Está en la página 1de 215

Michel Bernard

El cuerpo
Un fenómeno ambivalente

ek
ediciones
PÁIDOS
Barcélona
Buenos Airea
México
Título original: Le corps
Publicado en francés por Jean Pierre Delargé, Éditions Universitaires, 1976
Traducción de Alberto Luis Bixio
Cubierta de Daria Esteva

2.a reimpresión en España, 1994

Ó Jean Pierre Delarge, Éditions


Üniversitaires, 1976
© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599 - Buenos Aires

ISBN: 84-7509-324-8
Depósito legal: B-21.185/1994

Impreso en Novagráfik, S; L.
Puigcerdá, 127 - 08019 Barcelona

Impreso en España - Printed in Spain


Introducción IT
La ambivalencia del cuerpo 11
La apología del cuerpo en la cultura contemporánea 13
La transformación de las costumbres 16
La alienación del cuerpo en el trabajo y en el deporte 18
Nuestro proyecto: desmistificar cierta imagen del cuerpo 21

Primera parte
De la cenestesia al esquema corporal

I. LA PA R A D O JA DE LA E X P E R IE N C IA D EL CU ERPO
Y SU S P R IM ER A S EX PLIC A C IO N ES 25
Un concepto misterioso: la cenestesia 26
Un concepto promisorio: "el esquema” 29
II. LOS CASO S PATO LO GICO S Y LA S PR IM ER A S
T EO R IA S. DE LA IM AGEN ESPA C IA L
D EL CU ERPO A L ESQ UEM A PO ST U R A L 31
"E l miembro fantasma” 32
El "esquema postural” del cuerpo 35
III. E L CONCEPTO DE "ESQ U EM A C O R PO R A L”
Y SU S A M BIG Ü ED A D ES 39
El papel de la acción 40
El papel de la experiencia ¿mocional y libidinal 42
Las ambigüedades del esquema corporal 44
Segunda parte
El cuerpo como relación

IV. E L EN FO Q U E PSICO BIO LO GICO D EL CUERPO .


LA G EN ESIS DE LA CO N CIEN CIA D EL
PRO PIO CU ERPO 49
Los comienzos de la conciencia del cuerpo 49
La emoción como función tónica 52
La imagen del cuerpo en el espejo 54
V. E L EN FO Q U E FENO M ENO LO GICO D EL CU ERPO :
MI CU ERPO COMO EST A R - EN - E L -MUNDO 61
El análisis existencial del miembro fantasma 62
El anáfisis existencial del caso Schneider 64
Crítica de las éxplicaciones anteriores 67
La experiencia clel cuerpo en el hombre normal 71
V I. UNA SIN T ESIS F R U C T IF E R A : E L C U ERPO COMO
DIALO GO TONICO 77
El diálogo .tónico del niño con la madre 79
Confirmación de la teoría de Merleau-Ponty 88
Una nueva terapéutica de relajación 91
La apelación al psicoanálisis 99

Tercéraparte
Del fantasma al mito

lilillí 1.14EN FO Q UE PSIC O A N A LITIC O D EL CU ERPO 105


| l cuerpo libidinal 105
ifHguerpo “ fantasmatizado” 106
ÍC'cald.cle Elisabeth von R. í 07
Hf|á|i3ád- Corporal y su representación anatómica 112
Q:;c^l|^ptQ .¡[Je imagen del cuerpo como
!j;;^i|usjo®ráriqui.l¡zadora 113
El psicoanálisis como arqueología del cuerpo 116
^l^comprénsión del punto de vista anal ítico según Wallon 118
Lf^.>^i]jti$m;ás'de destrucción'en el niño 121
El estadio del espejo según Lacan 127
El papel del lenguaje 133
“ Tomar el cuerpo a la letra” 136
La relación materna con nuestro propio cuerpo 142
V III. E L EN FO Q U E PSICOSOCIOLOGICO: E L CU ERPO
M IRAD O Y JU ZG A D O 147
Una disociación entre el cuerpo mirado
y el cuerpo parlante 149
¿Enajena nuestro cuerpo la mirada de los demás? 154
El tímido y su cuerpo 158
El miedo de ruborizarse como “ neurosis social”
o el cuerpo acosado 160
Los tormentos del cuerpo juzgado: el cuerpo
angustiado por su propia forma 164
El deseo de ver y de ser visto 168
IX . E L EN FO Q U E SO CIO LO GICO : E L C U ERPO
COMO ESTR U C T U R A SO C IA L Y M ITO 173
“ Las técnicas del cuerpo” 173
Kinésica y proxémica 179
El simbolismo social de nuestro cuerpo 182
El simbolismo corporal de la sociedad 184
El cuerpo, apertúra y plataforma del campo simbólico 188
Los mitos del cuerpo 190
CO NCLUSIO N 195
N U EV A S R E F L E X IO N E S CUATRO AÑOS D ESPU ES. E L -
C U ERPO TA LISM A N O LA ILU SIO N L IR IC A 199
INTRODUCCION

A priori es inútil justificar una reflexión sobre el cuerpo: la vida,


por cierto, nos lo impone cotidianamente, ya que en él y por él sen­
timos, deseamos, obramos, nos expresamos y creamos. Por lo demás,
cualquier otra realidad viva se nos ofrece sólo en las formas concre­
tas y singulares de un cuerpo móvil, atrayente o repugnante, inofen­
sivo o amenazador. En este sentido, vivir es para cada uno de nosotros
asumir la condición carnal de un organismo cuyas estructuras, funcio­
nes y facultades nos dan acceso al mundo, nos abren a la presencia
corporal de los demás. A fortiori, quien quiera “ vivir mejor” debe
experimentar, por lo visto, más intensamente su corporeidad para
amoldarse mejor al mundo y, a la sociedad que lo circunda.

La ambivalencia del cuerpo

Pero esa experiencia no es precisamente unívoca: vivir el propio


cuerpo no es sólo asegurarse su dominio o afirmar su potencia sino
que también es descubrir su servidumbre, reconocer su debilidad. Si
nuestra piel conoce el placer de la caricia, también sufre el dolor de
la quemadura o la mordedura del frío; si nuestros músculos nos hacen>
experimentar el goce de sus movimientos rítmicos y de su fuerza en
el acto de la danza o de la carrera, nos someten asimismo a lás atroces;
torturas de inoportunos y brutales calambres. En suma, si él cuerpo
magnifica la vida y sús posibilidades infinitas, procláma al propio
tiempo y con la misma intensidad nuestra muerte futura y nuestra
esencial finitud. Parafraseando las palabras de Vaiéry, que las aplicaba
solamente a la mano, 1 diría yo que si nuestro cuerpo es “ el órgano
de lo posible” lleva también y simultáneamente el sello de lo inevita­
ble. Por eso, el discurso sobre el cuerpo nunca puede ser neutro. Ha­
blar del cuerpo obliga a aclarar más o menos uno u otro de sus dos as­
pectos: el aspecto a la vez prometeico y dinámico de su poder de-
miúrgico y de su ávido deseo de goce y ese otro aspecto trágico y las­
timoso de su temporalidad, de su fragilidad, de su deterioro y preca­
riedad, (De manera que toda reflexión sobre el cuerpo es, quiérase
o no, ética y metafísica: proclama un valor, indica una cierta conducta
y determina la realidad de nuestra condición-humana, j
Por otro lado, ninguna fíFosofía puede eludir una reflexión sobre el
cuerpo sin condenarse a ser una mera especulación vacua, fútil, es­
téril. De suerte que puede reconstruirse toda la historia de la filo-.
sofía si se limita uno a considerar tan sólo las diferentes maneras
en que jos filósofos entendieron el cuerpo. Hasta cierto punto es es­
to lo que demuestra el reciente libro de Claude Bruaire, Philosophie
du corps, cuya conclusión precisamente enuncia que “ el cuerpo se
concibe según cómo se conciba a Dios".2 En otras palabras, nuestra
actitud frente al cuerpo refleja la actitud que elegimos, explícita­
mente o nó, respecto de lá realidad absoluta. Por legítimas que sean
las reservas que se puedan hacer a la demostración de Bruaire, 3 con­
viene retener esta verdad: todo enfoque del cuerpo implica una elec­
ción filosófica y hasta teológica y viceversa. De manera que seme­
jante enfoque oscila entre la condenación o denuncia del cuerpo, con-

1 Véase de Paul Vaiéry, Discours aux chlrurglens. en sus Ceuvres compléies,


“ La Pléiade” , N.R.F., tomo I, pág. 919.

2 Véase de Claude Bruaire, Philosophie du corps, Seuil, París, 1968, pág. 153.

3 Y nosotros mismos las haremos, pues tendremos ocasión de exponerlas y


sostenerlas en otra obra sobre Les fondem ents d'une anthropo/ogle du corps
dans la culture contemporalhe.
siderado como cortina, obstáculo, prisión, pesantez, tumba,4 en suma,
como motivo de alienación y apremio, por un lado, y la exaltación o
apología del cuerpo, entendido como órgano de goce, instrumento
polivalente de acción, de creación, fuente y arquetipo de belleza,
catalizador y espejo de las relaciones sociales, en suma, como medio
de liberación individual y colectiva, por otro lado.
Por cierto que esta oscilación de los puntos de vista sobre el cuerpo
no es regular ni mecánica y no sigue rigurosamente: las fluctuaciones
d& la historia. Por el contrario, en una misma época pueden encon­
trarse los dos puntos de vista opuestos y en alguna medida pueden
componer juntqs una visión dramática. Esta parecería ser la perspec­
tiva del propio Freud quien, al reconocer en el hombre una dualidad
fundamental de pulsiones opuestas, la pulsión de vida y la pulsión.de_
muerte, se ve forzado ¿^ ^ ^ C !|p Se flcia ;Y ;la :in te m id iid de la ener-
gía fibidinal del cuerpo y al propio tiempo a descubrir en él cuerpo la
-fuenté^rímera de sufrimiento en la medida en que “ destinado a la
decadencia y a ía disolución, el cuerpo no puede siquiera prescindir
de esas señales de alarma que constituyen el. dolor y la angustia” .5
En otras palabras, .la teoría freudiana puede servir de fundamento o
garantía tanto a una depreciación sistemática de nuestro ser corporal
como a un panegírico apasionado de su dinamismo sexual y, por lo
tanto, de sus posibilidades de goce y de expansión personal.

La apología del cuerpo en la cultura contemporánea

Ahora bien, es evidente que el movimiento cultural contemporá­


neo ha echado a andar por esta segunda senda y explotó lo más posi­
ble la rehabilitación de nuestra sexualidad para promover no sólo una

4 Recuérdese el juego de palabras de los filósofos pitagóricos: soma, sema, que


significa “ el cuerpo es tumba".

s Véase dé S. Freud, Mafatse dans la clvlllsatlon, traducido por Ch. e l. Odier,


en Revue Francaise de Psychanalyse, enero de 1970, Gallimard, pág. 20.
renovación de los estudios sobre el cuerpo sino también y principal­
mente una transformación radical de nuestra actitud frente a él. En
efecto, en el Occidente 6 asistimos hoy a un florecimiento de copiosas
investigaciones, testimonios y manifiestos que tienden a justificar y
magnificar el puesto y el papel del cuerpo en la vida del hombre y
hasta a convertir el carácter específico de nuestra dimensión corporal
en la esencia misma de la humanidad.
Entre los trabajos más especialmente influidos por la obra de
Freud (aunque, por lo demás, pretendan enmendarla y mejorarla)
podemos citar la contribución de Melanie Klein que, en Psycha-
na/yse des enfarrts [E l psicoanálisis de los niños],7 hizo hincapié en el
papel capital del cuerpo materno y de los fantasmas del cuerpo
dividido; por otra parte, podemos citarla contribución de Lácáh y de
su escuela que supo, como dijo muy bien Serge Leclaire, tomar “ el
cuerpo al pie de la letra” , es decir, vincular las estructuras del lenguaje
de los sueños del paciente con las estructuras corporales de su expe­
riencia libidinal.8 Aunque de una orientación ideológica y práctica
muy diferente, hay que mencionar también a Wilhelm Reich con su
teoría orgásmica del cuerpo, que reivindica una revolución sexual a la
que, en cierta medida se adhieren Marcuse y todo el movimiento
llamado “ freudiano-marxista".9 Por fin, en el terreno de la medicina

6 Hace ya mucho tiempo que el Oriente comprendió la importancia de la cor­


poreidad, por más que la haya utilizado para poner de relieve su misterio y
para colocarla al servicio de fines puramente místicos, espirituales o trascen­
dentes, en lo cual se opone a la tendencia inmanentista, materialista y hedo-
nista de los occidentales, quienes paradójicamente invocan a menudo mensa­
jes hindúes (yoga) o budistas (tao.ísmo, zen).
7 Véase de M. Klein, La psychanalyse des enfants, traducción de Boulanger,
P.U.F., 1969, segunda edición. (Hay versión castellana: “ El psicoanálisis de
niños” en Obras completas, Buenos Aires, Paidós, tomo 1, 1977.)
8 Véase de Serge Leclaire, Psychanalyser, París, Seuil, 1968.
9 W. Reich, La fo n c tlo n de l'orgasme, L ’Arche, 1947, segunda edición (Hay
versión castellana: La función del orgasmo, Buenos Aires, Paidós, 1977.); La
R évolution sexue/le, París, Plon, 1969; L A n a lyse ca ra cté rie lle ,París, Payot,
1971 (Hay versión castellana: Análisis dei carácter, Buenos Aires, Paidós,
1978, sexta edición).
psicosomática, no puede dejar de señalarse el creciente interés sus­
citado por los originales aunque a menudo desconcertantes análisis de
Groddeck sobre el simbolismo de las estructuras y funciones del cuer­
po humano y los trabajos más recientes y más rigurosos de Alexan-
der, de Parcheminey, Seguin, Halliday, etc. sobre las enfermedades
psicosomáticas, es decir, los trastornos corporales que expresan o
representan conflictos psíquicos.10
Pero aun füera del terreno de la influencia freudiana, la temática
corporal floreció copiosamente ante todo en virtud del desarrollo
de la psicología: la psicología del niño con las investigaciones de Wa­
llon sobre la conciencla del propio cuerpo; las:de Piaget con su teoría
del organismo; la psicomotricidad con el empleo de las técnicas de re:
lajación y las teorías del aprendizaje motor. Én la esfera de la sociolo­
gía hay que señalar el interés que manifestó Mauss por el estudio de
las “ técnicas del cuerpo” , las monografías etnológicas sobre las prác­
ticas corporales en las llamadas sociedades primitivas. Por fin, la lin­
güística o más exactamente la semiología, que ha revelado el léngUaje
corporal, es decir, el valor significante de estructuras expresivas y ope­
ratorias del cuerpo, como la m ímica, ademanes y gestos. 11
Además de esta explotación sistemática y teórica del tema del
cuerpo, se impone señalar también el lugar central que le dio la acti­
vidad artística contemporánea: ante todo la pintura y la escultura,
que siempre glorificaron las formas corporales, pero también y de ma­
nera más característica, el teatro con las violentas innovaciones del
"Living Theatre” , las técnicas de formación del actor de Grotowski,
la renovación de la mímica con Decroux, Barrault, Marceau, etc., to-

10 Véase de F. Alexánder, La medicine psychosomatique, París, Payot (P.B.P.,


n ° 11), 1967; J. P. Valabréga, Les Théories psychosomatii¡ues, París, P.U.F.,
1954; Thure von Uexküll, La médlcine psychosomatique, “ Idées", Galli-
mard, 1966. Puede consultarse asimismo con utilidad La phiiosophie de Ia
médícine psychosomatique de R. Mucchielli, Aúbier, 1961. ■

11 Véase la revista Langages, n ° 10, junio de 1968, Larousse.


dos intentos influidos más o menos por el rigor del Manifiesto del tea­
tro de la crueldad de Artaud; la danza, con la liberación de la expre­
sión corporal en Béjart. La literatura tampoco podía permanecer in­
sensible a este entusiasmo por el cuerpo humano: así se lo comprue­
ba en la exaltación de) erotismo en Milíer con sus ecos estridentes y
truculentos o en las resonancias más refinadas y sutiles en Klossowski,
quien ilustra una teoría del cuerpo-lenguaje, o también en las des­
cripciones que evocan las sensaciones brutas del “ éxtasis corporal”
en Le Clézio y de manera más. general en los minuciosos inventarios
de la nueva novela. También podríamos mencionar el papel prepon­
derante que desempeñaron la fenomenología alemana y la fenomeno­
logía francesa en cuanto a considerar el cuerpo como “ el estar en el
mundo” , según lo puso de-relieve, por ejemplo, Merleau-Ponty. Por
lo demás, todas estas fuentes tan diversas y a veces opuestas convergen
de manera bastante paradójica para permitir que surja un cántico en
alabanza del cuerpo humanó como el .que contiene el ensayo de Nor­
man Brown sobre Le corps d ’amour [El cuerpo dé amor], obra en la
cual el autor cree que puede conciliar a Marx, Nietzsche, Freud, el
budismo, el hinduismo y el cristianismo evangélico de San Juan y de
Juan X X III...12

La transformación de. las costumbres

Pero más que la importancia cultural que adquirió el tema del cuer­
po en nuestro mundo occidental contemporáneo, lo que hay que seña­
lar es la profunda transformación que sufrió nuestra actitud cotidiana
frente al cuerpo o, dicho con otras palabras, la transformación de las
costumbres de la sociedad. Uno de los cambios más espectaculares es,
sin duda alguna, el gusto que manifiestan las jóvenes generaciones (ba-

12 Véase de Norman O. Brown, Le corps d ’amour, París, Denoé'l, ;1.968.


jo la influencia de los hippies y del teatro de vanguardia) por la des­
nudez como medio de retornar a la naturaleza, de redescubrir la ino­
cencia corporal, escarnecida cotidianamente por ‘‘la obscenidad”
de la guerra y de la explotación.13 Es decir, lejos de buscar una eva­
sión en un naturalismo ingenuo, teosófico y asocial, los jóvenes in­
tentan, mediante la práctica del nudismo, rehabilitar los valores cor­
porales como medio de subvertir un orden institucional depravado por
el dinero y la sed de riquezas.
Pero la sociedad capitalista supo desbaratar hábilmente esta manio­
bra y, como siempre, utilizarla en beneficio propio al transformar la
amenaza que ella representaba-en un juego divertido, ostentoso y per­
verso, capaz de excitar la lubricidad, en suma, transformándola en un
nuevo objeto de consumo. Sin hablar de los éxitos estridentes, pero sig­
nificativos, de espectáculos como “ O h,Calcutta!” o “ Hair” , podemos
medir la amplitud de esta recuperación por las transformaciones (y,
podríamos decir, las reducciones y, por otro lado, los alargamientos
aparentes e hipócritas) de los vestidos y de los sugestivos cortes de la
moda actual. Nadie ignora tampoco la explotación comercial a que dio
lugar la rehabilitación, tan legítima y tan deseable, de la sexualidad y
de su arte sutil y necesario, el erotismo. De manera que la actual so-,
ciedad capitalista entonó un himno de alabanza al cuerpo para perver­
tir mejor los efectos corporales y también para metámorfosear el ero­
tismo en pornografía.
Por obra de este hábil subterfugio, el individuo tiene la ilusión
de liberarse, de abandonarse al impulso espontáneo de sus pulsiones,
de “ desquitarse” , como lo expresa impropiamente el lenguaje po­
pular, puesto que, en realidad, la sociedad lo enajena más aún al ma­
nipular su libido como valor comercial y al limitarla a las descargas de
la energía sexual toleradas por los tabúes sociales. Es lo que H. Mar-
cuse llamó "la desublimación represiva” , expresión con la que indica

13 Véase de Noam Chomsky, L'Am értque e t ses nouveaux mandarins, París,


Seuil, 1969, pa|. 11, y de Marc Alain Descamps, Le nu e t le vétement,
Ed. Universitaires, 1972.
que al evitar al individuo la necesidad de sublimar su sexualidad, la so­
ciedad/ con enorme astucia, afirma más su poder, su dominio represi­
vo sobre e| individuo. 14

La alienación del cuerpo en el trabajo y en el deporte

Esta desublimación es, en efecto, el complemento necesario y la


compensación indispensable de la sublimación que se verifica no sólo
en la esfera.de I trabajo sino también en la del deporte, en el sentido
riguroso del término-En el trabajo se produce sublimación en la me­
dida en que el cuerpo ya no es una esfera de placer autónomo, sino
que es un instrumento o una herramienta de producción. Ahora bien,
la búsqueda exacerbada de una productividad cada vez mayor en las
actuales sociedades industriales condujo a reacionalizar el cuerpo al
transformarlo en fiierza de rendimiento o, más exactamente, en má­
quina cibernética, es decir, en un sistema de operaciones automati­
zadas gobernado por la recepción y la emisión de mensajes. A sí el
cuerpo queda deserotizado, alienado y al servicio dél rendimiento
industrial o, en última instancia, al servicio de los intereses de la socie-
dad capitalista. De ahí quejésta deba permitir, aunque controlándola
subrepticiamente, una ¡aparente Jdescarga sexual para que la personali­
dad, habiendo restablecido su "equilibrio” , pueda dedicarse de nuevo
a la producción y favorecer el juego del consumo gracias al erotismo
publicitario.
Pero por paradójico que esto parezca, el trabajo no es el único
responsable de esa mecanización represiva del cuerpo; el deporte,
entendido como competencia extrema, contribuye del mismo modo,
si no todavía más, a reforzar este proceso. Para convencernos de ello
nos bastaría visitar los grandes centros de entrenamientos internácio-

14 Véase de B. Marcuse, Eros et civiUsation, Minuit, 1963, capítulo 10, y


L'Hom m e unidimensionne!, Minuit, 1968, capítulo 3, págs. 96 y siguientes.
nales y. especializados: en Francia el Instituí National des Sports, en
Alemania Federal, la Sporthochschule de Colonia, en la República
Democrática Alemana, el extraordinario instituto de Leipzig, sin ha­
blar de las grandes universidades deportivas norteamericanas, que
cuentan con laboratorios para seleccionar a los campeones. Asistimos
aquí a una explotación sistemática y racional de las aptitudes psico-
motrices de cada individuo con miras a la realización de hazañas ex­
cepcionales. es decir, a obtener un rendimiento máximo. J omamos a
encontrar así el esquema del proceso de producción capitalista: com­
petencia. rendimiento, medida, record, con sus exigencias de división
del trabajo o de especíaíizacióñ o^de taylorización que supone la me­
canización de los gestos y el proceso de uniformar el material y el
medio.15
Se dirá que sólo se trata de una minoría y de una forma extrema
del deporte, la más activada, si no ya la más deseable; en efecto, jun­
to a esta forma del deporte, se desarrollan las múltiples actividades
deportivas de esparcimiento que practican las masas y que en nuestros
días suscitan gran entusiasmo en el público; desde el punto de vista
institucional, estas actividades han alcanzado un desarrollo prodigioso.
La práctica cada vez más difundida del esquí, de la natación, de la na­
vegación e/i veleros, del alpinismo, del tenis, etc. da evidentemente
la oportunidad de una experiencia libre y lúdicá del cuerpo que todos
nosotros buscamos y apreciamos cada vez más. Sería falso, pues,
identificar a priori la corporeidad de quien practica esquí en sus va­
caciones o del que juega al tenis los domingos con la corporeidad de
un K illy o de u n Laver.
Pero no por eso es lícito pasar por alto el rigurosocondicionamien-
to psicosociológico ejercido por la propaganda oficial, que destaca el
prestigio de íos campeonesWágróñáliTé. invita a los jóvenes a seguir
ese ejemplo, y también por la organización comercial que acuerda cre­
cientes momentos de ocio, los cuaies logran, gracias a la diversión y a

15 Véase la revista Partisans: “ Sport, Culture et Répression” , julio-septiembre


de 1968, n° 43, págs. 32 y siguientes.
la distensión física, restaurar las fuerzas vivas y la moral del indivi­
duo con miras a obtener de él mejor trabajo e integrarlo así de nuevo
en un sistema de explotación cuya fuerza represiva el individuo mis­
mo no advierte. Al darle de esta tronera la ilusión de desquitarse
del embrutecimiento y de la contaminación ambiental, propios de la
civilización urbana y técnica, la extensión de los esparcimientos con;
tribuyóla forjar una imagen mítica del hombre provisto de un cuerpo
armonioso) Iibre,3sanó-jy b ello^En^otraspalabras, Ia civilizad ón dé los
esparcimientos creó todo “ un humanismo del cuerpo” .
De manera que, según acabamos de ver y como lo expresa muy
bien J. M. Brohm, “ en todoslosdom iniosd e l a vida social, el cuerpo
se convierte cada vez más en el objeto y él centro de ciertas preocupa­
ciones tecnológicas- o ideológicas. Ya en la producción, ya en el con­
sumo, ya en el ocio, o en el espectáculo o en la publicidad, etc.,, el
cuerpo se ha convertido en un objeto que se trata, se manipula, se
explota. En el cuerpo convergen múltiples intereses sociales y polí­
ticos da la actual ‘civilización técnica’.' Se trata, pues, de descubrir
las razones sociales de este ‘interés’ por el cuerpo, de esta aparente
rehabilitación del cuerpo, de esta reconciliación con el cuerpo en la
cultura de masas. La tesis de Freud, según la cual el progreso de la ci­
vilización es inseparable del rechazo y represión de la parte física,
instintual, del organismo, de la esfera sénsual del cuerpo, parece en
efecto invalidada en nuestros días por la considerable explosión de
formas culturales y sodiales que son otras tantas manifestaciones del
cuerpo. La civilización que hasta el presente se fundaba en el rechazo
del cuerpo parece ahora honrar al cuerpo. La cultura que se había
construido gracias a la renuncia del cuerpo (se renunciaba a satisfa­
cer las pulsiones, especialmente las pulsiones sexuales) parece haberse
transformado en una cultura del cuerpo, en una glorificación del cuer­
po erótico, en una cultura erótica. La sorda melodía de los .instintos
de que hablaba Freud parece convertirse en el tumultuoso clamor
de los instintos desencadenados. Por lo demás, en todas partes se
reivindica el derecho del cuerpo, el derecho al ejercicio físico, el de­
recho a cultivar el cuerpo, el derecho al bienestar físico, el derecho
a desarrollar el cuerpo. En suma, la civilización que hasta hace poco
era una civilización contra el cuerpo, urra represión del cuerpo, parece
transformarse en una civilización del cuerpo; la antigua cultura negati­
va del cuerpo parece convertirse en una cultura positiva, afirmativa
del cuerpo. El cuerpo, que no parecía poder constituir un valor cul­
tural, se ha convertido en un valor fetiché que penetra todas las
esferas de la cultura: el cuerpo ha llegado a ser el gran mediador
de la cultura contemporánea en un régimen capitalista en alto gra­
do desarrollado” .16

Nuestro proyecto: desmistificar cierta imagen del cuerpo

En definitiva, la civilización occidental contemporánea nos hace


asistir a un proceso de agotamiento del cuerpo del cual participamos
querámoslo o no, proceso que entraña un mito presuntamente libe­
rador, pero que, en realidad, penetra y transforma nuestra experien­
cia personal al introducir en el núcleo de nuestro ser subjetivo el peso
enajenante de los imperativos sociales. Precisamente en esta obra nos
proponemos mostrar y explicar al lector cómo su experiencia cor­
poral, que él cree cosa propia y ciudadela inexpugnable, está invadida
y modelada desde el principio por la sociedad en que vive. Dicho de
otra manera, quisiéramos desmistificar determinada imagen del cuer­
po, entendido como una realidad cerrada e íntima (“ Tú no estás en
mi pellejo” , dice el hombre de la calle), y subrayar en cambio su con­
dición abierta y su función de mediación social.
Por eso nos parece necesario recordar en una primera fase de nues­
tro trabajo las primeras explicaciones fisiológicas y psicológicas de
nuestra corporeidad valiéndonos de los conceptos de "imagen del
cuerpo” y sobre todo de “ esquema corporal” . En una segunda fase,
intentaremos descubrir el aspecto esencialmente relacional del cuerpo
en su forma psicobiológica y existencial. Por fin, en una tercera fase,
mostraremos que si, como lo ha puesto de relieve el psicoanálisis, es­
ta relación es propia de nuestro inconsciente más profundo, inherente

16 Véase la revista Partisans, julio-septiembre 1968, n ° 43, pág. 49.


a nuestros fantasmas y a nuestro sueños, estos mismos expresan los
sueños que la sociedad tiene sobre sí misma. Descubriremos así en el
centro de nuestra corporeidad el impacto sociológico e ideológico
de una sociedad omnipresente. Nuestras reflexiones desembocarán,
pues, de manera completamente natural en la estructura mitológica
del cuerpo. De manera que, con los esclarecimientos que nos brindan
las ciencias humanas y la fisiología, recorreremos e l trayecto que va
de la experiencia individual al mito para hacer comprender el trayec­
to que va del mito a la experiencia.
P R IM E R A PA R T E

DE LA C EN EST ESIA A L ESQ U EM A CO RPO RAL


LA PA R A D O JA DE LA E X P E R IE N C IA D E L CU ERPO Y
SUS PR IM ER A S EX PLIC A C IO N ES

En la vida diaria, cuándo todo nos sale bien, cuando nuestros ac­
tos realizan perfectamente nuestros proyectos, cuando nuestras reac­
ciones. se adaptan automáticamente a la urgencia de las situaciones
o cuando los acontecimientos hasta responden a nuestros deseos, ca­
si nos olvidamos de que somos de carne y hueso, de que tenemos,un-
cuerpo. Experimentamos entonces esa euforia.de sentirnos un solo
ser indivisible o, como dice Saint-Exupéry, de “ estar por entero
metidos en nuestro acto” , de confundirnos ¿on él. Pero cuando so­
brevienen los dolores, las enfermedades y el fracaso nos sentimos
divididos, desgarrados frente a una masa pesada que nos ofrece re­
sistencia, que nos parece una organización extraña a nosotros y apa­
rentemente hostil, de la cual hemos perdido de alguna manera la cla­
ve y a la cual llamamos por modo curioso “ nuestro” cuerpo. “ Nues­
tro” cuerpo se manifiesta así a nuestra conciencia como el perpetuo
y molesto “ importuno” .
Así lo comprobamos especialmente en el aprendizaje de nuevos,
movimientos, como por ejemplo, en la práctica de una técnica depor­
tiva.nueva; Para verificarlo basta observar la manera torpe y desmaña­
da en que se conduce un esquiador principiante que, privado del ha­
bitual sostén que le procura la movilidad de sus miembros inferiores
y obligado a afrontar el declive resbaloso y amenazador de un terreno
del cual ya no siente las asperezas, ofrece el espectáculo de un muñe­
co desarticulado, de un juguete descompuesto, casi, tan inerme como
un recién nacido incapaz de mantenerse en equilibrio sentado o er­
guido; Aprender a esquiar consiste precisamente en conquistar un nue­
vo equilibrio readaptando el cuerpo a una situación insólita? des­
lizarse en lugar de andar y deslizarse con la ayuda de soportes que no
sólo limitan las posibilidades de utilizar las piernas y los pies sino
que además exigen la intervención de la gravedad a los efectos de la
propulsión.
Todo instructor sabe que esa readaptación se realiza más o menos
bien según los individuos, pues dependen de la manera en que cada
cual aprehende su propio cuerpo, de cómo lo vive, lo siente y lo
mueve.
Ahora bien, esta aprehensión singular y subjetiva del propio cuer­
po no sólo cambia y evoluciona constantemente, sino que además
sufre graves perturbaciones que hacen prácticamente imposible el
dominio de las acciones y amenazan o hasta deterioran la unidad de
nuestra personalidad. En virtud de esos trastornos, los psicólogos y,
antes que ellos, los neurofisiólogos, los psiquiatras y los psicoanalistas
pudieron estudiar y determinar la naturaleza del pacto secreto que nos
une a nuestro cuerpo y gracias al cual desde el nacimiento logramos
descubrir, identificar, coordinar y penetrar nuestro organismo vivo
hasta el fondo del inconsciente.

Un concepto misterioso: la cenestesia

Hay qué tener en cuenta, en efecto, que antes de ser un problema


rigurosamente psicológico, la experiencia de nuestro cuerpo fue única­
mente objeto de estudios fisiológicos. Y no podía ser de otra manera,
pues la psicología sólo conquistó su condición de ciencia a expensas
de aquellas dos ciencias a (as que Augusfe Comte reducía todos los
conocimientos sobre el hombre: la fisiología o “ física orgánica" y
la sociología o "física social” . A sí se llegó naturalmente a'este razo­
namiento: sr el organismo vivo conoce el mundo exterior en virtud de
las sensaciones provocadas en los órganos de los sentidos por estí­
mulos externos, ¿cuáles son las sensaciones o, más exactamente, cuá-
Ies son las funciones sensoriales que permiten conocer el propio orga­
nismo? ¿No podría imaginarse una función que, siendo simétrica de
la sensorialidad externa, asegurara la recepción global de todas las sen­
saciones internas de nuestras visceras, de nuestra circulación, de nues­
tras articulaciones, etc.? De esta manera el fisiólogo Reil,forjó a
principios del siglo .X IX el vago y misterioso concepto de.“ cenes-
tesia” (del griego kolné, común, y áisthesis, sensación) para designar
"el enmarañado caos de sensaciones que se transmiten continuamente
desde todos los puntos del cuerpo.al sensorio, es decir, al centro ner­
vioso de las aferencias sensoriales".
Esta definición, propuesta por otro fisiólogo, Henlé, y citada por
Ribot en su célebre obra de 1885 Les maladies de la personnalité
[Las enfermedades de la personalidad], parece haber satisfecho a los
contemporáneos a pesar de su imprecisión y arbitrariedad, puesto que
el vocablo hizo fortuna a fines de siglo y hasta fue recogido por los
iniciadores de la psicología científica, como Wundt, que puso el
acento sobre su aspecto afectivo, o como Pierre Janet. que destacó
él importante papel de la sugestión, o como William James, aue en sus
Principios de psicología (1890) atribuyó a perturbaciones del sentido
cenestesíco los síntomas patológicos de desdoblamiento de la perso­
nalidad o de serür el cuerpo como una entidad extraña. Por ejemplo,
-es0 s“ errférmos que tieñ Fñ 'taí mpresion de no poseer frontera alguna
frente a los demás y que a veces se imaginan que sus actos, palabras
y pensamientos son percibidos pór otros; esos casos se atribuyen a
trastornos cenestésicos en, la medida en que semejantes enfermos pa­
decen de la ilusión de oír voces tanto en el vientre, el pecho como en
la cabeza.
Ahora bien, esas ilusiones no sólo son relativamente tardías sino
que a menudo las contradice el enfermo, que se niega a asimilar esas
voces naturales de origen externo. Además, esa necesidad de dar a
tal trastorno una expresión espacial y de situarla (con éxito variable)
en sus cuerpos o en el mundo exterior, "¿n o es precisamente la prue­
ba de que, esas localizaciones y su acompañamiento sensorial son un
resultado o un simple encuentro, antes que un punto de partida o
una causa?" Dicho de otra manera, antes que trastornos de una pre­
sunta percepción cenestésica, lo que se observa es, en realidad, sólo
una tendencia a localizar en alguna parte los estados de conciencia y
una incapacidad de distinguir entre lo activo y lo pasivo, entre uno
mismo y los demás.
Pero, en general, resulta evidente que un concepto tan confuso e
inverificable como el de cenestesia no podía explicar racionalmente la
diversidad de las,observaciones clínicas ni, por lo tanto, suministrar
la terapéutica. En primer lugar, el concepto presentaba el inconve­
niente de abarcar dos tipos diferentes de sensibilidad: la sensibilidad
propiamente visceral que Sherrington denominó "interoceptiva”
y otra sensibiíidád que este autor llamó “ propiocej5ti^” TrpostüFal,
cuyo ¿iieñlo^'pffféHTO 'és^~sítu¿cío en las articulaciones y los mús­
culos (fuentes de sensaciones kinestésicas) y cuya función consiste en
regular el équiligrr5~y~lai^iKera{S~(las acciones voluntarias coordina-
das) necesarias para ¡levar á cabo cualquier despTazamíento del cuerpo.
Én seguñclo lugar, no era posible referir todas las formas patológicas
a una simple insuficiencia de las sensaciones internas actuales o de sus
modos de asociación]
Dice Wallon: "Hecha para dar (con la protección de una cómoda
palabra) la ilusión de qUe se introducen én los problemas psicológicos
consideraciones sobre el organismo, la cenestesia debería servir de
apoyo y no podría agregar absolutamente nada más. Ajena a los estu­
dios que se emprendieron sobre la sensibilidad interoceptiva y pro-
pioceptiva, sobre la sensibilidad protopatica, sobre las relaciones
de la sensibilidad y de los estados afectivos, la cenestesia viene a ser,
en su forma global, la conciencia del cuerpo, es decir, una simple
especialización de la conciencia, tal como puede definirla la intros­
pección. La cenestesia consiste en la aplicación del sentido íntimo
al organismo del cual sería la representación inmediata. V esa repre­
sentación expresaría la realidad esencial, la realidad eficiente". En
otras palabras, {explicar la experiencia corporal mediante la céneste-
sia equivale, en virtud de una especie de ilusión ánimista, a explicar
la conciencia por la conciencia misma, a confundir la causa con los
efectos./Trátase de un puro juego verbal sin contacto con la realidád.
Había1 , pUes, que buscar más allá de la tonciencia presenté uria estruc­
tura por la cual el sujeto asegura efectivamente su toma del mundo
en el cuerpo.1

Un concepto promisorio: “ el esquema”

Esa fue la cuestión que se planteó precisamente un médico francés,


E. Bonnier, quien, en sus trabajos otológicos (estudios del oído y
sus enfermedades) y especialmente en su libro Le vertige [E l vértigo]
(1893), se vio llevado a buscar el fundamento del estado normal de
no vértigo, es decir,(el dispositivo que garantiza la fijación de jas pos­
turas de un sujeto normal dentro de un marCo temporoespadali A par­
tir de aquel momento, Bonnier destacó el papel predominante, por un
lado, del sentido articular, en virtud del cual “ conocemos la situación
de nuestras palancas óseas en sus relaciones mutuas e inclinaciones
recíprocas ” y, por otro lado, de “ la tactilidad del vestíbulo del o í­
do” , gracias a la cual podemos aprehender en cierta medida nuestra
verticalidad, nuestra marcha en línea recta o nuestra rotación.
Después de haber examinado un buen número de casos patoló­
gicos en los que estas funciones aparecían perturbadas, Bonnier emi­
tió la hipótesis de que todas esas perturbaciones se debían al trastor­
no de un “ esquema” , es decir, al trastorno de la configuración topo­
gráfica del cuerpo que cada cual posee; llámó a ese trastorno “ aes-
quematia", que tal fue el título del artículo escrito en 1905 para la
Revue neurologique, en el cual consignaba los resultados de sus in­
vestigaciones. Como se ve, esta idea de “ esquema” es esencialmente
un modelo perceptivo del cuerpo como configuración espacial: es,
en el fondo, lo que permite al individuo diseñar los contornos de su
cuerpo, la distribución de sus miembros y de sus órganos, y localizar
los estímulos que. se le aplican así como las reacciones con que el
cuerpo responde{ En suma, el “ esquema” designa algo más que una
\

i Para mayor detalle, léase la Introducción de la segunda parte de Origines


du caractére de H. Wallon, P.U.F., 1970, cuarta edición, págs. 179-185.
simple sensación o conjunto de sensaciones internas del cuerpo o
algo más que un vago sentimiento de existencia, como designaba el
concepto de cenestésia. Y , según Bonnier, ese "esquema” puede su­
frir trastornos y suministrar así informaciones falsas: puede hacer
creer que las partes del cuerpo ocupan más espacio del que realmente
ocupan, y este trastorno se llama "hiperesquematia” o bien puede
sugerir que las partes corporales ocupan un espacio menor que su
espacio real, y este trastorno se llama "hipoesquematia” o, por
fin puede hacer cn,eer que ocupan otro lugar, como en los casos de
"paraesquematia” .
Como lo recuerdan los doctores J . de Ajuriaguerra y Hécaen, en
realidad esta tesis ,fue vivamente combatida tanto por los psicólogos
como por los médicos y prácticamente ha caído en un olvido casi to­
tal. Sin embargo, la hipótesis fundamental de un esquema del cuerpo,
es decir, de una estructura organizada que lo representa, tuvo cierto
éxito y suscitó una variada descendencia, aunque con diferentes
conceptualizaciones. Entre las más famosas citaremos las nociones de
“ imagen espacial del cuerpo” de Pick, “ esquema postural” de Head,
"esquema corporal” de Schilder, “ imagen de sí mismo” de Van Bo-
gaert y “ la imagen de nuestro cuerpo” de Lhermitte. Ahora bien,
todos estos conceptos no sólo no abarcan los mismos hechos sino
que a menudo resultan de observaciones de casos patológicos dis­
tintos y de problemáticas a veces totalmente opuestas. Esto es pre­
cisamente lo que procuraremos mostrar en el capítulo siguiente
en el que bosquejaremos la evolución de las teorías del esquema o
imagen del cuerpo según la explicación de los diferentes casos pato­
lógicos estudiados.
LOS CASOS PATO LO GICO S Y LA S PR IM ER A S T EO R IA S.
DE LA IM AG EN E SPA C IA L D E L CUERPO
A L ESQ U EM A PO ST U RA L

Ya vimos que uno de los caracteres esenciales del concepto de


“ esquema" propuesto por Bonnier consiste en una configuración
topográfica y, por consiguiente, espacial del cuerpo; esa configura­
ción permitiría la posición, vertical equilibrada y la localización de las
excitaciones y de las correspondientes reacciones. Un neurólogo
alemán iba a concebir una idea análoga al observar un caso patoló­
gico que, sin embargo, era enteramente ajeno a las investigaciones
de Bonnier. Trátase de un caso de “ autotopoagnosia” observado y
analizado por Pick en 1908: es un trastorno caracterizado por la im­
posibilidad de que el sujeto realice movimientos en su propio cuerpo
y por la imposibilidad de localizar las sensaciones externas, es decir,
las partes del cuerpo que reciben estímulos del exterior. D.e suerte
que el sujeto ya no distingue el lado izquierdo del lado derecho y
hasta suele perder la noción de sus manos, que se pone a buscar deba­
jo de la mesa...
Estos hechos sugirieron a Pick que la localización de nuestros ór­
ganos, nuestra orientación en el espacio y, de manera general, el cono­
cimiento topográfico de nuestro cuerpo debían estar asegurados por
una especie de mapa mental o de miniatlas cerebral derivado de la
asociación de las sensaciones cutáneas con las sensaciones visuales
correspondientes. En última instancia, la conciencia dibujaría nuestro
cuerpo según las líneas de puntos determinadas por las excitaciones
epidérmicas visualmente localizadas. Como se ve, la explicación de
Pick tiende a asignar importancia principal al elemento visual o,
como dice Wallon, a la "serie óptica” . El enfermo autotop'oagnósico,
a causa de lesiones cerebrales, es incapaz de hacer coincidir las sensa­
ciones que experimenta con el cuadro visual que tiene de su cuerpo.
Según Pick, esta explicación se ve confirmada por los síntomas de un
fenómeno patológico mucho más conocido y frecuente que la autoto-
poagnosia, el fenómeno llamado del "miembro fantasma” .

“ El miembro fantasma”

Este fenómeno, en el que ya repararon desde el siglo X V II Ambroise


Paré y Descartes,1 quedó firmemente confirmado en los sigjós X IX y
X X por las observaciones realizadas en heridos de la guerra de sece­
sión norteamericana por Weir Mitchell y en heridos de las dos últimas
gúerras mundiales por numerosos neurólogos contemporáneos, entre
los que se cuentan Goldstein y Lhermitte. Este fenómeno se mani­
fiesta en aquellas personas a las que se les ha amputado un miembro
(un brazoj una pierna, un seno o el pene); paradójicamente esas per­
sonas continúan sintiendo lá existencia del miembro mutilado. Una de
las observaciones más curiosas se refiere a un hombre que, habiendo
sido antes un excélente jinete, al volver a montar de nuevo a cab alé
se imagina que sostiene firmemente lasriendas con la mano amputada,
y al propio tiempo se pone a castigar al animal con la fusta que empu­
ña con la otra mano; Como es de imaginar, el hombre pierde el equili­
brio y se precipita al suelo. Otro hombre, al que se le había ámputado
la mano, experimentaba durante las comidas la sensación intensa de
empuñar el tenedor con esa mano ausenté, y esa ilusión le resultaba
tan penosa que le quitaba el apetito o le impedía digerir bien.
Para explicar semejantes fenómenos se nos ocurre una primera
hipótesis: jíl miembro fantasma resulta de la persistencia de las exci-

1 R. Descartes, Les principes de la philosophle, 1644, cuarta parte, n ° 196.


taciones o estímulos del muñón del miembro amputado, es decir,
que resulta exclusivamente de la sensibilidad periférica.) Es ésta una
hipótesis aparentemente sencilla y “ sensata", pero en realidad los he­
chos la desmienten. En efecto, la anestesia con cocaína no suprime
el miembro fantasma. Además hay fenómenos de miembros fantasmas
sin amputación alguna y debidos a lesiones cerebrales. Por fin, el
miembro fantasma conserva a menudo la misma posición que tenía
el brazo real en el momento de producirse la herida: un herido de
guerra siente aún en su brazo fantasma los trozos de granada que le
destrozaron el brazo real. Hay que creer, pues, que el fenómeno es,
rio de origen periférico sino de origen ceikral, es decir que sería el
resultado de la conservación de huellas cerebrales. Esto era pr-ecisa-
mente lo que sugirió^Descartes al escribir: “ El alma no siente el do­
lor de la mano por estar éste en la mano, sino por estar en el cerebro".
Pero esta segunda hipótesis no es más satisfactoria que la primera,
pues un conjunto de huellas cerebrales no explicaría los estados de
conciencia que intervienen en el fenómeno. Este depende, en efecto,
de factores psíquicos. Una emoción, una situación que recuerda las
circunstancias en que se recibió la herida hace aparecer un miembro
fantasma en sujetos que no lo tenían. También suele ocurrir que el
brazo . fantasma, enorme después de la operación, se encoja para
terminar por sepultarse en el muñón, “ cuando el enfermo consiente
en. aceptar su mutilación".
Por lo demás, la ilusión de los que han sufrido una amputación
tiene que ver con la cpnstitucjón psíquica del sujeto: el fenómeno no
se produce en todos los niños de corta edad y en cambio es muy fre­
cuente en las personas cultivadas, fcncontramos una clara ilustración
de esto en el caso del doctor Lobfígeois, radiólogo de la primera épo­
ca, quien, víctima de las radiaciones, debió sufrir lá amputación del
brazo derecho y consignó con gran precisión todas las impresiones
que experimentó después de amputársele el brazo. "L a certeza mental
de que todavía poseo mi miembro superior” , escribe, "es tal que aún
suelo realizar el acto volitivo necesario para mover ese miembro y
hacerlo acudir en ayuda dél brazo izquierdo cuando éste se encuentra
en apuros. También en la calle, cuando veo que la gente mira mi va-
cía manga derecha, me pregunto por qué la mira, pues no tengo en
modo alguno la sensación de ser diferente de los demás” .2 Por otro
lado, Weir Mitchell observa j^ue de noventa amputaciones, solamente
cuatro no fueron seguidas por el fenómeno del miembro fantasma.
Ahora bien, ‘‘de esos cuatro casos de amputación, tres eran hombres
de inteligencia inferior, obreros no especializados” . En otras palabras,
para que se produzca la ilusión es menester que existan ciertas dispo­
siciones psicológicas. A título de contraprueba puede recordarse que
ciertos sujetos no amputados que sufren la parálisis de un miembro,
por ejemplo, de la mano derecha, tienden la izquierda cuando se les
pide que extiendan la derecha y hablan de su brazo paralizado como
de una "serpiente larga fría” , lo cual excluye la hipótesis de una ver1
dadera anestesia y sugiere una actitud por la que el sujeto se niega
a admitir su deficiencia. Los médicos llaman a este fenómeno “ ano-
soagnosia” (agnosia, ausencia de conocimientos; nosos, enfermedad).
¿Habrá, pues, que afirmar que el miembro fantasma es un recuer­
do, una voluntad o una creencia positiva y que la anosoagnosia es,
por lo tanto, un olvido y una creencia negativa? En otras palabras, no
poseyendo una explicación fisiológica, periférica o'¡central, ¿no con­
vendrá dar aquí una explicación psicológica? Para considerar el ejem­
plo ya citado del ex jinete, según esta tercera hipótesis, el sujeto re­
cordaría su antigua actitud sobre la silla de montar y al propio tiempo
se negaría a reconocer su deficiencia y querría continuar creyendo a
toda costa en sus antiguas aptitudes ecuestres. Pero, según dijimos
antes, ninguna explicación psicológica puede ignorar que si se seccio­
nan ciertos nervios que se dirigen hacia el encéfalo se suprime el miem­
bro fantasma. Impónese, pues, comprender de qué manera se combi­
nan entre sí los factores psíquicos y las condiciones fisiológicas: a
primera vista no se comprende cómo el miembro fantasma (si depen­
de de condiciones fisiológicas y si es el resultado de un determinis-

2 Citado por A. Toumay en su artículo “ Le schéma corporet” , B ulletín de psy-


cho/og/e, tom o 18, 1-2, octubre de 1964, pág. 3. En tpdo lo concerniente al
problema del miembro fantasma y de la imagen corporal, remito al lectora
la obra de J. Lhermitte L'image de notre corps, París, Noüvelle Revue Cri­
tique, 1939 y a la Encyclopédie frangaise, tomo 8, 28, 9.
mo natural) pueda derivar en cierto modo de la historia personal
del enfermo, de sus recuerdos, de sus emociones o de su voluntad.
Para que estas dos series de elementos fisiológicos y psicológicos al­
cancen un mismo resultado necesitan tener un terreno común.
Pick creyó haber encontrado ese terreno común al formular la hipó­
tesis de la imagen espacial que deriva de aferencias sensoriales, espe­
cialmente estímulos visuales, y también, del contenido de la con­
ciencia: el jinete conserva la imagen de su mano que sostiene las rien­
das, porque continúa asociando y quiere continuar asociando esta
sensación visual con la sensación táctil que le procura el hecho de em­
puñar las riendas. Pero esta=hipótesis no sólo no puede explicar todos
los casos observados, sino que además es incapaz de conciliar (os as­
pectos perceptivos y motores que aquéllos revelaban. Por lo menos
esto es lo que se desprende de la nueva teoría propuesta por el neuro-
fisiólogo inglés Head.

•El “ esquema postura!” del cuerpo

. Head observa, en efecto, que existen casos en que el paciente puede


localizar correctamente el lugar del brazo que se le ha tocado y, por
lo tanto, conserva una imagen visual intacta de su cuerpo, mientras
que, por otro lado, es incapaz de determinar la posición de su brazo
en el espacio. De manera que el enfermo a quien se hace desplazar
el brazo señala el punto tocado, no en el brazo y en el lugar que ahora
se encuentra éste, sino que señala el vacío, el lugar en que el brazo
se encontraba en el momento de ser tocado. Quiere decir que el pa­
ciente no registró el desplazamiento del brazo. En otras palabras, la
postura o los datos posturales constituyen elementos esenciales en
el conocimiento de nuestro cuerpo. “ La imagen, ya visual, ya motriz” ,
escribe Head, “ no es el patrón fundamental por el que hay que medir
todos los cambios posturales. Cada cambio reconocible penetra en la
conciencia ya cargado de una relación con algo que pasó antes, del
mismo modo en que el taxímetro de un automóvil de alquiler nos en­
trega la distancia ya transformada en pesos y centavos. De manera
que el producto final de todos los intentos que tienden a apreciar la
postura o el movimiento pasivo llega a la conciencia como un cambio
postural ya traducido y esquematizado. Para designar ese patrón por
el cual se miden todos los cambios dé postura antes'de penetrar en la
conciencia proponemos la palabra esquemaí Como cambiamos conti­
nuamente de posición, estamos siempre construyendo un modelo pos­
tural de nosotros mismos que sufre una transformación constante. Ca­
da nueva postura o cada nuevo movimiento se registra en este esquema
plástico, en tanto qué la actividad cortical pone en relación el esquema
con cada nuevo grupo de sensaciones suscitadas por la nueva postura.
Una vez establecida esta relación, síguese de ella un conocimiento de
lapostura’^.)
Gracias a estos esquemas podemos "prolongar nuestro conoci­
miento de la postura, del movimiento y de la localización más allá
de los límites de nuéstro cuerpo, por ejemplo, hasta la extremidad
de una herramienta ó de un instrumento musical que sostenemos en la
mano. Sin esta facültad y sin los esquemas qlie la crean de nada nos
valdría tantear el suelo con el extremo de un bastón y no podríamos
servirnos de una cuchara a menos de tener los ojos continuamente fi­
jos en el plato. Jo d o cuanto participa de los movimientos conscientes
de nuestro cuerpo se agrega al modelo que tenemos de nosotros mis­
mos y en lo sucesivo forma párte de tales esquemas: en una mujer
el poder de localización puede extenderse hasta la pluma de su som­
brero". 3lEn otras palabras, el conocimiento que nos permite emplear
diariamente nuestro cuerpo en las actividades más triviales depende
de la asociación de esquemas que se modifican indefinidamente y
que, por lo tanto, son esencialmente plásticos, aunque también de^
naturaleza fisiológica, puesto que se fundan en procesos corticales.'
En realidad, hay dos grandes categorías de esquemas:
— Los-fisauemas posturales. de los que acabamos de hablar y que
dan la sensación de la posición del cuerpo, la apreciación de la
dirección del movimiento y la conservación del tono postural.

3 Citado por P. Schilder, L ’image du corps, traducción de Gantheret .yTru-


ffert, Gallimard, 1968, págs. 36-37. (Hay versión castellana: Imagen y apa­
riencia deI cuerpo hum ano, Buenos Aires, Paidós, 1977.)
— Los esquemas de la superficie del cuerpo que permiten localizar
en la piel los puntos en que ésta es tocada, pues, según vimos,
un paciente puede ser capaz de indicar correctamente el lugar
exacto en que acaba de ser tocado o pinchado con un alfiler
sin reconocer empero la posición que ocupa en el espacio el
miembro tocado.
A estos dos tipos de esquemas se agregan otros que también per­
miten, según Head, que el sujeto aprecie aspectos temporales de los
diferentes estímulos recibidos.
Evidentemente esta teoría representó un gran paso en |a compren­
sión de los procesos de que depende nuestro dominio corporal. Uno
de los primeros-en reconocerla y-enobtener provecho de esta teoría
fue un neuropsiquiatra y psicoanalista austríaco, Paul Schilder, cuyo
nombre se ha hecho célebre y de cuya concepción nos ocuparemos
seguidamente.
E L CONCEPTO D E “ ESQ U EM A C O R PO R A L"
Y SU S A M BIG Ü ED A D ES

En su práctica clínica diaria, Paul Schilder tuvo muchas yeces oca­


sión, de verificar hasta qué punto estaban bien fundadas las Observa­
ciones de Head, aunque a veces hubo de .corregirlas y completarlas
para terminar por refundirlas en una explicación más exhaustiva. El
análisis de un complejo caso de una paciente atacada de hemiplejía
derecha, que manifestaba éntre otros síntomas aloquiria o aloéstesia
(la enferma transfería sensaciones del lado sano al lado enfermo que
era incapaz de tenerlas por sí mismo) le reveló, a diferencia de Head,
“ la importancia del elemento visual en éi modeló postural del cuer­
po''.1 "E n el esquema corporal” , escribe Schilder, “ ios datos táctiles
kinestésicos y los datos ópticos no pueden separarse unos dé otros
sino mediante procedimientos artificiales. Lo que estudiamos son ios
cambios producidos en la unidad del modelo postural del cuerpo por
un cambio de las sensaciones en la esfera táctil y óptica. El sistema
nervioso obra como un todo en relación con ia situación global.
La unidad de percepción es el objeto que se presenta por los senti­
dos y a todos los sentidos. La percepción es sinestésica; y también
el cuerpo, en cuanto objeto, se presenta a todos los sentidos” .

i Véase op. c i t . , págs. 41 y 61.


Pero, según Schilder, es preciso ir aún más allá y afirmar que la
percepción no existe sin acción. "Ver con un ojo inmóvil, cuyos mús­
culos internos y externos no funcionan, no sería propiamente ver, y
menos lo sería si al propio tiempo el cuerpo estuviera completamente
inmovilizado. Si el ojo está inmóvil, lo que se mueve es la cabeza, y
si la cabeza y los ojos están paralizados, se mueve el cuerpo. Hasta
en los casos de parálisis total, los impulsos a moverse subsisten mien­
tras dura la vida” .2 Es decir, la percepción y la respuesta motriz son
los dos polos de la unidad del comportamiento. Schilder ^encontró
una formulación teórica' de esta idea en la teoría de la Gestalt, que
precisamente muestra que esta unidad de percepción y acción, lo mis­
mo que la unidad de Impresión y expresión, cons.ituye una totalidad
original y dinámica que los teóricos de lengua alemana llaman úna
“ Gestalt” , es decir, una "form a” o “ estructura” . El modelo postural
del cuerpo ya no se enfoca desde entonces sólo en su aspecto per­
ceptivo sino que se lo concibe como estructura indisolublemente
perceptiva y activa que la experiencia enriquece sin cesar. Por lo de­
más, Schilder pudó verificarlo por la observación de casos patológicos
simétricos y asociados muy frecuentemente con las agnosias a que aca­
bamos de referirnos, es decir, con apraxias. Un apráxico es un paciente
que, si bien tiene la capacidad de trazar un plan general y de represen­
tarse anticipadamente una acción proyectada, es incapaz de realizar?
la. Dicho de otra manera, el enfermo no puede ejecutar movimientos
adaptados a un fin, a pesar de la integridad de sus funciones intelec­
tuales, motrices y sensoriales.
Esta incapacidad puede asumir tres formas que corresponden a tres
causas diferentes. En primer lugar, el sujeto manifiesta su incapacidad
para ordenar convenientemente las diferentes secuencias de un acto
complejo; en este caso, lo que está perturbado es el orden del esque­
ma o plan de acción, y por eso se llama “ ideatoria” a esta apraxia.
El enfermo puede también manifestarse incapaz de movilizar los tipos
de conducta relativos al plan de acción representado. Aquí están so­
bre todo perturbados los actos que tienen valor simbólico, los adema­
nes "en el vacío” , como el acto de remedar; esta apraxia se llama
"ideomotriz” . Por fin, el trastorno puede referirse únicamente al as­
pecto motor de la ejecución: el paciente no sabe ejecutar movimientos
que, sin embargo, son sencillos y están correctamente representados;
esto es lo que se llama apraxia motriz.
De entre todas las apraxias, Schilder destacó, por ser más frecuen­
tes; las que se refieren a los actos relacionados, no con objetos exte­
riores, sino con el propio cuerpo, es decir, lo que (os fisiólogos llaman
“ actos reflejos” . Enfermos que pueden manipular objetos sin difi­
cultad son, en cambio, incapaces de designar partes de su propio
cuerpo, de localizar la nariz o los ojos, de mostrar el brazo izquierdo
o derecho por más que sepan cuál es el lado derecho o izquierdo de
su cuerpo. Trátase pues de .un caso particular de las apraxias ideo-
motrices: la apraxia que Schilder llama “ reflexiva” . Ahora bien, esta
apraxia es la contraparte de la agnosia referente a la imagen del cuerpo
(o asomatoagriosia). En otras palabras, la imposibilidad de ejecutar
el movimiento se debe a la ausencia de percepción y viceversa; “ En
reálidad” , dice Schilder, "resulta extremadamente difícil distinguir
entre trastornos de la percepción (agnosia particularmente) y tras­
tornos de la acción... Lo que se sabe es que una percepción plena sólo
se da cuando es posible la manipulación del objeto percibido. Todo el
sentido de nuestra exposición tiende a-mostrar que el conocimiento
y la percepción no son producto de una actitud pasiva, sino que se
adquieren en virtud de un proceso muy activo, en el cuál la motili-
dad desempeña su papel” .3
Ese papel se manifiesta especialmente en el fenómeno conocido
como “ persistencia del tono muscular” ; si se pide a un sujeto con
los ojos cerrados que. lleve un brazo, situado a 45° del otro brazo
inmóvil y horizontal, al niv-?l de este último, se comprueba que el bra­
zo móvil se coloca siempre un poco más arriba o un poco más abajo.
El sujeto no se da cuenta de que comete este error y declara que sus
dos brazos están en el mismo nivel. Sólo al cabo de algunos segundos
lo advierte. De manera que el tono de persistencia postural influye
en la imagen del cuerpo al atraerla en su dirección.

El papel de la experiencia empcional y libidinal

Pero la mótricidad no es el único factor que influye en nuestra per­


cepción y en nuestra imagen del cuerpo. En realidad, la mótricidad
está siempre ligada de manera directa o indirecta a una experiencia
emocional impuesta por una relación con otras personas./Vivo mi
cuerpo simultáneamente con el de otro en virtud de la emoción que
éste expresa y que suscita en mí. “ La percepción que tenemos del
cuerpo de la otra persona y de las emociones que éste expresa es
tan primaria como la percepción de nuestro propio cuerpo y de las
emociones que él expresa. En el campo de la percepción sensorial,
el propio cuerpo no difiere del cuerpo de los demás". Y Schílder
continúa diciendo: “ En suma, el modelo postural de cada ser humano
está en relación con el de los demás’’.4 Como se ve, este aspecto re-
lacional, que es a la vez indisolublemente perceptivo, dinámico y emo­
cional, sustituye el carácter fisiológico del modelo de Head por una
dimensión psicológica. Y esta dimensión psicológica encuentra su
fundamento, no sólo en la teoría de la forma, sino también y sobre
todo en el psicoanálisis freudiano, del que nos ocuparemos particular­
mente en la última parte de nuestro trabajo.
Aquí basta recordar.que para Freud el cuerpo es un conjunto de
zonas erógenas, es decir, lugares de excitaciones sexuales concentra­
das sobre todo en los orificios del cuerpo (zona oral, zona anal, zona
genital). Ahora bien, en función de su experiencia pasada y sobre to­
do de la historia de su infancia, cada individuo siente una determina­
da zona como privilegiada en relación con las demás zonas: su sen­
sibilidad sexual perfila así la imagen de un cuerpo que tiende necesa­
riamente a modificar la imagen que resulta del modelo postural.

4 Idem, págs. 242 y 66.


"Una gran cantidad de investigaciones y de diversas experiencias” ,
escribe Schilder, “ me demostró claramente que todo lo que puede
haber de particular en las estructuras libidinaies se refleja en la estruc­
tura del modelo postural del cuerpo. Los individuos en quienes domi­
na una determinada pulsión parcial sentirán en el núcleo de su imagen
del cuerpo el punto del cuerpo y la determinada zona erógena que
corresponde particularmente a esa función: como si la energía se acu­
mulara en esos puntos especiales. Habrá líneas de energía que ponen
en relación los diferentes puntos erógenos, de suerte que la estructura
de la imagen del cuerpo variará según fas tendéncias psicosexuales
de los individuos” .5
Conviene tener en cuenta a este fin que para Schilder, lo mismo
que para Freud, las pulsiones parciales no se definen únicamente por
sus fuentes orgánicas (la boca, el ano, los órganos genitales), sipo tam­
bién por su fin: Freud reconoce que en todo niño hay una pulsión de
ver y una pulsión de dominio (o de apropiación). Pulsión de ver,
porque procura placer descubrir ej propio cuerpo y ver las partes ge­
nitales de otros. Pulsión de dominio, porque procura placer contro­
lar la propia musculatura en actos éjercidos sobre los objetos y sobre
los demás (pulsión de crueldad) o sobre uno mismo (retención de las
heces en el erotismo anal y dominio de los miembros propios). Por
eso, en esta' perspectiva los ojos y las manos adquieren un papel
predominante. “ Las partes del cuerpo que las manos pueden alcan­
zar fácilmente difieren en su estructura psicológica de aquellas partes
que sólo pueden alcanzar con dificultad” . Asimismo, “ las partes
del cuerpo visibles son diferentes de aquellas que no lo son” .6 En
otras palabras las manos y los ojos, ya por sí mismos, confieren,
en virtud del placer que procuran, un valor apropiado a la forma ana­
tómica de nuestro cuerpo y, por lo tanto, la deforman a su gusto.
( De suerte que la ncación de "esquema corporal" ya no debe conce­
birse como un simple modelo postural de base fisiológica, por tenue

5 ¡dem, pág. 144.


6 Idem, pág. 145.
que ésta sea, sino que ha de entenderse como una estructura libidinal
dinámica, que rio cesa de cambiar a causa de nuestras relaciones
con el medio físico, vital y social, es decir, una estructura que está
"en perpetua autoconstrucción y autodestrucción interna” .7 Trá­
tase pues de un proceso continuo de diferenciación en el cual se inte­
gran todas las experiencias incorporadas en el transcurso de nuestra
vida (experiencias perceptivas, motrices, afectivas, sexuales, etc.).

Las ambigüedades del esquema corporal

Pero, ¿es realmente posible y concebible semejante proceso? ¿No


supone este proceso que puedan integrarse y, por consiguiente, conci-
liarse la imagen de mi cuerpo, determinada por las estructuras neuro-
lógicas que corresponden a las facultades perceptivomotrices de un
organismo anatómica y fisiológicamente definido y, por otro lado,
ía imagen dé mi cuerpo creada según las fluctuaciones de mis deseos,
de mis placeres y, en definitiva, de mis sueños? ¿Se puede realmente
armonizar el modelo neurológico del esquema tridimensional del
cuerpo, heredado de Head, con el modelo psicoanal ítico de la imagen
fluctuante y onírica del cuerpo erógeno, tomado, de Freud? Como
lo. ha observado con razón F. Gantheret,8 Schilder no iogró realmen­
te demostrar la posibilidad de semejante armonización’ y nos vemos
obligados a reconocer la relativa incoherencia de su modo explicativo:
Schilder yuxtapone los dos puntos de vista, las dos explicaciones,
pero no las concierta ni a fortiori las unifica.9

7 Idem, pág. 40.


8 Véase de F. Gantheret, ‘‘Le corps en psychologie cliniqu'e” , en el número es­
pecial del B ulletln de psychologie sobre psicología clínica, tomo 21, 1968,
págs. 933-936.
9 La tercera parte, “ La sociología de la imagen del cuerpo" no hace sino au­
mentar la dificultad (como veremos más adelante y como ya lo sugerimos al
Por otro lado, el hecho de recurrir a la teoría de la Gestalt, lejos
de contribuir a esa unificación, la impide en mayor medida al subra­
yar la incompatibilidad evidente entre el hecho, de admitir que mi
cuerpo se me manifiesta como una forma, es decir, como una tota­
lidad temporoespacial y el hecho de comprobar simultáneamente
que el cuerpo se siente como una multiplicidad o mosaico de zonas
erógenas sometidas a la constante anarquía de los variados y fortuitos
estímulos de la libido, que se disputan la preeminencia. Verdad es
que Schilder dice que el esquema corporal es “ dinámico” , indefinida­
mente plástico, pero no nos explica cómo obra ese dinamismo. En
síntesis, los dos modelos de la imagen del cuerpo, a pesar de todos los
esfuerzos de Schilder y a pesar de todos los retoques a que ios so­
metió, continúan siendo sencillamente dos piezas pegadas, arbitra­
riamente yuxtapuestas.
Precisamente de esta yuxtaposición nacen las dos principales co­
rrientes de interpretación de la experiencia corporal. En primer lu­
gar, está la tendencia que carga el acento sobre las relaciones del orga­
nismo con el medio circundante y señala el papel primordial y el dina­
mismo de las estructuras pérceptivomotrices; en otras palabras, esta
corriente adapta el esquema postural de Head a una concepción del
cuerpo entendido como función de relación con su ambiente vital y
social; corresponde a lo que el propio Schilder denomina una “ psi-
cobiología” que, a su juicio, coincide con todo su pensamiento ya
que, según él mismo afirma, “ esta manera de ver las cosas es también
propia de la doctrina psicoanalítica” .10
Pero, según acabamos de ver, semejante opinión dista mucho de
estar fundada. De ahí que naciera una segunda corriente teórica que
toma como único modelo de inteligibilidad la imagen psicoanalítica

principio) en la medida en que la dimensión sociológica del cuerpo hace irh


tervenir necesariamente factores distintos de los puramente fisiológicos y psi-
coanalíticos, a saber, normas culturales y estructuras sociopolíticas cuyo im­
pacto ideológico en la imagen del cuerpo tiene un carácter específico que no
puede reducirse a los dos modelos anteriores.
i o Op, cit., pág. 32.
del cuerpo o, más exactamente, el enfoque freudiano del cuerpo li­
bidinal, es decir, el cuerpo como fuente de excitaciones y reacciones
sexuales, como deseo, placer y dolor. Pero este enfoque nos ofrece
una representación completamente diferente del cuerpo, tan dife­
rente que hasta cuestiona el empleo del concepto mismo del esquema
corporal e impone un nuevo concepto de "imagen” del cuerpo. Por
eso creemos que es necesario estudiarla separadamente y por sí mis­
ma en la última parte de esta obra. En cambio, por el momento con­
viene indicar las contribuciones más fructíferas y esclarecedoras de
la primera corriente, que entra en la tradición psicobiológica de Schil­
der y hace hincapié en el carácter relacional de nuestro cuerpo.
SEG U N D A PA R T E

E L CU ERPO COMO RELA C IO N


E L EN FO Q U E PSICO BIO LO G ICO D E L CUERPO .
LA G E N E SIS DE LA CO N CIEN CIA D E L PRO PIO CUERPO

El principal representante de esta tendencia es, sin duda alguna,


Henri Wallon, que supo mostrar el papel esencial de la mótricidad
y de la función postural del cuerpo en la evolución psicológica del
niño. En efecto, Wallon se propuso demostrar cómo el niño llega
poco a poco a adquirir conciencia de su cuerpo como realidad una
y dinámica, distinta de los objetos y de los demás seres vivos, humanos
o no humanos.

Los comienzos de la conciencia del cuerpo

Como se sabe, el recién nacido no distingue su propio cuerpo del


mundo exterior: a los diez meses, un niño, que es capaz de mostrar
dónde se halla un objeto puesto en su mano, en su pie o en su cabeza
(las partes móviles del organismo), confunde en cambio ese objeto
consigo mismo si se lo coloca sobre el pecho. Igualmente a los diez
meses, una niña, que se golpea, contra la pared, señala la pared en lu­
gar de mostrar la parte del cuerpo en que se ha lastimado. “ Los dos ca­
sos parecen inversos, pero ambos derivan de la misma incertidumbre.
En el primer caso, el cuerpo absorbe algo que no pudo distinguirse
aún claramente, obedeciendo a una especie de solipsismo elemental
de la sensibilidad. En el segundo caso, el golpe pone de relieve el
agente exterior, y éste escamotea para su beneficio la sensibilidad
del sujeto” . 1
Esa sensibilidad es, en efecto, bastante rudimentaria y se desarrolla
poco a poco; e l niño, hasta ei sexto més, va descubriendo los movi­
mientos de sus manos, pies y dedos con cierta sorpresa y los percibe
como objetos ajenos a él. Asimismo durante ese período y hasta des­
pués del año, el niño experimenta un vivo interés en palparse el cuer­
po; primero se lleva las manos a la boca, luego al pecho y por fin a
los muslos. Se lo ve también tirarse vigorosamente de una oreja que
tocó por azar o morder objetos duros o morderse bruscamente un
brazo y lanzar.un grito de dolor. Alrededor de la misma edad, diga­
mos al decimocuarto mes, el niño, a quien se le pide que dé su pie,
lo toma con las dos manos para tenderlo del mismo modo que ha he­
cho antes con un zapatito. Esta insistencia del niño en querer separar
su pie del cuerpo indica una falta de cohesión entre las impresiones
que tiene y la sensación más o menos confusa de su propia actividad.
Esto indicaría que ei niño no puede integrar las partes de su cuerpo,
las que, por lo demás, están individualizadas y hasta personificadas.
“ Ai año y once meses, el niño de Preyer2 ofrece muchas veces su
bizcocho a su propio pie, como si se lo ofreciera a sus padres, y se
divierte esperando a que los dedos de los pies lo tom en ".3
Según Wallon, este animismo ingenuo se explica por un hecho ex­
traño. pero muy significativo, a juicio del autor: el niño al principio
identifica mejor los órganos y las formas corporales en otras personas
que en él mismo. Por ejemplo, un niño de alrededor de un año que in­
tenta mamar localiza exactamente en otras personas el lugar de los
senos de la madre. En cambio, alrededor de la misma edad llama

1 H. Wallon, "Kinesthésie et image visúelle du corps propre", en Enfance, 3-4,


mayo-octubre de 1959, pág. 258.

2 Un célebre psicólogo alemán de fines del siglo X IX , cuya obra principal es


L 'ame de l'enfant, traducida y publicada por Alean en 1887.

3 H. Wallon, Les origines du caractére chez l'e n fa nt, P.U.F., cuarta edición,
1970, pág. 216.
"tetitas” , como los senos de su madre, a las dos puntas rojas que ve en
él codo del padre. Parecería, pues, que del complejo global, que hasta
entonces le hacía buscar exclusivamente a la madre, el niño hubiera
aislado impresiones particulares de lugar y de forma que pueden trans­
ferirse a cualquier otra persona. Son imágenes que flotan, pues, in­
distintamente sobre las cosas y que siempre están dispuestas a asi­
milarse lo que tiene con ellas alguna analogía, siquiera remota, aunque
nunca pueden cobrar verdadera realidad.
De manera que el niño está previamente abierto a las cosas, circuns­
tancia que revela ante todo su fundamental dependencia respecto de
las personas que lo rodean. Wallon nunca dejó de insistir en el carác­
ter esencialmente social del niño y sitúa el origen de ese carácter en
el período prenatal, en el período intrauterino, en el cual el feto está
sujeto a esa simbiosis fisiológica con el cuerpo materno, cuya sangre
le aporta el oxígeno, las hormonas y los alimentos necesarios para
su desarrollo somático. Ahora bien, como se sabe, esta simbiosis ali­
mentaria se prolonga más allá del nacimiento, aunque en una forma re­
lativamente menos rigurosa, puesto que el recién nacido continúa de­
pendiendo estrechamente de su madre en lo tocante a la alimentación,
a la satisfacción de sus necesidades orgánicas y a la satisfacción de
las exigencias de una sensibilidad que es la más visible y, para él, la
más imperiosa: su sensibilidad postural, es decir, la necesidad que sien­
te el niño de que se lo mueva y de que se lo cambie de posición. El
niño tiene, en efecto, la necesidad de que se lo alce, de que se lo acu­
ne, de que se lo calme haciéndole tomar actitudes favorables que pue­
dan perm itirle relajarse y entregarse al sueño. Como no es capaz de ha­
cer nada por sí mismo, otras personas lo manipulan y en los movi­
mientos de esas personas cobrarán forma las primeras actitudes del
niño. De manera que sus primeros gestos provocados por sensacio­
nes de bienestar, de malestar o de necesidad se adaptarán y, en cierta
medida, se ceñirán a las reacciones benéficas o maléficas, agradables
o desagradables de su mundo circundante. Y esta asociación tiene un
doble efecto: por una parte, permite al niño reconocer, identificar y,
por lo tanto, prever los actos de los demás en la medida en que ellos
son favorables o contrarios a los suyos propios. Se establece así un
acuerdo entre lo que los ojos del niño ven que se está preparando para
él y lo que experimentará luego él mismo en su propia sensibilidad
postural. En síntesis, el niño se prevé en los demás y primero en los
movimientos maternos. Por otra parte, la forma misma, la amplitud,
la frecuencia y el ritmo de los gestos del lactante están calcados de la
forma, la amplitud, la frecuencia y el ritmo de las respuestas maternas.
El espacio postural del niño echa casi literalmente sus raíces en el
espacio postural de su madre o de la pers.ona encargada dé cuidarlo.

La emoción como función tónica

Ahora bien, esta manera de echar raíces es muy profunda por cuan­
to tiene un carácter emocional. Desde los tres meses el niño sabe ya
dirigir a las personas que lo rodean y especialmente a la madre, no só­
lo gritos relacionados con sus necesidades materiales, sino también
sonrisas y señales de contentamiento que constituyen ya un lazo pura­
mente afectivo entre el niño y los que se toman el trabajo de respon­
der a tales señales. A la simbiosis fisiológica y alimentaria sigue, pues,
la simbiosis afectiva. Esta se realiza gracias al mimetismo que es inhe­
rente a toda emoción y que permite al niño sentir al unísono con las
personas que lo rodean y participar en su vida afectiva. La emoción
es, en efecto, a juicio de Wallon, una forma de adaptación al medio y,
más específicamente, a los demás; es una forma intermedia entre la
primitiva y mecánica de los automatismos y la más elaborada e inte­
lectiva de las representaciones. Esta adaptación emocional es esencial­
mente de origen postural-y su núcleo es el tono muscular: todas las
manifestaciones emotivas, desde la más grosera hasta la más refinada,
desde la carcajada a la sonrisa, entrañan contracciones tónicas de los
músculos, es decir, simples variaciones de la consistencia de los múscu­
los, sin modificación de forma, sin alargamiento o encogimiento,
como ocurre con las contracciones fásicas, necesarias para ejercer una
acción sobre objetos exteriores.
Es ésta una de las tesis principales de Wallon, quien sostiene que la
función tónica, al asegurar la regulación de las reacciones emotivas y,
por lo tanto, de la vida afectiva, permite al propio tiempo exteriori­
zarla, expresarla y, por consiguiente, obrar sobre los demás, cuyas
respuestas ella asimila simultáneamente. En suma, la función tónica
del cuerpo es la función primitiva y fundamental de la comunicación
y del intercambio: es ante todo diálogo verbal, pues el cuerpo del
niño, en virtud de sus manifestaciones emocionales, establece con su
mundo circundante lo que J. de Ajuriaguerra llama “ un diálogo tó­
nico’’. Veremos después la explotación teórica y las importantes
aplicaciones que supo hacer este autor en el terreno de la investigación
psicosomática y en el terreno de la terapéutica. Por él momento y
para atenernos, ex elusivamente al punto de vista.dé Wallon, diremos
que el niño al principio sólo conoce y vive su cuerpo como cuerpo
en relación y no como una forma abstracta o una masa abstracta
considerada en sí misma. Ese cuerpo en relación ,está integrado por
medio del cuerpo de otra persona en la medida en que el propio
cuerpo se proyecta a ese: cuerpo.de otro y lo asimila, en primer lugar,
por obra del juego del diálogo tónico: cada emoción del niño, al ma­
nifestarse, se objetiva para su conciencia, la cual vive así la emoción
a la vez como autor y espectador y se identifica, por consiguiente,
con la conciencia de cualquier otro espectador real o imaginario.
Este comportamiento del niño ¡lustra una observación perti­
nente de Marx que Wallon se complacía en recordar frecuentemen­
te: “ El hombre” , dice en efecto Marx, "comienza por reflejarse en
otro hombre como en un espejo. Unicamente cuando llega a tener
frente al individuo Pablo una actitud semejante a lá que tiene frente
a sí mismo, el individuo Pedro comienza a cobrar conciencia de sí
como hombre” .4 Verdad es que esta fórmula tiene resonancias aparen­
temente más morales y sociales que psicológicas, pero en realidad
expresa perfectamente el proceso de la génesis de la conciencia del
propio cuerpo y de la personalidad en el niño: proceso dialéctico
en la medida en que hay un vaivén de uno mismo a los demás y de
la imagen percibida en los demás a uno mismo, y en cada estadio de

4 Citado en “ Kinesthésie et image visueile du corps propre” , Enfance, n ° 3-4,


mayo - octubre de 1959, pág. 260.
evolución se da una ruptura, una rectificación y una reanudación,
es decir, una superación de la situación anterior.
Wallon resume este proceso del modo siguiente: ‘‘el niño comien­
za por un sincretismo total en ei cual todo está sumergido en su pro­
pia subjetividad. Ei niño se confunde con el objeto o con la causa
de sus reacciones. El mismo sé encuentra en un estado difuso en las
situaciones que lo ponen en contacto con los demás y no sabe aún
distinguirse de ellos. Luego va operándose la delimitación y a medida
que se rompe la unidad primitiva se establecen relaciones que la man­
tienen en otro plano, el plano de una-pluralidad objetiva. Primero se
trata del simple desdoblamiento de dos personajes todavía mal dife­
renciados, aunque a veces sé hallan en oposición. Es éntoncés cuando
el niño comienza a vefse en los demás y se encuentra tanto más fácil­
mente en ellos porqué proyécta algo de sí mismo. Semejante 0 con­
traria a la suya, la acción de la otra persona le parece más o menos
hecha según el mismo modelo. La asimilación sücéde a la participa­
ción primitiva. Pero al tiempo dé prestar a los demás su sensibilidad
kinestésica, el niño recibe de ellos una marca visual pues se atribuye
los efectos vistos en los otros cuando se da una situación común. De
esta manera comienza a cobrar cada vez mayor conciencia de sí
mismo” .5

La imagen del cuerpo en el espejo

Como bien puede comprobarse, todo él proceso de la génesis de


la conciencia del propio cuerpo, es decir, el proceso por el cual el
niño reconoce el cuerpo como el suyo, diferente del de los demás y
al m’smo tiempo semejante al de (os demás, está regido por esta ex­
periencia principal: el fenómeno del espejo. Verse, reflejarse en los
demás implica que el niño pueda verse y reflejarse en un espejo pro­
piamente dicho, que pueda identificar su imagen visual o exterocep-
tiva con lo que vive kinestésicamente, su cuerpo visual con su cuerpo

s ¡dem, págs. 260-261.


kinestésico, su espacio circundante con su espacio postural. Como se
sabe, el niño comienza a reaccionar y a manifestar interés por su
imagen especular sólo a partir del cuarto mes, y sus primeras reac­
ciones son puramente mímicas y afectivas (sonríe, agita los brazos,
•etc.}. Hay que esperar ál sexto mes para ver aparecer un comporta­
miento que indica que el niño ha establecido una relación: por ejem­
plo, el niño de Darwin, después de haber sonreído a su imagen y a
la del padre reflejadas en-el espejo, se vuelve sorprendido cuando
oye que el padre habla a sus espaldas. La excitación auditiva, que
por casualidad se agrega aquí a la situación habitual, suscita en el
tiempo y el espacio ía confrontación de la imagen reflejada en el es­
pejo y la presencia real del padre. A partir de ese momento, la excita­
ción ya no será necesaria: en adelante la imagen del espejo tendrá el
poder, por simple transferencia, de provocar la misma reacción en lo
tocante a la persona. En otras palabras, no se trata de una reacción
provocada por un estímulo nuevo. El acto! por el cual el niño atri­
buye la imagen especular a la persona misma y por el cual traduce
su yuxtaposición en identidad no tuvo como punto de partida la in­
tuición previa de esa identidad. Tal intuición es, por el contrario, con­
secutiva de la identidad, y aquel acto la preparó, le abrió el camino.
Pero aquí no se trata de un simple proceso de repetición, pues la
cara de sorpresa del niñó indica muy bien que no se abandona a una
costumbre de alguna manera inadvertida para él, sino que, por el con­
trario, indica que el niño lleva a cabo algo nuevo, que resuelve una di­
ficultad, que integra en una especie de unidad superior lo que hasta
entonces no tenía para él una relación determinada. Én suma, el niño
verifica aquí la existencia de una relación. Pero ésta no es todavía
más que una relación de semejanza, una relación concomitante:
cuando al cabo de una semana, el niño se vuelve hacia su padre cuya
figura percibe en el espejo, todavía trata de tomar su propia imagen
con la mano, como ocurre en el caso del niño de Preyer. De la misma
manera, cuando el niño de Darwin, en la vigesimoséptima semana ju­
gaba llevando alternativamente la vista a la imagen especular de su pa­
dre y al padre mismo, queda desconcertado en él séptimo mes al ver
al padre detrás de un vidrio sin azogue. Según parece, el niño conti-
nú a, pues, atribuyendo a la imagen una realidad independiente de la
realidad de la persona viva y atribuyéndole, por otra parte, una cierta
identidad virtual. En otras palabras, la ilusión consiste esencialmente
en una especie de realismo espacial que impide reabsorber exacta­
mente en la realidad única de la persona las realidades de sus imá­
genes que tienen diferentes localizaciones. El niño es incapaz de tra­
tar su propia imagen como una simple apariencia y al propio tiempo
de hacer coincidir de pronto la imagen del espejo con la imagen del
espacio. Por lo demás, como lo hizo notar K. Biihler, si el niño da la
preferencia a la persona en lugar de dársela a la imagen, ello se debe
a que la persona es una fuente de sonido. La ilusión del realismo que
suscita la imagen especular es tal que alrededor del undécimo mes el
niño ríe y tiende aún los brazos hacia ella y hasta la llama por su
nombre.
Este comportamiento indica claramente que el niño no experimen­
ta ningún conflicto o embarazo al percibir simultáneamente dos imá-
, genes reales de su yo, una exteroceptiva y la otra activa; lo cual es nor­
mal, si se tiene eri cuenta que el niño sólo posee una visión fragmenta­
da de su propio cuerpo, la visión de los órganos o miembros que los
ojos del niño pueden descubrir directamente. Pero esa visión parcial
puede, por cierto, combinarse con ademanes del niño hasta el punto
de formar conjuntos más constantes y habituales que los derivados de
impresiones provocadas por objetos extraños al niño. "Pero mientras
la visión continúa siendo confusa y no se ha diferenciado aún” , dice
Wallon, "no puede dar una imagen homogénea ni coherente de los
órganos y menos del cuerpo total” .6 Para tener la representación de su
propio cuerpo, el niño debe poder exteriorizarlo, y el espejo contri­
buye a ello como, por lo demás, contribuyen también todas las analo­
gías percibidas en las personas que lo rodean. Por eso, la exterioriza-
ción de su imagen especular tiene para él tanta realidad como las

6 Les origines du caractére, pág. 227. Eri lo que se refiere a todo este análisis
de la imagen especular del cuerpo del niño, remito al lector al capítulo 4 de
la segunda parte. Véase también de R. Zazzo, Conduites et conscience, Déla-
chauxet Niestlé, 1969, tomo 1, págs. 163-180.
imágenes de esas personas: el niño está dispuesto a admitir que se
encuentra simultáneamente presente en el espacio de sus impresiones
propioceptivas y en el espacio que anima su imagen exteroceptiva
en el espejo.
Para que el niño logre unificar su yo en el espacio, debe recono­
cer, por un lado, que su imagen especular sólo tiene la apariencia de
la realidad percibida en su propio cuerpo y, por otro lado, que esa apa­
riencia tiene una realidad que él no puede percibir con sus propios
sentidos. De ahí, según Wallon, el.siguiente dilema: “ o bien imágenes
sensibles, pero no reales; o bien imágenes reales, pero sustraídas al
conocimiento sensorial” . De manera que para resolver este dilema el
niño debe ser capaz de librarse de las impresiones sensibles inmediatas
y actuales y de subordinarlas a sistemas puramente virtuales de repre­
sentación, es decir, debe adquirir la función simbólica. Esta adquisi­
ción se anuncia el día en que, por ejemplo, |a niña de Guillaume, de
alrededor de un año, al pasar frente a un espejo se lleva rápidamente
la mano al sombrerito de paja que tenía puesto desde la mañana. "L a
imagen reflejada en el espejo ya nó tiene existencia para la niña; ésta
la refiere inmediatamente a su yo propioceptivo y táctil; la imagen
no es más que un sistema de referencia capaz de orientar los gestos
hacia las particularidades del propio cuerpo de las cuales la imagen
da la indicación. Al vaciarse de su existencia, la imagen se ha hecho
puramente simbólica” . Y se ha hecho simbólica porque el espacio
corporal y el espacio de la imagen se integraron y ordenaron en
la representación de un espacio abstracto, hecho de relaciones no
sensoriales.
A partir de ese momento, el niño se pone a ejecutar frente al es­
pejo toda clase de movimientos como para verificar los cambios que
su nueva aptitud hace sufrir a su actividad o a sus conocimientos.
Ahora bien, el niño ejecuta esos movimientos con dificultad e inco­
rrección, pues éstos ya no están inmediata y automáticamente provo­
cados por estímulos internos o externos, sino que están regidos
de manera mediata por representaciones abstractas. Además, el niño
se complace en jugar con la dualidad reconocida de la imagen y de la
persona real señalando la figura de su madre en el espejo y volvién­
dose sonriente hacia la madre misma. De esta manera goza de su nue­
vo poder.
Pero lejos de estar definitivamente adquirido, ese poder parece
cuestionado por ciertos comportamientos regresivos: por ejemplo,
alrededor del decímotercer mes, el niño pasa la mano por detrás del
espejo en que se está mirando y lo vuelve una y otra vez, exacta­
mente como lo haría un chimpancé. En realidad, parece que con esta
maniobra quisiera verificar la causa de la iíusión antes que la ilusión
misma, de la cual, por lo demás, parece no tener conciencia en otros
momentos. En efecto, alrededor del decimocuarto mes, el niño de Pre-
yer toca, golpea, lame su imagen en el espejo y juega con ella, es-decir,
la anima y le asigna una existencia distinta de la suya. Este animismo
de la imagen confirma el dé los otros juegos del niño con los miembros
o partes de su cuerpo que también personaliza. Pero este aparente
retroceso de la conciencia de la imagen especular del propio cuerpo
corresponde en realidad a otro aprendizaje, el aprendizaje dé oponer el
propio cuerpo a otros seres o, dicho de otra manera, corresponde a
la individualización. Como dice Wallon, “ la noción del propio cuerpo
no se constituye como un compartimiento estanco. En cada una de las
etapas, la noción del propio cuerpo deriva de los procesos generales
de la psicogénesis, de la cual es un caso particular. Pero en la época
en que sé forma esa noción se adelanta a las demás, pues no hay otra
más inmediata e importante en lo tocante a las necesidades interocep-
tivas y a las relaciones con el mundo exterior, ni más indispensables
para los ulteriores progresos de conciencia. Abandona el primer plano
sólo cuando ya hizo posibles otras elaboraciones” .7
A su vez, esas nuevas elaboraciones permiten que se complete la
noción del propio cuerpo. Por ejemplo, la conciencia que el niño tenga
de su cuerpo dependerá de la conciencia de su personalidad y de las
actitudes que los adultos le hayan recomendado adoptar-frente al me­
dio físico y al medio social. De manera que en el niño la imagen del
cuerpo está modelada por las condiciones de vida y de pensamiento
en las que lo colocan las técnicas, las usanzas, las creencias, los conoci­
mientos, etc., propios de la época y de ia civilización a (a que perte­
nece. De suerte que Wallon subraya la importancia de las condiciones
psicobiológicas resultantes de la maduración orgánica del cuerpo in­
fantil y además el papel prominente que desempeñan las condiciones
psicosociales en la formación de fa conciencia del propio cuerpo.
Esta posición lo lleva a rechazar la idea del esquema corporal como
"algo existente a priori” : antes que un conjunto cerrado, Wallon ve
aquí "un todo dinámico que puede variar con las relaciones del ser
respecto de sí mismo, respecto de los demás y respecto de los obje­
tos” . En lugar de "la noción ambigua y flotante" de un esquema cor­
poral estático preexistente, Wallon prefiere pensar en una urdimbre de
relaciones cambiantes entre "el espacio postura! y el espacio circun­
dante", el primero producido por las mutaciones de las diferentes ac­
tividades sensoriales y kinestésicas y el segundo condicionado por el
espacio que hay entre los objetos, el espacio que hay entre los objetos
y las personas, el espacio afectivo de nuestras inclinaciones o repulsio­
nes y los espacios ficticios de nuestros recuerdos, de nuestros sueños,
de nuestras creencias, de nuestras teorías científicas y, en definitiva,
<de nuestro lenguaje.8
Pero los supuestos, la orientación y la conceptualización, demasia-
;.do biologizántes y organicistas del desarrollo de Wallon, no siempre le
permitieron describir fielmente y analizar esta situación compleja y
cambiante de la espacialidad del propio cuerpo. Esto es por lo menos
lo que parece haber pensado Merleau-Ponty quien, si bien apoyándose
en las'ideás de Wallon, creyó necesario someter esa espacialidad al aná­
lisis fenomenológico y describirla desde esa posición, a fin de restituir
toda su autenticidad a la experiencia de la corporeidad. Ahora debe­
mos considerar cómo Merleau-Ponty llevó a cabo esta, descripción
y este análisis, y lo que conviene retener de tal tarea.

8 “ Espace postural et espace environnant” , en Enfance, n ° 1, enero-febrero de


1962.
É L EN FO Q U E FENO M EN O LO G ICO D EL CU ERPO :
MI CUERPO COMO ESTAR-EN-EL-MUNDO

Lo mismo que Wallon, Merleau-Ponty comprueba que el concepto


de esquema corporal es insuficiente para explicar, por una parte, for­
mas patológicas de la conciencia del cuerpo, como el miembro fan­
tasma y las diferentes agnosias (anosoagnosia, autotopoagnosia, aso-
matoagnosia) y apraxias, y por otra parte, la experiencia normal de
la corporeidad. En efecto, Merleau-Ponty hace notar que, si bien el
concepto de esquema dinámico propuesto por Schilder constituye
un innegable progreso respecto del modelo asociacionista de una ima­
gen espacial del cuerpo, como proponía Pick, semejante concepto no
llega a explicar sin embargo su caracter dinámico, es decir, la “ perpe­
tua autoconstrucción y autodestrucción interna” del esquema. En
otras palabras, ¿qué es lo que hace que mi cuerpo se presente a mi
conciencia de esta o de aquella manera, en un determinado lugar y en
un determinado momento, mientras conserva ciertos elementos adqui­
ridos y excluye otros? Verdad es que Schilder nos mostró la influencia
que tienen las posturas habituales en nuestra imagen del cuerpo, co­
mo por ejemplo, el hecho de que tengamos la ilusión (la llamada ilu­
sión de Aristóteles) de sentir dos objetos cuando cruzando dos dedos
colocamos entre ellos un solo objeto que esté en contacto con la cara
externa de un dedo y con la cara interna del otro. Esta impresión ilu­
soria se debe a nuestra habitual sensación de la relación que hay entre
los miembros que tocan los objetos. Asimismo, aunque en un sentido
contrario, Schilder nos mostró cómo nuestra mano, puesta en posi­
ción supina, que no es una posición habitual, nos hace sentir que el
lado que corresponde al hueso radio está más alto de lo que en rea­
lidad está. Hay aquí persistencia del tono muscular, así como en el
caso anterior había persistencia de una impresión sensorial. En sín­
tesis, nuestra imagen del cuerpo tiende a rechazar los cambios de pos­
turas habituales y predominantes.1 Pero, así y todo, conviene expli­
car cómo se constituyeron esas posturas habituales.
En lo que se refiere a este punto, Merleau-Ponty afirma que ellas
responden a proyectos del sujeto relativos al mundo que lo rodea.
De la estructuración anatomofisiológica o morfológica de nuestro
cuerpo y de sus experiencias adquiridas, nuestro esquema corporal
sólo retiene lo que es valioso para nuestros proyectos, es decir, lo que
le permite adaptarse mejor a su medio. En otras palabras, mi cuerpo
no se me manifiesta como un mecanismo neutro asociado con un mo­
saico de órganos, como un receptáculo indiferente de excitaciones
interoceptivas, propioceptivas y exteroceptivas, sino que se me mani­
fiesta con miras a ciertas tareas reales o posibles. Mi cuerpo no está
frente a un espacio objetivo: está andado, enraizado en una cierta
situación que polariza todas sus acciones. “ Mi cuerpp existe orienta­
do hacia ellas; se recoge sobre sí mismo para alcanzar sus fines, y ” ,
agrega Merleau-Ponty, "el esquema corporal es, en última instancia,
una manera de expresar que mi cuerpo está en el mundo.” 2

El análisis existencial del miembro fantasma

De esta manera sé puede explicar el miembro fantasma del jinete


a quien se le ha amputadoun brazo, afirmando que su cuerpoúni­
camente existía para él con una mano que sostenía las riendas y la
otra que. blandía la fusta; o también podría decirse que el .espacio

1 Véase op, cit., págs. 102-103.


2 Véase deMerleau-Ponty, La Phénoménologle de la Perceptlon, París, Ga­
llimard, 1945, pág. 117.
üeí cuerpo del jinete se destaca sobre el fondo de su postura e, inver­
samente, que el caballo y el medio no existen y no se manifiestan
sino en ía perspectiva singular del jinete, que adoptó una determinada
postura y no otra. Negarse a admitir la mutilación es, en el jinete,
parte de este juego, en el cual el cuerpo está subjetivamente inmerso
en üna determinada situación inherente a un mundo modelado por
la' práctica de la equitación. “ Tener un brazo fantasma", dice Mer-
leau-Ponty, "significa estar abierto a todos los actos de que única­
mente el brazo es capaz, significa conservar el campo práctico que se
tenía antes de la mutilación” .3
Así Merleau-Ponty logra explicar la negación de la deficiencia,
su cuasi rechazo que, en realidad, no es otra cosa que la persistencia
de la adhesión prepersonal del jinete a su mundo; trátase de una per­
sistencia que se> impone a la existencia inmediata y actual del sujeto
en primera persona y se impone como entidad real: el brazo fantasma
no es una rememoración, sino que es un cuasi presente, un ex presente
que no se decide a convertirse en pasado. También comprendemos
ahora que los recuerdos que se evocan en presencia del amputado sus^
citen en él el miembro fantasma y emociones, pues estar emocionado
es encontrarse en una situación a la cual uno no logra hacer frente y
que, sin embargo, no quiere abandonar. Ahora bien, si el miembro
fantasma continúa estando presente y se impone a pesar de la ampu­
tación, ello significa precisamente que las excitaciones procedentes
del muñón mantienen el miembro amputado en el ámbito de la exis­
tencia. "Esas excitaciones marcan su lugar y lo conservan, hacen que
el miembro no quede eliminado y que cuente aún en el organismo;
facilitan un vacío que habrá de llenar la historia del sujeto y permiten
a éste realizar él fantasma” .4 Por eso, el corte de los nervios aferentes
suprime radicalmente el fenómeno. De manera que el análisis fenome­
nología? del miembro fantasma parece confirmar este hecho esencial:,
“ el cuerpo es el vehículo de estar-en-el-mundo, y tener un cuerpo

3 Idem, pág. 97.


4 ídem, pág. 102.
significa para un ser vivo volcarse en un medio definido, confundirse
con ciertos proyectos y emprender continuamente algo” . En suma,
“ mi cuerpo es el eje del mundo” .5

El análisis existencial del caso Schneider

Este hecho es sumamente esclarecedor, si se lo coteja con las nu­


merosas, observaciones de agnosias y apraxias a que antes nos referi­
mos. MerIeau;Ponty explotó especialmente las observaciones que hi­
cieron Gelb y Goldstein en un enfermo llamado Schneider y que se
conoce como “ el caso^Schneider” . De la diversidad de síntomas que
manifiesta el enfermo y que Merleau-Ponty analiza menudamente,
nosotros nos ocupamos aquí sólo de los que, a nuestro juicio, carac­
terizan mejor las perturbaciones de su conciencia del cuerpo.6
Gon los ojos cerrados, el enfermo es incapaz de ejecutar movi­
mientos "abstractos", es decir, movimientos que no se enderezan a
úna situación efectiva, como por ejemplo, obedecer la orden de mo­
ver los brazos o las piernas o extender o doblar un dedo. El enfermo
tampoco puede describir la posición de su cuerpo o de su cabeza ni
los movimientos pasivos de sus miembros. Por fin, cuando se le toca
la cabeza, un brazo o una pierna no puede decir qué punto de su cuer­
po acaban de tocarle; en la piel no distingue dos puntos de contacto
a pesar de estar éstos a unos ochenta milímetros de distancia; no
reconoce el tamaño ni la forma de los objetos que se le aplican contra
el cuerpo. Sólo logra realizar movimientos abstractos si se le permite
mirar el miembro que debe llevarlos a cabo o ejecutar con todo el
cuerpo movimientos preparatorios. De esta manera el enfermo parece
"encontrar" el miembro ejecutor, ia dirección o alcance del movi­
miento y el plano en el que éste se desarrollará. Si, por ejemplo, se
le manda que mueva un brazo, el enfermo se queda ál principio des-

s ídem, pág. 97.


6 Sobre todo este análisis, véase op. clt., págs. .119-172.
concertado. Luego comienza a mover todo el cuerpo y al cabo de un
rato ios movimientos se limitan al brazo.que el sujeto termina por
“ encontrar” . Si se trata de “ levantar un brazo", el enfermo debe
“ encontrar” también su cabeza (que para él es el emblema de “ lo
alto") en virtud de una serie de oscilaciones pendulares que conti­
nuarán mientras dure el movimiento y que fijan el fin de éste. Si se
pide al sujeto que trace en el aire un cuadrado o un círculo, primero
“ encuentra” su brazo, luego lleva la mano hacia adelante, como hace
una persona normal para localizar una pal-ed en la oscuridad; por fin,
esboza muchos movimientos en línea recta y en diferentes curvas y
si uno de esos movimientos resulta ser circular, el enfermo lo comple­
ta con prontitud. Por otra parte, sólo logra encontrar el movimiento
en un determinado plano que no es exactamente perpendiculai^al
suelo; fuera de ese plano, el hombre no es capaz siquiera de esbozar
el movimiento. Observemos, por lo demás, que la ayuda de los movi­
mientos preparatorios permite al enfermo localizar y reconocer obje­
tos táctiles.
Parece, pues, que el enfermo dispone de su cuerpo como si éste
fuera sólo una masa amorfa en la cual únicamente el movimiento
efectivo introdujera divisiones y articulaciones. El enfermo se apoya
en .su cuerpo para ejecutar movimientos, de la misma manera en que lo
har ía el orador incapaz del pronunciar una palabra sin apoyarse en un
texto previamente escrito.. El enfermo no busca ni encuentra él mismo
el movimiento, sino que agita el cuerpo hasta que aparece el movi­
miento. Esa confianza espontánea en su propio cuerpo parece jus­
tificada, si se considera con cuánta rapidez y seguridad el enfermo
ejecuta, hasta con los ojos cerrados, los movimientos necesarios de
la Vida cotidiana, siempre que éstos sean habituales: saca un pañue­
lo del bolsillo y se suena Ja nariz, toma un fósforo de la cajita y en­
ciende un a lámpara. Además, realiza todos los movimientos de su ofi­
cio, pues es obrero de tafiletería, con un rendimiento casi igual al
de un obrero normal: corta y cose el cuero sin necesidad de buscar
sus rnovimientos y lo hace aun cuando se trate de un mandato. Este
contraste con los movimientos “ abstractos” se revela también en
la disociación que se verifica en el enfermo (como en todos aquellos
que sufren de perturbaciones del cerebelo) entre el acto de señalar y
las reacciones de toma o de apropiación: el mismo sujeto, que es in­
capaz de señalar con el dedo una parte de su cuerpo cuando sé le pide
que lo haga, lleva vivamente la mano al punto en que lo pica un mos­
quito. Como se ve, en este enfermo hay un predominio de los movi­
mientos de toma sobre los movimientos abstractos y de designación.
Todos estos síntomas indicarían que para el enfermo el espacio
corporal le es dado con una intención de toma, pero sin intención
de conocimiento o bien que él enfermo dispone de su cuerpo como
de un medio para insertarse en un ambiente familiar, pero no como
medio para expresar un pensamiento espacial gratuito y libre. Como
él mismo declara, en la vida “ experimento los movimientos como un
resultado de la situación, como una consecuencia de los acontecimien­
tos mismos; yo y mis movimientos somos, por así decirlo, sólo un es­
labón del conjunto, y apenas tengo conciencia de una iniciativa volun­
taria... Todo marcha por sí mismo".
La perturbación de la experiencia del cuerpo estriba, pues, en la
pérdida de la dimensión objetiva, es decir, la pérdida, de la dimensión
del cuerpo sentido como un conjunto de órganos de los que puede
disponerse al servicio del conocimiento de un mundo contemplado
y reconocido a la distancia. El enfermo siente su cuerpo sólo como
una facultad que le permite realizar ciertos actos familiares en un
mundo real que los atrapa y atrapa al sujeto mismo, en lugar de dis­
poner éste del mundo. Colocado frente a sus tijeras, a sus agujas y a
sus tareas hahituales, el enfermo no necesita btiscar sus manos y sus
dedos, porque éstos no son objetos que se encuentren en e l espacio
objetivó de los huesos, los músculos, los nervios, sino que son fa­
cultades ya movilizadas por la percepción de las tijeras o de la aguja.!
Asimismo, el enfermo no tiene que buscar un escenario o un espacio
donde desplegar los movimientos útiles de su trabajo; ese espacio ya
le está dado por el trozo de cuero qué debe cortar o por el forro que
debe coser. El banco de trabajo, las tijeras, los trozos de cuero se pre­
sentan al enfermo como polos de acción y, en virtud de sus valores
combinados, definen una cierta situación abierta, en la medida en
que ésta evoca o atrae un determinado trabajo. En esos movimientos
concretos y cotidianos, “ el enfermo es su cuerpo y su cuerpo es la
capacidad de cierto mundo” , el mundo de sus tareas profesionales.
En cambio, no logra realizar movimientos abstractos ni de desig­
nación porque no le ocurre como a la persona normal cuyo cuerpo
no se confunde absolutamente con la persona misma ni se reduce
a yna facultad práctica, sino que también puede ser vivido de acuerdo
con una segunda modalidad, más flexible, más autónoma, en la cual
el cuerpo ya no es vehículo de una acción inmediata impuesta por la
situación. En otras palabras, el cuerpo antes que vehículo y medio
puede ser un fin; cuando pedimos a un sujeto normal que levante un
brazo, el movimiento del brazo tiene una dirección por sí mismo y
el. sujeto lo considera independiente del mundo dado y capaz de sus­
citar, en cambio, un mundo ficticio, posible, virtual. Ese individuo
ya no parte de la situación, sino que la crea. “ El movimiento concre­
to " dice Merleau-Ponty, “ es, pues, centrípeto, en tanto que el movi­
miento abstracto es centrífugo; el primero se da en el ser o en lo
real, el segundo en lo posible o en el no ser; el primero se adhiere
a un fondo dado, el segundo despliega él mismo su fondo” . El sujeto
se vale de su cuerpo proyectando o evocando una situación posible
en lugar de ser el juguete de la atracción que ejerce en él la situación
real.

Crítica de las explicaciones anteriores

En virtud de este análisis existencial del caso Schneider, Merleau-


Ponty cree que puede remediar la insuficiencia de las “ explicaciones”
fisiológicas e intelectualistas propuestas hasta ese momento. Las ex­
plicaciones fisiológicas hacen resaltar el hecho de que las dificultades
que experimenta el enfermo para realizar movimientos abstractos
coinciden con trastornos generales de la función visual, los cuales se
deben a lesiones en la región occipital, en tanto que los movimientos
concretos que el enfermo puede realizar proceden del sentido kines-
tésico o táctil que Schneider ejerce bien. Pero, en realidad, parece
que se tratara aquí de una simple coincidencia y no de una relación
causal; pues los trastornos de movimientos abstractos se encuentran
tárhbiérv en muchas otras enfermedades, como por ejemplo, las que
afectan ai cerebelo; en estos enfermos las excitaciones visuales produ-
éeri Reacciones motrices imperfectas aunque no se registre ninguna
falla de'lá función visual.
1 1tí ■■feá|idadfaquí habría que invertir la explicación y afirmar que
já^itT^o§i^¡Íi^;^6>:rrálizaF movimientos abstractos y de designación
más; dificultosa la relación entre la vista y la mótFici-
d a d « o ,m á S ^ y más radicalmente, no se puede hablar,
segúíT^IVlé'fléáü-Póñty" de" la- viista (como tampoco puede hablarse de
-á&ijq&féfifalfip-faW-'&tiáible)¡como contenido psicológico que se pue-
da aislár' de1los demás datos sensibles. Los trastornos motores de
Schneidér,'como lo’s trastornos" de los que tienen afectado el cere­
belo, sólo* pueden comprenderse si se define el fondo común del mo-
vi'miento'y de la visión, fondo que en ¡cierto modo "supone confi­
gurar o estructurar el ambiente” . En otras palabras, los síntomas vi­
suales no tienen una realidad ni una significación autónoma, separada
de la realidad y significación del comportamiento total. Nunca es po­
sible determinar con exactitud si únicamente están afectados los datos
visuales, mientras todas las otras condiciones del comportamiento,
por ejemplo, la' experiencia táctil, permanecen intactas. La experien­
cia táctil no es una condición separada que pueda mantenerse cons­
tante mientras se hace variar la experiencia visual a fin de descubrir
la causalidad propia de cada una; y el comportamiento no es una
función de estas variables. Por el contrario, la definición de ellas pre­
supone el comportamiento, así como en la definición de una está
presupuesta la definición de la otra. Las imperfecciones de la vista
y del tacto y los trastornos motores son tres expresiones de una mis­
ma perturbación fundamental que atañe al comportamiento del
enfermo.
Pero si esa perturbación no puede atribuirse a claras causas fisio­
lógicas, tampoco puede reducirse a condiciones o razones puramente
psíquicas, a fenómenos de conciencia. Según la explicación intelec-
tualista, el enfermo es incapaz de señalar un objeto porque perdiója
posibilidad de.mantenerlo a distancia de su cuerpo, de verlo como es­
pectáculo, es decir, de convertirlo en término de un acto de concien­
cia. Asimismo, el enfermo tiene dificultad para realizar movimientos
abstractos porque éstos no son provocados por un objeto existente,
sino que están sostenidos sólo por una simple intención que "repre­
senta” , “ proyecta” o "simboliza” el cuerpo mismo del enfermo como
objeto y porque el enfermo ya no tiene esa función representativa
o simbólica que es la conciencia misma. En realidad, Schneider se
comporta como una cosa, como un mecanismo de reflejos. El en­
fermo lleva la mano al punto de su cuerpo en que lo pica un mos­
quito porque los circuitos nerviosos preestablecidos apuntan a la
reacción y no a la excitación. Schneider puede realizar los movi­
mientos propios de su oficio porque éstos dependen de reflejos
condicionados sólidamente establecidos. En. definitiva, los movi­
mientos concretos serían puramente fisiológicos, en tanto que los mo­
vimientos abstractos, que Schneider no puede realizar, serían pura­
mente psíquicos.
A juicio de Merleau-Ponty, semejante distinción y la explicación
que la apoya son insostenibles; en efecto, este autor hace justamente
notar que ios movimientos abstractos y de designación, considera­
dos en sí mismos, hacen entrar en-acción los mismos circuitos ner­
viosos que gobiernan a los mismos músculos. Cuando, desempeñan­
do su oficio, el enfermo tiende la mano hacia una herramienta pues­
ta sobre la mesa, desplaza las partes de su brazo exactamente de la
misma manera en que lo haría para ejecutar un movimiento abstrac­
to de extensión. ¡Serían, pues, fisiológicos estos dos tipos de movi­
mientos, independientemente de su diferencia de valor efectivo o de
sentido biológico! Inversamente, si se quiere explicar el movimiento
abstracto por la conciencia, ¿cómo no suponer que también los movi­
mientos concretos puedan ser conscientes para ser ejecutados? És
menester que en cada momento de nuestra vida sepamos dónde
está nuestro cuerpo; sin tener la necesidad de buscarlo como busca­
mos un objeto que se ha cambiado de lugar en nuestra ausencia;
es menester, pues, que hasta los movimientos “ automáticos” se
anuncien a la conciencia. Pero entonces no puede haber nünca movi­
mientos puramente fisiológicos de nuestro cuerpo. En definitiva,
la distinción propuesta por la explicación intelectualista se invalida
a sí misma.
De manera que conviene sustituir estas explicaciones “ reduccio­
nistas” de la experiencia corporal de Schneider por un análisis más
fiel y más respetuoso de la complejidad existencial. El cuerpo no es
sólo un mecanismo nervioso ni la conciencia es una pura y simple
función representativa. "H ay muchas maneras” , dice Merleau-Ponty,
“ de que el cuerpo sea cuerpo, así como hay muchas maneras de que
la conciencia sea conciencia” . Por eso, se debe definir la conciencia
en un sentido fenomenológico con referencia a un objeto, es decir,
como un estar-en-el^-mundo y el cuerpo debe definirse, no como un
objeto, sino como vehículo de ese estar-en-el-mundo.
Los trastornos de Schneider afectan precisamente esta relación
existencial con el mundo: las dificultades que experimenta para (le­
var a cabo movimientos abstractos y la facilidad con que ejecuta
los cotidianos movimientos concretos se deben al hecho fundamen­
tal de que Schneider está “ ligado” a lo actual, de que le falta esa li­
bertad general que consiste en poder colocarse en una situación y
dominarla. Es incapaz de valerse de su medio en la medida en que no
le es dado separarse de él ,y modificarlo a su antojo. De suerte que
Schneider no puede desasirse, desprenderse de su movimiento y pro­
yectarlo al exterior obedeciendo a una simple orden del médico. De
este modo se explica también el papel de los trastornos visuales: la
visión no es, en efecto, ni la causa ni la consecuencia de esta función
de proyección, que parece ser la función del pensamiento, sino que
es lo que funda y expresa de una manera sensible la relación existen­
cial con el mundo. Las deficiencias visuales de Schneider se concre­
tan y se traducen en la imposibilidad radical y esencial de dominar
la situación y de aprehenderla en sus diferentes articulaciones y en
sus inesperados cambios. ¿No es, por lo demás, significativo el hecho
de que usemos el verbo "ver" también para designar el acto de com­
prender intelectualmente?
La experiencia del cuerpo en el hombre norma!

, El análisis existencial de los síntomas de la enfermedad de Schnei­


der llevó a Merléau-Ponty a desentrañar el sentido de la experiencia
del! cuerpo en un sujeto normal, sentido que no está dado por ía con­
ciencia, sino que se encuentra en la vida misma del cuerpo, en sus ma­
nifestaciones sensibles y motrices. En el sujeto normal, el cuerpo no
sólo puede ser movilizado por las situaciones reales que lo atraen,
sirio que puede además apartarse del mundo, prestarse a experiencias
y situarse en lo virtual. El cuerpo está, pues, "abierto” a lo nuevo,
a lo posible, es decir, ai espacio y al tiempo, de suerte que el cuerpo
los "habita” antes que estar incluido y encerrado en el tiempo y el
espacio. Esta circunstancia se verifica precisamente en el aprendizaje
de movimientos nuevos. Aprender un movimiento nuevo supone, en
efecto, el poder de dilatar nuestro cuerpo como estar-en-el-mundo o
de modificar su m.odo de existencia agregándole nuevos instrumentos.
Por ejemplo, aprender a escribir a máquina supone integrar en el pro­
pio espacio corporal el espacio del teclado: el sujeto sabe dónde es­
tán las letras en el teclado, así como sabe dónde se encuentra unoSÉ
sus miembros, y lo sabe con una familiaridad que es anterior a toda
representación objetiva. Desplaza los dedos y ese movimiento no es
para él un trayecto espacial que pueda describir, sino que es sola­
mente una cierta modulación de la mótricidad, que se distingue en
cierto modo de cualquier otra modulación por su fisonomía” .
Ese poder de abertura corporal y de apropiación, corporal se ma­
nifiesta aún más en el ejemplo del organista que, en caso de necesi­
dad, es capaz de tocar en un órgano que no conoce y cuyo teclado y
registros son diferentes de los del instrumento que el hombre toca
habitual mente. Una hora de ensayo le basta para ponerse en condi­
ciones de ejecutar su programa musical, lo cual excluye la posibili­
dad de que se establezcan reflejos condicionados nuevos. Además,
en sq ensayo, .el organista no da la impresión de analizar objetiva­
mente el órgano: su conducta es dé orden puramente práctico. Hace
funcionar los fuelles, tira de los registros, toma, por así decirlo, con su
cuerpo las medidas del instrumento, se asimila las dimensiones. Al
tocar e! órgano, los registros, los pedales, las teclas no son objetos
representados, sino que se convierten en “ facultades” de un deter­
minado valor emocional o musical, y la posición de estas cosas se
convierte en el lugar en el que se manifiesta al mundo ese valor.
En el deporte, un terreno diferente y más trivial, pero que mere­
cería por sí solo un análisis, encontramos también esta aprehensión
total, cualitativa y práctica que el sujeto tiene de los movimientos
corporales que debe ejecutar: el esquiador experimentado que se
apresta a ejecutar una Cristian ía no se representa de manera distinta
y separada ios movimientos de flexión y extensión que deben ase-
. gurarle é! aligeramiento del cuerpo, el movimiento de los esquíes, el
desplazamiento del peso del cuerpo en la curva, la inclinación de! bus­
to hacia ádelante;' sino que, por el contrario, percibe la pendiente
(los accidentes y variaciones, lás eminencias y depresiones, las partes
de hielo y las partes.de nieve blanda... etc.) y su horizonte (obstáculos
materiales, rocas, árboles, seres humanos, etc.) según una “ fisqnomía”
afectiva de tal condición que su cuerpo, al integrarlos en su espacio
o campo propio, adopta, en un acto indiviso y espontáneo, las dife­
rentes posturas y realiza todos los movimientos necesarios.
Como se ve, el espacio corporal, según Merleau-Ponty, no es algo
neutro, sino que está cargado de “ valores" o significaciones claras,
que deja traslucir inmediatamente o, mejor dicho, que “ expresa” .
Dice Merleau-Ponty: “ El cuerpo es eminentemente un espacio expre­
sivo". Pero no es un espacio expresivo entre otros espacios; es el
origen de todos los otros, es lo que proyecta al exterior las significa­
ciones dándoles un lugar, lo cual hace que éstas cobren existencia.co­
mo cosas que tenemos al alcance de nuestras manos y ante nuestros
ojos. En este sentido, nuestro cuerpo es lo que forma y hace vivir un
mundo, es “ nuestro medio general de tener un mundo” .
Y lo propio del cuerpo humano estriba (ya por la construcción
de instrumentos nuevos, ya por sus posibilidades de juego consigo
mismo) en la capacidad de multiplicar mundos alrededor de él, de
renovar o enriquecer sin cesar el mundo que nos es necesario para
vivir. De manera que, por un lado, los movimientos relacionados con
el comer pueden (en virtud de la variedad de los instrumentos ele­
gidos para cocinar, para presentar los platos y consumirlos y en vir­
tud de las técnicas culinarias) crear mundos muy diferentes cuyas des­
cripciones dan los etnólogos. En este sentido, el campo corporal de
un japonés no es quizá el de un occidental..7 Y, por otro lado, un actor
o un bailarín pueden también representar ficticiamente movimientos
cotidianos y triviales sublimándolos y dándoles así otras significacio­
nes.8 Además, nuestro cuerpo da un sentido a las palabras mismas que
oímos o leemos. La palabra “ duro” provoca una especie de rigidez en
la espalda y el cuello y sólo secundariamente se proyecta al campo
visual o auditivo para asumir su figura de signo o de vocablo. Las pa­
labras tienen una fisonomía porque adoptamos frente a ellas, como
frente a toda persona, una determinada conducta que se manifiesta
desde el momento mismo en que aparecen las palabras. Estas se abren
paso en nuestro cuerpo y resuenan en él, como ocurre, por ejemplo,
con el adjetivo "rojo” que da a mi cavidad bucal una forma esférica
y suscita también una sensación de apagada plenitud.
Pero esta consonancia entre el cuerpo y el mundo natural y cul­
tural presupone que en el cuerpo mismo haya una unidad, por una
parte, entre los cinco sentidos, por otra parte, entre los cinco sentidos
y el movimiento, es decir, el sentido ¡anestésico y, por fin, entre esta
sensoriomotricidad y la palabra. En efecto, puede afirmarse que vemos
sonidos y oímos colores en la medida en que los sonidos y los colores
repercuten en nuestro modo de existencia, en nuestro cuerpo como
estar-en-el-mundo. Pero sobre todo hay un entrecruzamiento, un en­
cabalgamiento constante entre ver y tocar, entre lo visible y lo táctil,

7 Conviene remitir aquí a las investigaciones de E.T. Hall (véase La dimensión


cochée, traducción francesa, París, Seüil, 1971) sobre la manera en que las
diferentes civilizaciones utilizan el espacio y que el autor llama “ la proxé-
mica". En la tercera parte de este libro, en la que estudiaremos el enfoque so­
ciológico del cuerpo, volveremos 4 hablar sobre este punto.
8 Por pertinentes que sean las observaciones de Merleau-Ponty sobre esta di­
mensión expresiva del cuerpo, nós parecen, elle no obstante, Insuficientes y
demasiado inseguras. Por eso, hace unos años hemos emprendido una investi­
gación con miras a llevar a cabo una.tesis de doctorado estatal cuyo resultado
esperamos poder publicar próximamente.
hasta el punto de que mirar es palpar cosas, así como mis dedos pue­
den hacerlas “ ver” . Esta unidad o entrelazamiento de nuestros sen­
tidos es, en realidad, más general aún en la medida en que cada sensa­
ción supone una actividad motriz real o virtual: ver un objeto es
siempre anticipar el movimiento para tocarlo, lo cual lo hace de ante­
mano tangible.
Además, como se sabe, el movimiento mismo está estrechamente
vinculado con la palabra hasta el punto de convertirse en otro movi­
miento cuando la palabra lo abandona. Cuando, en la televisión o en
el cinematógrafo, "una falla del sistema sonoro deja sin voz al perso­
naje que continúa gesticulando en la pantalla, lo que se pierde no es
sólo el sentido de su discurso, pues también el espectáculo experi­
menta un cambio. El rostro poco antes animado se nubla y parece
rígido como el de un hombre desconcertado, y la interrupción del so­
nido invade la pantalla en la forma de una especie de estupor. Para
el espectador, la palabra asume el gesto y el gesto asume la palabra;
ambos se comunican a través de mi cuerpo como aspectos sensoriales
de mi cuerpo que se simbolizan de manera inmediata y recíproca, por­
que mi cuerpo es justamente un sistema de equivalencias y de trans­
posiciones intersensoriales” . 9 En síntesis, nuestro cuerpo es “ ese ex­
traño objeto que utiliza sus propias partes como simbólica genera! de!
mundo y mediante el cual, en consecuencia, podemos ‘frecuentar’ ese
mundo, ‘comprenderlo’ y encontrarle una significación” . 10
Pero, según Merleau-Ponty, hay que ir aún más lejos; en efecto, sí
se quiere explicar esa unidad o entrelazamiento de nuestros sentidos,
de nuestros movimientos y de nuestro lenguaje, hay que situarla en
una unidad o entrelazamiento todavía más vasto: la unidad o el entre­
lazamiento de mi cuerpo con los demás cuerpos humanos, con los
otros seres vivos, con las otras cosas, en suma, con el mundo mismo.
Para comprobarlo, basta prestar atención al ejercicio de uno de nues­
tros sentidos, por ejemplo, el más activo y evidente de todos ellos,

9 Op. cit., segunda parte, capítulo 1, pág. 271.


1o Idem, pág. 274. La bastardilla es m i'a.
fiáHvísta: puede comprobarse entonces este fenómeno extraño y sin
jsñibargo trivial de que el cuerpo que ve es al mismo tiempo visible
pirk los demás y para mí mismo (en un espejo). La otra persona y
yb mismo podemos "verme” . En un mismo momento soy cuerpo
que ve y es visible, de la misma manera en que, por lo demás, soy un
ser que toca y es tocado, cuando tomo mi mano izquierda con la de­
recha. De una manera general, el cuerpo es entidad sentiente sensi­
ble, lo cual implica que a la vez forma parte del mundo y es lo que le
da existencia. En otras palabras, no hay aquí límite entre el cuerpo y
él mundo: en toda sensación ambos se entrelazan, se entrecruzan de
tal manera que ya no puede decirse que el cuerpo está en el mundo y
la visión en el cuerpo. En realidad, ambos constituyen un único y
mismo téjido que Merleau-Ponty llama metafóricamente "la carne"
y en el que el cuerpo que siente y el cuerpo sentido son como el re­
vés y el derecho.
Mediante esa "carne” , mi cuerpo en cuanto sentiente sensible
se adhiere al cuerpo de los demás en cuanto sensible sentiente. Si con
la mano izquierda puedo tocar la derecha mientras ésta palpa objetos
tangibles, si puedo tocarla mientras ella toca, ¿por qué ál tocar la ma­
no de otra persona, no tocaré en ella el mismo poder de tocar cosas
que toqué en la mía? El cuerpo está, pues, inmediatamente abierto al
cuerpo de los demás o, más exactamente, yo estoy instalado en el
cuerpo del otro, así como el otro está instalado en el m ío en virtud
de nuestros sentidos, nuestra mótricidad y nuestra expresión misma.
Hay reversibilidad de su visión y de la mía, de su tacto y del mío...
etcétera. 11 En suma, no hay aquí corporeidad simple, sino que hay
“ intercorporeidad” . 12

11 Merleau-Ponty llama "quiasma” a esta doble reversibilidad o entrelazamiento


de mi cuerpo sentiente sensible con el cuerpo sensible sentiente, porque
tendría la. forma del entrecruzamiento de dos parejas de palabras en orden
inverso.
12 Sobre todo este párrafo, véase de M. Merleau-Ponty, Le visible e t ¡'invisible,
Gallimard, 1964, págs. 172-204.
No desarrollaremos más esta ¡dea que nos llevaría muy lejos por
las sendas de la metafísica. Por difícil y hermética que pueda parecer
a primera vista, la idea representa sin embargo un tema fecundo y
fácilmente verificable, pues se la ve diariamente ilustrada y aplicada
concretamente en la práctica de la terapéutica psicosomática y psico-
motriz. Fiel a las enseñanzas de Wallon/y de Merleau-Ponty, el doc­
tor J. de Ajuriaguerra quiso, en efecto, realizar la síntesis clínica de
ella desarrollando'una teoría y urta práctica del cuerpo, entendido
como diálogo tónico, cuya gran eficacia reconocen los médicos con­
temporáneos. Consideramos ahora necesario hacer conocer al lector
esa teoría y ésa práctica.
UNA SIN T E S IS F R U C T IF E R A :
E L CU ERPO COMO D IALO GO TONICO

Como vemos, el análisis de la corporeidad propuesto por Merleau-


Ponty, si bien utiliza un método y postulados filosóficos diferentes
de los empleados en los estudios de Wallon, prolonga éstos y, de al­
guna manera, los lleva a su conclusión lógica: nuestro cuerpo no es
sólo relación con el espacio circundante, sino que únicamente po­
demos vivirlo en el cuerpo de los demás y por el cuerpo dé los demás.
Lejos de encerrarnos en la ciudadela inexpugnable de un yo suficiente
y autónomo, nuestro cuerpo se experimenta por la mediación de la
experiencia corporal de nuestro prójimo. Esta comunidad de perte­
necer a un mismo mundo vivido, esta solidaridad existencial en un
tejido ontológico y anterior a todo juicio1 es lo que Merleau-Ponty
designó con ei concepto metafórico y poético de ‘‘carne” . Ahora bien,
podría decirse que Wallon presta músculos a esta “ carne” : le da una
contextura real, concreta y material en el nivel de la experiencia mo­
triz y, más precisaménte, muscular. Récordemos el papel preponderan­
te que Wallon atribuye a la función tónica en el establecimiento de
las primeras relaciones afectivas con el ambiente. Ya vimos que esas
relaciones son de carácter emocional y se traducen y exteriorizan en
posturas, cuya regulación y cuvo control están asegurados por una do­

i Merleau-Ponty la califica de “ antepredicativa” , porque juzgar consiste en re­


ferir un predicado a un sujeto, como por ejemplo cuando decimos “ Pedro
es alto” , “ Esta mujer es encantadora", etcétera.
sificación exacta y por una distribución adecuada del tono muscular.
De manera que la mímica de la sonrisa, los espasmos de la carcajada
o del sollozo son otras tantas reacciones tónicas de naturaléza emocio­
nal que responden a las excitaciones provocadas por la presencia o la
intervención de los demás. Por otro lado, la misma inmovilidad del
niño puede estar cargada emocionalmente y derivar de una hipertonía
muscular, como la del animal que está al acecho. De suerte que el tono
no sólo prepara y guía los movimientos, sino que al mismo tiempo
y en virtud de las posturas que suscita expresa las fluctuaciones afec­
tivas, que son ellas mismas las maneras que tiene el niño de interiori­
zar, de asimilar su: experiencia de los demás. En otras palabras, la fun­
ción tónica, que presta base a la función postural significa, por un la­
do, asimilación y, por otro, acción ejercida sobre los demás, en la me­
dida en que las posturas traducen simultáneamente la receptividad del
niño y su pedido de auxilio por obra del espectáculo que ofrece a la
vista de los demás. La función tonicopostural es, pues, “ para el niño
pequeño ía función de comunicación esencial, una función de inter­
cambio mediante la cual el hiño da y recibe” .
De esta manera, se establece en el nivel del, cuerpo, en su dinamis­
mo.tónico y mucho antes de todo diálogo verbal, un diálogo del niño
con las personas que lo rodean, "un diálogo tónico” para emplear la
expresión con que lo designa J. de Ajuriaguerra. “ A nuestro juicio, es
sobre todo este aspecto” , escribe este autor, "de la obra de Henri
Wallon lo que abre una perspectiva original y fecunda en psicología
y en psicopatología” .2
Y J. de Ajuriaguerra se propone precisamente explotar y enrique­
cer esta nueva perspectiva,. por una parte, ampliándola y completán-
dolá con análisis y observaciones realizados a una nueva luz y, por
otra parte, tratando de verificar su validez y su eficacia en el nivel de
la terapéutica en virtud de nuevas técnicas de relajación. El autor'ex­
puso claramente este proyecto en un informe que presentó a la socie-

2 Véase de J. de Ajuriaguerra y .R. Angelergues, “ De la psychomdtricité au


corps dans la relation avec áutrui” , en L 'E vo lu tio n psychiatrique, tomo 27,
fase. I, enero-marzo de 1962.'
|||d¡-ímédica suiza de psicoterapia en Morat el 3 de junio de 1961 y
Ü|e,<se publicó con el significativo título de "E l cuerpo como rela-
pi;ón” .3 En ese informe el autor señala la contribución conjunta (aun­
que de origen y métodos muy diferentes) de los estudios de psicología
Ignética (y en menor medida, como veremos, de ciertas corrientes psi-
.qpanal íticas) sobre la relación del niño con su medio humano y de la
fenomenología moderna representada en primer término por Meleau-
gp,nty (y en menor grado por J. P. Sartre y Medard Boss). Tratare­
mos ahora de mostrar esa confluencia de contribuciones recordando
primero los hechos más característicos del diálogo tónico del niño con
su medio y sobre todo con la madre.

Eídiálogo tónico del niño con la madre

Como se sabe, desde su nacimiento el niño está sometido al ritmo


biológico incesante de la alternancia necesidad-satisfacción y'al mis­
mo tiempo está sometido a las sucesivas transformaciones que sufre
su cuerpo durante las horas del día. Tampoco puede percibir objetiva­
mente la realidad. La lentitud dé su maduración y su posición acos­
tada le imponen un espacio reducido fuera del cual no puede movili­
zarse, Además sólo percibe conjuntos: las otras personas sólo se le
muestran por fragmentos y en un determinado ángulo que le es pro­
pio, lo cual hace que ellas se adhieran de alguna manera a su propia
existencia. Por eso, para el recién nacido, la mótricidad es la única
forma de contacto psicosocial, ya por sus componentes vegetativos,
orales y anales (movimientos de succión y de excreción), ya por sus
componentes puramente motores, como las diferentes formas de
rigidez muscular y de agitación longitudinal a las que están sometidos
sus miembros y todo su cuerpo. En la mótricidad vegetativa, el niño
descarga e integra al propio tiempo sus pulsiones instintivas. En la

3 Véase Revue de psychologie puré et app/iquée, tomo 21, n ° 2, 1962, pags.


137-157 (Berna y Stuttgart, Hans Hubér). Ajuriaguerra es médico jefe de la
clínica psiquiátrica universitaria Asile Bel-Airde Ginebra.
agitación motriz propiamente dicha, desordenada, anárquica y frenada
tan sólo por la hipertonía de los miembros (debida al predominio de
los centros nerviosos subcorticales o, lo que es lo mismo, a la insufi­
ciencia de maduración neurónica de la corteza cerebral), el niño esta­
blece sus primeros contactos con el mundo sintiéndose trabado.
Ahora bien, en uno u otro de estos aspectos, la motricidad está li­
gada a un estado afectivo primitivo: las reacciones orales y anales
no pueden separarse de la quietud que resulta de la distensión provo­
cada por la succión o la excreción, después de la desagradable tensión
experimentada en el, momento de la necesidad. Asimismo el niño ex­
perimenta, por obra de la explosión brusca y desordenada de movi­
mientos, el apaciguamiento y el placer causados p orla relativa caída
de la tensión muscular. En otras palabras, el recién nacido oscila en­
tre un estado de insatisfacción y un estado de quietud, paralelamente
a las reacciones tónicas, motrices y vasomotrices manifestadas: en es­
tado de necesidad se producen descargas tónicas masivas acompañadas
de agitación incoordinada y después de la satisfacción se registra una
caída de tono o una ligera agitación menos mal coordinada.4
De suerte que al comienzo, ni ios estímulos ni las reacciones son
específicos en el recién nacido: cada vez que la ocasión de presenta
el niño reacciona de manera masiva y unívoca a la intensidad o can­
tidad de las excitaciones y no a sus caracteres cualitativos. Y esas
reacciones indiferenciadas y globales a estímulos, que son ellos mis­
mos intensos e indiferenciados, se producen sobre el fondo (que los
fisiólogos llaman precisamente "fondo tónico” ) de una actividad tó­
nica constante que, en este estadio, se reduce a una hipertonía de los
miembros en flexión a una hipotonía api (imposibilidad de mante­
ner erguida la cabeza, de estar sentado o| de pie). De suerte que tanto
el fondo tónico como las reacciones variables del recién nacido con­
vierten su cuerpo en un resonador muscular respecto de las influen­
cias del medio exterior y del medio interior.

4 Véase de J. G. Lemaire, La Re/axatíon, Payot (BP, n ° 66), pág. 35. En esta


obra se encontrará, por lo demás y precisamente en el capítulo 2, un análisis
claro de "la función tónica” en su basamento fisiológico, por una parte,“ y
en su evolución ontogenética del niño ál adulto, por otra.
Pero a causa de su falta de fineza discnminativa, a causa de su débil
“ sensibilidad", en el sentido en que se habla de la sensibilidad de una
balanza o, mejor aún, de un tocadiscos, ese resonador hace que el
niño se encuentre en un estado permanente de alerta. En esa fase, el
niño vive efectivamente en un “ estado de alarma” constante: desde
el punto de vista tónico, está siempre dispuesto a reaccionar de mane­
ra total a cualquier estímulo exterior. “ Esas reacciones de alarma”
persisten, por lo demás, bastante tiempo y dependen de un cierto gra­
do de presencia, que sólo disminuye en-Ios momentos de somnolen­
cia y de plenitud. Pero poco a poco esas reacciones se agotan y por
fin sólo aparecen cuando hay una agresión de sorpresa.
Sin embargo, partiendo precisamente dé ese estado de alarma amor­
fa y primitiva se verifica la diferenciación cada vez más marcada de
dos tipos de experiencia: la experiencia que representa un aumento
de tensión y la experiencia que procura una satisfacción real. Esta
diferenciación se produce cuando el recién nacido descubre que no
basta abrir la boca para alimentarse, que debe aguardar a que le den
el alimento, que él mismo no es, pues, dueño de sus sensaciones. El
tiempo y la distancia se interponen entre él y el alivio de sus tensio­
nes. El niño siente que el seno que lo alimenta no le pertenece, pero
que será suyo al cabo de cierto tiempo y durante un lapso limitado.
Por eso el encuentro de la lengua y los labios con el seno materno
será vivido no sólo como la unidad de dos elementos que se mueven
juntos sino más bien como un movimiento en el cual los dos elemen­
tos están juntos y a la vez opuestos. Según parece, esta situación
expresa una doble intencionalidad, a saber, hacer algo, enderezarse
hacia otra persona para tomarla y ál mismo tiempo entregarse, de
suerte que pueda darse también algo; En consecuencia, este encuen­
tro con el seno materno es actividad y pasividad a la vez.
El célebre psicoanalista norteamericano René A. Spitz señaló la
importancia de ésta relación primordial entre el hijo y la madre que,
de todas maneras, dice, “ representa el ambiente” ,5 es decir, su me­

S R. A. Spitz, De Ia nalssance a la parole - la prem iére année de la vie, P.U.F.,


1971, segunda edición, pág. 76. Sobre este punto, aconsejo leer especialmen­
te los capítulos 5, 6, 7 y 13.
diación predominante. En efecto, la actitud emocional de la madre
y sus afectos, tales como se traducen en su juego corporal, servirán
para orientar los dei niño e infundirán vida a sus experiencias. Evi­
dentemente las variaciones que presentan las madres son muy gran­
des y cada madre es diferente también según los días, las horas, las
situaciones. De manera que la personalidad del lactante sufrirá ei
efecto de esas variaciones y al propio tiempo las modificará, las acen­
tuará o las disminuirá, las acelerará o las aminorará, por obra de su
comportamiento y, en primer lugar, de su actividad tonicopostural.
Según la personalidad de la madre, la situación será muy diferente
si jel niño és precoz o atrasado, fácil o difícil, obediente o rebelde.
Esto queda ilustrado sobre todo por la respuesta de la sonrisa
que aparece al tercer mes y que, según Spitz, es el indicio de que co­
mienza a realizarse el primero de los tres procesos “ organizadores”
de la vida psíquica, es decir, los tres procesos que contribuyen a rees­
tructurar e integrar el sistema psíquico del niño en un nivel cada vez
más complejo. El lactante sonríe al rostro humano, si éste se le presen­
ta de frente de manera que pueda verle los ojos y si, por otra parte,
el rostro se mueve, meneando la cabeza o gesticulando. A esa edad
ni siquiera ei alimento provoca una respuesta parecida en el lactante.
Verdad es que en el.caso de los bebés alimentados con biberón y no
con el pecho materno, el comportamiento es relativamente diferente:
a la vista del biberón algunos niños adelantados para su edad harán
movimientos de succión con los labios o tenderán los brazos, pero
nunca sonreirán al biberón. Por lo demás, los bebés menos adelan­
tados pueden no reaccionar en modo alguno frente al biberón, pero
siempre responderán con una sonrisa al rostro del adulto. Esta respues­
ta és de todos modos más o menos precoz: Spitz la filmó en un niño
de veintisiete días y en otros la registró sólo al quinto p sexto mes.
Parece evidente que tales diferencias dependen en cierta medida del
clima emocional mantenido por la madre, cuya constitución afectiva
puede modificarlo considerablemente.
Pero la respuesta de la sonrisa sólo es una de las numerosas mani­
festaciones del comportamiento del niño, regido por múltiples rela­
ciones con la madre. Y observemos que se trata de una manifestación
rélativamente simple, puesto que sólo ofrece esta alternativa: la son­
risa está presente o está ausente. En cambio, si volvemos nuestra aten­
ción al comportamiento alimentario del lactante, comprobamos una
variedad muy grande de reacciones. Encontramos a! que se alimenta
bien, rápidamente y con'placer para entregarse én seguida al sueño
después deí último trago; encontramos al niño difícil de alimentar,
kl que hay que alentar y que nunca parece haber comido suficien­
temente; encontramos al niño que rechaza la última comida del día
y reclama en cambio muchas otras durante la noche, etc. Es evidenc­
ie: que semejantes diferencias de comportamiento influirán en ia rela­
ción con la madre. Una madre bondadosa y tolerante ño reaccionará
de la misma manera que una madre huraña y hostil; una madre equi­
librada tendrá una reacción completamente diferente de la reacción1
de una madre presa de ansiedad y de sentimientos de culpabilidad.
Es asimismo evidente que los problemas de la madre se reflejarán
én el comportamiento del hijo, Circunstancia que en ciertas condicio­
nes intensificará el conflicto. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en el
fenómeno patológico que los psicoanalistas llaman "cólico de los tres
meses” y que puede observarse con bastante frecuencia en pediatría
con el siguiente cuadro clínico: después de la tercera semana y hasta
fines del tercer mes, el niño se pone a llorar todas las tardes. Darle
alimento puede calmarlo, pero sólo momentáneamente. Después de un
rato relativamente breve, el niño torna a dar señales de sufrimiento.
Hacerlo pasar del seno materno al biberón o del biberón al seno de
nada vafe; tampoco recurrir a medicinas da resultado. Las deposiciones
son normales aunque eh ciertos casos diarreicas. Los dolores deí lac­
tante duran muchas horas y luego cesan para reaparecer a la tarde si­
guiente. Este desorden tiende a desaparecer a fines del tercer mes de
manera tan inexplicable como apareció.
AI cabo de numerosas observaciones, Spitz cree que en efecto
puede haber una explicación, según él mismo dice, "bifactoriai” , es
decir, una explicación que tiene en cuenta la naturaleza del niño y
ál mismo tiempo la conducta de la madre. Dicha explicación se basa
en la siguiente hipótesis: “ si los recién nacidos que viénen al'mundo
con una hipertonicidad congénitá son criados por madrés inquietas
y ansiosas, los niños son susceptibles de contraer el cólico de los tres
meses” .6 En efecto, se ha observado que todos los infantes que su­
frían de esta perturbación tenían una constitución hipertónica, es
decir, mostraban un tono muscular muy elevado, especialmente en
la musculatura abdominal y, en consecuencia, un peristaltismo (los
movimientos de contracción del tubo digestivo) acentuado. En otras
palabras, si en el momento de mamar el niño descarga necesariamente
cierta cantidad de tensión en virtud de la actividad de los labios, la
lengua, el paladar, la laringe y la faringe, un infante hipertónico ex­
perimenta la necesidad de descargar cantidades de tensión mucho ma­
yores y a intervalos-más-frecuentes.-El sistema digestivo de estos lac­
tantes es más activo, los~movimientos peristálticos más rápidos y has­
ta más violentos, y el exceso de alimento provoca una actividad in­
testinal exagerada,. Así se produce un círculo vicioso: el njño .hiper­
tónico es incapaz dé descargar normalmente su tensión durante el
proceso de la lactancia. Entonces, después de alimentarse, se libra de
la tensión mediante el llanto y la agitación motriz que caracterizan
a estos casos.
Y aquí interviene el segundo factor; la madre excesivament
solícita y ansiosa tiende a reaccionar en seguida a toda manifestación
de desplacer de su hijo dándole el biberón o el pecho. Algunas madres
lo hacen de muy buena gana para compensar así la sensación de culpa­
bilidad que provoca en ellas una hostilidad inconsciente respecto de
su hijo. Parece que de alguna manera quisieran hacer penitencia por
la mala voluntad que muestran cuando sé trat£ de hacer algo por su
hijOj especialmente darle de mamar. Durante esa comida suplementa­
ria que se le otorga, el niño puede descargar parte de su tensión por
vía de la actividad oral y de la deglución y, por fo tanto, puede cal­
marse, pero sólo por breve tiempo, pues el alimento que ingirió de
nuevo sobrecarga el aparato digestivo, aumenta la tensión y provoca
un recrudecimiento del estado de desplacer, que se manifestará a
través de un nuevo cólico acompañado de llanto. La madre vuelve
a intervenir de la misma manera y así se perpetúa el círculo vicioso,
Este ejemplo del análisis del cólico de los tres meses que presenta
Spitz ilustra, pues, muy bien esa relación de estrecha y recíproca
dependencia tonicoemocional entre madre e hijo en la esfera del com­
portamiento alimentario. Pero, según Ajuriaguerra, esa dependencia
es mucho más general y se extiende a la totalidad de la conducta del
lactante. En el informe ya citado, Ajuriaguerra recuerda una serie de
experiencias realizadas por psicoanalistas y psicólogos contemporá­
neos que tienden a mostrar la importancia de la movilización tónica,
de ías manipulaciones con el niño y de los contactos entre madre e
hijo.
Consideremos primero la experiencia de Sylvia Brody,7 quien es­
tudió a treinta y tres madres según su comportamiento en lo tocante
a seis .actividades diferentes: forma de alimentar al niño, cuidados
físicos, movilización, caricias, ofrecimiento de objetos, palabras. De
estos estudios resulta que los niños que muestran mejor desarrollo,
tanto desde el punto de vita motor como en su capacidad de adapta­
ción, pertenecen al grupo A, es decir, al grupo de las madres sensi­
bles, atentas y constantes en su conducta. Los niños más adelanta­
dos desde el punto de vista dél lenguaje y desde el punto de vista de
la sociabilidad pertenecen al grupo D, el grupo de las madres hiper-
sensibles, inconstantes en sus actitudes e hiperactivas. Los niños más
atrasados'en su desarrollo general pertenecen al grupo C, el de las ma­
dres que no prestan atención a su hijo, que son poco sensibles, incons­
tantes e irregulares. El grupo B es un grupo intermedio que no pre­
senta los rasgos característicos de los niños y madres pertenecientes
a los grupos anteriores. De manera que ese experimento muestra de
forma significativa la correlación que hay entre el comportamiento
materno y la evolución psicomotriz del infante, comportamiento
y evolución vividos corporalmente en el plano de los contactos del
cuerpo de la madre y del cuerpo del . niño y de los que éste conser­
vará, de alguna manera, un.sello indeleble.
Esta influencia intercorporal se ve confirmada por ciertas obser­

7 Véase de S. Brody, Patterns o f Mothering, Nueva York, Internat. Univer-


sities Press, 1956.
vaciones, que también cita Ajuriaguerra, sobre el papel determinante
que tienen las caricias en el rostro y la cabeza del niño, sobre la im­
portancia del balanceo o contoneo rítmico y de las manipulaciones
a que se somete al niño cuando se lo baña o se lo besa. Margaret
Fríes comprobó, por ejemplo, muchas más reacciones de sobresalto
en los niños cuando éstos eran pesados y bañados por nurses activas
y vivaces, que cuando eran cuidados por nurses dé temperamento
tranquilo. Asimismo, un psicólogo norteamericano, Escalona, obser­
vó que de entre los diez niños que rechazaban el seno materno a las
cuatro semanas, ocho tenían madres tensas y excitables. Por lo demás,
nadie ignora después de las célebres observaciones que hizo Rousseau
sobre este punto,8 la nefasta influencia que ejerce en la conducta del
niño toda coacción física. Se sabe que los niños inmovilizados son pre­
sa de accesos de rabia y disnea. Numerosas observaciones etnológicas,
como las realizadas, por ejemplo, por Margaret Mead, tienden igual­
mente a demostrar que los pueblos primitivos que fajan y ciñen estre­
cha y brutalmente a los niños los convierten en adultos obstinados y
agresivos.9 En realidad, como lo ha hecho notar justamente el psicoa­
nalista norteamericano P. Greenacre, en estos casos hay no sólo coac­
ción física, sino también exceso de excitación. Por eso, según él, las
perturbaciones del comportamiento deben atribuirse, por una parte,
al incremento de la tensión del organismo privado de descargas tónicas
y, por otra parte, a ia erotización general del cuerpo que no encuentra
ninguna satisfacción.
Pero, es lícito preguntarse, ¿se ejerce esta influencia de manera
unilateral y fatal cualquiera sea la constitución física individual de
cada niño? Para responder a esta pregunta, Ajuriaguerra y su equipo
llevaron a cabo dos series de experimentos: la primera consistió en
determinar, por la medida del ángulo poplíteo de un mismo sujeto,
la hiperextensibilidad de sus miembros, lo cual condujo a comprobar
que el niño hipertónico anda más tarde que el niño hipotónico, y ade­

8 Véase de J. J. Rousseau, Emite, Garnier, 1961, libro 1, págs. 13-16.


9 Véase de M. Mead, Mceurs et'sexuaUté en Océanie, París, Plon, 1963.
más que la prensión y la motricidad fina son más precoces en el niño
hipotónico que en el niño hipertónico. La segunda serie de experi­
mentos, llevados a cabo especialmente por Mira Stambach e Irene
Lezine, comparó estos dos tipos motores (los hipertónicos y los hi­
potónicos) en sus respectivas descargas motrices y en su estabilidad
postural; esas descargas motrices comprenden las descargas alimenta­
rias y descargas afines (chuparse el dedo o la ropa, etc.), las descargas
de exploración (de la nariz, de la cabeza, del rostro y del cabello),
las ritmias y especialmente el movimiento de balanceo y, por fin, las
descargas autoofensivas (el niño se golpea, se'pellizca, etc.). En cuanto
a la estabilidad postural, ella corresponde a la cantidad de movimientos
espontáneos que realiza el niño en la cuna o mientras se lo (leva de
iin lado a otro.
Teniendo en cuenta el régimen educativo y al mismo tiempo las
repercusiones que provocan en el comportamiento del niño las inter­
venciones parentales, estos autores llegaron a las siguientes conclusio­
nes. En lo que se refiere a las descargas motrices, las descargas ali­
mentarias son idénticas en los hipertónicos y en los hipotónicos. Las
descargas de exploración del propio cuerpo son más frecuentes y mi­
nuciosas en los hipotónicos. Las ritmias de balanceo se encuentran
en todos los hipertónicos, mientras son raras, más tardías y de dura­
ción más breves en los hipotónicos. Las descargas autoofensivas (co­
munes en cierto estadio a todos los niños hipertónicos) sólo aparecen
una vez y de manera bastante fugaz en el niño hipotónico. En lo to­
cante a la inestabilidad postural, los hipertónicos exhiben movimien­
tos bruscos y sacudidos y son precoces en adquirir la posición erecta
y la facultad de andar. De ah í que se complazcan en explorar el mun­
do circundante antes que en realizar minuciosas manipulaciones con.
movimientos simples y desligados de cualquier cosa, como ocurre cón
los hipotónicos, cuyo desarrollo postural es, por lo demás, muy
tardío.
Todas estas observaciones confirman pues la importancia del tono
de fondo en la organización de la personalidad y, por lo tanto, la im­
portancia de sus variaciones, debidas, según vimos, a las reacciones
emocionales provocadas por la presencia y la actitud de la madre o de
quien la sustituye. Si normalmente y de manera general alrededor del
sexto mes la hipertonicidad disminuye y los reflejos quedan frenados
gracias a la maduración neurónica de los sistemas sensoriales, en cam­
bio, las fluctuaciones de la vida emocional pueden todavía desenca­
denar y alimentar reacciones hipertónicas de desplacer (hambre, do­
lor, apartamiento de la madre, etc.) que tornan imposible la diferen­
ciación de la función tónica y de las actividades motrices que tienen
su base en aquéllas. En suma, la tonicidad o, mejor, como dice Aju­
riaguerra, “ lo tónico vivido está inseparablemente ligado a la vida
afectiva original del niño: la tonicidad es lo que ló une al mundo y,
ante todo, al cuerpo de la madre, con el cual el niño se confunde y
se identifica. El infante vive su propio cuerpo en el de la madre y
percibe éste en el suyo lo cual confirma el análisis de la fusión afecti­
va realizado por Walíon y también la hipótesis de Merleau-Ponty de
una suerte de “ carne” común de la que participan todos los cuerpos.
Parece que esto es lo que quiere significar Ajuriaguerra cuando escri­
be: "en cuanto sustancia viva, el cuerpo del niño es modelado por la
madre y se proyecta en el cuerpo de los demás asimilándolo” * Sin
duda alguna, aquí se aplica la frase de Merleau-Ponty, que éste empleó
de manera más general: “ ¿Dónde situar el límite entre la carne y el
mundo puesto que el mundo es carne?” 10
Conviene, por ío demás, hacer notar que esa “ carne” , esa sustancia
tónica intercorporaf no es el resultado sólo de contactos musculares
(caricias, manipulaciones, etc.) sino también de los sonidos de la len­
gua que el niño percibe antes de hablar él mismo. Dice Ajuriaguerra:
“ El niño vive en un espacio en el que lá gente habla, en un mundo de

10 J. de Ajuriaguerra, prefacio a La refoxation de J. G. Lemaire, Payot, 1964,


pág. 7.
Apalabras objetos parlantes’ ” *1 De manera que para el niño, compren­
der es, ante todo, vivir simultáneamente las relaciones entre lo que di­
gen los demás, la manera en que se dice, el gesto que lo acompaña y
e! resultado que él obtiene para su satisfacción. ‘‘Las palabras de los
demás son suyas en el momento en que la otra persona las pronun­
cia, y el cuerpo del niño las siente a veces_antes de ser pronunciadas.”
Én efecto, cada palabra está preparada y, de alguna manera, en gesta­
ción orgánica en una actitud, en una postura o en un gesto que el
pjfjo,. al percibirla, se incorpora encontrándole al propio tiempo, por
di§c|rfo así, una resonancia anticipada. De suerte que la expresión mi-
rrucogestual de los demás es ya lenguaje para el niño. Sin embargo,
los sonidos mismos, su intensidad, su frecuencia, su altura, su timbre,
su ritmo, su organización modulada por la entonación especial de
quien los emite, provocan en el cuerpo del infante que los recibe
una repercusión tonicoemocional que no sólo los carga de sentido,
síno que prepara e incita al propio niño a lanzarse a esta expresión
verljal.
. Ahora bien, desde el momento en qué el niño es capaz de llegar
a. semejante expresión por rudimentaria que ella sea, en su propio
cuerpo se establece una correlación entre sus emisiones sonoras y
jo tónico vivido de sus posturas, sus acciones y de sus reacciones
con referencia al medio, es decir, de sus esperas, sus desplaceres o
sys satisfacciones. De manera que la emisión vocal va acompañada
aj principio con actos de tomar o soltar objetos, luego con gesticula­
ciones y súplicas y, por fin, con las propias resonancias afectivas
en juegos de imitación verbal. Pero cualquiera que sea la modalidad
de acompañamiento, lo importante es siempre la acción que se si­
gue, el asentimiento o el. rechazo de parte de los demás, que colo­
rean, califican y, por lo tanto, contribuyen a formar esta expresión.
Como se ve, el lenguaje no es una función aislada, sino que en vir­
tud de la vivencia tónica del propio cuerpo-es, a la vez, “ afirmación
dél mundo de los objetos (y, podría agregarse, de los demás) y afir­
mación de uno mismo en relación con los objetos. El lenguaje for­

11 Véase el artículo ya citado “ Le Corps comme relation", pág. 147.


ma parte del mundo perceptivo, pero también del mundo de la ac­
ción y de la manipulación” .12 Por lo demás, este hecho se ve corro­
borado por la tesis antropológica del padre Jousse, según la cual el
lenguaje gestual, el lenguaje oral y el lenguaje escrito tienen uno y el
mismo origen: la interacción universal del agente y de lo que éste
obra, que el hombre recibe, registra y, de ser posible, “ vuelve a repre­
sentar” , imita o remeda, primero medíante gestos, luego emitiendo
sonidos y, por fin, mediante grafismos. El hombre es, según la termi­
nología de Jousse, "anthropos mímico” : “ cinemímico” (mímica ges­
tual), “ fonomímíco” (mímica sonora), “ grafomímico” (mímica es­
crita). Aquí está, según Jousse, la gran ley fundamental de la "rit-
momímica” . 13
Cualesquiera que sean las reservas que puedan hacerse a la funda-
mentación y exposición de semejante teoría, ésta expresa sin embargo
un hecho bien establecido y constantemente verificado en el plano de
la experiencia cotidiana, en el plano de la mediación corporal y es­
pecialmente tónica de nuestra comunicación con el mundo. "S i gesti­
culamos o hablamos o escribimos, el fondo motor de esas comunica­
ciones” , dice Ajuriaguerra, "se desarrolla en un espacio en el cual el
cuerpo (boca o mano) se convierte en el eje o centro partiendo del
cual se establecen las relaciones con los objetos” y con las otras per­
sonas. Dicho de otra manera, todo lenguaje, en cuanto comunicación,
implica una intervención corporal: el lenguaje puede utilizarse como
llamamiento o como agresión y sentirse corporalmente como tal. Hay,
pues, una historia del fondo tónico y de las reacciones tónicas que co­
rresponde a la historia de la formación de la personalidad.
Es comprensible pues que se trate de descifrar el sentido profundo
y áuténtico del lenguaje o de la comunicación general de un indivi­
duo con el mundo, no en su contenido significativo mismo, sino más
allá, en su vivencia corporal. A fortiori, si esa comunicación se ve per­
turbada, si el sujeto experimenta dificultades o angustia en su relación

12 Idem, pág. 148.


13 Véase de M. Jousse, L ’A ríthropologle du geste, París, Resma, 1969.
con los demás, el clínico deberá descubrir y modificar el basamento
tónico que es la causa de la perturbación, Esto es lo que se propone
Ajuriaguerra con la terapéutica de relajación que practica en su
clínica de Ginebra y cuyos principios, fases y efectos expuso en co­
laboración con Michéle Cahen en un importante informe presentado
al primer congreso de medicina psicosomática de lengua francesa en
Vittel en julio de 1960.14

Una nueva terapéutica de relajación

-Ajuriaguerra parte de esta comprobación: el fondo tónico y las


reacciones tónicas tienen una historia que corresponde a la historia de
la formación de la personalidad. De suerte que la formación de la per­
sonalidad se verá perturbada en ia medida en que la historia tónica
registre atrasos o regresiones, pues, como dice Ajuriaguerra, “ las
formas tonicoemocionales en sí no son patológicas; lo anormal es el
hecho de que persistan en una forma primitiva cuando ya hay un
grado elevado de evolución, que existan en ia forma de un tono in­
terno cuando se da una situación no real sino imaginada y que sean
irreversibles según las situaciones. Si en un nivel de evolución y en una
situación dada, una determinada actitud y una determinada reacción
tónica enriquecen la experiencia, en otro nivel ellas pueden resultar
energéticamente agotadoras y desfavorables. Si representar con su
cuerpo su vida simbólica puede ser una ventaja para el niño, vivir esa
misma vida con su cuerpo puede representar un agotamiento en el
adulto en ciertas circunstancias” .
En otras palabras y para considerar un ejemplo preciso, si en el
recién nacido todo estado de desplacer causado por una privación

14 Véase e! informe publicado en Revue de médicine psychosomatique con


el título "Tonus corporel et relation avec autruí — í'expérfenee tonique au
. cours de la reláxation", tomo 2, n ° 2, 1960, págs. 89-124. (París, Maloine).
Igualmente se encontrará una exposición , muy fiel de esta técnica terapéu-
, tica de Ajuriaguerra en el libro del doctor Lemaire ya citado, La retaxation,
págs. 68-74.
o una agresión reai (una manipulación brutai o un baño forzado) pro­
voca normalmente, como útil mecanismo de defensa, reacciones hi­
pertónicas generalizadas y tiesura de todo el cuerpo, semejante rigi­
dez o una hipertonía masiva es, en cambio, perjudicial en el adulto,
sobre todo si la situación amenazadora que la provoca es puramente
imaginaria y si resulta imposible modificar o dominar ese comporta­
miento. Asimismo, si un recién nacido expresa normalmente su satis­
facción, por ejemplo, después de haber mamado o de haber sido acu­
nado, . mediante un relajamiento global y una casi somnolencia carga­
da de beatitud (una hipotonía total), en el adulto semejante hipotonía
supone una pasividad morbosa en la medida en que ella le priva de
toda; posibilidad de afrontar, dominar y percibir los cambios desitua­
ciones, puesto que el cuerpo dimite por entero y se abandona perma­
nentemente. En suma, si, como lo ha mostrado Wallon, las repercu­
siones corporales o, -más exactamente, la resonancia tónica y masiva
de las emociones es una función fundamental y necesaria del psiquis-
mo infantil, ,en el adulto puede sfer en cambio causa de perturbacio­
nes y trastornos graves. Para que éstos se produzcan basta que se
encuentren o converjan tres factores principales: una determinada es­
tructura morfotipológica del individuo,13 factores piscomotores y
factores afectivos.
Así, en lo que se refiere al factor psicológico, se ha podido compro­
bar que ciertos sujetos de "tipo atlético” reaccionan generalmente con

15 Como se sabe, desde el punto de vista de la constitución física se divide a


los individuos en uná serie de categorías o "tipos morfológicos’’ que los psi­
cólogos designaron de maneras diferentes según los criterios de clasificación
adoptados. Para simplificar la cuestión, podríamos citar cüatro clasificacio­
nes que de Ajuriaguerra utiliza simultáneamente: la de Sheldon, que distin­
gue entre los individuos endomorfos (con predominio de las visceras sobre
las estructuras somáticas), mesomorfos (lo inverso, es decir, predominio de
las estructuras somáticas) y ectomorfos (cuerpos frágiies, lineales, pecho hun­
dido); la de Kretschmer, que distingue entre pícnicos (sujetos bajos y rechon­
chos), ieptosómicos (delgados y altos) y atléticos (deformas bastante equili­
bradas); la de Viola y Pendé¿ entre brévilíneos. (bajos y más bien gruesos) y
larguiruchos, (altos y delgados), y la de Corman, entre dilatados y contraídos,
que traduce una expansión o' retracción física (frontal o lateral) de las formas
y también un modo general de adaptación.
hipertonía global masiva, en tanto que otros sujetos “ leptosómicos”
exhiben generalmente desorganizaciones y caídas tónicas transitorias.
Pero aquí se trata todavía sólo de predisposiciones. Para que éstas se
actualicen y se hagan generalmente perturbadoras, es menester que
se agreguen dificultades1piscomotrices de integración, como las que
experimentan, por ejemplo, los zurdos contrariados' por su mala e
insuficiente lateral ización, o los sujetos afectados de trastornos
metabólicos o nutritivos o afectados por lesiones traumáticas o infec­
ciosas, dificultades que se traducen en trastornos motores o del es­
quema corporal y que, por lo tanto, afectan la comprensión del es­
pacio, del ritmo o del tiempo; o es menester que se agreguen circuns­
tancias que provocan cierta inseguridad interior y, por lo tanto, fra­
gilidad afectiva.
Por lo,demás, conviene aclarar que, dado el caso, no es necesario
un traumatismo emocional; por el contrario, éste puede ser bien so­
portado en lo inmediato por un sujeto bien equilibrado desde el
punto de vista consciente y capaz de hacer frente con sangre fría
al drama exterior movilizando todos sus medios. En cambio, “ ciertas
condiciones aparentemente triviales y lógicamente comprensibles,
pero en realidad más significativas’’, dice el doctor Lemaire, “ pro­
ducirán el trastorno precisamente en el punto en que el psiquismo
consciente no está alertado o a la defensiva. Una perturbación afec­
tiva, mínima en apariencia e invisible para el observador despreve­
nido, puede tener una gran repercusión en el inconsciente e ir acompa­
ñada por Una gran desorganizáción tónica. Por ejemplo, un nombra­
miento para ocupar un cargo superior codiciado, por más que entrañe
responsabilidades mayores, puede acarrear una angustia latente, y
esa inseguridad interior ¡nconfesada puede traducirse en un trastorno
tónico que afecte precisamenre la función en la cüal debe reflejarse
la responsabilidad. Esté es él caso frecuente de los calambres profesio­
nales y especialmente de la parálisis de los escritores” .16

16 Véase op. c/t., pág. 44. El calambre o parálisis de los “ escritores" se mani­
fiesta en una crispación de la mano que primero impide escribir rápida y pro­
longadamente y luego obliga al “ escritor” a deformar la escritura adoptando
posiciones cada vez más complicadas e incómodas. Por último a veces se hace
imposible escribir.
Como se ve, el fondo tónico y las reacciones tónicas expresarán y
encarnarán esencialmente la historia de los trastornos que sufren las
relaciones afectivas de un sujeto de un determinado tipo morfológico
y de un determinado perfil psicomotor. Ahora bien, ese fondo y esas
reacciones definen “ un estado de tensión” , es decir, un estado o una
experiencia psicofísica penosa, un “ malestar” vivido por el sujeto en
su cuerpo como órgano motor, como apoyo de las actividades práxi-
cas y como comunicación gestual y verbal, en suma, como función
tónica. La tarea del terapeuta consistirá entonces en tratar de miti­
gar la tensión valiéndose de técnicas que obren sobre el cuerpo y mo­
difiquen la actividad tónica muscular y visceral.
Pero ese apaciguamiento no significa sencillamente distensión. Una
distensión absoluta no es, por lo demás, realizable, puesto que siem­
pre subsiste un estado de vigilancia inconsciente, como por ejemplo,
los movimientos de los globos oculares y la actividad muscular du­
rante el sueño. Además, la distensión desborda el solo fenómeno del
tono de reposo, pues puede manifestarse también en el tono de activi­
dad como una disminución de las actividades parásitas. En realidad,
en los dos casos, la distensión implica disminución de un gasto super-
fluo de energía; es apaciguamiento corporal y psíquico, "sin que apa­
ciguamiento” , advierte Ajuriaguerra, “ quiera decir necesariamente pa­
sividad o vacío absoluto. Estar distendido no debe confundirse con
abandonarse, con una renuncia o dimisión; estar distendido corres­
ponde más bien a un ‘estar uno a sus anchas' en su cuerpo y en sus
relaciones” ; en otras palabras, en nuestra vida no debe haber contra­
dicción entre tensión y distensión, “ lo importante es controlarlas:
una contracción moderada pero permanente es, en efecto, energé­
ticamente más nefasta que fuertes tensiones seguidas de disten­
sión” .17 Ejercer ese control, equilibrar tensión y distensión es, según
Ajuriaguerra, ei fin de la terapéutica de relajación que, en la medida
en que tal equilibrio hace entrar en juego la tonicidad del cuerpo que
obra, se expresa y se comunica, representa la restauración de la fun­
ción tónica en sú conjunto, la paciente reeducación del cuerpo como

17 Véase el prefacio al libro del doctor J. G. Lemaire, La retaxation, pág. 8.


diálogo tónico consigo mismo, con el medio y con los demás gracias
á la relación psicoterapéutica de médico y enfermo.
' f -•Por eso Ajuriaguerra cree que es necesario modificar y reformar
las técnicas ya existentes. En su mayor parte éstas tienden, en efecto,
úrii.carnente a lograr ia distensión o el reposo y, en ei mejor de los
cásos, el apaciguamiento corporal pasivo del sujeto empleando proce­
dimientos o medios que el paciente debe sufrir, como productos
farmacéuticos o masajes, o bien métodos que aparentemente apelan
más a la iniciativa del enfermo, como ia concentración y la sugestión,
qué determinan una desconexión más o menos pronunciada con el
mühdo exterior y que, en general, terminan provocando un estado
dé autohipnosis. Entre estos últimas procedimientos, relativamente
ttiás satisfactorios que los anteriores, dos (los dos más célebres, por
lo demás) atrajeron fa atención de Ajuriaguerra que ios empleó como
puntos de partida: el método de relajación llamado “ de relajación
progresiva y diferencial” de Jacobson, que se funda en la sucesiva
adquisición de conciencia de sensaciones kinestésicas correspon­
dientes a los diferentes grupos musculares dei organismo en estado
de contracción y en estado de relajamiento; y el método llamado
“ training autógeno” de Schultz, quien obtiene dei paciente un "auto-
rrelajamiento” muscular y, por esa vía, una hipnosis en virtud de la
sugestión activa y de ia concentración interna del enfermo (previa­
mente inducido a un estado de ca|ma) sobre las sensaciones de pesan­
tez y luego sobre las sensaciones de calor de las diferentes partes de su
cuerpo. De manera que, según se ve, en los dos métodos, la disolu­
ción tónica es “ el resultado de una conquista racional y fragmenta­
ria” . Pero, a juicio de Ajuriaguerra, el método de Schultz, más que el
de Jacobson, tiene "un valor formativo” en la medida en que puede
“ ser utilizado, dirigido y dominado por el sujeto mismo tanto en la
relación como en la contemplación creadora” ; en otras palabras, este
método concierne a la organización de la personalidad. Pero el propio
Schultz no supo explotar este valor formativo y psicoterapéutico,
pues casi lo limitó exclusivamente a perseguir la desconexión del en­
fermo, disminuyendo su tensión tónica, y a crear un estado hipnoide:
Schultz verdaderamente no advirtió (por lo menos en sus escritos) el
importante papel que tiene la relación enfermo-médico ni, en gene­
ral, la significación de la vivencia corporal del enfermo.
En cambio, Ajuriaguerra se interesa precisamente por esa vivencia
y esa relación. Para él no se trata de forzar al enfermo a relajarse me­
diante la sugestión, sino que se trata de comprender y reducir poco
a poco los diferentes factores que le impiden relajarse. En lugar de
tratar de persuadir al enfermo de que su brazo es pesado, el médico
se empeñará en descubrir lo que todavía no. está relajado en el en­
fermo, a pesar de su buena voluntad, o lo que tiende a contraerse.
En suma, Ajuriaguerra adjudica mucha más importancia al análisis
de las resistencias que se oponen al relajamiento que al hecho bruto
del relajamiento mismo como distensión tónica. Por eso, durante toda
la cura de reeducación, Ajuriaguerra presta atención a las dificultades
que encuentra en sus relaciones con el enfermo, a la actitud de éste
frente a sü enfermedad, actitud que en gran parte deriva de la mane­
ra en que el enfermo sintió las reacciones de su ambiente respecto de
sus síntomas y que, si esas reacciones son negativas, agravan inevi­
tablemente los síntomas (por ejemplo, los tics, los tartamudeos; las
parálisis profesionales, etc.); AI analizar esas dificultades y actitudes,
el terapeuta descubre siempre en el origen de ellas una perturbación
radical en el modo de relación con los demás, relación que el enfermo
vive tónicamente en una gran tensión. El terapeuta debe tratar, pues,
de suprimir esa perturbación confirmando la imagen tranquilizadora
que el paciente busca en él, y precisamente esto llevará al enfermo a
descubrir nuevas sensaciones que apaciguan cada vez más su cuerpo
y que son producidas por los ejercicios de relajamiento propiamente
dichos.
Se establece así entre el enfermo y el médico un tipo de transfe­
rencia especial que es tanto más necesaria al enfermo, por cuanto
la desconexión con lo rea), producida por el relajamiento, despierta
en él una vida instintiva y contradictoria de agresión o de amor: “ el
cuerpo” , dice Ajuriaguerra, “ vive sus. estados en virtud de modifi­
caciones tónicas de diferentes niveles, en virtud de contracciones o
relajaciones que sobrevienen cuando uno se aproxima al sujeto, cuan­
do lo toca, cuando se aleja de él; el sujeto considera estos actos como
peligro o como donación. Durante esos hechos el cuerpo es como el
sismógrafo que registra su estado de tensión o de apaciguamiento;
pero el cuerpo no sólo mide sino que se mide y se descubre; lo que
era técnica se convierte en modo de ser” .18
Lo que dicta Ja conducta dei terapeuta, durante todo el transcurso
de la cura.es precisamente el cuidado de hacer descubrir al enfermo
ese modo de ser de su cuerpo y de liberarlo de las trabas que puedan
oponerse a.ello. Por eso, en la primera fase del tratamiento el terapeu­
ta, facilita lo más posible el trabajo del enfermo a fin de que éste
pueda experimentar bastante rápidamente la primera sensación de pe­
santez, aun cuando esa impresión sea fugaz. Trátase, en efecto, de no
desalentar a! paciente con intentos demasiado largos que lo harian
sentirse frustrado, que le impedirían colaborar realmente en el trata­
miento o que se lo harían abandonar prematuramente; pero, por otro
lado, el terapeuta pone cuidado én no exagerar su ayuda, pues una
ayuda excesiva podría acostumbrar a! sujeto a adoptar una actitud
pasiva en su tratamiento. Se impone pues una dosificación qué varía
siegún el tipo de enfermo, su carácter y su grado de preparación para
someterse al tratamiento. Como dice Ajuriaguerra, hay que conciliar
la voluntad activa del paciente con lo que éste debe sufrir pasivamen­
te. De ahí el papel primordial que tiene la sensación de pesantez, la
cual es al propio tiempo el fruto de una experiencia propioceptiva,
subjetivamente experimentada por el paciente como suya y como el
resultado de una movilización pasiva del miembro por obra de la ma­
nipulación objetiva del terapeuta. Esta convergencia de las sensacio­
nes subjetivas experimentadas por el paciente y la comprobación
objetiva, por parte del médico, de una pasividad general del miem­
bro permite poco a poco que el. enfermo adquiera de nuevo la sensa­
ción de la unidad de su persona y del dominio de su cuerpo en su
presencia total y en.su realidad continua. Además, esa convergencia
hace del médico, a los ojos del paciente, un testigo capital, bonda­
doso y condescendiente..

18 Qp. cit., pág. 10.


Y ese papel de testigo es esencial en la segunda fase del tratamien­
to cuando el médico ayuda al paciente a cobrar conciencia de las ten­
siones que persisten o que reaparecen en el transcurso de la sesión.
El médico hará comprender al paciente que, en el plano tónico, adop­
ta una posición defensiva en situaciones que no entrañan un peligro
real, por ejemplo, cuando el terapeuta se le acerca. A partir del mo­
mento en que el enfermo adquiere conciencia de ese hecho, se sentirá
tranquilizado y más distendido y él mismo podrá observar, fuera de
las sesiones, que en una y otra circunstancia, trivial en apariencia pero
simbólicamente significativa, vuelve a armarse, por decirlo así, de su
síntoma y de su crispación y observará asimismo que la tal circuns­
tancia es comparable a la situación que vivió en la sesión frente aj
terapeuta. Entonces también en esa circunstancia nueva podrá rela­
jar lo que en su cuerpo siempre se había crispado hasta ese momento.
Pero para que esto ocurra es menester que el paciente también se
dé cuenta de que si bien desea conscientemente renunciar a esa cris-
pación, a esa hipertonía perjudicial, en suma, a su síntoma, incons­
cientemente se aferra en cambio a él, de que, en realidad, tiene miedo
de abandonarlo porque hasta entonces el síntoma le sirvió como una
defensa, como una solución a sus conflictos con los demás. “ El enfer­
mo” , dice Ajuriaguerra, “ siente en realidad el síntoma como algo ne­
cesario que utiliza y acomoda cuidadosamente y celosamente". De
ahí las primeras dificultades que experimenta el enfermo para rela­
jarse, para dejar que su cuerpo se distienda. Para vencer este escollo
interior que presenta el propio enfermo, el terapeuta se verá ayudado
por las primeras experiencias,del paciente en el curso de la relajación:
con frecuencia el enfermo llega a comprobar que experimentaba un
temor y una viva angustia en momentos en que desaparecía pasajera­
mente su síntoma. De esta manera puede comprender que su resis­
tencia a relajarse era una defensa contra la angustia. A veces y al
cabo de muchas semanas, el enfermo hasta llega a cobrar conciencia
del placer real que le deparaba la penosa sensación de tensión, por la
cual se estaba haciendo tratar y de la que se estaba sirviendo hasta
entonces para no asirse a la vida real.
Desde el momento én que el paciente llega a esta toma de concien­
cia y, por consiguiente, a una relajación efectiva, puede obtener mu­
cho mayor provecho de las sesiones terapéuticas. En la última fase de¡
tratamiento, el médico se empeña en dejar al enfermo la máxima ini­
ciativa y hasta en suscitarla; en esta fase, fuera de las sesiones, en Ja vi­
da real práctica y social, el enfermo puede dominar mejor sus reac­
ciones tónicas en determinadas situaciones concretas. Además, puede
prevenir las contracciones que sobrevendrán y por fin logra controlar
automáticamente su estado tónico y adaptarlo de manera espontánea
a las necesidades del momento. Se comprende así cómo el análisis
de las vivencias personales del sujeto durante la relajación, el aná­
lisis de sus resistencias y de sus descubrimientos permite, gracias a
una relación de médico y enfermo-sensatamente -desarrollada, resta­
blecer en éste un diálogo tónico'con su medio y además la unidad de
su personalidad. Dice Ajuriaguerra: "Mediante la relajación revelamos,
en la forma de lo vivido, el diálogo tónico, manifestamos el cuerpo
como unidad o como fragmento o bien le hacemos vivir su soledad.
Hasta cierto punto utilizamos el cuerpo como si fuera la personalidad
misma y le damos un poder de vida autónoma. Utilizamos el cuerpo
como objeto de relación y al mismo tiempo como elemento unifica-
dor del yo” . De manera que el método propuesto por Ajuriaguerra
es ante todo una psicoterapia del cuerpo por eí cuerpo.

La apelación ai psicoanálisis

Pero precisamente, como lo sugiere el propio Ajuriaguerra en el


pasaje citado, sólo “ hasta cierto punto” se encara aquí la identifica­
ción del cuerpo y de la personalidad. En otras palabras, esta psicotera­
pia no basta y exige un complemento pára transformar y restaurar
la personalidad total del sujeto. Ese complemento es el psicoaná­
lisis. “ No creemos” , djce, en efecto, Ajuriaguerra, “ que con esta
técnica (la suya) se pueda modificar históricamente toda una perso­
nalidad o dominar todo el conjunto del mecanismo de las defensas.
Aquí se trata de obtener a través del cuerpo una modificación de lo
vivido por la persona, de producir un ‘cambio’ que, teniendo en sí
un valor de descubrimiento, permite con frecuencia que ei enfermo
salga de una monotonía condicionada. Después de esta experiencia,
el enfermo podrá pasar más fácilmente a una terapéutica del tipo ana­
lítico clásico conducente a una modificación histórica más profunda.
Por lo demás, era previsible que Ajuriaguerra recurriera al psico­
análisis si se recuerda el papel capital que este autor asigna, por una
parte, a la relación enfermo-médico y, por otra parte y conjuntamen­
te, al inconsciente del enfermo, sobre todo a las actitudes, represen­
taciones y simbolizaciones inconscientes “ enquistadas” en el síntoma
tónico del enfermo. Vimos, en efecto, que entre enfermo y médico
se establece una especie de transferencia, en la medida en que el pri­
mero proyecta sobre el segundo la imagen, primero .amenazadora y
luego tranquilizadora, que busca en él y que el terapeuta se esfuerza
por confirmar. Pero sólo se trata de una analogía con la transferencia
psicoanalítica, puesto que aquélla no permite revivir conflictos infan­
tiles profundos del sujeto, como la transferencia psicoanalítica, y
porque la técnica de relajación, por más que tenga en cuenta la expre­
sión verbal del paciente, hace hincapié en la expresión que se refiere
a la vivencia tónica o corporal. Así y todo, Ajuriaguerra sabe muy bien
que esa vida conflictiva inconsciente necesita de una expresión verbal
y de un intercambio afectivo más completo con el analista que la in­
terpretará. A juicio de Ajuriaguerra, la relajación misma podría ser
perjudicial si la vuelta al apaciguamiento tónico fuera empleada por
el paciente como mecanismo de defensa contra una intervención
más radical .y contra una mirada más inquisitiva sobre las fuentes rea­
les e ¡nconfesadas de los conflictos. “ La relajación” , insiste Ajuria­
guerra, “ sólo debe constituir un primer paso terapéutico que debe
girar alrededor de la movilización del yo” . Por lo demás, ese primer
paso suele ser felizmente favorable puesto que el enfermo aprende a
cobrar conciencia de los aspectos transferenciales del tratamiento y
adquiere la costumbre de observar sus propios movimientos afecti­
vos a través de sus reacciones tónicas. De esa manera comienza, como
dice Nacht, a “ aprender su oficio de analizado” .
En realidad, Ajuriaguerra no se inclina en modo alguno a descuidar
o a subestimar el trabajo del psicoanalista, pues él mismo señaló mu­
chas veces, y especialmente en su artículo “ El cuerpo como relación” ,
el interés que tienen las hipótesis de Reich, de Ferenczi, Fenichel,
Melanie Klein, Winnicott, Spitz, Lacan... etc. Verdad es que mani­
fiesta una marcada predilección por aquellos que, como Reich, Spitz
y Winnicott, cargan el acento en la impregnación corporal vegetativo-
muscular de la evolución de los conflictos, que es precisamente lo
que falta en Freud, según Ajuriaguerra.19 Sin embargo, éste sabe muy
bien que el cuerpo no es vivido sólo tónicamente, sino que lo es tam­
bién de una manera fantasmática hasta el punto de que es posible
describir la evolución de los fantasmas del niño según la maduración
de sus relaciones corporales con el medio. En otras palabras, el niño,
lo mismo que el adulto, vive en su existencia corporal “ muchas más
cosas que las que puede, discernir la psicología objetiva” . Su expe­
riencia corporal está invadida por lo imaginario y por la dinámica de
sus afectos: está “ fantasmatizada” , es decir, convertida en fantasma;
esa experiencia se convierte así en algo “ real lleno de irrealidad” .
Creemos ahora necesario estudiar precisamente este aspecto extra­
ño pero fundamental de la corporeidad, lo cual nos dará ocasión,
por un lado, de situar con mayor exactitud el lugar que ocupa el
cuerpo en la problemática de Freud y de corregir así el juicio demásia-
do radical, a nuestro parecer, de Ajuriaguerra, y, por otro lado y sobre
todo, demostrar de qué manera el cuerpo como fantasma destruye
nuestra aparente autonomía y queda expuesto a las influencias de la
sociedad y de sus mitos.

19 Véase el artículo citado, pág. 138. Remito también al artículo “ L ’enfantet


son corps” , que representa la contribución hecha por de Ajuriaguerra al cur­
sillo de perfeccionamiento para reeducadores de la psicomótricidad, dictado
en Ginebra en 1969; el artículo fue publicado por Editions Médicine et Hy-
giene en la revista P s y c h o m o tric ité , 1970, págs. 7-23.
T E R C E R A PA R T E

D E L FAN TA SM A A L MITO
E L EN FO Q U E PSIC O A N A LITIC O D EL CUERPO

El cuerpo libidinal

Ya vimos, cuando analizamos el esquema corporal de Schilder, 1


que nuestra imagen del cuerpo resultaba no sólo de nuestra experien­
cia perceptivomotriz, sino también y sobre todo de nuestra sensibili­
dad sexual aguzada por las fluctuaciones de nuestros deseos, placeres
y sueños. En efecto, sabemos que, según Freud, vivimos nuestro cuer-
por desde nuestra más tierna infancia como pulsión sexual o libido
diversificada ya por la fuente de excitaciones (los orificios corporales,
boca, ano, órganos genitales), ya por su finalidad (ver y dominar).
Ahora bien, como esas pulsiones parciales funcionan y tienden
a satisfacerse en el niño independientemente las unas de las otras, el
cuerpo no es para él más que un mosaico de zonas erógenas o, según
la imagen de G. Deleuze,2 “ un traje de Arlequín” . Por lo demás, ese
traje está hecho en cierto modo “ a medida” , puesto que la disparidad
de placeres erógenos varía según los individuos y según el predominio
que en la infancia se haya dado a una u otra de estas zonas, es decir,
según la fijación en una u otra fase de la evolución sexual cuyo curso
normal presenta el predominio sucesivo de la zona oral, la zona anal
y la zona genital. En otras palabras, cada niño vive su cuerpo según la

1 Véase supra, capítulo III.


2 Véase de G. Deleuze, La loglque dusens, Minuit, 1969, pág. 229.
singularidad de su historia propia, según las experiencias personales
de satisfacción o frustración de su libido, que él trató de descargar
en esas diferentes pulsiones parciales. Esto es lo que Freud llamó “ la
perversidad polimorfa” del niño, con lo cual designaba, no una dis­
posición viciosa del niño, sino su capacidad polivalente y amoral de
goce. Pero precisamente ese goce no apunta a los demás ni a un objeto
exterior, sino que se endereza al mismo cuerpo del niño que lo experi­
menta o, más exactamente, a las diversas zonas erógenas u órganos
que componen el cuerpo. El placer del niño es “ autoerótico” y la
libido se satisface en la división anárquica del cuerpo.3

El cuerpo "fantasmatizado”

Pero conviene entender bien lo que es esta división o, más exacta­


mente, cómo se la vive. En efecto, sería erróneo creer que ese cuerpo
hecho de zonas erógenas más o menos exacerbadas o excitadas, tal
como lo aprehende el niño én su goce, sea un calco de la realidad obje­
tiva, biológica y anatómica de los órganos que corresponden a las di­
ferentes zonas erógenas. Los deseos del niño, al dar valor o predo­
minio a tales zonas, no sólo desarticulan o desestructuran el cuerpo
objetivo descrito por el anatomista sino que también lo desrealizan
entregándolo a las fantasías de lo imaginario. Al vivir intensamente su
libido, cuyas ávidas exigencias sólo son contenidas por los tabúes de
la primera educación, el niño aprehende su cuerpo exclusivamente
a través de las proyecciones fulgurantes de sus deseos, es decir, en
las relaciones imaginarias con aquel o aquella que debe satisfacerlos.
De suerte que todos los órganos objetivos, tales como se manifiestan
a los ojos del observador exterior, no sólo los orificios (la boca, el ano,
los órganos genitales), sino también todas las mucosas, toda la piel
y las partes que ella recubre, están cargados de valores simbólicos, que
les dan una configuración irreal, fantasmagórica, extraña, que no guar-

3 Sobre este punto remito a S. Freud, “ Trois essais sur la théorie de la sexua-
lité” , coll. Idees, Gailimard, 1962.
Bíl proporción con la estructura ni con la función de esos órganos de-
fihidas por el hombre de ciencia. El niño vive su cuerpo como en un
'sueño permanente: el cuerpo se dilata, se contrae, estalla, se meta-
morfosea según la intensidad, la naturaleza, la dirección de sus nece-
'sidades emocionales .y de sus deseos, y también según los obstáculos
qííé encuentra. En verdad, nuestros propios sueños de adultos no
■hacen sino, como observa Schilder, restituir esa “ labilidad primitiva”
dé Ja imagen del cuerpo en el niño pequeño.
Pero, ¿quiere esto decir que sólo se trata aquí dé una singularidad
tralisitoria, característica únicamente de la primera infancia y que al
"crecer y hacerse adulto, nuestro cuerpo se descubre y se experimenta
por fin en su "verdadera realidad" anatómica y fisiológica y ai propio
tiempo en su unidad y solidaridad orgánica? En modo alguno. Sí,
ébmo ya dijimos, la formación dé la imagen del cuérpo es aparente­
mente la conquista progresiva de esa unidad, la cual permite dominar
la totalidad de nuestro cuerpo, éste conserva así y todo una estructura
libidinal imaginaria que está diseñada no sólo por los fantasmas de
riúestra primera infancia sino también por los fantasmas de todos los
Conflictos afectivos que agitaron y tejieron la historia de nuestra vida.
Á nuestro juicio, ésta es la profunda enseñanza que conviene extraer
del enfoque freudiano del cuerpo. Para ilustrarla y hacerla comprender
mejor, consideraremos un ejemplo-, él del célebre caso de histeria es­
tudiado pór Freud a partir de 1892: el caso de Élisabeth von R.4

El caso de Elisabeth von R.

Elisabeth von R. es una joven de 24 años que sufre de un trastorno


de locomoción (llamado por los médicos astasia-abasia): sólo puede
andar doblando el cuerpo hacia adelante. Dolores y calambres en la
musculatura de los muslos le impiden moverse de otra manera. Y sin
embargo no está afectada por ninguna lesión orgánica o nerviosa.
En realidad, el análisis revela una perturbación puramenté psicoló­

4 Véase de S. Freud, Etudes sur l'hystérie, P.U.F., 1956.


gica. La perturbación se debe a los conflictos vividos por la joven. En
primer lugar, el conflicto entre sus deberes filiales para con su padre
enfermo (Elisabeth era la preferida de las tres hijas), que ella cuidaba
noche y día, y el ardiente amor que experimentaba por un joven. Este
conflicto estalla cuando se agrava el estado del padre después de una
noche en que, dedicada tiernamente al joven amante, Elisabeth des­
cuida los habituales cuidados que deparaba al padre. De ahí nace una
primera sensación de culpabilidad, doblemente dolorosa a causa de
los remordimientos y de la pena de tener que renunciar al joven. Pero
ese primer conflicto, que era aún consciente, disimulaba otro conflic­
to inconsciente y más profundo: el conflicto entre el cariño que tiene
a su hermana mayor, casada y también gravemente enferma (cardíaca
y embarazada de su segundo hijo), y el amor que, a pesar suyo, sien­
te por su cuñado. Ese conflicto surgió brutalmente por primera vez
después de un paseo feliz en compañía del cuñado, paseo propuesto
por la propia hermana que continuaba guardando cama; luego el con­
flicto tornó a manifestarse por segunda vez en un ensueño contem­
plativo; Elisabeth sentada en un banco fantasea sobre un futuro casa­
miento con alguien parecido a su cuñado. El conflicto se manifestó
precisamente con la aparición de trastornos de locomoción. Por lo
demás, los dolores se hicieron aún más violentos cuando la joven via­
jando en tren acudía á la cabecera del lecho de su hermana moribun­
da, a la que encontró muerta cuando llegó. Súbitamente compren­
dió entonces con crueldad que aquella muerte era la promesa de su
.felicidad.
El análisis permitió a Freud comprender la significación de los
trastornos motores y revelárselo a la enferma: ésta “ había logrado
rehuir la dolorosa certeza de que amaba al marido de su hermana
creándose en compensación sufrimientos corporales. Y esos dolores
habían aparecido en virtud de una conversión bien lograda en los mo­
mentos en que iba a imponerse a ella esa certeza (durante el paseo,
durante el ensueño matinal, cuando estaba a la cabecera del lecho
de su hermana)” , es decir, aquí sé trata de una transformación de los
motivos inconscientes en un síntoma corporal, que es su expresión
simbólica. Ese síntoma corporal aumenta gradualmente en cada situa­
ción que presta alimento al motivo prohibido: durante el paseo con
el cuñado, lo que sirve de motivo es la marcha; luego en aquella visión
contemplativa, es la posición de estar sentada lo que se convierte en
el instrumento del ensueño prohibido. Y , por fin, la posición tendida
en la cama del vagón que la llevaba hacia la hermana moribunda y
que la llevaba también hacia el objeto de su deseo prohibido. A par­
tir de entonces, el andar, el estar sentada y el estar acostada, en cuan­
to posiciones ligadas a ese deseo, se veían excluidos y “ fuera de cir­
cuito” por la prohibición moral implícita. Se verificó, dice Freud,
“ una constante y progresiva ocupación de las funciones de las pier­
nas y una vinculación de esas funciones con sensaciones dolorosas” .
De las antiguas facultades sólo quedá una expresión negativa.: la
actitud miserable del cuerpo inclinado hacia adelante; señal de la im­
potencia de la enferma ,para realizar la acción prohibida y al mismo
tiempo señal de su sensación, según observa Freud, de “ poder desen­
volverse” completamente sola, o sea, la sensación de la pena y el des­
amparo de su soledad. La actitud corporal de Elisabeth es, en efecto,
un signo en la medida en que su cuerpo significa, primero para los de­
más que pueden penetrarla y juzgarla, la fuerza de la prohibición mo­
ral y una apelación a la lástima; luego significa para ella misma el peso
de su miseria, la necesidad dé una ayuda viril y también, lo mismo que
su hermana embarazada, el padecimiento de dolores cuya causa es
el hombre amado. En suma, los síntomas corporales significan muchas
cosas: los trastornos motores son para ella y para los demás, por un la­
do, una garantía permanente de conducta moral; por otro, una satis­
facción indirecta y disfrazada del deseo prohibido, pues Elisabeth
siente el dolor como algo causado por el hombre a quien ama (de
alguna manera una especie de embarazo); y, por fin, significan un pe­
dido de ayuda, de auxilio al hombre deseado.
Como se ve, la joven no aprehende ni vive su cuerpo en su confi­
guración anatómica, en su organización fisiológica, objetiva y neutra
tal como se manifiesta a| médico, sino antes bien lo vive a través de
los hechos y los seres que su deseo transfigura. No siente los movi­
mientos dé las piernas en su naturaleza orgánica ni en su función
biológica, sino que los siente como signos del goce prohibido con el
hombre amado y, por extensión, como sustituto corporal de ese mis­
mo hombre. Y esto es hasta tal punto cierto que el lenguaje con el que
Elisabeth traduce su dolorosa vivencia corporal designa siempre, no
la zona anatómica del cuerpo afectada por el dolor, sino su connota­
ción imaginaria, su resonancia inconsciente. Por ejemplo, para descri­
bir la aparición de esos síntomas cuando el padre es llevado a la casa
víctima de un ataque cardíaco o cuando ella se encuentra junto al
lecho de la hermana muerta, Elisabeth dice que se quedó “ clavada
en el sitio” , “ paralizada por el horror sufrido en posición vertical” ,
que sintió que “ no tenía ningún apoyo” , “ que no podía caminar” .
Estas son otras tantas expresiones simbólicas cargadas del doble
sentido dado al hecho orgánico por la represión del deseo. El síntoma
corporal remite, pues, a “ otra cosa” que permanece oculta mientras
la palabra de la enferma no revela su significado: aquí el mismo dolor
expresa y revela un cuerpo entregado al placer prohibido, un placer
que se manifiesta inconteniblemente a través de la joven. “ Si se le
pinchaba la piel o los músculos hiperálgicos o si se.ejercía una pre­
sión sobre ellos” , observa Freud, "sus rasgos asumían una singular ex­
presión de satisfacción antes que de dolor..
En este sentido; el cuerpo de que habla Elisabeth revela y disi­
mula a la vez un cuerpo fantasmatizado, puesto que si con el lenguaje
designa las zonas de deseo prohibidas y de goce imaginado, ésas zonas
conservan, sin embargo, una apariencia objetiva, anatómica y fisio­
lógica. En el fondo, así como “ la narración de un sueño es ya una in­
terpretación que sirve para revelar y disimular los elementos reprimi­
dos” 6, de la misma manera las manifestaciones objetivas del cuerpo
que se ofrecen a los ojos del médica están presentes, por cierto, para
indicar las zonas del trastorno o del síndrome, pero al propio tiémpo

5 Op. cit., pág. 108.


6 -(Véase de P. Fedida, " L ’anatomie dans la psychanalyse” , en "U eurtd u corps",
Nouuelle revue de psychanalyse, n ° 3, 1971, Gallimard, pág. 114. Todo el
análisis de este capítulo se apoya en las sensatas observaciones de este autor
y en las de todos los demás artículos, en especial, los de F. Gantheret, J. C.
Lavie, G. Rosolato, M. Masud R. Khan y D. Anzieu.
para disimular el sentido verdadero de lo que dice la enferma, sentido
que precisamente se refiere a otro cuerpo, imaginario y catectizado
por el deseo.
Como puede comprobarse, esa catectización no se realiza aquí
en las zonas erógenas por excelencia, que son la boca, el ano y los
órganos genitales, sino que se cumplen en actitudes y posturas que
ponen en juego la totalidad del cuerpo. Y es que, en realidad, como
hubo de afirmarlo Freud después, el cuerpo debe ser “ concebido en
su totalidad como erógeno" o que el carácter erógeno es “ una propie­
dad general de todos los órganos” .7 Todos los órganos pueden estar
catectizados por la pulsión sexual y, en consecuencia, significar algo
que está más allá de su forma y su función y referirse a algo que los
trasciende, a otro cuerpo, que es objeto y fin del deseo. De manera
que podemos verificar en el adulto una cierta permanencia del poli­
morfismo sexual del niño, así como el peso de los fantasmas, origina­
les, a través de los cuales el inconsciente del niño descubre su propio
cuerpo en el cuerpo de los padres que satisfacen sus pulsiones. En sín­
tesis, hay “ una anatomía fantasmática” que no puede reducirse a la
anatomía definida objetivamente por el biólogo. Esta imposibilidad
de reducir una anatomía a la otra, esta separación entre el cuerpo
fantasmático y el cuerpo biológico es, según F. Gantheret, el funda­
mento constitutivo “ de la gestión analítica, tanto teórica como clí­
nica” .8 En otras palabras, lo característico del enfoque psicoanalí-
tico del cuerpo estriba en que, rompiendo con el punto de vista del
biólogo, sólo encara ese cuerpo como un fantasma producido por lo
imaginario y significado por un lenguaje.

f Véase de Freud, Abregéde psychanalyse, P.U.F., 1950, pág. 11 (Hay versión


castellana: Esquema de! psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1976), y "Pour
introduire le narcissisme” (Í914), en La v¡e sexuelle, P.U.F., 1969, pág. 90.'

8 Véase de F. Gantheret, “ Remarques sur la place et le statut du corps en psy?


chanalyse", en "Lieux du corps” , ya citado, pág. 140.
La realidad corporal y su representación anatómica

Pero esa ruptura no es precisamente secundaría y accesoria; no ín­


dica una abstracción ni una especulación respecto de la realidad ob­
jetiva y concreta de la biología que sería lo primero y fundamental.
Por el contrario, esa ruptura significa volver a la realidad originaria
del cuerpo, que desde el comienzo es el fantasma engendrado por
nuestros deseos inconscientes. En realidad, lejos de lesionar y des­
figurar la configuración original de nuestra experiencia corporal, la
posición psicoanalítica fe restituye lo que la anatomía, como saber
objetivo, le había quitado. En efecto, conviene recordar con P. Fedida
qué la anatomía se constituyó sobre él modelo de un cuerpo muerto,
inmóvil, enteramente visible en todos sus órganos exteriores e interio­
res y, por lo tanto, disecable; en suma, la anatomía se constituyó so­
bre la imagen def cadáver. Abordar el cuerpo en su imagen de ca­
dáver implica a “ la vez un menoscabo y una proyección” : menos­
cabo porque junto con la vida, la duración y la sexualidad, el anato­
mista priva al cuerpo de su “ aura” subjetiva e imaginaria, que permi­
te al individuo afrontar el enigma de su existencia y la perspectiva
de la muerte; “ el cuerpo queda desarraigado de su. mitos y vaciado
de sus misterios” , dice Fedida; proyección, en la medida en que al
abrir el cuerpo, al descomponerlo én sus partes , y al restablecerlo
en una unidad sintética, el anatomista practica una simple suma,
establece una disposición mecánica de partes, un conjunto articulado
de órganos.
Ahora bien, esta visión del cuerpo, que tiene el anatomista y que
pretende ser objetiva, procede paradójicamente ella misma de un
fantasta: el fantasma del “ deseo más arcaico de ver y conocer el cuer­
po de los demás, de abrirlo, de penetrarlo y cortarlo” , deseo tanto
más arcaico porque apunta originalmente al cuerpo mismo de los pa­
dres. El niño tiende, en efecto, de acuerdo con las observaciones y la
hipótesis de Melanie Klein, inconscientemente a destruir el vientre
materno, a vaciarlo para destruir al mismo tiempo el pene paterno
que el vientre retiene. Si ese fantasma originario vivido en el incons­
ciente de la escena del coito parerita! (escena llamada “ primitiva” )
condiciona, como veremos más adelante, toda la evolución psicoló­
gica del niño, volvemos a encontrar ese fantasma también en la raíz
de la conducta del anatomista, quien lo realiza en virtud de una trans­
posición y al mismo tiempo se vale de él para defenderse del miedo
y del pensamiento de la muerte suscitados por la vista del cadáver.
El conjunto de los actos del anatomista (abrir el cadáver, disecar,
observar, dibujar, nombrar a los órganos y ordenarlos), según Fedi-
da, “ remite a una figura alegórica de la ciencia que confiere a la re­
presentación anatómica el poder de defenderse contra ‘el horror ins­
tintivo que inspiran las alteraciones anatómicas’, y el cadáver, el poder
de dominar la angustia, de detener lo real en el modelo de una conser­
vación, de convertir así lo que muere en-un resto capaz de subsistir” .9
En suma, la objetividad de la representación anatómica del cuerpo
es la manifestación disfrazada de deseos y fantasmas arcaicos de la
primera infancia. Nada justifica, pues, el privilegio que generalmen­
te se asigna a la anatomía, salvo la eficacia que ella da a la acción
médica.
La anatomía no puede hacer prevalecer la verdad de su saber
sobre el cuerpo, así como tampoco puede hacerlo la fisiología (esa
“ anatomía animada” , como dice Fedida) que, según vimos en el ejem­
plo de los dolores de Elisabeth von R., pone en juego deseos incons­
cientes y significaciones simbólicas. La medicina, que generalmente
pretende hacer prevalecer su saber, olvida que, detrás de este cuerpo
que es un objeto anatómico y fisiológico, se disimula “ un cuerpo
de infancia, el cuerpo imaginario del deseo. Fue ese cuerpo lo que
sepultó la medicina convertida en enciclopedia científica y técnica” .

El concepto de imagen del cuerpo como ilusión tranquilizadora

Pero no hay que creer por ello que ese cuerpo sepultado y olvi­
dado, producto de nuestros fantasmas originales, sea más accesible
a la psicología y, más exactamente, a la conciencia que podamos tet

9 Véase el artículo citado, pág. 125.


rier de nuestra experiencia. En realidad, la imagen del cuerpo que nos:
dé esa conciencia es también “ una elaboración secundaria” y, querien^
do ser científica, está calcada del modelo trazado por la fisiologías
De manera que desde el punto de vista estrictamente psicoanalíticoj
hay que rechazar tanto la idea de esquema corporal de Schilder (y/
por lo tanto, de esquema postural) como las de “ experiencia del cuer­
po", “ conciencia del propio cuerpo” , “ vivencia corporal” empleadas
por Merleau-Ponty y heredadas de las filosofías de la voluntad y de,
la subjetividad de los siglos X V III y X IX (Kánt, Maine de Biran,
Bergson). Esta es por lo menos la opinión de P. Fedida, quien hace
notar con razón, a nuestro juicio, que en esta perspectiva existencial
el cuerpo se convierte en el signo subjetivo de la identidad y de la
singularidad del yo. En otras palabras, el cuerpo no es pues otra cosa
que la encarnación vivida del yo.
Pero precisamente “ el psicoanálisis no es una psicología del yo” :,
en efecto, si para Freud el yo es “ de origen corporal” , esa corporei­
dad no es una simple vivencia psicológica del yo. Lejos de-ser produ­
cido por el yo, el cuerpo es el que engendra al yo. El yo es “ una en­
tidad de la superficie” , una proyección del cuerpo. “ El cuerpo es
aquello por lo que el yo puede existir como efecto: el yo es, pues,
entidad del cuerpo” . No es más que un “ juego de apariencias, las cua­
les participan de una existencia imaginaria (fantasmática)” y nos pro­
curan la consoladora ilusión de que somos dueños de nuestra vida o
de que tenemos el poder de unificar e integrar esa vida. En suma, el
yo es el mito que nos garantiza la propiedad y el control de nuestro
cuerpo. De manera que el concepto merleau-pontyano de “ la concien­
cia del propio cuerpo” es, en el fondo, de naturaleza ideológica:
ese concepto “ es para el yo la ideología de su poder y la justificación
de su productividad” .10
En realidad, nuestro cuerpo no es nada fuera del deseo inconscien­
te y de los fantasmas que éste suscita: al querer darle una configura­
ción objetiva neutra (la anatomía), una constitución funcional (la
fisiología), una formulación conceptual de orden psicológico (esque­
ma¡ o imagen del cuerpo) o fenomenológico (conciencia del propio
cüetpó, vivencia corporal), el saber científico (la medicina y la psico­
logía) y filosófico no sólo lo deja escapar sino que obedece incons-
fféníemente a esos fantasmas disfrazándolos con apariencias ilusorias,
aiiní|ue. cómodas y satisfactorias para el intelecto. El reconocimiento,
Ijjr parte del psicoanalista, de un cuerpo erógé'po ique no respeta la
Idealización anatómica, ni su finalidad funcional, ni normas psicoló­
gicas impuestas por un yo imperial, no sólo cuestiona ía imagen del
liiierpo que esas ciencias impusieron al sentido común (y que éste
tbma como imagen “ natural"), sino que revela su fin real que con­
siste en preservar y reforzar una determinada ideología. En efecto,
como lo dice bien P. Fedida, la posición psicoanalítica “ cuestrona di­
lectamente una ley del cuerpo que encuentra en la fisiología la garan-
|íá"tle la condición moral del cuerpo (principio de conservación y
^producción, incluido en el concepto de familia), de su condición
social y económica (regla del respeto por la propiedad de los demás
liara admitir recíprocamente una propiedad del cuerpo) y de su con­
dición psicológica (noción de normalidad). Paradójicamente, la medi­
cina y la psicología, en la ideología liberal, reconocieron el cuerpo a!
Conferirle una normatividad económica, moral y jurídica: en realidad,
¡se,trataba de establecer las reglas institucionales del cuerpo a fin de
ífue éste no escapara a los conceptos de sociedad y adaptación. El
psicoanálisis, que parecía no interesarse en el cuerpo fue,, sin embargo,
sentido por los contemporáneos de Freud como una amenaza a la ins­
titución del cuerpo (disimulado en el concepto de organismo o en el
concepto de personalidad) y como la peligrosa posibilidad de darle
derecho de existencia” .11
En otras palabras, la luz que el psicoanálisis proyectó sobre el cuer­
po era subversiva, y no podía ser sino subversiva respecto dé las cien­
cias que habían hecho indebidamente del cuerpo el objeto exclusivo
de ellas y que creían poseer su clave, y también subversiva respecto
de la sociedad, de la cual esas ciencias garantizaban la ideología y al
mismo tiempo la conservación del poder institucional. Para conven­
cernos de ello, basta recordar los ataques y persecuciones de que fue
víctima Freud por parte de los medios científicos y de la burguesía
vienesa de su tiempo. Hoy, el mensaje psicoanalítico parece en ge­
neral admitido y hasta consagrado, pero en realidad trátase sólo de
una hábil “ recuperación” social, de una sutil artimaña para desarmar
la bomba explosiva mediante una vulgarización simplificada y tran­
quilizadora y anular el llamamiento revolucionario que ese mensaje
contiene.

El psicoanálisis como arqueologíadel cuerpo

El psicoanálisis nos obliga, pues, a invertir la comprensión y la re­


presentación del cuerpo que nos habían impuesto los enfoques fisio­
lógico, psicobiológlco y existencial que describimos en las dos pri­
meras partes de este libró. Y digo “ invertir” , y ho “ rechazar” o “ des­
truir” , porque el punto de vista freudiano sólo rompe con las pers­
pectivas biológica, psicológica y filosófica del cuerpo para revelar
sus fundamentos ocultos, disimulados, incofesables, es decir, los fan­
tasmas que asedian a nuestros deseos inconscientes. Esa ruptura sig­
nifica, por lo tanto, revelar y sacar a la luz el fondo arcaico; en este
sentido, el psicoanálisis es, como dice Fedida, "una arqueología del
cuerpo” .12 El psicoanálisis no destruye las superestructuras que se
levantaron sobre ese terreno enterrado y encubierto, sino que muestra
el lugar y el sentido de sus fundamentos y de su construcción. De mo­
do que decir que el esquema corporal y la conciencia del propio
cuerpo son "elaboraciones secundarias” equivale a situarlos en rela­
ción con una experiencia primitiva de la que el esquema corporal y
la conciencia del cuerpo son sólo la refracción consciente, el disfraz
o la máscara científica o filosófica y, en última instancia, ideológica.
Por lo demás, esta experiencia primitiva, fantasmática, por ser
inconsciente, sólo puede ser aprehendida a través de esas innumera­
bles refracciones, disfraces o máscaras que forja nuestro lenguaje, el
cual da así una significación a esa experiencia o, más exactamente,
'la incluye en un sistema en la que ella encuentra una significación.
■Esta es la razón por la cual el relato de nuestros sueños permite al
psicoanalista atento (que ejerce esa célebre ‘‘atención flotante”
"que le hace posible escuchar su propio inconsciente) descifrar la vida
nuestro cuerpo aun antes de que se haya hecho una descripción
'anatómica y un análisis fisiológico del estado y dé las funciones de
Nuestros órganos. Para Freud, el relato de nuestros sueños es “ una
simbólica arquitectónica del c u e r p o dice Freud "la casa no es el
único ámbito de representáciones que sirve para simbolizar la vida
corporal..., conozco enfermos que conservaron la simbólica arqui­
tectónica dei cuerpo y de los órganos genitales (el interés sexual no
se refiere solamente a los órganos externos) y para quienes los pila-
tes y las columnas representan las piernas..., para quienes cada puerta
simboliza una abertura del cuerpo ( ‘agujero’ ), todo conducto de
jigua Ies hace pensar en el aparato urinario etc.; pero la esfera de las
representaciones de la vida de las plantas o de la cocina puede iguala
tnente ser elegida para disimular imágenes sexualés” .13
•„ Toda esta simbólica qUe va enriqueciéndose a medida que aumen­
tan. las asociaciones imaginarias de la experiencia del sujeto, revela
que nuestro cuerpo es siempre lenguaje sobre el cuerpo, que el cuerpo
|s algo que “ no se comprueba” , sino que se “ construye” 14 y que, en
este sentido, la medicina y la psicología, lo mismo que la filosofía,
■no son sino unos lenguajes entre otros; lenguajes empero que, por su
voluntad de racionalización y, por consiguiente, de objetivación, ocul-

-!3 Citado por P. Fedida, op, cit., pág. 117, nota 3, tomado de S. Freud La
Science des réves, P.U.F., 1950, pág. 258. Remito también a In tro d u c tio n a
la psychanalyse, donde vuele a tratarse este mismo simbolismo corporal en
el capítulo 10, especialmente en la pág. 144 (Payot, P.B., n ° 6). Tendremos
ocasión de volver a este tema citando consideremos el papel del vientre ma­
terno (simbolizado por cavernas, laberintos, palacios, etc.) según Melanie
Klein y luego cuando nos ocupemos de la significación sociológica de todo
simbolismo corporal.
J4 véase el artículo ya citado de F. Gantheret, pág. 139.
tan y hasta hacen desaparecer la realidad fantasmática original de nues­
tro cuerpo. Para captar esa realidad es menester dejar hablar al cuerpe­
en el flujo espontáneo de sus imágenes oníricas, escuchar su poema;
por así decirlo. Y esto fue lo que se propuso hacer Freud. "A l renun­
ciar a pedir una explicación a la psicología o a la medicina” , dice con
razón Fedida, "Freud dejó que hablara el poema del cuerpo. En esa
palabra se hace y se deshace el cuerpo, en ella éste se despoja de lo
vivido conscientemente para oír sus ecos en los fragmentos del sueño;
y también por élla el cuerpo se desata, se libera y da en la locura o el
mito, génesis y potencia de los órganos en la apariencia de flores,
de animales, de piedras y también de ciudades y palacios, de objetos
y de Instrumentos 5
En suma, el enfoque psicoanalítico consiste en restituir el lengua­
je arcaico de los fantasmas infantiles más allá de las racionalizaciones
de los discursos anatómicos, fisiológicos, psicológicos y fenomenoló-
gicos que lo ocultan* y cuyo recorrido lineal y tranquilizador hemos
seguido fielmente hasta aquí. Pero para mostrar esa restitución del psi­
coanálisis debemos ahora realizar ese recorrido en sentido inverso o,
más exactamente, debemos revelar cómo la explicación p'sicobioló-
gicá de la génesis de la conciencia del propio cüerpo y el análisis
existencial de su significación "encubren” , en el sentido de ocultar,
una experiencia fantasmática más rica y más inquietante. Recorre­
remos pues ese camino y haremos esa peregrinación a las fuentes con
la ayuda de las observaciones e interpretaciones, primero, de Melanie
Klein y, luego, de Lacart y de Serge Leclaire.

La incomprensión del punto de vista analítico según Wallon

En el capítulo 4 vimos ya que, según Wallon, el recién nacido no


posee conciencia de su propio cuerpo, que éste se confunde con el me­
dio, en que vive el niño, quien lo aprehende como un conglomerado,
como un conjunto de órganos o de segmentos que tienein tanta reali-
|ád como los objetos que él mismo manipula o las personas que lo
pánipúlan. En suma, el niño no se vive como una unidad, sino como
pluralidad, pluralidad de su sincretismo primitivo manifestado, en pri-
¡íier lugar, en la simbiosis con el cuerpo materno, que primero es ali-
friéntaria y luego afectiva. De suerte que para Wallon, la disociación
aparentemente original del cuerpo del niño descansa en una unidad
iriás importante, calurosa, protectora, tranquilizadora: la unidad
con su madre. Además, esa disociación, según este autor, queda rá­
pidamente superada con la maduración biológica y especialmente
alreconocer el niño la imagen de su cuerpo en el espejo.
•Pero, ¿no escamotea precisamente semejante explicación el carác­
ter extraño de ese fenómeno original, por el cual el recién nacido per­
cibe su pluralidad orgánica? Al diluir esa pluralidad en la unidad sin­
crética materna y al sobrepásarla por la conquista progresiva de la
unidad de la imagen del cuerpo, ¿no lo priva esta explicación de todo
su carácter específico y no oculta al mismo tiempo su verdadera sig­
nificación? Esto es lo que el psicoanalista tiene derecho a preguntar­
se cuando, en lugar de fijar la mirada en la génesis objetiva (Je la per­
sonalidad del niño, la dirige sólo al presente, aceptándolo tal cual
éste es, con todas sus manifestaciones fantasmáticas, insólitas, des­
concertantes, inquietantes. ¿No se sentiría uno tentado, entonces,
a afirmar con Lacan que el recién nacido vive “ un cuerpo fragmen­
tado” o reventado en pedazos que es presa de fenómenos “ de frag­
mentación, mutilación, desmembramiento, dislocación, despanzurra-
mientó, devoración, estallido del cuerpo” ? 16
"Es ésta una tragedia” , replica Wallon, “ que nada en el comporta­
miento del niño nos autoriza a suponer. Las investigaciones que el ni­
ño hace sobre sí mismo y sobre los objetos que lo rodean están anima­
das por esa curiosidad despierta y a menudo alegre que muestra en sus
aprendizajes perceptivos y motores. Para sentirse dislocado, sería
necesario que tuviera una especie de preintuición de su conjunto
corporal. ¿Con qué derecho podríamos atribuírsela? ¿Cómo podría
tener el niño esa preintuición antes de las maduraciones nerviosas in­

16 Véase de J. Lacan, Ecrits, Seuil, 1966, pág. 104.


dispensables y antes de las experiencias que ellas hacen posibles?” 17
Esta réplica y los argumentos de que ella se vale reflejan exactamen­
te el malentendido en que incurre Wallon, su incomprensión del carác­
ter específico y original de la práctica psicoanalítica y de su concep­
ción del inconsciente.18 En efecto, Wallon sólo presta atención a la
apariencia alegre y despierta de la curiosidad del niño, es decir, a las
manifestaciones conscientes y, por lo tanto (como diría el psicoana­
lista), a apariencias de apariencias, en la medida en que la vida cons­
ciente es la refracción racional, social, aceptable y, por eso mismo,
engañosa de los conflictos inconscientes. Wallon, al negarse a admitir
la realidad del inconsciente en provecho únicamente de las realidades
biológicas y psicológicas, no pod ía concebir el enfoque de lo imagina­
rio y desconcertante del niño.
Por otro lado, el razonamiento, según el cual la sensación de una
dislocación corporal implicaría la intuición previa de la unidad cor­
poral, es un razonamiento a posteriori que atribuye al psiquismó in­
fantil una lógica de adulto que le es ajena. En otras palabras, ese
razonamiento procede a una ilusión retrospectiva. Verdad es que el
niño no tiene la maduración neurónica necesaria para sentir su uni­
dad corporal, pero nadie le atribuye semejante sensación. Cuando los
psicoanalistas hablan de cuerpo fragmentado, dislocado, hecho peda­
zos, se refieren, no a la realidad biológica y orgánica del cuerpo, sino
a fantasmas, es decir, a deseos que surcan el mundo imaginario del
niño y le imponen su dolorosa presencia. Para comprender bien el
carácter extraño de la experiencia original del cuerpo fragmentado en
pedazos, hay que situarla, pues, en el contextofantasmático que reve­
lan indirectamente los sueños, el lenguaje, los juegos del niño, someti-

17 Véase de H. Wallon, Kinesthésle et image visuelle du corps propre, artículo


ya citado, págs. 257-258.
18 El caluroso alegato de Zazzo y las explicaciones que éste da para restar im­
portancia a la oposición entre Wallon y Freud no me parecen convincentes.
Y hasta tenderían más bien a reforzar mi juicio, pues Zazzo subraya con
fuerza el punto de vista “ científico’* y psicobiológico de su maestro, quien
pasa por alto la realidad del fantasma y su papel simbólico. Véase de R. Za­
zzo, “ Du corps á rim e ", en “ Lieux du corps” , págs. 147-160.
dos a la interpretación analítica. Esto es lo que precisamente ha lle­
vado a cabo Melanie Klein, cuyas observaciones e hipótesis permi­
tieron luego a Lacan proyectar una nueva luz y desentrañar un nue­
vo sentido en el fenómeno por el cual el niño descubre su imagen
especular.

Los fantasmas de destrucción en el niño

AI observar a numerosos niños durante sus tres primeros años, Me­


lanie Klein llegó al convencimiento de que, como lo había supuesto
Freud al final de su vida, los niños eran presa no sólo de instintos
sexuales (“ el instinto de vida"), sino también y sobre todo de una vio­
lenta pulsión de destrucción, el famoso “ instinto de muerte” . “ Esta
polaridad de los instintos de vida y de muerte” se manifiesta, según
esta autora, desde el momento en que el niño comienza su crianza
en el seno materno; Melanie Klein comprueba que “ el placer que el
lactante experimenta al mamar normalmente cede el lugar al placer
de morder. Si no encuentra satisfacciones en el estadio oral de suc­
ción, el niño las busca en el estadio oral de mordedura” .19 Pero esa
falta de satisfacción en la succión no se debe a una deficiencia exte­
rior o a malas condiciones alimentarias (por ejemplo,..mal gusto o in­
suficiencia de la leche, actitud torpe u hostil de la madre, etc.). Esa
incapacidad de gozar de la lactancia es por el contrario, según Melanie
Klein, "la consecuencia de una frustración interior y deriva de un sa­
dismo oral anormalmente desarrollado” . En otros términos, si “ la
fuerza de la fijación del niño en el estadio oral de succión traduce la
fuerza de la libido” , luego “ la aparición de un sadismo oral precoz y
violento indica el vigor de los componentes instintuales destructivos” .
Ahora bien, y ésta es una de las hipótesis fundamentales de Melanie
Klein, el instinto destructor, la agresividad innata (según grados va­

is Véase de M. Klein, La psychanalyse des enfants, traducción de Boulanger,


P.U.F., 1969, pág. 137. (Hay versión castellana: “ El psicoanálisis de niños” ,
en Obras completas, Buenos Aires, Paidós, tomo 1, 1977.)
fiables) en cada niño se dirige primero contra su propio organismo. El
niño la vive, pues, inconscientemente como peligro primordial, como
amenaza a su propia vida. De ahí la angustia de su yo. Según Melanié
Klein, la angustia nacería de la aatoagresividad. Verdad es que en cier­
ta medidá esa angustia puede ser atenuada por la fijación del instinto
de muerte en la libido narcisista, la cual alcanza así una excitación
sexual (éste es el principio mismo del masoquismo erógeno), pero
no por ello queda suprimida. Para escapar a la angustia, el niño dis­
pone de un arma mucho más eficaz: utilizar las tendencias destructo­
ras de su organismo “ como medio para defenderse de los demás” .
En efecto, la angustia no sólo le Inspira el miedo de ser exterminado
por sus propias pulsiones destructivas, sino también el miedo de ser
exterminado por un objeto exterior que se revela también como
fuente de peligro y contra el cual el niño dirigirá sus pulsiones des­
tructivas como tendencias sádicas. Y ese objeto exterior del cual de­
pende la satisfacción de su necesidades y, por lo tanto, s:i supervi­
vencia es el seno materno. Sobre ese seno materno el niño proyec­
tará y desplazará el miedo intolerable que le Inspiran los peligros ins-
tintuales internos y de esta manera sustituirá los peligros internos por
los peligros del exterior. El yo, todavía muy débil, trata de protegerse
•contra esas amenazas del exterior procurando destruir ,el objeto.
De esta manera, el sadismo oral crece sin cesar y alcanza su apogeo
durante el destete y aún después: ciertos fantasmas expresan el deseo
que tiene el niño de destruir el pecho materno vaciándolo y absor­
biendo su contenido, con lo cual se establece un lazo entre el estadio
oral de succión y el estadio sadooral de mordedura. Ese deseo de va­
ciar y absorber el seno materno pronto se extiende al interior del cuer­
po de la madre, cuyo contenido el niño desea arrebatar y destruir. El
sadismo oral se asocia entonces con el sadismo uretral: en efecto, dice
Melanie Klein, “ la observación mostró que los fantasmas de destruc­
ción, en los que los niños inundan, sumergen, empapan, queman y
envenenan con la ayuda de enormes cantidades de orina, constituyen
una reacción sádica a la privación de alimento líquido a que lo somete
la madre y, en última instancia, se dirigen contra el seno materno".
Pero, como dijimos, ese ataque se generaliza de alguna manera y se
(extiende al interior del cuerpo de la madre que el niño desea devorar
^sadismo oral), mojar con la orina (sadismo uretral) y luego destruir
ton sus propios excrementos (sadismo anal).
“ Sé por experiencia” , reconoce Melanie Klein, “ hasta qué punto
es difícil hacer admitir que estas ideas repugnantes corresponden a la
realidad, pero los análisis de niños de corta edad no permiten abrigar
:duda sobre esto, pues nos ofrecen con precisión y evidencia el espec­
táculo de las crueldades imaginarias que acompañan a esos deseos en
toda su abundancia, toda su fuerza y toda su multiplicidad” .20, Hay
pues un sadismo infantil real en lo tocante al cuerpo materno, y ese
sadismo se intensifica y se diversifica en función de las frustraciones
libidirrales que la madre hace sufrir a su hijo. Precisamente las frus­
traciones orales que el niño siente con violencia, lo [levan, según Me-
ianie Klein, a imaginar y a creer inconscientemente y por un tiempo
que los placeres sexuales que comparten los padres son de orden esen­
cialmente oral. Bajo la presión de las frustraciones, ese fantasma pro­
voca en él, respecto de los padres, un sentimiento de envidia que
pronto se transforma en odio. El deseo de vaciar y absorber el conteni­
do del seno materno se convierte ahora en el deseo de absorber y
devorar los líquidos y otras sustancias de “ los órganos parentales, es­
pecialmente lo que éstos recibieron el uno del otro en el curso de su
coito oral: los niños imaginarían que en el coito la madre se incor­
pora el pene que permanece en el interior de su cuerpo, pues el padre
tiene a su disposición una gran cantidad de penes” . Los ataques contra
el cuerpo de la madre apuntan, pues, contra el pene que ese cuerpo
contiene.
De suerte que “ si el niño experimenta en las capas más profun­
das de su psiquismó” , dice Melanie Klein, "un miedo tan terrible
por su madre, a la que él considera capaz de castrarlo, y si abriga la
idea (estrechamente ligada a ese miedo) ‘de la mujer del pene’, ello
se debe a que teme en su madre a la persona cuyo cuerpo contie­
ne el pene del padre; de manera que lo que teme en última instan­

do Véase op. c/t., pág. 144. La bastardilla es mía. Sobre todo este aspecto de la
teoría de Melanie Klein, remito especialmente al capítulo 8, pág* 137-165
cía es el pene del padre que se encuentra en el interior del cuerpo de la
madre” y, a través de ese pene, a la persona del padre o, más exacta­
mente, ‘‘al padre y a la madre reunidos en una sola persona” . Y obser­
vemos que cuando ese miedo no ha sido superado conduce con fre­
cuencia a la homosexualidad. Pero también otros fantasmas refuerzan
ese miedo y, en consecuencia, el sadismo del niño; en efecto, Melanie
Klein supone que en el inconsciente infantil, el coito parental es una
manera que tienen los padres de destruirse recíprocamente por medio
de sus órganos genitales y de sus excrementos considerados como ar­
mas peligrosas; el pene, por ejemplo, es como un animal amenazador
cargado de sustancias explosivas; la vagina es también un animal vo­
raz o una ratonera envenenada.
Ahora bien, como semejantes fantasmas expresan los deseos in­
conscientes del niño, éste llega a sentirse culpable de los malos tratos
que, en su imaginación, los padres se infligen. De ahí nace cierta an­
gustia que, por lo demás, se vé reforzada por el temor del castigo que
el niño espera recibir de los padres como respuesta a sus ataques ima­
ginarios contra ellos, contra su unión sexual. Pero lejos de mitigar o
frenar los impulsos destructivos, este miedo contribuye a acrecentar
el sadismo del niño y a aumentar su deseo de destruir el objeto peli­
groso, imagen combinada de los padres representados por el pene in­
corporado en la madre. Por lo tanto; el conflicto edípico asume una
significación algo diferente de la que proponía Freud: este conflicto
“ comienza en el niño desde el momento en que éste experimenta
odio por el pene del padre y desea unirse a la madre de manera geni­
tal para destruir el pene paterno que supone en el interior del cuerpo
de la madre” .
Pero precisamente ese deseo de destrucción enderezado contra esos
objetos amenazadores y fantasmales, en la forma de los órganos se­
parados que son el pené y la vagina, internaliza esos objetos o, más
exactamente, los introyecta, como dice Melanie Klein, lo cual desen­
cadena en el niño el miedo a sus propios órganos y a sus excremen:
tos. De ah í un mecanismo compensador de expulsión y de proyección
en virtud del cual el niño hace de los objetos internalizados los equi­
valentes de los Objetos exteriores. De modo que “ a medida que se
acrecientan sus pulsiones sádicas y a medida que en su imaginación
el niño se va apoderando del interior del cuerpo de la madre, esa par­
te interior del cuerpo viene a representar a la persona entera como ob­
jeto y a simbolizar al mismo tiempo el mundo exterior y la realidad.
Al principio era el seno materno lo que representaba para el niño el
mundo exterior, pero ahora, el interior de su cuerpo, imagen del obje­
to y del mundo circundante, asume una significación más vasta,
pues en razón de la extensión del miedo se ha convertido en el recep­
táculo de un número cada vez mayor de objetos” ,
n Sin embargo, los fantasmas sádicos no son los únicos fundamentos
de la relación con la realidad representada por el interior del cuerpo
materno. “ La libido también obra y hace sentir su presencia permi­
tiendo que el niño contrarreste el miedo a los enemigos del interior
y del exterior” . En efecto, mientras siente la acción amenazadora
de éstos, la imaginación del niño, bajo el influjo de la libido, apela a
personajes benévolos y compasivos, lo cual “ permite que los objetos
reales se impongan cada vez con más fuerza y hace que las imágenes
fantasmáticas pasen a segundo plano” . Se produce así un juego de
mecanismos de introyección y de proyección que permite la forma­
ción precoz del superyó, las relaciones objetales y la adaptación real.
‘‘Durante los primeros estadios, la proyección al mundo exterior
de las imágenes aterradoras transforma a éste en un lugar de peligro
y a los objetos en enemigos; la introyección simultánea de los objetos
reales que, en realidad, tienen una buena disposición respecto del ni­
ño, trabaja en sentido contrario y atenúa la violencia del temor ins­
pirado por las imágenes aterradoras” .
Gomo se ve, toda la estructuración psíquica del niño y en primer
término la estructuración de su realidad corporal en relación con el
.cuerpo materno y el cuerpo paterno dependen de la éxlstencla pri-
ínñordial, original de las pulsiones destructoras. Según Melanie Klein,
£sta realidad es fantasmática: el niño descubre sus órganos y los de los
$ernás, explora su topografía somática y la de los demás únicamente
¡|rtravés de Imágenes o, más exactamente, de “ ¡magos" suscitadas
■por-; sus violentos deseos de satisfacción y de destrucción. De suerte
iqiie tales “ imagos” están dramatizadas en la medida en que se re­
fieren a actos, a relaciones dinámicas con el cuerpo materno, comg
chupar o morder el pecho o como la escena primitiva del coito paren*
tal (cuyo conocimiento inconsciente se debe, según Freud, a herencia
filogenética). Además, esos fantasmas tienen un carácter morfológico}
el cuerpo materno tiene el carácter de una envoltura o superficie
hueca que se llena y se vacía o de una superficie parcelable o fragmen*
tada en órganos desunidos, como el pene arrancado. Pero de toda la
teoría kleiniana lo que nos importa retener aquí es que el niño vive
su cuerpo como una potencia peligrosa, como una amenaza interna y
subterránea; se experimenta originalmente en ¡a división y la tensión
de las frustraciones y de los miedos, no en la unidad y plenitud de la
satisfacción y de la seguridad. En síntesis, hay una agresividad original
que afecta la realidad fantasmática del cuerpo del niño y la visión que
éste tiene del cuerpo de los demás y del mundo.
Verdad es que al referirse a situaciones tan originarias e imaginarias,
la teoría kleiniana se sustrae a la observación positiva y no puede por
eso aspirar a su .verificación. Es más, esa teoría descalifica toda ob­
servación que pretendiera invalidar sus conclusiones. Así y todo, ella
se funda en las manifestaciones extrañas e inquietantes de neurosis
Infantiles y especialmente en la conducta a menudo desconcertante
que muestran los niños en sus juegos. Por ejemplo, Truda, niña de tres
años y nueve meses, quería degollar a Melanie Klein, lanzarla por la
ventana, quemarla viva, entregarla a la policía. Trataba de atarle los
pies y las manos, levantaba la manta del diván y explicaba que estaba
haciendo “ Po-Kacki-Kucki” (heces). ¿Quién no ha observado la
fría determinación con que los niños desarman su muñeca, le arran­
can la cabeza o los miembros o la despanzurran? En realidad, “ con sus
juegos el niño traduce de un modo simbólico sus fantasmas, sus
deseos, sus experiencias vividas. Al hacerlo, utiliza el mismo modo de
expresión arcaica y filogenética, el mismo lenguaje que nos es fami­
liar en los sueños” y que Freud descifró. 21

21 Véase op. clt., págs. 19-20. El propio Freud se había dado cuenta de la im­
portancia de la significación del juego, como se comprueba en "Au-delá du
príncipe du plaísir” , en Essais de psy'chana/yse, Payot (P. B. n ° 44), 1963,
págs. 15-20. Por lo demás, nosotros mismos analizaremos luego ese pasaje.
Por lo demás, nadie ignora que frecuentemente en su conducta el
fdulto deja traslucir intenciones agresivas respecto de su propio cuer­
eó,. Esas intenciones sé manifiestan también, dice Lacan, “ en una serie
de prácticas sociales tjue van desde el rito del tatuaje, de incisiones
|ri el cuerpo o la circuncisión en las sociedades primitivas hasta lo que
podría llamarse la arbitrariedad procústea de la moda por cuanto
Ipsmiente en las sociedades avanzadas ese respeto por las formas
naturales del cuerpo humano que es tardío en la cultura” . El arte
¿fefléja asimismo este fantasma original, pues, como observa también
Lacan, “ basta hojear un álbum en el que se reproduzcan los detalles
y eí conjunto de la obra de Jerónimo Bosch para reconocer en él
íqdas ésas imágenes agresivas que atormentan a los hombres. El predo­
minio, descubierto por el análisis, de imágenes que revelan una autos-
copia primitiva de los órganos orales y de los cloacales, engendró
afluí las formas de los demonios” . Y todas esas fantasmagorías se en.-
¡Euentran también "en los sueños, especialmente en el momento en
qué: el análisis parece enderezarse al fondo de las fijaciones más ar­
caicas.” .22 Parece pues que existe una agresividad, original de natura­
leza fantasmática que afecta nuestra experiencia corporal y su rela­
ción con los demás cuerpos.

El estadio del espejo según Lacan

Pero sería lícito preguntarse: ¿No procede esa agresividad pre­


cisamente del poder fantasmático de lo imaginario? ¿No es el fruto de
ese poder extraño e inherente al género humano de dejarse captar
sn imágenes, primero en imágenes, de lo otro en el mundo y luego de
uno mismo en el espejo? Lacan se propuso verificar esta hipótesis
y resumió sus conclusiones en los siguientes términos: “ la noción de
agresividad responde... a la división del sujeto contra sí mismo, desga-
rr'amíentó cuyo momento primordial conoce el individuo al ver la

¿2 Véase de J. Lacan, Ecrits, Seuil, 1966, págs. 104-105.


imagen de lo otro aprehendido en la totalidad de su Gestalt (su for­
ma), al anticiparse a la sensación de su discordancia motriz, que esa,
forma estructura retroactivamente en imágenes de fraccionamiento;.
Esta experiencia determina tanto la reacción depresiva, que recons­
truyó la señora Melanie Klein en los orígenes del yo, como la cogida
jubilosa de la imagen que aparece en el espejo” .23
Para comprender bien estas ideas conviene recordar que el recién
nacido, en virtud, del estado incompleto de su sistema piramidal, no
posee ninguna coordinación motriz, ni puede dominar su comportan
miento: el niño nace “ prematuramente” , como lo mostró Bolk y co­
mo lo atestiguan las fontanelas no cerrádas aún, la. escasez de pelo,
la prolongada infancia; feto extrauterino, de alguná manera, es lanza­
do a la existencia demasiado temprano y de esta suerte su ser está
marcado con el signo de la Insatisfacción y la muerte.24 Pero si esta
inmadurez del nacimiento se traduce en un estado orgánico incomple­
to, hay en cambio un adelanto en el desarrollo de la corteza ceirebral
con respecto al desarrollo de las demás funciones orgánicas, lo cual éx-
plica la posibilidad de que el niño anticipe “ en el plano mental la con­
quista de la unidad funcional de su cuerpo aún inconcluso en ese mo­
mento en el plano dé la motricidad voluntarla” . Esta posibilidad de
anticipación se concreta en "la percepción muy precoz de la forma hu­
mana, forma que, como se sabe, atrae el interés del niño desde los pri­
meros meses, y. el rostro humano lo atrae desde el décimo día” .25'
En otras palabras, hay una primera captación por la imagen que le
ofrece el espectáculo de una forma total, de una configuración distan­
te del cuerpo humano, aún antes de que el niño tenga la posibilidad
de experimentar su propia unidad corporal.

23 Véase op. clt., págs. 344-345.


24 Véase ídem, págs. 96-97. Si se desea conocer mejor el pensamiento de Bolk,
remito a la traducción qúe hicieron Gan'theret y Lapassade de su obra princi­
pal (publicada en alemán en 1926):"Le probléme de lagenése humaine” , én
Revue francaise de psychanalyse, marzo-abril de 1951.
Ahora bien, precisamente esa captación se acentúa y adquiere
todo su sentido, sobre todo, a partir dei momento en que el niño re­
conoce en esa Gestalt su propia imagen; ese reconocimiento se carac­
teriza "p o r signos de júbilo triunfante y por el ludismo de localiza­
ción, característicos del encuentro que el niño tiene de su imagen en
el espejo a partir del sexto mes". Como se sabe, esta conducta con­
trasta con la indiferencia de los demás animales, por ejemplo, del
chimpancé tocante a su propia imagen; este contraste es tanto más
vivo por cuanto la conducta del niño frente al espejo se desarrolla
a una edad en que “ en el nivel de la inteligencia instrumental el niño
¡está atrasado con respecto al chimpancé, a quien alcanza sólo al
undécimo mes” . En suma, todo demuestra que el momento en que el
niño reconoce su imagen en el espejo constituye un estadio capital
dé; su evolución psíquica; es “ el estadio del espejo", para emplear
la expresión misma que utiliza Lacan.26
• Pero a diferencia de Wallon que, como sabemos, veía en este es­
tadio sólo una etapa esencial de la conquista de la conciencia del pro­
pio cuerpo, Lacan percibe en ella el comienzo de un proceso afectivo
de identificación que habrá de gobernar todas las relaciones del ni­
ño consigo mismo y con los demás, es decir, toda su existencia. En
efecto, al identificarse primordialmente con la forma visual de su
propio cuerpo, al aceptar su imagen, el niño se precipita en ella como
si/se tratara de un “ yo ideal” , que será “ el origen de todas las identi­
ficaciones secundarias” que se produzcan posteriormente. “ Yo ideal” ,
porque la forma especular del cuerpo en la cual el niño se reconoce,
sitúa al yo, antes de toda determinación social, en una configuración
fictic ia que siempre estará más allá del devenir dei sujeto. Esa forma,
por la que el niño “ adelanta en un espejismo la maduración de sus fa­
cultades” , es para él un dato exterior, que se da “ en un relieve de es­
tatura que la fija y en una simetría que la invierte, en oposición a la
turbulencia de los movimientos con que él siente que la animk” . En
otras palabras, esta forma del cuerpo en el espejo simboliza la perma­
nencia mental del yo y al mismo tiempo prefigura su destino alienan­

te Sobre el análisis de este “ estadio del espejo” , véase op. cit., págs. 93-100.
te. Si esa imagen que ei espejo devuelve al niño unifica el cuerpo frag­
mentado de éste y en tal sentido es estructural y tranquilizadora, por
otro lado, esa misma imagen proyecta objetivamente al exterior esa
unidad y, como lo hace en sentido inverso, la enajena. El yo está cons1
tituido como otro yo imaginario (“ Yo es otro” , dice el poeta) que se
nos manifiesta “ en el espejo” con la imagen del propio cuerpo de los
sueños o de las alucinaciones. En definitiva, el estadio del espejo es
un drama, pues nos muestra al niño cogido en la trampa del descubri­
miento de su unidad corporal en una forma espacial ficticia y alienan­
te, con la cual él procurará identificarse como yo.
Y precisamente esta situación dramática, en la que el individuo se
aferra a una imagen que lo enajena de sí mismo es lo que suscita o
constituye la agresividad original réspecto de su propio cuerpo y del
cuerpo materno, respecto de los demás y por fin respecto Sel cuerpo
del padre del mismo sexo en el complejo de Edipo. Eh efecto, la pul­
sión destructiva que amenaza inconscientemente al cuerpo del niño,
implica la ¡mago de otro en él mismo, otro semejante a él, pero peli­
groso por la autonomía que exhibe en la anarquía de los miembros y
de los órganos que el niño no puede controlar. Esa agresividad que se
desplaza del pecho materno al interior del cuerpo de la madre, es
exacerbada por un movimiento contrario, la introyección imaginaria
de los órganos peligrosos que aquél contiene. Este juego de imágenes
proyectadas e introyectadas, que define la relación narcisista del niño
consigo mismo, nos da al propio tiempo la clave de sus extraños mo­
dos de comportarse con sus semejantes; por ejemplo, “ el niño que da
golpes dice que" ha sido golpeado; el que ve caer a alguien, llora".
Esta identificación con otro, identificación que rige todo el com­
portamiento del niño e invierte su sentido (siendo espectador se con-?
vierte en actor, de seductor se convierte en seducido, de agresor en
agredido, etc.), entraña inevitablemente un deseo por el objeto que
el otro codicia. De ahí esa agresividad de los celos, que es la conse­
cuencia normal de la absorción del niño por la imagen; como lo hace
notar Lacan, en este sentido podríamos caracterizar toda forma de ce­
los apelando a la observación que hizo San Agustín refiriéndose a un
niño: "Todavía no hablaba y ya contemplaba, pálido y con mirada
envenenada, a su hermano de leche” . En efecto, toda forma de celos
es contemplativa, porque se contempla el espectáculo del otro; es
emocional y agresiva, porque hay reactivación de las imágenes de
una frustración primordial ("pálido, y con una mirada envenenada” )
experimentada por él niño. En suma, aquel por quien siento celos es
siempre de alguna manera mi hermano de leche, en la medida en que
és la proyección de mi propia imagen con la frustración que ella
implica.*7
Pero esa otra persona de la que inevitablemente se sienten celos
es el padre del mismo sexo, como lo muestra el complejo de Edipo.
La rivalidad con el padre presupone por parte del niño varón una iden­
tificación con aquél en lo tocante a desear a la madre, identificación
ésta llamada “ secundaria” en relación con la identificación primaria
que, como acabamos de ver con la imagen del espejo, "estructura al
sujeto como un individuo que rivaliza consigo mismo” .28 En esta
identificación secundaria con el padre, el niño varón traduce su im­
potencia biológica y orgánica de satisfacer la libido con su propio
cuerpo y, por otro lado, tradüce su facultad imaginaria de adelantar­
se a su propia génesis fijándose un ideal encarnado en la imagen del
padre, tal como la proyecta el inconsciente infantil de conformidad
con las normas de la cultura en que el niño vive. En este sentido,
la identificación edípica permite al niño trascender, superar su agre­
sividad primera; le permite sublimarla al asumir la función, no ya de
una forma ficticia, inconsistente, amenazadora y amenazada que tenía
en él ámbito imaginario de la relación predominante con la madre,
sino la función de sujeto auténtico y real reconocido como tal en la
relación con el padre. El niño que hasta entonces era un yo corporal,
el cual, como (o comprendió Freud, no es más que "un ser de super­
ficie” (la imagen del espejo) y además “ proyección de una superficie”
(la conciencia que el niño tiene de sí mismo es la proyección de la su­

27 Véase ídem, págs. 114-115.

28 ¡dem, pág. 117.


perficie óptica, es decir, de la imagen que le devuelve el espejo), 29
se convierte en sujeto de deseo que no se confunde con el del padre,
sino que está reconocido por él.
Este reconocimiento paterno es decisivo en la medida en que el
nombre mismo de padre, “ desde los albores de los tiempos histó­
ricos” , dice Lacan, “ identifica su persona con lá figura de la ley” ;30
En otras palabras, él padre constituye un símbolo que reemplaza el
orden, fluctuante y enajenante de lo imaginario por ün orden fijo y
permahente, el orden de la cultura. Además, el nombre de padre
“ apoya la función simbólica” , puesto que es el significante principal
al que se prende y anuda la cadena de los demás significantes que for­
man nuestro lenguaje. Vemos, pues, que según Lacan y contrariamente
al pensamiento de Melanie Klein, el niño no es un simple juguete de su
mundo imaginario tal como lo vive en su relación narcisista con la ma­
dre y con su imagen en el espejo, sino que "el lenguaje le permite
considerarse como un maquinista teatral y hasta como el propio di­
rector de escena de toda la representación imaginaria, de la cual sería,
sin el lenguaje, un sencillo títere viviente” . En consecuencia, el fantas­
ea,Jejos de quedar: redupido¿a la esfera de la imaginación, debe defi­
niese, “ como upá jmagen puesta en función en la estructura signifi­
cante” ,del. lenguaje.31

29 Véase de S. Freud, “ Le mo¡ et le ga", tercera parte de Essa/s de Psychano


iyse, capítulo 2, pág. 194, Payot (B. P. nQ 44), 1963.

30 Véase op. cit., pág. 278.

31 Véase op. cit., pág. 637.


Esto se comprende tanto mejor porque, como lo mostró G. Bou-
langer-Balleyguier, 32 el reconocimiento de la forma unificada del
propio cuerpo y la constitución de la imagen del cuerpo siguen estre­
chamente el desarrollo del lenguaje en el niño: entre el noveno mes y
el duodécimo mes, la imitación gestual se verifica ai mismo tiempo
que se da la posibilidad de comprender y obedecer órdenes simboli­
zadas; a partir del decimoquinto mes se utiliza el “ no” semántico y
las primeras palabras se emplean por consiguiente mucho antes del pe­
ríodo en que se forma la imagen del cuerpo, cuyo reconocimiento
efectivo se verifica entre los dos y tres años y se da junto con la posi­
bilidad de que el niño se nombre a sí mismo. Por fin, como lo recuer­
da con razón Guy Rosolato, sabemos desde Freud que los manejos
del cuerpo y las significaciones de los comportamientos del niño, sólo
•pueden comprenderse en relación con la constitución del lenguaje.
£sto es, en efecto, lo que surge del análisis que hizo Freud del juego
infantil al que nos referimos en una nota anterior;33
En este caso se trata de un niño de dieciocho meses, dócil, obe­
diente, muy apegado a la madre y que, sin embargo, no lloraba con
motivo de las frecuentes ausencias de ésta. En cambio, el niño tenía
la extraña costumbre de arrojar lejos todos los objetos que caían en
sus manos mientras lanzaba con aire interesado y satisfecho el prolon­
gado sonido o-o-o-o. Esa costumbre se había convertido, en realidad,
pn un juego, pues un día el niño le dio una forma lúdica más comple­
ja : se complacía en dejar caer por el borde de la cama un carretel
atado con un hilo y el carretel desaparecía así a sus ojos. El niño pro­
nunciaba entonces su invariable o-o-o-o y luego recogiendo el carretel
Jiapia él saludaba su reaparición con un jubiloso ¡Da! (¡aq u í está!).

Véase ‘‘Premieres réactions cievant le miroir’', en Enfance, 1964, I,págs. 51-


<* 67, y “ Etapes de la reconnaissahce de soi devant le miroir” , en Enfance,
1967, I, pág. 91-116.
‘33' Véase la nota 21 de este capítulo, que remite a S. Freud, Essofs de Psychana-
iyse, págs. 16-20.
En suma, el juego consistía en la alternancia desaparición y reaparfl
ción, ausencia y presencia,
Y Freud estableció precisamente que ese juego se elabora en vir-|
tud de sucesivas sustituciones, en las que entran en juego el cuerpo
de la madre, el carretel y la oposición fonemática O-A. Al dejar caer
el carretel el niño reproducía la desaparición del cuerpo de la madre,
desaparición sancionada por la emisión dei sonido "o ” (por F o rt!
que significa ausente, lejano) pronunciado con placer en la medida
en que el niño dominaba ficticiamente la ausencia impuesta por la
madre y se vengaba de ella. Inversamente, la acción- de recoger el ca­
rretel representaba el regreso de la madre que iba acompañado por el
jubiloso y sonoro " ¡D a !” Pero hay algo más: en una nota, Freüd
indica que “ el niño había encontrado el medio de hacerse desaparecer
él mismo. Habiendo visto su imagen en un gran espejo que casi llega­
ba hasta el suelo, se había agachado y así había conseguido hacer
desaparecer la imagen. Luego anunció esta hazaña a la madre excla­
mando: “ Nene o-o-o-o.” En otras palabras al hacer sufrir a su propio
cuerpo una desaparición mental, el niño se incluye él mismo en el cir­
cuito de las sustituciones: su desaparición en el espejo responde en
una imagen invertida y de manera simbólica a la desaparición de la ma­
dre, realizando así al propio tiempo la busca alienante de identifica­
ción impuesta por el estadio del espejo.
Pero lo que ante todo importa destacar en este ejemplo es el papel
del lenguaje que se manifiesta, por una parte, en la fuerza, de sustitu­
ción (el carretel y luego la imagen del propio cuerpo del niño en el
espejo sustituyen al cuerpo materno, lo "significan” , se convierten
en sus sucesivos significantes)', por otra parte, en el vigor de signifi­
cación del sonido mismo (el sonido "o ” , por ejemplo, que se rela­
ciona primero con el acto de alejar y hacer desaparecer el carretel,
luego, más profunda e inconscientemente, con el acto de alejar y ha­
cer desaparecer a la madre y, por lo tanto, con la necesidad de hacerse
dueño de la situación y de vengarse, es decir, se relaciona con la pul­
sión destructiva, con la pulsión de muerte, así como el sonido “ a”
guarda relación con la libido) y, por fin, en la fuerza de anulación o
de negación inherente al lenguaje, mediante el cual el niño puede
mchbrarse y suprimirse a la vez, desaparecer cuando dice “ Nene
¡|ó-í>-o” que significa "el nene desapareció” ; y paralelamente el so­
lid o “ o” (que significa ausencia) suprime o borra el sonido “ a”
(que significa presencia).
I f Como se ve, las pulsiones del niño y los fantasmas que ellas animan
son cogidos y captados en una urdimbre de significantes (el carretel,
el alejamiento y desaparición, la imagen especular, el sonido, etc.)
qiie obedecen a las leyes estructurales del lenguaje. Freud ya lo había
comprendido puesto que afirmaba en su Metapsicología: “ Una pul­
sión nunca puede llegar a ser objeto de la conciencia; sólo la represen­
tación de ella puede llegar a serlo. Una pulsión tampoco puede repre­
sentarse en el inconsciente-sino es por la representación” . 34 Ahora
bjen, esas representaciones (más exactamente, esas “ representantes-
representaciones” , en alemán Vorsteüungs-Repraesentant) son los
significantes que captan y fijan la función sin ser productos de ella.
En otros términos, los efectos del niño se refractan a través de una
simbolización que no procede de él. Pero para que esta simbolización
sea real y tenga un sentido efectivo no debe ser general ( ¡si todo
significante pudiera significarlo todo, no se significaría nada!), sino
3ue debe atenerse a significantes claves que, condensando en ellos una
pluralidad de significaciones, permitan que se crucen y anuden en ellos
muchas cadenas de significantes y que, por consiguiente, adquieran
cierta estabilidad. De esos significantes claves, eí significante princi­
pal, el que Lacan llama a veces “ el significante del significante” , es
el f^lo, en cuanto órgano simbólico, es decir, diferente del órgano
anatómico real (el pene) y de las imágenes relacionadas con él. El falo
es, en efecto, un símbolo por cuanto designa no sólo una parte del
cuerpo sino también la diferencia (lo que el hombre tiene de más o la
mujer de menos), que es la razón del deseo que el varón experimenta
por la mujer y la mujer por el hombre y que se anula en el goce de
la cópula. En este sentido, el falo es paradójicamente presencia de
una falta, de una carencia, “ el significante de la falta de significan­
te” , dice Lacan. Elemento constitutivo de la diferencia que presta

34 Véase de S. Freud, Métapsychologie, Gallimard, 1962.


base al deseo, lo anula y lo hace renacer sin cesar, el falo es, pues, el
significante del lenguaje, puesto que la esencia misma de éste estriba,
como lo mostró F. de Saussure, en el hecho de que cada uno de sus
elementos no significa sino su diferencia respecto de los otros.35
Psicoanalizar a un sujeto será entonces remontarse por esas cadenas,
de significantes que componen el relato de sus sueños o de sus asocia­
ciones para encontrar, más allá de los deslices metonímicos36 y de
las sustituciones metafóricas,37 ese significante fundamenta! en que
se basa toda la cadena de nuestro lenguaje.

“ Tom ard cuerpo a la letra*

Lo que nos interesa particularmente aquí es la posibilidad de inter­


pretar el cuerpo atendiendo al lenguaje mismo que lo designa.. Más
todavía, el cuerpo no es nada más allá de ese lenguaje, en la medida
en que se nos da y se nos muestra real a través de las representacio-

35 »En la lengua” , escribe F. de Saussure, “ no hay sino diferencias. Es más,


una diferencia supone en genérál términos positivos entre los cuales ella se es­
tablece;, pero en:la lengua sólo hay diferencias sin térm inos positivos. Ya se
tome lo significado, ya se tome el significante, la lengua no entraña ideas ni
sonidos preexistentes ál sistema lingüístico, sino que sólo entraña diferencias
conceptuales y diferencias fónicas surgidas de ese sistema” . Véase Cours de
iinguistique généraie, Payot, 1967, tercera edición, pág. 166.
36. Hay’ metonimia cuando, en el caso de un significante dado, lo significado se
reemplaza por otro significado que es complementario del primero, es decir,
que se encuentra con él en una relación de parte a todo. Este es el mecanis­
mo del desplazamiento en los sueños. Por ejemplo, la vela designa el buque,
el vaso su contenido y, en el caso de Elisabeth von R., la imposibilidad de an­
dar designa la prohibición de ir hacia el hombre amado, por lo tanto la
prohibición de amar.
37 Hay metáfora cuando, en el caso de un significado dado, el significante co­
rrespondiente es reemplazado por otro. Este es el mecanismo de la condensa­
ción en los sueños. Por ejemplo, la palabra “ plaza” sustituye a “ playa” , a la
que representa y enmascara al mismo tiempo. La palabra "arca" o la palabra
“ palacio” reemplaza a la "vagina” , etcétera.
nes que significan los fantasmas de nuestros deseos inconscientes.
Para ei psicoanalista no hay una realidad corporal más allá de los sig­
nificantes que ponen en escena a ios objetos fantasmas de nuestro
deseo. En síntesis, el cuerpo es un texto, una organización sistemá­
tica de letras que es menester descifrar en su lógica y en su singulari­
dad. Esa es la empresa, que después de Lacan, se propuso acometer
Serge Leclaire, quien la resumió en esta expresión rica de sentido:
hay que "to m a r el cuerpo a la le tra "? 8
Tomar el cuerpo a la letra significa ciertamente situar la realidad
en la letra que fija los objetos del deseo, es decir, en el lenguaje del
relato de nuestros sueños, pero también en el sentido que tiene la
expresión "preferir la letra al espíritu” , 0 sea, atenerse á la letra del
cuerpo mismo y no a significaciones ideales, abstractas o sublimadas.
En efecto, hay que considerar el cuerpo en la vida concreta y dramá­
tica de su deseo, de su busca de placer o, dicho de otra manera, como
conjunto de zonas erógenas, para ver cómo se inscriben y se fijan en
él las letras del lenguaje que lo significan. Toda la empresa de Le­
claire consistirá, pues, en mostrar de qué mañera la zona erógena,
como lugar de excitación y de satisfacción sexual, hace posible seme­
jante inscripción.
Observa este autor, siguiendo a Freud, que "el placer es la sensación
que marca el fin de un estado de tensión que está perfectamente re­
presentado por el estado de erección” . En consecuencia, "el tiempo
del placer o del goce es ese tiempo de la diferencia entre un más y
un menos de tensión, diferencia inasible, ‘que constituye lo vivo del
placer’ . La excitación o excitabilidad de tipo sexual de la zona eró­
gena se definiría, pues, como la propiedad que tiene un lugar del cuer­
po de ser el asiento de una diferencia inmediatamente sensible (pla­
cer o desplacer) y de poder registrar de alguna manera la marca de
esa diferencia” .39 Esta diferencia inherente a la excitación, que re-

38 Véase de S. Leclaire, Psychanalyser. Essai sur l'o rd re de l ’inconscient e t la


pratique de la lettre, Seuil, 1968, pág. 55.

39 Véase op. cit,, pág. 67.


fleja una falta, una insatisfacción que se procura llenar, se caracteri­
za en efecto por la diferencia de excitabilidad de una zona epidép;
mica con respecto a las otras zonas; y ella está bien delimitada por sus
bordes: labios de una boca, de una vulva, superficie de un pene,
párpados de un ojo y, en definitiva, toda la superficie de la piel que
equivale al borde de todo el cuerpo en relación con el medio. La atrac­
ción del placer, como supresión de una falta, de una diferencia, está
pues fijada en la diferencia de excitabilidad epidérmica de los bordes
de la zona, diferencia, que es una falla, una abertura. Pero precisa­
mente debe llenarse esa abertura; esa diferencia debe ser suprimida
por otra persona que anula la propia diferencia de la zona corres­
pondiente de su cuerpo y se satisface de esta manera a sí misma al
tiempo que aporta satisfacción al otro cuerpo.
Y esa satisfacción habrá de ser rememorada, pues deja una huella
que se inscribe como una espera a que retorne una satisfacción seme­
jante, lo que supone que la otra persona ve en esta satisfacción, no
el apaciguamiento de una necesidad fisiológica, sino una busca inde­
finida, un deseo no saciado de goce. “ Lo que se inscribe en el cuerpo
es este valor sexual proyectado por otra persona en el lugar de la satis­
facción.” 40 Pero, como está sostenido por el recuerdo, este goce se
remite también al goce de otras zonas erógenas del cuerpo a las que
puede retroceder en virtud de un proceso regresivo; por ejemplo,
el góce genital no satisfecho puede remitir al recuerdo y a la busca
del goce bucal. En definitiva, cada zona erógena se refiere a una fal­
ta fundamental (diferencia entre un más y un menos de tensión), a la
falta inherente a la zona erógena de otro cuerpo (la diferencia entre
zonas erógenas complementarias de dos cuerpos distintos), a la dife­
rencia de excitabilidad entre la zona erógena y las zonas no erógenas
de un mismo cuerpo y también, siempre en un mismo cuerpo* a la
diferencia entre una determinada zona erógena y las demás zonas
erógenas.
Si prestamos atención a este juego de las diferencias, comproba­
mos que la zona erógena es un compuesto inestable de relaciones
¡con las otras zonas del cuerpo (relaciones llamadas binarias) y de re­
laciones con una zona específica y complementaria del otro cuerpo
(relaciones llamadas bipolares). En este sentido, la zona erógena es
análoga a un vocablo o significante cualquiera que se define a la vez
por su diferencia fonemática (es decir, diferencia de sonidos) respecto
de otros significantes (por ejemplo, las palabras “ boca” y “ seno” )
y por su diferencia semántica respecto de palabras de igual sonido,
las llamadas homónimas (por ejemplo, “ cura” , sacerdote y "cura” ,
verbo). Pero lo que importa aquí es tener en cuenta que todo signi-
. ficante implica (tanto por la forma de sus signos como por el m ovi­
miento de su pronunciación, de su sonoridad) las circunstancias y
ios objetos, a los cuales se refiere el significante (por ejemplo, la-pala­
bra “ seno” se refiere a un seno real); hay aquí un movimiento del
cuerpo, un gesto que pone en acción fantasmas ligados a la excitación
d,e una zona erógena.41
Para que se comprenda mejor este punto, lo ilustraremos con
dos ejemplos que da el propio Leclaire, quien enuncia el primero del
modo siguiente: “ Imaginemos la suavidad del dedo de una madre que
ataba'de-juguetear inocentemente, como en los tiempos del amor,
con el exquisito, hoyuelo del cuello del bebé y el rostro de éste que
se ilumina, con Una sonrisa. Puede decirse que el dedo, por obra de
su amorosa caricia, acaba de imprimir en ese hueco una marca, de
abrir un cráter de goce, de inscribir una letra que parece fijar la inme­
diatez inasible de Ja ilusión. En ese hoyuelo queda abierta una zona
erógena; se ha establecido una diferencia que nada podrá borrar y en
la que se realizará de manera electiva el juego del placer, siempre
que un objeto, cualquiera que sea, llegue a reavivar en ese lugar el
brillo de la sonrisa que la letra inmovilizó” .42 Para que se produzca
la inscripción erógena, como se ve por este ejemplo, es necesario:
—que la caricia en el hoyuelo sea sentida como placer, es decir,
que se haya sentido una diferencia entre los dos bordes del hoyuelo;

41 Véase Cahiers p o u r l ’analyse, 8, págs. 98-105.


42 Véase Psychana/yser, op. cit. págs. 71-72.
—que la caricia haya sido sentida como algo diferente del contacto
con un trocito de lana o el contacto de la propia mano del niño, por
ejemplo; la caricia debe sentirse como algo que pertenece a otro
cuerpo: hoyuelo de uno y dedo de otro;
—que, en consecuencia, ese dedo que prodiga la caricia se cons­
tituya él mismo como erógeno, con lo que se marcará ¡a diferencia
sensible y ya erógena entre los dos bordes de su carne.
Hay, pues, aquí una convergencia de tres elementos correlativos
y esa convergencia representa la inscripción erógena de la letra del tra­
zado digital, letra qué como tal marca otra diferencia con las otras zo­
nas erógenas del niño (boca, ano, etc.). La forma de esta caricia es un
¿rasgo literal que para el niño fija la diferencia de todo gocé, del cual
esa diferencia renovará siempre su inasible atracción, aun cuando esa
letra sea abstraída dél cuerpo.
El segundo ejemplo es ya célebre, pues Leclalre lo tomó del análisis
freudiano de "E l hombre de los lobos” .43 El análisis de la. neurosis
obsesiva de ese hombre revela que todas sus angustias guardan rela­
ción Con la importancia insólita y ámenazadóra'de una letra: la V.
Temía pues a cualquier movimiento de las alas de una mariposa, de
las avispas (Wespe en alemán), la hora quinta expresada con el cinr
co (V romano); era también-sensible a la abertura de la boca (había
sido1difícil -"alimentarlo cuando■■••niño) y sobre todo sentía gran miedo
de los lóbósv (en alemán Wo\f- recordemos que las orejas del lobo
tienen- la forma de V invertida y que sus fauces afectan la forma de
una V).> Ahora bien, el predominio afectivo de esta letra tiene sus
raíces en la impresión que dejó al niño, cuando éste tenía un año y
medio; la visión real o fantasmática de un coito de sus padres, cumpli­
da por. detrás, en el cual las piernas abiertas de la madre formaban
una V'invertida. Como en esa escena primitiva la madre manifesta­
ba placer y al propio tiempo afirmaba la apariencia de la castración,
Eómprobarrios que la letra no podía separarse del movimiento libldi-
naí de la madre ni del movimiento libidinal del hijo que lo percibe
y lo rechaza como "objeto” temido.

43 Véase de S. Freud, C¡nq Psychánalyses, P.U.F., 1970, cuarta edición, págs.


325-420.
El objeto es, en efecto y de una manera general, lo que reemplaza
a la letra perdida, es decir, a la desaparición de la diferencia consti­
tutiva del placer. Todo él mundo sabe que una vez perdido el primer
goce, cualquier objeto parece calificado para hacer recordar ese placer.
“ Para reemplazar al mítico primer seno perdido, cualquier cosa que
el niño se lleve a la boca puede servir, hasta el día en que la elección
se fija en la oreja del monito de trapo que viene a convertirse de nue­
vo y a veces durante mucho tiempo en el mediador obligado de todos
los .apaciguamientos” . 44 Contrariamente a la letra, que fija la dife­
rencia y hace renacer el llamado al goce, el objeto tiende a ocultar­
la o á borrarla. De manera que "tomar el cuerpo a la letra es, en suma,
aprender a deletrear la ortografía del hombre, compuesto por las
zonas erógenas, es reconocer en cada letra la singularidad del placer
(o i^el dolor) que ella fija y, al mismo tiempo, Identificar la serie
de los objetos que están en juego” .4 5
Y, como ya lo mostró Lacan, en esta cadena significante compues­
ta por las zonas erógenas,. la zona genital desempeña, por lá'expresión
simbólica del falo, un papel predominante, pues además de ser una
parte del cuerpo es término inmediato de diferencia. De suerte que
toda relación con una falta, con una carencia, con una pérdida, con
una ausencia “ pide necesariamente, para ser pensada, una referencia
al falo, concebido como término eje de Jo d a articulación posible con
la anulación del goce” .46 El falo es, pues, la letra que inscribe la falta
de la letra: “ la letra de la falta de la letra” dice Lacan.
No desarrollaremos más esta tesis cuya complejidad es evidente
y que, en consecuencia, exige estar bastante familiarizado con los
problemas y el vocabulario pslcoanalíticos. En nuestra perspectiva
y dentro del marco limitado de este estudio, basta hacer hincapié
con Leclaire en el hecho de que el cuerpo, en cuanto fuente y ór­

4 4 Véase op. cit,, pág. 74.


45 Idem, pág. 76.
46 ¡dem, pág. 183.
gano de placer, es inscripción de nuestro lenguaje y que nuestro
lenguaje significa la experiencia erógena del cuerpo y tiene su raíz en
ella. De modo que hay que “ leer” o descifrar el cuerpo como si fue­
ra un libro, un código, y al mismo tiempo leer y escuchar el lengua­
je expresado en sus inscripciones corporales, Para decirlo con la termi­
nología de Leclaire, hay '-'una letra del cuerpo” y "u n cuerpo de la
le tra ". A nuestro juicio, esta teoría, a pesar de ciertas ambigüedades
de su argumentación, es de una riqueza que conviene explotar, no só­
lo en el terreno de la técnica psicoanal ítica misma, sino también en
todo enfoque del cuerpo y del lenguaje, que en lo sucesivo deben con­
cebirse como inseparables. Encontramos cierta ilustración de esta
idea, aunque considerada bajo una luz diferente, en el estudio de D¡-
dier Anzieu "E l cuerpo y el código en los cuentos de J. L. Bor-
ges” .47 El autor muestra en efecto cómo, según este escritor argenti­
no, él código lingüístico, principio y modelo de todos los códigos,
es la exploración simbólica del cuerpo de la madre, de la cual surge
y con la cual hace un mismo cuerpo. Dice Anzieu: “ Borges es el es­
critor de los albores del lenguaje. Nos hace participar de la fascinación
jubilosa del niño que descubre que su cuerpo coincide con un código
y que puede jugar con ese código, así como la madre y él mismo ha­
bían jugado con sus cuerpos".48

La relación materna con nuestro propio cuerpo

Y, en efecto, si nuestro cuerpo es un código que nuestro lenguaje


enmascara y revela a la vez, debemos recordar, como lo mostraban
los dos ejemplos que vimos, que ese cuerpo o ese lenguaje se constitu-,
ye en la relación del cuerpo del niño con el cuerpo de la madre o,
más exactamente, en su recíproco llamamiento al placer, en la tenden­
cia a llenar las diferencias inherentes a las zonas erógenas de sus res-

47 Véase op. cit., en “ Lieux du corps", págs. 177-210.


48 Idem, pág. 204.
pectrvos cuerpos. Con sus vagidos el niño es, en este sentido, una de­
manda permanente de amor. Y, como ha dicho con razón j. C. La-
vie,49 "precisamente la respuesta de la madre hará que el niño se en­
carne como demanda, y lo que la madre reconozca como exigencia
válida continuará siendo para los dos el modo irreductible de ser ama­
do él niño” . En otras palabras, la manera en que la madre valore y sa­
tisfaga una determinada demanda del hijo y, por consiguiente, la suya
propia (la satisfacción del hijo satisface a la madre misma) fijará ese
modo particular de demanda en el cuerpo infantil, lo inscribirá en una
determinada zona erógena, en un determinado movimiento, en uña de­
terminada señal de llamado.
Pero "la paradoja quiere” , dice J. C. Lavie, “ que en el hijo el
sufrimiento sea para la madre una señal muy vigorosa que la lleva a
considerar para siempre ese sufrimiento como sello de validez de la
demanda de amor. Y no es que el niño invente sufrir para ser amado,
sino que su madre lo ama más cuando el niño sufre". A sí se explica
la atención excesiva que la madre presta a las enfermedades, a los
signos de malestar de su hijo, pero también se explica el hecho de
que, para nosotros, el amor que nos profesan los demás sé mida por
la atención que prestan a nuestras enfermedades. Es más, creemos que
amamos a nuestro cuerpo prestándole tal atención. ‘‘Estamos consa­
grados a ser la ‘buena mamá’ de nuestro cuerpo” ,50 por cuanto esta­
mos indisolublemente ligados a él: lo percibiremos ante todo cuando
sufre y nuestra madre que ya da la base de nuestra relación libidinaj
con nuestro cuerpo (nuestra manera de amarlo según la manera en
que ella misma lo ama) también da la base a nuestra percepción de ese
cuerpo, a nuestro modo de percibirlo.
En suma, en cada percepción de nuestro cuerpo encontramos la
presencia singular de nuestra madre. De ahí el comportamiento ex­
traño y ambiguo que cada uno de nosotros tiene con su propio cuerpo.

*9 Véase en “ Lieux du corps” , "Notre Corps ou le présent d’une ¡Ilusión” ,


.pág. 32.
50 Idem, pág. 33.
El interés que le manifestamos es siempre una manera encubierta
de vernos "retribuidos” , es un pedido de reciprocidad. Del mismo
modo, los juicios despectivos o laudatorios que hacemos sobre el
cuerpo son la expresión encubierta de nuestra demanda de amor
insatisfecha (“ soy feo” , “ soy gorda” , etc.), o satisfecha (“ estoy bien” ,
"tengo lindos ojos” , etc.). En consecuencia, “ en la relación con nuestro
cuerpo, lo que importa es menos nuestro cuerpo mismo que la rela­
ción que él nos permite establecer con nuestra hriadre’\S I Temerlo
como organización ciega de amenazadoras. coacciones, presentes o
futuras, temer sus reacciones o cifrar esperanzas en el cuerpo (por
ejemplo, que mejore de salud) siempre es temer o esperar la respues­
ta materna. En nuestra conducta.cotidiana, creemos estar presentes
en nuestro cuerpo, creemos dialogar con él. Pero, en realidad, “ nues­
tro cuerpo es el presente de una ilusión, de una ilusión de diálogo” ;?2
El diálogo verdadero es el diálogo arcaico con la madre que, a tra­
vés del cuerpo deseoso y catectizado por la respuesta que ella le dio,
prosigue indefinidamente y da así la clave de los recursos más sutiles,
de los mecanismos más finos de nuestro lenguaje que tiene sus raíces
en está relación libidinal primera.
Por lo menos según J. C. Lavie, ésta es la enseñanza que nos da el
psicoanálisis.. Como se ye, el psicoanálisis nos revela no sólo la rea­
lidad fantasmática de nuestro cuerpo, sino también su estructura lin­
güística y su indisoluble relación libidinal con el cuerpo materno,
todo lo cual corrobora y fundamenta la hipótesis formulada por Aju­
riaguerra del diálogo tónico primordial con la madre. Pero aun pres­
tando fundamento a esta hipótesis, el enfoque psicoanalítico empero
renueva, trastorna y desplaza totalmente la visión sobre el cuerpo de
que aquélla es vehículo, porque en lo sucesivo ese enfoque nos invita
a buscar la presencia auténtica del cuerpo, no en la experiencia psico­
lógica o fenomenológica de lo vivido por la conciencia, sino en el len­
guaje que expresa a los fantasmas de las relaciones libidinales origina-

s i Idem, pág. 34.


52 Idem, pág. 35.
rías de nuestra situación edípica y, en primer término, de las relacio­
nes con el cuerpo materno. De manera que ahora, según parece, en
lugar de construir una explicación dei cuerpo, el psicoanalista debe
“dejar hablar al poema dei cuerpo. En esa palabra se hace y se deshace
el cuerpo; en ella éste se despoja de lo vivido conscientemente para
oír sus ecos en los fragmentos del sueño... El hombre que sueña,
pensaba Roheim, entra dentro de su propio cuerpo, pero ya perdió
el sentido de los límites y el cuerpo es al mismo tiempo el suyo pro­
pio y et de otro, es un cuerpo y otra cosa que no es un cuerpo” . 5 3
Ahora bien, precisamente este fantasma del cuerpo despojado,
objetivado y enajenado expresa el hecho general de que (por su natu­
raleza libidinal dé deseo .de goce y, en consecuencia, de deseo del
deseo de otra persona) nuestro cuerpo es un constante llamamiento al
cuerpo de otro y una constante referencia a él, pues la mirada de ese
otro me valora como objeto digno de ser amado, en suma, me juzga.
De este modo, la mirada y el juicio de los demás nos arrebatan nuestro
cuerpo y nos lo modelan a su antojo: primero se trata, según vimos,
de la mirada y juicio de nuestra madre, pero también de nuestro pa­
dre, modelo de potencia fálica y encarnación de la ley; y luego la mira­
da y el juicio de toda la sociedad en la que vivimos y que, al mantener
y desarrollar nuestra vida, domeña, somete nuestro cuerpo a sus pro­
pias exigencias, a sus propios fantasmas, es decir, a sus mitos; de ahí
que surjan conflictos inevitables en la medida en que esos mitos limi­
tan y hasta desfiguran y enajenan nuestros propios deseos. Pasa­
remos, pues, a estudiar ahora el impacto que tienen én nuestro cuer­
po la mirada y el juicio de la sociedad y los conflictos que suscitan
en nosotros.

53 Véase de P. Fedida el artículo citado, pág. 119. La bastardilla es mía.


E L EN FO Q U E PSICO SO CIO LO GICO :
E L CU ERPO M IRAD O Y JU ZG A D O

AI analizar el “ estadio del espejo” , vimos el papel primordial que


desempeña en el individuo, tanto en el adulto como en el niño, la
captación visual de la imagen de su cuerpo y la importancia de la bus­
ca narcisista de una, .identificación con los demás. ¿No son los ojos
de los demás, para cada uno de nosotros, otros tantos espejos que
reflejan nuestro cuerpo? Pero todos esos "espejos” son infieles y de­
forman la imagen que desearíamos encontrar en ellos. Esa.es la razón
de que nos embaracen, sobre todo porqué no hemos logrado librar­
nos de los espejismos de nuestro yo ni alcanzar la condición de sujeto
auténtico reconocido como tal por ef deseo de otra persona.
Compréndese entonces la situación ambigua y paradójica en que
se halla el psicoanalista frente a su paciente durante las sesiones de
cura: por un lado debe librar al paciente de sus espejismos y para lo­
grarlo debe dejar que aquél los proyecte libremente en el relato de
sus sueños y aisociacíones, en suma, en la palabra, a fin de qüe el psi­
coanalista los descubra; pero, por otro lado y por la misma razón,
el analista debe impedir que esa alienación provocada por la imagen
visual, que ese dominio de lo imaginario repercuta en su propio cuerpo
de psicoanalista, cuya mirada desea y teme el paciente al propio
tiempo'. Por consiguiente, el psicoanalista deberá limitárse a escuchar
y a escuchar sin que lo vea el paciente. De ahí el lugar apartado que
ocupa y que lo hace invisible al paciente tendido en el diván,1 cuyos
fantasmas narcisistas se desplegarán con mayor libertad y serán más
puros por cuanto se refieren al cuerpo imaginario de los padres. La
presencia invisible y silenciosa del psicoanalista invita así al analizado
a convertir ese cuerpo imaginario y el fantasma de su propio cuerpo
en un cuerpo parlante y, por lo tanto, oído: "E l cuerpo presente en
los fantasmas” , dice Fedida, “ llena de contenido a las palabras” .
Es lícito, pues, afirmar con este autor que “ el paso a una clínica psi­
coanalítica designa una transformación de la rejación con lo visible
operada por la audición".2
Al escuchar a su paciente, el psicoanalista puede, por lo visto, abs­
traerse de su propio cuerpo y no sentirse inmediatamente ligado a la
experiencia fantasmática del analizado .puesto que la palabra de éste
sóio debe ser oída y entendida (recibida por el oído y comprendida).
En otras palabras, al trabajar exclusivamente en el "campo de la pala­
bra” surgida del inconsciente del sujeto, el analista se asegurá esa
"benévola neutralidad” cuyas reglas le han sido impuestas pór su mis­
mo proyecto de rescatar al sujeto. Para permanecer ‘‘neutral’’ el ana­
lista debe no sólo abstenerse de todo juicio y de toda curiosidad in­
tempestiva, sino que debe evitar que su mirada se desvíe y haga que
sii "atención flotante” se fije en imágenes visuales susceptibles de en­
volverlo a él mismo en las ilusiones de su propio narcisismo. Así y
todo, podríamos preguntarnos, por un lado, hasta qué punto es po­
sible semejante ostracismo y, por otro, si la audición sola, el oído sin
la mirada, permite el acceso al ser corporal íntegro del paciente, si
nos da lá clave de todo su cuerpo vivido inconscientemente y cons­
cientemente. Perú es evidente que, como lo hace notar M. Masud R.
Khan, "todó analista mira a sus pacientes” 3 y que, quiéralo 0 no, esa
mirada imprime en él una imagen de la que difícilmente puede desa­
sirse. Por otra parte, el analizado, aun cuando no tenga frente a él
el cuerpo del psicoanalista, lo proyecta ficticiamente como fondo
sobre el cual torna a vivir el drama de los fantasmas originarios de

2 Véase él artículo citado, pág. 114.


3 Véase de M. Masud R. Khan, " L ’oeil entend” , en “ Lieux du coros” , pág. 63.
la infancia. De manera que la mirada invisible del analista está presen­
te para él, así como el cuerpo del analizado, aun cuando el analista
lo mire sólo de manera fugaz y pasajera, apoya constantemente la
narración, la palabra en la cual ese cuerpo se exterioriza simbólica­
mente. Pero, según parece, hay que ir más allá, de esta situación y de­
cir que, sin esa mirada, la audición sería a veces engañosa o estéril.
Esto es por lo menos lo que trata de demostrar el psicoanalista inglés
M. Masud R. Khan en su artículo cuyo, título, tomado de un verso
de Shakespeare, resume significativamente el contenido: “ El ojo oye” .

Una disociación entre el cuerpo mirado y el cuerpo parlante

En ese artículo el autor trata, en efecto, de mostrar que la com­


prensión y la experiencia que tiene él analista del drama del paciente
pueden "enriquecerse si el analistá/w/ra al sujeto en cuanto cuerpo” .4
Para lograr su objeto el autor expone sus observaciones sobre un caso
clínico de disociación bastante extraño; que él trató con el procedi­
miento de la psicoterapia.5 Se trata de una joven de diecinueve años,
"encantadora, alta, delgada” , modelo de profesión, que sigue cursos
de dibujo y pintura. Hija única de una familia acomodada, perdió al
padre, a quien amaba mucho, a la edad de doce años, cuando éste
acababa de divorciarse después de una separación que había durado
siete años. La madre volvió a casarse poco después, pero hubo de
morir a su vez cuando la paciente tenía dieciséis años. Su padrastro,

4 Véase el artículo citado, pág. 63.


s El propio autor hace notar la.diferencia entre un procedimiento de psicoaná­
lisis propiamente dicho y un procedimiento de psicoterapia: se trata esencial­
mente de una diferencia de exigencias y de una diferencia en la técnica de
relación. En realidad, el sujeto de la psicoterapia no se siente enfermo y de­
sea sencillamente que le faciliten la vida explicándole un conflicto bien de­
finido a fin de dominarlo. Por eso, en este caso el terapeuta puede intervenir
con mayor libertad, lo cual lo hace sospechoso de manipular al paciente,
acusación que M. Masud R. Khan, tengámoslo en cuenta, se limita tan sólo
a negar sin aducir más pruebas. Véase el artículo citado, pág. 54.
para consolarla emprendió un largo viaje en su compañía, en el curso
del cual se convirtió en amante de la joven y continuó siéndolo a
partir de aquel momento. Es más, la instaló en un confortable apar­
tamento y la inició en la carrera de modelo. “ Le dejaba entera liber­
tad y eran buenos amigos. Ella trabajaba mucho y tuvo numerosas
aventuras con hombres a quienes acababa de conocer. Le resultaba
casi imposible resistirse a los hombres que se mostraban amables
y que la deseaban. La joven apreciaba su compañía y sus deferen^
cias, pero sentía escaso interés por las relaciones sexuales” . 6
De manera que la paciente se comportaba oficialmente, según su
propia expresión, "como una ramera” , siendo así que en su vida ín­
tima conservaba los gustos y el estilo de una muchacha reservadaj
digna, equilibrada. En otros términos, “ era muy diferente en su mane­
ra de presentarse a los demás como objeto y ¿en la manera en que era
sujeto para ella misma” .7 Esa impresión se precisó el día en que la
joven habló de una curiosa costumbre que tenían los jefes de un pue.
blo indio, los patanas, quienes, una vez que todos sus hijos se ha­
bían casado, adoptaban a un joven varón que exhibían como un án-
gel. Este relato suscitó en el analista la ¡dea de que el cuerpo de su
paciente sufría de alguna manera una división sexual parecida a la
que había observado Winnicott, pero en sentido inverso: "su presen­
cia corporal estaba compuesta de dos personas distintas, una femenil
na y la otra masculina; Como objeto, la joven ,se presentaba ante ella
misma y ante los demás como una muchacha; pero en cuanto sujeto',
era un varón” . Y M. Masud R. Khan agrega: “ la joven había ido a
verme para que yo comprobara esta dualidad de la experiencia de su
cuerpo, la reconociera y se la manifestara a ella” ;8 y eso fue preci­
samente lo que hizo el terapeuta, con lo cual no asombró a la pa­
ciente sino que la movió a la reflexión. Y la reflexión le esclareció

6 Idem, pág. 55.


7 Idem, pág. 57.
8 Idem, pág. 58.
'el sentido de un viejo sueño, en el cual ella aparecía vestida de hom­
bre y no encontraba a nadie con quien bailar. A partir de ese momen­
to, se dio cuenta de que mientras existiera en ella esa división, “ su
potencial femenino sería explotado únicamente por los hombres, pe­
ro no por ella misma". Decidió entonces cambiar de vida y estabili­
zar su vida sexual eligiendo a un hombre con el que habrá de casarse.
No discutiremos aquí el valor intrínseco ni la eficacia de esta psb
coterapia, que no dejará de suscitar dudas y, a mi juicio, legítimas
reticencias. Pero la obsérvación de M. Masud R. Khan nos parece de
gran alcance para comprender la ambivalencia del cuerpo. En reali­
dad y para ser más precisos, pueden extraerse dos enseñanzas de esa
observación, si nos colocamos en el punto de vista del analista que
mira y en el punto de vista del analizado que es m irado; en efecto,
de conformidad con él primer punto de vista, que es evidentemente
el que más hace resaltar el autor, se sigue que un analista no podría
“ oír y comprender” el lenguaje de un cuerpo sin mirar ese cuerpo
que habla. Dice M. Masud R. Khan: “ Vine a oír con mis ojos". Cuan­
do un día cerró los ojos y se atuvo exclusivamente al testimonio del
oído, sólo le llegó el relato impasible y perverso de “ una ramera
estúpida y dócil’’; pero cuando tornó a abrirlos, la visión del cuer­
po y de la expresión de la joven le hizo oír la palabra de un ser Herr
moso, aparentemente inocente y alegre, pero también solitario y pa­
radójicamente doble: femenino en sus formas, masculino en su expre­
sión. Y esa visión resultaba mucho más convincente por el hecho ae
que aquella presencia corporal, según confiesa el analista, no desper­
taba en él ninguna reacción erótica.
En otras palabras, la contemplación del cuerpo no sólo da a éste
una nueva significación, sino que esa significación misma no puede
divorciarse de la nacida de la palabra que emana libremente del cuer­
po y que, como lo vio Leclaire, expresa la letra de su deseo. La mirada
se integra así en la dialéctica compleja e indefinida entre cuerpos hu­
manos para constituir, más allá de la palabra de éstos, su lenguaje
verdadero e integral. En consecuencia, debemos completar aquí el
punto de vista desarrollado en el capítulo anterior y decir que entre la
audición del cuerpo y la contémplación de ese mismo cuerpo, entre
los sonidos y las formas, con sus significaciones y expresiones respec­
tivas, se desarrolla un juego sutil en virtud del cual se modifican recí­
procamente: de esta manera puede embellecerse el cuerpo de una mu­
jer por obra del sonido de su voz o bien puede magnificarse esa voz
por obra de la belleza de su cuerpo. Es más, cualquiera puede dar a
su cuerpo la inteligencia de su palabra y hacerlo más significativo,
más rico de significaciones, así como inversamente puede manifes­
tar en esa palabra el atractivo, la seducción, el valor erótico de su as­
pecto corporal. A nuestro juicio, esto explicaría la ilusión de la posi­
bilidad de una "semiótica natural” del cuerpo, es decir, de una teo­
ría del cuerpo concebido como, sistema de signos "naturales” .9 En
definitiva, en virtud de esta conjunción de la mirada y de la audición,
la expresividad y el significado del cuerpo mirado se enriquecen
con la significación y la expresividad de su palabra y viceversa; y este
enriquecimiento es mayor en la medida en que nuestra cultura favo­
rece y fomenta este encuentro de la visión y de la audición.10
En cambio, si nos colocamos ahora en el punto de vista del ana­
lizado, es decir, del cuerpo sometido a la mirada, podemos pregun­
tarnos lo que pueda significar en la joven del caso considerado esa
división entre su cuerpo vivido como masculino y mirado como feme­
nino. "Decir que esa'joven se experimentaba subjetivamente en su
cuerpo como varón” , dice Masud R. Khan, “ no significa por eso que la
muchacha fuera un varón en su fantasma. La joven podría, por ejem­
plo, haber representado (acted out) semejante fantasma en una rela-

9 Me refiero al estudio de la revista Langages de junio de 1968, n ° 10 (Didier-


Larousse), dedicado a las.prácticas y lenguajes gestuales, y especialmente al
artículo de A. J. Greimas, “ Conditions d’une sémiotique du monde naturel” .
Expondré la crítica de este artículo en uno de los capítulos de mi tesis so­
bre “ La expresividad del cuerpo humano” ..
10 Bien se comprende el desarrollo que puede darse a este tema en un análisis
de las consecuencias de una civilización fundada en lo audiovisual. Verdad es
que M. Mac Luhan (véase la Galaxie Gutenberg, Mamé, 1967) abordó este
tema pero, a nuestro juicio, lo hizo torpemente y sin grandes resultados.
ción homosexual. Pero en su experiencia vivida era un varón. Tanto
en sus actividades profesionales como en sus estudios, su manera de
vivir era masculina, sólo que ella no podía reconocerla en sí misma.
Esta circunstancia es lo que caracteriza ‘la disociación’ . En efecto,
aquí hay disociación y no conflicto, puesto que, por un lado, el suje­
to mismo no percibe estos dos aspectos, estas dos fases de su pre­
sencia corporal y, por consiguiente, no debe llevar a cabo una elec­
ción, y por otro lado no actualiza, no traduce en sus actos la contra­
dicción que hay entre esos dos aspectos. La muchacha está entera­
mente entregada en forma exclusiva a cada uno de esos aspectos y
cuando otra persona le revela la dualidad de ellos, la joven sólo po­
d rá tepresentársela:rk^á\íemm\a^áe\ obrar que busca tan sólo un"cdm-
' ptice para permitir la descarga y la gratificación, la representación
exige” , observa M. Masud R. Khan, “ la presencia de algún testigo que
la percibe y que informe al sujeto sobre ella” .11
Como puede comprobarse, el cuerpo de esa mujer tiene algo de pa­
radójico: mientras posee todas las gracias aparentes de un cuerpo fe­
menino, es visto y juzgado como un cuerpo masculino; mientras se
expresa con la autonomía y lá iniciativa tranquila de un cuerpo mascu­
lino en su vida cotidiana, es oído y entendido como la sexualidad pa­
siva y dócil de una prostituta. Ahora bien, por desconcertante que pa­
rezca, esta paradoja traduce, a nuestro juicio, en una forma extrema,
crítica y espectacular, la condición de la realidad corporal de cada
cual en relación .con los demás. En efecto, en el capítulo anterior vi­
mos, por una parte, que el.cuerpo es un fantasma proyectado y catec-
tizado en lo imaginario por nuestros deseos y, por otra parte, vimos
que esos fantasmas no corresponden a la experiencia vivida de nuestro
yo, a “ la imagen de nuestro cuerpo” , que sólo es la elaboración secun­
daria de él; ahora vemos que esta elaboración sólo es reconocida y
aceptada por nosotros a causa de nuestra percepción de la mirada y el
juicio de los demás; En otros términos, nuestro cuerpo no adquiere
una realidad plena y completa para nosotros, sino cuando nuestra
aceptación de la mirada y el juicio de los demás permite construir

u Idem, pág. 67. La bastardilla es mía.


una imagen de nuestro cuerpo de conformidad con la configuración
fantasmática diseñada por nuestros deseos. En el caso considerado,
la joven se proyectaba imaginariamente en el fantasma de un cuerpo
femenino, pero obraba con la imagen eclipsada de un cuerpo mascu­
lino: el testimonio de la mirada del psicoanalista, instruido al escuchar
silenciosamente el lenguaje de la paciente, es lo que revela a ésta, lo
que ilumina esa imagen y al mismo tiempo lo que le permite aceptar­
la en la unidad de un comportamiento.
Verdad es que esta reconciliación de los dos aspectos no resulta
fácil y cabe suponer, a juzgar por el epílogo matizado del caso expues­
to por JVÍ. Masud R. Khan, que aquí la psicoterapia no produjo todos
los frutos esperados:12 desde hace más de dos años, la joven mantiene
"una primera relación estable con un hombre’’, “ pero, así y todo, no
se resuelve a casarse. En su conjunto” , agrega con prudencia el analis­
ta, “ la joven está más entera en su cuerpo en cuanto persona, y ahora
lleva una vida plena y activa” .*3 A pesar de estas reservas, síguese del
estudio de este caso que la mirada y el juicio de los demás, lejos de
ser ajenos a nuestra realidad corporal, contribuyen necesariamente
a modelarla como nuestra, es decir, a hacerla una y personal.

¿Enajena nuestro cuerpo la mirada de los demás?

Pero de esta manera, ¿no objetiva la mirada a nuestra realidad cor­


poral y no le presta así una personalidad diferente, un ser ficticio y,
en una palabra, no la enajena? Esta es la sospecha y, aún más, la acu­
sación que, como todos sabemos, formula Sartre en L ’Etre et le néant
[E l ser y la nada] y que este autor ilustró en sus obras de teatro, es­
pecialmente en Huis Clos [A puertas cerradas]. No me propongo reno­
var aquí el prostituido y estéril debate sobre la afirmación “ El infier­

12 Como cabía esperarlo atendiendo a la insuficiencia del análisis propiamente


dicho de los conflictos inconscientes de la primera infancia.
13 véase el artículo citado, pág. 59. La bastardilla es mía.
no son (os otros", que los comentaristas han falsificado a su antojo.
Estos, en efecto, omitieron con demasiada frecuencia hasta la lectura
del análisis que expone Sartre en E l ser y la nada, especialmente en
su tercera parte dedicada a “ Los otros” . Por otro lado, tengamos en
cuenta que Sartre profundizó considerablemente y hasta corrigió
con el tiempo su concepción de las relaciones intersubjetivas; para
convencernos de ello basta leer La critique de ia raison diaíectique
[Crítica de la razón dialéctica], obra en la que precisamente Sartre
subraya el carácter dialéctico y “ práctico’’ (en el sentido de la praxis
marxista, es decir, en el sentido de una acción histórica, económica y
social) de las relaciones humanas.14 El autor muestra, en efecto que
toda relación de los hombres entre sí “ es neeesariamente ternaria",
puesto que la acción que cada individuo ejerce sobre otro (y recí­
procamente), junto con su motivación y sentimientos respectivos,
necesita para ser real que la acción de una tercera persona la totalice y
la materialice. Pór ejemplo, el amor que viven dos individuos nunca
tiene para ellos y en ellos la garantía segura de su existencia real,
sino que solamente la tiene para una tercera persona que la aprehen­
de en la totalidad material y activa de la relación y no tan sólo en las
ilusiones o proyecciones imaginarias de cada miembro de la pareja.
Esto es lo que Sartre llama "la reciprocidad mediada” (se sobreentien­
de: por un tercero).
Se comprende entonces que el propio Sartre rechace ahora la con­
cepción demasiado idealista de la relación con los demás que.había
expuesto en E l ser y la nada, y que de una minera general rechace
también la oposición de objetivo y subjetivo'. En una entrevista re­
ciente,15 Sartre declaró: “ De todas maneras, hoy me parecen total­
mente inútiles fas nociones de ‘subjetividad’ y de ‘objetividad’, pero
solamente lo hago para subrayar que todo es objetivo. El individuo
internaliza sus determinaciones sociales: internaliza las relaciones de
producción, la familia de su niñez, el pasado histórico, las institucio­

14 Véase de J. P. Sartre, Critique de ia raison diaíectique, Gallimard, 1960.


15 Véase Le N ovve! Observateur, “ Sartre par Sartre” , 26 de enero de 1970.
nes contemporáneas y luego reexternaliza todo eso en actos y elec­
ciones que nos remiten necesariamente a todo lo que fuera internali­
zado” . En E l ser y la nada no encontramos una posición semejante.
Por consiguiente, resulta que (y esto es lo que nos importa retener
aquí) la oposición del cuerpo para mí, del cuerpo sujeto de mi exis­
tencia en una situación dada y del cuerpo para los demás, como cuer­
po objeto, como cuerpo enajenado por la mirada de los demás.y expe­
rimentado como cuerpo en el que yo existo, queda cuestionada, así
como a fortiori queda cuestionado el mecanismo psicológico que go­
bierna el drama de A puertas cerradas.
Pero este cuestionamiento del propio Sartre se imponía, por cuanto
nada justificaba realmente la idea de una objetivación y de una ena­
jenación fatal, inevitable de mi cuerpo por obra de la mirada de los
demás. En verdad, la realidad del cuerpo no se reduce a este dualismo
simplista de una fase objeto y otra fase sujeto. Como lo comprendió
bien J. Vuillemin,16 mi mirada no es nunca puramente escrutadora u
observadora de otra persona, sino que es también y al propio tiempo
éxprestón de mi existencia personal, de mi experiencia afectiva del
momento: “ cierto reflejo de la mirada expresa ternura, pasión, dulzu­
ra; otro reflejo indica fidelidad, respeto, alegría” . Dicho de otra mane­
ra, toda mirada humana es ambigua: es a la vez percepción y expre­
sión, lo cual hace que su interpretación sea difícil y constituya una
fuente de malentendidos. En consecuencia, mi mirada no objetiva ni
enajena el cuerpo de. los demás sino cuando pierde toda expresión,
cuándo deja de expresarme a m í mismo y se transforma en juez impar­
cial;, pero entonces “ ya no soy yo mismo quien mira; se mira pof
obra de mí” . 17
La mirada de los demás transforma mi cuerpo en objeto y viceversa
sólo si, dice Merleau-Ponty, "nuestra mirada se hace inhumana, si sen­
timos que nuestras acciones no son retribuidas ni comprendidas, sino
simplemente observadas como las de un insecto. Eso es lo que me ocu­

16 Véase de J. Vuillemin, L 'E tre e t ietravaU, P.U.F., 1949, pág. 44.


i ’ Véase op. cit., pág. 45: La bastardilla es mía.
rre, por ejemplo, cuando soy objeto de la mirada de un desconoci­
do” 18 en el tren o en una sala de espera. "Pero aun en ese caso” ,
agrega Merleau-Ponty, “ sentimos como algo penoso la objetivación
de cada uno de nosotros por la mirada de la otra persona únicamente
porque esa objetivación ocupa el lugar de una comunicación posible.
La mirada de un perro no me embaraza en modo alguno” .
En definitiva, parece que Sartre no percibió el carácter específico
de la dimensión expresiva del cuerpo. El cuerpo no se confunde con­
migo como sujeto personal, así como no se confunde con una cosa,
como objeto neutro de una mirada* En realidad, la expresión de mi
cuerpo hace que éste sea siempre más que una cosa y al mismo tiempo
que sea menos que yo, en la medida en que toda expresión oculta
y enmascara al revelar. Sabemos, gracias a Freud, que toda manifes­
tación corporal es simultánemanete traducción de un conflicto y de­
fensa contra ese conflicto (considérese el caso de Elisabeth von R.).
Toda síntoma corporal, dice Freud, está “ sobredeterminado” . Por
lo demás, mi sonrisa en cuanto expresión se relaciona no sólo con mi
propia actitud afectiva, sino también con la expresión real percibida
en la fisonomía de mi interlocutor y además y simultáneamente con
la expresión eventual que yo espero, que descuento tí que deseo pro­
vocar y a la cual respondo de antemano. Por eso Robinson Crusoe,
según Michel Tournier en su hermosa novela Vendredi ou ¡es timbes
du Pacifique [Viernes o el limbo del Pacífico], ya no puede sonreír
faltándole un rostro sonriente. Verdad es que la expresión corporal
me expresa a m í, pero sólo en la medida que esa expresión nace del
eco provocado y suscitado en el cuerpo de otra persona.19

18 Véase La phénom énologlede la perceptlon, Gallimar, 1949, novena edición,


pág. 414.
19 Se encontrará esta crítica en Claude Bruaire (Philosophie du corps, Seuil,
1968, pág. 114-124) quien, por lo demás, subraya el.postulado metafísico de
inspiración cartesiana de la tesis de Sartre; también en Gilíes Deleuze (D if-
férence et répétition, P.U.F., 1968, págs. 334-335, y La loglque du sens,
Minuit, 1969, págs. 356-357 y 360), quien precisamente explota las oportu­
nas observaciones del novelista Michel Tournier.
De manera que se impone corregir el análisis de Sartre sobre el
cuerpo vivido por el tímido, mirado por los demás y, como tal, alie­
nado. Para Sartre, en efecto, el tímido "tiene una conciencia viva y
constante de su cuerpo tal como éste es, no para él mismo, sino para
los demás” , y para explicar su estado el tímido dice impropiamente
que “ siente que se ruboriza o que transpira” o también que se siénte
“ embarazado por su propio cuerpo” . Estas expresiones son impro­
pias porque no se trata de su propio cuerpo sino qué se trata de su
cuerpo para ¡os demás y también porque ese cuerpo para los demás
se le escapa siempre al tímido, que no puede dominarlo ni darle la
modelación y actitud convenientes; y es precisamente este carácter
inaccesible del cuerpo lo que le hace molesto. “ Por eso” , escribe Sar­
tre, "los esfuerzos del tímido, cuando hubo reconocido la vanidad
de sus intentos, se enderezarán a suprimir su cuerpo para los demás.
Cuando desea ‘no tener más cuerpo’, ser ‘invisible’, etc., lo que quiere
anonadar no es su cuerpo para sí, sino esa dimensión inasible del cuer­
po enajenado” .20
El tímido quiere suprimirlo porque asigna a ese cuerpo alienado,
a ese cuerpo para los demás, tanta realidad como a su cuerpo para sí,
a su cuerpo vivido subjetivamente. Es más aún, piensa que son los mis­
mos cuerpos con esta única diferencia: al ofrecer ese cuerpo subjetivo
a la mirada de otra persona) ésta se lo hurta, se lo arrebata. El tímido
cree que la otra persona lo ve ta l como es. Se resigna entonces a ver­
se a través de los ojos de los demás, lo cual significa que intenta
saber lo que él es por lo que los otros digan de él, es decir, por las reve­
laciones del lenguaje. Es el lenguaje lo que revela al tímido la estruc­
tura de su cuerpo para los demás, lo que a su vez implica que los de­
más descubren la estructura de su propio cuerpo por el lenguaje del
tímido qúe los mira. Pero para que el conocimiento que los demás
tienen del cuerpo del tímido pueda dar al cuerpo vivido subjetiva­
mente por éste el sentimiento de que se le escapa, de que se le evade,

20 véase L'E tre el le Néant, Gallimard, 1963, pág. 421.


es menester que ese conocimiento se refiera a un cuerpo objeto del
cual el tímido tenga así y todo una idea y al que, por consiguiente,
pueda descubrir mediante la reflexión. En síntesis, según Sartre, el
tímido es, en virtud de la conciencia reflexiva, un casi cuerpo objeto
para los demás, “ un cuerpo psíquico” que el tímido cree descubierto
pór el lenguaje de los demás, siendo así que ese lenguaje no le da sino
significaciones.
Todo este análisis, por sutil y pertinente que parezca, resulta sin
embargo a nuestro juicio insuficiente, pues no explica la dependencia
del tímido respecto de la mirada de los demás, y precisamente en esa
dependencia está la raíz misma de la timidez. Cierto es que el tímido
cree que la otra persona ve su cuerpo tal cual es e inversamente que
él mismo vive su propio cuerpo tal como es visto y tal corjfio esa mi­
rada se traduce en el lenguaje de la otra persona. Pero precisamente
para que el tímido haya llegado a esa creencia, a esa ilusión-de quedar
desposeído de su cuerpo por obra de los ojos y la palabra de los de­
más es necesario que previamente se haya falseado la relación de su
cuerpo con el de los demás, falseado por simplificación o,ímás exac­
tamente, por perversión de su modo de ser habitual en la'medida eri
que haya despojado a las miradas de las otras personas de su dimen­
sión expresiva y la haya reducido a la sola dimensión perceptiva, la
cual está reducida ella misma al contenido del lenguaje. El tímido no
percibe la expresión personal de la mirada de la otra persona, sino
que percibe sólo las significaciones que reflejan, según él cree, la ima­
gen percibida de su propio cuerpo. Y si esa expresión se le hace invi­
sible, se le escapa, ello se debe a que su propio cuerpo perdió la es­
pontaneidad expresiva al romper el lazo que lo ligaba a los cuerpos
de los demás, con lo que quedó reducido a una mera comunicación,
a un intercambio de significaciones conceptuales: de alguna manera
el tímido cortó el cordón umbilical original que liga los cuerpos entre
sí, de acuerdo con la concepción de Merleau-Ponty,21 esa "carne”
que está hecha de los llamamientos y de las resonancias expresivas,
para recogerse sobre sí misma en un cuerpo significado y convertido

21 Véase el capítulo Vde este libro.


aparentemente en objeto por el espejismo de las palabras, en un cuer­
po lenguaje en el sentido restringido de la expresión.
Ahora bien, el psicoanálisis nos explica esa ruptura al revelarnos
las fuentes inconscientes, los conflictos pulsionales que la provocan.
Todo el mundo conoce la tenaz desconfianza que siente Sartre por
las explicaciones freudianas en general, a las que considera "ambi­
guas", "sincréticas” y “ blandas” , por oposición a las estructuras ra­
cionales y dialécticas del pensamiento marxista.22 Esa desconfianza
es sin duda un residuo indirecto de la herencia de aquel “ racionalismo
cartesiano" del cual Sartre reconoce haber recibido el sello y del cuál
no puede librarse. Dé todas maneras, a nuestro juicio, esta circunstan­
cia le impide comprender-y explicar exactamente la experiencia del
cuerpo mirado y a fórtiori perturbaciones, como por ejemplo, la eri-
trofobia (o miedo de ruborizarse) que el propio Sartre cita y atribuye
tan sólo al “ embargo metafísico y horrorizado de la existencia de mi
cuerpo para los demás” .23 Es probable que el mismo Sartre, por reti­
cente que sea aún respecto del psicoanálisis, considere hoy que su éx-:
.plicación es insuficiente, por no decir superficial y estéril, sobre todo
si la coteja con el análisis detallado de un caso de eritrofobía expuesto
por Schilder en L ’image du corps [La imagen del cuerpo]24 que resu­
miremos brevemente ahora.

El miedo de ruborizarse como "neurosis social” o el cuerpo acosado

Se trata de un hombre de treinta y tres años que se ruboriza y


transpira apenas se encuentra en presencia de la gente o cuándo piensa!
sencillamente en la posibilidad temida de enrojecer y transpirar, eveñ-1
tualidad que, por lo demás, lo hace presa del pánico. Para decirlo

22 Véase el artículo citado del Nouvel Observateur, pág. 42.


23 Véase L 'E tre et te Néant, pág. 420.
24 véase op. c!t., págs. 243-250.
con la célebre expresión de Alain, el hombre tiene miedo de su miedo.
"Ese miedo” , dice Schilder, "compromete sus relaciones sociales, pues
le hace temer cualquier encuentro con la gente” . En realidad, el tras­
torno se remonta a edad temprana y está acompañado de muchos
otros síntomas que-tienen que ver con las relaciones corporales del
enfermo y otras personas. En efecto, a los trece años, cuando le co­
menzó a crecer el vello y descubrió la masturbación, se manifestaron
sus primeros, trastornos: “ se imagina entonces que es la masturbación
lo que hace crecer el vello y que, en consecuencia, la gente no tiene
más que mirarlo para saber que se masturba. También tiene miedo de
que se vean sus erecciones” . En otros términos, aquí se produce una
fantasmatización que determina la confusión de las estructuras cor­
porales al reducirlas a una forma y a una función que se convierten
en signo: la forma fálica y la turgencia del falo están significadas aquí
por la forma y el crecimiento del vello. AI identificarlos imaginaria­
mente, el sujeto los ofrece a la mirada y revela así actos que la socie­
dad juzga “ culpables". El miedo'de ruborizarse y de transpirar supone
pues no sólo la subversión fantasmática del cuerpo sino también su
sumisión al juicio de la sociedad, a valores culturales impuestos e
internalizados por el superyó y que son fuente de sentimientos de cul­
pabilidad y de vergüenza.
Pero en el enfermo ese miedo está también asociado con otros
síntomas muy reveladores: por un lado, el miedo de hacer daño, de
herir o de dar muerte a sus parientes o vecinos, y, por otro lado, el
miedo de ser femenino o de ser juzgado como tal a causa de su pro­
pensión a ruborizarse y transpirar, fenómenos que están de acuerdo
con su desarrollo sexual tardío y con su falta de iniciativa sexual pro­
piamente dicha. Y todos estos síntomas cobran su verdadero sentido
y hasta explican el síntoma de la eritrofobia, si se los relaciona con la
actitud del enfermo ante su padre. Schilder presintió y adivinó esa
actitud el día en qué comprendió que el enfermo lo hábía elegido a él
como analista porque tenía la voz algún tanto atiplada y, por consi­
guiente, era, a los ojos del enfermo, de una naturaleza más femenina
que el anterior analista, de aspecto demasiado viril. Evidentemente el
padre había representado para el enfermo un ideal masculino trau­
matizante: había sido hombre irascible, distante, duro, que aterrona
zaba al hijo con sus reproches y sobre todo con su mirada colérica
y despiadada. Pero ese mismo ascendiente que lo hacía odioso susci­
taba inconscientemente en el hijo una admiración sin límites, justifi*
cada, por lo demás, por una brillante carrera profesional.
Esta actitud de sumisión, mezcla de temor y admiración, con la
que el enfermo trataba de hacerse amar por su padre antes que resis­
tirse a él, acentuó sus sospechas, por penosas que le parecieran, de
que poseía una naturaleza femenina y pasiva, pues esa actitud contras­
taba con la de los dos hermanos que observaban un comportamiento
filial más hostil y autónomo. Por otra parte, la feminidad del enfermo
se traducía en su tendencia a identificarse con mujeres, tendencia que
en realidad provenía de fuertes inclinaciones anales heredadas de la
más tierna infáncia. Manifestaciones de esa tendencia eran el gusto
que experimentaba en jugar con su propio ano o con el de sus herma­
nos o compañeros o con el de su mujer o el deseo de verlos defecar,
lo cual supone el miedo que tenía de que lo vieran en tal operación.
Éstas tendencias anales regresivas, signos de feminidad, confirman
así el síntoma esencia!, el síntoma central: el miedo de ser mirado
y hasta de mirar él mismo en la medida en que su deseo de mirar
está mezclado siempre con temores: “ los ojos le duelen, lagrimean
apenas el enfermo mira una luz un poco viva y siente una extraña
sensación entre los dos ojos” . Esa importancia que tiene la mirada
para el enfermo deriva, como lo sugerimos antes, del miedo al padre,
del miedo de que éste lo vea y lo mire. "E n el análisis se comprueba
claramente que ese miedo es el miedo de que el padre lo castre, el
miedo de hacerse femenino a causa de la cólera del padre. Pero no se
trata sólo del miedo; está también el deseo primario de ser pasivo, de
ser un objeto de amor pasivo para el padre” , cuyo comportamiento
severo es signo de virilidad para el enfermo. De ahí el refuerzo de las
tendencias anales, de la erotización de la zona anal, que es señal de
pasividad, por obra de la identificación inconsciente con el cuerpo
materno. Vemos aqu í los efectos de la persistencia del estadio del es­
pejo acompañado por el deseo alienante de identificación imaginaria
y por la agresividad inherente a él; esto explica los impulsos agresivos
del enfermo contra las personas allegadas, imágenes inconscientes
del padre detestado y reverenciado; y también explica el miedo que
siente el enfermo de verse agredido por otros, en retribución o vengan­
za (espejo) de su propia agresividad proyectada imaginariamente con­
tra esas personas.
En definitiva, este caso de eritrofobia nos permite extraer cuatro
enseñanzas importantes sobre el cuerpo:
—El papel primordial de ía mirada en las relaciones intercorporaies
como herencia de la estructura narcisista e imaginaria del estadio
del espejo. Hay un “ quiasma” (o entrecruzamiento simétrico), como
lo comprendió Merleau-Ponty, entre m i mirada fijada en eí cuerpo de
otro y su mirada fijada en m i cuerpo. Ese quiasma se hace alienante
y se convierte en .fuente de una “ neurosis social” , según la expresión
de Schilder, únicamente cuando no se resolvió bien la relación edí-
pica originaria o, más exactamente, cuando esa relación se invirtió y
confirió a la mirada paterna una fuerza de castración irresistible y
ambivalente, temida y deseada. De esta manera, la mirada adquiere
un valor simbólico y además se convierte en abertura de mi cuerpo
que queda así éxpuesto en todos sus deseos y, de manera general,
en todas sus vivencias.
—Compréndese entonces el lugar primordial que ocupa el rostro,
en el que se concentra la mirada y que es la parte más visible y expre­
siva del cuerpo; de ahí el rubor, signo de la masturbación revelada a
los demás y, por otro lado, sustituto de la erección, la cual indica al
propio tiempo el deseo relacionado con la mirada.
—Correlativamente queda confirmada ia labilidad del cuerpo eró^
geno, puesto que el deseo sexual desplaza la turgencia y la erección
del pene al rubor del rostro, rubor que se convierte en signo de aqué­
llas. En otras palabras y como lo comprendió Leclaire, la perversión
de la relación con la mirada de los demás transforma los cuerpos ex­
presivos en "máquinas de significar", máquinas descompuestas, por
lo demás, que giran en una ronda loca de signos sin encontrar una refe­
rencia absoluta; el cuerpo pierde así su realidad y se disuelve en una
fantasmagoría sin fin que ya no tiene verdad alguna.
—Pero precisamente semejante disolución supone, como acabarnos
de ver, la perversión de la relación del enfermo con los demás, puesto
que la mirada de éstos contiene la clave del comportamiento de aquél.
El rubor, como sustituto de masturbación y erección, tiene pues una
significación social; “ cuando nuestro paciente se ruboriza” , dice Schil-
der, “ es como si dijera: ‘Ya ves, tengo una erección; excítate conmigo
y acércate a m í' Éste es un procedimiento para aproximarse más a
la gente. Valiéndose de ese rodeo, el enfermo intensifica el lazo social
y disminuye la distancia que lo separa de los demás. Pero al propio
tiempo el superyó no admite, no tolera esa satisfacción ¡licita y disfra­
zada. De ahí el mecanismo de defensa: el miedo a la gente, el miedo
de sí mismo y el miedo de su propio miedo...

Los tormentos del cuerpo juzgado: el cuerpo angustiado


por su propia forma

Esta fobia creada por la mirada de los demás puede asumir otras
formas y afectar no sólo al rubor (y a la transpiración conjunta)*
es decir, a un cambio producido en el rostro, sino a la totalidad de
la forma misma del cuerpo; esto es lo que los psiquiatras llaman, con
expresión erudita y poco elegante, la dismorfofobia. El dismorfofóbi-
co es un individuo normalmente constituido que cree estar afectado
de deformaciones físicas, que su cuerpo es deforme. Esta obsesión de
la deformidad corporal puede referirse a la gordura o la flacura, á: la
estatura ó al aspecto poco agraciado del rostro, y también puede re­
ferirse a los caracteres sexuales '(vello abdominal, escroto, testículos,
pene). Esta anormalidad se encuentra sobre todo en los adolescentes
y especiálmente en los delincuentes juveniles.
Para ilustrarlo, citaré las declaraciones que un joven de dieciséis
años a su médico: “ lyie obsesiona una anomalía que-me parece que
tengo. Podrá ser ridículo, pero para m í es como una-enfermedad;me
refiero a mi vientre. ¿Quién podrá cómprendér lo que ocurre en mí
cuando lo miro? Es una verdadera obsesión, lo veo grande, gordo,
deforme. ¿Lo es en realidad? Eso-es lo que temo; sólo observarlo mé_
inspira temores; lo comparo con el vientre de los otros. El mío se me
ha hecho un complejo. No me atrevo a dejarlo ver. Lo oculto. Cuan­
do me desvisto, me apresuro a ponerme en seguida la chaqueta del
pijama. Me lo meto hacia adentro. No puedo considerarlo en público
y siento miedo ante mis compañeros. Tengo miedo en que reparen
en él. A la menor observación que me hacen me quedo consternado,
abatido cpmo si acabara de recibir un insulto.:. Trato de dominarme,
de razonar, de decirme ‘Soy como los demás’, y sin embargo no aparto
la mirada de los otros por miedo a que me-observen” .25
Aparentemente nos encontramos aquí ante una obsesión de la mi­
rada de los demás dirigida al cuerpo, caso semejante al que acabamos
de estudiar. Las únicas diferencias evidentes radican en el hecho de
que la obsesión se refiere a ja morfología corporal toda antes que al
rostro y a su frecuente rubor, poruña parte, y en el hecho de que se
trata del cuerpo de un adolescente y no de ún adulto, por otra parte.
Pero precisamente estas diferencias ocultan otras, a nuestro juicio,
más importantes, pues nos revelan una nueva dimensión del cuer­
po, la dimensión en la cual el cuerpo se presenta como objeto de
ju ic io social, con valor social. Esto es lo que trataremos de mostrar
seguidamente.
Én primer lugar, es evidente que la dismorfofobia se encuentra
sobre todo en los adolescentes a causa principalmente de los profun­
dos cambios que afectan y hasta perturban el cuerpo del adolescente
en el momento de la pubertad. Estos son cambios anatómicos (de
estatura, de forma, etc.), fisiológicos (ruptura del equilibrio hormo­
nal por el desarrollo de las hormonas sexuales) y psicológicos (rápido
desarrollo de las pulsiones genitales) que pueden parecer anárquicos
e inquietantes al adolescente, quien ignora sus leyes y a quien le costa­
rá trabajo, por consiguiente, integrarlos,, comprenderlos y aceptarlos.
En una palabra, el adolescnete se considerará “ anormal". Por otro
lado, esos cambios pueden ser acelerados o lentos, es decir, pueden

25 Véase de S. Tomkiewicz y J. Finder, “ Problémes de I'image du corps (dys-


mórphophobie) en foyer de seml-liberté” , en B ulletin de psychologie, tomo
24, 5-6, 1970-71, págs. 263-264. La bastardilla es mía. Mi exposición sobre
la dismorfofobia se apoya frecuentemente en las pertinentes observaciones
de estos dos autores.
manifestar una pubertad precoz o atrasada: el efecto psicológico
es un estado de asiedad que afecta al joven adolescente de la misma
manera que una enfermedad o una desgracia real. Conviene señalar
aquí que las modificaciones corporales que provocan mayor ansie­
dad son las que se relacionan con la manifestación de la virilidad en
los varones o la feminidad en las mujeres. Por ejemplo, en el caso de
los varones un atraso en el desarrollo de la vellosidad o en el cambio
de voz, o una pelvis demasiado ancha o una estatura demasiado pe­
queña, etc., les hace abrigar el temor de que no son "hombres” . En­
contramos pues el mismo temor que se manifestaba en el eritrofóbico.
Y esto no debe sorprendernos, pues tal temor tiene la misma fuente
conflictiva de este último caso. En efecto, el psicoanalista descubre
en esos adolescentes tendencias homosexuales latentes y, más preci­
samente, cierta persistencia del narcisismo infantil y del miédo a la
castración reanimado por los temores relacionados con la masturba­
ción. En realidad, el miedo de no ser viril proviene de "la dificultad,
si no ya de la imposibilidad, dé identificarse con un padre, por poco
valioso que éste sea” .
Pero a todo esto se agrega cierto carácter específico de la dismor-
fofobia que deriva más directamente de lá condición particular del
adolescente que está viviendo una fase de profundos cambios; aquí
es importante el hecho de que los demás y ante todo la familia acep­
ten esos cambios y, por lo tanto, todo el comportamiento del ado­
lescente. "U n adolescente mal ¿aceptado por los padres termina por no
aceptarse él mismo" (y por no aceptar a los demás, de ahí la delin­
cuencia). "L a dismorfofobia no es más que una forma particular de
no aceptarse uno mismo” , la forma de no aceptar el propio cuerpo.
Ahora bien, esa no aceptación, el rechazo mismo de la pubertad del
hijo dentro del medio familiar es generalmente obra de la madre,
que casi siempre y de manera inconsciente teme que su hijo se con­
vierta en un adulto y que se separe definitivamente de ella. Ese te­
mor a una nueva ruptura del cordón umbilical se ve aumentado a
menudo ya por una decepción en las relaciones conyugales (sexua­
les y afectivas), ya por la represión de pulsiones incestuosas relativas
al joven hijo. De ahí un comportamiento maternal a veces neurótico
que se refleja en el estado de angustia del hijo.
Ese temor de Ja madre y el hecho de que ella rechace la pubertad
de su hijo se traduce a veces abiertamente en observaciones crueles
y comparaciones poco amables como " ¡Qué lindo era antes! ¡y qué
feo se ha puesto con esas piernas largas y con la cara cubierta de
granitos!” , o también en un desprecio sistemático por los esfuerzos
que hace el adolescente para afirmarse, y entonces la madre suele
decirle: “ No te mires tanto en el espejo; no hay nada bueno que ver...
¡No te creas mejor de lo que eres!, i No eres tan lindo!” , y en las ine­
vitables críticas a la coquetería o a las fantasías de la vestimenta
consideradas “ por encima de su edad” . Otras veces el rechazo se ma­
nifiesta de manera más hipócrita en esas preocupaciones maternales
por el presunto atraso de la virilidad del hijo, a quien la madre lleva
de un consultorio médico a otro mientras se lamenta: “ ¡Pobre hijo
mío, tiene el aspecto de una niña! ¿Qué será de é l?” Pero en medio
de tales lamentaciones estalla a veces una terrible exclamación: “ ¡Con
tal que no llegue a ser como su padre!” , deseo en el que se expresa
toda la insatisfacción de la mujer y su proyección incestuosa en el
hijo. Compréndese pues que éste no se acepte a sí mismo y rechace
su cuerpo cuya imagen está tan sobrecargada de elementos familiares.
Compréndese también que esta actitud crítica de la madre suscite
en el hijo una desconfianza generalizada en lo tocante a los demás,
cuya mirada es más temida aún. El adolescente detesta su cuerpo
(jorque teme que los otros lo juzguen deforme. Y las circunstancias
a menudo fomentan y alimentan ese temor porque los compañeros,
los parientes, los vecinos, etc., no dejan de dirigirle pullas u observa­
ciones irónicas o de guardar un silencio embarazoso. Además, la so­
ciedad contribuye a reforzarlo con sus tabúes sobre e| cuerpo, con
la falta de información y con la difusión, en cambio, de modelos cul­
turales de un cuerpo ideal a través de las modas, los trajes y los medios
de comunicación masiva (la prensa, la radiotelefonía, la televisión, el
cinematógrafo), en suma, a través de la publicidad y la propaganda.
A sí se infiltra, se insinúa insidiosamente en la conciencia del joven
francés medio la imagen del cuerpo femenino ideal de una Brígítte
Bardot o del cuerpo masculino ideal de un Belmondo o de un Delon.
Aquí el cuerpo ya no es sólo presa de la mirada de un padre castrador,
como en el caso de eritrofobia, 26 sino que es el objeto de un ju icio
de ia sociedad que le impone, valiéndose de toda clase de artimañas,
sus propias normas de desarrollo (en Occidente, por ejemplo, la pre­
ferencia por las mujeres delgadas y entre los musulmanes, la prefe­
rencia por las mujeres gordas), de conservación de lá salud (m'édian-
te prácticas higiénicas y culinarias) y de presentación (mediante
cuidados estéticos comoel del maquillaje).

El deseo de ver y de ser visto

Ahorá bien, observemos que ese juicio social y la simple mirada


dirigida al cuerpo no inhiben necesariamente ni son necesariamente
fuente de temores .imaginarios; en ciertos sujetos la mirada hasta pue­
de solicitarse, desearse violenta y constantemente como causa de pla­
cer erógeno. Tal es el caso patológico inverso de las fobias que estudia­
mos hasta ahora; es el caso de ios "exhibicionistas” que experimentan
placer en mostrar su cuerpo y, más precisamente, las partes sexuales a
una persona del otro sexo. Se trata en realidad, como lo comprendió
Freud) de una fijación regresiva en un estadio precoz de la sexuali­
dad infantil, en el cual el niño, ignorando todo pudor, “ muestra...
un inequívoco placer en descubrir sú cuerpo y en atraer la atención
a sus partes genitales” .27 Pero precisamente esta tendencia infantil
al exhibicionismo (cuyos mecanismos profundos se comprenden fá­

26 Por más que también en este caso el sujeto sea indirectamente víctima de-
las normas culturales de virilidad y femineidad; por ejemplo, el hombre no
debe ruborizarse, no debe ser pasivo sino que ha dé tener iniciativa, etc., en
tanto que la mujer es pasiva, sumisa, emotiva, etc., normáis que felizmente
han sido cuestionadas en serio por numerosas-obras sobre la condición feme­
nina publicadas estos últimos años.
2 7 Véase de S. Freud, Trois Essais sur la théorte de /a sexualité, "Idées” , Galli-
mard, 1968, pág. 88.
cilmente con la ayuda de las atinadas observaciones que hizo Lacan
sobre el proceso narcisista de la identificación) es la contraparte de
una tendencia igualmente profunda, la pulsión de ver, que revela com­
portamientos regresivos en el adulto; es el caso del mirón, el voyeur,
que experimenta la curiosidad de ver las partes genitales de otra perso­
na. En realidad y de una manera general, el deseo de ser visto, de ser
mirado, es tan primitivo como el deseo de ver, según lo hizo notar
Schilder. “ Existe una comunidad profunda entre la imagen del cuerpo
de uno mismo y de la imagen del cuerpo de todos los demás...; desea­
mos conocer nuestra imagen del cuerpo y deseamos que los otros la
conozcan” .28
De manera que independientemente de las formas patológicas de
perversión sexual que pueden asumir en el exhibicionismo y en el
voyeurismo (cuyo estudio merecería, toda una obra), los deseos de
hacer ver nuestro cuerpo y de ver el cuerpo de otros pueden inspirar
muchos comportamientos cotidianos perfectamente triviales: esos
déseos son los que nos dictan inconscientemente, por ejemplo* la elec­
ción de nuestros vestidos, el tipo de maquillaje (en el caso de la mujer)
y la elección de los espectáculos y fiestas a que acudiremos y de los
juegos en los que habremos de participar. Es más, esos deseos pueden
motivar, por lo menos parcialmente, pero siempre de manera incons­
ciente, la elección de un oficio. Tal es el caso del actor o del come­
diante que exhibe complaciente su cuerpo en la representación de un
personaje dramático o cómico o en un trabajo de pura expresión cor­
poral; 29 o el caso del fotógrafo, del cineasta absorbido por la imagen
del cuerpo de los demás o también, aunque con una intencionalidad
diferente, el caso del médico con su enfoque anatómico y fisiológico
del enfermo y el caso del psicólogo el ínico interesado en el juego ex­
presivo del cuerpo de su paciente. En nuestra opinión, habría aquí
materia para realizar , una profunda encuesta de psicología social y

28 Véase L ’image du corps, op. cit., pág. 233.


29 Esto es manifiesto en la interpretación del Prince Constant en el Laborato­
rio de Formación de Actores de J erzy Grotowsky.
hasta para llevar a cabo un “ sociopsicoanálisis” en el sentido en que
emplea esta expresión el doctor G. Mendel en sus estudios sobre La
révalte contre le pére [La rebelión contra el padre] , La crise des gé-
nérations [La crisis de las generaciones] y Pour décoloniser ¡ ’e nfant
[Para descolonizar al niño]. 30
Pero es evidente que, como observamos antes, el deseo o el temor
de que el cuerpo sea mirado o el deseo y el temor de ver el cuerpo
de los demás tienen que ver con juicios sociales que son, por lo demás,
ellos mismos variables según la época histórica y la cultura en que tales
juicios se enuncian.- En este sentido, la indumentaria constituye un
símbolo muy significativo de esta realidad social: “ la vestimenta,
según oculte el cuerpo o atraiga sobre éste la atención", escribe el
sociólogo holandés A. Oldendorff, 31 “ permite discernir hasta cierto
punto la actitud adoptada frente a la corporeidad” . La vestimenta,
además de ofrecer protección contra el frío y la intemperie, es para­
dójicamente lo que disimula y atrae, pantalla de la intimidad y orna­
mento de seducción del cuerpo. De suerte que, por un. lado, la indu­
mentaria revela la valoración respectiva de los órganos o partes del
cuerpo, las que deben permanecer secretas porque son íntimas y ador­
nadas porque son feas; las que deben exhibirse lisa y llanamente por­
que son bellas: todos sabemos que la mujer musulmana puede des­
cubrirse el cuerpo pero no el rostro, que la mujer esquimal se muestra
gustosamente desnuda pero disimula los dedos de los pies. En la Vene-
cia renacentista, los vestidos femeninos dejaban el busto desnudo.
Por otra parte y aunque ésta sea ahora una observación ya trivial, la
moda femenina se vale del recurso de cubrir una zona corporal para
atraer la mirada precisamente a esa zona. La vestimenta tiene un va­
lor erótico: seduce al ocultar. Esto nos lleva a creer con Oldendorff
que “ la manera en que la mujer, siente la corporalidad social es dife­

30 Publicados todos por Payoí, P.B., n ° 197 (1968-1972), n ° 180 (1969) y


n ° 188 (1971).
31 Véase Corps, Sexuallté et Culture, Bloud et Gay, 1969, pág. 29.
rente de la del hombre” .32 Y tanto es así que la moda femenina, en
virtud de las formas fantasiosas y cambiantes que ofrece a la mirada,
literalmente modela un nuevo cuerpo para ser visto, con lo cual rea­
liza inconscientemente, según Lacan, la agresividad original de la ima­
gen del cuerpo fragmentado.33 Por lo demás, es significativo que,
en el Occidente, la moda femenina con todo su poder creador de for­
mas corporales se confunda poco a poco con la moda masculina o la
suscite como su propia sombra o complemento, lo cual dice mucho
sobre el cuestionamiénto radical de la diferenciación sexual de los
cuerpos por parte de nuestra sociedad, la cual, tiene tantas dificul­
tades en quebrantar el yugo del poder institucional, social y econó­
mico del sexo masculino.
De manera que, según comprobamos, (a valoración social del cuer­
po se manifiesta en su morfología modelada por la indumentaria.
Pero esa valoración también se manifiesta y hasta más marcadamente
en la manera en que la cultura se adueña de la expresión corporal
para convertirla en su propio lenguaje. Si, según vimos, la expresión
del individuo está modificada por el valor que le dan la mirada y el
juicio de los demás, a fortiori esa expresión está rítualízada por las
normas convencionales de una sociedad que le da una determinada
significación. Por ejemplo, "tanto en la China como en el Japón, la
sonrisa es la expresión convencional de una persona que comunica
a un superior una desgracia que la ha sobrecogido. Sonríe para atenuar
la importancia de su infortunio y evitar que la otra persona se sienta
afectada” .34 Una madre china se frota la mejilla con el dedo para
manifestar su vergüenza; como señal de amistad, los maoríes doblan
el dedo índice de la mano derecha y se llevan el extremo de la segunda
falange a la punta de la nariz. 35 Y esta ritualización se verifica asi­

32 Idem, pág. 46. Remito a las sabrosas reflexiones de Desmond Morris, Le


slnge nu (Grasset, 19é7), capítulo 2, sobre el empleo erótico de la vestimen­
ta femenina.
33 Obra citada en nuestro capítulo 7.
34 Véase de O. Klineberg, Psychoíogie sacíale, P.U .F;, 1957, tomo 1, pág. 219.
35 ¡dem, pág. 206.
mismo, en segundo grado y de alguna manera, en el plano artístico
ya que, por ejemplo, en el teatro chino, de acuerdo con convencio­
nes explícitas que conoce todo iniciado, “ pararse sobre un solo pie
significa sorpresa y abanicarse el rostro con la manga indica cólera’1.36
Resulta, pues, tentador postular, que toda manifestación corporal,
como toda forma corporal, es un lenguaje inscrito en nosotros por la
naturaleza para que podamos comunicarnos con los demás y significar­
les nuestro psiquismo. Algunos han sucumbido fácilmente a esta ten­
tación sin tomarse siquiera el trabajo de determinar hasta qué punto
es posible semejante lenguaje y, más exactamente, y hasta qué punto
la expresión puede convertirse en lenguaje.37 Pero hagamos a un lado
tales extravíos y retengamos tan sólo el hecho de que la sociedad, en
virtud de su mirada y de los valores que proyecta, modela nuestra for­
ma corporal y nuestra expresión corporal. Réstanos ahora preguntar­
nos si la sociedad no va aún más allá y no invade la totalidad de nues­
tro cuerpo, con lo que le conferiría una estructura social y lo elevaría
a la categoría de mito cultural.

36 ¡dem, pág. 220.


37 Este es uno de los procesos que me propongo estudiar en mi tesis sobre la
expresividad corporal.
E L EN FO Q U E SO CIO LO GICO :
E L CU ERPO COMO EST R U C T U R A SO C IA L Y MITO

Es lícito plantear esta cuestión de la socialidad de nuestro cuerpo


puesto que toda nuestra educación tiende en cierta medida a mode­
larlo, a formarlo o, más exactamente, a dar a nuestro cuerpo una
determinada hechura de conformidad con las exigencias normativas
de la sociedad en que vivimos. En efecto, acabamos de comprobar
que el juicio social y, por consiguiente, los valores que éste supone
no sólo condicionan nuestro comportámiento por obra de la censura
interior que ejercen y por los sentimientos de culpabilidad que sus­
citan (y, conjüntamente, por los ideales sublimados que proyectan
y promueven), sino qué además estructuran, indirectamente nuestro
cuerpo mismo en la medida en que gobiernan su crecimiento (con nor­
mas de peso o estatura, por ejemplo), su conservación (con prácticas
higiénicas y culinarias), su presentación (cuidados estéticos, vestimen­
tas, etc.) y su expresión afectivá(signos emocionales).

“ Las técnicas del cuerpo”

Pero ahora debemos ir un poco más allá y decir que esta estruc­
turación social del cuerpo, por una parte, afecta toda nuestra acti­
vidad más inmediata y aparentemente más “ natural” (nuestras postu­
ras, actitudes, movimientos más espontáneos) y, por otra parte, es el
resultado no sólo de la educación propiamente dicha sino también
de la simple imitación o adaptación. Por lo menos ésta es la intere­
sante tesis que propuso hace ya treinta y ocho años el célebre soció­
logo francés Marcel Mauss en su comunicación y artículo sobre “ Las
técnicas del cuerpo” , 1 en el que el autor trazaba al propio tiempo,
para sus sucesores, un vasto y ambicioso programa de investigaciones,
que desgraciadamente hasta hoy no se llevó a cabo y, a nuestro juicio,
ni siquiera se intentó seriamente. Con la expresión “ técnicas del cuer­
po” Mauss designa “ las maneras en que los hombres, en cada sociedad,
saben servirse de sus cuerpos de un modo tradicional” .2 En otras pa­
labras antes de toda técnica propiamente dicha, considerada como
"acción tradicional y eficaz” que tiende a transformar el medio con
la ayuda de un instrumento (martillo, pala, lima, etc.), está el conjun­
to de las técnicas que utilizan el cuerpo como “ el primero y más na­
tural instrumento del hombre” 3 en las actitudes y en los movimientos
vitales de todos los días, como la actitud de descansar o los movimien­
tos de andar, correr, nadar, etc.

Ahora bien, esas “ técnicas” corporales pueden ser modeladas por


la sociedad mediante la educación, en el sentido restringido de esta
palabra, es decir, la transmisión consciente, concertada, organizada
o programada por un adulto o por un grupo de adultos, o bien me­
diante la imitación espontánea de los actos de adultos amados, respe­
tados, admirados o temidos, que son ellos mismos producto del mol­
de social. Es evidente, pues, que debemos nuestra manera de nadar o
de bucear a la educación propiamente dicha impartida por la escuela
0 el instructor deportivo. “ Antes” , escribe Mauss (en 1934), "se nos
enseñaba a sumergirnos después de saber nadar. Y cuando se nos en­

1 Comunicación presentada a la Sociedad de Psicología el 17 de mayo de 1934


y publicada en él Journal de psychologle, tomo 32, n ° 3-4,15 de marzo* 15
de abril de 1936 y en Sociologie et A n thropologle, P.U .F., 1966, tercera edi­
ción, sexta parte.

2 Idem, pág. 365.

3 Idem, pág. 372.


señaba a bucear, nos enseñaban a mantener los ojos cerrados para
abrirlos una vez dentro del agua; hoy la técnica es inversa. Se comien­
za todo el aprendizaje habituando al niño a mantenerse en el agua
con los ojos abiertos” . Además, el crol tiende a reemplazar al lla­
mado estilo rana y “ se ha perdido la costumbre de recoger agua en
la boca para luego escupirla” . En la esfera deportiva podríamos citar
muchos otros ejemplos que ponen en juego movimientos presunta­
mente naturales: el salto en largo, el salto en alto, el lanzamiento
del disco o jabalina, etcétera.
Pero aun fuera del terreno de las técnicas rigurosamente deporti­
vas hay un fejemplo mucho más evidente: él del sencillo andar coti­
diano. Mauss cita el notable caso de las mujeres maoríes que caminan
con un balanceo suelto y sin embargo articulado de las caderas, que
a nosotros nos parece poco feliz, pero que los maoríes admiran en
extremo. Ahora bien, ese contoneo, el onioi en la lengua indígena
(los ingleses lo llaman gait), es enseñado a las niñas por las madres,
que las someten a una especie de adiestramiento. De manera que la
sociedad maorí pone voluntariamente su sello hasta en la manera
de andar de sus mujeres. Pero también sabemos que todos los grupos
sociales imprimen un sello parecido (aunque involuntariamente) a
sus miembros. En efecto, todos tenemos acasión de observar la dife­
rencia del modo de andar de un inglés, un alemán, un norteamerica­
no, un italiano o un portugués y a fo rtio rí un asiático, como un chi­
no o un indio. En cada una de esas maneras de andar descubrimos
un cierto ritmo o una cierta longitud del paso o un cierto juego de
las rodillas o un contoneo o una determinada posición del pie o una
relativa falta de coordinación (andar “ desgarbado” ) o el busto inclina­
do hacia adelante, etc. Por lo demás, estas diferencias se estereotipan
y se ritualizan en la marcha militar.
Pero la manera de caminar no es fija ni definitiva en una misma so­
ciedad, sino que puede cambiar y evolucionar según el estilo de vida
(frecuencia y modos de transporte, modas de la indumentaria, deter­
minados tipos de calzados, etc.) y según modelos culturales. Por ejem­
plo, el modo de andar femenino evoluciona notoriamente de confor­
midad con el modo de andar de las estrellas cinematográficas del mo-
mentó o de las modelos de la indumentaria o de ciertos tipos femeni­
nos reivindicados; por ejemplo,- en la década de 1930, las mujeres
francesas habían adoptado el modo de andar hollywoodense, muy
contoneado de las estrellas norteamericanas; actualmente las jóvenes
tienden a caminar según la estereotipia de la moda, adelantando el
vientre y echando hacia atrás el busto o bien tienden a adoptar in­
conscientemente el paso firme y viril (o mejor dicho, lo que ellas
creen que es un paso viril) de un muchacho para afirmar así la igual­
dad de los sexos, paso facilitado por el uso de zapatos sin tacones.
En suma, todos nuestros movimientos fundamentales, adquiridos
precozmente durante la niñez, lo que los filósofos escolásticos llaman
habitus (diferentes de las “ costumbres” , que son hábitos fijados en
gestos particulares y personales), son de naturaleza social en la medida
en que los estructura y transforma la sociedad con sus costumbres, sus
normas, su educación, sus modelos culturales, en definitiva, sus valo­
res propios.
Para estudiar mejor las técnicas corporales, Mauss propone dos ti­
pos de clasificación: una que se podría llamar sincrónica u horizon­
tal, por cuanto diferencia las técnicas corporales consideradas en un
mismo momento, y la otra que podría llamarse diacrónica o vertical,
porque distingue técnicas corporales en momentos o estadios dife­
rentes de la vida humana. La primera responde a cuatro criterios:
—El criterio de la diferencia sexual; las técnicas del cuerpo se di­
viden en técnicas masculinas y femeninas, según los modelos mascu­
lino y femenino definidos por una sociedad y traducidos en las cos­
tumbres, pero también condicionados por las estructuras biológicas;
la manera de apretar él puño con el pulgar hacia adentro, propia de
la mujer, fue considerada durante mucho tiempo como “ natural” ,
siendo así que cada vez más se revela como el producto de un estilo
de educación.
--EI criterio de la diferencia de edad o también los grados de ci­
vilización; las técnicas corporales de los adultos conservan más o
menos aquellas técnicas que se encuentran en los niños y las técnicas
de las sociedades civilizadas abandonan más o menos las de las eda­
des de la humanidad llamadas primitivas. Por ejemplo, la posición
en cuclillas, frecuente en Ios-niños y en los pueblos llamados primi­
tivos, se conserva en el comportamiento de los australianos adultos
que para descansar se sientan sobre los talones, mientras semejante
posición fue abandonada por los franceses. Las piernas arqueadas no
constituyen un signo de atraso, sino que señalan un modelo de acti­
tud valorizado por una sociedad.
—El criterio del rendimiento; las técnicas se diversifican según
la manera en que permitan una mayor o menor adaptación; por ejem-
plo,- se ha podido comprobar la eficacia de las zancadas cortas y de
poca altura para recorrer grandes distancias a la carrera, técnica que
encontramos en ciertas tribus africanas.
—El criterio del modo de “ transmitir la forma de las técnicas”
corporales; en el fondo se trata de prácticas de educación física y
entrenamiento. Nadie ignora, -por ejemplo, que ciertas sociedades
dan la preferencia al lado derecho o al lado izquierdo (de manera
uniforme o en lo tocante a ciertas partes del cuerpo). Y esas socieda­
des imponen la lateralidad privilegiada mediante ritos culturales o tra­
diciones; como lo mostró R. Hertz, un discípulo de Mauss,4 algunos
indios norteamericanos deben dirigir sus preces a las potencias celes­
tiales por el lado derecho, presentar la oblación con la mano derecha,
ejecutar la ronda ritual de izquierda a derecha. Por lo demás, toda so­
ciedad desarrolló una gran variedad de prácticas de educación física,5
que reflejan las transformaciones de la cultura.
La segunda clasificación es aparentemente más sistemática y com­
pleta; sigue los diferentes estadios de la vida de un individuo: naci­
miento, infancia, adolescencia, edad adulta. Las técnicas corporales
relativas al nacimiento son las diferentes maneras de dar a luz ,(de pie,
acostada, a gatas), el modo de tomar al recién nacido, de cortar y ligar
el cordón umbilical, los cuidados posteriores al nacimiento. Las téc-

4 Véase de R. Hértz, “ La prééminence de la main droite. Etude sur la polari-


té religieuse” , en Mélangés de sociología religieuse, Alean, 1928, págs.
99-129.
5 Véase de j. Ullmann, De la gymnastique aux sports modernes, P.U .F., 1965.
nicas de la infancia abarcan todas las técnicas de nutrición, de trans­
porte del niño, de crianza, de destete, de aprender a caminar, etc. Las
de la adolescencia son técnicas corporales de iniciación: en nuestra
sociedad actual, las maneras y las posturas adquiridas y conservadas
son las que nos fueron inculcadas por la enseñanza escolar, por el
aprendizaje de un oficio y, en el caso del varón, por el servicio mili­
tar. En cambio, en las sociedades más arcaicas, la iniciación del ado­
lescente asume formas rituales más complejas que consagran su me­
tamorfosis corporal y su “ paso” al mundo de los adultos; además
de la circuncisión que es frecuente, el adolescente es sometido a las
crueles pruebas de golpes, quemaduras, mordeduras, mutilaciones
de que el cuerpo conservará la huella, así como conservará el hábito
de los actos mágicos que le son revelados de esta manera. En cuanto
á las técnicas de la edad adulta, pueden clasificarse atendiendo a los
dos momentos esenciales de la jornada: el sueño y la vigilia. Todo
el mundo sabe que los miembros de cada sociedad tienen su propia
manera de dormir: de pie, sentados, acostados; o sobré una cama o
una hamaca o una estera o el mismo suelo; con almoháda o sin ella;
hechos un ovillo o extendidos sobre un costado o sobre el vientre;
cubiertos con mantas o descubiertos, etcétera.
Las técnicas de la vigilia abarcan, en verdad, muchas categorías
de técnicas funcionalmente diferentes: técnicas de reposo, de acti­
vidad, de cuidados higiénicos, de consumo, de cópula sexual y de
cuidados terapéuticos. Así, para descansar, los miembros de ciertas
sociedades, como nosotros mismos, se sientan (habría que dedicar
todo un estudio a las repercusiones de la silla y el sillón, así como a
su evolución); pero los miembros de otras sociedades, como los nó­
madas del Sahara, descansan poniéndose en cuclillas; en cuanto a la
actividad, habría que analizar las diferentes maneras sociales de cami­
nar, correr, bailar, saltar, trepar, nadar, empujar, tirar, etc. Los cui­
dados higiénicos presentan también la diversidad de las técnicas de
lavar, jabonar, frotar el cuerpo, de limpieza de la boca (escupir o no
escupir, cepillarse los dientes, etc.), posturas para defecar o para ori­
nar. Igualmente conocida es la variedad de las maneras de comer y be­
ber (empleo de los dedos, de palillos, de tenedores), así como la varie­
dad de posiciones sexuales, considerablemente divulgadas en estos
últimos años. Por ejemplo, la posición llamada del “ misionero" es ca­
racterística de los países occidentales, en tanto que las mujeres de las
poblaciones indígenas del Pacífico practican el amor exclusivamente
con las piernas apoyadas, a la altura de las rodillas, en los codos del
hombre. Por fin, las técnicas terapéuticas ofrecen toda (a gama de la
fantasía y de las desconcertantes prácticas de la hechicería, la magia,
los ensalmos, la medicina, que por sí solas constituyen el objeto de
centenares de obras.
Como se comprueba, esta clasificación y la definición misma de
“ técnica del cuerpo" reposan en e( postulado de que todas las acti­
tudes y actos corporales son utilitarios e instrumentales y de que el
cuerpo es “ el instrumento primero y ‘natural’ de esa eficacia” . Pero
precisamente todo lo que consideramos en anteriores capítulos nos
mostró que el cuerpo nunca adquiere en la experiencia esa autono­
mía, esa distancia ni esa funcionalidad instrumental o que nuestro yo
nunca tiene ese dominio, esa trascendencia ni esa finalidad utilita­
ria. En efecto, nuestras vivencias forman una unidad más compleja,
más cambiante, más ambigua, de la cual el cuerpo sólo emerge y se
abstrae con la ayuda de la palabra o del lenguaje que lo significa. Por
eso, si bien conservamos el sentido fundamental del empeño de Mauss
de demostrar la estructura social de nuestra corporeidad, creemos que
debemos rechazar esta designación equívoca e impropia de “ técnicas
del cuerpo” y reemplazarla por una terminología más adecuada al
aspecto lingüístico del cuerpo.

Kinésica y proxémica

Por lo visto, es un intento de esta índole el que encontramos en


ciertos trabajos norteamericanos de investigación, especialmente los
de R. M. Birdwhistell y A. S. Hayes. En efecto, R. M. Birdwhistell 6

6 Véase ¡ntroduction to Kineslcs, University of Louisville Press, 1952. Véase


también la revista Langages, junio de 1968.
concibió la idea de interpretar todos los hechos gestuales con la ayuda
de la lingüística; como esos hechos son movimientos, preparaciones o
resultados de movimientos, el autor llama a su estudio o disciplina
“ la kinésica” (kínesis en griego significa movimiento). Ahora bien,
así como una lengua puede enfocarse atendiendo a sus unidades
lingüísticas (letras, sílabas, palabras) o microlingüística; atendiendo
a sus grandes combinaciones (oraciones o combinaciones de ora­
ciones, períodos sintácticos) ó macrolingüística, o bien atendiendo a
los factores que modifican aquellas unidades o paralingüística, de la
misma manera los modos de comportamiento motor de nuestro cuer­
po forman el objeto de una microkinésica (estudio de las unidades
de movimiento o “ krnemas” ), de una macrokinésica (estudio de las
asociaciones de kinemas o "kjnemorfemas” ) y de una parakinésica
(estudio de los calificadores y modificadores de los movimientos en
lo tocante, por ejemplo, a la intensidad, la duración, la extensión y
las interacciones con los demás). A. S. Hayes 7 aplica precisamente
esta hipótesis a la antropología cultural y hace notar que cada grupo
étnico tiene un sistema kinésico propio y que por lo tanto conviene
qué el alumno que aprende una lengua extranjera sea sometido a
un proceso de “ aculturación” global que abarque un aprendizaje
kinésico. Este enfoque'de la social ¡dad corporal merecería ser objeto
de un largo análisis y de una seria discusión que no podemos hacer
aquí. Pero por discutible que sea semejante enfoque, especialmente
por reducir la motricidád a la lingüística, no por ello deja de presen­
tarnos una perspectiva interesante que nos permite renovar nuestro
juicio sobre la manera en que la sociedad impregna nuestro cuerpo.
En todo caso nos parece que ese enfoque confirma las observacio­
nes y reflexiones de E; T. Hall que ya tuvimos ocasión de señalar. ®
Como se sabe, Hall, apoyándose en él hecho reconocido de que todos

i Véase “ Paralinguistics and Kinesics: Pedagogical Perspectives” , eri Approachs


to sem/otics: C ultural A nthropotogy, Educatlon, Lingu/sttcs, Psychlatry,
Psycho/ogy, La Haya, Mouton, 1964.
8 Véase el capítulo Vde este libro, nota 7.
los animales tienen un territorio o espacio apropia'do a su estructura
específica y a su modo de vida (solitario, gregario o social), observa
que los hombres tienen igualmente un espacio apropiado, que en este
caso se diversifica a causa de las variedades de la organización cultural
de cada sociedad. En otras palabras, si hay una delimitación y una
utilización del espacio o “ proxemia” infracultural (animal), hay en el
hombre también una proxemia cultural. Por eso este autor distingue
en todo hombre un espacio de organización fija (el determinado por
el mbdo social de satisfacer necesidades materiales, como comer, be­
ber, dormir), un espacio de organización semifija (el determinado por
el agrupamiento de individuos, como ocurre en las salas de espera,
en las terrazas de los cafés, en una habitación con movilidad de asien­
tos, etc.) y un espacio "inform al” que comprende las distancias que
vivimos Inconscientemente con los demás: "distancia ín tim a ", defini­
da por la percepción del calor, del olor y de la respiración del cuerpo
de otra persona (la distancia del acto sexual y de la lucha), "ia distan­
cia personal” , que designa la distancia fija que separa a individuos
que no tienen contacto entre sí, especie de caparazón que un cuerpo
crea inconscientemente para aislarse de los demás, "¡a distancia so­
c ia l" propiamente dicha, que marca el límite del poder que ejercemos
sobre los demás, es decir, define el límite a partir del cual la otra per­
sona no se siente afectada por nuestra presencia (los llamados en la
calle, la distancia que hay en un salón o en una oficina) y “la distancia
pública” , que está fuera del círculo en el que el individuo se encuen­
tra directamente afectado (distancia bien conocida por los actores y
los políticos). Estas cuatro distancias que constituyen el nivel cultu­
ral de lá dimensión proxémica, “ la dimensión oculta” de cada socie­
dad, varían, pues, según las modalidades culturales de cada sociedad:
e| contacto sexual, la esfera personal o privada, la distancia de los in­
tercambios verbales y del respeto jerárquico son diferentes en ún
francés y en un japonés o en un japonés y un árabe.
La construcción de nuestras ciudades, de nuestras aldeas, de nues­
tras casas, en suma, nuestro urbanismo es la expresión concreta de
esta ley proxémica que, por lo demás, puede tener aplicaciones te­
rapéuticas inmediatas. El doctor P. Sivadon hizo construir el Insti-
tuto Psiquiátrico Marcel Riviére en La Verriére (78) aplicando la teo­
ría proxémica al problema de la terapéutica psiquiátrica, es decir,
atendiendo a la necesidad de favorecer los diferentes modos de co­
municación interhumana; de ahí una arquitectura con estructuras
que permiten cuatro tipos de proxemias: el encuentro consigo mismo
(aislamiento), el encuentro con grupos pequeños (de tres a doce per­
sonas), el encuentro con grupos grandes (de treinta a ciento veinte
personas) y el encuentro con una muchedumbre (más de doscientas
personas).9 Este ejemplo muestra cómo una sociedad puede modi­
ficar y controlar ella misma su proxemia inconsciente para remediar
sus males y, por lo tanto, mejorar la dinámica de sus relaciones con
miras a lograr una armonía o cohesión mayor al mismo tiempo que al­
gún tipo de felicidad individual. En otros términos, este ejemplo nos
ilustra sobre una acción proxémica de segundo grado que la sociedad
ejerce sobre sí misma, lo cual indica a fortiori el poder que ella tiene
sobre los individuos y, más exactamente, sobre sus cuerpos mismos,
cuya urdimbre de relaciones espaciales (las que, cual una telaraña, lo
arraigan y lo sitúan en el rnedio) tiene directa o indirectamente una
significación cultural.

El simbolismo social de nuestro cuerpo

Pero, según parece, hay que dar un paso más y afirmar que la so­
ciedad está presente no sólo en nuestras relaciones espaciales (nuestra
proxemia), sino también en la estructura y las funciones mismas del
cuerpo como organismo vivo. Por paradójica que parezca esta tesis,
a nuestro juicio quedó válidamente demostrada por los análisis y obser­
vaciones de la antropóloga británica Mary Douglas en el estudio que
esta autora hizo sobre los ritos de contaminación y los tabúes dé las

9 . A mayor abundamiento, véase d.e P. Sivadon y F. Gantheret, La Rééducation


Corporelle des fonctions mentales, E.S .F., 1969, segunda edición, primera
parte, capítulo 4, págs. 51-64.
sociedades llamadas primitivas.10 “ Es imposible", escribe esta auto­
ra, “ interpretar correctamente ios ritos referentes a los excrementos,
a la leche materna, a la saliva, etc., si se ignora que ei cuerpo es un
símbolo de la sociedad y que el cuerpo humano reproduce en peque­
ña escala las potencias y los peligros que se atribuyen a la estructura
social” .11 Los excrementos, la orina, el semen, la leche materna,
la saliva, las lágrimas y los desechos corporales (recortes dé uñas, ca­
bellos cortados, piel, sudor) tienen un punto común: por el hecho mis­
mo de su excreción sobrepasan los límites del cuerpo. También puede
suponerse a priori que se los considera “ impuros” y peligrosos si, de
alguna manera, vuelven a introducirse en el cuerpo, pues este último
simboliza la integridad del sistema social, la integridad del “ cuerpo
social” .
Esta hipótesis está confirmada por los ritos de los coorgos, una de
las castas del sistema hindú: los miembros de esta casta “ consideran
el cuerpo como si fuera una ciudad sitiada; todas las entradas y sali­
das están vigiladas, pues se teme la presencia de espías y traidores.
Lo que ha salido del cuerpo ya nunca debe entrar en él y ha de evi­
tarse a toda costa. Cualquier cosa que, una vez salida del cuerpo, vuel­
ve a introducirse en él, está contaminada en el más alto grado” . Por
lo demás, los coorgos poseen un mito que ¡lustra perfectamente
este modo dé pensar: se trata de la fábula de una diosa que siempre
fue más poderosa y astuta que sus dos hermanos. Para alcanzar la pre­
eminencia, éstos deciden vencer a la hermana valiéndose de la astu­
cia. Le hacen sacar de la boca el buyo que la diosa masca por ver si
es más rojo que el de ellos. Pero desgraciadamente para ella, la diosa
vuelve a introducirlo en la boca, por más que el buyo estuviera ya
contaminado por la saliva. Lo comprende demasiado tarde y tiene
que aceptar la derrota mientras se lamenta. Y ese error anula todas

10 Véase de M. Douglas, De la Souilíure - Essai sur la n o tio n de p o llu tio n et


de tabou, traducción de A. Guérin, Maspéro, 1971.
11 Idem, pág. 131.
sus anteriores victorias: en adelante los hermanos ejercerán para siem­
pre un legítimo dominio sobre ella.12
En otras palabras, ese modelo de las entradas y salidas del cuerpo
humano simboliza el miedo de un grupo a una sociedad mayor y, co­
mo tal, amenazadora. “ En general” , dice Mary Douglas, “ cuando los
ritos traducen una ansiedad en lo tocante a los orificios corporales,
el equivalente sociológico de esa ansiedad es la preocupación por de¡-
fender la unidad política y cultural de un grupo que constituye una
minoría” . Los israelitas mostraron tanta preocupación por la integri­
dad, la unidad y la pureza del cuerpo humano (recuérdense las innu?
merables prescripciones contra las impurezas corporales contenidas
en la Biblia y sobre todo en el Deuteronomio y en el Levítico) porque
constituían una minoría y estaban sometidos a vivas presiones: sus
preocupaciones corporales reflejan "los temores que experimentaban
por los límites de su cuerpo político” . Esta interpretación está corro­
borada por muchas otras observaciones que no podemos citar aquí.
Retengamos sencillamente este hecho capital: para cada sociedad, <?l
cuerpo humano es el símbolo de su propia estructura; obrar sobre el
cuerpo mediante los ritos es siempre un medio, de alguna manera
mágico, de obrar sobre la sociedad. Como lo expresó Mary Douglas,
“ los ritos obran sobre el cuerpo político mediante el término simbó­
lico del cuerpo físico” .13

El simbolismo corporal de la sociedad

La antropóloga inglesa adopta una posición inversa, diametraí-


mente contraria a la interpretación del simbolismo corporal pro-!
puesta por ciertos psicoanalistas que, en cambio, ven en los ritos so-'
cíales la expresión simbólica de la experiencia individual y, más preci­
samente, de la experiencia sexual del cuerpo. En otras palabras, para

12 Idem, págs. 138-139.

13 ¡dem, pág. 143.


esos autores el simbolismo corporal tiene un fundamento psicológico,
no sociológico. Esa es la tesis de Bruno Bettelheim 14 y, hasta cierto
punto, también la de N. O. Brown.15 Bettelheim afirma así que
los ritos que derraman sangre de los órganos genitales del varón (cir­
cuncisión, ritos de iniciación) expresan el deseo masculino de poseer
los procesos femeninos de reproducción. Pero, según Mary Douglas,
ésta es urja interpretación impropia porque sólo tiene un carácter
descriptivo. “ En este caso, lo que se graba en la carne humana” , es­
cribe esta autora, “ es una imagen de la sociedad. En cuanto a las tri­
bus que Bettelheim. menciona (los murngino y los árunta), están
divididas en mitades y en secciones, lo que parecería sugerir más pro­
bablemente que los ritos :públicos de esas tribus tienen el objeto de
crear un símbolo de la simetría de las dos mitades de la sociedad” .16
Por lo demás, esta teoría de Bettelheim se apoya en la distinción
establecida por G. Roheim 17 entre la cultura “ primitiva” y la nues­
tra: el primitivo buscaría satisfacer sus deseos mediante la automa-
nipulacióri, mediante la acción sobre su propio cuerpo, en suma, me­
diante el rito; en cambio, el hombre moderno busca satisfacer sus de­
deos mediante la acción ejercida en el ambiente, es decir, mediante la
técnica. Según Bettelheim, el prim itivotiene una personalidad inma­
dura o neurótica. Los ritos son, pues, el medio que tiene de resolver
sus dificultades psicológicas, sus mecanismos de defensa. Poco tra­
bajo le cuesta a Mary Douglas refutar este razonamiento fundado
en una concepción falsa del individuo primitivo que, como se sabe
ahora, no es ni un niño retrasado, ni un psicópata. Semejantes iden­
tificaciones implican el postulado del valor intrínseco y permanente
de nuestro concepto de adulto normal, postulado que dista mucho
de estar justificado.

14 Véase Les blessures syrhboUques, Gallimard, 1971.


is U fe against Death, Middletown, 1959 y Le corps d'umour, Denoel, 1968.
16 Op. cit., pág. 132.
17 Australian Totemism, Londres, 1925.
Aunque también tributaria de esta distinción entre hombre primiti:
vo y hombre civilizado, la teoría dé N. O. Brown tiene una significar
ción algún tanto diferente. En lugar de encarar ai primitivo como per­
sonalidad individual, este autor lo considera como el representante de
la cultura en su totalidad, y lo que compara con un niño o un adulto
retrasado es esa cultura misma. De manera que para Brown las socie­
dades primitivas recurrieron a la magia corporal para satisfacer sus de­
seos porque esas sociedades alcanzaron un estadio de evolución cultu­
ral comparable con el estadio del erotismo anal del niño, que huye de
lo real, que teme la castración y que tiene miedo de la muerte. Los rit
tos públicos de magia negra en los que se utilizan desechos corporales
(recortes de uñas, excrementos, etc.) serían semejantes a los juegos
de los niños con sus excrementos. Pero los hechos desmienten también
esta tesis, pues, a diferencia de los niños, los primitivos no consideran
los excrementos como una fuente de satisfacción ni como instru­
mentos de deseo. Afirma Mary Douglas que los primitivos más bien
evitan "recurrir al poder que emana de las partes marginales del cuer­
po” .18 N. O. Brown se engaña, por una parte, a causa de los testimo­
nios suministrados por las víctimas de la magia negra, obsesionadas
por ese empleo que se da a sus desechos corporales y, por otra parte,
a causa de sus propios prejuicios que lo llevan a considerar todas las
alusiones a la analidad como un medio de evadirse de lo real, siendo
así que, en verdad, todos los ritos de magia corporal de los primitivos
revelan una lucha contra amenazas verdaderas y una lucha librada
con los poderes que los primitivos atribuyen a la estructura social
simbolizada por el cuerpo. En otras palabras, si N. O. Brown advirtió
la existencia de un simbolismo corporal, no comprendió en cambio
toda su significación, ni explicó su diversificación.
En efecto, sin duda alguna Brown se dio cuenta de que la realidad
de nuestro cuerpo rebasaba sus propios límites orgánicos y de que
la naturaleza, los otros seres vivos y los objetos mismos, es decir, la
totalidad del cosmos, simbolizaban al cuerpo y lo simbolizaban como
cuerpo sexual, como cuerpo gobernado por los fantasmas sexuales de
nuestra imaginación. Dice Brown: “ El cuerpo que es la medida de to­
das las cosas es el cuerpo sexual” .19 Según él, hay un simbolismo
sexual universal, “ un pansexualismo" en la medida en que el universo
es “ un cuerpo único” , como lo expresó el poeta Novalis, un “ cuerpo
de amor” en la medida en que la imaginación presa del deseo mode­
la el cuerpo: “ El cuerpo eterno del hombre” , dice Brown, “ es la imagi­
nación” . 20 En consecuencia, toda realidad puede leerse partiendo de
la lectura del cuerpo: por ejemplo, la monarquía como cuerpo polí­
tico és el símbolo del poder que ejerce lo genital sobre nuestras otras
pulsiones corporales. A fortiori todas las formas culturales, como las
de la arquitectura de nuestras casas, se refieren a nuestra nostalgia
del vientre materno, etc. Cobrar conciencia de este simbolismo a tra­
vés del "sentido erótico de la realidad’’ significa recuperar la original
unidad perdida por la separación de las personalidades, de cada “ yo ",
personalidades que son otras tantas máscaras que disimulan el vínculo
que liga a todos los seres. “ Recobrar el mundo del. simbolismo” , di­
ce Brown, “ es recobrar el cuerpo humano” 21 auténtico, total, pleno.
Por obra de esta visión cósmica y simbólica del cuerpo, Brown cree
que puede conciliar y armonizar a Freud, a Marx y al papa juan X X III
(y evidentemente al propio San Juan), pues los tres pretenden unifi­
car la humanidad: el primero por la universalidad de la libido, el se­
gundo por la universalidad del trabajo y el tercero por la universa­
lidad del amor (idea de un "cuerpo m ístico").22 N. O. Brown lleva
al paroxismo la tendencia a interpretar el cuerpo, que ya encontramos
en Freud y que G. Groddeck sistematizó de manera original y descon­
certante en su terapéutica analítica concentrada en los símbolos
sexuales.23

19 Véase Le corps d'am our, pág. 306.


20 ¡dem, pág. 162 y pág. 179.
21 ¡dem, pág. 325.
22 ¡dem, pág. 106.
23 Véase de G. Groddeck, La Matadie, l ’A rt e t le Symbole, Gallimard, 1969.
Este autor dice (pág. 65): “ El hombre es vivido por el sím bolo” .
Pero precisamente ese paroxismo imaginario de la visión simbólica
del cuerpo libidinal impidió a Brown comprender y explicar el hecho
de que cada sociedad eligiera determinados símbolos dentro del fon­
do común y universal de símbolos. ¿Por qué, por ejemplo, en algu­
nas sociedades la polución menstrual es un peligro y en otras no lo
es? ¿Por qué los excrementos son en algunas sociedades materias pe­
ligrosas, y eti otras, materia... de bromas? ¿Por qué en la India los
alimentos cocidos y la saliva se contaminan fácilmente cuando los bos^
quimanos de Angola se colocan los granos de melón en la boca antes
de asarlos y comerlos? En realidad, como dice Mary Douglas, “ cada
cultura tiene sus propios peligros y problemas específicos. Cada una
atribuye un determinado poder a esta o aquella parte marginal del
cuerpo, según la situación de que el cuerpo es espejo... Para compren­
der la polución corporal hay que tratar de remontarse a los peligros
reconocidos en esta o. en aquella sociedad y ver a qué temas corporar
les corresponde cada uno de esos peligros” .24 Por eso, según-esta
autora, “ los sociólogos” deben oponer al extremismo de los psicólogos
(como Brown) su propio extremismo. Si es cierto, concluye la autó^
ra, que todo simboliza al cuerpo, es también cierto (si no más y pot
la misma razón) que "el cuerpo simboliza todo” .
En definitiva nos. encontramos aquí pues frente a un doble sim­
bolismo corporal: uno centrípeto o psicológico y, más exactamente,
psicoanálítico, porque está enderezado a la experiencia libidinal del
cuerpo humano; otro centrifugó o sociológico, porque se remite1a
la situación social que le da su significación. En otros términos, se
puede leer el simbolismo del cuerpo en dos sentidos: hacia la univerí
salidad de la libido o hacia la particularidad de la cultura. Ahora bien,
. lejos de oponerse, estos dos sentidos, estos dos vectores del simbolis­
mo de nuestro cuerpo se completan y al mismo tiempo nos entre:
gan la clave de su realidad última, que precisamente y paradójica;
mente estriba en no tener una realidad determinada. En efecto, núes-
tro cuerpo no se confunde ni con su realidad biológica en cuanto or­
ganismo vivo, ni con su realidad imaginaria, en cuanto fantasma,
ni con su realidad social en cuanto configuración y práctica de la
cultura. Nuestro cuerpo es, de alguna manera, más y menos que
esas tres cosas, en la medida en que es proceso de constitución, de
formación simbólica que suministra, por una parte, a la sociedad un
medio de representarse, de comprenderse y de obrar sobre ella mis­
ma, y suministra, por otra parte, al individuo un medio de sobrepasar
la simple vida orgánica en virtud del objeto fantasma dé su deseo.
A sí lo comprendió F. Gantheret al destacar que el fantasma es aper­
tura del campo simbólico en cuanto metáfora de la realidad sociopo-
1ítica y de Ja-realidad biológica,2s En términos más sencillos, esto
equivale a decir que la imagen que podamos tener de nuestro cuerpo
no puede ser ni el calco de nuestra estructura anatómica y fisiológica,
ni el reflejo de los hábitos que nos inculcó la sociedad, sino que es
aquello que.proyecta nuestro deseo, el cual, si bien surge de la vida,
de la sexualidad, está por otro lado limitado y definido por las signi­
ficaciones y los valores sociales impuestos por las instituciones. Po­
dría afirmarse en este sentido que el cuerpo es el símbolo de que se
vale una sociedad para hablar de sus fantasmas.
El cuerpo es-el simbolismo original que hace de un ser vivo de vio­
lentas pulsiones un hombre que habla y puede hablar del mundo y de
sí mismo. “ El hombre habla” , dice Lacan, "pero porque el símbolo
lo ha hecho hombre” .26 Así se confirma y se completa al propio
tiempo la idea de Merleau-Ponty 27 de que nuestro cuerpo es “ la sim­
bólica general del mundo", porque el cuerpo no sólo (como lo pen­
saba este filósofo) recapitula en todas sus partes las significaciones de
las cosas y de los seres que percibe y sobre los cuales obra, sino ade­
más porque el cuerpo está en el origen de todos los otros símbolos,

25 Véase “ Lieux du Corps” , artículo citado, pág. 143.


26 Véase Ecrits, pág. 276.
27 Véase el capítulo 5 de este libro.
es el punto de referencia permanente de ellos, el sím bolo de todos los
símbolos existentes o posibles. Por eso sólo se puede hablar del cuerpo
a través de la diversidad de los discursos simbólicos formulados por
cada cultura en los diferentes momentos de la historia humana, es de­
cir, a través de los innumerables mitos que las culturas forjaron para
expresar sus fantasmas. La realidad del cuerpo es el horizonte inacce­
sible e ilusorio de los mitos que hablan de él y pretenden conferirle
verdad.

Los mitos del cuerpo

Por lo demás, estos mitos del cuerpo asumen tantas formas como
ideas y fines se forjan las diversas culturas. En primer término, exis­
ten los mitos teológicos del cuerpo, pues éste permite a la religión de­
finir su poder sobre la muerte, ya reduciendo el cuerpo a una ilusión,
a una pantalla o a una envoltura transitoria e inesencial, como en las
religiones hinduistas, ya, por el contrario, encerrando en el cuerpo
un germen de eternidad. La encarnación y la resurrección de Cristo
es el mito de la victoria del cuerpo sobre la muerte y de la promesa
de un cuerpo glorioso, incorruptible, que resucitará al fin de los tiem­
pos.28 Pero también hay mitos del cuerpo que responden a las dife­
rentes medicinas y sistemas médicos practicados en el transcurso de
las edades. Por ejemplo, Michel Foucault analizó maravillosamente “ la
arqueología de la mirada médica” , es decir, la manera-en que el mé­
dico fue haciendo progresivamente justicia a la observación del cuer­
po enfermo, observación que constituye la esencia de la clínica.29

28 Véase de G. Rosolato, “ Recensión du corps” , en "Lieu x du corps’’, pág. 27.


La reflexión de Bruaire sobre el cuerpo, a la que nos referimos en la in­
troducción, es un intento de racionalizar el cuerpo concebido por el cris­
tianismo, es decir, un intento de encontrar las implicaciones y las conse­
cuencias filosóficas de la resurrección de la carne.
29 Véase Naissance de la clinique, P.U .F., 1963, primera edición; 1972, 2a. ed.
Después de Foucault y de manera más restringida, J. P. Peter muestra
en un artículo original 30 “ la geología de los sistemas del cuerpo” o la
serie de representaciones del cuerpo que surge de la descripción,
la explicación y el tratamiento de las enfermedades a fines del siglo
X V I11, entre 1770 y 1800. El discurso médico del siglo X V III apa­
rece, en efecto, como “ un discurso compuesto que diseña de algu­
na manera un cuerpo monstruoso” 31 porque precisamente se mez­
clan en él muchas representáciones heterogéneas heredadas de doctri­
nas anteriores.
Así, encontramos primero la imagen de un cuerpo que responde á
la medicina hipocrática, es decir, un cuerpo concebido como micro­
cosmos compuesto de cuatro materias fundamentales (tierra, agua,
fuego, aire) portadoras de cuatro primeras cualidades (seco, frío, ca­
liente, húmedo), cuyas combinaciones determinan los temperamentos,
cada uno de los cuales se caracteriza por el predominio de un humor
(sangre, pituita o flema, bilis, atrabilís); por lo demás, la materia cor­
poral misma es pasiva y está gobernada por tres clases de “ espíritus”
(naturales, vitales, animales) que transmiten “ virtudes” . Luego, a esta
imagen hipocrática del cuerpo se agrega la representación cartesiana
de un cuerpo-máquina; por una parte, máquina hidráulica cuyo motor
es el corazón; por otra parte, máquina pneumática, porque “ los espí­
ritus animales” se distribuyen, a impulsos del soplo pulmonar y más
allá de la glándula pineal, en los conductos del cerebro y de los ner­
vios; y por fin, máquina estática con sus palancas, maromas y puntos
de apoyo. La representación médica de esta maquinaria corporal se
complica a causa del descubrimiento de la iatroquímica del siglo
X V II: el cuerpo se convierte en una retorta en la que el calor animal
hace hervir los malos humores; retorta controlada por el alma, como
dice Stahl a comienzos del siglo X V III, lo que suscita una reacción
contraria en los médicos influidos por Leibniz; esos médicos afirman
que el cuerpo no es otra cosa que un sistema organizado "democrá-

3° Véase “ Le corps du d élit", en "Lieu x du corps” , págs. 71-108.


31 Idem, pág. 81.
ticamente como una federación” y no monárquicamente bajo el poder
de un alma (obsérvese la influencia del modelo sociopolítico de las
instituciones de la época). Esa es la imagen del cuerpo sostenida por
la escuela médica de Montpellier, a la que siguieron muchas otras
imágenes de las que no podemos ocuparnos aquí. Tengamos en cuen­
ta tan sólo que nuestro modelo médico actual, por perfeccionado que
parezca, cambia perpetuamente según los descubrimientos que se ha­
cen sobre el funcionamiento celular-, la célula se ha convertido en
el microcosmos de nuestro cuerpo, después de haber sido el cuerpo
el microcosmos del universo. Con todo eso, el modelo occidental del
cuerpo continúa apoyándose en la explicación mecanicista y causal
de Descartes, circunstancia que lo opone al modelo corporal de la
medicina orienta! y especialmente al de la medicina china, como la
acupuntura, que postula un modelo energético y cualitativo del cuer­
po: el cuerpo es entonces una red de puntos específicos ligados
por los meridianos (los “ king” ) recorridos por una energía vital que
se distribúye en el cuerpo según la ley de equilibrio del "Tao” , el
"y in ” y el “ yang” . 32 Y la medicina contemporánea se vale simultá­
neamente de uno y otro modelo, así como utiliza también modos
de explicación homeopáticos, eléctricos, químicos, etc. En otras pa­
labras, el lenguaje médico sobre el cuerpo mezcla múltiples discur­
sos que guardan relación con otros tantos mitos corporales.
Pero la medicina, al igual que la religión, no tiene el privilegio
y monopolio de producir esos mitos. Hay también mitos elabora­
dos por las filosofías, de las cuales la medicina continúa siendo en
parte tributaria, según acabamos.de observar! Por ejemplo, al cuerpo-
máquina de Descartes ó al cuerpo como sistema dinámico de Leibniz
puede agregársele la mitología del cuerpo como instrumento de ac­
ción, ya en su forma espiritualista (puesto al servicio de la conciencia
del sujeto, como en la filosofía de Mainé de Biran), ya en su forma
materialista, como cuerpo movido por la dialéctica de la necesidad y-

32 Véase de J. Lavier, L'acupuncture, Tchou, 1962.


del trabajo, según sostiene Marx. 33 Esta mitología de la acción en­
contró también en el deporte (en la forma organizada que le dieron las
sociedades industriales contemporáneas) una expresión nueva y al
mismo tiempo engañosa porque, como lo dijimos al principio de
este libro, al pretender liberar el cuerpo por el movimiento, el de­
porte a menudo lo enajena o, por lo menos, lo manipula ideológi­
camente. El cuerpo deportivo es la última forma de las mitologías
corporales, la del “ cuerpo sano, hermoso y fuerte” , producido por
la civilización de los ocios y esparcimientos (con todo su cortejo
de imágenes publicitarias), forma que pretende realizar así a su ma­
nera los sueños de los antiguos sobre la armonía total del hombre, el
ideal de "Mens sana ¡n corpore sano” .
Los mitos religiosos, médicos, filosóficos e ideológicos son mitos
que asedian de manera más o menos consciente nuestro pensamien­
to y que dibujan en cada uno de nosotros una imagen del cuerpo que
nuestros fantasmas personales y la cultura en que vivimos modifican,
enriquecen o empobrecen a su antojo. El hombre contemporáneo
proyecta en su cuerpo y busca en él no sólo los paraísos perdidos
de su infancia, sino también los espejismos suscitados por las innu­
merables mutaciones de su cultura, sin dejar de abrigar la esperan­
za de poder algún día dominar su cuerpo y conocer sus ilusorios
secretos.

33 Véase de C. Bruairé, op. cit., capítulo 3, “ L ’Agir et sa mythologie” , págs.


141-164.
CONCLUSION

Al término de nuestra Indagación comprobamos, pues, que la rea­


lidad corporal, viva y concreta, aprehendidacotidianamente en la ex­
periencia. inmediata de nuestras sensaciones, afectos y actos persona­
les, se diluye y, de alguna manera, se extravasa en mitologías cuya
significación corresponde a la cultura que nos nutrió. Asimismo com­
probamos que se pone en tela de juicio nuestro cuerpo, no sólo como
núcleo vital, inmediato, permanente e inalienable de toda certeza,
sino también como bastión inexpugnable de nuestra personalidad.
El cuerpo que vivimos no es nunca verdaderamente y por entero nues­
tro, así como tampoco es nuestra del todo la manera en que lo vivi­
mos. La experiencia corporal de cada cual está penetrada de parte
a parte por los demás y por la sociedad, que ha de entenderse como
fuente, órgano y apoyo de toda cultura. De cierta manera y paradó­
jicamente, siempre es más o menos esa sociedad la que se mira, la que
se experimenta a sí misma y obra sobre sí misma por medio del cuer­
po vivo que yo le ofrezco y al cual ella permite nacer, crecer, educarse,
conservarse y florecer.
A sí fuimos verificándolo progresivamente y de manera cada vez
más segura e incontestable en las diferentes fases de nuestra investiga­
ción, fases que correspondían a los diferentes modos de enfocar la rea­
lidad corporal: primero consideramos el simple enfoqueheurológico
que nos mostró que las perturbaciones o formas patológicas que afec­
taban nuestra conciencia sensible o práctica del cuerpo no podían ex­
plicarse ni, a fórtiori, tratarse sino postulando un esquema maleable,
producido y modificado sin cesar por la experiencia de nuestro medio,
por nuestra relación con el mundo y con los demás, relación múltiple
de sensaciones y actos, pero también de deseos y, por consiguiente,
de identificaciones con los demás y de proyecciones a los demás, co­
mo lo-indica la estructura libidinal y social de la imagen del cuerpo de
Schilder.
En una segunda fase de nuestro trabajo, profundizamos y precisa­
mos más esta relación mediante el enfoque psicobiológico o psicoge-
nético de Wallon, con el enfoque existencial de Merleau-Ponty y con
la síntesis teórica y práctica de Ajuriaguerra. Wallon nos reveló que el
niño descubre su cuerpo sólo por su relación con otro y que ese otro
primordial es la propia imagen del niño en el espejo. Correlativamente
nos demostró que ese-descubrimiento resultaba de la fusión afectiva y
hasta fisiológica con la madre y luego con las personas allegadas, fu­
sión emocional que se graba en la contextura tónica de los músculos.
En otras palabras, el cuerpo no estaba s ijn p le m e n te "en relación” con'
algo sino que él mismo es relación en su estructura psicobiológica.
Merleau-Ponty nos lo confirmó, pero lo hizo de conformidad con una
óptica fenomenología que carga el acento en el poder significante
del cuerpo y pone de relieve la intrincación de todas nuestras sensacio­
nes con los demás; en'suma, muestra que nuestra corporeidad es inter-
corporeidad. Comprobamos cómo Ajuriaguerra supo combinar feliz­
mente estas dos ópticas para hacer resaltar la sociabilidad afectiva
de nuestra tonicidad y para alcanzar de ella una técnica eficaz de
relajación.
Pero en todos esos autores y en todos esos enfoques, el cuerpo,
si bien era una relación, conservaba así y todo una realidad ontológica,
un peso existencial, personal y tranquilizador. En una tercera etapa
de nuestro examen perdimos esa ilusión al considerar el enfoque
psicoanalítico, como, por lo demás, nos lo había hecho entrever
Schilder. En efecto, el cuerpo se enfoca a partir de entonces aten­
diendo a las fluctuaciones anárquicas y a los fantasmas imaginarios
del deseo: el cuerpo se hace pedazos, se deforma, se desorganiza en
procura de la .satisfacción de sus diferentes pulsiones sexuales, pero
también a causa de la violencia destructora de su instinto de muerte.
Lejos de ser el origen y el control de sus funciones, el y'o es el efecto
de éstas; el cuerpo pierde su prerrogativa de órgano de nuestra volun­
tad para convertirse en teatro de nuestros conflictos; primero, conflic­
tos con la pareja parental, el complejo edípico, pero también, y en
función de este complejo nuclear, con todas las otras personas con las
cuales me identifico y al mismo tiempo me enajeno, lo mismo que se
enajena el niño en su propia imagen reconocida en el espejo. El cuerpo
es así teatro y con mayor razón lo es por cuanto es significante de
su deseo en cada una de sus zonas erógenas que se remiten a las de
otras personas; por este hecho el cuerpo se hace lenguaje con todo el
juego sutil de combinaciones metafóricas y metonímicas.
Ahora bien, ese lenguaje guarda relación con el deseo de otros tal
como creemos adivinarlo en la mirada de ellos. De ahí la amenaza
de alienación que puede entrañar esa mirada fijada en nuestro cuerpo.
Estudiamos. esta posibilidad cuando consideramos las diferentes fo-
bias y perversiones; encontramos así confirmado el impacto del juicio
social en nuestra manera de aprehender y hasta de presentar nuestro
cuerpo. Gracias al esclarecimiento sociológico, comprobamos que ese
impacto es mucho más importante de lo que sospechábamos hasta
entonces, puesto que todo el comportamiento de nuestro cuerpo que
antes creíamos “ natural" se revela como algo, no sólo modelado
por la sociedad, sino algo que adquiere su verdadero sentido como
símbolo de la sociedad. En adelante, la totalidad de nuestro ser cor­
poral ha de considerarse un simbolismo de dos rostros, el de nyestra
libido y el de nuestra cultura, dos rostros que se reflejan el uno .en $1
otro, puesto que es la sociedad la que impone la ley a mí deseo: y
puesto que la sociedad no es aprehendida sino a través de las resis­
tencias o de las formas que ella impone a nuestro deseo. Esa ley,
esas resistencias y esas formas están fijadas en los mitos qüe rigen
nuestro lenguaje sobre el cuerpo y que proliferan según las transforma­
ciones culturales.
Compréndese así que resulta ilusorio pretender alcanzar, mediante
un saber o una técnica cualesquiera, la realidad oculta y última del
cuerpo y que, en cambio, es esencial inventar y controlar un modo de
cultura que nos presente la imagen menos alienante posible de ese
cuerpo y que permita la libre expresión de todos los cuerpos én sus de­
seos y sus acciones recíprocas. Decíamos antes con G. Deleuze que el
cuerpo en el niño es "un traje de Arlequín” . Y yo dirá ahora, aunque
con o tro sentido, que el cuerpo continúa siéndolo un poco, en la me­
dida en que sus piezas abigarradas significan la división, no ya de nues­
tras zonas erógenas, sino de las influencias variadas y a veces opuestas
de nuestra cultura proteiforme. Pero de todas maneras es menester
que el cuerpo nos deje toda nuestra libertad de acción, que los colo­
res armonicen y que las costuras resistan...
N U EV A S R E F L E X IO N E S CU A TRO AÑOS D ESPU ES.

E L C U ERPO TA LISM A N O L A ILU SIO N L IR IC A

La reedición e inclusión de este libro en la colección “ Corps et


Culture" me ofrece la deseada oportunidad, si no ya de completarlo
(el departamentd de producción de la colección se encarga de hacer­
lo), por lom énos de volver a situarlo, de precisarlo y de discernir
claramente su I íneá de evolución. Han transcurrido cuatro años desde
que entregué el manuscrito y nadie negará que en esos cuatro años
se acrecentó y acentuó de múltiples maneras y en diferentes sentidos;
a veces hasta contradictorios, el peso de la temática corporal, que ya
señalabá yo en aquel texto. Las obras sobre el cuerpo se han multN
plicado, innumerables revistas le dedicaron números especiales, los
periódicos, la radiotelefonía y la televisión informan cotidianamente
sobre, las- nuevas prácticas, artísticas o no artísticas, que florecen en
todo el mundo según el capricho.de la fantasía desenfrenada de indi­
viduos o grupos y según las astucias rentables de listos comerciantes
o ingeniosos hombres dé negocios. Semejante pulular de mensajes y la
puja ideológica relacionada con ellos no podían dejarnos indiferen­
tes, sobre todo, como agregarán pérfidamente algunos, porque este
libro y esta colección, a pesar de sus intenciones desmistificadoras,
contribuyeron ellps mismos “ objetivamente" (en el sentido marxista)
a alimentarlos.
Ante la posibilidad de semejante reproche (el de que esta compli­
cidad objetiva podría favorecer el ambiguo proceso de ideologización
del cuerpo), me propongo intentar aquí, por un lado, profundizar
el análisis expuesto en mi libro a la luz de algunos importantes textos
publicados en el transcurso de estos cuatro años, y por otra parte,
denunciar los errores de interpretación, los falsos sentidos y contrasen­
tidos derivados de una lectura presurosa, trunca y superficial de mi
libro; por último, me propongo señalar los peligros de explotar de ma­
nera presuntamente revolucionaria el arma corporal simplificando u
ocultando la articulación de cada parte con el discurso general, y,
por consiguiente, señalar asimismo las condiciones fundamentales
del arte sutil de formular preguntas sobre el cuerpo, en suma, el ar­
te de hacer un "buen uso” de una colección de obras sobre el cuerpo.
Desde el punto de vista puramente teórico, el análisis del cuerpo
se ha visto enriquecido desde 1972 con cuatro contribuciones que, a
mi juicio, son fundaméntales,1 aun cuando ciertos aspectos, como
veremos, suscitan algunas reservas y vacilaciones. Para seguir el orden
cronológico citaré en primer lugar L ’A nti-oedipe [E l antiedipo] / pu­
blicado en marzo de 1972; se trata de un texto difícil, denso y a ve­
ces irritante, pero esencial, que nos obliga a afinar nuestro enfoque
del cuerpo libidinal y de su modo de articulación con el campo so­
cial y el mito.
La asimilación —no metafórica— del deseo a la producción conti­
nua de flujo “ maquínico” hace del organismo una fábrica de máquinas
deseantes como "sistema. de cortes” (desapego, descuento, conserva­
ción); ^ esa producción está sin embargo trabajada interiormente por
la improductividad, la esterilidad, la deserogenización de la muerte
que diseña en cambio “ un cuerpo sin órganos", de “ superficie escu­
rridiza,' opaca y tensa” , cuyo fluido amorfo e indiferenciado se opone
precisamente a los flujos ligados, conectados y recortados de las
máquinas deseantes. La represión originaria nó es en el. fondo otra
cosa que la repulsión de éstas por el cuerpo sin órganos; este cuer­
po pleno sin órganos es la antiproducción aparéada a la producción,

1 De las que, he de confesarlo, D. Denis y J. M. Brohm no parecen haber saca­


do todo el partido que sería de desear.
2 . G. Deleuze y F. Guattari, L'Anti-asdipe, Minuit, ,1972, págs. 43-4,4.
la cual o la rechaza o la rebaja, la atrae y se la apropia. Ahora bien, esa
pareja antagónica, esa producción de antiproducción, no se debe
a una simple actividad fantasmática, representativa y psíquica de un
inconsciente teatro, no es el resultado de "otra escena” en la que se
perfilan los ambiguos juegos de sombras chinescas de nuestros deseos,
sino que esa pareja constituye la producción de la realidad social
misma. “ En verdad” , escriben Deleuze y Guattari, "Ja producción
social es únicamente la producción deseante misma en determinadas
condiciones. Afirmamos que el campo social está directamente reco­
rrido por el deseo, que es el producto de éste históricamente deter­
minado y que la libido no necesita de ninguna mediación ni sublima­
ción, de ninguna transformación ni operación psíquica para catectjzár
las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Sólo existe el
deseo y lo social, y nada más". 3 En otras palabras, “ las máquinas de­
seantes no son máquinas fantasmáticas u oníricas que se distingan
de las máquinas técnicas y sociales y que se agreguen a éstas. Los fan­
tasmas son antes bien expresiones segundas, que derivan de la iden­
tidad de las dos clases de máquinas en un medio dado” . 4 Una sola y
la misma producción, la producción de lo real, afecta a las máquinas
deseantes y a las máquinas técnicas.
Sin embargo, estas máquinas presentan dos diferencias: en primer
lugar, las máquinas técnicas funcionan sóljp con la condición de no
estar descompuestas, mientras que las máquinas deseantes, por el con­
trario, no cesan de descomponerse al marchar y sólo marchan descom­
puestas; la segunda diferencia estriba en que si las máquinas deseantes
producen por sí mismas, antiproducción, las máquinas técnicas reciben
ésta en virtud de condiciones extrínsecas a su proceso propio, lo cual
prueba que no son (contrariamente a la opinión común) una catego­
ría económica, sino que son un simple “ índice de una forma general
de producción sociál” ; 5 así como la máquina manual es índice de la

3 Idem, pág. 36.

4 Idem, pág. 38.


5 Idem, pág. 39.
producción social primitiva, la máquina industrial es el emblema de la
producción de la sociedad capitalista. Pero, en verdad, y repitámoslo,
“ no hay más que una producción que es la producción de lo real", 6 y
esa producción puede expresarse de dos maneras diferentes: o bien
desde el punto de vista del hombre natural, mostrando cómo toda pro­
ducción social procede de la producción deseante en ciertas condicio­
nes; o bien, desde el punto de vista histórico, recordando que “ la pro­
ducción deseante es primero social y que sólo al final tiende a liberar­
se” ; La máquina social o sodus tiene, en efecto, la función primordial
de “ poner en cifra ¡os flujos de deseo, de inscribirlos, registrarlos, de
hacer que no corra ningún flujo que no está taponado, canalizado,
regulado” .7
Esto se manifiesta especialmente al principio en la horda primitiva
que hace del cuerpo él cuerpo de la tierra y lo territorial iza, cuerpo
que el déspota, en ía producción social de la máquina asiática, sobreci-
fra en la medida en que da la preeminencia exclusivamente a las ca­
tegorías de nueva alianza y de filiación directa, y el sócius despó­
tico sustituye el cuerpo de la tierra por su propio cuerpo pleno: “ en
lugar de la máquina territorial, se instaura ‘la megamáquina’ del es­
tado, pirámide funcional en cuyo vértice está el déspota, motor in­
móvil, que tiene como superficie lateral y órgano de transmisión el
aparato burocrático, mientras los campesinos, que se encuentran en
la base de la pirámide, sirven como piezas de trabajo” . 8 Ahora bien,
a partir de ese gran movimiento de desterritórialización producido
por la supercifra del estado despótico, nace el capitalismo por obra
de un desciframiento generalizado de los flujos que precisamente, en
virtud de la conjunción de todos los flujos descifrados, constituye

6 Idem, pág. 40.


7 ¡b ídem.
8 Idem, pág. 230.
esa máquina voraz y demente, gobernada no ya por el gocé o el ex­
ceso de consumo de una clase, sino por el sólo imperativo de "pro­
ducir por producir” . El propio deseo se convierte así en instinto de
muerte: “ la operación de represión y supresión es más fuerte que
ninguna otra..., la antiproducción se propaga a través de toda la pro­
ducción, en lugar de permanecer localizada en el sistema, y deja así
en libertad un fantástico instinto de muerte que ahora impregna y
ahoga el deseo” . 9 En síntesis, según Deleuze y Guattari, “ la teoría
general de la sociedad es una teoría generalizada de los flujos; en fun­
ción de efla deben estimarse las relaciones de la producción social y
de la producción deseante, las variaciones de esta relación en cada ca­
so y los Límites de tal relación en el sistema capitalista” . 10 Conside­
rada en esta perspectiva, “ la producción social es la propia producción
deseante” en las condiciones fijadas por “ las formas de gregarismo
como socius o cuerpo pleno, en las cuales las formaciones molecula­
res constituyen conjuntos molares” 10 o, dicho de otra manera, cuan­
do, a semejanza de los fenómenos físicos, 12 las multiplicidades com­
puestas por los objetos parciales y los flujos (el microinconsciente) se
subordinan a las estructuras de grandes conjuntos que representan, por
una parte, a las personas como "grupo sujeto" y, por otra parte, a
los “ grupos sujetados” (la fapiilia, la escuela, el estado, etc.). 13
Esa es la razón por la cual Deleuze y Guattari distinguen en las
catexias sociales dos niveles de catectización libidinal: uno incons­
ciente del deseo del gregarismo molecular del grupo sujeto; el otro
preconsciente y molar de clase o de interés. Así se explica que “ lo
que es reaccionario o revolucionario en la catexia preconsciente de

9 Idem, pág. 312.

10 ¡bídem.
11 Idem, pág. 411.
12 Idem, pág. 336.
13 ídem, pág. 333.
interés no coincida necesariamente con lo que lo es en la catexia
libidinal inconsciente. Una catexia preconsciente revolucionaria se
refiere a nuevos fines, a nuevas síntesis sociales, a un nuevo poder. Pe­
ro puede ocurrir que por lo menos una parte de la libido inconsciente
continúe catectizando el viejo cuerpo, la vieja forma de poder, sus ci­
fras y su flujos” . 14 Por ejemplo, se sabe de qué manera la máquina
socialista conserva un capitalismo monopolista de estado y de mer­
cado. Pero aun cuando aparentemente exista una correspondencia,
no es seguro que la catexia libidinal inconsciente sea revolucionaria;
para que lo sea es menester no sólo promover otro sodus como nue­
va forma de poder o de soberanía, sino que en ese mismo socius haya
un régimen de la producción deseante como potencia dirigida al cuer­
po sin órganos. En suma, la catexia libidinal revolucionaria, la catexia-
del grupo sujeto y no sujetado, es la que “ hace penetrar el deseo en
el campo social y subordina el socius o la forma de poder a la produc-'
ción deseante; productora de deseo y deseo que produce, esa ca­
texia crea formaciones siempre mortales que conjuran en ella la efu­
sión de un instinto de muerte” . 15 De manera que la articulación
del cuerpo libidinal y del cuerpo social procede de una economía
libidinal y no de la ideología, puesto que lo constitutivo del cam­
po social y lo que forma su infraestructura es, no la representa­
ción, sino el deseo. 16 El esquizoanálisis deleuzo-guattariano opone a
la representación o al teatro personológico y de familia del psico­
análisis freudiano la fuerza material, “ maquínica” ,'física del deseo-
producción, 17 en otras palabras, ‘‘un inconsciente no figurativo y
no simbólico” . 18
En este sentido es evidente que la tesis del Antiedipo no sólo
pretende resolver el problema que habíamos planteado en nuestro

14 Idem, pág. 415.


is Idem, pág. 417.
16 Idem, pág. 41.2 y pág. 416.
17 Idem, pág. 352;
18 Idem, pág. 421.
último capítulo, sino que sobrepasa y corrige la solución que había­
mos bosquejado allí: en efecto, lejos de corroborar nuestra hipóte­
sis de “ un doble simbolismo corporal” o de un cuerpo como “ apertu­
ra y plataforma del campo simbólico” , Deleuze.y Guattari afirman en­
fáticamente que el deseo y lo social no son entidades abstractas se­
paradas que se articulan por la mediación de símbolos, sino que cons­
tituyen lisa y llanamente un solo y el mismo proceso material dé pro­
ducción “ maquínica” . El cuerpo ya no es “ el símbolo de que se vale
una .sociedad para hablar de sus fantasmas” , sino que es la disposición
molecular y molar determinada por las catexias sociales inconscientes
y preconscientes de la multiplicidad positiva de la producción de las
máquinas deseantes. En verdad, la única realidad corporal es la ele la
dispersión anárquica y molecular de los objetos parciales, un repudio
radical de la organización molar del organismo y del cual el cuerpo
pleno sin órganos es la síntesis pasiva e Indirecta de conexión.19 Pa­
rece, pues, que los dos autores recusan implícitamente la importancia
que nosotros habíamos asignado a los mitos y a su significación ideo­
lógica; para estos autores, los mitos y su significación ideológica no
son más que la herencia de la nivelación psicoanalítica de la produc­
ción llevada a cabo por la representación y primero por la creencia,
esa ilusión congénita de la conciencia. Según ellos, es imposible de­
ducir la vida real y propiamente material del deseo partiendo de seme­
jante ilusión; siguiendo a Henry Miller, repiten que “ no hay vida posi­
ble en el mito . Sólo el mito puede vivir en el mito. Esa facultad de
dar nacimiento al mito nos viene de la conciencia, de la conciencia
que se desarrolla sin cesar” 20 y que segrega ese Inconsciente fan-
tasmático, representativo, simbólico cuya "legradura” pretende rea­
lizar el esquizoanálisis. 21
Pero sería una grosera equivocación atenerse tan sólo a esta formu­
lación global de la requisitoria antiedípica: si leemos atentamente el

19 Idem, págs. 389-390.


20 ¡dem, pág. 355.
21 Jdem, pág. 356 y pág. 371.
texto de Deleuze y Guattari, comprobamos bien pronto que la dico­
tomía y la oposición casi maniqueade la producción y de la represen­
tación, de la economía y de la ideología no constituyen una disyun­
ción exclusiva. Si la producción deseante tiende a ahogarse o a nivelar­
se en la representación teatral, en la creencia mítica, en la organiza­
ción simbólica, es asimismo cierto, para nuestros dos autores, que esa
producción nunca puede ser captada o aprehendida en sí misma, sino
que sólo y necesariamente "es inducida partiendo de la representa­
ción..., es descubierta a lo largo de sus líneas de fuga... Las máquinas
deseantes se perfilan y dibujan sobre una línea tangente de desterri-
torialización, que atraviesa tos medios representativos y que se extien­
den a lo largo del cuerpo sin órganos” . 22 En otros términos, verdad
es que hay una perversión del deseo en el teatro mitológico edípico,
pero esa perversión es casi fatal: "n o hay desterritorialización de los
flujos de deseo esquizofrénico que no vaya acompañada de reterri-
torializaciones globales o locales, las que tornan a formar siempre
horizontes de representación... Nuestros amores son complejos de.
desterritorialización y de reterritorialización” . 23 De suerte que el
verdadero error del psicoanalista estriba sólo en dar preeminencia
exclusiva al término de este destino y en interpretar el fantasma repre­
sentativo y onírico como la única vía del deseo, siendo así que no es
más que la manifestación de un superyó, “ de un yo superpotente y
superarcaizado” . El psicoanalista comete la falta de atenerse a “ los
representantes imaginarios y estructurales de reterritorialización, en
tanto que el esquizoanálisis sigue las indicaciones 'maqumicas’ de
desterritorialización". 24
Es lícito, pues, preguntarse si psicoanálisis y esquizoanálisis no de­
ben situarse de nuevo en relación con la totalidad del proceso del
deseo que, aunque revolucionario en esencia (y no por intención), 25

2 2 ¡dem, pág. 375.


23 Idem, pág. 377.
24 ¡dem, pág. 378.
25 Idem, pág. 138.
conduce ineluctablemente a esas “ territorialidades y reterritorializa-
ciones representativas por las cuales un s u je to pasa en su historia
individual” . 26 En otras palabras, en lugar de teorizar el deseo como
exclusión de la "falta, de la ley y del significante” o, de manera ge­
neral, del universo representativo, simbólico y mítico, ¿no sería mejor
discernir las implicaciones y las consecuencias del hecho de que ese
deseo sólo puede aparecer partiendo de ese universo y sobre el fondo
de ese universo? Más exactamente, ¿no sería más esclarecedor sacar a
la luz los mecanismos propios de las máquinas deseantes que las lle­
van inevitablemente a descomponerse, que metamorfosean su anar­
quía en poder, su positividad en negatividad, su intensidad en signi­
ficación? En verdad, la realidad misma de las máquinas deseantes,
consideradas como tales, en sus flujos no organizados, moleculares
y violentos, es la ficción impuesta inevitablemente por el proceso de
su marcha, de su información representativa, teatral, simbólica. ¿Aca­
so no lo reconocen implícitamente Deleuze y Guattari cuando dicen
que “ el inconsciente es rousseauniano en cuanto es él hombre-natu­
raleza” ? 27 A nuestro juicio, la edipización no se contenta con “ con­
vertir” ese inconsciente en otro escenario donde se representan cre­
encias y mitos familiares. También suscita su contrario, su imagen
invertida, precisamente la imagen de esta economía libidinal de los
flujos "maquínicos” de intensidades positivas. En síntesis, la refrac­
ción simbólica es, a nuestros ojos, inevitable porque es constituti­
va del trayecto irresistible y discontinuo del deseo, al cual ella sola
puede otorgar derecho de ciudadanía. “ La desterritorialización como
proceso es inseparable de las estasis que la interrumpen” , 28 porque
hay una connivencia secreta e implacable entre la producción desean­
te y la perversión representativa, connivencia que no es el simple
espejismo causado por la omnipotencia “ de un símbolo despótico
que los (los signos del deseo) totaliza en nombre de su propia ausencia

26 Idem, pág. 379.


27 Idem, pág. 133.
28 Idem, pág. 379.
o de su propia contracción” , 29 sino causada por la negatividad cons­
titutiva del proceso mismo de producción como rechazo, es decir, co­
mo ruptura permanente seguida de estasis siempre nuevas, lo cual
explica precisamente la necesidad de su, mutación en signo y el sur:
gimiento del lenguaje. En suma, el positivismo "maquínico” del Anti-
edipo parece ofrecer una teoría simplificadora de lá negatividad del
deseo al reducirla a una falta, como deseo de una totalidad, y al mis­
mo tiempo al identificar la teatralidad con la nostalgia de una au­
sencia, por lo tanto, con una frustración.3 0
Cuando, después de Lacan, Deleuze y Guattari reconocen que el
código del inconsciente "se parece menos a un lenguaje que a una jer­
ga, formación abierta y polívoca” , 31 admiten por eso mismo ¡que las
disyunciones constitutivas de esa jerga manifiestan úna negatividad de
la que el lenguaje sólo presentará la imagen aparente y trivial de la
exclusión y, por lo tanto, de la falta. De suerte que lejos de corregir o
desmentir el punto de vista que expusimos en los anteriores capítulos,
el enjuiciamiento intentado por el Antiédipo nos parece, en definiti­
va y por el contrario, corroborarlo: cuando designamos el cuerpo
como "apertura y plataforma del campo simbólico” y ponemos de re­
lieve su mitologización, es decir, su ineluctable ideologización, no ha­
cemos sino indicar la insuperable necesidad dialéctica del proceso ma­
terial del flujo de las intensidades pulsionales, cuya discontinuidad de
escisión-estasis, de desterritorialización-reterritorialización, de pro­
ducción-representación, desemboca inevitablemente en el juego dis­
cursivo del lenguaje y , más exactamente, en una multitud indefinida
de discursos que se interfieren sin cesar. En suma, el cuerpo, humano
no se identifica ni con el movimiento molecular browniano, anárquico
y aleatorio, de intensidades del cuerpo pleno sin órganos, ni con las re*

29 Idem, pág. 369.


30 Para una demostración más amplia, remitimos ail lector a nuestra tesis, que se
publicará próximamente con el título L'expressM té du corps, Recherche sur
les fondements de la thédtralité, especialmente al capítulo 6.
31 Op. cit., pág. 46.
presentaciones organizadas, molares y personales que da el saber tran­
quilizador de una sociedad, sino que se identifica con el proceso per­
manente de mutación de las unas en las otras y, por consiguiente, con
la producción irresistible y artera de ilusiones.
Esta manera de aprehender el cuerpo encuentra, a nuestro juicio,
una confirmación más directa y sólida aún en el análisis que presenta
Julia Kristeva del proceso del sujeto, es decir, de la producción del sig­
nificado partiendo de la negatividad de la repulsa del deseo. En efec­
to, la autora muestra muy bien cómo toda pulsión es un proceso ma­
terial y energético de repulsa, de división y de posición a la vez, es
decir, de conflictos indefinidamente renovados ‘‘cuyos choques
sucesivos producen la función significante :porobra de un momento
de salto y de ruptura, de separación y de ausencia” . 32 Por lo demás
J. Kristeva nos da una explicación detallada de este proceso: “ las
pulsiones reiteradas, Jos choques de Jas descargas energéticas produ­
cen una excitación que, permaneciendo insatisfecha, llega hasta a
producir, en virtud de un salto cualitativo, un contragolpe que la
retrasa, la absorbe momentáneamente y la depone: la repulsa reite­
rada produce así su posición-, si esa repulsa es separación, escisión, di­
visión es al propio, tiempo y después de la acumulación, detención,
marca, estasis. La positivación efe la repulsa es inherente a su trayec­
toria: la repulsa se fija, marca uno para rechazarlo de nuevo y sepa­
rarlo en dos. El engrama como vía de devenir significante es la auto­
defensa de la repulsa y su inmovilización relativa permite la reacti­
vación de la pulsión: la re-pulsa". 33
De suerte que la representación no es ya una-función ni un evento
extrínseco debido únicamente a la perversión edipizante, sino que es
un mecanismo inherente al proceso material dél deseo: de alguna ma­
nera en su seno se producé el surgimiento de una heterogeneidad
simbólica. "Su tendencia a la muerte se encuentra aplazada, suspen­

32 J. Kristeva, La révolutlon du langage poétique, Seuil, 1974, pág. 152.


33 Idem, pág. 155.
dida por esta heterogeneidad simbólica; pues, como para impedir su
destrucción, el cuerpo re-marca y, mediante un salto, representa la
repulsa in absentia: en signo” . 34 En otras palabras, el cuerpo se
convierte en significante y representa, no a causa de la nivelación o
disminución perversa del flujo de las intensidades libidinales, sino a
causa del juego mismo de éstas, el juego de la negatividad y de la po­
sitividad conjuntas del proceso productor de la repulsa, como lo
ilustra el juego del Fort-Da, que analizamos antes: el manipuleo del
carretel y los gestos que lo gobiernan no significan la relación de los
flujos pulsionales del cuerpo del niño con los del cuerpo materno si­
no porque esos flujos pulsionales, en su materialidad misma implican
un corte, implican la separación y la posición de un objeto, de una
marca destinada ella misma a ser rota. "L a marca se encuentra, pues,”
dice Kristeva, “ en el camino del devenir-signo, puesto que ella pre­
figura su constancia y su unidad” . 35
La oposición entre cuerpo* pulsional y cuerpo significante no es
exclusiva sino que es actualización de la oposición que mueve la pul­
sión misma y que se prolongará en la escanción producción-destruc­
ción del signo mismo. La articulación del cuerpo y del lenguaje, de
la pulsión y del sentido es así el punto de una "lógica de renovación”
material o energética y no de una falsificación o de un disfraz mis­
tificador. Percibir semejante lógica rio es, como dirán algunos, caer
en la ilusión de una fantasmatización hegeliana y, por lo tanto, idea­
lista de la materialidad corporal, sino que significa tener en cuenta, re­
conocer lúcidamente, el doble hecho radical de que, por un lado, to­
da inteligibilidad de la realidad pulsional o libidinal esta incluida ya,
querámoslo o no, en el mecanismo de aprehensión binaria y no dis­
yuntiva de la función significante 36 y, por otra parte, de que todo
uso de esta función significante y del lenguaje en particular implica

34 tbidetn.
35 ¡dem, págs. 155-156.
36 J. Kristeva, Semeiotiké. Recherches p o u r une semanalyse, Seuil, 1969, págs.
84-85.
i a acción de los procesos energéticos de repulsa de la producción de­
seante. Esos procesos y el mecanismo de la función significante son
sólo dos niveles, cualitativamente diferentes, del devenir de la reali­
dad material: el nivel simbólico, en el que reina el signo, se produce
“ por la acumulación reiterada de las repulsas (activaciones-estasis-
activacipnes) sucesivas” 37 del nivel pulsional, que Kristeva llama
semiótico para indicar mejor que comprende el mecanismo de genera­
ción material del signo y correlativamente del sujeto. La heterogenei­
dad entre estos dos niveles estriba precisamente en el vínculo, en el
encadenamiento aparente de la escisión de la repulsa pulsional én el
sistema instaurado por el signo que unifica y cristaliza la producción
de (as máquinas deseantes en un yo, en un cuerpo personal permanen­
te y cifrado, lugar de esta “ señalética del intercambio” 38 exigida
por el funcionamiento de una sociedad esencialmente gobernada
por la circulación de las mercancías. Es cierto, en efecto, que esta mu­
tación verificada en el nivel simbólico del proceso energético del cuer­
po “ está necesariamente engrendrada én última instancia por el apa­
rato social y por la práctica social en la que el sujeto es llevado a ac­
tuar” . 39 Evidentemente esta neutralización de la negatividad diferen-
ciadora de la repulsa, que se convierte en positividad ordenada e iden­
tificante del signo, se realiza primero en y por la estructura familiar,
como ya lo hicieron notar Deleuze y Guattari. “ Es en ella” , dice J.
Kristeva, “ donde las relaciones de repulsa se convierten en relaciones
intersubjetivas o en relaciones de deseo” , 40 es decir, en referencia a
una falta. En suma, el signo transforma la econom ía libidinal del cuer­
po en una “ economía homológica” del comportamiento, psicosocial.
Hay, en efecto, como lo demostró J. Baudrillard, “ una economía
política del signo en la que el cuerpo sexuado, pulsional, es uno de
los campos principales de maniobra. Aun cuando esta demostración

37 La révolutlon du langage poétique, pág. 156.


38 p, Fedida, " D ’une métapsychologie du somatique", en B ulletin de Psycholo-
gle, X X V II, 311, 1973-74, n ° 11-12, pág. 652.
39 La révolution du Iangage poétique, pág. 156.
40 ¡dem, pág. 157.
emplee una terminología y una argumentación diferentes” 41 y mani­
fieste miras ideológicas originales (digamos, utópicas y nihilistas, y
no ya marxistas y - o freudianas), viene a incluirse en el conjunto del
enjuiciamiento intentado por los autores anteriores al imperialismo
del signo y sobre todo a las modalidades con que el signo afecta el
cuerpo libidinal. Al denunciar la lógica de equivalencia, es decir, la
lógica de la mercancía y del valor entrañada en el corazón mismo del
signo y en su funcionamiento, J. Báudrillard hace resaltar que esa ló­
gica reduce la ambivalencia del deseo o de la libido a la ecuación fija
del consumo sexual: el cuerpo está cifrado y fetichizado por ésa ley
del intercambio, pierde su virtualidad de juego y su ambivalencia radi­
cal para exhibirse como mercancía y valorde intercambio en el mer­
cado erótico de nuestra ¡sociedad. El cuerpo desnudo de la que lleva
a cabo él strip-tease es Ilustración y arquetipo del cuerpo marcado
para la captación erótica de las miradas. 42 Como dice Baudrillard,
"lo erótico es pues la reinscripción de lo erógeno en un sistema homo­
géneo de signos (gestos, movimientos, emblemas, "blasón del cuer-
p,o” )” ; es más, el cuerpo como sexo es "un osario de signos” así

41 Conviene tener en cuenta el empleo muy específico, poco habitual y, en to­


do caso, muy desfasado (en relación con el uso que le da J. Kristeva) del con­
cepto de “ simbólico’’: en esta autora el concepto indica el nivel y el sello del
signo; en Baudrillard es “ un más allá del signo” (véase Pour une critique de
fé c o n o m le p o lltlq u e du signe,' Gallimard, 1972, pág. 194), su desconstruc­
ción en la medida en que es la ruptura de la ley o del código de equivalencia,
lo cual implica una modalidad de' intercambio no subordinada a la lógica de
la falta y del valor sino subordinada á la lógica del goce del don y de la des­
trucción (véase op. clt., págs. 263-268 y, por cierto, también la última obra
de este autor, L ’échange sym bollque et la m o rt, Gallimard, 1976). “ Lo sim­
bólico” , dice todavía Baudrillard, "es siempre abolición de una separación”
(la abstracta entre significante y significado); véase “ Au-delá dé l’incons-
cient: le symbolique” , en Critique, n ° 333, febrero de 1975, pág. 203. En
suma, lo simbólico corresponde en Baudrillard a la única dimensión unitaria
en que se funda la ecuación del signo, pero que desconstruye esta ecuación
al exterminar la realidad misma de los términos que aquélla pretende unir.
42 “ Lé corps ou le chamier de signes” , en Topique, 9-10: Sens du corps, págs.
75-107.
como inversamente “ el signo es un sexo descarnado” 43 en la medida
en que presupone que la diferenciación y la ambivalencia pulsionales
queden reducidas a la forma abstracta y positiva de dos entidades
separadas, el significante ( S t ) y lo significado (Sd ) o, si se prefiere,
presupone Ja reducción de la perversidad erógena a la fetichización
de la instancia fálica representada por la barra de censura de la rela­
ción de las dos entidades (St/Sd).
Penetrados por enteró, de manera consciente e inconsciente, por
esta ley del signo que nos infunde el deseo y hasta ja pasión de la
cifra, es decir, que sólo nos hace percibir y amar aquello que se so­
mete al imperativo del intercambio, del valor y, por consiguiente,
de la separabilidad y de la equivalencia* sólo aprehendemos nuestro
cuerpo a través de los modelos que reproducen o implican la estruc­
tura binaria de identidad significante y que nos imponen esa reja con­
ceptual y.fantasmática de disyunción y de ecuación, de “ recortabi-
lidad" y de igualdad. Ahora bien la intervención, el funcionamiento
de esta reja presupone la existencia de una instancia de referencia
a lá que se remitiría la estructura, la cual pretendería al propio tiempo
restituirla, reconstruirla y, en cierto modo, también anularla. "E l
signo” , observa Baudrillard, “ está asediado de alguna manera por la
motivación to ta l". De esta manera apunta a lo real como a su más
allá y a su abolición. Pero el signo no puede "saltar por encima de su
sombra” : él mismo produce y reproduce lo real a ló que apunta y que
nunca es su más allá, sino que es sólo su horizonte. La realidad es
el fantasma por el cual el signo se preserva indefinidamente de la
desconstrucción simbólica que, lo asedia. 44 Por eso los modelos del
cuerpo se remiten todos ellos a la ficción o al simulacro de una rea­
lidad entendida como “ ideal tipo negativo” : 4S “ en el caso de la me­
dicina, el cuerpo de referencia es el cadáver” , como forma anatómica

43 ¡dem, pág. 75.


44 pour une critique de l ’économie p o l/tlque.du signe, pág. 189, nota 1.
45 Artículo citado en Toplque, pág. 97.
y límite de los esfuerzos de preservación ,de la vida; para la religión,
es el animal como naturaleza gobernada por "ios instintos y apeti­
tos de la carne” ; para la economía política, es el autómata o la m ár
quina como fuerza de trabajo, “ extrapolación de la productividad
racional, absoluta, asexuada” ; 46 y por fin para la economía polí­
tica del signo, tal como se manifiesta en el funcionamiento de nuestra
“ sociedad de consumo", 47 es el maniquí, “ como lugar de producción
del valor/signo” mismo. En otras palabras, el cuerpo ya no se conten­
ta con ser un tipo de modelo de significación (cadáver, animal, má­
quina), sino, que es lo que produce y promueve el signo como valor
al corrvertfrr la sexualidad misma en un modelo. En el fondo, según
Baudrillard, la apología del cuerpo liberado es el resultado (sobreve­
nido después de la revolución industrial) de una “ generalización pro­
gresiva de la economía política o también de la profundización de ley
de valor” : 48 al identificarse con. la sexualidad como valor de uso
o valor de intercambio y correlativamente como función general de
equivalencia, el cuerpo se convierte en el objeto de una economía
pol ítica que le define los mecanismos y la estrategia. En este sentido,
glorificar el cuerpo colocado exclusivamente bajo el signo de Eros
significa, por una parte, positivizar, reificar e igualar la negatividad,
la virtualidad y la ambivalencia del deseo y del propio inconsciente
concebido como contenido significado 49 y, por otra parte, emanci­
par y liberar ese deseó o ese contenido inconsciente al que una repre­
sión plurisecular confirió un valor transgresivo; de esta manera y para­
dójicamente, el materialismo libidinal adquiere hoy una legitimidad
aparente sólo gracias al idealismo que lo reprimió como amenaza de
subversión y del cual constituye la solución de repuesto, como resulta
evidente del hecho de estar incluido en el mismo sistema formal de

46 ¡dem, pág. 96.


4 7 J. Baudrillard, La soclété de consamm ation, “ Idées” , Gallimard, 1974.
48 A rtíc u lo citado en Tópique, pág. 97.
49 Artículo citado en Topique, págs. 100-102.
conceptualización y de axiologización, 50 En resumidas cuentas, só­
lo se dio un juego de equilibrio entre dos usos diferentes de un mismo
modelo lógico y ético.
Asimismo Baudriílard recusa con vigor el proyecto concebido por
Deleuze, Guattari y Lyotard de una economía libidinal 51 que, para
Baudriílard, no es sino la aplicación de los postulados (de suyo falaces)
de una economía política a la sexualidad, después de la aplicación ya
hecha al lenguaje en el marco de una economía lingüística. Todas es­
tas operaciones se deben a un mismo señuelo, más exactamente, a
un mismo espejismo, según Baudriílard, el espejismo de la producción
cuyo imperialismo es tal que rige hasta la asimilación de la pulsión
de muerte a una "antiproducción” y la asimilación del juego a un no
trabajo, “ prolongación estética” de la necesidad económica. 52 Es, en
efecto, el espejismo de lo económico autonomizado y, por lo tanto,
ideologizado 53 lo que impone, “ a la manera de un bumerán” , la
categoría de producción o de trabajo y su necesidad aun a aquellos
que, como Marx, pretenden hacer la crítica de su disfuncionamiento
capitalista. 54 Lo que desacredita la producción es el hecho de que
ella se funda siempre en el postulado de un resto y, en consecuencia,
en el postulado del valor. Así concebida, la producción sólo existe
como freno, como obstáculo, como rechazo del “ gasto en pura
pérdida” 5S del don destructor, cuyo arquetipo, a los ojos de Baudri-
liard, es lo poético (“ que no quiere decir nada y no dice nada” ), 56
“ Pasar más allá de la economía (política o libidinal) —y si cambiar la
vida tiene un sentido— es exterminar ese resto en todos los dominios,

so ídem, pág. 101, nota 1.


s i J. F. Lyotard, Econamie llbidinale, Minuit, 1975.
52 j. Baudriílard, Le m lro ir de la production, Casterman poche n ° 27, 1973,
págs. 28-29.
53 Idem, pág. 127.
54 Idem, págs. 38-39.
55 Idem, pág. 32.
56 A rtíc u lo citado en Critique, n° 333, pág. 202.
exterminio de lo que lo poético es el modelo, por su operación sin
equivalencia, sin acumulación, sin residuo” . 57
Contrariamente a lo que piensa Lyotard y hasta a lo que piensa
Kristeva, la esencia de lo poético, según Baudrillard, no estriba ya en
su materialidad pulsional, en la circulación de los flujos energéticos
que hacen la carne de las palabras, el cuerpo del lenguaje únicamente
en los simples juegos retóricos del sentido; la esencia de lo poético
está en la negación misma de las cosas y de las palabras. “ Lo poético
estriba precisamente en la volatilización de la condición-respecí/Vo
de la cosa y del discurso. Es decir que lo poético apunta al exterminio
del lenguaje como discurso, pero también como materialidad, no re­
chazándola lo mismo que al discurso, sino, teniéndola en cuenta hasta
aniquilarla” . 58 Esta teorización es, en definitiva, una: apelación utó­
pica a una desconstrucción y hasta a una destrucción radical del fan­
tasma.económico que, por la mediación del signo, penetra y modela, '
a pesar nuestro, nuestra percepción conjunta del cuerpo y del lengua­
je y hasta del conjunto de lo real. Apelación paradójica a una pér­
dida, 59 al vacío de la significación, al no valor, en suma, a esa nega­
tividad pura y desnuda que, como dice Baudrillard, “ el pensamiento
■occidental no soporta ni nunca soportó” . 60
En esta perspectiva, el cuerpo ya no designa más que aquello que
niega o subvierte todos los modelos, todos los códigos, todos los idea­
les tipos, todos "los fantasmas rectores” quepretenden encerrarlo,
regirlo, significarlo; podría decirse que el serdel cuerpo está en esa
sola virtualidad permanente y radical de aniquilación de todo sistema:
“ no podría haber sistema del cuerpo como antiobjeto” . 61 En suma,

57 Idem, pág. 204.


58 Idem, pág. 213.
59 " E l sujeto” , escribe Baudrilíárd, “ no ha de volver a ser un hombre total,
no ha de reecontrarse; hoy ha de pérderse... La utopía quiere la palabra con­
tra el poder... Sólo quiere la palabra para perderse en ella.” Véase Le m lro lr
de la productlon, págs. 144-145.
60 Artículo citado en Critique, n ° 333, pág. 211.
61 Artículo citado en ToDiaue. n ° 9-1 0 Dáe. 97.
.en cierto modo Baudrillard. nos invita a la radicalizaron extrema de
la crítica, ya entablada por Deleuze y Guattari, de los modelos psico-
analítico y marxista del cuerpo en la medida en que, lejos de utilizar
uno contra el otro para confrontarlos mejor en un juego dialéctico
sutil (la materialidad y la territorialización de. las máquinas deseantes
contra la idealidad significante y mítica de los fantasmas, la produc­
ción contra la representación e, inversamente, la esencia revolucionaria
del deseo inconsciente contra el carácter represivo de los conflictos
o de las luchas de intereses materiales, etc,), Baudrillard pretende
“ precipitar sus respectivas crisis” , 62 exterminar esos modelos, denun­
ciando la ideología común de su desarrollo, la ideología de la econo­
mía de la producción; ¿acaso el esquizoanalista no se proclama él
mismo "mecánico” y el esquizoanálisis fk>afirma que es “ puramente
funcional” ? 63
Pero al colocarse en esa posición, ¿no corre Baudrillard el riesgo.
de caer víctima de su propia radicalidad, ya que por obra de ese hara­
q u iri generalizado del cuerpo y del discurso, de la producción material
y significante, se expone a que se le reproche ser el juguete del mismo
espejismo que, así como impone el fantasma de una instancia de re­
ferencia, hace creer aquí en el fantasma de la realidad de la negativi-
dad destructiva como una realidad situada “ más allá del inconscien­
te” ? En otras palabras, aspirar a retornar al juego de un intercambio
simbólico en el que el cuerpo ya no estaría marcado, recortado y or­
denado por la ley de la equivalencia, de la discursividad indefinida del
signo y en general del valor, sino que conocería el goce de la ambiva­
lencia, de "la dispersión anagramática” , de la reabsorción sin residuo
ni pérdida, ¿no significa sucumbir al vértigo del fantasma ilusorio
del horizonte suscitado y proyectado por la continuación clandesti­
na de la operación del modelo significante? Verdades que se trata del
fantasma de lo negativo, pero en todos sus puntos se asemeja al fan-

62 A rtículo citado en Critique, n° 333, pág. 216.

63 L'Antl-aedipe, pág. 385.


tasma que anima la concepción de la positividad de un inconscienr
te identificado con el flujo dé la producción de máquinas deseantes,
en suma, de una economía libidinal que Baudriílard denuncia en Lyo­
tard. En pocas palabras, ¿por qué la estratagema de la estrategia del
signo que obra en el modelo económico no continuaría ejérciendo
su acción sutil y clandestina creando ei espejismo de la desconstruc­
ción de ese modelo? A nuestro juicio, Baudriílard es presa de la uni-
lateraiidad y del carácter paradójicamente sistemático de su antisis­
tema: se aferra a lo negativo de la autodestrucción del cuerpo y del
discurso, de la materia y del sentido, así como Deleuze, G uattariy
Lyotard se atienen a lo positivo de la libre producción material de
los flujos “ maquínicos".
En este sentido, nos parece que Baudriílard, fascinado e impul­
sado por el análisis de la fría e implacable lógica de la ley de la eco­
nomía del signo, pasó por alto, ignoró o subestimó la complejidad
de las condiciones en que se ejerce el poder de esa ley. Al denun­
ciarla de una niñera algún tanto maniquea como el mal o el vene^-
no inevitable de nuestra sociedad de consumo y, en general, del
ámbito de lo económico, parece no haber comprendido que ese mode­
lo no obedece a una finalidad unívoca y simple, que sería la de refor­
zar ideológicamente un poder, sino que obedece a un juego más sutil
y complejo, que tiene una finalidad equívoca de efectos contradicto­
rios a la vez positivos y negativos, efectos de consolidación y de des­
construcción: trátase de una ambivalencia del poder del signo y, en
última instancia, del poder sin más. Es decir que Baudriílard, cedien­
do inconscientemente a la seducción del prestigio que tiene la posi­
tividad de la función significante que él mismo estigmatiza, incurre en
el érror de dar un sentido a la economía del signo y a la economía en
general, a las que asigna un fin o teleologiza unilateralmente. Condenar
la economía como operación fundada en el resto y, por lo tanto, pro­
ductora y reproductora dé valor, y en cambio exaltar y celebrar lo
poético como "operación sin equivalencia, sin acumulación, sin resi­
duo” 64 significa: 1) pasar por alto la negatividad inherente a toda

64 Articulo citado en C ritique, n ° 333, pag. 204.


producción,, su contrapartida de pérdida (¿acaso toda producción no
es movida por la obsesión de su aniquilamiento y no está constituida
por una serie indefinida de destrucciones?); 2) olvidar que la negati­
vidad de lo poético es conjuntamente la atestación de la suficiencia
de su poder formal y positivo de disgregar códigos. Nos parece asi­
mismo que problematizar el cuerpo en la univocidad lógica y axioló-
gica de esta critica de la economía, tal como la lleva a cabo Baudri­
llard, exige qn análisis complementario y al propio tiempo una rectifi­
cación teórica a fin de restituir su verdadera ambigüedad a la econo-
m ía pol ítica del cuerpo.
En su último libro, SurveiHer et p u n ir [Vigilar y castigar], Michel
Foucauít nos ofrece en cierta medida ese complemento y esa rectifi­
cación. E| autor observa, en efecto, con agudeza que si toda economía
política es ante todo economía política del cuerpo y si el cuerpo sólo
puede,ser definido por la manera en que invierte su fuerza productiva
por obra de la relación de poder y de dominio, esta economía política
del cuerpo, esta.inversión corporal, que constituye una especie de “ mi-
crofísica del poder” , 63 no es un mecanismo simple y unívoco desin­
tegración en la ley del valor y de la equivalencia general” , 66 sino que
muy por el contrario es una estrategia compleja y ambigua. No hay
una racionalidad permanente y uniforme del poder, una racionalidad
que sería la de la hegemonía del código como tal, sino que sólo hay
medidas aparentemente sin fines, aleatorias y ambivalentes, cuyos
efectos se organizan poco a poco como la configuración, “ el esquema
de un método general” . 67 Dicho en otros términos, todo dispositivo
está desprovisto de sentido por sí mismo, pero está incluido como
"precaución” relativamente contingente é incierta en un proceso que
adquiere la coherencia de una táctica sólo en virtud de la práctica cris-
talizadora de un funcionamiento. Las técnicas disciplinarias no obran
por la sola virtud reductora del monopolio del código que las rige y

65 SurveiHer et p unir, Gallimard, 1975, págs. 30-31.

66 J. Baudrillard, artículo citado en Topique, n ° 9-10, pág. 99.


67 SurveiHer et punir, pág. 140.
que ellas implican, sino como otras tantas artimañas retroactivas, “ ar­
timañas, menos de la gran razón que trabaja hasta cuando está dormi­
da y da sentido a lo insignificante que de la atenta ‘malevolencia’ que
saca partido de todo. La disciplina, precisa Foucault, es una anatomía
de detalle” . 68 Las transformaciones políticas en general y, por lo tan­
to, las del cuerpo no están sometidas a la necesidad de una teleología
que las reduzca a la ley de la equivalencia, sino que responden al juego
aleatorio de conflictos cuya configuración o perfil, precisándose poco
a poco, define la aplicación de una futura táctica. “ Las fuerzas que
están en juego en la historia” , dice Foucault, “ no obedecen ni a un
destino, ni a una mecánica, sino que obedecen al azar de la lucha. £sas
fuerzas no se manifiestan como las formas sucesivas de una intención
primordial; tampoco asumen la traza de un resultado. Se manifiestan
siempre en el azar singular del acontecimiento” . 69
También toda práctica corporal o toda producción socioeconómica
en general es equívoca: es a la vez manifestación y anulación de: un po­
der, beneficio y pérdida 'y, como lo condensa muy bien Frangois
Ewald en su comentario del último libro de FoucaUltj “ todo dispositi­
vo de poder contiene inevitablemente la posibilidad de su invalida­
ción” . 70 Así lo ilustran no sólo los suplicios y las técnicas 'discipli­
narias analizadas por Foucault, sino también toda la genealogía de
las prácticas educativas y de sus discursos, como tendremos oportuni­
dad de mostrarlo en uha obra próxima. En todo caso, si es lícito
decir que el poder debe définirse, no ya tan sólo como simple repre­
sión, sino también como producción y búsqueda de efectos o de plus­
valía en virtud de la sujeción de nuestras necesidades y de nuestras sa­
tisfacciones, por la penetración y apropiación de nuestro cuerpo
hasta el punto de ser éste la animación (en el séntidó etimológico)

68 Idem, pág. 141.

69 M. Foucault en Hommuge á Jeart Hyppotite, P.U .F., pág. 161.

70 “ Anatomie et corps politiques” , en Critique, n ° 343, diciembre de 1975,


pág. 1254.
del poder, hay que agregar que esta producción comprende siempre
su propia destrucción o que este poder está afectado de falta de po­
der. Concretamente esto significa que la docilidad del cuerpo produ­
cida por la maquinaria disciplinaria, instaurada a partir del siglo XVI I I
y también descrita por Foucault, no se debe a una manipulación 71
global, directa, evidente, discontinua y exterior llevada a cabo por un
poder estatal, objetivo, personalizado y centralizado, sino que se debe
a una técnica sutil, inmanente, anónima, compleja, continua y concer­
tada'que practica una red de micropoderes locales y regionales, los
que refuerzan y/o multiplican la eficacia y acentúan la fragilidad y
el -carácter^equ ívoco de tal técnica. Si, como dice Foucault, la dis­
ciplina es no sólo celular (por la repartición espacial), orgánica (por
la codificación de las actividades)* genética (por el cúmulo de tiem­
po), sino también combináda (por la composición de las fuerzas) o,
dicho de otra manera, si la disciplina no se contenta con construir
cuadros, prescribir maniobras, imponer ejercicios, sino que además
dispone y ajusta tácticas, 72 ello implica que nuestro cuerpo no es
nunca un simple engranaje inamovible y neutro del cuerpo político,
sino que es un campo articulado y ambivalente ("un traje de Arle­
quín" decíamos metafóricamente en nuestra conclusión), siempre
susceptible de desarticularse, de confundir el juego de sus códigos,
en suma, de trastornar el arte calculado del poder.
A nuestro juicio, conviene pues afinar y rectificar (no desechar ni
rechazar) el análisis marxista de las relaciones del cuerpo y del poder
político enriqueciendo y radicalizando su problemático desarrollo:

71 Término, a mi juicio, mistificador en la medida en que, por la imagen que


suscita provoca una representáción simplista y objétivante del individuo y
del poder, representación en la que el individuo estaría desposeído de toda
iniciativa y no sería más que un objeto “ en manos" del poder, en suma, en
la medida en que ese término sitúa siempre el poder fuera de nosotros en
un intermundo, resurgimiento, como dirán algunos, del fantasma del padre,
que Baudriílard eínpero refiere de manera mas pertinente, a nuestro parecer,
a la angustia del.deseo incestuoso de la madre del que uno se sentiría “ el
títere viviente” (véase el artículo,citado en Topique, pág. 95).
72 SurveUler et p u n ir, pág. 169.
en lugar de proceder presurosa y unilateralmente, en lugar de, hacer
entrar a toda costa la realidad corporal en el esquema de la lucha de
clases, que presuntamente situaría esa realidad, la calificaría y le sumi^
nistraría la dinámica de su praxis como fuerza productiva y operante
(de acuerdo con la ley de bronce del principio del rendimiento) en
relaciones de producción definidas por la clase dominante y garantiza­
das por el aparato del estado, ¿no sería más esclarecedor sacar a la
luz los mecanismos o dispositivos tácticos en virtud de los cuales
se verifica esta reducción del cuerpo al cuerpo productivo, este some­
timiento á ley del rendimiento? Descubriendo esas tácticas, revelando
esas artimañas que domeñaron y subordinaron nuestros deseos al ám­
bito de lo económico, signos (en el pleno sentido de la palabra) de. la
ideología de la clase dominante, podremos discernir ias posibilidades
de invertirlas, de desconstruirlas mediante el rechazo radical de la ma­
triz de las prácticas corporales que las han impuesto. En otras pala­
bras, la lucha cotidiana y organizada contra la pol ítica del cuerpo dis-
pénsada por el aparato del estado resulta estéril, a nuestros ojos, si
no va acompañada, por una parte, de un análisis permanente y radical
de la ambivalencia propia de los procesos ideológicos de catectización
y sujeción de los cuerpos y, por otra parte, de la alteración del funcio­
namiento de esos procesos en el nivel de las prácticas recomendadas y
de los discursos que las justifican.
Puede comprenderse ahora el gran despropósito, bien significativo
por cierto, en que incurrieron los lectores que no retuvieron y no qui*
sieron retener (de conformidad con el bien reconocido principio
psicológico de absorción de la incertidumbre) más que la primera
parte y segunda parte de mi libro, las que se refieren a los modelos
científicos neurofisiológico y psicomotor y al modelo fermmenoló-
gico del cuerpo, con lo cual redujeron mi argumentación a una expo­
sición didáctica que justificaba tales modelos. Resulta inútil hacer no­
tar que semejante despropósito se difundió en ciertos medios de edu­
cadores, reeducadores y terapeutas, todos ellos interesados, como pue­
de suponerse, en ver validada su posición frente al cuerpo por un saber
presuntamente riguroso: de esta manera la ideología de la institución
educativa y terapéutica cumplió exactamente su función de ocultar
o de escotomizar no sólo lo imaginario y lo pulsional que obsesionan
a ese saber sino, y sobre todo, ía dimensión sociopolítica que él pre­
supone. De ahí el desasosiego y el embarazo provocados por la refe­
rencia brutal e intempestiva a los trasfondos del cuerpo en los si­
gilosos coloquios sostenidos en esos medios bien intencionados.
Por otro lado, cierta exageración de ía dimensión sociológica del
cuerpo, aspecto del que hube de ocuparme en la tercera parte de la
obra, parece tan sospechosa como la otra actitud: la prisa que se die­
ron algunos intérpretes para subrayar y acentuar la modelación so­
cial de los comportamientos y hasta de (as estructuras de nuestro
cuerpo sólo está igualada por su prisa en borrar la inevitable media­
ción del juego complejo y ambivalente de nuestra historia libidinal
y de su actualización lingüística. En otros términos, un sociologismo
superficial y resuelto puede ser una máscara, un disfraz, tan mistifi­
cador como un psicologismo primario o un limitado positivismo mé­
dico. En verdad, las dos actitudes se deben a la misma preocupación
de seguridad, aunque tengan sentidos opuestos: los representantes
de una actitud procuran justificar y garantizar su acción directiva
y de manipulación; los representantes de la otra actitud procuran ad­
quirir seguridad dimitiendo, descargándose a priori de toda posibili­
dad y hasta de toda veleidad de iniciativa y de compromiso personal,
teórico y práctico, en provecho de una sociedad fantasmática, to­
talitaria, calculadora y voraz para la cual el cuerpo individual sería
tan sólo un juguete o una blanda cera. Así, una misma artimaña
ideológica funciona como proceso ora de dom inio o represión, ora
de desmovilización o dimisión.
Pero innegablemente la equivocación más grave (por ser la más in­
sidiosa, la más artera y la de consecuencias más vastas desde el punto
de vista socíopolítico) es, a mis ojos, aquella en que incurrieron quie­
nes hicieron caso omiso de mis prevenciones, de mis restricciones y
de mi permanente actitud de sospecha y reserva en lo tocante a las mi­
tologías del cuerpo y, a pesar de nuestra denuncia de la dinámica mi-
topoiética del cuerpo como tal, no vacilaron en anexarse y confiscar la
argumentación para usarla en provecho del mito más prostituido: el
del cuerpo liberador y liberado. En suma, muchos interpretaron el
libro, y evidentemente de manera equivocada, como una rehabilita­
ción del cuerpo, siendo así que las miras explícitas y categóricas del
texto son ¡as de presentar un análisis desmistificador de ese concepto
como “ ideologema” , para emplear !a expresión de J. Kristeva. Ahora
bien, esa interpretación errónea o hasta deliberadamente falsa asumió
dos formas conexas y complementarias y también opuestas, que
corresponden, en realidad, a dos tipos de discurso sobre la expresi­
vidad corporal: 73 uno es el que llamo “ semiotista” por cuanto el
cuerpo es identificado con el lenguaje, como medio privilegiado de co­
municación, por un juego complejo de códigos semióticos como los
que describe y analiza, por ejemplo, la kinésica de la que ya nos ocu­
pamos; trátase de un discurso que revela el imperialismo de la mirada
clínica con su intención inquisitorial, su pulsión .de dominio y,-por
eso mismo, su proyecto secretamente represivo; el otro tipo de dis­
curso, que llamo de mánera general “ expresionista” , aunque este tér­
mino se presta a confusiones, tiende en cambio a ver en el cuerpo sólo
aquello que subvierte radicalmente el lenguaje verbal como estructura
significante, artificio cultural, máscara convencional y engañosa; es.
decir, que- ve en el cuerpo la aparente espontaneidad de la dinámica
energética que expresa la singularidad vital del sujeto. Es este expre­
sionismo presuntamente salvaje el que encontramos en Ciertas corrien­
tes que tienen que ver con la bioenergía, lá terapia guestáltica, los gru­
pos de nude-look, etc., y que generalmente se remiten al movimiento
del potencial humano.
Pero lo más frecuente, y en virtud de una extraña paradoja, es
que esa espontaneidad antilenguaje sea designada, precisamente como
“ lenguaje del cuerpo” o también lenguaje orgánico anterior al len­
guaje verbal, con lo cual quiere indicarse no el poder de comunicación
de una organización semiótica corporal muy elaborada, análoga al dis­
curso, sino la facultad de expresión inmediata, total y afectiva del su­
jeto como yo interior. En otros términos, generalmente proclamar
¡á existencia de un "lenguaje del cuerpo” (es decir, un lenguaje propio

73 Á mayor abundamiento, remito a mi tesis ya citada, parte segunda, capí­


tulo IV .
del cuerpo e inherente a él) sé convierte irónicamente en la profesión
de fe de una especie de racismo antilenguaje. Es más aún, el choque
o interpenetración semántica de estos dos empleos del concepto de
"lenguaje del cuerpo” determina frecuentemente la conciliación de
los dos discursos en una retórica ecléctica que pondera la complemen-
tariedad de la expresión del deseo con la comunicación verbal y no
verbal del sentido. De manera que como consecuencia de la multiplica­
ción de debates, coloquios, libros o artículos de divulgación sobre el
cuerpo, asistimos a la extraña conjunción de declaraciones virulentas
contra la opresión sistemática que ejerce'el lenguaje sobre él cuerpo y
de prédicas pacificadoras de un humanismo sincrético. Son declara­
ciones y prédicas que —observémoslo— a menudo se dicen al servicio
de la revolución sin precisar nunca de qué revolución se trata y que,
en todo caso, no parece nunca la misma.
Encuentro una notable ilustración de esto en una entrevista que
concedió una bailarina a Un periodista de Libératioñ (3 de diciembre
de 1975). "Cuanto más trabajas el cuerpo” , enuncia dogmáticamente
la artista, “ más haces la revolución” . Asaltado por todas las connota­
ciones represivas de semejante imperativo de “ trabajar el cuerpo” ,
el lector con inquietudes no puede dejar de preguntarse: ¿Qué traba­
jo? y ¿Con miras a qué revolución? Pero ese lector tendrá que conten­
tarse con respuestas igualmente categóricas e igualmente evasivas: "un
trabajo del cuerpo en cuanto medio dé expresión que es diferente del
trabajo clásico de la danza” y una revolución que consiste en “ volver
a encontrar su propio cuerpo” , "reencontrar la voz y el tiempo” ,
“ reencontrar el 'cuerpo sonido’ con sus gritos, risas y llantos” , en su­
ma, esa revolución consiste en permitir “ que el cuerpo sea un lenguaje
autosuficiente” . Dicho de otra manera, la revolución consiste aquí
sólo en retornar a un lenguaje del cuerpo ocultado y ahogado hoy por
la opresión de las instituciones (el cura, el tecnócrata, el político, la
escuela como “ campo de concentración” ) y “ la fascificación” que
ellas fomentan: la de “ un predominio del discurso hablado” , de tal
manera que los individuos (en este caso, los espectadores adultos)
“ no comprenden el discurso del cuerpo” . Entre éstos figuran, según
nuestra bailarina, los propios “ revolucionarios militantes que están
tan habituados a pensar con la cabeza” . De manera que la revolución,
sólo es posible a los no revolucionarios, a los que no piensan o, en to-i
do caso, a los que no piensan más que en “ sentir bien” , en vivir y en
recuperar el libre impulso de la expresión corporal, ese lenguaje de
los orígenes y de las profundidades, ajeno al lenguaje de las palabras.
En este sentido, las mujeres, según nuestra artista, están más privile­
giadas que los hombres porque “ no tienen las mismas limitaciones”
y “ en la cabeza tienen menos esos grandes esquemas teóricos” ; además
saben "que no se puede luchar solamente con la palabra” , esa pala­
bra que únicamente adquiere autenticidad después del “ denso trabajo
técnico” (¡evidentemente no represivo]) exigido para llevar a cabo el
redescubrimiento sensible de nuestro cuerpo. En síntesis, el acto re­
volucionario por excelencia sólo existiría en la experiencia del traba­
jo del cuerpo individual (principalmente femenino), trabajo realizado
sobre el mismo cuerpio, independientemente de todo pensamiento y
de todo compromiso social, independientemente de todo análisis
teórico de las fuerzas y de toda praxis política.
A sí estallan a plena luz las contradicciones intrínsecas y extrín­
secas de un discurso que identifica revolución y liberación del cuerpo,
liberación esta última reducida a la subversión de la palabra, a una
operación antilenguaje verbal que debe promover una palabra autén­
tica. Semejante eclecticismo, semejante, amalgama ideológica no tiene,
en verdad, nada de sorprendente: por una parte, es uno de los efec­
tos de esa artimaña inherente al ideologema del signo que, según ya
vimos, tiende a crear la ilusión de una realidad primordial y autó­
noma más allá de él mismo; por otra parte, es una consecuencia de
esos largos “ siglos de represión” que "fundaron el cuerpo en valo-
je s ” , hicieron del cuerpo y del sexo “ las metáforas de la negativi-
üad radical” 74 y al mismo tiempo los motores posibles de una " li­
beración” tanto social como individual y, por consiguiente, de una
revolución. De suerte que toda rehabilitación del cuerpo se manifies­
ta, en definitiva, como el fruto de este doble juego ideológico. Sobre

74 j. Baudrillard, artículo citado en Topique, n ° 9-10, pág. 100-101, nota: 1.


este punto estoy completamente de acuerdo con la opinión de Baudri­
llard: “ Asumir el partido del cuerpo es caer en una añagaza” . 7S To­
do este libro tiene el fin de convencer de ello al lector: el cuerpo no
es ni un puro más allá pülsional, el flujo “ maquínico" de un deseo re­
volucionario, ni es ese objeto etiquetado, abalizado, exhibido por los
diferentes modelos científicos con miras al intercambio. El cuerpo es
un fenómeno esencialmente ambivalente, es a la vez “ objeto y apti-
objeto que atraviesa y anula las disciplinas que pretenden unificar­
lo; es lugar y no lugar: lugar del inconsciente y no lugar del sujeto,
etc.’’; 76 o, si se quiere, es el proceso dinámico permanente en vir­
tud del cual se engendran, recíprocamente la experiencia y el mito
dentro del universo del discurso.
Quiérase o no, toda interrogación del cuerpo se realiza, en efec­
to, siempre, de manera directa o indirecta, en el Interior del discur­
so, así como ese discurso mismo no se elabora sino p o r la resolución
de los procesos materiales de la dinámica energética de nuestras pul­
siones y de la proyección fantasmática de éstas. Nunca hay que per­
der de vista que inquirir sobre la realidad y el valor del cuerpo im­
plica al mismo tiempo reconocer cierta condición corporal a esa inqui­
sición misma y reconocer la discursividad inevitable del cuerpo senti­
do, concebido e interrogado. Es ésta una interrogación, por lo tanto,
esencialmente incómoda y peligrosa puesto que nunca hay que sucum­
bir al espejismo de la trascendencia casi inmaterial de una palabra cien­
tífica omnipotente que domina un objeto corporal, ni hay qüe ceder
a la ilusión igualmente seductora de la inmanencia material de un cuer­
po pülsional-, refractario o impermeable a toda verbalización y, por lo
tanto, a toda objetivación.
La incomodidad misma de esta situación impone a quien desea re­
flexionar sobre el cuerpo una manera de proceder en contrapunto que
yo me atrevería a llamar estrategia de lo negativo; en efecto, el inte­
resado tendrá que especular con las contradicciones y ¡as rupturas par­

75 Idem, pág. 101.

76 Ib ídem.
tiendo o bien del lenguaje cuyas estructuras tendrá que desarticular
para experimentar su materialidad corporal, o bien partiendo de las in­
tensidades del flujo pulsional afectivo para permitir que surja la diná­
mica significante. En consecuencia, esta manera de proceder encuentra
su campo primordial, su epicentro en él punto mismo en que son po­
sibles esa desarticulación y ese surgimiento del lenguaje: la voz. Punto
en el que se intercambian y se modelan la corporeidad significante y la
idealidad de la palabra vida, la voz nos parece eri este sentido el ele­
mento previo indispensáble de todo análisis teórico conjunto del cuer­
po y del lenguaje. Si, como lo suponemos, toda gestualidad partici­
pa de un fenómeno de transvocalización, todas las prácticas y, a for-
tiori, todos Ios-discursos que habremos de analizar en esta colección
se remitirán a esa articulación fundamental y se justificarán por el mis­
mo enfoque estratégico.
En definitiva, a nuestros ojos esta colección no puede ser otra cósa
que un lugar o campo de interferencias; leerla implica que uno sepa
sacar provecho constantemente de los choques y rupturas, no sólo
de los temas, sino también y sobre todo de los esclarecimientos y len­
guajes ofrecidos. A nuestro juicio, una lectura de esta índole llevará
a destruir todos los dogmatismos reduccionistas y su lirismo mistifi­
cador. De manera que lo que nos proponemos no es preparar una
praxis política ulterior reservada para algún militante dócil y sagaz,
sino que queremos realizar ya, hic et nunc,.\z que validará, legitimará
y esclarecerá todas las otras.

También podría gustarte