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La Constitución como proceso de transformación y espacio de disputa.

Reflexiones sobre los sentidos del modelo de desarrollo en la Constitución de


Montecristi.

Marco Navas Alvear


Alexander Barahona

Resumen: Este artículo examina críticamente el modelo de desarrollo en el diseño


constitucional del Ecuador desde la perspectiva de la complejidad. El análisis vincula la categoría
de desarrollo con el modelo de Estado intercultural y el principio del buen vivir y sumak kawsay.
Este enfoque plantea también la idea de que hay tres comprensiones que coexisten en la
Constitución ecuatoriana, una garantista, otra participacionista y otra guiada por un
republicanismo (orientado al desarrollo). Estas comprensiones determinan diferentes
interpretaciones del modelo de desarrollo, lo cual obedece a las diversas cosmovisiones que
contiene el texto constitucional. En la parte final, se plantean los problemas en torno a las
interpretaciones convergentes o tensas sobre el desarrollo, procedentes de estas comprensiones y
los desafíos en torno a preservar el potencial transformador del proyecto político cristalizado en
la Constitución de Montecristi.

Palabras clave: Constitución, complejidad, proceso constituyente, interpretación mestiza,


desarrollo, buen vivir.

Abstract: This article critically examine the place assigned to the development model on
the Ecuadorian constitutional design from a perspective of complexity. The analysis links the
category development with the intercultural State model and the principle of good living. This
approach raises also the idea that there are three major poles or main components coexisting in
the Ecuadorian Constitution, a “garantista" (Warrantor), a Participative and a Republican one.
These comprehensions determine different understandings of the development model. Finally this
text exposes the main tensions and challenges around a broad interpretation of constitutional
development.

Key words: Constitution, constitutional making, Ecuador, development, State model,


good living.

1. Introducción. La epistemología Intercultural como propuesta del desarrollo en la


Constitución de la República del Ecuador.-

El presente texto aborda la complejidad del paradigma del desarrollo en la Constitución


de la República del Ecuador (también CRE), develando desde sus orígenes, la propuesta del
modelo epistémico intercultural sostenido por los movimientos sociales como factor de
emancipación, para luego, una vez constitucionalizado, analizar cómo el concepto de desarrollo
interactúa con el principio del buen vivir y sumak kawsay, en sociedades complejas y que aspiran
a un dialogo intercultural; ello en relación a los diversos sentidos que adquiere el actual modelo
de Estado ecuatoriano
La propuesta de desarrollo contenida en la Constitución de Montecristi es resultado de un
proceso histórico de reivindicación de derechos, saberes e identidades que deconstruyen, desde la
epistemología del conocimiento, el tradicional sentido otorgado al desarrollo, entendido como un
proyecto político Estatal, el cual imprime sus efectos en los diversos campos de la realidad así
como la interpretación de los derechos. Dicha propuesta radica en una epistemología intercultural
(Walsh: 2015) fundamentada en el reconocimiento igualitario de la pluralidad de conocimientos,
historias y nombres de los colectivos invisibilizados; se trata de una forma de revertir el proceso
de colonialidad (Galeano, 1971: 32) que promueve una única forma de desarrollo, el capitalista,
por medio de la imposición de paradigmas hegemónicos de libre mercado, que potencializan el
conocimiento desde una visión individual humana.

Por tanto, la propuesta epistémica busca revalorizar los conocimientos ancestrales y


mestizos para proponer alternativas al desarrollo hegemónico, en una suerte de ruptura del
sistema geopolítico dominante en donde el conocimiento se ha diseñado en torno a un sistema de
organización del mercado y educación que han soportado la ideología de los Estados modernos
orientados a la violencia epistémica (Pulido, 2009: 175), con cánones de negación y
subordinación de las diversidades.

En este contexto, los movimientos sociales, fundamentalmente los indígenas, propusieron


en la constituyente la idea de un estado plurinacional, un solo Estado con varios pueblos y
nacionalidades, así como con diversas opciones de desarrollo, en las cuales la inclusión de los
pueblos sea el eje central; lo cual implica entender la complejidad de la Constitución como se
verá más adelante. Sumado a lo anterior, el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de
derechos y el principio del sumak kawsay revisten al pacto constituyente de enfoques
interculturales que implican una nueva interpretación del desarrollo, mirando al entorno humano
y natural como un sistema interconectado y propio, en otras palabras, el pacto de Montecristi
exige la implementación progresiva de alternativas al desarrollo hegemónico y una nueva
producción del conocimiento.

Por ello, nuestra Constitución determina al Plan Nacional del Desarrollo como el núcleo
central de la política pública diseñada como garantía constitucional de efectivización de los
derechos; lo cual ha de ser desarrollado en base a consensos comunitarios que permitan aplicar
políticas de territorio, y sobre esta base, políticas nacionales interculturales, con enfoque de
diversidades y género. Esta idea de alternativas al desarrollo desde lo plural, permite poner en
perspectiva el modelo de desarrollo “receta” que ha transgredido la identidad indígena,
afrodecendiente, campesina y mestiza, impidiendo el fortalecimiento del Estado rico en
diversidad. Una forma de hacerlo ha sido la implementación de la idea de pobreza, entendida
como la ausencia de poder adquisitivo, urbanismo, y educación (occidental), esta definición de
pobreza se sustenta en el desarrollo capitalista-consumista-patriarcal, que se impone al desarrollo
solidario, comunitario y cultural, despojando así a los pueblos de su historia, cosmovisión y
cosmogonía. De allí la importancia del cambio de la matriz productiva, una que no se concentre
en el extractivismo y en el aprovechamiento desmedido de recursos naturales, para lo cual los
desarrollos locales comunitarios juegan un papel importante en la producción y sustento
económico, así como en la planificación, e implementación de políticas públicas.

Sin duda, la epistemología intercultural plasmada en la Constitución propone nuevas


formas de desarrollo, empero, su aplicación implica democratizar la política pública. Además de
aquello, el contraste del reconocimiento de las formas de desarrollo complejiza la fórmula a ser
desarrollada por el gobierno central, más aún, cuando la economía nacional es sensible y
dependiente de una economía global cuyas fluctuaciones pueden poner en riesgo la estabilidad
económica del Estado y con ello la garantía de los derechos. Por tanto, si bien es necesario un
cambio de matriz productiva desde el buen vivir este cambio ha de precautelar la implementación
de métodos de desarrollo sustentable en base a políticas colectivas participativas que le den
sostenibilidad.

El programa político de desarrollo de la Constitución ecuatoriana se suma a los intentos


latinoamericanos de poner en duda el paradigma hegemónico, lo que a su vez, se ha ido
aplazando por una crisis mundial económica, y la caía de los precios de los principales productos
exportables de países que a pesar de ser extractivistas apostaron por un cambio de matriz
productiva, ello implicó una crisis política que exigió un cambios en las directrices de desarrollo,
consecuentemente, el panorama se complejizó aún más.

Desde otra perspectiva, la interculturalidad, buen vivir y desarrollo así como son
elementos de emancipación pueden convertirse en elementos utilitaristas cuyo objetivo es una
nueva forma de violencia epistémica, ya no desde la anulación del otro, sino desde la ficción. Así,
los elementos de lucha comunitarios pueden ser empleados desde el poder para vaciarlos de
contenido y desarticular las propuestas alternativas de desarrollo, en un intento del sistema capital
de proteger su “estabilidad”.

Como se ha expuesto, las tensiones alrededor del concepto y modelos de desarrollo


reflejan un complejo entramado social, contrapuesto en los paradigmas económicos y de derechos
que se deben adoptar en un Estado que le apuesta a la interculturalidad y la plurinacionalidad
bajo la idea del buen vivir en un mundo globalizado; de allí que resulta fundamental entender los
preceptos constitucionales en su integralidad a fin de defender el pacto constituyente en base a
una idea clara de las disputas de contenidos constitucionales y su implicación en la realidad
social.

2. Constitución y desarrollo.

En las siguientes líneas bordaremos la interrogante acerca de cuál es el sentido (o


sentidos) que se le puede dar al concepto constitucional de desarrollo, a partir de una
interpretación sistemática que ponga a la vista la complejidad de esta categoría en contexto con
las visiones plurales de los pueblos y nacionalidades.

Ciertamente existe un enunciado en el artículo 275, primer inciso, que define el régimen
de desarrollo en términos amplios como “el conjunto organizado, sostenible y dinámico de los
sistemas económicos, políticos, socio-culturales y ambientales, que garantizan la realización del
buen vivir, del sumak kawsay”. Los siguientes dos enunciados del citado artículo vinculan este
amplio concepto a la planificación por una parte, como medio para el desarrollo y por otra, al
Buen Vivir como una suerte de meta última del proceso.

Se trata de una definición enunciativa, que explicita los diversos campos que abarcaría la
noción de desarrollo y que justamente por ello, se remite a otros elementos para poderla entender.
Esta definición no está exenta ya de una orientación hacia la integralidad al no circunscribir el
desarrollo al campo meramente económico.
Lo primero a destacar es que hay que tomar en cuenta que no puede interpretarse el
concepto de desarrollo por este solo enunciado y que para desentrañar sus fundamentos y
alcances. No basta pues, con someter al enunciado del referido artículo 275 a los métodos
tradicionales de interpretación literal sobre términos. Es importante comprender el contexto en el
cual este enunciado se incluye en el texto constitucional y cómo tal inclusión ocurre en referencia
al conjunto del diseño constitucional.

La definición de desarrollo tiene una relación muy estrecha con dos elementos centrales
de la Constitución. Uno es el concepto de Estado definido en el Art 1, que marca el carácter de
este como dispositivo central del diseño constitucional; y otro es el de Buen Vivir, como premisa
intercultural –sumak kawsay- y meta máxima de la construcción social y a la vez, principio que
vertebra y otorga sentido al texto, diseminándose en varios de sus dispositivos, tanto de la así
llamada parte dogmática como de la parte orgánica u organizativa.

Ciertamente el desarrollo es un concepto que ha sido muy discutido y revisado a lo largo


de al menos un siglo en el mundo occidental, llegando a declarársele como derecho humano en
1986 mediante resolución N.° 41/128 de la Asamblea General de Naciones Unidas:

Declaración sobre el derecho al desarrollo.- Artículo 1 El derecho al desarrollo es un


derecho humano inalienable en virtud del cual todo ser humano y todos los pueblos están
facultados para participar en un desarrollo económico, social, cultural y político en el que
puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y libertades fundamentales, a
contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él.
El derecho humano al desarrollo implica también la plena realización del derecho de los
pueblos a la libre determinación, que incluye, con sujeción a las disposiciones pertinentes de
ambos Pactos internacionales de derechos humanos, el ejercicio de su derecho inalienable a la
plena soberanía sobre todas sus riquezas y recursos naturales (ONU, 1986).

Lo anterior incentivó el surgimiento de una visión más humana sobre el desarrollo a partir
de la cual parece ser que lo importante es lo que las personas puedan “hacer y ser” más que lo
que pueda solamente “tener” (Larrea, 2011: 27). El concepto de desarrollo presente en la
Constitución parece nutrirse de esta visión, pero también construirse a partir de una idea más
endógena, basada en el buen vivir. Así, el concepto de desarrollo se remite por una parte, a
visiones nuevas como las de desarrollo humano, a escala humana y desarrollo sustentable (Walsh
2010; Villalba 2011), buscando centrarse en las personas y enfrentar especialmente las
“profundas desigualdades” presentes en el país (Larrea, 2011: 14). Por otra parte, el buen vivir es
un principio que delinea una aspiración integral y en sí mismo tiene -como el mismo concepto de
desarrollo- varias fuentes de inspiración (SENPLADES 2009: 31-33, Villalba 2011: 3-8). Se
acerca estrechamente a lo que los pueblos indígenas plantean como “vida plena” lo cual se recoge
en la idea de sumak kawsay. Este término le imprime al buen vivir una alta impronta de llegar a
lo que Ana M. Larrea destaca como “un grado de armonía total con la comunidad y con el
cosmos” (2011: 28). Es de resaltar, en este sentido, que como resultado de los aportes de diversos
actores sociales, en particular el movimiento indígena, parte de los pensamientos sobre el buen
vivir están reflejados en la CRE en términos de esta pretensión de armonía y dualidad. En
definitiva, desde esta asociación entre desarrollo y buen vivir en diálogo intercultural se procura
formular una relación entre Estado, mercado, pueblos y naturaleza, donde el segundo factor (el
mercado) deja de ser el motor que impulsa el desarrollo y comparte una serie de interacciones
con los demás (Larrea, 2011: 31).
Este nuevo concepto constitucionalizado de desarrollo -aunque su texto concreto parezca
descriptivo- buscaría, en los sentidos anotados, otras formas de enfrentar el tema de las prácticas
de producción social (cambio de matriz productiva), a partir de decodificar y resignificar ideas
tradicionales, centrándose en lo humano-colectivo y en su relación con el entorno natural. Y es
que, cuando las constituciones instituyen conceptos, pretenden cerrar un orden de la vida y abrir
otro. Así es que insistimos en la importancia de leer el desarrollo desde una mirada relacional,
desde el concepto de Estado, desde las lógicas que se pueden hallar para ver qué Estado se quiere
construir, y de cómo el Buen Vivir en diálogo intercultural le otorga potencial al desarrollo1.

La conjunción entre desarrollo y buen vivir se asienta en el supuesto de una relación que
pretende ser armónica entre los sistemas económico, político y cultural, y entre las maneras en
que a partir de ellos los seres producimos en interacción con la naturaleza. Relación que es
multifocal e imbrica prácticas que convergen en varios tiempos. No hay punto único de partida o
llegada sino varios procesos en acción, con diversas comprensiones que se traslapan y convergen
en determinados puntos. Luego, el paradigma del desarrollo se complejiza más si situamos la
referida conjunción en el marco del modelo de Estado, uno constitucional que enfatiza en
derechos y justicia, que se define como laico, republicano con distintas formas de democracia,
que es social, unitario pero plurinacional y descentralizado. Como puede advertirse, se trata de
varios atributos que definen al Estado como un aparato multifocal y heterogéneo.

En consecuencia, el análisis que se haga del concepto de desarrollo en el marco de este


modelo estatal y de su conjunción con los principios de buen vivir e interculturalidad, tiene que
responder al carácter complejo del dispositivo que lo contiene, la Constitución. Este texto
propone precisamente comprender a la Constitución como un dispositivo complejo. Y para
explicar cómo esta comprensión nos ayudará de una mejor manera a examinar el modelo de
desarrollo en la Carta ecuatoriana, vamos a continuación a plantear algunas consideraciones
acerca de lo que sería una Constitución desde una perspectiva de la complejidad para luego
interrogarnos sobre la problemática de la interpretación constitucional en el marco de realidades
complejas.

3. Complejidad y Constitución.

Las sociedades contemporáneas expresan una suma de dinámicas conflictivas que hacen
relación no solo a cómo se distribuyen los recursos sociales sino también con cómo se reconocen
los sujetos diversos que las componen. Más específicamente, respecto de las sociedades
latinoamericanas, estas han sido descritas como particularmente complejas, porque en ellas se
expresan formas singulares de diversidades. En tal sentido, se ha calificado a nuestras sociedades
en términos de barrocas, abigarradas, híbridas, para expresar sus formas particulares de
complejidad2. Reconocer la complejidad latinoamericana -y en particular respecto del Ecuador-
resulta especialmente importante al momento de analizar los más recientes procesos de
transformación política que en muchos países tuvieron como hito sobresaliente la promulgación
de innovadoras constituciones en el marco de procesos constituyentes participativos.
1
En este sentido, como veremos más adelante, la actual Constitución instituye el buen vivir tanto como aspiración
central y principio articulador como a través de derechos específicos y de una serie de directrices desarrolladas el
Régimen del buen vivir (Título VII CRE).
2
Véase las tesis de autores como Bolívar Echeverría, sobre el “ethos barroco” de las modernidades latinoamericanas
(2011: 193-219 y 265-279), René Zavaleta sobre el abigarramiento (2002) y sobre esta idea de la hibridación tomada
de los aportes entre otros de N. García Canclini, véase Leonardo Avritzer (2002: 55-76).
Si hablamos de una Constitución en sociedades complejas consideramos que vale ensayar,
apoyados por una teoría crítica del derecho (François Ost. y Michael van der Kerchove, 2001),
una visión desde la complejidad de este dispositivo normativo, no solo de cómo esa Constitución
es en su textura, sino sobre cómo opera y para esto hay que ver de dónde viene históricamente.
Desde una visión compleja habrá además que ver la Constitución no necesariamente como un
pacto pacífico, ni como un dispositivo jurídico completamente armónico. La Constitución tiene
un origen epistemológico complejo en un proceso diverso donde juegan varios actores y es punto
de partida de otro. Es pues necesario ver a la Constitución en forma procedural, desde dos planos,
uno diacrónico y otro sincrónico.

Un plano diacrónico que se asocia a un elemento dinámico (Heller, 2012: 317) del
fenómeno jurídico; es decir, cómo las normas advienen en el contexto socio político, cómo se
fabrican y cómo se proyectan en el tiempo. Las más recientes Constituciones andinas, por
ejemplo, responden a procesos sociales con altos grados de participación de movimientos sociales
lo que les otorga una alta legitimidad y nivel de adhesión (Rajland, 2011: 32, Noguera y Navas,
2016: 20-27). Sin embargo, mayor participación significa mayor presencia de aspectos complejos
en los textos constitucionales. Es pues necesario examinar la historia previa a la Constitución, es
decir el conjunto de procesos de los cuales procede, quienes la impulsan y cuáles ya dentro del
escenario constituyente son las formas de expresión de su voluntad.

Es preciso estudiar las dinámicas de construcción al interior de los procesos


constituyentes. Se producen en ellos pactos, pero también imposiciones en un marco complejo de
negociaciones, como sin duda ha sucedido en el Ecuador. Hay que entender una Constitución,
entonces, más bien como el resultado de una correlación de poderes, que desafía a su vez un
cierto orden hegemónico (Errejón, 2011: 9). Podríamos decir que las constituyentes son espacios
donde se plasma la transformación de un determinado orden hegemónico, donde se refleja una
nueva articulación de los factores reales de poder en términos de Lasalle (1984).

Los procesos constituyentes son históricos y políticos, son procesos situados en contextos
sociales abigarrados, con vocación transformadora. Como procesos los constituyentes forman
parte del devenir político de las sociedades, en ese sentido deben ser apreciados como momentos
particulares y sobresalientes dentro de ese devenir, en los que se produce una Constitución. A la
vez, una Constitución, siendo producto de estos procesos, como hemos dicho anteriormente
(Navas, 2015), una vez promulgada adquiere vida propia y se despliegan sobre la sociedad.
Entonces, puede hablarse de constituciones también como procesos donde una diversidad de
actores participa y disputa sus sentidos. Desde este punto de vista, las constituciones deben verse
además como campos de lucha contrahegemónica.

Desde un segundo plano, sincrónico, que se corresponde con un elemento estático (Heller,
2012: 317), se aborda la Constitución como un dispositivo normativo donde se cristalizan una
serie de valores, principios y reglas, que expresan las voluntades e intereses de los actores en
juego en el proceso constituyente. Dispositivo que tiene una doble dimensión normativa, una de
tipo jurídico y otra de tipo político. La Constitución es jurídica porque intenta mediante ese
medio (lo normativo) disciplinar y conducir la fuerza política, el poder, a través del saber
jurídico. Lo político supone por otro lado, un proyecto o visión societal. Así, la Constitución
expresa ideología (intercultural) y es fuerza transformadora que refleja la determinación de cómo
se quiere construir la sociedad, y se estructura el Estado en función de esa impronta. Justamente,
un modelo de desarrollo sería el elemento central que permite el despliegue de la Constitución a
través de la intervención del Estado y contiene las bases del cambio estructural. Pero insistimos,
los sentidos que puede este modelo tener no son necesariamente unívocos ni objeto de una
interpretación pacífica.

La Constitución ecuatoriana es una expresión de la complejidad política, social, cultural


de nuestro país. Adviene frente a un contexto histórico caracterizado por una parte, por un
trasfondo económico inequitativo y una sociedad castigada por una serie de formas de ajuste de
corte neoliberal; y por otra por una alta crisis política, de representación secuestrada por las elites,
que era incapaz de reflejar la diversidad de voces y demandas. A su vez, nuestra CRE expresa
nítidamente un anhelo transformación de lo nacional, portado por los diversos actores populares.

Así, al afirmar que la Constitución debe ser vista como un proceso y como un espacio de
disputa, lo que planteamos es que se trata de un dispositivo complejo. Y al aludir al asunto de la
complejidad, lo queremos cuestionar es una lectura formal de la Constitución como un
dispositivo del que emana un discurso prescriptivo unívoco que marcaría una sola dirección. Por
el contrario, la Constitución como proceso, es producto de una suma de voluntades y demandas
amalgamadas. Ello se refleja en la textura abierta de gran parte de sus normas y de ello se
desprende la necesidad de una interpretación que responda a tal complejidad propia de la
interculturalidad.

Un enfoque complejo tiene que ver con asumir que con frecuencia se presentan estados de
incertidumbre y situaciones de riesgo en las que el derecho no opera con efectividad. Esto nos
conecta, en lo referente al Ecuador a los alcances de instituciones como el buen vivir en su
relación con el desarrollo en el marco del tipo de Estado que se busca construir.

Lo que en definitiva intentamos evidenciar es que por parte del intérprete no podría bastar
una sola lógica, silogística si se quiere, que explique una norma desde el formalismo. En
particular, en lo constitucional, no existe un solo marco o siquiera dos opuestos que enteramente
den cuenta de la Constitución, sino que, dada esta complejidad se precisa de un cuerpo de
instrumentos, o bien, en términos constructivistas, una “caja de herramientas”. Entre estos
instrumentos pueden estar aquellas tradicionales técnicas de interpretación que sirven para
desentrañar la lógica interna –semántica- de la norma, pero sin duda deben incorporarse
herramientas analíticas provenientes de saberes como las cosmovisiones indígenas y
afrodecendientes, y disciplinas como la historia o la economía, política, que permitan
contextualizar el fenómeno jurídico.

Tales herramientas deben ser aplicadas a partir de miradas constructivistas3, más


dialógicas, y relacionales; miradas que atrapen la complejidad atendiendo a las relaciones entre
las diversas instituciones y posiciones jurídicas, y que identifiquen mejor las tensiones resultantes
de esas relaciones4. Si se aspira a una convergencia hacia un cambio estructural se requiere lograr

3
Sobre la noción de “caja de herramientas” y los enfoques constructivistas del derecho, véase F. T. Gómez y Néstor
Menares (2014: 199-220).
4
Al respecto, Ost y v. der Kerchove comentan: “At this point the following question arises: what if the truth were to
reside precisely in the tension between the two poles, in their conflictual interdependence and the way in which they
fit together - as if, by means of their very opposition, they were both trying to express something of the complexity
of a reality that cannot be reduced to the one or the other? As if what was trying to gain expression in this way were
precisely the excluded third term […] then, the first intimations of the dialectic appear, in the following form: each of
the poles, in spite of its claims to the contrary, contains at least partially and in a virtual sense its own counterpart
niveles de consenso en torno a la interpretación del tema desarrollo, pero no ocultando su
complejidad, sino asumiéndola y procesándola políticamente desde nueva epistemología.

4. Los sentidos del desarrollo en la Constitución ecuatoriana.

Hemos señalado en anteriores escritos, cómo en la Constitución ecuatoriana sobresalen


tres grandes comprensiones5, de las cuales se desprenden tanto contenidos concretos como
construcciones de sentido que influencian fuertemente la manera en que se puede interpretar
determinadas instituciones. A estas comprensiones las hemos denominado, garantista,
participacionista y republicana.

A continuación mostraremos brevemente cómo el concepto de desarrollo, asociado al de


Estado y buen vivir, se ven influenciados por estas tres comprensiones. Consideramos que la
interpretación que podamos hacer de estos conceptos, dependiendo de cada una de las
comprensiones, nos arroja énfasis interesantes.

La compresión garantista se refleja en la definición del Estado ecuatoriano en términos de


constitucional de derechos y justicia. Ese enunciado, como hemos advertido antes:

No debe ser entendido como una mera declaración, sino como una norma que al definir
el Estado como “constitucional de derechos”, está configurando su principal finalidad y que
justifica su organización y existencia en la protección de los derechos. Así, tanto la parte
dogmática como la orgánica de la Constitución deben ser interpretadas según esta primordial
finalidad (Storini y Navas, 2013: 41).

Desde esta comprensión se consagra el carácter supremo y directamente vinculante de


todas las normas constitucionales y en particular de aquellas que componen el catálogo de
derechos, sus principios de aplicación6 y sus garantías7. Se entiende que estas normas rigen el
ordenamiento estatal; de manera que la razón de ser de todas las instancias públicas sea respetar y
garantizar los derechos. De allí también la denominación de Estado de justicia, en la necesidad de

(consider, for example, the highly debatable and yet, in France, nonetheless lively distinction between public and
private law, or, again, the antagonism, as old as the law itself, between the letter and the spirit), or, another
intimation: from the interplay between the two poles a resulting quality emerges, a third term that will transform the
two others”, en “Constructing the complexity…”, (1999: 149).
5
Estos argumentos desarrollados de forma más amplia son presentados en Marco Navas Alvear (2013: 184-208).
6
La CRE divide los derechos en siete grupos (Título II, capítulos segundo al octavo): a) derechos del buen vivir
(reelaboración de los DESC); b) derechos de las comunidades, pueblos y nacionalidades; que se complementan con
la definición del Estado como plurinacional e intercultural, del Art. 1 de la CRE. c) derechos de los grupos de
atención prioritaria; d) derechos de libertad (civiles); e) derechos de participación (políticos); f) derechos de la
naturaleza, bajo un innovador enfoque que redimensiona a la naturaleza como sujeto de derechos en armonía con el
buen vivir; y g) derechos de protección. Además, entre los principios se destacan el de directa aplicación de los
derechos por parte de jueces y funcionarios; los de igual jerarquía e interdependencia de todos los derechos; los de
aplicación favorable; no restricción por norma alguna, inalienabilidad, irrenunciabilidad, desarrollo progresivo
mediante la legislación y políticas públicas; y la cláusula que deja abierto el reconocimiento de nuevos derechos
(Título II, Art. 11).
7
Estas pueden ser normativas, de políticas públicas y jurisdiccionales, las cuales están claramente situadas en el
centro de este diseño garantista (Arts. 84 al 94, CRE).
garantizar la realización de los derechos, en particular que sean justiciables ante los órganos
correspondientes8.

Cobran importancia cuatro normas que desde esta comprensión garantista vinculan
derechos, desarrollo y buen vivir. Primero, la que establece como deber primordial del Estado
(Art. 3.1, CRE) el “garantizar sin discriminación alguna el efectivo goce de los derechos
establecidos en la Constitución y en los instrumentos internacionales” haciendo particular
referencia a los derechos a la educación, la salud, la alimentación, la seguridad social y el agua.
Lo cual podríamos interpretar como un reforzamiento desde esta lógica garantista de la
obligación estatal de construir condiciones materiales para el buen vivir. Esto concuerda en
segundo lugar, con lo previsto en el Art. 277.1 en cuanto “garantizar los derechos de las personas,
las colectividades y la naturaleza” como deber del Estado para la consecución del buen vivir. En
tercer término, de forma complementaria, el Art. 275 inciso 3, precisa que el goce efectivo de los
derechos en el marco de la interculturalidad, el respeto a las diversidades y la convivencia
armónica con la naturaleza es condición fundamental para el logro del buen vivir. Finalmente, el
Art. 276 fija entre los objetivos régimen de desarrollo: “1. Mejorar la calidad y esperanza de vida,
y aumentar las capacidades y potencialidades de la población en el marco de los principios y
derechos que establece la Constitución”.

Nótese como la comprensión de los derechos en los cuatro preceptos constitucionales


citados se vincula al desarrollo y al buen vivir en las dos dimensiones esbozadas ya, respecto de
este último. Por una parte, aquella idea holística (amplia, englobante, aunque difusa) que plantea
la necesidad de un ambiente de vida plena, de máximo ejercicio de los derechos, de “respeto a las
diversidades”, “intercultural” y “en armonía con la naturaleza”. Por otra parte, una idea más
concreta que alude a condiciones materiales y mesurables de desarrollo relativas a “la calidad” y
“la esperanza de vida” en ámbitos indispensables como por ejemplo, la salud o la educación. Así,
la definición de los contenidos de los derechos supone un desafío fuerte.

Los contendidos de los distintos derechos materializan el límite y constituyen el vínculo


entre quienes ejercen el poder y los ciudadanos. La noción de desarrollo bajo el garantismo
estaría alineada a la satisfacción de todos los derechos. A la vez, el principio de interculturalidad
influiría en determinar cómo son sus contenidos y alcances. Se trata de una mutua interacción. El
mayor desafío justamente radica en determinar los contenidos de los derechos en función de la
obligación de respetarlos y garantizarlos.

Así, el diálogo intercultural se convierte en un ejercicio necesario en la interpretación de


los derechos, el cual debe reinterpretar el contenido hegemónico de los mismos, partiendo de una
crítica filosófica de sus fundamentos, para construir, una interpretación mestiza popular e
intercultural, sensible al buen vivir, pues es este el que determina un modelo de desarrollo, que
debido a la complejidad social ha de dinamizarse en forma intercultural. De allí que se puede
afirmar que la Constitución promueve el modelo de desarrollo del buen vivir que en su
construcción materializa y aporta al contenido propio de los derechos.

8
Se instituye un sistema de Justicia fuerte con la presencia de una Corte Constitucional con amplias competencias
sobre el resto de instituciones (Título IX, capítulo segundo); sistema que está además conformado por judicaturas de
primera y segunda instancia que conocen varios procedimientos de garantías jurisdiccionales y medidas cautelares.
Sin embargo, el buen vivir y el desarrollo no siempre pueden armonizarse, llegando a
producir colisiones de derechos ya que incluso el buen vivir de unas personas puede verse
cuestionado por las necesidades colectivas de desarrollo. Esto refleja especialmente, lo crítico
que puede resultar el determinar hasta dónde deben llegar las obligaciones de hacer de parte del
Estado para concretar el desarrollo. Una premisa del garantismo radica en su alta confianza en el
juez como el “guardián” por excelencia de la Constitución9. Ciertamente el juez es la última
instancia al momento de determinar el cumplimiento de derechos, pero es necesario ampliar la
mirada acerca de quienes participan en la interpretación.

Si miramos la Constitución como proceso, deberíamos aceptar que la tarea de interpretar


no le corresponde en primera línea al juez sino a todos los participantes comenzando por los
productores de políticas públicas y los legisladores en interacción dinámica con la sociedad, en
una suerte de papel complementario al de los interpretes judiciales. Bajar la conflictividad en
torno a derechos y el desarrollo, evitando llegar al reclamo judicial depende del diálogo político
intercultural sobre los derechos y aquí un complemento con la lógica participacionista. Aparte de
que existe siempre un problema de la efectividad de las garantías en la justicia que hay que
atender.

Una interpretación enriquecida además, no puede alejarse de la realidad económica que le


da viabilidad a los derechos. Hay que buscar conciliaciones. De otro lado, el garantismo
constitucional impreso en el texto de la CRE si bien tiende a leer al buen vivir a partir de los
derechos, lo hace desde una matriz occidental; así pues, deben incorporase como se ha dicho, un
distinto método de interpretación y aplicación de derechos, uno que en su hermenéutica
enriquezca esta interpretación. Se debe entonces dialogar en clave intercultural, para lo cual se
requiere de enfoques culturalistas.

Una segunda comprensión acerca del carácter del Estado es aquella que denominamos
participacionista. Hay que recordar el citado Art. 1 de la Constitución en la parte que se refiere a
la forma de gobernar el Estado invoca el principio de soberanía popular (inciso 2), lo cual supone
que la autoridad y la legitimidad del poder residen en la voluntad popular. El cambio sustantivo
respecto del pasado radica en que de acuerdo a la CRE, el poder no solo se ejerce mediante un
sistema de representantes electos, sino que se instituye un sistema de poder híbrido,
introduciendo numerosos derechos y mecanismos tanto de participación como de democracia
directa y en menor medida comunitaria. Todo ello además, en el marco de un Estado que se
define también como intercultural, plurinacional y laico, características para cuya
implementación se requiere del desarrollo formas de diálogo ciudadano y político.

Esta tendencia de dar un fuerte impulso a la participación, tanto en la arena política


propiamente, como en los espacios de relación ciudadana (que no dejan de tener un sentido
político no partidista) a diferencia del garantismo, apuesta vigorosamente por que sean las
instancias políticas más que las judiciales, las que mediante procedimientos democráticos
deliberativos procesen los grandes conflictos en torno a la Constitución y los derechos, que desde
allí se los defienda y desarrolle10. La participación, desde este enfoque, se torna un elemento muy
significativo, el cual se disemina a lo largo de la CRE a través de diversas medidas y
modalidades.

9
Véase por ejemplo lo sostenido por R. Ávila acerca de el “rol de los jueces y los derechos” (2016: 50-52).
10
Véase en este sentido lo expuesto por Richard Bellamy (2010: 20-23).
En primer lugar, se reconoce a la participación como principio articulador de la acción
estatal y la vida democrática en los términos ya referidos del citado Art. 1. En segundo lugar,
bajo la idea de que esa participación tiene que basarse en el reconocimiento fuerte de derechos, se
consagra un derecho muy amplio a construir el poder popular mediante la participación (Art. 95),
así como como capítulo específico sobre derechos de participación (Título II, cap. Quinto, Arts.
61 al 65 de la CRE)11. Tercero, se instituye un nuevo esquema de organización del poder (Título
IV) con varios niveles de operatividad e incluso formas próximas al autogobierno en particular en
lo referente a niveles locales (sobresalen en tal sentido los Arts. 100 y 238 de la CRE). Se
establecen además, una serie de mecanismos que potencian la participación en diversas formas
(Título IV, caps. cuarto y quinto, CRE), entre otras, los observatorios, las veedurías y la silla
vacía. Finalmente, bajo la premisa de reconectar las iniciativas participativas con los espacios de
toma de decisiones, se instauró una nueva institucionalidad a través por una parte, de la Función
Electoral para tutelar los procesos electorales y por otra, de la Función de Transparencia y
Control Social, como instancia encargada de promover el ejercicio de los nuevos derechos y las
formas de participación, así como el control de la gestión pública y el combate a la corrupción12.

La importancia de la participación no necesariamente significa una contradicción en la


labor de las distintas funciones estatales. Por ejemplo, respecto de la Justicia, es preciso recordar
que existen algunas perspectivas que reconociendo la importancia del juez constitucional,
defienden lo que antes denominamos como un papel complementario de la participación en dos
sentidos. Primero, se trataría de jueces que ejerciendo un papel de controladores de la
Constitución lo que deben hacer sobre todo es garantizar que el juego de los decisores políticos se
produzca apegado a los procedimientos constitucionales, al tiempo de procurar no invadir el
ámbito de estos13. En el segundo sentido, como ha propuesto Häberle, se trataría que los órganos
de justicia constitucional se abran a contemplar la variedad de interpretaciones provenientes de
todos los intérpretes ciudadanos en sus procesos deliberativos (2008).

Además de lo que podríamos denominar una vinculación sistémica con el concepto de


desarrollo, esta comprensión participacionista se vincula explícitamente con este, a partir de tres
normas. Entre los objetivos del Régimen de Desarrollo consta el de “fomentar la participación y
el control social, con reconocimiento de las diversas identidades y promoción de su
representación equitativa, en todas las fases de la gestión del poder público” (Art. 276. 3, CRE).
Luego, entre los deberes primordiales del Estado definidos en el Art. 3 consta el de “8. Garantizar
a sus habitantes el derecho a una cultura de paz, a la seguridad integral y a vivir en una sociedad
democrática y libre de corrupción”. Finalmente, entre los deberes de personas y colectividades en
la consecución del buen vivir establecidos en el Art. 278 consta el de “1. Participar en todas las
fases y espacios de la gestión pública y de la planificación del desarrollo nacional y local, y en la
ejecución y control del cumplimiento de los planes de desarrollo en todos sus niveles”.

De lo expuesto, resulta claro que la participación es un ingrediente fundamental del


desarrollo del buen vivir, cuyo objetivo es alcanzar el despliegue de los derechos y mecanismos,

11
En este capítulo, a los tradicionales derechos políticos propios de la representación como el de elegir y ser elegido,
se incorpora una serie de novedosos derechos que protegen la participación activa y continua de la comunidad
política, entre otros, el derecho a participar en asuntos de interés público, a la consulta, a la iniciativa popular
normativa y a fiscalizar los actos del poder público.
12
Capítulos quinto y sexto del Título IV de la CRE, Participación y Organización del Poder.
13
Referencias sobre este punto las encontramos en autoras como Marina Gascón (2008: 709-710) y Ana M. Alterio
(2011: 32).
así como la acción institucional del Estado (en particular de la nueva institucionalidad) e incluso
el deber de los ciudadanos, pues sin la intensa convergencia entre estos actores (estatales y
ciudadanos) no es posible alcanzar un nivel de participación que de una dinámica
cualitativamente distinta al proceso de desarrollo. Es la construcción de una relación viva e
histórica entre el Estado y ese tejido social, y sus epistemologías en clave de participación
efectiva, lo que redunda en la potenciación de capacidades de los actores del desarrollo.

La participación asociada al desarrollo, implica entonces, no solo acercar a la ciudadanía


al Estado, sino relativizar la separación entre estado, ciudadanía y mercado, democratizando las
diversas formas de economía, dentro de una nueva visión relacional más compleja. De allí el
desafío de cambiar por un lado, las lógicas de acción de las burocracias estatales para que se
abran a mayores grados de incidencia de parte de la sociedad, en la construcción de lo público y
la gestión de lo común. Por otro lado, un desarrollo participativo implica una distinta constitución
de los mercados. Además, la participación se asocia en particular y de manera fuerte a la
dimensión local. Es importante entones la reconfiguración de los territorios propiciando el
empoderamiento de las comunidades en diversas dimensiones, en particular en lo relativo al su
participación corresponsable en la gestión pública y el estímulo a las economías populares y
solidarias.

El republicanismo (orientado al desarrollo) expresa una tercera comprensión muy


influyente en nuestro esquema constitucional actual. Ella enfatiza en el tipo de Estado que se
diseña en la Constitución; un Estado fuerte y autónomo a escala nacional y subnacional, además
de soberano en lo exterior, capaz de impulsar un nuevo modelo de desarrollo.

Esta lógica se complementaría con las dos ya descritas, apuntando a que para transformar
la realidad del Ecuador (entre ellas el modelo de desarrollo hegemónico) no bastaba con un
modelo en el que se proclamen derechos y garantías, o mayor participación, sino que resultaba
indispensable estructurar un Estado con amplias competencias para implementar el proyecto
político expresado en la misma carta y que mantenga la unidad en la plurinacionalidad. Proyecto
que además, asociado estrechamente a una visión no fragmentaria de lo común, requiere
precisamente de una forma estatal que se imponga por sobre prácticas tradicionales corporativas
y prebendísticas de gestión de lo público14. Por estas razones es que consideramos que sería el
carácter republicano el que define mejor a esta tendencia15.

Lo que hemos descrito, se expresa además en numerosas instituciones, principios y reglas


constitucionales. En primer lugar, se articula un modelo de desarrollo con fuerte acento social,
atravesado por el enfoque intercultural, que busca ser integral y sostenible, y que se despliega
gracias a las posibilidades de intervención estatal. Este modelo se sustenta en la noción de
complementariedad entre Estado, naturaleza y sociedad, lo cual se recogería finalmente en la
Constitución en el ya citado Art. 275, bajo la categoría de Buen vivir-Sumak kawsay; aunque al

14
Un ejemplo de esta construcción de sentido lo encontramos en las palabras del presidente Correa al instalar la
Asamblea Constituyente en noviembre de 2007 criticando las visiones basadas en intereses particulares y formas de
participación de tipo sectorial: “Nuestra visión no puede ser otra que una visión nacional e histórica. Ya no somos
más los asambleístas de Manabí, del Carchi o de Zamora, saraguros, montubios o cofanes, trabajadores,
profesionales o empresarios, somos un todo nacional” (Correa, 2007 en Ospina, 2010: 3).
15
Otros autores como P. Andrade (2012: 43-44), presentan esto en términos de “presidencialismo”, o bien, según J.
Montaña, “desarrollismo” (2011: 12). Nosotros integramos estos rasgos alrededor del republicanismo. Para una
visión acerca del carácter republicano del proyecto político plasmado en la CRE ver René Ramírez G. (2012: 29-33).
tiempo, parece reformular algunas premisas de la propuesta desarrollista promovida por la
CEPAL hace unas décadas, mediante una fuerte presencia estatal en el proceso mediante la
regulación de la economía.

Aquí también pueden apreciarse las dos vertientes de construcción del buen vivir que
hemos ya referido, expresadas tanto en las incorporación de visiones alternativas sobre desarrollo
inscritas dentro de un paradigma humanista occidental (Walsh, 2010: 15-16), como en aquella
concepción de tipo holístico que procura recuperar los saberes, valores e imaginarios de los
pueblos originarios como valor “simbólico histórico” (Villalba, 2011: 7).

Así, el desarrollo del buen vivir en el primer sentido, enfatizaría en elementos como el
citado rol estatal, la corresponsabilidad ciudadana y la creación de condiciones materiales de
vida. En ese marco se inscriben los preceptos contenidos en el artículo 3 de la CRE, numerales 5
y 6 que hablan de que son fines primordiales del Estado: (5) el planificar el desarrollo nacional,
erradicar la pobreza, promover el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los
recursos y la riqueza, para acceder al buen vivir; así como (6) promover el desarrollo equitativo y
solidario de todo el territorio, mediante el fortalecimiento del proceso de autonomías y
descentralización. En el sentido segundo, el desarrollo del buen vivir implica la consecución de
una “vida plena” en armonía con la naturaleza (Larrea, 2011: 27-30). Ello supone el despliegue
de una serie de condiciones materiales pero va más allá, implicando por ejemplo, condiciones de
una comunicación y participación de tipo intercultural (Arts. 16 y 95, CRE).

Ambos registros conviven pues, en la Constitución. Y si bien, en apariencia la forma que


enfatiza en las condiciones materiales del desarrollo parece ser la más visible y concreta, la más
potente en sentido transformador es la segunda, aquella que ofrece las posibilidades de
construcción “de una ‘ontología distinta’ que entre el diálogo con la modernidad actual y hasta la
trascienda eventualmente”16.

Ahora bien, respecto de las premisas del modelo constitucional de desarrollo debemos
mencionar algunos aspectos. En primer lugar, se establece la rectoría estatal en cinco ámbitos
esenciales: a) planificación participativa; b) soberanía alimentaria; c) soberanía económica que
abarca entre otros, el sistema económico que se declara como social y solidario, las políticas
económica y fiscal, el endeudamiento público, el presupuesto del Estado, el régimen tributario,
pero también las políticas monetaria, crediticia, financiera y comercial; d) sectores estratégicos
sobre los que el Estado se reserva el derecho de administración y regulación, servicios y
empresas públicas, y e) el trabajo, la propiedad, la democratización de los factores productivos,
los intercambios económicos, el comercio justo, el ahorro y la inversión (Título VI CRE). A
través de esta rectoría estatal se buscaría alcanzar una mayor y más amplia inclusión en el
proceso social y en particular en la producción, potenciando las capacidades de diversos actores,
a la vez que redistribuir los bienes comunes y dentro de estos, no solo aquellos de naturaleza
preeminentemente económica.

Recordemos, en segundo lugar, que el modelo de desarrollo descrito armoniza con el


Régimen del Buen vivir. Así, además de constar como principio genérico articulador del esquema
constitucional y como capítulo relevante del catálogo de derechos, el Buen vivir se despliega en

Esto en referencia a Dussel quien se refiere a este aspecto en términos de una “transmodernidad” (Dussel 2012, en
16

Navas, 2014: 462).


la Constitución mediante un amplio sistema con directrices hacia el Estado en ámbitos
específicos de concreción. Este régimen se ordena (Título VII de la CRE) en dos capítulos:
inclusión y equidad y, biodiversidad y recursos naturales. En el primero, se establecen
disposiciones relativas a educación, salud, seguridad social, hábitat y vivienda, cultura, cultura
física y tiempo libre, comunicación social, saberes, gestión de riesgos, población y movilidad
humana, seguridad humana y transporte. El segundo capítulo sobre biodiversidad y recursos
naturales, regula el manejo de la naturaleza y el ambiente, la biodiversidad, el patrimonio natural
y ecosistemas, el suelo, la biósfera, la ecología urbana y las energías alternativas.

En tercer lugar, hay que insistir en que, tanto las disposiciones que definen el Régimen del
Desarrollo como las que materializan el del Buen vivir, precisan para su implementación el
asegurar una autoridad estatal vigorosa que represente el interés común. Esto se expresa en dos
ámbitos. Por una parte, mediante un extenso sistema de competencias a favor de diversas
instancias de gobiernos autónomos descentralizados (Título V, Organización territorial), las
cuales hallan, sin embargo, su límite en una centralización competencial a favor del gobierno
central (Arts. 260 y 261, CRE). Por otro lado, la autoridad estatal se consolida a través de un
gobierno central que cuenta con competencias sobre todos los temas atinentes a la relación
desarrollo-Buen vivir, con una tendencia, además, a congregarlas en torno a la autoridad política
del Ejecutivo. Así, si bien, la responsabilidad del Estado central se desplaza hacia sus cinco
funciones, sobre todo, en el diseño actual puede advertirse un papel relevante del Ejecutivo 17.
Aquí quedaría fijado el límite entre el gobierno central y una participación que si bien constituye
un componente constitucional muy relevante no alcanza niveles decisorios.

En todo caso, la de desarrollo es una noción semánticamente muy cargada, que ha


exhibido históricamente una lógica de dominación que se asocia a la idea de progreso desde una
visión occidental. Al sujeto supuestamente inferior se pretende acercarlo a condiciones superiores
de vida. Decodificar esta noción en este sentido resulta una tarea compleja. En el componente
republicano de la Constitución es donde el desarrollo encuentra su mayor concreción y
proyección. Es así que en la conjunción entre el Régimen de Desarrollo y el del Buen Vivir se
contempla una amplia gama de atribuciones estatales y obligaciones a la vez, para crear esas
condiciones de materialidad para todos, aunque esta comprensión parece inclinarse más por la
visión humanista alternativa de tradición occidental que por la compleja visión originaria.

5. A manera de conclusión.

Hemos procurado ensayar una lectura de la categoría desarrollo en la Constitución desde


una visión compleja. Tal visión aporta sin duda, a una lectura intercultural del concepto
desarrollo lo cual requiere vincularlo al buen vivir y al modelo de Estado, además de cruzar estas
relaciones con –al menos- las tres comprensiones propuestas.

La necesidad de una comprensión integral sobre los alcances constitucionales del


desarrollo del buen vivir no depende solamente de un esfuerzo teórico a partir de integrar
acercamientos, sino fundamentalmente de uno de diálogo epistémico. Esta tarea debe realizarse

17
Esto se evidencia al revisar tanto las atribuciones del Presidente de la República, como las competencias del
gobierno central (Arts. 147 y 261 de la CRE). Podemos destacar por ejemplo, a la planificación, la cual bien se
consagra que esta debe ser participativa y descentralizada, en relación con la toma de decisiones finales, estas le
corresponden al Ejecutivo a través de la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Arts. 279 y 280, CRE).
pues, en el ámbito de la arena política. Desde allí es desde donde hay que encontrarle al concepto
de desarrollo ese potencial emancipatorio. El desarrollo requiere sin duda de condiciones
materiales y se necesita de un Estado autónomo y fuerte para promoverlas, no obstante el
concepto de desarrollo desde una lógica que hemos denominado como republicana debe -y
puede- ir más allá.

La apuesta del nuevo modelo de desarrollo orientado al buen vivir consiste en dar un paso
adelante a partir de la propia experiencia histórica. Por tanto, debe procurarse en
corresponsabilidad con la sociedad, ir construyendo un Estado más sensible con la pluralidad,
participante y dialogante en términos interculturales y al tiempo, un modelo de desarrollo cada
vez más armónico con la naturaleza.

Hay que recordar finalmente, que el proyecto de desarrollo nacional ha estado en el centro
de matriz de la lucha política del país en la última década. Frente a quienes plantean ahora abjurar
de la Constitución18 y probablemente propender a una regresión de derechos, y del rol del Estado,
se debe contestar desde una mayor apertura a mirar esta complejidad en torno al texto
constitucional y al desarrollo; y en tal sentido, incorporar los aportes que el garantismo y la
participación pueden hacer a la legitimidad de un proyecto político republicano y así dinamizar
las transformaciones estructurales que ya se encuentran en marcha en varios ámbitos e incluir
otros19, hacia la construcción de un régimen de vida plena para todos.

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18
Desde posiciones conservadoras, varios actores políticos han propuesto una “convergencia” en torno a un “acuerdo
nacional” que recupere formas tradicionales de Estado y de desarrollo que fueron consagradas por el
constitucionalismo previo a 2008. Pueden examinarse entre otras, las posturas de E. Ayala (2015).
19
A pesar del desarrollo legislativo alcanzado, aún se halla pendiente ir precisando mecanismos y formas de
desarrollo que permitan afianzar el buen vivir en ámbitos como el de la propiedad de la tierra y el de una economía
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