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Se Acabó La Infancia
Se Acabó La Infancia
IGNACIO LEWKOWICZ
¿SE ACABÓ LA
INFANCIA?
ENSAYO SOBRE LA
DESTITUCIÓN DE LA
NIÑEZ
PRESENTACION
Matilde Luna
Buenos Aires,
agosto de 1999
ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN DE LA NIÑEZ
Cristina Corea
El discurso massmediático
y su crítica
Un discurso confirma su hegemonía cuando produce el
efecto de todo (o de uno) en los habitantes de una situación, s lo
que sucede con el discurso de los medios: ‘Lo que no está en la tele
no existe', si no estás en la imagen, no existís. El principio de realidad
social es la actualidad mediática, estos supuestos están instalados
con la fuerza de los hechos. Como está instalada la práctica de ver
la tele. En los medios, todo es representable. La realidad social
actual es inconcebible —en el sentido más literal del término— sin
los medios.
Hay un procedimiento que es característico de los discursos
hegemónicos: la delimitación de su propio interior y exterior. Desde
luego, tal operación no puede hacerse sino desde el mismo interior;
caso contrario, la distinción procede de afuera; es decir, de otro
discurso.
Esta aclaración es válida para situar la posición del analista del
discurso. Es válida asimismo para ubicar la posición de la crítica.
Puesto que, si el propósito es intervenir sobre un discurso con
funcionamiento hegemónico, no es desde afuera desde donde
vamos a enunciar la crítica: como se ha visto, la posición en
exterioridad sólo es posible situados en otro discurso que haga
visible el exterior del anterior. El problema es que en ese caso ya
no habría interpretación de síntomas sino descripción u
observación desde otro horizonte de saber, ajeno al del discurso en
que se interviene. Estrictamente, no habría intervención. Y, en
nuestra línea, sólo la intervención en las fallas del discurso tiene
efectos críticos.
Esta peculiaridad en la concepción del funcionamiento del
discurso tiene una consecuencia decisiva sobre la crítica; puesto
que la crítica, en esa línea, ya no puede ejercerse de modo
sistemático, bajo la forma de una totalidad aplicada sobre otra, bajo
la forma de una teoría crítica aplicada al discurso que se critica. Así
entendida, la crítica no puede zafar ella misma de la indeseable
operación de totalización o cierre. Desde luego, si la crítica queda
tomada en el procedimiento de totalización, no puede ser activa.
Pero que la crítica no pueda ya ejercerse bajo la forma moderna de
la teoría o del saber sistemático no significa que debamos
renunciar a ella.
La renuncia a la tarea crítica puede responder no sólo a un
sentimiento de impotencia; también la confianza ciega en el poder
democratizador de los medios es una forma de renuncia a la
crítica. En cualquiera de los dos casos, se sigue preso de la lógica
del todo: afuera de los medios (denuncia); adentro de los medios
(integración). En cualquiera de los casos, hemos sido tomados por
la lógica del discurso. Volvamos ahora sobre la infancia, para ver
cómo es su tratamiento mediático. En principio, los medios
presentan el problema de la infancia con una fórmula de carácter
general: "crisis de las instituciones”. El discurso asevera: “Vivimos
la época de los cambios. Cambia la familia, cambia el rol de la
mujer, cambian las relaciones de pareja. Es natural entonces que
la infancia cambie; ello no es más que una consecuencia de
aquellos cambios más generales."
Así es como proliferan investigaciones especiales,
comentarios, encuestas y notas de opinión, para abordar la crisis
general a la que asisten las instituciones modernas: la familia, la
pareja, la escuela. Se produce y circula entonces una especie de
máxima ideológica, que denominaremos ideologema mediático: de
la premisa general del cambio, se infiere la crisis de la infancia
como un caso particular.
Dicho ideologema reposa sobre un tópico: la idea del cambio,
del cambio permanente, tal como se presenta en la visión
posmoderna del mundo. Esta concepción del cambio permanente
encuentra su existencia paradigmática en la moda, retórica del
consumo. El imperativo de cambiar, de ser otro, racionaliza la
lógica infinita de sustituciones propia de la relación con los objetos
prescripta por el consumo. La infancia cambia porque la familia
cambia, porque todo cambia, porque todo está en el cambio, según
el paradigma de las diferencias débiles prescriptas por la moda.
Otra fórmula retórica que vehiculiza con frecuencia los
problemas de la infancia es la denuncia, uno de los géneros que ha
exasperado el periodismo de nuestra época; procedimiento
privilegiado de legitimación de la existencia de los medios.
Curiosamente, la etimología de denuncia significa, lisa y
llanamente, traer una noticia: de, desde, y nuntius, mensajero,
noticia; algo que procede de un mensajero. Tomada en su
etimología, la palabra parece exhibir la capacidad de
funcionamiento metadiscursivo que posee el discurso
massmediático, ya que allí la enunciación enuncia que enuncia.
Como enunciado meramente autorreferencial, la denuncia —
aunque sea central para la existencia mediática— carece
notablemente de efectos prácticos en la cultura. Por el contrario,
parece más bien que los anula; tal como otra denuncia neutraliza
los efectos de la anterior. Dicho en otros términos: el efecto inme-
diato de una denuncia es otra denuncia.
Con sus rasgos ya estabilizados por el particular estilo de
Página/12, este género mediático —dispositivo dominante en
nuestros días— toma a su cargo la denuncia reiterada de la fuga
del Estado de sus funciones de asistencia social: salud, seguridad,
educación. La denuncia mediática es un término constitutivo de la
actual naturaleza discursiva del estado. Se diría que funciona como
la vacuna —figura retórica del mito burgués, según la observación
de Roland Barthes—: “Se inmuniza lo imaginario colectivo
mediante una pequeña inoculación de la enfermedad reconocida;
así se la defiende de una subversión generalizada." Sin embargo,
hay que darle un ajuste a la fórmula barthesiana. Las aguas del
estructuralismo, del marxismo y de la crítica han corrido demasiado
como para que aquella suspicaz intervención de Barthes, crítica y
eficaz en los años cincuenta, siga produciendo efectos.
En términos actuales, la vacuna del imaginario colectivo no
impide una subversión generalizada, sino la irrupción del vacío en
el discurso: lo importante hoy es que los medios no callen. Esa
presencia permanente del discurso, que revela como un imposible
de nuestro cotidiano actual la experiencia de apagar la tele, apagar
la radio o ignorar los diarios, se ve favorecida —o al menos se
explica en parte— por una peculiaridad semiótica del discurso me-
diático: la ausencia de clausura. En las condiciones actuales, el
silencio —el vacío— es una experiencia horrorosa.
Se entiende entonces que la tarea básica de los dispositivos
sea impedir que se interrumpa la producción de sentido. La
denuncia es así garantía de que los medios no callen. Lo decisivo
es impedir el vacío.
Vamos ahora a situar la intervención de Roland Barthes en el
campo de la crítica cultural, porque ayudará a situar también la
nuestra. Barthes ha sido uno de los críticos más sutiles de la
semiología. Su primera edición de Mitologías data de 1957 y reúne
una serie de escritos críticos sobre la cultura de masas. Con ese
libro Barthes inaugura el proyecto intelectual de constituir la
semiología como ciencia crítica. Entusiasmado por la vía
estructuralista de axiomatización de la lengua que había abierto
Saussure, Barthes confía en que la semiología habrá de
constituirse en la ciencia crítica por excelencia. En cuanto se
admite una íntima relación entre la estructura social del lenguaje y
la ideología, la semiología se perfila como el instrumento ideal para
desmontar la estructura ideológica de las representaciones
sociales dominantes.
El análisis semiológico habría de permitir entonces "abandonar
la crítica piadosa y dar cuenta en detalle de la mistificación que
transforma la cultura pequeño burguesa en naturaleza universal".
Sin embargo, en una especie de balance que introduce la
reedición de Mitologías de 1970, Barthes admite que “ya no podría
escribirlas". Y es que las circunstancias políticas y teóricas de
entonces lo llevan a advertir —de un modo más intuitivo que teórico
— que el estatuto de la crítica había cambiado. Avanzada la
década del setenta, Barthes está convencido de la inviabilidad de
una "teoría" crítica: la semiología corría el riesgo, como cualquier
saber sistemático, de funcionar ella misma como discurso
ideológico. Hacía ya unos años que Barthes se había refugiado en
la crítica literaria. La teoría de la textualidad que elabora en esos
años se le presenta como única vía de acceso a la singularidad del
sentido: como única alternativa al estructuralismo de la crítica. Al
abandonar el proyecto "científico" de la crítica semiológica, Barthes
señala el problema: pero éste queda aún sin resolver, atrapado en
un brete que el estructuralismo marxista de la época no lograba
atravesar: el pasaje de lo social a lo singular. Esa suerte de
antinomia se le planteaba a Barthes como un enfrentamiento
irreductible entre dos discursos: el de la crítica ideológica, inevi-
tablemente reproductivista y fatalmente determinista, por cuanto
sólo era capaz de denunciar el compromiso de todo lenguaje con el
poder, y la interpretación textual, ejercida como una apuesta a la
singularidad de la lectura. En la búsqueda del texto singular se jugó
el intento de interrumpir el circuito de la reproducción ideológica del
sentido.
Al correr el riesgo de cualquier apuesta, la crítica estructural se
transformó ella misma en un dispositivo de reproducción cuando la
desmitificación, su operación de lectura privilegiada, se volvió
hegemónica. Dicha operación es sencilla: develar la verdad de la
dominación ideológica (significado) que se oculta en el juego
patente de los significantes. Es fácil entonces advertir en el actual
discurso progresista —uno de cuyos portavoces legitimados es
Página/12— un fenómeno de reinscripción ideológica de lo que
fuera en aquellos años una operación crítica.
ESTATUTO DEL DISCURSO MEDIÁTICO
EL CASO DE LA INFANCIA.
FATALIDAD DE LA PRIMERA LECTURA: ENCUENTRO
CON LAS REGULARIDADES DEL DISCURSO MEDIÁTICO
LAS OPERACIONES
DEL DISCURSO MEDIÁTICO
P RIMER PROCEDIMIENTO :
LA POSTULACIÓN DEL RECEPTOR
Donde:
“niño": nombre de un real imposible de nombrar por fuera de las
significaciones imaginarias instituidas (¿cachorro humano?;
¿mamífero?);
_______relación de apoyo; ni determinación ni expresión;
»» desplazamiento metonímico; ni determinación ni implicación;
síntoma: exceso de la imagen sobre el concepto práctico
instituido;
(1) situación histórica de vigencia de la infancia (institución);
(2) situación de agotamiento de la infancia (destitución);
.............: desajuste de la correlación.
Hemos llamado excrecencias a las representaciones sin
presentación en un universo de discurso: es el caso del
funcionamiento actual de la imagen publicitaria. Ese carácter que
atribuimos a la imagen publicitaria en relación con la
representación de la infancia debe considerarse
sintomáticamente. En la representación publicitaria actual del niño,
el real de la infancia no está presentado.
Ahora bien. Esta aseveración sólo puede aceptarse si se
interpreta el avance metonímico de la imagen publicitaria en la
estrategia de representación actual del niño como síntoma de una
variación histórica: el desplazamiento de un real que había sido
exhaustivamente cubierto por las .significaciones de la infancia
moderna.
Cuando se nos revela el carácter histórico de un Real —como
producción de síntoma, ya que nunca hemos de vérnosla con lo
Real en persona— eso indica que asistimos al horizonte histórico
de su destitución imaginaria.
Es evidente que, en el conjunto de significaciones atribuibles al
niño modelo o al niño consumidor, los predicados tradicionales de
la infancia están ausentes.
La persistencia del hábito podría hacernos suponer que este
análisis de la imagen es sólo válido para la niñez acomodada. “El
consumo no es cosa de la infancia pobre —se dirá—, la figura del
niño consumidor no puede haber desalojado a la del niño pobre",
que seguiría, en todo caso, representando fielmente a la infancia.
Pero las cosas no son así en el universo mediático. O sólo son así
cuando se persiste en la distinción tradicional entre contenidos y
formas. El programa de Unicef sobre los derechos de los niños que
mencionamos tiene como tema privilegiado la infancia en la
pobreza. La estrategia del programa es la denuncia de la falta de
reconocimiento de los derechos de los niños, a la sazón, las
víctimas. La retórica visual del programa para tratar a los pobres no
difiere en nada de la retórica de las clases pudientes; infancia
victimizada e infancia consumidora comparten la misma imagen. Lo
cual nos revela que la imagen mediática no refleja una realidad
exterior, testimoniable, sino que la produce. La imagen es un
procedimiento del discurso, no un espejo de la realidad.
En definitiva, entonces, el avance de la imagen publicitaria en
la representación de la niñez señala sintomáticamente un vacío y
un exceso: el ausentamiento del Real de las instituciones
modernas de la infancia, por un lado; la presunción de que ese
Real está en otra parte, indiscernible para una mirada organizada
todavía sobre los parámetros que instituyeron las instituciones
modernas.
- el tipo de soporte.
La publicidad de productos de consumo infantil puede tener
como destinatario a los padres (adultos) o directamente a los niños.
Una tendencia creciente en el rubro de los productos infantiles es el
privilegio del destinatario niño sobre el destinatario adulto. Cuando
el soporte es televisivo, la tendencia es todavía mayor. Pero, si la
publicidad le habla al niño, ese aspecto enunciativo es de impor-
tancia decisiva; ya que, si el niño está postulado alocutariamente
como consumidor, esa interpelación produce efectos culturales que
interesan a nuestra hipótesis de la variación de la infancia. Desde
luego, los efectos de esa interpelación tienen incidencia tanto en los
adultos como en los niños. Pero ¿es el niño el sujeto interpelado
por la publicidad? Y, si no, ¿cómo decirlo? ¿consumidorito?
Un ejemplo: la publicidad del flan Sancorito de Sancor. El
eslogan publicitario exhorta a la niña:
“¡Encapricháte! Flan Sancorito o nada."
La imagen presenta una niña enojada (acodada, el mentón
entre las manos y la mirada hacia abajo).
Al niño:
SITUACIÓN
y también para:
CIUDADANOS Y CONSUMIDORES
CONCLUSIONES
Los desplazamientos y sustituciones discursivos analizados
en este trabajo constituyen, tal como se postuló, el síntoma de la
desaparición de la infancia. Vinculada con la caída práctica del ideal
del hombre del futuro, tal desaparición es concomitante con el
cambio radical de las políticas estatales de representación
subsumidas en las prácticas de consumo.
Cabe, por supuesto, preferir el reaseguro que otorga el reino
de lo mismo. La idea del derecho siempre existió –puede decirse-,
sólo que ahora, con la hegemonía de los medios democráticos, se
hace extensiva a los niños.
El psicoanálisis llama “neurosis actuales” a esas figuras
recicladas en la práctica social, a la mirada que siempre ve lo
mismo pero con envase nuevo. El enunciado –no poco frecuente-
que dice “las cosas siempre fueron así” decreta –aunque suponga
que su certeza le venga de afuera- “aquí las cosas son así”. Su
repetición, además, congela el tiempo: ni convoca como
reapropiación al pasado ni apoya al futuro como proyecto.
CAPÍTULO 6
Ignacio Lewkowicz
1. Un individuo tiene un libro en sus manos. Se dispone a
leerlo. ¿Es ya un lector? No nos apresuremos a suponerlo. Es un
buen inicio, admitamos, pero admitamos también que sólo se trata
de un inicio. El hecho de tener un libro entre sus manos no basta
para hacer de su propietario un lector. A la vez, el hecho de que
una cosa con letras esté ante unos ojos no basta para hacer de la
cosa un libro. ¿Qué es lo que hace falta? Es preciso que el
movimiento del texto produzca su lector. Es preciso que el lector
constituya al libro.
2. Se ha leído un libro. El lector, si se ha producido, no espera
unas observaciones que proporcionen los términos que, faltantes en
la investigación, le daban secretamente consistencia: una garantía
epistemológica, un relato cronológico, un contexto teórico, un
aparato crítico erudito discretamente eludido en la presentación de
la investigación. El lector, si se ha producido, no espera los
elementos que faciliten un juicio epistemológico sobre la investiga-
ción, en términos de verdadero/falso, irreprochable/reprochable. El
lector ha leído una intervención; ha sido interpelado o solicitado por
dicha intervención: quiere continuar, obtener consecuencias,
herramientas, esquemas, ilustraciones, objeciones productivas;
quiere proponer ideas, tesis, rectificaciones estratégicas.
3. La serie de observaciones que sigue intenta mantener esa
relación activa de fidelidad con las tesis presentadas en el Ensayo
sobre la destitución de la niñez.
4. La anotación de un texto puede tener varios modelos. Las
notas que siguen bien pueden considerarse como otras tantas
ventanas de hipertexto en conexión con el texto principal. Si el
soporte no fuera nuestro venerable libro sino informático,
constituirían otras tantas ventanas que, en el texto de la pantalla
inicial, se podrían abrir sobre las palabras subrayadas. En la forma
que aquí se presenta, podrán leerse como anexos, como notas a
pie de página en tanto excesivas o tal vez como ventanas. Esto, si
se pretende ingresar en el estatuto contemporáneo del texto. Si se
quisiera regresar a otra situación, bien podrían considerarse cómo
marginalia, o quizá como anotaciones que pasan a formar parte del
texto.
5. Habrá además otros modelos históricos de relación entre
un texto y otro que encuentra en el primero sus inferencias. Pero en
este caso lo decisivo es comprender el tipo de conexión que se
establece entre ambos. O al menos desechar la tentación
espontánea de establecer entre ambos una relación jerárquica.
Según la supuesta jerarquía espontánea, el segundo, por referirse
al primero, transcurre en un nivel superior, en un nivel lógico meta.
Los privilegios epistemológicos envían el primero a la posición de
objeto; el segundo (meta) a posición de "conocimiento del objeto".
El segundo, entonces, detenta la verdad del primero, según la
concepción contemplativa de la actividad teórica.
6. Pero, como el Ensayo constituye una intervención en un
campo discursivo, el segundo texto se conecta con el primero en
una relación, en principio, de solidaridad estratégica. Como el
campo de intervención no es homogéneo y tampoco lo es la
intervención misma, el contacto efectivo que establece suscita
diversos efectos prácticos de sentido. La solidaridad estratégica
aquí consiste sólo en intervenir anticipadamente sobre algunos de
los efectos que pueden haberse suscitado en la lectura del Ensayo.
7. Si hay algo de cierto en las consecuencias que la
transformación en los soportes informáticos supone sobre las
prácticas de lectura, una de las ventajas del hipertexto por sobre el
texto-libro es que no prescribe un recorrido fijo sino que queda
armado por la voluntad activa de la lectura. Los autores de los
fragmentos proponen un horizonte de posibilidades. Pero la
efectividad de la lectura depende de las operaciones del lector. Si la
unidad material del libro supone una unidad de sentido —o una
pelea contra la unidad de sentido—, la virtualidad hipertextual
aspira a una actividad de lectura que esté guiada no sólo por
vocación turística. Estas observaciones constituyen, en esa línea,
puntos de deriva posibles para la estrategia de intervención del
Ensayo.
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para ser designado adecuadamente. Los nombres serán forzados,
sólo para indicar una diferencia que la institución hace
imperceptible. La destitución lo hace perceptible. Pero esa
percepción es engañosa: no presenta el desfasaje como estructural
sino sólo como "desviación" respecto de la naturaleza de las cosas.
Por otra parte, si la institución no cubre ese sustrato, no es por su
incapacidad sobre ese estrato sustancial específico sino porque
otras prácticas están moldeando ese estrato de modo tal que sus
efectos impiden la captura integral por parte de la institución tra-
dicional.
2. El desfasaje, entonces, no se da entre el estrato natural
sobre el que apoya la institución y la. institución- que apoya sobre
él. El desfasaje constatable tiene dos procedencias diferentes y
conjugadas. Por, un lado, como se verá en la observación acerca
de los mecanismos de institución y destitución de subjetividad,
cualquier tipo prácticamente instituido sobre carne y psiquis
humana produce Un plus irreductible a la institución misma. Se
trata del desfasaje entre la institución y. sus efectos pero no del
desfasaje supuesto entre una representación sociocultural de la
infancia y la realidad biológica que la subtiende. Por otro, el
desfasaje se produce cuando sobre la misma carne humana
indeterminada comienzan a operar prácticas distintas que la
moldean generando efectos irreductibles a la significación
establecida. Lo real de la infancia no es la resistencia de una base
biológica que no se deja domeñar por las significaciones sino que
resulta de un desacople en el plano sociocultural mismo. Si
llamamos materia prima para la infancia al cachorro humano,
tendremos que llamar real de la infancia al exceso práctico
socialmente producido respecto de la institución dada. En nuestro
caso, si las prácticas modernas instituyen infancia sobre la cría, las
prácticas contemporáneas no sabemos qué instituyen, pero sí
sabemos que destituyen las condiciones necesarias para dicha
infancia: están en posición de real para la infancia moderna pero
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aún no han instituido su realidad específica. Podría convenir en
llamarse materia prima de la infancia a 1a realidad -biológica
indeterminada como humana-, realidad de la infancia a la institución
eficaz que determina a su materia prima, y real de la infancia a las
prácticas que intervienen sobre la materia prima —o sobre el
exceso producido por la realidad de la infancia— destituyendo las
condiciones de posibilidad de la institución pero sin instituir una
subjetividad substitutiva.
3. De esta complejidad efectiva deriva el fenómeno de
incómoda homonímia en torno del término infancia. Pero no es
todo. Pues por otra parte es preciso considerar que la relación entre
las significaciones prácticas instituidas sobre el- estrato biológico y
la carne sobre la que inciden es una relación de determinación. Ese
sustrato no es una serie de determinaciones sobre las que se
articulan representaciones que más o menos se le adecúan; en una
serie cíe condiciones con severas indeterminaciones que se de-
terminan por la vía práctica en la institución específica que una.
sociedad específica hace de eso. Motivo por el cual la subjetividad
instituida no establece una idea sobre la cosa sino 1a naturaleza
misma de la cosa.
4. Cuando en el Ensayo se habla del cachorro humano, quizá
el término sea un tanto abusivo. Pero no por el lado de cachorro
sino por el lado de humano. La especie no es humana sino
sapiens. El cachorro no tiene en potencia la humanidad, que le es
instituida según las prácticas establecidas como pertinentes para el
concepto de humanidad instituido en la situación de referencia.
Juan Vasen designa como cría a ese recién nacido sin estatuto
humano. Esa cría no constituye lo real de la institución social de la
infancia por dos motivos. Por un lado, porque respecto de las
diversas instituciones no estará en posición de real indoblegable
sino de materia prima maleable. Segundo, porque no es siempre
infancia lo que se instituye prácticamente para determinarlas. Pero,
entonces, ¿cómo llamar a esas diversas instituciones sociales que
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determinan lo que fue la cría en losprimeros años? El nombre no
puede ser genérico sino específico. Y el nombre específico es el
que cada sociedad instituye. Las tentaciones son frecuentes:
parvulus, paidos, etc., parecen traducirse sin mayores dificultades,
pero con eso se pierde lo esencial. Lo que tienen de traducible
oscurece lo que tienen de intraducible.
Y lo que tienen de traducible son sólo los débiles parámetros
exteriores de localización que muy poco dicen sobre la naturaleza
de !a subjetividad instituida. Se puede considerar como corte
pertinente en común —eso que proporciona la materia traducible de
los términos— la edad. Pero cualquier corte por edades en el
continuum biológico de los años va a remitir a un corte simbólico
establecido como natural (de la naturaleza restringida de ese
discurso en particular) en condiciones muy locales. Distintas socie-
dades establecen cortes simbólicos como edades de la vida en
números de años muy disímiles. Y, por otra parte, el indicador de
los años como, parámetro reduce los primeros años a un soporte
material vacío sin cualidad que le proporcione una naturaleza. Eso
en común, que determinaría el umbral de esencia traducible, es
nada, es una pura red de condiciones indeterminadas. La
subjetividad infantil es la serie de operaciones físicas y mentales
que la cría es conducida a realizar mediante prácticas de crianza
para habitar los dispositivos sociales destinados a producirla,
custodiarla y promoverla al estatuto siguiente establecido por la
sociedad en cuestión.
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monocotiledóneas en la olímpica ignorancia de Linneo, nada de eso
ocurre con la carne humana si se aspira a que sea humana. Para
producirla como humana es preciso enorme esfuerzo, mediante el
cual las sociedades arrancan a las crías humanas ríe su animalidad
imposible.
2. La adopción, así, es un fenómeno absolutamente general,
coextensivo con las sociedades humanas. La sociedad entera
trabaja para adoptar en los cuadros, de su humanidad instituida a
ese nuevo eslabón de la cadena. Adoptarlo equivale a disponerlo
como hijo, que en sí guarda al futuro ciudadano, súbdito, soldado,,
o cordero.
3. Las diversas sociedades establecen distintos procedi-
mientos de humanización, procedimientos que inscriben al individuo
dentro de los cuadros sociales que serán, para él y los suyos, sus
soportes principales: La institución de humanidad se produce
mediante la inscripción de la carne humana en un cuadro
genealógico. Esa genealogía instituye los tres principios básicos
mediante los cuales la palabra humanizado. La genealogía
proporciona un principio de identidad (a partir del cual soy el que
soy), un principio de diferenciación subjetiva (mediante el cual no
me confundo con los otros ni confundo a los otros conmigo), un
principio de causalidad (mediante el cual soy el que soy y no me
confundo con otros porque fui engendrado por tales padres). No es
preciso esforzarse demasiado para ver aquí la matriz de los
principios lógicos de identidad, no contradicción y razón suficiente.
4. La cría humana no es de por sí niño; tal vez ni siquiera es
hijo. Es cría. De cría a hijo y de hijo a niño el pasaje fue efectivo
porque así lo han instituido prácticamente las prácticas modernas
burguesas. Para que haya niños y no meramente hijos o crías, fue
preciso que se hayan dado una serie de condiciones. Pero estas
condiciones se pueden reducir a una: separación y distinción de un
espacio para los niños. Ese espacio está destinado a constituir la
separación de dos mundos, a elaborar la separación y a preparar el
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tránsito de un espacio a otro. Por eso el operador clave de ese
espacio es el juego. Pero el espacio del juego como tal sólo está
formalmente instituido en el mundo burgués de las familias y la
escolaridad. La delimitación de una percepción separada para el
niño (por ejemplo, el estudio de las proporciones de Durero), de
una ropa diferenciada que los simbolice como tales niños que
juegan (ropa juguetona y ropa de jugar), de unas prácticas
específicas (habitaciones, juguetes', cena y sueño, juegos y
escolarización) hace que el niño sea efectivamente niño. Por fuera
de la institución moderna, el concepto de niño resulta una
traducción engañosa que se desentiende de lo esencial.
5. Pues todas las delimitaciones modernas no constituyen el
reconocimiento de la verdadera naturaleza del niño, velada del
paleolítico inferior al Renacimiento, sino la institución específica de
la infancia por la distribución de unas series de prácticas
consustanciales con un período del régimen burgués de
producción, con la organización en Estados nacionales, etc. Pero
esa configuración laboral —que separaba el mundo de! trabajo del
mundo del niño— e institucional se está hoy deshaciendo. Los
soportes institucionales que hacían al niño (es decir, un humanito
que juega) se van ausentando de la escena. La serie de prácticas
que ahora despliegan los niños no coincide con lo que la institución
moderna de la infancia nos había acostumbrado a percibir y
esperar. ¿Esta mutación acarrea una destitución del espacio del
juego, de la niñez, etc.?
6. Prudentemente el Ensayo está lejos de profetizar: parece
disponerse a observar cuáles son las mutaciones específicas
producidas por los cambios de organización social en la
subjetividad de las crías. Lo cierto es que Ignoramos radicalmente
cuáles son las modalidades de infancia compatibles con el Estado
técnico-administrativo, con la privatización general de las vidas o
con el teleconsumidor como tipo subjetivo que sustituye al
ciudadano. El tipo de infancia no es deductible: hay que esperarlo
en las escenas en que realmente se manifiesta. Ya llamarlo infancia
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es una especie de anacronismo inevitable.
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como en nuestras formas sociales y doctrinas contemporáneas, el
devenir ha devenido aleatorio? El tiempo caótico, determinado por
la multiplicación de las velocidades de conexión y por la
multiplicación de los centros de decisión autónoma o en red, afirma
—quizá por vez primera, pero eso no significa nada— la positividad
de unas realidades cuya característica asumida es la
impredictibilidad. Las situaciones se nos presentan como autó-
nomas y no como parte integrante de un conjunto abarcador
llamado "la época”. La serie de situaciones parece carecer de un
ordenador secuencial que torne previsible el término siguiente.
4. Hasta aquí —y el Ensayo sigue funcionando en ese es-
quema—, era posible pensar en términos de subjetividad de época.
En la medida en que el tiempo socialmente instituido proveía una
serie razonable de pasos o secuencias —tanto para las vidas
individuales como para los procesos colectivos—, el conjunto de las
situaciones estaba —imaginaria, vale decir, eficazmente—
integrado en una totalidad de época. Los rasgos subjetivos
adquiridos en una -etapa de la vida e>"\n pertinentes para la
siguiente porque lo mismo se desplegaba bajo la forma del
progreso. El término siguiente estaba instituido como el despliegue
de lo que el anterior contenía en potencia. Pero nuestro devenir
contemporáneo postula que los ámbitos de restricción del azar se
han limitado severamente, que el futuro es una incógnita.
Consecuentemente, la preparación característica de la humanidad
temprana presenta un signo de interrogación y uno de perplejidad.
5. La multiplicidad dislocada de situaciones sustituye a la
serie armónica de la época. La. subjetividad pertinènte para
habitar una situación no proporciona recursos para la
siguiente pues se ignora explícitamente cuál es la siguiente.
La subjetividad no es de época sino de situación. Lo cual da
lugar a dos posibilidades. O bien, en la medida en que nada
se sabe según la temporalidad caótica instituida, para nada se
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prepara a las crías —y la crianza consiste en esos pactos de
amistad y felicidad mutua en la instantaneidad de las
satisfacciones—, o bien se asume como un dato positivo que
la temporalidad previsible ha sido archivada. En tal caso, no
es que nada se sepa del futuro, sino que se sabe que diferirá
del presente, que el tiempo que han de vivir las crías actuales
en un futuro es un tiempo de sorpresa, imprevisible. Pero
entonces podrán ser preparadas porque se sabe lo esencial.
Si bien quizá todos los demás núcleos subjetivos
permanezcan indeterminados y abiertos (la relación con la ley
y los poderes, los criterios y procedimientos de producción de
verdad, los modos de determinación y asunción de la
responsabilidad), la relación con la temporalidad instituida
podrá ser determinada. Habitar la sorpresa y la imprevisión
requiere también de una preparación. ¿Qué discursos, qué
prácticas, qué dispositivos estarán a cargo de la tarea?
— 181 —
TRES OBSERVACIONES ACERCA DE LA CRÍTICA
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impasses prácticos que, no asumidos en interioridad por la
rectificación epistemológica, gobiernan secretamente a distancia los
requerimientos para la nueva estrategia que se quiera activa.
3. Así, la historia más visible de la crítica se lee en el cambio
de modelos críticos. Por eso presento, en principio, un ejercicio un
tanto formal para caracterizar una serie de modelos críticos. Luego,
el movimiento se va a complejizar. Este ejercicio formal puede dar
alguna luz para describir los distintos modos de proceder en la
crítica. Pero la descripción deja en suspenso la explicación
(siempre sucede cuando se enumeran descripciones narrativamen-
te conectadas). La explicación se sitúa en otro terreno, fre-
cuentemente invisible en el movimiento que la crítica encara para
atravesarlo. La explicación de los cambios de paradigma —y de su
vigencia— depende de las condiciones efectivas de la capacidad
de intervención que tienen las estrategias críticas. Una estrategia
no se abandona por epistemológicamente superada; se supera
epistemológicamente por estar prácticamente agotada.
4. En el primer paso formal, puede ser útil un uso un tanto escolar
de un núcleo del pensamiento lacaniano. Las exégesis varían, pero
las letras RSI para Real, Simbólico, Imaginario constituyen una
marca inconfundible de tres registros heterogéneos. Esas tres
modalidades podrán caracterizar tres estrategias críticas diferentes.
Una estrategia crítica que toma su paradigma de I, una que lo toma
de S, otra que lo toma de R.
Sabemos —aunque no sepamos otra cosa— que R, S son
dimensiones de un nudo borromeo: cada anillo es a su vez R, S e
I. Esta distinción en rigor es puramente de énfasis; no son
entidades, estratos o niveles. En las tres estrategias hay S, hay R,
hay i. Una predomina.
5. La crítica consiste en remitir lo que en un plano que aparece
como totalidad evidente a otro plano que muestra que las cosas
eran de otro modo. Desde Platón, la estrategia de la crítica es la
remisión de la doxa a la episteme. La doxa es saber de lo que
— 183 —
aparece. En cambio, el valor de la episteme varía radicalmente de
estrategia en estrategia, según si la R, la So la I tienen valor
hegemónico.
6. Una primera estrategia que consiste en la remisión del
¿saber de lo que aparece a un saber de lo que no aparece pero es
más esencial. La primera estrategia crítica remite del imaginario
aparente a una parte de la realidad más real que la que se
presenta, con mayor intensidad ontológica. La apariencia es casi no
ser, la realidad esencial es la plenitud a el ser. Esa realidad esencial
está en sí determinada, especificada por sus propiedades, maligna
o torpemente encubierta por las falsas propiedades de la aparien-
cia. Podemos llamarla crítica sustancialista o positivista: es la
remisión —en el interior de lo real— de un estrato superficial a un
estrato más profundo. Es un positivismo de dos plantas cuya
operación es esa remisión de una parte degradada- a una más
esencial, pero sigue siendo una operación en el interior mismo de lo
real poblado de entidades por sí determinadas. La operación básica
de esta crítica sustancialista está guiada por la metáfora del funda-
mento, la metáfora de la profundidad, de todo lo que es de difícil
acceso. Se trata del primer umbral de la crítica, que opone a una
consistencia falsa una realidad verdadera, visible para quien pueda
y sepa verla. Este primer umbral es el que predomina prácticamente
—sin dominar en la ya reflexión sobre sí— en la espontaneidad
crítica que impugna una realidad por meramente falaz.
7. La segunda estrategia nace con el nombre de crítica.
También es una remisión de lo que aparece a otra instancia. Pero
en este caso la remisión de la doxa a la episteme es la remisión de
lo que aparece, lo imaginario, a un orden simbólico que lo posibilita.
Es la remisión de lo posibilitado a su condición de posibilidad. Ésa
es la crítica que abrumadoramente desarrolló el estructuralismo.
Nunca la estructura es la causa de lo que se presenta como
determinado pero constituye la red de condiciones determinadas
cuya operatoria permite la presentación de lo estructurado.
— 184 —
8. Ahora bien, estas dos primeras, la crítica estructura- lista y la
sustancialista, arraigan las dos en una ontología identitaria y
pueden funcionar como teoría crítica en la medida en que
distinguen siempre dos niveles: el primero, el que aparece y el
segundo, el que aparece para un ojo más claro. Las dos pueden
tener estatuto de teoría porque el ojo que ve más claro puede ver
ese segundo nivel escondido en la medida en que el segundo nivel
está tan estructurado como el primero. Es decir que la distinción
entre dos niveles termina sancionando la distinción entre teoría y
práctica. Cuando se sanciona la distinción entre teoría y práctica, es
que hay posibilidad de conocer teóricamente el nivel más esencial.
9. La tercera estrategia —si la primera era la remisión
imaginaria del presentado a un esencial escamoteado, pero
también presentado; si la segunda era la remisión del presentado a
las operaciones simbólicas que lo posibilitan— consiste en la
remisión del I a lo .real de las fuerzas que lo producen. Ya no es de
las operaciones cuya combinatoria produce ese imaginario, sino a
los poderes que se determinan produciendo realidad. Aquí la
remisión real es de la consistencia imaginaria a una inconsistencia
de base que se determina en los efectos de superficie. Se trata de
una operación indeterminada de remisión de una determinación
presentada a la indeterminación que la ha producido. El estatuto de
la crítica aquí no puede ser de teoría crítica sino de intervención
crítica. Porque sólo la intervención funciona en el mismo plano
práctico de inmanencia.
Se concibe que las fuerzas o los poderes sólo se determinan en su
ejercicio. Aquí, la crítica no remite a una entidad o una estructura
de condiciones: no hay una episteme determinada tras la doxa. La
remisión consiste en el acto de intervención y no en una episteme
obtenida.
10. Cuando la crítica toca el punto en el que se convierte en
intervención, queda disuelto el límite entre práctica y teoría que en
la. versión tradicional corresponden al par doxa/episteme. Estalla
— 185 —
entonces el problema de la relación entre las prácticas y loé
enunciados críticos. La teoría, ojo que ve una segunda escena, se
desarticula cuando no hay segunda escena y tiene que irrumpir en
la primera para hacerla seguir otro curso que no estaba prefijado en
libretas terrestres ni celestes.
11. Queda una última cuestión ligada a las operaciones de
remisión. La primera, la remisión imaginaria del i al ¡, se da según
el principio integral de causa. El principio integral de causa aquí es
el principio según el cual un fenómeno es causado si concurren las
causas material, formal y eficiente. En esa línea las causas final,
formal y material aseguran la continuidad de lo que ya era, en la
medida en que funcionan prácticamente como un principio de
razón, un principio de razón que establece una proporción entre las
dos realidades. Siempre hay un principio de semejanza. La causa
eficiente actúa, pero vigilada muy de cerca por las otras tres; está
en posición de agente, y tiene que ver con la operación más
elemental que es la actualización de lo. que está en potencia, la
realización de lo que ya .estaba.
12. En la segunda crítica, la operación ya no es la búsqueda
de la causa sino las condiciones. Lo que interesa es la relación y no
la proporción entre lo posibilitante y lo posibilitado. Lo posibilitante
es siempre un cubo algebraico de las condiciones: se pueden poner
doce, dos o cien, da lo mismo. Pues se trata siempre de un álgebra
forma que se presenta como una combinatoria rica. La categoría
clave ahí es la de condición de posibilidad. Pero esa condición está
aún muy tomada por su semejanza con lo posibilitado: lo
efectivamente dado no es más que la actualización de uno de los
posibles contenidos a priori en las condiciones.
13. En la tercera crítica, la remisión es siempre la saga de la
causa eficiente; el hacer de la causa eficiente es precisamente azar
en el sentido más fuerte, en la medida en que no funciona regulado
ni por un sistema a priori de condiciones de posibilidad ni por un
sistema a priori de razones que predeterminan el efecto.
— 186 —
15. Éste era el esquema del que partió la investigación en la que
se basa el Ensayo. La tercera estrategia se proponía como capaz
de atravesar las dificultades que habían llevado a los impasses de
las primeras dos. Pero quedaba mucho aún por recorrer para
alcanzar unas formulaciones críticas capaces de determinar
activamente las exigencias formales de la tercera estrategia de
remisión.
16. El derrumbe del mundo que había producido la infancia
era también el derrumbe del mundo que había posibilitado la
emergencia y la eficacia de las dos primeras modalidades
epistemológicas de la crítica. El universo discursivo que el Ensayo
llama Estado nación era el que aseguraba la distinción entre teoría
y práctica así como la eficacia práctica de las teorías críticas. Su
desvanecimiento tenía que ofrecer una serie de obstáculos
inanticipables en el momento de emprender la intervención crítica.
17. Porque, en este caso, ¿qué eran las fuerzas y los po-
deres? ¿Cuál era la eficacia de estas categorías para pensar las
instituciones, sus condiciones, sus prácticas, sus discursos? ¿Qué
eficacia iban a tener los recursos de las diversas disciplinas para
esta remisión? ¿Cómo se iban a articular estos recursos con los
conceptos de síntoma, institución y destitución? ¿Cuáles eran los
requisitos ontoló
gicos pertinentes para comprender y operar en este régimen? ¿Y
cuáles eran las consecuencias sobre la propia imagen de la crítica
que derivaban del hecho de haberla emprendido? ¿Cuáles eran los
conceptos de sujeto y de subjetividad compatibles con esta
comprensión y práctica de la tarea crítica? ¿Qué imagen del
pensamiento era pertinente para la imagen actual del pensamiento
crítico?
— 187 —
1. La tercera estrategia de remisión crítica tiende a tornarse
hoy hegemónica; si no en el terreno de la crítica efectiva, al
menos en el plano del desideratum. Vivimos en un mundo muy
contemporáneo: nadie quiere aparecer explícitamente en
posiciones que supuestamente han quedado atrás —así
funcionan los imperativos de la moda universitaria. La remisión
crítica actual abunda en declaraciones en torno de las
indeterminaciones, de la vacancia del sentido, de la posibilidad
de interpretación ilimitadamente abierta. Pero puede tratarse de
una treta más del idealismo. En este contexto, idealismo es el
nombré de las estrategias que afirman el carácter ideal de las
ideas, la escisión entre teoría y práctica, el juego de la
interpretación independiente de las operaciones prácticas de
intervención. Se ha dicho ya mucho en torno del hombre vacío
posmodernidad. Podemos agregar una nueva determinación.
Podemos llamar ideología posmoderna a la orientación actual
que sostiene la estrategia de remisión de lo que se presenta a.
unas fuerzas siempre y cuando la remisión sea una operación
teórica; correlativamente, podemos llamar pensamiento
contemporáneo a la estrategia de remisión que prácticamente
opera en el mismo plano de las fuerzas que han constituido el
campo y el síntoma sobre el que interviene la intervención. Será
preciso entenderse sobre el carácter materialista —sobre el
carácter contemporáneamente materialista— de la estrategia
crítica del pensamiento contemporáneo.
2. El materialismo difiere del realismo: para el realista las
situaciones son datos de la realidad; para el materialista, son
productos. El sentido de producto es el modo de producción de
esas situaciones. El modo de producción de las situaciones es la
determinación discursiva del combate entre fuerzas. La crítica es
la remisión a las causas inmanentes; es decir, al proceso de
determinación de las fuerzas.
3. Si las prácticas de enunciación remiten a la inmanencia
— 188 —
práctica de la situación, el enunciado desarraigado remite a los
poderes de la trascendencia. Si la enunciación refiere a la
productividad de la inmanencia y si la interpretación se orienta a
la enunciación, entonces se invierte el camino tradicional de la
interpretación: no apunta hacia trascendencias que están más
allá del enunciado sino a prácticas de enunciación que están
más acá del enunciado.
4. Será preciso comprender que el supuesto giro lingüístico de
la filosofía es una entidad académica sin mayor eficacia en distintos
campos de pensamiento inmanente. Será preciso comprender que
los juegos de lenguaje no son más que el doble oficial, atenuado y
compatibilizado con la máquina universitaria editorial, de la crítica
inmanente de las prácticas de enunciación. Lo cierto es que
estamos ante otro movimiento, que podría llamarse —esta vez
paródicamente— el giro ontológico del pensamiento. Pero
entenderse al respecto no es sencillo. Porque ¿cuáles son las
condiciones en las cuales emerge este aparente retorno de la
ontología? La estrategia estructuralista había sentenciado el fin de
la ontología por metafísica; vale decir, el peor nombre del
idealismo. Correlativamente, había establecido el primado filosófico
de la epistemología. ¿Por qué retorna? Retorna en fidelidad con la
filiación crítica del pensamiento. Si la estrategia estructuralista ha
dejado de producir efectos críticos, entonces es porque las
condiciones efectivas del proceso crítico impiden seguir pensando
activamente bajo el mismo régimen. La ontología surge como
requerimiento del pensamiento crítico. Era precisa una noción de
ser capaz de aceptar la productividad inmanente de las prácticas,
del pensamiento. Era preciso que el pensamiento organizara un
cuadro en el cual el pensamiento fuera capaz de producir efectos
reales, es decir, en el seno del ser. Era preciso que el pensamiento
produjera una realidad del ser capaz de admitir la realidad del ser
por el pensamiento. Era preciso que el pensamiento crítico
dispusiera de unos conceptos del ser capaces de admitir el devenir
— 189 —
no reglado de las situaciones en las que intervenía. La emergencia
de la ontología en el seno del pensamiento crítico habla de los
impasses de una estrategia agotada y de una inversión materialista
del materialismo. El pensamiento, en adelante, no opera desde
fuera —bajo el esquema del conocimiento moderno, opera en la
inmanencia.
6. Así, las estructuras teóricas pierden primacía frente a las
estrategias críticas. La epistemología la pierde frente a la ontología.
La consistencia trascendente pierde primacía frente a la
productividad inmanente. La posmoderna es crítica teórica de
consistencia: sólo, señala los puntos de inconsistencia para
proponer una consistencia más plena. La crítica posmoderna
señala las inconsistencias para insistir en el carácter ficcional de
las construcciones. Como unas ficciones son tan ficciones como
otras, entonces es posible. La crítica ontológica no señala sino que
interviene, agrega, produce. No es teórica ni práctica.
7. El sentido en una situación normal es el sentido práctico en
la inmanencia: lo que se produce como sentido bajo la hegemonía
de la práctica dominante. En una intervención, el sentido no
procede de la potencia de la práctica dominante sino de una
interpretación. Pero este sentido no está determinado por el sujeto
del conocimiento sino desde la inmanencia de la práctica que
interpreta. Como esta práctica que interpreta se inscribe
forzadamente en la situación, la interpretación es, por eso mismo,
intervención.
8. La actividad teórica tiene que asumir su materialidad. Se
trata de estrategias en un campo de fuerzas (esta teoría es también
una estrategia). Los términos sobre los que ha insistido el Ensayo
entonces son: situación, campo de intervención, dispositivo de
intervención.
9. Esta estrategia materialista del pensamiento contem-
poráneo difiere entonces esencialmente del idealismo posmoderno.
Sólo pueden coincidir entre sí cosas tan diversas para un tercero.
— 190 —
Ese tercero suele ser la herencia dogmática deshecha del
materialismo moderno, bajo las especies de la crítica sustancialista
o estructuralista. Ese materialismo moderno cree combatir el
materialismo de las fuerzas refutando a su opuesto estratégico que
es el idealismo posmoderno de los enunciados. Puede valer todo lo
mismo si se trata de enunciados, pero jamás si se trata de fuerzas.
El pensamiento contemporáneo es materialista en su concepción:
pero también lo es en su estrategia. Las fuerzas —nombre actual
de la materia— o las prácticas —nombre para las fuerzas en el
campo de lo histórico-social— están presentes en ambas
dimensiones del discurso crítico. La crítica materialista es doble:
desarticula por remisión a unas fuerzas interviniendo como fuerza
crítica en el campo de las fuerzas criticadas.
10. La confusión más severa —desde la mirada de! ma-
terialismo moderno, característica de las dos primeras estrategias
de la crítica— se genera en torno de la palabra discurso. Pues el
mismo término puede remitir a la estrategia posmoderna del giro
lingüístico o a la estrategia contemporánea del giro ontológico.
Desde el punto de vista del materialismo moderno, discurso sólo
puede ser interpretado como lo otro de lo real, como palabra que
tiene una relación conflictiva con los referentes reales. Discurso, en
su comprensión, no puede más que remitir a los detestados juegos
de lenguaje, al reino independiente del enunciado: idealismo
tradicional. Pero el discurso es una categoría que no pertenece al
campo posmoderno sino al del pensamiento contemporáneo. Pues
el discurso se define como escisión entre los enunciados y las
prácticas de enunciación. El sentido de los enunciados es la red de
prácticas enunciativas en que se enuncian. Las prácticas de
enunciación se determinan en el enunciado que las expresa y
reprime. El campo del discurso, lejos de ser el campo abstracto del
lenguaje, es el campo de inmanencia real de las prácticas que
componen las situaciones sociales. Así, el pensamiento crítico
tendrá que ser pensado en el terreno discursivo. Ya no se trata de
— 191 —
la idea teórica que busca un medio para materializarse. El
pensamiento crítico tendrá que hallar el modo de ser efectivamente
a la vez su propio procedimiento crítico. La tarea dista de estar
consumada.
— 192 —
atestiguada, por la adecuación respecto de un campo de
fenómenos que define como la realidad (o su realidad). El
pensamiento crítico produce un tipo de verdades definidas no
por su procedencia sino por sus efectos: efectos de trastorno de
las coherencias dadas, de rectificación, de torsión sobre los
enunciados dados hasta entonces como válidos y
estructurantes. Si los enunciados se sostenían en las prácticas
de enunciación y si el discurso que constituían determinaba la
subjetividad del habitante de la situación, el pensamiento crítico
forzosamente tiene que alterar en algo el campo de la
subjetividad constituida en la situación en la que interviene.
3. Pero el pensamiento crítico tiene que hallar los modos
pertinentes para que sus enunciados precisamente produzcan sus
efectos. Si no lo hace (si no los busca o no los encuentra, da más o
menos lo mismo), el pensamiento crítico revela otro sentido posible
de su nombre: pensamiento crítico = pensamiento en estado
crítico. Esta acepción del término describe más o menos bien el
funcionamiento ya establecido actualmente del pensamiento crítico
heredado: en ausencia de los procedimientos que lo volvían eficaz,
repite sus mañas como signos de distinción, sin que la verdad que
pretendidamente portan sus enunciados tenga más efecto que la
identificación imaginaria de su enunciador (soy crítico, somos
contestatarios, no nos rendimos, bla, bla; yo soy muy crítico, ergo
lo que tengo en la cabeza es pensamiento crítico).
4. Habitamos una situación en la que se agota una modalidad
de ejercicio del pensamiento crítico. Esto no es poco, sobre todo si
consideramos que es el procedimiento efectivo el que califica como
crítico al pensamiento que se ejerce a su través. Que se habite el
agotamiento de una modalidad de ejercicio equivale a postular que
se habita el agotamiento del pensamiento crítico mismo. Porque
hasta ahora quedaba establecido que no hay pensamiento crítico
sin procedimiento crítico. Pero es preciso dejar de suponerlo para
postular el del procedimiento como campo de pensamiento
— 193 —
efectivo: el procedimiento tiene que ser pensado a su vez con tanto
rigor y audacia como las ideas puras, que sin ideas prácticas son
puras ideas.
5. La distinción puede resultar un tanto forzada, pero es
necesario por ahora mantener el forzamiento de esa distancia.
Porque, si no hay pensamiento crítico sin procedimiento crítico,
podría uno imaginarse que, si hay una serie de ideas que se
presentan como críticas de la consistencia de una situación,
entonces —aunque sea de un modo secreto— hay un
procedimiento que permite generarlas. Pero sería un derroche de
confianza irresponsable: las ideas supuestamente críticas no
aseguran la existencia del procedimiento que les sea
consustancial. Cuando los procedimientos están establecidos y son
eficaces, es posible desentenderse de ellas para discutir a
propósito de los contenidos que es preciso poner a circular por
esas vías. Pero en nuestras condiciones más bien estamos en el
problema inverso. Sabemos mucho, pero poco es lo que sabemos
hacer de activo en las situaciones sociales.
— 194 —
es preciso definir un uso local. Llamo moderna a la disposición del
pensamiento político característica de los Estados nacionales. Esta
disposición está estructurada por una serie de principios: el sujeto
que se instituye como campo de la política es el sujeto de la
conciencia; la pauta de funcionamiento básica de la conciencia
política es la representación; el sitio de esa representación de las
conciencias es el Estado,
8. Esta disposición del pensamiento generó una modalidad
absolutamente crítica, en la medida en que era coherente con
sus principios y eficaz en su estrategia: la publicación de libros
baratos. Los libros hablaban a las conciencias de una verdad
que estaba encubierta o tergiversada en el estado actual de
cosas. Esa verdad, una vez revelada a las conciencias, las
comprometía en procesos de transformación de los estados
actuales de cosas en estados ideales, mejorados o progresivos;
todo en una línea respecto de un ideal. La conciencia siente un
particular apego por la verdad y la transparencia argumental. Si
la verdad está diáfanamente expresada y coherentemente
articulada, de por sí hará su labor. Lo sorprendente no es que
hoy ya no trabaje de ese modo la verdad concebida como
descripción o comprensión positiva de la realidad ya dada, que
haya perdido los poderes que le atribuía el dispositivo moderno.
Lo sorprendente es que haya sido eficaz en las circunstancias
en que operaba como tal. El pensamiento crítico hoy, lejos de
añorar ese modelo como lejano paraíso perdido, tiene la tarea
de comprender cómo era posible que eso funcionara si hoy la
conciencia no tiene esos poderes y los libros no constituyen un
procedimiento garantido sino más bien otras cosas menos
nobles (ediciones, currículum, consumo, erudición de catálogo).
Si conciencia y representación son el fundamento y la pauta de
funcionamiento de la política, el libro (o su versión periodística)
son la forma adecuada de ejercicio del pensamiento crítico.
Esos supuestos determinan ese procedimiento. Que quede
— 195 —
claro: el compromiso con la disposición moderna de los
Estados no radica en la forma material del libro sino en la
convicción de que el centro de las estrategias-de intervención
es el esclarecimiento de las conciencias. La toma de conciencia
era la clave de la operación moderna. Dicho esto, es preciso
también ver hasta qué punto y bajo qué modalidades la forma-
libro es consustancial con la estrategia crítica agotada. Quizá,
el sitio para la discusión no sea este libro. Quizá sí, pero no por
libro sino por este.
9. Retomo. Esos supuestos que hacían del libro el arma'
de la crítica se han deshecho prácticamente. Y, si un término
ha cesado de prestar servicios en el campo crítico, poco cuesta
imaginar que ha pasado a prestarlos en el de la ideología, que
se nutre de los desechos reciclados del pensamiento crítico.
Las vías de este agotamiento son múltiples. Pero creo que se
reducen a dos esenciales: por un lado, las críticas teóricas
mismas que transformaron a la conciencia, la representación y
el Estado en nociones imaginarias sin capacidad activa; por
otro, el desfondamiento irremediable de las condiciones
materiales que hacían posible el dispositivo (los Estados
nacionales, las clases de esos Estados, los partidos de esas
clases). Si cunde en quejoso la "globalización", es porque el ex-
crítico añora el Estado bajo el cual su crítica de ese Estado era
eficaz; si cunde la "cultura de la imagen", es porque añora la
época en que la persuasión de las conciencias transformaba el
mundo.
10. Todo esto estuvo en la base de los Estados moder-
nos. Estos Estados son los que resultan de la Revolución
Francesa. El principio luminoso de la soberanía popular fue el
enunciado del estallido y la irrupción. El principio más opaco de
que la soberanía emana- del pueblo tomó su • relevo a la hora
de la retirada de esas irrupciones y de la consistencia
resultante del lazo social. Punto clave: el lazo nacional
— 196 —
representativo está causado no por la irrupción de las masas
sino por su ausentamiento. La representación es la forma por
la cual se instaura la conciencia como fundamento del lazo. Si
el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes, entonces la conciencia es eso que sirve para
que el pueblo no delibere ni gobierne sino para que se haga
bien representar. La consigna de educar al soberano es el
universal de la política moderna. El libro es su instrumento.
Estos Estados han desaparecido: la soberanía mercantil
efectiva no coincide con las fronteras estatales. Toda la
máquina gira en vacío.
11. Pero esta noticia, que ha llegado a los oídos de los
intelectuales que habían sido críticos libros mediante, no ha hecho
aún toda su labor más adentro de esos oídos. El orificio de salida
de los PC es la PC que sigue generando libros, ahora con un ritmo
frenético. Si nunca ha habido tanta libertad de prensa, es porque
nada de eso genera algún efecto de dislocamiento del lazo social
actual. Si nunca ha sido tan sencillo editar libros, es porque nunca
ha sí- do más difícil que cumplan alguna tarea crítica. (No hace
falta imaginar el destino descartable de este papel: alcanza con
suponerlo.)
12. La actualidad del pensamiento crítico se muestra en una
modificación enorme de los enunciados. El pensamiento crítico ha
modificado sustancialmente sus enunciados, sus ideas, sus
conceptos; ha conservado intactos sus procedimientos.
13. Una discusión actual parece negar lo dicho, pero es puro
artificio. Se discute si es mejor el libro o la televisión para hacer
circular ideas que hagan impacto en la sociedad. Beatriz Sarlo
quiere creer (los esfuerzos se le ven) que, si el profesional de las
ciencias sociales (herencia burocrática del intelectual agotado)
abandona la biblioteca y se mediatiza, se pone a tono con las
exigencias de la época. Es posible que se ponga a tono con las
exigencias ideológicas de la-época, pero no con la actualidad del
— 197 —
pensamiento crítico. Tampoco resiste quien se apega a los libros
por el mero hecho de no ir a la TV. La discusión es hueca porque
sólo trata del soporte y nada acerca del procedimiento. Pues las
cosas en el pensamiento crítico son más graves de lo que
aparentan. Ningún aggiornamento del soporte puede más que
mejorar la divulgación. Pero la influencia sobre las conciencias ya
no constituye tarea crítica alguna.
14. Las condiciones trasmutadas que exigen otras vías de
procedimiento para el pensamiento crítico no se refieren al soporte
material requerido para insistir en el mismo procedimiento:
divulgación de verdades para que las conciencias se hagan
representar de modo más adecuado. Los procedimientos
pertinentes dependen de unas condiciones en las que la
conciencia, la representación y el Estado no son los resortes clave.
El pensamiento en el lugar que antes ocupaba la conciencia, el
síntoma en el de la representación y las situaciones en el del
Estado son sólo tres sustituciones necesarias que sólo indican la
vía por la que es preciso iniciar el recorrido en busca de los
procedimientos activos. Por esa vía intentó transitar el Ensayo. El
pensamiento ha cambiado de estatuto. Si se trata —como estaba
dicho al comienzo— de la acción y el efecto de pensar de modo
que se trastoquen los parámetros que organizan la situación,
entonces el pensamiento no podrá ser ya concebido como el efecto
de una cosa que piensa. Y esa cosa que piensa era la conciencia.
Los pensamientos, en sentido moderno, se presentaban como
predicados o adjetivos de una sustancia. Esa sustancia, la con-
ciencia, era el terreno en disputa entre el pensamiento hegemónico
y el pensamiento crítico. Se trataba de influir sobre. las conciencias
para que esas causas de pensamiento alumbraran corno frutos sus
consecuencias necesarias. Por eso la lucha ideológica estaba en
primer plano: las conciencias se disputaban como terreno táctico
porque de ellas todo brotaba. Conquistar las conciencias era el
punto de partida de una progresiva conquista ele la representación
— 198 —
de las conciencias y el Estado. El enunciado portador de verdad
era la expresión de una conciencia esclarecida.
15. Nada de eso parece tener ya valor. Si el pensamiento se
determina como acto productor de novedad, como efecto y sostén
de un procedimiento encargado de engendrar las verdades, así
como de hacerlas producir sus efectos, entonces no es el fruto de
una conciencia dotada de una ideología, sino que es más bien la
interrupción de la hegemonía de la conciencia, El pensamiento
crítico es una producción situacional que excede las capacidades
asimilatorias de la conciencia en la que aparentemente brota. Por
eso, el terreno de disputa no es la posesión de las conciencias. El
campo de intervención es el punto de inconsistencia de las
situaciones, el punto en que fracasan los cúmulos de saber
anticipados por las conciencias. El pensamiento no es la expresión
de los intereses de algunos elementos ya dispuestos en la
situación, sino que es la irrupción de unos términos excluidos de la
situación. El pensamiento no expresa una determinación previa,
sino que determina un punto de indeterminación actual,
descubierta como obstáculo por el acto de pensamiento y a la vez
atravesada por los enunciados que resultan de la operación del
acto de pensamiento. El pensamiento sólo es pensamiento del
síntoma de una situación.
16. El pensamiento, si no es un predicado de una sustancia,
es una entidad volátil, que se disipa en su efecto y que no es
acumulable como tal pensamiento. Más bien habrá que concebir la
conciencia como el depositado inerte ideológico de los enunciados
que en su momento fueron pensamientos. La conciencia no es la
causa del pensamiento sino un subproducto inerte de ese acto. Es
el terreno de las representaciones, el sitio en que permanece como
estado lo que ha ocurrido para desvanecerse.
17. Desaparece también como campo de interés para el
procedimiento crítico el Estado como núcleo del poder de
transformación. Las diversas situaciones no se componen en un
— 199 —
todo orgánico coronado por su estado. Las situaciones no son
partes sino precisamente situaciones. El carácter situacional de las
realidades sociales (imposibles de unificar sin recurrir a un
metadiscurso imaginariamente integrador) determina que cada una
de las situaciones es un campo específico de intervención para el
procedimiento crítico requerido por su síntoma.
18. Aquí se detiene la deducción posible, porque aún no han
aparecido tos procedimientos específicos requeridos para que sean
posibles tanto la captura por el pensamiento del síntoma de una
situación como la intervención eficaz de ese pensamiento en la
producción de los efectos críticos de la verdad. La clave radica
entonces en la reflexión sobre los mecanismos y procedimientos de
producción de pensamiento en el síntoma de las situaciones de las
que se trate. La consigna se reduce a: desalojar los mecanismos
de saber mediante máquinas de pensar. ¿Cuáles son esas
máquinas?
— 200 —
va constituyendo esta línea de trabajo. Pero —a esta altura es
redundante— no mostrarán una teoría constituida sino una serie de
herramientas que se han ido fabricando según circunstancias
diversas. Estas herramientas, modificadas por el uso, trabajan el
campo de la historia de la subjetividad.
1. HISTORIA DE LA SUBJETIVIDAD
— 201 —
estructura universal de lo que es un ser humano. La historia de
las mentalidades no puede pensar la intraducibilidad de las
experiencias (alteridad) porque, las supone ocurrencias
comunes de la misma estructura de base, (inalterable de por sí).
La historia de las mentalidades no puede pensar las mutaciones
decisivas de esa estructura subjetiva de base porque la supone
sustrato de una historia que no produce su propio sustrato.
c. La historia de las subjetividades parte de postular la
historicidad situacional de la naturaleza humana. Por un lado,
afirma que la naturaleza humana no es una forma constante de
contenidos variables; por otro, que la variación sustancial de la
forma misma tiene carácter situacional y no epocal. No supone una
historicidad al modo del historicismo, en la que una sustancia
despliega en el tiempo el grueso de sus características. Por el
contrario, para la historicidad situacional, cada situación engendra
su humanidad específica. La historia de las subjetividades
depende de una ontología situacional y no de una
epistemología temporal.
d. La historia de las subjetividades postula una categoría
decisiva: el concepto práctico de hombre. Partamos de un ejemplo.
El esclavo antiguo, ¿es o no es hombre? Para el amo romano, es
un mero instrumento, un instrumento que habla, un muerto en vida,
cuya vida podría haber cesado en el momento de la derrota bélica
en que fue capturado, y puede cesar en cualquier momento, porque
pertenece al amo (vencedor o derivado del vencedor). No es
hombre. El historiador de las mentalidades supondrá que es
hombre porque pertenece a la especie sapiens (abusivamente
llamada humana). Pero las prácticas de producción de la
subjetividad esclava han dado lugar a otra cosa que los hombres,
distinta de la que los hombres esperamos encontrar para hablar de
semejantes. El esclavo antiguo no pertenece a la humanidad
instituida como tal.
e. El concepto práctico de hombre determina una humanidad
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específica (como cualquier humanidad) por la vía práctica, y no
tanto por la vía de las representaciones. Una humanidad específica
a su vez determina, por un lado, cuáles de los cuerpos homo
sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente establecida: por
otro, cuál es la propiedad constitutiva de lo humano para las
circunstancias en que se establece dicha humanidad.
f. Se comprende mejor en qué consiste la historia de la
subjetividad si se percibe el modo en que trabaja. Se comprende a
su vez algo del modo de trabajo si se exhiben las herramientas-
nociones de base.
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sentido compensan esas heridas constituyen la estructura básica
de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de los discursos
instauran las marcas estructurantes; los enunciados de los
discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La
marca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad
queda determinada por esas marcas y ese sentido. Sin embargo, la
subjetividad instituida jamás es exhaustiva. La instauración misma
produce un envés de sombra.
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permanecerá agazapada la constelación edípica con todas sus
configuraciones posibles, sus acechanzas y sus certezas. La
segunda señala lo contrario. Como las categorías de lo inconscien-
te reprimido resultan de la institución burguesa del sujeto de la
conciencia, bastará con que los hombres no sean producidos por el
Estado nacional y la familia nuclear burguesa para que, si
desaparece el inconsciente que resulta de esta operación,
desaparezca también cualquier zona de exceso respecto de la
subjetividad socialmente instituida.
c. Pero la experiencia conjeturalmente extendida del
psicoanálisis nos permite postular el siguiente cuadró formal.
- La institución práctica de la humanidad varía de situación en
situación. El tipo de subjetividad instituida que resulta varía con las
prácticas de producción.
- Como efecto de la institución visible, se produce un revés de
sombra invisible. Este revés depende del tipo de prácticas de
producción de subjetividad. Si varía la subjetividad instituida, varía
el envés de sombra.
- La variación del envés de sombra no se deduce de (pero se
produce como efecto incalculable de la operación de) la institución
de la subjetividad oficial.
d. La postulación del envés de sombra es un requisito
necesario en la historia de la subjetividad para dar cuenta de un
efecto decisivo: las mutaciones tanto del lazo social como de la
subjetividad instituida. Caso contrario, sería necesaria una
instancia autónoma, exterior, independiente, capaz de engendrar
las mutaciones. Pero, si hay una instancia exterior capaz de
cambiar por sí misma las realidades, entonces estamos de nuevo
en la doctrina del fundamento inmutable que todo lo transforma. La
ventaja de la postulación del exceso es que no requiere de otra
sustancia más que las prácticas de producción de subjetividad para
engendrar lo otro de la subjetividad instituidas capaz de alterarla. A
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partir de ese envés de la subjetividad instituida, se constituye el
sujeto (o efecto-sujeto) capaz de alterar la subjetividad instituida y
el lazo social.
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establecen entre los elementos; habrá que llamar correlativamente
soporte subjetivo del lazo a los elementos constitutivos de la
relación. Y la metáfora vale sólo si se le adosa una condición. De
ninguna manera se podrá admitir que los elementos preexistan a la
relación, o que la relación preexista a los elementos. La institución
de una subjetividad específica y de un lazo específico es
consustancial. No hay instauración de un tipo de lazo social que no
sea a la vez la instauración de un soporte subjetivo pertinente; no
hay institución de una subjetividad específica que no sea a la vez
una efectuación de los requerimientos de un tipo específico de lazo
social.
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determinación en sentido fuerte, vale decir, la acción de
determinar. En la problemática de la determinidad no sólo todo
está determinado: más aún, ya estaba determinado.
3. Tanto la perspectiva biologista como la culturalista
tienden a transcurrir bajo la hegemonía discreta de la de-
terminidad. Las determinaciones biológicas no son actuales sino
meras actualizaciones de lo que ya era en la especie misma a la
que pertenece un individuo de la especie sapiens. Las
determinaciones culturales no son actuales sino meras
actualizaciones de lo que ya era en potencia en el universo
cultural específico en el que se constituye como humano un ser
biológicamente sapiens y culturalmente humano.
4. La historia de la subjetividad, cuando logra afirmarse en su
autonomía, no podrá negar el peso inevitable de la biología y la
cultura en la constitución de la subjetividad específica de un
individuo de la especie en una situación sociocultural. Pero negar el
peso de algo y negar su carácter determinante distan de constituir
sinónimos. La perspectiva historiadora tiene que asumir las
instancias biológica y cultural como condicionantes de la subjetivi-
dad. La condición condiciona; la determinación determina. La
condición constituye un elemento que inevitablemente ha de ser
tenido en cuenta; la determinación es un elemento que establece
inevitablemente el modo en que ha de ser tenido en cuenta. Una
condición puede ser excedida, apropiada y significada por otra más
fuerte. Una determinación traza los límites de su ser, su
significación y su eficacia. ¿Es posible sustraerse al juego de la
determinidad con sólo sustituir “determinación” por "condiciona-
miento"? ¿Resultaría algo más que una transacción promedial
entre ambas determinaciones ahora ablandadas como
condiciones? ¿Y qué se ganaría si fuera eso posible? El discurso
histórico dista aún de haber conquistado un seguro territorio desde
el cual dar respuesta afirmativa y satisfactoria a estos
interrogantes.
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5. Convengamos en llamar—quizá abusivamente— biologismo
a las tendencias de pensamiento sobre la naturaleza humana que
de algún modo postulan invariantes fundantes que subyacen a
cualquier experiencia humana. El abuso puede aparecer en la
medida en que hay una serie de elementos que distintas teorías
adoptan como invariantes de la cultura que son culturales y no
biológicos. Pero aquí el abuso es meramente aparente. Pues
cualquier instancia que sea invariante y estructurante a la vez de
los hombres pasa a tener el mismo papel —cualquiera sea su
procedencia material o simbólica— que la biología: un pilar
fundamental de la naturaleza humana.
6. Como se puede intuir, hay un cierto biologismo latente en la
tendencia propia del relativismo cultural. El algo de fondo al que
tienen que representar las representaciones o significar las
significaciones permanece en exterioridad respecto de las
representaciones o las significaciones. Las prácticas y los
discursos sociales nada pueden hacer con la existencia efectiva de
estos términos; sólo pueden rodearlos de diversas significaciones
sin tocarlos en su realidad íntima. Si esto es así, el relativismo
cultural, al hacer énfasis en las representaciones, deja por fuera
del campo de las determinaciones culturales (de la capacidad de la
cultura para determinar entidades de distinto tipo), a las realidades
biológicas desdeñadas. Pero aquí el desdén es el índice local de
una impotencia. Pues en esta línea las significaciones atribuidas
desdeñan lo que no pueden llegar a alterar. So pena de idealismo,
los intentos de asimilar significación y determinación topan con el
límite real de una materia dócil a la significación pero determinada
ya de por sí.
7. Simétricamente, las posiciones biologistas requieren un tipo
particular de actividad cultural. Las invariantes determinadas de
por sí se escapan irremediablemente a la conciencia y la eficacia
de los actores individuales y sociales que las portan. Pero son
entidades de tal peso que, si bien, son desconocidas en su cabal
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realidad, son reconocidas en su eficacia. Una entidad que produce
implacablemente efectos, pero implacablemente también se resiste
a ser descubierta por la conciencia, tiene que suscitar una
actividad cultural específica: significar, racionalizar, desconocer
con significaciones la eficacia, reconocida de lo que precisamente
las excede. El biologismo de fondo exige un culturalismo
naturalizado de superficie; el relativismo cultural supone una
biología neutral en la base. La solidaridad entre opuestos va
despuntando.
8. Un índice de diferencia entre historia de las mentalidades
y de las subjetividades es el concepto —explícito o implícito— de
cuerpo con el que operan. Para la primera, el cuerpo es una
entidad ya dada en torno de la cual las diversas sociedades
organizan el sistema de las representaciones y las conductas.
Para la segunda, ese cuerpo no es un dato natural. Pues de lo
que se trata en el campo de la subjetividad no es del cuerpo
anatómico sino del cuerpo erógeno y significativo. En
perspectiva biologista, el cuerpo erógeno y significativo es
reducido a sustancia determinada ya de por sí, tan compacta en
su ser que resulta indiferente a las distintas significaciones
sociales que se les pueda atribuir. En perspectiva culturalista, el
cuerpo es una sustancia dócil, que se pliega sin resistencia a las
distintas determinaciones socioculturales que se posan sobre
ella. En ambos casos, una de las dos condicionantes queda
neutralizada en su capacidad de producir efectos de profundidad
sobre la instauración de la subjetividad: la instancia privilegiada
es en sí determinante; la otra hace cortejo inerte.
9. En la perspectiva de la historia de la subjetividad, tanto la
dimensión biológica como la cultura intervienen activamente en
la estructuración de un cuerpo significativo sin determinarlo
exhaustivamente ni una, ni otra, ni entre ambas: son otras tantas
condicionantes en la determinación de la- subjetividad. El cuerpo
de la cría sapiens es alumbrado en estado biológicamente
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inconcluso. Esta incompletud de base exige esfuerzos de
determinación y significación que, por el carácter incompleto de
eso que viene a determinar, no pueden ser redundantes sino
instituyentes. El acto de determinación marca y significa. Se teje
con la materia inconclusa a la que viene a determinar. Esa
trama, ese tejido, esa textura genera también su envés.
Cañamazo biológico, textura cultural, envés singular son
términos domésticos que ilustran bien la posición aquí adoptada.
10. El tipo de prácticas que determinan la carne sapiens varía
severamente de sociedad en sociedad. Los cuidados no son
administrados por los mismos agentes; las representaciones
socialmente instituidas con las que esos agentes concurren a sus
tareas varían notablemente de sociedad en sociedad; el tipo mismo
de cuidados (en la higiene, en la alimentación, en el sueño, en los
bautismos, en el contacto diario, etc.) es muy distinto según las
doctrinas establecidas en cada situación sociocultural. Así, esos
cuidados proporcionados por esos agentes dotados de esas
significaciones no representan sino que instituyen el cuerpo.
11. Las prácticas socialmente instituidas se disponen a
determinar la subjetividad; las significaciones socialmente ofrecidas
se disponen a cubrir de sentido esa subjetividad resultante. Los
agentes de determinación socialmente asignados se disponen a
transcribir las marcas que los han constituido como seres sexuados
sobre la nueva generación, en pos de una reproducción idéntica.
Sin embargo, nada de esto sucede con el rigor esperado. Algo se
escapa irremediablemente. La transcripción es imposible; los
agentes de reproducción sólo podrán inscribir marcas socialmente
equivalentes pero no marcas singularmente idénticas. El biologista
se apresura a instaurar sus supuestos: lo real del cuerpo dado es
irreductible a las significaciones.
12. Aquí es necesaria una precisión. Pues ese plus es un
exceso producido por la operación de inscripción y no un resto que
queda por fuera del alcance de la sociedad. La diferencia, que
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puede parecer de puras palabras, tiene su sentido estratégico.
Pues, si lo que permanece en el envés de sombra, por fuera de la
conciencia y del control social de tas significaciones, es un resto
que queda por fuera de la operación, estaremos cediendo ante la
tentación biologista. Hay algo ineludible en la especie que se
resiste a ser capturado por la cultura. Por debajo de la cultura está
siempre la sustancia independiente de lo sexual indómito. Si se
trata de un exceso, no se tratará de una sustancia que atormenta
por debajo de la personalidad oficial, sino que será una actividad
alojada y producida en el envés de las marcas que determinan esa
personalidad oficial.
13. La diferencia no es trivial. En el primer caso, tenemos una
sustancia escondida; en el segundo, una actividad producida. En el
primer caso, lo irreductible a la institución social es siempre lo
mismo: B no alcanza a cubrir a A. En el segundo, lo irreductible a la
institución social es efecto de la institución social misma y por eso
varía con la serie de prácticas que instituyen la subjetividad oficial:
Bí se escapa a la hegemonía de B, que la ha producido. Si bien
siempre hay un plus, cualquiera sea la institución social de la
subjetividad, ese plus no es siempre el mismo, sino que varía de
situación en situación según sea efecto excedentario de tales o
cuales prácticas y discursos sociales. En el primer caso, basta con
conocer una experiencia histórica de lo reprimido A para conocer
ese A que subyace irreductible a las instituciones de B, C, D, etc.
En el segundo, no basta con conocer B’ para tener con ello acceso
a cualquier tipo de exceso. Pues B’ es el envés específico de
sombra de B, C’ será el de C. Pero ninguna regla de traducción nos
permitirá calcular a priori el efecto N’ de N. En el caso de un resto,
estamos ante un déficit cultural frente a las potencias de la
naturaleza; en el segundo, ante una producción social excedentaria
respecto de la sociedad misma que la ha suscitado.
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TERCERA OBSERVACIÓN: ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD
SUBJETIVA