(I)
Por Jesús Ibáñez.
Acuerdo:
“Si el Nacional rechaza la delegación a Rusia, el delegado del Regional de
Asturias debe continuar viaje a Rusia en representación de este organismo.”
A la salida de León, el vagón casi vacío. La pareja de civiles de escolta mete los
tricornios por la portezuela, ríe por entre el barbuquejo y se sienta:
-¡Ni el mismo Dios aguanta este frío, compadre!
-¡Qué nochecita nos ha tocado!
Yo me tiento con el codo el bolsillo de la chaqueta para cerciorarme bien de que
aún llevo mi tesoro: el pasaporte hasta Berlín y el dinero para el viaje hasta
Rusia… Es tanta mi alegría que quisiera poder gritar a los guardias:
-¡Aquí me tenéis! ¡Soy yo! ¡Un tal Toño de Santoña! ¡Voy a un pleno ilegal de la
CNT! ¡Voy a Barcelona! ¡Y de allí, a Rusia! ¿Saben ustedes, pobres hombres,
dónde está Rusia? ¡Voy a Rusia!
(II) ¡A Rusia!
Por Jesús Ibáñez.
Jesús Arenas, de La Coruña, pasa al lado mío a buscar asiento en otro lugar. El
no me conoce. Y me propongo darle una espantadita…
Arenas guarda silencio, pero está inquieto, aunque disimula para despistar… Y
yo sigo haciéndome que leo, entregando más documentos a un policía sin
levantar los ojos para mirarle.
Ahora, me toca razonar con la cabeza del agente: “Qué curioso es este señor.
Se ve que le gusta enterarse de todo. Claro está: para combatir una doctrina,
es necesario conocerla… Si no... ¿cómo iba, en tal situación, a ponerse a leer un
libro de esos?...”
A distancia prudencial de la pistola de Arenas (¡me han dicho que tiene malas
pulgas!), le voy "persiguiendo" por las calles retorcidas y oscuras de Lérida. De
vez en cuando, se detiene y escruta la penumbra buscándome en los recodos...
Arenas desaparece por la puerta del Hotel X.... Dejo pasar unos minutos y me
pongo frente a él a la mesa...
El camarero:
—¿Qué van a beber los señores?
Me adelanto:
—Yo, “Priorato". Aquí, el señor, que es de La Coruña, bebe "Ribeiro”…
Noto que Arenas se está acordando mucho de mi madre... Y me vuelvo al
camarero:
—¿Todavía no ha venido Maurín?
El camarero me vio la contraseña:
—¡Sí… Los espera mañana en el Centro…
Arenas soltó la carcajada y levantó la jarra del agua, tragándose un
“¡cabronazo!”…
¡A Rusia! (III)
Por Jesús Ibáñez.
En Berlín
Espero en una plaza. Compro tarjetas... Es que Lladó y T... han ido al
Consulado español a buscar su pasaporte para Francia...
Miro por el rabillo del ojo... T... viene hecho un cadáver entre la policía. Lladó,
muy tranquilo, sonríe disimuladamente y me indica que largue... ¡No puede ser!
La plaza, vacía... Pistolas de las buenas... ¡Quieto! Sigo viendo postales. Me
siento apuntalado por la espalda con las pistolas. Una orden en francés:
—Haut les mains!
Uno por uno, arrancan tres taxímetros. El mío el último. La plaza se va
llenando... Comentarios:
—¡Dato!... ¡Dato!... ¡Kaput!...
—i Ya, ya!... ¡Kaput!...
¡A Rusia! (IV)
Por Jesús Ibáñez
Todos nos vamos arreglando, más o menos. Yo formé nido con la bonísima
Ñura...
Los enterramos en la Plaza Roja. ¡Qué oración fúnebre magistral me perdí por
no haberme muerto! ¡Justo castigo a mi perversidad!... Trotski estuvo
imponente. Proclamó a los cuatro “verdaderos héroes, caídos en el campo del
honor defendiendo los postulados de la revolución proletaria mundial
Trotski nos recibe, enfundado en su uniforme raído, con una sonrisa que pone,
por sí sola, valladares a toda “demasía”... Gaston Laval había prometido “hablar
enérgicamente”... Y tiene la palabra Gaston, pero casi haciendo pucheritos y
lagrimeando:
-Se trata... de..., ¿sabe usted, compañero Trotski?... Nuestros compañeros...
rusos... encarcelados...
Tortski sabe demasiado a lo que vamos y ataja:
-¡A mí no me conmueven esos tonos de vieja llorona! Soy uno de los
responsables máximos de la Revolución Rusa y necesito algo más que
lagrimones para ceder a lo que ustedes pretenden. ¡Exijo garantías! ¿Me
garantizan ustedes, en nombre de los organismos que aquí representan, que no
cometerán, después de sueltos, una de las suyas el estimado compañero Volín y
sus amigos? (Aquí, entre nosotros: yo estimo mucho a Volín). ¡Tengan la
bondad de cambiar impresiones!...
Hemos cambiado impresiones. Declaramos:
-Nada podemos garantizar, pero se les puede poner en libertad y que salgan de
Rusia... con alguna ayuda...
Trotski guarda silencio. Sus ojos miran hacia adentro... Luego, se abre:
-Estudiaremos el asunto. Pero antes de eso, es necesario que ustedes oigan un
informe de Bujarin sobre los hechos, mañana, en una de las sesiones del
Congreso de la Sindical Roja...
¡A Rusia! (V)
Por Jesús Ibáñez.
Sesión final. Música y baile. En medio del coro, el viejo ochentón Tom Mann,
“sindicalista revolucionario” inglés, mueve, con gran humor y sentido del ritmo
lo único que puede mover: las posaderas... Me llama mucho la atención este
“viejo revolucionario”. Y es que, hace mucho tiempo, me quedó grabado su
nombre leyendo una carta de Engels a Sorge:
“Lo que más me repugna aquí, en Inglaterra, es la “respectability” (esta
vanidosa pretensión) que ha ganado, profundamente, al mundo obrero. Hasta
Tom Mann, a quien considero uno de los mejores, cuenta, muy
voluntariamente, que tiene que desayunar con el Lord Alcalde...”
¡A Rusia! (VI)
Por Jesús Ibáñez.
Y, ahora, no razono... Ahora, sólo siento una especie de mezcla de amor filial,
de agradecimiento y de piedad infinitos. Y todo esto hace gritar a mi conciencia,
contra todo mi espíritu crítico, descontentadizo: "¡Aunque la revolución,
proletaria me hunda, como es seguro que me hundirá un día, igual que a Volin y
a otros, estaré cerca de ella para defenderla desinteresadamente, hasta su
consolidación! ¡Y para tratar de contribuir a orientarla, si puedo, en la medida
de mis fuerzas!"
Esta carne de perro siberiano, este pan negro y duro y este pescado apestoso
me lleva a considerar todas las penalidades los incalculables sacrificios que el
pueblo ruso (¡y sus dirigentes!) ha tenido que imponerse (para llegar a tan poca
cosa...” como decía la "compañera" anarquista ruso-yanqui que nos miraba en
el Congreso de Moscú por entre sus impertinentes de oro...); me lleva a
recordar la titánica lucha que han debido sostener unas "bandas" de soldados
hambrientos, descalzos y desnudos, contra las potencias capitalistas
coaligadas...; me lleva a pensar en aquel ingeniero, viejo bolchevique, que se
desmayó de hambre (¡sí de hambre!), viéndome a mí devorar las cortezas de
pan negro que la enamorada Ñura me traía a la habitación del hotel. ¡Y con qué
dignidad rechazaba aquel héroe de la revolución el bocado que le ofrecía!
¡A Rusia! (VII)
Por Jesús Ibáñez.
El Comisario de Policía:
—Repita usted...
—Yo he matado al presidente Dato. ¡Ya lo he dicho! ¿Está claro?
El argentino Murillo tiembla... Maurin hace esfuerzos por comprender... Una
guiñada mía le tranquiliza: se da cuenta de que mi intención es despistar a la
policía para que puedan embarcar los otros... Con Murillo me pongo muy serio.
Me gusta, no sé porqué, meterle un susto a este odioso chancrero
argentinizado.
El Comisario lleva apellido casi español... ¡Es terrible! No puede perdonar lo que
hicieron los españoles... Su propio apellido le trae constantemente a la memoria
una violación...
Pero ha entrado un joven matrimonio alemán... El Comisario pone cara horrible:
—¡Estoy hasta la coronilla de que ustedes, boches inmundos, no quieran
reconocer que son un pueblo derrotado, aplastado para siempre. Y si vuelven a
sacudir la estera cuando paso...
El joven alemán se esfuerza por explicar en francés y pedir perdón... Un
trompazo a placer le derriba echando sangre por la boca... La joven esposa se
echa a llorar a gritos. El Comisario se dirige a ella:
—¡A callar, so zorra!...