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“EL VIEJO Y SU VIEJO CUERPO”, L.

SALVAREZZA Y RICARDO IACUB


1. INTRODUCCIÓN
La mayoría de los sujetos consideran que tienen un ser esencial joven, preservado y distinto de lo
que muestran o de lo que otros ven en él. Ésta es la idea del envejecimiento como máscara,
estudiado por Gubrium y que describe que aún en afecciones tan serias como el Alzheimer la
tendencia es a considerar a la mascara como patológica o desviada mientras que lo interno sigue
siendo normal. Tal conceptualización del envejecimiento contiene la esperanza en la creencia de
que el envejecimiento es una enfermedad potencialmente curable a pesar de la evidencia de los
enormes esfuerzos realizados a través del tiempo sin que la cura sea descubierta.
Esto lleva a la asociación entre vejez y enfermedad e introduce una segunda conceptualización
que es la de lo psicosomático en la vejez.

Cuando un elemento traumático produce un grado de desorganización que sobrepasa la


capacidad efectora del aparato psíquico para dominarlo y / o resolverla, es en el nivel somático
donde se produce la respuesta.
Según McDougall “…no se descarga en la acción más que cuando la sobrecarga afectiva y el dolor
mental sobrepasan la capacidad de absorción de las defensas habituales. En vez de contener
nuestras emociones y reflexionar sobre ellas, todos tenemos la tendencia a hacer algo en su lugar:
comer demasiado, beber demasiado, fumar demasiado, pelearnos con la pareja, destrozar el
auto, agarrar una gripe.”
La escuela psicosomática francesa liderada por Marty insiste en que en los enfermos
psicosomáticos existiría una construcción incompleta del aparato psíquico que determinaría
una forma atípica de su funcionamiento en oposición al de los neuróticos comunes. Para dar
soporte teórico a esta concepción fueron desarrollando nuevos conceptos nosograficos tales
como “pensamiento operatorio” transformado luego en la idea de vida operatoria, la depresión
esencial y la desorganización progresiva.

Marty en 1992 dijo que la psicosomática se ocupaba de los pacientes adultos, adolescentes,
niños así como los lactantes que presenten afecciones psicosomáticas”. Por ende no habría
razón para considerar una especificidad de la psicosomática en la vejez, dado que muchos de
los viejos presentan estas características y son por lo tanto, vulnerables a las somatizaciones
sin que éstas dependan específicamente de la edad sino de la combinación de muchos otros
elementos ajenos a ella. Sin embargo, sospechamos que deben existir ciertas especificidades
que deberían dar cuenta de algunos interrogantes sobre la relación entre la vejez y su cuerpo.

2. LA CLÍNICA
El pensamiento operatorio
La enfermedad somática aparece obturando cualquier resquicio por donde pueda aparecer el
sufrimiento psíquico.
Desde el psicoanálisis podemos pensar en la presencia de algo de la serie obsesiva: el afecto no
aparece ligado a la representación correspondiente: está para hablar correctamente, aislado.
Si bien la psicosomática proviene del psicoanálisis, es en sí misma una disciplina distinta y con
presupuestos propios.
Se ve la importancia que adquieren los comportamientos en correlato con una disminución del
pensamiento; las escasas representaciones que existen “llevan impreso el sello de lo actual y de
lo factico… los deseos han desaparecido para dejar sitio solo a la satisfacción de necesidades
aisladas unas de otras y algunos comportamientos, ligados en su origen a los instintos y pulsiones
quedan reducidos al estado de funciones automáticas.
El pensamiento operatorio que pone en evidencia la carencia funcional de esas actividades,
va naturalmente a la par de las perturbaciones somáticas. Debemos agregar la
desafectivización de este tipo de pensamiento, carente del valor libidinal necesario para la
exteriorización de los sentimientos, no importa de qué signo sean.
Este tipo de pensamiento es de tipo concreto, se a aferra a cosas y no a conceptos abstractos
duplica e ilustra la acción.
La depresión esencial
Son depresiones sin objeto, ni autoacusación ni siquiera culpabilidad consciente, donde el
sentimiento de desvalorización personal y de herida narcisista se orienta electivamente hacia la
esfera somática. Esto pone en evidencia la relación con la
precariedad del trabajo mental. Hay una disminución de nivel del tono libidinal sin contrapartida
económica positiva alguna. Se buscan en vano los deseos, solo se encuentran intereses
mecánicos. El yo cumple a duras penas sus papeles de ligazón, de distribución y de defensa. De
hecho se encuentra aislado de sus fuentes y desorganizado.
Para Marty, “La depresión esencial se establece cuando sucesos traumáticos desorganizan
algunas funciones psíquicas desbordando sus capacidades de elaboración”. Dentro de la
concepción psicosomática no existen los hechos traumáticos en sí mismos, sino que lo que
define la categoría de traumatico es el efecto desorganizativo final sobre lo psíquico y lo
somático. No obstante, cuando desde esta teoría se ejemplifican los traumatismos se los
hace coincidir siempre con perdidas. Para Marty: TRAUMA = PÉRDIDA.

Para Freud el trauma era una frustración pulsional y Aslan añade que debe existir además una
pérdida objetal y una amenaza de castración.
Según McDougall las investigaciones actuales ponen en relieve la importancia de las primeras
interacciones madre-lactante, y el hecho de que cada bebé envía constantemente señales a su
madre que indican sus preferencias y sus aversiones. Cuando la madre esta libre de barreras
internas, sabe “escuchar” las comunicaciones precoces del lactante. Pero puede suceder que
una madre, presa de desamparo o angustia interior, no sea capaz de observar e interpretar las
sonrisas, los gestos y las quejas de su hijo, y que por el contrario le coaccione por la imposición
de sus propios deseos y necesidades, creando en el lactante un sentimiento constante de
frustración y de rabia impotente. Una experiencia de este tipo puede empujar al bebé a
construir, con los medios a su disposición, modos radicales de protección contra las crisis
afectivas y contra el agotamiento resultante. Se hace entonces necesario mantener una barrera
desvitalizada frente a la investidura narcisista de su propio cuerpo y de su propia psique. A su
vez, esto puede aumentar la vulnerabilidad psicosomática, hasta un grado alarmante y
convertirse así en una amenaza contra la vida misma.

La figura paterna

Según McDougall “La mayoría de los analizados con tendencia a somatizar sus conflictos
psíquicos han alcanzado al parecer una fase normal de organización edípica y están
igualmente en condiciones de llevar adecuadamente una vida sexual y social de adulto. Sin
embargo el proceso analítico tiende a demostrar salvo algunas excepciones que a esta
estructura edípica se ha incorporado una organización mucho más primitiva, donde la imago
paterna aparece deteriorada o está incluso totalmente ausente, tanto del mundo simbólico
de la madre como del niño. Este último parece creer que el sexo y la presencia del padre no
han desempeñado más que un papel ínfimo en la vida de la madre y este padre se presenta
a menudo como un ser al que está prohibido amar o que no es digno de estima. Así el sexo y
la presencia paterna parecen haber desempeñado un papel estructurante mínimo en la
organización psíquica del niño.

La desorganización progresiva

Según Marty se puede definir como “la destrucción de la organización libidinal de un individuo en
un momento dado. Corresponde en parte al concepto freudiano de desintricación y el calificativo
“progresiva” pone en evidencia que el movimiento retrogrado no es jamás frenado por ningún
sistema regresivo valido. En la mayoría de los casos, la desorganización culmina en una
somatización. Los fenómenos clínicos son una de las manifestaciones más claras del instinto de
muerte.
Para Marty “una desorganización que en primer lugar es mental, es siempre acompañada de una
depresión, poco acusada cuando aparece sin tardanza una solución regresiva, prolongada y de tipo
esencial durante las desorganizaciones progresivas, donde no hay posibilidad para una regresión
sintomática mental”.
Como explicita McDougall “existe un potencial psicosomático en todo individuo. Todos tenemos
tendencia a somatizar cuando ciertas circunstancias internas o externas sobrepasan nuestros
modos psicológicos habituales de resistencia.” Si esto es así, no importa la edad que se tenga, sino
que lo que importará es el tipo de mentalización de su neurosis: buena, mala o incierta.
Esto es válido para la psicosomática en general donde hay que incluir a la vejez pero hay sí, un
aspecto específico que no hay que desconsiderar y que es el de la relación del viejo con su cuerpo
más allá, o más acá, de la somatización y/o de la patología.

3. EL CUERPO

Es uno de los escenarios principales donde se desenvuelve el drama de la vejez, y cuando usa el
autor la palabra drama hablamos de un “suceso de la vida real capaz de interesar y conmover
vivamente”.
La vejez no es igual para todos los sujetos ni todos ellos recurrirán al cuerpo de la misma manera,
aunque la mirada del Otro sí determinará su utilización, destino y significado.
Para rastrear la articulación entre viejo, cuerpo y psicosomática, comenzaremos recurriendo a un
enfoque histórico y cultural que pueda dar cuenta de las determinaciones sobre la subjetividad
que Occidente ha producido en relación con la noción de cuerpo en los viejos.
Las determinaciones entre cuerpo y vejez que hoy están presentes podemos rastrearlas en dos
troncos culturales: hebreos, a través de la Biblia y los griegos a través de todo el inmenso legado
cultural que nos significa; ambos fundan nuestra civilización occidental, pero las versiones que nos
ocupa son distintas y opuestas.

Hebreos: Vejez como sinónimo de sabiduría, lo cual determina un sujeto pensante, acompañado
de otras virtudes como la bondad.
El viejo implica sabiduría y bondad.
La idea de cuerpo queda ensombrecida por este brillo intelectual.
Se menciona la utilización de la debilidad corporal y de enfermedad como forma de apelar y
atraer la atención y lastima de los hijos.

Griegos: Noción de cuerpo viejo se perpetuo a través de los ideales renacentistas tan caros a
nuestra civilización.
El viejo va perdiendo la categoría humana. Según los griegos los viejos quedarían marginados ya
que lo que podemos rescatar es una desapropiación subjetiva del cuerpo junto a una alma o
mente que queda reducida o desmentalizada, o sea que hay una pérdida de lo que otorga ser
aún sujeto y a través de este eje conceptual es que la sexualidad de los viejos, por ejemplo,
aparecerá como aberrante.
Según Simone de Beauvoir, la imagen griega es la del viejo libidinoso y/o impotente. Si el cuerpo
deja de estar subjetivado o marcado por los ideales, devendrá carne animal o cadavérica… o
nada. Por lo tanto, toda pasión en un viejo quedará ridiculizada. Aristófanes dice: “Porque su
fealdad hace repugnante cualquier ayuntamiento carnal y el simple pensamiento de que un viejo
pueda sentir deseo basta para hacerlo repugnante a los ojos de un griego, para quien la belleza,
juventud y amor son indisociables”.
El cuerpo viejo, como materia, se presenta como no respetando las medidas comunes de los
ideales estéticos. Y de esta manera aparecerá victimizando a los hombres. Es así como la estética surge
como mecanismo de control cultural que regulará por analogía al modelo instituido socialmente,
la medida de lo deseable, especialmente en la esfera de lo sexual. De este modo se configurará
una estructura por la cual lo deseable surge de los ideales estéticos y, en el caso de los griegos,
los cuerpos viejos parecen alejarse de las medidas requeridas. Es constatable el rechazo hacia la
ubicación de los viejos como hermosos o como eróticos y surge, en lo relativo a lo sexual, como
imperativo explícito su negación.
Entonces el envejecimiento es la aparición en lo social de un tipo de cuerpo que rompe la armonía
de un ideal estético deseable, una especie de somatización que se descubre con el paso del tiempo
y que al igual que los discapacitados reciben el estigma de ser distintos y por lo tanto no deseados
y rechazados.
Pero esto no quiere decir que a todos los viejos les va a ocurrir lo que acabamos de describir, sino
solo a aquellos que no puedan defenderse de la mirada discriminatoria del Otro, y que acepten
pasivamente este lugar previamente asignado. Creemos que gran parte de los viejos disponen de
los recursos para hacerlo y buscando la forma dice que “es de buena ley en el anciano preservar
cierta pasión” y que “esta salvaguarda es realizable cuando se puede sostener un movimiento
progresivo hacia un objeto bueno interiorizado, investido, bi-pulsionalmente y que imprima a la
libido un movimiento constructivo e integrador. Las actitudes de animación libidinal de este objeto
bueno tenían que ser preservadas por intercambios con objetos externos aptos para mantener el
contacto con la realidad y sustentar una circulación energética sin ser fuente de traumatismos
desorganizadores.

Nuestra estructura social genera la expulsión del viejo del campo de los ideales y al considerarlo
no deseable no les facilita el intercambio con los objetos externos necesarios para el
mantenimiento de su autoestima
La gerontología actual incorpora presupuestos para abrir un campo por fuera del estigma de
lo meramente biológico, cosa que no resulta fácil de conseguir por el firme entramado
constituido sobre la patología corporal, y que conforma uno de los prejuicios más típicos de
una sociedad que es el que considera viejo igual a enfermo. Este prejuicio, al ser aceptado por
la sociedad y por los propios viejos, produce la identificación de los mismos con ese lugar y se
genera, de esa manera, la dificultad de poder dar cuenta de su padecer, subjetivamente vivido,
mas alla de lo corporal. De esta manera el sistema “se apodera” del cuerpo y graba en él las
marcas del poder. El control de la sociedad sobre los individuos no se opera simplemente por
la consciencia o por la ideología, sino que se ejerce en el cuerpo, con el cuerpo” (Foucault).
Pero no es solamente una determinación social, generalmente inconsciente, la que provoca
este fenómeno, sino que además, confluyen con ella intereses económicos conscientemente
utilizados, sumamente poderosos como los de la industria farmacológica que necesita contar
con una sociedad enferma para realizar sus ganancias.
Todo ello nos reintroduce en el campo de la psicosomática para reafirmar que no
consideramos a la vejez como un nuevo modelo en relación con esta patología, sino que
pensamos que en nuestra cultura, al alterarse la composición del sujeto, fragmentando su
subjetividad al deslibidinizar su cuerpo como objeto de deseo, esto genera vías facilitadoras
para la enfermedad psicosomática. Al perderse la demanda del Otro sobre si mismo como
objeto deseable, retorna a través de la enfermedad buscando la posibilidad de ligarse a los
demás. Un sustento teorico para esta explicación es la que nos ofrece la visión lacaniana de la
psicosomática, en tanto no la reduce a una estructura en particular, sino que la describe como
un modo de constitución de una cadena significante y que se da cuenta de un tipo de respuesta
al Otro, ni más ni menos simbolizable que incluye al cuerpo. Este cuerpo que se desvanece
como objeto erótico de la mirada del otro, al caer de una posición ligada a un ideal reaparecerá
solo como un objeto parcial que lo completa.
Por todas estas causas aparece luego el efecto negativo contrario. El viejo deja de ser mirado,
en el sentido vulgar de la palabra, y de ser escuchado, salvo en lo que atañe a una enfermedad,
pero de esta manera al no encontrar un anclaje en el deseo del otro, está expuesto a perder
su propio deseo. ¿Quién de nosotros no soñó alguna vez con el retiro-retorno a un abra de
vacaciones eternas (la recobrada dicha de la infancia)? La realización está lejos de adecuarse
siempre al principio de placer, presente al comienzo en el fantasma. El contraste ha surgido
bajo los rasgos de lo imposible de lo real (lo que no tiene arreglo). Y desde entonces esto no
puede ser reconocido como tal por el sujeto. Ocurre así que la persona se aferra a las vías del
displacer por no poder poner en palabras la vivencia de un presente en el que el sujeto ya no
encuentra su sitio. La mirada del otro, lejos de ser un soporte, lo fragmenta.
La lectura del Otro, en este caso nuestra sociedad, objetiva al viejo en términos de lo que ya
no tiene, de lo que ya no es, o de la enfermedad y lo antiestético. Basta ver las definiciones
sobre envejecimiento con las que contamos en gerontología: la mayoría se hacen sobre los
aspectos deficitarios, sobre las pérdidas presentes o futuras.
El no suscitar un deseo en el otro, podrá aparecer como una experiencia mortal de
desintegración a nivel del aparato psíquico y, entonces, una de las posibilidades de defensa es
incluirse en el deseo del otro a través de ofrecerse como un objeto negativizado. Pero también,
si la destrucción del cuerpo se siente como un castigo, esto lo podrá eternizar en una situación
de goce masoquista con el otro.

4. LA PIEL

En general a los viejos no se los toca, no se elige tocarlos. El autor nos pregunta si hemos pensado
como nos sentiríamos si durante días semanas, meses nadie nos tocara, nadie nos acariciara.
Para Anzieu, la piel es más que un órgano, es un conjunto de órganos diferentes. Su complejidad
anatómica, fisiológica y cultural anticipa en el plano del organismo, la complejidad del Yo en el
plano psíquico.
Funciones de la piel:

1) Configura una especie de recipiente que a partir de la discriminación Yo-No yo, mundo
interno – mundo externo contiene en su interior lo bueno que se ha ido acumulando en
él.
2) Es el límite que marca y mantiene el afuera, es la barrera protectora contra la agresión
que deriva de fantasmas intrusivos y que supuestamente pretenden invadir el interior
valorado.
3) Aparece la función de intercambio de señales con el entorno, es un lugar y medio
primario de comunicación con el prójimo y de establecimiento de relaciones
significantes
4) Es además una superficie de inscripción de las huellas que ellos dejan.

McDougall señala que “Puede decirse que la vida psíquica comienza con una experiencia de fusión
que conduce a la fantasia de que solo existe un cuepro y una psique para dos personas, y que estas
constituyen una unidad indivisible. Para el niño puy pequeño, él y su madre constituyen una única
y misma persona”. De este cuerpo-único, deberá diferenciarse el sujeto, y la erotización de la piel
como superficie, que se consigue a través de las experiencias de contacto con su madre, desempeña
un papel fundante en este proceso. Los cuidados de la madre producen estimulos involuntarios de
la piel en ocasiones de los baños, lavados, frotamientos, traslados y cuidados. El niño pequeño
recibe gestos maternos al principio como excitación, luego como comunicación. Sobre este proceso
centrado fundamentalmente en el sentido de unidad que solo puede dar la piel y su adecuada
subjetivación se deberá instaurar otra acción psíquica para organizar esta separación y que
determine una identidad. Esto surgirá de las identificaciones que constituirá el Yo y luego, durante
el estadio del espejo, el niño conseguirá la unidad de su cuerpo y podrá pensarse como teniendo
uno definitivamente distinto del de su madre. Sin embargo necesitará la mirada de un otro para
que le permita acceder a ese lugar unificante. Durante el estadio del espejo, la mirada determina la
visión del Otro para ubicar al sujeto como cuerpo unificado y que, es la piel la que obtendrá el
prestigio de tal adjudicación, porque será la que ligue lo que anteriormente eran espacios
discontinuos y con ello producirá un cuerpo ordenado desde ese Otro que con su mirada, lo
determinará como un ser. Si el niño encuentra jubilo a través de este cuerpo unificado es porque
asi accede al lugar del deseo del otro: será entonces His Majesty de Baby como lo denominó Freud.
Cuando este deseo no existe, puede no haber sujeto, como ocurre, por ejemplo, en los casos de
hospitaliso descriptos por Spitz.
El mirar y ser mirado tendrán aquí un lugar central en la constitución del fantasma del cuerpo
unificado y de su relación con el objeto que
necesariamente incluirá la castración y que limitará el principio de placer para colocarlo dentro
de las vías del principio de realidad.
En lo que respecta al cuerpo, la medida de lo deseable o no deseable pasa estrictamente por la
piel y por lo que ella ofrece a la mirada. Dejando de lado las patologías que sobre ella puedan
asentar, aun la psicosomáticas propiamente dichas, es indudable que el paso del tiempo deja sus
huellas visibles: arrugas, manchas, perdida de tersura, entre otras, significan un cuerpo distinto
del que se ofrece culturalmente como ideal. En la medida en que esto se acentúa el sujeto se va
sintiendo cada vez menos deseable, y la función de intercambio de la piel se va contrayendo al
mismo tiempo que se refuerza la de la barrera contra la hostilidad del mundo externo. La piel es
receptora de estimulos y frente a ellos determina las respuestas.
Aquellos viejos a quienes no se los toca se les facilitará una vía regresiva hacia el aislamiento y la
enfermedad.

5. EL AISLAMIENTO
El aislamiento es algo observable que nos remite al concepto de separación, incomunicación y
desamparo. Es la falta de compañía y de encuentro con otros significativos.
Hay que distinguirlo de la soledad que es un estado afectivo interior, un sentimiento que
escapa a la observación objetiva. Es decir, uno puede estar aislado sin sentir soledad o puede
tener numerosos contactos y sentirse terriblemente solo. La soledad esta entramada en la
subjetividad caracterológica y anclada en la historia personal, en tanto que el aislamiento es
siempre impuesto por otro que decidirá el lugar y destino del sujeto.
Podría pensarse que es una soledad elegida, pero en el caso de los viejos, no lo es.

Al no sentirse objeto del deseo de nadie, se refuerza la función de barrera de la piel, se reduce el
intercambio y se favorece así la aparición de estos hombres aislados. La reducción de la función de
intercambio se puede seguir muy bien observando la falta de utilización por estos sujetos de las
Redes Sociales de Apoyo (RSA), tanto las informales como las formales, y esto lleva directamente a
la relación entre esta conducta y el concepto de salud y enfermedad en la vejez. La enfermedad y el
estrés se minimizan cuando existen los lazos de apoyo, y los mecanismos inmunológicos
frecuentemente se desarrollan como resultado de una realización por una RSA. Por el contrario, la
insuficiencia de lazos de apoyo tiene efectos negativos sobre el individuo y la pérdida, ausencia o no,
utilización de las RSA ha sido relacionada con enfermedad coronaria, accidentes, suicidios, ulceras, y
altos porcentajes de admisión en servicios psiquiátricos.
El aislamiento en el cual se sumergen estos sujetos configura entornos monótonos y faltos de
estímulos, tanto auditivos como visuales, y lo que es mas importante, táctiles.

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