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Adopción

Al encuentro de la vida

María Ángeles Fernández

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Versión electrónica
SAN PABLO 2012
(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
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ISBN: 9788428542289
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Editorial San Pablo España
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Presentación
Junto con Estados Unidos y Suecia, España es uno de los países donde más adopciones se realizan
cada año. Sólo en el año 2007, casi 5.000 niños fueron adoptados por familias españolas.

Se habla del boom de la adopción, pero la decisión de ser padres por esta vía no es, ni
mucho menos, un fenómeno nuevo, ni responde a modas pasajeras, sino que ha sido una
realidad a lo largo de la Historia.
Así, en el Código de Hammurabi ya se describen medidas de protección para las
personas que habían sido adoptadas y para sus padres.
En el pueblo hebreo aparecen dos figuras similares: el levirato y la adopción
propiamente dicha.
También en el Antiguo Testamento encontramos distintos pasajes que hacen mención
expresa a la adopción, en este caso en Egipto. Por ejemplo, en el capítulo 40 del libro del
Génesis: «Tus dos hijos, Manasés y Efraín, que te nacieron en el país de Egipto antes de
que yo viniese aquí contigo, son míos: Efraín y Manasés serán míos como Rubén y
Simeón». Y también en el capítulo 2 del libro del Éxodo: «Cuando se hizo grandecito se
lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y le puso el nombre de Moisés,
diciendo: “Lo he sacado de las aguas”».
En algunas ciudades de la antigua Grecia, como Atenas, existía la adopción como
figura de protección de los menores, gozando de gran importancia y trascendencia.
Incluso algunas normas antiguas sobre adopción continúan hoy vigentes en los distintos
ordenamientos jurídicos, como, por ejemplo, que todas las adopciones deben llevarse a
cabo en presencia de un magistrado.
Del mismo modo, la adopción también estaba regulada en el Imperio romano y, como
ocurre con muchas otras leyes, ahí encontramos la raíz del actual ordenamiento jurídico
en materia de adopción en Occidente. Al igual que en Grecia, la adopción en el Imperio
romano tenía como objetivo principal garantizar la continuidad del culto a los muertos y,
específicamente en el caso romano, del linaje.
En épocas más recientes, nos encontramos con un auténtico auge de la adopción,
motivado, sobre todo, por los conflictos bélicos, especialmente las dos guerras
mundiales, que fueron los causantes de que miles de niños quedaran huérfanos.
Como vemos, la formación o el crecimiento de una familia por este medio está
contemplado en los códigos y ordenamientos jurídicos más antiguos. Esto es así por la
necesidad de regular una situación que, de un modo natural, instintivo, vocacional, ha
brotado desde siempre del corazón del hombre.
Pero el vínculo que se genera a través de la adopción trasciende los límites humanos.
El mismo Dios nos adopta en su familia cuando le recibimos: «Llevado de su amor, Él
nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como
hijos suyos por medio de Jesucristo» (Ef 1,5). También en el capítulo 8 de la Carta a los
romanos: «Habéis recibido un Espíritu que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar:

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“Abba”, es decir, “Padre”».
La adopción es, por tanto, una relación de elección y acogida. Los padres elegimos
serlo por este camino. Optamos por abrir nuestras vidas a unos niños que, como todos,
tienen derecho a pronunciar las palabras papá y mamá y a encontrar una respuesta. Y,
aunque somos unos desconocidos, estos niños nos dejan traspasar el umbral de sus vidas
inciertas, doloridas. Ellos son quienes nos acogen, los que nos abren sus limpios
corazones de par en par.
En la maternidad o la paternidad, como en cualquier acto que tiene que ver con el
amor, no hay teorías. Por eso no he pretendido hacer de este libro un manual sobre
adopción. Simplemente he tratado de plasmar mis vivencias personales y las de otros
padres, así como la experiencia de profesionales (médicos, psicólogos, maestros,
trabajadores sociales...) que trabajan o estudian aspectos relacionados con este tema.
Cada persona es única e irrepetible, ese es uno de nuestros más grandes valores. Así,
en las próximas páginas encontrarán sentimientos, emociones y experiencias que, si bien
son compartidas por muchas familias, en ningún caso se pueden generalizar.
El objetivo principal del libro es abordar el tema de la adopción a lo largo de las
diferentes etapas, desde que los futuros padres se empiezan a plantear la idea hasta que el
niño está en casa. Está enfocado desde la convicción de que la paternidad y la
maternidad son una vocación, una llamada que nace del Amor y que encuentra su
respuesta en el amor al servicio de la vida. Es, por tanto, un don que supera los límites de
la biología. De hecho, para muchos matrimonios o personas que están solteras, la
adopción es un proyecto de vida independientemente de que tengan o puedan tener hijos
biológicos. Sencillamente, estamos abiertos a la vida, también a la de los niños que en
algún lugar del mundo nos están esperando para ser nuestros hijos.
Al escribir este libro he pensado en los padres que están esperando encontrarse con su
hijo y en aquellos que, felizmente, ya están con él. He tenido muy presentes a los que
son o serán abuelos, hermanos, tíos, primos o amigos del pequeño; a quienes, por
razones profesionales, estarán en algún momento a su lado; y, en definitiva, a todas las
personas que por cualquier motivo están interesadas en el mundo, todavía no demasiado
conocido, de la adopción.
Pero, sobre todo, quien durante este tiempo ha ocupado mi mente y, sin duda, mi
corazón, ha sido esa niña que será mi hija y a la que yo ya quiero como tal, y todos esos
niños que en cualquier lugar del mundo están esperando encontrarse algún día con sus
padres.
Finalmente, me gustaría emplear al menos unas líneas para agradecer a todas las
personas que me han ayudado y apoyado para hacer este libro. A Luis Fernando Vílchez,
que me ofreció la oportunidad de escribirlo. A Carmen Guaita y Miguel Ángel Tobías,
que me dieron el primer impulso. Agradezco a Juan Díaz-Bernardo, Julián del Olmo,
Fernando Cebrián y la familia Sánchez de la Peña el regalo que me hicieron al leerlo
cuando era apenas un borrador. Mi agradecimiento a mi familia y amigos que están a mi
lado en estos momentos, y siempre. Y, sobre todo, doy las gracias a mis padres, que me
enseñan cada día a amar la Vida, y a Dios, que puso en mí esa semilla del Amor que

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pronto dará sus frutos.

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El principio de la historia
«La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa
que esperar»

(THOMAS CHALMERS).

—Mamá, ¿yo también estuve en tu tripita?


—No, mi amor; tú estuviste en mi corazón, que se está más calentito...
Así le respondió una madre a su hijo cuando este quiso satisfacer la curiosidad propia
de cualquier niño pero también, quizá, cuando trataba de confirmar algo que tal vez
intuía... Con el paso de los años, la respuesta de esta madre será cada vez más exacta, irá
aportando más datos, le explicará con palabras sencillas qué es la adopción y le irá
informando paso a paso, encajando los pocos o muchos datos de que disponga, de cuál
fue su historia.
La historia de los hombres es como una inmensa red de carreteras. Muchas discurren
paralelas sin llegar nunca a encontrarse, otras se cruzan en algún momento para, después,
seguir cada una su dirección y algunas, aun partiendo de lugares muy distantes entre sí,
llegan a confluir en un punto para continuar el mismo camino.
Algo así es lo que ocurre en la adopción: la historia de unos padres y la historia de un
niño que se unen para, juntos, comenzar una nueva historia de familia. Unos y otros
tienen un camino que recorrer hasta llegar al encuentro. Los padres buscan ese
encuentro, lo desean. Los niños se lo encuentran tras un tiempo en el que sus
circunstancias familiares los llevaron a vivir en algún orfanato o casa de acogida a la
espera de unos padres que llegaran a recogerlos.
Búsqueda, deseo, espera, encuentro y, siempre, amor. Porque la historia de la
adopción, como la historia de la llegada de la gran mayoría de los niños a una familia, es
una historia que nace del amor, crece en el amor y genera más amor.
Pero vayamos al inicio de esta historia...

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Deseos, sentimientos, reflexiones... y toma de decisión
«Cuando amamos y creemos desde el fondo de nuestra alma en algo, nos sentimos más fuertes que el
mundo, y sentimos una serenidad que nace de la seguridad de que nada podrá vencer nuestra fe. Esta
extraña fuerza nos ayuda a que siempre tomemos las decisiones correctas en el momento exacto, y
cuando alcanzamos nuestros objetivos, nos sorprendemos de nuestra propia capacidad»

(PAULO COELHO, El peregrino de Compostela).

—¡¿Y eso?! ¿Cómo es que has decidido adoptar un niño?


Esta es una de las preguntas que con más frecuencia nos hacen cuando contamos a
nuestros amigos o familiares que hemos iniciado los trámites de adopción. La cuestión
sobre las motivaciones para adoptar está también muy presente en el proceso
administrativo que hay que seguir. Pero, sobre todo, esta cuestión está en el pensamiento
y en el corazón de los padres.
Nos encontramos en la primera fase de este proceso. Sin duda, es una etapa
fundamental y, aunque los sentimientos, las expectativas y las dudas se irán aclarando o
resolviendo a lo largo del camino, conviene reflexionar profunda y sinceramente sobre
algunas cuestiones. Debemos plantearnos cuáles son las razones por las que queremos
adoptar un niño; descartar que se esté tratando de sustituir el hueco que queda tras la
pérdida de un ser querido; analizar cómo es la relación con la pareja y de qué modo la
adopción puede influir en la misma; si el matrimonio tiene otros hijos, sobre todo si son
mayores, conviene saber cuál es su opinión. Tenemos que cuestionarnos también cómo
nos sentiremos al ser padres de un hijo no biológico y que, por tanto, será muy diferente
a nosotros, más aún en los casos de adopción internacional, en los que es bueno que nos
planteemos qué sentimientos tenemos ante personas de otras razas y si nos afectará que
nuestro hijo tenga los rasgos propios del lugar donde haya nacido, etc.
Esta etapa también está marcada por otras decisiones que hay que tomar. Por ejemplo,
si solicitaremos la adopción en España o en el extranjero y, en este caso, en qué país;
también debemos tener claro si queremos adoptar un solo niño o un grupo de hermanos;
si podemos asumir tener un hijo con algún tipo de discapacidad o enfermedad grave, así
como la edad aproximada que nos gustaría que tuviese el niño. Esto no siempre es fácil,
porque para cada una de estas variables será necesario barajar distintas alternativas e,
incluso, una vez que se han tomado las decisiones puede que haya que modificarlas
porque surjan cuestiones imprevistas.
A pesar de que todo esto pueda generar miedos o inquietud, es una etapa magnífica,
porque lo que comenzó siendo un deseo lejano empieza a concretarse.

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¿Por qué quiero adoptar?
En mi opinión, la maternidad o la paternidad son una vocación, una llamada que nace del
Amor y que encuentra su respuesta en el amor al servicio de la vida. Es, por tanto, un
don que trasciende los límites de la biología. Así, desde mi experiencia, entiendo y vivo
la maternidad por medio de la adopción como el fruto maravilloso de ese amor fecundo.
La motivación fundamental para adoptar, igual que en el caso de la paternidad
biológica, es la consecuencia natural de la vocación: el deseo de ser padres. La misma
palabra adopción, que deriva del latín adoptare[1], así lo refiere. Pero, ¿por qué muchas
personas optamos por este camino?
Bien, pues aquí es donde encontramos motivos muy diferentes: por la imposibilidad
de tener hijos biológicos debido a problemas de infertilidad; por el riesgo para la salud
de la mujer en caso de quedarse embarazada o riesgo para el bebé si padece una
enfermedad hereditaria; porque por la edad de la madre no sea aconsejable el embarazo;
por el deseo de dar un sentido a nuestra vida; por querer dar un hogar a un niño sin
familia, en algunos casos a niños mayores o adolescentes, o con alguna enfermedad o
discapacidad; para formar una familia intercultural; por el deseo de ser útil para los
demás, etc. Hay también otras motivaciones, por extrañas que parezcan, como hacerlo
por moda, porque personas famosas han adoptado, por un supuesto prestigio social o,
simplemente, no hay motivos –«¿por qué yo no?»–...
Esta gran variedad de motivaciones demuestra que la adopción no sólo es el camino
para ser padres cuando ha habido que descartar la vía biológica y/o la intervención
científico-técnica, sino que para muchos matrimonios o personas que estamos solteras es
un proyecto de vida independientemente de que tengamos o podamos tener en el futuro
hijos biológicos. ¿Por qué? Pues, como decía anteriormente, por la misma razón que la
mayoría de los padres tienen a sus hijos, por amor.
Toda adopción es la respuesta a la vocación de la maternidad o de la paternidad
proyectada en aquellas vidas que, en algún momento, se salieron de los renglones
trazados; las de esos niños que pronto, demasiado pronto, se quedaron sin el calor de sus
padres.
Sean cuales sean las razones, la decisión de adoptar un niño está marcada por la
ilusión. En un curso sobre «Adopción del niño y del adolescente» celebrado en el año
2003, Manuela Utrilla[2], citando a D. W. Winnicott decía que «el espacio de ilusión es
una de las constantes de nuestro deseo de vivir y sentirnos felices (...). Las ilusiones
ligadas a la paternidad-maternidad son las que revisten una fuerza y características
especiales (...). Estas ilusiones son indispensables para constituir las futuras relaciones
entre padres e hijos. Desde esta perspectiva podemos comprender que en cualquier
procedimiento el mantenimiento de las ilusiones es una finalidad primordial (...)». Pero,
además de la ilusión, hay que considerar otros aspectos emocionales como el miedo, la
ansiedad, la euforia... que casi todos los futuros padres vivimos en esta y en posteriores
etapas.
Y es que el camino de la adopción, en cualquiera de sus fases, está dominado por los

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sentimientos. Pero es fundamental que estos no se desborden y lleguen a dificultar el
pensamiento, ya que es muy importante reflexionar cada decisión que vayamos tomando.
Como veremos enseguida, al plantearnos tener un hijo mediante la adopción,
debemos considerar las expectativas que tenemos respecto al niño que está por venir.
Estas han de ser realistas, flexibles y claras.
Hemos de saber que el niño llegará con una mochila, la de su pasado, en la que, entre
otras cosas traerá experiencias difíciles, a veces traumáticas, que habrán dejado en él una
huella que hay que reparar. Al comentar nuestra intención de adoptar con amigos y
familiares, hemos oído muchas veces: «¡Qué bien! Lo que necesitan esos niños es cariño
y tú le vas a querer mucho». Claro que sí, pero con eso no basta. El amor, aunque es
indispensable y es la base sobre la que se sostiene la relación entre los padres y los hijos,
no es suficiente. También es posible que tarde en establecerse el vínculo paterno-filial.
Igualmente, hay que tener claro que no debemos comparar aspectos como el desarrollo
físico, psicológico e intelectual o la conducta de nuestro hijo con el resto de niños de su
edad.
Debemos tener en cuenta que el proceso hasta tener al niño en casa es complejo y, a
veces, puede convertirse en una auténtica carrera de obstáculos. Harán falta grandes
dosis de paciencia, porque este proceso suele ser largo, y capacidad de aceptación y
reacción ante los cambios e imprevistos que puedan originarse. Pero no olvidemos, como
me dijo un amigo en uno de esos momentos en que parecía que todo iba a venirse abajo,
que «los hombres son los que luchan, pero es Dios quien gana las batallas».
Aunque estamos sólo al comienzo de un largo camino, el proyecto ya está en marcha.
Es necesario que los futuros padres se planteen algunas cuestiones, aunque su realización
la vean muy lejana en el tiempo. Por ejemplo, la posibilidad de reestructurar el tiempo
cuando el niño esté en casa, los posibles cambios que haya que realizar en la vivienda, el
apoyo externo con el que contarán si es necesario, la situación económica...
Evidentemente, no hay que resolver todos estos interrogantes inmediatamente, pero sí
conviene comenzar a planteárselos para ir madurándolos y tomando las decisiones
oportunas.
Asimismo, dependiendo de cuáles sean las motivaciones o las circunstancias
particulares, en algunos casos será necesario superar el duelo por la imposibilidad de
tener hijos biológicos, y en otros surgirá la incertidumbre por cómo se llevará adelante el
proceso y la crianza del hijo sin compartirlo con una pareja, etc.
Hay otro tema que, aunque no debe determinar la decisión del matrimonio o de la
persona, sí es importante tener presente desde el principio. En situaciones normales,
todos consideramos fundamental en nuestras vidas a la familia y a los amigos. Pues en
algo tan importante como la paternidad o la maternidad, seguramente lo que más se
anhela, después de ser padres, es el apoyo y la comprensión de las personas queridas.
Merece la pena en estos primeros momentos valorar cómo vivirán ellos nuestra
decisión de adoptar y, sobre todo, cómo prevemos que será su relación con el niño una
vez que ya sea un miembro más de la familia. Como decía, esto no debe condicionar la
decisión, que corresponde exclusivamente al matrimonio o a la persona, pero la ayuda

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que la familia y los amigos puedan prestar, el apoyo que puedan ofrecer o las reflexiones
que puedan sugerir son muy valiosas. Muchos padres dicen que la adopción ha
significado para ellos una actualización de su agenda de contactos. En algunos casos han
tenido que suprimir alguno de ellos porque se han encontrado incluso con el rechazo o la
descalificación personal. Pero la mayoría de esos contactos se reforzarán y, aún más, se
añadirán otros nuevos. Por cierto, es importante considerar que las personas del entorno
(familia, amigos, conocidos) no están viviendo el proceso de la adopción como nosotros,
por lo que es imposible que compartan las mismas emociones y sentimientos. A esto se
une el enorme desconocimiento que hay en la sociedad sobre la adopción y también
algunos tópicos y prejuicios que conviene ir desmontando. Por eso es necesario
comprender sus reacciones, siempre que entren dentro de la normalidad y el respeto,
aunque a veces no sean las que nosotros deseamos.

¿Cómo será mi hijo?


Ocurre también en los embarazos: los padres tienden a formarse una imagen ideal de su
hijo. Fantasean sobre los rasgos físicos que tendrá, se lo imaginan en los primeros baños
y paseos, se ven jugando con él en el parque e incluso se sorprenden alguna vez soñando
cómo será su juventud... Los padres que vamos a adoptar, también. Pero las expectativas
y la imagen que nos formamos de nuestro hijo tienen, además, unas características
especiales.
Es inevitable que tratemos de ponerle cara cuando pensamos en él. Lógicamente, no
podemos imaginárnoslo con unos rasgos físicos parecidos a los nuestros. Más aún, si la
adopción se va a hacer en el extranjero, hay que pensar en un niño con los rasgos
característicos de su país natal y, aun así, en muchos casos será difícil acertar, ya que hay
países donde conviven gran variedad de grupos étnicos. Igualmente, pensaremos en un
niño o en una niña si es que tenemos alguna preferencia en cuanto al sexo y, si deseamos
que sea un bebé, en nuestra imaginación nos veremos arrullando a un niño de pocos
meses. Salvo que hayamos decidido adoptar a un niño con algún tipo de discapacidad o
enfermedad grave, nos veremos padres de un niño sano. En cuanto a otros rasgos
relacionados, por ejemplo, con la conducta, lo habitual es que imaginemos que nuestro
hijo nos dará los mismos problemas que cualquier otro hijo a sus padres y, desde luego,
muchas alegrías.
Pero no es extraño que esta imagen se tenga que ir modificando a lo largo del
proceso. A medida que se va disponiendo de más información y se van definiendo
algunos detalles, las expectativas se irán ajustando a la realidad.
Por ejemplo, no hay que descartar que haya que renunciar al país elegido por
cuestiones casi siempre relacionadas con cambios en la política adoptiva o en los
requisitos exigidos por los Estados de origen. Por otro lado, en la mayoría de los países
no es posible elegir el sexo del niño y con el tema de la edad también puede haber
variaciones respecto a la idea inicial. En primer lugar, la edad del niño depende de lo
sugerido en el Certificado de Idoneidad de los padres, pero, además, en muchos países
hay que esperar bastantes años para adoptar un bebé y en algunos esto ni siquiera es

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posible. En cuanto a la salud de los niños, los padres debemos tener presente que nuestro
hijo puede presentar algunos problemas, por ejemplo de psicomotricidad o de nutrición,
dependiendo de la atención y de las condiciones en las que haya vivido en su familia de
origen o en la institución de acogida. También debemos saber que tal vez sea necesario
modificar algunas conductas. Hablaremos más adelante de todas estas cuestiones.
Quizá sea difícil de entender por parte de las personas que no están implicadas en el
tema de la adopción, pero estos desajustes entre las expectativas de los padres y la
realidad que se va conociendo pueden llegar a generar un pequeño proceso de duelo, ya
que se pierde la imagen que uno se había hecho de su hijo.
Según esto, se podía pensar que algo similar ocurrirá cuando nos encontremos por fin
con él si no responde a la idea que nos habíamos formado. Pero, normalmente, esto no
pasa, porque el encuentro se produce tras un largo recorrido en el que los padres hemos
dejado de lado aspectos superficiales propios de la euforia del inicio y, además, somos
más conscientes de la realidad. Pero no ocurre, sobre todo, por la presencia real del niño.
Tenemos ante nosotros a nuestro hijo; ese hijo tan querido, es decir, tan deseado y ya tan
amado.
Muchos padres que han adoptado suelen decir que «las cosas nunca salen como se
pensaban». Algunas salen mejor y otras se complican porque, en palabras de A.
Ferrandis[3], «la adopción tiene algo de enigma, de aceptación de la extrañeza o la
alteridad de un otro al que se hace propio. Es un proceso por el que se hace hijo al hijo
abandonado de otro, y que en el caso de la adopción internacional añade un plus de
incertidumbre».
Pero estamos todavía al principio del camino. Pronto tendremos que tomar algunas
decisiones muy importantes y ante cada una de ellas siempre debemos tener presente,
ante todo, el bien para el niño que algún día será nuestro hijo. Por tanto, hay que intentar
acercar, casi hasta la fusión, los tres vértices del triángulo: el deseo de los padres, la
realidad de sus vidas y de las circunstancias del proceso de adopción y el bien del niño.
No se trata de tener un hijo sea como sea, ni de diseñar nuestro hijo ideal, ni de elegir
al niño que soñamos.
Pienso que debemos planteárnoslo de otro modo: hay muchos niños que no tienen
padres y están esperando una familia. Los hay recién nacidos, pequeños o algo mayores,
y también adolescentes; algunos están sanos y otros enfermos o con algún tipo de
discapacidad; hay niños en España y en el resto del mundo. Nosotros queremos ser
padres. Bien, pues valorando las circunstancias, capacidades y recursos que tenemos,
con sinceridad, responsabilidad, generosidad y amor nos tenemos que cuestionar: ¿Para
quiénes nos podemos ofrecer como padres? ¿Cuál es el perfil más amplio que yo puedo
asumir?

Ese dolor tan fértil


«En el proceso de duelo, uno siente dolor de cuerpo, y dolor del alma. Nos duele el pasado, el
presente y el futuro, que en estos momentos vemos incierto».

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Estamos hablando de vida y, de pronto, aparece la palabra dolor. Sí, y es que bastantes
personas optan por la vía de la adopción tras haber vivido experiencias más o menos
dolorosas.
Pero ese sufrimiento no puede ser estéril. Lamentablemente, todavía hay gente que
piensa que la adopción de un niño es algo así como «el premio de consolación» para
quienes tienen un problema de infertilidad o para aquellos que no han consumado un
proyecto de pareja. Sin embargo la realidad es bien diferente, ya que es precisamente esa
circunstancia que en un momento pudo causar un dolor inmenso la que ahora propicia
que un niño se pueda encontrar con sus padres.
Él o ella, criatura única e irrepetible, con su historia pasada y la que aún está por
descubrir, es quien nos esperaba y a quien nosotros buscábamos. Por fin se desvelan
muchos ¿por qué? y entendemos que, sencillamente, tenía que ser así.
Pero hablemos un poco de ese dolor tan fértil.
Habitualmente el duelo se refiere al estado emocional relacionado con la muerte de un
ser querido. Sin embargo, el término duelo puede aplicarse también a aquellos procesos
psicológicos y sociales que se desencadenan ante cualquier tipo de pérdida. En un
sentido más amplio, podemos entender el duelo como el conjunto de representaciones
mentales y conductas vinculadas con una pérdida afectiva. Los sentimientos asociados al
duelo son desesperanza, hostilidad, rabia, protesta, nostalgia y pena.
Muchos padres emprenden el camino de la adopción tras la dura constatación de la
imposibilidad de tener hijos biológicos. En bastantes ocasiones llegan a esta decisión tras
un largo recorrido por diferentes tratamientos médicos e incluso después de dramáticas
experiencias.
Syme describe la infertilidad, desde el punto de vista emocional y psicológico, como
una pérdida. Esta pérdida se vive en diferentes fases: la primera, cuando el embarazo no
ocurre cuando se suponía; enseguida, cuando se suceden los ciclos de tratamiento y estos
no resultan exitosos y, por último, cuando un eventual embarazo culmina en un aborto.
La elaboración del duelo se hace más difícil en los dos primeros casos, en los que la
pérdida es invisible. Se trata de la pérdida de un hijo que nunca se ha concebido, ni se
conoce ni se ha visto, nunca se albergó en el útero y nunca nació[4].
No es fácil renunciar a la fuerza al proyecto de tener un hijo biológico, ya que esto es
entendido como la negación de algo que los seres humanos consideramos un derecho. Se
dispone de escasos estudios acerca de las diferencias entre hombres y mujeres en las
respuestas emocionales a la infertilidad. No obstante, se ha observado que la mujer
tiende a verse más afectada. Cada pareja es diferente y la forma de afrontar la
imposibilidad de tener hijos biológicos depende de lo que signifique el hijo para cada
persona. En general, para las mujeres tener un hijo suele significar un proyecto de vida
fundamental e incluso, desde la perspectiva social, es lo que se espera de ella. Quizá por
estas razones, el impacto inicial de la infertilidad es más fuerte en las mujeres y lo
expresan mucho más, sintiendo incluso que su feminidad es incompleta. Sin embargo, a
los hombres lo que se les suele plantear es un cuestionamiento de su virilidad reforzado
por los prejuicios sociales. Las parejas infértiles sienten disminuida la sensación de

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control sobre sus vidas. Poder hacer lo que ellos quieren, ser padres, les está vedado.
La resolución del duelo de la infertilidad requiere asumir dos retos fundamentales[5]:
• Diferenciar entre la incapacidad para concebir, la sexualidad y la competencia
como padres.
• Hacer el duelo por el hijo biológico que no llegará.
Según Syme, las etapas por las que atraviesan las parejas infértiles son:
1. Paralización: se caracteriza por estar «ido, como un zombi», muy distante de los
demás. La pareja está conmocionada, no puede creer que lo que está ocurriendo sea
verdad. En esta fase pueden surgir manifestaciones físicas de esa conmoción, como
pérdida del apetito o dificultad para concentrarse.
2. Anhelo: el elemento central de esta etapa es la gran necesidad de concretar el deseo
de ser padres, un deseo que, al no poder ser satisfecho, se anhela fervientemente. La
pareja constata que sus amigos sí tienen hijos y que muchas de sus actividades
giran en torno a ellos. Las parejas infértiles se sienten excluidas, tienen la sensación
de que el tema de la infertilidad sólo les afecta a ellos. Se fijan mucho más en
mujeres embarazadas o en padres que pasean con sus pequeños. Esto es reforzado
por la constante exposición a artículos relacionados con los bebés: ropa, cunas,
coches, juguetes, etc. Creen percibir el estigma social, experimentan rabia, celos...
En esta etapa es importante la explicación médica de la infertilidad, aunque suele
no ser suficiente, ya que la rabia es intensa, así como los sentimientos de pena,
miedo y culpa.
3. Desorganización y desesperación: es la etapa más larga, caracterizada
principalmente por la sensación de culpa, así como de falta de control, ansiedad y
sentimientos de soledad. Se sufre de pena, desesperanza, impotencia. La pareja
tiene la sensación de que nada ni nadie los puede ayudar y tiende a aislarse de
aquellos que la rodean. Durante este período es importante reforzar otros aspectos
de la vida, como, por ejemplo, los laborales y los recreativos. Resulta fundamental
ayudar a la pareja a trazarse nuevos objetivos, fortalecer la red social, etc.
4. Reorganización: tiene que ver con la aceptación de la realidad y, a partir de ahí, la
reorganización de la vida personal y de pareja. La óptima resolución en esta etapa
supone un gran alivio para las personas afectadas.
Lógicamente, esta es una descripción general de los sentimientos que pueden surgir
ante la infertilidad. Cada pareja y cada persona lo viven de un modo diferente, propio.
Pero decíamos al comienzo que la vocación paternal o maternal está por encima de
los límites de la biología. Un hombre o una mujer pueden ser estériles desde la
perspectiva biológica, pero, sin duda, muy fértiles en amor. Y ese amor dará sus frutos...
En otros casos, la pareja decide adoptar un niño tras la muerte de un hijo biológico.
Como en alguna ocasión oí decir a una madre, cuando muere un hijo se produce una
herida en el alma que, con el tiempo, cicatriza, pero siempre quedará la señal y, en

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ocasiones, como ocurre con las heridas físicas ante los cambios de presión o cuando
reciben otro golpe, sigue doliendo...
La muerte de un niño suele ser una experiencia emocional aún más intensa que la
muerte de un adulto. La desolación y el sentimiento de culpa que tienen los padres
pueden ser insoportables, ya que en ocasiones piensan que no supieron proteger a su
hijo. Una causa adicional del dolor es la destrucción de las esperanzas, deseos y
expectativas que se habían puesto en la nueva generación. Hasta hace poco no se
prestaba suficiente atención al dolor de los padres ante un aborto, independientemente
del tiempo de gestación, o en los casos de muerte del recién nacido. En definitiva, no se
consideraba el valor del vínculo que se establece entre el feto o el neonato y sus padres
para quienes, sin duda, la muerte perinatal supone un importante trauma que les lleva a
vivir un período de duelo similar al que se produce con la muerte de un ser querido[6]. Y,
por supuesto, aunque lamentablemente no se habla apenas de ello, también se produce
un fuerte sentimiento de pérdida ante un aborto provocado, llegando en algunos casos a
la depresión, en lo que se conoce como «síndrome post-aborto».
En todos los casos, antes de iniciar una adopción, se hace necesario lo que los
expertos llaman «elaboración del duelo», que implica despedida, renovar el significado y
rehacer la propia vida sin que la herida quede cerrada en falso. Para ello hace falta
tiempo, voluntad de querer superar la pérdida y recursos personales tales como
serenidad, actitud positiva ante la vida o sentido trascendente, entre otros. Así, la persona
irá buscando soluciones a su problema, y empezará a crear nuevos proyectos de futuro
entre los cuales, en muchos casos, está la adopción de un niño.
Como decíamos al principio, este nuevo proyecto no significa el deseo de un niño
como sustituto de aquello que se ha perdido o que no ha llegado, sino que será un hijo
deseado, valorado y amado por sí mismo. Un ser único e irrepetible.

Mamás y papás en solitario


Cada vez más, muchas personas decidimos adoptar un niño en solitario. Por lo general se
trata de mujeres (aunque también hay algunos hombres) que están solteras o viudas y
cuya motivación principal es el deseo de ser madres (o padres) y así dar amor, criar,
educar, acompañar en la vida a un niño que carece de una familia.
Salvo que haya un duelo no superado por la ausencia de pareja, trastornos en la
afectividad, etc., las circunstancias de la vida de una persona o la razón por la que no
comparte el proyecto de paternidad no son obstáculo para que pueda realizar plenamente
su vocación. El amor que una persona tiene para dar y que es capaz de acoger no se
puede quedar estancado, tiene que fluir. Tiene que ser un amor fecundo. Y el fruto de ese
amor es un niño que en algún lugar está esperando a su madre o a su padre.
He leído y oído con frecuencia que el hecho de adoptar en solitario significa que no
queremos ni necesitamos una pareja para tener hijos. Yo no estoy de acuerdo con que se
generalice al hacer esta afirmación. Claro que hay quien piensa y actúa de este modo,
pero muchas personas que adoptamos estando solteros tenemos un planteamiento muy

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diferente.
Al adoptar solos asumimos para siempre todos los retos y responsabilidades que esto
conlleva, pero, por lo general, seguimos estando abiertos a encontrarnos en el camino de
nuestra vida con un compañero de viaje que, desde ese momento, será también el padre
(o la madre) de nuestro hijo. Incluso se ha dado algún caso en el que un hombre y una
mujer que iniciaron el camino de la adopción en solitario lo terminaron juntos... y con
familia numerosa.
En este sentido comparto plenamente la opinión de la psicóloga Alicia Monserrat
cuando señala que no sería deseable que la decisión por parte de una persona soltera de
adoptar se asentara como una situación de triunfo sobre el otro sexo. No es lo mismo que
el hombre sea un objeto de deseo para la madre (o viceversa) a que se desestime su lugar
o se le considere prescindible[7].
Cuando comunicamos nuestro deseo de adoptar en solitario es muy común que
escuchemos comentarios de admiración por nuestra valentía, igual que mucha gente nos
advierte de los problemas o dificultades que aparecerán. Y es cierto, aunque la familia y
los amigos apoyen y ayuden en todo lo que esté en sus manos, es irremediable que
tengamos que ser nosotros mismos los que tomemos las decisiones que nos irán abriendo
las puertas hasta llegar a encontrarnos con nuestro hijo. Y, sin duda, esto requiere una
mayor energía y seguridad, si cabe.
Lamentablemente, puede que también tengamos que oír comentarios del tipo: «Lo
hace por no estar sola», o: «Es muy egoísta por privar a su hijo de un padre (o una
madre)». Pero cuando estamos seguros de nuestra decisión y la hemos tomado con
sinceridad, responsabilidad, generosidad y, sobre todo, con mucho amor, sobran las
explicaciones.
En esta etapa en la que estamos considerando emprender el camino de la adopción,
las personas que optamos por hacerlo solas, además de los miedos e incertidumbres
propios de cualquier futuro padre, nos planteamos otras cuestiones, como las decisiones
que deberemos tomar o las dificultades con las que nos encontraremos y que tendremos
que resolver sin compartirlas con nuestra pareja.
También es muy importante valorar la situación económica, la flexibilidad laboral y
los recursos y apoyos humanos con los que contaremos para poder atender a nuestro
hijo.
Después, cuando el niño ya esté en casa, tendremos que hacer frente en solitario a las
noches sin dormir, las enfermedades, los problemas de conducta, los conflictos de la
adolescencia... Eso sí, seguro que contaremos con una sólida red de familiares y amigos
dispuestos a echar una mano en aquello que haga falta o a poner el hombro cuando sea
necesario un ratito de desahogo.
Pero, sobre todo, viviremos muchos momentos intensos y maravillosos de gran
intimidad y complicidad con nuestro hijo.

¿De dónde vendrá mi hijo?

16
En esta primera fase, desde luego, lo más importante es decidir si se quiere adoptar un
niño y por qué. Pero, como decíamos, hay más decisiones que hay que ir madurando y
concretando. Una de ellas es si la adopción se va a solicitar en España o en el extranjero
y, en este último caso, en qué país.
A mi modo de ver, la elección del lugar del que vendrá nuestro hijo no es, en
absoluto, una cuestión baladí que se pueda dejar en manos del azar ni basarla en criterios
superficiales. En muchos lugares el tiempo de espera es largo, en algunos países hay que
realizar dos viajes y en otros quedarse hasta dos y tres meses hasta que se celebra el auto
judicial de adopción, etc. Es decir, no hay un país donde sea fácil adoptar. Pero por
encima de las dificultades está la presencia en cualquiera de ellos, incluido el nuestro, de
un niño que espera una familia.
España, China, Rusia, Colombia, Etiopía, Kazajistán, India, México... Tenemos que
valorar nuestras circunstancias, nuestras expectativas, informarnos de los requisitos
particulares de cada lugar... Y después, quizá sea bueno seguir el consejo de Susanna
Tamaro: «Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable,
levántate y ve donde él te lleve»...
Afortunadamente, en España existen medidas de apoyo y protección, aunque no
suficientes, que favorecen que las familias con problemas puedan hacerse cargo de sus
hijos biológicos. Pero esto no significa que no haya niños en situación de desamparo. Al
contrario, son muchos los menores que viven en régimen de «acogimiento temporal» o
en instituciones de protección a la espera de poder reintegrarse en su familia biológica o,
si esto no es posible, ser adoptados. Hay niños que son susceptibles de ser adoptados
porque han sido abandonados, porque su familia biológica manifiesta libre y
voluntariamente su decisión de que se queden bajo la tutela de la Administración para
que los adopte otra familia o porque son retirados de su entorno familiar por maltrato o
negligencia.
Entonces, ¿por qué hay muchas más personas que optan por la adopción internacional
en lugar de tramitarla en España? Pues bien, las propias familias esgrimen diversas
razones.
Por un lado, argumentan que en España se tarda mucho. Cuando un niño está bajo la
tutela de la Administración, esta trata, como decíamos, de que pueda volver con su
familia biológica y esta situación puede prolongarse durante años[8]. Sólo cuando el niño
no puede volver con su familia biológica, la entidad pública hace la propuesta de
adopción. En otros casos es el proceso judicial lo que se dilata demasiado. Lógicamente,
durante este tiempo los niños se van haciendo mayores. Como muchas familias desean
adoptar niños muy pequeños y, además, la demanda de solicitudes sigue creciendo,
aumenta el tiempo de espera. Obviamente, cuanto más amplio sea el perfil para el que se
ofrecen los futuros padres (edad, etnia, grupos de hermanos, etc.), menos tiempo tienen
que aguardar hasta encontrarse con su hijo.
Otra de las razones por las que algunos futuros padres no se deciden por la vía
nacional es que, antes de la resolución del auto de adopción, el niño tiene que pasar un
tiempo en régimen de «acogimiento preadoptivo», situación que en ocasiones se demora

17
demasiado y que, además, puede provocar algunos miedos o inquietudes, como la
posibilidad de que el niño vuelva por orden judicial con su familia biológica, o que esta
pueda disfrutar de un régimen de visitas.
Cuando se opta por tramitar la adopción en el extranjero hay que decidir en qué país
se llevará a cabo. Para ello debemos considerar muchos aspectos que enseguida
comentaremos, pero tenemos que tener presente que al optar por un sitio determinado
estamos «mirando a la cuna» de nuestro hijo.
He oído decir a algunos padres, refiriéndose especialmente a las adopciones
internacionales, que al adoptar un hijo se adopta también, de algún modo, una cultura.
Puede que no les falte razón, porque la familia ya siempre estará vinculada al lugar
donde nuestro hijo vio la luz por primera vez.
Muchas personas toman esta decisión en función de la rapidez de los trámites o de la
transparencia de los mismos. En otros casos lo que impera son las expectativas que se
tengan del menor, sobre todo relacionadas con la edad y el sexo, pero también con los
rasgos físicos. A veces la decisión está determinada por vínculos afectivos o culturales.
Hay casos en los que influye el conocimiento que se tenga de la situación social del país,
incluso reportajes o noticias aparecidas en los medios de comunicación sobre los niños
que viven en los orfanatos. También hay que considerar los requisitos impuestos por el
país de origen, como en los casos de personas solteras o parejas de hecho que deberán,
ante todo, constatar si les permiten tramitar allí su expediente.
Por cierto, creo que es interesante señalar en cuanto al tiempo de espera que en
muchos países donde hace unos años era muy corto, últimamente se ha ralentizado
enormemente, debido al gran incremento de solicitudes, a que han mejorado las
condiciones familiares y sociales de su población, o a que las leyes y los procesos son
más rigurosos.
Sean las razones que sean, es importante que vayamos conociendo poco a poco el
país, su historia, su cultura, la forma de vida de sus gentes..., ya que, como decíamos
antes, esto puede ayudar a estrechar el vínculo con el hijo esperado a falta de referentes
físicos, como pueden ser los movimientos del feto en el seno materno o las ecografías.

¿Prepararé biberones o macarrones con tomate?


La elección de la edad es otra de las cuestiones que nos planteamos los padres al inicio
del proceso. Muchos desean un bebé, pero esto no siempre es posible. En los casos de
adopción nacional, por lo general, hay que esperar bastantes años, ya que hay más
solicitudes que niños pequeños en situación de ser adoptados. Como decíamos antes, esta
es una de las principales razones por la que muchas personas que adoptan se deciden a
hacerlo en el extranjero. Esta opción no garantiza que se vaya a poder adoptar un bebé,
ya que muchos países tienen el criterio de que sólo salgan en adopción internacional los
niños mayores de dos o tres años. Además, el tema de la edad de los niños también está
determinado por el Certificado de Idoneidad que obtengan los padres y que dependerá de
su edad, de sus expectativas y de los recursos de los que dispongan.
Está claro que es diferente criar y educar a un bebé, a un niño en edad escolar o a un

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adolescente, por lo que es primordial para el buen funcionamiento de la familia que
seamos realistas y sinceros con nosotros mismos a la hora de crearnos unas expectativas
respecto a nuestro hijo.
Las razones por las que los padres quieren adoptar niños muy pequeños tienen que
ver, en la mayoría de los casos, con el deseo de acompañarlos en su crecimiento desde el
principio. Muchas personas no se deciden a adoptar niños algo mayores porque creen
que será más difícil la integración y temen que pueda tener traumas de sus primeros años
de vida que sean difíciles de erradicar. Sin embargo, distintas investigaciones afirman
que la edad no es el factor determinante para la buena adaptación, sino que enmascara
otras variables como la acumulación de experiencias adversas o la duración de las
mismas[9]. Deja de ser una variable significativa de los problemas de los niños que han
sido adoptados una vez que se controlan los efectos de factores como los cambios de
cuidadores que haya tenido, la negligencia, el maltrato o los abusos e incluso su estado
de salud previo a la adopción[10].
La experiencia de los padres demuestra que con amor, paciencia, recursos como
algunos de los que iremos abordando en este libro y, si es necesario, solicitando el
asesoramiento de profesionales, la integración del niño en el núcleo familiar suele ser
muy buena en la mayoría de los casos.
Es obvio que algunos de los retos que habrá que afrontar serán difíciles, pero mayores
serán las satisfacciones para todos. Por tanto, siempre con responsabilidad y madurez, la
adopción de niños mayores es una opción por la que debemos apostar.

¿Podemos ser padres de un niño con necesidades especiales?


Otro de los aspectos sobre el que tenemos que reflexionar es si estamos preparados o no
para adoptar un niño con algún tipo de discapacidad psíquica, física o sensorial, que sea
portador de anticuerpos del VIH o que padezca alguna enfermedad grave, etc.
La mayoría de las personas desean adoptar un niño sano, aunque este concepto tiene
algunos matices, ya que no es extraño que los pequeños presenten algún tipo de
alteraciones físicas o psicológicas recuperables a medio o corto plazo, como veremos
más adelante.
En los casos de enfermedades graves, crónicas o discapacidades, a las características
propias de un niño que no vive con su familia y que es atendido en una institución, se
unen las derivadas de su problema de salud. Por eso es muy importante que meditemos
profundamente nuestra decisión y seamos realistas en cuanto a nuestros recursos y
capacidades. No es suficiente con tener buenos sentimientos.
Algunas personas opinan que la adopción es un modo de solidaridad, más aún si se
adopta un niño con alguna enfermedad o discapacidad grave. No es así. Según el
diccionario de la RAE, la solidaridad es «la adhesión circunstancial a la causa o a la
empresa de otros». Como vemos, algo muy diferente a la paternidad o a la maternidad,
que es mucho más que una unión ocasional a una causa ajena, por muy noble que esta
sea. La persona que quiera ser solidaria con un niño y ayudarle a que tenga una vida

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digna puede hacerlo de muchas maneras, sin duda maravillosas. Pero aquí estamos
hablando de personas que queremos ser sus padres.
Por lo general, la integración de los niños con este tipo de necesidades especiales en
su nuevo entorno familiar es muy buena e incluso, en muchos casos, supera las
expectativas que tenía su familia.
Berástegui[11] recoge los datos de un estudio de Rosenthal y Groze (1991) en el que no
encuentran relación entre discapacidades físicas o intelectuales o enfermedades graves y
la ruptura de la relación entre padres e hijo. Sin embargo, las dificultades en el
aprendizaje, los retrasos en el desarrollo o los problemas de conducta, por ejemplo, sí
que suponían una mayor tendencia de ruptura. Es más, la mayoría de las familias
manifestaron el impacto positivo que había tenido la adopción de un niño con
necesidades especiales en el núcleo familiar. Este impacto lo estudió Gath (1983),
específicamente en adopciones de niños con síndrome de Down comparándolo con
familias biológicas con niños de iguales características.
Todo esto tal vez se explica porque los padres que adoptan niños con necesidades
especiales lo hacen siendo conscientes de las situaciones que se pueden presentar y
asumen con responsabilidad los retos que habrán de afrontar. Por el contrario, algunos
padres de niños no incluidos en este grupo de características especiales tienen unas
expectativas respecto a sus hijos que no se ajustan a la realidad con la que se pueden
encontrar. Vemos, por tanto, que en ocasiones los problemas vienen más por las falsas
expectativas de los padres que por las dificultades que puedan tener los niños.

Quiero ser madre, no una ONG. Tópicos sobre la adopción


Aunque cada vez es más común conocer a alguna familia que ha adoptado un niño, aún
existen muchos tópicos y creencias erróneas acerca de este tema.
Ya hemos visto que no es extraño que a veces se confunda la adopción con la
solidaridad. Es cierto que muchas personas que quieren tener un hijo optan por la
adopción movidos por la situación de muchos niños en el mundo que carecen de una
familia. Pero, insisto, su motivo fundamental es que quieren ser padres, no una ONG.
Otra creencia errónea es pensar que todos los niños susceptibles de ser adoptados han
sido abandonados por sus padres biológicos. Tristemente hay casos en los que
efectivamente es así, igual que existen niños víctimas de malos tratos y abusos. Pero
también hay una gran cantidad de niños cuyos padres, con gran responsabilidad y amor,
siendo conscientes de que tal vez ellos no les pueden dar una vida digna, prefieren
dejarlos a cargo de las instituciones para que puedan ser adoptados por otras familias.
Una cuestión que siempre surge de una u otra manera cuando se habla de adopción es
el tema económico. Hay personas que piensan que se paga por tener un hijo. Nada más
lejos de la realidad. El dinero que hay que pagar en las adopciones internacionales es el
que cobran las ECAI (Entidades Colaboradoras de Adopción Internacional) por los
gastos de gestión en España y en el país de origen del menor o, si se lleva a cabo el
procedimiento por Protocolo Público, lo que haya que pagar por las legalizaciones de los

20
distintos documentos. A esto hay que añadir, aunque en algunos casos no es necesario, lo
que supone el pago de honorarios a profesionales que intervienen (abogado, psicólogo,
trabajador social, guías...) y, por supuesto, los gastos del viaje y la estancia en el país
natal del niño, así como el donativo que, en algunos casos, se hace al orfanato. Es cierto
que la suma de todo ello puede ser elevada, pero en ningún caso se está «comprando» un
niño, sino pagando por unos trámites administrativos.
Todavía hoy hay muchas personas que sobrevaloran la importancia del lazo biológico
para el desarrollo del amor entre padres e hijos y hacen comentarios del tipo: «Nunca se
puede querer a un hijo adoptado como a uno propio». Tampoco es extraño escuchar a
algunos distinguir entre «madre adoptiva» y «madre verdadera», refiriéndose en el
segundo caso a la que llevó al niño en su seno y le dio a luz. Pero la maternidad no es
sólo una cuestión de biología. En realidad, la parte fisiológica dura apenas nueve meses;
el resto, toda la vida.
También hay quien piensa que los niños que han sido adoptados están enfermos
debido a su pasado, son problemáticos o dignos de causar lástima. Claro que pueden
surgir problemas relacionados con su historia anterior, pero en la mayoría de los casos se
resuelven satisfactoriamente, como veremos más adelante. Y, obviamente, los niños que
han sido adoptados han vivido situaciones difíciles, muy dolorosas en bastantes casos,
pero en modo alguno se los debe mirar y tratar con lástima, compasión o como unos
desgraciados. Necesitan, como todos los niños, como todas las personas, mucho amor.
Tienen todo un futuro por delante y hacia allí es donde todos debemos mirar.

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Iniciamos los trámites
«De pronto quedaron atónitos, aquella costra dura comenzó a romperse y con asombro vieron unos
ojos y unas antenas que no podían ser las de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para
darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas de mariposa de aquel
impresionante ser que tenían enfrente, el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido.
Todos se habían equivocado».

«Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer... si eres constante, tus sueños pueden
convertirse en realidad»

(La oruga y la mariposa).

Bien, pues la decisión se va madurando y poco a poco va tomando forma. Seguimos


adelante en nuestro camino y es el momento de comenzar los primeros trámites en la
Administración; en el caso de España, en la Comunidad Autónoma donde residan los
padres.

Una carpeta llena de deseos


En algunas Comunidades el proceso se inicia con una reunión informativa con las
personas interesadas en la adopción y los técnicos de los Servicios Sociales. En ella se
ofrece una información general del proceso, así como algunas características muy
generales de los diferentes países.
Con la información obtenida en esta reunión, es el momento de decidir si se sigue
adelante con el proceso, si se prefiere continuar reflexionando o si se descarta porque no
responde a las expectativas que se tenían.
En caso de continuar, el siguiente paso es entregar la solicitud de adopción, en la que
se debe especificar si será adopción nacional o internacional y, si es esta última, en qué
país; si se tramitará por ECAI o Protocolo Público; el rango de edad del niño; si se
acepta un grupo de hermanos o si se desea adoptar a un niño con necesidades especiales.
Apenas unos datos en unos pocos papeles. Sin embargo, ahí van nuestras ilusiones, en
un portafolios que sostenemos, mientras nos dirigimos a las oficinas de los Servicios
Sociales, como quien acaricia su más preciado tesoro. No es un documento más de los
muchos que tenemos que tramitar en nuestra vida. No, es el primer peldaño de una
escalera que hay que subir, sólo subir, para llegar hasta donde nos espera nuestro hijo.
Emocionalmente, el momento de entregar la solicitud es muy significativo, porque
pasamos del deseo a la acción. Por fin contamos con algo tangible, aunque sea en un
formulario.

Preparándonos para adoptar

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Según los datos estadísticos, el fracaso de la mitad de las adopciones en Estados Unidos
se debe, principalmente, a la falta de información y preparación de los padres. En España
los expertos también consideran este motivo, junto con la falta de recursos externos tras
la adopción, como los causantes de muchas rupturas.
En la actualidad se puede acceder a la información y a la formación a través de los
libros, Internet, las asociaciones de padres, las charlas organizadas por las ECAI y, por
supuesto, los cursos que imparten la mayoría de las Comunidades Autónomas.
Este proceso de formación resulta mucho más provechoso si se vive con actitud
positiva y participativa. El curso, si está bien planteado, además de proporcionar
información, sirve para que los padres compartamos temores, dudas y esperanzas con
personas que están en nuestra misma situación, conozcamos y reflexionemos sobre
cuestiones que tal vez no nos habíamos planteado o en las que no habíamos
profundizado lo suficiente. A partir de ahí consolidaremos aún más nuestra decisión de
adoptar y dispondremos de más recursos para la posterior adaptación de la familia o, por
el contrario, nos servirá para verificar que estábamos en el camino erróneo o que ese no
era el momento oportuno para llevar a cabo el proceso. Por tanto, aquí es la propia
persona o la pareja quien valora si sigue adelante con los trámites.
Si es así, aún queda una segunda valoración que deberán realizar, en este caso, los
técnicos de la Administración competente en materia de adopción, mediante la que se
certifica la idoneidad de los solicitantes para el ejercicio de la patria potestad[12].

¿Un examen para ser padres?


Idoneidad. Durante semanas o meses no podemos quitarnos esta palabra de la mente.
Estamos ante una de las etapas más temidas del camino de la adopción. Puede ser la
puerta que se abre y permite que nuestros sueños se hagan realidad o, por el contrario, se
cierra, aunque no tiene por qué ser de un modo definitivo.
Muchas personas se plantean: «¿Por qué tengo que pasar un examen para ser padre o
madre? A los padres biológicos no se les examina...». Es cierto, pero hay que tener en
cuenta que los menores que pueden ser adoptados están bajo la tutela de la
Administración. Por tanto, es responsabilidad de esta encontrar los padres más
apropiados para un niño separado de su familia biológica, que posiblemente en su corta
vida ya va cargado de experiencias traumáticas y que está viviendo en un ambiente
institucionalizado que, por mucho que se intente y por muy bien que se haga, nunca será
igual al familiar. Recordemos una vez más que trata siempre de buscar el bien del
menor.
Por otro lado, el hecho de tener que ser valorados no quiere decir que quienes
adoptamos seamos «padres de segunda» o que no estemos tan capacitados como los
padres biológicos para llevar a cabo nuestra tarea. Se es buen o mal padre o madre
independientemente de la forma en la que se ha accedido a la paternidad.
La valoración psicológica y social de los solicitantes de adopción incluye una
propuesta técnica de idoneidad en la que normalmente se basa el Certificado de

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Idoneidad. Este no es un documento que otorga el «derecho a tener un hijo», sino que es
necesario para proteger a los menores adoptables y garantizar el respeto a sus derechos
fundamentales, como es pertenecer a una familia que le va a cuidar y proteger y que sabe
y puede atender sus necesidades.
Así, con esta valoración, se pretende determinar las aptitudes y condiciones que,
como padres, podemos ofrecer al niño y garantizar que estas son apropiadas para cubrir
sus necesidades físicas, emocionales, sociales, etc. También se define el perfil del niño
cuya adopción será capaz de asumir cada pareja o persona en concreto. Esto facilita la
posterior asignación y disminuye el riesgo de que puedan surgir dificultades en el futuro.
La valoración la hacen los psicólogos y trabajadores sociales de la Administración
competente o, en algunos casos, pueden realizarlas profesionales o empresas privadas
autorizadas por esa Administración.
La metodología que se sigue, con ligeras variaciones dependiendo de cada
Comunidad, consiste en la realización de un cuestionario de personalidad, entrevistas
individuales y conjuntas, en los casos de las parejas, y una visita al domicilio de los
solicitantes.
Los criterios de idoneidad[13] que siguen las Comunidades Autónomas a la hora de
conceder el Certificado de Idoneidad son los siguientes:
a) Criterios generales de valoración positiva:
• Características psicológicas y sociales de los solicitantes, valorando positivamente
la estabilidad y madurez emocional que permitan el desarrollo armónico del niño.
• La existencia de motivaciones y actitudes adecuadas para la adopción.
• La relación estable y positiva de la pareja, en caso de solicitudes conjuntas.
• La aptitud básica para la educación del menor.
b) Criterios de valoración negativa excluyentes para adoptar:
• La existencia de una psicopatología en alguno de sus miembros.
• La existencia de motivaciones inadecuadas.
• La existencia de duelos no elaborados.
• Los desajustes graves en la relación entre los futuros adoptantes.
• La existencia de elevados niveles de estrés sin perspectiva de cambio.
• La oposición a adoptar de alguno de los miembros de la pareja.
• El rechazo a asumir los riesgos inherentes a la adopción, así como la presencia de
expectativas rígidas respecto al niño y a su origen social y familiar.

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c) Criterios de valoración negativa no excluyentes si no suponen un riesgo para la
adopción:
• Se valorará en qué medida la presencia de determinados problemas de salud en los
solicitantes puede afectar al proceso de adopción y la crianza de un menor.
• La existencia en la familia de personas que requieran la atención de los solicitantes
y cuyas condiciones de autonomía puedan representar una carga incompatible con
la adecuada atención del niño adoptado.
Así, los contenidos básicos que valora el informe psicológico y social son los
siguientes:
• Actitud y comportamiento durante las entrevistas.
• Motivación y actitud respecto a la adopción.
• Expectativas respecto al hijo.
• Repercusiones de la infertilidad y la falta de hijos.
• Actitud hacia la familia de origen y el pasado del niño.
• Perfil individual de los solicitantes.
• Historia de pareja y relación actual.
• Capacidades y actitudes educativas.
• Estilo de vida familiar e integración social.
• Repercusiones de la llegada del menor.
• Salud física y cobertura sanitaria.
• Situación económica y laboral.
• Características de la vivienda y su entorno.
Los futuros padres suelen vivir esta etapa con preocupación e, incluso, con ciertos
niveles de ansiedad y miedo, ya que somos conscientes de que del resultado de esa
valoración depende la obtención del Certificado de Idoneidad y también en función de la
misma se producirá la asignación del niño.
Cuando se aproxima el momento de las entrevistas, la mayoría «bombardeamos» a
preguntas a los amigos o conocidos que ya han pasado por esta etapa; Internet y los
participantes en los foros sobre adopción se convierten en nuestros principales
consejeros; hay quienes, incluso, ensayan las respuestas que darán a los técnicos...

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Personalmente, pienso que lo más importante es acudir a ellas relajados y, sobre todo,
responder y actuar con sinceridad y naturalidad.
En más del 98% de los casos la valoración psicológica y social es favorable. Para
aquellos que son valorados de forma negativa para adoptar en ese momento, esto no ha
de suponer el final del camino y, por tanto, de las ilusiones. En muchos casos la
valoración no favorable se debe a una circunstancia concreta del momento que puede ser
solventada, por lo que pueden volver a intentarlo más adelante. En cualquier caso, los
solicitantes pueden presentar alegaciones e incluso recurrir la decisión por la vía judicial.
Al final, cuando recibimos el documento que acredita que somos idóneos para adoptar
un niño, la mayoría coincidimos en que es uno de los momentos más felices de nuestra
vida. Los nervios y el miedo a no obtenerlo dejan paso a la alegría. Es entonces cuando
sentimos que nuestro hijo ya está más cerca.

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Ya estamos más cerca
«Está la puerta abierta, la vida está esperando con su eterno presente, con lluvia o bajo el sol. Está la
puerta abierta, juntemos nuestros sueños para vencer al miedo que nos empobreció. La vida es
encontrarnos, para eso nacemos, porque el punto más alto es llegar al amor»

(FACUNDO CABRAL, Está la puerta abierta).

Aunque el pasillo hasta llegar a nuestro hijo sea largo, la puerta ya está abierta y el
futuro se afronta con mayor esperanza y alegría... incluso los trámites burocráticos que
aún faltan por hacer.
En los casos de adopción nacional, tras la valoración psicológica y social, la Entidad
pública presenta el expediente de propuesta previa al juez competente, al que se adjuntan
todos los documentos necesarios[14].
Si la adopción del niño se va a realizar en el extranjero, ha llegado el momento de
preparar toda la documentación exigida por su país de origen.
Existen dos vías oficiales para llevar a cabo esta tramitación: por Protocolo Público,
es decir, por medio de los Servicios Sociales de la Comunidad Autónoma en la que
residen los padres, o por la mediación de una ECAI (Entidad Colaboradora de Adopción
Internacional).
Decidirse por una u otra opción depende, en primer lugar, del país elegido, puesto que
muchos exigen que la tramitación se realice exclusivamente por las entidades acreditadas
y otros no tienen ECAI reconocidas.
En caso de que se pueda elegir, no es posible afirmar de forma genérica que una
opción sea mejor que la otra, sino que hay que valorar las ventajas e inconvenientes de
cada una en función de las circunstancias, las necesidades y las expectativas personales.

Por ECAI...
Para poder actuar como mediadoras en la tramitación de expedientes de adopción
internacional, las ECAI deben estar autorizadas para este fin por la Comunidad
Autónoma y acreditadas por el órgano competente del país donde desarrollan su labor[15].
Las principales funciones que tienen que realizar son:
• Información, preparación y formación para la adopción internacional.
• Información y asesoramiento sobre los aspectos legales y normativos, en materia
de adopción, del país de origen del niño.

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• Información general sobre el país en el que van a adoptar.
• Gestión de la tramitación de expedientes de adopción ante las autoridades
competentes, tanto españolas como extranjeras. Esta intervención se refiere
principalmente a la traducción, legalización y autenticación de los documentos y a
hacer llegar el expediente al organismo competente a través del representante que
tengan en el país.
• Seguimiento del expediente, impulsando el procedimiento de adopción.
Hay países para los que está acreditada en España más de una entidad. Surge entonces
la duda de por cuál decidirse.
La primera opción es elegir, si la hay, aquella ECAI que trabaje en la Comunidad
Autónoma de residencia de los futuros padres. Si no la hubiese, los Servicios Sociales
tendrán acreditada otra de distinta Comunidad. En caso de haber más de una, antes de
elegir es importante informarse bien sobre la experiencia, la forma de trabajar y las
condiciones de cada una de ellas. Conviene recabar todos los datos posibles, pero hay
cuestiones que se deben tener en cuenta:
• Las ECAI son entidades sin ánimo de lucro, pero pueden percibir de los
solicitantes una compensación económica para hacer frente a los gastos derivados
de la gestión, incluidos los honorarios profesionales. Por eso hay que conocer
detalladamente los costes de cada una de ellas en relación con los servicios que
prestan, así como la forma de pago.
• Experiencias recientes de adopción en el país por parte de estas entidades.
• Conocimiento y contacto directo que tienen de los orfanatos, las instituciones o los
facilitadores.
• Equipo de profesionales con que cuenta la agencia en España y en el extranjero,
servicios que ofrecen y la experiencia que tienen.
• Información que dan sobre el proceso, las garantías y las leyes de adopción del
país donde se va a tramitar, así como sobre los informes sanitarios de los niños.
• Información que ofrecen los orfanatos sobre los orígenes y la vida del niño y su
estado de salud en el momento de la preasignación, así como la posibilidad de
ampliar dichos informes.
• Asumir que la labor de las ECAI no consiste en ningún caso en buscar niños para
los padres adoptantes.
• Seguimiento que hacen del niño desde la preasignación hasta que los padres se
encuentran con él.

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• Organización del viaje y la estancia en el país de origen del niño y posibilidad de
que los padres se alojen en un hotel distinto al que ofrece la ECAI.
• Respaldo y cobertura que ofrece la entidad en caso de que surjan problemas una
vez que los padres vayan a recoger al niño a su país de origen.
• Apoyo que presta la ECAI después de llevarse a cabo la adopción.
• Realización de los informes de seguimiento de control del menor.
Para obtener todos estos datos, además de informarnos directamente en cada agencia,
resulta muy útil conocer la experiencia de otras familias y consultar en los Servicios
Sociales de la Comunidad.

... o por Protocolo Público


Si optamos por hacer la tramitación del expediente por Protocolo Público, tendremos que
ser los propios solicitantes quienes recopilemos, traduzcamos y legalicemos todos los
documentos. Por eso debemos considerar, entre otras cosas, que tenemos que ser
nosotros quienes nos informemos de las normas y requisitos que debemos cumplir para
adoptar en ese país; nuestra disponibilidad de tiempo y recursos para gestionar los
trámites burocráticos requeridos; la posibilidad de comunicarnos con el organismo
competente en el país del menor, la transparencia del mismo y si es posible realizar el
seguimiento del expediente; la capacidad que tenemos para tomar decisiones sin contar
con el asesoramiento ni la ayuda técnica de profesionales expertos en las tramitaciones,
etc.
Pero en este proceso no estamos solos. Hay muchas familias que van más avanzadas o
han superado ya todos los trámites y que, a través de asociaciones o por Internet, nos van
a asesorar en todo momento. Contamos también con el apoyo de los Servicios Sociales
de nuestra Comunidad, aunque, por lo general, la información de la que disponen
muchas veces no es tan exhaustiva ni está tan actualizada como la de las familias que ya
han realizado dichos trámites.
Por lo general, los padres que hemos optado por tramitar por Protocolo Público,
siempre que las circunstancias hayan sido las normales, quedamos muy satisfechos,
porque, en cierto sentido, nos sentimos implicados más activamente en el camino hasta
encontrarnos con nuestro hijo.

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Y ahora, a esperar
«Te siento en todas partes, hasta en lo inverosímil, te imagino jugando junto a mi corazón, en tu
aventura ingenua de pan y chocolate, en tu experiencia blanca de trenes y balón. Te veo despeinando
la soledad del día, corriendo por la casa rompiendo algún jarrón, te veo como quiero que te vea la
vida, te espero con las ansias de aquel que pide amor»

(ALBERTO CORTEZ, Chaval).

¡Ya está! Por fin ha concluido la elaboración de un expediente que está repleto de datos,
fechas, firmas y sellos. Claro que esto es sólo lo que se ve, porque, aunque no sea
perceptible por los sentidos, esa carpeta va cargada de ilusiones, esperanzas, deseos y,
sobre todo, amor, mucho amor por el hijo que cada vez sentimos más cerca.
Los documentos ya se encuentran en algún archivador de los servicios de atención a
la infancia, si se ha optado por la adopción nacional, o en algún despacho de un país tal
vez muy lejano, pero que cada vez está más presente en el corazón de los futuros padres.
Allí, el expediente será de nuevo revisado por los técnicos responsables y en un plazo
más o menos largo de tiempo se resolverá todo el proceso con la asignación del niño, la
posterior aceptación por parte de los padres y, por fin, el encuentro. Hasta ese momento,
poco más podemos hacer... ¿O tal vez sí?
Han sido muchos meses de actividad, buscando información sobre la adopción,
participando en los cursos, tomando decisiones que pueden ser decisivas porque
cambiarán nuestra vida y la de nuestros hijos, haciendo las entrevistas de la valoración y
preparando el expediente... y ahora parece que sólo queda esperar...

Empieza la cuenta atrás, pero..., ¿cuándo acaba?


«Un hilo rojo, invisible, conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, a pesar del tiempo,
del lugar, a pesar de las circunstancias. El hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca podrá
romperse»

(Proverbio chino).

Esperar, y no sabemos cuánto tiempo.


En el caso de adopción nacional, si la solicitud es de un niño pequeño y sin
necesidades especiales, la espera puede alargarse muchos años, aunque el tiempo varía
en función de la Comunidad Autónoma. Si se desea adoptar un niño algo mayor, con
alguna discapacidad o un grupo de hermanos, el tiempo puede reducirse

30
considerablemente.
Los plazos en el extranjero son muy variados. Depende de los criterios de asignación
que tenga cada nación y hay que contar con los posibles cambios políticos o
modificaciones de la normativa relacionada con la adopción en el país de origen del
niño. También puede variar considerablemente el número de familias solicitantes o de
niños susceptibles de adopción.
Por tanto, aunque se hagan estimaciones aproximadas, es imposible saber y muy
difícil calcular cuándo llegará la ansiada asignación.
Así pues, una vez más la paciencia es fundamental. Aunque es muy difícil evitar que
los futuros padres «nos hagamos nuestras cuentas», conviene no ponerse plazos. Salvo
excepciones, es posible que la buena noticia llegue más tarde de lo esperado e, incluso,
que tengamos que superar algún que otro obstáculo que se presente en el camino.
Tenemos que estar muy preparados para esto, saber controlar la impaciencia y, a
veces, hasta la ansiedad. Estamos esperando un hijo pero, a diferencia de lo que sucede
en el embarazo, no podemos calcular cuántos días, meses o años nos quedan para verle
la cara. Aun así, es importante que tengamos siempre presente que cada día que pasa es
un día menos que falta para estar junto a él.
No es extraño que tras la entrega del expediente tengamos la sensación de que
estamos viviendo una situación irreal y de que la preasignación no va a llegar nunca.
Estos sentimientos son normales e incluso pueden aparecer y desaparecer en distintos
momentos. Forma parte de lo que muchos padres denominan «montaña rusa de
emociones». Una montaña que, como las de los parques de atracciones, hay que disfrutar
al máximo aunque a veces provoque vértigo.
Como en todas las demás etapas, en esta es fundamental el apoyo de los familiares y
amigos a los que hemos hecho partícipes del feliz acontecimiento. Quizá sean muchos
meses o años de espera, con altibajos emocionales que pueden ir desde la euforia hasta la
tristeza más profunda, con obstáculos imprevistos y con momentos de sensación de
soledad o falta de comprensión. Aunque no exista ningún signo físico externo que lo
indique, estamos «en estado de buena esperanza» y agradecemos que nuestros seres
queridos se interesen por saber cómo estamos viviendo el proceso, más allá de los
trámites burocráticos; cuáles son nuestros miedos, inquietudes, alegrías y sueños; que se
ilusionen con nosotros ante la llegada del pequeño...
La espera, aunque larga, es un tiempo muy bonito si se vive con serenidad y alegría
por el feliz acontecimiento que se acerca. Y de ningún modo se trata de un tiempo
estéril; al contrario, es una etapa de gestación. Por eso, es fundamental la preparación
personal como padres así como de todo lo necesario para la llegada de un nuevo
miembro a la familia.
Es cierto que a veces nuestro ánimo se viene abajo, que nos asaltan las dudas, que
nada nos motiva porque nos falta lo que más queremos o, mejor, a quien más queremos.
Pero no puede haber amor sin alegría, así que, ¡no nos dejemos vencer por esa
sensación! Nuestro hijo se merece unos padres fuertes y contentos.
Se han realizado muchos estudios sobre cómo influye en el niño el estado de ánimo

31
de la madre durante el embarazo. Bueno, pues algo me dice que nuestros hijos, por muy
lejos que estén y aunque no haya nada físico que nos una, también necesitan que
nosotros estemos bien. ¡No nos resignemos a esperar que el tiempo pase sin más!
Comenzábamos este epígrafe con un proverbio muy bello que suelen recordar los
padres que están esperando a sus hijos, especialmente aquellos que tramitan la adopción
en China. Durante este tiempo hay personas que practican otros ritos, como encender
velas rojas las noches de luna llena.
Quienes creemos en Dios y confiamos en sus planes perfectos, aunque a veces
parezcan escritos en «renglones torcidos», vivimos esta etapa de espera como un tiempo
de gracia para nosotros y para nuestros hijos. Nos sentimos unidos al niño, no por un
hilo, sino por unas Manos que nos aprietan bien fuerte a ambos y que cada día nos
acercan un poco más.

Los lazos del amor


«“¿Qué significa domesticar?”. “Es algo que está muy olvidado –dijo el zorro–. Significa crear
lazos”. “¿Crear lazos?”. “Seguro –dijo el zorro–. Tú no eres para mí más que un chiquillo parecido
a cien mil chiquillos y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Yo no soy para ti más que uno más
entre cien mil zorros. Ahora bien, si tú me domesticaras, nos necesitaríamos el uno al otro. Tú serías
para mí el único en el mundo, como yo lo sería para ti...”»

(A. DE SAINT-EXUPÉRY, El Principito).

A lo largo de todo el proceso nos surgen muchos interrogantes. Pero especialmente en


este momento podemos vernos sorprendidos por cuestiones que quizá antes no nos
habíamos planteado o las habíamos respondido con absoluta seguridad. De pronto, ahora
nos asustamos cuando nos acechan dudas del tipo: «¿Sentiré que es mi hijo?»; «¿Y si no
acepto sus rasgos físicos?»; «El amor hacia un hijo biológico se supone que es algo
innato, pero, ¿qué ocurre con un hijo adoptado?»; «¿Seré capaz de amarlo?»...
Si la decisión de adoptar se tomó con madurez, sinceridad y responsabilidad, estas
dudas ya habrán sido disipadas entonces, pero es totalmente normal que ahora que se
acerca el momento definitivo vuelvan a surgir. Es lógico el miedo ante una situación
desconocida, y más aún si somos padres primerizos.
La adopción comenzó como un deseo y poco a poco ese deseo se va convirtiendo en
amor hacia un niño cuya presencia no sentimos físicamente, que tendrá unos rasgos
quizá muy diferentes a los nuestros, a quien tal vez no podremos criar desde bebé.
Posiblemente esto no sea fácil de entender por parte de las personas ajenas a la adopción.
¿Cómo se puede querer a un niño al que no conoces y que no sabes si quiera si ya ha
nacido? Pues sí, se le quiere...
Este tiempo de la espera puede ser muy gozoso y productivo si se aprovecha para ir
tejiendo el vínculo afectivo con el que será nuestro hijo. Sabemos que él no es «uno más
entre cien mil chiquillos». Aunque aún no le conocemos, ya sentimos que «para nosotros
es único en el mundo, como nosotros lo seremos para él».

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Cristian de Renzi, psicólogo especialista en adopción, señala que «la adopción es una
historia de vínculos que se rompen. Vínculos que intentan mantenerse. Vínculos que se
construyen. Los que se rompen deben ser elaborados, los que se construyen,
acompañados»[16].
El vínculo afectivo entre los padres y el hijo es una unión de tipo instintivo que
implica un acercamiento emocional positivo que va progresando a lo largo del embarazo
y los primeros días de vida del bebé. Ese apego hacia el niño que va a nacer surge, en la
mayoría de los casos, por la próxima materialización del deseo de ser padres y todo lo
que esto significa. Aun en muchos casos de embarazos no proyectados, ese vínculo se va
creando poco a poco durante la gestación. Está influido por varios factores, como las
experiencias de la infancia de los padres, sus actitudes culturales y sociales hacia la
crianza de los niños, su personalidad, la planificación psicológica de la llegada del niño
y, sobre todo, la propia presencia de esa criatura que la madre siente en su interior. Los
padres perciben cómo crece el niño por los cambios físicos de la madre e, incluso,
pueden verlo a través de las ecografías, notan sus movimientos, etc.
Este vínculo comienza a desarrollarse desde que se tiene conocimiento del embarazo,
tiempo durante el cual los padres se imaginan y fantasean sobre el hijo que va a nacer.
La forma como se desarrolla el parto también influye en el proceso del apego,
especialmente de la madre. Asimismo, el momento inmediatamente después del parto es
fundamental para el vínculo con el bebé, ya que este tiene un período muy sensible de
alerta que permite iniciar el apego entre ambos progenitores y el niño, puesto que la
visión del recién nacido desencadena el mismo repertorio de comportamientos afectivos
en el padre que en la madre. Lógicamente, a medida que el niño crece ese lazo entre
padres e hijo va desarrollándose y madurando.
Pero, ¿qué pasa cuando vamos a ser padres por la vía de la adopción?
Al igual que en el embarazo, en la mayoría de los casos, el vínculo afectivo comienza
a surgir en el momento en el que somos conscientes de que nuestro deseo de maternidad
o paternidad se va a hacer realidad. Muchas personas, incluso, asocian ese inicio a
momentos determinados, como el día que entregan la solicitud en los Servicios Sociales
o cuando obtienen el Certificado de Idoneidad. Ese apego va creciendo a medida que va
pasando el tiempo, se va avanzando en el proceso y se va obteniendo más información.
Aunque con las diferencias propias de la personalidad de cada uno, tanto el padre como
la madre lo viven de un modo muy similar. Ambos han tenido que pasar las entrevistas,
juntos se han informado y han tomado decisiones, los dos han preparado la misma
documentación...
Los padres que vamos a adoptar formamos el vínculo afectivo sin la presencia física
de nuestro hijo. Francisco Granados habla del «engendramiento» en los padres
adoptantes señalando que se da una «carencia con respecto al embarazo en la madre, y
no creo necesario hablar de todo lo que implica esa intimidad y comunicación especial,
única. Y que también implica al padre en cuanto no construye, elabora y asume esa
presencia»[17].
Por eso hay elementos «externos» que, desde el punto de vista emocional, ayudan a

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establecer lazos con el niño: la relación con familias que ya han adoptado o también
están en el proceso; el contacto con bebés o niños que nos recuerdan lo que puede estar
viviendo en ese momento el que será nuestro hijo; la relación, de múltiples maneras, con
el país del que llegará el pequeño y, más aún, la posibilidad de ver imágenes de niños
nacidos en ese lugar, ya que es una forma de «poner cara» al nuestro...
Es bueno también aprovechar la espera para hablar de la adopción con familiares y
amigos, incluyendo a los niños de nuestro círculo, ya que ellos serán quienes primero
compartan juegos con nuestro hijo. Es necesario que cuando el niño llegue se sienta
integrado lo antes posible.
Respetando siempre la intimidad del menor, podemos hacerles partícipes de cómo va
el proceso, si el niño viene de otro país o si es de una raza o etnia diferente. Cuando
comunicamos estos datos es muy común que oigamos expresiones del tipo: «Va a tener
el pelo negro y muy rizado»; «Su piel va a ser muy clarita»; «Qué bonita, con los ojos
rasgados»; «Pues será morena y con ojos oscuros», etc. Aunque estos puedan parecer
comentarios superficiales, indican que los familiares y amigos ya se están formando una
imagen de quien será su nieto, sobrino, primo o amigo de sus hijos. Esto es muy bueno
para que ellos también establezcan un vínculo afectivo con el niño que está por llegar y,
cuando lo conozcan, rápidamente lo acojan con naturalidad y lo quieran como un
miembro más de la familia o del grupo de amigos.
En este sentido, la implicación de los futuros abuelos es importantísima.
A lo largo de la vida la presencia y cercanía de nuestros padres es fundamental; pues,
¡cuánto más ahora que somos nosotros los que nos estamos preparando para ser padres!
Necesitamos aún más si cabe su cariño, su apoyo y su comprensión.
Pero es que ellos también se están preparando para ser abuelos. Y lo van a ser de un
modo diferente a la mayoría de sus amigos y, lo más probable, distinto a como ellos
habían imaginado. En algunos casos, además, tendrán que superar el duelo por no tener
un nieto biológico y «la ruptura de la línea de sangre».
Poco a poco irán formando en sus mentes y en sus corazones la idea de un nieto que
no se parecerá al resto de la familia, que tal vez tendrá otro color de piel y al que,
posiblemente, sus hijos tendrán que ir a buscar a un lugar muy lejano.
Hay veces que su primera reacción al conocer la noticia no es la que sus hijos
deseaban. Debemos ser comprensivos. Ellos no han tomado la decisión y sus
expectativas, seguramente, eran muy diferentes a las nuestras. Por mi experiencia y la de
la gran mayoría de personas que conozco, mucho antes de lo que nos esperábamos,
nuestros padres comienzan a hablar de su nieto con más naturalidad, si cabe, que
nosotros mismos.
Resulta emocionante ver cómo se ilusionan ante la llegada del pequeño, cómo hacen
planes para cuando el niño ya esté en casa, cómo hablan de él como un miembro más de
la familia, aunque tampoco ellos sepan cuándo podrán darle el primer abrazo, tirarse en
la alfombra a jugar con él o consentirle algún que otro capricho.

La cuna de mi hijo

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En los casos en los que la adopción se tramite en el extranjero, el tiempo de la espera
puede ser muy útil para conocer el país natal del niño.
Hay personas que eligen un país determinado porque lo han visitado y lo conocen, o
porque tienen algún tipo de vínculo con él. Pero en muchos casos, al inicio del proceso,
los futuros padres no sabemos mucho del lugar donde nació o nacerá nuestro hijo. Como
señalábamos arriba, el conocimiento del país, el aprecio por su cultura, por sus gentes, la
valoración de sus aspectos positivos, etc., favorece la creación de lazos con el niño.
Además, facilitará en el futuro la relación entre padres e hijo, ya que le responderemos
con mayor conocimiento y seguridad cuando él demande información sobre sus
orígenes.
Por lo general, una vez tomada la decisión de adoptar en un país determinado, el
primer acercamiento que hacemos al mismo tiene que ver con la normativa referida a la
adopción. Después nos solemos interesar por la situación social, especialmente la
referida a la infancia desfavorecida, para hacernos una idea del entorno del que tal vez
proceda nuestro hijo. Si es posible, intentamos buscar información de los orfanatos o
casas de acogida, las condiciones en las que están los niños, cómo los atienden, etc.
Poco a poco el interés va creciendo e irá más allá de lo relacionado específicamente
con la adopción. Es buen momento para documentarnos sobre la historia, la cultura y las
tradiciones del país y conocer, por ejemplo, algo de su literatura, su arte o su música.
Resulta también muy útil ir familiarizándonos con la geografía, particularidades de la
vida cotidiana e, incluso, recabar datos sobre los transportes y el precio de los productos
básicos, ya que esos datos nos servirán cuando viajemos allí para recoger al niño.
Podemos informarnos también sobre la gastronomía, la celebración de fiestas,
tradiciones culturales y religiosas y otras relacionadas con la crianza y cuidado de los
niños, puesto que algunos elementos podrán ser incorporados a la vida familiar cuando el
pequeño viva con nosotros. Así, además de mantener rasgos propios de su cultura natal
que le hagan sentirse orgulloso de sus orígenes, si es algo mayor en el momento de ser
adoptado será más fácil la adaptación a su nueva forma de vida. En este sentido también
puede resultar muy enriquecedor conocer cuentos, juegos y canciones infantiles del país
de origen.

Vienen sin manual de instrucciones, pero algo podemos aprender


También podemos aprovechar la espera para adquirir más conocimientos sobre el
cuidado y la crianza de los niños en general y documentarnos acerca de las
particularidades de aquellos que han vivido parte de su corta vida en una institución de
protección de menores o en una familia de acogida. Es tiempo para ampliar información
sobre las distintas etapas del desarrollo, cómo afrontar las dificultades que puedan surgir,
de qué manera se puede favorecer la integración del niño en su nueva vida, conocer
cuestiones relacionadas con la salud de los niños que han sido adoptados, temas
referentes a la incorporación a la escuela, etc.
La literatura, en forma de libros o revistas, que existe sobre estos temas es cada vez
más numerosa y proliferan las páginas de Internet de las que se puede extraer

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información. Pero, además, si es posible, puede ser muy enriquecedor para los padres
visitar organizaciones o casas de acogida que existen en nuestro país y pedir información
a los profesionales que trabajan en ellas sobre las particularidades de los niños que han
sido apartados de su familia biológica.
Lógicamente cada niño es diferente, al igual que sus circunstancias de vida y la
situación en cada país, pero al menos podremos obtener algunos datos importantes que
nos ayudarán a comprender mejor determinados comportamientos que, en el futuro,
pueden tener nuestros hijos.

El libro de la vida
El «libro de la vida» es un instrumento muy utilizado en algunos países por los padres
que han adoptado un niño y debemos concebirlo como un regalo para él. Este libro será
la memoria de su infancia y también un objeto muy preciado para el adolescente y el
adulto que llegará a ser.
Lo podemos confeccionar con fotografías, dibujos, documentos, esquemas, breves
textos, etc., que plasmen el pasado del niño, así como el de su nueva familia, y ampliarlo
con datos sobre el proceso de adopción y la nueva vida en común.
Este libro, además de ofrecer a nuestro hijo una cronología de su vida, sirve para
facilitar que pueda entender lo que significa haber sido adoptado, reforzando las
conversaciones que tengamos con él sobre el tema. Le ayuda a conocer su historia,
incluido lo relacionado con su familia de origen. Y, sin duda, será un referente cuando
necesite constatar lo deseada que fue su llegada a la familia y el amor que le teníamos
aun antes de conocerle, así como el cariño y el cuidado que le dieron las personas que le
atendían hasta que se encontró con nosotros.
En definitiva, es un recurso muy útil para satisfacer la curiosidad y el deseo de
información del pequeño favoreciendo su identidad y ayudándole a incrementar su
seguridad y autoestima.
Normalmente este compendio lo realizan los padres, pero sería muy recomendable
que se iniciase cuando el niño pasa a vivir en una institución o familia de acogida. Los
encargados de su cuidado pueden recoger en él algunos datos referidos a su familia
biológica o los momentos más significativos de las distintas etapas de su vida. De este
modo los padres dispondríamos de más datos sobre ese pasado que no pudimos
compartir con nuestro hijo y este no se encontraría con ninguna «página en blanco» en el
libro de su vida.
A la hora de elaborar el libro es importante elegir un formato que sea práctico y
manejable para el niño. Él es su principal destinatario y debe concebirse de tal modo que
se pueda ir completando a medida que va creciendo.
Es un proyecto totalmente abierto a la creatividad de los padres y también a la de
nuestro hijo cuando pueda participar en él, pero los siguientes contenidos pueden servir
como sugerencia:
• Fotografías del niño, de su familia biológica si es posible, así como de personas

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que fueron importantes en su vida (sus cuidadores, sus amigos y compañeros, etc).
También de los lugares que conformaron su espacio habitual (dormitorio, sala de
juego, aula, espacios abiertos significativos para él...).
• Fotografías de la nueva familia.
• Fotografías del primer encuentro con sus padres y de los primeros días de
convivencia.
• Imágenes de la ciudad o el país donde nació.
• Billetes de avión para recordar el viaje en el que sus padres fueron a buscarle.
• Fotocopia de documentos importantes en la vida del niño (certificado de
nacimiento, de bautismo...) y del proceso de adopción (solicitud, Certificado de
Idoneidad, asignación...).
• Árbol genealógico de su familia biológica, si es posible, y de su nueva familia. Es
importante dar continuidad a ambas líneas en la persona del niño para que él pueda
establecer claramente la relación con ambas e identificar su posición en su nueva y
definitiva familia.
• Documentos relativos al día de su nacimiento (recortes de la prensa del día,
información sobre el tiempo que hacía...). Los padres pueden iniciar un diario
coincidiendo con el comienzo de los trámites de adopción. En él pueden escribir
cada día algún hecho significativo que han vivido para luego contar al niño cómo
han sido los años de la espera. De este modo, en los casos de adopción de niños
pequeños, podrán contarle, incluso, «qué estaban haciendo» el día que nació. Es
una forma de relacionar dos vidas que después se encontraron y juntos formaron o
ampliaron la familia.
• Información referida al desarrollo del niño, como la fecha en que empezó a andar,
cuando le salió su primer diente, la primera palabra que pronunció, etc.
• Si es posible, es un detalle muy bonito que el cuidador que más se ha ocupado del
niño le escriba una sencilla carta de despedida; para el pequeño y su familia será
un precioso recuerdo del pasado.
• Se pueden incluir textos explicativos de los motivos por los que los padres le
quisieron adoptar, por qué eligieron que fuera un niño de determinado país, cómo
fueron los primeros días de convivencia, etc. Los textos tienen que estar adaptados
a la edad y al nivel de comprensión del niño, incluso se puede redactar en forma
de cuento personalizado.
• La impresión de la mano y/o del pie del niño como seña de identidad.

37
• Dibujos hechos por el niño.
• Si el niño es mayor, puede ser él quien se encargue de confeccionar el libro o
continuar el iniciado por sus padres con los recuerdos de su vida anterior, sus
experiencias del día a día con su familia, en la escuela, con sus amigos, etc. Esto le
ayudará a expresar sus sentimientos y permitirá a sus padres conocer cómo es la
integración del niño en la familia y en su entorno social y descubrir sus
preocupaciones y sus expectativas.
La utilización del libro varía en función de la edad y el desarrollo del menor, pero es
interesante que lo leamos y lo comentemos junto con nuestros hijos, porque es un apoyo
fabuloso para mantener una conversación sobre un tema tan importante para la familia.
Además, sirve para resolver, de modo sencillo, algunas dudas que los niños se pueden
plantear.

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Historias que se encuentran
«Nuestro nacer es sólo un dormir y olvidar: el lma que se eleva con nosotros, la estrella de nuestra
vida, tuvo su ocaso en otro sitio; y llega de muy lejos: no en un entero olvido, no del todo desnudos,
sino arrastrando nubes de gloria hemos llegado de Dios, que es nuestro hogar; ¡En torno nuestro hay
cielo en nuestra infancia!»

(WILLIAM WORDSWORTH).

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Este es mi hijo
«Ni carne de mi carne ni huesos de mis huesos pero, aun así, milagrosamente mío. No olvides, ni un
solo instante, que no creciste bajo mi corazón, sino muy dentro de él»

(ANÓNIMO).

En una ocasión una amiga me dijo que, aunque adoptara un niño, no me perdiera la
experiencia de tener un hijo biológico. Sin duda que debe de ser maravilloso sentir en tu
interior nada menos que la vida de tu hijo... Por el momento únicamente puedo hablar de
mi experiencia de maternidad por el camino de la adopción y, ciertamente, es muy difícil
expresar con palabras el gozo y la felicidad que se siente al saber que hay un niño en
España o en cualquier otro lugar del mundo destinado a ser tu hijo. Un niño que no lleva
tu sangre, pero al que te une el sólido cordón del amor.
Bien, pues por fin llega la ansiada llamada que anuncia que ese niño está esperando
que sus padres vayan a recogerle. Para todos habrán sido largos años de espera; muchos
meses, en el mejor de los casos.
Durante ese tiempo los organismos competentes regionales o extranjeros, según los
casos, se habrán encargado de estudiar la situación de cada menor que tengan a su
cargo[18].
Las razones por las que un niño es declarado en situación de desamparo son muy
variadas. Puede deberse al fallecimiento de los padres o a situaciones que les impidan
hacerse cargo de sus hijos, como enfermedades mentales graves, carencias económicas
extremas, trabajos marginales, delincuencia y encarcelamiento; por explotación laboral
infantil, inducción a la mendicidad, abusos sexuales o maltratos físicos y emocionales.
Asimismo, se dan situaciones en las que son los propios padres quienes abandonan a sus
hijos y otros los entregan a alguna institución al considerar que no pueden criarlos y
educarlos.
En este último caso, creo que es justo reconocer y agradecer el valor, la generosidad
y, sobre todo, el amor de estas madres que, a pesar de las enormes dificultades
económicas, sociales o familiares que sufren, deciden llevar a término su embarazo, aun
sabiendo que no podrán cuidar, criar ni educar a su hijo.
En España, desde que entró en vigor la ley de despenalización del aborto en el año
1985, se han producido más de un millón cien mil abortos provocados. Creo que es
fundamental que reflexionemos seriamente sobre esta cuestión y que los legisladores, las
instituciones, las administraciones, pero también cada ciudadano particular,
contribuyamos a tomar las medidas oportunas para que no se pierdan más vidas. Cada

40
vez son más las entidades civiles y congregaciones religiosas que informan y ofrecen los
medios necesarios para que las mujeres en dificultades puedan dar a luz y criar a sus
hijos. Aun así, hay casos en los que la familia realmente no puede o no quiere hacerse
cargo del bebé. En esas circunstancias, considero que es imprescindible favorecer
alternativas como la adopción. De hecho, ya están surgiendo algunas propuestas desde
administraciones públicas y entidades privadas, como, por ejemplo, la atención y ayuda
a la mujer durante el embarazo para que lo pueda llevar a término. También hay expertos
que sugieren proteger su anonimato si finalmente decide renunciar a su hijo para evitar
así el abandono.

Preasignación: ya hay un niño que me espera


El lenguaje que se usa en las administraciones y organismos relacionados con la
adopción resulta, en la mayoría de las ocasiones, frío, y casi nunca transmite con
exactitud lo que este hecho implica. Términos como desamparo, idoneidad, expediente,
valoración psicosocial, menores adoptables..., preasignación.
A veces resulta extraño pensar que algo tan grande, tan maravilloso como la unión
entre un hijo y sus padres pase por una larga cadena de despachos, de trámites, que
finalmente se resuelva ante un juez... Es imposible que unos cuantos documentos
sellados recojan la historia de cada uno, nuestros miedos y nuestras esperanzas, el dolor
y las ilusiones...
Sin embargo, gracias a este procedimiento es posible el vínculo a través de la
adopción.
Nos encontramos al final del proceso administrativo. En manos de unos cuantos
profesionales (psicólogos, trabajadores sociales, abogados, jueces, etc.) está, ni más ni
menos, la responsabilidad de poner en contacto a los padres con sus hijos.
Pero en un hecho tan importante tiene que haber algo más, algo que trasciende las
prácticas humanas...
Los que creemos que es Dios el que nos va señalando el camino, intuimos que estas
personas, con sus conocimientos y profesionalidad, son quienes ponen los medios para
que se pueda realizar el plan perfecto que Él tiene para nosotros.
Si la adopción se realiza en España, aunque puede haber ligeras variaciones
dependiendo de la Comunidad en la que se tramite, en general el proceso que se sigue es
el siguiente: los Servicios Sociales, cuando hay un menor declarado en desamparo y se
ha estudiado que la alternativa más favorable para él es la adopción, proceden a
seleccionar, de entre las personas registradas y en función de la fecha de solicitud, los
padres que se consideren más idóneos para él, atendiendo siempre a las características y
necesidades del menor.
En el caso de adopción internacional[19] en un país que haya firmado el Convenio de
La Haya[20], la autoridad competente selecciona, normalmente basándose en los estudios
psicológicos y sociales, la familia más adecuada para un niño determinado teniendo en
cuenta sus necesidades, características y circunstancias concretas. Hay países donde no

41
se sigue este criterio de selección, sino que se asignan los niños por riguroso orden de
entrada de los expedientes. Como sugería anteriormente, es deseable que esta
preasignación se realice conjugando en lo posible las características y el entorno de
procedencia del niño y de la familia. Después, directamente o a través de la ECAI con la
que se haya tramitado, la autoridad competente envía el informe de preasignación a los
servicios de protección de menores de la Comunidad de los adoptantes, que la aceptará o
no tras valorar si esa familia es la adecuada para el niño. Si la resolución es favorable, se
lo comunican a los futuros padres para que sean estos quienes acepten o rechacen la
preasignación.
¡Por fin ha llegado esa llamada tan esperada!
Por la mañana, al levantarnos, pensábamos que sería un día como tantos otros, pero
también, como cada jornada, en lo más íntimo de nuestro corazón albergábamos la
esperanza de ver reflejado en nuestro teléfono el número de la ECAI o del Servicio de
Menores.
Pues sí..., ¡ya no es un día cualquiera! Al fin hemos recibido la noticia, la gran noticia,
de que hay un niño que nos está esperando.
Enseguida conoceremos algunos datos del pequeño. Nos darán su informe médico,
psicológico y social y, a veces, una fotografía. Hay países que ofrecen informes más
exhaustivos y otros, sin embargo, apenas proporcionan los datos básicos.
Ya he dicho en otro momento que hay quien define el proceso de adopción como una
montaña rusa de emociones. Pues la asignación nos lleva a los padres a uno de los picos
más altos. Hasta que se produce el encuentro, vivimos una etapa muy especial,
experimentamos una mezcla de sentimientos, como temor ante lo desconocido o una
enorme responsabilidad ante la inminente paternidad, pero sobre todo lo que nos invade
es una felicidad inmensa.

Quiero lo mejor para él


«Cuando se hizo grandecito se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y le puso el
nombre de Moisés, diciendo: “Lo he sacado de las aguas”»

(Éxodo 2,10).

Apenas una fotografía y un esbozo de su corta vida. Eso es todo lo que tenemos del que
puede ser, en poco tiempo, nuestro hijo. Pero para nosotros es un auténtico tesoro. Se
nos hará un nudo en la garganta y lloraremos de felicidad, telefonearemos a nuestros
familiares y amigos para decirles cómo se llama, correremos a enseñarles la fotografía
para que reconozcan que es «el hijo más guapo del mundo»...
Pero, aunque no resulte fácil, es importante controlar las emociones en el momento de
tomar la decisión de aceptar o no la preasignación. Lo habitual es que sea aceptada, pero
hay que hacerlo con madurez y responsabilidad, ya que puede darse la circunstancia de
que, al menos con los datos de los que dispone, la pareja no se sienta capacitada para ser
padres de un niño con determinado perfil (enfermedades o discapacidades graves, edad

42
muy diferente a la sugerida en el Certificado de Idoneidad de los solicitantes, etc). En
estos casos, considerando siempre el bien del niño, los padres tienen que valorar si se
sienten capaces de amar y cuidar a un pequeño con esas características o, por el
contrario, deben rechazar la asignación para darle la posibilidad de formar parte de una
familia más apropiada para él.
He oído a algunas personas comparar el rechazo de una asignación con el aborto
provocado de un niño cuando se detecta o se prevé que tiene algún tipo de malformación
o enfermedad. Pienso que, sin embargo, es todo lo contrario. El aborto significa quitar la
vida a un niño; tomar la decisión, con responsabilidad, generosidad y amor, de no
aceptar la asignación es darle a ese niño la oportunidad de que forme parte de otra
familia que se vea más capacitada para proporcionarle una vida digna.
Sin duda, esta situación supone un duro golpe para los solicitantes. En un momento se
derrumban todas las ilusiones y los sueños. Otra vez tienen que volver a esperar una
nueva asignación. Y, sobre todo, viven un duelo, puesto que se trata de la pérdida de un
hijo, unida, tal vez, al sentimiento de culpa, ya que la decisión última la tuvieron que
tomar ellos.
De igual manera, el niño tendrá que seguir esperando hasta que se encuentre una
familia apropiada para él. Habrán de pasar semanas, meses e, incluso, años hasta que
pueda, de una vez, reunirse con sus padres.
Por eso insisto una vez más en la responsabilidad de los organismos competentes y de
la ECAI contratada a la hora de hacer la asignación y verificar la misma de modo que los
perfiles de la familia y del niño se ajusten al máximo y favorecer así la completa
integración.
Siempre que sea posible conviene consultar el informe médico del niño con un
especialista para que pueda hacer una valoración del mismo y responder todas las dudas
que nos surjan. Como señala el pediatra Guillermo Oliván[21], experto en temas
relacionados con la salud de los niños que han sido adoptados, esto servirá para
identificar en algunos casos la existencia de problemas médicos pasados y presentes, la
necesidad actual o futura de evaluaciones médicas y tratamientos médicos o quirúrgicos
y la existencia de factores de riesgo que puedan afectar su desarrollo a largo plazo.
Los aspectos más importantes que deben evaluarse son: edad en que fue
institucionalizado, lugar donde ha vivido, edad gestacional, tipo de parto, peso, talla y
perímetro cefálico al nacimiento, período neonatal, problemas médicos antes y después
de ingresar en la institución, diagnósticos establecidos, medicaciones o transfusiones de
sangre que haya recibido, inmunizaciones, evaluaciones médicas por especialistas,
estudios de laboratorio y evolución del crecimiento y desarrollo. La revisión de la
información disponible de la madre (edad, ocupación, nacionalidad, problemas médicos,
número de hijos y enfermedades de estos, número de abortos, uso de drogas, alcohol y/o
tabaco, motivo por el que el niño fue institucionalizado o por el que se le retiró la patria
potestad, etc.) también puede servir para identificar factores de riesgo.
Cuando es posible, muchos padres muestran al pediatra vídeos y fotografías del niño,
ya que pueden ayudar a descartar o identificar retrasos o trastornos del desarrollo, signos

43
o síntomas de enfermedad neurológica o malformaciones genéticas. Hay que tener en
cuenta que, en la mayoría de los países, el informe médico que se envía no es tan
completo como debería y en algunos casos la información está adulterada. Sucede, por
ejemplo, en la mayoría de los informes médicos de Rusia, en los que el 90% de los niños
con historias de deficiente cuidado prenatal, embarazo o parto de riesgo, nacimiento
prematuro, parto largo o bajas puntuaciones en el test de Apgar, aparecen diagnosticados
de encefalopatía perinatal. Esto puede alarmar a las familias de niños que después
resultan estar sanos, pero a la vez encubre casos reales de enfermedad.
Hay países en los que hay que hacer un viaje previo al auto de adopción para conocer
al niño antes de aceptar la asignación. Es buen momento para que los padres valoren in
situ si están capacitados para atender todas las necesidades del pequeño.
Aún falta la resolución judicial, pero ya sabemos que ese niño, del que apenas
tenemos una foto y algún dato, ¡es nuestro hijo! Nos invade una alegría inmensa, pero
quizá también nos sentimos extraños... Poco a poco tenemos que asumir que ya somos
padres, que tenemos un hijo. En muchos meses e, incluso, años, no hemos sabido nada
de él, no lo hemos podido sentir físicamente. Ahora, de pronto, sabemos cómo se llama,
cuántos años tiene, cómo es su cara y hasta conocemos parte de su pasado...
En los casos de adopción nacional, normalmente pasa muy poco tiempo desde la
preasignación hasta que los padres se encuentran con su hijo. Pero si adoptamos en el
extranjero nos sabemos padres de un niño al que no conocemos, que está muy lejos y,
además, todavía tendremos que esperar algunas semanas o meses para encontrarnos con
él...
Son días de inquietud y de nervios pero, sobre todo, de una enorme felicidad, porque
las dos historias con las que comenzaba este libro están a punto de confluir. Así que, ¡a
preparar el encuentro!

Es hora de preparar el viaje y las maletas


¡Cuántas cosas nos pasan ahora por la cabeza!
Recordamos, por ejemplo, aquel día ya lejano en que fuimos a entregar nuestra
solicitud. Para el funcionario que nos la recogió, lógicamente era una de tantas que
reciben. Pero para nosotros no era un trámite más: en ese papel iban depositadas nuestras
ilusiones y esperanzas, el proyecto más especial de nuestra vida.
De vuelta a casa ya no éramos los mismos, ¡íbamos a ser padres...!
Y ahora se aproxima el acontecimiento quizá más importante en la historia de los
padres y del niño. Este es el norte que debe guiar nuestros pasos y hemos de realizar
todos los preparativos de modo que faciliten el encuentro y los primeros días de
convivencia siempre sean recordados con alegría y felicidad.
Si aún no lo hemos hecho, es el momento de comprar y tener dispuesto todo lo
necesario para la llegada del pequeño: cuna o cama, silla de paseo, algo de ropa,
juguetes, etc.
Como todos los padres que esperan un hijo, durante los meses anteriores nos hemos
esmerado en la preparación de un dormitorio confortable y sereno para el descanso del

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niño y acogedor y funcional para sus juegos y el estudio. Pero el dormitorio es mucho
más, es su espacio, su territorio, donde nacerán sus fantasías infantiles y donde se
refugiará en los momentos que necesite intimidad, el lugar que le dará seguridad. Por
ello no le debe dar la sensación de que es un lugar de paso. Cuando lo ocupe por primera
vez debe sentir que ese espacio está destinado a él para siempre. Lo podemos
personalizar con un cuadro con su nombre y, si fuera posible, ponernos en contacto con
sus cuidadores en el centro de menores para conocer sus preferencias en colores,
personajes de cuentos o, si es mayor, en cantantes o actores, etc. El que se tenga
dispuesta su habitación no quita para que una vez que el niño esté en casa participe en la
elección de su ropa, adornos para la habitación, algún juguete, etc. De este modo
consideramos los gustos y las opiniones de nuestro hijo, que se siente así valorado y
querido. También se pueden incorporar en ese espacio aquellos objetos personales que el
niño haya llevado consigo y que tienen una carga afectiva para él. Del mismo modo, si
ha nacido en otro país, podemos decorarlo con algunos elementos de su cultura.
Si hay que salir a buscarle al extranjero es el momento de preparar el viaje... y más
documentos: visados, permiso de entrada de un menor en España, certificado médico y
de antecedentes penales actualizados, etc.
Es fundamental que, además de los preparativos básicos y habituales para cualquier
viaje largo en tiempo y distancia, planifiquemos todo de modo que tanto los padres como
el niño vivamos esos días con alegría, serenidad y disfrutando de cada momento. Se trata
del primer encuentro con nuestro hijo y de este con sus padres. Será, por tanto, un
tiempo irrepetible y hay que intentar que sea lo más maravilloso posible. Eso sí, tenemos
que viajar con la mente abierta y con una actitud flexible, ya que no podemos prever
cómo será el encuentro y la interacción entre el niño y nosotros. Además pueden surgir
imprevistos, tanto positivos como negativos. Hay que pensar también que al pequeño, tal
vez, no lo han preparado demasiado para este cambio tan radical en su vida, así que
tenemos que facilitárselo lo más posible.
Es importante que nos informemos sobre las cuestiones básicas a la hora de viajar a
cualquier país: la moneda de uso y otras formas de pago; el idioma y las expresiones más
frecuentes que se pueden utilizar, como «gracias», «por favor» o «perdón», además de
otras como «hijo», «mamá», «papá» o «te quiero», que facilitarán mucho el primer
contacto. Es bueno tener algunas nociones acerca de la forma de vida cotidiana y sobre
las normas culturales, religiosas y de convivencia propias del lugar, ya que, además de
ser un signo de respeto hacia las personas, facilitará la integración durante el tiempo que
vivamos allí y hará que la comunicación con el niño sea más fluida, puesto que son las
normas con las que él ha crecido. También es necesario conocer el grado de seguridad
del país y las posibles zonas conflictivas que puedan existir, así como la forma de
comunicar con los servicios de emergencias y con la representación diplomática de
España.
No hay que olvidar los trámites burocráticos y jurídicos que aún se han de realizar
para formalizar la adopción, por lo que debemos revisar que los visados, documentos de
identidad y todos los relacionados con los trámites estén en regla. Incluso viene bien

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hacer fotocopias compulsadas de alguno de estos documentos, como el Libro de Familia,
el Certificado de Idoneidad y el Pasaporte. Es muy práctico llevar fotografías suficientes
en tamaño carné de los padres y, si se dispone de ella, del niño, ya que pueden surgir
gestiones con las que no se contaba y en determinados lugares puede ser muy
complicado encontrar un fotógrafo.
A la hora de buscar el hotel donde nos vayamos a alojar, debemos tener en cuenta que
este va a ser el lugar de convivencia con el niño hasta la vuelta a España, por lo que debe
contar con las comodidades necesarias para procurar un ambiente lo más familiar
posible. En caso de que haya que estar muchos días en el país, como ocurre en la
mayoría de los de América Latina, donde el tiempo de convivencia puede prolongarse
hasta tres meses, muchas familias optan por alquilar un apartamento, debido a que
resulta más económico y acogedor. En cuanto al viaje, tenemos que procurar reservar los
vuelos que sean más cómodos, especialmente en lo que a horarios y enlaces se refiere.
Esto es necesario, sobre todo, en los de vuelta, ya que viajaremos con un niño que estará
experimentando cambios muy bruscos en su vida en muy poco tiempo y hay que
proporcionarle el ambiente más sereno que sea posible.
Al preparar la maleta tenemos que tener presente que, enseguida, vamos a iniciar la
convivencia con nuestro hijo y seremos ya responsables de su cuidado. Aunque en
muchos países es fácil comprar medicinas, alimentos, ropa de bebé o niño, incluso el
coche de paseo, en otros puede resultar algo más complicado, al menos al principio, por
lo que no viene mal llevar preparado lo que sea de primera necesidad.
Por eso es muy útil visitar al médico de familia o al futuro pediatra del niño para que
indique por escrito qué medicamentos tenemos que incluir en el equipaje, así como la
dosificación de los mismos por si hubiera algún problema de salud. Por lo general, el
botiquín básico estará compuesto de un termómetro, suero fisiológico, antiséptico y
apósitos estériles, así como tiritas y esparadrapo; medicamentos como paracetamol,
ibuprofeno, jarabes antihistamínicos y para prevenir náuseas y vómitos, antidiarreicos,
sobres de rehidratación oral e incluso una loción de permetrina por si se detectan piojos
o liendres, tan frecuentes en los niños; alguna crema para posibles irritaciones de la piel
y un protector solar. La administración de todos los medicamentos, especialmente los
antibióticos, hay que procurar hacerla según la prescripción y el modo indicado por un
profesional y, en cualquier caso, cerciorarse siempre de no ser alérgico a ellos. Sin duda,
para mayor tranquilidad ante cualquier problema de salud del niño o de los padres, es
bueno tener localizado un centro médico al que acudir en caso de que fuera necesario.
Obviamente, si así está indicado, los padres debemos vacunarnos antes de emprender el
viaje siguiendo las recomendaciones del Centro de Vacunación Internacional de nuestra
Comunidad Autónoma e informarnos de los posibles riesgos para la salud y el modo de
evitarlos.
En cuanto a la alimentación, y dependiendo de la edad del niño, podemos llevar
biberones o platos, vasos y cubiertos de viaje, leche adaptada a su edad y cereales. Es
fundamental que nos informemos sobre qué tipo de alimentación ha seguido y sobre las
posibles alergias o intolerancias que pueda padecer.

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También hay que llevar lo básico para su higiene personal, como esponja, jabón y
crema hidratante infantil y, si es necesario, pañales. Es aconsejable preparar al menos un
chupete, ya que conviene tener uno de repuesto y, además, es muy útil para prevenir el
taponamiento y el dolor de oídos en el momento de despegar y aterrizar. Los niños
mayores pueden conseguir el mismo beneficio chupando un caramelo.
Hay otros enseres, como la ropa, la silla de paseo o la mochila de carga que tal vez se
puedan comprar en el propio país una vez que conozcamos al niño y sepamos su talla y
su grado de desarrollo motor.
Ante cualquier acontecimiento significativo, a pocas personas se les olvida la cámara
de fotos o la grabadora de vídeo. Sin duda que es muy bonito conservar imágenes del
encuentro y de los primeros días de vida en común. Pero hay que tener presente que una
imagen nunca sustituye a la vivencia de una ocasión tan especial y no merece la pena ver
la entrada de nuestro hijo en la sala donde nos vamos a encontrar por primera vez a
través del pequeño visor de la cámara. ¡Disfrutemos, vivamos ese momento! Y, si se da
la oportunidad, que sea otra persona quien lo grabe.
Y, por supuesto, hay algo que no debe faltar en el equipaje: un juguete, que será
recordado por la familia, especialmente por el niño, como el testigo mudo del encuentro
y que quizá se convierta en el objeto de transición y primer referente material de su
nueva vida. Eso sí, siempre respetando el deseo del pequeño, que tal vez tenga un objeto
irremplazable en ese momento porque le gusta, le da seguridad y puede que sea el único
que le pertenece sólo a él. Con muy pocos juguetes será suficiente para los primeros días
de convivencia, ya que lo más seguro es que no esté acostumbrado a jugar con muchas
cosas y, sobre todo, porque hay que procurar la comunicación con el niño a través de las
actividades lúdicas en familia, las caricias y las palabras. Sí es aconsejable llevar
pequeños juguetes, puzles, cuadernos para dibujar o cuentos para el viaje de vuelta, que,
en la mayoría de los casos, es muy largo.

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Nosotros somos tus padres
«Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia
delante»

(KALIL GIBRÁN, El profeta).

Ya se acerca el ansiado momento de conocer al pequeño. En la mayoría de los casos han


sido años de espera para que llegase este día. ¿Qué pasará? ¿Cómo será el encuentro?
¿Nos verá desde el primer momento como sus padres? ¿Lo veremos a él como hijo?
Estas y muchas más cuestiones pasan por las mentes de los adultos cuando se aproxima
el momento tan deseado de decirle al niño: «Nosotros somos tus padres».
Antes de encontrarnos por primera vez con el que va a ser nuestro hijo y al que ya
sentimos como tal, si es posible, hay que ampliar los datos de los que disponemos a
través del informe de preasignación. Esto facilitará considerablemente el primer contacto
y la convivencia.
Para ello, lo ideal sería que pudiéramos mantener una conversación con sus
cuidadores y educadores y así conocer con más detalle cómo es el niño, cuáles son los
rasgos característicos de su personalidad, su estado emocional y las habilidades en las
que destaca. Es importante estar informados de su historia clínica, así como de sus
hábitos de sueño, de higiene y de alimentación. Tenemos que saber qué grado tiene de
desarrollo físico, psicológico, sensorial, lingüístico y cognitivo y cómo se desenvuelve
en el ámbito afectivo y social. Debemos intentar obtener todos los datos posibles
referidos a su historia familiar previa; cómo ha vivido y se ha relacionado en el centro de
protección y cómo ha reaccionado ante separaciones anteriores. Si va al colegio,
conviene conocer cómo se desarrolla en ese ambiente. Será muy útil y, además, es una
muestra de respeto hacia el pequeño, que nos interesemos por sus gustos, aficiones y
prácticas religiosas. Evidentemente, es necesario saber qué grado de información tiene
sobre la adopción y su motivación ante la nueva vida que está a punto de empezar. Y,
por supuesto, para que podamos establecer de forma positiva la comunicación con
nuestro hijo, es fundamental que nos digan si está acostumbrado y le gusta que le llamen
por su nombre o por algún diminutivo o apodo cariñoso.

El primer e interminable abrazo


¡Cuántas veces hemos soñado con este instante! Es el momento de pasar del deseo de ser
padre o madre, del amor idealizado, a encontrarnos con nuestro hijo y aprender a amarlo.

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Durante la larga espera hemos imaginado cientos de veces al niño entrando por la puerta
de la sala donde le estaríamos esperando y con emoción hemos dibujado en nuestras
mentes el primer abrazo en el que nos vamos a fundir con él. Pero, ¿cómo será la
realidad?
El desarrollo del encuentro va a depender de muchos factores, como la situación
emocional en que nos encontremos los padres y el niño, temores, expectativas, historia
personal de cada uno, experiencias previas...
En la mayoría de las etapas del proceso de adopción, es muy difícil definir de forma
general qué sentimientos, emociones y reacciones experimentamos. ¡Qué decir,
entonces, de ese instante en el que personas que jamás se han visto antes se encuentran
ahora, ni más ni menos, que para formar parte de una misma familia, para ser padres e
hijo!
Pero sí existen algunas pautas que pueden favorecer esa primera toma de contacto:
• Es importante intentar no idealizar el encuentro, ya que es imposible conocer
previamente cómo reaccionará cada uno.
Los padres debemos recordar que nosotros llevamos años esperando este momento
y, más aún, lo deseamos. Pero la visión de los niños es bien diferente.
Algunos, sobre todo los mayores, saben qué es la adopción, han visto cómo
otros compañeros han salido de la casa para emprender una nueva vida con sus
padres e, incluso, en alguna ocasión ellos mismos han expresado su deseo de tener
también una familia. Otros, especialmente si son pequeños, no saben nada del
tema y para ellos el mundo se reduce a lo que viven en el orfanato o en el centro
de acogida. Ni siquiera tienen noción del concepto de «familia», por lo que pueden
vivir esta experiencia como si se tratase de un nuevo abandono.
También depende de los criterios que sigan los responsables del centro o de la
Administración encargada de la protección de los menores. Así, algunos
educadores o cuidadores preparan a los niños ayudándolos a que comprendan y
acepten la separación definitiva de su familia biológica o del entorno donde se han
criado. También les informan sobre su pasado para que no idealicen a su familia
de origen o se formen falsas expectativas sobre su posible retorno a la misma y
trabajan con ellos para que vayan recomponiendo su historia. A algunos niños les
enseñan lo que significa la adopción y las consecuencias que tendrá en su vida y
les motivan para la llegada de sus padres despertando en ellos el deseo de tener
una familia. Sin duda, esta es la actitud más positiva para el niño, al que, después
de proporcionarle toda esta información, hay que animarle a que exprese sus
sentimientos ante la nueva situación que va a vivir.
También debemos tener en cuenta que las características del proceso evolutivo
habituales en los menores de nuestro entorno social y cultural pueden ser
diferentes a las de su país natal. Así, la capacidad de comunicación verbal y no
verbal, las habilidades psicomotrices, incluso el interés por un tipo de juego u otro
pueden ser diferentes dependiendo de las culturas y del propio grado de desarrollo

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del pequeño.
• Es fundamental tratar de estar lo más relajados y seguros que podamos.
Tenemos que actuar ante el niño con naturalidad. Si esta es una regla básica para
cualquier entrevista de trabajo o presentación pública, ¡cuánto más si se trata del
primer encuentro con nuestro propio hijo! Aunque por la emoción del momento no
resulte fácil, tenemos que intentar estar relajados. Cualquier persona, y en especial
los niños, se contagia de las manifestaciones externas de los estados de ánimo.
Con una actitud serena será más fácil transmitirle esa tranquilidad y seguridad.
Los adultos sabemos que lo que estamos haciendo es bueno para el niño, pero él
no tiene esa certeza.
• En el primer contacto con el niño tenemos que ponernos a su altura para que pueda
ver de frente a sus padres.
¡Por fin, después de tanto tiempo, podemos empezar a mostrarle todo el cariño que
le tenemos! Es bueno que nos agachemos hasta quedar a su altura o cogerle en
brazos. El contacto visual permite centrar mejor la atención y evita que se sienta
intimidado por unas personas a las que no conoce.
• Repetir su nombre y hablarle con un tono cariñoso, seguro y sosegado.
No importa si el niño sabe hablar o no y cuál sea su idioma. Existe un lenguaje
universal, el del amor, con un código infinito de caricias, gestos y miradas. Todos
los niños captan cuándo se les habla de forma sosegada y afectuosa. Este tono de
voz transmite serenidad y confianza, fundamentales para que el encuentro
transcurra en un ambiente agradable. Y algo muy importante, debemos dirigirnos a
él por su nombre. Puede que sea lo único que entienda de todo lo que le digamos,
ya que es la palabra con la que se siente identificado. Esto le dará seguridad y
confianza y facilitará el acercamiento.
• Hay que respetar la distancia física que marque el niño.
Estamos deseando abrazarle y hacerle mimos, pero no le podemos obligar a que
esté pegado a nosotros desde el primer momento. Quizá le apetece dar vueltas por
la habitación, ponerse en un rincón para jugar con el nuevo muñeco que le hemos
regalado o engancharse como un koala a su cuidadora, que es a la única persona
que conoce.
• Respetar sus emociones.
La reacción en el primer encuentro puede ser de lo más variada. Desde aquellos
niños que se agarran a sus padres nada más verlos y les dan besos y abrazos como
si les conocieran de toda la vida, hasta los que lloran sin consuelo hasta caer
agotados. No hay que olvidar que es una situación totalmente extraña para él y

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puede manifestar sus emociones de muy diversas formas que hay que entender y
respetar.
• Si la reacción del pequeño no es todo lo positiva que desearíamos, no hay que
angustiarse ni tener prisa por que cambie la situación.
Esto es normal y puede deberse a muchas razones. Lo más probable es que las
personas que se le están presentando como sus padres sean unos perfectos
desconocidos para él. Quizá en el orfanato o en la casa de acogida donde se
encuentre no le han podido preparar lo suficiente para este momento. Y aunque sí
se haya llevado a cabo esa tarea, la personalidad, la historia previa y las
circunstancias de cada niño les hacen reaccionar de modo diferente. En cualquier
caso, la separación de las personas y el ambiente que le son familiares, unido al
miedo a lo desconocido, son razones más que justificadas para no sentirse cómodo
con lo que en ese momento está sucediendo. Para comprenderlo mejor es muy
fácil tratar de ponernos en su lugar. Si a nosotros nos dicen que tenemos que
abandonar todo lo que ha sido nuestra vida hasta entonces y a todas las personas
con las que nos relacionamos, para ir con otras a las que no conocemos a un lugar
quizá muy lejano, aunque todos nos insistan en que así nuestra vida va a ser
mucho mejor, ¿cómo nos sentiríamos?
Tenemos que dar tiempo al niño para que se familiarice con su nueva situación
y para ello es muy importante que exprese sus emociones.

Empezando a ser familia


¡Por fin hemos acariciado su cara, hemos podido besarle y abrazarle, por fin le hemos
visto llorar y reír con nosotros! Es nuestro hijo y juntos vamos a empezar una nueva
vida...
Pero antes de que quede constituida legalmente la adopción, muchos países exigen
que haya un tiempo de convivencia de los padres con el hijo.
Cuando la adopción se realiza en España, antes de la sentencia de adopción el niño
vive con su familia en régimen de «acogimiento familiar preadoptivo». Esta es una
medida de protección del menor que se establece para favorecer la adaptación entre los
futuros padres y el niño y cuya finalidad última es la adopción. Durante este tiempo la
familia lo educa, lo alimenta y le proporciona el ambiente familiar adecuado para su
desarrollo. La tutela del menor la ostenta formalmente la entidad pública que debe
autorizar expresamente a la familia sólo aquellos actos que excedan lo cotidiano.
En la adopción internacional, este tiempo de convivencia puede variar desde apenas
unos días hasta algunos meses, como ocurre en la mayoría de los países de América
Latina. Hay lugares en los que el niño pasa a convivir con quienes serán sus padres
inmediatamente después del encuentro. En otros este contacto es progresivo. La nueva
familia comienza compartiendo unas horas con el niño en el centro de acogida; según se
va desarrollando la convivencia, el niño puede salir con ellos durante más tiempo y,

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finalmente, el pequeño pasará todo el día junto a sus padres haciendo una vida más
familiar.
Igual que ocurre en el primer encuentro, este período de «ajuste inicial» o
«acoplamiento» se vive de un modo distinto en cada familia. Los adultos tenemos que
empezar a sentirnos padres de ese niño y este, poco a poco, tiene que saberse nuestro
hijo. Para ello, cada persona, cada familia, necesitamos un tiempo y unas formas que
poco a poco iremos descubriendo.
Si esta etapa se vive en el país del niño, por tanto, lejos de nuestro hogar, tenemos que
tratar de crear un ambiente lo más familiar posible. Las primeras semanas serán
fundamentales para el establecimiento del apego, por lo que es bueno que todo el tiempo
sea de dedicación casi exclusiva al niño. Además de atender sus necesidades básicas, hay
que dedicar muchas horas a los juegos, los mimos y las caricias. Tenemos que hablar y
aprovechar para ir explicándole de manera comprensiva que somos sus padres «para
siempre», cómo será su nueva vida en la familia, enseñarle fotos de la casa donde va a
vivir y de otros parientes y amigos más cercanos a los que va a conocer, etc. Debemos
estar atentos a las dudas o las preguntas que le puedan surgir, facilitar que pueda
expresarlas y darle una respuesta. En definitiva, ofrecerle amor, seguridad y confianza.
De este modo padres e hijo nos iremos conociendo, iremos creando los lazos afectivos,
descubriremos algunos gustos y aficiones del pequeño y, además, comprobaremos su
grado de desarrollo físico, psíquico y emocional.
También es importante que, desde el primer momento y en la medida en que sea
posible, introduzcamos algunos hábitos y comencemos a establecer límites y normas.
Si la estancia es larga, puede ser una buena ocasión para conocer la gastronomía del
país, algunas costumbres o fiestas, quizá se puede hacer algún viaje a lugares cercanos,
etc. También conviene hacernos fotos con el niño en lugares significativos y comprar
algún objeto típico o tradicional que, una vez en casa, puede servirle como referencia y
recuerdo de sus orígenes.
Los padres que ya han vivido esta experiencia la recuerdan como muy positiva y
emotiva, aunque no exenta en ocasiones de temor, ansiedad o preocupación.
En estos primeros días de convivencia puede ir todo sobre ruedas, el niño parece estar
totalmente integrado en su familia y sus padres sienten como si siempre hubieran estado
juntos. Hay muchos niños que continuamente expresan la alegría por tener unos padres,
con la consiguiente satisfacción y felicidad de estos.
Pero a veces puede no ser tan sencillo. Algunos niños reaccionan con rabietas
continuas, llantos desconsolados o actitudes de desconfianza, incluso de rechazo, hacia
sus padres. Si es así, no debemos desesperarnos, estas situaciones son totalmente
normales. Quizá la reacción negativa está condicionada por vivencias que el niño ha
tenido en el pasado, por temor hacia lo desconocido, por el miedo a estar con personas
para él extrañas y en un lugar que no conoce, etc. Tal vez ha establecido vínculos
afectivos muy fuertes con quienes han sido sus cuidadores o su familia de acogida y,
lógicamente, no quiere separarse de ellos, que son quienes hasta ese momento lo han
atendido y le han dado afecto y seguridad. Veremos más adelante cómo se desarrolla

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esta fase que, para muchos niños, es algo así como un duelo que tienen que vivir por la
separación del entorno que les es familiar.
Estas situaciones requieren mucha paciencia y confianza en uno mismo y, sobre todo,
mucho amor al niño. Una vez más, y todas las que sean necesarias, debemos intentar
ponernos en el lugar del pequeño para entender un poco mejor sus sentimientos, sus
miedos, sus expectativas, etc. Lo más probable es que en el momento menos pensado
cambie su actitud y esa barrera entre los padres y el hijo que parecía insalvable se
levante y deje el camino libre hacia la nueva vida en común.
En cualquier caso, ante las dudas o los problemas que surjan, los padres normalmente
contaremos con el apoyo de la casa de acogida. El personal de este centro es quien mejor
conoce al niño, por lo que es bueno consultarles y solicitarles información que, sin duda,
facilitará el funcionamiento de la nueva familia.

Es mi hijo y se llama...
Ya estamos juntos, pero, a efectos legales, la adopción aún no se ha hecho efectiva. Aún
queda la resolución judicial por la que ese niño será «oficialmente» nuestro hijo.
Si la adopción se realiza en España, tras el tiempo de acogimiento preadoptivo, el
proceso termina con el auto judicial de adopción y la inscripción en el Registro Civil.
En la adopción internacional, hay países donde es necesario un único viaje en el que
se conoce al niño, se convive con él durante un tiempo y se celebra el auto judicial. A
otros, sin embargo, hay que viajar en dos o hasta en tres ocasiones. Una vez emitida la
resolución judicial se solicita el reconocimiento de la adopción en el consulado, se
tramita el pasaporte del niño para que pueda salir del país y el certificado de nacimiento
con el nombre nuevo, si se desea cambiar, y los apellidos de los padres.
En todos los casos, pero especialmente si la adopción se ha realizado en el extranjero,
tenemos que solicitar, si es posible, cualquier documento que el niño pueda necesitar en
el futuro, como su historia sanitaria, su calendario de vacunación o la partida de
bautismo.
Antes de realizar muchos de los trámites señalados anteriormente, tenemos que haber
decidido con qué nombre le vamos a inscribir.
Cuando se está esperando un bebé, uno de los temas más debatidos en las familias es
el nombre que se le va a poner. Obviamente, los padres podemos elegir para nuestro hijo
el nombre que deseemos, pero, en el caso de una adopción, conviene tener presentes
algunas consideraciones.
La primera de ellas, a mi modo de ver, es que el nombre propio es fundamental para
el desarrollo de la propia identidad, por lo que tenemos que valorar si conviene o no
cambiárselo. Hay que tener en cuenta que los bebés reconocen su nombre entre los
cuatro y los seis meses de edad, así que es bueno que reflexionemos sobre este tema
tratando, una vez más, de ponernos en el lugar del niño.
Una razón para el cambio puede deberse a que el nombre sea muy difícil de
pronunciar por quienes no conocen la lengua natal del pequeño, o que los padres crean
que con un nombre español será más fácil la integración en el nuevo entorno. Hay padres

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que les cambian el nombre simplemente porque les gusta otro, por seguir una tradición
familiar o incluso porque al decidir ellos el nombre de su hijo reafirman, de algún modo,
su paternidad. En este sentido, conviene tener presente que, aun no cambiándoles el
nombre, los niños llevan el que nosotros deseamos, ya que, teniendo la posibilidad de
modificarlo, decidimos, por la razón que sea, mantenerle el original.
En muchos casos las familias optan por conservarle su nombre primitivo, pero añaden
uno nuevo.
Finalmente, sirva sólo como reflexión la opinión de Gail Steinberg y Beth Hall,
autoras del libro Inside Transracial Adoption: «Pedirle a un niño cuyo mundo está
cambiando que también cambie su nombre de pila podría equivaler a pedirle que fuera
alguien distinto a quien es».

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Por fin todos en casa!
¡

«Me gusta sentirme madre. Me gusta sentirte mío. Me gusta cuando me miras. Me gustas cuando te
miro. Lo que más de ti me gusta, lo que más de ti yo ansío. Lo que le pido a la vida, lo que a Dios yo
le suplico. Que no nos separe nada, ni la muerte ni el destino; que no se rompan los lazos de tu
corazón y el mío»

(FRANCISCO CONTRERAS, Me gustas cuando te ríes).

¡Qué ganas de volver a casa! ¡Qué deseo de comenzar la vida familiar en el hogar sin
estar pendientes de trámites burocráticos, de poder establecer por fin unas rutinas...!
Empieza una nueva etapa con muchos cambios y novedades, en la que padres e hijo
tenemos que aprender a sentirnos como tales, a conocernos y a querernos.
Durante la espera, hemos tenido tiempo de imaginar en muchas ocasiones cómo sería
la nueva vida en común con nuestro hijo y quizá para ello nos hemos servido de los
patrones seguidos en la vida familiar por personas de nuestro entorno cercano. Pero los
niños que han sido adoptados llegan con una mochila cargada de su pasado. A unos les
pesa más y a otros menos, pero pesa. Pesa el desamparo, la posterior institucionalización
y quizá otras experiencias traumáticas que hayan podido vivir, como malos tratos,
abusos o negligencias en su atención. Todo esto influye en su personalidad, en su forma
de percibir la realidad, en su comportamiento, en su desarrollo y, desde luego, en la
convivencia familiar. No se trata de que el calificativo «adoptivo» determine la vida de
los padres y del niño; al contrario, es sólo una circunstancia de la vida, pero que hay que
tener presente.
Debemos conocer y aceptar la historia y las necesidades de nuestro hijo para ayudarle
a crecer desde ahí y respetar sus tiempos y el ritmo de su desarrollo en todas las áreas
(físico, psicológico, lingüístico, motor, emocional, cognitivo, etc.), evitando las
comparaciones con otros pequeños de su edad.
Es fácil comprender que, por lo general, los niños adoptivos no han recibido los
mismos estímulos que los niños que viven con sus familias en una situación normal. Un
bebé, desde que nace, necesita que alguien le haga caricias, que responda a las demandas
que manifiesta a través del llanto, la risa o cualquier otra señal, que le hablen y jueguen
con él, etc. Si el niño no encuentra la respuesta adecuada a sus necesidades físicas y
emocionales; si se ha visto separado de sus padres; si le han atendido de forma
negligente; si ha sufrido abusos; si no ha recibido los estímulos sensoriales adecuados o
si no ha tenido una persona que se ocupe de él de forma individualizada y permanente,
se produce una ruptura en el ciclo del establecimiento del vínculo.

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Los padres, el resto de la familia y los amigos, los maestros y cualquier persona que
se relacione con un niño que ha sido adoptado, tenemos que entender que, además de
crecer, desarrollarse y aprender como los demás niños, debe integrarse en una familia, en
un entorno y algunos, incluso, en una cultura diferente. Debemos comprender que el
niño tiene que elaborar el duelo por las pérdidas que supone la adopción, reparar los
daños que su historia le haya podido ocasionar y tratar de superar los posibles retrasos o
trastornos emocionales, sensoriales, cognitivos, sociales, etc., que pueda arrastrar. Como
señalan S. Adroher y A. Berástegui[22], «la adopción provoca en los menores una fase
temporal de deculturación o transplante: el cambio de un medio institucional, en la
mayoría de los casos, a otro familiar; de un medio de supervivencia a uno de satisfacción
inmediata de sus necesidades; de un clima de privación a uno de sobreabundancia, es
importantísimo. El niño deberá explorar la nueva situación, descubrir cuáles son sus
límites, las conductas adecuadas, los nuevos modos de relación, las expectativas que se
posan sobre él en la totalidad del entorno. La adopción pone a prueba no sólo la
capacidad del niño de adaptación psicoafectiva, sino también cultural y social».

Un viaje hacia lo desconocido


La necesidad que tiene el pequeño de integrarse en su nueva vida le hace ser muy
permeable y, en poco tiempo, es capaz de aprender muchas cosas. Pero hay que tener
presente que lo que para los padres y el resto de la familia es habitual o cotidiano, para él
es una novedad.
Como me dijo en una ocasión un padre, los niños son muy valientes, porque van a lo
desconocido. En apenas unos días, el niño ha dejado de vivir en un centro con muchos
más niños, con quienes tiene que compartir todo, para comenzar una vida de familia en
un hogar en el que, de pronto, es el centro de atención. Incluso es posible que se
encuentre en un país diferente, rodeado de personas a las que no conoce y quizá con
unos rasgos muy distintos a los que está acostumbrado a ver. Son, sin duda, grandes
cambios en su vida que ni siquiera podía llegar a imaginar. Por eso, siempre que sea
posible, debemos procurar que otros cambios y novedades que se vayan introduciendo se
hagan de forma paulatina para que los vaya asumiendo con normalidad, no se cree falsas
expectativas y no se sienta sobrepasado por las nuevas situaciones.
Por ejemplo, es lógico que estemos deseando que nuestra familia y amigos, que han
estado a nuestro lado durante el largo proceso de la adopción, conozcan enseguida a
nuestro hijo. Ellos a su vez querrán ver y abrazar lo antes posible a ese niño tan
esperado. Hay que tener calma. Si se quiere normalizar lo antes posible la nueva
situación y, sobre todo, respetar los tiempos y los sentimientos del pequeño, este no
puede sentirse de pronto el foco de atención de un montón de personas a las que no
conoce y que con la mejor voluntad le hablan, le acarician, le miran, le preguntan, etc.
Esto puede hacerle sentirse observado e incluso analizado, puede ser tímido y pasarlo
mal en estas circunstancias, incluso llegar a sentir temor por encontrarse en una situación
que no puede controlar. Es mejor vivir los primeros días con cierta intimidad, dando

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tiempo para que nos conozcamos, para que el niño se familiarice con los nuevos espacios
y para que vaya haciendo suyas las costumbres de la familia. Podemos hablarle y
enseñarle fotografías de las personas que forman nuestro entorno, pero conviene
postergar un poco las visitas y las presentaciones y, cuando estas se produzcan, que no
participen demasiadas personas y todo se desarrolle dentro de esa naturalidad que se
pretende.
Lógicamente los abuelos serán, quizá, quienes gocen del privilegio de ser los
primeros en conocer a su nieto. Pero, por ejemplo, se puede aprovechar un cumpleaños o
cualquier otra celebración para presentar el niño a la familia extensa, un fin de semana
en el que se queda para comer con los tíos y los primos, un encuentro en el parque con
los hijos de los amigos, etc. Seguro que entenderán la situación y contribuirán a que el
encuentro se viva con normalidad y disfrutar así todos de él.
Por la misma razón, no es bueno que actividades consideradas extraordinarias se
conviertan en algo cotidiano. Queremos enseñar a nuestro hijo multitud de lugares
atractivos para él, que disfrute de todas aquellas cosas que nunca ha podido hacer y que
tenga muchos de los juguetes de los que hasta ese momento ha carecido. Pero todo esto
también hay que dosificarlo para no crear en el niño falsas expectativas ni fomentar
hábitos que después serán muy difíciles de erradicar. Es mejor elegir ocasiones
significativas o buscar momentos y razones justificados para que el pequeño vaya
estableciendo una escala de valores.
Si ha estado poco estimulado, es posible que su sistema neurológico no esté lo
suficientemente desarrollado para asimilar muchos estímulos sensoriales. Así, ruidos,
luces o movimientos fuertes pero habituales para los demás miembros de la familia
pueden resultar extremos para él. No se trata de tener al niño «entre algodones», sino de
adecuar las actividades que se realizan a su nivel de desarrollo e ir estimulándole poco a
poco, como veremos más adelante, para que vaya procesando toda la información que le
llega y se vaya adaptando a las novedades.
Asimismo, en la medida en que sea posible, conviene que introduzcamos los nuevos
horarios y costumbres de forma paulatina. También es aconsejable establecer una rutina
en las actividades cotidianas que le proporcionen tranquilidad y seguridad.
Para nosotros, los padres, también será esta una etapa de grandes cambios en nuestra
vida. Sin duda, con la llegada de un niño a la familia, independientemente de que sea
biológico o adoptado, se incrementa el trabajo que hay que realizar en casa, sobre todo si
el niño es pequeño. Se modifican nuestros hábitos cotidianos y la relación con la pareja,
la vida social y el desempeño laboral también se ven afectados.
Todos estos factores pueden hacer que nos sintamos más cansados e, incluso, resultar
estresantes. Hemos de saber afrontarlos para que el paso a la nueva situación se resuelva
con éxito.
Pero lo más importante es que para todos, sin duda, será una época maravillosa llena
de descubrimientos y «primeras veces». El primer cumpleaños juntos, la primera
Navidad en familia, el primer día de colegio, las primeras vacaciones...

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Aprender a querernos
«El amor dignifica y rescata del olvido y de la muerte, reconstruye lo deficiente, asume la deuda,
enjuga el llanto. Por eso, quien es amado, renace»

(CARLOS DÍAZ, Diez virtudes para vivir con humanidad).

Lo fundamental en los primeros días, semanas, meses, incluso años de convivencia, es


establecer y desarrollar el vínculo afectivo entre padres e hijo, puesto que su llegada a
casa, como la llegada de cualquier hijo, es fruto de un acto de amor y la relación debe
estar basada en el amor. Obviamente, cuanto más amplio y estable sea el vínculo,
especialmente con los padres, los hermanos y los abuelos, será también más seguro.
Los primeros tres años en la vida de un niño son muy importantes para establecer el
apego, siendo fundamentales los primeros nueve meses. El vínculo se genera por medio
de la satisfacción de sus necesidades básicas. El niño tiene hambre, sueño, le duele algo,
está mojado o se siente mal y llora para reclamar que alguien le atienda. Normalmente
son sus padres quienes acuden a esa llamada. Él percibe que ha sido cubierta su
necesidad, se siente protegido y así desarrolla su confianza en ellos y, por tanto, el
apego.
Esta será la base sobre la que el pequeño sustentará su desarrollo, ya que el
establecimiento adecuado de la relación afectiva será determinante para su crecimiento
emocional, cognitivo, social, la formación de su identidad o las distintas manifestaciones
de su conducta.
El niño que ha sido adoptado, independientemente de la edad que tenga en ese
momento, tiene ahora que establecer ese lazo con sus padres, tiene que adoptarlos. En
esta adopción no hay documentos administrativos, sino que es un proceso por el que el
niño tiene que reconocer en la persona (en el caso de adopción monoparental) o en el
matrimonio con el que vive, a sus padres. Tiene que aprender a querernos, sentirse
seguro con nosotros, confiar en que somos su familia «para siempre»... y esto lleva su
tiempo.
Del mismo modo, los padres tenemos que reconocer en él a nuestro hijo y vincularnos
con él sin haber experimentado, con todo lo que eso conlleva, el contacto físico del
embarazo, el parto y los primeros meses o años de vida.
En definitiva, unos y otros tenemos que aprender a caminar juntos en esta aventura
que no ha hecho más que comenzar.
Normalmente las primeras semanas o meses de convivencia el pequeño se muestra
muy contento al ver que sus necesidades son inmediatamente satisfechas, que le
besamos, le abrazamos y jugamos con él. En fin, está feliz por su nueva situación. Es lo
que se conoce como «luna de miel de la adopción». Sin embargo, no es extraño que
tiempo después manifieste en sus reacciones o actitudes la marca que le haya podido
dejar su pasado.
El éxito o el fracaso de este proceso de vinculación e integración, según diferentes
estudios, depende tanto del riesgo del hijo, derivado, entre otros factores, de su historia

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previa, como del riesgo que procede del sistema familiar en el que se integra,
especialmente de los padres. Sin duda, la personalidad de los padres y del hijo, la historia
previa de cada uno, las capacidades, actitudes y estrategias de afrontamiento del entorno
familiar, así como el apoyo social con que contemos serán determinantes para favorecer
el ajuste a la nueva familia. En este sentido me parece muy sugerente esta reflexión de
una trabajadora social, Francisca Gutiérrez, en la intervención que realizó en el año 2003
ante la Comisión especial sobre adopción internacional del Senado: «El niño necesita
que los padres sean capaces de soportar lo desconocido de su historia previa sin sentirse
expoliados, culpabilizados o amenazados de no formar parte de esta historia».
Por lo general, a los niños que tuvieron vínculos afectivos con su familia biológica o
sus cuidadores, es decir, que han experimentado el afecto, que se han sentido queridos,
les resulta más fácil establecer el apego. También los niños que fueron separados de su
familia biológica muy pronto pero a la vez fueron adoptados enseguida suelen presentar
menos problemas para establecer el vínculo. En cambio, si tardaron en ser adoptados o
las figuras de apego que han tenido han sido inestables, en el sentido de que han
cambiado con frecuencia de cuidador principal o han pasado por distintas familias o
instituciones, tendrán más dificultades de apego y de desarrollo. Influye también la
personalidad del niño, su edad y la preparación que haya recibido para ser adoptado. En
los mayores o en los que supieron que algún día serían adoptados, se pudo ir formando el
«deseo» de tener unos padres, por lo que, a priori, mostrarán una mayor disposición para
establecer lazos afectivos.
En definitiva, el proceso de adaptación de la familia a la nueva vida que se inicia con
la llegada de un hijo depende de muchas circunstancias que hacen que cada situación sea
única.
Lógicamente, no existe una fórmula mágica que garantice un apego inmediato y
sólido. Pero, según la experiencia de familias y profesionales, se pueden extraer algunas
consideraciones válidas para la mayoría de los casos:
• Actitud positiva y abierta del entorno familiar.
Ha llegado el momento en el que los padres tenemos que dejar que fluya
libremente el amor contenido durante tanto tiempo de espera sin escatimar las
manifestaciones de cariño y ternura hacia nuestro hijo. Es fundamental que
confiemos en nosotros mismos y en nuestras capacidades y habilidades para
establecer el vínculo con él y afrontar las situaciones que vayan apareciendo.
También es muy importante que exista una dinámica positiva y estable en las
relaciones en la familia y, naturalmente, que en los matrimonios el proyecto de
adopción y la crianza del niño sea compartido por ambos. Aunque parezca obvio,
hay que señalar que los padres debemos tener una actitud positiva hacia la
adopción y que nuestras expectativas respecto al menor estén ajustadas lo más
posible a la realidad. Y, por supuesto, no dudemos en solicitar ayuda siempre que
sea necesario.

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• Estimular al niño y satisfacer sus necesidades.
Los niños que son adoptados antes de los dos o tres años suelen establecer más
fácilmente el apego con sus padres, pero eso no significa que en el futuro no se
hagan preguntas sobre los motivos de su adopción, su familia biológica e incluso
que lleguen a elaborar un duelo por la pérdida de esta. Tampoco es extraño que,
aun siendo muy pequeño, el niño no tenga reacciones habituales en los bebés
como llorar cuando quiere algo, sonreír cuando le hablan, responder a los
estímulos que se le ofrecen, etc. Lo más probable es que esto tenga que ver con las
experiencias vividas en su corta vida y la carencia de una presencia constante que
respondiera a sus necesidades, entre ellas, la de afecto. El bebé no ha tenido la
oportunidad de aprender a establecer una comunicación.
Aunque esta situación pueda frustrarnos, no debemos preocuparnos. Debemos
tener mucha paciencia, darle seguridad satisfaciendo sus necesidades y seguir
estimulándole y manifestándole nuestro amor. Especialmente en los casos de
adopción internacional, puede ser interesante que adoptemos algunas costumbres
propias de la cultura de origen de nuestro hijo, como dormir con él hasta que sea
algo mayor, llevarle en un rebozo en lugar de utilizar silla de paseo o calmar su
llanto susurrándole palabras cariñosas tumbados junto a él en lugar de mecerle.
• Ayudarle a que identifique a sus padres como tales.
Es posible que el niño aún no tenga claro el concepto de familia o no entienda el
significado de papá y mamá. Por eso no es de extrañar que algunos se muestren
incluso más afectivos con otras personas que con sus padres o, incluso, que sea a
esas personas a quienes llame papá y mamá.
Por eso es muy importante, desde el primer instante del encuentro, que seamos
sus padres quienes nos ocupemos de él, le demos de comer, lo bañemos, le
acompañemos a dormir y juguemos con él. Cuando el pequeño tenga bien claro
los papeles de cada uno y nos identifique como padre y madre, será el momento de
delegar alguna de estas funciones si fuera necesario. Hemos de tener esto presente
de un modo especial las personas que adoptamos en solitario. Al no compartir las
tareas con una pareja, necesitaremos la ayuda de familiares o amigos para
determinadas cuestiones, como el viaje para recoger al niño si la adopción es en el
extranjero, la organización de la casa, sobre todo los primeros días, etc. En estos
casos seremos nosotros quienes nos encarguemos siempre de nuestro hijo y los
familiares o los amigos del resto de las tareas en las que puedan colaborar, para
que el niño tenga claro quién es cada uno.
En cualquier caso, además de ejercer como padres, es posible que sea necesario
que se lo expliquemos al niño con palabras. Es bueno que le digamos cosas como
que «los padres estamos para querer siempre a nuestros hijos, para cuidarlos y para
protegerlos». Puede parecer muy obvio, pero un niño que ha carecido de la
relación afectiva con sus padres puede no saber cuál es la tarea de estos; al

60
conocerlo y comprobarlo, aumentará sin duda su seguridad.
• Darle la seguridad de que somos sus padres para siempre.
Como ya hemos visto, es normal que, por su edad o por la falta de información,
muchos niños no sepan lo que es la adopción y tengan miedo de que sea una
situación provisional. Incluso no es extraño que, aunque lleven años juntos, el niño
se sienta inseguro ante determinadas situaciones, como, por ejemplo, un cambio de
casa.
Tenemos que decirle que somos sus padres «para toda la vida». En nuestras
conversaciones con él es bueno repetirle con asiduidad la palabra siempre:
«Cuando salgas del colegio siempre te voy a estar esperando»; «Te vamos a querer
siempre»; «Cuando me vaya a trabajar, siempre voy a volver para comer contigo».
Pero, aunque lo expresemos con palabras, él necesitará constatar que eso es
cierto. Para eso es importante, sobre todo al principio, establecer unas rutinas en el
desarrollo cotidiano de cada jornada. Si esto es bueno para todos los niños, ya que
les da seguridad, cuánto más para aquellos que han sido adoptados. Así, podemos
marcar un horario fijo para las comidas, el baño, la tarea del colegio o la hora de
dormir. Incluso en las actividades más o menos habituales, es bueno anticiparles lo
que va a suceder de forma precisa: «Cuando comas vamos a ir a ver a los
abuelos»; «Al salir del colegio vamos a ir al médico», etc. También podemos
elaborar planes de futuro en los que se sienta implicado, de este modo verá que se
cuenta con él «a largo plazo».
Para proporcionarle esa seguridad que necesita será de mucha utilidad el «libro
de la vida», que puede reflejar el proceso de la adopción de un modo comprensible
para el pequeño. Y si el niño es algo mayor, le podemos enseñar, aunque no los
entienda perfectamente, los documentos que certifican la adopción. De este modo
tendrá una visión cronológica del proceso e irá comprendiendo que su
permanencia en la familia no es transitoria, sino que fue muy deseada, buscada y
ya es definitiva.
Como todas las personas, es bueno que los niños dispongan de un sistema
variado de vínculos familiares y de amistad, seguros y estables, que les
proporcione tranquilidad.
• Hacer que se sepa querido e importante.
Un niño que ha sido adoptado no ha gozado tanto como otros de las palabras y los
gestos que expresan amor. Por eso, tal vez, tiene más necesidad de ello y hay que
dárselo y eso, como con cualquier otro hijo, requiere dedicarle tiempo, tiempo y
más tiempo.
Con la llegada de un niño a una familia, los padres sabemos que ya no vamos a
poder disponer de tanto tiempo para nosotros, pero esto se ve compensado, ¡y de
qué manera!, por los momentos tan bellos que vamos a poder compartir juntos:
jugando, cantando, conversando, escuchando sus historias, haciendo las tareas del

61
colegio, saliendo de excursión, leyendo cuentos, etc.
Para establecer el vínculo es muy importante tomar al niño en brazos y
mirarnos cara a cara, hablarnos con ternura, hacernos caricias y darnos besos,
jugar a peinarnos unos a otros, a darnos crema, bailar agarrados, tumbarnos juntos
en una colchoneta o en el sofá, etc. De este modo se favorece la interacción entre
los niños y sus padres desde el primer momento. Como apunta Boris Cyrulnik, por
medio de los gestos y las palabras, los padres, los hermanos, los amigos y toda
persona amada pueden modificar el estilo afectivo de base, reforzarlo o
destruirlo[23].
Si el niño rehúye el contacto físico, hay que valorar cuál es la causa. Puede
deberse a un problema de integración sensorial, como veremos más adelante, o
quizá ha tenido una historia de abusos o malos tratos. En cualquier caso, no hay
que forzarle, sino tratar de buscar alternativas, por ejemplo a través del juego, y
hablar con él, ayudarle a que exprese sus sentimientos. Si el miedo o el rechazo no
se resuelven o se complican, es necesario ponerse en contacto con un profesional
para que le ayude a superarlo.
En un niño el juego es fundamental para crear una relación afectiva sólida.
Quizá él nunca ha tenido la oportunidad de jugar con sus padres y estos quizá
nunca han jugado con un hijo... ¡pues hay que aprovechar y disfrutar de este
momento! Además de pasar ratos muy agradables, mediante el juego podemos ir
descubriendo muchas cosas de nuestro hijo, incluso se podrán recuperar, de algún
modo, esas etapas que no hemos pasado juntos, ya que a muchos niños les gusta
jugar a ser bebés.
No hay que temer que el niño se «enmadre» o se «empadre»; eso es
precisamente lo que necesita. El tiempo que le dediquemos de abrazos, juegos o
actividades compartidas nunca es excesivo. Al contrario, enseñándole que puede
depender de nosotros, su necesidad de demandar atención disminuirá; será más
seguro e independiente porque sabrá que siempre tiene un lugar donde regresar, al
lado de sus padres.
• Respetar su estado emocional y el tiempo que necesite para elaborar sus
sentimientos.
Es normal que tras los cambios en su vida el niño se sienta triste, preocupado,
enfadado, asustado. A veces reaccionan con llantos inexplicables, alteraciones en
el sueño o en la alimentación, hiperactividad, miedo ante determinadas situaciones
e incluso regresiones, es decir, desarrollo de comportamientos propios de etapas
anteriores, como chuparse el dedo, no controlar los esfínteres o querer ser
acunados como si fuesen bebés. Tampoco es extraño que traten de escapar a ese
miedo o tristeza con manifestaciones de rabia que les hacen sentirse fuertes.
Son los recursos de los que se sirven para solicitar esa atención de la que quizá
han carecido durante mucho tiempo, para huir del estrés que le pueden producir
los cambios o para expresar su dolor ante las pérdidas que han sufrido o el miedo

62
por situaciones vividas anteriormente.
Estas reacciones tienen también una explicación fisiológica. La ruptura del
apego, la privación de estímulos sensoriales o cualquier hecho traumático
prolongado o repetido que haya vivido el niño puede afectar a su desarrollo
cerebral debido al aumento de hormonas del estrés, como el cortisol o la
adrenalina, que estimulan al organismo para luchar contra un peligro o para huir
de él. Aunque esa situación haya pasado, el cerebro lo recuerda, por lo que el niño
reacciona sobresaltándose rápidamente o estallando de rabia ante el menor
estímulo.
Los padres debemos acompañarlo en este proceso, haciéndole ver que todo eso
es normal, ayudándole a exteriorizar lo que siente, sus recuerdos, sus inquietudes,
dándole apoyo y confianza.
• Favorecer su autoestima.
Como cualquier persona, para que un niño establezca lazos afectivos sólidos con
sus padres, familiares, amigos o cualquier persona de su entorno, es necesario que
se quiera a sí mismo, que se valore.
Berástegui[24] señala que «a pesar de que las hipótesis teóricas y clínicas sobre la
construcción de la identidad de los adoptados apuntan a que estos tendrían
mayores problemas de autoestima que los no adoptados, son pocos los estudios
empíricos que avalan esta hipótesis». Por el contrario, son muchos los que
concluyen que los niños que han sido adoptados no tienen mayores problemas de
autoestima que los hijos biológicos. Esta es también la opinión de la mayoría de
los padres, aunque, no obstante, señalan la influencia que sus vivencias previas
pueden tener en la valoración que se hacen de sí mismos.
Un niño pequeño no puede comprender las causas por las que ha tenido que
salir del ámbito de su familia biológica. Por este motivo, sean cuales sean esas
razones, algunos pueden sentirse rechazados por ella, tender a culpabilizarse de
esta situación y, en consecuencia, tal vez no considerarse dignos de ser queridos
por otras personas. A veces también puede ocurrir que, si han vivido en una
institución en la que no les han podido dar una atención personalizada, no hayan
tenido tantas oportunidades de que les valoren y reconozcan sus logros. Otros
niños, por la falta de estimulación sensorial, no tienen muy desarrolladas
determinadas habilidades y esto puede llevarles a tener un concepto general
negativo de ellos mismos. Hay algunos signos que pueden hacer sospechar a los
padres que su hijo puede tener un bajo concepto de sí mismo. Son niños que se
aburren fácilmente, parecen perezosos, están poco motivados o evitan todas
aquellas actividades que pueden causarles algún problema o dificultad.
Como con cualquier niño, es tarea de los padres, principalmente, pero también
de todos los adultos que están en su entorno afectivo, favorecer en él la
autoestima, ya que la imagen que los adultos tienen de él influye en el concepto
que se forme de sí mismo y actuará en consecuencia.

63
Debemos transmitirle una imagen positiva de sí mismo, que aprenda a quererse
aceptando sus aspectos positivos y negativos, para que no desee ser como los
demás como forma de rechazo hacia sí mismo. Tenemos que reconocer de manera
expresiva sus logros, las virtudes y las capacidades que tiene y por las que destaca
y que le diferencian de otros niños. Forma parte de nuestra misión como padres
hacer que se sienta valioso animándole a ser creativo, motivarle en aquellas tareas
que le cuesten más con pequeños retos que sea capaz de conseguir y reforzarle una
vez que los supere.
• Modificar conductas.
La adopción supone un cambio muy importante, por lo que es normal que al
principio surjan algunas conductas que pueden considerarse «de transición». Hay
que tener también en cuenta que muchos niños tienen una forma de actuar que
hasta ese momento les ha permitido funcionar y sobrevivir en el medio del que
proceden, pero que puede no ser necesaria ni adecuada en el nuevo contexto.
Sin embargo, hay cierta tendencia social a considerar que la conducta del niño
que ha sido adoptado es patológica y que sus problemas de comportamiento son
graves, así como una mayor propensión de los padres adoptantes a estar
excesivamente vigilantes ante las conductas de sus hijos y a vivirlas como algo
problemático[25].
En primer lugar, los padres tenemos que distinguir entre las conductas propias y
habituales de los niños en la etapa de desarrollo en la que se encuentra nuestro hijo
y aquellas que puedan estar causadas por su historia cuando vivía con su familia
de origen, su etapa en un centro de acogida o su incorporación a la familia.
Diferentes estudios sostienen que los niños con historias previas de abusos,
maltrato o negligencia desarrollan mayores problemas de conducta que el resto[26].
Pero también hay que considerar que el niño ha sufrido pérdidas y ha vivido
acontecimientos que le pueden producir inseguridad, miedo a un nuevo abandono
o ansiedad, y lo expresa muchas veces en forma de desobediencia, rebeldía, rabia,
etc. Debemos valorar si con su comportamiento pretende provocar en nosotros una
respuesta que le dé la seguridad de que le queremos, de que estamos pendientes de
él, de que es importante para nosotros y de que no le vamos a abandonar.
A veces el niño muestra una actitud de autosuficiencia, ya que ha tenido que
sobrevivir a condiciones muy duras y está acostumbrado a resolver muchas cosas
por sí mismo.
Otros niños mienten, ocultan la verdad sistemáticamente, incluso algunos
pueden intentar fugarse. Estas pueden ser conductas aprendidas que le han
resultado válidas para evitar castigos y que tal vez no han sido corregidas.
También pueden deberse al temor a que sus padres se enfaden o los rechacen por
su actitud.
Aunque no es lo habitual, pueden darse casos de niños que al inicio presentan
comportamientos inadecuados, como cometer, pequeños robos o acaparar

64
alimentos a escondidas. Esto puede deberse a las carencias que han tenido
anteriormente en su familia biológica o en el centro de protección de menores.
Muchos niños nunca han tenido nada en propiedad e incluso puede que algunos
hayan pasado hambre, por eso se hacen con juguetes, material escolar o alimentos
y los esconden para que nunca les falten.
En muchas ocasiones los problemas de conducta son consecuencia de una
inadecuada integración sensorial, como veremos más adelante.
Estos comportamientos a veces pueden dificultar el establecimiento del
vínculo, pero, normalmente, irán disminuyendo en frecuencia e intensidad según
avance la convivencia con la familia.
• Ayudarle a que se adapte a las nuevas normas y costumbres.
La llegada a la familia supone para el niño su adaptación a nuevas normas y
costumbres, no sólo de su entorno cercano, sino quizá también las propias de una
nueva cultura para él. En este aspecto será necesaria, una vez más, mucha
paciencia, ya que, probablemente, se tratará de cambios muy radicales.
Conviene comenzar marcando pocas y sencillas normas, explicándole las
razones. Tendremos que repetírselas tantas veces como sea necesario y, poco a
poco, ir añadiendo otras nuevas. También hay que procurar ser flexibles en el
cumplimiento de las mismas cuando lo consideremos oportuno.
Los cambios de costumbres tal vez sean también muy fuertes, pero quizá se
puedan suavizar manteniendo algunas de su cultura original. Por ejemplo, uno de
los cambios que los niños más notan y que, en ocasiones, puede generar algún
problema, es el de las comidas. Lógicamente, el niño tendrá que comenzar a
probar nuevos sabores, propios de la gastronomía española, pero también le
podemos llevar en alguna ocasión a comer a un restaurante de cocina típica de su
país de origen. El que sus padres le proporcionemos algo que le gusta y con lo que
se sienta identificado servirá para pasar una jornada agradable y, por tanto,
afianzar el vínculo afectivo en la familia.
En esta etapa en la que se está estableciendo y desarrollando el vínculo entre nosotros
y nuestro hijo, no es extraño que a veces su respuesta se sitúe en alguno de estos dos
extremos o que fluctúe de uno a otro:
• Excesiva dependencia de sus padres.
Es normal que el niño muestre cariño a sus padres continuamente, reclame nuestra
atención, nos manifieste y nos demande sin cesar palabras y gestos de afecto, que
tenga un deseo exagerado de agradar. Se siente muy feliz con su nueva situación y
es lógico que quiera demostrarlo. Pero también es posible que tema que esta
situación se acabe pronto, que vuelva a ser separado de su familia, por eso trata de
manifestarnos continuamente lo que nos quiere, intenta por todos los medios que
estemos contentos con él y no quiere separarse de nuestro lado.

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Desde luego, esta es una actitud muy positiva para facilitar el apego, pues el
niño nos está adoptando. Pero si valoramos que esa dependencia excede lo
considerado normal y que puede ser contraproducente para él, tenemos que tratar
de encontrar el equilibrio entre las muestras de cariño hacia nuestro hijo, que
deben darle la seguridad de que este es incondicional y para siempre, y la
necesidad de hacerle ver que nosotros también necesitamos nuestro tiempo y
nuestro espacio y que esto debe respetarlo. No se trata, obviamente, de reprimir
sus manifestaciones de afecto, al contrario, hay que darle todo el cariño... y más.
Pero también tenemos que enseñarle a que se sienta seguro del amor mutuo, a
pesar de que no se exprese continuamente o incluso de que, por alguna razón,
estemos separados.
En algunos casos, las manifestaciones exageradas de afecto no responden a un
cariño verdadero, sino que el niño se vale de ellas con el fin de evitar agresiones,
castigos o rechazo. Esto es así porque tal vez este era el recurso que utilizaba en el
pasado cuando se sentía amenazado. Lógicamente, los padres tenemos que lograr
que entienda que con nosotros la situación es distinta.
Sin embargo, en ocasiones somos los padres los que establecemos un vínculo
que Cyrulnik denomina de «captura afectiva», en la que la mínima separación se
vive con angustia y hay una protección extrema hacia el niño que le impide
desarrollar su propia vida.
• Dificultades para establecer el apego.
Hay niños que se muestran fríos y distantes con sus padres, no quieren hablar ni
participar en ninguna actividad con ellos, reaccionan con agresividad o tienen
ataques de ira, son reacios a sus manifestaciones de cariño, no les obedecen nunca
y parece que les someten a continuos retos.
Una vez más, hay que tratar de ponerse en su situación. Estas reacciones nunca
son gratuitas, siempre hay un motivo oculto que hay que descubrir.
Durante los primeros meses, e incluso años, es lógico que el niño esté
confundido, expectante, desconfiado, o que tenga miedo por lo que pueda pasar.
Hay niños que no quieren volver a amar a nadie para no soportar nuevas pérdidas,
por eso manifiestan conductas que sacan de quicio a sus padres, para que estos no
los quieran ni ellos tener que quererlos. Quizá estas reacciones se deben a que el
niño está conociendo a sus padres y su nuevo entorno, por lo que necesita
descubrir los límites, saber hasta dónde puede llegar. Tal vez está triste y enfadado
por la separación de las personas con las que convivía antes. También es probable
que no esté acostumbrado a tantas manifestaciones de cariño ni a tantas
atenciones, por lo que estas le desborden y no sepa reaccionar ante ellas.
Esta falta de apego genera en ocasiones sentimiento de culpa en los padres.
Algunos sienten que no aman lo suficiente a sus hijos, que la actitud de estos les
genera poca empatía hacia ellos y esta situación les produce, sobre todo, mucha
tristeza. En los momentos más difíciles dicen sentirse canguros de sus hijos, pero

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no sus padres.
Tenemos que entender que ese enfado por parte del niño no es contra nosotros.
Quizá nuestro hijo aún no sabe expresar sus sentimientos con palabras, o no
conoce el idioma y tiene que utilizar otro lenguaje, sin duda el que menos
deseamos. Respetando siempre sus tiempos y sentimientos, los padres tenemos
que continuar ganándonos su cariño y confianza, valorando y agradeciendo los
gestos de afecto que nos dedique aunque sean pequeños y no en la forma que nos
gustaría; organizando actividades que le agraden y en las que podamos participar
todos; propiciando conversaciones sobre temas que le interesen; compartiendo
juegos y acompañándole en las tareas del colegio, etc. Y, por supuesto, nunca
debemos comparar sus reacciones con las de otros niños de su edad, ya que un
niño que ha sido adoptado puede tener muchas carencias que hay que tratar de
rellenar.
A veces ocurre que el niño se muestra extremadamente sociable con todas las
personas de su entorno... y también con los extraños. Tiende a aprovecharse de las
relaciones e intenta manipular a las personas y las situaciones. Esto indica que el
vínculo aún es deficiente, puesto que es indiscriminado. Normalmente se debe a
que, al carecer de unas figuras afectivas de referencia en su etapa en la institución
de menores, ha establecido vínculos de grado parecido con las distintas cuidadoras
a las que ha ido conociendo, el personal de cocina, los voluntarios de ONG que los
fines de semana le llevaban de paseo, etc. Ahora el niño tiene que aprender a
controlar las distancias y a renunciar a ese exceso de autonomía para dejarse
cuidar y educar por sus padres.
Pero, más allá de la frialdad, en ocasiones se trata de un auténtico rechazo por
parte del niño a su familia. Este rechazo puede deberse a que, quizá por falta de
información, tiene idealizada a su familia biológica y ve a sus padres como los
intrusos que lo han apartado de ella. En este caso es importante dar al niño toda la
información necesaria, ajustada a su nivel de madurez, para que sea plenamente
consciente de su situación y no fantasee otras realidades creándose expectativas
equivocadas. El rechazo también puede ser consecuencia del proceso de duelo por
la separación de las personas a las que estaba vinculado afectivamente. En este
caso, como apuntábamos más arriba, los padres debemos acompañarle en la
elaboración de ese dolor.
En ocasiones el rechazo es sólo a uno de los dos, quizá debido a experiencias
negativas que haya tenido con alguna figura masculina o femenina de su entorno
anterior o porque no haya tenido ninguna referencia de ellas, no las haya conocido.
También puede ocurrir que viva un duelo manifestado en forma de rechazo al
padre o a la madre cuando es consciente de que su padre y/o su madre biológica lo
abandonaron. Es importante en cualquier caso que el matrimonio se mantenga
unido y, con mucha paciencia, vayan dando al niño la tranquilidad y seguridad de
que su realidad actual y futura es diferente. En caso de malos tratos o abusos
anteriores, el pequeño debe ser consciente de que no es culpable de lo que pasó y

67
tener claro que las relaciones normales entre padres e hijos son distintas a las que
él vivió.
Dentro de las dificultades para establecer el apego hay que considerar el «Trastorno
Reactivo del Apego» (RAD), que se caracteriza por una marcada distorsión y un
desarrollo inadecuado de la capacidad que tiene el niño para relacionarse socialmente
con sus iguales y con los adultos y que suele manifestarse antes de los cinco años. El
DSM-IV[27] reconoce dos tipos de RAD:
• Inhibido: se caracteriza por una incapacidad persistente para iniciar la mayor parte
de las interacciones sociales o responder a ellas de un modo apropiado al nivel del
desarrollo, manifestada por respuestas excesivamente inhibidas, excesivamente
vigilantes, o sumamente ambivalentes y contradictorias.
• Desinhibido: se caracteriza por el establecimiento de vínculos difusos y se
manifiesta por una sociabilidad indiscriminada con acusada incapacidad para crear
vínculos selectivos apropiados.
Según la psicóloga norteamericana Mary Ainsworth (1969), el RAD se manifiesta
por:
• Conductas impredecibles.
• Conductas de intimidación hacia los demás o ser víctima de ellas.
• Marcados déficits en las relaciones sociales.
• Conductas agresivas hacia otros niños.
• Baja tolerancia a la frustración y dificultad para controlar sus reacciones.
• Desorganización y desorientación en la resolución de problemas.
• Falta de habilidad para pedir ayuda, experimentando malestar en situaciones que la
requieran.
• Conductas contradictorias.
• Miedos excesivos, trastornos de ansiedad generalizada y/o síntomas depresivos.
• En ocasiones pueden existir síntomas disociativos o perplejidad: atención
insuficiente a los acontecimientos externos.
• Respuestas escasas o lentas, inhibición ante situaciones novedosas o cambiantes.
• Falta de empatía hacia los demás y tendencia a conductas sociales patológicas.

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• Serias dificultades para establecer vínculos de amistad y relaciones de confianza
hacia los demás.
• Rabietas frecuentes y dificultades en la regulación de las emociones.
• Escaso placer en las emociones y malestar en las situaciones en las que estas deben
manifestarse.
• Muy demandante.
• Problemas con la conducta alimentaria.
• Contacto ocular pobre.
Una vez más insistimos en que, si los padres no nos vemos capaces de mejorar la
situación por nuestros propios medios, podemos ponernos en contacto con los servicios
de post-adopción de nuestra Comunidad o con cualquier profesional que nos pueda
ayudar. Tanto los retrasos en el desarrollo como las conductas inadecuadas son
recuperables con las técnicas apropiadas, buenas dosis de paciencia y, sobre todo, mucho
amor.
Esta es una etapa costosa para los hijos, pero también para los padres. Conociendo las
características y circunstancias de nuestro hijo, así como las nuestras propias, debemos
crearnos unas expectativas realistas. Si la tarea de ser padres, con todo lo que implica, es
de largo recorrido, cuánto más serlo de un niño que tiene un pasado, como poco, difícil,
y en el que nosotros no hemos estado presentes. Debemos aprender a valorar los logros,
asumiendo que, sobre todo en el aspecto emocional, los resultados tal vez no se aprecien
a corto plazo.
Por cierto, aunque resulte paradójico, las reacciones a las que nos hemos referido
pueden ser, en muchos casos, un buen síntoma de establecimiento sólido del vínculo, ya
que lo que está haciendo el niño es presentar las frustraciones, miedos, rabia, etc., del
pasado a las personas en las que confía, con quienes se siente seguro, a las que quiere.
Está depositando su malestar en sus padres para que seamos nosotros quienes le
ayudemos a repararlo.

¡Si pudiéramos evitarles el sufrimiento...!


Entre todas las cosas que traen nuestros hijos en su mochila también hay dolor. Algunos,
en su corta vida, desgraciadamente ya habrán experimentado dolor físico y moral.
Todos, en determinados momentos a lo largo de los años, sentirán un pellizco en el alma
provocado por su historia de abandono, de separación, por esas piezas del rompecabezas
que faltan o que no terminan de encajar.
Para establecer el apego, nuestros hijos tendrán que comenzar a superar el duelo por
la pérdida que supone para ellos la separación de lo que hasta entonces era su entorno
conocido y de las personas a las que se sentían vinculados, su familia biológica o de

69
acogida, los cuidadores del centro donde han vivido, sus amigos y compañeros o las
conexiones étnicas o raciales que tuvieran. Incluso hay especialistas que apuntan que en
algunos casos tienen que afrontar el duelo por la pérdida de su identidad.
Algunos pueden vivir o revivir este proceso semanas, meses o años más tarde, cuando
les surgen dudas sobre su familia de origen y sobre por qué no pudieron seguir viviendo
con ellos. Entonces es cuando entienden que la adopción supone la pérdida de su familia
biológica y del entorno que les era familiar.
También es normal que aparezcan, de forma intermitente, sentimientos similares en
momentos en los que se vean obligados a hacer frente a su pasado o en distintas etapas
de la vida, como, por ejemplo, en la adolescencia, cuando se cuestionan y reconstruyen
su identidad, o incluso en la edad adulta. Como explicó en un congreso celebrado en
Michigan una joven que había sido adoptada, «intelectualmente reconocía que mis
padres biológicos habían tomado la decisión correcta entregándome en adopción. Pero,
en lo más hondo de mi corazón, deseaba que me hubieran valorado tanto que hubieran
sido capaces de hacer cualquier sacrificio»[28].
La manera de reaccionar del niño ante las pérdidas dependerá de muchas variables,
como sus características cognitivas, de temperamento y de personalidad, de su historia
previa, de la etapa del desarrollo emocional en que estaba cuando sucedió la pérdida, de
sus capacidades y estrategias para afrontarla, así como del apoyo exterior con que pueda
contar, del sentimiento de seguridad en la relación con su familia, de la existencia de un
entorno familiar, social y cultural bueno para su desarrollo e incluso de la genética y de
las experiencias prenatales y perinatales que haya vivido.
Por todo ello no es fácil establecer unas etapas concretas en el proceso de duelo.
Muchos niños pasan por una primera «fase de protesta» en la que luchan por recuperar
aquello que han perdido, pueden reaccionar con llantos incontrolados, enfados
desproporcionados, rabietas, actitudes desafiantes y rechazo a las atenciones de sus
padres y a la nueva situación en la que viven. Sigue una «fase de desesperación», más
pasiva en cuanto a las reacciones, en la que comienzan a aceptar el cuidado de sus
padres, pero continúan manteniendo signos de ansiedad. Finalmente se inicia la «fase de
apego», en la que los niños comienzan a establecer vínculos afectivos con sus padres y
se van adaptando a la nueva situación.
En cualquier caso, es bueno que el dolor se exteriorice. Es más, lo preocupante sería
que un niño no manifestase duelo por las pérdidas que ha experimentado en su corta
vida, ya que en ese caso pueden estar quedando en su interior muchas dudas sin
responder, o conflictos de identidad sin resolver, que pueden tener serias consecuencias
en el futuro.
Los padres tenemos que estar atentos a los signos y, por muy doloroso que sea,
afrontarlos con naturalidad, sin sentirnos culpables por la situación, sin interpretar las
reacciones del niño como rechazo hacia nosotros y, por supuesto, sin tratar de ocultarlo o
negarlo. Por el contrario, nuestro papel consiste en acompañar a nuestro hijo en la tarea
de elaborar el duelo respetando sus sentimientos, animándole a que los exteriorice y
ayudándole a reconocerlos, apoyando los válidos y modificando otros como el miedo, la

70
culpa o la vergüenza. Tenemos que comprender la desconfianza hacia nosotros y hacia
su nuevo entorno, ya que quizá temen una nueva separación; su confusión, tristeza o
incluso la rabia por todo lo que está pasando, aunque estemos convencidos de que le
vamos a ofrecer una vida mejor. Hemos de tratar de responder todas sus dudas, facilitar
que se sienta seguro de poder hablar sinceramente con nosotros y de expresar sus
emociones. Si el niño no habla del tema es necesario que, sin forzarle, tratemos de
provocar esta conversación. Obviamente, también los maestros, médicos, familiares o
cualquier otro adulto cercano al pequeño tienen que entender que es lógico que sienta
dolor por la pérdida y deben acompañarlo en este duelo en la forma que sea oportuna.
Para que la elaboración del duelo sea completa es bueno que el niño o el joven,
además de saber las circunstancias de la separación de su familia de origen e, incluso,
llegar a comprenderlas intelectualmente, perdone a sus padres biológicos por no haber
podido cuidarle. Algunos tendrán también que perdonar incluso el daño físico o moral
que les hicieron.
El proceso de duelo bien elaborado es muy positivo, ya que supone una oportunidad
magnífica para que el niño construya su propia identidad, interprete correctamente sus
sentimientos y esté más receptivo al amor de los demás. Como en cualquier momento
importante para el niño, nuestro acompañamiento contribuirá, además, a afianzar el
vínculo y, por tanto, el amor de la familia.

Tenemos cita con el pediatra


Con la llegada del niño nuestra vida ha cambiado por completo y a mejor, ¡sin ninguna
duda! Eso sí, ya se han alterado los horarios y las rutinas. No tenemos ni un instante para
el aburrimiento. Pero en estos primeros días tenemos que reservar un hueco en la agenda
para hacerle una revisión de su estado general de salud. Obviamente, si detectamos algún
síntoma de enfermedad hay que llevarle lo antes posible.
En esta primera visita, el pediatra y la enfermera abrirán la historia sanitaria del
pequeño. Para ello los padres tendremos que aportar todo lo que sepamos de su historial
médico: vacunas que se le han administrado; enfermedades que ha padecido e
intervenciones quirúrgicas a las que haya sido sometido; alergias conocidas; si toma
algún medicamento; historia perinatal y neonatal y referencias sociales y sanitarias de su
familia biológica, si es posible; entorno en el que ha crecido, etc. Conviene revelar al
personal sanitario todos los datos del menor que se consideren importantes, ya que la
salud integral hay que considerarla desde el aspecto físico o biológico, el psicológico y
el social. Por supuesto, la confidencialidad de esta información para la historia sanitaria
está totalmente garantizada.
A esto se unirán los datos que en la revisión recojan el pediatra o la enfermera: peso,
talla, desarrollo óseo y muscular, perímetro craneal, estado de la piel, las mucosas y los
dientes, audición, visión, etc. Si el médico lo considera necesario, solicitará que se le
realicen otras pruebas clínicas, de laboratorio o de diagnóstico por imagen (analíticas de
sangre, orina y heces, Mantoux, radiografías, etc.) para descartar enfermedades
infecciosas agudas o crónicas, o cualquier otro problema de salud. A veces es necesario

71
realizar pruebas radiológicas, de desarrollo psicomotor y de aprendizaje escolar para
determinar la edad real del niño, ya que se han dado casos en los que la edad que figura
en el expediente no se corresponde con la real.
Aunque el tiempo de convivencia todavía sea corto, también debemos informar al
personal sanitario de la impresión que tenemos del estado emocional de nuestro hijo, su
desarrollo cognitivo y del lenguaje, el comportamiento social y su conducta, la respuesta
a los estímulos sensoriales, posibles alteraciones del sueño y de la alimentación,
enuresis, etc. Lógicamente, en visitas posteriores se irán ampliando de un modo más
concreto todos estos datos para hacer una valoración de su evolución.
Es la primera visita y son muchos los aspectos que hay que tener en cuenta, por lo que
no es mala idea que llevemos anotadas todas nuestras apreciaciones así como las
preguntas que deseemos hacer al médico. Este, a su vez, tiene que tratar de hacernos un
cuestionario lo más amplio posible para recabar todos los datos del niño.
Según los datos aportados por Palacios, el 60% de los niños llegan con retrasos
apreciables en estatura y peso y un 56% tiene a su llegada retrasos en su desarrollo
psicológico muy importantes[29]. Pero tenemos que tener en cuenta, una vez más, que no
debemos comparar de forma estricta los datos de nuestro hijo con los patrones de
desarrollo habituales en el resto de los niños de su edad.
Un estudio referido a la adopción internacional realizado en Noruega, Finlandia,
Suecia y Dinamarca por la doctora Monica Dalen[30] señala que la salud de la mayoría de
los niños es aceptablemente buena cuando comienzan a vivir con sus nuevas familias y
sólo un 10-15% estaba en condiciones físicas malas o extremadamente malas. Sin
embargo, un estudio realizado en España durante los años 1999 y 2000 indica que sólo
un 18,9% de los niños estaba totalmente sano. El 32,3% presentaba anemia, el 30,2%
parasitosis y el 25,2% malnutrición[31]. La muestra utilizada para este estudio no es muy
representativa, pero los resultados coinciden con los arrojados por otras investigaciones.
Los problemas de salud de los niños adoptados en el extranjero se relacionan
fundamentalmente con la inexistencia de cuidados prenatales o la presencia de maltrato
prenatal; el abandono en edad temprana; el maltrato físico, la negligencia física y
emocional, el abuso sexual, la pobre nutrición y/o las deficientes condiciones higiénicas
y sanitarias sufridas antes del abandono; la inmunodepresión secundaria a la mala
nutrición; las enfermedades infecciosas endémicas de su país; las condiciones de vida de
subsistencia, la falta de estímulos, los cuidados médicos ausentes o inadecuados durante
su permanencia en el orfanato y los efectos a largo plazo de la institucionalización[32].
Así, los problemas diagnosticados con relativa frecuencia en algunos niños que han
sido adoptados son los siguientes:
• Nutricionales y de alimentación.
Pueden presentar anemia, que es uno de los problemas más frecuentes,
malnutrición, déficit de minerales y vitaminas, problemas de alimentación, como
rechazo o intolerancia a determinados alimentos, o ingesta compulsiva.

72
• Crecimiento.
Algunos niños tienen una talla y peso por debajo de los percentiles normales en
niños de su edad. También hay casos de microcefalia. Berástegui[33] recoge en su
trabajo de investigación que varios autores que han estudiado de manera
independiente el desarrollo de niños rumanos, chinos y rusos que habían crecido
en orfanatos antes de ser adoptados coinciden en establecer que perdieron un mes
de crecimiento lineal por cada tres meses pasados en la institución. En todo caso,
el pediatra debe valorar si las medidas antropométricas se encuentran dentro de los
estándares de referencia del país de origen del niño, ya que entonces son
apropiadas[34].
• Dermatológicos.
En ocasiones presentan dermatitis infecciosas, parasitarias (la más frecuente es la
conocida como sarna), micóticas o inespecíficas.
• Sueño.
Terrores nocturnos, alteraciones en el ritmo del sueño.
• Enfermedades infecciosas.
Con bastante frecuencia los niños llegan con infecciones intestinales por parásitos,
que deben diagnosticarse y tratarse lo antes posible para evitar complicaciones y
contagios. También hay niños que llegan con infecciones en las vías respiratorias
altas o bajas. Según diferentes estudios referidos a adopción internacional[35], en
torno a un 6% de los niños tienen hepatitis, enfermedad que por su gravedad y
facilidad de propagación es imprescindible diagnosticar de forma precoz.
• Inmunizaciones ausentes o incompletas.
Se deben revisar las vacunaciones administradas en el país de origen y poner
aquellas que falten o estén incompletas. Por ejemplo, muchos niños están
vacunados contra el sarampión, pero no están protegidos contra la parotiditis ni la
rubéola. Por lo tanto, deben ser revacunados con la triple vírica[36].
• Sistema músculo-esquelético.
En ocasiones los niños tienen bajo tono muscular, sobre todo por falta de
estímulos.
• Prenatales y perinatales.
No siempre es fácil conocer cómo fue el embarazo, el parto y los primeros días de
vida del niño, pero, dependiendo de ello, los pequeños pueden presentar trastornos

73
asociados a retraso del crecimiento intrauterino, prematuridad, falta de cuidados de
la madre biológica durante el embarazo, etc. Uno de los más severos es el
Síndrome de Alcoholismo Fetal, que en países como Rusia tiene una prevalencia
de 15 por mil nacimientos frente a la tasa de 1,9 por mil de su incidencia
mundial[37].
• Endocrinos.
Se han detectado algunos casos de pubertad precoz en niñas adoptadas en el
extranjero, pero, al igual que en la valoración del crecimiento, es preciso tener
presente la evolución y el desarrollo puberal del país de origen con el fin de evitar
diagnósticos erróneos[38].
• Algunos niños pueden presentar problemas de conducta, de desarrollo sensorial,
motor, cognitivo, del lenguaje, emocional, afectivo o social que abordaremos más
adelante.
Es importante que los padres y los profesionales sepamos discernir si los problemas o
las alteraciones que pueda presentar el niño son consecuencia de su pasado o, por el
contrario, no tienen nada que ver con este. Así, por ejemplo, se evita caer en el error tan
común de atribuir al hecho de ser adoptado conductas o reacciones que se consideran
normales en otros niños, ya que son propias de las distintas etapas del desarrollo
evolutivo.
Por lo general, la mayoría de las alteraciones físicas y psicológicas asociadas a su
historia previa se resuelven, con la intervención adecuada, en un plazo corto o medio de
tiempo. También es importante destacar que el desarrollo no suele ser lineal, sino que
hay momentos en los que la evolución es muy rápida y en otros parece estancarse. En
cualquier caso siempre debemos acudir, si es necesario, a la ayuda de profesionales
como psicólogos, médicos o profesores.
En los últimos años ha aumentado el número de encuentros profesionales
relacionados específicamente con la salud de los niños que han sido adoptados. También
se han editado algunas publicaciones muy interesantes como La Salud en la adopción.
Guía para familias, promovida por las asociaciones CORA y ATLAS. Del mismo modo,
cada vez hay más profesionales que estudian de un modo específico los aspectos
sanitarios relacionados con la adopción, ya que, además del seguimiento habitual que se
realiza a cualquier niño, deben considerar las características particulares y los problemas
que de ellas pueden derivar, de aquellos que han sido adoptados. Es importante, también,
que estos profesionales se informen de los factores de riesgo específicos de las distintas
áreas geográficas o países de procedencia de los menores.

Esos pequeños descubridores


«Hacer que nazca un niño no basta, también hay que traerlo al mundo»

74
(M. P. DARU).

Efectivamente, es nuestra obligación como padres satisfacer las necesidades más básicas
de nuestro hijo, pero también tenemos la preciosa tarea de ayudarle a hacerse un hueco
en el mundo, a ser creativo, a avanzar por el camino, a llegar a ser. Y eso implica, entre
otras cosas, animarle a conocer y desarrollar todas sus capacidades. Muchos de los niños
que adoptamos han vivido en un ambiente muy reducido, muy limitado. Ahora tienen
mucho mundo por descubrir y nosotros vamos a ser sus guías.
La integración sensorial es la capacidad que posee el sistema nervioso central de
interpretar y organizar las informaciones captadas por los sentidos[39]. Una vez procesadas
por el cerebro, nos permiten entrar en contacto con el ambiente en el que vivimos y
responder correctamente a los estímulos.
Jean Ayres, terapeuta ocupacional estadounidense, elaboró una teoría que establece la
relación existente entre la integración sensorial y el comportamiento motor y la
capacidad de aprendizaje de los niños. Cuando el niño no tiene las habilidades necesarias
para procesar de forma correcta las informaciones que le llegan a través de los sentidos,
hay una disfunción en la integración sensorial, por lo que no responde de forma
adecuada o adaptada a los estímulos. Esta disfunción puede deberse, entre otras causas, a
una estimulación deficitaria.
Al comienzo de su nueva vida con su familia, el niño puede estar muy excitado y
activo o, por el contrario, poco motivado y retraído. Esto se debe, entre otras causas, a
que necesita un período de tiempo para poder asimilar toda la nueva y abundante
información sensorial que está recibiendo. Pero los padres, o cualquier adulto que esté
cerca de él (profesores, médicos, otros familiares...), podemos sospechar que existe
algún problema de integración sensorial y, por lo tanto, consultar a un especialista, si
observamos alguna de las siguientes actitudes:
• Hipersensibilidad o hiposensibilidad a los estímulos.
Los niños hipersensibles no toleran bien la estimulación y se muestran inhibidos.
Suelen estar quietos. Tienen miedo a los sonidos fuertes o inesperados, se tapan
las orejas ante el mínimo nivel de ruido, se angustian y sobreexcitan en entornos
muy ruidosos. Les molesta mucho la luz, evitan el contacto visual con otras
personas. No toleran ciertos alimentos por su textura o sienten asco ante
determinados olores fuertes; evitan los juegos sucios o la manipulación de barro,
plastilina, pintura de dedos; les desagradan determinadas texturas, no les gusta
caminar descalzos sobre la arena o sobre la hierba. Se irritan o se ponen agresivos
ante la proximidad con otras personas o cuando alguien los toca.
Por el contrario, los niños con problemas de procesamiento sensorial por
hiposensibilidad suelen estar constantemente activos. Olfatean los objetos, siempre
están tocando a las personas, buscando el contacto físico y suelen ser poco
sensibles al dolor.

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• Nivel de actividad muy alto o muy bajo.
Los niños con hiperactividad necesitan gran cantidad de estímulos para estar
contentos. Buscan el movimiento continuamente. Tienen muchas dificultades para
relajarse o tranquilizarse, ya que necesitan recibir estímulos constantemente.
También pueden verse alterados sus ciclos del sueño.
Sin embargo, a los niños que tienen un nivel de actividad muy bajo no les gusta
moverse, siempre suelen estar en un rincón, sin practicar las mismas actividades
de juego que sus amigos o compañeros y se cansan fácilmente.
• Problemas de atención.
Uno de los problemas que se detectan con relativa frecuencia en los primeros
meses e, incluso, años de convivencia es el déficit de atención. Los niños se
distraen con facilidad, debido, entre otras causas, a la dificultad para inhibirse de
los estímulos sensoriales innecesarios, por hiperactividad, por responder de forma
exagerada a los estímulos o, por el contrario, por no responder a ellos.
• Retraso en el aprendizaje cognitivo.
A pesar de presentar niveles de inteligencia normales, a veces no siguen el mismo
ritmo de aprendizaje que sus compañeros, tienen dificultades en el razonamiento
lógico, no alcanzan el mismo nivel de lectura ni de escritura, presentan
dificultades en las matemáticas o en la memorización de conceptos, etc. Tampoco
es extraño que, en ocasiones, presenten «bloqueos», es decir, de pronto parecen
incapaces de hacer lo que resolvían sin problemas hasta ese momento. Esta
situación les puede durar unos días o incluso meses y luego, por lo general, se
soluciona.
• Dificultades del lenguaje.
Algunos niños tardan mucho en empezar a hablar. Otros presentan niveles de
lenguaje inferiores al que corresponde a su edad cronológica. Pueden tener
problemas de fluidez, de pronunciación, de expresividad o de comprensión. Este
hecho, por lo general, no está asociado a haber tenido que aprender una lengua
distinta a la materna, en el caso de adopciones internacionales, sino que tiene
relación con el déficit de estimulación, problemas físicos o carencias afectivas.
• Problemas en la ubicación corporal en el espacio.
A algunos niños se les detecta una disfunción sensorial porque chocan contra las
personas, objetos o muebles con frecuencia. Tienen un mal control de la postura
corporal.
• Problemas psicomotrices.

76
A veces tienen poco equilibrio y problemas de coordinación, poca precisión motriz
y presentan dificultades para aprender nuevas tareas motoras. Algunos tienen un
miedo exagerado a columpiarse, escalar, saltar, trepar, que lo eleven del suelo u
otras actividades que impliquen movimiento. Pueden tener dificultades para
practicar deportes o realizar los mismos juegos que los otros niños, incluso
algunos tienen dificultades para caminar o correr, se caen o tropiezan con
facilidad, se mueven con inseguridad. Algunos presentan dificultad en tareas de
motricidad fina, como usar unas tijeras, atarse los zapatos, abotonarse, dibujar o
escribir. Otros tienen un tono muscular bajo, parecen más «blanditos» que los
demás niños, se cansan con facilidad, son flácidos, caminan de puntillas. Los
bebés pueden presentar problemas de succión o no saben gatear.
Por el contrario, hay niños que buscan constantemente actividades que les
proporcionen movimiento, son muy arriesgados y no temen por su seguridad.
• Problemas de conducta.
Algunos niños se muestran impulsivos, no anticipan las consecuencias de sus
acciones, rompen sus juguetes sin querer mientras están jugando. Son poco
flexibles a los cambios, les cuesta planear tareas, presentan dificultades al pasar de
una actividad a otra o de un lugar a otro, se frustran fácilmente. A veces pueden
mostrar agresividad, una irritabilidad inexplicable o llorar repentinamente sin
motivo aparente. Esto puede crearles dificultades para relacionarse con los demás.
En algunos casos buscan captar la atención continuamente, tratando incluso de
provocar la discusión entre sus padres.
Las técnicas para favorecer una correcta integración sensorial son muy beneficiosas
para todos los niños, pero de un modo muy especial para aquellos que no han gozado de
una estimulación adecuada, como es el caso de muchos niños que han sido adoptados. Es
fundamental que seamos los propios padres quienes las apliquemos, ya que, además,
favorecen la creación y el desarrollo del vínculo. Pero también puede resultar interesante
llevar a nuestros hijos a clases de actividad psicomotriz, al igual que les instamos a que
practiquen danza, idiomas o deporte. Esto se hace absolutamente necesario en los niños
que presentan alguna disfunción severa de integración sensorial. Comprobaremos cómo
las dificultades de apego, el desarrollo cognitivo y la respuesta sensorial en sus distintas
áreas se van resolviendo en cadena, pues, en muchas ocasiones, todo está relacionado. Y
no debemos olvidar, una vez más, que tenemos que comparar a nuestro hijo consigo
mismo, no con los demás niños.
Sin duda, el juego es el mejor aliado para aplicar estas técnicas de integración
sensorial en todos los ámbitos: emocional, cognitivo, motor, conductual, etc. Pero ha de
ser un juego guiado por los padres, profesores o terapeutas que facilite la estimulación
adecuada para cada niño.
Es importante que los juegos se adapten al desarrollo del pequeño. Cuando se realiza
en grupo tienen que poder participar todos, independientemente de sus capacidades o
habilidades. Hay que intentar, a ser posible, que la dinámica sirva para motivar a los

77
niños.
En las librerías e Internet existen libros y documentos con muchos ejemplos de juegos
sensoriales, pero también los padres y profesores podemos inventar otros, adaptándolos a
los gustos y las características del niño. Es bueno proponerle objetos conocidos para que
actúe de forma espontánea, así como distintas alternativas para que pueda elegir. Los
juegos deben motivarle, despertar en él la ilusión por hacer o descubrir cosas nuevas,
suponerle un reto, desarrollar su capacidad creadora, etc.
Hay múltiples juegos que potencian cada uno de los sentidos, aunque en muchos de
ellos se desarrollan varias áreas sensoriales:
• Juegos de percepción y discriminación, en los que el niño tiene que distinguir o
elegir entre varios objetos guiándose por sus sentidos.
• Juegos de memoria, en los que tiene que recordar series de objetos, ruidos,
sabores, etc.
• Por medio de los sentidos, el niño también se puede orientar en el espacio.
• Juegos para estimular la agudeza visual, olfativa, auditiva , etc.
[40]

• Se puede jugar a imitar los movimientos y los sonidos.


• Juegos de contacto visual, en los que hay que mantener la mirada en los ojos del
otro compañero, o de contacto físico, en los que los jugadores tienen que tocarse
distintas partes del cuerpo. El contacto físico es particularmente importante, no
sólo por la sensación que le proporciona, sino también por la oportunidad que
ofrece para mejorar la relación entre los padres y el hijo.
• También se pueden hacer juegos de apreciación del tono, intensidad y volumen de
los sonidos, de tamaños, formas o peso de los objetos, de precisión táctil, etc.
• La estimulación del lenguaje oral está íntimamente relacionada con la estimulación
auditiva, pero conviene incluir ejercicios específicos de fonética, articulación,
expresión y comprensión oral, ritmo y entonación, etc. También es importante
estimular la musculatura facial y de la lengua para conseguir una correcta
pronunciación.
• Juegos con pelotas (botar, lanzarlas y cogerlas, encestar), saltar a la cuerda, acertar
anillas de diferentes medidas en un palo, saltar en espacios planos y desde alturas
pequeñas, correr sorteando obstáculos, rodar por el suelo, reptar y gatear, etc.
• Juegos de motricidad fina, como recortar figuras geométricas o muñecos con sus
vestidos, engarzar collares, juegos de construcción...
• Juegos de expresión corporal y del conocimiento del propio cuerpo.

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• Existen juegos de control tónico y de relajación, en los que se cambia más o menos
bruscamente de ritmo o se pasa del estado de acción a relajación y viceversa.
• Con el juego también se puede ajustar o corregir la postura.
• Otros juegos favorecen específicamente la lateralidad, es decir, saber cuál es el
lado derecho y el izquierdo.
• Se pueden hacer juegos muy divertidos de organización espacial para que el niño
aprenda a orientarse.
• Es importante también estimular el equilibrio de una forma lúdica, por ejemplo,
caminando por el bordillo de una acera o saltando a la pata coja.
• Los juegos de persecución pueden ser muy variados: a pillar, el rescate, el tiente...
• También se pueden hacer juegos de respiración cambiando el ritmo de la misma,
soplando...
• Para la estimulación del sistema vestibular son muy útiles los columpios y
balancines.
• Juegos de interacción en los que sea necesaria la alternancia, los turnos, la
complementariedad. Introducen la suspensión de la acción y en consecuencia la
anticipación.
• Con los juegos de ficción se desempeña un rol concreto que permite explorar las
relaciones entre el adulto y el niño.

¡Al cole!
Esta es otra de las cuestiones fundamentales que nos planteamos una vez que el niño está
en casa: su incorporación a la guardería o al colegio. ¿Cuándo es el momento oportuno
para iniciar esta etapa?
En muchos casos la respuesta viene condicionada por la vuelta de los padres a nuestra
actividad laboral. Muchos no pueden elegir, ya que tienen que hacerlo una vez que
finaliza el permiso por paternidad. Sin embargo, hay bastantes casos en los que el
matrimonio decide que uno de los dos miembros, generalmente la mujer, abandone
temporalmente el trabajo para dedicarse plenamente a su hijo. Sin duda, para las
personas solteras la opción de dejar de trabajar es prácticamente imposible, por razones
obvias. Eso sí, la mayoría hacen auténticos juegos malabares para dedicar todo el tiempo
posible a su pequeño recién llegado.
Y es que, como ya hemos señalado en repetidas ocasiones, es fundamental establecer
y estrechar los lazos afectivos entre los padres y el hijo. Esta suele ser la cuestión que
determina, en los casos que es posible, el inicio de la etapa escolar.

79
Como cada niño es diferente, no se puede dar una respuesta generalizada para todos,
aunque la mayoría de los padres que pueden dan prioridad al establecimiento firme del
apego antes que a la incorporación del niño a la escuela. El argumento que utilizan, y
que es compartido generalmente por los profesionales, es que hay que recuperar, de
algún modo, las etapas que no hemos vivido juntos padres e hijo. Tenemos que
compartir el mayor tiempo posible, tenemos que conocernos y querernos. Ya hemos
visto que la creación de unos lazos afectivos fuertes es fundamental para el desarrollo
integral de cualquier persona, y especialmente de los niños. Seremos los padres los que
le proporcionemos los estímulos más adecuados para su crecimiento, los que le demos
seguridad, los que le acompañemos en su dolor por las pérdidas... Con estos cimientos
bien arraigados, el pequeño estará más preparado para afrontar la nueva etapa escolar,
tanto en el ámbito del conocimiento como de la relación con sus iguales.
Es indudable el beneficio que aportan la guardería y el colegio para la socialización
de los niños, pero no olvidemos que la mayoría de estos pequeños han estado
conviviendo con muchos otros en el orfanato o en la casa de acogida. Ahora lo que más
necesitan es precisamente aquello de lo que han carecido: el amor y la atención de sus
padres.
Algunas veces son los propios niños, sobre todo si ya han estado escolarizados,
quienes demandan ir al colegio. Una vez más, insistimos en que cada caso es diferente y
en esta, como en tantas otras cuestiones, han de ser los padres quienes valoren cuál es la
opción más beneficiosa para sus hijos.
Pero, lo que es seguro (salvo para los niños de las todavía pocas familias que optan
por la enseñanza en casa) es que, antes o después, irán al colegio. Como cualquier otro
escolar, tendrá que adaptarse a esta nueva etapa. Un adulto que no es su padre ni su
madre será quien le enseñe, le cuide, le marque los límites, etc. Convivirá con muchos
más niños con quienes jugará, estudiará, tendrá que compartir... Y, además, a través de
las distintas materias o áreas de conocimiento, comenzará a descubrir un mundo
totalmente nuevo para él. Hay niños a los que esta adaptación les cuesta más que a otros,
independientemente de que hayan sido o no adoptados.
Pero el hecho de la adopción puede suponer un esfuerzo añadido para algunos niños,
sobre todo si aún no conocen bien el idioma, si vienen de un país con unos currículos
educativos distintos o no han asistido nunca al colegio. Esto les obliga a «ponerse al día»
en el nivel de los demás compañeros. También influye el nivel de desarrollo intelectual y
psicomotor que tenga el niño. Hay que considerar que tiene que adaptarse a nuevas
normas y costumbres, tal vez muy diferentes a las que conocía hasta entonces. A esto
hay que añadir que es posible que tenga unos rasgos físicos propios de su etnia o raza y,
por tanto, completamente distintos a los del resto de sus compañeros, y ya sabemos que
esta, como cualquier otra diferencia, llama mucho la atención a los niños. Finalmente
está el propio hecho de haber sido adoptado, cuestión que, probablemente, será abordada
en algún momento por parte de los compañeros o los profesores.
Muchos padres se preguntan si es conveniente comunicar a los maestros el hecho de
que el niño haya sido adoptado. Por todas las cuestiones expuestas anteriormente

80
considero que esto es lo más apropiado, del mismo modo que se comunican otras
circunstancias como, por ejemplo, si el niño padece alguna enfermedad, si sus padres
están separados o si acaba de tener un hermano. Como comentaba en otro epígrafe, no
todas las conductas inadecuadas o los problemas de adaptación están ligados a la
adopción; al contrario, son comunes a muchos niños. Pero sí es cierto que pueden darse
algunas situaciones o surgir algún problema relacionado con la historia pasada del
pequeño, por lo que es conveniente que el maestro esté informado para así atajarlo lo
antes posible o, incluso, prevenirlo. Por ejemplo, es posible que el niño no haya
alcanzado el mismo nivel cognitivo, motor o lingüístico que sus compañeros. Si el
profesor conoce su circunstancia, podrá ofrecerle los estímulos más adecuados.
Como con cualquier hijo, es muy importante que exista una relación fluida entre
padres y profesores. Aunque el número de adopciones ha aumentado mucho en los
últimos años en España, es lógico pensar que todavía hay maestros que no tienen
información suficiente sobre este tema. Los padres debemos ayudarlos en esta tarea,
incluso proporcionándoles material informativo. También es bueno que el profesor
conozca cómo se habla de la adopción en la familia, para que, cuando salga el tema en
clase, pueda ofrecer al niño una respuesta en la misma línea argumentativa. Quizá en
algún caso es conveniente que disponga de algunos datos de la historia anterior del niño
que le permitan interpretar y manejar determinadas situaciones.
Ya he comentado en otro momento que «adoptado» no debe ser un calificativo, una
etiqueta que nuestro hijo lleva colgada. Se trata de una circunstancia de su vida, igual
que cada uno tenemos las nuestras (padecer alguna enfermedad, no tener hermanos o ser
miembros de familias numerosas, haber nacido en uno u otro país, etc). Por esta razón, el
niño tiene que vivirlo con naturalidad; no es nada vergonzante ni secreto, aunque sí
privado. Antes o después el tema de la adopción saldrá en el colegio, bien por la
curiosidad de sus compañeros ante sus rasgos físicos, por la realización de alguna
actividad escolar, porque él mismo lo cuente, etc. Ante todo, el niño tiene que saber que
sólo él decide si quiere hablar de su vida y con quién quiere hacerlo; no debe sentirse
condicionado por ninguna persona ni por ninguna circunstancia.
Pienso que los profesores tienen que abordar en clase, de modo natural, el tema de la
adopción, especialmente si hay o va a llegar algún niño que ha sido adoptado. Por
ejemplo, se puede trabajar con cuentos o, cuando se trate el tema de la familia, comentar
que hay niños que llegan a las suyas por medio de la adopción. Ante la lógica curiosidad
de los alumnos, el maestro puede aprovechar para explicar por qué algunos padres no
pueden cuidar a sus hijos y cómo otras personas pueden adoptarlos siendo, desde ese
momento y para siempre, sus padres.
Sin duda son también muy importantes las palabras que utilice el profesor para hablar
de este tema. Así, por ejemplo, debe utilizar siempre el término «padres» en lugar de
«padres adoptivos». Del mismo modo, es mejor decir que «el niño fue adoptado» a que
«es un niño adoptado». Conviene no hablar de «padres naturales» y mucho menos de
«padres verdaderos» para referirse a los «biológicos», etc. Estas expresiones no son
eufemismos; al contrario, definen perfectamente la realidad.

81
El maestro deberá prestar especial atención a determinadas actividades habituales. Por
ejemplo, cuando en los primeros niveles se aborda el tema de la familia o de la
reproducción, se suele proponer como trabajo que cada niño haga su árbol genealógico.
Esta es una situación que se puede aprovechar para hablar de la adopción y, para que
todos los niños puedan participar, los profesores pueden incorporar otros recursos como,
por ejemplo, que el niño que fue adoptado ponga en las raíces a su familia biológica y en
las ramas, igual que los demás niños, a sus padres, abuelos, tíos, primos, etc. A veces se
pide a los alumnos que hagan alguna ficha o una redacción en la que hablen de su
nacimiento; aquí los maestros deben considerar la oportunidad de ampliar el tema para
que si hay algún niño que fue adoptado y no tiene posibilidad de conocer esos datos, o le
resulta doloroso hablar de ello, pueda participar como el resto de sus compañeros
contando, por ejemplo, cómo fueron sus padres a buscarle al lugar donde vivía. Otra
situación muy común es la de realizar regalos con motivo del «día del padre» o del «día
de la madre». En el caso de que la madre o el padre del niño estén solteros, se le puede
proponer que haga el regalo para un hombre o una mujer a los que se sienta muy unido
(su abuelo o abuela, un tío o tía, su padrino o madrina, etc).
En cuanto al rendimiento académico de los niños que han sido adoptados, los datos de
un estudio realizado en nuestro país muestran que, según la valoración de los profesores,
no hay diferencias significativas respecto al de sus compañeros de clase. Las
puntuaciones que los maestros dan a las competencias cognitivas (motivación hacia el
aprendizaje, creatividad, atención, etc.) son buenas, aunque inferiores al promedio en el
caso de los niños de adopciones especiales o que habían sufrido maltrato o habían vivido
mucho tiempo en instituciones de acogida[41].
En cualquier caso, y no me canso de repetirlo, es importante que los padres no
comparemos a nuestro hijo con el resto de los niños de su clase y respetemos el ritmo
que necesite. En primer lugar, porque cada niño es diferente. Pero, además, como
indicábamos arriba, aquel que ha sido adoptado tiene un pasado, sin duda, muy diferente
al del resto de sus compañeros, que puede influir en su conducta, en el rendimiento
escolar o en el nivel de conocimientos que tenga. Así, hay que considerar su
incorporación a la vida escolar como uno de esos cambios y novedades a los que aludía
en otro apartado; puede que nunca haya ido al colegio y, en cualquier caso, es la primera
vez que va a ese colegio; es posible que se incorpore cuando el curso ya ha comenzado y
el resto de los niños ya se conocen y han aprendido muchas cosas. Si el niño ha estado
escolarizado previamente, los padres y profesores tienen que saber qué nivel ha
alcanzado. También hay que tener en cuenta que la estimulación deficiente puede
generar, como hemos visto, problemas de lenguaje, de desarrollo motor o dificultad para
atender y concentrarse, que influyen en el rendimiento escolar; quizá el pequeño aún no
tiene suficientes habilidades sociales o presenta alguna alteración en la conducta que no
favorece el aprendizaje, etc.
Un estudio presentado por Monica Dalen, de la Universidad de Oslo, concluye que
«desde una perspectiva cognitiva, el pronóstico puede ser bastante bueno, sea cual sea la
edad de adopción, si la calidad de los cuidados preadoptivos ha sido lo suficientemente

82
buena y no ha habido un exceso de factores de riesgo ambientales y/o genéticos»[42]. En
España, una investigación realizada por profesoras de la Universidad de Málaga en la
que comparan los resultados obtenidos antes de que los niños fuesen acogidos y los que
se consiguieron un año después de su acogimiento, concluye que «el rendimiento de los
sujetos, tanto en el componente verbal como en el manipulativo, resulta superior en la
segunda medición en comparación con la primera». Dado que los niños estaban
escolarizados antes de ser acogidos, las propias autoras atribuyen esta mejora «al apoyo
familiar a la escolarización que tiene lugar en la mayoría de los casos de acogimiento
familiar»[43].
Una vez más insistimos en la necesidad de colaboración entre la familia y la escuela.
Los maestros han de conocer la situación del niño para, como a cualquier otro, atenderle
del modo más conveniente según sus necesidades, tanto en el aspecto psicológico y
social como académico. Como a todos los niños, es fundamental que sus padres y sus
profesores le motivemos para que estudie, que fomentemos sus capacidades, que le
ayudemos a mejorar su autoestima cuando no le salen las cosas como quisiera. En casa
tenemos que reforzar lo aprendido y animarle para que adquiera buenos hábitos de
estudio. Asimismo, hay que considerar que en algunos casos será necesaria la
intervención de otros profesionales, como logopedas, psicólogos o profesores de
refuerzo.

¿Quieres ser mi amigo?


«Sin amigos nadie desearía vivir, aunque poseyera todos los demás bienes (...). Son amigos, sobre
todo, aquellos que desean el bien de sus amigos. Su amistad perdura mientras son buenos, y la
bondad es una virtud perdurable»

(ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco).

Cuando el niño llega a su nuevo hogar, además de conocer y adaptarse a su familia, va a


tener la oportunidad de encontrarse con nuevos amigos en el colegio o en el entorno de
amistades de sus padres. Es lógico que el hecho de la adopción despierte la curiosidad de
los pequeños y quieran saber más cosas de ese niño al que acaban de conocer. En este
sentido influirá, sin duda, cómo tratemos el tema en las familias, las connotaciones que
tiene la adopción en su entorno, la información de que disponen, etc. Algunos niños
pueden manifestar una actitud de protección hacia su nuevo compañero, otros quizá
sientan pena, algunos le preguntarán por su familia biológica y las causas de su
separación y otros le pueden ver como alguien diferente. Una vez más, es fundamental la
actitud de los padres, tanto los del niño que ha sido adoptado como los de sus nuevos
amigos o compañeros. La forma como unos y otros vivamos el hecho de la adopción, el
juicio que hagamos de las circunstancias y los motivos por los que un niño se ve
separado de su familia biológica, o las connotaciones que para nosotros tenga una
determinada raza o etnia, será lo que transmitamos a nuestros hijos. Es obvio que para
que el niño no vea negatividad en su circunstancia, hay que enfocar esta desde una óptica

83
positiva y transmitírselo así.
Es posible que los amigos del niño planteen a sus padres cuestiones como: «¿Por qué
Asha no se parece a su madre? ¿Por qué la “verdadera” madre de Alan no le quiso? ¿Va
a volver Alejandra algún día con sus padres “de verdad”? ¿A mí me van a adoptar?».
Los padres tienen que aprovechar para transmitirles con las palabras correctas y
adecuadas a su edad qué significa la adopción, la normalidad de este hecho, pero
también el respeto que han de tener por la intimidad de su amigo. El niño que ha sido
adoptado no debe ser considerado nunca como una víctima a la que sus padres han
«rescatado de la miseria» y que, por tanto, es digno de compasión. Además de las
conversaciones en familia existen muchos libros, cuentos y películas en los que los
padres se pueden apoyar.
El niño tiene que sentirse querido, seguro y con confianza en sí mismo para responder
con naturalidad y plena libertad a los comentarios que le puedan hacer sus amigos sobre
el hecho de haber sido adoptado, sus rasgos o su vida anterior, por ejemplo. Para ello es
importante que se sienta orgulloso de sus rasgos físicos y de las circunstancias de su vida
que conforman su identidad, porque le hacen diferente de los demás. Los padres
debemos prepararle anticipándole las preguntas que tal vez le hagan y ayudarle a
desarrollar estrategias para responder a los comentarios; debemos enseñarle a hacer
frente a los prejuicios sociales, con los que lamentablemente se puede encontrar,
relacionados con su raza, su país de origen, su familia biológica o el mismo hecho de la
adopción.

Un hogar feliz
¿Qué es el éxito? Muchas veces lo asociamos a la consecución de importantes logros
laborales, reconocimiento social, poder, fama. Sin embargo, el éxito auténtico corre
parejo a la felicidad, que tiene que ver con el desprendimiento de las cosas materiales y
la abundancia de valores humanos y espirituales.
Para constatar si la adopción de nuestro hijo, la vida personal de cada miembro de la
familia y la vida en común de todos está siendo exitosa, podemos preguntarnos: ¿Somos
felices? ¿Se está cumpliendo nuestra vocación? ¿Es feliz nuestro hijo?
Los estudios realizados ponen de manifiesto que la mayoría de los niños y
adolescentes que fueron adoptados crecen mejor y tienden a mostrar mayor inteligencia,
mejores resultados en el ámbito escolar, mejores relaciones familiares y mayor ajuste
psicológico y social que aquellos que crecen en instituciones de protección de menores o
con padres biológicos que se muestran ambivalentes con respecto a su crianza. Esta
adaptación psicológica y social es muy similar a la de sus pares no adoptados[44].
Pero cuando hablamos de adaptación o integración no nos estamos refiriendo a la
ausencia de problemas o dificultades, sino a la resolución de los mismos, logrando
finalmente restablecer el equilibrio familiar. La integración depende de las características
y actitudes de los padres, de las del niño, de la interacción entre unos y otros y también
con el ambiente en el que vivimos.

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Según el estudio de Berástegui[45], la mayoría de las familias que han adoptado un niño
creen, tras más de dos años de convivencia, que la adaptación ha sido satisfactoria
(76,7%), que su vida familiar se ha enriquecido (81%), que merece la pena adoptar a
pesar de las dificultades (89,6%), consideran que su hijo es ya uno más de la familia
(94,5%), que ser padre le hace sentir bien (83,2%) y que adoptarían al mismo niño
(88,3%). En cuanto al establecimiento de un vínculo estable con su hijo, un 81,7% de los
padres dicen que siempre se han sentido reconocidos como tales, un 89,0% nunca ha
pensado que su hijo no le quiere y al 85,4% les parece que a sus hijos no les cuesta
mostrar afecto.
Linda Katz (1992)[46] defiende que el éxito en la adaptación depende, sobre todo, de
las características y actitud de los padres. Ella se refiere especialmente a la adopción de
niños mayores, pero considero que las siguientes apreciaciones pueden tenerlas en
cuenta todas las familias que están en proceso de adopción o ya tienen a sus hijos en
casa, independientemente de la edad de estos:
• Los padres tenemos que negarnos a ser rechazados por el niño y aceptar que las
gratificaciones pueden tardar en llegar. Debemos entender que, como decía antes,
la conducta inadecuada del niño tal vez es la expresión de un temor desesperado a
una nueva separación. Esta visión nos facilita proceder adecuadamente según las
necesidades del pequeño.
• Tenemos que asumir que no seremos padres perfectos, reconocer nuestras
debilidades y limitaciones y estar abiertos a solicitar ayuda y plantearnos nuevas
soluciones.
• Hemos de tener unas expectativas realistas sobre nuestro hijo.
• Las parejas deben ser flexibles en el papel que desempeña cada uno. En un estudio
realizado por Cohen en 1981, un factor que distinguía a los padres exitosos en la
adopción de niños mayores fue la habilidad para percibir los signos de
agotamiento extremo en su pareja (normalmente la madre) y asumir el rol de
cuidadores del niño, mientras ella se recupera.
• Las familias que se ven a sí mismas como un sistema total para encontrar
respuestas tendrán más recursos para resolver problemas.
• Para una mejor adaptación, tenemos que asumir en poco tiempo el rol de padres de
nuestro hijo, incorporando adecuadamente las diferencias del niño y el peso de su
historia.
• Una postura activa nos ayudará a no sentirnos víctimas, cosa que sucede
frecuentemente con aquellos que adoptan una postura más pasiva. Además, una
actitud activa dirige al niño un mensaje esencial: «Yo soy tu padre ahora y así es
como te voy a proteger y cuidar» (Katz, 1992).

85
• Es necesario que nos demos un respiro ocasional, aunque sean unas horas alguna
tarde, para mantener la fuerza y la salud física y mental y, de este modo,
emplearnos mejor en la tarea de cuidar y educar. Para esto, una vez más, es
importante el apoyo de familiares y amigos.
La experiencia de los padres y los estudios realizados coinciden en afirmar que en una
familia que ha adoptado pueden darse más situaciones estresantes que en las que no han
vivido esa experiencia. Algunos factores estresantes pueden ser las dificultades en el
apego, la revelación de su pasado al niño, agravada por la falta de información sobre su
historia, el sentirse los padres sometidos a una valoración o juicio constante por parte de
algunas personas de su entorno, la posible falta de apoyo familiar y social, etc. A veces,
por paradójico que parezca, los padres se sienten culpables incluso por haber sacado al
niño de su entorno, lo que les lleva a pensar que tienen que ser perfectos para demostrar
que ha merecido la pena. También es normal que surjan sentimientos de frustración,
miedo, cansancio, estrés, ansiedad. En definitiva, viviremos muchos momentos muy
dulces y gratificantes, pero también algunos de desánimo y de desconcierto. Todos son
normales y es bueno afrontarlos con humor, paciencia, creatividad, sin obsesionarnos y
siendo capaces de perdonarnos los errores que podamos cometer.
Pero no podemos obviar que hay adopciones que fracasan. Existen muchos estudios
que arrojan datos muy variados. El más reciente, realizado en España en el año 2001
desde una perspectiva cuantitativa, es el de la psicóloga Ana Berástegui[47] . Según este
estudio, la tasa de ruptura de las adopciones internacionales en la Comunidad de Madrid
entre los años 1997 y 1999 fue del 1,5% y se eleva hasta el 6,7% cuando los menores
fueron adoptados con más de 6 años de edad. Esto, lógicamente, significa un nuevo
abandono para el niño. A estas cifras hay que añadir los casos, difíciles de cuantificar, de
familias en las que nunca se ha llegado a establecer el vínculo afectivo o se sienten
insatisfechas tras la adopción, o aquellas en las que padres e hijos pasan largas
temporadas separados, ya que estos viven internados durante todo el curso escolar.
Cuando se produce una ruptura, no se puede achacar a una única causa. Normalmente
es un cúmulo de factores de riesgo por parte de los padres (motivaciones o expectativas
inadecuadas, falta de recursos para afrontar los problemas, etc.) y de los hijos
(agresividad, falta de apego, etc).
Para contribuir a facilitar la integración de la nueva familia, es necesario que se creen
o se potencien, si ya existen, los servicios de postadopción de las Comunidades
Autónomas y de instituciones privadas capaces de ofrecer a las familias los recursos
necesarios para afrontar las dificultades. El seguimiento que los Servicios Sociales hacen
durante un tiempo tras la adopción debe estar también orientado a este fin. A los padres
nos ayuda en esta etapa compartir experiencias con otras familias por medio de los foros
que proliferan en Internet o en reuniones informales, donde además de comprobar que
nuestros problemas o preocupaciones son comunes a muchos otros padres, podremos
intercambiar soluciones o consejos. También son muy interesantes los recursos que
ofrecen muchas asociaciones, como charlas informativas y formativas, talleres de

86
intercambio de experiencias, orientación y apoyo, espacios de encuentro para familias,
grupos de hijos mayores, documentación, etc.

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¿Quién soy? ¿De dónde vengo?
«Recuerda que no tienes ninguna responsabilidad de tu pasado, pero que tienes mucha respecto al
futuro. El futuro está en tus manos y a ti te toca construirlo»

(SUSANNA TAMARO, Respóndeme).

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Estas son preguntas que todos nos hemos planteado
alguna vez a lo largo de nuestras vidas. Pero, estos mismos interrogantes en los niños,
jóvenes o adultos que han sido adoptados tienen muchos más matices.

Érase una vez... la historia de mi vida


Afortunadamente, para la mayoría de las personas, la adopción ha dejado de ser un tema
tabú. Ya no es algo que hay que esconder ni, por supuesto, ocultarle al hijo, como
ocurría hasta hace no mucho tiempo. Al contrario, el niño tiene derecho a saber que fue
adoptado por sus padres, así como los motivos por los que su familia biológica no pudo
cuidarle. Necesita conocer quién es y de dónde viene.
Por lo general, los padres asumimos con total normalidad que en algún momento
tendremos que darle toda la información relativa a su vida y su persona, pero a veces nos
planteamos cuándo y de qué manera se lo debemos explicar. Aun así, muchos padres
sienten cierto temor ante el momento en que tengan que hablar con su hijo de su pasado
y de sus orígenes y algunos tienen miedo de que, en un futuro, el niño quiera buscar a su
familia biológica.
No hay una «receta» o «estrategia» común para todas las familias a la hora de abordar
este tema. Normalmente, lo difícil suele ser comentar el hecho de la separación o del
abandono, no de la adopción. Obviamente la situación será muy diferente dependiendo
de que el niño haya sido adoptado siendo un bebé o, por el contrario, haya vivido un
tiempo más o menos largo con su familia biológica o en un centro o casa de acogida y,
por tanto, tenga ciertas referencias de su situación. Hay padres que esperan a que su hijo
les pregunte y otros hablan del tema con naturalidad desde el primer momento de vida en
común. Por otra parte, el modo en que hablemos del tema dependerá de la edad del niño,
de su proceso de maduración y, por supuesto, del conocimiento previo que tenga del
mismo. En cualquier caso, y aunque parezca obvio, para que la comunicación con
nuestros hijos sea positiva, es fundamental que los padres tengamos asumido nuestro rol,
que no nos sintamos rivales de la familia biológica, que estemos convencidos de nuestra
decisión y que vivamos la paternidad con naturalidad, sin complejos absurdos, como, por

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ejemplo, sentirnos padres «de segunda categoría». La forma como vivamos el hecho de
ser padres mediante la adopción influirá, sin duda, en la idea que transmitamos a nuestro
hijo.
Considerando esta variedad de situaciones y circunstancias, por la experiencia de los
propios padres y por el criterio de los expertos, se pueden sugerir algunas pautas que
quizá ayuden a las familias a afrontar esta cuestión.
Ante la pregunta de «¿cuándo hay que contar al niño que fue adoptado?», la opinión
general es «desde el primer momento», ya que, como señala Carmen Barajas[48], «los
niños han de crecer con la sensación de saberlo desde siempre». Es obvio, como decía
antes, que hay que adaptar la explicación a la capacidad de comprensión del niño.
Lógicamente, cuando es pequeño no entiende lo que significa la palabra adopción. A
medida que su capacidad cognoscitiva sea mayor y le revelemos más datos, se irá
haciendo una idea más real de lo que significa. Por lo general, en la infancia, la adopción
tiene para él un significado muy positivo. Cuando crezca es probable que aparezcan
connotaciones dolorosas, pero no por el hecho de la adopción en sí, sino porque
descubrirá que previamente hubo en su vida una época de desamparo, pérdidas y dolor.
En algunos casos los niños se rebelan al conocer que fueron adoptados, llegando incluso
a negarlo. Esta conducta puede estar motivada por la forma o el momento en que lo ha
conocido, por la propia actitud de los padres, porque el niño no se quiera enfrentar a un
pasado doloroso, porque tema sentirse diferente a sus amigos, etc. Con mucho amor y
mucha paciencia debemos tratar de encontrar la causa que provoca esa reacción,
rectificar en aquello que nos hayamos podido equivocar, favorecer la autoestima de
nuestro hijo para que supere posibles complejos, ayudarle a afrontar su pasado y
animarle a mirar al futuro con ilusión y esperanza.
• Niños entre 0 y 6 años.
Comentaba antes que hay que hablar al niño de la adopción desde siempre.
Cuando es muy pequeño no entiende nada, pero ya estamos creando un entorno
familiar en el que se puede abordar el tema con sinceridad y naturalidad.
Alrededor de los tres años, el niño comienza a aprender acerca de la familia y a
concentrar su interés en cómo y cuándo nació. La curiosidad natural de la infancia
le llevará a interesarse por su pasado y no es extraño que nos sorprenda con
preguntas del tipo: «¿Dónde estaba yo antes de nacer? ¿Estuve en tu barriga?
¿Dónde está mi mamá “de tripa”? ¿Cómo era?». Podemos aprovechar estas
situaciones para explicarle sus dudas de un modo muy sencillo, contarle algunos
datos, pero sólo los necesarios, no más de lo que él pida o sea capaz de
comprender. El niño a esta edad no demanda muchos detalles. Por ejemplo, al
preguntar dónde estaba él antes de nacer, lo que necesita es sentirse seguro,
aceptado, desarrollar un sentido de pertenencia y una noción de sí mismo.
Es importante que vaya distinguiendo entre nacimiento y adopción. Hay que
transmitirle que él, como todos los niños, estuvo «en la barriga» de su madre, que
ella lo cuidó a lo largo de todo el embarazo, nació y después nosotros le

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adoptamos. Así, por ejemplo, se pueden emplear frases como «antes de que
nacieras» o «antes de que fuéramos a buscarte», que le ayuden a diferenciar ambos
momentos.
Normalmente, ante estas situaciones, a los padres nos surge la duda de cómo
referirnos a su madre biológica. Unos optan por llamarla por su nombre, si lo
conocen; algunos se refieren a ella como madre biológica o de nacimiento; otros
hablan a sus hijos de «la señora que le llevó en su barriga», ya que no quieren
utilizar la palabra «madre». Personalmente, considero que, sobre todo si el niño ha
convivido tiempo con su madre biológica, la ha identificado como tal y la ha
llamado «mamá» o «madre», no es justo obviar esa realidad y privarle de referirse
a ella usando esas mismas palabras si así lo desea. Será el propio niño quien, en
poco tiempo, nos sorprenda diferenciando perfectamente la relación que le une a
nosotras y lo que le vincula a su madre biológica, a la que, incluso, puede que él
mismo decida cómo nombrar.
Probablemente la siguiente pregunta tenga que ver con su llegada a la familia.
Querrá saber por qué nosotros somos sus padres y cómo nos encontramos.
Lógicamente, no puede comprender qué significa la adopción, pero hay muchas
maneras de hablarle de ello. Por ejemplo, le podemos explicar que hay hijos que
viven con la familia en la que nacieron y otros con la familia que los adopta; o
contarles que a veces los padres no pueden o no saben cuidar a sus hijos y otros
papás que queremos tener niños vamos a buscarlos. Si la adopción se realizó en
otro país, al pequeño le encantará que le contemos detalles significativos del viaje,
como, por ejemplo, que fuimos a por él en avión. Tiene que tener la certeza de que
su adopción y, por tanto, su presencia en la familia, es fruto del amor y del deseo
de sus padres, que ya lo somos para siempre. Disfrutará cuando le contemos
pequeños detalles del tiempo en que le esperábamos o de cuando nos encontramos.
Son retazos de su vida que se quedarán grabados en su mente y que recordará e
incluso contará con orgullo. Así, podemos describirle la alegría que sentimos
cuando vimos su foto por primera vez o supimos su nombre, la emoción del
momento en que nos encontramos, recordar la ropa que llevaba puesta y qué nos
dijo cuando nos conoció, le podemos enseñar las primeras fotos que nos hicimos
juntos, etc.
Es posible que esta información haya que repetírsela una y otra vez porque no
lo entiendan a la primera, porque quieran conocer más detalles o, simplemente,
porque a todos los niños les gusta escuchar la historia de su vida, ya que les ayuda
a construir su identidad. Se la iremos ampliando según lo vayamos considerando
conveniente, pero siempre con datos verdaderos. Nunca debemos mentirle ni
cambiar su biografía.
Tenemos que comprender y respetar que el niño pueda sentirse inquieto y
necesite hacernos muchas preguntas. Hemos de conocer y tratar de identificar los
duelos que vivirá en las diferentes etapas de su desarrollo. Tal vez no sepa
expresarse con palabras y sea necesario ayudarle, permitir que manifieste lo que

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siente y tratar de entender lo que quiere decir. Para ello podemos animarle a que
haga dibujos, a que escriba una carta dirigiéndose a sus padres biológicos,
organizar juegos de rol con muñecos o con los propios miembros de la familia, etc.
• Niños entre 6 y 12 años.
Según va creciendo, la capacidad de comprensión del niño será mayor, por lo que
nos planteará más cuestiones relacionadas con el proceso de su adopción,
interesándose incluso por los aspectos administrativos, y querrá conocer más
detalles de su familia biológica, especialmente de sus padres y sus hermanos, y los
motivos por los que no pudo seguir con ellos. Con el tiempo comienza a entender
la adopción no sólo en cuanto a construcción familiar, sino también como pérdida
de la familia biológica, y no es extraño que a veces piense que es un intruso en la
familia.
Durante estos años aprenderá cosas sobre la herencia genética y el parentesco, y
esto le llevará a preguntarse sobre sí mismo. El niño va construyendo su identidad,
y hay que proporcionarle todos los elementos que le puedan ayudar. Por ejemplo,
si disponemos de ellas, podemos enseñarle fotografías de su familia de origen o
destacar los rasgos físicos que le hacen atractivo y que heredó de sus padres;
también podemos mostrarle los documentos legales que certifican su adopción; si
el niño nació en otro país o es de una etnia distinta a la nuestra, puede ser bueno
que se relacione con personas del lugar donde nació o que sean de su misma raza.
Es muy habitual que los niños fantaseen sobre ellos mismos y el mundo que los
rodea. Esto es, en muchas ocasiones, una vía de escape cuando se sienten
frustrados o enfadados por algo. En el caso de aquellos que han sido adoptados,
estas fantasías a veces están relacionadas con su familia biológica, a la que
muchos suelen idealizar. Piensan, por ejemplo, que ellos no le pondrían tantas
normas, que tal vez son ricos y le comprarían todos los juguetes que quisiese.
Es un período en el que comenzará a preguntarse por qué no pudo seguir
viviendo con sus padres biológicos o por qué ellos le abandonaron. Sean cuales
sean las razones, le tiene que quedar muy claro que de ningún modo fue culpa
suya. Insisto en que ha de sentir que siempre fue querido. En este sentido, creo que
es importante señalar que, en bastantes casos, son los propios padres biológicos
quienes, conscientes de que no pueden dar a sus hijos una vida digna, entregan su
tutela a las administraciones con la esperanza de que algún día sean adoptados. Sin
duda, esto es un acto de generosidad y amor que los padres debemos reconocer y
valorar y transmitírselo así a nuestros hijos.
Quizá experimente sentimientos muy ambiguos. Por un lado se sentirá aliviado
al conocer su historia y, por tanto, a sí mismo, pero también la sensación de
pérdida puede hacerse más evidente y tal vez manifieste dolor y tristeza. Estará
contento de vivir con su familia, pero tendrá que enfrentarse a su pasado. Es
posible que no se atreva a hablar con nosotros de su familia biológica o a expresar
sus sentimientos porque tema herirnos. Como siempre, debemos estar a su lado

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con mucho amor, animarle a que exteriorice lo que siente y piensa y tratar de
ponernos en su lugar, entendiendo y respetando sus sentimientos.
En esta etapa tal vez también sienta curiosidad por conocer más detalles acerca
de por qué optamos nosotros por la adopción. Ya no será suficiente con contarle
que queríamos tener un hijo, sino que tenemos que aportarle más datos sobre los
motivos que nos llevaron a tomar esta decisión.
• Adolescentes.
Poco a poco, el niño va teniendo una vida interior mucho más rica. Así, aunque
comprenda y asuma su situación, lo más probable es que aún le queden muchos
interrogantes a los que encontrar respuesta y que se harán más evidentes a medida
que se acerque a la adolescencia. Igual que sus amigos, se planteará: «¿Quién
soy?»; «¿Cómo me gustaría ser?». Se cuestionará el código ético y moral con el
que ha crecido, valorará su pasado para seguir construyendo su futuro. Pero
además seguirá preguntándose sobre su historia anterior y cómo podría haber sido
su vida si hubiera seguido con su familia biológica o si no hubiera sido adoptado.
Querrá saber más sobre sus orígenes y tal vez se plantee por qué fue él el elegido
para ser adoptado y no alguno de sus compañeros de orfanato.
Frecuentemente, este es un período en el que muestran un inusitado interés por
el tema de su adopción e, incluso, por obtener informes acerca de su familia de
origen. Los padres debemos proporcionarles todos los datos que sepamos y, si es
posible, ayudarles a investigar aquellos aspectos desconocidos.
No es extraño que, como muchos adolescentes, nuestro hijo manifieste sus
sentimientos con actitudes de rebeldía, desafío y provocación, o también
mostrándose triste y deprimido. Tal vez en alguna ocasión diga frases del tipo:
«Tú qué sabes, si no eres mi verdadera madre», o: «¿Por qué tengo que hacerte
caso, si no eres mi padre?». Es lógico que estas palabras provoquen dolor a los
padres, pero, en la mayoría de los casos, no debemos interpretarlas como un
sentimiento sincero de nuestro hijo que, posiblemente y aunque no lo reconozca,
se arrepentirá enseguida de haberlas pronunciado. En esta etapa los jóvenes que
han sido adoptados suelen tener sentimientos ambivalentes respecto a su adopción
y, además, nosotros tenemos que comprender que todavía están aprendiendo a
distinguir y expresar sus emociones y tenemos que acompañarlos en esta tarea.
Además, en esta edad la revolución hormonal está haciendo de las suyas...
Aunque algunas conductas problemáticas pueden estar causadas por cómo haya
vivido su adopción y cómo haya asimilado su pasado, por lo general hay que
buscar el origen de las mismas en los cambios que conlleva el paso de la niñez a la
adolescencia. No tienen por qué estar relacionadas directamente con el pasado del
joven o con haber sido adoptado, aunque este hecho se utilice a veces como
argumento o excusa. En otros casos las expectativas de los padres o el modelo
educativo que hayan utilizado pueden desencadenar algunos enfrentamientos. Por
ejemplo, si los padres son excesivamente protectores o tratan a su hijo como

92
«adoptado», este asumirá ese rol y justificará con ello sus comportamientos. Otros
padres interpretan conductas habituales como anormales, buscando la causa de las
mismas en la adopción.
También tenemos que entender que para nuestro hijo, como para cualquier
adolescente, tiene mucha importancia su grupo de amigos y es posible que se
muestre con ellos más abierto y comunicativo que con nosotros. Aunque a veces
pueda resultar más difícil el diálogo, debemos seguir atentos a las señales que nos
envía y mantener abiertas las vías de comunicación que se iniciaron en el
momento del primer encuentro y que nunca se deben cerrar.
Insisto una vez más en que a lo largo de todas las etapas es fundamental que se hable
del tema en casa y siempre en un clima de cariño, respeto y comprensión. Al contrario de
lo que algunas personas piensan, no saber detalles no evita el sufrimiento. Cuanto más
conozca el niño de su historia, más material tendrá para construir su identidad y más
sólidos serán los cimientos en los que se apoyará en la vida. El hecho de que no pregunte
no significa que no quiera saber o que lo tenga todo superado. A veces no lo hacen
porque temen que nos enfademos o nos sintamos heridos. En estos casos hemos de
provocar con naturalidad la conversación, que, sin duda, será enriquecedora y liberadora
para todos. Debemos estar atentos a las reacciones de nuestro hijo, cerciorarnos de que
comprende lo que le estamos transmitiendo y no se siente confundido. Tenemos que
tratar de entender sus miedos e inquietudes y animarle a que exprese libremente sus
opiniones y a que manifieste sus sentimientos.
Debemos contestar con sinceridad y seguridad todas las preguntas que nos plantee. Si
no conocemos alguna respuesta, se lo decimos, pero haciéndole ver que no tratamos de
ocultarle nada, que estamos abiertos a que nos pregunte cualquier cosa que desee saber
y, por supuesto, a ayudarle a indagar sobre aquello que desconoce. La buena disposición
de los padres para hablar de estos temas, aunque en ocasiones resulte muy doloroso,
contribuye enormemente a estrechar la relación con nuestro hijo. Es importante tratar el
tema con naturalidad y de forma positiva y transmitirle siempre el enorme deseo y amor
con que lo esperábamos.
Es normal y necesario que el niño se pregunte sobre su pasado; forma parte de su
historia y no hay que mirarlo con miedo. Sin olvidarlo, tenemos que vivir construyendo
el presente y mirar al futuro, a esa maravillosa historia de familia de la que aún quedan
muchas páginas por escribir.

Fui adoptado, ¿soy diferente?


«La identidad es un proceso mediante el cual la persona va elaborando a lo largo de su historia una
caracterización de sí misma que no deja de reconsiderar mientras vive»

(CARLOS PEREDA).

En el apartado anterior he mencionado el tema de la formación de la identidad del niño y


la influencia que tiene en la misma su pasado y el hecho de haber sido adoptado. Como

93
sugiere Carlos Pereda, la formación de esta identidad evoluciona a lo largo del tiempo.
Por eso es habitual que el niño se plantee preguntas respecto a sí mismo en distintos
momentos de su vida. Vamos a detenernos un poco más en estos y otros aspectos.
En primer lugar, hay que considerar cómo vive la familia la adopción y las
características y situaciones específicas que conlleva, ya que su actitud influirá
notablemente en la de su hijo. Algunas niegan o minimizan las diferencias que existen
respecto a otras familias; otras, sin embargo, reconocen y aceptan los retos específicos
que tienen que afrontar. De los estudios más recientes que se han realizado en este
sentido se desprende que tanto el rechazo absoluto de las diferencias como la insistencia
excesiva en las mismas pueden ser causas de una peor adaptación del niño[49].
Pero la historia que haya vivido con su familia biológica y después en la institución o
casa de acogida, así como su posterior adopción por una familia, ¿le hacen diferente? Mi
opinión es que sí, pero porque, como a cualquier otro niño, como a cualquier persona, las
circunstancias de nuestra vida configuran nuestra personalidad de un modo distinto al de
los demás. Esto nos identifica y, por tanto, nos diferencia. Por eso creo que, como ya
apuntaba en otro lugar, «adoptado» no debe ser un adjetivo de la persona, sino algo que
ocurrió en determinado momento de su vida, es decir, que «fue adoptado». Tanto los
padres como el niño tenemos que asumir y vivir de forma positiva que, aun no siendo lo
habitual (aunque la cifra anual de adopciones en todo el mundo es bastante elevada),
tener hijos por medio de la adopción es tan válido como hacerlo por la vía de la biología.
El resultado final es el mismo, una familia formada por personas que se aman.
La mayoría de las personas del entorno lo ven así también, pero eso no evita que la
adopción siga siendo un rasgo que hace a la familia diferente y, por tanto, llama la
atención de los demás.
En alguna ocasión nos encontraremos en situaciones en las que alguien hará
comentarios poco afortunados, provocados la mayoría de las veces por la falta de
conocimiento sobre el tema. Así, por ejemplo, no es extraño escuchar frases del tipo:
«¿Es muy caro traerse un niño?»; «Verás cómo le vas a querer como si fuese tuyo»;
«Cuando esté aquí le podrás moldear a tu manera»; «¡Qué buena obra vas a hacer!»...
Pienso que los padres no debemos estar continuamente a la defensiva, interpretando
que todos los comentarios se hacen con mala intención. Al contrario, podemos
aprovechar la ocasión para aportar información sobre una cuestión de la que se habla
mucho pero no se conoce demasiado. En ocasiones, comentarios inadecuados o
preguntas indiscretas como: «¡Qué suerte ha tenido de que lo hayáis adoptado!» o:
«¿Conoce a su madre “de verdad”?», se dicen en presencia del niño y pueden hacerle
daño o, cuanto menos, hacerle sentir incómodo. Debemos responder a ellos de la forma
más favorable para nuestro hijo, no sólo con lo que decimos, sino cómo lo decimos. Por
ejemplo, no podemos responder con ironía si nuestro hijo es pequeño y no es capaz de
entenderlo. Además, tenemos que prepararle para que él mismo sepa reaccionar en estas
situaciones. Naturalmente, todo aquello que se refiere a su vida privada sólo le pertenece
a él, y los padres nos encargaremos de protegerla. Por otra parte, basta con que quien
vaya a hacer un comentario haga antes uso del sentido común y de la prudencia para

94
evitar situaciones muy desagradables e incluso dolorosas. Hay que decir también que,
lamentablemente, vivimos en una sociedad que aún tiene bastantes prejuicios racistas y
si el niño es de una raza o etnia diferente, por desgracia, no es extraño que en alguna
ocasión tenga que escuchar comentarios xenófobos. Los padres tendremos que estar
atentos para cortar inmediatamente estas situaciones y ayudarle a que sepa enfrentarse a
ellas.
Centrándonos en las diferencias con respecto a niños que no han sido adoptados,
parece que estas comienzan a emerger hacia los 5-7 años, lo que algunos autores
atribuyen a que es entonces, como decía anteriormente, cuando el niño empieza a darse
cuenta del significado de la adopción y de la pérdida asociada a la misma. Según las
investigaciones, estas diferencias se hacen más patentes en la adolescencia y van
disminuyendo a partir de los 16 años[50].
Una de las cuestiones que se plantean algunos padres es la influencia que tendrá la
genética en la personalidad de sus hijos, qué heredarán de sus padres biológicos además
del físico.
Berástegui[51] recoge los resultados de algunas investigaciones según las cuales, la
genética y el cuidado prenatal y perinatal deficiente (estrés, bajo estatus socioeconómico,
falta de motivación, consumo de drogas o alcohol) influyen en mayor o menor medida
en aspectos como el temperamento, la inteligencia o la personalidad antisocial, pero para
el desarrollo de estos son esenciales otros factores ambientales.
Siguiendo las teorías psicológicas actuales, en las que predomina «el modelo
interaccionista»[52], el código genético del niño no determina su forma de ser, sino que
actúa recíprocamente con el medio en el que vive (el ambiente en el que se desarrolla, la
educación que recibe, las personas con las que se relaciona, etc). Este medio es el que
aumenta o disminuye la probabilidad de que se desarrollen las conductas determinadas
genéticamente. Por esta razón, cuando, al ser adoptado, este ambiente sea más favorable,
poco a poco irá modificando sus conductas, como hemos visto en otro capítulo. Del
mismo modo, su adaptación será peor si crece en un entorno vulnerable a su
predisposición genética[53].
El hecho de haber sido adoptado lleva aparejadas una serie de «características» o
«situaciones específicas» que pueden influir en el desarrollo del niño. Ya hemos
hablado, por ejemplo, del duelo por las pérdidas que ha sufrido, y que puede vivir en
diferentes etapas de la vida, o del recuerdo de su pasado. Pero también los rasgos físicos
le hacen diferente. Obviamente, lo más probable es que no se parezca a sus padres, pero,
además, puede tener los rasgos propios de determinada etnia o país. Esto ocurre también
en el caso de muchos niños adoptados en España, por ser hijos biológicos de personas
inmigrantes en nuestro país.
Hay niños que, aun siendo pequeños, son conscientes, por ejemplo, de que el color de
su piel es diferente al de sus padres y les preguntan «cuándo se les va a poner a ellos la
piel marrón o si alguna vez se van a hacer chinos». Hablamos, por tanto, de lo que Berg-
Kelly y Eriksson denominan «adopción visible», que expone la situación adoptiva al

95
conocimiento, el juicio y, en ocasiones, al estigma social e, incluso, a episodios de
racismo o xenofobia. Esto puede colocar a algunas familias en una situación de ansiedad
y vulnerabilidad[54].
Por lo general, cuando son pequeños ven estos rasgos que les hacen distintos como
algo positivo, pero muchos padres reconocen que en la adolescencia estas diferencias
pueden confundir o hacer sufrir a sus hijos.
Es normal que en este período, en el que el adolescente se cuestiona sobre sí mismo,
trate de encontrar el parecido que puede tener con su familia biológica, pero también las
similitudes con sus padres. Necesita referentes en los que verse reflejado. Sin embargo,
si se queda sólo en la imagen física (aspecto muy importante en esta etapa) puede
experimentar un sentimiento de falta de pertenencia. Tienen que conjugar sus orígenes
con su vida actual. Esto se hace más evidente cuando han nacido en otro país. Son
españoles, pero sus rasgos físicos quizá sean puramente asiáticos, africanos o tal vez los
propios de alguna comunidad indígena de América Latina. Esto les puede llevar a
preguntarse: «En realidad, ¿quién soy? ¿De dónde soy?». Esta es una etapa en la que los
jóvenes desean asimilarse a su entorno y no ser diferenciados por ninguna característica.
Ana Berástegui[55] observa que las investigaciones que se han realizado no encuentran
grandes diferencias en la identidad racial de los menores en función de la composición
racial de la familia y ninguna logra encontrar un nexo de unión entre la identidad racial
positiva y la autoestima, la adaptación psicológica y familiar y el bienestar del menor.
Pero es cierto que, frecuentemente, el niño se convertirá en el centro de muchas miradas
que a veces le pueden hacer sentir en un entorno que no le identifica como compatriota
suyo. En la edad adulta, según los estudios que se han realizado en países con una larga
experiencia en adopción interracial, no hay diferencias significativas en cuanto a
integración social entre personas que fueron adoptadas y sus amigos[56]. Tampoco se han
encontrado diferencias en la adaptación personal, familiar y social entre adopciones
interraciales y el resto, ni tampoco en cuanto a los países de procedencia[57].
Los padres, además de proporcionar a nuestro hijo todos los datos posibles sobre su
familia biológica, si nació en otro país o es de una raza diferente, podemos ayudarle a
que mantenga contacto con personas de esa nación o de su grupo étnico, presentarle
referentes positivos del mismo, o instarle a que conozca aspectos interesantes de su
cultura.
Como sugería más arriba, es muy enriquecedor que, desde el momento en que
decidimos en qué país tramitaremos la adopción, nos preocupemos por conocer su
historia y su cultura y nos sintamos, de algún modo, identificados con él, ya que es la
«cuna» de nuestro hijo. Cuando el niño ya esté en casa podemos incorporar a nuestra
vida cotidiana tradiciones y costumbres relacionadas con las fiestas, los cumpleaños, la
gastronomía, las canciones, los juegos, etc. Algunos padres, por ejemplo, contratan a una
cuidadora del mismo país del niño para que le ayude a conservar el idioma y otras
costumbres.
También podemos hacer partícipes a otros familiares y amigos obsequiándoles con

96
algún objeto propio del país donde nació nuestro hijo o invitándoles a participar en
comidas o celebraciones típicas del lugar. De este modo, el niño tendrá referentes de sus
orígenes compartidos con el resto de su familia, lo que contribuirá a que se sienta
orgulloso y querido. Eso sí, respetando siempre los deseos y los tiempos del pequeño, ya
que hay algunos niños que prefieren romper completamente con cualquier cosa que les
recuerde su pasado. En este caso, de nuevo, es fundamental que estemos atentos a los
sentimientos de nuestro hijo y le ayudemos a exteriorizarlos.
En ocasiones puede ser bueno que se relacione con otros niños o adultos que fueron
adoptados para compartir experiencias, sentimientos, dudas y, sobre todo, para no
sentirse «único». Existen muchas asociaciones que agrupan a familias que han adoptado
y, de un modo más específico, que lo han hecho en el mismo país; el encuentro entre
ellas suele ser muy enriquecedor tanto para los padres como para los hijos.
Pero la labor que se realice en la familia no es suficiente. Tiene que darse un cambio
en la forma de pensar y de sentir de aquellas personas que juzgan a los demás por su
aspecto físico, el lugar donde nacieron, o las circunstancias que la vida les deparó...

Quiero conocer el lugar donde nací


«¿Recordarás el país? Traerás los desiertos rojos, las estepas de tuna y maguey, el mundo del nopal,
el cinturón de lava y cráteres helados, las ciudades de tezontle, los pueblos de adobe, los valles dulces
del trigo y el maíz, los pastizales norteños, los lagos del Bajío, los indios sin la voz común, voz
huichol, voz huasteca, voz nahua, voz maya, la chirimía y el tambor, la guitarra y la vihuela, los
huipiles, las peinetas jarochas, las trenzas mixtecas, los nombres viejos de Teotihuacán y Papantla...
tu tierra»

(CARLOS FUENTES, La muerte de Artemio Cruz).

Muchas personas que fueron adoptadas sienten en algún momento de su vida,


generalmente en la edad adulta, la necesidad de conocer el lugar donde nacieron.
Algunas, incluso, quieren indagar para saber más datos de su familia biológica y, a
veces, hasta les gustaría encontrarse con ella.
Este deseo natural provoca temor en algunos padres porque creen que su hijo se va a
marchar de su lado, los va a «abandonar» para regresar a sus orígenes. Esto, en
situaciones normales, no es así. La mayoría de las familias, por el contrario, entienden
esa necesidad que tiene su hijo y, en muchos casos, ellos mismos le ayudan y le
acompañan en esta búsqueda.
La decisión de visitar el lugar donde nació e indagar sobre sus orígenes tiene que ser
libre y personal, pero es muy importante contar con el apoyo de los padres, para evitar
que pueda convertirse en un trauma. El joven tiene que buscar el momento personal
idóneo para hacerlo, superar el miedo a lo que se pueda encontrar y sentirse seguro del
paso que va a dar.
Las personas que han sido adoptadas desean llenar una laguna de sus vidas, y tienen
derecho a ello. Por mucho que sus padres les hayan contado, es comprensible la
necesidad de ver, de sentir el lugar que le vio nacer y en el que pasó los primeros años de

97
su vida. Este deseo suele ser más intenso en aquellos que nacieron en otro país, que son
hijos biológicos de otra cultura, de otros paisajes. Necesitan encontrarse con personas
que tengan rasgos similares a los suyos y reconocerse en ellos, oler los aromas que en
otro momento le fueron familiares, escarbar la tierra donde están sus raíces. En este viaje
le deslumbrará la belleza del lugar que los vio nacer, pero también puede que descubra la
realidad que le impidió crecer entre los de su misma sangre.
Es una forma de encontrarse y, de algún modo, reconciliarse con su pasado y, por
tanto, consigo mismo. Saber la verdad de las cosas, comprender y perdonar a la familia
que no pudo cuidarle, da una gran serenidad de espíritu.
En definitiva, es un modo de ordenar, de atar cabos sueltos, de reconstruir el puzle de
su vida y, por tanto, de su identidad, al que le faltaba alguna pieza. No es casualidad que
a la mayoría les surja esta necesidad cuando inician una vida independiente del hogar
familiar, cuando se están planteando formar su propia familia, o tras la muerte de sus
padres. Así, muchos lo interpretan como una manera de cerrar un ciclo y, desde ahí,
afrontar con libertad, esperanza e ilusión el resto de su vida o, como expresa Asha Miró,
«de seguir adelante empezando por el principio».

98
Epílogo
Hemos llegado al final del libro, pero la historia con la que comenzábamos estas páginas
no ha hecho más que comenzar. Las familias que aún estamos a la espera de
encontrarnos con nuestro hijo o aquellas que se han fundido en el primer e interminable
abrazo con él; los nuevos parientes y amigos de ese niño que por fin se ha reunido con
sus padres y, en definitiva, todo aquel que por diversas razones comparte algún momento
de su vida con una persona que fue adoptada o con sus familiares, somos quienes
tenemos que completar las múltiples páginas que aún quedan por escribir.
Y, sobre todo, los niños, que son los auténticos protagonistas de todas esas historias.
Esos niños que en el libreto de la vida tuvieron que desempeñar desde muy pequeños el
papel más ingrato. Los demás somos actores secundarios, pero necesarios para contribuir
a que la historia tenga un final feliz. Y aunque a veces puede parecer que nos hemos
saltado el guión, sabemos que en la vida hay que arriesgarse para tomar el camino
correcto que nos lleve al encuentro con nuestro hijo.
La adopción es un proceso largo en el que, como he tratado de narrar, son habituales
los altibajos emocionales. Los miedos y las incertidumbres conviven con las ilusiones y
las esperanzas. Ya sabemos que nada de lo realmente valioso es fácil. Pero por encima
de todo está el inmenso amor que estamos dispuestos a dar y a recibir. De ese amor nació
el niño en nuestras almas. Ese amor es el que, cada noche, nos hace preguntarnos con la
impotencia de la distancia: ¿Cómo estará? ¿Le contará alguien un cuento antes de
dormir? ¿Quién calmará su llanto si se despierta por una pesadilla? ¿A quién acudirá
cada vez que haga un nuevo descubrimiento? Ese amor que crece continuamente y que le
vamos a entregar a manos llenas cada instante de nuestra vida.
Porque, más allá de las eventuales dificultades que puedan surgir, nos mueve el
enorme deseo de ver crecer a nuestro hijo, de acompañarle por el camino, orientarle para
que tome la mejor dirección y ayudarle a ser quien es. Queremos disfrutar con orgullo de
sus progresos, consolarle en sus tristezas y gozar con sus alegrías. Deseamos contemplar
juntos la belleza, preguntarnos por todo lo que desconocemos y tratar de encontrar las
respuestas... Queremos, sencillamente, ser padres.
Y optamos por serlo de un niño que fue desgajado del abrigo familiar, que no lleva
nuestra sangre, ni tiene nuestro color de ojos, ni nuestro tono de piel. Pero que quizá
imite nuestra forma de andar, porque caminamos juntos por la vida. Tal vez su sonrisa se
parezca a la nuestra, ¡y es que habremos reído tantas veces juntos...! Posiblemente la
expresión de sus ojos recuerde a los nuestros; esto será porque ambos miramos al futuro
con alegría, esperanza e ilusión. Un futuro que construimos con cada instante de un
presente que, sea el que sea, tenemos que saborear al máximo.
Pero, claro, también existe un pasado. Y el de nuestro hijo no ha sido precisamente
fácil...
Reconciliémonos con esos años de su vida que no hemos compartido y, sobre todo,

99
con esas personas, sus primeros padres, que no supieron o no pudieron tenerle. El odio,
el recelo y la amargura son piedras enormes en el sendero del amor.
Dejemos, sin embargo, un hueco bien grande para el agradecimiento. En primer lugar,
y siempre, a esa madre que llevó a nuestro hijo en su seno durante nueve meses y le
permitió ver la luz. Sólo Dios sabe verdaderamente lo que pasó después en su vida y en
su corazón... Agradecidos a las personas que lo cuidaron y le acompañaron en su
crecimiento y a las que, mientras tanto, también nos cuidaban y acompañaban a nosotros,
estos papás impacientes por amor.
Bueno, ya es momento de que cada uno sigamos escribiendo nuestra historia. Una
historia de elección y acogida. Una historia de Amor. Porque, recordando de nuevo las
palabras de Carlos Díaz, «el amor dignifica y rescata del olvido y de la muerte,
reconstruye lo deficiente, asume la deuda, enjuga el llanto. Por eso, quien es amado,
renace».

100
Para ampliar información
Libros sobre infancia, familia y adopción
BAETA F., La adopción explicada a mis hijos, Plaza & Janés, Barcelona 2002.
BARAJAS C., La adopción. Una guía para padres, Alianza, Madrid 2006.
CID M.-PÉREZ GALDÓS S. (coords.), La adopción. Un tema de nuestro tiempo, Biblioteca
Nueva, Madrid 2006.
CLOS M.-MASÓ P., Yo soy adoptado: once historias reales, Déria, Barcelona 2005.
CONDE G., Seres de luz. En el límite, alguien les tendió la mano, Planeta, Barcelona
2007.
CYRULNIK B., El amor que nos cura, Gedisa, Barcelona 2005; Los patitos feos, Gedisa,
Barcelona 2002.
GIBERTI E.-BLUMERG S.-RENZI C. DE-GELMAN B.-LIPSKI G., Adoptar hoy, Paidós,
Barcelona 1995.
HERAS J. DE LAS, Rebeldes con causa. Los misterios de la infancia, Espasa-Calpe, Madrid
2001.
LOIS M., Cómo educar al niño adoptado, Medici, Barcelona 2001.
MIRÓ A., La hija del Ganges: Historia de una adopción, Lumen, Barcelona 2003; Las dos
caras de la luna, Lumen, Barcelona 2004.
SORIANO A., Maltrato infantil, San Pablo, Madrid 2001.
STEINBERG G.-HALL B., Inside Transracial Adoption, Perspectives Press, Indianápolis
(Indiana) 2000.
WINNICOTT D., La familia y el desarrollo del individuo, Hormé, Buenos Aires 19843.

Libros para leer con nuestros hijos


CURTIS J. L.-CORNELL L., Cuéntame otra vez el día que nací, Serres, Barcelona 2005.
ESTIVILL E., Lila tiene un hermanito, Beascoa, Barcelona 2006.
LEWIS R.-DYER J., Te quiero, niña bonita, Serres, Barcelona 2002.
LIENAS G.-LUCIANI R., ¡Busco una mamá!, La Galera, Barcelona 2005.
LÓPEZ SORIA M., Los colores de Mateo, Everest, León 2002.
MATEO M.-BAQUÉS M., ¿Quién soy yo? Identidad, diversidad y adopción, CIES,
Barcelona 2004.
PATERSON K., La Gran Gilly Hopkins, Alfaguara, Madrid 20053.
SEPÚLVEDA L., Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar, Tusquets,
Barcelona 1996.
TORRAS M.-VALVERDE M., Mi hermana Aixa, La Galera, Barcelona 2008.
Niños de hoy, revista sobre adopción.

Aspectos jurídicos

101
Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, hecha en Nueva York
el 20 de noviembre de 1989.
Convenio de La Haya, de 29 de mayo de 1993, sobre Protección del Niño y Cooperación
en materia de Adopción Internacional.
Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por las Naciones Unidas el 20 de
noviembre de 1959.
Ley Orgánica 3/1989, de 21 de junio.
Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor, de modificación
parcial del Código Civil y de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
GUZMÁN PECES M., La adopción internacional. Guía para adoptantes, mediadores y
juristas, La Ley, Madrid 2007.
MARTÍN BOADO A., Legislación sobre acogimiento familiar y adopción: normativa
internacional, estatal y autonómica, Tecnos, Madrid 2004.

Películas
Bella (Alejandro Monteverde 2006).
El niño de Marte (Menno Meyjes 2007).
Secretos y mentiras (Mike Leigh 1996).
Juno (Jason Reitman 2007).

Películas para ver con nuestros hijos


Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan 1995).
Descubriendo a los Robinsons (Stephen J. Anderson 2007).
El Libro de la Selva (Wolfgang Reitherman 1967).
Lilo & Stitch (Chris Sanders-Dean DeBlois 2002).
Stuart Little (Rob Minkoff 1999).

Páginas web
www.coraenlared.org. Coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el
Acogimiento.
www.adoptiva.net. Foro de familias.
www.postadopcion.org. Página dedicada a la post-adopción.
http://hoyelmejordia.blogspot.com. Blog de familias con noticias y artículos sobre
adopción.

102
Índice

Presentación
El principio de la historia
Deseos, sentimientos, reflexiones... y toma de decisión
¿Por qué quiero adoptar?
¿Cómo será mi hijo?
Ese dolor tan fértil
Mamás y papás en solitario
¿De dónde vendrá mi hijo?
¿Prepararé biberones o macarrones con tomate?
¿Podemos ser padres de un niño con necesidades especiales?
Quiero ser madre, no una ONG. Tópicos sobre la adopción
Iniciamos los trámites
Una carpeta llena de deseos
Preparándonos para adoptar
¿Un examen para ser padres?
Ya estamos más cerca
Por ECAI...
... o por Protocolo Público
Y ahora, a esperar
Empieza la cuenta atrás, pero..., ¿cuándo acaba?
Los lazos del amor
La cuna de mi hijo
Vienen sin manual de instrucciones, pero algo podemos aprender
El libro de la vida
Historias que se encuentran
Este es mi hijo
Preasignación: ya hay un niño que me espera
Quiero lo mejor para él
Es hora de preparar el viaje y las maletas
Nosotros somos tus padres
El primer e interminable abrazo
Empezando a ser familia
Es mi hijo y se llama...
¡Por fin todos en casa!
Un viaje hacia lo desconocido
Aprender a querernos
¡Si pudiéramos evitarles el sufrimiento...!
Tenemos cita con el pediatra
Esos pequeños descubridores
¡Al cole!
¿Quieres ser mi amigo?
Un hogar feliz
¿Quién soy? ¿De dónde vengo?
Érase una vez... la historia de mi vida
Fui adoptado, ¿soy diferente?
Quiero conocer el lugar donde nací
Epílogo
Para ampliar información
Libros sobre infancia, familia y adopción
Libros para leer con nuestros hijos
Aspectos jurídicos
Películas

103
Películas para ver con nuestros hijos
Páginas web

104
[1]
Adoptare: ad (hacia) optare (optar, desear).
[2]
M. CID-S. PÉREZ GALDÓS (coords.), La adopción. Un tema de nuestro tiempo, Biblioteca Nueva, Madrid 2006,
38.
[3]
A. FERRANDIS, conferencia sobre la Situación actual y perspectivas de las familias con hijos adoptados. Pautas
educativas a tener en cuenta (16-17 de marzo de 2005). En
http://www8.madrid.org/orientacion/cd/cap%20vallecas/conferencia2.html.
[4]
G. SYME, Facing the unacceptable: the emotional response to infertility. Human Reproduction XII, Oxford
University Press, Oxford 1997, 183-187.
[5]
S. A. DEACON, Intercountry adoption and the family life cycle, The American Journal of Family Therapy 25/3
(1995) 245-260.
[6]
S. D. FLÓREZ, Duelo, Anales del Sistema Sanitario de Navarra, v. 25, Suplemento 3 (2002), en
www.cfnavarra.es/salud/anales/textos/vol25/sup3/suple6a.html
[7]
M. CID - S. PÉREZ GALDÓS (coords.), La adopción. Un tema de nuestro tiempo, o.c., 79.
[8]
La mayoría de las familias adoptantes y muchas personas e instituciones que trabajan con menores en situación
de riesgo opinan que el proceso por el que se intenta que el niño vuelva con su familia biológica es
excesivamente largo y, en demasiados casos, infructuoso, ya que al final son propuestos para la adopción y,
por tanto, han estado privados de un ambiente familiar sin necesidad. Asimismo, se han dado casos en nuestro
país relacionados con decisiones judiciales que han provocado un gran debate social. Me refiero a algunas
resoluciones por las que el niño, después de llevar en régimen de acogida muchos años e incluso con distintas
familias, ha tenido que volver con su familia biológica, a la que apenas conoce.
[9]
J. PALACIOS-Y. SÁNCHEZ, Relaciones padres-hijos en familias adoptivas, Anuario de Psicología 71 (1996) 87-
105.
[10]
F. C. VERHULST-M. ALTHAUS-H. VERSLUIS-DEN BIEMAN, Damaging backgrounds: later adjustment of
international adoptees, Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry 31 (1992) 94-
103.
[11]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar en adopción internacional: Una muestra de adoptados mayores de tres
años en la Comunidad de Madrid, Consejo Económico y Social, 2005 (colección Estudios, 27), 122.
[12]
Según el artículo 9.5 del Código Civil español, la adopción no sería reconocida en España mientras la entidad
pública no haya declarado la idoneidad del adoptante.
[13]
En el caso de adopción internacional, el Convenio de La Haya, en su artículo 15, establece que el informe de
valoración ha de recoger los datos referidos a la identidad del solicitante, su capacidad jurídica y aptitud para
adoptar, su situación personal, familiar y médica, su medio social, los motivos que le animan, su aptitud para
asumir una adopción internacional, así como información sobre los niños que el solicitante estaría en
condiciones de tomar a su cargo.
[14]
No se requiere propuesta previa de la Entidad pública cuando en el menor que va a ser adoptado concurra
alguna de las circunstancias siguientes: ser huérfano y pariente del adoptante en tercer grado por
consanguinidad o afinidad; ser hijo del consorte del adoptante; llevar más de un año acogido legalmente bajo la
medida de un acogimiento preadoptivo o haber estado bajo su tutela por el mismo tiempo; ser mayor de edad o
menor emancipado.
[15]
Según el artículo 25 de la Ley Orgánica 1/1996 de Protección Jurídica del Menor, sólo podrán ser acreditadas
las entidades sin ánimo de lucro inscritas en el registro correspondiente que tengan como finalidad en sus
estatutos la protección de menores, dispongan de los medios materiales y equipos pluridisciplinares necesarios
para el desarrollo de las funciones encomendadas y estén dirigidas y administradas por personas cualificadas
por su integridad moral y por su formación en el ámbito de la adopción internacional.
[16]
E. GIBERTI-S. BLUMERG-C. DE RENZI-B. GELMAN-G. LIPSKI, Adoptar hoy, Paidós, Barcelona 1995.
[17]
M. CID-S. PÉREZ GALDÓS (coords.), La adopción. Un tema de nuestro tiempo, Biblioteca Nueva, Madrid 2006,
87.
[18]
En España, según el artículo 172 del Código Civil, «se considera como situación de desamparo la que se
produce de hecho a causa del incumplimiento, o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de
protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores, cuando estos queden privados de la
necesaria asistencia moral o material». En ese caso, «la entidad pública asumirá sólo la guarda durante el
tiempo necesario, cuando quienes tienen potestad sobre el menor lo soliciten justificando no poder atenderlo
por enfermedad u otras circunstancias graves, o cuando así lo acuerde el juez en los casos en que legalmente
proceda». El Código Civil también señala que «se procurará la reinserción del menor en la propia familia (...)».
Cuando finalmente se descarta que esto sea posible, se inicia el procedimiento para que el menor pueda ser

105
adoptado por una familia.
[19]
Según el artículo 4 del Convenio de La Haya, las adopciones consideradas por el Convenio sólo pueden tener
lugar cuando las autoridades competentes del Estado de origen: a) han establecido que el niño es adoptable; b)
han constatado, después de haber examinado adecuadamente las posibilidades de colocación del niño en su
Estado de origen, que una adopción internacional responde al interés superior del niño; c) se han asegurado de
que: 1) las personas, instituciones y autoridades cuyo consentimiento se requiera para la adopción han sido
convenientemente asesoradas y debidamente informadas de las consecuencias de consentimiento, en particular
en relación al mantenimiento o ruptura, en virtud de la adopción, de los vínculos jurídicos entre el niño y su
familia de origen; 2) tales personas, instituciones y autoridades han dado su consentimiento libremente, en la
forma legalmente prevista y que este consentimiento ha sido dado o constatado por escrito; 3) los
consentimientos no se han obtenido mediante pago o compensación de clase alguna y que tales
consentimientos no han sido revocados, y 4) el consentimiento de la madre, cuando sea exigido, se ha dado
únicamente después del nacimiento del niño; d) se han asegurado, teniendo en cuenta la edad y el grado de
madurez del niño, de que: 1) ha sido convenientemente asesorado y debidamente informado sobre las
consecuencias de la adopción y de su consentimiento a la adopción, cuando este sea necesario; 2) se han
tomado en consideración los deseos y opiniones del niño; 3) el consentimiento del niño a la adopción, cuando
sea necesario, ha sido dado libremente, en la forma legalmente prevista y que este consentimiento ha sido dado
o constatado por escrito, y 4) el consentimiento no ha sido obtenido mediante pago o compensación de clase
alguna.
[20]
El Convenio de La Haya de 29 de mayo de 1993 (ratificado por España el 1 de agosto de 1995) es un
instrumento de cooperación internacional basado en un sistema de colaboración entre autoridades centrales de
los distintos países firmantes cuyos objetivos fundamentales son: a) garantizar que las adopciones
internacionales respeten el interés superior del niño y los derechos que le son reconocidos internacionalmente;
b) prevenir el tráfico, los abusos y las irregularidades en la adopción de niños de origen extranjero, y c)
asegurar el reconocimiento por parte de los Estados de las adopciones realizadas de acuerdo al Convenio.
[21]
G. OLIVÁN, Adopción internacional: guía de informaciones y evaluaciones médicas, Anales Españoles de
Pediatría 55/2 (2001) 136.
[22]
S. ADROHER-A. BERÁSTEGUI, Adopción internacional: una nueva migración, Migraciones, IEM Universidad
Pontificia Comillas, Madrid 2000, número 8, 251-284, 12/2000.
[23]
B. CYRULNIK, El amor que nos cura, Gedisa, Barcelona 2005, 125.
[24]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar en adopción internacional: Una muestra de adoptados mayores de tres
años en la Comunidad de Madrid, Consejo Económico y Social, 2005 (Colección Estudios, 27), 87.
[25]
Ib, 70.
[26]
Ib, 114.
[27]
J. J. LÓPEZ-IBOR ALIÑO-M. VALDÉS MIYAR (dirs.), DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales. Texto revisado, Masson, Barcelona 2002.
[28]
M. LOIS RUSKAI, Cómo educar al niño adoptado, Medici, Barcelona 2001, 132.
[29]
J. PALACIOS, Diario de Sesiones del Senado. Año 2003. VII Legislatura. Comisiones. Núm. 481. Comisión
Especial sobre la Adopción Internacional (23 de junio de 2003).
[30]
M. DALEN, The State of Knowledge Of Foreign Adoptions, en
www.comeunity.com/adoption/adopt/research.html
[31]
M. SONEGO-J. GARCÍA-J. PEREIRA, Problemas de salud de los niños extranjeros adoptados en España, Medicina
Clínica 119/13 (2002) 489-491.
[32]
G. OLIVÁN, Adopción internacional: guía de informaciones y evaluaciones médicas, Anales españoles de
Pediatría 55/2 (2001) 136.
[33]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar, o.c., 81.
[34]
G. OLIVÁN, Adopción internacional: guía de informaciones y evaluaciones médicas, a.c., 137.
[35]
M. SONEGO-J. GARCÍA-J. PEREIRA, Problemas de salud de los niños extranjeros adoptados en España, a.c., 489-
491. M. K. HOSTETTER –S. IVERSON-W. THOMAS-D. MCKENZIE-K- DOLE-D. E. JOHNSON, Medical evaluation of
internationally adopted children, N Engl J Med 325 (1999) 479-485.
[36]
G. OLIVÁN, Adopción internacional: guía de informaciones y evaluaciones médicas, a.c., 137.
[37]
S. L. JUDGE, Eastern European adoptions. Current Status and Implications for Intervention, Topics in Early
Childhood Special Education 19/4 (1999) 244-253.
[38]
G. OLIVÁN, Adopción internacional: guía de informaciones y evaluaciones médicas, a.c., 137.
[39]
Nuestro organismo tiene un sistema sensorial externo, formado por la vista, el oído, el olfato, el gusto y el
tacto, y otros sistemas sensoriales internos que son las sensaciones de nuestro propio cuerpo: interocepción,

106
tacto, sistema vestibular y propiocepción. La interocepción es la sensibilidad para determinar las sensaciones
internas de nuestro organismo (sensación de hambre, la digestión, nivel de alerta...). Jean Ayres señaló los
otros tres sistemas sensoriales internos como principales responsables del correcto desarrollo infantil: a)
Sistema táctil: son los estímulos que recibimos a través de la piel, relacionados con la parte más emocional y
social; b) Sistema vestibular: información relacionada con el movimiento, la gravedad y el equilibrio; c)
Propiocepción: información acerca de la posición que ocupa nuestro cuerpo en el espacio. Cuando estos tres
sistemas sensoriales funcionan de forma eficiente y correcta, el niño puede dar las respuestas adaptadas a las
demandas del entorno.
[40]
La estimulación auditiva en todos sus aspectos (agudeza, percepción, discriminación, etc.) es muy importante
para lograr la correcta integración sensorial en otras áreas (habla, movimiento, expresión de emociones,
atención, etc.) como ha desarrollado ampliamente el otorrinolaringólogo francés, Alfred Tomatis. En el oído
interno se encuentra la cóclea, que permite la transformación de las vibraciones acústicas en impulsos
nerviosos que van hacia el cerebro, y el sistema vestibular, encargado de controlar el equilibrio y los
movimientos corporales. Así, por ejemplo, una adecuada estimulación auditiva permite filtrar los sonidos y,
por lo tanto, favorece la atención y, por tanto, el aprendizaje. Por otra parte, el desarrollo vestibular favorece el
equilibrio, la postura, la ubicación en el espacio, la coordinación... La armonía de ambos sistemas interviene de
forma positiva en el desarrollo físico y emocional de la persona. Es importante señalar también que el nervio
vago inerva el tímpano, los órganos de la fonación y las vísceras (pulmones, corazón, intestinos, etc). Por lo
tanto, según el método Tomatis, al ejercitar los músculos del oído medio, se involucra al nervio neumogástrico,
contribuyendo a bajar su tono y liberando al organismo de angustia, ansiedad o estrés.
[41]
J. PALACIOS-Y. SÁNCHEZ, Niños adoptados y no adoptados: un estudio comparativo, Anuario de Psicología 71
(1996) 63-85.
[42]
M. DALEN, Desarrollo cognitivo y logro educativo en personas adoptadas internacionalmente (2006), en
http://www.foruminternacional.ciimu.org/pdf_cast_abstract/dalen.pdf
[43]
A. GONZÁLEZ-I. QUINTANA-M. J. LINERO-M. FERNÁNDEZ, Medio social y rendimiento intelectual. Un estudio con
niños adoptados (2003), en http://www.fedap.es/IberPsicologia/iberpsi8-1/gonzalez/gonzalez.htm#DISCU
[44]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar, o.c., 91.
[45]
Ib, 257 y 331.
[46]
M. ROSAS-I. GALLARDO-P. ANGULO , Factores que influyen en el apego y la adaptación de los niños adoptados,
Revista de Psicología IX (2000), Universidad de Chile (Chile).
[47]
A. BERÁSTEGUI, Adopciones Truncadas y en Riesgo en la Comunidad de Madrid, Consejo Económico y Social,
Madrid 2003.
[48]
C. BARAJAS, La adopción, una guía para padres, Alianza, Madrid 2006.
[49]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar en adopción internacional: Una muestra de adoptados mayores de tres
años en la Comunidad de Madrid, Consejo Económico y Social, 2005 (Colección Estudios, 27), 138.
[50]
Ib, 104.
[51]
Ib, 106-107.
[52]
La tesis principal de los modelos interaccionistas se fundamenta en que la conducta y la experiencia del
individuo dependen de la interacción de las características personales con las variables situacionales. Uno de
los principales representantes de esta teoría es W. Mischel, que define la personalidad como los «patrones
distintivos de comportamiento (conducta, pensamientos y emociones) que caracterizan la adaptación de cada
individuo a las situaciones de su vida».
[53]
M. FERNÁNDEZ, Descripción del proceso de adaptación infantil en adopciones especiales. Dificultades y
cambios observados por los padres adoptivos, Anales de Psicología 18 (2002) 151-168.
[54]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar en adopción internacional, o.c., 53.
[55]
Ib, 89.
[56]
D. BORDERS-J. PENNY-F. PORTNOY, Adult Adoptees and Their Friends: Current Functioning and Psychosocial
Well-Being, Family Relations 49/4 (2000) 407-418.
[57]
A. BERÁSTEGUI, La adaptación familiar en adopción internacional, o.c., 98-99.

107
Índice
Presentación 4
El principio de la historia 7
Deseos, sentimientos, reflexiones... y toma de decisión 8
¿Por qué quiero adoptar? 9
¿Cómo será mi hijo? 11
Ese dolor tan fértil 12
Mamás y papás en solitario 15
¿De dónde vendrá mi hijo? 16
¿Prepararé biberones o macarrones con tomate? 18
¿Podemos ser padres de un niño con necesidades especiales? 19
Quiero ser madre, no una ONG. Tópicos sobre la adopción 20
Iniciamos los trámites 22
Una carpeta llena de deseos 22
Preparándonos para adoptar 22
¿Un examen para ser padres? 23
Ya estamos más cerca 27
Por ECAI... 27
... o por Protocolo Público 29
Y ahora, a esperar 30
Empieza la cuenta atrás, pero..., ¿cuándo acaba? 30
Los lazos del amor 32
La cuna de mi hijo 34
Vienen sin manual de instrucciones, pero algo podemos aprender 35
El libro de la vida 36
Historias que se encuentran 39
Este es mi hijo 40
Preasignación: ya hay un niño que me espera 41
Quiero lo mejor para él 42
Es hora de preparar el viaje y las maletas 44
Nosotros somos tus padres 48
El primer e interminable abrazo 48
Empezando a ser familia 51

108
Es mi hijo y se llama... 53
¡Por fin todos en casa! 55
Un viaje hacia lo desconocido 56
Aprender a querernos 58
¡Si pudiéramos evitarles el sufrimiento...! 69
Tenemos cita con el pediatra 71
Esos pequeños descubridores 74
¡Al cole! 79
¿Quieres ser mi amigo? 83
Un hogar feliz 84
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? 88
Érase una vez... la historia de mi vida 88
Fui adoptado, ¿soy diferente? 93
Quiero conocer el lugar donde nací 97
Epílogo 99
Para ampliar información 101
Libros sobre infancia, familia y adopción 101
Libros para leer con nuestros hijos 101
Aspectos jurídicos 101
Películas 102
Películas para ver con nuestros hijos 102
Páginas web 102

109

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