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Pedro Arrupe
Ya San Ignacio quería que los Superiores, antes de tomar sus decisiones, consultaran
“con personas deputadas para consejo”. (const. 810) y dio por buena la sugerencia de
Polanco: “cuanto mas dificultad sintieren, tanto con mas personas o con todas las que se
hallaren juntas en la casa” (MI, ser. Ill, vol. I, pp. 28-19).
Ya la Congregación General XXXII ha subrayado la misma idea: «Con facilidad y
frecuencia los Superiores pidan consejo a sus hermanos y 6iganles por separado o en
grupo e incluso todos reunidos» (Decr. 17, n. 6; cf. PC, 14).
En los tiempos actuales se destacan, de modo mas señalado, determinados valores
humanos: un relieve mayor dado a los derechos de la persona y a su libertad, un deseo
del desenvolvimiento integral de la personalidad, la exigencia de participar y
corresponsabilizarse en la preparación de las decisiones y en su ejecución y, sobre todo,
el sentido comunitario, que llevando a una mayor relación interpersonal engendrar la “unio
cordium”, base de una vida comunitaria profundamente vivida en orden a la reflexión y a
la acción conjunta.
Estas nuevas tendencias, que deben ser objeto de un serio discernimiento espiritual
(verdadera lectura de los “signos de los tiempos”), encierran una real energía y valores
muy positivos, que deben ser utilizados sin romper el equilibrio que san Ignacio logro
establecer en las Constituciones entre autoridad personal y elementos comunitarios, entre
la mayor agilidad y rapidez propias de una decisión personal y la mayor ponderación y
objetividad que puede proporcionar una consulta comunitaria.
En una comunidad así se hace posible el paso del piano del razonamiento propiamente
dicho, de la discusión de las razones, al piano de la percepción espiritual de la voluntad
de Dios en nuestra vida concreta, en los diversos temas que se someten a nuestra
consideración. Encontramos aquí una prolongación y una aplicación de la pedagogía
espiritual de san Ignacio, en la que la dimensión comunitaria no debe alterar en nada, sino
al contrario, vigorizar la fidelidad al Espíritu Santo, que se exige de cada uno de nosotros.
Tal modo de proceder contribuirá a elevar y espiritualizar el sentido comunitario hoy tan
profundo por doquier, e impedirá al mismo tiempo se caiga en un democratismo
capitularista, en el que se toman las decisiones por voto deliberativo y con fuerza de man -
dato. Impedirá, asimismo, que se debilite el espíritu de la verdadera obediencia ignaciana,
ya que es claro que es éste un discernimiento que debe hacerse en unión con el Superior
y que la decisión pertenece al Superior. El Superior es quien dirige las reuniones, cuando
lo cree conveniente, y ayudado en su labor por sus hermanos debe sentirse al mismo
tiempo libre para decidir. La Comunidad, a su vez, deberá mantenerse inclinada siempre a
obedecer, ya que la obediencia encuadra nuestra actividad apostólica en el plan redentor
de Dios.
Este esfuerzo de búsqueda común, de que estoy tratando, se refiere, en primer lugar, a
los problemas que Caen dentro de la capacidad de discernimiento de la comunidad y se
plantean en ella de modo ordinario: el modo de vivir, los compromisos reales para con la
Iglesia, el como dar testimonio, la realización concreta de los deseos concebidos en la
oración y en el apostolado.
La transformación de la sociedad, las nuevas exigencias de la Iglesia y del mundo, son
otras tantas llamadas a encontrar soluciones nuevas o renovadas. Y semejantes llamadas
deben encontrar eco y discernimiento en los encuentros íntimamente espirituales de
jesuitas que viven y trabajan juntos.
Se crea así una unión profunda y espiritual: ¡es tan distinto conocer a los demás solo
externamente y no en su espíritu y dones sobrenaturales! Y no debemos sorprendernos si
al principio los pareceres son distintos y aun divergentes: a través de las diversas
experiencias revelara el Espíritu la riqueza de sus dones. El intercambio comunitario
conduce, poco a poco, a la unidad, a condición de saber escuchar pacientemente,
respetando la verdad de cada uno y exponiendo y evaluando sinceramente los diversos
puntos de vista que puedan aclarar el parecer
Existen en las comunidades movimientos de fervor y de aliento, y tiempos de desazón y
malestar. Momentos de expresión fluida y fraternal y momentos de bloqueo. Hay periodos
de oposición, pero hay también momentos de distensión y de convergencia. Unos y otros
proceden de .diversos espíritus. y revelan motivaciones que hay que purificar, esclarecer y
discernir.
En todas estas alternativas, que constituyen la trama de los intercambios comunitarios,
debemos conservar una actitud de discernimiento para deducir el sentido en que orienta
Dios su acción dentro de la vida de una comunidad dócil a su Espíritu. La comunidad
debe Ilegar a la aceptación apacible de sí misma, sin perder la verdadera unidad o
esforzándose por recuperarla, si la ha perdido. No obstante las posibles tensiones, a
través de una lenta purificación de sus miembros, por el intercambio respetuoso y sincero,
ira llegando a armonizar sus esfuerzos hacia el porvenir y a encontrar muchas veces
orientaciones nuevas y precisas, generadoras de paz y de gozo en el Espíritu.
Los efectos de una vida de comunidad como la descrita serán, ante todo, para cada uno
de sus miembros, un crecimiento teologal de la fe, la esperanza y la caridad: una mayor
“presencia” de los miembros de la comunidad entre sí, resultante de una comprensión
fraterna mas profunda y de una percepción clarividente de los servicios apostólicos que
pide el Espíritu.
Resumiendo: ¿qué efectos prácticos espero que se sigan de esta disposición de ánimo
que he descrito y de este vivir continuamente la discreción de espíritus, individual y
comunitariamente?
En lo que se refiere a nuestra vida ordinaria, juzgo que dichos efectos serían los
siguientes:
1º Estimular el ejercicio frecuente del verdadero discernimiento ignaciano,
personal y comunitario, viviendo continuamente en el espíritu de los Ejercicios. Y
para esto será necesario el hacer los Ejercicios con la mayor seriedad.
2º Favorecer la formación de comunidades que ayuden a precisar mejor las
metas apostólicas, y que al mismo tiempo sirvan de sostén y de inspiración a sus
propios miembros, aun cuando estos, por fuerza de su vocación, deban repartirse
por diversas partes y tengan que trabajar, especialmente hoy, en toda clase de
ambientes.
3º Poder Ilegar mas fácilmente a la aplicación concreta y eficaz en la
comunidad local de las orientaciones o normas generales dadas a nivel provincial o
universal.
Y en lo que se refiere a la preparación de la Congregación General, creo que los
efectos pueden ser estos:
1º Crear en toda la Compañía tal ambiente de unión, en caridad y en
obediencia (const. 666, 659, 671), de reflexión y de discernimiento espiritual y
colaboraci6n apost6lica que la Congregación General venga a ser como su
fruto natural y espontáneo.
2º Crear un espíritu que anime y un modo de proceder que ayude, en el estudio
de los temas propuestos, tanto a las comunidades locales respecto a las
materias para las que estén capacitadas, como a los grupos especializados
de trabajo en sus respectivos sectores de reflexión.
3º Fomentar, por medio de experiencias concretas y vividas, la disposición de
ánimo y el modo de proceder de los que un día habrán de ser designados
para tomar parte en las Congregaciones Provinciales y General.
En fin, puesto que deseamos descubrir los mejores métodos para lograr tener
comunidades que puedan ser capaces de realizar este ideal, pido a todos aquellos que
hayan hecho ya alguna experiencia en este campo, que no dejen de comunicármela
por medio de su Provincial, para que las mas fructuosas puedan ser comunicadas al
resto de la Compañía.
Espero que en todos se despertara el deseo de vivir este espíritu. Así nuestra
vocación se revestirá de una luz más pura y tanto nuestras comunidades como la
universal Compañía sentirán el aliento de un nuevo dinamismo, que será la mejor
preparación de la futura Congregación General.