Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
SBN 978-84-8306-864-9
9 788483 068649
•A
C o n q u istad o r
H ern án C ortés, M octezum a
y la últim a batalla de los aztecas
B U D D Y LEVY
Título original: Conquistador
ISBN: 978-84-8306-864-9
Depósito legal; B-16.125-2010
C 848649
Para Camie, Logan y Hunter
Los hombres consagrados a Dios y los guerreros
poseen extrañas añnidades.
11
In d i c e
N o t a s ............................................................................................... 371
N ota SOBRE EL TEXTO Y LAS FUENTES.......................................... 427
B ibliografía .................................................................................... 433
C réditos fotográficos ............................................................... 451
Í ndice alfabético....................................................................... 453
Agradecimientos
13
A (; r a i >i x : i m i k n t o s
15
IN I H O D D C C I Ó N
famosa «ciudad de los sueños», no fueron los bárbaros que los con
quistadores anteriores habían previsto hallar, sino una civilización po
derosa y muy desarrollada que se encontraba en su momento de
máximo esplendor. Los aztecas contaban con complejos y precisos
calendarios, eficaces sistemas de irrigación para sus numerosos culti
vos, zoos y jardines botánicos sin parangón en Europa, inmaculadas
calles provistas de métodos para la gestión de los residuos, objetos
artísticos y joyas de belleza deslumbrante, un sistema educativo ges
tionado por el Estado, un deporte de pelota jugado a vida o muerte,
un aparato militar leal y bien organizado, así como una vasta red co
mercial y fiscal que cubría la totalidad de un imperio inmenso que se
extendía hasta Guatemala. Cortés y sus acompañantes no tardarían en
descubrir que los aztecas también poseían una religión muy desarro
llada y ritualizada, y mucho más compleja que el catolicismo, que el
pueblo azteca seguía con igual — si no mayor— fe y convicción. En
lugar de venerar un solo dios, rendían culto devotamente a un pan
teón de deidades por medio de complejas y sofisticadas ceremonias.
EnTenochtitlán, por entonces una de las ciudades más populosas
y dinámicas del mundo, mucho mayor que París o Pekín, Cortés se
encontró finalmente cara a cara con Moctezuma, el carismático y
enigmático gobernante azteca. Su primer encuentro puede conside
rarse el nacimiento de la historia moderna. El conflicto que siguió a
dicho encuentro fue en última instancia de índole religiosa, un en
frentamiento entre el catolicismo monoteísta de los españoles y el
misticismo politeísta de los aztecas, y aunque en muchos aspectos los
dos imperios eran diametralmente opuestos, tenían algunas semejan
zas sorprendentes. Ambos se basaban en tradiciones de carácter bár-
de Tcnochtitlán en 1325. En tan solo dos siglos, este pueblo guerrero y agricultor
había desarrollado una cultura relevante. El término azteca ha sido ampliamente
reemplazado —sobre todo por parte de los investigadores e historiadores— por el
de mexica, una designación que describe de manera mis precisa a los pueblos de la
Triple Alianza de Tenochtirlán,Texcoco yTacuba. Numerosas instituciones moder
nas. como el Metropolitan Museum, el Museo Guggenheim, el Smithsonian Mu-
seum e incluso el Museo Nacional de Antropología de México D. E emplean toda
vía el término azteca. En Conquistador vamos a conservar el popular término azteca
y lo alternaremos con el de mexica.
16
IN T R O D U C C IO N
17
INTRODUCCIO N
18
IN T R O D U C C IÓ N
19
IN T R O D U C C IÓ N
Hernán Cortés se dirigió con paso resuelto a la proa del buque in
signia Santa María de la Concepción, una nave de cien toneladas, la
mayor de su flota, y oteó el horizonte tratando de avistar tierra.Tenía
mucho sobre lo que reflexionar. El navegante y piloto jefe, Antonio
de Alaminos, un veterano lobo de mar que había ejercido de piloto
en el último viaje de Cristóbal Colón, había surcado con anteriori
dad esas aguas — en la expedición de Ponce de León en busca de la
legendaria Fuente de la Juventud Eterna— y sugirió que, si se en
contraban con mal tiempo, la flota debía dirigirse a la costa y reunir
se en la isla de Cozumel, situada al este del cabo más septentrional de
la península de Yucatán. Desde su apresurada partida de Cuba, la flo
ta había sufrido los embates del mal tiempo, que había desperdigado
las naves. Cortés, que cerraba la marcha, recorría la zona en busca al
mismo tiempo de tierra firme y de los bergantines y las carabelas que
el temporal había hecho extraviarse. Unos pocos, quizá hasta cinco
de ellos, se habían perdido en el transcurso de la noche, un comien
zo poco halagüeño para un viaje tan ambicioso.
Cortés había invertido todas sus posesiones en esa empresa; es
más, se había endeudado hasta el cuello para construir los barcos y
llenar sus bodegas de provisiones. Sus esperanzas de iniciar la expe
dición con buen pie se habían visto parcialmente ensombrecidas
cuando su patrono, el orondo Diego de Velázquez, por entonces go
bernador de Cuba, había intentado impedir su partida, y eso aun
después de haber firmado un contrato en virtud del cual confirmaba
a Cortés en el cargo de capitán general. El comportamiento de Ve
lázquez no constituía una sorpresa dada la tirantez de la relación que
mantenían. Al llegar a La Española (la actual Santo Domingo) en el
21
C O N Q U IS T A D O R
22
I A 1’AK.TIDA HACIA NUEVA ESPAÑA
do junto a las casas con techo de paja, e incluso había tomado prisio
neros a algunos de los atemorizados nativos, a dos hombres y una
mujer. Cortés, hecho una furia, caviló cómo enfrentarse a la situa
ción. Necesitaba seguir confiando en Alvarado y respetaba a sus fie
ros y aguerridos paisanos, oriundos también de Extremadura. Alva
rado, curtido en incontables batallas y antiguo comandante de la
anterior expedición de Grijalva a Yucatán, era engreído y creía justi
ficado poder tomar sus propias decisiones. Cortés le necesitaba y
exigía una relación simbiótica con sus capitanes, pero también insis
tía en que obedecieran sus órdenes y en que no toleraría ninguna
insubordinación.' Según recalcó ante sus hombres, «no se habían de
apaciguar las tierras de aquella manera».2
Cortés reprendió a Alvarado y ordenó a sus hombres que devol
vieran a sus propietarios las ofrendas que habían hurtado. Asimismo,
ordenó echar los grilletes al piloto de Alvarado, Camacho, que había
desobedecido la orden de esperar a Cortés en el mar. Los hombres
habían sacrificado los pavos y ya se habían comido algunos, así que
Cortés mandó que, en pago por ellos, a los prisioneros recién libera
dos les dieran abalorios de vidrio verde, cascabeles y una camisola
para cada uno. A continuación. Cortés preguntó por un hombre lla
mado Melchor, un maya que había sido apresado en el curso de una
expedición anterior y al que sus captores habían convertido en una es
pecie de intérprete tras enseñarle un poco de castellano. Por media
ción de Melchor, Cortés se comunicó con los indígenas que acababa
de liberar y les mandó que regresaran junto a sus familias con el men
saje de que los españoles venían en son de paz y no deseaban causar
les daño alguno, y que Cortés, como cabecilla del grupo, deseaba
reunirse personalmente con sus jefes o caciques.*
La diplomacia inicial dio resultado. Al día siguiente, hombres,
mujeres, niños y, por último, los jefes salieron de sus escondites entre
la maleza de las tierras bajas y volvieron a instalarse en el poblado, que
* Cacique es una palabra araucana que significa «jefe», y que los españoles im
portaron de las islas. Muchos de los cronistas, entre ellos Bernal Díaz del Castillo y,
en menor medida, el propio Cortés, la utilizan. Los mexicanos del continente pro
bablemente desconocían dicho término.
23
C O N q U IS T A D O k
24
A PARTIDA IIACIA NUEVA ESPAÑA
25
C O N Q U IS T A D O R
habían llegado y que dos de ellos todavía seguían con vida, manteni
dos como esclavos por indios de Yucatán, a poca distancia de allí, a un
día más o menos en canoa por las aguas del canal.
Cortés se puso a reflexionar, intrigado por la posibilidad de que
hubiera españoles viviendo entre los indígenas de tierra firme. Era
un golpe de suerte imprevisto y del que cabía sacar provecho. Rogó
a uno de los principales caciques que enviara a algunos de sus hom
bres más capaces para que averiguaran qué era de esos españoles y
que, si podían, los trajeran de vuelta con ellos. El jefe parlamentó con
otros y estos se mostraron reacios; explicaron que temían enviar
como guías a algunos de los suyos porque era muy probable que los
indígenas de tierra firme los mataran y sacrificaran o, peor aún, que
se los comieran. Pese a lo alarmante de los motivos aducidos por los
caciques, Cortés insistió y ofreció más cuentas de vidrio verde, que
los isleños parecían codiciar, y los jefes acabaron por acceder. Cortés
mandó en un bergantín a algunos de sus hombres, al mando de su
capitán y amigo Juan de Escalante. Oculta entre las trenzas de uno de
los mensajeros había una carta en la que se indicaba que Cortés había
llegado a Cozumel con más de quinientos soldados españoles con la
misión de «explorar y colonizar estas tierras», y que contaban con el
apoyo de dos barcos y de cincuenta hombres armados.6
Mientras aguardaba noticias de la expedición, Cortés exploró la
isla de sus anfitriones. Se fijó en que había casas bien construidas,
ordenadas y limpias, así como otros indicios de una civilización de
sarrollada, entre ellos «libros», cortezas estiradas en las que había pin
tados una serie de elaborados dibujos. Lo que más le llamó la aten
ción fue una voluminosa estructura piramidal, un templo construido
con bloques de piedra caliza y provisto de un adoratorio en la cús
pide, orientado hacia el mar. Cortés trepó por los escalones de la
pirámide y, al llegar al templo, observó que el pabellón estaba man
chado con sangre de codornices decapitadas y de perros domestica
dos, canes semejantes a pequeños zorros que la gente se comía.Tam-
bién había huesos apilados a modo de ofrenda. A Cortés y sus
hombres esos ídolos les parecieron monstruosos, incluso terroríficos.
Había uno particularmente curioso: era hueco, estaba hecho de ba
rro cocido y estaba adosado a una pared de piedra caliza con una
26
I.A PARTIDA HACIA NUEVA ESPAÑA
27
C O N Q U IS T A D O R
28
I.A PARTIDA HACIA NUEVA ESPAÑA
29
La Habana Océano
Atlántico
YUCATAN
J A M A IC A
Rica
Paso del
\ *N,
Nombre Jalapa
de Dios
poala
Juan
Ulua
O rizab a
C O N Q U IS T A D O R
Mientras la flota surcaba las aguas del océano, Cortés le pidió a Agui
jar más información sobre el pueblo maya para tratar de averiguar si
se mostraría o no hostil. En 1517 los mayas del continente habían
logrado repeler la expedición del capitán Francisco de Córdoba en
Champoton, matando a veinte de sus soldados y dejando gravemen
te heridos a más de la mitad de los expedicionarios, entre ellos al
propio capitán. Córdoba había regresado a Cuba y fallecería poco
después, pero como a su regreso trajo consigo oro, este hecho consi
guió que el interés por la región no decayera. Mientras su flota se
hallaba en Isla de Mujeres para abastecerse de agua y sal. Cortés me
ditaba sobre cómo lo recibirían a él.
Gracias a vientos favorables, la flota bordeó rápidamente los seis
cientos cincuenta kilómetros de costa de la península de Yucatán y
alcanzó las aguas meridionales del golfo de México, donde pasaron
frente al lugar donde había acaecido el desastre de la expedición de
Córdoba. Cortés, patriota hasta la médula y dispuesto a vengarse,
sopesó la posibilidad de realizar una visita a los habitantes de la zona,
pero el piloto, Alaminos, que había detectado vientos desfavorables y
recordado que en la zona había escollos y bajíos, le aconsejó no ha
cerlo, así que prosiguieron su camino. Cortés ordenó al capitán Alon
so de Escobar, cuyo barco era «muy velero y demandaba poca agua»,1
que se avanzara y explorara la zona. Después de que los vientos lo
desviaran por un tiempo de su ruta, Escobar encontró refugio en un
puerto llamado Puerto Deseado, donde, para su sorpresa, un lebrel,
abandonado dos años antes durante la expedición de Grijalva, salió
de la espesura aullando, ladrando y meneando el rabo. El animal ha
bía engordado a consecuencia de la abundante fauna del lugar, y
33
C O N Q U IS T A D O R
34
I.A IIATAITA C O N T R A I O S TARASCANOS
35
C O N tJ U IS T A Ix m
36
LA BATALLA C O N T R A LOS TARASCANOS
37
C O N Q U IS T A D O R
38
I A HATAU.A C O N T K A LOS TAHASCANOS
39
C O N Q U IS T A D O R
40
1 A HATA1.1.A C O N T R A l.OS TAUASCANOS
y los ataron, y a algunos de ellos los trataron de los cortes que habían
sufrido. Cortés ordenó a sus hombres descansar y que se dispensara
atención médica a los heridos; ascendían a casi una quinta parte de
su fuerza de combate, si bien muchas de las heridas no revestían im
portancia. Bernal Díaz, uno de aquellos soldados, afirmó que «apre
tamos las heridas a los heridos con paños, que otra cosa no había, y
se curaron los caballos con quemarles las heridas con unto de un
indio de los muertos, que abrimos para sacarle el unto».15 Esa noche
otro centenar de españoles cayeron enfermos aquejados de fiebres,
calambres y malestar general, probablemente de resultas de haber
bebido agua en mal estado de los arroyos, unido ello al calor y la
humedad opresivos. Milagrosamente, solo dos de los hombres de
Cortés habían muerto en el llano de Cintla, uno con la garganta
rebanada y otro a causa de una flecha que le había perforado el oído.
Era el 25 de marzo de 1519, y la conquista de América había empe
zado con todas las de la ley.
Cortés y sus hombres durmieron armados por si las hostilidades
volvían a estallar, pero la noche transcurrió tranquila. A la mañana
siguiente, unos treinta emisarios tabascanos llegaron al campamento
vestidos con sus mejores galas (mantos adornados con plumas y tú
nicas elegantemente bordadas); consigo traían como obsequio tortas
de maíz, aves, fruta y pescado. Por mediación de Aguilar pidieron ver
al jefe español, y cuando Cortés hizo acto de presencia le pidieron
que les permitiera adentrarse en la sabana para incinerar y enterrar a
los caídos en combate, y evitar así que empezaran a heder y que los
devoraran los jaguares y los pumas. Cortés accedió, pero a condición
de que el principal cacique de Potonchán fuera personalmente al
campamento a negociar un tratado.
Más tarde llegó un jefe con un séquito de ayudantes que llevaban
más comida y obsequios, entre ellos varios objetos de turquesa y, más
importante aún, relucientes máscaras, esculturas y diademas de oro.
Cortés se fijó en que los caballos parecían aterrorizar al jefe y sus
asistentes, así que el sagaz capitán urdió un plan para cimentar su
victoria y obtener lo que en realidad quería: que los indígenas se
sometieran y le proporcionaran información. Puesto que esos hom
bres nada entendían de caballos o armas de fuego, ordenó que un
41
C O N Q U IS T A D O R
El mensaje de Moctezuma
43
C O N Q U IS T A D O R
44
El MENSAJE DE M O CTEZU M A
45
C O N Q U IS T A D O R
46
1:1 MENSAJE l»E M O C TE Z U M A
habían visto y aprendido. Díaz del Castillo, que recordaba con preci
sión la escena, señaló que Tendile ordenó a los pintores «pintar al
natural rostro, cuerpo y facciones de Cortés y de todos los capitanes
y soldados, y navios y velas e caballos, y a doña Marina [la Malinche]
e Aguilar, hasta dos lebreles».7
Cortés decidió ofrecer una demostración de fuerza a los artistas
y, por extensión, a ese gobernante llamado Moctezuma. Ordenó a la
caballería montar y realizar una serie de rigurosos ejercicios militares
con la armadura puesta y las espadas desenvainadas, reluciendo a la
luz del sol, y los artilleros dispararon sus piezas de artillería a corta
distancia. Tendile, los nobles y los miles de siervos se estremecieron
llenos de asombro y temor, maravillados ante las violentas explosio
nes. Los disciplinados artistas registraron esos fenómenos, incluidas
las nubes de humo producidas por las descargas, que destruyeron por
completo un árbol que había cerca de allí. A continuación se dedica
ron a pintar con todo lujo de detalles las naves que permanecían
ancladas frente a la costa — nunca habían visto unas tan grandes, asi
que las llamaron «casas flotantes»— y, fascinados por los caballos y los
perros, los dibujaron correteando por la playa (en el caso de los mas
tines, con la lengua colgándoles de las fauces y echando chispas por
los feroces ojos).8 La imponente exhibición militar infundió literal
mente un temor divino en Tendile y sus hombres, puesto que las
armas y los animales eran tan poderosos y novedosos que Tendile se
preguntó si Cortés y esas criaturas no serían teules (dioses).*9
Tendile preguntó entonces por el casco que llevaba uno de los
soldados españoles que había ejecutado los ejercicios militares en la
playa. Pidió examinarlo de cerca. Tendile observó que el casco, me
tálico y provisto de una cresta que lo recorría graciosamente, guar
daba un notable parecido con los que llevaban los dioses de la guerra
aztecas, incluidos Huitzilopochtli y Quetzalcóatl. Tendile dijo que
Moctezuma estaría muy interesado en ver ese casco y le preguntó a
Cortés si podía llevárselo prestado para enseñárselo a su señor. De
nuevo decidido a sacar provecho de la ocasión, Cortés le respondió
* Los españoles, incluido Berna! Díaz, interpretaron que el término teiile sig
nificaba «dios» o «ser divino», fuera eso correcto o no.
47
C O N Q U IS T A D O R
48
El. MENSAJE l>E M O CTEZU M A
Unos diez días después, Tendile regresó del interior al frente de una
comitiva compuesta por una larga hilera de más de un centenar de
porteadores. Cuando llegaron frente a Cortés,Tendile y otro impor
tante jefe mexicano besaron la tierra con la mano y perfumaron a los
españoles con el humo del incienso que ardía en braseros de barro
cocido. A continuación, los sirvientes de Tendile extendieron en el
suelo numerosas esteras de presentación llamadas «petates», sobre las
que esparcieron generosos obsequios que Moctezuma le enviaba a
Cortés: platos, ornamentos y sandalias, todos ellos de oro puro, así
como un arco y una docena de flechas de oro macizo. Asimismo,
dejaron en el suelo dos enormes discos de oro y plata que, según
Díaz del Castillo, parecían ruedas «tan grandes como de una carre
ta».12 Uno de estos impresionantes discos, cuyo pesado oro estaba
primorosamente grabado con imágenes de plantas y animales, repre
sentaba al sol, mientras que el de plata, un poco más grande, simbo
lizaba la luna. Cortés y sus hombres quedaron también maravillados
al ver los vestidos de algodón, hábilmente tejidos y estampados con
vivos colores, y los mantos adornados con plumas, de inestimable
belleza y valor, elaborados por habilidosos artesanos. Las joyas — gar
gantillas, collares y brazaletes de oro— llevaban engastadas piedras
preciosas de gran brillo y perlas relucientes. En las esteras había asi
* Su nombre real era algo asi como Malinali, que los españoles pronunciaban
mal y acabó por convertirse en Malinche (el nombre con que ahora normalmente
se la conoce). Los españoles la bautizaron y se refirieron a ella como doña Marina.
49
C O N Q U IS IA m m
50
El. MENSAJE DE M O C TEZU M A
51
C O N Q U IS T A D O R
En las alturas del valle de México, Moctezuma debía tomar una di
fícil decisión. El monarca azteca, profundamente espiritual — había
sido sumo sacerdote antes de ser coronado emperador— , pidió con
sejo a sus sacerdotes, quienes sugirieron expulsar de inmediato a los
invasores españoles y mandarlos de vuelta al lugar de donde proce
dían o, mejor aún, matarlos. Por medio de sus espías y emisarios,
Moctezuma estaba ya al tanto de que, a lo largo de su ruta, Cortés y
sus hombres habían destruido templos y sustituido los ídolos nativos
por los suyos, un hecho que confundía e intrigaba a Moctezuma.
Además, esos españoles, esos teules, tenían a su servicio extrañas bes
tias — podían subirse a lomos de ciervos desprovistos de cuernos y
convertirse en un solo ser— y transportaban fuego y relámpagos en
las manos. El informe de uno de los mensajeros afirmaba lo siguien
te de los extranjeros: «Sus aderezos de guerra son todos de hierro:
hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro
son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas.
Los soportan en sus lomos sus venados.Tan altos están como los te
chos».16 Los sacerdotes del emperador realizaron augurios y profecías
funestas, entre ellas una que decía: «Que está ya dicho y tratado en el
cielo lo que será, porque ya se nombró su nombre en el cielo, y lo
que se trató de Motecuhzoma, que sobre él ante él, ha de suceder y
pasar un misterio muy grande: y si de esto quiere nuestro rey M ote
cuhzoma saber, es tan poco, que luego será ello entendido, porque a
quien se mandó presto vendrá».17 El augurio más desconcertante,
que ya constituía una creencia generalizada entre los sacerdotes de
Moctezuma, era que una profecía muy antigua por fin se estaba
cumpliendo, a saber: que Cortés, aquel extraño y poderoso invasor
barbudo, quizá era en realidad el dios-serpiente emplumada Q uet-
zalcóatl que había regresado. Después de todo, había llegado a tierras
mexicanas el año 1-caña, que ocurría solo cada cincuenta y dos años,
52
EL MENSAJE DE M O CTEZU M A
* Los aztecas usaban al menos dos calendarios, uno agrícola o solar, llamado
xiuhpohualli, y otro sagrado o ritual, denominado tonalpohualli. Este último era un
sistema caléndrico que empleaba ciclos de cincuenta y dos años y el concepto de
«grupos de años». El sagrado tonalpohualli usaba un par de ciclos interconectados:
uno de trece números y otro de veinte nombres de día.
53
C O N Q U IS T A D O R
54
El MENSAJE DE M O C TE Z U M A
55
C O N Q U IS T A D O R
56
Kl MKNSAJI: l>li M O CTF./.U M A
57
C O N Q U IS T A D O R
centes de los aztecas. El término totonaca se refiere a los miembros de dicha federa
ción, mientras que cempoalís alude a los totonacas que vivían en la mencionada
Cempoala.
58
1.1 MENSAJE 1>E M O C TE Z U M A
59
CO N Q U ISTA D O !*
61
C O N Q U IS T A D O R
orden y sin prisas, cada uno portando un bastón curvo y una rosa en
la nariz (un signo distintivo de la clase alta).Junto a ellos había sirvien
tes que removían el aire con matamoscas, y lucían túnicas y taparrabos
bellamente bordados. Los recaudadores pasaron junto a Cortés y sus
hombres sin dirigirles la mirada o reparar siquiera en su presencia.1
Al poco llegaron nobles totonacas que se afanaron en buscarles
un sitio apropiado en el que sentarse y agasajarlos con copiosas can
tidades de comida y bebida. Ofendido por el aire imperial de los
recaudadores y el caso omiso que le habían hecho, Cortés envió a la
Malinche para que averiguara lo que pudiera sobre los visitantes. Al
llegar, se encontró con que los recaudadores aztecas ya había dado
buena cuenta de la comida (incluidos pavos y chocolate) y estaban
reprendiendo con vehemencia a los caciques totonacas por haber
recibido pacíficamente a los españoles y haberlos hospedado sin el
permiso de los aztecas (y, por extensión, de Moctezuma). Como
castigo por tamaño atrevimiento, exigieron la entrega inmediata de
veinte hombres y mujeres jóvenes para los sacrificios rituales, que
habría que añadir a los demás tributos por los que habían venido.
Cuando la Malinche le comunicó la demanda a Cortés, este ideó
rápidamente una estratagema. Se reunió en secreto con uno de los
señores totonacas de Quiahuiztlán y le ordenó que enviara algunos
guerreros con la misión de apresar a los aztecas, atarlos a un palo y
luego confinarlos en una vivienda adyacente a la de Cortés, someti
dos a una estricta vigilancia.Temiendo la reacción de Moctezuma, el
cacique totonaca carraspeó y balbució, pero Cortés le aseguró que
todo iría bien. Si los totonacas querían recibir la ayuda de Cortés,
debían confiar en él y tener fe en sus métodos. En adelante iban a
dejar de pagar tributos de ningún tipo a los aztecas. Así pues, los to
tonacas maniataron a los recaudadores. Todos sus sirvientes huyeron
entre la maleza y corrieron a informar de la captura de los nobles.
Esa noche Cortés ordenó a sus guardias que, asegurándose de
que los totonacas no se dieran cuenta, liberaran a escondidas a dos
de los recaudadores aztecas y los llevaran ante su presencia. Los guar
dias cumplieron la orden y a continuación, en una elaborada e inte
ligente treta, Cortés mandó llamar a Aguilar y la Malinche para ha
blar con los prisioneros. Les dieron a entender que solo estaban
62
III.R N A N C O R iliS Si: JU FC A f-I.T O IK ) l'O R til .T O IK )
63
C O N Q U ISTA D O R .
y evitar una nueva fuga. Pero, una vez a bordo, y sin ser vistos por los
totonacas. Cortés mandó quitar los grilletes a los tres aztecas y les
transmitió el mismo mensaje que a sus compañeros. El ardid dio re
sultado; cuando los corredores llegaron a Tenochtitlán e informaron
del encarcelamiento de los recaudadores, Moctezuma m ontó en có
lera y amenazó con represalias. Sin embargo, poco después llegaron
los primeros prisioneros en ser liberados y explicaron que Cortés los
habia tratado muy bien y que, por fortuna, los había puesto en liber
tad, ya que, de lo contrario, los totonacas seguramente los habrían
ajusticiado.
Las maquinaciones de Cortés, su juego a dos bandas, estaban
funcionando a la perfección. Los totonacas estaban atónitos e impre
sionados por el coraje del capitán general español. Apenas podían
creerse que se hubiera atrevido a tratar con tanta dureza a los aztecas
y les maravillaba que no mostrara tem or alguno por las consecuen
cias que ello pudiera acarrear; asimismo, estaban encantados de no
tener que seguir pagando tributos. A su vez, al menos momentánea
mente, Cortés había conseguido aplacar a Moctezuma, que, en lugar
de castigar a los españoles, decidió enviarles una pequeña delegación
con más regalos.3 Cuando los enviados llegaron, explicaron que el
emperador azteca todavía no podía recibirlos, pero esta vez el tono
parecía haberse suavizado. Cortés aceptó de buen grado los obse
quios y entregó los tres recaudadores a los nobles que encabezaban
la delegación, sobrinos de Moctezuma, que parecían satisfechos
cuando se marcharon. Los subterfugios y maniobras diplomáticas de
Cortés estaban dando sus frutos.
La siguiente tarea que Cortés acometió fue construir el fuerte y
la villa. En un vasto llano situado a unos dos kilómetros y medio
tierra adentro de Quiahuiztlán, eligió el sitio exacto donde levantar
la fortaleza y sus correspondientes torres de defensa. Constaría de un
mercado, una iglesia, un granero y de todos los edificios públicos que
requiere una ciudad como Dios manda. La cercana bahía, descubier
ta por Montejo y elegida por sus tranquilas aguas, protegidas del
azote periódico de los vientos del norte, era apropiada para las acti
vidades marítimas y comerciales, que Cortés esperaba serían pujan
tes. Entusiasmado por la perspectiva, Cortés trabajó rápido y a desta
64
III K N AN CO K TI-S S K JU I íCJA i;i T O D O l'O K R t.T O IIO
65
C O N Q U IM A M O R
66
l ll k N Á N C O I llíiS M .JU i:<iA til IO D O l'O R I-I T O D O
67
coNguiMAium
ban tenor a los españoles por hermanos y que esperaban que esas
jóvenes les dieran descendencia. (Después Cortés entregaría una de
las mujeres a Alonso Hernández de Puertocarrero, en compensación
por haberle arrebatado a la Malinche.) Haciendo gala de una hábil
capacidad de improvisación, Cortés sacó provecho del regalo. Agra
deció el gesto, pero afirmó que los españoles solo podían aceptar a
las muchachas si se bautizaban como cristianas. Además, reiteró la con
dición de que todos los indígenas de la región abandonaran la prác
tica de los sacrificios humanos. Cortés y sus hombres habían presen
ciado a diario ese ritual, ese acto bárbaro, y se le debía poner fin; de
lo contrario, no se veía con ánimo de mantener la afianza con ellos
y de protegerlos de sus «falsas creencias».*
En cuanto a la eliminación de los ídolos de los templos, los caci
ques y sacerdotes de Cempoala se mostraron en completo desacuer
do. Afirmaron que esos dioses les habían dado buena salud, cosechas
abundantes, un clima benigno e incluso la vida misma, por lo que
sería erróneo abjurar de ellos. Cortés les explicó que, si no lo hacían
ellos mismos, ordenaría a algunos de sus hombres que subieran a las
pirámides y lo hicieran en su lugar. Los totonacas, temiendo que su
mundo tocara a su fin si los ídolos eran destruidos, empezaron a chi
llar, bramar y gimotear, y Tlacochcalcatl apostó guerreros armados al
pie de las pirámides para defenderlas.
Cortés no estaba dispuesto a transigir ni dar su brazo a torcer.
Marchó al frente de cincuenta de sus soldados, con las espadas de
senvainadas y listos para entrar en combate. A medida que se aproxi
maban a la base de la pirámide, los totonacas tensaron sus arcos y les
apuntaron. Entonces Cortés avanzó hacia donde estaba Tlacochcal
catl y lo sujetó a punta de espada. A través de la Malinche, exigió que
dejaran pasar a sus hombres pues, de lo contrario, matarían allí mis
mo al cacique y los sacerdotes. En medio de un silencio sepulcral, la
* Díaz del Castillo también había sido testigo de la práctica: «Cada día sacri
ficaban delante de nosotros tres o cuatro o cinco indios, y los corazones ofrecían a
sus ídolos y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y brazos y
muslos, y los comían como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra,
y aun tengo creído que lo vendían por menudo en los tiangues, que son mercados»,
68
iie k n An c u r i e s s u j u e g a ui . t o d o w m i;i r o ñ o
69
C O N QUISTA DOR
todos los canteros del poblado. Subieron hasta la plataforma con re
cipientes de barro y de madera repletos de cal, encalaron toda la zona
del templo, limpiaron a conciencia la sangre seca incrustada en el
suelo, en las paredes y en la superficie de la piedra sacrificial, y, por
último, quemaron incienso para eliminar el olor a sangre. A conti
nuación, Cortés ordenó erigir un altar y cubrirlo con mantos de lino
y rosas de agradable olor, y mandó llamar a cuatro de los sacerdotes
para que custodiaran el nuevo santuario y se ocuparan de él; además,
como parte de su conversión, les obligó a cortarse el pelo, que a al
gunos les llegaba hasta el suelo, y les proporcionó hábitos blancos en
sustitución de los negros. A los nuevos custodios se les enseñó a fa
bricar velas y se les encomendó la tarea de mantener alguna siempre
encendida sobre el altar, iluminando tanto la cruz de madera, recién
levantada, como la figura de la Virgen María. Dada la meticulosidad
habitual de Cortés en estas cuestiones, cabe destacar que los sacerdo
tes totonacas no fueron bautizados.11
Para finalizar el reemplazo de religiones, Cortés pidió al padre
Olmedo que oficiara una misa ante todos los caciques totonacas,
mientras la multitud de espectadores congregados en la base de la
pirámide observaba la ceremonia y escuchaba atentamente la misa
en español, traducida por la Malinche. Finalmente, como condición
para aceptarlas. Cortés insistió en que las ocho vírgenes que el oron
do cacique de Cempoala le había dado poco antes fueran bautizadas
e iniciadas en las enseñanzas del cristianismo. Una vez satisfecha la
exigencia, el caudillo español distribuyó las chicas entre sus hombres,
descendió las gradas de la nueva pirámide-iglesia y regresó a Villa
Rica. Mientras la caballería española se alejaba, los ídolos seguían
ardiendo, lanzando una espesa humareda negra que cubría toda la
llanura costera.12
70
iii r n An c o r tés seju ec a la r o n o por f.l t o d o
71
CONgUrSIAIKIK
* Estas cinco misivas han dado en llamarse Carlas de relación. Escritas a lo largo
de siete años y dirigidas directamente al rey Carlos 1 de España, constituyen uno de
los relatos de primera mano más impresionantes y detallados de la conquista de Amé
rica. Aunque hay que leerlas con suma prudencia, entendidas como documentos de
alto contenido político y analizadas en relación con el resto de las crónicas, tanto
españolas como indígenas, resultan muy útiles para entender la mentalidad y el carác
ter de Hernán Cortés. En las cartas, Cortés recalca de manera reiterada y vehemente
su lealtad al rey y a la Iglesia.
72
i i i .r n A n CORTAS SE JUEG A EL T O D O l’O R el t o d o
guíente. Cortés debió de calcular que, si todo iba bien, para cuando
tuviera noticias del monarca ya se habría apoderado de un botín
mucho más suculento que ese tesoro: el mismísimo imperio azteca.
El desasosiego cundió entre algunos integrantes de la colonia
cuando vieron zarpar al piloto Alaminos. Los partidarios más intran
sigentes de Velázquez clamaron al cielo, anhelando embarcar de re
greso a Cuba, donde los esperaban sus mujeres, sus granjas y el bienes
tar material de sus hogares; un deseo que aumentó cuando vieron
claras las intenciones de Cortés de marchar tierra adentro. Hacía dos
meses que estaban en la inhóspita costa deVeracruz y, a su modo de
ver, habían alcanzado los objetivos iniciales. Estaban hambrientos y
cansados, y algunos todavía padecían enfermedades tropicales. Q ue
rían volver a casa. Al principio Cortés aparentó mostrarse compren
sivo y les dijo que permitiría marcharse a quien así lo deseara, pero
no tardó en cambiar de opinión so pretexto de que, para la empresa
en la que estaban a punto de embarcarse, necesitaría a todos los
hombres para enfrentarse a los ignotos peligros que les esperaban.
Todo hacía presagiar el estallido de un motín. U n pequeño con
tingente de partidarios de Velázquez (encabezados por Pedro Escu
dero, Velázquez de León, Diego de Ordaz y un hábil piloto llamado
Gonzalo de Umbría) se reunieron en secreto y planearon subir a
bordo de uno de los bergantines, matar al capitán, tomar el navio y
hacerse a la mar en pos del barco que transportaba el tesoro, con el
objetivo de apresarlo y entregárselo aVelázquez. Por la noche inicia
ron los preparativos (cargaron tasajo, raciones de pan de mandioca,
agua, aceite y algunos pescados locales) y planearon zarpar sigilosa
mente a medianoche. N o obstante, uno de los conspiradores al pare
cer perdió los nervios por miedo a la reacción de Cortés en caso de
ser descubiertos y decidió revelarle la conjura; tenía motivos sobra
dos para temer al capitán general.
Cortés ordenó arrestar a todos los conspiradores conocidos y,
para dar ejemplo a sus tropas, impuso de inmediato duras condenas.
El principal implicado, Escudero, sería ahorcado; al piloto Gonzalo
de Umbría le cortarían los pies; uno de los marineros rasos iba a re
cibir doscientos azotes en presencia de toda la tropa, y uno de los
curas de la expedición,Juan Díaz, sería encarcelado durante un tiem
73
C O N Q U ISTA D O R
Cortés, ocupado en los preparativos para una marcha por las tierras
del interior, evaluó cuántos efectivos y armas tenía a su disposición.
Tendría que dejar algunos soldados en Villa Rica para que custodia
ran el fuerte y siguieran trabajando en la construcción de los edifi
cios, mientras que los heridos y los enfermos también se quedarían
para recuperarse, habida cuenta la dificultad de cruzar las montañas,
que podían verse en la distancia. Permanecerían en Villa Rica ciento
cincuenta hombres a las órdenes de Juan de Escalante, a quien se le
encomendó la tarea de mantener a los hombres en forma y prepara
dos, mantener relaciones cordiales con los nativos de la costa y vigi
lar las aguas del Golfo por si se producía alguna actividad marítima,
amiga u hostil.
El viaje hacia las montañas y a través de ellas prometía ser muy
duro, por lo que Cortés pidió ayuda a los caciques cempoaleses.
Tras deliberarlo, acordaron proporcionarle cincuenta guerreros ex
perimentados y, más importante aún, varios centenares de portea
dores que ayudaran a cargar con el equipo y el armamento, inclui
dos los pesados falconetes, que disparaban balas de tres libras, o
incluso piedras redondas y lisas en caso de andar cortos de muni
ción. La mayoría de los cañones más grandes, las lombardas, eran
demasiado pesados para ser transportados aun con la suma de los
porteadores nativos y del centenar de sirvientes cubanos que queda
ban, de modo que se dejó la mayor parte de ellos enVera Cruz para
defender el fuerte; allí podrían ser montados como era debido y
apuntados desde posiciones fijas. Asimismo, para facilitar la tarea a
los porteadores y poder avanzar más rápido, Cortés encargó a uno
de sus carpinteros que construyera algunas carretas de madera pro
vistas de ruedas, que soportaran mucho peso y las inclemencias del
75
CO N Q U ISTA D O R
76
HACIA l.AS M O NTAÑAS
77
CO N Q U ISTA D O R
78
HAC IA CAS M O N T A Ñ A S
Paso del
Nombre
de Dios
Cem poala
Orizaba
79
CO N Q U IS IADOR
80
HACIA l AS M O NTAÑAS
afirmó, era lina fortaleza impenetrable situada sobre una gran laguna
y accesible solamente a través de tres calzadas provistas de puentes
levadizos. Cuando estos eran izados, nadie podía entrar o salir de la
ciudad salvo en canoa. La belleza de la ciudad era indescriptible, afir
mó Olintetl, y añadió que la extensión y el poder del imperio de
Moctezuma eran tan grandes que, con el paso de los años, había
acumulado una fortuna incalculable en oro y plata, en buena parte
gracias a la conquista de las ciudades-Estado vecinas."
Esta última información despertó el interés de Cortés, quien le
preguntó a Olinted si poseía oro ya que estaba interesado en obtener
algunas muestras para llevárselas a su emperador cuando regresara a
España. Olinted contestó que sí, que tenía oro, pero que no estaba
autorizado a darles a los españoles sin el permiso directo de Mocte
zuma. Cortés, ofendido por el rechazo, replicó que no tardaría en
obtenerlo directamente de Moctezuma, a quien iba a visitar. Indig
nado aún por las evidencias de sacrificios humanos recientes, Cortés
lanzó un sermón sobre las virtudes del cristianismo y los males de los
cultos falsos, y llegó a sugerir que se erigiera una cruz en el principal
adoratorio. N o obstante, el padre Olmedo le aconsejó no hacerlo
porque un acto así podría provocar hostilidades. Cortés le hizo caso
y dejó correr el asunto.
Cortés permaneció en Xocotlán por espacio de cuatro días, du
rante los cuales las tropas recibieron provisiones de comida escasas, si
bien suficientes para subsistir. Los españoles estaban impresionados
con la organización del poblado, sobre todo con la cuidada agricul
tura: hileras de cactus gigantes y extensas plantaciones de maguey,
con sus anchas hojas verdes con rayas amarillas y sus flores, de un
color amarillo intenso, abriéndose sobre sus largos tallos. Según les
dijeron, los lugareños quitaban las espinas a las hojas de cactus nopal
y se las comían, y el jugo del interior de la planta de maguey lo de
jaban fermentar hasta que se convertía en una bebida alcohólica lla
mada octli (hoy en día se denomina «pulque» y la toman en México).
Asimismo, explicaron a los españoles que los poblados tenían leyes
contra la embriaguez pública.12 Mientras recuperaban fuerzas, los
españoles recibieron la visita de aldeanos fascinados, llenos de curio
sidad por ver los caballos, los perros y el extraño armamento de
81
C O N QUISTA DOR
82
HACIA LAS M O NTAÑAS
83
CO N Q U ISTA D O R
84
HACIA l.AS M O NTAÑAS
85
CO N Q U ISTA D O R
86
HACIA LAS M O NTAÑA S
87
C O N Q U ISTA D O R
que Bernal Díaz del Castillo ofrece una cifra más modesta, cuarenta mil. Otras
fuentes confirman que el jefe Xicotenga podía reunir rápidamente a cuarenta mil
guerreros para luchar contra los enemigos aztecas.
88
HACIA I.AS M O NTAÑAS
89
C O N QUISTA DOR
90
HACIA l AS M O N I AÑAS
91
CO N Q U ISTA D O R
92
HACIA I AS M O N I AÑAS
93
C O N Q U I S I ADOK
94
HACIA I AS MONTAÑAS
* Algunos de los cronistas, entre ellos el propio Cortés, afirman que el caudi
llo extremeño ordenó amputar la mano entera a los espias, pero eso suena a exage
ración y resulta harto improbable ya que seguramente hubieran muerto desangra
dos antes de llegar a Tlaxcala. Diaz del Castillo menciona que «dellos se cortaron
las manos y a otros los dedos pulgares», lo cual parece más verosímil.
95
C ON QUISTA DOR
La matanza de Cholula
97
C O N QUISTA DOR
* Cortés había dicho que solo las aceptaría si los tlaxcaltecas destruían sus
Ídolos y dejaban de practicar sacrificios humanos, y más tarde consintió aceptarlas
solo si se les permitía bautizarse. Una vez bautizadas, Cortés las distribuyó entre sus
hombres.
98
I A MATANZA DK CHOLUI.A
99
CONQUISIADOK
100
LA MATANZA l>K CIIOLULA
101
C O N Q U IS T A D O R
102
l.A MATANZA DE CHOLUl.A
103
C O N Q U IS T A D O R
104
I.A M ATANZA l>R CMOtUl.A
105
C O N Q U IS T A D O R
Cuando los nobles Llegaron, Cortés, con toda calma, les agradeció su
hospitalidad y les dijo que las tropas españolas se irían al día siguien
te por la mañana para no seguir suponiéndole una carga al amable
pueblo de Cholula. Los nobles cholultecas acordaron proporcionarle
algunos porteadores para el viaje.
Cortés convocó acto seguido a sus capitanes para discutir qué
debian hacer. N o se pusieron de acuerdo, y algunos señalaron que lo
mejor sería regresar a Tlaxcala o que, en caso de que tuvieran que
seguir avanzando hacia México, al menos tomaran una ruta alterna
tiva. Pero Cortés tuvo otra idea: asestar un golpe preventivo a modo
de castigo ejemplar que resonara por todas las llanuras yermas hasta
llegar al valle de México.
Aparentando que los españoles estaban ocupados con los prepa
rativos para reanudar la marcha. Cortés pidió a todos los caciques de
Cholula que se congregaran en el extenso patio central del templo
de Quetzalcóatl para poder despedirse de ellos, y también que se
concentraran allí los porteadores cholultecas que iban a acompañar
los en el viaje. A continuación, Cortés pidió hablar en privado con
los dirigentes de la ciudad, con la alta nobleza, en sus aposentos. Una
vez que estuvieron dentro, Cortés atrancó las puertas, los acusó de
conspirar con los aztecas y les dijo que conocía sus planes y que, por
ese motivo, iban a morir. Al principio los caciques negaron su acto
de traición, pero, cuando los presionaron, culparon del ardid a M oc
tezuma y dijeron que, como serviles tributarios suyos, no les queda
ba otra opción. Por entonces el patio central del templo de Q uet
zalcóatl estaba ya atestado de cholultecas, entre ellos la mayoría de
los dignatarios de la ciudad y los numerosos porteadores que el
conquistador español había mandado llamar. Entonces, Cortés hizo
señales a un arcabucero para que efectuara un disparo, la señal con
venida para que diera comienzo la matanza. Los soldados españoles
entraron en el patio y bloquearon todas las salidas. La infantería,
integrada tanto por españoles como por los pocos tlaxcaltecas a los
que se había permitido entrar en la ciudad, entró en tropel en el
atestado patio blandiendo sus espadas y lanzas, secundada por los
ballesteros y arcabuceros. Los soldados se abalanzaron sobre los allí
congregados, en su mayor parte desarmados, y perpetraron una au
106
LA MATANZA l>E CHO LU LA
107
C O N Q U IS T A IK m
108
I A MATANZA DE C M O t.U l A
109
C O N Q U IS T A D O R
111
i.oN yuisiA ixm
caballos tropezaban cada dos por tres con las rocas del camino. C or
tés empezó a plantearse si sería capaz de conducir a la expedición
por ese lugar inhóspito y hostil o si morirían todos allí mismo, en la
laida de la montaña. Avanzaban muy lentamente, apenas unos kiló
metros al día, y de vez en cuando se encontraban a su paso con pe
queñas aldeas donde paraban para descansar uno o incluso dos días,
tras lo cual reanudaban la marcha mientras vientos cortantes sopla
ban con furia en las gargantas situadas más abajo. Por la noche, los
porteadores nativos, ligeros de ropa, tiritaban de frío; los españoles no
lo pasaban tan mal al llevar puesta la armadura, pero, en contraparti
da, ascendían balanceándose por el peso de la carga.1
Cuando la expedición se estaba aproximando al humeante Po-
pocatépetl (en náhuatl, «la montaña que humea») y al Iztaccíhuatl
(«mujer blanca»), otro volcán situado junto a aquel, Cortés divisó una
fiimarola que subía como una flecha hacia el cielo y decidió investi
gar ese sorprendente fenómeno natural. Envió a Diego de Ordaz
(uno de los hombres deVelázquez que había participado en la cons
piración en Vera Cruz, cuya lealtad Cortés quizá quería poner a
prueba) y a otros nueve soldados para que exploraran la montaña y
averiguaran si entrañaba algún peligro; además, pensó que desde lo
alto de la montaña tal vez podían verse el valle de México yTenoch-
titlán. Ordaz se llevó consigo a varios porteadores tlaxcaltecas e
inició el ascenso, al tiempo que Cortés y los demás hombres se diri
gían lentamente hacia el desfiladero situado entre los dos impresio
nantes picos nevados, donde acamparon y reposaron en un collado,
un lugar que tenía una gran importancia para los mexicas. La leyen
da decía que, durante el vuelo de Quetzalcóatl entre Tenochtitlán y
Cholula, sus acompañantes, enanos y jorobados, se habían quedado
dormidos y habían muerto congelados en ese paraje remoto y deso
lado.2 Cortés y sus hombres, ateridos de frío, debieron de preguntar
se si les aguardaba el mismo destino.
Ordaz y sus hombres subieron lenta y fatigosamente por un te
rreno cada vez más inclinado en el que, a medida que se ascendía, las
pistas forestales daban paso a pedrizas muy escarpadas y la densidad
del aire disminuía peligrosamente con cada paso vacilante. Al parar
para descansar, a casi cuatro mil metros de altitud, divisaron la cima
112
l.A «CIUDAD DE LOS SU EÑ O S.
113
C O N Q U IS T A D O R
114
1 A «CIUDAD DE LOS SUEÑOS»
115
C O N Q U ISTA D O R .
116
I.A -CIU D A D DE I.OS SU EÑ O S.
117
C O N Q U IS T A D O R
118
LA «CIUDAD Di; LOS SUEÑOS»
E puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que
n o cabían ... porque estaban llenas las torres y cues y en las canoas y de
todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás
habían visto caballos ni hom bres com o nosotros.Y de que vimos cosas
tan admirables, n o sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por
delante parecía, q u e p o r una parte en tierra había grandes ciudades, y
en la laguna otras muchas, e veíamoslo todo lleno de canoas.15
119
.j k S : ®Zumpango
| |
Laguna de Laguna de
Zumoanao
Zumpango Xaltocan i
Tepotzotlán Xaltocan B atalla de
O tu m b a X
T eo tih u a cán ■
\ _________, 1
mH V
¡IMS—^
---- ~ \
Tenayuca
Calzada de
Laguna de S i í 0Q0
Azcapotzalcóv (2; Texcoco canal para
los b erg a n tine s
_ , T la te lo lc o
Tacuba Diquede
Nezhualcoyotl
alzadadSSJTENOCHTÍTLAN
Chapultepec Calzada de
Iztapalapa
\
Coyoacán /
■V H H
Coyoacán
iCulhuacán
v r~J
J
Laguna de
Laguna de
Xochimilco Chalco }
Chalco
Xochimilco
/ H Xr (.
\ >m
l n 'Tv Elh
o 50km
I.A «CIUDAD DE LOS SUEÑOS»
México— eran una brillante innovación agrícola azteca que habían introducido
alrededor del año 1450. Consistía en estacar el lecho de las lagunas y verter la tierra
del fondo en esos «cercados», que daban lugar a islas provistas de un suelo extraor
dinariamente fértil (al que se añadían fertilizantes que incluían excrementos huma
nos, una forma de gestionar los residuos) que no era preciso irrigar porque las raíces
de los cultivos absorbían agua de la capa freática. El sistema también dejaba los
cultivos inmunes a las heladas. La creación de chinampas fue de vital importancia
para que Tenochtitlán se abasteciera de su propia comida y dejara de depender de
los suministros exteriores, y fue en gran parte responsable del enorme tamaño de la
ciudad, que, con doscientos mil habitantes, superaba con creces la población de las
demás metrópolis mesoamericanas. En su momento de máximo esplendor, las chi
nampas de las lagunas meridionales de Chalco y Xochimilco sumaban aproximada
mente un total de novecientas treinta mil hectáreas.
121
CON QUISTA DO!*.
122
l.A .c:iUI>AI> P E LOS SU EÑ O S.
123
C O N Q U IS IA D O K .
124
I A -CIU D A D l)li LOS S U l'Ñ O S -
125
C O N Q U IS T A D O R
¡Oh, señor nuestro! Seáis muy bien venido. Havéis llegado a vues
tra tierra, a vuestro pueblo y a vuestra casa, México. Havéis venido a
sentaros en vuestro trono y vuestra silla, el cual yo en vuestro nombre
he poseído algunos días. Otros señores —ya son muertos— le tuvieron
ante que yo. El uno que se llamava Itzcóad, y el otro Motecuçoma el
Viejo ...Yo, el postrero de todos, he venido a tener cargo y regir este
vuestro pueblo de México ... Los defuntos ya no pueden ver ni saber
lo que pasa agora. Pluguiera a aquel por quien vivimos que alguno de
ellos fuera vivo y en su presencia aconteciera lo que acontece en la mía.
Señor nuestro, ni estoy dormido ni soñando; con mis ojos veo vuestra
cara y vuestra persona. Días ha que yo esperava esto; días ha que mi
coraçon estava mirando aquellas partes donde havéis venido. Havéis
salido de entre las nubes y de entre las nieblas, lugar a todos ascondido.
Esto es por cierto lo que nos dexaron dicho los reyes que pasaron, que
havíades de bolver a reinar en estos reinos y que havíades de asentaros
en vuestro trono y a vuestra silla. Agora veo que es verdad lo que nos
dexaron dicho ... Descansad agora; aquí está vuestra casa y vuestros
palacios. Tomadlos y descansad en ellos con todos vuestros capitanes y
compañeros que han venido con vos.*26
126
I.A .C IU D A D DI- IO S SUEÑOS»
Ciudad de sacrificio
128
C IU D A D DE SA CRIFICIO
129
C O N Q U IS T A D O R
130
C IU D A D DE SA CRIFICIO
131
C O N Q U IS T A D O R
132
C IU D A D DE SA CRIFICIO
Pocas cosas vivas dejan de comer. Culebras sin cola ni cabeza, pe
rrillos que no gañen, castrados y cebados; topos, lirones, ratones, lom
brices, piojos y hasta tierra, porque con redes de malla muy menuda
barren, en cierto tiempo del año, una cosa molida que se cría sobre el
agua de las lagunas de México, y se cuaja, que ni es hierba, ni tierra, sino
una especie de cieno. Hay mucho de ello y cogen mucho, y en eras,
como quien hace sal, los vacían, y allí se cuaja y seca. Lo hacen tor
tas como ladrillos, y no solo las venden en el mercado [deTenochtitlán],
sino que las llevan también a otros fuera de la ciudad y lejos. Comen
esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcillo de sal, que con
chilmolli* es sabroso.’
133
C O N Q U IS T A D O R
134
C IU D A D DE SA C R IFIC IO
135
C O N Q U IS T A D O R
136
C IU D A D DE SA C R IFIC IO
137
C O N Q U IS T A D O R
139
C O N Q U IS T A D O R
140
I A C O N Q U IS T A l)f.l IM IM RIO
zas en la capital azteca, rodeada por las aguas. Era evidente que, aun
contando con los tlaxcaltecas, muchos de los cuales estaban alojados
en sus barracones, las tropas de Cortés podían ser ampliamente supe
radas en número en caso de que Moctezuma diera la orden de atacar.
Por añadidura, y para acabar de confirmar sus sospechas, los tlaxcal
tecas le informaron de que los aztecas que vivían en las proximidades
habían dejado de dispensarles un buen trato. Una vez más, los protes-
tones tlaxcaltecas señalaron que, si así lo decidían, los aztecas podían
izar los puentes levadizos cuando quisieran y dejarlos atrapados a
todos allí, en la isla. Cortés escuchó atentamente. Era consciente de
que la ancestral animosidad de los tlaxcaltecas hacia los aztecas ha
cía que fueran propensos a recelar y exagerar, pero tenían toda la
razón del mundo en lo tocante a los puentes levadizos. Desde un
punto de vista puramente militar, los españoles y sus aliados estaban
expuestos. ¿Y si era precisamente esa la intención de Moctezuma
desde el principio? Cortés meditó al respecto. Si el emperador azte
ca había planeado tenderles una trampa desde un buen comienzo,
¿por qué le había insistido a Cortés en que no se desplazara aTenoch-
tidán bajo ningún concepto? N o tenía sentido, así que, al menos por
el momento, prefirió hacer caso omiso de los temores expresados
por los daxcaltecas.
Con todo, algunos de los capitanes manifestaron preocupaciones
similares a Cortés, así que celebraron una reunión en la capilla recién
construida para discutir la situación. Cortés, Sandoval, Ordaz, Alvara-
do y Velázquez de León debatieron sobre la situación en que se en
contraban y las diversas opciones que tenían, tanto militares como
políticas. Mientras estaban reunidos, llegaron emisarios tlaxcaltecas
con noticias muy preocupantes de Vera Cruz: Juan de Escalante, el
capitán a cargo de la fortaleza costera, así como otros seis soldados
españoles y numerosos aliados totonacas habían sido asesinados.*
Moctezuma todavía contaba con un sistema de recaudación de tri
141
C O N Q U ISTA ! >(>U
142
i a coNyuisiA m i. imimikio
143
C O N Q l.'I S I A I x m
144
I A C O N Q U IS T A OKI. IM PERIO
145
C O N Q U IS T A D O ».
146
LA C O N Q U ISTA DEL IM PERIO
Cortés y Moctezuma
148
C O R T É S Y M O CTEZU M A
149
C O N Q U IS T A D O R
López diseñó las embarcaciones de tal modo que pudieran ser pro
pulsadas por medio de remos o velas y con capacidad suficiente para
transportar numerosos cañones pesados así como hasta setenta y cin
co soldados y varios caballos. En colaboración con el carpintero jefe,
Andrés Núñez, López acometió la construcción de los navios. R e
clutaron sirvientes de Moctezuma para que cortaran, serraran y
transportaran hasta Tenochtitlán madera deTacuba yTexcoco;la ma
dera fue desbastada y curvada usando vapor para moldear los cascos
de los barcos."1
Poco después de que, tras unos meses de trabajo, los cuatro navios
estuvieran listos y se los considerara aptos para navegar por las lagu
nas, Cortés invitó a Moctezuma a efectuar un «crucero de placer», un
astuto eufemismo para un reconocimiento militar. Cortés insistió en
que la finalidad principal dé las naves era la diversión — navegar y
cazar— , pero a Moctezuma no debió de escapársele que llevaban
artillería pesada, cuatro cañones cada una. Aun así, y aunque ya había
visto los pictogramas de esas «casas flotantes» que le habían traído
desde la costa, quedó fascinado con su carácter innovador, su tamaño
y su agilidad de movimientos en el agua, ya que eran notablemente
rápidos para sus dimensiones. El emperador acompañó a Cortés y la
Malinche en una travesía para cazar; sentado bajo la ornamentada
toldilla junto a varios de sus nobles, Moctezuma notó los efectos
tonificantes del viento en su cara mientras la fuerte brisa de la laguna
hinchaba las velas. El emperador azteca observó con asombro cómo
el navio, de doce metros de eslora e impulsado tan solo por la fuerza
del viento, dejaba atrás fácilmente a sus mejores canoas y remeros,
que quedaron meciéndose en la estela. Esa superioridad naval dejó
perplejo a Moctezuma y no debió de pasarle desapercibida a Cortés,
que entretanto iba tomando cumplida nota de la disposición y la
topografía de las zonas de la laguna, incluidas su profundidad, sus
puntos de atraque y la dirección predominante de los vientos.5Com o
poderoso signo de admiración, los artilleros dispararon los grandes
cañones; Moctezuma sintió una mezcla de admiración y miedo ante
las atronadoras detonaciones. Cortés afirmaría que el emperador ha
bía regresado «muy contento» de esa excursión,6 aunque su diver
sión debió de quedar atemperada por las advertencias de Cortés en
150
COKTfeSY M O CTRZ UM A
151
CO N Q U ISTA D O R .
cía de Oaxaca) para ver las minas mixtecas y los delicados objetos de
oro que se creaban allí, que tenían fama de no tener rival en toda
América. A continuación, Cortés mandó llamar a Diego de Ordaz,
que se había distinguido por su osado ascenso a la cima del Popoca-
tépetl (y que también había expiado su participación en un intento
clandestino de secuestrar un barco para regresar a Cuba), y le ordenó
llevarse diez soldados y seguir a los guías aztecas en busca de oro
hasta la región de Coatzacualco (al sur de Vera Cruz, en la costa del
golfo de México). También le encomendó la misión de buscar un
puerto superior a aquel en el que habían desembarcado, uno de
aguas más profundas y protegidas. Por último, Cortés les pidió a An
drés de Tapia y Diego de Pizarra que exploraran la zona de Panuco,
situada en la costa nordeste, a fin de encontrar oro e inspeccionar las
minas.9 Estaba previsto que las tres expediciones duraran más de un
mes, y aunque se iban a adentrar en tierras desconocidas y potencial
mente hostiles sin contar con la ayuda de intérpretes, se esperaba que
regresaran con mapas detallados y apuntes sobre sus hallazgos.
Para sorpresa de todos, incluso del optimista Cortés, las tres ex
pediciones tuvieron éxito en mayor o menor grado. Atravesaron ju n
glas, montañas y desiertos hasta entonces desconocidos (al menos
para los españoles), trazando las rutas que habían seguido y los hallaz
gos que habían efectuado y proporcionándole a Cortés una imagen
detallada de algunos de los territorios ubicados más allá del valle de
México. Los españoles trajeron de vuelta muchos objetos que les
regalaron a lo largo de la travesía, incluso de tribus y caciques hostiles
a los aztecas. Umbría fue el primero en regresar aTenochtitlán, y lo
hizo con noticias muy buenas: los mixtecas poseían numerosas minas
de oro en funcionamiento y en los ríos de la zona abundaba dicho
metal, que los nativos extraían directamente, separándolo en game
llas. Además, podía extraerse oro de la falda de las montañas cercanas.
Ordaz fue el siguiente en llegar, y aunque no había conseguido lo
calizar un puerto apropiado para cargar los barcos españoles con los
tesoros obtenidos, trajo tanto un botín valioso como buenas noticias.
Cierto cacique de Coatzacualco, un tal Tochel, no solo les había
ofrecido regalos sino que también había pedido convertirse en vasa
llo de Cortés y del rey de España, puesto que, según dijo, hacía mu-
152
C O R T É S Y M O CTEZU M A
clio tiempo que sentía una profunda animadversión hacia los aztecas
e incluso nombró un famoso campo de batalla, «Cuilonemiqui, que
en su lengua quiere decir donde mataron los putos mexicanos».10
Cortés, siempre dispuesto a hacer aliados, encontró reconfortantes
estas noticias. Los últimos en llegar a Tenochtitlán fueron Pizarra y
Tapia, que también trajeron grandes cantidades de oro y noticias
análogas sobre el odio albergado hacia los aztecas en la región de
Panuco, en una escala similar a la de los totonacas y tlaxcaltecas."
153
C O N Q U IS T A D O R
154
C O R T É S Y M O CTEZU M A
en generación por sus antepasados, de que «de donde sale el sol ha
bían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se
había de acabar en aquella sazón el señorío y reino de los mexicanos».1J
El emperador hizo una pausa cuando la voz se le volvió temblorosa
y luego prosiguió. Dijo creer de todo corazón, fruto de sus consultas
con los dioses, que Cortés y los demás españoles eran los hombres
de los que hablaba la profecía. «Si ahora al presente — continuó—
nuestros dioses permiten que yo esté aquí detenido, no lo estuviera,
sino que ya os he dicho muchas veces que mi gran Huichilobos
[Huitzilopochtli] me lo ha mandado.» Al ver que la emoción em
bargaba al antaño orgulloso emperador, hasta los españoles congre
gados allí sintieron lástima y pesar por él. Moctezuma suspiró pro
fundamente y, reteniendo las lágrimas, trató de concluir su discurso:
«E mirad que en dieciocho años que ha que soy vuestro señor,
siempre me habéis sido muy leales, e yo os he enriquecido, e ensan
chado vuestras tierras, e os he dado mandos e hacienda ... Lo que yo
os mando y ruego, que todos de buena voluntad al presente se la
demos, y contribuyamos con alguna señal de vasallaje».Y con estas
últimas palabras, Moctezuma rompió a llorar, al igual que muchos
otros en la sala.14
Cuando el emperador consiguió calmarse, reiteró tartamudean
do que le era preciso contar con el apoyo de sus caciques en esa
materia, y, uno tras otro, todos prometieron «obedecer y cumplir
todo lo que se les pidiera» en nombre del rey Carlos I de España.
Bajo el juramento español (si no el suyo propio), el rey Moctezuma
de los aztecas y todos los caciques del imperio (bien es verdad que
algunos de ellos encadenados y paralizados por el terror, tanto explí
cito como encubierto) juraron fidelidad a España y cedieron el con
trol a Hernán Cortés como el representante del rey español.
155
C O N Q U IS T A D O R
156
C O R T É S Y M O CTEZU M A
inicial que había tenido que realizar en la empresa, que ascendía a una
suma considerable (había comprado la mayor parte de los caballos y de
las provisiones y, junto conVelázquez, había invertido en los barcos).
Además, había que pagar los salarios a los marineros profesiona
les, los navegantes, los capitanes, los curas y demás, y no debían olvi
dar tampoco a los soldados que se habían quedado en Vera Cruz. Así
pues, lo que al principio parecía un tesoro inacabable ascendía ahora
a una suma miserable por soldado, quizá de no más de cien pesos por
cabeza. Ofendidos, muchos se negaron a aceptar tan poco. Los hom
bres se dispusieron a perder en el juego lo que les había tocado.
Además, circulaba el rum or de que Cortés había malversado rique
zas de los palacios, y al final este se vio obligado a apaciguar a sus
disgustadas tropas prometiéndoles más oro e incluso recurriendo a
sobornos, que algunos aceptaron bajo mano.*17
Hernán Cortés había tomado el control del imperio de Mocte
zuma desde un punto de vista político — a su juicio legal— y, tam
bién económico, gracias a la llegada relativamente constante de tri
butos. Sin embargo, aún persistía el problema de las diferencias
religiosas, así que, sintiendo que asía firmemente las riendas del po
der, Cortés decidió que había llegado el momento de dar también
un vuelco espiritual al imperio.
Los sacrificios humanos no habían dejado de producirse desde la
llegada de Cortés a Tenochtitlán. Ahora, de una vez por todas, iba a
exigir que se pusiera punto final a una práctica tan viLTras reunir a sus
intérpretes y un pequeño contingente de soldados entre los que se
encontraba Andrés de Tapia, Cortés se dirigió al Templo Mayor, subió
las empinadas gradas y se plantó en la amplia plataforma de la cúspide.
Cortés y sus hombres blandieron sus espadas y se abrieron paso a tra
vés del cortinaje que colgaba en la entrada al santuario, donde los
españoles se encontraron de nuevo frente a frente con los odiosos y
157
C O N Q U IS T A D O R
158
C O R T É S Y M O C TE Z U M A
160
ESPAÑOL C O N T R A ESPAÑOL
161
C O N Q U IS T A D O R
* Uno de ellos naufragó durante la travesía a causa del mal tiempo y perecie
ron todos sus tripulantes, incluido el capitán de la nave, Cristóbal de Morante, un
buen amigo de Velázquez. Este es el motivo de que suela ser habitual citar la cifra
de dieciocho barcos.
162
KSl’A Ñ O l. C O N T R A liSI'AÑOl.
163
C O N Q U IS T A D O R
164
ESPAÑOL C O N T R A ESPAÑOL
165
C O N Q U IS T A D O R
166
ESPAÑOL C O N T R A ESPAÑOL
de una soga, así que, como Ayllón le había mandado, alteró el rumbo
en dirección a Santo Domingo, en La Española, donde el juez defen
dió a Hernán Cortés ante la Real Audiencia. Posteriormente se envió
a España el acta de las sesiones.7
Hernán Cortés siempre era meticuloso, sobre todo en relación
con los asuntos jurídicos. Una vez que estuvieron prácticamente fi
nalizados los preparativos de la caballería y de los soldados de infan
tería, pensó que sería prudente enviar un enviado personal a la costa,
y para esa importante misión eligió al padre Olmedo, con la esperan
za de que un cura, un siervo de Dios, fuera bien acogido. Cortés le
escribió una carta a Narváez en la que le expresaba su interés en
buscar pacíficamente objetivos comunes y le propoma una colabora
ción que probablemente beneficiaría a ambos. Asimismo, Cortés dijo
que estaría encantado de unir sus fuerzas a las de Narváez y de com
partir todas las riquezas que había obtenido hasta ese momento. Sin
embargo, antes que nada había que solucionar un pequeño detalle,
una nimiedad: Narváez debía aportar documentos jurídicos de la
Corona española en virtud de los cuales se denegara o, de algún
modo, se invalidara la fundación de Villa Rica de la Vera Cruz. Si
podía presentarlos, escribió Cortés con gran astucia y atrevimiento
(apostaba a que no podría hacerlo), no tendría problema alguno en
someterse a la voluntad de Narváez y, por ende, de Velázquez. En
cambio, si Narváez no poseía ese documento, entonces los dos se
encontraban en un callejón sin salida; es más, en el caso de que fuera
así, de que no contara con dicho documento, Narváez tendría que
regresar a Cuba porque lo que estaba haciendo no era más que inva
dir unas tierras ajenas. Cortés también le encargó al padre Olmedo
entregarle una carta personal a su viejo amigo Andrés de Duero, que
formaba parte de la expedición de Narváez (y que había sido uno de
los que habían financiado la expedición de Cortés). Junto con la
carta, Olmedo le hizo entrega de una abultada cantidad de oro, y
Cortés también encomendó al capellán que les diera oro a algunos
de los capitanes de Narváez.8
Mientras Cortés se preparaba para partir de Tenochtitlán, Nar
váez ya estaba dirigiéndose a Cempoala. La reprimenda que había
recibido de Sandoval en Villa Rica había hecho que se planteara otra
167
C O N Q U IS T A D O R
168
KSPAÑOl. C O N T R A ESPAÑOL
169
C O N Q U IS T A D O R
cabo toda la información que pudo del cura; este le informó de las
posiciones militares de Narváez así como del número y la distribu
ción de sus hombres. Cortés se alegró al saber que el ánimo general y
la actitud entre los soldados de Narváez no era unánime. El padre
Olmedo dijo que había tratado de sobornar con oro a varios capita
nes y que algunos parecían haberse dejado convencer, pero Olmedo
también aludió a un asunto de lo más inquietante: Moctezuma había
mantenido contactos subrepticios con Narváez, y desde luego no
con la intención de acordar la entrega de regalos. Habían discutido con
cierto detalle sobre Cortés, y al parecer Moctezuma había llegado a
ofrecerle apoyo militar a Narváez, a cambio de que este liberara al
emperador azteca y arrestara o matara a Cortés.11 La revelación del
padre Olmedo enfureció al capitán general, ahora totalmente resuelto
a liquidar de inmediato al entrometido Narváez. De Moctezuma se
ocuparía llegado el momento.
Cortés y sus hombres siguieron avanzando hacia Tlaxcala y allí,
como estaba planeado, se reunieron con Sandoval, que había traído a
sesenta soldados de Villa Rica tras una tortuosa y ardua marcha por
la espesura de los bosques y las altas montañas. Los hombres de San
doval estaban animados, ansiosos por entrar de nuevo en acción y
encantados de escuchar las historias de aquellos que habían vivido en
Tenochtidán durante los últimos seis meses. Para ser usadas contra la
caballería de Narváez, también llegaron a Tlaxcala trescientas lanzas
especialmente encargadas, fabricadas por artesanos de Chinantla, to
das ellas muy largas, con la punta de cobre y provistas de doble filo.
Aunque Cortés prefería no tener que herir — y menos aún matar—
a alguno de los preciados caballos españoles, haría lo que tuviera que
hacer.12 Tras comprobar el armamento y el estado de sus efectivos
—entre los que ahora había algunos ballesteros y un reducido núme
ro de caballos, pero solo unos pocos arcabuceros (la mayoría se ha
bían quedado con Alvarado en Tenochtitlán)— , Cortés avanzó en
dirección a Cempoala.
Dirigiéndose hacia el este, el contingente atravesó el árido alti
plano hasta que el camino finalmente desembocó cerca del mar. La
humedad subía de la ardiente llanura de la tierra caliente que tenían
bajo sus pies y a los hombres les vino a la memoria el sofocante y
170
KSI'AÑOI C O N T R A ESPAÑOI.
171
C O N Q U IS T A D O R
Duero pudo ver por sí mismo que Cortés había cambiado y que el
tiempo pasado en tierras mexicanas había hecho de él un hombre
dotado de una voluntad inquebrantable. Tenía el cuerpo lleno de
cicatrices a causa de las batallas recientes, las arrugas a causa del sol y
del viento le surcaban el rostro, y sus penetrantes ojos lanzaban fur
tivas miradas. N o daría su brazo a torcer.
Aun así, Duero se sintió impelido a transmitirle una propuesta en
nombre de Narváez: que los dos capitanes, cada uno acompañado
tan solo por unos pocos de sus hombres — diez a lo sumo— , se reu
nieran en un lugar neutral para discutir la situación. Cortés, tras con
sultarlo brevemente con sus capitanes y con el padre Olmedo, llegó
a la conclusión de que se trataba de una trampa y desechó sumaria
mente la idea. No, seguiría avanzando hacia Cempoala junto con
todas sus tropas de complemento y diría lo que tuviera que decir en
el campo de batalla. Le regaló a Duero algunos bellos objetos de oro
y trató nuevamente de convencerle de que debían seguir siendo so
cios y del provecho mutuo que sacarían si conseguían deshacerse de
Narváez. Duero y los otros enviados se marcharon acompañados por
el padre Olmedo, en posesión de una carta de Cortés dirigida a Nar
váez en la que conminaba a este y a sus hombres a someterse al ca
pitán general en su condición de representante de la Corona ya que,
de lo contrario, serían tratados como rebeldes y traidores. La misiva
llevaba las firmas de Hernán Cortés, de todos sus capitanes y de al
gunos de sus mejores soldados.15
Narváez estaba ya de un humor de perros cuando recibió la car
ta. Tlacochcalcatl, enojado por la brutalidad de los españoles, se le
había acercado y le había dicho: «Le advierto de que, cuando menos
se lo espere, [Cortés] se presentará aquí y lo matará».'6 Narváez mon
tó en cólera. Despotricó contra Cortés y todos los que estaban a
sus órdenes. Puesto que el capitán general parecía mantenerse en sus
trece, mandó apuntalar las defensas en torno a Cempoala, y con su
atronadora voz prometió en público pagar dos mil pesos a quien
lograra matar a Cortés o a Gonzalo de Sandoval.17 Sin embargo, el
padre Olmedo, y ahora también Andrés de Duero, sobornaron a mu
chos de los soldados y de los principales capitanes del ejército de
Narváez, de tal modo que, cuando Cortés y sus hombres llegaron a
172
ESPAÑOl. C O N T R A ESl'AÑOt.
173
C O N Q U ISTA DOK
174
I.SI’A Ñ O L C O N T ItA liSI’A Ñ lll
lia para salvar la vida;22dos hombres fueron arrastrados río abajo por
la corriente. Los demás lograron cruzar el río y, tras avanzar a duras
penas por el cieno y el lodo, llegaron al borde de la espesura y, final
mente, al claro. Allí cogieron desprevenidos a los dos centinelas de
Narváez y, tras una breve refriega, redujeron a uno de ellos; el otro
evitó ser capturado y desapareció en mitad de la oscuridad, corrien
do a toda prisa hacia Cempoala.
Cortés interrogó personalmente al centinela capturado y, aunque
al principio mantuvo la boca cerrada, acabó por revelar cierta canti
dad de información (gracias sobre todo a una soga alrededor del cue
llo). Aunque el centinela huido tal vez hubiera conseguido llegar al
campamento de Narváez y alertarle de lo sucedido, Cortés realizó
los preparativos finales, acumulando comida, provisiones y el equipo
que no necesitaría en una pequeña quebrada y encomendándole su
custodia al paje Juan de Ortega. Asimismo, llevó aparte a la Malinche
y le pidió que, para su seguridad, se quedara con Ortega. El padre
Olmedo ofició una breve misa y, una vez concluida, Cortés ordenó
llevar a cabo el furtivo ataque nocturno, para lo cual mandó a sus
tropas avanzar rápidamente y con el máximo sigilo.
Sandoval se encaminó a toda prisa hacia la pirámide de Cempoa
la con el propósito de encontrar a Narváez, a quien justo en ese
momento estaba despertando el centinela, Hurtado. Sin resuello a
causa de la carrera, Hurtado subió a grandes zancadas las gradas de la
pirámide y sacudió con fuerza a Narváez para avisarlo de que Cortés
estaba de camino. Narváez se recostó lentamente, sin dejarse domi
nar por el pánico. ¿Era posible que Cortés hubiera avanzado tan rá
pidamente, en medio de las pésimas condiciones climatológicas y
teniendo que vadear antes las bravas aguas del río de Canoas? Nar
váez lo puso en duda pero se vistió lo más deprisa que pudo (al
contrario que Cortés, al parecer no era tan disciplinado como para
dormir con la armadura puesta). Cuando los hombres de Sandoval
empezaron a trepar por la pirámide, Narváez estaba aún descalzo y
medio dormido. Su llamada a tomar las armas no fue nada enérgica
y llegó demasiado tarde.
Sandoval y sus ochenta soldados subieron como un rayo las gra
das y se enfrentaron cuerpo a cuerpo con los treinta guardias aposta
175
C O N Q U ISTA D O R .
176
ESPAÑOL C O N TRA ESPAÑOL
177
C O N Q U IS T A D O R
La fiesta de Tóxcatl
179
CXíNQUISTAlíOR
Pero lo que más le inquietaba era que los aztecas habían dejado
de traerles comida. Desde que llegaran a tierras mexicanas, el que sus
anfitriones dejaran de proporcionarles alimentos había sido una mala
señal, seguida por lo común de conflictos armados. Una joven sir
viente que limpiaba y cocinaba para los españoles siguió llevándoles
comida, pero al cabo de unos pocos días fue hallada muerta, proba
blemente en castigo por haber ayudado a los españoles, y a partir de
ese momento los soldados se vieron obligados a comprar la comida
en el mercado.1 Era molesto, pero tenían que hacerlo. Al final se les
vetó incluso la entrada al mercado.
Alvarado también fue informado (aunque sospechaba que se tra
taba de un simple rumor) de que Moctezuma y Narváez habían esta
do intercambiando mensajes y regalos, hecho que, unido a la falta de
noticias sobre Cortés, aumentó su inquietud. ¿Acaso las superiores
fuerzas de Narváez habían derrotado a Cortés y estaban de camino a
la capital? Había muchas cosas que Alvarado no sabía con certeza.
Estaba a punto de celebrarse la fiesta anual deTóxcad. Durante
tres semanas del mes de mayo, en el momento más crítico de la esta
ción seca, tenían lugar ceremonias religiosas en las que se oraba al
dios Tezcadipoca («espejo que humea», «poder omnipotente») para
que enviara lluvias que llenaran el lecho de los ríos y regaran los
resecos campos de cultivo con el líquido elemento, solo superado en
importancia por la sangre. Antes de que Cortés partiera hacia la cos
ta, Moctezuma le había pedido celebrar como de costumbre esa im
portante fiesta, ya que no hacerlo podría generar confusión entre la
población e incluso desencadenar disturbios. Moctezuma le había
explicado que todos, desde el sirviente más humilde hasta el empe
rador, participaban en la celebración, así que Cortés había consenti
do que se celebrara.
Llegado el momento, Moctezuma y varios sumos sacerdotes se
reunieron con Alvarado para que les confirmara que daba el visto
bueno al inicio de los preparativos de la fiesta. Alvarado no puso re
paros, pero a condición de que no se llevaran a cabo sacrificios hu
manos, una estipulación ingenua e irreal.
La quintaesencia de la fiesta lo constituía el sacrificio de seres
humanos; en prim er lugar, el de cuatro muchachas que habían ayu
180
I.A FIESTA DE T Ó X C A TI.
181
C O N Q U IS T A D O R
182
LA HKSTA D E T Ó X C A TL
183
C O N Q U IS T A D O R
184
LA FIESTA IJE T Ó X C A T I.
185
C O N Q U IS T A D O R
186
A FIESTA O E T Ó X C A T L
187
C O N Q U IS T A D O R
188
LA FIESTA DE T Ó X C A TI.
190
El IR Ó N IC O D E ST IN O l)E M O C TE Z U M A
Tenochtitlán, tomando para ello la ruta norte que pasaba por la ciu
dad de Texcoco. Desde la ribera de la gran laguna. Cortés divisó
humo de las piras funerarias. En Texcoco el ambiente era sombrío.
Esta vez, los españoles no disfrutaron de un recibimiento formal. «En
todo el camino — recordaría Cortés— nunca me salió a rescebir
ninguna persona del dicho Muteeçuma [Moctezuma] como antes lo
solían fazer.»4 En Texcoco solo Ixtlilxóchitl, el hermano de Cacama,
salió a recibirlo.
Cortés presionó a los lugareños para obtener toda la información
posible sobre la situación en Tenochtitlán. Averiguó que, aunque se
hallaban atrapados dentro del complejo palaciego, la mayoría de los
soldados de Alvarado seguían con vida; solo seis o siete hombres ha
bían perecido durante los combates. Entonces, procedente de la ca
pital azteca, llegó en canoa un emisario con un mensaje de Mocte
zuma. Traducidas por la Malinche, Cortés escuchó las explicaciones
del emperador, quien aseguraba no tener la culpa de que se hubiera
producido la rebelión y esperaba — más bien deseaba fervientemen
te— que el capitán general no le guardara rencor. Moctezuma le
aseguraba que, si regresaba a Tenochtitlán, se restablecería el orden y
Cortés volvería a imponer su voluntad.
Sabedor de los tratos clandestinos entre Moctezuma y Narváez
y consciente del peligro que entrañaba la rebelión en curso, Cortés
tenía motivos sobrados para sospechar que se trataba de una artima
ña. Ordenó a sus tropas que se fueran a acostar y por la noche, antes
de conciliar el sueño, comenzó a meditar cuál era la mejor forma de
aproximarse a la ciudad.
Por la mañana, la expedición rodeó la laguna por el norte y se
dirigió hacia Tacuba y la más corta de las calzadas que daban acceso
aTenochtitlán. En parte, Cortés tomó esta ruta para explorar la zona, que
solo había visto desde las aguas de la laguna, pero también porque
sabía que los aztecas habían bloqueado otras calzadas o habían reti
rado los puentes.5 Los españoles acamparon en Tacuba, cuyas auto
ridades se mostraron afables y, en algunos casos, incluso solícitas. En
teradas de la reciente victoria del capitán general en la costa, las
autoridades civiles de Tacuba pudieron ver con sus propios ojos que
la caballería de Cortés había aumentado hasta alcanzar proporciones
191
C O N Q U IS T A D O R
192
151. IR O N IC O D E ST IN O DE M O C TEZU M A
mente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con
mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo
estaba pacífico.»8 Sin embargo, el ambiente festivo del reencuentro
duró poco. Cortés exigió una explicación sobre lo sucedido durante
la fiesta deTóxcatl y Alvarado le refirió los indicios de rebelión, los
rumores sobre un ataque inminente contra los españoles y su poste
rior sacrificio, así como el temor a que Narváez estuviera de camino
para liberar a Moctezuma. A fin de cuentas, explicó Alvarado, se ha
bía tratado de una acción preventiva para impedir que los aztecas los
atacaran una vez finalizada la fiesta, ataque que, según las informacio
nes que poseía, tenía todos los visos de ser cierto.9
Cortés enrojeció de ira. «Pues [los aztecas] hanme dicho — voci
feró— que os demandaron licencia para hacer el areito y bailes.»
Alvarado solo pudo asentir avergonzado, pero subrayó que, para evi
tar que los aztecas los atacaran, había decidido golpear primero. Cor
tés, más encolerizado aún, reprendió a Alvarado por haber tomado
una decisión tan desacertada, por haber cometido esa locura, y dijo
que «pluguiera a Dios que el Montezuma se hubiera soltado, e que
tal cosa no la oyera a sus oídos».*10 Cortés se tranquilizó y no volvie
ron a hablar más del tema. La única sanción que el capitán general le
impuso a Alvarado fue degradarlo de modo informal y sustituirlo en
el puesto de segundo al mando por Gonzalo de Sandoval, un perso
naje menos voluble y más previsible.11
Moctezuma, deseoso de mejorar la deteriorada relación, esperaba
expectante en el patio a ser recibido, pero Cortés no estaba de hu
mor para ello. Cuando dos ayudantes del emperador se le acercaron
para solicitarle la entrevista. Cortés montó en cólera y les dijo que se
fueran al infierno: «Vaya para perro, que aun tiánguez no quiere ha
cer ni de comer nos manda dar».12Al oír la diatriba de Cortés, varios
de sus capitanes se apresuraron a calmarlo recordándole que, si M oc
tezuma no hubiera subido a la azotea y hubiese hecho entrar en ra
193
CON QUISTA DO!».
194
I I IR Ó N IC O D ESTIN O 1)1- M O CTEZU M A
195
C O N Q U IS T A D O » .
rescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita más
espantable que en el mundo se pueda pensar. Y eran tantas las piedras
que nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía
sino que el cielo las llovía».18
Cortés envió a Diego de Ordaz al frente de varios centenares de
hombres con la esperanza de que la potencia de fuego de sus armas
ahuyentara a la masa de guerreros, pero la táctica no dio los frutos
esperados y, en cambio, fue costosa. Pese a disparar con los arcabuces
y las ballestas, de las azoteas situadas sobre sus cabezas les cayó una
lluvia de piedras, jabalinas y dardos que impactaron en sus escudos,
cascos y armaduras. Media docena de soldados murieron con el pri
mer aluvión y Ordaz sufrió heridas de consideración, en tres sitios
distintos.19 Ordaz se vio obligado casi de inmediato a actuar a la de
fensiva. Al ver que eran repelidos por los guerreros aztecas, muy su
periores en número, y por la incesante lluvia de piedras y armas
arrojadizas, ordenó replegarse hacia el palacio. Pero, una vez que lle
garon allí, en las calles situadas frente al recinto amurallado había tal
cantidad de aztecas que los españoles se vieron forzados a entablar
combate cuerpo a cuerpo y, con sumo esfuerzo, lograron abrirse
paso hasta el complejo palaciego. Allí, desplomándose y ensangrenta
dos, se encontraron con que ochenta soldados españoles, entre ellos
el propio Cortés, habían resultado heridos (en el caso del capitán
general, un garrote le había impactado en la mano izquierda) . 2,1
Tras reagruparse, Cortés ordenó abrir fuego a discreción desde la
azotea del palacio. Todos a la vez, los soldados españoles dispararon
los cañones, arcabuces y falconetes tan rápido como eran capaces de
cargarlos y encender la mecha, y los ballesteros también lanzaron sus
flechas contra la densa multitud. Centenares de aztecas se desploma
ban en el suelo con cada andanada — las balas de metal hacían blan
co en docenas de ellos en cada ocasión— , pero, por cada hombre
que caía abatido, llegaban diez más para sustituirlo. El conquistador
Bernal Díaz y otros soldados quedaron asombrados por la valentía y
la determinación de los aztecas: «Ni aprovechaban tiros ni escopetas
ni ballestas, ni apechugar con ellos, ni matarles treinta ni cuarenta de
cada vez que arremetíamos; que tan enteros y con más vigor pelea
ban que al principio».21 Los aztecas contraatacaron lanzando una llu-
196
El I K Ó N I C O Dl-SI I N O de Mo c t e z u m a
197
CO N Q U ISTA D O R
198
I-I I R Ó N I C O D E ST INO DE M O C T E Z U M A
199
CO N Q U ISTA D O R
200
EL I k Ó N I C O DESTINO DE M O C T E Z U M A
La Noche Triste
202
LA N O C I I I - T R I S T E
203
CO N Q U ISTA D O R
204
LA N O O I E TRISTE
205
C O N QUISTA DOR
206
LA N O C I I I T R I S T I
207
CO N Q U ISTA D O R
208
I A N O C III r u i s Mi
209
CON Q U ISTA D O !*
210
I.A N O C I » ; TRISTK
211
C O N QUISTA DOR
212
I.A NOCHE TRISTE
21 3
C O N Q U IS T A D O » .
214
I A N O C H E TRISTK
215
C ONFUIS IADOK
216
I A N O C H E T R IST E
217
C O N Q U ISTA D O R
219
CO N Q U ISTA D O R
220
•A LOS OSAUOS AYUDA I A LORTUNA»
221
CON QUISTA DOR
222
•A I O S OSADO S AYUDA I A l O K T U N A .
dado a la fuga con los cofres.1' Otros españoles, jinetes que habían
salido de Villa Rica en dirección aTlaxcala para proporcionar ayuda
a Cortés, habían sufrido también una emboscada y corrido la misma
suerte que los hombres de Alcántara. El capitán general m ontó en
cólera al recibir la noticia y juró vengarse.
Pero el reto más importante e inmediato al que debía enfrentar
se Cortés se lo planteó un viejo conocido, su socio Andrés de Duero.
Duero, un hombre eminentemente práctico que era un lince para los
negocios y tenía buen ojo para los asuntos pecuniarios, tuvo conoci
miento del lamentable estado de la empresa expedicionaria de Cor
tés y quedó disgustado con lo que este estaba haciendo con su inver
sión. Desde un punto de vista estrictamente empresarial, las cosas no
parecían demasiado prometedoras. Después de que las quejas expre
sadas por los escasos leales a Narváez que quedaban y por otros
hombres desencantados con Cortés confirmaran sus sospechas, Due
ro le escribió una clara y precisa carta al capitán general en la que le
exponía una larga lista de motivos por los que la expedición debía
cortar la sangría de pérdidas y regresar de inmediato a Villa Rica,
donde el grupo pudiera reagruparse y reevaluar las circunstancias. La
misiva ponía énfasis en algo que, aunque a Cortés le resultaba tam
bién dolorosamente obvio, parecía preferir ignorar: el estado deplo
rable en que se encontraban las tropas. «Estamos descalabrados, tene
mos los cuerpos llenos de heridas, podridos, con llagas, sin sangre, sin
fuerza, sin vestidos; nos vemos en tierra ajena, pobres, flacos, enfer
mos, cercados de enemigos, y sin esperanza ninguna de subir de
donde caímos.»10 Carecían de munición, de armas y del dinero ne
cesario para financiar una guerra.” Además, al contrario que Cortés,
los soldados no se fiaban de los tlaxcaltecas.
Esta queja formal, firmada por buena parte de la compañía de
Cortés, era razonable, incluso lógica. Pero, planteada no como una
petición sino como una exigencia, erraba en el tono, algo que debió
de dolerle a Cortés: «Por tanto — proseguía la carta— , áVuestra Mer
ced pedimos y suplicamos y si es necesario, todas las veces que de
derechos somos obligados, requerimos que luego salga desta dicha
ciudad con todo su exército é vaya á la Veracruz».12 La solicitud con
cluía exigiendo formalmente a Cortés que pagara de su propio bol
223
C O N QUISTA DOR
224
Retrato de Hernán Cortés, el
gran conquistador, con armadu
ra. Ambicioso, calculador, politi
camente brillante y de creencias
inquebrantables. Cortés llegó a
las costas de México en 1519 y
no tardó en decirles a los indíge
nas: «Tenemos yo y mis compa
ñeros mal de corazón, enferme
dad que solo sana con oro».
I
Sacerdotes realizando un sa
crificio humano ritual, que.
según creían, aseguraba la
salida diaria del sol.
225
C O N Q U IS T A D O R
general también sabía que, por regla general, la población nativa atri
buía tanta importancia a la apariencia de poder como al ejercicio real
de dicho poder, y por ello quería demostrarles que los españoles no
habían adoptado una actitud medrosa a pesar de la debacle sufrida
durante la Noche Triste. Asimismo, Cortés esperaba dejarle bien cla
ro a Cuitláhuac — que sin duda estaría siguiendo todos sus movi
mientos— que, pese a la derrota sufrida, los orgullosos españoles no
se habían dado ni mucho menos por vencidos. Obsesionado por
recuperar el preciado trofeo que era México, Cortés se proponía
conquistar a sangre y fuego la región y después retomar por la fuer
za la capital azteca. «Me determinaba — le escribió a Carlos I— de
por todas las partes que pudiese volver contra los enemigos y ofen
derlos por cuantas vías a mí fuese posible.»22
Por entonces Cortés no lo sabía, pero sus planes militares iban a
verse beneficiados por una parálisis política temporal entre la noble
za azteca que había sobrevivido a la matanza delTóxcatl. La noticia
de la derrota sufrida por Cuitláhuac en la batalla de Otumba había
sido mal recibida en la capital y en los estados vasallos, y aunque
Cuitláhuac siguió siendo el gobernante de facto de Tenochtitlán (no
sería coronado oficialmente el décimo emperador azteca hasta el
15 de septiembre de 1520), la derrota suscitó ciertas dudas sobre su
capacidad como líder. El dominio y poder regional de los aztecas
estaban tambaleándose, y la noticia de que Cortés había renovado su
alianza con los tlaxcaltecas no hizo sino aumentar la incertidumbre.23
La grandeza del imperio azteca residía en buena medida en la presen
cia de un gobernante identificable y plenamente visible; Moctezuma
había desempeñado esa función semidivina durante los últimos dos
decenios, pero ahora, mientras Cuitláhuac trataba de demostrar su va
lía como líder en esos difíciles tiempos de guerra, el imperio azteca se
mecía peligrosamente en la cuerda floja.
Cortés se dirigió a Tepeaca, situada a poco más de sesenta kiló
metros al sudoeste de Tlaxcala, con una fuerza compuesta por cua
trocientos cincuenta soldados, diecisiete caballos, seis ballesteros y
cerca de dos mil tlaxcaltecas. Se había llevado consigo a todos los „
soldados sanos y solo había dejado a los que se hallaban más débiles,
así como a dos capitanes encargados de formar a los guerreros tlax-
226
•A IO S O SA D O S AYUDA l.A FORTUNA»
227
C O N Q U IS T A D O R
228
.A LOS OSA D O S AYUDA LA FO RTU NA»
pánico por toda la región, asolando pueblos y aldeas con total impu
nidad. Mandaba soltar los feroces perros de presa contra todo azteca
o aliado de los aztecas que se negara a someterse; los animales, enlo
quecidos por la sangre, los hacían pedazos.29 Finalmente, tras dejar
tras de sí un reguero de cadáveres y de poblaciones saqueadas y re
ducidas a cenizas, tomar incontables prisioneros y esclavizarlos, y
obtener por la fuerza la lealtad de los caciques, el capitán general
logró sojuzgar toda la provincia deTepeaca. Cortés diría de esta car
nicería: «Aunque ... esta dicha provincia es muy grande, en obra de
veinte días hobe pacíficas muchas villas y poblaciones a ellas subjetas,
y los señores y prencipales dellas han venido a se offescer y dar por
vasallos de Vuestra Majestad».30 Posteriormente justificaría los actos
de brutalidad y la captura de esclavos amparándose en el hecho de
que en la región estaba muy extendido el canibalismo, que u n to él
como la Corona española repudiaban. N o obstante.es un argumento
que suena falso, a excusa.31
Incluso para lo habitual en Cortés, la campaña alcanzó niveles
increíbles de atrocidad y barbarie. Se dice que en una localidad orde
nó poner en fila y matar a dos mil civiles mientras cuatro mil mujeres
y niños presenciaban la escena (estos fueron herrados y esclaviza
dos).32 Sin embargo, la b ru u l campaña fue terriblemente eficaz, y el
4 de septiembre de 1520 Cortés se instaló cómodamente en el pro
montorio de Tepeaca y fundó allí una nueva población llamada Se
gura de la Frontera. Al igual que en Villa Rica, creó un cabildo inte
grado por magistrados, alcaldes mayores y todos los funcionarios
necesarios para el funcionamiento «acorde a la ley» de una villa espa
ñola. Al mirar desde la fortaleza instalada en lo alto de la colina (en la
que erigió edificios civiles e instaló una guarnición), Cortés podía
inspeccionar sus nuevos dominios con satisfacción y hasta optimis
mo. Controlaba casi la mitad de México y, más importante aún, se
había hecho con un enclave estratégico que garantizaba poder tran
sitar sin peligro la ruta que unía el altiplano con la costa atlántica y,
por consiguiente, el envío de hombres, armamento y provisiones. Por
ende, les había arrebatado a los aztecas esa crucial vía de suministro.
Con la confianza plenamente recuperada y recobrado físicamen
te, Cortés mantuvo una reunión secreta con el carpintero Martín
229
C O N Q U IS T A D O R
La «gran lepra»
Tal vez fuera cierto que la fortuna ayuda a los osados porque, iróni
camente, en el transcurso del siguiente mes Hernán Cortés disfrutó
de una racha de buena suerte que en m odo alguno hubiera podido
prever.
El prim er golpe de fortuna lo constituyó la llegada al puerto de
Vera Cruz de un pequeño barco capitaneado por Pedro Barba, un
«viejo» amigo de Cortés. En 1519, antes de que diera inicio la ex
pedición, Diego Velázquez le habia encomendado a Barba la misión
de impedir que Cortés zarpara de Cuba, pero al ver que carecía del
poder necesario para retener a un contingente integrado por qui
nientos soldados, Barba había cejado en su empeño. Sin embargo,
ahí estaba de nuevo, uno más de la aparentemente interminable
lista de secuaces al servicio de Velázquez. El gobernador de Cuba,
que todavía no estaba al tanto del destino fatídico que había corri
do la expedición de Pánfilo de Narváez y del encarcelamiento de
este último, había fletado y enviado el navio en apoyo de sus expe
dicionarios.1
Cuando el barco fondeó frente a la costa, el avispado capitán
Alonso Caballero, al mando de la guarnición de Villa Rica, invitó a
algunos de los tripulantes (entre los que se encontraba Barba) a re
mar hasta la orilla y, una vez que estuvieron allí, les ordenó a punta
de espada que se rindieran en nombre del capitán general Hernán
Cortés. En la nave de Barba solo iban trece soldados, un semental y
una yegua, pero transportaba gran cantidad de pan de mandjoca y, lo
más interesante de todo, una carta de Velázquez para Narváez en la
que el gobernador daba a entender que creía que Nueva España
estaba ya bajo su control y en la que le decía a Narváez que, «si aca
so no había muerto a Cortés, que luego se le enviase preso a Cuba».2
231
C O N Q U IS T A D O R
Era una tarea que difícilmente iba a poder cumplir desde los estre
chos confines de su celda.
Alonso Caballero envió bajo custodia a Barba, los soldados y los
caballos a Segura de la Frontera, donde Cortés recibió a su viejo
amigo con un abrazo cordial y unas palmadas en la espalda, clara
mente satisfecho por el fortuito giro de los acontecimientos. Barba
pudo comprobar por sí mismo que Cortés tenía la situación bajo
control (y también a Narváez y sus hombres), así que aceptó con
humildad un nuevo puesto como capitán de los ballesteros y prome
tió serle leal.3
Entonces, asombrosamente (Cortés podría usar esos refuerzos),
otros cinco barcos recalaron enVilla Rica o en sus inmediaciones. El
primero en llegar fue otro navio más bien pequeño enviado porVe-
lázquez, y Caballero se apropió nuevamente tanto de la tripulación
como de la carga; el capitán al mando de Villa Rica debió de empe
zar a disfrutar con el ardid de inducir a los tripulantes a desembarcar
y de sorprenderlos después con la noticia de quién controlaba en
realidad la situación. Como había hecho la vez anterior, envió bajo
custodia a Segura de la Frontera al capitán del barco, a ocho soldados
y a seis ballesteros, así como también numerosos fardos de cordaje
para fabricar cuerdas de ballesta y otra yegua.4 Los recién llegados
accedieron a ello sin quejarse ni oponer resistencia.
Poco después apareció frente a Villa Rica otro barco, esta vez una
carabela capitaneada por Diego de Camargo que formaba parte de
una expedición auspiciada por Francisco de Garay, el gobernador
de Jamaica; Garay había tratado de colonizar la zona cercana a la desem
bocadura del río Pánuco, situado al norte de Villa Rica. (Cortés ya
había enviado allí varias expediciones de reconocimiento y reclama
ba para sí la región.) La expedición de Garay había sido un fracaso;
los expedicionarios habían sido expulsados por los nativos de la zona
justo después de desembarcar, habían tenido que hacerse nuevamen
te a la mar y luego se habían visto sorprendidos por una tempestad
que había mandado a pique a uno de los barcos junto con toda su
tripulación. Los demás navios habían navegado rumbo al sur y, final
mente, habían llegado en un estado deplorable al puerto de Vera
Cruz. Cortés afirmaría posteriormente que había salvado la vida a
232
I.A *<;KAN 1 l l'R A .
los hombres de Garay, puesto que «habían llegado con mucha nece
sidad de bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro
se murieran de sed y hambre».s En Villa Rica, Camargo y sus sesen
ta soldados recibieron un buen trato — se les proporcionó comida y
atención médica— y fueron incorporados a la mesnada de Cortés.6
Mientras este aún estaba evaluando los regalos que la fortuna le
iba prodigando, de nuevo, y milagrosamente, cayeron más en sus ma
nos. Pocos días después buscó refugio enVera Cruz otro barco de
Garay, en este caso con cincuenta hombres a bordo y, según pudo
comprobar Cortés con creciente alborozo, siete caballos en perfectas
condiciones. El capitán del navio no era otro que el veterano e in
trépido conquistador aragonés Miguel Díaz de Aux, a quien Cortés
conocía bien de su estancia en La Española. De hecho, Díaz de Aux
había formado parte de los primeros colonizadores de Puerto Rico
unos diez años atrás; su sagacidad y sus conocimientos le resultarían
de gran provecho al capitán general.7
La generosidad de la divina providencia parecía no tener fin. A las
pocas semanas llegó otro barco de Garay con cuarenta hombres, diez
caballos y, lo más útil de todo, numerosas ballestas, cuerdas para ellas,
arcabuces y armaduras acolchadas de algodón. La ironía de que todas
las naves y provisiones de Garay hubieran acabado en manos de Cor
tés no le pasó desapercibida al soldado y cronista Bernal Díaz del Cas
tillo, que la comentó sirviéndose de una metáfora del ámbito del tiro
con arco: «El Francisco de Garay no hacía sino echar un virote sobre
otro en socorro de su armada, y en todo le socorría la buena fortuna
a Cortés, y a nosotros era de gran ayuda».8 El último barco en recalar
en Vera Cruz fue uno procedente de España vía las islas Canarias,
enviado por el padre de Cortés y por algunos de los socios del capi
tán general que seguían apoyando sus esfuerzos en tierras mexicanas;
el buque, de grandes dimensiones, era propiedad de un comerciante
llamado Juan de Burgos y estaba capitaneado por Francisco Medel.
Cortés pagó con oro el barco y su carga — toneladas de material
bélico crucial, incluidos barriletes de pólvora, cuerdas para ballestas,
arcabuces y tres caballos— e incorporó a sus trece tripulantes a la
expedición.9
En cuestión de unas pocas semanas, el ejército de Cortés aumen-
233
C O N Q U IS T A D O R
234
I A .C U A N l l l’RA-
235
C O N Q U IS T A D O R
236
[ A .(¡R A N I l'l'R A .
237
CONQUISTADO!*.
238
A -(¡K A N l.l l’RA-
239
C O N Q U IS 1 A i x m
ran sufrido una sola baja (si bien ocho habían resultado gravemente
heridos y tres caballos habían muerto). Sandoval trajo de vuelta dos
sillas de montar y varias bridas de las que los nativos se habían apro
piado y que habían ofrecido a sus ídolos, así como «una buena presa
de mujeres y muchachos, que echaron el hierro por esclavos».29
Estos indígenas, al igual que los esclavos capturados y herrados
tras la breve pero brutal campaña de Tepeaca, fueron distribuidos
entre los soldados españoles. Con todo, estos manifestaron su des
contento porque, a su juicio, las esclavas más hermosas siempre aca
baban en manos de los capitanes y ellos solo recibían las mujeres
mayores y más feas; a consecuencia de ello se produjeron acaloradas
discusiones.30 Cortés decidió solventar el problema subastando a las
mujeres; los soldados pagarían más dinero por las esclavas que más les
gustaran y menos por las que fueran mayores o por las que conside
raran menos atractivas. Cortés pensó que, así, sus hombres no ten
drían motivos para quejarse.
Una vez resueltos todos los asuntos que tenía pendientes en Se
gura de la Frontera, el 13 de diciembre de 1520 Cortés se preparó
para partir hacia Tlaxcala, donde tenía previsto pasar las Navidades,
comprobar cómo andaba el proyecto de construcción de los bergan
tines y ultimar los planes para la reconquista de Tenochtidán. Antes
de partir, Cortés puso al mando de la fortaleza de Segura de la Fron
tera al comandante de artillería Francisco Orozco junto con unos
sesenta hombres, veinte de los cuales estaban todavía demasiado dé
biles para reanudar la marcha.31 Orozco también debía vigilar y man
tener limpios de fuerzas hostiles los caminos y desfiladeros próximos
a la ciudad.
Cortés se marchó el 13 de diciembre, al frente de veinte jinetes.
El pequeño cuerpo de caballería cabalgaría en dirección a Tlaxcala
pasando antes por Cholula, donde Cortés tenía la intención de afian
zar su alianza con los cholultecas, mientras que los soldados de infan
tería, a las órdenes de Diego de Ordaz, se encaminarían directamen
te a Tlaxcala. Cortés llegó a Cholula y fue recibido por los nobles de
la localidad, que recordaban muy bien su ira y deseaban apaciguarlo.
Como muchos de los principales señores habían fallecido a causa de
la viruela, le pidieron que los ayudara a elegir nuevos dirigentes, tarea
240
i a .<; k a n i h.I'r a .
241
C O N Q U IS T A D O R
242
1 A .(¡R A N I FRRA.
244
RK CRIiSO A l VAI I I DI- M É X IC O
245
C O N Q U IS T A D O R
246
R IX iR l'S O Al V A IIli DI-, M ÍíX ICO
247
C O N Q U IS T A D O R
248
iuí<;r i :so ai vai.i i; i >t- mí:xic:o
'I ras mantener una última reunión con Martín López para perfi
lar los últimos detalles de la construcción de los bergantines, Cortés
condujo a sus soldados y a los diez mil guerreros tlaxcaltecas hacia
el oeste, en dirección al paso situado en el nacimiento del río Atoyac
(el actual río Frío). Empezaba a anochecer cuando llegaron aTexme-
lucan, un pueblo bajo control tlaxcalteca. Cortés eligió ese paso (si
tuado al norte de la ruta que habían seguido al principio de la expe
dición, llamado hoy en día Paso de Cortés, pero al sur del camino
que habían tomado tras huir de Tenochtitlán) porque era más remo
to y abrupto que los otros y, por tanto, probablemente más seguro. Al
día siguiente, las tropas iniciaron el ascenso hacia el desfiladero; en
vuelta en la niebla, la escarpada cadena montañosa se alzaba majes
tuosa frente a ellos. Ubicado unos kilómetros al norte, pudieron ver
el nevado pico del volcán Iztaccíhuatl recortándose contra el cielo.
El pedregoso sendero se estrechaba y serpenteaba hacia arriba.
Los porteadores tiraban de la pesada artillería. La falda de la montaña
era escabrosa y estaba repleta de zarzas y pequeños pinos; las ramas
de los árboles derribadas por el viento dificultaban enormemente el
paso. Cortés y sus hombres acamparon esa noche cerca de la cota
más alta del desfiladero, a más de tres mil quinientos metros de alti
tud, y se acurrucaron en torno a las fogatas. Los centinelas y explo
radores daban pisotones en el suelo y movían continuamente los
brazos para no quedarse congelados. «Aunque hacía grandísimo frío
en él — recordaría Cortés— con la mucha leña que había nos reme
diamos aquella noche.»16
Con las primeras luces del día, las tropas oyeron misa en medio de
la helada matutina y luego reanudaron la marcha. Coronaron la cima
de la sierra y empezaron a bajar por un barranco terriblemente escar
pado. Al ver que el camino se estrechaba y empinaba cada vez más,
Cortés decidió mandar por delante a cuatro jinetes para que lo ins
peccionaran, seguidos de cerca por arcabuceros y ballesteros con las
armas preparadas. Se encontraban ahora en territorio azteca.A Cortés
le preocupó lo que sus hombres descubrieron; hallaron el camino
«cerrado de árboles y rama, y cortados y atravesados en él muy gran
des y gruesos pinos y cipreses que parescía que entonces se acababan
de cortar».17Todo hacía presagiar que les habían tendido una embos-
249
C O N Q U IS T A D O ».
250
KECRIÍSO Al. VAI I i: DE M EX ICO
251
C O N QUISTA DOR
252
lU ililtliS O Al VA1I.Ii DI: MfcXICO
253
C O N Q U IS T A D O R
254
R E G R E SO AL VALLE l>E M EX ICO
La serpiente de madera
256
I.A SI R I'II N I I- DP. MADURA
25 7
C(>NQUISI AIHIK
258
A SI.IUMI'NTI. IH. MAIH.KA
259
C O N Q U I S I ADOK
260
I A SllItIMI N I i ; DI. MADliKA
liaban, retiraban y se ponían la cara de las víctimas (y a veces también los brazos y
las piernas), mientras la piel permanecía impregnada de sangre y membrana. Véan
se David Carrasco, City of Sacrifice, Boston, 1999, pp. 140-163, y Diego Duran,
History of the Indies of New Spain, Norman (Okla.), 1994, pp. 169-174.
261
C O N Q U IS T A D O R
262
a si;ri >ii:n ri ni; maih -ra
263
C O N Q U IS T A D O R
mantener las alianzas en esa zona, donde los lugareños eran plena
mente conscientes de que las ofertas de paz del caudillo extremeño
no eran más que una exigencia encubierta de que se sometieran a los
españoles. La primera ciudad en la que Cortés puso los ojos fue Xal-
tocán, una pequeña localidad situada a unos veinticinco kilómetros
al norte que, al igual que Tenochtitlán, estaba unida a tierra firme por
medio de calzadas. Aunque Xaltocán no representaba una amenaza
militar de consideración (ni su captura representaría un gran golpe),
Cortés tenía motivos tácticos y operacionales para dirigirse hasta allí
con sus tropas aliadas. A causa de su trazado, y al estar rodeada de
agua, Xaltocán constituía un microcosmos de la batalla que el capi
tán general estaba planeando librar en la capital, incluidos canales
llenos de agua que impedían el avance de la caballería. Es muy pro
bable que Cortés pretendiera utilizarla como una misión de entrena
miento, no solo para ver cómo combatían los tlaxcaltecas que los
españoles habían formado militarmente, sino también para poner
nuevamente en práctica las tácticas de combate en las calzadas (un
tipo de lucha de la que Cortés no tenía muy buen recuerdo).16
Cabalgando como de costumbre al frente de la caballería, Cortés
avanzó sin mayores problemas por una de las calzadas pero no tardó
en llegar a un punto donde Cuauhtémoc había ordenado cortarla, lo
cual les hacía imposible el paso a los caballos o a los soldados de in
fantería. La laguna estaba atestada de canoas, y «los contrarios daban
muchas gritas tirándonos muchas varas y flechas».17 Cortés y sus tro
pas se detuvieron, dispararon a discreción y ahuyentaron a las canoas,
cuyos laterales al parecer habían sido reforzados con planchas de ma
dera ligera para protegerlas de las flechas y proyectiles lanzados por los
ballesteros y arcabuceros; los aztecas habían adaptado su material bé
lico para tratar de defenderse de la superior potencia de fuego de los
españoles.18 En un momento dado en que la batalla había entrado en
un punto muerto. Cortés decidió ordenar una retirada cuando dos de
los indígenas aliados que se había llevado consigo le explicaron que lo
que los aztecas habían hecho no era cortar la calzada sino solo ane
garla, y que nada impedía que las tropas pudieran vadearla. Cortés
pidió a los dos nativos que guiaran a los soldados de infantería mien
tras la caballería les cubría las espaldas por si se producía un ataque
264
I A SlíRI’lliNTK DI- MADF.RA
265
C O N Q U IS T A D O R
cabe duda de que también tenía planeado establecer allí una base de
operaciones en razón de su proximidad a la capital. En cualquier
caso, los españoles no fueron recibidos precisamente con flores.
Cuando Cortés y sus hombres llegaron a la ribera occidental de la
laguna, vieron que los tacubanos y sus aliados aztecas estaban espe
rándolos expectantes. «Y ya que estábamos junto a ella — dijo C or
tés— fallamos también alderredor muchas acequias de agua y los
enemigos muy a punto.»20 El aire se llenó de sirenas de concha, re
dobles de tambor, gritos y cánticos de guerra, y las fuerzas aztecas se
lanzaron al ataque. La caballería española galopó hacia el enemigo
apoyada por arcabuceros, ballesteros y millares de guerreros tlaxcal
tecas* y, tras considerables esfuerzos, los jinetes lograron romper las
líneas enemigas y obligar a las tropas aztecas a huir en desbandada.
Cortés entró en la ciudad mientras los aztecas y tacubanos se atrin
cheraban en la periferia y los arrabales. Cortés se alojó en el centro
de la población, que estaba desierto.
Al amanecer, los tlaxcaltecas empezaron a saquear la ciudad y
prender fuego a sus edificios; al ser tan numerosos y albergar una
animadversión tan arraigada contra los aztecas, los españoles apenas
pudieron controlarlos. Cortés y sus tropas permanecieron en Tacuba
una semana entera, obligados a librar duros combates todos los días.
Al capitán general parecía regocijarle dejar que los tlaxcaltecas lleva
ran el peso de los combates mientras los españoles se mantenían a
una distancia prudencial, observando embelesados las tradicionales
técnicas de combate desplegadas por esos enemigos ancestrales. «Los
capitanes de la gente de [Tlaxcala] y los suyos hacían muchos desa
fíos con los de [TenochtitlánJ — recordaría maravillado Cortés— y
peleaban los unos con los otros muy hermosamente y pasaban entre
ellos muchas razones amenazándose los unos con los otros y dicién
dose muchas injurias, que sin duda era cosa para ver.»21 Los escarnios
eran una práctica común y acostumbrada, y los españoles también
* Cortés afirma que partieron de Texcoco con treinta mil aliados nativos,
mientras que Berna! Díaz del Castillo los cifra en quince mil. En cualquier caso, el
gran número de guerreros y porteadores indígenas hizo posible que los españoles
tomaran las ciudades de las lagunas.
26 6
I A SERPIEN TE DE MADERA
267
C O N Q U IS T A D O R
268
LA SERPIENTE DE M ADERA
269
C O N Q U IS T A D O R
270
I A SlíUIMliN I I m ; MADI-U.A
271
C O N Q U IS T A D O R
Envolvimiento
273
C O N Q U IS T A D O R
27 4
ENVOLVIM IENTO
275
C O N Q U IS T A D O R
acabada esta jornada, que importaba mucho, fallaría fechos los trece
bergantines y aparejados para los echar al agua».5 Primero pasó por
Chalco, donde se detuvo para, por mediación de la Malinche y Agui-
lar, poner al corriente a los caciques chalcas de su itinerario y de la
ruta que tenía previsto seguir, y a continuación prosiguió rumbo al
sur, pasó por Amecameca y llegó a Chimalhuacán (la actual San Vi
cente Chimalhuacán), donde recabó el apoyo de muchos más alia
dos, quizá de hasta cuarenta mil de ellos.6 Al recibir la noticia de la
cantidad de aliados que estaba reuniendo Cortés, Cuauhtémoc debió
de inquietarse mucho, y con toda razón: teniendo en cuenta los es
tragos causados en Tenochtitlán por la reciente epidemia de viruela
y la cantidad de poblaciones tributarias que estaban sometiéndose a
la autoridad española, lo tendría muy difícil para igualar en número
a tas tropas nativas que Cortés estaba reuniendo.
Cortés y su compañía, engrosada por los nuevos aliados, se diri
gieron a continuación hacia Cuernavaca, atravesando empinadas y
precarias montañas. Los promontorios del altiplano’estaban cubier
tos de poblados desde los que los civiles observaban cómo los espa
ñoles se aproximaban. Cortés inspeccionó los protegidos fuertes
ubicados en lo alto de tas colinas, observando que «todas tas laderas
[estaban] llenas de gente de guerra. Y comenzaron luego a dar muy
grandes alaridos haciendo muchas ahumadas, tirándonos con hon
das y sin ellas muchas piedras y flechas y varas, por manera que en
llegándonos cerca resabíamos mucho daño».7 Abajo, en los barran
cos, los españoles y sus aliados estaban expuestos y eran vulnerables,
y aunque Cortés evaluó la posibilidad de batirse en retirada, no
quería que sus nuevos aliados pensaran que los españoles eran unos
cobardes, así que se detuvo para sopesar tas alternativas. El perímetro
de la montaña en cuya cima estaba situada la fortaleza más impor
tante (el poblado deTlaycapan) era inmenso, de unos cinco kilóme
tros, y estaba bien defendido; Cortés admitiría posteriormente que
«parescía locura querernos poner en ganárselo».1*El caudillo extre
meño pensó que rodear el monte les llevaría demasiado tiempo, así
que optó por escalar directamente la vertiente frente a la que esta
ban, por tres sitios diferentes que parecían accesibles. Ordenó al
portaestandarte Cristóbal Corral y a sesenta soldados de infantería
27 6
EN V O IV IM IEN TO
277
C O N Q U IS T A D O R
Cuando amaneció, la primera tarea del día fue abrevar a los ca
ballos en un riachuelo que un explorador había encontrado a unos
cinco kilómetros de allí. Cortés se llevó consigo a varios capitanes
para inspeccionar a pie la zona en busca de otra vía por la que atacar
Tlaycapan; encontró dos accesos que parecían menos empinados. Sin
embargo, aunque no se les había ordenado hacerlo, cuando Cortés y
los capitanes echaron a andar, muchos de los aliados indígenas los
siguieron. El movimiento de tropas indicó a los aztecas que el ataque
se produciría por uno de los accesos menos empinados, y los guerre
ros que habían estado vigilando el escarpado barranco abandonaron
sus puestos. Cortés aprovechó la circunstancia ordenando de inme
diato que Francisco Verdugo y Julián de Alderete, el tesorero del rey,
escalaran el barranco con cincuenta hombres y tomaran el fuerte si
podían. Tras un ascenso dificultoso, los españoles llegaron a la cima y
dispararon con sus ballestas y arcabuces; las violentas y estruendosas
descargas atemorizaron a los aztecas y muchos de ellos se rindieron.
Alderete se distinguió al demostrar que era tan bueno con la ballesta
como con la palabra. Al poco rato, Cortés pudo ver el estandarte de
Castilla ondeando en la cima del peñón y subió con refuerzos por el
estrecho desfiladero para tomar posesión de la fortaleza."
Los aztecas de la guarnición pidieron llegar a un acuerdo de paz,
y ello en parte porque, al igual que Cortés y sus hombres, no tenían
agua y estaban sedientos. Los españoles se alegraron de ver que las
mujeres del poblado hacían la señal de la paz, dando palmas unas con
otras para indicar que con mucho gusto les prepararían tortas de maíz,
y de que los guerreros depositaban sus armas en el suelo y dejaban
de tirarles piedras y dardos.
Cortés y sus tropas permanecieron dos días en Tlaycapan, en el
transcurso de los cuales las fuerzas aztecas abandonaron la fortaleza y
los habitantes de la localidad accedieron a someterse al vasallaje es
pañol. Antes de reanudar la expedición de reconocimiento, someti
miento y envolvimiento, Cortés ordenó que los heridos regresaran a
Texcoco para que allí fueran atendidos.
Cortés y sus tropas prosiguieron la marcha en dirección al sur.
Dejaron atrás el altiplano descendiendo por las escarpadas cordille
ras y, tras dos días de marcha, llegaron a un territorio recubierto de
278
ENVOLVIM IENTO
279
CON QUISTA DOR
280
IINVOI.VIMII'.N IO
281
C O N Q U IS T A D O R
28 2
I.NVOt.VIMIUNTO
283
CON QUISTA DOR
diferentes provincias para dejar claro que los aztecas estaban derro
tando a los malvados teules, a esos españoles.2,1 Poco después llegaron
al galope Andrés de Tapia y Cristóbal de Olid, este último con la cara
cubierta de sangre y con el caballo teñido de rojo, al igual que el de
otros. Muchos españoles y tlaxcaltecas estaban gravemente heridos.
Se refugiaron tras un muro, donde se cauterizaron las heridas con
aceite caliente y pasaron la noche en vela, sometidos a una incesante
lluvia de jabalinas y piedras lanzadas con hondas. Los ballesteros, a las
órdenes de Pedro Barba, mataron el tiempo reparando las puntas de
cobre de las flechas y emplumando los astiles. Cortés descubrió que
el enemigo había retirado los puentes de la calzada para atraparlos
dentro de la ciudad, así que ordenó que miles de tlaxcaltecas se diri
gieran hasta ella y rellenaran los huecos con piedras y trozos de ma
dera para poder emprender la huida al día siguiente.
Con las primeras luces del día, Cortés y varios de sus capitanes
subieron a la pirámide de Xochimilco, que disfrutaba de vistas pano
rámicas sobre la ciudad y la capital azteca, situada en la laguna que
quedaba al norte. Cortés apenas dio crédito a lo que vio, y sin duda
se reprochó haber caído en la trampa. Cruzando la laguna a toda
velocidad procedentes de la capital, se estaban aproximando unas dos
mil canoas, repletas de guerreros con sus atavíos de guerra y, al man
do de capitanes que empuñaban espadas capturadas a los españoles.
Además, los mensajeros informaron a Cortés de que otros diez mil
aztecas provenientes de Tenochtitlán estaban dirigiéndose por tierra
a Xochimilco. Cuauhtémoc planeaba atacar a Cortés desde todos los
flancos y dejarlo aislado en esa ciudad rodeada de agua. Procedente
de la laguna, Cortés pudo oír un cántico que resonaba por todo el
valle, un grito cacofónico proferido al unísono por los guerreros que
remaban intrépidamente hacia Xochimilco: «¡México, México! ¡Te
nochtitlán,Tenochtitlán!».25
Cortés y sus capitanes bajaron raudos las gradas de la pirámide y
ordenaron abandonar de inmediato la ciudad. Los tlaxcaltecas habían
hecho bien la tarea que se les había encomendado en la calzada, lo
que permitió que la infantería y la caballería la cruzaran. Durante la
noche, los soldados que no estaban heridos se habían dedicado a sa
quear los palacios, donde habían encontrado grandes cantidades de
28 4
liNVOI.VIMIKNTO
285
c o n q u im a d o u
287
CO N Q U ISTA D O R
288
I.MIMI-./.A I I ASF.DIO
biría lleno de orgullo: «En esta obra anduvieron cincuenta días más
de ocho mili personas cada día ... porque la zanja tenía más de dos
estados de hondura y otros tantos de anchura e iba toda chapada y
estacada, por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el
peso de la laguna, de forma que las fustas se podían llevar sin peligro
y sin trabajo fasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mu
cho para ver».7También los bergantines tenían un aspecto imponen
te, equipados con las velas, los aparejos y los remos, recién fabricados.
Cortés decidió que, al cabo más o menos de una semana, se celebra
ría una gran botadura oficial, una ceremonia fastuosa dirigida a in
fundir ánimos a sus tropas y enviar un mensaje a Cuauhtémoc.
Entretanto, Cortés comunicó a todas las poblaciones vecinas que
necesitaba ocho mil puntas de flecha de cobre, fabricadas según una
pauta específica, así como iguaí número de astiles, elaborados con la
madera más dura y resistente posible. Al capitán general le satisfizo
comprobar como, justo una semana después, los artesanos militares
de la región hacían entrega de más de cincuenta mil puntas de flecha
e igual cantidad de astiles. Bajo la supervisión de Pedro Barba, las
flechas fueron repartidas entre los ballesteros y estos las emplumaron,
lubricaron y pulieron con sumo cuidado. Asimismo, los herreros se
afanaron en forjar nuevas herraduras para los caballos y otros meta
lúrgicos afilaron la punta y el filo de las espadas y lanzas, y también
se embaló la pólvora en contenedores estancos, se limpiaron y engra
saron los cañones y falconetes, y se revisaron los mecanismos de
disparo y los accesorios. Una vez que los caballos estuvieron herra
dos, los jinetes recibieron la orden de ejercitarse a diario, lanzando
los corceles a galope tendido, girando y vuelta a empezar, a modo de
ejercicios de batalla simulados.8
Cortés, consciente de que necesitaría hombres corpulentos para
tomar y conservar los puentes de las calzadas, decidió solicitar más
refuerzos a sus aliados nativos. En los recientes combates librados en
Xochimilco — que a punto estuvieron de acabar en desastre— , había
comprobado cuán útiles eran los auxiliares, y también tenía claro
que, si quería infiltrarse en la capital y acabar tomándola, era crucial
contar con peones indígenas que se dedicaran a reparar los puentes
que el enemigo destruyera. Por medio de mensajeros, Cortés envió
289
CO N Q U ISTA D O R
290
I MIMI / A I I ASI'JXO
soplaba con fuerza; en caso de poder desplegar las velas, esos hombres
podrían luchar desde sus puestos de combate en la regala. Además,
cada navio requeriría otra docena de arcabuceros y ballesteros que
abrieran fuego contra las canoas o los guerreros aztecas situados en
las calzadas, amén de un par de buenos artilleros que manejaran los
cañones de bronce emplazados en la proa, un vigía y, por supuesto,
un capitán competente.
Cortés quedó decepcionado con la respuesta de los hombres a su
petición de voluntarios. Por lo visto, muchos pensaban que remar
— de hecho, cualquier cometido de tipo naval— era una tarea deni
grante, impropia de su rango militar; además, seguramente también
creían que el hecho de seguir como soldados de infantería les permi
tiría acceder más fácilmente al botín. Al final, frustrado por la re
nuencia de sus soldados, Cortés reclutó personalmente las tripulacio
nes, recurriendo para ello a todos los hombres que hubieran ejercido
de marineros y, a falta de estos, a quienes fueran oriundos de ciudades
portuarias, imaginándose que algo sabrían de asuntos navales.
Cortés eligió a los capitanes en función de su experiencia naval
previa y de la confianza que le inspiraran. Entre los más destacados
había recién llegados como Miguel Díaz de Aux, que se había incor
porado hacía apenas unos meses, procedente de una de las expedi
ciones de Garay, y veteranos que habían acompañado a Cortés desde
el principio, como Juan Jaramillo. O tro de los recién incorporados,
Pedro Barba, al mando de los ballesteros desde hacía poco tiempo, al
parecer había logrado ganarse el favor de Cortés porque también
acabó como capitán de uno de los bergantines, puesto en el que
volvería a significarse. Durante las tres semanas siguientes, mientras
Cortés realizaba los preparativos finales con las tropas de tierra, los
capitanes y las tripulaciones se dedicarían a efectuar misiones de
prueba y ejercicios de entrenamiento en las aguas de la ribera orien
tal de la laguna, detectando y reparando cualquier vía de agua o
problema mecánico que sufrieran los barcos.
Para seguir con el boato y ceremonial que habían rodeado a la
botadura de los bergantines, Cortés organizó un desfile militar en las
plazas y calles deTexcoco. Los refuerzos llegados poco antes sin duda
contribuyeron a engrandecer el espectáculo. El capitán general pasó
291
CON QUISTA DOR
* Por supuesto, ninguno de los cronistas contaba con medios adecuados para
calcular el número de tropas aliadas, como consecuencia de lo cual las cifras atri
buidas a las fuerzas indígenas reunidas por Cortés para reconquistar Tenochtitlán
vanan considerablemente. Los actuales especialistas en temas militares han puesto
sobre la mesa la conservadora pero razonable cifra de doscientos mil, mientras que
otros historiadores sostienen que se acercaba al medio millón. En cualquier caso,
fuera cual fuese la cifra real, el hecho es que Cortés empleó grandes cantidades de
indígenas en varios cometidos cruciales, incluidos los de combatir, destruir y cons
truir puentes en las calzadas, demoler e incendiar edificios, así como transportar y
preparar comida.
292
EMPIEZA El. ASEDIO
La caravana de tropas era tan larga que, según se dice, estuvo des
filando porTexcoco durante tres horas seguidas. Se alojó y alimentó
a los hombres en muchos edificios de la ciudad. Estaban bien entre
nados, descansados y, en su mayor parte, curtidos en combate. Ahora
era solo cuestión de esperar a que diera comienzo el asedio y la ba
talla porTenochtidán.
En las semanas que precedieron al inicio oficial de las operacio
nes, Cortés tuvo que solventar un nuevo contratiempo de cariz po
lítico. Como había esperado, su petición de hombres y armas había
sido bien atendida, en especial por papte de Tlaxcala. Xicotenga el
Joven había llegado al frente de varios miles de sus mejores hombres.
Pero, poco antes de que empezara el asalto inicial, el cacique daxcal-
teca había abandonado su puesto en el transcurso de la noche y había
emprendido el viaje de regreso a Tlaxcala. Cortés preguntó al res
pecto, sospechando que, con Xicotenga elViejo debilitado a causa de
su avanzada edad y la mayoría de los nobles que podían rivalizar con
él por el poder consagrados a ayudar a los españoles en sus esfuerzos
por conquistar Tenochtitlán, Xicotenga el Joven — que se había mos
trado hostil a Cortés desde el principio— se había dado cuenta de
que contaba con una oportunidad inmejorable para tomar el poder
en Tlaxcala. Era el mismo arribista joven e impetuoso que justo unos
meses antes, durante las conversaciones políticas mantenidas por los
españoles y tlaxcaltecas, había tenido que ser amonestado y, final
mente, expulsado de la sala de reuniones.
Cortés consideró que Xicotenga había incurrido en un acto de
amotinamiento, así que envió en su búsqueda a varios nobles daxcal-
tecas, acompañados por guardias armados y dos capitanes españoles. La
delegación le pidió que regresara y que se pusiera al mando de un es
cuadrón, pero Xicotenga se negó, de modo que, como se les había
ordenado, los daxcaltecas lo tomaron prisionero y se lo llevaron mania
tado a Cortés. Aunque Pedro de Alvarado trató de convencerle de que
293
C O N Q U IS T A D O R
29 4
liMI'lliZA Kl ASUDIO
295
C O N QUISTA DOR
29 6
IM I'IK/.A H ASI 1)10
297
C O N QUISTA DOR
298
KMI’IH./.A i:i ASEDIO
299
CO N Q U ISTA D O R
300
I MI'IIV.A I-I ASM>IO
301
CO N Q U ISTA D O R
Choque de imperios
303
C H O Q U E DE IMPERIOS
305
C O N QUISTA DOR
306
( l i o g u i ; DI IMI'I RIO S
307
C O N Q U IS TA I ><>H.
visco que Cortés y sus tropas pudieran llegar tan lejos y en tan poco
tiempo. Al ver el súbito avance de los españoles y sus aliados, los az
tecas se ocultaron detrás de columnas y pilares de piedra y tomaron
posiciones en las azoteas de los edificios. Cortés, siguiendo de cerca
las tropas que iban en vanguardia, llegó a la plaza y ordenó emplazar
un cañón de grueso calibre en la piedra del sacrificio gladiatorio.
Cuando gran número de guerreros aztecas entraron en la explanada,
ordenó abrir fuego contra ellos; muchos cayeron abatidos y los de
más, presas del pánico, huyeron en estampida.8 Al tiempo que los
guerreros aztecas buscaban refugio en el recinto sagrado, empezó a
oírse el tañido de los tambores que, desde lo alto del Templo Mayor,
llamaban a tomar las armas. Según las crónicas aztecas: «Percutían sus
atabales, con todo ímpetu tocaban los atabales.Y al momento subie
ron allá dos españoles, les dieron de golpes, y después de haberlos
golpeado, los echaron para abajo, los precipitaron».9
Con todo, el llamamiento a las armas no fue en balde; los guerre
ros aztecas lo oyeron y corrieron a defender su ciudad. Llegados
muchos de ellos en canoa, los aztecas avanzaron en tropel, esgri
miendo sus espadas de obsidiana. Cortés ordenó a sus tropas que
cerraran filas y se lanzaran a la carga, y luego mandó a los ballesteros
y arcabuceros abrir fuego a discreción. La plaza se sumió en el caos y
la confusión. En medio del fuego cruzado de flechas, dardos y pro
yectiles de artillería y arcabuz, Cortés observó que los aztecas conta
ban con una superioridad numérica aplastante, así que ordenó aban
donar la lombarda en la piedra de sacrificios y batirse en retirada. Los
españoles empezaron a replegarse hacia la calzada, donde, para facili
tar la huida, sus aliados habían estado rellenando las brechas durante
todo el día. Una vez que el enemigo hubo abandonado la ciudad, los
guerreros aztecas arrastraron el cañón abandonado hasta la ribera de
la laguna y, una vez allí, lo tiraron al agua, en un lugar llamado Te-
tamazolco («sapo de piedra»).10
Enardecidos por la retirada de las tropas de Cortés, los aztecas se
lanzaron en su persecución por la calle que llevaba a la calzada. Aun
así, pese a estar sometido a constantes ataques desde los flancos y las
azoteas, Cortés tomó las precauciones necesarias con vistas a un fu
turo regreso: «Y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de
308
C l i o g u i : 1)1: IMI'I-.KIOS
aquella calle, porque cuando otra vez entrásemos dende las azoteas
no nos hiciesen daño»."
Cortés y sus hombres llegaron al campamento de Xoloc antes de
que hubiera anochecido. Los mensajeros informaron al capitán ge
neral de que las tropas de Alvarado y Sandoval también habían estado
batallando todo el día, pero que la feroz resistencia de los aztecas les
había impedido llegar al centro de la ciudad. Bernal Díaz, que for
maba parte del contingente de Alvarado que había atacado desde
Tacuba, dijo que la calzada estaba plagada de trampas repletas de es
tacas y que, conforme se aproximaban a la ciudad, las tropas españo
las fueron atacadas tanto por tierra como desde el agua, acribilladas
en todo momento por «tanta multitud» de dardos y piedras que pa
recía «como granizo».12 Para empeorar más aún las cosas, los españo
les comprobaron de nuevo que la caballería era ineficaz en las calza
das. Cuando los jinetes se lanzaban al galope contra los guerreros
aztecas y trataban de darles alcance, estos se arrojaban a las aguas de
la laguna y nadaban hacia un lugar seguro, hasta las canoas o la orilla.
Además, como la caballería era demasiado vulnerable sobre la calza
da y demasiado valiosa como para ponerla en peligro, la infantería
tuvo que llevar el peso de los combates, con el consiguiente coste en
heridos. Las tropas de Alvarado y Sandoval también se replegaron
hacia sus campamentos por la noche, donde se cauterizaron las heri
das con aceite caliente y rezaron a Dios para que les diera fuerzas
para afrontar los combates de los días venideros.13
La primera incursión en Tenochtitlán acarreó de inmediato va
rias consecuencias relevantes. Para empezar, Cortés pudo comprobar
por sí mismo el modo en que probablemente se iban a desarrollar los
combates una vez dentro de la ciudad, y, en segundo lugar, si algo le
quedó claro es que, para impedir (o al menos dificultar) que los az
tecas los hostigaran desde las azoteas, sería necesario incendiar el
mayor número posible de edificios; ello, unido a las operaciones an
fibias que los bergantines ya estaban llevando a cabo en los arrabales de
la capital con el mismo propósito, significaba que la destrucción
de Tenochtitlán ya estaba en marcha. Pero el resultado más impor
tante de la incursión en el recinto religioso fue el efecto que tuvo
sobre los estados vasallos que hasta ese momento se habían mostrado
309
C O N QUISTA DOR
310
rnogui: df imperios
* Por supuesto. Cortés se refiere a las riquezas que habia arrebatado a Mocte
zuma pero que había perdido al abandonar la ciudad durante la Noche Triste.
311
C O N Q U ISTA D O R
312
c iio q u i - di : impi kios
313
CO N Q U ISTA D O R
314
r i l O Q U I - I>E IMPERIOS
315
i ;o i N y u i s T A i ) i m
31 6
cnogui- m? impkrios
317
C O N Q U ISTA IJOH.
318
C H O Q U E DE IM PERIOS
319
C O N QUISTA DOR
320
CIIOQUI-: I >1: IM I'l.R IO S
321
C O N Q U IS T A ! ><>K
322
CIIOQUI-: DI- IM I’ líKIO S
incienso copal. Oyeron los cánticos, el son de los tambores y los te
rroríficos gritos de sus compatriotas al ser sacrificados por medio de
afiladas hojas de obsidiana. C on profundo pesar y resignación, Cortés
solo pudo decir: «Y aunque quisiéramos mucho estorbárselo no se
pudo hacer [nada]».40
Cuauhtémoc, henchido de orgullo por la victoria, envió de in
mediato mensajeros para que pusieran al corriente de lo acontecido
a los caciques de Cuernavaca, Xochimilco y Chalco, sus antiguos
vasallos. Se había ajusticiado a más de la mitad de los españoles, de
esos teules despreciables. Como prueba de ello, los mensajeros pre
sentaron las cabezas decapitadas de varios españoles, así como manos
y dedos amputados y varias cabezas cercenadas de caballo. Cuando la
noticia de lo sucedido se difundió por toda la laguna, el apoyo a
Cortés empezó a menguar y, en cuestión de un par de días, casi todos
los aliados indígenas desaparecieron; tras comprobar que Cortés no
era invencible y temerosos de las profecías que les auguraban un
destino funesto en caso de seguir allí, los veleidosos nativos abando
naron el campamento y se esfumaron sin dejar rastro.
Con la situación bajo su férreo control, el emperador azteca lan
zó una proclama inequívoca y definitiva que ordenó difundir a lo
largo y ancho del imperio: había consultado a los dioses y estos ha
bían dictaminado que, en el plazo de ocho días, no quedaría con vida
un solo español.
2 2
324
I A ÚLTIMA HATAl.l.A DI’ I OS AZTKCAS
325
C O N Q U IS T A D O R
326
I A ÚLTIMA BATALLA t)l¿ LOS AZTECAS
327
C O N Q U IS T A D O R
No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de sali
tre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de la disentería.
Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de
las mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín
y andaban masticando lirios acuáticos, y relleno de construcción, y
cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemaban, lo tostaban, lo cha
muscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aun barro.10
328
I.A UI I IMA HATAI.LA l)F. U )S AZTECAS
329
C O N Q U IS T A D O R
330
I A Ú IT IM A UATAI.1.A DE I.OS AZTECAS
331
C O N Q U IS T A D O R
332
I A ÜI.TIMA HATAt.l.A DE I.OS AZTECAS
333
C O N Q U IS T A D O R
334
I A Ú IT IM A HATALI.A lili LOS A/.IT.CAS
335
C O N Q U IS T A D O R
33 6
I A Úl.TIM A HATAI.I A l)E IO S AZTECAS
337
C O N Q U ISTA D O R .
338
I.A ÚI.TIMA HATALLA DE LOS AZTECAS
341
EPILOGO
342
LOS R E SC O L D O S DEI. IN C E N D IO
343
t:i»iLoi;o
Vi las cosas que trajeron al rey desde la nueva tierra del oro: un sol
todo de oro, de una braza de ancho, igualmente una luna toda de plata,
también así de grande, asimismo dos como gabinetes con adornos se
mejantes, al igual que toda clase de armas que allí se usan, arneses,
cerbatanas, armas maravillosas, vestidos extraños, cubiertas de cama y
toda clase de cosas maravillosas hechas para el uso de la gente. Estas
cosas han sido estimadas en mucho, ya que se calcula su valor en cien
mil florines. Y nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya ale
grado tanto mi corazón como estas cosas. En ellas he encontrado obje
tos maravillosamente artísticos y me he admirado de los sutiles inge
nios de los hombres de esas tierras extrañas.7
344
io s u i;st:o in o s 01:1 incendio
345
K F tU K Í O
346
LOS R E SC O L D O S DEL IN C E N D IO
347
I-1*1LO G O
348
OS KESCOIDOS Din INCENDIO
349
EI’ll.OCO
350
I O S K I IS C O I.D O S l)lil. I N C E N D I O
351
K l'íl >()(•( >
anteriores. Junto con un barco que llevaba sus cartas y otros docu
mentos legales, Cortés envió otra nave cargada con los tesoros que
había obtenido para España. Además del quinto real, que ascendía a
37.000 pesos en oro, el caudillo extremeño incluyó una amplia va
riedad de artículos exóticos: animales vivos, intrincadas máscaras con
las orejas de oro y los dientes engastados de piedras preciosas, copas
y cubiertos de oro.25 Los buques, a bordo de uno de los cuales iba el
tesorero del rey, Julián de Alderete, zarparon el 22 de mayo de 1522.
Pero los barcos nunca arribaron a costas españolas. En algún pun
to situado entre las Azores y el cabo de San Vicente, piratas franceses
a las órdenes de Jean Florín — los corsarios habían oído hablar de las
maravillas procedentes de América a raíz de la exposición organizada
en Bruselas en agosto de 1520— atacaron y apresaron las carabelas
que transportaban el tesoro y las condujeron directamente a Francia,
donde entregaron el botín (que incluía más de 225 kilos de oro en
polvo y 320 kilos de perlas) al rey Francisco I. Durante la travesía
Alderete murió en circunstancias misteriosas, ya fuera por envenena
miento o por haber ingerido alimentos en mal estado. Las cartas y
documentos de Cortés (entre los que había un detallado inventario
del tesoro) llegaron sanos y salvos a España en otro navio, pero, desa
fortunadamente, eso, papel, fue lo único que Carlos V recibió del se
gundo tesoro enviado desde América; las riquezas de Tenochtitlán
habían acabado en manos del rey francés, su principal enemigo.26
Justo por esa misma época, en mayo o junio de 1522, la Malin-
che, que permanecía al lado de Cortés y seguía ejerciendo de intér
prete, dio a luz al niño que había estado gestando durante la última
fase de la conquista. Cortés decidió llamarlo Martín, como su abue
lo.27 La casa palaciega de Coyoacán en la que nació Martín estaba
habitada por muchas mujeres. Por supuesto allí vivía la Malinche, su
madre, pero Cortés también contaba con una suerte de harén, inte
grado tanto por nativas como por españolas llegadas poco antes de
otros puntos de las Indias. De hecho, desde que se propagara la noti
cia de la victoria obtenida por Cortés, a tierras mexicanas llegaban
regularmente barcos, pero al extremeño le aguardaba una nueva sor
presa: en agosto de 1522, enviado por Sandoval desde la costa, llegó
un mensajero exhausto con la noticia de que, procedente de Cuba,
352
IO S HESCO I DO S DEL IN C E N D IO
353
F.PÍI.OOO
354
LOS K ESCO LO O S O El IN C E N D IO
355
EPÍLOGO
356
LOS R E SC O L D O S DEL IN C E N D IO
Axayácatl («Cara de agua»): Sexto rey azteca, reinó entre 1468 y 1481. Padre
de Moctezuma Xocoyotl, o Moctezuma el Joven (Moctezuma II).
359
APÉNIMCKA
quien Cortés escribió sus cinco famosas Cartas de relación, en las que expli
caba y justificaba sus acciones durante la conquista de México.
360
i k .uras Ri:n:VANH.S de i.a c:o n q u ista
Malinche (bautizada doña Marina por los españoles): Era una esclava bilin
güe (hablaba náhuatl y maya) que los tabascanos le dieron a Cortés en Po-
tonchán. Se convirtió en la principal intérprete del conquistador y, después,
en su amante y la madre de su hijo Martín. Acompañando a Cortés en el
curso de toda la conquista, la Malinche tradujo e interpretó todas las nego
ciaciones diplomáticas y políticas importantes, incluida la histórica conver
sación que Cortés y Moctezuma mantuvieron por primera vez.
361
APÉNDICE A
363
APÉNDICE H
364
HREVE CK.ON OI.O OÍA IJE l-A CO N Q U ISTA
Casi tocias las palabras del náhuad son llanas, acentuadas en la penúldma
sílaba.
Las vocales siguen los sonidos usuales del castellano: a, e, i, o y u. La le
tra m, cuando antecede a a, e, i o o, se pronuncia como gu.
Las consonantes se pronuncian de forma semejante al castellano, salvo
en los siguientes casos:
La x y la ch suenan más suave, como sh.
La z suena como la s castellana.
La ll constituye un solo sonido, como en la palabra atlas. Un ejemplo
en náhuad sería atlatl.
La ts y la tz constituyen también un solo sonido.
Apéndice D
Las deidades de este grupo requerían sangre humana para vivir y para per
petuar la existencia de la Tierra y del Sol. Las deidades recibían dicha sangre
a través del autosacrificio (sacrificios personales consistentes en cortarse y
perforarse la piel mediante navajas de obsidiana o espinas de cactus), o bien
a través de sacrificios de prisioneros, en su mayor parte capturados en el
transcurso de las batallas.
Las deidades de este grupo están vinculadas a los orígenes y la creación del
mundo así como a las fuentes de la vida.
367
APEN DICE 1)
Xipe Tótec «Nuestro señor con la piel desollada». Dios de la fertilidad agrí
cola. Patrón de los orfebres.
O tras deidades
I n tr o d u cc ió n
371
NOTAS DE LAS l'A liIN A S 20 A 25
37 2
NOTAS DE LAS HACINAS 26 A 34
373
NOTAS DE l.AS I'A tilN A S 35 A 4»
374
NOTAS DF. LAS PÁGINAS 40 A 44
ñas, véase John Pohl y Charles M. Robinson III, Aztecs and Conquistador!:The
Spanish Invasión and the Collapse of theAztec Empire, Oxford, 2005, pp. 56-91.
Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 153.También reviste interés Ross Has-
sig, War and Society in Ancient Mesoamerica, Berkeley, 1992, pp. 135-164.
14. La batalla de Cintla (25 de marzo de 1519) y sus repercusiones
están descritas en Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 152-161; López de
Gomara, México, pp. 72-75; Prescott, History, pp. 206-208; Cortés, Cartas,
pp. 128-132; Innes, Conquistadors, pp. 51 -55; Peter O. Koch, Aztecs, Conquis
tador, and the Making of Mexican Culture, Carolina del Norte y Londres,
2006,pp. 126-128;John ManchipWhite, Cortés and the Doumfall of theAztec
Empire: A Study in a Conflict of Cultures, Worcester (Mass.) y Londres, 1970,
pp. 167-169; y Thomas, Conquest, pp. 169-170.
15. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 154.
16. El episodio de la yegua y el semental lo registran varias obras, entre
ellas Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 156-157; Innes, Conquistadors,
p. 55; Madariaga, Cortés, pp. 115-116.
17. Prescott, History, p. 209; Innes, Conquistador, p. 55; Díaz del Casti
llo, Historia verdadera, p. 159.
18. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 159; López de Gomara, Méxi
co, pp. 83-85;Tapia, Relación, p. 75; Innes, Conquistador, pp. 55-56; Prescott,
History, pp. 213-215. Véase también Matthew Restall, Seven Myths of the
Spanish Conquest, Oxford, 2003, pp. 77-99 [hay trad. cast.: Los siete mitos de
la conquista española, Paidós, Barcelona, 2004]. Para un estudio fascinante
sobre la vida y la mitología que envuelve a la figura histórica de la Malin-
che, véase Anna Lanyon, Malinche’s Conquest, Nueva Gales del Sur, 1999.
También es muy interesante Francés Karttunen, Betiveen Worlds: Interpreter,
Guides, and Survivon, New Brunswick (N.J.), 1994, pp. 1-23. Finalmente,
véase Francis Karttunen, «Rethinking Malinche», en Susan Schroeder,
Stephanie Wood y Robert Haskett, Iridian IVomen of Early México, Norman
(Okla.) y Londres, 1997, pp. 290-312.
3. E l mensaje de M octezum a
375
NOTAS OE LAS PAGINAS 4S A 47
drid, 2004]; Hugh Tilomas, Conques!: Montezuma, Cortés, and the Ful! qf Oíd
México, Nueva York, 1993, pp. 175-176 [hay trad. cast.: La conquista de Méxi
co, Planeta, Barcelona, 2007],
2. Aunque es impreciso (en realidad se pronuncia algo así como «Moc-
tey-cu-shoma» y ahora es costumbre escribir «Motecuhzoma»), he optado
por utilizar el término más común, Moctezuma.
3. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 164; López de Gomara, México,
p. 82; Cortés, Cartas, p. 132; Peter O. Koch, Aztecs, Conquistador, and the
Making of Mexican Culture, Carolina del Norte y Londres, 2006, p. 130;
Thomas, Conques!, p. 176.
4. López de Gomara, México, p. 83; Thomas, Conquest, pp. 176-177;
Koch, Aztecs, p. 131.
5. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 164; López de Gomara, México,
p. 83; Koch, Aztecs, p. 131; Richard Lee Marks, Cortés:The Great Adventurer
and the Fate qfAztec México, Nueva York, 1993, p. 58 [hay trad. cast.: Hernán
Cortés: el gran aventurero que cambió el destino del México azteca, Ediciones B,
Barcelona, 2005].
6. Citado en Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 164.
7. ¡bid., p. 165. Estos «libros» narraban la historia de la gente corriente
y eran parecidos a los que después de la conquista escribieron frailes —en
tre ellos Bernardino de Sahagún—, a los que ahora se denomina «códices».
El Llamado Códice Florentino fue preparado por el dominico fray Bernardino
de Sahagún bajo el título Historia general de las cosas de Nueva España. Escri
ta en el transcurso de casi cuarenta años, entre 1540 y 1577 aproximada
mente, la obra de Sahagún tenía un alcance monumental y se basa en los
relatos de los indios nahuas presentes antes, durante y después de la con
quista. La obra, que consta de trece volúmenes, recoge múltiples aspectos
de la vida y la cultura aztecas en uno de los estudios etnológicos más sobre
salientes y ambiciosos jamás llevados a cabo. Véase Bernardino de Sahagún,
Historia general de las cosas de Nueva España, ed. de Juan Carlos Temprano,
Historia 16, Madrid, 1990.
8. Bernardino de Sahagún, citado en John Grier Varner y Jeannette
Johnson Varner, Dogs qf the Conquest, Norman (Okla.), 1983, pp. 61-63.
Véanse también López de Gomara, México, p. 84, y Díaz del Castillo, Historia
verdadera, p. 165. La referencia al casco también se halla en Inga Clendinnen,
Aztecs, Cambridge (N.Y.), 1991, p. 268, y en Koch, Aztecs, pp. 131-132.
9. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 167; Marks, Cortés, pp. 58-59
y 101;Thomas, Conquest, pp. 177-179; Prescott, History, p. 604n.Véase tam
bién Hammond Innes, The Conquistador, NuevaYork, 1969,p. 60 [hay trad.
cast.: Los conquistadores españoles, Noguer, Barcelona, 1969].
376
NOTAS DI- I AS l'ÁCINA S 48 A 5.»
10. Citado en López de Gomara, México, p. 85; Díaz del Castillo, His
toria verdadera, pp. 165-166; Koch, /Infecí, pp. 131-132; Marks, Cortés,
pp. 58-61 ¡Tilomas, Conquest, pp. 177-178; Prescott, History, pp. 219-220,
11. Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 161-163; López de Gomara,
México, pp. 83-85; Prescott, History, pp. 214-215;Thomas, Conquest, pp. 171 -
173. Para un estudio fascinante y detallado sobre su vida y su papel en la
conquista de México, véase Anna Lanyon, Malinche’s Conquest, Nueva Gales
del Sur, 1999. También resulta de interés Mary Louise Pratt, «“Yo soy la
Malinche”: Chicana Writers and the Poetics of Ethnonationalism», Callaloo,
16,4 (1993), pp. 859-873.
12. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 167; Innes, Conquistadors,
p. 6 0 .
13. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 167; López de Gomara, Méxi
co, p. 86. La lista detallada de estos regalos aparece en Cortés, Cartas,
pp. 150-158; Koch, Aztecs, pp. 149-151; Prescott, History, p. 230.
14. Citado en Prescott, History, p. 232. Puede hallarse una cita prácti
camente idéntica en Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 168.
15. Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 168-169;Thomas, Conquest,
p. 199; Prescott, History, p. 233; Koch, Aztecs, p. 151.
16. Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, Historia 16, Madrid,
1992, p. 72.
17. //m/.,pp. 58-60.
18. Para un análisis de los complejos calendarios aztecas, véase Michael
E. Smith, The Aztecs, Malden (Mass.), 2003, pp. 246-250; y Jacques Souste-
lle, Daily Ufe of the Aztecs, Londres, 1961, pp. 109-111 y 246-247 [hay trad.
cast.: La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista. Fondo de Cul
tura Económica, México, 1956] .Véase también la monumental obra de fray
Diego Durán Ubro de los ritos y ceremonias en lasfiestas de los dioses y celebra
ción de ellas. El Calendario antiguo.
19. El mito de Quetzalcóatl, incluido el argumento de que el mito era
apócrifo, lo analiza en profundidad H. B. Nicholson, Topiltzin Quetzalcóatl:
The Once and Future Lord of the Toltecs, Boulder, (Colo.), 2001; para esta re
ferencia, véanse en especial las páginas 32-33.Véase también David Carras
co y Eduardo Matos Moctezuma, Moctezunta's México: Visions of the Aztec
World, Boulder (Colo.), 2003, pp. 143-147.También resultan muy esclare-
cedores David Carrasco, Quetzalcóatl and the Irotty of Empire, Chicago, 1982,
pp. 30-32 y 180-204;John Bierhorst, Cantares Mexicanos: Songs of the Aztecs,
Stanford (Calif.), 1985, pp. 479-480; James Lockhart, We People Here:
Náhuatl Accounts of the Conquest of México, vol. 1, Berkeley (Calif.), 1993,
pp. 18-22; Koch, Conquistadors, pp. 103-104; Marks, Cortés, p. 74. Lírico y
37 7
NOTAS DE LAS PÁGINAS 54 A <i2
378
NOTAS DI- l.AS l'A liIN A S f»3 A 71
379
NOTAS I)K l.AS I»A<;INAS 72 A 7(,
dors, Nueva York, 1969, p. 65 [hay trad. cast.: Los conquistadores españoles,
Noguer, Barcelona, 1969].
14. Ibid., pp. 220 y 691n.
15. Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 196-197; Prescott, History,
pp. 258-259;Tapia, Relación, p. 82;Thomas, Conques!, p. 215; Hassig, México,
p. 76.
16. Citado en Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 205; López de
Gomara, México, p. 115; Koch, Aztecs, p. 161; Gurría Lacroix, Itinerario, p. 88;
Prescott, History, p. 264. No todos los castigos fueron aplicados como Cor
tés había especificado en un principio. Es posible que, consciente de que
necesitaría a los hombres, se hubiera tirado un farol.
17. Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 205-206; López de Goma
ra, México, pp. 116-117; C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of
México, Austin, 1956, pp. 28-32; Prescott, History, pp. 266-268; Thomas,
Conquest, pp. 222-226; Koch, Aztecs, p. 162; Marks, Cortés, p. 85.
18. Citado de manera diferente en Thomas, Conquest, p. 223. También
se cita en Michael Wood, Conquistadors, Berkeley (Calif.), 2000, p. 48, y en
Paul Schneider, Brutal Journey: The Epic Story of the First Crossing of North
America, Nueva York, 2006, p. 115 [hay trad. cast.: Viaje brutal. Cabeza de Vaca
y el primer viaje a través de Norteamérica, Península, Barcelona, 2009],
5. H acia las m o n t a ñ a s
380
NOTAS Dli LAS l»Ac¡INAS 7(> A H2
381
N O IA S I)l¿ LAS l'ACiINAS 83 A 93
382
NOTAS DE LAS l’ÁCÜNAS ¥4 A 102
6. L a matanza de C holula
383
NOTAS OI- I.AS PAGINAS 10.» A 110
38 4
NOTAS DE LA I'AOINA 112
pp. 258-263, y Padden, Hununingbird and Hawk, pp. 158-162. Sobre los re
latos indígenas y las interpretaciones alternativas acerca de lo sucedido,
véanse Tapia, Relación, pp. 91-95; León-Portilla, Visión de los venados, pp. 86-
87; Stuart 13. Schwartz, Victors and Vaitquished: Spanislt and Nalma Victos of the
Conquest of México, Boston y Nueva York, 2000, pp. 103 y 114-119; Bernar-
dino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, ed. de Juan
Carlos Temprano, Historia 16, Madrid, 1990, vol. 2, pp. 964-965; Laurette
Séjourné, Burning Water:Thought and Religión inAncient México, Nueva York,
1956, p. 2. Para análisis revisionistas, véanse Matthew Restall, Seven Myths of
the Spanislt Conquest, Oxford, 2003, pp. 25,112 y 168n [hay trad. cast.: Los
siete mitos de la conquista española, Paidós, Barcelona, 2004]; Hassig, México,
pp. 94-99, e Inga Clendinnen, «Fierce and Unnatural Cruelty», en Stephen
Greenblatt, ed., Neu> World Etuounters, Berkeley (Calif.), 1993, pp. 12-47.
7 . L a «c iu d a d de los sueños »
385
NOTAS DE I.AS PAGINAS I 13 A 122
386
NOTAS l>»-. l.AS 1'AlilNAS 122 A I2(.
387
NOTAS lili l.AS I'A g INAS 127 A 127
8. C iu d a d de sacrificio
1. Jacques Soustelle, Daily Life of the Aztecs, Londres, 1961, pp. 120-162
(hay trad. cast.: La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, Fondo
de Cultura Económica, México, 1956].Véanse también Michael E. Smith,
The Aztecs, Malden (Mass.), 2003, pp. 135-146; Richard Townsend, The
Aztecs, Londres, 1992, pp. 156-191; Hugh Thomas, Conquest: Montezuma,
Cortés, and the Fall of Oíd México, Nueva York, 1993, p. 286 [hay trad. cast.:
La conquista de México, Planeta, Barcelona, 2007].
2. Francisco López de Gomara, La conquista de México, Historia 16,
Madrid, 1987, pp. 172-173; Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de
388
NOTAS DE l.AS EAC'.INAS 1JO A t J4
389
NOTAS DE LAS PAGINAS IJ4 A 140
390
NOTAS DE LAS l»AtilNAS 14« A 148
391
NOTAS DE LAS l'ACiINAS 149 A 155
39 2
NOTAS ni; I AS PÁGINAS 156 A 164
393
NOTAS I>E LAS 1*A(¿INAS 165 A 173
394
NOTAS DE LAS 1'ACilNAS 174 A 1Kt
Hernán Cortés: Conqtwm of México, Coral Gables, 1942, pp. 316-318 (origi
nal: Hernán Cortés, Espasa-Calpe, Madrid, 2008 (1941)(.
19. Citado en Prescott, History, pp. 518 y 1ln.
20. Cortés, Cartas, pp. 261 -262; Prescott, History, pp. 518-519;Thomas,
Conquest, pp. 376-377.
21. Cortés, Cartas, pp. 261-263; Prescott, History, p. 519.
22. Díaz del Castillo, Discovery, p. 390; Prescott, History, p. 519; Mada-
riaga, Cortés, pp. 317-318.
23. López de Gomara, México, p. 225.
24. Díaz del Castillo, Discovery, p. 375.
25. Schneider, BrutalJourney,p. 10;Thomas, Conquest, p. 379.
26. Schneider, Brutal Journey, pp. 10-1 l;Thomas, Conquest, p. 379.
27. Díaz del Castillo, Discovery, pp. 390-393; López de Gomara, México,
pp. 225-226; Cortés, Cartas, pp. 263-265; Prescott, History, pp. 522-524.
28. Andrés de Tapia, Relación de algunas cosas..., en J. Díaz, et al., La con
quista de Tenochtitlán, Dastin, Madrid, 2000, p. 113.
29. Thomas, Conquest, p. 381.
30. Díaz del Castillo, Discovery, p. 375.
31. Véase la crónica de Alvar Núñez Cabeza de Vaca sobre la expedi
ción de Narváez en Naufragios, Cátedra, Madrid, 1989;John Upton Terrell,
Journey into Darkness, Nueva York, 1962; David A. Howard, Conquistador in
Chains: Cabeza de Vaca and the Indians of the Americas, Tuscaloosa (Ala.) y
Londres, 1997. Véase también Schneider, BrutalJourney.
32. Thomas, Conquest, pp. 380-381; Prescott, History, pp. 530-531. So
bre el número de soldados, véase Hassig, México, p. 111.
12. La f ie s t a d e T óxcatl
395
NOTAS DE I.AS PÁGINAS 182 A 186
396
NOTAS 1)E 1AS l'AtilNAS IH6 A 190
Norman, 2006, p. 10) sugiere que fue el propio Cortés quien ordenó per
petrar la matanza y que le encomendó a Alvarado llevarla a cabo mientras
él se encontraba fuera de Tenochtitlán. Sin embargo, esto parece harto im
probable, ya que Cortés era consciente de lo poco numerosas que serían sus
fuerzas y no tenía manera de saber lo que les ocurriría a él y a sus hombres
en la batalla con Narváez.
13. Del Códice Aubin, en Stuart B. Schwartz, Victors and Vanquished:
Spanish and Nahua Vieivs of the Conquest of México, Boston y Nueva York,
2000, p. 164.
14. López de Gomara, México, p. 230; John Manchip White, Cortés and
the Doumfall of the Aztec Empire: A Study in a Conflict of CM/fMres.Worcester
(Mass.) y Londres, 1970, p. 220.
15. León-Portilla, Visión de los vencidos, p. 109, procedente del Codex
Ramírez y del Códice Aubin. También en James Lockhart, We People Hete:
Náhuatl Accounts of the Conquest of México, vol. I, Berkeley (Calif.), 1993,
pp. 132-136.
16. Marks, Cortés, p. 163; Hassig, México, pp. 109-111; Burr Cartwright
Brundage, A Rain of Darts: The Mexica Aztees, Austin y Londres, 1972,
p. 273. Sigue sin estar clara la cifra de víctimas mortales; en función de
las fuentes, fueron entre dos mil y diez mil. Duran (Judies, pp. 536-537) cita
la cifra más alta.
17. León-Portilla, Visión de los vencidos, p. 110. La complejidad de los
ritos funerarios en honor de los guerreros caídos en combate se aborda de
manera exhaustiva en Duran, Indies, pp. 149-152 y 283-290.
18. R. C. Padden, The Hummingbird and the Hawk, Columbus (Ohio),
1967, p. 196;Thomas, Conquest, p. 391, 729n y 790n; Camilo Polavieja,
Hernán Cortés, copias de documentos, Sevilla. 1889, pp. 280-281.
19. Citado en León-Portilla, Visión de los vencidos, p. 110; Lockhart, We
People Here, p. 138.
20. William H. Prescott, History of the Conquest of México, Nueva York,
2001, p. 540 [hay trad. cast.: Historia de la conquista de México, Antonio Ma
chado Libros, Madrid, 2004]; Hassig, México, pp. 111 y 215n;Thomas, Con
quest, pp. 392-393; Koch, Aztecs, p. 234.
1. Bernal Díaz del Castillo, The Discovcry and Conquest of México, 1517-
1521, Nueva York y Londres, 1928, p. 398; Hernán Cortés, Letters from
México, trad. y ed. de Anthony Pagden, New Haven, 2001, p. 475n. Hugh
397
NOTAS DE I.AS PÁGINAS 190 A 195
398
NOTAS 1)1- I AS l'ÁlilN AS l*»5 A 200
399
NOTAS l)F. l.A I’Át.üNA 201
zuma rechazó los alimentos y la ayuda médica y que sucumbió a las heridas.
El cronista Antonio de Herrera respalda esta versión. Díaz del Castillo afir
ma que él, Cortés y muchos de los soldados españoles lloraron cuando
Moctezuma falleció, y añade que «hombres hubo entre nosotros, de los que
le conocíamos y tratábamos, que tan llorado fue como si fuera nuestro pa
dre» (Historia verdadera, p. 393). Aunque la afirmación parece ciertamente
exagerada, los españoles habían pasado más de medio año en contacto ín
timo con el gobernante, y es razonable suponer que habían desarrollado
lazos de afinidad con él. De todas las versiones españolas, la de Díaz del
Castillo es la que resulta más verídica. Véase también Cortés, Letters from
México, pp. 475-476n.
Casi todos los relatos aztecas defienden la teoría de que Moctezuma
sobrevivió a la lapidación, se recuperó por breve tiempo y fue acuchillado
(o bien apaleado) hasta morir,justo antes de que los españoles se marcharan
en el transcurso de la Noche Triste. En History of the Indies of New Spain
(p. 545), fray Diego Durán sostiene que Moctezuma fue descubierto y re
cibió cinco puñaladas en el pecho. En cambio, unos pocos relatos nativos
apoyan la versión de la lapidación: tanto el Codex Ramírez como Ixtlilxó-
chitl afirman que Moctezuma fue acuchillado o bien asesinado mediante
espadas. Fray Bernardino de Sahagún defiende la versión del apaleamiento,
mientras queThomas (Conquest, p. 404) califica de «improbable» la versión
azteca del asesinato por parte de los conquistadores.
El destino del cuerpo de Moctezuma también está envuelto en el mis
terio y la controversia. En las Cartas (p. 272) Cortés afirma: «Y yo lo fice
sacar así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la
gente.Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que por eso no cesó la guerra, y
muy más recia y muy cruda de cada día». Díaz del Castillo, que redactó su
crónica muchos años después de la conquista y, por tanto, no tenía dema
siado interés político en el asunto, dejó escrito que Cortés «mandó a seis
mexicanos muy principales ... que lo sacasen a cuestas y lo entregasen a los
capitanes mexicanos» (Historia verdadera, p. 394).
Los relatos aztecas sostienen que el cuerpo de Moctezuma fue encon
trado, junto con los cadáveres de Cacama e Itzquauhtzin (que, de hecho,
fueron ejecutados, algo que los españoles no niegan), fuera del palacio, cer
ca de un canal ubicado en un lugar llamado Teoayoc; posteriormente todos
fueron incinerados. Véase Sahagún en Schwartz, Victors, pp. 177-178; Ló-
pez-Portillo, They Are Corning, p. 260; Cortés, Letters from México, p. 478n.
31. Citado en Brundage, Rain of Darts, p. 276. Más infomación sobre la
enigmática muerte de Moctezuma H en Diego Durán, History of the Indies
ofNeuf Spain, Norman (Okla.), 1994, pp. 544-545. Para estudios en profún-
400
NOTAS Di; LAS l’ACINAS 202 A 207
14. L a N o c h e T riste
401
NOTAS DE l.AS p ACÜNAS 207 A 210
402
NOTAS Dlí I.AS PAGINAS 211 A 215
403
NOTAS l)E I.AS PAGINAS 213 A 220
404
NOTAS OE l AS PACINAS 221 A 227
405
NOTAS HE LAS PAUINAS 22H A 23.1
406
NOTAS 1)1- I.AS I*Ac;INAS 233 A 236
6. Ibid., pp. 306-307; Díaz del Castillo, Discovery, pp. 442-443; C. Har-
vey Gardiner, Naval Power in tbe Conquest of México, Austin (Tex.), 1956,
p. 107; Prescott, History, p. 642.
7. Díaz del Castillo, Discovery, p. 443-444; Gardiner, Naval Pouvr, p. 108;
Hugh Thomas, Conquest: Montezuma, Cortés, and the Fall of Oíd México,
Nueva York, 1993, pp. 447-448 [hay trad. cast.: La conquista de México, Pla
neta, Barcelona, 2007].
8. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 423; López-Portillo, They Are
Corning, p. 282.
9. Gardiner, Naval Power, p. 108;Thomas, Conquest, p. 448; Richard Lee
Marks, Cortés: The Great Adventurer and the Fate ofAztec México, Nueva York,
1993, p. 196 [hay trad. cast.: Hernán Cortés: el gran aventurero que cambió el
destino del México azteca. Ediciones B, Barcelona, 2005].
10. Charles C. Mann, 1491: New Revelations of the Americas Before Co-
lutnbus, Nueva York, 2005, pp. 92-93 [hay trad. cast.: 1491: una nueva historia
de las Américas antes de Colón,Taurus, Madrid, 2006]; Alfred W. Crosby.Jr.,
The Columbian Exchange: Biological and Cultural Consequences of 1492, West-
port (Conn.), 2003, p. 47 [hay trad. cast.: El intercambio transoceánico: conse
cuencias biológicas y culturales a partir de 1492, UNAM, México, 1991]; Wi-
lliam H. McNeill, Plagues and Peoples, Nueva York, 1976, pp. 206-207 [hay
trad. cast.: Plagas y pueblos, Siglo XXI, Madrid, 1984],
11. Mann, 1491, p. 93; fray Diego Durán, TheAztecs:The History of the
Iridies of New Spain, Nueva York, 1964, p. 323; Crosby, Columbian, pp. 48-49.
Algunas fuentes señalan que los criados cubanos que iban a bordo del bar
co de Narváez estaban infectados, pero todos los indicios apuntan a que la
fuente de la epidemia en Nueva España fue la expedición de Narváez.
Véase David Noble Cook, Bom to Die: Disease and the New World Conquest,
1492-1650, Cambridge (Mass.), 1998, pp. 64-70 [hay trad. cast.: La conquis
ta biológica: las enfermedades en el Nuevo Mundo, 1492-1650, Siglo XXI, Ma
drid, 2005].
12. Citado en Crosby, Columbian, pp. 48-49.
13. Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos. Historia 16, Madrid,
1992, p. 122; Relatos aztecas, Códice Florentino, en James Lockhart, We People
Here: Náhuatl Accounts of the Conquest of México, vol. I, Berkeley (Calif.), 1993,
pp. 182-183; Stuart B. Schwartz, Victors and Vanquished: Spanislt and Nahua
Views of the Conquest of México, Boston y Nueva York, 2000, pp. 188-190.
14. Inga Clendinnen, Aztecs, Cambridge (N. Y), 1991, p. 270; Burr
Cartwright Brundage, A Rain ofDarts.The Mexica Aztecs,Austin y Londres,
1972, p. 279.
15. Jacques Soustelle, The Daily Ufe of the Aztecs on the Eve of the Spa-
407
NOTAS HE I AS HAtiINAS 236 A 241
itish Conques!, Londres, 1961, pp. 196-198 [hay trad. cast.: La vida cotidiana
de los aztecas en vísperas de la conquista. Fondo de Cultura Económica, Méxi
co, 1956]; Matthew Restall, Seven Myths qf the Spanish Conques!, Oxford,
2003, pp. 140-142 [hay trad. cast.: Los siete mitos de la conquista española, Pai-
dós, Barcelona, 2004]; Cook, Born to Die, pp. 62-67.
16. Soustelie, Daily Life, p. 130; Dirk R. van Tuerenhout, The Aztecs:
Netv Prospectivos, Santa Bárbara (Calif.), 2005, pp. 137 y 216; Bernard R.
Ortiz de Montellano, Aztec Medicine, Health, and Nutrition, New Brunswick
(N.J.) y Londres, 1991, pp. 163-164.
17. Códice Florentino, en Lockhart, We People Hete, p. 182.
18. Citado en León-Portilla, Visión de los vencidos, p. 122. Sobre la de
vastación causada por la enfermedad y sus implicaciones, véase también
Robert V. Hiñe y John Mack Fragher, The American West: A Netv Interpreta
tivo History, New Haven y Londres, 2000, pp. 25-27.
19. Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva Espa
ña, en J. Díaz, et al.. La conquista de Tenochtitlán, Dastin, Madrid, 2000,
p. 191.
20. McNeill, Plagues, pp. 207-208. Véase también Robert McCaa,
«Spanish and Náhuatl Views on Smallpox and Demographic Catastrophe
in México»,Journal of Interdisciplinary History, 25 (1995), pp. 397-431.
21. Cortés, Cartas, pp. 302-303; Hassig, México, pp. 129-130;Thomas,
Conquest, p. 446.
22. Prescott, History, pp. 643-644.
23. Ibid., p. 644;Thomas, Conquest, p. 440.
24. Cortés, Cartas, p. 306.
25. Ibid., p. 308, y Letters from México, p. 482n. Pagden indica que Gri-
jalva fue de hecho el primero en acuñar esta expresión.
26. Ibid., p. 308.
27. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 431; Francisco López de Go
mara, La conquista de México, Historia 16, Madrid, 1987, p. 258; Prescott,
History, pp. 644-646.
28. Díaz del Castillo, Discovery, p. 448; Prescott, History, p. 641.
29. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 425.
30. Ibid., p. 446.
31. Ibid., p. 449; Cortés, Cartas, p. 313; López de Gomara, México,
p. 258; Prescott, History, p. 646; Thomas, Conquest, p. 450.
32. Cortés, Cartas, p. 313; López de Gomara, México, p. 258.
33. Prescott, History, p. 646.
34. Ibid., p. 446; Cortés, Cartas, p. 315; López de Gomara, México,
p. 258; Díaz del Castillo, Discovery, p. 450.
408
NOTAS l>E LAS PÁGINAS 241 A 218
35. 13íaz del Castillo, Historia verdadera, p. 439; Prescott, History, p. 646.
36. Cortés, Cartas, p. 315; López de Gomara, México, p. 259.
37. Citado en Gardiner, Naval Power, p. 103.
409
NOTAS l)E LAS PÁGINAS 248 A 25(1
41 0
NOTAS l)l; I AS I'A c i NAS 257 A 2f>2
Norman, 2006, p. 138) aporta la cifra de siete mil, mientras que otras fuen
tes indican que solo fueron la mitad. Ixtlilxóchitl (Ally of Cortés:Account 13:
O f the Corning of the Spaniards and the Beginnitig of Evangélica! Law, pp. 13-14)
sostiene que había seis mil, pero que no eran exclusivamente tlaxcaltecas
(también habría guerreros texcocanos). Otros cronistas aportan una cifra
menor, entre tres mil y cuatro mil. Hernán Cortés (Cartas de relación. Cas
talia, Madrid, 1993, p. 326) afirma que había «tres o cuatro mili indios
nuestros amigos».
2. Cortés, Cartas, pp. 205-206 y 326; Nigel Davies, TlteAztecs, Nueva
York, 1973, p. 254.
3. Cortés, Cartas, p. 327; Ixtlilxóchitl, Ally, p. 13.
4. Cortés, Cartas, p. 327.
5. Ibid., p. 329; Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista
de Nueva España, Sopeña, Barcelona, 1970, pp. 444-445; Ixtlilxóchitl, Ally,
p. 16; Ross Hassig, Aztec Warfare, Norman (Okla.), 1988, pp. 248-249.
6. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 445; Hassig, México, p. 141.
7. Ixtlilxóchitl, Ally, pp. 16-17; Francisco López de Gomara, La con
quista de México, Historia 16, Madrid, 1987, pp. 267-268.
8. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 446; Cortés, Cartas, p. 331.
9. Citado en Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 449; C. Harvey
Gardiner, The Constant Captain: Gonzalo de Sandoval, Carbondale (111.),
1961, pp. 75-76.
10. Bernal Díaz del Castillo, The Discovery and Conquest of México,
1517-1521, Nueva York y Londres, 1928, p. 467; Cortés, Cartas, p. 337;
William H. Prescott, History of the Conquest of México, Nueva York, 2001,
pp. 686-687 [hay trad. cast.: Historia de la conquista de México, Antonio Ma
chado Libros, Madrid, 2004].
11. C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of México, Austin
(Tex.), 1956, pp. 115-116; Hassig, México, p. 142.
12. Gardiner, Naval Pou>er, pp. 116-117; C. Harvey Gardiner, Martin
López: Conquistador Citizen of México, Lexington (Mass.), 1958, pp. 42-43;
Gardiner, Constant Captain, pp. 76-78; Prescott, History, p. 687. No se ha
esclarecido el número de integrantes de la caravana; algunas fuentes afirman
que hasta cincuenta mil tlaxcaltecas participaron en el traslado de los ber
gantines deTlaxcala a Texcoco. separadas por más de ochenta kilómetros.
13. José López-Portillo, TheyAre Coming:The Conquest of México, Den
tón (Tex.), 1992, p. 293 [original: Ellos vienen... La conquista de México, Fer
nández, México, 1987].
14. Citado en Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 450; Cortés, Cartas,
p. 339.
411
NOTAS DE LAS 1‘ACINAS 263 A 273
15. Gardiner, Naval Power, pp. 125-127; Hubert Howe Bancroft, His-
tory of México, vol. 1, San Francisco, 1883-1888, p. 581; Ixtlilxóchitl, Ally,
p. 15; López-Portillo, TheyAre Corning, p. 293.
16. Cortés, Cartas, pp. 339-340; Hassig, México, p. 142.
17. Cortés, Cartas, p. 340.
18. Díaz del Castillo, Discovery, p. 473; Prescott, History, p. 692.
19. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 453.
20. Cortés, Cartas, p. 341.
21. Ibid, pp. 341-342.
22. Citado en Cortés, Cartas, p. 342.
23. Ibid.
24. Díaz del Castillo, Discovery, p. 476.
25. Citado en Cortés, Cartas, p. 342; López de Gomara, México,
p. 273.
26. Prescott, History, p. 704; Gardiner, Naval Power, pp. 119-120; Ri
chard Lee Marks, Cortés: The Great Adventurer and tbe Fate of Aztec México,
Nueva York, 1993, p. 213 [hay trad. cast.: Hernán Cortés: el gran aventurero que
cambió el destino del México azteca, Ediciones B, Barcelona, 2005]; Hugh
Thomas, Conques!: Montezuma, Cortés, and tbe Fall of Oíd México, Nueva
York, 1993, pp. 469-471 [hay trad. cast.: La conquista de México, Planeta,
Barcelona, 2007].
27. Thomas, Conquest, pp. 471-472; fray Diego Duran, History of the
Indies of New Spain, Norman (Okla.), 1994, p. 17n.
28. Díaz del Castillo, Discovery, pp. 512-514; Prescott, History, pp. 726-
727; López-Portillo, TheyAre Corning, pp. 300-301.
29. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 486.
30. Cortés, Cartas, p. 448; Díaz del Castillo, Discovery, pp. 514-515;
López-Portillo, They Are Corning, pp. 300-301; Thomas, Conquest, p. 469;
Cortés, Letters from México, trad. y ed. de Anthony Pagden, New Haven,
2001, pp. 497-498n.
31. López de Gomara, México, p. 282.
32. Ibid., pp. 282-283; Prescott, History, p. 703; Gardiner, Naval Power,
pp. 121-125; Ixtlilxóchitl, Ally, pp. 15-16; Marks, Cortés, pp. 223-224.
1. Berna! Díaz del Castillo, The Discovery and Conquest of México, 1517-
1521, Nueva York y Londres, 1928, p. 478; Francisco López de Gomara, La
conquista de México, Historia 16, Madrid, 1987, p. 274;William H. Prescott,
412
NOTAS DE LAS I'A o INAS 274 A 282
History of tlie Conquest of México, Nueva York, 2001, pp. 698-699 jhay trad.
casi.: Historia de la conquista de México, Antonio Machado Libros, Madrid,
2004], La versión íntegra de Prescott sobre el envolvimiento militar de la
región, en las páginas 691-724.
2. Hernán Cortés, Cartas de relación, Castalia, Madrid, 1993, p. 345.
3. Ibid., p. 346; C. Harvey Gardiner, The Constant Captain: Gonzalo de
Sandoval, Carbondale (111.), 1961, pp. 78-79; López de Gomara, México,
p. 274; Prescott, History, p. 702.
4. Citado en Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista
de Nueva España, Sopeña, Barcelona, 1970, p. 465.
5. Cortés, Cartas, p. 349.
6. En Historia verdadera... Díaz del Castillo afirma que eran veinte mil,
pero Cortés (Cartas, p. 349) y López de Gomara (México, p. 276) proporcio
nan la cifra de cuarenta mil. En cualquier caso, el creciente número de
aliados debió de preocupar profundamente a Cuauhtémoc.
7. Cortés, Cartas, p. 350; Díaz del Castillo, Discovery, p. 488.
8. Cortés, Cartas, p. 350; probablemente se trataba de la localidad de
Tlaycapan.
9. Díaz del Castillo, Historia verdadera, pp. 468-469; Cortés, Cartas,
pp. 350-351; Prescott, History, p. 707.
10. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 470.
11. López de Gomara, México, pp. 277-278; Díaz del Castillo, Discovery,
p. 492.
12. Cortés, Cartas, p. 353.
13. Ibid.
14. Fray Diego Durán, History of the Indies of New Spain, Norman
(Okla.), 1994, pp. 205n, 244-245 y 244n.
15. Cortés, Cartas, p. 354.
16. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 474.
17. López de Gomara, México, pp. 278-279; Cortés, Cartas, p. 355; Díaz
del Castillo, Historia verdadera, p. 474; Prescott, History, pp. 711-712; José
López-Portillo, They Are Corning: The Conquest of México, Dentón (Tex.),
1992, pp. 294-295 [original: Ellos vienen... La conquista de México, Fernán
dez, México, 1987],
18. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 474.
19. Salvador de Madariaga, Hernán Cortés: Conqueror of México, Coral
Gables (Fio.), 1942, p. 369 [original: Hernán Cortés, Espasa-Calpe, Madrid,
2008 (1941)]; Nigel Davies, The Aztecs:A History, Norman (Okla.), 1980,
p. 272 [hay trad. cast.: Los aztecas, Destino, Barcelona, 1977].
20. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 476.
413
NOTAS DE LAS I'A cíINAS 282 A 288
414
NOTAS Mi; I.AS PAGINAS 2HH A 2<>4
Ancient Mrsoamerica, Berkeley (Calif.), 1992, pp. 82-85 y 142; Hassig, Aztec
Warfare, pp. 37-47.
6. Hugh Thomas, Conquest: Montezuma, Cortés, and the Fall of Oíd
México, Nueva York, 1993, pp. 487-488 [hay trad. cast.: La conquista de Méxi
co, Planeta, Barcelona, 2007]; fray Diego Durán, Book of the Gods and Rites
and The Ancient Calendar, Norman (Okla.), 1971, pp. 19 y 164. Pantitlán,
un lugar dedicado a rituales asociados al agua y los remolinos, es también
objeto de análisis en Eloise Quiñones Keber, Representing Aztec Ritual:
Performance, Text, and Image in the World ofSahagún, Boulder (Colo.), 2002,
pp! 88 y 182.
7. Hernán Cortés, Cartas de relación, Castalia, Madrid, 1993, pp. 364-
365.
8. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva
España, Sopeña, Barcelona, 1970, p. 487.
9. C. Harvey Gardiner, Naval Pou>er in the Conquest of México, Austin
(Tex.), 1956, pp. 115-116; Ross Hassig, México and the Spanish Conquest,
Norman (Okla.), 2006, pp. 127-133. Gardiner ha realizado un trabajo ad
mirable a la hora de recrear el tamaño exacto y el aspecto de los berganti
nes, basándose para ello en la profundidad de las lagunas, el uso que se les
pretendía dar, los comentarios de Martín López y el aspecto que tenían
otros navios españoles de la época; véase C. Harvey Gardiner, Martín López:
Conquistador Citizen of México, Lexington (Mass.), 1958, pp. 42-46. La bo
tadura también la relata Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva
España, Madrid, 1914, pp. 600-601.
10. Las estimaciones temporales exactas del proyecto son difíciles de
determinar y dependen de si uno incluye las fases iniciales de planificación
o se atiene estrictamente a la fase de construcción propiamente dicha. Para
una discusión interesante sobre el asunto, véase Gardiner, Naval Power,
p. 128 y nota.
11. Cortés, Cartas, pp. 364-365. La mayoría de los estudiosos y otros
cronistas (Díaz del Castillo, López de Gomara, Hassig) coinciden en estas
cifras.
12. Es interesante observar que Ixtlilxóchitl (Ally of Cortés:Account 13:
O f the Corning of the Spaniards and the Beginning of Evangelical Law, un relato
que presenta un acentuado sesgo indígena) sitúa el número de aliados en
doscientos mil (p. 22), mientras que algunos cronistas europeos elevan la
cifra a medio millón.
13. Citado en Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista
de Nueva España, Sopeña, Barcelona, 1970, pp. 491-492.
14. Hassig, México, p. 149;Thomas, Conquest, p. 491. Puede encontrar
415
N O T A S D E LAS PAGINAS 2V5 A 305
21. C h o q u e de imperios
416
NOTAS ■»: I AS I'ACÍINAS JOS A J I J
el gran aventurero qite cambió el destino del México azteca, Ediciones 13, Barce
lona, 2005],
2. Ross Hassig,México and the Spanisb Conquest, Norman (Okla.),2006,
pp. 156-157.
3. Cortés, Cartas, p. 375.
4. Ibid., p. 376.
5. López de Gomara, México, p. 289; Hugh Thonias, Conquest: Monte-
zuma, Cortés, and the Fall of Oíd México, Nueva York, 1993, p. 500 [hay trad.
cast.: La conquista de México, Planeta, Barcelona, 20071;José López-Portillo,
TheyAre Coming:The Conquest of México, Dentón (Tex.), 1992, p. 313 [ori
ginal: Ellos vienen... La conquista de México, Fernández, México, 1987],
6. Códice Florentino, libro XII, en James Lockhart, We People hiere: Ná
huatl Accounts of the Conquest of México, vol. I, Berkeley (Calif.), 1993,
pp. 193-194.
7. Cortés, Cartas, p. 378;Thomas, Conquest, p. 500; Marks, Cortés, p. 235.
8. Lockhart, We People Hete, pp. 194-195; Cortés, Cartas, p. 379; Miguel
León-Portilla, Visión de los vencidos, Historia 16, Madrid, 1992, pp. 126-127.
9. Citado en León-Portilla, Visión de los vencidos, p. 126.
10. Ibid.; Lockhart, We People hiere, pp. 195-196; Cortés, Cartas, p. 380.
11. Cortés, Cartas, p. 381.
12. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva
España, Sopeña, Barcelona, 1970, p. 501.
13. Ibid., p. 501.
14. /<>/</.;Thomas, Conquest, p. 501;William H. Prescott, History of the
Conquest of México, Nueva York, 2001, pp. 751-752 [hay trad. cast.: Historia
de la conquista de México, Antonio Machado Libros, Madrid, 2004].
15. Marks, Cortés, p. 234;Thomas, Conquest, p. 501; Fernando de Alva
Ixtlilxóchid, Ally of Cortés:Account 13: O f the Corning of the Spaniards and the
Beginning of Evangelical Law, El Paso (Tex.), 1969, p. 35 [original: Décima
tercia relación de la venida de los españoles y principio de la ley evangélica, México,
1938).
16. Cortés, Cartas, p. 383.
17. Ibid., p. 384.
18. Ibid., pp. 384-385; López de Gomara, México, p. 294; Prescott, His
tory, pp. 753-754.
19. López-Portillo, TheyAre Corning, p. 315; R. C. Padden, The Hum-
mingbird and the Hawk, Columbus (Ohio), 1967, pp. 213-216; fray Diego
Duran, History of the Indies of New Spain, Norman (Okla.), 1994, p. 312.
20. John Eoghan Kelly, Pedro deAlvarado: Conquistador, Princeton (N.J.),
1932, pp. 43 y 94;Thomas, Conquest, p. 504.
417
NOTAS l)E I.AS I’ACINAS 313 A 322
418
NO TA S MI- I AS l»A(¡INAS 323 A 327
1. Richard Lee Marks, Cortés:The Great Adventurer and tlw Fate ofAztec
México, Nueva York, 1993, pp. 243-244 [hay trad. cast.: Hernán Cortés: el gran
aventurero que cambió el destino del México azteca, Ediciones B, Barcelona,
2005]; Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, Historia 16, Madrid,
1992, pp. 130 y 133.
2. José López-Portillo, TheyAre Coming:The Conquest of México, Den
tón (Tex.), 1992, pp. 330-331 [original: Ellos vienen... La conquista de México,
Fernández, México, 1987); Marks, Cortés, p. 244; Hernán Cortés, Cartas de
relación. Castalia, Madrid, 1993, pp. 404-405; Francisco López de Gomara,
La conquista de México, Historia 16, Madrid, 1987, p. 302.
3. Cortés, Cartas, pp. 400-401; López de Gomara, México, p. 302; Wi-
lliam H. Prescott, History of the Conquest of México, Nueva York, 2001, p. 780
[hay trad. cast.: Historia de la conquista de México, Antonio Machado Libros,
Madrid, 2004].
4. C. Harvey Gardiner, The Constant Captain: Gonzalo de Sandoval,
Carbondale(IlL), 1961, p. 93; Cortés, Cartas, p. 400; López de Gomara,
México, p. 302.
5. La referencia a los «niños asados» se encuentra en Cortés, Cartas,
p. 404; López de Gomara, México, p. 303; Marks. Cortés, p. 247.
6. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl,/!//)' of Cortés:Account 13: O f the Corning
of the Spaniards and the Beginning of Eimgelical Law, El Paso (Tex.), 1969,
pp. 42-44 [original: Décima tercia relación de la venida de los españoles y principio
de la ley evangélica, México, 1938]; Gardiner, Constant Captain, pp. 93-95; Ross
Hassig, México and the Spanish Conquest, Norman (Okla.), 2006, pp. 166-168.
7. Cortés, Cartas, p. 406, y Letters from México, trad. y ed. de Anthony
Pagden, New Haven, 2001, p. 490n; Prescott, History, p. 781; HughThomas,
Conquest: Moniezuma, Cortés, and the Fall of Oíd México, Nueva York, 1993,
pp. 516 y 752n [hay trad. cast.: La conquista de México, Planeta, Barcelona, 2007].
8. Prescott, History, p. 379; Cortés, Cartas, pp. 450 y 507;Thomas, Con
quest, p. 516.
9. López de Gomara, México, p. 306; Prescott, History, p. 783;Thomas,
419
NOTAS l>E I.AS PÁOINAS 328 A 334
Conques!, p. 516. Las mujeres disfrazadas de guerreras las describe fray Die
go Duran, History of (he Indies ofNew Spain, Norman (OkJa.), 1994, p. 555.
10. Códice Florentino, en James Lockhart, We People Here: Náhuatl Ac-
counts of the Conquest of México, vol. 1, Berkeley (Calif.), 1993, p. 218; León-
Portilla, Visión de los vencidos, p. 133;Thomas, Conquest, p. 516;John Eoghan
Kelly, Pedro de Alvarado: Conquistador, Princeton (N.J.), 1932, pp. 114-115.
11. Cortés, Cartas, pp. 406-407.
12. Ibid., p. 407.
13. Ixdilxóchitl, Ally, pp. 43-44; Hassig, México, p. 169.
14. Como ya hemos visto, las estimaciones varían notablemente. La
cifra de ciento cincuenta mil es en realidad conservadora.
15. Gardiner, Constant Captain, pp. 95-96; Cortés, Cartas, pp. 410-411;
Kelly, Alvarado, pp. 114-115; Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la
conquista de Nueva España, Sopeña, Barcelona, 1970, pp. 536-537.
16. Thomas, Conquest, p. 518; Prescott, History, pp. 790-791; Bernal
Díaz del Castillo, The Discovery and Conquest of México, 1517-1521, Nueva
York y Londres, 1928, p. 578.
17. Cortés, Cartas, p. 416.
18. Lockhart, We People Here, pp. 242-243. La tienda también se des
cribe como «roja» y «de varios colores».
19. Prescott, History, pp. 794-795; Cortés, Cartas, pp. 416-417, y Letters
front México, pp. 490-49 ln; Thomas, Conquest, p. 520; Díaz del Castillo, Dis
covery, pp. 587-588.
20. Cortés, Cartas, p. 417.
21. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España,
ed. de Juan Carlos Temprano, Historia 16, Madrid, 1990, vol. 2, p. 997;
Marks, Cortés, p. 246; Kelly, Alvarado, p. 115.
22. Cortés, Cartas, p. 422.
23. Díaz del Castillo, Historia verdadera, p. 537.
24. Ibid., p. 544.
25. Procedente de relatos aztecas recogidos en «Descripción épica de
la ciudad sitiada», en León-Portilla, Visión de los vencidos, pp. 158-159, y
«The Fall ofTenochtidán», de Cantares Mexicanos, en Stuart B. Schwartz,
Victors and Vattquished: Spanish and Nalma Vietvs of the Conquest of México,
Boston y Nueva York, 2000, pp. 212-213. Finalmente, véase Hubert Howe
Bancroft, History of México, Nueva York, 1914, p. 192.
26. León-Portilla, Visión de los vencidos, pp. 137-138; Lockhart, We People
Here, p. 241; Inga Clendinnen, Aztecs, Cambridge, 1991, pp. 271-272.
27. Códice Florentino, en Lockhart, We People Here, pp. 242-243. Tam
bién en León-Portilla, Visión de los vencidos, pp. 139-140.
420
N O IA S 1)1 I.AS PAGINAS J.M a .142
421
NOTAS lili I AS l’AtílNAS JWJ A J47
422
NOTAS DI: I.AS l'AtilNAS .147 A JSI
423
NOTAS I)E I.AS PAGINAS 352 A 367
A Social and Cultural History of the Indians of Central México, Sixteenth Ihrough
Eighteenth Centuries, Stanford (Calif.), 1992, pp. 202-210 y 442-446.
25. López de Gomara, México, pp. 315-316.
26. Pohl y (Lobinsón, Aztecs, pp. 139 y 155;Thomas, Conquest, pp. 568-
569; Cortés, Letters from México, pp. 509-510n; Marks, Cortés, p. 277.
27. Anna Lanyon, The New World of Martín Cortés, Cambridge (Mass.),
2003, pp. ix y 4; Prescott, History, pp. 214,868 y 906.
28. Lanyon, Martin Cortés, pp. ix y 4; Marks, Cortés, pp. 274-275.
29. Prescott, History, p. 891 n; Pohl y Robinson, Aztecs, p. 159; Wood,
Conquistadors, pp. 100-101 ;Thomas, Conquest, pp. 579-582 y 635; Marks,
Cortés, pp. 274-275; Salvador de Madariaga, Hernán Cortés: Cottqueror of
México, Coral Gables (Fio.), 1942, pp. 415-417 [original: Hernán Cortés,
Espasa-Calpe, Madrid, 2008 (1941)].
30. Cortés, Cartas, p. 477.
31. Pohl y Robinson, Aztecs, p. 159; Wood, Conquistadors, p. 101.
32. Citado en Prescott, History, p. 900n; Marks, Cortés, p. 332.
33. Anna Lanyon, Malinche's Conquest, Nueva Gales del Sur, 1999,
pp. 144-153; Cortés, Letters from México, pp. 464-465n; Díaz del Castillo,
Historia verdadera, pp. 161-163; Prescott, History, p. 867.También resulta muy
útil Francés Karttunen, Between Worlds: Interpreten, Cuides, and Survivors,
New Brunswick (N.J.), 1994, pp. 1-23 y 305-307. Por último, véase Fran
cés Karttunen, «Rethinking Malinche», en Susan Schroeder, Stephanie
Wood y Robert Haskett, Indian Wornen of Eariy México, Norman (Okla.),
1997, pp. 291-312.
34. Lanyon, Martín Cortés, p. xi. Lanyon señala que el término mestizo
no tiene un sentido peyorativo o despectivo, sino que denota una mezcla o
fusión de pueblos y culturas.
A pé n d ic e D
424
NOTAS IIP. I A PÁGINA 369
A pén d ic e E
La frase de Winston Churchill según la cual «la historia la escriben los ven
cedores» se ajusta a la perfección a las crónicas de primera mano que relatan
la conquista de México. Después de ella, rizando el rizo de lo que ya era
una injuria abrumadora, los conquistadores españoles destruyeron casi to
dos los libros nativos, como consecuencia de lo cual los relatos nativos de
primera mano —aunque increíblemente ricos, líricos e informativos— son
pocos. Además, casi todas las crónicas nativas son reconstrucciones poste
riores a la conquista que son deudoras de esos documentos originales per
didos o se basan directamente en ellos.
Con todo, para escribir Conquistador fueron cruciales una serie de fuen
tes nativas muy importantes. Los códices aztecas (algunos de ellos citados al
principio de la bibliografía) son particularmente importantes. Se trata de
obras escritas (y en muchos casos ilustradas) por aztecas tanto de la época
precolombina como de la era colonial española, y proporcionan algunas de
las mejores fuentes primarias existentes sobre la vida y la cultura aztecas.
Destaca por encima de todas ellas el llamado Códice Florentino, preparado
por el fraile dominico fray Bernardino de Sahagún bajo el título de Historia
general de las cosas de Nueva España. Escrita en el transcurso de casi cuarenta
años (entre 1540 y 1577 aproximadamente), la obra de Sahagún tenía un
alcance monumental y se basaba en los relatos de los indígenas nahua pre
sentes antes, durante y después de la conquista. La obra, de trece volúmenes,
recoge múltiples aspectos de la vida y la cultura aztecas en uno de los estu
427
NOTA SOBRE El TEXTO Y I.AS EUENTES
428
N O I A SOim i I I I I X I O Y I AS K II-N II S
429
NOTA SOHIU- El. TEXTO Y las p u e n t e s
430
N o i A s o i m i i i i i.x r o y i as i ui.N ri;.s
muy recomendables, Entre ellos cabe destacar México and the Spanish Con
ques! (Norman |Okla.|, 200b), Aztec iVarfare: Imperial Expansión and Political
Control (Norman |Okla.], 1988) y Trade, Tribute, and Transportation:The Six-
teenth-Century Political Economy of the Valley of México (Norman [Okla.],
1985).
Los libros sobre la historia del pueblo azteca (al que también se deno
mina «mexica») son numerosos y variados, tanto en lo tocante al punto de
vista como a la calidad. Las mejores obras de conjunto recientes son: John
Pohl y Charles M. Robinson \l\, Aztecs and Conquistadors:The Spanish Inva
sión and the Collapse of theAztec Empire (Londres y Nueva York, 2005); Dirk
R. van Tuerenhout, The Aztecs: New Perspectives (Santa Bárbara [Calif.J,
2005); Michael E. Smith, The Aztecs (Malden [Mass.J, 2003); Richard E
Townsend, The Aztecs (Londres, 2003), y, finalmente, el impresionante y
visualmente fascinante libro de gran formato TheAztec Empire, del comisa
rio de exposiciones Felipe Solís para el Museo Solomon R. Guggenheim
(Nueva York, 2004).
Las obras dedicadas a la figura del enigmático emperador Moctezu
ma II, vinculado de modo tan inextricable a la caída de México,son escasas.
Dos muy buenas son Peter G. Tsouras, Montezuma: Warlord of the Aztecs
(Washington D. C., 2005) y la extensa biografía de C. A. Burland Montezu
ma: Lord of the Aztecs (Nueva York, 1973).
El pensamiento y la religión aztecas, así como los complejos aspectos
del reino espiritual azteca, ocupan un lugar relevante en la historia de la
conquista, y hay numerosos libros de calidad dedicados a la materia. Parti
cular interés revisten Miguel León-Portilla, Aztec Thought and Culture
(Norman [Okla.), 1963); Inga Clendinnen, Tlte Aztecs (Cambridge [N.Y.],
1991); Neil Baldwin, Legends of the Plurned Serpent: Biography of a Mexican
God (Nueva York, 1998) y Roberta H. Markman y PeterT. Markman, The
Flayed God: The Mythology of Mesoamerica (San Francisco, 1993). Para un
relato detallado y fascinante de la práctica del sacrificio humano en el mun
do azteca, véase David Carrasco, City of Sacrijice: The Aztec Empire and the
Role ofViolence in Civilization (Boston, 1999). Por último, sobre la impor
tancia del Templo Mayor como centro religioso, véase Eduardo Matos
Moctezuma, Life and Death in the Templo Mayor (Boulder [Colo.], 1995).
Bibliografía
F uentes primarias
Acosta, José de, Historia natural y moral de las Indias, Sevilla, 1590 [ed. crítica
de Fermín del Pino-Díaz, CS1C, Madrid, 2008].
Aguilar, fray Francisco de, Relación breve de la conquista de la Nueva España,
en J. Díaz, et al., La conquista de Tenochtitlán, ed. de Germán Vázquez
Chamorro, Dastin, Madrid, 2000.
Alva de Ixdixóchid, Fernando, Ally of Cortés: Account 13: OJ'the Corning of
the Spaniards and the Beginning of Evangelical Law, El Paso (Tex.), 1969
[original: Décima tercia relación de ¡a venida de los españoles y principio de la
ley evangélica, México, 1938].
Alvarado, Pedro de, Relación hecha por Pedro Alvarado e Hernando Cortés, en
que se refieren las guerras y batallas para pacificar las provincias del antiguo
reino de Goathemala, José Porrúa e Hijos, México, 1954.
Arber, Edward, The First Three English Books on America, 1511-1555: Being
Chicfly Translations, Compilations, et cetera by Richard Edén, From the Wri-
tings, Maps, et cetera of Pietro Martire of Angltiera, Sebastian Miinster, and
Sebastian Cabot, Birmingham (Reino Unido), 1971.
Cervantes de Salazar, Francisco, Crónica de la Nueva España, Madrid, 1914.
Cortés, Hernán, Cartas de relación, ed., introd. y notas de Angel Delgado
Gómez, Castalia, Madrid, 1993.
—, Lettersfrom México, trad. y ed. de Anthony Pagden, New Haven y Lon
dres, 2001.
Díaz, Juan, Itinerario deJuan de Grijalva, en Crónicas de la conquista, México,
1950.
—, et al.. La conquista de Tenochtitlán, ed. de Germán Vázquez Chamorro,
Dastin, Madrid, 2000.
Díaz del Castillo, Bernal, The Discovery and Conquest of México, 1517-1521,
trad. de A. P. Maudslay, Nueva York y Londres, 1928.
433
Kim.KHiRAFiA
434
IIIIU HH.RAI IA
Libros y artículos
435
BIHUOCiRAHA
Anaya, Rudolfo A., Lord of the Daum: The. Legend of Quetzahoatl, Albuquer-
quc (N. M), 1987.
Anderson, J. O., Francés Berdan y James Lockhart, Beyond the Códices:
The Nahua Victo of Colonial México, Berkeley (Calif.), 1976.
Anderson,ArthurJ. O., y Charles E. Dibble, The War of Conquest: Hoto It Was
IVaged Here in México, Salí Lake City, 1978.
Andrews,J. Richard, Introduction to Classical Náhuatl, Austin (Tex.), 1975.
Apenes, Oscar, «The Primitive Salt Production of Lake Texcoco», Thenos, 9,
1 (1944), pp. 25-40.
Armillas, Pedro, «Mesoanierican Fortifications», Antiquity, 25 (1951),
pp. 77-86.
—, «Gardens on Swamps», Science, 174 (1971), pp. 653-661.
Baldwin, Neil, Legends of the Plumed Serpent: Biography of a Mexican God,
Nueva York, 1998. [Hay trad. cast.: Leyendas de la serpiente emplumada:
biografía de un dios mexicano, Debate, Barcelona, 1999.]
Bancroft, Hubert Howe, History of ¿México, Nueva York, 1914.
Benítez, Fernando, ¡n the Footsteps of Cortés, Nueva York, 1952. [Original: La
ruta de Hernán Cortés, Fondo de Cultura Económica, México, 1950. |
Berdan, Francés, The Aztecs of Central México: An Imperial Soaety, Nueva
York, 1982.
Berler, Beatrice, The Conquest of México: A Modern Rendering ofWilliam H.
Prcscott’s History, San Antonio. 1988.
Bierhorst, John, trad. de Cantares Mexicanos: Songs of the Aztecs, Stanford
(Calif.), 1985.
—, Four Mastenoorks ofAmerican lndiatt Uterature: Quetzalcoatl, the Ritual of
Condolence, Cuceb, the Night Chant, Nueva York, 1974.
—, A Nahuatl-English Dictionary in Concórdame to «Cantares Mexicanos»,
u>ith an Analytic Transcription and Grammatical Notes, Stanford (Calif.),
1985.
Birney, Hoffman, Brothers of Doom: The Story of the Pizarras of Peni, Nueva
York, 1942.
Bishop, Morris, The Odyssey of Cabeza de Vaca, Nueva York y Londres,
1933.
Boone, Elizabeth, The Aztec Templo ¿Mayor, Washington D. C., 1987.
Boorstin, Daniel, The Discouerers, Nueva York, 1983. [Hay trad. cast.: Los
descubridores. Crítica, Barcelona, 2000.]
Boyd-Bowman, Peter, «Negro Slaves in Early Colonial México», Americas,
26,2 (1969), pp. 131-151.
Braden, Charles S., Religious Aspects of the Conquest of México, Durham
(N. C.), 1930.
436
MIIU I O C K A I IA
Brading, David, T lie l'irst America: The Spanish Monarchy, Creóle Patriots, ond
the Liberal State, 1492-1X67, Cambridge, 1991. [Hay trad. cast.: Orbe
indiano: de la monari]uía católica a la república criolla, 1492-1867, Fondo de
Cultura Económica, México, 1991. |
BreretonJ. M., The Horse in War, Nueva York, 1976.
Broda, Johanna, David Carrasco y Eduardo Moctezuma, The Great Témple
ofTenochtitlan: Center and Periphery in the Aztec World, Berkeley (Calif.),
1988.
Brooks, Francis J., «Motecuzoma Xocoyotl, Hernán Cortés, and Bernal
Díaz del Castillo: The Construction of an Arrest», Hispanic American
Historical Reineta, 75,2 (1995), pp. 149-183.
Bruman, Henry, Alcohol in Ancienl México, Salt Lake City, 2000.
Brundage, Burr Cartwright, A Rain of Darts: The Mexica Aztecs, Austin y
Londres, 1972.
—, The Phoenix of the Western World, Quetzalcoatl and the Sky Religión, Nor
man (Okla.), 1981.
Burkhart, Louise M., The Slippery Earth: Nahua-Christian Moral Dialogue in
Sixteenth-Century México,Tucson (Ariz.), 1989.
Burland, C. A., Art and Ufe in Ancient México, Oxford, 1947.
—, Magic Booksfrom México,Viking Press, 1953.
—, Montezuma: Lord of the Aztecs, Nueva York. 1973.
Butterfíeld, Marvin E., Jerónimo de Aguilar, Conquistador, Tuscaloosa (Ala.),
1955.
Carman, Glen, Rhetorical Cottqnests: Cortés, Gomara, and Renaissance Imperia-
lism,West Lafayette (Ind.), 2006.
Carrasco, David, Quetzalcoatl and the Irony of Empire: Myths and Profecies in
the Aztec Tradition, Chicago y Londres, 1982.
—, City of Sacrifice: The Aztec Empire and the Role ofViolence in Civilization,
Boston, 1999.
—, y Eduardo Matos Moctezuma, Moctezuma’s México: Visions of the Aztec
World, Boulder (Colo.), 2003.
Carrasco, Pedro, TheTenochca Empire ofAncient México:The Triple Alliance of
Tenochtitlán,Tetzcoco, andTlacopan, Norman (Okla.), 1999.
Carrizosa Montfort, Fernando, y Ximena Chávez Balderas, Great Temple of
Tenochtitlán: Aztec Empire Sacred Precint and Museum, trad. de David B.
Casdedine, México, 2003.
Caso, Alfonso, The Religión of the Aztecs, México D. F., 1937. [Original: La
religión de los aztecas, SEP, México, 1945.]
—, The Aztecs: People of the Sun, Norman (Okla.), 1958. [Original: El pueblo
del sol, Fondo de Cultura Económica, México, 1953.]
437
E1IBI lO G R A l lA
43 8
m it l KH.KAI'IA
439
1IIBLIOGK.APÍA
440
lililí l ( H i R A I I A
441
BIIII.IOGK.AHlA
Johnson, John J., «The Introduction of the Horse into the Western He-
misphere», Híspante American Historical Review, 23, 4 (1943), pp. 587-
610.
Johnson, William Weber, Heroic México: The Violent Emergente of a Modern
Nation, Nueva York, 1968. [Hay trad. cast.: México heroico: el violento na
cimiento de una nación moderna, Plaza y Janes, Barcelona, 1970.]
Johnson, Willis Fletcher, The History of Cuba, Nueva York, 1920.
Jones, Archer, TheArt ofWar in the Western World, Urbana (111.), 1987.
Kamen, Henry, Spain's Road to Empire: The Making of a World Power, 1492-
1763, Nueva York y Londres, 2002. [Hay trad. cast.: Imperio. Laforja de
España como potencia mundial. Círculo de Lectores, Barcelona, 2003.]
Kandell, Jonathan, La Capital: The Biography of México City, Nueva York,
1989.
Karttunen, Francés, Between Worlds: Interpreten, Guides, and Survivors, New
Brunswick (N.J.), 1994.
—, «Interpreten Snatched froni the Shore:The Successful and the Others»,
en Edward G. Gray y Norman Fiering, eds., The Language Encounter in
the Ameritas, 1492-1800, Nueva York, 2000.
Kay, Almere Read, Time and Sacriftce in the Aztec Cosmos, Bloomington
(Ind.), 2005.
Keen, Benjamín, The Aztec Image in Western Thought, New Brunswick (N.J.),
1971. [Hay trad. cast.: La imagen azteca en el pensamiento occidental. Fondo
de Cultura Económica, México, 1984.]
Kellogg, Susan, Law and the Transformaban ofAztec Culture, Norman (Okla.),
2005.
Kelly,John Eoghan, Pedro deAlvarado, Conquistador, Princeton (N.J.), 1932.
Kicza, John E., The Peoples and Civilizations of the Americas Befare Contact,
Washington D. C., 1998.
—, «A Comparison of Indian and Spanish Accounts of the Conquest of
México», en Virginia Guedea y Jaime E. Rodríguez O., eds., Five Cen-
turies of Mexican History/Cinco siglos de historia de México, Irvine (Calif.)/
México, 1992.
Kirkpatrick, F. A., The Spanish Conquistadors, Londres, 1934. [Hay trad. cast.:
Los conquistadores españoles, Rialp, Madrid, 2000,23 ed.J
Klein, Cecilia, «The Ideology of Autosacrifice at the Templo Mayor», en
Elizabeth Boone, ed., The Aztec Templo Mayor, Washington D. C., 1987.
Koch, Peter O., The Aztecs, the Conquistadors, and the Making of Mexican Cul
ture, Carolina del Norte y Londres, 2006.
Knight, Alan, México: Frotn the Beginning to the Spanish Conquest, Nueva York
y Londres, 2002.
442
lililí l O C K A l t A
Kurlansky, Mark, S¡ih: .1 11brltl History, Nueva York, 2002. |Hay trad. cast.:
Sal: historia tic la única /unirá comestible, Península, Barcelona, 2003.]
Lanyon, Anna, Malinche's Conquesl, Nueva Gales del Sur, 1999.
—, The New World of Martín Cortés, Cambridge (Mass.), 2003.
Le Clézio.J. M. G., 77ie Mexican Dream: Or the Interrupted Thought of Ame-
rindiatt Civilizations, Chicago y Londres, 1993. [Hay erad, cast.: El sueño
mexicano, o el pensamiento interrumpido, Fondo de Cultura Económica,
México, 1992.]
León-Portilla, Miguel, Visión de los vencidos, Historia 16, Madrid, 1992.
—, Aztec Thought and Culture:A Study of the Ancient Náhuatl Mind, Norman
(Okla.), 1963. [Original: La filosofía náhuatl estudiada en susfuentes, Edicio
nes Especiales del Instituto Indigenista Interamericano, México, 1956.]
—, Pre-Columbian Literatures of México, Norman (Okla.), 1969. [Original:
Literaturas indígenas de México, Mapire, Madrid, 1991.J
—, Native Mesoamerican Spirituality, Ramsey (N.J.), 1980.
—, The Aztec Image of Self and Society, Salí Lake City, 1992. [Original: Los
antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo de Cultura
Económica, México, 1961.]
—, Bernardina de Sahagún: First Anthropologist, Norman (Okla.), 2002. [Ori
ginal: Bernardino de Sahagún, Historia 16, Madrid. 1987.]
Levin, David, History as RomanticArt: Bancrqfi, Prescott, Motley, and Parktnatt,
Nueva York, 1967.
Linne, Sigvald, «Hunting and Fishing in theValley of México in the Middle
of the 16th Century», Etimos (Estocolmo), 2 (1937), pp. 56-64.
Loch, Sylvia, The Royal Horse of Europe.Thc Story of the Andalusian and Lu
sitano, Londres, 1986.
—, The NahuasAfter the Conquest.A Social and Cultural History of the Indians
of Central México, Sixteenth Through Eighteenth Centuries, Staníord (Ca-
lif.), 1992.
—, «Sightings: Initial Nahua Reactions to Spanish Culture», en Stuart 13.
Schwartz, ed., Implicit Understandings: Observing, Reporting, and Reflecting
on the Encounters between Europeans and Other Peoples in the Early Moderti
Era, Cambridge University Press, Cambridge, 1994.
López Austin, Alfredo, The Human Body and Ideology: Concepts of the Ancient
Nahuas, trad. de Thelma Ortiz de Montellano y Bernardo Ortiz de
Montellano, 2 vols., Salt Lake City, 1980. [Original: Cuerpo humano e
ideología: las concepciones de los antiguos nahttas, UNAM, México, 1980.]
López-Portillo, José, They Are Corning: The Conquest of México, Dentón
(Tex.), 1992. [Original: Ellos vienen... La conquista de México, Fernández,
México, 1987.]
443
tm U .IO G R .A H iA
Madariaga, Salvador de, Hernán Cortés: Conqueror ofMéxico, Coral Cables (Fio.),
1942. [Original: Hernán Cortés, Espasa-Calpe, Madrid, 2008 (1941).]
Mann, Charles C., 1491: New Revelations of the Americas Befare Columbus,
Nueva York, 2005. [Hay trad. case.: 1491: una nueva historia de las Amá
ñeos antes de Co/ów,Taurus, Madrid, 2006.]
Matos Moctezuma, Eduardo, Life and Death in the Templo Mayor, Boulder
(Colo.), 1995. [Original: Vida y muerte en el Templo Mayor, Ediciones
Océano, México, 1986.]
Markman, Roberta H.,y PeterT. Markman, The Flayed God:The Mesoame-
rican Mythological Tradition, Nueva York, 1992.
Marks, Richard Lee, Cortés: The Great Adventurer and the Fate ofAztec Méxi
co, Nueva York, 1993. [Hay trad. cast.: Hernán Cortés: el gran aventurero
que cambió el destino del México azteca. Ediciones B, Barcelona, 2005.]
Maynard.Theodore, De Soto and the Conquistadores, Nueva York, 1930.
McCaa, Robert, «Spanish and Nahuad Views on Smallpox and Demogra-
phic Catastrophe in México», Journal of Interdisciplinary History, 25
(1995), pp. 397-431.
McNeill.William H., Plagues and Peoples, Nueva York, 1976. [Hay trad. cast.:
Plagas y pueblos. Siglo XXI, Madrid, 1984.]
McPheeters, D. W., «An Unknow Early Seventeenth-Century Codex of
the Crónica Mexicana of Hernando Alvarado Tezozomoc», Hispanic
American Historical Review, 34,4 (1954), pp. 506-512.
Meyer, Michael C.,William H. Sherman y Susan M. Deeds, The Course of
Mexican History, Oxford, 2002.
Meyer, Michael C., y William H. Beezley, The Oxford History of México,
Nueva York, 2000.
Morison, Samuel Eliot, Admiral of the Ocean Sea: A Ufe of Christopher Co
lumbus, Boston, 1944.
Mundy, Barbara E., Mapping of New Spain: Cartography and the Maps of the
«Relaáoties Geográficas», Chicago, 1996.
Nicholson, H. B., Topiltzin Quetzalcoatl:The Once and Future Lord of theTol-
tecs, Boulder (Colo.), 2001.
Offiier.Jerome A., Law and Politics in Aztec Texcoco, Londres, 1983.
—, «Aztec Legal Process:The Case ofTexcoco», en Elizabeth Hill Boone,
ed., TheArt and Iconography of Late Post-Classic Central México,Washing
ton D.C., 1982.
Oliver, Guilhem, «The Hidden King and the Broken Flutes», en Eloise
Quiñones Keber, ed., Representing Aztec Ritual: Performance, Text, and
Image in the Work of Sahagún, Boulder (Colo.), 2002.
Ornan, sir Charles, A History ofWar in the Sixteenth Century, Londres, 1937.
444
IIIMI KH. RAI IA
445
B1BI IOGH.AHA
446
t im i KK .R A I IA
Solís, Felipe, 7hcAzin Empire, Nueva York, 2004. |Hay tr.ul. cast.: El imperio
azteca, Conaculta/Museo Guggenheim, México/Bilbao, 2005.]
—, México: National Musenm oJAnlhropology, México, 2004. [Hay trad. cast.:
Mexica: Musco Nacional de Antropología, México, Conaculta/Lunwerg,
México/Barcelona, 2004. |
Soustelle.Jacques, lite Daily Life of theAztecs on the Eve of the Spanish Con
quest, Londres, 1%1. |Hay trad. cast.: La vida cotidiana de los aztecas en
vísperas de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1956.]
Sowell, Thomas, Conquests and Cultures: An International History, Nueva
York, 1998.
Stannard, David E., American Holocaust: Columbus and the Conquest of the
Neto World, Nueva York, 1992.
Stern, Steve J., «Paradigms of Conquest: History, Historiography, and Poli-
tics»,Journal of Latín American Studies, 24 (1992), pp. 1-34.
Stern, Theodore, Rubber-ball Games of the Americas, Nueva York, 1950.
Stuart, Gene S., The Mighty Aztecs, Washington D. C., 1981. [Hay trad. cast.:
Los aztecas, RBA, Barcelona, 2005.]
Talty, Stephen, Empire of Blue Water: Captain Morgain’s Great Pírate Army, the
Epic Battle for the Americas, and the Catastroplie that Ended the Outlaw's
Bloody Reign, Nueva York, 2007.
Terrell.John Upton.Jowrney into Darkness, Nueva York, 1962.
Thomas, Hugh, Conquest: Montezuma, Cortés, and the Fall of Oíd México,
Nueva York, 1993. [Hay trad. cast.: La conquista de México, Planeta, Bar
celona, 2007.]
—, Who's Who of the Conquistador, Londres, 2000. [Hay trad. cast.: Quién es
quién de los conquistadores, Salvat, Barcelona, 2001.]
Todorov.Tzvetan, The Conquest ofAmerica:The Question of the Other, Nueva
York, 1984. [Hay trad. cast.: La conquista de América: el problema del otro,
Siglo XXI, México, 2000,11 .* ed.]
Tompkins, Ptolemy, This Tree Grows Out of Hell: Mesoamerica and the Search
for the Magical Body, Nueva York, 1990.
Townsend, Camilla, «Burying the White Gods: New Perspectives on the
Conquest of México», American Historical Revietv, 108 (2003), pp. 659-
687.
Townsend, Richard, TheAztecs, Londres, 1992.
Tozzer, Alfred M., Landa’s «Relación de las cosas de Yucatán»: A Translation,
Peabody (Mass.), 1941. [Hay trad. cast.: Diego de Lauda, Relación de las
cosas de Yucatán, ed. de Miguel Rivera Dorado, Dastin, Madrid, 2002.]
Trexler, Richard C., Sex and Conquest: Gendered Violence, Political Order, and
the European Conquest of the Americas, Ithaca (N. Y.), 1995.
447
BIHLIOÜRAPIA
Tsouras, Peter G., Moctezuma: Warlord of the Aztecs, Washington D. C., 2005.
Valencia, Robert Himmerich, The Encomenderos of New Spain, 1521-1555,
Austin (Tex.), 1991.
Valliant, George C., Aztecs of México: Origin, Rise, and Fall of theAztec Na-
tion, Nueva York, 1941.
Van Tuerenhout, Dirk R., The Aztecs: New Perspectives, Santa Bárbara (Ca-
lif.), 2005.
Van Zantwijk, R., The Aztec Arrangement: The Social History of Pre-Spanish
México, Norman (Okla.), 1985.
Varner, John Grier, y Jeannette Johnson Verner, Dogs of the Conquest, Nor
man (Okla.), 1983.
Von Hagen, Víctor W., Tlte Aztec: Man artdTribe, Nueva York, 1964. [Hay
trad. cast.: Los aztecas: hombre y tribu, Diana, México, 1964.]
Wagner, H. R., Spanish Voyages to the Northwest Coast ofAmerica, California
Historical Society Special Publication, n.° 4, San Francisco, 1929.
—,«The Discovery of the Yucatán by Francisco Hernández de Córdoba»,
Geographical Review, 6,5 (1918).
—, «Peter Martyr and His Works», Proceedings of the American Antiquarian
Society, 56 (1946), pp. 239-288.
Wasserman, Martin, «Montezuma’s Passivity: An Alternad ve View Without
Postconquest Distorrions of a Myth», Masterkey, 57,3 (julio-septiembre
de 1983), pp. 85-93.
Weatherford.Jack, The History of Money, Nueva York, 1997. [Hay trad. cast.:
La historia del dinero: de la piedra arenisca al ciberespacio, Andrés Bello, Bar
celona, 1998.]
Weber, David J., New Spain's Far Northern Frontier: Essays on Spain in the
American West, 1540-1821, Albuquerque (N. M.), 1979. [Hay trad. cast.:
Lafrontera española en América del Norte, Fondo de Cultura Económica,
México, 2000.]
Wepman, Dennis, Hernán Cortés, Nueva York, 1986.
Werner, Louis, «Equine Allies in the New World», Americas, 53, 4 (2001),
pp. 24-30.
Wild, Peter, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Boise, 1991.
White.John Manchip, Cortés and the Doumfall of theAztec Empire:A Study in
a Conflict of Cultures,Warcester (Mass.) y Londres, 1970.
Wood, Michael, Conquistadors, Berkeley (Calif.), 2000.
Wolf, Eric R., Sons of the Shaking Earth, Chicago, 1959. [Hay trad. cast.:
Pueblos y culturas de Mesoamérica, Era, México, 1991.]
—, The Valley of México: Studies in Pre-Hispanic Ecology and Society, Albu
querque (N. M.), 1976.
448
lililí IO(¡H.Al lA
—, liuropc iintl the Eeople without History, Uerkelcy (Calif.), 1982. |H ay trad.
cast.: Europa y la gente sin historia. Fondo de C ultura Económ ica, M éxi
co, 1987.|
W right, R . R ., «Negro C om panions o f the Spanish Explorers», American
Anthropologist, 4 ,2 (1902), pp. 217-228.
W right, R onald, Stolen Continents: The Antericas Through India» Eyes Since
1492, N ueva York, 1992. (Hay trad. cast.: Continentes robados. América
vista por los indios desde 1492, Anaya & M ario M uchnik, M adrid,
1994.]
X eno p h o n , The Art of Horsemanship, trad. de M . H . M organ, Londres,
2004.
Créditos fotográficos
451
C R É D IT O S FO TO G R Á FIC O S
453
ÍNDICE a l f a b é t ic o
454
1NI >I( I Al l'AIIÍ-.'l ICO
455
In d i c e a l f a b é t ic o
Dorado, montaña de oro de El, 156 guerra nocturna, 92-94, 174-175, 204,
Duero, Andrés de, 167, 171-172, 223, 301-302,305
239 guerras floridas, 99,181
Durán, fray Diego, 201 Guerrero. Gonzalo, 29-30
Durero, Alberto, 344 Gudérrez de Badajoz, soldado, 330
Guzmán, Cristóbal de, 320
456
iN D IO í Al l'AIIÉTICO
457
In d i c e a l f a b é t ic o
náhuatl, lengua azteca, 42, 44, 57, 59, Pacífico, océano, 345
154,164,246,351 n.,367 Pánuco, región de, 153
Narváez, Pánfilo de, 22, 161-163, 165, Paso de Cortés, 113,249
167, 168, 173, 175-178, 190, 193, Pérez, Francisco, 161
197, 221, 222, 231, 238, 270, 327, perros, 15,101,121,229
349,361 piratería, 352
Nauhtla, 142 Pizarra Altamirano, Catalina, 17
Nezahualpilli, rey deTexcoco, 135, 251 Pizarra, Diego de, 152,153,164,176
Nezhualcoyod, dique de, 257 Ponce de León, Juan, 326
Noche Triste, 202-218, 226, 228, 265, Popocatéped, volcán, 111, 112-113,
269,311 n., 337 169,273,327,330
Nombre de Dios, Paso del (actual Paso Portillo, Juan, 315-316
del Obispo), 77-78 Potonchán, desembarco de Cortés en,
Núñez, Andrés, 150 15,34,41
Prescott.William, 157 n.
Puerta del Aguila, en Tenochridán, 307,
Oaxtepec, 279,281 310
Olea, Cristóbal de, capitán, 283,320 Puerto Deseado, 33
Olid, Cristóbal de, capitán, 210, 216, Puerto Rico, 233,234
252, 270, 275, 281, 284, 292, 294- Puertocarrero, Alonso de, alcalde ma
296, 301, 303, 316, 335, 345, 345, yor, 55
361
Olinted, cacique de Xocodán, 79, 80-
81,82 Qualpopoca, hijo de Moctezuma, 142,
olmecas, 102 143,145-146,153
Olmedo, fray Bartolomé de, 39,45,70, Quetzalcóad, ciudad de, 102
81,100,139,159,167,169-170,172, gran pirámide de, 102-103,106
174-175,199,206,290,339 Quetzalcóad, dios de la guerra azteca,
Olmos, Andrés de, franciscano, 351 n. 47,53,82,102,127
Ordaz, Diego de, 28, 73, 112-113 y Quiahuiztlán, 56,61,62
n„ 128,141,152,174,196,206,210 Quiñones, Alonso, 270
Orizaba, pico de, 77,356-357 Quiñones, Antonio de, 320
458
INDK 'I' Al I A l l í m c o
459
ín d ic e a l f a b é t ic o
46 0
iNDICIi AU AHf'.TICO
Velázquez de León, Juan, capitán, 51- Xicotenga el Viejo, 89-90, 93, 96, 98,
52, 56, 73, 128, 141, 142, 144, 164, 101,220,241,246,290,293
169,206,209,219 Xipe Topee, «dios desollado», 202,203
Vendabel, Francisco Martín, 285 Xochimilco, laguna de, 118
Veracruz, 43,73 Xochimilco, pirámide de, 284
Verdugo, Francisco, 270,278 Xochimilco, población de, 282-283,
Villa Rica de la Vera Cruz, colonia de, 285,289,310,323
55. 56, 61. 65, 66, 70, 71, 75, 141, Xocodán (Zautla), 79,82,83
157, 160, 164, 178, 195, 221, 223, Xoloc, 300-301,303,309
231, 232, 233, 238, 270, 326, 338,
341,347,348
Villafaña, Antonio de, 270 Yáñez, Alonso, carpintero, 139
viruela, epidemia de, 236-238,240,241, Yecapixda, 273-274
244,253,355 Yucatán, península de, 21
víase también enfermedades Yuste, Juan de, 260
Voltaire, François-Marie Arouet, 354
Zacatulam 151-152
Xaltocán, aldea de, 264 Zahuapan, rio, 242,261,270
Xaltocán, laguna, 151 Zauda, 239,246
Xicochilmaco, 77 Zultepec, 260-261
Xicotenga el Joven, 89-91, 93, 95-96,
219-220,290,293,294