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CRISTINA COREA

IGNACIO LEWKOWICZ

¿SE ACABÓ LA
INFANCIA?
ENSAYO SOBRE LA
DESTITUCIÓN DE LA
NIÑEZ
PRESENTACION

En este texto se desarrolla la idea de que la situación histórica


determina la concepción y el modo en que se es infante-
adolescente.
En la época que nos ha tocado transitar, tal modo está muy
ligado a la aparición de los medios masivos de comunicación
como lugar privilegiado de exposición del sujeto; a su vez, desde
allí se dictan los modelos de cómo ser para ser aceptado. La
producción de modelos en los medios persigue el incremento de la
práctica social privilegiada en estos tiempos: el consumo.
En este ensayo se enfrenta el análisis de las evidencias. Por un
lado, las noticias en los medios, que reflejan temas tales como el
aumento de las estadísticas sobre maltrato infantil, la venta de
niños, la irrupción de una niñez asesina o suicida. Por otro, la figura
del niño como consumidor que, a causa del marketing, borra las
diferencias tradicionalmente establecidas por las edades: niñez,
adolescencia, juventud, vejez.
Por ello se parte de una pregunta: ¿Se acabó la infancia?
La atracción que ejerce la propuesta de los medios masivos es
de tal magnitud que borra la posibilidad de construir un
pensamiento alternativo al que ellos proponen. Sus códigos nos
presentan la "realidad” tal como es concebida desde ellos. Aun en
las oportunidades en las que en las programaciones participan
personas que sostienen pensamientos independientes, pareciera
que de todos modos terminarán envueltos en los objetivos del
mercado mediático. He aquí la importancia de contar con un texto
que nos permita conocer algo, acerca del armado de esas
imágenes que nos atrapan, ofreciendo un modelo de infancia que
subvierte la natural asimetría niño-adulto.
Esto, en tanto que parecieran promover dos actitudes: el niño
como consumidor que posiciona al adulto en situación de
comprador o vendedor que satisface su voracidad. O bien el niño
excluido, que genera impotencia y frustración al mostrar el fracaso
de las generaciones que lo preceden en su función de proteger la
niñez.
El ensayo se inscribe en una nueva masa crítica de
conocimiento sobré la infancia, en un nuevo paradigma al que
están adhiriendo y en el que están produciendo avances los más
importantes científicos sociales.
En este contexto es fundamental el desarrollo logrado por
Ignacio Lecowitz al aportar, como historiador, la perspectiva
original, en su análisis de la constitución de la subjetividad.
Y Cristina Corea, partiendo de la semiología, instituye la tesis
principal de este libro con la osadía de formular una hipótesis tal
como el final de la infancia, hipótesis que sostiene con una
rigurosa fundamentación.
En esta obra encontramos un imprescindible marco de
comprensión a aquellos que, como profesionales o simplemente
como “adultos responsables", intentan hacerse cargo de la crianza
de niños y adolescentes.

Matilde Luna
Buenos Aires,
agosto de 1999
ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN DE LA NIÑEZ
Cristina Corea

Un niño suscita hoy sensaciones extrañas. Sentimos con más


frecuencia la incomodidad de quien está descolocado o excedido
por una situación, que la tranquilidad del que sabe a ciencia cierta
cómo ubicarse en ella. La curiosidad infantil, ese sentimiento tan
propio del niño con el que finalmente los adultos logramos
familiarizarnos, hoy parece haberse desplazado: somos los adultos
quienes observamos, perplejos, el devenir de una infancia que
resulta cada vez más difícil continuar suponiendo como tal.
Este libro parte de una corroboración histórica: el agotamiento
de la potencia instituyente de las instituciones que forjaron la
infancia moderna. Ante esa constatación, se propone reflexionar
alrededor de la hipótesis de que, debido a las mutaciones
socioculturales, la producción institucional de la infancia en los
términos tradicionales es hoy prácticamente imposible.
Si orientamos la mirada hacia nuestro entorno cultural, lo dicho
puede cobrar alguna evidencia. Por un lado, lo que se escucha en
los medios: crecimiento de las estadísticas sobre maltrato infantil;
aumento alarmante de la venta de niños. Estos casos ponen en
cuestión la noción tradicional de la fragilidad de la infancia; los
postulados de protección y cuidado de la niñez empiezan a girar en
el vacío. En el campo de la delincuencia irrumpe una novedad: la
niñez asesina y el suicidio infantil. Tal irrupción, tan difícilmente
asimilable, cuestiona la institución moderna de la infancia inocente,
porque hace vacilar uno de los supuestos del discurso jurídico, el
de la inimputabilidad del niño.
Por otra parte, el consumo generalizado produce un tipo de
subjetividad que hace difícil el establecimiento de la diferencia
simbólica entre adultos y niños. La infancia concebida como etapa
de latencia forjó la imagen del niño como hombre o mujer del
mañana. Pero, como consumidor, el niño es sujeto en actualidad;
no en función de un futuro. La lógica de segmentación del
marketing instaura unas diferencias que barren las que se hubieran
establecido con la concepción de las edades de la vida en etapas
sucesivas. En esa serie se habían inscripto la infancia y sus
edades sucesivas: la adolescencia, la juventud, la adultez, la vejez.
Ahora las diferencias se marcan según otro principio: consumidores
o excluidos del sistema de consumo, según la lógica de las
diferencias que impone el mercado.
La relación con el receptor que propone el discurso de los
medios masivos es otra de las condiciones de la caída de la
infancia: el acceso indiferenciado a la información y al consumo
mediático distingue cada vez menos las clases de edad. Asimismo,
la velocidad de la información y el tipo de identidades propuestas
por la imagen impiden el arraigo de diferencias fuertes. Aquellas
diferencias, basadas en el principio de separación, como las etapas
de la vida, la espera o el progreso, que son características de la
identidad de los niños modernos, se disuelven con el avance de las
identidades móviles del mercado, impuestas por el dispositivo de la
moda.
El opuesto de la figura del niño como consumidor es el niño de
la calle, figura que también tiende a abolir la imagen moderna de la
infancia. Si el niño trabaja para un adulto, esta situación borra la
diferencia simbólica entre ambos; una diferencia que precisamente
la institución moderna del trabajo, al excluir de su campo a la
infancia, contribuía a instaurar. Pero también, con ello, queda
abolida la idea de fragilidad de la infancia: si en el universo de los
excluidos del consumo los niños están en mejores condiciones que
los adultos para "generar recursos”, entonces se revela que la idea
de fragilidad del niño, que operaba como una razón moderna de
exclusión de la infancia del mundo del trabajo, es una producción
histórica ya extenuada.
La niñez es un invento moderno: es el resultado histórico de un
conjunto de prácticas promovidas desde el Estado burgués que, a
su vez, lo sustentaron. Las prácticas de conservación de los hijos,
el higienismo, la filantropía y el control de la población dieron lugar
a la familia burguesa, espacio privilegiado, durante la modernidad,
de contención de niños. La escuela y el juzgado de menores
también se ocuparon de los vástagos: la primera, educando la
conciencia del hombre futuro; el segundo, promoviendo la figura del
padre en el lugar de la ley, como sostén simbólico de la familia.
Ninguna de estas operaciones prácticas se llevó a cabo sin
compulsión sobre los individuos; todas ellas terminarían finalmente
por consolidar los lugares diferenciados que niños y adultos
ocuparían como hijos y padres en la institución familiar naciente.
De modo que no hay infancia si no es por la intervención práctica
de un numeroso conjunto de instituciones modernas de resguardo,
tutela y asistencia de la niñez. En consecuencia, cuando esas ins-
tituciones tambalean, la producción de la infancia se ve
amenazada.
Obviamente, cuando hablamos de la infancia hablamos de un
conjunto de significaciones que las prácticas estatales burguesas
instituyeron sobre el cuerpo del niño, producido como dócil, durante
casi tres siglos. Tales prácticas produjeron unas significaciones con
las que la modernidad trató, educó, y produjo niños: la idea de
inocencia; la idea de docilidad, la idea de latencia o espera.
Las prácticas pedagógicas de mediados del siglo XIX hasta
mediados del XX exhiben con claridad cómo funcionan esos
predicados. El manual escolar, que fue género central en la
educación infantil hasta aproximadamente los años cincuenta, trata
al niño como "el hombre del porvenir". De este predicado se infiere
que en la institución escolar el niño no existe como sujeto en el
presente sino como promesa en el futuro. Tendrá que pasar por
una serie de etapas de formación hasta hacerse hombre. Como se
lo supone dócil, la escuela es una institución eficaz. En ella se
cumple la misión social de educar al futuro ciudadano; la escuela
es el ámbito en que la niñez espera el futuro.
Todas esas prácticas y sus representaciones correspondientes
garantizaron la creación de un lugar simbólico particular para la
infancia, que en la sociedad medieval, por ejemplo, no existía: la
separación simbólica del mundo adulto y del mundo infantil es
típicamente moderna. En ese sentido, la escuela es una de las
instituciones claves de separación de adultos y niños.
La producción simbólica e imaginaria de la modernidad sobre la
infancia dio lugar a prácticas y discursos específicos: la pediatría, la
psicopedagogía, la psicología infantil; la literatura infantil, etc. Estos
discursos producen sus objetos de saber, sus dominios de
conocimiento; en fin: sus sujetos, el niño y los padres de ese niño
recién instituido, como resultado de la intervención institucional.
Así, a través de la modernidad, el niño es una figura clave del
recorrido de la Sociedad hacia el Progreso.
Sospechamos que nuestra época asiste a una variación
práctica del estatuto de la niñez. Como cualquier institución social,
la infancia también puede alterarse, e incluso desaparecer. La
variación práctica que percibimos está asociada a las alteraciones
que, a su vez, sufrieron las dos instituciones burguesas que fueron
las piezas claves de la modernidad: la escuela y la familia. Pero
también dicha variación hunde sus raíces en las mutaciones
prácticas que produjo en la cultura el vertiginoso desarrollo del
consumo y la tecnología.
Este libro se propone recorrer las variaciones históricas que
presenta en la actualidad la infancia, asociadas a la alteración de
la escuela y la familia modernas, en el dominio de la cultura
instituido hoy por el discurso de los medios masivos. Indicaremos
brevemente cómo se organizan los seis capítulos que integran la
primera parte. El primer capítulo expone cómo surge la hipótesis
que guió nuestro trabajo sobre la infancia. El segundo expone la
estrategia crítica en que se mueve el Ensayo para analizar el
discurso massmediático. En el capítulo tercero se analizan los
procedimientos enunciativos del discurso massmediático, puesto
que es allí donde la hipótesis conjetura el agotamiento de la
infancia.
Los capítulos cuarto, quinto y sexto presentan el recorrido de la
hipótesis sobre distintos géneros de los medios masivos. Las
herramientas, el procedimiento y el espíritu de esos análisis son de
neto corte semiológico. Esos análisis querían producir la
consistencia de la hipótesis inicial para llegar a la tesis central del
agotamiento de la infancia moderna. Los géneros del discurso
massmediático en los que se vio trabajar la hipótesis fueron: el
periodismo, la publicidad y la serie televisiva Los Simpson. Allí se
intenta ver de qué modo las figuras del niño que construyen esos
géneros —el sujeto de derechos, el consumidor y el receptor
infantil de las series— destituyen prácticamente la figura del niño
moderno.
En la segunda parte se presenta una serie de observaciones
que surgen de la lectura del Ensayo sobre la destitución de la niñez.
Esas observaciones glosan el margen del texto: señalan puntos de
vacilación, radicalizan puntos de intervención, aclaran estrategias
implícitas, exploran las consecuencias de la hipótesis; en síntesis,
intentan continuar el movimiento suscitado por la lectura del Ensa-
yo.
C A P Í T U L O I
Nacimiento de una hipótesis

Este trabajo se inspira en un episodio cruel: el famoso caso de los


niños asesinos de Liverpool. Sucedió el 12 de febrero de 1993. Los
tres protagonistas eran ingleses y '‘menores”: los asesinos, diez
años cada uno; la víctima aún no había cumplido los tres. Se
recordará que el homicidio fue precedido por el secuestro de la
víctima en un shopping, y que fue registrado por el circuito interno de
televisión.
La crueldad de los hechos nos llegó a través de imágenes; su
sentido, a través de opiniones. No estábamos ante los hechos;
éramos espectadores mediáticos, consumidores del caso de los
niños asesinos y de la serie de casos semejantes que sobrevendría
después en los medios. El caso era inquietante. Algo pasaba. Pero
no en el plano de los hechos, sino en el plano del discurso que nos
hacía llegar esos cruentos hechos. Lo notable era el mecanismo
con que esto llegaba a nosotros; o la posición en que quedábamos
ante tamaños hechos. Pero esa convicción vino bastante después.
Al comienzo no era tan sencillo discernir si nuestro interés eran los
hechos o el discurso que en esta ocasión los trataba. Si era lo
primero, nada podíamos hacer: estábamos en Buenos Aires,
mirando la tele, leyendo los policiales de los diarios. Pero sí
podíamos avanzar si decidíamos lo segundo. Si admitiéramos de
modo radical la existencia del discurso massmediático; si
admitíamos que lo que nos atrapaba, finalmente, eran los medios.
Tuvimos que decidir, entonces, que nuestra hipótesis no era una
hipótesis sobre los hechos sino sobre el modo en que se construyó
el sentido del caso en el funcionamiento de los medios. Nuestro
problema no era del orden de los hechos sino del orden del
discurso. La cuestión era complicada, puesto que el discurso no
era una dimensión por fuera de los hechos, sino que tenía su
propia dimensión práctica que había que analizar. Esa dimensión
práctica era un conjunto de operaciones enunciativas que era nece-
sario describir, analizar e interpretar semióticamente.
Nuestro interés se desplazó paulatinamente del caso de los
niños asesinos hacia el discurso que lo había producido como tal.
El análisis del discurso massmediático nos depararía una sorpresa:
el problema no residía en el modo en que el discurso trataba el caso
de la infancia asesina, sino que el funcionamiento de los medios en
este caso era un síntoma de otra cosa.
Los medios masivos eran el discurso en que hacía síntoma un
problema de envergadura histórica: algo en la infancia había
cambiado. Tanto, que quizás había dejado de existir. ¿Estaríamos
llamando infancia a otra cosa, cuya naturaleza ignorábamos? Lo
que a duras penas se seguía enunciando como infancia, ¿constituía
el encubrimiento sintomático de una alteración histórica? Las
preguntas adquirieron forma de hipótesis; la intuición buscó, un
método de análisis pertinente y, transcurrido cierto tiempo, la
investigación produjo su tesis. El recorrido se puede leer en las
páginas que siguen.

LA INFANCIA ASESINA COMO CASO MEDIÁTICO

El caso de los niños asesinos de Liverpool despierta, cuanto


menos, estupor. Hay algo de siniestro en el caso. Porque, si lo
siniestro es la irrupción de un vacío en la calma cotidiana, el
asesinato infantil, tanto por la calidad de la víctima como por la de
sus victimarios, nos pone ante un vacío: el sentido común sobre la
infancia no puede, de ningún modo, recubrir un hecho de tal
naturaleza. Si la infancia es —o debería ser, según nuestros hábitos
culturales— la imagen misma de la inocencia, no hay nada más si-
niestro que lo angélico de la infancia mutando hacia lo diabólico. Ya
que, si hay un lugar donde resulta inesperada la emergencia de una
estrategia asesina, es en el reino dorado de la infancia inocente.

El asesinato perpetrado por Jon Venables y Robert Thompson


inicia una serie bien conocida: la serie mediática de los casos de
niños asesinos, cuyo último término, al momento de escribir este
libro, lo constituye la "masacre de Arkansas". La serie, tratada bajo
el título periodístico de “violencia infantil" integra, a su vez —según
los procedimientos sintácticos del discurso mediático—, una serie
mayor: la de la violencia social.
La puesta en serie mediática organiza la ley de la repetición
idéntica de sus términos: los casos, con el intento de encontrar una
explicación de los hechos. La explicación es simple: la repetición de
casos corrobora la existencia de la ley, que enuncia: ‘crece el
índice de violencia infantil’. La repetición no es sólo el principio que
organiza la lógica de la serie, sino también un criterio de
explicación causal: "En general, los chicos que actúan así han
padecido algún tipo de maltrato en sus casas, no sólo físico,
también emocional. Con la violencia, repiten lo que recibieron:
tratan a los demás con el mismo desprecio que a ellos los trataron"
("Los chicos repiten lo que reciben", Página/12, 26/03/98).
La estrategia massmediática tiene dos dimensiones: la del
hacer y la de una teoría sobre ese hacer. Produce el caso y su
serie, y al mismo tiempo proporciona una clave de lectura de eso
que hace; una teoría sobre la violencia que dice: hay violencia por
repetición. Pero el principio de repetición que explica la violencia
está producido por el propio discurso: la puesta en serie del caso.
La operación enunciativa de puesta en serie produce una teoría
que explica los fenómenos según el principio de la repetición serial.
El mismo principio de la repetición idéntica prefigura un futuro:
aumento de la violencia infantil. Dada la serie, nada más sencillo
que incluir en ella un nuevo término: seguramente, algo tendrá el
“nuevo caso” de común con el que le precede.
Aparentemente, los casos que integran la serie la componen
porque tienen un rasgo en común: la misma causa. Sin embargo, si
nos ponemos atentos a esta operación mediática tan peculiar, lo
que vemos es que, en rigor, cada caso es la causa del caso
siguiente: es la causa de la inclusión de un nuevo término en la
serie, que da lugar al “otro caso". Pero el nuevo caso, a su vez, es
causa del anterior, por cuanto lo legitima a su vez como su
antecesor al incluirse en la serie.
Miguel Calvano sostiene que entre el episodio de Liverpool y el
de Arkansas hay una diferencia notable. Lo sorprendente en el
primer caso era que se presentaba como un hecho inexplicable
para sus actores: siempre que fueron interrogados por los motivos
del crimen, los chicos contestaban que ignoraban por qué lo habían
hecho. A los niños les resultaba imposible asignarle al acto un
sentido en relación con el propio deseo. El episodio de Arkansas,
por el contrario, es un crimen con móviles bien precisos: los niños
fantasearon el crimen, lo anunciaron por medio de amenazas, lo
tramaron y lo consumaron. Es decir, desde la posición subjetiva
asumida frente al crimen, sus actores se comportan como adultos,
verdaderos sujetos imputables de delito. Sin embargo, en nuestra
línea, todavía es necesario advertir que la inaudibilidad de las
amenazas criminales de estos chicos por parte de los adultos
revela que aún está vigente la suposición adulta de la inocencia
infantil. Revela, en consecuencia, que tal supuesto continúa
funcionando como modalidad de percepción de los niños, capaz de
constituir en la situación un obstáculo que impide actuar. En ese
sentido, la masacre de Arkansas viene a aclarar nuestra tesis del
fin de la infancia: no porque la demuestre, sino porque manifiesta
de manera sintomática el desacople entre el acto infantil (¿o de
hombres pequeños?) y los sentidos disponibles en esa situación
para registrarlo. La imposición mediática de la serie construida a la
que pertenece el caso impide pensar lo real de la transformación
que está en juego.
Por consiguiente, la operación de puesta en serie del discurso
mediático no explica nada, más bien se autoexplica: en la
operatoria sintáctica, lo que tenemos, sencillamente, es que un
caso es la causa de otro. Y, así, la serie puede sucederse sin fin.
Por este camino, sólo encontraremos respuestas numéricas al
problema, pues cada caso confirma la ley: crecen los índices;
crecen los casos; crecen las estadísticas... No cabe duda: vivimos
en un mundo cada vez más violento.
Es necesario construir otro punto de vista para leer el problema,
si queremos abandonar el terreno de la repetición idéntica de la
serie, el paraíso tranquilizador de las confirmaciones mediáticas. El
cambio de perspectiva, entonces, tiene que ser radical. El caso de
la infancia asesina no será un índice más de la violencia infantil,
que a su vez es un índice de la violencia social, sino un síntoma del
discurso de los medios. Pero resulta entonces que, si la repetición
es sintomática y no la confirmación de algo que ya se sabe, debe
interpretarse. La repetición es índice ya no de una repetición ni de
un aumento: es el síntoma de una mutación más drástica.
La repetición de casos, entonces, es síntoma en el discurso
mediático de una variación histórica, la mutación práctica de lo que
estaba en posición de real para las instituciones de la infancia: el
cachorro humano. Si lo que denominamos institución infancia es el
producto de las operaciones prácticas de unos discursos sobre la
familia y sus niños, si esas operaciones discursivas le dieron a su
vez consistencia imaginaria a la infancia en el universo burgués, lo
que se nos presenta hoy como sintomático es el desacople entre
esos discursos y su real, porque ese real ha mutado
históricamente. El horror ante la infancia violenta se produce sobre
la base de una representación agotada en sus efectos prácticos: la
niñez concebida como edad de inocencia, fragilidad y docilidad.
El caso de la infancia asesina viene a postular en los hechos, y
de un modo sintomático, que la niñez ha perdido definitivamente su
inocencia en el discurso mediático. El supuesto moral de la
inocencia infantil, que sostiene el principio jurídico de
inimputabilidad del menor, queda prácticamente cuestionado.
Seguramente esto no sucede sólo con el discurso jurídico: es
razonable conjeturar que cualquier universo de discurso que
suponga las significaciones tradicionales de la infancia se verá
perturbado. Sobre esa hipótesis discurrirán las páginas que siguen.
En efecto, el desacople discursivo interpretado en el
funcionamiento de los medios es el síntoma del agotamiento de las
instituciones que forjaron la infancia: la escuela pública, la familia
burguesa, el juzgado de menores, las instituciones de asistencia a
la familia. En el universo burgués, la infancia es el objeto de
discurso producido como efecto de la intervención práctica de las
instituciones de asistencia a la familia. Decir que esas instituciones
están agotadas significa reconocer que en sus prácticas tales
instituciones ya no producen la consistencia de su objeto: la
infancia. Es ya indicativo que el acceso a la realidad de la infancia
actual no esté dado por los discursos de forja y saber sobre la
infancia moderna sino por un discurso modernamente menor que
pasa al lugar contemporáneo de metadiscurso.
Las denominaciones con que habitualmente nombramos a los
miembros de la clase "infancia” (niño, alumno, perverso polimorfo,
infans, párvulo) designan en realidad distintos aspectos del tipo
subjetivo moderno que las prácticas discursivas instituyeron al
intervenir sobre su real, el “cachorro humano”. Lo que se detecta
como síntoma en los discursos que instituyeron la infancia, y que
en el tratamiento de los medios aparece tematizado como
criminalidad infantil, chicos de la calle, precocidad de los niños,
violencia escolar, abuso sexual de menores, es el fracaso de su
estrategia de intervención sobre un real: los cachorros actuales no
se dejan tomar dócilmente por las prácticas y los saberes
tradicionales del universo infantil. No porque desobedezcan a las
instituciones; la sublevación es más radical: desobedecen a la
operación de institución misma.
Aclaramos brevemente la hipótesis. Los casos mediáticos de
violencia infantil no son índice de violencia social sino síntoma de
agotamiento de la infancia instituida. Ni la hipótesis de la repetición
de modelos familiares como causa del maltrato infantil, ni la
famosa reducción al motivo de la crisis económica explica el
agotamiento de la infancia, que se debe a mutaciones mucho más
sustanciales en su naturaleza. La infancia instituida por las
instituciones modernas transformaba al cachorro humano en un
objeto frágil e inocente, dócil y postergado a un futuro. Esas
significaciones se han agotado. La razón se encuentra en la
impotencia actual de los discursos y las prácticas que habían
instituido aquella infancia tradicional. En estas condiciones, el
cachorro que efectivamente hoy existe está en posición de real
rebelde para aquellas prácticas y discursos: carece de significación
instituida.
Las postulaciones anteriores nos conducen a las siguientes
preguntas; ¿cuáles son las condiciones actuales de las
instituciones tradicionales de la infancia?; ¿cómo es su
funcionamiento actual?; ¿qué tipo de relación establecen con otras
instituciones, especialmente los medios masivos?
La mirada recae inevitablemente sobre la escuela y la familia,
las instituciones que tradicionalmente fueron responsables de la
contención y de la formación de niños, a los que efectivamente
producía como alumnos o hijos. En lo que concierne a la familia,
nunca estuvo sola. Siempre la encontramos asistida, auxiliada,
protegida, educada, normalizada, moralizada. Entre la familia y el
Estado burgués, se teje toda una red de prácticas de asistencia y
protección. O vigilancia, si se prefiere. Pero esa infancia hoy ya no
existe. Nuestro propósito es indagar las prácticas actuales que la
dispersan: las prácticas que operan sobre el cachorro y lo vuelven
real para el universo de discurso moderno.
Para situar conceptualmente el estatuto actual de la infancia, es
necesario retomar la relación entre la infancia y el delito que
establece el discurso mediático, ya mencionada al comienzo de
este capítulo.
El tema del delito infantil llega al consumidor de medios
masivos. La frecuencia con que el tema es tratado le indica, en la
misma clave que le brinda el discurso mediático: que la crisis de la
infancia es uno de los efectos nefastos de la actual política
económica; que es un índice más del crecimiento de la violencia
social que caracteriza a las grandes urbes posmodernas; que
estamos ante la crisis de los valores o de los modelos, etc. La
tematización mediática va en aumento, al ritmo también creciente
de la estadística de los casos.
¿Cuál es la modalidad específica de ese tratamiento?
Simple identidad entre la causa y el efecto: la violencia infantil
es una expresión más de la violencia social general. “La
violencia engendra violencia"; la causa y el efecto son
idénticos; la figura de la serie de casos corrobora una y otra vez
la identidad. El recorrido lineal que propone el tratamiento
mediático nos conduce a los lugares comunes del discurso, a la
simple corroboración de lo que ya se sabe. ¿Cómo abandonar
este camino?
La estrategia consiste en considerar el delito infantil no ya
como simple expresión de una causa idéntica aunque mayor
sino como síntoma del universo del discurso mediático.
A diferencia de la operación identitaria de la serie, la lectura
del síntoma no es una operación deductiva, sino que señala un
desacople material entre las prácticas sociales representadas
en el discurso mediático y la misma operatoria de
representación de ese discurso.
En consecuencia, la lectura del síntoma es capaz de
interrumpir la cadena deductiva del signo que impone, la serie
mediática, siempre y cuando tal síntoma dé lugar a una
interpretación. El síntoma es heterogéneo respecto de la causa
que supuestamente lo provoca.
Entonces, para esta lectura sintomática, el delito infantil
sólo es la causa eficiente de la producción discursiva de los
medios. Sólo en determinadas circunstancias esa causa puede
producir unos efectos tales como la proliferación mediática de
los casos de asesinato infantil. Puede parecer abusivo pero,
una vez que se acepta que los medios son un discurso, sus
sujetos, siempre en posición de consumidores de información,
sólo tienen una percepción mediática de la realidad, que es
entonces sí efecto de discurso.
Los casos de delincuencia infantil, por lo tanto, son casos
mediáticos, y no de otra naturaleza. Esto no significa que no
existe relación entre la realidad y los medios; la posición
discursiva de ninguna manera repudia la realidad. Lo que pasa
es que hay que establecer cómo es la relación del discurso con
los hechos que significa. Lo veremos en el capítulo 3.
La producción discursiva de los medios en torno a la infancia
asesina es efecto de ella, pero a su vez es síntoma de las
condiciones en que se produce ese tipo particular de violencia
infantil. Ese conjunto de condiciones no es ni más ni menos que el
momento de agotamiento de la niñez. El tratamiento discursivo que
proponen los medios de la crisis de la infancia reprime la
percepción, del agotamiento de las instituciones que la forjaron. Se
cumple una vez más una ley del funcionamiento discursivo: la
repetición de enunciados reprime la legibilidad de sus condiciones
históricas de enunciación.
CAPÍTULO 2

El discurso massmediático
y su crítica
Un discurso confirma su hegemonía cuando produce el
efecto de todo (o de uno) en los habitantes de una situación, s lo
que sucede con el discurso de los medios: ‘Lo que no está en la tele
no existe', si no estás en la imagen, no existís. El principio de realidad
social es la actualidad mediática, estos supuestos están instalados
con la fuerza de los hechos. Como está instalada la práctica de ver
la tele. En los medios, todo es representable. La realidad social
actual es inconcebible —en el sentido más literal del término— sin
los medios.
Hay un procedimiento que es característico de los discursos
hegemónicos: la delimitación de su propio interior y exterior. Desde
luego, tal operación no puede hacerse sino desde el mismo interior;
caso contrario, la distinción procede de afuera; es decir, de otro
discurso.
Esta aclaración es válida para situar la posición del analista del
discurso. Es válida asimismo para ubicar la posición de la crítica.
Puesto que, si el propósito es intervenir sobre un discurso con
funcionamiento hegemónico, no es desde afuera desde donde
vamos a enunciar la crítica: como se ha visto, la posición en
exterioridad sólo es posible situados en otro discurso que haga
visible el exterior del anterior. El problema es que en ese caso ya
no habría interpretación de síntomas sino descripción u
observación desde otro horizonte de saber, ajeno al del discurso en
que se interviene. Estrictamente, no habría intervención. Y, en
nuestra línea, sólo la intervención en las fallas del discurso tiene
efectos críticos.
Esta peculiaridad en la concepción del funcionamiento del
discurso tiene una consecuencia decisiva sobre la crítica; puesto
que la crítica, en esa línea, ya no puede ejercerse de modo
sistemático, bajo la forma de una totalidad aplicada sobre otra, bajo
la forma de una teoría crítica aplicada al discurso que se critica. Así
entendida, la crítica no puede zafar ella misma de la indeseable
operación de totalización o cierre. Desde luego, si la crítica queda
tomada en el procedimiento de totalización, no puede ser activa.
Pero que la crítica no pueda ya ejercerse bajo la forma moderna de
la teoría o del saber sistemático no significa que debamos
renunciar a ella.
La renuncia a la tarea crítica puede responder no sólo a un
sentimiento de impotencia; también la confianza ciega en el poder
democratizador de los medios es una forma de renuncia a la
crítica. En cualquiera de los dos casos, se sigue preso de la lógica
del todo: afuera de los medios (denuncia); adentro de los medios
(integración). En cualquiera de los casos, hemos sido tomados por
la lógica del discurso. Volvamos ahora sobre la infancia, para ver
cómo es su tratamiento mediático. En principio, los medios
presentan el problema de la infancia con una fórmula de carácter
general: "crisis de las instituciones”. El discurso asevera: “Vivimos
la época de los cambios. Cambia la familia, cambia el rol de la
mujer, cambian las relaciones de pareja. Es natural entonces que
la infancia cambie; ello no es más que una consecuencia de
aquellos cambios más generales."
Así es como proliferan investigaciones especiales,
comentarios, encuestas y notas de opinión, para abordar la crisis
general a la que asisten las instituciones modernas: la familia, la
pareja, la escuela. Se produce y circula entonces una especie de
máxima ideológica, que denominaremos ideologema mediático: de
la premisa general del cambio, se infiere la crisis de la infancia
como un caso particular.
Dicho ideologema reposa sobre un tópico: la idea del cambio,
del cambio permanente, tal como se presenta en la visión
posmoderna del mundo. Esta concepción del cambio permanente
encuentra su existencia paradigmática en la moda, retórica del
consumo. El imperativo de cambiar, de ser otro, racionaliza la
lógica infinita de sustituciones propia de la relación con los objetos
prescripta por el consumo. La infancia cambia porque la familia
cambia, porque todo cambia, porque todo está en el cambio, según
el paradigma de las diferencias débiles prescriptas por la moda.
Otra fórmula retórica que vehiculiza con frecuencia los
problemas de la infancia es la denuncia, uno de los géneros que ha
exasperado el periodismo de nuestra época; procedimiento
privilegiado de legitimación de la existencia de los medios.
Curiosamente, la etimología de denuncia significa, lisa y
llanamente, traer una noticia: de, desde, y nuntius, mensajero,
noticia; algo que procede de un mensajero. Tomada en su
etimología, la palabra parece exhibir la capacidad de
funcionamiento metadiscursivo que posee el discurso
massmediático, ya que allí la enunciación enuncia que enuncia.
Como enunciado meramente autorreferencial, la denuncia —
aunque sea central para la existencia mediática— carece
notablemente de efectos prácticos en la cultura. Por el contrario,
parece más bien que los anula; tal como otra denuncia neutraliza
los efectos de la anterior. Dicho en otros términos: el efecto inme-
diato de una denuncia es otra denuncia.
Con sus rasgos ya estabilizados por el particular estilo de
Página/12, este género mediático —dispositivo dominante en
nuestros días— toma a su cargo la denuncia reiterada de la fuga
del Estado de sus funciones de asistencia social: salud, seguridad,
educación. La denuncia mediática es un término constitutivo de la
actual naturaleza discursiva del estado. Se diría que funciona como
la vacuna —figura retórica del mito burgués, según la observación
de Roland Barthes—: “Se inmuniza lo imaginario colectivo
mediante una pequeña inoculación de la enfermedad reconocida;
así se la defiende de una subversión generalizada." Sin embargo,
hay que darle un ajuste a la fórmula barthesiana. Las aguas del
estructuralismo, del marxismo y de la crítica han corrido demasiado
como para que aquella suspicaz intervención de Barthes, crítica y
eficaz en los años cincuenta, siga produciendo efectos.
En términos actuales, la vacuna del imaginario colectivo no
impide una subversión generalizada, sino la irrupción del vacío en
el discurso: lo importante hoy es que los medios no callen. Esa
presencia permanente del discurso, que revela como un imposible
de nuestro cotidiano actual la experiencia de apagar la tele, apagar
la radio o ignorar los diarios, se ve favorecida —o al menos se
explica en parte— por una peculiaridad semiótica del discurso me-
diático: la ausencia de clausura. En las condiciones actuales, el
silencio —el vacío— es una experiencia horrorosa.
Se entiende entonces que la tarea básica de los dispositivos
sea impedir que se interrumpa la producción de sentido. La
denuncia es así garantía de que los medios no callen. Lo decisivo
es impedir el vacío.
Vamos ahora a situar la intervención de Roland Barthes en el
campo de la crítica cultural, porque ayudará a situar también la
nuestra. Barthes ha sido uno de los críticos más sutiles de la
semiología. Su primera edición de Mitologías data de 1957 y reúne
una serie de escritos críticos sobre la cultura de masas. Con ese
libro Barthes inaugura el proyecto intelectual de constituir la
semiología como ciencia crítica. Entusiasmado por la vía
estructuralista de axiomatización de la lengua que había abierto
Saussure, Barthes confía en que la semiología habrá de
constituirse en la ciencia crítica por excelencia. En cuanto se
admite una íntima relación entre la estructura social del lenguaje y
la ideología, la semiología se perfila como el instrumento ideal para
desmontar la estructura ideológica de las representaciones
sociales dominantes.
El análisis semiológico habría de permitir entonces "abandonar
la crítica piadosa y dar cuenta en detalle de la mistificación que
transforma la cultura pequeño burguesa en naturaleza universal".
Sin embargo, en una especie de balance que introduce la
reedición de Mitologías de 1970, Barthes admite que “ya no podría
escribirlas". Y es que las circunstancias políticas y teóricas de
entonces lo llevan a advertir —de un modo más intuitivo que teórico
— que el estatuto de la crítica había cambiado. Avanzada la
década del setenta, Barthes está convencido de la inviabilidad de
una "teoría" crítica: la semiología corría el riesgo, como cualquier
saber sistemático, de funcionar ella misma como discurso
ideológico. Hacía ya unos años que Barthes se había refugiado en
la crítica literaria. La teoría de la textualidad que elabora en esos
años se le presenta como única vía de acceso a la singularidad del
sentido: como única alternativa al estructuralismo de la crítica. Al
abandonar el proyecto "científico" de la crítica semiológica, Barthes
señala el problema: pero éste queda aún sin resolver, atrapado en
un brete que el estructuralismo marxista de la época no lograba
atravesar: el pasaje de lo social a lo singular. Esa suerte de
antinomia se le planteaba a Barthes como un enfrentamiento
irreductible entre dos discursos: el de la crítica ideológica, inevi-
tablemente reproductivista y fatalmente determinista, por cuanto
sólo era capaz de denunciar el compromiso de todo lenguaje con el
poder, y la interpretación textual, ejercida como una apuesta a la
singularidad de la lectura. En la búsqueda del texto singular se jugó
el intento de interrumpir el circuito de la reproducción ideológica del
sentido.
Al correr el riesgo de cualquier apuesta, la crítica estructural se
transformó ella misma en un dispositivo de reproducción cuando la
desmitificación, su operación de lectura privilegiada, se volvió
hegemónica. Dicha operación es sencilla: develar la verdad de la
dominación ideológica (significado) que se oculta en el juego
patente de los significantes. Es fácil entonces advertir en el actual
discurso progresista —uno de cuyos portavoces legitimados es
Página/12— un fenómeno de reinscripción ideológica de lo que
fuera en aquellos años una operación crítica.
ESTATUTO DEL DISCURSO MEDIÁTICO

Este trabajo entra en relación con un objeto teórico denominado


discurso massmediático (DMM); tal objeto difiere sustancialmente de
la noción de mensaje con que las teorías de la comunicación tratan
la circulación masiva de la información. Para la noción de DMM, la
idea de distintos mensajes que se producen y circulan a través de
diferentes medios masivos es improcedente. Tal noción, que es el
supuesto más corriente del sentido común sobre los medios
masivos, carece hoy de capacidad explicativa del fenómeno
mediático. Justamente es en torno al concepto diferencia en la
producción de sentido en donde se abre un abismo entre la teoría
del discurso y la teoría de la comunicación. La diferencia del
soporte no basta para instituir una diferencia en la enunciación.
Otro tanto sucede con distinciones del tipo: periodismo serio,
sensacionalista; periodismo deportivo, político o de información.
Hoy puede decirse que la denominación “periodismo" designa las
diferencias débiles del discurso mediático, aquellas que conciernen
al orden de los enunciados. Sin embargo, el lector encontrará, en la
descripción de los textos analizados, denominaciones como
"periodismo gráfico” o "periodismo audiovisual", que suponen esa
distinción. Decidimos mantenerla porque es un criterio corriente de
reconocimiento de los enunciados mediáticos. Pero, en rigor, en
tiempos de hegemonía mediática el periodismo queda abolido. Las
diferencias en las que se apoya la práctica periodística actual no
son diferencias enunciativas, sino meramente retóricas o
estilísticas.

No hace mucho, precisamente en un reportaje, un periodista


joven y algo transgresor decía que hoy por hoy no había una
televisión seria y una televisión de entretenimiento. Preguntarse por
la jerarquía de los programas era inútil: según él, toda la televisión
es un gran entretenimiento. La idea de que la televisión elimina las
diferencias entre los géneros televisivos es bien congruente con la
noción discursiva de los medios. Lo que hace que en la tele todo
parezca lo mismo es el carácter de la enunciación mediática. De
allí que apenas se advierta el pasaje de una publicidad a un
programa producido por Adrián Suar. De allí resulta que Grondona
se haya convertido en un “espectáculo para pensar". Lo de pensar
es un complemento. Lo decisivo es que es un espectáculo, como
toda la tele. Si una práctica puede abolir diferencias, es porque se
ha constituido en un dispositivo de enunciación que absorbe y
produce sus propias diferencias, es decir: produce sus enunciados
bajo sus propias condiciones,
Veamos algo más del funcionamiento hegemónico de la
enunciación mediática. Una de las características actuales de la
reproducción masiva de enunciados es su régimen de totalización:
se puede (y hay que) decirlo todo; se puede (y hay que) opinar de
todo; se puede (y hay que) mostrarlo todo; se puede (y hay que)
verlo todo. La enunciación se vuelve homogénea por esta cualidad
de reproducción infinita de enunciados, que funciona sobre la
captura de la recepción en el imperativo social: hay que. Esto es:
resulta sumamente difícil —si no imposible— constituirse como
sujeto social sin ser partícipe (es decir, parte) de la actualidad
mediática.
Por consiguiente, la interrupción de ese régimen de dominancia
no puede ser nunca un enunciado más de la serie capaz de
decir/opinar/mostrar todo. La interrupción del régimen de esos
enunciados se juega en la intervención sobre los dispositivos de
enunciación del discurso. Ese tipo de intervención requiere que se
localicen las operaciones del discurso. Ahora bien: esas
operaciones no deberían describirse de modo general, sino que
dependen de la situación de discurso que se analiza. Por eso es
indispensable que se localice el síntoma que da lugar a la situación
discursiva sobre la que se interviene. En el capítulo primero
delimitamos en los medios el síntoma que permite pensar hoy la
problemática de la infancia; en lo sucesivo vamos a precisar las
operaciones discursivas que bordean dicho síntoma.
Respecto de las unidades de análisis, problema central del
método estructural, sino ya el único. El agotamiento de la crítica
estructural ha dejado su propia enseñanza: ningún principio
estructural es sustancialmente crítico. Una lectura activa no tiene
más remedio que producir las unidades pertinentes para el análisis
del objeto sobre el que interviene. La consistencia de las
herramientas del análisis se irá produciendo en el transcurso de la
intervención. En nuestro trabajo tales herramientas se forjaron con
el auxilio técnico de la lingüística y la semiología.

EL CASO DE LA INFANCIA.
FATALIDAD DE LA PRIMERA LECTURA: ENCUENTRO
CON LAS REGULARIDADES DEL DISCURSO MEDIÁTICO

Estamos ante un conjunto de materiales que proceden de los


medios. El tema que los aglutina es la crisis actual de la infancia.
Es el momento de la primera lectura. Esa primera lectura no pudo
sustraerse a la presión de la sistematicidad: las regularidades del
discurso mediático se impusieron; el análisis no podía localizar
ninguna singularidad. ¿A qué respondía esta persistencia de la
regularidad discursiva? ¿Se trataba de una presión del método de
lectura o de una presión de la naturaleza hegemónica del objeto de
análisis?
Una primera corroboración se nos imponía, eso era cierto: las
singularidades no se buscan, se encuentran. No se buscan porque
la búsqueda requiere un saber anticipado sobre el término que se
busca; tal anticipación anula de hecho el carácter singular del
término por venir. Pero tampoco se encuentran sin más. Al parecer,
las singularidades se encuentran sólo si se producen forzando el
análisis del corpus. De modo que aquella primera lectura era
necesaria. Ya que produjo una especie de trabajo “negativo" sobre
el corpus y así pudo liberarse de algunas intuiciones que presentan
una diversidad que es sólo aparente, puesto que reviste lo que no
es más que la continuidad del discurso.
Sabíamos que sólo la detección de los síntomas discursivos
permitiría localizar alguna singularidad del problema actual de la
infancia. Pero era imprescindible detectar antes las operaciones
que regularizan el funcionamiento del discurso mediático, para
poder precisar a posteriori las figuras de los desacoples discursivos
que, según nuestra hipótesis, revelan el agotamiento de la infancia.
En consecuencia, si bien es cierto que el análisis, de las regu-
laridades discursivas es un paso necesario, no es suficiente.
Puesto que los síntomas no se deducen, simplemente, de las
regularidades.
El primer abordaje del material mediático nos condujo a
establecer dos líneas de tratamiento del problema de la infancia.
Recuerdo que el material recolectado toma el lapso que va desde
el 26/11/1993 hasta el 11/09/1995. Esas dos líneas permiten
incluir, en función del tipo de tratamiento del problema de la
infancia, enunciados periodísticos que poseen rasgos genéricos
más o menos estables:
1) Infancia A: suplementos especiales, educación, información
general.
2) Infancia B: policiales.
Si nos atenemos a esta división, podemos advertir que
actualmente, en el DMM, se unifican dos líneas ya tradicionales de
gestión de infancia y la familia: una cuantitativa y otra cualitativa.
De este modo lo registra Donzelot en su análisis historiográfico de
las prácticas familiaristas. Se recordará que su análisis registra la
existencia de dos infancias: una infancia peligrosa, la de los
sectores populares; una infancia en peligro, la de los sectores
burgueses. Las prácticas de control y asistencia se ejercen sobre la
primera, gobernadas por la noción de prevención; la educación y la
protección están destinadas a intervenir sobre la segunda.
Según anota Donzelot, la asistencia institucional a la familia y a
la infancia ejercida con criterio cualitativo determinó la educación
de los sectores medios de la población entre los siglos XVIII y XIX.
Por su parte, la gestión sobre las clases inferiores se llevó a cabo
sobre criterios cuantitativos: estadísticas, estudio de casos, etc.
Estas dos líneas encuentran hoy su tratamiento diferenciado en las
secciones de los diarios.
La perspectiva cuantitativa lee los episodios que involucran a la
infancia según la clave de la casuística. A partir de los índices
estadísticos se construyen clases: delincuencia infantil, maltrato
infantil, abuso de menores, etc. Así se logra una clasificación de los
sucesos de la infancia, que funcionan como casos de aquellas
clases: un caso más de delincuencia infantil, un caso más de
abuso de menores, un caso más de infancia asesina, etc.
Hay un supuesto que organiza la lectura mediática de la
infancia de los sectores populares: la existencia de un tipo de familia
y de infancia desprotegida y abandonada por el Estado, lo que
constituye una peligrosidad latente. De aquí se deriva la visión de
las "dos infancias": una en peligro (hay que prevenir); una
peligrosa (hay que controlar, vigilar, asistir). Pobreza y perversión
configuran una especie de circuito de fatalidades.
La prevención, que es el objetivo estatal sobre los sectores
medios, se produce mediáticamente por la vía del comentario a
través de los consejos, los análisis sociológicos, los informes e
investigaciones especiales; es decir, a través de géneros que se
caracterizan por su expansión argumentativa. El control y la
vigilancia, por su parte, se manifiestan por la vía del relato: un
caso —un relato de vida, un testimonio— confirma la regla que
organiza la serie; la confirmación de la regla es una operación de
control del discurso.
El tratamiento de las cifras es un rasgo que las dos líneas de
tratamiento aludidas comparten, aunque con estrategias distintas.
En la línea de la prevención, las cifras constituyen la tópica del
cambio sobre la que reposa la argumentación de la crisis. En la
línea del control, las cifras confirman estadísticamente la regla:
otro caso de delincuencia infantil; otro caso de abuso de un
menor, etc. La regla —es decir, la tesis— puede reconstruirse
según el siguiente encadenamiento entimemático:
1. La pobreza y la falta de educación son la causa de la
infancia delincuente o delincuenciable.
2. El plan de ajuste conduce a situaciones de carencia y
pobreza extrema.
3. La delincuencia infantil está causada por la política actual
del Estado.
Es notable cómo en el DMM reaparecen las dos líneas
históricas de gestión estatal del modelo burgués de la “familia
feliz". El DMM tiene una función actual de “divulgación" de las
significaciones modernas de la infancia. Sin embargo, cabe una
aclaración: si la circulación mediática de esos predicados se da en
circunstancias en que el arraigo práctico de los mismos es
inexistente, estamos ante unas significaciones cuyo estatuto sería
el de unas representaciones sin presentación. Estamos, nuestra
hipótesis, ante representaciones con carácter de excrecencias.
Este tránsito discursivo de representaciones vigentes hacia
representaciones agotadas ilustra otro tránsito, ya mencionado en
este trabajo, pero al que es necesario volver: el pasaje del Estado
de bienestar al Estado técnico- administrativo. La naturaleza
mediática del lazo social actual está indisolublemente tejida con
ese proceso. Esa concepción actual del lazo social da lugar a una
de las tesis que funciona como axioma de este trabajo: los medios
son el Estado; es decir, el conjunto que produce la consistencia y
el orden de las representaciones sociales actuales. En efecto, la
consistencia de las significaciones sociales se produce gracias al
funcionamiento discursivo de los medios, ya que las operaciones
de consistencia son producciones de la enunciación mediática.
Durante la vigencia del Estado benefactor, las políticas se
organizan como demandas al Estado. Éste asigna funciones y
lugares a las instituciones que lo componen en una lógica del todo-
partes. Pero, con la retirada del Estado, se vuelve insustancial la
suposición de que éste debe hacerse cargo de las funciones
benefactoras; aun cuando siga siendo un actor de peso en las
situaciones reales, ha caído la organización material que sostuvo la
lógica del todo-partes, constitutiva del mundo integralmente calcula-
ble. Sin embargo, las representaciones sociales del lazo siguen
funcionando según esa lógica del todo partes, aun cuando no estén
sostenidas sobre el aparato del Estado benefactor. ¿Cuál es el
dispositivo que garantiza hoy materialmente esa lógica? Los
medios masivos. Estas son las condiciones que hacen enunciable
la tesis que sostiene que los medios son el Estado.
La fuga hacia la denuncia como forma actual privilegiada de la
política (mediática) es una de las salidas espontáneas de la
situación anteriormente descripta: espontánea acá significa
irreflexiva, o inactiva, ya que sigue funcionando sobre el supuesto
anterior, ya agotado, de que el Estado debe seguir cumpliendo las
funciones benefactoras de las que ha claudicado de hecho y, en
gran medida, de derecho.
Esta posición, ejercida fundamentalmente desde la enunciación
mediática, adquiere un funcionamiento circular que vuelve inerte la
enunciación. La demanda al Estado no logra instituir al Otro en la
demanda. La interpelación es ineficaz, no importa por culpa de cuál
de los términos involucrados en ella. La insistencia transforma la
demanda en denuncia. Finalmente, el circuito se cierra porque la
denuncia hace legítima la enunciación.
Se produjo esa doble operación discursiva que caracterizamos
como representación sin presentación alguna: la demanda
transformada en denuncia pierde su naturaleza de demanda. A su
vez, la supuesta funcionalidad de la demanda legitima la denuncia.
Pero, como es evidente, la funcionalidad es sólo supuesta, ya que,
si así no fuera, si efectivamente poseyera alguna eficacia, no
mudaría tan rápidamente a la forma denuncia. Es esa operación de
autolegitimación discursiva la que sitúa a los medios en la posición
de Estado.
Si volvemos al sistema propuesto, es posible observar en la
zona A el predominio de géneros como, el comentario, los
consejos, la nota de opinión sobre la crisis de los modelos o de los
valores sociales y las investigaciones especiales —de corte
sociológico—, siempre en clave de "cambios culturales”. La
pretensión, se ve claramente, es explicar a los sectores más
instruidos las causas del fenómeno. El objetivo continúa siendo
educar.
La zona B expone los casos que configuran la serie de la
infancia, anómala. La delincuencia está representada en el DMM
como una zona marginal. La zona de la marginalidad constituye el
borde exterior de la infancia. Pero tal exterior también le pertenece
al universo: el centro pleno tanto como sus márgenes funcionan
solidariamente en la construcción del universo de la niñez.
Examinaremos con qué procedimientos el discurso traza el
límite interior/exterior que determina lo que es central y lo que es
marginal a la infancia.
En primer lugar, miremos las cifras. Se vio que, en relaión con
lo marginal, las variables funcionan como mecanismos de control
discursivo: control de causas, control de efectos, control de casos.
El caso, estadísticamente, confirma la regla al funcionar como un
saber que anticipa el reconocimiento del episodio como "otro caso
más”.
La infancia marginal queda delimitada como una zona acotada,
lo que impide su infiltración en la zona A. Para evitar estas
filtraciones, existe otro procedimiento discursivo.
Además de las cifras estadísticas, tenemos el funcionamiento
del relato. Resulta notable que la sección Policiales sea hoy casi la
única sección del diario que utiliza de manera más o menos pura
las formas narrativas. La lingüística estructural distingue dos
procedimientos enunciativos opuestos: historia y discurso (relato y
comentario), según el uso que se haga de los tiempos, la deixis y
algunas funciones sintácticas específicas. Uno de los efectos de
esa distinción es una enunciación “objetiva" para el relato y una
“subjetiva" para el comentario. Por supuesto, ese carácter de
objetividad no está —como se desprendería directamente de la
postulación de Benveniste— esencialmente en el procedimiento
lingüístico, sino en el uso cultural del lenguaje —es decir, discursivo
— que convencionaliza ese uso para producir ese sentido: la
distinción entre objetividad y subjetividad.
Si ligamos aquella distinción de la lingüística de la enunciación
con la transformación del estatuto del saber narrativo en la
posmodernidad, encontraremos algunas claves de lectura de los
géneros massmediáticos actuales. En un libro que es ya popular,
Jean Franfoise Lyotard señala que el relato es la forma de
legitimación del saber tradicional. Las historias populares cuentan
los éxitos o fracasos que coronan las tentativas del héroe, forma
idealizada o metafórica del pueblo. Tales relatos otorgan legitimi-
dad a las instituciones sociales; representan modelos de
integración. Asimismo, la noción moderna de progreso está
indisolublemente ligada al estatuto del relato, pues representa un
tipo de movimiento social que se explica en la suposición de que el
saber se acumula. “En la sociedad y la cultura contemporáneas,
sociedad postindustrial, cultura posmoderna, la legitimación del
saber se plantea en otros términos." Interrumpimos aquí la
observación de Lyotard. Puesto que la cuestión que parece radical
—y que plantea nuestra distancia con su posición— es justamente
dilucidar cuáles son esos otros términos, qué valor tienen, cuál es
su estatuto y su productividad. Resulta obvio que uno de los
dispositivos más potentes de legitimación del saber en la actualidad
es el discurso de los medios masivos. Pero la cuestión es dilucidar
qué tipo de saber es el mediático, qué efecto produce en la
subjetividad actual.
Sin lugar a dudas, uno de los rasgos característicos de la
cultura mediática posmoderna es la explosión del comentario con
una vía privilegiada de circulación, que es la entrevista. La forma
relato se extingue; habitamos el universo del comentario o, más
precisamente, el reino de la opinión.
No obstante, la crónica persiste aún en las secciones policiales
de algunos diarios. Probablemente, con el afán de establecer una
distancia entre el mundo del delito y del crimen y el nuestro, el de la
opinión y el comentario. El de los que transgreden la ley y el de los
que opinamos sobre ellos, o sobre ello.
La tradicional distinción de los tiempos verbales en
comentativos y narrativos, sostiene que los primeros imponen una
escucha atenta mientras los segundos, una escucha más
distendida. Lo que el relato cuenta ya pasó, queda en otro lugar, en
un mundo clausurado o acotado tanto espacial como
temporalmente. Ésta parece ser la condición que nos pone a
resguardo de sus efectos. Quizá la persistencia del relato vinculado
a las prácticas criminales o delictivas responda a esa función de
distanciamiento, localización y cierre.
Nuestros análisis del DMM registran el siguiente procedimiento
discursivo: cuando un episodio policial entra en relación sintomática
con el DMM —lo cual depende tanto de su naturaleza como de las
condiciones prácticas en que tal episodio se manifiesta—
transgrede, a lo largo de lo que dura su tratamiento mediático, las
convenciones del género. Resultó paradigmático en ese sentido el
caso Santos.
Cuando esto ocurre, se produce una migración del ‘‘caso" —la
crónica— desde la sección Policiales a la sección de Interés
general, para adquirir definitivamente los rasgos actuales del
comentario, en sus distintas variantes genéricas. Este proceso se
advierte con claridad si se lee la secuencia periodística del caso
Santos o del caso Daniela. El procedimiento en el caso Santos fue
muy claro: pasó de ser un caso policial a ser un tema de debate
mediático. En su momento, vimos esta alteración del género como
síntoma del "desorden simbólico" que produjo en el orden social la
naturaleza—social, ideológica- del delincuente. En relación con el
caso Daniela, probablemente no se lo recuerde, pero su primera
aparición en la prensa fue en el rubro Policiales: la noticia, que la
policía no había acudido a formalizar la restitución de la niña que
había sido ordenada por el juez. Lo peculiar de la noticia ya se
insinuaba en la retórica del género: un híbrido entre el relato, el co-
mentario y la entrevista, ilustrado con una foto de Gabriela Oswald
que de ninguna manera reproducía las connotaciones
criminalísticas que el código mediático de lo policial otorga a la
víctima.
Los rasgos de la forma discursiva del comentario, según la
codificación de la lingüística de la enunciación, son los siguientes:
perspectiva temporal organizada en relación con el presente;
referencia deíctica espacio-temporal en relación con ese presente;
presencia de subjetivemas o segmentos comentativos.
A esta lista de categorías de la lingüística, hay que agregar
otros procedimientos discursivos propios de la forma posmoderna
del comentario, ya que la sistematización estructural opone
demasiado taxativamente el mundo del relato al mundo del
comentario. Probablemente el universo discursivo que fuera la
materia de tal codificación presentara esa dicotomía en sus
comienzos, o resultó ser así a fuerza de su interpretación
estructural. No importa. Hoy ese universo discursivo ha cambiado.
Lo que llamamos aquí comentario es, en realidad; según una
definición más pragmática, el universo de la opinión. El relato —o
los segmentos narrativos— aparece bajo la forma de historias de
vida o testimonios y funciona argumentativamente como
ilustraciones, ejemplos o modelos de la opinión. El narrar dio paso
al opinar en el tránsito de la cultura de la letra a la cultura de la
imagen. Cuando existe, el relato aparece con una retórica de alta
expresividad, subordinado al comentario: el relato se desvanece en
la opinión.
En el reino de la opinión proliferan encuestas, testimonios,
historias de vida, manuales de autoayuda. Éstas serían algo así
como las versiones massmediáticas actuales del discurso científico,
histórico, médico, etc. Estos discursos, que en la modernidad
delineaban zonas o campos discursivos diferenciados, encuentran
su doble en el discurso mediático, representados como diferentes
enunciados de una enunciación única. Así se constituye la subje-
tividad ideológica posmoderna; y éstas son las figuras del yo
contemporáneo: el conductor, el periodista, el modelo, el
encuestado, el opinador, el que va a dar testimonio, el que integra
paneles televisivos, etcétera.
De manera que el alma posmoderna puede concebirse como
efecto de la intervención del discurso massmediático sobre el
cuerpo de los individuos mediante un dispositivo privilegiado: la
entrevista, que es una de las prácticas preferidas del discurso. A
través de esa práctica el discurso massmediático cumple una
función ontológica: hace ingresar a los individuos en la realidad
pública como imagen. Pero también gracias a la entrevista este
discurso se nos vuelve socialmente inteligible: produce los efectos
de cohesión y coherencia característicos de la serie discursiva
massmediática. En resumen, el pasaje del relato a la opinión que
se acaba de describir constituye el correlato mediático actual de la
crisis posmoderna del saber narrativo.
CAPÍTULO 3

LAS OPERACIONES
DEL DISCURSO MEDIÁTICO

P RESENCIA sintomática de la infancia


EN EL DISCURSO MEDIÁTICO

Como el acto de interpretar un síntoma produce un síntoma,


nada más fácil que imaginarse que estaba, ya allí esperando
ser visto por un agudo observador de las cosas... Ya
preferimos imaginar que el acto de decidir un síntoma
distribuye momentos. Su paradoja temporal radica en que el
síntoma es producido actualmente como preexistente. Como
los recuerdos, su producción actual es retroactiva.
Oxímoron, Oxímoron también leyó "La historia desquiciada",
1995

Lo que semantiza el discurso massmediático en la


nominalización "crisis de la infancia" es un desacople entre lo
que los niños efectivamente son y lo que se supone que
deberían ser como miembros de la clase infancia. Tal desacople
será tratado como un síntoma del discurso, Quizá convenga
recordar que discurso, en este trabajo, designa el conjunto de
prácticas comunicativas, comerciales y técnicas que funcionan
como condiciones de producción de los medios masivos. Tales
prácticas instituyen unas condiciones de recepción específicas
del discurso. Para entrar en ese universo de discurso, los
sujetos están obligados a realizar una serie de operaciones.
Esas operaciones producen un tipo de subjetividad específica:
la del espectador o consumidor.
Es decir que, en perspectiva discursiva, televisión, revistas,
diarios y radio constituyen una red, por cuanto imponen las
mismas operaciones de recepción a los destinatarios. Todas
aquellas diferencias entre los medios masivos que
legítimamente podría postular un enfoque comunicativo (por
sus soportes, por sus líneas ideológicas, por sus propuestas
estéticas) al enfoque discursivo no le conciernen, por estar
atento a las condiciones prácticas de enunciación que
producen la subjetividad.
Nuestra tesis sostiene que las prácticas dominantes actuales, el
consumo y la comunicación, no detentan la diferencia moderna
entre mundo infantil y mundo adulto que instituyó simbólicamente
la niñez.
En relación con estas prácticas, hay dos figuras que detentan la
subjetividad actual del niño: la del consumidor y la del sujeto de
derechos, que en el universo mediático aparece bajo la figura del
sujeto de opinión. En torno a los protagonistas de la infancia
moderna, entonces, el discurso mediático opera las siguientes
mutaciones: produce la figura del padre-consumidor y la del hijo
consumidor, equivalentes entre sí y distintas a su vez a las figuras
del ciudadano padre y a la del futuro ciudadano hijo. Esto es; la
diferencia moderna entre el padre y el hijo, producida por el
discurso cívico, queda abolida en el discurso mediático bajo una
figura equivalente para ambos: la del consumidor.
Sea como consumidores, sea como sujetos de derechos —
derechos que, como veremos, se ejercen y se defienden por vía
mediática—, lo cierto es que los niños no se inscriben, desde estas
figuras, en el universo de las diferencias instituidas por las
prácticas modernas ya examinadas. Es decir: los niños actuales no
terminan de confirmar el estatuto imaginario de la infancia; están
más acá o más allá de la figura moderna del niño. Es ese
desacople, producido en el interior del discurso mediático, el que
vamos a analizar a través de las operaciones del discurso
mediático: sus procedimientos y su retórica (figuras y tópicas).
Por su parte, el análisis retórico de las significaciones de la
infancia en el DMM tiene como objetivo localizar los síntomas
discursivos del agotamiento de la infancia como institución. Una
institución agotada prácticamente es una institución que no produce
su realidad, su objeto, en este caso, la infancia. Ese fracaso en la
estrategia de captura de un real produce desacoples o síntomas
discursivos que vamos a analizar en este apartado con un criterio
semiótico.
Los procedimientos, figuras y tópicas que aquí analizamos
confirman la tesis del agotamiento discursivo de la infancia. Sin
embargo, una observación. Aunque estas operaciones se
presenten de manera descriptiva, esto no indica su pre-existencia
respecto del síntoma que permite su interpretación. Para ser
exactos, la descripción retórica de las operaciones del DMM vale
para sostener la consistencia de esta lectura sintomática: la que
interpreta en esta situación discursiva singular la disolución de la
infancia. Ningún reconocimiento o valoración exclusivamente
teórica de las categorías de las que nos servimos podría hacer
suponer su pre-existencia o su validez por fuera del problema que
investigamos. El criterio de validez de las categorías es interno al
problema, no externo.
Ahora bien. Tal como lo señala el epígrafe de este capítulo,
como el síntoma sólo existe en virtud de una interpretación que lo
nombra, su legibilidad se produce sólo a posteriori. Mejor dicho, el
síntoma vive de una temporalidad particular, casi paradójica:
instaura la temporalidad que permite leer a posteriori como a priori
lo que él instituye.
Si en una coyuntura histórico-social unas instituciones no tocan
la realidad, sus representaciones no son activas, sino puramente
excrecentes: éste es el estatuto actual de los discursos que
tradicionalmente le dieron consistencia a la niñez. Los niños
actuales son desclasados respecto de la infancia.
Nuestra tesis liga el agotamiento de la infancia a la pérdida de
eficacia de sus instituciones de asistencia. Su improductividad
actual responde a factores internos y externos. Por un lado, a su
propio proceso de agotamiento; por otro, al cambio de las
condiciones prácticas en que históricamente se inscribieron
aquellas instituciones.
Sin embargo, esta situación histórica se da en una coyuntura
particular que vale la pena considerar: nos referimos a la relación
de las instituciones de asistencia a la infancia y la familia con los
medios masivos. Desde el punto de vista de la interpelación, se
registra un funcionamiento específico: el DMM interviene allí donde
la interpelación de las instituciones de la infancia fracasa.
Es en ese sentido en el que sostenemos que la intervención del
DMM es sintomática respecto del agotamiento de la infancia. Ahora
bien; cabe preguntarse por la naturaleza de esa intervención. La
intervención de los medios, ¿cumple una función restauradora de
los lazos disueltos entre la familia y sus instituciones de asistencia
o, por el contrario, es la causa de su disolución? La respuesta no
está exclusivamente en uno sólo de los términos de la pregunta,
puesto que la intervención de los medios se presenta a sí misma
como restauradora, pero en los hechos resulta disolvente de
aquello que intenta reparar. Disuelve las figuras instituidas por los
lazos familiares al imponer de hecho otras figuras, necesarias para
su funcionamiento. La enunciación mediática no es congruente con
la enunciación de los discursos que instituyeron la familia. El
enunciado mediático es restaurador de la familia, pero la
enunciación la disuelve de hecho.
Si seguimos la lógica de lectura del síntoma, hay que aceptar
que en la interpretación se lee como causa lo que sólo después de
la interpretación del síntoma queda instaurado. Todo parece indicar
que el DMM interviene porque la interpelación de las instituciones
de asistencia a la familia fracasa. Pero hay que señalar que sin la
interpretación del síntoma esa causa permanecería invisible. Esto
significa que, desde el punto de vista de los efectos, el actual
funcionamiento mediático en relación con la familia estaría causado
por el agotamiento de las instituciones. Lo analizaremos al hablar
de la variación de la transferencia. Pero lo cierto es que, sin la
modalidad actual de intervención del DMM en el vínculo formado
entre las instituciones de asistencia a la familia, ese agotamiento
sería ilegible.22

P RIMER PROCEDIMIENTO :
LA POSTULACIÓN DEL RECEPTOR

Hay que señalar una variación histórica de la subjetividad


actual. Ya que uno de los tipos subjetivos actualmente instituidos
está producido justamente por la eficacia de la interpelación
mediática. Uno de nuestros axiomas de partida es que el discurso
mediático tiene un funcionamiento hegemónico. Su interpelación es
tan fuerte que es capaz de imponer un conjunto de operaciones de
desciframiento que luego van a ser reproducidas como modelos de
recepción de otros discursos; es decir, se impone la recepción
mediática en situaciones discursivas no mediáticas: la pedagógica,
la familiar, la científica, etc. Es esa inadecuación entre el orden de
discurso y el modelo de recepción lo que confirmaría la hegemonía
del DMM como modelo de imposición de operaciones de
disciframiento de los enunciados.
El conjunto de esas operaciones de lectura son en sí mismas el
receptor. Quienes habitamos un discurso estamos
compulsivamente obligados a reproducir esas operaciones
sintácticas, semánticas y pragmáticas que constitu

yen una gramática. Los aspectos sobresalientes de esa gramática


son: ausencia de clausura o cierre de los enunciados;
yuxtaposición de los enunciados sin jerarquía; privilegio de la
sucesión por sobre otras operaciones lógicas en la construcción de
la secuencia; predominio de la tematización (o nivel semántico) por
sobre la dimensión sintáctica del discurso; predominio del
funcionamiento práctico del lenguaje.
Se podría denominar al conjunto de estas operaciones, lisa y
llanamente, zapping. Uno estaría tentado de inculpar al zapping,
que es la dimensión más evidentemente pragmática del discurso,
como causa de la homogeneidad mediática: en nada difiere la
publicidad del programa deportivo; en nada, el informativo del talk
show o de los bloopers. La angurria del consumo publicitario, la
carrera por el rating parecen buenos motivos para querer producir
lo mismo. Sin embargo, la respuesta inversa es también verosímil:
¿no es acaso la loca carrera del zapping un producto de la
ausencia de algún nudo en el discurso capaz de detener la
ansiedad del receptor?
El conjunto de las operaciones descriptas anteriormente
produce un efecto retórico en el enunciado, que es la
homogeneidad. Basta una vuelta completa por los sesenta y cinco
canales de cable para que ese rasgo se nos haga patente: no
encontramos nada en la tele. Pero seguimos viendo tele. El circuito
se reinicia sin que hayamos tenido conciencia de que había
terminado. La presión compulsiva del control remoto no se detiene
y entramos así en el magma homogéneo del discurso. Beavis &
Butthead van a ver tele porque se aburren; pero están todo el
tiempo viendo la tele; lo que aburre parece que es la tele. Sin
embar go, nada parece indicarles (ni indicarnos) que es el discurso
lo que los produce como sus términos abúlicos. El discurso
homogéneo produce un tipo de receptor aburrido: el consumidor.
Ese sujeto está insatisfecho porque no encuentra rugosidad alguna
en qué detenerse; el discurso no le propone ninguna operación de
interpretación que lo implique subjetivamente. Pero, claro, está lo
suficientemente insatisfecho como para seguir buscando
indefinidamente ese enunciado mediático distinto, diferente,
capaz de entretenerlo y regalarle un minuto de felicidad. Ésa es la
subjetividad producida por las operaciones del discurso mediático,
ése es el receptor-consumidor actual de los medios masivos.

S EGUNDO PROCEDIM IENTO


EL TRAZ ADO DEL EXTERIOR
Como se dijo, una de las operaciones de fuerza del DMM es el
trazado de su propio exterior. En rigor, un discurso no tiene
exterior; pues para dar cuenta del exterior de un discurso es
necesario pararse en otro lado —otro discurso— para señalarlo. Y
así ilimitadamente. El trazado interior/exterior es una operación
interna que permanece invisible a los habitantes del discurso.
Permanece invisible en tanto operación, pero sus efectos ilusorios
se tornan bien visibles precisamente por la invisibilidad de la
operación.
De cualquier manera, lo propio del funcionamiento hegemónico
de un discurso es que crea la ilusión de que hay un exterior. En el
funcionamiento mediático actual la distinción entre el afuera y el
adentro sé encarna en una lucha conocida: el enfrentamiento entre
prensa escrita y prensa audiovisual; la oposición entre discurso e
imagen. La jerarquía del escrito frente a la chabacanería de la tele.
Pero lo que cuenta desde el punto de vista de las operaciones es
que las valoraciones suponen relaciones de exterioridad (e
independencia) entre los medios y al suponerlas, de hecho, las
producen: la radio es exterior a la tele; el diario es exterior a la
radio, etc.
Para nuestra perspectiva esta diferencia es irrelevante, todos
los medios constituyen un discurso, puesto que lo que hay en juego
es una enunciación: cualquiera de los soportes impone el mismo
repertorio de operaciones de desciframiento; cualquiera de los
soportes instituye la misma subjetividad receptora. Prensa y
televisión son términos complementarios (y por lo tanto idénticos).
Ya no hay periodistas, sino agentes u operadores del discurso
mediático; ya no hay periodismos sino discursos.
El ejemplo es el tipo de escucha que imponen los medios: una
recepción saturada por su naturaleza perceptiva y desconectada de
la conciencia, muy próxima al fenómeno de la hipnosis. Quiero
contar algo que escuché hoy pero no recuerdo bien dónde lo
escuché... pudo haber sido en cualquier canal, incluso en la radio;
pero ¿y si se tratara de una noticia del diario leída en la radio en
algún programa de la mañana? En ese caso, ¿qué radio? Es más
probable que recuerde quién lo dijo: fue Guinzburg; pero Guinzburg
está en la tele: ¿fue en el canal de aire o en el de cable?
TERCER PROCEDIMIENTO: TEMATIZACION EN SERIE DE LOS
ENUNCIADOS

La unidad material del enunciado, mediático es el tema. Los


receptores la reconocemos inmediatamente en el uso discursivo:
temas de talk show; temas de opinión; temas de actualidad; temas
de investigación; temas prohibidos, etc. El tema es también la
operación con que el discurso distribuye discontinuidades en el
horizonte homogéneo y continuo de la serie. Dicha unidad organiza
la sintaxis textual otorgando cohesión al discurso: la actualidad
diaria es presentada y segmentada en temas; el criterio de vali-
dación discursiva es el de "temas de interés"; un día mediático
relevante se mide porque “hay muchos temas para tratar"; el
principio de discontinuidad/continuidad sobre el que se monta la
serie es el pasaje de un tema a otro.
Un rasgo particular de la serie mediática, como dispositivo
esencial de enunciación, es que en ella la cohesión se produce
como efecto de la coherencia discursiva. Dicho en otros términos,
las relaciones sintácticas desaparecen, hegemonizadas por el
principio semántico: el criterio temático. Esto da lugar a un discurso
sin clausura, desprovisto de relaciones lógicas, y con efectos
altamente homogeneizantes.
La consistencia de la serie temática se organiza sobre un
supuesto temporal que es la actualidad. La serie no tiene ni
comienzo ni fin: el discurso ya estaba; la agenda de temas ya
estaba; el receptor ya estaba; de este tema ya se sabía.
No hay comienzo del discurso; no hay introducción de temas ni
declaración de su pertinencia; no hay llamado a este espectador. El
receptor de medios es un sujeto supuesto como pura actualidad,
como pura instantaneidad o puro presente. Su temporalidad es
coextensiva de la ausencia de clausura del discurso. La noción de
actualidad disuelve la noción histórica del tiempo, su sentido narra-
tivo, El receptor de medios "siempre está en tema".
Un indicio de este funcionamiento discursivo está dado por la
ausencia de signos deícticos.29 Los informativos televisivos, por
ejemplo, presentan las noticias con estructuras nominales,
desprovistas de signos que operen el anclaje del enunciado en una
situación: caso Cattáneo; docentes; crisis policial, etc.
El principio temático, entonces, es "el orden del discurso"
mediático. El tema supone unidad, interés, información y
actualidad. Ésos son los rasgos característicos del enunciado
mediático.

CUARTO PROCEDIMIENTO: LA CITA

Con el procedimiento característico de la mesa redonda, hablan


en una nota sobre la crisis de la familia portavoces legitimados: el
clérigo, el médico, la psicoanalista: consultados a título de
especialistas. La cita, procedimiento que refiere en la enunciación
mediática las opiniones de los entrevistados, produce un efecto
fácilmente esperable: la unidad de sentido.
El procedimiento de cita es el recurso mediante el cual se
reúnen los distintos puntos de vista para lograr el consenso. La
operación es doble: instituye lo distinto y lo común, a un mismo
tiempo. Las opiniones son las partes necesarias del todo
consensuado.
Aunque procedan de distintas áreas, los especialistas van a
coincidir en algún lugar común del discurso: hay que volver al
sentido común, a la confianza en la intuición; el diálogo familiar es
necesario; no hay convivencia posible si no se respetan los
derechos del otro. Tales son los lugares comunes hacia los que
retorna una y otra vez el discurso. Los detentan todas las notas
periodísticas que abordan la “crisis de la infancia". Claro, si estos
enunciados no estuvieran sometidos al régimen de la repetición, no
serían lugares comunes.
La nota de Clarín concluye así:
“En un mundo que oscila entre la violencia, el consumismo y los
para familiares, es probable que las respuestas anden escondidas
en el sentido común bien entendido, en un amor no impostado y en
un corazón abierto. Nadie tiene por qué resignarse a que éste sea
el fin de la historia."
Vale la pena detenerse en este fragmento. La estructura de la
nota alterna enunciados referidos (de los entrevistados) con los
enunciados del medio para hacer confluir finalmente las voces en
un lugar común. El DMM tiene esta capacidad —que algunos
consideran un privilegio— de construir consenso. Pero hay que
entender que tales virtudes comunicativas son efecto de las
operaciones de enunciación que estamos analizando.

¿Qué ha pasado que la psicoanalista y el clérigo están de


acuerdo? ¿Es que acaso piensan lo mismo? Porque una cosa es
clara, y es que, aunque como discursos la religión y el psicoanálisis
poseen diferencias irreductibles, cuando se transforman en
enunciados de otro discurso, ambos pueden resultar perfectamente
compatibles. Eso, siempre y cuando ese discurso disponga de un
dispositivo de enunciación capaz de operar la coordinación de los
enunciados.
En el caso del DMM, la operación discursiva que operó ese
curioso vínculo entre religión y psicoanálisis es la cita; y la
subjetividad que funciona como enunciados es el sujeto de opinión.
Según esa operación enunciativa de la opinión, el discurso
mediático otorga el mismo valor a todos los enunciados: son
opiniones distintas sobre el mismo tema pero para la lógica del
discurso todos poseen el mismo valor. Son uno y son lo mismo:
están producidos por la misma enunciación (la opinión) y hablan de
lo mismo (el tema). El clérigo y el analista se han transformado en
representaciones mediáticas.
Se podría objetar que esta sensación de identidad de
posiciones entre el religioso y el psicoanalista se debe a que las
palabras referidas fueron sacadas de contexto. Sucede que, en
rigor, no hay otro contexto que el que se construye en la situación
en que se recibe un discurso. El contexto de un enunciado es
siempre el contexto de recepción. De todos modos, si se supone
que el contexto verdadero de un enunciado es otro, no el mediático,
lo que hay que admitir es que en la situación mediática el
enunciado referido adquiere sentido gracias al dispositivo de la cita.
Y es que el sentido no está en otra parte —ése es el sentido de
otra situación— sino en esta en que efectivamente se lee, mira o
escucha, y que se construye desde la enunciación mediática. De lo
contrario, estaríamos suponiendo situaciones de sentido verdadero
y situaciones de sentido falso, o en las cuales el sentido está
manipulado. Esta segunda concepción, la manipulatoria, es
bastante frecuente cuando se analizan los medios masivos. Sin
embargo, desde el punto de vista de los efectos, la noción de mani-
pulación, que supone un sentido verdadero pervertido por mala fe,
no cuenta.
La ideología del individuo —uno de los correlatos más fuertes
de la ideología de la conciencia sostenida por el imaginario de la
comunicación— se refuerza con el dispositivo mediático; de ahí que
individuos que representan posiciones en apariencia distintas
puedan confluir en el acuerdo. Dado este funcionamiento, un
enunciado opinativo no puede tener nunca eficacia crítica, puesto
que el discurso lo absorbe como un término más: admite su di-
ferencia sólo como un paso previo a su integración en la identidad
del consenso. En el orden del discurso mediático, la crítica no
podría jugarse temáticamente en el enunciado —la tematización, se
recuerda, es otra de las operaciones del DMM—, sino en las
operaciones de enunciación.

L A RETÓRICA DEL DISCURSO M EDIÁTICOS


FIGURAS SINTOMÁTICAS

La lectura de un problema en clave de síntoma requiere


establecer en qué figuras del discurso se manifiesta. Tales figuras,
si es que remiten a un síntoma, presentan una inconsistencia del
discurso que se manifiesta cómo desacople entre el enunciado y la
enunciación.
Dijimos que la retórica del discurso es la dimensión en que se
juegan los efectos de sentido producidos por las relaciones entre
los signos. Del mismo modo, las relaciones entre el enunciado y la
enunciación pueden dar lugar a un efecto retórico, a una
producción de sentido cuyas figuras discursivas se pueden analizar
e interpretar. Es necesario tener en cuenta que la retórica que
estamos analizando no concierne al discurso mediático en general,
sino sólo a los puntos de emergencia de un síntoma.: el
agotamiento de la infancia. Las figuras retóricas que describimos
son el horizonte de discurso en que se presenta el síntoma; técni-
camente, son una estrategia para localizar un síntoma detectado en
el discurso mediático. Por eso su valor es inherente sólo a esta
estrategia de lectura del discurso mediático, la que involucra la
problemática de la mutación actual de la infancia.
Vamos a ver entonces tres figuras retóricas del discurso
mediático: la paradoja del enunciado; la paradoja entre el
enunciado y la enunciación; y la tópica de la inmovilidad.
La primera figura, la paradoja del enunciado, indicaría
sintomáticamente el agotamiento de la infancia. Dicha figura se
produce en el discurso de los padres que hablan de sus hijos ante
los medios; es decir, cuando su discurso es tomado por la
enunciación mediática bajo la forma del testimonio o las
declaraciones en las entrevistas.
La segunda figura señala un desacople entre el enunciado
mediático y su enunciación. Se la verá funcionar en dos casos: la
imagen mediática de los niños y la interpelación de los medios a la
familia. A ese tipo particular de interpelación mediática la hemos
denominado función pedagógica del discurso. En ambos casos, el
desacople entre enunciado y enunciación remite a una variación de
las condiciones de enunciación del discurso: el enunciado mediáti-
co refiere que hay una infancia que representar, que hay una
familia que educar; pero las prácticas mediáticas disuelven de
hecho la infancia a través de la representación actual de los niños;
disuelve de hecho la familia a través de una interpelación a sus
miembros según una clave, que no los representa como términos
del parentesco de la familia burguesa.

Finalmente, un enunciado temático que aparece en forma


reiterada como supuesto de los argumentos mediáticos sobre la
crisis de la infancia: la tópica del cambio. Tal enunciado también
presenta un carácter paradójico: el enunciado explica la crisis
según la idea de cambio generalizado, pero la idea del cambio
generalizado remite a una situación de enunciación que no cambia
puesto que, si todo cambia, nada cambia. Cuando hay una
novedad real, es preciso nominarla, volverla consistente. Y nada
más inconsistente para nombrar algo que aplastarlo en la idea
general del acto. En una situación en que todo cambia, es
imposible discernir qué cambia, pues ¿desde qué contexto se
podría leer la novedad? Luego la idea generalizada del cambio
permanente, tan característica de la ética posmoderna, refiere una
enunciación que es exactamente su contrario: la inmovilidad.

LA PARADOJA DEL ENUNCIADO COMO FIGURA DEL


AGOTAMIENTO DE LA INFANCIA

Para algunas lógicas, la paradoja es una figura de los sistemas


que manifiesta el carácter finito o limitado de un conjunto, evidencia
que en las operaciones cotidianas no se manifiesta. Así, la
paradoja es una figura capaz de exhibir el borde de un universo.
Vamos a retener dos propiedades de la paradoja, con el objeto de
situarla como una operación discursiva: su capacidad de exhibir los
bordes y el hecho de que su manifestación no consiste en un fenó-
meno cotidiano; en términos lógicos, las paradojas manifiestan
autorreferencia.
Tomemos un ejemplo de la visión mediática de la infancia: los
testimonios de padres brindados a la revista Página/30 (N.° 45,
abril de 1994). Se dice allí que:
Los niños actuales son muy precoces; que son verdaderos
monstruitos (la metáfora sugiere que son más despiertos de lo que
se supone para su edad); se trata de una infancia superestimulada
(I).
Más adelante, en la misma revista, se lee:
“El producto seriado [dibujos animados] corrobora una y otra
vez las previsiones del que mira [el niño]; lo contenta, no lo
estimula ni le moviliza el pensamiento."
El testimonio de una madre preocupada sostiene que a los
niños actuales todo les viene resuelto, “hasta el ta-te-ti”, haciendo
alusión al videogame (2).
Prestemos nuestra atención a los supuestos: a los niños hay
que estimularles el pensamiento; los niños deben pensar; la
televisión debería estimular a los niños.
El enunciado (1) supone que en relación con las prácticas
actuales los niños tienen más destreza; que los de antes,
obviamente. El enunciado (2) supone que los niños son en realidad
más tontos; si todo les viene hecho, no hacen nada, son pasivos;
esto es lo opuesto de avivarse.
Una posibilidad es señalar una contradicción entre ambos
testimonios. Sin embargo, resulta mucho más productivo postular la
existencia de una paradoja. Para ello es necesario reconstruir la
situación de enunciación en que ambos enunciados pueden
coexistid sin que su incongruencia lógica resulte escandalosa.
Consideremos entonces que entre ambos enunciados no hay
contradicción, puesto que el discurso no la advierte como tal, sino
que, por el contrario, la sostiene en sus enunciados. La paradoja se
produce cuando la interpretación construye la situación de
enunciación en que tal contradicción en el enunciado resulta ser un
síntoma de algo. Esa situación es la desaparición de la infancia: si
los chicos son más vivos en las cosas de grandes y más tontos en
las cosas de chicos, es porque en realidad ya no hay cosas de
chicos.
Lo que detectan los padres es que los chicos están muy
estimulados para opinar y bastante tontos para jugar. Pero de
nuevo: la práctica de la opinión disuelve la diferencia entre adultos
y niños. Para opinar, todos tenemos derecho, aun los niños, que
quedan así de igual rango que sus padres. Además, el juego es el
ámbito privilegiado en que se despliega la curiosidad infantil. Pero
la curiosidad infantil no está desligada de la índole de su relación
con el mundo adulto: más precisamente, es un efecto de la
prohibición que el adulto ejerce sobre el niño. Es esa prohibición,
ejercida con la legitimidad que el orden burgués otorga a la figura
del padre, la que genera la curiosidad de los niños. La curiosidad
infantil es sobre las cosas de los grandes. El psicoanálisis querrá
ver en ello una pregunta sobre la sexualidad. Pero volvamos al
artículo de Página/12 que estamos analizando. El enunciado
marcado con (2) vuelve realmente paradójica la aserción de (1). Tal
aserción sintetiza uno de los lugares comunes de lectura del
fenómeno actual de los niños: las computadoras no estimulan el
pensamiento de unos niños superestimulados, que vienen cada vez
más despiertos.
Lo que vuelve paradójico el comentario de los padres es que el
universo infantil actual es evaluado simultáneamente desde dos
posiciones que no resultan del todo congruentes la posición
moderna y la posmoderna. En la primera se juega la representación
de la infancia en la segunda, la presentación, de hecho, de los
niños actuales. La primera valora desde los ideales de la infancia
instituidos; la segunda, desde la experiencia actual de los niños con
el consumo de tecnología. En esas dos evaluaciones se oponen,
según el ideal moderno, la cultura de la letra con la cultura
audiovisual; los libros, con la tele.
La oposición quiere preservar el lugar imaginario de la letra
como reducto de una cierta racionalidad. La letra .es correlato
imaginario del pensamiento, de la conciencia, de la razón. El
acceso a la letra es la luz en las tinieblas de la ignorancia, según el
lema escolar. Y la educación de la infancia moderna se ejerció
sobre ese ideal. Ése es el ideal que funciona como supuesto de las
afirmaciones aparentemente contradictorias de los padres. A favor
o en contra de la tele, a favor o en contra de la tecnología, el
supuesto parece ser el mismo: el ideal moderno de que la razón
debe ser estimulada. Así la educación infantil es una garantía de la
racionalidad adulta futura. Veamos cómo se construye el lugar de
enunciación de esa paradoja. Para que (1) y (2) se aserten a la vez,
es necesario construir un lugar exterior a la imagen: la letra. Del
lado de la imagen están la tele, los videogames del lado de la letra,
los libros, los diarios, las revistas, incluso la radio.
Tal como la representa el DMM, la causa visible de la
transformación de la infancia es la cultura de la imagen. Sin
embargo, esa transformación no se percibe como una variación
histórica, sino que presenta dos componentes ideológicos: la idea
de pérdida y la idea de esencia. Esta infancia es una degradación
de la infancia moderna. Resulta inadmisible pensar su
desaparición; la idea de la degradación de una esencia parece
mucho más tolerable.
L A PARADOJA COM O DES ACOPLE ENTRE EL ENUNCIADO Y LA
ENUNCIACIÓN

PRIMERA PARADOJA: EL DESACOPLE ENTRE LA IMAGEN Y


EL CONCEPTO DE LA IMAGEN.

"Y lo único que se sabe de lo activo es que en algún punto se


agota. Lo único que se sabe de las ficciones verdaderas es que
alguna vez se llamarán falsas de toda falsedad —sin saber cómo ni
cuándo" (Ignacio Lewkowicz).
En este apartado vamos a considerar de qué manera la imagen
mediática de los niños indica la ausencia o el agotamiento de la
infancia. A primera vista puede resultar extraña, la afirmación de
que una presencia indique una ausencia; o de que el modo actual
de la representación de los niños en la imagen indique la
desaparición de las significaciones de la niñez. En rigor, la
paradoja no invalida sino que justifica nuestra tesis, dado que,
como se dijo, es ésa precisamente la figura que indica el
agotamiento de un universo discursivo.
Como punto de partida, hay que insistir en la distinción entre
niños e infancia. La infancia, concebida como institución imaginaria,
constituye una de las ficciones modernas que, mientras fue activa,
dio consistencia al lazo social moderno. Ahora, si la infancia nos
revela hoy su carácter de ficción, esto estaría indicando un proceso
de desinvestidura práctica de su carácter imaginario. La segunda
aclaración tiene que ver con el estatuto de la publicidad en el
discurso mediático. Este trabajo considera la publicidad como un
género del discurso mediático; sus rasgos distintos se juegan sólo
en el nivel del enunciado. Con la publicidad sucede algo parecido a
lo que señalamos con respecto al periodismo: como los periodistas,
los publicitarios son agentes del discurso mediático; la publicidad
es una forma específica que adquieren ciertos enunciados de la
enunciación mediática. Así, la enunciación mediática tiene tipos de
enunciados con rasgos específicos, que llamaremos géneros: tal es
lo que sucede con la publicidad y el periodismo.
Vayamos a la infancia en el discurso massmediático. ¿Cuál es
la imagen de los niños que ilustran las notas sobre la infancia que
circulan en los medios masivos? En primer lugar, lo que llama
poderosamente la atención son los procedimientos de estetización,
de fotogenia y de pose de la imagen.
Es conocida la propuesta de Barthes de leer, la retórica de los
signos como su dimensión ideológica. De ahí que resulte clave
establecer qué géneros estabilizan —o codificar los significados de
connotación de las imágenes. En el análisis de los tres
procedimientos mencionados, resulta inequívoco que el género que
rige las "connotaciones suficientemente estables" de la imagen
mediática es el publicitario. Esto hablaría de una hegemonía de la
imagen publicitaria en la representación de los niños.
Ahora, la imagen publicitaria postula el tipo subjetivo del
modelo publicitario (si nos atenemos a las connotaciones de la
pose) o el tipo subjetivo del consumidor (si nos atenemos a las
connotaciones con que se interpela a los destinatarios del
mensaje).

Nos encontramos entonces con que el concepto práctico de


niño instituido por las significaciones de la infancia estalla cuando
su real niño es atravesado por las subjetividades chicos-modelos,
chicos-consumidores.

Supongamos una situación normal (1) de la infancia bajo el


esquema complementario:
INFANCIA (1)
NIÑOS
donde todos los términos niño que se presentan son re-
presentados en el conjunto de significaciones imaginarias:
inocencia; ductilidad; objeto de protección; inmadurez;
irresponsabilidad, etcétera, características de la infancia.
La imagen publicitaria viene a producir un desplazamiento de la
relación complementaria (1): infancia/niños. El desplazamiento
metonímico que produce la insistencia creciente de la imagen
publicitaria produce un desajuste de la relación entre presentación
y representación: los enunciados icónicos de la representación,
niños consumidores, niños modelos, niños actores, niños
periodistas, no arraigan en ningún término “niño” de la
presentación.
Se produce entonces una relación (2) de exceso entre la
representación (modelo, consumidor) y el término presentado.
¿Cuál es el real de esas nuevas significaciones imaginarias? Si el
real moderno niño es hoy una construcción posible, es porque el
agotamiento de la infancia ha revelado su carácter de ficción.
Asimismo, el exceso producido por representación de la imagen
publicitaria viene a indicar una ausencia: la falta de una imagen
pertinente del real actual niño. El exceso indica también el
desacople entre los términos iniciales de la relación de apoyo
esquematizada en la situación (I):
En el esquema que sigue trazamos el recorrido del argumento:

Infancia (imaginario) (1) » Enunciado »»»»» Niños (Real) »


Enunciación » Imagen »»»»»

» concepto práctico instituido (2)………..


» exceso práctico sobre el concepto » niño consumidor o niño
modelo: ¿niño aún “infante"?

Donde:
“niño": nombre de un real imposible de nombrar por fuera de las
significaciones imaginarias instituidas (¿cachorro humano?;
¿mamífero?);
_______relación de apoyo; ni determinación ni expresión;
»» desplazamiento metonímico; ni determinación ni implicación;
síntoma: exceso de la imagen sobre el concepto práctico
instituido;
(1) situación histórica de vigencia de la infancia (institución);
(2) situación de agotamiento de la infancia (destitución);
.............: desajuste de la correlación.
Hemos llamado excrecencias a las representaciones sin
presentación en un universo de discurso: es el caso del
funcionamiento actual de la imagen publicitaria. Ese carácter que
atribuimos a la imagen publicitaria en relación con la
representación de la infancia debe considerarse
sintomáticamente. En la representación publicitaria actual del niño,
el real de la infancia no está presentado.
Ahora bien. Esta aseveración sólo puede aceptarse si se
interpreta el avance metonímico de la imagen publicitaria en la
estrategia de representación actual del niño como síntoma de una
variación histórica: el desplazamiento de un real que había sido
exhaustivamente cubierto por las .significaciones de la infancia
moderna.
Cuando se nos revela el carácter histórico de un Real —como
producción de síntoma, ya que nunca hemos de vérnosla con lo
Real en persona— eso indica que asistimos al horizonte histórico
de su destitución imaginaria.
Es evidente que, en el conjunto de significaciones atribuibles al
niño modelo o al niño consumidor, los predicados tradicionales de
la infancia están ausentes.
La persistencia del hábito podría hacernos suponer que este
análisis de la imagen es sólo válido para la niñez acomodada. “El
consumo no es cosa de la infancia pobre —se dirá—, la figura del
niño consumidor no puede haber desalojado a la del niño pobre",
que seguiría, en todo caso, representando fielmente a la infancia.
Pero las cosas no son así en el universo mediático. O sólo son así
cuando se persiste en la distinción tradicional entre contenidos y
formas. El programa de Unicef sobre los derechos de los niños que
mencionamos tiene como tema privilegiado la infancia en la
pobreza. La estrategia del programa es la denuncia de la falta de
reconocimiento de los derechos de los niños, a la sazón, las
víctimas. La retórica visual del programa para tratar a los pobres no
difiere en nada de la retórica de las clases pudientes; infancia
victimizada e infancia consumidora comparten la misma imagen. Lo
cual nos revela que la imagen mediática no refleja una realidad
exterior, testimoniable, sino que la produce. La imagen es un
procedimiento del discurso, no un espejo de la realidad.
En definitiva, entonces, el avance de la imagen publicitaria en
la representación de la niñez señala sintomáticamente un vacío y
un exceso: el ausentamiento del Real de las instituciones
modernas de la infancia, por un lado; la presunción de que ese
Real está en otra parte, indiscernible para una mirada organizada
todavía sobre los parámetros que instituyeron las instituciones
modernas.

SEGUNDA PARADOJA: EL DESACOPLE ENTRE LA


INTERPELACIÓN MEDIÁTICA A LA FAMILIA Y LA
TRANSFERENCIA DE LA FAMILIA

Nuestra cultura mediática posee un dispositivo de enunciación


privilegiado: la mesa redonda. Vivimos la era de la mesa redonda.
Estamos tan familiarizados con ella, que su funcionamiento como
dispositivo suele permanecemos oculto. Enunciativamente, la
mesa redonda es un poderoso filtro del discurso mediático:
transforma cualquier heterogeneidad de las voces en enunciados.
, La figura de la mesa redonda es una estructura recurrente en
las notas o en los programas que abordan la crisis de la infancia,
los cambios en los niños, los cambios en la familia. En ella se
reúnen los portavoces de los viejos discursos que instituyeron la
infancia a través de la educación de la familia: hablan el médico, la
psicoterapeuta, el pedagogo, el sacerdote, la madre, o el padre,
con menos frecuencia. La función pedagógica de las instituciones
sobre la familia es una pieza clave de la configuración de la infancia
moderna.

El éxito que ha adquirido un género mediático relativamente


novedoso en nuestras costas, el talk show, así como la
proliferación de programas y canales destinados a la mujer actual,
hacen pensar que hoy la función educativa de la familia, sin los
medios, es inviable. Es más: uno estaría seguro de que la
pedagogía de asistencia a la familia es altamente eficaz gracias a
la colaboración de los medios. ¿No es acaso el lugar común de la
ideología iluminista de la tele la suposición de que su verdadera
misión, la que la salva y eleva, es la de educar a las masas?
Estamos ante una disyuntiva: considerar la transparencia de los
medios o considerarlos como un dispositivo de enunciación. Del
camino que se elija resultarán dos concepciones radicalmente
diferentes de la problemática de la infancia: una sociológica y otra
histórica. La concepción sociológica explica el fenómeno tratándolo
como variaciones estadísticas de una esencia que permanece,
inmutable; la segunda postula el agotamiento de una institución.
Desde luego, estamos obligados a optar: sólo la idea de que los
medios constituyen un dispositivo de enunciación es compatible
con la tesis del agotamiento de la infancia. Se verá esto en las
líneas que siguen.
Desde la perspectiva discursiva, los personajes convocados
para opinar sobre la infancia son estrictamente eso: portavoces del
discurso mediático. En clave enunciativa, ellos no cuentan como
personas, ni como individuos, ni como divulgadores de un saber
legitimado en algún campo de la ciencia. Sus opiniones, tal como
se vio, son enunciados del dispositivo mediático; han perdido su
estatuto de voz al ingresar al dispositivo. La mesa redonda es la
condición de enunciación de los enunciados de la opinión; pero es
justamente la que los produce como tales.

Esas voces pierden su estatuto singular o cualquier in-


dependencia subjetiva en cuanto ingresan al DMM. En ese pasaje
son constituidos como enunciados referidos por otra enunciación,
que “presta" su fuerza, hace hablar y se fuga (aparentemente).
¿Qué ha pasado? Ya no es el médico ni la asistente social quienes
ingresan al hogar familiar sino los medios. Son los medios la
institución que interpela hoy realmente a la familia, y no sus
instituciones tradicionales de asistencia.
Pero también hay que advertir otro desplazamiento: el cambio
de la naturaleza de la interpelación misma. Ya que la interpelación
mediática no está dirigida a los sujetos como miembros de una
familia sino a otro tipo de subjetividad. Basta con observar los
programas televisivos que alientan la participación de la gente,
como los talk shows, los programas de concursos, los mismos
programas de opinión y sus respectivas prácticas: testimonios de
vida, paneles, televoto, etc. Los sujetos interpelados por el discurso
son producidos en esas mismas prácticas en las que resultan
interpelados. No son convocados a título de

Con lo cual, estrictamente, dejan de ser voces. Una voz


es una singularidad enunciativa. Cuando un enunciado está
referido por otro discurso, desaparece su enunciación: es
decir, se transforma en enunciado de otra enunciación, la del
discurso citante.
miembros de una familia, sino como portadores de una novedosa
identidad social producida precisamente a partir de la identificación
con un rasgo que el medio propone e impone: mujeres golpeadas,
alcohólicos, recuperados, adictos, travestís, los que conquistaron la
gran ciudad, etc..
Se ve entonces de qué modo la consideración de los medios
como dispositivo nos conduce a la tesis del agotamiento de la
infancia. Si las figuras tradicionales de gestión de la infancia, como
el médico, el pedagogo, el padre, la madre, el niño, en el discurso
mediático cuentan como imagen y no como personas, estamos, en
primer lugar, ante una variación sustancial de la institución que
interpela a la familia. Por otro lado, la subjetividad que resulta de la
interpelación ya no es una subjetividad instituida por las prácticas
familiares, sino mediáticas: ni padres, ni madres, ni niños, sino
sujetos de opinión, consumidores, televotantes, concursantes, etc.
Que se continúen denominando con los apelativos familiares poco
importa; lo que cuenta es la producción práctica de los tipos
subjetivos. En resumen, si cambia la institución interpelante y
cambia la subjetividad interpelada, estamos en otra coyuntura
histórica, precisamente aquella en que la infancia, prácticamente,
no se produce.

Un indicador fuerte de la eficacia de la interpelación mediática a


los individuos es la proliferación de un nuevo género de programas:
e l t a l k show. En esos espacios se producen los rasgos de las
patologías del sufrimiento contemporáneo: la identificación de los
sujetos, con el rasgo prueba la eficacia de la interpelación. La
eficacia se corrobora sencillamente con la asistencia de la gente a
la tele a título del rasgo que funda la interpelación: abandonados
por los padres, violados, sin techo, etc.

El dispositivo, con ligeras variantes, consta de un grupo de


especialistas con opinión autorizada y un panel de individuos que
van a dar testimonio personal o a interrogar y opinar sobre aquel
testimonio. El testimonio hace más verosímil la opinión y, a su
vez, la opinión legitima el testimonio como tal. Integra también el
dispositivo una línea telefónica de acceso al programa: la
participación puede ser por medio del testimonio o por medio de la
opinión.
Es bien elocuente la ya vieja consigna con que se informaba al
público el teléfono del programa La mañana, conducido por Mauro
Víale (ATC): para denunciar, quejarse, opinar, o pedir ayuda
especializada. En esas prácticas se produce la subjetividad
instituida por el DMM.
Así, un ejército de fóbicos, adictos, anoréxicas, sidótieos y
maltratados, reconocidos por el discurso mediático, parecen haber
encontrado el sentido de la vida en el acceso a la escena
mediática. El caso paradigmático es el del recuperado. No hay
recuperación sin testimonio, y no hay testimonio legítimo si no se
enuncia ante un auditorio. ¿Y qué auditorio más legítimo que el que
proveen los medios? Así, el recuperado va a dar testimonio de su
saga y de su pasado turbio a los medios; allí puede consagrar su
arrepentimiento y se amplía el círculo de su identidad: ahora tiene
entidad como "ex"; ahora tiene entidad en el universo de la imagen.
Se podría suponer que los portavoces del DMM —en la lengua
periodística: "especialistas consultados sobre un tema"—, son en
realidad verdaderos representantes de un saber sobre los niños y
la familia que llegan a través de los medios. Nuestra tesis no podría
jamás sostenerse sobre un supuesto de tal naturaleza. El supuesto,
con todo, es de los más comunes: se lo ve en acción cada vez que
alguien emite algún argumento de opinión sobre la tele. Nuestra
tesis reposa en la noción de que los medios son un discurso, o bien
un conjunto de operaciones de enunciación, tal como se vienen
describiendo.
En el marco de los cambios mediáticos descriptos, se podría
también suponer que la tradicional función pedagógica de las
instituciones de asistencia familiar, tales como el higienismo, la
puericultura, el discurso psi o la Iglesia, hoy se cumple de modo
eficaz a través de los medios. Así pensado el asunto, estaríamos
ante un simple reemplazo de funciones. Creemos que la cuestión
es mucho más radical. Creemos que la función pedagógica de los
medios en nuestros días se da en otras condiciones y con efectos
bien distintos en la subjetividad de los que produjeron las
instituciones que educaron a la familia burguesa.
En el desplazamiento mencionado hay que ver la fuerza de la
enunciación mediática asociada a los cambios en la subjetividad ya
descriptos. Estos cambios, por otra parte, están indicando la
desaparición práctica de la familia nuclear burguesa y, en
consecuencia, de la infancia. Hay que tener en cuenta, en ese
sentido, que la actual interpelación mediática no se dirige a los
individuos como términos del parentesco de la familia burguesa
sino como portadores de los rasgos de la subjetividad descripta
como subjetividad mediática. Hay otra identidad de chicos por fuera
de los lugares tradicionales: otra forma de interpelación,
representación, reconocimiento. La familia no es, como en otros
tiempos, la célula básica de la sociedad.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta que la relación
pedagógica se instala si existe un dispositivo al cual se le transfiere
el saber supuesto que está en juego en la relación pedagógica. Las
instituciones de asistencia familiar pudieron cumplir su misión
pedagógica porque fueron capaces de producir una interpelación
eficaz, a la que la familia respondía con obediencia en virtud de la
reacción de transferencia instalada. La familia supone un saber a
sus instituciones de tutela y éstas responden devolviéndole un
saber que se vehiculizó en una gran variedad de instituciones: la
escuela, los sindicatos, los clubes, las asociaciones de fomento,
etc.

En ese tráfico de saber y obediencia, tanto la familia como sus


instituciones educativas se volvieron consistentes. La familia se
reproduce, educada, gracias a que pudo suponer la existencia de
un saber en sus instituciones guardianas; éstas se reproducen a su
vez legitimadas en su misión de preservar y educar a la infancia y a
la familia.

Pero hoy ese circuito transferencial está agotado. La indicación


sintomática de esa situación es la intervención del discurso
mediático en el vínculo: familia «» instituciones de asistencia. El
enunciado mediático de ayuda a la familia encubre una variación en
la enunciación. Y es que la transferencia de saber se desplazó de
hecho hacia el dispositivo mediático. De modo tal que se presenta
escindida: por un lado, de la familia hacia sus instituciones de
asistencia y hacia los medios; por otro, de las instituciones de
asistencia hacia los medios y hacia la familia.
Veamos un ejemplo:

CÓMO PONERLES LÍMITES

“Con frecuencia los padres no saben cómo manejar las


desobediencias de sus hijos y tienen problemas a la hora de
imponer su autoridad. La culpa, al no querer pecar de autoritarios,
la poca tolerancia a las pataletas y el miedo a ser injustos los lleva
a contradecirse. [...]
Para evitar los tira y afloja y conseguir que los chicos hagan
caso, los especialistas sugieren:
Recuperar la confianza en las propias intuiciones y el sentido
común. Los padres tienen que confiar en su sexto sentido. Pueden
crear nuevas soluciones a los problemas que se les presentan"
(fragm. de la nota "Quién entiende a los chicos", revista Clarín,
27/08/94).

Este fragmento encierra algunas paradojas. En primer lugar, se


pretende enseñara usar algo que por propia definición no puede
serlo, pues su pedagogía le hace perder su naturaleza. Si el
sentido común es materia pedagógica, deja de ser común. Las
propias intuiciones dejan de ser propias cuando caen en un lugar
común. Pero además —y aquí el enunciado hace otro bucle— lo
que se quiere restituir hoy por medio de la enseñanza se perdió por
efecto de una enseñanza: la de las sucesivas intervenciones de las
instituciones de asistencia familiar sobre la familia.
El sentido común —que se propone como valor por re-
cuperar— fue desalojado por el sentido enseñado; y hoy es
necesario reparar los efectos de esa enseñanza. A juzgar por
los ideales enunciados —ser justos, no ser autoritarios, ser
comprensivos, idear soluciones creativas—, el modelo
educativo aludido por el texto es la pedagogía para padres de
los sesenta y setenta.

Para recuperar el sentido común perdido, para' reparar los


efectos de la educación de las instituciones para padres,
interviene el discurso mediático con una función restauradora.
Se aconseja una vuelta al sentido común; se autoriza a
desautorizar la autoridad pedagógica (los padres pueden idear
soluciones por sí mismos). Nuevo bucle: una paradoja entre el
enunciado y la enunciación: el enunciado que aconseja
desaconsejar es en sí mismo un consejo. El enunciado que
autoriza a desautorizar es autorizante.
Entonces, el problema clave de la infancia actual, la cuestión
de los límites, nos pone en el límite. ¿Límite de qué? De las
instituciones de la infancia. Enseñar a desaprender lo que se
enseñó. Pero sin la intervención mediática esta curiosa
enseñanza basada en paradojas no es posible. Es la mediática
la que construye hoy el vínculo paradójico entre la familia y las
supuestas instituciones de asistencia familiar. Porque, si ya no
hay nada que decir a la familia, parece que sí hay algo que decir
a los medios, aunque se suponga que lo que se dice tiene como
destinataria a la familia.
Este funcionamiento discursivo nos muestra una relación de
transferencia compleja:
Familia » DMM
Instituciones de asistencia a la familia » DMM
El carácter hegemónico de la transferencia de sentido social al
DMM permite que se restablezca —por así decir— el vínculo entre
la familia y sus instituciones de asistencia. Pero este
funcionamiento restaurador del DMM encubre el agotamiento de la
tradicional relación de transferencia: familia » instituciones de
asistencia. La enunciación hegemónica del DMM, al intervenir
sobre este vínculo, impide ver el agotamiento de esa transferencia;
impide ver, por lo tanto, la disolución de la infancia. Vamos a ex-
plicarlo.
Psicoanalíticamente, la culminación de la relación de
transferencia implica el fin del análisis. Llevado a nuestro campo, el
agotamiento de la relación de transferencia familia » instituciones
de asistencia bien puede indicar el fin de la educación de la familia.
El agotamiento de la transferencia familia «» instituciones de
asistencia desencadena la secuencia siguiente: fin de las prácticas
de educación de la familia; fin de la familia; fin de la infancia.
"En su esencia misma, lo cultural está solamente tejido con
número. Un ‘hecho cultural’ es un hecho numérico.
Recíprocamente, lo que hace número es asignable culturalmente;
lo que no hace número tampoco hace nombre" (Baoliou, Alain, Le
nombre et le nombres, París, De Seuil, 1990).
Discursivamente, la tópica es el lugar de recurrencia de los
argumentos. En su dimensión ideológica, la tópica es el supuesto
de las máximas que predican algo sobre algo o alguien.
Dijimos que el sintagma mediático crisis de la infancia es una
versión particular de la crisis general constatada por ese discurso.
A su vez, la crisis está vinculada con los cambios sociales tal como
aparecen en la construcción de la realidad mediática.
Ahora bien, ¿cuál es el criterio de detección de los cambios que
permiten insistir en la crisis?
“En los últimos años, (la niñez, la escuela, la familia] han
variado [conductas, rendimientos, etc.] según los siguientes
porcentajes...”

Esta cláusula introduce la mayoría de los enunciados que


integran el corpus sobre la infancia que consultamos. Constituye un
criterio de lectura de los cambios sociales; un modo, también, de
vivir con la crisis. Pero veamos un poco más. En rigor, lo que esta
cláusula nos dice es que lo que cambió es una variable. El cambio
es una cuestión de números.

Otra característica de esa cláusula es que funciona siempre


asociada a enunciados de pérdida o fracaso. No hay otros paraísos
que los paraísos perdidos, dice Borges; con lo cual la idea de una
época dorada es en sí misma una falacia. No obstante, la relación
estrecha que existe entre la infancia y el recuerdo desde el mundo
adulto hace que sea la infancia uno de los tópicos más frecuentes
de pérdida.

Lo que resulta significativo como operación de enunciación es


que, cuando la tópica del cambio se asocia a predicados de
pérdida o fracaso, el sujeto del cambio es presentado como víctima
de ellos. La victimización de los sujetos de la crisis constituye una
de las operaciones claves del DMM. Ante la crisis, somos todos
impotentes:
"El matrimonio es un vínculo mesaos firme. En los últimos años,
en la Capital Federal y algunas zonas urbanas', por cada tres
casamientos se concreta un divorcio. La proporción es similar a la
europea y la tendencia puede ir tras de los EE. UU., donde tres de
cada cinco se separan,

Crecen los hogares unipersonales, la forma más científica que


se conoce para hablar de soledad. Son casi 1.200.000 personas en
todo el país.
Se calcula que el 30 % de los matrimonios fracasara. Pero
reinciden: el 30 % de los casamientos actuales son en segundas
nupcias.
Hay cada vez más parejas que conviven sin casarse. (No hay
datos específicos... Lo que sí se sabe es que los nacimientos
extramatrimoniales crecieron casi un 30% en los últimos años)"
{Clarín, segunda sección, "¿A dónde va la familia?", Buenos Aires,
27/03/1994).

“La generación del 80 tiene que enfrentar unos niveles de


violencia en las calles, de desempleo de los adultos, crisis
económica que afecta a los hogares, como no le ha tocado
enfrentar a otras" (Clarín, segunda sección, "La gene; ración del
80", Buenos Aires, 4/12/1994).
“Padres, educadores y expertos coinciden en que los tiempos
de la infancia ‘se acortan’. Y que se ingresa —con el ritmo
estresado de los adultos— a un mundo de incertidumbres, temores
y valores cambiados.
Los chicos de su edad parecen como enanos. Por ahí es miedo
a que pierdan cierta ingenuidad...
Tienen menos destrezas manuales, antes se entretenían
recortando, pintando, amasando, jugando al almacén. Ahora hasta
el ta-te-ti viene hecho..., [Testimonios]” (Página/30, “Adiós a la
infancia", Año 4, N.° 45, Buenos Aires, abril de 1994).

Según la ideología posmoderna del número, la idea mediática


del cambio se construye con referencia a variables numéricas. Lo
que está en juego en este imperio del número es una determinada
ideología de la realidad. Nuestro pragmatismo actual arraiga en
esa suerte de omnipotencia técnica capaz de medirlo todo. El
argumento numérico, en un mundo economicista, es conclusivo.

De modo que, aunque parezca paradójico, sobre la idea del


cambio —tópica privilegiada de la posmodernidad— se asienta una
visión inamovible de la realidad que ha sucedido al tiempo de las
utopías. La constatación de la crisis es el ejercicio predilecto de los
espíritus incrédulos, de madurez desilusionada en estos tiempos
de extremo realismo.

Se entiende ahora lo que se presentaba como una con-


tradicción aparente en los artículos que integraban el corpus: la
coexistencia del ideologema los tiempos cambiaron con su
aparente contradictorio siempre fue así. Tales son las fórmulas
ideológicas con que representa la crisis actual el DMM:
“Hoy, como siempre, las preocupaciones de los chicos incluyen
interrogantes, dudas y desafíos” (“Quién entiende a los chicos",
revista Clarín, 27/08/94).

"... La familia sigue siendo entrañable, pero ya es otra. Para


comprender este cambio, esta investigación" (“¿A dónde va la
familia?", supl. Clarín, 2 7/03/94).

“Las pautas de educación no son tan rígidas como lo eran hace


dos décadas, cuando no había dudas respecto a lo que estaba mal
o bien, y el mundo infantil estaba claramente diferenciado del
mundo adulto" (ibídem).

“La infancia casi no existe, apuntan los psicólogos" (ibídem).

ÚLTIMA OPERACIÓN: LA SUTURA,


FUNCIÓN RESTAURADORA DEL DMM
Estamos ahora en condiciones de entender en qué consiste el
funcionamiento ideológico de los medios cuando son concebidos
como discurso. El DMM tiene un funcionamiento paradójico: exhibe
con recurrencia el sintagma crisis de la infancia, señala un
problema, pero oculta la naturaleza del problema. Ese problema,
interpretado discursivamente, tiene estatuto histórico: nombra el
agotamiento de una institución moderna. Ese problema, sanamente
ocultado por el enunciado mediático sobre la infancia, tiene función
restauradora en la crisis.

Ahora bien. La restauración es imposible: en cuanto se produce,


se la formula a otro discurso que el que la había instaurado; lo
restaurado ya es otro. Motivo por el cual la restauración no restaura
sino que instaura otra cosa, negándola: un síntoma.
Como es propio del síntoma, las operaciones de la enunciación
mediática impiden ver; pero dan a ver algo a la vez, a condición de
que se lo interprete. El conjunto de las operaciones que se
analizaron en este apartado pretende construir el dispositivo que
requiere la consistencia de esa interpretación.
CAPÍTULO 4

Estatuto actual de la infancia

LAS INSTITUCIONES DE LA INFANCIA


COMO DISPOSITIVO ESTATAL

Históricamente, la infancia puede considerarse como Bel conjunto


consistente de las intervenciones institucionales sobre los niños y la
familia. Estas intervenciones, como se vio a propósito de la
descripción de los géneros periodísticos, trazan a su vez la
distinción interior/exterior del universo de la infancia. En efecto,
imaginariamente, el borde exterior de la infancia se constituye como
la figura negativa de una supuesta normalidad. Se tendrá entonces
una infancia a-normal, irregular o in-adaptada, como los predicados
en negativo de la niñez, su reverso específico, y a su vez el
negativo necesario para producir la consistencia de los predicados
"positivos" de la infancia. La institución se organiza entonces según
dos términos complementarios: una infancia protegida, que se suje-
ta a la norma y a las reglas, y una infancia vigilada, que se presenta
como peligrosa. Y aquí hay un doble juego. Por un lado, las
instituciones trazan esas diferencias de modo práctico; pero, a su
vez, la existencia de esos límites es indispensable para legitimar la
intervención práctica sobre la niñez: educar, controlar, asistir,
prevenir, tutelar.,. ¿En nombre de qué ideales se interviene
prácticamente sobre el cuerpo y el alma de los niños?

Por otra parte, el vínculo infancias-familia, vínculo sin el cual


ninguna de los dos instituciones adquiere consistencia, se sostuvo
históricamente durante la modernidad a través de las prácticas
filantrópicas, familiaristas, médicas, escolares, psi, jurídicas,
ejercidas bajo el amparo del aparato estatal. En nuestros días, ese
vínculo histórico, entre instituciones de la infancia y aparato estatal
asiste a su disolución práctica.
Esto es así, debido a la transformación del Estado- nación en
Estado técnico-administrativo, ya descripta en el apartado anterior,
que deja en el aire a las instituciones de asistencia. Tales
instituciones, que tradicionalmente funcionaron como un dispositivo
más de la lógica estatal, se vuelven prácticamente ineficaces
cuando el Estado abandona sus funciones políticas para
desplazarse hacia el mercado con el objeto de cumplir funciones
gerenciales; pierden la justificación política y el amparo institucional
que el Estado les otorgó tradicionalmente.
Esta situación de estar en el-aire, sin arraigo práctico, es
percibida por las instituciones de asistencia a la niñez, pero más
bien de un modo sintomático. Hay un movimiento que convoca a
pensar nuevas políticas de y para ¡a niñez. Hay mesas, congresos,
encuentros, jornadas, eventos, etc. Mas, cuando se recorren los
trabajos publicados, lo frecuente es que el pensamiento de las
nuevas políticas no vaya más allá de la concepción estatal de la
política. Sin duda, el destino de la niñez depende del destino de
sus instituciones, pero la pregunta es: ¿el destino de sus ins-
tituciones está fatalmente determinado por su origen estatal? Si es
así, la única salida del problema es una posición política que, lejos
de resultar novedosa, se manifiesta restauradora: continúa
reclamando a! Estado que ejerza las funciones de las que parece
haber claudicado definitivamente.
En consecuencia, según nuestra línea de lectura del problema
de la infancia, son dos los obstáculos más delicados con los que se
enfrentan hoy sus instituciones. El primero tiene que ver con las
condiciones de su emergencia histórica, y es que el haberse
encontrado en sus orígenes cobijadas por el Estado les impide
pensar un funcionamiento político por fuera del dispositivo estatal.
Esto es lo que da lugar a las posiciones políticas restauradoras; es
decir, al reclamo de la restitución de los lazos estatales que duran-
te siglos sostuvieron de modo eficaz la alianza de la infancia con la
escuela, la familia y demás instituciones.

El segundo obstáculo tiene que ver con la dificultad para


percibir su propia naturaleza instituyente. Hay un principio
estructural que impide que la institución acepte la variación
histórica de su objeto: históricamente, la institución causa la
infancia, la inventa, pero después se ve a sí misma como
protectora o guardiana de ese objeto que considera
preexistente; no pueden verse a sí mismas como máquinas
productoras de infancia' sino sólo como agentes de asistencia,
protección, prevención y ayuda. Si las- instituciones no se
perciben en una posición activa produciendo infancia, entonces
sí quedan relegadas a ser meramente agentes estatales de
resguardo y asistencia. Esta perspectiva, tal como se vislumbra,
las condena hoy a la misma agonía histórica en que se
encuentra el Estado de bienestar; y las coloca políticamente en
posición de víctimas de las políticas estatales. Alguna vez
existimos gracias al Estado; si ahora agonizamos, es por culpa
del Estado.

A partir de la localización de estos dos- obstáculos; se


pueden esquematizar en un cuadro de tres posiciones las
actitudes actuales que asumen hoy las instituciones de la
infancia frente a su crisis. Denominaremos a estas tres po-
siciones: renegación, asimilación y producción. Veamos la
estrategia de cada una de ellas. La noción de estrategia, en este
esquema, alude al modo en que la institución percibe el
problema, al tipo de solución que elabora para solucionarlo, y a
la índole de la relación entre el problema y su solución. Con el
objeto de formalizar la situación, nos serviremos de las nociones
de enunciado y enunciación: el problema queda situado como
término del enunciado, y la solución, en la medida en que se
trata de un conjunto de decisiones prácticas, en la enunciación.
El enunciado del problema es entonces la infancia está en
crisis, y la enunciación, el conjunto de intervenciones prácticas
sobre el problema:
1. Renegación. La posición renegadora se caracteriza por no
admitir la existencia del problema. El enunciado la infancia está
en crisis no posee realidad alguna para esta posición. Por lo tanto,
no le cabe la posibilidad de pensar algún procedimiento de
intervención-. El resultado de esta posición es políticamente nulo.
2. Asimilación. Esta posición reconoce el problema planteado
en el enunciado; pero lo desconoce en la enunciación. Esto
significa que, si bien se admite la realidad del problema, los
procedimientos destinados a intervenir sobre él son ineficaces. Hay
una toma de conciencia pero no hay hallazgo de un procedimiento
eficaz de intervención. Esta posición es capaz de reciclar cualquier
pensamiento nuevo —filosófico, político, teórico— pero con los
procedimientos ya ensayados. Esta posición subjetiva carece de
consecuencias prácticas renovadoras. Se declamará que vivimos
"tiempos de cambio"; se advertirá sobre la necesidad de "abrirse a
lo nuevo", pero siempre montados en un procedimiento inerte:
restituir la vieja alianza entre el Estado y las instituciones de
asistencia, Surgen entonces la denuncia, la demanda de
intervención al Estado y la creencia en que se hace algo
reclamando la restitución del viejo dispositivo.
3. Producción. Ésta es la posición activa. Admite el
enunciado problemático como novedad y es capaz de instrumentar
procedimientos nuevos para tomar el real cuyo estatuto histórico ha
cambiado.

LA PUBLICIDAD , ¿ CAUS A DE NIÑOS ?

La transformación estatal que se ha señalado tiene su correlato


en la transformación de la subjetividad y esto tiene, a su vez,
incidencia en la problemática de ¡a infancia. En consonancia con la
variación del Estado moderno, varia su soporte subjetivo, la figura
del ciudadano, disuelta en la nueva subjetividad del consumidor,
producida pollas prácticas del consumo. Esto, a su vez, trae una
consecuencia que nos interesa: la caída de las significaciones
instituidas de la infancia, disueltas en la figura del niño como
consumidor. Esa transformación se hace visible cuando se analiza
el funcionamiento del consumo a través de la publicidad.
Semióticamente, la publicidad orientada a la figura del niño-
consumidor se distingue del resto de los mensajes publicitarios,
según dos rasgos:

- el destinatario del aviso,

- el tipo de soporte.
La publicidad de productos de consumo infantil puede tener
como destinatario a los padres (adultos) o directamente a los niños.
Una tendencia creciente en el rubro de los productos infantiles es el
privilegio del destinatario niño sobre el destinatario adulto. Cuando
el soporte es televisivo, la tendencia es todavía mayor. Pero, si la
publicidad le habla al niño, ese aspecto enunciativo es de impor-
tancia decisiva; ya que, si el niño está postulado alocutariamente
como consumidor, esa interpelación produce efectos culturales que
interesan a nuestra hipótesis de la variación de la infancia. Desde
luego, los efectos de esa interpelación tienen incidencia tanto en los
adultos como en los niños. Pero ¿es el niño el sujeto interpelado
por la publicidad? Y, si no, ¿cómo decirlo? ¿consumidorito?
Un ejemplo: la publicidad del flan Sancorito de Sancor. El
eslogan publicitario exhorta a la niña:
“¡Encapricháte! Flan Sancorito o nada."
La imagen presenta una niña enojada (acodada, el mentón
entre las manos y la mirada hacia abajo).
Al niño:

“¡imponéte! Flan Sancorito o nada."


La imagen muestra al varón con un ojo en compota. La edad de
los niños no supera los seis años.
Si se lee el mensaje en el interior del lenguaje publicitario, el
nivel persuasivo sostiene: sé canchero; demostré tu personalidad;
demostrá tu gusto; no dejes que la que elija sea tu mamá.

Lo primero que se advierte es que la exhortación publicitaria


sobre la conducta del niño hace caer uno de los modelos
pedagógicos de la infancia: el del niño obediente. La obediencia, en
el imaginario moderno de la infancia, remite a los predicados de
niño frágil y dócil. Precisamente, la noción de docilidad sostiene el
modelo educativo de la disciplina:, porque es dócil, el niño es
educable, manejable, maleable. También queda claro que, como
consumidor, el niño puede —y debe— disputar un lugar de igual a
igual con los padres: al menos, ése es el ideal que persigue la
publicidad, el de un niño que no deja que resuelvan las cosas por
él. En el universo de gustos del consumo, los gustos de los niños
cuentan tanto como los de los adultos. “Cuentan tanto como" aquí
significa que no instituyen diferencias, o bien que las diferencias
instituidas —discernibles como variables de la segmentación del
mercado de consumidores— no requieren ni producen la
separación del mundo adulto y del mundo infantil. Sobre todo, nada
de diferencia de saber sobre el niño.
En el universo del marketing, existe la creencia —o quizás la
percepción— de que en relación con el consumo el niño se sale
siempre con la suya. Según esa creencia, cuando un niño se
encapricha con un producto no para hasta que logra obtenerlo. Esa
característica de la conducta infantil, asociada a la supuesta
infidelidad del niño a las marcas, harían de él el consumidor ideal.
Lo cual es así porque el niño se encuentra despojado o desprovisto
de dos límites que funcionan como frenos imaginarios del consumo,
al menos en el universo adulto: el poder adquisitivo y la fidelidad a
las marcas.
Digo límites ‘imaginarios' porque, se sabe, el consumo no es un
tipo de relación con los objetos propiamente sino con los signos.
En ese sentido, lo que los publicitarios o marketineros llaman
"relación de fidelidad con las marcas” es en rigor un movimiento en
la subjetividad consumidora que sortea un objeto para encaminarse
a otro... Se trata de una elección en el interior del universo de
consumo y no, en rigor, de la inscripción de un límite capaz de
interrumpir la relación de consumo.
Otro aspecto interesante de la figura del niño como
consumidor se deja ver en una variación de la estrategia
comunicativa de la publicidad para niños. En el tránsito de los
ochenta a los noventa, se pasa de una publicidad re-
presentativa a una publicidad marketinera. Veamos en qué
sentido. La publicidad de juguetes de los ochenta, por ejemplo,
muestra al niño en situación de juego con el producto. Se
reproduce el ritual del juego; el juguete se inscribe en una
situación lúdica y se representa en ella la imagen del niño. Hay
una apelación a las sensaciones del juego producidas en la
relación con el juguete. En la publicidad de los noventa, en
cambio, el producto se ha auto- nomizado: aparece despojado
del niño y de la situación de juego; el objeto se mueve sólo, o
como efecto de la imagen; no lo mueve el niño...

Cuando algún elemento del discurso puede permanecer


implícito sin alterar la coherencia del mensaje, es porque ese
signo ha alcanzado un grado de convencionalización muy
fuerte. La competencia semiótica de la recepción puede
reponer sin dificultad el elemento ausente. Llevado este
fenómeno al terreno del consumo, la hipótesis es elocuente: el
niño, elemento ahora ausente del enunciado publicitario, ha
devenido consumidor. Eso significa que como destinatario
maneja a la perfección los códigos publicitarios; ninguna
función pedagógica de la publicidad es necesaria; ni siquiera
argumento de venta.

Por su parte, en los noventa, la publicidad denominada


marketinera sólo busca vender; su estrategia, consiste
simplemente en exhibir el producto sin apelar, podríamos decir,
a ningún imaginario. Lo que se produce con este pasaje de la
publicidad representativa a la publicidad marketinera es una
integración de los objetos propios del niño —los juguetes— al
universo general del consumo.

Los juguetes —si es que funcionan como metonimia de la


infancia— son un objeto de consumo más desde el punto de
vista de sus significaciones. Esta maduración de la semiótica
publicitaria indica la consagración definitiva del niño como
consumidor. En este pasaje desaparecen las significaciones de
la infancia instituidas en contraposición con el mundo del adulto
y se invisten otras: las significaciones del consumo, comunes
tanto a los adultos como a los niños. No se trata de un juguete,
metonimia del universo infantil, sino de un objeto de consumo,
un producto del mercado. El paraíso de la infancia cae
subsumido en el paraíso del consumo.

P ADRES E HIJOS EN EL P AR AÍS O DEL CONSUM O


La consagrada serie de Los Simpson muestra de modo
elocuente la transformación de la relación tradicional entre padre e
hijo como efecto de las prácticas del consumo. En primer lugar, el
sitio tradicional del padre aparece prácticamente cuestionado como
el lugar tradicional de saber y poder asignado por la modernidad.
Lo común es que Homero aparezca asistido discursivamente por
Marge, su esposa, que funciona como una especie de intérprete,
encargada de construirle una representación del mundo que le
resulte medianamente inteligible; con los recursos mentales de los
que dispone Romero, se entiende. A su vez, Homero resulta con
frecuencia burlado por Bart, su hijo. Con Bart lo une una relación
cuyo rasgo más saliente es la rivalidad; compiten por obtener
premios que son, en apariencia, objetos infantiles pero que, bien
mirados, son los objetos clásicos de consumo: gaseosas, comida
chatarra, horas TV, etc.
Los objetos que causan la disputa entre Bart y Homero no son
ni juguetes; tampoco son atributos de! padre, prohibidos ahora y
prometidos al hijo en un futuro cuya llegada el pequeño espera
ansioso para poseerlos. Éstos son, lisa y llanamente, objetos de
consumo, no vedados a nadie sino a! alcance de todos, sometidos
por igual al bombardeo de estímulos que promueve su feliz
derroche. Ese universo de significaciones del objeto destituye la
distinción, moderna mundo adulto/mundo niño que generaba a su
vez objetos distintos para niños y adultos. En ese universo no
existen cosas de grandes (y, por ende, tampoco cosas de chicos).
Un indicio de la transformación que esa rivalidad por consumir
más produce en la relación entre padre e hijo es el hecho de que
Bart llame comúnmente a su padre por el nombre. Resulta todavía
más significativo si se tiene en cuenta la extracción sociocultural de
los Simpson: No obstante, subsiste una oscilación en el uso familiar
de los apelativos: Bart llama papá a su padre siempre que le va a
manifestar su cariño; Bart llama papá a Homero cuando le dice: "Te
quiero, papá."

El juguete, siempre y cuando se abstenga de entrar en la


carrera del consumo infantil, es un objeto capaz de Investirse,
mediante el juego del niño, de un sentido que lo distingue y a
la vez lo asemeja idealmente a los objetos de papá: el
teléfono, el camión, los cosméticos son como los de mamá y
papá pero no son tos de mamá y papá. Eso, siempre y cuando
haya un tiempo de juego y una práctica lúdica que permita tal
investidura. Desde luego, el tiempo voraz del consuma impide
la investidura significante de los juguetes, que pierden tal
carácter para ser, producidos por otras significaciones, objetos
de consumo. Por supuesto, si el teléfono es celular, si es el de
papá y mamá, tampoco va a investirse como juguete, puesto
que lo propio del juguete es que es un objeto capaz de soportar
la diferencia.

Esa ambigüedad en el trato ostentada en la variación del


apelativo estaría indicando una variación práctica en la índole
de los lazos familiares. En la serie el vínculo paterno se
manifiesta de modo explícito en el plano del afecto, y. no donde
se ponen en juego relaciones de saber o de poder, que son los
campos en que Bart y Homero se miden de igual a igual.
La escena inicial de la serie también ilustra una variación de
la familia. Todos los miembros de la familia corren a mirar la
tele; luego, los vemos apretujados en un sofá desvencijado por
el abuso del uso: en Los Simpson, toda la familia mira la tele en
las mismas condiciones.

Queda claro que la responsabilidad histórica de separar el


mundo de los adultos del de los niños —que recayó his-
tóricamente en las instituciones educativas y asistencia- les—
funcionó como garantía simbólica de la infancia. Es más: fue
esa separación la que, como vimos, la creó. Pero lo propio de la
situación que estamos analizando es que esa separación, ese
límite fundante, asiste a una especie de borramiento que se
presenta de manera sintomática en el discurso mediático.

La institución se agota porque las prácticas posmodernas no


instituyen las distinciones históricas que gestaron la infancia.
Las prácticas del mercado tocan al niño como consumidor.
Como tal, el niño no se sostiene sobre las significaciones que
históricamente lo distinguieron de la edad adulta: inocencia,
carencia de saber, carencia de responsabilidad, fragilidad. Pero
desde el punto de vista del consumo el niño es una variable de
la segmentación del mercado, la edad. El consumo no instituye
prácticamente la división entre adultos y niños porque no las
necesita. Instituye otras, pero esas otras no producen infancia.
En esa línea se inscribe el acceso de los niños a los medios:
como actores, como opinadores, como modelos, incluso como
productores, en los niños no se registra un patrón de
comportamientos que se distinga simbólicamente de las
prácticas mediáticas adultas.

De este modo se produce un desacople entre las diferencias


imaginarias instituidas históricamente —y que pueden estar
representadas en el discurso mediático— y la indiferencia real con
que los niños —y los adultos responden, en el universo de las
prácticas mediáticas y del consumo, a esas significaciones
históricas.

El discurso PSI colabora en la destitución


DE LA INFANCIA

Recordamos nuestra hipótesis: las instituciones, modernas no


producen a los niños actuales como infancia. Esto lo vimos a
propósito de las prácticas de consumo y de las prácticas
mediáticas. Veremos ahora otro de los aspectos de la
"incausalidad" actual de la infancia: se trata de la serie de efectos
prácticos que las distintas variantes de los discursos psi produjeron
en la doxa, como efecto de la divulgación del psicoanálisis a partir
de la década del cincuenta. Aquí es necesaria una aclaración.
Tanto para la perspectiva historiadora como para la perspectiva
semiológica, el sentido social es el conjunto de efectos prácticos
producido por la circulación de los discursos en la cultura. En
nuestra perspectiva no cuenta lo que los discursos esencialmente
son, en su pureza epistemológica, o lo que ellos mismos dicen que
son. Lo que cuenta para nosotros son sus efectos prácticos. Tales
efectos, en la medida en que son marcas significantes, requieren
una interpretación.
Por otra parte, los efectos de un discurso puesto a rodar en
la cultura son múltiples; sólo pueden ser tomados desde un sesgo
particular para un punto singular en una investigación. De lo
contrario, estaríamos suponiendo la unidad de efectos, lo cual
significa la negación misma de! efecto; estaríamos ante una
determinación. En consecuencia, vamos a considerar, en algunas
intervenciones, unos efectos que están en correlación con nuestra
tesis; vamos a considerar el efecto de la intervención psi que
afecta, según nuestra interpretación, a la infancia.
Vamos a tomar en cuenta tres momentos del discurso psi cuyos
efectos están en correlación con la tesis del agotamiento actual de
la infancia: la Escuela para Padres de los años cincuenta, la teoría
psicoanalítica infantil de los años sesenta, la recepción pedagógica
de las teorías de Piaget y su circulación institucional a partir de los
setenta. Más que precisar históricamente esos momentos, que-
remos hacer un registro del modo en que los efectos de esas
intervenciones del discurso psi colaboran en la destitución de la
infancia.
Hay dos efectos fuertes de estas intervenciones sobre la
infancia. Por un lado, colaboran en la producción del agotamiento
de la niñez: acentúan el desgaste de la capacidad institucional de
causar o producir la infancia. Por otra lado, colaboran en el proceso
de variación de la transferencia de saber y poder de la familia.
La transferencia dé saber que la familia depositaba en las
instituciones guardianas hoy se reorienta a los medios.

1. El primer momento es el de la Escuela para Padres.


Se trata de la experiencia de divulgación del psicoanálisis
iniciada en los medios masivos por Eva Giberti, en Buenos
Aires, en 1956. Tal experiencia se encuadra dentro de lo
que esta investigación considera función institucional de
asistencia y educación de la familia. La educación de la
familia dio consistencia a la infancia mientras los
dispositivos institucionales estuvieron activos. Nuestra
hipótesis es que la situación actual asiste al agotamiento
de la capacidad engendradora de infancia de aquellos
dispositivos. Con lo cual la divulgación mediática del
psicoanálisis ha perdido su eficacia pedagógica para
transformarse en un tema de opinión; según se vio, un
enunciado más de la enunciación mediática, sin autonomía
específica. Esta situación es con comitante y colabora con
la reorientación de la transferen cia de saber que presta
hoy la familia a los medios.
En tiempos de gloria de la Escuela para Padres, los
medios eran un medio del discurso psicológico; la
transferencia de saber de la familia se orientaba al
psicólogo; la familia se educaba y se producía infancia. En
tiempos actuales, los medios son un discurso; la
transferencia de saber de la familia se orienta a Moria,
María Laura o Luisa Delfino, que son las interpoladoras
actuales del psicólogo mediático; la familia no se educa,
opina en los medios o da testimonio de sus desgracias:
padres, madres e hijos se han metamorfoseado en
golpeadores, maltratadas y adictos. La capacidad
pedagógica de la Escuela parece haberse agotado. Pero la
institución no lee en estos términos su propio recorrido.
Ello se debe, por un lado, a razones estructurales: así
como el paciente de un analista no puede, sin el
dispositivo analítico del cual el analista es un térmi no,
interpretar su propio síntoma; así también, si las ins -
tituciones de la infancia asisten a su agotamiento de mo do
sintomático, no podrán interpretar su síntoma despro vistas
del dispositivo pertinente. Ese dispositivo, si se quiere,
habrá que inventarlo.
Pero hay además otro orden de razones que impiden la
producción de tal dispositivo: se trata de las claves y los
recursos de lectura y de análisis de la situación que la
propia institución posee. Y allí las instituciones de la
infancia, como todas las instituciones modernas, se
encuentran en una situación dilemática: no pueden hacer
el balance de su propio recorrido con las herramientas que
ellas mismas forjaron durante el trabajo realizado en ese
recorrido. Puesto que, si hay agotamiento, ese
herramental también está agotado. Es lo que sucede con
el dispositivo pedagógico y el dispositivo de la
comunicación armados con el aparato teórico y práctico de
las disciplinas que fueron críticas entre los cincuenta y los
setenta, y que fueron los operadores claves de la labor
educativa de la Escuela sobre la familia.
La experiencia, según se dice en la nota mencionada,
“construyó un movimiento social alrededor de la Escuela,
entre 1956 y 1970". Este impacto social amerita un elogio
y un balance. Del primero se han ocupado otros lo sufi -
ciente. Queremos decir algo de la estrategia utilizada en el
balance. En el balance se leen algunos efectos de la expe -
riencia de la Escuela en relación con el individuo psicoló -
gico, y en clave comunicativo-pedagógica. Esto significa
que se tienen en cuenta las intenciones de los profesiona -
les que llevaron a cabo la experiencia, por un lado, y la in -
fluencia del mensaje masivo medida en términos de
recorario, se entiende, como una posición enunciativa y no
como figura profesional. La distinción entre posición
(sujeto de enunciación) y persona es clave en el análisis
del discurso. La posición enunciativa de un texto es
responsable de lo que el texto hace legi ble o invisible; lo
que produce como obstáculo o presenta como novedad.
nocimiento del receptor, por el otro. Es decir, más que los efectos
de la experiencia, se analiza el alcance de los objetivos propuestos:
la correlación entre las intenciones y los logros indicaría la
consumación del proyecto, El método de evaluación es pedagógico
del lado del emisor: “Lo que me propuse (mis intenciones) antes de
saber cómo era el campo en que habría de moverme, lo hice." Del
lado de los receptores, el balance utiliza el criterio masivo de la
comunicación: qué opinan los receptores del mensaje; cómo
evalúan ellos la experiencia. Si las declaraciones se toman
literalmente, como es .el caso de este artículo, estamos ante las
representaciones que los destinatarios del proyecto tienen del
proyecto. Eso es opinar. De nuevo: el único modo de salir del
campo de la opinión es montar un dispositivo de lectura de esas
impresiones; eso sería leer su enunciación. Pero no es el caso de
los datos que maneja el balance, puesto que está tomado en la
estrategia de la comunicación.
De modo que lo que cuenta para la posición adoptada en la
realización del balance es la consumación de las intenciones de los
protagonistas del proyecto; y el grado de saber consciente sobre la
temática psi adquirido: por los receptores, verificable en términos
de opinión o información.
Nuestra lectura difiere de la que propone el artículo que
mencionamos, precisamente en el criterio de captura y análisis de
los efectos de la experiencia. Ya que, en términos discursivos, los
efectos deben leerse, precisamente, en exceso respecto de las
intenciones de los protagonistas (no son anticipables) tanto como
respecto del reconocimiento consciente de los receptores de los
mensajes (no son opinables).
Nuestra posición también dista de la concepción dé la
divulgación como técnica que supone el artículo mencionado.
Dicha concepción es solidaria con la idea comunicativa del
fenómeno pedagógico. Pero la perspectiva de la comunicación no
parece productiva para el estudio de la subjetividad que a la
semiología o al psicoanálisis le interesan. Es más: la noción
comunicativa del sujeto entra en franca contradicción con la idea de
una subjetividad producida por los discursos, porque considera
como efectos de la comunicación sólo aquellas representaciones
conscientes que los individuos se formulan de las situaciones.
Para terminar, la actitud del balance frente a la crisis se
encuadra dentro de la posición que denominamos de asimilación,
al comienzo de este capítulo: reconoce el problema en el
enunciado, puede renovarse acumulando nuevas teorías; pero tal
transformación no opera más allá del enunciado: los dispositivos
que forjaron el proyecto permanecen idénticos e inmóviles. Y la
tesis del agotamiento habla justamente de eso: del desgaste de los
dispositivos de enunciación que forjaron las instituciones de la
infancia.

2. El segundo momento corresponde al auge de la clínica del


psicoanálisis de niños emparentada con las teorías de Françoise
Dolto y Maud Mannoni; más precisamente, nos referimos a sus
textos de la década del ochenta: La causa de los niños y La
educación imposible, respectivamente. En ellos se enlaza la teoría
lacaniana con la corriente ideológica antiinstitucionalista —en su
versión anti- manicomial y anti-pedagógica—, y con el discurso
utópico de los sesenta y setenta. Recordemos que ambas
psicoanalistas hicieron sus primeras armas en la Escuela Francesa
para Padres de la década del cincuenta.
El texto de Dolto, atravesado por el dispositivo utópico de la
política, se propone como un manifiesto por una sociedad al
servicio de los niños. Esa utopía se vislumbra como la alternativa
revolucionaria ante los fracasos colectivos del cambio social
acaecidos hacia fines de los setenta. A lo largo del texto, reaparece
la tópica de la liberación atravesada por 1 OÍS ideales de verdad,
igualdad y respeto, El texto se pronuncia contra la pediatría, contra
el cientificismo, contra cierta pedagogía. La propuesta es poner el
psicoanálisis a favor de la causa de los niños. Esta tarea ha de
hacerse por dos caminos: el de la pedagogía y el de la
comunicación. Tales son los vehículos privilegiados que concibe el
proyecto de Dolto para su teoría del deseo de los niños.
Dolto confía en la buena pedagogía como una práctica capaz
de transformar el espacio social de modo tal que resulte
activamente habitable por los niños. Sin embargo, persiste una
paradoja. Pues, como se dijo, en el enunciado la ciencia
pedagógica recibe severas críticas por sus concepciones y sus
procedimientos represivos; pero en la enunciación textual el
supuesto pedagógico continúa vigente en cuanto se continúa
pensando el cambio político en términos de educación de la
conciencia. Se cuestionan los modelos pedagógicos, pero de
ninguna manera el dispositivo pedagógico mismo. Así resulta que el
propio enunciador textual se instala en la posición del pedagogo,
para dirigirse a los padres —el universo de los adultos ubicados en
el lugar del educando— para advertir, aconsejar, regañar,
enseñar... Los actos de habla característicos del funcionamiento
pedagógico del discurso ubican al pedagogo en la posición del que
sabe y al receptor/lector en la posición del que aprende y se
transforma iluminado por el saber del texto.
La causa de ¡os niños es así, en su representación explícita, un
conjunto de prácticas y discursos que se manifiestan a favor del
respeto entre semejantes, del amor familiar, de la igualdad entre los
hombres, del ideal de justicia social.

3. El tercer momento corresponde a la adopción pedagógica


"critica” de la epistemología de Jean Piaget. Tal recepción, que liga
la utopía de la revolución pedagógica, la idea de un sujeto activo
del aprendizaje, y la idea iluminista de la educación como motor del
cambio social, dio lugar a la psicopedagogía de los sesenta y
setenta. La adopción de las teorías del desarrollo de la inteligencia
de jean Piaget en la institución pedagógica producen una situación
de borde. La teoría de Piaget viene a ser una especie de
explicación epistemológica del contexto “crítico" que la adopta: la
revolución pedagógica pretende una explicación científica. La
psicología de la inteligencia le otorga tal estatuto a la pedagogía.
Prácticas pedagógicas más ideales revolucionarios con
fundamento científico en la psicología. La emancipación y la
autonomía del individuo se lograrían estimulando el desarrollo de la
inteligencia, en un aparato escolar gestado sobre la ideología de la
disciplina. Emancipación individual y disciplinamiento, dos términos
en apariencia antagónicos, podrán coexistir prácticamente durante
largo tiempo, dinamizando la vida de la institución pedagógica.
Hasta que la misma dinámica productiva la agotó.
¿De qué modo estas tres intervenciones prácticas del discurso
psi en la cultura incidieron en el agotamiento de la infancia? En
primer lugar, la práctica de divulgación del psicoanálisis, montada
en el dispositivo comunicativo y pedagógico, inicia —o es
concomitante con— un proceso que va a consumarse en la cultura
posmoderna, que es la transferencia social de saber hacia los
medios masivos.
Como se dijo, para analizar el proceso de divulgación que se
inicia en la década del cincuenta, hay que tener en cuenta que los
medios no son un soporte inerte, una simple mediación por la que
circulan unos contenidos progresistas o críticos. Los medios son un
dispositivo institucional potentísimo que logró capturar la
transferencia social que anteriormente producían otras
instituciones, como la escuela.
Entonces, la educación actual de la familia a través de los
medios no es simplemente la misma práctica tradicional con un
cambio de envase; no indica información democratizada para
más, sino que es un fenómeno esencialmente distinto del
funcionamiento moderno de educación de la familia.

En segundo lugar, los discursos antiinstitucionalistas y


utópicos en el interior del psicoanálisis. Su función en el
agotamiento de la infancia tiene que ver con su funcionamiento
critico en la cultura burguesa. Dichas intervenciones revelan el
carácter histórico e ideológico de la familia burguesa, del aparato
escolar, de la concepción disciplinaria de la educación. El efecto
de disolución de la infancia es obvio, ya que el cuestionamiento
de las instituciones que la producen cuestionan la propia
naturaleza de la niñez. La intervención de un dispositivo crítico,
si es eficaz, termina por liquidar el objeto criticado. Si la infancia
es una producción moderna, lo es en tanto producto de las
instituciones burguesas. Por lo tanto, la liquidación crítica de las
instituciones que le dieron vida acarrea también como
consecuencia su desaparición. Las prácticas de recepción
mediática difieren de las prácticas de recepción escolares. Las
operaciones subjetivas necesarias para el acto de recepción
difieren. La subjetividad en un caso y otro no es compartida.
En tercer lugar, la intervención de las teorías de Piaget en el
campo de la psicopedagogía. Habíamos hablado de un punto de
máxima tensión entre el aparato escolar mocierno, organizado
sobre una ideología disciplinaria, y la concepción de la
educación que se fundamentaban en las teorías del desarrollo
de la inteligencia infantil. El desarrollo de este proceso posee
características semejantes a las que señalamos para los
dispositivos críticos. Y es que el efecto de Piaget en la ideología
pedagógica tiene un poderoso efecto cuestionador. Pero ese
efecto cuestionador es tan fuerte, que termina criticando de
hecho la propia existencia del aparato escolar. Termina
cuestionando radicalmente su sentido y su eficacia en la
formación de la infancia. La pregunta, de nuevo, retorna: ¿es
posible concebir una infancia por fuera de la institución escolar?
Quizá sea posible soñarla. Pero desde el punto de vista de las
prácticas, que es nuestro principio de análisis, no es posible
producirla. Sin núcleo familiar burgués y sin aparato escolar, la
producción de la infancia es prácticamente imposible. Desde
luego, eso es así si se acepta que la existencia de una
institución no depende de la mera existencia de individuos, ni de
edificios, ni de reglamentos, ni de funcionarios. Depende de su
capacidad de producción de realidad.
CAPÍTULO 5
EL NIÑO COMO SUJETO DE DERECHOS

En el capítulo anterior vimos que la figura del niño co mo


consumidor produce la destitución práctica de la infancia.
Existe otra figura actual del niño que produce las mismas
consecuencias: la figura del niño como sujeto de
derechos. En este capítulo vamos a analizar cómo la
emergencia de esa tópica en configuraciones .discursivas
precisas acarrea como efecto la desaparición de la
infancia.
La existencia de la palabra “infancia” en el vocabulario de
nuestra época no da cuenta por sí sola de la vigencia de la
institución. El lenguaje es, en cierto modo, idealista; las palabras
subsisten aunque su referente material —práctico— haya
cambiado.
Investigar la hipótesis de un agotamiento es entonces entrar en
relación con un tipo de representaciones sin sustento práctico: una
suerte de excrecencias discursivas. Tal es el estatuto actual de la
infancia si las prácticas en que arraigó históricamente
efectivamente cambiaron.

SITUACIÓN

La desaparición de la infancia índica un cambio en la


concepción moderna de las etapas de la vida y ese cambio, a su
vez, estaría indicando una variación práctica del concepto de
hombre instituido socialmente.

EL IDEA MEDIÁTICO DE JUVENTUD HACE CAER


A LA INFANCIA

Una de las consecuencias de la crisis de los grandes relatos


que sostuvieron el imaginario moderno es la caída del paradigma
del progreso. Sólo si existe la historia, se puede hablar de progreso:
la condición para concebirla como realización progresiva de la
humanidad es que pueda ser vista como proceso unitario.
Entonces puede verse como proceso concomitante con la
caída del paradigma del progreso el cambio de la concepción de la
vida en etapas ascendentes hacia un ideal. La infancia tiene
sentido cuando la vida del hombre es un devenir reglado hacía
etapas más complejas: adolescencia, juventud, madurez, vejez.
Pero cuando la juventud se presenta como único ideal el sentido
de las etapas de la vida desaparece. “La cultura juvenil tiende a ser
universal y, de hecho, atraviesa las barreras entre clases y
naciones", dice Beatriz Sarlo.
Lo que no distingue el análisis de Sarlo es que una cosa es la
juventud como sujeto de las prácticas políticas modernas —la
juventud como protagonista de su tiempo— y otra muy distinta el
funcionamiento de la juventud como ideal en la cultura
posmoderna de la imagen. Si el ideal juvenil tiende a globalizarse,
desaparece en su especificidad como edad vital; ya no se deja
pensar en correlación con otras etapas de la vida.
“Hoy los jóvenes son, antes que protagonistas, temas de
conversación y observación" {Mario Wainfeld, “Chicos de
posguerra", Página/12, 19/03/95).
Ser joven es el ideal dominante de una cultura globalizada; ser
joven es uno de los significantes privilegiados del éxito. No se
puede estar en la cultura de la imagen si no se tiene imagen joven.
Hay que permanecer joven para ser parte; estar joven es otro
sinónimo actual del reciclaje —no sólo del cuerpo sino también de
las ideas—; el ideal de la eterna juventud se presenta como una
negación práctica del trabajo temporal sobre los cuerpos —sobre
los que se puede intervenir técnicamente—; como una negación
práctica también del sentido de la experiencia: la actualidad es el
criterio de validez dominante. El ideal de juventud que circula en
los significantes del consumo señala la desaparición de las etapas
vitales y con ella señala también la desaparición de la infancia. Hay
que permanecer siempre joven; joven se es, no se llega a ser
joven ni se puede dejar de serlo.
DEL CIUDADANO AL SUJETO DE LA IMAGEN

Se dijo que la variación práctica del concepto de hombre


estaría indicando una variación en la índole del soporte
subjetivo que instituye prácticamente el Estado: el pasaje de la
subjetividad-ciudadano a la subjetividad-consumidor, asociada
al pasaje del Estado de bienestar al Estado técnico-
administrativo.

La historiografía ha registrado —al menos bajo la pluma de


Ariés— que la familia nace como dispositivo privilegiado de
recepción, educación y contención de la infancia. Cuando las
prácticas sociales dominantes exigieron la vida en interioridad,
el espacio familiar se tornó la sede privilegiada de la vida
cotidiana. Surge entonces la vida familiar como práctica casi
exclusiva de la vida privada. De manera que no hay infancia
hasta que no se constituye la vida familiar en interioridad.
El acontecimiento infancia se sitúa bajo esas condiciones
con la consolidación de la familia nuclear burguesa en el
tránsito del siglo XVI al XVIII. La familia resulta, asimismo, uno
de los pilares sobre los que se asienta la distinción jurídica
entre sociedad política y sociedad civil —“público" y
“privado"— instituida con la emergencia del Estado burgués.
Es necesario admitir que ésta es una distinción ideológica
trazada por el funcionamiento jurídico burgués; sólo así podrá
entenderse el carácter histórico de la mutación que estamos
analizando.
Porque lo que nuestra época registra es justamente una
variación —¿o agotamiento?— de la distinción entre lo público y lo
privado; el funcionamiento de la cultura de la imagen puede
prescindir ya de esa dicotomía porque se ha instaurando otra: la
distinción entre el mundo de la imagen y el mundo por fuera de la
imagen, famosos e ignotos. La política mediática no se explica
entonces como “transformación de lo público" ni como "expansión
de lo privado sobre lo público", explicación que, como se ve,
mantiene intacta la distinción ideológica burguesa, sino por un cam-
bio de la naturaleza misma de lo estatal.
La subjetividad dominante descansa entonces en la dicotomía:
sujetos con imagen/sujetos privados de ella. Los primeros están
asociados al éxito y a la trascendencia social; los segundos son los
excluidos, o ignorados.

De manera que la aparición de los sujetos de la imagen puede


darse tanto en el ámbito de lo que tradicionalmente se llamó lo
privado como lo público; poco importa. Los espacios tradicionales
de la intimidad son hoy meras imágenes que predican los rasgos
de estos individuos, nuevos arquetipos subjetivos.
Pero la desaparición de la antigua delimitación público/ privado
obviamente impacta a la familia y en consecuencia a la propia
infancia. Ya no tenemos a la familia nuclear burguesa; tampoco, la
intimidad del hogar como espacio privilegiado de retención de los
niños.
En este desplazamiento, cabe preguntarse si la familia sigue
siendo capaz de cumplir su función de contención de niños; función
en la que fue asistida por sus instituciones de tutela. Nuestro
análisis sostiene que el funcionamiento familiar actual —aun
cuando se encuentre asistido por otras instituciones— ya no
produce infantes. Un indicio sintomático de esta improductividad se
pone de manifiesto en el funcionamiento asistencial de los medios
masivos. Ese nuevo asistencialismo, como se vio en el capítulo
anterior, no interpela a los individuos como miembros de familia.
Por otro lado, si el principio de exclusión sobre el que se monta
la existencia social es la distinción entre presencia de imagen y
ausencia de imagen, se entiende que sean los medios los que
produzcan los dispositivos más eficaces de contención. Y es de
esperar también que lo que se produzca en estas operaciones sean
subjetividades distintas de las que se instituyeron con las prácticas
burguesas. Si cambian los dispositivos de producción discursiva,,
es previsible que los objetos y los sujetos de discurso también
cambien.

LA NIÑEZ EN SUS TÓPICAS


La aparición de la tópica del niño como sujeto de derechos debe
analizarse en relación con la caída del ideal de hombre futuro que
en su versión, escolar circuló bajo el ideologema “los niños son los
hombres del mañana”. La vigencia de este ideologema, con ligeras
variantes, recorre el lapso que va desde la fundación del Estado
nación hasta el agotamiento del Estado de bienestar. De manera
que

hay que establecer una correlación entre la sustitución de la


tópica niño = hombre futuro/niño = sujeto de derechos, y la
sustitución Estado nación/Estado técnico-administrativo.
Esta aparición/desaparición discursiva produce un síntoma:
el agotamiento de la infancia. El cambio discursivo que
analizamos presenta además otras vinculaciones significativas.
Por un lado, se asocia a la desaparición práctica de las
edades de la vida. Al caer el paradigma moderno del progreso,
cae con él la concepción genética de las edades, para la cual la
infancia constituye la etapa de espera de la adultez. Concebir
de este modo a la infancia es suponer la existencia de una edad
en la que se es y una en la que no se es. En la adultez se es
hombre, se es responsable, se es ciudadano, es decir, sujeto de
derecho en términos jurídicos. Durante la infancia, no se es.
Pero si el niño es concebido como sujeto de derechos la
idea de latencia propia de la etapa infantil cae; el niño y es, y la
infancia se disuelve como edad de la espera. Recuerdo que una
de las significaciones claves que le otorgó la modernidad a la
infancia fue precisamente la de ser un impasse hacia la edad
adulta —hacia la mayoría de edad—; dicho impasse, por otra
parte, es el que autoriza y explica la intervención institucional
sobre el niño de la escuela, de la familia, o del juzgado de
menores. Pero no hay tutela posible sobre un sujeto que ya es
en acto y no pura potencia futura.
Por otro lado, como ya se dijo, el cambio discursivo que
apuntamos debe ponerse en correlación con el cambio de
ideales. La juventud hoy no es más una etapa de la vida, del
hombre. En el imperativo social de ser joven, la edad del
individuo como signo de su rango civil no cuenta. Mejor dicho,
no cuenta del mismo modo que en la modernidad. Recordemos,
a título ilustrativo, los distintos rituales de 1a adquisición, de la
mayoría de edad: los pantalones largos, la cesión de las llaves,
el ingreso del novio a la casa, etc. Por consiguiente, al
desarticular el paradigma de las etapas vitales, el mito actual de
la eterna juventud disuelve el sentido moderno de la infancia.

CAÍDA Y RECUPERACIÓN MEDIÁTICA


DEL IDEAL DEL HOMBRE FUTURO

“Encuesta: características del buen ciudadano”

1. Ser buena persona 27 %


2. Obedecer la ley 20 %
3. Estar informado 18 %
4. Honrar al país 17 %
5. Participar en la comunidad 10 %
6. Trabajar mucho 6 %
7. No contesta 2 %" (Página/12, 19/03/95).

El fragmento citado es la grilla de una encuesta nacional


realizada en colegios secundarios. Sus resultados fueron
publicados unos días después en Página/12. La enumeración que
antecede nos pone, aparentemente, ante una sintética clasificación
de los predicados del buen ciudadano. Tradicionalmente, el
ciudadano es la figura que representa el ideal del hombre futuro; la
educación escolar de la infancia se justificó y orientó según ese
ideal.
Pero, si se analiza la encuesta, se ve que lo que parece está en
juego es una noción del buen ciudadano bien distinta de la noción
moderna. En primer lugar, porque ya no está asociado a la idea
de hombre futuro. Y sin ideal de hombre futuro desaparece la
infancia; es decir, los niños concebidos por la educación
escolar como hombres del mañana.

Pero hay un rasgo muy curioso en ese artículo. Como en la


famosa enciclopedia china de Borges, uno de los elementos de
esta serie desbarata su homogeneidad, al poner en evidencia su
inconsistencia discursiva: se trata del punto 7.
La cláusula "no contesta" no constituye un predicado del buen
ciudadano, sino del sujeto de la opinión. La enunciación irrumpe en
el enunciado: no se trata de un predicado, sino de una figura de la
operatoria misma de la encuesta. Curioso desplazamiento: no es el
discurso pedagógico el que habla, sino el mediático. Más adelante
veremos la disolución de la figura moderna de la infancia ligada a
este deslizamiento.
De modo que podemos concluir que el ideal del buen ciudadano
ya no se construye desde las prácticas escolares sino desde las
prácticas comunicativas. El actual “buen ciudadano" no es el
hombre del mañana; el futuro no lo constituye como significación
decisiva. Este Ideal del buen ciudadano no orienta la práctica de
formación de niños sino otra, que de tan cotidiana se nos vuelve
invisible: la opinión.

DEL MANUAL ESCOLAR AL FASCÍCULO


POR ENTREGAS DEL DIARIO

La consistencia imaginaria de la infancia se instituye en


correlación con el ideal de hombre futuro instituido socialmente. En
el ámbito escolar, ese ideal circula en el ideologema “los niños son
los hombres del mañana"; y tiene en el manual escolar uno de sus
vehículos privilegiados.
En tiempos de la fundación del Estado, nación, el Manual de la
Historia de Chile (1.a ed. 1845, Universidad de. Chile), escrito por
Vicente Fidel López, conmina a los niños a someterse a la
educación escolar para ser:

...“ombres de bien i de luces"

..."ciudadanos dignos de una República civilizada”

y también para:

..."colmar de onor a vuestras familias y a vuestro país".

La escena enunciativa se monta aquí ubicando al niño como


interlocutor del pedagogo, según lo indica el uso deíctico del
vosotros. El uso de las modalidades refuerza siempre la
asimetría de la relación pedagógica: el maestro conduce las
operaciones perceptivas y cognitivas que debe hacer el alumno.
Si así queda modalizada la esfera del “saber”, otro tanto sucede
en la esfera del "deber ser”, que es la que nos interesa. El
pedagogo es también quien conduce a los niños hacia el modelo
de hombre futuro socialmente instituido (nótese la evaluación
social de los subjetivemas "bien”, "luces”, "onor"). El pedagogo
es, sabe, el niño aún no es, no sabe.

Con ligeras variantes, el ideologema persiste a lo largo del


siglo:

“Conviene, pues, que los niños, hombres del porvenir,


eduquen su espíritu en la grandiosa idea de la solidaridad
americana. Nunca es temprano para inculcar en las inteligencias
estos fecundos principios" (Convenio de Historia de América,
Serie elemental de instrucción primaria, Buenos Aires, Cabaut y
Cía. Editores, 1931).
"... [este manual] apunta a los intereses del niño, suscitando su
participación activa [...] Estamos convencidos de la importante
función que cabe al conocimiento de nuestro pasado en la
formación de la conciencia nacional, con la implícita conservación
de nuestras tradiciones democráticas y republicanas" (Nuevo
Manual Estrada, 5.°, 1965).

Hay que notar que el género excluye al niño de la escena


enunciativa: así lo revela el uso del nosotros exclusivo. Marcado
por la tercera persona, el niño no integra el espacio interlocutivo del
nosotros que se adueña de la tradición. El enunciador postula un
alocutario que es un adulto, maestro o padre. La escena reproduce
una situación en la que los adultos hablan de y sobre el niño. El
niño no tiene voz. Del niño se habla o al niño se le habla, tal como
sucede en el manual de Vicente F. López.
Si el discurso instaura al niño como interlocutor del pedagogo,
la asimetría queda marcada, en principio, en la ausencia de la voz
del niño. Y también, desde luego, en los rasgos que caracterizan la
enunciación pedagógica: el niño es el destinatario de todas las
operaciones marcadas por el discurso: mirar, repetir, contestar,
pensar... ser. Si para el discurso el niño no sabe, no es, debe ser,
queda entonces claramente ubicado en el lugar de un futuro hom-
bre.
Los predicados de la educación escolar arraigan en supuestos
de fragilidad o docilidad, correlatos del no ser: el niño es
susceptible de instrucción (por lo tanto, dócil); su inteligencia debe
enriquecerse (es pobre, es carente); su mente debe ser
robustecida (es frágil); hay que estimularlo a pensar (no piensa por
sí sólo; aún no sabe pensar); hay que evitar que aprenda
mecánicamente para que no se olvide mañana lo que aprende hoy
(de donde de nuevo el pensamiento aparece como una actividad
que. lo prepara para el futuro, no para hoy).
La educación se presenta entonces como el reaseguro de la
formación moral y patriótica de la infancia, del futuro ciudadano,
hombre, del mañana. Educar para el mañana es educar para el
progreso.
En nuestros días existe otro género —bien distinto del manual
escolar— que se encarga de la circulación de los valores que hay
que inculcar en la escuela. Se trata de los fascículos por entrega de
Página/12. Nos referimos a la serie Entender y participar, que se
publicó con el eslogan:

"Para chicos que quieren saber de qué se trata."


Son sus títulos más significativos:

¿Qué es esto de la democracia? (N.° 1).


Para aprender a votar (N.° 4).
Para qué sirven las leyes (N.° 9).
Los derechos de todos (N.° 16).
Los derechos de los chicos (N.° 18).
El derecho a aprender (N.° 17).
Los derechos de las mujeres (N.° 19).

Enunciativamente, estos cuadernillos nos ubican en una


situación bien distinta de la anterior. En principio, la situación no
está configurada por el discurso escolar, sino por el mediático. El
manual escolar da paso al fascículo por entregas del diario. Ahora
es el discurso mediático el que toma a su cargo la tarea de difusión
de los valores educativos: cada cuadernito se acompaña de una
"Guía para docentes", publicada en el cuerpo de! diario con suge-
rencias pedagógicas para el tratamiento escolar de los temas.
No parece de importancia menor que el lanzamiento de esta
colección se publicitara un domingo (19/03/95), junto con la
publicación de los resultados de una encuesta nacional realizada
en colegios secundarios. Tales resultados arrojarían datos
alarmantes sobre el estado de la conciencia cívica de los más
jóvenes. Una serie de testimonios sobre la crisis de la escuela, la
crisis de la infancia, y una nota de la directora de la encuesta —a la
sazón directora también del programa de la Nueva Reforma
Educativa "El diario en la escuela"— nos alertan sobre la
importancia de inculcar los nuevos valores cívicos —de alcance
mundial— a los niños.
Hay que notar que las condiciones de producción y circulación
discursiva propias de estas entregas construyen a su receptor (el
niño) como consumidor. En el diario existen secciones y
suplementos para toda la familia; la lógica del mercado no distingue
edades y, si lo hace, es como una variable del consumo. La lógica
editorial de los suplementos es la de un servicio periodístico a
gusto del consumidor. Estamos lejos de la significación imaginaria
de la edad como etapa de la vida. La práctica del consumo no
requiere la separación —indispensable en la constitución de la
infancia— entre el mundo adulto y el mundo infantil. En ese
sentido, las prácticas que producen al niño como consumidor
serían un síntoma de la desaparición de la infancia; no, desde
luego, de los niños.
Estamos ante un desacople discursivo: las diferencias
imaginarias supuestas por el discurso —representación moderna
de las significaciones de la infancia— son inadecuadas a la
indiferencia supuesta por las prácticas del mercado. Esto es como
decir que los niños actuales son prácticamente inadaptados a la
infancia: la institución no recubre su real.
Lo mismo que anotamos para el niño-consumidor vale para
el niño-sujeto de opinión, en caso de poder diferenciar
claramente ambas prácticas. El dispositivo encuesta o entrevista
que produce el sujeto de la opinión también disuelve en sus
efectos la distinción mundo adulto/mundo infantil. Lo que tienen
en común el sujeto del consumo y el de la opinión es que ambos
son efecto de la misma operación del principio cuantitativo de
tabulación de resultados provisto por la mercadotecnia.
En lo que hace a la infancia, ese dispositivo la disuelve
prácticamente: la edad del encuestado, por ejemplo, es un
índice de la tabulación de los datos. La edad considerada como
variable no puede funcionar como una diferencia capaz de
instituir significaciones imaginarias ni diferencias simbólicas, tal
como sería el caso de la infancia concebida como una etapa de
la vida.
Otro aspecto significativo es que, en relación con las
prácticas de consumo y opinión, el niño es. Vimos que, en
relación con la práctica cívica, el niño aún no es: por eso la
escuela es formadora del niño. Esta diferencia entre el niño
como, actualidad, como ser, y el niño como espera, como no-
ser, marca otra vez el agotamiento sintomático de la infancia.
Probablemente en la coexistencia de prácticas diferentes —la
escolar, el consumo, la- opinión— resida la serie de
interferencias discursivas responsable de los trastornos
prácticos que estamos habituados a escuchar como queja.

EL NIÑO COMO SUJETO DE DERECHOS


“Antes y después" se titula un apartado de la nota sobre la
democracia en la escuela, publicada en ocasión del lanzamiento de
la colección de fascículos para chicos que estamos analizando. Allí
se lee:

“Antes y durante el proceso, los padres se aliaban con el


maestro, con la autoridad; ahora se transformaron, en una especie
de delegados de sus hijos”, dice Peyrelongue, consciente de que
los chicos ya no soportan que les griten y defienden sus
derechos.
El discurso mediático hace hablar en este fragmento a Pascual
Peyrelongue, maestro desde hace veinticinco años y desde el '92
director de la escuela 16 de La Paternal. Veamos un poco.
En principio, la interpretación alocutaria que hace el medio del
entrevistado supone la existencia de la tópica niño = sujeto de
derechos. Lo interesante es ver qué consecuencias trae este
nuevo estatuto del niño a la relación padres-hijos. Algo cambió,
dice el informante, “los padres se transformaron". Se produjo un
desplazamiento: los padres dejaron de representar la ley ante sus
hijos para pasar a defenderlos de la amenaza de la ley. La vieja
alianza de los padres con la autoridad escolar era un signo no sólo
para los hijos sino para la propia institución; habla de un estatuto
imaginario de la familia y de la escuela, en el que ambas
instituciones representan la autoridad y la ley para la infancia. La
transformación del rol de los padres indica sintomáticamente el
agotamiento de la infancia y, en consecuencia, hablaría también de
un cambio de estatuto del niño y de los padres.
Es obvio que la desaparición de la infancia altera —la hace otra,
en el sentido más literal del término— a la familia. Conviene
recordar que son las prácticas vinculadas a la familia nuclear
burguesa las que instituyen históricamente la infancia moderna.
Pero hoy ya no se trata de tutelar a la infancia sino de velar por que
sus derechos se respeten.
La dimensión argumentativa del desplazamiento puede leerse
así: el entimema “la infancia deber ser protegida" (porque es frágil,
porque aún no es, etc.) es reemplazado por “los derechos del niño
deben ser protegidos" (el niño es sujeto de derechos).
Veamos los títulos de los fascículos: “Entender y participar.
Para chicos que quieren saber de qué se trata.”
La presentación propone —con un procedimiento común en
Página/12— un intertexto con aquel enunciado tantas veces
repetido por la historia escolar, “el pueblo quiere saber de qué se
trata", que instala a los niños en el lugar del pueblo. Se produce un
desplazamiento interesante: los niños son el pueblo. Insistimos: ya
son; no necesitan someterse a la práctica educativa para ser en el
futuro. Los niños de hoy, como sujetos de derechos, son también
sujetos de la información: quieren saber de qué se trata.
Nuevamente, el derecho a estar informado es un derecho que
se ejerce hoy: nos encontramos ante una práctica cuya
temporalidad desliga a la infancia de la espera. No hay que esperar
para estar informado —el sentido actual de "querer saber"—;
mientras que para ejercer aquellos derechos políticos —otro
sentido de "querer saber”— había que someterse a la temporalidad
de las prácticas que preparaban en la niñez para ello. El querer
saber actual de los niños tiene un fin: opinar, participar ahora.
Si se lee el sentido en situación, hay que distinguir el sentido
histórico del enunciado “querer saber” de su sentido actual, ligado a
la demanda de información. En su acepción histórica, el enunciado
tiene una connotación política: el pueblo ejerciendo su soberanía al
exigir a sus representantes la claridad de sus actos. Se produjo un
corrimiento del sentido cívico-político hacia el sentido mediático: del
derecho a la representación política al derecho a la información; de
la política de representación a la representación mediática. Esto
estaría indicando un cambio en la naturaleza del Estado. La función
de representación de los ciudadanos que le cupo tradicionalmente
al Estado hoy la ejercen los medios, con lo cual los representados
ya no son ciudadanos. Los medios son el Estado, toda vez que
organizan la lógica de representación de lo social.
Vamos ahora al interior del primer fascículo:
"En una democracia no hay nadie que quede afuera. Todos
podemos participar. Y, cuando llega el momento de elegir, todos
elegimos, porque en una democracia todos somos iguales" ("¿Qué
es esto de la democracia?", N.° 1).
Vimos que el manual habla del niño con otros, siempre adultos,
o le habla al niño. Tal es el dispositivo enunciativo cuando la tópica
del discurso pedagógico es “formar a los hombres del mañana". En
cambio, cuando el niño es sujeto de derechos, habla. Aparece
entonces el nosotros inclusivo, propio de la identificación
generalizada propuesta por el discurso democrático.
Como se dijo, la presencia de esta nueva tópica en el discurso
mediático —y previsiblemente en el escolar— es •síntoma de algo
que cae: la tópica de los niños como hombres del mañana. Esta
variación discursiva indica la variación práctica de las instituciones
modernas: el Estado, la escuela, la familia. Indica también otra
institución práctica de la temporalidad de la experiencia.
Si el sentido social de una idea es el conjunto de prácticas en
que se inscribe, está claro que hoy el significante "democracia"
nombra por lo menos dos prácticas distintas. Que ambas se
nombren con el mismo significante no dejará de tener
consecuencias.
Uno de los sentidos nombra la democracia política en el sentido
moderno. El otro sentido nombrado es la democracia de mercado;
la idea actual de los derechos de los consumidores, cercana al
derecho de opinión y de información. De esto se desprenderá una
doxología de los derechos. Según ella, la información sería la
garantía —imaginaria, por supuesto— de tales derechos. En ese
supuesto se instaura la demanda permanente a los medios para
exigir el respeto de los derechos. Y es éste el circuito que opera la
vinculación discursiva entre consumo, información y opinión.

EL CASO DANIELA: DEL SUJETO DE DERECHOS AL SUJETO


DE OPINIÓN

Un ejemplo paradigmático de este funcionamiento que


describimos se observa en el tratamiento mediático del Caso
Daniela. La madre de Daniela, Gabriela Oswald, recurre a los
medios para reparar la presunta violación de los derechos
humanos de la que había sido víctima. Aquí hay algo notable,
porque quien “viola” los derechos humanos es precisamente el
procedimiento jurídico. Se produce una tensión entre el discurso
mediático y el discurso jurídico: el advenimiento de Gabriela a los
medios desata el concierto de opinadores televisivos que
polemizan sobre la naturaleza de la ley. En la esfera de la opinión,
lo jurídico es un punto de vista, nunca un procedimiento.

Pero sucede que, si la ley es opinable, no se acata. La ley es el


principio formal del acuerdo, su condición fundamental. Por lo
tanto, no se puede “estar de acuerdo" con la ley. La ley no es a
gusto del consumidor, clave de lectura que parece regir el sentido
mediático de la ley. No puede haber consenso sobre el sentido de
la ley porque ésta es necesaria precisamente cuando fracasa el
acuerdo.
Gabriela Oswald exaspera con su escalada mediática esta
lectura del derecho en clave de opinión-comunicación. Se diría, en
términos discursivos, que la tensión entre So jurídico y lo mediático
pone de manifiesto el problema de las relaciones de fuerza entre
discursos: quién inviste de sentido —con sus prácticas— al
significante "derecho". O más estrictamente: lo que se disputa es el
sentido mismo de la justicia. Hay que tener en cuenta que la
ecuación derecho = justicia se instituye históricamente durante la
modernidad. Pareciera que lo que está en juego es qué práctica le
da sentido a la justicia: ¿lo justo es la resolución jurídica del caso
según un procedimiento pautado o lo que yo opino que me
corresponde en la escena mediática? Por otro lado, no hay que
olvidar que si hay un derecho que parece alcanzarnos hoy a todos
es el derecho de ir a los medios a defender nuestros derechos;
recordar, en ese sentido el dispositivo de "participación” del
programa de ¡VI. Viale: con ligeras variantes, se lo reconocerá en
todos los programas televisivos.
La tensión entre lo jurídico y lo mediático resulta bien clara en
un artículo de Mariano Grondona publicado en Clarín el 24/06/95:

“.... Nuestros jueces siguen operando según los expedientes de


un derecho escrito sin entrar en contacto visual y oral con el drama
humano que se les presenta” (“El derecho natural no se puede
negar").
¿Cómo no ver en esta apelación a “ingresar al contacto visual y
oral con el drama" una estrategia de imposición de sentido
mediático a! derecho? Recordemos que quien habla es periodista y
abogado. En ese sentido, la figura de Grondona resulta
paradigmática en esta pulseada discursiva.

CIUDADANOS Y CONSUMIDORES

La idea moderna de democracia como si-tema político tiene un


fundamento que es el ciudadano como sujeto de la conciencia. La
práctica propia del ciudadano es el acto consciente —y libre— de
elegir a sus representantes; acto de libertad que sólo puede ser
ejercido plenamente por quien ya es sujeto de derechos. Si los
niños son los hombres del mañana, hoy no son sujetos de
derechos.
En esa perspectiva, la educación escolar adquiere sentido
como protección del niño y como inversión hacia e! futuro. Se
protege al débil, al que aún no es, para garantizar que adquiera la
madurez mora! y cívica que lo ha de convertir en un buen
ciudadano. Significaciones como la fragilidad y la debilidad de la
infancia adquieren su sentido histórico ligadas a las prácticas de
protección y formación de los niños ejercidas desde la institución
escolar en función de la política de representación de! Estado.
Estas prácticas instauran la temporalidad de la sucesión orientada
hacia el futuro. El “no ser" y la "postergación" de la infancia se
valúan retrospectivamente desde el mañana, momento supuesto de
la plenitud de la vida.
La significación práctica actual de democracia, que para
simplificar llamaremos posmoderna, tiene como fundamento otra
subjetividad: el consumidor. Las prácticas propias de este nuevo
individuo son el consumo y la opinión.
Se dijo que la figura del consumidor no distingue entre la
subjetividad de adultos y niños. A lo sumo segmenta sus gustos.
Prácticas como el consumo y la opinión no son para mañana; son
prácticas actuales. Los niños son ya —tanto como los adultos—
consumidores y opinadores. De modo que estas prácticas
características del fundamento posmoderno de la subjetividad
instauran una temporalidad del instante. La temporalidad de 3o
actual valúa positivamente significaciones como el placer, ; lo
efímero, la búsqueda de "uno mismo"; la ausencia de obligación…
Se protege al que es menos, al que aún no es; pero el que ya
es tiene derechos. Por consiguiente, hoy no se protege a los niños
sino los derechos de los niños. Este sutil –en apariencia-
desplazamiento indica nada menos que la caída de la infancia.

CONCLUSIONES
Los desplazamientos y sustituciones discursivos analizados
en este trabajo constituyen, tal como se postuló, el síntoma de la
desaparición de la infancia. Vinculada con la caída práctica del ideal
del hombre del futuro, tal desaparición es concomitante con el
cambio radical de las políticas estatales de representación
subsumidas en las prácticas de consumo.
Cabe, por supuesto, preferir el reaseguro que otorga el reino
de lo mismo. La idea del derecho siempre existió –puede decirse-,
sólo que ahora, con la hegemonía de los medios democráticos, se
hace extensiva a los niños.
El psicoanálisis llama “neurosis actuales” a esas figuras
recicladas en la práctica social, a la mirada que siempre ve lo
mismo pero con envase nuevo. El enunciado –no poco frecuente-
que dice “las cosas siempre fueron así” decreta –aunque suponga
que su certeza le venga de afuera- “aquí las cosas son así”. Su
repetición, además, congela el tiempo: ni convoca como
reapropiación al pasado ni apoya al futuro como proyecto.
CAPÍTULO 6

LOS SIMPSON O LA CAÍDA DEL RECEPTOR INFANTIL

El interés de Los Simpsons, desde la perspectiva seis


miológica, reside en su carácter de borde respecto de los géneros
de consumo infantil: postula un receptor ubicuo, que se desmarca
claramente del destinatario infantil tradicional de los dibujos
animados. El signo más obvio de este desplazamiento es el horario
nocturno de transmisión de la serie: hay que recordar que en la
televisión abierta el hábito de la banda horaria para el público infan-
til no excede las 19 horas. Aun cuando LS se televisen formalmente
dentro del horario de protección al menor, está claro que aparecen
en un horario en que también pueden ser vistos con comodidad por
los adultos.
Pero conviene ir más allá de los aspectos pragmáticos, dado
que es en los aspectos susceptibles de análisis se- miológico
donde podremos ceñir los procedimientos discursivos que postulan
ese receptor, que caracterizamos como ubicuo: es decir, las
competencias de lectura que requiere la serie imponen un canon de
lectura que excede con creces los hábitos de lectura infantil
impuestos por la circulación tradicional de los dibujitos animados.
En este capítulo vamos a analizar los procedimientos
discursivos de ese canon de lectura como una operación más de la
disolución de la representación moderna de la infancia; esta vez, lo
que cae del universo moderno de la niñez es la figura infantil
construida como destinatario tradicional de dibujos animados (cf.
Cartoon Network e, incluso, el más actual Big Channel).
Nuestra hipótesis sostiene que LS apela a competencias de
lectura novedosas para el género; y, por lo tanto, las impone a sus
receptores. Eso se pone en juego en el uso de recursos tales como
la intertextualjdad, la polifonía narrativa, las adjetivaciones
propias del lenguaje cinematográfico y el trabajo del género al
borde de las tópicas más comunes de los lenguajes masivos:
tales son las operaciones discursivas que postulan un
destinatario no infantil, en el sentido moderno del término. Se
trata de dibujos, pero de dibujos que no son del todo para
niños; ni, al menos por convención, tampoco del todo para
adultos.

Por consiguiente, estamos ante una operación bastante clara


de borradura de la distinción tradicional entre mundo infantil y
mundo adulto impuesta históricamente por los productos de la
moderna cultura de masas. Philippe Aries ha señalado que la
condición histórica que dio lugar a la institución de la infancia fue el
ejercicio de una serie de prácticas (estatales, jurídicas, higienistas,
filantrópicas, pedagógicas) que instituyeron en su operatoria la se-
paración simbólica entre adultos y niños.
Lo que hay que tener en cuenta es que LS no sólo apela a
competencias de lectura novedosas —respecto de la codificación
canónica de los programas infantiles—, sino que también entrena a
los infantiles sujetos en esos saberes. El género no sólo actualiza
lo que los niños poseen sino que instituye a sus pequeños
receptores —en el caso de que se trate de niños— como lectores
idóneos. De más está decir que esto no sólo pasa con los niños.
En rigor, si todo texto postula un lector, lo notable de esta serie es
que su lector no es el lector previsible por las convenciones del
género: ni infantil, ni adulto. Llamémoslo, por ahora, lector ubicuo.
Veamos entonces los procedimientos discursivos que le dan
cuerpo a ese raro lector. Veamos si se sostiene la hipótesis de
disolución de la infancia.
En primer lugar, la intertextualidad. Como se sabe, la operación
básica de la intertextualidad es la puesta en diálogo de —por lo
menos—dos textos. Esto da lugar a una serie de procedimientos
que van desde el simple plagio a la parodia, momento de inversión,
maduración y convencionalización de un estilo o de un género. El
intertexto paródico no es una simple referencia, sino que constituye
intrínsecamente —según una operación de inversión— el texto en
cuestión. Pero, por eso mismo, la alusión del texto citado es sólo
legible para un lector competente, capaz de leer en la cita la
transmutación del otro texto.
¿Cuál es la naturaleza del intertexto de LS? Hay dos fuentes
importantes y de distinto prestigio cultural: el cine y la literatura.
Cine barato y cine de alto vuelo; literatura popular y clásicos
literarios. Ambos registros aparecen maravillosamente
traspapelados en la serie. Recordemos solamente el motivo
popular de la noche de brujas, presentado en intertexto
"cinematográfico" con el cuervo de Poe; el pacto fáustico mediante
el que Bart vende su almita a Milhaus; la persecución de Homero a
Bart en idéntico travelling al de Educando a Arizona. Se suele decir
que uno de los placeres de la lectura es el provocado por la le-
gibilidad del intertexto. Esta operación de lectura construye por lo
menos dos tipos de lectores: el que lee las pistas del texto y el que
no; la intertextualidad convoca así a una implicación subjetiva con
el texto.
En relación con los aspectos narrativos, menciono dos: el
carácter no lineal de la narración y la proliferación de las rupturas
temporales, asociada al primero. El procedimiento narrativo básico
de LS es el de una historia contada en (por lo menos) paralelo con
otra. Mucho se podrá decir de la ausencia de linealidad de la
historia; para no abundar en la saturación de sentido, dejo las
asociaciones pertinentes en manos del lector. Señalo un aspecto
quizás banal, y es que ese mecanismo narrativo da paso a una
complejidad textual ausente en los relatos infantiles clásicos y que,
por supuesto, demanda mayor esfuerzo interpretativo que el relato
lineal. La misma observación vale para considerar las rupturas
temporales: anticipaciones y retrospecciones producidas
magistralmente por medio del artificio del flash back y el flash
forward cinematográficos. De nuevo la intertextualidad, pero esta
vez con los recursos semióticos del lenguaje del cine, de nuevo la
apelación a competencias más complejas para el público infantil.

Partimos ahora de la noción de polifonía. Nombramos así las


relaciones entre distintas voces –caso de haberlas- en un texto. La
relación entre las voces (los discursos) plantea en LS la
problemática del estatuto del saber, de la verdad y de la autoridad,
enunciada siempre en tono humorístico. La historieta hace hablar a
una multiplicidad de discursos por boca de sus personajes: la ética
protestante, el consumo, el feminismo, la autoayuda, el discurso del
capitalista, etc., son los más frecuentes. Cada situación dramática
hace hablar a las distintas instituciones: Springfield reúne en una
especie de caleidoscopio a todas las instituciones posmodernas;
todas están presentes, y lo curioso es que en un concierto de
matices.

Un procedimiento básico del modo en que operan las voces es


la refutación narrativa del enunciado de los personajes: un primer
plano presenta al dueño del supermercado (un inmigrante indú) que
se alegra porque Marge, que le robó una botella de whisky, va
presa: “Ahora vamos a estar más seguros”, sentencia.
Inmediatamente, un plano más general muestra un remolque
enorme que se lleva el negocio del supermercado completo: la
enunciación refuta el enunciado. Lo interesante es que desde la
trama narrativa se produce el cuestionamiento de la sanción
institucional: la precaria tranquilidad del indú se ve burlada por el
relato. La operación adquiere el estatuto de crítica práctica de los
enunciados. El porte del camión, remolcador carga aún más las
tintas sobre la burla.

Este verdadero procedimiento de refutación es una operación


decisiva en la modalidad de presentación de las voces; los
procedimientos narrativos (la voz y la mirada que narran la historia):
son los encargados de ubicar, valorar y "enjuiciar" las otras voces.
Hay realmente un juego de polifonía porque el relato organiza
relaciones y posiciones entre las distintas voces. Y, como es la
enunciación narrativa la que compone, no hay cierre ideológico del
sentido; es decir, ningún discurso posee a priori el saber sobre la
situación. Es la diferencia entre la enunciación que compone voces
y la enunciación que compone personajes. Es por este lado por
donde hay que ver también la obstinada negativa del relato a que
los personajes se constituyan en héroes: su subjetividad resulta del
encuentro con los otros, no tienen un papel fijo.
Ahora, en la medida en que no hay héroes, todos los
personajes están expuestos a la imbecilidad; aunque tienen
también la posibilidad de la lucidez. Precisamente, porque la
lucidez es una especie de efecto situacional de un discurso: Lisa
puede contener a Bart y maltratarlo; Homero puede desafiar a su
hijo pero también defenderlo y protegerlo, etc. La inteligencia es un
efecto de enunciación, del modo en que el relato hace intervenir las
voces, y en esas operaciones el uso de los recursos cinematográ-
ficos es decisivo.
La crítica a las instituciones (y a lo instituido) es eminentemente
práctica; va por la vía del absurdo, de la burla, de la inversión del
estereotipo de los géneros. La crítica es la burla de los enunciados
con las operaciones de la enunciación. Esta resistencia a constituir
a los personajes en héroes pone otra vez de manifiesto la distancia
de LS con las convenciones de los géneros infantiles tradicionales.
Para terminar, lo que dijimos acerca de la tópica del "final feliz"
vale como ilustración del modo en que la serie trabaja los
estereotipos de los géneros masivos: inversión, trabajo en el borde,
desmentida del enunciado por la enunciación y mutación del héroe
en una voz son los procedimientos claves de la retórica de Los
Simpsons. Con ellos se produce un nuevo lector que, como figura
ubicua del texto, disuelve el clásico receptor infantil de los dibujos
animados modernos.
GLOSAS MARGINALES AL ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN
DE LA NIÑEZ

Ignacio Lewkowicz
1. Un individuo tiene un libro en sus manos. Se dispone a
leerlo. ¿Es ya un lector? No nos apresuremos a suponerlo. Es un
buen inicio, admitamos, pero admitamos también que sólo se trata
de un inicio. El hecho de tener un libro entre sus manos no basta
para hacer de su propietario un lector. A la vez, el hecho de que
una cosa con letras esté ante unos ojos no basta para hacer de la
cosa un libro. ¿Qué es lo que hace falta? Es preciso que el
movimiento del texto produzca su lector. Es preciso que el lector
constituya al libro.
2. Se ha leído un libro. El lector, si se ha producido, no espera
unas observaciones que proporcionen los términos que, faltantes en
la investigación, le daban secretamente consistencia: una garantía
epistemológica, un relato cronológico, un contexto teórico, un
aparato crítico erudito discretamente eludido en la presentación de
la investigación. El lector, si se ha producido, no espera los
elementos que faciliten un juicio epistemológico sobre la investiga-
ción, en términos de verdadero/falso, irreprochable/reprochable. El
lector ha leído una intervención; ha sido interpelado o solicitado por
dicha intervención: quiere continuar, obtener consecuencias,
herramientas, esquemas, ilustraciones, objeciones productivas;
quiere proponer ideas, tesis, rectificaciones estratégicas.
3. La serie de observaciones que sigue intenta mantener esa
relación activa de fidelidad con las tesis presentadas en el Ensayo
sobre la destitución de la niñez.
4. La anotación de un texto puede tener varios modelos. Las
notas que siguen bien pueden considerarse como otras tantas
ventanas de hipertexto en conexión con el texto principal. Si el
soporte no fuera nuestro venerable libro sino informático,
constituirían otras tantas ventanas que, en el texto de la pantalla
inicial, se podrían abrir sobre las palabras subrayadas. En la forma
que aquí se presenta, podrán leerse como anexos, como notas a
pie de página en tanto excesivas o tal vez como ventanas. Esto, si
se pretende ingresar en el estatuto contemporáneo del texto. Si se
quisiera regresar a otra situación, bien podrían considerarse cómo
marginalia, o quizá como anotaciones que pasan a formar parte del
texto.
5. Habrá además otros modelos históricos de relación entre
un texto y otro que encuentra en el primero sus inferencias. Pero en
este caso lo decisivo es comprender el tipo de conexión que se
establece entre ambos. O al menos desechar la tentación
espontánea de establecer entre ambos una relación jerárquica.
Según la supuesta jerarquía espontánea, el segundo, por referirse
al primero, transcurre en un nivel superior, en un nivel lógico meta.
Los privilegios epistemológicos envían el primero a la posición de
objeto; el segundo (meta) a posición de "conocimiento del objeto".
El segundo, entonces, detenta la verdad del primero, según la
concepción contemplativa de la actividad teórica.
6. Pero, como el Ensayo constituye una intervención en un
campo discursivo, el segundo texto se conecta con el primero en
una relación, en principio, de solidaridad estratégica. Como el
campo de intervención no es homogéneo y tampoco lo es la
intervención misma, el contacto efectivo que establece suscita
diversos efectos prácticos de sentido. La solidaridad estratégica
aquí consiste sólo en intervenir anticipadamente sobre algunos de
los efectos que pueden haberse suscitado en la lectura del Ensayo.
7. Si hay algo de cierto en las consecuencias que la
transformación en los soportes informáticos supone sobre las
prácticas de lectura, una de las ventajas del hipertexto por sobre el
texto-libro es que no prescribe un recorrido fijo sino que queda
armado por la voluntad activa de la lectura. Los autores de los
fragmentos proponen un horizonte de posibilidades. Pero la
efectividad de la lectura depende de las operaciones del lector. Si la
unidad material del libro supone una unidad de sentido —o una
pelea contra la unidad de sentido—, la virtualidad hipertextual
aspira a una actividad de lectura que esté guiada no sólo por
vocación turística. Estas observaciones constituyen, en esa línea,
puntos de deriva posibles para la estrategia de intervención del
Ensayo.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE EL GÉNERO INTERVENCIÓN

1. El estatuto actual de las ciencias sociales es más que


problemático. No sólo parece vacilar la aspiración científica
que caracterizó sus comienzos sino también la relación
práctica que las diversas disciplinas habían establecido con
las situaciones sociales en las que se habían constituido. Ni
ciencias, ni sociales, las ciencias sociales corren el riesgo
bastante serio de transformarse en disciplinas estrictamente
universitarias. En tal caso, sólo serían disciplinas cuyo arco
de azote es el propio dispositivo universitario: un círculo
cerrado cuya actividad fundamental es la reproducción —en
lo posible, ampliada— de su propio trazado.
2. Los Estados nacionales habían establecido unas condiciones
tales para la actividad estatal y política que la producción
teórica en términos de conocimiento parecía la única capaz
de transformar las situaciones según parámetros racionales.
El conocimiento de las situaciones proveía la inteligencia
capaz de establecer los diagnósticos y los cursos de acción
pertinentes sobre las realidades sociales. La realidad efectiva
de esos Estados nacionales se ha desfondado y con ella se
ha desvanecido la serie de condiciones que disponían al
conocimiento de las ciencias sociales como una herramienta
posible. El conocimiento sobre las situaciones contaba con
canales capaces de hacerlo operar en las situaciones. O al
menos eso se creía; y, al creerse, operaba. Sin ese
andamiaje, las ciencias sociales constituyen el camino más
corto entre la beca y la denuncia.
3. Pero el zócalo habitual se ha desvanecido y las disciplinas de
hecho cambian. Lo busquen o no, la efectividad de la
transformación del mundo práctico que las constituye las
transforma en otra cosa; —incluso si perseveran en sus
hábitos fuera de las circunstancias que los determinaron. Sin
transformación deliberada, las disciplinas sociales ingresan
de hecho en la lógica de la oposición entre el dogma y la
moda. Pero se abre otra posibilidad. No hay transformación
de las situaciones sin transformación de fas estrategias, las
herramientas y los agentes de la transformación. No es
posible transformar sin transformarse. Si las disciplinas
sociales perseveran en la antigua voluntad de inscribirse
críticamente en las situaciones sociales qué las constituyen,
sólo pueden trabajar si se transforman. Pero, a la vez, sólo
pueden transformarse en conexión con la situación en la que
intervienen. En conexión de trabajo con el síntoma de una
situación, los discursos de intervención encuentran también
sus propios obstáculos y con ellos la posibilidad de su
transformación.
4. Así, la implicación de las disciplinas sociales en diversas
situaciones no es un acto voluntario de solidaridad bondadosa
con aquellos que la necesitan. Responde, por el contrario, a
una necesidad interna para pensar la situación que las
constituye. Un agente de estos discursos no se implica en
otra situación para comprenderla, entrar en sintonía o
colaborar con eso: no se trata de una empatía emocional
metodológicamente requerida. El agente dé intervención
permanece, a pesar de las evidencias en contra, implicado en
la situación de partida, que es la de su discurso disciplinario.
5. Los problemas que imperceptiblemente lo aquejan en la situación
de la que procede se manifiestan también en la que intervienen.
¿Por qué iría el agente de una disciplina a intervenir en la situación
que interviene? Las dos posibilidades espontáneas (mercenario o
santo) no ofrecen más que falsas rutas; morales o inmorales. El
tipo va porque está implicado ¿Por qué está implicado y va? Está
implicado porque está tomado por un problema en su situación de
partida. En esa situación de partida el problema que lo captura no
es resoluble, ni siquiera formulable. Concurre donde concurre
porque se siente convocado. ¿Cómo es que se siente convocado?
Intuye, de algún modo secreto a priori que en la situación que
convoca su intervención se juega algo de su problema, pero en
una configuración en la cual ese problema puede especificarse,
formularse, plantearse, y en el mejor de los casos, resolverse. Por
eso esa situación en la que opera no es meramente exterior a la de
partida. Está en el punto de intrincación interior/exterior: el vacío
propio de una configuración discursiva. La situación sobre la que
interviene es un subconjunto de su conjunto "actualidad". Las
situaciones analizadas, subconjunto de la situación desde la cual
aparentemente se analiza a la otra, son sitios de pensamiento para
problemas específicos informulables en la presentación
espontánea de la situación de partida. Hay dos subconjuntos de la
situación de partida o actualidad. Las lógicas de uno y otro son
heterogéneas. Por eso es posible ver en la lógica de uno (campo
de intervención) lo que era imperceptible en la lógica del de partida.
Así, el campo de intervención tiene una diferencia y una
homogeneidad con el dominio de partida. La diferencia es neta: en
una situación (subconjunto) es visible algo invisible en la otra. La
homogeneidad es precisamente ésa: lo invisible en una se genera
en otra (mediante la intervención misma) como visible, pero el
problema existente en una y otra, visible o invisible, es el mismo.
Compartir el problema no es una actitud voluntaria sino un hecho
estructural. Esa conexión problemática hace que las disciplinas
sociales puedan operar como disciplinas de pensamiento sobre la
propia situación actual.
6. El Ensayo trabaja en torno de una mutación severa. Los Estados
nacionales han devenido Estados técnico-administrativos. La
arquitectura práctica del universo de discurso nacional se ha
deshecho. Algunas de sus instituciones están sometidas al proceso
práctico de destitución: se ha desmoronado el zócalo que las volvía
posibles. Ese zócalo tiene la misma naturaleza que el zócalo sobre
el que se han constituido los discursos de las ciencias sociales. LA
mutación, pensable en el campo de la destitución de la niñez,
vuelve también pensable el proceso de destitución de las
disciplinas de conocimiento de los sistemas sociales. Por
implicación, la destitución de la niñez proporciona imágenes,
esquemas, herramientas y problemas sobre la destitución de las
ciencias sociales. La transformación del niño moderno, producto y
soporte subjetivo de la institución infancia, genera pistas para
comprender la transformación de científicos en universitarios; y
también por la destitución de la figura del intelectual en nombre del
posgraduado.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE LA ESTRATEGIA GENERAL Y LA


DINÁMICA DE LA INTERPRETACIÓN

1. El Ensayo es una intervención específica en torno de los


síntomas actuales de la institución infancia; pero a la vez constituye
una situación específica de trabajo para una estrategia general.
Esta estrategia general surge de la conexión inmanente entre una
serie de problemas prácticos que se presentan en las instituciones
de tratamiento de la infancia y unos esquemas que intentan pensar
ese tipo de dificultades prácticas como efecto de diversos desa-
coples discursivos. Estos desacoples sé producen en las distintas
situaciones sociales cuando se altera el sustrato discursivo
supuesto (o impensado) por la operatoria de un discurso, un
dispositivo o una institución. La situación ha sido alterada en su
naturaleza por la mutación imperceptible de alguna de sus
condiciones discursivas mudas. Distintas configuraciones
sintomáticas vienen a indicar que entonces allí está trabajando un
problema. Pero la dificultad específica consiste en que el problema
no puede ser formulado por el conjunto de esquemas, ideas,
referencias y metáforas propias del discurso que está padeciendo
los efectos secretos de dicha alteración.
2. Esta serie de fenómenos habla de una historización
específica de los dispositivos que manifiestan los obstáculos y
entorpecimientos. El discurso se historiza cuando toma cuenta de
las transformaciones que han ocurrido en el sustrato discursivo;
pero con ello no basta. Pues es preciso también que elabore toda
una serie de transformaciones en su propia operatoria. Pero esta
serie de transformaciones no se reduce al simple agregado de un
término. La organización se había montado en base a unas
condiciones imperceptibles que sólo se han manifestado en el acto
de ausentarse. Las nuevas condiciones en el sustrato rebelde
revelan implacablemente puntos ciegos de la organización hasta
entonces eficaz. Pero, si esos términos que ahora se presentan
como obstáculo real habían estado radicalmente excluidos del
horizonte en que se ha constituido el discurso hoy problemático, su
presentación actual exige alteraciones cualitativas. El discurso para
el que han emergido como punto real se encuentra con su
imposible situacional específico. No se trata sólo de un nuevo
término antes inexistente; se trata, más profundamente, de la
presentación de un imposible. Los axiomas que hasta aquí habían
impulsado el proceso se convierten en obstáculos para el proceso
mismo. Una alteración en el campo de los axiomas no puede
considerarse como un agregado de un término faltante sino como
alteración. El discurso se altera, deviene otro que sí. Aquí tiene
sentido hablar de historización. El pensamiento de las mutación .de
las condiciones ha revelado un imposible finalmente posibilitado; ha
decidido la existencia de un término antes imposible; el universo de
discurso se ha alterado en su estructura. La intervención sobre el
zócalo discursivo alterado tiene efectos de historización.
3. El nuevo término y sus consecuencias para la situación
específica .en que un discurso se encuentra ante sus impasses,
naturalmente, no se deducen de la percepción de las mutaciones
del zócalo. Corresponde a la institución o el discurso en
cuestión nominar el término emergente, así como obtener las
consecuencias fieles de esa nominación. En la situación específica
sobre la que trabaja el ensayo, los agentes de las instituciones y
discursos que trabajan en torno de la Infancia —y que encuentran
dificultades para proseguir con el conjunto de hábitos y referencias
establecidos— han de hallar las consecuencias,, que acarrea ¡a
destitución de la niñez.
4. Según la relación de implicación que ha sido tratada en
otra observación, la mutación del sustrato discursivo acarrea
consecuencias sobre las disciplinas sociales que lo analizan.
Algunos fragmentos del Ensayo y algunas de estas Observaciones
pueden ser considerados como la obtención de algunas
consecuencias para las disciplinas convocadas en el análisis. La
mutación de las realidades discursivas involucra también la
mutación de los instrumentos de pensamiento implicados en el
proceso. No hay cambio de las realidades sin cambio en la realidad
de los esquemas de pensamiento que forman parte de esa
realidad. Las herramientas puestas en juego para el Ensayo han si-
do elaboradas para la intervención misma: no estaban
preconstituidas en una consistencia teórica aparte, dispuesta para
ser aplicada. Si las herramientas han ido forjándose en el
transcurso de la intervención (y ésa es la médula de la intervención
para los discursos convocados), se comprende que haya
inestabilidades teóricas, vacilaciones terminológicas, homonimias
abruptas y sinonimias visibles (por ejemplo, en torno de los
términos niñez, infancia, cachorro; o en torno de los. términos
síntoma, real, interpretación; o de los términos institución, discurso,
práctica). Pero esta comprensión no es un acto piadoso que
permite algo indebido por las circunstancias atenuantes. El pará-
metro de validez no es la consistencia teórica del sistema sino la
eficacia situacional de pensamiento.
5. La intervención se diferencia del sistema en su
tratamiento del resto. La intervención es una operación con resto.
La presencia del resto —resultante de la intervención— es el
indicador de que lo que ha acontecido fue efectivamente una
intervención y no una reproducción o revelación de lo real en sí.
Ese resto —o exceso— producido por la intervención es a su vez
terreno de intervención.
En una interpretación sobre un síntoma el que habla está tomado
por eso de lo que habla. Oscila entre la posición de síntoma y de
analista. La autocrítica es así la detección de los puntos en que, en
la interpretación del síntoma, interviene el síntoma como
supuestamente intérprete. La interpretación así también es
interpretable. Como el intérprete está también tocado por el
síntoma que interpreta, necesita de una nueva intervención que
deslinde lo sintomático de la primera interpretación. Así aparece un
aspecto decisivo de la intervención: el carácter activo del que
escucha, o del que lee. Una intervención postula activamente al
otro, en la medida en que lo necesita estructuralmente para escindir
lo interpretativo de lo sintomático de la propia intervención. Ahora
bien, eso ocurre sólo si el que escucha ha sido tocado por la
intervención.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE LAS CIENCIAS SOCIALES Y LAS


MODAS TEÓRICAS

1. En las actuales condiciones de trabajo, las ciencias sociales


sufren un proceso de desorientación generalizada. La
desorientación no atañe sólo a los agentes de las disciplinas
sino también a las teorías mismas. Sin puntos problemáticos
de intervención, sin dispositivos efectivos de conexión con las
situaciones de las que se tratan, la indiferencia ataca a las
doctrinas que circulan en los medios académicos.
2. La lógica de selección de las teorías parece una vorágine sin
ley, autónoma en sus movimientos sorpresivos. La vorágine,
la hiperproducción teórica, pasa según el impulso de la moda
para anular su efecto. Dicen que este es el vacío propio de los
noventa: todo irrumpe para transformarse en nada. Del
movimiento de irrupción y retirada parece que nada queda:
una nostalgia más, una esperanza más, una decepción más.
Pero estas esperanzas, decepciones y nostalgias ya no tienen
la sorpresa de una apuesta sino la certeza de una fatalidad.
3. La lógica de la moda es implacable: renovación sistemática
del material distintivo. Sin implicación práctica ni subjetiva, las
teorías funcionan como emblema de grupo. Una nueva moda
no viene a inaugurar una experiencia: viene a sustituir a las
modas anteriores. La lógica no es la lógica de la serie, la
sucesión, la interacción, el proceso, la historia o como prefiera
llamar a esa imbricación temporal: es la lógica de las
sustituciones sin resto. Las teorías no marcan ni son
marcadas por el campo.
4. Las teorías funcionan como emblemas de grupos para
diferenciar los grupos en ocasiones particulares, que pueden durar
horriblemente. Cuando los grupos de intelectuales –el término es
abusivo precisamente para esas circunstancias- no pueden
diferenciarse por sus prácticas, sus implicaciones, sus apuestas,
sus producciones, se diferencian por sus emblemas. "Estamos
bajo esta otra bandera: evidentemente nosotros no somos ellos",
pero sólo ‘evidentemente’.
5. Donde no hay diferencias reales de implicación práctica y
subjetiva, sólo hay diferencias imaginarias. Sin implicación
práctica de una teoría, sólo hay el juego .especulativo., que
compara consistencias, sin punto ¿real de anclaje para
discriminar. Se trata sólo de ver cuál teoría opina más lejos. De
lo real, sólo se escucha la risa.
6. Las diversas teorías sociales aspiran a dar cuenta de
diversos aspectos de lo social. Pero también aspiran a dar
cuenta de sí mismas. Ahora bien, si dar cuenta significa posibilidad
de modificación de la posición subjetiva, para cada teoría tiene que
advenir un real, un campo de intervención, un punto de
implicación, un afuera interior en que se ponga a prueba o, mejor,
se produzca su capacidad de operación. Si no hay otro de la teoría,
todo es parte de la teoría: no salimos de su galería interna… Y
en esas condiciones, en términos prácticos, cualquier teoría se
convierte en doctrina; y las distintas doctrinas valen lo mismo. Se
abre entonces uta tedioso debate sobre las formas de legitimación
interna de estas doctrinas.
7. En nombre de una supuesta modernidad construida ad
hoc, se convoca al rigor epistemológico para que no todo valga lo
mismo. En nombre de una posmodernidad simétrica, se rechaza
por dogmática la doctrina epistemológica para adoptar la doctrina
estetizante del gusto. Pero tampoco puede evitarse que las
diferentes técnicas de legitimación (para que no todo valga: lo
mismo) valgan, a su turno, lo mismo. Pues los mismos criterios
puestos para legitimar las teorías aparecen a la hora de legitimar
las técnicas de legitimación. Sólo el apunto de implicación es el
que por sí propio selecciona los términos pertinentes.
8. Sin algún exterior, sin algún punto de alteridad que
funcione como causa, no hay punto respecto de! cual valuar la
capacidad de las doctrinas, Lo único que ordena y jerarquiza las
teorías y sus conceptos es su función de herramienta, de operador
clínico, de transformador del mundo, en un campo práctico de
implicación. La epistemología dura —que consiste en confundir
rigor con rigidez— y la epistemología blanda—que simétricamente
retoriza las preferencias del gusto—ordenan imaginariamente los
méritos.
9. Las orientaciones posibles en este campo han quedado
establecidas hace tiempo: “Los filósofos han interpretado el mundo,
de distintas maneras; pero de lo que se traía es de transformarlo."
Entiéndase bien. Se llama filosófico al discurso que consiste en
interpretar el mundo de diversas maneras: este mundo, aquel
mundo, este fragmento, aquella parte, esa región. Pues se trata de
transformar cualquier mundo dado, sus supuestos fragmentos o
regiones. O, en otros términos, de transformar las situaciones. Las
disciplinas sociales se orientan hacia la consistencia filosófica (dura
o light) o se orientan hacia la transformación práctica. En el primer
camino, transcurren imaginariamente en otro “nivel” —el nivel del
conocimiento— que el de las situaciones. Discurren sobre las
situaciones. En el segundo, operan en el mismo terreno sobre el
que supuestamente discurren. La relación no es de aplicación' sirio
de implicación.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE LA DESTITUCIÓN


METADISCURSIVA DE LA INFANCIA
1. La lectura del Ensayo puede suscitar una pregunta in-
sidiosa. ¿La destitución mediática de la niñez es una re-
presentación mediática de una realidad independiente de la
representación o se trata de una subjetividad instituida? La
respuesta del Ensayo es firme y problemática. Por un lado, el
DMM representa; por otro presenta, o instituye; o destituye. El
problema se vincula con el carácter discursivo de la
representación mediática.
2. Partimos del hecho de que el DMM es un discurso. Se
trata del discurso que en la situación en la que interviene el
Ensayo se eleva al rango de metadiscurso. Como cualquier
discurso, el massmediático pone en circulación unos
enunciados a partir de unas prácticas de enunciación. Como
cualquier discurso, la visibilidad del enunciado puesto a
circular torna invisibles las prácticas de enunciación. Como las
prácticas de enunciación no se reducen a las de emisión sino
que están en conexión interna con las de recepción, lo que se
calla en el discurso massmediático son las prácticas de
emisión y recepción.
3. Las prácticas de emisión que definen la posición de
metadiscurso —aparte de los procedimientos específicos del
DMM— son claras: prácticas de representación de otras
prácticas. Las prácticas representadas son otras por el hecho
de ser representadas, la enunciación propia queda abolida por
integración en los procedimientos enunciativos propios de las
estrategias de representación.
El enunciado se traslada. Su sentido es sustancialmente otro
porque el sentido es la enunciación, y esta enunciación es
otra, porque es la propia del metadiscurso.
4. La invisibilidad de los procedimientos determina la invisibilidad
de los efectos de esos procedimientos. Esta invisibilidad transcurre
tanto en la emisión como en la recepción. Las prácticas de
recepción son imperceptibles ante la evidencia del enunciado
recibido. Pero la acogida de ese enunciado sólo puede darse si el
receptor realiza determinadas operaciones inducidas por el discurso
que lo dispone como receptor y del que forma parte. Y, si definimos
como subjetividad propia de un discurso a la serie de operaciones
requeridas para habitarlo, entonces la subjetividad producida por la
pertenencia al universo hegemonizado por el DMM permanece
secreta y eficaz.
5. El discurso se funda en la escisión entre los enunciados
perceptibles y las prácticas de enunciación silenciadas tras la voz
del enunciado. En términos situacionales y subjetivos., el sentido de
esos enunciados es precisamente la fuerza silenciosa que,
reprimida, los sostiene. Lo que mediante el discurso se dice
encubre lo que el discurso hace. La eficacia del hacer se acalla en
el ruido monótono del decir. El DMM, en lo que dice, calla lo que
hace. No es mala fe: es puro efecto de estructura.
6. El DMM, en el plano de los enunciados, representa una
niñez exterior e independiente de él. Ya se vio en el Ensayo que la
delimitación de un exterior es una operación propia del discurso
hegemónico que encubre su hegemonía postulando esos puntos
supuestamente independientes. Esa niñez que representa el DMM
puede ser tanto la modernamente instituida como la
contemporáneamente destituida. Pero lo cierto es que también, en
el plano de la enunciación, el DMM es una secreta práctica de
institución de niñez contemporánea; y destitución correlativa de la
niñez que los saberes modernos se han acostumbrado a confundir
con la infancia a secas.
7. La existencia masiva de los agentes del DMM induce ya la
sospecha de que el universo práctico en que se ha constituido la
niñez de la era de la burguesía se ha alterado sustancialmente. Las
horas consagradas a la lectura, escucha, visión y comentario del
DMM habla de una mutación del zócalo práctico de aquella niñez
tradicional. El hecho fuerte no es tanto qué se escucha, lee o mira,
sino que se escuche, lea o mire en las condiciones prácticas del
DMM.
9. El DMM puede tranquilamente imaginar que representa;
puede, con la misma tranquilidad, ignorar que instituye. La infancia
actual es una entidad mediática; 1o cual no significa que sea
meramente representada, sino que también es instituida por las
prácticas massmediáticas.
10. Puede que se convoque a los saberes constituidos en el
zócalo nacional; puede que se convoque a las opiniones
constituidas en la percepción de los fenómenos contemporáneos.
Esos saberes y opiniones serán representaciones propias del DMM.
La figura del panelista difiere por el mensaje; pero el “medio" obliga
a unos y otros a opinar. El medio obliga al receptor a opinar sobre
las opiniones. La subjetividad cuyo criterio de verdad es la opinión
se genera mediante estas prácticas y no mediante la propaganda
ideológica acerca ele las virtudes de la opinión. Esa infancia
endiablada con opiniones de adultos es efecto también de estas
prácticas; esa infancia que no juega —en la medida en que no
juega— es también tributaria de estas prácticas; esa infancia que
tan poco difiere en sus prácticas hogareñas de las de los adultos es
efecto de la subjetividad mediáticamente instituida como uniforme;
vale decir, admitiendo una casi infinita variedad de opiniones.
11. Los saberes acerca de la infancia, instituidos por los
discursos característicos de la era de la pedagogía moderna —con
su correlato psicoanalítico de divulgación—, parecen ser la
ideología dominante en el mundo de los enunciados mediáticos.
Esos saberes, constituidos en otro terreno, han perdido el zócalo
presentativo que los autorizaba como eficaces. La representación
sin presentación es una condición sumamente eficaz para transitar
fluidamente en el espacio de la opinión. El campo de enunciados
del DMM transita entre los antiguos saberes y las nuevas imágenes
de la infancia.
12. El DMM parece emprender con renovada potencia la tarea
pedagógica de divulgación de los saberes modernos. Parece estar
al servicio de aquella infancia y sus especialistas. Pero ese decir es
necesario para que su hacer quede encubierto incluso para los
propios agentes. Con sólo representar al saber moderno,
transforma ese. saber en mera representación; pero lo Ignoran
unos y otros'(imaginariamente: conductores y panelistas). El DMM, a
través de sus agentes propios o de los tornados de otros discursos
en él representados, dice cosas acerca de los niños; pero al
decirlas los hace sujetitos de opinión, consumo, imagen.
Discurriendo así acerca del padre y el hijo, instaura de hecho la
figura del consumidor padre y el consumidor hijo, cuyas diferencias
generacionales ya no respetan el abismo de la institución moderna.
Las relaciones no giran en torno del saber y la ley sino en torno de
la información y el poder. Se trata, por ejemplo, del poder de
decisión de las compras, mediante la posesión contemporánea de
la información precisa por los niños, en lugar del impreciso saber
genérico de los padres. En términos del discurso moderno sobre la
defensa de los niños, esto puede llamarse mediáticamente
"democratización de las relaciones familiares", pero el suelo
práctico es realmente otro. Esta operatoria mediante la cual se
convoca a los antiguos saberes para que realicen su apelación
ritual al retorno de un pasado supuestamente normal es la carac-
terística de los discursos restauradores. El retorno es una
operación acaso posible en el espacio, pero imposible en el
devenir. La ficción del retorno encubre la destitución de las
condiciones que hacían posible eso a donde se pretende retornar.
13. El Ensayo toma síntomas de destitución de distinta raigambre.
Hay prácticas que se presentan sin estar representadas (por
ejemplo, la operatoria enunciativa del discurso massmediático, pero
no es la única); hay representaciones que han perdido su umbral
práctico de referencia. Las primeras constituyen singularidades
efectivas; las segundas, excrecencias meramente enunciadas.
Como síntomas son distintos; pero conducen al mismo punto: el
agotamiento de ¡as prácticas de institución de la niñez moderna; la
emergencia secreta de prácticas de destitución de aquella niñez y
que inducen algunos rasgos subjetivos alterados. Pero de la
destitución no se deduce la novedad: no estamos ante una
sustitución de un término agotado por otro ya consolidado.
TRES OBSERVACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE INFANCIA

PRIMER OBSERVACIÓN: terminología (cría, niño, infancia, etc.)

En el transcurso del Ensayo y las presentes observaciones, es


claramente señalable una inestabilidad terminológica en torno del
término infancia. A veces el término designa una institución,
específica, característica de la familia- nuclear burguesa, en el seno
de los Estados nacionales, destinada a la producción genérica de
ciudadanos. Pero otras veces parece designar una entidad real, no
instituida socialmente, que transcurre permanente por debajo de las
diversas instituciones sociales que se montan sobre ella. Así se
puede llamar niños tanto a los modernos pequeños habitantes de la
escuela y la familia como a los diversos pequeños biológicamente
atestiguables en sociedades muy diversas y distantes. Así, también,
se puede llamar niños a los actuales sujetos producidos en la
destitución de la infancia moderna; correlativamente, puede también
llamarse infancia —como sustantivo que espera un adjetivo— al
conjunto de individuos que no han traspasado cierto umbral
biológico en las distintas situaciones histórico-sociales; también
puede llamarse infancia al modo en que las diversas sociedades
instituyen esos años entre el nacimiento y la transposición del
umbral que las sociedades consideran pertinente para ser aceptado
entre quienes reúnen los requisitos del concepto práctico de huma-
nidad propio de la situación en cuestión. No se intenta en esta
observación establecer una nomenclatura prolija que defina las
ambigüedades sino comprender un tanto más profundamente la
naturaleza de esas ambigüedades (que no son del Ensayo sino de
la realidad en la que interviene).
1. El problema consiste en la serie de dificultades para
nombrar la diferencia entre el soporte biológico y la institución
social que apoya sobre él. No es posible nombrar bajo rótulos
diferenciados por la naturaleza misma de la institución. Si la
institución cubre efectivamente el estrato real sobre el que apoya,
entonces no son entidades diferenciadas; si no cubre, como parece
ser el caso en la situación en que interviene el Ensayo, el estrato
biológico que le subyace, entonces ese estrato queda sin nombre

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para ser designado adecuadamente. Los nombres serán forzados,
sólo para indicar una diferencia que la institución hace
imperceptible. La destitución lo hace perceptible. Pero esa
percepción es engañosa: no presenta el desfasaje como estructural
sino sólo como "desviación" respecto de la naturaleza de las cosas.
Por otra parte, si la institución no cubre ese sustrato, no es por su
incapacidad sobre ese estrato sustancial específico sino porque
otras prácticas están moldeando ese estrato de modo tal que sus
efectos impiden la captura integral por parte de la institución tra-
dicional.
2. El desfasaje, entonces, no se da entre el estrato natural
sobre el que apoya la institución y la. institución- que apoya sobre
él. El desfasaje constatable tiene dos procedencias diferentes y
conjugadas. Por, un lado, como se verá en la observación acerca
de los mecanismos de institución y destitución de subjetividad,
cualquier tipo prácticamente instituido sobre carne y psiquis
humana produce Un plus irreductible a la institución misma. Se
trata del desfasaje entre la institución y. sus efectos pero no del
desfasaje supuesto entre una representación sociocultural de la
infancia y la realidad biológica que la subtiende. Por otro, el
desfasaje se produce cuando sobre la misma carne humana
indeterminada comienzan a operar prácticas distintas que la
moldean generando efectos irreductibles a la significación
establecida. Lo real de la infancia no es la resistencia de una base
biológica que no se deja domeñar por las significaciones sino que
resulta de un desacople en el plano sociocultural mismo. Si
llamamos materia prima para la infancia al cachorro humano,
tendremos que llamar real de la infancia al exceso práctico
socialmente producido respecto de la institución dada. En nuestro
caso, si las prácticas modernas instituyen infancia sobre la cría, las
prácticas contemporáneas no sabemos qué instituyen, pero sí
sabemos que destituyen las condiciones necesarias para dicha
infancia: están en posición de real para la infancia moderna pero

— 174 —
aún no han instituido su realidad específica. Podría convenir en
llamarse materia prima de la infancia a 1a realidad -biológica
indeterminada como humana-, realidad de la infancia a la institución
eficaz que determina a su materia prima, y real de la infancia a las
prácticas que intervienen sobre la materia prima —o sobre el
exceso producido por la realidad de la infancia— destituyendo las
condiciones de posibilidad de la institución pero sin instituir una
subjetividad substitutiva.
3. De esta complejidad efectiva deriva el fenómeno de
incómoda homonímia en torno del término infancia. Pero no es
todo. Pues por otra parte es preciso considerar que la relación entre
las significaciones prácticas instituidas sobre el- estrato biológico y
la carne sobre la que inciden es una relación de determinación. Ese
sustrato no es una serie de determinaciones sobre las que se
articulan representaciones que más o menos se le adecúan; en una
serie cíe condiciones con severas indeterminaciones que se de-
terminan por la vía práctica en la institución específica que una.
sociedad específica hace de eso. Motivo por el cual la subjetividad
instituida no establece una idea sobre la cosa sino 1a naturaleza
misma de la cosa.
4. Cuando en el Ensayo se habla del cachorro humano, quizá
el término sea un tanto abusivo. Pero no por el lado de cachorro
sino por el lado de humano. La especie no es humana sino
sapiens. El cachorro no tiene en potencia la humanidad, que le es
instituida según las prácticas establecidas como pertinentes para el
concepto de humanidad instituido en la situación de referencia.
Juan Vasen designa como cría a ese recién nacido sin estatuto
humano. Esa cría no constituye lo real de la institución social de la
infancia por dos motivos. Por un lado, porque respecto de las
diversas instituciones no estará en posición de real indoblegable
sino de materia prima maleable. Segundo, porque no es siempre
infancia lo que se instituye prácticamente para determinarlas. Pero,
entonces, ¿cómo llamar a esas diversas instituciones sociales que

— 175 —
determinan lo que fue la cría en losprimeros años? El nombre no
puede ser genérico sino específico. Y el nombre específico es el
que cada sociedad instituye. Las tentaciones son frecuentes:
parvulus, paidos, etc., parecen traducirse sin mayores dificultades,
pero con eso se pierde lo esencial. Lo que tienen de traducible
oscurece lo que tienen de intraducible.
Y lo que tienen de traducible son sólo los débiles parámetros
exteriores de localización que muy poco dicen sobre la naturaleza
de !a subjetividad instituida. Se puede considerar como corte
pertinente en común —eso que proporciona la materia traducible de
los términos— la edad. Pero cualquier corte por edades en el
continuum biológico de los años va a remitir a un corte simbólico
establecido como natural (de la naturaleza restringida de ese
discurso en particular) en condiciones muy locales. Distintas socie-
dades establecen cortes simbólicos como edades de la vida en
números de años muy disímiles. Y, por otra parte, el indicador de
los años como, parámetro reduce los primeros años a un soporte
material vacío sin cualidad que le proporcione una naturaleza. Eso
en común, que determinaría el umbral de esencia traducible, es
nada, es una pura red de condiciones indeterminadas. La
subjetividad infantil es la serie de operaciones físicas y mentales
que la cría es conducida a realizar mediante prácticas de crianza
para habitar los dispositivos sociales destinados a producirla,
custodiarla y promoverla al estatuto siguiente establecido por la
sociedad en cuestión.

SEGUNDA OBSERVACIÓN: LA INSTITUCIÓN


DIFERENCIAL DE LAS CRÍAS

1. Es conocida la lección de Legendre. 79 La experiencia


humana no es una rama de la zoología de los primates superiores;
la experiencia humana es irreductible a su infraestructura biológica.
De allí que no baste, para que haya sociedades y humanidad, con
producir carne humana: es preciso instituirla como tal. Pero
instituirla como humana dista de ser una trivialidad clasificatoria; no
alcanza con poner un cartelito indicativo de la pertenencia humana.
Pues, si las monocotiledóneas pueden tranquilamente ser

— 176 —
monocotiledóneas en la olímpica ignorancia de Linneo, nada de eso
ocurre con la carne humana si se aspira a que sea humana. Para
producirla como humana es preciso enorme esfuerzo, mediante el
cual las sociedades arrancan a las crías humanas ríe su animalidad
imposible.
2. La adopción, así, es un fenómeno absolutamente general,
coextensivo con las sociedades humanas. La sociedad entera
trabaja para adoptar en los cuadros, de su humanidad instituida a
ese nuevo eslabón de la cadena. Adoptarlo equivale a disponerlo
como hijo, que en sí guarda al futuro ciudadano, súbdito, soldado,,
o cordero.
3. Las diversas sociedades establecen distintos procedi-
mientos de humanización, procedimientos que inscriben al individuo
dentro de los cuadros sociales que serán, para él y los suyos, sus
soportes principales: La institución de humanidad se produce
mediante la inscripción de la carne humana en un cuadro
genealógico. Esa genealogía instituye los tres principios básicos
mediante los cuales la palabra humanizado. La genealogía
proporciona un principio de identidad (a partir del cual soy el que
soy), un principio de diferenciación subjetiva (mediante el cual no
me confundo con los otros ni confundo a los otros conmigo), un
principio de causalidad (mediante el cual soy el que soy y no me
confundo con otros porque fui engendrado por tales padres). No es
preciso esforzarse demasiado para ver aquí la matriz de los
principios lógicos de identidad, no contradicción y razón suficiente.
4. La cría humana no es de por sí niño; tal vez ni siquiera es
hijo. Es cría. De cría a hijo y de hijo a niño el pasaje fue efectivo
porque así lo han instituido prácticamente las prácticas modernas
burguesas. Para que haya niños y no meramente hijos o crías, fue
preciso que se hayan dado una serie de condiciones. Pero estas
condiciones se pueden reducir a una: separación y distinción de un
espacio para los niños. Ese espacio está destinado a constituir la
separación de dos mundos, a elaborar la separación y a preparar el

— 177 —
tránsito de un espacio a otro. Por eso el operador clave de ese
espacio es el juego. Pero el espacio del juego como tal sólo está
formalmente instituido en el mundo burgués de las familias y la
escolaridad. La delimitación de una percepción separada para el
niño (por ejemplo, el estudio de las proporciones de Durero), de
una ropa diferenciada que los simbolice como tales niños que
juegan (ropa juguetona y ropa de jugar), de unas prácticas
específicas (habitaciones, juguetes', cena y sueño, juegos y
escolarización) hace que el niño sea efectivamente niño. Por fuera
de la institución moderna, el concepto de niño resulta una
traducción engañosa que se desentiende de lo esencial.
5. Pues todas las delimitaciones modernas no constituyen el
reconocimiento de la verdadera naturaleza del niño, velada del
paleolítico inferior al Renacimiento, sino la institución específica de
la infancia por la distribución de unas series de prácticas
consustanciales con un período del régimen burgués de
producción, con la organización en Estados nacionales, etc. Pero
esa configuración laboral —que separaba el mundo de! trabajo del
mundo del niño— e institucional se está hoy deshaciendo. Los
soportes institucionales que hacían al niño (es decir, un humanito
que juega) se van ausentando de la escena. La serie de prácticas
que ahora despliegan los niños no coincide con lo que la institución
moderna de la infancia nos había acostumbrado a percibir y
esperar. ¿Esta mutación acarrea una destitución del espacio del
juego, de la niñez, etc.?
6. Prudentemente el Ensayo está lejos de profetizar: parece
disponerse a observar cuáles son las mutaciones específicas
producidas por los cambios de organización social en la
subjetividad de las crías. Lo cierto es que Ignoramos radicalmente
cuáles son las modalidades de infancia compatibles con el Estado
técnico-administrativo, con la privatización general de las vidas o
con el teleconsumidor como tipo subjetivo que sustituye al
ciudadano. El tipo de infancia no es deductible: hay que esperarlo
en las escenas en que realmente se manifiesta. Ya llamarlo infancia

— 178 —
es una especie de anacronismo inevitable.

TERCERA OBSERVACIÓN: DIFICULTADES


CONTEMPORÁNEAS DE INSTITUCIÓN

1. En términos generales, el modo de instituir las crías


depende del tipo subjetivo adulto del que se supone que constituye
su destino. Si los Estados nacionales requieren del tipo del
ciudadano, y si el ciudadano se define por su modo específico de
relación con la ley, el Estado nacional establece el dispositivo
familiar escolar de tal modo que los niños se organicen en torno de
los principios legales. Desde el punto de vista de la subjetividad
estatal requerida, la complejidad de la vida psíquica moderna
aparentemente originada en las organizaciones familiares es sólo
una delegación estatal tutelada para que las familias generen
individuos capaces de vivir en un estado de igualdad ante la ley.
2. Estas modalidades de institución de la infancia —la
humanidad temprana, para decir algo que vacíe de contenido un
poco más el nombre— que preparan para una vida adulta cuya
subjetividad opera como meta, caracterizan las sociedades que
tienen un modo particular de relación con la temporalidad. Si la
infancia es preparatoria y si la sociedad sabe cómo preparar a esos
niños, entonces esa sociedad funciona en base a una temporalidad
programable. No hay preparación sin certezas —reales o imagi-
narias— sobre el devenir ulterior. Se prepara a una cría para un
mundo que la espera con unas realidades fijas o con unos patrones
de cambio predictibles (por ejemplo, bajo el paradigma del
progreso). La temporalidad homogénea —fija o progresiva—
socialmente instituida fija los carriles por los. cuales la crianza
forjará las pautas subjetivas necesarias.
3. Pero ¿qué sucede si la temporalidad socialmente instituida
no pertenece al campo de la homogeneidad? ¿Qué sucede si,

— 179 —
como en nuestras formas sociales y doctrinas contemporáneas, el
devenir ha devenido aleatorio? El tiempo caótico, determinado por
la multiplicación de las velocidades de conexión y por la
multiplicación de los centros de decisión autónoma o en red, afirma
—quizá por vez primera, pero eso no significa nada— la positividad
de unas realidades cuya característica asumida es la
impredictibilidad. Las situaciones se nos presentan como autó-
nomas y no como parte integrante de un conjunto abarcador
llamado "la época”. La serie de situaciones parece carecer de un
ordenador secuencial que torne previsible el término siguiente.
4. Hasta aquí —y el Ensayo sigue funcionando en ese es-
quema—, era posible pensar en términos de subjetividad de época.
En la medida en que el tiempo socialmente instituido proveía una
serie razonable de pasos o secuencias —tanto para las vidas
individuales como para los procesos colectivos—, el conjunto de las
situaciones estaba —imaginaria, vale decir, eficazmente—
integrado en una totalidad de época. Los rasgos subjetivos
adquiridos en una -etapa de la vida e>"\n pertinentes para la
siguiente porque lo mismo se desplegaba bajo la forma del
progreso. El término siguiente estaba instituido como el despliegue
de lo que el anterior contenía en potencia. Pero nuestro devenir
contemporáneo postula que los ámbitos de restricción del azar se
han limitado severamente, que el futuro es una incógnita.
Consecuentemente, la preparación característica de la humanidad
temprana presenta un signo de interrogación y uno de perplejidad.
5. La multiplicidad dislocada de situaciones sustituye a la
serie armónica de la época. La. subjetividad pertinènte para
habitar una situación no proporciona recursos para la
siguiente pues se ignora explícitamente cuál es la siguiente.
La subjetividad no es de época sino de situación. Lo cual da
lugar a dos posibilidades. O bien, en la medida en que nada
se sabe según la temporalidad caótica instituida, para nada se

— 180 —
prepara a las crías —y la crianza consiste en esos pactos de
amistad y felicidad mutua en la instantaneidad de las
satisfacciones—, o bien se asume como un dato positivo que
la temporalidad previsible ha sido archivada. En tal caso, no
es que nada se sepa del futuro, sino que se sabe que diferirá
del presente, que el tiempo que han de vivir las crías actuales
en un futuro es un tiempo de sorpresa, imprevisible. Pero
entonces podrán ser preparadas porque se sabe lo esencial.
Si bien quizá todos los demás núcleos subjetivos
permanezcan indeterminados y abiertos (la relación con la ley
y los poderes, los criterios y procedimientos de producción de
verdad, los modos de determinación y asunción de la
responsabilidad), la relación con la temporalidad instituida
podrá ser determinada. Habitar la sorpresa y la imprevisión
requiere también de una preparación. ¿Qué discursos, qué
prácticas, qué dispositivos estarán a cargo de la tarea?

— 181 —
TRES OBSERVACIONES ACERCA DE LA CRÍTICA

PRIMERA OBSERVACIÓN: LAS ESTRATEGIAS DE LA


CRÍTICA

1. La crítica tiene su historia. También forman parte de esa


historia las diversas definiciones que pueda adoptar el término
"crítica"; e inclusive esa historia también se nutre de las
impugnaciones críticas que ha sufrido el término. Aquí se llama
critica a un campo difuso de fenómenos acaso heterogéneos pero
que tienen una característica común: están animados explícita o
secretamente por la tesis según la cual el pensamiento altera la
configuración de las situaciones, y la convicción concomitante de
que es ése el sentido y el destino del pensamiento.
2. La crítica tiene su historia, pero esa historia no es sólo una
historia epistemológica de modelos o paradigmas puestos en juego
en la tarea crítica. El devenir de las formas de la crítica depende
fundamentalmente de la eficacia que, en su cometido, van hallando
las distintas tácticas utilizadas. No importa aquí el hecho —sin
embargo, decisivo— de que las teorías críticas puedan ser ciegas al
motivo de su eficacia tanto corno al de su caída- en esterilidad. Lo
decisivo es que las condiciones que traman la historicidad de la
crítica suelen permanecer ocultas en la visibilidad extrema de la
vigencia o la impugnación epistemológica de modelos o
paradigmas. Más claro: si una teoría crítica cae en esterilidad,
probablemente no sea porque su modelo o paradigma haya sido
impugnado por alguna epistemología. Se trata, simplemente, de
que esa teoría no ha encontrado el modo de producir sus efectos
anhelados en el campo elegido. Pero la idea idealista de la crítica
seguramente atribuirá el impasse productivo a alguna falsación en
el modelo. Quizá se trate precisamente de lo contrario: la sucesión
de modelos epistemológicos de la crítica seguramente se deba a

— 182 —
impasses prácticos que, no asumidos en interioridad por la
rectificación epistemológica, gobiernan secretamente a distancia los
requerimientos para la nueva estrategia que se quiera activa.
3. Así, la historia más visible de la crítica se lee en el cambio
de modelos críticos. Por eso presento, en principio, un ejercicio un
tanto formal para caracterizar una serie de modelos críticos. Luego,
el movimiento se va a complejizar. Este ejercicio formal puede dar
alguna luz para describir los distintos modos de proceder en la
crítica. Pero la descripción deja en suspenso la explicación
(siempre sucede cuando se enumeran descripciones narrativamen-
te conectadas). La explicación se sitúa en otro terreno, fre-
cuentemente invisible en el movimiento que la crítica encara para
atravesarlo. La explicación de los cambios de paradigma —y de su
vigencia— depende de las condiciones efectivas de la capacidad
de intervención que tienen las estrategias críticas. Una estrategia
no se abandona por epistemológicamente superada; se supera
epistemológicamente por estar prácticamente agotada.
4. En el primer paso formal, puede ser útil un uso un tanto escolar
de un núcleo del pensamiento lacaniano. Las exégesis varían, pero
las letras RSI para Real, Simbólico, Imaginario constituyen una
marca inconfundible de tres registros heterogéneos. Esas tres
modalidades podrán caracterizar tres estrategias críticas diferentes.
Una estrategia crítica que toma su paradigma de I, una que lo toma
de S, otra que lo toma de R.
Sabemos —aunque no sepamos otra cosa— que R, S son
dimensiones de un nudo borromeo: cada anillo es a su vez R, S e
I. Esta distinción en rigor es puramente de énfasis; no son
entidades, estratos o niveles. En las tres estrategias hay S, hay R,
hay i. Una predomina.
5. La crítica consiste en remitir lo que en un plano que aparece
como totalidad evidente a otro plano que muestra que las cosas
eran de otro modo. Desde Platón, la estrategia de la crítica es la
remisión de la doxa a la episteme. La doxa es saber de lo que

— 183 —
aparece. En cambio, el valor de la episteme varía radicalmente de
estrategia en estrategia, según si la R, la So la I tienen valor
hegemónico.
6. Una primera estrategia que consiste en la remisión del
¿saber de lo que aparece a un saber de lo que no aparece pero es
más esencial. La primera estrategia crítica remite del imaginario
aparente a una parte de la realidad más real que la que se
presenta, con mayor intensidad ontológica. La apariencia es casi no
ser, la realidad esencial es la plenitud a el ser. Esa realidad esencial
está en sí determinada, especificada por sus propiedades, maligna
o torpemente encubierta por las falsas propiedades de la aparien-
cia. Podemos llamarla crítica sustancialista o positivista: es la
remisión —en el interior de lo real— de un estrato superficial a un
estrato más profundo. Es un positivismo de dos plantas cuya
operación es esa remisión de una parte degradada- a una más
esencial, pero sigue siendo una operación en el interior mismo de lo
real poblado de entidades por sí determinadas. La operación básica
de esta crítica sustancialista está guiada por la metáfora del funda-
mento, la metáfora de la profundidad, de todo lo que es de difícil
acceso. Se trata del primer umbral de la crítica, que opone a una
consistencia falsa una realidad verdadera, visible para quien pueda
y sepa verla. Este primer umbral es el que predomina prácticamente
—sin dominar en la ya reflexión sobre sí— en la espontaneidad
crítica que impugna una realidad por meramente falaz.
7. La segunda estrategia nace con el nombre de crítica.
También es una remisión de lo que aparece a otra instancia. Pero
en este caso la remisión de la doxa a la episteme es la remisión de
lo que aparece, lo imaginario, a un orden simbólico que lo posibilita.
Es la remisión de lo posibilitado a su condición de posibilidad. Ésa
es la crítica que abrumadoramente desarrolló el estructuralismo.
Nunca la estructura es la causa de lo que se presenta como
determinado pero constituye la red de condiciones determinadas
cuya operatoria permite la presentación de lo estructurado.

— 184 —
8. Ahora bien, estas dos primeras, la crítica estructura- lista y la
sustancialista, arraigan las dos en una ontología identitaria y
pueden funcionar como teoría crítica en la medida en que
distinguen siempre dos niveles: el primero, el que aparece y el
segundo, el que aparece para un ojo más claro. Las dos pueden
tener estatuto de teoría porque el ojo que ve más claro puede ver
ese segundo nivel escondido en la medida en que el segundo nivel
está tan estructurado como el primero. Es decir que la distinción
entre dos niveles termina sancionando la distinción entre teoría y
práctica. Cuando se sanciona la distinción entre teoría y práctica, es
que hay posibilidad de conocer teóricamente el nivel más esencial.
9. La tercera estrategia —si la primera era la remisión
imaginaria del presentado a un esencial escamoteado, pero
también presentado; si la segunda era la remisión del presentado a
las operaciones simbólicas que lo posibilitan— consiste en la
remisión del I a lo .real de las fuerzas que lo producen. Ya no es de
las operaciones cuya combinatoria produce ese imaginario, sino a
los poderes que se determinan produciendo realidad. Aquí la
remisión real es de la consistencia imaginaria a una inconsistencia
de base que se determina en los efectos de superficie. Se trata de
una operación indeterminada de remisión de una determinación
presentada a la indeterminación que la ha producido. El estatuto de
la crítica aquí no puede ser de teoría crítica sino de intervención
crítica. Porque sólo la intervención funciona en el mismo plano
práctico de inmanencia.
Se concibe que las fuerzas o los poderes sólo se determinan en su
ejercicio. Aquí, la crítica no remite a una entidad o una estructura
de condiciones: no hay una episteme determinada tras la doxa. La
remisión consiste en el acto de intervención y no en una episteme
obtenida.
10. Cuando la crítica toca el punto en el que se convierte en
intervención, queda disuelto el límite entre práctica y teoría que en
la. versión tradicional corresponden al par doxa/episteme. Estalla

— 185 —
entonces el problema de la relación entre las prácticas y loé
enunciados críticos. La teoría, ojo que ve una segunda escena, se
desarticula cuando no hay segunda escena y tiene que irrumpir en
la primera para hacerla seguir otro curso que no estaba prefijado en
libretas terrestres ni celestes.
11. Queda una última cuestión ligada a las operaciones de
remisión. La primera, la remisión imaginaria del i al ¡, se da según
el principio integral de causa. El principio integral de causa aquí es
el principio según el cual un fenómeno es causado si concurren las
causas material, formal y eficiente. En esa línea las causas final,
formal y material aseguran la continuidad de lo que ya era, en la
medida en que funcionan prácticamente como un principio de
razón, un principio de razón que establece una proporción entre las
dos realidades. Siempre hay un principio de semejanza. La causa
eficiente actúa, pero vigilada muy de cerca por las otras tres; está
en posición de agente, y tiene que ver con la operación más
elemental que es la actualización de lo. que está en potencia, la
realización de lo que ya .estaba.
12. En la segunda crítica, la operación ya no es la búsqueda
de la causa sino las condiciones. Lo que interesa es la relación y no
la proporción entre lo posibilitante y lo posibilitado. Lo posibilitante
es siempre un cubo algebraico de las condiciones: se pueden poner
doce, dos o cien, da lo mismo. Pues se trata siempre de un álgebra
forma que se presenta como una combinatoria rica. La categoría
clave ahí es la de condición de posibilidad. Pero esa condición está
aún muy tomada por su semejanza con lo posibilitado: lo
efectivamente dado no es más que la actualización de uno de los
posibles contenidos a priori en las condiciones.
13. En la tercera crítica, la remisión es siempre la saga de la
causa eficiente; el hacer de la causa eficiente es precisamente azar
en el sentido más fuerte, en la medida en que no funciona regulado
ni por un sistema a priori de condiciones de posibilidad ni por un
sistema a priori de razones que predeterminan el efecto.

— 186 —
15. Éste era el esquema del que partió la investigación en la que
se basa el Ensayo. La tercera estrategia se proponía como capaz
de atravesar las dificultades que habían llevado a los impasses de
las primeras dos. Pero quedaba mucho aún por recorrer para
alcanzar unas formulaciones críticas capaces de determinar
activamente las exigencias formales de la tercera estrategia de
remisión.
16. El derrumbe del mundo que había producido la infancia
era también el derrumbe del mundo que había posibilitado la
emergencia y la eficacia de las dos primeras modalidades
epistemológicas de la crítica. El universo discursivo que el Ensayo
llama Estado nación era el que aseguraba la distinción entre teoría
y práctica así como la eficacia práctica de las teorías críticas. Su
desvanecimiento tenía que ofrecer una serie de obstáculos
inanticipables en el momento de emprender la intervención crítica.
17. Porque, en este caso, ¿qué eran las fuerzas y los po-
deres? ¿Cuál era la eficacia de estas categorías para pensar las
instituciones, sus condiciones, sus prácticas, sus discursos? ¿Qué
eficacia iban a tener los recursos de las diversas disciplinas para
esta remisión? ¿Cómo se iban a articular estos recursos con los
conceptos de síntoma, institución y destitución? ¿Cuáles eran los
requisitos ontoló
gicos pertinentes para comprender y operar en este régimen? ¿Y
cuáles eran las consecuencias sobre la propia imagen de la crítica
que derivaban del hecho de haberla emprendido? ¿Cuáles eran los
conceptos de sujeto y de subjetividad compatibles con esta
comprensión y práctica de la tarea crítica? ¿Qué imagen del
pensamiento era pertinente para la imagen actual del pensamiento
crítico?

18. Son problemas que han ido determinándose con el correr


de la empresa crítica del Ensayo. Algunas de esas determinaciones
son explicitables en estas observaciones. Otras, aún no, y cuentan
como tarea activa del lector.

SEGUNDA OBSERVACIÓN: MATERIALISMO E IDEALISMO EN


LAS ESTRATEGIAS CRÍTICAS ACTUALES

— 187 —
1. La tercera estrategia de remisión crítica tiende a tornarse
hoy hegemónica; si no en el terreno de la crítica efectiva, al
menos en el plano del desideratum. Vivimos en un mundo muy
contemporáneo: nadie quiere aparecer explícitamente en
posiciones que supuestamente han quedado atrás —así
funcionan los imperativos de la moda universitaria. La remisión
crítica actual abunda en declaraciones en torno de las
indeterminaciones, de la vacancia del sentido, de la posibilidad
de interpretación ilimitadamente abierta. Pero puede tratarse de
una treta más del idealismo. En este contexto, idealismo es el
nombré de las estrategias que afirman el carácter ideal de las
ideas, la escisión entre teoría y práctica, el juego de la
interpretación independiente de las operaciones prácticas de
intervención. Se ha dicho ya mucho en torno del hombre vacío
posmodernidad. Podemos agregar una nueva determinación.
Podemos llamar ideología posmoderna a la orientación actual
que sostiene la estrategia de remisión de lo que se presenta a.
unas fuerzas siempre y cuando la remisión sea una operación
teórica; correlativamente, podemos llamar pensamiento
contemporáneo a la estrategia de remisión que prácticamente
opera en el mismo plano de las fuerzas que han constituido el
campo y el síntoma sobre el que interviene la intervención. Será
preciso entenderse sobre el carácter materialista —sobre el
carácter contemporáneamente materialista— de la estrategia
crítica del pensamiento contemporáneo.
2. El materialismo difiere del realismo: para el realista las
situaciones son datos de la realidad; para el materialista, son
productos. El sentido de producto es el modo de producción de
esas situaciones. El modo de producción de las situaciones es la
determinación discursiva del combate entre fuerzas. La crítica es
la remisión a las causas inmanentes; es decir, al proceso de
determinación de las fuerzas.
3. Si las prácticas de enunciación remiten a la inmanencia

— 188 —
práctica de la situación, el enunciado desarraigado remite a los
poderes de la trascendencia. Si la enunciación refiere a la
productividad de la inmanencia y si la interpretación se orienta a
la enunciación, entonces se invierte el camino tradicional de la
interpretación: no apunta hacia trascendencias que están más
allá del enunciado sino a prácticas de enunciación que están
más acá del enunciado.
4. Será preciso comprender que el supuesto giro lingüístico de
la filosofía es una entidad académica sin mayor eficacia en distintos
campos de pensamiento inmanente. Será preciso comprender que
los juegos de lenguaje no son más que el doble oficial, atenuado y
compatibilizado con la máquina universitaria editorial, de la crítica
inmanente de las prácticas de enunciación. Lo cierto es que
estamos ante otro movimiento, que podría llamarse —esta vez
paródicamente— el giro ontológico del pensamiento. Pero
entenderse al respecto no es sencillo. Porque ¿cuáles son las
condiciones en las cuales emerge este aparente retorno de la
ontología? La estrategia estructuralista había sentenciado el fin de
la ontología por metafísica; vale decir, el peor nombre del
idealismo. Correlativamente, había establecido el primado filosófico
de la epistemología. ¿Por qué retorna? Retorna en fidelidad con la
filiación crítica del pensamiento. Si la estrategia estructuralista ha
dejado de producir efectos críticos, entonces es porque las
condiciones efectivas del proceso crítico impiden seguir pensando
activamente bajo el mismo régimen. La ontología surge como
requerimiento del pensamiento crítico. Era precisa una noción de
ser capaz de aceptar la productividad inmanente de las prácticas,
del pensamiento. Era preciso que el pensamiento organizara un
cuadro en el cual el pensamiento fuera capaz de producir efectos
reales, es decir, en el seno del ser. Era preciso que el pensamiento
produjera una realidad del ser capaz de admitir la realidad del ser
por el pensamiento. Era preciso que el pensamiento crítico
dispusiera de unos conceptos del ser capaces de admitir el devenir

— 189 —
no reglado de las situaciones en las que intervenía. La emergencia
de la ontología en el seno del pensamiento crítico habla de los
impasses de una estrategia agotada y de una inversión materialista
del materialismo. El pensamiento, en adelante, no opera desde
fuera —bajo el esquema del conocimiento moderno, opera en la
inmanencia.
6. Así, las estructuras teóricas pierden primacía frente a las
estrategias críticas. La epistemología la pierde frente a la ontología.
La consistencia trascendente pierde primacía frente a la
productividad inmanente. La posmoderna es crítica teórica de
consistencia: sólo, señala los puntos de inconsistencia para
proponer una consistencia más plena. La crítica posmoderna
señala las inconsistencias para insistir en el carácter ficcional de
las construcciones. Como unas ficciones son tan ficciones como
otras, entonces es posible. La crítica ontológica no señala sino que
interviene, agrega, produce. No es teórica ni práctica.
7. El sentido en una situación normal es el sentido práctico en
la inmanencia: lo que se produce como sentido bajo la hegemonía
de la práctica dominante. En una intervención, el sentido no
procede de la potencia de la práctica dominante sino de una
interpretación. Pero este sentido no está determinado por el sujeto
del conocimiento sino desde la inmanencia de la práctica que
interpreta. Como esta práctica que interpreta se inscribe
forzadamente en la situación, la interpretación es, por eso mismo,
intervención.
8. La actividad teórica tiene que asumir su materialidad. Se
trata de estrategias en un campo de fuerzas (esta teoría es también
una estrategia). Los términos sobre los que ha insistido el Ensayo
entonces son: situación, campo de intervención, dispositivo de
intervención.
9. Esta estrategia materialista del pensamiento contem-
poráneo difiere entonces esencialmente del idealismo posmoderno.
Sólo pueden coincidir entre sí cosas tan diversas para un tercero.

— 190 —
Ese tercero suele ser la herencia dogmática deshecha del
materialismo moderno, bajo las especies de la crítica sustancialista
o estructuralista. Ese materialismo moderno cree combatir el
materialismo de las fuerzas refutando a su opuesto estratégico que
es el idealismo posmoderno de los enunciados. Puede valer todo lo
mismo si se trata de enunciados, pero jamás si se trata de fuerzas.
El pensamiento contemporáneo es materialista en su concepción:
pero también lo es en su estrategia. Las fuerzas —nombre actual
de la materia— o las prácticas —nombre para las fuerzas en el
campo de lo histórico-social— están presentes en ambas
dimensiones del discurso crítico. La crítica materialista es doble:
desarticula por remisión a unas fuerzas interviniendo como fuerza
crítica en el campo de las fuerzas criticadas.
10. La confusión más severa —desde la mirada de! ma-
terialismo moderno, característica de las dos primeras estrategias
de la crítica— se genera en torno de la palabra discurso. Pues el
mismo término puede remitir a la estrategia posmoderna del giro
lingüístico o a la estrategia contemporánea del giro ontológico.
Desde el punto de vista del materialismo moderno, discurso sólo
puede ser interpretado como lo otro de lo real, como palabra que
tiene una relación conflictiva con los referentes reales. Discurso, en
su comprensión, no puede más que remitir a los detestados juegos
de lenguaje, al reino independiente del enunciado: idealismo
tradicional. Pero el discurso es una categoría que no pertenece al
campo posmoderno sino al del pensamiento contemporáneo. Pues
el discurso se define como escisión entre los enunciados y las
prácticas de enunciación. El sentido de los enunciados es la red de
prácticas enunciativas en que se enuncian. Las prácticas de
enunciación se determinan en el enunciado que las expresa y
reprime. El campo del discurso, lejos de ser el campo abstracto del
lenguaje, es el campo de inmanencia real de las prácticas que
componen las situaciones sociales. Así, el pensamiento crítico
tendrá que ser pensado en el terreno discursivo. Ya no se trata de

— 191 —
la idea teórica que busca un medio para materializarse. El
pensamiento crítico tendrá que hallar el modo de ser efectivamente
a la vez su propio procedimiento crítico. La tarea dista de estar
consumada.

TERCERA OBSERVACIÓN: PENSAMIENTO CRÍTICO Y


PROCEDIMIENTO CRÍTICO

1. El pensamiento se tiene que definir como crítico. Sobre


todo si pensamiento se refiere a la acción y el efecto de pensar,
y no a la colección de los enunciados ya pensados. Porque si
se define, como acción —acción a la vez especificada por sus
efectos— es preciso postular que el pensamiento es la actividad
generadora de enunciados que para la situación en que se
formulan tienen valor de novedad. Para que tengan ese valor de
novedad, los enunciados no tienen que probar que nunca antes
habían existido (ésa es la idea más nula de novedad); más bien
tienen, que atravesar un obstáculo específico de la situación.
Pero si efectivamente atraviesan ese obstáculo, si despejan un
camino antes indiscernible, entonces esos enunciados tienen un
efecto específico: el trastorno de los parámetros que
estructuraban la situación antes de que el pensamiento viniera a
constituirse como disolvente. Dicho así, pensamiento crítico
puede ser una redundancia.

2. El pensamiento crítico (si obviamos la redundancia


implicada en el nombre) se caracteriza por su modo de
producción de verdad. Se lo puede oponer con algunas ventajas
al pensamiento sistemático cuyo paradigma es la teoría. La
producción de verdad para un pensamiento sistemático se liga
siempre con la coherencia interna, la deductibilidad metódica de
los enunciados verdaderos a partir de otros cuya verdad ya está

— 192 —
atestiguada, por la adecuación respecto de un campo de
fenómenos que define como la realidad (o su realidad). El
pensamiento crítico produce un tipo de verdades definidas no
por su procedencia sino por sus efectos: efectos de trastorno de
las coherencias dadas, de rectificación, de torsión sobre los
enunciados dados hasta entonces como válidos y
estructurantes. Si los enunciados se sostenían en las prácticas
de enunciación y si el discurso que constituían determinaba la
subjetividad del habitante de la situación, el pensamiento crítico
forzosamente tiene que alterar en algo el campo de la
subjetividad constituida en la situación en la que interviene.
3. Pero el pensamiento crítico tiene que hallar los modos
pertinentes para que sus enunciados precisamente produzcan sus
efectos. Si no lo hace (si no los busca o no los encuentra, da más o
menos lo mismo), el pensamiento crítico revela otro sentido posible
de su nombre: pensamiento crítico = pensamiento en estado
crítico. Esta acepción del término describe más o menos bien el
funcionamiento ya establecido actualmente del pensamiento crítico
heredado: en ausencia de los procedimientos que lo volvían eficaz,
repite sus mañas como signos de distinción, sin que la verdad que
pretendidamente portan sus enunciados tenga más efecto que la
identificación imaginaria de su enunciador (soy crítico, somos
contestatarios, no nos rendimos, bla, bla; yo soy muy crítico, ergo
lo que tengo en la cabeza es pensamiento crítico).
4. Habitamos una situación en la que se agota una modalidad
de ejercicio del pensamiento crítico. Esto no es poco, sobre todo si
consideramos que es el procedimiento efectivo el que califica como
crítico al pensamiento que se ejerce a su través. Que se habite el
agotamiento de una modalidad de ejercicio equivale a postular que
se habita el agotamiento del pensamiento crítico mismo. Porque
hasta ahora quedaba establecido que no hay pensamiento crítico
sin procedimiento crítico. Pero es preciso dejar de suponerlo para
postular el del procedimiento como campo de pensamiento

— 193 —
efectivo: el procedimiento tiene que ser pensado a su vez con tanto
rigor y audacia como las ideas puras, que sin ideas prácticas son
puras ideas.
5. La distinción puede resultar un tanto forzada, pero es
necesario por ahora mantener el forzamiento de esa distancia.
Porque, si no hay pensamiento crítico sin procedimiento crítico,
podría uno imaginarse que, si hay una serie de ideas que se
presentan como críticas de la consistencia de una situación,
entonces —aunque sea de un modo secreto— hay un
procedimiento que permite generarlas. Pero sería un derroche de
confianza irresponsable: las ideas supuestamente críticas no
aseguran la existencia del procedimiento que les sea
consustancial. Cuando los procedimientos están establecidos y son
eficaces, es posible desentenderse de ellas para discutir a
propósito de los contenidos que es preciso poner a circular por
esas vías. Pero en nuestras condiciones más bien estamos en el
problema inverso. Sabemos mucho, pero poco es lo que sabemos
hacer de activo en las situaciones sociales.

6. De ahí se deriva una tarea. El pensamiento crítico se vuelve


crítico de los puntos en que su propia consistencia tambalea. La
auto-crítica, en sentido estricto, exige que no se pronuncie ningún
arrepentimiento: más bien exige que, de la misma manera que se
atacan los puntos sintomáticos de una situación, se ataquen los
puntos ciegos de la situación actual del pensamiento crítico. La
ceguera actual del pensamiento crítico es la inercia de sus
procedimientos: es estratégicamente fiel a su propia modalidad que
el pensamiento crítico sitúe como blanco de intervención esa ce-
guera propia que lo anula en un anacronismo estéril.
7. La modalidad de ejercicio agotada es tributaria de una serie
de supuestos básicos en la configuración moderna del pensamiento
político. Como la categoría moderno puede significar cualquier cosa
y su contraria (vale decir, no es una categoría sino una coartada),

— 194 —
es preciso definir un uso local. Llamo moderna a la disposición del
pensamiento político característica de los Estados nacionales. Esta
disposición está estructurada por una serie de principios: el sujeto
que se instituye como campo de la política es el sujeto de la
conciencia; la pauta de funcionamiento básica de la conciencia
política es la representación; el sitio de esa representación de las
conciencias es el Estado,
8. Esta disposición del pensamiento generó una modalidad
absolutamente crítica, en la medida en que era coherente con
sus principios y eficaz en su estrategia: la publicación de libros
baratos. Los libros hablaban a las conciencias de una verdad
que estaba encubierta o tergiversada en el estado actual de
cosas. Esa verdad, una vez revelada a las conciencias, las
comprometía en procesos de transformación de los estados
actuales de cosas en estados ideales, mejorados o progresivos;
todo en una línea respecto de un ideal. La conciencia siente un
particular apego por la verdad y la transparencia argumental. Si
la verdad está diáfanamente expresada y coherentemente
articulada, de por sí hará su labor. Lo sorprendente no es que
hoy ya no trabaje de ese modo la verdad concebida como
descripción o comprensión positiva de la realidad ya dada, que
haya perdido los poderes que le atribuía el dispositivo moderno.
Lo sorprendente es que haya sido eficaz en las circunstancias
en que operaba como tal. El pensamiento crítico hoy, lejos de
añorar ese modelo como lejano paraíso perdido, tiene la tarea
de comprender cómo era posible que eso funcionara si hoy la
conciencia no tiene esos poderes y los libros no constituyen un
procedimiento garantido sino más bien otras cosas menos
nobles (ediciones, currículum, consumo, erudición de catálogo).
Si conciencia y representación son el fundamento y la pauta de
funcionamiento de la política, el libro (o su versión periodística)
son la forma adecuada de ejercicio del pensamiento crítico.
Esos supuestos determinan ese procedimiento. Que quede

— 195 —
claro: el compromiso con la disposición moderna de los
Estados no radica en la forma material del libro sino en la
convicción de que el centro de las estrategias-de intervención
es el esclarecimiento de las conciencias. La toma de conciencia
era la clave de la operación moderna. Dicho esto, es preciso
también ver hasta qué punto y bajo qué modalidades la forma-
libro es consustancial con la estrategia crítica agotada. Quizá,
el sitio para la discusión no sea este libro. Quizá sí, pero no por
libro sino por este.
9. Retomo. Esos supuestos que hacían del libro el arma'
de la crítica se han deshecho prácticamente. Y, si un término
ha cesado de prestar servicios en el campo crítico, poco cuesta
imaginar que ha pasado a prestarlos en el de la ideología, que
se nutre de los desechos reciclados del pensamiento crítico.
Las vías de este agotamiento son múltiples. Pero creo que se
reducen a dos esenciales: por un lado, las críticas teóricas
mismas que transformaron a la conciencia, la representación y
el Estado en nociones imaginarias sin capacidad activa; por
otro, el desfondamiento irremediable de las condiciones
materiales que hacían posible el dispositivo (los Estados
nacionales, las clases de esos Estados, los partidos de esas
clases). Si cunde en quejoso la "globalización", es porque el ex-
crítico añora el Estado bajo el cual su crítica de ese Estado era
eficaz; si cunde la "cultura de la imagen", es porque añora la
época en que la persuasión de las conciencias transformaba el
mundo.
10. Todo esto estuvo en la base de los Estados moder-
nos. Estos Estados son los que resultan de la Revolución
Francesa. El principio luminoso de la soberanía popular fue el
enunciado del estallido y la irrupción. El principio más opaco de
que la soberanía emana- del pueblo tomó su • relevo a la hora
de la retirada de esas irrupciones y de la consistencia
resultante del lazo social. Punto clave: el lazo nacional

— 196 —
representativo está causado no por la irrupción de las masas
sino por su ausentamiento. La representación es la forma por
la cual se instaura la conciencia como fundamento del lazo. Si
el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes, entonces la conciencia es eso que sirve para
que el pueblo no delibere ni gobierne sino para que se haga
bien representar. La consigna de educar al soberano es el
universal de la política moderna. El libro es su instrumento.
Estos Estados han desaparecido: la soberanía mercantil
efectiva no coincide con las fronteras estatales. Toda la
máquina gira en vacío.
11. Pero esta noticia, que ha llegado a los oídos de los
intelectuales que habían sido críticos libros mediante, no ha hecho
aún toda su labor más adentro de esos oídos. El orificio de salida
de los PC es la PC que sigue generando libros, ahora con un ritmo
frenético. Si nunca ha habido tanta libertad de prensa, es porque
nada de eso genera algún efecto de dislocamiento del lazo social
actual. Si nunca ha sido tan sencillo editar libros, es porque nunca
ha sí- do más difícil que cumplan alguna tarea crítica. (No hace
falta imaginar el destino descartable de este papel: alcanza con
suponerlo.)
12. La actualidad del pensamiento crítico se muestra en una
modificación enorme de los enunciados. El pensamiento crítico ha
modificado sustancialmente sus enunciados, sus ideas, sus
conceptos; ha conservado intactos sus procedimientos.
13. Una discusión actual parece negar lo dicho, pero es puro
artificio. Se discute si es mejor el libro o la televisión para hacer
circular ideas que hagan impacto en la sociedad. Beatriz Sarlo
quiere creer (los esfuerzos se le ven) que, si el profesional de las
ciencias sociales (herencia burocrática del intelectual agotado)
abandona la biblioteca y se mediatiza, se pone a tono con las
exigencias de la época. Es posible que se ponga a tono con las
exigencias ideológicas de la-época, pero no con la actualidad del

— 197 —
pensamiento crítico. Tampoco resiste quien se apega a los libros
por el mero hecho de no ir a la TV. La discusión es hueca porque
sólo trata del soporte y nada acerca del procedimiento. Pues las
cosas en el pensamiento crítico son más graves de lo que
aparentan. Ningún aggiornamento del soporte puede más que
mejorar la divulgación. Pero la influencia sobre las conciencias ya
no constituye tarea crítica alguna.
14. Las condiciones trasmutadas que exigen otras vías de
procedimiento para el pensamiento crítico no se refieren al soporte
material requerido para insistir en el mismo procedimiento:
divulgación de verdades para que las conciencias se hagan
representar de modo más adecuado. Los procedimientos
pertinentes dependen de unas condiciones en las que la
conciencia, la representación y el Estado no son los resortes clave.
El pensamiento en el lugar que antes ocupaba la conciencia, el
síntoma en el de la representación y las situaciones en el del
Estado son sólo tres sustituciones necesarias que sólo indican la
vía por la que es preciso iniciar el recorrido en busca de los
procedimientos activos. Por esa vía intentó transitar el Ensayo. El
pensamiento ha cambiado de estatuto. Si se trata —como estaba
dicho al comienzo— de la acción y el efecto de pensar de modo
que se trastoquen los parámetros que organizan la situación,
entonces el pensamiento no podrá ser ya concebido como el efecto
de una cosa que piensa. Y esa cosa que piensa era la conciencia.
Los pensamientos, en sentido moderno, se presentaban como
predicados o adjetivos de una sustancia. Esa sustancia, la con-
ciencia, era el terreno en disputa entre el pensamiento hegemónico
y el pensamiento crítico. Se trataba de influir sobre. las conciencias
para que esas causas de pensamiento alumbraran corno frutos sus
consecuencias necesarias. Por eso la lucha ideológica estaba en
primer plano: las conciencias se disputaban como terreno táctico
porque de ellas todo brotaba. Conquistar las conciencias era el
punto de partida de una progresiva conquista ele la representación

— 198 —
de las conciencias y el Estado. El enunciado portador de verdad
era la expresión de una conciencia esclarecida.
15. Nada de eso parece tener ya valor. Si el pensamiento se
determina como acto productor de novedad, como efecto y sostén
de un procedimiento encargado de engendrar las verdades, así
como de hacerlas producir sus efectos, entonces no es el fruto de
una conciencia dotada de una ideología, sino que es más bien la
interrupción de la hegemonía de la conciencia, El pensamiento
crítico es una producción situacional que excede las capacidades
asimilatorias de la conciencia en la que aparentemente brota. Por
eso, el terreno de disputa no es la posesión de las conciencias. El
campo de intervención es el punto de inconsistencia de las
situaciones, el punto en que fracasan los cúmulos de saber
anticipados por las conciencias. El pensamiento no es la expresión
de los intereses de algunos elementos ya dispuestos en la
situación, sino que es la irrupción de unos términos excluidos de la
situación. El pensamiento no expresa una determinación previa,
sino que determina un punto de indeterminación actual,
descubierta como obstáculo por el acto de pensamiento y a la vez
atravesada por los enunciados que resultan de la operación del
acto de pensamiento. El pensamiento sólo es pensamiento del
síntoma de una situación.
16. El pensamiento, si no es un predicado de una sustancia,
es una entidad volátil, que se disipa en su efecto y que no es
acumulable como tal pensamiento. Más bien habrá que concebir la
conciencia como el depositado inerte ideológico de los enunciados
que en su momento fueron pensamientos. La conciencia no es la
causa del pensamiento sino un subproducto inerte de ese acto. Es
el terreno de las representaciones, el sitio en que permanece como
estado lo que ha ocurrido para desvanecerse.
17. Desaparece también como campo de interés para el
procedimiento crítico el Estado como núcleo del poder de
transformación. Las diversas situaciones no se componen en un

— 199 —
todo orgánico coronado por su estado. Las situaciones no son
partes sino precisamente situaciones. El carácter situacional de las
realidades sociales (imposibles de unificar sin recurrir a un
metadiscurso imaginariamente integrador) determina que cada una
de las situaciones es un campo específico de intervención para el
procedimiento crítico requerido por su síntoma.
18. Aquí se detiene la deducción posible, porque aún no han
aparecido tos procedimientos específicos requeridos para que sean
posibles tanto la captura por el pensamiento del síntoma de una
situación como la intervención eficaz de ese pensamiento en la
producción de los efectos críticos de la verdad. La clave radica
entonces en la reflexión sobre los mecanismos y procedimientos de
producción de pensamiento en el síntoma de las situaciones de las
que se trate. La consigna se reduce a: desalojar los mecanismos
de saber mediante máquinas de pensar. ¿Cuáles son esas
máquinas?

TRES OBSERVACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE


SUBJETIVIDAD

PRIMERA OBSERVACIÓN: LA HISTORIA DE LA


SUBJETIVIDAD Y SUS HERRAMIENTAS

El Ensayo investiga los mecanismos y las condiciones de


destitución de la subjetividad infantil tradicional. El Ensayo trabaja
sobre una concepción de la subjetividad que requiere algunas
aclaraciones. Las aclaraciones, naturalmente, tendrán sus
debilidades, en la medida en que esta concepción de la
subjetividad está instaurando sus primeros mojones. Las
aclaraciones podrán señalar el espíritu general, los obstáculos
específicos, alguna concepción agotada en diálogo con la cual se

— 200 —
va constituyendo esta línea de trabajo. Pero —a esta altura es
redundante— no mostrarán una teoría constituida sino una serie de
herramientas que se han ido fabricando según circunstancias
diversas. Estas herramientas, modificadas por el uso, trabajan el
campo de la historia de la subjetividad.

1. HISTORIA DE LA SUBJETIVIDAD

a. Se comprenderá mejor en qué consiste la historia de ¡a


subjetividad si se la compara con el dominio del que emerge y
del que se distingue. Su antecedente más claramente
discernible es la historia de las mentalidades. Durante mucho
tiempo, el paradigma de la historia de las ideas había impulsado
la investigación histórica. Hacia fines de los años veinte, un
conjunto de historiadores nucleados en torno de la revista
Annales percibió que el conjunto de las ideas explícitamente
expuestas no era el todo de las ideas de una sociedad: el
movimiento de la sociedad en cuestión estaba determinado por
otro tipo de fuerzas que no eran las ideas sistemáticas. En las
situaciones histórico-sociales trabaja un conjunto de ideas
inorgánicas de enorme fuerza que se comparten con una
convicción tenaz que no procede de una argumentación sino de
la acción espontánea, tradicional e implícita. Las mentalidades
fueron, entonces, el conjunto de los contenidos mentales no
siempre conscientes, siempre inorgánicos, que determinan las
conductas de los hombres más allá de los controles conscientes
de las ideas sistemáticas.
b. Pero la historia de las mentalidades tropieza con un
límite: supone que las variaciones de la experiencia humana
son insustanciales. Para esta corriente, esas variaciones son
otras- tantas presentaciones particulares de la misma estructura
de base-y lo que varía de situación en situación son los
contenidos específicos en que se realiza (o colorea) la misma

— 201 —
estructura universal de lo que es un ser humano. La historia de
las mentalidades no puede pensar la intraducibilidad de las
experiencias (alteridad) porque, las supone ocurrencias
comunes de la misma estructura de base, (inalterable de por sí).
La historia de las mentalidades no puede pensar las mutaciones
decisivas de esa estructura subjetiva de base porque la supone
sustrato de una historia que no produce su propio sustrato.
c. La historia de las subjetividades parte de postular la
historicidad situacional de la naturaleza humana. Por un lado,
afirma que la naturaleza humana no es una forma constante de
contenidos variables; por otro, que la variación sustancial de la
forma misma tiene carácter situacional y no epocal. No supone una
historicidad al modo del historicismo, en la que una sustancia
despliega en el tiempo el grueso de sus características. Por el
contrario, para la historicidad situacional, cada situación engendra
su humanidad específica. La historia de las subjetividades
depende de una ontología situacional y no de una
epistemología temporal.
d. La historia de las subjetividades postula una categoría
decisiva: el concepto práctico de hombre. Partamos de un ejemplo.
El esclavo antiguo, ¿es o no es hombre? Para el amo romano, es
un mero instrumento, un instrumento que habla, un muerto en vida,
cuya vida podría haber cesado en el momento de la derrota bélica
en que fue capturado, y puede cesar en cualquier momento, porque
pertenece al amo (vencedor o derivado del vencedor). No es
hombre. El historiador de las mentalidades supondrá que es
hombre porque pertenece a la especie sapiens (abusivamente
llamada humana). Pero las prácticas de producción de la
subjetividad esclava han dado lugar a otra cosa que los hombres,
distinta de la que los hombres esperamos encontrar para hablar de
semejantes. El esclavo antiguo no pertenece a la humanidad
instituida como tal.
e. El concepto práctico de hombre determina una humanidad

— 202 —
específica (como cualquier humanidad) por la vía práctica, y no
tanto por la vía de las representaciones. Una humanidad específica
a su vez determina, por un lado, cuáles de los cuerpos homo
sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente establecida: por
otro, cuál es la propiedad constitutiva de lo humano para las
circunstancias en que se establece dicha humanidad.
f. Se comprende mejor en qué consiste la historia de la
subjetividad si se percibe el modo en que trabaja. Se comprende a
su vez algo del modo de trabajo si se exhiben las herramientas-
nociones de base.

2. SUBJETIVIDAD SOCIALMENTE INSTITUÍDA

a. La naturaleza humana no está determinada de por sí: lo


que hace ser hombres a los hombres no es un dato dictado por la
pertenencia genérica a la especie. Los hombres no disponen de
una naturaleza extrasituacional, sino que lo que los hombres son
es el producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven.
Esa naturaleza humana situacional, resultante de las condiciones
sociales, es intraducible de una situación a otra.
b. Esta subjetividad no es el contenido variable de una
estructura "humana" invariante, sino que interviene en la
constitución' de la estructura misma. Esta subjetividad resulta de
marcas prácticas sobre la indeterminación de base de la cría
sapiens. Esa indeterminación del recién nacido recibe una serie de
marcas que la ordenan. Estas marcas —de diverso tipo según las
diversas organizaciones sociales— producen una limitación de la
actividad indeterminada de base que estructura el punto caótico de
partida. Estas marcas socialmente instauradas mediante prácticas
hieren a la cría, que recibe una serie de compensaciones a cambio
de la totalidad ilimitada e informe que "era” hasta entonces. Los
enunciados de los discursos que con su capacidad de donación de

— 203 —
sentido compensan esas heridas constituyen la estructura básica
de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de los discursos
instauran las marcas estructurantes; los enunciados de los
discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La
marca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad
queda determinada por esas marcas y ese sentido. Sin embargo, la
subjetividad instituida jamás es exhaustiva. La instauración misma
produce un envés de sombra.

3. ENVÉS O REVERSO DE SOMBRA

a. El hombre situacionalmente instituido no se agota en la


figura visible delineada por las prácticas y discursos que lo han
estructurado. Si la producción de subjetividad resulta de la
instauración de unas marcas efectivas sobre una carne y una
actividad psíquica, lo cierto es que estas marcas, logrando por un
lado su resultado, por otro producen un campo de efectos
secundarios, ineliminables, e invisibles para los recursos
conceptuales y perceptivos de la situación en que se instituye la
subjetividad de marras. No hay marca que al marcar efectivamente
una superficie en actividad no produzca además un exceso, o un
plus, o un resto. Ese exceso es efecto de la operatoria que institu-
ye los soportes subjetivos pertinentes para las situaciones
efectivas. Es el efecto (singularizante) de la subjetividad instituida
(serial). Es un efecto excedentario de lo instituido que no resulta
asimilable al campo de lo instituido. Ese exceso ineliminable es lo
que aquí llamamos revés de sombra.
b. Su importancia radica en que permite desligarse de dos
tentaciones gemelas. La primera tentación sostiene que el envés
de sombra universal es el que ha pesquisado el psicoanálisis. Sea
cual fuere la institución práctica de hombre de la que se trate, en la
sombra, y como efecto imperceptible a priori de esa institución,

— 204 —
permanecerá agazapada la constelación edípica con todas sus
configuraciones posibles, sus acechanzas y sus certezas. La
segunda señala lo contrario. Como las categorías de lo inconscien-
te reprimido resultan de la institución burguesa del sujeto de la
conciencia, bastará con que los hombres no sean producidos por el
Estado nacional y la familia nuclear burguesa para que, si
desaparece el inconsciente que resulta de esta operación,
desaparezca también cualquier zona de exceso respecto de la
subjetividad socialmente instituida.
c. Pero la experiencia conjeturalmente extendida del
psicoanálisis nos permite postular el siguiente cuadró formal.
- La institución práctica de la humanidad varía de situación en
situación. El tipo de subjetividad instituida que resulta varía con las
prácticas de producción.
- Como efecto de la institución visible, se produce un revés de
sombra invisible. Este revés depende del tipo de prácticas de
producción de subjetividad. Si varía la subjetividad instituida, varía
el envés de sombra.
- La variación del envés de sombra no se deduce de (pero se
produce como efecto incalculable de la operación de) la institución
de la subjetividad oficial.
d. La postulación del envés de sombra es un requisito
necesario en la historia de la subjetividad para dar cuenta de un
efecto decisivo: las mutaciones tanto del lazo social como de la
subjetividad instituida. Caso contrario, sería necesaria una
instancia autónoma, exterior, independiente, capaz de engendrar
las mutaciones. Pero, si hay una instancia exterior capaz de
cambiar por sí misma las realidades, entonces estamos de nuevo
en la doctrina del fundamento inmutable que todo lo transforma. La
ventaja de la postulación del exceso es que no requiere de otra
sustancia más que las prácticas de producción de subjetividad para
engendrar lo otro de la subjetividad instituidas capaz de alterarla. A

— 205 —
partir de ese envés de la subjetividad instituida, se constituye el
sujeto (o efecto-sujeto) capaz de alterar la subjetividad instituida y
el lazo social.

4. SOPORTE SUBJETIVO DEL LAZO SOCIAL

a. El Ensayo insiste en la correlación entre la infancia instituida


y la figura del ciudadano. El individuo capaz de sostener y
sostenerse en la igualdad ante la ley es absolutamente necesario
para la lógica de los Estados nacionales. Ahora bien, una nación
no es un reino; un imperio no es una colonia, una comunidad no es
un Estado. Diversos tipos de agrupamiento dan lugar a diversos
modos de enlazarniento entre los términos que los componen. No
hay nación si no se compone de ciudadanos; no hay reino si no se
compone de súbditos; no hay mercado —en el sentido actual más
radicalizado del término— si no se compone de consumidores. La
institución del lazo social es a la vez la institución específica de la
subjetividad del tipo de individuo que debe componerlo.
h. El Estado Instituye los términos a los que representa. Los
representa una vez instituidos: se distancia de su producto y lo
representa a distancia. En una situación cualquiera tenemos por un
lado los individuos y por otro la instancia de representación. Pero
estas situaciones son estructuralmente ciegas al hecho originario
de que es la instancia de representación la que a su vez ha
instituido la materia prima por representar.
c. Una alteración del lazo social (el pasaje del Estado nacional
al Estado técnico-administrativo) determina a su vez una alteración
del soporte subjetivo de tal lazo (de ciudadano a consumidor, para
seguir con el ejemplo-decisivo).
d. Se suele llamar soporte subjetivo del lazo social a la figura
individual específica, que está en la base de la operatoria del
Estado. Si aquí es lícita la metáfora de los elementos y las
relaciones, habrá que llamar lazo social a las relaciones que se

— 206 —
establecen entre los elementos; habrá que llamar correlativamente
soporte subjetivo del lazo a los elementos constitutivos de la
relación. Y la metáfora vale sólo si se le adosa una condición. De
ninguna manera se podrá admitir que los elementos preexistan a la
relación, o que la relación preexista a los elementos. La institución
de una subjetividad específica y de un lazo específico es
consustancial. No hay instauración de un tipo de lazo social que no
sea a la vez la instauración de un soporte subjetivo pertinente; no
hay institución de una subjetividad específica que no sea a la vez
una efectuación de los requerimientos de un tipo específico de lazo
social.

SEGUNDA OBSERVACIÓN: BIOLOGISMO Y CULTURALISMO


EN LAS TEORÍAS DE LA SUBJETIVIDAD

1. El campo de las teorías de la subjetividad está tensado


entre, las posiciones biologistas y culturalistas: la naturaleza
humana está biológicamente determinada; la naturaleza humana
está culturalmente determinada. Ahora bien, ambos enfoques
resultan de una misma problemática que los estructura y dispone
como partes simétricas de lo mismo: la problemática de la
determinidad. Determinada por la cultura o la naturaleza, la
persona humana está determinada. El pensamiento historiador
se organiza en discusión (o, mejor, en diferencia) respecto de la
problemática de la determinidad.
2. La problemática de la determinidad se caracteriza por un
principio: nada ocurre que no sea actualización de
determinaciones previas. Lo que ocurre es manifestación,
realización o actualización. Ahora bien, morfológicamente,
"determinación" es acción y efecto de determinar. En la
problemática de la determinidad, si cualquier ente se caracteriza
por estar determinado de antemano, jamás acontece la

— 207 —
determinación en sentido fuerte, vale decir, la acción de
determinar. En la problemática de la determinidad no sólo todo
está determinado: más aún, ya estaba determinado.
3. Tanto la perspectiva biologista como la culturalista
tienden a transcurrir bajo la hegemonía discreta de la de-
terminidad. Las determinaciones biológicas no son actuales sino
meras actualizaciones de lo que ya era en la especie misma a la
que pertenece un individuo de la especie sapiens. Las
determinaciones culturales no son actuales sino meras
actualizaciones de lo que ya era en potencia en el universo
cultural específico en el que se constituye como humano un ser
biológicamente sapiens y culturalmente humano.
4. La historia de la subjetividad, cuando logra afirmarse en su
autonomía, no podrá negar el peso inevitable de la biología y la
cultura en la constitución de la subjetividad específica de un
individuo de la especie en una situación sociocultural. Pero negar el
peso de algo y negar su carácter determinante distan de constituir
sinónimos. La perspectiva historiadora tiene que asumir las
instancias biológica y cultural como condicionantes de la subjetivi-
dad. La condición condiciona; la determinación determina. La
condición constituye un elemento que inevitablemente ha de ser
tenido en cuenta; la determinación es un elemento que establece
inevitablemente el modo en que ha de ser tenido en cuenta. Una
condición puede ser excedida, apropiada y significada por otra más
fuerte. Una determinación traza los límites de su ser, su
significación y su eficacia. ¿Es posible sustraerse al juego de la
determinidad con sólo sustituir “determinación” por "condiciona-
miento"? ¿Resultaría algo más que una transacción promedial
entre ambas determinaciones ahora ablandadas como
condiciones? ¿Y qué se ganaría si fuera eso posible? El discurso
histórico dista aún de haber conquistado un seguro territorio desde
el cual dar respuesta afirmativa y satisfactoria a estos
interrogantes.

— 208 —
5. Convengamos en llamar—quizá abusivamente— biologismo
a las tendencias de pensamiento sobre la naturaleza humana que
de algún modo postulan invariantes fundantes que subyacen a
cualquier experiencia humana. El abuso puede aparecer en la
medida en que hay una serie de elementos que distintas teorías
adoptan como invariantes de la cultura que son culturales y no
biológicos. Pero aquí el abuso es meramente aparente. Pues
cualquier instancia que sea invariante y estructurante a la vez de
los hombres pasa a tener el mismo papel —cualquiera sea su
procedencia material o simbólica— que la biología: un pilar
fundamental de la naturaleza humana.
6. Como se puede intuir, hay un cierto biologismo latente en la
tendencia propia del relativismo cultural. El algo de fondo al que
tienen que representar las representaciones o significar las
significaciones permanece en exterioridad respecto de las
representaciones o las significaciones. Las prácticas y los
discursos sociales nada pueden hacer con la existencia efectiva de
estos términos; sólo pueden rodearlos de diversas significaciones
sin tocarlos en su realidad íntima. Si esto es así, el relativismo
cultural, al hacer énfasis en las representaciones, deja por fuera
del campo de las determinaciones culturales (de la capacidad de la
cultura para determinar entidades de distinto tipo), a las realidades
biológicas desdeñadas. Pero aquí el desdén es el índice local de
una impotencia. Pues en esta línea las significaciones atribuidas
desdeñan lo que no pueden llegar a alterar. So pena de idealismo,
los intentos de asimilar significación y determinación topan con el
límite real de una materia dócil a la significación pero determinada
ya de por sí.
7. Simétricamente, las posiciones biologistas requieren un tipo
particular de actividad cultural. Las invariantes determinadas de
por sí se escapan irremediablemente a la conciencia y la eficacia
de los actores individuales y sociales que las portan. Pero son
entidades de tal peso que, si bien, son desconocidas en su cabal

— 209 —
realidad, son reconocidas en su eficacia. Una entidad que produce
implacablemente efectos, pero implacablemente también se resiste
a ser descubierta por la conciencia, tiene que suscitar una
actividad cultural específica: significar, racionalizar, desconocer
con significaciones la eficacia, reconocida de lo que precisamente
las excede. El biologismo de fondo exige un culturalismo
naturalizado de superficie; el relativismo cultural supone una
biología neutral en la base. La solidaridad entre opuestos va
despuntando.
8. Un índice de diferencia entre historia de las mentalidades
y de las subjetividades es el concepto —explícito o implícito— de
cuerpo con el que operan. Para la primera, el cuerpo es una
entidad ya dada en torno de la cual las diversas sociedades
organizan el sistema de las representaciones y las conductas.
Para la segunda, ese cuerpo no es un dato natural. Pues de lo
que se trata en el campo de la subjetividad no es del cuerpo
anatómico sino del cuerpo erógeno y significativo. En
perspectiva biologista, el cuerpo erógeno y significativo es
reducido a sustancia determinada ya de por sí, tan compacta en
su ser que resulta indiferente a las distintas significaciones
sociales que se les pueda atribuir. En perspectiva culturalista, el
cuerpo es una sustancia dócil, que se pliega sin resistencia a las
distintas determinaciones socioculturales que se posan sobre
ella. En ambos casos, una de las dos condicionantes queda
neutralizada en su capacidad de producir efectos de profundidad
sobre la instauración de la subjetividad: la instancia privilegiada
es en sí determinante; la otra hace cortejo inerte.
9. En la perspectiva de la historia de la subjetividad, tanto la
dimensión biológica como la cultura intervienen activamente en
la estructuración de un cuerpo significativo sin determinarlo
exhaustivamente ni una, ni otra, ni entre ambas: son otras tantas
condicionantes en la determinación de la- subjetividad. El cuerpo
de la cría sapiens es alumbrado en estado biológicamente

— 210 —
inconcluso. Esta incompletud de base exige esfuerzos de
determinación y significación que, por el carácter incompleto de
eso que viene a determinar, no pueden ser redundantes sino
instituyentes. El acto de determinación marca y significa. Se teje
con la materia inconclusa a la que viene a determinar. Esa
trama, ese tejido, esa textura genera también su envés.
Cañamazo biológico, textura cultural, envés singular son
términos domésticos que ilustran bien la posición aquí adoptada.
10. El tipo de prácticas que determinan la carne sapiens varía
severamente de sociedad en sociedad. Los cuidados no son
administrados por los mismos agentes; las representaciones
socialmente instituidas con las que esos agentes concurren a sus
tareas varían notablemente de sociedad en sociedad; el tipo mismo
de cuidados (en la higiene, en la alimentación, en el sueño, en los
bautismos, en el contacto diario, etc.) es muy distinto según las
doctrinas establecidas en cada situación sociocultural. Así, esos
cuidados proporcionados por esos agentes dotados de esas
significaciones no representan sino que instituyen el cuerpo.
11. Las prácticas socialmente instituidas se disponen a
determinar la subjetividad; las significaciones socialmente ofrecidas
se disponen a cubrir de sentido esa subjetividad resultante. Los
agentes de determinación socialmente asignados se disponen a
transcribir las marcas que los han constituido como seres sexuados
sobre la nueva generación, en pos de una reproducción idéntica.
Sin embargo, nada de esto sucede con el rigor esperado. Algo se
escapa irremediablemente. La transcripción es imposible; los
agentes de reproducción sólo podrán inscribir marcas socialmente
equivalentes pero no marcas singularmente idénticas. El biologista
se apresura a instaurar sus supuestos: lo real del cuerpo dado es
irreductible a las significaciones.
12. Aquí es necesaria una precisión. Pues ese plus es un
exceso producido por la operación de inscripción y no un resto que
queda por fuera del alcance de la sociedad. La diferencia, que

— 211 —
puede parecer de puras palabras, tiene su sentido estratégico.
Pues, si lo que permanece en el envés de sombra, por fuera de la
conciencia y del control social de tas significaciones, es un resto
que queda por fuera de la operación, estaremos cediendo ante la
tentación biologista. Hay algo ineludible en la especie que se
resiste a ser capturado por la cultura. Por debajo de la cultura está
siempre la sustancia independiente de lo sexual indómito. Si se
trata de un exceso, no se tratará de una sustancia que atormenta
por debajo de la personalidad oficial, sino que será una actividad
alojada y producida en el envés de las marcas que determinan esa
personalidad oficial.
13. La diferencia no es trivial. En el primer caso, tenemos una
sustancia escondida; en el segundo, una actividad producida. En el
primer caso, lo irreductible a la institución social es siempre lo
mismo: B no alcanza a cubrir a A. En el segundo, lo irreductible a la
institución social es efecto de la institución social misma y por eso
varía con la serie de prácticas que instituyen la subjetividad oficial:
Bí se escapa a la hegemonía de B, que la ha producido. Si bien
siempre hay un plus, cualquiera sea la institución social de la
subjetividad, ese plus no es siempre el mismo, sino que varía de
situación en situación según sea efecto excedentario de tales o
cuales prácticas y discursos sociales. En el primer caso, basta con
conocer una experiencia histórica de lo reprimido A para conocer
ese A que subyace irreductible a las instituciones de B, C, D, etc.
En el segundo, no basta con conocer B’ para tener con ello acceso
a cualquier tipo de exceso. Pues B’ es el envés específico de
sombra de B, C’ será el de C. Pero ninguna regla de traducción nos
permitirá calcular a priori el efecto N’ de N. En el caso de un resto,
estamos ante un déficit cultural frente a las potencias de la
naturaleza; en el segundo, ante una producción social excedentaria
respecto de la sociedad misma que la ha suscitado.

— 212 —
TERCERA OBSERVACIÓN: ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD
SUBJETIVA

1. Queda por plantear cómo es posible que ingresen estas


determinaciones como marcas o inscripciones en el aparato
psíquico. Si no ingresan como marcas o inscripciones, entonces
son ideología, cambio de ropaje de una estructura sin historia, etc.

2. Las marcas exteriores intervienen sobre una actividad


previa. Esa actividad previa es heterogénea respecto de. las
marcas. Esta actividad es necesaria para que la inscripción de las
marcas exteriores no sea lisa y llana transcripción mecánica: si
fuera transcripción, o bien no producirían como efectos unas
representaciones inconscientes, o bien —si las dejaran— serían
calculables y homogéneas. Una marca inaugura un lugar, pero
también instaura un sobrante, un plus, un resto que es la materia
de lo inconsciente. La marca viene suministrada desde la sociedad,
pero los efectos inconscientes son subjetivos. De ahí que las
marcas si bien se inscriben en un aparato, también son leídas, es
decir, significadas desde el mismo aparato en que se han inscripto.
En esa "deformación" radica la posibilidad subjetiva (individual o
colectiva, tanto da) de alteración de los órdenes sociales que a su
turno habían instaurado las marcas originarias. Punto decisivo: la
lógica social determina las marcas pero no puede detentar el senti-
do subjetivo de esas marcas. El plus que las -lee es inevitable
efecto de la inscripción sobre un actividad previa. A su vez, ese
plus es inevitablemente subjetivo y activo.

3. La actividad previa a la marcación sociocultural es pre-


psíquica: actividad cerebral, nerviosa, etc., en definitiva, actividad
biológica pero actividad al fin. Esa actividad no es propia de un
sistema ya consumado sino de unas condiciones que no se han
determinado como sistema. Lo biológico deviene psíquico cuando
se inscribe una marca cultural que lo organiza y determina. Pero,
para que esto suceda, “antes” tiene que haber sido posible. Y es
posible porque esa actividad biológica tiene un déficit biológico en
la capacidad de decodificación. Cualquier organismo vivo
decodifica sin dificultades lo necesario (los alimentos, los abrigos,
los peligros); lo que no entra en esas categorizaciones ni siquiera
existe: no perturba ni exige una respuesta. Pero el carácter
inconcluso del sapiens a la hora de nacer determina que una serie
de “inputs" biológicamente necesarios no entren en la capacidad de
decodificación, biológica del entorno. Donde falla la decodificación,
comienza la representación.

4. Para esa vida, es precisa una serie de insumos; pero el


aparato de decodificación no reconoce inmediatamente ni el
requerimiento ni la condición de satisfacción. El insumo será
reconocido de modo mediato, pero esto determina un cambio de
cualidad. El reconocimiento inmediato de la decodificación se
refiere al universo de las señales; pero el reconocimiento mediado
es ya otra cosa, en la que intervienen la representación y el
sentido. Por esta vía —necesidad de totalización, carencia de
decodificación—, ingresan las nuevas marcas. Las marcas nuevas
entran en la inconsistencia de las ya dadas. Estas inconsistencias
se localizan en el entorno de los puntos de decodificación: algo se
reconoce, pero en el reconocimiento hay un ruido que interfiere el
reconocimiento; la actividad de lectura tras el ruido es ya psíquica.
5. Esta apertura a estímulos para los que biológicamente no se
está preparado tiene que darse en un ambiente de ternura. Las
instituciones de crianza tienen que dosificar la serie de estos
estímulos que suscitan la actividad de representación de modo que
se vayan dando paulatinamente sin colapsar el sistema; a la vez,
tienen que suministrar un sentido para esos estímulos. La palabra
tiene que ir al lugar del estímulo físico; acompañarlo o sustituirlo.
Así se implanta "lo simbólico". La palabra como estímulo físico es el
puente a la actividad representacional simbólica.
6. Se puede esquematizar este desarrollo como sucesiva
suplementación de unas inconsistencias por otras tantas
estructuras con puntos suturados de inconsistencia. En primer
lugar, la indeterminación biológica, condición absoluta de
posibilidad de ingreso en un mundo simbólico. Pero la posibilidad
es sólo la posibilidad. La indeterminación biológica tiene que
recurrir —si lo encuentra en tiempo y forma— a las palabras y el
sentido que el entorno social puede proporcionar. Se suplementa
mediante prácticas y enunciados una organización biológica caren-
te de sus terminaciones con una estructura que a su vez está
fallada. Tres fallas entonces: a. la biológica, b. la simbólica, c. la
heterogeneidad entre ambas estructuras; lo que venía a colmar una
laguna es de otra naturaleza, instaura un desfasaje radical. A la
vez, se instaura una inconsistencia entrega inconsistencia de
partida y la organización que venía en su auxilio.
7. El sapiens nace incompleto y con un impulso biológico al
completamiento biológicamente imposible. La incompletud biológica
es real; el anhelo de totalización marca el pulso del imaginario. El
"completamiento" es simbólico, y ya sabemos de qué tipo de
completamiento se trata: falla y suplementación.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE LA DEFINICIÓN DE


SUBJETIVIDAD

1. En una observación previa (acerca de las herramientas de


la crítica) vimos que había tres estrategias del pensamiento crítico,
que correspondían tanto a diversas modalidades en el pensamiento
filosófico del ser y sus apariencias como a distintas modalidades
políticas de desarticulación de un orden.
2. La primera, de matriz sustancialista, remite a las imágenes
más clásicas: esencia y apariencia; falsedad que cubre la verdad:
estrategia de impugnación de la falsa conciencia por la verdadera,
que es la conciencia de la esencia. La segunda, mucho más sutil,
corresponde a las estrategias estructurales del pensamiento
estructural: lo que aparece no se remite a una esencia encubierta
sino a unas condiciones que lo posibilitan y. se esconden en eso
mismo que han posibilitado. La crítica no es la remisión de la
apariencia a la esencia sino de lo efectivo a las condiciones de
posibilidad. La tercera se distancia ya de-los hábitos de la lógica
ontología heredada. No se trata de una entidad definida que se
actualiza o encubre o determina en lo que se presenta. Es una
indeterminación que se determina en él modo de presentación. No
se trata de descubrir una entidad determinada sino de observar el
proceso indeterminado del que resultan las determinaciones que
las cosas son. La crítica es —en principio— la remisión de lo que
se presenta al juego abierto de fuerzas del que resulta eso que se
presenta.
3. Dentro de las estrategias contemporáneas de crítica ya
distinguimos entre dos sentidos distintos de la palabra
"remisión". Pues la remisión bien puede ser el mero enunciado
verbal de las fuerzas que han intervenido en la producción del
efecto y han quedado encubiertas retroactivamente por el
efecto. Pero también puede ser la estrategia de intervención
material y efectiva (una fuerza entre las fuerzas) sobre el efecto
constituido. Pero para eso es preciso establecer en qué consiste
el efecto constituido por las fuerzas que han intervenido en la
producción. Porque uno de los núcleos que trabajamos aquí es
que la noción de efecto en las condiciones de la complejidad, de
la multiplicidad inconsistente, de la indeterminación de base o
del plano, de inmanencia, es siempre doble. En cada efecto que
se produce, se produce también —como un efecto de la
producción de! efecto pertinente— un efecto impertinente, un
plus o un exceso. Intervenir sobre el efecto constituido es situar
la intervención en el punto de desacople que conecta los efectos
de una misma instauración: la no relación que vincula a ciegas
los efectos pertinentes con su plus impertinente. La -intervención
sobre los efectos trabaja en la destitución de los efectos
pertinentes (alias: resultados, o productos) a partir de la
donación de consistencia heterogénea para los efectos
impertinentes que acechan a la sombra de los primeros.
4. Ahora bien, las distintas estrategias críticas proporcionan
diversas nociones de subjetividad. En la primera línea, el sujeto
es una sustancia escondida tras la personalidad oficial que la
desnaturaliza. La falsa entidad tiene que dar su sitio a 1 la
verdadera. El sujeto no es más que esa sustancia llamada
conciencia. La esencia de esa sustancia son sus contenidos. La
adecuación de los contenidos de la conciencia respecto de lo
que es su objeto hará que la conciencia sea verdadera. La
inadecuación la hará falsa. El viaje teórico de esta estrategia es
corto: termina con Marx, con Saussure, con Freud. Después el
sujeto será una estructura, uno de cuyos términos será eso que
se presenta como evidencia unificada ante la mirada
espontánea: la personalidad de un individuo. La personalidad
será tan falsa como la falsa conciencia, pero menos destructible:
implacablemente la estructura produce sus efectos imaginarios
de unificación de esa división que es constitutiva ele la
estructura.
5. En la tercera línea, el sujeto no es una sustancia ni una
estructura. Lo que se llama la subjetividad y lo que se llama el
efecto de sujeto (o efecto sujeto) no son más que operaciones. No
se trata de capacidades ni de lugares sino de operacion.es. Ahora
bien, estas operaciones no son propias del cerebro sapiens. En el
hard no está contenido el soft. La programación es una práctica de
la que resultan las operaciones que hacen ser la subjetividad de la
que se trate. Las prácticas que producen subjetividad son las
prácticas que instauran unas operaciones en la carne humana. Las
prácticas productoras de subjetividad, si se estandarizan, dan lugar
a lo que llamamos dispositivos de producción de subjetividad. Las
operaciones que instaura un dispositivo no son las que él mismo
hace. Son las que obliga a hacer a un individuo para permanecer,
para pertenecer, para ser un habitante de ese dispositivo. La pura
existencia del dispositivo exige una serie de operaciones subjetivas
para habitarlo. No las induce, no las propagandiza, no las modeliza:
con estar le basta para que uno se obligue a hacer algo para que
su presencia allí tenga algún sentido. Naturalmente, la primera
operación será una suposición de sentido para tolerar la
permanencia bajo el rigor materia! de las prácticas que dispone el
dispositivo. Esa suposición produce una segunda operación que es
la transferencia ele sentido hacia algún agente del dispositivo. La
tercera será la conjetura (elaborada por el sujeto en cuestión, pero
atribuida al dispositivo o sus agentes primordiales) sobre el sentido
supuesto y transferido. Hasta allí es conocida la cosa. A partir de
entonces, depende de cada dispositivo: las acciones de cuerpo y
de pensamiento tallarán la subjetividad; el dispositivo estará así
marcando los lugares por los cuales el individuo habrá de
orientarse (hasta transformarse —en algunos casos— en un agente
"libre", establecido sin coerción explícita).
6. Martin Buber decía que el mundo crea en nosotros el
lugar en que recibirlo. Un poco transmutada —y con los
encantos perdidos— esa tesis es la que guía a ésta: el dis-
positivo forja en nosotros las operaciones para habitarlo. Así las
cosas, la subjetividad instituida es propia no de una época sino
de una situación. Esa subjetividad es la serie de operaciones
obligadas por el dispositivo específico de la situación específica.
La subjetividad es una serie de operaciones; el hará ha sido
suplementado por el soft los programas exigidos para habitar un
dispositivo corren sin problemas.
7. Ahora bien, si ésta es la subjetividad instituida, ¿cuál será
el sujeto capaz de realizar la crítica? Nuevamente, el sujeto no
será sustancia ni estructura sino operación. El sujeto es también
operación, pero una operación de otro tipo. Es una operación
crítica sobre la subjetividad instituida. No hay sujeto si no hay un
plus producido por la instauración de una subjetividad. Ese
sujeto será una operación sobre la serie de operaciones
instituidas: trabaja en otro nivel lógico. Pero ese otro nivel sólo
es posible por la instauración del primero y su plus. La operación
crítica que llamamos sujeto es una operación sobre la subjetivi-
dad instituida desde el plus que ha producido como efecto
impertinente. Apropiación, subjetivación, crítica son otros tantos
nombres de la operación que es sujeto para la serie de
operaciones que son la subjetividad instituida.
8. Consecuencia: la relación entre la subjetividad y el
discurso social no se piensa ya en términos de modelos e
identificaciones sino en términos de dispositivos y operaciones.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE EL ESTATUTO DE LO


PÚBLICO Y LO PRIVADO

1. La frontera entre lo público y lo privado es naturalmente


histórica, es decir: insustancial. Y esto en por lo menos dos
sentidos, a) Es histórica porque no existe instituida como
tal en todas las situaciones sociales. Los editores de la
Historia de la vida privada tuvieron que hacer contorsiones
para sostener el ambicioso proyecto mercantil en los
trayectos medievales sin ofender irrevocablemente el
nombre de los profesores convocados, b) Es histórica
también en el sentido de que la frontera, cuando existe en
las situaciones, no corta siempre del mismo modo. c)
Agreguemos un tercero. Se podrá imaginar que esta
distinción, cuando no calca las distinciones socialmente
establecidas, funciona como categoría analítica. En tal ca-
so, las dimensiones públicas y privadas, postuladas no co-
mo existentes sino como principios de consistencia analí-
tica, habrán de ser elaboradas conceptualmente. En tal ca-
so, poco tendrá que hacerse cargo de las significaciones
instituidas como propias de “lo público y lo privado”.
2. Como se sabe —se sabe a partir de Althusser, pero se-
mejante origen no es digno de las estrategias periodístico-
universitarias que viven de la denuncia y la queja y la re-
producción de estos espacios—, la distinción entre lo pú-
blico y lo privado no se traza desde un tercer elemento sino
desde el Estado. El distingo entonces es una operación
histórica. El Estado absolutista distingue entre dos esferas.
En una se autoriza a intervenir directamente; es su campo
eminente de trabajo. En la otra, trazada por sí misma, sólo
se autoriza a operar indirectamente, por medio de las
instituciones estatales instituidas como privadas. Los AIE
(Aparatos ideológicos del Estado) recorren indistintamente
las dos instancias: la instancia en que el Estado se
muestra como tal y la instancia en que el Estado prefiere
ordenar como si no interviniera en ella.
3. Como se trata de distinciones propias de los regímenes
burgueses, el criterio de propiedad se presenta como decisivo en
la discriminación oficial de los campos. Con toda evidencia, una
vez que se ha establecido la evidencia mayor de que la propiedad
determina la naturaleza social de las cosas, la instancia de lo
publicó se compone de los elementos que son de propiedad
pública. El Estado demora menos que un instante en establecer la
sinonimia entre público y estatal. El Estado es depositario de lo no
privado, depositario de lo público; el Estado es lo público.
4. El Estado moderno interviene en un mundo regulado por
leyes, las leyes del Estado Público y privado son dos ámbitos de
intervención estatal delimitados por su instrumento legal. En el
ámbito público se autoriza a intervenir legalmente mediante la
fuerza política. En el privado, se prohíbe intervenir directamente:
interviene indirectamente mediante sus aparatos tutelados de
delegación.
5. La instauración de la frontera público-privado establece una
subjetividad específica. Produce una delimitación clara entre dos
ámbitos de acciones: público = visible, privado = cerrado a las
miradas del conjunto. Correlativamente, establece una interioridad
de lo que está cerrado para las miradas y una exterioridad de lo
que está abierto a las miradas. Finalmente, la vida psíquica, que es
lo más vedado a las miradas, que es lo más constitutivo de los
hombres, se va volviendo más y más íntimo. Resultado de esto, la
interioridad psíquica es eso sobre lo que el Estado no puede
intervenir. Consecuencia teórica: la división público-privado
establece las coordenadas para una vida psíquica percibida como
interioridad. (Y que no halla su verdad en la exterioridad de las
acciones sino en el secreto de los pensamientos.)
6. Nuestra situación actual no asiste al desplazamiento de las
fronteras de lo público y lo privado sino a su eliminación. Ya es una
distinción que no distingue nada. El Estado no interviene sobre las
vidas personales mediante el aparataje legal, sino que interviene
directamente mediante las tendencias y operaciones del mercado.
Si el Estado no opera mediante la legalidad, la distinción público-
privado ya no es estructurante de su intervención sobre la
población. El mercado indiscrimina ambos ámbitos. Por eso
mismo, en ausencia de la práctica determinante de la delimitación,
constituyen de hecho un solo ámbito.
7. Para la débil conciencia tardoburguesa, las evidencias
burguesas parecen críticos operadores conceptuales. El
insoportable tema de lo público y lo privado. Como todo tema, es
campo de opinión: el desvanecimiento de lo público, el avance de
lo privado son denunciados periódica y periodísticamente con gesto
pensativo. El desvanecimiento de lo público se manifiesta en el
deterioro material de los espacios materiales de propiedad estatal.
Ei avance de lo privado, en el avance de las rejas. No es una
cuestión menor, pero la herramienta ideológica investida como
crítica resulta impotente: genera consenso sin producir otro efecto
que el del lazo lacrimal.
8. Sin esa operación estatal, la población no está tratada
mediante prácticas que legalmente delimiten un ámbito público y un
ámbito privado. A todos los rincones llega la mano visible del
mercado. Para ese agente, los individuos sobre los que interviene
carecen de interioridad. Y carecen de ella no porque el mercado la
borre sino porque no la instituye. Esa interioridad inexistente no
está ausente: meramente no está. No es ya una institución estatal.
Puede ya no ser una marca constituyente de la subjetividad.
9. Para la experiencia ciudadana, la exterioridad era un
defecto imperdonable de banalidad superficial. Para la experiencia
consumidora, la exterioridad es precisamente el reino de la imagen.
La imagen podía representar al ciudadano, pues el ciudadano tiene
una interioridad que se expresa hacia el exterior como imagen. En
cambio, la imagen actual presenta al consumidor. Esa exterioridad
es lo que es. No significa que sea menos: significa que su ser está
en otro lado. Está en la superficie misma; pero hay que saber mirar
en el envés y no en la desaparecida profundidad.
EPÍLOGO

Terminé las correcciones de este libro dos semanas antes del


nacimiento de mi hijo L. Había estado tra~ bajando con textos que
tenían ya cinco años, con lo cual su corrección se tornaba a veces
tan engorrosa que más de una vez hubiese deseado escribirlos de
nuevo. Obviamente, esa tarea era para mí materialmente imposible
y, por otro lado, la experiencia de trabajo con estos textos me hacía
confiar en su productividad: no podía deshacerme de ellos sin más.
Puse entonces punto final al trabajo impulsada por una necesidad
vital y un compromiso contraído; preferí privilegiar las razones
estratégicas por sobre supuestas obligaciones epistemológicas.
La inminencia del nacimiento parecía además un buen motivo
para concluir una investigación cuyo interés había girado
justamente en torno a los niños y a la familia, para elucidar las
condiciones actuales del,ejercicio de la maternidad y .dé la
paternidad. Pero, contrariamente a lo esperado, el nacimiento de mi
hijo, lejos de contribuir a la culminación del trabajo, iba a
continuarlo todavía más; puesto que las circunstancias en que se
produjo —circunstancias que comparten la gran mayoría de los
nacimientos actuales— nos revelaron casi con crudeza el.estatuto
actúa! de la infancia. La tesis seguía vigente; o, como dijo algún
escritor, la realidad se empeñaba en demostrarla. Yo oscilaba entre
la sorpresa y la satisfacción porque la corroboración de mi hipótesis
no dejaba de asómbrame y, por supuesto, eso me producía alegría.
La primera sorpresa fue en el curso de preparación para el
parto. Allí un episodio menor, por lo habitual y lo frecuente, me
llamó la atención. La primera de Jas charlas se inició con una
promoción de productos para bebés de Johnson y Johnson. Lo de
siempre: llenar un cupón con datos personales —así se llaman los
datos obtenidos por
estas estrategias de marketing— contra entrega de un estuche con
muestras de los productos. Sólo que en esta ocasión algo me
impresionó. El cupón pedía el nombre del bebé (aún no nato); y fue
ése el primer registro del nombre de L. en la cultura. Antes que
como ciudadano, L. había sido registrado como consumidor: el
mercado se le había anticipado al Estado. Después, bastante
después, vendría !a ceremonia del Registro Civil. Bien mirada, era
bastante más complicada que la de la promoción.

El segundo hecho sorpresivo sobrevino al dejar el sanatorio


donde me había internado. Poco antes de partir, como es de rigor,
hubo que gestionar el alta, que era un trámite mediado por la obra
social de mi gremio. En esa ocasión nos entregaron un paquete
lleno de "regalos” para el bebé y la mamá: promociones de
productos, desde muestras de pañales hasta jabón para lavar ropa
fina —que siempre usé ignorando que era un producto especial
para mantas— e infinidad de catálogos y cartillas que anunciaban
actividades, servicios y venta de todo lo que el bebé y su madre
necesitan: gimnasia, grupos de reflexión, natación, estimulación,
recreación, etc. Nuevamente, nuestro niño, antes que existir como
afiliado o como miembro de la obra social gracias a cuyas
prestaciones había nacido, existía como consumidor.
*
Dejamos el sanatorio sin enterarnos de ninguna de las
obligaciones civiles que habíamos contraído como padres del niño.
Ni siquiera sabíamos a ciencia cierta si las tentamos, ni ante quién.
Sólo un sello, medio perdido y poco legible al dorso del certificado
de nacimiento, rezaba: "Hasta cuarenta y cinco días en..." y una
dirección del Registro Nacional de las Personas. Aparentemente, el
sello hablaba por sí solo, puesto que nadie nos dijo que debíamos
inscribir al recién nacido. Tampoco qué podía pasar si no
cumplíamos a tiempo con ello. Las únicas instrucciones claras para
los cuidados del niño y las tareas de los padres provenían de los
catálogos de productos: ése era el estatuto actual de la escuela
para padres.
Finalmente, poco antes de que se venciera el plazo establecido,
fuimos al Registro Civil. Otra sorpresa vendría a sumarse a las
anteriores: L. no había nacido en el país de sus padres, sino en
otro; antes que ciudadano de la Nación Argentina, él era —y es—
habitante del Mercosur. Lo cual no es ni bueno ni malo para él, sino
una condición del mundo que le tocaría habitar. Pero de nuevo el
mercado ganaba la mano. La posesión de ese documento de
identidad venía a coronar la cadena de hechos que la habían pre-
figurado. La sorpresa fue el anticipo de una revelación; el encanto
de lo que parecía una intuición se desvanecía ante una real
confirmación. L. era ante todo habitante del Mercosur, y su
identidad civil estaba ahora marcada por ese rasgo'que no era sólo
de hecho; también lo era de derecho. Tampoco aquí nadie habló de
nuestras obligaciones jurídicas como padres del niño que había
nacido. Sóío que ahora la ausencia de esa voz resultaba menos
incomprensible.

Alto Valle del Río


Negro, febrero de
1999

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