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PRIMERA JORNADA CIENTIFICA FLAPPSIP

Santiago de Chile, 26 de mayo de 2012


Norberto Lloves
Nora Ravinovich
La supervisión como parte de la experiencia analítica

Introducción

Entendemos que el dispositivo de supervisión, como parte de la formación del analista,


es importante ubicarlo dentro de la experiencia clínica del psicoanálisis.
La práctica analítica exige como imperativo ético el estar sostenida por el trípode que
representa el análisis personal, la formación teórica, que incluye el intercambio con
pares y la supervisión o análisis de control.
¿Por qué sostenemos que la supervisión hace a la misma experiencia analítica?
Por una parte, porque los efectos sobre la dirección de un tratamiento van a estar
condicionados tanto por la posición clínico teórica del analista, como con la del
supervisor que se elige para llevar adelante un tratamiento analítico. Por otra parte,
porque la experiencia de supervisión no es sin consecuencias para el análisis personal
del analista.

Los caminos de Freud


Vamos a comenzar con tres textos de Freud que nos pueden ayudar a orientarnos sobre
el lugar de la supervisión en la experiencia analítica:
1- El primero es “Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica “, texto de
1910, donde conceptualiza el término "contratransferencia” como aquello que
se instala en el terapeuta por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir
inconciente. Allí plantea que el analista debe discernirla y dominarla, ya que, al
decir de Freud: “cada analista solo llega hasta donde se lo permiten sus
propios complejos y resistencias interiores”. Es muy interesante cómo el autor
ubica en este texto los límites y resistencias que en el análisis le corresponden al
analista. Aquí exige el autoanálisis como condición necesaria de ir acompañando
el tratamiento de sus pacientes.
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2- Más adelante, en “Consejos al médico” de 1912, con referencia a lo que llama
“puntos ciegos” del analista, vuelve a considerar “la exigencia de que todo el
que pretenda llevar a cabo un análisis en otros debe someterse antes al análisis
con un experto”. Lo interesante de esta afirmación es que ya no alcanza con el
autoanálisis, es necesario otro experimentado para llegar a la convicción de lo
inconsciente en si mismo, la convicción de su existencia y sus efectos, para
poder “servirse de su inconciente como instrumento del análisis”
diferenciándose así de cualquier otra terapéutica psíquica.
3- En 1919 en un escrito sobre la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad,
Freud nos orientará sobre el trípode, pero con sus palabras: "En efecto la
orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el estudio de la
bibliografía respectiva y, más concretamente, en las sesiones científicas de las
asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal con los
miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a su experiencia
práctica, aparte de adquirirla a través de su propio análisis, podrá lograrla
mediante tratamientos efectuados bajo el control y la guía de los psicoanalistas
más reconocidos.”
Por lo tanto podemos ver que también para Freud, la condición necesaria para
cualquier analista es poder dirigirse a otro para interrogar su clínica. Esta
interrogación puede enunciarse bajo diferentes formas: pedir consejo, buscar una guía,
indagar por un saber hacer, plantear un problema del paciente, o la angustia del analista
o algo inédito que asusta al terapeuta. El tema es desde qué lugar se coloca el
supervisor, al ser convocado por su condición de experto.

Algunas ideas sobre la supervisión


Partiendo del concepto de que la supervisión es parte de la experiencia del análisis,
veamos cual es la formalidad que está en juego.
Tenemos, en principio, un analista interrogado por la clínica, al cual se le haría
necesario revisar qué le pasa a su paciente en esa cura que ha decidido dirigir y cómo se
encuentra desde su posición analítica. Como vemos es necesario en la supervisión un
analista dispuesto a dejarse interrogar por la clínica y a dirigir a otro esa pregunta, de la
misma manera que el neurótico, si es interrogado por la presencia de su síntoma,
demanda a un analista un saber sobre eso enigmático, con el objetivo de menguar el

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sufrimiento implicado en el mismo. El analista debe estar advertido de sus
inconsistencias, puntos ciegos y fisuras y hacer una revisión de su lugar y sus
intervenciones, de los efectos de la transferencia sobre su persona, además de revisar los
postulados teóricos a través de la clínica.
El tema es que para sostener la posición del analista es necesario ubicarse como objeto
de la transferencia del paciente, lugar por demás incómodo si no se está advertido de la
propia inconsistencia del ser. Por esto es que la posición del analista implica un trabajo
de desasimiento y pérdida con respecto a su persona, sus ideales y prejuicios, que
deberán ser puestos entre paréntesis, renunciando a que el paciente quede como objeto
de los mismos. No solamente “… el médico ha de estar en condiciones de servirse de su
inconciente como instrumento…” (Freud 1912) de los análisis que emprenda, se trata
también de haber aceptado las limitaciones de su saber conciente, de su comprensión, de
sus sentimientos, dejándose sorprender por la emergencia de lo inconciente que tiene
siempre la marca de lo inesperado. Sin suturar las ausencias de significado.
El supervisante va a traer un relato sobre las cosas que pasan en ese encuentro único con
quien lo ha consultado. Entendemos que ese relato se trata de una ficción, es decir del
modo en que la verdad puede hacerse oír. No se trata que traiga la copia fiel del decir
del analizante, consideramos que lo que se lleva a una supervisión es la particular
experiencia transferencial y contratransferencial de ese proceso. Son recortes que han
afectado de alguna manera al analista.

¿Cuál es la tarea del supervisor?


En este punto, la “doctrina” que el analista se hace del psicoanálisis, tiene absoluta
incidencia hacia donde conduce cada análisis de sus pacientes, forma parte de su marco
teórico con qué colega supervisa o hace análisis de control, como quiera ser llamado el
proceso que incumbe a un analista que discute con otro su trabajo.
El espectro doctrinario es variado, va desde “hacer conciente lo Inc.” que implica el
concepto de inconciente como un receptáculo oculto de significaciones a la conciencia,
que el analista y el supervisor deberían agotar en “comprensión” logrando el arribo al
insigth, garante de progreso en la cura; hasta la conducción del proceso analítico
teniendo como concepto que el inconciente se indaga en el enunciado discursivo, y se
produce en el vínculo con el otro que es un analista, teniendo como meta la de
“menguar el sufrimiento neurótico” que pareciera un objetivo menos ambicioso aunque

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más realista. Producir una mengua del sufrimiento neurótico es producir un viraje del
más allá del placer de la satisfacción en el síntoma neurótico, al terreno del deseo como
cara faltante de la satisfacción mortífera de la pulsión, en su vía de descarga más
inmediata.
En este sentido, entendemos que el supervisor transmite un marco teórico que da
cuenta de su propia experiencia con el inconciente.
No proponemos la comprensión del sentido oculto o explícito del material. Se trata de
trabajarlo en conjunto con el analista que dirige la cura, para lograr un efecto de
transmisión sobre los modos de producción del inconciente. Es la materialidad del
discurso, lo que se produce en la asociación libre del analizante. Se tratará de develar la
posición del paciente con respecto a su vida y su historia, a través de la repetición en el
tratamiento, así como el lugar que ocupa el analista en la trama transferencial.
La verdad de que se trata no está en los sentimientos que despierta el paciente en el
analista como respuesta de la neurosis personal de este. Interpretar desde estas
emociones es sin duda riesgoso. La apuesta es a resignificar el caso, a crear una nueva
lectura, transformadora, que habilite la continuidad del análisis.
El límite de la supervisión está marcado desde el momento en que no es un espacio de
análisis del analista. Se tratará de trabajar lo que el analista en cuestión traiga como un
efecto de la dinámica transferencial en ese análisis con ese paciente. Aquello que el
analista necesite revisar de su propia historia debe trabajarlo en su análisis
personal.

Veamos algunos ejemplos


Un analista de niños trae como material su preocupación por las entrevistas que está
teniendo con la madre de un paciente de 11 años, quien se queja de las conductas
rebeldes del muchacho, en especial luego de iniciado el análisis. De un niño demasiado
tranquilo al inicio habían comenzado actos de rebeldía que provocaban la rabia materna
y, algo que era claro en la supervisión, cierta satisfacción en el analista identificado con
el paciente, por quien tomaba partido. Se pudo ir ubicando, como respuesta
contratransferencial, el enojo explícito del analista con esta madre, a quien la definía
como “una mujer despechada”.
La dirección de la supervisión fue la de ubicar, que esta “madre”, era parte del material
del paciente, que no se trataba de ubicarla como si fuera un obstáculo por fuera del

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análisis, que tenía que ver con las condiciones de trabajo en este tratamiento. Entonces,
si los enojos de la madre eran parte del material, era necesario situar la responsabilidad
del joven con respecto a estos enojos, pues su rebeldía, por un lado implicaba un intento
de salida del control materno, pero por otro lado promovía la vigilancia desde y hacia la
madre, reteniéndola a su lado y favoreciendo la satisfacción de impulsos incestuosos
con ella. Desde esta perspectiva, se trabajó el término “despechada” con que el analista
había definido las demandas maternas, como efecto de la transferencia –
contratransferencia: este término “despechada” dicho por el analista, podía dar cuenta
de cómo se estaba procesando la difícil separación madre – hijo que estaba operando en
ese análisis, que justamente se trata de una madre “des-pechada”, es decir, que debe
renunciar a su pecho como único alimento para su hijo y que este proceso no es sin sus
resistencias.
Este trabajo de supervisión le permitió al analista salir de su lugar de identificación con
el paciente, recuperar los “enojos de la madre” como parte del proceso analítico, en
tanto no hay análisis sin resistencia, y no responder ante ella enojándose, un tema a
tratar en su propio análisis para poder escuchar el material del paciente y
redireccionar así la cura.

Otra viñeta
Una colega joven se interroga, en el espacio de supervisión, acerca del por qué de las
ausencias de su paciente, un muchacho que comenzó a atender en el hospital durante un
año y que derivó a su consultorio privado con honorarios reducidos.
La colega valora el esfuerzo del paciente desplazándose a una considerable distancia
para llegar a su consultorio, lo que le insume además tiempo y dinero. Pronto recuerda
que las ausencias comenzaron hacía tres meses, el tiempo preciso en el que el paciente
había dejado de hacerle efectivo los honorarios.
La colega advierte que así como su paciente no puede aprovechar sus sesiones por la
culpa que le genera estar en deuda, ella siente culpa de plantear el tema por la situación
de precariedad social de su paciente.
Tomada por la transferencia ha quedado enredada en la misma. Poder ubicar esta
ausencia de pago de honorarios y de presencias como un material del análisis, hizo
posible pensar cómo el paciente pone en juego en la transferencia su economía psíquica,

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más allá de sus condiciones económicas precarias reales, lo que permitió a la analista
reorientar su idea del tratamiento.

Con respecto al sentimiento de culpa de esta profesional, al igual que el “enojo” del
colega en el ejemplo anterior, consideramos que no es tarea del supervisor la
interpretación de lo inconsciente en su colega, pero sin duda el impacto del
descubrimiento, tanto del sentimiento de culpa como del fastidio hacia un paciente
o hacia un familiar, en el espacio de supervisión, reverberará en el espacio del
análisis personal del analista y es en este sentido que sostenemos firmemente que la
supervisión es parte de la experiencia analítica.

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