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UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A DISTANCIA

MAESTRIA EN DEARROLLO ALTERNATIVO SOSTENIBLE Y SOLIDARIO

TERRITORIALIDAD Y DIVERSIDAD POBLACIONAL

IVÁN ANDRÉS PÉREZ MOJICA

06 de julio de 2020

Reflexiones sobre Desarrollo y Paz Territorial

¿Esperamos a que llegue la paz para que comience el desarrollo, o buscamos alternativas de y

al desarrollo para que llegue la paz? La respuesta a esta pregunta resulta obvia si tomamos en

cuenta que la paz se traduce no solamente en cese al fuego de grupos armados, sino en garantías

de bienestar para las comunidades tanto en los ámbitos rural como urbano, y por lo tanto se

requiere de una suma de esfuerzos tanto del gobierno como de la sociedad civil concentrados en

su construcción y consolidación. Sin embargo, el interrogante plantea dos opciones para caminar

hacia ese objetivo, las cuales hacen parte de la división en tres grandes corrientes conceptuales

presentadas por los estudios de desarrollo según Castillo (2016): el desarrollo económico, el

desarrollo alternativo (o alternativas de desarrollo) y el postdesarrollo (o alternativas al

desarrollo).

Se abordará entonces esta reflexión tratando de generar una expectativa frente a las

implicaciones de tomar cada una de estas dos rutas específicamente para el caso colombiano, en

el marco de un posacuerdo obstaculizado y entorpecido por potenciales spoilers1 como lo

advirtieron Vargas y Hurtado (2017).

1
En la literatura sobre construcción de paz el término spoiler se aplica a quienes buscan entorpecer, demorar u
obstaculizar un acuerdo de paz (Vargas y Hurtado, 2017. p. 6).
Las alternativas de desarrollo empiezan a surgir a mediados del siglo XX para abordar

asuntos ignorados por el reduccionismo del desarrollo económico (Castillo, 2016). No obstante,

para ese momento países como Colombia recibían ayudas extranjeras para contrarrestar la

pobreza, mientras se afianzaba un conflicto interno surgido de las luchas por la tierra y el cual

supuestamente llegaría a su fin con la implementación de los acuerdos de La Habana. Sin

embargo, vemos como el gobierno ha persistido en un modelo de desarrollo que no solo no

contempla los compromisos adquiridos para lograr una paz estable y duradera, sino que además

obedece a las lógicas de la globalización que estimulan la fuga directa del capital en detrimento

de las economías locales.

Con este panorama, se plantea desde varios sectores la necesidad de un desarrollo alternativo,

que permita el sostenimiento de condiciones favorables para la vida en los territorios, respetando

la cosmogonía de los pueblos e integrando los saberes populares con el conocimiento científico

para resolver los conflictos que se puedan generar en el proceso, el cual debe estar articulado con

las instituciones de la entidad territorial, garantes de la inclusión real de las comunidades en la

elaboración de políticas públicas, planes de desarrollo, planes de ordenamiento territorial y

demás programas y proyectos que incidan directa o indirectamente en la población y el territorio.

En síntesis, es comprender la transversalidad de los procesos de conformación del territorio en el

desarrollo, sin desligarlo de ámbitos como el político, el social, el ambiental y el geográfico. En

palabras de Moncayo (2001, p. 46) “esta visión integrada se refiere más a una aproximación

territorial al desarrollo que a una teoría del crecimiento regional”.

Teniendo en cuenta que alternativas de desarrollo son muchas (desarrollo humano, con

perspectiva de género, participativo, local, sistémico, sostenible entre otros) conviene pensar en

la importancia de un desarrollo múltiple, donde se integren varias de las perspectivas que ven en
la diversidad y la inclusión la estrategia para encauzar la capacidad de las comunidades de ser

gestores de su propio desarrollo. Entre las alternativas más actuales, se encuentra el desarrollo

territorial, que se puede leer como una apuesta al dialogo entre globalización y democracia local

para lograr que los estados generen políticas teniendo en cuenta el aumento del bienestar y la

calidad de vida de la población, como lo expresa Soto (2006, p. 2) “en el nuevo orden mundial,

el desarrollo territorial ocupa un lugar fundamental en las políticas de los Estados”.

El desarrollo territorial implica volver a mirar lo autóctono, lo cultural heredado que puede

significar hoy en día un valor agregado en los procesos y productos que se llevan afuera. Soto

(2006) sostiene que las economías nacionales se adaptan al mercado global, en la medida que las

economías territoriales son capaces de identificar el potencial del territorio y aprovecharlo. Sin

embargo, para el caso colombiano esto resulta algo casi exclusivo de zonas históricamente

posicionadas como baluarte cultural de la nación, mientras para la mayoría de territorios se

desconoce la soberanía, sin tener en cuenta que muchas comunidades han logrado sostenerse

gracias a saberes heredados, que hoy en día buscan insertarse a nivel político en las entidades

territoriales para que se garanticen sus derechos a la autodeterminación y a la “construcción de

una perspectiva propia de desarrollo ecológico, económico y social” (Grueso, Escobar, Cogollo

et al., 2008, en Castillo, 2016, p. 83).

Incentivar el crecimiento endógeno, cuidando de la propia cultura, conservando los

potenciales que existen en el territorio, democratizando el conocimiento para generar desarrollo

desde adentro, desde sus capacidades a un ritmo acorde con el que se vayan adaptando las

comunidades, la tecnología y la velocidad de la información, donde haya un ambiente controlado

por la autonomía popular y se permita tener una visión propia del futuro, la oportunidad de saber

hacia dónde se va. No obstante, Boisier (1999, p. 62) plantea que “el crecimiento económico de
un territorio, en el contexto de la globalización, tiende a ser más y más determinado por factores

exógenos”, ya que el aumento proporcional de los proyectos de inversión que se llegan a

materializar en dicho territorio, conformando la plataforma de su crecimiento, dan razón de

capitales ajenos al territorio.

Desde esta perspectiva, el desarrollo territorial y otras alternativas de desarrollo, resultan

cooptadas por el crecimiento económico impuesto como lógica de desarrollo desde

organizaciones internacionales con la capacidad discursiva para persuadir a los entes nacionales

sin que en la práctica haya habido cambios en las dinámicas de expansión capitalista según

plantea Castillo (2016). Así mismo, la implementación de parte de los acuerdos de paz que se

inscriben como dinamizadores de un desarrollo alternativo, resultan cuando menos destinados a

responder a una rentabilidad para un Estado que no reconoce en la inversión social la base de un

desarrollo integral, que fortalecería al territorio nacional en los ámbitos político, económico,

cultural y ambiental.

Resulta sencillo deducir esta inclinación estatal por implementar modelos de desarrollo que

siempre han buscado integrar a las comunidades rurales en las lógicas del mercado,

“desestimando los costos sociales, políticos, culturales y ambientales de dicha opción para la

sociedad colombiana en general” (Castillo, 2016, p. 58), lo cual se puede evidenciar a través de

la historia con las primero con las reformas, las intervenciones económicas extranjeras y luego

con la concesión de territorios rurales a empresas multinacionales para la implementación de

megaproyectos extractivos o agroindustriales, los cuales han terminado por despojar a las

comunidades abriendo aún más la brecha del desarrollo, ampliando las condiciones de

desigualdad e incrementando la deuda histórica del Estado con la población más vulnerable del

país.
Es aquí, donde pese a los esfuerzos desde diferentes corrientes de pensamiento por darle un

contrapeso a la dimensión económica del desarrollo, surge otra corriente que promueve la

deconstrucción del propio concepto “desarrollo” y es la que se conoce como postdesarrollo o

alternativas al desarrollo.

La noción proviene de la crítica postestructuralista iniciada por Foucault, cuyo principal

motivo fue cuestionar precisamente los modos en que Asia, África y Latinoamérica llegaron a

ser definidas como “subdesarrolladas” y, por consiguiente, necesitadas de desarrollo (Escobar,

2005). En su análisis, el postestructuralismo destaca la paradoja del desarrollo excluyente de la

participación de los pueblos que supuestamente deberían beneficiarse de él. En este sentido, el

postdesarrollo plantea la posibilidad de crear discursos diferentes, no mediados por la

construcción de desarrollo para retomar saberes, usos y costumbres ignorados por la economía

política, reconociendo sujetos y agentes del conocimiento que visibilizan los procesos alternos al

desarrollo arrollador.

A manera de ejemplo Escobar hace una síntesis de estos aspectos que configuran la forma

como puede asumirse desde un territorio concreto el postdesarrollo para un caso colombiano:

De este modo, podría decirse que la conceptualización de desarrollo alternativo elaborada


por el Proceso de Comunidades Negras (PCN), del Pacífico Sur colombiano, es un
ejemplo de postdesarrollo. Los activistas y las comunidades mismas no sólo han
reclamado su derecho como productores de conocimientos (junto con los expertos
convencionales, ya sea en oposición a éstos o bien hibridizando los conocimientos
expertos y los locales), sino que al hacerlo han desarrollado una conceptualización alterna
del Pacífico como un “territorioregión” de grupos étnicos que no corresponde a la
construcción convencional de un lugar para el desarrollo regional. Además, han
elaborado lo que se podría denominar una ecología política alternativa basada en
nociones de sostenibilidad, autonomía, diversidad y economías alternativas que no se
conforman al discurso dominante del desarrollo. (2005, p. 19)

Casos como el citado constituyen una prueba fehaciente de la alta probabilidad de construir

escenarios paralelos, más aún cuando la paz territorial está en juego, pues si se analizan los

montos designados para intervenir en los territorios desde la estrategia de competitividad del

Plan nacional de desarrollo 2014-2018, donde del total del plan de inversiones el componente

minero energético se lleva el 41,5%, seguido de un 33,2% para el de “infraestructura y servicios

de logística” y un 4,4% para “desarrollo productivo” en contraposición frente a un 7% destinado

a la transformación del campo (Castillo, 2016), se puede inferir la falta de compromiso con la

sostenibilidad y las dinámicas de erradicación del despojo que conllevan a la pérdida de garantías

mínimas de bienestar para la población, sobre todo rural, eso sin contar con las graves

afectaciones a los ecosistemas y la biodiversidad que tienen funciones de sustento, regulación y

soporte en el territorio.

Ahora bien, las problemáticas que este tipo de decisiones conllevan, se agudizan con la

inoperatividad de las políticas de desarrollo económico territorial que priman para empresas del

sector privado alimentando indicadores oficiales que pocas veces hacen un análisis cualitativo de

las condiciones de los pobladores que viven al margen de complejos minero-energéticos o

industriales que terminan apropiándose, además de extensas áreas de tierra y del acceso a

servicios básicos, de la identidad territorial, llegando a convertirse en puntos de referencia por

encima de los referentes geográficos. Esto contradice la definición que da CEPAL-ILPES-GTZ

(2005) de desarrollo económico territorial, entendido como “la capacidad de una sociedad local

para formularse propósitos colectivos de progreso material, equidad, justicia y sostenibilidad, y


movilizar los recursos locales endógenos necesarios para su obtención” (en Caicedo, 2008, p.

18).

El gobierno nacional fue categórico al afirmar que el modelo de desarrollo no era objeto de

negociación en el marco de los acuerdos de La Habana, sin embargo, los movimientos

campesinos, indígenas y afrocolombianos buscando el consenso, plantearon entre sus propuestas

en la Mesa de Unidad Agraria “espacios formales e institucionalizados para la participación

política, con énfasis en que ella sea posible para todos los actores, su posición de respecto y

apertura hacia otras ideologías y, sobre todo, la consideración de otros caminos y otros objetivos

posibles de desarrollo.” (Castillo, 2016, p. 79).

Es claro entonces que el gobierno una vez más optó por mantener un modelo desarrollista

econocéntrico, desconociendo que la crisis del sector rural se agudiza, y que el intento por

integrar al campo a los mecanismos de crecimiento económico está destinado a fracasar por falta

de condiciones mínimas como lo son el acceso a salud y educación de calidad y por una

segregación sistemática que ve la vida rural como sinónimo de retraso y pobreza, esto sumado a

la desesperada acción del gobierno por concesionar bloques del territorio nacional para la

actividad extractivista y la implementación de políticas represivas contra el legítimo derecho a la

movilización social.

Esto resulta incongruente en la intención de alcanzar una paz estable y duradera, si se tiene en

cuenta que justamente temas como el desarrollo rural integral, el problema de las drogas de uso

ilícito y víctimas entre otros, estarán directamente influenciados por el modelo de desarrollo que

instaure el país. Respecto a esto, cabe resaltar la intervención del padre Francisco de Roux, con

respecto al desarrollo agrario integral en el Foro de Desarrollo Integral Agrario Regional:


El título plantea de una vez que lo que está en el fondo del diálogo participativo es la
discusión sobre el MODELO DE DESARROLLO. Porque el modelo que hemos tenido
hasta ahora ha producido inequidad, está en el corazón del conflicto, tiene que ver con la
migración salvaje del desplazamiento forzado, y tampoco ha logrado el crecimiento
económico que se esperaba del campo. De hecho lo que Colombia está haciendo es
discutir el modelo aunque se diga que no se puede discutir, que no es negociable. Lo que
sí ha dejado claro este foro, es que nosotros NO TENEMOS QUE MATARNOS para
discutir el modelo (De Roux, 2013, en Castillo, 2016, p. 80).

En esta reflexión se puede sentir ese halito de cordura que llama al Estado y la insurgencia a

sentar cabeza, pero sobretodo pone de manifiesto que la discusión apenas empieza, ahora en un

escenario que en teoría debería ser más pluralista e intercultural, pues las alternativas de y al

desarrollo, son una realidad que viven cientos de pueblos originarios y comunidades ancestrales

en el país. La cuestión que compete tanto a entidades territoriales como al gobierno nacional, es

garantizar la libre expresión y reproducción de estas formas de entender la vida, teniendo en

cuenta una participación representativa en todas las instancias que definen las directrices de

intervención en los territorios, como lo son los planes de desarrollo, planes de ordenamiento

territorial, planes de ordenación de cuencas hidrográficas entre otros.

Por el momento, parece que aún tendremos que esperar para ver voluntad política en el

redireccionamiento del modelo de desarrollo impuesto por la hegemonía noroccidental, pues la

escalada de violencia contra líderes sociales, excombatientes y defensores de derechos humanos

es síntoma de la continuidad de lógicas capitalistas que aumentan la brecha de la desigualdad,

arrasando con la biodiversidad y la cultura humana en una carrera sin precedentes orquestada por

la ideología neoliberal que se transforma a conveniencia de la crisis.

No obstante, resulta indispensable visibilizar los procesos de apropiación y resignificación

del territorio, que son los que frente a la dinámica del despojo y la mercantilización demuestran
la capacidad de las comunidades y las redes de apoyo de sostener la vida, gestionando el saber

propio y sumando cada vez acciones más significativas en el fortalecimiento del tejido social, los

planes de vida y los sistemas organizativos autónomos.

En síntesis, Colombia asumirá un reto que definirá el futuro de un país mega diverso, con

posibilidades de ser modelo potencial de alternativas de y al desarrollo, con un proceso de paz

incipiente que vale la pena sostener, pero también con un histórico uso y aprovechamiento de los

recursos públicos que ha menoscabado el bienestar de los colombianos.

Consideraciones finales

A continuación, se presentan algunas ideas para tener en cuenta en el abordaje de las

propuestas de desarrollo alternativo o postdesarrollo, que pueden ayudar a llegar a consensos en

un proceso de transición entre los modelos de desarrollo dominantes y el futuro deseado.

A la sazón de hoy, parece que no hemos entendido el funcionamiento de los mecanismos que

producen el desarrollo. Tenemos estructuras de pensamiento que hacen difícil pensar que puede

haber otras formas de desarrollo o alternativas a este.

La globalización implica según algunos desterritorialización del capital (crecimiento por

factores exógenos) (Boisier, 1999), ya que lo que hay es flujos de divisas que impulsan los

territorios, volviéndolos dependientes, perdiendo autonomía y sacrificando muchas veces su

soberanía.

En este sentido, considerar al territorio como sujeto, estimula procesos que se articulan a la

globalización sin que esta resulte avasallante para los múltiples territorios interconectados para

que no haya exclusividad y se pueda garantizar ese derecho a una buena calidad de vida, al goce
del medio ambiente, a lo básico sin que sea un privilegio, sino que sea normal, lo mínimo, lo

razonable y justo.

No se consigue desarrollo en Latinoamérica, porque solo se ha considerado un único modelo

importado. Se ha tenido la idea equívoca de que el desarrollo es el fiel reflejo de una postal

europea, invisibilizando la historia y el contexto regional. Se han copiado modelos de gobierno,

de leyes, de consumo etc., Entonces existe la creencia generalizada en una solo visión posible de

desarrollo, sin considerar variables, desconociendo patrones, esperando en cierta medida que la

solución al problema creado, también venga de afuera. Resulta imprescindible elevar la

conciencia de factores como la complejidad en los procesos territoriales, estudiarlos y

estudiarnos, sobreponiéndose al miedo, la pereza y la incómoda comodidad.

Mantener la cadencia en el desarrollo, comprender que la articulación debe ser sólida, fuerte,

resistente pero también flexible. Abordarlo dese proyecto político resulta cuando menos

coherente con el grado de complejidad que encarna el fenómeno del desarrollo, lo que no

significa que dependa del gobierno, sino del carácter con el que se pretende encauzar el potencial

territorial y esto mucha de las veces se origina desde el mismo territorio. Importante la

diversidad, la heterogeneidad que estimula diferentes puntos de vista y formas de actuar.

Reconocer también la posibilidad de azar como lo expresa Boisier (1999), entonces se

realizan intentos, redes de intercambio, comunidades de trabajo, mingas de pensamiento sin

esperar resolver nada en particular, sino haciendo práctica la vida misma.

Hay que descuadriculizar el pensamiento, pensar circularmente, orgánicamente, participar del

reciclaje en la naturaleza. Cuando se consideran demasiado los límites, las fronteras, los

esquemas resulta imposible e improbable pensar en que los territorios son abiertos y se
interrelacionan, que se construyen mutuamente y se transforman. Hay que empezar a pensar más

en las asociaciones y las relaciones de cooperación que en los conflictos, desmontando poco a

poco la desconfianza en el otro, dejando atrás el regionalismo cerrado.

El cambio debe ser epistemológico, estructural y funcional. Reconsiderar propuestas

olvidadas, tumbar paradigmas, probar nuevos modelos, pero también evaluar y revalorar el

pensamiento de la tribu, de los pueblos originarios, adaptado por supuesto al tiempo que

vivimos.

Referencias Bibliográficas

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desarrollo territorial. pp. 59-89 In: Boisier (1999) Teorías y metáforas sobre desarrollo territorial.

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https://repositorio.cepal.org/handle/11362/2189

Caicedo C. (2008). Las políticas de desarrollo económico territorial. pp.15-21. Políticas e

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https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/7250/S0701004_es.pdf?sequence=6&isAllo

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Castillo, O. (2016). Capítulo 2: ¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción de

alternativas al desarrollo para Colombia? En Dime qué Paz quieres y te diré qué campo

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Javeriana, Bogotá, pp. 55-84.

https://etnoterritorios.org/CentroDocumentacion.shtml?apc=x-xx-1-&x=1002

Escobar, A. (2005). El “postdesarrollo” como concepto y práctica social. En Daniel Mato

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Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, pp. 17-31.

https://red.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/biblioteca/090505.pdf

Moncayo J, E. (2001). Capitulo VIII. Aplicaciones empíricas de los enfoques teóricos. pp. 43-46.

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http://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/7262/S018637.pdf?sequence=1

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https://rndp.org.co/wpcontent/uploads/2017/11/Doc_politica_Cider_No1.pdf

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