y de la Liturgia de las Horas. Se logró así que, en el ciclo litúrgico
trienal (leccionario dominical) y en el bienal (leccionario ferial), como en los restantes
leccionarios, el pueblo cristiano pueda escuchar en la Liturgia «las partes más significativas
de la Sagrada Escritura»53.
45
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6-1-2001), 39; cf. PONTIFICIA
COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (15-4-1993), especialmente la parte
IV: «Interpretación de la Biblia en la vida de la Iglesia».
46
BENEDICTO XVI, Discurso al Congreso internacional en el XL aniversario de la Constitución
conciliar «Dei Verbum» (16-9-2005); cf. Audiencia General (25-4-2007).
47
«El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la palabra de Dios es la liturgia, en la que,
celebrando la Palabra y haciendo presente en el sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la
Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros» (BENEDICTO XVI, Audiencia General
[7-11-2007]).
48
Cf. DV 24.
49
SC 24; cf. JUAN PABLO II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus (25-4-1979).
50
Leccionario de la Misa, Introducción de la editio typica altera (21-1-1989), 4.
51
Leccionario de la Misa, Introducción de la editio typica altera (21-1-1989), 5.
52
Cf. SC 51.
53
SC 51.
12
Al impulso de los decretos conciliares54, la Congregación para el Culto Divino elaboró
nuevos leccionarios, que los Obispos de todo el mundo procuraron traducir cuanto antes a las
muchas lenguas vernáculas en que la Iglesia, extendida por toda la tierra, celebra su liturgia y
expresa su fe. En España, la Conferencia Episcopal encargó dicha tarea a un grupo de
especialistas en Sagrada Escritura, de lingüistas y literatos que trabajaron con ilusión,
competencia y dedicación ejemplares. Concluyeron su tarea en el año 1967, cuando aún no
habían transcurrido tres años de la Clausura del Concilio. En 1970, la Santa Sede aprobó la
traducción española de los leccionarios. Con las correcciones y mejoras que se han
introducido en las ediciones posteriores, se ha ido logrando el propósito conciliar de que el
pueblo tenga fácil acceso a la Sagrada Escritura, al menos en sus partes más sobresalientes.
También se ha ido avanzando en la consecución de uno de los objetivos de la proclamación
litúrgica de la Palabra: que los fieles acojan «con fe y espíritu agradecido» el alimento que
Dios les ofrece con su Palabra y respondan directamente a ella en la oración y en toda la
existencia55.
12 Ocurre, sin embargo, que en el caso de los textos bíblicos que se proclaman en la
Liturgia y, de forma muy significativa, en el de los salmos, himnos y cánticos, la traducción
que se escucha en las celebraciones litúrgicas difiere de la que se puede leer en las otras
muchas versiones de la Biblia que se han venido realizando antes y, sobre todo, después del
Concilio Vaticano II. En relación con estas versiones cabe afirmar que, cuando se han
realizado de acuerdo con los criterios señalados por el Vaticano II, es decir, exactitud respecto
de los textos originales y necesaria adaptación al genio propio de la lengua vernácula, han
facilitado el encuentro de los fieles con la Palabra de Dios56. Con todo, no parece exagerado
afirmar que el hecho mismo de la proliferación de traducciones a la lengua vernácula y, en
particular, las diferencias ya señaladas frente a la versión que se proclama en la Liturgia no
contribuyen a que las palabras sagradas se vayan grabando en el corazón de los fieles y
puedan aflorar espontáneamente en el estudio, la catequesis, la oración, la celebración
litúrgica y cualquier otro ámbito de la existencia cristiana57.
54
Cf. SC 36 y 54.
55
Cf. Institutio Generalis Missalis Romani, Editio typica tertia (10-4-2000), 55, 56, 59;
Leccionario de la Misa, Introducción de la editio typica altera (21-1-1989), 7.
56
Cf. DV 22.
57
«Para que los fieles puedan retener en su memoria al menos los textos más significativos de la
Sagrada Escritura, y puedan influir en su oración personal, es muy importante que la traducción de la
Biblia, destinada al uso litúrgico, goce de una cierta uniformidad y estabilidad; de modo que en cada
territorio haya sólo una traducción litúrgica aprobada, que se emplee en las diversas partes de los
libros litúrgicos. Una estabilidad de este tipo se ha de desear especialmente en aquellas partes de uso
más frecuente, como el Salterio, que es el libro fundamental de la plegaria para el pueblo cristiano»
(CONGR. PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Liturgiam
authenticam [28-3-2001], 36).
13
aceptó gustosamente la invitación y ha trabajado durante una década con ilusión, competencia
y dedicación. La Conferencia Episcopal Española, tras una cuidadosa revisión, se complace
ahora en ofrecer a todos los fieles el fruto de ese trabajo en la esmerada edición que ha
preparado la Biblioteca de Autores Cristianos. Es la versión de la Sagrada Escritura que la
Conferencia Episcopal Española asume como propia.
58
Cf. JUAN PABLO II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus (25-4-1979).
14