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Abstract: This article critically examine the place assigned to the development model on
the Ecuadorian constitutional design from a perspective of complexity. The analysis links the
category development with the intercultural State model and the principle of good living. This
approach raises also the idea that there are three major poles or main components coexisting in
the Ecuadorian Constitution, a “garantista" (Warrantor), a Participative and a Republican one.
These comprehensions determine different understandings of the development model. Finally this
text exposes the main tensions and challenges around a broad interpretation of constitutional
development.
Por ello, nuestra Constitución determina al Plan Nacional del Desarrollo como el núcleo
central de la política pública diseñada como garantía constitucional de efectivización de los
derechos; lo cual ha de ser desarrollado en base a consensos comunitarios que permitan aplicar
políticas de territorio, y sobre esta base, políticas nacionales interculturales, con enfoque de
diversidades y género. Esta idea de alternativas al desarrollo desde lo plural, permite poner en
perspectiva el modelo de desarrollo “receta” que ha transgredido la identidad indígena,
afrodecendiente, campesina y mestiza, impidiendo el fortalecimiento del Estado rico en
diversidad. Una forma de hacerlo ha sido la implementación de la idea de pobreza, entendida
como la ausencia de poder adquisitivo, urbanismo, y educación (occidental), esta definición de
pobreza se sustenta en el desarrollo capitalista-consumista-patriarcal, que se impone al desarrollo
solidario, comunitario y cultural, despojando así a los pueblos de su historia, cosmovisión y
cosmogonía. De allí la importancia del cambio de la matriz productiva, una que no se concentre
en el extractivismo y en el aprovechamiento desmedido de recursos naturales, para lo cual los
desarrollos locales comunitarios juegan un papel importante en la producción y sustento
económico, así como en la planificación, e implementación de políticas públicas.
Desde otra perspectiva, la interculturalidad, buen vivir y desarrollo así como son
elementos de emancipación pueden convertirse en elementos utilitaristas cuyo objetivo es una
nueva forma de violencia epistémica, ya no desde la anulación del otro, sino desde la ficción. Así,
los elementos de lucha comunitarios pueden ser empleados desde el poder para vaciarlos de
contenido y desarticular las propuestas alternativas de desarrollo, en un intento del sistema capital
de proteger su “estabilidad”.
2. Constitución y desarrollo.
Ciertamente existe un enunciado en el artículo 275, primer inciso, que define el régimen
de desarrollo en términos amplios como “el conjunto organizado, sostenible y dinámico de los
sistemas económicos, políticos, socio-culturales y ambientales, que garantizan la realización del
buen vivir, del sumak kawsay”. Los siguientes dos enunciados del citado artículo vinculan este
amplio concepto a la planificación por una parte, como medio para el desarrollo y por otra, al
Buen Vivir como una suerte de meta última del proceso.
Se trata de una definición enunciativa, que explicita los diversos campos que abarcaría la
noción de desarrollo y que justamente por ello, se remite a otros elementos para poderla entender.
Esta definición no está exenta ya de una orientación hacia la integralidad al no circunscribir el
desarrollo al campo meramente económico.
Lo primero a destacar es que hay que tomar en cuenta que no puede interpretarse el
concepto de desarrollo por este solo enunciado y que para desentrañar sus fundamentos y
alcances. No basta pues, con someter al enunciado del referido artículo 275 a los métodos
tradicionales de interpretación literal sobre términos. Es importante comprender el contexto en el
cual este enunciado se incluye en el texto constitucional y cómo tal inclusión ocurre en referencia
al conjunto del diseño constitucional.
La definición de desarrollo tiene una relación muy estrecha con dos elementos centrales
de la Constitución. Uno es el concepto de Estado definido en el Art 1, que marca el carácter de
este como dispositivo central del diseño constitucional; y otro es el de Buen Vivir, como premisa
intercultural –sumak kawsay- y meta máxima de la construcción social y a la vez, principio que
vertebra y otorga sentido al texto, diseminándose en varios de sus dispositivos, tanto de la así
llamada parte dogmática como de la parte orgánica u organizativa.
Lo anterior incentivó el surgimiento de una visión más humana sobre el desarrollo a partir
de la cual parece ser que lo importante es lo que las personas puedan “hacer y ser” más que lo
que pueda solamente “tener” (Larrea, 2011: 27). El concepto de desarrollo presente en la
Constitución parece nutrirse de esta visión, pero también construirse a partir de una idea más
endógena, basada en el buen vivir. Así, el concepto de desarrollo se remite por una parte, a
visiones nuevas como las de desarrollo humano, a escala humana y desarrollo sustentable (Walsh
2010; Villalba 2011), buscando centrarse en las personas y enfrentar especialmente las
“profundas desigualdades” presentes en el país (Larrea, 2011: 14). Por otra parte, el buen vivir es
un principio que delinea una aspiración integral y en sí mismo tiene -como el mismo concepto de
desarrollo- varias fuentes de inspiración (SENPLADES 2009: 31-33, Villalba 2011: 3-8). Se
acerca estrechamente a lo que los pueblos indígenas plantean como “vida plena” lo cual se recoge
en la idea de sumak kawsay. Este término le imprime al buen vivir una alta impronta de llegar a
lo que Ana M. Larrea destaca como “un grado de armonía total con la comunidad y con el
cosmos” (2011: 28). Es de resaltar, en este sentido, que como resultado de los aportes de diversos
actores sociales, en particular el movimiento indígena, parte de los pensamientos sobre el buen
vivir están reflejados en la CRE en términos de esta pretensión de armonía y dualidad. En
definitiva, desde esta asociación entre desarrollo y buen vivir en diálogo intercultural se procura
formular una relación entre Estado, mercado, pueblos y naturaleza, donde el segundo factor (el
mercado) deja de ser el motor que impulsa el desarrollo y comparte una serie de interacciones
con los demás (Larrea, 2011: 31).
Este nuevo concepto constitucionalizado de desarrollo -aunque su texto concreto parezca
descriptivo- buscaría, en los sentidos anotados, otras formas de enfrentar el tema de las prácticas
de producción social (cambio de matriz productiva), a partir de decodificar y resignificar ideas
tradicionales, centrándose en lo humano-colectivo y en su relación con el entorno natural. Y es
que, cuando las constituciones instituyen conceptos, pretenden cerrar un orden de la vida y abrir
otro. Así es que insistimos en la importancia de leer el desarrollo desde una mirada relacional,
desde el concepto de Estado, desde las lógicas que se pueden hallar para ver qué Estado se quiere
construir, y de cómo el Buen Vivir en diálogo intercultural le otorga potencial al desarrollo1.
La conjunción entre desarrollo y buen vivir se asienta en el supuesto de una relación que
pretende ser armónica entre los sistemas económico, político y cultural, y entre las maneras en
que a partir de ellos los seres producimos en interacción con la naturaleza. Relación que es
multifocal e imbrica prácticas que convergen en varios tiempos. No hay punto único de partida o
llegada sino varios procesos en acción, con diversas comprensiones que se traslapan y convergen
en determinados puntos. Luego, el paradigma del desarrollo se complejiza más si situamos la
referida conjunción en el marco del modelo de Estado, uno constitucional que enfatiza en
derechos y justicia, que se define como laico, republicano con distintas formas de democracia,
que es social, unitario pero plurinacional y descentralizado. Como puede advertirse, se trata de
varios atributos que definen al Estado como un aparato multifocal y heterogéneo.
3. Complejidad y Constitución.
Las sociedades contemporáneas expresan una suma de dinámicas conflictivas que hacen
relación no solo a cómo se distribuyen los recursos sociales sino también con cómo se reconocen
los sujetos diversos que las componen. Más específicamente, respecto de las sociedades
latinoamericanas, estas han sido descritas como particularmente complejas, porque en ellas se
expresan formas singulares de diversidades. En tal sentido, se ha calificado a nuestras sociedades
en términos de barrocas, abigarradas, híbridas, para expresar sus formas particulares de
complejidad2. Reconocer la complejidad latinoamericana -y en particular respecto del Ecuador-
resulta especialmente importante al momento de analizar los más recientes procesos de
transformación política que en muchos países tuvieron como hito sobresaliente la promulgación
de innovadoras constituciones en el marco de procesos constituyentes participativos.
1
En este sentido, como veremos más adelante, la actual Constitución instituye el buen vivir tanto como aspiración
central y principio articulador como a través de derechos específicos y de una serie de directrices desarrolladas el
Régimen del buen vivir (Título VII CRE).
2
Véase las tesis de autores como Bolívar Echeverría, sobre el “ethos barroco” de las modernidades latinoamericanas
(2011: 193-219 y 265-279), René Zavaleta sobre el abigarramiento (2002) y sobre esta idea de la hibridación tomada
de los aportes entre otros de N. García Canclini, véase Leonardo Avritzer (2002: 55-76).
Si hablamos de una Constitución en sociedades complejas consideramos que vale ensayar,
apoyados por una teoría crítica del derecho (François Ost. y Michael van der Kerchove, 2001),
una visión desde la complejidad de este dispositivo normativo, no solo de cómo esa Constitución
es en su textura, sino sobre cómo opera y para esto hay que ver de dónde viene históricamente.
Desde una visión compleja habrá además que ver la Constitución no necesariamente como un
pacto pacífico, ni como un dispositivo jurídico completamente armónico. La Constitución tiene
un origen epistemológico complejo en un proceso diverso donde juegan varios actores y es punto
de partida de otro. Es pues necesario ver a la Constitución en forma procedural, desde dos planos,
uno diacrónico y otro sincrónico.
Un plano diacrónico que se asocia a un elemento dinámico (Heller, 2012: 317) del
fenómeno jurídico; es decir, cómo las normas advienen en el contexto socio político, cómo se
fabrican y cómo se proyectan en el tiempo. Las más recientes Constituciones andinas, por
ejemplo, responden a procesos sociales con altos grados de participación de movimientos sociales
lo que les otorga una alta legitimidad y nivel de adhesión (Rajland, 2011: 32, Noguera y Navas,
2016: 20-27). Sin embargo, mayor participación significa mayor presencia de aspectos complejos
en los textos constitucionales. Es pues necesario examinar la historia previa a la Constitución, es
decir el conjunto de procesos de los cuales procede, quienes la impulsan y cuáles ya dentro del
escenario constituyente son las formas de expresión de su voluntad.
Los procesos constituyentes son históricos y políticos, son procesos situados en contextos
sociales abigarrados, con vocación transformadora. Como procesos los constituyentes forman
parte del devenir político de las sociedades, en ese sentido deben ser apreciados como momentos
particulares y sobresalientes dentro de ese devenir, en los que se produce una Constitución. A la
vez, una Constitución, siendo producto de estos procesos, como hemos dicho anteriormente
(Navas, 2015), una vez promulgada adquiere vida propia y se despliegan sobre la sociedad.
Entonces, puede hablarse de constituciones también como procesos donde una diversidad de
actores participa y disputa sus sentidos. Desde este punto de vista, las constituciones deben verse
además como campos de lucha contrahegemónica.
Desde un segundo plano, sincrónico, que se corresponde con un elemento estático (Heller,
2012: 317), se aborda la Constitución como un dispositivo normativo donde se cristalizan una
serie de valores, principios y reglas, que expresan las voluntades e intereses de los actores en
juego en el proceso constituyente. Dispositivo que tiene una doble dimensión normativa, una de
tipo jurídico y otra de tipo político. La Constitución es jurídica porque intenta mediante ese
medio (lo normativo) disciplinar y conducir la fuerza política, el poder, a través del saber
jurídico. Lo político supone por otro lado, un proyecto o visión societal. Así, la Constitución
expresa ideología (intercultural) y es fuerza transformadora que refleja la determinación de cómo
se quiere construir la sociedad, y se estructura el Estado en función de esa impronta. Justamente,
un modelo de desarrollo sería el elemento central que permite el despliegue de la Constitución a
través de la intervención del Estado y contiene las bases del cambio estructural. Pero insistimos,
los sentidos que puede este modelo tener no son necesariamente unívocos ni objeto de una
interpretación pacífica.
Así, al afirmar que la Constitución debe ser vista como un proceso y como un espacio de
disputa, lo que planteamos es que se trata de un dispositivo complejo. Y al aludir al asunto de la
complejidad, lo queremos cuestionar es una lectura formal de la Constitución como un
dispositivo del que emana un discurso prescriptivo unívoco que marcaría una sola dirección. Por
el contrario, la Constitución como proceso, es producto de una suma de voluntades y demandas
amalgamadas. Ello se refleja en la textura abierta de gran parte de sus normas y de ello se
desprende la necesidad de una interpretación que responda a tal complejidad propia de la
interculturalidad.
Un enfoque complejo tiene que ver con asumir que con frecuencia se presentan estados de
incertidumbre y situaciones de riesgo en las que el derecho no opera con efectividad. Esto nos
conecta, en lo referente al Ecuador a los alcances de instituciones como el buen vivir en su
relación con el desarrollo en el marco del tipo de Estado que se busca construir.
Lo que en definitiva intentamos evidenciar es que por parte del intérprete no podría bastar
una sola lógica, silogística si se quiere, que explique una norma desde el formalismo. En
particular, en lo constitucional, no existe un solo marco o siquiera dos opuestos que enteramente
den cuenta de la Constitución, sino que, dada esta complejidad se precisa de un cuerpo de
instrumentos, o bien, en términos constructivistas, una “caja de herramientas”. Entre estos
instrumentos pueden estar aquellas tradicionales técnicas de interpretación que sirven para
desentrañar la lógica interna –semántica- de la norma, pero sin duda deben incorporarse
herramientas analíticas provenientes de saberes como las cosmovisiones indígenas y
afrodecendientes, y disciplinas como la historia o la economía, política, que permitan
contextualizar el fenómeno jurídico.
3
Sobre la noción de “caja de herramientas” y los enfoques constructivistas del derecho, véase F. T. Gómez y Néstor
Menares (2014: 199-220).
4
Al respecto, Ost y v. der Kerchove comentan: “At this point the following question arises: what if the truth were to
reside precisely in the tension between the two poles, in their conflictual interdependence and the way in which they
fit together - as if, by means of their very opposition, they were both trying to express something of the complexity
of a reality that cannot be reduced to the one or the other? As if what was trying to gain expression in this way were
precisely the excluded third term […] then, the first intimations of the dialectic appear, in the following form: each of
the poles, in spite of its claims to the contrary, contains at least partially and in a virtual sense its own counterpart
niveles de consenso en torno a la interpretación del tema desarrollo, pero no ocultando su
complejidad, sino asumiéndola y procesándola políticamente desde nueva epistemología.
No debe ser entendido como una mera declaración, sino como una norma que al definir
el Estado como “constitucional de derechos”, está configurando su principal finalidad y que
justifica su organización y existencia en la protección de los derechos. Así, tanto la parte
dogmática como la orgánica de la Constitución deben ser interpretadas según esta primordial
finalidad (Storini y Navas, 2013: 41).
(consider, for example, the highly debatable and yet, in France, nonetheless lively distinction between public and
private law, or, again, the antagonism, as old as the law itself, between the letter and the spirit), or, another
intimation: from the interplay between the two poles a resulting quality emerges, a third term that will transform the
two others”, en “Constructing the complexity…”, (1999: 149).
5
Estos argumentos desarrollados de forma más amplia son presentados en Marco Navas Alvear (2013: 184-208).
6
La CRE divide los derechos en siete grupos (Título II, capítulos segundo al octavo): a) derechos del buen vivir
(reelaboración de los DESC); b) derechos de las comunidades, pueblos y nacionalidades; que se complementan con
la definición del Estado como plurinacional e intercultural, del Art. 1 de la CRE. c) derechos de los grupos de
atención prioritaria; d) derechos de libertad (civiles); e) derechos de participación (políticos); f) derechos de la
naturaleza, bajo un innovador enfoque que redimensiona a la naturaleza como sujeto de derechos en armonía con el
buen vivir; y g) derechos de protección. Además, entre los principios se destacan el de directa aplicación de los
derechos por parte de jueces y funcionarios; los de igual jerarquía e interdependencia de todos los derechos; los de
aplicación favorable; no restricción por norma alguna, inalienabilidad, irrenunciabilidad, desarrollo progresivo
mediante la legislación y políticas públicas; y la cláusula que deja abierto el reconocimiento de nuevos derechos
(Título II, Art. 11).
7
Estas pueden ser normativas, de políticas públicas y jurisdiccionales, las cuales están claramente situadas en el
centro de este diseño garantista (Arts. 84 al 94, CRE).
garantizar la realización de los derechos, en particular que sean justiciables ante los órganos
correspondientes8.
Cobran importancia cuatro normas que desde esta comprensión garantista vinculan
derechos, desarrollo y buen vivir. Primero, la que establece como deber primordial del Estado
(Art. 3.1, CRE) el “garantizar sin discriminación alguna el efectivo goce de los derechos
establecidos en la Constitución y en los instrumentos internacionales” haciendo particular
referencia a los derechos a la educación, la salud, la alimentación, la seguridad social y el agua.
Lo cual podríamos interpretar como un reforzamiento desde esta lógica garantista de la
obligación estatal de construir condiciones materiales para el buen vivir. Esto concuerda en
segundo lugar, con lo previsto en el Art. 277.1 en cuanto “garantizar los derechos de las personas,
las colectividades y la naturaleza” como deber del Estado para la consecución del buen vivir. En
tercer término, de forma complementaria, el Art. 275 inciso 3, precisa que el goce efectivo de los
derechos en el marco de la interculturalidad, el respeto a las diversidades y la convivencia
armónica con la naturaleza es condición fundamental para el logro del buen vivir. Finalmente, el
Art. 276 fija entre los objetivos régimen de desarrollo: “1. Mejorar la calidad y esperanza de vida,
y aumentar las capacidades y potencialidades de la población en el marco de los principios y
derechos que establece la Constitución”.
8
Se instituye un sistema de Justicia fuerte con la presencia de una Corte Constitucional con amplias competencias
sobre el resto de instituciones (Título IX, capítulo segundo); sistema que está además conformado por judicaturas de
primera y segunda instancia que conocen varios procedimientos de garantías jurisdiccionales y medidas cautelares.
Sin embargo, el buen vivir y el desarrollo no siempre pueden armonizarse, llegando a
producir colisiones de derechos ya que incluso el buen vivir de unas personas puede verse
cuestionado por las necesidades colectivas de desarrollo. Esto refleja especialmente, lo crítico
que puede resultar el determinar hasta dónde deben llegar las obligaciones de hacer de parte del
Estado para concretar el desarrollo. Una premisa del garantismo radica en su alta confianza en el
juez como el “guardián” por excelencia de la Constitución9. Ciertamente el juez es la última
instancia al momento de determinar el cumplimiento de derechos, pero es necesario ampliar la
mirada acerca de quienes participan en la interpretación.
Una segunda comprensión acerca del carácter del Estado es aquella que denominamos
participacionista. Hay que recordar el citado Art. 1 de la Constitución en la parte que se refiere a
la forma de gobernar el Estado invoca el principio de soberanía popular (inciso 2), lo cual supone
que la autoridad y la legitimidad del poder residen en la voluntad popular. El cambio sustantivo
respecto del pasado radica en que de acuerdo a la CRE, el poder no solo se ejerce mediante un
sistema de representantes electos, sino que se instituye un sistema de poder híbrido,
introduciendo numerosos derechos y mecanismos tanto de participación como de democracia
directa y en menor medida comunitaria. Todo ello además, en el marco de un Estado que se
define también como intercultural, plurinacional y laico, características para cuya
implementación se requiere del desarrollo formas de diálogo ciudadano y político.
9
Véase por ejemplo lo sostenido por R. Ávila acerca de el “rol de los jueces y los derechos” (2016: 50-52).
10
Véase en este sentido lo expuesto por Richard Bellamy (2010: 20-23).
En primer lugar, se reconoce a la participación como principio articulador de la acción
estatal y la vida democrática en los términos ya referidos del citado Art. 1. En segundo lugar,
bajo la idea de que esa participación tiene que basarse en el reconocimiento fuerte de derechos, se
consagra un derecho muy amplio a construir el poder popular mediante la participación (Art. 95),
así como como capítulo específico sobre derechos de participación (Título II, cap. Quinto, Arts.
61 al 65 de la CRE)11. Tercero, se instituye un nuevo esquema de organización del poder (Título
IV) con varios niveles de operatividad e incluso formas próximas al autogobierno en particular en
lo referente a niveles locales (sobresalen en tal sentido los Arts. 100 y 238 de la CRE). Se
establecen además, una serie de mecanismos que potencian la participación en diversas formas
(Título IV, caps. cuarto y quinto, CRE), entre otras, los observatorios, las veedurías y la silla
vacía. Finalmente, bajo la premisa de reconectar las iniciativas participativas con los espacios de
toma de decisiones, se instauró una nueva institucionalidad a través por una parte, de la Función
Electoral para tutelar los procesos electorales y por otra, de la Función de Transparencia y
Control Social, como instancia encargada de promover el ejercicio de los nuevos derechos y las
formas de participación, así como el control de la gestión pública y el combate a la corrupción12.
11
En este capítulo, a los tradicionales derechos políticos propios de la representación como el de elegir y ser elegido,
se incorpora una serie de novedosos derechos que protegen la participación activa y continua de la comunidad
política, entre otros, el derecho a participar en asuntos de interés público, a la consulta, a la iniciativa popular
normativa y a fiscalizar los actos del poder público.
12
Capítulos quinto y sexto del Título IV de la CRE, Participación y Organización del Poder.
13
Referencias sobre este punto las encontramos en autoras como Marina Gascón (2008: 709-710) y Ana M. Alterio
(2011: 32).
así como la acción institucional del Estado (en particular de la nueva institucionalidad) e incluso
el deber de los ciudadanos, pues sin la intensa convergencia entre estos actores (estatales y
ciudadanos) no es posible alcanzar un nivel de participación que de una dinámica
cualitativamente distinta al proceso de desarrollo. Es la construcción de una relación viva e
histórica entre el Estado y ese tejido social, y sus epistemologías en clave de participación
efectiva, lo que redunda en la potenciación de capacidades de los actores del desarrollo.
Esta lógica se complementaría con las dos ya descritas, apuntando a que para transformar
la realidad del Ecuador (entre ellas el modelo de desarrollo hegemónico) no bastaba con un
modelo en el que se proclamen derechos y garantías, o mayor participación, sino que resultaba
indispensable estructurar un Estado con amplias competencias para implementar el proyecto
político expresado en la misma carta y que mantenga la unidad en la plurinacionalidad. Proyecto
que además, asociado estrechamente a una visión no fragmentaria de lo común, requiere
precisamente de una forma estatal que se imponga por sobre prácticas tradicionales corporativas
y prebendísticas de gestión de lo público14. Por estas razones es que consideramos que sería el
carácter republicano el que define mejor a esta tendencia15.
14
Un ejemplo de esta construcción de sentido lo encontramos en las palabras del presidente Correa al instalar la
Asamblea Constituyente en noviembre de 2007 criticando las visiones basadas en intereses particulares y formas de
participación de tipo sectorial: “Nuestra visión no puede ser otra que una visión nacional e histórica. Ya no somos
más los asambleístas de Manabí, del Carchi o de Zamora, saraguros, montubios o cofanes, trabajadores,
profesionales o empresarios, somos un todo nacional” (Correa, 2007 en Ospina, 2010: 3).
15
Otros autores como P. Andrade (2012: 43-44), presentan esto en términos de “presidencialismo”, o bien, según J.
Montaña, “desarrollismo” (2011: 12). Nosotros integramos estos rasgos alrededor del republicanismo. Para una
visión acerca del carácter republicano del proyecto político plasmado en la CRE ver René Ramírez G. (2012: 29-33).
tiempo, parece reformular algunas premisas de la propuesta desarrollista promovida por la
CEPAL hace unas décadas, mediante una fuerte presencia estatal en el proceso mediante la
regulación de la economía.
Aquí también pueden apreciarse las dos vertientes de construcción del buen vivir que
hemos ya referido, expresadas tanto en las incorporación de visiones alternativas sobre desarrollo
inscritas dentro de un paradigma humanista occidental (Walsh, 2010: 15-16), como en aquella
concepción de tipo holístico que procura recuperar los saberes, valores e imaginarios de los
pueblos originarios como valor “simbólico histórico” (Villalba, 2011: 7).
Así, el desarrollo del buen vivir en el primer sentido, enfatizaría en elementos como el
citado rol estatal, la corresponsabilidad ciudadana y la creación de condiciones materiales de
vida. En ese marco se inscriben los preceptos contenidos en el artículo 3 de la CRE, numerales 5
y 6 que hablan de que son fines primordiales del Estado: (5) el planificar el desarrollo nacional,
erradicar la pobreza, promover el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los
recursos y la riqueza, para acceder al buen vivir; así como (6) promover el desarrollo equitativo y
solidario de todo el territorio, mediante el fortalecimiento del proceso de autonomías y
descentralización. En el sentido segundo, el desarrollo del buen vivir implica la consecución de
una “vida plena” en armonía con la naturaleza (Larrea, 2011: 27-30). Ello supone el despliegue
de una serie de condiciones materiales pero va más allá, implicando por ejemplo, condiciones de
una comunicación y participación de tipo intercultural (Arts. 16 y 95, CRE).
Ahora bien, respecto de las premisas del modelo constitucional de desarrollo debemos
mencionar algunos aspectos. En primer lugar, se establece la rectoría estatal en cinco ámbitos
esenciales: a) planificación participativa; b) soberanía alimentaria; c) soberanía económica que
abarca entre otros, el sistema económico que se declara como social y solidario, las políticas
económica y fiscal, el endeudamiento público, el presupuesto del Estado, el régimen tributario,
pero también las políticas monetaria, crediticia, financiera y comercial; d) sectores estratégicos
sobre los que el Estado se reserva el derecho de administración y regulación, servicios y
empresas públicas, y e) el trabajo, la propiedad, la democratización de los factores productivos,
los intercambios económicos, el comercio justo, el ahorro y la inversión (Título VI CRE). A
través de esta rectoría estatal se buscaría alcanzar una mayor y más amplia inclusión en el
proceso social y en particular en la producción, potenciando las capacidades de diversos actores,
a la vez que redistribuir los bienes comunes y dentro de estos, no solo aquellos de naturaleza
preeminentemente económica.
Esto en referencia a Dussel quien se refiere a este aspecto en términos de una “transmodernidad” (Dussel 2012, en
16
En tercer lugar, hay que insistir en que, tanto las disposiciones que definen el Régimen del
Desarrollo como las que materializan el del Buen vivir, precisan para su implementación el
asegurar una autoridad estatal vigorosa que represente el interés común. Esto se expresa en dos
ámbitos. Por una parte, mediante un extenso sistema de competencias a favor de diversas
instancias de gobiernos autónomos descentralizados (Título V, Organización territorial), las
cuales hallan, sin embargo, su límite en una centralización competencial a favor del gobierno
central (Arts. 260 y 261, CRE). Por otro lado, la autoridad estatal se consolida a través de un
gobierno central que cuenta con competencias sobre todos los temas atinentes a la relación
desarrollo-Buen vivir, con una tendencia, además, a congregarlas en torno a la autoridad política
del Ejecutivo. Así, si bien, la responsabilidad del Estado central se desplaza hacia sus cinco
funciones, sobre todo, en el diseño actual puede advertirse un papel relevante del Ejecutivo 17.
Aquí quedaría fijado el límite entre el gobierno central y una participación que si bien constituye
un componente constitucional muy relevante no alcanza niveles decisorios.
5. A manera de conclusión.
17
Esto se evidencia al revisar tanto las atribuciones del Presidente de la República, como las competencias del
gobierno central (Arts. 147 y 261 de la CRE). Podemos destacar por ejemplo, a la planificación, la cual bien se
consagra que esta debe ser participativa y descentralizada, en relación con la toma de decisiones finales, estas le
corresponden al Ejecutivo a través de la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Arts. 279 y 280, CRE).
pues, en el ámbito de la arena política. Desde allí es desde donde hay que encontrarle al concepto
de desarrollo ese potencial emancipatorio. El desarrollo requiere sin duda de condiciones
materiales y se necesita de un Estado autónomo y fuerte para promoverlas, no obstante el
concepto de desarrollo desde una lógica que hemos denominado como republicana debe -y
puede- ir más allá.
La apuesta del nuevo modelo de desarrollo orientado al buen vivir consiste en dar un paso
adelante a partir de la propia experiencia histórica. Por tanto, debe procurarse en
corresponsabilidad con la sociedad, ir construyendo un Estado más sensible con la pluralidad,
participante y dialogante en términos interculturales y al tiempo, un modelo de desarrollo cada
vez más armónico con la naturaleza.
Hay que recordar finalmente, que el proyecto de desarrollo nacional ha estado en el centro
de matriz de la lucha política del país en la última década. Frente a quienes plantean ahora abjurar
de la Constitución18 y probablemente propender a una regresión de derechos, y del rol del Estado,
se debe contestar desde una mayor apertura a mirar esta complejidad en torno al texto
constitucional y al desarrollo; y en tal sentido, incorporar los aportes que el garantismo y la
participación pueden hacer a la legitimidad de un proyecto político republicano y así dinamizar
las transformaciones estructurales que ya se encuentran en marcha en varios ámbitos e incluir
otros19, hacia la construcción de un régimen de vida plena para todos.
Bibliografía.
18
Desde posiciones conservadoras, varios actores políticos han propuesto una “convergencia” en torno a un “acuerdo
nacional” que recupere formas tradicionales de Estado y de desarrollo que fueron consagradas por el
constitucionalismo previo a 2008. Pueden examinarse entre otras, las posturas de E. Ayala (2015).
19
A pesar del desarrollo legislativo alcanzado, aún se halla pendiente ir precisando mecanismos y formas de
desarrollo que permitan afianzar el buen vivir en ámbitos como el de la propiedad de la tierra y el de una economía
del conocimiento que potencie la creatividad y proteja los conocimientos ancestrales.
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