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FELIPE REDAL SÁNCHEZ (1868-1924)

por Fernando Abaunza Martínez

Hijo de Joaquín Redal Martínez y de Aniceta Sánchez Bahamonde nace en Laguardia


(Álava) siendo bautizado en la iglesia de Santa María de los Reyes el 25 de agosto de 1868. Sus
padres habían contraído matrimonio en esta misma localidad el 22 de agosto de 1866. El matri-
monio tuvo otros cuatro hijos, de los que solo sobrevivió Luciano, nacido en 1881. Los tres
hijos restantes fallecieron al poco de su nacimiento: Cirilo, en 1872; María Ángeles nacida en
1876, falleció al año siguiente, y Fidel, en 1879.
Se desconocen sus comienzos musicales, pero es muy probable que se iniciara como ti-
ple de la capilla de música de Santa María de los Reyes con el maestro de capilla y organista
Andrés Sáez Ramírez, natural de Doroño (Treviño).
En 1887 se presenta en Murillo del Río Leza para el reclutamiento del servicio militar, y
tras ser reconocido fue declarado inútil, por lo que es probable concluir que tenía algún defecto
físico.
En 1894 obtiene la plaza de organista de la parroquia de Mendavia. Probablemente para
estas fechas ya había contraído matrimonio con Juana Moreno. En 1898 publica en el Eco de
Navarra un artículo titulado “El piano y la orquesta en la Iglesia”, que dividido en dos partes
aparece los días 13 y 14 de abril de ese año (Anexo I) donde Felipe Redal, que firma el artículo
como “Un organista de pueblo”, arremete contra la práctica de utilizar el piano y otros instru-
mentos de orquesta en el culto litúrgico y defiende el uso del canto gregoriano y la polifonía
clásica siguiendo las directrices del Motu proprio.
En 1904, para las fiestas de la romería de la Virgen de Legarda intervienen conjunta-
mente las bandas de música de Mendavia y de Lodosa que días antes habían realizado ensayos
conjuntos. Algunas de las piezas que interpretaron fueron dirigidas por Felipe Redal, director de
la Banda de Mendavia, y otras por Pedro Alzorriz, organista de Lodosa y director de la Banda
de esta localidad. La crónica del Eco de Navarra del 26 de mayo alabó este concierto: “Tan a la
perfección y con tanto gusto lo hicieron, que merecen plácemes y muy sinceros ambos organis-
tas”.
En 1907 Redal es destituido del cargo por “negligencia”. Tras una campaña en la que
organistas de otros pueblos se solidarizaron con él fue restituido en su puesto. Sin embargo, no
se mantuvo en él mucho tiempo pues para el curso 1907-1908 ya estaba en Logroño como pro-
fesor de música del Colegio de San Antonio.
En enero de 1908 formó parte de la Comisión de Conciertos del Centro Artístico de Lo-
groño, donde era profesor de piano. Esta comisión estuvo formada por Fermín Maguregui (pre-
sidente), José María Zubía, Felipe Redal. Santiago Sáenz, Cirilo Tamayo y Carmelo D. Gessne.
El 25 de abril de ese mismo año tuvo lugar en el teatro-circo Bretón de los Herreros una
velada musical a cargo de los alumnos del Colegio de San Antonio, que fue preparada y dirigida
por Redal, y en la que además del Himno del Colegio, que Redal acompañó al piano, se inter-
pretaron Ayres del destierro (en francés), de Grieg, la canción Los Huerfanitos, y la zarzuela
Compañía ambulante.
La actividad de Redal no solo dinamizó la vida musical de la capital riojana sino que se
extendió a otras localidades de la provincia. Así, para las fiestas del Carmen de 1909 Redal diri-
gió en la iglesia de San Miguel de Ortigosa de los Cameros a la capilla de música de la Colegia-
ta de Logroño que interpretó la misa de Pablo Hernández, y al final, la Salve del maestro Remi-
gio Oscoz Calahorra.
En julio de 1910 regresa a Ortigosa para la misa de la fiesta del Carmen, en esta ocasión
con las voces de tiple de su hija Felisa y las señoritas Pilar y María Zaporta.
En las fiestas de San Bernabé del 11 de julio de 1911, patrón de Logroño, se celebró en
la Redonda una misa solemne donde se cantó la partitura de Felipe Gorriti. Dirigió Felipe Redal,
que estuvo apoyado por el organista de Azpeitia, Ignacio Fernández Eleizgarai, y los tenores de
las catedrales de Vitoria y Calahorra. Año tras año siguió dirigiendo a la capilla de música de la
Colegiata en la misa solemne de las fiestas patronales.
En marzo de 1911 se presenta a la oposición para cubrir la plaza de profesor de música
de las Escuelas Normales Superiores de Maestros y Maestras de Logroño, a la que también con-
curren, Delfín Gómez Bringas, Bonifacio Gurrea Aliad, Fermín Irigaray Bermejo y Bruno Juan
Vallés García. El puesto lo obtuvo el músico de Peralta, Fermín Irigaray.
En mayo de 1912, en los cultos para las primeras comuniones de los alumnos de los
H.H. Maristas, Felipe Redal dirigió un coro de más de ochenta voces que entre otras obras in- i
terpretó magistralmente el Iesu dulcis memoria de Hilarión Eslava.
También se puso al frente de orquestas de baile como en la fiesta que se celebró el 3 de
enero de 1914 en el desaparecido frontón “Beti-Jai” en la que dirigió un doble sexteto que inter-
inte
pretó variados bailables.
Al carecer Logroño de una escuela de música se funda en octubre de 1915 la Academia
Eslava que pretende impartir conocimientos completos de música a alumnos provenientes de
familias
lias modestas. El director del centro será Gaspar Hernández, y los profesores, Felipe Redal,
Juan Vallés, Gregorio Fernández y Fermín Irigaray.
Redal falleció
alleció en Logroño tal como se recoge en la noticia del
el diario La Rioja del 6 de
junio de 1924: “Ha fallecido
cido don Felipe Redal, reputado profesor de piano, tan laborioso como
competente, hombre de singular cultura musical, por lo que sus juicios a este respecto eran tan
solicitados como tenidos en cuenta.
A Logroño vino hace bastantes años desde Mendavia, de cuya parroquia fue notable
organista, y luego en las clases del extinguido Centro Artístico, en la educación musical de los
niños y niñas asiladas de la Beneficencia, en la organización de masas corales, etc., puso bien
de manifiesto sus relevantes dotes.”
dotes.

OBRAS:
Las únicas obras que conocemos de Felipe Redal son las que figuran en un listado que
la Comisión de Música Sagrada publicó en 1905 como obras aptas al “Motu proprio”,
proprio” y son
tres piezas del responsorio de difuntos que vieron la luz en Tesoro Sacro
Sacro Musical:
- LIBERA ME, a 3 voces (Mim)
- MEMENTO MEI, a 3 voces (Mim)
- NE RECORDERIS, a 3 voces (Fa)
Del tercer motete, Ne Recorderis,
Record existe también una partitura manuscrita en la Biblio-
Bibli
teca Nacional procedente del archivo de Ernesto Villar Lozano.
ANEXO I

EL PIANO Y LA ORQUESTA EN LA IGLESIA


El piano con los adelantos y perfeccionamientos que han introducido sus
constructores, ha resultado el instrumento más completo de salón. Sus sonidos
brillantes tienen tal potencia y volumen que permiten ejecutar tanto la música de
rapidez vertiginosa, como cantos lentos y expresivos, lo mismo una sonata estre-
pitosa, un idilio tierno y delicado, que una elegía triste y melancólica. Entre los
muchos empleos que tiene, uno de ellos es acompañar ya a otros instrumentos ya
a las voces y esto así en las funciones profanas como en las religiosas; pero de-
jando a un lado cuanto a las primeras se refiera, hablaremos solo de su uso en las
segundas, que es nuestro objeto.
Los sonidos del piano son secos, como resultado de la percusión del maci-
llo sobre la cuerda, y a los pocos segundos de herir una tecla, su sonido se ha ex-
tinguido por completo. Los del órgano se producen de bien distinta manera; el
movimiento de las palancas abre los conductos por donde entra el aire a los ca-
ños, pudiéndose prolongar el sonido, por esta causa, todo el tiempo que la tecla
esté oprimida. Siendo de tan diverso origen, diferente ha de ser la música que
para ellos se escriba: así tenemos el género orgánico y el pianístico, bien diferen-
tes uno de otro. En el órgano, las notas de retardo, las de larga duración y las pe-
dales son de gran efecto y, por lo mismo, se usan mucho en el género religioso:
en el piano, por el contrario, estas notas son casi inútiles porque unas apenas se
oyen y las otras absolutamente nada. Sean estas razones, entre muchas más que
pudieran aducirse, prueba de la inmensa distancia que separa a estos instrumen-
tos.
El órgano solo puede compararse y sustituirse con el armonium que es el
instrumento que más analogía tiene con él, y de ninguna manera con el piano, del
que como hemos indicado, tanto se diferencia.
En un convento de monjas asistí a una función en la que el Santísimo es-
taba expuesto largas horas, y para distraer, tal vez, a las señoras que velaban, una
monja tocaba, con intervalos, una sonata de Beethoven, un concierto de Men-
delsson u otras obras parecidas, y aunque la interpretación era magistral yo
hubiera considerado más adecuada a tan solemne acto, una adoración o medita-
ción como música más a propósito para excitar el fervor religioso. Creo, por tan-
to, que en los conventos donde no haya órgano, jamás debería hacerse uso del
piano, pues esto en mi humilde juicio es profanar la casa de Dios, y aunque cier-
tos pasajes de música orgánica no se puedan ejecutar exactamente en el armo-
nium, al menos no vendrá el recuerdo de las soirées, bailes y otras diversiones
profanas, que es lo que sucede oyendo el piano en la iglesia. Pero donde hace un
efecto malísimo, es en los intermedios de la misa y sobre todo en el momento
solemne de la elevación: es preferible que entonces guarde silencio a escuchar
notas que por cristalinas y metálicas carecen en absoluto de unción religiosa y
que no tienen ni aproximación siquiera con los sonidos graves y majestuosos del
modesto órgano de la más humilde aldea. Pero aun el que se usara en días en que
conmemoran misterios gozosos, como Pascuas, Ascensión y otras fiestas podría
tolerarse, pero es el caso que sucede todo lo contrario; precisamente se emplea en
las ceremonias, más luctuosas que hay en el cristianismo. No sé por qué se ha de
ejecutar la misa de Requiem, no estando prohibido el órgano, siempre que sea
con registros muy suaves y que cuando callen los cantores deje aquél de tocar.
¿No es esto mucho más patético y mucho más en consonancia con la liturgia, que
el oír las vibrantes y argentinas voces de un buen piano? Debo advertir que en los
oficios de difuntos se prohíbe usar el órgano y solamente se permite en la misa.
Asimismo creo que no se debía emplear absolutamente ningún instrumen-
to en tales funciones, pues en algo se han de diferenciar de la de alegría y regoci-
jo. A esto tal vez se objetará que hombres eminentes han compuesto oficios de
difuntos a toda orquesta tan notables y admirables que han pasado a la posteridad
como maravillas del arte, mas hay que comprender que cuando el vicio y la co-
rruptela se han desbordado tanto, como sucede en la materia que nos ocupa, ni
aun las más altas lumbreras se ven libres de ser arrastradas por la corriente: y no
se crea que entra en mi intención criticar ni analizar sus obras, fuera esto en mi
necio atrevimiento, pero quiero, sí, demostrar que no se ajustan a lo que la Iglesia
determina.
Si el órgano, según un autor musical, es una orquesta completa, al dar
aquella un decreto prohibiendo su uso en casos determinados, síguese que esta
prohibición se hace extensiva a todos los instrumentos. Así pues, la misa de di-
funtos debe ser a voces solas y, para conservar la afinación, se tocará el órgano,
pero suavísimo, pues al decir la S. C. de ritos que se cesará de tocar cuando las
voces callen, parece indicar que el órgano no tenga parte importante y que no se
destaque de entre los cantores.
El abuso, que no encuentro palabras para censurarlo, es el ejecutar los mi-
sereres y lamentaciones de Semana Santa con piano. ¡El Miserere! ¡El salmo más
patético y sublime que escribió el profeta Rey, acompañarlo con un instrumento
profano! Esto es intolerable. Pero hay otra razón aun más poderosa, y es que
nuestra madre la Iglesia manda enmudecer esos días al instrumento religioso por
excelencia, al órgano, que cuenta entre sus registros flautado violón, suavísimo y
dulce, y a pesar de esto, le ordena que calle en señal de luto. ¿Cuánto más se
opondrá a que se ejecute con piano, violines, , clarinetes, oboe, trompas, o aque-
llo en que se prohíbe tocar el órgano? ¿No es esto burlarse de los decretos de la
Iglesia?
Que hay misereres callejeros y profanos, nadie se atreverá a negarlo, y si
es muy sensible que una Salve o un Motete no tengan el ritmo, la estructura, la
majestad y el verdadero carácter de música religiosa, es mucho más lamentable
que el Miserere, ese salmo patético y triste por excelencia se adapte a una música
alegre y retozona como la de una zarzuela del género chico.
¿Y esto es música religiosa dedicada al Santo de los Santos y propia para
cantarse en los días que se conmemora la Pasión de su Hijo Nuestro Señor? ¿No
nos basta profanar la Iglesia el resto del año cantando novenas, letanías y Salves
que parecen los couplés de una ópera cómica, que esos días de tristeza, medita-
ción y recogimiento, siquiera sea haciendo en ellos lo que debiera hacerse siem-
pre, es decir, cantando música religiosa de verdad, no los hemos de distinguir de
los demás?
No ignoro que los Misereres compuestos por los eminentes maestros Esla-
va, Gorriti y otros son obras notabilísimas, magistrales; y soy yo muy insignifi-
cante, no ya para ponerles tachas, sino ni aun para elogiarlos, pero como tienen
orquesta, no deben ejecutarse en los días de semana santa, por las razones indica-
das, sino en los demás viernes de Cuaresma.
En esos días de luto y silencio es lo más propio cantar música de la llama-
da polifónica, tan recomendada por la S. C. de Ritos, y los esfuerzos y gastos que
origina el aumentar profesores de orquesta, háganse para reunir el mayor número
de voces posible y ejecútense obras del género que Palestrina, Luis Victoria y
tantos otros autores cultivaron con general aplauso.
La razón más poderosa es que la Iglesia, como ya antes dijimos, ha prohi-
bido el uso del órgano en estos días y este imita con sus registros al clarinete,
flauta y otros instrumentos, si pues no permite el retrato mucho menos permitirá
el original. Por lo dicho se comprenderá el abuso en que vienen incurriendo en
casi todas las capitales de España, en las que, toman parte más profesores de or-
questa aun que en las demás funciones del año. Acaso habrá quien diga que de
esta manera se atrae más concurrencia al templo, pero el católico que necesite de
estos alicientes para asistir a las funciones de Semana Santa no será muy fervoro-
so y el buen cristiano prescinde de todo lo que halague sus sentidos, pues su co-
razón viste el luto que en los altares cubre las imágenes.
La clase de música preferible a todas y la más en armonía con la liturgia es
el canto llano. Nada más religioso, más sublime, más patético. Los monjes bene-
dictinos de Francia usan para todas, absolutamente todas las fiestas del año el
canto gregoriano, y un amigo mío que los ha oído no hace mucho, me decía que
es lo más hermoso y conmovedor, y sobre todo lo más religioso que ha oído en
su vida.
Si en las grandes poblaciones donde se dispone de muchos elementos, re-
unieran un gran número de sochantres, y bajo una acertada dirección ensayaran
las antífonas, benedictus, misereres y demás cánticos de tinieblas, por supuesto,
todo en canto llano, tengo la seguridad que tanto el inteligente en música como el
católico que no conoce el pentagrama, encontrarían una majestuosidad imponen-
te, que no se halla en ninguna orquesta por numerosa que sea.
Concluyo, pues, repitiendo que ya que el resto del año profanamos el tem-
plo con música tan impropia de la Casa de Dios, al menos esos días santos,
hagamos oír las melodías que, inspiradas en su fervor, nos legaron los Ambro-
sios, Gregorios e Isidoros.

Un organista de pueblo

EL ECO DE NAVARRA
(13 y 14 de abril de 1898)

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