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Reflexiones
en torno al niño y
a la familia adoptante
Resumen
* Periodista. Directora del programa Últimas preguntas. Autora del libro Adopción. Al encuentro de
la vida.
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consigo mismo. La vida de nuestros hijos comenzó escrita sobre renglones torcidos.
Cuando les adoptamos, esos niños valientes avanzaron con paso firme hacia lo des-
conocido. Ahora solo queda seguir completando la historia…
Palabras clave: Adopción, Amor, Familia, Derecho a tener unos padres, Identidad,
Origen, Vínculos, Pérdidas.
Abstract
Adoption is a love story about the encounter between a parent and a child who,
together, start a new family story. There are different ways to reach this encoun-
ter. In the following pages we will discover some of them. In these pages we will
analyze the historical and legal mark related to adoptions, as well as some pro-
posals which we consider necessary to help the new family members during the
journey to get closer to happiness. On this journey we will find some problems
which we need to get through them in steadily and secure way. Many of them
are in the same back that carries our son on his shoulders: abandonment, home-
lessness, some of the children lived part of their life in an orphanage, traumatic
experiences, abuses or negligence. Is a fundamental parent’s task, but also from the
rest of the community, to make become lighter that heavy luggage and provide
tools to help them to discover their origins and allow finding themselves. The life
of our children were written in crooked lines. When we adopt them, these brave
children moved steadily in direction to the unknown. Now it is just necessary to
complete the story…
Key words: Adoption, Love, Family, Right to have parents, Identity, Origin, Links,
Losses.
Fijémonos, en primer lugar, en los niños. Según los datos estadísticos reco-
gidos en el Observatorio de la Infancia, correspondientes al año 2009, en España,
38.397 menores se encontraban bajo alguna medida de protección. De ellos, unos
15.000 en acogimiento residencial, esto es, viviendo en centros, pisos tutelados,
hogares funcionales, minirresidencias, etc. El resto estaban en acogimiento familiar,
es decir, viven con una familia que les acoge, vela por ellos, les procura alimento,
educación, formación, etc., en definitiva, los niños están plenamente integrados en
la vida de la familia. Estos datos también reflejan que unos 800 menores fueron
adoptados, a los que hay que añadir los más de 3000 niños procedentes de otros
países adoptados por familias españolas.
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quienes abandonan a sus hijos y otros los entregan a alguna institución al consi-
derar que no pueden criarlos y educarlos. En este último caso creo que es justo
reconocer y agradecer el valor, la generosidad y, sobre todo, el amor de aquellas
madres que, a pesar de las enormes dificultades económicas, sociales o familiares
que sufren, deciden llevar a término su embarazo aun sabiendo que no podrán
cuidar, criar ni educar a sus hijos.
Por otra parte, los motivos por los que muchas parejas o personas sol-
teras optamos por el camino de la adopción son múltiples: por la imposibilidad
de tener hijos biológicos debido a problemas de infertilidad; por el riesgo para
la salud de la mujer en caso de quedarse embarazada o riesgo para el bebé de
padecer una enfermedad hereditaria; porque por la edad de la madre no sea
aconsejable el embarazo; por el deseo de formar o ampliar la familia por este
medio; por querer dar un sentido a la propia vida; por querer dar un hogar a un
niño sin familia, en algunos casos a niños mayores o adolescentes o con alguna
enfermedad o discapacidad; para formar una familia intercultural; por el deseo de
ser útil para los demás, etc. Esto demuestra que la adopción no solo es el camino
para ser padres cuando ha habido que descartar la vía biológica y la intervención
científico-técnica, sino que para muchas personas es un proyecto de vida inde-
pendientemente de la posibilidad de tener hijos biológicos. ¿Por qué? Pues, como
decía anteriormente, por la misma razón que la mayoría de los padres tienen a
sus hijos, por amor.
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cial, que no aportan a los niños la estabilidad y seguridad que todas las personas
necesitamos. Para resolver esta situación tan injusta, creo que, una vez declarada
la situación de desamparo, la reinserción del menor en su propia familia no puede
ser un objetivo absoluto a costa de cualquier cosa. Del mismo modo, es indispen-
sable que se agilicen al máximo las resoluciones judiciales y administrativas y sean
resueltas en el menor tiempo posible para que el niño, cuanto antes, se integre en
una familia. E, insisto, durante ese tiempo, la opción debe ser siempre una familia
de acogida, nunca (salvo en circunstancias totalmente excepcionales) una institu-
ción. Pero, claro, para que esto sea posible, es imprescindible que aumente consi-
derablemente el número de familias que se ofrezcan para acoger a un niño en su
hogar.
Pero, como apuntaba anteriormente, los padres que decidimos serlo por la
adopción sabemos que nuestro hijo llegará con una mochila, la de su pasado, en
la que, entre otras cosas, traerá experiencias difíciles, a veces traumáticas, que habrán
dejado en él una huella que hay que reparar. El psicólogo Cristian de Renzi señala
que “la adopción es una historia de vínculos que se rompen. Vínculos que intentan
mantenerse. Vínculos que se construyen. Los que se rompen deben ser elaborados,
los que se construyen, acompañados”1. En el caso de la adopción, al igual que en el
embarazo, este vínculo afectivo comienza a surgir, por lo general, en el momento en
el que somos conscientes de que nuestro deseo de maternidad o paternidad se va
a hacer realidad. El vínculo se va fortaleciendo durante el tiempo de la espera hasta
que se produce el encuentro entre padres e hijos. Este tiempo, que normalmente es
demasiado largo, los padres lo vivimos como una montaña rusa de emociones que
pueden ir desde la euforia al recibir una buena noticia, por pequeña que pueda ser,
hasta la desesperanza por llegar a pensar que nunca vamos a ver realizado nuestro
deseo. Pero es un tiempo que, además de con mucha paciencia, debe vivirse, sobre
todo, con ilusión, y aprovecharlo, por ejemplo, para adquirir información y formación
sobre muchas cuestiones que después nos vamos a encontrar.
1. GIBERTI, E.; BLUMERG, S.; DE RENZI, C.; GELMAN, B., y LIPSKI, G. Adoptar hoy, Madrid: Editorial
Paidós, 1997.
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Como hemos apuntado antes, los niños que han sido adoptados llegan con
una mochila cargada de su pasado. A unos les pesa más y a otros, menos, pero
pesa. Pesa el desamparo, la posterior institucionalización y quizá otras experiencias
traumáticas que ha podido vivir, como malos tratos, abusos o negligencias en su
atención. Todo esto influye en su personalidad, en su forma de percibir la realidad,
en su comportamiento, en su desarrollo y, desde luego, en la convivencia familiar.
Insisto en que no se trata de que el calificativo adoptivo determine la vida de los
padres y del niño; al contrario, es solo una circunstancia de la vida, pero hay que
tenerla presente.
En torno a los cinco o siete años empieza a darse cuenta del significado de
la adopción y de la pérdida asociada a la misma. El niño que ha sido abandona-
do o que, por diferentes razones, no ha podido seguir viviendo con su familia de
origen tiene que elaborar un duelo por las pérdidas que ha sufrido, la de su fami-
lia biológica, pero también la separación del entorno en el que ha crecido hasta
su adopción (institución, familia de acogida, etc.). Este proceso volverá a aparecer
en diferentes etapas de la vida. Muchas personas adultas que fueron adoptadas
hace bastantes años reconocen que el sentimiento de pérdida les acompaña des-
de muy pequeños y no saben por qué, incluso a veces se preguntan qué hicieron
mal o por qué les sucedió a ellos. Debemos tener presente que determinadas
experiencias a lo largo de su vida que impliquen nuevas pérdidas reactivarán los
sentimientos dolorosos.
Los niños no pueden comprender por qué no pudieron seguir con su fami-
lia biológica o, cuando son algo mayores, se preguntan cómo hubiera sido su vida
con ella. Algunos se sienten rechazados por su familia de origen, otros tienden a
culpabilizarse de esta situación o se tienen por “niños malos” y, en consecuencia,
buscan inconscientemente confirmar esa expectativa y no se consideran dignos
de ser queridos por otras personas.
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Las personas que han sido adoptadas reconocen, también, que a muchos
les abruma un sentimiento de agradecimiento hacia sus padres adoptantes, mu-
chas veces reforzado por la sociedad, ya que ven la adopción como una salvación,
“como algo que en teoría no hubiese sido derecho nuestro y como que les de-
bes todo a consecuencia de ello. Así vemos perjudicada nuestra autoestima, nues-
tro derecho a saber y nuestro derecho desde siempre a tener una familia”4.
4. BADIA, M.ª A. Diario de Sesiones del Senado. Año 2009. Comisiones. Núm. 193. Comisión especial
de estudios de la problemática de la adopción nacional y otros temas afines. 21 de septiembre de
2009.
Por todo ello, es muy importante identificar las señales que indican que el
niño, el adolescente, el joven está sufriendo. Tengamos en cuenta que cada uno
expresa el dolor de forma diferente. Los padres debemos respetar su estado
emocional, tenemos que ayudarle a exteriorizar lo que siente, sus recuerdos, sus
inquietudes, dándole apoyo y confianza. Escucharles, permitirles que se expresen,
sin críticas. Hay que contarles progresivamente su pasado, su historia y conectar-
les con ella manifestándoles expresamente nuestro apoyo ante la información do-
lorosa. Sin duda, nos ayudará mucho tratar de ponernos en su lugar y mostrarles
cómo nos enfrentamos a los desafíos y buscamos nuevas maneras de superar los
problemas. Tenemos que aceptarle como es, destacar sus virtudes, capacidades y
habilidades. Ayudarle a que resuelva sus problemas y tome sus decisiones.
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más evidente cuando han nacido en otro país. Son españoles, pero sus rasgos
físicos quizá sean puramente asiáticos, africanos o tal vez los propios de alguna
comunidad indígena de América Latina. Esto les puede llevar a preguntarse: “En
realidad, ¿quién soy? ¿De dónde soy?”. Esta es una etapa en la que los jóvenes de-
sean asimilarse a su entorno y no ser diferenciados por ninguna característica. Ana
Berástegui6 observa que las investigaciones que se han realizado no encuentran
grandes diferencias en la identidad racial de los menores en función de la com-
posición racial de la familia y ninguna logra encontrar un nexo de unión entre
la identidad racial positiva y la autoestima, la adaptación psicológica y familiar y
el bienestar del menor. Pero es cierto que, frecuentemente, se convertirán en el
centro de muchas miradas que, a veces, les pueden hacer sentir en un entorno
que no les identifica como compatriotas suyos. En la edad adulta, según los estu-
dios que se han realizado en países con una larga experiencia en adopción inte-
rracial, no hay diferencias significativas en cuanto a integración social entre perso-
nas que fueron adoptadas y sus amigos7. Tampoco se han encontrado diferencias
en la adaptación personal, familiar y social entre adopciones interraciales y el res-
to, ni tampoco en cuanto a los países de procedencia8.
6. Ib., p. 89.
7. BORDERS, D.; PENNY, J., y PORTNOV, F. Adult Adoptees and Their Friends: Current Functioning and
Psychosocial Well-Being. Family Relations, 2000, 49 (4), pp. 407-418.
8. La adaptación familiar en adopción internacional, o.c., pp. 98-99
9. FERNÁNDEZ, M. Descripción del proceso de adaptación infantil en adopciones especiales. Dificultades
y cambios observados por los padres adoptivos, Anales de Psicología, 2002, 18, pp.151-168.
Pero no podemos obviar que hay adopciones que fracasan. Existen muchos
estudios que arrojan datos muy variados. Por citar uno muy completo realizado
en España por la psicóloga Ana Berástegui10 en el año 2001, la tasa de ruptura de
las adopciones internacionales en la Comunidad de Madrid entre los años 1997 y
1999 fue del 1,5% y se eleva hasta el 6,7% cuando los menores fueron adoptados
con más de seis años de edad. Esto, lógicamente, significa un nuevo abandono
para el niño. Cuando se produce una ruptura no se puede achacar a una única
causa. Normalmente es un cúmulo de factores de riesgo por parte de los padres
(motivaciones o expectativas inadecuadas, falta de recursos para afrontar los pro-
blemas, etc.) y de los hijos (agresividad, falta de apego, etc.).
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4. Formación de la identidad
y necesidad de saber
Afortunadamente, para la mayoría de las personas la adopción ha dejado de
ser un tema tabú. Ya no es algo que hay que esconder ni, por supuesto, ocultarle al
hijo, como ocurría hasta hace no mucho tiempo. Al contrario, el niño tiene derecho
a saber que fue adoptado por sus padres, así como los motivos por los que su fa-
milia biológica no pudo cuidarle. Los niños, jóvenes o adultos que han sido adopta-
dos quieren saber cuáles son sus orígenes, cuál es su historia, qué sucedió. Necesita
conocer quién es y de dónde viene, porque “solo si logramos comprender podre-
mos reconstruirnos a nosotros mismos”11. Desde pequeños, desde que sus padres
les cuentan que “no estuvieron en la barriga de mamá”, los niños, cada uno a su
manera, empiezan a saber que hubo abandono y comienzan a preguntarse por qué.
Por lo general, los padres asumimos con total normalidad que en algún
momento tendremos que darle toda la información relativa a su vida y su perso-
na, pero a veces nos planteamos cuándo y de qué manera se lo debemos explicar.
Aun así, muchos sienten cierto temor ante el momento en que tengan que hablar
con su hijo de su pasado y de sus orígenes y algunos tienen miedo de que, en un
futuro, el niño quiera buscar a su familia biológica.
No hay una receta o estrategia común para todas las familias a la hora de
abordar este tema, pero lo que sí es cierto es que hay que decírselo desde el
primer momento. Como señala Carmen Barajas en el libro La adopción, una guía
para padres, “los niños han de crecer con la sensación de saberlo desde siempre”.
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sos. Pero también hay una gran cantidad de niños a quienes sus padres, con gran
responsabilidad y amor, siendo conscientes de que tal vez ellos no les pueden dar
una vida digna, prefieren dejarlos a cargo de las instituciones para que puedan ser
adoptados por otras familias.
Otra cuestión que siempre surge de una u otra manera cuando se habla
de adopción es el tema económico. Hay personas que piensan que se paga por
tener un hijo. Nada más lejos de la realidad. El dinero que hay que pagar en las
adopciones internacionales es el que cobran las ECAI (Entidades Colaboradoras
de Adopción Internacional) por los gastos de gestión en España y en el país de origen
del menor o, si se lleva a cabo el procedimiento por Protocolo Público, lo que haya
que pagar por las legalizaciones de los distintos documentos. A esto hay que añadir,
aunque en algunos casos no es necesario, lo que supone el pago de honorarios
a profesionales que intervienen (abogado, psicólogo, trabajador social, guías…) y,
por supuesto, los gastos del viaje y la estancia en el país natal del niño, así como el
donativo que, en algunos casos, se hace al orfanato. Es cierto que la suma de todo
ello puede ser elevada, pero en ningún caso se está comprando un niño, sino pa-
gando por unos trámites administrativos.
Todavía hoy hay muchas personas que sobrevaloran la importancia del lazo
biológico para el desarrollo del amor entre padres e hijos y hacen comentarios
del tipo: “Nunca se puede querer a un hijo adoptado como a uno propio”. Tam-
poco es extraño escuchar a algunos distinguir entre madre adoptiva y madre ver-
dadera, denominando de este modo a la que llevó al niño en su seno y le dio a
luz. Pero la maternidad no es solo una cuestión de biología. En realidad, la parte
fisiológica dura apenas nueve meses; el resto, toda la vida.
También hay quien piensa que los niños que han sido adoptados están en-
fermos debido a su pasado, son problemáticos o dignos de causar lástima. Claro
que pueden surgir problemas relacionados con su historia anterior, pero, como
hemos comentado más arriba, en la mayoría de los casos se resuelven satisfacto-
riamente. Y, obviamente, los niños que han sido adoptados han vivido situaciones
difíciles, muy dolorosas en bastantes casos, pero en modo alguno deben ser mi-
rados y tratados con lástima, compasión o como unos desgraciados. Necesitan,
como todos los niños, como todas las personas, mucho amor. Tienen todo un
futuro por delante y hacia él es donde todos debemos mirar.
valientes, muy valientes, y, desde el comienzo, avanzan con paso firme hacia lo des-
conocido. Tienen una gran capacidad de resiliencia, de sobreponerse a las dificulta-
des y salir fortalecidos de ellas. Y ahí estamos sus padres para acompañarles. Tene-
mos en nuestras manos la maravillosa tarea de ayudarles a enderezar su historia.
En ocasiones habrá que borrar y reescribir, tal vez nuestro entorno no entienda
siempre la letra, habrá trazos minuciosamente dibujados y otros aparentemente
garabateados…, pero, juntos, lograremos que tenga un final feliz.
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