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4 Villani La Edad Contemporanea 1914 1945 PDF
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En los soviets se reunían los obreros y los soldados que representaban a los campesinos.
Rusia todavía era un país principalmente rural: la población, que había crecido
rápidamente en las últimas décadas, sumaba 174 millones de almas en 1914 y, al menos
el 80 por ciento vivía y trabajaba en el campo. La presión sobre la tierra era muy fuerte y
la mayor parte de las propiedades campesinas no bastaban para garantizar un nivel de
vida aceptable. Sin embargo, no se podría explicar el éxito y el desarrollo de la revolución
si no se subrayara que en esta sociedad preferentemente campesina existían grandes
concentraciones industriales y obreras. Los tres millones de asalariados de la industria
habitaban en las grandes ciudades y trabajaban las grandes fábricas, el 40 por ciento de
las cuales empleaban a más de mil personas. Petrogrado y Moscú eran los mayores
centros obrero.
Los enfoques y las tendencias de los partidos y de los grupos políticos todavía eran
confusos. Las decisiones más importantes se encomendaban a la asamblea
constituyente, que debía representar la voluntad del pueblo. Sin embargo, la guerra
continuaba, desanimando las ilusiones de los soldados y los campesinos que deseaban la
paz inmediata. Los ambientes liberal-constitucionales que dominaban la Duma se oponían
a la radical reforma agraria necesaria para obtener el apoyo de los campesinos al nuevo
régimen, mientras los partidos de izquierda consideraban prematuro un régimen
socialista: según el esquema marxista, generalmente aceptado, la revolución socialista
debía producirse en una sociedad burguesa madura e industrialmente avanzada, y
evidentemente, Rusia no lo era; por ello era necesario impulsar, el pleno desarrollo de las
fuerzas burguesas.
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La posición de Lenin, que llegó a Petrogrado en los primeros días de abril de 1917, era
totalmente distinta. El líder bolchevique tenía la ventaja, sobre sus adversarios y sus
amigos y compañeros, de estar firmemente convencido de sus tesis, que se fundaban en
un lúcido análisis de la situación rusa, aunque partían de premisas que no se cumplieron:
la inminencia de una revolución europea y mundial. Las tesis de abril, en las que expone
la línea política que debía seguir el partido bolchevique, tienen por ello una considerable
importancia. «La particularidad del momento que vive Rusia consiste en el paso de la
primera etapa de la revolución —que a causa de las insuficientes conciencia y
organización del proletariado, ha dado el poder a la burguesía—a la segunda etapa, que
debe dar el poder al proletariado y a las clases pobres de campesinos... Nada de
república parlamentaria —regresar a ella, después de los soviets de los diputados obreros
seria un paso atrás—, sino república de los soviets y de los diputados obreros, de los
jornaleros y de los campesinos en todo el país; desde abajo hacia arriba.»
Las tesis también fijaban algunas indicaciones programáticas para la conquista del poder
a corto plazo: oposición a la guerra, porque era un conflicto burgués e imperialista;
confiscación de las grandes propiedades; nacionalización de la tierra, para ponerla a
disposición de los soviets locales y de los diputados de los asalariados agrícolas y de los
campesinos pobres; en el área de la producción industrial no se proponía una inmediata
instauración del socialismo, sino, por el momento, sólo el control de la producción social y
del reparto de los productos por los soviets y los diputados obreros.
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capaces de reprimir una insurrección. Lenin consideró que habla llegado el momento
decisivo. Mientras ocurrían estos episodios, entre agosto y septiembre de 1917 escribía
su El estado y la revolución, obra en la que reelaboraba la doctrina marxista sobre el
discutido problema de la «dictadura del proletariado».
Según él, una interpretación adecuada de la teoría del Estado de Marx indica que «la
dictadura de una sola clase es necesaria no sólo para las sociedades clasistas en
general, no sólo para el proletariado después de haber abatido a la burguesía, sino para
todo el período histórico que separa al capitalismo de la sociedad sin clases: el
comunismo». La dictadura del proletariado es la represión de la minoría de opresores y
explotadores por la mayoría de explotados. «Sólo con la instauración del comunismo se
extingue el Estado —es decir, la máquina represora— y se llega a la libertad. » De esta
raíz teórica nacían un sustancial rechazo y desprecio por toda forma de democracia
«burguesa», interpretada como una pantalla de la dictadura de clase de la burguesía, y la
fe en la representatividad de los soviets y el mayor contenido democrático de la dictadura
del proletariado. La elaboración teórica realizada por Lenin durante los meses de exilio en
Finlandia, y la función de guía encomendada al partido serán muy importantes para la
construcción del Estado soviético y su carácter autoritario y totalitario.
Lenin pensaba que había llegado la hora de la acción definitiva; y algunos meses más
tarde, mostrando su preferencia por la lucha política sobre el terreno, afirmó que «es más
agradable y más útil hacer la experiencia de una revolución que escribir sobre ella». La
que luego sería llamada «revolución de octubre» fue preparada cuidadosa y abiertamente
por los bolcheviques contra un gobierno impotente, en vísperas del segundo congreso
panruso de los soviets, que concretó la conquista del poder por los obreros y los
campesinos, aprobó los decretos sobre la paz y sobre la tierra, nombró nuevo gobierno al
consejo de comisarios del pueblo cuya presidencia fue confiada a Lenin y entre cuyos
miembros más destacados figuraban Trotski y Stalin.
En primer lugar fue necesario concluir la paz. Las condiciones eran muy duras: cesión de
los territorios polacos y las regiones bálticas, reconocimiento de la independencia de
Ucrania, una de las zonas agrarias más ricas donde los alemanes esperaban extraer los
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recursos necesarios para sostener su esfuerzo bélico. También en este caso Lenin
comprendió con extrema claridad la necesidad del sacrificio y expuso, sin medias
palabras, los motivos de su decisión: «El congreso considera necesario ratificar un tratado
de paz (el de Brest-Litovsk) extremadamente duro y humillante dadas la falta de un
ejército de nuestro lado, las condiciones de extrema desmoralización de las tropas en el
frente y la necesidad de aprovechar cualquier mínima posibilidad de tregua antes de la
ofensiva imperialista contra la república socialista soviética.» En efecto, en 1919, aunque
sin mucha convicción ni decisión, el régimen soviético fue atacado a lo largo de todos sus
límites desde el Báltico al Lejano Oriente. En general era una guerra dirigida
indirectamente, porque hubiera sido difícil para las grandes potencias, después de cuatro
años de durísima guerra, sostener una campaña en regla contra un régimen nacido de
una revolución que había obtenido un amplio eco y general simpatía en el proletariado de
todo el mundo y en muchos sectores de la izquierda. Dentro de Rusia, desvanecida toda
posibilidad de oposición democrática por la falta de puntos de apoyo sólidos en un tejido
social de tipo occidental y burgués, la resistencia fue sostenida por las clases más
conservadoras, por la ayuda extranjera y algunos generales del ejército zarista; sin
embargo, se impusieron la energía de los bolcheviques, el entusiasmo y los sacrificios de
los obreros enrolados en el Ejército Rojo y las cualidades organizativas y estratégicas de
Trotski, que asumió el mando.
Uno de los episodios internacionales más importantes fue la intervención del ejército de la
reconstituida Polonia, en abril de 1920. Las dificultades internas del gobierno soviético y la
guerra civil que no se había ganado definitivamente, sugerían que la invasión sería una
fácil parada militar. En cambio, la imprevista capacidad de resistencia y de reacción del
Ejército Rojo, rechazó a los polacos hasta Varsovia. Desde entonces, la guerra civil se fue
extinguiendo y cesó la intervención extranjera.
De todas maneras, la guerra civil fue muy dura. Toda la familia del zar fue exterminada
entre el 16 y el 17 de julio de 1918 en Ekaterinburgo (actual Sverdlovsk) y episodios de
terror, tanto rojos como blancos, ensombrecieron los acontecimientos. Destrucciones,
devastaciones, epidemias y penurias agravaron los males de la guerra. Las ciudades
sufrieron particularmente, perdiendo cerca de un tercio de sus poblaciones y el número de
obreros de la industria quedó diezmado por la incorporación de muchos de ellos al
Ejército Rojo.
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La más larga experiencia de dictadura del proletariado fuera de Rusia —el gobierno de
Béla Kun en Hungría, del 21 de marzo al 4 de agosto de 1919— duró poco más de cuatro
meses y terminó con un rotundo fracaso. Es interesante señalar que, tal como en
Alemania, también en Austria y en Hungría el final adverso de la guerra no había afectado
a los partidos burgueses, sino a la socialdemocracia, que, en general, asumió la misión de
enfrentar a la revolución comunista a menudo se vio obligada a encabezar regímenes
abierta o larvadamente autoritarios y antidemocráticos. La profunda escisión en el campo
de los partidos socialistas y en el frente de la izquierda europea fue una de las
consecuencias más graves de la revolución soviética.
Hungría sufrió particularmente la derrota y la disolución del imperio de los Habsburgo. Los
húngaros, hablan defendido con intolerancia su hegemonía sobre las otras nacionalidades
importantes del país, perdieron vastos territorios. Especialmente costosa fue la cesión de
Transilvania a los rumanos, impuesta por el tratado de paz. Karoly y los socialdemócratas,
tras intentar reprimir a la oposición comunista, se pusieron de acuerdo con Béla Kun
entregándole el gobierno. Sin embargo, gobernar a Hungría, no obstante el acuerdo con
los socialistas, fue una empresa imposible frente al ataque conjunto de checoslovacos.
rumanos y yugoslavos. Muy pronto el poder pasó a manos de los conservadores y de la
antigua clase dirigente, con la formula y el artificio de la regencia confiada al almirante
Horthy, en nombre del rey y ex emperador Carlos de Habsburgo, al que nunca se le
permitió ascender al trono.
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CAPITULO 5
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2. El ascenso de Stalin
Todo ello ocurrió a medida que la secretaria del partido, asumida por Stalin en 1922, se
reforzó apoyándose en una organización férrea, fundada en la rigurosa selección y la
fidelidad de los cuadros intermedios. Sobre estos militantes caía la responsabilidad de
concretar la línea política del partido una vez aprobada por el congreso y por el comité
central. Ante la quiebra general de la sociedad civil, seguida por la revolución y la guerra
intestina, los dirigentes del partido en los organismos de base y en las estructuras
intermedias eran la columna vertebral del nuevo régimen. La victoria de Stalin sobre sus
opositores se debió, esencialmente, a la adhesión y el control de esta fuerza que se
sentía representada por el secretario del partido y desconfiaba en cambio de los
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Además, en un principio, la política de Stalin fue muy cauta. Trotski, el teórico y dirigente
de mayor prestigio después de Lenin, había llegado a la conclusión de que era imposible
construir el socialismo en Rusia sin un desarrollo revolucionario correspondiente en los
países capitalistas más avanzados. Por ello predicaba la «revolución permanente» y
reclamaba rigurosas medidas contra la reaparición de tendencias capitalistas en el
campo, la lucha contra los kulaki y, junto con ella, el inicio de una política de
industrialización. En consecuencia, tenía serias reservas hacia la NEP. En el frente
opuesto se había alineado Bujarin que creía posible construir el socialismo en Rusia
mediante un lento y gradual desarrollo fundado en la alianza entre campesinos y obreros,
en un proceso de acumulación capitalista en el campo, llegando de este modo hasta el
punto de incitar a los kulaki a «enriquecerse». Sólo la recuperación de la producción y de
la productividad agrícolas podría permitir Un desarrollo industrial equilibrado y sentar las
bases para avanzar hacia el socialismo. La NEP era, por lo tanto, el mejor camino para
desarrollar este proceso.
Inicialmente, Stalin apoyó ésta política, aunque nunca se manifestó a favor del
resurgimiento del capitalismo en el campo. El adversario a combatir en ese momento era
Trotski, que proponía una política calificada de aventurera y capaz, en su polémica contra
la burocratización del partido, de comprometer las mismas bases sobre las que se
afirmaba el poder de Stalin. Aliado con Bujarin no le fue difícil liquidar la oposición de la
«izquierda» y de Trotski, quien, por su independencia, sus frecuentes diferencias con
Lenin, su vanidad intelectual y su dureza en el mando, nunca había gozado de gran
popularidad. La batalla entablada en el partido, en evidentes condiciones de inferioridad
frente a la secretaría, concluyó en 1927, en el XV Congreso, con la expulsión de Trotski y
de su aliado Zinoviev. Los intentos de ampliar la discusión y la protesta fuera del partido
se reprimieron con la deportación de Trotski y luego con su expulsión de la URSS en
1929. Condenado a muerte en los años del gran terror (1936-1938), fue asesinado en
México por un agente soviético el 20 de agosto de 1940.
Siempre se había pensado que la industrialización era una tarea primaria de la revolución
bolchevique. También se trataba de extender la base social del nuevo régimen, que
apelando a sus orígenes obreros proclamaba la dictadura del proletariado. Los
trabajadores de la industria, que sumaban cerca de dos millones y medio alrededor de
1914, se habían reducido a poco más de un millón a causa de la crisis económica y la
guerra civil. Por los mismos motivos, la población de las grandes ciudades había sufrido
gravísimas pérdidas. A partir de 1920 se habían preparado planes de reconstrucción
industrial y Lenin habla afirmado: «la única base del socialismo puede ser la gran industria
mecánica, capaz de reorganizar, incluso, a Ia agricultura». Había insistido especialmente
en la necesidad de electrificar, acuñando un lema repetido luego muy a menudo: «el
comunismo es el poder soviético más la electrificación del país».
En 1921 se creó la comisión estatal para la planificación (posplan) para estudiar los
planes sectoriales y anuales. Dentro del partido no se cuestionaba la necesidad de la
industrialización. El problema eran los tiempos y la manera. La decisión se tomó entre
1927 y 1928 y fue adoptada por Stalin, que probablemente por entonces ya interpretaba la
voluntad de la gran mayoría del partido. Imponía el enfoque del «socialismo en un solo
país», muy diferente del gradualismo propuesto por Bujarin. Stalin se negaba a aguardar
a que madurara el desarrollo capitalista en el campo. Si bien rechazaba de Trotski y de la
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Junto con la aplicación del primer plan quinquenal, se impartieron las primeras directivas
para la colectivización de la tierra. Se declaró la guerra abierta a los kulaki e invitó a los
campesinos a ingresar en las grandes granjas colectivas, los koljoses. La tierra pertenecía
al Estado, que la cedía a perpetuidad a la administración de las granjas; cada miembro de
la comunidad tenía derecho a la propiedad de la casa, el huerto, una vaca y algunas
cabras. Las dimensiones de estas granjas colectivas eran muy variadas, desde algunos
centenares de hectáreas hasta más de tres mil, y agrupaban entre sesenta y doscientas
familias. La colectivización era un medio para controlar directamente la producción,
destinada sobre todo al acopio estatal, y luego a compensar los servicios de los equipos
de máquinas y tractores —concebidos para difundir la mecanización agrícola—, a pagar
los insumos para los cultivos (semillas, fertilizantes y todo lo necesario), y, finalmente, a
retribuir a los koljosianos según las jornadas de trabajo prestadas por cada uno. Junto a
los koljoses ya se habían instituido los sovjós, grandes centros gestionados totalmente por
el Estado, que debían funcionar a la manera de grandes complejos industriales en
sectores agrícolas especializados (cultivos de cereales, de algodón o ganadería y
producción de leche y de quesos) y valerse de los medios más modernos.
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Los campesinos no sólo habían sacrificado todo el ganado que debía ser socializado, sino
que, en algunas zonas estaban en abierta rebelión: peligraban las semillas y la futura
cosecha. El alivio de la presión indico claramente cuales eran los deseos de los
campesinos: en pocos meses las familias integradas en las granjas colectivas bajaron de
más de once millones a menos de seis millones. Pero solo fue una pausa. En 1931 se
reinicio enérgicamente la colectivización y, en 1934, el 80 por ciento de las familias
campesinas vivía y trabajaba en los koljoses. En 1936 se contaban 245.700 granjas que
albergaban al 90 por ciento de los campesinos. Los costes económicos y humanos de
esta operación fueron enormes. Algunos calculaban que las victimas de la violencia y del
hambre oscilaron en torno a los cinco millones. Las estadísticas oficiales de 1933
revelaron que al menos la mitad del patrimonio zootécnico había desaparecido. Desde
entonces, la agricultura fue el punto débil de la economía soviética.
No es posible evaluar con precisión en qué medida los planes quinquenales (el primero
realizado en poco más de cuatro años, de septiembre de 1928 a diciembre de 1932; el
segundo entre 1933 y 1937) lograron los objetivos fijados; en general todas las
estadísticas son difícilmente controlables y las soviéticas de manera especial. Sin
embargo, es indudable que el ritmo de desarrollo fue extremadamente alto (una tasa del 8
por ciento anual) y que no obstante los desequilibrios, la industria pesada —claramente
privilegiada— logró importantísimos progresos. En conjunto, la producción industrial, que
en 1926 había recuperado el nivel de 1913, se duplicó ampliamente durante el primer plan
quinquenal y, en 1940, había crecido aproximadamente diez veces respecto a 1913. Los
avances más espectaculares se habían conseguido en la producción de carbón (de 29 a
166 millones de toneladas), de acero (de 2 a 48 millones de toneladas) y de electricidad
(2.000 millones a 48.000 millones de kw/h). Estos saltos parecían más gigantescos aún
porque el punto de partida era considerablemente bajo.
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de los hitos de un proceso que transformó todo el país y creó, sobre todo en las regiones
del este de los Urales, nuevos centros de actividad industrial que demostraron su
importancia vital durante la guerra, cuando los alemanes ocuparon vastísimos territorios
de Rusia y de Ucrania. También el sistema de comunicaciones multiplicó las vías de
penetración y de transporte en las nuevas regiones, con la ampliación del Transiberiano y
la construcción de la línea ferroviaria transversal que unió el norte de Siberia con el
Turkestán. Una red de canales navegables completó los sistemas de conexiones.
La revolución desde arriba, impuesta con una determinación despiadada por Stalin,
transformó profundamente el país. Una serie de espectaculares procesos políticos abrió el
período del gran terror (1936-1938), justamente cuando, al completarse el segundo plan
quinquenal y la estabilización en el campo, la situación había llegado a una clara mejoría.
La liquidación de la vieja guardia bolchevique comenzó en agosto de 1936 con el proceso
a Kamenev, a Zinoviev y a otros miembros del partido, acusados de mantener contactos
con Trotski. Los imputados se declararon culpables y fueron fusilados: En enero de 1937
se condenó, con análogas acusaciones y confesiones, a otros antiguos bolcheviques. En
junio, el jefe del estado mayor del ejército y .numerosos altos mandos fueron eliminados
acusados de traición. Miles de oficiales del Ejército Rojo siguieron la misma suerte.
Finalmente, en marzo de 1938 otro proceso espectacular, con otras tantas dramáticas
confesiones de los imputados, terminó con los últimos hombres de prestigio del antiguo
grupo bolchevique con Bujarin a la cabeza. Las drásticas depuraciones alcanzaron
también al partido, que de tres millones y medio de militantes en 1933 descendió a menos
de dos millones en 1938. La caza de los .enemigos del pueblo» se convirtió en la
obsesión de aquellos años, que vieron llenar de condenados, acusados y sospechosos
los campos de trabajo y de concentración.
No es posible saber cuáles fueron los motivos que llevaron a Stalin a dar esta especie de
golpe de Estado, precisamente en el momento en que su política parecía conseguir los
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mayores éxitos. El régimen de terror que se instauró, junto con la dictadura personal y el
culto al jefe, son algunos de los elementos que caracterizan la categoría histórica que en
adelante se llamará estalinismo. Desde 1924, y más decididamente, desde 1928, la
personalidad de Stalin dominó la historia de la Unión Soviética y, después de 1945, hasta
su muerte en 1953, tuvo un peso importante en la política mundial.
4. Stalin y el estalinismo
A partir de la denuncia de Jruschov, en 1956, se ha acumulado abundante literatura y
múltiples interpretaciones sobre Stalin y el estalinismo. Los problemas más notables se
refieren a la relación entre las fases iniciales de la revolución soviética y el desarrollo
sucesivo, en particular a los vínculos que existían entre Lenin y Stalin; al peso de la
tradición rusa y del factor nacional en las decisiones y en el comportamiento del dictador;
a los modelos y la influencia de un proceso de industrialización rápido en un país
atrasado. A todos estos interrogantes se superpone —y se entrelaza con ellos— la
pregunta sobre el tipo de sociedad que se construyo en la Unión Soviética, sobre la
pretendida superación del capitalismo y la anunciada realización de la sociedad socialista.
Quizás sea útil aclarar esta complicada e importante cuestión. La revolución bolchevique,
siguiendo la tradición marxista, se proponía como objetivo superar el capitalismo,
explotador y opresor de la clase obrera, y construir el socialismo mediante la socialización
de los medios de producción, premisa necesaria para una distribución más equitativa de
la riqueza y una realización más libre de la personalidad individual en un conjunto
armónico. De este programa ideal en la Unión Soviética sólo se ejecutó la abolición de la
propiedad privada de los medios de producción; su socialización se convirtió, de hecho,
en nacionalización o estatización. Esta distinción no es suficiente para delinear las
características de una sociedad socialista, según las aspiraciones de quienes vieron en el
socialismo el medio para liberar al hombre de los vínculos de opresión no sólo económica,
sino también política. La estatización de los medios de producción puede conducir
directamente, como ha ocurrido en los países que concretaron el llamado «socialismo
real», a un régimen policial y opresivo que es la misma negación de los ideales del
socialismo. Por lo tanto, se puede llegar a la conclusión de que el estalinismo no es
socialismo.
Pero de cuestiones tan generales, y por ello poco determinantes históricamente, se puede
pasar a un análisis más concreto, preguntándose, en primer lugar, si Stalin continuó la
revolución e interpretó el pensamiento de Lenin, y de los bolcheviques o —como sostiene
Trotski— traicionó a la revolución. Quienes juzgan que Stalin fue el heredero y
continuador de Lenin —pertenezcan a la ortodoxia estalinista o a los adversarios
declarados de cualquier forma radical de subversión social— tienden a quitar importancia
a las diferencias que lo separaron de Lenin entre 1922 y 1924 y a negar importancia al
llamado «testamento de Lenin», que denunciaba la intolerancia y la rudeza de Stalin y
consideraba peligroso dejar la secretaría del partido en sus manos. En cambio subrayan
que el partido había asumido un carácter cada vez más totalitario ya bajo la conducción
de Lenin, y que la violencia y la dictadura eran herramientas y condiciones necesarias
para el tipo de régimen que se pensaba construir. La colectivización ya se había iniciado
en 1920, y la NEP se concibió sólo como una pausa limitada, absolutamente transitoria,
que no anulaba los objetivos generales.
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Pero la teoría de la continuidad puede llegar aún más allá, hasta reconocer en Stalin el
heredero del despotismo asiático y del estatismo de Pedro el Grande o de la autocracia
zarista. En este caso, la dictadura estalinista habría sido la reacción de la antigua Rusia al
intento de ruptura revolucionaria. De esta manera, el problema de la relación con Lenin y
con los primeros años del régimen bolchevique pasa a un segundo plano; aparecen, en
cambio, los lazos profundos con una tradición política arraigada en el espíritu eslavo y,
sobre todo, la expresión del atraso ruso. Es innegable que el georgiano Stalin parece
bastante más arraigado en la historia rusa y sensible a la capacidad de movilizar a las
masas inherente a la apelación a los valores patrióticos y nacionales, que sus opositores
bolcheviques, ricos en experiencias internacionales y fieles a la concepción
internacionalista de las organizaciones proletarias. Por lo en demás, la misma fórmula del
«socialismo en un solo país» el primer plano a Rusia y terminaba por subordinar el interna
el internacionalismo proletario a la defensa de la Unión Soviética. Las alusiones a la
historia rusa y a las glorias del pasado se hicieron cada vez más explicitas y sistemáticas
durante la guerra contra la Alemania hitleriana. En el ámbito de la nueva unión federal, la
exaltación del pueblo «ruso» como eje del nuevo Estado fue un tema caro al último Stalin.
Sin embargo, también esta tesis parece simplista frente a la profundidad de los trastornos
provocados por las decisiones y la cruel firmeza de Stalin. La antigua Rusia campesina
sucumbió bajo los golpes del dictador. Por ello, parece más convincente la tesis que
conecta al estalinismo con las exigencias de un proceso de industrialización rápido en una
sociedad atrasada. El «socialismo real» y el estalinismo tomaron fuerza después de la
segunda guerra mundial, sobre todo como modelo de desarrollo de las sociedades
atrasadas y posibilidad de abreviar los plazos con una planificación rigurosa. Más que el
régimen político fue la economía planificada la que se convirtió en materia de exportación
hacia los países con estructuras sociales elementales. Frente a los millones de
campesinos sacrificados, al terror policial, y a todos los sacrificios impuestos a la
población, la única adquisición importante fue dotar a la Unión Soviética de una
poderosísima estructura industrial que la convirtió en la segunda potencia mundial. Lo que
también significa haberla dotado de todas aquellas estructuras, desde la educación hasta
los modernos medios de comunicación, sin las cuales no es concebible una sociedad
industrial avanzada. Stalin realizó esta transformación mientras el occidente capitalista era
castigado por una crisis económica de proporciones inauditas, que estancó la producción
y causó millones de parados. En comparación por algún tiempo, a muchos pareció que la
Unión Soviética señalaba el cansino hacia el futuro. Muy pronto los problemas se
revelaron más complejos y, en estos últimos años, la caída económica y política y
directamente, la disolución de la Unión Soviética como entidad estatal han puesto el punto
final al «socialismo real». Aparecieron con toda claridad la ineficacia del aparato
burocrático para dirigir la economía y la imposibilidad del sistema para funcionar sin la
presión política y policial.
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