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Las fuentes
del poder social, II
El desarrollo de las clases y
los Estados nacionales, 1760-1914
Versión española de
Pepa Linares
A lianza
Editorial
T ít u lo original: T h e S o u r c e s o f S o ci a l P o iv c r. V o lu m e I I
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Reservados todos los derechos'. El co n tenido tic esta obra está p rotegido por la L ey ,
que establece penas de prisión y/o multas, adem ás de las co rresp on die ntes in d e m n iz a
ciones p or d años y p erju ic io s, para qu ienes rep ro d u je ren , p la gia ren, d is t r ib u y e re n o
com un ic asen p úb lic a m e nte , en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica,
•o su transform ació n, in terp retación o ejecució n artística lijada en cu a lq u ier tipo de s o
porte o c o m u n ica d a a través de c u a lq u ie r m edio, sin la preceptiva autoriz ació n.
Lista de c u a d r o s ......................................................................................... 9
P r e fa c io ......................................................................................................... 13
'• 1. In tro d u c ció n ........................................................................... 15
s 2. Las relaciones del poder económico e id e o ló g ic o ...... 43
" 3. U n a teoría del Estado m o d ern o ....................................... 70
"4. La R evolu ción Industrial y el liberalismo del antiguo ré
gimen en G ra n Bretaña, 1 7 6 0 - 1 8 8 0 ............................... 132
5. La R evolución Americana y la institucionalización del li
beralismo capitalista confederal 190
6. La R evolu ción Francesa y la nación b u r g u e s a ............ 229
7. C onclu sión a los capítulos 4 a 6: la aparición de las clases
y las naciones........................................................................ 289
8. Geopolítica y capitalismo internacio nal....................... 342
9. La lucha p o r Alemania: I. Prusia y el capitalismo nacional
au to rita rio .............................................................................. 398
10. La lucha p o r Alemania: II. A u stria y la rep resen tació n
c o n fe d e r a l.............................................................................. 439
11. El surgimiento del Estado moderno: I. D atos cuantitati
vos ........................................................................................................ 473
PR EFA C IO
13
14 El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914
Este volu m e n continúa la historia del pod er a través del «largo si
glo X I X » , desde la R evolución Industrial hasta el estallido de la P ri
mera G u erra Mundial. Me concentro en los cinco países occidentales
en la punta de lanza del poder: Francia, G ran Bretaña ', la A u stria de
los H absburgo, Prusia-Alemania y los Estados U nidos. N o he alte
rado mi teoría general, según la cual la estructura de las sociedades
viene determinada fundamentalmente p o r las cuatro fuentes del p o
der social: ideológica, económica, militar y política. Tam bién la p r e
gunta prim ord ial continúa siendo la misma: ¿cuáles son las relaciones
entre estas cuatro fuentes de poder? ¿H ay alguna o algunas que resu l
ten determinantes en última instancia para la estructuración de la so
ciedad?
Los grandes teóricos sociales han aportado respuestas co n trad ic
torias. M arx y Engels respondieron de form a clara y positiva. F und a
m entalmente, afirm aron que las relaciones económ icas estructuran
- C o n b astante confusión, los teóricos am eric anos de las clases em p lean el térm in o
« s e g m e n to » p a r a referirse a una parte de la clase, lo qu e recibe en E u ro p a el n om bre
de « fra c ció n » . P o r mi parte, me atengo aqu í al uso europeo y antropoló gic o.
Introducción 25
general dependió ante todo de una revolución singular, norm alm ente
de tipo económico. Estamos ante una explicación m ucho más simple
que la de mi modelo IEMP: no cuatro, sino una sola fuente fu nd a
mental de poder; no una interacción ni una metamorfosis im pura e
intersticial, sino un sistema dialéctico único. ¿Es útil ese m odelo de
revo lu ció n única?
En el curso de unos setenta años, prim ero en G ra n Bretaña, de
1 7 8 0 a 1850, y después en América y Europa occidental, durante los
setenta siguientes, tuvo lugar lo que habitualmente se reconoce como
el cambio revolucionario más trascendente de la historia humana: la
R ev o lu ció n Industrial. Este hecho transform ó el pod er de los seres
hum anos sobre la naturaleza y sobre sus propios cuerpos, la localiza
ción y densidad de los asentamientos humanos, el paisaje y los recur
sos naturales de la Tierra. Durante el siglo XX tales transformaciones
se extendieron po r el mundo. H o y vivim os en una sociedad global.
N o se trata de una sociedad unitaria, de una comunidad ideológica o
de un Estado, sino de una única red de poder, influida p o r to d o tipo
de perturbaciones: derrocamiento de imperios, migraciones masivas,
transporte de todo tipo de materiales y mensajes, y, finalmente, am e
nazas contra el ecosistema y la atmósfera planetaria.
U n a gran parte de las teorías históricas y sociológicas consideran
tales cambios «revolucionarios», en el sentido cualitativo, no m era
m ente cuantitativo, y establecen una dicotom ía en la historia de la
hum anidad a partir del año 1800. La teoría sociológica clásica fue al
principio poco más que una serie de dicotomías entre las sociedades
pasadas y presentes, como si cada una de ellas hubiera tenido un ca
rácter un itario y sistèmico. Entre estas dicotom ías destacan las si
guientes: el paso de la sociedad feudal a la sociedad industrial (Saint-
Simon); la transición de la etapa metafísica a la científica (Com te); la
de la sociedad militante a la industrial (Spencer); la del feudalismo a la
del capitalismo (Smith, los economistas políticos y Marx); la del esta
tus a la del contrato (Mame); la de la comunidad a la de la asociación
(Tonnies); y la de las formas mecánicas a las formas orgánicas de la
división del trabajo (Durkheim). El p ro p io W eber, que no estableció
dicotomías, concibió la historia como un proceso singular de racio
nalización, aunque rastreó su desarrollo desde mucho más atrás.
Y esta idea se ha prolongado. En la década de 19 50 Parsons esta
bleció una cuádruple dicotomía que revolucionaba las relaciones in
terpersonales, según la cual éstas se desplazaban de lo particular a lo
universal, de lo adscriptivo a una orientación hacia el logro, de lo
Introducción 29
ción compleja de cuatro luchas, en las que las antiguas consignan los
parám etros de las nuevas. Lipset (1985) cree que las variaciones que
presentan los movimientos obreros del siglo XX se debieron a la p r e
sencia o ausencia de un feudalismo previo. Corrigan y Sayer destacan
la supervivencia de la clase gobernante británica; su «supuesta sensa
tez, m oderación, pragmatismo, hostilidad hacia la ideología, y su ca
pacidad para “salir del paso sin saber c ó m o ”, sus argucias y excentri
cidades» (1985: 192 y ss.). M a y e r ( 19 8 1) argumenta que los antiguos
regímenes europeos no fu eron liquidados p o r el industrialismo: sólo
se p u sie ro n en peligro de muerte tras pe rp etrar la Prim era G u e rra
Mundial, reaccionar exageradamente ante el socialismo y abrazar el
fascismo.
Estos autores establecen dos puntos. Primero, la importancia de
la tradición. N i el capitalismo ni el industrialismo acabaron con todo;
po r el co n trario , se m oldearon según form as antiguas. En segundo
lugar, estos estudiosos trascienden la economía y añaden a los m odos
de pro d u cció n y a las clases sociales diversas relaciones de pod er p o
lítico, militar, geopolítico e ideológico. Sus argumentaciones resultan
con frecuencia acertadas. A lgu no s de los capítulos que verem o s a
continuación se apoyan en ellas, especialmente en las de R okkan, que
percibió la significación de las luchas nacionales y de clase.
N o obstante, hubo cambios en las relaciones de p o d er distribu
tivo. En prim er lugar, el antiguo régimen no podía limitarse a ignorar
o rep rim ir a las clases y las naciones. Para sobrevivir, debía llegar a un
c o m p ro m iso (W uthno w , 1989: III; Rueschemeyer, Stephens y Step-
hens, 1992). Pero las luchas nacionales también se entrelazaron con
las clases, modificando con ello a todos los actores de poder, no siste
mática o «dialécticamente», sino p o r vías complejas que a m enudo
surtían efectos involuntarios. En segundo lugar, las tradicionales o r
ganizaciones de poder rivales de las clases y las naciones — segménta
les o seccionales y transnacionales o local-regionales— no fu e ro n eli
m inadas sino tran sform adas. Las redes flexibles, c o n tro la d as p o r
notables del antiguo régimen, se co n virtieron en partid os políticos
clientelistas, más accesibles a la capacidad de maniobra de los n o ta
bles, que m antuvieron a raya a los partidos de clase. Las fuerzas ar
madas se consolidaron, pasando de ser confederaciones más flexibles
de reg im ien to s, «pro p ied a d » de grandes nobles o e m p ren d ed o re s
mercenarios, a fuerzas modernas y profesionales, que im pusieron el
c o n tro l y la disciplina de manera altamente centralizada. La iglesia
católica consolidó también su transnacionalismo gracias a un m a y o r
Introducción 37
B ibliografia
43
Capítulo 3
U N A T E O R ÍA D E L ESTA D O M O D E R N O
70
U na teoría del Estado moderno 71
estatistas moderados. T illy (1990: 33 a 34) acepta que tan ilegítima es,
en última instancia, la reificación del Estado como, él mism o lo dice,
su pro pio descuido de las clases sociales. Se trata de simplificaciones
pragmáticas y heurísticas, afirma. Skocpol reconoce que los poderes
y la cohesión de la elite son variables. Las C onstituciones también
tienen su importancia; las democráticas prohíben las autonomías de
elite que perm iten las autoritarias. Su análisis (1979) de las primeras
revoluciones modernas cifra con bastante razón la autonom ía del Es
tado en los poderes de las monarquías absolutas. En el periodo que
analizo aquí, el p o d er de las monarquías se aproxim aba más a la n o
ción de autonom ía estatal de los elitistas auténticos, aunque ni en to n
ces ni nunca ha sido absoluta. Pero el trabajo en colaboración más re
ciente de S k o c p o l (W e ir y S ko c p o l, 19 8 3 ) sobre los prog ram as de
bienestar social del siglo X X localiza la autonom ía de las elites en los
burócratas especializados; una form a de autonom ía m en or y más su
brepticia. En el análisis de las «revoluciones desde arriba» en los paí
ses desarrollados, debido a T rim berger (1978), la elite estatal presenta
nuevas características, aquí es una alianza revolucionaria de b u róc ra
tas y oficiales del ejército. A s í pues, las elites estatales son diversas y
p u ed en ser in co h eren tes, en especial d u ran te el p e r io d o que nos
ocupa, cuando convivían en el Estado monarquías, ejércitos, b u róc ra
tas y partidos políticos.
Pero Sko cpo l ha llevado a cabo, según parece casi inconsciente
mente, una revisión fundamental de la autonom ía del Estado. R e c o r
demos su aserto: «El Estado es una estructura con lógica e intereses
propios». Los «intereses» son obviamente propiedades de los actores
— una expresión de la teoría del elitismo auténtico— , pero la «lógica»
no implica necesariamente la existencia de actor o elite algunos. La
autonom ía del Estado residiría menos en la autonom ía de las elites
que en la lógica autonóm a de unas determinadas instituciones p o líti
cas, surgidas en el curso de anteriores luchas p o r el p o d er y luego ins
titucionalizadas, que, a su vez, influyen en las luchas actuales. S k o c
p o l y sus colaboradores (W eir et al. 1988: 1 a 12 1) destacan que el
federalismo estadounidense y el sistema de patronazgo de los parti
dos, institucionalizado durante el siglo X IX, frenaron el desarrollo del
p o d er estatal en los Estados U nidos, especialmente en el terreno de
las políticas de bienestar. A u n q u e suelen afirmar intermitentemente
que las elites estatales (burócratas, tecnócratas y dirigentes de los p a r
tidos) poseen alguna autonom ía en cuanto actores, S kocpol y sus aso
ciados se dedican más a los efectos que producen las instituciones es
U na teoria del Estado moderno 81
lismo im pone límites al Estado, las elites disfrutan de una cierta auto
nomía. Laum ann y K n o k e (1987) se acercan a las cuatro teorías que
acabó de examinar. D ah l ha modificado su anterior pluralism o reco
nociendo que el p o d er concentrado del capitalismo corporativo está
po n iendo en peligro la democracia. C ualquier persona con sentido
empírico — Dahl, D o m h o ff, O ffe o Skocpol— entiende que las tres
escuelas dicen cosas m u y válidas sobre el Estado: que es a la v ez actor
y lugar; que ese lugar tiene muchas mansiones y distintos grados de
autonom ía y cohesión, aunque también responde a las presiones de
los capitalistas, a las de otros grandes actores de poder y a las necesi
dades más generales que expresa la sociedad.
Pero gran parte del trabajo empírico sobre la administración esta
tal no destaca ninguno de los actores que tratan estas teorías, ya sea la
elite estatal, los intereses del capital o los del conjunto de la sociedad.
Los Estados presentan una apariencia caótica, irracional, con m últi
ples autonomías ministeriales, presionadas de form a errática e inter
mitente p o r los capitalistas, pero también p o r otros grupos de poder.
A l microscopio, se «balcanizan», se disuelven en ministerios y faccio
nes que co m p ite n entre sí ( A lfo r d y F riendland, 19 85: 2 0 2 a 222;
R ucschcm cycr y Evans, 1985). P o r ejemplo, cuando Padgett (198 1)
disecciona los presupuestos del ministerio de Vivienda y D esarrollo
U rb an o de los Estados U nidos no encuentra ese actor singular cohe
sivo, el Estado, sino un conjunto de administraciones múltiples, frag
mentadas y esparcidas, c u y o grado de confusión suele aum entar al
añadir la política exterior. En la laboriosa reconstrucción que llevó a
cabo A lbertini ( 1 9 5 2 - 1 9 5 7 ) de la diplomacia que condujo a la Primera
:G u e rra M undial, los Estados aparecen desgarrados p o r num erosas
disputas, unas geopolíticas, otras nacionales, que se entrelazan de
m odo involuntario, m u y lejos tanto de la cohesión que pinta la teoría
realista de las elites com o de la que se desprende de la teoría pluralista
y de la teoría de las clases. C o m o afirma Abram s (1988: 79), lo que
desorienta es la idea misma ele el Estado: «El Estado es el símbolo
unificado de una desunión real ... Las instituciones políticas ... son
siempre incapaces de desarrollar una unidad en la práctica, pues cons
tantemente dem uestran su incapacidad para funcionar como un fac
to r general de cohesión».
P o r consiguiente, o frez co aquí una quinta teoría, que describo
con una expresión popular: el Estado no es una conspiración sino un
« em brollo». O , lo que es igual, el Estado no es funcional sino «em
brollador».
Una teoria del Estado moderno S3
Política interior
D ip lo m a cia «E sta d ista s» aislados Inserta en el A n t ig u o R é g i Inserta en las clases p ropie ta R in d e cuentas a los p a r la
m en rias m entos
T e o r ía del Estado Realista y Elitista auténtica E statism o in stitucional D e las clases Pluralista
Una teoria del Estado moderno 95
la colum na 3. Este «p artid o -cu m -clite» so b rev ivió hasta bien entrado
el siglo XX (com o ha sostenido con v ig o r M ay er, 1981). C o m o es ló
gico, resulta más im portante en el caso de las m onarquías au to rita
rias, pero incluso las constitucionales co n servan ciertos rasgos del an
tiguo rég im en, y tam p o co en las re p ú b lic a s fa lta n los ele m e n to s
«antiguos»; los «notables de la R epú blica», las «cien (o doscientas o
cuatrocientas) fam ilias», el «E stablishm ent», etc. En todos los países
existe una parte del p o d er p o lítico que estuvo o está m ezclada con la
«clase alta» de las «fortunas antiguas», generalm ente banqueros o te
rratenientes, asociada al estatus tra d ic io n a l; el té rm in o «E stablish
m ent» puede aplicarse tanto al caso britán ico com o a la política exte
rio r de los Estados U nidos. Los antiguos regím enes co n servaro n un
considerable p o d er sobre la diplom acia, tal com o explicam os en el ca
pítulo 12.
Los teóricos de las clases argum entan que los antiguos regímenes
se in co rp o raro n com o una fracción a la clase capitalista dom inante
que se encontraba en ascenso. A u n q u e los plu ralistas han aplicado en
contadas ocasiones su teoría a los regím enes no dem ocráticos, las re
des plurales de p od er pueden im preg nar tam bién las m onarquías ab
solutas. Bajo la presión de m últiples grupos de interés, los ab solu tis
tas concedieron derechos políticos y p rivileg io s a grupos distintos a
los capitalistas y la aristocracia terraten iente, esto es, a las iglesias y a
los estados m enores: m unicipalidades, cuerpos profesion ales, grem ios
y corporaciones m ercantiles, e incluso a los cam pesinos m inifundis-
tas. C o m o en el caso de los cortesanos, estos privilegios eran particu
laristas y su práctica política tendía a la intriga segm cntal y facciosa.
Evaluaré en los siguientes capítulos estas concepciones pluralistas y
de clase del antiguo régimen.
La segunda línea del cuadro 3.2 se refiere a las instituciones ju rí
dicas y policiales, es decir, a los tribunales y los departam entos encar
gados de im poner la ley. En este p e rio d o las fuerzas policiales se se
p a r a r o n de lo s e jé r c it o s , p e r o n o d e s e m p e ñ a r o n fu n c io n e s
significativas en cuanto al p o d er (véase cap ítu lo 12). Los tribunales
tenían m ayor im portancia. La le y desem peñaba una dob le fu nción:
expresaba la volu n tad del m onarca y encarnaba la ley divin a y el de
recho consuetudinario. El m onarca prevalecía so b re su tribuna! su
prem o, pero a un nivel más bajo la justicia quedaba en manos de los
notables locales y regionales, con frecuencia pertenecientes a iglesias,
o se im partía en colaboración con ellos. E u ro p a era una com unidad
gobernada p o r la ley; ni siquiera los gobernantes absolutistas parecen
9S El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914
haberse atre vid o a in frin g ir la ley o la costum bre (Beales, 19 87: 7).
Este carácter h íb rid o h izo de la ley el núcleo de la lucha ideológica y
co n firió a los abogados una identidad corporativa irredu ctible tanto
al E stado com o a la sociedad civil. Los m onarcas les concedieron p ri
vileg ios c o rp o ra tiv o s, p reten diend o con ello dism inuir su grado de
in serció n en la sociedad. La m onarquía francesa llegó más lejos que
ninguna o tra al conceder patentes de nobleza con privilegios m ateria
les (noblesse de la robe) y derechos a las asambleas corporativas {par-
lements). El fracaso de su alianza particularista durante la década de
17 8 0 co n stitu yó una con d ición previa y necesaria para el estallido de
la revo lu ció n (véase capítulo 6). El éxito de esta estrategia de semiais-
lam iento p o r parte del p o d er despótico fue variado. En algunos Esta
dos, los abogados y las cortes se aliaron con el despotism o (A ustria y
Prusia); en otro s, con sus enemigos (fue el caso de las revoluciones \
francesa y am ericana). La m odesta autonom ía que en ocasiones dis- !
fru ta ro n las instituciones jurídicas no era autonom ía del Estado.
Las clases y los grupos de interés emergentes del siglo XVIII depo
sitaron gran parte de sus energías en la ley, con el o bjetivo de asegu- ■
rarse el p rim ero de los derechos ciudadanos del triu n vira to que ha j
descrito T. LI. M arshall: la ciudadanía civil. Exigían derechos jurídicos
para los individ uos, no para las colectividades. Los antiguos regím e- ;
nes co lab o ra ro n p o rq u e ellos mism os com enzaban a ser capitalistas y :
estaban prep arad o s para la ecuación de derechos personales y dere- I
cho de p ropied ad que C . B. M acPherson ha llam ado «individualism o \
dom inan te». P o r parte de los m onarcas existía tam bién la intención i
de d e sarro llar unas relaciones contractuales más universales con sus I
súbditos. Los E stados m odernos com enzaban a encarnar lo que W e- i
ber llam ó «dom in ación legal-racional» (Poggi, 1990: 28 a 30). En este :
p erio d o el en fren tam ien to de clase respecto a los derechos civiles ín- ;
dividualcs fue escaso (al co n trarío que en los siglos anteriores). Los j
antiguos regím enes se divid iero n en facciones p o r la presión de las ■
clases em ergentes. En ocasiones fu eron los propios m onarcas absolu
tistas quienes p ro m u lg aro n los códigos civiles, cu yo lenguaje era uni
versal aunque estuviera elaborado para proteger a los propietarios del ■
género m asculino (y en ocasiones, a las com unidades étnicas o reli
giosas p red o m in an tes). La ley constituía un p o d er en alza, que las ¡
clases bajas, las com unidades religiosas y las m ujeres pod rían utilizar
para am pliar sus derechos. D urante cierto tiem po, las organizaciones
jurídicas — en parte d entro y en parte fuera del E stado— ejercieron
presiones m u y radicales. A p artir de 1850, sin em bargo, se volvieron
Una teoría del Estado moderno 99
La política exterior
Las líneas quinta y sexta del cuadro 3.2 se refieren a las in stitu cio
nes diplom áticas y m ilitares. C o m o ya he polem izado antes (en v a
rios ensayos reeditados en M ann, 1988; cf. Giddens, 1985), la m ayo r
parte de las teorías del E stado han descuidado el estudio de los p o d e
res d ip lo m ático y m ilitar. Sin em bargo, to d o E stado habita en un
m undo de Estados, donde oscila entre la paz y la guerra. Los Estados
agrarios destinaban a la guerra, com o m ínim o, las tres cuartas partes
de sus recu rso s, y su p e rso n al m ilitar superaba al civil. El E stado
constituía, en realidad, una m áquina de guerra que la diplom acia se
encargaba unas veces de p o n er en m archa y otras de parar, puesto
que no faltaban las orientaciones hacia la conciliación y la paz. La p o
lítica exterior era esencialm ente dual.
Los diplom áticos europeos vivían en una «civilización con m últi
ples actores de p o d er»; no en un anárquico agujero negro (com o lo
conciben algunos realistas), sino en una com unidad n o rm ativa, de
ideas y reglas com partidas, unas m uy generales, otras com unes a cla
ses y religiones específicas de carácter transnacional; algunas de ellas
pacíficas, otras violentas. G ran parte de las redes de p o d er que opera
ban internacionalm ente no lo hacía a través de los Estados. En el ca
p ítu lo 2 he señalado que este hecho resulta especialm ente cierto en el
caso de las redes del p o d er económ ico e ideológico. Los Estados no
pueden acaparar el intercam bio de mensajes, personal o mercancías,
ni in te rfe rir en exceso en los derechos de propiedad privada o en las
redes com erciales. Los estadistas poseen unas identidades sociales, es
pecialm ente de clase y de religión, cuyas norm as co n trib u ye n tam
bién a defin ir ciertas concepciones del interés y la m oralidad.
U na teoria del Estado moderno 103
vencedora tom aba las presas selectas, y la perded ora, las inferiores,
p e ro todas ganaban algo. El ex tra o rd in a rio p ro v e c h o del c o lo n ia
lism o convenció a los europeos de la suerte de haber nacido cristia
nos y occidentales, en la civilización «blanca» del «pro greso », y no en
civilizaciones salvajes o decadentes.
D en tro de E uropa, la agresión afectó a los grandes Estados. En
15 0 0 existían unos doscientos Estados independientes en suelo eu
ropeo, que se habían reducido a veinte en 19 00 (T illy, 1990: 45 a 46).
Los vencedores se ap rop iaro n tam bién de la historia. C u an d o en 19 00
los alem anes reflexionaban sobre su identidad nacional, pocos se co n
sideraban ex ciudadanos de los treinta y ocho estados no menos ale
manes derrotados desde 18 15 p o r el reino de Prusia. Ellos eran alem a
nes vencedores, no perdedores, com o los de Sajonia o Hesse. En la
historia escrita p o r los vencedores, la agresión siem pre aparece ma
quillada. P o r o tro lado, la guerra afectó de tal m anera a la totalidad de
los Estados que durante aquel largo siglo XIX los europeos la co n si
d eraron un hecho norm al.
La om nipresencia de la guerra y de la diplom acia agresiva m ezcló
las nociones de interés m aterial y p ro vech o capitalista, fom entadas
p o r una civilización con m últiples actores de poder, con las concep
ciones territo riales de identidad, com unidad y m oral. A s í p ro sp era
ro n las seis econom ías p o líticas in tern acio n ales que hem os d istin
guido en el capítulo 2: laissez-faire, proteccionism o, m ercantilism o e
im p erialism o económ ico, social y geo p o lítico. T odos ellas estrate
gias-derivas «norm ales».
C inco principales actores organizados particip aro n en las decisio
nes diplom áticas:
form alm ente Laum ann y K n o k e (1987), las distintas «áreas de cues
tiones» o «dom inios de política» m o vilizan distintos electorados. A sí
pues, los Estados son com pletam ente p o lim o rfo s. Q uizás, com o ha
sostenido A b ram s, al describir un E stado concreto deberíam os aban
donar el p ro p io térm ino «Estado». P ero al cam biar la aproxim ación
institu cion al p o r o tra fu n cio n al, puede que estem os sim p lifican d o
instituciones que son m últiples, para su b rayar las que posee este o
aquel Estado concreto. Este planteam iento p o d ría im pregnar m ú lti
ples instituciones y electorados y co n vertir a los Estados en cristali
zaciones generales más simples.
D u ra n te este p e rio d o los E stados c ris ta liz a ro n , fu n d a m e n ta l
mente y de fo rm a duradera, com o «capitalistas», «dinásticos», «d e
m ocracias de p artid o s», «m ilitaristas», «co n fed erales», «lu teran o s»,
etc. C uando más adelante determ ine una o varias cristalizaciones fu n
damentales, em plearé el térm ino «cristalizaciones de nivel sup erior».
M arxistas, pluralistas y realistas han afirm ado que los E stados m o
dernos cristalizan en últim a instancia com o capitalistas, dem ocracias
de partidos y perseguidores de seguridad, respectivam ente. Significa
esto que, en su opinión, las relaciones entre las distintas instituciones
responden a unas pautas y unas jerarquías, pero mi teoría del «em
bro llo » lo d esm iente exp lícitam en te. El p lu ra lism o , p o r su parte,
añade que la dem ocracia de partidos co n stituye una vía de co m p ro
miso sistem ático entre otras m uchas cristalizaciones. M arxism o, rea
lismo y pluralism o defienden fundam entalm ente un Estado singular,
cohesivo, capaz de tom ar decisiones «últim as» entre las distintas cris
talizaciones. Existen dos m étodos para determ inar si ciertas cristali
zaciones o co m p ro m isos entre ellas son en d e fin itiva decisivos; se
trata de la com probación de la «jerarquía» y la «ultim idad». El p ri
mer m étodo es directo; el segundo, indirecto.
El m étodo directo confirm a que, p o r ejem plo, el E stado cristaliza
en últim a instancia com o X y no com o Y ; p o r ejem plo, com o capita
lista y no com o p ro le ta rio . P uesto que X e Y son d iam etralm ente
opuestos, se encuentran destinados a colisionar frontalm ente. En ge
neral, sabemos que X (el capitalism o) triu n fó sobre Y , si no in varia
blemente, sí en «últim a instancia», al evitar de m odo sistem ático la
revolución pro letaria e im poner lim itaciones a la acción de los p a rti
dos proletarios. A h o ra bien, ¿podem os aplicar esta prueba con carác
ter general?
Steinm etz ha intentado som eter a esta prueba a las clases rivales y
112 El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1 7 6 0 - 1 9 1 4
nes m odernas, pero los países sólo fu n cio n an bien cuando producen,
y para ello logran solucionar con eficacia la lucha de clases. El Estado
necesita resolver, de una u otra fo rm a, el co n flicto entre el capital y el
trabajo. A m bos se han enfrentado sin tregua du rante más de un siglo
en to d o s los sectores estatales. P od em o s an alizar los rep etidos e n
frentam ientos (X contra Y ) y las «no co rresp on d en cias», v e r quién
gana, y llegar a una u otra con clusión sistem ática.
Sin em bargo, cabe p regu ntarse si este m o d elo m arxiano resulta
aplicable a to d o tipo de p o lític a . E l p ro b le m a , c o n sid e ra d o en sí
m ism o, reside en que cada cristalización de una fu n ció n es sistèm ica
y lim itada, en el sentido de que ha de estar establem ente in stitu cion a
lizada. De igual m odo que un E stado puede ser capitalista o socialista
o encontrar un com prom iso relativam en te estable entre ambas cosas,
puede ser tam bién laico, católico, pro testan te, islám ico, etc., o esta
blecer un com prom iso in stitu cion alizado en m ateria religiosa. H a de
divid ir tam bién de m odo estable la au torid ad p olítica entre un centro
nacional y las regiones y localidades; ha de in stitu cion alizar las rela
ciones entre los hom bres y las m ujeres; y, p o r últim o, ha de gestionar
con eficacia la justicia, la adm inistración, la defensa m ilitar y la segu
ridad diplom ática. C ada una de estas cristalizacio n es es in trín seca
m ente sistèmica y presenta desafíos fro n tales y no correspondencias
que los países occidentales co n tem p o rán eo s han conseguido in stitu
cionalizar en buena medida.
P ero las relaciones entre las cristalizacio n es fu ncionales no p re
sentan ese carácter sistemico. Las relativas a la clase o a la religión, p o r
ejemplo, difieren bastante, y a m en udo entran en con flicto. Sin em
bargo, éste no acostum bra a ser sistèm ico , ni sus en fren tam ien to s
suelen producirse en una dialéctica fro n tal. L os Estados no tienden a
realizar elecciones «últim as» entre ellas. T om em os com o ejem plo la
Italia actual: un Estado capitalista, d em ocrático y católico, que co n
serva, entre otras cristalizacion es, su estru ctu ra patriarcal. Si Stein-
m etz piensa que la racionalidad capitalista puede encarnarse en una
política de bienestar social es p o rq u e esa p olítica económ ica aspira a
red ucir la lucha de clases (aunque se o lvid a de estudiar si es, además,
patriarcal; com o lo es, en realidad).
N o debe sorprendernos, pues, que respecto a ese caballo de bata
lla que representa la teoría del E stado m o d ern o y a tantas c o n tro v e r
sias suscitadas respecto al E stado asistencial del N e w D eal am ericano
o las políticas agrícolas, la m ayo ría de los autores hayan destacado las
cristalizaciones de clase. Tales políticas son ante to d o económ icas, y
114 El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914
se estru cturan pensando en las clases o los sectores económ icos. Sin
em bargo, la po lítica de bienestar social estadounidense tiene tam bién
algo de patriarcal (aunque no lo explicite) y con frecuencia ha sido
tam bién racista. ¿C ó m o se relacionan entre sí estas tres cristalizacio
nes relativas a la p o lítica asistencia!? A lgu n o s de los m ejores so ció lo
gos y científicos sociales estadounidenses se han esforzado p o r reso l
v e r estos e n trelaz am ie n to s de clase, raza y género, sin lleg ar a un
acuerdo en las conclusiones. Steinm etz busca correspondencias y no
correspondencias entre las distintas áreas políticas de la A lem ania im
perial; p o r ejem plo, entre los intereses de clase, la K u ltu rk a m p f y la
diplom acia de B ism arck, pero, en realidad, eran cosas distintas que se
entrelazaban pero no se enfrentaban a m uerte. Lo m ism o podríam os
decir de las áreas po líticas estadounidenses relativas a la clase, a la
cuestión federal y a la diplom acia.
P ero incluso sin co n fro n tació n directa, los Estados tienen que es
tablecer priorid ades y dar a cada cristalización su im portancia. Para
ello existen cu atro m ecanism os:
nes. A las clases, sum an los actores segm éntales de pod er, algunos
económ icos, o tros no: m undo urbano contra m undo rural, conflictos
interregionales, católicos contra protestantes y am bos con tra los lai
cos, co n flicto s lingüísticos y étnicos, p o litizació n de ¡os con flictos de
género, etc. T odas estas posiciones fo rm aro n partid os que unas veces
re fo rz a ro n a una u o tra clase, y otras fu ero n interclasístas. E xistieron
tam bién grupos de presión de carácter más particularista. U n a indus
tria, una em presa, una profesión , una secta, incluso un salón intelec
tual, p o d ían dom inar un partid o para m antener el eq uilib rio político
o d isfru tar de buenos cauces de com unicación para la tom a de deci
siones, especialm ente en m ateria de po lítica ex terio r. C ad a Estado,
incluso cada gobierno local o regional, podía ser único. A h o ra bien,
¿estas adiciones pluralistas se lim itan a sum ar matices o cam bian los
parám etros del p o d er político ? Las com unidades religiosas, los p a rti
dos regionales, los salones podían in tro d u cir ciertas diferencias, pero,
¿eran estos Estados esencialm ente capitalistas?
Las respuestas concretas d ife rirán según el tiem po y el espacio.
En O ccidente, durante este perio d o , las redes de p o d e r cristalizaron
tam bién en to rn o a otras cuestiones de nivel su p erior. D os de ellas
afectaban a la ciudadanía: quién la disfrutaba y dónde se localizaba.
Llam aré a estas cuestiones «representativa» y «nacional», respectiva
mente.
La representatividad gira alred ed or de las dos condiciones dem o
cráticas previas de D ahl: contestación y participación. La prim era co
m en zó com o una lucha con tra el despotism o m onárquico, y generó
partidos «integrados» y «excluidos», partid os «de la corte» y partidos
«del país». La contestación apareció con toda su fu erza cuando los
partid o s alternativos fo rm aro n gobiernos soberanos tras ganar unas
elecciones libres y lim pias, garantizadas p rim ero p o r la con stitución
estadounidense y establecidas de hecho en G ra n B retaña durante las
décadas posteriores. Participación quería decir posibilidad de v o ta r y
de ejercer cargos públicos, así com o de d isfru tar del derecho a recib ir
educación del E stado para todas las clases, etnias y com unidades reli
giosas y lingüísticas. M u y al final del perio d o , llegó a plantearse in
cluso la cuestión del sufragio fem enino.
A lg u n o s regím enes cedieron más a la contestación; otros, a la p ar
ticipación . D u ran te el largo siglo X IX , las concesiones a la p rim era
fu ero n m ucho más significativas. U n régim en en el que u n partid o de
la oposición puede alcanzar el gob ierno soberano im plica un grado
de ap ertu ra inexistente en un régim en de sufragio universal m ascu
Una teoria del Estado moderno 121
G o b ie r n o c e n tr a l
P oder
B a jo A lt o
I n f r a e s tr u c tu r a !
Conclusión
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Una teoría del Estado moderno 131
emanaban del creciente m ilitarism o del siglo XVIII y del desarro llo ca
pitalista que se p ro lo n g ó hasta 19 14 . D uran te este periodo, los Esta
dos se agrandaron, se hicieron relevantes para la sociedad y se «m o
dernizaron». Las form as que ad op taro n estas evoluciones ejercieron
un fuerte in flu jo en el d esarro llo social. P ero al am pliar sus funciones,
el Estado tu vo que enfrentarse tam bién a las instituciones particulares
que nacieron en la era más « territo rial». En la p rim era fase de la ex
pansión , de la in te ra c c ió n del m ilita rism o su rg ie ro n institu cion es
«m odernizadas» en cada uno de los E stados: A m érica institu cion a
lizó una C o n stitu ció n única; Francia institu cion alizó el con flicto so
bre su C o n stitu ció n ; G ra n B retaña, el lib eralism o del antiguo régi
m en; P ru sia , el s e m ia u to rita ris m o ; y A u s tr ia (co n m e n o r éxito)
intentó d o tar a su dinasticism o de m ayores pod eres de penetración
infraestructural. Los Estados m odern os — im pulsados p o r el m ilita
rism o del siglo XVIII y el capitalism o indu strial del siglo XIX— acen
tuaron enorm em ente su significación para la sociedad. A sí, el poder
estru cturador de estas instituciones autoritarias, fo rjad o en la interac
ción de una época a n te rio r y de una fase m ilitarista, creció igual
mente. H acia la década de 1830, las instituciones políticas de la ma
y o ría de los países se habían c o n so lid a d o de tal m an era que eran
capaces de absorber to d o lo que la sociedad industrial fu era capaz de
generar.
Se p ro d u jo entonces un segundo m om ento dialéctico ju n to a la
lucha de clase m arxista, entre lo que he etiquetado com o «emergencia
intersticial» e «in stitucionalización ». Puesto que la sociedad se com
pone de m últiples redes de interacción superpuestas, pro d u ce conti
nuam ente la aparición de actores colectivos, cuyas relaciones con los
anteriores no están institucionalizadas en un p rim er m om ento. Las
clases y las naciones son los actores em ergentes p o r excelencia, que
tom an p o r sorpresa a los regím enes y las clases dom inantes, quienes,
en un p rim er m om ento, carecen de instituciones para enfrentarse a
ellas directam ente, de m odo que recurren a las instituciones nacidas
con los antiguos fines territoriales. Y aunque los Estados no crecie
ron en p rin cip io para enfrentarse a las clases y las naciones emergen
tes (sino para luchar en la guerra y, más tarde, para ap o y ar la indus
trialización), am pliaron sus instituciones con el o b jetivo de asumir la
m ayo r cantidad posible de co n tro l social. P o r eso, d eterm inaron cada
vez en m a yo r m edida los resultados de la clase y la nación.
A este p ro p ó sito , podem os v o lv e r sobre un ejem plo extraído de
los capítulos 17 y 18 : el d e sa rro llo d iverg en te de los m ovim ientos
C onclusiones teóricas 947
Estados y naciones
taro n una fuerza sobre todo allí donde las com unidades religiosas y
lingüísticas (las últim as recibieron m ayores poderes colectivos de las
otras fuentes de poder) no coincidían con las fro n teras previas del Es
tado. El p o d er ideológico hizo contribuciones igualm ente decisivas al
d e sa rro llo de las clases y las naciones du rante el «excepcional m o
m ento histórico» que supuso la R evo lu ció n Francesa. El m ilitarismo
fu e im p o rta n te p a ra las relacio n es de O c c id e n te co n el resto del
m u n d o , para la política in te rio r de las m onarquías que acaparaban
pod eres despóticos y para los Estados U nid o s. La casta m ilitar desa
rro lla b a en secreto la m usculatura, a la espera de su p ro p io momento
h istórico, que llegaría en julio-agosto de 19 14 . P o r todas estas causas,
mis generalizaciones son necesariam ente lim itadas.
Y son tam bién estas razones las que explican que las relaciones
del p o d e r distribu tivo en O ccidente resultaran tan poco claras para
los actores contem poráneos. Su identidad y su concepción del interés
y del h o n o r q u ed aro n sutilm en te tran sfo rm ad a s p o r el en trelaza
m iento de varias fuentes del p o d er y p o r las inesperadas consecuen
cias de sus actos. P o r tales razones, tam bién, las relaciones del poder
d istrib u tiv o fu ero n objetivam ente ambiguas y difíciles de desentra
ñar. L os actores económ icos aparecieron sim ultáneam ente com o cla
ses, secciones y segm entos, e in tro d u jero n una gran inseguridad en el
fu tu ro de la estratificación interior. Sus Estados eran ahora tanto civi
les com o m ilitares; de hecho, podía o cu rrir que cada R eichsh alf to
m ara una dirección distinta, y estaban co n trolad o s p o r los distintos
eq uilib rios de pod er que establecían las elites y los partidos.
D e m odo más general, O ccidente com prendía al m ism o tiempo
una serie segmental de «sociedades» con E stado-nación y una civili
zación transnacional. Las ideologías sobre la paz y la guerra; el con
servadu rism o, el liberalism o y el socialism o; la religión y el racismo
o scilab an irre g u la rm e n te del p la n o n a cio n al al tran sn ac io n al. No
hu b o una reso lu ció n sistem ática de las am b ivalen cias, p e ro sí una
m u y particular. M uchas de estas am bigüedades se reso lviero n en la
práctica, y todos estos actores e ideologías am bivalentes contribuye
ro n a resolverlas. La realidad se interpuso con la G ran G u erra. Y así,
finalm ente, llegam os al desbordam iento final.