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La vida en comunidad un camino hacia la comunión.

Tres textos para al itinerario propuesto


Hch 4, 32-35.
Mc 5, 21-43.
Rm 12, 1-13.

I. Salir de la indiferencia para vivir en lo común


La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus
bienes como propios, sino que todo lo tenían en común. Con gran energía daban testimonio
de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados. No había entre ellos ningún
necesitado, porque los que poseían campos o casas los vendían, y entregaban el dinero a los
apóstoles, quienes repartían a cada uno según su necesidad (Hch. 4, 32-35).
Comentario al texto bíblico
El presente sumario inicia el marco de la narrativa de dos casos de la comunidad de Jerusalén
(Bernabé; Ananías y Safira); es un recurso literario típico del autor del libro, utilizado para
generalizar hechos concretos y representar una situación global y permanente, no es solo un
ideal de vida, sino que contiene hechos concretos que algunos vivían o aspiraban a vivir y
que el recurso literario generaliza. Sobre la vida en comunidad podemos encontrar tres
sumarios al inicio del libro de los Hechos (2,42-47; 4, 32-35; 5,12-16) que tienen a la base la
frase de 2, 42-43: “Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y
participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Ante los prodigios y
señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos”. Los sumarios
nos narran las actividades constitutivas de la comunidad después de Pentecostés; no son
hechos aislados sino acciones permanentes y fundantes.
Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles.
La enseñanza (didajé) se refiere al evangelio, “lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio”
(Hch 1,1); los apóstoles se definen en un primer momento como los hombres que anduvieron
con el Señor mientras el convivió con ellos y son testigos de la resurrección (Cf. Hch. 1,21-
22). La comunidad está fundada y fundamentada en esta enseñanza que es el testimonio
directo de los discípulos de Jesús (tradición apostólica).
Se reunían frecuentemente para participar en la vida común.
La comunión (koinonía) es una manera de vivir en comunidad que en el texto se presenta en
una doble dimensión: subjetiva y objetiva; la primera se expresa con la fórmula “tenían un
solo corazón y una sola alma”, constituían un solo cuerpo, es una realidad fundante. La
dimensión objetiva se puede ver en tres realidades fundamentales: tenían todo en común
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(2,44-45; 4,32), se repartía a cada uno según su necesidad (2,45; 4,35), no había ningún
necesitado entre ellos (4,34).
Tenían todo en común: En la comunidad había creyentes que tenían posesiones, bienes, casas
y campos, pero todo lo tenían en común porque nadie consideraba como propio lo que tenían
o porque lo vendían y entregaban el dinero a los apóstoles. Había comunidad de bienes. No
se trata solo de gente rica que se desprende de sus bienes, sino de discípulos que dejan todo
los que los ata a un lugar no fundante ni fundamental.
Se repartía a cada uno según su necesidad: consecuencia de la vivencia fundante de los dos
hechos anteriores. Aunque es difícil generalizar en los sistemas económicos adoptados por
las primeras comunidades, parece que algo importante es el espíritu de comunión que
marcaba las decisiones y opciones de la estructura administrativa y que se puede resumir en
estas tres frases: cada cual daba según su posibilidad, cada cual recibía según su necesidad,
no había ningún necesitado entre ellos.
No había ningún necesitado entre ellos: es el espíritu y el objetivo de la práctica de este modo
de vivir en comunión, se compartía todo para que nadie tuviera necesidad. Este espíritu de la
primera comunidad es normativo para todos los tiempos, aunque las formas concretas de
administración y economía no las conozcamos.
Se reunían frecuentemente para en la fracción del pan y en las oraciones.
La Eucaristía en las primeras comunidades, se celebraba en la casa, en el contexto de una
comida (Lc 22,14-20; 24,28-31; 1Cor 10,16-17; 11,17-32). Era una comida con Jesús
resucitado donde se participaba de la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo y se
celebraba la llegada del Reino. El espacio de la casa era el espacio de la comunidad cristiana,
diferente al espacio del Templo. La Eucaristía la presidia normalmente el jefe del hogar,
cabeza de la comunidad eclesial que se reunía en su casa.
Los Apóstoles hacían muchos prodigios y señales.
La comunidad acompaña a los apóstoles y el contexto es el Templo, donde se reúne todo el
pueblo e Israel. Los apostoles continúan en Jerusalén la actividad de Jesús mostrando que
Dios está con ellos como estaba con Jesús. Lo importante es ver en el prodigio el poder de
Cristo resucitado y del Espíritu que se revela en la actividad de los apóstoles, aspecto
fundante para la primera comunidad.
La didajé, la koinonía y la eucaristía se constituyen en tres realidades fundantes de la
comunidad después de Pentecostés; son tres actividades que tienen como contexto
fundamental la casa, donde vive la pequeña comunidad y donde nace la Iglesia doméstica, la
actividad pública de los apóstoles tiene un espacio fundamental en el Templo.
En el contexto del segundo sumario (4, 32-35) la comunidad vive una situación nueva
después de su enfrentamiento con las autoridades del Templo. La comunidad apostólica
representada por Pedro y Juan, ha decidido obedecer a Dios antes que a los hombres, no
pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído (cf. 4,19). La comunidad se reúne para orar

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y reflexionar y la decisión es unánime: los apóstoles deben seguir predicando la Palabra con
toda valentía, la comunidad se va consolidando por su toma de decisiones conscientes,
contextualizadas y proféticas en espíritu de comunión.
Reflexión
1. Principio vital: no podemos ser indiferentes de la realidad que es mi hermano.
Es el principio que deriva la meditación de saber que los creyentes, los hermanos, están
unidos es un solo corazón y una sola alma; un principio de vida que con lástima no vemos
reflejado en algunas de las comunidades donde reina el silencio que provoca desgarros y
tensiones y no el silencio fecundo del que medita la ley del Señor día y noche y ama de
corazón a su hermano.
2. Entre lo real y lo ideal siempre está lo posible.
Desde el análisis del desarrollo de la persona vemos como los seres humanos contamos con
una realidad de carácter interior, existencial y trascendental que se va manifestando así
mismo en las habilidades bio-psiquicas, relacionales y espirituales. La correcta integración
de estos dinamismos vitales, ayudan a un crecimiento integral entendido como proceso de
transformación. El ideal nos muestra la meta, la medida, aquello a lo que estamos llamados
a ser por Aquél que nos ha dotado con las habilidades para hacerlo y con la ayuda oportuna
y misteriosa (gracia) para integrar lo que para la humanidad es imposible, pues para Dios no
hay nada imposible. Este ideal, aunque grande, misterioso, magnifico y en apariencia
inalcanzable, permite que el ser humano se sienta atraído por lo que será, pero a su vez
desilusionado por lo difícil de alcanzar, por eso muchos se desaniman en el trayecto. La
construcción de proyectos de vida en comunidad permite ver el avance del proceso en
fidelidad y creatividad generando un proyecto posible en el cual cada uno da lo mejor de sí
con el deseo de alcanzar lo mejor (lo ideal). Lo posible no excluye lo imposible del ideal,
pero si deja por fuera muchas opciones que son inviables porque van en contravía al estado
de desarrollo o porque se fundamentan en otras experiencias, tradiciones y realidades que no
son propias de nuestra opción de vida.

3. El encuentro con lo fundante y la búsqueda de lo fundamental excluye lo “fundado”


Fundante: “La experiencia fundante de la fe es el quicio de la existencia. Por eso, no se tiene
fe; se es desde la fe. No se explica la experiencia fundante; es ella la que nos explica, ya que
es fuente originaria de sentido. No es objetivable ni causalmente verificable ni
pedagógicamente controlable; pero es lo más real, pues lo suyo es fundamentar a la persona,
dar sentido al sinsentido, liberar la libertad y abrir la finitud al futuro infinito, La experiencia
fundante es formalmente teologal, es decir, realiza el encuentro entre Dios y el hombre en
cuanto autocomunicación de Dios al hombre y, por lo tanto, realiza al hombre,
simultáneamente, en su propio ser y más allá de sí mismo” (J. Garrido). Lo que permite el
sentido de una vida comunitaria es la unión efectiva y afectiva de aquellos que son llamados
por la palabra y engendrados en el amor.

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Fundamental: Que sirve de fundamento o es lo principal en algo. Son las opciones y
prioridades que en discernimiento y obediencia a la voluntad de Dios hemos de hacer
para ser fieles al propósito de nuestra opción de vida. Es fundamental para las primeras
comunidades tener todo en común, repartir según la necesidad eliminar la carencia desde la
comunión de bienes. Así responde con fidelidad a la experiencia fundante y en creatividad a
la realidad demandante: elaboran opciones fundamentales que les facilitan la construcción de
un proyecto de vida en comunidad y en posibilidad

Fundado: es solo una manera de llamar al criterio conformista y cómodo del “siempre se
ha hecho así” que al no ser evaluado desde lo fundamental y referido a lo fundante puede
llenar nuestra vida comunitaria de actividades sin sentido y poco prioritarias para la
finalidad concreta de la opción de vida consagrada.

4. Del individualismo a la vida en común.


Es un importante avance en la vida y formación de los consagrados este primer paso de
transformación efectiva y afectiva; efectivamente ya no está solo (que nunca lo estuvo
aunque así se sentía) y ahora vive junto a otros y entiende que la convivencia condiciona
sus comportamientos y decisiones; se asume el respeto como primera opción en una serie
de opciones que los irán llevando a dinamizar su vida en referencia a los demás y le van
abriendo a comprender que el hermano tiene impacto (para bien o para mal) en su propia
existencia. El consagrado abierto a la relación va vinculando sus afectos al proyecto en
comunidad y a las relaciones de fraternidad, pero ha de ir priorizando cuáles afectos le
llevan a realizarse más en este ideal que ha deseado desarrollar en su existencia. Pero ¿es
suficiente vivir juntos y afectarnos mutuamente?

II. De lo común a la comunidad


Le seguía un gran gentío que lo apretaba por todos lados. Había una mujer que llevaba doce
años padeciendo hemorragias; había sufrido mucho en manos de médicos, se había gastado
su fortuna sin mejorar, y al contrario había empeorado. Oyendo hablar de Jesús, se mezcló
en el gentío, y por detrás le tocó el manto. Porque pensaba: Con sólo tocar su manto, me
sanaré. Al instante desapareció la hemorragia, y sintió en su cuerpo que estaba sanada.
Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó:
¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le decían: Ves que la gente te está
apretujando, ¿y preguntas quién te ha tocado? Él miraba alrededor para descubrir quién lo
había tocado. La mujer, asustada y temblando, porque sabía lo que le había pasado, se
acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad. Él le dijo: hija, tu fe te ha sanado. Vete
en paz y sigue sana de tu dolencia. (Mc. 5, 24-34)
Comentario al texto bíblico
El cuerpo habla, grita, nos exige detenernos; y esa escucha del propio cuerpo nos lleva más
allá; su reclamo nos indica algo sobre nosotros mismos: estado de ánimo, preocupaciones,
ansiedad, etc. Centrémonos en el relato de la mujer con flujos donde se percibe un cuerpo
sanado por el “toque y la fuerza de Dios” (haptomai - dynamis), y se manifiesta una vida

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restituida a su dignidad y a la comunión de ser parte de la familia de Dios pues es el cuerpo
de una hija (thugatér).
Mucha gente seguía a Jesús, lo estrujaban y empujaban, como bien indica el evangelista
Marcos. Muchos cuerpos juntos, pero desconectados entre sí, cerrados sobre sí mismos; cada
cual buscando su propio interés, su beneficio exclusivo. Estos cuerpos lo buscan en función
de sus necesidades, deseos, expectativas individuales y egocéntricas. Están apretujados, pues
no hay mucho sitio. Estas personas no se miran entre ellas, ni siquiera se miran a sí mismas,
pues se requiere un espacio mínimo para tener cierta perspectiva y mirarse a sí mismo. Este
espacio es mucho más exigente cuando tratamos de mirarnos desde la mirada tierna,
compasiva y misericordiosa de Jesús o, lo que es lo mismo, dejarnos mirar por él.
En el relato se nos presenta a una mujer, con su historia, su biografía, su propio drama: está
enferma en su cuerpo, y eso afecta a toda su persona, sus relaciones con los demás, sus ciclos
de fertilidad, su afectividad, su sexualidad. Su dificultad tiene una raíz física, y es la puerta
por donde entra el mal que la asedia: la desesperación, la tristeza, una vida replegada sobre
sí misma, según es la interpretación que tienen los judíos sobre la enfermedad. Y las personas
religiosas de Israel, con tantas normas, la tienen por impura, la aíslan del contacto humano y
de la relación institucional con Dios. No puede desplegarse en su relación consigo misma,
con los demás y con Dios.
Son ya doce años de procurar la curación, sin resultados; doce años donde no ha podido
engendrar la vida y resuenan los doce años de la hija de Jairo que está perdiendo la vida
cuando apenas empieza a vivir. Al contrario, las cosas van de mal en peor. El cuerpo no es
solo un cuerpo, no tenemos un cuerpo, somos nuestro cuerpo, y con él nos relacionamos con
los demás. El tacto y el contacto es el ventanal de comunicación conmigo mismo y con los
demás; el mismo cuerpo, el mismo tacto pude sentir a Dios y puede expresar el encuentro
con Dios. Todo el cuerpo está en la oración.
Esta mujer, cuya historia nos relata el evangelista, tiene un carácter, un genio, un
temperamento peculiar. Lo más normal es que se hubiera resignado a su situación de
enfermedad, de marginación y rechazo. Pero no se entrega del todo a la tristeza ni se cierra
en sí misma en una especie de autocompasión. Tampoco culpa los demás descargando en
ellos toda la responsabilidad de su dificultad, sino que asume lo que está pasando en su vida
y busca abrirse camino en su dificultad. Se abrió paso entre la multitud, si alguien la descubre
o la reconoce, puede que corra un grave riesgo, pues está contagiando su impureza a aquellas
personas con las que pueda entrar en contacto. Y tampoco compromete a Jesús pues no lo
confronta.
Oye hablar de un tal Jesús de Nazaret, que sana, cura, perdona y suscita vida y esperanza en
el corazón de las personas. Y sale en su busca, a su encuentro. Le habrá costado seguramente
dar con él, pero más le habrá costado llegarse hasta él, aproximarse, pues las multitudes
cerraban todo espacio posible. Pero cuando lo tiene cerca, alarga la mano con ímpetu, como
entregando en esta opción la última posibilidad que le quedaba para recobrar su salud. ¡Qué
gesto supremo de libertad, confianza y fe! Es un gesto que expresa mucha fuerza. Lo que

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vemos desde fuera es una mujer que estira el brazo, pero una mirada más honda nos descubre
la raíz de su libertad, de su confianza, de su deseo.
Esta mujer, una vez que tocó a Jesús, se encontró con él. Su tocar es diferente al apretujar,
toca con sentido, toca con fundamento y aunque toca con deseo, toca con respeto. Jesús es
una puerta abierta a Dios y de él viene la fuerza (dynamis) que sana. Jesús está fundamentado
en el amor del Padre, del que tanto habla a los que le atienden. Jesús se pone en medio de la
historia de los seres humanos, y con su vida, a través de su cuerpo (encarnación), hace que
llegue la vida del Padre.
La mujer con flujo sintió que estaba curada. Esa curación ha repercutido en lo físico, pero ha
sido curada también del mal, de aquello que tanto la oprimía; en lo profundo experimenta la
salvación, la paz, la alegría. Y Jesús lo nota: ¿quién me ha tocado? Y los discípulos dice:
“Vamos a ver, Maestro, si todo mundo te está apretujando, ¿cómo dices quién me ha tocado?”
Todo lo que Jesús toca resplandece con la gloria propia del Padre. Y ahí donde encuentra un
corazón bien dispuesto, esta fuerza de Dios lo transforma; Dios transforma el corazón y la
situación, el afecto y la relación: la que tenía miedo ahora vive en la fe, la que no era nada a
los ojos de los hombres ahora es llamada hija.
“Solamente así, mediante la encarnación, compartiendo nuestra humanidad,
el conocimiento propio del amor podía llegar a plenitud. En efecto, la luz del amor
se enciende cuando somos tocados en el corazón, acogiendo la presencia interior
del amado, que nos permite reconocer su misterio. Entendemos entonces por qué,
para san Juan, junto al ver y escuchar, la fe es también un tocar, como afirma en
su primera Carta: « Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios
ojos […] y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida » (1 Jn 1,1). Con
su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los
sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón,
nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de
Dios. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia. San
Agustín, comentando el pasaje de la hemorroísa que toca a Jesús para curarse (cf.
Lc 8,45-46), afirma: « Tocar con el corazón, esto es creer »[26]. También la
multitud se agolpa en torno a él, pero no lo roza con el toque personal de la fe, que
reconoce su misterio, el misterio del Hijo que manifiesta al Padre. Cuando estamos
configurados con Jesús, recibimos ojos adecuados para verlo (Lumen fidei, 31).

Reflexión
1. Zonas de proximidad.
En el ejercicio de describir las conductas corporales de los sujetos en el ámbito del código de
la proximidad, se han utilizado cuatro categorías que agrupan una serie de indicadores que
expresan el grado de cercanía en la interrelación de los miembros de un grupo; estas cuatro
categorías son denominadas zonas, dado que se gestionan a modo de territorio a través de
patrones conductuales apoyados por otros códigos verbales y no verbales; las zonas
propuestas para elaborar la descripción son la zona pública, la zona social, la zona personal

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y la zona intima, las cuales determinan en su orden la lejanía o cercanía de la interacción
entre los sujetos.

Una dificultad para establecer una zona íntima en un grupo puede estar en su contexto de
origen y en las problemáticas de sus historias personales de vida, por ello es importante tanto
la mediación de un tiempo que genere confianza como el respeto por la condición del otro
que me lleve a reconocerle y con el tiempo a conocerle más íntimamente.

Existen muchos elementos distractores de la gestión de la proximidad, entre ellos algunos


medios de comunicación que nos mantienen cómodos en la zona pública y que justifican la
falta de compromiso por el hermano que vive junto a mí. Habría que hacer un uso de ellos
tendiente a disminuir la proximidad tanto física como afectiva.

A continuación, se describen los indicios más relevantes que apoyan la gestión de este
código:
- La congruencia postural ayuda a acercarse a las zonas que facilitan la interacción de
varias personas como son las zonas personal y social.
- Para reducir las zonas de los participantes y llevarlos a zonas de interacción (personal y
social), son frecuentes los movimientos pausados y lentos, además de las indicaciones
verbales y no verbales de los facilitadores.
- Los cambios en la sincronía de los movimientos marcan los desplazamientos de las zonas
proxémicas, por ejemplo, si una persona está en movimiento con el grupo y pasa a estar
estática, es indicio que se ha alejado de las zonas propias de la interacción (social y
personal). Es el fenómeno del aislamiento.
- Es frecuente encontrar que los cambios de zona proxémica son motivados por elementos
externos como ruidos y el pedido de atención de las responsabilidades.
- La zona íntima es muy propicia para la comunicación verbal y en la acción de establecer
contenidos y significados que no son compartidos por la mayoría (comunicación de
corazón a corazón); el ejemplo elocuente de este caso es el rumor suscitado por
interpretaciones divergentes de contenidos verbales y no verbales. El ejemplo deseable
es el dialogo confiado entre los hermanos.
- Los gestos que con frecuencia están presentes en las zonas de interacción grupal
(personal y social) son las sonrisas con carga semántica de aprobación e hilaridad, los
indicativos asociados a la mano, los aplausos de aprobación y el asentir o negar con la
cabeza.
- El recurso gestual asociado a las extremidades superiores (dar la mano, cerrarla, abrazar,
alejar, extender los brazos), ayuda a gestionar las zonas proxémicas.
2. La mujer es responsable por Jesús.
La mujer con flujos no solo reclama derechos, es consiente que sus acciones pueden acarrear
consecuencias directas pondrán en dificultad a Jesús. Por ello no lo confronta, solo los sigue
y por detrás toca el signo de su presencia; quiere una relación, pero avanza de lo público por

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los social a lo personal, pero no lo compromete ante la multitud pues quedaría impuro; ella,
aunque motivada por su necesidad, no practica el principio que dicta que el fin justifica los
medios, vive consiente de su realidad y abierta en la esperanza a realizar relaciones que le
transformen la vida sin dañarle la vida a los demás. Jesús la lleva a la zona íntima, no la
delata, en cambio la hace parte de su familia, la reconoce como discípula creyente y la
establece en un nuevo paradigma social libre de convencionalismos que desintegran: la hace
hija, heredera de las promesas y hermana de los que se acercan por detrás, es decir de los que
viven en el seguimiento.
3. Doce años ¿abiertos a la vida o entregados a la muerte?
¿Cuánto tiempo llevamos viviendo en comunidad?
¿He tenido relaciones vivificantes en la convivencia con mis hermanos?
¿Las convenciones congregacionales me invitan a ser excluido y a buscar mi propio destino?
En la vida e comunidad ¿me siento entre la muchedumbre que apretuja o en el discípulo que
contempla, busca y espera?
Después de responder lo anterior me pregunto una vez más: ¿Cuánto tiempo llevamos
viviendo en comunidad?

III. De la comunidad a la comunión


Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, los invito a ofrecerse como sacrificio vivo,
santo, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto. No se acomoden a este mundo, por el
contrario, transfórmense interiormente con una mentalidad nueva, para discernir la
voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto.
En virtud del don que he recibido, me dirijo a cada uno de ustedes: no tengan pretensiones
desmedidas, más bien, sean moderados en su propia estima, cada uno según el grado de fe
que Dios le haya asignado. Es como en un cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con
la misma función; así, aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y estamos
unidos unos a otros como partes de un mismo cuerpo.
Tenemos dones diversos según la gracia que Dios ha concedido a cada uno: por ejemplo, si
hemos recibido el don de la profecía debemos ejercerlo según la medida de la fe, el que tenga
el don del servicio, sirviendo; el de enseñar, enseñando. El que exhorta, exhortando; el que
reparte, hágalo con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia los
sufrimientos, de buen humor.
Amen con sinceridad: aborrezcan el mal y tengan pasión por el bien. En el amor entre
hermanos demuéstrense cariño, estimando a los otros como más dignos. Con celo incansable
y fervor de espíritu sirvan al Señor. Alégrense en la esperanza, sean pacientes en el
sufrimiento, perseverantes en la oración; solidarios con los consagrados en sus necesidades,
practiquen la hospitalidad (Rm 12, 9-13).

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Comentario al texto bíblico
Es clara la necesidad de transformación que el texto invita promoviendo una relación nueva
con el Dios que es misericordia, donde la mirada del cristiano se pone en el cielo; por ello
san Pablo nos ofrece una serie de consejos y criterios para “discernir” lo que agrada a Dios
(12, 2) y la mayoría se centran en la humildad y en el amor fraterno, en una opción personal
y en una acción relacional, que hace posible una comunidad de personas que se unen por el
amor; son dos notas características de la vida en Cristo. Así el cristiano se debe ubicar
espiritualmente como miembro de un cuerpo que lo supera y donde tanto él como los demás
tienen una función para la edificación de todos.
Humildad: El autor exhorta a estimarse sobriamente a sí mismo, no invita al desprecio a sí
mismo o de los propios dones, pero advierte el peligro de estimarse más de lo conveniente,
es más, invita a estimar a los otros como superiores a uno mismo. Cada uno es un miembro
humilde del Cristo total, al cual están también unidos los hermanos, de manera que somos
miembros unos de otros para servirnos y nos necesitamos mutuamente. Esta actitud básica
que se manifiesta exteriormente, se discierne también considerando las inclinaciones del
corazón: “tengan un mismo sentir los unos para los otros, sin complacerse en la altivez y
atraídos más bien por lo humilde. No se complazcan en su propia sabiduría” (Rm 12,16).
Amor fraterno: en este orden de las inclinaciones internas, Pablo invita a discernir si el amor
es sincero y auténtico, o fingido. El detalle del “corazón” indica que los actos de amor deben
brotar de la intimidad, de la convicción interior y la aceptación personal de pertenecer unos
a otros. Si sospechamos que nos falta esta disposición interior, que se expresa en los actos de
amor, necesitamos clamar suplicando la gracia que renueva interiormente y nos hace nueva
creación.
Así la alegría será el signo del amor auténtico que se goza haciendo el bien al hermano,
porque se alegra con el que está alegre y llora con el que llora, es decir, no hay diferencia
entre su vida y la del hermano cuando se vive desde el amor auténtico; el amor rompe la
relación de comunidad (yo – tu) y la transforma en una relación de comunión (nosotros), un
solo cuerpo del cual el cristiano se siente parte con alegría; el amor no solo los saca de la
indiferencia y del egocentrismo sino que los pone más allá de vivir con otros, lleva a los
discípulos a vivir para los demás.
El humilde que ha sido trasformado por el amor manifiesta algunas actitudes exteriores (no
superficiales) como el deseo de compartir, ser hospitalario y todo tipo de reacción suscitada
por el amor como el bendecir al perseguidor (12,14), no devolver a nadie mal por mal (12,17),
no quererse hacer justicia por sí mismo (12, 19), en definitiva, no dejarse vencer por el mal,
sino vencer al mal con el bien (12,21). Pablo contrapone dos actitudes ante la comunidad: la
del que ama con sinceridad y por eso se entiende a sí mismo como siervo de la misma (Gal.
5,13), y la del que está en la comunidad, pero vive permanentemente defendiendo sus propios
derechos, donde sus actos de amor son expresión de su interés personal a la espera de un
reconocimiento o beneficio.

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Reflexión.
1. Alegría no es irreverencia. Fraternidad no es simple entretenimiento.
En nuestros contexto de vida común en fraternidad se ha permeado la tendencia de la comedia
básica para amenizar nuestra convivencia; el recurso es bueno para dinamizar la tensión que
implica el hecho de vivir un proyecto posible, pero lo nefasto es hacer de ello un valor en sí,
pues a veces la situación no está para hacer comedia sino para compartir las experiencias que
no siempre son halagüeñas; de la hilaridad se puede pasar fácil a la ironía y de ahí a herir con
exageraciones que distan de la verdad. La alegría del evangelio no es solo reír, es el estado
del creyente que vive con otros al punto de compartir su vida con otros y gozándose de hacer
el bien a los otros.
2. La actitud del individualista es vivir a pesar del otro, es el sentir al otro que afecta mi
vida; la actitud del conformista es la de vivir de lo del otro o de lo común, es el sentir
con mis sentidos lo que el otro siente con sus sentidos, es el encuentro de
sentimientos; la actitud del comunitario es vivir junto a los otros, es el sentir los
sentimientos del otros, es el compartir sentimientos; la actitud del trascendental es
vivir en comunión, es vivir para el otro, es tener los mismos sentimientos de Cristo.
Por eso la humildad no es solo vivir al mismo nivel, cada uno en su aposento, es vivir
en el mismo “humus”.
3. La comunión es un misterio más que una razón, no hay razón suficiente que sostenga
a perpetuidad la experiencia de vida en comunidad; siempre habrá insatisfacciones
que reclaman una intervención trascendental que solo se da por el amor de Dios
derramado en nuestros corazones y que transforma lo bueno de vivir juntos en lo
mejor de vivir como uno solo. Es una gracia, más que un esfuerzo, el poder vivir una
vida y no varias vidas.

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