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Material de Estudio

Curso Introductorio 2014

Módulo 1: Historia
“Historia de los Argentinos”, Autores: Floria, Carlos Alberto, Garcia
Belsunce, Cesar A., Editorial El Ateneo, cap. 24 al 40. (Fragmentos)

Facultad de Derecho y Cs. Sociales y Políticas


Universidad Nacional del Nordeste
24. El colapso de la Confederación

LOS PROBLEMAS DEL DOCTOR DERQUI

La elección presidencial

La sucesión del general Urquiza en la presidencia dio origen a la primera campaña política por una elección presidencial, que
conforme al estilo de la época, se desarrolló en el ámbito reducido de los “notables”. Ya al promediar el año 1858 comenzaron a
barajarse nombres de candidatos. La estructura constitucional era tan reciente y la tradición tan fuerte que muchos propiciaron
—contra a prohibición constitucional— la reelección de Urquiza o la nominación de la vicepresidenta del Carril. Cuando ambos
rechazaron estas sugestiones —del Carril debió renunciar públicamente a su candidatura para salir del juego electoral—
quedaron dos nombres en pie: el doctor Santiago Derqui, ministro del Interior y el doctor Mariano Fragueiro, ex-ministro
nacional y entonces gobernador de Córdoba. Derqui representaba el federalismo oficialista, en tanto que Fragueiro
representaba el ala liberal y moderada del partido. Los partidarios del doctor Salvador María del Carril propiciaron la fórmula
Fragueiro-Marcos Paz; en cuanto a Urquiza, guardó silencio y no apoyó a nadie, lo que no dejó de molestar a Derqui.

Producidas las elecciones, siguió el sistema de voto indirecto —por electores— establecido en la Constitución Nacional; Derqui
obtuvo 72 votos contra 47 de Fragueiro. Para vicepresidente Marcos Paz logró 49 votos, Pedernera 45, Virasoro 17 y Pujol 12. El
Congreso decidió sobre el segundo término de la fórmula dándole el triunfo al general Pedernera, de San Luis y del ala
oficialista, en desmedro de Marcos Paz, cuyo sector era minoritario en el Congreso. Es oportuno señalar que los electores que
votaron por Fragueiro correspondieron a aquellas provincias que en el proceso por venir se mostrarían más sensibles a la
influencia liberal.

Situación de Derqui frente a Urquiza

Derqui llegó a la primera magistratura en condiciones harto incómodas y que excedían las molestias de la lucha electoral.
Urquiza, su predecesor seguía siendo el jefe del partido Federal y la primera figura en prestigio e influencia de toda la
Confederación, además de ser gobernador recién electo de Entre Ríos. En consecuencia, a él pertenecía el poder efectivo, en
tanto que al presidente sólo le quedaba el poder formal. Derqui se veía así obligado a conformarse con las directivas de un
protector todopoderoso, cuya prudencia no lograba hacer menos incómodo el peso de su autoridad. La designación de Urquiza
como general en jefe del ejército y de su yerno, Benjamín Victorica, como ministro de Guerra, demostraron la dependencia del
Presidente.

Éste suspiraba por el poder efectivo y su independencia política. Su única alternativa consistía en lograr el apoyo de un partido o
sector que compensara aquella influencia dominante y le diera el papel del árbitro político. Su contacto con Mitre, al visitar
Buenos Aires en julio de 1860, le inclinó—contra lo que podía esperarse— a buscarla alianza de los liberales, a cuyo efecto
comenzó por apoyarse en cierto grupo de federales moderados que eran más o menos reacios a las directivas del palacio San
José.

Estos pasos provocaron la renuncia de Victorica al gabinete y una expresiva carta de Urquiza que trataba de aventar los temores
del presidente Derqui: Soy amigo del Dr. Derqui y soy el subalterno más respetuoso del Presidente, que tiene su autoridad de la
ley y del Congreso, que es el pueblo entre el que estoy con placer confundido.Pero a continuación agregaba la frase
paternalista:Sé lo que valgo y aprecio mucho su juicio para creer que Vd. sabe que combatiendo mi influencia sacrificará el
mayor elemento de su prestigio y el mejor apoyo de su autoridad.

Poco después llegaría Derqui a referirse a su situación como a una “esclavitud y falta de independencia”. Dentro de este
contexto se da su decisión de gobernar con el partido Liberal “donde están las inteligencias” —decía—-y darle mayoría
parlamentaria. Fiel a este propósito, que lo lleva a una alianza práctica con Mitre, designa a un porteño, Norberto de la Riestra,
ministro de Hacienda y piensa ofrecer una cartera en el gabinete nada menos que a Valentín Alsina. El partido Federal, con
excepción del círculo más allegado al presidente, vio con temor esta maniobra y cerró filas alrededor de Urquiza, que guardaba
un prudente silencio.

Mitre gobernador de Buenos Aires

Casi al mismo tiempo que Derqui asumía la presidencia nacional, el general Mitre se hacía cargo de la gobernación de Buenos
Aires para cumplir el Pacto de Unión Nacional. Jefe del ala nacionalista del partido, Mitre realizó una sutil tarea convenciendo a
unos y conteniendo a otros, reduciendo al mínimo las divergencias y dando muestra de gran elasticidad política. Así, aunque
realmente en minoría, logró arrastrar a su partido a la zaga de su proyecto, aun al precio de resentir la estructura partidaria.

No se puede comprender, por otra parte, la política de aquellos días, sino se recuerdan las características de los partidos de
entonces, tan distintas de las que ha conocido el lector de hoy.

Los dirigentes políticos trabajaban en función de una base electoral reducida. En Buenos Aires, la ciudad más politizada del país,
en 1864 sólo votó el 4% de la población. Libres de la tarea de tener que conquistar el apoyo electoral de la masa, los políticos
eran elaboradores de opinión y “conductores de cuadros”. La organización partidaria era rudimentaria y consistía básicamente
en una alianza más o menos circunstancial entre sujetos de ideas afines para realizar algún propósito común. Esta simplicidad
favorecía la personalización del poder político dentro y fuera del partido. De ahí que la clave de cada partido estuviera en el o
los “notables “que lo integraban. De los notables surgían las ideas rectoras, los planes de acción, a los que coadyuvaban el
círculo de los amigos.

El ámbito operativo de estos núcleos reducidos era el club política—Club del Pueblo, Club de la Libertad— donde se hacía
proselitismo, se evaluaba la situación y de donde se propalaban las decisiones de los notables. En el sistema del club, no
contaban los “afiliados”, sino los adherentes ocasionales, lo que hacía más fluida la situación partidaria.

Dentro de este esquema, Mitre había alterado la conducción del partido Liberal, que a partir del pacto de Unión Nacional se
regía por la línea nacionalista. La nueva política de Derqui se adecuaba muy bien a esta línea y le abría amplias perspectivas.
Reforma constitucional

El año 60 había comenzado promisoriamente para la paz nacional. La Convención ad hoc, convocada en la provincia para
proponer reformas a la Constitución nacional, había propuesto cambios prudentes que tendían a reforzar el federalismo y la
autonomía provincial. El 6 de junio se firmó un nuevo pacto entre la Confederación y Buenos Aires que alteraba algunas de las
bases del de Unión Nacional, fijaba la forma da concurrir a la nueva asamblea nacional constituyente, reservaba entretanto a
Buenos Aires el manejo de la aduana y establecía un subsidio de la provincia a la nación de un millón de pesos mensuales. La
Convención Nacional Constituyente se reunió en septiembre y aceptó casi por unanimidad as reformas propuestas por Buenos
Aires, en lo que tuvo buena parte la influencia de Urquiza.

Sucesos de San Juan

El estado de armonía duraría bien poco. El interventor de San Juan, coronel Virasoro, se había hecho nombrar gobernador
propietario. Hombre sin condiciones políticas, habla establecido una especie de dictadura local de hecho, levantando grandes
resistencias, sobre todo entre los liberales. Los tres hombres clave de aquellos días —Derqui, Urquiza y Mitre— se hallaban
reunidos la San José cuando decidieron, en una carta conjunta, invitar a Virasoro e resignar el mando para evitar niales
mayores. Pero ese mismo día, 16 de noviembre, una sedición estallaba en San Juan y Virasoro era asesinado en su casa con
varios de sus parientes. Inmediatamente asumió el mando provincial el jefe del partido Liberal sanjuanino, Antonio Aberestain.

El hecho produjo estupor en todo el país. Entre los federales se clamó venganza, y el presidente nombré interventor al general
Juan Saá, gobernador de San Luis, acoplándole dos consejeros liberales, para subrayar su ecuanimidad. Pero en Buenos Aires,
como en el caso de Benavidez años antes, la reacción fue la de festejar el fin de un tirano y el triunfo de la libertad. Un ministro
de la provincia, Sarmiento, hizo el panegírico del suceso, comprometiendo al mismo gobierno, lo que provocó su salida del
gabinete. Las pasiones se encresparon y las acusaciones llovieron de uno a otro bando. Entretanto Saá, que había despachado a
sus consejeros liberales, derrotó a Aberestain en el Pocito, tomándolo prisionero. Al día siguiente, Aberestain fue fusilado por
orden del segundo de Saá. Entonces, las acusaciones de crimen se invirtieron. El diálogo se hizo más difícil y Riestra renunció a
su cargo de ministro nacional, mientras Urquiza enrostraba a Mitre haber nombrado en su gabinete a un separatista como
Pastor Obligado. La política de la “entente” estaba a punto de naufragar.

El plan político de Mitre

Desde un principio, Mitre había procurado el apoyo de Fas provincias interiores para invertir el esquema geopolítica de Cepeda,
en el que Buenos Aires se encontró sola frente a todas las provincias. En 1861 una línea de provincias con gobiernos liberales o
simpatizantes atravesaba todo el país de sur a norte y dividía en dos sectores a los federales: el Litoral, fuerte, y dirigido por
Urquiza; el cordillerano, débil, y que aislado dejaba de ser temible. Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán eran las provincias
que respondían a la influencia liberal, en tanto Salta y Jujuy eran potenciales adherentes. No se le escapaba e Mitre que si esa
alianza se presentaba como sostenedora del poder constitucional del presidente frente a las influencias y los poderes de facto
del gobernador de Entre Ríos, tenía serias posibilidades de lograr apoyo, y con los años lograr la mayoría parlamentaría y la
hegemonía porteña y litoral en la Confederación.

Rechazo de los diputados porteños y fracaso de la “entente”

No habla cesado la grita por los incidentes de San Juan, cuando la presentación de los diputados porteños al Congreso Nacional
originó un nuevo chaque. Elegidos según la ley provincial en vez de la nacional, sus diplomas fueron objetados. La cuestión era
jurídica pero no fue encarada como tal, porque los porteños transformaron el asunto en una cuestión de honor. Derqui procuró
la aceptación de los diputados, pero la mayoría, federal y urquicista, rechazó los diputados.

El episodio reveló a Mitre la inconsistencia política del apoyo presidencial. Derqui, a su vez, midió la insuficiencia del apoyo
liberal, que si ya nienguaha por los sucesos sanjuaninos, más le faltaría luego del rechazo de los diputados. Con esos escasos
elementos no podía rasistir la presión de los amigos de Urquiza. Desde ese momento Mitre ya no contó con Derqui y éste se
preparó para cambiar de frente y reconquistar el apoyo federal. Urquiza, por su parte, enrostró a Mitre que la exaltación liberal
pretendía: Hacer lo mismo que hizo Rosas de la “federación”, la palanca para dividir y arruinar a las provincias para
reconcentrarlo todo en Buenos Aires.

Intervención de Córdoba

El presidente, regresando de su transitorio coqueteo con el liberalismo, realizó una maniobra magistral, el mayor y el último
destello de su habilidad política: intervino la provincia de Córdoba, el 24 de mayo de 1861, cortando el “cordón liberal’
construido por Mitre en su punto más importante. Aislaba a los gobiernos liberales del norte, débiles para actuar por sí mismos,
y demostraba que el gobierno tenía capacidad de decisión. Creaba además, un campo ininterrumpido desde el Uruguay a la
Cordillera dominado por los federales, y a la vez, lograba un centro geográfico oponible al núcleo federal del Litoral, capaz de
equilibrar influencias y darle su ansiada independencia. En definitiva, en el aspecto geopolítico, la intervención de Córdoba
restablecía el esquema de los días de Cepeda.

LA RUPTURA

Distanciamiento Urquiza-Derqui

En los meses anteriores, el presidente Derqui había protestado lealmente ante Urquiza las presiones a que se sentía sometido.
El gobernador entrerriano lo había tranquilizado, ratificándole su lealtad y su respeto. “Nadie ha de saber primero que Vd. lo
que de Vd. me disguste”, le decía, asegurándole que no era hombre de actuar por detrás. Pero cuando temió que Derqui
procediera, ya no en su contra, sino contra los intereses de la Confederación, se dispuso a estrecharlo “para que su autoridad se
ponga del lado de nuestra obra”.
Sin embargo, no se ocultó al círculo de San José que la intervención a Córdoba tenía objetivos políticos ajenos a la lucha con
Buenos Aires y los liberales. Derqui abandonaba a éstos y se acercaba a San José, pero no del todo. Cedía al deseo de
estructurar alrededor de Saá, en San Luis y Córdoba, un competidor de Urquiza. Aunque éste se resistía a admitirlo, existía en
San José la sensación de la “traición” del presidente, Una vez rotas las hostilidades con Buenos Aires, al realizarse la conferencia
de pez a bordo del “Oberón” el 5 de agosto, Derqui olvidó su gabán con cartas de Luque referidas al intento de neutralizar a
Urquiza. Las cartas caen en poder de éste y el vencedor de Caseros se convence de que es traicionado. Si siempre ha sentido
vocación por la paz, ahora la procurará a todo trance. Preferirá pactar y aun ser vencido por los enemigos, que traicionado por
los amigos. Su espíritu decae. Nombrado jefe del ejército confederado, va a la guerra sin entusiasmo, sin verlos frutos dele
eventual victoria. De allí que antes de la batalla procure hasta último momento transar y que después de ella se retraiga a Entre
Ríos y procure un entendimiento con Mitre.

La situación en Buenos Aires

En junio de 1861 cesó la correspondencia entre Derqui y Mitre. La intervención de Córdoba había sido el signo de la ruptura.
Una ley del Congreso —5 de junio— declaró a Buenos Aires sediciosa y autorizó al presidente a intervenir la provincia. Le
situación del gobierno porteño no era fácil. La guerra era impopular, si bien una minoría activa que dominaba la prensa
procuraba entusiasmar por ella a la mayoría indiferente o disconforme; Los que rodeaban a Mitre se sintieron arrebatados por
la perspectiva de una revancha de Capada. Pero Mitre sabía que las provincias aliadas, sobre las que tanto contaban sus amigos,
sólo eran “aliadas en la paz”, pero que en caso de guarra no arriesgarían nada, pues carecían de fuerza suficiente y de solidez
política.

Sabía el gobernador que la paz are muy difícil y se preparó para la guerra, saliendo a la campaña a formar un ejército, pero
siguió trabajando por la paz, seguro da que ésta le daría, con menos riesgo, el fruto que otros buscaban en la guarra, A
Sarmiento le escribía: ¿Se imagina Vd. Lo que sería Buenos Aires con 4 años de paz, desenvolviendo su riqueza, su poder, su
libertad, su espíritu público...?

Por entonces Riestra consideraba que la “nacionalidad argentina” era imposible, y Mármol creía que aun en caso de victoria,
sólo se llagaría a la segregación de Buenos Aires, La lucha en el frente interno porteño se mantenía, pues, viva.

Ese era el estado da espíritu y la situación general en que los protagonistas llegaron a la conferencia del 5 de agosto, propuesta
por los ministros diplomáticos extranjeros, la que en definitiva fracasó por le poca disposición de las partes a ceder en
cuestiones que creían atinentes al futuro desenvolvimiento de su poder.

Pavón

En septiembre se pusieron en movimiento los ejércitos. Urquiza se situó entre las nacientes del arroyo Pavón con 17.000
hombres. Al sur del arroyo del Medio, Mitre contaba con 15.400 soldados. Secundaban a Urquiza, Saá, Francia, Virasoro, López
Jordán. Acompañaban a Mitre, Venancio Flores, Paunero, Emilio Mitre —su hermano—, Hornos. En las fuerzas de Buenos Aires
predominaba la infantería —2/3 del total—; en las confederadas, se equilibraban caballería e infantería. Era la primera vez que
Urquiza recurría a una mesa de infantes tan importante; la primera vez también que adoptaba una actitud defensiva en las
operaciones. Su rival no se hacía ilusiones sobre la capacidad de la caballería porteña y jugaba todo a su infantería. Buscó al
ejército federal y lo encontró el 17 de septiembre, sobre el arroyo Pavón. Las previsiones del general porteño se cumplieron. Su
caballería fue arrasada de entrada y sólo una pequeña parte se cubrió sobre la reserva. La infantería porteña, en cambio, pese a
la obstinada resistencia federal, rompió el centro de la línea contraria y la desorganizó. El triunfo era tan completo en el centro
como lo era la derrota en las alas. Pero ambos ejércitos no habían empeñado prácticamente sus reservas. Urquiza, que situado
en un ala vio le derrota de su centro y carecía de noticias del otro extremo de su línea, supuso que aquélla también estaba en
derrota, y cansado de una lucha que veía sin objeto, ordenó la retirada del ejército.

Si la derrota del ejército confederado no había sido decisiva en el campo de la lucha, sí lo había sido en cuanto a equipo: los 32
cañones perdidos son el indicio más notable de la magnitud del desastre para un Estado que carecía de dinero y de crédito y
que había levantado aquella fuerza con verdadero sacrificio.

Los efectos políticos fueron aún mayores y permitieron al 9eneral Mitre una amplia explotación de la batalla. Urquiza,
disgustado con el presidente, se retiró con las fuerzas entrerrianas a su provincia, separándose desde entonces prácticamente
de la lucha, y sorprendiendo a todos con su actitud. Su alejamiento produjo tal desaliento que los esfuerzos de Derqui, Virasoro
y otros jefes, nada pudieron para evitar el progresivo desbande de lo que había quedado del ejército nacional. El 4 de octubre,
Mitre inició su avance sobre la provincia de Santa Fe; el 8 entraron en Rosario sus fuerzas navales y el 12 el ejército.

Acercamiento Urquiza-Mitre

Comienza una nueva etapa en las relaciones del triángulo del poder. Derqui—y su vicepresidente Pedernera— lucha
desesperadamente y sin éxito por restablecer la situación y exhorta a Urquiza a retomar el mando supremo. Urquiza, deseoso
de alcanzar la paz hace una apertura hacia Mitre por intermedio de Juan Cruz Ocampo primero y de Martín Ruiz Moreno
después, mientras hace oídos sordos a los pedidos del presidente y de gran cantidad de gente de su propio círculo. En cuanto a
Mitre, se decide a una política transaccional con Urquiza, a condición de que éste deje a Buenos Aires libre para derribar a las
autoridades nacionales, actuar sobre las provincias interiores y “restablecer” la Constitución. A cambio de ello, no molestará en
su propio dominio al gobernador de Entre Ríos, y hará la paz con esta provincia y Corrientes.

EL TRIUNFO DE MITRE

La victoria militar no iba a facilitar el camino político del gobernador porteño.

Se lo comprende fácilmente cuando se comprueba la reacción desaforada de Sarmiento al día siguiente de Pavón: “El general
me ha vengado del diplomático” y agregaba: “Invasión a Entre Ríos, eliminación de Urquiza, Southampton o la horca”. Otros,
como Manuel Ocampo, proponían llamar a una nueva convención reconstituyente. Mitre contestó que la guerra se había hecho
en nombre de la Constitución y de los derechos emanados de ella. Mientras tanto, mantuvo inmóvil al ejército a la espera de los
acontecimientos.

Esta inactividad y las trascendidas negociaciones con Urquiza alborotaron más el ambiente porteño. Unos —Sarmiento—
clamaban por expediciones al interior para que se produjera la esperada “reacción liberal” y para “apoyar a las clases cultas con
soldados contra el levantamiento del paisanaje”. Otros acusaban a Mitre de debilidad o infidencia y atacaban la presunta unión
suya con Urquiza como un equivalente del pacto de San Nicolás. Decía La Tribuna: La paz o la alianza entre Urquiza y Mitre sería
la revolución de los gobernantes de Entre Ríos y Buenos Aires contra los poderes que han sido constituidos por la Confederación
y que ésta no reniega. Y agregaba: La guerra no se ha hecho únicamente para que sea presidenta Mitre...

Mientras éste aguantaba semejante tormenta política seguro de que no habría reacción en las provincias sin la presencia del
ejército porteño, y que luchar con Urquiza era un compromiso serio y un esfuerzo estéril, pues aquéllas tendían la mano, una
reacción parecida se operaba en torno del ex presidente. Muchos de sus partidarios se sentían molestos por sus esfuerzos por la
paz y su acercamiento a Mitre. Se veía aquello como una claudicación, y el disgusto crecía disimulado por el respeto.

Alejamiento de Derqui

En estas tratativas, el lector ha visto diluirse al presidente Derqui. En verdad, éste había quedado al margen de la conducción
del proceso político, pues carecía de poder efectivo alguno. Sus empeños por restablecer la situación fueron infructuosos y
finalmente los abandonó. El 6 de noviembre se refugió en el barco británico Ardent, anunció que presentaría su renuncia y se
marchó del país. El 20 de noviembre partía Paunero con una división de ejército sobre Córdoba, donde estallaba una revolución
liberal. El 22 los restos del ejército federal eran acuchillados en Cañada de Gómez por el general Flores y, terminaba su
existencia como tuerza militar organizada. El colapso de la Confederación era total e irremediable. En la lucha por la dominación
que se había librado, la bandera de la hegemonía volvía a pasar a Buenos Aires a un Buenos Aires liberal.

El 1° de diciembre, Entre Ríos reasumió su soberanía y se declaró en paz con las demás provincias. El 12 de diciembre, el
vicepresidente Pedernera, legalizando la situación de hecho existente, declaró caducas a las autoridades nacionales. El proceso
concluyó cuando el 28 de enero de 1862, adelantándose a las otras provincias, Entre Ríos encomendó al general Mitre proceder
a la convocatoria e instalación del Congreso Legislativo Nacional.

Disolución de la autoridad nacional

La paz lograda era, sobre todo, le paz entre Mitre y Urquiza. Los dos líderes habían renunciado a ciertas posiciones para lograrla
y habían violentado en buena medida las tendencias, opiniones y sentimientos de sus partidarios.

Impusieron su política, o mejor dicho, Urquiza aceptó que Mitre impusiera la suya, y no hubo en la República poder que pudiese
contrarrestarla. Pero aquella violencia no dejó de producir sus frutos próximos y tardíos. En las elecciones de abril de 1862,
Obligado, candidato mitrista de transacción, fue derrotado ampliamente por Mármol, su opositor y uno de los líderes
aislacionistas. El partido Liberal se escindió en Autonomista y Nacional, y si bien Mitre subió a la presidencia de la Nación, dejó
muchos descontentos en Buenos Aires. A la vez, la autoridad de Urquiza no se recuperó nunca del malestar producido por su
alianza con los porteños. Casi una década después, su asesinato por los partidarios de López Jordán no es sino el acto final de
este deterioro.

25. Mitre y la nacionalización del liberalismo

Imposición del liberalismo

Tras la disolución de las autoridades nacionales y del pacto de “neutralización” de Urquiza, Buenos Aires había recogido la
bandera que había perdido en Caseros, y se disponía nuevamente a dictar su política al resto del país. Bartolomé Mitre iba a ser
no sólo el inspirador de esa política, sino también su ejecutor. Desde la revolución de septiembre había ido elaborándola
pacientemente y en los críticos días anteriores y posteriores a Pavón había logrado imponerla a sus comprovincianos. En
verdad, era más la política de Mitre que la de Buenos Aires, todavía enceguecida por los arrebatos segregacionistas y el
resentimiento hacia los provincianos.

El hombre era capaz de hacerlo, como lo fue de sortear múltiples obstáculos en una de las carreras políticas más largas que
conoció la República, pues su actuación se prolongó hasta el fin mismo del siglo. Nacido en 1821, militar de carrera y literato por
vocación, incursionó en la poesía y la novela, cultivó el ensayo e hizo del periodismo político su mejor modo de expresión. Como
militar cultivó el arma más técnica y moderna —la artillería— o que es un indicio de su modalidad. Otro es que entre el fragor
de la acción política, se sumergió en la historia y escribió la Historia de Belgrano (1857-59), una de las obras más notables de la
historiografía argentina.

Estos datos bastan para definirlo como un político viejo de nuevo cuño. Sensible como hombre, como político era frío y sereno.
Aferrado a sus principios, pero con una alta dosis de realismo que le daba una notable flexibilidad política. Así, mientras fue
capaz de sacrificar su prestigio local en 1851 y de su pronunciamiento principista de 1874, también fue el hombre de las
condiciones, las colaboraciones y los acuerdos; con Urquiza en 1861, con Sarmiento en 1873, con Avellaneda en 1877 y con
Roca en 1892.

Mitre había resumido su programa en el lema “Nacionalidad, Constitución y Libertad”: una Nación unida, eminentemente,
superior a sus partes; una Constitución federal, garantía de los derechos de esas mismas partes; libertad política y civil. ¿Qué
libertad? La concebida por el liberalismo de entonces: libre juego, de las instituciones, libertad de crítica, eliminación del
caudillaje autocrático que impedía a los pueblos expresarse libremente, libertad que nacía de la “civilización” y que imponía
combatir la “barbarie”, pare usar términos de Sarmiento. En suna, era el estilo nuevo, dispuesto a desalojar al estilo viejo de
nuestro escenario político.

El programa mitrista suponía la existencia de un orden liberal en la República para desarrollarse armónicamente, lo que
significaba que exigía como tarea previa crear ese orden, removiendo la mayoría de las situaciones provinciales manejadas por
los federales. Dada la debilidad de los movimientos liberales del interior, no quedaba otro recurso que provocar el cambio por
la moción directo o indirecta de las fuerzas militares, puestas al servicio de los principios. Este procedimiento ponía a los
liberales en una especie de contradicción interior, pues mientras sostenían el principio de libertad de los pueblos se disponían a
derribar regímenes que gozaban del consenso de les poblaciones para imponerles otros, creados desde afuera y apoyadose en
las minorías más o menos exiguas. Pero resolvían la contradicción creyendo —o al menos argumentando— que aquellos
pueblos habían sido sumidos en una suerte de minoridad que les impedía elegir libremente, y que primero debían ser
libertados, darles acceso a la cultura política, para que luego pudiesen elegir conscientemente el sistema de su predilección. Así,
la acción a desarrollar iba a ser considerada por los liberales una misión libertadora y civilizadora, en tanto que los pueblos del
interior iban a ver simplemente en ella la prepotencia de Buenos Aires, imponiendo a las provincias hombres y estilos ajenos
para mejor sojuzgarlos.

El general Mitre no quiso operar sobre el interior mientras no tuviera asegurada una base de poder en el Litoral. Para ello
promovió una revolución en Corrientes que derribó a Rolón, ocupó la ciudad de Santa Fe, y nombró gobernador a Domingo
Crespo; pese a alguna momentánea tentación, respetó el dominio de Urquiza en Entre Ríos, convertido en un aliado pasivo.

La revolución liberal cordobesa del 12 de noviembre de 1861 constituyó la único demostración de tuerza de los liberales del
interior, pues los Taboada permanecieron inactivos en Santiago. Cuando Mitre envió al general Paunero con una división del
ejército sobre las provincias, éste llegó a Córdoba para encontrar un partido Liberal dividido por las apetencias del poder.
Paunero ofició de árbitro e impuso como gobernador provisorio a su segundo, el coronel Marcos Paz, tucumano liberal. Al
avanzar sobre las demás provincias, fueron cayendo sin resistencia los gobernadores federales. Saá, Nazar, Videla, Díaz, se
exiliaron y Cuyo pasó a los liberales Barbeito (San Luis), Molina (Mendoza) y Sarmiento, quien había acompañado la expedición
como auditor, con el expreso designio de obtener la gobernación de San Juan que reclamaba a Mitre desde el día siguiente a
Pavón.

En el norte, Antonino Taboada derrotó en El Ceibal al gobernador tucumano Gutiérrez que fue reemplazado por Del Campo. El
gobernador de Catamarca renunció para evitar la invasión; el de La Rioja, Villafañe, se pronunció por Mitre. Sólo Salta quedaba
en pie para los federales, pero Marcos Paz, abandonando el difícil gobierno de Córdoba fue a Tucumán como comisionado
nacional y logró un acuerdo pacífico (marzo 3 de 1862) ente los gobiernos de Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y Salta,
renunciando el gobernador de ésta última, Todd, que fue reemplazado por Juan N. Uriburu.

Alzamiento de Peñaloza

El éxito de Marcos Paz hubiera puesto final feliz al proceso de los reemplazos, si no hubiera sido porque el general riojano,
Angel Vicente Peñaloza, apodado el Chacho, se rebeló contra la pasividad de Villafañe. Había luchado veinte años antes por la
federación contra Rosas y volvía a hacerlo contra las tropas de Buenos Aires. Trató de invertir la situación tucumana pero las
fuerzas de esa provincia lo rechazaron en Río Colorado (febrero 10 de 1662) y poco después fue batido por las tropas porteñas
en Aguadita y Salinas de Moreno (marzo), siendo fusilados los oficiales prisioneros por orden de Sarmiento, convencido que
civilizaba si no “ahorraba sangre de gauchos”.

Paz de la Banderita

Nuevos combates menores, casi siempre favorables a Buenos Aires, pusieron a Peñaloza en una situación desesperada y
demostraron que la montonera gaucha, falta de recursos, no podía medirse con las fuerzas de línea. Pero al mismo tiempo,
Paunero se fue convenciendo que Peñaloza era el único hombre capaz de poner orden en La Rioja y que era posible conseguir
su adhesión. Con ese fin nombró una Comisión Mediadora, a cuyas instancias cedió Peñaloza, quien el 30 de mayo, desde La
Banderita, declaró su sometimiento a las autoridades nacionales y se comprometió a pacificar la provincia.

Restablecimiento de las autoridades nacionales

Mitre había sido encargado por las provincias de reunir el Congreso Nacional y de manejar las relaciones exteriores. Convocó a
elecciones y el 25 de mayo se reunió el nuevo cuerpo legislativo, con amplia mayoría liberal, que encargó a Mitre el ejercicio
provisional del poder ejecutivo nacional.

Segundo alzamiento de Peñaloza

En junio, Mitre podía halagarse de la pacificación de todo el país, pero la paz del interior fue precaria.

En marzo de 1863 Peñaloza, convencido de que el gobierno nacional se proponía tiranizar a las provincias, se sublevó
nuevamente, e invitó a Urquiza a imitarle y asumir la dirección del movimiento. La rebelión riojana no estaba inspirada sólo en
la resistencia a Buenos Aires o a doctrinas liberales que no importaban demasiado. La provincia, como sus hermanas
cordilleranas, se debatia en la miseria. Afloraba un descontento profundo y se hacía responsable al nuevo gobierno nacional de
una situación que distaba de ser simplemente política y cuyas causas eran anteriores y complejas. Sin embargo, a falta de
auxilios que Peñaloza esperaba del gobierno central, la faIta de comprensión de la situación riojana y las presiones políticas, se
conjugaron para animar su rebelión y la de sus comprovincianos.

Mientras Urquiza respondía con el silencio a la invitación del Chacho, Mitre se dispuso a realizar una “guerra de policía” y
encargó a Sarmiento su conducción política, acto riesgoso en quien conocía las pasiones que animaban al sanjuanino.
Rápidamente convergieron sobre Peñaloza las fuerzas nacionales conducidas por Paunero, quien venció a los rebeldes en Lomas
Blancas (mayo 20). Peñaloza se desvió sobre Córdoba, pero fue nuevamente batido en Las Playas (junio 28). Propuso entonces
negociaciones, pero Paunero —irritado por el escaso fruto de la paz anterior— las rechazó. Menos las iba a aceptar Sarmiento,
quien en la guerra además de los objetivos generales buscaba la reparación de las muertes de sus parientes, sacrificados por los
hombres de Peñaloza. Vencido otra vez en Puntillas del Sauce, Peñaloza se refugió en OIta, donde fue tomado prisionero por los
nacionales y ultimado por el mayor lrrazábal.
La muerte de Peñaloza no iba a asegurar la paz por mucho tiempo, pues las condiciones que habían impulsado el alzamiento no
habían desaparecido. Las levas para a guerra contra el Paraguay provocaron motines y deserciones, pues los provincianos no
querían ir a pelear.

Rebelión de los colorados

Las guerras del Chacho iban a tener un eco tardío en 1866 con la “rebelión de los colorados” que estalló en Mendoza y se
extendió a casi todas las provincias cordilleranas, poniendo en aprietos al gobierno nacional en momentos en que se libraba una
guerra internacional. Videla en Mendoza, Felipe Saá en San Luis y Felipe Varela en Catamarca, asumieron la conducción del
movimiento, que triunfó en Luján de Cuyó y Rinconada del Pocíto (enero 5 de 1867), El gobierno nacional declaró traidores a los
revolucionarios y retiró 3.500 hombres del frente del Paraguay. El mismo Mitre regresó al país. Por entonces, Juan Saá había
asumido la dirección de los rebeldes. Por fin Arredondo lo derrotó completamente en San Ignacio (1° de abril). Casi
simultáneamente (10 de abril), Varela era deshecho por Antonino Taboada en Pozo de Vargas, con lo que terminó la rebelión.

Todo este período se caracterizó por una extensa agitación de las provincias, producto no sólo de las reacciones federales, sino
de las luchas entre las distintas fracciones liberales y de los enfrentamientos personales. Renuncias, motines y conatos
constituyen la historia provincial de aquellos años. Como saldo hubo numerosas intervenciones federales, el gobierno de
Córdoba quedó en manos de opositores al gobierno nacional hasta que en 1867 Félix de la Peña, nacionalista, asumió la
gobernación. En el norte, los cuatro hermanos Taboada y su primo Absalón Ibarra constituyeron una especie de dinastía que,
adherida al régimen liberal, constituía la más sólida y recalcitrante supervivencia del sistema que el liberalismo había querido
desterrar. Manuel Taboada era el jefe del equipo y Antonino su brazo armado. Extendieron su influencia sobre Catamarca, La
Rioja, Tucumán y Salta y dominaron en Santiago del Estero casi un cuarto de siglo.

Este panorama político interno se veía seriamente agravado por la ausencia del presidente Mitre que había asumido la
conducción de los ejércitos aliados en la lucha contra Paraguay. Sus vistas personales, opiniones y consejos, enviados desde el
lejano frente de guerra, no contribuían a facilitar la tarea del vicepresidente. Sólo la capacidad de Marcos Paz pudo sortear la
suma de inconvenientes acumulados, y que muchas veces le hicieron perder la paciencia y le llevaron a presentar su renuncia
reiteradamente. Llegó a decirle a Mitre que: Si fuese legislador prohibiría la salida del primer magistrado de mi patria como está
dispuesto en casi todos los pueblos civilizados.Y agregó: Los pueblos quieren ser mandados por aquel que tiene mejor derecho a
mandar.Usted fue elegido canónicamente por el pueblo argentino para gobernar y no paramandar un ejército.

Es indudable que si Mitre hubiese permanecido en el país al frente del gobierno, otro hubiese sido el desarrollo de los sucesos y
hubiese habido menos conmociones. Pero el presidente tenía una razón para asumir el mando aliado: que las tropas argentinas
no estuviesen conducidas por un jefe extranjero, y ser la cabeza militar de la alianza. Era una cuestión de prestigio, pero
encubría una razón de política internacional, pues revelaba la necesidad —sentida por Mitre— de no ceder posiciones frente al
Brasil, apenas menos riesgoso corno aliado que como adversario.

Sólo a la muerte de Paz (enero 2 de 1868), se resignó a entregar el mando supremo militar al general brasileño Marqués de
Caxias y reasumir la presidencia, que salvo el lapso entre febrero y julio de 1867, había abandonado el 17 de junio de 1865. Pese
a tantas dificultades, al terminar su mandato en octubre de 1868, había logrado su propósito de construir una Argentina
políticamente liberal.

Administración y política

Elección presidencial y ministerio

Encargado Mitre por el Congreso del ejercicio provisorio del poder ejecutivo nacional, convocó a elecciones presidenciales.
Dominadas todas las provincias, salvo Entre Ríos, por el partido Liberal, no sorprende que Mitre haya sido electo por 133 votos
sobre 156 posibles, pues hubo 23 electores que no sufragaron. La elección de vicepresidente fue disputada entre Marcos Paz y
Taboada, pero el primero, prestigiado por su misión de paz en el norte, logró 91 votos contra 16 de su oponente.

Inmediatamente después de asumir el poder, en octubre de 1862, Mitre constituyó su ministerio: Guillermo Rawson,
sanjuanino, para Interior; Rufino de Elizalde, porteño, para Relaciones Exteriores; Dalmacio Vélez Sérsfield, cordobés, para
Hacienda; los tres, senadores nacionales. Para Justicia, Culto e Instrucción Pública designó a Eduardo Costa y para Guerra y
Marina a Juan Andrés Gelly y Obes, que le había servido en igual cargo durante su gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Este ministerio —con excepción de Vélez Sársfield— fue extraordinariamente estable, pues se mantuvo hasta que, en ocasión
de las elecciones de renovación presidencial, renunciaron Elizalde y Costa, reemplazados por Marcelino Ugarte y José Evaristo
Uriburu. En los últimos meses, Mitre volvió a llamar a los renunciantes al gabinete e intentó nombrar a Sarmiento en reemplazo
de Rawson.

Aun antes de su elección, y siguiendo en esto el antecedente de Urquiza, Mitre procuró la federalización de Buenos Aires en
toda su extensión. La Legislatura porteña rechazó la sugestión. Mitre buscó entonces una solución transaccional que se
materializó en la Ley de Compromiso, por la cual las autoridades nacionales residían en Buenos Aires, quedando la ciudad bajo
la jurisdicción provincial hasta que el Congreso nacional dictara la ley definitiva sobre la Capital, convenio que tenía cinco años
de duración.

División del partido liberal

El proyecto mitrista había definido mejor que ningún otro la línea nacional de su autor y fue en esta ocasión que se concretó la
ya insinuada división del partido Liberal, fundando Adolfo Alsina el partido Autonomista.
El hecho de que el nuevo gobernador de Buenos Aires, Mariano Saavedra, perteneciera al mitrismo, facilitó el buen
entendimiento entre las autoridades nacionales y provinciales, condenadas a vivir en curiosa superposición. En 1866 Adolfo
Alsina conquistó la gobernación porteña y poco después cesó la ley de Compromiso, pero Marcos Paz, en ejercicio de la
presidencia, invocó el derecho del gobierno nacional de residir en cualquier punto del territorio y continuó ejerciendo sus
funciones desde Buenos Aires, con el consentimiento de Alsina, a quien se había acercado políticamente.

No faltaron intentos de hacer de Rosario la capital de la República —proyecto de Manuel Quintana— pero la cuestión no se
concretó porque Mitre vetó la ley en los últimos días de su presidencia, por considerar que tamaña reforma correspondía a su
sucesor. Sarmiento dejó dormir el problema, que sólo tuvo solución violenta en el año 1880.

Obra administrativa

Correspondió a Mitre —pese a las complicaciones políticas y bélicas de su gobierno— realizar una intensa labor administrativa
especialmente hasta el año 1865, en que su alejamiento del gobierno y las atenciones dala guerra Internacional provocaron una
disminución del ímpetu creador.

El colapso de la Confederación durante la presidencia de Derqui obligó a rehacer varias de las obras realizadas o comenzadas
durante la presidencia de Urquiza. La primera de estas tareas fue la reconstitución de la Corte Suprema de Justicia y la
organización y procedimiento de los tribunales nacionales. Tuvo Mitre el acierto de llamar a integrar el supremo tribunal a
hombres ajenos a su línea política: Valentín Alsina —que no aceptó— José Benjamín Gorostiaga y Salvador M. del Carril, a
quienes acompañaron los doctores Carreras, Barros Pazos y Delgado. La Corte se negó a actuar como consejera del gobierno,
estableció su competencia e inició una jurisprudencia de alta calidad jurídica que le dio sostenido prestigio.

La Constitución había previsto la unificación de la legislación fundamental del país pero la tarea aún no había sido emprendida.
En este período se adoptó para la nación el Código de Comercio de Buenos Aires —obra de Acevedo y Vélez Sársfield—; se
encomendó al segundo de ellos la redacción del Código Civil, obra monumental terminada en cinco años, que el Congreso
aprobó a libro cerrado y fue promulgado por Sarmiento en 1869, y encargó a Carlos Tejedor la redacción del Código Penal.

Le enseñanza secundaria fue atendida, siguiendo las líneas del gobierno de Urquiza. Se reestructuraron los colegios nacionales
existentes y se crearon otras en varias provincias. Poco se pudo hacer en materia de enseñanza primarIa, obra que
correspondería a la administración entrante.

El problema del indio, entretanto, se había agravado. Las tierras conquistadas por la expedición de Rosas se habían perdido
progresivamente y desde 1854 los malones avanzaban cada vez más sobre estancias y poblaciones. Las guerras civiles primero y
la del Paraguay después habían obligado a desguarnecer de tropas las fronteras interiores. Por ello, el plan originario de Mitre
de llevarla ocupación nuevamente hasta los ríos Negro y Neuquén no encontró ocasión de realizarse y quedó en proyecto hasta
el año 1879.

Mitre pensaba que la verdadera frontera contra el indígena la constituía la ocupación efectiva y en propiedad de la tierra, y
decía que los indios habían recuperado las tierras de los enfiteutas pero no habían podido ocupar la tierra de los propietarios.
Rawson, a su vez, hablaba de la “frontera de hierro” constituida por el ferrocarril, con lo que coincidía en la necesidad de una
colonización real del desierto. Por eso vieron satisfechos que la inmigración europea superaba las previsiones oficiales y
sorprendía dada la agitación reinante en el país. Era una inmigración espontánea que se radicó principalmente en Buenos Aires
y en menor medida en Santa Fe y Entre Ríos. Para ello el gobierno no previó ningún régimen especial en materia de tierras ni en
ningún otro orden. Una excepción a esta característica fue la inmigración galesa que, debidamente planeada, se estableció en
1865 en el valle del Chubut, donde subsistió pese a sus padecimientos iniciales.

No fue ésta el único momento en que el gobierno dirigió su atención hacia la Patagonia. El comandante Piedrabuena exploró
ampliamente la región, afirmando la soberanía argentina y se dictó una ley declarando federales los territorios no incorporados
a las provincias, previendo la ocupación de nuevas regiones.

La sucesión presidencial

Llegado el año 1866, el problema de la sucesión presidencial comenzó a agitar el ambiente político. El general Urquiza surgía
como el candidato natural del partido Federal. Los autonomistas propiciaron a candidatura de su jefe, Adolfo Alsina. El partido
Nacionalista se inclinaba por Elizalde. Otros dos ministros, Rawson y Costa eran candidatos potenciales, y no faltó quien
alentara la candidatura de Marcos Paz, pese al impedimento constitucional.

En un primer momento Elizalde se veía favorecido por las provincias cuyanas y todo el norte argentino que respondía a la
influencia de los Taboada, con lo que reunía casi la mitad de los electores. Alsina contaba con Buenos Aires y Santa Fe y Urquiza
con Córdoba, Corrientes y Entre Ríos. Pero el vicepresidente logró que Taboada le transfiriera el apoyo que había dado a
Elizalde, con lo que llegó a contar en su haber con 58 electores posibles.

La imprevista muerte de Marcos Paz restableció parcialmente las perspectivas de Elizalde, en tanto que Alsina mejoraba su
situación a costa de Urquiza.

Para éste, Alsina encarnaba las peores corrientes del porteñismo, por lo que se manifestó dispuesto a entenderse con Elizalde,
pero no se pusieron de acuerdo sobre el candidato a la vicepresidencia.En esas circunstancia, y cuando Elizalde parecía ser el
hombre de las mayores posibilidades, Lucio V. Mansilla lanzó la candidatura de Domingo F. Sarmiento, entonces ministro
argentino en los Estados Unidos. Esta candidatura había surgido en los campamentos militares en el Paraguay, a espaldas del
presidente, y respondía a la idea de superar el antagonismo entre porteños y provincianos, consagrando a un político
provinciano que gozaba de gran predicamento en Buenos Aires. Consultado Mitre por Gutiérrez sobre los candidatos, respondió
desde Tuyú-Cue el 28 de noviembre de 1867 con un “programa electoral” —mal llamado testamento político—donde
proclamaba su prescindencia en favor de los distintos candidatos liberales. Descalificaba Mitre la candidatura de Urquiza por
estimarla reaccionaria, pase a lo cual anunciaba que, sólo le opondría su autoridad moral; también se pronunciaba contra el
candidato autonomista, aunque reconocía que esa candidatura tendía validez si fuera ratificada por una mayoría. Luego pasaba
revista a los demás candidatos liberales y concluía que el mejor sería aquel que reuniese el mayor número de votos
espontáneos. De no ser consagrado por esa vía, decía, sólo dará origen a su derrota o en caso contrario a un gobierno raquítico
y sin fuerza, y en último término, frente a Urquiza, sólo daría lugar a un gobierno de compromiso. Si el partido Liberal no ore
capaz de proceder correctamente merecería su derrot pues para escamotear la soberanía del pueblo, desacreditando la libertad
y desmoralizar el gobierno dándole por base el fraude, la corrupción o la violencia, ahí están sus enemigos que lo harán mejor.

La negativa de Mitre a apoyar un candidato desorientó a Elizalde. A la vez los militares entre quienes había surgido la
candidatura de Sarmiento se consideraron en libertad de proceder. Arredondo promovió revoluciones en Córdoba y La Rioja
para asegurar la orientación de los respectivos electores. Por vez primera, el ejército, o al menos alguno de sus miembros
destacados, se convertían en un factor político, utilizando la fuerza de la institución en la contienda electoral. Lo curioso de este
caso es que tal procedimiento se da al margen de a voluntad del jefe del Estado.

Era la primera vez que se daba en el país una auténtica contienda electoral presidencial. Cuando las provincias cuyanas se
inclinaron por Sarmiento, hasta entonces candidato sin partido, pero cuyas posibilidades crecían, Alsina consideró oportuno
llegar a un acuerdo con sus sostenedores. De ese acuerdo surgió la fórmula Sarmiento-Alsina, que prestó al sanjuanino todo el
apoyo del partido Autonomista y de los electores porteños. Llegado el momento de la elección, Sarmiento obtuvo 79 votos —
electores de Buenos Aires, Córdoba, todo Cuyo, La Rioja y Jujuy—, Urquiza 26 —Entre Ríos, Santa Fe y Salta—y Elizalde sólo 22
votos de Santiago del Estero y Catamarca, lo que vino a demostrar, aparte del fracaso de los Taboada en su zona de influencia,
la pérdida de prestigio del partido Mitrista, como consecuencia de las agitaciones interiores y de los sacrificios impuestos por
una guerra impopular. Para la vicepresidencia, Alsina logró 82 votos contra 45 de Paunero, candidato nacionalista.

La política exterior y el mundo americano

España y la nacionalidad

Cuando Bartolomé Mitre asume la presidencia en octubre de 1862, las relaciones argentinas con las potencias europeas pasan
por un período de amistad y calma. Con la misma España se mantienen buenas relaciones que permiten rever parcialmente el
tratado de paz firmado por la Confederación. En éste, Alberdi había admitido como principio de la nacionalidad el jus sanguinis,
según el cual un nativo seguía la nacionalidad de sus padres, principio harto peligroso para un país que necesitaba de la
inmigración y que ya entonces tenía dos tercios de extranjeros en la población de su ciudad más populosa. Mitre encomendó a
Mariano Balcarce la revisión de ese aspecto del Tratado y, por uno nuevo firmado en septiembre de 1863, logró ei
reconocimiento del jus soli, que establece quela nacionalidad es la del lugar de nacimiento.

Estas buenas relaciones que no excluían intensas vinculaciones comerciales en las que Gran Bretaña ocupaba un destacadísimo
lugar, eran el indicio no sólo de que los gabinetes europeos habían abandonado la política de tuerza practicada tres lustros
antes, sino de que la Argentina estaba entrando en una nueva etapa de su desarrollo nacional en la que sería más
independiente políticamente de Europa y desarrollaría su proyecto nacional según cánones propios, vuelta sobre sí misma y
sobre los Estados vecinos. En la medida en que disminuye la gravitación europea, aumenta la importancia de los países
americanos en la determinación de una política internacional. En consecuencia, es oportuno establecer cuáles eran las líneas
básicas en que se movían esas naciones.

El panorama americano. Estados Unidos

Los Estados Unidos, después da su guerra con México, y de su colosal expansión hacia el Pacífico, se habían visto envueltos en la
guerra de Secesión, donde no sólo se jugaba el futuro de la esclavitud en el país, sino que se oponían los Estados
industrializados del norte a los Estados rurales del sur, y los criterios progresistas y liberales de los primeros contra la
mentalidad tradicionalista de los segundos. Esta guerra no careció de resonancias internacionales y obligó al presidente Lincoln,
vencedor final en la contienda, a desentenderse de muchos otros problemas, en particular aquellos referentes al resto del
continente americano.

Liberales y conservadores en América latina

Esta circunstancia fue aprovechada por Francia, donde la restauración napoleónica había insuflado nuevas tendencias
imperialistas, a tentar suerte en México, donde apoyó al sector conservador, que con la adhesión de la Iglesia trataba de
recuperar el poder que había pasado a manos del movimiento liberal, cuya cabeza era Benito Juárez. Se proponía Napoleón III
establecer en México un antemural católico y latino a la influencia sajona y protestante de los Estados Unidos, del que Francia
fuera el protector. Así nació bajo la protección de las armas francesas el Imperio de Maximiliano que no pudo vencer la
resistencia juarista. En 1866, habiendo terminado Estados Unidos su guerra civil, comenzó a terciar en el problema mexicano,
apoyando a los liberales republicanos. Francia, que veía a la vez complicarse el horizonte europeo (guerra austro-prusiana) optó
por retirarse y librar a Maximiliano al apoyo conservador, lo que determinó su derrota y fusilamiento.

La imposición del liberalismo en México distaba de ser un fenómeno aislado en América. Si tras las guerras de emancipación,
seguidas de procesos anárquicos, habían sucedido en casi todos los países regímenes de tipo conservador, frecuentemente
autocráticos, la estabilidad o el progreso da aquellas sociedades y los excesos de los gobiernos comenzaron a generar hacia la
mitad del siglo el debilitamiento de aquéllos y el alza de los regímenes liberales.

Ya hemos visto cómo se impone el liberalismo en la Argentina. También en Venezuela se derrumba el conservadurismo hacia
1850 dando lugar a un liberalisnio federalista y anticlerical. Lo mismo ocurre en Colombia, donde los liberales gobiernan desde
1850 y desde 1861 a 1880 lo hace el ala extremista del partido. En Chile, el conservadurismo gobernante, progresista en lo
económico y cultural, transa hacia 1861 con los liberales, iniciándose así una transición que diez años después daría a Chile el
primer presidente liberal, Zañartú. Incluso el Imperio del Brasil ha alternado en el gobierno elementos conservadores y
liberales, pero a partir de 1863 estos últimos se aseguran en el gobierno, que les pertenecerá hasta después de la guerra de la
Triple Alianza, cuando la influencia del duque de Caxias inclinará otra vez la balanza hacia los conservadores.
Esta revisión nos permite inscribir el cambio operado en la Argentina en 1861-2 dentro de un movimiento continental
proliberal. Los únicos países que se han sustraído a ese proceso son Bolivia, Perú y Ecuador. Bolivia se gobernó en esta época
sobre la base de un poder militar, que se apoyaba circunstancial y alternativamente en elementos oligárquicos o populares.
Perú respondió de 1845 a 1875 a una plutocracia conservadora que basaba su sistema económico en la explotación del guano y
que se caracterizó por cierta corrupción administrativa que desembocó en contiendas civiles. Ecuador, por fin, conoció bajo la
égida de García Moreno (1860-75) una dictadura conservadora y católica, progresista en lo económico y afrancesada en lo
cultural.

Potencial de América

América había crecido considerablemente en los últimos años, Brasil tenía 10.000.000 de habitantes, México era el país más
poblado de la América española, Colombia frisaba los 3.000.000 de habitantes, Perú tenía 2.600.000, Chile 2.000.000 y
Venezuela 1.800.000. La República Argentina apenas igualaba las cifras de este último Estado al promediar la década del 60. El
aporte inmigratorio recién empezaba a hacerse sentir y por lo tanto nuestro país era uno de los menos poblados de América.
También la vida económica de estas naciones había tomado cierto vuelo. Chile comenzaba su desarrollo minero. Perú vivía del
guano, Colombia comenzaba su desarrollo cafetero, Paraguay exportaba bajo monopolio estatal tabaca y yerba mate. La
producción agropecuaria argentina estaba todavía centrada en la exportación de productos del ganado bovino y ovino. América
latina era en su totalidad éxportadora de materias primas cuyo principal comprador era Gran Bretaña. Los intereses e
influencias de los Estados Unidos, eran variados según las regiones del continente y se debilitaban hacia el extremo sur, en
tanto que el desarrollo industrial francés daba lugar a un marcado acrecentamiento de sus relaciones comerciales con América
latina.

El hispano-americanismo de las naciones del Pacífico

Hacia 1856 ya causa de las actividades del pirata Walker en América Central, se firmó un Tratado Continental entre Perú, Chile y
Ecuador, tendente a fomentarla unión hispano-americana y a enfrentar la agresión europea. Cuando en 1861 los dominicanos
decidieron reincorporarse a España, Bolivia se incorporó al Tratado, y sus firmantes convinieron en promover una gran alianza
latinoamericana a través de un Congreso que se reunió en Lima, al que concurrieron aparte de las naciones ya nombradas,
Venezuela, Colombia y Guatemala. Los organizadores excluyeron expresamente a los Estados Unidos: Nada político —explicaba
el boliviano Medinacelli— era mezclaren el asunto a la América Inglesa cuyo origen es distinto, cuyos intereses son igualmente
distintos y, quizás, opuestos a los nuestros, cuyo poder colosal sobre todo, es terrible. ¿A qué mezclar al fuerte, cuando se trata
de asociare los dé hiles para que dejen de serlo?

Identificación con Europa y repudio del panamericanismo

La alianza estaba dirigida a contener a Europa y cuando el gobierno argentino recibió la invitación la rechazó, (noviembre de
1862), afirmando que respondiendo el proyectado Congreso a un antagonismo hacia Europa, el mismo no era compartido por el
gobierno argentino, pues la República estaba identificada con Europa en todo lo posible.

Además de esta respuasta oficial, podemos juzgar la posición argentina a través de las cartas personales en que Mitre censuró a
Sarmiento su participación en el citado Congreso a título personal. Tras calificar al Congreso de pamplina, señalaba que se había
invitado al Brasil y excluido a los Estados Unidos, sin los cuales frente a Europa “nada podía hacerse, al menos en los primeros
tiempos”.Luego, examinando el americanismo como doctrina decía: …la verdad era que las repúblicas americanas eran
naciones independientes, que vivían su vida propia, y debían vivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas
nacionalidades, salvándose por sí mismas, o pereciendo sino encontraban en sí propias los medios de salvación. Que era tiempo
que ya abandonásemos esa mentira pueril da que éramos hermanitos, y que como tales debíamos auxiliamos enajenando
recíprocamente hasta nuestra soberanía. Que debíamos acostumbrarnos a vivirla vida de los pueblos libres e independientes,
tratándonos como tales, bastándonos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las circunstancias y los intereses de cada país,
en vez de jugar a las muñecas de las hermanas, juego pueril que no responde a ninguna verdad, que está en abierta
contradicción con las instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente, ni responde a ningún propósito serio para el
porvenir. Y tras afirmar que era una “falsa política americanista que está muy lejos de ser americana” agregaba: Pretender
inventar un derecho público de la América contra la Europa, de la república contra la monarquía, es un verdadero absurdo que
nos pone fuera de las condiciones normales del derecho y aún de la razón.

Si la posición del Congreso Americano, según Medinaceli, es el antecedente de un americanismo sin los Estados Unidos, que
tomó impulso en este siglo después de la diplomacia del big stick de Teodoro Roosevelt, la posición de Mitre, que en su fondo
es eminentemente pragmática, también refleja varias constantes de la política exterior argentina: en primer lugar subraya el
predominio de la relación Argentina-Europa, que va a mantenerse sin interrupción desde su gobierno hasta el de Yrigoyen en el
plano político y casi permanentemente en el plano económico, aunque desde la Primera Guerra Mundial acrecerá la relación
con los Estados Unidos en detrimento paulatino de las potencias europeas. Pero no se agota ahí la posición de Mitre, al
desahuciar al americanismo como forma de acción política común y formular el principio de “bastarse a si mismos” y auxiliarse
según “las circunstancias y los intereses de cada país”, estaba afirmando una verdadera autarquía nacionalista —que enraíza en
el particularismo de la praxis federal— antecedente cierto del futuro aislacionismo argentino frente a las demás naciones
americanas y uno de los elementos integrantes de la “política de no intervención” defendida por nuestra cancillería en este
siglo.

Identificación con Europa y autarquía nacionalista no eran, al parecer de Mitre, términos incompatibles. Los paises americanos
no podían ofrecer por entonces nada concreto al interés argentino, mientras que Europa era la fuente de su comercio, de los
capitales, de los inmigrantes que el país necesitaba y de la cultura que practicaba. Y en la opción práctica que realizaba
parecería que Mitre intuía otra constante de la política americana —la acción común del “grupo del Pacífico”— cuando hacía
referencia en otra parte de los documentos citados a la necesidad del apoyo norteamericano para una “política del Atlántico”.

Conforme a este planteo, yteniendo presente las dificultades crecientes de la situación uruguaya, complicada por la
intervenbión del Brasil y Paraguay, Mitre se desentendió de la guerra que como consecuencia de la ocupación de las islas
Chinchas y el bombardeo de Valparaíso por la escuadra española, se desató entre Chile y Perú por un lado y España por el otro.
No terciaron en el conflicto los demás participantes del Congreso Americano, lo que en cierto modo ratificó la opinión de Mitre
sobre la inoperancia del americanismo que, según él, ya se había manifestado en el caso de las Malvinas, en la agresión anglo-
francesa contra la Confederación, en la intervención francesa en México y en el incidente entre Paraguay y Gran Bretaña.

26. La Guerra de la Triple Alianza

Las naciones protagonistas

Trasendencia de esta guerra

La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay integra con las guerras de la unificación alemana y la guerra de Secesión
norteamericana, los grandes conflictos bélicos de la segunda mitad del siglo XIX. Grandes no sólo en sus prdorciones militares,
sino por su trascendencia en el desarrollo posterior de la historia continental. El triunfo del binomio Bismarck-Moltke sobre
Dinamarca, Austria y Francia 1864, 1866y 1870) condujo a la unificación alemana bajo la égida de Prusia, yal lanzamiento del
nuevo Imperio Alemán a la conquista de la hegemonía económica y política de Europa, en abierta competencia con Gran
Bretaña y Francia, proceso que desembocaría en la Gran Guerra de 1914-18. La guerra de Secesión (1860-65) significó en su
desenlace un poder y una estructura nacional más sólida y la conducción del país por la sociedad industrial del nordeste,
factores ambos que dispusieron a los Estados Unidos a desempeñar un papel de potencia mundial a corto plazo. En cuanto a la
guerra de la Triple Alianza, significó la destrucción de la única potencia mediterránea de Sudamérica y el último gran acto de
una polémica secular: la disputa fronteriza entre los imperios hispanos y lusitanos y sus respectivos herederos.

Evolución del Paraguay

Desde su segregación de la autoridad de Buenos Aires, en 1811, el Paraguay había vivido en una independencia de hecho de las
Provincias Unidas, tanto en lo político corno en lo económico. El doctor Francia, constituido casi inmediatamente en dictador,
gobernó pacíficamente por muchos años, conservando la estructura social de la época española, acostumbrando a su pueblo a
un autocratismo sin limitaciones y desarrollando al máximo su econonila de tipo rural. Al mismo tiempo, el citado Francia
impuso el aislacionismo como norma de política internacional. A su muerte, en 1840, esta especie de monarca republicano dejó
una nación con coherencia interior, que desconocía las luchas y conmociones civiles que habían agitado todo el resto de
América hispánica y con una sólida economía. Le sucedió como presidente Carlos Antonio López en 1844 —tras un interregno
consular de gobierno compartido—, que continuó la línea aislacionista de Francia, aunque atenuándola con esporádicas
intervenciones como su alianza con Madariaga contra Rosas. La primera preocupación de este mandatario fue superar los
problemas de sus límites todavía no definidos con el imperio del Brasil y la Confederación Argentina, situación de las que temía
complicaciones bélicas. Paraguay había sido neutral en el conflicto argentino-brasileño de 1826 y continuó neutral en la alianza
brasileño-entrerriana contra Rosas. Este se había negado a reconocerla independencia del Paraguay, pero cuando Urquiza hizo
tal reconocimiento en 1854, las relaciones entre los dos Estados se descongelaron y en 1859 Paraguay tuvo una exitosa
mediación diplomática entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, primera y triunfal aparición de aquella nación en las
cuestiones del continente. López realizó en lo económico una administración notablemente progresista. Organizó la explotación
de las grandes tierras fiscales por vía de arriendo y estableció el monopolio estatal de la explotación del tabaco y la yerba mate,
bases de la economía nacional. También el comercio exterior estaba monopolizado por el Estado y lo mismo ocurría con la
explotación maderera. En suma, un capitalismo de Estado, insólito en el siglo XIX. Hacia el final de su gobierno, contaba
Paraguay con un ferrocarril de Asunción a Paraguarí, un astillero, una fundición de hierro y un telégrafo de la capital a Humaitá.
La estructura rural no impedía el nacimiento de las primeras industrias: papelera y textil. Las finanzas del Estado no tenían
déficit y los 600.000 habitantes proveían 24.000 alumnos a sus 432 escuelas y 18.000 soldados a sus cuarteles.

Paraguay ofrecía, pues, al observador extranjero, la fisonomía de una verdadera potencia mediterránea, libre de las presiones dl
capital internacional, autosuficiente y aislada. La aislación generá una natural desconfianza hacia el extranjero, en especial hacia
los vecinos a los que se conocían pretensiones territoriales, y de esta desconfianza hacia el nacionalismo hubo poca distancia, la
cual se recorrió insensiblemente.

En 1862, muerto López, le sucedió su hijo el general Francisco Solano López, sin más oposición que la infructuosa de su
hermano Benigno. El nuevo presidente había hecho su experiencia internacional en París, admirando al segundo Imperio. Pese a
su experiencia militar mínima, pronto logró por influencia “dinástica” el grado de mariscal. Heredó de su padre la desconfianza
hacia las potencias vecinas y su vanidad, unida a su nacionalismo, le impulsó a abandonar el aislamiento en que hasta entonces
había vivido su país porque en su opinión “había llegado la hora de hacer oír la voz del

Paraguay en América”.

Brasil

Brasil era un Imperio que en sus casi diez millones de habitantes reunía poco más de cinca millones de blancos, siendo el resto
negros e indios. Había crecido en relativa paz y orden y desarrollado una cultura. Sus estadistas y hombres de letras pasaban
por los primeros de América. Pedro II era un hombre retraído, melancólico y sabio. Sometido a cánones arcaicos, había sido
casado co una princesa italiana en vez de unirse a la aristocracia brasileña. Inteligente pero aislado, dejó que la monarquía se
desarrollare a la par que el país, pero sin consustanciarse con él. En política, conservadores y liberales formaban —como dijo
Ramón J. Cárcano— un ángulo recto cuyo vértice era el Emperador, que intervenía en todos los asuntos del Estado. La rebelión
republicana de Río Grande y la presión de los terratenientes cuasi feudales del norte no habían logrado alterar profundamente
a la nación, que se sentía fuerte y confiada. Su política internacional sigue siendo de cordialidad hacia Gran Bretaña y de
expansión territorial en América conforme al esquema heredado de Portugal. Sobre su frontera sur existen dos repúblicas
pequeñas, Paraguay y Uruguay, segmentos separados del viejo Virreinato español. Sobre ellas trata de influenciar una vez que
las circunstancia le han impedido absorberlos. Por lo menos, busca que no formen parte de la zona de influencia argentina. Su
diplomacia es la mejor de América y trabajará en ese sentido. El desquicio interno del Uruguay le dará la oportunidad de lograr
sus objetivos en por lo menos uno de esos Estados. Su ejército es de más de 30.000 hombres, aunque la extensión del país le
impedirá un aprovecnamiento integral de su fuerza. En realidad, el Imperio es mucho menos sólido de lo que aparenta.
La situación uruguaya

Conocemos ya el desrrollo político de la antigua Banda Oriental, mezclada desde antes de su nacimiento como república
independiente a los conflictos internos argentinos, situación que se prolonga hasta la caída casi simultánea de Oribe y Rosas.
Hacia 1880 sus 400.000 habitantes no habían conocido aún una época de orden. Desaparecidos Lavalleja y Rivera, el general
Venancio Flores era la primera figura política del país. Pertenecía al partido colorado, democrático y liberal. En 1856 fue
derribado por un movimiento, del partido blanco colorado disidentes que llevó al gobierno a Gabriel Pereira que consolidó la
endeble economía oriental con la ayuda brasileña. En 1860 los blancos se afirmaron en el gobierno. Es el partido conservador y
aristocrático —si cabe este último término—. Flores se exilió en Buenos Aires, combatió en Pavón y venció en Cañada de
Gómez, sirviendo a Mitre. Entonces le recordó a éste que no olvidara a los orientales proscriptos que deseaban volver a la
patria.

Mitre tenía que saldar la deuda e hizo la vista a un lado mientras que el general Flores planeaba desde Buenos Aires, en 1862, la
revolución colorada en el Uruguay. Flores agradeció con su discreción y el 19 de abril de 1863, con sólo tres amigos se trasladó
subrepticiamente al Uruguay, donde desembarcó proclamando la revolución.

La prensa de Buenos Aires se declaró decididamente a favor del movimiento, pero los entrerrianos prohijaron al gobierno
blanco de Berro. Buques nacionales transportaron al Uruguay contrabando de armas para la fuerza de Flores en abierta
violación de a neutralidad argentina. Militares entrerrianos, entre ellos un hijo de Urquiza, reclutaron voluntarios y se
incorporaron a las fuerzas blancas. Razón le sobraba a Juan Bautista Alberdi para afirmar que en la Argentina nadie era neutral
respecto del conflicto oriental. Los partidos en lucha no eran sino prolongaciones de los partidos argentinos y todos sabían cuál
era la influencia que el desenlace podía tener en la política nacional.

Las relaciones paraguayo-brasileñas y paraguayo-argentinas

La existencia de una provincia brasileña a las espaldas del Paraguay—Matto Grosso— a la cual no se podía acceder sino a través
de las vías fluviales que dominaban la Argentina y Paraguay, impulsaron a los brasileños a buscar un acuerdo con este último
país sobre navegación y límites. Después de variados incidentes, y cuando Brasil ya había logrado un acuerdo similar en 1856
con el gobierno de Paraná, se llegó a la firma del Tratado Bergés-Silva Paranhos por el cual se aplazaba la consideración de los
limites por seis años y se convenía la libre navegación de los ríos, conforme a la reglamentación que hiciera el Paraguay. Pero
López, en 1857, reglamentó la navegación de tal modo que importaba violar el Tratado. Lo que pasaba era que el presidente
estaba convencido de que la guerra con Brasil era inevitable y buscaba las mejores condiciones para su iniciación.

En ese momento Buenos Aires, segregada, vio con temor la aproximación del Brasil a Paraná. Mitre denunció los avances
territoriales del Imperio y señaló que el Paraguay era el muro de contención con que la Argentina contaba frente a la expansión
brasileña. Paraguay decidió estimular esta posición de Buenos Aires y se declaró neutral en el conflicto que se definió en Pavón.

Sin embargo, pronto se iba a invertir este esquema político.

El Protocolo de 1863 y sus derivaciones

El 12 de octubre de 1862 asumía la presidencia argentina el general Mitre y cuatro días después tomaba idéntico cargo en
Paraguay el mariscal López. La idiosincrasia liberal del nuevo gobierno no podía ver con simpatía el régimen autocrático de
Asunción, sentimiento retribuido por los dirigentes paraguayos que acusaban a Buenos Aires de ayudar a los “traidores” de su
país. La noticia de la ayuda prestada por el gobierno argentino a Flores aumentó la inquietud paraguaya sobre cuál sería en
definitiva la actitud argentina en una situación de crisis.

Pese a las simpatías personales, el presidente Mitre se declaró neutral en el conflicto del Uruguay. Lo exigían los principios del
derecho internacional y la opinión pública del Litoral, fuertemente adicta a los blancos. Una intervención abierta podría
encender nuevamente la guerra civil argentina, que todavía se prolongaba en el oeste. Pero la neutralidad argentina era sólo
formal. En Junio de 1883 los uruguayos detuvieron al buque argentino “Salto” cuando transportaba contrabando de guerra para
Flores, situación harto embarazosa para las autoridades de Buenos Aires, cuyo canciller acababa de afirmar la neutralidad ante
el gobierno de Berro, en términos de una arrogancia casi impertinente. La verdad es que para Elizalde la neutralidad consistía
en brindar igualdad de oportunidades al gobierno uruguayo y a los rebeldes.

El favoritismo porteño había indignado al general Urquiza, quien, según el cónsul paraguayo en Paraná, José R. Caminos, habría
manifestado la conveniencia de que Paraguay firmara una alianza con Uruguay para contener a Buenos Aires, en cuyo caso
Urquiza estaría dispuesto para ponerse al frente de un movimiento que condujera a la separación de Buenos Aires de la
Confederación. Si este paso existió o fue una mala interpretación que los agentes paraguayos dieron a las demostraciones de
amistad de Urquiza, el resultado fue bastante funesto, pues alentó en el mariscal López la posibilidad de contar con una escisión
argentina frente al problema que se desarrollaba.

En octubre de 1863 se firmó entre el gobierno uruguayo y el argentino, un Protocolo en el que ambas partes se daban por
satisfechas de sus recíprocas reclamaciones, se fijaban las bases de neutralidad y se establecía para el caso de futuras
diferencias el arbitraje del emperador del Brasil. Este Protocolo ponía fin al entredicho y alejaba la posibilidad de serios
conflictos.

En efecto, en septiembre, el gobierno uruguayo envió al doctor Lapido a Asunción en busca de un aliado. El presidente Berro
abandonaba así su sana política de “nacionalizar” la política oriental, rompiendo con la que calificaba “tradición funeste” de
buscar auxilios en el exterior. Lapido gestionó ante López la protección de la independencia uruguaya y del “equilibrio
continental”. Denunciaba a la vez las violaciones del gobierno argentino a la debida neutralidad y anunciaba que en caso
necesario Uruguay lucharía solo. López resolvió entonces reclamar al gobierno argentino por su actitud, en nombre del interés
del Paraguay en el equilibrio del Río de la Plata y acompañó a su queja las denuncias de Lapido. Este paso podía conducir a una
verdadera ruptura entre Buenos Aires y Montevideo, y Lapido, alarmado, pidió el retiro de la queja y manifestó que: La verdad
es que hasta el presente el auxilio que ha podido recibir del territorio argentino ha sido miserable. Somos nosotros los que
hemos agrandado a Flores.

El mal estaba hecho. La imprudencia de Lapido disgustó a López, pero en definitiva ofreció su mediación en el conflicto
uruguayo-árgentino. Cuando el canciller uruguayo recibió la información de Lapido, procuró modificar el Protocolo y reemplazar
a Pedro II por López como mediador o que figuraran conjuntamente. Elizalde hizo notar que el cambio sería un desaire para el
Brasil y todo quedó como estaba. Pero López, a su vez quedó resentido por el rechazo. Insistió en su reclamación a Buenos
Aires, a lo que se le contestó que la cuestión ya estaba zanjada entre las partes interesadas.

Paraguay vio así frustrada su intención de intervenir en la política rioplatense. Su apartamiento del aislacionismo lo había
llevado a un desaire internacional, doblemente doloroso para un gobierno nacionalista. La reacción final de Asunción fue
expuesta tajantemente por el canciller Bergés: el Paraguay prescindía de las explicaciones argentinas y en adelante atendería
sólo a sus propias inspiraciones sobre la cuestión suscitada en la República Oriental del Uruguay.

Brasil toma la iniciativa

Cambio de la diplomacia brasileña

En 1863, el nuevo gabinete brasileño, de tendencia liberal, se hizo eco de los reclamos de sus elementos riograndenses que
deseaban extender u influencia sobre las praderas uruguayas.

Como por otra parte la ayuda que Flores había recibidó de la Argentina era insuficiente —aunque no fuese “miserable” como
confesaba Lapido—, el jefe colorado buscó la ayuda brasileña. Hombres y armas cruzaron la frontera para ayudarle. Las tropas
blancas persiguieron a los colorados más allá de los límites orientales y dieron ocasión a la protesta brasileña. Ésta no pasó de
un pretexto para intervenir en el problema oriental. La verdad era que Río de Janeiro veía con alarma la influencia argentina en
la pequeña república. Si los blancos triunfaban no dejarían de tener en cuenta la buena disposición de Buenos Aires en el
Protocolo de octubrey si triunfaban los colorados, lo que parecía bastante posible, Flores era hombre seguro de Buenos Aires.

La diplomacia brasileña se movilizó entonces para tomar parte en el problema, siguiendo las más antiguas tradiciones
nacionales. Vsi no se podía desplazar la influencia argentina, se intentaba al menos llegar a un empate: unir la propia influencia
a la argentina para limitarla en el compromiso. Brasil se lanzó entonces a apoyar francamente a Flores y adoptó una diplomacia
simpática hacia Buenos Aires. La coincidencia liberal favorecía el paso y Brasil hacía coincidir sus intereses con los nuestros para
su beneficio.

El cambio de Río de Janeiro no dejaba muchas alternativas a Mitre. Distanciado del Paraguay por los sucesos relatados, e
imposibilitado de cambiar de bando en la cuestión oriental, no podía obligar tampoco a Flores a rechazar la ayuda brasileña,
que no podía reemplazar sin provocar la reacción del Paraguay y tal vez la del mismo Brasil. Cuando Mitre creía que había
logrado salir de su propio juego con el Protocolo de octubre, los brasileños le obligaban á continuarla partida. O les abandona el
campo a su sola influencia, o aceptaba el empate. Es muy difícil discernir hoy si existía otra posibilidad sin modificar el mismo
planteo de la política interior argentina. Lo cierto es que la solución de la opción se presentó como lógica aunque costosa: Mitre
había perdido la iniciativa diplomática.

La reacción oriental

El presidente Aguirre, que acababa de suceder a Berro, acorralado por la ayuda que recibía Flores, dio el paso desesperado pero
lógico de pedir nuevamente el auxilio del Paraguay, mientras Mitre enviaba a Mármol a Río de Janeiro para definir la política
brasileña y convenir las formas de una acción conjunta.

En ese cuadro, se produjo en mayo de 1864 el ultimátum brasileño al gobierno blanco, acompañado por la presencia en el Río
de la Plata de la escuadra brasileña, donde se enumeran las quejas del Brasil por los atropellos fronterizos del Uruguay. Mitre
juega entonces una última carta: la mediación conjunta anglo-argentina entre los partidos en pugna. Si tiene éxito, el Brasil
habrá perdido la mayor parte de sus ventajas. Brasil se incorpore a la gestión como era previsible y se firma un acuerdo
bastante parecido a una “capitulación honorable” para los blancos. Aguirre queda en el poder con un ministerio colorado. Pero
el 7 de julio, Aguirre, presionado por el sector intransigente de su partido, rechaza a Flores como ministro de Guerra, con lo que
fracasa la mediación.

El protocolo Saraiva-Elizalde

El diplomático brasileño Saraiva se trasladó a Buenos Aires para lograr una acción conjunta sin fisuras con nuestro gobierno,
pero Mitre, consciente de la repercusión interna de su actitud, se limitó a ofrecer la colaboración argentina a la intervención
brasileña. El Protocolo del 22 de agosto importó el consentimiento dado al Brasil para que actuase por su cuenta. Mitre
esquivaba así la acción conjunta y dejaba a su competidor los riesgos y los frutos de la empresa. Era una retirada a medias de su
posición anterior.

Invasión brasileña

Mientras el presidente paraguayo contestaba en ese mismo mes a su colega de Montevideo que el Paraguay cumpliría su deber
de proteger al Uruguay, la flota brasileña atacaba un buque oriental y poco después Saravia daba el visto bueno para la
invasión. El 14 de septiembre el ejército brasileño invadía el Uruguay. La alianza del Brasil y el general Flores comenzaban a
operar.

Paraguay en guerra con Brasil

La respuesta del mariscal López no tarda. El 12 de noviembre apresó un buque brasileño que navegaba hacia Matto Grosso, y al
día siguiente informó al ministro brasileño que el Paraguay consideraba la cuestión como un “caso de guerra”. Inmediatamente
López ordenó la invasión de Matto Grosso.
Juzgadas las posibilidades bélicas de cada contrincante según su potencialidad actual, resulta insólita la actitud de Asunción.
Pero entonces los hechos eran diferentes. El Imperio tenía 35.000 hombres sobre las armas pero sólo 27.000 de ellos en la zona
del conflicto y no se había preparado para la guerra que desataba. Las fuerzas uruguayas, tanto las de uno como las de otro
bando, carecían de verdadera significación militar, y requerían apoyo exterior para superar la organización de algo distinto a
una división de caballería. El Paraguay, en cambio, se había preparado cuidadosamente para la guerra. Tenía 18.000 hombres
en armas y una reserva instruida de otros 45.000, sin contar con las milicias departamentales que sumaban 50.000. Si bien éstas
tenían muy escaso valor militar no puede decirse lo mismo de los 63.000 hombres que formaban la estructura militar
paraguaya. Esta se complementaba con un sistema de fortificaciones en el ángulo de los ríos Paraguay y Paraná, y una fluvial de
15 naves capaz de disputar el dominio de los ríos a la escuadra brasileña. Con este poderío military une estructura industrial
quela proveía de armas y municiones, se comprende que López no titubeara en hacer frente al Brasil. Ni siquiera la
aproximación de éste a la Argentina le podía alarmar. Nuestro país sólo tenía 6.000 hombres en armas, complicados en la
defensa de la frontera interior y en la custodia del orden provincial. Si bien esas fuerzas podían ser aumentadas con milicias
provinciales y la guardia nacional de Buenos Aires, su incremento requeriría tiempo.

Saraiva no estaba seguro todavía del grado de adhesión argentina a su política, por lo que ofreció Mitre una alianza entre los
dos países y el mando supremo en caso de guerra, pero Mitre se mantuvo partidario de la neutralidad argentina, como lo
evidenció en sus cartas a Urquiza en noviembre y diciembre de 1864.

La intriga del litoral

Entre tanto, López confía en que al progresar el conflicto las tensiones internas de Argentina actúen a su favor. En efecto, sus
agentes en Paraná y Corrientes han continuado trabajando para obtener la adhesión de los federales para que se pronuncien
contra Buenos Aires, anulando así la acción presunta de Mitre y logrando la alianza de las dos provincias. Pensaba López que
eso conduciría a la hegemonía paraguaya en el Río de la Plata, ya que era tiempo de “desecharel humilde rol que hemos
jugado” como decía el canciller Bergés. El destinatario principal de aquella maniobra era Urquiza, pero la actitud prudente de
Mitre y el brutal asalto a Paysandú realizado por las fuerzas unidas de Flores y el ejército y la escuadre brasileña —
heroicamente resistido deis de diciembre de 1864 al 2de enero siguiente—acrecen la repugnancia de Urquiza por una acción
cuyo desenvolvimiento diplomático ha presenciado sin comprometer su opinión. Llegado el momento de la guerra, López le
exige una decisión. Pero Urquiza estaba decidido de antemano. Niega su participación, desaprueba a Virasoro que parecía
dispuesto a entrar en el asunto, y descubre la intriga remitiendo a Mitre la correspondencia respectiva.

Esta intriga demoró la acción militar paraguaya en auxilio del gobierno blanco uruguayo. Tras la catástrofe de Paysandú, en
febrero de 1865, Aguirre termina su período presidencial y asume Tomás Villalba, moderado, cuya misión es llegar a un acuerdo
pacífico. El 20 de febrero se firma el acuerdo por el cual Flores asume la presidencia del Uruguay. En el momento mismo de
comenzar la guerra, Paraguay ha perdido a su único aliado.

La guerra

López había intentado en todo momento evitar el arreglo entre Buenos Aires y el gobierno blancd de Montevideo, pues sólo la
subsistencia del conflicto le daba la oportunidad de actuar como mediador, árbitro o aliado de una de las partes. El clima
político de Asunción quedó asentado en la correspondencia del canciller Bergés: …por fin todo el país se va militarizando, y crea
Vd. que nos pondremos en estado de hacer oír la voz del Gobierno Paraguayo en los sucesos que se desenvuelven en al Río de la
Plata, y tal vez lleguemos a quitar el velo a la política sombría y encapotada del Brasil...

Paraguay se prevenía simultáneamente contra Brasil y la Argentina, no obstante lo cual su movilización de mediados del año
1864 parece haber respondido más a la eventuahdad de un conflicto de nuestro país, conclusión a la que llega Pelham Horton
Box considerándolo anterior a la fecha de la misión Saraiva, que es la que definió el intervencionismo brasileño.

Producida la guerra con Brasil y siendo previsible la caída del gobierno blanco, desbaratada además la conspiración del Litoral
ante la negativa de Urquiza, Francisco Solano López no pensó en ningún momento la posibilidad de neutralizar a la Argentina.
Sin embargo, tal posibilidad existió, La situación era para Mitre excepcionalmente compleja. La reacción nacional frente a la
destrucción de Paysandú había sido tremenda y enajenado toda simpatía para el Brasil. En cuanto a Flores, después del
Protocolo de octubre de 1863, Mitre había dejado el campo abierto a la influencia de Río de Janeiro y el general colorado se
había atado de pies y manos en el regazo brasileño. Mitre no tenía ya nada que ganar en el conflicto uruguayo, por eso durante
el año 1864 su política originariamente intervencionista se transforma en una política de neutralidad.

El colapso blanco, sin embargo, dejaba a nuestro país interpuesto geográficamente entre los beligerantes. El 13 de enero de
1865, el secretario de la legación oriental en Asunción escribía a Montevideo: Es terminante, decidida, la invasión a Corrientes,
si el “Tacuarí”no trae la respuesta a la nota paraguaya o sí la trae deficiente o evasiva.

La nota en cuestión era el pedido de libre paso por el territorio argentino de los ejércitos paraguayos. La respuesta de Mitre fue
negativa. Tal permiso significaba igual autorización para el Brasil y convertir el territorio nacional en carripo de batalla.

El 17 de marzo, siguiendo los planes de López, el Congreso paraguayo declara la guerra a la Argentina, pero sólo se firma su
notificación el 29 de ese mes. “El enemigo está en cama”, dijo López, y con la demora buscaba la sorpresa. El cónsul paraguayo
recibió la nota el 8 de abril, pero conforme a las órdenes recibidas, no la comunicó al gobierno argentino hasta el 3 de mayo.
Para entonces, la invasión se había producido. Un ejército paraguayo había ocupado sorpresivamente la ciudad de Corrientes el
14 de abril.

Hacia la Triple Alianza

Mitre había previsto el hecho, aunque carecía de medios militares para enfrentarlos. Durante dos años ha realizado una
paciente y seria aproximación a Urquiza, cuyo primer fruto es afirmar a éste en su postura nacional y desbaratar la conspiración
programada en Asunción. Ya en 1865 Mitre pidió a Urquiza una declaración franca de cuál seria su punto de vista en caso de
que fuera violado el territorio argentino. La respuesta —el 23 de febrero— es clara. No hay duda en ese caso sobre el camino a
tomary el país marcharía unido a buscar la satisfacción del agravio. Y temeroso de la influencia brasileña agregó: Si la
desgraciada hipótesis a que me he referido llegara a realizarse... la República no necesita buscar la alianza del enemigo de la
potencia que lo agraviase, ni inmiscuirse en sus cuestiones internacionales o civiles.

El programa era más teórico que real porque difícilmente podían combatir con eficacia dos ejércitos no combinados contra un
mismo enemigo. El Imperio lo sabía y se apresuraba a buscar la alianza enviando a Almeida Rosa a Buenos Aires, una vez que su
mejor diplomático, Silva Paranhos, ha comprometido a Flores a declarar la guerra al Paraguay como precio por el apoyo
recibido. Pero Brasil tenía sus dudas sobre la disposición de Buenos Aii’es, y en las instrucciones a Almeida Rosa, del 25 de
marzo, se le recomienda “evitar que el gobierno argentino pretenda estorbar de cualquier modo la acción del Imperio contra el
Paraguay”. Pero esas instrucciones son anteriores a la invasión paraguaya.

El Tratado

Conocida ésta, la Triple Alianza es un hecho antes de estar concretada en un tratado, el que se discute en abril entre Almeida
Rosa, Castro —uruguayo—y Elizalde, con la supervisión de Mitre. El 1° de mayo se firma, Inmediatamente se reúnen los
firmantes: Mitre, Urquiza, Flores, Tamandaré, Osorio y otros. “Decretamos la victoria”, dice Mitre, que poco antes ha prometido
al pueblo porteño: “En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en Corrientes, en tres meses en Asunción”

Tuvo razón el historiador brasileño Nabuco cuando afirmó que nunca se había concretado un tratado tan fundamental con
tanto apresuramiento.Exigidos por las circunstancias, se buscó dar forma de hecho a la Alianza. Esta estuvo a punto de
naufragar por la cuestión del mando de las tropas. Cuando Mitre dijo que si el mando supremo no correspondía al presidente
de la República no había Alianza, Almeida cedió. Como compensación, Tamandaré recibió el mando supremo naval. El propósito
confesado de la Alianza es “hacer desaparecer” el gobierno de López, respetando a “soberanía, independencia e integridad
territorial” del Paraguay. Es la primera vez en la historia probablemente, que se aplicó un principio que si no igual, es muy
próximo al de la “rendición incondicional”, pues no había posibilidad alguna de un cambio de gobierno espontáneo en
Paraguay. Tampoco se respetaba la integridad territorial desde que se fijaban los límites del Paraguay con Brasil y la Argentina,
con generosidad para los aliados. En realidad, los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales y optaron
por la reclamación más amplia. Casi inmediatamente de firmado el Tratado, Brasil reacciona y a su pedido se firma un protocolo
reversible que establece que los límites argentinos —fijados sobre el río Paraguay hasta Bahía Negra— son sin perjuicio de los
derechos de Bolivia. Este protocolo es la primera gran derrote argentina en la Alianza. Brasil había por ella neutralizado el
derecho argentino y creado un conflicto latente con Bolivia.

También se pacta que Paraguay será obligado a pagar las deudas de guerra. Pero el grueso de las cláusulas del Tratado no están
dirigidas contra Paraguay sino al recíproco control de los aliados, en clara manifestación de la mutua desconfianza: ninguno de
los aliados podrá anexarse o establecer protectorado sobre Paraguay (cláusula 8°), no podrán hacer negociaciones ni firmar la
paz por separado (cláusula 6°), y se garantizan recíprocamente el cumplimiento del Tratado (cláusula 17°).

En el Tratado, Mitre cometió un error se declara, en una frase elocuente y política, que la guerra es contra el gobierno de López
y no contra el pueblo paraguayo. Cuatro años después, en la célebre polémica con Juan Carlos Gómez, Mitre debió rectificarse:
los argentinos no habían ido al Paraguay a derribar un tirano sino a vengar una ofensa gratuita, a reconquistar sus fronteras de
hecho y de derecho, a asegurar su paz interior y exterior, y habría obrado igual si el invasor hubiese sido un gobierno liberal y
civilizado. Era la verdad tardía, pero también era cierto que se había ido a la guerra con menos escrúpulos cóntra un “régimen
bárbaro”.

La crítica del Tratado no sería justa si no se agregare que los brasileños quedaron disconformes con él a raíz de los límites
atribuidos e nuestro país. Para el Consejo de Estado imperial, el tratado es un triunfo de la diplomacia argentina; para los
intereses brasileños, un calamitoso convenio. La Argentina ha obtenido la margen oriental del Paraná hasta el Iguazú y la
margen occidental del Paraguay hasta el paralelo 20, ha logrado una frontera común con el Imperio, lo que éste había tratado
cuidadosamente de evitar. Nunca la Argentina podía haber pretendido extendersa arriba del río Bermejo o como máximo del
Pilcomayo, Los nuevos límites le darán una influencia decisiva sobre el Paraguay. Sin embargo, el Tratado ha sido ratificado y
sólo restaba al Imperio permanecer en guardia.

Tras un año y medio de guerra y estando ya los ejércitos aliados en territorio paraguayo, la derrota prácticamente inevitable
impuso al mariscal López proponer una conferencia de paz al general Mitre, que se llevó a cabo en Yataití-Corá el 12 de
septiembre de 1866. Mitre remitió a la decisión de los gobiernos aliados, pero la conferencia fue interpretada en Río de Janeiro
como un intento argentino de negociar una paz separada contra lo estipulado en el Tratado, pero será Brasil quien años más
tarde firmará la paz por separado, en una ofensiva diplomática contra la Argentina.

La derrota de Curupaity conmovió a los aliados que ya soportaban la presión internacional. Paraguay se presentaba al mundo
como la nación pequeña y sufrida que soportaba el asalto de los dos colosos de Sudamérica. Las naciones del Pacífico la llaman
“la Polonia americana” —antes alguien la llamó con igual o mayor acierto “la Prusia americana”—y censuran severamente a los
aliados. Estos se dedican a reponer las pérdidas sufridas. Brasil aumenta sus tropas mientras las provincias argentinas se
sublevan y los reclutas se desbandan. No sólo no se reponen las bajas argentinas, sino que la mitad del ejército es retirado para
dominarla rebelión interior. Cuando por fin ésta ha sido contenida y Mitre vuelve a asumir el mando supremo aliado, la
preponderancia militar del Imperio en el teatro de guerra es enorme. La muerte del vicepresidente Paz obligó a Mitre a resignar
el mando supremo,y ya no fue cuestión de plantear como en 1865 que el mando correspondiera a un general argentino. No se
luchaba en nuestro territorio sino en el paraguayo, y las tres cuartas partes del esfuerzo de guerra correspondían al Brasil. El
mando correspondió al mariscal marqués de Caxias. La Argentina había perdido, por imperio de sus circunstancias interiores, la
conducción militar de la guerra como antes había perdido su conducción diplomática.

Las operaciones militares

La ofensiva paraguaya
Inmediatamente de conocida la invasión al territorio argentino, se dispuso la formación de las fuerzas nacionales, cuya
vanguardia se puso bajo las órdenes del general Urquiza.

La invasión fue realizada por 31.000 soldados paraguayos, divididos en dos columnas: una de 20.000 (general Robles) avanzó
bordeando el Paraná, la otra (coronel Estigarribia) buscó la costa del Uruguay. El plan de López era mantener separados a los
aliados apoderándose de Corrientes y Entre Ríos. Se presume que pensaba batirlos por separado, pero para ello, dividió sus
tropas, debilitándolas. Para colmo, el mando de las fuerzas paraguayas fue pésimo en el plano técnico. Robles se detuvo en
Goya, sin ningún objetivo militar, abandonando a su suerte a la columna del Uruguay. Le ocupaban tal vez ambiciones políticas
que luego condujeron a su fusilamiento. Estigarribia ocupó Uruguayana, en territorio brasileño, y se mantuvo a la defensiva. El
proyecto paraguayo exigía el espíritu netamente ofensivo y aun audaz, pero nada de eso hubo y el generalísimo, mariscal López,
no abandonó el territorio paraguayo.

Los argentinos respondieron con un audaz golpe de mano de Paunero sobre Corrientes (25 de mayo) cortando las
comunicaciones de Robles con el Paraguay, pero I falta de apoyo de la escuadra brasileña le obligó a renunciar a su objetivo.
Paunero recibió entonces órdenes de incorporarse a Urquiza, pero se demoró y las tropas de éste se desbandaron en Basualdo,
reluctantes a pelear contra el Paraguay ya favor de porteños y brasileños. Mitre, evitando caer en el mismo error que el
enemigo, concentró sus fuerzas en Entre Ríos, donde el 17 de agosto, en Yatay, se dio la primera batalla de la guerra. Diez mil
aliados al mando del general Flores, jefe -de la vanguardia en reemplazo de Urquiza, contra tres mil paraguayos sin artillería y
mandados por un mayor, que fueron aniquilados totalmente, perdiendo dos mil hombres entre muertos y heridos y el resto
prisioneros. Los vencedores se cerraron sobre Uruguayana, donde Estigarribia debió rendir su división sin lucha el 18 de
septiembre, al ejército ya comandado por Mitre. Estas operaciones pusieron fin irrecusable a la ampulosa ofensiva paraguaya
con la que el mariscal López pensaba derrotar a los aliados. El 7 de octubre dio orden de retirada a la columna del Paraná donde
el general Resquín reemplazaba a Robles. A fin de mes los paraguayos hablan recruzado el Paraná. Influencia decisiva en esta
retirada fue la derrota naval del RiachueIo (11 de junio), donde el almirante Barroso deshizo a la escuadra paraguaya, lo que
hizo temer a López que sus tropas fueran cortadas en su retirada. Pero la escuadra brasileña contempló inerte el pasaje de los
paraguayos, error que costó cuatro años, de dura lucha.

Invasión al Paraguay

La guerra entró entonces en una nueva etapa. El ejército aliado se concentró en las cercanías de la ciudad de Corrientes para
preparar la invasión al territorio enemigo, tras rechazar una incursión paraguaya (batalla de Corrales 31 de enero de 1866). A
principios de abril, Mitre había logrado reunir un ejército de 60.000 hombres (30.000 brasileños, 24.000 argentinos y 3.000
uruguayos) con 81 piezas de artillería y disponía además de un ejército brasileño de reserva de 14.000 hombres y 26 cañones,
mandado por el barón de Porto Alegre.

El desamparo militar en que se habían encontrado los aliados al pnncipio de la guerra no había sido aprovechado por el mariscal
López.

Características de esta guerra

Al cabo de un año y mediante un tremendo esfuerzo habían levantado un ejército formidable, el mayor que hasta entonces
había visto Sudamérica en una campaña. Los problemas logísticos que presentaba la movilidad, abastecimiento y batalla de
semejante fuerza eran enormes, totalmente nuevos, y debieron ser resueltos por el general Mitre. Su solución constituyó tal vez
su mayor mérito como conductor militar.

Para los aliados, y en particular para argentinos y orientales, la campaña sobre el Paraguay representaba un género de guerra
igualmente nuevo. Un terrero de bosques, selvas y esteros, especialmente apto para las operaciones defensivas y dificultosas
para la ofensiva, un clima tropical cuyas nefastas consecuencias pera la salubridad de las tropas pronto iba a sentirse: una
guerra, en suma, especialmente de infantería. Además, los paraguayos contaban con un cinturón de fortificaciones que cerraba
el camino hacia Asunción y que apoyaba un extremo sobre el río Paraguay y el otro sobre los esteros, lo que exigía un esfuerzo
artillero y la colaboración naval.

Los progresos técnicos que el arte bélico evidenciaba en Europa no hablan llegado a nuestras tierras. Los beligerantes no
disponian de fusiles ni de cañones de ánima rayada. Sus armas eran más o menos equivalentes a las utilizadas por los ejércitos
europeos en la guerra de Crimea diez años antes, o sea anteriores a la revolución técnica militar. Las fortificaciones paraguayas,
aunque estaban lejos del nivel de sus equivalentes europeas, demostraron ser plenamente aptas para sus fines.

Guerra da grandes masas humanas, como sus contemporáneas, la de Secesión y la austro-prusiana, fue además una guarra
sangrienta por la tenacidad de los contendientes. Combatir contra un tirano era un eufemismo de los aliados, pues el mariscal
López tenía atrás a todo su pueblo, que invadido, defendió su terruño con vehemencia.

Cruce del Paraná

La mejor ocasión que quedaba a los paraguayos era impedir el cruce del Paraná a los aliados, o arrollarlos ni bien pisaran la
margen defendida por ellos. El general Mitre planeé la operación, una de las mejores de la guerra. Muchos de sus ¡efes,
acostumbrados a otro tipo de lucha, no comprendían lo que pasaba, y es ilustrativa al respecto una carta del general Flores: No
es para mi genio foque aquí. Todo se hace por cálculos matemáticos; y en levantar planos, medir distancias, tirar líneas y mirar
al cielo se pierde el tiempo más precioso.

Ello de abril se inició el pasaje. El primer escalón (general Osorio, brasileho) debía contener la reacción enemiga, el segundo
(general Flores) apoyarle. Osorio arrolló a los paraguayos que no adoptaron ninguna medida contraofensiva y se apoderó del
fuerte de ltapirú. El 19, el grueso del ejército, protegido por esa cortina de 15.000 hombres, comenzó el cruce del Paraná.

Contraofensivas paraguayas
López retiró sus fuerzas sobre el Estero Bellaco, Mientras los aliados se reorganizaban con una lentitud excesiva, López se
decidió por pasar a la ofensiva.

Ni sus concepciones estratégicas fueron valiosas, ni su ejecución prudente, ni los mandos subordinados fueron inteligentes, Se
hizo en cambio derroche de valor por jefes y soldados. Del lado aliado, la conducción en todos los niveles principales fue
francamente superior, y el derroche de valor igual al adversario. La contraofensiva de López va a serterriblemente costosa en
vidas, sobre todo para sus tropas, pues se perderá la flor del ejército paraguayo. Durante un mes y medio realiza estas
operaciones ofensivas, siendo rechazado sin excepción.

Tuyutí

En Estero Bellaco (2 de mayo) caen 2.000 hombres por bando; en Tuyutí— la mayor batalta de Sudamérica— (24 da mayo) en
cinco horas de lucha caen 13.000 paraguayos entre muertos y heridos y 4.000 aliados. Después de este tremendo fracaso,
siguen Yataiti Corá y Naró. Mitre no aprovecha estos fracasos, En su campo hansurgido disidencias entre los jefes de las
distintas naciones, que enarbolanconcepciones tácticas distintas, que traban las operaciones. Por fin, Mitre ordena atacar las
trincheras paraguayas de donde parten los ataques de López. Las posiciones son fuertes y los brasileños fracasan frente al
Boquerón (16 de julio) y los argentinos y orientales frente al Sauce (18 a 21 de julio), que cuesta 5.000 hombres a los aliados y
2.500 a los paraguayos. Estos fracasos se compensan cuando se conquista la fortaleza de Curuzú por la acción combinada de
Tamandaré y Porto Alegre.

Curupaíty

El triunfo de Curuzú abre a Mitre la posibilidad de atacar Curupaíty. El ataque se combina entre ejército y escuadra. La dualidad
de los mandos se pone en toda su evidencia. Tamandaré resiste la operación y finalmente inicia el bombardeo de las
fortificaciones. Estas quedan intactas y cuando el almirante brasileño avisa que puede iniciarse el asalto terrestre, éste es
rechazado totalmente. 4.000 bajas sufrieron los aliados y sólo 92 los defensores. Este fracaso levanta una ola de
recriminaciones. Mitre acusa oficialmente a Tamandaré de no haber cumplido con su deber. El ministro de Guerra del Brasil
renuncia. Tamandaré y Porto Alegre son relevados. El marqués de Caxias es nombrado jefe de todas las fuerzas brasileñas. En
Buenos Aires, acrecen las críticas contra la conducción de una guerra que el grueso del país rechaza y de la que Buenos Aires ya
se canse.

El flanqueo de las fortificaciones

Mitre se dedicó a rehacer el ejército, que era además diezmado por el cólera, la disentería y el paludismo. El general argentino,
considerando inexpugnables por el momento las fortificaciones paraguayas, proyectó un movimiento de flanqueo por el este,
para interponerse entre las fortificaciones y Asunción. Pero las dificultades para remontar las tropas son muy grandes. Los
argentinos deben retirar, a su vez, fuerzas para destinarlas al frente interno —revolución de los colorados— y Brasil debe
recurrir a la manumisión de esclavos para cubrir las bajas. Las operaciones quedan interrumpidas hasta junio de 1867, en que
Mitre inicia el movimiento de flanqueo proyectado. López trata de impedirlo y desde el 11 de agosto hasta el 3 de noviembre
disputa encarnizadamente el terreno a los aliados que terminan por completar la operación de flanqueo éxitosamente (batallas
de Paracué, Pilar; Ombú, Tay Tataiyba’, Potrero de Obella y Tuyutí).

En el momento mismo de recoger el fruto de este esfuerzo, la muerte del vicepresidente Paz impuso a Mitre abandonar la
conducción del ejército aliado, cuyo mando pasó al marqués de Caxias, López había quedado encerrado en su cuadrilátero
fortificado.

A partir de ese momento, López no podía tener la menor duda de la derrota paraguaya. El país estaba desangrado y era el
momento de meditar la exigencia de la Triple Alianza de que abandonara el poder como requisito de la paz. López no lo
entendió así y se lanzó a nuevas campañas donde su pueblo pereció prácticamente en masa.

El 23 de marzo de 1868 López evacuó por el Chaco la fortaleza de Humaitá donde quedó una pequeña guarnición y cruzando
nuevamente el Paraguay, se interpuso en el camino de Asunción sobre la línea del Tebicuary. Humaitá todavía rechaza un
ataque brasileño en julio y luego los paraguayos la abandonan para ser bloqueados en la Isla Poi por la escuadra y el general
Rivas, donde deben rendirse.

El frente interno paraguayo da los primeros síntomas de resquebrajamiento. Distinguidas personalidades organizan un complot
para derribar al mariscal y hacer la paz. López los descubre y ejecuta a sus dos hermanos, al obispo de Asunción y a otras
personalidades, Se organiza un campamento de prisioneros y muchos habitantes de Asunción huyen.

Campaña de Pikysyry

El mariscal se retiró entonces a una nueva línea defensiva en Pikysyry, prácticamente inexpugnable. Caxias optó por franquearla
por el Chaco. López en vez de retirarse decidió batirse en esa línea lo que fue un grave error. Sólo le quedaban 10.000 hombres
de su otrora magnifico ejército, Caxias atacó con 24.000 hombres, Los paraguayos fueron derrotados en Ytororó (diciembre 6) y
en Avahy (diciambre 11). Del 21 al 30 de diciembre se batieron bajo la dirección personal de López en Lomas Valentinas. Hasta
niños de 12 años luchaban en sus filas. Cayeron 8.000 paraguayos y 4.000 aliados. El ejército de López había desaparecido y sus
mínimos restos se rindieron en Angostura el 30 de diciembre de 1868.

Toma de Asunción

López huyó a las montañas del interior, mientras los aliados entraban en una Asunción despoblada, el 5 de enero de 1869, y casi
inmediatamente se instalaba un gobierno pro-aliado.
La guerra había terminado prácticamente. El pueblo paraguayo había perdido el 90% de su población masculina según
estimaciones respetables. Los mismos aliados se horrorizaban de su victoria. Aún hoy, el sacrificio dé aquel pueblo y las
discutidas circunstancias en que la Argentina entró en la guerra hácen que muchos sectores cubran aquel acontecimiento con
un silencio piadoso o con una crítica vehemente.

Desde entonces, la guerra entra en un período que podemos llamar de policía y queda a cargo casi exclusivo de las fuerzas
brasileñas comandadas entonces por el conde de Eu. López, con una tenacidad que se puede calificar de demencial, insiste en
resistir con unas tropas hambrientas y desnudas. Es vencido nuevamente en Peribebuy y Rubio Ñu (12 y 16 de agosto). De allí
López inicia un periplo por los cerros, sin ninguna esperanza. Sólo le quedan 500 hombres cuando el 1º de marzo de 1870 es
alcanzado en Cerro Corá, donde es batido y muerto por los brasileños.

27. Los años de transición

El cambio económico y social

Una transformación lenta y múltiple

Pretender señalar hitos en el tiempo histórico es una tarea engorrosa, pues la elección depende del punto de referencia desde
el cual se hace. La vida institucional nos ofrece jalones bien marcados como son 1853 —año de la Constitución y 1880—año de
la soluci6n del problema Capital—. El proceso social tiene límites menos precisos, uno de los cuales puede ser la década del 60
con el comienzo de la gran inmigración. Si nos atenemos a la pugna entre Buenos Aires y el interior, los años clave son 1852,
1861 y 1880. Un enfoque económico puede llevarnos a tomar como datos fundamentales el predominio del ovino, la primera
exportación de cereales y la aparición del ferrocarril. Pero todos estos datos se entrecruzan en el período comprendido en este
libro como La reconstrucción argentina desde 1852 a 1880, tres décadas en las cuales el rasgo fundamental es la reconstrucción
institucional de la República. Este entrecruzamiento no es accidental, pues revela la fuerza definitoria de esos años. Nuestra
patria cambia. El gobierno de Mitre es el último estadio de la Argentina épica, donde ya se configuran rernozamientos parciales
que señalan el advenimiento de cambios mayores. Estos serán cada vez más varios y sensibles hasta configurar, hacia 1880, una
imagen nueva y reconocible: la Argentina moderna.

Una década larga (1868-1880) que comprende dos presidencias, señala una transición política: las líneas paralelas interior-
federal y Buenos Aires-liberal cesan de existir. El interior se torna liberal y el partido Autonomista se vuelve nacional, y con su
conversión al liberalismo, los provincianos reconquistan la conducción nacional.

En el plano económico y social el cambio es todavía más intenso, y como los cambios históricos no suelen ser violentos, sus
primeros indicios se dan en la presidencia de Mitre: entre las guerras civiles se desarrolla el ferrocarril, mientras la guerra del
Paraguay consume a los argentinos —y a sus aliados y adversarios— otros hombres, inmigrantes, llegan al país. La Argentina
heroica muere y va viendo la luz la Argentina nueva. El censo de 1869 da la primera imagen de un cambio incipiente y el punto
de comparación para el futuro. De allí en adelante, la radicación del inmigrante, la lucha contra el analfabetismo, el desarrollo
del ferrocarril, el régimen de la tierra, la implantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo de la
agricultura y del campo alambrado, serán notas fundamentales de la metamorfosis de los años de transición.

El censo de 1869

El censo nacional de 1869, el primero desde la Revolución de Mayo, tiene el valor de una radiografía nacional. 1.737.000
habitantes deos cuales 495.000 o sea el 28% del total, vivía en la provincia de Buenos Aires. La ciudad de este nombre tenía
177.700 pobladores y se destacaba con caracteres propios en el conjunto nacional. Sólo otras dos ciudades pasaban de los
20.000 habitantes: Córdoba con 28.000 y Rosario con 23.000.

Solamente cinco ciudades más excedían los 10.000 habitantes, entre ellas Paraná, la ex capital provisional de la nación. Pero
Buenos Aires no sólo era distinta por sus dimensiones. Los extranjeros constituían el 12,1% de la población del país, pero en la
ciudad de Buenos Aires representaban el 47%. Y dado que la población infantil era escasa entre los inmigrantes, el porcentaje
subía al 67% si se consideraba sólo la población mayor de 20 años.

La población extranjera se concentraba en un 48% en Buenos Aires y la campaña aledaña, o sea que contribuía a la
concentracón de la población en el área de influencia del puerto. El 52% restante se concentraba, principalmente, en Entre Ríos,
Santa Fe, Córdoba y Mendoza, quedando el resto del país casi ajeno al movimiento inmigratorio.

Como consecuencia de éste, la parte más poblada del país iba cambiando su fisonomía y sus hábitos, al mismo tiempo que
crecía el desequilibrio entre la zona litoral y central respecto del norte de la República. Buenos Aires era una ciudad de italianos,
españoles y franceses. La provincia tenía un total de 151.000 extranjeros, en tanto que en Santiago del Estero sólo había 135.

Este movimiento inmigratorio se habia iniciado tímidamente en la década del 50, había tomado impulso durante la presidencia
de Mitre y crecido aún más durante la administración de Sarmiento. La disminución que se registró bajo Avellaneda se debió a
la crisis de 1876-78, pero el impulso estaba dado y, desaparecido el obstáculo, tomó un ritmo creciente desde 1880.

Una tesis de la época ratificaba los conceptos de Alberdi y revelaba cuál era la opinión general sobre el problema. No somos
ricos, decía, tampoco conocemos la miseria; la riqueza es el trabajo y por ello un poderoso elemento de prosperidad es la
inmigración; ella poblará el desierto y asegurará las fronteras; es necesario que el inmigrante penetre en el interior del país; la
venta de la tierra pública facilitará su asentamiento.

La tierra pública

El problema de la tierra pública estuvo estrechamente ligado al de la inmigración y también al del desarrollo de la población
rural nativa. Más del 15% de la población era rural. Ya hemos expuesto las ideas de Mitre sobre el problema. Sarmiento había
presentado en 1873 un proyecto de ley de tierras y colonización que fue rechazado. Años después dijo de sí mismo: Fueron las
leyes agrarias en las que fue más sin atenuación derrotado y vencido por las resistencias, no obstante que a ningún otro asunto
consagró mayor estudio.

Estas resistencias provenían de los intereses de los terratenientes y especuladores de tierras. Sólo 8.600 propietarios rurales
había en el país y muchos de ellos poseían grandes extensiones. Pero Sarmiento no se dio por vencido. Sostuvo que la tierra era
un elemento de trabajo, un capital no desperdiciable y que por lo tanto debía no exceder une extensión determinada. Se lanzó
entonces a la formación de colonias, de las que Chivilcoy sería modelo. Sarmiento la calificó “el programa del Presidente” y se
autodenominó “el caudillo de los guchos transformados en pacíficos vecinos”. Durante su gobierno y el de Avellaneda se
fundaron, sólo en Córdoba y Santa Fe, 146 colonias. Su lema “alambren, no sean bárbaros” se hacía realidad.

Sólo en 1877 y tras dos años de debates, logró Avellaneda la sanción de la ley de tierras públicas que trataba también de la
inmigración, enlazando ambos problemas. Pero dictada en plena crisis económica, la ley no tuvo aplicación inmediata y la tierra
siguió el proceso predominante de su acu mulación en pocas manos, facilitado por el uso que hacían los hacendados de las
cédulas hipotecarias y luego por los repartos de tierras como premios por la campaña del desierto, pues la mayor parte de los
premiados vendieron sus premios.

Agricultura

La afluencia de una nueva población rural aumentó el número de propietarios y comenzó el desarrollo agrícola del país. Dejó de
importarse trigo y poco después el país se convirtió en exportador de harina. En 1875 los cereales eran el rubro de mayor
crecimiento en las cargas del ferrocarril del Sur; en 1876 se exportaron 7.642 toneladas de maíz a Gran Bretaña y en 1878 se
hizo la primera exportación de trigo, lo que Avellaneda consideró el acto capital de su gobierno.

En cuanto a la ganadería, el vacuno había dejado de constituir el eje de la exportación, que se había desplazado hacia los ovinos:
57.500.000 cabezas, 85% de ellas ya mestizadas son el signo de su importancia que se completa con otro dato: en 1880 la lana
sucia constituía el 50% de los productos ganaderos exportados. El lanar también entraba en competencia con el vacuno en los
saladeros, desplazándolo de su anterior dominio absoluto. La mestización del vacuno era mucho más lenta y en 1880 sobre un
total de 13.337.000 cabezas no alcanzaba el 3%. Cuando en 1874 la Sociedad Rural Argentina hizo su primera exposición, se
exhibieron 71 lanares y 13 vacunos, fiel reflejo de la importancia respectiva de esos ganados.

Industria

Si bien hacia el fin de la presidencia de Sarmiento no se puede hablar de una industria propiamente dicha, se dan los primeros
síntomas de su desarrollo. En 1874 se producen doscientas mil resmas de papel y hay en el país 70.000 máquinas y
herramientas lo que supone un aumento respecto de 1868 del 1.200%. Las industrias del vino y del azúcar prosperan igual que
los molinos harineros, las jabonerías, sombrererías y fábricas de ropa. Hacia 1880 se anotan también fábricas de fósforos,
industria maderera, aceitera, de carruajes, del vidrio, mueblería, etc. En 1875 se crea el Club Industrial, que sería un promotor
del proteccionismo industrial frente al movimiento librecambista predominante, fomentado por los exportadores.

En este esquema económico, el ferrocarril juega un papel fundamental. Dos son las principales creaciones del período que se
agregan a la red del Ferrocarril al Oeste, propiedad de la provincia de Buenos Aires: el Ferrocarril al Sur y el Ferrocarril Central
Argentino que unía Rosario con Córdoba y luego con Tucumán. Ambos eran de capital británico. El primero servía una necesidad
preexistente de la campaña bonaerense, la de dar salida a la prdducción agropecuaria de la provincia. Fue una empresa
gananciosa - desde el comienzo, bien administrada y que no necesitó de donaciones de tierra adicionales por parte del Estado,
cuya garantía cesó en 1875. En cambio, el Ferrocarril Central Argentino fue una empresa de fomento nacional, tendiente a
facilitar el arraigo de nuevos pobladores a aumentar la producción de la región por él servida. Inicialmente fue una compañía
deficitaria que necesitó de la garantía estatal. Los capitales de estas empresas correspondieron en su casi totalidad a inversores
de la clase media inglesa.

Buenos Aires

Los capitales argentinos siguieron prefiriendo la inversión en tierras y se desinteresaron de los ferrocarriles. Cuando las
compañías trataron de atraerlos, no lograron colocar 5.000 acciones en el país.

Al terminar la presidencia de Avellaneda existían 2.475km de vías férreas en explotación y otros 381 km en construcción. Hacia
1870 aparecen las primeras líneas de tranvías para transporte de pasajeros en la ciudad de Buenos Aires que ofrece otras
transformaciones básicas: se construyen con un empréstito las obras sanitarias de la ciudad, se instala el alumbrado de gas,
aparecen los primeros edificios de cuatro plantas.

Crisis financiera

Buenos Aires deja de ser una ciudad del tipo de las del sur español para adoptar una fisonomía europea, cosmopolita. Los
nombres extranjeros son de buen tono y cerca de la confitería del Aguila se levanta la confitería de la Paix...

Todos estos progresos no se producen sin costos y sobresaltos. Hacia 1873 se advierten los primeros síntomas de una crisis
provocada, aparentemente, por el exceso de circulante que produjo una euforia exagerada en los negocios y las especulaciones
y un alza de los precios. En 1874 el exceso de la importación condujo a la necesidad de exportar dinero en metálico. El gobierno
nacional retirá fuertes sumas del Banco de la Provincia de Buenos Aires para pagar sus obligaciones, el Banco restringió el
crédito y esto, unido a las fuertes inversiones especulativas, creó una escasez súbita de circulante, que trajo aparejada la
paralización de los negocios, las quiebras, la reducción de la importación y la consiguiente fuertedisminución de las rentas del
Estado. Como una buena proporción de éstas era destinada al pago del servicio de la deuda contraída en el exterior, la
posibilidad de una suspensión de pagos amenazó el crédito internacional de la Argentina.

La situación se fue agravando hacia el año 1876, complicada por la inestabilidad política que se prolongó hasta la política de
conciliación del año siguiente. Pero las bases económicas del país no habían sido afectadas por la crisis. El campo continuó
aumentando su producción y eso permitió mantener un ritmo de exportación sostenido —aunque inferior a los años
anteriores— hasta que pudo ser superada la crisis financiera. En esta ocasión el campo salvó al país. Salvó también a los
ferrocarriles, cuyo nivel de ingresos se mantuvo al margen de la crisis. La acción del gobierno no fue en modo alguno pasiva en
esta emergencia. En el momento crítico suspendió la convertibilidad de la moneda-papel en metálico para evitar la desaparición
de éste, El gobierno realizó fuertes economías —el gasto público descendió de más de treinta y un millones de pesos en 1873 a
algo menos de veinte millones en 1877— y exhoró a una acción severa a toda la comunidad. Avellaneda se propuso salvar el
crédito del país, tan indispensable para el futuro desarrollo, que constituía el programa económico básico de los gobiernos de la
época. La república —dijo— puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero tiene sólo un honor y un crédito, como
sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos millones de argentinos que economizarán sobre su
hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados
extranjeros.

Dos ministros de Hacienda de reconocida solvencia, Lucas González y Norberto de la Riestra, y un tercero que hacia sus
primeras armas, Victorino de la Plaza, fueron los artífices de la acción oficial, cuya energía alenté al sector privado. A fines de
1876 se registraron os primeros síntomas de alivio, que se acentuaron en 1877. Hacia 1880 la crisis había sido totalmente
superede, el país continuaba su desarrollo, la deuda pública habla disminuido y loe bonos argentinos alcanzaban en Londres las
máximas cotizaciones.

Educación

Entre el progreso económico y el cambio social que se registraba en ese tiempo, el período de 1862-80 es también el de tos
presidentes-escritores. Esta nación conducida por “políticos-literatos” hizo de la educación uno de sus primeros objetivos. El
censo de 1869 reveló que el 82% de la población era analfabeta y el 19% no sabía escribir. El nivel cultural de la inmigración era
similar, lo que complicaba el problema. Ese era el panorama que encontró Sarmiento al asumir el poder. Había escrito ya
Educación popular y Metodo de lectura gradual, más otro libro sobre la influencia respectiva de la escuela en la formación de
los Estados Unidos. Aparte de ser un político temperamental y a menudo desaforado, era un maestro auténtico por vocación e
hizo de la educación una de sus banderas de gobierno. “Educación, nada más que educación pare el país” tenía dicho, y al
recibir le presidencia dijo: “Es necesario hacer del pobre gaucho un hombre útil a la sociedad. Para eso necesitamos hacer de
toda la República una escuela”.

No fueron sólo palabras. Recibió el gobierno con 1.082 escuelas y lo dejó con 1.816, El alumnado primario se elevó de 30.000 a
100.000, los maestros pasaron de 1.778 a 2.868. Pero no terminó allí. Era necesario formar debidamente a los maestros y fundó
las escuelas normales con ese fin. Destacó la importancia de la mujer en la educación primaria y contrató 65 maestras de los
Estados Unidos, lo que le valió el calificativo de masón y anticatólico por sus opositores. Siguió la línea de Mitre en materia de
colegios nacionales aumentando su número y creó las Bibliotecas Populares de las que se habían fundado más de cien cuando
dejó la presidencia.

Su brazo derecho en esta obra educacional, de proporciones insólitas para ese tiempo, fue su ministro de Instrucción Pública,
Nicolás Avellaneda, quien continuaría su tarea al sucederle en la presidencia. Con su ayuda creó la Escuela de Niñas, el Colegio
de Sordomudos, el Observatorio Astronómico, la Academia de Ciencias, la Facultad de Ciencias Físicas, el Colegio Militar y la
Escuela Naval.

El ejército

Sarmiento estaba empeñado en la reforma del ejército. Cuando Mitre realizó la adecuación práctica de aquél a la guerra
moderna en los campos del Paraguay, puso en evidencia la deficiente formación técnica de los oficiales y aun de los jefes,
librados casi siempre a su inspiración heroica y a su talento natural. Sarmiento procuró superarla creando las escuelas
especializadas que se han mencionado. Quiso un ejército técnico y un ejército técnico significaba para él un ejército
subordinado, apolítico y disciplinado. El debía su presidencia en buena parte al apoyo militar; sin embargo, en 1813, propuso al
Congreso una ley para impedirla intervención de los militares en la gestación de candidaturas políticas, ley que no prosperó.
Sarmiento había generado aquella injerencia al enviar cuerpos de ejército a las provincias en caso de intervenciones o
elecciones. A sus jefes se es llamó sus “procónsules”. Cuando Sarmiento se apercibió del proceso quiso —infructuosamente—
cortarlo. Destituyó a Arredondo por hacer propaganda política y negó el ascenso a Mansilla por ejecutar a un desertor sin orden
superior. Exigió obediencia completa a los jefes y por la resistencia de éstos destituyó a varios en la guerra contra López Jordán,
y cuando un militar a quien Sarmiento le predicaba el respeto a la autoridad le preguntó si debía obedecer si el presidente le
ordenaba cerrar el Congreso, le respondió: “si le ocurre esa desgracia, hágase dar la orden por escrito y después péguese un
tiro.”

Avellaneda completó la obra educadora iniciada. Bajo su administración las escuelas normales llegaron a 15 y los colegios
nacionales a 14. En 1880 pudo señalar que las dos terceras partes de los miembros del Congreso habían pasado por las aulas de
aquéllos. Las escuelas primarías también aumentaron y se crearon escuetas de agronomía en Salta, Tucumán y Mendoza, de
minas en San Luis, se ampliaron las facultades de la Universidad de Córdoba y se consolidó, en fin, una política educativa.

La actividad científica y cultural alcanzó altos niveles, pero también precisó rasgos intelectuales de la generación deI 80. En
estos años fueron rectores de la Universidad de Buenos Aires, Vicente Fidel López y Manuel Quintana, ministros de Instrucción
Pública Onésimo Leguizamón y Juan María Gutiérrez; Mitre publicó su Historia de San Martín y V. F. López su Historia de la
República Argentina; José Hernández publicó la Vuelta de Martín Fierro, cumbre y cierre del género gauchesco.

Se multiplitaron las revistas científicas y literarias y al lado de los viejos maestros aparecen los nombres de una nueva
generación: Miguel Cané, Martín G. Merou, Lucio V. López, Eduardo Wilde, Rafael Obligado, Ernesto Quesada, Luis M. Drago,
Rodolfo Rivarola...

El cambio político

Los Partidos
Urquiza y Mitre habían sido jefes de Estado y a ¡a vez cabezas de los dos principales partidos de la República. Sarmiento, en
cambio, llegaba a la primera magistratura sin partidos federales y nacionalistas, con sus candidatos vencidos, se situaron en la
oposición y el partido Autonomista era conducido por el nuevo vicepresidente, Adolfo Alsina. La situación de Sarmiento no
podía ser más incierta.

Las fuerzas del partido Federal habían decrecido en el interior, pero aquél seguía constituyendo una agrupación respetable. El
partido Nacionalista articulaba en el interior grupos de elites, como en Santiago, donde se identificaba además con la vieja
oligarquía provincial. En Buenos Aires, donde había nacido, era considerado el partido de la “gente decente” aunque no lé
faltaban adherentes en los aspectos populares. En cambio, el partido Autonomista tenía apoyo popular. Alsina se consideraba el
“tribuno de la plebe”, aunque el núcleo de su fuerza no residía en elementos populares, sino en la pequeña burguesía formada
por los empleados públicos, comerciantes menores y algunos profesionales. La identificación social de los partidos tenía valor
en su época. Pero basta pasar revista a los notables del partido Autonomista y sus militantes para comprender que, pese a la
repercusión popular de sus actos y de su programa, sus conductores no tenían ninguna diferencia social apreciable con los del
partido Nacionalista. Aquellos notables no eran sino Bernardo de Irigoyen, Vicente F. López, Tomás Guido, Sáenz Peña, Terrero,
Anchorena, Quintana, Pinedo, Saldías. Junto a ellos los jóvenes Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle y una
figura de origen menos “calificado”: Leandro Alem. No había distancia social, pues, con el partido de los Mitre, Elizalde,
Gutiérrez, Riestra.

El hombre y su programa

Sarmiento es un presidente sin partido pero no sin programa. Ha repetido que quiere gobernar para hacer efectiva su prédica
de treinta años. “Educar al soberano”, había dicho años antes en síntesis feliz. Al asumir el mando, anunció economías,
moralidad administrativa, distribución equitativa de la tierra pública, hacer llegar la inmigración al interior para que no se
concentre en las costas, colonización, etc. “Menos gobierno que Vd., más gobierno que el general Mitre; he aquí mi programa”,
escribe a Urquiza. Custodió celosamente el principio de autoridad, cuidando hasta las formas exteriores: concurría a los actos
oficiales en una carroza imponente y con escolta. Era coronel, pero no usaba uniforme, pues como presidente era comandante
en jefe de las fuerzas armadas.

Al recibir el gobierno tenía 57 años, había madurado, y si bien seguía siendo el hombre temperamental y explosivo de siempre,
se había tornado más profundo, y había dejado atrás muchos de los odios y las pasiones que expusiera años atrás en el
periodismo y la función pública. Ya no desprecia el gauchaje, y lo ve como una víctima de la ignorancia y la miseria de su medio,
dando “lo único que posee, que es la vida, pues ni un nombre tiene el pueblo anónimo que en la guerra se llama soldado”.
Quería convertirlo, en fin, en “ciudadano útil”, como dijo en Chivilcoy.

No era fácil la posición de Sarmiento. Se sentía condicionado por la influencia de Alsina, a quien debía el único soporte
partidario, y debió enfrentar la actitud del mitrismo cuya consigna fue “voltear el ministerio”. El ministerio exhibía, sin embargo,
figuras con predicamento: Vélez Sársfield (Interior), Gorostiaga (Hacienda), Mariano Varela (Relaciones Exteriores), Avellaneda
(Justicia e Instrucción Pública) y Martín de Gainza (Guerra y Marina). No era un blanco fácil para la crítica, que se ensañó en
cambio con la persona del presidente. Pero éste demostró cuánto había cambiado desde los tiempos dala campaña contra
Peñaloza. Fue prudente y optó por contemporizar. Esto sorprendió a los contrarios y lo salvó.

Acercamiento con Urquiza

Sarmiento inició una correspondencia de acercamiento con su anterior enemigo, Urquiza, notable por su franqueza, y logró un
acuerdo que se materializó durante su visita a San José. Cuando abrazó a Urquiza y dijo: “Ahora sí que me creo presidente”, no
emitió una frase de anecdotario: vio claro que contar con el apoyo político y militar de aquél significaba recuperar el papel de
árbitro que hizo posible su elección presidencial. Y Mitre, que años antes había enfrentado las peoras críticas por dar un paso
similar, salió de su papel de opositor para saludar lo que ahora veía como “una presidencia histórica”.

Asesinato de Urquiza y rebelión de López Jordán

La reacción entrerriana, incubada desde 1861 y alimentada en 1865, estalló en 1870, dirigida por Ricardo López Jordán.
Encerrado en un provincialismo estrecho, no comprendió la dimensión del gesto nacional de Urquiza, cualesquiera que hayan
sido las críticas a su gestión local. El estilo de la revolución definía, en verdad, la época en que mentalmente se situaba López
Jordán. Dos meses después de la visita de Sarmiento, el 11 de abril, Urquiza y dos de sus hijos son asesinados, el primero en el
Palacio San José. Es el último gran crimen político que registra nuestra historia, aunque no sea el último crimen político. El jefe
revolucionario se hizo nombrar gobernador, pero Sarmiento intervino la provincia y ordenó la reducción militar de la
revolución, misión encomendada al general Emilio Mitre, a quien dio por segundos a Gelly y Obas y Conesa. La energía del
presidente, su presión sobre los jefes militares para que actuaran rápidamente sugiriéndoles planes de acción, así como las
cuestiones de prerrogativa, motivaron rápidos reemplazos en el comando nacional: Gelly y Obes. Arredondo, Rivas. Pero,
entretanto, el ejército nacional obtenía costosas victorias: Los Santos, Santa llosa y Don Cristóbal. Por fin, el general López
Jordán es derrotado en Naembe’ el 26 de enero de 1871. La larga rebelión ha sido vencida en gran parte por los progresos
técnicos del ejército, el fusil Remington y los cañones Krupp. Con el de López Jordán desaparece el único ejército provincial
sobreviviente en el país, cuyo poder hacía temible a su gobernador y jefe.

Dos años después, en mayo de 1973, López Jordán invadió nuevamente Entre Ríos y alzó otra vez su bandera revolucionaria.
Sarmiento recomendó la represión al ministro, general Gainza, y él mismo intervino en la planificación de las operaciones.
Agregó al ejército as primeras ametralladoras que se vieron en el país y por primera vez se utilizó el ferrocarril para la
concentración rápida de tropas. En Don Gonzalo la revolución fue vencida totalmente.

Conflictos con los Taboada

El rebelde entrerriano no es el único obstáculo que el presidente quería reconocer. Le molestaba particularmente el “imperio”
de los Taboada, prolongación del de lbarra, tío de aquéllos. Apoyado por el partido Liberal, constituía otra entidad intocable en
la República contra la cual se lanzó Sarmiento con inesperada prudencia. Envió primero al norte al general Rivas como
representante de él, con la misión de dislocar la influencia de Taboada fuera de Santiago del Estero. Manuel Taboada fue quien
primero perdió la paciencia y se quejó por carta al presidente en términos altaneros e hizo conocer su carta a Urquiza y otros
políticos antes de ser entregada al destinatario. La respuesta de éste no se hizo esperar. Usó su viejo estilo de periodista y
anonadó a su adversario que supuso un poder tremendo en quien así se atrevía a hablarle. Sarmiento lo trataba como pretenso
gerente de las provincias del norte, y añadía: Conozco medianamente su provincia, la tiranía cruel, horrible, estúpida del
montonero Ibarra, a quien Vd. Su sobrino, ha sucedido inmediatamente, como al Dr Francia han sucedido los López, sus sobrinos,
en el Paraguay, sin que nadie haya podido romper esas tradiciones de sumisión que dejen los tiranos. Esta ha sido la herencia de
los Taboadas e Iba rras, hombres creados así en el seno de provincias apartadas, acatados por todos los que le temen, llegan
casi infaliblemente en un momento dado, a creer que es estrecho el teatro de sus explotaciones, y empiezan a volver la vista en
torno suyo para asimilar provincias o territorios al que consideran patrimonio; y entonces Corrientes, Maito Grosso, entran a
formar parte de sus Dominios. Esto sucedió ya en el Para gua y-Guazú, e ignoro si aquel Norte de la República es ya el territorio
destinado a redondear un bonito Paraguay-Mini.

Taboada comprendió que no podía hacer frente a Sarmiento. Trató de mantenerse en su poder con calculada moderación y
falleció en 1872. Cuando dos años después se produjo la sucesión presidencial, el sistema de los Taboada se había desintegrado
y su influencia desaparecido.

Los conflictos políticos habían enfrentado a Mitre y Sarmiento, sin provocar un rompimiento personal entre los amigos.En tres
de las cinco intervenciones provinciales, Mitre habia actuado como opositor. La prueba de fuego fue la elección presidencial.

La sucesión presidencial

Hacia 1874 el presidente controlaba todo el país y aseguraba este control con tropas de línea mandadas por jefes fieles. Se
barajaron varias candidaturas. La de Alsina fue proclamada, pese a su inconstitucionalidad, por Alem, Pellegrini y otros. Mitre,
cuya popularidad había renacido desde el año anterior en que deponiendo posiciones prtidarias se convirtió en el enviado
especial del presidente ante el emperador del Brasil, fue propuesto por su partido. Sarmiento, que se había definido como
“provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias”, no veía con buenos ojos ninguna de las dos candidaturas, y promovió
la de Nicolás Aveflaneda, quien como él era un provinciano, que había hacho su carrera política en Buenos Aires. Como él,
tampoco Avellaneda tenía un partido que e apoyara pese a su filiación autonomista. Pero Avellaneda, a diferencia de
Sarmiento, cuenta esta vez con el apoyo oficial. Ni Alsina ni Mitre eran candidatos confiables para el interior y la candidatura de
Avellaneda ganó adeptos en las provincias. El mitrismo lanzó la acusación: “El Ministro mata al candidato” obligando a
Avellaneda a renunciar a su cargo. Alsina comprendió, como seis años antes, que un partido eminentemente porteño como el
suyo no podía triunfar solo y que era necesario pactar con el interior, lo que significaba por entonces tanto como pactar con
Avellaneda. Los mitristas no iban a dar ese paso.

La cuestión decisiva se planteó con la elección de diputados nacionales por Buenos Aires, que llevaba como candidatos a
Ocampo, Pellegrini, Alem, al arzobispo Aneiros y al general Gainza. Esa lista era el símbolo de la alianza entre los autonomistas y
el gobierno, o si se prefiere entre Alsina y Avellaneda. La elección de febrero de 1874 fue un verdadero escándalo por la
violencia e iregularidad de su desarrollo. Los nacionalistas denunciaron el fraude y pidieron la anulación de los comicios. Los
resultados mostraban una lucha reñidisima: 15.590 votos contra 15.099. Pero se alegaba hasta el vuelco de las urnas y
anomalías en los padrones. El Congreso no supo qué hacer con la elección. No era la primera vez que se hacía una elección
fraudulenta. Por fin, optó por no anular las elecciones sino proceder a un recuento de votos. Se anularon más de dos mil
sufragios por partido con lo que la victoria quedó en manos autonomistas aunque por menos diferencia aún: autonomistas
12.906, nacionalistas 12.642.

La elección presidencial

En un clima de tensión y antes de qu se hubiese aprobado la elección de diputados, tuvo lugar en abril la elección presidencial.
La fórmula AvellanedaAcosta logró 146 electores y la integrada por Mitre-Torrent, 79.

La derrota gravitó tanto en el ánimo de los nacionalistas como la demora del Congreso en decidir sobre la elección de
diputados. En julio, el Club Constitucional, mitrista, lanzó un manifiesto que decía que había llegado el momento de que el
partido aceptara la lucha en el terreno de la fuerza al que lo arrastraban los “opresores”. Aprobadas las elecciones en agosto,
los nacionalistas inician tratativas con jefes del ejército para una revolución.

La revolución mitrista

El proceso tuvo un desarrollo aparentemente paradojal. Avellaneda habla proclamado antes de entonces: …el derecho electoral
falseado, la soberanía del pueblo suplantada, trayendo representantes que no son la expresión de la mayoría...constituye una
agitación peor que las revoluciones a mano armada.

Mitre por su parte había dicho en agosto a sus partidari para calmarlos.“La peor de las votaciones vale más que la meíor
revolución.’

Un mes después, Avellaneda defendería la legalidad de la elección y fustigaría la revolución, mientras Mitre, tras aclarar que no
cuestionaba la elección presidencial, iba a la revolución por fidelidad a sus partidarios.

Señalaba que las elecciones de diputados habían significado una “falsificación inaudita” revelada por el triunfo del mitrismo en
las elecciones presidenciales de abril. En realidad, Mitre no creía en la revolución, ni los móviles del nacionalismo vencido eran
tan altruistas como se invocaba. Se renegaba al fraude, pero el sabor de la derrote era amargo para los vencidos.

El 24 de septiembre, José C. Paz publicó en La Prensa el manifiesto revolucionario. Mitre estaba en Montevideo y demoró hasta
el 22 de octubre en embarcarse para asumir la jefatura del movimiento. Más tarde, dirá que toma el mando de la revolución
para contenerla. Pero el 25 de septiembre se habían sublevado el general Arredondo en Mendoza y el general Rivas en Azul. Un
oficial de Arredondo asesinó al general lvanowsky, Arredondo ocupó Córdoba y luego volvió sobre Mendoza donde derrotó a
los oficialistas. El gobierno nacional encomendó la represión al coronel Julio A, Roca en el centro del país y al teniente coronel
Arias en Buenos Aires, Mientras Mitre realizaba un largo periplo y se reunía con Rivas para luego acercene a la Capital, Arias se
trasladó a Mercedes en ferrocarril y se atrincheró en la estancia La Verde con sus 800 hombres armados con fusiles.Mitre atacó
el 25 de noviembre con 4.000 hombres. Fue en vano, y luego se retirá. El 2 de diciembre capituló en Junín. Entretanto, Roca
avanzó sobre Mendoza y en Santa Rosa el 7 de diciembre, con una hábil maniobra rodeó a Arredondo y tomó por asalto su
campo.

Avellaneda asumió el gobierno en medio de la revolución pero vencida éste pidió al Congreso una ley de amnistía. Iniciaba
Avellaneda le primera fez de la política de conciliación. La tarea no era sencilla.

La conciliación

La división política había alcanzado a la vida social, reuniéndose los nacionahstas en un nuevo Club para no “codearse” con
adversarios de su misma condición.

La designación de Casares —autonomista moderado— como gobernador de Buenos Aires, facilitó los propósitos del presidente.
En agosto de 1875 Bernardo de Irigoyen fue nombrado canciller, y comó segunda figura del autonomismo secundó la obra de
conciliación. Al reto periodístico lanzado en tal sentido por La República, el mitrisrno respondió con una condición: que el
sufragio fuera libre y la Constitución vigente. En ese caso la conciliación sería un hecho sin necesidad de proclamarse. Cuando
en plena crisis financiera Avellaneda nombró ministro de Hacienda a Norberto de la Riestra, viejo nacionalista, pareció que se
daba un nuevo y decidido paso hacia el acuerdo, pero La Nación continuaba su crítica incisiva contra el gobierno. Los
autonomistas se dividieron a su vez sobre el problema: los que seguían a Cambaceres apoyaron la política del presidente y los
que acaudillaba Aristóbulo del Valle se declararon contrarios a la conciliación.

En 1877 se dictó la nueva ley de elecciones que si no era una panacea satisfacía las exigencias más perentorias de los
opositores. Al leer su mensaje el Congreso, en mayo de 1877, Avellaneda hizo su manifestación de fondo. No sólo la política,
sino la salud económica de la nación necesitaban de la conciliación. Propuso una politica de “liberal tolerancia”, amnistía total,
reincorporación al ejército de los militares que actuaron en la revolución del 74. En fin, una política “para todos”, abandonando
los gobiernos el campo electoral. El 9 de mayo se entrevistaron Mitre y Avellaneda y resolvieron la situación: el gobierno
garantizaba los derechos cívicos y el nacionalismo se comprometía a, actuar dentro de la ley.

La idea de la conciliación se abrió paso trabajosamente. En los partidos se delineaban a las intransigentes. La elección del nuevo
gobernador de Buenos Aires fue la ocasión decisiva. Alsina y Mitre impusieron una lista mixta. La fórmula final, que triunfó,
llevó al autonomista Carlos Tejedor para gobernador y al nacionalista Félix Frías para vice. El sector de del Valle y Alem optó por
repudiar la conciliación y separarse del partido, fundando otro con el nombre de Republicano. Pero el nuevo gobernador no era
conciliador sinopor la circunstancia. Hombre vehemente o intransigente, poco tardaría en ser protagonista de un grave
conflicto. En el nacionalismo, José C. Paz y Estanislao Zeballos también repudiaron la conciliación pero sin lograr nuclear muchos
adherentes. Simultáneamente, entraron al gabinete nacional Juan M. Gutiérrez y Rufino de Elizalde. El popio Mitre recibió sus
entorchados de general en acto público y en medio de una demostración pública notable. La conciliación había triunfado y
Avellaneda, que siempre había hecho profesión de antipersonalismo, inauguraba el primer gobierno con un sistema bipartito,
propiamente dicho, de la República.

Sin embargo, eso no alteraba la apatía política popular, que alarmaba a La Nación. Anunciaba que si la conciliación no se
extendía a todo el país, la próxima elección presidencial no sería una elección sino una revolución.

En ese panorama, la muerte de Adolfo Alsina, en diciembre de 1877, fue un explosivo político. Le sucedió el general Julio A.
Roca en el Ministerio de Guerra. Los autonomistas conciliados o tejedoristas y los nacionalistas reconstruyeron el viejo partido
Liberal, de donde habían nacido las dos fuerzas. El partido Republicano se desintegró.

Fin de la conciliación. El PAN

En septiembre de 1878, el general Gainza, convocó a una reunión para reconstruir el partido Autonomista. Concurrieron
Sarmiento, Pellegrini, Sáenz Peña, Irigoyen, Rocha, Alem, del Valle y muchos otros. Sarmiento bautizó ala reunión Partido
Autonomista Nacional. Este partido iba a ser el punto deapoyo del general Roca en Buenos Aires y la estructura complementada
por la Liga de Gobernadores, del interior. Desde otro punto de vista, era la muerte de la política de conciliación.

La tarea política y administrativa de este período terminó con la realizaciónde dos arduas empresas: la conquista del desierto y
la paz con el Paraguay.

La conquista del desierto

Desde la presidencia de Mitre existía la idea de recuperar Fa frontera del río Negro para asegurar las poblaciones pampeanas de
los ataques indígenas y dar nuevos campos ala explotación. Los sucesos del país habían impedido concretar la idea. Durante la
presidencia de Avellaneda la presión popular se hizo mayor corno consecuencia de los aportes inmigratoriosy de los malones
indígenas. El ministro de Guerra, Alsina, tom6 el asunto en sus manos y en 1875 propuso un plan de acción: avanzar la línea dala
frontera sur ocupando lugares estratégicos y levantando en ellos poblaciones, de modo de hacer imposible a los indios
permanecer en la zona. El avance debía hacerse por líneas sucesivas y el primero debía ocupar la línea Puán, Carhué, Guaniiní y
Trenqúa Lauquen. La línea se comunicaría con Buenos Aires por telégrafo y se uniría entre sí con un zanjón que dificultaría el
pasaje de los indios. Para los posibles entreveros se dotaba a la caballería de coraza y revólver.

Consultado el general Roca, comandante de la frontera oeste y con larga experiencia en la materia, impugnó la esencia del
proyecto. La línea de fortines era ineficaz y dejaba el desierto e sus espaldas; era muy costosa, se necesitaba mucha tropa y ésta
se desmoralizaba en la inactividad del fortín.

La solución estaba en buscar a los indios en sus bases; por medio de una ofensiva continuada con tropas bien montadas, que
serían oportunamente relevadas por fuerzas de refresco de modo de no dar tiempo a los indios para reponerse. De esa manera,
mucho más eficaz que una zanja como obstáculo defensivo, podía empujárselos hasta el río Negro.
Las opiniones se dividieron. Pero Roca era sólo comandante de frontera y se impuso el plan del ministro. El cacique Namuncurá
Jefe de una verdadera confederación de tribus e informado de estos planes, quiso neutralizarlos con una gran invasión en el
verano 1875-76. Cuatrocientas leguas cuadradas desde Alvear a Tandil fueron arrasadas por los salvajes que usaron en esa
ocasión carabina y revólveres. Cinco recios combates los contuvieron causándoles serias bajas. Por fin, el 11 de abril de 1876,
quedó ocupada a línea fijada porAlsina. El resultado fue superior al esperado, pues despojó a los indios de las mejores tierras de
pastoreo para su ganado y su caballada de guerra. Alsina programó entonces la campaña primitiva inspirada en el plan de Roca,
cuando le sorprendió la muerte.

Su sucesor, Roca, volvió a su propio plan. Hasta mediados de 1878 los indios habían sufrido un castigo tremendo y su gente de
guerra no llegaba a 2.000 lanzas. Roca preparó 6.000 hombres de caballería móvil, bien armaS dos, y desde julio de 1878 realizó
una verdadera razzia en el desierto que dio como saldo 4 caciques presos, 1.250 indios muertos, más 3.000 prisioneros y otro
3.300 se presentaron voluntariamente. El poder indígena había sido quebrantado definitivamente. Roca inició la segunda
campaña en abril de 1879, que ahora constituyó un “paseo militar”. La expedición batió el desiertoen todas direcciones,
acompañada —signo de los tiempos— por fotógrafo y corresponsal periodístico. En junio la campaña había terminado y estaba
ocupada la línea del Río Negro. De los grandes caciques, sólo Namuncurá se había salvado, refugiándose en Neuquén, donde se
rendiría en 1883. Con esta campaña, cuyo comando heredara de Alsina, Roca heredó también su popularidad, su partido y la
presidencia nacional.

Cuestión de límites con Chile

La ocupación del desierto sur tenía también incidencias internacionales. Desde 1847 el gobierno de Chile había firmado sus
derechos al estrecho de Magallanes donde en 1849 había fundado la población de Punta Arenas. Avellaneda, entonces exiliado
en Chile, había defendido tal derecho. En 1856 ambos países firmaron un tratado, manteniendo el statu quo de los límites, que
debían ser discutidos amigablemente más adelante y a falta de arreglo se sometería el asunto al arbitraje de una nación amiga.
Pero en 1865 Chile denunció el tratado por transitorio y reclamó derechos sobre la Patagonia, siguiendo la tesis de Amunátegui
expuesta por primera vez en 1853. Siguiendo esa línea, el canciller Ibáñez reclamó a nuestro país en 1872 derechos al oriente de
los Andes desde el río Deseado hacia el sur, y sacó a relucir ia tesis del propio Sarmiento, que no se refería a la Patagonia sino
sólo al Estrecho. Poco después, Ibáñez propuso en carta privada comprar el Estrecho para Chile. Sarmiento contestó señalando
que el límite entre los dos paises era la cordillera nevada y no la línea divisoria de las aguas. En manto al Estrecho admitió que
los pueblos del Pacífico podían establecerse en él para proteger una navegación que les interesaba. Félix Frías, ministro
argentino de Santiago propuso dividir el Estrecho y Tierra del Fuego, pero la cuestión se agravó cuando el gobierno chileno en
una nueva nota reclamó derechos sobre la Patagonia desde el do Diamante hacia el sur, lo que el gobierno argentino rechazó.
Se llegó finalmente a un statu quo: Chile continuaría con la posesión del Estrecho y la Argentina con la de Santa Cruz.

Entretanto, nuestro gobierno crea una escuadra moderna y divide la Patagonia en las gobernaciones de Patagonia y Magallanes.
La situación se complicó en 1876 cuando un buue chileno detuvo a una barca francesa en Santa Cruz alegando jurisdicción en
esas aguas, mientras Frías y Quesada documentaban los derechos argentinos a la Patagonia y se exploraban sus costas y su
interior. En 1877 se repitió el incidente naval. Se estuvo al borde de la guerra. Avellaneda proclamó: “Tras los derechos que
afirmamos, hay un pueblo”, y ordenó a la escuadra argentina estacionarse en Santa Cruz. Al mismo tiempo, el Congreso había
dispuesto el avance terrestre hasta el río Negro.

El incidente se resolvió en el tratado Pierro-Sarratea del 6 de diciembre de 1877 que mantenía el siguiente statu quo: Chile en el
Estrecho, la Argentina en el Atlántico. En ese momento comenzó a agitarse en Chile a cuestión da los territorios salitreros del
norte, que le disputaban Perú y Bolivia. Desvió su atención del sur ante un problema más vital, que el 5 de abril de 1879 lo
condujo a la guerra contra la Confederación peruano-boliviana. La opinión argentina era muy favorable a los peruanos, que
quisieron lograr nuestra adhesión militar prometiendo territorios chilenos en el sur y bolivianos en el Chaco. Pero Avellaneda,
siguiendo el ejemplo de Mitre en la cuestión hispano-chilena, se mantuvo neutral. Sin embargo, los chilenos no se sintieron
seguros y enviaron a Balmaceda a convenir un nuevo arreglo de límites con la Argentina. La negociación se demoró hasta 1881
en que un tratado definió la cuestión y sentó bases cuyas derivaciones principales fueron arbitradas por la reina de Inglaterra.

Paz con Paraguay y relaciones con Brasil

La paz con Paraguay y las relaciones con Brasil fueron más arduas. Cuando la guerra terminaba en los hechos, el gobierno
argentino cometió, por boca de su canciller Mariano Varela, una imprudencia política, si no un error. Animado de sentimientos
favorables al vencido y tal vez tratando de neutralizar la influencia del Brasil lanzó la tesis de que: La victoria no da derechos a
las naciones aliadas para declarar por sí los límites suyos que el tratado señaló.

La declaración causó sorpresa en Río de Janeiro, donde se sospechó que escondía un propósito de anexión, a más de constituir
una violación relativa del pacto de la Triple Alianza. Al mismo tiempo, la Argentina ocupó el Chaco que el Tratado le asignaba.
Brasil declaraba que estando involucrados en la cuestión los derechos de Bolivia dejaba a salvo su situación. Con esta actitud
quedaba de hecho como aliado de Paraguay en la defensa de su territorio. La posición falsa en que se había colocado el
gobierno de Sarmiento se complicó al discutir los aliados las facultades del gobierno provisional paraguayo. La tesis argentina
era en esto peregrina: la guerra fue contra López; muerto éste estamos en paz con Paraguay y no se puede firmar la paz con
quien no se está en guerra. Basta con hacer regresar los ejércitos y esperar para lo demás que se constituya en Paraguay un
gobierno representativo. La respuesta del Brasil, dada por Silva Páranhos, fue clara: el gobierno provisional paraguayo es la
expresión de una necesidad real y tiene capacidad política y legal. La paz debe firrnarse con el gobierno que exista y
corresponde a él justificar ante sus compatriotas y gobierno sucesor lo realizado bajo la fuerza irresistiblede los
acontecimientos.

La Argentina sostiene que la ocupación del Chaco es provisoria y que discutirá los límites con el gobierno paraguayo constituido.
Mitre entra en la discusión. Si la victoria no da derechos, ¿para qué se fue a la guerra? La victoria no da derechos nuevos, pero
confirma los derechos pretendidos antes de la guerra. En Buenos Aires estalló una tormenta política. Entretanto, el Imperio
mantenía la ocupación militar y formaba al gobierno provisional paraguayo, que vio inmediatamente que frente a la
desinteligencia de los aliados le convenía apoyarse en Brasil para recuperar el Chaco.
Sarmiento convocó a Mitre en una conferencia a consecuencia de la cual trató de enmendar su política; pero las nuevas
instrucciones llegaron tarde a Asunción, pues ya entonces el gobierno paraguayo, apoyado en Brasil sostenía oficialmente su
derecho a discutir los limites territoriales.

Se envió a Derqui a Asunción y el 20 de junio de 1870 se firmó un tratado que importaba una modificación del de la Triple
Alianza, nacido en el desea de neutralizar la influencia brasileña en Asunción. Paraguay aceptaba can reservas el Tratado de
1865, como condición preliminar de paz, pero dejando a salvo sus derechos en las cuestiones de límites que se declaraban
expresamente no consentidas.

El gobierno argentino creía demostrar en eso su intención de no hacer del vencido una “Polonia americana”, Para Mitre
esa...política tan candorosamente infantil, ni es doctrina argentina ni doctrina de ninguna parte. Cuando la guerra se hace con
un propósito, y la victoria decide, el derecho es de quien la obtiene.

Para Brasil habían quedado firmes sus límites y cuestionados los de la Argentina. Se desnaturalizaba la alianza a beneficio del
Imperio.

Cuando estalló la rebelión jordanista, la opinión señaló a Brasil como presunto fomentador de ella. Esto aumentó el recelo
oficial hacia el aliado de 1865. Mitre señaló que la raíz del mal estaba en la desnaturalización del Tratado y Sarmiento le llamó a
una nueva conferencia.Terminó allí por abandonar la tesis de Varela, quien renunció al Ministerio, pero la cuestión
internacional era irreversible. Mitre fue enviado a Brasil y poco pudo hacer como no fuera evitar una guerra entre los aliados.
Nuestro país quedó ocupando provisoriamente Villa Occidental en el Chaco, y el Imperio la isla del Cerrito, llave de la
confluencia del Paraná y el Paraguay.

Correspondió a Avellaneda firmar en febrero de 1876 el tratado definitivo de paz. Paraguay aceptaba los limites argentinos
hasta el río Pilcomayo; al norte de éste, el territorio chaqueño sería sometido al arbitraje del presidente de los Estados Unidos;
las islas del Cerrito y de Apipé pasaban a la Argentina, la de Yaciretá al Paraguay. Cláusulas sobre comercio, navegación y
amistad completaban el tratado, que confirmaba los límites brasileños fijados en 1865.

El 12 de noviembre de 1878 el presidente Hayes dio su fallo arbitral otorgando, sin exponer fundamentos, todo el territorio en
litigio al Paraguay. Como dijo Cárcano, Paraguay había ganado en la paz lo que había perdido en la guerra.

De la argentina épica a la argentina moderna

28. El apogeo liberal

Europa y la expansión colonial

Hacia 1880 se perfilan en el mundo europeo y su área de influencia dos períodos definidos. El primero, signado por la
diplomacia de Bismarck, extendiéndose entre 1871 y 1890. El segundo, caracterizado por un paulatino endurecimiento de las
alianzas se traduce en crisis sucesivas que culminarán en la Primera Guerra Mundial.

En el orden económico, la aristocracia de Estados que dominaba en Europa impuso en casi todo el mundo la división del trabajo
internacional. Gran Bretaña, el primer Estado industrial con capacidad expansiva, experimentaba la necesidad de encontrar
ubicación a los capitales que su dinámico proceso industrial generaba. Las decisiones que afectaban el destino de! mundo eran
adoptadas por un número reducido de Estados europeos e impuestas a la comunidad internacional. Europa era el centro
político, económico y financiero del poder mundial, y Gran Bretaña había maniobrado con habilidad durante los dos últimos
siglos a través de la teoría del equilibrio de poder, mientras edificaba su imperio de ultramar. Alemania experimentaba, por su
parte, una extraordinaria transformación económica y un período de expansión colonial sin otros límites que los respetados o
impuestos por los competidores, que la llevaría a graves tensiones posteriores. A partir de 1871, la evolución de la política
europea se asociaba con la excepcional personalidad de Bismarck.

La política bismarckista

La acción del canciller prusiano significó, en ocho años y a través de tres guerras victoriosas, la unificación de Alemania, en favor
de Prusia, cuyo reynse convirtió en el “emperador alemán”. Es la época clave de la industrialización alemana, de la conducción
económica de Delbrück —sin la cual no se aprehende la política general de Bismarck—, de los grandes estrategas y jefes
militares como Von Room y Von Moltke, y de un periodo que llegó a conocerse como el de la “Europa de Bismarck”. Se ha
observado con agudeza que Alemania articuló, a través del bismarckismo, un estilo y un modelo político: arbitraje entre las
clases sociales, pero también una forma de dirigismo nacional. Resistió la tentación de las teorías británicas del
internacionalismo liberal y ejecutó una política interna e internacional relativamente autónoma, con la alianza entre el Estado y
los empresarios alemanes. El desarrollo “espontáneo” a la manera británica y de alguna de sus ex colonias sería un proceso
histórico excepcional y terminado hacia la mitad del siglo XIX. El desarrollo alemán, también el francés, se harían antes de la
Primera Guerra Mundial, a partir de un “desarrollo planeado” en el que el Estado jugaría un papel decisivo como agente del
proceso y como árbitro social. A eso añadía Bismarck la imagen de un militar triunfador e insaciable, dominado por la ambición
guerrera. No obstante, era la imagen la que le servía para imponer la paz, aunque convencido de ciertas cosas —como la
enemistad hereditaria entre Francia y Alemania— que lo llevarían a trabajar en pos del aislamiento sistemático de Francia. Pese
a los designios de Bismarck, sin embargo, esa política no llevaría a la paz. Alemania llegaría a producir un modelo distinto al
liberalismo económico clásico que evocaba la Gran Bretaña de los siglos XVIII y XIX, pero el mapa de Europa sufriría
modificaciones constantes mientras aparecían y desaparecían Estados.
La expansión colonial

La década del 80 será también, caracterizada por políticas de expansión colonial. En poco tiempo Africa y la península indochina
pasaron a poder de los europeos. El proceso expansivo lo inició Francia en 1881 con la conquista de Túnez. Siguieron los
ingleses, los belgas, los italianos y los alemanes. Regía el sistema de “reparto’, se firmaban tratados fijando fronteras y se
creaban pequeños “Estados-tapón” para evitar zonas de fricción entre las potencias coloniales, Francia, aislada por la política
bismarckista, favorecía la neutralización recíproca de naciones hostiles entra sí. No había guerras entre Estados europeos y de
esa manera se imponía’una política de estabilización en el centro del poder mundial, favorable a la expansión económica y
militar de las metrópolis. La estructura parecía, pues, estable, sólida y dinámica. Cuando en 1890 cae Bismarck muestra,
empero, fisuras, fragilidad y flancos vulnerables.

Tensiones y conflictos

En pocos años se pusieron de manifiesto tensiones y conflictos que no se habían resuelto, sino acumulado. Hasta 1904 se
sucedieron alianzas apropiadas a una política de “apaciguamiento” que pretendió reemplazar el realismo cínico, pero eficaz, de
Bismarck. La expansión colonial proseguía, especialmente por la acción de Francia e Inglaterra, mientras Rusia ponía sus miras
en el Extremo Oriente. Cuando comienza el siglo XX los europeos se encontraron con que la acumulación de las tensiones hacía
difícil resolverlas una por una. La imposibilidad de emprender acciones progresivas para resolver esas tensiones favoreció la
exasperación de pasiones nacionalistas. El 10 de junio de 1903 fue asesinado el rey de Servia por un grupo de oficiales
ultranacionalistas llamado “La Mano Negra”, y hacia 1905 comenzó una serie de crisis —la franco-alemana, de origen colonial, y
las austro-rusas, de origen balcánico—que condujo a la primera gran guerra. El sistema internacional demostró ser demasiado
rígido como para absorber conflictos localizados impidiendo su expansión. Casi todos los Estados europeos sintieron amenazada
su seguridad, y los militares se preparaban para lo que algunos llamaron “la hora de la espade”. Se dieron, reunidos, errores de
apreciación unidos a la falta de serenidad y de racionaidad. Como bien señala Duroselle, no importa si realmente los Estados
europeos querían la guerra: de hecho la carrera armamentista conducía a una situación tensa en la que cualquier
acontecimiento podía desencadenar conflictos de dimensiones hasta entonces desconocidas cuyas consecuencias y efectos
multiplicadores pocos o ninguno supo calcular.

Nuevas expectativas

En los pueblos se difundían expectativas nuevas, que presagiaban cambios políticos profundos, mientras los gobiernos apenas
percibían sus alcances: procesos indicativos de expectativas de mayor participación política, más amplia democratización de los
Estados. El análisis comparado de la política de la época denuncia, sobre todo en Europa occidental, que tocaba a su fin la
sociedad de los notables. EJ proceso no se manifestó por medios revolucionarios, si se tiene en cuenta que desde 1871, Francia,
Inglaterra, Alemania e Italia no habían padecido guerras civiles y sus dirigentes alentaban ciertas reformas deliberadas. En
Francia se impuso la enseñanza gratuita y obligatoria en 1881; en 1882 se dispuso que fuera laica y se sancionaron leyes
favorables a la libertad de reunión, prensa, de asociación sindical en 1884, y de organización municipal. Los británicos venían
introduciendo de manera progresiva el sufragio universal, y la Ballot Act de 1872 establecía ya secreto del sufragio. Cuando
promedian los años 80, le reforma electoral inglesa permitiría el acceso a las urnas de cinco millones de personas, cuando
veinte años antes votaban algo más de millón. Hasta Alemania conoció un proceso limitado, de democratización, controlado por
el emperador y los militares. Sólo la autocracia rusa trataba de desentenderse de las nuevas expectativas y de la presión de las
masas, actitud que explicaría en parte la explosión revolucionaria socialista entrado el siglo XX. Y fue ese movimiento y su
doctrina, el socialismo, una de las manifestaciones de los tiempos nuevos que habrían de tener en las distintas situaciones,
expresiones y alcances diferentes.

La situación americana

En los años de la expansión colonial yde las crecientes tensiones europeas, los americanos viven los cambios con distinta suerte
y humor. Ensimismados, a menudo atrapados por sus problemas internos y por las luchas entre oligarquías civiles y militares,
apenas percibirían el crecimiento de un nuevo, agresivo y potente nacionalismo que competirá paulatinamente con las
metrópolis europeas hasta compensar o neutralizar, según los casos, los recursos o la actitud de los sectores dirigentes, la
capacidad intervencionista de aquellas: el nacionalismo expansionista de los Estados Unidos de América. Los Estados Unidos
habían elegido nuevo presidente —James Garfield— y consolidaban una época de “industrialismo triunfante” en el que
gravitaron Cuatro factores fundamentales: la exhibición de habilidades tecnológicas que se avizoraban en las actividades
productivas desde la década de 1830; la provisión continua de materias favorables a una economía joven y opulenta con
expectativas de expansión más allá dalas fronteras nacionales; la presenciada gobiernos que proveían, por su parte, medidas
adecuadas para el desarrollo de lds negocios —tarifas proteccionistas, políticas específicas, para el mundo de las finanzas,
subsidios en tierra y en dinero—; y el incremento de mecanismos monopólicos dentro y fuera de las fronteras norteamericanas,
El “industrialismo triunfante” era interpretado con la sensación deque la nación norteamericana tenía una misión internacional
que cumplir para satisfacer lo que parecía determinado por un -j destino manifiesto”. La diplomacia trabajaría en el mismo
sentido para proyectar a los Estados Unidos de América sobre el hemisferio e imponer su hegemonia.

El Secretario de Estado, JamesG. Blaine, quien tenía sus propias ideas acerca del papel delos Estados Unidos en el mundo, invitó
a las naciones latinoamericanas (1881) a una conferencia panamericana en Washington para discutir cuestiones de comercio
internacional y de arbitraje en las disputas continentales. Sólo ocho años después, muerto Garfield y poco antes de que se
hiciera cargo de la administración el nuevo presidente Harrison, la idea de Blaine se impuso y tuvo lugar la Primera Conferencia
Panamericana en Washington. Los temas eran prácticamente los mismos. Sin embargo, fue la guerra de 1898 entre España y los
Estados Unidos y la subsecuente anexión de las Filipinas el hecho central del proceso expansivo norteamericano, luego de la
guerra civil, en una vasta región en torno del Pacífico, que marcó la aparición en la escena internacional de una de las grandes
potencias del siglo XX. También planteó problemas estratégicos, políticos y económicos, y uno de los ingredientes que
estimularían el sentimiento “anti-yanqui” en América latina. En ese entonces, y cuando el gran debate se abría, para la opinión
pública norteamericana la guerra contra España se debía a la defensa “de la libertad y los derechos humahos”, como se sostuvo
aún en la conversión republicana de 1900. Al estallar la rebelión de los boxers en China, en junio de ese año, Francia, Italia,
Japón, Inglaterra y Rusia se enterarían que también eran parte de la política exterior de los Estados Unidos “salvaguardar la
integridad territorial y administrativa de China”. La cuestión imperial sería, desde entonces, un tema americano.
En el Brasil se vivía la agonía del Imperio, la destrucción del antiguo orden. El positivismo había entrado en la enseñanza y en la
política, dominaba a la juventud intelectual y sería todavía el Imperio el que aceptase la introducción del sufragio universal y
paradójicamente, el que inaugurase un período de representación política relativamente ampliada. A la postre, cultivo de la
revolución social, política y militar. En 1875, una crisis económica puso de relieve la endeblez real de una estructura financiera
aparentemente sólida, y la también aparente independencia de las finanzas británicas. El republicanismo había llegado incluso
al ejército, y fue un golpe militar el que derribó en 1889 a la monarquía: “el ejército y las elites políticas del Brasil central, donde
se estaba elaborando la expansión del café, eran los beneficios principales del cambio institucional”; los señores de la tierra
también participaron de la nueva alianza, que al consumar la revolución decreta, en su primer acto legislativo del 15 de
noviembre de 1891, la creación de una república federativa con el nombre de Estados Unidos del Brasil con el lema positivista
de “Orden y Progreso”.

Las ideas del tiernpo circulaban por el territorio americano casi al mismo compás, mientras los condicionamientos
internacionales producían respuestas dendientes de las actitudes, posibilidades y vinculaciones de elites dominantes. En
México, el reformismo es controlado, disciplinado y secularizado por la dictadura larga y pacífica de Porfirio Díaz, una
administración que permitió sancionar leyes como la de instrucción pública obligatoria, gratuita y laica, garantizar un progreso
“ordenado” y mantener relativamente estable la estructura socioeconómica que siguió a la caída del emperador Maximiliano.

En el Uruguay suceden dictaduras militares y despotismos seudoliberales.

Ecuador conoce experiencias como las del “liberalismo católico” de Borrero, la dictadura liberal de Urbina y el militarismo
“constitucionalista” del general Veintimilla y entre luchas y conflictos feroces ve llegar al poder a un Flores Jijón, que había
pasado la mayor parte de su vida en Francia, precediendo una larga época de “caudillos liberales”.

En esos años se produce, incluso, un conflicto internacional significativo que sacude a la región: la guerra del Pacífico, entre
Bolivia y Perú de un lado y Chile del otro. Sin armas ni soldados, con algún buque menor sin artillería, como el monitor Huáscar,
los peruanos, pobres y en medio de disensiones internas, se enredan al lado de Bolivia en una guerra con Chile. Este era muy
superior en recursos. Sus fuerzas aplastaron pronto a las de Bolivia y, tras una campaña larga y sangrienta, entraban en Lima.
Las tratativas de pazfueron arduas y los resentimientos del conflicto, de dudosa legitimidad, dejaron heridas profundas. En esa
época, un argentino inteligente fue enviado por el presidente Avellaneda para informarse de la opinión chilena en vísperas del
conflicto. Miguel Cané terminó su misión convencido de que Chile iba “a la conquista territorial de dos provincias de sus
adversarios”. Por una decisión personal, aventurera y si se quiere romántica, Cané fue al Pacífico a luchar al lado de los
peruanos. Según él, los chilenos iban a la conquista y la Argentina debía insistir en su doctrina contraria al derecho de conquista
entre naciones americanas. La cuestión no era nueva. Chile se sentía asediado de su “loca geografía”, que lo impulsaba al
desahogo expansionista. Logró anexiones territoriales importantes y adquirió la sensación de que podría imponer su política a la
región. Mientras los argentinos miraban hacia Europa, los chilenos observaban a la Argentina con cierta dosis de prevención.
Los pactos de 1881, realizados mientras luchaban con los peruanos y los bolivianos, se le antojaban la consecuencia de una
opción forzada y, al cabo, un mal arreglo. La actitud fue premonitoria. Anunciaba el grave conflicto que entretuvo a los chilenos
y argentinos durante cinco años, críticos para las relaciones entre los dos paises —1898 a 1903— en los que estuvieron a punto
de ir a la guerra, y habría de dejar una suerte de marca psicológica en el pueblo chileno que nunca terminaría de desaparecer.

La Argentina en el mundo

Para la mayoría de los argentinos la vida americana no pasaba por el centro de su interés. En realidad, si la mayoría apenas
participaba en el sistema político interno, y si la información sobre los demás países americanos era tanto o más deficiente que
en la actualidad, aquella comprobación no es sorprendente. Los hombres que tenían el dominio de la política yde la economía
argentina eran muy pocos, y eran los mismos que conducían la política exterior.

El arte de la diplomacia era para ellos un segmento de su vida pública y una prolongación de sus intereses y de sus hábitos
sociales. Sólo ellos podían percibir la “dimensión internacional” de la Argentina. En cambio, ésta era inaccesible a la masa de la
población criolla y a los inmigrantes, asediados por sus necesidades cotidianas. “Después de 1880 sólo la clase social más
elevada entrevió la creciente importancia internacional de la República”, escribe McGann. Percibió esa importancia por
“razones materiales”, pues la nación vivía ligada al mundo mercantil europeo. Y también por razones culturales, pues la
oligarquía vivía en une suerte de “alienación cultural” tributaria de los movimientos ideológicos e intelectuales europeos, sobre
todo de Francia. Los lazos económicos y culturales con América latina eran significantes y de ahí otro motivo de desinterés.
Durante casi todo el siglo, luego de las guerras de la Independencia, “la forja de servicios argentina revela ausentismo y
oposición”. Esta actitud se fundaba, según McGann, en una cautelosa apreciación de las inseguridades de la vida política
sudamericana y se alimentaba con el deseo de mantener intacta la soberanía de la nación, durament3 conquistada. Aunque no
es desdeñable otro ingrediente: la soberbia cultural de los argentinos, que se extendía incluso a sus relaciones con los Estados
Unidos de América, mezclada con cierto prudente nacionalismo frente al pellgro del caos internacional. Cuando hacia 1880
Colombia invitó a los países latinoamericanos a reunirse en Panamá para arbitrar medios de arreglo pacífico de los conflictos
regionales, la Argentina no aceptó ni rehusó la invitación. Pasaba por momentos críticos a raíz da la “tuestión Capital” y Roca
había asumido poco tiempo atrás el gobierno.

Bernardo de Irigoyen se encargó de redactar la respuesta a Colombia. En resumen, la Argentina tenía su propia “doctrina de
paz”, apropiada al desarrollo de sus propios recursos, y ninguna prevención respecto de Europa, cuyos capitales y gente
necesitaba. De todos modos, la reunión no se realizó a raíz dala guerra entre Chile y Perú.

La retórica de la política exterior argentina no descuidaba; sin embargo, los temas de la unidad americana. Yen 1888, incluso, la
acción diplomática con- junta con el Uruguay permitió la convocatoria a un congreso —el Congreso Sudamericano de Derecho
Internacional Privado—, al que asistieron en Montevideo los países organizadores y Brasil, Bolivia, Perú, Uruguay y Chile. Fue
una reunión “sudamericana” que constituyó una buena demostración de capacidad diplomática para la delegación argentina en
la que lucieron sus habilidades Quimo Costa, Quintana y Roque Sáenz Peña, mientras afirmaban sus prevenciones respecto de
los Estados Unidos. Eran los tiempos ya aludidos del “industrialismo triunfante” norteamericano, de su dinámica expansionista.
Quesada embjador de Washington, censuraba a los proteccionistas del partido Republicano, mientras en la misma época Roca
era huésped de honor de los ingleses y “la Argentina —Buenos Aires— había llegado a depender de Europa en casi todo: dinero,
gente, tecnología, modas, noticias”. En los Estados Unidos, pese a todo, aumentaba la estimación por la Argentina. En ésta las
perspectivas no habían cambiado. En oportunidad de la Primera Conferencia Panamericana —a la que concurrieron Roque
Sáenz Peña, Quintana y Quesada—, los delegados argentinos boicotearon la reunión. Por cuestiones aparentemente formales
se negaron a concurrir a la sesión de apertura, se “vistieron de levita con sombrero de copa y salieron a pasear por las calles de
Washington en un carruaje abierto, para que el público no tuviera duda alguna respecto al verdadero motivo de la ausencia”,
que no era sino la elección del Secretario de Estado norteamericano como presidente de la asamblea. No estaban dispuestos,
como explicaría luego el ministro de Relaciones Exteriores Estanislao S. Zeballos, “a que la conferencia internacional a que
asistíamos resultara dirigida administrativamente por el gobierno de los Estados Unidos”. El hecho es que argentinos y
estadounidenses estuvieron de acuerdo en muy pocas cuestiones durante la conferencia, que la opinión porteña o si se quiere
argentina estaba prevenida respecto de los Estados Unidos, y que los delegados de nuestro país trataron portodos los medios
de hacer notar que no estaban dispuestos a malograr sus buenas relaciones con Europa cediendo a pretensiones
estadounidenses que interpretaban excesivas. Roque Sáenz Peña no dejó de recordar a España como “Madre Patria”, a Italia
como “amiga” y a Francia como “hermana”, y al fin opuso el lema “América para los americanos” aquél más amplio y adecuado
a la mentalidad dirigente argentina: “América para la humanidad”. A fines del siglo Carlos Pellegrini informaba a Miguel Cané el
“desprecio cultural” que la clase dirigente argentina sentía hacia los norteamericanos y, al propio tiempo, la sobreestimación de
sus propias cualidades: Habrás visto cómo han tratado los Estados Unidos a España. ¡Qué niños! El día que llegaran a tener el
poder de Inglaterra, sino viene una reacción en los Estados Unidos, van a acabaren la locura. Un senador (norteamericano)
acaba de pronunciar un discurso a favor del imperialismo y hablando del porvenir decía que el imperio yanqui llegaría a tener
por límites al norte, la aurora boreal; al sur; el Ecuador; al este, el sol naciente; al oeste, la inmensidad ¡Felizmente para
nosotros, se detienen, por ahora, en el Ecuador!

El “antiyanquismo” había nacido ya, y no precisamente por razones ideológicas. Hacia América latina la clase dirigente argentina
no era menos pesimista. Años antes, Roca había escrito al mismo Cané una buena radiografía de los sentimientos que animaban
a quienes atendían los acontecimientos americanos: Mi estimado amigo: usted es un buen observador que no viaja
impunemente, como tanto espíritu frívolo, y mejor narrador de lo que ve y observa. He leído, pues, con verdadero gusto su carta
del 7 de octubre y no puede ser más interesante y fiel la pintura que en ella me hace del estado político, social y económico de
Colombia y Venezuela que, por lo visto, recién ahqra van por lo mejor de esa vía crucis, cayendo tan pronto en el despotismo
más brutal como en la demagogia más desenfrenada, de que felizmente nosotros hemos salido ya sin haber descendido tanto
como ellas. Pero no hay que desesperar ni afligirse inútilmente. Esos pueblos que se revuelcan en la miseria con sus ilustres
americanos, al fin se han de organizar y constituir, modificándose o (absorbidos) por la ola europea o yankee que no ha de
tardar en hacer sentir su influencia. (...)

Por aquí todo marcha bien. El país en todo sentido se abre a las corrientes del progreso con una confianza en la paz y la
tranquilidad públicas y una fe profunda en el porvenir. Al paso que vamos, si sabemos conservar el juicio en la prosperidad, que
no han sabido conservarlos chilenos en sus triunfos militares, pronto hemos de ser un gran pueblo y hemos de llamar la atención
del mundo.

Arrogancia, optimismo creencia en la fatalidad del progreso, sensación de dominio de la situación y del porvenir. Ni los rumores
de una posible crisis con el Brasil inquietaban a una clase dirigente confiada en que controlaba la faz agonal de la política yen
una era prolongada de “paz y administración”.

El liberalismo como ideología

Lo denominada generación del 80 creía o combatía en torno de una ideología liberal, es decir de la absolutización de una
interpretación del liberalismo adoptado por el grupo dominante. Alejandro Korn describió con precisión las influencias
ideológicas y los excesos de la alineación cultural que padecieron protagonistas notables en le Argentina de transición.

El “positivismo en acción”

Época del “positivismo en acción”, se ligaba a esta influencia el desarrollo económico del país, el predominio de los intereses
materiales, la difusión de la instrucción pública, la incorporación de masas heterogéneas, la afirmación de la libertad
individualista. Se Jgrega como complemento el desapego de la tradición nacional, el desprecio de los principios abstractos, la
indiferencia religiosa, la asimilación de usos e ideas extrañas. Así se creó una civilización cosmopolita, de cuño propio, y ningún
pueblo de habla española se despojó como el nuestro, en forma tan intensa, de su carácteringJnito, so pretexto de
europeizarse…

Según Korn, las clases dirigentes “se dejaron seducir por la eficacia evidente del esfuerzo interesedo y aprendieron a
subordinartodos los valores al valor económico, dóciles al elemplo del meteco que incorporaba a nuestra vida nacional su
actividad laboriosa y su afán materialista”. La apreciación, entre objetiva y cáustica, amarga y crítica, concluye en que “la
orientación positivista fue convertida en un credo burdamente pragmático”. No era, pues, un liberalismo romántico e idealista,
sino pragmático y positivista, pero sobretodo “sectario”. Los argentinos llegaban a él con el retraso y con la intolerancia de los
conversos. Al mismo tiempo, los notables hallaron en cierta versión del liberalismo que adoptáron como ideología, una
justificación de su poderío y del modelo de desarrollo económico que habían adoptado. En la práctica, sin embargo, apenas
respetaban los valores del liberalismo político y en cambio respondían a ciertos principios fundamentales del liberalismo
económico: por una parte la división del trabajo —cada país debe concentrar sus esfuerzos en las actividades para las que
tienen más recursos y está más dotado, con ventajas relativas respecto de los demás—, y por la otra, la libertad de comercio.

El liberalismo económico

Sin saberlo, y a menudo sin quererlo, los notables estaban verificando lo que Federico List entrevió en 1857 escribiendo en
torno del sistema nacional de economía política, al referirse a un comportamiento habitual de las potencias hegemónicas, que
en cada tiempo difunden os principios que favorecen a su propio desarrollo, y luego aplican las polfticas que convienen a sus
propios intereses. Porque Inglaterra, que había utilizado el proteccionismo para consolidar su poderío, se convirtió en
campeona de liberalismo económico, y la adopción del credo por los notables de la Argentina insertó a ésta en el esquema
inglés a través de la política económica. El librecambismo como doctrina económica dominante se integraba con el positivismo,
orientación político-cultural a la que adherían los sectores dirigentes decisivos. Aquél era la ideología comercial —aunque no
necesariamente la práctica constante— de las potencias hegemónicas, y en la medida que los demás Estados se comportasen
de acuerdo con sus postulados se transformaba en un factor favorable para el desarrollo y la expansión de las potencias
difusoras. De todos modos, no era fácil advertir las consecuencias. La economía de la Europa dominante significaba el desarrollo
de la producción, del crédito y del comercio, y el mejoramiento de ciertas condiciones de vida en algunos países periféricos.
Europa, en un siglo, pasaría de ciento sesenta a 400.000.000 de habitantes, mientras la iniciativa privada parecía haber logrado
domesticar al trágico Malthus. Los hechos y los factores internacionales condicionaban, como se ve, el comportamiento de los
argentinos. Y la llamada generación del 80 fue solamente en un sentido “agente” de los cambios que promovió. En gran medida,
fue paciente traductora de procesos que forzaron opciones de la política nacional. Sin embargo, los argentinos parecían en
muchos casos más principistas y formalistas que los autores de las teorías que aceptaban.

El proceso de laicización

Si se mira bien, en la Argentina nunca funcionó de manera absoluta el librecambismo —como en rigor, no funcionó en ningún
lado, en estado químicamente puro—, pero los argentinos que adherían a las teorías librecambistas eran más dogmáticos e
intransigentes en su prédica que los propios ingleses.

La experiencia francesa era, por otra parte, un buen ejemplo de la otra faceta del liberalismo ideológico. Con la instalación de
los republicanos de espíritu laico en la dirección del nuevo régimen, se abrió en Francia un período de neta laicización y
separación entre el Estado y la Iglesia que duró casi cincuenta y cincn años (1819-1924). Hubo, sin duda, períodos de conflicto
agudo y de apaciguamiento, pero la ofensiva contra el “clericalismo” fue muyfueite entre 1789 y 1886 y luego entre 1896 y
1901. La persecución, como la llamaban los defensores de la Iglesia, no procedía de una crisis general del Estado y de la
sociedad, como aconteciera entre 1792 y 1799. Era una burguesía de abogados, de legistas, de hombres de negocios, de
intelectuales, que perpetuaban en el poder dinastías que ellos representaban. Esa burguesía gobernante profesaba una filosofía
que aceptaba el principio de la igualdad de los ciudadanos, recomendaba el trabajó, el ahorro y la frugalidad, creía en la
ascención por el mérito, prohibía la intervención del Estado en las relaciones entre los grupos de interés y desafiaba a la Iglesia
Católica, a la que veían como una sobrevivencia del antiguo régimen vencido por sus mayores.

Por convicción o por táctica, esa burguesía limitaba constantemente la influencia eclesiástica mientras proponía objetivos
generales aceptables: la defensa de la República, el desarrollo de la educación, al progreso de una moral cívica independiente.
La “cuestión religiosa” estaba cíclicamente en el centro de los debates políticos de la Francia de la década de los 80. Discutida
con pasión y con lujo de argumentos, si no tuvo consecuencias dramáticas se debió a la situación de prosperidad económica y a
la marginación del proletariado. El ejemplo francés se exponía entonces como el de una nación avanzando sistemáticamente
por la vía de una laicización creciente hacia la separación entre la Iglesia y el Estado. La lucha ideológica y la cuestión religiosa
eran facetas, pues, de la cuestión política según lostérminos en que se desarrollaba en tiempos del pontificado de León XIII, ydel
liderazgo laicista de francmasón republicano Jules Ferry. Entre 1879 y 1886 y a través de la batalla por la escuela laica, se
producía la paulatina secularización de la vida social francesa. No era ya el Estado laico, sino el laicismo como ideología militante
y el anticlericalismo como postura de combate lo que traducían la cultura francesa y los emigrantes que portaban las banderas
del Risorgimento italiano.

Sea porque los argentinos miraban hacia Londres y París, o porque los inmigrantes trasladaban sus temas y sus polémicas al Río
de la Plata —o por ambas cosas a la vez— la generación del 80 expresó el proceso de secularización de la vida argentina muy a
la europea.

La generación del 80 y una nueva “cultura política”

Alrededor del año 1880 se hallan signos de cambios profundos, tanto en el contexto internacional como en el contorno regional
latinoamericano y en la sóciedad argentina. Algunos hombres de ese tiempo percibieron esos cambios o bien se sintieron
responsables de haber puesto en movimiento factores que modificarían radicalmente la cultura política de los argentinos.
Asisten, promueven o aceptan —o bien resisten— el cambio de una sociedad tradicional por una sociedad moderna. Al cabo, se
estaba trastornando todo un sistema de creencias empíricas, de símbolos expresivos y de valores que hasta entonces habían
definido la situación dentro de la cual se daba la acción política.

Signos de cambio eran tanto las manifestaciones en favor de una mayor participación política como la formación de fuerzas
políticas nuevas. Pero también el naturalismo que hizo eclosión en la literatura y en el teatro yen la generación de escritores del
9516 La escuela era, por su parte, vehículo de las nuevas corrientes ideológicas y cientificistas, lugar o tema de querellas, pero
también instrumento para la nacionalización cultural de un país de inmigración. Tanto por el predominio ideológico del
liberalismo laicista como por el propósito manifiesto de “educar al soberano” el sistema educativo servirá a una política de
nacionalización cultural, la enseñanza será obligatoria en el nivel primario, sus contenidos uniformes, la gratuidad permitirá el
acceso del mayor número y la conducción será centralizada por el Estado.

La política exterior se adecua, por su lado, a la Argentina concebida como ‘granero del mundo” y como frontera cultural de
Europa en América. La economía se encuentra aún en la etapa “primaria exportadora” pero se “preacondiciona” para el
desarrollo económico,18 mientras el desarrollo cultural tiende a institucionalizarse en academias e institutos orientados por
maestros y artesanos italianos y españoles.

Signos de cambio de la Argentina, pero también de las actitudes y delas creencias de la gente respecto de la realidad que la
circunda.

La identidad nacional en cuestión

La misma forma de operar de los sectores dirigentes iba siendo interpretada de manera distinta y se planteaba, una vez-más,
aunque en otro nivel de análisis, la cuestión crucial de la identidad nacional.
En Buenos Aires y en el Litoral, la gente padece el impacto inmigratorio que no llega a trastornar, en cambio, las costumbres y
las creencias de los hombres del interior. Si la identidad nacional es algo así como la ‘versión polftico-cultural del problema
personal básico de la propia identidad”, como indica Verba, se comprende que se la busque, que se sienta su necesidad
expresada en términos en cierto modo místicos, oque se tema perderla. Yen el paso de la sociedad tradicional a la sociedad
moderna —paso que no toda la Argentina, como tampoco toda América dio a un mismo compás—, ocurrió que muchos
argentinos padecieron el tránsito como una crisis de identidad, y que muchos otros temieron perder lo que creían haber
conquistado definitivamente.

En 1853 la población de la Argentina no llegaba al millón de habitantes. De ellos, sólo 3.200 aran extranjeros. En 1910 la
población se acercaría a los siete millones, pero entre tanto habían entrado al país casi tres millones y medio de inmigrantes.
Para muchos miembros de los sectores dirigentes el fenómeno inmigratorio era por lo menos ambivalente. Factor dinámico y de
cambio —como quiso Alberdi—, su desordenada influencia podía servirtanto a la evolución y al progreso, pensaban otros, como
a la”sustitución de la sociedad argentina”.

Un viajero inquieto y con habilidad descriptiva fue Emilio Daireaux. Había llegado a la Argentina en 1863, cuando según
Estanislao Zeballos nuestro país tenía 1.200.000 habitantes gauchos, de los cuales unos cien mil eran “gauchipolíticos” y una
pequeña minoría intentaba su primer gobierno “regular”. Daireaux expuso la siguiente visión impresionista del Buenos Aires de
la época: Hasta 1870 Buenos Aires no era otra cosa que una ciudad de España, reproducida en América con su gobierno
municipal y provincial, su milicia poco númerosa, un ejército cívico, una policía en embrión, sus serenos de estilo antiguo, su
auséncia de tranways y otros medios de transporte, su empedrado escaso y áspero, sus calles sin cloacas inundadas al primer
aguacero que suprimía toda comunicación, sus ambiciones de campanario, su ausencia de telégrafo y su aislamiento, que la
falta de ferrocarriles y de caminos de penetración aumentaban. El país era muy estrecho; más allá del Azul y del Pergamino se
estaba fuera de las fronteras. Los cristianos combatían en esos límites para defender sus ganados. Poco agradable era entonces
vivir ahí donde la vida es hoy tan apacible y donde los únicos enemigos son la langosta ylas autoridades de campaña...

Se vivía, según el observador, de modo patriarcal: todos se conocían, la vida era familiar, los modales campesinos. Una
“aristocracia estanciera”, rodeada de compañeras elegidas en los pagos y de mestizos nacidos en ellos, convivía con otra,
burguesa: la “aristocracia comercial”. Según la original clasificación de Daireaux, la aristocracia comercial, formada tras el
mostrador de la tienda o del almacén y afortunada —con la ayuda del Banco de la Provincia de Buenos Aires— coincidía con la
otra aristocracia en ciertos criterios de valoración. Se formaba parte de ellas siendo “persona conocida”, porque para ella se
tendían las manos y se abrían los salones. Pero Daireaux escribía a fines del siglo, y para entonces se advertía que la ciudad iba
dejando de ser española y patriarcal, aunque conservase muchas de las costumbres de antaño. Como ya no basta ser “persona
conocida”

—porque pocas eran las familias que no se habían unido a extranjeros y que no se hallaban “emparentadas con todas las razas
del mundo”— la fortuna, sobre todo inmobiliaria, la técnica de los negocios de las finanzas, la fama literaria o artística,
favorecían la formación de una “burguesía selecta” que tenía la apariencia de la antigua aristocracia desaparecida sin
confundirse con ella.

“Antiextranjerismo”

Se producen reacciones antiextranjeras. Desde los sectores tradicionales de aquella antigua aristocracia comenzó la crítica
sistemática al inmigrante—al principio dirigida especialmente a los ingleses y a los alemanes—; recrudeció el “antiitalianismo” y
se manifestó el temor de que los argentinos fueran despojados de su patria por extranjeros desinteresados en la naturalización,
y desarraigados. La cuestión de la identidad nacional interesaba, pues, tanto a los argentinos criollos que padecían una suerte
de proceso de desnacionalización, como a los extranjeros, muchos de los cuales se consideraban aún leales a su patria de origen
antes que a la de adopción.

En el nivel de la elite, el antiguo “patriciado”, formado por los notables que sucedieron a los caudillos del sistema rosista, se
integró paulatinamente con una “nueva clase” política que coincidía con aquél en no aceptar la competencia pacífica por el
poder, salvo entre los miembros de la elite. Transformada la estructura social de la Argentina, el liberalismo ideológico fue, a la
vez, consistentemente antidemocrático. Los riesgos de los cotejos eleqtorales y de la participación política fueron sorteados
durante un extenso periodo por la alianza de los notabIes y del viejo patriciado, aun entre los adversarios de ayer.

La política del “acuerdo”

El método de selección de los gobernantes —la denominada “política del acuerdo”—, sería consecuente con los propósitos de
aquella alianza implícita.

La desconfianza hacia los opositores —y aun hacia los propios amigos— que no se sometiesen a las reglas no escritas de esa
política, condujo a la oposición conspirativa, a la revolución como comportamiento político habitual ya la intransigencia como
táctica consecuente.

Los sectores dominantes pasaron a ser considerados como “oligarquías”. El régimen aparentemente sólido y estable construido
por Roca vivió plenamente entre 1880 y 1890, pero fue más larga y notable su agonía. La nueva cultura política de los
argentinos se había hecho más compleja y moderna, pero al mismo tiempo no llegaba a consolidar creencias en valores
políticos que afirma pn la obediencia a la ley, la tolerancia y la justicia políticas y, por lo tanto, a promover la adhesión colectiva
hacia un sistema político competitivo.

El país se dividió entre el “Régimen” y la “Oposición”. Aquél era padecido como una fuerza hostil y hermética, como el coto de
caza de una oligarquía, y la oposición como expresión de incivismo frente a la ley.

La nueva cultura política se hizo, pues, como un precipitado de experiencias históricas y de ansiedad imitativa de modelos
extranjeros. Por eso, la Argentina de los años 80 contiene los factores positivos y negativos de una transición profunda y es
decisiva para entender las contradicciones de una sociedad moderna por la manera en que resuelve—o deja acumular, según
los casos— los grandes problemas políticos, económicos, sociales y culturales de su tiempo.

Factores de transición

Tres factores principales de cambio producen la transición entre la Argentina tradicional y la moderna: la educación, la
inmigración y la política económica. Se aludió antes al último, que se traducirá en políticas específicas de las que se dirá algo
después. Los otros dos factores se asocian con nombres decisivos. La política educativa con el de Sarmiento; la política
inmigratoria con el de Alberdi. Es exacto que “la Argentina contemporánea no podría ser comprendida sin un análisis detenido
de la inmigración masiva” El examen que sigue es sólo informativo.

La inmigración

El fenómeno inmigratorio señala el paso entre los dos tipos de sociedades y, como indica Gino Germani, salvo los Estados
Unidos, no hay otro caso en que la proporción de extranjeros en edad adulta haya sido tan significativo: por más de setenta
años el 70% de la población de Buenos Aires capital y casi el 30% de la población de las provincias de mayor peso demogréfico y
económico, como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. La “regeneración de razas” de que hablaba y escribía Sarmiento, la
“europeización” de la Argentina y la modificación del carácter nacional como decisión deliberada de los ideólogos de la
Argentina moderna, se tradujo en una política inmigratoria abierta pero a la postre condicionada por causas endógenas y por
causas exógenas que estaban fuera de les estimaciones o de la capacidad de control de los sectores dirigentes.

Etapas de la inmigración

Hasta 1880 se trató de “poblar el desierto” y de promover la agricultura, la ganadería y la red de transportes con las
dimensiones y calidades necesarias para la posterior industrialización del país. El promedio inferior del saldo inmigratorio fue de
diez mil personas por año. En la década siguiente dicho promedio ascendió a 64.000 y en la primera del siglo actual fue de
112.000. Casi la mitad de la inmigración era italiana —sobre todo del sur de la península—, una tercera parte española y el resto
se distribuía entre polacos, rusos, franceses y alemanes. Luego de 1880 comenzó una segunda etapa. La tendencia fue la
búsqueda de “mano de obra abundante para conseguir una producción masiva de productos agrícola-ganaderos”. Como el plan
de adjudicar la tierra en propiedad no tuvo éxito y encontró resistencias que no se salvaron, el inmigrante se transformó en
arrendatario o en peón asalariado y, al cabo, la mayoría buscó asilo en los centros urbanos. El desierto no pudo ser poblado. En
1869, el 48% de los extranjeros residía en Buenos Aires y el 42% se distribuía entre Córdoba, la provincia de Buenos Aires, Entre
Ríos, Mendoza, Santa Fe y La Pampa. El 10% en las restantes provincias. Quince años más tarde los porcentajes eran 39,52 y 9,
respectivamente. De tal modo, la inmigración extranjera se transformó en un fenómeno principalmente urbano, aunque una
buena proporción se localizó en ciertas áreas rurales. Era predominantemente masculina y mientras se ocupó en actividades
rurales -especialmente entre 1811 y 1890 en que lo hizo el 13% de los inmigrantes, mientras en el periodo 1891/1910 esa
proporción bajó al 48%—favoreció el desarrollo de una economía agrícola que llegó a producir suficiente trigo como para pasar
de importadora, en 1870, a principal exportadora entre los países agrícolas del mundo.

Tierra e Inmigración

El régimen dele tierra gravitó negativamente. El latifundio implicó la radicación de extranjeros en el campo y se multiplicaron las
“colonias”. Pocos inhigrantes lograron ser propietarios dele tierra y de ahí las opciones que en su mayoría adoptaron: arriendo,
salarios, retorno a la ciudad o vuelta a su país de origen. Si nuedaba en la Ciudad era jornalero o, si tenía capacidad o aptitudes,
terminaba por dominar la gestión de la industria o el comercio. Los criollos se desplazaban, en cambio, hacia las actividades de
tipo artesanal, hacia la burocracia estatal o hacia el servicio doméstico.

La estructura social

El fenómeno inmigratorio significa un cambio en la estructura social de la Argentina que tendrá con el tiempo consecuencias
políticas y económicas importantes. La sociedad argentina se hizo más compleja, y el cambio progresivo de su cultura política en
el sentido indicado antes fue acompañado por un aumento de los estratos populares y sobre todo de los “sectores medios”.
Crece el número de industriales y de comerciantes, pero la “clase alta” se cierra al inmigrante y retiene la suma de riqueza, el
prestigio no pocas veces basado en la “antigüedad” del grupo y los “antepasados” y el poder político y económico asociado a la
tendencia de la propiedad de la tierra.

La estructura de clases de la Argentina moderna puede visualizarse, pues, a través de cuatro “categorías” aproximadas: la clase
alta o “aristocracia”—que aún en 1914 representaba el 1% de la población—; la “alta clase media”, próspera pero con escaso
prestigio social —que reunía el 8%—; la “bajaclase media”, un 24% que poseía escasa fuerza económica y virtualmente ningún
poder social, pero a la que al menos podían brindársele oportunidades de ascenso y la “clase baja”, enun 67% de la población
hacia la época de la Primera Guerra Mundial, que ocupaba la base de la pirámide social.

Aunque la movilidad social tendía a aumentar, no sólo entre la baja y la alta clase media, sino entre ésta y la llamada
aristocracia, la sociedad argentina padeció el impacto inmigratorio, sintió conmoverse su estructura, vio transformarse el
carácter nacional y se hizo cuestión de la identidad nacional. El “tipo argentino” fue cambiando. El gaucho, hábil y corajudo pero
imprevisor y fácilmente irracional, se sintió acosado por la ciudad y por el extranjero y, en su ensimismamiento, fue cultivando
resentimientos, soledad, individualismo, simbolizados en la vida nómada, en el cuchillo, en el caballo y la guitarra. Si permanece
como “gaucho neto” según la aguda observación de Lucio V. Mansilla, termina en el desarraigo ysi no, se hace “paisano”,
hombre del país y del paisaje, con hogar y paradero fijo, con hábitos de trabajo y respeto temeroso de la autoridad. La literatura
gauchesca aprehende parcialmente este proceso de transformación del gaucho y a menudo no aprecia la existencia de una
suerte de “cultura gaucha” con valores y articulados. En todo caso, escierto que la literatura gauchesca no siempre describe
tipos humanos vigentes en la época, sino más bien tipos correspondientes a la época del ocaso del gaucho.

La sociedad en la formación de la Argentina moderna se fue haciendo, decíamos, más compleja, dato que los sectores dirigentes
de entonces tratan de aprehender para no perder el dominio de la situación. La “clase dominante”, como la llama McGann,
constituida por estancieros, grandes terratenientes, ganaderos, grandes comerciantes, especuladores, abogados de grandes
sociedades, intelectuales con prestigio, paro también por hábiles políticos, reflejan las características contradictorias de una
generación cuyos valores, atributos y defectos se confunden: riqueza, sabiduría, sordidez, arrogancia, superficialidad, valentía,
sectarismo, prudencia y optimismo. Las “clases medias”, alta y baja, llegaban a constituir la tercera parte de la población, e iban
fraguándose con la integración paulatina del inmigrante a través de la penosa pero constante adaptación personal de éste, de
su participación limitada en la sociedad econ6mica, del proceso da aculturación, que produce una hibridación, sin embargo
dinámica y modernizante. Las “clases bajas”, ajenas todavía al proceso de modernización de la Argentina, se hallaban no sólo en
las grandes ciudades, sino en el interior, que marcaba la persistencia de un indicador de la complejidad del país: la dualidad
regional.

Para gobernar la Argentina moderna, la clase dominante debía apelar a la ambivalencia: predicar el liberalismo sin añadir una
democracia efectiva; integrt a los inmigrantes sin arriesgar la identidad nacional; centralizar el sistema político mientrasel
Estado llegaba hasta los confines de su territorio; incorporar gentes e intereses sin ceder el poder político. Pero la fórmula
fundamental es la ali8nza de los notables.

29. La alianza de los notables (1880-1906)

1880: Buenos Aires, Capital Federal

Con frecuencia se expone la época de la organización nacional ydel llamado régimen liberal como un lapso prolongado de
estabilidad constitucionaly de relativa paz politica La realidad fue más difícil y conflictiva, aunque exhibiese entre otros
experimentos singulares la vigencia de un régimen político característico que se extiende hasta los tiempos próximos al
Centenario.

El ciclo 1874-1 880, ya descripto, comenzó con una revolución mitrista y terminó con una rebelión bonaerense que, al ser
derrotada por el gobierno nacional, dio paso a una consecuencia decisiva: la federalización de Buenos Aires. En términos de
entonces: “la nación orgánica con su capital definitiva”.

La “cuestión Capital”

Dicho objetivo, situado al final de la denominada “cuestión Capital”, no se logró sin luchar y sin el riesgo de un nuevo estado de
anarquía análogo al de sesenta años antes. Con el fin de la lucha sobrevino “la República consolidada en 1880 con la ciudad de
Buenos Aires por Capital”, como reza el título de la última obra importante de Juan Bautista Alberdi.

Los contemporáneos juzgaron de manera diversa tanto el proceso como el resultado. Alberdi y Alem, desde posiciones
opuestas, fueron representantes de dos maneras de ver la cuestión que contenían errores y verdades parciales, como que la
“cuestión Capital” era uno de los problemas nacionales más complejos y constantes desde la época de la independencia. Juan
Bautista Alberdi, el viejo liberal confederado, doctrinario polémico y adversario temible de la “ilustración” porteña, llegó a ver el
resultado del conflicto después de cuarenta y un años de proscripción relativamente voluntaria. Desembarcó un día de
septiembre de 1879 y encontró un Buenos Aires diferente. Tucumano —como Avellaneda y Raca— Alberdi sabía del asedio
hostil de los liberales porteños y de los provincianos liberales que adherían a la política de Buenos Aires. El viejo doctrinario del
37, el constitucionalista de las “Bases”, contempló desde el barco una ciudad que…se había transformado. La aldea romántica
con ribetes: ingleses que había dejado en 1838 se había convertido en un abigarrada ciudad de 300.000 habitantes; una
“macedoine” iluminada a gas, y las nuevas corrientes migratorias habían invadido todos los círculos; abundaban las casa de dos
pisos, los “palazzi” con escaleras de mármol, pisos de mosaicos, edificadas por arquitectos italianos para los nuevos ricos en su
mayoría también italianos, Las calles estaban pavimentadas con gruesas piedras chatas. Se había levantado la Bolsa, el Banco
Hipotecario, el reatro Colón, sobre la Plaza de Mayo adonde llegaban los cantantes más famosos de Europa; se había abierto el
Café de París, los restaurantes con sus “dames de comptoir” le Globe, elHotel Universal, los “skating ring”. Los criollos se reunían
en el Club del Progreso y el Club de los Residentes Extranjeros era siempre reducto de los dirigentes de las finanzas y del alto
comercio.

Estaba por dirimirse la cuestión Capital y, estrechamente vinculada con ella, la sucesión presidencial. La situación económica era
difícil. Se había legado a proponer una deducción del cinco por ciento en los sueldos de la administración; la pobreza
aumentaba, no había suficientes fuentes de trabajo y el comercio padecía las consecuencias de le crisis política.

Cuatro provincias litorales estaban bajo el estado de sitio y la mayoría de las otras bajo la influencia de jefes militares
dependientes del gobierno nacional.Nacionalistas de Mitre y autonomistas de Alsina eran todavía rivales excluyentes de otras
fúerzas políticas ponderables, pero los alsinistas habían sufrido dos golpes muy rudos. En 1877 se produce el desprendimiento
de los “republicanos”, encabezados por Alem y Aristóbulo del Valle, seguidos por la mayoría de la juventud autonomista. Y en
ese mismo año, la muerte de su gran caudillo, Adolfo Alsina. La manifestación popular que acompañó los restos del prestigioso
líder porteño ignoraba que un nuevo líder avanzaba ya sobre las posiciones de las fuerzas tradicionales: Julio A. Roca, Con su
ingreso en el gabinete de Avellaneda consolidaba su posición política mientras hacía la conciliación arduamente gestionada por
el presidente.

La “Liga de gobernadores”

Cuando transcurre el año 1878 se perfilan las candidaturas presidenciales: Laspiur, ministro del Interior, candidato del partido
Nacional; Carlos Tejedor, gobernador de Buenos Aires, candidato de los autonomistas con la adhesión transitoria de los
republicanos; y aun Sarmiento, Bernardo de Irigoyen y Dardo Rocha. En Córdoba, Juárez Celman trabaja en la formacion de una
“liga” de gobernadores y levanta el nombre del joven ministro de Guerra Julio A. Roca.

El “poder provinciano”

San Juan, Mendoza, San Luis, Córdoba, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, Entre Ríos, Salta, Jujuy y Santa Fe se
pronuncian en su favor. Los trabajos de Juárez Celman no permanecerían ocultos por mucho tiempo. Los denuncia el Partido
Nacional y el litigio por el poder nacional queda planteado. Resurge la cuestión entre Buenos Aires y el interior a través del tema
de las candidaturas. Una cuestión lateral —el pedido de retiro de la intervención federal a La Rioja— provoca la renuncia del
ministro Laspiur. La Liga de Gobernadores ve allanado el camino para imponer su candidato y el ascenso de Sarmiento al
ministerio del Interior confirma a os nacionalistas en su interpretación de que se les cerraba una vez más el paso al poder. Allí se
definen las tensiones que harán eclosión pocos meses después.

La autoridad del presidente Avellaneda se afirma mientras la crisis avanza. Roca representa el apoyo del ejército. Sarmiento, el
del Congreso, La Liga de Gobernadores, el apoyo de la mayoría del interior con excepción de Corrientes. Para Buenos Aires, era
el “poder provinciano” en alza. Carlos Tejedor asume la representación del localismo porteño. Su figura es el signo que resume
la pasión tradicional del porteñismo y la ambición personal del candidato a la presidencia.

Tejedor arma la Guardia Nacional. Queda expuesto su designio de resistir al gobierno nacional. Su ejemplo es imitado con
objetivos diversos en Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos. Pasan los meses y sólo dos candidaturas se perfilan: Roca y Tejedor,
mientras Sarmiento pretende demostrar que sólo él es indispensable. Es difícil de distinguir en el conflicto dónde terminan los
motivos atribuidos a la cuestión Capital y dónde empiezan los que corresponden a la cuestión presidencial. Avellaneda insistía
en su mensaje de clausura de las sesiones del Congreso de 1879 que la ciudad de Buenos Aires debe ser declarada capital de la
República, señalándose al mismo tiempo en la ley un plazo adecuado para que e/pueblo de esta Provincia manifieste su
asentimiento o su denegación, después que se haya formado una verdadera opinión pública.

Suceden elecciones para legisladores nacionales, en comicios del 1° de febrero de 1880, con el triunfo Casi total del
autonomismo, que se abstiene en Buenos Aires por “falta de garantías’, aunque el fraude era una práctica general. Grupos
armados recorren las calles porteñas y se vota seis y más veces en una sola mesa por ciudadano, “en medio de las risas y la
complicidad irónica dolos miembros de la junta receptora de votos”, como denuncia La Prensa, para quien las urnas son
“cinerarias de las libertades públicas”. El ambiente es de relativa tranquilidad en las provincias donde la situación se
consideraba definida, pero de guerra en Buenos Aires. La ciudad es un campamento. Dos jefes del ejército nacional —José I.
Arias y Julio Campos— se rebelan contra el presidente. No sólo hay dos partidos: hay dos ejércitos.

La revolución del 80

El partido Nacional se transforma en una fuerza conspirativa. Fracasa en Córdoba, donde intenta derrocar al gobernador del
Viso, instalar una dictadura militar y actuar sobre las provincias de la Liga. El gobierno nacional convoca a elecciones generales.
Las candidaturas vuelven a circular. Los “republicanos” se dividen entre Sarmiento y Bernardo de Irigoyen. Avellaneda trata de
convencer a Carlos Tejedor para que acepte la candidatura de su amigo José María Moreno, vicegobernador de Buenos Aires,
como candidato de transacción. Sarmiento no vacila en atribuirse “la autoridad para todos, la constitución restaurada, la ley, la
fuerza” y de paso añade que Roca es un general joven y un “hombre de circunstancias”.

Cierto cinismo realista de los protagonistas no sólo frustra una entrevista entre los candidatos que polarizan sus fuerzas —Roca
y Tejedor—, sino también las tentativas desesperadas de Avellaneda por evitar el conflicto. Reúne a los notables; Mitre,
Sarmiento, Rawson, Alberdi, Vicente F. López, Frías, Gorostiaga. Mitre ataca a Roca. Avellaneda y Sarmiento lo defienden. Las
líneas están tendidas. Sobreviene la ruptura que está en el ambiente, como otrora, en vísperas de Pavón. Se movilizan les
fuerzas de Buenos Aires y de la Nación. El coronel Viejo bueno comanda a los nacionales. Ocupa puestos estratégicos en
Chacarita y otros puntos de la ciudad, toma San Nicolás, bloquea Rosario y separa a Buenos Aires de su aliada Corrientes. Es el
reverso de Pavón. Mitre se define, naturalmente, por Buenos Aires. Entra en negociaciones con Corrientes y arregla las
siguientes bases: 1° Corrientes hace suya la resistencia que Buenos Aires sostiene para impedir el triunfo de la candidatura de
Roca. 2° Obtener ese resultado dentro de la paz y el respeto alas autoridades nacionales.3° Respetar la unidad nacional. 4°En
caso de ataque por el gobierno nacional para imponer la candidatura de Roca, Corrientes se considera ofensiva y
definitivamente unida a Buenos Aires. 5° Para sostener ese compromiso Corrientes se levantará en armas y ofrece un ejército de
diez mil hombres. 6° Buenos Aires debe facilitarle armas y trescientos mil pesos para su transporte. 7° En caso de estallar la
guerra, Buenos Aires le facilitará un subsidio de hasta un millón de pesos m./c. sobre la cantidad señalada anteriormente.

El texto es significativo. Ninguna alusión a la “cuestión Capital”. Obsesiva mención de la cuestión presidencial. Mitre actuaba
como porteño, pero sobre todo como jefe del partido Nacional. Los comportamientos concretos denuncian el revés de la trama:
para los jefes y los candidatos políticos, la cuestión federal se confundía con la lucha por la doninación. Los hechos parecían dar
razón a un lúcido y apasionado tribuno porteño: Leandro N. Alem. Cuando se debaten los arreglos previos a la federalización,
diría en la Cámara de Diputados de Buenos Aires: “Un dilema fatal, cuyos dos términos deben ser rechazados, se presentará
después de esta evolución. Una oligarquía provinciana vendrá a dirigirlo todo y a fin de que no se levante una oligarquía
porteña...”Aislada Corrientes por el ejército nacional, mientras los congresistas del partido Nacional y los partidarios de Tejedor
permanecen en la ciudad, los opositores autonomistas y los partidos del gobierno nacional constituyen el Congreso de
Belgrano. El proceso militar acompaña al proceso político electoral.

El triunfo de Roca

Los comicios dan el triunfo a los electores de Roca, y la mayoría vota a Francisco B. Madero para la vicepresidencia. El ejército
nacional vence al bonaerense. Era la victoria del gobierno nacional y el triunfo político de Roca. El nuevo líder explota con
decisión ambas cosas. Domina el Congreso, expulsa a los diputados disidentes y reúne tras de sí el apoyo de Antonio
Cambacares, Dardo Roche, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulo del Valle, Eduardo Wilde, Juan José Moreno, Marcelino Ugarte,
Hipólito Yrigoyen… Viejos patricios, nuevos notables, políticos en ciernes.

La federalización de Buenos Aires


Se sanciona la ley de federación de Buenos Aires y culminan las dos grandes cuestiones de conflicto: la cuestión Capital y la
cuestión presidencial. Había comenzado el tiempo de Roca.

La crisis de 1880 fue una manifestación política importante del cambio que se estaba operando. Como en 1861, se enfrentaron
Buenos Aires y las provincias. Buenos Aires fue representada esta vez por Carlos Tejedor, “envarado y sordo, un pequeño
porteño al estilo de los viejos rivadavianos, dispuesto a defender hasta lo último los privilegios congénitos y fructuosos del
feudo”. Aunque Tejedor no era apoyado en todas sus actitudes por la opinión pública porteña los más lúcidos no se engañaron
acerca del trasfondo del litigio. Alem, que en esos días pronunció en la Cámara de Diputados el mejor alegato en favor de la
causa porteña, apasionado y sincero, parcial pero inteligente, lo vio así: ¿Rosas habría podido ejercer su dictadura sobre la
República si no hubiera sido por el gobernador de Buenos Aires, teniendo bajo su acción inmediata ya su disposición todos los
elementos de esta importante Provincia? Es claro que no... ¡Como no pudo ejercerla el general Urquiza desde Paraná; como no
habría podido establecerla el general Mite si ésa hubiera sido su intención! Seamos francos alguna vez...: Liberales y demócratas
mientras estamos abajo, unitarios y aristócratas cuando nos exaltamos al Poder...

Esta vez, sin embargo, el poder nacional litigaba desde adentro de Buenos Aires. Alberdi advierte la importancia de la crisis del
80, pero no acierta en todas sus consecuencias. Para él, la Revolución de Mayo había sido doble: contra la autoridad de España
y contra “la autoridad de la nación argentina”. El “coloniaje porteño sustituyendo al coloniaje español había creado dos países:
el estado-metrópoli, Buenos Aires, y el país-vasllo, a República. “El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro
lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido, el otro no tiene seguro el pan”. La
cuestión Capital era decisiva, porque “en este país abrazo todas las cuestiones de su política, porque su Capital natural encierra
todos los elementos del poder de la Nación”, Entregar la Capital ala Nación era dar más poder al presidente —en lo que no se
equivocaba— y mejor porvenir interior —en lo que se dejaba llevar por sus esquemas— que se distribuiría con Buenos Aires los
recursos del puerto.

Era, para Alberdi, la “nacionalización” del poder político y también el económico.

Alberdi y Leandro N. Alem

El análisis alberdiano, temático, ingenioso y profundo, fiel a la prédica de muchos años, sobreestimaba la coyuntura y soslayaba
el efecto multiplicador de factores favorables al predominio de Buenos Aires. El poder nacional se consolidó, pero haciendo de
Buenos Aires sede del centralismo efectivo, del régimen unitario que años después defendería Rodolfo Rivarola como
apropiado a la Argentina real frente a un federalismo “formal”. El puerto se nacionalizó, pero las rentas del comercio y de la
industria favorecerían a los sectores vinculados con la situación porteña. Los provincianos gobernarían, pero alienados cultural y
políticamente por la lógica interna y la sordidez de la enorme ciudad capital.

El porteño Alem, como otrora Tristón Achéval, vio con claridad la otra faz del problema. En el Congreso diría: Estoy
perfectamente convencido de que los perjuicios que sufrirá la provincia de Buenos Aires no los necesita la Nación para
consolidarse y conjurar los peligros imaginarios sino que, por el contrario, tal vez ellos comprometan su porvenir, puesto que de
esta manera se va a dar el más rudo golpe a las instituciones democráticas y al sistema federativo en que ellas se desenvuelven
bien. Porque de esta manera arrojamos alguna nube negra sobre el horizonte y acaso si hasta ahora nos hemos salvado de
aquellos gobiernos fuertes que se quieren establecer por algunos, es muy probable que una vez dada esta solución al histórico
problema político, que en tan mala situación y en tan malas condiciones se ha traído al debate, tengamos un gobierno tan fuerte
que al fin concluye por absorber toda la fuerza de los pueblos y de las ciudades de la República...

Alem introduce un argumento relativamente nuevo: la federación de Buenos Aires como factor de “gobiernos fuertes”.

Pero os hechos del 80 verifican una constante histórica nacional, un signo de la conformación de la Argentina. Roca, el primer
usufructuario cabal de la tesis de Alem, no era de los que iban contra la historia. La Capital en Buenos Aires—escribe en el 80—
podía ser discutida en otras circunstancias. Después de los acontecimientos de junio era un hecho ineludible, de esos que suelen
presenta rse en la Historia con todos los caracteres de la fatalidad...

Sobre todo si Buenos Aires habría de constituise en “su” circunstancia y en la plataforma indispensable para la expansión
nacional de su poder político.

Roca presidente

Cuando Roca llegó al poder fue considerado vencedor del localismo porteño y la ciudad de Buenos Aires se sintió vencida y
despojada. El clima no era el más favorable para superar los enconos, pero la mayoría de los porteños lo consideraba la
consecuencia natural de los sucesos. Cuando numerosos provincianos fueron ocupando cargos públicos, aquella sensación se
difundió, mientras del otro lado los hombres del interior veían en los Cané, Pellegrini o del Valle sospechosos de querer
reencarnar la hegemonía porteña a través del dominio de partido vencedor.

Geografía e ideología

Roca no ignoraba las tensiones, pero su instinto político la indicaba que el litigio entre porteños y provincianos perdería fuerza.

Más bien que la constante de oposición territorial, sería la constante ideológica la que trazaría la línea entre aliados y
adversarios, serviría de común denominador a los dirigentes junto con el “status” social y demostraría cómo, desde el 37 al 80,
el liberalismo había ganado a hombres del interior tanto como de Buenos Aires. El slogan de Roca —“Paz y Administración”—
respondía bien a una aspiración colectiva y a una necesidad operativa. Pero en la medida que una interpretación del liberalismo
se había ideologizado, se definía también un núcleo de temas litigiosos.

Controversias

Liberales positivistas y católicos, al compás del tiempo según se vio al describirse el contexto internacional de la época,
tomaban posiciones que culminarían en las arduas controversias de los años 80 en torno de lo que la Iglesia llamaba las
“cuestiones mixtas” —familia, educación— y en la discusión sobre el avance del materialismo que un no católico como
Alejandro Korn describió, según vimos, con alarma y objetividad. Católicos militantes como Pedro Goyena interpretaban ese
avance como “una gran indigencia y un gran infortunio”, y liberales escépticos o nostálgicos como Miguel Ganó añoraban
tiempos pasados, porque presentía que todo lo bueno se va; sé que las ideas elevadas no encuentran eco ya en nuestra sociedad
mercachiflada; sin embargo hay un deber sagrado de propender incesantemente al retorno de los días serenos del reinado do lo
bello. Hemos tenido esa época: mando se peleaba en toda la América por la libertad, la lucha engendraba el patriotismo y este
sentimiento, superior a todos, elevaba los espíritus y calentaba los corazones, Nuestros padres áran soldados, poetas y artistas.
Nosotros seremos tenderos, mercachifles y agiotistas. Ahora un siglo el sueño constante de la juventud era la gloria, la patria, el
amor; hoyas una concesión de ferrocarril para lanzarse a venderla en al mercado de Londres...

Pintura de una Argentina épica que contrastaba cori la Argentina moderna denunciaba sin embargo, una percepción selectiva
de los problemas por parte de algunos miembros de los sectores dirigentes que explicaría conflictos futuros. Para esos hombres,
incluso el alud inmigratorio desarraigado y versátil, dispuesto a “hacer la América” pero no a fundirse espiritualmente con la
tierra de adopción, era un factor favorable a la vocación materialista que, según creían, había ganado a todos los sectores
sociales. El patriciado criollo dejaba paulatinamente su lugar a la nueva oligarquia que consideraba de buen tono la ostentación,
el lujo, la opulencia. El proceso era advertido por los “criollos morales”, mientras los hombres que ocupaban el poder se sentían
ocupados en una obra de progreso y de transformación del país bajo la conducción firme del gobierno nacional. Pero,
niientrastanto, el país se politizaba, en los estratos bajos de la estructura social, los obreros organizaban y a la crítica moral se
añadiría la crítica social e ideológica, y luego la económica y propiamente política.

El presidente

El presidente había nacido en Tucumán en 1843. Llegó a la jefatura de Estado a los 37 años y viviría hasta 1914. Su padre había
luchado en las guerras dala Independencia y él en Pavón, a los 16 años, como artillero de los ejércitos de la Confederación, y en
la guerra de la Triple Alianza como oficial. Combatió a Ricardo López Jordán, alzado en armas contra el poder nacional, y fue
ascendido a coronel en ese año de 1872. Establecido su comando en Río Cuarto, como jefatura de frontera en la lucha contra el
indio cóntrajo enlace con la cordobesa Clara Funes y accedió a una sociedad aristocrática, hermética para los marginados y fiel a
los que admitía, que en el futuro seria la base de partida para su influencia política. En 1874 ganó los galones de general
combatiendo la revolución que Mitre perdía en Buenos Aires mientras él derrotaba a Arredondo en Santa Rosa. Un hilo
conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder nacional.

Su carrera militar le dio prestigio. General a los 31 años, desde la comandancia de la Frontera del interior criticó al plan del
ministro Alsina para luchar contra los indios y adelanté las bases de lo que sería su plan de campaña para “conquistarel besierto
en 1878-79: “A mi juicio—escribe al ministro— el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o
arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva,’ Muerto Alsina en 1877, Avellaneda designó a Roca ministro
de Guerra y Marina. Era un paso decisivo para su carrera política, una base de operaciones para su prestigio militar y un punto
estratégico para sus relaciones con los elementos liberales del interior.

Desierto y política

El prestigio militar del presidente se había consolidado con la campaña del desierto, precedida por operaciones secundarias que
quebraron el poderío indígena. La campaña decisiva, dirigida personalmente por Roca, siguió a una operación que terminó con
cuatro mil indígenas y varios caciques prisioneros—entre ellos los famosos Pincén, Catriel y Epumer—. Entre abril y mayo de
1879 el ejército ocupó la margen norte del río Negro. Poco antes se había creadola gobernación de la Patagonia y se había
designado primer gobernador al coronel Álvaro Barros. El poder nacional se extendió hasta los confines del territorio —en la
medida que lo permitían los recursos de entonces—y al mismo tiempo se adelantaron medidas que tendrían relación con
cuestiones internacionales en potencia, específicamente, posibles conflictos con Chile queharían eclosión meses después. La
campaña del desierto significó la definición de la cuestión india como amenaza constante y el dominio de territoriosal margen
del ejercicio de la soberanía estatal. Favoreció la consolidación delas fronteras patagónicas e incorporó veinte mil leguas
cuadradas de tierrasaptas para la agricultura y la ganadería. Liberé a centenares de cautivos, disminuyó a dimensiones
despreciables el servicio defronteras y el presupuesto para sostenerlo, pero también brindó la tierra pública como recurso
político y sirvió al prestigio militar y político del entonces candidato presidencial.

Las bases del régimen

El presidente Roca era un caudillo pragmático, un hábiJ político, un conservador inteligente y un conocedor sagaz de las
debilidades ajenas. La gente se acostumbró a llamarlo “el zorro”. Pero en el inventario de adjetivos zoológi Ços de la política
argentina, habría de ser zorro y león a un tiempo, como quería Maquiavelo. Las bases del régimen fueron consolidadas a partir
de los caracteres psicológicos y de las aptitudes personales del presidente. El partido Autonomista Nacional —el famoso PAN—
sirvió al presidente como plataforma, canal de reclutamiento de los dirigentes y medio de comunicación política. La Uga de
Gobernadores, alianza táctica que usaron las oligarquías liberales del interior para imponer su candidato a los localistas
porteños, era también parte de la estructura de poder del régimen y permanencia como una suerte de trama que permitía el
dominio de las situaciones del interior. El ejército de línea, que Roca conocía bien y en el que había ganado justo prestigio, sería
otra de las bases del sistema, Y el dominio paulatino de la administración serviría como correa de transmisión de las directivas y
aun de la filosofía pública del grupo dominante.

Burocracia política, burocracia administrativa e incipiente burocracia militar. Si se añade a eso la coincidencia del poder
económico con os postulados del presidente, y la “moral común” de la clase dirigente que señala Matienzo, se comprende la
vigencia del sistema político roquista durante toda su gestión constitucional.

El “príncipe nuevo” echaría las bases de un poder nacional centralizado con una ideología de pretensiones homogeneizantes y
la subordinación de la fuerza militar. Esto último imponía la desvinculación del ejército de la acción política. Roca y Pellegrini
cuidaron que esa desvinculación fuera efectiva. En el pasado había ocurrido con frecuencia que los ocupantes del poder
aspirasen a un ejército subordinado y la oposición a un ejército revolucionario. Un indicador expresivo de la nueva situación fue
la Orden General que el ministro Pellegrini dirigió al Jefe de Estado Mayor del Ejército, en la que expuso la doctrina del sistema:
Si bien en cada militar hay un ciudadano —decía la Orden—, éste, al aceptar el honor de vestir el uniforme y ceñir la espada del
soldado, sabía que el honor que aceptaba voluntariamente le daba derechos y le imponía deberes especiales; el primero y más
serio es la sujeción estricta a los preceptos de la disciplina, que para el Ejército es el secreto de su fuerza y para la sociedad la
garantía de orden y de su propia seguridad. La base de l a disciplina es la subordinación y respeto hacia el superior en toda
jerarquía militar.

La Orden General prohibía a los militares en servicio activo formar parte de centros políticos o concurrir a reuniones de ese
carácter, criticar públicamente al Gobierno o a los superiores o publicar bajo su nombre o seudónimo críticas a os actos que se
relacionasen con el servicio.’3 Ni Roca ni Pellegrini dejarían de insistir en esos conceptos, que no sólo se adecuaban a la lógica
interna de la institución militar sino a la estabilidad del régimen político.

La oposición

La oposición era permitida, pero no había fuerzas políticas articuladas en el orden nacional que pudieran rivalizar con un partido
hegemónico como el PAN Las manifestaciones de una oposición extraña al sistema, como la que comenzaba a perfilarse en
pequeñas organizaciones obreras eran entonces fácilmente neutralizadas, mientras que la oposición propiamente política no
contradecía las bases formales del régimen. Carente de recursos, de cohesión y de capacidad de dominio de las principales
situaciones del interior, o asediada por el fraude que era una práctica no desdeñada en el pasado por los actuales opositores,
éstos no hicieron peligrar la estabilidad del régimen durante el período roquista, Por eso, éste no fue pródigo en intervenciones
federales. La mayoría de los gobernadores pertenecía a las filas del PAN o regulaba el acuerdo con el partido oficial y con la
voluntad presidencial para resolver los problemas dé transferercia del poder local Durante los seis años de gobierno de Roca
sólo fueron inervenidas Santiago del Estero y Salta. En rigor, ni siquiera el conflicto con a Iglesia y el litigio educativo
trastornaron seriamente la estabilidad del régimen. Y ésta era la impresión del presidente en carta a Cané al promediar su
mandato: Creo yo también que, por fin, tenemos gobierno dotado de todos los instrumentos necesarios para conservar el orden
y la paz; sin menoscabo de la libertad y derechos legítimos de todos. Este ha sido mi principal objetivo desde los primeros días.
La revolución, el motín, o el levantamiento, fraudes máximos, ya no son ni serán un derecho sagrado de los pueblos, como
hemos tenido por evangelio, por quítame esas pajas. De Buenos Aires a Jujuy la autoridad nacional es acatada y respetada como
nunca. Tejedor ha sido el último mohicano. Nuestras instituciones reciben la última mano sin peligro de cambios de sistemas,
reelecciones ni dictaduras. El mando lo trasmitirá en paz, de buena gana, como quien se alivia de un gran peso, conforme a los
principios constitucionales. Y ojalá perdone la inmodestia: que mi sucesor se parezca en desinterés y templanza…

No se sabe si Miguel Cané compartía los calificativos que el presidente se atribuía con alguna generosidad. Pero sin duda pudo
pensar que Roca reunía habilidad, constancia y. capacidad de mando para imponer un poder nacional dentro del sistema
constitucional y sobre todo transferir el gobierno sin los “fraudes máximos” al sucesor designado. Y habría acertado, pues el
último mensaje de Roca al Congreso, el 10 de mayo de 1886, decía de la conclusión feliz de un gobierno que no había decretado
“un solo día el estado de sitio, ni condenado a un solo ciudadano a la proscripción pública”. Era el apogeo del sistema y el mejor
momento político de Roca.

La “cuestión social”

La “cuestión social” no se vivía colectivamente como tal, aunque la inmigración estaba produciendo el impacto ya descripto y
circulaban periódicos de inspiración marxista y anarquista. En 1871 se había creado la sección argentina en la Asociación
Internacional de Trabajadores y siete años después la “Unión Tipográfica”. “El Perseguido”, “La Lucha Obrera”, “Le Prolétaire”,
difunden en el idioma exigido por el público lector, os temas y problemas de un proletariado que carecía aún de organización y
de capacidad operativa como para comprometer las bases del régimen roquista. Cuando José Manuel Estrada denunciaba la
injusticia social y política y la desigual distribución de la riqueza, la “cuestión social” parecía preocupar a los intelectuales
moralistas, a los católicos sociales, a los militantes de la inmigración ya un incipienté proletariado. Pero el “gap” entre aquéllosy
éstos era suficientemente grande como para impedir un cortocircuito en el sistema político vigente.

La “cuestión religiosa”

La “cuestión religiosa”, en cambio, se constituyó en tema de atención para la Iglesia, el Estado y los líderes de ambas partes. El
litigio era previsible si se atendía al contexto internacional ya descrito y a la presencia militante del liberalismo positivista como
religión secular opuesta a la tradicional influencia de la Iglesia en ciertas cuestiones en las que ésta hallaba grandes
implicaciones para le fe religiosa y la vigencia de su prédica. Por un lado, pues, se trataba de una verdadera cuestión religiosa.
Por otro, de una cuestión política, en cuanto comprometía a hombres políticos y a eclesiásticos que se expresaban a menudo en
términos de poder.

Con pasión, intolerancia recíproca y frecuente imprudencia, los protagonistas se enredaron en polémicas duras y a veces
profundas en torno de una “serie de reformas (que) cambió la organización de instituciones fundamentales de la sociedad
argentina y quebró, en aspectos íntimos, sus antiguos modales”. Miguel Cané lo dice a su manera en Juvenilia: Éramos ateos en
filosofia y muchos sosteníamos de buena fe las ideas de Hobbe. Las prácticas religiosas del Colegio no nos merecían siquiera el
homenaje de la controversia; las aceptábamos con suprema indiferencia…

Consecuente con esa formación, había propuesto en la Legislatura de Buenos Aires, la separación de la Iglesia y el Etado. Se
trataba de un fenómeno casi universal de secularización del Estado que, como hemos visto, se había planteado tanto en la
República francesa como durante el Risorgimento italiano, dos influencias que estuvieron presentes en la Argentina a través del
“galicismo mental” de los dirigentes o de la transposición de problema y debates italianos realizada por inmigrantes venidos
por razones politices y no por motivos socioeconómicos, como la mayoría. Pero también el laicismo se había transformado en
una doctrina política agresiva que pretendía resignar la religión al papel de mera conveniencia para los meras ilustresdos, como
decía el mordaz Wilde.

Los católicos militantes no se expresaban con menor vehemencia, Estrada cerró la Asamblea Nacional de los Católicos
Argentinos, el 30 de agosto de 1884, denunciando “la política predominante, con sus injusticias, su violencia, su soberbia
(viendo) en ella el imperio del apetito, es decir, el lmperio del naturalismo”. Pedro Goyena —en la Cámara de Diputados—
acIaraba mientras tanto que el liberalismo que se condenaba era el que representaba “la idolatría del Estado”, “el Estado ateo,
sustituyéndose a Dios”, “el Estado que mata la iniciativa particular, que viola tas conciencias, que le sobrepone a todo y a
todos”. En ese clima, los choques eran violentos y reitarados. Roca, alarmado, aconsejaba a Juárez Cetman, que siendo ministro
había tenido fricciones con monseñor Castellanos, que evitase conflictos si era necesario, “haga una Novena en su casa y
muéstrese más catóIíco que el Papa”. De todos modos, Juárez Celman chocaría violentamente con el nuncio Mattera, mientras
el ferviente católico y todavía ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de Roca, Manuel D. Pizarro, le escribía para que
no provocase a la opinión pública cordobesa. La cuestión religlosa parecía a algunos algo más que un litigio bravo. Paul Groussac
al regresar de Europa, en 1883, cree presenciar una “guerra de religión”. Dos años antes una ley sobre organización de los
tribunales de la Capital que establecía la competencia de jueces laicos respecto a apelaciones contra sentencias de tribunales
eclesiásticos, no sólo termina con la derrota de los católicos, sino con la relativa unidad ideoló gica del sector dirigente.

“Liberales” y “clericales”

La cuestión religiosa introduce, por cierto tiempo, una cuña que divide a los “clericales” de los “anticlericales” o “liberales” —
usada peyorativa. mente esta palabra por los católicos, y a partir del sentido que le atribuía Goyena—, y motiva en el 82 la
renuncia de Pizarro, que deja el cargo del Ministerio relacionado con el culto y la educación al agnóstico y cáustico Eduardo
Wilde. En el mismo año se realiza el Congreso Pedagógico y en él se plantea una contienda ideológico-religiosa en las escuelas
que constituye un antecedente importante para comprender la sanción de la ley 1420. En el 83 muere el admirable Esquiú, y
monseñor Clara es designado vicario capitular de Córdoba. Cuando el gobernador Gavier designa a la señora Amstrong, de fe
protestante, presidenta del Consejo Provincial de Educación de dicha provincia, el vicario Clara prohíbé a los fieles enviar sus
hijas a la Escuela Normal regida por aquel Consejo. El gobierno nacional reacciona con violencia, considera la pastoral de Clara
como un alzamiento contra sus deberes de “funcionario público” y decrete la separación del Vicario del gobierno de su diócesis,
ordenando su procesamiento por el juez federal de Córdoba, No fue suficiente un principio de arreglo entre autoridades
eclesiásticas y las maestras protestantes de la Escuela Normal. Clara dio otra pastoral declarando nulo el decreto de destitución;
en el Senado, Pizarro y del Valle critican al gobierno y “La Nación” pone en relieve la excesiva vehemencia oficial. Pero las líneas
de combate estaban tendidas. El gobierno amonesta a las maestras que habían tratado de ayudar a la superación del conflicto,
deja cesantes a profesores universitarios cordobeses por adherir a la posición de Clara ya José Manuel Estrada en su cátedra de
Derecho Constitucional por haber defendido los derechos de la Iglesia. Los liberales gobernantes imponían, pues, su versión
ideológica como doctrina de Estado, vulnerando incluso la libertad académica. Y la Iglesia padecía el esfuerzo de adaptación a
nuevos tiempos de secularización a los que no estaba acostumbrada. La “guerra religiosa” culminó con la expulsión del nuncio
Manera y con la suspensión de las relaciones oficiales entre el Estado argentino y la Iglesia Católica, que quedaron
interrumpidas por largos años. Tocó al mismo Roca, en su segunda presidencia, reparar un exceso político que aceleró la
cohesión del grupo católico, lo convirtió en partido político, y llevó al periodismo a través de “La Unión” la prédica antioficialista
de Estrada, Goyena, Miguel Navarro Viola, Emilio Lamarca, Santiago de Estrada, Tristán Acháyal Rodríguez y Alejo Nevares. La
cuestión religiosa tendría, al cabo, serias consecuencias políticas para el oficialismo, pues daría regularidad sistemática a la
crítica mora/contra el régimen. La contienda ideológica había llegado a la opinión pública, y el oficialismo recibió el apoyo de “El
Nacional”, donde escribía Sarmiento, periódico fundado por iniciativa de Roque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini. La polémica llegó
a confundir a hombres que, con el tiempo, se alistarían en posiciones distintas, superando el ofuscamiento intelectual que
aquélla produjo.

La reforma educativa. Ley 1420

Vinculada con la cuestión religiosa y con influencias del contorno internacional, aunque discernible de éstas, la reforma
educativa se entreveró con el litigio ideológico hasta el punto de quedar difusos algunos propósitos de la misma que
trascendían los conflictos de la época. El Congreso Pedagógico convocado en el 81 tenía un programa exigente: determinar el
estado dala educación común en el país y las causas que impedían su mejor desarrollo; hallar medios précticos para remover
tales causas; definir la acción e influencia de los poderes públicos en el desarrollo educativo, teniendo en cuenta el papel que
las atribuía la Constitución y los estudios de la legislación vigente en la materia, y las reformas aconsejables. Sus conclusiones
señalaban la necesidad deque la enseñanza en las escuelas comunes fuera gratuita y obligatoria, que respondiese a un
propósito nacional en armonía con las instituciones del país, que contase con rentas propias y que contemplase reformas
pedagógicas apropiadas, incluso a la educación rural, a la enseñanza para los adultos, a la educación de sordomudos ya la
modificación de programas y métodos de enseñanza.

En el clima de conflicto del momento, el Congreso se prestó para que sus debates derivasen hacia la discusión de la enseñanza
religiosa en las escuelas y para que la fórmula que luego usaría a ley 1420 —que no impedía la enseñanza religiosa aunque la
hacía optativa— le atribuyese el signo de bandera del liberalismo decimonónico en el orden cultural y la denominación excesiva
de “ley dala enseñanza laica”. En cambio y las pasiones deivadas de la polémica oscurecieron la importancia de dicho
instrumento legal en orden a la “nacionalización” de una sociedad transformada por la inmigración y a la difusión de valores
comunes en medio de la crisis de identidad nacional antes descripta.

Cuando en 1883 se realizó el censo escolar nacional, se comprobó que sobre casi medio millón de niños en edad escolar había
124.558 analfabetos, 51.001 semianalfabetos y 322,390 alfabetos. La ley 1420 fue una dalas bases sobre las que se construyó
un sistema educativo que situó a la enseñanza primaria argentina entre las de mejor nivel del mundo. A los diez años de su
aplicación, el índice nacional de analfabetismo había descendido al 53,5% y en 1914 se hallaba en el 35%. Con el tiempo, y sin
minimizar la sinceridad de los defensores doctrinarios de las posiciones de cada parte, quizás debe merecerla atención del
historiador una confesión deslizada por el diputado Lagos García en medio de los debates del Congreso: Debo decirlo con
franqueza: la cuestión que se debate no es cuestión de escuela otee; no es tampoco cuestión religiosa siquiera… es simplemente
una cuestión de dominación.

La sociedad económica

La sociedad económicano vivió zozobras ideológicas, porque el liberalismo de los gobernantes era consecuente con los
postulados del liberalismo económico casi tanto como en la práctica sería inconsecuente con los del liberalismo político. El
equilibrio del presupuesto significó un progreso respecto de administraciones anteriores, pero la balanza comercial de pagos
pasó de un superávit de trece millones de pesos en 1880 a un déficit de cincuenta y cinco millones en 1855. El historiador
canadiense H.S. Ferns atribuye esta situación no tanto a la declinación de los precios de los frutos del país 7óuanto a las fuertes
inversiones de equipos yen bienes de capital. Las inversiones permitieron cubrir la brecha, pero entre los inversores extranjeros
comenzó a cundir la alarma frente a un Estado cargado de empréstitos y, por lo tanto, da servicios que gravaban de manera
creciente la economía nacional. Esto retrajo le inversión al promediar el gobierno roquista. Dejaron de entrar oro y divisas del
exterior y el endeudamiento del Estado nacional provocó el aumento del circulante y una fuerte inflación monetaria a fines del
84. En septiembre, el Banco de la Provincia debió suspender los pagos en metálico y cuatro meses después, pese a los esfuerzos
de Roca por sostener la convertibilidad, el gobierno debió decretar la inconversión y el curso forzoso de los billetes-papel,
situación que se mantuvo hasta 1899. Thomas McGann advierte que los hacendados argentinos y sus asociados, propietarios
directos y distribuidores de la riqueza nacional, no perdieron el ánimo por la inflación monetaria que comenzó a fines de 1884,
Siendo ya los beneficiarios da un aumento de valorización de la tierra, que hubiera blanqueado la cabellera de Henry George,
estos hombres también lucraron con la desvalorización del peso. El ingreso continuo de libras inglesas y francos franceses en
sus cuentas bancarias parecía aislarlos de Ja dura realidad, de la brecha que se iba abriendo rápidamente entre el valor del oro y
el papel.

La administración roquista no se amilanó. Carlos Pellegrini viajó a Europa para acordar con los banqueros un préstamo que
sacare al Estado de esa situación asfixiante y restableciese la confianza de los inversores, H.S. Ferns apunta que el arreglo entre
Pellegrini y los banqueros parecía un tratado de derecho internacional. Las cláusulas de introducción estaban redactadas en un
estilo por lo menos análogo. El acuerdo implicaba dar, a cambio de un préstamo de 8.400.000 libras, una primera hipoteca
sobre la Aduana,y le promesa de que el gobierno argentino no tomaría en préstamo más dinero sin el consentimiento de los
banqueros, El acuerdo fue repudiado por la opinión pública y por los críticos del gobierno, pero aprobado por Roca.

La política ferroviaria seguía un camino paralelo. Las inversiones, de esa manera, estaban bien garantizadas. Las concesiones se
multiplicaban sin pian ni concierto, aunque las vías convergían sobre el puerto de Buenos Aires. El “infierno ferroviario”, según
la expresión de Ferns, era alimentado por factores decisivos y por intereses comerciales y rurales que se beneficiaban con las
inversiones británicas que, en su mayoría, se volcaban sobre los caminos de acero. Según las creencias y los intereses
dominantes, los argentinos no podían hacerlo mejor que el capital extranjero. Los comerciantes y los propietarios rurales
habían pedido emplear recursos para “financiar ferrocarriles y comprar bonos del gobierno, pero ni los ferrocarriles ni los títulos
públicos arrojaban suficientes beneficios para atraer la atención de esos hombres en cuyas manos estaba el capital y el poder
público de la Argentina...”

El progreso económico era, sin embargo, la imagen de una política que se creía, sencillamente, audaz, necesaria y arriesgada. En
1882 se fundaron los dos primeros frigoríficos que trajeron consigo la reforma de los planteles ganaderos. El puerto de Buenos
Aires era insuficiente por la existencia de un solo muelle y por su difícil acceso. En 1886 comenzó la construcción del Puerto
Nuevo, obra singularmente compleja en cualquier lugar para cualquier equipo ingenieril del mundo, que condujo hábilmente
Eduardo Madero hasta terminarse en 1897. La ciudad acompañaba al ritmo de la política administrativa y económica creciendo
y expandiéndose. La “gran capital de Sud América”, como se la llamaba entonces, construía nuevos edificios públicos y privados,
la nueva Avenida de Mayo, barrios residenciales de dudo... o gusto que recordaban a París ya otras ciudades europeas, cuando
no de éstilos superados. La ampliación de las obras sanitarias, la incorporación de los barrios de Belgranoyparte de San José de
Flores darían en conjunto la fisonomía de una ciudad potente, caótica yfecunda, que se alejaba de los rasgos de “la gran aldea’
para entrar en las dimensiones que más tarde la acercarían a Londres o a Nueva York.

La política exterior

Dentro de las pautas de lo política exterior de la Argentina del 80 que ya señaláramos, la conducción política de Roca llegaba
hasta los confines de un territorio en el que la acción del Estado pretendía consolidarse. La disputa más seria estaba latente en
el Sur, en torno de los límites de la región patagónica. Con la mediación de los embajadores norteamericanos en Santiago y en
Buenos Aires, se negoció con Chile la firma de un acuerdo de límites que se perfeccionó en 1881. Las cumbres más elevadas de
la cordillera de los Andes, que dividen las aguas, dieron un hilo conductor para la definición fronteriza, derivando a peritos las
cuestiones litigiosas. Solución al cabo precaria, según se advertiría al comenzar el corriente siglo, estableció también la frontera
en al estrecho de Magallanes y se repartió la Tierra del Fuego. El estrecho quedó librado a la navegación, y la soberanía
argentina sobre la Patagonia aparentemente fuera de cuestión.

La creación de la gobernación de Misiones en 1882 impulsó las negociaciones con el Brasil para definir la frontera en la zona,
que era motivo de fricciones.Yfrente a Bolivia, respecto de los territorio del Chaco, la cancillería argentina reiteró principios de
derecho internacional en materia de límites y ocupación señalados por Bernardo de Irigoyen años antes.

Roca logró organizar el Estado nacional. Alentó una legislación abundante y trabada según la ideología dominante. Impuso una
“paz” que disciplinó un partido hegemónico, subordinó al ejército y definió las fronteras nacionales.

El poder nacional consolidado

La “década de la rápida expansión” había sido precedida y acompañada por la conmoción del aluvión inmigratorio. El régimen
político soportó—articulado en torno de un poder nacional centralizado—incluso la deserción parcial de dirigentes importantes
a raíz de la cuestión religiosa. El pragmatismo sepultó la “Argentina heroica” que recordaba, nostálgico, Cené. Y por primera vez
en muchos años la transferencia del poder, aun entre miembros de una misma “clase dirigente”, fue ordenada. El periódico La
Patria tuvo que hacer un breve “racconto” para poner en evidencia la novedad política, a propósito del cambio de mando: El
Presidente que viene tendré el honor y la gloria de ser el primer Presidente que en su discurso inaugural, no se vea obligado a
recordar días de lágrimas y luto. El general Mitre daba su programa de gobierno partiendo de la victoria armada de Pavón; e! se
flor Sarmiento se detenía ante las imperiosas necesidades de la guerra internacional; el doctor Avellaneda ascendía al mando en
medio de una revolución y la palabra del general Boca se hacía sentir cuando aún resonaba en nuestros oídos el estampido del
cañón en los combates de Corrales...

El “zorro” Roca, nuevo Hobbes, había sido artífice, el político que había dominado la “subitaneidad de tránsito” se quisiera
Mirabeau, y había echado las bases del régimen. En todo caso, de un régimen que contaba con el acuerdo o el consenso de los
factores decisivos de la Argentina moderna que comenzaba su peligrosa y notable expansión. Por lo pronto, Roca no haría sus
valijas para viajar a Europa —“que no conocía todavía no obstante sus 43 años”— hasta delegar el mando en su sucesor. No
sólo por las obligaciones propias del cargo, sino por las derivadas de su jefatura política. Porque quien dominaba-el PAN, como
se decía entonces, daba de comer a quienes aspiraban a llevarse la mejor parte de la distribución del poder. Y la cuestión
presidencial había comenzado ya, con candidatas definidos, que insinúan los dísticos del famoso semanario humorístico “El
Quijote”: En Córdoba con afán, han proclamado a Celman. A don Bernardo en San Luís, y a Pellegrini en París.

Eran los prolegómenos de la lucha par la presidencia. Para la política de Roca, la hora de la verdad.

La crisis de 1890

Cuando el primer período presidencial de Roca llegaba a su fin, el problema de la sucesión dividi6 al Partido Autonomista
Nacional. Pero un cambio sutil se había operado en un aspecto de las prácticas políticas argentinas, en la zona de los sectores
dominantes: hasta Roca, los gobernadores y los notables decidían sobre la candidatura presidencial, o acotaban el número de
protagonistas que habrían de discutir o luchar por la presidencia. Desde Roca, el presidente tendría por lo menos la primera
palabra —y con frecuencia también la última— en lo relativo al sucesor. Roca usó de su influencia en favor de su concufldo, el
ex gobernador de Córdoba, Miguel Juárez Celman. La mayoría del partido lo apoyó siguiendo las directivas de aquél y la opinión
u opción de los gobernadores y su séquito en casi todas las provincias. Los participantes en el juego con el poder presidencial
eran muy pocos. La sucesión de Roca fue un torneo entre contados candidatos, algunos de los cuales creyeron poder neutralizar
a último momento lo que Rivera llamó “el exequator del General”.

Roque Sáenz Peña se encargó de sondear el ánimo de Roca e informarse sobre la opinión dominante en los círculos políticos de
Buenos Aires. Escribió al cordobés Juárez Celman que si por un lado la intenci6n de Roca era apoyarlo como candidato, por el
otro la opinión de Buenos Aires era opuesta a su candidatura. También trasmitió a Juárez Celman las palabras “casi textuales”
de Bartolomé Mitre en una reunión de notables de su partido: “Hay dos hechos en mi vida pública —habría dicho— que los he
consumado contra el voto y la voluntad de mi partido: la idea de la nacionalidad argentina y la guerra del Paraguay. Mi adhesión
a la política presidencial en estos momentos será el tercer acto que lleve a cabo contra el voto de los disidentes.” Los disidentes
cuestionaban la candidatura de Juárez Calman. Ese era un punto de posible ruptura porque renacía la desconfianza porteña
hacia lostriunfadores de 1880 y las secuelas políticas de aquella revolución. Entendían que se trabajaba en la misma línea:
imponer a un provinciano para la sucesión presidencial— Esta línea era aceptada fuera de Buenos Aires. “El Interior”, diario de
Córdoba, se adelantó a proponer un candidato porteño para la vicepresidencia, rol que en el sistema político de la época servía
para la negociación, con el fin de neutralizar la resistencia de Buenos Aires: el candidato era Carlos Pallegrini.

Articulación de la fórmula del PAN

Los convencionales del PAN por Buenos Aires proclamaron la candidatura de Pellegrini mientras el debate de las candidaturas
se tomaba encarnizado. La prensa opositora denuncié al oficialismo por “encaramar parientes”, refiriéndose no sólo a Juárez
Celman sino a Máximo Paz, candidato a la gobernación de Buenos Aires y también pariente de Roca. El 15 de mayo de 1886
Pellegrini escribió a Juárez Celman que si bien meses atrás había creído conveniente reservar la vicepresidencia para
combinaciones con tracciones contrarias, para entonces se había convencido que tales combinaciones no eran factibles y
resolvía aceptar la candidatura presidencial. En una primera etapa, mientras tanto, un sector del PAN apoyó al ex gobernador
de Buenos Aires, Dardo Ro- cha, pero la mayoría del partido terminó por designar la fórmula que los propios protagonistas
fueron definiendo: Juárez Celman-Carlos Pellegrini.

Candidaturas de Gorostiaga y Bernardo de Irigoyen. Ocampo-García

La Asociación Católica, fundada por José Manuel Estrada para combatir a los “anticlericales”, levantó la candidatura de un viejo
constituyente del 53 y presidente de la Corte Suprema: José Benjamín Gorostiaga. Este contaba con las simpatias de un
importante sector del partido Nacionalista y quizás con las de Mitre, salvo lo informado por Roque Sáenz Peña. A esas
candidaturas se añadió la de Bernardo de Irigoyen. Pero la multiplicación de las candidaturas opositoras a la fórmula del PAN
terminó por favorecer al oficialismo. Rendido Mitre a la política de Roca y conocido el acuerdo de Pellegrini, la lucha electoral se
definió de antemano. La oposición realizó un último gesto desesperado en torno de las candidaturas de Manuel Ocampo y
Rafael García, pero fue derrotada sin atenuantes.

La circulación presidencial dentro del PAN siguió el curso calculado por Roca, quien hizo notar a su pariente y sucesor las
condiciones en que dejaba el mando: “os trasmito el poder con la República más rica, más fuerte, más vasta, con más crédito y
con más amor a la estabilidad, y más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí yo”. Si “quien era el jefe del PAN, era
el único en condiciones da repartirlo”, lo que había trasmitido Roca era en realidad la titularidad del gobierno, pero no el poder
sobre el partido. Y esa sutil distinción, que implicaba condiciones para el apoyo político de Roca y sus seguidores, llevó consigo
el germen de úna crisis abonada por factores complejos y ajenos al sistema interno del autonomismo, nacional.

El Unicato

Con el triunfo de Juárez Celman sobrevino el desalojo de los “viejos” de importantes posiciones oficiales. El presidente asumió
la jefatura del Partido Autonomista Nacional como “jefe único”, dio lugar al desarrollo del “juarismo” y discutió a los otros
notables el dominio de todos los hilos de la situación. El régimen de cleusura política de esta nueva oligarquía dentro del
sistema dominante llegó a tener su propio nombre: el “Unicato”. Se habían alterado seriamente las reglas de juego dentro del
PAN reorganizado por el roquismo. La discordia produjo una fisura sin la cual no se podrían interpretar los factores actuantes y
los sinuosos desplazamientos que culminaron en la crisis del 90. Para los porteños, además, la presencia de Juárez Celman
significó que el centro de poder se había desplazado nuevamente hacia Córdoba merced a la acción del “ungido”. Se sumaban
factores de conflicto dentro y fuera del partido hegemónico.

Una autocracia liberal


Los hombres del régimen eran liberales, pero no eran demócratas. Integraban la sociedad de notables cuya fisonomía se ha
descrito, pero las creencias públicas en sus prácticas y en sus valores estaban ya en crisis. Juárez Celman representó el punto
crítico del tránsito. Frente al cambio del ambiente político, Juárez Calman se recluía en definiciones consoladoras y trataba de
establecer diferencias y marcar distancias: El político se diferencia sustancialmente del politiquero —escribe entonces—. El
primero se prepara para la vida pública como se prepara todo hombre para la profesión que ha escogido... El politiquero, por el
contrario, emprende su carrera con bagaje liviano, imitan do al corredor antiguo que se despojaba de todo peso inútil al
emprender su hazaña. El politiquero no necesita profesar principios, pues que la mitad más uno tiene razón siempre...¿Era una
descripción o una autojustificación? Advertía la existencia de una nueva clase política que operaba en un lugar diferente del
club, del círculo, del lugar arcano donde se designaban por acuerdo los candidatos.Sin deliberación, pero con no disimulado
desprecio, estaba describiendo el ambiente y el modo de operar de las fuerzas políticas en formación. La “clase de los
politiqueros”, como él la llamaba, se mantenía “en contacto diario con el pueblo por medio de los comités eleqtorales —su
campo de acción—y forma un ejército que marcha a la victoria y se prepara, sino nos ponemos en guardia, a apoderarse de la
República”. Los comités eran “el cuarto poder de la República”.Había algo de profético en el análisis, si se eliminan los juicios de
valor.

Autócrata y liberal, Juárez Calman expresó con igual franquez sus creencias económicas.

¿Que mi administración esmercantilista? ¿Qué otra cosa corresponde hacer al gobierno en las actuales condiciones? A Alberdi,
el teórico de nuestras positivas grandezas, se le despreció y vive amargado en el destierro. Roca y yo realizamos la prédica
inspirada del autor de las Bases... ¡Seré el Presidente de la lnmigración! Las clases conservadora, las viejas familias patricias,
esos núcleos que han vivido en una paz colonial, gozando pla’cidamente de normas sociales en desuso, me combaten porque
no me entienden. Acaso les esté salvando el patrimonio de sus nietos. Sus tierras estériles serán por la colonización, por los
ferrocarriles, por las obras hidráulicas, por los puentes y las carreteras, predios de producción.

Conservador liberal, en el estilo de la época, en cuanto al ppel del Estado estaba convencido de que “la industria privada
construye y explota sus obras con más prontitud y economía que los gobiernos, porque no se encuentra trabada como éstos por
la limitacián de los presupuestos y por las formalidades legales que impiden aprovechar los momentos oportunos y tomar con
rapidez disposiciones convenientes”.

El cuadro económico y social del país, descrito en su rasgos principales, más definidos desde la administración de Roca,
mostraba los cambios operados en la demografía, las modificaciones en la ganadería —diversificaba la producción del campó,
cría del ovino con lana de calidad—, el surgimiento de una agricultura extensiva en el Litoral —al filo del 90 la agricultura cubrió
el 14,1% de las exportaciones—, el problema de la tierra agravado por el latifundio, el nacimiento de las industrias de
transformación, la desordenada y dinámica política ferroviaria, la presencia dominante del capital extranjero. Datos relevantes,
pero también polivalentes.

Economías y políticas específicas

El gobierno juarista acetuó el claroscuro. Hacia 1888 se cultivaban casi 2.400.000 hectáreas y había en los campos 23 millones
de cabezas de ganado vacuno, 70 de lanares y 4 y medio de equinos. Sin embargo, la especulación con la tierra y en la Bolsa de
Comercio hacía trepidar las bases financieras, la balanza çle pagos era francamente desfavorable y las transacciones con bienes
raíces que en 1885 habían sumado 85 millones de pesos, llegaron a 300 millones cuatro años más tarde. La deuda pública, que
llegaba a más de 117 millones de pesos oro en 1886, se triplicó casi hacia el 90, con cerca de 356 millones.

Política ferroviaria y bancos garantidos

Dos temas concentraron la crítica opositora y las advertencias de algunos técnicos en relación con la economía: la ley de bancos
garantidos y la política ferroviaria. La primera, proyectada por Pacheco, establecía en su artículo primero que “toda corporación
otoda sociedad constituida para hacer operaciones bancarias podría establecer en cualquier ciudad o pueblo de la República
bancos de depósito o descuentos, con facultad para emitir billetes, garantidos con fondos públicos nacionales”. La fórmula
elegida para hacer frente al desordenado crecimiento económico era vulnerable: como algunos previeron, se instalaron bancos
en todos los centros urbanos de grande o relativa importancia. Bancos nacionales y privados emitieron mo-neda, el circulante
se duplicó en poco tiempo y el signo monetario —191 clases de monedas diferentes entre 1887 y 1894 expresó a su modo el
desconcierto de la conducción económica.

El otro tema crítico fue la política ferroviaria. Fiel a sus concepciones económicas ya una suerte de simplificación spenceriana,
Juárez Celman permitió la venta indiscriminada de los ferrocarriles y la distribución de concesiones a empresas privadas a fin de
evitar que el Estado tuviese otra intervención que la mera vigilancia de la economía y las vías férreas se extendiesen. La venta
del ferrocarril andino fue justificada no sólo por razones de conveniencia económica, sino de coherencia doctrinaria, según
surge del mensaje del Congreso de 1887. El criterio de Juárez Celman era la “privatización” allí donde pudiera darse. Los
cuyanos emprendieron una crítica cáustica contra lo que llamaron la explotación descarada” de “The Great Western Argentine
Rafiway” a través de su tarifas. “El Debate” en Mendoza y “El Nacional” en Buenos Aires llevaron adelante una campaña
antibritánica a raíz de los abusos. Las concesiones ferroviarias se otorgaron a granel, especialmente en el período 1886-
1888.Tanto la política de los “bancos garantidos” como la de los “ferrocarriles garantidos” fue atacada y Aristóbulo del Valle
puso de relieve en qué medida gravaba el tesoro nacional, favorecía con exceso los intereses Rivados y contribuía a la
corrupción. La expresión “infierno ferroviario” que émplea Ferns se entiende, a su vez, mejor en ese contexto. Surgió a raíz de
una intención loable —cubrir el país de vías férreas que lo comunicaran y favorecieran el desarrollo económico— pero, sin
orden ni concierto, entró en el caos y el negociado, posibilitó la especulación con las tierras vecinas a las vías férreas y permitió
que el desarrollo económico apareciese como ‘una excusa para autorizar la construcción de ferrocarriles donde los amigos de la
administración deseaban que se construyeren”. Un año después de aquel mensaje, el propio Juárez Celman se quejaba de las
“exacciones” que el Estado padecía y contra el fraude en los libros de contabilidad de muchas empresas garantidas. Buenas
intenciones, aplicación dogmética de doctrinas importadas sin adecuación a nuestra realidad; culpa y dolo se confundían.

Juárez Celman se equivocó al sostener que la “no intervención del Estado” en los asuntos económicos —mientras, en cambio,
intervenía sin límites en el orden de lo político— no traería consecuencias socioeconómicas y a la postre políticas. También la
omisión ere una forma de decisión. Vsi las autoridades nacionales y provinciales hicieron muy poco para dirigir la economía en
tiempos de prosperidad, la carencia de planes o de conducción positiva deliberada, alentaron condiciones negativas cuando
llegaron tiempos de crisis. Incluso se afirmaron los rasgos de la dualidad regional argentina. La conquista del desierto y la
inmigración favorecieron una suerte de “revolución en las pampas” en términos económicos, pero desde el punto de vista social
aquéllas se mantuvieron fuera de la Nación “como una región explotada pero no poseida”. El agricultor tuvo poca o ninguna
influencia política, y sólo los grandes terratenientes con intereses agropecuarios se organizaron en un grupo de presión
significativo; la Sociedad Rural.

La crisis

El comportamiento de Juárez Calman motivó el recrudecimiento de la crítica opositora, afirmó la cohesión de los católicos
contra las reformas liberales que proseguían, y definió las posiciones de aliados y adversarios dentro y fuera del Partido
Autonomista Nacional. El Unicato engendró sus “incondicionales”, que ocupaban los mejores puestos de la Administración y
aspiraban a un futuro de mayor podar. Uno de áquéllos, señalado con sus 29 años sucesor presidencial, traducía en sus
apreciaciones el espejismo que distorsionaba la visión de los actores próximos al presidente. Según Ramón J. Cárcano, en
afecto, el presidente “contaba con las ocho décimas partes de las fuerzas electorales dominantes en al país”.

El Unicato había llevado a Juárez Calman al enclaustramiento político, le había restado aliados y multiplicado adversarios dentro
y fuera del Partido, y su estilo autocrático liberal propició una política conventual cerrada a las advertencias, a las críticas y a los
cambios de. la realidad. “Nuestro país es tan rico y posee tanta vitalidad que no lo detienen en su progreso ni los mayores
desaciertos de sus directores”, escribía José C. Paz a Miguel Cané. Esta creencia, que los argentinos cultivaron con persistencia
singular desde los años 80, iba a pasar una prueba difícil.

La banca internacional comenzó a suspender el crédito. Las amortizaciones en el exterior, los gastos y los intereses superaban el
monto de fondos del mismo origen. De pronto, pues, el país apareció en situación de bancarrota. El gobierno intentó vender
24.000 leguas de tierras fiscales de la Patagonia y además hizo “ideología” para justificarse: “¿No es mejor que esastierras las
explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuelche?”, decía Juárez Celman, sin plantearse siquiera el
problema de cómo haría para convencer al “enérgico sajón” que había mejores motivos para soportar los vientos de la
Patagonia que hacer fortuna carca del puerto bonaerense.

La crisis económica era acompañada por la crisis social y daba perfiles más claros a la crítica ética contra el desenfreno y el
materialismo. A aquéllas se une la crítica política de la oposición. “La Nación” señalaba en 1888 “casos de menores y empleados
de ochenta pasos de sueldo que adeudan a os corredores de Bolsa saldos de cien mil pesos...“. En 1890 hacía el inventario de
casos de corrupción, el aumento en e! Costo de la vida, la multiplicación de las quiebras y el pánico que se difundía en los
medios económicos. El exceso de poder del Unicato es demostrado a través de la intolerancia presidencial hacia los gobiernos
provinciales díscolos. Ambrosio Olmos, de Córdoba, adicto a Roca, fue destituido por juicio político; Posse, en Tucumán y
Benegas, en Mendoza, derribados por rebeliones. Las “situaciones” provinciales eran dominadas por el presidente, rodeado
porun ambiente cortesano que cultivaban sus “incondicionales” —Lucas Ayarragaray, Benjamín Villanueva, José N. Matienzo,
Ramón J. Cárcano, y otros—. La crisis estaba a punto de estallar.

La oposición

Los “incondicionales” se declararon tales en un banquete de adhesión al presidente el 20 de agosto de 1889. El mismo día
Francisco A. Barroetaveña publicó en “La Nación” un artículo que tuvo la oportunidad de lo necesario: “Tu quoque juventud. En
tropel al éxito”, donde ridiculizaba a los incondicionales y convcaba en la oposición a la juventud independiente. Se estaba
discutiendo la sucesión de Juárez Celman cuando faltaban aún tres años para terminar el período constitucional, y circulaban ya
candidaturas: Roca, Pellegrini, y el Director de Correos y joven “incondicional” Ramón J. Cárcano.

A comienzos del 90 se cernía sobre el gobierno de Juárez Celman la tormenta económica, financiera, política, ideológica y social.
Aristóbulo del Valle escribía a Miguel Cané en marzo que las cosas iban “de mal en peor en todo sentido” y que la única
esperanza era la renuncia de Juárezy el cambio fundamental de la marcha del gobierno. Sin embargo, no advertía signos de una
reacción moral y colectiva. El tribuno pasaba por un período de desazón: Nos hemos dejado robar hasta que nos han dejado en
cueros y llegaremos a soportar el hambre sin acordarnos que somos hombres y ciudadanos. No hay diez juariztas en Buenos
Aires y si tú llamaras a la plaza alpueblo para que vote o para que pelee no se reunirían cincuenta opositores espontáneamente.
Les hablas de elecciones: para qué nos vamos a poner en ridículo, te contestan. Les hablas de revolución y te preguntan si
cuentas con el ejército...

Sin embargo, Cané advertía contradicciones notorias entre las manifestaciones de del Valle y sus trabajos de conspirador; entre
su escepticismo respecto del estado de la ópinión pública y el resultado del mitin en el Jardín Florida del 1° de septiembre de
1889 en el que habían estado presentes del Valle, Vicente F. López, Pedro Goyena y Leandro N. Alem convocados por la “Unión
Cívica de la Juventud” que, como había previsto uno de sus animadores —Francisco Barroetaveña—, generó la Unión Cívica.
Cané no se engañaba. Poco menos de un mes después recibía otra carta de del Valle, escrita luego del famoso mitin del 13 de
abril de 1890 en el Frontón Buenos Aires, donde más de diez mil personas —cifra importante para una reunión política de la
época— testimoniaron la constitución definitiva de la U.C. Parece otro el que escribe. Valle atribuía a los clamores de la opinión
y a la proximidad del mitin la caída del ministerio de Juárez Celman, ocurrida el día anterior a la reunión popular. No sólo
renunció el gabinete, sino que a proposición de Pellegrini, Roca y Cárcano retiraron sus candidaturas. Del Valle rescataba al
Gringo” —así llamaban a Pellegrini— de tanta especulación”.

Roca se ha ejecutado con bastante buena voluntad aparente y Cárcano contra todo su querer y el de sus amigos; en cuanto al
Gringo creo que se ha movido por un sentimiento patriótico y para salir de una situación difícil. Veía llegar la revolución y no
sabía qué hacer ¿Con el gobierno? Bien sabe que son unos bribones. ¿Con la oposición? Sería tachado de traidor Más vale salvar
al país de una agitación armada y aparecer sacrificando ambiciones legítimas en bien de todos?

¿Cuáles eran los móviles de Pellegrini, quien advertía la rebelión incontenible y se proponía pacificar los ánimos para no perder
el dominio de la situación? Aristóbulo del Valle dudaba, a pesar de que anteslo había defendido sin vacilar: “si se quedaba con
Juárez, a quien en el fondo del alma desprecia, fugaba su porvenir en beneficio de Cárcano o de cualquier otro cordobés.
Reproducción del año 80 ¿Cuáles eran las intenciones de Roca? Nada trasparentes por cierto “su plan consistía en esperar a que
Juárez tuviera el agua al cuello para imponerle condiciones y ser el árbitro de la situación”. Los movimientos de Roca intrigaban.
Desde la oposición se le temía más que al propio presidente. La sinceridad de Aristóbulo del Valle era reflejo fiel de una
sensación colectiva.

La caída

Al promediar el go, la conspiración era un hecho. El gobierno no tuvo dificultades en reunir datos que luego gravitaron en el
desarrollo de los acontecimientos. Un mayor Palma habría delatado el estallido de la revolución “tres días antes del 21 de julio,
que era la fecha primeramente fijada, y el general Campos, jefe militar de la revolución, fue arrestado e incomunicado en el
cuartel del batallón 10 de infantería”. El jefe de policía Capdevila recibió información sobre los complotados. El ministro de
Guerra, Nicolás Levalle, reunió a los jefes militares para sondear su disposición respecto del gobierno. Se concentró en la Capital
una fuerza de siete mil hombres y se buscaba a los jefes militares de la conspiración. Dentro de las filas del ejército se organizó
una logia militar con 33 juramentados pertenecientes a distintas unidades, constituida en casa del entonces subteniente José
Félix Uriburu. La logia se dispuso actuar en favor del movimiento cívico “para defender las libertades públicas como ciudadanos
y como soldados de un pueblo libre, para quienes la Constitución era la ley suprema de la tierra”. En los medios civiles se
discutía la formación de un “gobierno provisional”. En una reunión con jefes militares, la mayoría se decidió por Leandro N.
Alem para la presidencia y por Mariano Demaría para la vicepresidencia, Hipólito ‘irigoyen fue designado para la jefatura de
policía. Entre los presentes, el general Campos y el coronel Figueroa votaron por Mitre. Este dato es importante en lo relativo a
Campos, pues Lisandro dele Torre evocará los sucesos muchos años después y explicará la detección del general Campos en la
conducción de las operaciones del Parque desde las filas revolucionarias, a partir del momento en que se habrían impuesto
soluciones que impedirían un cambio pacífico y deliberado y por lo tanto conducirían el enfrentamiento armado hasta un punto
sin retorno. Según la interpretación de dele Torre, Campos y Roca pensaban en la candidatura de Mitre, viable mientras en el
“gobierno provisional” de los revolucionarios se hubiera elegido a aquél o e Lucio V. López, e impensable al elegir a Alem.

La estructura del movimiento cívico-militar era, pues, heterogénea, su programa difuso y su organización deficiente. El 17 de
julio los complotados se reunieron pare fijar la fecha del levantamiento. En principio se fijó el 21 de julio. El arresto de Campos y
la delación de Palma obligaron a suspender el movimiento. Éste pareció desarticularse con el traslado dispuesto por Levalle de
diversos oficiales a destinos distantes, por el desplazamiento de batallones fieles sobre otros sospechosos y por la estricta
vigilancia policial de la ciudad. El aparato represivo del gobierno se puso en marche para neutralizar la revolución. Campos,
mientras tanto, recibía la visita de complotados y de amigos, que duraban cinco minutos en cada caso. De pronto lo visitó Roca:
estuvo a solas con él cerca de una hora. Visita decisiva y escrutable sólo por presunciones: Campos fue sorpresivamente
liberado, la revolución se resolvió el 25 y estalló en la madrugada del 26 de julio. A las4 de la mañana pequeñas fuerzas de
complotados se dirigieron hacia el Parque de ArtHleríe —emplazado donde hoy se encuentra el Palacio de Justicia—; una
columna era encabezada por el coronel Figueroa —que también había escapado de sus custodios—, por el teniente Señorans,
por el subteniente Uriburu y por los civiles del Valle, Lucio V. López e Hipólito Yrigoyen. Otra columna de cuatrocientos civiles
llevaba a la cabeza a Leandro N. Alem. A la columna de Figueroa se incorporó el general Campos, con el 10 de Infantería, a la
altura de la Recoleta. Cerca de mil hombres iban hacia el Parque, donde pronto reinaría cierta nerviosa algazara de gente
cubierta con un símbolo provisorio adquirido en una tienda cercana: boinas blancas. Pero el movimiento revolucionario,
recuerda de la Torre, se paralizó una vez llegado al Parque, “error que determinó la derrota”.

La suspicacia es odiosa —escribe Lisandro de la Torre— pero no es posible aceptar, así no más, que lo inexplicable sea casual y
que los historiadores en vez de explicarlo lo desdeñen. No se trata tampoco de excluir los móviles elevados y desinteresados.
Podría haber tenido allí comienzo lo que seis meses después se exteriorizó con el nombre de solución nacional para suprimir la
lucha. El hecho es que... el jefe militar resolvió apartarse del plan convenido que consistía en atacar a las fuerzas del gobierno
apenas estuviera terminada la concentración de las tropas revolucionarias en la Plaza Lavalle. En vez de hacerlo, se dispuso
intimarles rendición por medio de notas que llevaron a los respectivos cuarteles emisarios civiles. Se ordenó en seguida que la
tropa “churrasqueare” y mientras llegaba la carne se tocó el himno nacionaL Y esas vacilaciones no tenían su origen, sin duda,
en que al general Campos le faltara valor para atacar...

Las fuerzas del gobierno, mientras tanto, contaban con la conducción enérgica y eficaz de Levalle y Pellegrini, buena
información sobre los sucesos y la mano férrea del jefe de policía Capdevila. Mientras en el Parque el jefe militar de la
revolución esperaba del otro lado “algo que no sucedió” y surglan desinteligencias y disputas entre los conductores civiles y
militares, el gobierno actúa con frialdad y cada uno asume su papel; Juárez Celman es enviado a Campana; en Retiro, con la
presencia de Roca y del vicepresidente Pellegrini, se celebra un acuerdo de ministros. En el momento de las decisiones, Roca
aparece al frente del grupo y Pellegrini con Levalle a la cabeza de la represión. El vicepresidente tomó el mando político y el
ministro de Guerra el mando militar. Aprueban un plan de ataque del coronel Garmendia. Al anochecer se cuentan ciento
cincuenta muertos y más de trescientos heridos.

“El triunfo y la victoria lloran” (Byron)

El presidente vuelve a la casa de gobierno y comisiones mediadoras que integran Roca, Pellegrini, Roche, Alem y del Valle
pactan una tregua para posibilitar un acuerdo. La revolución, perdida la ocasión de la sorpresa, habla fracasado, pero el
gobierno estaba, según la gráfica expresión del senador Pizarro, muerto; había perdido toda “autoridad moral”. Pizarro, senador
oficialista pero no incondicional, realiza aún el gesto con que culmina su crítica demoledora: renuncia a su banca en el Senado.
El congreso es el epicentro de los sucesos posteriores a la revolución del Parque. El.3 de agosto, Pellegrini y Levalle se reúnen en
la casa de gobierno con el presidente. El sector autonomista nacional preparaba, mientras tanto, una presentación al
presidente: “su renuncia es el único camino constitucional para salvare! país del peligro que lo amenaza...”. Cuando se reunían
las firmas para remitir la carta a Juárez Calmen, llega su renuncie. El 6 de agosto de 1890, la renuncia es aceptada por 61 votos
contra 22. Las calles porteñas celebran la caída del presidente: “¡Ya se fue, ya se fue, el burrito cordobés!” Un triste final para
una autocracia soberbia e impopular.

La lección de los hechos: una revolución frustrada


Mejor decir “la crisis del 90”, que calificar los hechos como una revolución. La pérdida de recursos políticos por parte de Juárez
Celman fue constante y sin pausa. Si se exploran los factores decisivos de la época, la comprobación de la carencia de apoyos
parece clara.

La política soberbia de Juárez Celman y su intención de afirmar el Unicato sorteando las reglas implícitas del grupo gobernante,
le hicieron perder el apoyo del PAN —que respondería a Roca y Pellegrini—y de la mayoría de los gobernadores. Roca
confesaría en carta a García Merou —fechada el 23 de septiembre de 1890 y publicada por primera vez por Sáenz Mayes— lo
que sospechaba del Valle: Ha sido una providencia y fortuna grande para la República que no haya triunfado la revolución ni
quedado victorioso Juárez. Yo vi claro esta solución desde el primer instante del movimiento y me puse a trabajar en ese
sentido. El éxito más completo coroné mis esfuerzos y todo el país aplaudió el resultado, aunque no todo el mundo haya
reconocido y visto al autor principal de la obra.

Roca temía no sólo perder el dominio del Partido Autonomista Nacional sino “el coronamiento de Alem” lo que parece dar
razón a la interpretación de de la Torre. Carlos Pellegrini, por su parte, quería evitar el ascenso de Cárcano y lograr el
alejamiento de Juárez sin el triunfo de la rebelión. Como diría mas tarde, la del 90 fue “una revolución ideal en la que triunfa la
autoridad y la opinión al mismo tiempo y no deja un gobierno de fuerza, como todos los gobiernos nacidos de una victoria...”.

Juárez Celman había cometido un pecado imperdonable para la clase dirigente de la época: detener en su persona la circulación
de la elite del PAN A la postre, se quedó sin el apoyo de los notables de su partido, y sin la fidelidad de un Congreso cuya
mayoría no quería verse arrastrada por la previsible caída del presidente.

El poder militar

Tampoco contó Juárez Celman con el poder militar. Éste, representado por un hombre del prestigio y la capacidad de mando de
Nicolás Levalle, permaneció subordinado en su mayoría al gobierno constitucional, pero no a la persona del presidente. El poder
militar no fue, como tal, un poder revolucionario; los complotados representaban una pequeña —aunque ponderable— parte
de las fuerzas armadas e invocaban “la defensa de la Constitución”, y algunos de sus cabecillas militares, como el general
Campos, se comportaron de modo que dieron lugar a interpretaciones por lo menos verosímiles, como la descrita por de la
Torre.

El poder económico

La crisis económica y financiera restó a Juárez Celman el apoyo del poder económico, que permaneció expectante. Dicho poder
económico respondería, en cambio, al llamado de Pellegrini a poco de asumir la presidencia, mas para Juárez Celman se
constituyó en una permanente fuente de demandas y no de recursos de apoyo. Una prueba de ello fue que la ineficiencia de la
conducción económica juarista, unida a la heterogeneidad de los componentes del movimiento revolucionario, motivó que éste
tuviera como adherentes a miembros del grupo terrateniente, como Manuel Ocampo—ex presidente del Banco de la Provincia
de Buenos Aires, aunque también candidato vencido por Juárez en el 86—, Ernesto Tornquist—banquero como Heinmendhal,
cuñado de Ocampo—, Carlos Zuberbülher, Torcuato de Alvear y otros.

El poder moral

En cuanto al poder moral, tanto el religioso como el ideológico estuvieron situados en la crítica cáustica y constante. La Iglesia
Católica y los laicos militantes como Estrada, Goyena, Demaría y Nevares, mantenían la oposición insobornable de los tiempos
del roquismo, y en el 90 el grupo se transformaría en un factor aglutinante y multiplicador. La protesta cívica, contó, además,
con la adhesión de la prensa, que no pudo contrarrestar al oficialismo con hojas adictas como “La Argentina” —donde
colaboraban Ernesto Quesada, José del Viso, José N. Matienzo y el propio presidente, que redactaba una sección de aforismos
titulada “Verdades anónimas”— y “La República”. Ambas fueron neutralizadas por el peso del periodismo más importante de la
época y por publicaciones satíricas tan temibles como “Don Quijote” y “El Mosquito”, y otras que nacieron estimuladas por la
coyuntura, como “El látigo”, “El Dr. Farándula”, “El Farol (Organo de la gente de vergüenza)”, etc.

El movimiento obrero, si bien iba adquiriendo fisonomía propia en los años 80, no tuvo participación en una revolución que fue
expresiva, sobretodo, de la burguesía porteña. En la reseñe histórica de la Unión Cívica, Barroetaveña describe la composición
del, mitin del Jardín Florida; además de los “prohombres de la oposición” estaba “la juventud universitaria de la Capital y
representantes numerosos de la juventud de las provincias; allí había jóvenes de las profesiones liberales, abogados, médicos,
ingenieros, del alto comercio, de las diversas industrias”. Y ocupando “ciertos palcos del teatro, los hombres espectables del
país... “

La revolución se redujo, pues, a una crisis premonftoria. La elite dirigente tenía aún capacidad de dominio sobre la situación.
Cuando los gestores de la Unión Cívica creían que el régimen claudicaba, verían aún dos hechos ejemplares: la discordia interna,
que culminaría en la escisión, y la transferencia del poder al vicepresidente Carlos Pellegrini. Apenas había comenzado, en
realidad, una guerra cívica de veinte años.

Los ochocientos días de Pellegrini

Miguel Juárez Celman se fue de la presidencia en medio de la soledad política. Nunca intentó salir de ella ni justificarse ante la
crítica. Juan Balestra describió una parte del contorno de esa soledad y alguna de sus causas, a veces mezquinas. “Algunos por
redimir la complicidad pasada con la severidad presente, lo convirtieron (a Juárez Celman)... en la víctima tradicional del error
común.

Búsqueda de un nuevo equilibrio

El único en el poder debía ser el único en la culpa. Si no era lo justo, tenía que ser la despiadada lógica del Unicato. Responsable
principal, chivo expiatorio o protagonista atrapado por la lógica interna del régimen, según la perspectiva.
Carlos Pellegrini comenzó’ el gobierno del 6 de agosto” —como se decía entonces— con su lucidez característica, más nítida en
momentos de crisis. Percibió los nuevos peligros de la situación. Detrás del “hecho” Juárez Celman, la Argentina había
cambiado. Los sucesos del 90 habían tenido algo de las crisis tradicionales —por ejemplo la reacción porteña frente a la
soberbia del cordobés, que hizo a del Valle recordar el 80—, bastante de la influencia del contorno internacional, y mucho de
las nuevas expectativas de una sociedad nacional en transición. El “Gringo” era visto como un porteño que retomaba el poder
presidencial después de veinte años de gobierno de hombres del interior. Pero también había ocurrido, por vez primera desde
Pavón, que un presidente elegido a la manera de entonces no terminaba su período y que la bandera de la limpieza del sufragio,
de la moralidad política y administrativa y de una apetencia por mayor participación polftica movilizaba a la juventud y a casi
todos los notables que no estaban en el reducido círculo del poder. Y dentro de éste se habían producido defecciones
significativas. Pellegrini advirtió, pues, que un equilibrio sutil se había roto y que era preciso restablecerlo si no se quería perder
el control del Estado. Confiaba en que la elite no hubiera perdido el “sentido del Estado”, así como la sensibilidad aunque fuera
epidérmica respecto de los cambios sociales, que ya no discurrían por los mismos caminos, harto transitados, de épocas
anteriores. Años después de la crisis del 90 y cuando ya no era presidente, revelaría uno de los ángulos poco conocidos de los
sucesos, tal como él los había interpretado: Aquel triste día que acompañé al general Levalle a contener con un puñado de
soldados fieles, al más formidable pronunciamiento que haya presenciado la Capital y que contaba con la simpatía casi unánime
de aquella gran ciudad, allí se evitó que sobre los escombros de todo principio institucional, de todo poder organizado, se
levantara una dictadura nacida en un cuartel en medio de la tropa sublevada, que hubiera impuesto a todos, como única ley, la
voluntad de unos pocos, a título de regeneración que hubiera constituido al ejército en árbitro supremo de la bondad y
existencia de los poderes, y haciéndonos retroceder tres cuartos de siglo, hubiera renovado a través de idénticas vicisitudes una
época funesta de nuestra historia.

Interpretación curiosa y sugestiva, mostraba un movimientocívico-militar como prolegómeno potencial de una dictadura
castrense.

Un gabinete de coalición

Pellegrini tradujo su diagnóstico íntimo de la situación en la formación del gabinete: Roca en el ministerio del interior; Eduardo
Costa y José Maria Gutiérrez —dos mitristas— en los de Relaciones Exteriores y Justicia, Culto e Instrucción Pública,
respectivamente; Vicente Fidel López—viejo urquicista vinculado con la Unión Cívica a través de su hijo Lucio, componente de la
Junta Revolucionaria del Parque— en el ministerio de Hacienda; el fiel géneral Levalle, que significaba el ejército subordinado al
poder establecido, en el ministeriode Guerra y Marina. Un gobierno de coalición, con predominio porteño (Costa, López y
Gutiérrez, además del propio Pellegrini) y la presencia del tucumano Roca. Un gabinete de viejos “patricios” —Costa, 65 años;
López, 75; Gutiérrez, 65—, junto a jóvenes dirigentes de PAN —Pellegrini, 44 años; Roca, 47— y el cincuentón Levalle, que los
conocía desde la guerra del Paraguay y gozaba de la confianza de casi todos los notables en circulación. Ademés, la
incorporación del “mi- trismo” en la estructura de poder del autonomismo nacional, fue una maniobra hábil y la gratificación
lógica para una actitud negociadora y reticente respecto de la revolución por parte del líder del mitrismo, que eliminaba una
posible oposición y sería premonitoria de acuerdos políticos posteriores.

Los moderados del Parque se unían con los “antijuaristas” del PAN: los notables sabían aliarse en los momentos críticos y
construir una base política y militar para restaurar el equilibrio perdido.

La restauración económica

Creadas las condiciones para restablecer alianzas polítics estratégicas y reimplantado el sistema de comunicaciones dentro de la
clase dirigente, Pellegrini se lanzó a conquistar un objetivo económico inmediato: salvar al Estado de la bancarrota. Con Vicente
López se dio a la tarea de preparar una serie de medidas económico-financieras, luego de haber sondeado con éxito a
miembros destacados del poder económico. No habían cesado as manifestaciones de júbilo por la renuncia de Juárez Celman
cuando Pellegrini se reunía con un grupo de comerciantes, estancieros y banqueros a quienes reclamó dramático apoyo: la
suscripción de un empréstito a corto plazo de quince millones de pesos para pagar un servicio de la deuda externa que vencía
días después. La respuesta fue positiva. En seguida, preparó con López un plan financiero y lo envió al Congreso. Autorizaba la
emisión de billetes de Tesorería hasta la suma de sesenta millones de pesos para cencelar la emisión bancaria, la enajenación
de fondos públicos que garantizaban los del Banco Nacional y proyectaba la creación de la Caja de Conversión. Cancelaba
concesiones ferroviarias que no habían satisfecho las condiciones del contrato y volvía atrás con la oferta en el mercado
europeo de las 24.000 leguas en la Patagonia. Entre septiembre y octubre el Congreso había aprobado los proyectos incluso el
de amnistía política y militar que presentó Dardo Rocha. Por cierto tiempo, Pellegrini podía sacar provecho de los recuerdos que
había dejado Juárez Celman. Carlos Ibarguren registró en sus memorias la acción de Pellegrini y López en esos meses de
gobierno…pudieron capear el temporal económico con eficaces y enérgicas medidas; se contuvo el agio y la especulación; se
arregló con un empréstito interno y una emisión la situación de los bancos por medio del redescuento de sus valores de cartera;
se fundó el Banco de la Nación sin más capital que un bono emitido por el gobierno; se creó la Caja de Conversión que fue la
primera institución reguladora de la circulación en todo el país... se solucionó la situación con los acreedores del extranjero
mediante una moratoria que fue cumplida... se estableció el sistema de los impuestos internos... El cuadro económico y
financiero se aclaraba...”

Pero esa claridad sobrevino luego de difíciles gestiones para superar conflictos políticos y obstáculos financieros procedentes
del colapso de los principales gestores de los acreedores ingleses: la casa Baring Brothers. Por eso! McGann no vacila en
subrayar el “primer acto” de Pellegrini al asumir el poder como una respuesta a los banqueros ingleses: Pellegrini rastreó todos
los pesos disponibles en el naufragio financiero de la Argentina y los envió a Inglaterra, para atender las deudas de su país. Las
medidas tomadas por Pellegrini durante su mandato, de agosto de 1890 a octubre de 1892, no restablecieron inmediatamente
la prosperidad de la Argentina ni conservaron la asociación con Bering Brothers y Cía., que sucumbió por asfixia financiera,
estrangulada por los títulos argentinos, pero hicieron que el crédito argentino recobrara cierta estimación en Europa.
La Banca Rothschild de Londres respaldó un empréstito consolidando una moratoria de tres años en favor de la Argentina que
implicaba el embargo preventivo sobre los ingresos aduaneros de nuestro país. Le gravedad del compromiso hizo vacilar a un
“piloto de tormentas” tan avezado y audaz; recordó la reacción de la opinión pública ante operaciones análogas en el pasado
reciente, y sondeé en los Estados Unidos la posibilidad de una apertura financiera y económica. ¿Era el principio de un cambio
importante en las relaciones económicas internacionales de la Argentina? Pellegrini no lo vio así, pero los norteamericanos
advirtieron la posibilidad de entrar por la fisura abierta en la subordinación económica de la Argentina respecto de Europa y,
especialmente, de Inglaterra, a raíz de la crisis y de la explotación oportuna de un estado de opinión antibritánico. Pero la fisura
no se abrió lo suficiente, porque no había en los dirigentes argentinos un propósito deliberado de cambiar aquellas relaciones;
en cambio, Cané informaba desesperado de la amenaza de una intervención económica directa que intentarían los financistas
europeos en las rentas públicas de la Argentina. Pellegrini no perdió la cabeza. Cumplió su parte en la moratoria y, como diría
más tarde Zeballos, tranquilizó a los “acreedores sublevados”.

La salida del marasmo

El país salía lentamente de su parálisis. Al cabo, “se sembraron las mieses, crecieron, y Europa compró”. La Argentina había
vuelto al punto de partida. Sus intereses, relaciones y nostalgias no habían cambiado demasiado para la clase dirigente. Cuando
en octubre de 1891, Estanisláo 8. Zeballos sucedió a Costa en el ministerio da Relaciones Exteriores, si bien la crisis no había
sido totalmente superada, los dirigentes argentinos demostraban tener las cabezas más frías. Con Zeballos había ingresado en
el gabinete de Pellegrini el presidente de la Sociedad Rural y un agudo observadorde la política internacional. El nuevo ministro
simpatizaba con los Estados Unidos, pero como la mayaría de sus compatriotas de la clase dirigente, participaba del
“extrañamiento de Europa”.

Las líneas políticas

Gobierno y oposición eran, luego de la crisis del 90, coaliciones heterogéneas, En ambas convergían líneas de distinto origen y
se cruzaban alianzas extrañas. Liberales del antiguo autonomismo porteño coexistían en el gobierno con viejos liberales
confederados de cepa urquicista; roquistas recelosos convivían con porteños confiados en la habilidad de Pellegrini. El mitrismo
había entrado en la coalición gubernamental, aunque algunos de sus seguidores militaban en la oposición. Esta contenía a
antiguos federales de las filas de Bernardo de Irigoyen o a liberales autonomistas y anticlericales como Alem, junto a católicos
encabezados por Estrada, Pizarro, Goyena ya los líderes laicos de siempre.

Pero la línea amigo-enemigo pasaba por los métodos que habrían de emplearse para el acceso al poder, y por la adhesión o
resistencia que despertaban hombres decisivos, Tanto Roca, como Mitre y Pellegrini coincidían al menos en una cosa: evitar el
riesgo de una ruptura total entre los notables que llevara la cuestión a un cotejo electoral. Por otro lado, así como Mitre y Alem
suscitaban adhesiones, la figura de Roca provocaba recelos en casi todos los sectores.

Unión Cívica; Mitre-Irigoyen

El 17 de enero se reunió en Rosario a Convención nacional de la Unión Cívica. Como muchos preveían, proclamó la fórmula
presidencial Mitre-Irigoyen. El líder del nacionalismo porteño se hallaba en Europa, donde recibía noticias de los sucesos y de
las tendencias de la opinión política. Belisario Roldán le había informado con bastante anticipación que su candidatura era
compartida por la mayoría, así como la mayoría no quería “ni oír el nombre del general Roca”. Cuando Roldán trasmitió a Mitre
el resultado de la Convención, le hizo saber también de sondeos de Zeballos para una “conciliación”, en los que el amigo de
Roca le informaba, indirectamente, que Mitre era también un candidato aceptable para Roca y Pellegrini. Según Roldán —que
mantenía informado a Mitre de sus impresiones paso a paso y que vuelve a escribirle al barco donde aquél viajaba de regreso a
Buenos Aires, el “Alfonso XII”, el 31 de marzo— “el día de su arribo a esta ciudad será también el de la proclamación de su
candidatura”. En ese acto hablaría Alem adhiriendo a Mitre y rechazando “todo avenimiento con los poderes públicos”, pues la
opinión pública, “por lo menos aquella que más se hace sentir (estaba), pésimamente preparada para aceptar arreglo alguno
con Roca o Pellegrini”, aunque ambos por su lado habían dejado traducir su intención de entenderse con el candidato dele
Unión Cívica.

Las líneas esteban tendidas y la discordia era inminente en las filas de la Unión Cívica. Roca había retomado los hilos para
desarmar a una peligrosa oposición. Pellegrini, al principio favorable a Vicente E López, se decidió por seguir el mismo camino
pero neutralizando a Roca. Y Alem se convertía en el abanderado de la “intransigencia” de los cívicos que por primera vez
habían elegido candidatos en una convención, y no los habían recibido de un acuerdo previo de dirigentes o de ligas de
gobernadores. En todo esto importaba, naturalmente, le posición de Mitre. Este había anticipado une fórmula desde Europa:
“solución nacional para evitar la lucha, o reivindicación de la libertad del sufragio si ella era negada”. La primera parte de le
fórmula daba margen para el juego de Roca. Le segunda pare el planteo de Alem. Roca se adelantó, concertando una entrevista
personal con Mitre. Le Unión Cívica se estremeció ytemió la discordia final cuando se puso en cuestión el nombre de Bernardo
de Irigoyen, y el autonomismo propuso el de José E. Uriburu para la vicepresidencia, un hombre de sus filas. Mitre sabía cuál era
la opinión de los “cívicos” y escuchó las palabras de bienvenida de Alem cuando regresó a Buenos Aires, pero también su severa
condena a toda conciliación. Para Alem y la mayoría de los cívicos, la fórmula de la Convención de Rosario debía ser aceptada
sin condiciones por el oficialismo.

El “acuerdo”

Mitre no hizo cuestión de sus recelos hacia el viejo federal Irigoyen, pero se mantuvo firme en su posición negociadora en favor
de una política que estaba en la lógica interna del proceso político según las actitudes de los “notables”: la política del acuerdo.

La crisis no fue inmediata, pues sucedió a numerosas negociaciones, pero estaba en el ambiente. En marzo la tensión política
había vuelto a las calles de Buenos Aires y a los centros políticos del interior, como Córdoba. En comicios para senadores
triunfan del Valle y Alem. En aquella provincia, en Catamarca yen Santiago del Estero se producen estallidos de rebelión de los
cívicos. En Corrientes la represión es violenta. Si se iba a elecciones, los cívicos tenían la seguridad de triunfar. Roca y Pellegrini
creían lo mismo. Aquél apura las gestiones. Envía mensajes a los gobernadores para convencerlos de que debía evitarse la lucha
electoral. Había dejado el ministerio del Interior para restablecer su predominio en el PAN En la Unión Cívica, un sector acepta
el acuerdo. Este será el signo de la discordia y de las nuevas alianzas. Bernardo de Irigoyen apoya a Alem, para quien el acuerdo
significaba “la continuación del régimen de que han sido víctimas los hombres independientes de la República”.

Escisión de la Unión Cívica: UCN y UCR

El 26 de junio se realizan dos reuniones paralelas de la Unión Cívica: una, presidida por Bonifacio Lastra, acepta el acuerdo y da
origen a la Unión Cívica Nacional; la otra, presidida por Leandro N. Alem, subraya la actitud antiacuerdista e intransigente. A
fines de julio, había nacido uno de los grandes partidos políticos argentinos: la Unión Cívica Radical.

La escisión de los cívicos acerca a los notables y define las posiciones. La UCR vota una nueva fórmula presidencial: Bernardo de
Irigoyen-Juan M. Garro. La UCN responde aceptando la renuncia de don Bernardo y proclamando la fórmula Bartolomé Mitre-
José Evaristo Uriburu. Eso significa la lucha electoral. Mitre, consecuente con su advertencia, renuncia a la candidatura. Roca
dela la presidencia del PAN y los gobernadores, que habían “boícoteado” el acuerdo en torno de Mitre aparentando lo contrarío
—hecho que también contribuyó a la decisión de aquél—, procuraron retomar su tradicional influencia electoral. Julio A. Costa,
de Buenos Aires, auspició la candidatura del joven Roque Sáenz Peña y desde el interior surgió la de Pizarro para ‘la
vicepresidencia. En medio de la confusión política surgió el partido “Modernista” con la adhesión de muchos independientes y
de gobernadores otrora disciplinados por el autonomismo nacional. Buenos Aires, Córdoba Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes
significaban focos de resistencia; a ellos se sumó la rebelión de los legisladores, que también se oponían al eventual retorno de
Roca. Y Alem recogía en el interior la impopularidad del acuerdo resumiendo en el Congreso, aunque impotente para cambiar el
curso de los acontecimientos, una tesis que revelaba uno de los flancos vulnerables del régimen político vigente: Lo que se
quiere evitar es la lucha del partido popular con los gobernadores y con el oficialismo, que quieren ¡mpedirle el acceso a los
comicios y, por consiguiente, se teme que la lucha sea ardiente, que esté dispuesto a no dejarse sojuzgar, porque el oficialismo
le dice: “O transáis y aceptáis el partido la imposición, o no os dejamos votar”.

El segundo acuerdo: Luis Sáenz Peña- José E. Uriburu

Roca y Mitre reasumen la conducción de sus fuerzas y van con listas mixtas a comicios de diputados en febrero de 1892. El
pacto, el ejército de línea y la policía sirven de contexto al triunfo oficialista, Cuando sólo hay consenso respecto de la
candidatura del vicepresidente Uriburu, la mano maestra del “zorro” Roca neutraliza el avance aparentemente peligroso de
Roque Sáenz Peña: convence a su padre, el ministro de la Corte Suprema, Luis Sáenz Peña, que debe aceptar la candidatura de
conciliación.43 Roca cree haber ganado la partida: Roque Sáenz Peña no enfrentará a su padre. Mientras tanto, las rebeliones
se sucedían y los cívicos radicales habían comenzado su larga trayectoria conspirativa. Loscomicios presidenciales se
aproximaban en medio de un clima de tensión creciente. Entonces, Pellegrini resuelve actuar y lo hace con dureza: manda
detener a todos los jefes radicales menos a Hipólito Yrigoyen.44 Alem, Molina, Barroetaveña, Liliedal, Castellanos, Saldías, van a
prisión junto con militares sospechosos de sublevación a bordo de “La Argentina”. Se clausuran periódicos y revistas satíricas y
se dispone el estado de sitio. Cuando llega el día de las elecciones, la fórmula del acuerdo está sola: la votarán 9.420 personas
en la Capital. El propio Pellegrinl, en mensaje al Congreso el 24 de mayo de 1892, registra “el silencio triste e imponente de una
ciudad que espera por momentos ver sus calles y los atrios de sus templos convertidos en campos de batalla”.

Frente a la amenaza de anarquía, ala violencia “revolucionaria” de los cívicos radicales, el gobierno actuó con discrecionalidad:
armó una máquina electoral a marcha forzada, desarmó y dispersé transitoriamente a la oposición, y resucitó un acuerdo que
llevó a la presidencia a un hombre bueno, de setenta años, respetado por los mitristas, simpático incluso a los cívicos radicales
por su oposición a la política del acuerdo —que sin embargo no le impidió aceptar una candidatura que surgió de un segundo
acuerdo—, ya los líderes católicos, pero sin autoridad sobre una opinión pública dividida y tensa.

La experiencia de Carlos Pellegrini en sus ochocientos días de gobierno fue exigente, dura, de pronto admirable y al cabo triste y
arbitraria para la mayoría. Sólo el coraje sereno que expresaba el Gringo, acompañado por Mitre, detuvo el repudio de sus
adversarios cuando iba a manifestarse en la agresión o el insulto, mientras ambos notables dejaban la casa de gobierno e iban a
pie, como entonces se hacía, sin custodios, a sus domicilios.

La experiencia de Aristóbulo del Valle

La presidencia de Luis Sáenz Peña

Para juzgar a presidencia de Luis Sáenz Peña es preciso, pues, tener presente en qué condiciones llegó al poder. La política del
“acuerdo” y su traducción en comicios con fraude y opresión oficialista dejaron al nuevo presidente solo en medio de facciones
políticas en pugna y de la oposición conspirativa de cívicos radicales. Comenzó con un gabinete que no contenía miembros de
los partidos acuerdistas dando una imagen de independencia que las circunstancias negaban.45 La situación en provincias del
interior se hizo difícil de conducir. En Santiago del Estero, el gobernador Absalón Rojas fue echado por “tres docenas de civiles
bien armados”, a los diez días de asumir el mando. Sobrevino una querella con el Congreso y el ministro del Interior Manuel
Quintana renunció a raíz de las secuelas de la intervención a la provincia. Roca enfrió sus relaciones con el presidente a partir de
ese episodio y pareció prestarle nuevamente apoyo al designarse a un autonomista nacional —Wenceslao Escalante— en el
ministerio dejado por Quintana. Pero sucesos críticos en Catamarca derivan en un voto de desconfianza de la mayoría roquista
en el Congreso hacia el nuevo ministro y aparece Miguel Cané en el gabinete, a cargo de la cartera de Interior.

Duró sólo doce días. Ni siquiera pudo sostenerlo Roque Sáenz Peña, que trabajaba detrás del poder presidencial. En un gesto
desesperado, antes de la crisis de gabinete, Cané yal presidente reúnen a tres “notables’ decisivos: Roca, Pellegrini y Mitre.
¿Qué hacer? Nadie compromete su opinión. El Gringo, con insólita franqueza, termina la reunión: “Si no pueden gobernar—dice
dirigiéndose a sus acompañantes— dejen al menos gobernar al doctor Sáenz Peña “… Miguel Cané no disimulará tiempo
después su crítica a Roca en un reportaje para “La Prensa”, y en sus memorias concluirá que la actitud del general Roca
determinó el ministerio Del Valle: no creo que ése fuera precisamente el objetivo del General. Pero cuando los hombres hábiles
se equivocan no es por el canto de un duro.

1893: el “gabinete del Valle”


El objetivo de Roca era nuevamente neutralizar la influencia de Roque Sáenz Peña, que trabajaba tras la gestión de su padre y
había sido responsable de la designación de su amigo Cané. Pero la designación de del Valle habría sido, a su vez, sugerencia de
Pellegrini. Era una experiencia arriesgada, pero en medio de luchas de influencias, conflictos e intrigas, se le antojaba a muchos
que era, también, una última posibilidad de reunir en torno de Luis Sáenz Peña a sectores cívicos radicales, a mitristas y a
autonomistas, dándole la base política de la que hasta entonces había carecido. El prestigio de del Valle era grande, pero as
prevenciones que suscitaba también. Lisandro de la Torre reseñó el resultado del llamado de del Valle a sus “compañeros de
lucha”: Lo secó de su hogar el 93, llamado en plena borrasca a tomar el gobierno. Su primer pensamiento fue para el partido
Radical, su primera visita para el doctor Leandro Alem, la segunda para el doctor Bernardo de Irigoyen. Ofreció las dos carteras
más importantes de aquel gabinete de cinco miembros, Interior y Hacienda, y ofreció lo que valía más que todas las carteras: la
garantía de su honor sobre la política que iba a hacerse, política de verdad, de reparación de verdadera democracia. Todo le fue
rechazado en nombre de la intransigencia…

Si ésa fue la repuesta de sus compañeros de lucha, puede presumirse la actitud de sus bpositores. La presencia de del Valle en
el gabinete de Luis Sáenz Peña representó, en efecto, una experiencia arriesgada e insólita, pero en todo caso consecuencia de
la soledad en que el “acuerdismo” dejó al presidente. Los “notables” habían entregado el gobierno, pero no el poder Aristóbulo
del Valle significaba para ellos la línea moderada de la oposición, capaz de aportar cierta popularidad a un presidente sin
consenso y al rnisnlo tiempo de detener las actividades del ala conspiradora de los cívicos radicales. La fórmula era, pues,
expresiva de las dificultades que había suscitado la forzada solución Sáenz Peña y al cabo dejó al presidente y a del Valle en el
medio de un fuego cruzado Por un lado, el oficialismo tradicional situado en las “oligarquías” provinciales advirtió el peligro que
representaba la presencia de un revolucionario del 90 en el gobierno nacional, y se dispuso para la resistencia. No en vano dicha
resistencia se afirmaría en dos centros de poder que habían actuado juntos en el 80: la provincia de Buenos Aires y Corrientes.
Por el otro lado, los radicales, si bien no asumieron un compromiso directo con del Valle, vieron en él una suerte de “caballo de
Troya” introducido en el corazón del Régimen. Porfin, ambos permitieron que la acción de del Velle, dirigida a la “reparación
institucional”, no habría de ser, empero, juguete de las influencias de ambos lados del espectro político. Reflejaba segmentos de
viejos enfrentamientos: los civicos (mitristas) y los radicales (alemistas) operaban como pinzas que se cerraban sobre un
gobierno nacional en el que se erguía la figura de del Valle.

1893: rebeliones y crisis

Valle intimó al gobierno bonaerense para que desarmare sus fuerzas militares, y lo mismo hizo con Corrientes. Además
intervino el Banco de la Provincia de Buenos Aires, y el ministro de Hacienda acompañó la medida “con la investigación de actos
administrativos de los gobiernos anteriores en materia de ventas de tierras públicas, concesiones de ferrocarriles, gestiones
bancarias, con el propósito evidente de perseguir severamente a los responsables”.5° El ambiente nacional se puso tenso. El 23
de julio Alem fue electo senador por la Capital, el descontento popular crecía y las posibilidades de golpes de Estado
provinciales también. No es difícil percibir que todo eso iba contra la lógica interna del Régimen y ponía en jaque la ‘alianza de
los notables”. 1893 fue, en este orden de cosas, un año propicio para la acción revolucionaria y así lo entendió el radicalismo,
que la emprendió en San Luis el 29 de julio, en Santa Fe el 30, y en la provincia de Buenos Aires —junto a los civicos— entre julio
y agosto. El caos pareció haberse apoderado de situaciones provinciales tan importantes como las citadas, mientras en el seno
del gobierno nacional se revelaban las tendencias y objetivos contradictorios de sus integrantes.

Los ministros del Valle y Demaría creían que era preferible dejar que los poderes revolucionarios se hicieran cargo de le
situación provincial. Quintana y Virasoro simpatizaban con el mitrísmo, también alzado en armas, y por su parte el ministro del
Interior Lurio V. López, deseaba que el Congreso tuviera amplia libertad para resolver la situación.

La caída de Aristóbulo del Valle

Los sucesos habían ido demasiado lejos para quienes aspiraban a retener el poder político efectivo. Aristóbulo del Valle fue a La
Plata para sofocar la rebelión de los cívicos mitristas, pero a la vez la de los radicales. Mientras tanto, un protagonista capaz de
volcar la situación retornaba al centro de las decisiones y llegaba a él gracias a la intervención de Hipólito yrigoyen, que impidió
su detención —actitud sugestiva que recuerda una simétrica del liberado en el 92—: Carlos Pellegrini. Del Valle intentó llevar
adelante un plan político reformista y conciliador: evitar choques entre fuerzas revolucionarias, lograr el desarme total y
reorganizar los poderes públicos produciendo el cambio de las oligarquías provinciales y la reforma política sin violentar la
legalidad vigente. Como primera medida, intentó asumir personalmente la intervención a la provincia de Buenos Aires,
garantizando el desarme de las fracciones en lucha. Pero dentro dal gobierno se había iniciado ya la contraofensiva, encabezada
por Carlos Pellegrini. Por su parte, los radicales advierten que los hilos de la trama se tendían en su contra y que, una vez más,
una revolución con posibilidades de triunfo corría el riesgo de frustrar- se. Alem y Bernardo de Irigoyen incitaban a Del Valle a
realizar un golpe de Estado desde dentro del gobierno y constituirse en “dictador”. La respuesta de Aristóbulo del Valle revela
un estiloy una mentalidad que Carlos Pellegrini no desdeñó cuando propuso su nombre, y asimismo un pudor político que no se
compadecía con actitudes revolucionarias a ultranza: “…No doy el golpe de Estado porque soy un hombre de Estado…”

Cuando del Valle regresó a BuenosAires, se encontró con el presidente rendidd una vez más a la habilidad de Peliegrini y sin
apoyo para las fórmulas que creía aceptadas. Renunció. Su caída fue acompañada por la adhesión popular y su azarosa gestión
revela al historiador los estrechos márgenes de movimiento que dejaba a los reformadores políticos la “alianza de los notables”.
La “gran muñeca” —como se decía entonces— de Pellegrini, dio vuelta la situación y puso al Congreso contra del Valle. Las
intérpretaciones fueron tan diversas como los designios y perspectivas de sus autores. Para un Lisandro de la Torre, la caída de
del Valle fue el resultado de su consecuencia moral —así corno la de Damería— y de le intransigencia de su partido, que negó
su concurso cuando le fue pedido y encerró a del Valle en la dialéctica de la conspiración y de las exigencias dele función
pública. Para Pellegrini, fue el resultado del cambio de actitud de un Congreso alarmado, y no dele intriga o de plan alguno. En
resumen, puede decirse que la táctica de la intransigencia política demoró por veinte años una reforma evolutiva que quiso
hacer un gabinete de treinta y siete días.

El retorno de Quintana

El contragolpe de Pellegrini impuso nuevamente a Manuel Quintana en el ministerio del lnteriorP Con él volvió la política “dura”
y el estado de sitio. El gobierno tomó a la impopularidad y la prensa atacó al presidente, mientras circulaban libelos que aludían
a éste con desprecio ye su demencia senil”. Si la presencia de del Valle significó le revolución desde el gobierno, Quintana
representó la contrarrevolución. Intervino las provincias sublevadas y el 24 de septiembre de lsgadecretó el “estado de
asamblea” dele Guardia Nacional como “si los peligros de una guerra exterior amagaren a la República”, según apreciación de
Rivera Astengo. Roca fue nombrado general en jefe del ejército en campaña, teniendo a sus órdenes a Levalle, Ayala,
Arredondo, Bosch y Vintter, mientras Leandro N. Alem fue encarcelado. Censurados o clausurados periódicos y revistas, como
“El Nacional”, “El Diario” y “El “Quijote”, Buenos Aires fue militarmente sitiada y los focos da rebelión del interior sofocados.

La renuncia de Luis Sáenz Peña

En las provincias intervenidas se llamó a elecciones. Los radicales triunfaron en Buenos Aires, pero una hábil combinación en el
Colegio Electoral, a la que no fue extraño Pellegrini, impuso como gobernador al mitrista Udaondo. En Santa Fe y en San Luis se
impusieron gobernadores favorables al roquismo o al mitrismo. En Catamarca habían triunfado los radicales, pero según
interpretaciones de la época, una maniobra dio el poder a un autonomista. Tucumán y Corrientes conocíeron fórmulas diversas
y no siempre ortodoxas de intervención del gobierno central.

Manuel Quintana logró su objetivo: restablecer el orden aun mediante la arbitrariedad, lo que en rigor no le fue fácil ni en la
práctica ni para su conciencia, como lo demostraría meses más tarde Bernardo de Irigoyen en una memorable interpelación en
el Senado recapitulando los sucesos y la discrecionalidad gubernamental. Y el radicalismo comenzó a participar en los comicios
mucho antes de la vigencia de la ley Sáenz Peña, para volver luego a la conspiración sistemática. Pero Quintana sufrió el
desgaste político y fue, al cabo, “chivo expiatorio” de un oficialismo a la defensiva. A raíz de un pedido de intervención federal
de la Legislatura mendocina, con la oposición del gobernador “quintanista” Pedro Anzorena, el Congreso accede a aquélla sin
hacer caso de la opinión del ministro del Interior. Quintana renuncie. Luis Sáenz Peña pierde con él a un defensor de sus
poderes y queda a merced de Roca. Percibió entonces el escaso margen que tenía para gobernar, sitiado por los “notables”,
asediado por los radicales, complicado el panorama con la presencia crítica de los socialistas. Tironeado por todas las
tendencias, por las ambiciones de poder, por actitudes mezquinas, y prisionero de la ambivalencia de su política, se niega a
incluir en los temas de sesiones del Congreso del 94 un proyecto de ley de amnistía de los revolucionarios del 93. El gabinete
renuncie y la Cámara de Diputados interrumpe las sesiones hasta que el Poder Ejecutivo Nacional “se pusiese en condiciones
constitucionales”. Era el amargo final de una presidencia con precario origen. El 22 de enero de 1895 Luis Sáenz Peña, cansado e
impotente, presenta su renuncia. La explicación del proceso interno que lo lleva a esa decisión está en su ‘testamento
político”,54 en carta a Estanislao 5. Zeballos del 15 de marzo de ese año. Señala que su programa no satisfizo a partidos
“absorbentes y excluyentes”, que los ministros cambiaban de opinión según las influencias de las fuerzas políticas que los
apoyaban y no por atender al parecer del presidente, y que el hecho decisivo fue el proyecto de ley de amnistía procedente de
Bernardo de Irigoyen, que implicaba para el Ejecutivo someterse al “único partido que había desconocido su autoridad”.

La sucesión de José E. Uriburu

Aceptada la renuncia, lo sucedió el vicepresidente Uriburu. De antecedentes rnítristas, su breve gestión restableció el orden en
las filas del régimen y permitió la acción concertada de tres de los dirigentes más constantes de la alianza: Mitre, Pellegrini y
Roca. Mientras tanto, Juárez Celman y Luis Sáenz Peña habían desaparecido de la vida pública y en lasfilas dala unión Cívica
Radical se producían hechos premonitorios de la carrera política de un gran caudillo que afirmaba entonces, a costa del tribunó
Alem, su posición de líder de un movimiento en marcha: Hipólito Yngoyen.

La jefatura de la UCR: litigio Alem-Yrigoyen

Terciaba una nueva fuerza política de alcances aún imprevisibles: el socialismo, y se tomaba conciencia en todos los sectores de
una nueva dimensión de la realidad traducida en la llamada “cuestión social’. El primer número de “El Obrero”, que se erigía
según su director, el ingeniero O. A. Lalleniant—discípulo de Marx y Engels—, en “defensor de lo intereses de la clase proletaria
y órgano dala Federación Obrera” propiciaba desde diciembre del 90 la organización de la “clase obrera” en partido político.
Interpretaba la crisis del 90 como “un episodio en la lucha de la burguesía argentina por el poder, dentro de un proceso
singularizado por la interferencia del capitalismo internacional”.

Los socialistas

Cada sector percibe a su manera, pues, los cambios que se producían en la sociedad argentina. Vsi bien la cuestión social, la
difusión de las doctrinas socialistas y la acción creciente del anarquismo no carecían de vinculación con las rebeliones que
habían sacudido el régimen de los años 90, ¡os notables tenían aún capacidad de maniobra. El incipiente proletariado se aislaba
“en sociedades de resistencia y clubes de extranjeros con infantil desconfianza para quienes no pertenecian a su clase”. Los
radicales—producidas las oscuras pero trascendentes experiencias del 92 y del 93— parecían atrapados por el litigio de la
conducción del movimiento, que se definiría en favor de Yrigoyen, y desde entonces pasarían a la conspiracIón permanente. Los
dirigentes moderados del oficialismo, en el que se habíe incorporado el mitrismo, y los jefes principales del PAN, dejan de ledo
sus rivalidades para recobrar, unidos, el dominio de le situación. Complicaciones internacionales —el conflicto en ciernes con
Chile, especialmente— añaden un nuevo factor de cohesión para una clase dirigente asediada.

En este contexto se explica la intervención decisiva de Carlos Pellegrini cuando expiraba el período presidencial de la fórmula
Sáenz Peña-Uriburu y a raíz de la renuncie de aquél y de la enfermedad de éste queda en el mando un senador, vicepresidente
de la Cámara Alta. Fueron los cien días de Roca, durante los cuales Pellegrini pronunció en el Teatro Odeón una conferencia
expresiva de la “alianza de los notables” propiciando la candidatura presidencial del general Roca.

Dentro del partido (Autonomista Nacional) había que elegir a un ciudadano que tuviera la capacidad del gobierno y títulos a la
consideración nacional, y dentro del grupo de ciudadanos en estas condiciones, buscar a aquel que reuniera mayor suma de
prestigio, mayor suma de voluntades, que van hacia un hombre por razones que ni se explican ni hay el deber de explicar pero
que una vez en el Gobierno le dan el nervio, la iniciativa, la eficacia, sin lo cual el poder es una sombra estéril, algo inútil e
impotente, como un cuerpo sin brazos. Pues bien: entre el grupo de miembros del partido Nacional, con servicios prestados al
país y con la experiencia práctica del gobierno, todos veían, salvo que la pasión pusiese un velo ante sus ojos, destacarse la
figura del general Roca.
Carlos Pellegrini recuerda los laureles del militar desde la conquista del desierto, omite sus propios ágravios, destaca lo que
conviene para un momento en que las relaciones diplomáticas con la República de Chile habían llegado e un punto de peligrosa
tensión, y atiende sólo a la funcionalidad de un candidato para el ejercicio del poder, desde la perspectiva de su partido político
fe los aliados notables. “Roca debe ser presidente —diría Pellegrini a sus amigos—: Sólo él evitará la guerra con Chile y esa
cuestión es más importante que cualquier otro interés del país.” La candidatura de Roca se perfila, pues, por motivos muy
próximos a los que hoy llamaríamos de “seguridad nacional”. Roca era presentado con la oportunidad de lo que se siente
necesario, sIn forzar argumentos en torno de su popularidad. La habilidad y la inteligencia de Pellegrini salvarían, una vez más,
la alianza de los notables.

30. La agonía del Régimen

La vuelta de Roca

La agonía unamuniana del Régimen habría de ser tan larga como su efectiva vigencia. Desde 1880 había soportado tres crisis de
distinta intensidad, pero de parecida importancia, sin computar la de ese mismo año. De tal modo, el llamado Régimen fue
efectivo y estable entre el 80 y el 90. Luchó por sobrevivir entre el 90 y 1910.

La cuestión religiosa no logró producir, entonces, su fractura y la “cuestión social” recién comenzaba a plantearse. La oposición
no había conseguido la cohesión necesaria para birlar a Roca su segunda oportunidad presidencial. En cambio, a fines de 1897
se habían sumado factores favorables para la candidatura del “zorro”, que Pellegrini no desestimó. El poder militar procuraba
recobrar la disciplina alterada por los acontecimientos de 1890, 1892 y 1893. El poder económico confiaba en el buen
administrador de los años 80. El partido, a través de Pellegrini y con el consentimiento del mitrismo, eligió la unidad en torno
del candidato oportuno para enfrentar una cuestión que ocupaba, semana a semana, el primer plano de las preocupaciones
públicas: la cuestión internacional.

El regreso de Julio A. Roca

El funcionamiento de a “máquina partidaria” del PAN y la abstención de la UCR, explica el fácil triunfo de la fórmula Roca-Quimo
en un triste y apático “acto cívico” que fue,más bien, una formalidad consagratoria del único candidato presidencial en
condiciones de triunfar. Vencieron los “perpendiculares” a la política de las “paralelas” que al principio pretendió aliar a los
cívicos mitristas ya los radicales, y que la abstención radical y la incorporación de los líderes mitristas a la opción del PAN
terminó por quebrar.

La vuelta de Roca, doce años después, significaba para el presidente la vigencia del Régimen: Vuelvo doce años después... El
hecho de verificarse interrupción en un período ya largo la transmisión del mando, es por sí solo garantía de estabilidad y
firmeza de nuestras instituciones…

En realidad, la comprobación de Roca revela la existencia de un “sistema” político centralizado y un sistema económico
adecuado a dicha centralización. Ya en 1893 como escribe Femns, la consolidación de la deuda nacional había asestado el
“último golpe a la estructura federal de la política argentina, más mortal que las intervenciones y las arremetidas militares del
pasado”, y un sistema militar en formación que los acontecimientos internacionales estimularon tanto en su poderío como en
su articulación y profesionalización, era un nuevo dato de la realidad.

La centralización del sistema político se tradujo en el incremento del trabajo burocrático yen la gravitación del Estado. En 1898,
el número de ministerios se eleva a ocho, en lugar de los cinco previstos en la organización constitucional. Aumentó
sustancialmente el número de leyes nacionales y creció el presupuesto general en relación con el de las provincias. La política
económica y financiera dio lugar a la aparente superación de la crisis económica que el país soportaba cíclicamente desde 1881
y dos actos legislativos —uno promulgado, el otro frustrado— dieron el tono de la gestión roquista: la leyde conversión y el
proyecto de unificación de la deuda.

Líneas parte de política exterior

La política exterior argentina se inserta, porsu parte, en el contexto que había definido la generación del 8O. En sus
lineamientos fundamentales esa política era consecuente con las creencias, vinculaciones culturales y económicas y
comportamientos políticos de esa generación dirigente. La Argentina tenía, según su parecer, tres opciones: la primera, por
decirlo así, vegetar como un país periférico ccn artesanías primitivas; la segunda, insertarse de la mejor manera posible en el
esquema internacional imperante y convertirse en un eficiente país agroexportador periférico, desarrollando todos sus recursos
para ser “cola de león” en lugar de “cabeza de ratón”; y la tercera, desafiar dicho esquema, y, por su legada tardía a la eclosión
industrial, edificar con enormes sacrificios una industria propia y una cultura relativamente autónoma respecto de la europea,
soslayando la “alineación cultural”.

Con el andar del tiempo y consecuentes con sus ideas y creencias, los sectores dominantes de la generación del 80 se inclinaron
por la segunda de esas opciones. Juan Bautista Alberdi había señalado en su Sistema económico y rentístico de la Confederación
Argentina (aludimos a la edición Besançon, imprenta de José Jacquin, de 1858), qué rumbos debían descartarse. Una política
proteccionista, sostenía, significaba por mucho tiempo “vivir mal, comer mal pan, beber mal vino, vestir ropa mal hecha, usar
muebles grotescos...” Y entonces —según convenía a su política inmigratoria— “qué inmigrante sería tan estoico para venir a
establecerse en un país extranjero en que es preciso llevar vida de perros, con la esperanza de que sus biznietos tengan la gloria
de vivir brillantemente sin depender de la industria extranjera?” Esa hubiera sido, en la opinión de Alberdi, “una independencia
insocial y estúpida de que sólo puede ser capaz el salvaje”. Por otra parte, si os Estados Unidos habían elegido la tercera opción,
era porque tenían aptitudes y, sobre todo, recursos para hacerlo. La Argentina, en cambio, no tenía “fábricas, ni marina, en
cuyo obsequio debamos restringir con prohibiciones y reglamentos la industria y la marina extranjeras”, que nos buscaban por
el vehículo del comercio. Si a eso se añade que para algunos hombres de la generación que entendió culminar algunos de los
postulados alberdianos, los Estados Unidos no constituían un “modelo” atractivo, y que desde Cierta soberbia cultural se
Coincidía con la óptica del viejo patriciado, la politica exterior argentina de los años 80 era Consecuente con lá política interipr
del grupo dirigente y adecuada alas solicitaciones de los Centros internacionales dominantes. De ahí ciertas constantes de la
política internacional de la Argentina de la época, vigente durante los años siguientes: afiliación a la esfera de influencia
europea —especialmente briUnica—; aislamiento respecto de América; desinterés relativo o debilidad de la política territorial.

Dentro de aquéllos lineamientos generales, la política exterior de Roca fue condicionada por el conflicto con Chile.

El conflicto con Chile

Cuando Roca asumió el mando, la crisis parecía inevitable. La presión armamentista crecía en ambos países y se multiplicaban
equívocos motivos de agitación pública. Roca nunca perdió la serenidad. En el 98 decía: Se quiere iniciar para la América el
sistema de la paz armada, que consume a las naciones europeas, las cuales, como los caballeros de la Edad Media, no pueden
moverse casi bajo el peso de sus armas...

Roca se movía, pues, en un terreno que conocía muy bien y en el que procuraba mantener la iniciativa. Partidario de a paz, no
era un pacifista absoluto. Las renuncias del ministro chileno en Buenos Aires, Joaquín Walker Martínez, del perito de esa misma
nacionalidad, Diego Barros Arana y del subsecretario de Relaciones Exteriores Eduardo Phillips —-“tres chilenos que se habían
distinguido por su animadversión a la Argentina”, según Gustavo Ferrari— aliviaron al presidente Errázuriz, básicamente
conciliador. Cumpliendo cláusulas y expresiones precisas de un protocolo firmado entre la Argentina y Chile en 1896, Roca
procuró “advenimientos directos”, seguidos por la firma de dos actas sobre la Puna de Atacama, el 2 de noviembre de 1898,
que confiaban la solución del entredicho territorial y fronterizo respecto de los límites en la zona a una conferencia de notables
y para el caso de que ésta no prosperase, el arbitraje del ministro norteamericano en Buenos Aires. Un encuentro de ambos
presidentes, Roca y Errázuriz, en el estrecho de Magallanes, llevó alivio transitorio a las relaciones entre los vecinos; Roca, al
poco tiempo, viajó al Brasil, en una visita que realizaba en agosto de 1899 y que significaba la búsqueda de apoyos para la
política exterior argentina.

Al mismo tiempo, Bolivia y Perú buscaban la adhesión argentina a su posición en sus litigios con Chile, lo que si bien implicaba la
existencia de aliados potenciales, hacía más complejo el panorama latinoamericano. El proyecto de unificación de la deuda
nacional —gestionado por Tornquist y definido por Pellegrini en el exterior y en el Senado— se vinculaba con el conflicto
internacional en ciernes y con la presión de la carrera armamentista, Aquél llegó hasta el seno de la Segunda Conferencia
Panamericana, según se ha visto, realizada en México desde octubre de 1901 hasta enero de 1902, y en la que el tema central
fue el arbitraje, método de solución de las querellas internacionales que Chile veía con prevención por temor a que se aplicara
retroactivamente y afectara sus conquistas en la guerra del Pacífico, y que la Argentina defendía con ardor, hasta que el torneo
se situó en un punto: “el carácter obligatorio o facultativo del arbitraje”, que acentuó la tensión entre las posiciones de los
vecinos en conflicto en torno de los problemas del Pacífico.

Al borde de la guerra

En 1901 la cuestión fronteriza llevó a los dos países al borde de la guerra. Los aprestos bélicos eran alentados por la prensa y la
opinión pública. Pocos escapaban a la neurosis del ambiente y ésta condicionaba la acción de los políticos, especialmente los
chilenos. A principios de siglo la Marina obtuvo la obligatoriedad de la conscripción. En 1901 se sancionó la Ley Orgánica del
Ejército que establecía por primera vez el servicio militar obligatorio. El artífice de aquélla fue Martín Rivadavia. El de ésta, con
la oposición de Pellegrini, el brillante ministro de Guerra, coronel Ricchieri, hombre de confianza de Roca y primer promedio de
la Escuela Superior de Guerra en Bélgica, considerada entonces la mejor del continente europeo. Mientras el ministro de Guerra
argentino decía contar con armamentos para 300.000 hombres, el jefe del Estado Mayor chileno, general Korrier, consideraba
suficiente armar 150.000. Ambos países adquirieron naves veloces y modernas, procurando la superioridad o, en el mejor de los
supuestos, el equilibrio naval. La carrera armamentista se desarrollaba y se traducía en tonelajes y presupuestos militares.

En Buenos Aires se movilizaron las ciases del 78 y del 79; los polígonos de tiro reclutaron socios y voluntarios y la reacción
contra Chile se difundió, quizá porvez primera, hasta los confines, hallando del otro lado de la cordillera una respuesta
simétrica. Zeballos exponía entonces la tesis intervencionista; Mitre apoyaba a Roca en su temperancia, oponiéndose a la
guerra; pero la opinión pública estaba enardecida y hasta la UCR interrumpió su acción conspirativa “en áreas de la seguridad
nacional”.

Entre la neurosis y la serenidad. Las “dos Influencias”

Cuando todo parecía conducir a un conflicto abierto y la neurosis colectiva calentaba las cabezas y corazones, los más serenos
comprendieron el peligro y los desastres de una guerra y sus consecuencias, proyectadas en el tiempo. En a Argentina había,
según Zeballos, dos “influencias” que predominaban en la dirección suprema del país: una era obvia —Roca—, la otra menos
conocida —el banquero Ernesto Tornquist—. Este actuó contando con los oficios de dos colegas: los Baring, que operaban
tradicionalmente con los argentinos, y los Rothschild, que lo hacían con los chilenos. La mediación inglesa se tradujo así, y fue
importante, aunque no todo se redujo “a un episodio exótico de la pax británica”, Roca designó a Terry, y Riesco—entonces
presidente de Chile— al experimentadojurista Francisco Vergara Donoso para preparar las negociaciones de paz. A elfos debe
añadirse el consejo permanente de Mitre y de Quimo Costa, y de los representantes chilenos Carlos Concha Subercaseaux y
Errázuriz Urmeneta.

Los “Pactos de Mayo”

La acción de todos se sobrepuso a los condicionamientos negativos del ambiente, y permitió que se concretaran los “Pactos de
Mayo”, suscriptos por la Argentina y Chile en Santiago el 28 de Mayo de 1902, Eran cuatro instrumentos: “un Acta preliminar al
tratado de arbitraje, llamada también acta o cláusula del Pacífico, incorporada a dicho tratado pero digna por su importañcia de
ser encarada en forma independiente: un Tratado General de Arbitraje; una Convención sobre Limitación de Armamentos
Navales y un Acta pidiendo el árbitro que nombrara una comisión para fijar en el terreno los deslindes establecidos por la
sentencia, Estos cuatro instrumentos se completaron más adelante con otros dos: un Acte adicional del 10 de julio de 1902, que
aclaraba los Pactos anteriores y un Arreglo para hacer efectiva la equivalencia en las escuadras argentinas y chilena, suscripto el
9 de enero de 1903”.

Con Brasil

La política exterior de Roca no se agotó con la solución del agudo conflicto con Chile —con ser ésa la gestión más ardua e
importante—: definió cuestiones pendientes relativas a los límites con Brasil a través de un Tratado suscripto en 1893 y que
versó sobre la frontera oriental de Misiones; reanudó las relaciones con el Vaticano —rotas durante su primer gobierno—, y
aprobó la Doctrina Drago. La cuestión con el Brasil se vinculaba con la época colonial, cuando España y Portugal acordaron por
los tratados de Madrid en 1750 y de San Ildefonso de 1777 que el límite de esa región pasaría por los ríos Pepiry o Pequiry
Guazú y San Antonio,11 pero la demarcación no llegó a hacerse y surgieron desde entonces problemas que continuaron durante
la época de la Confederación, y que provocaron.el laudo del presidente Cleveland de los Estados Unidos, que falló en favor de la
tesis brasileña (1895). Los gobiernos argentino y brasileño firmaron el 6 de octubre de 1898 un tratado filando los límites de
acuerdo con el laudo, para terminar la demarcación en 1904.

Con el Vaticano

La cuestión con el Vaticano se solucionó en un contexto muy diferente de aquél que provocó la ruptura, y el proceso de
acercamiento fue favorecido por la intervención personal del obispo salesiano monseñor Cagliero, en viale a Roma, y por
procedimientos que durante el pontificado de León XIII culminaron con la designación de un internuncio —SeñorAntonio
Sabatucci—, lo cual permitió decir a Roca en 1903, en su mensaje anual, de la reanudación de las relaciones can la Santa Sede
ydel “cariño paternal” que unía al Sumo Pontífice y a los “católicos argentinos”.

La “Doctrina Drago”

En cuanto a la llamada “Doctrina Drago”, expuesta por el ministro de Relaciones Exteriores que sucedió a Alcorta, se relacionó
con el despliegue de fuerza con que las potencias dominantes de la época apoyaban a sus súbditos cuando se trataba de cobrar
créditos a gobiernos regularmente deudores, táctica consentida por los Estados Unidos. Expuesta por Luis María Drago con la
anuencia de Roca a raíz de! bloqueo y bombardeo de ciudades da Venezuela por escuadras combinadas de Inglaterra, Alemania
e Italia, para imponer el cobro de créditos que tenían casas privadas de esas naciones contra el Estado venezolano, la tesis
argentina, proclamaba la ilegitimidad del cobro compulsivo de deudas públicas por potencias extranjeras. Pronto se convertiría
en una regla jurídica de alcance internacional.

De la política exterior a la cuestión social

La política internacional dio a Roca un factor de triunfo y un escenario para la acción. Pero la situación interna era agitada por la
cuestión social. El año 1902 había sido económicamente crítico. En noviembre quedó paralizado el trabajo en el puerto por
huelga de los estibadores, seguidos por los barraqueros del mercado central y por los conductores de carros.

Ruptura entre el anarquismo y el socialismo

Mientras en el vértice se había desarrollado una lucha por la reconquiste del poder nacional, en la base de la pirámide social
ocurría otro tanto por la conducción de las organizaciones obreras. En la cúspide, la lucha era entre los notables del PAN y del
mitrismo y núcleos menores que formaban una constelación en torno de aquéllos, y los radicales. En los medios obreros e
intelectuales, entre anarquistas y. socialistas, que llegaron a la ruptura ese año de 1902 a raíz del Segundo Congreso de la
Federación Obrera. El anarquismo militante llevaba entonces la delantera. La mayoría de los afiliados a las organizaciones
obreras quedóse con los anarquistas inspirados por Pietro Gori. Las organizaciones obreras se dividen. La FORA queda en manos
de los anarquistas y surge la UGT, conducida por los socialistas)2 El socialismo doctrinario se había difundido merced a la acción
intelectual de Juan B. Justo. Pero el anarquismo, entrado el siglo, había ganado la calle, dando a la situación un tono dramático
que alarmó al sector político dirigente.

Ley de Residencia y estado de sitio

Roca exhumó un proyecto, que en 1899 había presentado Miguel Cané como senador, sobre la residencia de extranjeros. Roca
y su ministro del Interior, Joaquín V. González, deciden propiciarlo como base de la ley 4144, conocida como “de Residencia”,
que autorizaba al Poder Ejecutivo a ordenar la salida del territorio nacional a ‘todo extranjero, por crímenes o delitos de
derecho común” y a disponer la “expulsión” de los extranjeros cuya conducta comprometiese la seguridad nacional o
perturbase el orden público. A esa medida legislativa siguió la declaración del estado de sitio, por ley 4145. Con esos
instrumentos legales en sus manos, Roca organizó la represión. La Capital Federal, las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe
fueron las zonas en las que se localizó la acción punitiva del Estado. Fueron encarcelados o deportados numerosos dirigentes
gremiales. Los conflictos obreros y la acción audaz del anarquismo militante, en el que revistaban personajes —en mayoría
inmigrantes italianos o españoles— dispuestos a usar de cualquier medio para romper el sistema —incluyendo el asesinato y el
terrorismo— alarmaron al gobierno. El proceso no era nuevo, pues tanto el anarquismo como el socialismo venían difundiendo
su prédica y actuando desde el siglo anterior, pero las manifestaciones del fenómeno y su agresividad sorprendieron, y la
reacción, contra lo que se consideraba atentatorio de la seguridad del Estado, del sistema político y del económico, se tradujo
en las leyes citadas y en la represión sistemática del gobierno.

La búsqueda de respuestas adecuadas. González y Pellegrini

La “cuestión social” había sido abordada por los católicos, inspirados en la encíclica Rarum Novarum de León XIII (1891), por los
socialistas, por los anarquistas y por los radicales —aunque éstos reconocieran que su pensamiento en la materia fue deficitario
y su prédica y acción atendió mucho más a la faz agonal de la política—. Más curiosa, por su procedencia, es la atención que
prestan al problema miembros del sector político dirigente. En 1903 el presidente Roca abordó el asunto en su mensaje anual al
Congreso, aludiendo a los movimientos huelguísticos como expresión de un problema que reclamaba la atención del legislador
y como traducción de la acción militante de “elementos extraños” a los verdaderos intereses sociales. Durante el año 1902 se
habían producido 27 huelgas violentas, que a su juicio justificaron las leyes represivas. Se trataba de defender al Estado y de
restablecer “el tráfico comercial”. La exposición del Presidente se adecuaba, pues, a una perspectiva del problema y a una
mentalidad. La Prensa, por ejemplo, denunció a su vez los abusos a que dio lugar la acción represiva apoyada en leyes
cuestionadas y los excesos policiales, que constituían un cuadro de acción que desbordaba las facultades constitucionales
apropiadas para hacer frente a las crisis.

Proyecto de Ley Nacional del Trabajo

Joaquín V. González elaboró un complejo proyecto de Ley Nacional del Trabajo que en 466 artículos pretendía atender a casi
todos los aspectos de la “cuestión social”. El proyecto, enviado al Congreso en 1904, precedido por un fatigoso mensaje del
Poder Ejecutivo, no fue aprobado. Pudo ser porque el “estadista doctrinario de formación europea” que era González vio
impedida su acción política reformista dentro del sistema por una “burguesía capitalista argentina (que) como grupo de presión
e invisible gobierno paralelo impidió todo intento de cambio estructural dentro del régimen tradicional”, O bien, sencillamente,
porque el Proyecto ea según Pellegrini una “olla podrida” en la que había de todo, y abrumé incluso a los pocos que terminaron
de leerlo)3 Duizá sea más apropiada a la realidad esta conclusión que la “teoría conspiratoria” que la otra implica. Las
reacciones fueron diversas: el anarquismo repudió el proyecto; el socialismo de la UGT lo rechazó; el partido Socialista lo aceptó
en general y los sectores dirigentes no parecieron haberlo estudiado en profundidad y sus legisladores no lo aprobaron.

Las ideas sociales de Pellegrini

El pensamiento económico-social de Carlos Pellegrini era entonces tan lúcido como el que inspiraba sus opciones políticas; En La
Nación del 25 de diciembre de 1904 aludirá al doctrinarismo socialista y lo distinguirá de su estrategia de lucha militante: “todos
somos socialistas—dirá—porque sostenemos algún principio de organización social”. Pero no se detendrá en el principismo y a
propósito de un viaje realizado a los Estados Unidos en 1904, tanto a través de cartas a su hermano Ernesto, de un intercambio
epistolar de proyectos, críticas y experiencias con el dirigente laboral norteamericano Carol O. Wright, de artículos publicados
en La Nación en 1904, como de un articulo conteniendo un verdadero proyecto de Organización del Trabajo publicado por
Estanislao S. Zeballos en su revista en 1905, expresa ideas singulares para un hombre de su condición social respecto de tas
causas del malestar obrero y del problema de justicia que debía atenderse a través de una más adecuada organización del
trabajo. Proyecta una nueva forma de relación entre capital y trabajo, distribución de beneficios proporcional al esfuerzo con
que cada parte haya contribuido a la producción de bienes, coparticipación reglamentada en un régimen colectivo de empresa,
puesto que para Pellegrini “capital y trabajo son socios” y no miembros de una relación entre “amo y sirviente”; formación de
“sociedades anónimas de trabajo” y disposiciones que condujesen a la reducción de los conflictos, al mayor beneficio para
todos ya la “respetada dignidad” del trabajador.

La adecuación de Pellegrini a los problemas de coyuntura y estructura de su tiempo explica su vigencia dirigente. Así como
había sido capaz de re- pensarla “cuestión social” y de salvartransitoriamente de la crisis al partido Nacional, denunció en
1902—sesión del 20 de diciembre en el Senado-- la corrupción y el fraude electoral que se hacía mediante registros fraguados
en un noventa por ciento antes de tas elecciones, “en que os círculos ous agentes hacen sus arreglos, asignan el número de
votos, designan los elegidos, todo sin perjuicio de modificarlos y rehacerlos después de la elección, si resulta que en alguna
forma se han equivocado los cálculos o modificado los propósitos”. Fue una de las denuncias más ácidas y concretas contra el
fraude como sistema y un paso decisivo en la actitud de autocrítica de los políticos intelectuales del sector dirigente, prólogo de
las reformas por venir.

La crítica estudiantil

El ambiente universitario seguía entonces un compás análogo. Surgen reacciones contra la “oliarquia académica” y contra el
“positivismo” del 80. Prolegómenos de la reforma se atisban hacia 1903 en la Facultad de Derécho. El propio ministro de Justicia
e instrucción Pública acepta cierta justicia en los planteos estudiantiles y se llega a perfilar un proyecto de reforma universitaria.
Las huelgas estudiantiles, especialmente en la Facultad de Medicina, añaden nuevos factores de perturbación en un ambiente
social decididamente cambiado y tenso.

Una reforma electoral

La crítica de Pellegrini y los procedimientos electorales se hicieron en torno de la reforma de 1902, conocida como del “sistema
uninominal”, que significó la descentralización de los comicios y la división por circunscripciones. Escenarios de comicios serian
desde entonces no sólo os atrios, sino las escuelas ylos centros culturales. Por ese sistema llegó al Congreso, como diputado por
La Boca, un joven socialista: Alfredo L. Palacios. Sancionada en 1902, aplicada en 1904, la reforma seria anulada en 1905 y
sustituida por la “lista única”.

La agonía de un sistema

Las vísperas electorales denunciaron as fisuras del Régimen, la fuerza creciente de a tensión social y la relativa impotencia de la
oposición, disimulada por el comportamiento conspirativo dei radicalismo, al cabo eficaz. Eduardo Wilde hizo uno de sus
regulares ejercicios irónicos para revelar la influencia convergente de tres “notables” que él llamaba la “Trinidad gobernante”:
Pellegrini, Boca y don Bartolo se han tomado la nación por su cuenta y constituyen un Gobierno real con las ventajas de/mando
y sin los desagrados consiguientes (ésos son para mi)...

La “Trinidad gobernante” había dado va casi todo de sí, y con sus virtudes y defectos, había demostrado una curiosa
funcionalidad. La inteligencia empírica de Roca, el equilibrio razonado de Mitre y la lucidez de Pellegrini, se sumaron para salvar
la “subitaneidad del trénsito” y prolongar la agonia de un sistema que permitirla la llegada de un reformador. ‘la en 1888, en
célebre interpelación a Quintana en el Senado, Bernardo de Irigoyen describió el proceso con palabras entonces relativamente
proféticas y asombrosamente modernas: El país ha perdido su sistema político, que es la verdadera basa de estabilidad para las
sociedades modernas...

En rigor, el sistema subsistía entorno de la hegemonía del PAN, pero en éste habían surgido discordias yfacciones. Carlos
Pellegrini se había distanciado definitivamente de Roca a propósito de la cuestión sobre unificación de la deuda interna, pero
también porque había iniciado una crítica sin retorno.

El mitrismo alimentaba al partido Republicano y desde la provincia de Buenos Aires, el gobernador Ugarte organizó los Partidos
Unidos.

El litigio presidencial

Frente a la abstención activa de los radicales, que preparaban una nueva revolución, el litigio por las candidaturas se redujo a
los influyentes de esastres tuerzas. Surgieron al principio tres candidatos: Carlos Pellegrini, por el PAN.; Manuel Quintana, viejo
mitrista, por los Partidos Unidos; y Marco Avellaneda, ministro de Hacienda. Roca anunció que no iba a actuar en el litigio. Pero
de hecho, convocó a una “convención de notables” —hombres que habían ocupado funciones públicas principales— a la que
adhirieron más de 600. El 12 de octubre de 1903 concurrieron, sin embargo, 264, y de esa “convención” salió el nombre del
candidato presidencial oficialista; Manuel Quintana. Roca prefirió a un antiguo adversario, pero seguro conservador actual, para
neutralizar la candidatura de Pellegrini, que vetó. Roca pensaba, quizás, en un segundo retorno, Y Pellegrini representaba un
peligro para su ambición.

El partido Republicano levantó la candidatura de José Evaristo Uriburu para la presidencia y de Guillermo Udaondo para la
vicepresidencia en una convención que celebró casi un mes después de aquella reunión de notables. A partir de ese momento,
sucedieron intrigas y contramarchas y se revelaron intenciones, Quintana era resistido en el PAN Carlos R. Melo escribe que
entonces se pensaba “que el general Roca se había valido de Quintana para destruir la candidatura de Pellegrini, sin perjuicio de
destruir, a su vez, la candidatura Quintana. Estas presunciones tomaron cuerpo cuando el 2 de abril de 1904 un comité de
auspicio de la candidatura presidencial de Marco Avellaneda, presidido por el doctor Luis M. Drago, ofreció al mismo,
formalmente, sucandidatura”.15 Avellaneda aceptó y renunció al ministerio de Hacienda. Sus partidarios se coaflgaron con los
republicanos para restar apoyo a Quintana pero éste contaba con la ayuda del gobernador Ugarte y de los sesenta electores de
Buenos Aires. Roca advirtió la fuerza de Quintana y decidió negociar la vicepresidencia en favor de Avellaneda, descontando el
fracaso de Quintana como futuro presidente. Marco Avellaneda lo denunció al renunciar a su candidatura, amargado por los
cambios de frente presidenciales y por el “manoseo” de su nombre, en carta que dirigió a Drago. Y Roca se vio en la necesidad
de pactar con Quintana, Ugarte y el senador Villanueva, aceptando el candidato vicepresidencial indicado por Quintana: el
senador nacional por Córdoba, José Figueroa Alcorta.

Figueroa Alcorta: hacia la transición política

Quintana y la revolución radical de 1905

Los comicios presidenciales del 10 de abril de 1904, fieles a las prácticas del régimen, homologaron la fórmula presidencial.
Quintana y Figueroa Alcorta asumieron el gobierno. El nuevo presidente, “dogmático y estoico ante el deber” según Carlos
Ibarguren, se declaró democrático, inclinado a la formación de “partidos orgánicos”, y por fin “conservador por temperamento
y por pdncipios”. A los setenta años de edad mantenía el temple de la década del 90, cuando debió resistir los embates
radicales desde el gabinete de Luis Sáenz Peña, y venía decidido a “imponer orden”, refiriéndose con benevolencia al “programa
mínimo” del partido Socialista mientras no afectase la Constitución, reconociese la “preeminencia del Estado y mientras se
detenga ante la proC piedad, la familia y la herencia”. Con Quintana el país vivió “un segundo auge económico, que duró de
1904 a 1912, y revivió la inmigración en la Argentina”,” Tanto fue así que la inmigración neta casi duplicó la de los años 80.
Entre 1904 y 1913 la población argentina se vió aumentada por un millón y medio de europeos. El censo de 1914 mostró una
Argentina de 8.000.000 de habitantes, de los cuales la tercera parte había nacido, en el extranjero. La Argentina moderna
estaba, pues, en plena evolución política, económica y social.

Quintana se aprestó a cumplir un programa que le venía dado con un gabinete fiel a sus propósitos. Terry aseguró desde
Hacienda una conducción financiera ortodoxa. Joaquín V. González trabajó para ordenar el sistema educativo y la ley 4699
aprobaría el convenio con la provincia de Suenas Aires sobre el establecimiento de la Universidad de La Plata que presidiría más
adelante el mismo González. Las obras públicas se alentaron, especialmente las portuarias, mejorándose los puertos
comerciales de Bahía Blanca y Quequén y resolviéndose la construcción del de Mar del Plata, de acuerdo con indicaciones de la
Marina.” De todos mados, la breve gestión de Quintana se vería alterada muy pronto por la conspiración radical de 1905. Un
“manifiesto” del 4 de febrero afirmaba:

La República ha tolerado silenciosa (estos) excesos án horas de incertidumbre, ante el peligro de complicaciones
internacionales, Ile vando la abnegación hasta el sacrificio, en homenaje a su solidaridad y con la esperanza de ver cumplida la
promesa tantas veces reiterada de una nación espontánea, que eliminare la necesidad de una nueva conmoción revolucionaria.

Era el estilo y el lenguaje do Hipólito Yrigoyen quien manejaba los hilos de la conspiración, por otra parte conocida portodos y
seguida con cierta facilidad por la policía. Era “el spcreto de Polichinela”, según Carlos Rodríguez Larreta, confiado en el apoyo
militar, pues muchos de sus jefes fueron entrevistados por el propio Yrigoyen en los lugares más insólitos: desde su propio
domicilio de la calle Brasil 1039 hasta al hall del Banco de Londres y Río de la Plata o los bancos de plaza Italia. Aparentemente,
la revolución no podía fracasar, tantos eran los comprometidos y tan importantes eran los centros urbanos y militares que so
confiaba caerían en manos de los revolucionarios y los sublevados en los momentos iniciales del movimiento. Sólo que el jefe
de Policía Rosendo M. Fraga sabía tan bien como los conspiradores la hora dala revolucion y los cantones estratégicos que
aquéllos intentarían conquistar. Quintana recibía desde informaciones militares y policiales, hasta esquelas anónimas de
“esposas y madres afligidas” que le advertían sobre la revolución inminente. La revolución estalla el 4 de febrero en la Capital,
Córdoba, Mendoza, Rosario y Bahía Blanca. Entre lo dramático y lo pintoresco: los sublevados ocupan algunas comisarías,
laBibliotaca Nacional y la revista “Caras y Caretas”. No perece que fuera suficiente para vencer a las fuerzas gubernistas a un
presidente como Quintana custodiado —esta vez— por el mayor José Félix Uriburu, que otrora conspirara con los
revolucionarios del Parque, al mando del 80 de Caballería, y por un ministro de Guerra que se instala personalmente en el
Arsenal. Quintana da órdenes de este tenor: “Dígale en mi nombre (al ministro de Guerra) que a cualquier jefe u oficial del
Ejército que tome sublevado, con las armas en la mano, lo fusile inmediatamente bajo mi responsabilidad.” La cosa no terminó
ahí. En las provincias a revolución continuaba, mientras en la Capital había terminado. Los revolucionarios llegaron a tomar
como rehén al propio vicepresidente Figueroa Alcorta, en Córdoba, y éste fue forzado a comunicarse con el presidente para
interceder en favor de la apertura de negociaciones y del perdón a los sediciosos para terminar la lucha. La respuesta de
Quintana ftie rotunda: respondió al vicepresidente que se negaba a pactar y calificó al movimiento como un “motín de cuartel’.
Los revolucionarios habían secuestrado a Figueroa Alcorta, a Beazley, a Julio A. Roca (h.) y a otros personajes que confiaban
jugar como cartas de triunfo para rendir al presidente. Este confesó que pasaba por un “cruel momento”, pero se mantuvo
firme en la negativa de abrir negociaciones, redujo la “revolución” a un “motín” y ordenó al general Lorenzo Vintter atacar el
foco rebelde de Córdoba reclamando “el sometimiento absoluto y discrecional de los autores y cómplices del movimiento”. La
actitud resuelta de Quintana fue decisiva. Los revolucionarios quedaron perplejos y la conspiración se deshizo en mucho menos
tiempo que lo que llevó articularla. Hipólito ‘Irigoyen se refugió en la casa de su hermana Marcelina, luego en una casa vecina y,
por fin, se entregó a la Justicia haciéndose responsable dolos acontecimientos. El “duro” Quintana había triunfado y
contragolpeó con el estado de sitio.

Muerte de Quintana y presidencia de Figueroa Alcorta

En agosto, un anarquista español de 23 años intentó matar al presidente, que iba en coche de caballos por la calle Santa Fe
hacia el sur El proyectil no salió y Quintana salvó su vida. Pero el 12 de marzo de 1906 falleció. Había gobernado diecisiete
meses.

El viejo porteño mitrista dejó su lugaral joven cordobés de 46 años, Figueroa Alcorta, con más de veinte años de carrera política,
antiguo simpatizante del “modernismo” que encabezara Roque Sáenz Peña. Recibió el poder en un medio político en el que se
mezclaban la presión conspirativa del radicalismo con las pretensiones de Roca por un tercer período presidencial; la presencia
nuevamente activa de Carlos Pellegrini alirente de los autonomistas, y la constante de Marcelino Ugarte desde la provincia de
Buenos Aires. Entre la UCR, el PAN controlado por Roca, el Autonomismo por Pellegrini, el partido Republicano por Emilio Mitre
y los partidos Unidos acaudillados por Ugarte, el presidente produjo un cambio político importante al formar su gabinete con
hombres que representaban una coalición de autonomistas y republicanos. El apoyo de Pellegrini significaba un anuncio
premonitorio de profundas reformas políticos, sugeridas a propósito del debate sobre el proyecto de ley de amnistía de los
revolucionarios de 1905 que el Presidente envió al Congreso. En el Senado, Pellegrini dijo cosas como éstas: ¿Cuál es la
autoridad que podríamos invocar para dar estas leyes de perdón? ¿Quién perdona a quién? ¿Quién nos perdonará a nosotros?
¿Es acaso cobijando todas las oligarquías y aprobando todos los fraudes ytodas las violencias? ¿Es acaso arrebatando al pueblo
sus derechos y cerrando las puertas a toda reclamación?

Muerte de Carlos Pellegrini y de Bartolomé Mitre

En enero de 1906 murió Bartolomé Mitre yen julio Carlos Pellegrini. Fue un golpe demoledor para la “alianza de los notables,
que sacudió al presidente y dejó un vacío que la “oligarquía” no pudo reemplazar. Dijo bien Figueroa Alcorta, en su discurso de
despedida de los despojos de Pellegrini: “Ha caído el más fuerte”...

Desde Córdoba, el roquismo se aprestó para la lucha por la sucesión cuando desapareció Pellegrini d? la arena política. La “junta
del amén”, como se denominaba entonces a los incondicionales del general Roca, recibió con alegría el retorno de éste de
Europa en 1907.

Un presidente “bloqueado”

Figueroa Alcorta, sin Pellegrini, perdió el apoyo de los autonomistas y, luego, de los republicanos. Pudo entregarse a Roca y las
oligarquias provinciales, intentar la restauración de una coalición propia o avanzar en reformas institucionales audaces, sobre
todo en torno al sufragio y el sistema electoral. El presidente vaciló, Los republicanos la apoyaban aún con reservas, y Ugarte le
prestaría algún sustento mientras viese que la situación podía redituarle la candidatura presidencial. Figueroa Alcorta se lanzó
entonces a reconquistar las situaciones provinciales, en su mayoría dominadas por oligarquías roquistas. El intento era casi
desesperado y sacudiría las situaciones provinciales conmoviendo al interior. Estallaron conflictos en Mendoza, en Salta, en San
Juan, en San Luis. El procedimiento de las intervenciones federales era propuesto y aplicado casi a discreción. Pero un conflicto
en Corrientes produjo la renuncia del ministro del Interior Montes de Oca y la designación en su lugar de Marco Avellaneda, lo
que implicaba un desafío a Roca. La cuestión correntina situó a los republicanos en la oposición, rompió la coalición y dejó el
Congreso a merced de los adversarios de Figueroa Alcorta.

El presidente estaba bloqueado por una Legislatura que le negaba recursos y apenas trataba los asuntos pendientes, y se negó a
brindarle el presupuesto para 1908 a pesar de hallarse reunida en sesiones extraordinarias, Fue entonces cuando Figueroa
Alcorta convenció a sus ministros y adoptó una medida sorpresiva: clausuró las sesiones del Congreso. Este hecho provocó la
reacción de los ugartistas, los roquistas y los republicanos, que desconocieron la decisión presidencial. El presidente siguió
adelante: hizo amartelar las tropas, y ordenó al jefe de policía, coronel Ramón L Falcón, la ocupación del edificio del Congreso.
Los congresistas no pudieron entrar. La lucha quedó planteada, y desde entonces Roca, Ugarte y Emilio Mitre procuraron la
asfixia política del presidente.

La victoria política de Figeroa Alcorta

El presidente tomó por el atajo de dominar las situaciones provinciales. Conocía las oligarquias del interior. Sabía que si
neutralizaba a los líderes opositores, aquéllas aceptarían la dirección política presidencial mientras se les asegurase cierta
continuidad. Los que no se sometieron padecieron cambios. Seis constituciones provinciales, incluso, fueron modificadas
durante el período presidencial de Figueroa Alcorta.
Dentro de los lineamientos habituales de la política económica, la situación del país era, en ese orden, próspera. Ganadería y
agricultura dominaban el panorama económico, multiplicadas las áreas cultivadas —que hacia 1910 llegarían a los 19 millones
de hectáreas—y las cabezas de ganado.

Prosperidad económica y presión político-social

Un censo industrial realizado en 1908-1909 demostró la importancia adquirida por las industrias transformadoras, de materias
primas: casi 32 mil talleres y establecimientos manufactureros y fabriles ocupaban a cerca da 330.000 obreros. La producción se
estimaba en casi mil trescientos millones de pesos. El 35% de las industrias estaba situado en la Capital Federal, donde
trabajaba la tercera parte de los obreros censados y cubría el 45% de la producción anual. El comercio exterior dejaba saldos
favorables y le moneda argentina era fuerte en el extranjero. Buenos Aires era, asimismo, la provincia más poblada del país, con
más de un millón y medio de habitantes, seguida por Santa Fe con más de ochocientos mil, Córdoba con seiscientos treinta mil,
y Entre Ríos, con más de cuatrocientos mil. El Litoral y la “Pampa húmeda” seguían creciendo, pues, y multiplicando su riqueza.
La dualidad regional argentina se acentuaba, mientras el desarrollo urbano de la ciudad de Buenos Aires absorbía la mayor
parte de la población rovincial, con casi 1380.000 habitantes hacia 1910.

La sucesión presidencial

Prosperidad económic, buena conducción educativa, una política exterior consolidada en sus cursos tradicionales, pese a
conflictos con Uruguay, Brasil y Bolivia. Y al propio tiempo, presión social creciente, conflictos y hostigamiento político y el
prematuro renacimiento del tema de la sucesión presidencial.

El presidente usó todos los recursos que su papel le permitió. A la técnica de las oligarquías políticas nacionales y provinciales
respondió frente al desafio de las circunstancias, con técnicas similares. Creía en la necesidad de la reforma política e
institucional que canalizara las presiones del contorno, pero comprendía que debía optar, apremiado por el tiempo y las
circunstancias, entre atacar en todos los frentes a la vez o consolidar el poder presidencial para asegurar la sucesión. Eligió este
último camino, destruyó el poder de Rtca en las provincias, y el de Ugarte en Buenos Aíres. El fallecimiento de Emilio Mitre, en
mayo de 1909, dejó casi inerme al partido Republicano.

La candidatura de un reformador. La Unión Nacional

Un mes después, un núcleo político encabezado por Ricardo Lavalle auspició la candidatura de Roque Sáenz Peña. En torno de
éste se formó una nueva fuerza política: la Unión Nacional, El candidato, apoyado por el presidente, sugirió el nombre que lo
debía acompañar en la fórmula: Victorino de la Plaza, entonces ministro de Relaciones Exteriores.

Entre 1906 y 1910 se había desmantelado la estructura política de las fuerzas tradicionales. No sólo por la acción deliberada de
Figueroa Alcorta, sino porque antes de que ésta se hiciera sentir en el ámbito nacional y en las situaciones provinciales, los
cuadros de los notables quedaron raleados por muertes ilustres. El año de 1906 fue, en ese sentido, trágico: en enero falleció
Bartolomé Mitre, en febrero Francisco Uriburu, en marzo el presidente Quintana, en julio Pellegrini y en diciembre Bernardo de
Irigoyen. Tres años más tarde, murió Emilio Mitre.

La Unión Cívica

La oposición se reunió en torno de una candidatura de transacción: Guillermo Udaondo, presidente de la junta del gobierno del
partido Republicano y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires. Fuertes en esta provincia y con apoyo en la ciudad de
Buenos Aires, los cívicos no lograron extendar su influencia a las provincias. Mientras tanto, la UCR resolvió, al filo de 1909, la
abstención luego que el presidente se negara a satisfacer una petición formal de reforma electoral por falta de tiempo para
elaborarla e implementarla. El cotejo por la presidencia parecía librado, pues, a una contienda entre los candidatos de la Unión
Nacional y de la Unión Cívica, pero un comicio para electores de un senador nacional ocurrido el 6 de marzo de 1910 —una
semana antes de la elección nacional— dio el triunfo a la Unión Nacional, y los cívicos denunciaron que su derrota fue
consecuencia del fraude y la coacción del oficialismo. Contra la voluntad de la mayoría de sus seguidores y de la juventud del
partido, sus dirigentes decretaron la abstención para los comicios del 13 de marzo de 1910. Sin adversarios, el triunfo de la
Unión Nacional fue absoluto.

Triunfo de Sáenz Peña: una nueva época

El Congreso proclamó presidente a Roque Sáenz Peña y vicepresidente a Victorino de la Plaza para el período 1910-1916.

Figueroa Alcorta había usado los mecanismos del régimen para apurar su agonía. La “sociedad de los notables” había llegado a
su fin, y con ella, la capacidad de los líderes para conducir el proceso más allá de las crisis de coyuntura. La nueva “sociedaÜ de
masas” dejaba atrás la “Argentina de los notables” para dar lugar a la transición hacia la “Argentina de los partidos”. Esta
suponía la necesidad de apoyo popular Los sobrevivientes del Régimen —Roca, Ugarte— carecían de él. La acción de Figueroa
Alcorta sobre las oligarquías provinciales los privó de sus centros de poder El radicalismo, conducido por un extraño líder,
adecuado a los nuevos tiempos y a la nueva sociedad, vería llegar el momento político para la acción pública competitiva, Había
llegado la hora de los reformadores y la labor difícil de la transición deliberada. Para ese quehacer se aprestó Roque Sáenz Peña.
Su mensaje al magistrado saliente cuando le entregó el mando el 12 de octubre de1910 contenía la evaluación de una difícil
gestión y el perfil de su actitud futura: Os ha tocado un gobierno de defensa, de renovación y de lucha, lucha tanto más
patriótica cuanto más ingrata, porque es penosa función cambiar regímenes que significan influencias, y desconocer influencias
que representan regímenes. Si no había dicho todo, había sugerido lo necesario.

La Argentina moderna

La argentina de los partidos (1906-1928)

31. Los nuevos rumbos


El contexto internacional

“Es verdad que no hay ningún trazo firme y claro que separe el período ‘contemporáneo’ del llamado ‘moderno’.” Pero si bien
el nuevo mundo “creció y maduró a la sombra del viejo”, se pueden advertir los primeros síntomas de su nacimiento alrededor
de fines del siglo XIX.’ En esto casi todos los pensadores están de acuerdo. Hacia 1918 ese nuevo mundo ha nacido ya. De todos
modos, las divisiones de la historia del hombre son conceptuales. Dependen de la perspectiva del que las formula y, a menudo,
de la cultura desde donde se las formula. Para un indio como K. M. Pannikar, la historia moderna, que asocia con la dominación
occidental, comenzó en 1498 y terminó en 194]. Para un argentino, la Argentina moderna fue concebida por los ideólogos de
1837 y hacia 1870 estaba en marcha. En 1930 habría muerto, para dar lugar a la Argentina contemporánea. Todavía es posible
formular otro intento de periodización, que es el que preside este ensayo: la historia realmente contemporánea de la Argentina
comenzó después de la experiencia peronista. No hubo allí una frontera meramente cronológica señalada por un cambio
político violento, sino un cambio cualitativo a partir del epílogo de un proceso de incorporación social y política aún
invertebrado.

Mucho antes, sin embargo, hubo un año clave en torno del cual el mundo comenzó a definir nuevos rumbos: 1890. Los nuevos
rumbos fueron señalados por la Revolución Industrial y social de fines del siglo XIX y por el “nuevo imperialismo” que tomaba
forma entonces. Ninguno de los cambios fue decisivo por sí solo. Lo decisivo fue su confluencia, como señala Barraclough. La
guerra de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dramatismo a sus contemporáneos, pero fue seguida por un afán
conservador e ilusorio de restauración: el de volver a la “nórmalidad” anterior a Ja Gran Guerra. Los movimientos sociales
trastornaban muchas situaciones nacionales y habían cuestionado desde antes de la guerra aquella presunta edad de oro, pero
se iban a hacer agresivos cuando se integrasen con ideologías que habrían de difundirse con una rapidez hasta entonces
desconocida. Así aconteció con la democracia de masas y con el desafío a los valores liberales, que envolvían cambios
cualitativos respecto de los procesos y contiendas anteriores y no una continuación de las viejas querellas.

Casitodo eso comenzó a fermentar hacia 1890, y por lo tanto no es atribuible solamente a problemas nacionales que esa fecha
haya sido crítica para varios países latinoamericanos, incluida la Argentina.

Hacia fines de siglo había cambiado también la vida cotidiana. El hombre del 900 parece más cerca del actual que de sus
pañentes de 1870. Incluso las grandes metrópolis se habían multiplicado. No eran sólo París y Londres, como a mediados del
siglo pasado, sino Berlín, Moscú, Viena,.Nueva York, Chicago, Río de Janeiro, Tokio... Buenos Aires. El mundo se integraba
mientras las tensiones y conflictos se difundían, parecían relativamente próximos y avanzaba el nuevo imperialismo que
embarcaba a las potencias europeas, pero también a los Estados Unidos de América y al Japón.

El “nuevo imperialismo”

La idea imperial servía para la racionalización del dominio de las potencias principales. Los que padecían la política imperial
sabían de su crudeza y cinismo. Los que la formulaban, como J. Chamberlain, tenían la visión del imperio como una “gran
república comercial” y como una “unidad económica”, con sus fábricas en Inglaterra y sus granjas en ultramar. Sin embargo, un
imperio es al cabo un gran sistema polftico y económico, cultural e ideológico, como se vio en la formidable experiencia
española. En un sistema imperial surgen problemas cuando se trata de conciliar los intereses de la metrópoli con los de las
colonias o dominios. El centro de gravedad del mundo de habla inglesa se desplazaba hacia Estados Unidos de America. El factor
demográfico parecía favorecer a los pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos. Se arraigaba a la creencia en el “peIigro
amarillo”, sobre todo cuando Japón derrota a Rusia en 1905.

Hacia la “democracia de masas”

El mundo presenciaba la aparición del “hombre prometeico” y la “rebelión de las masas” se esbozaba como un fenómeno
propio de los nuevo.s tiempos. Por un lado, la democracia se ampliará y se convertirá en un concepto legitimador de los
regímenes políticos. Por el otro, las revoluciones del nuevo siglo se caracterizarán tanto por la técnica en la toma del poder,
fundada en la utilización de las masas, en el cultivo de las emociones y de las lealtades colectivas, cuanto por ser casi siempre
terroristas y policiales: se avecinan revoluciones estatistas, autoritarias y, por su lógica interna, totalitarias. Se traducirán en el
bolchevismo ruso, en el nazismo alemán y, en menor medida, en el fascismo italiano. Al lado de ellas, el franquismo parecerá un
‘pronunciamiento tradicional” con dimensiones de una guerra civil.

La generalización del sufragio

Un hecho casi universal se difunde traduciendo en parte la masificación democrática: la agonía de la sociedad de los notables
tendrá su epílogo con la generalización del sufragio. Hecho consumado en el Imperio alemán y en la República francesa desde
1871; en Suiza 1874; en España en 1890; en Bélgica en 1893; en Holanda en 1896; en Noruega en 1818; en Italia en 1912; y
ampliado en Gran Bretaña en 1918, que diez años más tarde incluía a las mujeres. Estados Unidosde América lo había
introducido para los varones entre 1820 y 1840 en todo el territorio, y en 1920 lo había extendido a las mujeres. Era una
transformación importante, potencialmente revolucionaria. Fue una sutil manera de romper con buena parte del pasado e hizo
necesarios cambios en las organizaciones políticas. Esos factores no se dieron a un tiempo ni en todos lados; tampoco dejaron
de enfrentar resistencia, incluso de sus presuntos beneficiarios —como los sectores medios, tradicionalmente individualistas—,
ni dejó de operar lo que entre 1911 y 1915 un joven sociólogo alemán —Robert Michels— llamó la “ley de hierro de la
oligarquia”.4 Esos no fueron, por cierto, los únicos datos indicativos de los nuevos rumbos. “Profetas” como Nietzsche hacia
1890 se habían convertido en genios inspiradores de las nuevas generaciones europeas: “¿Quieres una palabra para designar
este mundo? ¿Una solución a todos sus enigmas? “este mundo es la voluntad de poder, y nada más.

Cuando comenzaba el siglo XX, pues, poco quedaba del optimismo sin sombras o de la creencia en el progreso como sentido
implacable de la historia, tal como lo habían entendido generaciones precedentes.

La guerra europea y América latina


“Se iba a la guerra como quien se zambulle en lo desconocido.” El desorden mundial se había hecho incontrolable y en 1914 los
dirigentes demostraron—vista la cuestión retrospectivamente— no tener idea clara del significado de südecisiones ni del
peligro implícito en la exasperación nacionalista. Creyeron en una guerra corta. Duró cuatro años terribles. Sabían que iba a ser
sangrienta, pero nadie previó que costaría la vida a ocho millones y medio de hombres. La guerra llegó sin que los dirigentes
políticos supieran exactamente cuáles eran los objetivos que satisfarían ni los costos de una contienda. Y cuando los políticos no
conducen la política internacional, ésta pasa a depender de los estrategas militares y de los intereses económicos. Cuando la
diplomacia fracasó, el pensamiento de los dirigentes militares se orientó hacia las formas de la guerra. Como señala Duroselle,
los estrategas abrieron tres opciones: la ruptura, el desgaste y la diversión. La primera era el ideal de los jefes militares pero,
dos años después, en 1916, la batalla de Verdún orientó a los jefes alemanes hacia la estrategia del desgaste. Los enemigos
usaron la de la diversión, pero además rehabilitaron los recursos de la diplomacia: Japón ingresa en la guerra de 1914,
dirigiéndose a la conquista de las colonias alemanas del Pacífico; Italia se incorpora a la Entente en 1915, Rumania en 1916,
Portugal en 1917; Grecia, China yvarias repúblicas latinoamericanas en los meses siguientes. La guerra se abrió en numerosos
frentes y al llegar el año 1918 los jefes alemanes percibieron el estado de agotamiento de sus ejércitos y el peligro de ruptura
que los amenazaba. De ahíla proposición de Rindeburg y Ludendorff al emperador Guillermo II para que abriera negociaciones
hacia un armisticio con el fin de reponer sus lineas. El emperador no se dirigió a los Aliados, sino al presidente norteamericano
Wilson, pero éste tenía su propia teoría sobre la pandilla militar que había llevado a la guerra al pueblo alemán y respondió con
energía, acosando a los alemanes hasta llevarlos a una “paz de compromiso”.

Los acontecimientos militares y las adhesiones ideológicas atraían la atención de la mayoría, mientras discurrían procesos que
tendrían influencia en regiones alejadas de los campos de batalla. La relación de fuerzas entre los beligerantes —desde el
momento en que comenzó a avizorarse una guerra larga— pasó a depender tanto del nivel de los efectivos militares cuanto de
la capacidad de producción industrial, de las estructuras sociales y del estado moral de los países en guerra. A su vez, la
prolongación del conflicto comenzó a comprometer a los intereses económicos y a movilizar la atención de Estados hasta
entonces neutrales.

Decadencia del influjo europeo y crecimiento del estadounidense en América latina

Las perspectivas mundiales se fueron haciendo complejas, sobre todo porque junto con la guerra militar jugaba un papel cada
vez más relevante la guerra económica, que lesionaba los intereses del Estado neutral más poderoso: los EE.UU. Estos
condujeron su política exterior hacia la articulación sólida del panamericanismo, del que esperaban beneficios para “la
influencia política, económica y financiera de los Estados Unidos”.

El proyecto no halló resistencias serias en América central, pero sí en México y en América del Sur. Las resistencias políticas se
apoyaban en la influencia subsistente de intereses económicos europeos, especialmente ingleses, y en un factor que
indirectamente .las favorecía: las convicciones todavía pacifistas del americano medio. Ese panorama se modificó
sustancialmente cuando las perspectivas de una guerra larga fueron claras para todos. Gran Bretaña y Francia acudieron al
mercado americano —Alemania estaba paralizada por el bloqueo— por armamentos, petróleo y productos alimenticios. Eso
comenzó a notarse en octubre de 1914 y a crecer mes a mes. “Las grandes bancas americanas estimaron necesario abrir
créditos a los europeos —señala Renouvin— para permitirles efectuar esas compras y para evitar que dirigiesen parte de sus
pedidos a otros mercados —Canadá, Australia, Argentina...— Los europeos no podían seguir pagando al contado. Estados
Unidos de América tendía lazos financieros con los beligerantes y se convertía en proveedor y en acreedor de aquéllos. Su
política de neutralidad ya no era —no podía seguir siendo— imparcial. Incluso, la cuestión dele “libertad de los mares” habría
de adquirir, desde entonces, otra dimensión. Conforme se prolongaba la guerra, la influencia europea en China, Asia occidental
y América latina, se fue debilitando en beneficio de los Estados Unidos. Esta es, sin duda, una de las primeras consecuencias de
le Primera Guerra que interesa directamente a la mejor ubicación dele política argentina—sus relativas virtudes, sus
frustraciones y sus condicionamientos en el tránsito hacia su historia contemporánea.

Repercusión de la guerra en América

En rigor, la guerra europea tuvo consecuencias decisivas en la región latinoamericana sobre todo en el orden económico y
financiero. Los Estados americanos desarrollaban sus exportaciones a causa de los pedidos crecientes de los compradores
europeos. La Argentina era, sin discusión, “la gran proveedora de Europa Occidental”. Pero con el transcurso de la guerra las
importaciones latinoamericanas en relación con Europa decrecieron, y los Estados Unidos fueron ocupando el lugar que los
beligerantes dejaban. La guerra europea daba impulso a la vida económica estadounidense y afectaba la influencia europea en
el mundo. Cuando el esfuerzo militar debilitaba a los beligerantes —hacia 1916 esto era claro— comenzó a operarse un cambio
entre los dirigentes y la opinión pública norteamericana respecto de la guerra. Entre las causas de ese cambio no fue
desdeñable la decisión alemana de reanudar la guerra submarina sin restricciones. Como las relaciones comerciales
internacionales estaban vinculadas con la libertad de los mares y con la financiación de las exportaciones, era previsible que la
estrategia alemaná de la guerra submarina a ultranza inquietare a los productores industriales y agrícolas y al comercio de
exportación, y que estos sectores presionaran para cambiar el concepto de neutralidad. La presión en los Estados Unidos fue
favorecida por la simpatía de los intelectuales y los políticos hacia le cause dele Entente y su antipatía hacia Alemania, que
enajenó el apoyo intelectual americano, después de violarla neutralidad belga en agosto de 1914. Esas tendencias eran
resistidas, sin embargo, por la importante minoría numérica germano-norteamericana —casi cuatro millones—, por los
irlandeses —que superaban esa cifra—, y por polacos y judíos victimas del nacionalismo ruso y del régimen zarista. Sin
embargo, la gran masa de la población norteamericana permaneció ajena a la posibilidad de intervención en la guerra, hasta la
decisión de los alemanes respecto a la guerra submarina, y un episodio —el del “telegrama Zirnmermann”— por el que se
descubrió la intención alemana de apoyar a México en sus reivindicaciones territoriales contra Estados Unidos de América si
éstos entraban en la guerra.

1917: los EE. UU. entran en la guerra. La revolución rusa

Los intereses económicos y el sentimiento del honor nacional y del prestigio norteamericano, convergieron rápidamente y
cambiaron el sentido de la opinión pública estadounidense. Ahora, ésta estaba madura para la intervención y el 2 de abril de
1917 Wilson anunció que Estados Unidos entraría en la guerra con todas sus tuerzas. La mayoría de los países latinoamericanos
adhirió a esa decisión, El rumbo dele guerra había cambiado. Las perspectivas militares de largo plazo favorecían a la Entente.
Los americanos dispondrían de un millón de soldados en 1918; de dos millones en 1919 y de un formidable apoyo industrial. El
desesperado gesto alemán de favorecer la crisis interna de Rusia ayudando a Lenin para que se trasladase desde Suiza,
atravesando el territorio alemán para ponerse a la cabeza de la revolución contra el zarismo y, sobre todo de un movimiento
que aparecía como pacifista, no fue suficiente para neutralizar la importante decisión norteamericana. Antes de finalizar la
guerra, Wilson definía su programa de paz en el mensaje del 8 de enero de 1918, en sus famosos Catorce puntos, que contenían
por lo menos tres ideas esenciales: la intención de asegurarla absoluta libertad de la navegación marítima; el deseo de resolver
los litigios territoriales sobre la base del principio de las nacionalidades; el establecimiento de una Sociedad de Naciones que
diese a todos los Estados, grandes o pequeños, garantías mutuas de independencia política e integridad territorial,1t En agosto,
después dele batalla de Montdidier, Ludendorff consideraba perdida la guerra, mientras la revolución de octubre de 1917 había
derribado al gobierno ruso gracias a a neutralidad del ejército, que no quería, según el general Cheremissov, quela lucha política
lo “rozara”. La guerra había puesto en cuestión no sólo la influencia ultramarina de Europa, sino la suerte de los imperialismos
europeos en todo el mundo. La herencia de la guerra dominaría las relaciones internacionales de la década de los 20, hasta el
“crac” del 29. Recién al comenzar esa década se difundieron los signos de recuperación económica, pero se acentuó la
diferencia entre la rapidez del desarrollo industrial y la prosperidad de los Estados Unidos de América respecto del resto del
mundo.

La psicología colectiva

A su vez, el contexto internacional reveló nuevos y sutiles condicionamientos. Por ejemplo, en las actitudes colectivas hacia las
formas de Estado existentes. Las máquinas politicas no andaban bien en la Alemania de la Constitución de Weimar, ni en
Francia, donde se sucedían las crisis parlamentarias, nLen la misma Gran Bretaña, donde el Parlamento cedía atribuciones al
Ejcutivo. La psicologia colectiva se sintió agredida por los apremios de la posguerra y la ineficacia delos sistemas políticos, según
los percibían. Y lo que sería al cabo más importante, no había ya armonía entre la sociedad política y/a sociedad económica.

Pocisión internacional de America latina

América latina fue transitada por las nuevas ideologías militantes y por los factores que influyeron en su posición internacional.
En América Central, los Estados Unidos mantenían sólidos intereses. En América del Sur, terminada la guerra, los esfuerzos
europeos por recuperar posiciones demostraban que, aunque debilitada, la influencia de Europa no había desaparecido. El
aumento sustancial de las inversiones norteamericanas en América latina entre 1918 y 1928 es un indicador insoslayable. La
penetración económica norteamericana buscaba la mejorfórmula para proyectarse en las relaciones políticas. En América
Central continuaba la llamada diplomacia de/dólar Pero en América del Sur, donde no era posible aplicar sin serias resistencias
métodos como el del cuasi protectorado, usado en Cuba en 1901, la formulación de una nueva política panamericanista que se
conciliára con la intención norteamericana de intervenir allí donde su prestigio, poder o seguridad —e incluso intereses
económicos de sus nacionalidades— fueran afectados se hizo difícil. ‘Los rece/os más vivos fueron los de la Argentina —
interpreta el propio Renouvin— porque los dirigentes medios de la vida económica, conservaban allí una orientación europea, y
también porque los inmigrantes italianos no eran sensibles a ras excelencias de la civilización norteamericana.,.” La observación
es parcial, pues otros factores se sumaron a esa prevención fundada en lazos económicos y actitudes culturales, pero en todo
caso es justa, si a ella se añade el propósito norteamericano de mantener apartadas del continente americano a las potencias
europeas e incluso ala propia Sociedad de Naciones.

De ahí que Ginebra fuese un lugar vedado, o sin interés, para los Estados de América latina, y que éstos manifestasen su
prevención respecto de la intervención norteamericana en sus asuntos internos a través de las Conferencias Panamericanas. En
la quinta conferencia realizada en Santiago, en 1923, y sobre todo en la sexta (La Habana, 1923) donde se pidió que se afirmase
el principio de no inteívención y la igualdad de derechos de todos/os Estados americanos—intento de El Salvador que tuvo en el
delegado argentino su más firme defensor—, los latinoamericanos comenzaron a plantear debates políticos de relativa eficacia
operativa, pero de cierta influencia en la opinión pública americana.

Las organizaciones panamericanas, empero, parecían erigirse en “la ficción de una comunidad de naciones libres e iguales”,
alentada por Estados Unidos, pese a la resistencia de países como la Argentina, Brasil y Chile, donde algunos intelectuales
acudían incluso a la evocación de “la originalidad hispánica y católica de Latinoamérica”, como lo habían intentado Rubén Darío
y José Enrique Rodó. Sólo que el retorno afectuoso al pasado español era insuficiente para una eficaz acción internacional. El
avance norteamericano alarmaba, en aparente paradoja aunque por motivaciones diversas, a revolucionarios de izquierda y a
conservadores que defendían las vinculaciones culturales, pero sobre todo económicas, establecidas con las potencias
hegemónicas europeas desde la segunda mitad del siglo XIX. Mientras Estados Unidos busca una nueva fórmula para su política
exterior respecto de Europa y América latina, capaz de atenuar el impacto negativo de un nuevo imperialismo, entre fines de
siglo y 1930, en el contexto regionallatinoamericano la:

evolución política presenta en esta etapa tres aspectos distintos: es revolucionaria en México; en los países australes
(Argentina, Chile, Uruguay), está marcada por la democratización pacffica de la vida política, acompafiada deltriunfo de partidos
populares; el resto de Latinoamérica vive sustancialmente encerrado en las alternativas de oligarquía y autoritarismo militar; sin
que falten situaciones intermedias.”

La Argentina del Centenario

¿Presentían los argentinos lo que les deparaba el futuro? Si los dirigentes europeos fueron impotentes para controlar las
dramáticas crisis que llevaron a sus pueblos a una guerra terrible y casi mecánica, apenas es preciso decir que los argentinos
tenían una visión parroquial del contexto internacional, aunque no faltasen hombres lúcidos que trataron de mantener la
cabeza fría en tiempos que eran también difíciles en la Argentina.

Pero la relativa distracción de los argentinos tenía, asimismo, explicaciones locales. “La Argentina se encaminaba —escribe
McGann— hacia dos desenlaces, uno de ocasión fija y otro da oportunidad incierta. El primero era el Centenario de la
Revolución da mayo de 1810; el segundo, la crisis política y social.”
La crisis política y social fue esbozada en capítulos anteriores. Entre 1902 y 1910, el país padeció el estado de sitio cinco veces,
presentó o participó, según los casos, en una frustrada revolución radical en 1905, y la violencia ganó las calles tanto a través da
la acción anarquista como de la represión policial. Los cambios operados en la estructura social, visibles en el siglo anterior,
producían fuertes fisuras en el sistema, tanto político como social. Los inmigrantes seguían ingresando, porque los conflictos
europeos alentaban e los desesperados o a los perseguidos a buscar nuevos lugares de sobrevivencia y, quizá, de bienestar. En
el gráfico que aparece en la página siguiente vemos el aumento incesante de la inmigración de ultramar entre 1900 y 1913.
Baste recordar que al filo del siglo la población tuvo, por esa causa, un aumento neto de 50.485 personas; cinco años más tarde
quedaron 138.850 inmigrantes; en 1906, 198,397; en 1907, 119.861; y siguieron ingresando por millares hasta el Centenario,
cuando quedaron aquí 208.870 personas. Los índices de radicación de inmigrantes fueron positivos hasta 1913. La guerra del 14
no sólo impidió el flujo continuado de esa masa inmigratoria, sino que reclamó a los nacionales de los beligerantes. Eso explica
que aquellos índices tuvieran signo negativo exactamente entre 1914y19l8, que recobraran tímidamente el signo positivo en
seguida de finalizada la Gran Guerra, y que al año siguiente —1920— el flujo migratorio aumentara visiblemente hasta
promediar los años 20.

La movilidad social

La movilidad social aumentó, aunque sin afectar profundamente la estructura económico-social respecto de las situaciones
dominantes, mientras los sectores tradicionales mantuvieron el control de los recursos políticos y de prestigio. Pero la Argentina
del Centenario no contenía sólo a los inmigrantes de las últimas oleadas, sino a los hijos de los extranjeros de las primeras. Estos
tenían entonces entre veinte y treinta y cinco años, edades proclives al impulso por el ascenso social y a la participación política.
Muchos de ellos habían obtenido “tftulos”; eran ingenieros, médicos, abogados, o daban forma nueva a los grupos
intelectuales. A estos factores, cruzados con la actividad militante de los sindicalistas anárquicos y a la propia crítica de los
intelectuales de la elite y con la crisis económica que afectaba, obviamente, con más dureza a los sectores con menos recursos,
se debió la acumulación de tensiones que caracterizó la Argentina de comienzos de siglo, especialmente hacia 1902, aunque
luego la recuperación económica fuera rápida y relativamente constante.

Sigue siendo válido lo expresado por Gino Germani en cuanto que: entre los años 1860-70 y 1910-20 la Argentina experimentó
un cre cimiento extraordinario de su población, una expansión sin precedentes de su economía y un cambio drástico en el
sistema de estratificación. El crecimiento de la población ocurrió en virtud del aporte inmigratorio, por medio del cual se pobló
el país, y que hizo de la Argentina no ya una nación con una minoría inmigrante, sino un país con mayoría de extranjeros pues,
sise tiene en cuenta la concentración geográfica de la inmigración en zonas centrales y más importantes del país y su
concentración demográfica, se revela un predominio numérico de los inmigrantes de ultramar precisamente en los grupos más
significativos desde el punto de vista político y económico, los varones adultos.

La población urbana de la Argentina se duplicó respecto de la del censo de 1869—los centros de 2.000 habitantes o más que
eran 27 en 1869, pasaron a ser 53 en 1914—, mientras la clase media veía crecer a sectores dependientes: trabajadores de
“cuello blanco”, empleados y funcionarios, profesionales y técnicos de las burocracias públicas y privadas que modificaron sutil
y significativamente su composición. Tanto la movilidad social como el proceso de modernización de la Argentina tendrían
consecuencias políticas.

Significado político de los estratos medios

Los estratos medios habían crecido con mucha rapidez—a razón del 0,16% anual en 1869 y 1896, y alrededor del 0,27% anual
en las épocas posteriores— y los extranjeros contribuían con casi la mitad de ese porcentaje. En los centros urbanos más
importantes, como Buenos Aires, y en las áreas centrales del país —-no así en las periféricas— la movilidad ascensional desde
los estratos populares era más acentuada, y en todo caso, se tenía la sensación de que así ocurría, Si se coteja la situación de
esas áreas privilegiadas de la Argentina con los países más evolucionados de entonces, nuestro país soporta las exigencias
comparativas en vanos niveles sociales, con un grupo de países en proceso de industrialización y modernización. Esos aspectos
dele sociedad argentina incluyen factores que debían tener impacto en el comportamiento colectivo.

El orden social

La hipótesis generalmente aceptada —como señala Germani— es que una alta tasa de movilidad, en especial desde los estratos
manuales, tiende a favorecer la integración de estos estratos en el orden social existente. Al historiador le interesa registrar ese
tipo de hipótesis y de información socio- política con el fin de explicar mejor los cambios que se venían preparando desde la
presidencia de Figueroa Alcorta, y cuando menos brindar una descripción aceptable de los elementos que constituían el sistema
sometido a una tentativa de reforma política, ciertamente profunda. En la Argentina del Centenario, sólo el 9% de la población
electoral de más de 20 años participaba en elecciones. En 1916 la participación electoral llegó al 30% y en 1928 al 41%. Pero si
en lugar de tomarse la población total se considera el total de los argentinos nativos, las diferencias son más notables: en 1910
votaban 20 de cada 100 adultos; en 1916 lo harían 64 y en 1928,77 de cada cien. La cuestión puede verse, asimismo, desde otra
perspectiva: los centros urbanós que tenían más significación electoral contenían, a su vez, mayoría de inmigrantes. En
consecuencia, la marginalidad política de los argentinos nativos era extensa, no sólo por apatía, sino por ausencia.

Los argentinos del Centenario: devotos de si mismos

“No carecemos de afecto o amor por América; pero carecemos de desconfianza o ingratitud hacia Europa”, había dicho Roque
Sáenz Peña en la Segunda Conferencia de La Haya en 190]. En Roma, siendo ya presidente electo, recibiría de los italianos una
medalla, donde estaba grabada su gran frase: “América para la humanidad.” Ocurría, sin embargo, que entre los países
americanos los celos militares traducían ciertos celos políticos, y éstos y aquéllos se convertían, a su vez, en inversores da armas
y acorazados, como estaba a punto de ocurrir en la Argentina desde 1909 y se concretó en contratos para la construcción de
dos acorazados por empresas norteamericanas a principios de 1910, a propósito de tensiones con el Brasil. Pero como Mc6ann
observa con ironía y agudeza, Brasil, los acorazados, los Estados Unidos eran cosas importantes para los argentinos del
Centenario, “paro una cosa era aún más importante: ellos mismos”.

El cuadro rural
Hacia 1910 se había realizado lo que Scobie llama “una revolución en la pampa”, que no era ya morada del ganado cimarrón, de
los indios y los gauchos: era una región do campos cultivados, con ricos pastizales, principal exportadora mundial da trigo, maíz,
carne vacuna y ovina y lana; hasta el chacareroterminó por hacerse escuchar a través de la Federación Agraria y de su periódico,
“La Tierra” en la década del 20, aunque los grandes terratenientes continuaban dominando parte del Estado desde la Sociedad
Rural y ministerios adictos.

El cuadro rural y la revolución en la pampa no modificaron sustancialmente otras características nacionales: los porteños, o los
residentes en una Buenos Aires más potente que nunca, con 1.306.680 habitantes, rica y con escasos rastros del período
colonial y aun del siglo XIX cómo no fueran las viejas casonas de dos patios, con el baño y el jardín al fondo, seguían dominando
la política y la economía. Los propietarios de grandes extensiones de tierra, apenas las trabajaban, pero no perdían por eso
recursos e influencia política. Y los partidos eran controlados por personajes que advertían con recelo la aparición de “nuevos
notables” que, como Justo e Yrigoyen, habrían da alterar los medios y objetivos de la política nacional.

Rasgos de la época

Una vía de acceso a ciertos rasgos característicos de la época es, por ejemplo, la música popular. Esta, como la literatura y el
teatro, traduce los cambios, los estados de ánimo, las tensiones, la incorporación de tipos humanos originales en la vida
cotidiana. Apenas se recorrerá esa vía. Pero a través del tango se advierten las contradicciones de la gran ciudad, qua domina a
los que vivan en ella, a los que están y a los que llegan. El tango es “la canción de Buenos Aires”, como certifica Ernesto Sábato,
homologando lo que todo porteño siente desde entonces. Refleja el “hibridaje”, el resentimiento, la tristeza, la añoranza de la
mujer —la inmigración, se ha señalado, era predominantemente masculina y la mujer seria en Buenos Aires “artículo de lujo”—,
versión de un “nuevo argentino’ inseguro que recurre al “machismo” cuando se siente observado o “ridiculizado por sus pares”.
El tango traduce un Buenos Aires de compadritos, de malhumorados que expresan una “indefinida y latente bronca contra todo
y contra todos”. Como dice Sábato, el humorismo del tango, mando existe, tiene la agresividad de la cachada argentina y el
tango en sí mismo encierra —en apretada y tal vez arbitraria esquematización— los rasgos esenciales del país que empezaba a
ser “el del ajuste, la nostalgia, la tristeza, la frustración, la dramaticidad, el descontento, el rencor y la problematicidad”.

El tramo entre la generación del 80’ y la del Centenario fue pintoresco, interesante y contradictorio, La riqueza, la sabiduría, la
arrogancia y el optimismo de los dirigentes del 80’ se mezclaba, en los estratos dirigentes, con la prudencia, la autocrítica
reformista, cierta soberbia constante y la búsqueda de uy apropiado realismo. El cuadro urbano del Buenos Aires del 900 era
policromo. Los personajes d.e la vida porteña circulaban por un escenario otrora menos poblado. En los sectores populares
cumplían su papel el cuarteador, el farolero, el milonguero, el payador —“trovador de tono mayor” si se compara con aquél y
que terminaba su vida útil en salones alquilados—; el “picaflor” —tenorio callejero de rancho en verano, corbata moñito y
bastón de caña limpia—que poco tenía que ver con el malevo; el “orillero” —personaje de extramuros, temeroso de la pifia del
compadrito y del “niño” patotero—; el estanciero —que “vestía como un burgués con ciertos detalles amalevados” y con gustos
afrancesados y casa en el Barrio Norte—; el “atorrante” —que con el vagabundo, el mendigo, y si se quiere el “curdela” y el
“chapetón”, formaba el fondo miserable del cuadro popular—; el “cocoliche” —nacido en el circo, italiano con premura para
acriollarse, aunque imite al compadrito—, y éste, intermedio entre el “compadre” y el “compadrón”, mezcla de coraje, voz,
pose, cuchillo y mujer que le protege de la policía, y hasta el “turco” cuya imagen se asocia a la del mercero ambulante como la
del “vasco” con la venta callejera de leche y con el tambo, y el bohemio como disconformista pasivo de la moral “práctica” de
los inicios de la sociedad industrial. Tipo que se dio principalmente en los ambientes periodísticos y literarios.

El Buenos Aires deI 900 era una mezcla de arquetipos que reunía a los viejos ynuevos “notables”, al malevaje—comunión de
orillero con el gaucho en una misma identidad rebelde, conjunto de personajes “fronterizos” que dominaban los prostíbulos o
los nacientes comités, sus dos lugares de “trabajo”—y a los hombres y mujeres que tenían én la vida cotidiana sus roles sin
color. Buena parte del teatro nacional se haría en torno del “guapo”2° seductor y “vivo”, frío y corajudo, simpático y buen
bailarín; del “compadre”, arisco pero aliado fiel al caudillo político; de las familias venidas a menos pero con veleidades patricias
como “Las de Barranco’, de Gregorio de Laferrére; del “gringo”, personaje pintoresco, al principio víctima de la ojeriza criolla y
propicio para el ridículo, hasta que fuera de las tablas primero y en las tablas después, el “gringo”, ordenado se impone como
árbitro noble en los entreveros de criollos nostálgicos de la pampa y hostilizados por la ciudad.

Época en la que comienza a cundir la preocupación por la crftica social a partir de una realidad que asediaba a los nuevos
intelectuales, a quienes un viejo notable como Carlos Pellegrini desafiaba desde las páginas de “El País”, y hasta un “oligarca
ilustrado” como Cané procuraba despertar para que no fueran atrapados por la “asfixia cultural de una irracional opulencia”.
Jasé Luis Murature, que luego llegaría a ser ministro de Relaciones Exteriores, devolvió el guante echando la culpa de los
mayores. ¿Dónde estaba la juventud que levantaría la moral dél país?, era la pregunta de Pellegrini. ¿Por qué (los viejos) la
habían dejado caer?, era la “contracritica” de Murature. Época densa y pendenciera, según la denuncia postrera del viejo
Mansilla, quien describe “la penetración del odio en la sociedad argentina”. Federico Duintana recoge lo mismo:..Difícil es
concebir una atmósfera tan cargada de provocaciones y belicosidad como la de esa época. Era corriente tropezar con tipos de
mirada desafiante, para’ndose en son de reto silos ojos demoraban más de lo indispensable en observarlos. Las veredas
parecían angostas dado el modo cómo se hacían dueños de ellas al caminar con aire prepotente, listos a hacer cuestión por el
más fútil pretexto. Las esquinas tenían algo de fortín, o de reducto...

La juventud siguió el tren de la crítica y de la autocrítica.” Ernesto Nelson veía a los argentinoscapaces de odiar, individualistas,
melancólicos yvanidosos. Malhumorados, denunciaban su malestar social e individual a través del gesto o de la expresión
grosera. La “juventud dorada” estaba integrada or pandillas de “niños bien”. Las críticas extremistas eran de pronto triviales
comparadas con la autocrítica de los notables yde la juventud burguesa. La prédica todavía fresca de Manuel Gálvez encontraba
apoyo en Ricardo Rojas —ayudado por Figueroa Alcorta para que viajase a Europa y reuniese datos para “La restauración
nacionalista”— y en la autoridad de Joaquín V. González. Los argentinos habían descubierto muchos d.e sus “males nacionales”
—entre ellos la soberbia, el egoísmo y la indolencia favorecida por los inmensos recursos naturales—, y añadían otros más,
como si fueran exclusivos de su carácter nacional —la coima y otros vicios de la corrupción política que no sólo afectaba a la
“oligarquia”—.

Los extranjeros veían a la Argentina del Centenario según el ángulo que dejaba abierta su perspectiva personal, su perspicacia
intelectual o sus centros de interés. Hirem Bingham, citado por McGann, quedó impresionado por la cantidad de ingleses
activos y bien afeitados que vio en las calles da Buenos Aires y que hablaban de “B. A.” y del “River Plate” como si fuera una
posesión británica, lo que no le pareció lejano a la realidad. Un español de apellido Salaverría advirtió la rivalidad obsesionante
que los argentinos tenían respecto de los Estados Unidos y el nacionalismo psicopático de los nativos, por otra parte vanidosos
en el vestir. Vicente Blasco Ibáñez vino a escribir sobre la Argentina del 10 y Clemenceau paseó una mirada suficiente sobre esa
“gente nueva” que observó, según dice con gracia McGann, con la altura de un hombre civilizado que es huésped de honor de
salvajes.

Pero no todo era autocrítica, como se dijo al comenzar. Buenos Aires hizo de la celebración del Centenario un acontecimiento
singular. Rubén Darío, Enrique Banchs y Leopoldo Lugones cantaron a la Argentina, a los padres de la patria, a los ganados ya las
mieses. La Infanta de España estuvo con los argentinos, que la recibieron con todos los honores. Se realizó la Cuarta Conferencia
Panamericana, que en seis semanas produjo modestos despachos, terminando sin pena ni gloria. Fuera de la reunión habla
quienes proponían una suerte de “imperialismo pacifico” o “papel tutelar” de la Argentinaen América del Sur, como José
Ingenieros y Daniel Antokoletz; otros hacían gala de fuerte aunque retórico anti yanquismo, como Manuel Ugarte, o insistían en
la necesidad de orientar las energías del país hacia Europa para contrapesar a los Estados Unidos, como el joven yerno de Roque
Sáenz Peña y fiel mentor de sus antepasados, Carlos Saavedra Lamas.

Años después, casi veinte, un notable español contribuiría a que los argentinos se conocieran mejor: los llamó “hombres a la
defensiva”. Halló en el pueblo una suerte de “vocación imperial”, lo vinculó con su paisaje —la pampa—y se encontró con que
acaso lo esencial de la vida argentina fuera ser promesa, porque el argentino —escribía— tiende a resbalar sobre toda
ocupación o destino concreto. Se le antojaba un frenético idealista, incluso un narcisista, un preocupado por u imagen ideal, por
su róle. Hasta en el guarango advirtió, junto a un enorme apetito de ser algo admirable, una agresividad que denunciaba
inseguridad: el guarango “iniciará la conversación con una impertinencia para romper brecha en el prójimo y sentirse seguro
sobre sus ruinas”. De alguna manera, el argentino corría siempre el peligro de la guaranguería, en cuanto forma desmesurada y
gruesa de la propensión a vivir absorto en la idea de si mismo. En una nota, el español que tan bien conoció y resumió tantos
rasgos del argentino casi veinte años despuás del Centenario, formulaba esta definición concentrada: “guarango” es todo lo que
anticipa su triunfo. La Argentina del Centenario era una mixture extraña y singular de heroísmo cotidiano, vanidad, tense
belicosidad, inteligencia y guaranguería.” En ese ambiente un grupo de hombres con sentido del tiempo y del Estado se disponía
a conducir el cambio político.

32. La reforma política

El sistema político y la autocrítica de la elite

Para muchos argentinos, 1910 simbolizó el fin de una época. Sensación quizás excesiva, porque los nuevos rumbos se habían
abierto mucho antes. Pero de hecho, el Centenario significó una suerte de frontera entre dos tiempos, un número mágico que
sirvió a los dirigentes y a los intelectuales para hacer un repaso de lo actuado y una estimación del porvenir. El hecho de que
Roque Sáenz Peña asumiera la presidencia en ese año, postulando una refo?i’fla política para entonces fundamental, fue uno de
los signos premonitorios del cambio político. Los nuevos rumbos que se habían abierto paso en el mundo circundante desde
1890 se tradujeron, sin embargo, a través de un ambiente social, político y cultural diferente al de los Estados europeos yal de
los Estados Unidos de Norteamérica, donde los dirigentes y muchos intelectuales argentinos creían encontrar orientaciones o
modelos para su prédica y su acción. El sistema político argentino tenía en el presidente un rol clave, que faltaba en los sistemas
parlamentarios europeos, y hábitos, prácticas y normas que no eran similares a las americanas.

Las críticas al sistema y al comportamiento político de los dirigentes no procedían sólo de la oposición o de grupos exteriores a
la elite. Existía también una actitud de autocrítica sistemática y, por decirlo así, masoquista que movió a muchos actores y
participantes de los sectores dirigentes a poner en la picota la contradicción existente entre la ley y la práctica, entre la
traducción normativa constitucional y la vida política. Desde mediados del siglo anterior, los argentinos habían impuesto un
cuadro constitucional relativamente rígido. Pero en los momentos de sinceridad admitían quela Constitución Nacional y la
práctica política discurrian por carriles diferentes, como dos vidas paralelas. A pesar de que en los treinta años que precedieron
al Centenario habían logrado la transferencia regular del poder en los períodos constitucionales de la Argentina, sus
distorsiones, la irreverencia a la layo la inadecuación de ésta a ciertos rasgos del país y del argentino, constituían motivaciones
concretas para una empresa que iniciara Rodolfo Rivarola.

En octubre de 1910, en efecto, aparece la Revista Argentina de Ciencias Políticas, publicación fundada y dirigida por Rodolfo
Rivarola, primera tentativa seria y constante de estudiar la política desde una perspectiva científica, Rivarola entendía que la
política cobraba importancia en un país acostumbrado a considerarla “como término de acepciones tan lejanas del concepto
científico, que personificadas la ciencia y la política se habrían mirado como dos seres de opuesta condición”. La revista era una
excelente respuesta a los requerimientos de la realidad y lo fue mientras subsistió, desde el Centenario, y durante casi toda la
época de los gobiernos radicales.

Un ejemplo singular y valioso —tanto como el de Rivarola pero con la facturada un libro— fue el ensayo sobre El Gobierno
Representativo Federal en la República Argentina, editado en 1910 y escrito por quien fuera “incondicional” jurista en su
juventud y ministro de Alvear en su madurez: José Nicolás Matienzo. Recorre las experiencias federalistas de los Estados
Unidos, Canadá, Alemania, Suiza, Australia y Brasil, y las compara con la nuestra. Estudia los orígenes de nuestro federalismo,
los antecedentes de las formaciones provinciales y describe los rasgos principales de nuestra Constitución. Analiza los partidos
políticos, las instituciones constitucionales, los gobiernos de provincia. Penetra en la cultura política nacional, sus hábitos y sus
creencias, sus prácticas y la relación entre la moral y la política. Para la mayoría de los argentinos, sobre todo después de la
organización constitucional de la República, la política era, según Matienzo, un juego de ambiciones y de ínfluencias que tenían
por objeto la elección de los poderes públicos y nacionales y provinciales. Advierte que la distribución “de las fuerzas militares
sobre el territorio de la nación y la organización de comandos de diversos órdenes está estrechamente relacionada con la
política”. Los presidentes eran de ordinario jefes de partido, ysi no lo eran antes de acceder al gobierno procuraban serlo
durante el mismo. De esa tendencia deduce Matienzo que “todo nuevo presidente se esfuerza en anular la influencia política de
su predecesor para impcner la suya”. El número de argentinos que podían aspirar a la presidencia de la República, comienza
diciendo Matienzo en el capítulo VIII, “era muy restringido”. El pretendiente debía ser jefe de un partido o disponer de fuerzas
políticas potentes, que se obtenían de ordinario con el cargo de gobernador de una provincia importante o de un ministerio
nacional. A falta de esos recursos, el candidato necesitaba el apoyo de un hombre que las poseyese —habitualmente el
presidente al que aspiraba a suceder—. En todos los casos debía ser una personalidad importante en la vida política y social del
país, consideración que se adquiría muy dificilmente si se residía lejos de la ciudad capital.4 A partir de 1862, en efecto, todos
los candidatos presidenciales, salvo Juárez Celman, habían sido habitantes de Buenos Aires, y todos eligieron a sus ministros
entre porteños nativos o provincianos con residencia y fama en Buenos Aires. Las profesiones habían dado tres presidentes
militares (Urquiza, Mitre y dos veces Roca); un intelectual y activista como Sarmiento; cinco abogados (Derqui, Avellaneda,
Sáenz Peña, Juárez y Quintana). De los diez vicepresidentes habidos hasta entonces, uno había sido militar (Pedernera), uno
“propietario” (Madero) y los otros ocho abogados. Los escrutinios electorales5 demostraban a su vez la gravitación de Buenos
Aires, Córdoba, Mendoza y otras provincias estratégicas respecto del presidente, pero el cargo devicepresidente era, en cambio,
propicio para la negociación. Los gabinetes ministeriales se prestaban, a su vez, para dar lugar a la combinación de fuerzas
políticas y el incremento de los recursos políticos presidenciales mediante la gratificación de los amigos políticos o de los
candidatos de fuerzas relativamente afines o aliadas. La fisonomía del Congreso respondía a las características del sistema: los
parlamentarios pertenecían, en su mayoría, a los estratos sociales superiores y predominaban las profesiones liberales. En 1908
había en la Cámara de Diputados 53 abogados, 15 médicos, 5 ingenieros, 4 maestros de escuela, 17 hacendados, 5 militares, 10
industriales, 2 periodistas y 9 miembros “sin profesión conocida”, lo que sumado a le homogeneidad social de los compohentes
predisponía “a la uniformidad de juicio y de conducta”. Según Matienzo, los subsidios, las pensiones y otras formas de seguros
pecuniarios, así como las frecuentes omisiones legislativas en relación con los problemas sociales y las cuestiones obreras, eran
manifestaciones de los sentimientos oligárquicos de los miembros del Congreso, sin distinción de facciones o de partidos. Al
propio tiempo, la adhesión u hostilidad del Congreso no dependían tanto de la pertenencia al partido dominante como a la
habilidad del presidente, dato que revelaba la ausencia de lo que hoy llamaríamos “disciplina partidaria”. En el sistema político,
pues, había roles ciertamente dominantes, con grandes recursos e influencias políticas: el de presidente y los de gobernadores
provinciales eran, sin duda, los principales. El “poder electoral” estaba en las manos de quienes ocupaban esos roles, ya fuera
en forma de designación, captación, “recomendación” o “sugerencia”. Ese enorme poder estaba limitado sólo por la prudencia
de los que lo poseían y por cierto nivel de “moral cívica”, que fue descendiendo con el tiempo y el ardor dalas disputas. El
reclutamiento de los candidatos y las diputaciones se hacía de ordinario entre los parientas y los amigos del gobernador. Y no
era desdeñable en los momentos culminantes de los procesos políticos el papel de lo que Matienzo llama el “pistero”,
personaje dedicado a descubrir la “pista” de la voluntad presidencial o gubernamental respecto de los candidatos en pugna. El
periodismo no colaboraba para la formación veraz de la opinión pública. En la prense, artículos de ordinario anónimos falseaban
con frecuencia las opiniones y los argumentos del adversario —pues le mayoría de la prensa era militante— para refutarlos
luego con impunidad. Lo que Matienzo observaba era, en fin, una débil moral pública y en ello veía un risgo para las empresas
“reformistas”. En última instancia, la autocrítica de Matienzo, que parece dirigirse a justificar la reforma política de Roque Sáenz
Peña, termina en una proposición alberdiana: poblar y educar, antes que apurar reformas arriesgadas. Porque Matienzo
advierte que la reforma implica, por su propia dinámica, la transferencia del poder a hombres relativamente “diferentes”.

Crítica al “cesarismo republicano”

Desde un sector distante del propiamente político, un miembro inteligente del poder moral hacía el balance de un siglo de
independencia política. El sacerdote Gustavo J. Franceschi, comprometido en la experiencia social de la Iglesia, advertía que
“desde 1810 hasta ahora no se ha puesto realmente en práctica el régimen democrático y que un cesarismo republicano es el
que nos gobernó”. En la práctica, el régimen federal se distinguía del unitario en que era más costoso, mientras “el pueblo
obrero, inútil es negarlo, ha prestado oído a la voz revolucionaria”. Según Franceschi, el pueblo observaba y perdía
“lastimosamente su fe en la democracia”.

Falseado el voto, “cree que únicamente las armas podrán entronizar la democracia, retira su confianza en las clases dirigentes
en las que —afirma— no reinan más ideales que la ociosidad, la concupiscencia del poder, del placer, o de la fortuna. En el
fondo, se necesitaba una “reconstitución de a colectividad entera”, y en frases incisivas anunciaba que el Centenario abría “un
nuevo período: el de la transformación profunda de nuestra constitución interna, de nuestra organización social en el sentido
más amplio de la palabra”, Y terminaba: “Dios quiera que los llamados mañana a la vida, al celebrar el segundo centenario de
nuestra autonomía como nación, puedan celebrar el primer centenario de interna, tirogresista y pura democracia argentina…

Roque Sáenz Peña: la concepción del cambio político

El Centenario adviene, pues, con la sensación de que era necesario el cambio político. La autocrítica y la crítica al sistema habían
preparado el clima, pero estaban en cuestión el sentido y los alcances de la reforma. La Revista Argentina de Ciencias Políticas
realiza la primera encuesta política que se conozca en nuestro pais.

La primera encuesta política

Cierto es que la factura de la encuesta es vulnerable si se la estima desde los niveles metodológicos actuales, pero indica temas
de discusión que estaban en el ambiente oque interesaban al autor. Puede discutirse la representatividad de cerca de dos mil
respuestas en una población varias veces millonaria, cuando la distribución de las cédulss fue discrecional, y también el énfasis
que Rivarola puso en la inclusión de ciertos temas. Pero en todo caso interesan mencionar los grandes temas: el régimen
constitucional, la forma de gobierno, el sistema electoral, la organización social, el régimen económico, las relaciones del Estado
con la Iglesia y el nacionalismo. Las respuestas, en las que gravitaron opiniones socialistas e “independientes” y retacearon las
de núcleos conservadores según se deduce de la clasificación y comentarios de Rivarola, denunciaban las siguientes
preferencias generales, mayoritarias respecto de las otras opciones: régimen constitucional unitario, con forma de gobierno
parlamentaria, sufragio universal incluyendo a extranjeros, sistema electoral de representación proporcional, organización
social “evolucionista” con un régimen económico de libre concurrencia, neutralidad religiosa del Estado e inclinación por un
“nacionalismo progresivo” respetuoso de la “nueva composición étnica de la población”.

La opción del presidente

El presidente había hecho su propia apreciación del momento político y había decidido cuál habría de ser su papel antes de
asumir el poder. Se había entrevistado con Hipólito Yrigoyen siendo presidente electo asegurándole que llevaría adelante la
reforma electoral. En su “discurso-programa” del 12 de agosto de 1909, cuando la Unión Nacional iba tomando forma y reunfa
adherentes, Roque Sáenz Peña había analizado la política argentina —que calificó como “democracia conservadora”—, en casi
todos los campos, Hay un largo pasaje que dedica a los partidos y al sistema político argentino, donde se encuentra su
perspectiva y su opción. “La evolución de los partidos argentinos tiéne dos períodos bien caracterizados. Durante todo el
primero, el más largo y el más glorioso, lucharon los ideales ylos hombres; y es al comenzar del segundo cuando, acordadas las
bases de la organización nacional, las organizaciones partidarias, perdida su verdadera razón da existencia por el desenlace de
sus controversias doctrinarias, sobreviven por la sola virtud de los prestigios personales de sus hombres ID Frente a los
hombres-programa, la Argentina conocía ya la constante personalista. Sáenz Peña cree que el personalismo es un vicio político y
llega a decir….dejadme creer que soy pretexto para la fundación del partido orgánico y doctrinario que exige la grandeza
argentina.

Reconoce que se está viviendo una transición, que los partidos se disuelven, vacilan y que nuevas fuerzas y hombres políticos se
preparan para la acción. No es un revolucionario, sino un reformista, y se propone la “recta administración y el mejoramiento
institucional”. Sabe que aspira al poder en tiempos en quese llega con influencias más bien que con votos. Confía en la opinión,
en saber escrutar sus aspiraciones y en dejar encaminado el país por la vía democrática. No es un ingenuo. Es un conciliador —
lo que no significa un hombre que ceda siempre— es veraz y cree que su rol es hacer la transición. “Si hacéis triunfar a un
candidato, dice a sus seguidores, no será seguramente para dejar derrotar a un presidente...”

El discurso inaugural de su presidencia siguió la lógica de su pensamiento. Se trataba de ampliar las bases electorales, de
integrar la oposición hasta entonces revolucionaria o conspirativa en el sistema constitucional dando vigencia a un régimen
competitivo y, según su famosa expresión, de “crear al sufragante”. En ningún momento de su gestión, Roque Sáenz Peña faltó
a su palabra o dejó de ser fiador personal de su política de reforma electoral. Incluso, se preocupó porque los gobernadores
comprendieran su pensamiento y la decisión adoptada. Una carta al gobernador de Córdoba, Félix T. Garzón, en respuesta a
otra de éste en la que prometía neutralidad en la lucha partidaria es, en ese sentido un documento interesante. El presidente
juzgaba el momento “decisivo y único”: Hemos llegado a una etapa en que el camino se bif urca con rumbos definitivos. O
habremos de declararnos incapaces de perfeccionar el régimen que radica todo entero en el sufragio, o hacemos obra
argentina, resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de intereses transitorios que hoy significarían la arbitrariedad
sin término ni futura solución...

El 17 de diciembre de 1910, el gobierno había enviado el proyecto de ley proponiendo el enrolamiento general de ciudadanos y
la confección de un nuevo padrón electoral. Las leyes de enrolamiento general y de padrón electoral sobre la base del padrón
militardebían poner al sufragante al abrigo del fraude. El proyecto que sigue a ambos es ya el del sistema electoral. Sufragio
universal, secreto y obligatorio. Sistema electoral de lista incompleta, para asegurar la representación de la minoría. En octubre
de 1911, a un año de haber llegado Sáenz Peña a la presidencia, el proyecto estaba en debate. La crónica registra no sólo la
elocuencia y fidelidad del ministro del Interior, lndalecio Gómez, sino su capacidad persuasiva. A principios de octubre, “según
cómputo de persona muy informada”,12 los diputados favorables a la lista incompleta no pasaban de doce; el resto se dividía
entre partidarios de la lista total y del voto uninominal por circunscripciones. A fines de octubre, los partidarios del proyecto
eran cincuenta. La labor de antesalas de Indalecio Gómez fue tan efectiva como la que realizó en la sala del Congreso.

Ley 8871 o “Ley Sáenz Peña”

La ley de elecciones nacionales se sanciona, por fin, el 10 de febrero de 1912. Sería, desde entonces, la “ley Sáenz Peña”. En
verdad, casi un año y medio de gobierno había costado al presidente imponer su “Programa de moral política”. En ese tiempo
no hizo mucho más, pero con fe y sinceridad asombrosas, según os observadores de ese tiempo, cumplió su palabra y se
propuso romper con la “teoría del oficialismo”. El presidente produjo un “manifiesto” al pueblo de la República como un acto
excepcional. En verdad lo era. Roque Sáenz Peña expuso en ól la trascendencia de la reforma, pero también las condiciones de
su futura eficiencia. Ajeno a la “milicia partidaria”, esperaba el cumplimiento fiel de la ley, pero también la acción de partidos
“de principios” y de partidos de “opinión”. Confiaba en que la competición política fuera abierta. Para eso eran necesarios por
los menos dos contendientes. Sáenz Peña sabía que uno estaba preparado —la UCR— advertía, pues, a sus amigos
conservadores del peligro de la defección. La advertencia no era expresa, pero se deduce de la opción y de su concepción de la
renovación política argentina. El manifiesto, retórico pero franco, plantea las condiciones de la Argentina de los partidos…Sean
los comicios próximos y todos los comicios argentinos escenarios de luchas francas y libres, de ideales y de partidos. Sean
anacronismos de imposible reproducción, tanto la indiferencia individual como las aspiraciones eventuales, vinculadas por
pactos transitorios. Sean por fin las elecciones la instrumentación de las ideas. He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis
convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario. Quiera votar.

Hábil, sobrio y sincero, el presidente había logrado imponer la reforma electoral, tema dominante y eje de su programa. Como
bien señala Cárcano, lo hizo con método: primero articulando los instrumentos para el enrolamiento ciudadano y la vigencia del
padrón militar con la vigilancia del poder judicial; luego, entregando a éste, libre de influencias partidarias, la confección del
padrón definitivo y la designación de los funcionarios que controlarían el escrutinio; por fin, la reforma del sistema electoral.
Entre el primer proyecto, remitido al Congreso el 17 de julio de 1910, y el último, enviado el 2 de gosto de 1911, había
transcurrido un año. Los debates —memorables—y la excelente defensa de los proyectos por lndalecio Gómez, ganaron las
voluntades o vencieron las resistencias.

Pero junto con la reforma electoral dejó planteado un singular problema político: en primer lugar, la aceptación de las nuevas
reglas de juego portodos los contendientes; en segundo término, el establecimiento de un sistema de partidos organizados, que
no dependieran de la vida de un grupo de líderes o de un notable; y en tercer lugar, el desafío explicito a la “derecha” de
entonces, de fundar una fuerza orgánica nacional capaz de competir por el poder con la “izquierda” popular y militante: el
radicalismo.

El eclipse conservador

La primera experiencia electoral con la nueva ley ocurrió en la provincia de Santa Fe.’4 Participaron el viejo partido Nacional, un
partido local—la Liga del Sur—y la Unión Cívica Radical, que de esa forma abandonaba la abstención revolucionaria y la actitud
conspirativa. De esas tres fuerzas, la Liga del Sur se había erigido en un núcleo representativo de la región meridional de la
provincia, más rica y con más población que la del norte, pero con menos posibilidades de acceso a una representación
proporcionada a su importancia por defectos institucionales, según indicaban sus adherentes. Propugnaba la reforma comunal,
pero también la del sistema electoral, el voto político para los extranjeros con cierto período de residencia en el país y
propietarios de bienes raíces o, a falta de esto, con hijos argentinos. La influencia de factores socioeconómicos vinculados con la
localización de importantes núcleos inmigratorios ya citados a propósito de la gran inmigración y de los sucesos de 1893, explica
con parecida elocuencia el origen y alcances de lo que habría de ser base política del futuro Partido Demócrata Progresista.

Primera experiencia y triunfo radical

Los comicios no debieron ser hechos bajo la ley Sáenz Peña, pues estaban previstos para el 5 de marzo de 1911, pero
sucedieron tantos conflictos institucionales, denuncias de fraude y querellas entre el gobernador y el Congreso provincial que
llegó el final previsto: la intervención federal. Decretada e115 de abrilde 1911, el interventorAnacleto Gil ordeno con esfuerzo y
eficacia la situación política provincial, y la convención del radicalismo decidió concurrir a los comicios, que se celebraron en
1912, sancionada le nueva ley electoral. De tal modo, nadie ignoró que la elección santafesina se transformaba en una
experiencia ‘piloto”: la asistencia de votantes fue mayor que nunca y los comicios fueron limpios. Triunfaron los radicales.

Elecciones para diputados: nuevo triunfo radical

Las experiencias electorales previas a los comicios presidenciales que debían ocurrir mucho después fueron varias. Siguió la
convocatoria para elección de diputados nacionales, elide abril de ese miámo año y volvió a triunfar con amplitud el partido
Radical. Un año después, un analista político observaba que “la lista radical había obtenido el triunfo (en la Capital) con una
mayoría tal que se veía claramente que una vasta corriente popular, no afiliada al partido, había votado por esa lista”. Juan B.
Justo y Alfredo Palacios por el Socialismo, y Lisandro de la Torre por la Liga del Sur, llegaron al Congreso por esas elecciones. En
comicios sucesivos se vio que una enorme ‘masa independiente” —no afiliada— se volcaba por los radicales y socialistas.16 Al
mismo tiempo, mientras algunos temían por el “peligro” radical y socialista, otros advertían sobre la “moderación” de ambos
partidos y, en cambio, sobre otro peligro: que la libertad electoral continuase en la Capital y en cambio reverdeciera el antiguo
régimen en las situaciones provinciales. En, 1914, una elección de diputados dio esta vez el triunfo al socialismo. Cierta “prédica
nerviosa imputa al pueblo de Buenos Aires ideas extremas y subversivas”; se teme por la suerte del “hombre ilustrado” frente al
voto secreto y se denuncie el peligro del extranjero.

Predominio socialista en la Capital

Los más prudentes señalan sin embargo, que el partido Socialista había obtenido cerca de 48.50D votos en la Capital, mientras
los extranjeros nacionalizados no alcanzaban entonces a 18.000. Como el triunfo había sido por esa diferencia, no parecía
sensato atribuirla sólo a los extranjeros nacionalizados, que por otra parte concurrieron, según estimaciones, en un número no
mayor de 12.000. Sin embargo, los comentarios daban una pauta nada desdeñable: habían comenzado las interpretaciones
polémicas en torno al pronunciamiento de la voluntad popular y el temor, entre los vencidos, de sus proyecciones futuras.

Reacción conservadora

Córdoba, Tucumán y Salta señalaron, aparentemente, el camino de la reacción conservadora. Esta “concentró” sus fuerzas en
Córdoba, para hacer frente a los radicales, que habían impuesto un extraño estilo político: su líder Yrigoyen iba a hacer la
campaña electoral con sus fieles. Recorría pueblos y levantaba tribunas. Los conservadores resistieron. Triunfaron en Córdoba
con Ramón J. Cárcano, en Tucumán con Ernesto E. Padilla y en Salta con Robustiano Patrón Costas. Las líneas habían quedado
tendidas y los adversarios definidos en el orden nacional: conservadores y radicales. Fuerzas menores, sin estructura ni difusión
nacional, disputarían sítuaciones locales. “Quien no quiera votar inútilmente —escribiría luego Rodolfo Rivarola— deberá optar
entre ser radical, socialista o conservador.”

El principio de legitimidad constitucional

Las fuerzas políticas organizadas —de manera más o menos flexible o laxa— no cuestionaban el principio de legitimidad dala
Constitución. Los radicales y los socialistas levantaban sus banderas contra la vieja oligarquía y contra el agónico régimen, pero
los llamados radicales no querían cambiar las estructuras “de raíz”, sino afirmarle vigencia de la Constitución Nacional a través
del sufragio libre. Los socialistas tenían un programe “máximo” de corte revolucionario, pero actuaban con un “programa
mínimo” que los convertía en una suerte de radicalismo moderado, situado dentro de la organización jurídica constitucional, y
el partido conservador padecía según un analista agudo, de una doble objeción: que no era un “partido” y que no era
“conservador”. No era partido, pues era el nombre que habían tomado los sectores dispersos del PAN desde que fracasó su
organización como “Unión Nacional” y se caracterizaba como un denominador común de resistencia al avance radical. Y no era
conservador, pues se había convertido en “reformista, centralista y aristocrático. No confié jamás en el sufragio universal.
Nunca tuvo fe en la forma republicana de gobierno. A su juicio, el pueblo no estaba preparado para el sufragio... El partido se ha
llamado conservador, en el momento en que acababa de realizar una de las reformas trascendentales, la ley electoral, El mismo
se asusta de su obra, en seguida de verla en función...” Lo expuesto permite avizorar el comienzo de contradicciones futuras:
salvo el anarquismo—que no constituía un partido orgánico, pero que se rebelaba contra el sistema en sí mismo a través del
individualismo libertario, o proponía su sustitución en su concepción colectivista—, las demás fuerzas políticas no contradecían
el principio de legitimidad constitucional, pero por lo pronto los conservadores —y según veremos no sólo ellos— no habían
asimilado francamente la nueva fisonomía del régimen político de “democracia ampliada” que la ley Sáenz Peña irripticaba.
Eran los rasgos primeros de una crisis potencial.

Muerte de Roque Sáenz Peña

El 9 de agosto de 1914 fue un día “de meditación y de tristeza”, como alguien dijo. Días después de iniciarse la guerra europea,
moría el presidente Sáenz Peña. Una larga enfermedad había deteriorado paulatina e inexorablemente su salud a poco de
comenzar su gestión. En varias oportunidades el vicepresidente Victorino de la Plaza debió reemplazarlo. Los pedidos de
licencia, reiterados, dieron lugar a debates en los que se mezclaban buenas razones de conducción del Estado con
especulaciones mezquinas de quienes querían sacar del medio al presidente para reemplazarlo por quien suponían un disidente
manejable, opuesto a la política electoral del doctor Sáenz Peña. Carlos Ibarguren, entonces ministro de Instrucción Pública,
relata con causticidad lo que llama “el plan tramado para obligar al presidente a renunciar o a... morirse, a fin de que el
vicepresidente asumiera como titular, con carácter definitivo, la jefatura del Estado”. Las intrigas contra Sáenz Peña y su
ministro Indalecio Gómez menudearon. Una suerte de revanchismo oscuro de algunos miembros mediocres del “viejo régimen”
dejó trasparentar rencores políticos hacia el reformador que había cometido el pecado político de ser consecuente con su
palabra, con su programa y con su propósito de gobernar sobre los partidos y para la Argentina de los partidos, y no para un
oficialismo.

Si bien la mayor parte de la gestión del presidente se había cumplido en torno de la cuestión de la reforma electoral, cabe
cohsignar su intervención para evitar fricciones peligrosas con el Brasil y una carrera armamentista que estuvo a punto de
atrapar a ambos paises.

Aspectos de la gestión

Misiones encomendadas a Manuel A. Montes de Oca y Ramón J. Cárcano—éste en visita reservada al barón de Rio Branco—
hacen ver la transitoria no viabilidad del llamado “pacto, ABC” entre la Argentina; Brasil y Chile, pero a la vez la coincidencia en
una política de paz continental. Una diplomacia equidistante respecto de Bolivia, Perú y Chile evité conflictos y un tratado
sanitario con Italia en agosto del año 12 puso término a controversias vinculadas con la inmigración peninsular.

En junio de 1914, el censo nacional mostró una Capital con más de un millón y medio de habitantes y una población total de
7.888.237 habitantes, de los cuales 2.357.952 eran extranjeros. En 1912, habían entrado 379.117 inmigrantes, cifra récord. La
situación económica y financiera se mantenía próspera, y los descubrimientos de yacimientos petrolíferos en Comodoro
Rivadavia condujeron a un principio de definición de una política del petróleo cuya explotación fue alentada. El “estilo” político
de Sáenz Peña, además, se adecué a una política de incipiente tendencia social que neutralizó conflictos potencialmente agudos
en la población obrera. Y se dedicó a mejorar la administración pública mientras el Congreso no se caracterizaba por una labor
eficiente, sino más bien por la profusión retórica que, en buena medida, esterilizó la labor legislativa.

Cuando Victorino da la Plaza asumió la presidencia, dos temas ocuparon su atención: las resonancias políticas de la reforma
electoral y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.

La presidencia. Victorino de la Plaza

La cuestión política se presentó árida. Victorino de la Plaza aparecía ante la opinión pública como un conservador resignado a
llevar adelante una política reformista que no compartía. En la apertura de las sesionés del Congreso rel 21 de mayo de 1914—,
correspondientes al año en que falleció Sáenz Peña, su posición quedó aparentemente definida, pero sus prevenciones
también. Actuaba sustituyendo al presidente enfermo, por lo que consideraba que debla ajustar su conducta, “al programa por
él formulado”. No era una adhesión entusiasta. Era el cumplimiento de un deber.

Es un hecho, empero, que preocupaba la atención general la especie de eclipse que se ha operado en las que fueron grandes
agrupaciones políticas que, después de extinguido el gobierno, de la confederación y casi simultáneamente con la
reorganización del país, surgieron como traídas por intereses vitales, no a disputarse el predominio de ideas extremas en el
orden social y económico, sino a coleborar con sus distintos criterios legales en la tarea de interpretar y ampliar los preceptos
de la Constitución reformada...

El dirigente conservador pareció abrir la esperanza de una reconsideración de lo hecho en materia electoral cuando en el
mensaje añadió: Habrá por lo tanto que convenir o que en la ley hay alguna disposición que no coincide con los caracteres de
los partidos a que me refiero (los “moderados” o conservadores tradicionales) y conspira contra su subsistencia, en tanto que
auspicia y robustece la de los partidos avanzados o que esa enorme masa de opinión extraña a estos últimos, pero que vote
ocasionalmente con ellos por carecer de agrupaciones propias, incurre en la más censurable irresponsabilidad al no insistir con
toda energía en la voluntad de ejercitar lealmente sus derechos....

Un año después, ya presidente, de la Plaza insiste en el “peligro” del avance radical y socialista —los partidos “extremos”— y
sobre el diagnóstico del eclipse conservador. Pero el mensaje del 10 de mayo de 1915 ante el Congreso es igualmente claro en
el aspecto decisivo: Victorino de la Plaza era un conservador agotado, o un sucesor fiel: Se nota un vacío ¿n los resortes de la
lucha, si no se diseña de cualquier modo la marcha a seguir Pero pienso que tal expectativa revela una tendencia agresiva al
pretender que aun en la forma más velada y discreta emane una insinuación de aquella fuente.

Era la opción por la neutralidad en la lucha política y la renuncia a construir desde el poder un nuevo “oficialismo”. El viejo
conservador no quería ser un reaccionario.

Cuestiones internacionales y situación económica

La cuestión internacional estaba vinculada con la cuestión económica. Por un lado, en 1913, el gobierno argentino se había
manifestado disconforme con el propósito explicito de los Estados Unidos de intervenir en la guerra interna mexicana. En 1914,
de la Plaza cedió a la presión norteamericana y según Ibarguren se embarcó con Brasil y Chile bajo la presión de los Estados
Unidos en un atolladero enmascarado por la propaganda de ‘colaboración americana” en pro de la paz de México y de la
“solidaridad continental”. Al finalterminó reconociendo presidente provisional de México al general Carranza, como querían los
norteamericanos. Las relaciones económicas entre la Argentina y los Estados Unidos, mientras tanto, se habían hecho
frecuentes y estrechas. Mientras lbarguren interpreta el paso dado por la Argentina en el conflicto mexicano como una acción
inocua y hasta vergonzosa, y el pacto conocido como del ABC. —ratificado por nuestro Senado el 21 de septiembre de 1915—
como un convenio de “filiación norteamericana”, McGann recoge el elogio de la prensa a la mediación de los tres países
americanos y considera, como entonces La Nación, que la Argentina salía de su aislamiento. La mediación “era populbr en la
Argentina”, dice McGann. Para Joaquín V. González, que informó ante el Senado el pacto del ABC, se había iniciado “una política
nueva en la Argentina”.

Pero la cuestión económica, que se había hecho tormentosa, “se convirtió en huracán” aunque por causas que la Argentina no
tenía bajo su control.
Al día siguiente de declararse la guerra, el gobierno decreté una semana de feriado bancario. Luego una moratoria de un mes
para las deudas privadas. Porfin, hubo un colapso de importaciones y exportaciones. En rigor, la apertura de la guerra y sus
primeras consecuencias provocaron inicialmente pánico financiero, y esto motivé las medidas drásticas del gobierno y el cierre
de la Caja de Conversión. En poco más de un año, la economía comenzó a recobrarse lentamente. Sólo en 1917 la guerra
produciría provechos extraordinarios a sectores conectados con la exportación, mientras las importaciones decaían
notablemente. El gobierno aprovechó bien el incremento de las exportaciones y el descenso de las importaciones para absorber
beneficios y balancear su presupuesto. Victorino de la Plaza se movió con seguridad en medio de la confusión colectiva. Algunas
de sus medidas económicas y financieras movieron a la polémica, pero pocos sabían qué hacer en cambio. El presidente no
vaciló. En agosto envió un proyecto de ley prohibiendo la exportación de trigo y harina, para evitar que escasease en plaza y
neutralizar la especulación de los acaparadores. En junio de 1915 prohibió la exportación de varios artículos —desde metales y
productos químicos, hasta medicinas— para asegurar la salud de la población y de la economía. Siguieron “leyes de
emergencia” para asegurar la recepción de oro por parte de deudores extranjeros, comprometidos a pagar con ese metal,
autorizándose a las legaciones argentinas en el exterior a recibirlo hasta que el transporte sin peligro quedase asegurado. El
mecanismo era ingenioso y eficiente. De la Plaza demostró oficio y sentido del Estado, así como ideas claras respecto a la
evolución de los asuntos económicos internacionales y aun de los riesgos que sucederían a la finalización de la guerra, momento
en que las grandes potencias acudirían a grados diversos de proteccionismo o a medidas que incrementaran rápidamente sus
mercados para salir del marasmo económico, sin demasiadas contemplaciones hacia los demás.

“Circunspección financiera”

La gestión de Victorino de la Plaza tuvo como rasgo relevante la preocupación por los asuntos económicos y financieros, que
como dijo en su último mensaje, en 1916, condujo con rigidez y ‘estricta circunspección”, dejando al gobierno con reservas en
metálico por casi 317 miflones de pesos oro y uncirculante debidamente resguardado que alcanzaba los mil millones de pesos,
Sólo si se considera el panorama completo de la economía argentina durante la Primera Guerra Mundial y los años
inmediatamente posteriores —que comprenden parte de la gestión de Hipólito Yrigoyen— podría concluirse en que la guerra
no contribuyó a un desarrollo significativo de la economía argentina, sino al provecho de algunos sectores —especialmente los
vinculados cnn la exportación rural—, y que si se tienen en cuenta las alternativas de la guerra, fue una oportunidad que la
Argentina perdió para lograr una mayor autonomía económica. La guerra produjo, en cambio, una situación de mayor
dependencia económica en relación con las potencias beligerantes triunfadoras y con los países protagonistas del “nuevo
imperialismo”. Si se consideran los años transcurridos entre 1914 y 1920, se advertía el aumento constante de las exportaciones
—que en 1914 apenas superáron los 400 millones de pesos oro, pero que en el 20 pesaron holgadamente los 1.000 millones—;
se verá también el aumento impresionante de las quiebras comerciales en 1914 y su progresiva reducción eh los años
siguientes; el aumento de los salarios nominales, pero también el del costo de la vida; la reducción drástica de las inversiones
extranjeras; la disminución de las construcciones públicas y privadas; y el aumento del porcentaje de desempleados que del
6,1% de las fuerzas del trabajo en 1913, asciende al 13,7, 14,5, 11,7 y 19,4 entre 1914 y 1917 y comienza a descender en 1918
—12%— para acercarse a los indices de preguerra en los años siguientes, 1919 y 1920. La depresión que comenzó en 1913 y fue
agravada con la guerra a pesar de la rígida conducción financiera de de la Plaza, afectó a los grupos sociales con severidad
diferente. Pese a todo, los propietarios de la tierra no fueron afectados duramente por la guerra; más bien, vieron crecer la
demanda por sus productos y los precios permanecer firmes, o subir. No fue análoga la suerte de los sectores laborales, y eso
explica en parte la existencia de problemas y de explosiones que se atribuyeron especialmente a la acción del anarquismo. Pero
ni los conservadores que rodeaban a Victorino de la Plaza, ni los radicales que rodearon luego a Yrigoyen lograron modificar
sustancialmente el statu que económico-social ni aprovechar la ocasión de los cambios sobrevenidos por la guerra para llevar
adelante un programa de desarrollo con pautas diferentes de las tradicionalmente aplicadas en la Argentina moderna. De ahí
que la situación de dependencia económica no cediera, pese a que hubo quienes vieron la oportunidad de aumentar el grado
de autonomía relativa del país.

La sucesión presidencial

Pasado el primer año critico de la guerra, los argentinos alternaron su atención entre los acontecimientos mundiales y los
prolegómenos de la lucha por la presidencia. En 1912, 1913 y 1914 las experiencias electorales demostraron a los
conservadores que las advertencias de don Victorino no eran triviales y procuraron reunir los fragmentos de su poder. En
diciembre se logró la integración de ocho partidos provinciales: la Liga del Sur, de Santa Fe; los liberales y autonomistas, de
Corrientes; el partido Popular, de Mendoza; la Concentración, de Catamarca; y la Unión Conservadora, de Entre Ríos, entre
otros. Viejos y nuevos notables se unieran al esfuerzo: Joaquín V. González, José María Rosa, Lisandro de la Torre, Carlos
Ibarguren, Julio A. Roca, Benito Villanueva, Indalecio Gómez. El líder virtual era Lisandro de la Torre, pero la “derecha” argentina
demostró carecer no sólo de una estructura nacional coherente, sino de afinidades y de programas políticos y económicos
congruentes. Sólo aparecía unida por un denominador común: resistir el avance radical. Pero éste tomaba la forma de un
incipiente movimiento político cuyas expresiones locales —aunque significativas en algunas provincias— se resumían en la
conducción de un caudillo de raro estilo y excepcional gravitación. Y la resistencia conservadora, a forma de una
“confederación” de fuerzas y de hombres en las que persistían tendencias centrifugas.

Fueron esas diferencias, más bien que la hostilidad o distingos sociales de las elites conservadoras hacia un líder que parecía
imponerse a la fragmentación, como Lisandro de la Torre, las que impidieron la estructuración de una fuerza orgánica nacional
de signo conservador. La esperanza de Roque Sáenz Peña, en la que cifró la vigencia futura de la reforma electoral, fue herida
por la fra- gua fallida de estructuras partidistas competitivas y por la persistencia de intereses que temían las consecuencias de
la participación política amplia.

Manipulador político; Marcelino Ugarte tendió los hilos de una maniobra tendiente a neutralizar la jefatura de Lisandro de la
Torre, manteniendo al poderoso partido Conservador de Buenos Aires independiente de alianzas, pretendiendo erigirse en
opción frente a Yrigoyen.

El partido Demócrata Progresista

Udaondo trató de hacer lo mismo con la Unión Cívica, pero la mayor parte de sus adherentes se fue volcando hacia el
radicalismo. El partido Demócrata Progresista, surgido & la alianza de las fuerzas conservadoras del interior, proclamó en 1915
la fórmula presidencial: Lisandro de la Torre- Alejandro Carbó. Marcelino Ugarte, fiel a los viejos mecanismos de la política de
los notables, confiaba en maniobrar dentro del Colegio Electoral, y decidió que su partido provincial se presentara sin
candidatos a los comicios presidenciales. Si ha de creerse a L. de la Torre, Victorino de la Plaza no habría sido totalmente
prescindente, pues favoreció las intrigas de Ugarte interviniendo Corrientes, ocupando militarmente San Luis, y creando
condiciones para el debilitamiento del PDP.

Los socialistas: Justo-Repetto

El partido Socialista afirmaba mientras tanto su programa “mínimo”, inclinado hacia el socialismo liberal de Juan B. Justo, y
soportaba no sólo crisis internas —Alfredo Palacios fundó el partido Socialista Argentino a partir de una cuestión baladí
vinculada con el duelo, al que adhería contra los principios del partido— sino escisiones sindicales y sugerencias conservadoras
que presentaban a los radicales como los “adversarios reales” del socialismo capitalino. Próximos los comicios, eligió también su
fórmula presidencial: Juan B. Justo-Nicolás Repetto.

Los radicales: Yrigoyen-Luna

La Unión Cívica Radical consolidaba su estructura nacional con la jefatura de Yrigoyen y la disidencia de los santafesinos. La
mayoría del partido quería la concurrencia a los comicios. Hipólito Yrigoyen aspiraba, en cambio, a obtener el poder por
métodos revolucionarios o por un golpe de Estado. Se sometió al pronunciamiento de la mayoría, y la convención radical eligió
la fórmula de candidatos: Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna. Pero la actitud de su líder llevaba implícita una contradicción: había
hecho bandera del sufragio libre, pero había explicitado también sus aspiraciones revolucionarias sobre las reglas de juego que
se avino a respetar con importantes reservas mentales.

La Argentina dolos partidos debía proburar la legitimidad política que necesitaba para su estabilidad. Pero en las vísperas de su
nacimiento, pocos eran los que respetaban su lógica interna. Con motivaciones y designios diferentes, casi todos contribuirían a
que la legitimidad naciente no llegara nunca a su plenitud. Victorino de la Plaza presidió el momento en que se cruzaba una
frontera sin retorno.

33. La época radical

Hipólito Yrigoyen, caudillo popular

En 1918, triunfó el primer partido orgánico nacional nacido desde la oposición: la Unión Cívica Radical. Y con él llegó a la
presidencia de la República uno de los líderes más notables y originales de la historia política argentina: Hipólito Yrigoyen. En
esos dos datos se encuentran las líneas maestras de la política nacional entre 1916 y 1930, época de predominio radical.

Las elecciones de 1916

Las elecciones de 1916 fueron reñidas, Sobre una población de 7.704.383 habitantes, estaban inscriptos y habilitados para votar
1.188.904 hombres. Concurrieron a los comicios 745.825 y la UCR obtuvo poco menos de la mitad de los sufragios—339.332—;
los partidos conservadores de la provincia de Buenos Airas, Corrientes, San Luis, Santiago del Estero, Jujuy, La Rioja, San Juan y
Mendoza lograron menos de la mitad del caudal de los radicales —153.406 votos—; el partido Demócrata Progresista 123.637;
el partido Socialista consiguió en la Capital Federal 52895 sufragios y el radicalismo disidente de Santa Fe 28267. Los votos
consagraban el triunfo radical, pero el mecanismo constitucional trasladaba la cuestión al Colegio Electoral, como esperaba
Ugarte, quien horas antes de constituirse aquel había logrado que los conservadores y muchos demócratas progresistas votaran
la fórmula Angel D. Rojas-Juan E. Serú, mientras L de la Torre pedía a sus electores leales de San Luis, Catamarca, Santa Fe y
Tucumán que votaran la fórmula Carbó- Carlos Ibarguren. Cuando los votos se tradujeron en electores se comprobó que la UCR
había obtenido 143, y la mayoría necesaria era de 151. Esto alentó las maniobras de Ugarte, frustradas por el radicalismo
santafesino, que al fin votó en favor da Yrigoyen. La UCR logró, finalmente, 152 electores. Uno más que los necesarios. Desde el
punto de vista del mecanismo electoral, el triunfo radical fue ajustado. Si se consideran los votos, fue amplio, pero distó de
parecerse a un “plebiscito” como interpretaría luego Yrigoyen. Si se aprecia el espectro político de la época, distinguiendo entre
los votos favorables al reformismo y los partidarios de una suerte da statu quo ante, los primeros —UCR, PDP, PS y UCR de
Santa Fe— reunieron 544.131 sufragios y los segundos 153.406. Pero si se si suman los votos conservadores de los partidos
provinciales propiamente tales y los “progresistas’, los caudales reunidos no alcanzaban al de la UCR Si se juzga, en fin, la
representatividad política del nuevo gobierno en función del sufragio universal cuya ampliación introdujo la ley Sáenz Peña, la
elección de Yrigoyen fue un triunfo claro.

El caudillo

‘Nadie es tan consciente como el historiador de la infinita diversidad de las personalidades humanas”, pero nadie —y menos
aún el historiador o el analista político— desdeñan comparar pesonalidaoes, hallar grandes “tipos” ideales y referirse, con obvia
prudencia, a tipologías. La personalidad de Hipólito Yrigoyen es un dato indispensable para comprender la política argentina de
la época que tratamos.

Sé bien que no soy un gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría habido poder humano que me hiciese
asumir el cargo... Soy un mandatario supremo de la Nación para cumplir las más justas y legítimas aspiraciones de/pueblo
argentino... Sé bien que he venido a dúmplir un destino admirablemente conquistado: la reintegración de la nacionalidad sobre
sus bases fundamentales...

Este pasaje de los fundamentos del proyecto de ley de intervención federal a San Luis, escrito en 1921, contiene la concepción
que Yrigoyen tenía de su “misión política”. Se pueden hallar frases semejantes en numerosos documentos salidos de su mano, o
de su inspiración. No era un “doctrinario”—¿dónde hallar el sistema coherente de ideas al que refiriese sus actos y acomodase
sus decisiones?—, pero sí un idealista o, quizá mejor, un “principista”. Era a la vez un luchador, que puso en la táctica
intransigente más constancia que el propio Alem, y en la actitud permanente del conspirador que debía actuar desde un poder
que hubiera querido conquistar por la revolución, una paradojal consecuencia. Jugador, con la imagen del prudente;
imaginativo para el ejercicio de la política, con el semblante de un rígido que hizo dele “Causa” o de la adhesión a su capacidad
carismática el catecismo laico para la, “reparación nacional y el signo que señalaba la división entre aliados y adversarios, entre
sus fieles y sus críticos. Cuando operaba en aras de la Causa, se aproximaba al cínico de la política, que epela al “egoísmo
sagrado”. Pero era difícil en su tiempo y no es sencillo ahora recrear lo que fue “el caudillaje por el silencio”, esa manera casi
arcana que tenía Yrigoyen para conducir a través de las “medias palabras’ o de la convicción personal. Caudillo carismático,
ségún la compleja clasificación de Max Weber hizo del silencio un gesto. Gregorio Marañón lo comparó con Oliveira Salazar, el
líder portugués, e intuyó con agudeza en sus Ensayos liberales el valor político de aquel gesto: El secreto está en que en esa
clase de hombres el gesto es precisamente el silencio, y la misteriosa invisibilidad...

Pero así como se constituyó en el representante simbólico de los sectores medios, ávidos de participación política, irritó a los
adversarios,4 y afirmó la constante “personalista” —el calificativo nació, en el sentido de un poder personal encarnado,
asociado a su persona—, uno de los hilos conductores de nuestra historia política. Lo que ocurrió era previsible: por su estilo y
por su gravitación. Yrigoyen fue un factor de polarización política. Se estaba con él o contra él. El “yrigoyenismo” —luego el
“personalismo”— atravesó las filas de la oposición y del propio partido Radical.

El partido y su elite

Octavio R. Amadeo llamó al radicalismo “la fracción española de la política argentina”. La frase, ingeniosa, sugiere algunas vías
de análisis. No sólo la que se relacione con la extraña adhesión doctrinaria al krausismo por parte del caudillo, sino la que se
vincula con una vertiente de la historia española expuesta en su momento y que discurre por el español y el americano del siglo
XVII, cuando España elaboraba su quehacer imperial sobre dos ejes paralelos: el de la ortodoxia-heterodoxia y el del
maquiavelismo-antimaquiavelismo. Porque el radicalismo yrigoyenista fincó su desarrollo en la crítica moral, para lo cual su
credo político interpretado por el caudillo se transformó en ortodoxia, y en una suerte de antimaquiavelismo que vio en el
realismo político un pecado y en la oposición una expresión larvada de la “razón de Estado”, traducida en alianzas contra el
partido gobernante que su líder descalificaría con un término que hi’u ipoca: el “contubernio”.

Este aspecto del comportamiento radical parece ratificar una línea interpretativa apenas recorrida y que se esboza así: la UCR
tuvo su origen en la época de los notables del 80 y complete en el plano político la asimilación al modelo europeo, es
“moderno” allí donde la elite de 1880 era “tradicional” (por ejemplo, la participación política ampliada como índice de
modernidad). En cambio en lo económico, el silencio de la Unión Cívica Radical (hasta 1916 especialmente) frente a problemas
clave del proceso económico y su reacción tipo “indignaión moral” frente al acento que sobre la actividad económica ponen sus
opositores, representa en cierta medida un recurso a valores de tipo “tradicional”: es “tradicional” allí donde la elite de 1880
era ‘moderna”...

El radicalismo representa, pues, una expresión de la participación política ampliada a sectores hasta entonces marginados por el
régimen; demanda la vigencia de la Constitución y el sufragio libre y se incorpora al sistema político con una estructura
partidaria orgánica y nacional. En su programa incluye la defensa de las autonomías provinciales, lo que contribuye a afirmar la
“nacionalización” de su estructura, llene un estilo y una forma de prédica apropiada a lo que ya se denominaba nacionalismo, y
un líder que reemplazó las expresiones programáticas con el atajo de la simbología política.

La organización y el estilo

La conformación policlasista del radicalismo —que contenía en su seno a hombres procedentes de todas los sectores sociales
políticamente activos— no interfería la disposición populista de su líder —más bien presentida que real, o en todo caso
embrionaria de un populismo de masas que se perfilará recién en 1928—. Los cuadros dirigentes de la UCR estaban formados
por muchos hombres pertenecientes, por su extracción social y por sus actividades económicas o profesionales, o por ambas
cosas a la vez, a la denominada “elite tradicional”. Este dato es importante para explicar, en parte, la afirmación del
“antipersonalismo” dentro del partido Radical.

Su base para la acción en el comité—el de la provincia de Buenos Aires fue por mucho tiempo el baluarte de las conspiraciones
y de la acción política de Yrigoyen—, que servía de medio para el ascenso de una suerte de nueva clase dirigente que podía o no
mezclarse con la tradicional, sin afectar la fuerza política de la organización. El comité —temido ya por Juárez Celman en
escritos que citamos y conviene recordar— reemplazó al club, fue el instrumento de difusión del partido y la garantía de su
unidad, aunque fuera laxa. Pero sólo el estilo y la imagen populista de Yrigoyen disimulaba un partido en el que aún la mayoría
de su elite estaba compuesta por hombres que creían en valores análogos a los de sus adversarios conservadores. El
principismo yrigoyenista operaba como un elemento galvanizador. El partido no era, para el caudillo, una “parte”, sino el
intérprete de la razón pública y el representante de la soberanía nacional.

El pueblo dela república, al plebiscitar su actual gobierno legitimo, ha opuesto la sanción soberana de su voluntad a todas las
situaciones de hecho ya todos los poderes ilegales. En tal virtud, el Poder Ejecutivo no debe apartarse del concepto
fundamental que ha informado la razón de su representación pública, sino antes bien, realizar como el primer y más decisivo de
sus postulados, la obra de reparación política que alcanzada en el orden nacional, debe imponerse en los estados federales,
desde que el ejercicio de la soberania es indivisible dentro de la unidad nacional y desde que todos los ciudadanos de la
República tiene los mismos derechos y prerrogativas...

Es una parte de los considerandos que preceden al decreto de intervención federal a la provincia de Buenos Aires, del 24 de
abril de 1917. El análisis de su contenido es elocuente: los comicios fueron para el lider radical un plebiscito. Los gobiernos no
radicales pasaron a constituirse, por su heterodoxia, en situaciones de hecho. El radicalismo era una suerte de depositario de la
razón pública, y no sólo de la voluntad popular. La estructura federal del Estado no era una valla infranqueable, pues para el
perfeccionisrno político de Yrigoyen los demás ciudadanos tenían el derecho de tener un gobierno radical, es decir “legítimo”,
como el gobierno nacional. La soberanía popular había pasado a ser la soberanía del partido, y dentro del partido, de su
príncipe. No era una consecuencia de la lógica interna de la “Argentina dalas partidos”, sino de la proyección perfeccionista y
mística de un caudillo carismático. Pero esa y otras consecuencias pondrían pronto en cuestión aquella lógica interna, mientras
desde esa perspectiva no carecen de explicación hechos insólitos como la “ruptura de relaciones” del gobierno nacional con el
de la provincia de Córdoba, en mayo de 1922, a raíz del triunfo del candidato demócrata Julio A. Roca ante la denuncia defraude
y la abstención radical. Tampoco aparece inusitada la oposición rígida que acosó a Yrigoyen desde todas las tribunas y desde al
Congreso, que aquél ni pisó, enviando sus mensajes anuales para que fueran leídos ante congresisas indignados.

La gestión gubernamental

La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen está condicionada por una preocupación dominante: consolidar la gravitación
nacional del partido Radical y organizar definitivamente su estructura interna. Yrigoyen llega a la presidencia con 64 años. Para
el primer objetivo usa el recurso dele intervención federal a discreción, a partirde su peculiar interpretación de la causa de la
‘reaparición nacional” que se ha analizado. Interviene provincias por decreto en quince oportunidades, y por ley del Congreso
en cinco más. Para el segundo propósito emplea a sus fieles a través de los comités del interior. Ambos objetivos hallarán
resistencias fuera y dentro del radicalismo, estimulando alianzas entre aquellos que terminaron por calificar al presidente como
un “autócrata”. Sin embargo, opositores y adversarios internos tuvieron durante su gestión absoluta libertad de expresión. Sólo
que Yrigoyen confiaba en otros instrumentos más eficaces que la retórica para dominar, como al cabo lo haría, tanto el
panorama político nacional cuanto las posiciones partidarias decisivas. Era presidente y jefe del partido, y no dejaría de cumplir
ambos roles pese a les críticas de lo que con el tiempo constituiría el movimiento “antipersonalista”. En parte por esas
preocupaciones dominantes, yen parte también por su modalidad paternalista y popular, otros hechos ytemas de la época,
fundamentales para sectores importantes de la política argentina, fueron relativamente secundarioflara el presidente, que
lostrató siguiendo el itinerario de ciertos principios en los cuales creía, o ateniéndose a su intuición de la oportunidad. El
caudillo tenía su ritmo y su manera de entender la política, y con su estilo atravesó períodos difíciles y sucesos que podrían
haber herido su popularidad. Pero sise atiende al comportamiento presidencial respecto de la constelación de poderes de la
época, puede explicarse con alguna coherencia por qué ninguno de los sucesos que tuvo que superar fueron suficientemente
decisivos como para afectar el liderazgo de Yrigoyen, por lo menos en los seis años de la primera presidencia radical.

Política y economía

Lo que caracterizó la elación de Yrigoyen con el mundo obrero fue una cuestión de trato, más bien que el resultado de un
cambio de política. El presidente dialogó con frecuencia con dirigentes obreros y usó del arbitraje para tratar conflictos
gremiales, pero el partido Radical no trajo consigo ningún programa de cambio económico-social que pudiese alterar la relación
de fuerzas entre empresarios y trabajadores. Representativo de los sectores medios, Yrigoyen respondió a las aspiraciones de
participación política de éstos, pero no se introdujo en la compleja trama de intereses económicos que las organizaciones
obreras, dirigidas por anarquistas o por socialistas, trataban de romper. Las “luchas por la producción de ganado y carne
proporcionan —se ha expuesto en una investigación reciente— probablemente el barómetro más exacto del clima político
general de la Argentina, o por lo menos ningún problema aislado de la época resulta tan sugestivo”. Aunque la apreciación del
investigador pueda parecer exagerada, los datos que proporciona muestran a un Yrigoyen indeciso frente a conflictos
concretos. En 1911, obreros de los principales frigoríficos intentan organizarse dentro de la FORA (Federación Obrera Regional
Argentina) y los dirigentes de Armour y Swift —norteamericanos--- los despiden. Las peticiones obreras se dirigían a obtener la
jornada de ocho horas, el pago de horas extras, aumentos graduales de sueldos, el feriado del 1° de mayo... y frente a la
posición rígida y agresiva de los frigoríficos, van a la huelga.

Esta progresa, y es apoyada por sectores portuarios. Los estancieros se unen a los frigoríficos y la Sociedad Rural auspicia una
reunión de la que resulta un petitorio a Yrigoyen para que actúe contra la huelga conducida, según los empresarios, por
“agitadores profesionales”. Intervienen los diplomáticos norteamericano y británico invocando la carestía de las provisiones
para las tropas aliadas. El presidente envía a la Marina para romperla huelga. En el plano económico las discrepancias de fondo
entre radicales y —conservadores serían, al fin, escasas. Frente al recrudecimiento de la “cuestión social” Yrigoyen deja operar
al aparato represivo policial, como durante la famosa “Semana Trágica” del 19, suerte de putsch anarquista que ocasiona
centenares de muertos y heridos por la intervención de la policía sin provocación obrera. Y aun parece impotente para
desalentar organizaciones civiles como la “Liga, Patriótica”, célula extremista de una derecha ideológica y social que se lanzara.a
la “caza del obrero”, mientras meses después, en Santa Cruz, una rebelión de peones es reprimida por el ejército, ocasionando
una matanza. Un testimonio apasionado pero original de aquella persecución sangrienta que complicó a militares y
terratenientes en el 22, es la obra “La Patagonia trágica” de José María Borrero. La palabra “tragedia” abundaba, como se
advierte, en torno dolos problemas sociales de una época signada, además, porla repercusión de la revolución bolchevique y de
la revolución mexicana. Frente a un proceso tan complejo, el radicalismo carecía de una política social y económica suficiente,
pero el caudillo asimilaba las crisis.

Un tema que conmovió a los argentinos, como a todo el mundo informado, fue la Primera Guerra. Las consecuencias de su
desarrollo y proyecciones fueron esbozadas en torno del contexto internacional, y la actitud del presidente Yrigoyen —como
antes la de Victorino de la Plaza— no fue ajena a las influencias ya apuntadas, sobre todo en el plano económico.

La neutralidad

En el plano político, el presidente sostuvo la neutra?idadde la Argentina a pesar de$resiones y de críticas de entidades,
periódicos y sectores con influencia intelectual que pretendían la ruptura con Alemania. Cuando ésta decidió la guerra
submarina a ultranza, algunos buques argentinos —el “Monte Protegido”, el velero “Otiana”, el vapor “Toro”—fueron al fondo
del mar. La presión llegó a su límite a propósito de un episodio diplomático: la embajada de los Estados Unidos interceptó un
telegrama enviado por el embajador alemán Karl von Luxburg en el que informa a su gobierno el rumbo de buques argentinos,
recomienda su hundimiento y califica al ministro Pueyrredón de “asno”. El episodio era, en verdad, de una factura tan grosera
como agraviante y peligrosa para la Argentina. Si algún asno actuaba en la política de entonces, ése era el conde Luxburg cuya
expulsión inmediata decidió el gobierno argentino, reclamando satisfacciones al alemán. Las obtuvo, así como el desagravio a la
bandera al terminar la guerra. Yrigoyen sorteó las demandas belicistas de la opinión favorable a los Aliados sacando provecho
de la ncoherencia de los críticos, que habían aceptado —y defendido, como hizo Lugones, entre otros— las excusas británicas
cuando el hundimiento del vapor argentino “Presidente Mitre”.

Vista la cuestión retrospectivamente, nos parece que la conducta de Yrigoyen fue inteligente y adecuada. En primer lugar
hemos dicho algo acerca de lo que fue la Primera Guerra y de la forma en que dirigentes supuestamente capaces se
zambulleron en el conflicto. En segundo lugaç el tema de la neutra/idadestuvo presente en casi todos los países que no se
mezclaron de inmediato en el conflicto y contaba con la mayoría de los pueblos. Sin necesidad de reiterar el proceso interno
norteamericano, baste recordar lo que costó a Wilson sacar a su pueblo del aislaciohismo. Por otra parte, los agravios al honor
nacional se reunieron allí con intereses económicos y estratégicos concretos. Neutrales europeos, como Italia, escuchaban a un
Salandra recomendar la práctica del “sagrado egoísmo”, una versión de la neutralidad ayudada por el regateo diplomático. Y un
hombre prestigioso como Giolitti, alma del partido Liberal, coincidía en el neutralismo que apoyaban los socialistas—por su
pacifismo—, y los políticos católicos, que seguían la consigna de la Santa Sede, benigna hacia el católico imperio austro-
húngaro. ¿Para qué añadir más? ¿La Argentina estaba a merced de intereses que no dominaba? Yrigoyen interpretó a la
mayoría, siguió en esto a de la Plaza y fue vocero del hombre medio. Se comportó otra vez como un principista, y acertó, pese a
las críticas emotivas de muchos de los adversarios más inteligentes, algunos de los cuales irían luego a los Estados Unidos para
explicar la política exterior argentina yjustificarla ante esa potencia que había obrado, en todo caso, impulsada por su particular
interpretación de su interés nacional en el mundo. Lamentablemente, ni Yrigoyen ni sus ministros tuvieron los recursos
intelectuales para imaginar una política económica independiente —en términos relativos— como la que sostuvo en el campo
internacional. Esta se prolongó en la Sociedad de las Naciones, donde algunos de los Catorce puntos de Wilson parecían
désvirtuados y las discrepancias entre los vencedores revelaron muy pronto el choque de intereses. Las instrucciones de
Yrigoyen a la delegación argentina fueron que no se hicieran distingos entre neutrales y beligerantes, consagrándose el
principio de la igualdad de los Estados. Otra vez aparece el principismo de Yrigoyen, que condicionó la permanencia de la
delegación argentina a la aceptación de esos postulados. Alvear, entonces embajador en París y miembro de la delegación, se
opuso. Yrigoyen insistió en un telegrama de antología, con su estilo, su lenguaje, sus frases insólitas. Sólo Honorio Pueyrredón
respetó las instrucciones, pero intentó soslayar la conducta recomendada por el presidente. La delegación procuró que éste
concediera una conducta menos rígida. Los telegramas no tuvieron contestación. El 6 de diciembre de 1920 se leyó la nota
señalando la posición argentina, y la delegación partió en seguida de Ginebra. Según Yrigoyen, el radicalismo tenía una misión
para la Argentina, y ésta para el mundo. Ni más ni menos.

El poder ideológico

En 1919 la tensión social culmina con hechos sangrientos y más de 350 huelgas, y una demostración de fuerza de la FORA que
reúne en un mitin en la plaza del Congreso 150.000 asistentes y setecientos gremios representados, derivando hacia el
comunismo anárquico. La renovación ideológica había llegado a los medios universitarios a través de la Reforma, que tiene su
epicentro en Córdoba, entre 1917 y 1918, y se difundirá por toda Américalatina. “El movimiento de reforma confiesa la doble
inspiración rusa y mexicana; esos ejemplos le animan a luchar por una modificación de los estatutos universitarios que elimine
el todo poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente dentro de diques que son, a su vez, parte de los
sectores oligárquicos) obligándolos a compartir el gobierno con los estudiantes (provenientes en parte de sectores sociales más
modestos, pero sólo excepcionalmente populares)...” La Reforma universitaria se manifestó, pues, como una prolongación de la
reforma política contra el “régimen”, en la medida que la Universidad habia otorgado a la estructura de poder vigente hasta el
16 la mayor parte de sus dirigentes, y la comunicación entre el sistema político y el subsistama universitario era entonces fluida.
Los radicales adhirieron a la Reforná e Yrigoyen pudo eludir así la crítica ideológica, para concentrar su trabajo en neutralizar a
los críticos políticos.

Al promediar el período presidencial, Yrigoyen había provocado un clima de crisis en su propio partido y el acercamiento de los
partidos opositores.

El poder militar

Antes de esbozar esa problemática, que se plantea hasta el momento en que se decide la sucesión presidencial, es preciso
observar aspectos de una crisis futura que se advierten en el paulatino reingreso a la arena política de un antiguo protagonista,
ahora profesionalizado: el ejército. Los militares aceptaron sin problemas el acceso pacifico de los radicales al poder y
asimilaron el neutralismo rígido de Yrigoyen.

Pero al tratar más adelante la intervención política de los militares como una suerte de “partido político armado”, ¿cómo no
computar—entre causas más complejas— las reiteradas intervenciones federales que motivaron con frecuencia su convocatoria
con fines que solían identificarse con objetivos partidarios, y crearon un factor de diversión respecto de lo que los militares
llamaban sus “acfividades específicas”? Si este dato no es desdeñable para interpretar el proceso político futuro, también es
interesante el hecho de que Yrigoyen aplicase su concepto de ‘reparación” al propio ejército.

Pasó por alto los reglamentos de promoción militar para rehabilitar a ex revolucionarios del 90, del 93 y de 190. Nada había por
encima de la “Causa”, y esos militares habían luchado por ella. Eso provocó el brote de facciones militares y de logias para
defender el profesionalismo, pero que ala postre se convertirían en una ‘oposición faccional” dentro del sistema. En 1920 surgió
la Logia General San Martin. Varios factores incidieron en su formación: la tolerancia del ministro de Guerra hacia oficiales
políticamente comprometidos con Yrigoyen y que demostraban públicamente su apoyo al presidente; favoritismo y
arbitrariedades en las promociones; deficiencias en el entrenamiento de los conscriptos; y la defección administrativa tanto en
la dotación de las fuerzas armadas como en formas de intervención que afectaron, desde la perspectiva militar, la disciplina
interna de dicha corporación. La Logia General San Martín no surgió contra los radicales, sino por motivos corporativos
fundados en políticas específicas que sus componentes no admitían. Pero expresó una manifestación política de los intereses de
las fuerzas armadas. No fue extraña a la preocupación de éstas por la proclividad de Yrigoyen a designar civiles para el cargo de
ministro de Guerra. Cuando se aproximaba el cambio de gobierno y se perfiló la candidatura de Alvear, la Logia presionó para
que éste no designara, una vez electo, al general Dellepiane, próximo a Yrigoyen, sino al entonces coronel Agustín R Justo,
durante siete años director del Colegio Militaryvinculado a los círculos aristocráticos de Buenos Aires. En una oportunidad,
incluso, Justo puso de manifiesto una actitud elocuentemente crítica hacia Yrigoyen, realizando por su cuenta un homenaje a
Mitre, formando a los cadetes frente al museo del prócer y líder de la política del “acuerdo” —según la visión de Yrigoyen, que
pasó por alto el aniversario—, o de la política liberal de la Organización —según quiso subrayar Justo—.

Estos hechos fueron, tal vez los primeros pasos concretos en un itinerario que llevaría a la politización del ejército en términos
del siglo XX. En 1922, la Logia había impuesto a Justo como ministro de Guerra de Alvear.
Sin embargo, los propósitos dominantes de Yrigoyen en el escenario político nacional encontraron franca resistencia entre los
políticos de la oposición y entre radicales que disentían con su conducción personalista. En 1918, Rodolfo Rivarola se lanzó a
justificar la necesidad de un “tercer partido” en la política nacional, que reuniera a los que no eran radicales ni socialistas.
Mientrastanto, el comité de la Capital de la UCR designa una comisión compuesta por Carlos A. Becú, Santiago C. Rocca, José R
Tamborini y Enrique Barbieri, y ésta produce un documento titulado “Programa y acción del partido Radical”, que acusa la
derrota de los radicales capitalinos en manos del socialismo en ese mismo año y revela la crisis interna del partido oficial. El
documento se manifiesta “antipersonalista”, reclama “la separación entre el partido militante y el gobierno”, exige que la UCR
se defina frente a los problemas políticos, económicos y sociales indicando “la necesidad de un programa”, y recuerda que el
electorado espera del radicalismo que asegure “una buena administración pública”, Cuando se aproximan las elecciones
presidenciales, sectores conservadores e independientes procuran organizar la Concentración Nacional de Fuerzas Opositoras
cuyo candidato sía Norberto Piñero. El partido Demócrata Progresista no acepta integrarla. Se difunden escritos que denuncian
el origen autonomista yla militancia juarista del joven Yrigoyen, ahora creador de un “binomio rompecabezas—régimen y
causa—”, mientras el nombrado Rivarola compara al presidente con el “único, Juárez Celman”. Los esfuerzos para una
coincidencia opositora contra el radicalismo oficialista aumentan a medida que se acercan las elecciones del 22, mientras los
“manifiestos de los radicales principistas al pueblo de la república”, publicados con la firma de Miguel Laurencena, Carlos F.
Melo, Benjamín Villafañe y otros, el 22 de enero del año de los comicios, no difieren mucho en las críticas a la “autocracia”
yrigoyenista con el discurso-programa que pronunciaría el candidato socialista Nicolás Repetto, el 5 de febrero.

Las elecciones nacionales

La opinión popular—lejos de la memoria colectiva los graves momentos del 19— permanecía ajena a los ajetreos de los comités
y al febril trabajo de opositores y disidentes. La percepción de la diferencia entre la opinión pública y la opinión popular era
aguda en Yrigoyen, que impuso a su candidato enla Convención Nacional de marzo de 1922: el aristocrático, temperamental,
inteligente y a vecestrivial embalador en París; Marcelo Torcuato de Alvear. El radicalismo era mayoría, y la mayoría en el
radicalismo había respetado una “vaga consigna” que circulaba desde fines del 21: El Viejo apoya a Alvear...

La Convención radical eligió la fórmula Alvear-Elpidio González por 139 votos contra 33. Los argentinos que concurrieron a los
comicios en abril de 1922 votaron por gran mayoría en favor de la UCR: 458.457 sufragios. Esta vez representaban el triunfo
radical en doce distritos y 235 electores. La Concentración Nacional apenas superó los 200.000 votos. Todos los otros partidos,
reunidos, sumaron 364.923 sufragios. El triunfo radical fue, esta vez, rotundo. La fórmula de la UCR obtuvo más de cien mil
votos sobre la cifra de 1916. Pero el cisma radical estaba cerca. Alvear dejaba, mientras tanto, París para iniciar un brillante
itinerario europeo y americano como presidente electo. Radical “afrancesado”, el heredero del caudillo escribe primero su
despedida a París: Au revoir, Paris… Je donnerai mon cernir et mon corp a la Presidénce...

Del paternalismo populista al aristocratismo popular

Alvear, presidente

“Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias argentinas que podía jactarse de una real aristocracia.” La vida del
político radical fue una mezclada compromiso y aventura, de trivialidades y períodos de lúcida inteligencia, de militancia
comitéril y conspirativa y de tomas de distancia para no quedar atrapado por el pueblo y el comité. Alvear logró la confianzade
“el Viejo” ya través de ella la adhesión prevenida delos yrigoyenistas. Pero era una personalidad diferente de la del “Peludo”,
como el humorismo político llamó a Yrigoyen, quien quizá lo creyó “seguro, ornamental y manejable”, juzgándolo a propósito
de sus itinerarios europeos, de su fascinación finisecular por París, de su persecución romántica a Regina Paccini y de su relativa
incomunicación con el partido.

Personalidades diferentes, eran también distintas las circunstancias a las que atendían, las influencias del contorno que
predominaban en ellos, la percepción selectiva que conducía a ambos a responder con frecuencia de manera diversa a las
solicitaciones del proceso político. La elección de Alvear para la sucesión parece a primera vista inexplicable. Ángel
Gallardoministro de Relaciones Exteriores desde el comienzo de la gestión de Alvear sostiene que la intención de Yrigoyen fue
integrar la fórmula con Elpidio González, porque consideraba a Alvear “fácil de desalojar”. No hay ninguna prueba objetiva de
eso. El historiador tiene ante sí presunciones, intrigas, versiones. No es fácil entender por qué Yrigoyen haría una maniobra
tancomplicada, que si fallaba conduciría a una crisis partidaria. Si Alvear fue votado porque era “su” candidato, lo mismo pudo
imponer de entrada a González. Salvo que con seis años de atraso, Yrigoyen quisiera dar cierto aliento a una derecha
exasperada por la influencia imbatible del caudillo para impedir la frustración del régimen nuevo cuya legitimación era todavía
precaria. ¿No se hubiera asimilado mejor el tránsito hacia la “Argentina de los partidos” de haber sido Alvear, y no Yrigoyen, el
presidente en el 16? ¿No fue demasiado brusco el tránsito para una derecha que se mostraba impotente para detener a ese
nuevo populismo?

El hombre y su estilo

Conjeturas quizás interesantes para otro tipo de especulaciones, no son suficientes para acordar consistencia a la versión de
Gallardo, que muchos compartían y Alvear no desalentaba. Pero conviene tener presente, también, que Yrigoyen, por su estilo y
por su comportamiento, no hizo lugar a la formación de dirigentes aptos dentro de la corriente de sus fieles, los “azules”—
tracción de la embrionaria oposición antipersonalista—promovieron precandidatos como Leopoldo Melo y Vicente Gallo, y
luego a Arturo Goyeneche; el radicalismo “principista” a hombres como Laurencena y Carlos Melo. El viejo caudillo bien pudo
preferir apoyarse en un hombre alejado desde 1917 de la política local —Alvear pasó esos cinco años en Francia como
representante diplomático—, confiando en que aceptaría su tutela, o que no podría eludirla, un hombre que había comenzado
su catrera política al lado de Alem y que había participado en las aventuras revolucionarias del 90, del 93 y de 1905, y conocido
la cárcel y el confinamiento en la etapa conspirativa del radicalismo. Además, el afecto de Yrigoyen por Alvear fue constante y,
hasta donde podía escrutarse una personalidad como la del caudillo, sincera.

Sin embargo, también en este caso adquiere relieve la personalidad del hombre de Estado. Alvear no era un principista, sino
más bien un realistaque percibía la política como una mezcla de pragmatismo y compromiso.
No era, pues, un intransigente, porque la vida política era para él la prolongación de su manera de ser y de ver la vida social.
Carecía incluso de la constancia en el sacrificio que caracterizó a Yrigoyen. Era un remedo del “patriciado” actuando en un
partido popular, pero guardando identidad de estilo con la elite social de la época y abierta comunicación con el establishment.
Al cabo terminará por irritar a los yrigoyenistas, a la izquierda revolucionaria ya los nacionalistas de derecha. Y facilitará el
aglutinamiento del “antipersonalismo” en sus distintas versiones y procedencias: conservadores, radicales no yrigoyenistas’,
socialistas, demócratas progresistas. No fue la consecuencia de una táctica; menos aún de una estrategia. Fue el resultado de la
lógica interna de un estilo político, que Alvear dejó andar, favorecida por la acción correlativa de sus “hermanos-enemigos”.

Para la opinión popular, Alvear era sobre todo “el candidato de Yrigoyen”. Para los sectores sociales conservadores, “la garantía
anticipada de un gobierno recto y ecuánime, llamado a restablecer el imperio del régimen constitucional y de la libertad
política, después del eclipse que han sufrido bajo el providencialismo de los últimos años.

Durante la gestión de Alvear hubo 519 huelgas en las que participaron cerca de medio millón de trabajadores y, sin embargo,
los conflictos no se tradujeron en un clima de tensión social constante y opresiva para los sectores dominantes ni para el
pueblo. Fueron decretadas siete intervenciones federales y el Congreso dispuso tres más, pero salvo as situaciones de Córdoba
y Buenos Aires, que dieron lugar a sucesos especiales, tales decisiones no privaron a la gestión de Alvear de elogios —
procedentes de la opinión independiente y de la antipersonalista, sobre todo— ni del calificativo de “presidencia legalista”.

Vidas paralelas: la sociedad política y la sociedad económica

Pasó a la historia comouna presidencia tranquila y ordenada, progresista y conciliadora. Verdaderamente, una presidencia típica
de los “felices años 20”, con una buena administración.

Sin embargo, hay otra vertiente de la presidencia de Alvear, quizás más fascinante: para algunos observadores, la tranquila
administración alvearista puede ser interpretada como una forma de morosa delectación en arreglos políticos que demoraron
el despegue económico de la Argentina. Y para otros, el laboratorio de una polémica ideológica que atravesaría incluso a la
“sociedad militar”, y daría el tono al proceso político de los años 30. Por lo pronto, durante la presidencia de Alvear la sociedad
política y la sociedad económica siguieron vías paralelas. Parecía al menos que esas vías paralelas podrían seguir su camino sin
comprometerse recíprocamente. En la segunda, no hubo reivindicaciones —obreras o empresarias— tan significativas como
para poner en cuestión al sistema económico vigente. En la primera, mientras el presidente actuaba procurando respetar las
reglas de juego constitucionales, se articulaban dos tipos de alianzas: una, dentro del sistema, que atravesó al propio partido
Radical y lo condujo a la escisión y consolidó la llamada corriente “antipersonalista”. Otra, contra el sistema, encarnada entre
varias, en la ideología militante más significativa, para la época: el nacionalismo de derecha o, quizá mejor, el nacionalismo
antiliberal.

En la sociedad económica, la Argentina no mostró “una actitud industrialista”, por lo que la gestión de Alvear no fue
sustancialmente diferente en este aspecto de lo sucedido en el período 1914/1930. Un estudio reciente en torno de las etapas
del desarrollo económico argentino llama a dicho período, que extiende hasta 1933, “la gran demora”, luego de crearse
condiciones para el “despegue” industrial de la Argentina:la Primera Guerra Mundial puso fin a la euforia económica del
período de preacondicionamiento. El comercio exterior quedó dislocado, creándose una escasez de productos básicos sin los
cuales la economía no podía funcionar “normalmente”, produciéndose así una crisis estructural. Sin embargo existían
esperanzas de que el país volvería a la situación anterior a la guerra. Esperanzas que se fueron alentando después de la crisis
ganadera de 1922, como consecuencia de cinco años de buenas cosechas yde la mejora de los términos del intercambio. Pero la
aparente prosperidad ocultaba dificultades subyacentes.

La gran demora se caracteriza por una contracción de la tasa de crecimiento de la inversión, particularmente de la inversión
extranjera, y unadetención en la evolución relativa entre la agricultura y la industria.

Los sectores agropecuarios mantuvieron su influencia en la conducción de la política económicay trasladaron sus demandas al
sistema político sólo cuando fue indispensable. Hacia 1922 el comercio de la carne pasa por una situación de crisis, pero Alvear
tenía en Agricultura a un ministro ducho como Le Breton —quien como embajador en los Estados Unidos se había informado
bien acerca de la inminente “guerra de la carne” entre británicos y norteamericanos—y por lo tanto adopta una actitud de
intervención vigilante en el asunto. En la Sociedad Rural, un ganadero de Corrientes, Pedro Pagés, había logrado desalojar de la
presidencia a un representante de los terratenientes bonaerenses. Eso facilitó la gestión de Le Breton. Cuatro leyes revelaron
que Alvear tendría una política agropecuaria más decidida y precisa que Yrigoyen, aunque sin neutralizar la acción de los grupos
de interés tradicionales: se decidió la construcción de un frigorífico administrado por el Estado y ubicado en Buenos Aires; la
inspección y supervisión gubernamental del precio de la carne; la venta del ganado sobre la base del precio del “kilo vivo” y el
establecimiento de un precio mínimo para el ganado de exportación y uno máximo para venta local. Hallándose Luis F. Dubau,
poderoso invernador bonaerense, en la presidencia de la Sociedad Rural (había derrotado a Pagés en elecciones de dicha
corporación en 1926), ésta produce un importante y, para muchos, inusitado documento. Escrito por el joven Raúl Prebisch y
publicado en 1927, fue titulado “El pool de los frigoríficos: necesidad de intervención del Estado”. Paralelamente, sin
embargo,la Sociedad Rural difundía el lema “comprar a quien nos compra”, que en la práctica significaba alentar el retorno de
las buenas relaciones económicas con Gran Bretaña ytomar partido en la “guerra dela carne”.

Las líneas internas

Hacia la escición radical

La sociedad económica permaneció atenta, pero no intranquila, frente a las cosas que sucedían, mientras tanto, en la sociedad
política. Lo que preocupaba a aquélla era, sobre todo, que no se cortase la comunicación con el poder político, y ésta era
asegurada por la presencia de Alvear y Le Breton.
La sociedad política estaba pendiente de lo que ocurría en las filas radicales. El gabinete de Alvear representó para el
yrigoyenismo el signo de una “peligrosa tendencia”; había sectores afines con sectores sociales que proveían dirigentes hostiles
al personalismo y al estilo del caudillo. Allí estaban Matienzo, un viejo juarista, aunque crítico veraz del “régimen”, según vimos,
no era poreso un converso total; Justo, el ministro de Guerra que había desplazado al yrigoyenista Dellepiane; y Le Breton y
Marcó, a quienes el diario La Época, vocero yrigoyenista, hostilizó de entrada. El último mensaje de Yrigoyen al Congreso, dado
el 1° de julio de 1922, contiene frases de extraordinaria violencia contra la oposición conservadora. Cuando finaliza ese mismo
año, la opinión conservadora es favorable al nuevo presidente. Pero en diciembre, al discutirse los diplomas de radicales
alvearistas por Jujuy, el sector radical yrigoyenista impide sesionar al no presentarse, y la minoría compele a los ausentes ante la
resistencia del vicepresidente González. Varios senadores logran un voto de censura contra el hombre de Yrigoyen; Melo,
Tormo, Saguier, Gallo —radicales antiyrigoyenistas—, se unen a los conservadores para esto. La tensión continúa en los meses
subsiguientes. En 1924, se forma en Buenos Aires el “radicalismo disidente” dirigido por Isaías Amado y Mario Guido. Es la
primera consecuencia visible de los propósitos del nuevo ministro del Interior, Vicente Gallo, que trabajaría desde su
incorporación en el gabinete de Alvear para desarticular el baluarte yrigoyenista que representaba Buenos Aires. La medida
previsible era la intervención federal.

1924: cisma y articulación del “antipersonalismo”

El año de 1924 es decisivo: as elecciones de diputados incorporan ochenta legisladores radicales. Cincuenta, aproximadamente,
pertenecen al yrigoyenísmo. El cuerpo elige presidente provisional a Mario Guido, porque 26 diputados radicales, 2 “bloquistas”
del cantonismo sanjuanino, 1 “principista” de La Rioja, 22 conservadores y 19 socialistas suman sus votos.

El “contubernio”

Era el “contubernio”, según el sambenito que el yrigoyenismo colgó a una nueva versión de la vieja “política del acuerdo”. Una
suerte de asociación ilegítima entre sectores que a su juicio debían estar en posiciones contrarias, pero que aceptaban aliarse
con el único fin de vencer al radicalismo yrigoyenista.El cisma radical era un hecho, aunque no definitivo.

A la diferencia entre las personalidades de Yrigoyen y Alvear deben añadirse otras causas explicativas de la división. Causas de
partido: la heterogeneidad social del radicalismo se manifestaba en un nuevo alineamiento que reunía a los afines entre sí;
además, reaparecía la resistencia provincial: los caudillos que dominaban ciertas situaciones locales se oponían tanto al
personalismo “unitarizante” de Yrigoyen yal comité nacional ¿por ejemplo, los Cantoni en San Juan), cuanto al predominio del
comité bonaerense. Causas de política principista: como las que manifestaban los socialistas; o de táctica política: como las que
articulaban los conservadores, quienes procuraban enfrentar a los radicales y socialistas más que por diferencias prograrnáticas,
haciendo hincapié en la rivalidad por el dominio del distrito de la Capital. Y causas sociales, en fin, que eran comunes a todos los
hombres que compartían aquella “moral común” que otrora recordara Matienzo a propósito del “régimen”.

1926: un “test” electoral

En 1926, elecciones nacionales de Diputados pusieron n evidencia el estado de la cuestión política. Intervino el radicalismo
antipersonalista, la UCR tradicional, los conservadores, el socialismo. El sector de los Cantoni en San Juan y de los Lencina en
Mendoza se alié a los antipersonalistas. Si bien la UCR fue el partido que más votos obtuvo —335.840—, las fuerzas
antiyrigoyenistas habían logrado cerca de treinta mil votos más. Mientras la UCR había obtenido las mayorías de la Capital,
Buenos Aires, La Rioja y Catamarca, los demás grupos habían logrado el control de once distritos. Por un lado, pues, el
yrigoyenismo había sufrido una derrota parcial y sus posiciones principales, como su reducto bonaerense, serían
amenazadospor un Congreso hostil. Por otro lado, sin embargo, el radicalismo comotal, demostré seguir siendo la principal
fuerza política nacional, pues enmuchas provincias el comicio fue una lucha entre dos fracciones del radicalismo.

Las interpelaciones en el Congreso, las acusaciones recíprocas, demostraban la voluntad de trazar una línea entre amigos y
enemigos, afiliadosy adversarios. La línea pasaba, otra vez, por la figura de Yrigoyen. “Llovíay tronaba”, según Gallo, sobre la
cabeza del ministro del Interior a propósito de Santiago del Estero, de Jujuy, de La Rioja, de Córdoba. El 27 demarzo de 1926 los
diputados radicales yrigoyenistas dirigen una nota insólita al presidente, reclamando la intervención a Córdoba, donde se
habíaimpuesto el conservador Cárcano. La nota mencionaba las perspectivasamenazantes que ofrecían las renovaciones
provinciales y nacionales, porparte de los gobiernos que traicionaron a la UCR y de los del “régimen…”

Era una cuestión de partido, un “episodio, ruidoso y estéril”, una “rencilla intestina”, como puntualizó en seguida un manifiesto
de los senadores ydiputados socialistas, que dio oportunidad de hacer un “manifiesto a lasbrigadas” a la Liga Patriótica que
dirigía Manuel Carlés. Pero Alvear optépor contestarla, luego de una reunión de gabinete, con lo que dio al asuntoun trámite
irregular. Alvear sabía que la negativa a intervenir a Córdoba lecostaría la hostilidad activa del yrigoyenismo, que
posteriormente no haríaquórum para votar leyes fundamentales para la marcha del Estado, comoel presupuesto. Pero no
intervino. Si Córdoba fue una prueba de los yrigoyenistas para Alvear, la provincia de Buenos Aires plantearía un desafíoal
equilibrio presidencial que surgió del antipersonalimo y los conservadores. La presión para desalojar de Córdoba a un
conservador procediódel partido Radical. La presión para intervenir a Buenos Aires y desarmarel baluarte yrigoyenista tendría
su punta de lanza en el seno del gabinete, a través del antipersonalista Gallo, ministro del Interior, apoyado porMolina. La
conducta de Alvear fue, otra vez, serena y prudente. No hubointervención, y sí una crisis de gabinete y el reemplazo de Gallo
por José P.Tamborini. En el diario El Orden de Tucumán aparece en ese mismo año unreportaje a Yrigoyen:“Creo que el
radicalismo en las próximas luchas electorales... afirmará rotundamente su triunfo, una vez más, sobre sus adversarios
tradicionales” —habría declarado el caudillo—, quien se decía con una misión “superior a ese juego de mezquindades políticas”.
Pero añadía, según el periodista, un juicio significativo: “No he podido llegar a explicarme la política que, contra el radicalismo
tradicional que lo encumbró al poder ha tolerado, sino fomentado, el doctor Alvear de quien he sido y sigo siendo amigo…”
Tendidas las líneas, se trataba de saber si al personalismo “yrigoyenista” se le iba a oponer el personalismo “alvearista”, pues la
oposición no había podido superar sus diferencias sustanciales, aunque coincidiese en luchar contra Yrigoyen. Pero muy pocos
podían escrutar, a través de las cifras de las elecciones del 26, el estado de la opinión popular. Los más informados estaban al
tanto de las “conspiraciones palaciegas”, como las llamaba Molina, de las intrigas de comité, de los “manifiestos”, de los
inflamados discursos parlamentarios, de las actividades del general Justo —también partidario de la política intervencionista
contra el yrigoyenismo—, y de los reclamos de éste a Alvear para que “pagase su deuda” del 22. Pero, ¿quiénes computaban las
“razones del corazón”, las sensaciones colectivas?

La lucha por la sucesión

Cuando se iniciaba 1927, no era un misterio para nadie que la contienda electoral próxima habría de obedecer a una sola
alternativa: con Yrigoyen o contra Yrigoyen. Algunos observadores de la política argentina, y otros que habían sido además
protagonistas principales, anticipaban pronósticos. En ElArgentino de la Plata alguien que firmaba “Argos” coincidía con José
Nicolás Matienzo, que analizaba la situación de la fuerzas políticas y sus posibilidades para las elecciones de 1928, en “dos
puntos: a) en atribuir 22 electores a los socialistas en el Colegio Electoral, y b) en no atribuirla mayoría absoluta a la única
candidatura visible hasta hoy, o sea la del ex presidente señor Hipólito Yrigoyen...” Los pronósticos tenían en cuenta grupos
electorales que, en un caso, separaban a los yrigoyenistas de los antipersonalistas, conservadores y socialistas. Yen el caso de
Matienzo, además delos yrigoyenistas y antipersonalistas, añadía a los “provincialistas” —partidosprovinciales históricamente
contrarios al radical—a los ‘izquierdistas” —radicales que actuaban en provincias como bloques independientes
(Lencinas,Cantoni)— y “dudosos”, teniendo en cuenta que había un caudal de 51,27%de votantes que, según algunos
cómputos, no habían sufragado en 1926.

Los comentarios socialistas y nacionalistas de la época no eran muy diferentes. El analista queda hoy un poco perplejo, pues
puede disponer de los datose información que manejaban los observadores y protagonistas de entonces.

Los “números electorales” que usaba la Revista Argentina de Ciencias Políticas, al cabo uno de los voceros dalas tendencias
conservadoras, socialistasy antipersonalistas a pesar de la objetividad intentada en la mayoría de susestudios, demostraban un
aumento sustancial en el caudal del yrigoyenismode la Capital Federal entra las elecciones de diputados de 1924 y las de
1926(mientras los socialistas habían aumentado un 11,14% y los antipersonalistasun 4,93%, el yrigoyenismo lo había hecho en
un 42,39%). No sólo comprobaban el escaso progreso del antiyrigoyenismo en la Capital, sino que concluíanen que muchos de
sus adherentes habrían pasado al yrigoyenismo y eso pordos motivos, aparentemente: porque la actividad desarrollada por los
comités había dado un resultado extraordinario, o porque “no existe ya la mismaconfianza de hace dos años en la fracción del
radicalismo antipersonalista”.

Como se advierte, ambos argumentos eran favorables a Yrigoyen.

De tal modo, la experienciade los movimientos populares —en la Argentina almenos— demuestra que los intelectuales son
proclives a no estimar aquellas “razones del corazón”, y los adversarios políticos a no aceptar la fuerzadecisiva de los caudillos
carismáticos cuando se trata de elegirlos a ellosovotar contra ellos. Los pronósticos apenas aludían al hecho de que habríaun
cambio cualitativo importante, quizá decisivo, entre elecciones de diputados y una elección presidencial.

La campaña electoral de 1928

La campaña electoral mostró, en 1928, a una oposición segura del triunfo. Carlos lbarguren, en sus escritos sobre la historia que
ha vivido, describe con claridad el estado de ánimo del frente antiyrigoyenista:Fue tan entusiasta la exteriorización del “frente
único”radicalantipersonalista y conservador, en el que se reunían el régimen y “unafracción importante de la causa que se creyó
seguro el triunfo de esa conjunción política, que el doctor Alvear prohijaba con decidida simpa tía. Ante esas perspectivas los
gobernadores de la mayoría de las provincias decidiéronse por apoyar a Melo-Gallo: sin recato alguno hicieron pública su
adhesión a éstos los gobernadores de Santa Fe, Corrientes, Mendoza, San Juan, Córdoba. Entre Ríos, San Luis, Salta y La Rioja...

La fórmula antipersonalista

El partido antipersonalista eligió su fórmula luego de complejas mediaciones y de la influencia personal de Alvear, para quien
prescindencia no era indiferencia: éste se inclinaba por Leopoldo Melo. La convención antipersonalista proclamó, por fin, la
fórmula presidencial Melo-Gallo. Según Ángel Gallardo, “nació herida de muerte”, Melo se encargaría de darmayorventaja a los
“peludistas”: por lo pronto reveló su desconfianza hacia la ley Sáenz Peña mientras proclamaba su confianza en las mayorías
supuestamente antipersonalistas, denunciaba “la encrucijada, alevosa del cuarto oscuro”. El partido Socialista sufre la tensión
entre su programa, la diversidad de sus tendencias, y el desgaste que produce en sus cuadros la negociación con
antipersonalistas y conservadores. El problema de la intervención a la provincia de Buenos Aires —que reiteraba, en vísperas de
elecciones presidenciales, la tentativa de neutralizar el reducto principal del yrigoyenismo—, fue puesto en circulación por un
proyecto de ley del diputado Dickman, el 1° de mayo de 1927. Fue el tema que condujo a la escisión.

Escisión en el socialismo

Los disidentes —entre ellos González Iramain y Federico Pinedo—formarían el partido Socialista Independiente, aliado
inminente de conservadores y antipersonalistas. Los conservadores deciden apoyar la fórmula antipersonalista en una
convención que se realiza en Córdoba, en agosto de 1927. Corno otras veces en la historia política argentina, desde Córdoba y
Santa Fe se organizaba la ofensiva opositora. En septiembre se proclama la fórmula antipersonalista en Santa Fe. En noviembre,
en Córdoba. Pero las elecciones provinciales fueron mostrando que los pronósticos antiyrigoyenistas eran vulnerables: el
personalismo —como se identificaba a la UCR comenzó el 28 ganando en Tucumán, en Salta, en Jujuy y “barriendo” los
baluartes del antipersonalismo en Santa Fe y de los conservadores en Córdoba, donde os radicales triunfaron por 93.000 votos
contra 77.000 de sus adversarios.

Según parecía cada vez más claro, el antipersonalismo no neutralizaba la influencia de Yrigoyen ni siquiera con alianzas tan
discutidas como la de Federico Gantoni en San Juan, o la del inescrupuloso caudillo bonaerense Barceló con su partido
provincialista.

Impotencia electoral de la derecha política

En el “frente único” cundía a desesperación por la impotencia electoral. De ahí que sus protagonistas intentaran otra vez el
atajo de la intervención federal a Buenos Aires como único medio para vencer al “Peludo”, El dato tiene importancia decisiva
para comprender la precaria legitimación de la “Argentina de los partidos”, Ante el riesgo de una segunda administración de
Yrigoyen, la oposición no vacilaba en proponer formas de fraude. Alvear recibió a los representantes del “frente” que fueron a
pedirle que decretara la intervención a Buenos Aires. El presidente remitió el asunto a una reunión de gabinete, En sus
memorias, Ángel Gallardo relata su desarrollo: él tomó primero la palabra. Repetí entonces, como había dicho varias veces, que
me sorprendía comprobar que los políticos continuaban procediendo como si no existiera la ley Sáenz Peña...

Y Alvear cerró el debate en el gabinete diciendo que la intervención era improcedente y que eso era un “asunto concluido”. Era,
también, la condición de la victoria para Hipólito Yrigoyen. Cuando llegó el momento de la convención de la UCR, ésta votó por
aclamación al caudillo, y con 142 votos a Francisco Beiró para la vicepresidencia. Allí terminan las especulaciones en torno a un
presunto “renunciamiento” de Yrigoyen en favor de una candidatura de conciliación. Pronto cumpliría 78 años, ¿pero qué
caudillo carismático no se comporta como si fuera, de alguna manera, “inmortal”? Habla dicho una y otra vez que su “misión”
estaba por encima de las ambiciones de poder. Mas ¿qué era Yrigoyen sino un político para quien el poder es el objetivo
inmediato de su quehacer? Y por fin, ¿no sería que los que alentaban su “desinterés” o criticaban su “ambición”, denunciaban
simplemente que la presencia de Yrigoyen en la arena política significaba la frustración de otros intereses y otras ambiciones?

Triunfo espectacular de Hipólito Yrigoyen

En la hora de la verdad, el caudillo no haría autocrítica. Quería ser presidente, y tenía comparativamente más recursos políticos
que sus adversarios para lograrlo. Eso era todo. Y Alvear, a pesar de sus predilecciones, fue un árbitro leal. La UCR obtuvo
838.583 votos. Su adversario más cercano, el Frente Único, 414.026. Esta vez el fenómeno político era diferente: no había
triunfado, en rigor, un partido, sino un movimiento popular...

La Argentina alterada

34. La restauración neoconservadora

El fin de una época

Hay dos formas de cambio vital histórico, según enseñaba Ortega: cuando cambia algo en nuestro mundo y cuando cambia el
mundo. Si sucede esto último, hay crisis histórica. Es decir, las generaciones que conviven sienten que se quedan sin las
convicciones del pasado, que es como decir “sin mundo”.

Alos argentinos —y a casi todos los que vivieron la feliz década del 20, como se decía entonces— les estaba por suceder eso. A
partir del momento en que percibieron que el mundo que los rodeaba cambió, no atinaron a pensar una respuesta nueva o una
nueva política, nacional e internacional. Se pusieron fuera de sí, se alteraron.

La Argentina que sigue a la década del 20 será una Argentina crítica. Para algunos ordenada, para otros monótona. Para ciertos
sectores, vivirá la restauración de la “dignidad perdida”. Para otros, la “década infame”, según una expresión que hizo época.
Pero casi todos vivirán los tiempos nuevos con malhumor, impaciencia, tensión y cierto melodramatismo. Vivirán, en fin, una
doble vida o una vida falsa, que es lo que le ocurre con frecuencia al alterado. Quizás eso explica en parte las perspectivas
contradictorias que los argentinos tienen de sí mismos y de lo que les pasa.

El crash de 1929

“Algunos años, como ciertos poetas y políticos, y algunas exquisitas mujeres, gozan de una fama superior a la común de sus
homólogos: sin duda alguna, 1929 fue uno de estos años...”

Fue, como escribió Galbraith, un año digno de recordarse: uno fue al colegio antes de 1929, se casó después de 19290 ni
siquiera había nacido en el 29, “lo cual absuelve al interesado de toda culpabilidad”. Fue también un año que los economistas se
apropiaron para explicar muchas cosas, porque en él comenzó” el más monumental suceso económico en la historia de los
Estados Unidos: la penosa prueba de la Gran Depresión”. Baste decir aquí que el crash de Wall Street fue bastante más
complicado que el resultado de la conspiración de aventureros tortuosos. Fue, según muchos aprecian hoy, una combinación
extraña de ilusiones, esperanzas ilimitadas, optimismo sin cuento e irresponsabilidad, que envolvió al propio presidente
Coolidge, quien en su último mensaje sobre el estado de la Unión en diciembre de 1928 do nada menos que: Ninguno de los
Congresos de los Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan
favorable.

Según parece no sólo el presidente norteamericano fue incapaz de predecir un desastre. Economistas ilustres —hasta entonces
al menos— como el profesor lrving Fischer de Yale, pronosticaban en la misma época que los precios de los valores habían
alcanzado un nivel alto y que allí permanecerían. Pero —como ocurrió a los argentinos del 90— el poder del encantamiento se
rompió, el sistema económico norteamericano comenzó a revelar serias fallas, muchos dirigentes y empresarios perdieron la
lucidez elemental y el mercado de valores reflejó violentamente la situación. Luego sobrevino la depresión. En torno del 29 se
tejió en Nueva York una leyenda que incluye a peatones “sorteando con delicadeza” los cuerpos de especuladoresyfinancieros
que se habían arrojado por la ventana. Parece que nada o poco de eso ocurrió y Galbraith se divierte ridiculizando la leyenda,
dando pruebas de que la ola de suicidios fue apenas mayor que años antes, y que pocos eligieron el método de tirarse por la
ventana. De todos modos, parece hoy claro que la economía norteamericana funcionaba en el 29 de modo incorrecto, sea por
la pésima distribución de la renta, por la muy deficiente estructura de las sociedades comerciales, por la mala estructura
bancaria, por la dudosa situación de la balanza de pagos y por los míseros conocimientos de economía de la época o, mejor, por
todas esas causas a la vez.

El problema más grave fue que la recesión económica duró mucho tiempo, hizo temblar a los sistemas económicos y políticos
de la época y estimuló experiencias que, al cabo, se vincularían con la gestación de la Segunda Guerra Mundial. La crisis
económica norteamericana se extendió a Europa, al Extremo Oriente y a América latina entre 1930 y 1932, y no cedió hasta
promediar la década. Si en su origen la crisis fue un “hecho norteamericano” ajeno a causas propiamente políticas, su
propagación sacudió al mundo occidental y parte del oriental con intensidad sin precedentes. Los norteamericanos habían
hecho muchas inversiones en Europa —especialmente en Alemania, Austria y Gran Bretaña— que procuraron repatriar,
desistiendo de hacer nuevas. El encadenamiento de consecuencias fue prolongado y dejó ruinas y tensiones. Transformó,
también, el orden social y político.

El nacionalismo económico

En la vida económica triunfa el nacionalismo, el pragmatismo proteccionista exigido por la presión de empresarios y
organizaciones obreras, y los lineamientos de formas de economía dirigida que en los Estados Unidos se tradujo en el New Deal
(1933) de Franklin Delano Roosevelt Gran Bretaña no sigue el camino tradicional del libre cambio, sino que se dedica a cultivar
las relaciones comerciales con las regiones que se encuentran bajo su zona de influencia o su dependencia política: adopta el
sistema de “preferencia imperial”, que en 1932 se proyecta en los acuerdos de Ottawa. Los puntos fundamentalesde los doce
acuerdos que constituyeron el resultado de la Conferencia de Ottawa fueron los siguientes: “a) Gran Bretaña se comprometió a
mantener la preferencia del 10% de la ley de 1932, ventaja que no podía modificar sin consultar con los Dominios; b) a
establecer derechos sobre los productos extranjeros, y c) a establecer cuotas sobre dichos productos”. Por su parte, los
Dominios se comprometieron a establecer preferencias reciprocas. Eso implicaba, asimismo, el propósito de restringir las
importaciones de países que no formarán parte del Commonwealth. Entre ellos estaba la Argentina, que fue mencionada
especialmente durante la Conferencia por la gravitación que tenía su competencia en el comercio de carnes y de trigo. La
denuncia tuvo consecuencias graves para la economía argentina, afectada como todas las demás por la depresión. Todo eso,
más lo acontecido en el resto del mundo, señaló la tendencia hacia el declive de los vínculos económicos internacionales, hacia
el bilaterismo comercial, mientras las tendencias autárquicas y geopolíticas conducían a la reivindicación del “espacio vital”.
Aunque luego se volverá sobre el tema, la crisis del 29 creará a las finanzas públicas de los Estados latinoamericanos una
situación tanto o más grave que la que sufrirá la economía en general, pues el poder de compra de los países periféricos —
poder derivado de las exportaciones— disminuye bruscamente y el esquema de una política económica conducente a “sustituir
importaciones” comienza a cobrarvigencia, mientras el Estado buscará controlar el ritmo de la producción y de las
exportaciones.

“En la Argentina —escribirá Carlos Ibarguren en La Historia que he vivido— sintiéranse en seguida las gravísimas consecuencias
de la catástrofe... El sacudimiento imprevisto echó por tierra nuestra prosperidad mercantil y nuestra economía; el crédito se
restringió de improviso y en muchos casos fue cortado en absoluto; los negocios paralizáronse; los bancos fueron corridos...”
Mientras tanto, el desquicio administrativo que acusaba el segundo gobierno de Yrigoyen no permitía una respuesta adecuada a
la crisis, aunque aún los sistemas mejor ordenados de esa época sintieron intensamente el cimbronazo.

El factor ideológico

Los hombres que llegaban al fin de la década feliz del 20 se encontraron, pues, con la década difícil y amarga del 30. Ala crisis
económica y sus consecuencias agobiantes, se sumó el relieve militante de ideologías antiliberales pesimistas que ponían en
cuestión la capacidad de los sistemas democráticos y parlamentarios para imponerse a la crisis y dominarla. Según algunos, se
había llegado al apogeo de la “edad de las ideologías”. Muchagente que consideraba al comunismo como anatema, el
elitismovoluntarista y eficaz de aquél le resultaba singularmente atractivo. Si un pequeño grupo revolucionario había sido capaz
de dominar el imperio ruso, ¿qué impediría a grupos creyentes en otras “religiones seculares” hacer lo mismo a partir de otras
ideologías o de otros absolutos temporales considerados, también, intérpretes del sentido de la historia? La dictadura se les
aparecía, pues, comouna forma adecuada a tiempos de crisis en los que los gobiernos constitucionales parecían impotentes.
Surgió el fascismo sin ser al principio un movimiento internacional. Era necesario tener “suceso” en la conducción delEstado.
Mussolini, en Italia, fue ejemplo para muchos. Pero el fascismo eraideológicamente débil. Apenas se aludirá en este lugar a
ciertos conceptos orientadores, a algunos elementos constitutivos. Fascismos —más bien que fascismo, pues deberán añadirse
la Alemania de Hitler, la Action Française de Maurras, la España de Franco—y socialismos, doctrinas materialistas, tienen sin
embargo puntos de partida diferentes. Los socialismos se apoyan en una esperanza, y la porción de verdad que les corresponde
se traduce en un programa y en una ideología optimista. Los fascismos, por el contrario, se originan en un sentimiento
angustiado de decadencia y de ruina. A partir de ese sentimiento, sucede una suerte de retorno a lo elemental, a lo natural a lo
instintivo: el carácter biológico de los fascismos, mezcla de lo sano y lo morboso, y la búsqueda de un “salvador” que enderece
la historia entusiasmó en su momento a las generaciones jóvenes de la década del 30. Estas hallaron, sobre todo en naciones
que buscaban su resurgimiento, el atractivo del paroxismo nacionalista de los fascismos, acompañado de la pretensión de una
profunda revolución social. Nacionalistas y en cierto sentido socialistas, los fascismos eran estatistas y totalitarios. En Alemania
apareció undoctrinario, un fanático, un devoto de la ideología tal como él la concebía y le habla dado contenido en Mein Kampf:
Adolfo Hitler. Mientras el liberalismo y el comunismo se habían lanzado como creencias universales a la conquista de los
hombres, un rasgo distintivo del nacional-socialismo de Hitler fue el mito de la raza, teorizado mediante un ensamble arbitrario
de fuentes distintas. Con el antisemitismo, satisfizo las expectativas, cultivó los temores y exasperó las ansiedades del pueblo
alemán. La ideología nacional-socialista surgió así como un fenómeno típicamente moderno, ávido de imponer un nuevo orden
traducido en una autocracia totalitaria permanente por la cual la raza aria satisficiese las naturales y “rectas funciones” que su
doctrinario le atribuía, ejerciendo el dominio casi absoluto de las razas y pueblos “inferiores”. La elite no sería reclutada sólo en
Alemania, sino en otros países como Gran Bretaña, los Estados Unidos de América, los reinos escandinavos y allí donde
existiesen arios y nórdicos. La ideología nazi tenía, además, un culto apropiado a la sociedad de masas. Descansaba en la visión
racista de la historia, y por lo tanto, en una visión regresiva: necesitaba de un factor dominante e impulsor. Por eso, y por la
influencia recíproca que existía entre un doctrinario fanático como Hitler y sus seguidores, la ideología nazi hacia tanto hincapié
en el culto del jefe.

En España, mientras tanto, con el triunfo de la República en 1931 comenzó la actividad política de un personaje singular, cuyo
pensamiento se proyectó en un movimiento ideológico y en una organización que marcaron buena parte de la historia española
contemporánea. Apenas se encuentran rastros de tal ideólogo y de su ideología en las historias del pensamiento político
contemporáneo y, sin embargo, sería vano tratar de entender el factor ideológico y sus matices en los movimientos
latinoamericanos y en los argentinos sin registrar su presencia. Se trata de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz Heredia, nacido
en Madrid en 1903, hijo del dictador Miguel Pruno de Rivera que gobernó a España entre l923yprincipios de 1938. José Antonio,
como le conocían los españoles, fundó en 1933 la Falange Española y en1935 el Sindicato Español Universitario. En 1934 la
Falange se fusionó con las J.O.N.S. (Juntas de Ofensivas Nacional Sindicalista) y fue perseguida luego del triunfo del Frente
Popular en 1936, año en que, procesado, Primo de Rivera murió fusilado. Brillante, audaz, de heroica consecuencia incluso, José
Antonio dejó un pensamiento político sobre cuyos rasgos aún hoy se discute. Lo que no se discute es su ambivalente influencia
en el nacionalismo latinoamericano, especialmente en el nacionalismo de derecha católico, de la Argentina de los años 30. Para
algunos europeos no españoles, el pensamiento de Primo de Rivera fue una versión del fascismo. Los textos dan para eso, pero
también para interpretar una suerte de “centrismo” de José Antonio, situado entre el fascismo yel comunismo. Pero un
centrismo muy particular, si se atiende a su discurso de fundación de la Falange Española, donde abomina del liberalismo, del
sistema democrático, del sufragio universal, de los partidos políticos, y se pronuncia en favor de la violencia para construir un
“Estado futuro” nacionalsindicalista.

Las corrientes ideológicas contemporáneas no se agotan en los fascismos, en el falangisrno, ni en el comunismo. Surgen las,
“desviaciones de la izquierda”, como el socialismo trotskysta y la izquierda comunista internacional, que se proclaman
observantes del marxismo integral y hacen suyas todas las posiciones doctrinales de Marx, Engels y Lenin, mientras acusan al
partido Comunista y a Stalin de “desviaciones de derecha”, Y se acentúan corrientes socialistas liberales y humanistas. El
liberalismo, mientras tanto, se renueva o se “revisa”. Surge la crítica contra “dejar hacer”, el repudio de la creencia en la
evolución ineludible hacia el colectivismo, la ratificación del individualismo como puerta abierta hacia la moral, y la original
reivindicación de la intervención del Estado para atenuar los efectos, las consecuencias de la desigualdaden las condiciones
humanas. El “neo-liberalismo” rechaza, pues, la pasividad del Estado, los monopolios, el poder financiero, el espíritu
conservador y la indiferencia frente a las consecuencias sociales de los desequilibrios económicos. Añade el intervencionismo
estatal, la lucha contra los monopolios, la justicia social. Conserva el espíritu capitalista aunque observa con atención el proceso
de socialización del mundo contemporáneo.

Mientras en las corrientes profundas del pensamiento político se advierten el “llamado a la convergencia” de un Teilhard de
Chardin, la “voluntad de ruptura y la apología de la violencia” de un Albert Camus, la “política desprendida de todo fundamento
confesional” como el personalismo de Emmanuel Mounier, “de todo fundamento ético” como en Burnham y los maquiavelistas,
o de “todo fundamento ideológico” como en Raymond Aron, según el derrotero señalado por Marcel Prélot, las ideologías
perduran. Y el tema de la ideología se convierte, en tiempos de alteraci6n, en un ingrediente decisivo del contorno internacional
yen un factor relevante para explicar las crisis de muchas situaciones nacionales, entra ellas la argentina. Liberalismo,
socialismo, fascismo, falangismo, y aun corrientes expresivas del llamado catolicismo social, disputaron la fidelidad de
seguidores, la imaginación de propagadores, la formulación de programas de acción, la adhesión de los militantes yel sentido de
la oportunidad de los políticos.

Hacia la segunda Guerra Mundial

En Estados Unidos de América, Francia y Gran Bretaña, la política interior y la política exterior seguían bajo el control de
sistemas presidenciales y parlamentarios. En Alemania, la crisis política que siguió a la crisis económica y social condujo a Hitler
al poder. En Italia, Mussolini procuraba para el Estado “el máximo de autonomía”. Atravesando la depresión, la Primera Guerra
había dejado Estados vencedores y con poder de recuperación y Estados vencidos e insatisfechos, Entre éstos estaba Alemania,
conducida ahora por el autor de Mein Kampf. La paz comenzó a correr peligro, pues el régimen de Hitler se acercaba a los
designios del fascismo italiano. Mientrastanto, las potencias “ricas” de Europa seguían una política de negociación y
apaciguamiento que vaciló sólo en 1938, cuando suceden los golpes de fuerza alemanes, Los Estados Unidos siguieron
dominados hasta 1935 por el problema de la Gran Depresión y los conflictos de intereses que produjo la política del New Deal e
incluso después su política económica no correspondería fácilmente al “espíritu internacional cooperativo” que sus estadistas
decían apoyar. La amenaza alemana crecía, pues, mientras lasbarreras de seguridad que se intentaban levantar contra ella iban
fracasando una a una. A mediados de la década del 30, el sistema de seguridad colectivo estaba en crisis y con él la Sociedad de
las Naciones.

La guerra española

En ese panorama crítico ingresó la guerra española, que estalló el 17 de julio de 1936. El conflicto español significó varias cosas
a la vez. Fue un aspecto de los conflictos ideológicos que contraponían en Europa a los regímenes fascistas, comunistas y
democráticos. Pero fue también un conflicto con perspectivas abiertas para las preocupaciones estratégicas —el control de
rutas en el Mediterráneo yen el Atlántico, Gibraltar, etc.—, y aun para las preocupaciones económicas, a propósito de la carrera
de armamentos que realizan los grandes Estados y su repercusión en las industrias metalúrgicas interesadas, En los orígenes de
la guerra española, las potencias más activas fueron Italia y Alemania en favor del Movimiento, “nacional” español. Pero luego,
todos los Estados europeos tomaron posición. Los nacionales se beneficiaron con la ayuda italiana y alemana; los republicanos,
con la de los rusos y en menor medida con la de los franceses y otros gobiernos extranjeros. Aunque todos habían acordado
mantenerse prescindentes, el principio fue violado constantemente. Pero no se trata de exponer en este lugar aspectos de un
conflicto terrible, sino de señalar su importancia en el contexto internacional de la década del 30, la tensión moral e ideológica
que creó en la opinión pública europea y en países como la Argentina —donde el problema español se vivió con general
angustia y alentó dilemas ideológicos—, así como el hecho de que Hitler y Mussolini pudiesen comprobar hasta qué punto
franceses e ingleses se mostraban dispuestos a conceder para evitar una guerra general.

El proceso internacional —político y económico— de la década del 30 contiene, pues, el flujo de muchos factores e influencias
que penetraron los sistemas políticos nacionales de los países de la periferia, condicionando su actividad y desafiando su
capacidad de respuesta. En la mayoría de los casos, como en el de la Argentina, cambios en políticas específicas, como la
política económica, fueron el resultado de esos factores más bien que de la decisión espontánea de sus conductores. Fueron,
por lo tanto, respuestas dependientes, y no independientes o autónomas.

Hacia un nuevo orden mundial

Hacia 1930 terminó una época. Con ella se fueron muchas ilusiones y se detuvo la fragua de sistemas políticos que en América
latina apenas habían logrado cierta precaria legitimidad. El subsistema latinoamericano, cada vez más ligado al rumbo
norteamericano, era fuertemente tributario de un sistema internacional frágil y cuando éste estalló, la catástrofe arrastró no
sólo a las metrópolis, sino que complicó la vida de aquellos que trataron de permanecer neutrales.

El crash del 29 produjo en la economía latinoamericana consecuencias mucho más graves que crisis anteriores. Después del 29,
y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, se advirtió que la prosperidad financiera de ciertos países latinoamericanos no era
suficiente para hacerlos invulnerables a los peligrosos cambios operados en las relaciones económicas internacionales. Estas
iban hacia un “relativo divorcio entre las economías metropolitanas y las periféricas, de las que se espera ahora
predominantemente ciertas materias primas, no todas por cierto indispensables” y según una difundida caracterización, las
áreas periféricas amenazan transformarse en los slums del planeta, comparables a esas áreas urbanas cuya degradación, una
vez comenzada, parece irrefrenable.

No sólo los cambios en las relaciones económicas internacionales gobiernan o condicionan decisivamente el comportamiento
de los sistemas políticos nacionales de América latina por la acción de los grupos de interés, sino que el factor ideológico
operará como detonante de crisis políticas y sociales y retornará, aunque con nueva y sutil fisonomía, la intervención de las
fuerzas armadas en la política como rasgo, desde entonces característico, del proceso latinoamericano. El Estado, a su vez,
asume un rol activo que ni siquiera los partidos conservadores podrán soslayar. Estado, economía y política se vincularán desde
entonces de manera diferente. La separación entre la sociedad política y la económica, que en los años 20 parecía imponerse
como necesaria, aparecerá insostenible, máxime cuando la crisis afecta incluso a los sectores dirigentes de la economía.

La diplomacia trabaja para evitar que la crisis económico-social afecte el sistema internacional. Pero la Conferencia
Panamericana de Montevideo, de 1933, si bien se tradujo por iniciativa argentina en un tratado de no agresión y conciliación,
tuvo su contrapartida económica en cuanto los Estados Unidos lograron evitar una condena masiva del proteccionismo
aduanero que practicaba y la Conferencia se inclinó en favor de acuerdos bilaterales de liberalización aduanera recíproca. En
1936 y en 1938—en Buenos Aires y en Lima—, los países americanos volvieron a reunirse bosquejándose paulatinamente un
sistema panamericano que, sin embargo, dependía estrechamente del comportamiento de la potencia hegemónica de la región:
los Estados Unidos. Si al principio el sistema parecía una “liga de neutrales”, como las que Europa había conocido en el pasado7
pronto se vería asediado por el cambio insinuado hacia 1940 en la política norteamericana, como se advirtió ya en la
conferencia de La Habana de fines de ese año. Para los norteamericanos, en efecto, el mecanismo panamericano sería desde
entonces, y hasta su ingreso en la guerra, demasiado lento como para condicionar sus inminentes decisiones beligerantes. Sólo
en 1942 se reuniría en Río de Janeiro una nueva conferencia panamericana, la que recomendó la ruptura de relaciones con el
Eje. La guerra sirvió para recomponer el sistema panamericano según las posiciones relativas de sus componentes hacia la
potencia hegemónica y hacia la guerra. Los países centroamericanos declararon la guerra, México y Brasil lo hicieron poco
después —1942— con lo que lograron explotar política y económicamente a su favor, en el contexto latinoamericano, la crisis
internacional, sobre todo en sus relaciones con el “poderoso vecino del Norte”, mientras que la reticencia argentina, que luego
se explicará, “no sólo se apoyaba —como querían los adversarios de su política— en el prestigio alcanzado por el Eje entre
muchos de sus políticos conservadores y ¡efes militares: se vinculaba también con la perduración del ascendiente británico,
opuesto entonces como antes a la inclusión total de la Argentina en el área de predominio norteamericano.

La política exterior y las relaciones económicas internacionales se convirtieron, en la década del 30 y sobre todo en los años de
la guerra, en ejes fundamentales de las políticas interiores de los Estados latinoamericanos, yen signos de referencia necesarios
para hacer inteligibles los procesos internos.

La fatiga del régimen

El contexto internacional esbozado es, a la vez, ambiente de la crisis de la Argentina de los partidos, de la restauración
neoconservadora y del golpe de Estado de 1943 y sus consecuencias inmediatas.

Segunda presidencia de Yrigoyen

En la Argentina, el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elecciones nacionales de 1928 desconcertó a la oposición y a los
observadores políticos. En realidad, era la primera experiencia contemporánea de los argentinos de lo que significaba un
movimiento popular en acción. La Unión Cívica Radical no llegó a constituirse en un partido “burocrático” mientras dominó la
jefatura personal de Yrigoyen. Su figura ejerció una influencia moral y legitimadora muy poderosa, carismática, que envolvía un
control también personal sobre sus seguidores y descansaba a menudo en recompensas traducidas en la posibilidad de acceso a
posiciones dentro del partido o de la burocracia estatal. Cuando sobrevino la reelección de 1928, se vio que la UCR debía
organizarse como un partido de masas o correría el peligro de la desintegración, pues la vida de su jefe llegaba al ocaso Para los
radicales yrigoyenistas, sin embargo, el triunfo significó la ratificación de una línea política que incluía tarifo medidas
económicas—como la nacionalización del petróleo, debatida en 1927-28—, cuanto la intención —sin traducciones
programáticas muy concretas— de promover una suerte de democratización social. Un conservador representativo, Matías G.
Sánchez Sorondo, advertía en esos debates:“Ayer fueron los alquileres, hoy es el petróleo, mañana será la propiedad rural
amenazada de ser redistribuida Para los conservadores y para los sectores económicos dominantes comenzaba a ser claro que
la relativa escisión entre la sociedad política y la sociedad económica —o si se quiere entre el poder económico y el poder
político— era una concepción peligrosa que podría terminar en una situación opuesta a sus intereses.

Sin embargo, la segunda presidencia de Yrigoyen no puede ser entendida sin atender a ciertos procesos gestados durante el
período presidencial de Alvear, condicionados por el contexto internacional en transformación.

Procesos internos en marcha: el poder militar y el poder ideológico

Esos procesos se vinculan con casi todos los miembros de lo que se ha llamado la “constelación de poderes” de la sociedad
argentina, pero hay dos que son especialmente relevantes para explicar el desenlace del 30: la influencia del factor ideológico
el cambio de actitud operado en el poder militar. Ambos procesos se encuentran estrechamente relacionados. En primer lugar,
con anterioridad a 1928 se gesta un movimiento ideológico complejo y militante conocido como nacionalismo de derecha,
paralelo a los movimientos ideológicos europeos esbozados en páginas anteriores. Si bien el nacionalismo argentino no es
reductible a una sola versión, tiene como denominador común su antiliberalismo y su crítica mordaz y constante al principio de
legitimidad constitucional democrático hasta entonces compartido por la mayoría de las fuerzas políticas argentinas. En
segundo lugar, antes de la segunda administración de Yrigoyen, se producen cambios significativos en las relaciones entre la
sociedad militar y la sociedad política o, si se prefiere, entre las fuerzas armadas y la sociedad argentina.

Pueden explorarse, sin duda, otros factores actuantes o convergentes en el desenlace del 30 y en las décadas posteriores, pero
esos dos fueron, sin discusión, relevantes.

El nacionalismo de derecha constituye un fenómeno demasiado complejo para el analista político y el historiador como para ser
descrito aquí de manera exhaustiva. Sólo se brindarán, pues, algunos datos y elementos de juicio indispensables.

Los nacionalistas

El nacionalismo no es un movimiento unitario y continuo, aunque la palabra y ciertos análisis ligeros parezcan sugerirlo. No
puede ser presentado como un bloque con unidad interna, pues ello se conciliaría mal con el espectáculo de sus
contradicciones doctrinales y de sus discrepancias. El nacionalismo se diferencia en el tiempo y en las situaciones, así como por
los temperamentos que convoca. Hay nacionalismos y nacionalistas. De ellos interesan aquí los que tuvieron gravitación
decisiva en la década del 20 y sobre todo algunos de sus rasgos salientes. Hay toda una “geografía” de la derecha todavía por
hacer que permitiría distinguir entre sus diferentes manifestaciones regionales, y una vinculación estrecha entre la derecha
nacionalista y el llamado “integrismo” católico que tuvo señalada influencia en ¡a década del 30. Existen modos de actuar de esa
derecha que trasciende a los partidos—la Liga, por ejemplo, una estructura laxa que se adecuaba bien al modo de ser de la
derecha extrema—, pues los partidos pesan y la derecha queda y al propio tiempo la organización partidaria le repugna. Y existe
un vocabulario y ciertas convicciones que han caracterizado la derecha nacionalista —el orden, la grandeza, la raíz telúrica,
etc.— así como la historia de las palabras constituye, casi siempre, une contribución sorprendente para entender le realidad
política que pretenden designar. Elitista, partidario del orden que planteaba corno uno de los términos de un dilema respecto
de la libertad, autoritario y moralista, el nacionalismo dirá que ha llegado “la hora de la espada” y clamará por la intervención
militar en la arena política para salvar la patria que considera amenazada por una conspiración internacional que los políticos
profesionales y la democracia parlamentaria soles antojaba incapaces de neutralizar. Su temática intentará vincular tendencias
e ideologías internacionales, como el fascismo, con fenómenos vernáculos como el rosismo y con actitudes de lucha frente al
imperialismo, que durante más de una década estará representado por el predominio británico y luego también por los Estados
Unidos. El nacionalismo retoma la bandera de la “hispanidad” y alienta toda una escuela histórica conocida como
“revisionismo”.

Pueden distinguirse antes del 30, pues luego se incorporará el falangismo, tres corrientes principales en el nacionalismo de
derecha argentino: el nacionalismo fascista, el nacionalismo maurrasiano y el nacionalismo conservador. Los tres coinciden en la
crítica a Yrigoyen. Pero los dos primeros coinciden, además, en la crítica feroz e la Argentina de los partidos, al principio
constitucional vigente y, al cabo, al liberalismo político. Los dos primeros son opuestos al sistema. El último comparte algunas
de las banderas de aquéllos, pero se transforma en una oposición dentro del sistema que, sin embargo, pretende “revertir”
transformándose en reaccionario y restaurador.

Uno de los protagonistas principales del nacionalismo de derecha fue Leopoldo Lugones, para quien había llegado en los años
20 la hora de le espada porque “sólo la virtud militar realiza en ese momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza
y fuerza”. Sus ideas se difundirán a partir de la segunda elección d Yrigoyen, con “La Nueva República”, periódico que habían
fundado eh0 de diciembre de 1927 los hermanos Julio y Rodolfo Irazuste, Ernesto Palacio; Juan E. Carulla y César E. Pico. La
prédica nacionalista contra Yrigoyen y la democracia fue constante, hábil y con un auditorio cada vez más amplio entre oficiales
de las fuerzas armadas, jóvenes intelectuales y la derecha conservadora. Las corrientes doctrinarias europeas aparecían,
transparentes, en discursos, folletos y periódicos de aquellos paradójicos críticos del “extranjerismo” que, según ellos, impedía
la consolidación dele identidad nacional argentina.

Si bien el fascismo, segmentos de la doctrina nazi y la evocación de Primo de Rivera transitaban por el ideario aparentemente
nacional del nacionalismo, quizá ninguna doctrina perduró tanto como la de Charles Maurras. No parece exagerado decir que
—aún hoy— hay maurrasianos que se ignoran. Si se quiere, el pensamiento de Maurras representa el más importante esfuerzo
intentado en este siglo para dar a la derecha francesa una doctrina firme y coherente. La indigencia intelectual de la extrema
derecha contemporánea muestra que Maurras no fue reemplazado. A diferenciada Bonald, por ejemplo, Charles Maurras no
buscó determinar los fundamentos del poder, sino responder a la cuestión práctica de las condiciones en que el poder se podía
ejercer normal y válidamente. Se hallan en su doctrina partes importantes de la construcción intelectual de los grandes
reaccionarios del siglo XIX, pero amputada su pieza clave: Dios. Por eso se prestaba a críticas contradictorias: ¿laicista? ¿clerical?
En rigor, una suerte de “teocracia sin Dios”, un profundo escepticismo sobre la bondad de la naturaleza que conducía a la crítica
implacable de la democracia, la repugnancia hacia el “caos obsceno”, y una construcción estéticamente perfecta —que tanto
atrajo a Lugo- nos— de un orden político en el cual la Iglesia tendría un lugar privilegiado. Era un clericalismo sin Dios. Por eso,
entre otros aspectos más sutiles, la condena pública de ciertas obras de Maurras por la Iglesia, condena conocida a fines de
1926. El nacionalismo aristocratizante de los años 20 volvía, a través de Maurras, a Francia..., a la que habían acudido antes sus
mayores, pero orientados por doctrinas de distinto signo.

Ejército y política

La crítica ideológica del nacionalismo de derecha no fue el único elemento apto para el desgaste del segundo gobierno de
Yrigoyen. Un proceso de importancia decisiva se gestaba en el ejército. Si bien el cuerpo de oficiales había comenzado a reflejar
en los años 20 los cambios operados en la sociedad argentina —casi un tercio de los oficiales ascendidos a los grados más altos
del ejército durante los gobiernos radicales aran hijos de inmigrantes—, y os asuntos profesionales absorbían la atención de la
mayoría, no era un misterio para nadie que los principales miembros del ejército manifestaban cómo debía ser la política
pública en la esfera económica y acerca de las posibilidades de desarrollo industrial por la alteración en las relaciones
económicas internacionales. El general Mosconi, director de YPF entre 1922 y 1930, exponía la tesis de un incipiente
nacionalismo económico. Paralelamente, no habían perdido vigor las ideas tradicionalistas en cuanto a un país básicamente
agrícola y su situación necesariamente vinculada a los mercados de ultramar. Los movimientos gremiales eran observados con
cierta aprensión, pues los conflictos anarquistas, las huelgas socialistas y los actos de violencia configuraban para los militares
signos de desorden y de la potencial influencia comunista, luego que los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia. Las
reacciones no eran sin embargo uniformes, pues el propio director del Colegio Militar en 1920, entonces coronel Agustín R.
Justo, describía a la Argentina como “una sociedad que cambiaba su estructura”, en la que el papel de las fuerzas armadas debía
ser el de “asegurar el libre ejercicio de todas las energías”, pero no el de un “participante” en la lucha por al cambio. Pero
cuando la década del 20 avanza, la actitud de Justo hacia los cambios sociales y su relación con los principios constitucionales no
es compartida por oficiales jóvenes que ponían énfasis en otros valores: por ejemplo, el orden y la jerarquía. Para ellos, un
general como José E. Uriburu veía más claro cuando demostraba su simpatía por regímenes como los de Primo de Rivera en
España y Benito Mussolini en Italia. Para ese sector militar, ciertos intelectuales y políticos de la sociedad argentina que, como
los militantes de la izquierda, veían al ejército en términos marxistas como instrumento de opresión de la clase dominante o
eran simplemente antimilitaristas en el sentido tradicional de los socialistas liberales y de muchos radicales y demócratas
progresistas, necesitaban una lección.

Pero la posición crítica de ejército respecto de Yrigoyen empezó a crecer cuando su segundo período presidencial comenzó a
caracterizarse por la inestabilidad y la ineficiencia política. Yrigoyen eligió como ministro de Guerra al general Dellepiane,
entonces retirado, paro éste no pudo actuar con eficacia tanto por su precario estado de salud, cuanto por la interferencia del
ministro del Interior, Elpidio González. Yrigoyen retomó, además, su inveterada costumbre de subordinar la conducción de Los
asuntos militares a consideraciones políticas o personales. El presidente “parecía ver al Ejército como una asociación de
individuos, casi una familia o un club político, más bien que una institución jerárquica en la cual moral y disciplina se relacionan
íntimamente con la cuidadosa observancia de normas establecidas...” La crítica ideológica se sumó a la crítica de la política
militar de Yrigoyen, pese a que los gastos militares aumentaban, pero en beneficio de las persones, más bien que en el de un
programa iniciado en la presidencia de Alvear pare proveer al ejército de equipos modernos. Las expensas en armamentos
descendieron de 42 a 16 millones de pesos moneda nacional entre 1928 y 1929 y el porcentaje del presupuesto militar respecto
del presupuesto general bajó de 20,9 a 18,9% y luego a 18,6% en 1930. El descontento en los círculos militares fue estimulado
por el favoritismo político de Yrigoyen en el tratamiento del personal militar, de las reincorporaciones, remociones y
promociones, incluso retroactivas, que practicaba contra normas explicitas. La crítica militar fue asentándose, pues, en causas
“corporativas” o profesionales.

El tema militar se hizo casi obsesivo. Los oficiales identificados con ley citada Logia General San Martín o con los seguidores del
ex ministro da Guerra de Alvear, general Justo, eran relevados, cambiados de destino o puestos en disponibilidad. El coronel
Luis García, que había sido cabeza de la Logia y director del Colegio Militar, escribió desde su retiro, en poco más de un año,
más de un centenar de artículos desde el diario La Nación, puntualizando los “desarreglos” castrenses del gobierno yrigoyenista.
Uriburu, también en retiro, se aprovechó de la desafección creciente entre los militares hacia la política de Yrigoyen para
comenzar sus trabajos conspirativos.

El proceso de alienación del podar militar fue gradual pero constante. Había comenzado a gestarse antes del 28.Todavía en
1929 la presidencia del Círculo Militar fue ganado por 929 votos contra 635 por el “venerable general (RE)” Pablo Ricchieri,
apoyado por el coronel Manuel Rodríguez, amigo de Justo, a la fórmula encabezada por el recientemente retirado general
Uriburu. Pero en junio de 1930, el nuevo presidente del Círculo, general Francisco Vélez, se preocupó por señalar en su discurso
inaugural que las relaciones con el gobierno se caracterizarían por una “escrupulosa consideración y prudencia, y no por
obsecuencia y servilismo”, lo que Potash interpreta bien como una manera clara de criticar implícitamente a los oficiales
identificados con el yrigoyenismo. El 23 de julio, un editorial de La Prosa se titulaba, a propósito de un discurso del coronel
García, “Ni obsecuencia ni servilismo en el militar”. El poder militar no operaba en el vacío. Era solicitado por el ambiente y éste
se había cargado de tensión e intolerancia.

La crisis de 1930

La oposición política

Hipólito Yrigoyen contaba con un fuerte respaldo en la Cámara de Diputados. Sus partidarios ocupaban 91 bancas; la oposición
67. Pero en el Senado las posiciones se invertían: lo apoyaban senadores; lo enfrentaban 1916 .Llegó al poder con un apoyo
popular impresionante que aturdió a los opositores, pero éstos tardaron poco en recobrarse y la atmósfera se fue enrareciendo
con asombrosa rapidez. La actividad legislativa fue al principio de relativa colaboración: se sancionaron en 1929 leyes como la
11544 sobre la jornada legal de trabajo, la ley 11563 disponiendo el censo ganadero nacional y otras leyes previsionales y de
alguna repercusión social. Pero como observa Etchepareborda, quedan sin aprobar el plan de defensa sanitaria, un convenio
comercial con Gran Bretaña —precedente del pacto Roca-Runciman, conocido como misión lord D’Abernon y aprobada en
Diputados— y el proyecto sobre nacionalización del petróleo que queda en el Senado “en carpeta”.17 Las obras públicas
reciben algún aliento y se crea el Instituto del Petróleo en enero de 1929. Se fundan cerca de 1.700 escuelas y se mantienen en
política exterior los lineamientos de la primera administración yrigoyenista. La lectura de los boletines oficiales no traduce el
clima oprimente que se fue formando mes a mes, con la contribución de todos: el gobierno y la oposición; los periódicos, los
universitarios, los militares y los obreros; la izquierda y la derecha.
Los testimonios de la época —y de protagonistas que intentaron evaluar los sucesos con cierta objetividad años después—
coinciden en la convergencia de factores que procedían de lugares diferentes. Del gobierno: pues la capacidad física del caudillo
declinó rápidamente mientras mantenía su estilo centralizador. La consecuencia visible fue la acumulación de problemas, sin
solución ni respuesta eficaz. Del partido Radical: sin cuadros de conducción suficientes, fue ganado además por la corrupción.
De los partidos de la oposición: encabezados por el partido Socialista Independiente, cuyos hombres fueron “los promotores
principales de un vasto movimiento popular que había de acabar con Yrigoyen, destruyendo su popularidad por una acción
eficaz de las masas” —según uno de sus líderes, Federico Pinedo—,tanto el conservadurismo bonaerense como el partido
Demócrata de Córdoba y el Radicalismo antipersonalista de Entre Ríos llevaron a cabo una labor de desgaste facilitada por la
inoperancia yrigoyenista. La oposición socialista y la demócrata progresista fue también rotunda, pero no conspirativa. Aun el
partido Comunista fue arrastrado por “la ola antiyrigoyenista”, como subraya uno de sus escritores. Los movimientos
estudiantiles se unieron a la prédica opositora o conspirativa que con facilidad realizaba casi toda la prensa porteña con difusión
nacional: La Prensa, Crítica yLa Nación, entre otros. De tal modo, cuando se sintieron las primeras consecuencias del crash del
29 y estaban madurando los procesos en gestación que se han descrito, el gobierno radical y el partido oficialista entraban con
la sien herida a la batalla.

Marzo de 1930: elecciones

En marzo de 1930, los comicios de renovación parlamentaria demostraron que el yrigoyenismo acusaba los golpes. Sumados los
totales, y comparados con los sufragios de 1928, las distancias se habían acortado:

Unión Cívica Radical……………………….839.234(1928)…………623.765(1930)

Oposición……………………………………… 536.908(1928)…………..614.336(1930)

Diferencia a favor de la UCR……… 302.3026…………………..9.429votos

Otra vez, la evaluación de ese resultado debe ponderar el hecho de que la de 1928 había sido una elección presidencial y la de
1930 sólo de diputaciones. Pero de todos modos el impacto fue grande, sobre todo en Buenos Aires donde el radicalismo perdió
frente al socialismo independiente y compartió la minoría con el partido Socialista.

Hipólito Irigoyen se había quedado sin apoyo del poder ideológico —incluso buena parte del clero católico había sido ganada
por el nacionalismo—; sin apoyo del poder militar —aunque no tenía tantos opositores como los nacionalistas creían, tampoco
disponía de adhesiones entusiastas, sino en un sector reducido—; incomunicado y sospechoso para el poder económico y a
merced de la oposición política.

La conspiración

La pregunta clave era, pues, en qué condiciones llegaba el presidente ‘Irigoyen al desenlace de una conspiración que preparaba,
desde principios de 1930, el general Uriburu. La mayoría de los testimonios de la época denuncia una sensación de fatiga
política y social, un estado de ilegitimidad sociológica, una suerte de resignación frente a la conspiración militar que según
confiesa Palacio —espectador de los sucesos, participante en el movimiento nacionalista y en la Liga Republicana e
historiador— “seguía, entretanto, sin que el gobierno tomara ninguna medida para conjurarla”. La Liga Republicana convocaba
a la oposición frontal, el llamado Klan Radical trató de neutralizar a los opositores con la violencia, y ésta llamó al combate
callejero a la Liga Patriótica Argentina. La violencia ganó la calle, los incidentes menudearon y el ambiente de crisis económica,
política y social se tomó, para muchos, insoportable. Los radicales llegaron, incluso, a hacer fraude electoral, utilizaron al
ejército para las intervenciones federales y aparecieron contradiciendo ideales y banderas que habían difundido o agitado para
fundar en esos signos una nueva legitimidad. Esa legitimidad nunca había superado cierta innata precariedad. El propio
yrigoyenismo contribuyó a herirla de muerte. Oficialismo y oposición fueron cómplices, a su manera, de la agonía de la
Argentina de los partidos.

El general Uriburu era sobrino de un ex presidente y miembro de una familia aristocrática; con amplios contactos en el mundo
económico y social, entre las elites ideológicas del nacionalismo de derecha y con los círculos políticos opositores, y considerado
según el entonces capitán Perón como “un perfecto caballero... un hombre puro y bien intencionado”, dio los últimos toques a
la conspiración.

Entre la revolución corporativista y la reversión conservadora

Un grupo paralelo operaba bajo la inspiración del ex ministro de Guerra de Alvear, el general Agustín P. Justo. Ambos coincidían
en el objetivo inmediato —derribar a Yrigoyen—, pero diferían en cuanto a los objetivos políticos mediatos y aun en sus
ideologías correspondientes. En síntesis, Uriburu representaba la idea de una revolución de inspiración corporativa, en la línea
del fascismo. Justo, el propósito de una reversión política, de una vuelta el pasado pre-radical, en una línea conservadora. En los
designios de Uriburu estaba la reforma institucional y un régimen tan largo como fuera necesario para realizarla. Entre las
intenciones de Justo figuraban cierta adhesión condicionada a los principios constitucionales y la creación de un gobierno
provisional de duración breve, que preparase rápidamente la transición. Sarobe fue un cronista fiel de ambas posiciones y, a la
vez, partidario de una suerte de “legalidad sin Yrigoyen”.

Según el testimonio del propio Perón, la posición de Uriburu, a cuyo grupo estaba adscripto, tenía menos predicamento entre
los oficiales dispuestos a participar en el movimiento que la posición del grupo de Justo. Perón tuvo le impresión de que el
grupo de Uriburu carecía de habilidad para llevar a buen puerto la conspiración y buscó acercarse al de Justo, en el que jugaban
un papel principal Sarobe y Bartolomé Descalzo. El primero de ellos trató de establecer, “en términos simples y en forma
concreta, sin tergiversación posible, los objetivos y miras de la revolución”, como escribe en sus memorias. La revolución iba
“contra los hombres” y no tenía como finalidad cambiar las instituciones. En esto, la posición difería claramente de Uriburu, y su
grupo.

Renuncia Hipólito Yrigoyen

El 5 de septiembre, Yrigoyen delega el mando en el vicepresidente Enrique Martínez —elegido en el Colegio Electoral a raíz de la
muerte del candidato Beiró—, mientras la calle es tomada por manifestaciones estudiantiles. Hay heridas y la tensión parece
haber llegado a un nivel insostenible en Buenos Aires, centro neurálgico de la conspiración. Sus autores discuten aún los
términos de la proclama que fijaría los propósitos de la revolución, y Uriburu cede aparentemente a la insistencia de Sarobe y
Descalzo, accediendo incluso a que aquél corrigiese un manifiesto preparado por el nacionalista Leopoldo Lugones.Todo eso
puede ocurrirsin resistencias, pues días antes el ministro de Guerra Dellepiane no pudo convencer a Yrigoyen de tomar medidas
militares y policiales para reprimir la conspiración en marcha. Dellepiane renuncia el 2 de septiembre. En la madrugada del 6, el
gobierno está solo, el presidente ha enviado su renuncia manuscrita y el ejército, con lajefatura de Uriburu, toma el poder. Fue
una operación política y militar, casi aséptica, preparada sin prisa y sin pausa, en la que los participantes tuvieron tiempode
pensar en lo que iban a hacer, pero sólo se pusieron de acuerdo en cuanto a la toma del poder. La primera prueba del ejército
en el poder comenzó como un cuidadoso operativo militar y culminó en un “paseo” de seiscientos cadetes, novecientos
soldados, decenas de automóviles rodeados por espectadores alborozados y un oficialismo paralizado. Al día siguiente de la
crisis se mostraron las facciones de la revolución, su cuerpo bicéfalo y los rastros de la improvisación. El orden constitucional
estalló sin que muchos lo deploraran. Los argentinos apenas se dieron cuenta de que, entre todos, habían llevado a su patria a
la crisis de la crisis.

La frustración de Uriburu

Tanto las causas como la calificación de los sucesos de 1930 son objeto de polémica. La crisis de ese año clave no sacudió sólo a
la Argentina sino también a varias naciones latinoamericanas.Uno de los factores comunes fuela abierta responsabilidad política
asumida en casi todos los casos por los ejércitos. Este fenómeno ha dado lugar a una amplia, aunque todavía insatisfactoria,
literatura populary erudita en torno de la intervención de los militares en política. Hasta hace algunos años, los estudios y
ensayos aludían con abundancia al concepto confuso de “militarismo”. Como ha observado José Nun, el punto de vista
“tradicional” deriva del antimilitarismo europeo del siglo XIX. América latina, sin embargo, no es Europa, y la suposición más o
menos explícita de que el progreso y el régimen civil son a su vez sinónimos no es necesariamente válida para ella. El punto de
vista moderno” se basa en la experiencia de las nuevas naciones de África y Asia, pero las repúblicas latinoamericanas no son
nuevas y han tenido experiencias históricas que difieren de los Estados de esos continentes. Además, ninguna de las dos
interpretaciones responde a las preguntas clave: ¿Por qué los militares intervienen en la política latinoamericana? ¿Cuál será la
orientación de esta intervención?” Por fin, los militares argentinos —aunque las diferencias entre los distintos períodos
históricos y aun entre antes y después de la profesionalización son notorias—, tienen una tradición intervencionista que
comenzó a afirmarse con las guerras de la Independencia.

La crisis del 30 en la Argentina fue el resultado de una mezcla de factores. Algunos, como se ha visto ya, da naturaleza
profesional o “corporativa” dentro del ejército, cuyas relaciones con Yrigoyen se fueron haciendo más y más tensas. El código
relativo a la subordinación del poder militar al poder político que los oficiales habían aprendido cuando tenían vigencia los
valores militares alemanes en su instrucción militar, generó no pocas contradicciones en sus actitudes hacia el gobierno radical
cuando los conspiradorescomenzaron a actuar y aun en el momento de la crisis. Contradicciones similares se han hallado entre
los orígenes sociales y el comportamiento político de los militares durante la crisis. Es exacto que los generales Uriburu y Justo
estaban identificados con los “intereses tradicionales” y que por carácter, formación y relaciones no se identificaron nunca con
el “populismo” yrigoyenista, pero esa explicación no es suficiente cuando se trata de describir el comportamiento de oficiales
como Savio, Faccione, Pistarini, Rocco —en el campo uriburista—, o de Tonazzi y Rossi —en el de Justo—, hijos de inmigrantes
italianos. Las motivaciones económicas del levantamiento se basan en presunciones, pero no hay pruebas suficientes sobre la
intervención de intereses económicos extranjeros en la “financiación” del movimiento militar, atribuida sobre todo a la
Standard Oil y a la embajada norteamericana a propósito del nacionalismo económico de Yrigoyen. En todo caso, no se
entiende bien por qué un hombre identificado con esa línea ‘‘luego soporte de la teoría del desarrollo industrial pesado bajo la
conducción del Estado, como el entonces teniente coronel Savio, aparece en las “Memorias” de Sarobe integrando el “staff”
revolucionario de Uriburu en lugar de hallárselo defendiendo a Hipólito Yrigoyen.

No es extraño que desde el campo conservador —o nacionalista conservador— y desde el nacionalismo antiliberal hasta las
izquierdas socialistas o marxistas entonces actuantes, se haya explicado el movimiento de 1930 aludiéndose al clima político, a
los precedentes creados por Yrigoyen golpeando las puertas de los cuarteles para sus conspiraciones, a la sensación vigente en
la opinión de que se había llegado al fin de una época y al de un gobierno que había acumulado desaciertos y un “desorden
inconcebible”. La fatiga del sistema político era visible, el ambiente interior e internacional sólo aportaba factores de
exasperación y todos, gobierno y oposiciones, entraron sin resistencias mayores en el declive hacia la crisis. Lo que se estaba
discutiendo era su sentido.

El Plan de Uriburu

Los diecisiete meses del gobierno de Uriburu fueron ocupados por una lucha sorda respecto de la orientación definitiva del
movimiento revolucionario y de la sucesión presidencial. Su gabinete representaba al conservatismo tradicional político y
económico y tenía un hombre clave: el ministro del Interior, Matías O. Sánchez Sorondo. Eran hombres que tenían entre 50 y 60
años y habían prestado servicios, en su mayoría, en administraciones conservadoras anteriores a la época de los gobiernos
radicales. Un grupo de oficiales, entre los cuales se hallaban como asesores o consejeros del presidente el teniente coronel Juan
Bautista Molina, Kinkelin y otros notorios nacionalistas de derecha, así como los tenientes coroneles Faccione y Álvaro
Alsogaray, rodeaban a Uriburu en medio de franco predominio civil. Si bien el primer discurso de Sánchez Sorondo, en nombre
del nuevo régimen, asociaba al movimiento con el 25 de mayo y el 3 de febrero como “revoluciones libertadoras” y prometía
“conseguir que la República vuelva a su estabilidad institucional”, el objetivo político de Uriburu era producir cambios en la
Constitución que introdujeran en el régimen político notas corporativas, evitaran el predominio que consideraba “nefasto” de
los políticos profesionales e impidieran mediante la calificación del sufragio experiencias como la yrigoyenista. La restricción del
voto y la representación funcional de grupos eran las líneas de fuerza del difuso programa de Uriburu. Sánchez Sorondo, por su
parte, había concebido un plan político que permitiese el retorno gradual al régimen constitucional reformado. Comenzaría por
elecciones provinciales —para imponer gobernadores en los Estados donde se suponía que tenían más fuerza los grupos
políticos antiyrigoyenistas—; seguiría por la elección de congresistas; sometería a la asamblea las reformas constitucionales y
luego se llamaría a elecciones presidenciales. El plan parecía impecable, pero suponía por lo menos dos cosas: que el partido
Radical no tendría capacidad de recuperación, y que sus opositores políticos —que habían coincidido en el derrocamiento de
Yrigoyen— estarían de acuerdo con la reforma constitucional corporativa.

El plan puesto a prueba: alianzas y oposiciones

Los presupuestos del plan eran frágiles. Aparentemente, el partido Radical estaba vencido. Desde la coqueta villa francesa
Coeur Volant, Alvear había declarado aun periodista de La Razón sobre la revolución de 1930:Tenía que ser así Yrigoyen, con
una ignorancia absoluta de toda práctica de gobierno democrática, parece que se hubiera complacido en menoscabarías
instituciones. Gobernarno es payar... (Yrigoyen) destruyó su propia estatua (…) El ejército, que ha jurado defender la
Constitución, debe merecer nuestra confianza (pues), no será una guardia pretoriana ni (estará) dispuesto a tolerar la obra
nefasta de ningún dictador.

Pero en noviembre de 1930 un radical “alvearista” escribía a Alvear que:

El peludismo, que en un primer momento se echó a muerto, y que pedía humildemente ser admitido en les filas del verdadero
radicalismo, es decir; el antipersonalismo, ha reaccionado en los últimas días yya no habla sino de ira la lucha porsus cabales. Ha
reabierto gran número de sus comités; han aparecido en la Capital y en las provincias periodiquines que defienden sus
intereses, y sus oradores, como Mercader; en una reunión que celebraron en La Plata, hablan yensalzan la gloriosa obra de su
partido...

Matías Sánchez Sorondo no contaba ni con la feroz debilidad de la memoria política, ni con el hecho de que el partido Radical
mantenía su estructura nacional pese a que su jefe y líder Yrigoyen se hallaba detenido en Martín García, su lugarteniente
Alvear residiese en París, y el presidente Uriburu operase con el estado de sitio y la ley marcial, En noviembre de 1930, el comité
nacional de la UCR había decretado la “reorganización nacional” que comenzó a cumplir en forma aislada. Pero, entretanto,
Alvear había revisado sus declaraciones de septiembre y tendía a la “reconciliación de las fracciones internas” del radicalismo.

Al mismo tiempo, se estaba operando una nueva alineación de las fuerzas y grupos políticos respecto del gobierno
revolucionario, que había sido reconocido por la Corte Suprema en una “acordada trascendental”. Era un “gobierno de facto
cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas en cuanto ejercita la función administrativa y política
derivada de su posesión de le tuerza como resorte de orden y de seguridadsocial”, había declarado respetar la supremacía de la
Constitución y la autoridad del Poder Judicial.

El régimen de Uriburu tuvo el soportefundamental de las fuerzas armadas, el apoyo del nacionalismo antiliberal y conservador y
de las derechas provinciales, y la adhesión inicial del partido Socialista Independiente, del partido Demócrata Progresista, del
partido Socialista, del antipersonalismo y de algunas organizaciones del movimiento obrero, mientras el poder económicoy la
Iglesia —a través de algunos voceros pertenecientes sobre todo al nacionalismo católico— seguían el proceso con atención y
disposición favorable, Pero tan pronto corno Uriburu insistió en sus propósitos de reformas institucionales, a la oposición
abierta y obvie del partido Radical se unió —res pecto de esos objetivos— la mayoría de los partidos políticos y una facción
significativa de las fuerzas armadas que se inclinaría, paulatinamente, hacia el liderazgo del general Justo. Cuando el plan de
Sánchez Sorondo se poníaen marcha, el gobierno de Uriburu contaba apenas con el apoyo condicionado de parte del ejército,
los habituales grupos nacionalistas antiliberales y pequeños sectores del conservadurismo. Mientras tanto, Justo eludía asumir
responsabilidades mayores en la administración de Uriburu —con lo que quedaba disponible para la pugna por el poder
político—, y sus seguidores militares—como el coronel Manuel Rodríguez, encabezando Campo de Mayo y luego el Círculo
Militar— ocupaban posiciones estratégicas.

Las elecciones de 1931

El golpe de gracia para el plan político de Uriburu fue dado por el experimento “piloto” que constituyeron para el gobierno
provisional las elecciones del 5 de abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires. Se presentaron losconservadores, los radicales
y los socialistas. El partido Radical llevó comocandidato a Honorio Pueyrredón, ytriunfó. De esta manera, se derrumbaba uno de
los presupuestos básicos del plan político. Sobrevino la crisis del gabinete de Uriburu, y el precio principal fue el cargo de
ministro del Interior. Sánchez Sorondo fue reemplazado por Pico, mientras el astuto general Justo y el honesto demoprogresista
Lisandro de la Torre —candidato de Uriburu para la presidencia futura— rechazaban insinuaciones para incorporarse al nuevo
gabinete y se aprestaban para la lucha política inminente.

El presidente pudo apreciar la vulnerabilidad política de su gobierno, pero insistió en las reformas constitucionales, apoyadas
por Carlos lbarguren desde su cargo de interventor federal en Córdoba, y los nacionalistas Molina y Juan Carulla. El periodismo
liberal denunciaba cotidianamente las intenciones “fascistas” de Uriburu, y la Legión Cívica Argentina, organización paramilitar
con casi diez mil miembros y aprobación presidencial —decreto del 8 de mayo de 1931—, constituía una prueba inquietante de
que el único revolucionario del régimen era el grupo encabezado por el presidente, pero que esa revolución sería de signo
corporativista.

Justo empleó en el proceso su habilidad política, mostrando parte de sus cartas, alternativamente, al oficialismoy a los radicales.
El 25 de abril de 1931 Alvear retornaba a Buenos Aires para encabezar la estructura radical. Como otrora Roca con Mitre, Justo
fue a recibir a Alvear al puerto de Buenos Aires, para introducir una cuña entre el sucesor de un Yrigoyen preso y sus
seguidores, Alvear no insistió en descalificar al yrigoyenismo, lo cual neutralizaba en parte la maniobra política de Justo. Desde
el hotel City, el jefe radical publicó un manifiesto ordenando la reorganización del partido. Firmado por dirigentes
“personalistas” y “antipersonalistas”, como Gallo, Mosca, Ortiz y Tamborini, y Ricardo Caballero, Güemes y Honorio
Pueyrredón, el manifiesto de la “Junta del City”, como la llamaron los radicales, tendría mayor influencia que el producido por el
resto del antipersonalismo, conservadores y socialistas independientes para apoyar a Justo desde la “Junta del Castelar”. Pero
Justo no se amilanó. En julio de 1931 se produjo una conspiración militar dirigida por el teniente coronel Gregorio Pomar, en
Paraná.

La represión antirradical

La rebelión falló y dio ocasión a Uriburu para perseguir al radicalismo: se clausuraron comités y periódicos partidarios; se
deportó a los principales dirigentes radicales incluyendo a Alvear y poco después se vetó la posible candidatura de los
participantes del gobierno de Yrigoyen. La lógica interna del proceso iniciado en 1930 se imponía a los actores: el radicalismo
yrigoyenista no debía volver al poder. En octubre de 1931 se anularon las elecciones del 5 de abril ganadas por los radicales, y
se vetó la fórmula Alvear-Güemes que la UCR habla elegido para los comicios nacionales convocados para el 8 de noviembre de
1931. El beneficiario principal de todo esto fue el general Agustín P. Justo.

Justo: el camino hacia el poder

Los radicales reaccionaron volviendo a su política tradicional de conspiración y de abstención. La derecha conservadora, carente
de estructura política nacional, retomó también a su estilo acuerdista: los conservadores, elsocialismo independiente y el
antipersonalismo formaron una fuerza conocida como la Concordancia, cuyos candidatos fueron Justo y Julio A. Roca—“Julito”,
hijo del ex presidente, quien desplazó a Matienzo—. La izquierda liberal formó la Alianza Civilcon los socialistas y los demócratas
progresistas, quienes proclamaron a Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto.

El 8 de noviembre de 1931, la Concordancia, favorecida por el gobierno provisional y sus recursos, y sin la participación del
radicalismo, triunfó sin dificultades. Terminaba la experiencia cívico-militar de Uriburu. Lo que en los propósitos de su jefe se
encaminaba hacia una revolución institucional inspirada en una suerte de fascismo atenuado, terminó siendo una reversión
política, expresión que responde al objetivo de reinstalar en la estructura de poder estatal usos de otras épocas. Movimiento
reaccionario, en cuanto intentaba volver a un pasado anterior a la experiencia radical, significaba la entronización de una ilusión
política que sería alterada por la influencia de procesos en marcha. En rigor, fue una forma de restauración neoconservadora,
una hábil administración y un laboratorio de nuevas alianzas y de tentativas de ensimismar a una Argentina alterada que
desembocaría en una experiencia hasta entonces inédita.

El régimen de Uriburu dejó marcados varios impactos en los argentinos: desde entonces, comenzó a advertirse una escisión
entre la sociedad política y la sociedad militar. En ésta, el llamado “profesionalismo” había cedido a la denominada
“politización” de las fuerzas armadas, que crearía —pese e esfuerzos para neutralizarla por parte de los gobernantes
siguientes— oposiciones internas o fraccionales. Y por fin demostró que los argentinos, en su mayoría, seguían creyendo en
valores políticos liberales, pero que no habían sido consecuentes con las reglas de juego de una democracia pluralista, y
padecerían las consecuencias.

La administración de Justo

La presidencia del general Justo constituye, por sus notas características, uno de los períodos singulares de la historia de la
Argentina moderna. Durante su gestión se insinuaron procesos que harían eclosión en la década del 40, pero la restauración
conservadora, que se perfiló como una “reversión política”, fue al cabo un fenómeno más complejo y matizado que elque
sugieren los calificativos ideológicos, apologéticos o peyorativos, que generosamente le han atribuido la derecha y la izquierda.

Rasgos significativos

Muy cerca de los 56 años, el presidente era el primer oficial del ejército profesional que legaba a aquel cargo desde Roca. Pero
era, además, un ingeniero civil, natural del interior, vinculado con la “clase alta” de Buenos Aires, con prestigio en el ejército, y
con experiencia política hecha desde posiciones muy próximas al vértice del poder.

Su estilofue muy diferente al de Yrigoyen, relativamente próximo al de Roca, pero también adecuado a un difícil período de
restauración. Corpulento, jovial, paternalista, luchador, ambicioso, cauto, muy hábil, flexible y con la doble fisonomía de un
Jano que miraba a un tiempo hacia la sociedad militar y hacia la sociedad civil, Justo fue el último gran dirigente político que
produjo la derecha argentina.

La administración de Justo se caracterizó por ciertas notas significativas, propias algunas de una restauración política, y otras de
los nuevos tiempos que se avizoraban a través del fin de la época anterior. Las notas derivadas de la restauraciónquedaron
expresadas en el fraude político, que fue una práctica a la que algunos adosaron un remedo de justificación ideológica menor: el
“fraude patriótico”. Esa nota política impidió la legitimación del neoconservadurismo en el poder, lo cual explica en parte la
persistencia de la crisis argentina. Las notas apropiadas a los nuevos tiempos pueden resumirse en el sentido del Estado que
demostraron Justo y su gabinete —que no es exactamente lo mismo que el “estatismo de los conservadores”—, y enla
importancia consecuente que adquirió la Administración como instrumento de una política. El poder político se reconcilió con el
poder económico y subordinó al poder militar. Pero al mismo tiempo, no parece posible entender la administración de Justo y,
sobre todo, la crisis y las experiencias posteriores, sin atender a ciertos hilos conductores que en la década del 30 son más
relevantes que otros, aunque algunos no se mostraban de manera manifiesta o reservaran en sí mismos una actitud latente: la
persistente militancia ideológica del nacionalismo de derecha y la tensión pendular entre “profesionalismo” y “politización” en
las fuerzas armadas.

Gabinete y fuerzas políticas

El gabinete del presidente Justo fue uno de los barómetros que permitían medir las alternativas de su política. Se inició
integrado con dos miembros del antipersonalismo —el ministro del Interior, Leopoldo Melo, y el ministro de Justicia e
Instrucción Pública, Manuel M. de lriondo—; con un hombre representativo del partido Demócrata Nacional, que agrupaba a
conservadores militantes —el ministro de Obras Públicas, Manuel Ramón Alvarado—; con la presencia singulardel socialismo
independiente a través del ministro de Agricultura, Antonio De Tomaso, quien con Le Breton sería recordado en el futuro entre
los mejores hombres en su puesto; con figuras de mentalidad y estilo conservadores y relativamente independientes —como el
ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Saavedra Lamas; el ministro de Hacienda, Alberto Hueyo y el ministro de Marina,
Pedro S. Casal—; y con un hombre de la absoluta confianza de Justo, que sería clavo para sus relaciones con las fuerzas
armadas, conocido entre sus camaradas como ‘el hombre del deber” por su adhesión al principio del profesionalismo y de la
subordinación militar al poder civil: el coronel (luego general) Manuel Rodríguez.

Los hombres que mejor colaboraron con la política interna de Justo desde ese gabinete inaugural fueron De Tomaso y
Rodríguez. Pero el primero murió apenas dieciocho meses después y el segundo en los comienzos de 1936.

Los cambios en el gabinete entre 1932y l938fueron tan significativos como la constitución del original: por el ministerio del
Interior pasaron Ramón S. Castillo e, interinamente, Alvarado; por Hacienda, Federico Pinedo —uno de los hombres más lúcidos
de la derecha y militante del socialismo independiente—, Roberto M. Ortiz y Carlos Acevedo; por Justicia e Instrucción Pública el
citado Castillo y Jorge de la Torre; por Agricultura Luis Duhau.—dirigente principal de la Sociedad Rural—y Miguel
ÁngelCárcano; y por los ministerios de Marina y de Guerra, el capitán de navío Eleazar Videla y el general Basilio B. Pertiné. En
orden a la sucesión presidencial, se advierte la presencia de quienes compondrían la fórmula que sucedería a Justo—Ortiz y
Castillo—, y la incorporación, luego de la muerte de Rodríguez, de un militar al que se atribuían “simpatías radicales”: el general
Pertiné. En el Congreso, el presidente Justo tendría el control absoluto del Senado, en el que salvo dos demócratas progresistas
por Santa Fe, dos socialistas por la Capital Federal y dos radicales antipersonalistas por Entre Ríos los demás senadores
respondían a la Concordancia, Y dominaría con suficiencia la Cámara de Diputados, donde el partido Demócrata Nacional llegó
en 1932 con 56 diputados, ascendió a 60 en 1934 y se mantuvo en un nivel relativamente parejo hasta terminar en 1943 con 48
diputados. El socialismo independiente, en su fugaz actuación política, tuvo 11 diputados al comenzar el período y el
radicalismo antipersonalista Un indicador complementario de las alternativas del gobierno de Justo en sus relaciones con el
Congreso está dado por el hecho de que los socialistas llegaron con 43 diputados en el año 32 y dejaron el parlamento con 17
en 1943; la democracia progresista llevó 14 y se esfumó antes de terminar el mandato de Justo y la UCR elevó mucho su caudal,
al modificar su política abstencionista, recién a partir de 1936, pero sin poder alterar el control de Justo sobre la situación
política. Reunidas todas las diputaciones favorables al presidente, éste contaba con casi un centenar de bancas dispuestas a
apoyar su política.

Una gestión económica polémica y una administración eficaz

Las consecuencias de la depresión económica mundial coincidieron con los desarreglos en la conducción administrativa del
último gobierno radical. La Argentina estaba inserta en un cuadro de la relaciones económicas internacionales controlado por
los británicos, mientras la economía nacional se fundaba sobre todo en la exportación de productos agrarios y por lo tanto se
hallaba “gravemente expuesta ante el reajuste económico de los mercados europeos”. Esos factores condicionaron la
conducción política y económica de Justo, sobre todo en la primera mitad de su gestión. El colapso en los precios
internacionales y el proteccionismo de los mercados tradicionales afectó el vital sector agrícola-ganadero. El desempleo era
cada vez mayor. El sistema bancario no estaba preparado para soportar la crisis y los ingresos del sector público eran tan
escasos que no podía enfrentar ni el pago de sus empleados ni de sus acreedores del exterior. El gobierno se aprestó a controlar
la crisis económico-financiera contando para ello con sus recursos políticos, con una actitud pragmática respectode la realidad y
con una consecuente disposición para abandonar rígidos principios del liberalismo económico. Para ello adoptó una serie de
medidas controvertidas, que implicaban en algunos casos la decidida intervención del Estado en campos hasta entonces
vedados por quienes, en el mejor de los casos, decían defender mecanismos económicos que sus mentores extranjeros habían
abandonado sin demasiados escrúpulos.

El pacto Roca-Runciman

Justo se lanzó a la regulación del comercio exterior, a través de una de las políticas más controvertidas que culminó en el
llamado pacto Roca-Runciman. Este convenio, conocido también como el Tratado de Londres del 2 de mayo de 1933, fue
tramitado por una misión encabezada por el vicepresidente Roca, e integrada por Guillermo Leguizamón, Miguel Ángel Cárcano,
Raúl Prebisch, Carlos Brebbia y Aníbal Fernández Beiró. La contraparte era encabezada por el ministro de Comercio inglés
Walter Runciman. Roca llevaba dos instrucciones principales: ayudar a los ganaderos argentinos a que aumentaran su
participación en el mercado del Reino Unido, y arrebatar el control del comercio de exportación al pool frigorífico anglo-
norteamericano. Runciman ere presionado por la Cámara de Comercio británica porvarios motivos: la escasez de libras —pues
los británicos querían “descongelar” 150 millones en pesos argentinos bloqueados desde el control de cambios impuesto en
nuestro peri en 1931—, la necesidad de mantener y expandir mercados en el extranjero para sus productos manufacturados y
proteger a los criadores británicos. Antonio De Tomaso fijó en nota dirigida al ministro Saavedra Lamas las exigencias mínimas
que debía sostener Roca en Londres, entre las cuales no figuraba el problema de la “descongelación” de tondos. Sin embargo,
los británicos plantearon esa cuestión como esencial. La discusión duró “tres enervantes meses” y dio como resultado la
denominada “Convención accesoria del Tratado de Paz y Amistad de 1825, para acrecentar y facilitar el intercambio comercial
entre la República Argentina y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda”, que comprendía un cuerpo principal, un protocolo
adicional y una convención arancelaria. Entre las cláusulas principales, el Reino Unido aseguraba a la Argentina una cuota de
importación de las existencias dechilledno interior a las cantidades exportadas por la Argentina a los británicos entre julio de
1931 y junio de 1932, y que habían ascendido a 390.000toneladas, se previó un sistema para la recuperación paulatina de los
fondos bloqueados , con lo que se decidía sobre el tema de los cambios con un interés del 4 %anual según lo pactado para los
saldos impagos favorables a gran Bretaña ,interés que en realidad se ascendía al 14 % según surgió de los debates
parlamentarios sobre el convenio y licencias de importación que el gobierno inglés concedía y controlaba de tal modo que un
85% de la cuota de importación quedaba en manos de los frigoríficos ingleses y norteamericanos, que controlaban el negocio
de la carneen la Argentina. Este tema fue objeto de polémicas estridentes, pues afectaba la capacidad de control del gobierno
argentino sobre su comercio exterior.

El debate que siguió al Convenio, para su ratificación por el Congreso, exhibió posiciones antagónicas. Críticos cáusticos del
Convenio fueron Nicolás Repetto, Julio A. Noble, Lisandro de la Torre y Federico Pinedo —para quien el tratado no era bilateral,
sino “una obligación unilateral argentina”—. Parte de los argumentos fueron resumidos años después por Carlos Ibarguren.
Mientras tanto, el Daily MaiI anunciaba en Londres quepor primera vez en losúltimos setenta años los estadistas británicos han
sido capaces de negociar con potencias extranjeras en un pie de igualdad (D, y la mayoría de los grupos de intereses vinculados
con la producción de carne en la Argentina aprobaban el pacto o no revelaban discrepancias visibles entre invernadores,
criadores y frigoríficos. Pero si bien la CGT, por ejemplo, ración creada y aturdida por los problemas de organización y los más
inmediatos del desempleo no trató el pacto ni sus consecuencias para los consumidores, el Convenio Roca-Runciman dio pie
para la prédica ideológica nacionalista, especialmente a partirde la publicación de un libro particularmente agresivo y original
escrito por dos hermanos de “un clan ganadero de Entre Ríos”: Julio y Rodolfo Irazusta, titulado La Argentina yel imperialismo
británico.

La bandera del anti-imperialismo

La bandera del antiimperialismo tenía un lugar donde clavarse, para ser agitada sin desmayo por el nacionalismo. Algunas frases
de los miembros de la delegación brindaban un blanco excelente. Era bastante más que el pragmatismo de Justo o la pretensión
sincera de De Tomaso en el sentido de que “no se había inaugurado ninguna política comercial nueva”, pues el bilateralismo se
había intentado durante el segundo gobierno de Yrigoyen a través del frustrado acuerdo D’Abernon. Una suerte de alienación
económica y política traducida en frases tan infelices como la de que “la Argentina se parece a un importante Dominio
británico”, dicha por Leguizamón, oque “la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vis-ta
económico, una parte integrante del Imperio Británico, repetida por Roca, brindaría un argumento crítico oportuno. De todos
modos, la mayoría oficialista en el Congreso aprobó el pacto. Las controversias continuaron, sin embargo, apoyadas en
primerlugar en la creencia de que los principales beneficiarios del pacto eran los grandes intereses agrícologanaderos, que el
gobierno de Justo identificaría con el interés general. En segundo lugar, de que dicho gobierno había pagado un precio muy alto
para asegurar el acceso a los mercados británicos y, en tercer lugar, que una política dependiente siempre mantendría
estrechos márgenes para le negociación.

Aunque los planteos ideológicos menudeaban y los más pragmáticos no atendían a los aspectos retóricos de la cuestión para
resistir la crítica, ésta no carecía de una buena parte de verdad. La influencia ola dominación británica, se vio, también, a través
de la legislación bancaria, particularmente tras la creación del Banco Central, bajo el ministerio Pinedo y con el asesoramiento
del experto británico Otto Niemeyer, y las medidas adoptadas en torno del sistema de transportes —tanto el ferroviario, que
convergía desde el siglo pasado sobre el puerto, como el de la compañía de tranvías de Buenos Aires—, en general con equipos
obsoletos, inadecuados y cuya renovación estaba subordinada al provecho de los capitales invertidos en ellos. El gobierno de
Justo se defendía de la crítica, y exponía sus progresos en obras públicas y en la construcción de caminos, que cubrieron más de
30.000 kilómetros sobre los 2.100 kilómetros que existían en 1932.

Un conflicto sensacional

El conflicto más sensacional que enfrentó la administración de Justo fue, sin duda, el debate sobre la política de la carne,
sucedáneo de los entredichos en torno del pacto Roca-Runciman. El debate estalló en el Senado en 1935 a raíz de una denuncia
de Lisandro de la Torre para que se investigara el comercio de la carne, que calificaba como un “escándalo nacional”. Debate
dramático, con un protagonista temerario y orador temible, se insertó en la campaña “antiimperialista” y favoreció tal vez
exageradamente al ganadero y político santafesino con el título de “abogado original de la soberanía económica argentina”.

El cáustico ataque de Lisandro de la Torre, con 6] años de edad y gran experiencia política, duró cinco sesiones del Senado, pero
llevó tres semanas al entonces ministro Duhauy a Federico Pinedo contestar los cargos. De la Torre actuó tanto en defensa de
los criadores y de los pequeños productores, cuanto en su calidad de opositor político. Atacó al gobierno en lo político, y a los
invernadores, frigoríficos y poderosos intereses que consideraba “cómplices” en el escándalo. De pronto el extenso debate tuvo
un desenlace dramático: el 23 de julio de 1935, en medio de un grave altercado entre L de la Torre y Duhau que contemplaba
una barra sin aliento, sonaron varios disparos y se vio caer al senador Enzo Bordabehere —santafesino, que en ese momento
sostenía a L. de la Torre, empujado por Duhau—y al propio ministro. Este había sido herido en una mano. Aquél, que cubría el
cuerpo del interpelante, estaba muerto. El “gran debate” había terminado.

Como bien señala Smith, de ese debate salieron maltrechos en su fama los frigoríficos extranjeros, el ministro Duhau no logró
levantar de manera convincente el cargo de recibir en su calidad de invernador un “sospechoso favoritismo” y el gobierno, que
había sido atacado por su pasividad frente a la actividad de intereses sectoriales que no coincidían precisamente con los
intereses de la nación. El impacto psicológico del debate fue notable, si bien los grupos de interés no abandonaron por eso sus
posiciones; El diario La Prensa, resumió bien la impresión que el debate produjo, luego de su dramático final: …Creemos que
estamos en presencia de uno de los trabajos parlamentarios más útiles realizados hasta hoy en el país... De hoy en adelante, ni
la actual administración ni sus continuadores podrán permanecer impasibles...

La impasibilidad del presidente Justo se redujo al problema de las carnes. Había aprovechado bien sus recursos políticos, la
superioridad de su coalición oficialista, la lealtad militar garantizada por la conducción del general Rodríguez, la debilidad de la
oposición pese a la estridencia de los críticos y la división aún existente en el movimiento obrero.

Muerte de Yrigoyen

En julio de 1933 había muerto Hipólito Yrigoyen, en medio de la consternación de una multitud impresionante. Alvear estaba en
el 34 camino a Europa, exiliado una vez más, y la UCR parecía desmantelada por la acción del “general Justo, Melo, Saavedra
Lamas, y bella compañía”, como expresaba indignado don Marcelo en carta a María T. R de Alzaga.

El proceso político

El 4 de mayo de ese año Alvear recibe carta de Manuel Carlés, quien le informa sobre la situación militar: Distinguimos para ser
exactos: hay tres ejércitos. El dirigido por el Estado Mayor, cuya dignidad abochornada espera vincularse. El que vive como el
perro en relación al amo, con los ojos puestos en el que manda para cumplir todas las consignas, desde el espionaje e la delación
y el grupo militar que nostalgia la dictadura y mantiene latente el propósito de restaurarla. Enemigo éste de la democracia,
aliado de la política situacionista, hostil al radicalismo...

El análisis de Carlés reflejaba la realidad. Desde el principio de su administración, Justo se demostró muy atento respecto del
soporte militar—que en rigor debía suplir la carencia de legitimidad del régimen—, y confiaba en la conducción castrense del
general Rodríguez

La vuelta de los radicales

Pero si bien a mayor parte de la oficialidad era políticamente neutral o se mantenía lealmente subordinada al poder civil, había
dos pinzas que podían cobrar con el tiempo simétrico poder: una, que simpatizaba con el radicalismo o compartía la opinión de
que el gobierno de Justo era originalmente ilegítimo; otra, que seguía respondiendo a los ideales de Uriburu, consideraba que la
“revolución de septiembre” había sido traicionada, y respondía a una mentalidad autoritaria.

Hacia 1935, la presión dentro del radicalismo para que se levantara la abstención era muy fuerte. No eran los tiempos de
Yrigoyen. El partido había conocido la experiencia del poder y al fin y al cabo ,era un órgano que iba hacia la atrofia si no era
empleado en la función propia: reconquistar el poder. En 1934 logra algunos triunfos locales; en 1935 rompe la política de
intransigencia y concurre a elecciones para gobernador o diputados en Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, Santa Fe,
Catamarca, Córdoba, Buenos Aires. Mientras tanto, renace en la UCR la rivalidad entre “alvearistas” o “legalistas” —a quienes
se asociaba con el “acuerdismo” finisecular—y los “yrigoyenístas’ o “mayoritarios”, por lo tanto intransigentes con Justo y su
régimen. La UCR triunfa en Entre Ríos —con la fórmula Tibiletti-Lanús y 54.000 votos contra 43.000 de os conservadores—;
pierde en Corrientes yen Santiago, pero a su vez gana en el reducto conservador de Córdoba la fórmula Amadeo Sabattini-
Alejandro Gallardo, por 109.000 votos contra 104,000 del conservador Aguirre Cámara. Según parecía, donde los comicios eran
limpios, los radicales ganaban o, en todo caso, era difícil que perdiesen. La experiencia de Buenos Aires ratificaba esa impresión.
En noviembre, Manuel Fresco obtuvo 278.000 votos contra 171.000 del radical Honorio Pueyrredón.

El fraude

“El fraude fue manifiesto, el gobierno permaneció impasible, o casi, frente a lo que constituía un presupuesto compartido por
sus miembros principales: los radicales no volverían. El embalador norteamericano envió su comentario acerca de las elecciones
en un despacho a Washington fechado el 22 de noviembre de 1935. Tanto o más rotundo que el más indignado de los
yrigoyenista, terminaba diciendo: El proceso político tendía nuevamente a a polarización, pero el arbitraje potencial de las
fuerzas armadas no era ignorado por nadie. Los conservadores no perdían oportunidad para advertir que a los militares no les
agradaría retomar a los “años críticos” del 28 al 30. Los radicales, por conducto de Delfor del Valle, de Alvear o de otras figuras
representativas, tampoco omitían esfuerzos para aventar sospechas de antimilitarismo. Y el ministro de guerra Rodríguez, por
su parte, entendía que los políticos querían envolver nuevamente a lasfuerzas armadas en sus querellas. Pero el fraude de 1935
hizo que los radicales reclamaran la vigilancia militar sobre los comicios, pedido que Justo rechazó haciendo mérito de los
argumentos de Rodríguez. La muerte del ministro en 1936 dejó a Justo sin su mano derecha. Nombró a un simpatizante radical
como Pertiné, y vio con alarma cómo ganaba adeptos un insólito discurso del general Ramón Molina en el Círculo Militar en
favor de elecciones democráticas, en contra de “todos los extremismos” y en torno de una suerte de socialismo democrático.
Las palabras de Molina, publicadas por La Prensa por envío del autor, hallaron eco inusitado en la oposición, en las fuerzas de
izquierda yen la Federación Universitaria Argentina. El presidente Justo forzó el retiro de Molina en mayo de 1937 y éste pasó a
apoyar a Alvear y a los radicales, pero entonces era sólo un militar retirado.

Justo recobra el control del proceso

Luego de la muerte de Rodríguez y de las elecciones para diputados en las que la UCR ganó una docena de distritos creando un
bloque en la Cámara baja conocido como el “frente popular” con socialistas y demoprogresistas, Justo se vio enfrentado a un
período crítico en el que creció el hostigamiento de sectores nacionalistas, de FORJA —Fuerza Orientadora Radical de la Joven
Argentina— en la que actuaban Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Arturo Jauretche, Homero Manzi, Arturo García Mellid y
otros que publicaban su prédica en Cuadernos, de los socialistas y de parte del radicalismo a propósito del affaire CHADE.

En ese mismo año retorna del exterior un exponente del nacionalismo de la derecha militarista: el coronel—luego general—
Juan Bautista Molina. Esta encabezaría un grupo opositor a Justo dentro del ejército ytendría como mentor a Diego Luis
Molinari, quien habría preparado un “plan” para un golpe de Estado que debía tener lugar el 9 de julio de 1936 y que difundió
en un panfleto con la leyenda: “Por la Argentinidad Integral. Partido Radical” El plan corporativista y nacionalista de Molinari no
llegó a fraguar. No sólo preveía el desplazamiento de todas las autoridades públicas y la intervención de las empresas
económicas más importantes, sino la reestructuración de las organizaciones laborales y profesionales. Todo en aras de la
“liberación nacional”, frase que era frecuente en la prédica nacionalista de derecha y que años después retomaría la izquierda
nacional. Pero el 20 de junio el ministro de Guerra dispuso el traslado del coronel Molina a la Dirección General de Ingenieros
quitándole el de tropas, y cambió el destino militar de otros sospechosos. Sin embargo, Justo no fue más allá contra Molina,
quien fue propuesto al año siguiente para ascender a general. Ni el propio Potash, quien estudia muy bien el poder militar de la
época, puede explicar el juego de Justo, pero quizás aquél responda a la flexibilidad y ambivalencia de sus movimientos
políticos. Hacia 1937 el peligro habla pasado. El presidente se dedicó a pensar en la sucesión. Contaba aún con la mayoría de las
fuerzas armadas a su favor, conformes con la conducción de los asuntos militares, con el presupuesto, con la modernización del
ejército y la marina —que había logrado establecer su base principal en Puerto Belgrano—, mientras los nacionalistas habían
pospuesto sus maniobras conspirativas para el período siguiente que estimaban, no sin razón, más propicio. Justo computaba a
su favor, también, la debilidad de un radicalismo dispuesto a la negociación, y el control que mantenía sobre el Congreso.

La política exterior y la situación interna

Justo había llevado una politice exterior aceptada por la mayoría de las naciones latinoamericanas y logrado que “la morosa
tramitación de la paz del Chaco”, que puso fin a las hostilidades entre Bolivia y Paraguay, culminaraen Buenos Aires con un
armisticio en 1935. Al año siguiente, Roosevelt había llegado a Buenos Aires en el acorazado “Indianápolis” para inaugurar la
Conferencia interamericana extraordinaria, cuyo desarrollo mostró a la Argentina opuesta a la idea de una asociación americana
y a la tentativa norteamericana de un compromiso regional que significase “una connotación de dominio del hemisferio
occidental por parte de los Estados Unidos”, según comentarios del secretario de Estado norteamericano Cordell Hull. Pero
Justo contabilizaba lo que para muchos era una época de “apogeo del prestigio argentino”, cuyo ministro de Relaciones
Exteriores había sido distinguido con el Premio Nobel de la Paz en ese año de 1936, cuando Hull consideraba todavía a Saavedra
Lamas una de las “alas de la paloma de la paz” —la política, pues la económica era él mismo—, y aún no se lamentaba del
“obstruccionismo” que el ministro premiado practicaría en la Séptima Conferencia Interamericana. En 1938, el entonces
ministro Cantilo expuso al mismo Hull las razones de la Argentina para no llevar demasiado lejos los compromisos regionales:
evocaba al Mitre de casi setenta años atrás e, inevitablemente, a la diplomacia del 80 y a Roque Sáenz Peña, aunque no
mencionara sino al último. Se trataba de guardar la individualidad nacional de la Argentina, de no someterse a la hegemonía
norteamericana y, sobre todo, de “no ofender a Europa”, a la que los argentinos seguían unidos por lazos económicos y
culturales.

En última instancia; la restauración conservadora de Justo jugaba también la carta del peligro de una “salida autoritaria”, y lo
hacía con habilidad, Con ella amenazaba indirectamente a la oposición, presionaba al radicalismo para que se convirtiese en una
oposición “dentro” del régimen, contenía lee aspiraciones revolucionarias de las izquierdas que debían temer las consecuencias
de un golpe fascista, y se apoyaba tanto en la vertiente católica y maurrasiana del nacionalismo como en la tentación clerical da
buena parte del catolicismo.”

Dentro de un régimen ilegítimo, desde el punto de vista sociopolítico, la constelación de poderes se articulaba o relacionaba
respecto del gobierno de Justo: subordinación del poder militar; apoyo del poder moral (la IglesiaCatólica y sus voceros
principales); adhesión del podereconómico; antagonismo del poder ideológico; débil oposición de fuerzas políticas
neutralizadas por la fuerte articulación del oficialismo y por el método del fraude electoral.

La sucesión presidencial

Cuando en 1837 ras fuerzas políticas se aprestan para los comicios presidenciales, Gallo y .Julito Roca gestionan una
candidatura común, una fórmula para “suprimir los apasionamientos de la lucha”, según una expresión evocativa de la política
del Acuerdo. Pero la convención radical elige su fórmula el 28 de mayo: Marcelo T. de Alvear recibe apoyo unánime; Mosca, 125
votos, muy lejos Laurencena, Pueyrredón y Güemes. La Concordancia, controlada porJusto, designa la suya: un ex ministro de
Alvear, antipersonalista y, como recordaba la izquierda, abogado de los ferrocarriles británicos pero militante radical hasta la
“Junta del City” es candidato a presidente: —Roberto M. Ortiz— y un conservador catamarqueño, miembro del gabinete de
Justo, como el primero, completa la fórmula, Ramón S. Castillo, La Concordancia, con Ortiz y Castillo, obtiene 1.100.000 votos.
La UCR, con Alveary Enrique Mosca, llega a los 815. 000 sufragios. En todo caso, la consagración del presidente Ortiz merecería
de Federico Pinedo el siguiente comentario a propósito de los comicios y de las acusaciones de fraude que menudearon y que
La Nación registré sin desmentirlas:

Los procedimientos que se usaron en esos comicios (del 5 de septiembre de 1937), que difícilmente podían imputarse a los ex
ministros, hacen imposible catalogar esas elecciones entre las mejores ni entre las buenas ni entre fas regulares que ha habido
en el país...

35. La revolución social

La crisis de 1943

Los 900 días del presidente Ortiz

Si el general Justo procuró hacer de la restauración conservadora un proceso de modernización del conservadurismo como
fuerza política, su propósito se vio parcialmente frustrado. El Estado asumió un papel más activo que hasta entonces y la política
económica fue conducida con habilidad y pragmatismo, aunque excesivamente subordinada a intereses vinculados con
metrópolis que declinaban en el contexto internacional. Pero el llamado liberalismo conservador estaba doctrinariamente en
baja y, en nuestro país, políticamente a la defensiva. La carencia de dirigentes políticos lúcidos en el conservadurismo, llevó a
Justo a buscar apoyos en fuerzas distintas de los partidos en cuanto las mismas pudieran brindar soportes políticos. Justo
advirtió, además, que la vigencia delnacionalismo de derecha, la influencia de la guerra española y del nazismo y el fascismo, y
el temor hacia el “terror rojo” que se había difundido entre sectores dominantes, a raíz de las experiencias que padecía Europa,
eran aspectos de un proceso que podía explotar en favor de su constante yfutura gravitación personal. No sólo fue cauto con
los militantes derechistas, sino que proscribió el comunismo y forzó la máquina electoral conservadora.

Sin embargo, se esbozaban procesos paralelos que habrían de cambiar no sólo la conformación de la sociedad argentina, sino la
actitud de los argentinos hacia la política, los partidos y el poder. La práctica constante del fraude condujo al escepticismo, y la
apatía de la mayoría alejando a vastos sectores de las clases medias de las fuerzas conservadoras, que apenas atendieron a los
riesgos del vacío político que se estaba creando. La elección de Sabattini en Córdoba señaló un rumbo relativamente distinto al
radicalismo; en la medida que expresaba una nueva generación dirigente que presionaba sobre los cuadros tradicionales, había
elegido la táctica de la “intransigencia” frente a la de la negociación o del acuerdo que criticaban a Alvear, y coincidía con
grandes segmentos de los lineamientos políticos y económicos de FORJA y de intelectuales o ensayistas militantes como Raúl
Scalabrini Ortiz y Jauretche. El nacionalismo de derecha aumentó, en medio de ese vacío, la fuerza de su prédica, y ésta apuntó
a objetivos aparentemente alejados del campo político: la investigación histórica, traducida en el “revisionismo” como escuela
ideológica e iconoclasta; la crítica cultural y filosófica del liberalismo y de sus expresiones vernáculas, y los ensayos políticos
críticos.1 Y dentro del régimen, el conservadurismo populista de un Manuel Fresco, médico ferroviario de origen humilde que
realizó un gobierno eficaz en realizaciones prácticas en la provincia de Buenos Aires, pudo suceder con total desprecio hacia el
juego limpio en el campo político, merced a la resignada actitud de la mayoría, que ya no confiaba en el sistema. Las
posibilidades del caudillo Barceló, de Avellaneda, para la gobernación de la misma provincia, se explicaban dentro del contexto
del régimen y del estado de ánimo que cundía en el país.

El presidente Ortiz
El presidente Ortiz llagó al poder en medio de ese ambiente, sin aparato político propio y merced al apoyo de Justo. Apenas
importaba que las estadísticas le atribuyesen el 57% de los sufragios, si el régimen sobrevivía penosamente a una profunda
crisis de legitimidad. El general Justo hubiera preferido a su camarada, el general Rodríguez, pero éste había muerto en el 36.
Tenía a su alcance a un Leopoldo Melo, pero los hechos demostrarían que Justo aspiraba a retornar, como Roca e Yrigoyen, a la
presidencia, y Melo no era confiable. Por último, los conservadores del PDN eran suficientemente impopulares como para
prescindir transitoriamente de ellos. Eligió, pues, a un radical antipersonalista de 52 años, que había sido ministro de Alvear y de
su propio gabinete, aceptable para los radicales alvearistas y para los conservadores, y un buen sucesor para disponerse a
retornar. La vicepresidencia, en cambio, había sido objeto de negociación, como otrora observara Matienzo: Justo había
preferido a MiguelÁngel Cárcano, pero un fuerte líder conservador del interior, Robustiano Patrón Costas, salteñocomo el
astuto ex presidente, que no podía imponerse como vicepresidente, impuso en cambio un aliado: el prestigioso abogado y
profesor universitario catamarqueño, Ramón S. Castillo, de 64 años, conservador, y con buena disposición hacia Patrón Costas
para la sucesión futura.

En este punto se pueden anticipar algunos de los datos políticos previos a la crisis del 43, pues los protagonistas potenciales
acaban de ingresar a la arena política: Justo, que trabajará en favor de su retorno; Ortiz, que significaba una garantía para aquél
pero que se inclinará luego hacia los radicales alvearistas; Castillo, que sucederá a Ortiz y dará lugar a la oportunidad esperada
por Patrón Costas, y el poder militar y el poder ideológico—entonces sobre todo el nacionalista de derecha— que gravitarán
sobre el proceso o lo seguirán. En 1940 se acentúa el declive: Ortiz desaparece de la escena y Castillo ocupa el poder ejecutivo
hasta el desenlace de junio del 43. Pero en 1942 mueren Alvear y Ortiz,y en enero de 1943, Justo. De pronto, desaparecerán las
fórmulas de equilibrio y quedarán en la arena Castillo—y su sucesor Patrón Costas—, el ejército y los nacionalistas.

Ortiz llegó al poder enfermo —era diabático—, y con la aparente intención de jugar un papel análogo al de Sáenz Peña en un
contexto profundament8 cambiado. Fue partidario del juego electoral limpio, se inclinó por el radicalismo antipersonalista
encarnado por Alvear y procuró ganar la autoridadque los comicios ilegítimos no le habían otorgado. Al mismo tiempo, veríase
necesitado del apoyo de las fuerzas armadas y del propio Justo, y asediado por los nacionalistas. Estos sufrirían el primer golpe
cuando el presidente Ortiz firmó un decreto poniendo en “disponibilidad” al militar nacionalista Juan Bautista Molina a
propósito de un discurso en torno de la revolución del 30, mientras se operaban cambios que significaban la paulatina remoción
de militares nacionalistas —o por los menos su neutralización— y la promocióna comandos estratégicos de hombres como el
entonces coronel José Marie Sarobe, identificados con una tradición profesionalista y liberal. La guerra estaba por comenzar, de
donde estos pasos indicaban una tendencia que no pasaba desapercibida. En febrero de 1940, Ortiz intervino Catamarca —la
provincia del vicepresidente—donde los conservadores habían impuesto ungobernador mediante elecciones fraudulentas,
mientras se preparaban los comicios parlamentarios de la provincia de Buenos Aires bajo el control de Fresco, Estos contaron
con la inusitada presencia de un veedor militar y culminaron con la intervención federal. Dos ministros conservadores se
negaron a suscribir el decreto de Ortiz, y renunciaron: Padilla y Alvarado. La intervención federal fue asumida por un militar, y
luego por Octavio Amadeo.

Rasgos de Ortiz

El presidente Ortiz había mejorado su imagen —como se dice ahora—frente a la opinión pública aunque se enajenaba
rápidamente el apoyo conservador y la con descendencia nacionalista.

Frente al conflicto europeo, el presidente siguió la tradición neutralista argentina aunque “su política exterior reveló cierta
flexibilidad por su adaptación a los acontecimientos mundiales ya los compromisos interamericanos”. En Panamá en 1939 y en
La Habana en 1949, la Argentina siguió siendo un partenaire difícil para los Estados Unidos, mientras el presidente sostenía ante
el Congreso en su mensaje del 14 de mayo de 1940 que la Argentina era neutral, pero que la neutralidad no significaba
“indiferencia absoluta e insensibilidad…” denunciando sus simpatías por las víctimas de la agresión nazi que siguió a la ofensiva
de mayo de 1940. El presidente se presentaba, pues, como un liberal conservador, inclinado hacia los Aliados, con una
interpretación matizada de la neutralidad, y con una franca decisión de favorecer la “honestidad democrática”. Eso condujo a
los nacionalistas a la crítica, pues al antiimperialismo británico de los Irazusta o los Scalabnini Ortiz se había sumado ya él
antiimperialismo norteamericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Haya de la Torre que se nucleaban en FORJA.

Entre la neutralidad y las preferencias ideológicas

Por un lado, el nacionalismo era “antiyanqui”, neutralista —aunque esta vez el neutralismo era en sentido opuesto al de Ortiz, y
favorable al Eje— porque las potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comunismo, porque la neutralidad constituía
una tradición coincidente con modelos como el de Franco en España;y porque, en fin, era un buen negocio. Pero había
simpatizantes nazis como Enrique P. Osés, que dirigía El Pampero, y periódicos nacionalistas como Crisol y BanderaArgentina,
que al parecer eran subsidiadospor la embajada alemana en Buenos Aires. En el ejército, la influencia alemana se debía a varios
factores concurrentes: la admiración profesional hacia el disciplinado y eficaz ejército alemán profesional, era sincera en
muchos oficiales. Debe recordarse la presencia de los militares y expertos alemanes en la formación del ejército argentino, y
tenerse presente el entrenamiento de buena parte de los oficiales superiores en Alemania. A ese factor profesional deben
añadirse la influencia ideológica del nacionalismo de derecha y la creencia de que la derrota británica podía convenir a los
intereses argentinos en el campo económico. Quienes recuerdan la atmósfera de los años iniciales de la guerra europea y la
resonancia aún presente del resultado de la guerra española y del triunfo del falangismo, explican que las tendencias pro -
alemanas presionasen sobre el gobierno de Ortizysu ministro Cantilo, que no gozaba de las simpatías nacionalistas, como
tampoco el ministro de Guerra Márquez, identificado con la tendencia pro-Aliada. Mientras los argentinos dividían
ostensiblemente sus simpatías y la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trincheras ideológicas, se acusó a Fresco, a un
periodista nacionalista llamado José Luis Torres y al político Benjamín Villafañe de instigar un golpe nazi contra el presidente
Ortiz-Este no mostró inquietud por esaamenaza, que entonces no cuajó, y en la noche en que las tropas alemanas invadían Paris
convocó a sus asesores militares para discutir problemas de seguridad nacional, mientras tomaba la iniciativa para establecer lo
que en 1941 sería la Dirección General de Fabricaciones Militares.

Cuando promediaba el año 40 la posición del presidente era razonablemente firme, aunque la situación europea introducía
factores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo crisis en julio, y el 3 de ese mes se vio precisado a delegar
el poder en el vicepresidente.
Castillo en el poder

A partir de ese momento, se hizo manifiesto que la situación de relativo equilibrio que en medio de las presiones mantenía el
gobierno nacional, había dependido del presidente. La presencia de Castillo cambió las condiciones existentes y reveló la
existencia de, por lo menos, tres líneas militares por las que discurrían combinaciones cívico-castrenses: una encabezada por el
ministro de Guerra Márquez, otra por el ultranacionalista Molina y la tercera por el ex presidente Justo.

El vicepresidente Castillo se inclinaba hacia los conservadores y nacionalistas, trataba de sortear el asedio de Justo y de evitar la
vigilancia do Márquez. Entonces ocurrió el affaire de las tierras de El Palomar que complicó al ministro de Guerra. La oposición
nacionalista encabezada por el senador jujeño Benjamín Villafañe y por Sánchez Sorondo, vio la ocasión de deshacerse del
ministro Márquez. Frente al escándalo y al aparente negociado, el senador socialista Alfredo Palacios condenó lo que surgía
como un acto administrativo corrupto. Los radicales advirtieron la maniobra, creyeron que en realidad el ministro no había
entrado en negociado alguno y lo defendieron. Sin embargo, la manipulación del asunto terminó con la censura de la mayoría
del Senado al ministro de Guerra. Esto motivó una fuerte reacción del presidente que se definió en favor del censurado y trató
de poner en evidencia la probable maniobra. En seguida, el 22do agosto de 1940, Ortiz envió su renuncia. El Congreso la
rechazó por 170 votos contra 1, pese a que la renuncia contenía un apoyo explícito al ministro de Guerra. El voto solitario
pertenecía a Sánchez Sorondo. El presidente ganó el favor de la opinión pública. La mayoría creyó, por fin, en sus intenciones
democráticas. Pero, por otro lado, su enfermedad no cedió, fue imposible que retornase al poder para enderezar el proceso y al
no reasumir sus funciones, Castillo quedó con el poder efectivo y un nuevo gabinete.

1940-1943: intrigas y confusión

En septiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la presidencia por delegación de Ortiz y designó el nuevo gabinete, su
posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un ministerio satisfactorio para el radicalismo de Alveary para la
tendencia de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de la derecha, sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista
que había llegado a “rodear” a Ortiz, según las expresiones de la época. Habían ingresado, por lo pronto, Federico Pinedo en
Hacienda yJulio A. Roca en Relaciones Exteriores, y éste había condicionado su entrada a l continuación de la política de Ortiz,
Pinedo se entrevisté con Alvear en Mar de Plata a principios de 1941. En el ministerio del Interior ingresó Miguel Culacciati,
antipersonalista, yen el de Guerra el general Juan N. Tonazzi, amigo de Justo. En Justicia e Instrucción Pública y en Agricultura
fueron designados los conservadores Rothe y Amadeo Videla; en Obras Públicas Salvador Oria y en Marina el contralmirante
Fincati. Los hombres cl.ve eran Pinedo, Roca y Tonazzi. Pero el programa de Castillo apuntaba, paulatinamente, a cobrar fuerza
en su posición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese en la esfera de influencia norteamericana. En todo
caso, seguiría una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que la de Justo, con apoyo del nacionalismo y contra
toda posibilidad de retorno radical. Elecciones en Santa Fe y en Mendoza, en diciembre del 40 y en enero del 41 demostraron,
según La Prensa en su editorial del 6 de enero de ese año, que quizá habríamos “retornado al fraude como sistema político” lo
que estaba cerca de los propósitos de Castillo, si del poder se trataba. La crisis que sucedió a esos comicios produjo las
renuncias de Pinedo y Roca. Los reemplazaron Carlos A. Acevedo y Enrique Ruiz Guiñazú, mientras Ortiz hacía público un
manifiesto en el que repudiaba el retorno al fraude político. La crisis dio pie para que se intentaran conspiraciones nacionalistas
yse denunciara, simultáneamente, el incremento de la penetración nazi en la Argentina. Según parece, la acción de los
partidarios de Justo neutralizo las conspiraciones, pero la acción de Enrique Ruiz Guiñazú, demostraría muy pronto que éste
“unía a une limitada experiencia internacional cierto entusiasmo por la versión hispanista del fascismo”, según la apreciación de
Conil Paz y Ferrari. La guerra llegó al continente americano con el ataque japonés a Pearl Harbaur en diciembre de 1941, pero la
Argentina se mantuvo circunspecta y en 1942, en la Conferencia de Río de Janeiro, su delegación afirmó la política de
neutralidad. Esa afirmación fue impuesta por Castillo y motivó correcciones en el proyecto del documento final hasta que, para
lograrse la unanimidad, lo que iba a ser una decisión colectiva de ruptura con el Eje se transformó en una “recomendación”.
Esta postura fue objeto de controversias en su momento, y ese un motivo de interpretaciones dispares. Para Castillo, significaba
afirmar la posición regional de la Argentina y su relativa independencia respecto de los Estados Unidos,y al mismotiempo
aprovecharla brecha abierta en la opinión política por posiciones neutralistas que no sólo defendían los nacionalistas y muchos
militares, sino fuerzas de izquierda y un sector importante del radicalismo. Para los que adherían a los Aliados, la posición
argentina demostraba que el gobierno simpatizaba con el Eje. La actitud del gobierno argentino provocó su aislamiento
continental y el endurecimiento de sus relaciones con los Estados Unidos, que a su ver reaccionaron negando a laArgentina
armamentos gestionados por la misión López-Sueyro por el sistema de Préstamo y Arriendo. En Diputados, sin embargo, la
aprobación del tratado de Río fue seguida por la recomendación de la ruptura. El Poder Ejecutivo hizo caso omiso de ella, Pero
la actitud norteamericana tuvo resonancias negativas en las fuerzas armadas argentinas, que demostraron preocupación porla
provisión de armamentos norteamericanos al Brasil y a Chile. El resultado fue la iniciación de gestiones ante los poderes del Ele
e incluso una misión secreta a Madrid.

La posición política de Castillo parecía más fuerte en 1942, año en el que mueren, con diferencia de tres meses, Alvear y Ortiz.
La UCR queda sin un líder nacional —pues el liderazgo de Sabattini no tenía aún la difusión propia del sucesor natural de
Yrigoyen—y en las fuerzas armadas disputaban tres líneas: la “justista”, la “nacionalista” y la “profesionalista”. Justo, mientras
tanto, debía afirmarse ante la deserción definitiva de Ortiz. Un curioso documento que publica Potash, enviado porun presunto
espía alemán a Berlín en agosto de 1942, alude a una supuesta información en poder del gobierno argentino según la cual los
Estados Unidos, Brasil y Uruguay apoyarían la candidatura de Justo en la campaña que se iniciaría al comenzar 1943. Asu vez,
Castillo se desprendía con una maniobra del general Tonazzi e ingresaba como ministro de Guerra el general Pedro Ramírez.

Ramírez en el gabinete. Muerte de Justo

Ni la información del alemán, ni las gestiones de Justo para obtener el apoyo concreto de la UCR, los socialistas y los
antipersonalistas llegarían a verificarse: el general Justo murió por un derrame cerebral el 11 de enero de 1943.

El campo parecía despejado para Castillo, a quien se le atribulan intenciones de pretender la sucesión discutiendo la cuestión
de si un vicepresidente estaba sometido a la prohibición constitucional, o bien apoyar a CarlosIbarguren o a Scasso.

Formula del PDN: Robustiano Patron Costas-Iriondo


En 1943, mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama internacional prometía traer complicaciones a la
política exterior argentina, Castillo respondía al apoyo original de Patrón Costas, senador, poderoso industrial azucarero salteño
y líder del conservadurismo del interior como cabeza de la fórmula del PDN que sería acompañado por un antipersonalista
santafesino, Manuel lriondo. Había quedado fuera de juego el gobernador de Buenos Aires, Rodolfo Moreno.

Cuando avanzaba 1943, la oposición carecía de líderes manifiestos y de fuerza para neutralizar la “máquina electoral” oficialista.
Castillo no parecía temer la interferencia militar.

El golpe militar del 4 de Junio de 1943

El candidato de la Concordancia convocaba la oposición de los nacionalistas y dolos oficiales pío-Aliados y, naturalmente, de los
radicales ysocialistas. En marzo de 1943 mientras tanto, se había constituido formalmente una logia militar cuyo papel sería
decisivo, según todos los testimonios, en los sucesos críticos del 3y 4 de junio de ese año: el GOU —Grupo de Oficiales Unidos—
.

EI GOU

El origen del GOU se relacionaba con esfuerzos encabezados por dos tenientes coroneles: Miguel A. Montes y Urbano de la
Vega, aunque el grupo definió el sentido de su acción bajo la inspiración de Perón y otro grupo de oficiales. Montes habría
actuado desde el principio como delegado de Juan Domingo Perón, y a la acción de éste se sumaron un hermano de aquél, Juan
Carlos Montes, Urbano y Agustín de la Vega, Emilio Ramírez, Aristóbulo Mittelbach y Arturo Saávedra. Con excepción de los
Montes, los otros oficiales habían participado en la revolución del 30 o en alguna de las conspiraciones nacionalistas abortadas.
El trabajo del grupo para persuadir a los oficiales no descansaba sólo en la necesidad de “organización” o de “unidad” —
palabras que aparecen en las denominaciones que circularon sobre las iniciales, y que aludían como puede advertirse a
preocupaciones profesionales de la sociedad militar—, sino en la necesidad de prevenir la insurgencia comunista; el temor de
que la Argentina fuera envuelta en la guerra por la presión norteamericana; el riesgo que importaba a intromisión de los
políticos en relación con la unidad profesional y, en fin, la preocupación por el bienestar de la Patria y de las fuerzas armadas,
sin ambiciones personales.

El grupo vio facilitada su acción por la designación de Urbano de la Vega en el servicio militar de inteligencia y, sobre todo, por
la designación del general Ramírez en el ministerio de Guerra de Castillo. La incorporación del capitán Francisco Filippi, sobrino
de Ramírez, y de un hombre que sería fundamental en los sucesos posteriores, el teniente coronel Enrique P. González,
reforzaron la capacidad persuasiva y operativa del GOU La decisión de establecer la logia formalmente, en marzo de 1943, fue el
resultado, según las investigaciones de Potash, de dos factores. Uno interno: el conocimiento de que la Casa Rosada usaría
todos sus recursos en favor de la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Otro externo: la política exterior estimulada desde
el ejército cuando se conoció en febrero un memorándum trasmitido por el jefe del Estado Mayor general Pierrestegui —quien
en agosto del año 42 había expuesto su alarma por la ruptura del equilibrio de fuerzas de la Cuenca del Plata, según comentan
Conil Paz y Ferran—, militar considerado pro-Aliado, que urgía un arreglo con los Estados Unidos para la dotación de
armamentos. Añadimos una tercera: Justo había muerto. En mayo de 1943, el principal objetivo del GOU era impedir la
candidatura de Patrón Costas y el papel principal no era en este caso desempeñado por Perón, sino por el teniente coronel
González. El ministro Ramírez estaba enterado de los planes del ODU, pero no actué contra ellos ni los pretendió frustrar.
Cuando Castillo definió su posición favorable al político conservador salteño, el GOU inició contactos con opositores a través de
González y decidió dar el golpe en septiembre de 1943, no obstante en el partido Radical ganaba posiciones la idea de la
candidatura presidencial de Ramírez. Al mismo tiempo, corrían rumores do una conspiración radical que tendría como jefe al
general Arturo Rawson. Nada de eso era informado por el ministro de Guerra al presidente, que en una “tormentosa sesión”
exigió una explicación. Ramírez habría negado ser candidato radical o haber aceptado una proposición semejante, negándose a
revelar otros detalles. Castillo esperó, a partir de ese momento, la renuncia de su ministro de Guerra. Pasaron dos días y nada
de eso ocurrió. Entonces, Castillo encargó al ministro de Marina, almirante Fincati, el 3 de junio de 1943, la redacción del
decreto dando por terminadas las funciones de Ramírez. Pero como se reveló después, el decreto sin firma no fue a parar a
manos del presidente: sirvió para galvanizar el aún indeciso o dividido cuerpo de oficiales y como señal para el golpe de Estado.
La confusión era tangrande que las informaciones confidenciales apenas acertaban con el curso de los sucesos. Estos se dirigían
hacia el golpe de Estado desde las diez de la noche del 3 de junio, cuando el decreto fue conocido y González gestionó quedar
en libertad para tomar “contramedidas”.

Se busca un general

Ramírez sólo recomendó que se buscase un general para encabezar el movimiento. Así comenz6 la casual, accidentada y
brevísima gestión del general Arturo Rawson, oficial superior de caballería a cuyas órdenes había servido González.

El golpe

Un corresponsal norteamericano señaló en su diario que apenas sabía de Rawson que se había opuesto al general Molina “el
Führer eventual de los nacionalistas” como presidente del Círculo Militar. La contribución de Rawson al golpe del 43 fue obtener
la actitud neutral de la marina. Los esfuerzos para improvisar una revolución en cuestión de horas llegaron a su clímax en la
reunión de oficiales que tuvo lugar en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo a la que concurrieron Rawson, González y
Carlos Vélez y que encabezó el coronel Elbio C. Anaya, con asistencia de jefes y oficiales superiores. El coronel Juan Perón no
asistió a ella; según notas e informes, no pudo ser hallado desde el día anterior a la reunión y no reapareció hasta que la
revolución hubo triunfado.

Esa reunión, en Campo de Mayo demostró que la decisión militar tendría apoyo suficiente, pero que sería políticamente
irresponsable. Se discutieron los movimientos militares, paro no se llegó a acordar cuáles serían los objetivos mediatos y ni
siquiera quedó en claro quién sería el futuro jefe del Estado: ¿Rawson? ¿Ramírez? ¿Un triunvirato en el que los acompañare
Sueyro? Sólo quedó determinado que, esa vez el gobierno sería militar. Un manifiesto redactado antes de la reunión citada por
Miguel A. Montes y Juan O. Perón en un departamento porteño, según las averiguaciones de Potash, anunciaría al pueblo que el
golpe de Estado denunciaba el sistema de venalidad, fraude, peculado y corrupción del gobierno derrocado; que el movimiento
era “esencialmente constitucional” y que lucharía para mantener una real y total soberanía de la nación. Nada traducía las
diferencias ideológicas profundas que separaban a ¡os participantes, los distintos presupuestos de su .acción en el mediano
plazo, los acuerdos sobre políticas específicas que deberían esperarse. Como señala con oportunidad Robert Potash, para
algunos de los oficiales jóvenes la marcha sobre la Casa Rosada que realizaron en la madrugada del 4 de junio de 1943 casi diez
mil soldados —una fuerza mucho más poderosa que la de 1930— fue su única experiencia político-militar; para otros era la
segunda; y para muchos, como el teniente primero Juan Carlos Onganía, que conducía un vehículo detrás del general Rawson,
fue el primero de una larga serie.

El golpe se llevó a cabo sin resistencia —hubo una sola acción contra una instalación naval, debida a la precipitación ya la
confusión de los protagonistas—, sorprendió a todos, no fue rodeado por la atmósfera de excitación pública del 30, y el general
Rawson se encontró en el poder con pocas ideas acerca de lo que habría de hacer con él.

Las 48 horas del presidente Rawson

El golpe de Estado del 43 había nacido en la cabeza de algunos coroneles; apenas habían participado algunos de los 37
generales de los cuadros superiores del ejército, ydio lugar a la lucha por el poder pocas horas después de haber llegado
Rawson a la Casa Rosada. Mientras los hombres del GOU tenían ideas bastante claras sobre los objetivos de la logia, el
presidente pasaba la noche cenando en el Jockey Club. Después de comer hizo su primera y última demostración de inhabilidad
política: luego de un golpe formalmente anticonservador, ofreció a sus amigos José María Rosa y Horacio Calderón,
conservadores de vieja data, el primero accionista de El Pampero y pro-Eje y el segundo pro-Aliado, las carteras de Hacienda y
de Justicia. Cuando comunicó a los golpistas sus ofrecimientos cundió, parece, la consternación. Figuraban en ellos el general
Domingo Martínez—que había sido jefe de Policía durante la gestión de Castillo—y el general Juan Pistarini, ambos conocidos
por sus simpatías hacia Alemania. Los hermanos Saba y Benito Sueyro ocuparían los cargos de vicepresidente yministro de
Marina; Ramírez quedaba en el ministerio de Guarra y el almirante Storni y el general Diego Mason ocuparían las carteras de
Interior y Agricultura, respectivamente. No era un gabinete muy lúcido para la opinión pública pero, lo que entonces era más
decisivo, era crítico para la opinión militar.

La gestión de Rawson comenzó y terminó con la discusión de su gabinete. Para os miembros del GOU, Perón y González, era
preciso desalojar de la Casa Rosada al flamante presidente. Para otro de los miembros, simpatizante de los Aliados, como
Miguel Montes, había que sostenerlo. En Campo de Mayo, un grupo de oficiales tenía la misma opinión. Pero el coronel Anaya
cortó por lo sano. Los civiles Rosa y Calderón fueron escoltados hacia la salida de la Casa Rosada ni bien aparecieron en ella a
raíz de la oferta de Rawson. Luego, Anaya y un teniente coronel de apellido lmbert, fueron a la casa del general Martínez para
convencerlo que dejara la cartera de Relaciones Exteriores. En la noche del 6 de junio Anaya entraba en el despacho de Rawson
y le hacía saber que carecía del apoyo de Campo de Mayo. Según los testimonios de Anaya, Sosa y un memorándum de
González, Rawson tuvo una expresión penosa y definitiva: “¡usted también...!”; firmó su renuncia y se fue rechazando escoltas.
Entonces hizo su entrada como nuevo presidente, el general Pedro Ramírez, que durante siete meses había servido como
ministro de Guerra del derrocado presidente Castillo.

La fugaz presidencia del general Ramírez

La experiencia presidencial del general Ramírez fue más prolongada que la de su predecesor, pero en todo caso fugaz, pues
debió renunciar el 24 de febrero de 1944. Durante su gestión ‘comenzaron a definirse ciertas líneas de fuerza del proceso
político inmediato.

Las líneas se vinculaban con el conflicto interno por la dominación y con la política exterior, que en todo caso era discernible
pero no independiente de aquél. El gabinete de Ramírez dio, para los informados, las primeras pautas del sentido del conflicto
interno: el ministerio de Guerra fue adjudicado al general Edelmiro J. Farrell, jefe de Perón, y el ministerio del Interior al coronel
Alberto Gilbart, amigo del coronel González. Era evidente que el GOU había obtenido una importante victoria.” Pero también
que los coroneles tendrían importante participación en el gobiernoyque la división entre “neutralistas” o germanófilos y los
partidarios de los Aliados separaba a Farrell, Mason, Gilbert y Sueyro de un lado, y a Storni, Santamarina, Galíndez y Anaya del
otro, En poco tiempo ingresaron a funciones públicas en la presidencia, o en los ministerios de Guerra e Interior, varios
tenientes coroneles o coronelesdel GOU —González, Domingo Mercante, Miguel A. Montes—, de tal modo que la logia logró
construir una importante base de poder dentro del gobierno nacional. El coronel Perón encabezaba ya la secretaría del
ministerio de Guerra, y se convertía en el segundo hombre de ese ministerio crucial.

Desde ese momento, uno de los cauces para la explicación del proceso que siguió en aceleración creciente es el relieve que
advierten amigos y adversarios en el trabajo del coronel Perón para explotar políticamente el clima de tensión que confundía a
los grupos rivales. Otro de los cauces es la política exterior de la Argentina y su resonancia en el área latinoamericana y, sobre
todo, anglonorteaniericana. Parece necesario advertir, asimismo, que mientras eso acontecía en la estructura del poder, la
sociedad argentina estaba en movimiento y se producían en ella cambios sustanciales, algunos de cuyos rasgos se intentará
perfilar una vez descritos, en grandes líneas, los conflictos que tenían atrapados a los protagonistas principales de la lucha por el
dominio de la situación.

La política exterior de Ramírez

Si, como se ha comprobado, la política exterior del régimen conservadorfue, como la de la época radical, de estricta
neutralidad, no era un secreto para nadie que la división del mundo en bloques ideológicos y de intereses hacían de la
“neutralidad” un concepto polivalente. En algunas de las corrientes de opiniones igualmente públicas que entonces circulaban,
la neutralidad seguía expresando una manera de ser del argentino frente a conflictos demasiado sinuosos o que afectaban a
pueblos demasiado vinculados a su compleja tradición, como para actuar en perjuicio de unos o de otros. Era, también, una
manifestación del pacifismo por la línea del esfuerzo menor Pero en los sectores que habían adoptado una ideología y
perseguían intereses relativamente concretos, ser neutral implicaba una toma de posición definida. Para los nacionalistas de
derecha, por ejemplo, la neutralidad suponía un apoyo indirecto a las potencias del Eje. Para ciertos sectores económicos
vinculados con los mercados europeos, la neutralidad permitía estar con unos y con otros, más bien que con alguno en
desmedro de otros.
La perspectiva de las potencias beligerantes no era menos matizada que la argentina. Para los norteamericanos, a medida que
avanzaba el conflicto, la neutralidad no era una política “equidistante” —a pesar de que en su historia reciente, según se vio, la
opinión pública debió ser sacudida para no permanecer adherida a esa posición—, sino una manera de favorecer a los intereses
del Eje, de romper la solidaridad americana frente al conflicto internacional y de impedir una política hegemónica sin
complicaciones en el continente. Para los británicos, la neutralidad argentina no era una posición deleznable. De ahí su
resistencia a romper relaciones con la Argentina o a bloquearla económicamente. Pragmáticos y lúcidos, los británicos tenían
presente sus grandes inversiones en la Argentina, la necesidad que tenían del abastecimiento de carne para civiles y militares en
lucha y, previendo la situación de posguerra, el riesgo que significaba propiciar medidas que acentuasen el declive de su
influencia política y económica en el Río de la Plata. Los soviéticos, por fin, tenían una visión imperialista e ideológica del
proceso, que por otra parte ocurría lejos de sus dominios. Stalin sería uno de los rotundos opositores al ingreso de la Argentina
en condiciones aceptables a las Naciones Unidas, expresando a Roosevelt que si la Argentina hubiera estado en la zona de
influencia soviética él sabría cómo sancionarla.

En ese contexto se movían los actores de la crisis de junio del 43, y el presidente Ramírez se veía en figurillas para no agravar la
tensión con los Estados Unidos sin perder propia influencia entre los grupos internos germanófilos o aliadófilos. Del lado
norteamericano actuaba una figura que contribuyó, desde una posición “dura” y que su rival Summer Welles no vacilaría en
calificar de “estúpida”, a complicar en exceso tanto la política exterior norteamericana como la posición de los liberales dentro
del gobierno de Ramírez; ese personaje se llamaba Cordell Hull. Mientras condujo el Departamento de Estado, todos debieron
contener el aliento, tanto de un lado como del otro. Cuando Hull debía conocer el conflicto interno que ocurría en el gobierno
argentino, respondió a una carta —ciertamente forzada y difícil del canciller Storni explicando la posición internacional de la
Argentina— con otra hiriente, considerada una “de las más severas censuras diplomáticas jamás asestadas a un gobierno
latinoamericano por el Departamento de Estado”, “pulida y afilada como una navaja”, según la revista lime del 20 de
septiembre de 1943. Se burlaba de los argumentos de Storni, ironizaba acerca de los motivos que aquél expuso para justificar
que aún la Argentina no hubiese roto sus relaciones con el Eje, y negaba toda posibilidad de abastecimiento militar mientras la
ruptura no ocurriese. La publicación de la carta de Hull en los diarios argentinos puso al rojo vivo el sentimiento nacionalista. En
el centro de la ciudad se arrojaron volantes contra Storni, escritos e impresos por el ODU El diario Noticias Gráficas, que se
atrevió a publicar un editorial condenando la actitud neutralista del gobierno, fue clausurado y la edición confiscada.

La afilada navaja cortó el cuello del canciller Storni, quien debió renunciar. La contestación de Hull, “modelo detorpeza”, privó al
gabinete argentino de uno de los factores de compensación frente a la presión creciente del ala derecha del ODU El 12 de
octubre de 1943 Farrell era designado vicepresidente, y a los pocos días abandonaban el gobierno Santamarina y Galíndez,
mientras el general Gilbert ocupaba la cartera vacante de Relaciones Exteriores. La presión norteamericana aumentó; se dirigió
incluso a los aliados y a los demás países latinoamericanos para coordinar un bloqueo político y económico a la Argentina, y
conté por fin con pruebas documentales de una misión secreta a Alemania de un cónsul argentino—OscarAlberto Hellmuth—,
con el fin de negociar la provisión de material bélico. Hellmuth era ciudadano argentino, pero también miembro de la policía
secreta de Hinunler, la RSHA (Reichssi-cherheitshauptamt).

La ruptura con el Eje. Ramírez deja el poder

El presidente Ramírez advirtió que la publicación de esa prueba yde otras relacionadas con la presunta intervención argentina
en sucesos revolucionarios latinoamericanos —como el golpe de Estado en Bolivia ocurrido el 20 de diciembre y la presencia de
emisarios militares en países limítrofes— podía ser el detonante de una crisis regional inconveniente para la Argentina. Para
evitar, no tanto el bloqueo como la publicación de esa documentación por el Departamento de Estado, Ramírez decidió
suscribir el decreto de ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania y Japón. Era el 26 de enero de 1944. El 25 de febrero,
Ramírez “delegaba el mando” en el vicepresidente Farrell, frente a la crítica militar.

Antes de ese desenlace la lucha política interna había tenido otras manifestaciones. El coronel Perón contaba ya con el soporte
ideológico de militantes y escritores nacionalistas tan eficaces como Diego Luis Molinari y José Luis Torres; se decretaba la
disolución de los partidos políticos, se establecía la educación religiosa en las escuelas públicas y se imponía un control rígido en
la difusión de noticias. Un elemental análisis del contenido de documentos como las “Instrucciones reservadas del ministerio del
Interior” a los comisionado, en pos de la “real unidad integral del pueblo argentino’, revelaba la tendencia hacia una suerte de
homogeneidad ideológica y cultural como objetivo deseable. Cualquiera fuera su signo, ese dato suponía una secuencia de
notas comunes con los regímenes autocráticos o totalitarios y un presupuesto necesario para su estructuración. En esa ocasión,
el signo estaba dado por el nacionalismo de derecha y coincidía con la tendencia predominante en el GOU y en el gobierno,
luego de los cambios de octubre. El coronel Perón actuaba, mientras tanto, en un nivel hasta entonces descuidado: la revisión
de la política social del gobierno y las relaciones con los gremios.

El predominio nacionalista de derecha y la carrera política de Perón

Entre los cambios de ese mes, la designación —según parece, la “autodesignación”— de Perón en el Departamento Nacional del
Trabajo no sería el menos importante. Entre los miembros del GOU, un oficial hijo de un ferroviario de La Fraternidad, habría de
constituirse en el principal colaborador de aquél: el entonces teniente coronel Domingo Mercante. No todos los integrantes del
GOU ni del gobierno adherían a las ostensibles pretensiones del coronel Perón, mientras éste ganaba posiciones; se insinuaban
contradictores importantes, como los coroneles Avalos y González. Según parece probable, esas contradicciones contaron
paulatinamente con el aval del presidente Ramírez, quien habría aceptado reemplazar a Farrell y Perlingerpor sus asesores
leales, Gilberty González. A su vez, ocurrían los acontecimientos relatados referentes a la política exterior.

El tercer golpe

El presidente advirtió que el conflicto podría derivar en un enfrentamiento militar y no resistió la demanda de su renuncia que
formuló un grupo de oficiales alentados por Farrell y Perón desde el ministerio de Guerra.

Preparó el texto de su renuncia, fechada el 24 de febrero, dirigida al “pueblode la República”, yfundado en que había perdido el
apoyo de los militares de la Capital, Campo de Mayo, El Palomary La Plata. En pocos meses, pues, se habían consumado tres
golpes de Estado. El primero, contra Castillo, desde fuera del poder. El segundo y el tercero desde dentro, contra Rawson y
Ramírez. El tercer golpe crearía, sin embargo, una complicación internacional. Para intentar evitarla, era preciso que no hubiera
una discontinuidad formal entre Ramírez y su sucesor. El texto original de Ramírez salió de circulación—aunque llegaron a
publicarlo, entre otros, La Prensa y el diario germanófilo Cabildo—y se difundió una versión oficial que las ediciones posteriores
de los diarios recogieron: Ramírez delegaba el poder en el vicepresidente Farrell, “fatigado” por la intensidad de sus tareas de
gobierno.

Hacia el desenlace: la presidencia de Farrell

En el orden interno, el tercer golpe tardó en ser digerido. Los sectores políticos y militares calificados como “liberales”
advirtieron que el proceso había entrado en una nueve y peligrosa fase, y procuraron convencer a Ramírez para que retornara
el poder. Pero aparte de la negativa de éste, la nueve fase había comenzado ya. Con el general Farrell en la presidencia, parecía
que las bases de su poder se habían consolidado definitivamente. Sin embargo, la lucha interna no había terminado y la
situación del afortunado coronel Perón distaba de ser absolutamente segura. Surge, por lo pronto, un antagonista fuerte: el
ministro del Interior general Perlinger, quien reuniría en su torno a líderes del GOU como los coroneles Julio Lagos y Arturo
Saavedra, el teniente coronel Severo Eizaguirre y el mayor León Bengoa. Desilusionados con Perón, de acuerdo con muchos
nacionalistas acerca de la equívoca postura de aquél respecto del proceso que condujo a la ruptura con las potencias del Eje e
inquietos por sus relaciones con losgremios, esos hombres se movieron para detener la probable designación de Perón como
ministro de Guerra. Desde el Movimiento de Renovación—formado por jóvenes que correspondían a lo que hemos llamado el
nacionalismo conservador—, surgieron apoyos para la posición de Perlinger. El coronel Perón fue designado, sin embargo,
ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del presidente, del jefe de Campo de Mayo, coronel Avalos y, desde el 29 de febrero
de 1944, con el del nuevo ministro de Marina, contralmirante Alberto Teisaire. El ministerio de Guerra era, sin duda, una
posición clave pare resistir el asedio de facciones opositoras, porque desde ese lugar podían manipularse asignaciones,
destinos, promociones y cambios que consolidasen la posición de su titular en la estructura del poder militar. La carrera política
del coronel Per6n había comenzado mucho antes, pero ese año y el siguiente serían críticos. Puso de manifiesto rasgos de su
personalidad que habrían de acompañarlo en su futuro inmediato: capacidad intelectual, “viveza” —según la interpretación
criolla del vocablo—, pragmatismo, aptitudes “maquiavélicas”, sentido de la oportunidadyde percepción it algunos fenómenos
nuevos para la mayoría, ytambién un temperamento ciclotímico que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi
sin matices.

Dentro de la constelación de poderes, el militar era entonces el que determinaba la ocupación de roles en el poder político.
Parece conveniente seguir en sus líneas de fuerza para explicar una parte de aquella realidad. Los demás componentes de la
constelación remitían a los militares sus demandas, ponían en juego sus influencias o ejercían sobre ellos su capacidad relativa
de presión. A pesar del predominio del nacionalismo de derecha y de los partidarios de la presencia militar en el poder seguía
teniendo vigencia entre muchos militares la idea de que las fuerzas armadas debían dejar de una manera racional y decorosa el
poder político. Y contrariamente a lo que una interpretación simplista de las fuerzas políticas y de los valores vigentes en una
sociedad pluralista como la argentina pudiera sostener, lo real era que ciertos valores del liberalismo político subsistían a través
de ideas y de creencias —vinculado o no con el liberalismo económico— entre la mayoría de los argentinos. La presión por el
retorno al régimen constitucional se fue haciendo cada vez más concreta y la opinión pública se manifestaba en contra de la
gestión revolucionaria.

Durante la presidencia de Farrell, el aislamiento de los revolucionarios no podía ser disminuido por los conflictos internos que
entretenían a sus protagonistas. Sea porque las consecuencias políticas de la Segunda Guerra habían dado nuevo impulso
legitimador a la democracia, o porque las racionalizaciones ideológicas del nacionalismo de derecha no eran suficientes para
justificar al régimen, lo cierto es que al comenzar 1944 la Argentina buscaba una solución internacional satisfactoria y una
fórmula política aceptable para salir del atolladero.

En el plano internacional, el comportamiento escasamente hábil de la diplomacia norteamericana le brindaría la oportunidad de


iniciar una contraofensiva a través de la Unión Panamericana, en octubre de aquel año, que culminaría con lo ocurrido en
Chapultepec —México— en febrero-marzo de 1945. Cuando se celebró la Conferencia Internacional sobre Problemas de la
Guerray la Paz—aunque el tema de la Argentina, ausente, no estaba incluido en la agenda oficial— los delegados acordaron
reanudar relaciones oficiales si nuestro país suscribía el Acta de esa reunión y declaraba la guerra al Eje. El 27 de marzo de 1945,
el régimen de Farrell declaraba la guerra al Imperio del Japón y a Alemania. Como señalan Conil Paz y Ferrari, el gobierno
argentino ganaba más de lo que cedía: normalizaba sus relaciones americanas, se le aseguraba un lugar como miembro de la
inminente conferencia de la Naciones Unidas, y el régimen que Roosevelty Hull denunciaran como ‘fortaleza del fascismo en
América” seguía dueño de la situación.

En el orden interno, “detrás de la máscara de un antipolítico”, el coronel Perón no sólo procuraba consolidar apoyos militares,
sino hallar soportes en políticos profesionales. Además, había participado con el doctor Juan I. Cooke y otros líderes del
gobierno argentino, según escribió el norteamericano Welles, en conversaciones secretas con delegados estadounidenses,
previas a la reunión de Chapultepec. El pragmatismo del coronel Perón habría conmovido a los anglosajones y sacudido la
rigidez de los ideólogos. “Más allá del bien y del mal, desde el ministerio de Guerra y la Secretaría de Trabajo, el líder del GGU
tendía sus líneas hacia el partido Radical. Según una información diplomática, en abril del 44 Perón habría ofrecido el ministerio
del Interior al doctor Amadeo Sabattini. Este rechazó la oferta. Perón no ocultaba su respeto por el partido Radical ante sus
camaradas. En Campo de Mayo habló del partido Radical como una fuerza “grande y poderosa, pero añadió que su líder era
“anticuado”. No obstante, reveló que el radicalismo era una fuerza que podía ser ‘canalizada” en el sentido que él consideraba
adecuado, y que estaba comprometido en esa tarea. Mientras fracasaban sus primeros intentos con líderes políticos, del
ministerio de Guerra salían “órdenes generales” previniendo a los militares contra los ‘cantos de sirena” de lospolíticos, y
haciendo saberque el gobierno de Farrell no tenía intenciones de llamar a comicios nacionales, por lo menos en fecha próxima.

El gabinete de Farrell era escenario de la pugna sorda entre las tendencias. En mayo de 1944 ingresa el nacionalista Alberto
Baldrich, partidario de Perlinger, para hacerse cargo de la cartera de Justicia e Instrucción Pública. Al mismo tiempo, se
incorpora un aliado de Perón, el general Orlando Peluffo, en el ministerio de Relaciones Exteriores.

Perón vicepresidente
El conflicto haría eclosión en julio, precipitado por Perón, a propósito de la vicepresidencia vacante. Convoca una asamblea de
oficiales del ejército, de la que resulta elegido por un margen ajustado sobre Perlinger. Luego procede con rapidez: con el apoyo
del ministro de Marina, almirante Teisaire, informa al ministro del Interior que el ejército y la marina demandan su renuncia.
Como el general. Perlinger no halla apoyo en el presidente, deja el cargo. El 7 de julio de 1944, un decreto firmado por Farrell y
Teisaire hace pública la designación del coronel Juan Domingo Perón como vicepresidente de la Nación. Retenía, a la vez, los
cargos de ministro de Guerra y de Secretario de Trabajo. Nadie disponía de más recursos ni más poderes directos que Perón a
mediados del 44: podía usarlos sobre la opinión pública desde la vicepresidencia, sobre el poder militar desde el ministerio de
Guerra, ysobre las organizaciones y dirigentes laborales desde la Secretaría de Trabajo. La forma en que usó esos recursos
políticos insinuará para muchos sus posibilidades en los eventos futuros. Como ministro de Guerra, produjo cambios favorables
para les fuerzas armadas, cuyos estatutos profesionales fueron reformados y se contemplaron aspiraciones y necesidades
castrenses; se amplió el número del cuerpo de oficiales y se aumentó la movilidad promocional dentro de las fuerzas. Por
primera vez desde que el sistema de conscripción obligatoria tenía vigencia, el ministro de Guerra incorporó a la totalidad de
une “clase”. Como bien señala Potash, aparte de las consideraciones militares, la medida tenía ciertas implicaciones políticas y
sociales. Potash no se atreve a conjeturar qué influencia tuvo la difusión de consignas y propaganda que inculcaban el respeto y
la admiración hacia los militares y el desprecio hacia los políticos profesionales, entre aquellos 80.000 conscriptos respecto de
las elecciones del 46, pero en todo caso el dato denuncie una tendencia y le decisión de usar cualquier recurso con sentido
político. La fuerza aérea, la rama más nueva de las fuerzas armadas, recibió especial atención, y fue considerada la
preocupación de los militares hacia el desarrollo industrial. El Banco de Crédito Industrial data de ese año, mientras la Dirección
General de Fabricaciones Militares recibía fuerte apoyo financiero. Pero la acción en el campo militar tuvo un complemento de
fundamental importancia para el curso de los acontecimientos del crucial año siguiente: las medidas de política social
producidas por el coronel Perón y su aliado, el teniente coronel Mercante, desde la Secretaría de Trabajo. Aumento de salarios,
revisión de las condiciones laborales, estatutos destinados a la protección de trabajadores de gremios diversos, creación de los
tribunales del Trabajo, reglamentación de las asociaciones profesionales, unificación del sistema de previsión social, extensión
de los beneficios de la ley 11.729 a todos los trabajadores, yfrecuentes entrevistas con los dirigentes de los niveles altos y
medios de las organizaciones obreras, fueron hechos concretos, con un gran efecto multiplicador en sectores sociales que hasta
entonces no habían tenido la sensación de la participación política y social que esas medidas insinuaban. La actividad de Perón
significaría, pues, la acumulación de recursos políticos o de antecedentes que luego serían empleados para la explotación
política de un proceso hasta entonces inédito en la historia argentina.

Ese proceso, con casi todas sus complejidadesy claroscuros, se insinuaría a través de un “año decisivo”: el 45. En ese año, los
actores parecen moverse sin tener en cuenta que la platea ha subido al escenario, y que una Argentina profundamente distinta
haría eclosión, atrapando a todos, cerrando todas las perspectivas, confundiéndolo todo.

Cuando terminaba 1944, el gobierno revolucionario “parecía enfrentar los mismo problemas ante los cuales había sucumbido el
régimen de Castillo”, pero al mismo tiempo “los mitos de la Argentina liberal se revelaron dotados de un vigor inesperado: toda
una clase media que se había constituido bajo su sino veía con recelo profundo la tentativa quizá no totalmente arruinada de
borrarlo de la memoria nacional...” Eso era, si se quiere, una parte de la verdad. Casi tres lustros después, un conservador veía
la crisis deI 43 como el “fruto de las más diversas ideas, y resultado de las ambiciones más dispares (que) no tuvo virtud de
satisfacer en definitiva a casi ninguno de sus sinceros partidarios”. Para la izquierda cultural fue un remedo de régimen fascista
y clerical y para casi toda una “mayoría silenciosa” un proceso caótico y ajeno, pero al mismo tiempo crítico y a la búsqueda de
una definición. Este fue el resultado de los conflictos del 45.

“Todo el poder a Perón”

Para los argentinos, el 45 fue un año decisivo. Para quien quiera comprender el proceso posterior, una acción histórica
insoslayable.

Es preciso esbozar ciertos rasgos de la Argentina de la época para explicar en qué condiciones los argentinos llegaron al
desenlace de una de sus crisis más profundas, entraron luego en un periodo con perfiles inéditos y cayeron más tarde en otra
crisis cuya persistencia no puede explicar, todavía, el historiador.

H. A. Murena, en un breve pero lúcido trabajo, advertía hace unos años que la Argentina figuraba con frecuencia en la primera
plana de los diarios extranjeros por los golpes de Estado militares. “Quiero no descuidar esta trivialidad —seguía—: indica que
nos hemos revelado como lo que nos jactábamos de no ser, sudamericanos.” Fenómeno que dejó estupefactos a muchos
argentinos, pero que les haría reflexionar, por una vía quizá no querida, que también pertenecían a Sudamérica y que en el
futuro subsistirían como una nación sólo a través de ella. Parlo pronto, lo que aparecía en común era la crisis, y ciertos datos de
ésta.

Juicio de H. A. Murena

Murena miraba hacia adentro y veía, además, a conservadores, radicales y socialistas acusándose mutuamente, quebrados en
forma vertical y horizontal, de izquierda a derecha, jóvenes yvieja guardia.

Escribía después de la caída de Perón, y éste se le antojaba un problema que debía dividirse en dos aspectos: “Perón como
persona y Perón como momento histórico. En cuanto al primero, es razonable emitir una sanción moral terminantemente
negativa. En el segundo, las sanciones morales son impertinentes. Significan lo mismo que decir que la historia es una ramera.”
Las notas de Murena fueron escritas cuando aún estaba ‘caliente” lo que para los argentinos había sido el peronismo. Para
unaparte del país, un proceso que merecía olvidarse, porque había dividido a la nación y había intentado poner el bienestar y la
seguridad sobre otros valores y a costa de la racionalidad política y económica. Para otra parte del país, la experiencia era
inolvidable. Había abierto perspectivas hasta entonces desconocidas a mucha gente que nunca había vivido la sensación de la
participación política ni había obtenido gratificaciones sociales. Para esta parte de la Argentina habría desde entonces una
suerte de “edad de oro” para recordar. El antiperonismo tenía, por su parte, porciones distintas del pasado que se antojaban
“tiempos preferidos”. Pero según advierte Murena, la memoria argentina es feroz en su debilidad, y son pocos los nombres
vivos que retiene fuera del “cantor-héroe-vate nacional, Carlos Gardel”. Desde el 55, dos fantasmas lucharían con fuerza pareja.
Pero esos fantasmas levantaban “nubes de polvo”. Los argentinos volverían a estar en una extraña disponibilidad.
La sociedad en movimiento

El cuadro social del 45 no mostraba una sociedad fila, sino una sociedad en movimiento. La población de ese año era, por lo
pronto, mayor que la del 30 o la del Centenario, y se distribuía de otra forma en un extenso territorio. A partir del 30 la
inmigración externa había cesado de desempeñar un papel decisivo en la formación de la Argentina. Su lugar fue ocupado por
las migraciones internas. Hasta 1914, en efecto, el 36% del aumento de la población de la Argentina ocurrió por los extranjeros.
En cambio, entre 1914 y 1947 los extranjeros proporcionaron apenas el 0,6% y entre este año y el 60, el 3,1%. Como la
inmigración extranjera, la migración interna fue a parar a las ciudades, pero a diferencia de aquélla no se ubicó en los estratos
medios sino en los interiores “empujando”, a los nacidos en la ciudad hacia las posiciones medias. Germani añade al proceso el
impulso a la industrialización: “desde 1943 en adelante, la contribución de la agricultura y ganadería al producto bruto resulta
inferior a la de la industria”. Pero la movilidad social —en el sentido que los sociólogos la entienden, como un proceso por el
cual los individuos pasan de una posición a otra en la sociedad, posicionesa las que se adjudican por consenso general valores
jerárquicos específicos, según Lipset era cada vez mayor, especialmente en Buenos Aires y su zona inmediata. Esa movilidad
parece haber sido todavía mayor desde los niveles populares hacia los medios y altos cuando Germani publicó sus
investigaciones de 1960 y 1961 en Buenos Aires.

Simultáneamente, el proceso de urbanización iba en ascenso constante. El área metropolitana de Buenos Aires, que era
ocupada por cerca de 800.000 habitantes en 1895 —de los cuales la mitad eran inmigrantes extranjeros y ocho de cada cien
inmigrantes del interior—, tenía en 1947 casi 4.720.000 habitantes, de los cuales sólo el 26% eran extranjeros inmigrantes y el
29% gente de nuestro interior. Antes, llegaba un promedio anual de ocho mil personas del interior al área metropolitana
bonaerense. En 1936 ese promedio había ascendido a 83.000y en 1947 pasaba las 90.000. Era un éxodo en masa de las
provincias a la zona inmediata a Buenos Aires. La inmigración extranjera había impuesto un esfuerzo de “reajuste social”; como
escribió poco después Raúl Scalabrini Ortiz—El hombre que está solo y espera—, la ciudad se cerró sobre sí misma para
asimilartodo lo extrañó que se le había venido encima y se produjo el declive de la llamada “clase alta” como grupo social que
sirviese de “modelo” a los otros y su paulatino eclipse en el liderazgo social y cultural. La migración interna, asociada al proceso
de urbanización y de industrialización, preparó los elementos de una cultura y una sociedad de masas que tenía vigencia, sobre
todo, alrededor de las grandes ciudades y especialmente de Buenos Aires. En 1914, la industria ocupaba a 380.000 personas. En
1944 a más de 1.000.000. En 1914 el 11% de la población activa trabajaba en la industria y el 27% en el agro. En 1944, aquéllas
significaban el 48,5% y las ocupadas por el agro el 17,1%.

Exactos o aproximados, los datos estadísticos y los estudios sociales traducen lo que sólo algunos advertían hacia el 45: la
ciudad vivía “su” vida. En torno de ella se aglutinaban miles de personas de extracción social heterogénea, ‘con un mínimo de
participación e interacción social y política y un máximo de anonimato”. La sociedad argentina estaba, pues, en movimiento. Los
sectores populares habían aumentado hasta adquirir dimensiones potencialmente formidables. Los sectores medios, resultado
de un proceso de ascenso social todavía reciente, se habían integrado según es fama a través del radicalismo. La “clase alta”
había desertado del liderazgo político, social y cultural hasta el punto que “al reanudarse la vida comicial en 1946 —señala
Miguens— la tenemos representada con el 2,70% de electos con dos miembros en la Cámara de Diputados y con 0% en la
Cámara de Senadores...” Entre “los que mandan” hacia 1945 apenas se perciben los datos nuevos de la situación.

Los que mandan

Era la época en que tocaba a su fin el predominio de un elenco dirigente. El primero de tres elencos que registra Imaz a lo largo
de 25 años y que gobernaría hasta 1943: Se trataba de un grupo restricto, en el que el origen, las relaciones de tipo personal, la
situación de familia y los clubes de pertenencia, operaban como criterios selectivos (... ) El grupo que gobernó entro 1936 y 1943
no tenía problemas de cooptación... En todo caso las opciones se daban entre un número limitado depares. Sobre doce titulares
del poder en 1936, ocho eran socios del Círculo de Armas (Julio A. Roca, Carlos Saavedra Lamas, Roberto M. Ortiz, Basilio
Pertiné, Eleazar Videla, Miguel Ángel Cárcano, Manuel Alvarado, Martín NoeI). Como criterio supletorio el grupo aplicaba
criterios do “reconocimiento” (entre los cuales el primero era) la habilidad en los negocios ola capacidad jurídica (MiguelJ.
Culacciati)... O el éxito electoral, como en el caso de Fresco. Pero la presidencia estaba reservada no sólo a los grandes políticos,
sino a los políticos que perteneciesen al más alto estrato social. Clase dirigente con gran cohesión interna, fue reemplazada por
un segundo elenco que Imaz sitúa entre el 43 y el 55. En él se revertirían los términos y se modificarían los criterios de
legitimidad”.

La nueva clase política que se instale tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores adscritos, y el régimen de lealtades
que instaure nada tiene que ver con el preexistente ... Los nuevos dirigentes peronistas de 1946 constituyen un grupo de
“accesión” muy alto, abierto, extenso, basado en un reclutamiento amplio como hasta entonces no se había conocido. En 1945,
todavía el valor para el ascenso era el exclusivo éxito personal. Pero este éxito previamente debía haberse producido en alguno
de los cuatro compartimientos básicos, sobre los que se estructuraría el peronismo: la plutocracia, la actividad gremial y la
política social, el comité y las fuerzas armadas...

La plutocracia era un canal de ascenso relativamente nuevo, pero la novedad que introdujo el peronismo fue que el grupo era
industrial, y no exportador o importador. El ascenso al poder por la carrera sindical era un fenómeno hasta entonces inédito, y
el comité, base habitual de dirigentes marginales del radicalismo y de partidos menores. Los oficiales retirados de las fuerzas
armadas, si bien no constituían una fuente de reclutamiento nueva, serían entonces muchos más que en experiencias
anteriores y sus dos representantes principales —el nuevo presidente y el gobernador de Buenos Aires— no habían culminado
profesionalmente su carrera militar. Esto también resultaría una novedad. Al principio, el sistema de lealtades era difuso, salvo
para los militares y quizá los gremialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por la lealtad a una pareja gobernante.

Algunos sucesos

En el 45, aquel proceso apenas manifiesto en la sociedad argentina, se expresaría abruptamente en la arena política. En la Casa
Rosada la situación era confusa. Habían ocurrido manifestaciones de inequívoco fervor pro- Aliado a raíz de la liberación de
Paris, y se temían disturbios contra el gobierno apropósito de la inminente caída de Berlín. Universitarios, partidos políticos,
miembros de lo que Alejandro Korn llamaba “la resistencia civil”, gente representativa de la llamada “clase Alta” pero también
muchos otros ciudadanos de los sectores medios, organizaron, convocaron o concurrieron espontáneamente a demostraciones
antigubernamentales acompañando entusiastamente el curso de la guerra, que nutridos sectores sabían desagradable para los
gobernantes de la “dictadura militar”. En abril del 45 la “resistencia civil” era manifiesta en el centro de Buenos Aires, alentada
por la rectificación de la política internacional que situaba a los gobernantes en una situación por lo menos equívoca. La
oposición había elegido dos blancos: el presidente Farrell —contra el que se dirigió buena parte de la artillería del humorismo
político— y el coronel Perón, cuya peligrosidad era cierta tanto para la oposición política cuanto para los sectores militares
hostiles a suacción. Perón, que según una expresión atribuida portestigos entrevistados por Luna, era para el nacionalista
Arturo Jauretche “el tipo ideal para que yo lo maneje”, procuró distraer a sus opositores —presumiblemente-- produciendo en
ese mes de abril una declaración en la que aseguraba no aspirar ala presidencia. La sensación de los observadores y testigos era
que a esa altura del proceso, pesa a su poder, parecía hallarse a la defensiva frente a una oposición que crecía dentro yfuera del
ejército.

Braden en escena

Cuando la situación del coronel Perón era más crítica, aunque aún no le había sucedido lo peor en esta parte del proceso, fue
nombrado Spruille Braden embajador de los Estados Unidos en la Argentina. El nuevo embajador vino a la Argentina con una
predisposición ideológica y política militante, más bien que diplomática. De inmediato se dedicó a una franca manifestación de
sus opiniones políticas, participó de cuanta reunión le brindaba una oportunidad de expresar su repudio a la línea nacionalista,
que identificaba con Perón, y se puso a la cabeza de una ofensiva destinada a derrocar al gobierno de facto. La ofensiva
coincidió con el aparente renacimiento radical —partido que, sin embargo, no había superado una profunda crisis interna— y
con el reintegro de los conservadores a la acción política a través de figuras como Antonio Santamarina y, sobre todo, tan
significativas como Barceló. La acción de Braden, que entonces concitó el aplauso de mucha gente de la oposición, era desde el
punto de vista diplomático una forma de intervención abierta en los problemas internos argentinos, y desde el punto de vista
político —según se ve ahora más claro, si cabe—de una torpeza no esperada.

Hacia mediados de año, varios factores concurrían para hacer más densa la atmósfera conspiracional. El militar no era el menos
importante, máxime cuando jefes que habían apoyado o habían recibido apoyo de Perón desde sus posiciones en el gobierno,
cambiaron su actitud hacia aquél a raíz de una serie de experiencias individuales y de la influencia del clima opositor de otros
sectores de la sociedad. Uno de esos hombres, significativos en el proceso del 43 al 45, era el comandante de Campo de Mayo,
general Eduardo Avalos. Varios hechos fueron erosionando lealtades aparentemente inconmovibles.

En julio, y a propósito de la comida de camaradería de las fuerzas armadas, el presidente Farrell anunció la convocatoria a
elecciones nacionales antes de terminar el año: He de hacer todo cuanto esté a mi alcance para asegurar elecciones
completamente libres y que ocupe la primera magistratura el que el pueblo elija...

El asedio de los sectores militares sobre las posiciones de Perón fue abonado por la vinculación de éste con María Eva Duarte, al
punto que se demandó que terminara sus relaciones con ella, por cuanto “afectaban el código de honor militar”. Pero el hecho
inicial de una secuencia que terminaría desalojando a Perón del gobierno, fue una petición del jefe de la Marina y de nueve
almirantes, luego de una reunión en el ministerio del arma del 28 de julio; demandaba básicamente tres cosas: que las
elecciones fueran convocadas inmediatamente, que ningún miembro del gobierno hiciera o condujera propaganda política a su
propio beneficio, y que las facilidades o recursos oficiales no fueran puestos a disposición de ningún candidato. Al día siguiente,
Farrell convocó a una reunión de almirantes y generales para discutiría situación política, y de la misma resultó un documento
—publicado en The TimesyenLa Vanguardiaconacuerdoensustérminos—porelcual 11 almirantes y 29 generales no tomaban
posición a favor o encontrada ningún candidato, pero requerían la reorganización del gabinete y el alejamiento voluntario de los
que intentaban ser candidatos “o de quienes las circunstancias indicaban que era un candidato”. La postura era en términos
generales clara, y suponía además, que Perón debía renunciar. El documento, sin embargo, no tuvo consecuencias inmediatas.
Antes bien, Perón recomendó para el ministerio del Interior —que desde hacía un año atendía Teisaire— a un viejo radical
yrigoyenista del interior, Hortensio Quijano, que se había aliado a él. Semanas más tarde, otro colaborador radical de Perón,
Armando Antille, ocupaba la cartera de Hacienda y a fines de agosto otro de sus amigos radicales, entonces conocido como pro-
aliado, el doctor Juan Cooke, ocupaba el ministerio de Relaciones Exteriores. No sólo el documento parecía caer en el vacío, sino
que la influencia de Perón no mermaba y obligaba al partido Radical a echar a los tres políticos que habían violado el acuerdo —
o la decisión partidaria— de no colaborar con el régimen. La UCR, según Luna, bajo el control del ‘unionismo”, una de sus
fracciones, y con un Sabattini que procuraba que los acontecimientos fueran hacia él, resistía los “propósitos seductores” de
Perón, quien por entonces había enviado emisarios a distintos dirigentes, comenzando por el mismo Sabattini, que se resumían
en la oferta a la UCR de todos los cargos públicos, menos la Presidencia. Sabattini era el símbolo de la “intransigencia”; los
unionistas, de la táctica del “acuerdo”, pero ninguna de esas líneas pasaba entonces por el coronel Perón. Este tenía cada vez
menos margen político para operar, aun con los recursos a los que tenía acceso. La oposición, pese al fracaso de las presiones
para provocar la renuncia de Perón, reunió sus fuerzas: demandó la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia, unificó
la dirección en una Junta de Coordinación Democrática,y mostró la concurrencia extraña y ocasional de fuerzas aparentemente
tan disímiles como los conservadoras, los radicales, los socialistas y los comunistas, los universitarios y los representantes del
poder económico. En la Iglesia habían surgido opositores al “clericalismo nacionalista” y había apoyos en el ejército y la marina.

La división social

Todas las energías de la oposición se manifestaron en un acto denomine- do “Marcha de la Constitución y la Libertad”, que
ocurrió en los primeros días de septiembre y congregó, entre plaza del Congreso y plaza Francia, una multitud que los
pesimistas calculaban en 65.000 personas —cifra del informe policial— y los optimistas en 500.000. Corno bien dice Luna, el 9
de septiembre se había congregado de todos modos una multitud que oscilaría entre ambos “topes”. La situación en las fuerzas
armadas era tense, pero los objetivos no coincidían sino en la renuncie de Perón. En cuanto e entregar el gobierno a la Corte,
los militares se mostraban remisos, Entre los factores que jugaban en contra de la demanda de la oposición dentro del
ambiente militar, quizás el más importante, fue un sentimiento de defensa corporativa frente al antimilitarismo difundido entre
los opositores y manifestado en episodios muy agresivos. La verdad parece ser, pues, que los militares coincidían en ver como
una humillación que el desenlace del proceso no fuera conducido por ellos, así como lo habían comenzado, Hubo algunas
tentativas de golpe de Estado, como la encabezada por el ex presidente Rawson, pero no tuvieron eco en las fuerzas armadas.
Perón creyó que debía ampliar su margen de maniobra, actuando en el campo sindical y reprimiendo a la oposición. El estado
de sitio reapareció el 26 de septiembre, pero la oposición aumentó, sobre todo en las universidades, que fueron
provisionalmente clausuradas. La tensión crecía, y los protagonistas corrían el riesgo de fallar en los cálculos de sus respectivas
fuerzas. Perón sorteó por casualidad un atentado que se había preparado en la Escuela Superior de Guerra. Se estaba llegando
al clímax. Cuandocomenzaba octubre, Perón no había percibido aún las dimensiones de la oposición militar a su persona en
lugares tan decisivos como Campo de Mayo. Su hambre de confianza en el ministerio de Guerra, Franklin Lucero, le habría
insinuado la remoción de Avalos coma comandante de aquella importante guarnición. La designación de un funcionario llamado
Nicolini, amigo de Maria Eva Duarte, cama director de Correos y Comunicaciones, levantó una tempestad en el ambiente
militar. A esa altura da los sucesos, las fuerzas armadas no eran ya una corporación unida, sino una “sociedad deliberativa”.

Los protagonistas trataban de evitar, como era ya una constante, que los conflictos llegaran a enfrentamientos armados. Luego
de episodios singulares el presidente, acompañado por el ministro del Interior y el general Pistarini —partidarios de Perón— y
otros altos jefes militares, concurrió el 9 de octubre a Campo de Mayo, accediendo a una invitación del general Avalos. La
reunión culminó con la misión deque mientras el presidente permanecía en Campo de Mayo, demandaran la renuncia de Perón.

9 de octubre: renuncia de Perón

El desenlace estaba próximo, pero así como el coronel, ministro, secretario de Trabajo y vicepresidente había calculado mal la
capacidad de sus opositores internos, estos —especialmente Avalos— calcularon mal los recursos de aquél. El 9 de octubre, la
noticia de la renuncia de Perón sacudió al país. Abandonaba todos sus cargos en el gobierno, pero no lo hacía silenciosamente.
Sus adversarios, con el consentimiento de Farrell, le permitieron despedirse no sólo con un mensaje a trabajadores reunidos en
torno de la Secretaría de Trabajo, sino al pueblo de la nación, a través de la cadena de radios. Lo más significativo fue recordar a
los beneficiarios las medidas sociales que en adelante tendrían que defender, y que a él debían.

El 17 de octubre y un protagonista desconocido

Los sucesos posteriores pueden interpretarse como una nueva y última fase hasta las elecciones presidenciales. El 12 de
octubre, el gabinete quetenía una orientación favorable a Perón es removido. Ingresarán Avalos y Vernengo Lima. Según parece
los radicales intransigentes negociaban una fórmula electoralSabattini-Avalos. Mientras tanto, Perón era detenido y enviado a
Martín García. El 13 de octubre escribe una carta a su amigo, el coronel Mercante, y al día siguiente otra a María Eva Duarte,
singular y decisiva para ponderar el estado de ánimo del futuro líder político a pocas horas de una jornada especialísima.
Aunque incomunicado, el detenido se las compuso para hacer llegar dos mensajes que, sin embargo, lo mostraban
políticamente acabado. La carta a “Evita Duarte” traduce su cariño por ella, le hacesaber que ha escrito a Farrell “pidiéndole
que acelere el retiro”:...en cuanto salga nos casamos ynos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos... Te ruego le digas a
Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos... Tesoro mío, tené calma y
aprendé a esperar .Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el
tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto... El mal de este tiempo y especialmente de este país son los
brutos y tú sabés que es peor un bruto que un malo...

El hombre que pocas horas antes tenía en sus manos casi todos los recursos del poder, quería alejarse del teatro de los
sucesos,y escribir historia. Mientras tanto, la situación demostraba ser favorable a los nuevos protagonistas, pero éstos
parecían no saber cómo dominarla. El arresto de Perón no había salvado la debilidad política del gobierno. Este se vio asediado
por demostraciones antimilitares el mismo 12 de octubre. Pero los asesores políticos, vista la cuestión retrospectivamente, no
apreciaron de manera adecuada la gravedad de la situación ni los peligros que entrañaba para la oposición. Parlo pronto, una
prestigiosa y vieja figura surgió para formar un gabinete:el doctorJuan Álvarez, procurador general de la Nación. Este no sólo
habría de demostrar ingenuidad política para los tiempos que se vivían, sino que mientras conversaba con sus candidatos,
redactaba condiciones y padecía la obstrucción de quienes insistían en entregar el gobierno a la Corte. Arribó a la Casa Rosada
con nombres y “curricula” en la noche del 17 de octubre. Pero la noche del 17 de octubre y la plaza de Mayo servían de
contexto a una enorme multitud. Se había formado lentamente desde el mediodía, con grupos que venían del “otro lado” del
Riachuelo. Perón, que a la sazón estaba en el Hospital Militar, era reclamado por este nuevo protagonista que hizo su aparición
en la escena casi espontáneamente, imponiéndose a los que dirigían entre bambalinas o desde sus despachos. Sólo algunos
percibieron el significado potencial de ese acto político. Por supuesto, ni Álvarez ni Avalos. Apenas Eva Duarte y Farrell, quizá
mucho más Mercante. Por lo pronto, el propio Perón debió ser convencido por sus aliados, especialmente por el último, para
que concurriera a hablar a la multitud. Fue a las once de la noche, frente a un espectáculo insólito, en que sectores populares
sin líderes revelaron a Perón sus aptitudes carismáticas. Incluso Avalos renunció a usar la fuerza contra esa multitud —hecha
que, algunas creen, hubiera cambiado transitoriamente o por mucho tiempo el curso de los sucesos—, y cuando ese día
terminó, se marchó a su casa. Las crónicas de los diarios opositores no revelan o no quieren advertir sobre la importancia
política del 17 de octubre. Pero The l7mes, de Londres, acertaría una vez más con el título exacto: Full powerto Perón (“Todo el
poder a Perón”).

Del “movimiento” al “régimen”

Afines de 1945, la convención nacional de la UCR se reunió para definir el programa de gobierno que expondrían sus candidatos
y elegir a los hombres que debían integrar la fórmula del partido. Esa fórmula sería apoyada por la Unión Democrática, formada
por los radicales, los socialistas, los comunistas y los demócratas progresistas. Los conservadores no la integraron formalmente.

UCR Tamborini-Mosca

El domingo 30 de diciembre el partido Radical adoptaba la plataforma de 1937, con algunas modificaciones, y 130
convencionales elegían al antipersonalista José P. Tamborini candidato a la presidencia, mientras 126 optaban por Enrique M.
Mosca para la vicepresidencia. Elpidio González, Oyhanarte, Mihura, Güemes y Palero Infante contaron con un voto cada uno. El
candidato radical formuló muy pronto una frase de combate: “Seré, antes que nada, el presidente de la Constitución Nacional.”
La mayor parte del periodismo prestó su apoyo a los candidatos radicales y los titulares de los diarios, grandes y pequeños,
restaban importancia a la candidatura del coronel Perón:en parte, o en casos precisos, porque con eso exponían una posición y
se inclinaban por una de las fuerzas políticas en pugna que representaba mejor sus intereses yvalores. Yen parte también
porque así percibían la situación. Esa singular manera de percibir selectivamente los sucesos nacionales e internacionales, aun
sin necesidad de la prédica periodística, explica la magnitud de la sorpresa que los comicios de febrero producirían, conocidos
los resultados, en la opinión pública, sobre todo la de la Capital Federal.

El domingo 10 de febrero, Noticias Gráficas respondía a las preocupaciones dominantes de los porteños abriendo su edición con
grandes titulares que daban cuenta de la multitud que asistía en el estadio de River Plate al partido de fútbol entre los
seleccionados de la Argentina y el Brasil. En la página tercera anunciaba “el fin de Franco” y en la última explicaba por qué las
disensiones internas hacían “imposible el triunfo del continuismo”, es decir, del coronel Perón. Una pequeña fotografía de éste
era precedida por un titular que decía: “un ligero análisis permite apreciar que no tiene a más remota probabilidad”

Las elecciones generales del 24 de febrero de 1946 se realizaron de acuerdo con las disposiciones de la ley Sáenz Peña y con la
vigilancia de las fuerzasarmadas. La fórmula Perón-Quijano obtuvo 1.478.372 votos y los candidatos de la Unión Democrática
1.211.666. Cuando se reunió el Colegio Electoral, Perón contaba con 304 electores y su adversario con 72. Asimismo, la
diferencia relativamente estrecha en los sufragios se tradujo de manera muy distinta en los asientos legislativos: las fuerzas
peronistas comenzaron a gobernar con 106 diputados y la oposición con sólo 49. La mayoría que respaldaba al nuevo
presidente era suficiente para responder y apoyar a sus designios políticos. Ante la sorpresa de una oposición que había
calculado mal la fuerza potencial del nuevo movimiento y de un periodismo que no analizó con objetividad ni, en el mejor de los
supuestos con penetración, la información disponible, el oficialismo había ganado el distrito federal de Buenos Aires, la
provincia bonaerense; Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis, Santa Fe, Santiago
del Estero yTucumán. Había logrado, pues, los principales “centros de poder” político y económico del Litoral, del centro, del
norte y de Cuyo. Una línea de gobernaciones decisivas que partía de Buenos Aires y terminaba en Jujuy permitía visualizar la
fuerza potencial del movimiento peronista en orden el régimen político futuro.

A partir del triunfo, el nuevo oficialismo se vio enfrentado ante el problema de hallar una fórmula para la organización política
de lo que hasta entonces constituía una suma de fuerzas reunidas en torno dela figura del presidente, pero atravesadas por
disensiones internas, doctrinarias y personales. Esas fuerzas habían sido representadas en los comicios por la Alianza
Libertadora Nacionalista, la Unión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), el partido Laborista y conservadores disidentes que se
organizaron en el pequeño partidoIndependiente. La oposición, que había votado a los candidatos de la UCR, había reunido alas
viejos partidos —el partido Socialista, el partido Comunista y el partido Demócrata Progresista—, mientras que el grueso del
conservadurismo no presentó candidato propio pero tampoco adhirió formalmente a la unión Democrática. Sin embargo, ¡a
oposición tenía una estructura nacional de apoyo en el tradicional partido Radical, mientras el oficialismo debía establecerla
para asegurar la explotación política de su victoria electoral. Según algunos de los protagonistas, la mayoría de los seguidores
del presidente vio claro que era preciso unificar ¡as fuerzas y los sectores en una sola fuerza política con una denominación
común. Los ex radicales y los sindicalistas organizados en el laborismo representaban a los sectores más definidos y de más
difícil conciliación, como había quedado en evidencia a raíz de los desacuerdos previos a los comicios del 46. En las provincias
hubo escaramuzas—en algunos casos graves— en torno de los candidatos yen casi todos lados la gente de los sindicatos parecía
tener poco en común con la gente de los partidos, según la manera en que unos y otros se diferenciaban. Luego de la victoria,
las tensiones se hicieron más evidentes porque traducían la disputa«por situaciones de poder que el triunfo electoral ponía a
disposición de la fracción que impusiese sus candidatos internos. El partido Laborista se mostraba intransigente, especialmente
a través de su líder Cipriano Reyes, y se oponía a la unificación, El presidente se esforzó en lograr posponer la crisis, mientras
circulaban designaciones para la estructura política futura: partido Radical Laborista; partido Laborista Radical;
Socialradicalismo; Unión Cívica Justicialista; partido Republicano; partido Laborista...

Las denominaciones propuestas traducían las preocupaciones dominantes y denunciaban conflictos internos. Cuando
promediaba 1946, dos líneas sé perfilaban dentro del movimiento triunfante. Indicaban el tipo de reclutamiento político y social
del oficialismo y, a la vez, la presencia de dos fuerzas paralelas que nunca dejarían de distinguirse aun en los tiempos en que la
alianza era un hecho: el “grupo obrero” y el “grupo político”.

El partido Peronista

A poco de comenzar las conversaciones para la unificación, se insinuó una suerte de política de las “paralelas”, patrocinada por
el grupo parlamentario obrero que se reunía en la Confederación General del Trabajo y porel grupo político que componían
radicales yrigoyenistas y sectores independientes que se reunían en residencias de legisladores o en la del senador Alberto
Teisaire. La fórmula no era nueva en la política argentina —a fines del siglo, la “política de las paralelas” precedió al segundo
gobierno de Roca— aunque fueran nuevos sus componentes, y parecía contar con el apoyo de Perón. Sin embargo, tanto la
persistencia peligrosa de fricciones, como la jefatura carismática del presidente decidieron la disolución formal de los grupos y
la constitución de un movimiento “personalista”. En 1947 quedó fundado el partido Peronista.

La oposición descansaba en la estructura partidaria dele Unión Cívica Radical. La minoría legislativa fue ocupada por sus
representantes y por dos conservadores —Reynaldo Pastor, de San Luis y Justo Díaz Colodrero, de Corrientes—. Durante todo el
período peronista esa fuerza política y legislativa, con escasas modificaciones en suconstitución y en su relación con la mayoría,
habría de sostener la política antiperonista.

La victoria peronista fue, pues, completa, pero según le aconteciera a Yrigoyen en su primer período, no tan rotunda como el
dominio parlamentario sugiere. Fue, en cambio, una victoria psicológica impresionante para esa época y un índice cierto de que,
desde entonces, el espectro político argentino sería modificado profundamente por la aparición de una fuerza nueva y, en más
de un sentido, diferente. La Unión Democrática parecía haber ganado las calles de las ciudades más importantes, contaba con el
poder empresario urbano y rural y con el poder cultural —los estudiantes y los profesores universitarios fueron en su mayoría
opositores al candidato oficialista— y con la prédica de la prensa con más difusión e influencia en la opinión pública. El
peronismo había ganado el interior, el proletariado rural, el cordón industrial, las aspiraciones de participación de grandes
sectores sociales marginados y gravitación suficiente en el ejército. Las giras de los candidatos, de haber sido seguidas por
buenos observadores y por analistas objetivos, habrían dado pautas interesantes para interpretar un proceso político
completamente distinto de los del pasado, en el que importaba el “estilo” de un candidato que había hecho de la demagogia
una forma de comunicación popular. En el momento de contar los votos, luego de comicios limpios según afirmaran todos los
participantes y de un período preelectoral marcado por recursos políticos que el candidato oficialista empleó desde sus
posiciones de poder en el gobierno revolucionario, la oposición vio con estupor que su confianza había sido excesiva, y los
triunfadores de la nueva fuerza era un hecho. Durante el año 1946 Perón se propuso reunir todos los recursos políticos
dispersos, organizar su movimiento, definir su programa deacción y ventilar sus slogans rezumados por tres ideas-fuerza de
indudable eficacia proselitista y aptitud sintetizadora de los sentimientos populares: justicia social, independencia económica y
soberanía política. En esas tres expresiones, el presidente lograba reunir la esencia de la prédica nacionalista, de postulados
socialistas, de temas caros al radicalismo yrigoyenista y de principios expuestos por el catolicismo social. La oposición, mientras
tanto, apenas reaccionaba de las consecuencias de la derrota.

La “diarquía”

La época peronista fue un período singular caracterizado por la vigencia de un liderazgo bicéfalo —el de Juan Domingo Perón y
el de María Eva Duarte de Perón—; por el control de un partido dominante —el partido Peronista—; por el papel protagónico
del Estado en la economía yen la política; por el énfasis en los símbolos igualitarios en desmedro de la libertad política y cultural
y por los rasgosde una suerte de “dictadura de bienestar”.

Es posible que un intento de periodización de la época peronista dé resultados diferentes según se adopte la perspectiva
política o la económica. Sin embargo, parece claro que el régimen peronista tuvo una etapa ascendente que culminó en 1949;
una etapa de tensión que alcanzó el final del primer período presidencial en 1952, y una etapa de fatiga y crisis que comenzó
luego de la reelección presidencial, se hizo visible a partir del receso económico en ese año y patente durante el conflicto con la
Iglesia Católica en 1954. Dado que la personalización del poder llegó durante la época peronista a un grado muy alto, no es fácil
discernir si la fatiga ganó al líder o al régimen, pues ambos se confundían. De hecho cuando líder y régimen llegan a
confundirse, la fatiga do aquél arrastra al régimen.

El año 1952 es, si se quiere, clave para determinar el fin de una etapa de prosperidad económica, de estabilidad política y de
control del proceso por sus líderes. En ese año convergen tres hechos que permiten señalar la frontera entre un período
durante el cual el presidente controló con cierta holgura el proceso sociopolítico y económico, y otro en el que se advierten
signos de desajuste y de agudización de los conflictos, pese a que la adhesión popular no cedió.

Esos tres hechos simbólicos fueron: la reelección de Perón, el fin de un período de fuerte expansión y distribucionismo
económico y la muerte de Eva Perón.

Entre 1949 y 1952 se habían agotado los efectos dinámicos de una economía apoyada en buena medida en el contexto de la
posguerra, y en 1951 una grave sequía castigó el campo y el año siguiente fue, por ésa y otras causas, el peor año del ciclo para
la agricultura.

Al comenzar la década del 50, sin embargo, el régimen parecía haber superado las consecuencias de la burocratización del
“Movimiento” peronista, proceso que introdujo rigideces en la relación entre gobernantes yseguidores, que no existían en los
años de mayor movilización interna del peronismo. 3° De todos modos, quedaba aún la prueba de vencer la casi tradicional
impaciencia de los argentinos frente a gestiones presidenciales prolongadas. El segundo período presidencial de Perón no
llegaría a los cuatro años. En 1955 cayó por una revolución militar. Desde entonces, ningún presidente—constitucional o “de
facto”— llegó a cumplir cuatro años en el sillón de Rivadavia, como se usa decir.

En las elecciones nacionales da 1951, como en 1928 ocurrió a Hipólito Yrigoyen, el peronismo se mostró como un movimiento
popular potente y aparentemente invencible. Si en 1946 apenas había sacado una ventaja de trescientos mil votos, en 1951
dobló los sufragios de la oposición. Perón-Quijano obtuvieron casi 4.700.000 votos contra 2.300.000 de Balbín-Frondizi, la
fórmula de la VGR. Esta vez, millones de votos, de hombres y mujeres, respaldaban la política peronista y sancionaban el
reconocimiento de una etapa de prosperidad populary de sensación de una política participativa. Sin embargo, el peronismo
vivía, en su mejor momento, el comienzo de su relativa declinación. Para entender el proceso que señala, según la tesis de este
libro, el fin de la Argentina moderna, es preciso describir algunos rasgos relevantes: las características del liderazgo de Perón;
los apoyos del régimen y la actitud de la oposición, y ciertos hechos y políticas significativas.

El líder

“Por sobre todas las cosas, Perón era un realista en política. Esto se ha dicho muchas veces, pero pocas se ha advertido todo lo
que significa decir quePerón era realista en política. Perón sentía físicamente la realidad política, y subordinó siempre todos sus
actos, aun los aparentemente más insignificantes, a los fines de su política que eran, por cierto, en primertérmino, conservarse
en el poder. En el periodo de su ascenso nunca sacrificó riada al logro de este objetivo. Las actitudes y, muchas veces, los
discursos de Perón que pudieron parecer impolíticos a mucha gente, eran siempre eminentemente políticos con respecto al
auditorio al que eran verdaderamente dirigidos.” No era sólo un realista, como señala Bonifacio del Carril yen todo caso un
empírico, sinotambién un oportunista, siguiendo la clasificación orientadora de Duroselle que hemos empleado antes. En
política, le parecía absurdo lo que no cambiaba —lema del oportunismo— yera mucho menos obstinado de lo que parecía.
“Rompo, pero no cedo’ era la divisa de un Lamennais, obstinado luchador, imitada por Alem y por Yrigoyen. No era la divisa de
Perón, un ciclotímico habilísimo que sólo luchaba cuando era obligado por la intransigencia del adversario. Sólo en el ocaso de
su régimen abandonó el realismo, cedió a la soberbia de su poder, y claudicó en su capacidad negociadora. Ocurrió entonces el
conflicto con la Iglesia y el principio de sucaída, Pero en su mejor momento como gobernante y en sugestión como líder
exiliado, el realismo, el sentido de la oportunidad y aun el cinismo como apelación a la “razón de Estado” fueron sus
características dominantes. Fue además un imaginativo, lo contrario del rígido a quien le embaraza lo imprevisto. Si la
personalidad del hombre de Estado es, como se ha dicho ya, un elemento imprescindible para apreciar una época y una política,
la personalidad de Perón es un dato indispensable para entender sus éxitos y sus fracasos. En esa personalidad, sus seguidores y
muchos de sus adversarios añaden esa cualidad, tan difícil de aprehender para elteórico político, que Weber llamó el “carisma”.
Tal vez la descubrió el 17 de octubre de 1945, así como en esa ocasión decisiva los sectores populares reconocieron una forma
de comunicación directa que los adversarios calificaron como demagogia y los fieles como un don para la comunicación política.

El mito del Jefe


Desde el punto de vista técnico, pues, Perón fue una expresión mayor de capacidad política. Tenía ideas claras para la
explotación política de la coyuntura, formas de expresarse que trasmitían convicción yfuerza a las masas, intuición para captar
la oportunidad de lo que se sentía necesario. Un juicio desapasionado de su personalidad es indispensable al historiador y al
analista de nuestro tiempo para entender el fenómeno peronista. Porque a esas virtudes técnicas de la política, Perón unía el
egocentrismo habitual en los caudillos, y el paternalismo que suele habitar en los personajes dominantes—y por lo tanto
también dominados por la circunstancia—de nuestra historia. Esa circunstancia es la Argentina como “sociedad de masas”, y en
ella un ingrediente sustancial fue el “mito del Jefe”, Ese mito no fue el resultado de una construcción cerebral. En la carrera
política de Perón se conjugaron otros factores, además de la circunstancia social: el ejército y Eva Perón. La carrera pública de
Perón empieza y termina con signo militar. Nace, por decirlo así, con los sucesos del 30, según consta en sus escritos revelados
por Sarobe en sus “memorias”, Y declina cuando el ejército lo abandona y sus adversarios militares triunfan en el 55. La
presencia de Eva Perón es, asimismo, un factor relevante. Mujer singular, es una suerte de espontaneidad arbitraria que
engendra adhesiones irracionales y odios también irracionales. La Argentina era —y es desde entonces— sociedad de masas,
caracterizada porque un gran número de individuos reclaman participación en el gobierno de los asuntos dela colectividad,
porque esa participación —al principio sentimental— procura hacerse más y más formal y consciente; porque anuncia la
necesidad de lugares de contacto, de discusión, de negociación y no sólo de aquiescencia, allí donde todo o casi todo era el
resultado de acuerdos entre pequeñas minorías; porque, en fin, la sociedad misma se hace más especializada y complicada, los
roles sociales se diferencian y las relaciones sociales aumentan. Época culminante de la Argentina moderna, prólogo a la vez de
la Argentina contemporánea, es también escenario de la irrupción de las masas en la vida política, con toda una fenomenología
propia, con sus rasgos de estandarización, de individualización y despersonalización correlativas, de clamor reivindicativo, de
anonimatoy enajenación, de rebelión al fin. El siglo XX presencia el advenimiento de las masas y de su papel político. La
Argentina no es una excepción. El autoritarismo, la relevancia del igualitarismo, la tendencia hacia la colectivización, el “mito del
Jefe”, no son sino expresiones de un fenómeno singular todavía sin canalizar. Míticas y místicas, las revoluciones del siglo XX
han servido para despertar los secretos del inconsciente colectivo. En el “jefe”, sacado de su seno, llevado al poder, la masa se
halla a sí misma deificada, y organiza su propia apoteosis. Fenómeno ambivalente, porque es un fenómeno humano, en el que
actúan hombres solicitados a la vez por los impulsos del instinto, por las presiones sociológicas, por los llamados del espíritu,
por la toma de conciencia respecto de situaciones injustas. “Calibán no está remachado para siempre a la cadena de la
subhumanidad, ni condenado a rodar de enajenación en enajenación. El hombre cualquiera no está ligado para siempre a una
mediocridad sin esperanza...” decía alguna vez Joseph Folliet.

El proceso político y social de la Argentina peronista está inserto en ese proceso más amplio, de alcances universales. Pero tuvo
sus propias características y limitaciones, y aun sus singularidades. Una de ellas, apenas explorada, es la concerniente al papel
de Eva Perón.

El mito de la Madre

Una investigación relativamente reciente llama la atención sobre el “mito de la Madre” que representó Eva Perón durante la
época en que compartió el poder con su esposo. Para una multitud de hombres y, especialmente, de mujeres, ella cumplía el rol
de la “intercesora”, rompía las rigideces de la burocracia partidista y oficialista, y—según una arriesgada pero sugestiva tesis—
como fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia deliberada o inconsciente del Marianismo. Al mismo tiempo, a través
de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón cumplía una función de asistencia social no formal que afirmaba su carisma,
pero al propio tiempo superaba la incomunicación que la burocratización del movimiento peronista iba creando en torno del
líder.

Llegó a constituirse, pues, una suerte de “diarquía” gobernante, en la que el papel de Eva Perón era decisivo para el dinamismo
interno del régimen. De ahí que su muerte trastornase al movimiento peronista y al hombre que,detrás del conductor de masas,
pareció perder desde entonces el control de sus humores y de su equilibrio emocional.

El movimiento

Antes de constituirse en lo que se llama un “partido de masas”, el peronismo fue un movimiento. Tenía una meta definida pero
ideológicamente difusa, y un programa suficientemente amplio como para reclutar gentes de grupos ubicados en un espectro
también amplio en el sistema de estratificación social. Por eso buscó elaborar una “doctrina” que quiso ser nacional, de modo
de comprometer a una mayoría que sólo reconocía una forma de representación simbólica: la que significaba Perón. Rodeaba e
su dirigente de mística y exigía solidaridad, que debía manifestarse periódicamente a través de una variedad de actividades e
instituciones: protestas, huelgas, manifestaciones de adhesión, organizaciones especiales y las unidades ‘básicas”, similares a las
“secciones” del socialismo europeo en sus funciones electorales y de adoctrinamiento. El movimiento peronista tardó mucho
tiempo en constituirse en un partido político con bases amplias, en un partido político de masas, pese a que fue declarado
formalmente como tal en 1947. Quizá pueda sostenerse que l partido Peronista fue realmente tal después de la caída de Perón,
más bien que durante sus gobiernos, y que ésta es su situación actual.

Los apoyos

La constelación de poderes de la Argentina de la década del 40 vióse trastornada con la articulación de intereses y con la
acumulación de recursos políticos buscados por Perón. En primer lugar, el poder militar fue subordinado al poder político del
candidato triunfante en 1946. El 28 de julio de 1945, oficiales superiores del ejército reunidos en el Salón de Invierno de la
presidencia, adoptaron una resolución redactada por el general Humberto, Sosa Molina, que definía la orientación política del
gobierno revolucionario pocos meses antes de las elecciones. El documento contenía compromisos tendientes a continuar “las
gestiones de acercamiento, ya iniciadas, con el partido mayoritario (el partido Radical) y, en caso de no obtener resultado,
promover la formación de un nuevo partido que levante la bandera de la revolución” y a “continuar fomentando el apoyo de las
masas a los dirigentes de la revolución, para que éstos puedan presionar sobre ellas, como caudal electoral”. Se eliminarían del
gobierno a los hombres con tendencias políticas opuestas a dichos objetivos y se favorecería la expresión libre y democrática
del pueblo “de manera que el presidente que surja sea la expresión de esa voluntad popular”, que los jefes militares creían
favorables a la revolución. Los objetivos señalados se vinculaban con “el éxito o fracaso de la revolución y su justificación ante la
historia...” El documento era una demostración elocuente del estado de ánimo de los militares. Reaccionaban contra el
“antimilitarismo” que advertían en los círculos sociales de Buenos Aires, en los partidos políticos tradicionales y en los sectores
intelectuales. Los reunía una suerte de espíritu corporativo que buscaba la satisfacción del triunfo o de la reparación a través de
una fuerza política que con el voto popular no enjuiciase a la revolución sino que significase su continuación, Perón seria, pues,
“candidato del ejército” en la medida que cumpliese aquellos objetivos, y así procuró conducir el proceso ante sus camaradas,
neutralizando la oposición de la Marina y de sus adversarios dentro del Ejército, según se viera en capítulos anteriores.

Sancionado el triunfo del peronismo en elecciones formalmente libres, las fuerzas armadas adoptaron por largo tiempo la
posición apropiada al sistema constitucional argentino, como poder subordinado que acepta la supremacía del poder político
legalizado.

El “poder sindical”

Subordinado el poder militar, la pieza maestra del régimen fue la Confederación General del Trabajo. En poco tiempo, la
organización laboral pasó de trescientos mil a casi tres millones de obreros sindicados, Un tercio de los asientos parlamentarios
pertenecía a la CGT y por lo menos uno de los Ministerios, el de Trabajo y Previsión, fue ocupado por un representante gremial.
La gestión política de Eva Perón se apoyó en el sindicalismo, con lo que éste pasó a constituirse en un factor de poder paralelo
al Ejército dentro de la estructura del régimen. También este aspecto del proceso había comenzado antes de asumir Perón la
presidencia. La “explosión social” que ocurrió a comienzos de la década del 40, la operación oolítica llevada a cabo desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión creada durante el gobierno revolucionario, las disensiones en el movimiento obrero, por otra
parte hostigado por el estado de sitio y la persecución policial, la expansión industrial, y la escasa sensibilidad de patrones y
empresarios frente a las demandas de mayor justicia social y económica, fueronfactores convergentes que prestigiaron a Perón
y a su política desde la Secretaría de Trabajo y Previsión frente a las sectores obreros. Al filo del 43, el movimiento obrero
aparecía desgarrado por luchas ideológicas que impedían su unidad y enervaban su acción militante. La UGT en 1903 era
socialista; la FORA en 1904, anarquista; la USA fue penetrada por el comunismo en 1921; la COA era reformista en 1926; la CGT,
socialista en 1929. Sin embargo, el heterogéneo y reivindicativo movimiento obrero había producido hacia 1943 dirigentes
aguerridos y fogueados. “los sindicalistas que acompañaron a Perón —Domenech, Borlenghi, Gav, Hernández, Valerga, Diskin,
entre otros— eran militantes sindicales de primera línea.” Perón comenzó a trabajar en favor del sindicalismo desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión. Sostuvo que era preciso “sustituir la lucha de clases por la armonía, de modo que las
imposiciones irresponsables y las violencias arbitrarias se alejaran para siempre de la vida de relación entre patrones y
trabajadores”, y se propuso conciliar las aspiraciones reivindicativas de los obreros con las expectativas de una reforma
ordenada de los militares y los temores de un “cataclismo social” de los empresarios, según dijo expresamente en un
significativo discurso pronunciado en 1944 en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. La incorporación del abogado español y
experto en derecho corporativo, José F. Figuerola, y la del asesor letrado de los ferroviarios, Juan Atilio Bramuglia, entre otros,
brindó a Perón un grupo intelectual de apoyo para la implementación legislativa de su política social y la carta decisiva para
negociar el apoyo sindical. El manifiesto de las fuerzas productoras del comercio y la industria de todo el país difundido el 16 de
junio de 1945, contra la política social de la Secretaría de Trabajo, significaría, al cabo, un factor de apoyo para Perón al motivar
la reacción inmediata de los sindicatos.

Al avanzar el proceso de formación del movimiento que enfrentaría en 1946 a la Unión Democrática, el sindicalismo tenía un
intérprete político de carácter obrero en el partido Laborista, cuyo programa respondía a sus intereses y del cual Perón no era la
máxima autoridad sino, como advierte oportunamente Fayt, el “primer afiliado”. El partido Laborista habría de obtener en las
elecciones del 46 el 85% de los votos. Como se advierte, los sectores obreros no votaron con “irracionalidad”. Su voto fue
deliberado, racional y adecuado a sus aspiraciones e intereses. Pero el presidente no era elcandidato, y Perón se lanzó entonces
a organizar una de las bases de su poder: la CGTúnica.

El poder moral

Más complejo fue el panorama que enfrentó el presidente respecto del podermoral. La Iglesia Católica fue, durante el período
preelectoral y hasta la crisis de 1954, un factor positivo para la prédica de Perón y su afirmación en el poder. Había sido
hostilizada por el anticlericalismo vigente en las fuerzas políticas tradicionales ypenetrada por la ideología nacionalista
antiliberal. Difusora de los valores del catolicismo social, creía verlas traducidos en las proclamas del candidato oficial. Proclive a
su vez a una forma de larvada clericalismo, a través de sus pronunciamientos pastorales, que significaban indirectamente la
descalificación de las fuerzas políticas que contenían en su plataforma políticas favorables a la separación de ¡a Iglesia y el
Estado, omedidas legislativas contrarias a la prédica de la Iglesia respecto de la educación y la familia así como a su libertad de
acción en la sociedad, la Iglesia Católica había producido un documento en las vísperas de los comicios del 46. El mismo
implicaba la recomendación de no votar por aquellos partidos que contradijesen en sus programas y en su ideología la prédica
de la doctrina católica. La Unión Democrática, que reunía entre otros a los socialistas ya los comunistas, fue la más afectada. En
1943, por otra parte, se había establecido por decreto-ley la enseñanza religiosa en las escuelas. El régimen peronista lo
transformó en ley. Datos como éste abundaron. El apoyo de la mayoría de los católicos al candidato oficialista en 1946 no fue,
pues, un hecho insólito ni significó la adhesión de aquellos a todas ¡as manifestaciones del régimen. Objetivamente, existían
entonces tantas razones para que los católicos votasen a Perón como para que eligiesen a sus adversarios. Sin embargo, para
muchos había mejores y legítimas razones para elegir, esa vez, al nuevo político que parecía adherir a valores predicados por la
enseñanza social de la Iglesia, y que había dado muestras de respetarla.

La cuestión se planteaba en términos diferentes en el plano del poder ideológico. El movimiento triunfante contaba con el
apoyo de amplios sectores nacionalistas antiliberales, de ideólogos radicales procedentes de FORJA, de viejos socialistas. Pero
había conocido desde las refriegas del 43 y del 45la oposición universitaria, el hostigamiento de la Federación Universitaria
Argentina, la antipatía de los intelectuales desde la derecha a la extrema izquierda, incluyendo a los comunistas aún ajenos a la
difícil y entonces inaccesible problemática “populista” que mucho más tarde descubrirían, con la nostalgia de tos conversos
tardíos. Con el tiempo, la fuerza del antiperonismo más peligroso para el régimen no se hallaría en el poder económico, sino en
el poder ideológico, en la Universidad, especialmente en las Facultades de Derecho yen le Corte —que habría de ser removida
por Perón quedando sólo un miembro, católico integrista y adherente del nuevo régimen—, entre los disconformes del clero —
como monseñor de Andrea y los padres Luchia Puig y Dumphy—, en el catolicismo liberal militante como Ordóñez—,y enel
periodismo —como La Prensa, a la postre confiscada—. La tarea del régimen fue, en este orden de cosas, sistemática: la Corte
Suprema de Justicia fue enjuiciada y los miembros que según Perón representaban el “último reducto de la oposición” fueron
removidos. El titular del bloque peronista, Rodolfo A. Decker, fue designado para presentar el proyecto de juicio político.
Roberto Repetto —que había obtenido la jubilación semanas entes—, Antonio Sagarna, Benito Nazar Anchorena, Francisco
Ramos Mejía y el procurador general de la Nación, Juan Álvarez, fueron desalojados de sus puestos acusados, entre otras
cosas,de haber “Legitimado a gobiernos de facto” .Sólo quedó a salvo Tomás O. Casares, incorporado a la Cora te durante el
gobierno de Farrell y simpatizante del peronismo. El sistema educativo fue, a su vez, paulatinamente “depurado”. A los
renunciantes por oposición al régimen se sumaron los cesantes reemplazados por catedráticos adictos. La Universidad fue
asediada, así como la prensa. Las imprentas de la oposición iban siendo clausuradas, los talleres donde se imprimían hojas
clandestinas descubiertos, y a poco de comenzar el primer periodo peronista el periódico socialista La Vanguardia fue cerrado
por ¡os “ruidos molestos” que producían sus máquinas. Pero el hecho más espectacular sería la expropiación de La Prensa, en
1951, y su traspaso a la Confederación General del Trabajo. Mientras tanto, el régimen había montado un sistema eficaz de
propaganda, formando una cadena de periódicos y de radios y silenciando a buena parte de la oposición. El monopolio da la
información oral y escrita fue uno de sus objetivos, que legó a culminaren el episodio de La Prensa y en la instalación de un
canal de televisión —el canal 7—cuya primera imagen fue una fotografía de Eva Perón. A poco tiempo de comenzarsu gestión,
pues, el peronismo había montado un Estado policial y su comportamiento condujo a la oposición a la resistencia civil, a la
prédica clandestina y, a medida que la presión oficial aumentaba, a un incipiente terrorismo. La política cortesana y la
corrupción fueron él precio más alto que pagó un régimen fundado en el poder personal de Perón, y en la relación directa entre
la masa y el líder, El grupo que inicialmente acompañó a Parón fue reemplazado por equipos de recambio políticamente
mediocres, sin arraigo popular, que recibieron un enorme poder utilizado a la postre en beneficio de camarillas.

Políticas específicas

Pero el proceso político, económico y social fue mucho más complejo que lo sugerido por la estridente retórica peronista o por
la sistemática y obviamente parcial crítica antiperonista. Antes de ensayar, pues, un juicio general del régimen, conviene
puntualizar algunas de sus políticas específicas, señalando sólo algunos de los aspectos salientes de la época, según áreas
definidas.

La política interior fue precedida por un acto de gobierno significativo: la presentación al Congreso de todos los decretos
sancionados por sus predecesores militares que habían gobernado desde el 4 de junio de 1943. Esosubrayaba la continuidad
relativa del régimen, pero también permitió que pasaran a ser leyes nacionales las medidas sociales adoptadas por Perón desde
la Secretaría de Trabajo y Previsión, decretos de reorganización de las fuerzas armadas y el establecimiento de la enseñanza
religiosa en las escuelas del Estado.

La vida parlamentaria se desarrolló con amplio dominio del partido Peronista, disciplinado y homogéneo. El presidente se
preocupaba por iniciar el año parlamentario cada 10 de mayo y tuvo la habilidad de defender al parlamentarismo ante un
Congreso cuyas partidarios controlaban sin inconvenientes, yen el que las mociones de “cierre del debate” abundaban cuando
el bloque peronista consideraba agotada, innecesaria o inconveniente la intervención de los opositores, En septiembre de 1947,
la ley 11010 estableció el sufragio femenino y el derecho a la elegibilidad en favor de la mujer. Surgió en seguida el partido
Peronista femenino, paralelo al masculino, quereconocía el liderazgo de Eva Perón y la fidelidad al presidente. Las disidencias
más notables nacieron de las filas del laborismo —especialmente de los dirigentes Luis F. Gray y Cipriano Reyes—, pero fueron
sistemáticamente sofocadas. El control de la Policía Federal se hizo paulatinamente absoluto, transformándose en un
instrumento de represión política. El control se extendió sobre el Poder Judicial, la prensa y la Universidad, según se ha
expuesto, de tal modo que la máquina del Estado respondió con eficiencia a los designios del presidente y de sus partidarios.

La reforma constitucional

La existencia de una “doctrina nacional”, de un partido dominante y de un liderazgo personalizado y fuerte, dieron una
fisonomía unitaria al Estado peronista. El federalismo padeció —como solía ocurrir en el pasado— las consecuencias de una
política homogeneizante conducida desde Buenos Aires. El presidente teorizaba: …Yo veo un federalismo fraternal, no un
federalismo político; porque es el federalismo fraternal el que va a conducirnos ala ayuda mutua a fin de que marchemos todos
en un mismo pie de felicidad y de grandeza en el porvenir En tanto que en el federalismo político el egoísmo y las ambiciones de
los hombres destruyen toda ayuda y toda unión.

Hacia fines del 47, ganó adeptos en las filas peronistas la idea de una reforma constitucional, divulgada antes de las elecciones y
apoyada por la prédica nacionalista antiliberal tradicional, pero también conforme con quienes postulaban cambios técnicos o
la incorporación de principios sociales y de nacionalismo económico. Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue
el de la reelección presidencial. A principios de 1948 se habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda especie para
proclamar la necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de acuerdo con el art. 77 de la
Constitución Nacional, y la modificación de esa norma fue el objetivo aglutinante del peronismo, pese a que algunos de sus
intelectuales difundían otros motivos. En el mensaje del 1° de mayo de 1948, Perón se manifestó en contra de la reforma del
art. 77 con argumentos ciertamente interesantes, pero de dudosa sinceridad, a juzgar por lo ocurrido después: Mi opinión —
dijo entonces— es contraria a tal reforma. Y creo que la prescripción existente es una de las más sabias y prudentes de cuantas
establece nuestra Carta Magna. Bastaría observar lo que sucede en los países en que tal reelección es constitucional. No hay
recurso al que no se acuda, lícito o ilícito; es escuela de fraude e incitación a la violencia, como asimismo una tentación a la
acción política porel gobierno o los funcionarios. Ysi bien todo depende de los hombres, la Historia demuestra que éstos no
siempre han sido ecuánimes ni honrados para juzgar sus propios méritos y contemplar las conveniencias generales. En mi
concepto, tal reelección sería un enorme peligro para el futuro político de la República. Es menester no introducir sistemas que
puedan incitar al fraude a quienes supongan que la salvación de la Patria sólo puede realizarse por sus hombres o sus sistemas.
Sería peligroso para el futuro de la República y para nuestro Movimiento si todo estuviera pendiente y subordinado a lo
pasajero y efímero de la vida de un hombre...

Con la elección directa de las autoridades nacionales por el pueblo de la República se sancionó, sin embargo, la reforma del art,
77 de la Constitución, entre otras modificaciones de distinta importancia. Perón no se equivocó cuando criticó la reelección sin
período intermedio y defendió el principio constitucional. Pero un líder se siente, de alguna manera, inmortal e irreemplazable.
Como Rosas en su tiempo, rechazó los principios, pero explotó la necesidad de un príncipe. Cuando aún faltaban tres años para
los comicios del 51, el peronismo no aceptaba otra conducción que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus elites. Los defensores de la reforma aludían al ejemplo
estadounidense. Apenas se mencionaban las diferencies profundas entre los hábitos, mecanismos y prácticas políticas de
ambos países. No se tuvo en cuenta, entre otros detalles, que el período presidencial norteamericano es de cuatro años y no de
seis. Perón logró un fácil triunfo en 1951, pero sus palabras del 48fueron proféticas. El régimen padeció casi todos los vicios que
el mismo Perón predijo, llegó fatigado al promediar el segundo período, y desde 1952, según observamos ya, ningún presidente
argentino llegó a sostenerse cuatro años en el poder.

Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marza de 1949 y la posibilidad de la reelección, se manifestó en las filas
peronistas la pugna por la candidatura a la vicepresidencia. De pronto surgió la fórmula que debía institucionalizar la “diarquía”
que de hecho gobernaba a la Argentina: Perón-Eva Perón. La candidatura de Eva Perón fue un hecho político singular. Movilizó
muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación convocada por la CGT el 22 de agosto de 1951, que cubrió
buena parte de la avenida Nueve de Julio yen la que se proclamó la vicepresidencia para la “compañera Evita”. Significó,
también, el desplazamiento del coronel Mercante, hombre de absoluta confianza de Perón desde los comienzos de su carrera
política en el 43 y candidato natural para la vicepresidencia. Y por fin, inquietó a las fuerzas armadas, desde donde habría de
hacerse llegaral presidente la disconformidad que produjo el anuncio. Este tuvo aún capacidad para escrutar lo que los mandos
militares pensaban y medir las posibles consecuencias de la obstinación.

La conspiración de 1951 y la reelección presidencial

Mercante fue expulsado del partido Peronista —Perón lo consideraba un competidor para la sucesión—y Eva Perón renuncié a
su candidatura.

Sin embargo, dentro de las fuerzas armadas, se percibían signos de insubordinación hasta entonces neutralizados por el control
que Perón y la mayoría de los miembros de los cuadros superiores del podermilitar mantenían sobre los subordinados. Temas
estrictamente relacionados con las preocupaciones profesionales de las fuerzas armadas —como la industrialización en el
sentido dado porlos generales Enrique Mosconi (YPF) y Manuel Savia (Fabricaciones Militares y SOMISA), y el reequipamiento—
absorbían la atención de los jefes militares y de los ministros de Defensa. En una primera etapa—1 946-1949— “el volumen del
Ejército fue reducido en un tercio y la parte de las Fuerzas Armadas en el presupuesto bajó al 25%, de más del 50% en 1945”. En
la segunda etapa, el presidente se preocupé por el reequipamiento del ejército, de la marina y de la aeronáutica y por dotar a
las fuerzas armadas de equipo suficiente como para recobrar la paridad de recursos con instituciones militares latinoamericanas
de la envergadura de la brasileña, punto de referencia habitual desde la perspectiva castrense. Pero casi toda la marina de
guerra mantenía un latente antiperonismo que haría eclosión años después y que penetraría incluso a los altos mandos navales,
incluyendo ahombres como el contralmirante Aníbal Olivieri, designado por Perón para el ministerio del arma. A principios de
1949 un grupo de oficiales del ejército formé la efímera logia “Sol de Mayo”, creada contra los designios políticos de Perón,
luego de posibilitarse su reelección mediante la reforma constitucional. Grupos militares comenzaron a recordar la suerte de la
elite castrense alemana cuando el nazismo adquirió consistencia propia, y se alarmaron cuando Eva Perón intentó formalizar su
jefatura paralela. Perón ya no era el “candidato del ejército”, como en el 45, sino un líder con fuerza política propia y millones
de votos tras de sí, sobre todo, de los afiliados de la CGT.

Entonces comenzaron a encontrarse los conspiradores: Eduardo Lonardi y Benjamín Menéndez en el ejército; Américo Ghioldi,
Reynaldo Pastor, Horacio Thedy, Arturo Frondizi en los partidos políticos más representativos: partido Socialista, partido
Demócrata Nacional, partido Demócrata Progresista, Unión Cívica Radical. El enlace entre militares y políticos fue encargado al
capitán Julio Alsogaray. Los coroneles Labayrú y Lorio intervendrían también en loscontactos, dificultosos y vacilantes a raíz de
las diferencias surgidas entre los jefes de la conspiración acerca del programa de acción futura (preocupación de Menéndez) o
de las posibilidades concretas de triunfo (interrogante planteado con inteligencia por Lonardi). Se advertía ya la importancia
que tendría en las crisis futuras el papel de las armas. No sólo el de las distintas armas que componían las fuerzas armadas—
ejército, marina y aeronáutica—, sino las que integraban el ejército—caballería, infantería, artillería, etc. —. Así como la Marina
fue un cuerpo hostil o en todo caso reticente respecto del peronismo, en la caballería comenzaron las conspiraciones con más
impaciencia que en las otras armas —Lonardi y Ossorio Arana, por ejemplo, eran artilleros— y según la apreciación de algunos
de los jefes que colaboraron en el intento de 1951, con relativas posibilidades de éxito. El 28 de septiembre de 1951 el general
Menéndez decidió levantar a la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, avanzar con treinta tanques, unirse al Colegio Militar
presuntamente sublevado, tomar la base aérea de Morón y entrar a la ciudad de Buenos Aires con todos los efectivos para
cruzarla y llegar a la Casa Rosada.

El golpe fracasó. De los treinta tanque Sherman apenas dos pudieron ser movilizados; doscientos jinetes de la Escuela de
Caballería los seguían pero en el Colegio Militar no hallaron sublevados sino un director que se negabaa “hacer más
revoluciones”; los suboficiales respondían en su mayoría a Perón y los jefes militares que condujeron le represión no tuvieron
dificultades mayores para sofocar el levantamiento. Perón decretó el “estado de guerra interno’, la CGT convocó a “todos los
trabajadores a Plaza de Mayo para expresar su adhesión al líder” y dispuso, un paro general de veinticuatro horas. El presidente
explotó políticamente la situación: e lastres y media de la tarde se asomó a los balcones de la Casa Rosada y anunció que la
chirinada había terminado con la derrote total de los insurrectos. Estos fueron juzgados y sentenciados a prisión, que debieron
cumplir en el sur. El presidente demostraba tener el control del poder y la oposición conspirativa sufrió un golpe muy rudo que
pronto sancionarían los comicios presidenciales.

La muerte de Eva Perón

Las elecciones daban el triunfo a la fórmula Perón-Quijano del partido Peronista. El 4 de junio de 1952, aniversario del golpe del
43, Perón asumía por segunda vez consecutiva el gobierno y poco más de un mes después —el 26 de julio— moría Eva Perón en
medio de la consternación de impresionantes masas populares que se volcaron a despedir sus restos en una manifestación de
dolor colectivo que sus adversarios respetaron, pesea que el hecho de la muerte de la dirigente peronista fue utilizado por el
régimen para poner en movimiento los mecanismos de acción psicológica. Aquél sintió su ausencia. Eva Perón había mantenido
abiertas las vías de comunicación del presidente con los distintos niveles sindicales y políticos, aprovechándose o sorteando,
según se lo propusiera, la política cortesana. De rara sensibilidad tanto hacia la voluptuosidad del poder como hacia las
necesidades y aspiraciones de los sectores populares, desaparecía con ella un elemento clave para la estabilidad y el dinamismo
popular del régimen. Su muerte fue, según se señaló, uno de los hechos que contribuyeron al declive de la capacidad
conductora de Perón. Al mismo tiempo, la corrupción llegó a amenazar los niveles de seguridad del sistema y el affaire Juan
Duarte, hermano de Eva y aprovechado funcionario que se enriqueció escandalosamente hasta ser denunciado por el propio
presidente y terminar muerto, en aparente suicidio, fue uno de los hechos reveladores de la fatiga del sistema cuando corría el
año 1953.

La política económica y social

Dado que la CGT era la pieza maestra del régimen, la política económica fue subordinada a la política social y en todo caso a los
designios políticos del presidente. Esto fue claro durante el primer periodo presidencial de Perón y demostró consecuencia con
lo hecho y predicado por éste desde que ocupara cargos en el gobierno surgido del golpe de Estado de 1943. La CGT se
constituyó en uno de los factores de poder del régimen y el proletariado industrial y rural en su principal clientela política. Esto
no significa que el peronismo reclutara a sus adherentes sólo entre los sectores así llamados proletarios o ‘descamisados”. Este
aspecto del fenómeno peronista debeser investigado con mayor precisión, pues si bien los obreros fueron el núcleo del partido
oficialista en los grandes centros urbanos e industriales,aquél triunfó en el interior, ganó en lugares con predominio de la clase
media y atrajo incluso a un empresariado industrial incipiente que apoyó supolítica de protección al capital nacional.

Es indudable que con el peronismo fueron especialmente los sindicatoslos que adquirieron mayor influencia; el obrero tuvo la
sensación de unaparticipación efectiva en el sistema político, se sancionaron numerosas leyes sociales que lo protegían y hasta
en las embajadas argentinas se creóel rango de “agregado obrero” con lo cual los observadores extranjerosse hicieron la
imagen de que una suerte de “Estado sindicalista” se habíacreado en la Argentina.

Lo cierto era, sin embargo, que el régimen había jugado dos cartas complementarias: el sindicalismo era un miembro nuevo y
pleno de la constelaciónde poderes de la Argentina moderna, pero a su vez el poder sindical era“encuadrado” por el Estado y
controlado en su acción. Cuando algún sindicato traspasaba con su acción los límites de seguridad del régimen, comoocurrió
con la huelga ferroviaria de 1951, aquél acudía ala movilización general o sometía a los obreros rebeldes al régimen militar.

La política económica fue parcialmente tributaria de la política general delrégimen. Con la participación decisiva del español
José Francisco Luis Figuerola yTresols, que Perón había conocido en 1943 como jefe de estadística del Departamento Nacional
del Trabajo, se elaboró el llamado “PlanQuinquenal del Gobierno 1947-1951”. Según su autor; el plan inicial constaba de cuatro
etapas esenciales: establecer les necesidades previsiblesde materias primas de origen nacional; verificar el estado y grado de
eficiencia de los sistemas de producción, explotación y distribución de esoselementos; proveer las obras e inversiones
necesarias para asegurar en eltérmino de cinco años un suministro suficiente de materias primas, combustibles y equipos
mecánicos y desarrollar racionalmente la industria y laagricultura, y asegurar la descentralización industrial, la diversificación de
la producción y elemplazamiento de fuentes naturales de energía, vías de comunicación, medios de transporte y mercados
consumidores. Perón añadió otras medidas y objetivos, pero mantuvo la finalidad principal de evitar que la posguerra
disminuyera en la Argentina la tasa de empleo, mediante la promoción de ¡a industria liviana, Según sus protagonistas más
calificados, la política económica peronista tendía a impedir la destrucción de la industria nacional surgida durante la guerra a
través del proteccionismo y a controlar factores clave de la actividad económica. De ahí la política de nacionalizaciones, la
conducción y actividad del Banco Central, la creación del API, y los acuerdos económicos internacionales.

Los tres primeros años de la gestión de Perón estuvieron signados no tanto por el primer plan quinquenal, sino por el manejo
audaz y discrecional de la economía que inspira un personaje pintoresco, un empresario de viejo estilo, autodidacta y
paternalista, pragmático y “sin prejuicios de escuela’ como dijo de él Arturo Jauretche. Durante el gobierno de Farrell el
empresario Miguel Miranda había logrado imponer sus ideas sobre la nacionalización del Banco Central; luego propuso la
creación del Instituto Argentino para laPromoción del Intercambio, con el fin de controlar el comercio exterior; y por fin no fue
ajeno a uno de los más espectaculares actos del régimen peronista, la nacionalización de ciertos servicios públicos, incluyendo
le adquisición de los ferrocarriles que pertenecían a capitales británicos. Pero la política económica de Miranda —técnicamente
vulnerable— descansaba además sobre la desarticulación de las economías europeas. Cuando éstas se rehicieron, uno de los
presupuestos de la política de Miranda faltó y con él se advirtieron las falencias, en el mediano plazo, de aquélla. Miranda
renunció a fines del 949 yla conducción económica cambió de manos. Ramón Cereijo, Alfredo Gómez Morales y más tarde
Antonio E Cafiero procuraron introducir racionalidad en la economía del régimen sin soslayar tino de los principios
fundamentales de su acción, Señala Cafiero que “el Justicialismo sujeté el poder económico —hasta entonces invicto— a la
autoridad pública y colocó la economía al servicio de la polftice.46 El primer gobierno de Perón se divide pues, en dos etapas,
discernibles por el tipo de medidas adoptadas, el énfasis de las mismas y la personalidad da sus realizadores. Según explica
Gómez Morles, Miranda trazó su política económica teniendo cuenta informes de los servicios de inteligencia de las fuerzas
armadas que aseguraban una posguerra muy corta y un enfrentamiento inminente entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética. A juzgar por eso, el nivel de los análisis en torno de la situación y predicciones de las relaciones internacionales no era
precisamente alto. La guerra no se produjo, y en cambio el Plan Marshall trastornó por completo los cálculos de Miranda y
descolocó a la Argentina en mercados internacionales, donde los Estados Unidos “regalaban lo mismo que nosotros tentamos
que vender”. El nuevo equipo económico que sucedió a Miranda, tuvo que poner orden en una economía desquiciada. Arthur P,
Whitaker resume en una paradoja los primeros seis años del peronismo: “prosperidad y bancarrota”.

Pero ambas situaciones —añade— “fueron completamente ajenas al control de Perón, Sin embargo debe anotarse que su
régimen logró capear la crisis sin sufrir daños perdurables, pues el consumo permaneció en un nivel moderadamente alto en la
peor época, de manera que en todo el período 1946-1952 el promedio de consumo mostró un aumento considerable de 3,5%
anual; incluso en 1952 la Argentina conservaba todavía el 22% de la producción bruta total de América latina y comenzaba una
recuperación promisoria “.

Por supuesto, las opiniones están divididas. Partidarios y observadores extranjeros explican de manera positiva el rumbo de la
política econ6mica peronista, pero los críticos enfatizan otros aspectos de esa misma realidad y concluyen de manera diferente.
Si el peronismo mantuvo una alta tasa de empleo mediante la promoción de la industria liviana, ésta ocupaba altos coeficientes
de mano de obra con poca eficiencia. Sise rescataron inversiones extranjeras en servicios públicos—que darían pérdidas
crecientes e incidirían en el déficit presupuestado— como los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, se hizo mediante la aplicación
de divisas que pudieron emplearse en inversiones básicas de industria pesada o infraestructura. Su política agraria impidió el
aumento de la productividad, afectando las exportaciones y. por lo tanto, una de las bases para financiar el desarrollo.El
segundo plan quinquenal pretendió cambiar el sentido negativo de algunas de las políticas del primero. Este habría sido guiado
por premisas keynesianas más que por objetivos de una economía del desarrollo, que se trataron de practicaren el segundo
período presidencial dePerón. En cambio, otros opinan que en 1945 nadie pensaba en la economía argentina con términos de
subdesarrollo, sino de “dependencia-independencia” y de desigualdades regionales. De esta manera —opina Floreal Forni— la
opción entre economía de desarrollo y keynesianismo nunca existió: dada la situación entonces vigente, el gobierno peronista
fue una combinación pragmática de protección a la única industria entonces existente —la liviana— hasta llegar a la sustitución
de importaciones. Pero lo más importante fue que el poder del Estado como conductor de la economía aumentó, y que se
aplicó, asimismo, a una redistribución de la renta incorporando nuevos y amplios sectores sociales a la sociedad de consumo.

Pueden añadirse al debate sobre la política económica del peronismo las opiniones de economistas que no se refieren al
contexto político-social del régimen sino a la inserción de aquella política en una secuencia de “modelos” o bien de etapas del
desarrollo, tal como han hecho Guido Di Tella y Manuel Zymelman. En la periodización propuesta por éstos, el primer gobierno
peronista se encuentra en lo que llaman “crecimiento autogenerado” y que, según se viera a propósito de la administración de
Justo en adelante, cubre el lapso 1933-1952. A partir de ese año, la economía argentina habría entrado en una etapa de
“reajuste” —lo cual coincide con la percepción que de su papel tenían Gómez Morales y Cafiero, por ejemplo, durante la última
parte del régimen peronista—, que continúa en el presente. Según esta perspectiva, el gobierno constitucional que siguió a la
revolución o cambio político del 43 vio en la industria un medio de promover el progreso económico y de ganar influencia
internacional. El control de cambios y una deliberada política industrialista tuvieron el efecto de retrasar al sector agrícola y
volcar la inversión en el sector industrial. Después del periodo de prosperidad de 1948 y del receso de 1952, la economía
evidenció signos de desajuste. A su vez, la intervención del Estado asumió proporciones hasta entonces inusitadas en la
Argentina y la industrialización se apoyó en la provisión de divisas que brindaba el sector agrícola. La redistribución del ingreso
del sector agrícola al industrial se hizo a través del IAPI. En 1949, la política oficial tuvo que invertirse por la caída de los precios
internacionales; las reservas de divisas estaban agotadas y la Argentina se vio obligada a recurrir a un préstamo del Export-
lmport Bank. La inflación —ya parte de una política, más bien que una tendencia— fue alentada no sólo como una forma de
reorientar recursos de la agricultura hacia la industria, sino como una medida política relacionada con el nivel de los salarios.

Hacia 1955, a pesar de la hostilidad de los industriales abandonados a U propios recursos, de los productores agrarios donde se
afincaba el antiperonismo en función de valores no exclusivamente económicos, de la ausencia de divisas, de la inflación y de
los reclamos del gobierno en favor de la austeridad yla productividad, Perón declaraba a los legisladores peronistas su
optimismo respecto del futuro y trasmitía en sus discursos insólita e infundada seguridad: “Hemos hallado la solución al 90% de
los problemas del país —decía a los legisladores el 29 de marzo—y hemos dado una solucióna la explotación del petróleo, e la
energía eléctrica y a la siderurgia.” El 25 de abril, el ministro de Industria debía suscribir un acuerdo con la Standard Oil que
preveía la constitución de la “California Argentina de Petróleo SA”. El peronismo confiaba en que el acuerdo, impuesto por las
circunstancias, permitiría cubrir las necesidades del país en combustibles, economizar divisas indispensables para equiparla
industria y restablecer el equilibrio de la balanza comercial. La oposición advierte que el peronismo ha abierto un flanco
fácilmente vulnerable, mientras se ha desencadenado ya el conflicto con la Iglesia. En resumen, denuncia que en 49.800 km2
del territorio argentino una compañía extranjera era autorizada a constituir un “Estado dentro del Estado”, importando
máquinas, trayendo su personal, exportando las sumas que percibiese, construyendo rutas y aeropuertos, telégrafos y
comunicaciones fuera del control del Estado argentino. El acuerdo es ratificado por la mayoría peronista, pese a las protestas de
la oposición encabezada por un diputado radical que había hecho del petróleo uno de sus temas polémicos predilectos y, a la
postre, una cuestión insoluble en términos racionales para los argentinos: el doctor Arturo Frondizi.

Después de la caída del régimen peronista, el informe del argentino Raúl Prebisch, entonces secretario general de la Comisión
Económica de las Naciones Unidas para América latina, contiene une apreciación preliminar de las consecuencias de la política
económica del peronismo que resumió así:La Argentina conoce hoy la crisis más aguda de su desarrollo económico, más grave
aún que la que debió conjurar el presidente Avellaneda economizando sobre el hambre y la sed, más grave que la de 1890 ymás
grave que la de hace un cuarto de siglo, en plena depresión mundial En estos tiempos, el país conservaba al menos sus fuerzas
productivas intactas, No es el caso de hoy: los factores dinámicos de su economía están seriamente comprometidos y será
necesario un esfuerzo intenso y persistente para restablecer su ritmo vigoroso de desarrollo…

Interpretación compartida por algunos técnicos, discutida por políticos e ideólogos y rechazada por la opinión popular que tuvo
una sensación diferente tanto del diagnóstico de la situación como de las medidas que se aconsejaban en el citado informe.

La política exterior y la “tercera posición”

La política exterior procuró ser congruente con la fisonomía interna del régimen y con el realismo del caudillo. Polifacética y
polivalente, recogió posturas y contenidos ideológicos de distintas corrientes, trató de conciliarlas con los condicionamientos
objetivos de la situación internacional de posguerra, con ciertas tradiciones y con nuevas amistades internacionales. El resumen
de todos esos factores, a menudo contradictorios y de una apreciación discutible del proceso internacional, se proyectó en una
expresión que el régimen introdujo como un segmento de su doctrina política: la “tercera posición”. Esta se presentó como una
postura original, apropiada a la mística del peronismo.

Un gesto espectacular dio el tono a la política exterior de Perón: su ‘mensaje de paz al mundo”, leído el 6 de Julio de 1947.
Antes habla sorprendido restableciendo las relaciones diplomáticas con la URSS, enviando como embajador en Moscú a un
caudillo sanjuanino: Federico Cantoni. Los temas del antiimperialismo fueron movilizados contra los Estados Unidos, mientras
cobraban importancia los tópicos nacionalistas referentes a la tradición “hispanoamericana” y el papel de la Argentina en la
América del Sur, “un continente latino y moderno” según escribía el presidente bajo el seudónimo de “Descartes” proponiendo
una confederación continental. En el plano práctico, sin embargo, el gobierno peronista se volcó hacia un entendimiento con los
Estados Unidos que se manifestó a poco de comenzar con la ratificación de las Actas de Chapultepec y San Francisco, pese a las
disidencias existentes dentro del oficialismo, a los ataques del nacionalismo ya las vacilaciones del radicalismo. A poco andar, la
Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, que sesionó en Río de Janeiro entre
el 15 de agosto y el 2 de septiembre de 1947, puso a prueba la posición exterior de la Argentina. La delegación, presidida por el
canciller Bramuglia, no pudo sostener la tradicional política argentina del principio de la unanimidad en cuestiones de fondo, y
se vio compelida a aceptar el principio de la simple mayoría. La Conferencia de Río, proyectada durante la firma del Acta de
Chapultepec, vio a una delegación de la Argentina mucho menos agresiva que lo esperado. The New York Herald Tribuna
ironizaba: “La Argentina ha obtenido la medalla de buena conducta y todo está olvidado... La delegación no había asumido, en
realidad, ninguna actitud intransigente, sino cooperativa. El tercerismo parecía más bien retórico que efectivo, pero mientras
tanto el presidente había enviado a su esposa a una gira por Europa, y había decidido una ayuda oportuna e importante a
España, marginada del Plan Marshall por la adhesión de Franco al Eje. Esta actitud de la Argentina fue generosa, la decisión de
Perón muy hábil y la repercusión internacional de la medida significó un éxito diplomático y una demostración de
independencia relativa en la conducción de los asuntos internacionales que movió al reconocimiento entusiasta de los
españoles y a la irritación de los inspiradores de la rígida política de las potencias victoriosas. La “tercera posición” fue, pues, la
manifestación ideológica de una política exterior pendulary ambivalente. Acercaba la Argentina a los países “no
comprometidos”, sin comprometerla formalmente con los grandes bloques mundiales. Expresaba una posición realista hacía la
URSS mientras renegaba del comunismo, y solidaria con Occidente y los Estados Unidos aunque predicaba contra el
imperialismo. Al mismo tiempo satisfacía la aspiración secular de los argentinos respecto de un papel relevante en América
latina, aunque inquietaba a los vecinos, que no manifestaban solidaridad con un peronismo que se les antojaba expansivo y con
pretensiones hegemónicas en la región. Cuando comenzaron las tratativas con la Standard Oil, el tema del antiimperialismo fue
retomado por la oposición. Pero desde el punto de vista ideológico, el “tercerismo” peronista iría al encuentro del neutralismo y
de posturas internacionales que se hicieron explicables desde el momento en que la bipolaridad internacional fue reemplazada
por la multipolaridad política.

La caída

“La República se creía sana ysalva después de la muerte de Catilina. Nunca se había encontrado más enferma.” (Emilio Castelar
La civilización en los primeros cinco siglos del cristianismo)

Resulta difícil precisar en qué momento un régimen político se encuentra en el cenit de su estabilidad yvigencia o ha
comenzado a mostrar signos de fatiga y marcha hacia su ocaso. Visto retrospectivamente, el proceso político no mostraba,
hacia 1954, signos evidentes que denunciaran la debilidad del régimen peronista o el principio de su declinación.

Cada sector social, político, económico o cultural de la Argentina de entonces tenía una especial manera de percibirel proceso,
yeso explica que las descripciones del mismo dependan, aún hoy, de una suerte de selección perceptiva no siempre deliberada
sino espontánea. Para los miembros tradicionales del poder económico, el régimen significaba la agresión discrecional a sus
intereses, la afirmación del estatismo desorbitado y una peligrosa experiencia capaz de transformarse en una revolución
colectivista. Los grandes diarios, los partidos políticos tradicionales, los sectores sociales o la clase alta y la alta clase media
reclutaban o representaban la oposición sistemática al régimen. A la izquierda del espectro opositor estaba casi todo el poder
intelectual, los estudiantes universitarios organizados en la FUA, los profesionales y aun sectores de la clase media que si bien
se habían beneficiado con la política económica del régimen, compartían valores no económicos que los acercaba a la oposición
antiperonista. Esta era, pues, fuere y estratégicamente distribuida, En los niveles sociales más altos, se comunicaba con los
intereses extranjeros, especialmente norteamericanos, que se sentían agredidos por el nacionalismo económico del régimen.
En los clubes aristocráticos y en los círculos económicos se encontraban empresarios, ejecutivos de empresas internacionales,
propietarios de tierras y patronos de estilo tradicional para quienes las conquistas obreras, la política social de Perón, el
estatuto del peón ola organización del poder sindical significaban la modificación inaceptable del statu quo. Muchos militares
alternaban en esos círculos y escuchaban la prédica opositora, la crítica objetiva o la difamación.

El peronismo no hubiera podido existir sin el apoyo del ejército, de la lglesia y de las organizaciones gremiales. Pero sus apoyos
principales no estuvieron sólo en esas fuerzas, sino en la vigencia ideológica del nacionalismo autoritario y antiliberal, en la
adhesión de sectores importantes de las clases medias urbanas y del interior y en el poder carismático de sus líderes: Perón y
Eva Perón.

Con el tiempo, sin embargo, la oposición entre el peronismo y el antiperonismo se fue haciendo una cuestión de “piel”, una
cuestión social en el sentido más directo de la palabra. Mucha gente fue peronista, atraída por la novedad del movimiento,
interesada en la convocatoria que éste hacía, satisfecha por su política social o entusiasmada porque por primera vez tenía la
sensación de que sus aspiraciones significaban algo para los que mandaban. Pero muchos fueron antiperonistas desde el
principio, se situaron en la oposición al candidato del ejército por antimilitarismo, al líder de masas por antidemagogia, al
autócrata por pasión libertaria, al promotor de los sectores populares por prejuicios sociales. Así como hubo gentes
conquistadas por el peronismo —lo que explica su enorme poder electoral en 1951 en relación con 1946—, hubo otras que se
hicieron fervientes antiperonistas. Quienes vivieron el proceso, saben que no todo se puede explicar en orden a “intereses” en
el sentido económico del término, y que buena parto del mismo se puede entender a partir de “sensaciones” que vivieron de
una manera tal vez para siempre.

Demócratas y liberales

Si bien en el sentido político no hay diferencia apreciable entre el Estado democrático y el liberal, en el sentido social (y
económico) la democracia se entiende a menudo como una forma de gobernar la sociedad. Si el liberalismo es sobre todo la
técnica de limitar el poder del Estado, la democracia es la inserción del poder popular en el Estado. En ese sentido —y quizás
únicamente en ese sentido— el peronismo era demócrata; a su vez, el antiperonismo expresaba las preocupaciones liberales.
Aquél era indiferente respecto de la vigilancia del ejercicio del poder. Le preocupaba sobre todo la sustancia y el ejercicio
mismo del poder en sentido redistributivo. Una vez más, los argentinos no lograban conciliar la democracia con el liberalismo.
Los demócratas se mostraban antiliberales o antipluralistas. Y los liberales cultivaban la antidemocracia por reacción. Si la
democracia pide igualdad y el liberalismo pide libertad, de acuerdo con la distinción clásica de Tocqueville, no era extraño que
los que tenían la posibilidad, los recursos o los conocimientos para usar de la libertad rechazaran el ingrediente autoritario del
peronismo, mientras que los necesitados de mayor justicia, oportunidades y seguridad no padecían el peronismo como
autoritario, sino como legítimo y deseable.

Desde el punto de vista de las relaciones sociales, sin embargo, la antinomia peronismo-antiperonismo se vivía de una manera
más profunda aunque con manifestacionestambién triviales. En ciertos sectores serperonista era “mal visto”, y ser antiperonista
era “bien”.

Autoritarismo y poloclasismo

Sin embargo, aun cuando el peronismo fue una forma de autoritarismo basado en el poder de las masas, no fue un “partido de
clase”, como no lo había sido el radicalismo en la época en que representó la vía de participación política de los sectores
medios. Uno y otro fueron “policlasístas” y el hecho de que Perón se negara a cristalizar el movimiento en un partido Laborista
exclusivamente obrero es un dato importante Este policlasismo se manifesté de maneras diferentes, y atravesó tanto a los
sectores proletarios de las Zonas industriales —donde los líderes sindicales fueron y son miembros destacados del
movimiento— como a sectores sociales del interior, donde miembros de familias tradicionales encabezaron al peronismo
político o nuevas burguesías locales hallaron una vía de expresión frente a pequeñas oligarquías provincianas que se
abroquelaron en el antiperonismo por temor a los cambios que el peronismo parecía significar.

Al mismo tiempo, en la medida en que Perón entendió que su autoridad indiscutible sobre una parte del pueblo debía ser
aceptada coercitivamente por quienes no eran sus fieles, deriva hacia el autoritarismo y, a la postre, hacia una autocracia
populista. Cuando Perón decía “el pueblo’, entendía la palabra en al sentido de un todo orgánico o de una mayoría absoluta. De
ahí el “populismo» como expresión ideológica de la concepción romántica que conduce a que puedan ser sometidos uno por
uno todos los miembros del pueblo efectivo. En ese punto, el peronismo dejaba de traducir a la democracia en el sentido
político y moderno del término. Movimiento poderoso, con el dominio casi total de los medios de expresión, se liberó de la
crítica y comenzó a padecer la corrupción cortesana. En algún momento del proceso el régimen comenzó a debilitarse sin que
sus conductores y sus beneficiarios lo percibieran.

El sistema: polarización centrífuga

Un dato importante de un sistema político es la cantidad, calidad y tendencia de los partidos políticos. No sólo interesa el
número de partidos que componen un sistema político, sino su comportamiento, la intensidad y la distancia ideológica que
existe entre ellos. Aparentemente el sistema político argentino ha sido bipartidista en el pasado. Conservadoresradicales y
luego radicales-peronistas cubren la tradición más reciente. Sin embargo, el bipartidismo tiene sus reglas: que dos partidos
estén en condiciones de competir por la mayoría absoluta; que al menos, uno de esos partidos pueda conquistar una mayoría
suficiente; que tal partido está dispuesto y pueda gobernar solo; y que, sin embargo, la rotación en el poder sea para el otro una
expectativa confiable. Puede decirse que, por lo menos desde la ley Sáenz Peña, la última regla no fue satisfecha por el sistema
de partidos de la Argentina, sea porque quien ganó trató por todos los medios de no perder el poder, sea porque quien perdió
no tuvo posibilidades o fuerza propia para conquistarlo por medios lícitos.

Otra condición fundamental para el funcionamiento del sistema bipartidistaes que la actitud de los partidos sea competitiva y
centrípeta. Que favorezcan un juego político ‘moderado” en el sentido de que no exasperen los conflictos ni los clivajes —
fracturas— en la línea de división económico- social. Es la mecánica centrípeta del bipartidismo la que crea el consenso respecto
del sistema. Si las actitudes de los partidos acentúan los conflictos, conducen a que el adversario sea tratado como enemigo y
mediante la práctica de la injusticia política cierren el camino del poder al competidor. Se produce una polarización centrífuga
que hace estallar el sistema por la distancia y la tensión ideológica que se crea entre los polos. Ese fue, parece, el rasgo
relevante del comportamiento político durante el régimen peronista. Peronismo y antiperonismo fueron al cabo dos “polos”, no
dos partidos. Ambos terminaron por desinteresarse de las reglas de juego del sistema bipartidista y mientras el peronismo
aspiraba a la totalidad del poder, el antiperonismo quería la supresión, por cualquier medio, del peronismo.

En ese contexto debe tenerse en cuenta, por fin, la incidencia polarizadora de la constante “personalista” que se manifiesta a
través del liderazgo de Perón.

Hacia 1955, el régimen peronista había dado casi todo lo que podía esperarse. Había incorporado la clase obrera al sistema
político y el poder sindical a la constelación da poderes de la Argentina. Había innovado en política económica: “los mecanismos
de control legados por los conservadores fueron ahora utilizados para subvencionar no al sector primario, sino al industrial”.56
Había aplicado una política económica neoconservadora cuando pasaron los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a
advertirlo sus fieles, que en su mejor momento constituyeron casi el 65% del electorado. Y su líder, pese a la explosiva retórica
que según las ocasiones y los auditorios empleaba, se reveló con el tiempo un reformador sin vocación revolucionaria, un
progresista social pragmático. Pero al mismo tiempo había puesto a la Argentina a las puertas de su historia contemporánea
enuna situación de paridad socia! en la que todos los sectores habían circulado por el poder, pero ninguno había logrado
imponer “la” solución que consideraba integral y satisfactoria. Una situación de equilibrio inestable y de conflictos acumulados.

La fatiga y la soberbia

La segunda presidencia de Perón comenzó con dos hechos críticos: la muerte de Eva Perón y el suicidio de Juan Duarte. Algunos
opositores apreciaban que —no obstante el descrédito moral que significó el affaire Duarte y la ausencia de Eva Perón— la
situación política era sólida, la inflación iba en camino de ser contenida y la posibilidad del acuerdo petrolero con la Standard Oil
resolvería los graves problemas financieros del régimen.

Aunque el proceso económico pudiera ser diferente, lo cierto era que la gente no creía en la posibilidad de una crisis, que las
posibilidades electorales del radicalismo eran muy bajas, y que si bien el nacionalismo antiliberal militante abandonaba al
peronismo debilitando la influencia de éste en las fuerzas armadas, pocos indicios había de la proximidad del ocaso del régimen.
Sin embargo, luego de la muerte de Eva Perón, el líder había caído en la concupiscencia según lo probaba, para los informados,
el “aftaire UES”y hechos análogos. A su vez, una rígida burocracia sindical y política se interponía entre el presidente y sus
seguidores, y el régimen ponía de relieve sus defectos: ineficiencia y mediocridad. La oposición ganaba las calles y los cuarteles,
multiplicando las imágenes negativas del peronismo, explotando la falta de flexibilidad de éste. El régimen aumentó la
represión, y la oposición los rumores y la actividad conspirativa. Que los rumores tenían bases ciertas y que deterioraban al
régimen, quedó demostrado por las reacciones de Perón en sus discursos, sobre todo a partir de 1953, en que dedicaba
extensos pasajes a desvirtuarlos. A principios del 55 sin embargo, los rumores convergían en la crítica moral al régimen y a
Perón —crítica que tenía como portavoces a dirigentes católicos y a sacerdotes—y en la crítica política yeconómica a propósito
de los contratos petroleros —que penetró en los cuadros militares—.

El conflicto con la Iglesia

De pronto estalló el conflicto con la Iglesia Católica. Conflicto insólito, que las versiones oficiales asociaron con el presunto
apoyo de la Iglesia al todavía nonato partido Demócrata Cristiano cuyos organizadores se habían reunido en Córdoba. Las
interpretaciones de peronistas como Bustos Fierro apenas aciertan a explicar el conflicto a través de una complicada teoría
conspirativa que une al “imperialismo” con la ‘Orden jesuita”. En verdad, no se ha dado aún una explicación satisfactoria. ¿Un
“pecado de soberbia”? ¿La creciente tensión entre un régimen que imponía su ideología y su “doctrina nacional” aun en los
establecimientos educativos de la Iglesia? ¿La irritación de Perón frente a los actos religiosos que eclipsaban —en Córdoba, por
ejemplo— las manifestaciones de sus adherentes, sobre todo de la UES? El 27 de septiembre de 1954 una ley sobre
asociaciones retira la personeríajurídica “a las asociaciones constituidas sobre la base de una religión, de una creencia, de una
nacionalidad, de una raza o de un sexo”. El 2 de diciembre se suprime la Dirección General de Enseñanza Religiosa. El 28 de
diciembre son suprimidas las subvenciones oficiales a las escuelas privadas. El 29 se reforma la ley de profilaxis social
permitiendo el ejercicio de la prostitución. La Iglesia, que había gozado de los favores oficiales del régimen desde el 43,
comienza a conocer desde entonces el asedio y la hostilidad. El régimen “sacraliza” el culto a Evita y el 13 de mayo de 1955 es
abrogada la ley de enseñanza religiosa en medio de declaraciones que denunciaban “la alianza funeste entre el clericalismo
oscurantista y fanático y los últimos bastiones de la reacción anti-argentina”. Las sanciones a la Iglesia se sucedían, mientras el
presidente procuraba añadir por todos los medios motivos de irritación —recibía cada día ministros de diferentes cultos, y aun a
organizaciones teosóficasyespiritistas—,y el peronismo se aprestaba a una enmienda constitucional para separar la Iglesia del
Estado. Si el régimen había intentado una maniobra de “diversión” para distraer la atención de la gente en vista de sus designios
en el campo económico, había elegido mal el tema y había actuado con imprudencia. Si fue, en verdad, el resultado de los
humores de Perón, éste había perdido su capacidad de escrutar la realidad, hasta entonces una de sus más notables virtudes
políticas.

El conflicto con la Iglesia fue el principio del ocaso del régimen peronista. Aglutinó a la oposición. Los templos se transformaron
en tribunas de crítica moral y política en donde se congregaban, incluso, anticlericales que no los habían visitado antes. El
antiperonismo desafió al régimen desfilando por las calles de Buenos Aires a propósito de la celebración de Corpus Christi. El
gobierno envió al exilio al obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Manuel Tato, y a un canónigo de la Catedral, Ramón
Novoa. Acusó a los católicos de haber quemado una bandera argentina y éstos acusaron a la policía. El 15 de junio la Santa Sede
excomulgó a Juan Domingo Perón.

Hacia la revolución de 1955

El 16 de junio, una escuadrilla aeronaval que debía realizar un acto de desagravio al Libertador General San Martin, por ¡a
quema de la bandera del 11 de junio, atacó la Casa Rosada. La primera bomba cayó a las 12:40 de ese día triste, en el que
muchos inocentes murieron y la rebelión fracasó. La noche llegó en medio de la luz de los incendios de templos católicos,
realizados por bandas armadas que actuaban en la impunidad. El odio se manifestó entre los argentinos.

Perón advirtió que todo había llegado demasiado lejos e intentó una “política de pacificación” apelando a la oposición. Pero las
cartas estaban echadas. El régimen había perdido el apoyo del poder moral, tanto ideológico como religioso, carecía de la
adhesión del poder económico y contaba ahora con un poder militar dividido y asediado por la presión dele opinión pública
antiperonista, exasperada y militante. La Argentina peronista era fuerte y fiel, pero quedó desconcertada ante el
comportamiento de su líder.

La renuncia

Perón juega una carta que hubiera sido decisiva en la etapa de su ascenso político: presenta su renuncie —no ante el Congreso,
sino ante el partido—y la CGT moviliza a sus organizaciones para exigir a su líder quela retire. En la fría tarde del 31 de agosto,
día de la renuncie, Perón arenga a la multitud en la plaza de Mayo. Pronuncia el discurso más violento que haya dicho jamás y
promete “responder a toda acción violenta con otra más violenta todavía”. Algunos observadores advierten que, antes de
finalizar el discurso, algunos ministros habían abandonado el balcón. La noche cae y reina la calma en la ciudad, patrullada por
fuerzas militares. El líder no había mostrado la tolerancia de los fuertes.

La Marina de Guerra era el epicentro militar de la conspiración y el capitán de navío Arturo Rial, uno de los principales
organizadores. En el ejército, los planificadores fueron el coronel Señorans y el mayor Guevara, La aviación se iría plegando a
medida que los aparatos despegasen de bases aparentemente leales. Un intento aislado del general Videla Salaguer fue
sofocado y el movimiento revolucionario se detuvo. Contactos con el general Justo León Bengoa fueron abandonados. Surgió un
jefe revolucionario en los cuadros superiores de la Marina —el contralmirante Isaac Rojas—y otro en el Ejército—el general
Pedro Eugenio Aramburu—, pero la decisión del levantamiento militar pertenece a un general de origen nacionalista que había
actuado en el 51: el general Eduardo Lonardi. El 16 de septiembre, a la una de la mañana, el general Lonardi y un grupo de
oficiales acompañados por el coronel Ossorio Arana tomaron la Escuela de Artillería, en Córdoba. La situación militar era sin
embargo angustiosa para los sublevados, aunque lograron convencer al jefe de la Escuela de Infantería cuando ésta no podía ser
rendida por las armas. La acción de la aeronáutica militar no era suficiente para detener a las tropas leales que convergían sobre
el foco rebelde. El 19 de septiembre, Lonardi estaba copado y sin infantería; el general Lagos alistado en Cuyo pero sin salir de
Mendoza; en el litoral, los conspiradores habían fracasado y la Marina no podía ayudar a los rebeldes mediterráneos. Según los
protagonistas, fue el ánimo resuelto y la capacidad de mando del general Lonardi lo que permitió a los revolucionarios
sobrellevar horas críticas en las que el sitio de las tropas leales —de haber atacado— hubiera terminado con la rebelión. De
pronto, llegó desde Buenos Aires la orden de tregua. Eso sorprendió a todos e indignó a los militares leales. En la capital,
mientras tanto, se producen los hechos decisivos. La Flota de Mar bombardea las destilerías de Mar del Plata, amenaza La Plata
y lanza un ultimátum al gobierno nacional. Fue seguido por dos más, hasta que un grupo de militares fue a parlamentar a bordo
del crucero “17 de Octubre”. Pero antes sucedieron episodios confusos, que terminaron con la capacidad de conducción militar
da la represión. El presidente, en efecto, entregó un documento que —según él— tenía por objeto habilitar al ejército “para
llegar a la terminación de las hostilidades”, pero quela Junta Militar interpretó como una renuncia. Según versiones, el día 20
irrumpieron el general Francisco Imaz y otros militares en la sala donde estaba reunida la Junta, que vacilaba ante el documento
de Perón y discutía la posibilidad de resistir el alzamiento. Armas en mano, Imaz y sus acompañantes habrían impuesto a la
Junta que aceptara la renuncia de Perón. En todo caso, la decisión de éste dejó al comando en jefe y a los generales sin
gobierno que defender. Mientras los generales aceptaban en el crucero la rendición incondicional, Perón se refugiaba en la
embajada del Paraguay. El 23 de septiembre de 1955 la Plaza de Mayo se llenó con una multitud tan compacta e impresionante
como la del 17 de octubre de 1945. Pero era la Argentina antiperonista. El poder ya no era de Perón, como doce años atrás,
sino, otra vez, de las fuerzas armadas.

36. El antiperonismo gobernante

Los dilemas de la Revolución

En las ediciones anteriores, el capítulo precedente era seguido de un Epílogo que, en esta versión actualizada, ha sido reescrito
y figura más adelante. Este nuevo capítulo que continúa la historia de la Argentina alterada, aparece como un contrapunto
político de la República gobernada por Perón. El período 1955-66 implica una profundización de la crisis que venía
padeciéndose desde 1930 y que alcanzaría su expresión culminante en la Argentina violenta de los años 1966 a 1983. La
alteración no era sólo del Estado y de las instituciones, sino que alcanzaba a toda la sociedad, donde las oposiciones se fueron
transformando en enfrentamientos, las diferencias en disociaciones, las dudas en prescindencias y los problemas en traumas de
modo que el cuerpo social se replegó sobre círculos desagregados unos deotros, que sostenían posiciones intolerantes. A través
de este largo proceso, los moderados quedaron fuera de lugar, relegados a la condición de espectadores. Una multitud que
añoraba los valores éticos, pero que desde hacia un cuarto de siglo había abandonado el quehacer político como incompatible
con la honestidad, recogía el fruto de su claudicación y quedaba sumida en una oscuridad sin voceros. En estas condiciones, no
es de extrañar que la sociedad viviera en recurrentes crisis políticas y económicas, que la vida cultural se desarrollara entre
vaivenes y sobresaltos y que la moral social se viera deteriorada progresivamente hasta configurar la crisis que hoy estamos
viviendo.

El régimen peronista había impreso al país una bipolaridad definida que lo sobrevivió. Había desaparecido el gobierno peronista
pero al día siguiente de la Revolución Libertadora, se puso claramente de manifiesto que el peronismo era el vector que seguía
dividiendo a la sociedad en partidarios y adversarios. De acuerdo con esta división, coexistieron dos modos de entender y sentir
el fenómeno revolucionario triunfante. Los peronistas lo vivieron como el resultado de una conspiración de grupos
reaccionarios, los antiperonistas como la consecuencia natural de la opresión ejercida por el gobierno y la de la fatiga interna
del régimen.

Lonardi y el“no peronismo”

El “no peronismo” aunque fue una actitud que cristalizó pocos años después y no tenía en ese momento existencia política,
podría reclamar como antecedente la actitud del propiojefe revolucionario, general Lonardi, quien revivió la fórmula de
Urquiza: “Ni vencedores ni vencidos”. Pero en 1955, como en 1852, hubo vencedores yhubo vencidos: las heridas estaban
abiertas y eran pocos los dispuestos a olvidar los agravios recíprocos.

Lonardi se propuso reunificar la sociedad política argentina llevando adelante un proceso de conciliación. De una honestidad sin
tache, pero con escasa perspicacia política, llamó a colaborar con el gobierno a hombres de dos extracciones políticas
diferentes: nacionalistas y liberales. Entre los primeros, se destacaban Mario Amadeo (Relaciones Exteriores), Luis Cerutti Costa
(Trabajo), el general Justo L Bengoa (Guerra) y el asesor Clemente Villada Achával, Entre los otros se destacaban el ministro del
Interior Eduardo Busso, el de Marina contralmirante Teodoro Hartung y sobre todo el vicepresidente de la República, almirante
Isaac F. Rojas. Lonardi no pareció advertir la prevención recíproca, casi visceral, entre nacionalistas y liberales. Además,
subestimó el hecho de que, frente al problema peronista, ambos grupos adoptaran posiciones opuestas. Los nacionalistas, entre
los que no faltaban quienes habían tenido afinidades con el peronismo hasta 1954, eran proclives al esquema de conciliación
del presidente, mientras que los liberales, dominados por el temor al retorno o al resurgimiento del peronismo, adoptaban una
actitud marcadamente antiperonista, que les valió el apodo de “gorilas”. Perón, entretanto, comenzaba su periplo de exiliado,
primero en Paraguay, luego en Venezuela y Panamá, yfinalmente en España.

Como tantas otras veces, los revolucionarios habían estado de acuerdo en derribar al Gobierno, pero no habían forjado ningún
plan sobre o que iban a hacer con el poder una vez obtenido. Las disparidades de criterios e ideologías, transformaron pues la
acción de gobierno en una enconada lucha por conseguir las posiciones dominantes, donde cada acto era sospechado por el
grupo contrario. Mientras tanto, se operaba una purga en esfuerzas arma- das que conducía al retiro de todos los almirantes —
excepto flojas y Hartung— y del 73% de los generales. En noviembre, la presión de los liberales-antiperonistas condujo e la
renuncie del ministro de Guerra, que fue reemplazado por el general Ossorio Arana; el contragolpe nacionalista fue forzar la
renuncia del Dr. Russo y nombrar en su reemplazo al Dr. de Pablo Pardo.

El presidente, acosado y enfermo, manifestó su intención de renunciar pero luego se retractó, por lo que el 13 de noviembre
fue simplemente depuesto, acordándose que se informare al público que el cambio se debía a razones de salud.

La gestión de Aramburu

El general Pedro E. Aramburu asumió la presidencia. Además se creó el Consejo Militar Revolucionario, encargado de intervenir
en la legislación. La CGT declaró una huelga general en apoyo de Lonardi, lo que confirmó las sospechas del antiperonismo
militante de que el peronismo se reorganizaba a la sombra de la tolerancia del primer presidente revolucionario. El proceso
antiperonista continuó entonces con la intervención de la CGT y la inhabilitación de sus dirigentes, la suspensión de la ley de
asociaciones profesionales, la disolución del partido peronista y la inhabilitación de todos los que habían ocupado cargos
políticos desde 1946. Las conquistas sociales fueron respetadas pues no estaban en discusión. Se trataba del dominio político y
el peronismo, que lo había ejercido con un tono opresivo, venía ahora a recoger el fruto de sus excesos. A partir del 13 de
noviembre de 1955 el único lugar que le quedó al peronismo fue el de los proscriptos.

La gestión presidencial del general Aramburu no fue sencilla. Para empezar, contaba con un poder revolucionario fracturado por
la crisis política inmediata, mientras que el peronismo era —o aparentaba ser— monolítico. Aramburu sabía que estaba
condicionado políticamente por el Consejo Militar y poco a poco fue haciéndose visible que el antiperonismo de la Marina y del
vicepresidente era bastante más virulento que el del general presidente. La Revolución Libertadora, como las del 30 y del 43, se
había hecho para restablecer el imperio de la Constitución, pero en la óptica de los nuevos gobernantes, la Constitución
auténtica era la de 1853, no la promulgada por Perón en 1949, En consecuencia ésta fue anulada el 27 de marzo de 1956 y se
reimplantó la de 1853. Aramburu trató de obtener mayar espacio político, Ante una queja del dirigente socialista Alfredo
Palacios, aprovechó para transformar el Consejo Militar cogobernante en Junta Militar Consultiva, con carácter de asesora. Ya
existía una Junta Consultiva Civil, donde estaban representados los principales partidos no peronistas, Junta que
progresivamente se transformó en un foro de discusión de los partidos, que trataban de ganar espacio político y de opinión.

Es probable que Aramburu, a principios de 1956, se haya planteado el problema de si la dureza antiperonista no empezaba a
producir efectos contrarios a los buscados. En efecto, un sector del peronismo pasó a la actividad conspirativa. Huelgas y
sabotajes comenzaron a hacerse frecuentes y fueron el preludio del estallido militar del 9 de junio de 1956, dirigido por los
generales Valle y Tanco, y secundado por varios oficiales, sindicalistas y simpatizantes. Lo curioso de este movimiento fue que
actuaron con total independencia de Perón y sin consultarlo, El gobierno había tenido indicios de la posibilidad de un
movimiento revolucionario y Aramburu, en un viaje a Rosario, había dejado firmado, sin fecha, un decreto declarando la ley
marcial. Los sublevados fracasaron en Buenos Aires y sólo tuvieron éxitos parciales en La Plata y Santa Rosa, pero fueron
dominados en la mañana del día 10. El gobierno tuvo un serio temor de que el conato pudiera transformarse en guerra civil y
reaccionó con singular dureza, fusilando a los principales complotados y dando mucha publicidad a las ejecuciones que
alcanzaron a 18 militares y 9 civiles.

El siguiente paso del gobierno fue encontrar un rumbo político que lo llevara a una salida constitucional. Pero esta salida, pese a
los matices diferenciales de sus sostenedores, partía de la base de la exclusión política del peronismo. Comenzaba lo que en
otra oportunidad llamamos el “juego imposible”) En julio, en medio de fuertes fricciones entre las camarillas militares
alimentadas por los políticos civiles que buscaban posiciones ventajosas para sus propios intereses, Aramburu anunció que se
llamaría a elecciones al año siguiente, y quese prohibían las candidaturas de militares. Eliminado el peronismo, la única fuerza
nacional que podía aspirar a la presidencia era la Unión Cívica Radical, y en su convención de Tucumán, Arturo Frondizi
maniobró mejor que su antagonista Ricardo Balbín y ganó la candidatura presidencial. El resultado fue la división del partido.

La división de la UCR

Se creó la Unión Cívica Radical del Pueblo que levantó la candidatura de Balbín, en tanto que los frondizistas, para diferenciarse,
se denominaron Unión Cívica Radical Intransigente. Aparte de las discrepancias internas, quedó claro que la actitud ante el
peronismo era uno de los factores divisorios de ambas fuerzas. Balbín apostaba por un antiperonismo decidido, con la
aceptación de muchos militares y numerosos sectores civiles. Frondizi, en cambio, se pronunciaba por un “no peronismo” que
se concretaba en la búsqueda de una alianza con los peronistas, prometiéndoles ciertos espacios de poder—político gremial—
bajo su conducción. El plan de Frondizi fue conquistar el electorado peronista; el de Balbín, proclamar la necesidad de la unidad,
ante el riesgo de una participación peronista en el gobierno.

Mientras Frondizi lanzaba este audaz pero inteligente desafío, el antiperonismo gobernante no acertaba a encontrar un
procedimiento para desperonizar la cuestión política. El peronismo se convirtió en un trauma para los militares, la dirigencia
política y para muchos ciudadanos. Mientras Aramburu se debatía, tratando de equilibrar las pretensiones divergentes de las
distintas fuerzas militares, el exiliado Perón se mantenía libre del desgaste del ejercicio del poder y desde la distancia, iba
adquiriendo para sus seguidores y los sectores menos favorecidos de la sociedad, una dimensión mítica. Se repuso poco a poco
del shock de su derrocamiento y una de sus primeras intervenciones políticas, expresada discretamente en cartas, fue criticar el
alzamiento de Valle por inoportuno e inconsulto. Inconsulto respecto de él, con lo que sentaba su opinión de que todo
movimiento que hicieran los dirigentes peronistas debería contar con su visto bueno. Perón comenzó a sumar apoyos, con
discursos diferentes para cada sector según provinieran del peronismo ‘histórico’, de la extrema derecha o de la extrema
izquierda. Juego peligroso que condujo ala fractura del movimiento en 1973.

La reforma constitucional de 1957

Para regularizar la situación constitucional y para sondear la opinión pública, el Gobierno convocó a elecciones de
constituyentes para reformar la Constitución, La Aeronáutica se retiró de la Junta Militar en desacuerdo con la fecha de los
comicios, pero éstos se realizaron en julio de 1957, con el sistema de representación proporcional. Perón ordenó el voto en
blanco, Frondizi anunció que sus partidarios electos pedirían la disolución de la Convención. En la votación, la primera minoría
correspondió a los votos en blanco, seguidos de muy cerca por la Unión Cívica Radical del Pueblo. Más atrás se ubicó la UCRI. El
electorado peronista representó un 24,3% que, aunque bien lejos de cuando era mayoría gobernante, demostraba que seguía
siendo la primera fuerza política y la imposibilidad del juego político emprendido por el antiperonismo al margen de la realidad,
El radicalismo, dividido, había perdido la supremacía y con él los partidarios de la Revolución, lo que tuvo profundas
consecuencias para el futuro.

Mientras tanto, Aramburu cosechaba algunos frutos mejores fuera del campo político. La economía era conducida por un grupo
con ideas liberales, atemperadas por la influencia de Raúl Prebisch y la CEPAL, en el que se destacaban Alizón García, Krieger
Vasenay Cueto Rúa. El diagnóstico dePrebisch, llamado como asesor por el Gobierno, había sido sumamente pesimista. No
obstante, el equipo económico logró, en ese período, aumentar la producción de petróleo en un 16%, y poner en marcha la
industria automotriz. También se creó el Instituto de Tecnología Agropecuaria (INTA) que tendría sustantivas proyecciones en el
desarrollo de la producción agraria. En el campo sindical, aunque el peronismo iba recuperando las bases de lo que había
llamado su “columna vertebral”, el gobierno se anotaba el magro éxito de presenciar la división del movimiento obrero entre
las “62 organizaciones”, mayoritaria y de franco tono peronista, y “las 32”, que se autodenominaban democráticas, y
antiperonistas. En el campo cultural, generalmente subestimado por Perón, los intelectuales antiperonistas recuperaban todas
las posiciones, incluido el manejo de las universidades. El estudiantado era entonces tan antiperonista como fue peronista en
los años 70.

Al gobierno de la Revolución Libertadora sólo le quedaba administrar la transición hacia un gobierno constitucional, presidido
por la Constitución de 1853 reformada, a la que se había agregado un artículo—el 14 bis— sobre las reformas sociales. La
Convención Constituyente se clausuró en noviembre de 1957 y las elecciones generales se hicieron en noviembre del año
siguiente. Para entonces, un observador inteligente podría haber dicho que la Revolución Libertadora salía del gobierno
derrotado, no por los peronistas, sino por las divisiones faccionales de los militares y de los políticos llamados a apoyarla. El
candidato presidencial de la UCRI, Arturo Frondizi, siguió empeñado en captar los votos del vetado peronismo. Su intento se
concretó en enero, cuando su enviado Rogelio Frigerio convino una alianza con Perón, en Caracas. Poco después Perón ordenó
a sus fieles votar por Frondizi, pacto que aseguró la victoria de éste, pero que iba a complicartodo su futuro gobierno.

Frondizi y el Pacto

Victoria electoral de Frondizi

La victoria electoral de Frondizi fue notable, pues reunió el 44% de los votos frente a un 28% de la UCRP, 2% de los socialistas,
mientras que un 26% se repartía entre 37 partidos 3 sin que ninguno llegara al nivel del socialismo. Las elecciones dieron
además a la UCRI un claro dominio en los Congreso—dos tercios de los diputados y todos los senadores— y todos los gobiernos
de provincia. Pero este dominio del panorama político ere más aparente que real. Frondizi heredaba del gobierno militar, entre
otros muchos problemas, dos cuestiones fundamentales: la militar y la peronista. La legitimidad de origen del gobierno estaba
relativizada por emanar de una consulta electoral donde a primera minoría había sido impedida de actuar libremente. La
sospecha de ese “pacto”, que no había sido hecho público, levantó la suspicacia de los antiperonistas civiles y militares,
mientras Perón exigía las medidas de gobierno que recompensaran sus votos. A estos problemas, se sumaba la idiosincrasia
propia de Frondizi, político inteligente y moderno, pero con una fuerte tendencia a ideologizar todos los temas y a proceder con
un pragmatismo no exento de cinismo, que le ganó la tacha de “maquiavélico. Con todo, Frondizi fue un político brillante y
audaz, que se propuso modernizar el aparato económico argentino e introducir modificaciones sustanciales en los hábitos
políticos y educacionales. Sus objetivos y su modalidad operativa hicieron que fuera uno de los políticos más cuestionados de su
tiempo; como sumaba adhesiones con fines concretos y limitados, sus aliados de hoy eran con frecuencia adversarios de
mañana.

En su discurso de sunción del mando afirmó que había bajado el telón sobre todo lo ocurrido antes, lo que era más una
manifestación de deseos que tina realidad. Anunció también que, durante su gobierno, nadie sería perseguido por sus idees, su
actividad política o gremial, que combatiría la burocracia, normalizaría el campo gremial y que aspiraba a que las fuerzas
armadas estuvieran al servicio de la Nación y no actuaran como la guardia pretoriana del presidente.

El principal colaborador de Frondizi en esta difícil tarea fue su ministro del Interior, Alfredo R. Vítolo; las otras carteras se
caracterizaron por la sucesión de ministros, algunos de ellos relevantes, de corta duración en sus cargos. Pocos días después de
asumir, el presidente envió al Congreso un proyecto de amnistía general y poco más tarde obtuvo la sanción de la Ley de
Asociaciones Profesionales, que restablecía la unidad de la representación sindical. Las primeras exigencias del pacto
comenzaban a cumplirse. Pero, la verdadera sorpresa,fue la nueva política petrolera ya que, en contra desu prédica anterior y
de lo sostenido en su libro Petróleo y Política (1954), Frondizi se propuso llegar al autoabastecimiento sobre la base de
contratos con compañías extranjeras. Estatistas y nacionalistas pusieron el grito en el cielo y lo acusaron de “entreguista”; el
tema repercutió desfavorablemente en ciertos militaresyradicales del pueblo y sindicalistas se sumaron a las críticas, los últimos
como modo de defender sus posiciones gremiales con un único sindicato por ramo. A partir de entonces el gobierno se debatió
en distintas batallas de diferente signo. No fue la menor de ellas la cuestión de la enseñanza, donde el gobierno (ministro Mac
Kay) sostuvo la tesis de la libertad de enseñanza, apoyada por católicos, y combatida enérgicamente por la izquierda. Se
produjeron por esto algunas escisiones en el partido gobernante y el presidente se enfrentó con su propio hermano, Risieri
Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires y defensor del monopolio estatal que se denominó “laicismo por oposición a
las pretensiones de los grupos religiosos. Porfin el gobierno logró un triunfo atemperado y fueron autorizadas las universidades
privadas.

En el campo económico se imponía la tesis del desarrollismo, basada en llegar al desarrollo nacional por la vía de la sustitución
de importaciones Se centraba la atención en la satisfacción del mercado interno, tendencia que se afincó en muchas
mentalidades y que aún hoy tiene, en retroceso, sus defensores. Entre los militares esta tesis tuvo amplio eco, pues los
empujaba a cierto protagonismo económico. Los hombres de armas más críticos rescataban la gestión económica del
presidente. Lo cierto es que, durante su gobierno, la producción de petróleo se triplicó, aumentaron la producción de bienes y
el salario real y disminuyó la desocupación.

Mientras tanto, la situación política se complicaba. Por un lado, Perón presionaba para obtener nuevas concesiones y se
iniciaron huelgas políticas como la de los petroleros y los trabajadores de los frigoríficos, en tanto que los militares presionaban
para que no se hicieran nuevas concesiones y si era posible se diera marcha atrás en las ya dadas. Esto llevó a la ruptura del
pacto Frondizi-Perón que éste hizo público, tal vez con la idea de crear nuevas dificultades al presidente.

Las crisis militares. Los “planteos”

Se produjeron crisis militares que causaron la renuncie de dos ministros de Guerra. El comandante en jefe del ejército era el
general Carlos Toranzo Montero, líder de la posición “gorilista”, quien en octubre de 1960 exigió el alejamiento de Frondizi.
Aunque la crisis se palió, Frondizi no releyó del mando a Toranzo Montero, con lo que perdió el apoyo de los moderados por un
lado y de los peronistas e izquierdistas por el otro.
Otro terreno en que la posición de Frondizi se hizo difícil fue el de las relaciones internacionales. Primero impulsó una intensa
relación con los Estados Unidos, pero deseoso de demostrar independencia, tuvo cierta complacencia tercermundista. La
situación se complicó cuando Fidel Castro proclamó el carácter marxista de su gobierno y Frondizi sostuvo la inconveniencia de
separar a Cuba de la Organización de los Estados Americanos. Pero el escándalo estalló cuando Ernesto “Che” Guevara, ministro
de Castro, viajó secretamente a la Argentina y se entrevistó con Frondizi. La entrevista trascendióytoda la oposición civil y
militar acusó al presidenta de criptocomunista, sayo que no pudo quitarse ni con su segundo viaje a Estados Unidos, donde
adhirió a la Alianza para el Progreso lanzada por el presidente Kennedy.

Lo más significativo de todos estos vaivenes y conflictos fue el cambio de las posiciones del electorado, donde el voto peronista
de 1958 abandonaba al presidente y éste no lograba atraer el de otros sectores sociales que compensara aquella pérdida. Fue
así que, en las elecciones legislativas da 1960, se reprodujo prácticamente el cuadro de las elecciones constituyentes de 1957.
En 1962, la UCRI logró aumentar su caudal hasta el 25% de los votos, pero lo hizo a expensas da la UCRP y partidos menores,
más no del peronismo. Todavía se discute, entre partidarios y adversarios de Frondizi, cuál fue la causa da esta situación
electoral. Nos animaríamos a resumirla en los siguientes factores: a) los elementos antiperonistas de la sociedad sospechaban
del presidente por su pacto con Parón y las medidas concretas de gobierno que beneficiaban a sus partidarios; b) otros sectores
de la franja central del electorado temían el posible criptocomunismo de Frondizi, atizado desde la oposición; c) esto mismo y
su política económica más abierta a las leyes del mercado le enajenaron las simpatías de los elementos
democristianosysocialdemócratas; d) los peronistas pasaban cada vez más a la oposición abierta. En estas condiciones el
presidente, pese a su habilidad para superar situaciones difíciles, se encontraba cada vez más solo ante un ejército que hacia
1962 pretendía tutelarlo y más aún, hacerlo al instrumento da sus intereses corporativos y sus convicciones políticas.

La crisis del 62

Las elecciones del 18 de marzo, que acabamos de mencionar, fueron el detonante de la crisis final.6 El peronismo participó sin
demasiada unidad, pues además de la línea mayoritaria reunida en el partido Unión Popular, hacían su aparición líderes
provinciales más o menos nuevos, constituyentes de loque se llamó el “neoperonismo”. Aunque el peronismo sólo alcanzó
eltercer lugar en los votos —17,8%—-, triunfó en la mayoría de los distritos: obtuvo 9 de ellos —5 de los cuales correspondían al
neoperonismo— mientras el oficialismo triunfaba en 5, y la UCRP, los bloquistas y los conservadores en uno cada uno. Pero el
factor decisivo en la reacción del antiperonismo fue el triunfo de Framini en la provincia de Buenos Aires. El ministro Vítolo
reconoció su fracaso, y la oposición encabezada por los militares exigió que aquél cumpliera su promesa anterior de aplicar
“remedios constitucionales”, o sea intervenir las provincias donde el peronismo hubiera triunfado. Frondizi aceptó esto como
manera de sobrevivir, Vítolo renunció y el día 20 quedaron intervenidas esas provincias.

La medida no alcanzó para superar la crisis. En las frenéticas consultas que siguieron, se barajaron soluciones que iban desde
forzar al presidente, rodeándolo de un gabinete de coalición antiperonista, hasta la asunción del gobierno por una junta militar.
Las posicionas de los grupos depresión fueron complejas. Los integrantes del antiperonismo duro (marina, sector “Colorado” del
ejército y grupos civiles) sostenían una coalición antiperonista, con o sin el presidente, según fuera la actitud de éste; el sector
“azul” del ejército aceptaba una coexistencia con el neoperonismo que no dependiera dalas órdenes de Perón. El mismo día 20
los militares deciden pedirle a Frondizi que renuncie, a lo que éste se niega, y el 23 reforma el gabinete para disminuir la
presión.

Al tiempo pide al general Aramburu que actúe como mediador. Varios militares y civiles ven en esta mediación la oportunidad
de una salida de la crisis “a lo de Gaulle”: una coalición nacional a través del liderazgo unificador del general, lo que algún autor
ha llamado la salida por “la dictadura constitucional”. La gestión mediadora de Aramburu fracasa porque nadie quiere
comprometerse para salvar al presidente. ‘(fracasa también por la solución aramburista, porque la mayoría de los dirigentes
políticos prefiere que se define la facción militar triunfante para después negociar con ella.

En ese ambiente enrarecido y previa renuncia de los ministros militares, los jefes de lastres armas exigenla renuncie de Frondizi
bajo amenazada deponerlo. Mientras esto ocurre, el ministro de Defensa Rodolfo Martínez ejecuta una maniobra audaz:
consulta a la Corte Suprema de Justicia si en caso de deponer al presidente, rige la ley de acefalia. La respuesta del Tribunal es
positiva, y Martínez la comunica a los tres jefes, quienes ofrecen la presidencia al jefe provisional del Senado, José Maria Guido.
Martínez había logrado salvar les formas constitucionales, pero no el espíritu de la Constitución.

Guido juré aonio presidente el 29 de marzo de 1962 y para cumplir con las exigencias de los militares, procedió a anular las
elecciones y a proscribir a los comunistas y peronistas de la actividad política y electoral.

El presidente Guido era prácticamente un desconocido para el grueso de la población. Senador por Río Negro, carecía de relieve
propio y su influencia no se extendía más allá de algunos amigos políticos. Llevado por las circunstancias a evitar un golpe
militar abierto y a ejercer una suerte de presidencia “protegida” por el grupo militar predominante tuvo la habilidad de hacer de
su debilidad un arma, y cada vez que fue presionado en exceso manifestó intención de renunciar, lo que le dio cierto escaso
margen de maniobra, pues las facciones militares evitaban enfrentarse.

La cuestión peronista había sido decidida por los colorados y sus aliados civiles con la exclusión política del peronismo. Pero la
cuestión militar no estaba resuelta. Antes de un mes se hicieron evidentes en el ejército las divergencias entre azules y
colorados, cada vez más enconadas. En agosto los colorados parecían dominar la situación, pero este predominio era más
nominal, o si se quiere administrativo, que real. Los azules dominaban Campo de Mayo y el arma de caballería, y asíse produjo
un curioso pronunciamiento. Campo de Mayo, con el general Juan O. Ongania, se sublevó para asegurar la legalidad y
subordinar el ejército a la autoridad civil. Los colorados y la Marina respondieron con la violencia armada. Los blindados de
Magdalena fueron bombardeados por la aviación naval. Los azules lanzaron un operativo militar en el que demostraron
superioridad de fuerza y superioridad táctica, arrollando a sus adversarias. A las órdenes de Onganía se destacaron el general
Lanusse y el coronel López Aufranc. Mientras esto sucedía y una ciudadanía inconsulta presenciaba atónita cómo los militares se
agredían entre ellos y prescindían de la opinión civil, el presidente se acomodó a la nueva situación. Rodolfo Martínez fue
nombrado ministro del Interior y se puso en ejecución el famoso comunicado 150 —obra del periodista Mariano Grondona—
que resumía la posición de los azules en: prescindencia de los militares en política, subordinación al poder civil, profesionalismo
y disciplina y el derecho al voto de toda la ciudadanía sin exclusiones.
Pero estos propósitos no iban a ser mantenidas durante el interregno de Guido. Poco a poco las transacciones propias del juego
del poder fueron recortando la participación política plena, acotándola como una suerte de aceptación de un peronismo sin
Perón. Con ese fin se gestó la formación de un Frente Nacional Popular que unía frondizistas, la Unión Popular los
conservadores populares y otros grupos y a cuyo frente se postulaba Vicente S. Lima, conservador popular. La UCRP hacia su
propio juego como apuesta a una alianza popular que significaba un peronismo enmarcado por sus socias y postuló a Arturo Illia
para presidente. En ese panorama reapareció la propuesta de elecciones presidenciales adelantadas con Aramburu como único
candidato de unidad nacional, que convalidaría luego las elecciones anuladas de 1962. La propuesta fracasó ante la oposición de
los peronistas y de los antiperonistas duros. La disconformidad con el Frente creció y los democristianos se retiran de él. Oscar
Alende se separó del frondizismo y presentó su propia candidatura, al tiempo que los aramburistas crearon la Unión del Pueblo
Argentino que recordaba por su título, pero no por su fuerza, al Rassemblement du Peuple Français gaullista. En medio de la
confusión popular, el gobierno llamó a elecciones generales, de las que quedaron excluidos los peronistas duros. Poco después
el Frente Nacional y Popular, siguiendo las directivas de Perón, anunció que votaría en blanco. El comunicado 150 había sido
sepultado por sus propios autores.

Última experiencia antiperonista

Las elecciones llegaban en un momento de relativa tranquilidad económica, Pese a que desde 1960 se hacían sentir las
restricciones derivadas de la creación de la Comunidad Económica Europea, se había conseguido incrementar la exportación
agrícola con la consiguiente inyección de divisas en el mercado local.

Las elecciones de 1963 y el gobierno de Illia

Los resultados electorales sorprendieron a muchos, entre ellos a Ricardo Balbín que había rechazado la postulación presidencial
de su partido no creyendo en su victoria. La fórmula Illia-Perette de la UCRP se impuso con 2.403.451 votos frente a 1.563996
de Alende (UCRI) y 1.326.855 de Aramburu. Los votos en blanco llegaron a 1.700.000 con el aporte de los frondizistas, y aunque
representaron la segunda minoría, reunieron apenas el 17,5% de los votantes. Todavía robusto, el peronismo mostraba una
declinación a la que no fueron ajenos los neoperonistas que se presentaron como candidatos no votables. La suma de los
radicalismos divididos evidenciaba un electorado fracturado pero fiel, y con UDELPA hacía su aparición una nueva fuerza de
centroderecha que sumaba el 13,7% de los votos. Casi un 18% del electorado permanecía flotante entre grupos menores, entre
ellos un 4% de la democracia cristiana. Aparte de esas realidades numéricas, las elecciones evidenciaban la persistencia de la
ceguera de la dirigencia política, aferrada a cuestiones circunstanciales, cuando no personales, y desentendida del verdadero
problema: restablecer a legitimidad constitucional y dar estabilidad a una democracia larvada, cuando las instituciones políticas
carecían todavía del vigor para poner coto a la “vigilancia militar”, cada vez más cercana al planteo corporativo que a la
salvaguarda de la Constitución.

Con ese difícil telón de fondo, Arturo Illia iba a realizar una gestión meritoria aunque fuera duramente combatida en su
momento con recursos francamente desleales. Médico bonaerense con larga radicación en Cruz del Eje, Córdoba, afable y
conciliador, de honradez intachable, y con una concepción muy personal del “tiempo político”, el punto débil de su gobierno
consistió en quedar encerrado en las estructuras partidarias, gobernar solo con el partido, estar demasiado pendiente de sus
problemas internos y, como consecuencia de todo esto, no lograr líneas eficaces de comunicación con el resto de la sociedad.

Illia asumió la presidencia el 12 de octubre de 1963. Como consecuencia de la tradición democrática radical y de la honradez
política del presidente, era lógico que se tendiera a ampliar las bases democráticas delsistema. Pero aquí se encontró el
gobierno con la oposición simultánea del peronismo y de los militares. Parte del primero acusaba al gobierno de ilegítimo y
anunciaba un plan de lucha, mientras que el ejército “azul” con su comandante en jefe el general Onganía, era un crítico
expectante de cada movimiento del gobierno.

Este se caracterizó por cierta morosidad de actitudes, como si le faltara capacidad de respuesta oportuna en cada situación, lo
que tal vez derivara del convencimiento del presidente de que la prudencia disolvería muchas manifestaciones de contrariedad.
Pero la verdad es que, al margen de esta criticada peculiaridad, durante este gobierno se respiró un ambiente de libertad
política y cultural que hacía muchos años el país no conocía.

Política exterior de Zabala Ortiz

Una de las áreas de mayor éxito de Illia fue la política exterior, donde era secundado por un avezado político, Miguel Ángel
Zabala Ortiz. Este heredaba una actitud pronorteamericana en el asunto de Cuba, que mantuvo, reservándose cierta
independencia. Cuando la intervención norteamericana en la República Dominicana en 1965, aprobó la intervención pero se
abstuvo de recomendar el envío de tropas para participaren ella. Zabala Ortiz manejó con mucho tino las cuestiones fronterizas
con Chile y logró su mayor triunfo en el asunto de las islas Malvinas, cuando obtuvo de las Naciones Unidas la Resolución
2065—18 de diciembre de 1965—que incluía las islas en el proceso de descolonización y fomentaba las relaciones directas
entre Gran Bretaña y la Argentina sobre el tema. Al mismo tiempo obtuvo en la OEA que no se permitiera el ingreso de
miembros que no fueran parte de un litigio territorial entre un Estado miembro y otro no americano, con lo que se impedía la
incorporación de un eventual Estado malvinero. Por último preparó las bases de un acuerdo con la Santa Sede, que se
concretaría posteriormente.

La cuestión económica fue encarada con relativo éxito, según la opinión de los críticos más severos. Representó un tramo
positivo en un periodo de treinta años, en el cual casi todo el resto tuvo saldos negativos. Continuó la expansión cerealera
iniciada en tiempos de Guido y el salario real creció un 6,4%. La conducción económica de Eugenio Blanco y su sucesor Juan
Carlos Pugliese, procuró una reforma gradual con cambios flexibles, cierta libertad de precios y estimulación de las
exportaciones. Sólo en el campo petrolero, el gobierno dejó de lado su pragmatismo económico para adoptar un criterio
principista, anulando los contratos con las compañías extranjeras realizados durante el gobierno de Frondizi. Y esto, aunque se
palió parcialmente con una buena gestión de YPF, contribuyó al atraso final del sistema energético argentino.

Un frente difícil para Illia fue el sindical. La dureza de la posición de gremialistas fogueados, conducidos por Augusto Vandor, no
era el resultado de la política oficial, que había optado por una actitud tolerante y dictado la ley del salario mínimo vital y móvil;
respondía en realidad a los enfrentamientos entre el peronismo ortodoxo y el neoperonismo de Vandor. Una lucha despiadada
por lograr el poder sindical los llevaba a adoptar actitudes cada vez más duras frente al gobierno, que se vio obligado a
responder con una limitación al derecho de huelga y el control de los fondos sindicales. Era lo que los dirigentes gremialistas
necesitaban para alegar que el gobierno los perseguía. Al mismo tiempo Perón amagó con regresar al país. Llegó hasta Río de
Janeiro donde lo detuvo y obligó a regresar una gestión de Zabala Ortiz ante su colega brasileño. Este gesto oficial pareció
devolver a Perón una cuota del poder de conducción que le disputaba Vandor.

Illia estaba decidido a recuperar en el ejercicio del poder la legitimidad de origen que le restaron las elecciones limitadas por la
proscripción del peronismo que lo encumbraron. Fue así que en noviembre da 1964 anunció elecciones legislativas y levantó las
proscripciones contra peronistas y comunistas. Las elecciones se realizaron en marzo del año siguiente y dieron el triunfo a la
peronista Unión Popular con el 29,6% de los votos, seguida por la UCIRP con el 28.4%. La UCRI conducida por Alende, y el MIO
de Frondizi se ubicaron en el tercer y cuarto puesto respectivamente, pero juntos no sumaran más que el 12,2%. El resto del
electorado se proyectó atomizada en diversos partidos: UDELPA prácticamente desapareció al recoger sólo un 2,2%.

En noviembre de 1965, el teniente general Onganía pidió el retiro, por desinteligencias con el presidente en cuanto a la elección
del secretario de Guerra. Le sucedió el general Pistarini, amigo de Onganía, con lo que el liderazgo militar de éste quedó intacto.
En las elecciones para gobernador de Mendoza, en marzo de 1966, se, enfrentaron los dos grupos peronistas: los vandoristas
sostuvieron a Será García frente al ortodoxo Corvalán Nanclares. Los candidatos sé presentaron separados y fueron vencidos
por el conservador Jofre, pero Corvalán Nanclares derroté ampliamente al candidato de Vandor, con el apoyo expreso de María
Isabel Martínez de Perón, tercera esposa 4el líder justicialista, quien viajó para ese propósito, Desde ese momento fue evidente
que Perón estaba en condiciones de reunificar el movimiento peronista. Sin embargo para recuperar el poder nacional,
necesitaba un gobierno más antiperonista, generador de reacciones que le devolvieran la antigua mayoría absoluta. Esta
evidencia también la tuvieron os militares. Onganía no estaba dispuesto a permitir el regreso de Perón y una nueva liquidación
del generalato como la ocurrida en 1955. Como dijera irónicamente el conservador Emilio Hardoy, los azules se habían vuelto
colorados.

El acuerdo tácito entre peronistas y militares, aunque con objetivos distintos, se manifestó junto con las coincidencias
corporativas entre gremialistas y militares. El 29 de mayo de 1966, el comandante en jefe general Pascual A. Pistarini realizó una
severa crítica al gobierno. Los semanarios peronistas criticaban a éste y promocionaban la figura de Onganía en sus tapas. El
golpe de Estado eraprácticamente anunciado ante una sociedad que no percibía la gravedad del intento ni sus consecuencias.
Esa encandilamiento era convenientemente promocionado por alguna prensa y comunicadores pagados, que cultivaron cierto
hartazgo por el estilo político oficial. El 28 de junio, ante la pasividad civil, los comandantes de las tres armas derrocaron al
presidente. La Argentina convertía su alteración en violencia. El juego imposible cesaba, para no ser reemplazado por uno
factible, sino para ser sustituido por el imperium militar. Casi todos los protagonistas e inspira-dores civiles y militares de aquel
golpe de estado —Lanusse, Grondona y otros— manifiestan hoy su arrepentimiento.

El día anterior al golpe de Estado se conoció una reunión realizada entre el secretario de Guerra, el comandante del II Cuerpo de
Ejército Carlos A. Caro y algunos dirigentes políticos. Los principales jefes militares interpretaron la reunión como un intento de
neutralizar el proceso que las fuerzas armadas querían conducir por sí mismas. Por eso el 27 de junio el comando en jefe del
Ejército hizo pública la resolución del relevo del general Caro, el desconocimiento de la autoridad del general Castro Sánchez
como secretario de Guerra, el acuartelamiento de las tropas y todo eso manteniendo “informado al pueblo”. Era el prólogo del
golpe.

La argentina violenta

37. El régimen militar y la Argentina corporativa (1966-1 973)

El recurso a la fuerza

En la historia de las ideas que han constituido el eje de las distintas teorías del Estado, tres conceptos por o menos han sido
postulados por la experiencia: la fuerza, la ley, la legitimidad.

Esos conceptos son útiles para exponer la historia de las teorías sobre el Estado, pero también para entender mejor la secuencia
de las crisis. El recurso de la fuerza debe ser siempre la última ratio para hacer frente al caos, pero la fórmula política resultante
—sobre todo si no se imita en el tiempo— es siempre la de más baja calidad política. Una sociedad nacional —e incluso
internacional—progresa cuando subordina la fuerza al gobierno de la ley. Entonces priva el concepto de legalidad, de fuerza
calificada, de norma fijadora de cierto orden. Si además esa legalidad es consentida por la sociedad, reposa en creencias
colectivas que tienen a un régimen político como el mejor de los conocidos y posibles, se llega a la relativa plenitud de la
legitimidad. Es lo que sucede en estos tiempos con el principio de legitimidad democrático: al llegar al término del siglo XX,
habitado por totalitarismos perversos, el principio de la legitimidad democrática no encuentra fórmulas políticas alternativas
más valiosas. Las democracias concretas podrán funcionar mejor o peor, ser desarrolladas o precarias. Pero la legitimidad
democrática ha terminado por presentarse como el único principio valioso en términos políticos, para desgracia de las
mentalidades autoritarias o totalitarias.

Los tres conceptos —fuerza, ley, legitimidad— sirven para explicar el progreso o la degradación de una sociedad en términos de
cultura política o de convivencia civilizada.

Nuestra historia contemporánea es, en ese sentido, una demostración de cómo se fue degradando la sociedad por el abuso del
recurso de la fuerza, y cómo el progreso, en términos de calidad política, reclamaban la necesidad de consolidar un régimen
democrático legítimo.

Los 17 años que transcurren entre 1966 y 1982 contienen lecciones tan costosas ytan claras que, una narración necesariamente
selectiva de hechos fundamentales en medio de anécdotas innumerables, explicará por sí misma por qué la enorme mayoría de
los argentinos llegó a las elecciones de 1983 en búsqueda de dos objetivos centrales: la paz y el gobierno de la ley. Entre 1966 y
las elecciones de 1983, que señalaron el comienzo dele transición hacia la democracia constitucional, pueden distinguirse tres
etapas: la primera, recorrida por un régimen militar con tres gobiernos sucesivos, entre 1966 y 1973; la segunda, ocupada por el
intervalo constitucional de los gobiernos peronistas entre 1973 y 1976, y la tercera, la del retorno a un régimen militar con
varios gobiernos que se sucedieron entre 1976 y 1982, denominado por sus autores Proceso de Reorganización Nacional y
conocido en expresión ceñida como “el Proceso”.

Es, progresivamente, el tiempo de le Argentina violenta que en otro lugar hemos llamado “los años ciegos”, ola Argentina de los
“partidos militares’, según una expresión empleada para describir la situación latinoamericana Argentina.

No sería inapropiado llamar a esos períodos según las etapas propuestas, pero formando parte de una suerte de Argentina
militar interrumpida sólo formalmente por un tramo institucional, una Argentina militar que coexistió con otra Argentina
“militante”, la de las guerrillas, en una polarización que fue desplazando la precedente entre peronistas y antiperonistas, para
atrapar entre sus tenazas a una sociedad civil impotente en medio del “estado de naturaleza” en el sentido de la clásica
descripción de Thomas Hobbies en el Leviatán, Las fuerzas armadas no actuaban como institución de le Carta Magna, sinocomo
corporación encerrada en sí misma e imponiendo a la sociedad la l6gica interne de sus valores, exponiendo le idea de
“seguridad nacional’ como un absoluto.

El contexto latinoamericano

Es preciso tener presente el contexto regional da los años 60 pare explicar le creciente militarización del lenguaje y de la vida
política en América latina, porque es parte del escenario internacional que percibían los actores y protagonistas del proceso
político y socioeconómico argentino,

La muerte del cure-guerrillero Camilo Torres en le Colombia de principios de 1965, le muerte de Ernesto Che Guevara en
octubre de 1967, los golpes de mano de los Tupameros en el Uruguayy de diversos grupos clandestinos en el Brasil, dieron eles
guerrillas latinoamericanas notoriedad mundial. La Guerra de guerrillas (1960) del Che, la Révolution dans la révolution (1967)
del francés Regis Debray —hoy crítico de las guerrillas y reivindicador del general de Gaulle—, escritos e partir de le experiencia
cubana de los años. 1956 e 1959, el Manual del Guerrillero Urbano del brasileño Carlos Marighela (1969), se habían convertido
en clásicos de la “guerra revolucionaria” en el mismo nivel que los Escritos militares de Mao-Tse-Tung, el film La Bataille
d’Algero el libro de Giap Guerra dupeuple, Armée du peuple.

Las guerrillas

Sin embargo, al éxito revolucionario de Cuba habían seguido los fracasos de la guerrilla revolucionaria, tanto en su forma
campesina —en Colombia, en Perú, en Bolivia, en Venezuela— cuanto en sus manifestaciones urbanas—Uruguay, Brasil— lo
cual llevaba a plantear cuestiones importantes en el mundo militar, en el militante y en el intelectual que analizaba esos
fenómenos. Los exámenes más objetivos explicaban el prestigio de las guerrillas, pero también su impotencia. Algunos
escritores marxistas latinoamericanos, como el colombiano Antonio García en La estructura de/atraso en América latina (1969),
concluían en que los partidos comunistas centro y sudamericanos, por su fidelidad incondicional a le política del Kremlin,
entonces enderezada a la formación de “frentes” nacionales y populares, no habían hecho sino alarmar a les “oligarquías
capitalistas”, restaurar su dominación y bloquear, por el temor al castrismo, toda posibilidad da revolución propiamente
comunista, exasperando a las juventudes militantes que buscaron la salida por el camino —al cabo también bloqueado— de las
guerrillas. El diagnóstico, procedente de un marxista crítico, del esquematismo de los partidos comunistas “ortodoxos” de esos
tiempos, no era un disparate, Pero no alcanzaba a realizarla misma o parecida crítica a la “teoría del foco guerrillero”, sostenida
con elocuencia por Debray, que llevó ala muerte a miles de jóvenes.

No es nuestro propósito el examen de las controversias entre los teóricos dele lucha armada durante y después de los años 60.
En todo caso parece suficiente señalar por un ledo que, salvo los casos cubano y nicaragüense, les guerrillas victoriosas en le
historie contemporánea hicieron de la lucha revolucionaria, parte esencial de una lucha por la liberación nacional contra
ejércitos extranjeros que ocupaban el suelo de la patria. Los escritos militares de Mao concernían ante todo a la guerrilla
antijaponesa, la guerrilla argelina luchaba contra los franceses y la vietnamita contra los franceses primero y luego contra los
norteamericanos La violencia colombiana con sus decenas de miles de víctimas formaba parte de una historia partidista
igualmente violenta.

Pero el fenómeno guerrillero latinoamericano, instalado en un contexto internacional de grandes potencias en acecho
reciproco, era uno de los factores que alentaban a la emergencia de los “ejércitos modernizadores” comohabía ocurrido en
Brasil en 1964 ysucedería en el Perú en 1968. La seguridad nacionalyel anticomunismo la difusión de la idea yde la acción de la
“guerra revolucionaria”, y en el caso argentino la intención de llevar a cabo un “proyecto nacional” que llevase al país hacia un
—supuesto— “destino de grandeza” eran temas cotidianos entre militares, entre sedicentes analistas políticos yen medios
afines con el desarrollismo político y económico.

El golpe del 66

En ese ambiente ocurrió el golpe. El digno y honesto presidente Illia, según tina versión poco discutida, recibió al general Julio
Alsogaray, encargado de comunicarle su destitución el 28 de junio de 1966, con una expresión significativa: “Quién es usted?”,
“Vengo a traer una orden del comandante en jefe...” fue la primera respuesta. “Yo soy el comandante en jefe de las fuerzas
armadas y usted es un vulgarfaccioso que usa sus armas ysus soldados desleales para violar la ley. No es más que un bandido. Y
le repito que yo soy el comandante en jefe y le ordeno salir”“Si insiste —respondió Alsogaray— nos veremos obligados a usar la
violencia.”“Ustedes la han usado —dijo Illia— y la seguirán usando. Yo estoy aquí, no para defender intereses personales sino
por haber sido elegido por el pueblo para defender la ley y la Constitución.

Luego intervino el coronel Perlinger y un policía desarmado, precedido por otros varios armados, con ametralladoras y un
equipo de gases lacrimógenos, procuró convencer al presidente que debían protegerlo mientras abandonaba el despacho. Illia
lo hizo apoyado en el brazo de su ministro de Relaciones Exteriores, Miguel A. Zabala Ortiz. Eran las 19:30 de la tarde.
Veinte años después, el general retirado, Alejandro Agustín Lanusse, y el propio Perlingen, manifestarian su arrepentimiento
por el hecho. La experiencia demostró que a Argentina militar no resolvería ninguna de las cuestiones que se habían invocado
como causas del golpe. Pero los actores del 66 estaban atrapados por tradiciones encontradas, por ideologías de justificación
creyentes en la “hora de la espada’ del nacionalismo antiliberal y por el “juego imposible” que la Argentina política practicaba
sobre la regla no escrita que hacía del peronismo un dominador prohibido.

En el mensaje de la Junta revolucionaria dado el 28 de junio y publicado en los diarios del día siguiente, los jefes militares
establecían que “la autoridad, cuyo fin último es la protección de la libertad, no puede sostenerse sobre una política que
acomoda a su arbitrio el albedrío de los ciudadanos...”. No existía convivencia civilizada —se decía— sino un remedo de ella,
que significaba al cabo un “agravio a la inteligencia, la seriedad y el buen sentido”. Se había hecho “del salario una estafe y del
ahorro una ilusión...” (Debe decirse que el año 1966 terminaría con un 32% anual de inflación). El acto revolucionario se había
decidido con el “único y auténtico fin de salvar la República. La transformación nacional y la modernización eran las expresiones
que resumían los objetivos de la acción militar.Esta eliminaba la “falacia de una legalidad formal y estéril”.

El mensaje incluía las principales decisiones de la Junta revolucionaria compuesta por los tres comandantes en jefe —Pascual
Pistarini (Ejército), Adolfo T. Álvarez (Fuerza Aérea) y Benigno I. Varela (Armada)—: la destitución del presidente, del
vicepresidente, de los gobernadores y vicegobernadores; la disolución del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales;
la separación de sus cargos de los miembros de la Corte Suprema de Justicia y del procurador general y la designación inmediata
de sus reemplazantes; la disolución de todos los partidos políticos y la vigencia del estatuto de la revolución y de los objetivos
políticos del movimiento militar.

La Junta anunciaba, por fin, que en nombre de las fuerzas armadas el cargo de presidente seria ejercido por el teniente general
Juan Carlos Onganía. Todo en nombre de nuestra tradición occidental y cristiana. El suceso militar fue bautizado con una
expresión quizá pretenciosa: Revolución Argentina.

Los argumentos públicos de la Junta no parecían al cabo tan verosímiles como los argumentos discretamente expuestos en una
carta de oficiales retirados de las fuerzas armadas al comandante en jefe del ejército, con anterioridad al golpe de Estado. Para
ellos “las fuerzas armadas no tienen como misión la defensa de un legalismo puramente formal, desentendiéndose de su
contenido, sino la defensa de ciertos valores que debían ser sostenidos y no desnaturalizados en un escenario aparentemente
democrático”.

Era la justificación del “golpe preventivo”, del golpe de Estado realizado antes de un nuevo triunfo peronista en elecciones
relativamente próximas, apoyado en diversos argumentos, salvo el verdadero.

Era, también, el resultado de la percepción del régimen constitucional como “legalidad formal y estéril”, con lo que expresiones
de la derecha empleaban segmentos de la ideología de la izquierda marxista leninista.

La autocracia militar

Del golpe del 66 emergió una autocracia militar No sólo un gobierno, pues, sino la semilla de un régimen. Dicha autocracia era
expresiva de la Argentina corporativa, cuya vitalidad demostraba ser mayor que la de la precaria Argentina republicana. El golpe
tuvo el apoyo de las fuerzas armadas como sostén del protagonista principal, de buena parte de los dirigentes sindicales y de
sectores significativos del poder económico. Era una “alianza objetiva” de los tres, con la marginación de los partidos políticos.

Esta lectura corporativa del proceso político y económico permite descubrir una suerte de “estabilidad” en medio de la
inestabilidad institucional persistente. El régimen militar no fue, sin embargo, en sí mismo estable, sino sujeto a luchas
faccionales intramilitares. Entre 1966 y 1973 tuvo tres presidentes: el citado Juan Carlos Onganía, el general Roberto Marcelo
Levingston y el general Alejandro Agustín Lanusse.

La gestión del presidente Onganía comenzó el 29 de junio de 1966 yterminó por decisión militar el 8 de junio de 1970. En poco
menos de cuatro años, más de cincuenta secretarios de Estado circularon por los gabinetes de esa sola gestión, Cuando Onganía
fue derrocado por sus pares sería —contando a Rawson— el noveno presidente desplazado desde la crisis del 30. Sólo dos
militares-presidentes habían cumplido un período constitucional completo: Justo (1932-1938) y Perón (1946-1952). En ese
lapso, el promedio de desempeño presidencial apenas supera los cuatro años; los promedios ministeriales sólo superaban los
doce meses y sise sigue descendiendo en los roles administrativos, se advertirá que la inestabilidad de la Argentina del ciclo
histórico, comenzado hacia fines de la década del 20, está entre las más notorias de América latina. Si se buscan causas de la
declinación nacional, la inestabilidad institucional y las democracias truncas se hallarán entre las menos discutidas.

El régimen militar

Considerado por sus pares como un caudillo militar ascético y severo, Onganía procuró trasladar su imagen castrense de
hombre de autoridad a la sociedad entera, donde la autoridad como teme político era cuestión compleja. Reclutó a sus
colaboradores según ciertos valores compartidos: muchos de los nuevos funcionarios, sobre todo en áreas no económicas, eran
católicos; muchos de los católicos eran de filiación nacionalista en versiones diferentes; la mayoría de los funcionarios se
titulaba apolítica y se consideraba anticomunista.

El primer equipo ministerial quedó integrado por Enrique Martínez Paz en Interior, Nicanor Costa Méndez en Relaciones
Exteriores y Néstor Salimei en Economía. Defensa y Bienestar Social quedaron al principio vacantes, y pronto Adalbert Krieger
Vasena tomaría las riendas de Economía. En torno de aquellos tres ministerios giró buena parte de la suerte de la gestión de
Onganía.

Neoliberales en economía, antiliberales o no democráticos en política, los hombres de Onganía expresaban las contradicciones
del presidente, habituales en el mundo militar argentino y sus aliados corporativos.

Antiliberales y neoliberales
Las tendencias de la gestión de Onganía hicieron visibles las contradicciones entre el modelo económico —neoliberal— y el
modelo cultural —antiliberal—, y se hizo notoria la ausencia de un proyecto político sustancial. Álvaro Alsogaray fue designado
embajador en los Estados Unidos mientras Augusto T. Vandor, secretario general de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica,
establecía relaciones amistosas con el gobierno militar. Pero en los ambientes culturales había desasosiego y oposición. La
primera expresión detonante se produjo en la Universidad de Buenos Aires, en cuyo rectorado la intervención policial sin
contemplaciones protagonizo’” la noche de los bastones largos” del 29 de julio. Al terminar el año Krieger Vasena dirigía la
economía y Guillermo Borda el ministerio del Interior. En términos ideológicos el gabinete era mixto. El pragmatismo neoliberal
de Krieger y su ascendiente en el mundo empresario le permitió encarar un acuerdo de precios con 500 empresas líderes que,
con la política cambiaria y de ingresos entre dichos sectores y los asalariados, constituyó una experiencia basada según Guido Di
Tella en una “visión de un mercado más bien de tipo oligopólico e imperfecto, más parecido a la realidad que las visiones
simplistas de los modelos ingenuamente liberales”, que en cierto sentido empalmó, por su flexibilidad, con las políticas
radicales precedentes, también flexibles, permitiendo uno de os mejores períodos de crecimiento ininterrumpido en la
Argentina de posguerra, desde 1963 hasta 1974. “La economía creció en promedio a la tasa nada desdeñable del 5,6% anual por
más de 10 años”. La marcha de la política económica y los rasgos señalados demuestran que el argumento económico del golpe
de Estado no había tenido el sostén de la veracidad, y hacia el futuro, que la crisis política de 1969 que sacudió al gobierno de
Onganía y fue el principio de su erosión definitiva, no es explicable por causas económicas, salvo que se apele a la
interpretación de que en medio de cierta prosperidad las expectativas crecen y los factores políticos y sociales, a la búsqueda de
cambios turbulentos, tienen mejores ámbitos para actuar.

El “cordobazo”

El “cordobazo” de 1969, en el ámbito internacional de las revueltas estudiantiles de 1968, ocurrió, en efecto, en la ciudad del
interior relativamente más próspera; fue la culminación da un reguero de conflictos comenzados en comedores estudiantiles
del Litoral; puso de manifiesto el activismo de la guerrilla urbana perotambién elfaccionalismo militar, pues el ejército actúo en
la represión con llamativa eficacia, aunque luego de que la crisis política del gobierno nacional fuera manifiesta.

El presidente Ongania concentró en su ministro de Economía responsabilidades que no le eran atribuibles, ya que la política de
Krieger había Sido eficaz, y se desembarazó de éste tal vez cuando más lo necesitaba. El rumbo de los acontecimientos era el de
la violencia abierta. El asesinato del dirigente sindical Augusto Vandor llevó a la declaración del estado de sitio. El secuestro y
posterior asesinato del general y ex presidente Pedro Eugenio Aramburu condujo a la presentación pública del grupo guerrillero
Montoneros, cuyos dirigentes justificaron el hecho con argumentos demostrativos de que la corrupción de los medios y el
cinismo, eran parte de su patrimonio.

Los militares se quejaban de aparecer como pretores del pueblo y la “política sin política” del presidente lo fue dejando en
soledad sin los apoyos de otrora, sindicales, empresarios y fundamentalmente, castrenses.

El 8 de junio de 1970, la Junta Militar se reconstituyó para demandar la renuncia de Onganía. Poco antes de medianoche éste
renunció “bajo la presión de las armas” según el texto de la renuncia —expresión un tanto obvia—, imponiendo a sus sucesores
la responsabilidad de los acontecimientos por esa “triste noche”, apreciación en todo caso personal por cuanto a tristeza de los
argentinos se aplicaba a un país alterado y sin rumbo.

El interregno de Levingston

El régimen militar ya no era tal. La “revolución argentina” era una ilusión de preceptores intelectuales. Diez días después de la
destitución de Onganía, por decisión de los tres miembros de la Junta fue designado un general con destino en Washington
llamado Roberto Marcelo Levingston, para quien el nombramiento fue tan sorpresivo como para la opinión pública que lo
desconocía. El 23 de marzo de 1971 renunció. En esos trescientos días, la gestión de Levingston mostró cómo podía llegarse a
un cargo sin la percepción de los límites.

La primera tentación del nuevo presidente fue la de decidirse por la “profundización” de una revolución inexistente mientras
había aceptado gobernar bajo la tutela de la Junta Militar en resoluciones de “significativa trascendencia” yveía crecerla
violencia cruzada. La ola de asesinatos políticos arrasó, no sólo con Aramburu, sino con el importante dirigente sindical José
Alonso, y sigui6 con al asalto de La Calera y Garín, atribuido a un grupo denominado Fuerzas Armadas Revolucionarias.

En medio del asedio guerrillero, de la desconfianza sindical yde la vigilancia militar, Levingston se proponía descabezar a los
partidos, convocar a la “generación intermedia”, armar un nuevo modelo de país y retomar la ambigua idea de un “proyecto
nacional”. En suma: el peronismo sin Parón, el radicalismo sin Balbín, y los partidos sin sus líderes.

La respuesta de los mediadores políticos —Ricardo Balbín, Vicente Solana Lima, Jorge Paladino por el peronismo, Manuel
Rawson Paz y otros— fue un documento llamado La Hora del Pueblo del 11 de noviembre, en el que demandaban al
cumplimiento de un plan político con llamado a elecciones libres y sin proscripciones, y el cambio de la orientación económica.
Lo suscribían la Unión Cívica Radical del Pueblo, el partidoJusticialista, la democracia progresista, el partido socialista argentino,
la UCR Bloquista de San Juan, y no estaban los demócratas cristianos, el radicalismo intransigente, el socialismo democrático, el
comunismo y el Movimiento de Integración y Desarrollo de Frondizi.

La coalición objetiva que La Hora del Pueblo evocaba era, principalmente, la de peronistas y radicales, la hora de los partidos
políticos y de los líderes marginados por Levingston. Al comenzar 1971, la designación como gobernador de Córdoba de un
conservador reaccionario llamado José C. Uriburu, permitió comprobar cuán lejos estaba el presidente de entenderlo que
pasaba a su alrededor, y cuál era el balance de la “revolución argentina” Había llegado con un golpe contra un presidente
constitucional en nombre del orden, la autoridad, la racionalidad económica, la modernización del país. Cinco años después
había acumulado frustraciones. El 23 de marzo de 1971 la renuncia de Levingston puso fin a una dable aventura, la primera, una
revolución que no fue; la segunda, la de un presidente que fue convocado para administrar una transición y quiso ser líder sin
seguidores. Ambos fracasos dieron el argumento de la gestión del general Alejandro Agustín Lanusse.

La gestión de Lanusse
La gestión de Lanusse comenzó el 26 de marzo de 1971 y terminó el 25 de mayo de 1973 con la entrega del mando presidencial
a Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, electos en comicios libres y abiertos.

La presidencia de Lanusse comenzó con un buen diagnóstica de la crisis del régimen militar el problema era principalmente
político; el principio de legitimidad democrático no tenía alternativas válidas, y la forma de aventar la polarización y la violencia
era la ventilación sin proscripciones de la vida política. Por eso, el eje de su gestión pasaría por el ministerio del Interior, donde
designó a un político honesto e inteligente, de militancia radical y sin aspiraciones presidenciales: Arturo Mor Roig.

La presidencia de Lanusse no fue, sin embargo, gestión sencilla. El 12 de abril de 1971, Mor Roig anunció el levantamiento de la
veda política y días después designó una Comisión Asesora para el estudio de la Reforma Institucional dirigida a “crear las
condiciones para el establecimiento de una democracia auténtica”. Se restituyeron bienes y se proveyó de fondos a los partidos
políticos para su reorganización según el número reconocido de afiliados, y un nuevo estatuto reglamentó su funcionamiento
interno. No habla proscripción para los partidos que adhiriesen a los fines de la Constitución Nacional, a la democracia
representativa y a las vías pacíficas de acción. No había lugar, tampoco, para las oposiciones antisistema. Quedaba a duda sobre
una suerte de “poder de reserva proscriptivo alentado por el impedimento a la candidatura del entonces exiliado Perón. Los
hechos dominarían las interpretaciones. Hubo negociaciones con el líder justicialista y reticencias de éste, pero el plan político
continuó.

Perón fue desafiado por Lanusse para un retorno, resistido según testimonios de la época y posteriores por el protagonista,
pero respaldado por sus hombres de confianza, Héctor Cámpora y el tortuoso José López Rega. El primer retorno, transitorio,
ocurrió el 17 de noviembre de 1972 en medio de extraordinarias medidas de seguridad. Ese hecho, más la devolución del
cadáver de Eva Perón el 3 de septiembre de 1971, reflejaron mejor que las declaraciones, la intención militar de abrir el juego
político y producir una difícil transición.

En el contexto en que había comenzado su gestión, Lanusse advirtió que su estabilidad y su capacidad de conducción dependían
de que fuese una suerte de fiador institucional como representante de las fuerzas armadas. Mientras ese papel estuvo claro, el
presidente tuvo aptitud de gobierno. Pero de pronto mezclé los roles, por decirlo así, y al de fiador institucional unió el de
competidor o rival de Perón.

La autoridad ganada con el primer rol la neutralizaba con el segundo, porque éste sugería que Lanusse intentaba alentar la
coalición que había des- preciado Levingston, para quedarse luego con la presidencia constitucional. Teoría conspirativa o
proceso de intención, la sospecha gravitó sobre las relaciones de Lanusse con sus camaradas militares, y dio cierto vuelo
peligroso a oposiciones nacidas de la derecha y de la izquierda, del sindicalismo y el poder económico,y da un mundo intelectual
que disfrutaba entonces de gran libertad de expresión, pero mantenía una distancia crítica.

En el peronismo la crisis era más profunda cuanto más se acercaba la probabilidad de disputar el poder presidencial.
Justicialistas “históricos” -y neoperonistas ideológicos para quienes Perón era “un momento en la dialéctica de la historia”,
emergieron como rivales inconciliables en la explotación del liderazgo mítico de Perón. Y el gobierno propuso un gran acuerdo
nacional (GAN) que logró más tensiones que aliados.

Las acciones terroristas no habían cesado desde antes de 1969, pero hacia 1971 la violencia cruzada era cosa cotidiana que
mantenía en vilo ata sociedad. A los Montoneros se sumó el ERP—Ejército Revolucionario del Pueblo— que en abril del 72
secuestró a un alto funcionario de la Fiat y planteó con ello un conflicto nuevo por cuanto los protagonistas eran a un tiempo
una organización subversiva, un Estado nacional y una corporación internacional. El 10 de abril fue asesinado en Rosario el jefe
del II Cuerpo de Ejército, general Sánchezyla conmoción aumentó. Lanusse reaccionó con presteza, pero las contradicciones
eran alimentadas tanto por la estrategia de Perón, que jugaba a un tiempo con las reglas electorales y con las ‘formaciones
especiales” —guerrilleros—, como por ciertos grupos políticos con organizaciones de superficie formalmente democráticas y
organizaciones en el subsuelo de la sociedad, afiliadas a la violencia sistemática. Ultraizquierda y ultraderecha se enfrentaban,
anunciando los choques que marcarían la década entera de los 70.

La economía

La economía fue excesivamente dependiente de la suerte del régimen militar, o de lo que quedaba del mismo a través de los
años 1970,71 y 72. La presencia en las carteras de Economía de Carlos Moyano Llerena yAldo Ferrer no fuesuficiente para
impedir las tendencias inflacionarias que alcanzaron niveles alarmantes hacia 1972, con un ritmo próximo al 100% anual y con
un incremento del déficit fiscal del Sal 6% del producto bruto interno, aunque la situación externa era favorable con una
moneda fuertemente devaluada.

La economía estaba subordinada a la dimensión política y ésta al peligro. de la violencia creciente y a la experiencia imprevisible
e imprevista del retorno de Perón. Vivir con Perón habría de ser una nueva prueba, para una sociedad anestesiada en su
capacidad de asombro. La sociedad política y la sociedad civil dieron pruebas de racionalidad y Perón de moderación.

El 3 de octubre de 1972 se dictó la ley 19.862 sobre el régimen electoral nacional, con el sistema de elección presidencial directa
por mayoría absoluta y doble vuelta, o ballotage en el que participarían solamente los dos partidos, confederaciones o alianzas
más votados en la primera vuelta. Seguían otras disposiciones respecto del ballotage, y para los comicios de senadores y
diputados. La adjudicación de las bancas de diputados sería por el sistema proporcional.

El camino a las urnas fue azaroso yviolento, pero se abrió hasta su objetivo. Iban quedando atrás las etapas de la “revolución
argentina”, que ya era historia. También las “leyes fundamentales”, entre las cuales la Constitución era una, la autocracia
unipersonal o colegiada, el difuso organicismo de la primera etapa y leyes como el servicio civil de defensa en medio de una
formidable maquinaria de seguridad. Fue significativo para la política internacional el acuerdo con la Santa Sede sobre la
situación jurídica de la Iglesia Católica y libertad religiosa, negociación iniciada en tiempos de Frondizi, prácticamente concluida
en tiempos de Illia y formalizada en los primeros tramos de la presidencia de Onganía, así como la legislación sobre el mar
argentino y la declaración de aguas jurisdiccionales hasta las 200 millas desde la ribera de nuestras costas.
EL Beagle

El tratado de la Cuenca del Plata con Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay, aprobado por ley el6 de febrero de 1970, fue un hecho
positivo encaminado a la integración de la subregión, mientras continuaban las gestiones para un acuerdo arbitral con Chile
sobre la cuestión del Beagle, que culminó el 22 de julio de 1971 con la firma del llamado “Acuerdo para el Arbitraje” suscripto
por el general Gustavo Martínez Zuviría en representación del gobierno argentino. Diez años después, este acuerdo abrió una
peligrosa discordia. La cuestión de las Malvinas muybien tratada por Illia en 1965, exhibió progresos a partir de 1971 y el
gobierno de la República Popular China fue reconocido como “el único gobierno legal”. Pero si se observan los hechos a partir
de la proclama revolucionaria del 66 y de su diagnóstico, el logro más importante de la autocracia militar organizada en un
golpe preventivo contra un probable triunfo peronista fue el fin de la polarización centrífuga entre ardientes peronistas y
antiperonistas. El gobierno de Lanusse sería recordado por el periodismo y el mundo intelectual como uno de los más liberales
—en términos de libertades políticas y culturales fundamentales— en muchos años. La Junta de Comandantes procuró contener
dentro de ciertos límites políticos el cambio probablemente anárquico que el retorno de Perón y el proceso político abierto
insinuaban. Pidió ala justicia sin éxito la disolución del Frente Justicialista de Liberación, que tenía como eje fundamental al
peronismo. Prohibió el regreso de Perón hasta la consagración del nuevo gobierno. El comandante en jefe del ejército, general
Lanusse, propuso a sus pares un compromiso militar para influir en el comportamiento del próximo gobierno constitucional.

El documento preparado por el estado mayor se titulaba ‘Compromiso de conducta que el ejército argentino asume hasta el 25
de mayo de 1977 para organizar la continuidad del proceso de institucionalización y la estabilidad del próximo gobierno”. El
texto sugiere la noción tardía de que una transición política es una empresa delicada y frágil, que depende de la convicción y el
comportamiento de los protagonistas.

La victoria del Frente

El 11 de marzo de 1973 consagró la victoria del Frente. Hubo, como en casi todas las elecciones argentinas contemporáneas,
alta participación ciudadana: entre el 85 y el 90% en todo el país.

El Frente Justicialista de Liberación, con la fórmula Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima obtuvo el 49,56% con 5,908.414
votos.

La Unión Cívica Radical, con Ricardo Balbín-Eduardo Gamond el 21,29%, co’.537.605 sufragios.

La Alianza Popular Federalista con Francisco Manrique Rafael Martínez Raymonda el 14,90%, con 1.775.867 votos.

Seguían luego la Alianza Popular Revolucionaria con el 7,43% la Alianza Republicana Federal —alentada porel gobierno— con
2,91%; Nueva Fuerza con el 1,97%; el partido Socialista Democrático con el 0,91%; el partido Socialista de los Trabajadores con
0,62%; el Frente de Izquierda Popular con el 0,41%, mientras los votos en blanco reunieron el 1,699% y los votos válidos
11.920.925.

El Frente no había reunido la mayoría de los votos válidos emitidos. Pero la UCR reconoció su triunfo invitando al gobierno a
que no recurriese a la segunda vuelta. Así se decidió, en el plano nacional, con lo que el radicalismo y el gobierno militar
evitaron un efecto de arrastre que hubiera aumentado la imagen del triunfo peronista. Es menos recordado que el FREJULI
reunió más del 50% en ocho provincias —Buenos Aires, Catamarca, Chaco, Jujuy, La Rioja, Salta, Santa Cruz y Tucumán— en las
que se adoptó decisión similar que en el orden nacional y no hubo segunda vuelta, salvo en Capital Federal donde ganaron los
radicales y en Neuquén donde venció el partido provincial Movimiento Popular Neuquino. En Santiago del Estero, para
senadores nacionales, la victoria fue de los peronistas disidentes coaligados con Alianza Popular Revolucionaria.

El peronismo había triunfado a pesar de las especulaciones que en círculos no peronistas y antiperonistas había provocado la
introducción de la segunda vuelta. Había triunfado Cámpora, sin embargo, y no el Perón verdadero.

Esto presagiaba un conflicto. No era claro, después de muchos años de bloqueo político, escrutartendencias, actitudes,
comportamientos electorales, coaliciones sociales probablemente nuevas.

El peronismo “histórico” mantenía sin duda un caudal muy grande de seguidores fieles, pero era probable que se hubiesen
añadido a ese caudal el neoperonismo ideológico, buena parte de la juventud movilizada por la Juventud Peronista —la JP— y el
voto de “protesta”.

El 25 de marzo el presidente electo viajó a Roma donde se fueron a Madrid, saludaron a Franco y Cámpora regresó Buenos
Aires.

Lo esperaba la Argentina violenta

En toda la sociedad hay islas autoritarias. Los argentinos averiguaron por la experiencia lo que la teoría política tiene resuelto
desde hace mucho tiempo, si el poder no arraiga en la sociedad, hay confusión, y la confusión es fuente de violencia y de
injusticia. La disputa entre la Argentina corporativa y la republicana, entre la ultraderecha y la ultraizquierda, entre integrismos
de signo diferente pero básicamente análogos, persistió con porfía y comportamientos salvajes. Islas autoritarias en un
continente democrático, demostraron tener importantes recursos de poder. El mundo cultural, el mundo político, la sociedad
civil, vieron multiplicarse un archipiélago desde el cual se impedía la paz.

38. El tiempo del desprecio (1973-1982)

“Cámpora al gobierno, Perón al poder”


A propósito de os totalitarismos, André Malraux escribió E/tiempo de/desprecio. Hacia 1977, Ernesto Sábato escribe sobre
“Nuestro tiempo del desprecio” con pasajes tan duros y expresivos como éste: “Ese sujeto (...) mezcla delirante y de brujo de
conventillo, de estafador y de sensiblero comediante, de hipócrita y de jefe de mafia…

Ese sujeto se llamaba José López Rega y resumió buena parte del intervalo constitucionalque comenzó con alegría
multitudinaria en 1973, mientras en los sótanos de la sociedad se movían los ultras de la derecha yde la izquierda, conoció la
muerte de Juan Domingo Perón en medio de la congoja o el suspenso colectivos, y terminó cierto día de 1976 con el expediente
militar de la detención — o ¿“secuestro”?— de la presidenta María Estela Martínez de Perón (Isabelita) y la ocupación del
Estado. Seña dicho con perspicacia que el hombre hace la historia, pero no siempre sabe la historia que hace. Lo expresado vale
para los argentinos en el tramo trágico que comienza un poco antes de los años 70 hasta un poco después. ¿Retorno
constitucional o prolongación catártica de la Argentina militar?

La proclamación de la fórmula Cámpora -Lima como presidente y vicepresidente electos no significó el cese de la violencia, Por
lo pronto, los hechos desmentirían parcialmente la expresión un tanto simplista según la cual “la violencia de arriba es la causa
de la violencia da abajo”, porque había quienes hacían de la violencia un principio y un método, estuviesen arriba o abajo.

El gobierno que comenzó el 25 de mayo de 1973 fue un gobierno constitucional, pero el principio de legitimidad que invocaban
la ultraderecha peronista —encarnada por el “lopezrreguismo” y sus seguidores—, ciertos sectores de las fuerzas armadas y la
ultraizquierda —representada por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros así como otras “formaciones
especiales”—, no era el principio de legitimidad de la democracia constitucional, sino alguna expresión de los totalitarismos del
siglo.

Entre las elecciones y la asunción del mando presidencial por Cámpora, fue asesinado el almirante Hermes Quijada, el dirigente
sindical mecánico Dirk Kloosterman, civiles, militares y militantes. El 25 de mayo la juventud peronista (JP) y grupos guerrilleros
forzaron un indulto de Cámpora en favor de presos políticos, señal alarmante por el método y el contenido, y sobre todo, por
las consecuencias. El Congreso dictó una presurosa amnistía y por los pasillos del penal de Villa Devoto salieron en medio de la
oscuridad presos políticos y comunes, como algún famoso narcotraficante, confundidos o no con los liberados por la decisión
presidencial. El conflicto repercutía en el seno del Justicialismo, pero también en toda la sociedad acostumbrada a ser
espectadora impotente de enfrentamientos que significaban tácticas y estrategias muy distintas, e intentaban justificar
explícitamente las publicaciones de los grupos involucrados. -

El 20 de junio de 1973 retornó definitivamente Juan Domingo Perón. La concentración popular en torno de Ezeiza fue
impresionante —tal vez la más impresionante que Buenos Aires haya conocido— difícil de calcular en espacios abiertos. La
capacidad de movilización del peronismo quedó comprobada una vez más, pero también-las diferencias con el pasado.

El episodio de Ezeiza no fue una fiesta. Fue un combate. Un combate de crueldad inusitada, apenas sospechado por las
trasmisiones de radio y entrevisto, en las escenas de la televisión que no abarcaban todo el campo mientras los camarógrafos
cruzaban como podían entre las balas.

No eran las masas encuadradas del peronismo histórico, sino una multitud desordenada y entusiasta que quedó encerrada por
el fuego entre lopezrreguistas y militantes guerrilleros. El Estado, como expresión del monopolio legítimo de la coerción, estuvo
ausente. La lucha fue salvaje, la investigación que siguió a los hechos permaneció oculta al conocimiento público, y los
documentos gráficos que se manifestaron muestran a seres extraños a las concentraciones populares argentinas.

El combate de Ezeiza reveló la intensidad y la profundidad de a crisis que atravesaba al movimiento peronista: crisis de
gobierno, crisis de identidad y el discutible atributo de llevar esa crisis al Estado y desde el Estado a la sociedad entera. Perón no
llegó al aeropuerto de Ezeiza. El vicepresidente Lima recomendó el desvió del avión hacia la zona militar de Morón. Se temía,
con razón, un atentado y su consecuencia previsible, el caos. Pocas veces se vio a un movimiento de masas tan distante de sus
dirigentes.

Perón supo que debía definir a enemigos y adversarios y distinguir entre linos y otros. La tragedia implícita estaba en las
consecuencias de esa distinción. Quien fuera descalificado como enemigo, debía saber que su vida estaba en peligro.

El “camporismo”

El camporismo era para tirios y troyanos una corriente dominada por la ultraizquierda peronista, penetrada por la izquierda no
peronista y vigilada por la ultraderecha lopezrreguista. El peronismo “histórico” se identificaba especialmente con el poder
sindical y como aliado, a pesar de él tal vez, a los grupos lopezrreguistas.

El 21 de junio Perón pronunció un mensaje decisivo para interpretar los hechos y hacer conjeturas sobre el futuro: declaró que
lo sucedido ponía en peligro al Estado y la sociedad. La “razón de Estado”, en el sentido maquiaveliano, debía actuar. El 27 de
junio Roberto Santucho, jefe del ERP, dio una conferencia que difundió la televisión. Criticó al gobierno y sobre todo o López
Rega. La guerrilla estaba en el escenario y sectores del gobierno eran inspirados por los Montoneros.

El lema de la guerrilla que invocaba a Perón era, desde el triunfo del Frente Justicialista de Liberación “Cámpora al gobierno,
Perón al poder”. Después de los hechos de Ezeiza, Perón reivindicó al Estado y dividió las aguas del peronismo, mientras el
gobierno creía ser, también, el poder.

EL 13 de julio presentaron su renuncia el presidente Cámpora y el vicepresidente Lima. Fue aceptada sin mayor discusión por el
Congreso Nacional. Antes, Perón se había entrevistado con Ricardo Balbín —la oposición leal—, con el general Carcagno —el
poder militar—, con José Rucci —el poder sindical— y con José Gelbard, el mundo económico. Las alianzas objetivas de antaño
se estaban reconstruyendo, pero ahora con la presencia de la oposición partidaria. El camporismo habla sido rodeado por una
alianza enemiga, y Cámpora fue desplazado por una operación de palacio. La retórica de una renuncia que dejaba paso
voluntario a Perón, no ocultaba la naturaleza de los hechos.

¿Todo el poder a Perón?


En apariencia el pasado retornaba en un ciclo alucinante. Casi 40 años después, había vuelto “todo el poder a Perón”. El poder,
sin embargo, es un misterio. Difundido en la sociedad, ¿cuánto de él se concentraba ahora en el viejo líder? Durante su exilio
Perón fue un mito en acción, recuperando el sentido de la realidad que había perdido en la víspera ya relatada de su caída, en
1955.

No gobernó directamente, pero desde el exilio exhibió su capacidad de veto sobre los protagonistas de la Argentina alterada y
su actitud acechante dispuesta a la radicalización de la Argentina violenta.

Desde su retorno, debía enfrentarse con la Argentina real y sus pruebas. Y la realidad de los años 70 era lo que alguna vez Paul
Ricoeur llamó “libertad sin institución”, camino para el furor de la destrucción y sendero para el terrorismo desde el Estado y
desde segmentos de la sociedad.

La renuncia de Cámpora llevó al gobierno transitorio de Raúl Lastir, miembro del grupo de Madrid que había convivido
conPerón hasta su retorno y luego presidente de la Cámara de Diputadas. El grupo de Madrid, o grupo Perón, lo constituían el
líder justicialista, su esposa, la familia López Rega y el teniente coronel Osinde. A él se acercó el grupo sindical que conducían
hombres como Rucci y Miguel, Ya él se enfrentó el grupo de Cámpora. Luego de las elecciones el grupo Perón había puesto
algunos de sus hombres en el gabinete nacional y en el Congreso; el grupo Cámpora se había reservado el ministerio del
Interior, el de Relaciones Exteriores y la presidencia provisional del Senado; el grupo sindical el ministerio de Trabajo y en cierta
medida el de Economía.

Ezeiza

El combate de Ezeiza llamó a Perón a la indócil realidad, buscó el apoyo de las fuerzas armadas que le devolvieron su grado
militar, el del poder sindical y el de la oposición parlamentaria. El grupo Cámpora, mientras tanto, pagaba caro el error de creer
que Perón era “rodeado” por contrarrevolucionarios alevosos.

Si Cámpora —antiguo conservador— era el gobierno y Perón el poder, ¿por qué quien tenía el poder habría de confiar en quien
había sido sometido por los enemigos del Perón verdadero?

La “guerra interna”

Un mes después de los hechos de Ezeiza, el presidente provisional Raúl Lastiri convoca a elecciones. El 23 de septiembre era la
fecha de los comicios y el 12 de octubre debían asumir las nuevas autoridades constitucionales.

El partido justicialista proclama la fórmula Juan Domingo Perón-María E. Martínez de Perón. Perón-Perón: el resumen de la
egolatría, según ciertos críticos, pero también la demostración de que el viejo líder no creía en la importancia fundamental del
régimen político en sí mismo, y de la organización competitiva de las sucesiones constitucionales.

Mientras tanto la violencia continuaba rampante. La guerrilla atacó un comando militar en plena Capital Federal cinco días
antes de que en Chile los militares derrocasen al presidente SalvadorAllende y situasen en el gobierno de facto al general
Augusto Pinochet Ugarte. El hecho tuvo repercusiones prolongadas en el cono sury en el mundo occidental. No serían
indiferentes para el curso de los sucesos en la Argentina. El 23 de septiembre se realizaron las elecciones nacionales. El voto por
Perón fue arrollador. El matrimo1o obtuvo el 61,85% de los votos; Balbín-De la Rúa el 24,42% y Manrique- Martínez Raymonda
el 12,1 9%.

Angustiada y fatalista (“el viejo sabe...”, como se decía en los círculos populares) la mayoría de la sociedad proporcionó a Perón
la más importante victoria electoral de toda su vida pública. Dos días después Montoneros asesinaba al sindicalista Rucci. Se
hablaba ya de la “guerra interna” no 56i0 en la literatura extranjera sino en el lenguaje militarizado de las elites militar y
guerrilla. La expresión, entonces vivida, sería discutida muchos años después, cuando se juzgaron las consecuencias de dicha
militarización. Pero la discusión entra los antiguos protagonistas da esa guerra civil larvada no sería ya por los resultados, sino
por la justificación histórica de los comportamientos.

Durante 1973 los argentinos tuvieron, en doce meses, 4 presidentes: Lanusse, Cámpora, Lastiri y Perón. Es difícil que pueda
proporcionarse una prueba más clara y rotunda de lo que significa la inestabilidad. Es improbable que pueda argüirse un
argumento más nítido de una de las causas de la declinación argentina.

El 20 de enero de 1974 un mensaje de Perón presidente denuncie las acciones de violencia añadiendo que “no es por casualidad
que estas acciones se produzcan en determinadas jurisdicciones. Es indudable que ello obedece a una impunidad en la que la
depresión e incapacidad lo hacen posible, o Toque sería peor, si mediare como se sospecha, una tolerancia culposa...’ Ciertas
renuncias, como la del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain —reemplazado por el vicegobernador y
dirigente sindical Victorio Calabró— fueron las primeras consecuencias de esa advertencia.

Durante el interinato de Lastiri se había declarado la ilegalidad del ERP. El gobierno de la señora de Perón al que nos referimos
después haría lo mismo con Montoneros, declarando incluso el estado de sitio. Se decidió el “operativo Independencia” para la
represión, circunscripto a Tucumán, y durante la gestión transitoria de Italo Luder se ordenaría “aniquilar” el accionar de los
elementos subversivos en todo el país, disposición que daría motivo años después a polémicas sobre el sentido de la orden y
sobre sus alcances a propósito del tipo de represión que se desencadenó, y que Luder habría de negar como propio dele
disposición citada.

La política económica de las primeras épocas de retorno peronista estuvo signada por un “pacto social” conducido por el
Estado. Los sectores medios y empresariales ligados al justicialismo tendrían el espacio más amplio representados por la gestión
de Gelbard y de ahí el tono “ligeramente distribucionista y ligeramente nacionalista, pero fuertemente intervencionalista”,
como describe Guido Di Tella a dicha política. El acuerdo básico era respaldado por la CGT y la CGE, y se correspondía con la
tradición histórica del peronismo. El pacto no era totalmente contradictorio respecto de las precedentes políticas de Krieger
Vasena y de Moyano Llerena, y fuera por el temor a una oposición frontal, por resignación o por convencimiento, tuvo un grado
de asentimiento sorprendentemente alto en un principio. En un primer tiempo el pacto pareció exitoso y la pretenciosa
campaña gubernamental en torno de la “inflación cero” se creyó lograda. Luego, los defectos técnicos y el asedio político, sobre
todo el poder sindical que amenazó con retirarse del “pacto social”, llevaría el plan a sus límites. Perón salió a defenderlo
públicamente, pero ya era tarde. La “guerra interna” atravesaba a la sociedad argentina. El furor de la violencia era un hecho
cotidiano. La guerrilla era alimentada por los Montoneros —mezcla de la izquierda peronista y de jóvenes nacionalistas
católicos cuyos dirigentes principales y sus ritos recordaban inspiraciones fascistas—y el ERP, de inspiración trotskista, más
otros grupos y facciones menores. Sectores militares habían hecho suyas las tácticas y estrategias de la “guarra revolucionaría”,
absolutizando el tema de la seguridad nacional, Unos pocos reclamaban el monopolio dele fuerza por el Estado, pero dentro de
un estado de derecho. Los ultras que habitaban los sótanos de la sociedad y rincones del gobierno nacional y de gobiernos
provinciales se recostaban según mentalidades, intereses e ideologías, en ambos extremos. La sociedad, inerme y asustada,
estaba en el medio. La juventud en gran medida, formaba parte de una generación idealista, atrapada por ideologías y utopías,
movilizada y ansiosa por cambios profundos. El contexto latinoamericano antes insinuado proporcionaba lemas y banderas.
Para desgracia de esa juventud, fueron manejados por dirigentes que hicieron del poder un objetivo para el cual cualquier
medio servía yen quienes una dosis importante de cinismo junto a otra demostrativa de la cultura de le violencia, llevaría a sus
seguidores a la persecución yen muchos casos a la muerte.

Muerte de Perón y sus consecuencias

El 1° de julio de 1974 murió Perón. Dos meses antes había leído su mensaje en el Congreso Nacional; horas después, habló
desde los balcones de la Casa Rosada, pero detrás de un vidrio a prueba de balas. Recibió el calor de sus fieles y escuchó con
irritación las silbatinas de los militantes de izquierda dirigidas a Isabel y a López Rega. Fue tan duro con ellos, que abandonaron
la plaza, y quedó vacía hasta la mitad. Los incondicionales de los años de exilio se habían rebelado. Pero lo sucedido ese 1° de
mayo, como lo que había ocurrido casi un año antes en Ezeiza, fueron símbolos de la crisis del peronismo y del fin de un ciclo de
la política argentina. Este ciclo, sin embargo, no había terminado.

La muerte de Perón puso fin a un liderazgo que envolvió la vida de los argentinos, peronistas, no peronistas o antiperonistas,
durante 30 años. Un silencio crispado siguió al hecho. El final del líder habría de arrastrar un torrente de palabras y el homenaje
o respeto silencioso de la mayoría que presenció el desfile del féretro en medio de honras militares y civiles. Como habíamos
previsto muchos años atrás, Perón, quien comenzó su vida en el ejército habría de terminarla en el seno de la sociedad militar
pero en medio del calor popular a través de una vida pública tan compleja para describir como para juzgar, y tan indócil a los
análisis lineales como a las interpretaciones dogmáticas.

Ricardo Balbín, líder de la oposición política, pronunció un breve discurso de despedida en el Congreso, una improvisación
meditada, y tal vez el último servicio que el viejo líder radical, despidiendo los restos del “viejo adversario y del amigo” habría
de prestar a su partido, la *, tratando de borrar las arrugas del antiguo antiperonismo en la percepción de los peronistas. Fue
también un anticipo del acto de racionalidad de la clase política para sostener la estabilidad de un régimen constitucional
precario, ante la asunción como presidenta de María E. Martínez de Perón.

Crímenes en cadena

El 15 de julio Montoneros asesinó, en un acto de provocación gratuito, al ex ministro del Interior de Lanusse, el político radical
Arturo Mor Roig. Des días después fue muerto el director del diario El Día, de La Plata, y antes de terminar el mes Montoneros
se pronunció contra Isabel y López Rega. El 31 de julio fue asesinado Rodolfo Ortega Peña, de la “Tendencia Revolucionaria” de
la izquierda peronista y en agosto se realizaron operaciones militares antisubversivas en Córdoba, Catamarca yTucumán. El 8 de
agosto Nixon renunció a la presidencia de los Estados Unidos a raíz del desenlace de Watergate. Nuestra sociedad, sin aliento,
vivía una escalada terrorista en la que morían gremialistas, funcionarios y ex funcionarios, militares, intelectuales como Silvio
Frondizi y Jordán Bruno Genta, e incluso refugiados extranjeros como el general chileno Carlos Prats y su esposa.

La triple A, dependiente del lopezrreguismo, amenaza de muerte a varios actores que buscan el exilio, así como al ministro de
Educación Jorge Taiana, al ex rector de la URA Rodolfo Puiggrós y otros. El Estado, el partido gobernante, la Universidad,
ámbitos eclesiásticos, sindicatos y empresas son escenarios de violencia, de crímenes y de irracionalidad.

Isabel Perón abandonó los planes de su marido. En el seno de su gobierno se enfrentaron las corrientes llamadas “verticalistas”
y “antiverticalistas”, y desde fuera asediaba la guerrilla, mientras la oposición institucional procuraba enderezar los
comportamientos del gobierno para evitar las oposiciones conspirativas.

Las intenciones de la oposición, sobre todo las del radicalismo, fueron bloqueadas por las decisiones de la presidenta. Esta fue
perdiendo rápidamente comunicación con su partido, con la administración —fuertemente influida por el sindicalismo—, con la
oposición y, en general, con la sociedad. Los puentes tendidos durante la relativamente breve presencia de Perón sefueron
cortando uno a uno. El lopezrreguismo contribuyó a ese desempeño caótico en medio de la violencia. Ricardo Balbín denunció
la existencia de un “microclima” que envolvía a la señora de Perón, aludiendo a López Rega y su secta.

El 3 de enero de 1975 la presidenta designó a López Rega su “secretario privado”. El favorito de la presidenta se disputaba con
el dirigente gremial Lorenzo Miguel las influencias sobre el rumbo del gobierno, aunque con designios diferentes, La llamada
Tendencia Revolucionaria alentó, con gobernadores provinciales depuestos y dirigentes del antiguo camporismo, la formación
de un partido que actuaría como superestructura de la guerrilla: nació el partido Descamisado que terminó llamándose el
Partido Auténtico. Probé fuerzas una sola vez, en Misiones, en abril de 1875: El FREJULI obtuvo para gobernador el 46% de los
votos; la UCR el 38% y el Partido Auténtico en alianza con un partido provincial, el 9%. Como expresaron Mora y Araujo y
Llorente, “Misiones muestra que el peronismo pierde poco al perder su izquierda y gana mucho en cambio asegurándose el
apoyo de su clase obrera.”

El 24 de diciembre, el partido Auténtico fue declarado ilegal por decreto del Poder Ejecutivo nacional. Si las fuerzas armadas y la
derecha peronista hubieran poseído más talento político habrían permitido que los ‘Auténticos’ conservaran su situación legal,
estimulando así una división montonera entre militaristas y políticos, antes de destruir a ambos sectores, escribe Richard
Gillespie en su ensayo sobre los Soldados de Perón. Es una conjetura plausible, pero apropiada a un ambiente político con
espacio para el talento que pudiera marginar a los amantes del “estada de naturaleza” hobbesiano y ése no era el caso.
Desde la muerte de Perón, en un año se contabilizaron los asesinatos presuntamente políticos de 510 personas, las crisis de
gabinete eran mensuales, y la lucha intragubernamental era tan encarnizada como la existente entre los militares y la guerrilla.

Análisis compartidos de la situación del 755 señalaban una primera etapa que culminó en el mes de mayo de ese año y fue
definida por la designación de López Rega en la secretaría privada de la presidencia, de hecho el control del gobierno, Es el
tramo de la creación del partido Auténtico y de las elecciones en Misiones. Una segunda etapa comenzó en junio con el apogeo
del lopezrreguísmo, la conquista del ministerio de Economía y el conflicto entre aquél y el sindicalismo,que explota con el
llamado “rodrigazo”. Guido Di Tella, que vivió de cerca el proceso, no le encuentra “explicación económica”. El nuevo ministro
de Economía Celestino Rodrigo, reemplazante de Gómez Morales, fue a un reajuste que planteó una lucha abierta con el sector
sindical. El sindicalismo advirtió que no se estaba discutiendo sólo una política de ingresos, sino su posición como factor de
gobierno. Los precios, indicadores del conflicto, estallaron. La inflación, que en 30 años se había movido en un nivel del 203%
mensual, pasó a otro más cercano al 7 y 10% mensual.

La pugna llevó a la anulación de convenios colectivos donde se actuó a punta de pistola, y la presidenta padeció el primer paro
general que la CGT hiciera contra un gobierno peronista. La estrella de López Rega comienza a declinar, hay cambios de
gabinete, a Rodrigo lo reemplaza Bonani, quien logra más desaciertos que su predecesor y a López Rega lo sucede un señor
Villone, luego prófugo de la justicia, y a éste un señor Roballos, luego preso en Villa Devoto. López Rega es literalmente
desalojado por la fuerza de la quinta presidencial de Olivos y enviado al exterior.

En la tercera etapa de ese año crucial, el ejército se vio comprometido en las crisis gubernamentales. El retorno militar había
comenzado a producirse, alentado por sujetos del gobierno y de la oposición antisistema que decían repudiarlo. Un coronel
Damasco que se atribuía el conocimiento de un “proyecto nacional” redactado por Perón, fue designado ministro del Interior, y
a escasas horas de haber presentado cartas credenciales como embajadores Ángel Federico Robledo en Brasil y Antonio Catiero
en Bruselas, fueron llamados a Buenos Aires como canciller y como ministro de Economía, respectivamente. El ministro Emery,
a cargo de Bienestar Social, área del lopezrraguísmo, ordenó una investigación interna que le costaría el cargo y amenazas a su
vida. Un obediente del lopezrreguismo ocupó la secretaría privada de la presidencia y una crisis militar fue provocada por la
negativa del coronel Damasco de solicitar su pase a retiro. El ¡efe de ejército, general Numa Laplane, quien había propuesto
cierta forma de “participacionismo” militar, se alejó, y ocupó su lugar el general Jorge Rafael Videla.

El retorno militar y la elección de Luder

La señora de Perón delegó el mando y se fue a descansar. La presidencia provisional de Italo Luder representó una suerte de
intervalo lúcido. No sólo ocupó el cargo sino que lo ejerció. Sustituyó a Damasco por Robledo, y organizó la lucha de las tuerzas
armadas contra la subversión. Luder actuó con sentido del Estado en un momento en que según percibía la sociedad, el Estado
parecía no existir. Cuando reasumió la presidenta, que pasaba sus días entre la quinte de Olivos y sanatorios privados, la
sensación de la sociedad era de desgobierno, crisis del peronismo, lucha de los ultras y anarquía administrativa, En el curso del
año se sucedían los ministros da las diferentes carteras, los secretarios y los hombres de confianza de la presidenta.

El gobierno vivía entre la subversión y el golpe de Estado, tema que circulaba entre quienes lo deseaban, tanto a la derecha
como a la izquierda, pues buena parte de la guerrilla veía el golpe como un objetivo para apresurar las contradicciones.

Muchos dirigentes gubernamentales tenían conductas públicas y privadas que les exhibían buscando situarse en la mejor
posición “para la próxima”, según el trivial deporte de argentinos irresponsables.

Se había privatizada la violencia. Y se estaba privatizando la política, para un pueblo que no atinaba a saber qué pasaba. La
presidenta vivía en la privacidad, hablaba sólo con su secretario, firmaba decretos reservados.

El 26 de febrero de 1976 la Cámara de Diputados rechazó un proyecto que, en medio de ese ambiente y de esos
comportamientos, era demasiado racional: el juicio político a Isabel Perón. Había sido presentado por la llamada Fuerza
Federalista Popular y votado positivamente por la Unión Cívica Radical y otras representaciones menores. El debate reveló a un
Poder Ejecutivo en crisis, al Poder Legislativo paralizado por las luchas del partido gobernante, al sindicalismo empeñado en su
reivindicación sin respeto por el régimen constitucional, al pacto social disuelto y a la coalición política de La Hora del Pueblo
marginada por gobernantes sin autoridad.

¿Qué hacer? El mundo intelectual estaba perplejo, en parte atrapado por el razonamiento que desacreditara el tema del
gobierno de la leyy el principio de legitimidad democrático, en parte sometido por complicidades pasadas, visibles en el caso de
ciertos comunicadores sociales, Criterio formuló la pregunta clave: “si se habían agotado ya las posibilidades de corrección
dentro del régimen? Hemos visto que el peronismo solo se mostraba incapaz de torcer el rumbo. Pero la oposición y las fuerzas
que protagonizarían el eventual golpe de Estado, ¿estaban en condiciones de afirmar que habían hecho todo lo posible para
salvar a un régimen —no a un gobierno— que era común a todos los argentinos?” La respuesta de los editores era que no
habían hecho todo lo posible. Los militares habían demostrado que podían actuar dentro del régimen constitucional. ¿Por qué
no empleartoda su influencia —que era visible y formidable en esos tiempos— para no dejar al régimen constitucional librado a
su suerte a pesar del peronismo? ¿Por qué hacer saber en cuanto ambiente público o privado pudieron decirlo que habían
intimado al régimen constitucional y no sólo a un gobierno? El peronismo en sí mismo, ¿por qué había puesto a los hombres
primero —a ciertos hombres—, al movimiento luego y a la patria en último término, invirtiendo los valores que había
proclamado muchas veces su fundador? ¿Por qué empresarios, sindicalistas y políticos aparecían más preocupados por sus
intereses, que por manifestar la importancia del gobierno de la ley? ¿Por quéla guerrilla, partidaria de la liberación nacional
según sus proclamas, no identificaba ésta con la calidad de un régimen político a la medida de los hombres concretos? Estos
interrogantes fundamentales no tenían respuestas claras de los protagonistas interpelados y por lo tanto tampoco para la
gente, habituada a que la fuerza no era la última ratio sino la más próxima, sin considerar los peligros que traía consigo la
“solución militar” anunciada.

Para los militares, esos interrogantes tampoco parecían necesarios. No pensaban en términos de un principio de legitimidad
alternativo. —que no tenían—; no se planteaban la sospecha de que si la guerrilla quería el golpe, el tema de la legitimidad de
origen y la de ejercicio del poder habría de complicarlos; no se preguntaban cómo evitar el faccionalismo interno que la
ocupación del Estado y el ejercicio de la política producirían inevitablemente; no querían responder al tipo de mentalidades y de
intereses que habrían de apoyarlos y habrían de representar.

El Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983)

El 23 de marzo de 1976 por la noche, el helicóptero que transportaba a la presidenta hasta la residencia de Olivos aterrizó en el
aeroparque de Buenos Aires y allí María Estela Martínez de Perón fue informada de que sería confinada en el sur. Fue el hecho
desencadenante del golpe de Estado. La población no se inmutó ni fue alarmada.

El 24 de marzo los comandantes en jefe general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y brigadier general
Orlando Ramón Agosti informaron al país los documentos institucionales básicos que habían preparado: la proclama, el acta con
el propósito y los objetivos básicos del llamado Proceso de Reorganización Nacional, las bases para la intervención de las fuerzas
armadas en dicho Proceso y el estatuto. Los cinco documentos serían identificados como leyes fundamentales, y el régimen
militar como el Proceso.

Objetivos del golpe de estado

Los argumentos del golpe eran, básicamente, el vacío de poder, las contradicciones del gobierno, a falta de una estrategia
global contra la subversión, el incremento de todos los extremismos, la corrupción, la irresponsabilidad en el manejo de la
economía, la especulación y los vicios queafectaban al país y que las fuerzas armadas erradicarían mediante el ejercicio severo
de la autoridad. Todo lo primero era cierto pero el remedio final se revelaría erróneo.

Los objetivos estaban señalados en el acta correspondiente, redactada previsiblemente según la factura de un documento
militar: concreción de “una soberanía política basada en el accionar de instituciones revitalizadas”, “vigencia de los valores de la
moral cristiana, de la tradición nacional y de le dignidad del ser argentino, y de la seguridad nacional erradicando la subversión y
las causas que favorecían su existencia, vigencia plena del orden jurídico y social y del orden económico; ubicación internacional
en el mundo occidental y cristiano y consolidación de un sistema educativo apropiado al ser argentino.

El acta para el Proceso expresaba ¡a decisión de constituir una Junta Militar que resumía el poder político de la república,
declarar caducos ¡os mandatos del presidente, de los interventores federales que existían y de los gobernadores y
vicegobernadores de provincias, y del intendente de Buenos Aires; disolver el Congreso Nacional y los congresos provinciales y
los concejos municipales; remover a los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al procurador general y a los
tribunales superiores provinciales; remover al procurador del tesoro,y suspendertanto la actividad de los partidos políticos
como las actividades gremiales de trabajadores, empresarios y profesionales; hacer las notificaciones diplomáticas
correspondientes y, en fin, designar al ciudadano que ejercería el cargo de presidente de la Nación. La Bases del Proceso
establecían su filosofía pública que se ejecutaría en tres fases “sin solución de continuidad ni lapsos de duración
preestablecidos”: asunción del control, reordenamiento institucional y consolidación. Las tres fases serían explicadas “en su
oportunidad”.

El Estatuto establecíala forma de designación y causales de la remoción del presidente, reservaba inicialmente la designación de
los miembros de la Justicia, y atribuía las facultades legislativas en cuanto a la formación y sanción de las leyes a una Comisión
de Asesoramiento Legislativo. La Junta Militar actuaba “en ejercicio del poder constituyente”. Era, con todo, un golpe de Estado.

El régimen militarse estableció entre 1976 y 1983. Surgió a propósito de un diagnóstico político severo y de un diagnóstico
económico y moral igualmente duro. Preciso es decir, en síntesis provisoria, que el régimen militar fue atravesado por
oposiciones faccionales, con lo cual fue en realidad una sucesión de gobiernos. Que derrotó a la subversión, con alto precio en
vidas, pero que se discute aún la justificación de los procedimientos.

Que comenzó ganando cierto crédito internacional perdiéndolo todo en la guerra de las Malvinas, precisamente en el “mundo
occidental y cristiano” desarrollado, donde quería insertar al país. Que el diagnóstico económico incluía el endeudamiento
externo —hacia 1976: 9.000 millones de dólares— la situación precaria de ese sector, la caída del producto, el nivel de inflación
y el desmedido podersindical. “Irónicamente, seis años después —señala Di Tella— con excepción de la reducción del poder
sindical efectivamante conseguida —pero que no llevó a la disminución de la inflación— el gobierno militar había empeorado
todos y cada uno de sus índices, demostrando quizá las raíces profundas de algunos de los problemas del país, más profundas y
más generales que lo que en su momento habían parecido”. La hibernación de la política no permitió la ventilación ni la
renovación de la dirigencia, y los resultados del nivel moral dele saciedad militar y de la sociedad civil no fueron los anunciados.
La declinación argentina continuó y el “pecado de tristeza” fue la tentación de los argentinos.

Política económica

La política económica fue dominada durante varios años del régimen por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz. La política
inicial había sido prevista dentro de un neoliberalismo práctico con matices democristianos: se liberaron los precios, los salarios
fijos significaron una reducción del 40% en términos reales y por lo tanto el nivel más bajo en una década. La confianza extrema
en el manejo económico permitió en otrofrentes una política gradualista. La inflación cedió al principio, pero luego trepó al 7-
10% mensual y se aplicó una política de apertura económica que tuvo efectos duales, hasta que retornó la combinación de
recesión con inflación, que acorraló al gobierno. En 1928 el conflicto con Chile a propósito del canal de Beagle estuvo a punto
de tener un fatídico desenlace armado, que se evitó por la intervención del papa Juan Pablo II y la decisión adoptada con coraje
por el gobierno de Videla contra sectores belicistas de militares y civiles. Pero tuvo consecuencias económicas muy graves por la
política armamentista de las fuerzas armadas. Sus efectos desastrosos en el tema de la deuda externa y la corrupción son
frecuentemente soslayados.

Los cambios políticos y económicos llevaron paulatinamente a una situación recesiva y las alianzas de los militares con sectores
empresarios y sindicales se agrietaron profundamente. Especialmente la de los primeros, que habían constituido la alianza
aparentemente inconmovible.
A pesar de adentramos en períodos distintos al de Videla dentro del mismo proceso militar, conviene terminar este panorama
económico en sus líneas generales. El tránsito entre el presidente Videla ysu sucesor, el general Viola, fue relativamente
traumático, y la intervención del ministro de Economía Martínez de Hoz de salvar “la subitaneidad del tránsito”, como escribió
nada menos que Mirabeau, se frustró, porque añadió desconfianza en el mundo económico a la que existía en otros sectores de
la sociedad, incluyendo el militar. El ministro de Economía de Viola, Lorenzo Sigaut, inició en 1981 una política que no fue luego
fácil de encauzar. Pensadores y analistas económicos la comparan con gestiones que han seguido a periodos de estabilización y
“represión” inflacionaria, pero en un contexto político tan complicado como los más complicados del pasado. La deuda externa
que el régimen militar había acumulado llegaba a los 36.000 millones de dólares a la que había que añadir la desconfianza
internacional producida por la decisión militar en Malvinas, cualquiera sea la percepción de esas consecuencias, ésos son los
hechos, que anticipan en buena medida las precisiones que siguen.

Los gobiernos dentro del régimen

El régimen militar del Procesotuvo sucesivamente cuatro presidentes: Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo
Fortunato Galtieri y Reynaldo Benito Bignone.

Jorge Rafael Videla fue comandante general del Ejército hasta 1978, entonces se retiró y continuó como presidente sin formar
parte de la Junta Militar. Ésta designó en su momento sucesor al general Roberto E. Viola para “el período comprendido entre
el 29 de marzo de 1981 y el 29 de marzo de 1984’. Pero el faccionalismo militar estaba en movimiento. El régimen militar como
tal no existía, como lo demostraba la extraña fórmula —inconcebible para la teoría política y la experiencia— de que cada arma
tenía un tercio del poder. La Marina reclamaba la presidencia para su caudillo el almirante Massera, y el general Galtieri,
miembro de la nueva Junta, en alianza táctica con la Marina, presionaba con otros sectores para el desplazamiento de Viola.
Este no permaneció en el gobierno hasta 1984 sino hasta el 11 de diciembre de 1981, días después de que fuera declarado
enfermo y cesara en esa fecha por decisión de la Junta Militar. Quien debía cumplir el mandato castrense hasta el 29 de marzo
de 1984 sería el presidente general Leopoldo Fortunato Galtieri. Tampoco llegó éste a esa fecha: ocurrió la guerra de Malvinas,
la derrota de las fuerzas argentinas fue el trágico resultado y Galtieri fue pasado a retiro el 18 de junio de 1982. En la Junta
Militar fue reemplazado por el general Cristino Nicolaides.

En medio de sentimientos cruzados de humillación, de relativo fracaso, de crisis moral concurrente con la diagnosticada por os
militares en la sociedad argentina y con datos y sospechas sobre corrupción en el ejército, discutido por las otras armas —
empero inevitablemente solidarias con el origen, el desarrollo y las consecuencias del Proceso—Nicolaides decidió por sí la
designación como presidente del general Reynaldo Bignone. El objetivo de éste sería mucho más limitado, pero no menos
difícil: clausurar el régimen militar y dar paso a un régimen constitucional.

Los presidentes del Proceso

Los presidentes del Proceso mostraron características personales diferentes. El general Videla llegó al gobierno respetado por
sus pares por su sobriedad, su discreta inteligencia y su trayectoria institucional. Serio en sus intervenciones, procuró conducir a
sus camaradas con autoridad sobre las otras fuerzas y dialogó con algunos sectores de la sociedad, especialmente e: sector
empresario. Sin embargo, quedó atrapado parlas contradicciones intrínsecas del régimen militar, acosado por el ambicioso
almirante Massera e incapaz de contener los desbordes represivos de las fuerzas armadas, los servicios secretos y los grupos
paramilitares. Salvo la decisión que exhibió en la cuestión con Chile, que contribuyó a evitar la guerra, no pudo emerger como
autoridad sobre las facciones.

El general Viola era su delfín explícito. También él pasó por las contradicciones enunciadas y no pudo superarlas. Se decía de
Viola que tenía habilidades políticas insospechadas, que sería capaz de producir la transición esperada, estableciendo alianzas
políticas que sacaran a los militares de su creciente soledad y que su estilo silencioso guardaba importantes ideas acerca del
rumbo deseable para a Argentina violenta. Nunca se supo cuáles eran esas ideas. Fue desplazado sin pena ni gloria. Su sucesor,
el general Galtieri, llegó al mando nacional con su figura enérgica y altivez notoria, Estilo campechano, demostró en sus
intervenciones públicas que todo eso encubría ambiciones por el poder y muy limitados atributos intelectuales. En las horas
dramáticas que transcurrieron entre una manifestación popular contraria al régimen encabezada por los sindicatos y a decisión
militar en las Malvinas, el general-presidente dejó la impresión de que adoptaba as decisiones sin autoridad suficiente, sin
crítica interna que contribuyera a mejorarlas y sin una percepción inteligente del factor internacional. Fue arrastrado por la
derrote, quedando la sensación colectiva de que un triunfo hubiera abierto paso a una ambición exasperada. El general Bignone
era un moderado, con los atributos necesarios para ser confiable para la sociedad política y no faccioso pera la sociedad militar,
cuando debió tender los puentes indispensables para la difícil y turbulenta transición democrática que comenzó con los
comicios presidenciales de 1983.

Les presidencias de: Proceso fueron, pues, una sume de discreciones políticamente irrelevantes. No significaron, en ese sentido,
excepciones respecto de muchas otras presidencias argentinas. Pero demostraron por lo menos dos cosas: la primera, que un
país puede funcionar con presidentes discretos y políticamente mediocres si existe un régimen político legítimo que compense
las faltas. La mayoría de los países que funcionan lo hacen así. Cuando ese régimen falta, como era el caso argentino, estas
personalidades representan un riesgo más. La segunda, que el régimen del 76-83 había penetrado en un mundo en cambio
veloz y sustantivo —como lo demostrarían los sucesos de 1989— cuando eso ocurre la mentalidad ritualista y rígida de los
militares y de sus afines civiles no sirve a la conducción racional y dinámica de los cambios fundamentales.

El Proceso entero sucedió en dos planos que a sociedad creía paralelos, pero que en rigor se cruzaban día por día. Uno ere el
plano de la guerra interna, el otro el plano institucional de superficie.

La “guerra interna”
La guerra interna comprometió a esfuerzas armadas. El informe Nunca Más elaborado por una comisión presidida por Ernesto
Sábato durante el primer gobierno constitucional, dio por comprobados casi 9.000 casos de “desaparecidos”. Es ciertamente
difícil formular una ática para situaciones límites y no es fácil establecer en los hechos —cuando se están experimentando—las
diferencias entre lo que Max Weber llamó la moral de convicción y la moral da responsabilidad. El militante —y los militares
también terminaron en algunos casos siéndolo, respecto de la misión que habían asumido— opera por la ática de convicción y
no por la ática de responsabilidad, que tiene en cuenta los principios pero también las consecuencias de los actos.

Los dirigentes guerrilleros y ciertos intelectuales que escribían para justificarlos, no solían emplear otra ática que la de
convicción cuando eran honestos, pero en casos dados fueron tan cínicos como algunos de los enemigos que combatían. En un
caso emplearon una suerte de “ática de situación”, que todo lo justifica en función de la situación que se describe según se vive,
se prefiere o se crea, En ese contexto se hacía muy difícil, seguir los hechos de la época y formular juicios históricos que el
tiempo y las comprobaciones posteriores hacen más accesibles.

Cuando la Iglesia Católica llamó la atención en mayo de 1976 sobre la necesaria vigencia de los derechos humanos, añadía que
‘ninguna emergencia por aguda que fuese autoriza a ignorarlos.

Uno de los rasgos definitorios del Estado moderno, que el régimen militar citaba con frecuencia y que los políticos no
ignoraban, es el “monopolio legítimo de la coerción” según se ha señalado varias veces antes. El Estado militar instaurado en
1976 vería difícil ganar la pazy organizar ese monopolio en el sentido weberiano de la expresión. La guerrilla de izquierda
actuaba, pero cuando el 4 de julio de 1976 fueron asesinados sacerdotes palotinos en la parroquia de San Patricio, en Buenos
Aires, la autoría no fue reivindicada por aquélla ni atribuida a esos sectores, sino a lo que se conocía como “paramilitares”. La
marea de barbarie seguía subiendo sin que el gobierno militar dominase a los que actuaban contra la ley que había establecido,
ni más allá de la ley que se habían atribuido.

En 1977 la Iglesia volvió a hablar: recordaba el documento de 1976 y añadía que “ninguna teoría acerca de la seguridad
colectiva, a pesar de la importancia de ésta puede hacer naufragar los derechos de la persona”.

Estaba ocurriendo, pues, la militarización de la sociedad. Era el pasado de un retorno cíclico revelador de la situación circular
que bloqueaba a la sociedad argentina, como hemos expuesto antes de ahora.”

La cuestión era más compleja, añadíamos entonces, porque la guerrilla no era el futuro sino la protagonista de fórmulas
reaccionarias vestidas de revolución. Los dirigentes Montoneros —expresivos de un traslado ideológico de la extrema derecha,
especialmente católica, a la izquierda extrema que encubría mentalidades y fórmulas totalitarias— procedían de capillas
intelectuales formadas en la tradición nacionalista exasperada por una versión francamente violenta. Algunos no habían sido
ajenos a gobiernos militares; otros, arrastrados por la indignación, veían en la catástrofe o en la revolución la ruptura del
bloqueo social y político, y todo ello motivó interpretaciones encontradas sobrepuestas a comportamientos que buscaban
incluso la justificación en una violencia que recalaba en una discutida y discutible teología política. Al margen de las dificultades
interpretativas de los hechos cotidianos, sucedía de todo. La acción de la guerrilla estimulaba la reacción militar, y la reacción
militar a su vez anclaba en hipótesis de guerra o en doctrinas contrarrevolucionarias hechas a la medida de los acontecimientos
y de mentalidades autoritarias. La corrupción de los medios terminó atrapando a casi todos los contendientes, y condujo a
análisis ofuscados de la situación. La militarización del izquierdismo montonero fue respondida por la del derechismo
protofascista.

El sindicalismo activo se desplazó de las cúpulas al nivel de las empresas: durante los primeros cinco años del gobierno militar,
los conflictos obreros masivos fueron relativamente raros. Los interventores militares se fueron convirtiendo en mediadores
entre los sindicatos que conducían y el gobierno castrense, a través de una mimetización progresiva común a estos procesos. La
asociación compulsiva propia de la política del peronismo histórico para un sindicalismo de encuadramiento, opuesto al
principio de la asociación voluntaria, fue empleada por la burocracia pública en contra de los obreros, incluso por el uso que se
hizo de los fondos sindicales. El desequilibrio entre el poder sindical, fuerte durante gobiernos constitucionales y débil en
regímenes autoritarios —salvo alianzas objetivas como la de 1966— demostraría ser el resultado de la falta de factores de
compensación propios de un sistema político abierto y competitivo)

El régimen militar fue cambiando paulatinamente la estructura del gobierno. Creó ministerios y secretarías incluyendo una
llamada Secretaría de Planeamiento y otra del Proyecto Nacional, dependientes a su vez de un nuevo Ministerio de
Planeamiento.

El “Proyecto Nacional”

La idea de un “Proyecto Nacional” no era nueva. Se encontraba con frecuencia en la literatura nacionalista de izquierda y de
derecha, en programas partidarios y en documentos militares, como se vio durante el gobierno del general Onganía. Expresión
rara en la literatura política de otras latitudes, sería relativamente inofensiva si no evocase el dibujo clásico de la “ciudad ideal”.
Así planteada, la idea de proyecto nacional era peligrosa, pues si sus autores eran coherentes con el propósito de llevar a la
práctica un “proyecto definido de una vez para siempre, ¿para qué, luego, la discusión propia de los regímenes pluralistas, para
qué la existencia de oposiciones? La lógica internada la idea llevaba, en germen, la consolidación de un régimen político
totalitario, o cuando menos autoritario, para que la ciudad idealfuese realidad cumplida. Esa lógica interior nunca fue discutida,
ni por lo tanto ventilada, El estado de sitio, régimen de excepción, había sido declarado durante el gobierno de María E.
Martínez de Perón en 1914 y prorrogado en octubre de 1975. El régimen militar no lo trató, por lo que de hecho continuó y
sólo fue reglamentada a opción para salir del país. La “oportunidad adecuada” para levantar ese régimen de excepción fue
hallada dos días antes de las elecciones nacionales del 30 de octubre de 1963. El régimen de excepción había durado nueve
años.

Luego del golpe de Estado, se dispuso la sanción contra personas que habían afectado los altos intereses de la nación. En junio
de 1976 se sancionó a la ex presidenta, y en resolución separada a militantes y políticos como Juan Manuel Abal Medina, Héctor
J. Cámpora, Diego Ibáñez, Raúl Lastiri, José López Rega, Carlos Saúl Menem, Carlos E Ruckaut, José Ber Gelbard y otros, En le
mayor parte de esos casos, las medidas cesaron con el fallecimiento de los causantes —Cámpora, Bar Gelbard, Lastiri, por
ejemplo— o por la resolución de la Junta Militar del 14 de abril de 1983. Se limitó la libertad de prensa, se clausuraron o
prohibieron publicaciones, y se dictaron normas limitativas de la libertad de cultos y respecto de la situación de los “detenidos
terroristas”, En septiembre de 1983 se indultó a la ex presidenta y en el mismo mes se dictó una ley de amnistía —en rigor, de
autoamnistía— que fue repudiada por la opinión pública prácticamente sin distinción de sectores. Por entonces, el poder militar
reconocía la existencia de excesos en la lucha contra la subversión. O como expresaba la nota de elevación del proyecto, luego
convertido en ley, se habrían producido “hechos incompatibles” con el propósito inicial deles fuerzas armadas en combate,
pasado que “nunca más” debería repetirse.

Política internacional y crisis del Proceso

Si la conducción de la política interna y de la política económica fue degradando paulatinamente la capacidad de consolidación,
que se habla previsto en los documentos fundacionales como tercera fase del Proceso, la política internacional seria el flanco
decisivo para su claudicación y la apertura de la transición democrática. Cuatro cuestiones, más bien que problemas, en dieron
al Proceso de Reorganización Nacional durante todo su curso, y Ji resolución trágica de la última llevó al régimen militar a su
traumático final. La deuda externa, los derechos humanos, la lucha contra la subversión y la política internacional con Chile e
Inglaterra. La deuda externa había crecido de manera impresionante, y mucho tuvo que ver en ello el armamentismo mi litar.
Este, a su vez, se vinculaba no sólo con la lucha antisubversiva —que con la muerte de Santucho, jefe del ERP, había dado un
rudo golpe a la guerrilla y hacia 1978 había logrado de hecho sus objetivos fundamentales—, sino con eventuales conflictos
internacionales, como la cuestión del Beagle con Chile resuelta por la mediación papal y la guerra con Inglaterra por las
Malvinas. La cuestión que atravesó, como el asunto de la deuda externa, el Proceso entero, fue el tema de los derechos
humanos.

Derechos Humanos

Sectores significativos de la sociedad argentina, además del régimen militar, consideraban el tema de los derechos humanos
como una materia que era esgrimida sólo por la subversión, por las democracias occidentales o por grupos externos que se
desentendían de las características de una lucha interna que —se decía— no era asimilable a otras situaciones donde existían
guerrillas, terroristas y subversivos.

Era cierto que la violación de los derechos humanos no era patrimonio exclusivo del régimen militar porque la guerrilla
incurriría, aunque con menos capacidad de acción que el Estado, en esa violación. La violencia imperante durante muchos años
había ofuscado los ánimos y por lo tanto no se advertía que por un lado la represión del Estado militar había adquirido
características desconocidas en el pasado, y por el otro quela acusación de “terrorismo de Estado”era aceptada por los
gobiernos democráticos y por lo tanto era un recurso relativamente apto para un proselitismo ideológico frente al cual el
régimen militar, sin legitimidad democrática ni constitucional, carecía de respuestas eficaces.

La cuestión de los derechos humanos se había convertido en uno de los ejes de la discusión por el destino del hombre cuando
se entraba en el último cuarto de siglo, siglo lleno de contradicciones. Era, asimismo, uno de los elementos de lucha de los
Estados Unidos contra el todavía poderoso imperio soviético, y al cabo ese factor demostraría ser más erosivo que la fuerza de
las armas aun para los regímenes comunistas. Visto desde los acontecimientos de 1989 en la Europa del Este, se puede ver más
claro por qué el tema de los derechos humanos trascendía el “imperialismo moral” propio de la política exterior
norteamericana. El régimen militar y sus partidarios no lo comprendían así, y su opaca apreciación del contexto internacional,
corno lo demostrarían las otras tres cuestiones, pero sobre todo la del Beagle y la de Malvinas, condujo al Proceso a un
progresivo aislamiento pese a la esforzada retórica de alguna prensa adicta, a las quejas de su diplomacia.

Derechos humanos y al emprendimiento de campañas de prensa en el exterior en las que se invirtieron dineros considerables
sin el menor efecto positivo. El campeonato mundial de fútbol de 1978 fue organizado por el gobierno argentino en buena
medida con propósito análogo. Hubo tregua guerrillera, pactada, según algunos; triunfó el equipo argentino en medio del
delirio popular, y entre militares y ciertos periodistas, se extrajo la conclusión de que el objetivo de mostrar una Argentina en
paz había sido logrado.

Quienes seguían lastrasmisiones en Europa, por ejemplo, sabían que no era ésa la imagen, y que el comportamiento impecable
de multitudes no fue sólo por la alegría del triunfo, sino una manifestación premonitoria de que el deseo de paz y de amistad
civil se había expresado en las calles. No había en el régimen militar ni entre sus comentaristas complacientes, comprensión
adecuada de cuántas cosas habían cambiado en la sociedad. La Argentina “secreta”, la Argentina interior a la que se había
referido Eduardo Mallea en escritos ya aludidos, alojaba valores preciadas que sus gobernantes y dirigentes sociales —y los
dirigentes guerrilleros— no percibían. Mario Amadeo, el antiguo y prestigioso escritor otrora nacionalista militante, escribía en
su último testimonio meses después, que debía ponerse término a las situaciones jurídicamente anómalas que subsistían como
secuelas de la lucha antisubversiva: no era un opositor sistemático de los militantes ni lo había sido nunca, y estaba escribiendo
en esos términos hacia 1981. Pedía también la corrección por vía de conmutación o de indulto, de penas excesivas dictadas y
aplicadas por tribunales militares. El régimen autoritario podía autolimitarse en lo concerniente a las garantías y derechos
individuales, y eso hubiera contribuido no sólo a una mejor aproximación al bien común, sino a su mejor presencia en la política
exterior y en el contexto internacional donde el nombre argentino estaba gravemente herido.

La cuestión con Chile

El conflicto con Chile parecía pertenecer a otro orden de cosas, pero no ocurría entre una dictadura y una democracia, sino
entre dos dictaduras que representaban sin embargo posiciones contradictorias por un conflicto de antigua data.

Cuando el gobierno nacional suscribió el 22 de julio de 1971 el compromiso arbitral, invocó la necesidad de resolver el problema
del Beagle a raíz de los múltiples incidentesque se sucedían en la zona, y a la imposibilidad o el fracaso da intentos de arreglos
directos.

Con Chile hay una frontera de 5.000 kilómetros aproximadamente, y había convicción sobre los derechos que nos asistían en la
zona del conflicto por motivos históricos, territoriales y jurídicos. El problema era convencer a Chile de nuestras razones,
máxime cuando Chile se apoyaba fuertemente en el hecho de que cuando se conviene el arbitraje ocupaba las islas en conflicto.
El hecho posesorio estaba, y los argumentos argentinos debían atenuar sus efectosytener en cuenta no sólo elfallo, sino sus
consecuencias. En decisión unánime, la Corte Arbitral adjudicó a Chile las islas Picton, Lennox y Nueva haciendo hincapié como
era previsible en el hecho posesorio. Mientras que la delimitación de las jurisdicciones en el canal de Beagle proporcionaba a la
Argentina aguas propias navegables, o sea el libre acceso a Ushuaia.

El proceso arbitral se había iniciado en tiempos del gobierno de Lanusse, bajo la dirección del ministro de Pablo Pardo. Pero la
cuestión estalló el 2 de mayo de 1971 cuando se difundió oficialmente el tallo unánime de la Corte Arbitral. Según algunos
intérpretes, el tribunal hizo una consideración estricta del tratado de 1881. “Sobre la base de esta interpretación se decidió que
el canal de Beagle tiene dos brazos: uno norte, que corre entre la isla Grande de Tierra del Fuego y las islas Picton y Nueva, y
otro sur, que corre entre Navarino y las islas Picton y Lennox. El tribunal entendió que el tratado de 1881 no contiene un
principio de división oceánica Atlántico-Pacífico que gobierna el sistema de distribución territorial, por lo que la condición
atlántica de algunas de las islas en disputa no basta por sí misma para que fueran adjudicadas a la Argentina tal como lo había
reclamado nuestro país en sus alegatos.”

La noticia conmovió a las cancillerías y a la opinión pública. Ejército y Marina reclamaron el rechazo inmediato. Comenzaron
negociaciones y fracasaron. El 19 de enero de 1978 se reunieron los presidentes Vidala y Pinochet, sin resultados concretos. El
25 de enero el canciller argentino Oscar Montes difundió la decisión del gobierno militar declarando la nulidad del laudo
arbitral. Casi un mes después se reunieron en Puerto Montt (Chile) Pinochet y Videla. El encuentro terminó en un acta ambigua,
y luego con un discurso de Pinochet leído frente a Videla y desconocido por la delegación argentina, donde el jefe de Estado
chileno ratificaba prácticamente el laudo. Videla improvisó un discurso de circunstancias y Massera se encargó de replicar desde
Tierra del Fuego con exclamaciones amenazantes. Del lado chileno ésas y otras negociaciones terminaban en la defensa del
laudo; del lado argentino en la defensa del principio bioceánico. Ambas intransigencias iban hacia el conflicto abierto.

El laudo era, en términos del ex canciller Miguel Ángel Zabala Ortiz “absolutamente atributivo” en favor de Chile. Los aprestos
militares se aceleraron, habitantes del sur fueron testigo de tuerzas argentinas atravesando la frontera, y la guerra era casi un
hecho cuando ocurrió la oferta de mediación del papa Juan Pablo II. Horas antes de la Navidad de 1978, el cardenal Antonio
Samoré, representante papal, anunció su viaje para mediar y evitar una guerra inminente. Hubo intentos secretos que
diplomáticos argentinos llevaron a cabo anta la Santa Sede, Washington, las Naciones Unidas y Moscú. Entonces los
diplomáticos argentinos pudieron enterarse —antecedente no desdeñable, visto al conflicto Malvinas— que los Estados Unidos
condenarían a la Argentina si recurría a la fuerza. Pero la diplomacia argentina llegó hasta dos protagonistas fundamentales da
la vida internacional: el Papayal cardenal Agostino Casaroli. El 8 de enero de 1979, la Argentina y Chile firmaban en Montevideo
el acta que aceptaba la mediación de la Santa Sede)5 Hubo propuestas papales que Chile aceptó y la Argentina objetó. Habría
que esperar hasta el 18 de octubre de 1984, en pleno gobierno constitucional, para que el mediador entregara su nueva
propuesta. La guerra, mientras tanto, se había evitado, y la nueva propuesta no sería tratada por colegiados militares, sino
sometida a la consideración de los ciudadanos argentinos.

La guerra de las Malvinas

La cuestión decisiva para el régimen militar fue fa guerra de las Malvinas. Desde antes del Proceso, las relaciones con los
británicos se habían deteriorado. Incidentes como el del “Shackleton” y una no informada operación hayal argentina en la isla
Thule, del grupo de las Sandwich del Sur, a finas da 1976, defendida por la armada argentina como actividad científica, habían
creado una tensión desconocida para la opinión pública, acostumbrada a que la política exteriorfuera tema privativo de los
gobiernos y coto reservado en un régimen militar.

El tema Malvinas preocupaba a los británicos, era cuestión relevante sobre todo para la marina argentina, y sólo el conflicto del
Beagle pasó el asunto a segundo plano. La diplomacia británica había actuado con excesiva displicencia respecto de la cuestión,
las negociaciones no habían progresado de manera sustancial desde el logro argentino da 1965 en las Naciones Unidas, y en el
gobierno militartanto Anaya como Galtieri encontraron motivos, que habían alentado, para retomar la cuestión desde un
abordaje conflictivo. Aspiraciones de poder internas estaban inescrutablemente mezcladas con aspiraciones nacionales
legítimas de larga data. La displicencia británica terminaría por abonar el terreno a los sectores militares y civiles que en la
Argentina demandaban acciones beligerantes para definir el conflicto más que secular. Anaya y Massera en la Marina, Galtieri
en la presidencia, reunían sus propósitos que creían apoyados por los Estados Unidos.” El general presidente había alentado
una política exterior “secreta” que significó la participación Argentina en América Central —en Nicaragua, en Honduras, en El
Salvador; en Guatemala se proveyeron armas y asesores—, y tanto el presidente como su canciller estimaron viable el proyecto
de recuperación de las Malvinas por la fuerza militar y la neutralidad de los Estados Unidos en caso de guerra.

Derechos legítimos, penosamente homologados ante las Naciones Unidas, comenzaban a estar a la merced de una discutible,
por no decir mala, apreciación de le situación internacional y si se quiere, de la historia. Cierto es que, desde la resolución 2065
de las Naciones Unidas, producida durante la gestión del canciller Zabala Ortiz en el gobierno de Illia, que instaba a Gran
Bretaña y la Argentina a buscar una solución para el hecho colonial, no habían existido progresos.

Gualtieri provocó entonces una negociación. Gran Bretaña desestimé el pedido y el gobierno argentino se reservó “el
procedimiento que mejor resulte a sus intereses”. La prensa británica alerté sobre la gravedad de la situación; los “falklanders”
hicieron sentir su presión sobre el gobierno británico en el que no confiaban demasiado, aunque recelasen mucho más del
argentino, y luego de episodios que tuvieron como protagonista a un empresario decidido a desmantelar una factoría ballenera
en las Georgias sin autorización del gobierno británico; desalojado por los británicos, las negociaciones se rompieron y el 28 de
marzo de 1982 la flota de mar se dirigió hacia las Malvinas para una acción de guerra. El 2 de abril de 1982 tropas argentinas
recuperaron las Islas Malvinas. Comenzó una ardua batalla diplomática conducida por el optimismo del canciller Nicanor Costa
Méndez. Pero las Naciones Unidas, por su Consejo de Seguridad, dictaron la resolución 502 con 10 votos en favor de Gran
Bretaña, 4 abstenciones y 1 voto en contra (Panamá). La resolución demandaba el inmediato cese de las hostilidades, el
inmediato retiro de todas las fuerzas argentinas en ¡as islas, y exhortaba a las partes a una “solución diplomática a sus
diferencias y a res-petar integralmente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.” Esta resolución era clave.
The Economist, de Londres, anunciaba que las mediaciones de Haigyotros enviados norteamericanos no significaban la
neutralidad de los Estados Unidos. Haig visitó Buenos Aires y Londres para terminar en Washington redactando un documento
que proponía entre otras medidas el cumplimiento de la resolución 502, administración tripartita interina con las banderas de
los intervinientes —la Argentina, Gran Bretaña y los Estados Unidos como garante—, consulta a los isleños y un sistema de
negociación directa con la asistencia de los Estados Unidos y de las Naciones Unidas. Entre los militares argentinos había
relativo consenso, pero en la Junta Militar, especialmente en Galtieri y Anaya, rechazo.

En la OEA, la Argentina logró apoyo de los gobiernos latinoamericanos, algunos con reservas explícitas en sus países donde la
cuestión salvo excepciones no conmovía demasiado. La flota británica había zarpado, recobrado las Georgias con la rendición
sin combatir del grupo comandado por el teniente Alfredo Astiz y el 1° de mayo estaba bombardeando las Malvinas. Un día
antes, los Estados Unidos habían dado por terminada su neutralidad. El presidente del Perú, Belaúnde Terry, presentó otra
propuesta de mediación. Cuando se creía que los militares argentinos la aceptarían, los ingleses hundieron el buque General
Belgrano. La propuesta de Haig fue una oportunidad perdida por los argentinos. La propuesta de Belaúnde una oportunidad
cegada por los británicos. Estos se propusieron aislar las islas del continente, lo que lograron con apreciables pérdidas, para
luego invadir con fuerza. Del lado argentino, como se confiaba más en una solución diplomática que militar, no hubo un plan
estratégico definido; tampoco los planes tácticos parecen haber sido claros y la competencia de los distintos mandos fue
confusa. Ante la inminencia de la invasión, se optó por acumulartropas en el archipiélago —lo que complicó la situación
logística—, se las dispersó en diversas zonas en vez de concentrarlas en puntos clave y se les dio una conducción estática. A esto
se agregó la superioridad británica en armas, entrenamiento, medios técnicos militares y en el aire, más una concepción
estratégico-táctica definida. Este cúmulo de ventajas del lado inglés no pudo ser compensado por el brillante desempeño de los
aviadores argentinos —seis buques hundidos y varios averiados— ni por el valor de los combatientes detierra en las batallas de
Pradera del Ganso y Puerto Argentino. El 11 de junio, el papa Juan Pablo II llegó a la Argentina, donde la información del
conflicto nada tenía que ver con la trágica verdad. Antes, había viajado a Gran Bretaña. En la Argentina invocó también la paz,
preparó los ánimos para enfrentar el sufrimiento de la derrota y sin embargo evitar la desesperación yse encontró con una
movilización popular que aceptaba el precio de la paz.

Nuestras tropas fueron finalmente arrolladas y su comando capituló el 14 de junio, con lo que terminó la confrontación militar.
Una vez más, según se sabe, la derrota demostró ser huérfana. El presidente Galtieri intentó reivindicar la autoridad luego de la
guerra perdida. Pero la autoridad efectiva no es el resultado de retóricas marciales. La crisis militar siguió a la derrota de
Malvinas, como suele suceder con las guerras perdidas. La derrota había puesto la semilla de la humillación en el terreno
militar, haciendo de algunos sectores castrenses un factor de perturbación que perduraría en el futuro. La transición
democrática padecería por eso.

El 23 de junio la Junta Militar que hizo la guerra se disolvió, el ejército se hizo cargo de la situación y designó presidente al
general Reynaldo Bignone des4e el 1° de julio para la institucionalización del país.

Objetivo no fácil, porquehabía altos militares, brigadieres y marinos politizados que querían perdurar en medio de la
indiferencia de la sociedad, que se había transformado en rechazo colectivo. Las críticas a la conducción desastrosa de la guerra
en el plano político y militar, que había llevado a la muerte a jóvenes patriotas, nacían no sólo de la sociedad civil, muchos de
cuyos miembros habían olvidado ya su euforia inicial y su entrega ingenua a la acción psicológica, sino de la propia sociedad
militar.

Una nueva Junta Militar reemplazó a la desplazada, designó una comisión para analizar y evaluar las responsabilidades por el
conflicto del Atlántico Sur,y de ésta surgió el severo aunque técnicamente discutido “Informe Rattenbach” de todos modos
expresivo del estado de ánimo de los militares antiguos. Años después, jueces civiles en fallo ejemplar por su contenido y
análisis, habrían de condenar a los principales responsables militares.

El 28 de abril de 1983, la Junta Militar dio a publicidad un documento que quisoser “documento final” sobre lo ocurrido en el
Proceso respecto del terrorismo y la represión, se daban por muertos a los desaparecidos, y se remitía a Dios y a la historia el
juicio sobre los actos cometidos. El documento produjo reacciones encontradas, el papa Juan Pablo II se refirió en San Pedro en
términos de adhesión a las familias de las víctimas desaparecidas, y el gobierno militartuvo la percepción del aislamiento. El
documento final no era sino el principio de una polémica profunda entre críticos y justificadores.

El 28 de junio de 1983, reuniendo sus últimas energías, el gobierno militar convocó a elecciones para el 30 de octubre de 1983.
Era el principio de una turbulenta y necesaria transición hacia lo democracia.

39. La Argentina en las turbulencias internacionales

Breve memoria de un pasado crítico

En el libro primero de su ensayo El Antiguo Régimen y la Revolución, Alexis de Tocqueville afirma: “Estamos bastante alejados
de la Revolución para no experimentar, a no ser muy débilmente, las pasiones que turbaron la visión de los que la hicieron, y
estamos también suficientemente próximos para comprender el espíritu que la animó”. Escribía a más de medio siglo de la
Revolución de 1789.

En nuestro caso, sin el genio analítico del seminal escritor francés, terminamos de describir un pasado crítico que culminó más
de medio siglo de discordias. Análisis que procuró sortear, hasta donde nos fue posible, los condicionamientos que siempre
asedian la tarea del historiador máxime cuando se trata de historia “actual”. Nuestro intento no pretende ser la explicación,
sencillamente porque ésta, en las ciencias humanas, no existe. Hay que desconfiar, como decía André Siegfried, de la
explicación única, “de la llave que abre todas las cerraduras”. Los factores que actúan son muchos. Las causas cruzadas ponen
en cuestión las explicaciones armoniosamente construidas. Pero también es verdad que la reunión de elementos explicativos y
su organización racional —en la que la subjetividad de los autores tiene su parte— proponen una explicación al cabo menos
incompleta que la anterior a la búsqueda.

Nuestro intento ha sido, en toda la obra y sobre todo en el período más difícil que los argentinos contemporáneos tienen
presente —la Argentina de los años 70— explicar la realidad. No se hace historia desde la impasibilidad deshumanizada.
Conviene, en todo caso, exponer los valores y motivos de la propia subjetividad, como hemos procurado en al curso de esta
historia, sobre todo cuando se trata de sufrimientos y de tragedias, de víctimas y culpables, de eclipses de humanidad.

Cuando comienza el nuevo milenio, los argentinos debemos guardar la memoria y las lecciones aprendidas de un pasado crítico.
Ese pasado contiene etapas fundacionales de una nueva nación, peleas y pendencias, autoritarismos y edificaciones
republicanas, propuestas y comportamientos enderezados a la democratización de la “república de los notables”. Crisis de
legitimidad de la democracia incipiente que había logrado despegar entre 1912 y 1930, claudicó entonces para insinuarse un
retorno luego de la Segunda 6uerra —experiencia de una democracia al cabo tendiente a formas de autoritarismo—; luego la
sucesión de gobiernos con legalidad constitucional pero sin legitimidad suficiente y de gobiernos de fuerza sin eficacia de
ejercicio.

Si se mira bien, entre 1930 y 1983 los argentinos no habían llegado a conocer la plenitud de la ciudadanía democrática.

La secuencie de una Argentina alterada e inestable culminó en la cultura de laviolencia, de la militarización del lenguaje y de los
comportamientos, de la subversión y de la dictadura, del terrorismo guerrillero y del terrorismo de Estado, y al cabo de la
guerra no sólo interna, sino internacional, con la derrota catártica de Malvinas.

La instauración democrática de 1983

El 30 de octubre de 1963 triunfó la Unión Cívica Radical y perdió el peronismo en elecciones libres y abiertas por vez primera
desde su creación, hegemonía, proscripción, diáspora y retorno. El 8 de diciembre se dio a conocer el acta de disolución de la
junta militar delegando a un última presidente del Proceso sus facultades para el paso del mando al nuevo presidente
constitucional, Raúl Alfonsín, el 10 de diciembre. Fue el fin formalizado del Proceso de Reorganización Nacional. El tiempo de la
transición hacia una democracia constitucional.

Cuando volvemos hacia esa historia, la existencia de une Argentina democrática se nos antoja como una experiencia nueva, no
como un retorno a un pasado interrumpido. Comprobación que as en sí misma polémica, queda como hipótesis de discusiones
probables. ¿Existió, consolidada, una Argentina democrática? Sucedió, entre 1912 y 1930, lo que hemos llamado la
“democratización” de la república de los notables, de la república conservadora restringida en la sociedad política, abierta en
los inicios de la sociedad civil. Pero claudicó luego de su despegue, en la crisis del 30. Después hubo gobiernos con fraude,
democratizaciones tendientes a una forme de democracia autoritaria, la crisis del 55, la polarización peronismo/antiperonismo,
“entremeses” constitucionales —Frondizi, Illia—, y pretendidos regímenes militares que no fueron tales, sino sucesión de
gobiernos sin capacidad de constituirse en regímenes. La crisis de legitimidad de la intentada Argentina democrática fue la
constante. La incapacidad para establecer consolidado un régimen político democrático fue una de las manifestaciones
incontestables de la declinación argentina.

Ese fue el clima interior de la instauración democrática de 1983. Conviene hacer referencia, primero, al clima exterior, al
contexto internacional y regional, donde comenzó a instalarse la democracia como idea nueva que los integrismos desde la
derecha y la izquierda habían combatido o ignorado.

La búsqueda de un “nuevo orden” internacional

La década de los años 80 resume las aventuras e ilusiones del hombre y de las sociedades durante el breve siglo XX según la
propuesta de Eric Hobsbawn que lo condensa entre 1914—primera guerra mundial, o primera “guerra civil europea”— y 1989,
cuando sucede la caída del muro de Berlín y el proceso que lleva a la no prevista implosión del imperio soviético.

La historia contemporánea contiene tanto la emergencia de perversos regímenes totalitarios justificados por ideologías como el
fascismo, el comunismo y el nazismo, cuanto fundamentalismos religiosos, luchas étnicas, al mismo tiempo que el
reconocimiento creciente de los derechos humanos y del principio de los derechos de la conciencia humana.

El Estado llega a cubrir por entero la vida de hombres y sociedades y al cabo se repliega por la globalización, sin por eso
desaparecer. Si se quiere resumir con equilibrio la experiencia del siglo, se registrará lo terrible, su primado de hecatombes y
exterminios, practicados con barbarie e irracionalidad científica, junto a progresos en las condiciones de vida de millones de
seres humanos, la preocupación por los derechos de categorías marginadas, y creciente conciencia de la dignidad y centralidad
del hombre. La comunicación de hechos, ideas y personas jugó un papel relevante en la unificación del mundo.

Democracia. Capitalismo. Derechos humanos

Progresos y regresiones que contienen, en fin, tres rasgos que no nos pueden resultar indiferentes. El primero es la difusión de
la democracia reconocida como el régimen político que mejor guarda la dignidad humana. El segundo la economía libre y la
influencia del capitalismo como forma de organización de la economía. El tercero la expresada conciencia de los derechos
humanos. En esos tres rasgos las desigualdades y marginaciones reclaman un examen de conjunto respetando la centralidad del
hombre. Un documento notable que expresa la interpelación precedente es la encíclica Centesimus-Annusdel papa Juan Pablo
II, cuyo interés trasciende el de los fieles católicos.

La implosión del imperio soviético

En ese contexto sucedieron la caída del muro de Berlín, la imprevista desintegración del imperio soviético y la guerra del Golfo,
en un eje temporal situado entre 1989 y 1991. La implosión del imperio soviético sorprendió por las características de un
proceso que se produjo por la erosión interior y no por una guerra internacional como se creía propio de la claudicación de los
regímenes totalitarios, Héléne Carrére d’Encausse (1978) y Jean Yves Calvez, entre los conocedores profundos del imperio,
venían describiendo la degradación del partido Comunista en su papel dirigente y del comunismo como algo más que ideología
de justificación del poder de una oligarquía reconocida como la “nomenklatura”. En los años 70 y 80 la confianza pública en la
eficacia del llamado socialismo real se había deteriorado profundamente entre los soviéticos y las sociedades europeas situadas
en su zona de influencia. El imperio, literalmente, se desmoronó. Con su fin terminó una época y con la caída de uno de los
polos de la Guerra Fría habría de comenzar lo que Carrére d’Encausse (1991) llamó con propiedad la “gloria de las
naciones”hasta entonces sometidas al imperialismo ruso. Proceso fundamental para analizar el incierto ‘nuevo orden”
internacional, a través de Gorbachov —fracasado en el intento de democratizar el imperio sin perderlo—, Yeltsin —político
compleja y hábil— y su heredero Putin, exhibe en estos tiempos arrestos de nostalgia imperial contenidos por la más razonable
—y propia— pretensión de Rusia de ser reconocida como un actor responsable y significativo en el escenario mundial.

La guerra del Golfo

La guerra del Golfo, provocada por el afán expansionista de Irak y las ambiciones de su líder Saddam Hussein, comenzó con la
invasión a Kuwait, cuya anexión es un propósito iraquí de vieja data. El intento iraquí fue detenido por una fuerza internacional
encabezada por la fuerza y tecnología norteamericanas; el pueblo padeció las consecuencias de la respuesta armada y Hussein,
no obstante, permaneció en el poder. Análisis complejos sugieren que la represión no fue más allá porque la inestabilidad que
hubiera seguido a una posible victoria en esa región crítica del mundo aparecía como un costo peligroso para los triunfadores y
para el incierto orden internacional en cambio permanente.

El nuevo orden internacional

Cierto realismo político lleva a reconocer que este nuevo orden es dominado por los países que controlan mercados, sistemas
financieros, tecnología y fuerza militar. Patrimonio de pocos, la posición relativa de las naciones depende de la posesión de
todos, de varios o de ninguno de esos recursos fundamentales.

La guerra del Golfo puso en juego todos esos elementos de las reglas internacionalmente dominantes. Interdependencia,
prioridad de la cooperación sobre el conflicto, desigualdades objetivas y la necesidad de globalizar la ética, así como se
globalizan las finanzas y la política procura la gobernabilidad del proceso mundial. Dicha guerra —como al filo del siglo la de
Kosovo— fue en ese sentido un “hecho cultural”, porque no se suscitó por una cuestión moral sino por intereses políticos y
económicos presentes en casi todo conflicto militar. Dio nuevo relieve, en fin, a otra cuestión: la de si ese tipo de conflictos, que
pone en juego lealtades religiosas, no anticipa en rigor factores relevantes en el mundo por venir.

¿La primera guerra del siglo XXI?

Si la guerra del Golfo fue una experiencia dramática que cambió estrategias y tácticas militares, el siglo terminaría con el
escenario de una última guerra europea, por sus características la primera guerra del siglo XXI: la guerra de Kosovo, la tragedia
de la ex Yugoslavia. Guerra de orígenes y consecuencias polémicas: intervención de la OTAN sorteando la intervención del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en cuanto se invocó el derecho de ingerencia derivado de graves acciones contra
los derechos humanos del pueblo kosovar, y acciones que habrían de contenertodos los factores de conflicto conjeturables para
los tiempos actuales: nacionalismos, politización de religiones, “limpiezas étnicas”, pero también nuevas maneras de hacer la
guerra mediante tecnologías sofisticadas, poder aéreo inalcanzable para los atacados, sin bajas entre atacantes que no
ocupaban el terreno de lucha cediendo la capacidad de maniobra táctica a las fuerzas serbias del dictador Milosevic... Tema
todavía abierto a consideraciones éticas, políticas, militares en un debate no terminado que oscurecen no sólo esa “otra
Europa” sino Timor, buena parte de África, zonas de América latina, dele ex Unión Soviética y de Asia.

Las lecciones del siglo XX

El siglo XX deja, en la dimensión internacional de los procesos políticos, lecciones para pensar. Combinación de pasiones
humanas —étnicas, ideológicas, pseudo religiosas—, luchas estatales por el poder con tecnologías con gran capacidad de
destrucción. Una expresión política en su momento nueva y revolucionaria: el Estado totalitario, culminación de aspiraciones
mesiánicas para un “hombre nuevo” que nunca se forjó, a expensas de millones de vidas de seres concretos.

El siglo XX también produjo un esfuerzo de síntesis —expresada en la democracia social yen el “estado providencia”— de
valores sociales y liberales, de libertad individual y, sino de igualdad, al menos de bienestar.

Fue escenario de movimientos expansivos porla emancipación de estructuras tradicionales, de hábitos y costumbres, de
situaciones coloniales, así como la emancipación de la mujer y la lucha contra la discriminación racial y por los derechos
humanos como fenómeno universal. Aún paga el mundo los costos de la Guerra Fría. Tensiones étnicas reprimidas explotan en
nuevos conflictos o revelan viejos conflictos en condiciones nuevas. El sistema de Estados soberanos tiembla por abajo en
cuanto los atributos de la soberanía del sistema de Westfalia son recortados, erosionados, sin por eso desaparecer del todo.

Dos revoluciones, dos saltos cualitativos suceden mientras tanto: la revolución empírica y cultural de la globalización y la
interdependencia, y la revolución normativa de los derechos humanos, la búsqueda de una justicia criminal internacional, de la
limitación de los armamentos nucleares, de las legislaciones regionales que procuran mediar entre el Estado nacional y la
globalización o mundialización.

La primera consecuencia perceptible es la de un mundo que contiene a la vez originalidades, complejidad e incertidumbres, Y
esto en un doble movimiento: hacia la mayor integración y hacia la multiplicación de fragmentaciones. Un mundo con ‘edades”
diferentes (Stanley Hoffmarm,1998): la de la globalización para algunos; la edad de las rivalidades étnicas, tribales o
interestatales para otros. Un mundo más unido yal mismo tiempo escenario de la crisis y—sin embargo—multiplicación de
Estados nacionales. Yun mundo en el que se debate la crítica cuestión de la gobernabilidad mundial.

En esa clave vivimos una era revolucionaria de nuevo cuño, con una nueva tecnología de la información, con un nuevo sistema
financiero mundial, con una nueva sociedad “informacional”, con cambios sustanciales en las formas de producción de bienes,
con desafíos políticos frente a los nuevos contenidos de la ciudadanía, con modificaciones culturales profundas en medio del
multiculturalismo en el interior de sociedades nacionales y en sus periferias. Pero al mismo tiempo es un mundo de
desigualdades crecientes, de consecuencias no queridas en función de la centralidad del hombre, de marginados y excluidos, y
de la presencia provocativa de “proletariados externos” —en términos de Arnold Toynbee— que interpelan al mundo
desarrollado.
La dimensión internacional de los procesos forma parte de las historias particulares —como procuramos demostrar lo largo de
toda la obra—. La década entera de los 70 en la Argentina es incomprensible sin tener en cuenta el escenario de la Guerra Fría
en el contexto mayory de la revolución cubana y sus resonancias en los conflictos ideológicos, militares y militantes en la
subregión latinoamericana. Asítambién la influencia decisiva de una guerra internacional perdida —la guerra de las Malvinas—
que condujo a la claudicación del Proceso militar en el plano interno y a la revelación del gobierno de la ley desde el principio de
legitimidad de la democracia constitucional como apetencia colectiva de la sociedad civil en la Argentina del año crucial de
1983.

Política exterior (1983-1999)

La política exterior de la Argentina democrática tiene un desarrollo significativo que merece tratamiento específico. Debemos
tener en cuenta desde donde se venía para entender mejor la necesidad que tenía la Argentina de situarse en el mundo a partir
de la nueva legitimidad democrática.

Los gobiernos militares del Proceso de Reorganización Nacional eran el antecedente crítico que habría de conducir a revisión y
nuevos planteos desde el principio de la instauración democrática. La Argentina debía remontar una fama oscura, imagen y
sucedáneo de realidades que la habían marginado de la consideración de la mayor parte de las naciones democráticas,
constituyentes del medio internacional de referencia y al que estaba retornando. Las relaciones críticas con Chile y la guerra de
las Malvinas fueron el resultado de comportamientos que hemosjuzgado y que convirtieron a la Argentina en un país
impredecible y, según percepciones internas y externas no desdeñables, peligroso en una situación internacional ganada por
incertidumbres. (Camilión, 1999; Escudé, 1 989; Tulchin, 1984).

Rupturas y continuidades en la política exterior

La política exterior de los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem exhibe rupturas y continuidades. Ciertas constantes de la
política exterior que señalamos en su momento venían de antiguo. También, si se investiga el período con algún detalle, hubo
diferencias dentro de la gestión de un mismo gobierno, lo que hace interesante y complejo el análisis que procuramos resumir
en sus líneas fundamentales.

Russell (1998) señala que los cambios introducidos en la política exterior de Galtieri durante la guerra de las Malvinas es una
referencia necesaria porque permite comprobar los contrastes con los gobiernos constitucionales. El presidente Alfonsín
introdujo cambios en la cuestión de la deuda externa, particularmente después de la renuncia de su primer ministro de
Economía Bernardo Grinspun. El presidente Menem terminó otorgando, luego de ambigüedades iniciales, prioridad al
Mercosur. Esos ejemplos y otros situados en la misma línea demuestran la importancia y complejidad de la relación entre la
dimensión internacional y la política interna, máxime cuando en ésta había discontinuidad profunda entre la dictadura y la
democracia constitucional. En ese sentido, aun cuando la discontinuidad era necesaria y bienvenida, la Argentina aparecía
objetivamente más inestable que sus vecinos latinoamericanos como Chile y Brasil.

Las políticas exteriores conducidas por los militares gobernantes hacía América latina fueron orientadas por una mezcla de real
politik —desde un mal realismo, sin embargo—, versiones geopolíticas y una posición anticomunista que demostró ser extrema
y explosiva. Desconocieron el principio de no intervención y proyectaron hacia la región, cuyo clima estaba enrarecido por la
violencia, la violencia propia. Ese precedente habría de contrastar con la política de paz y de confianza mutua que alentó incluso
las políticas de defensa favorables a la consolidación dalas democracias y a la integración regional. Estas líneas de política
exterior fueron compartidas, aún dentro de diferencias relativas, por las gestiones de Alfonsín y de Menem.

Una prueba del estilo y contenido de la política exterior argentina fue representada por ciertas medidas y decisiones
importantes. Durante la presidencia de Alfonsín se firmó el Tratado de Paz y Amistad con Chile (noviembre de 1984). En el año
siguiente se hace notorio el sinceramiento de las relaciones con el Brasil. Hubo acuerdo para la inspección mutua en temas
nucleares; ambos países se manifestaron corresponsables de la empresa favorable a le creación de una zona de paz y
cooperación en el Atlántico Sur modificando gradualmente las hipótesis de conflicto tradicionales concebidas desde una
permanente estrategia de guerras potenciales. La formación del Consenso de Cartagena, el apoyo argentino al grupo Contadora
y la participación en reuniones cooperativas con los procesos de paz rompieron le línea de la política exterior del Proceso. Éste
había intervenido con ayuda militar al ejército de El Salvador y a la insurrección antisandinista en una vasta operación
coordinada con sectores da la administración Reagan con designios afines—compartidos en esto por el gobierno de Pinochet—,
contradictorios respecto de otros sectores de esa misma administración inclinados a la política de no intervención y a la
coordinación regional consecuente. El Proceso había intervenido, incluso, en los preparativos de un golpe de Estado en Bolivia.
Cuando la guerra abortada a último momento con Chile llegó a las cancillerías, la sensación de que la política exterior argentina
era impulsada por un grupo de “militares peligrosos” era una impresión difundida. Con ese telón de fondo llegaron al escenario
internacional los gobiernos constitucionales. La gestión del presidente Menem mantuvo las líneas fundamentales de la política
exterior de Alfonsín. Sostuvo la importancia de la integración regional en el contexto del Mercosur Suscribió con el Brasil en Foz
de Iguazú (noviembre de 1990) una nueva declaración relativa a la política nuclear. En octubre de 1996 los ejércitos de ambos
países compartieron maniobras en territorio argentino en manifestación elocuente del cambio de percepciones y de relaciones
en áreas otrora críticas.

Los derechos humanos y la disputa de la soberanía en Malvinas fueron aspectos salientes de “políticas de Estado”, en temas
extrapartidarios y en asuntos en los cuales la diplomacia debía actuar en función de valores básicos y objetivos de largo plazo
ajenos a toda aventura.

Las relaciones con los Estados Unidos y la Unión Europea, pese a ciertos altibajos y declaraciones impresionistas, exhiben más
continuidades que rupturas entre las administraciones democráticas. En contraste con la “feudalización” del poder durante el
Proceso y la delectación de éste por dudosas diplomacias paralelas, la política exterior de la democracia aparece consistente
con la legitimidad del régimen político establecido.

Es preciso tener en cuenta el estilo y el sistema de creencias personales de los presidentes, gravitantes en su percepción del
país y del mundo sobre todo en sistemas presidencialistas. Alfonsín y Menem jugaron su papel con efectos en la política
internacional. Russell destaca que las administraciones democráticas tienen “códigos operacionales” muy distintos de los del
Proceso. Para éste la política era “realpolitik” animada por un anticomunismo extremo (código operacional), dentro de una
guarra global entre dos civilizaciones antagonistas (creencia contextual) y que la Argentina —según le interpretación de los
gobernantes militares y sus seguidores— era una expresión impecable del ‘mundo occidental y cristiano”que habían concebido.

La política exterior de Alfonsín

El primer gobierno de la transición democrática, bajo la presidencia de Alfonsín y su ministro Dante Caputo debió evitar
interpretaciones y traducciones que tenían cierta afinidad con mentalidades de ese y otros pasados, ajustando su propio código
de creencias respecto de las relaciones Este/Oeste y de las relaciones Norte/Sur. Abordaje que influyó en la política del
gobierno de Alfonsín dando perfil alto a su gestión exterior en América Central y en el Movimiento de los No Alineados,
rompiendo relaciones diplomáticas con Sudáfrica, dando éntasis quizás excesivo a una diplomacia de prestigio, y tornando
distancia—en una primera etapa— con la administración Reagan aduciendo “diferencias metodológicas” respecto de la deuda
externa y de la crisis en América Central.

Menem y la política exterior

El segundo tramo, con Menem en el gobierno, se diferenció en las relaciones con los No Alineados, que la Argentina abandonó;
con la decisión de intervenir en la guerra del Golfo, en el desarrollo de lo que el canciller Guido Di Tella —en pintoresca
expresión digna de seminarios recoletos— llamó alguna vez “relaciones carnales” con los Estados Unidos; con la ratificación del
Tratado de Tlatelolco, en la defensa activa de la democracia en Haití, y en la cancelación del proyecto Cóndor II.

Las relaciones bilaterales con Chile constituyen una demostración significativa de los cambios fundamentales operados en la
política exterior de la democracia. Con el último acuerdo limítrofe ratificado simultáneamente el 2 de junio de 1999 por los
congresos de ambos países, se cerró una larga y peligrosa historia de conflictos. El acuerdo sobre los Hielos Continentales
oHielos Patagónicos fue el último de una serie que llevó a solucionar 24 cuestiones pendientes sobre límites disputados desde
el siglo XIX. A esos acuerdos se suman encuentros bilaterales de carácter militar y entendimientos documentados en asuntos de
seguridad (1995). En el plano económico, Chile es mercado importante para las exportaciones argentinas y principal inversor
latinoamericano en la Argentina en sectores que habían sido desde antiguo áreas sensibles para la seguridad nacional, como el
sector eléctrico y el de minería en zonas de frontera. No es dato menor señalar que en abril da 1995 chilenos y argentinos
acordaron encomendar a intelectuales de ambos países armonizar versiones de sus historias nacionales con vistas a dar
relevancia a los puntos de encuentro más bien que a los de discordia— sin encubrir éstos cuando sea preciso— en cuanto la
lectura de la historia contribuye a hacer de la región una comunidad de referencia superadora de nacionalismos excluyentes.

La región como comunidad de referencia

La región como comunidad de referencia y de sentimientos surge como mediadora entre las naciones y el fenómeno de la
globalización Fuera de la región, naciones solitarias serian irrelevantes en el mundo contemporáneo. Ese es el contexto en el
que las políticas exteriores de los integrantes del Mercosur—a quienes se sumó Chile en 1996—han acordado vigilarla marcha
de los procesos de democratización y de ciertos aspectos de las políticas econ6micas. Suscribieron asimismo la llamada
“Declaración de Malvinas” que sostiene los “legítimos derechos” argentinos y fue firmada sin reservas incluso por Chile, con
fuertes vínculos históricos con Inglaterra. Acordaron establecer mecanismos de diálogo permanente, de consulta y concertación
política en el plano internacional y en aspectos vinculados con sus políticas internas. Declaración significativa fue el Compromiso
democrático del Mercosur”: establece que cualquier interrupción del orden constitucional en los países del bloque o asociados
constituye “un obstáculo inaceptable para la continuación del proceso de integraci6n”. Cuando terminaba el siglo XX todo lo
que dicho compromiso evoca sería puesto a prueba.

La Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay procuran sortear asimetrías objetivas asumiendo el proyecto en su
sustancia política aunque el nombre y los primeros tramos fueran gobernados por la economía. El ejemplo de la comunidad
europea según sus padres fundadores —Adenauer, De Gasperi y Schuman— inspira a un Mercosur que tiene para sus
integrantes la oportunidad de lo necesario. Máxime cuando la experiencia democrática no ocurre en aguas tranquilas sino en
medio de turbulencias y precariedades amenazantes.

40. El gobierno de la ley

El triunfo de la Unión Cívica Radical

La guerra de las Malvinas, fue para los argentinos tiempo de euforia y tristeza. Cuando se conoció la derrota, encubierta hasta el
último instante por una extrema manipulación informativa desde el gobierno del Proceso y la complicidad o la subordinación de
la mayoría de los medios, la sociedad fue tomando conciencia de que la guerra había ocurrido a partir de una pésima
apreciación de la situación internacional por militares profesionales, asesores civiles y ciertos preceptores intelectuales.

La derrota significó la claudicación definitiva del Proceso iniciado en 1976. Dejó a la sociedad militar y sus aliados en un estado
de crispación que tendría graves efectos sobre el desarrollo de la transición democrática y la forma de inserción de las fuerzas
armadas cuya relación natural debía ser la subordinación al gobierno constitucional.

Los temas de la campaña electoral abierta por el régimen en retirada estaban definidos por la biografía violenta de los años 70,
por el recuerdo ominoso del gobierno de Isabel Perón dominado por el siniestro favorito López Rega y sus seguidores, y por la
responsabilidad de las alianzas objetivas que habían protagonizado desde los años 60 los miembros plenos de la Argentina
corporativa: el poder militar, el poder sindical y sectores significativos del poder económico, según fue explicado.
De tal modo, cuando llegaron las elecciones nacionales de 1983, la memoria colectiva tenía identificados a los responsables del
pasado crítico. Uno de los lemas de campaña del candidato radical Raúl Alfonsín fue la denuncia de lo que llamó con
oportunidad el pacto militar-sindical. Otro hecho, decisivo, fue la apetencia de la sociedad civil por el gobierno de la leyy la paz
institucional que resumía la democratización. Lema yconsenso, reflejaron los sentimientos prevalecientes en la población, sobre
todo entre las mujeres y la juventud.

La fuerza política que por su historia y estilo tenía los mejores pergaminos para acreditarse frente a esas motivaciones de voto
era, si se recrea el clima de la época, la Unión Cívica Radical, partido nacional entonces casi centenario.

El peronismo había dominado casi cuarenta años el escenario político. Invicto en elecciones libres y abiertas sólo había sido
sometido mediante la proscripción y el golpe de Estado. No había surgido, en décadas, una verdadera alternativa de gobierno,
una fuerza política capaz de vencer al peronismo en comicios sin fraudes, proscripciones, maquinaciones electorales o
inhabilitación de candidatos.

El primer cambio perceptible hacia 1983 era que podía esperarse una contienda electoral en la que el peronismo no fuera
seguramente victorioso.

El segundo cambio tenía que ver con la solidez de la coalición social de base del peronismo histórico. ¿En qué medida esa
coalición social permanecía fiel, no vacilaba en sus segmentos fundamentales y persistía sin deserciones?

En 1983 esa coalición social demostró ser vulnerable y fue perforada por una convergencia electoral alternativa.

La construcción de una ciudadanía democrática

El tercer cambio se dio en el mundo intelectual. Durante lustros la mayoría de los intelectuales, sobre todo en la izquierda del
espectro ideológico, en la derecha liberal y en la que los italianos suelen llamar “liberista” (sólo atenta a la dimensión
económica y desaprensiva hacia la calidad del régimen político) había maltratado o marginado la validez de la democracia a
partir de la crítica a la democracia “formal”. Ni los militares ni la guerrilla, por otra parte, evocaban un régimen político que no
fuera alguna forma de dictadura, unos por politización corporativa y otros por ausencia de teoría política que remitiese al tipo
de régimen cuya propuesta se desconocía.

En 1983 la mayor parte del mundo intelectual relevante había aceptado la lección de las consecuencias. El principio de
legitimidad democrático se impuso sin alternativas atrayentes. La democracia era reconocida como aquél sistema político mejor
dotado para guardar la dignidad de la persona humana, y ésta era, en términos breves pero elocuentes, su más sólida
justificación. La historia que los argentinos contemporáneos habían vivido los llevó a la sospecha, o a la convicción, que la
construcción de la ciudadanía democrática era una empresa nueva.

La mayoría de la gente se dispuso a reivindicar un objetivo civilizado más inmediato: el gobierno de la ley, la constitución y la
paz ideológica. Puede añadirse, consultados los sondeos y manifestaciones de entonces, que el territorio electoral era
preferentemente habitado por tendencias de voto no-peronista. Ese fue el contexto y el clima de la victoria de la fórmula de la
UCR, Raúl Alfonsín-Víctor Martínez.

Fue una convergencia electoral, en expresión calificada de Edgardo Catterberg, más bien que la expresión de una coalición
social persistente como quedaría demostrado por desplazamientos posteriores del voto ciudadano. Fuertemente centrista,
mirando hacia la izquierda y la derecha constitucionales del panorama ideológico, como solía suceder en las transiciones
democráticas en su primera etapa.

En los treinta años anteriores a 1983 sólo sucedieron cuatro elecciones nacionales separadas entre sí por una década o menos:
en 1957, en 1963 y dos en 1973. Diez años después el voto expresó cambios sustanciales en el país político. La UCR obtuvo e1
51,74% de los sufragios, el partido Justicialista —Ítalo Luder-Deolindo Bittel— el 40,15%. El resto se dividió entre diez pequeños
partidos el mayor de los cuales, el partido Intransigente, obtuvo el 2,4% de los votos.

Bipartidismo y polarización

Se había votado a partir de una ley orgánica de los partidos políticos —22.627, dictada el 16 de agosto de 1982 durante el
Proceso— que excluía expresamente a los partidos “antisistema”. El sistema electoral, según la ley 22.838 de 1983, fue por
representación proporcional de diputados nacionales, electores de presidente y vicepresidente de la nación y electores de
senadores por la Capital Federal.

Luego de los comicios de 1983 la empresa política que se imponía a la 11CR como partido era transformar la convergencia
electoral en coalición social de base; que consolidase una nueva meseta electoral por encima de su promedio histórico, que se
situaba muy por debajo del desempeño que la llevó al triunfo de aquel año.

La experiencia indica que esa empresa política no fue lograda durante la gestión del presidente Alfonsín.

Cuestiones pendientes

El trámite de esa empresa fue acosado por las cuestiones que el ciclo político descripto en los capítulos precedentes había
dejado pendientes: la cuestión peronista, la cuestión sindical, la cuestión económica, la cuestión internacional. Sobrecarga para
la democracia incipiente, a todas abordó Alfonsín en forma prácticamente simultánea.

La cuestión peronista era teóricamente ajena al gobierno radical. Sin embargo el Presidente fue tentado por la articulación de o
que en algún momento se llamó el tercer movimiento histórico, intención que suponía la fractura definitiva del peronismo, la
absorción estable de muchos de sus fieles y la conformación de una fuerza política predominante. Esos objetivos habrían de
consumir muchas energías que el gobierno radical necesitaba para reorganizar un Estado que reclamaba reformas profundas.
Eran objetivos difícilmente conciliables con la consolidación de una democracia competitiva. Ni el movimientismo ni la
hegemonía armonizan, por lo que se sabe, con la lógica interior de una democracia constitucional abierta. Era el “gobierno de la
democracia en tiempos difíciles”, como enseñaba el examen comparado de las transiciones democráticas.

La cuestión sindicalera una empresa compleja aunque necesaria, porque suponía desarmar o neutralizar uno de los factores de
lo que hemos llamado la “Argentina corporativa”. En esa contienda el gobierno alfonsinista entró en desventaja en una
situación económica y social todavía anclada a la tradición precedente que se había fraguado a partir de los años 40. El
sindicalismo luchó por sus privilegios apelando abusivamente a la huelga general. El gobierno carecía de una estrategia
estructural para vencer coaliciones de intereses que alguna vez Mancur Olson describió entre las causas de la decadencia de las
naciones.

La cuestión militarse constituyó en un serio factor de perturbación y zozobra para el gobierno y la sociedad. En Semana Santa
(abril de 1987), en Monte Caseros (enero de 1988) y en Villa Martelli (diciembre de 1988) hubo alzamientos militares que
hicieron temer por la estabilidad institucional. Las fuerzas armadas eran cruzadas porfacciones que procedían del desarrollo y
final del Proceso, la principal de las cuales se identificaba como la de los “carapintadas” aludiendo a comandos en ropa de fajina
con las caras pintadas como camuflaje de guerra. Los carapintadas produjeron los levantamientos citados. Muy grave fue la
comprobación de que las fuerzas leales al gobierno constitucional no demostraron capacidad represiva ni, sobre todo, voluntad
franca de acción contra los grupos rebeldes.

El presidente Alfonsín enfrentó grupos “semileales”, en el sentido de que las facciones que producían las crisis se reclamaban
no golpistas pero pretendían el dominio total de las fuerzas armadas sin subordinarse al gobierno constitucional. Un golpismo
de facto aparecía encubierto por una retórica constitucionalista mal disimulada, mezclada con el reclamo por la recuperación de
la “dignidad” militar.

Preciso es decir que esa retórica no penetró las convicciones de la sociedad civil. Esta, que en el pasado se había mostrado dócil
o resignada cuando no complaciente respecto de los levantamientos militares y los golpes de Estado, se movilizó aislando los
golpistas o semileales. El poder militar, quizás por vez primera en la historia contemporánea de los argentinos, debió admitir
que no contaba con aliados objetivos en la sociedad política yen la sociedad civil o que quienes lo eran no se manifestaban o
carecían de relevancia. La gente salió a la calle pero no para vivar a las tropas sino para reclamar que volvieran a los cuarteles.
Un cambio cualitativo se había producido en uno de los flancos tradicionalmente vulnerables del sistema político. Pero ese
cambio no había penetrado del todo a la sociedad militar, tironeada por sentimientos contrapuestos por la gravitación de su
propio pasado.

El partido Radical, de tradición antimilitarista aunque antiguos dirigentes actuaron tolerando intervenciones en tramos de ese
pasado crítico, no tenía en claro cómo enfrentar la situación militar ni disponía de una política adecuada para resolver la
cuestión, En rigor, los hechos demostraban que tal política no se expresaba en partido alguno y que ni siquiera las militares
sabían qué hacer con ellos mismos, tema éste de muy lenta y vacilante evolución.

La cuestión militar mantuvo en vilo a la sociedad porque junto a la bandera de la protección de los derechos humanos y su
reivindicación respecto del pasado, el gobierno de Alfonsín inició, el 22 de abril de 1985, proceso judicial a los integrantes de las
tres primeras juntas militares que gobernaron el país desde 1916. ¿Por qué no a protagonistas anteriores responsables de la
cultura de la violencia? Asunto polémico, no impide comprobar que por primera vez en la historia nacional —raro, si existente,
en la experiencia comparada— un gobierno democrático decidió juzgar a quienes acusaba de graves violaciones a los derechos
humanos. Comportamiento pionero, habría de distanciar a la sociedad militar respecto del alfonsinismo. Sería inútil que el
Presidente procurase detener los castigos en el nivel de las cúpulas militares mediante recursos como las leyes de “punto final”
y de “obediencia debida”. El proceso legal fue una mezcla inextricable y polémica —siempre difícil de evitar máxime en ese caso
inédito— de justicia y política.

Raymond Aron solía escribir que la política y el examen de su mundo exhiben a menudo “combates dudosos”. Comprobación
frecuente, puede aplicarse al caso en cuestión. Los militares se sintieron perseguidos por una campaña de difamación y en la
sociedad política el Presidente encontró aliados expresivos en los momentos culminantes de las crisis —incluyendo dirigentes
relevantes del peronismo—pero no respecto de su política militar donde encontró pocos aliados, muchos críticos y demasiados
observadores no comprometidos que tomaban distancia La cuestión militar revelaría posiciones variadas que la lectura de la
historia registra. En la sociedad militar —sobre todo entre los oficiales activos y retirados muy comprometidos con las tácticas y
estrategias de represión durante el Proceso—y aliados civiles, hubo críticas a veces sin matices contra lo que consideraron una
operación “justiciera” que negaba el peligro y actividad de la guerrilla. Transcurrió el tiempo entero del primer gobierno
democrático para que surgiera una revisión propiamente militar de esa crítica dentro de la gestión del presidente Menem. En la
sociedad política y en el campo intelectual se manifiestan posiciones mayoritarias situadas entre la comprensión hacia la
política de Alfonsín y la crítica desilusionada par lo que se consideraban concesiones inaceptables hacia los militares. Coexistían,
pues, posiciones maximalistas extremas con posturas moderadas. La polémica persiste en sectores significativos de la sociedad
acerca de “si las medidas adoptadas por la administración Alfonsín estuvieron éticamente justificadas o fueron excusables dada
la situación política entonces imperante”, polémica que existe aunque tenga hoy menos audiencia que en los primeros tramos
de la transición. (Garzón Valdés, 2000). Los históricos fallos de la Cámara Federal yde la Corte Suprema de Justicia de la Nación
(Fallos: 309) merecen lectura atenta, por cuanto describen con elocuencia el clima y los hechos que configuraron tanto las
acciones terroristas “privadas” como el terrorismo de Estado, que sucede cuando el gobierno se transforma en agente del
terror indiscriminado o difuso. (Andersen, 1993; Jordán, 1998; Garzón Valdés). Decisiones rechazadas por los jefes militares
comprometidos, aceptadas por la mayoría de la sociedad que tuvo entonces conocimiento cabal de la tragedia vivida,
consideradas por críticos civiles como “la ilusión de la justicia a medias” (Garzón Valdés, 2000) y por otros, sin embargo, un
intento de buena fe para soldar una sociedad en tensión.

La cuestión económica fue al cabo crucial para el primer gobierno de la construcción democrática. Como casi todos las
gobiernos de la región, salva —relativamente— el proceso chileno, los gobiernos de los primeros tremas de las transiciones
actuaban asediados por el “estado de naturaleza” política y económico. Por la necesidad de consolidar el gobierna de la ley y
par la exigencia de hacerlo en medio de políticas “de ajuste”.
Ese dilema acompañó la presidencia de Alfonsín. Su gestión puede dividirse en trestiempos: hasta 1985, entre esa fecha y las
elecciones intermedias de 1987 y entre estos comicios y la resignación del cargo presidencial en 1989. Esas tramas están
signadas por la economía coma cuestión política.

Gerchunoff y Cetrángolo (1991) explican con el valar de un testimonio especializado desde dentro de la gestión del gobierna de
Alfonsín, cómo éste comenzó con un diagnóstica insuficiente a la par de un triunfa electoral sorprendente. La política
económica inicial cubrió el primer tramo de ocho meses con resultados desalentadores. El gobierno consumió recursos políticos
importantes que procedían de su condición de fiador institucional de la transición. Era preciso un corte drástico que dejase atrás
la memoria del pasado inflacionario en dirección a la estabilidad. Ese fue el propósito del llamado PlanAustral, elaborado por el
ministro Juan V. Sourrouilley un equipo técnico propio con aportes de especialistas que compartían las líneas fundamentales de
acción. El cambio de moneda —del peso argentino al austral (junio de 1985) — quiso simbolizar la recuperación de la moneda,
signo a su vez de la instalación de una “constitución económica” que se correspondiese con a “constitución política” vigente.

La sociedad confió. Los comicios de ese año tradujeron esa confianza en votos y la sensación fue queso podía lograr un
compromiso perdurable con la estabilidad. El Pian Austral fue inicialmente exitoso, pero se fue consumiendo sin traducir ¡a
consolidación de sus objetivas fundamentales resumidos en principio en la estabilidad en sí misma. Contribuyeron factores
técnicos, sociales y políticos. La estabilidad era un bien que los líderes políticos recién comenzaban a valorar. Se había confiado
demasiado en que una buena política podía perseverar sin atender al mismo tiempo lo que se entiende como una buena
economía. Era una respuesta simétrica pero imprudente a las experiencias de los regímenes militares caracterizados por una
mala política que creía tenor una buena economía —la de los “liberistas” según expresión que emplearnos en su momento—, y
habían terminado demostrando que cada política tiene su economía y cada economía su política, fracasando en ambas
dimensionas. El gobierno de Alfonsín no adjuntó a su nuevo pian la preocupación por formar una coalición estabilizadora con
apoyo en el Congreso. La carencia da esa capacidad de coalición permitió el bloqueo político de la oposición peronista y sus
aliados, sindicalistas y sectores empresarios. La inclusión en el gobierno de representantes corporativos (caso Alderete,
sindicalista del peronismo como ministro de Trabajo, por ejemplo) dio pie a un juego de dobles lealtades que terminó
erosionando la confianza inicial en el Plan. Las ideas apropiadas del liberalismo económico, por fin, que pudieron ser
capitalizadas dentro de una estrategia general de mayor aliento, fueron incorporadas sin aparente convicción o fueron
desalojadas.

La hiperinflación

Cuando Alfonsín y su gobierno comenzaban a expresar una nueva visión de la política económica a través de privatizaciones —
bloqueadas cuando era posible por la oposición peronista—, reestructuración del Estado y apertura de la economía, el Plan
Austral estaba políticamente agotado.

Sucedieron los comicios de 1987 en ese contexto, y expresaron una fuerte sanción al gobierno radical. Entre el gobierno y la
sociedad se abrió una enorme brecha de desconfianza. La desconfianza restó autoridad al gobierno y la sociedad se vio ante una
experiencia dramática: el “estado de naturaleza” económico de la hiperinflación.

La experiencia comparada de las hiperinflaciones contiene leccionesfundamentales. Los casos son raros y suelen confundirse
con inflaciones “altas” o megainflaciones. La alta inflación, incluso megainflaciones, constituían una suerte de segunda
naturaleza para los argentinos, pero la hiperinflación era una experiencia inédita, Habrían de comprobar que comienza con la
degradación de la moneda, “muere el dinero” como decían alemanes y húngaros en crisis memorables con consecuencias
siniestras; es imposible el cálculo racional; y la sociedad comienza a ser ganada por el lado más oscuro de los comportamientos.
La hiperinflación es al principio degradación financiera; al cabo es degradación social y moral.

En términos políticos, la consecuencia se resumía en ingobernabilidad, situación difícil de remontar sin cambios sustantivos que
impidiesen la claudicación no ya de un gobierno, sino del entero sistema democrático.

Una decisión amarga pero responsable, en medio de un estado colectivo tentado por la irracionalidad, fue adoptada por el
presidente Alfonsín cuando resignó el cargo meses antes de cumplirse el mandato constitucional transfiriendo la presidencia al
candidato electo: Carlos S. Menem. En trámite complejo, con marchas y contramarchas explicables, la sociedad sería testigo de
un cambio de mando turbulento. Fue una prueba difícil para la transición democrática y fue un gesto responsable del
mandatario perdidoso y del ganador, en cuanto las cosas sucedieron “respondiendo” a la lógica interior del gobierno de la ley.

La década del peronismo menemista

Volvamos a la inflexión de 1987: el mapa político del país se modificó profundamente. El partido Justicialista venció en
elecciones legislativas en 17 provincias; el partido radical en 2 (Córdoba y Río Negro): en San Juan triunfó un partido local, el
bloquismo; en Neuquén un partido provincial de tradición neoperonista, el Movimiento Popular Neuquino y en Corrientes el
Pacto Autonomista Liberal.

En 1988 los grandes partidos realizaron elecciones internas. El 3 de fuljo los radicales consagraron la fórmula Eduardo Angeloz-
Juan M. Casella y el 9 de julio los justicialistas la fórmula Carlos Menem-Eduardo Duhalde.

Ambas experiencias eran auspiciosas. Movilizaron millones de votantes exhibiendo la aspiración participativa de la ciudadanía.
Fue, en realidad, un indicador de que la ciudadanía era un objetivo demandado por la sociedad civil. Pero entre ambas la más
significativa fue la ocurrida en el seno del peronismo histórico. Sacudido desde siempre por el síndrome de la sucesión, muerto
Perón debía resolverla en su interior para no trastornar el sistema político entero. Había surgido una corriente llamada de los
“renovadores”. Más allá de los incidentes internos yde la circulación conflictiva de los candidatos, la Renovación logró
democratizar, al menos en una ocasión crítica como la que entonces vivía el antiguo “movimiento, una formación política que
reivindicó, con esfuerzo, la posibilidad de ser un partido en competencia con adversarios reconocidos como tales.

Los comicios de 1989


Cuando se aproximaban los comicios presidenciales de 1989 se discutía con preocupación la posibilidad de que la elección del
Presidente, dependiente de juntas electorales que mediaban entre el voto ciudadano y la consagración presidencial según las
disposiciones vigentes de la Constitución Nacional, pudiese derivar en un grave conflicto por el bloqueo consiguiente a la
ausencia de una mayoría absoluta de electores.

La preocupación existía, aunque el examen de los antecedentes dele historia constitucional argentina demostraban que los
bloqueos críticos fueron siempre superados por decisiones de los electores favorables al partido o tendencia relativamente
mayoritaria, No hubo, al cabo, conflicto ni crisis, pero las especulaciones previas a los comicios demostraron la existencia de
ciertas alianzas “objetivas” probables que los comportamientos de las protagonistas insinuaban; las conjeturas de entonces
habrían de ser útiles para la comprensión de alineamientos posteriores así como de modificaciones aparentemente
sorprendentes.

Podían componerse, en efecto, dos grandes alianzas objetivas. Una, que podía calificarse de “centro-izquierda’, aproximaba el
grueso del alfonsinismo radical a la “renovación” peronista citada —línea interna encabezada por Cafiero en cuya fundación
había participado Menem—, y asimismo sectores de la izquierda política e intelectual. Otra, de “centro-derecha”, reunía o
vinculaba al sector radical de Eduardo Angeloz, sectores del “menemismo” en la primera percepción de entonces, a
protagonistas del partido de los Alsogaray—la Unión del Centro Democrático (UCD)—y a partidos conservadores y provinciales.

La experiencia posterior demostró que esos alineamientos no carecían de sentido y que las conjeturas de un conflicto aventado
por los resultados electorales serían sugerentes para la interpretación del proceso político por venir.

El clima electoral de 1989 no fue dominado por la ansiedad de paz interior política e institucional, sino por la aspiración
mayoritaria a favor de las banderas históricas de la justicia social y el progreso económico, dando por superadas las ansiedades
del 83. Si respecto de éstas los mejores pergaminos habían sido los presentados por la Unión Cívica Radical, en el 89 el mejor
plantado era el partido Justicialista. En todo caso, la cuestión del 89no era un dilema de pergaminos, sino la degradación sufrida
por el gobierno de Alfonsín con su dramático final señalado por la hiperinflación. En todo relato histórico es importante recrear
el clima de cada momento decisivo, Si la guerra interna, la guerra civil larvada o de superficie, evoca lo que Hobbes llamaba el
“estado de naturaleza” político, la hiperinflación significaba mucho más que la degradación de la moneda —con ser esto un sim-
bolo de crisis profunda—: significaba el ya descripto “estado de naturaleza” económico, y al cabo moral (Llach, 1998).

Así fue que los segmentos sociales de la coalición del peronismo histórico que Raúl Alfonsín y el partido Radical habían logrado
capturar en la convergencia electoral de 1883 retornaron al partido Justicialista en las elecciones de 1989.

Carlos Saúl Menem y Eduardo Duhalde ganaron con holgura los comicios con el 49,18% de los votos. Eduardo Angeloz y Casella
o Cristina Guzmán—según las alianzas que se presentaron como alternativa— el 37,05%. La UCD el 7,19%; las formaciones de
izquierda el 4,22%.

Persistía el bipartidismo y se temía la polarización. El peronismo había levantado casi 9 puntos respecto de 1983. El radicalismo
perdió más de 13 puntos. La derecha liberal conservadora había pasado, en el plano nacional, de 0,42% a más del 7%, es decir
veinte veces su caudal anterior. La izquierda, en fin, sumó poco más de un punto a lo obtenido seis años antes.

Comenzó enseguida de las elecciones lo que pocos o ninguno sospechaba: una década de gobierno con la titularidad de Carlos
Menem. Dos períodos, reforma constitucional mediante en 1994, que permitió la reelección, que Menem habría de conquistar.

El liderazgo de Alfonsín

Raúl Alfonsín exhibió un estilo de liderazgo institucional. Hombre de partido, combinó su principismo de raigambreyrigoyenista
con una vocación ideológica que intentó dar al partido Radical —partido no doctrinario según la tradición de los grandes
partidos populares argentinos— un sesgo socialdemócrata en el sentido europeo de la expresión. La cuestión abierta
permanece respecto al tipo de socialdemocracia evocado por Alfonsín y sus animadores intelectuales. Los críticos dicen que
eligió al “primer Mitterand” como modelo, más bien que al segundo, modernizado con la aceptación del neoliberalismo
económico moderado por el socialismo democrático. Felipe González, en la España de la transición posfranquista, habría
acertado con el “modelo” para el mundo cambiante y globalizado. Cuando las pasiones callen se reconocerá al primer
presidente de la transición democrática su esfuerzo por la recuperación del gobierno de la ley y se opacarán ciertos raptos
debidos más a su temperamento que a su intención. En todo caso, y más allá de las polémicas suscitadas por sus decisiones
respecto de la “Argentina militar” —no ya los juçios a las juntas, hecho sin paralelos comprobables en la política comparada sino
las medidas tendientes a sortear el acoso “carapintada”—, los argentinos habrían de considerar como propio de la naturaleza
de las cosas ¡a libertad política y el sistema democrático cuando el pasado sugería la necesidad de cultivar una cultura política
apropiada a la vigencia de esos valores tanto entre los dirigidos como entra los dirigentes políticos y sociales.

Menem y el liderazgo carismático

La personalidad y el estilo de autoridad de Carlos Menem era muy diferente. Opuesta a lo que se ha llamado liderazgo
“rutinario” se manifestó adscripto al estilo de los liderazgos carismáticos. Con la fisonomía del caudillo, que cultivó con esmero
asociando su persona, cabellos al viento, con los rasgos escolares de Facundo Quiroga. Hizo campaña de político populista, se
comunicó con la gente a través de “caravanas” que atravesaban ciudades y zonas rurales, “caminó” la república —como solía
decir y cumplir—y realizó multitudinarios actos públicos con la imagen impoluta de un pastor evangélico. “Síganme”, era la
leyenda de los carteles publicitarios, llamando a la fe de sus seguidores. Con discurso hermético en cuanto a explicitación de
políticas y programas y con promesas tan audaces, en medio del clima del espanto hiperinflacionario, da un “salariazo” que
pondría a los marginados ensituación de ciudadanos participantes de una Argentina que prometía próspera. Gobernador de La
Rioja, una de las provincias pobres del país, supo extraer del gobierno nacional apoyos relativamente privilegiados,
adjuntándose al presidente Alfonsín en sus tiempos de ascenso y plenitud para separarse en silencio en su marcha
descendente. Disputé con notable habilidad el exceso de confianza de sus rivales internos en un partido Justicialista a la
búsqueda de un liderazgo y llegó a la presidencia reuniendo las tuerzas hasta entonces centrípetas del peronismo
desconcertado, En esa carrera por la presidencia habría de demostrar una de sus sensibilidades innegables: el sentido del
poder, tan apropiado a la naturaleza de una fuerza política “maquiaveliana” como el peronismo. Desde el triunfo electoral pasó
a hacerse cargo de la presidencia en una situación crítica, y comenzó su —aparente— transfiguración.

Ni Alfonsín ni Menem habrían de gobernar de acuerdo con las tradiciones programáticas de sus partidos. Ambos debieron
introducir cambios importantes en la economía y en la administración del Estado, Los dos debieron realizar adaptaciones
fundamentales que realinearon alianzas y apoyos de actores sociales, políticos y económicos. Pero en breve tiempo se
comprobaron diferencias no sólo en personalidad y estilo de autoridad, sino en el tratamiento de la economía y en las
dimensiones política y moral de la realidad.

La gestión de Menem

La gestión del presidente Menem se caracterizó por tres rasgos nítidos: la radicalidad de sus decisiones económicas, la
tendencia a la hegemonía política y la disposición transgresora en el plano moral.

Los tiempos de su gestión dentro de una década de gobierno se expresaron en períodos marcados por notas distintivas. En el
gobierno de la economía pueden distinguirse un período de tanteo hasta 1991, año en que se establece el Plan de
Convertibilidad; un segundo período signado por el desarrollo de un programa centrado en las señales del mercado y el peso de
la inversión privada, y un tercer período —posterior a la renuncia del ministro de Economía Domingo Cavallo—dominado
progresivamente por los conflictos políticos der vados de la pretensión, frustrada, de una segunda reelección. En el gobierno de
la política un primer período crítico en el que Carlos Menem debe conquistar credibilidad, un segundo periodo de confortable
liderazgo frente a una oposición que buscaba su rumbo como alternativa, y un tercer período sujeto a los avatares de la
hegemonía que distrajeron energías y terminaron exhibiendo el lado oscuro de una gestión aplicada a guardar poder por
medios propicios a la corrupción.

El lanzamiento de las reformas estructurales fue sorprendente para la mayoría. Una combinación de políticas de estabilización y
de cambios profundos que se fueron afirmando luego de decisiones al principio “perdidas en el buen rumbo”. (Criterio, 1991;
Gerchunoff y Torre; 1996; Palermoy Novaro, 1996): Esas reformas contradecían la memoria del peronismo histórico.
Significaban no sólo la contrafigura del pasado justicialista sino la modificación de las alianzas sociales y económicas que habían
caracterizado la coalición de base del peronismo. Esa memoria había llevado la incertidumbre a los mercados financieros desde
que las encuestas preelectorales anunciaban el previsible triunfo de Menem y se proyectaban los recuerdos del último
peronismo gobernante: el de 1973/1976. Como señalan Gerchunoff y Torre, en el momento de la instalación de su gobierno
Menem enfrentó dos desafíos que llamaban a respuestas audaces: “un problema macroeconómico de crisis fiscal y un problema
político da credibilidad”. Entonces no sólo auó sino que sobreactuó, apelando a medios y decisiones que fueron, tal vez, más
allá que las esperadas incluso por los economistas neoliberales dogmáticos y los inversores más advertidos. Comenzó
designando ministros a ejecutivos de empresas transnacionales, logró del Congreso dos leyes estratégicas: la de Emergencia
Económica y la de Reforma del Estado, y la facultad de legislar desde el Ejecutivo los detalles de las políticas económicas. Se
elevaron a nueve los miembros de la CorteSuprema —que antes eran cinco—, designándose jueces de confianza del gobierno
que vio asegurada la viabilidad judicial de sus políticas.

El clima del estado de naturaleza económico explica en buena medida el consenso mayoritario dado a esas decisiones. El
Presidente empleó de entrada todo su capital político, sacó provecho de la sensación colectiva de caos social y de amenaza de
quiebre institucional, produjo un espectacular giro ideológico y exhibió el pragmatismo que desaloja preocupaciones
doctrinarias.

La política económica se convirtió en clave de bóveda de la nueva administración. Las privatizacionestransfirieron —en trámite
discutible pero vertiginoso— casi todas las principales empresas públicas en los primeros doce meses, en relación de fuerzas
desfavorable para el gobierno, necesitado de fondos y reputación y en desventaja para negociar con los nuevos propietarios, en
muchos casos recipientes de beneficios monopólicos. Las privatizaciones fueron acompañadas por la liberalización comercial y
por un tiempo el gobierno confió en que le estabilización económica se había logrado y las amenazas de quiebra fiscal se habían
aventado. La experiencia —que Alemania y Hungría habían vivido pero después de dos grandes guerras— demostraría la
necesidad de otra vuelta de tuerca. Entonces sucedió el plan Cavallo, la sanción con respaldo legislativo del régimen de
convertibilidad y el cuadro de una reforma estructural que reunió las privatizaciones, la apertura comercial, la desregulación de
la economía y la creación de una moneda convertible en una relación de 1 peso = 1 dólar con prohibición de toda emisión
monetaria sin el respaldo de divisas en las reservas del Banco Central. Desde el punto de vista de los objetivos buscados, la
política del “primer” Menem fue exitosa, así como la implementación de una segunda fase de estabilización y reforma
estructural en la que se revisó al diseño de la primera.

Hacia 1994, sin embargo, comenzaron turbulencias por la desaceleración de la economía, el impacto del aumento de tasas de
interés en los Estados Unidos y especialmente la devaluación mexicana, conocida como “efecto tequila”. Los inversores —claves
en la nueva economía— se alarmaron, porque asociaban a reforma del presidente Zedillo en México ala política de ajuste en la
Argentina, presumieron la misma decisión devaluatoria, y escaparon en masa activos financieros con la crisis recesiva, fiscal y
financiera consiguiente. Desde entonces, la gobernabilidad de la economía retornó los tiempos difíciles.

El panorama de las corporaciones merece una breve descripción. El mundo empresario, en términos generales que encubren
diferencias, se constituyó en uno de los integrantes da la coalici6n del neoperonismo menemista. Las empresas propiamente
nacionalesfueron retrocediendo en relevancia en beneficio de empresas transnacionales poderosas. El presidente Menem logró
interlocutores que se comportaban como aliados objetivos y muchas veces complacientes, con beneficios notorios que otrora
recibían los miembros del capitalismo asistido.

Un cambio profundo sucedió en el sindicalismo. La “columna vertebral” del peronismo histórico según la concepción de su líder
fundador, el general Perón, habría de vivir diez años a la defensiva. (Torre, 1999)

Esa situación se pareció superficialmente a ciertostramos del pasado. En la década menemista el sindicalismo habría de respirar
los aíres de un cambio de época y no de episodios coyunturales. Los hábitos de la vieja Argentina “corporativa” no
desaparecieron, pero las circunstancias se modificaron profundamente y afectaron das pilares de la influencia social y política
del sindicalismo argentino: el mercado de trabajo y su posición privilegiada en el partido Justicialista.

Torre resume os cambios y efectos sobre el sindicalismo producidos por el impacto de las reformas da mercado y el de la
democratización política advirtiendo en el primer caso los efectos de la apertura comercial, el acelerado proceso de
racionalización microeconómica en las empresas con el uso menos intensivo de la fuerza de trabajo, el desempleo creciente, la
desmovilización obrera, el eclipse de la negociación colectiva descentralizada y ¡as consecuencias de la flexibilización laboral. En
el segundo caso, le democratización significó cambios cualitativos en el peso relativo de los sindicatos en la estructura del
justicialismo. Las internas de 1988, que destacamos en su momento, tuvieron una consecuencia paradójica: el sindicalismo
abandonó a Cafiero —quien desde la renovación atendió al partido para captar a los sectores medios relegando a los dirigentes
gremiales—y volcó su apoyo a Menem. Pero el nuevo caudillo no los preniió con posiciones relevantes. Su estrategia no dejaba
lugar a la “re-sindicalización” del peronismo sino a un liderazgo sin movilización. En 1983 los delegados sindicales totalizaban el
30,8% de los miembros del Consejo Nacional, justicialista; en 1995, siendo Menem presidente del partido, sólo el 15,5%. En
1983, 29 diputados de origen sindical constituían el 26% del bloque justicialista de la Cámara de Diputados; en 1997, con apenas
7 diputados, el sindicalismo representaba sólo el 4,2% de los legisladores justicialistas. La “renovación” se constituía en uno de
los desafíos centrales para el sindicalismo, pero no ya dentro del justicialismo sino de cara a la sociedad.

La cuestión militar, uno de los factores de crisis del pasado predemocrático, se había transformado en problema
desestabilizador durante el gobierno del presidente Alfonsín pero de diferente relevancia desde la derrota de las Malvinas, la
claudicación del Proceso y los juicios a los responsables principales durante el primer turno de la transición y sus explosiones
“carapintadas”. Estas fueron repudiadas por la sociedad civil y política dejando pendiente una cuestión más profunda,
comparable a la de sociedades que han pasado guerras y conflictos interiores violentos, viviendo la difícil reconciliación entre
memorias diversas.

Menem se encontró con los restos de una peligrosa resistencia de bolsones golpistas pero mejor situado que Alfonsín,
enfrentado a circunstancias inéditas Menem se decidió por una amnistía parcial que beneficié a militares que habían sido
condenados por violación de los derechos humanos yotras penas, con exclusión de los miembros de las juntas militares. Un
ejército sacudido por crisis internas sucesivas no había logrado reconstituir la propia autoridad profesional. Cuadros medios
hostiles se levantaron en 1990, pero el Presidente contó esta vez con fuerzas leales dispuestas a una severa represión, recurso y
lealtad represiva que Alfonsín no tuvo. En 1991 Menem dictó un segundo y cuestionado indulto que ibaró a los ex comandantes
del Proceso. Decisión de dudosa legitimidad social, obtuvo legitimidad militar.

La relación de subordinación castrense al gobierno constitucional fue, desde entonces, disciplinada.

La reforma constitucional

La gestión de Menem fue escenario de transformaciones institucionales, Estas parecieron culminar en la reforma constitucional
de 1994 que sucedió al llamado Pacto de Olivos, que tuvo como protagonistas a los presidentes de la instauración democrática:
Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

La reforma de la Constitución Nacional se presentó como una expresión de ingeniería política (Castiglioni, 1995). Hubo un
esfuerzo en ese sentido por parte de integrantes significativos dele Convención Constituyente. Pero los procedimientos previos
y el resultado pusieron en evidencie que los criterios dominantes de le reforma fueron condicionados por dos objetivos
diversos: la preocupación del presidente Menem privilegiando las posibilidades de consolidar su hegemonía y la preocupación
simétrica de Alfonsín y los radicales por introducir contenciones institucionales e los afanes del Presidente y sus seguidores.

Para Menem y el menemismo, el eje de la reforma pasó por la reelección presidencial subordinando a ese objetivo las
consideraciones sobre las consecuencias para el sistema democrático. Para los radicales, en estrategia al cabo defensiva frente
a las presiones menemistas, se trataba de exhibir cambios institucionales que aparecieran recogiendo propuestas del Consejo
para la Consolidación de la Democracia que funcionara durante la administración del presidente Alfonsín.

El Pacto de Olivos fue un acuerdo hermético sin información ni debate público. La reforma constitucional fue la consecuencia
dele relación de fuerzas y no de la búsqueda del diseño más apropiado a nuevos tiempos y sus exigencias.

El gobierno venia de ganar elecciones legislativas en 1991 con el 40,3% de los votos contra el 30,5% de la Unión Cívica Radical,
caudal que logró aumentar en comicios similares en 1993 llegando al 42,3%, dos puntos más que dos años antes y un
significativo 48% de sufragios en Buenos Aires, el distrito con mayor concentración obrera en el país. Carlos Menem se lanzó
entonces a la búsqueda abierta de su reelección. Y no abandonaría la intención profunda: corno en la constitución de La Rioja,
entre otras, su “ideal” era la reelección indefinida.

Hombre de poder y para el poder, no prestó atención al hecho de que en la sociedad civil crecía la aprensión hacia el estilo de
manipulación política de las reglas constitucionales que expresaba el Presidente con el acompañamiento sin crítica interna de
un entorno cortesano.

La reforma constitucional incorporó la figura del jefe de gabinete, pero lejos de la figura de un primer ministro que evocaba una
suerte de semipresidencialismo. Introdujo el Consejo de la Magistratura, institución típica de gobiernos parlamentarios en los
que es acompañada, además, por una Corte Constitucional, de donde la introducción perdía su rol sustancial. Se dio rango
constitucional a los decretos de necesidad y urgencia con ciertas condiciones, pero éstos aparecieron contradictorios con la
intención de atenuar el presidencialismo. Y se incorporó el ballottage, pero no a la francesa, sino un procedimiento negociado
con el justicialismo que siempre se había opuesto a dicha fórmula, sometida ahora a la condición del piso del 40% y 10 puntos
de diferencia con el seguidor, porcentajes que mucho tenían que ver con la meseta electoral histórica del peronismo. Estableció
la elección directa del presidente y vice. Ambos partidos principales exhibieron la reforma como el triunfo de objetivos
guardados por cada uno, pero la conclusión relativamente objetiva fue que la tendencia a la hegemonía no había sido
neutralizada y la estrategia defensiva de la oposición dependería mucho más del comportamiento y reacciones de la sociedad
civil que de la clase política.
La ciudadanía se había manifestado de manera sugestiva en las elecciones para convencionales constituyentes. Si bien es cierto
que el partido Justicialista obtuvo la mayoría de votos, estos fueron el 37,8%, es decir una disminución de casi 11 puntos
respecto de los comicios precedentes. Y el partido Radical perdió en todo el país un tercio de los votos que lo habían apoyado
entonces, y casi un 50% en la Capital Federal, bastión tradicional. Mientras irrumpía una coalición de centro-izquierda, el Frente
Brande, que a nivel nacional pasó del 3,6% al 13,6% y en la Capital Federal logró el 37,6% de los sufragios.

No era por entonces la economía motivación relevante del voto. Aparecían, en comicios que permitían la expresión más libre de
esos condicionamientos, otras dimensiones de la realidad: la crítica a la manipulación política, la resistencia a las operaciones
favorables a las tendencias hegemónicas del poder, la preocupación por las graves fallas éticas de una gestión sin ejemplaridad
moral y con extendida corrupción, con el flanco social como cuestión.

Si la política económica y las transformaciones audaces habían contribuido a la consolidación del primer gobierno del
presidente Menem, las energías aplicadas durante su segundo gobierno a lograr una segunda reforma constitucional que le
permitieran competir por una segunda reelección contra normas de la Constitución a poco de ser modificada, consumieron un
tiempo precioso que debió ser empleado para un buen gobierno. Con importantes argumentos, la opinión pública tanto
nacional como internacional comenzó a atender primero y a entender después que el proceso democrático, logrado después de
medio siglo en un contexto difícil pero favorable a su consolidación, no era amenazado por el riesgo de un golpe militar sino por
lo que se coincidió en calificar -con dureza y precisión— un “golpe de Estado Jurídico” -

En ese contexto político critico se desarrolló el último período de la década menemista, una suerte de neoconservadorismo
popular con un liderazgo fuerte y decidido, moralmente desaprensivo y políticamente hábil, que trasformó la Argentina
económica a través de una gestión oscilante entre los reclamos de la necesidad y las respuestas de una racionalidad
proporcionada por el llamado “modelo” neoliberal, sin embargo acotado por las limitaciones de un “capitalismo infantil” que no
alcanzó la madurez necesaria para atenuar las consecuencias no queridas de la globalización.

El periodo terminó con un final previsto: el triunfo de la Alianza para la Justicia, elTrabajoyla Educación—coalición de radicales,
el Frente para un País Solidario (FREPASO) y sectores de izquierda— con la fórmula Fernanda de la Rúa-Carlos Álvarez. Ganó la
Alianza sobre la base de la estructura partidaria de la UCR, pero merced a la apertura del viejo partido hacia nuevos aliados que
lo despojaron, al menos en el clima de los comicios de 1999, del tufillo “conventual” al que había retornado luego de la
convergencia electoral de 1983. Y perdió el partido Justicialista, que llegó con “la sien herida” a la batalla por los conflictos
internos de sucesión, a los que retornó luego del éxito obtenido en los comicios de 1989.

La época menemista, coma tal, quedó carrada. El futuro será escenario de otras experiencias. Estas pueden ser marcadas o no
por el progreso en la construcción de la ciudadanía democrática, la renovación de la clase política todavía contagiada por los
hábitos del “antiguo régimen” y el crecimiento de la sociedad civil.
Material de Estudio
Curso Introductorio 2014

Módulo 2: Ciencias Jurídicas


“Manual de Derechos Humanos”, Autor: Santagati, Claudio Jesus,
Ediciones Juridicas, 2009, capítulos II - VII. (Fragmentos)

Facultad de Derecho y Cs. Sociales y Políticas


Universidad Nacional del Nordeste
CAPITULO II

DERECHOS HUMANOS. GENERALIDADES. SU EVOLUCIÓN CONCEPTUAL

1. CONSIDERACIONES PREVIAS. ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Con sólo recorrer los anales de la historia de la Humanidad, se observa que los avances sociales coinciden con la toma de
conciencia de los pueblos de las situaciones sociales de injusticia que los involucra.

Dicha toma de conciencia tiene indudablemente relación con los padecimientos sufridos y el descubrimiento del derecho a
merecer una vida mejor.

Así es de concluir que el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona humana y su manifestación en
declaraciones de carácter político y jurídico se han ido concretando y precisando, a través de la historia, hasta constituir un
testimonio del progreso de la conciencia moral de la humana. Es indudable que en el conocimiento de los valores humanos, los
filósofos y las religiones han tenido con su prédica una influencia más que meridiana, sin perjuicio de ello no lograron con ello la
materialización de la igualdad de todos los hombres.

Sin embargo, la era precristiana mostró, tal como afirma Miguel Padilla, como nota generalizada un casi completo
desconocimiento del concepto de libertad y. por consiguiente de los derechos humanos. Es que el pensamiento político en los
tiempos primitivos confundía la religión, la costumbre y la ley, sin formular una clara distinción entre el Derecho y la Moral. Se
justificaba así el despotismo político y religioso. Con todo, es indudable que existe un progreso desde las monarquías absolutas
de la antigüedad oriental que negaban la existencia de derecho humano alguno hasta las concepciones a ese respecto de los
pensadores de la era grecoromana.

En este sentido Máximo Pacheco, manifiesta que los filósofos griegos Platón y Aristóteles no formularon el principio de los
Derechos Humanos con dimensión universal, pues sostuvieron que existían algunos hombres que no tenían derechos: los
esclavos. Según Aristóteles, el que por una ley natural no se pertenece a sí mismo, sino que no obstante, ser hombre,
pertenece a otro, es naturalmente esclavo. Ese hombre de otro, el que en tanto que hombre se convierte en una propiedad, es
un instrumento de uso y completamente individual.

El aporte del pensamiento jurídico del romano resulta fundamental en cuanto a su influencia al reconocimiento de la libertad
como valor del ser humano. Esto desde la incipiente conceptualización de la separación entre el estado y sus súbditos, los
cuales posen cada uno distintos derechos y deberes. Pero su contribución más notable radica en la doctrina del Derecho
natural, recogida del pensamiento de los filósofos griegos, y que sostiene la existencia de normas, que además de las
elaboradas por los gobernantes, se originan en una serie de valores y principios jurídicos inmutables basados en la naturaleza
humana, discernibles mediante la razón, de los cuales emanan derechos que aun ausentes de la ley positiva poseen una
jerarquía superior a ella.

Si bien los aportes referidos han sido más que importantes en la evolución de la conciencia de los derechos humanos, es
Incuestionable que el advenimiento del cristianismo y su posterior difusión constituye un salto cualitativo y conceptual de
consecuencias determinantes en la historia de la humanidad.

La doctrina cristiana afirma que todos los hombres llenen una misma dignidad esencial, dignidad derivada por el sólo hecho de
ser hijos de un mismo Dios que los iguala como hermanos asignándoles por esto los mismos derechos sin distinción alguna.

Asimismo aporta una nueva concepción respecto del valor de la libertad como atributo innato a todos los seres humanos,
cualidad que les permite optar por su destino ejerciendo el libre albedrío, introduciendo el concepto de responsabilidad que
esta aptitud llene como consecuencia.

También aporta una nueva visión de distinción de los ámbitos espirituales y temporales, reservando sólo este último para los
gobernantes. Se introduce el concepto de caridad expresado sublimemente en el mandato evangélico de amar al prójimo como
a uno mismo.

Avanzando en los anales de las Historia se advierte que las primeras manifestaciones de garantías individuales en el Derecho
Español se producen en el siglo Vil y aparecen como aportes del Derecho Canónico al derecho Hispano Visigodo. Estas normas
están contenidas entre los acuerdos o cánones de los Concilios V, VI y VII realizados en Toledo en los años 636, 638 y 653,
respectivamente. Sucesivos Concilios originaron diversas leyes que otorgaron protección a los derechos de libertad, propiedad y
otros, y que representaron un avance de indiscutible importancia. Fueron los castellanos, leoneses y aragoneses de los siglos XI
y XII que reglamentaron ciertas garantías individuales. El conjunto de leyes aprobadas en León 1188, denominado la Carta
Magna Leonesa, estableció garantías procesales de la libertad personal, el derecho de propiedad y la inviolabilidad del domicilio
para los hombres libres del territorio del reino.

Durante los siglos XVI y XVII teólogos y juristas de la Escuela Española realizaron un esfuerzo de adaptación creativo del
iusnaturalismo medieval a los problemas de la modernidad y prestaron una contribución decisiva a la afirmación de los
Derechos Humanos; entre ellos cabe destacar a Francisco Suárez, Francisco de Vittoria, Bartolomé de las Casas, Fernando
Vásquez de Menchaca y otros.

En Inglaterra en 1215, los barones y el clero inglés impusieron al monarca Juan Sin Tierra el reconocimiento de un conjunto de
garantías individuales que se conocen con el nombre de Carta Magna.

En Estados Unidos de América, el 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia proclamó la independencia y en el acta
correspondiente, se estableció que todos los hombres han sido creados iguales, que a todos confiere su creador ciertos
derechos individuales entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar esos derechos,
los hombres instituyen gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, que siempre que una
forma de gobierno tiende a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, a instruir un nuevo gobierno que
se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en aquella forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y su
felicidad.

En 1787 se promulgó la Constitución de los Estados Unidos de América y en 1789 ella fue complementada con las diez primeras
enmiendas, que consagran la libertad religiosa; las libertades de palabra, prensa y reunión; la inviolabilidad del hogar; la
seguridad personal; el derecho de propiedad y algunas garantías judiciales.

En Francia en 1789, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.

En el siglo XX se hace efectivo un movimiento para obtener el reconocimiento y protección internacional de los Derechos
Humanos. Entre los antecedentes de este movimiento tenemos los siguientes:— El Proyecto de reconocimiento internacional
de los derechos del individuo presentado en 1917 por el internacionalista chileno Alejandro Álvarez al Instituto Americano de
Derecho Internacional;— El mensaje presentado el 6 de enero de 1941 al Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica por
el Presidente Franklin Delano Roosevelt;— La Carta del Atlántico suscripta por Franklin Délano Roosevelt y Winston Churchil en
1941;— La Declaración formulada por 45 Estados en 1942;— La Declaración sobre Seguridad Colectiva firmada en 1943 por
Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética y la República Popular China:- Los Acuerdos de la
Conferencia de Dumbarton Oaks de 1944, y la Conferencia de Chapultepec, de 1945.

Sostiene Máximo Pacheco, que todo éste movimiento culminó en tres importantes declaraciones, que dieron origen a otros
tantos sistemas de protección internacional de los Derechos Humanos. La Declaración Americana de Derechos y Deberes del
Hombre (1948); la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), y la Convención Europea de los Derechos del Hombre y
de las libertades fundamentales (1950).

Así es de concluir que una de las características de la sociedad internacional de la Postguerra es su mayor interdependencia.
Con el poder de las armas destructivas y la expansión de los intereses de grandes potencias no hay sociedades nacionales que
se puedan sentir excluidas del peligro de ser alcanzadas por un conflicto bélico o económico.

Afirma Pinto Bazurco, que el objetivo primordial del Derecho Internacional Público no puede ser otro que la promoción
equilibrad y armónica del desarrollo del conjunto de la humanidad considerada como un todo. Se podría afirmar también que,
para ello, se hace necesario partir de la concepción de un Estado social de Derecho válido para cada grupo nacional, para
instaurar en el piano internacional la meta de un bienestar conjunto que sirva de garantía para la paz duradera y el desarrollo
armónico de toda la humanidad.

Sostiene Pinto Bazurco, que la noción de una justicia internacional de dimensión comunitaria, y de carácter social, deberá
revestir mayor importancia en el derecho internacional.

2. LA AMBIGÜEDAD CONCEPTUAL Y TERMINOLÓGICA DE LOS DERECHOS HUMANOS

Existe una enorme ambigüedad conceptual acerca de los Derechos Humanos, el cual se traduce, y es a la vez consecuencia, de
su ambigüedad terminológica.

A pesar de que no deja de tener inconvenientes el uso de la expresión “Derechos Humanos”, de que en sí mismo sea una
expresión tautológica y de que incluso desde una perspectiva técnico jurídica no sea el término más adecuado, es, sin embargo,
la expresión preferible entre todos los existentes; por lo menos a los efectos del presente trabajo. Y ello por las siguientes
razones.

— Es el término generalmente aceptado por la doctrina y por los medios de comunicación social, así como el más usado en el
lenguaje vulgar y cotidiano.

Es el término universalmente aceptado por todos los Estados y todos los pueblos. Por eso, en la Declaración Universal de
Derechos Humanos, párrafo 8 del Preámbulo, aparecen aquellos, bajo esa denominación, como: El ideal común por el que todos
los pueblos y naciones deben esforzarse.

— Es una expresión que trasciende la estricta perspectiva estatista, planteándose en términos sociales generales infra y
supraestatales.

— Se trasciende también con este término el estricto campo jurídico que realiza una teorización de los Derechos Humanos a
partir de una teoría de los derechos subjetivos.

— Es una expresión que encierra una teoría ética prejurídica, susceptible de ser defendida en el ámbito jurídico tanto por
doctrinas iusnaturalistas (de corte metafísico y defensoras de la idea del derecho natural) como por doctrinas iuspositivistas (de
signo antimetafisico y negadoras de la idea del derecho natural). Y ello en la medida en que por elevación, por encima de
planteamientos estrictamente jurídicos, se obvia la cuestión de la juridicidad o no de los Derechos Humanos.

No podemos entrar aquí en un análisis pormenorizado del alcance y significado de los diferentes términos con que la doctrina y
los textos positivos hacen referencia a los Derechos Humanos. Términos como libertades públicas, derechos de libertad,
derechos públicos subjetivos, derecho de personalidad, derechos personalísimos, Derechos Humanos fundamentales, derechos
individuales, derechos fundamentales, Derechos Humanos, derechos esenciales, derechos naturales, derechos morales,
derechos innatos, derechos inalienables, derechos iguales, e incluso otros términos —que son explicados junto con los
anteriores en el glosario— son utilizados muchas veces como sinónimos o. por lo menos, sin señalar la diversa significación de
los mismos.

De todos esos términos conviene precisar sólo ahora que. puesto que los Derechos Humanos tienen una estructura
tridimensional — ética, jurídica y política—, utilizamos la expresión «Derechos Humanos» para significar aquéllas exigencias
éticas o «derechos» que están recogidos en declaraciones y normas internacionales y en textos doctrinales en cuanto
exigencias, a la vez, ético—jurídicas y ético—políticas que tienden a concretarse en exigencias jurídicos positivas. Utilizamos,
por otra parte, la expresión derechos fundamentales para referirnos a aquellos Derechos Humanos que han sido reconocidos
por los ordenamientos jurídicos estatales, esto es, en cuanto Derechos Humanos positivizados, que gozan además, al menos en
principio de un sistema de garantías reconocidos por las normas jurídicas.

3. EL PORQUÉ DE UNA DIFÍCIL DEFINICIÓN

Existen varias razones que explican la ambigüedad conceptual y terminológica de los Derechos Humanos.

La progresiva ampliación histórica del uso y significado de la expresión «Derechos Humanos», de tal manera que a medida que
se ha ido ampliando el ámbito de uso de la expresión, su significación se ha ido volviendo más imprecisa.

La fuerte carga emotiva de la expresión Derechos Humanos. La carga emotiva es debida fundamentalmente —aunque no
exclusivamente— al carácter utópico (entendiendo por utópico la referencia a la utopía concreta) que en sí mismos encierran, y
por su propia naturaleza.”

La fuerte carga ideológica que llene la expresión, llegando incluso a ser utilizados como argumento legitimador por parte de
regímenes atentatorios de los más elementales Derechos Humanos.

Pese a la gran cantidad de bibliografía existente, puede señalarse también como causa de la ambigüedad conceptual de los
Derechos Humanos la aún insuficiente elaboración doctrinal acerca de los mismos. De ahí la importancia que encierra la
participación por parte de todos, especialistas y no especialistas, en la búsqueda de nuevos horizontes y nuevas referencias. La
falta de acuerdo entre los diversos autores acerca del alcance y significado que debe darse a las diversas acepciones o términos
empleados para designar a los Derechos Humanos)

4. DEFINICIONES DE LOS DERECHOS HUMANOS

Si la terminología referente a los Derechos Humanos se mueve en un ámbito de equivocidad y confusión, no menos equívocos y
confusos resultan los intentos doctrinales por definirlos.

Juan Álvarez Vita, sostiene que si pretendiéramos analizar la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano; a la sola
luz de la evolución que se ha producido en el mundo en ese indetenible proceso tendríamos que afirmar que ha devenido en
obsoleta y que ha sido superada, tanto teóricamente como doctrinariamente, pero no menos cierto es que sin aquel proceso
revolucionario, esa evolución que hoy con toda satisfacción apreciamos no habría tenido posibilidad de realizarse en la
dimensión universal que hoy tiene la doctrina de los derechos humanos.

Peces-Barba realiza una definición posible de lo que llama “derechos subjetivos fundamentales” como una conjunción de la
filosofía de los derechos humanos con su plasmación en un derecho positivo vigente, y la presenta así: “Facultad que la norma
atribuye, de protección a la persona en lo referente a su vida, a su libertad, a la igualdad, a su participación política o social, o a
cualquier otro aspecto fundamental que afecte a su desarrollo integral como persona, en una comunidad de hombres libres,
exigiendo el respeto de 105 demás hombres, de los grupos sociales y del Estado, y con posibilidad de poner en marcha el
aparato coactivo del Estado en caso de infracción”.

Asimismo nos propone Eusebio Fernández que “los derechos humanos son algo (ideales, exigencias, derechos) que
consideramos deseable, importante y buenos para el desarrollo de la vida humana”. Al respecto, coincidimos con el maestro
Bidart Campos, en la idea que la expresión precedente tiene dos planos a rescatar: uno, el de lo que la filosofía de los derechos
humanos define en la suprapositividad como lo que “debe ser” reconocido en la positividad, y otro, el de lo que en la
positividad ya “es”, tal como el plano anterior prescribe o exige que “debe ser”. Al primer plano se le puede convencionalmente
dar un nombre: derechos humanos, por ejemplo, o para otros, derechos morales o derechos naturales; al segundo plano es
dable atribuirle otro nombre: derechos fundamentales, o para otros, derechos subjetivos jurídicos.

En otras palabras en uno u otra forma, y cualquiera sea la naturaleza del primer plano (natural, jurídica, puramente ética,
histórica, etc.) en él se definen exigencias acordes con la dignidad de la persona y se arraigan valores, allí radica un deber ser, un
criterio o un canon indisponible para la positividad. En el segundo plano tenemos la positivización del deber ser, pero con
distinto sentido, porque para algunos, continua Bidart Campos, ya sabemos que la positivización se satisface con la sola
recepción del deber ser del primer plano en el orden normativo del mundo jurídico, mientras 4ue para otros, la positivización
sólo es tal cuando hay vigencia sociológica, es decir, cuando el deber ser ideal del valor se realiza con signo positivo en la
dimensión sociológica del mundo jurídico.

El Departamento de Información de las Naciones Unidas, Derechos Humanos, afirma, que los Derechos Humanos, son los
derechos que son inherentes a nuestra naturaleza y sin los cuales no podemos vivir como seres humanos.

Antonio Pérez Luño, afirma que, se pueden señalar tres tipos definiciones de Derechos Humanos”:

a) Tautológicas. — No aportan ningún elemento nuevo que permita caracterizar tales derechos. Una definición tautológica muy
repetida en la doctrina es la que afirma que «los derechos del hombre son los que le corresponden al hombre por el hecho de
ser hombre».

b) Formales. — No especifican el contenido de los derechos, limitándose a alguna indicación sobre su estatuto deseado o
propuesto. Una definición formal es la que afirma que «los derechos del hombre son aquellos que pertenecen o deben
pertenecer a todos los hombres, y de los que ningún hombre puede ser privado».

c) Teleológicas. — En ellas se apela a ciertos valores últimos, susceptibles de diversas interpretaciones. Una definición
teleológica es la que dice que «los derechos del hombre son aquellos que son imprescindibles para el perfeccionamiento de la
persona humana, para el progreso social, o para el desarrollo de la civilización».
Una definición que pretende ser descriptiva, aunque tiene una fuerte carga teleológica, y que ha sido generalmente aceptada
por la doctrina, es la que propone Pérez Luño, quien entiende que los Derechos Humanos son: «Un conjunto de facultades e
instituciones que en cada momento histórico, concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humanas, las
cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel nacional e internacional».

En el mismo orden de ideas coincidimos con la afirmación de Mónica Pintos, al decir “que la noción actual de derechos
humanos es una sumatoria de los aportes del iusnaturalismo, del constitucionalismo liberal y del derecho internacional, lo que
implica no solamente la consagración legal de los derechos subjetivos necesarios para el normal desarrollo de la vida del ser
humano en sociedad, que el estado debe respetar y garantizar, sino el reconocimiento de que la responsabilidad internacional
del Estado queda comprometida en caso de violación no reparada”.

5. LOS PRINCIPIOS DE LOS DERECHOS HUMANOS

Hacemos nuestra las afirmaciones de Máximo Pacheco, magistrado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, quien en
su trabajo sobre los derechos fundamentales de la persona humana afirma que los Derechos Humanos están regidos por los
siguientes principios:

a) Universalidad

El solo hecho de ser, hace al hombre detentador de derecho frente a otros hombres o sus respectivas instituciones
representativas; son patrimonio de todo ser humano sin importar ninguna de las, características accidentales de su persona.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su art 1, establece que los derechos humanos comprenden a todos los
seres humanos, haciendo aquí una precisión importante. La Declaración utiliza un término absoluto al referirse al género
humano en su conjunto, por lo cual no cabe considerarlo parcialmente.

b) Imprescriptibilidad

La existencia de los Derechos Humanos no ha de extinguirse nunca, ya que al ser consubstanciales a la naturaleza humana,
tendrán vigencia en tanto existan seres humanos.

e) Irrenunciabilidad o inalienabilidad

Los Derechos Humanos, son de naturaleza óntica no es posible renunciar a ellos, así como no es posible renunciar a ser un
humano, Por su pm-te la inalienabilidad de los Derechos Humanos reside en el que —al hallarse más allá de la esfera de
manipulación del hombre—le es imposible disponer arbitrariamente de ellos.

d) Inviolabilidad

La naturaleza irreductible y siempre vigente de los Derechos Humanos frente a todo poder, grupo o individuo, resaltando la
necesidad de protegerlos y garantizarlos en toda circunstancia y en todo momento, sin subordinarlos ni mediatizarlos. Si los
Derechos Humanos se subordinan a un limitado y amoral poder del Estado y se impone una doctrina de la seguridad del Estado,
los Derechos Humanos se vaciarían de contenidos.

e) Efectividad

Los Derechos Humanos no son aspiraciones o formulaciones, por lo cual demandan su respeto y positivización por parte de la
sociedad y el orden jurídico. Por ello, la sociedad debe responder efectivamente a las demanda de sus integrantes pues ello
hará posible su propia existencia.

f) Su trascendencia a la norma positiva

Estos derechos no requieren estar reconocidos expresamente por la legislación interna de un Estado para que sus ciudadanos
se vean protegidos a nivel internacional por dichas normas; además, aún cuando el Estado mismo no sea parte de los Pactos y
Declaraciones que confieren dichos derechos, la comunidad internacional no duda hoy en considerar a los Derechos Humanos
como una opinio juris, es decir, se encuentran convencidos de su necesaria práctica más allá del hecho de que se encuentren o
no efectivamente positivizados. El jurista Máximo Pacheco sostiene, que trascienden a los ordenamientos jurídicos nacionales,
esto es, son internacionales. Por consiguiente, no obsta a su pleno reconocimiento y eficacia cualquier soberanía nacional que
pretenda enervarlos.

g) Su interdependencia y complementariedad

Los Derechos Humanos son un complejo integral e interdependiente, por lo que su real protección demanda además hacer
ciertamente posible la realización de los derechos civiles y políticos, tanto como los económicos, sociales y culturales.

Las Naciones Unidas reconocieron este principio en la Resolución de la Asamblea adoptada en 1977 sobre los criterios y medios
para mejorar el goce efectivo de los Derechos Humanos y las libertades fundamentales, en cuya parte resolutiva dice: Decide
que el enfoque de la labor futura del Sistema de la Naciones Unidas, respecto de las cuestiones de Derechos Humanos, deberá
tener en cuenta los conceptos siguientes: a) Todos los Derechos Humanos y libertades fundamentales son indivisibles e
interdependiente; deberá prestarse la misma atención y urgente consideración tanto a la aplicación, la promoción y la
protección de los derechos civiles y políticos como a los económicos, sociales y culturales.

h) La igualdad en derechos
Los Derechos Humanos protegen en igual medida todo ser humano, por lo que hay una identidad absoluta de derechos en
todas y cada una de las personas. Este principio que negativamente podemos enunciar como el de no discriminación, se halla en
la base misma de la concepción de estos derechos; así, el primer, considerando del Preámbulo de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos señala: Considerando que la libertad, la justicia y la paz del mundo tiene por base el reconocimiento de la
dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de los miembros de la familia humana.

El corolario del principio de igualdad de derechos es la no discriminación o trato desigual entre quienes merecen igual trato, por
ningún motivo.

i) La corresponsabilidad

Como consecuencia de lo anterior, todos somos responsables en forma individual y colectivamente frente al sujeto de estos
derechos. Debe entenderse que sólo asumiendo una responsabilidad individual y colectiva frente al individuo y la humanidad
toda, será posible que los Derechos Humanos tengan plena vigencia en la sociedad.

6. CARACTERES DE LOS DERECHOS HUMANOS

Son características fundamentales u esenciales que hacen a la particularidad de los derechos tratados y que, asimismo los
diferencian de otros grupos derechos, a saber:

a) no inmutabilidad

Tradicionalmente se atribuye a los Derechos Humanos la característica de la inmutabilidad. Esa característica no es admisible si
se tiene en cuenta, como se verá a continuación, que los Derechos Humanos tienen carácter histórico. Es decir, no es posible
establecer un catálogo de los derechos que tenga validez general con carácter supratemporal. El error fundamental de la
escuela del derecho natural racionalista (siglo XVIII) fue precisamente el pretender elaborar un código de derechos con tales
características.

El filósofo del derecho Henkel afirma que, ahora bien, se puede afirmarse de los derechos la característica de la inmutabilidad si
la referimos al contenido esencial de los mismos, en el sentido de que ese contenido esencial constituye un ámbito de
intangibilidad para el legislador, el intérprete y el operador jurídico encargado de la aplicación de derecho de que se trate.

b) El carácter histórico

Si la vieja concepción liberal hablaba de unos derechos innatos, de carácter suprahistórico y anteriores, en consecuencia a la en-
liada del hombre en sociedad, existentes ya en el llamado estado de naturaleza, la concepción actual de los Derechos Humanos
afirma, casi sin excepción, que los Derechos Humanos son un concepto histórico. Esta característica implica las siguientes
consecuencias.

No existe un concepto apriorístico de los Derechos Humanos. El concepto de los Derechos Humanos está siempre «in fieri», en
continuo proceso de creación, enriqueciéndose con los cambios históricos y dependiendo al mismo tiempo de ellos.

Sólo se puede dar un concepto y una definición de los Derechos Humanos, que sea en consecuencia situacional: desde una
determinada perspectiva histórica y desde una determinada cultura. Ocurre, no obstante, que como actualmente existe una
mayor comunicación intercultural las barreras hacia un concepto unitario de los Derechos Humanos van siendo
progresivamente derribadas.

Los Derechos Humanos corresponden a unas determinadas estructuras político—sociales y culturales, propias de un
determinado momento histórico, en una sociedad determinada. Son, por tanto, derechos culturalmente determinados; Los
Derechos Humanos están suficientemente caracterizados, y son por tanto socialmente exigibles, cuando se han integrado en
una determinada forma cultural y han encontrado un desarrollo apropiado. Desarrollo que se refleja en la existencia de un
lenguaje ético socialmente vinculante y de una cierta institucionalización jurídico— política.

c) No son taxativos

No existe un catálogo definitivo de derechos. Su existencia y enumeración dependen de factores múltiples tales como:

1) La evolución de las fuentes de poder a lo largo de la historia. Lo cual supone el surgimiento de nuevos desafíos y amenazas a
los Derechos Humanos. Como, por ejemplo, sucede en la actualidad con los progresos de la ciencia y de la tecnología, que
implican problemas tales como la manipulación genética, la procreación artificial, la destrucción del medio ambiente, la
experimentación biológica o el uso de la informática.

2) Las necesidades y formas de agresión a los derechos en cada momento histórico. Los Derechos Humanos son respuestas
normativas y no normativas, —pero en cualquier caso histórico— concretas a aquellas experiencias más insoportables de
limitación y riesgo para la libertad.

3) El grado de toma de conciencia de los mismos.

4) La diversa interpretación y concepción de los Derechos Humanos según las diversas ideologías y su influencia en su
reconocimiento y garantía.

5) Las formas de organización social y política como determinantes objetivos de su existencia.

Por eso, a la hora de garantizar los Derechos Humanos muchas Constituciones, como las de Argentina, Bolivia, Honduras,
Paraguay o Venezuela. entre otras, establecen un «numerus apertus» de derechos, afirmando —como hace el art. 50 de la
Constitución venezolana de 1961— que el enunciado de los derechos y garantías contenidos en la Constitución no debe
entenderse como negación de otros que, siendo inherentes a la persona humana, no figuren expresamente en ella.
d) No están limitados

Frente a la vieja concepción liberad que defendía el carácter absoluto o ilimitado de los derechos hoy se entiende por toda la
doctrina sin excepción, que por su propia naturaleza, los Derechos Humanos tienen, además de la «limitación» cultural objetiva
de la historicidad y de la situacionalidad, limites de naturaleza ético—jurídica que responden a la propia estructura de los
Derechos Humanos, y correlativas limitaciones, de estricta naturaleza jurídica que tratan de hacer compatible el ejercicio de los
derechos a través de su regulación. Esos límites y limitaciones de los Derechos Humanos impiden afirmar que éstos tengan
carácter absoluto —en el sentido de no estar limitados—. Por ende no pueden ser objeto de desplazamiento o anulación bajo
ninguna circunstancia.

e) Son conquistas históricas

Tanto el fundamento como las garantías de los derechos son conquistas históricas. El reconocimiento de la dignidad de la
persona humana como fundamento de los Derechos Humanos y la necesidad de garantizar su respeto es el resultado de una
larga lucha histórica que aún no ha concluido.

f) El carácter procesal de los Derechos Humanos

De tal manera que la situación actuad de los mismos en el orden normativo, de sus garantías procesales e incluso su grado de
elaboración doctrinal, deriva necesariamente del proceso de evolución de los mismos. Por eso, se puede hablar, en toda su
extensión, de tres generaciones de Derechos Humanos. Aspecto este último que será estudiado en la parte dedicada a la
clasificación de los Derechos Humanos y desarrollada en el apartado de los concretos Derechos Humanos.

g) El carácter de absolutos

Pero no en la acepción, antes señalada, de limitados, sino en tres sentidos básicos, que son complementarios entre sí:

1) Constituyen la dimensión ético—jurídica fundamental, constituyen el ámbito normativo «más importante», y radical de ahí
que constituyan las exigencias más urgentes, exigentes e intransigentes.

2) No pueden ser infringidos justificadamente y tienen que ser satisfechos sin ninguna excepción.

3) Confieren un poder inmediato y directo sobre el bien de la personalidad de que se trate, y son oponibles frente a todos (erga
omites).

4) Tiene prevalencia frente a aquellas decisiones políticas y normas jurídicas que, aún siendo formalmente legítimas, no
preserven valores recogidos en la Constitución.

5) Son originarios o innatos. Se adquieren por ser persona, sin la necesidad de concurrencia de ninguna otra circunstancia.

6) Son extrapatrimoniales. Esta característica significa que no pueden ser reducidos a una mera valoración económica; aunque
puedan tener por objeto bienes o realidades valorables económicamente, aunque puedan tener repercusiones económicas o su
lesión pueda ser reparada, al menos en parte mediante una indemnización pecuniaria.

h) carácter no inalienables

Tradicionalmente se les atribuye a los Derechos Humanos, por parte de la doctrina, esta característica.

Esta característica significa fundamentalmente, según la doctrina tradicional, que son irrenunciables, incluso por sus propios
titulares. Los Derechos Humanos, en cuanto que son inalienables se le adscriben a la persona humana al margen de su
consentimiento o incluso en contra de su consentimiento. Los bienes sobre los que recaen la protección de los Derechos
Humanos son atribuidos a la persona humana de una forma ineludible.

Esta característica es, sin embargo más que dudosa, entre otras razones posibles por las dos que siguen a continuación.

La necesaria presencia de límites en el ejercicio de los derechos no implica forzosamente la posibilidad de optar por parte de
sujeto de derecho entre los diversos derechos.

El configurar a los derechos como inalienables, como señala Javier de Lucas, imposibilita cualquier preferencia entre los mismos
e implica el automático rechazo de las numerosas situaciones en que se traduce la renuncia de un derecho en aras a la fe, la
patria u otros bienes.

Si es admisible, sin embargo el carácter de inalienabilidad de los derechos si la referimos al fundamento de los mismos: la
dignidad de la persona humana. «La dignidad le es impuesta al hombre inexorablemente: el hombre no puede renunciar a tal
atributo, ni es libre para ser o no ser hombre, para tener o no tener una dignidad que él mismo no se ha conferido.

Lo que no puede hacer, pues, el sujeto activo de los Derechos Humanos es renunciar a la titularidad del derecho de que se trata,
pero sí a su ejercicio. El límite de esa renuncia viene dado por la no lesión de otros bienes y derechos fundamentales.

En este sentido más que la característica de inalienabilidad se podría tal vez afirmar la característica de la necesidad. Los
derechos son necesarios porque corresponden a toda persona. En este mismo sentido se afirma también que son derechos
inseparables de la-persona.

También es admisible la característica de la inalienabilidad si por ella entendemos que el objeto de los Derechos Humanos no
puede ser objeto de contrato, por ser cosas que están fuera del comercio.
Su titularidad es irrenunciable. Existe constitutivamente- al margen del auto—consentimiento de los seres humanos para su
goce. Debido a su carácter óntico -ya que determinan el significado de ser identificado como ser humano—no es posible
renunciar a su goce. Es decir, no pueden ser objeto de su posición; por ende, no se encuentran al arbitrio de ningún tipo de
tráfico, canje o intercambio.

i) Tienen carácter sistémico

Los Derechos Humanos constituyen un sistema, en el sentido de conformar una unidad y en cuanto que elementos integrantes
de la misma son interdependientes. Lo cual se demuestra por los siguientes elementos:

1) La existencia de un común fundamento de los derechos, lo cual constituye uno de los argumentos en virtud del cual se puede
afirmar su unidad sistémica.

2) La esencial unidad existente entre el fundamento y las garantías de los Derechos Humanos. Lo que se demostraría ya, desde
el propio fundamento, en virtud de la naturaleza dual del mismo: el fundamento indirecto miraría hacia la dignidad de la
persona humana y el fundamento directo miraría hacia las garantías del derecho de que se trate. Nos ocuparemos del
fundamento de los Derechos Humanos en el apartado correspondiente.

3) La derivación de ciertos derechos —los que podemos denominar Derechos Humanos específicos— respecto de otros a los
que podemos denominar Derechos Humanos genéricos. Así, por ejemplo, el derecho a la objeción de conciencia es derivación
de un derecho más genérico, cual es el derecho a la libertad de conciencia; el derecho a la información es concreción o
especificación del derecho a la libertad de expresión.

4) El núcleo de cada derecho, que permite enlazar sistemáticamente los derechos genéricos con sus respectivos derechos
específicos es el contenido esencial de los mismos. Nos ocuparemos del contenido esencial de los Derechos Humanos en el
apartado dedicado al contenido de los Derechos Humanos.

5) El contenido o ámbito de ejercicio de un derecho está en conexión directa con el ejercicio de otro derecho. Así, por ejemplo,
el ejercicio del derecho a la libertad religiosa está en conexión con el ejercicio del derecho de asociación o con el ejercicio del
derecho a la libertad de expresión.

6) La existencia del principio de coordinación de los Derechos Humanos. Este principio demuestra el carácter unitario e
interdependiente de los derechos por el hecho de que cuando uno de los Derechos Humanos quiebra, automáticamente
empiezan a quebrar los demás, empezando por aquellos que tienen una conexión directa con el derecho violado y terminando
por aquellos que tienen una conexión indirecta con el mismo. Si quiebra, por ejemplo, el derecho a la libertad de expresión
empiezan a quebrar inmediatamente después los derechos políticos.

7) En el sentido señalado en el punto anterior y de forma correlativa se puede afirmar también el principio de coordinación de
las garantías de los Derechos Humanos de tal manera que la garantía de un derecho es determinante o produce un efecto en
cadena de protección de los demás derechos. La negación del Habeas Corpus, que es, la garantía básica de la libertad personal,
puede suponer la negación de otras garantías del detenido, como la garantía de un juicio justo e jmparcial.

j) El carácter dialéctico de los derechos humanos

Lo cual se traduce en una tensión dialéctica en todos los planos de la realidad social en que se plantea la teoría de los Derechos
Humanos:

1) Entre los poderes estatal dominante y los poderes sociales dominados.

2) Entre la ideología de los Derechos Humanos dominante y las ideologías de los Derechos Humanos dominadas.

3) Entre los derechos reconocidos estatalmente como derechos fundamentales y los Derechos Humanos no positivizados y
social- mente exigidos. Piénsese, por ejemplo, en los derechos de la tercera generación, aún no suficientemente reconocidos en
el orden constitucional interno de los Estados y en las normas del derecho Internacional, y sin embargo, ya exigidos por los
pueblos, por los grupos sociales, por las organizaciones no gubernamentales y por un amplio sector de la doctrina.

4) Entre los valores sociales fundantes de los Derechos Humanos y la consagración de esos valores en el orden constitucional
interno.

5) Entre los valores sociales fundantes de los Derechos Humanos y su reconocimiento en el orden internacional (declaraciones,
pactos, tratados).

6) Entre los valores sociales fundantes de los Derechos Humanos consagrados en el orden constitucional interno y el desarrollo
normativo de los mismos.

7) Entre los derechos realmente garantizados y con eficacia social y los derechos reconocidos normativamente pero sin eficacia
social.

8) Entre las formas históricas o generaciones anteriores de derechos y las nuevas exigencias como nuevos Derechos Humanos.

9) Entre los derechos de las mayorías y los derechos de las minorías.

10) Entre los derechos existentes y reconocidos en los países pertenecientes al Norte y los derechos y garantías reconocidas en
los países pertenecientes al Sur.
11) Entre la violación de los Derechos Humanos y las garantías de los mismos. La violación supone la negación del objeto de los
derechos (los bienes de la personalidad), las garantías suponen la pretensión de negación de esa negación, con la consiguiente
reafirmación del derecho.

k) El carácter utópico

Aquí utopía no debe entenderse, en su acepción vulgar, como lo que no existe ni puede existir, lo que es puro fruto de la
imaginación. Por el contrario, utopía designa aquí, al mismo tiempo, tres cosas distintas y no contradictorias:

1) En cuanto que reflejan una crítica de las contradicciones y formas de irracionalidad socialmente existentes, proponiendo en
su lugar nuevas formas de racionalidad, que constituyen en Ethos superior, que de alguna manera ya está siendo exigido como
deseable.

2) En cuanto utopía, es decir, como «un buen lugar», como aquello que es digno de convertirse en realidad fáctica.

3) En cuanto expresión de un aún—no—ser institucional y sin embargo ya realmente existente en el sentir, e incluso en la
acción social, como exigencia o pretensión fundamental.

l) El carácter expansivo

Ese carácter expansivo que afecta tanto a la idea como al contenido de los Derechos Humanos se manifiesta en el proceso
histórico de:

1) El surgimiento y desarrollo de tres sucesivas generaciones de derechos: los derechos de la primera generación (derechos
civiles y políticos), los derechos de la segunda generación (los derechos económicos, sociales y culturales) y los derechos de
solidaridad (también denominados derechos de los pueblos o derechos de la tercera generación).

2) Concreción de nuevos derechos que nacen como consecuencia de la dinámica interna de derechos preexistentes.

3) La progresiva universalización de los Derechos Humanos en el plano mundial, tanto en relación a los derechos garantizados
cuanto en relación a sus garantías. Los Derechos Humanos tienden a constituirse en ese código ético o macroética, de carácter
universal, que hoy se siente como necesario, vinculando a la humanidad en su conjunto, considerada como un todo unitario.

4) La traslación de Derechos Humanos, de sus garantías y de categorías conceptuales concernientes a los mismos desde unos
sistemas jurídicos a otros y desde unas culturas a otras. Esta característica se concreta en:

— El fenómeno —en orden a los derechos— de la asunción por parte de múltiples textos internacionales y de las constituciones
estatales del texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

— El fenómeno —en orden a las garantías— del efecto de importación de estatales, como el ombudsman, por parte de los
diversos sistemas jurídicos e incluso por organizaciones intergubernamentales.

— La traslación del modelo de garantía de los Derechos Humanos de un sistema regional internacional a otro. Así, el modelo del
Consejo de Europa tiende a ser adoptado por la Organización de Estados Americanos (OEA) y por la Organización para la Unidad
Africana (OUA).

— La traslación de la forma de regulación y de contenidos desde las normas internacionales a las normas de carácter regional.
Lo cual determina incluso la identidad de articulado de unas normas y otras. Así, por ejemplo, el art. 13.1 del Pacto de San José
de Costa Rica es idéntico —por ser copia suya— al art. 19.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

m) Son tendencialmente universales

Esa tendencia se proyecta en varios sentidos:

1) Constituyen preceptos éticos y estos, en sí mismos, en cuanto tales preceptos, tienen carácter generalizable. Lo cual estaría
tanto en la teoría del lenguaje moral de Hare como en el imperativo categórico kantiano.

2) Constituyen criterios de racionalidad que en sí mismos y en cuanto que criterios morales tienden a buscar, a través de la
acción comunicativa, el máximo de aceptación, y en consecuencia, de universalidad.

3) Constituyen, por así decirlo, un mínimo ético —un contenido ético imprescindible— común a toda la humanidad, aunque la
interpretación de los mismos, desde diversas culturas pueda variar.

4) En relación a los sujetos: los Derechos Humanos se adscriben a todos los seres humanos; todos los hombres son sujetos de
Derechos Humanos, en virtud de la igualdad dignidad humana. Por eso tanto los textos internacionales como incluso las
constituciones utilizan —para referirse a ellos— expresiones tales como «todos tienen derecho a la vida».

5) Correlativamente, todos los seres humanos son titulares de un deber general y universal de colaborar en la protección de los
bienes de la personalidad.

6) En relación al tratamiento legal de los Derechos Humanos: todos los hombres son iguales ante la ley. Lo cual debe llevar
lógicamente a la superación del tratamiento discriminatorio en relación al ejercicio de los derechos fundamentales, entre
nacionales y extranjeros.

7) En relación al objeto de protección: los Derechos Humanos constituyen exigencias cuyo objeto va siendo, cada vez más,
patrimonio común de la humanidad, El ejemplo paradigmático lo podemos encontrar en la naturaleza como objeto de
protección del derecho al medio ambiente.
8) En relación a las garantías. Existe una clara tendencia a establecer organismos internacionales —cada vez más generales— de
protección de los Derechos Humanos.

Por otra parte las garantías internas, tanto jurídicas como extrajurídicas, tienden a «copiarse» por parte de otros sistemas
jurídicos y en consecuencia a universalizarse.

n) Son correlativos a los deberes básicos

Por deberes básicos debe entenderse aquel tipo de formas de conductas que, teniendo su fundamento último en la dignidad de
la persona humana y siendo concreción de los valores sociales fundamentales, son establecidas como obligatorias, como
correlativas a las exigencias de los derechos humanos.

Así magistralmente señala el papa Juan XXIII, “los derechos naturales recordados hasta aquí están inseparablemente unidos en
la persona que los posee con otros tantos deberes...

7. SUJETOS DE DERECHO Y TITULARIDAD

Sin duda, debemos afirmar que el titular activo de los Derechos Humanos es la persona en tanto individuo (esto es, todo ser
humano, sea hombre o mujer, de cualquier nacionalidad, raza, credo, afiliación sexual, etc.). Esta conclusión resulta de
comprobar que tales derechos son inherentes a toda persona humana por el mero hecho de estar dotada de vida.

Ahora bien, lo aquí sostenido no implica respaldar una postura dogmáticamente individualista. Por el contrario, el ser humano
es por naturaleza un sujeto social, cuya supervivencia y proceso formativo de identidad hace indispensable la estrecha
interrelación con sus semejantes. Aún más, los derechos económicos, sociales y culturales requieren para su realización de la
proyección colectiva de la persona humana (por ejemplo, los derechos laborales). Esto es aún más evidente en lo concerniente
a los nuevos Derechos Humanos, llamados de solidaridad o de tercera generación: el disfrute del derecho al desarrollo o del
derecho a un medio ambiente sano y equilibrado sólo es posible en el marco de un esfuerzo solidario por parte de toda especie
humana.

8. EL OBJETO DE LOS DERECHOS HUMANOS

El objeto de los Derechos Humanos es el bien de personalidad, es decir, es el conjunto de las dimensiones de la realidad
personal —en su doble perspectiva individual y social—, en cuanto patrimonio suyo, sobre las que recae la titularidad, el
ejercicio y garantía de los Derechos Humanos.

En la doctrina del Derecho penal han tenido, en consecuencia, un especial desarrollo la teoría del bien jurídico. Bien jurídico,
nos dice Welzel, es un bien vital del individuo o de la comunidad, que por su significación social es protegido jurídicamente.

Debe tenerse en cuenta que el objeto de los Derechos Humanos no es el interés que pueda tener el titular del derecho humano
de que se trate (aunque ese interés pueda existir e incluso ser básico para determinar el contenido de un derecho humano),
sino el bien de la personalidad en sí mismo. Piénsese, por ejemplo, en los bienes de la personalidad referentes a algunos
Derechos Humanos, como los que corresponden a los enfermos mentales o a los niños.

Debe también tenerse en cuenta que se trata de bienes esenciales, no secundarios ni accidentales.

9. LAS GENERACIONES DE LOS DERECHOS HUMANOS

La doctrina adoptó de manera uniforme, la clasificación que Karel Vasak propusiera en torno a agruparlos por generaciones a
los Derechos Humanos, es decir en el orden que frieron conceptualizándose jurídicamente en el orden interno como
internacional, ello por razones sólo metodológicas. Esta clasificación metodológica no implica un desconocimiento a la prelación
existencial, su primacía o sustitución de unos frente a otros.

a) Los derechos de la primera generación: Los derechos civiles y políticos

1) Definición de los derechos de primera generación

Pueden ser definidos como aquellos derechos que se atribuyen a las personas, bien en cuanto personas en sí mismas
consideradas, bien en cuanto que ciudadanos pertenecientes a un determinado Estado, y que suponen una serie de barreras y
de exigencias frente al poder del Estado en cuanto que ámbitos de exclusión o autonomía respecto del poder del mismo.

2) Caracteres de los derechos de primera generación

Los Derechos Humanos surgen históricamente como derechos civiles y políticos. Es la primera forma de aparición de los
Derechos Humanos. Por eso se les denominan también, desde la perspectiva actual, derechos de primera generación.

En su origen, en el siglo XVIII, los Derechos Humanos reciben varios nombres, tales como derechos individuales, derechos
innatos, derechos esenciales y «derechos del hombre y del ciudadano».

En su origen los derechos individuales —que es como se denomina a los derechos positivizados—, son concebidos como la
expresión de los «derechos innatos» o «derechos esenciales» del que era portador el hombre en el estado de naturaleza previo
a la entrada del hombre en sociedad. A través del pacto social, que supone la entrada del hombre en sociedad, lo que se hace es
reconocer, reforzar y garantizar esos derechos preexistentes.

Ante todo se trata de proclamar, a través de estos derechos, la facultad de hacer de todo ser humano frente al Estado:

— Los derechos civiles suponen la exigencia de los particulares frente al poder del Estado de la exclusión de su actuación. Por
ello se les ha llamado «derechos autonomía».
— Los derechos políticos suponen la posibilidad de participación de los ciudadanos en la formación de la voluntad política del
Estado a través del derecho de sufragio. Por eso se les ha denominado «derechos participación».

Surgen vinculados a la ideología, liberal burguesa, que se constituye en su primera defensora. Es la ideología certeramente
definida como ideología del individualismo posesivo (Macpherson).

Los derechos individuales —en cuanto que ideológicamente vinculados al pensamiento liberal burgués—, tienen, en esta
primera fase, las siguientes características:

Reconocimiento y garantía formal de los derechos fundamentales, pasando a formas parte de los textos constitucionales.

Concepción individualista de los derechos. Concepción de los derechos como ámbito de autonomía y no ingerencia por parte
del Estado (consecuencia de la doctrina del «laissez faire»).

Consiguientemente la libertades el valor tomado como fundamental.

El derecho de propiedad aparece como un derecho básico o central, junto con el derecho a la libertad y el derecho a la
seguridad.

El derecho a la seguridad es entendido como garantía en dos sentidos fundamentales:

1) Como garantía de la autonomía de las relaciones sociales, especialmente en materia económica.

2) Como garantía frente al poder punitivo del Estado en aplicación del principio de legalidad de los delitos y de las penas:

La ley es considerada corno expresión de la voluntad general y, en consecuencia, se entiende que la garantía de los derechos
Innatos debe pasar necesariamente por su reconocimiento por parte de la ley.

Primacía de la ley que regula toda la actividad estatal, tanto en lo concerniente al poder ejecutivo como al poder judicial.

La ley es freno y limite de la acción del Estado.

Se afirma la exigencia de sometimiento de la Administración a la legalidad.

Se subraya la importancia de la garantía de los derechos a través de la ley.

La ley reconoce y garantiza el principio de división de poderes.

La ley reconoce y garantiza el principio de la independencia del poder judicial

La única función de las leyes es garantizar esos derechos preexistentes.

Son, en parte, la génesis del Estado Liberal de Derecho y se consolidan en él mismo, así como en las formas posteriores del
Estado de Derecho: en el Estado Social de Derecho y en el proyecto o ideal del Estado Democrático de Derecho.

El sujeto activo de los mismos es la persona individual, considerada como un todo absoluto y aislado. Por eso se les denomina
muchas veces derechos individuales».

El sujeto pasivo está constituido por los poderes del Estado.

Aparecen como un factor de racionalización del derecho y del Estado: ya no se obedece en virtud de mandatos divinos, ni por
razón carismática ni por tradición, sino en virtud de la racionalidad del derecho.

Se produce la proclamación jurídica de estos derechos como libertades formales.

Se plasman en las modernas declaraciones de derechos especialmente en las declaraciones americanas (Declaración de
Derechos del Buen Pueblo de Virginia, de 1776...) y en la Declaración francesa de Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789.

En la actualidad los derechos civiles y políticos son concebidos no ya en su sentido originario —esto es— como derechos
concebidos desde una ideología individualista, sino en relación y a partir de los derechos económicos sociales y culturales y de
los derechos de la tercera generación; Se entiende actualmente, por la totalidad de la- doctrina que la realización de los
derechos económicos sociales y culturales y de los derechos de la tercera generación son el presupuesto de realización de los
primeros.

Los derechos civiles y políticos están recogidos en las principales declaraciones internacionales actuales de Derechos Humanos.
En unos casos de un# forma global y en otros casos de una forma individualizada.

Un ejemplo de una declaración generalizada de los derechos civiles lo podemos encontrar en el art. 3.1 de la Declaración de las
Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, proclamada por la Asamblea general de las
Naciones Unidas en su resolución 1904 (XV1TI), de 20 de Noviembre de 1963. También están reconocidos de forma general,
pero ya con carácter vinculante, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos...

Un reconocimiento particularizado de los concretos derechos civiles podemos encontrarlo, por ejemplo, en la Declaración
Universal de Derechos Humanos, cuyo art. 3 reconoce el derecho a la vida...

Son derechos que están reconocidos en la totalidad de las constituciones actuales de los Estados cuyo régimen tiene forma de
Estado de Derecho.
3) Clasificación de los Derechos Humanos de primera generación

No existe acuerdo en la doctrina respecto al problema de la ubicación y clasificación de los derechos civiles y políticos.

No obstante, una clasificación que puede ser aceptada por un sector amplio de la doctrina puede ser la que se establece a
continuación.

Los derechos de la primera generación se subdividen en dos grandes bloques de derechos:

3.1) Los derechos civiles

Los derechos civiles comprenden los siguientes derechos:

El derecho a la vida en sentido amplio, que comprende:

El derecho a la vida en sentido estricto o. derecho a la existencia.

Este derecho comprende, a su vez, los siguientes derechos:

El derecho a la vida frente al hambre.

El derecho a la vida frente a la pena de muerte.

El derecho a la vida frente a las ejecuciones sumarias y arbitrarias

El derecho a la vida frente a las desapariciones forzadas.

El derecho a la vida frente al genocidio.

El derecho a la vida frente al aborto.

El derecho a la vida frente a la eutanasia.

EJ derecho a la vida frente a la manipulación genética.

El derecho a la integridad personal. Este derecho genérico comprende:

El derecho a la integridad psicofísica.

El derecho a la integridad moral.

El derecho a la seguridad personal. Este derecho comprende los siguientes:

El derecho a la nacionalidad.

El derecho a la libertad de movimientos.

El derecho a la migración.

El derecho como garantía.

3.2) Los derechos políticos

Los derechos políticos, que también se denominan genéricamente y de una forma unitaria, derecho a la participación política,
se clasifican de la siguiente forma:

El derecho a la asociación política.

El derecho de reunión.

El derecho a acceder a los cargos públicos.

El derecho de sufragio, activo y pasivo.

El derecho a participar en la elaboración de las leyes.

El derecho de petición.

b) Los derechos de segunda generación: Los derechos económicos, sociales y culturales

1) Definición de los Derechos Humanos de segunda generación

Los derechos económicos, sociales y culturales son aquel conjunto de derechos—prestación, que consisten en especificar
aquellas pretensiones de las personas y de los pueblos consistentes en la obtención de prestaciones de cosas o de actividades,
dentro del ámbito económico—social, frente a las personas y grupos que detentan el poder del Estado y frente a los grupos
sociales dominantes. -.

2) Caracteres de los Derechos Humanos de segunda generación

Los caracteres fundamentales de este bloque de derechos son los siguientes:


Una cierta ambigüedad rodea la expresión «derechos económicos, sociales y culturales». Su significado no es univoco, siendo
recogidos como tales derechos, tanto por los ordenamientos jurídicos como por la doctrina, derechos de naturaleza muy
heterogénea.

Por otra parte no existe tampoco acuerdo en la doctrina acerca del problema de cómo delimitar qué clase de derechos son
económicos y cuales otros son sociales; así el derecho al trabajo o el derecho a la seguridad social pueden ser tanto económicos
como sociales. También existe afinidad entre los derechos sociales y culturales, como el derecho a la educación, al tiempo libre,
al recreo, etc...

La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 de corte netamente liberal y expresión máxima de la
concepción individualista de los derechos humanos, no hacía referencia a los derechos económicos, sociales y culturales. No
obstante, a partir del año 1790 la Asamblea Nacional francesa empezó a adoptar una serie de medidas tendentes a crear
hospitales públicos, un sistema estatal de pensiones, un plan de obras públicas para emplear parados, una red de asistencia a
niños abandonados....

En Io primeros textos ingleses y angloamericano no encontramos referencia a los derechos económicos, sociales y culturales,
Declaraciones como la Declaración de Habeas Corpus de 1679, la Declaración de Derechos del Pueblo Inglés de 1689 o la
Declaración de Derechos del Buen Pueblo de Virginia, de 12 de junio de 1776, se limitaban a establecer garantías individuales.

Uno de los primeros textos en el que se reconocen estos derechos es la Constitución francesa de 1791, Título I, que proclama un
sistema general de beneficencia pública y la educación pública gratuita.

La Constitución francesa de 1793, arts. 21 y 22 hacen referencia a la beneficencia pública y a la instrucción.

La Constitución francesa de 1848 en el art. lv del Preámbulo señala como principios: ((la libertad, la igualdad y la fraternidad» y
como fundamento «la familia, el trabajo, la propiedad y el orden público». Algunos de sus artículos hacen referencia a ciertos
derechos relativos al trabajo la asistencia y la educación pero los resultados prácticos más efectivos tuvieron lugar en Inglaterra
y Alemania.

En el siglo XIX es donde podemos situar las primeras reivindicaciones de los derechos económicos y sociales, con, la aparición
del proletariado como protagonista histórico y debido al creciente proceso de industrialización. Las primeras consecuencias de
la Revolución Industrial habían dado lugar a condiciones de trabajo durísimas y muchas veces infrahumanas que ponen de
manifiesto la insuficiencia de los derechos individuales si la democracia política no se convertía además en democracia social.

Un hito importante en la evolución de los derechos económicos, sociales y culturales lo constituye la Constitución de México de
1917, que es el primer intento constitucional de conciliar los derechos civiles y politicos con la nueva concepción de los
derechos sociales. Esta constitución ha ejercido notable influencia en las constituciones posteriores, ya que a partir de ese
momento, en los diferentes países, se empieza a tomar conciencia de estos derechos y se inicia un movimiento
constitucionalizador similar en el mundo entero.

En esta Constitución se reconoce la obligación del Estado de impartir educación gratuita, de facilitar protección a la niñez, se
establecen normas relativas al trabajo ya la previsión social y se encuentra reconocido el derecho a la huelga.

Otro documento importante que consagra los derechos sociales es la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y
Explotado de Rusia de 1918, esta declaración proclama sólo derechos sociales. Otras constituciones que seguirán la inspiración
de esta Declaración son la Constitución de 1925 y la Constitución de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1936.

Ahora bien, en el ámbito internacional es el 1919, con la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que
aparece como una necesidad sentida la concreción: de los derechos económicos y sociales en las normas internacionales.

Tiene también especial valor la Constitución de la República de Weimar de 1919; en ella junto a derechos individuales se
proclaman derechos sociales como el de la protección a la familia, la educación sistema de seguros y el derecho al trabajo.

De todos los artículos de esta Constitución llene especial valor el art. 153, según el cual:

La vida económica debe ser organizada conforme a los principios de la justicia y de modo que asegure a todos una existencia
digna del hombre; y en el caso de que no pueda ser dada al hombre una ocupación conveniente, se le asegure los medios
necesarios para su subsistencia.

El art. 156 de la Constitución de Weimar: establecía una serie de normas generales para el establecimiento de toda clase de
seguros y para que obreros y empleados colaborasen en la determinación de las condiciones de trabajo y salario y el art. 157
supone poner el derecho al trabajo bajo la protección del Estado.

En España el reconocimiento constitucional generalizado de estos derechos no tiene lugar hasta la promulgación de la
Constitución de la República Española, promulgada el 9 de Diciembre de 1931 y que seguía el modelo germánico de la
Constitución de la República de Weimar.

Con posterioridad, a la segunda guerra mundial surgen otras Constituciones que incorporan estos derechos como las
Constituciones de Francia de 1946 y 1958, la italiana de 1948 y la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania de
1949.

Tras el proceso de descolonización iniciado en la postguerra, las constituciones de las antiguas colonias afirman derechos
sociales, así se pueden citar, por ejemplo, la Constitución de la India de 1950 y la de Argelia de 1963.

Actualmente los derechos económicos, sociales y culturales tienen una doble dimensión: objetiva y subjetiva.
En sentido objetivo pueden entenderse como el conjunto de normas a través de las cuales el Estado lleva a cabo su función
equilibradora de las desigualdades sociales.

En su sentido subjetivo, podrían entenderse come las facultades de los individuos y de los grupos a participar de los beneficios
de la vida social, lo que se traduce en determinados derechos y prestaciones, directas o indirectas, por parte de los poderes
públicos.

3) Clasificación de los Derechos Humanos de segunda generación

Estos derechos son: El derecho al trabajo, los derechos sindicales, el derecho a la seguridad social, el derecho a la alimentación,
vestido, vivienda digna, el derecho a la salud, la educación como el acceso a la ciencia y a la tecnología.

c) Los derechos de tercera generación: Los derechos de los pueblos o derechos de solidaridad

1) Definición de los Derechos Humanos de tercera generación

Con esta denominación se hace referencia a la existencia en los último años, junto a la constatación y reivindicación de los
tradicionales derechos (civiles y políticos y económicos sociales y culturales) de unos nuevos derechos humanos, surgidos como
consecuencia de la especificidad de las circunstancias históricas actuales y que responden ante todo al valor solidaridad.

2) Caracteres de los Derechos Humanos de tercera generación

Son derechos que reciben varios nombres: derechos de los pueblos, nuevos derechos humanos, derechos de cooperación,
derechos de solidaridad, derechos de tercera generación…

De todas las denominaciones aquella que tiene mayor aceptación doctrinal es la que habla de los Derechos de la Tercera
Generación.

Los derechos de los pueblos es correcta, entre otras razones por que, es sobre todo, a partir de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y de los de Pactos —los Pactos de Derechos Civiles y Politicos y de Derechos Económicos Sociales y
Culturales, de 1966—, cuando empiezan a emerger los pueblos como sujeto de los derechos humanos y no sólo los Estados. Lo
cual supone, entre otras cosas, abrir una vía importante para que empiece a quebrar el derecho internacional entendido como
un derecho puramente interestatal, cuyo único sujeto sea el Estado.

3) Clasificación de los Derechos Humanos de tercera generación

Aunque no existe acuerdo en la doctrina a la hora de enumerar y clasificar los derechos de la tercera generación, podemos
considerar comprendidos en la misma los siguientes derechos:

El derecho de autodeterminación de los pueblos.

El derecho al desarrollo.

El derecho al medio ambiente sano.

El derecho a la paz.

10. FUENTES DE CREACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

El tema en tratamiento se estudia habitualmente como fuentes de los derechos humanos.

En razón de que la palabra utilizada no tiene un contenido preciso e inequívoco en la doctrina jurídica y que dentro del tema se
incluyen fuentes a las cuales niegan tal carácter algunos autores preferimos ocuparnos siguiendo el criterio utilizado por el
maestro Alvarado Velloso, del origen de las normas de derechos humanos dividiendo en fuentes de carácter testimonial y
fuentes de carácter imperativo.

Dentro de las primeras incorporamos a aquellas fuentes que hacen a la conciencia de la existencia de los derechos humanos y
que pueden o no convertirse en normas de carácter imperativo, a saber las ideas filosóficas, las ideologías políticas, las
enseñanzas religiosas como motivadoras de los cambios sociales, los movimientos sociales de reivindicación, y en el mundo
contemporáneo los organismos de derechos humanos que con sus reivindicaciones han sido unos de los principales motores de
las conquistas en el campo de los derecho humanos, los grupos del sector social u ONG, etc. En cuanto a las segundas
mencionamos a las fuentes de carácter tradicional en el estudio del tema que nos ocupa:

a) La Constitución Nacional

Con el plexo normativo de declaraciones (manifestaciones solemnes que expresan las creencias y valores considerados
esenciales por le constituyente y que encierran la filosofía de la norma madre), en nuestra Constitución Nacional los arts. 1°; 2°;
5°; 6°; 9° al 12; 13; 16; 19; 22; 24; 26; 28; 31; 33; 35; 36; 39; 40; 41; 42. Articulado en el cual se declara la existencia de los
derechos allí enunciados. Asimismo en los derechos, declarados por la Carta Magna, entendiendo como tal a los derechos de
carácter subjetivo que, según Vanossi, “son aquellos que otorgan a su titulas una acción ante un órgano jurisdiccional para
protegerlos o restablecerlos si hubiesen sido lesionados tanto por otros particulares como por el Estado” entre los que
mencionamos los expresados en los arts. 8°, 14, 14 bis; 16; 19; 20; 33; 36, 37; 39 40; 41 y 42 de la C.N.

Resulta más que importante tener en cuenta, siguiendo lo señalado por Miguel Padilla, que tanto la Convención Americana
sobre Derechos Humanos como el Pacto Internacionales de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos integran ahora el derecho interno —con jerarquía de ley— a partir de su ratificación que
incorporan por al ámbito interno, los derechos que consagran. Finalizando señalaremos que dentro de la fuente constitucional
encontramos a las garantías, entendidas como los medios establecidos por el derecho objetivo para la protección de los
derechos subjetivos cuando el disfrute de los mismos es ilegítimamente amenazado o perturbado por otros particulares o por el
Estado. Hacen a la plena aplicabilidad de los derechos y se encuentran normadas en las siguientes disposiciones
constitucionales: arts. 5°, 6°, 17, 18, 23, 28, 29, 31, 43 y 109 de la C.N.

b) Pactos sobre derechos humanos

El orden jurídico vigente en la República Argentina se integra con normas jurídicas que poseen distinta jerarquía y ámbitos de
validez, todos los cuales responde a las pautas que al respecto enuncia la Constitución Nacional de 1853/ 60 y su modificación
del año 1994.

En este sentido conforme surge del análisis de los arts. 31, 27 75 inc. 22 de la Constitución, el orden de prelación de normas
vigente es el siguiente: 1) Constitución Nacional; 2) Instrumentos internacionales sobre derechos humanos mencionados en el
art. 75 inc. 22; 3) otros tratados internacionales; 4) leyes nacionales: y 5) legislación provincial incluida las constituciones
provinciales.

Asimismo, como acertadamente señala Mónica Pinto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha tenido una posición
constante e inmodificada con el transcurso del tiempo acerca de considerar que los tratados pueden ser asimilados al
instrumento que los aprueba, ni son reductibles a ninguna otra fuente, esto es, que el derecho aplicable por los tribunales es
derecho internacional. En este sentido, ha expresado que el tratado adquiere validez jurídica en virtud de la ley aprobatoria,
pero no por ello deja de tener el carácter de un estatuto legal autónomo cuya interpretación depende de su propio texto y
naturaleza, con independencia de la ley aprobatoria”.

Hasta la reforma constitucional de 1994, la supremacía constitucional se leía en el solo contexto de los arts. 31 y 27, resultando
el resto del orden jurídico federal, tratados y leyes nacionales, en un segundo escaño y con prelación del orden jurídico
provincial, incluidas las constituciones.

El criterio señalado quedo consagrado en el fallo “S.A. Martin & Cía. Contra Administración General de Puertos s/ repetición de
pago”, del año 1963. Allí se sostuvo que “corresponde establecer que ni el art. 31 ni el 100 de la Constitución Nacional atribuyen
prelación o superioridad a los tratados con las potencias extranjeras respecto de las leyes válidamente dictadas por el Congreso
de la Nación. Ambos —leyes y tratados_ son igualmente calificados como «ley suprema de la Nación», que rige respecto de
ambas clases de normas ...el principio con arreglo al cual las posteriores derogan a las anteriores...”

Esta jurisprudencia que comportaba como efecto evidente que ante un conflicto de normas, resultaban de aplicación los
principios generales de derecho según los cuales la ley especial deroga a la general y la posterior a la anterior en la misma
materia, con las consiguientes implicancias que ello acarreaba respecto a la responsabilidad internacional del Estado, fue
pacífica hasta inicios de los 90.

El 7 de julio de 1992, la Corte Suprema de Justicia se expide en el caso “Ekrnekdjián contra Sofovich” y sostuvo que “cuando la
Nación ratifica un tratado que firmó con otro Estado se obliga internacionalmente a que sus órganos administrativos y
jurisdiccionales lo apliquen a los supuestos que ese tratado contemple, siempre que contenga descripciones lo suficientemente
concretas de tales supuestos de hecho que hagan posible su aplicación inmediata.

Tal posición se desprende de la norma del art. 27 d la Convención de Viena de 1969 sobre el Derecho de los Tratados, que
expresa que una parte en un tratado no podrá invocar normas de su derecho interno para justificar el incumplimiento de una
norma convencional.

Señala la autora referida, que la Corte Suprema también consideró que las cláusulas de la Convención Americana gozan de una
presunción de operatividad que autoriza su exigibilidad inmediata. En este sentido, invocando el art. 14 —que consagra el
derecho de rectificación o respuesta (la Corte reconoce algo mucho más amplio) el derecho a réplica— y asume que entre las
medidas que el Estado debe adoptar para garantizar su goce y ejercicio se incluyen medidas judiciales, esto es, por ejemplo, sus
sentencias.

La reforma constitucional introduce y atribuye jerarquía constitucional a diez declaraciones, pactos y convenios relativos a los
derechos humanos, y a tono con lo establecido inmediatamente por la Corte Suprema de la Nación le reconoce supremacía
sobre las leyes. (Cafés L Virginia S.A., “la aplicación por los órganos del Estado argentino de una norma interna que transgrede
un tratado —además de constituir el incumplimiento de una norma internacional— vulnera el principio de la supremacía de los
tratados internacionales sobre las leyes internas”, 13/10/1994, en La ley 1995-D:257).

Así dicha disposición queda redactada en lo pertinente en el art. 75 inc. 22. De la siguiente manera la Declaración Americana de
los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de los Derechos Humanos; la Convención Americana sobre
Derechos Humanos.., todo el inciso hasta el final literalmente”.

La nueva jerarquía constitucional instaurada importa una igualdad material de las normas constitucionales propiamente dichas
con los instrumentos de que se trata, obliga a los juzgadores a no omitir los instrumentos mencionados corno fuentes de sus
decisiones.

Así mismo es de que de acuerdo a lo normado, por los arts. 116 y 117 de la Constitución nacional, la Corte Suprema Nacional
entiende que la costumbre internacional y los principios generales del derecho integran directamente el orden jurídico,
aplicándose diversos institutos del derecho internacional.

c) La ley

A través de estos instrumentos, las leyes, un nuevo se crea un universo normativo que regulan y aplican en concreto los
derechos humanos para cada situación y que revisten necesariamente el carácter de orden público. A saber: Ley 23.592 (Ley
23.798 (ley antidiscriminatoria); Ley 24.465 fomento de empleo a determinados grupos de personas, mujeres, discapacitados,
etc.); Ley 23.798 (protección a los enfermos de SIDA); Ley 24.417 (Protección contra la violencia familiar); Ley 22.431
(discapacitados. Sistema de protección integral); etc.

d) La jurisprudencia

Esta fuente se materializa cuando el Juzgador interpreta y dadas ciertas condiciones que la propia ley asigna a sus,
pronunciamientos tienen fuerza vinculante. En especial a los fallos emitidos por la Corte Suprema de Justicia de la Nación
actuando por la vía del recurso extraordinario federal y expidiéndose acerca de la interpretación que cabe dar a la materia
constitucional. Ej.: Los casos ya referidos de Cafés La Virginia S.A; “Ekmekdjián c/ Sofovich”; “Simon, Julio H. y otros s/ Privación
ilegítima de la libertad”, causa 17.768 CSJN 14/06/05 donde se declara la inconstitucionalidad de la ley 23.492— Punto final- y la
de la ley 23.521 de Obediencia debida.: Verbitsky, Horacio si Rabeas corpus”, v.856.XXXVII. Recurso de hecho. CS.JN, 03/05/05
donde obliga a la Provincia de Buenos Aires a aplicar sin más medidas para 1a protección de los derechos fundamentales de los
detenidos, entre otros.

CAPITULO III

LA PROTECCION INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS. SUS CARACTERISTICAS PRINCIPALES.

1. INTRODUCCIÓN

El número de instrumentos internacionales sobre Derechos Humanos es mayor que lo que comúnmente se imagina- La versión
más reciente de “Derechos Humanos” —recopilación de instrumentos internacionales—, una publicación de Naciones Unidas
de gran utilidad para aquellas personas que trabajan en este campo del Derecho, contiene no menos de cincuenta instrumentos
internacionales, entre tratados y declaraciones. Aun esa extensa recopilación está incompleta, pues no incluye los instrumentos
regionales en la materia, como la Declaración Americana de la Convención Americana O las Convenciones de Caracas sobre
Asiló. ni los instrumentos sobre Derecho Humanitario, de los cuales los más importantes son los cuatro Convenios de Ginebra
de 1949 y los dos Protocolos de 1977.

El desarrollo normativo de los Derechos Humanos en el plano universal ha venido siendo complementado en diversas esferas
regionales. Este regionalismo ha recibido algunas críticas en doctrina, debido a que podría representar un peligro latente en
cuanto que la protección universal se vea entorpecida o disminuida, al entrar en conflicto las normas de carácter regional con
las universales.

2. CLASIFICACIÓN DE LAS NORMAS INTERNACIONALES DE LOS DERECHOS HUMANOS

En líneas generales, el marco normativo internacional de protección de los derechos humanos puede dividirse en dos grandes
grupos:

a) A nivel universal

A nivel universal la Carta Internacional de Derechos Humanos, está conformada por:

— La Carta de las Naciones Unidas (ONU),

— La Declaración Universal e Derechos Humanos y

— Los dos Pactos internacionales más el Protocolo Facultativo.

b) A nivel regional

— A nivel interamericano, la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

— A nivel europeo, la Convención Europea para la Protección de los Derechos Humanos y libertades fundamentales.

— A nivel africano, la Carta Africana de Derechos Humanos y de los pueblos.

De modo que el sistema universal es complementado por los desarrollos en el ámbito regional, con las ventajas que trae el
poder intercambiar información y siempre y cuándo se evite el doble juzgamiento de un mismo hecho.

3. PRINCIPALES INSTRUMENTOS PARA LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS A NIVEL UNIVERSAL

a) La Carta Internacional de los Derechos humanos

La llamada Carta Internacional ele los Derechos Humanos no es en sí un documento, sino un conjunto de instrumentos que
incluye la Carta de la Organización de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de Derechos Humanos, los dos Pactos
Internacionales y el Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

1) Carta de la Organización de las Naciones Unidas

Las violaciones contra los Derechos Humanos, ocurridas durante los años del gobierno nazi, así como la convicción de que
muchas de esas atrocidades podrían haberse evitado si hubiera existido un sistema internacional de protección a los Derechos
Humanos, propiciaron que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Carta de la Organización de Naciones Unidas también
conocida como Carta de San Francisco incorporara normas generales que llegarían a, constituir la base legal del desarrollo
posterior de los Derechos Humanos.

El 25 de junio de 1945 los delegados de 50 Estados la casi totalidad de los entonces existentes aprobaron por unanimidad la
Carta de las Naciones Unidas y el Estatuto de la Corte Internacional de justicia, que es parte integrante de la Carta,
suscribiéndose oficialmente el texto al día siguiente. Este tratado entró en vigencia el 24 de octubre de 1945.
Entre los propósitos de la Organización de la Naciones Unidas destacan precisamente el desarrollo y estímulo del respeto a los
Derechos Humanos y las libertades fundamentales de todos sin hacer ningún tipo de discriminación por motivos de raza, sexo,
idioma o religión.

El hecho de que la Carta de la Organización de las Naciones Unidas contenga normas referidas a los Derechos Humanos dio
inicio al proceso de internacionalización de los mismos. Desde entonces, los Estados no pueden sostener que la violación de los
derechos de sus nacionales sea solamente un asunto de su exclusiva jurisdicción interna.

2) Declaración Universal de los Derechos Humanos

La Declaración Universal y la Declaración Americana expresan el contenido de los derechos civiles y políticos en forma más
escueta y menos actual que los grandes tratados de Derecho Humanos, el Pacto Internacional y la Convención Americana,
adoptados dos décadas después. Por esta razón para el abogado defensor de los Derechos Humanos.

Las naciones que respaldaron la suscripción de la Carta de las Naciones Unidas, entendieron que para consolidar el proceso de
afianzamiento y respeto universal de los Derechos Humanos era imprescindible, por un lado, elaborar un instrumento de
alcance universal que enunciara de manera integral los derechos reconocidos hasta entonces; y. por otro, impulsar las acciones
de una Comisión de Derechos Humanos encargada de promover la vigencia de tales normas.

La Asamblea General de las Naciones Unidas hizo suyos estos objetivos y propició que, en 1946, el Consejo Económico y Social
de las Naciones Unidas creara de acuerdo con lo prescrito por el art. 68 de la carta la Comisión de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas. Esta Comisión inició sus actividades en enero de 1947, teniendo como tarea primordial preparar una Carta
Internacional de Derechos Humanos.

La Asamblea General aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948.

Esta Declaración es considerada en la actualidad como el fundamento de todo el sistema de las Naciones Unidas en materia de
Derechos Humanos por que ha ejercido una profunda influencia en el pensamiento y el comportamiento de las personas y de
los gobiernos en todo el mundo y se le tiene como código de conducta y como patrón para medir el grado de respeto y
aplicación de las normas internacionales en asuntos de Derechos Humanos.

La Declaración Universal distingue dos categorías de derechos:

Derechos Civiles y Políticos y los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que fueron consagrados en dos Pactos.

2.1) Derechos civiles y políticos

Entre los derechos civiles reconocidos en la Declaración Universal podemos mencionar:

— Derecho a la vida.

— Derechos a la libertad,

— Derecho a la seguridad personal,

— Prohibición de la esclavitud,

— Prohibición de la tortura y de tratamiento o degradantes,

— Derecho a no ser objeto de arresto, detención o exilio arbitrario,

— Derecho al debido proceso en materia civil y criminal,

— Derecho a la presunción de inocencia,

— Prohibición de leyes y castigos por actos que en el momento de haber sido cometidos,

— Derecho de pedir y gozar de asilo en otros países.

— Derecho a la nacionalidad.

2.2) Derechos económicos, sociales y culturales

Entre los derechos económicos, sociales y culturales tenemos:

— Derecho al trabajo,

— Derecho a la protección contra el desempleo,

— Derecho a un salario igual por trabajo igual,

— Derecho a una remuneración justa,

— Derecho a la educación.

3) Los pactos internacionales


Estos tratados fueron adoptados por la Asamblea General de la ONU en 1966 con el objeto de reforzar la Declaración Universal
de Derechos Humanos. Los Pactos Internacionales entraron en vigor en 1976, luego de reunir las 35 ratificaciones que
requerían.

3.1) El Pacto internacional de derechos civiles y políticos

Precisa muchos dejos derechos contenidos en la Declaración Universal. Entre los principales derechos que recoge, tenemos:

— Derecho a la libre determinación de los pueblos.

— Derecho de todo individuo violentado en sus derechos de interponer un recurso efectivo contra dicha violación.

— Derecho a la igualdad de goce de los derechos de los individuos.

— Derecho a la vida.

— Proscripción de la tortura y el sometimiento a experimentación médica o científica sin el libre consentimiento del individuo.

— Prohibición de la esclavitud, servidumbre y trabajos forzosos.

— Derecho a las libertades y seguridad personales.

— Proscripción de las detenciones arbitrarias.

— Derecho a un trato humano para las personas privadas de libertad por causa justa.

— Derecho a la libre circulación y residencia de los ciudadanos.

— Derecho de los extranjeros que se hallan legalmente en un territorio parte del presente pacto a no sufrir expulsión arbitraria.

Derecho al debido proceso.

— Prohibición de condenar a alguien por actos u omisiones que al momento de cometerse no se encontraran prohibidos.

— Derecho a la personalidad jurídica de todo ser humano.

— Derecho a la intimidad, honra y reputación.

—Derecho a la libertad de pensamiento, conc1encia y religión.

— Derecho a libre opinión y expresión.

— Prohibición de la propaganda a favor de la guerra.

— Derecho a la libre reunión.

— Derecho a la libre asociación.

— Protección de la Familia por parte de la sociedad y del Estado.

— Derecho al matrimonio libre y voluntario de los ciudadanos.

— Derecho del menor de edad a no ser discriminado en ningún sentido por parte de su familia, el Estado y la sociedad

— Derecho a la participación en los asuntos públicos.

— Derecho a elegir y a ser elegido.

— Derecho a tener acceso en condiciones de igualdad a las funciones públicas del país.

— Derecho a la igualdad ante la ley.

— Derecho sin discriminación alguna a igual protección de la ley.

— Derecho de las minorías a desarrollar su propia vida cultural, profesar y practicar su propia religión y a emplear su propio
idioma.

3.2) El Pacto -internacional de Derechos económicos, sociales y culturales

Este Pacto Internacional incluye un mayor número de derechos que la Declaración Universal, describiéndolos detalladamente e
indicando los pasos que deben de tomarse para lograr su realización.

Este instrumento expresa el compromiso de los Estados de garantizar sin discriminación alguna el goce de los Derechos
contenidos en él (art. 3°), estableciendo que los ciudadanos no podrán sufrir limitaciones en sus derechos salvo las contenidas
expresamente por la ley, sólo en la medida que sea compatible con el Derecho protegido y con el fin de mejorar la integral
implementación del Pacto (art. 4°).

Este Pacto Internacional reconoce los siguientes derechos:

— Derecho a trabajar y a gozar de condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias.


— Derecho de sindicalización y de ejercicio de las organizaciones laborales.

—Derecho a la seguridad social.

— Se reconoce la importancia de la familia como base de la sociedad y determina para ella la más amplia protección posible, en
particular a las madres gestantes.

— También se estipulan medidas especiales para los niños y adolescentes sin discriminación alguna, protegiéndolos
especialmente contra su explotación económica y social.

— Derecho a un nivel de vida adecuado para todos los ciudadanos, señalando la importancia de la cooperación internacional
fundada en el libre consentimiento.

— Derecho de toda persona a la salud física y mental.

— Derecho a la educación como sustento de pleno desarrollo de la persona y derecho a la gratuidad de la enseñanza.

—Derecho a beneficiarse y participar de la vida cultural y el progreso científico.

En líneas generales, se establece como medio de control que los Estados Partes sometan informes sobre las medidas que hayan
adoptado así como los progresos realizados, con el fin de asegurar el respeto de los derechos reconocidos en el Pacto. Estos
informes serán evaluados por el Consejo Económico y Social.

3.3) Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de derechos civiles y políticos

En el marco de la Resolución No. 2200 A (XXI) de la Asamblea General de las Naciones Unidas por la que se aprueban los Pactos
Internacionales de Derechos Humanos, se prevé la existencia del protocolo Facultativo del Pacto internacional de Derechos
Civiles y Politicos, cuyo propósito es permitir a los individuos que aleguen ser víctimas de violaciones de los derechos contenidos
en el mismo, que presenten peticiones ante el Comité de Derechos Humanos.

b) Otros instrumentos internacionales

Dentro del sistema universal existen una serie de tratados orientados a garantizar y proteger los derechos humanos. Entre
éstos, merecen citarse:

1) Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer

Tiene por finalidad terminar con la discriminación contra la mujer, definida como, toda distinción, exclusión o restricción basada
en el sexo, que prive a la mujer de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica,
social, cultural, civil o en cualquier otra esfera.

Fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 18 de diciembre de 1972, entrando en vigencia dos años
después. En este sentido, los Estados partes, asumen la obligación de consagrar en sus constituciones nacionales y en cualquier
otra legislación aprobada, el principio de la igualdad del hombre y de la mujer y asegurar por ley u otros medios apropiados, la
realización práctica de este principio.

2) Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes

Adoptada por la Asamblea general el 10 de diciembre de 1984, entrando en vigencia el 26 de junio de 1987. Como objeto
principal prohíbe y castiga la tortura cometida ya sea por funcionarios gubernamentales o por quienes actúan con carácter
oficial. Cabe decir que la tortura es definida como todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o
sufrimientos graves, ya sean físicas o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión.

Por este documento, los Estados Partes asumen la obligación de adoptar medidas legislativas, administrativas, judiciales o de
otra índole, eficaces para impedir los actos de tortura en todo territorio que esté bajo su jurisdicción.

Uno de los aspectos más importantes de esta Convención radica en la declaración de que no existe circunstancia —por
excepcional que ésta sea— que pueda justificar la tortura y que ninguna orden proveniente de funcionarios superiores o
autoridades oficiales puede ser invocada para justificarla.

3) Convención sobre los Derechos del Niño

Adoptada el 20 de noviembre de 1989, por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Entró en vigencia el 2 de setiembre de
1990.

Instrumento que recoge los principios que sustentan la Carta de las Naciones Unidas; conviene en adoptar un régimen de
protección especial a la niñez, mereciendo especial mención la reseña que se hace, respeto del bagaje de instrumentos
anteriormente adoptadas por la comunidad internacional, que se consignan en el preámbulo, tales como la Declaración de
Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño y la Declaración de los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea general el
20/11/1959 y de otro instrumento en que subyace el interés por el bienestar del niño (Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales).

En lo concerniente a los artículos adoptados, merecen especial mención el numeral 2 del art. 2°- Y el numeral 1 del art. 3°, en
los que quedan ratificados la Doctrina de Atención Integral y el Principio del Interés Superior del Niño y el Adolescente.

Así se lo consigna en el numeral 2 del Art. 2° que:


“Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido contra toda forma de
discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades, las opiniones expresadas o las creencias de sus partes, o sus
tutores o de sus familiares”.

En lo referente al principio del interés superior se ha consignado en el numeral 1 del art. 3°. Que en todas las medidas
concernientes a los niños que tomen las Instituciones Públicas o Privadas de Bienestar Social, los Tribunales, las Autoridades
Administrativas o los Órganos Legislativos, se tendrá en consideración el interés superior del niño.

4. MECANISMOS Y PROCEDIMIENTOS DE PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS A NIVEL UNIVERSAL

a) La Comisión de Derechos Humanos

La Comisión de Derechos Humanos, es una de las seis comisiones funcionales creadas por el ECOSOC en 1946, en virtud de lo
dispuesto en el art. 68 de la Carta de las Naciones Unidas.

Las funciones de la Comisión de Derechos Humanos abarcan;

— La redacción de una Carta Internacional de Derechos Humanos (de la que son parte la Declaración Universal, los dos Pactos
Internacionales y el Protocolo Facultativo).

— La redacción de otras declaraciones y tratados sobre la materia.

— La protección de minorías.

— La prevención de la discriminación, y

— “Todo otro asunto relativo a los Derechos Humanos” no mencionado en la enumeración precedente.

La Comisión de Derechos Humanos funciona bajo la dirección del ECOSOC, al cual somete las propuestas y recomendaciones
aprobadas en sus sesiones anuales (realizadas usualmente en Ginebra, durante los meses de febrero y marzo).

Sus actividades pueden ser calificadas como: actividades de promoción y actividades de protección Mientras las primeras tienen
el propósito de crear condiciones para evitar la ocurrencia de nuevas situaciones violatorias; las medidas de protección, en
cambio, se orientan a buscar la reparación de violaciones anteriormente producidas.

El Comité de Derechos Humanos tiene competencia únicamente para examinar denuncias sobre violaciones del Pacto
Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos. El sistema universal carece de un mecanismo para examinar denuncias
individuales de violaciones de la Declaración universal como tal, si bien existen órganos y mecanismo s especializados
competentes para ocuparse de denuncias de violaciones de algunos de los derechos consagrados en ella. La competencia y
procedimientos de los órganos y mecanismos especializados como el Comité de las Naciones-Unidas para la eliminación de la
discriminación racial, o el grupo de trabajo sobre desapariciones forzosas o involuntarias.

1) La admisibilidad rationae loci

La competencia del Comité de Derechos Humanos rationae Loci para conocer denuncias individuales está definida en el art.1°
del Protocolo Facultativo al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que literalmente dice:

“Todo Estado Parte en el Pacto que llegue a ser parte en el presente Protocolo, reconoce la competencia del Comité de
Derechos Humanos para recibir y considerar comunicaciones de individuos que se hallen bajo la jurisdicción de este Estado y
que aleguen ser víctimas de una violación, por ese Estado y que aleguen ser víctimas de una violación, por ese Estado Parte, de
cualquiera de los derechos enunciados en el Pacto. El Comité no recibirá ninguna comunicación que concierne, a un Estado
Parte en el Pacto, que no sea parte en el presente Protocolo”.

En virtud de lo anterior, la competencia del Comité en materia de denuncias individuales no se extiende a todos los Estados
Partes en el Pacto, sino sólo a aquellos que han ratificado también el Protocolo Facultativo. Afortunadamente la mayoría de los
países latinoamericanos que han ratificado el Pacto lo han hecho también en cuanto al Protocolo, formalizando así su
aceptación del derecho de petición de todo individuo que se considera víctima de violaciones de los derechos enumerados en el
Pacto. Las ratificaciones son válidas indefinidamente.

2) Violaciones cometidas por un Estado fuera de su territorio

Afirma Daniel O´Dormell, que el art. 2° (1) del Pacto Internacional dispone que “cada uno de los Estados Partes... se
compromete a respetar ya garantizar a todos los individuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción
los derechos reconocidos en el presente Pacto...”. El concepto de territorialidad no figura en el Protocolo Facultativo que, como
vimos reconoce en su art. 1° el derecha de petición de “individuos” que se hallan bajo la jurisdicción” del Estado Parte.

El Comité ha descartado la interpretación literal del art. 2° (1) del Pacto si llevare a resultados evidentemente contradictorios
con los propósitos y el espíritu del Pacto. Hasta ahora, han sido considerados admisibles dos tipos de denuncias relativas a
actividades extraterritoriales de un Estado Parte, a saber: los secuestros, tortura y otros actos de índole terrorista cometidos
clandestinamente por los agentes de un Estado en el territorio del otro; y el incumplimiento de las obligaciones que los Estados
tradicionalmente tienen con sus nacionales en el extranjero, en particular a un derecho válido. Con relación al primer tipo de
situación, en opinión del Comité sería inadmisible interpretar la responsabilidad que confiere el art. 2° del Pacto en el sentido
de que permite a un Estado Parte cometer en el territorio de otro Estado, violaciones del Pacto que no puede cometer en el
suyo.

3) La admisibilidad rationae personae


La inadmisibilidad de denuncias al Comité de Derechos Humanos que no provienen de victimas.

El art. 1° del Protocolo Facultativo al Pacto Internacional otorga al Comité de Derechos Humanos competencia “para recibir y
considerar comunicaciones de individuos.., que aleguen ser víctimas de una violación” de uno o más de los derechos enunciados
del Pacto. El art. 2° del Protocolo contiene una cláusula semejante.

La doctrina del Comité sobre esas disposiciones es amplia y se refiere esencialmente a tres aspectos, a saber: la restricción del
derecho de petición a individuos; las circunstancias en las cuales se considera a un individuo víctima de una violación del Pacto,
y las situaciones en la que se permite a una persona someter una denuncia en nombre de otra.

4) El agotamiento de recursos internos

El Comité de Derechos Humanos no tiene competencia para conocer denuncias individuales antes de que los recursos internos
hayan sido agotados. En el sistema universal, este requisito está consagrado en el art. 5°(2) del Protocolo Facultativo y dice:

El Comité no examinará ninguna comunicación de un individuo a menos que se haya cerciorado de que:

b) El individuo ha agotado todos los recursos de la jurisdicción interna. No se aplicará esta norma cuando la tramitación de los
recursos se prolongue injustificadamente.

El art. 37 del reglamento de la Comisión regula esa materia en forma relativamente detallada, que dice:

1) Para que una petición pueda ser admitida por la Comisión, se requerirá que se hayan interpuesto y agotado los recursos de
jurisdicción interna, conforme a los principios de derecho internacional generalmente reconocidos.

2) Las disposiciones del párrafo precedente no se aplicarán cuando:

a) No exista en la legislación interna del Estado de que se trata el debido proceso legal para la protección del derecho o
derechos que se alegan han sido violados.

b) No se haya permitido al presunto lesionado en sus derechos el acceso a los recursos de la jurisdicción interna, o haya sido
impedido de agotarlos.

c) Haya retardo injustificado de la decisión sobre los mencionados recursos.

3) Cuando el peticionario afirme la imposibilidad de comprobar el requisito señalado en este artículo corresponderá al
Gobierno, en contra del cual se dirige la petición demostrar a la Comisión que los recursos internos no han sido previamente
agotados, a menos que ello se deduzca claramente de los antecedentes contenidos en la petición.

Sostiene O’Donnell, que el agotamiento de los recursos internos es, sin duda alguna, uno de los temas más complejos
relacionados con la admisibilidad de la denuncia, abarcando entre otros aspectos, la naturaleza y características de los recursos
disponibles, los obstáculos de ipso al empleo de tales recursos, las demoras experimentadas y la responsabilidad por éstas.

5) Admisibilidad rationae temporis

La competencia del Comité de Derechos Humanos se fundamenta exclusivamente en el Pacto Internacional y en el Protocolo
Facultativo. Por lo tanto, su facultad de admitir y examinar denuncias contra los Estados Partes depende de la fecha en la cual el
Pacto y el Protocolo entran en vigor para cada Estado. Para los Estados que adhieren al Pacto y al Protocolo después de su
entrada en vigor, el 23 de mano de 1976 esos instrumentos rigen tres meses después de la fecha del depósito de su
instrumento de adhesión.

6) Admisibilidad rationae materiae

El Comité de Derechos Humanos y los derechos que no figuran en el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos.

La competencia del Comité de Derechos Humanos se limita al examen de denuncias de violaciones del Pacto Internacional
sobre Derechos Civiles y Políticos, según el art. 1° del Protocolo Facultativo.

El art. 90 (1) del Reglamento provisional del Comité dispone que el Comité comprobará que el individuo alega ser víctima por un
Estado Parte cualquiera de los derechos enunciados en el Pacto dentro de la determinación de admisibilidad.

El Comité tiende a aplicar este requisito con rigor, recusándose inclusive a examinar denuncias relativas a derechos regulados
por otros instrumentos internacionales que están íntimamente relacionados a derechos consagrados en el Pacto Internacional.
Por ejemplo, ha declarado inadmisibles denuncias relativas a derechos reconocidos en la Declaración Universal y en el Pacto
Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, como el derecho a la propiedad o la huelga.

7) La prueba ante el Comité de Derechos Humanos

Las decisiones del Comité de Derechos Humanos sobre casos individuales se basan exclusivamente en la “información escrita
que le hayan facilitado el individuo y el Estado Parte interesado, según dispone el art. 5°(1) del Protocolo Facultativo y el art. 94
(1) del reglamento Provisional del Comité.

El examen de cualquier denuncia implica dos funciones fundamentales a saber: la de averiguar los hechos y la de evaluar su
significado según la normativa aplicable. Cabe subrayar de antemano la restricción importante que representa para la función
investigadora del Comité el hecho de que sus decisiones se basen exclusivamente en la información escrita sometida por una y
otra parte. No existe restricción semejante en el sistema regional.
Puesto que la carga de la prueba corresponde principalmente al denunciante es menester hacer todo lo posible para
proporcionar al Comité elementos que le permitan formular una opinión sobre cada alegato incluido en la denuncia. Existe una
serie de pruebas escritas que le han sido útiles; cabe ser destacados las declaraciones o relatos escritos de testigos presenciales
de los hechos, tales como individuos que estaban en prisión con la víctima y que pueden confirmar alegatos de tortura o la
existencia de condiciones infrahumanas. Los informes forenses también han ayudado al Comité a formar una opinión sobre las
causas y circunstancias de la muerte.

El Comité también ha citado informes realizados por organismos no gubernamentales de derechos humanos que se refieran a la
situación aludida en la denuncia, los cuales pueden tener gran relevancia para corroborar los hechos denunciados o ayudan al
Comité a evaluar la eficacia de los recursos internos.

8) La carga de la prueba ante el Comité de Derechos Humanos

El reglamento del Comité de Derechos Humanos, a diferencia de la Comisión Interamericana, no regula de manera expresa la
cuestión de la carga de la prueba. Consecuentemente, el análisis de este tema y sus cuestiones afines tiene que basarse en la
práctica del Comité.

Las conclusiones que el Comité adopta sobre casos individuales generalmente contiene tres elementos, a saber: un resumen de
los hechos que el Comité considera comprobados; una enumeración de las violaciones del Pacto que se derivan de dichos
hechos; y las obligaciones que incumben al Estado Parte con respecto a tales violaciones. Las conclusiones sobre los hechos
invariablemente comienzan con una cláusula más o menos consagrada que nos permite apreciar la manera como el Comité
asigna la carga de la prueba entre las partes y evalúa las pruebas recibidas. Esta cláusula reza, por ejemplo, “El Comité basa sus
observaciones en los siguientes hechos, que no han sido controvertidos o no han siclo refutados por el Estado Parte”.

9) Las decisiones del Comité de Derechos Humanos

El Comité también ha incluido dentro de esta función la de indicar a los Estados Partes las medidas concretas que le
corresponde cumplir para con las víctimas de las violaciones constatada. Por ejemplo, en un caso concreto, después de declarar
la detención de un individuo por actividades sindicales y en violación de numerosas disposiciones de los arts. 9° y 14 del Pacto,
el Comité agregó:

Por consiguiente, el Comité considera que el Estado Parte tiene la obligación de poner a disposición de la víctima recursos
eficaces, incluida su excarcelación y reparación inmediatas por las violaciones de sus derechos... y de tomar medidas para
evitar, que se produzcan violaciones análogas en el futuro.

10) Procedimiento 1503

Su adopción en 1970 significó establecer por primera vez un procedimiento permanente y confidencial para examinar las
situaciones referidas en las comunicaciones remitidas a las Naciones Unidas, cuyo contenido parezca revelar un cuadro
persistente de violaciones manifiestas y fehacientemente probadas de los derechos humanos y las libertades fundamentales.

Puede acceder al Procedimiento 1503 las víctimas o cualquier Organización No-Gubernamental, tenga o no ésta estatuto
consultivo ante el ECOSOC, a condición que posea información directa y confiable sobre los hechos violatorios. La comunicación
debe contener una descripción detallada de los hechos, y debe indicar el objetivo perseguido mediante la misma, así como debe
mencionar los derechos presuntamente vulnerados en concordancia con los instrumentos internacionales.

En cuanto a los requisitos de admisibilidad de las comunicaciones denunciatorias estas no pueden tener un objetivo contrario a
la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni a la Carta de las Naciones Unidas. Tampoco pueden tener un carácter
manifiestamente político, o ser anónimas, o estar formuladas en términos abusivos, o ser presentadas sin haber agotado los
recursos internos que sean eficaces, o cuando el asunto materia de la denuncia ya haya sido examinado por éste u otro
procedimiento supranacional.

11) Procedimiento 1235

Mediante la Resolución de 1235 (XLII), del 6 de junio de 1967, permite denunciar en forma pública a las violaciones de Derechos
Humanos que se realicen en cualquier parte del mundo:

— Los miembros de la Comisión de Derechos Humanos.

— Otros Estados que se encuentren representados en calidad de observadores.

— Los órganos de Naciones Unidas o sus agencias especializadas.

— Los movimientos de liberación nacional.

— Las organizaciones intergubernamentales o las no—gubernamentales con estatuto consultivo.

Estas denuncias pueden conducir a la adopción de resoluciones y, si aportan evidencias suficientes sobre la existencia de un
cuadro persistente de violaciones a los Derechos Humanos, pueden también determinar la realización de un estudio detallado
sobre tal situación.

Diversas han sido las modalidades específicas adoptadas para encauzar esta labor de investigación, entre ellas destacan:

— Grupos de Trabajo Ad—Hoc, es decir, constituido especialmente para determinada denuncia.

— Relatores Especiales. -
—Enviados Especiales.

— Misión del Subsecretario General.

— Representantes Especiales.

12) Semejanzas y diferencias entre los procedimientos 1503 y 1235

Ambos son procedimientos no convencionales, es decir, que han sido constituidos en virtud de la decisión de un órgano
competente (ECOSOC) y no por la expresión de las voluntades estatales mediante un tratado. La naturaleza de ambos no es
contenciosa ni acusatoria, sino humanitaria, en tanto se orienta a buscar soluciones a las situaciones violatorias.

Ninguno fue establecido para ayudar a resolver casos individuales, sino para atender problemas globales, es decir, situaciones
de violaciones graves y masivas de derechos humanos. En la práctica sin embargo, el “Procedimiento 1235” tiene una tendencia
a dar respuesta tanto a las situaciones globales como a los casos individuales que le son presentados mediante el procedimiento
de acciones urgentes.

Existe diferencia entre ambos en cuanto al momento en que los actuados adquieren carácter público. En el caso del
“Procedimiento 1235” esto ocurre al presentar el Informe al Comité de Derechos Humanos o a la Asamblea General. En el caso
del “Procedimiento 1503”, la confidencialidad se mantiene a lo largo de todo el periodo de investigación, hasta que el Comité
de Derechos Humanos decida hacer recomendaciones al ECOSOC.

CAPITULO IV

LA PROTECCION REGIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS

1. INTRODUCCIÓN

A los fines de hacer más fácil la comprensión por parte del lector, respecto de la temática que nos comprende en el presente
capitulo se comenzara por desarrollar el origen de los Organismos Regionales y sus medios de protección regional, para luego
analizar la compleja situación de tener que armonizar la temática relacionada con los Tribunales Nacionales y los Tribunales
Internacionales o Supranacionales.

Ello no sólo respecto de la aplicación de las normas de Derecho Interno y las de Derecho Internacional, reconocidas en un Pacto
o Tratado, sino también en el reconocimiento y la aceptación de la primacía de la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
por sobre los órganos jurisdiccionales Nacionales.

El presente capitulo, si es leído con detenimiento será de suma ayuda, puesto que el lector tendrá la oportunidad de
comprender y comenzar a emplear normas de carácter Internacional, receptadas por nuestra Constitución Nacional en el art. 75
inc. 22.

Refiero oportunidad, puesto que el manejo de normas internacionales de rango constitucional, permiten que el abogado, tenga
hoy en día, una herramienta nueva, la cual le será apropiada en su profesión. Es por ello, la importancia del presente capitulo ya
que el mismo brindará un elemento, que posibilitará realizar una diferenciación positiva.

2. BREVE HISTORIA DEL SISTEMA INTERAMERICANO DE DERECHOS HUMANOS

En abril de 1948, la Organización de los Estados Americanos (O.E.A.) aprobó la Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre, en Bogotá, Colombia. Siendo este, el primer documento internacional de derechos humanos de carácter
general, dando el mencionado documento, origen a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la cual fue creada en el
año 1959, reuniéndose por Primera vez en 1960.

Ya en 1961, la Comisión comenzó investigar la situación existente en los países Americanos, realizando para ello visitas in loco, a
los fines de observar la situación general de los derechos humanos y para investigar situaciones particulares. Desde entonces ha
realizado más de 80 visitas a 23 países miembros, habiéndose publicado hasta la fecha, más de 40 informes.

Desde 1965 la Comisión fue autorizada expresamente a recibir y procesar denuncias o peticiones sobre casos individuales en los
cuales se alegaban violaciones a los derechos humanos. Habiéndose recibido varias decenas de miles de peticiones, que se han
concretado en más de 14,000 casos procesados o en procesamiento.

En 1969 se aprobó la Convención Americana sobre Derechos Humanos, que entró en vigor en 1978 y que ha sido ratificada, a
septiembre de 1997, por 25 países: Argentina, Barbados, Brasil,

Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Dominica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Granada, Guatemala, Haití,
Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Suriname, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela.

3. LA CONVENCIÓN AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS

La estructura institucional del sistema interamericano de promoción y protección de los derechos humanos, que hasta ese
momento descansaba en instrumentos de naturaleza declarativa, experimentó un cambio sustancial al adoptarse la convención.
La antigua aspiración, expresada en México en 1945 de “precisar tales derechos... así como los deberes correlativos.., en una
declaración adoptada en forma de Convención por los Estados”, se cumplió en San José, Costa Rica en 1969.

El proyecto de Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969 (Pacto de San José), que entró en vigencia el 18 de
julio de 1978, no sólo fortaleció el sistema, al otorgarle mayor efectividad a la Comisión y, en general, a los mecanismos
interamericanos de promoción y protección de esos derechos. Asimismo, marca la culminación de la evolución del sistema
declarativo, al modificar la naturaleza jurídica de los instrumentos (se reconoce jurisdicción y competencia) en que descansa la
estructura institucional del mismo.

La Convención define los derechos humanos que los Estados ratificantes se comprometen internacionalmente a respetar y dar
garantías para que sean respetados, dando origen de este modo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En ella, se
define no sólo el procedimiento y las atribuciones de la Corte, sino también de la Comisión Interamericana Derechos Humanos.

En la convención, se reconocen y se mantienen las facultades adicionales que poseía la Comisión, cuyo origen se encuentra en
documentos o declaraciones que antedatan a la Convención y no derivan directamente de ella. Entre las mencionadas
facultades debemos destacar: el de procesar peticiones individuales relativas a Estados que aún no son parte de la Convención.

4. RECONOCIMIENTO DE LOS TRIBUNALES SUPRANACIONALES

El título en cuestión, fue duramente criticado en muchos ambientes doctrinarios en la década del 80 y del 90, puesto que
muchos juristas, seguidores de la doctrina de la soberanía nacional, repudiaron la idea de que los Tribunales Supranacionales
por considerarlos ilegítimos, anti-patrióticos y que ponía en riesgo la soberanía nacional. -

Para los seguidores de la teoría dualista, la idea de una Corte Supranacional, era imposible de implementar y se negaban a
pensar que decisiones emanadas por los Tribunales Superiores de su país, podían llegar a ser revocadas por Tribunales
Supranacionales a los cuales se les estaría reconociendo jurisdicción supranacional, estando de este modo, por encima del
máximo Tribunal Nacional.

En definitiva las “Cortes Supremas” dejan de ser tales, ya que sus decisiones pueden ser invalidadas por una Corte
Supranacional, a la cual se le ha reconocido previamente la jurisdicción supranacional (ver reconocimiento de competencia).

Estas interpretaciones disímiles, respecto de la existencia o no de los Tribunales Supranacionales, fue resuelta en la Argentina a
partir de los fallos Ekmekdjian c/ Sofovich, y en “Giroldi”, puesto que en lo referidos fallos se dejó en claro que la interpretación
que hagan de los derechos humanos la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “debe servir de guía” a los tribunales
argentinos. Realizándose de este modo, un reconocimiento expreso de la jurisdicción supranacional por sobre la nacional, en
cuanto la interpretación y aplicación de los derechos humanos.

A modo clarificador, si un Tribunal nacional se aparta del entendimiento o sentido dado en un caso anterior por la Corte
Interamericana a un derecho enunciado en el Pacto de San José de Costa Rica, el afectado podría obtener, la invalidez del fallo
local por ser este contrario a lo sustentado por la Corte Interamericana.

El Estado nacional está obligado, si se trata de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a cumplirla
lealmente, atento lo previsto por los arts. 67 y 68 del Pacto de San José de Costa Rica. Ello en razón del principios del pacta sunt
servanda y de la bona fide en el cumplimiento de los compromisos internacionales, retratados por ejemplo en la Convención de
Viena sobre el derecho de los tratados, y en los términos de ésta (arts. 27 y 46). Impidiéndose de este modo a un Estado alegar
reglas de derecho interno para eximirse del cumplimiento de esos tratados, ya que los tratados son firmados y ratificados para
ser cumplidos.

La teoría monista, se ha fortalecido aún más, a partir de los preceptos esbozados en el fallo “Bramajo”, puesto que en el fallo, se
reconoció y extendió la idea sustentada en “Ekmekdjian” (reconocimiento de jurisdicción a la Corte Interamericana de Justicia,
por sobre nuestra Corte Suprema) ya que a partir del fallo Bramajo, las interpretaciones que hiciere la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, era vinculante, para nuestro derecho interno.

Postura la cual difiero en modo teórico pero no práctico (ver más abajo), puesto que la Comisión no es un Tribunal, y sus
informes u opiniones, no obligan en modo alguno a la Corte Interamericana o a miembro firmante del pacto.

Lo expresado anteriormente puede ser sustentado a partir del fallo “Alonso”, Sentencia de la Corte Suprema de Justicia del
dia.l9 de septiembre de 2002, en donde el juez Boggiano insiste en que el hecho de que los jueces argentinos deben tener en
cuenta los pronunciamientos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero estofo impide que esa racional
indagación conlleva la posibilidad de apartarse del contenido de los informes y recomendaciones cuando resulten incompatibles
con los derechos reconocidos por la Convención”.

Los Tribunales Nacional deben para caso en concreto, realizar los mayores esfuerzos para cumplir con las recomendaciones de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y atender a las mismas, conforme a la directriz qué sienta la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en “Loayza Tamayo”, fallo del 17/9/97, puntos 80 y 81.

Debiéndose agregar, que la opinión de la comisión, no tiene porque ser coincidente con la de la Corte y que no es obligación del
Estado acatarla, puesto que esta facultad, no se encuentra reconocida en artículo alguno del pacto. Advirtiéndose que las
recomendaciones de la Comisión interamericana no tienen vigor de cosa juzgada, y que incluso pueden no ser compartidas por
la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Si bien mi pensamiento es algo contradictorio debo reconocer que desde el punto de vista práctico y a los fines del
reconocimiento de los Derechos Humanos, la interpretación realizada en el fallo “Bramajo” es brillante, por ser la misma
innovadora y progresista. Pues en el referido fallo, hay un expreso reconocimiento a la comunidad internacional y sus órganos,
siendo el fin último de estos, la protección y promoción de los derechos humanos. Demostrándose mediante este fallo, un
respaldo pleno al organismo, al cual por sí solo, le sería bastante engorroso conseguir resultados, ya que necesita disponer del
apoyo legal, material y moral de los países firmantes. Países, que muchas veces se dicen respetuosos de los Derechos Humanos,
cuando en el plano de la realidad están muy distante de sus dichos.

A modo de conclusión, cabe destacar:


1) A partir de los fallos Ekmekdjian c/. Sofovich”, y “Giroldi”, se dejó en claro que la interpretación que haga de los derechos
humanos la Corte Interamericana de Derechos Humanos debe servir de guía” a los tribunales argentinos. Realizándose de éste
modo, un reconocimiento expreso de mayor jerarquía respecto de la jurisdicción supranacional por sobre la nacional.

2) Los Tribunales Nacional deben para el caso en concreto, realizar los mayores esfuerzos para cumplir con las recomendaciones
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y atender a las mismas, conforme a la directriz que sienta la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en “Loayza Tamayo”, fallo del 17 de septiembre de 1997, puntos 80 y 81.

5. DERECHO REGIONAL O SUPRANACIONAL

a) Órganos encargados de proteger los Derechos Humanos, reconocidos por la Convención Americana sobre Derechos Humanos

Los medios u órganos encargados y facultados para actuar y conocer en los asuntos relacionados eón el efectivo cumplimiento
de los compromisos contraídos por los Estados partes en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, llamada en
adelante convención, y de proteger a los derechos consagrados en ella son (art. 33):

— La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, llamada en adelante la Comisión.

— La Corte Interamericana de Derechos Humanos, llamada en adelante la Corte.

6. COMISIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos es u órgano autónomo de la Organización de los Estados Americanos (OEA),
cuyo mandato surge de la Carta de la OEA y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Ver más abajo). y actúa en
representación de todos los países miembros de la OEA, pero no representan específicamente a ningún país en particular.

A mero modo introductorio, debemos detallar que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, es una de las dos
entidades del sistema interamericano de protección y promoción de los derechos humanos, siendo la sede de la misma
Washington, D.C: Estados Unidos.

Destacándose entre las funciones principales de la Comisión:

el promover la observancia y defensa de los derechos humanos y el servir como órgano consultivo de la Organización en la
materia Derechos Humanos. La Comisión, también funciona como un foro, en el cual los Estados, ONG y particulares, expresan
su preocupación sobre cuestiones de derechos humanos. Asimismo, está encargada de vigilar, que los Estados observen los
derechos humanos e investiga las presuntas violaciones cometidas en el territorio Americano.

a) Reconocimiento explícito de jurisdicción y competencia respecto de la Comisión

“Todo Estado Parte puede, en el momento del depósito de su instrumento de ratificación o adhesión de esta Convención, o en
cualquier momento posterior, declarar que reconoce la competencia de la Comisión para recibir y examinar las comunicaciones
en que un Estado Parte alegue que otro Estado Parte ha incurrido en violaciones de los derechos humanos establecidos en esta
Convención”.

Las comunicaciones hechas sólo se pueden admitir y examinas si son presentadas por un Estado Parte que haya hecho una
declaración por la cual reconozca la referida competencia de la Comisión. La Comisión no admitirá ninguna comunicación contra
un Estado Parte que no haya hecho tal declaración. Las declaraciones sobre reconocimiento de competencia pueden hacerse
para que ésta rija por tiempo indefinido, por un periodo determinado o para casos específicos.

Las declaraciones se depositarán en la Secretaria General de la Organización de los Estados Americanos, la que transmitirá copia
de las mismas a 103 Estados Miembros de dicha Organización” (art. 45 CADH).

b) Composición

La Comisión estará compuesta por siete miembros, los cuales deberán ser personas de alta autoridad moral y reconocida
versación en materia de derechos humanos (art 34 CADH). Al referirse expresamente a que deberán poseer alta autoridad
moral y reconocida versación en materia de Derechos humanos demuestra un interés objetivo en la persona y sus
conocimientos. Ello debido a que la Comisión representa a todos los miembros que integran la Organización de los Estados
americanos. Por ello, los miembros de la Comisión serán elegidos a título personal por la Asamblea General de la Organización,
de una lista de candidatos propuestos por los gobiernos de los Estados miembros.

Cada uno de los estados parte, puede proponer hasta tres candidatos nacionales o de cualquier otro Estado miembro de la
Organización de los Estados Americanos. Y a los fines de garantizar - la representación de los países miembros y de evitar
presiones por parte de otros Estados. Cada país, llene la obligación de proponer en su terna, a un candidato, el cual no podrá
ser nacional del país proponente.

c) Miembros de la Comisión: modo de elección y duración en el cargo

Los miembros de la Comisión serán elegidos por cuatro años y sólo podrán ser reelegidos una vez. No pudiendo formar parte de
la comisión, más de dos personas de un mismo estado (art. 37 CADH).

La única excepción respecto de la duración en el cargo, sucedió en la primera elección de los miembros de la Comisión, puesto
que por cuestiones prácticas, fue necesario realizar un sorteo, a los fines de elegir tres miembros cuyo mandato expiró a los dos
años de asumidas sus funciones. Habiéndose realizado el mencionado sorteo en la Asamblea General.

d) Funciones y facultades de la Comisión


La Comisión tiene como función principal, el promover la observancia y la defensa de los derechos humanos, y en el ejercicio de
su mandato tiene las siguientes funciones y atribuciones (art. 40 C.ADH):

1) Estimular la conciencia de los derechos humanos en los pueblos de América;

2) Formular recomendaciones, cuando lo estime conveniente, a los gobiernos de los Estados miembros para que adopten
medidas progresivas en favor de los derechos humanos dentro del marco de sus leyes internas y sus preceptos constitucionales
al igual que disposiciones apropiadas para fomentar el debido respeto a esos derechos;

3) Preparar los estudios e informes que considere convenientes para el desempeño de sus funciones;

4) Solicitar de los gobiernos de los Estados miembros que le proporcionen informes sobre las medidas que adopten en materia
de derechos humanos;

5) Atender las consultas que, por medio de la Secretaria General de la Organización de los Estados Americanos, le formulen los
Estados miembros en cuestiones relacionadas con los derechos humanos y, dentro de sus posibilidades, les prestará el
asesoramiento que éstos le soliciten;

6) actuar respecto de las peticiones y otras comunicaciones en ejercicio de su autoridad de conformidad con lo dispuesto en los
arts. 44 al 51 de esta Convención, y

7) Rendir un informe anual a la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos.

8) Encontrándose facultada la Comisión para requerir a los Estados parte que los mismos le proporcionen los informes por ella
solicitados, respecto de la manera en que su derecho interno asegura la aplicación efectiva de cualesquiera disposiciones de
esta Convención (art. 43).

9) Receptar los informes y estudios remitidos por los Estados, obligación de los mismos conforme el art. 42. A fin de que los
Estados puedan demostrar la promoción y el desarrollo de los derechos Humanos, reconocidos en la Convención. Debiendo, el
Estado acreditar, por ante la Comisión, si se han adoptado medidas en pos del fomento y del progreso de los derechos humanos
dentro del marco de sus leyes internas y sus preceptos constitucionales.

10) La comisión podrá desestimar una denuncia sin adoptar una decisión escrita; por ejemplo, cuando la denuncia es retirada
por el autor o cuando éste indica de alguna otra forma que no desea llevar adelante el asunto.

e) ¿Quiénes pueden recurrir ante la Comisión Interamericana?

Una de las señales más claras del progreso en materia de derechos humanos es el hecho de que se puede recurrir ante la
Comisión con peticiones que contengan denuncias o quejas de violación de esta Convención por un Estado parte, a través de
organizaciones no gubernamentales (ONGs), como UNICEF, Cruz Roja Internacional, etc., organizaciones que trabajan en
muchos países del mundo para denunciar las violaciones de estos derechos y ayudar a las víctimas. Como así también el hecho
de que los particulares que consideran que sus derechos humanos y libertades fundamentales han sido violados pueden pedir
explicaciones al Estado de que se trate, a condición de que éste sea Parte en la Convención.

Ello, conforme lo establecido en el art. 45 de la Convención, puesto que cualquier persona o grupo de personas, o entidad no
gubernamental legalmente reconocida en uno o más Estados miembros de la Organización, puede presentar a la Comisión
peticiones que contengan denuncias o quejas de violación de esta Convención por un Estado parte.

f) ¿Cómo recurrimos a la Comisión?

El modo mediante el cual una persona, grupo de persona u ONG, puede recurrir por ante la Comisión, es mediante una petición
o una comunicación, la cual deberá seguir los requisitos exigidos por el Reglamento de la Comisión Interamericana de Derecho
Humanos. Es por ello importante el respetar los requisitos enunciados en el arts. 28 del Reglamento de la Comisión, ya que de
este modo, se podrá dar trámite a las peticiones remitidas, para que luego se determine, si se han violado los derechos
humanos protegidos por tratados internacionales suscritos por el Estado acusado de la violación.

Debido a lo mencionado precedentemente, es que transcribimos el art. 28: Requisitos para la consideración de peticiones. Las
peticiones dirigidas a la Comisión deberán contener la siguiente información:

— El nombre, nacionalidad y firma de la persona o personas denunciantes o, en el caso de que el peticionario sea una entidad
no gubernamental, el nombre y la firma de su representante o representantes legales;

— Si el peticionario desea que su identidad sea mantenida en reserva frente al Estado;

— La dirección para recibir correspondencia de la Comisión y, en su caso, número de teléfono, facsímil y dirección de correo
electrónico;

— Una relación del hecho o situación denunciada, con especificación del lugar y fecha de las violaciones alegadas;

— De ser posible, el nombre de’ la víctima, así-como de cualquier autoridad pública que haya tomado conocimiento del hecho o
situación denunciada;

— La indicación dl Estado que el peticionario considera responsable, por acción o por omisión, de la violación de alguno de los
derechos humanos consagrados en la Convención Americana sobre Derechos Humanos y otros instrumentos aplicables, aunque
no se haga una referencia específica al artículo presuntamente violado;
— El cumplimiento con el plazo previsto en el art. 32 del presente Reglamento;

— Las gestiones emprendidas para agotar los recursos de la jurisdicción interna o la imposibilidad de hacerlo conforme al art. 31
del presente Reglamento;

— La indicación de si la denuncia ha sido sometida a otro procedimiento de arreglo internacional conforme al art. 33 del
presente Reglamento.

El formulario debe ser llenado de la manera más completa posible e incluir toda la información disponible con relación a un
hecho en particular que constituya una o más violaciones a los derechos humanos por parte de Estados miembros de la OEA. La
redacción de las respuestas debe ser sencilla y directa. En caso de que la información solicitada no esté a su alcance o no exista,
debe señalar “información no disponible” o “no se aplica”, según corresponda.

Una vez completo, el formulario debe enviarse a,) Secretario Ejecutivo de la CIDH por

1) Correo a la siguiente dirección postal:

Comisión Interamericana de Derechos Humanos

1889 F Street, N. W.

Washington, D.C. 20006 - USA

2) Fax al siguiente número: 1-202- 458-3992.

3) Correo electrónico a la siguiente dirección: cidhoea@oas.org

Tenga presente que si envía el formulario de manera electrónica, se le solicitará luego que ratifique la denuncia enviándola por
correo con su firma.

g) Modelo de Petición o Comunicación

Si bien el art. 28 del Reglamento de la Comisión es por sí mismo claro desarrollaremos primeramente algunos ítems a los fines
de clarificar el proceso y luego desarrollaremos cada uno de los requisitos esenciales, enunciados en el art. 28 del reglamento
de la Comisión.

— La petición debe ser presentada dentro del plazo de seis meses, a partir de la lecha en que el presunto lesionado en sus
derechos haya sido notificado de la decisión definitiva.

— Para que una comunicación sea admisible, la misma no debe ser anónima y debe provenir de una persona que viva bajo la
jurisdicción de un Estado que sea parte en la Convención.

— La comunicación deberá ser enviada por la persona que afirma que sus derechos establecidos en la Convención han sido
violados por ese Estado. Cuando sea evidente que la supuesta víctima no pueda presentar la comunicación, la Comisión podrá
examinar una comunicación presentada por otra persona, que deberá demostrar que actúa en nombre de la supuesta víctima.

h) Modo y orden a cumplir conforme el art. 28 del Reglamento de la Comisión

1) En primer lugar debemos detallar quién es la persona o guipo de personas u ONO, que presenta la petición; para ello
debemos poner:

— Nombre de la persona, grupo de personas u ONG (de ser una persona jurídica, se deberá incluir el nombre de su abogado o
representante legal).

— Correo Electrónico:

— Dirección Postal:

La dirección postal, es uno de los elementos más descuidados e importante de la comunicación, pues la Comisión muchas veces
devuelve la comunicación al autor, para que este facilite más información)

— Teléfono:/Fax:

2) El presentante deberá aclarar si desea que su identidad se mantenida bajo reserva durante el procedimiento o no, ello a los
fines de evitar posibles presiones, por parte de grupo de poder.

3) Nombre de la persona y flatos de la persona o personas afectadas por la violación a los Derechos Humanos, su dirección
postal, de poseer teléfono agregarlo al igual que correo electrónico.

4) Se deberá aclarar contra que estado miembro de la OEA, se está preparando la denuncia.

5) Una vez aclarado y definido bien a las partes, se debe pasar a los hechos denunciados. Debiéndose realizar un relato
detallado y de la manera más completa posible los hechos. Especificando primeramente:

— Lugar y la fecha en que ocurrieron las violaciones denunciadas.

—Pruebas disponibles, a los fines de acreditar los hechos relatados. Indicándose por ejemplo, expedientes judiciales iniciados,
informes forenses, fotografías, filmaciones, o todo material o documento que pueda probar las violaciones denunciadas.
— Nombre de los testigos de las violaciones denunciados.

— Aclarar si estas personas han declarado ante los Tribunales locales, remitiéndose de ser posible copia del testimonio. Nunca
adjuntar los originales, puesto que se acepta la remisión de fotocopias (que podrán certificadas o no.

— Indicar si es necesario que la identidad de los testigos sea mantenida en reserva.

— Identificar a las autoridades o personas que sean posiblemente responsables por los hechos descriptos anteriormente.

6) El presentante deberá en caso de ser posible especificar los Derechos Humanos Violados y que artículos de la Convención
Americana o de otros instrumentos están siendo violados.

7) Adjuntar fotocopias de los Recursos Judiciales presentados, para tratar de poner fin a la violación de los Derechos humanos o
de subsanar las violaciones sufridas, a razón de los hechos denunciados, Para ello, debemos presentar los trámites y gestiones
iniciados por la victima o el peticionario ante los jueces, los tribunales u otras autoridades.

8) Señalar si le ha sido imposible iniciar o agotar las gestiones pertinentes debido a que:

— No existe en la legislación interna del Estado el debido proceso legal para la protección del derecho violado

— No se ha permitido el acceso a los recursos de la jurisdicción interna, o haya sido impedido de agotarlos

— Retraso injustificado en la decisión sobre los mencionados recursos.

9) Señalar si hubo una investigación judicial y cuando comenzó.

— Si finalizó la misma indicar cuando y su resultado.

— Si no ha finalizado indique las causas.

— En caso de que los recursos judiciales hayan finalizado, señalar la fecha en la cual la víctima fue notificada de la decisión final
(no debemos olvidar los seis meses de plazo).

10) Aclarar si la integridad física, la salud o la vida de la persona se encuentra en peligro.

—Explicando si se ha pedido ayuda a las autoridades y organizaciones gubernamentales y cuál ha sido 1 respuestas de las
mismas.

— Solicitar, de ser necesaria una medida provisional, a los fines de garantizar la integridad física y moral.

11) Se deberá aclarar si el reclamo iniciado ha sido presentado por ante algún otro organismo internacional. Debiéndose
mencionar:

— Nombre del organismo y adjuntar fotocopia de lo resuelto. Si el organismo internacional, todavía no se ha expedido al
respecto, la petición será rechazada.

12) Finalizando la petición la misma deberá contener la FIRMA y la FECHA

13) Debiéndose enviar la comunicación al Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a:

a) Comisión Interamericana de Derechos Humanos

1889 F Street, N. W. Washington, D.C. 20006 USA

b) Por fax al número: 1-202- 458-3992.

c) O finalmente por correo electrónico, a la siguiente dirección: dhoea@oas.0rg

i) Funciones de la Comisión y el actuar de la misma ante una Comunicación

La Comisión tiene como función principal el promover la observancia y la defensa de los derechos humanos, y en el ejercicio de
su mandato realiza las siguientes actividades:

1) Recibe, analiza e investiga peticiones individuales que alegan violaciones de los derechos humanos, según lo dispuesto en los
arts. 44 al 51 de la Convención.

2) Observa la vigencia general de los derechos humanos en los Estados miembros, y cuando lo considera conveniente publica
informes especiales sobre la situación en un estado en particular.

3) Realizar visitas in loco a los países para profundizar la observación general de la situación, y/o para investigar una situación
particular. Generalmente, esas visitas resultan en la preparación de un informe respectivo, que se publica y es enviado a la
Asamblea General.

4) Estimula la conciencia de los derechos humanos en los países de América. Para ello entre otros, realiza y publica estudios
sobre temas específicos. Así por ejemplo sobre: medidas para asegurar mayor independencia del poder judicial; actividades de
grupos irregulares armados; la situación de derechos humanos de los menores, de las mujeres, de los pueblos indígenas.

5) Realiza y participa en conferencias y reuniones de distinto tipo con representantes de gobiernos, académicos, grupos no
gubernamentales, etc… para difundir y analizar temas relacionados con el sistema interamericano de los derechos humanos.
6) Hace recomendaciones a los Estados miembros de la OEA sobre la adopción de medidas para contribuir a promover y
garantizar los derechos humanos.

7) Requiere a los Estados que tomen “medidas cautelares” específicas para evitar daños graves e irreparables a los derechos
humanos en casos urgentes. Puede también solicitar que la Corte Interamericana requiera ‘medidas provisionales” de los
Gobiernos en casos urgentes de peligro a personas, aún cuando el caso no haya sido sometido todavía a la Corte.

8) Somete casos a la jurisdicción de la Corte Interamericana y actúa frente a la Coite en dichos litigios

9) Solicita “Opiniones Consultivas’ a la Corte Interamericana sobre aspectos de interpretación de la Convención Americana

j) Actuar de la Comisión

La Comisión, al recibir una petición o comunicación en la que se alegue la violación de cualquiera de los derechos que consagra
esta Convención, procederá en los siguientes términos (art. 48):

1) Si reconoce la admisibilidad de la petición o comunicación solicitará informaciones al Gobierno del Estado al cual pertenezca
la autoridad señalada como responsable de la violación alegada, transcribiendo las partes pertinentes de la petición o
comunicación. Dichas informaciones deben ser enviadas dentro de un plazo razonable, fijado por la Comisión al considerar las
circunstancias de cada caso;

2) Recibidas las informaciones o transcurrido el plazo fijado sin que sean recibidas verificara si existen o subsisten los motivos
de la petición o comunicación. De no existir o subsistir mandara archivar el expediente;

3) Podrá también declarar la inadmisibilidad o la improcedencia de la petición o comunicación sobre la base de una información
o prueba sobrevinientes;

4) Si el expediente no se ha archivado y con el fin de comprobar los hechos, la Comisión realizará, con conocimiento de las
partes, un examen del asunto planteado en la petición o comunicación. Si fuete necesario y conveniente, la Comisión realizará
una investigación para cuyo eficaz cumplimiento solicitará, y los Estados interesados le - proporcionarán, todas las facilidades
necesarias;

5) Podrá pedir a los Estados interesados cualquier información pertinente y recibirá, si así se le solicita, las exposiciones verbales
o escritas que presenten los interesados;

6) Se pondrá a disposición de las partes interesadas, los medios necesarios a los fines de arribar a una solución amistosa del
asunto, fundado en el respeto a los derechos humanos reconocidos en esta Convención;

7) La Comisión podrá decidir desestimar una denuncia sin adoptar una decisión escrita; cuando la denuncia sea retirada por el
autor o cuando éste indica de alguna otra forma que no desea llevar adelante el asunto.

k) examen de las denuncias

Una vez que es declarada admisible la comunicación, la comisión le pide al Estado interesado que explique o aclare el fondo de
la cuestión y que indique si ha hecho algo para resolverlo. El Estado parte tiene un plazo, el cual será establecido por la
Comisión, para responder respecto de los hechos. A continuación el autor de la denuncia tendrá la posibilidad de formular
observaciones a la respuesta de) Estado (por ello la importancia de la dirección postal), tras lo cual la Comisión emite su
dictamen y la envía al Estado interesado y al autor de la denuncia.

Sin embargo, en casos graves y urgentes, la Comisión, puede realizarse una investigación previo consentimiento del Estado en
cuyo territorio se alegue haberse cometido la violación, tan sólo con la presentación de una petición o comunicación que reúna
todos los requisitos formales de admisibilidad.

Si se llega a una solución amistosa con arreglo a las disposiciones del inc. del art. 48, la Comisión redactará un informe el cual
será transmitido al peticionario y a los Estados partes en esta Convención y comunicado después, pará su publicación. El
informe deberá contener una breve exposición de los hechos y de la solución lograda.

De no llegarse a una solución, y dentro del plazo que fije la Comisión, ésta redactará un informe en el que se expondrán los
hechos y sus conclusiones. También se agregarán al informe las exposiciones verbales o escritas que hayan hecho los
interesados. El informe será transmitido a los Estados interesados, quienes no estarán facultados para publicarlo. Al transmitir
el informe, la Comisión puede formular las proposiciones y recomendaciones que juzgue adecuadas (art. 50 CADH).

Si el asunto no ha sido solucionado luego de tres meses, a partir de la remisión del informe a los Estados interesados o si el
asunto no ha sido solucionado o sometido a la decisión de la Corte (estando solamente facultados para remitir el caso a la
Corte, la Comisión o el Estado interesado), la Comisión podrá emitir, por mayoría absoluta devotos de sus miembros, su opinión
y conclusiones sobre la cuestión sometida a su consideración. La opinión o consideración vertida por la Comisión, deberá ser
interpretada por los Tribunales Nacional con el mayor esfuerzo a los fines de cumplir con las recomendaciones de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. Fallo “Loayza Tamayo”.

La Comisión hará las recomendaciones pertinentes y fijará un plazo dentro del cual el Estado debe tomar las medidas que le
competan para remediar la situación examinada. Transcurrido el periodo fijado, la Comisión decidirá, por la mayoría absoluta de
votos de sus miembros, si el Estado ha tomado o no medidas adecuadas y si publica o no su informe.

7. CORTE INTERAMERICANA DE JUSTICIA

a) Naturaleza y Composición
La Corte Interamericana de Derechos Humanos es una institución judicial autónoma del Sistema Interamericano de Derechos
Humanos. Su objetivo es la aplicación e interpretación de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. La misma es un
tribunal establecido por la mencionada Convención, con el propósito primordial de resolver los casos que se le sometan de
supuestas violaciones de aquellos derechos humanos protegidos por ella.

La Corte compondrá de siete jueces, nacionales de los Estados miembros de la Organización, elegidos a título personal entre
juristas de la más alta autoridad moral, de reconocida competencia en materia de derechos humanos, que reúnan las
condiciones requeridas para el ejercicio de las más elevadas funciones judiciales conforme a la ley del país del cual sean
nacionales o del Estado que los proponga como candidatos. No pudiendo haber dos jueces de la misma nacionalidad (art.
52CADH)

Los mismos serán elegidos, en votación secreta y por mayoría absoluta de votos de los Estados partes en la Convención, en la
Asamblea General de la Organización, de una lista de candidatos propuestos por esos mismos Estados.

El mecanismo de elección de los jueces, es similar al de la Comisión, puesto que cada uno de los Estados partes puede proponer
hasta tres candidatos, nacionales del Estado que los propone o de cualquier otro Estado miembro de la Organización de los
Estados Americanos. Pero de la lista propuesta, deberá de haber un Nacional de un Estado distinto del proponente (art. 53
CADH).

Los jueces de la Corte serán elegidos para un período de seis años y sólo podrán ser reelegidos una vez. Si un juez no pudiere
finalizar su período, el mismo será reemplazado por otro, cuyo mandato expira al completarse el periodo del juez subrogado.

Los jueces permanecerán en funciones hasta el término de su mandato. Sin embargo, seguirán conociendo de los casos a que ya
se hubieran abocado y que se encuentren en estado de sentencia, a cuyos efectos no serán sustituidos por los nuevos jueces
elegidos (art. 54.CADH).

Si uno de los jueces, es nacional de alguno de los Estados partes en el caso sometido a la Corte, el mismo conservará su derecho
a conocer en el caso. Pudiendo otro Estado parte en el caso designar a una persona de su elección para que integre la Corte en
calidad de juez cid hoc. No pudiendo haber dos jueces de la misma nacionalidad. S de entre los jueces llamados a conocer del
caso ninguno fuere e la nacionalidad de los Estados partes, cada uno de éstos podrá designar un juez cid hoc. Debiendo el juez
cid hoc, reunir la más alta autoridad moral, de reconocida competencia en materia de derechos humanos (art. 52 CADH).

b) ¿Quiénes pueden recurrir ante la Corte?

El art. 62 de la CADH, establece que SOLAMENTE pueden recurrir ante la Corte:

1) Los Estados parte

2) La Comisión

No pudiendo recurrir por ante la Corte el individuo en forma directa, puesto que no está facultado para llevar un caso ante el
Tribunal. No obstante ello, cualquier persona o grupo de personas, o entidad no gubernamental legalmente reconocida en uno
o más Estados Miembros de la OEA, puede presentar a la Comisión peticiones que contengan denuncias o quejas de violación
de la Convención por un Estado Parte, conforme lo establecido en el art. 45 CADH.

c) Reconocimiento de competencia respecto de la Corte

Este es sin duda uno de los puntos más discutidos de la Convención Americana de Derechos humanos, puesto que en su art. 62
establece:

— Todo Estado parte puede, en el momento del depósito de su instrumento de ratificación o adhesión de esta Convención, o en
cualquier momento posterior, declarar que reconoce como obligatoria de pleno derecho y sin convención especial, la
competencia de la Corte sobre todos los casos relativos a la interpretación o aplicación de esta Convención.

— La declaración puede ser hecha incondicionalmente, o bajo condición de reciprocidad, por un plazo determinado o para
casos específicos.

— La Corte tiene competencia para conocer de cualquier caso relativo a la interpretación y aplicación de las disposiciones de
esta Convención que le sea sometido, siempre que los Estados partes en el caso hayan reconocido o reconozcan dicha
competencia, ora por declaración especial, como se indica en los incisos anteriores, ora por convención especial.

d) Violación de la Convención Americana de Derechos Humanos

Cuando la Corte decida que hubo violación de un derecho o libertad protegidos en esta Convención, la misma dispondrá que se
garantice al lesionado el efectivo goce de su derecho. Disponiendo, si fuere procedente, que se reparen las consecuencias de la
medida o situación que ha configurado la vulneración de esos derechos y el pago de una justa indemnización a la parte
lesionada.

Asimismo, ante situaciones excepcionales la Corte, de acuerdo con el art. 63.2 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, está facultada para tomar las medidas provisionales que considere pertinentes “en casos de extrema gravedad y
urgencia, y cuando se haga necesario evitar daños irreparables a las personas”. Estas medidas pueden tomarse en asuntos que
estén en conocimiento de la Corte o no, ante una petición por parte de la Comisión.

El motivo de las medidas provisionales, radica en que por lo general transcurren 12 meses, antes de que una comunicación sea
declarada admisible o inadmisible y la resolución del caso puede requerir uno o dos años más (dependiendo del grado de
cooperación de los Estados Partes y de los autores de las denuncias).
Es debido al prolongado periodo de tiempo que transcurre, que las personas que denuncian ser víctimas de violaciones de los
derechos humanos pueden necesitar protección antes de que la Corte adopte su dictamen final. Por ello, la Corte puede dictar
medidas provisionales para proteger el derecho a la vida y la integridad personal de los testigos citados (EJ: casos Caballero
Delgado y Santana contra Colombia y Cesti Hurtado contra el Perú, entre otros).

e) opiniones consultivas

A los fines de brindar una asistencia técnica para la promoción de los derechos económicos, sociales y culturales y para la
protección de los derechos de grupos sociales vulnerables, por ejemplo los derechos de las minorías y de los pueblos
autóctonos. Los Estados Miembros y los órganos de la OEA, en lo que les compete, pueden consultar a la Corte acerca de la
interpretación de la Convención o de otros tratados en lo relativo a la protección de los derechos humanos en los Estados
americanos.

La competencia-consultiva también faculta a la Corte a emitir, a solicitud de un Estado, opiniones acerca de la compatibilidad
entre cualesquiera de sus leyes internas y la Convención u otros tratados sobre derechos humanos. Asimismo, podrán
consultarla, en los que les compete, los órganos enumerados en el capítulo X de la Carta de la Organización de los Estados
Americanos, reformada por el Protocolo de Buenos Aires (art. 64 de CADH).

La Corte, a solicitud de un Estado miembro de la Organización, podrá darle opiniones acerca de la compatibilidad entre
cualquiera de sus leyes internas y los mencionados instrumentos internacionales (art. 64 CADH).

f) función contenciosa

La función contenciosa de la Corte se ejerce en la resolución de casos en los que se alegue que uno de los Estados Partes ha
violado la Convención. De acuerdo con el art. 66 de la CADH, la Corte puede conocer en los casos que sean presentados por un
Estado Parte o por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

El fallo de la Corte será motivado y consensuado. Siendo que si el fallo no expresare en todo o en parte la opinión unánime de
los jueces, cualquiera de éstos tendrá derecho a que se agregue al fallo su opinión disidente o individual. Si bien la Corte
funciona por medio de consenso, sus distintos miembros pueden agregar opiniones individuales a los dictámenes de la Corte
(art. 66).

El fallo emitido por la Corte es definitivo e inapelable. En caso de desacuerdo sobre el sentido o alcance del, fallo, la Corte lo
interpretará a solicitud de cualquiera de las partes, siempre que dicha solicitud se presente dentro de los noventa días a partir
de la fecha de la notificación del fallo (art. 67 CADH).

La competencia contenciosa de la Corte es obligatoria para todos aquellos estados partes que han hecho una declaración en ese
sentido, comprometiéndose los Estados a cumplir la decisión de la Corte en todos los casos en que sean partes. Aquel fallo que
disponga una indemnización compensatoria, se podrá ejecutar en el respectivo país, por el procedimiento interno vigente para
la ejecución de sentencias contra el Estado.

La competencia de la Corte , es obligatoria en aquellos Estados Partes que han hecho una declaración en ese sentido,
actualmente son: Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua,
Panamá, Paraguay, Perú, Suriname, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela han hecho esta declaración. Los otros Estados
Partes pueden también aceptar la competencia contenciosa para un caso específico.

g) Resultados

Como consecuencia de las decisiones de la Corte respecto de algunas denuncias presentadas, varios países han modificado su
legislación. En otros casos, se ha puesto en libertad a los presos y se ha indemnizado a las víctimas de violaciones de derechos
humanos.

h) Preguntas orientadoras

1) ¿Cómo está compuesta la Comisión, que perfil debe poseer cada miembro de la misma?

2) ¿Puede haber más un miembro del mismo Estado en la Comisión?

3) Funciones y atribuciones de la Comisión

4) ¿Cuál cree usted que es la función de los informes anuales que deben remitir los estados a la Comisión?

5) ¿Quiénes pueden presentar peticiones ante la Comisión?

6) ¿Qué cree usted que significa que se le reconoce competencia a la Comisión ya la Corte?

7) ¿Por qué ello es importante?

8) Requisitos de admisibilidad de una comunicación; ¿Cuándo es posible eximirse de los presentes requisitos?

9) Explique en 5 renglones el procedimiento para recurrir a la Comisión.

10) ¿Qué es una solución amistosa del conflicto?

11) Composición de la Corte y característica de cada uno de los miembros

12) ¿Qué pasa si en los jueces llamados a conocer en el caso, ninguno fuere de la nacionalidad del Estado?
13) ¿Quiénes tiene derecho de someter su caso ante la Corte, lo puede hacer directamente el particular?

14) ¿Qué puede hacer la Corte en casos de extrema gravedad?

— El fallo debe ser motivado?

— Si hay opiniones disidentes, estas pueden ser agregadas en el fallo S/N.

— Se puede apelar o es inapelables S/N

— El fallo es vinculante S/N

CAPITULO V

PROTECCION INTERNA DE LOS DERECHOS HUMANOS. PRINCIPALES INSTITUTOS

Resulta propicio a esta instancia echar un vistazo sobre las cuestiones que hacen a la real vigencia, goce y eficacia del respeto de
los derechos humanos en el ámbito de nuestra legislación interna, aspecto, que obviamente, no podrá ser analizado sin hacer
mención a la receptación que éstos han tenido en el fuero internacional.

Una primera aproximación al tema requiere analizar el concepto de lo que hoy entendemos por “seguridad Jurídica”.

1. LA SEGURIDAD JURÍDICA.

En este aspecto es necesario tener en claro que en la concepción del hombre en sociedad, como integrante y parte de un
Estado de Derecho, resulta condición necesaria que cada uno de los ciudadanos que lo conforman pueda contar con un cierto
marco de posibles consecuencias de sus conductas, es decir, un cuadro razonable de previsibilidad del resultado que puede
desencadenar u ocasionar la elección de un accionar determinado.

Se trata entonces de poder establecer la base fáctica de todo aquello que puede acarrear el despliegue de “un hacer” o un “no
hacer” en el contexto propio de un mundo enmarcado por la ley. Ej: El conductor que se enfrenta a la luz roja de un semáforo
en una boca calle, puede prever la sanción que importará su inobservancia para el caso que no se detenga ante ella.

Ahora bien, como otra cara de la misma moneda y como una consecuencia lógica de la correcta interpretación del principio aquí
desarrollado, debernos añadir que, de la misma manera que puede preverse la posible consecuencia de una acción o una
omisión, también así podrá anticiparse dentro de un marco posible de conductas, el accionar de los demás ciudadanos que
forman, parte de una sociedad jurídicamente organizada.

Siguiendo el ejemplo anterior, podemos agregar que no solo el conductor podrá lógicamente inferir la sanción que el
ordenamiento jurídico prevé para quien atraviese una luz roja sin detenerse, sino también que cuando la misma luz se coloque
en verde, el resto de los vehículos que circulen por la otra calle han de proceder de la misma forma y detendrán sus rodados
cuando este tenga paso.

Así las cosas, lo hasta aquí expuesto puede graficarse de la siguiente forma:

Y, precisamente, ésta es la noción que recoge el art. 19 de la Constitución Nacional al expresar que “... Ningún habitante de la
Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley. ni privado de lo que ella no prohíbe receptando con ello el “principio de
legalidad” que posteriormente trataremos.

En similares términos se expresa la Constitución de la Provincia de Buenos Aires en su art. 25 al refrendar que “Ningún
habitante de la Provincia estará obligado a hacer lo que la ley no manda, ni será privado de hacer lo que ella no prohíbe...”

En este orden de ideas, partiendo de la noción del hombre como un ser libre, la ley otorga así la garantía de que no podrá
imponerse ni abstraerse de su disponibilidad, nada que no haya sido consensuado y legitimado por los principios que afloran de
la carta magna entendida esta como norma fundamental, plexo jurídico al que habrá de añadirse las normas que integran el
bloque de constitucionalidad conformado por los demás tratados y convenios internacionales incorporados a nuestro
ordenamiento con jerarquía constitucional a través del art. 75 inc. 22 de dicho cuerpo legal.

En ese orden de ideas, no resulta sobreabundante reseñar la expresa mención que en relación al principio de legalidad realiza la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 en su art. 5 al referir expresamente que “... Todo lo que no
esté prohibido por la ley no puede ser impedido y nadie puede ser constreñido a hacer lo que ella no ordena… “o con mayor
amplitud la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 en su art. 29 inc. 2 al rezar que “...En el ejercicio cíe sus
derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el
único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas
exigencias, de la moral el orden público y del bienestar general en una sociedad democrática...”.

Corresponde añadir a lo expuesto, la particular aplicación que adquiere este principio en lo que adquiere derecho penal (sobre
todo si se atiende a la relevancia que adquiere la sanción en lo atinente al derecho a libertad física de la persona). En este
ámbito entonces, el art. 18 de la Constitución Nacional refrenda que “ ... Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin
juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso ...“, lo cual exige la existencia de una norma establecida con
anterioridad al desarrollo de una conducta que la defina con la connotación propia de un delito y además le aplique una
sanción, ello así, como única forma legítima de imponer una pena dentro del marco legal que requiere la vigencia efectiva de un
Estado de Derecho.
Ahora bien, de los puntos hasta aquí narrados, puede deducirse que el hecho de que la persona no solo pueda conocer de
antemano la consecuencia jurídica de su conducta sino también anticipar el accionar ajeno conforme a un razonamiento lógico
jurídico, permite además organizar y ordenas la vida del hombre en sociedad, en relación no solo a los comportamientos que
han de realizarse sino también el orden que guardaran los mismos en su desarrollo, sean o no con una base acorde a derecho,
es decir, legitimados o no por los postulados legales.

Esta última circunstancia además, no merece menor reparo, sobre todo si se atiende a la noción del hombre como un ser libre,
concepto este último entendido como la posibilidad que guarda aquel de poder elegir entre varias determinaciones, sean estas
lícitas o no.

Podemos concluir así, pudiendo sostener con la doctrina mayoritaria que el instituto de la seguridad jurídica es condición
esencial para la vida y el desenvolvimiento de las naciones y de los individuos que las integran. Representa la garantía de la
aplicación objetiva de la ley, de tal modo que los individuos saben en cada momento cuáles son sus derechos y sus obligaciones,
sin que el capricho, la torpeza o la mala voluntad de los gobernantes pueda causarles perjuicio. A su vez, la seguridad limita y
determina las facultades y los deberes de los poderes públicos. Como es lógico, la seguridad jurídica solo se logra en los Estados
de Derecho, porque, en los de régimen autocrático y totalitario, las personas están siempre sometidas a la arbitrariedad de
quienes detentan el poder…”

2. EL ACCESO A LA JURISDICCIÓN

El punto antes tratado, se correlaciona con el concepto dinámico que debemos propugnar del llamado “derecho a la
jurisdicción” o “derecho de acceso a la justicia”

Este derecho fundamental, comúnmente se ha entendido como - la posibilidad real y efectiva que debe tener toda persona de
poder obtener una tutela judicial rápida y eficaz.

Tal prerrogativa, encuentra particular asidero en el texto del Preámbulo en la parte que señala como objeto mismo de la
Constitución Nacional el de “afianzar la justicia”, postulado que se encuentra complementado por el art. 18 del mismo cuerpo
legal al declarar que “... es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos…

Palabras más, este el formal concepto con que se ha definido el derecho de acceso a la justicia, concepto que hoy, debido a la
evolución y el dinamismo que adquieren la multiplicidad de los conflictos sociales, debe concebirse con un criterio amplio y
cercano a la realidad diaria, con la grave connotación que adquiere la crisis que atraviesa el sistema de justicia, no solo en
cuanto a la posibilidad real o concreta de solución de la controversia que subyace al proceso, sino también en relación a la falta
de credibilidad de azota al sistema como un medio de “paz social” o “herramienta para posibilitar una armónica coexistencia
social”.

Lo que trato de señalar es que, no requiere esfuerzo percatarse del truncamiento que adolece la tan ansiada “justicia” como
valor primordial en la solución de conflictos, circunstancia que afecta a cada ciudadano y de la que no escapa la responsabilidad
en cabeza de cada uno de éstos, sea como parte o como espectador del servicio de justicia.

Ahora bien, como una base primordial del tema que aquí estamos tratando, encontramos con que dada la existencia de una
problemática social debe garantizarse a la persona, la-posibilidad real y concreta de ocurrir ante un órgano jurisdiccional en
procura de justicia, y precisamente, cuando hablamos de una posibilidad concreta de reclamo, no debemos obviar reflexionar
sobre los condicionamientos que hoy día subsisten para que ello ocurra.

Se mencionan así entre otros factores, el problema de la desculturización que gobierna la sociedad, la falta de recursos
económicos, la falta de asesoramiento técnico o patrocinio letrado, etc., como piedra basal sobre la que se en columna el
deficiente acceso a la justicia con el que contamos hoy día.

Lo cierto es que teniendo en cuenta las afamadas políticas y reformas legislativas que pregonan la calidad de un servicio de
justicia ciertamente prometedor, ninguno de los factores citados debería ser obstáculo para la concreción de un completo
ejercicio del derecho a la jurisdicción y sin embargo contamos con numerosos casos que integran la cifra negra de delitos que
no se denuncian, interminables conflictos familiares, laborales, administrativos y de toda índole jurídica que no llegan a asomar
sus narices a las puertas del “palacio de justicia”.

Lo hasta aquí expuesto nos permite hacer una segunda afirmación, en cuanto a que el derecho de acceso a la justicia con que
debe gozar toda persona en su condición de hombre dotado de “dignidad’, se correlaciona con una efectiva y buena
“administración de justicia”, dado que de nada sirve conocer y contar con la posibilidad de reclamo si tal prerrogativa no se
condice con un aparato de justicia que intente descubrir la raíz y la verdadera razón del conflicto, es decir, yendo más allá del
trámite formal del inicio de un proceso judicial con el tinte burocrático que lo caracteriza.

En este razonamiento, no debemos olvidar que la potestad jurisdiccional, se trata de un poder que el pueblo a delegado en
manos del estado, a través de la forma de gobierno que adopta nuestra constitución nacional, por lo que el ejercicio de la
jurisdicción adquiere así el carácter de una clara función política.

Ahora bien, en función de lo dicho hasta aquí, estamos en condiciones de afirmar que no puede ser ajeno al correcto servicio de
la justicia, la realización de un proceso acorde a los postulados constitucionales que enmarcan la existencia de un “debido
proceso”, y de alguna manera poco menos restrictiva el resto de los principios contemplados en el art. 18 de la Constitución
Nacional, garantías estas que deben ser analizadas a la luz de los demás tratados y convenios internacionales que se enrolan en
una tarea de enriquecimiento de lo que debe entenderse por tales.

No obstante ello, el cumplimiento de la realización de un debido proceso, no satisface la existencia de un efectivo ejercicio del
derecho de justicia, sino que a tal extremo debe añadirse la concurrencia de una sentencia justa.
En cuanto a éste último punto corresponde señalar que dentro de su caracterización debe contemplarse la materialización de
un pronunciamiento definitivo con sustento jurídico, debidamente fundado, efectuado en un tiempo razonable y con una
definida valoración y exposición de los motivos que conducen al juzgador a arribar a una determinada decisión.

En este orden de pensamiento, advierte con claridad Germán J. Bidart Campos que “...el derecho subjetivo que en el lenguaje
constitucional argentino siempre se llamó “derecho a la jurisdicción” no se agota en el acceso inicial a la justicia, sino que se
despliega desde su etapa primigenia en un trayecto que recorre la totalidad del proceso con todos sus actos y sus instancias, y
que culmina con la sentencia: Y la sentencia también debe abastecer requisitos constitucionales, lo que no ocurre si — acaso—
tiene defectuosidades como ausencia de motivación y fundamento, valoración insuficiente de la prueba, exceso ritual
manifiesto, etc. — o sino es temporalmente oportuna, útil y eficaz,..”

Por su parte, en el sentido de la connotación que al tema en tratamiento pretendo otorgar, resulta sumamente ilustrativo lo
expuesto en el art. 8 inc. 1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) al
establecer que:… “Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable por un juez
o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier
acusación penal formulada contra ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de
cualquier otro carácter...”.

Es decir que podemos hablar de una trilogía indisoluble conformada por:

No debe sin embargo dejarse de mencionar, los grandes avances que en estos últimos años ha adquirido la aplicación del
instituto de la mediación, no solo en el fuero civil sino también en el aspecto penal, donde se marca como objetivo principal
lograr desentrañar el verdadero conflicto que enfrenta a las partes, otorgando a éstas una mayor participación con la ventaja
que acarrea la posibilidad de arribar a una solución propuesta por los propios agentes.

3. LAS GARANTÍAS: SU CLASIFICACIÓN

Las garantías constitucionales son medios establecidos por la ley para el resguardo de los derechos fundamentales, cuando su
goce o ejercicio se ve amenazado o lesionado por el accionar de un particular o una autoridad pública.

Se trata precisamente, de las seguridades que el derecho proporciona a cada uno de los ciudadanos para posibilitar la vigencia
de los derechos y libertades reconocidos por ella misma, seguridades que, dada su condición particular, culminan siendo
condición propia de un Estado de Derecho.

Es común hacer referencia a éstas aduciendo que las mismas funcionan como un “escudo” frente al ejercicio abusivo del poder
estatal, aunque también de un modo genérico debe extenderse su aplicación cuando los actos lesivos provengan de un
particular.

En este orden de ideas, Joaquín V. González, enseñaba que las garantías son todas aquellas seguridades y promesa que ofrece la
Constitución al pueblo argentino y a todos los hombres, de que sus derechos generales y especiales han de ser sostenidos y
definidos por las autoridades y por el pueblo mismo; y se consignan, ya porque son inherentes a toda sociedad de hombres
libres e iguales, ya porque se ha querido reparar errores o abusos del pasado.

En forma aun más categórica, podemos afirmar que las garantías son los instrumentos o herramientas necesarias para hacer
efectivos el pleno goce de los derechos fundamentales de una persona, cualquiera sea la circunstancia de tiempo, modo y lugar,
y frente a cualquier amenaza, ataque o lesión.

Así señala Raúl Gustavo Ferreira que las garantías son los procedimientos institucionalmente previstos por el propio orden
jurídico organizado por la Constitución, para perseguir la instrumentación de su autodefensa integral. Defender la Constitución
consiste entonces básicamente, en protegerla contra las transgresiones o tentativas de quebrantamiento, las que, ya sean por
actos u omisiones que, paradoja o no, especialmente pueden provenir de las autoridades a cargo de los poderes constituidos
del Estado, designadas para hacer cumplir estrictamente sus disposiciones. Cuando se produce una violación del orden jurídico
estipulado por la Constitución, por regla general serán las garantías constitucionales las herramientas específicas para intentar
restaurar y desarrollar su fuerza normativa.

En igual sentido, al Convención Americana sobre Derechos Humanos en su artículo primero establece que “… Los estados partes
en esta convención se comprometen a respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno
ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción...” en tanto que el Pacto internacional de Derechos Civiles y Políticos
en su artículo segundo inciso señala que “... Cada uno de los Estados partes en el presente Pacto se compromete a garantizar
que: a) Toda persona cuyos derechos o libertades reconocidos en el presente Pacto hayan sido violados podrá interponer un
recurso efectivo, aun cuando tal violación hubiera sido cometida por personas que actuaban en ejercicio de sus funciones
oficiales… b) La autoridad competente, judicial, administrativa o legislativa, o cualquiera otra autoridad competente prevista
por el sistema legal del Estado decidirá sobre los derechos de toda persona que interponga tal recurso, y a desarrollar las
posibilidades de recurso judicial. c) Las autoridades competentes cumplirán toda decisión en que se haya estimado procedente
el recurso...”.

Ahora bien, entre las variadas clasificaciones que los distintos autores proponen a la hora de categorizar las garantías, hemos de
seguir al maestro Miguel M. Padilla, pero permitiéndonos elaborar una distinción sencilla dejando de lado aquellas cuestiones
que exceden el marco explicativo en relación a la efectiva tutela de derechos humanos. Así encontramos garantías:

Corresponde precisar en cuanto al punto que, las garantías formales constituyen un medio o instrumento necesario para el
aseguramiento del goce efectivo de las garantías formales, convirtiéndose así en un elemento necesario para la tutela de éstas
últimas.

a) Las garantías formales


El art. 43 de la Constitución Nacional, incorporado en la reforma del año 1994, prevé específicamente las garantías de amparo,
habeas data y habeas corpus.

El amparo nace en la Argentina en virtud a una creación jurisprudencial y desarrollo legislativo, aunque se le reconoce raíz
constitucional en el derecho a la jurisdicción.

El babeas corpus, es una garantía derivada del art. 18 de la Constitución Nacional y posee una regulación legal más antigua.

El babeas data, protege derechos asegurados por disposiciones constitucionales

1) La acción de amparo

Como una primera aproximación, podemos referirnos a la acción de amparo como aquella que tutela el pleno goce de los
derechos y garantías reconocidos por la Constitución Nacional, un tratado internacional o una ley, con excepción del derecho a
la libertad física o ambulatoria, específicamente protegida por la acción de babeas corpus y el derecho de toda persona a tomar
conocimiento de datos a ella referidos, amparado por el babeas data.

Ahora bien, este concepto que no parece tener mayores complicaciones para su comprensión, ha sido objeto de una larga
trayectoria que determina su contenido y alcance, mereciendo destacarse que hasta el año 1957 en nuestro país no se
reconocía al amparo como un medio o una forma de protección de los derechos fundamentales, toda vez que los jueces se
negaban a reconocer la existencia de una vía procesal de tales características que no estaba expresamente prevista por la ley,
basando sus conclusiones que los derechos y libertades encontraban un remedio especifico procesal que evitaba su
cercenamiento.

En primer término debemos detenernos en lo que respecta al aspecto jurisprudencial de la concepción de la acción de amparo,
para luego arribar a un análisis legislativo de su recepción en el ordenamiento argentino.

1.1) Evolución jurisprudencial

El amparo adoleció de una etapa de negación corno garantía de la defensa de los derechos constitucionales, siendo finalmente
consecuencia de una creación jurisprudencial de la Corte Suprema de Justicia, la que le otorgó status jurídico sin que existiese
en ese momento una ley que lo estatuyera o consagrara.

Aquella etapa de negación transcurrió desde la instalación de la Corte en 1863 hasta su reconocimiento pretoriano en
diciembre de 1957 en el famoso leading case “Siri, Ángel”.

Sucintamente, podemos reseñar que en dicho caso, Ángel Siri se encontraba a cargo del diario de la Ciudad de Mercedes, el que
había sido clausurado desde enero del año 1956 con una custodia en el lugar donde funcionaba. En este marco, el Sr. Siri
formuló una petición judicial invocando que la clausura del periódico vulneraba la libertad de imprenta y de trabajo que
aseguran los arts. 14, 17, y 18 de la Constitución Nacional, amén de haber sido dispuesta sin orden de autoridad competente y
expresión de la causa que motivara dicha restricción.

La sentencia de primera y segunda instancia rechazó el planteo formulado por el Sr. Sin, por lo que ocurrió ante la Corte
Suprema de justicia de la Nación, por vía del recurso extraordinario. En esa instancia, el Tribunal Supremo, corroboró que aún
persistía la clausura del diario y en esta oportunidad el Criterio de la Corte fue distinto a lo que venía sosteniendo con
anterioridad. De acuerdo a las constancias de la causa, determinó que no pudo comprobarse la autoridad que había ordenado
la clausura y con qué motivo; para luego aclarar, apartándose del criterio del Procurador, que en este caso no se trataba de un
recurso de habeas corpus, sino de una acción fundada en las libertades constitucionalmente consagradas, asentando que
“...basta esta comprobación inmediata (restricción de las libertades de imprenta y trabajo sin orden de autoridad competente y
sin expresión de causa legal), para que la garantía constitucional invocada sea restablecida por los jueces en su integridad, sin
que pueda alegarse en contrario la inexistencia de una ley que la reglamente las garantías individuales existen y protegen a los
individuos por el solo hecho de estar consagradas por la Constitución e independientemente de las leyes reglamentarias...”
precisando más tarde que los preceptos constitucionales tanto como la experiencia institucional del país, reclaman de consuno
el goce y ejercicio pleno de las garantías individuales, para la efectiva vigencia del Estado de derecho, e impone a los jueces el
deber de asegurarlas...”.

El fallo dietado en el caso Siri” provoco un cambio sustancial en la jurisprudencia relacionada con la protección de los derechos
constitucionales, dado que se termino por reconocer la vía del amparo aun en ausencia de una ley expresa que lo consagrara,
abriendo las puertas a un nuevo trámite, distinto del habeas corpus.

El precedente sentado en el fallo comentado obtuvo innumerables proyecciones, toda vez que la Corte reconoció que el
amparo era una garantía implícita cuya receptación era impuesta por una correcta interpretación de la Constitución.

Tiempo más tarde, precisamente el 5 de octubre de 1958, la Corte Suprema (con una integración distinta a la que le toco fallar
en el caso Sin) no solo ratificó la postura anterior sino que amplió las fronteras de la acción de amparo en el fallo “Kot, Samuel
S.R.L.”

En esta oportunidad, la firma Samuel Kot S.R.L. mantenía un conflicto con su personal, el cual desencadenó la ocupación de la
fábrica por parte de los obreros. Estos se mantenían en la misma permitiendo a los patrones entrar al establecimiento y sacar
objetos dejando constancia escrita, también le impedían la entrada al personal de administración y a los capataces, logrando
con ello que desde la ocupación el establecimiento no realizara labor alguna. La negativa puesta de manifiesto en primera y
segunda instancia motivó la interposición de un recurso extraordinario, con fundamento en el cercenamiento de las garantías a
la libertad de trabajo —art. 14-, a la propiedad —art. l7—y a la libre actividad —art. 19— consagradas por la Constitución
Nacional.
En este caso la Corte expreso que “...siempre que aparezca en modo claro u manifiesto, la ilegitimidad de una restricción
cualquiera a alguno de los derechos esenciales de las personas así como el daño grave e irreparable que se causaría remitiendo
el examen de la cuestión a los procedimientos ordinarios, administrativos o judiciales, corresponderá que los jueces
restablezcan de inmediato el derecho restringido por la rápida vía del recurso de amparo.

Así, constató que la ocupación era manifiesta e indudablemente ilegítima, y que ello constituía un agravio serio e irreparable
para los propietarios de la fábrica, aún para los intereses generales, por lo que la magnitud del agravio y su carácter irreparable
eran manifiestos.

Otro aspecto a destacar, se advierte al entender la Corte que el art. 33 de la Constitución Nacional —derechos no
enumerados—, operaba como sustento normativo de la acción de amparo, “... garantía tácita o implícita que protege los
diversos aspectos de la libertad individual…”

Por último, no podemos dejar de hacer mención, a los argumentos expuestos por la Corte en relación a la falta de distinción,
según el ataque provenga de un particular o de una autoridad pública, sentando su admisibilidad para ambos casos, y refiriendo
expresamente que “...si bien en el precedente citado (fallo Sin) la restricción ilegítima provenía de la autoridad pública y no de
actos de particulares, tal distinción no es esencial a los fines de la protección constitucional...”, lo primordial ...no es el origen de
la restricción ilegítima a cualquiera de los derechos fundamentales de la persona humana, sino- estos derechos en si -mismos, a
fin que sean salvaguardados…

En resumidas cuentas, la Corte extendió el ámbito de aplicación de la acción de amparo al entenderlo procedente contra actos
de los particulares, le otorgo base constitucional y dejó en claro la necesidad de que el acto lesivo sea manifiestamente ilegitimo
amén de que el intento de subsanación del derecho por la vía ordinaria causara un daño grave e irreparable.

1.2) Evolución Legislativa

— La ley 16.986

El período 1958-1966 —es decir desde el fallo “Kot” hasta la sanción de la ley 16.986— fue cubierto por una inmensa
vertiente.de acciones de amparo, que paulatinamente moldearía sus aspectos fundamentales.

En el año 1966 se legisla expresamente al amparo mediante la ley 16.986, que como corolario de haber sido dictada por el
gobierno de facto, otorgó una interpretación restrictiva del contenido de este instituto apartándose de ciertos aspectos que la
jurisprudencia nacional había reconocido a la acción de amparo y cercenando así su aplicación en varios aspectos.

Dicha ley contaba con 20 artículos, pero podía advertirse ya desde su primer cláusula las limitaciones que esta ley imponía a la
acción de amparo en cuanto a su procedencia frente a los ataques de particulares. En forma textual, dicho artículo establecía
que “...la acción de amparo será admisible contra todo acto y omisión de autoridad pública que, en forma actual o inminente,
lesione, restrinja, altere o amenace con arbitrariedad o ilegalidad manifiesta, los derechos o garantías explícita o implícitamente
reconocidos por la Constitución Nacional, con excepción de la libertad individual tutelada por el habeas corpus…”

Tal como puede apreciarse, pese al gran paso realizado por el fallo “Kot”, la norma citada receptaba el amparo únicamente
contra actos de autoridad pública, aunque no obstante ello, el extremo más restrictivo estaba representado en el art. 2 de dicha
ley, que establecía que “...la acción de amparo no será admisible cuando: a) Existan recursos o remedios judiciales o
administrativos que permitan, obtener la protección del derecho o garantía constitucional de que se trate; b) El acto impugnado
emanara de un órgano del poder judicial o haya sido adoptado por expresa aplicación de la ley 16.970; c) La intervención
judicial comprometiera directa o indirectamente la regularidad4 continuidad y eficacia de la prestación de un servicio público, o
el desenvolvimiento de actividades esenciales del Estado; d) La determinación de la eventual invalidez del acto requiriese una
mayor amplitud de debate o de prueba o la declaración de inconstitucionalidad de leyes, decretos y ordenanzas; e) La demanda
no hubiese sido presentada dentro de los (15) días hábiles a partir de la fecha en que el acto fue ejecutado o debió
producirse...”.

Los puntos transcriptos hablan por sí mismos del poco tinte garantista otorgado al amparo por la ley 16.986, aunque luego
volveremos sobre estos aspectos en su confrontación con la redacción del nuevo art. 43 de la Carta Magna.

Sin perjuicio ello, no debe restarse importancia a esta ley en relación a la regulación legal que adquiría el amparo a nivel
nacional.

- La ley 7166

En lo que respecta al ámbito provincial, en el año 1965 se sanciona la ley 7166. La misma contaba con 27 artículos y pese a ser
un poco más extensa, poco enriqueció al instituto: -

En su artículo primero restringía también la acción de amparo frente actos privados, condicionando su procedencia en el
artículo segundo a la existencia de “...otros procedimientos ordinarios administrativos o judiciales, que permitan obtener el
mismo efecto...”, agregando en el artículo tercero que “… la acción que por esta ley se reglamenta no procederá: a) si el acto
impugnado emana de un órgano del Poder Judicial b) si se tratare de restricción a la libertad individual en que corresponda la
Interposición del recurso de habeas corpus, reglado en el Código de Procedimiento Penal…”

— La reforma constitucional del año 1994

La discusión en cuanto al real alcance de la acción de amparo ha quedado zanjada con la reforma constitucional del año 1994
donde se elevó a rango constitucional a la acción de amparo efectuándose profundas modificaciones a los límites impuestos por
la legislación anterior.
Mi el actual redacción del art 43 de la Constitución Nacional establece que: Toda persona puede interponer acción expedita y
rápida de amparo siempre que no exista otro remedio judicial más idóneo, contra todo acto u omisión de autoridades públicas
o de particulares que en forma actual o inminente lesione, restrinja, altere o amenace, con arbitrariedad o ilegalidad manifiesta,
derechos y garantías reconocidos por esta Constitución, un tratado o una ley. En el caso, el juez podrá declarar la
inconstitucionalidad de la norma en que se funde el acto u omisión lesiva.

Podrán interponer esta acción contra cualquier forma de discriminación y en lo relativo a los derechos que protegen al
ambiente a Ia competencia, al usuario y al consumidor, así como a los derechos de incidencia colectiva en general el afectado, el
defensor del pueblo y las instituciones que propendan a esos fines.

La primera reflexión que merece la disposición constitucional transcripta marca que el amparo es un instituto autónomo e
independiente de toda reglamentación para su ejecución, pero pasemos a desentrañar su contenido en la manera que este
fuera establecido.

Así, podemos advertir que la acción amparo:

a) Dada las condiciones para su procedencia, podrá ser interpuesta por “TODA PERSONA” es decir tanto personas físicas como
personas jurídica Sobre este punto se discute la posibilidad de la interposición de la acción de amparo a favor de terceros,
cuestión a la que entiendo debe otorgarse favorable acogida si se atiende a la naturaleza de los derechos que se pretenden
tutelar mediante su instrumentación.

b) Se trata de una ACCION EXPEDITA Y RAPIDA, por lo que no solo no encuentra obstáculos formales para su interposición sino
que además ha de propugnarse la celeridad en su trámite y resolución, acorde al derecho que se pretende tutelar.

c) Ha de proceder, siempre que no exista OTRO MEDIO JUDICIAL MAS IDONEO Esta cuestión, aún es objeto de discusión, en
torno a la posibilidad de poder interponer la acción de amparo independientemente de la existencia de otros remedios
(carácter principal o directo) o la necesidad de que no existan otros procedimientos judiciales o administrativos que otorguen
una protección eficaz al derecho presuntamente Vulnerado (carácter subsidiario o excepcional) Ahora bien, modestamente
entiendo que para poder otorgar entidad a ésta ultima postura se requiere un sistema normativo y judicial que garantice la real
y efectiva tutela de los derechos, en tanto que hasta esto no ocurra no podrá otorgarse un carácter excepcional al amparo
debiéndose admitir la vía de éste en forma directa, por más al menos, con el objeto de verificar la situación de hecho que se
pretende como vulnerante de un derecho fundamental. Por su parte, al haberse dejado de lado la exigencia que contenía la ley
16.986 en relación a la existencia de recursos o remedios judiciales o administrativos, la tendencia no puede ser otra que
admitir el carácter directo de la acción de amparo como un modo concreto del ejercicio del derecho a la jurisdicción. En cuanto
al tópico, y de una manera muy racional, Maria Angélica Gelli concluye que la admisibilidad de la acción de amparo no exige la
existencia ni agotamiento de las vías administrativas, en tanto que la existencia de remedios judiciales, en principio, si descarta
la acción siempre y cuando estos, no impliquen demoras o ineficacias que neutralicen la garantía.

d) Contra TODO ACTO U OMISIÓN DE AUTORIDADES PUBLICAS o DE PARTICULARES, quedando con ello claramente previsto la
posibilidad de la interposición de la acción contra actos provenientes de una autoridad pública como de un particular.

e) Es viable ante la ACTUALIDAD O INMINENCIA de la afectación del derecho, por lo que la acción procederá frente a un acto u
omisión ya realizada (amparo clásico) o también frente a la posibilidad de su concreción, entendiéndose como tal aquella qué
puede acaecer en cualquier momento.

1) El acto desencadenante debe consistir en una LESIÓN, una RESTRICCIÓN, una ALTERACIÓN o una AMENAZA al derecho
invocado. Por lesión debemos entender la provocación de un daño o perjuicio al derecho en cuestión y constituye la mayor
afectación de la garantía en juego. Por restricción debe reputarse la reducción o el cercenamiento del goce de un derecho. Por
alteración debe entenderse aquella situación que implica una modificación o un cambio en la naturaleza o sustancia del
derecho en juego en tanto que la amenaza enmarca la posibilidad de un daño futuro e inmediato.

g) La acción atacante debe manifestarse con ARBITRARIEDAD O ILEGALIDAD MAMFIESTA. El carácter ilegítimo señala que el acto
debe carecer de fundamento, es decir ser equivoco o irracional, o contrario a la ley Asimismo tales características deben ser
patentes, manifiestos, ausentes de incertidumbre en cuanto a su producción.

h) El derecho vulnerado debe estar reconocido por la Constitución Nacional, un tratado internacional o una ley, ampliándose el
marco de protección que preveía la ley 16.986. Por supuesto que esta interpretación se hace extensiva a los derechos
amparados por decretos y otras reglamentaciones.

Por ultimo merece hacer en una pequeña reflexión la situación que hoy día tiene la ley nacional 16,986 y la ley 7166 en cuanto a
su vigencia, debido a las contradicciones que estas encuentran al confrontarlas con el nuevo art. 43 de la Constitución Nacional.
Así las cosas, entiendo que ante la jerarquización constitucional del amparo solo nos queda un camino en la interpretación de
dichas normas, y no es otro que entender que las disposiciones contenidas por ellas en tanto revistan un contenido similar al
postulado constitucional, carecen de sentido, y en aquellos que resulten contradictorios al enunciado supralegal, deberán ser
tachados de inconstitucionalidad careciendo por ende de aplicación alguna.

El segundo párrafo del art. 43 propugna la figura del amparo colectivo, previendo su interposición en los casos de discriminación
medio ambiente desde los usuarios o el consumidor como así también los derechos de incidencia colectiva o intereses difusos
también llamados “derechos púbicos subjetivos”.

Podemos concluir que el derecho de acceso la jurisdicción es la base y motivo sustancial del amparo, por lo que es a la luz de
una amplia interpretación de aquel derecho que debe instrumentarse, sin que este requiera una legislación complementarla
por lo que su contenido y eficacia a de madurar a través de un correcto desarrollo jurisprudencial.

2) La acción de habeas corpus


Se trata de un instrumento legal, con claras características procesales (garantía formal) que tiene por objeto tutelar la libertad
personal, corporal, física o ambulatoria.

Tal como se habrá advertido, el bien jurídico protegido por la acción de habeas corpus es la libertad ambulatoria que permite a
las personas circular libremente; en otros términos, el derecho de locomoción, reconocido por el art. 14 de la Constitución
Nacional

Es claro entonces, que, esta libertad, basamento indispensable de las restante, dado que sin ella es imposible su ejercicio.
Respecto a su naturaleza, coincidimos con aquella parte de la doctrina que pregona que se trata de una acción, toda vez que su
ejercicio es una expresión del derecho a la Jurisdicción y no de un acto procesal dentro del marco de una causa en trámite.

2.1) Antecedentes

Originariamente, la acción de babeas Corpus tuvo como finalidad principal tutelar la libertad personal. la libertad ambulatoria y
de desplazamiento únicamente contra todo arresto o detención ilegal; luego, y tal como veremos, su aplicación fue adquiriendo
un marco mucho más amplio de actuación, llegando a cuestionar las condiciones de detención de un persona privada de su
libertad, pese a la legitimidad de la medida de encierro.

Así, encontramos un primer esbozo en el “Reglamento de la Junta Conservadora” del 22 de octubre de 1811 que rezaba que “El
Poder Ejecutivo no podrá tener arrestado a ningún individuo, en ningún caso, más que 48 horas, dentro de cuyo término deberá
remitirlo al juez competente, con lo que, se hubiese obrado. La infracción al artículo se considerará como un atentado contra
libertad de los ciudadanos y cualquiera en ese caso podrá elevar su queja a la Junta Conservadora...”.

Sin embargo, pese a una lenta evolución legislativa, finalmente adquirió una connotación mayor en la Constitución de 1949, en
la parte final del art. 29 donde se advertía que ‘. . .Todo habitante podrá interponer por sí o por intermedio de sus parientes y
amigos, recurso de habeas corpus ante la autoridad judicial competente, para que se investiguen la causa y el procedimiento de
cualquier restricción o amenaza a la libertad de su persona. El Tribunal hará comparecer al recurrente y, comprobada en forma
sumaría la violación, hará cesar de inmediato la restricción o amenaza...”.

Posteriormente, la Constitución de 1853 expresamente consagró el derecho a la libertad y a la protección de la libertad, a través
del preámbulo, al consignar la frase asegurar la libertad” como uno de los objetivos constitucionales y en el art. 18, (compendio
de garantías personales) al consagrar la protección de las personas contra detenciones ilegales.

Esta norma (18 de la C.N.), al prohibir los arrestos sin orden escrita de autoridad competente, es la que otorgó fundamento a la
reglamentación legislativa del babeas corpus materializada en el art. 20 de la ley 48 de 1863, el cual prescribía que “Cuando un
individuo se halle detenido o preso por una autoridad Nacional, o a disposición de una autoridad nacional, o so color de una
orden emitida por autoridad nacional, o cuando tina autoridad provincial haya puesto preso a un miembro del Congreso, o
cualquier otro individuo que obre en comisión del Gobierno nacional, La Corte Suprema o los jueces de sección podrán, a
instancia del preso o de sus parientes o amigos, investigar sobre el origen de la prisión, y en caso de que ésta haya sido
ordenada por autoridad o persona que no está facultada por ley mandarán poner al preso inmediatamente en libertad.

2.2) La ley 23.098

El ámbito de aplicación del habeas corpus adquiere mayor connotación al sancionarse la ley 23098 (conocida como ley De La
Rúa, sanc. 28/9/1984, promulgada 19/10/ 1984 y publicada en el boletín oficial 25/10/1984), mediante la cual además de
tutelar la 1egÍimidad de la restricción de la libertad va a proteger toda limitación o amenaza a la libertad ambulatoria o de
desplazamiento.

Esta ley cuenta con 29 artículos y entre otras cuestiones determina su ámbito de aplicación (art. 1), los órganos encargados de
aplicarla (art. 2), las condiciones de su procedencia (art. 3), quienes pueden interponerla (art 5) cual será el trámite de su
procedimiento (arts.8 y sgtes.) como así también los recursos que podrán interponerse a la decisión adoptada (art. 19 y sgtes) y
las reglas de su aplicación (arts. 25 y sgtes).

Entre dichas normas, resulta propicio detenernos en lo establecido por el art. 3 de la ley 23.098, dado que este marca las pautas
de operatividad del habeas corpus señalando que “...Corresponderá el procedimiento de habeas corpus cuando se denuncie un
acto u omisión de autoridad pública que implique: 1) Limitación o amenaza actual de la libertad ambulatoria sin orden escrita
de autoridad competente. 2) Agravación ilegítima de la forma y condiciones en que se cumple la privación de la libertad sin
perjuicio de las facultades propias del juez del proceso silo hubiere...”.

Este artículo de la ley 23.098, modificó en parte el régimen instaurado por la ley 16.986 de amparo, puesto que si bien el inciso
primero del artículo tercero de la ley23098 habilita la acción de habeas corpus contra toda limitación o amenaza actual de la
libertad ambulatoria coincidiendo con lo formado por el art. 1 de la ley 16.986, en su inciso segundo amplió su aplicación para
aquellos casos en que el derecho tutelado no es 1a libertad sino el derecho a un trato digno en prisión consagrado por el art. 18
in fine de la Constitución Nacional.

No resulta sobreabundante recordar entonces que la acción de amparo protege todos los derechos constitucionales, explícita o
implícitamente reconocidos en la constitución, un tratado o una ley, con excepción de la libertad ambulatoria y las condiciones
de la detención de una persona. Tal distinción ha motivado con razón a entender a la acción de habeas corpus como un subtipo
de amparo especializado.

En cuanto a la legitimación activa de la acción de habeas corpus, esta debe reputarse como “amplia”, circunstancia que es
señalada por el art. 5 de la ley 23.098 al prescribir que “...la denuncia de habeas corpus podrá ser interpuesta por la persona
que afirme encontrarse en las condiciones previstas por los arts. 3 y 4 o por cualquier otra en su favor...”.

2.3) Tipos de habéas Corpus


Encontramos los siguientes tipos de habeas corpus:

— Clásico o Reparador: Protege a la persona contra todo arresto o detención ilegal — Se da cuando ya se ha producido la
privación de la libertad y tiende a comprobar su legitimidad (autoridad competente)

La ilegalidad a comprobar es:

1) La legitimación o razonabilidad de la medida.

2) Que la orden no emana de autoridad pública o competente.

Se discutía acerca de si también procede contra actos de los particulares, aunque debemos tener en claro que debe
desestimarse ello (ej. si la detención proviene del director de una escuela), pues para esas situaciones existen disposiciones
jurídicas específicas, como la privación ilegítima de la libertad

— Preventivo: Receptado entonces por el art. 3 de la ley 23.098, es aquel que procede contra toda acción y omisión de
autoridad pública que constituya una amenaza actual a la libertad ambulatoria, sin orden de autoridad competente.

— Correctivo: Intenta corregir el agravamiento de las condiciones

El art. 18 establece que una serie de condiciones a cumplir para la detención de las personas en el ámbito carcelario de la
Nación, como así también la finalidad de la misma, al hacer referencia que esta será solo para seguridad y no para castigo.

El objetivo de éste es evitar el agravamiento de las Condiciones de detención, para que el detenido no sea sometido a un trato o
pena inhumano o degradante, son el punto debe tenerse presente que trata del principio de humanidad que consagra esta
disposición, y que se ve complementada por el art. 5 de la Convención Americana de Derechos Humanos, especialmente en el
inc. 2 al señalar que “toda persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad humana inherente al ser
humano”

Restringido: Procede contra todo acto u omisión de autoridad pública que sin privar dela libertad, genere un hostigamiento o
alteración de la misma. .Ej: hostigamiento policial, seguimiento, molestia, etc).

— Desaparición forzada de personas: Que tiene por objeto tutelar a las personas frente a una posible desaparición forzada de
su persona. Este tipo de babeas corpus habilita por lo tanto a interponer el habeas corpus a los efectos que la autoridad dé
cuenta de las personas desaparecidas.

2.4) Regulación Constitucional actual

La regulación constitucional de la acción de habeas corpus encuentra su fuente en la ley 23.098, comprendiendo no solo una
protección a la libertad, sino también el cumplimiento de las condiciones mínimas de la privación de la libertad de una persona,
agregando a diferencia de la citada ley, la posibilidad de su interposición en los casos de desaparición forzada de personas.

El art. 43 de la Constitución nacional sanciona que “...Cuando el derecho lesionado, restringido, alterado o amenazado fuera la
libertad física, o en caso de agravamiento ilegi timo en la forma o condiciones de detención, o en el de desaparición forzada de
personas, la acción de babeas corpus podrá ser interpuesta por el afectado o por cualquiera en su favor y el juez resolverá
inmediatamente aun durante la vigencia del estado de sitio

En términos generales, la manda constitucional:

a) Promueve el carácter jurídico de acción al habeas corpus.

b) Completa el habéas corpus, reparador, preventivo, restringido y el de desaparición forzada de personas.

c) Le otorga una legitimación activa amplia, toda vez que este puede ser interpuesto por el afectado o cualquiera en su favor.

d) Marca el carácter de “celeridad” con que debe resolverse su interposición.

3) La acción de habeas data

El concepto de ésta clase de “habeas”, proviene del latín que significa tomar, traer, exhibir, que debe complementarse con el
término “data” de datos.

Generalmente, se entiende que esta acción, tiene por objeto tutelar el derecho a la intimidad en relación a los datos que sobre
una persona hayan colectado registros o bancos de datos públicos o privados destinados a proveer una información de este
tipo.

No obstante ello, debemos tener presente que el derecho a la intimidad abarca mucho más que únicamente los datos de una
persona, elemento que deber ser sopesado en la interpretación de la acción.

El art 43 de la Constitución nacional contiene esta vía procesal qué algunos clasifican como “amparo informativo” o “amparo
informático”.

Esta norma prevé que “... toda persona podrá interponer esta acción para tomar conocimiento de los datos a ella referidos y de
su finalidad, que consten en registros o bancos de datos públicos, o los privados destinados a proveer informes, y en caso de
falsedad o discriminación, para exigir la supresión, rectificación, confidencialidad o actualización de aquellos. No podrá
afectarse el secreto de las fuentes de información periodística...
En cuanto al punto enseña Sagüés que “. . .El habeas data pretende dar una respuesta transaccional a los derechos
constitucionales de registrantes y registrados, y atiende a cuestiones de fondo (los derechos de cada uno de aquellos), y de
forma (el tipo de procedimiento para asegurar tales derechos). Con relación a lo primero, el babeas data tiene cinco fines
principales: a) acceder al registro de datos, actualizar los datos atrasados (v gr. si una persona que aparece como procesada, ha
sido sobreseída) e) corregir información inexacta; d) asegurar la “confidencialidad’ de cierta información legalmente colectada
pero que no debería trascender a terceros (por ej. Balances presentados por una corporación ante un organismo fiscal pero que
no tendrán que suministrarse a empresas rivales), y e) cancelar datos que hacen a la llamada información sensible (ideas
religiosas, políticas o gremiales, comportamiento sexual, etc.) potencialmente discriminatoria o que vulnera la privacidad del
registrado...” -

b) Las garantías sustanciales

Sabido es, que en un momento de la evolución de la sociedad, se otorga al Estado el monopolio del legítimo uso de la fuerza:
con el solo objeto de posibilitar la convivencia pacífica de las personas, característica propia de una sociedad jurídicamente
organizada que se desarrolla dentro de un Estado de Derecho.

Esta última característica demuestra como el propio estado es el medio más poderoso de control social cuyo ejercicio ilimitado
puede poner en riesgo precisamente la vigencia de ese orden jurídico, De ahí es que con ese entendimiento se declaran una
serie de derechos y garantías que intentan proteger al individuo de la utilización arbitraria del poder del Estado, los cuales
reciben el nombre de principios constitucionales, dado que emanan de la Ley Suprema o Constitución Nacional, como así
también de los tratados internacionales incorporados por el art. 75 inc. 22 de ese cuerpo legal y que les otorga idéntica
jerarquía.

Así, el art. 18 de la Constitución Nacional constituye una de las máximas garantías frente al abuso de poder, que desde el punto
de vista de los derechos humanos representa seguridades y límites que tutelan la dignidad del hombre como tal. Es así que
entonces, la norma contiene una serie de garantías procesales que imponen un límite a la actividad represiva del Estado.

Estas garantías, tal como lo hemos venido desarrollando, encuentran basamento en el derecho a la jurisdicción, es decir en el
derecho a peticionar ante las autoridades el respeto y real goce de los derechos, y a obtener conforme a ello, una respuesta
adecuada al reclamo efectuado, con la efectividad necesaria y en el tiempo más breve posible.

El art. 18 proviene de la Constitución Nacional de 1853/60, habiendo adquirido las garantías por este contenidas un notable
desarrollo jurisprudencia] y doctrinario, extendiéndose así no solo al proceso penal, sino a todo tipo de proceso.

En términos generales, y en forma conjunta a la doctrina mayoritaria podemos hablar de un tipo de “garantías genéricas” y un
tipo de “garantías específicas dentro del proceso penal’.

1) Garantías genéricas:

Entre estas es común encontrar a:

1 .1) La garantía del juez natural

El art. 18 expresa que “...Ningún habitante de la Nación puede ser... juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces
designados por la ley antes del hecho de la causa. Esta garantía importa que la persona debe ser juzgado por un órgano judicial
establecido por la ley y que revista la característica de permanencia, dotado de la competencia y jurisdicción necesaria con
anterioridad al hecho que motiva al juzgamiento. Por su parte, esta garantía tiene por objeto asegurar la máxima imparcialidad
en el juzgamiento, evitando que el tribunal sea creado o elegido por una autoridad. Su correcta interpretación implica: a) La
imposibilidad de crear comisiones especiales. b) La imposibilidad de juzgamiento por parte de Tribunales creados con
posterioridad al hecho objeto del proceso. c) Indica además, que es competente para juzgar el juez designado por la ley,
competente al momento de la comisión del hecho, limitando así la aplicación retroactiva del cambio de competencia de los
jueces, aunque estos formen parte de un órgano permanente pero que no tenían atribuciones para juzgar el hecho al momento
de que este sucediera.

1.2) La Inviolabilidad de la Defensa en Juicio

El art, 18 de la Constitución Nacional establece que “... Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos Este
derecho comprende la posibilidad de intervenir en el proceso y de llevar a cabo todas las actividades necesarias para poner en
evidencia la falta de fundamento de la pretensión estatal, es decir, que asegura que la persona pueda no solo participar en el
proceso sino también hacer lo que crea necesario para el correcto ejercicio de su defensa.

Así, habrá de posibilitarse a la persona la facultad de ser oído, de controlar la prueba de cargo que puede utilizarse en la
sentencia, de probar los hechos que hagan a su versión de lo acontecido y de valorar la prueba producida, exponiendo las
razones de hecho de derecho que considere oportunas. La noción del derecho a ser oído adquiere: particular importancia, toda
vez que este importa la posibilidad de expresarse libremente sobre cada uno de los extremos que forman parte del proceso,
como así también la de agregar todo lo que considere necesario para desvirtuar la imputación en su contra Por su parte y en lo
que respecta a su aplicación, tal derecho no podrá hacerse efectivo sino que existe una clara, precisa y circunstanciada
descripción de los puntos que forman parte de la acusación con una clara mención de las circunstancias de tiempo modo y lugar
que evite todo tipo de imprecisión o vaguedad dado que como es sabido nadie puede defenderse de lo que no conoce y la falta
de un conocimiento acabado de cada extremo de la acusación impide el correcto ejercicio del derecho de defensa.

2) Garantías especificas del proceso penal

2 .1) Juicio previo


El art 18 de la Constitución Nacional comienza diciendo Nadie puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al
hecho del proceso” En principio esta garantía exige la existencia de una sentencia judicial de condena firme para poder aplicar
una pena a una persona, dado que aquella, constituye el único acto jurisdiccional que avasalla el estado de inocencia que goza
todo imputado de un delito.

Como nos enseña Julio B.J. Mater, en este caso, juicio y sentencia son sinónimos, toda vez que la sentencia de condena es el
juicio del tribunal que, al declarar la culpabilidad del imputado determina la aplicación de la pena.

La imposición de una pena es una tarea que corresponde al Poder Judicial dado que conforme al sistema republicano de
gobierno que adopta nuestro país, está vedado tanto al poder ejecutivo como al legislativo la facultad de llevar a cabo esa
tarea. Otra exigencia que importa la garantía es que la sentencia debe ser fundada para ser válida, lo que también se relaciona
con la inviolabilidad de la defensa en juicio. En ese sentido se entiende por fundar o motivar no solo la expresión de las
circunstancias de hecho verificadas y las reglas jurídicas aplicables, sino también la exposición de las razones de hecho y de
derecho que justifican la decisión, es decir el porqué de las conclusiones que el tribunal afirma para la solución del caso.
Concretamente, podemos afirmar entonces que conforme a ésta garantías para la imposición legítima de una pena, se requiere
el dictado de una sentencia condenatoria dictada por un órgano judicial (competente) y que además esta adquiera el carácter
de firme. No obstante ello, no debe pasarse por alto que esta garantía no culmina con el cumplimiento de tales exigencias, sino
que requiere que esa sentencia, sea consecuencia de un proceso “legal” previo (nulla poena. sine processu). Esta última
prerrogativa, que emana del mismo enunciado constitucional y que se conoce con el nombre de “debido proceso”, requiere la
sustanciación de un procedimiento previo a la sentencia, dado que como señala el citado autor, la reacción penal no es
inmediata a la comisión de un delito, sino mediata, es decir luego de un procedimiento regulado por la ley. Por lo tanto el
procedimiento que exige la C.N. no es cualquier procedimiento, sino por el contrario debe tratarse de un procedimiento
jurídico, es decir reglado por la ley, que defina los actos que lo componen y el orden en que estos deben llevarse a cabo.
(Código Procesal Penal) y que además respete las garantías individuales.

2.2) Principio de inocencia

Como lo afirmáramos anteriormente, la ley fundamental Impide que se trate como si fuera culpable a toda persona a quien se
le atribuye un hecho punible hasta tanto un órgano judicial competente pronuncie una sentencia penal condenatoria que lo
declare culpable y adquiera el carácter de firme (ello así, cualquiera sea el grado de verosimilitud de la imputación). Esto
significa entonces que el imputado deber recibir él trato de inocente durante la sustanciación del proceso mientras no sea
declarado culpable por sentencia firme, es decir aun, cuando respecto .a ellos se haya iniciado una causa penal.

Como señaláramos anteriormente, la sentencia es el único instrumento legal con capacidad de desvirtuar ese estado de
inocencia y por lo tanto ninguna consecuencia penal puede imponérsele al imputado a ese momento. Debe quedar claro que el
principio no afirma que el imputado sea en verdad inocente, sino que legalmente no puede a ser considerado culpable.

2.3) in dubio pro reo

Este principio es una repercusión de la presunción de inocencia que goza el imputado y exige que la sentencia condenatoria (y
por ende la aplicación de pena) sólo puede ser fundada en la certeza del tribunal de la existencia de un hecho punible atribuible
al imputado Conforme a este principio, la duda o la falta de certeza tanto de los elementos que conforman la imputación como
lo atinente a la aplicación de una ley, debe propiciar una interpretación favorable a la situación del imputado ya sea al momento
del dictado de una sentencia, como así también en una decisión definitiva equiparable a ella. La falta de esa certeza imposibilita
al Estado de destruir la situación de inocencia del imputado, lo cual conduce innegablemente a su absolución.

2.4.1 Ne bis in idem

Nuestra Constitución nacional no preveía expresamente esta garantía, aunque se la entendía inmersa dentro de los derechos no
enumerados que consagra el art. 33 de la Carta Magna. El significado de ésta garantía es incorporado a nuestro ordenamiento a
través de la reforma constitucional efectuada en el año 1994, por la que se incorporan con jerarquía constitucional los pactos
internacionales (art. 75 inc. 22 de la C.N.). Cabe así destacar lo preceptuado por el art. 14 inc. 7 del Pacto Internacional de los
Derechos Civiles y Políticos en tanto señala que “... Nadie podrá ser juzgado ni sancionado por un delito por el cual haya sido ya
condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo con la ley y el procedimiento penal de cada país De un manera un
poco más restrictiva advierte el art. 8 inc. 4 de la Convención Americana de Derechos Humanos que el inculpado absuelto por
una sentencia firma no podrá ser sometido a nuevo juicio por los mismos hechos...” La idea de ésta garantía, es impedir que el
Estado haga repetidos intentos para condenar a un individuo por un supuesto delito, sometiéndolo así a molestias, gastos o
sufrimientos, más la inseguridad jurídica que ello provoca. Sin perjuicio de ello, la garantía requiere para su operatividad que
exista identidad en el sujeto como así también en el hecho objeto de imputación, independientemente de la valoración jurídica
que se otorgue al mismo.

CAPITULO VII

LIMITACIONES Y RESTRICCIONES A LOS DERECHOS HUMANOS. SU VIABILIDAD

1. LIMITACIONES Y RESTRICCIONES A LOS DERECHOS SUBJETIVOS

Es claro que los derechos pertenecen a cada una de las personas que forman parte de una sociedad, y que la naturaleza de su
titularidad impone una limitación o restricción en su ejercicio dado que de lo contrario podrían conculcarse los propios
derechos de las demás personas que forman parte de esa comunidad.

En esta inteligencia, es claro entonces que no puede concebirse la existencia de derechos absolutos, toda vez que el ejercicio
ilimitado o irracional de un derecho, avasalla sin dudas los derechos de otros, situación esta que no se condice con el sentido de
un estado de derecho, en el que el objetivo común es posibilitar la convivencia armónica y pacífica de sus miembros. Conforme
a ello, una primera aproximación al tema nos señala que no existen derechos absolutos sino relativos. En efecto, es posible
sostener, que es propio de la naturaleza de los derechos, su limitación o restricción, y ello así, con el propósito mismo de evitar
el uso de la fuerza y limitar las posibilidades de conflictos entre los miembros de una sociedad jurídicamente organizada.

En ese orden de ideas, señalaba el art. 1° de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que “...La libertad
consiste en poder hacer todo lo que no daña al otro. Así, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene más
límites que aquellos que aseguran a los demás miembros de la sociedad el goce de los mismos derechos. Estos límites no
pueden ser determinados sino por la ley...”.

Ahora bien, tal como puede advertirse del enunciarlo transcripto, sólo la ley es la única fuente de restricción de los derechos y
este no es otro que el sentido recogido por el art. 14 de la Constitución Nacional al establecer que Todos los habitantes de la
Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio...”.

En este sentido, y tal como surge del texto expreso de las normas citadas. sólo es una ley en sentido formal la que puede ser
fuente de restricción de los derechos, es decir una ley emanada del Congreso Nacional, toda vez que se trata de una tarea
encargada & poder legislativo.

En el mismo orden de ideas se manifiesta el art. 17 de la Constitución Nacional, al advertir que “...La propiedad es inviolable, y
ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiación por causa
de utilidad pública debe ser calificada por ley... Solo el Congreso impone las contribuciones que se expresa en el art. 4. Ningún
servicio personal es exigible, sino en virtud de ley o sentencia fundada en ley. Todo autor o inventor es propietario exclusivo de
su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley.

También lo hace el art. 18 del mismo cuerpo legal a prever que “...ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio
previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados
por la ley antes del hecho de la causa...”, agregando el art. 20 que “...los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos
los derechos civiles del ciudadano… conforme a las leyes...”.

Queda claro así, que sólo una ley, emanada del Congreso Nacional, es la que puede restringir o limitar el ejercicio de un
derecho. Enseña María Angélica Gellí1 que “...múltiples razones fundamentan y legitiman la necesidad de reglamentar el
ejercicio de los derechos constitucionales. Esa atribución estatal —en situaciones ordinarias y corrientes— se requiere para
armonizar la utilización de diferentes derechos por distintas personas; para evitar que la práctica de un derecho por una
persona impida a otras emplear la misma facultad; para establecer las condiciones de ejercicio, es decir para hacerlos
operativos estableciendo las obligaciones de terceros que posibiliten el ejercicio de los derechos; en fin, imponen límites al
obrar humano para facilitar la convivencia social y el bienestar general y para que la libertad constituya un patrimonio común,
La realización de otros valores como la justicia, la seguridad, la igualdad, la moral pública —presentes como -objetivos en el
preámbulo yen el articulado de la Constitución Nacional— exigen, también, la reglamentación de los derechos..,”.

Sentado ello, corresponde también señalar que en el ámbito internacional también existen cláusulas que hacen referencia a la
inexistencia de derechos absolutos, siendo oportuno detenernos en lo prescripto por el art. 29 inc. 2 de la Declaración Universal
de Derechos Humanos, toda vez que el mismo, garantiza que «. . .en el ejercicio de sus derechos y en disfrute de sus libertades,
toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y
el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer. las justas exigencias de la moral, del orden público y del
bienestar general en una sociedad democrática como asi también en lo establecido por el art. 32 inc. 2 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos que sanciona que “...los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los
demás, por la seguridad de todos y por la justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática.

2. PRINCIPIOS

a) Principio de legalidad

Coadyuva a lo expuesto el mentado principio de legalidad, el cual partiendo de la base estatuida por el art. 14 de la Constitución
Nacional se complementa por la segunda parte del art. 19 del mismo cuerpo legal, que precisamente establece que.”.. Ningún
habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe…”

Es claro el sentido que muestra también esta norma, al reputas que sólo una ley, tendrá legitimación para la reglamentación de
un derecho, encontrando así el accionar humano como parámetro de organización de su conducta, el texto expreso de la norma
y no la propia voluntad de los gobernantes. Tal circunstancia no merece menor reparo, toda vez ello constituye por su esencia
un eslabón infranqueable de la Seguridad Jurídica.

Por su parte, en el fuero penal, este principio se encuentra inmerso en la cláusula establecida por el art. 18 de la Constitución
Nacional que como ya advirtiéramos, garantiza que ‘ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado
en ley anterior al hecho del proceso...”. En ese ámbito, el principio de legalidad adquiere una particular relevancia, sobre todo si
tiene en cuenta la gravedad de la sanción en función de la pena.

En cuanto a éste último punto, una referencia similar efectúa el art. 9 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos al
establecer que “...Nadie puede ser condenado por acciones u omisiones que en el momento de cometerse no fueran delictivos
según el derecho aplicable.

b) Principios de privacidad y razonabilidad

Ahora bien, en tanto que los derechos no pueden ser ejercidos en forma ilimitada, tampoco su limitación o reglamentación
podrá ser realizada de la misma manera. En virtud a ello, dos son los principios que imponen límites al poder reglamentador: El
principio de privacidad contenido en la primer parte del art. 19 de la Constitución Nacional, que resguarda un ámbito de
decisión personal que no permite la injerencia Estatal, y el principio de razonabilidad que surge del art. 28 del mismo cuerpo de
normas fundamentales, que impide que los derechos sean alterados en su esencia por la labor reglamentaria.

1) Principio de privacidad

El contenido del principio de privacidad resulta claramente conceptualizado por el art. 19 de la Constitución Nacional al
disponer que “...Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni
perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Claramente puede
advertirse como la manda constitucional resguarda un ámbito personal propio y ajeno a toda intromisión del Estado, una esfera
en la que el individuo puede desarrollarse libremente siempre y cuando no invada los límites impuestos por la misma norma.
Este principio resulta de vital importancia dado que permite elaborar un sistema en que se otorgue prioridad a la libertad y a la
autonomía de la persona, funcionando ello como una valla a las atribuciones estatales en su labor de limitación de derechos.

2) Principio de razonabilidad

Por su parte, el principio de razonabilidad agrega otra exigencia, en el sentido que no basta con que se respete el principio de
legalidad en la limitación de los derechos, sino que es necesario también, que tal regulación sea llevada a cabo en forma justa y
racional.

Conforme a este principio entonces, las limitaciones a los derechos deben ser razonables. El punto, en cuestión será entonces
determinar cuándo una norma es justa y razonable, y cuando en cambio no lo es.

En este sentido no debe obviarse la posibilidad de culminar en un ámbito de arbitrariedad si atendemos al contenido variable
de tales conceptos para definirlo que es ‘justo” o “racional”.

Suele decirse que algo justo es aquello acorde a derecho. Sobre el punto, nos enseña Manuel Ossorio que este sentido no es
muy exacto, porque no siempre la justicia y el derecho son coincidentes, ya que puede haber derechos injustos. La institución
de la esclavitud se basaba en un derecho, pero representaba una injusticia. La propiedad como derecho absoluto, incluso para
destruirla, se basa en un derecho, pero evidentemente representa otra injusticia. Modernamente se trata de corregir muchos
derechos por considerarlos antisociales, antinaturales y antieconómicos. De ahí que se vaya abriendo paso, cada vez con mayor
amplitud, la teoría del abuso del derecho.

La elaboración jurisprudencial para la interpretación de este principio, ha partido siempre de lo preceptuado por el art. 28 de la
Constitución Nacional que sanciona que “...Los principios garantías y derechos reconocidos en los anteriores artículos, no poder
ser alterados por las leyes que reglamenta su ejercicio.” -

En la norma constitucional transcripta, el término “alterar” hace referencia al acto de modificar la naturaleza propia del derecho
que se pretende regular, en el sentido de evitar que el mismo pueda verse tergiversado por una norma de inferior jerarquía
Concretamente, lo que se trata de impedir, es que no se vea alterada “la esencia” misma del derecho, tornando así a la norma
que lo regula en irrazonable

Sobre el punto debemos atender a la finalidad misma de la necesidad de limitación de los derechos Hemos dicho que esta
radica en el objeto de posibilitar la convivencia armónica y pacífica de los miembros de una sociedad jurídicamente organizada,
por lo tanto, consecuencia lógica de este principio es que la reglamentación no podrá exceder aquel objetivo. En virtud a ello
debemos partir de la base de que toda restricción o limitación de un derecho, no podrá ir más -ella de la necesidad de evitar la
desorganización del sistema d coexistencia social pacífico.

María Angélica Gelli entiende que aunque el art. 28 de la Constitución Nacional no contiene la expresión, la doctrina y la
jurisprudencia han elaborado el principio de razonabilidad como un intento de delimitación entre la reglamentación legítima, de
la que altera los derechos y garantías, tarea compleja y nada sencilla. No obstante, es posible afinar las pautas o criterios de
razonabilidad para delinear un principio interpretativo que alcance los controles y resguarde los derechos. El principio
interpretativo de razonabilidad de todos modos, emana de una norma operativa por lo que resulta ineludible de aplicar por
todos los órganos de poder en el estado de derecho, entendido este, precisamente como! estado de razón. En efecto, si lo
razonable es lo opuesto a lo árbitro, es decir contrario a lo carente de sustento —o que deriva de la voluntad de quien produce
el acto— una ley, reglamento o sentencia son razonables cuando están motivados en los hechos y circunstancias que los
impulsaron y fundados en el derecho vigente.

3. LÍMITES AL PODER DE REGLAMENTACIÓN ESTATAL

—Principio de legalidad (Arts. 14y 19 “in fine” de la C.N.)

— Principio de reserva (Art. 19 de la C.N.)

— Principio de razonabilidad (Art. 28 de la C.N.)

Ahora bien, debemos tener en claro que, la tarea legislativa de reglamentar derechos se complementa con la de verificar si tales
limitaciones son legítimas, actividad que se conoce como control de constitucionalidad. Sin embargo, es oportuno dejar sentado
que la Corte Suprema no tiene atribuciones para analizar la conveniencia, oportunidad o eficacia de las normas, dado que ésta
es una tarea propia de los poderes políticos.

Sobre el punto la Corte tuvo oportunidad de expedirse en el caso “Inchauspe Hnos. c/ Junta Nacional de Carnes” “en donde
señaló que “. - el análisis de la eficacia de los medios arbitrados para alcanzar los fines propuestos, la cuestión de saber si
debieron elegirse esos u otros procedimientos, son ajenos a la jurisdicción y competencia de la Corte Suprema, a la que sólo
incumbe pronunciarse acerca de la razonabilidad de1os medios elegidos por el Congreso; es decir que sólo debe examinar si son
o no proporcionales a los fines que el legislador propuso conseguir, y, en consecuencia, si es o no admisible la restricción de los
derechos afectados . -
4. LAS LIMITACIONES DE LOS DERECHOS. EL PODER DE POLICÍA

La limitación de los derechos en pos de la coexistencia social es diaria y permanente. Tal restricción, como hemos dicho
anteriormente, encomendada al Poder Legislativo, efectuada en forma normal, constante y permanente, es la que se denomina
Poder de Policía.

La doctrina en general, se ha referido al Poder de Policía como la potestad que tiene el poder legislativo de regular la amplitud y
limites de los derechos individuales expresamente consagrados o implícitamente reconocidos en la Constitución Nacional.

Distinta ha de ser la noción común de policía, a la que se menciona para hacer referencia a la actividad que desarrolla él poder
público con el objeto de asegurar la seguridad, la salubridad y la moral de las personas, mediante la ejecución de las normas
vigentes.

Ahora bien, existen circunstancias en las que los Estados se ven afectados por circunstancias de emergencia, en las que
precisamente por ser tales, resultan de excepción Asimismo, estas pueden obedecer a distintos orígenes, como un conflicto
bélico, un conflicto social, una crisis económica, etc.

En este marco entonces, con el objeto de lograr las exigencias de un bien común y posibilitar el desarrollo de la coexistencia
social de la forma más armónica posible, es que se reconoce la posibilidad al Estado de cercenar o restringir de una maneras
más enérgica y concreta el ejercicio de los derechos e incluso suspenderlos durante el periodo que dure la emergencia.

Tal emergencia responderá ineludiblemente a determinadas condiciones: - -

a) Que resulte ocasional o momentánea, es decir, que no puede extenderse en el tiempo. Ello obliga a que toda norma que
declare la emergencia debe necesariamente indicar sus causas y probable duración.

b) Definición de su naturaleza, toda vez que en función de ella habrán de condicionarse y establecerse qué libertades y
derechos resultar temporariamente restringidos, A modo de ejemplo, si la emergencia es de índole político-social, resultará
afectado el derecho de reunión y libre tránsito.

e) Que sea declarada por el Órgano Legislativo, ya que supone la suspensión o restricción de derechos

5. EL ESTADO DE SITIO

La Constitución formal reconoce un solo instituto de emergencia: el estado de sitio (art. 23 C.N.). Si bien prevé otra situación de
emergencia que es la guerra, esta constituye una hipótesis que autoriza la declaración del estado de sitio.

El estado de sitio es un instituto de emergencia creado por la Constitución Nacional a fin de permitir a las autoridades
constituidas el cabal cumplimiento de sus deberes, dentro de los mandatos amplios y genéricos del Preámbulo: “consolidar la
paz interior y proveer a la defensa común”.

Su declaración es procedente ante la verificación de dos causales expresamente previstas: a) conmoción interior y b) ataque
exterior. La primera de ellas ha de apreciarse ante todo desorden o emergencia doméstica que traiga aparejado un daño real o
un peligro cierto e inminente a las instituciones de la República.6 Advierte Ekmekdjian que no cualquier desorden o conmoción
justifica la declaración del estado de sitio, sino que es necesario que tenga aptitud para generar ese peligro potencial o real de
daño. Como toda situación de excepción, no puede mantenerse en el tiempo, es decir, más allá de lo que perdure el estado de
emergencia. El supuesto de ataque exterior, importa la verificación de un conflicto bélico de tinte internacional. Sobre el punto,
Ekmekdjian postula que la télesis de la norma está dirigida a la autodefensa de la República contra cualquier tipo de acción que
implique un acto de guerra.

Las situaciones de emergencia hallan sustento en la Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa
Rica). Así, el art. 27, inc. 1 reza “En caso de guerra, peligro público o de otra emergencia que amenace la independencia o
seguridad del Estado parte éste podrá adoptar disposiciones que, en la medida y por el tiempo estrictamente limitados a las
exigencias de la situación, que suspendan las obligaciones contraídas en virtud de esta Convención”. Empero y más allá de las
limitaciones que reconoce para supuestos de excepción, establece que no puede suspenderse el derecho al reconocimiento de
la personalidad jurídica, el derecho a la vida, a la integridad personal, el principio de legalidad y retroactividad, la libertad de
conciencia y de religión, la protección de la familia, el derecho al nombre, los derechos politicos ni las garantías judiciales
básicas (art. 27 inc. 2).

Las expresas situaciones de emergencia que la Constitución reconoce impide el sometimiento de los habitantes civiles a la ley
jurisdicción militar, esto es, la aplicación de la ley marcial. También de cualquier otra disposición material dictada a esos efectos,
que exceda los alcances constitucionales.

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