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El cuerpo
Un fenómeno ambivalente
ek
ediciones
PÁIDOS
Barcélona
Buenos Airea
México
Título original: Le corps
Publicado en francés por Jean Pierre Delargé, Éditions Universitaires, 1976
Traducción de Alberto Luis Bixio
Cubierta de Daria Esteva
ISBN: 84-7509-324-8
Depósito legal: B-21.185/1994
Impreso en Novagráfik, S; L.
Puigcerdá, 127 - 08019 Barcelona
Primera parte
De la cenestesia al esquema corporal
I. LA PA R A D O JA DE LA E X P E R IE N C IA D EL CU ERPO
Y SU S P R IM ER A S EX PLIC A C IO N ES 25
Un concepto misterioso: la cenestesia 26
Un concepto promisorio: "el esquema” 29
II. LOS CASO S PATO LO GICO S Y LA S PR IM ER A S
T EO R IA S. DE LA IM AGEN ESPA C IA L
D EL CU ERPO A L ESQ UEM A PO ST U R A L 31
"E l miembro fantasma” 32
El "esquema postural” del cuerpo 35
III. E L CONCEPTO DE "ESQ U EM A C O R PO R A L”
Y SU S A M BIG Ü ED A D ES 39
El papel de la acción 40
El papel de la experiencia ¿mocional y libidinal 42
Las ambigüedades del esquema corporal 44
Segunda parte
El cuerpo como relación
Tercéraparte
Del fantasma al mito
2 Véase de Claude Bruaire, Philosophie du corps, Seuil, París, 1968, pág. 153.
Pero más que la importancia cultural que adquirió el tema del cuer
po en nuestro mundo occidental contemporáneo, lo que hay que seña
lar es la profunda transformación que sufrió nuestra actitud cotidiana
frente al cuerpo o, dicho con otras palabras, la transformación de las
costumbres de la sociedad. Uno de los cambios más espectaculares es,
sin duda alguna, el gusto que manifiestan las jóvenes generaciones (ba-
En la vida diaria, cuándo todo nos sale bien, cuando nuestros ac
tos realizan perfectamente nuestros proyectos, cuando nuestras reac
ciones. se adaptan automáticamente a la urgencia de las situaciones
o cuando los acontecimientos hasta responden a nuestros deseos, ca
si nos olvidamos de que somos de carne y hueso, de que tenemos,un-
cuerpo. Experimentamos entonces esa euforia.de sentirnos un solo
ser indivisible o, como dice Saint-Exupéry, de “ estar por entero
metidos en nuestro acto” , de confundirnos ¿on él. Pero cuando so
brevienen los dolores, las enfermedades y el fracaso nos sentimos
divididos, desgarrados frente a una masa pesada que nos ofrece re
sistencia, que nos parece una organización extraña a nosotros y apa
rentemente hostil, de la cual hemos perdido de alguna manera la cla
ve y a la cual llamamos por modo curioso “ nuestro” cuerpo. “ Nues
tro” cuerpo se manifiesta así a nuestra conciencia como el perpetuo
y molesto “ importuno” .
Así lo comprobamos especialmente en el aprendizaje de nuevos,
movimientos, como por ejemplo, en la práctica de una técnica depor
tiva.nueva; Para verificarlo basta observar la manera torpe y desmaña
da en que se conduce un esquiador principiante que, privado del ha
bitual sostén que le procura la movilidad de sus miembros inferiores
y obligado a afrontar el declive resbaloso y amenazador de un terreno
del cual ya no siente las asperezas, ofrece el espectáculo de un muñe
co desarticulado, de un juguete descompuesto, casi, tan inerme como
un recién nacido incapaz de mantenerse en equilibrio sentado o er
guido; Aprender a esquiar consiste precisamente en conquistar un nue
vo equilibrio readaptando el cuerpo a una situación insólita? des
lizarse en lugar de andar y deslizarse con la ayuda de soportes que no
sólo limitan las posibilidades de utilizar las piernas y los pies sino
que además exigen la intervención de la gravedad a los efectos de la
propulsión.
Todo instructor sabe que esa readaptación se realiza más o menos
bien según los individuos, pues dependen de la manera en que cada
cual aprehende su propio cuerpo, de cómo lo vive, lo siente y lo
mueve.
Ahora bien, esta aprehensión singular y subjetiva del propio cuer
po no sólo cambia y evoluciona constantemente, sino que además
sufre graves perturbaciones que hacen prácticamente imposible el
dominio de las acciones y amenazan o hasta deterioran la unidad de
nuestra personalidad. En virtud de esos trastornos, los psicólogos y,
antes que ellos, los neurofisiólogos, los psiquiatras y los psicoanalistas
pudieron estudiar y determinar la naturaleza del pacto secreto que nos
une a nuestro cuerpo y gracias al cual desde el nacimiento logramos
descubrir, identificar, coordinar y penetrar nuestro organismo vivo
hasta el fondo del inconsciente.
“ El miembro fantasma”
3 H. Wallon, Les origines du caractére chez l'e n fa nt, P.U.F., cuarta edición,
1970, pág. 216.
"tetitas” , como los senos de su madre, a las dos puntas rojas que ve en
él codo del padre. Parecería, pues, que del complejo global, que hasta
entonces le hacía buscar exclusivamente a la madre, el niño hubiera
aislado impresiones particulares de lugar y de forma que pueden trans
ferirse a cualquier otra persona. Son imágenes que flotan, pues, in
distintamente sobre las cosas y que siempre están dispuestas a asi
milarse lo que tiene con ellas alguna analogía, siquiera remota, aunque
nunca pueden cobrar verdadera realidad.
De manera que el niño está previamente abierto a las cosas, circuns
tancia que revela ante todo su fundamental dependencia respecto de
las personas que lo rodean. Wallon nunca dejó de insistir en el carác
ter esencialmente social del niño y sitúa el origen de ese carácter en
el período prenatal, en el período intrauterino, en el cual el feto está
sujeto a esa simbiosis fisiológica con el cuerpo materno, cuya sangre
le aporta el oxígeno, las hormonas y los alimentos necesarios para
su desarrollo somático. Ahora bien, como se sabe, esta simbiosis ali
mentaria se prolonga más allá del nacimiento, aunque en una forma re
lativamente menos rigurosa, puesto que el recién nacido continúa de
pendiendo estrechamente de su madre en lo tocante a la alimentación,
a la satisfacción de sus necesidades orgánicas y a la satisfacción de
las exigencias de una sensibilidad que es la más visible y, para él, la
más imperiosa: su sensibilidad postural, es decir, la necesidad que sien
te el niño de que se lo mueva y de que se lo cambie de posición. El
niño tiene, en efecto, la necesidad de que se lo alce, de que se lo acu
ne, de que se lo calme haciéndole tomar actitudes favorables que pue
dan perm itirle relajarse y entregarse al sueño. Como no es capaz de ha
cer nada por sí mismo, otras personas lo manipulan y en los movi
mientos de esas personas cobrarán forma las primeras actitudes del
niño. De manera que sus primeros gestos provocados por sensacio
nes de bienestar, de malestar o de necesidad se adaptarán y, en cierta
medida, se ceñirán a las reacciones benéficas o maléficas, agradables
o desagradables de su mundo circundante. Y esta asociación tiene un
doble efecto: por una parte, permite al niño reconocer, identificar y,
por lo tanto, prever los actos de los demás en la medida en que ellos
son favorables o contrarios a los suyos propios. Se establece así un
acuerdo entre lo que los ojos del niño ven que se está preparando para
él y lo que experimentará luego él mismo en su propia sensibilidad
postural. En síntesis, el niño se prevé en los demás y primero en los
movimientos maternos. Por otra parte, la forma misma, la amplitud,
la frecuencia y el ritmo de los gestos del lactante están calcados de la
forma, la amplitud, la frecuencia y el ritmo de las respuestas maternas.
El espacio postural del niño echa casi literalmente sus raíces en el
espacio postural de su madre o de la pers.ona encargada dé cuidarlo.
Ahora bien, esta manera de echar raíces es muy profunda por cuan
to tiene un carácter emocional. Desde los tres meses el niño sabe ya
dirigir a las personas que lo rodean y especialmente a la madre, no só
lo gritos relacionados con sus necesidades materiales, sino también
sonrisas y señales de contentamiento que constituyen ya un lazo pura
mente afectivo entre el niño y los que se toman el trabajo de respon
der a tales señales. A la simbiosis fisiológica y alimentaria sigue, pues,
la simbiosis afectiva. Esta se realiza gracias al mimetismo que es inhe
rente a toda emoción y que permite al niño sentir al unísono con las
personas que lo rodean y participar en su vida afectiva. La emoción
es, en efecto, a juicio de Wallon, una forma de adaptación al medio y,
más específicamente, a los demás; es una forma intermedia entre la
primitiva y mecánica de los automatismos y la más elaborada e inte
lectiva de las representaciones. Esta adaptación emocional es esencial
mente de origen postural-y su núcleo es el tono muscular: todas las
manifestaciones emotivas, desde la más grosera hasta la más refinada,
desde la carcajada a la sonrisa, entrañan contracciones tónicas de los
músculos, es decir, simples variaciones de la consistencia de los múscu
los, sin modificación de forma, sin alargamiento o encogimiento,
como ocurre con las contracciones fásicas, necesarias para ejercer una
acción sobre objetos exteriores.
Es ésta una de las tesis principales de Wallon, quien sostiene que la
función tónica, al asegurar la regulación de las reacciones emotivas y,
por lo tanto, de la vida afectiva, permite al propio tiempo exteriori
zarla, expresarla y, por consiguiente, obrar sobre los demás, cuyas
respuestas ella asimila simultáneamente. En suma, la función tónica
del cuerpo es la función primitiva y fundamental de la comunicación
y del intercambio: es ante todo diálogo verbal, pues el cuerpo del
niño, en virtud de sus manifestaciones emocionales, establece con su
mundo circundante lo que J. de Ajuriaguerra llama “ un diálogo tó
nico’’. Veremos después la explotación teórica y las importantes
aplicaciones que supo hacer este autor en el terreno de la investigación
psicosomática y en el terreno de la terapéutica. Por él momento y
para atenernos, ex elusivamente al punto de vista.dé Wallon, diremos
que el niño al principio sólo conoce y vive su cuerpo como cuerpo
en relación y no como una forma abstracta o una masa abstracta
considerada en sí misma. Ese cuerpo en relación ,está integrado por
medio del cuerpo de otra persona en la medida en que el propio
cuerpo se proyecta a ese: cuerpo.de otro y lo asimila, en primer lugar,
por obra del juego del diálogo tónico: cada emoción del niño, al ma
nifestarse, se objetiva para su conciencia, la cual vive así la emoción
a la vez como autor y espectador y se identifica, por consiguiente,
con la conciencia de cualquier otro espectador real o imaginario.
Este comportamiento del niño ¡lustra una observación perti
nente de Marx que Wallon se complacía en recordar frecuentemen
te: “ El hombre” , dice en efecto Marx, "comienza por reflejarse en
otro hombre como en un espejo. Unicamente cuando llega a tener
frente al individuo Pablo una actitud semejante a lá que tiene frente
a sí mismo, el individuo Pedro comienza a cobrar conciencia de sí
como hombre” .4 Verdad es que esta fórmula tiene resonancias aparen
temente más morales y sociales que psicológicas, pero en realidad
expresa perfectamente el proceso de la génesis de la conciencia del
propio cuerpo y de la personalidad en el niño: proceso dialéctico
en la medida en que hay un vaivén de uno mismo a los demás y de
la imagen percibida en los demás a uno mismo, y en cada estadio de
6 Les origines du caractére, pág. 227. Eri lo que se refiere a todo este análisis
de la imagen especular del cuerpo del niño, remito al lector al capítulo 4 de
la segunda parte. Véase también de R. Zazzo, Conduites et conscience, Déla-
chauxet Niestlé, 1969, tomo 1, págs. 163-180.
imágenes de esas personas: el niño está dispuesto a admitir que se
encuentra simultáneamente presente en el espacio de sus impresiones
propioceptivas y en el espacio que anima su imagen exteroceptiva
en el espejo.
Para que el niño logre unificar su yo en el espacio, debe recono
cer, por un lado, que su imagen especular sólo tiene la apariencia de
la realidad percibida en su propio cuerpo y, por otro lado, que esa apa
riencia tiene una realidad que él no puede percibir con sus propios
sentidos. De ahí, según Wallon, el.siguiente dilema: “ o bien imágenes
sensibles, pero no reales; o bien imágenes reales, pero sustraídas al
conocimiento sensorial” . De manera que para resolver este dilema el
niño debe ser capaz de librarse de las impresiones sensibles inmediatas
y actuales y de subordinarlas a sistemas puramente virtuales de repre
sentación, es decir, debe adquirir la función simbólica. Esta adquisi
ción se anuncia el día en que, por ejemplo, |a niña de Guillaume, de
alrededor de un año, al pasar frente a un espejo se lleva rápidamente
la mano al sombrerito de paja que tenía puesto desde la mañana. "L a
imagen reflejada en el espejo ya nó tiene existencia para la niña; ésta
la refiere inmediatamente a su yo propioceptivo y táctil; la imagen
no es más que un sistema de referencia capaz de orientar los gestos
hacia las particularidades del propio cuerpo de las cuales la imagen
da la indicación. Al vaciarse de su existencia, la imagen se ha hecho
puramente simbólica” . Y se ha hecho simbólica porque el espacio
corporal y el espacio de la imagen se integraron y ordenaron en
la representación de un espacio abstracto, hecho de relaciones no
sensoriales.
A partir de ese momento, el niño se pone a ejecutar frente al es
pejo toda clase de movimientos como para verificar los cambios que
su nueva aptitud hace sufrir a su actividad o a sus conocimientos.
Ahora bien, el niño ejecuta esos movimientos con dificultad e inco
rrección, pues éstos ya no están inmediata y automáticamente provo
cados por estímulos internos o externos, sino que están regidos
de manera mediata por representaciones abstractas. Además, el niño
se complace en jugar con la dualidad reconocida de la imagen y de la
persona real señalando la figura de su madre en el espejo y volvién
dose sonriente hacia la madre misma. De esta manera goza de su nue
vo poder.
Pero lejos de estar definitivamente adquirido, ese poder parece
cuestionado por ciertos comportamientos regresivos: por ejemplo,
alrededor del decímotercer mes, el niño pasa la mano por detrás del
espejo en que se está mirando y lo vuelve una y otra vez, exacta
mente como lo haría un chimpancé. En realidad, parece que con esta
maniobra quisiera verificar la causa de la iíusión antes que la ilusión
misma, de la cual, por lo demás, parece no tener conciencia en otros
momentos. En efecto, alrededor del decimocuarto mes, el niño de Pre-
yer toca, golpea, lame su imagen en el espejo y juega con ella, es-decir,
la anima y le asigna una existencia distinta de la suya. Este animismo
de la imagen confirma el dé los otros juegos del niño con los miembros
o partes de su cuerpo que también personaliza. Pero este aparente
retroceso de la conciencia de la imagen especular del propio cuerpo
corresponde en realidad a otro aprendizaje, el aprendizaje dé oponer el
propio cuerpo a otros seres o, dicho de otra manera, corresponde a
la individualización. Como dice Wallon, “ la noción del propio cuerpo
no se constituye como un compartimiento estanco. En cada una de las
etapas, la noción del propio cuerpo deriva de los procesos generales
de la psicogénesis, de la cual es un caso particular. Pero en la época
en que sé forma esa noción se adelanta a las demás, pues no hay otra
más inmediata e importante en lo tocante a las necesidades interocep-
tivas y a las relaciones con el mundo exterior, ni más indispensables
para los ulteriores progresos de conciencia. Abandona el primer plano
sólo cuando ya hizo posibles otras elaboraciones” .7
A su vez, esas nuevas elaboraciones permiten que se complete la
noción del propio cuerpo. Por ejemplo, la conciencia que el niño tenga
de su cuerpo dependerá de la conciencia de su personalidad y de las
actitudes que los adultos le hayan recomendado adoptar-frente al me
dio físico y al medio social. De manera que en el niño la imagen del
cuerpo está modelada por las condiciones de vida y de pensamiento
en las que lo colocan las técnicas, las usanzas, las creencias, los conoci
mientos, etc., propios de la época y de ia civilización a (a que perte
nece. De suerte que Wallon subraya la importancia de las condiciones
psicobiológicas resultantes de la maduración orgánica del cuerpo in
fantil y además el papel prominente que desempeñan las condiciones
psicosociales en la formación de fa conciencia del propio cuerpo.
Esta posición lo lleva a rechazar la idea del esquema corporal como
"algo existente a priori” : antes que un conjunto cerrado, Wallon ve
aquí "un todo dinámico que puede variar con las relaciones del ser
respecto de sí mismo, respecto de los demás y respecto de los obje
tos” . En lugar de "la noción ambigua y flotante" de un esquema cor
poral estático preexistente, Wallon prefiere pensar en una urdimbre de
relaciones cambiantes entre "el espacio postura! y el espacio circun
dante", el primero producido por las mutaciones de las diferentes ac
tividades sensoriales y kinestésicas y el segundo condicionado por el
espacio que hay entre los objetos, el espacio que hay entre los objetos
y las personas, el espacio afectivo de nuestras inclinaciones o repulsio
nes y los espacios ficticios de nuestros recuerdos, de nuestros sueños,
de nuestras creencias, de nuestras teorías científicas y, en definitiva,
<de nuestro lenguaje.8
Pero los supuestos, la orientación y la conceptualización, demasia-
;.do biologizántes y organicistas del desarrollo de Wallon, no siempre le
permitieron describir fielmente y analizar esta situación compleja y
cambiante de la espacialidad del propio cuerpo. Esto es por lo menos
lo que parece haber pensado Merleau-Ponty quien, si bien apoyándose
en las'ideás de Wallon, creyó necesario someter esa espacialidad al aná
lisis fenomenológico y describirla desde esa posición, a fin de restituir
toda su autenticidad a la experiencia de la corporeidad. Ahora debe
mos considerar cómo Merleau-Ponty llevó a cabo esta, descripción
y este análisis, y lo que conviene retener de tal tarea.
16 Véase op. c/t., pág. 44. El calambre o parálisis de los “ escritores" se mani
fiesta en una crispación de la mano que primero impide escribir rápida y pro
longadamente y luego obliga al “ escritor” a deformar la escritura adoptando
posiciones cada vez más complicadas e incómodas. Por último a veces se hace
imposible escribir.
Como se ve, el fondo tónico y las reacciones tónicas expresarán y
encarnarán esencialmente la historia de los trastornos que sufren las
relaciones afectivas de un sujeto de un determinado tipo morfológico
y de un determinado perfil psicomotor. Ahora bien, ese fondo y esas
reacciones definen “ un estado de tensión” , es decir, un estado o una
experiencia psicofísica penosa, un “ malestar” vivido por el sujeto en
su cuerpo como órgano motor, como apoyo de las actividades práxi-
cas y como comunicación gestual y verbal, en suma, como función
tónica. La tarea del terapeuta consistirá entonces en tratar de miti
gar la tensión valiéndose de técnicas que obren sobre el cuerpo y mo
difiquen la actividad tónica muscular y visceral.
Pero ese apaciguamiento no significa sencillamente distensión. Una
distensión absoluta no es, por lo demás, realizable, puesto que siem
pre subsiste un estado de vigilancia inconsciente, como por ejemplo,
los movimientos de los globos oculares y la actividad muscular du
rante el sueño. Además, la distensión desborda el solo fenómeno del
tono de reposo, pues puede manifestarse también en el tono de activi
dad como una disminución de las actividades parásitas. En realidad,
en los dos casos, la distensión implica disminución de un gasto super-
fluo de energía; es apaciguamiento corporal y psíquico, "sin que apa
ciguamiento” , advierte Ajuriaguerra, “ quiera decir necesariamente pa
sividad o vacío absoluto. Estar distendido no debe confundirse con
abandonarse, con una renuncia o dimisión; estar distendido corres
ponde más bien a un ‘estar uno a sus anchas' en su cuerpo y en sus
relaciones” ; en otras palabras, en nuestra vida no debe haber contra
dicción entre tensión y distensión, “ lo importante es controlarlas:
una contracción moderada pero permanente es, en efecto, energé
ticamente más nefasta que fuertes tensiones seguidas de disten
sión” .17 Ejercer ese control, equilibrar tensión y distensión es, según
Ajuriaguerra, ei fin de la terapéutica de relajación que, en la medida
en que tal equilibrio hace entrar en juego la tonicidad del cuerpo que
obra, se expresa y se comunica, representa la restauración de la fun
ción tónica en sú conjunto, la paciente reeducación del cuerpo como
La apelación ai psicoanálisis
D E L FAN TA SM A A L MITO
E L EN FO Q U E PSIC O A N A LITIC O D EL CUERPO
El cuerpo libidinal
El cuerpo "fantasmatizado”
3 Sobre este punto remito a S. Freud, “ Trois essais sur la théorie de la sexua-
lité” , coll. Idees, Gailimard, 1962.
Bíl proporción con la estructura ni con la función de esos órganos de-
fihidas por el hombre de ciencia. El niño vive su cuerpo como en un
'sueño permanente: el cuerpo se dilata, se contrae, estalla, se meta-
morfosea según la intensidad, la naturaleza, la dirección de sus nece-
'sidades emocionales .y de sus deseos, y también según los obstáculos
qííé encuentra. En verdad, nuestros propios sueños de adultos no
■hacen sino, como observa Schilder, restituir esa “ labilidad primitiva”
dé Ja imagen del cuerpo en el niño pequeño.
Pero, ¿quiere esto decir que sólo se trata aquí dé una singularidad
tralisitoria, característica únicamente de la primera infancia y que al
"crecer y hacerse adulto, nuestro cuerpo se descubre y se experimenta
por fin en su "verdadera realidad" anatómica y fisiológica y ai propio
tiempo en su unidad y solidaridad orgánica? En modo alguno. Sí,
ébmo ya dijimos, la formación dé la imagen del cuérpo es aparente
mente la conquista progresiva de esa unidad, la cual permite dominar
la totalidad de nuestro cuerpo, éste conserva así y todo una estructura
libidinal imaginaria que está diseñada no sólo por los fantasmas de
riúestra primera infancia sino también por los fantasmas de todos los
Conflictos afectivos que agitaron y tejieron la historia de nuestra vida.
Á nuestro juicio, ésta es la profunda enseñanza que conviene extraer
del enfoque freudiano del cuerpo. Para ilustrarla y hacerla comprender
mejor, consideraremos un ejemplo-, él del célebre caso de histeria es
tudiado pór Freud a partir de 1892: el caso de Élisabeth von R.4
Pero no hay que creer por ello que ese cuerpo sepultado y olvi
dado, producto de nuestros fantasmas originales, sea más accesible
a la psicología y, más exactamente, a la conciencia que podamos tet
-!3 Citado por P. Fedida, op, cit., pág. 117, nota 3, tomado de S. Freud La
Science des réves, P.U.F., 1950, pág. 258. Remito también a In tro d u c tio n a
la psychanalyse, donde vuele a tratarse este mismo simbolismo corporal en
el capítulo 10, especialmente en la pág. 144 (Payot, P.B., n ° 6). Tendremos
ocasión de volver a este tema citando consideremos el papel del vientre ma
terno (simbolizado por cavernas, laberintos, palacios, etc.) según Melanie
Klein y luego cuando nos ocupemos de la significación sociológica de todo
simbolismo corporal.
J4 véase el artículo ya citado de F. Gantheret, pág. 139.
tan y hasta hacen desaparecer la realidad fantasmática original de nues
tro cuerpo. Para captar esa realidad es menester dejar hablar al cuerpe
en el flujo espontáneo de sus imágenes oníricas, escuchar su poema;
por así decirlo. Y esto fue lo que se propuso hacer Freud. "A l renun
ciar a pedir una explicación a la psicología o a la medicina” , dice con
razón Fedida, "Freud dejó que hablara el poema del cuerpo. En esa
palabra se hace y se deshace el cuerpo, en ella éste se despoja de lo
vivido conscientemente para oír sus ecos en los fragmentos del sueño;
y también por élla el cuerpo se desata, se libera y da en la locura o el
mito, génesis y potencia de los órganos en la apariencia de flores,
de animales, de piedras y también de ciudades y palacios, de objetos
y de Instrumentos 5
En suma, el enfoque psicoanalítico consiste en restituir el lengua
je arcaico de los fantasmas infantiles más allá de las racionalizaciones
de los discursos anatómicos, fisiológicos, psicológicos y fenomenoló-
gicos que lo ocultan* y cuyo recorrido lineal y tranquilizador hemos
seguido fielmente hasta aquí. Pero para mostrar esa restitución del psi
coanálisis debemos ahora realizar ese recorrido en sentido inverso o,
más exactamente, debemos revelar cómo la explicación p'sicobioló-
gicá de la génesis de la conciencia del propio cüerpo y el análisis
existencial de su significación "encubren” , en el sentido de ocultar,
una experiencia fantasmática más rica y más inquietante. Recorre
remos pues ese camino y haremos esa peregrinación a las fuentes con
la ayuda de las observaciones e interpretaciones, primero, de Melanie
Klein y, luego, de Lacart y de Serge Leclaire.
do Véase op. c/t., pág. 144. La bastardilla es mía. Sobre todo este aspecto de la
teoría de Melanie Klein, remito especialmente al capítulo 8, pág* 137-165
cía es el pene del padre que se encuentra en el interior del cuerpo de la
madre” y, a través de ese pene, a la persona del padre o, más exacta
mente, ‘‘al padre y a la madre reunidos en una sola persona” . Y obser
vemos que cuando ese miedo no ha sido superado conduce con fre
cuencia a la homosexualidad. Pero también otros fantasmas refuerzan
ese miedo y, en consecuencia, el sadismo del niño; en efecto, Melanie
Klein supone que en el inconsciente infantil, el coito parental es una
manera que tienen los padres de destruirse recíprocamente por medio
de sus órganos genitales y de sus excrementos considerados como ar
mas peligrosas; el pene, por ejemplo, es como un animal amenazador
cargado de sustancias explosivas; la vagina es también un animal vo
raz o una ratonera envenenada.
Ahora bien, como semejantes fantasmas expresan los deseos in
conscientes del niño, éste llega a sentirse culpable de los malos tratos
que, en su imaginación, los padres se infligen. De ahí nace cierta an
gustia que, por lo demás, se vé reforzada por el temor del castigo que
el niño espera recibir de los padres como respuesta a sus ataques ima
ginarios contra ellos, contra su unión sexual. Pero lejos de mitigar o
frenar los impulsos destructivos, este miedo contribuye a acrecentar
el sadismo del niño y a aumentar su deseo de destruir el objeto peli
groso, imagen combinada de los padres representados por el pene in
corporado en la madre. Por lo tanto; el conflicto edípico asume una
significación algo diferente de la que proponía Freud: este conflicto
“ comienza en el niño desde el momento en que éste experimenta
odio por el pene del padre y desea unirse a la madre de manera geni
tal para destruir el pene paterno que supone en el interior del cuerpo
de la madre” .
Pero precisamente ese deseo de destrucción enderezado contra esos
objetos amenazadores y fantasmales, en la forma de los órganos se
parados que son el pené y la vagina, internaliza esos objetos o, más
exactamente, los introyecta, como dice Melanie Klein, lo cual desen
cadena en el niño el miedo a sus propios órganos y a sus excremen:
tos. De ah í un mecanismo compensador de expulsión y de proyección
en virtud del cual el niño hace de los objetos internalizados los equi
valentes de los Objetos exteriores. De modo que “ a medida que se
acrecientan sus pulsiones sádicas y a medida que en su imaginación
el niño se va apoderando del interior del cuerpo de la madre, esa par
te interior del cuerpo viene a representar a la persona entera como ob
jeto y a simbolizar al mismo tiempo el mundo exterior y la realidad.
Al principio era el seno materno lo que representaba para el niño el
mundo exterior, pero ahora, el interior de su cuerpo, imagen del obje
to y del mundo circundante, asume una significación más vasta,
pues en razón de la extensión del miedo se ha convertido en el recep
táculo de un número cada vez mayor de objetos” ,
n Sin embargo, los fantasmas sádicos no son los únicos fundamentos
de la relación con la realidad representada por el interior del cuerpo
materno. “ La libido también obra y hace sentir su presencia permi
tiendo que el niño contrarreste el miedo a los enemigos del interior
y del exterior” . En efecto, mientras siente la acción amenazadora
de éstos, la imaginación del niño, bajo el influjo de la libido, apela a
personajes benévolos y compasivos, lo cual “ permite que los objetos
reales se impongan cada vez con más fuerza y hace que las imágenes
fantasmáticas pasen a segundo plano” . Se produce así un juego de
mecanismos de introyección y de proyección que permite la forma
ción precoz del superyó, las relaciones objetales y la adaptación real.
‘‘Durante los primeros estadios, la proyección al mundo exterior
de las imágenes aterradoras transforma a éste en un lugar de peligro
y a los objetos en enemigos; la introyección simultánea de los objetos
reales que, en realidad, tienen una buena disposición respecto del ni
ño, trabaja en sentido contrario y atenúa la violencia del temor ins
pirado por las imágenes aterradoras” .
Gomo se ve, toda la estructuración psíquica del niño y en primer
término la estructuración de su realidad corporal en relación con el
.cuerpo materno y el cuerpo paterno dependen de la éxlstencla pri-
ínñordial, original de las pulsiones destructoras. Según Melanie Klein,
£sta realidad es fantasmática: el niño descubre sus órganos y los de los
$ernás, explora su topografía somática y la de los demás únicamente
¡|rtravés de Imágenes o, más exactamente, de “ ¡magos" suscitadas
■por-; sus violentos deseos de satisfacción y de destrucción. De suerte
iqiie tales “ imagos” están dramatizadas en la medida en que se re
fieren a actos, a relaciones dinámicas con el cuerpo materno, comg
chupar o morder el pecho o como la escena primitiva del coito paren*
tal (cuyo conocimiento inconsciente se debe, según Freud, a herencia
filogenética). Además, esos fantasmas tienen un carácter morfológico}
el cuerpo materno tiene el carácter de una envoltura o superficie
hueca que se llena y se vacía o de una superficie parcelable o fragmen*
tada en órganos desunidos, como el pene arrancado. Pero de toda la
teoría kleiniana lo que nos importa retener aquí es que el niño vive
su cuerpo como una potencia peligrosa, como una amenaza interna y
subterránea; se experimenta originalmente en ¡a división y la tensión
de las frustraciones y de los miedos, no en la unidad y plenitud de la
satisfacción y de la seguridad. En síntesis, hay una agresividad original
que afecta la realidad fantasmática del cuerpo del niño y la visión que
éste tiene del cuerpo de los demás y del mundo.
Verdad es que al referirse a situaciones tan originarias e imaginarias,
la teoría kleiniana se sustrae a la observación positiva y no puede por
eso aspirar a su .verificación. Es más, esa teoría descalifica toda ob
servación que pretendiera invalidar sus conclusiones. Así y todo, ella
se funda en las manifestaciones extrañas e inquietantes de neurosis
Infantiles y especialmente en la conducta a menudo desconcertante
que muestran los niños en sus juegos. Por ejemplo, Truda, niña de tres
años y nueve meses, quería degollar a Melanie Klein, lanzarla por la
ventana, quemarla viva, entregarla a la policía. Trataba de atarle los
pies y las manos, levantaba la manta del diván y explicaba que estaba
haciendo “ Po-Kacki-Kucki” (heces). ¿Quién no ha observado la
fría determinación con que los niños desarman su muñeca, le arran
can la cabeza o los miembros o la despanzurran? En realidad, “ con sus
juegos el niño traduce de un modo simbólico sus fantasmas, sus
deseos, sus experiencias vividas. Al hacerlo, utiliza el mismo modo de
expresión arcaica y filogenética, el mismo lenguaje que nos es fami
liar en los sueños” y que Freud descifró. 21
21 Véase op. clt., págs. 19-20. El propio Freud se había dado cuenta de la im
portancia de la significación del juego, como se comprueba en "Au-delá du
príncipe du plaísir” , en Essais de psy'chana/yse, Payot (P. B. n ° 44), 1963,
págs. 15-20. Por lo demás, nosotros mismos analizaremos luego ese pasaje.
Por lo demás, nadie ignora que frecuentemente en su conducta el
fdulto deja traslucir intenciones agresivas respecto de su propio cuer
eó,. Esas intenciones sé manifiestan también, dice Lacan, “ en una serie
de prácticas sociales tjue van desde el rito del tatuaje, de incisiones
|ri el cuerpo o la circuncisión en las sociedades primitivas hasta lo que
podría llamarse la arbitrariedad procústea de la moda por cuanto
Ipsmiente en las sociedades avanzadas ese respeto por las formas
naturales del cuerpo humano que es tardío en la cultura” . El arte
¿fefléja asimismo este fantasma original, pues, como observa también
Lacan, “ basta hojear un álbum en el que se reproduzcan los detalles
y eí conjunto de la obra de Jerónimo Bosch para reconocer en él
íqdas ésas imágenes agresivas que atormentan a los hombres. El predo
minio, descubierto por el análisis, de imágenes que revelan una autos-
copia primitiva de los órganos orales y de los cloacales, engendró
afluí las formas de los demonios” . Y todas esas fantasmagorías se en.-
¡Euentran también "en los sueños, especialmente en el momento en
qué: el análisis parece enderezarse al fondo de las fijaciones más ar
caicas.” .22 Parece pues que existe una agresividad, original de natura
leza fantasmática que afecta nuestra experiencia corporal y su rela
ción con los demás cuerpos.
te Sobre el análisis de este “ estadio del espejo” , véase op. cit., págs. 93-100.
te. Si esa imagen que ei espejo devuelve al niño unifica el cuerpo frag
mentado de éste y en tal sentido es estructural y tranquilizadora, por
otro lado, esa misma imagen proyecta objetivamente al exterior esa
unidad y, como lo hace en sentido inverso, la enajena. El yo está cons1
tituido como otro yo imaginario (“ Yo es otro” , dice el poeta) que se
nos manifiesta “ en el espejo” con la imagen del propio cuerpo de los
sueños o de las alucinaciones. En definitiva, el estadio del espejo es
un drama, pues nos muestra al niño cogido en la trampa del descubri
miento de su unidad corporal en una forma espacial ficticia y alienan
te, con la cual él procurará identificarse como yo.
Y precisamente esta situación dramática, en la que el individuo se
aferra a una imagen que lo enajena de sí mismo es lo que suscita o
constituye la agresividad original réspecto de su propio cuerpo y del
cuerpo materno, respecto de los demás y por fin respecto Sel cuerpo
del padre del mismo sexo en el complejo de Edipo. Eh efecto, la pul
sión destructiva que amenaza inconscientemente al cuerpo del niño,
implica la ¡mago de otro en él mismo, otro semejante a él, pero peli
groso por la autonomía que exhibe en la anarquía de los miembros y
de los órganos que el niño no puede controlar. Esa agresividad que se
desplaza del pecho materno al interior del cuerpo de la madre, es
exacerbada por un movimiento contrario, la introyección imaginaria
de los órganos peligrosos que aquél contiene. Este juego de imágenes
proyectadas e introyectadas, que define la relación narcisista del niño
consigo mismo, nos da al propio tiempo la clave de sus extraños mo
dos de comportarse con sus semejantes; por ejemplo, “ el niño que da
golpes dice que" ha sido golpeado; el que ve caer a alguien, llora".
Esta identificación con otro, identificación que rige todo el com
portamiento del niño e invierte su sentido (siendo espectador se con-?
vierte en actor, de seductor se convierte en seducido, de agresor en
agredido, etc.), entraña inevitablemente un deseo por el objeto que
el otro codicia. De ahí esa agresividad de los celos, que es la conse
cuencia normal de la absorción del niño por la imagen; como lo hace
notar Lacan, en este sentido podríamos caracterizar toda forma de ce
los apelando a la observación que hizo San Agustín refiriéndose a un
niño: "Todavía no hablaba y ya contemplaba, pálido y con mirada
envenenada, a su hermano de leche” . En efecto, toda forma de celos
es contemplativa, porque se contempla el espectáculo del otro; es
emocional y agresiva, porque hay reactivación de las imágenes de
una frustración primordial ("pálido, y con una mirada envenenada” )
experimentada por él niño. En suma, aquel por quien siento celos es
siempre de alguna manera mi hermano de leche, en la medida en que
és la proyección de mi propia imagen con la frustración que ella
implica.*7
Pero esa otra persona de la que inevitablemente se sienten celos
es el padre del mismo sexo, como lo muestra el complejo de Edipo.
La rivalidad con el padre presupone por parte del niño varón una iden
tificación con aquél en lo tocante a desear a la madre, identificación
ésta llamada “ secundaria” en relación con la identificación primaria
que, como acabamos de ver con la imagen del espejo, "estructura al
sujeto como un individuo que rivaliza consigo mismo” .28 En esta
identificación secundaria con el padre, el niño varón traduce su im
potencia biológica y orgánica de satisfacer la libido con su propio
cuerpo y, por otro lado, tradüce su facultad imaginaria de adelantar
se a su propia génesis fijándose un ideal encarnado en la imagen del
padre, tal como la proyecta el inconsciente infantil de conformidad
con las normas de la cultura en que el niño vive. En este sentido,
la identificación edípica permite al niño trascender, superar su agre
sividad primera; le permite sublimarla al asumir la función, no ya de
una forma ficticia, inconsistente, amenazadora y amenazada que tenía
en él ámbito imaginario de la relación predominante con la madre,
sino la función de sujeto auténtico y real reconocido como tal en la
relación con el padre. El niño que hasta entonces era un yo corporal,
el cual, como (o comprendió Freud, no es más que "un ser de super
ficie” (la imagen del espejo) y además “ proyección de una superficie”
(la conciencia que el niño tiene de sí mismo es la proyección de la su
Esta fobia creada por la mirada de los demás puede asumir otras
formas y afectar no sólo al rubor (y a la transpiración conjunta)*
es decir, a un cambio producido en el rostro, sino a la totalidad de
la forma misma del cuerpo; esto es lo que los psiquiatras llaman, con
expresión erudita y poco elegante, la dismorfofobia. El dismorfofóbi-
co es un individuo normalmente constituido que cree estar afectado
de deformaciones físicas, que su cuerpo es deforme. Esta obsesión de
la deformidad corporal puede referirse a la gordura o la flacura, á: la
estatura ó al aspecto poco agraciado del rostro, y también puede re
ferirse a los caracteres sexuales '(vello abdominal, escroto, testículos,
pene). Esta anormalidad se encuentra sobre todo en los adolescentes
y especiálmente en los delincuentes juveniles.
Para ilustrarlo, citaré las declaraciones que un joven de dieciséis
años a su médico: “ lyie obsesiona una anomalía que-me parece que
tengo. Podrá ser ridículo, pero para m í es como una-enfermedad;me
refiero a mi vientre. ¿Quién podrá cómprendér lo que ocurre en mí
cuando lo miro? Es una verdadera obsesión, lo veo grande, gordo,
deforme. ¿Lo es en realidad? Eso-es lo que temo; sólo observarlo mé_
inspira temores; lo comparo con el vientre de los otros. El mío se me
ha hecho un complejo. No me atrevo a dejarlo ver. Lo oculto. Cuan
do me desvisto, me apresuro a ponerme en seguida la chaqueta del
pijama. Me lo meto hacia adentro. No puedo considerarlo en público
y siento miedo ante mis compañeros. Tengo miedo en que reparen
en él. A la menor observación que me hacen me quedo consternado,
abatido cpmo si acabara de recibir un insulto.:. Trato de dominarme,
de razonar, de decirme ‘Soy como los demás’, y sin embargo no aparto
la mirada de los otros por miedo a que me-observen” .25
Aparentemente nos encontramos aquí ante una obsesión de la mi
rada de los demás dirigida al cuerpo, caso semejante al que acabamos
de estudiar. Las únicas diferencias evidentes radican en el hecho de
que la obsesión se refiere a ja morfología corporal toda antes que al
rostro y a su frecuente rubor, poruña parte, y en el hecho de que se
trata del cuerpo de un adolescente y no de ún adulto, por otra parte.
Pero precisamente estas diferencias ocultan otras, a nuestro juicio,
más importantes, pues nos revelan una nueva dimensión del cuer
po, la dimensión en la cual el cuerpo se presenta como objeto de
ju ic io social, con valor social. Esto es lo que trataremos de mostrar
seguidamente.
Én primer lugar, es evidente que la dismorfofobia se encuentra
sobre todo en los adolescentes a causa principalmente de los profun
dos cambios que afectan y hasta perturban el cuerpo del adolescente
en el momento de la pubertad. Estos son cambios anatómicos (de
estatura, de forma, etc.), fisiológicos (ruptura del equilibrio hormo
nal por el desarrollo de las hormonas sexuales) y psicológicos (rápido
desarrollo de las pulsiones genitales) que pueden parecer anárquicos
e inquietantes al adolescente, quien ignora sus leyes y a quien le costa
rá trabajo, por consiguiente, integrarlos,, comprenderlos y aceptarlos.
En una palabra, el adolescnete se considerará “ anormal". Por otro
lado, esos cambios pueden ser acelerados o lentos, es decir, pueden
26 Por más que también en este caso el sujeto sea indirectamente víctima de-
las normas culturales de virilidad y femineidad; por ejemplo, el hombre no
debe ruborizarse, no debe ser pasivo sino que ha dé tener iniciativa, etc., en
tanto que la mujer es pasiva, sumisa, emotiva, etc., normáis que felizmente
han sido cuestionadas en serio por numerosas-obras sobre la condición feme
nina publicadas estos últimos años.
2 7 Véase de S. Freud, Trois Essais sur la théorte de /a sexualité, "Idées” , Galli-
mard, 1968, pág. 88.
cilmente con la ayuda de las atinadas observaciones que hizo Lacan
sobre el proceso narcisista de la identificación) es la contraparte de
una tendencia igualmente profunda, la pulsión de ver, que revela com
portamientos regresivos en el adulto; es el caso del mirón, el voyeur,
que experimenta la curiosidad de ver las partes genitales de otra perso
na. En realidad y de una manera general, el deseo de ser visto, de ser
mirado, es tan primitivo como el deseo de ver, según lo hizo notar
Schilder. “ Existe una comunidad profunda entre la imagen del cuerpo
de uno mismo y de la imagen del cuerpo de todos los demás...; desea
mos conocer nuestra imagen del cuerpo y deseamos que los otros la
conozcan” .28
De manera que independientemente de las formas patológicas de
perversión sexual que pueden asumir en el exhibicionismo y en el
voyeurismo (cuyo estudio merecería, toda una obra), los deseos de
hacer ver nuestro cuerpo y de ver el cuerpo de otros pueden inspirar
muchos comportamientos cotidianos perfectamente triviales: esos
déseos son los que nos dictan inconscientemente, por ejemplo* la elec
ción de nuestros vestidos, el tipo de maquillaje (en el caso de la mujer)
y la elección de los espectáculos y fiestas a que acudiremos y de los
juegos en los que habremos de participar. Es más, esos deseos pueden
motivar, por lo menos parcialmente, pero siempre de manera incons
ciente, la elección de un oficio. Tal es el caso del actor o del come
diante que exhibe complaciente su cuerpo en la representación de un
personaje dramático o cómico o en un trabajo de pura expresión cor
poral; 29 o el caso del fotógrafo, del cineasta absorbido por la imagen
del cuerpo de los demás o también, aunque con una intencionalidad
diferente, el caso del médico con su enfoque anatómico y fisiológico
del enfermo y el caso del psicólogo el ínico interesado en el juego ex
presivo del cuerpo de su paciente. En nuestra opinión, habría aquí
materia para realizar , una profunda encuesta de psicología social y
Pero ahora debemos ir un poco más allá y decir que esta estruc
turación social del cuerpo, por una parte, afecta toda nuestra acti
vidad más inmediata y aparentemente más “ natural” (nuestras postu
ras, actitudes, movimientos más espontáneos) y, por otra parte, es el
resultado no sólo de la educación propiamente dicha sino también
de la simple imitación o adaptación. Por lo menos ésta es la intere
sante tesis que propuso hace ya treinta y ocho años el célebre soció
logo francés Marcel Mauss en su comunicación y artículo sobre “ Las
técnicas del cuerpo” , 1 en el que el autor trazaba al propio tiempo,
para sus sucesores, un vasto y ambicioso programa de investigaciones,
que desgraciadamente hasta hoy no se llevó a cabo y, a nuestro juicio,
ni siquiera se intentó seriamente. Con la expresión “ técnicas del cuer
po” Mauss designa “ las maneras en que los hombres, en cada sociedad,
saben servirse de sus cuerpos de un modo tradicional” .2 En otras pa
labras antes de toda técnica propiamente dicha, considerada como
"acción tradicional y eficaz” que tiende a transformar el medio con
la ayuda de un instrumento (martillo, pala, lima, etc.), está el conjun
to de las técnicas que utilizan el cuerpo como “ el primero y más na
tural instrumento del hombre” 3 en las actitudes y en los movimientos
vitales de todos los días, como la actitud de descansar o los movimien
tos de andar, correr, nadar, etc.
Kinésica y proxémica
Pero, según parece, hay que dar un paso más y afirmar que la so
ciedad está presente no sólo en nuestras relaciones espaciales (nuestra
proxemia), sino también en la estructura y las funciones mismas del
cuerpo como organismo vivo. Por paradójica que parezca esta tesis,
a nuestro juicio quedó válidamente demostrada por los análisis y obser
vaciones de la antropóloga británica Mary Douglas en el estudio que
esta autora hizo sobre los ritos de contaminación y los tabúes dé las
Por lo demás, estos mitos del cuerpo asumen tantas formas como
ideas y fines se forjan las diversas culturas. En primer término, exis
ten los mitos teológicos del cuerpo, pues éste permite a la religión de
finir su poder sobre la muerte, ya reduciendo el cuerpo a una ilusión,
a una pantalla o a una envoltura transitoria e inesencial, como en las
religiones hinduistas, ya, por el contrario, encerrando en el cuerpo
un germen de eternidad. La encarnación y la resurrección de Cristo
es el mito de la victoria del cuerpo sobre la muerte y de la promesa
de un cuerpo glorioso, incorruptible, que resucitará al fin de los tiem
pos.28 Pero también hay mitos del cuerpo que responden a las dife
rentes medicinas y sistemas médicos practicados en el transcurso de
las edades. Por ejemplo, Michel Foucault analizó maravillosamente “ la
arqueología de la mirada médica” , es decir, la manera-en que el mé
dico fue haciendo progresivamente justicia a la observación del cuer
po enfermo, observación que constituye la esencia de la clínica.29
10 ¡bídem.
11 Idem, pág. 411.
12 Idem, pág. 336.
13 ídem, pág. 333.
interés no coincida necesariamente con lo que lo es en la catexia
libidinal inconsciente. Una catexia preconsciente revolucionaria se
refiere a nuevos fines, a nuevas síntesis sociales, a un nuevo poder. Pe
ro puede ocurrir que por lo menos una parte de la libido inconsciente
continúe catectizando el viejo cuerpo, la vieja forma de poder, sus ci
fras y su flujos” . 14 Por ejemplo, se sabe de qué manera la máquina
socialista conserva un capitalismo monopolista de estado y de mer
cado. Pero aun cuando aparentemente exista una correspondencia,
no es seguro que la catexia libidinal inconsciente sea revolucionaria;
para que lo sea es menester no sólo promover otro sodus como nue
va forma de poder o de soberanía, sino que en ese mismo socius haya
un régimen de la producción deseante como potencia dirigida al cuer
po sin órganos. En suma, la catexia libidinal revolucionaria, la catexia-
del grupo sujeto y no sujetado, es la que “ hace penetrar el deseo en
el campo social y subordina el socius o la forma de poder a la produc-'
ción deseante; productora de deseo y deseo que produce, esa ca
texia crea formaciones siempre mortales que conjuran en ella la efu
sión de un instinto de muerte” . 15 De manera que la articulación
del cuerpo libidinal y del cuerpo social procede de una economía
libidinal y no de la ideología, puesto que lo constitutivo del cam
po social y lo que forma su infraestructura es, no la representa
ción, sino el deseo. 16 El esquizoanálisis deleuzo-guattariano opone a
la representación o al teatro personológico y de familia del psico
análisis freudiano la fuerza material, “ maquínica” ,'física del deseo-
producción, 17 en otras palabras, ‘‘un inconsciente no figurativo y
no simbólico” . 18
En este sentido es evidente que la tesis del Antiedipo no sólo
pretende resolver el problema que habíamos planteado en nuestro
34 tbidetn.
35 ¡dem, págs. 155-156.
36 J. Kristeva, Semeiotiké. Recherches p o u r une semanalyse, Seuil, 1969, págs.
84-85.
i a acción de los procesos energéticos de repulsa de la producción de
seante. Esos procesos y el mecanismo de la función significante son
sólo dos niveles, cualitativamente diferentes, del devenir de la reali
dad material: el nivel simbólico, en el que reina el signo, se produce
“ por la acumulación reiterada de las repulsas (activaciones-estasis-
activacipnes) sucesivas” 37 del nivel pulsional, que Kristeva llama
semiótico para indicar mejor que comprende el mecanismo de genera
ción material del signo y correlativamente del sujeto. La heterogenei
dad entre estos dos niveles estriba precisamente en el vínculo, en el
encadenamiento aparente de la escisión de la repulsa pulsional én el
sistema instaurado por el signo que unifica y cristaliza la producción
de (as máquinas deseantes en un yo, en un cuerpo personal permanen
te y cifrado, lugar de esta “ señalética del intercambio” 38 exigida
por el funcionamiento de una sociedad esencialmente gobernada
por la circulación de las mercancías. Es cierto, en efecto, que esta mu
tación verificada en el nivel simbólico del proceso energético del cuer
po “ está necesariamente engrendrada én última instancia por el apa
rato social y por la práctica social en la que el sujeto es llevado a ac
tuar” . 39 Evidentemente esta neutralización de la negatividad diferen-
ciadora de la repulsa, que se convierte en positividad ordenada e iden
tificante del signo, se realiza primero en y por la estructura familiar,
como ya lo hicieron notar Deleuze y Guattari. “ Es en ella” , dice J.
Kristeva, “ donde las relaciones de repulsa se convierten en relaciones
intersubjetivas o en relaciones de deseo” , 40 es decir, en referencia a
una falta. En suma, el signo transforma la econom ía libidinal del cuer
po en una “ economía homológica” del comportamiento, psicosocial.
Hay, en efecto, como lo demostró J. Baudrillard, “ una economía
política del signo en la que el cuerpo sexuado, pulsional, es uno de
los campos principales de maniobra. Aun cuando esta demostración
76 Ib ídem.
tiendo o bien del lenguaje cuyas estructuras tendrá que desarticular
para experimentar su materialidad corporal, o bien partiendo de las in
tensidades del flujo pulsional afectivo para permitir que surja la diná
mica significante. En consecuencia, esta manera de proceder encuentra
su campo primordial, su epicentro en él punto mismo en que son po
sibles esa desarticulación y ese surgimiento del lenguaje: la voz. Punto
en el que se intercambian y se modelan la corporeidad significante y la
idealidad de la palabra vida, la voz nos parece eri este sentido el ele
mento previo indispensáble de todo análisis teórico conjunto del cuer
po y del lenguaje. Si, como lo suponemos, toda gestualidad partici
pa de un fenómeno de transvocalización, todas las prácticas y, a for-
tiori, todos Ios-discursos que habremos de analizar en esta colección
se remitirán a esa articulación fundamental y se justificarán por el mis
mo enfoque estratégico.
En definitiva, a nuestros ojos esta colección no puede ser otra cósa
que un lugar o campo de interferencias; leerla implica que uno sepa
sacar provecho constantemente de los choques y rupturas, no sólo
de los temas, sino también y sobre todo de los esclarecimientos y len
guajes ofrecidos. A nuestro juicio, una lectura de esta índole llevará
a destruir todos los dogmatismos reduccionistas y su lirismo mistifi
cador. De manera que lo que nos proponemos no es preparar una
praxis política ulterior reservada para algún militante dócil y sagaz,
sino que queremos realizar ya, hic et nunc,.\z que validará, legitimará
y esclarecerá todas las otras.