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Rolando Astarita ¿Qué es capital ficticio?

¿Qué es el capital ficticio?


En varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se define al capital ficticio como
todo tipo de acreencia o título financiero; esto es, se lo identifica con los títulos (bonos,
acciones) que proporcionan rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a
diferencia del capital real, el ficticio no constituye riqueza social, ya que los títulos no
poseen valor intrínseco.

El objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción de capital ficticio
en Marx, y en segundo término, presentar algunas conclusiones relacionadas con la
idea de que sería posible salir de las crisis capitalistas, o solucionar los problemas
fundamentales vinculados a la acumulación del capital, mediante inyecciones de capital
ficticio.

La noción en Marx

La expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar aquellos activos
financieros cuyo valor no se corresponde con algún capital real; el caso paradigmático
son los títulos públicos. Es que cuando un gobierno emite títulos para cubrir sus gastos
corrientes, el dinero que recoge no entra en algún circuito de valorización, y por lo tanto
no es capital. Por eso Marx destaca que el precio del título no representa capital, o
valor en proceso de valorización. Un pagaré o un bono del Estado solo dan a su
propietario el derecho a participar de una parte de la plusvalía, bajo la forma de los
impuestos que recaude el gobierno. Por otra parte, los valores de los títulos públicos
pueden modificarse, según las oscilaciones de la tasa de interés, o según varíe la
confianza en que el Estado podrá hacer frente a sus obligaciones. Estos cambios en
los valores pueden, por lo tanto, no tener una relación directa con la acumulación del
capital. Por ejemplo, la suba de los títulos del Tesoro de EEUU, desde mediados de la
década de 1980, estuvo vinculada a la caída progresiva de la tasa de interés, a lo largo
de casi tres décadas. La demanda internacional de los títulos -EEUU es considerado un
refugio seguro para los capitales líquidos- explica en buena medida la caída de la tasa.
Pero ese aumento del stock de títulos no tuvo como contrapartida un incremento del
capital real. Incluso en períodos de crisis o incertidumbre, los precios de los bonos del
Tesoro de EEUU continuaron en aumento, a contramano de lo que sucedía con
muchos otros activos financieros, que caían al compás de la desvalorización del capital
real.

La segunda variante del capital ficticio analizada por Marx es el capital accionario.

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Recordemos que una acción da derecho a participar en los beneficios de la compañía.


En palabras de Marx, “la acción no es otra cosa que un título de propiedad, ​pro rata​,
sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del) capital” (Marx, 1999, p.
601). Las empresas emiten las acciones para financiarse (la oferta inicial), y luego
pasan a negociarse diariamente en el mercado. Por lo tanto, solo lo recaudado en la
emisión inicial pasa a integrar el capital real de la empresa. Sin embargo, los precios de
las acciones pueden despegarse (y es lo que sucede en la realidad) del valor del
capital realmente invertido. Las ganancias realizadas, y las expectativas de mayores
ganancias futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar a que
el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que debería pagar un inversor si
quisiera adquirirla comprando las acciones) sea superior a su valor real (también
llamado valor libros o contable), determinado por los costos de reposición de equipos,
planta y capital circulante en existencia. Marx parece referirse a esta diferencia como
capital ficticio. Esto es, si el valor de la acción se corresponde con el valor libro, no
cabe hablar de capital ficticio. “Las acciones de compañías ferroviarias, mineras, de
navegación, etc., representan capital real, a saber, capital invertido y operante en estas
empresas, o la suma adelantada por los participantes para ser gastada como capital en
tales empresas” (ídem). Marx aquí está diferenciando entre capital ficticio y real. Y
subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no existe dos veces, una
como capital real, y otra como capital accionario. Pero esto no debe interpretarse como
que el título no expresa capital real. Aunque si el valor de la acción supera al valor del
capital real, podemos hablar de capital ficticio. Para expresarlo con un ejemplo, si el
valor bursátil de la empresa es $1000, pero su valor contable, o de reposición real, es
$400, el capital ficticio sería $600. Desde el punto de vista práctico, en los mercados se
considera que existe sobrevalorización bursátil cuando la relación entre el valor bursátil
y la ganancia anual de la empresa (lo que se llama price/earning) supera sus
promedios históricos (que en Wall Street, por ejemplo, se ubican entre 8 y 10). El p/e
indica el número de años que son necesarios para pagar, con la ganancia anual de la
empresa, su valor bursátil. En vísperas del derrumbe bursátil de las acciones
tecnológicas, de 2000-01, algunos p/e eran absolutamente “disparatados”, superando
los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico de crecimiento de capital ficticio.

Capital ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria

Por extensión, Marx también consideró como una forma de capital ficticio a la mayor
parte del dinero que figura como depósitos en los bancos, ya que los créditos
concedidos por el banco no existen como depósitos. Si bien este aspecto del asunto no
es tomado en consideración cuando se evalúa el capital ficticio, tiene interés darle
cierta atención. Aquí lo importante sería no incurrir en “doble contabilidad”. Lo

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explicamos con un ejemplo. Supongamos que $100 que conforman un depósito son
prestados por el banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo.
Para el ahorrista, propietario del depósito, los $100 constituyen un “capital dinerario
potencial”; pero en la realidad estos $100 solo existen como capital en proceso de
valorización, y no deberían contabilizarse dos veces. Y si el banco invirtió el depósito
en comprar títulos públicos, la acreencia solo es capital ficticio. Por otra parte, y esto tal
vez sea más interesante, se dan los casos en que el activo del banco es “doblemente
ficticio”, si se quiere. Sucede cuando al banco se le permite seguir cotizando el título a
su valor nominal, aunque su valor de mercado esté muy por debajo. Pero si los precios
de los títulos no se recuperan, el banco no puede evitar la pérdida.

Naturalmente, otra forma de capital ficticio es la que está relacionada con la propiedad
inmobiliaria. Es que el precio de la tierra está vinculado a la tasa de interés (al bajar la
tasa, sube el precio), y la propiedad inmobiliaria muchas veces está sometida a la
misma lógica de cualquier otro activo financiero. De ahí las burbujas especulativas, y su
posterior desplome. Como resultas de esto, a veces se puede asistir a una suba
durante años de los precios de las propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de
“capital” (aunque en términos marxistas la tierra no es capital) invertido en las mismas.

Los títulos de deuda

A diferencia de los casos discutidos en el anterior punto, las acreencias que están en
propiedad de los prestamistas no necesariamente representan capital ficticio.
Supongamos un capitalista dinerario que presta $1000 a un empresario, el cual
adquiere medios de producción y fuerza de trabajo para generar plusvalía. El título de
deuda que posee ahora el capitalista dinerario representa capital real, esto es, valor en
proceso de valorización; ​no es capital ficticio.​ Por supuesto, si estalla una crisis y el
empresario no puede vender las mercancías, el capital se desvaloriza. Pero esto no
cambia la naturaleza del asunto, ya que en última instancia, todo capital es pasible de
desvalorizarse, y no por ello todo capital es ficticio. Por esta razón, Marx señala que el
certificado de deuda “no representa capital meramente ilusorio, como en el caso de las
deudas públicas”. Lo cual, hay que insistir en ello, tampoco significa que el capital
exista dos veces, una bajo la forma del capital en funcionamiento (los $1000
invertidos), y la otra como valor del título. Pero lo importante es que en el caso del
préstamo al capital productivo, a diferencia de lo que sucede con los títulos públicos,
hay capital que se está valorizando, esto es, explotando al trabajo y obteniendo
plusvalía. Por eso, es un error identificar sin más todo crecimiento del crédito (que
implica crecimiento de todo tipo de papeles) con aumento del capital ficticio. Tampoco
tiene sentido asimilar el crecimiento del crédito con estancamiento del capitalismo. El

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crédito es una palanca de la acumulación del capital, que a su vez es la forma social
que adquiere el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto no se modifica por el hecho
de que el crédito también sea una palanca de la especulación y de la
sobreacumulación (esta cuestión la trataré con más detalle en otra nota).

Los nocionales de los derivados

Actualmente existen instrumentos financieros que Marx no conoció, y que a veces se


consideran también capital ficticio. Los más significativos son los nocionales, que
subyacen a los derivados que se negocian en los mercados financieros. Para explicar
qué es un nocional a los lectores no familiarizados, lo explicamos con un ejemplo
sencillo, el de un swap de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de intereses es
un contrato realizado entre dos partes, por el cual una de ellas se compromete a pagar
periódicamente una tasa de interés fija, y la otra una tasa variable, durante un lapso de
tiempo establecido. Por ejemplo, A paga 4% y B paga Libor + 0,25%. Pues bien, ​el
contrato se establece sobre un valor nocional ​de, supongamos, 1 millón de dólares, y
las partes solo intercambian flujos en caso de que haya variación de la tasa (por
ejemplo, si la tasa de interés variable ha subido 0,10 puntos porcentuales, B pagará a A
0,10% de un millón de dólares). Lo importante es que ​el nocional no tiene por qué ser
necesariamente capital ficticio.​ B, por caso, puede ser un banco que ha prestado un
millón de dólares a una empresa a tasa variable, y con el contrato se protege contra
una eventual caída de la tasa Libor. Si la empresa que recibió el préstamo ha invertido
productivamente el millón de dólares, no estamos en presencia de capital ficticio. Dada
la dimensión de las sumas involucradas en los nocionales (los contratos en tasa de
interés en 2011 implicaban nocionales por 500 billones de dólares, y cuando se incluían
los contratos en tipo de cambio y los seguros contra default, o CDS, se llegaba a 648
billones), es necesario tener presente esta distinción. Lo importante aquí es saber en
qué consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de papeles inmobiliarios inflados,
estaremos ante un típico caso de capital ficticio; pero no siempre será así.

Capital ficticio y demanda durante el auge

Lo discutido hasta aquí sirve para explicar por qué el capital ficticio, por sí mismo, no
puede solucionar los problemas fundamentales que están asociados a la acumulación.
Sin embargo, alguna gente piensa que durante las fases de auge del ciclo económico,
el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario (esto es, el incremento de sus
precios) genera nuevo poder de compra, lo que a su vez permite expandir la
producción y por lo tanto generar más plusvalía. Por eso se piensa a veces que hay
expansiones puramente “ficticias”. El razonamiento es que si el valor total de las

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acciones en el momento t es $1000, y en el momento t + 1 es $1200, el poder de


compra se habrá incrementado en un 20%. De manera que las burbujas tendrían el
efecto milagroso de generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es ilusorio. Se
puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno de “fetichismo” del
capital: el valor parece crecer y crecer por la sola acción de inversores que compran
más y más acciones (o tierras), sin intervención del trabajo humano. La ley del valor
trabajo “a lo Marx” parece caerse. Pero no hay tal cosa. La valorización bursátil (o de la
tierra) no puede generar nuevo poder de compra. Para ver por qué, supongamos que A
ha invertido $20 en acciones, y al cabo de un cierto tiempo las mismas se han
valorizado un 50%. Entonces A decide vender, a fin de adquirir un bien de consumo.
Cuando A vende las acciones, tiene un poder de compra de $30, pero el comprador de
las acciones ha resignado el mismo poder de compra. No hay inyección nueva de valor,
cuando se considera el asunto desde el punto de vista global. Algo similar ocurre con la
inflación de los precios de la tierra.

Naturalmente, esto no significa que el crecimiento del capital ficticio no pueda incidir en
la acumulación. Una forma en que afecta a la acumulación es que el crecimiento de los
precios bursátiles puede favorecer el financiamiento de las empresas, ya sea porque
éstas utilizan los títulos como colaterales para obtener préstamos y ampliar la
producción, o bien porque emiten nuevas acciones para ampliar su capital en las
mejores condiciones. Desde el punto de vista del consumo, está lo que se llama el
“efecto riqueza”, que consiste en que los inversores pueden sentirse más confiados
para aumentar el gasto cuando se valorizan sus tenencias. Por otra parte, el
crecimiento del capital ficticio también genera las condiciones para que aumente la
especulación, para que se desaten “manías inversoras” y se desarrollen todo tipo de
fraudes y estafas que, por regla, terminan en gigantescas catástrofes y quiebras.

Las crisis y el capital ficticio

La inflación de capital ficticio tampoco puede sacar a las economías de la crisis. Si se


trata de las acciones, lo característico es que ya con el inicio de las crisis sus precios
se derrumben. Esto es, el viraje hacia el descenso económico va acompañado por el
colapso de enormes masas de capital ficticio.

En cuanto a los títulos públicos, su crecimiento no puede solucionar las cosas durante
la crisis. Para ver por qué, supongamos que en una economía ha caído la demanda
(los capitalistas no reinvierten la plusvalía, y el desempleo se está incrementando). El
gobierno decide entonces inyectar gasto público, financiado con la colocación de
títulos; éstos son comprados con plusvalía (los asalariados no compran títulos).

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Supongamos que el Estado recoge así $1000, con los que paga subsidios a
desocupados o salarios a los empleados estatales. Esta inyección activa la demanda
de bienes por $1000 (los desocupados o los empleados consumen bienes). Sin
embargo, si la acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay que
volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y además, hay que pagar los
intereses por los bonos colocados en la primera ronda. Por eso, la recuperación de la
demanda por esta vía tiene alcance limitado. Además, si la economía continúa en
crisis, y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que los capitalistas
dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada vez más alta para seguir
prestando. La cuestión de fondo es que el gasto del Estado es financiado con plusvalía
que está generada por el trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive, los
problemas seguirán agravándose. El gasto fiscal puede ayudar a reactivar la demanda,
pero no es la solución del problema. En este respecto hay que destacar la importancia
de no caer en el fetichismo financiero, o del Estado y sus posibilidades de evitar, o
solucionar, las crisis capitalistas. El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente
autónoma de demanda, dado que los impuestos solo son una fracción de la plusvalía
generada por el trabajo asalariado. Vinculado a esta cuestión, también hay que aclarar
que la emisión monetaria (por ejemplo, para monetizar un déficit fiscal) tampoco es
salida, ni significa incremento de capital ficticio, sino la simple desvalorización del signo
monetario. Pero por esto mismo no impide la desvalorización del capital, ni constituye
una fuente de demanda adicional. Por ejemplo, supongamos que se está en una crisis,
en que hay mercancías sin vender, y que el gobierno emite dinero para financiar gasto,
de manera que las mercancías se venden. De esta forma se impide que bajen los
precios de estas mercancías, y por lo tanto que no se desvalorice este capital
mercancía. Pero esto ocurre al costo de la desvalorización del capital dinero. Por
supuesto, se puede sostener que es preferible una desvalorización por vía de la
inflación, que la deflación. Pero lo importante es que la inyección no frena la caída de
los valores.

Subrayamos, solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el


atesoramiento), habrá una reactivación genuina de la demanda. Por ejemplo, desde el
estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales han aumentado sus balances al
comprar principalmente deuda soberana y deuda de bancos. Según el FMI, estas
compras fueron financiadas con expansión de la base monetaria, que
aproximadamente se duplicó, en términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se
ha calculado que hoy habría unos 15 billones de dólares en títulos y préstamos de muy
dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter, 2012). Se trata de una
inmensa masa de capital ficticio, que no tiene contrapartida en la riqueza ni en el capital
real, y que por sí misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del

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estancamiento.
En conclusión​, el capital ficticio no tiene las propiedades “mágicas” que muchos le
asignan. Su incremento no puede sostener por sí mismo la acumulación del capital, ni
sustituir la producción de plusvalía. Por eso mismo, las gigantescas masas de
“papeluchos” creados desde 2007 no han salvado al modo de producción capitalista.

Textos citados:​
Marx, K. (1999): ​El Capital​, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7.
Winter, R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15 Trillion in Fictius Capital,
The Wall Street Examiner,​ 27 January

--
Rolando Astarita
Buenos Aires, 2012
http://rolandoastarita.wordpress.com/

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